Si quiere recibirla diariamente, por favor, apúntese aquí El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.
|
1. El misterio de la vida humana
Nos encontramos viviendo en un segmento limitado de la historia y quisiéramos saber qué sentido tiene nuestro vivir en el interior del mismo, a qué conduce. Vivimos a diario la experiencia de que nuestra vida no es un hecho estático, repetitivo, siempre igual a sí mismo, un fenómeno ya catalogado y encerrado en fórmulas y reglas obligadas. Hasta la vida más rutinaria, hasta el sucederse siempre igual de rostros, gestos, cosas, itinerarios, hasta el anónimo repetirse de encuentros, intercambios, demandas y ofertas, puede abrirse cada día a sentidos más recónditos, siempre nuevos. Nos damos cuenta de ello cada vez que celebramos la fiesta de un santo. Al leer su vida a la luz de la Palabra de Dios, aprendemos a leer nuestra propia vida, descubrimos el secreto del vivir cotidiano.
Vemos que en la cotidianidad se oculta y a menudo surge una novedad insospechada, que la vida no se improvisa o se produce al azar, ni puede reducirse a respetar unas costumbres más o menos autoritarias. El santo nos da testimonio de que la vida consiste en responder a las provocaciones que día tras día nos llegan al corazón y a la mente; es deseo de «existir» en este mundo, en un mundo original y, al mismo tiempo, útil y constructivo; es también superación de lo contingente e invocación-presentimiento del futuro, de lo eterno.
2. El misterio de la vida en Cristo,proclamado en el leccionario de los santos
El leccionario para las celebraciones de los santos
La Palabra de Dios nos ayuda a interpretar correctamente la vida de los santos, nos hace descubrir la fecundidad de la Palabra evangélica sembrada en un terreno bueno, meditada en un corazón bien dispuesto. La vida de los sanios, leída a la luz de la Palabra de Dios con el estilo de la «meditación» propio de la Madre de Jesús, nos ilumina y nos habla de un modo absolutamente particular: se vuelve, en cierto modo, Palabra de Dios para nosotros hoy.
Las ideas-guías del leccionario
A través del leccionario, elaborado según las indicaciones de la constitución litúrgica del Vaticano II, nos ponemos a la escucha de la Palabra de Dios y somos guiados de una manera progresiva, antes que nada, a contemplar con alegría a la Madre de Dios, a verla «unida con un lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo», a contemplarla como «el fruto más espléndido de la Redención», «como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser» (SC 103). Las múltiples lecturas de las celebraciones de los santos nos llevan, a continuación, a proclamar «las maravillas de Cristo en sus servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles» (SC 111). Veamos, pues, de una manera más detallada las características de las lecturas de este leccionario.
Las lecturas para las celebraciones de la bienaventurada Virgen María
Para las celebraciones marianas nos referimos a las lecturas bíblicas de la colección de Misas de la bienaventurada Virgen. Éstas constituyen un amplio y variado repertorio, que se ha ido formando a lo largo de los
siglos, con la aportación de las experiencias de las comunidades eclesiales, tanto antiguas como de nuestro tiempo. «En este "repertorio bíblico" se pueden distinguir tres géneros de lecturas:
1) lecturas del Nuevo y del Antiguo Testamento que contemplan directamente la vida y la misión de la bienaventurada Virgen María o contienen profecías que se refieren a ella;
2) lecturas del Antiguo Testamento que son aplicadas a santa María desde la antigüedad. En efecto, las sagradas Escrituras, tanto de la antigua como de la nueva Alianza, han sido contempladas por los santos Padres como un conjunto único, lleno del misterio de Cristo y de la Iglesia; por este motivo, algunos hechos, figuras o símbolos del Antiguo Testamento prefiguran o evocan de modo admirable la vida y la misión de la bienaventurada Virgen María, gloriosa hija de Sión y Madre de Cristo;
3) lecturas del Nuevo Testamento que no se refieren directamente a la bienaventurada Virgen, pero que se proponen para la celebración de su memoria, a fin de poner de manifiesto que en santa María, la primera y perfecta discípula de Cristo, resplandecen de modo extraordinario las virtudes -la fe, la esperanza, la humildad, la misericordia, la pureza del corazón...- que son exaltadas en el Evangelio».
Las lecturas piara las celebraciones de los santos
Para las celebraciones de los santos, el leccionario nos propone una doble serie de lecturas:
1) la primera serie -Propio de los santos- contiene las lecturas propias para las solemnidades, las fiestas o las memorias, de algunos santos, lecturas particularmente adecuadas para una celebración dada.
2) la segunda serie -Común de los santos-, más amplia que la precedente, recoge los textos bíblicos mas adecuados para los diferentes órdenes de santos (mártires, pastores, vírgenes, etc.) y otros muchos textos, con referencia a la santidad en general. Estos textos se pueden usar a voluntad cuando, por faltar lecturas propias, se remite al común.
Las lecturas están dispuestas en el orden en el que son proclamadas: primero, los textos del Antiguo Testamento; a continuación, los del apóstol; después, los salmos y los versículos interleccionales, y, por último, los evangelios. Esta disposición de los textos ha sido adoptada para reafirmar y facilitar, salvo indicación diferente, la facultad de elegir por parte del celebrante, teniendo presente las necesidades pastorales de la asamblea que participa en la misa.
3. El misterio de la vida de Cristo, celebrado en la liturgia
Cuando la Palabra de Dios resuena en una celebración de los santos,
- se proclama la realización del misterio pascual hoy;
- suscita la alabanza y la acción de gracias a Dios por este misterio;
- revela la realización del sacrificio espiritual;
- abre a la bienaventurada esperanza de la «patria»;
- indica abigarrados itinerarios de «vida bienaventurada».
Celebración pascual
La Palabra de Dios que se proclama en la asamblea nos ayuda a comprender que en cada santo se ha realizado el misterio pascual: siguiendo a Cristo, y por una gracia del Espíritu, ese santo ha estado, en Jesús, «en el mundo, pero sin ser del mundo» (eso es ser santo); ha pasado, en él, «de este mundo al Padre». Todo el evangelio, y en particular la proclamación de las bienaventuranzas, encuentra su propia realización continua en la vida de los santos, de suerte que, al celebrar, anunciamos al mundo la fecundidad de la Palabra de Dios, la posibilidad y la actualidad de la salvación en cada época de la historia: eso es lo que se dice de una manera sintética en las lecturas de la solemnidad de todos los santos.
La palabra que escuchamos en cada celebración de los santos nos atestigua que «en aquel tiempo» (in illo tempore), en el «hoy» del santo, la palabra llegó a su cumplimiento, de modo que -mirando toda la historia podemos dar fe de que esa historia es realmente historia de salvación.
Celebración eucarística
La Palabra, que nos guía a este descubrimiento de la acción de Dios en los santos, suscita el estupor por tanta riqueza y variedad de gracias, y nos anima a la oración de alaban/a al Padre, que continúa realizando sus maravillas. En el prefacio de los mártires le damos gracias porque en cada mártir ha sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad su propio testimonio a imitación de Cristo, su Hijo; en el de las santas vírgenes y en el de los religiosos decimos que en ellos «celebramos la grandeza de tus designios. En ellos recobra el hombre la santidad primera que de ti había recibido».
Celebración sacrificial
San Pablo podía decir de sí mismo: «Ahora me alegro de padecer por vosotros, pues así voy completando en mi existencia mortal, y en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de las tribulaciones cristianas» (Col 1,24). Los santos son los que completan en ellos mismos la pasión de Jesús. Y lo que ellos hacen (uso el presente porque los «santos» siguen estando vivos hoy) para obedecer a la Palabra es el sacrificio espiritual que ponen en las manos de la Iglesia cuando se reúne, de suerte que ésta no llegue a la cita con las manos vacías, sino que disponga de toda esta riqueza para ofrecerla hasta el momento en que Cristo entregará el reino al Padre.
Celebración escatológica
La Palabra nos lleva a contemplar «una muchedumbre enorme que nadie podía contar. Gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua; estaban de pie delante del trono y del Cordero. Vestían de blanco, llevaban palmas en las manos y clamaban con voz potente, diciendo: A nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero, se debe la salvación» (cf. Ap 7,9ss: primera lectura de la solemnidad de Todos los santos). Decimos en el prefacio de la solemnidad de Todos los santos: «Hoy nos concedes celebrar la gloria de todos los Santos, nuestros hermanos, asamblea de la Jerusalén celeste, que eternamente te alaba. Hacia ella, aunque peregrinos en país extraño, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y animados por la gloria de los santos».
4. El misterio de la vida en Cristo, vivido en la vida diaria
La celebración remite a la vida diaria
La Palabra evangélica, que resonó entonces y que encontró acogida en los santos, llega a nosotros en el hoy de la celebración, a fin de que nos convirtamos en un signo actual de la fecundidad de la Palabra y de la actualidad de la salvación. Los dos primeros prefacios de los santos nos indican que el camino recorrido por los santos puede llegar a ser una señal para el camino que también nosotros debemos emprender para obedecer a Dios: Tú nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino, para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita. Porque mediante el testimonio admirable de tus santos fecundas sin cesar a tu Iglesia con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas evidentes de tu amor. Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión.
La vida de los santos y la memoria que hacemos de ella en la
celebración no pueden conducir a una contemplación estéril, sino que deben
impulsarnos a ponernos tras sus huellas para llevar a su cumplimiento la palabra
de la que ellos fueron en un tiempo concreto una realización luminosa.
Santo Tomás, apóstol (3 de julio)
Lo que sabemos del apóstol santo Tomás se lo debemos sobre todo al cuarto evangelista. Fue Tomás quien invitó a los otros apóstoles a marchar con Jesús a Judea, dispuesto a morir con él (Jn 11,16). Fue la pregunta de Tomás la que provocó a Jesús a que se definiera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,5ss). Por último, fue Tomás quien con su incredulidad nos ayuda a consolidar nuestra adhesión a Jesús, con una profesión de fe muy clara: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,24-29).
El martirologio de san Jerónimo en el siglo VI recuerda la traslación del cuerpo de Tomás a Edesa (Siria, actualmente Turquía), el 3 de julio.
LECTIO
Primera lectura: Efesios 2,19-22
19 Por tanto, ya no sois extranjeros o advenedizos, sino conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios,
20 estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas; y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular
21 en quien todo el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un templo consagrado al Señor
22 y en quien también vosotros vais formando conjuntamente parte de la construcción, hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, morada de Dios.
**• El misterio de Cristo y el de la Iglesia están íntimamente conectados para el apóstol Pablo. Cristo es nuestra paz: en él, todos, tanto los lejanos (los paganos) como los cercanos (los judíos), encuentran el camino de la reconciliación y de la unidad. Ya no hay dos pueblos, sino uno sólo; ya no hay separación entre gente diferente, sino unidad entre semejantes. Todo eso es don de Dios Padre, por medio de Cristo Señor, en el Espíritu Santo. En este contexto, el apóstol imagina la Iglesia como un gran edificio, un templo santo, la «morada de Dios».
Los «cimientos» de este edificio, en el que están todos y viven como «conciudadanos dentro del pueblo de Dios», como «familia de Dios», son los apóstoles y los profetas.
Sin embargo, la «piedra angular» es Cristo Jesús: él es la clave de bóveda que consolida el conjunto, y en él todo el edificio encuentra su trabazón y puede crecer de una manera ordenada.
Desde esta perspectiva cristológica, la doctrina eclesiológica de Pablo asume una claridad absolutamente particular. En ella la presencia, el papel y el ministerio de los apóstoles resaltan con toda su importancia. La Iglesia de Cristo es, por consiguiente, una, santa, católica y apostólica, y lo es en el sentido de que, en ella, los apóstoles, por voluntad de Dios y por elección histórica de Jesús, constituyen el fundamento de la comunidad de los creyentes.
Evangelio: Juan 20,24-29
24 Tomás, uno del grupo de los Doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús.
25 Le dijeron, pues, los demás discípulos: -Hemos visto al Señor.
Tomás les contestó: -Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré.
26 Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: -La paz esté con vosotros.
27 Después dijo a Tomás: -Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente.
28 Tomás contestó: -¡Señor mío y Dios mío!
29 Jesús le dijo: -¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto.
*» Se ha afirmado con razón que, para nuestra fe, tal vez haya sido más importante la incredulidad de Tomás que la creencia de los otros apóstoles. Resulta paradójico, ¡pero es verdad!
Debemos considerar como cierto que si Tomás hubiera estado con los otros discípulos en el momento de la primera aparición de Jesús, es posible que no hubiera sucumbido en una crisis de fe. Sin embargo, al mismo tiempo, con este recuerdo, el evangelista Juan abre ante nosotros una nueva pista para llegar a la experiencia liberadora de la fe en Jesús resucitado. En efecto, cuando Jesús se aparece a sus discípulos por segunda vez, se dirige directamente a Tomás y le pide que realice el camino de búsqueda y de descubrimiento que antes habían realizado sus «colegas». Esta vez, Tomás se vuelve disponible y se vuelve dócil al mandamiento del Señor y llega a un acto de fe límpido y transparente: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28).
Jesús pronuncia la bienaventuranza que sigue (v. 29), no tanto por Tomás como por nosotros: la situación histórica cambia por completo, pero el itinerario es siempre el mismo. Llegamos a la fe mediante un acto de
abandono total en Jesús muerto y resucitado.
MEDITATIO
El suceso acontecido a Tomás centra por completo nuestra atención, por el simple motivo de que esta página evangélica termina con una «bienaventuranza» que nos concierne personalmente a todos: «Dichosos los que creen sin haber visto».
A buen seguro, hablando humanamente, el acto de fe, para ser razonable -digo «razonable», no «racional»-, necesita algunos signos, y Tomás está dispuesto a pedirlos explícitamente. Desde este punto de vista, tal vez la suya no pueda ser definida como una crisis de fe, sino más bien como una apasionada y sufrida búsqueda de un acto de fe que sea, al mismo tiempo, respetuoso con el hombre y devoto con Dios. Y cuando al final Tomás accede al acto de fe, el apóstol se abandona por completo a Aquel que se ha manifestado claramente. Por consiguiente, no había en él ningún prejuicio o incertidumbre: se trataba sólo de cerciorarse del hecho histórico de la resurrección de Jesús con un método experimental, el único que está al alcance de todos, incluso de los más sencillos. Ver para creer fue la exigencia del apóstol Tomás. Ver, tocar y palpar fue el itinerario que recorrió para reconocer la plena identidad entre el Señor resucitado y Jesús de Nazaret. Creer sin ver, sin tocar, sin palpar, es la situación en la que nosotros nos encontramos, nuestra bienaventuranza.
ORATIO
«Vamos también nosotros a morir con él.»
«Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?»
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos... no creeré.»
«¡Señor mío y Dios mío!» «¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto».
CONTEMPLATIO
De la incredulidad al éxtasis: éste es el camino de Tomás y, también, el de esa parte de nosotros que todavía no se rinde a la resurrección y a lo invisible. Tomás quiere garantías porque ha comprendido algo: si Jesús está vivo, su vida cambia. Si Jesús está vivo, entonces el Evangelio es verdadero. Y el Evangelio toma toda la vida. Y Jesús no le hace ningún reproche, sino que le dice: «Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado», porque no es un fantasma. No es una proyección de mis deseos, no es un fruto imaginario de mi corazón, no es el hijo de una ilusión. Hay un agujero en sus manos, donde puede entrar el dedo de Tomás; hay una lanzada, en la que puede entrar una mano. Y le doy las gracias a Tomás porque también yo necesito que Jesús no sea un fantasma. Y en la mano de Tomás están todas nuestras manos. Las de los que creemos sin haber tocado porque otros lo han hecho. Lo dice Juan con orgullo: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, [...] lo que hemos visto y oído os lo anunciamos» (1 Jn 1,1-2).
Fe de manos que ha atravesado el corazón. Tomás no busca el camino para creer en ningún signo de poder, sino simplemente en las llagas: el agujero de las manos, el costado abierto, imágenes embriagadoras del amor de Dios. Y con Tomás empieza l a historia de los enamorados de las heridas de Cristo, como Francisco de Asís o Catalina de Siena u otros más cercanos a nosotros (Ermes M. Ronchi).
ACTIO
Repite y medita durante el día estas palabras de fe: «¡Señor mío y Dios mío!».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Es uno de los principales capítulos de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y enseñado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios y que, por tanto, nadie puede ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado en Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios, que a ellos se revela, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe.
Está,
por consiguiente, en total acuerdo con la índole de la fe el excluir cualquier
género de imposición por parte de los hombres en materia religiosa. Por
consiguiente, un régimen de libertad religiosa contribuye no poco a favorecer
ese estado de cosas en el que los hombres puedan ser invitados fácilmente a la
fe cristiana, a abrazarla por su propia determinación y a profesarla activamente
en toda la ordenación de la vida (Concilio Vaticano II, Dignitatis húmame,
10).
Santa María Goretti (6 de julio)
María Goretti nació en Corinaldo (Italia), hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, el 16 de octubre de 1890. Fue bautizada el 17 de octubre en la iglesia de San Francisco, en Corinaldo, y recibió los nombres de María y Teresa. El 1 2 de diciembre de 1896, la familia Goretti se trasladó desde Corinaldo a Colle Granturco, en las proximidades de Paliano, y, más tarde, en febrero de 1 899, a Le Ferriere di Conca, en la Caseína Antica, hoy Borgo Montello (Latina).
Fue agredida y herida de muerte por Alessandro Serenelli el 5 de julio de 1902, a las tres y media de la tarde. Murió y fue sepultada en Nettuno, o la edad de once años, el 6 de julio de 1902, a las tres y medio de la tarde. El proceso informativo fue iniciado en Abano el 31 de mayo de 1935. Pío XII reconoció la autenticidad del martirio de María el 25 de marzo de 1945. La declaró beata el 27 de abril de 1947, y santa, el 24 de junio de 1950.
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 1,26-29; 2,14
1,26 Y si no, hermanos, considerad quiénes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.
27 Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes;
28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo.
29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios.
2,14 El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas.
**• La primera carta dirigida por Pablo a los cristianos de Corinto se abre con una exhortación destinada a recomponer en la unidad las divisiones que marcan aquella comunidad (1 Cor 1,10-16), originadas por la contraposición de grupos que se jactan, respectivamente, de este o de aquel evangelizador. El apóstol les recuerda a todos que la salvación no procede de los méritos ni en virtud de las capacidades personales de cada uno, sino únicamente gracias a Jesucristo {cf. 1,17ss), el cual ha redimido a todos muriendo en la cruz, patíbulo infamante por antonomasia. Carece, por consiguiente, de sentido que los cristianos, seguidores del Crucificado, busquen gratificaciones y complacencias en la sabiduría y en el poder humanos. Por lo demás, una mirada a la historia personal de los corintios les hará comprender el paradójico, aunque coherente, obrar de Dios: precisamente ellos, que no podían reivindicar títulos ni por sabiduría, ni por poder, ni por nobles nacimientos, han sido llamados por el Señor a fin de ser sus discípulos.
Precisamente gracias a esos a quienes la mentalidad humana juzga despreciables e ineptos, manifiesta Dios de modo inequívoco su señorío, su grandeza.
Se lleva a cabo, por tanto, una inversión: lo que aparentemente tiene consistencia se muestra vano; lo que parece carecer de valor se convierte en instrumento de la revelación de Dios (1,26-28). En consecuencia, es absurdo atreverse a jactarse de cualquier cosa ante Dios (v. 29). Se trata, a buen seguro, de una lógica incomprensible y hasta loca para quien vive animado por criterios meramente humanos; sin embargo, es profundamente sabia para aquellos que reciben el Espíritu de Dios y se dejan iluminar por él (2,14).
Evangelio: Juan 12,23-25
12 En aquellos tiempos,
23 Jesús dijo a sus discípulos: -Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
24 Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.
25 Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferré excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.
*»- El contexto inmediato del pasaje joáneo es la petición que algunos griegos presentes en Jerusalén con ocasión de la Pascua le habían hecho a Felipe: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,20ss). Esta petición, presentada al Maestro de Galilea por Felipe y Andrés (los apóstoles de nombre griego), hace comprender a Jesús que ha llegado la «hora» decisiva (v. 23), el momento de la manifestación definitiva del amor del Padre, que quiere que todos los hombres -no sólo los israelitas- se salven (cf. Hch 10,34ss; 1 Tim 2,3ss).
La conciencia de la vida abundante para cada criatura, una vida que brota de su libre obediencia al proyecto salvífico del Padre, Jesús la expresa mediante la comparación con el «grano de trigo» (v. 24). Del mismo modo que un grano sembrado en tierra, al morir, da origen a los muchos granos de la espiga, así Jesús, al morir en la cruz, engendra a la comunión con el Padre a todos los que creen en él. En comunión con Jesús, también los discípulos participarán del fruto sobreabundante de la muerte del Maestro, experimentando la paradoja de la multiplicación de la vida que se les da (cf. Jn 15,1-5).
En el v. 25, se declara en términos antitéticos (vive preocupado / no se aferré excesivamente; la perderá / la conservará) la suerte que sigue a la elección que todo discípulo está invitado a realizar: retener la vida para sí mismo, y en este caso nos enseña la experiencia que ésta se vacía, se envilece; o entregar la vida a ejemplo del Maestro, abriéndose a los demás en el amor, y entonces se vuelve fecunda y la recibimos enriquecida. A la humillación de la muerte le corresponde la exaltación de la glorificación (cf. Jn 12,26). El evangelista nos guía a comprender que la «hora» de la pasión-muerte-resurrección es el momento en el que los dos movimientos encuentran su síntesis eficaz: en Jesús crucificado aparece la gloria de Dios y se revela la fecundidad de su don: amor hasta el final (cf. Jn 13,lss; 17,lss).
MEDITATIO
En la historia de María Goretti resplandecen los textos bíblicos con una actualidad luminosa e iluminadora. María nació en el seno de una familia convencida de que la vida, aunque sea pobre y dura, es un don de Dios.
Día tras día, en medio de la humilde fe de los puros y de los sencillos, fue creciendo en ella una convicción. La respuesta más bella a la «vida como don» es vivirla como entrega a Dios y a aquellos a quienes Dios pone en nuestro camino. Con una peculiaridad esencial: el secreto de la entrega a los otros en plenitud está en dejar a Dios la posibilidad de «hacernos»- «recrearnos» como don. El «Don» por excelencia, en la tradición de la Iglesia, es el Espíritu Santo. María Goretti, de manera análoga a María de Nazaret, se dejó h a b i t a r por el Don y apareció como entrega.
La belleza interior de María Goretti se ha revelado en su testimonio de virgen y mártir. La gracia del Espíritu y la belleza de la santidad de Dios se expresan asimismo como inocencia respecto al mal y al pecado. De ahí que María Goretti prefiriera permanecer en la amistad con Dios, aun a costa de su propia vida. La confiada invocación a él como Padre, único aliado y refugio frente a la ciega violencia de los hombres, es el grito de la genuina fe bíblica. La convicción profunda de que el mal, en apariencia señor del mundo, no conseguirá la victoria definitiva sobre el bien es, en María Goretti, una visión clara de la historia de la salvación.
Estos pensamientos pueden parecer una reflexión piadosa. La fe y la fidelidad de María Goretti van, no obstante, mucho más allá. Iluminan no sólo su presente y su futuro de víctima sacrificial; le sugieren que la misericordia de Dios tiene siempre una última palabra que decir tanto al primero como al último de los hijos de Caín: que su sangre, unida misteriosamente a la sangre de Dios, recaiga como invitación a la conversión sobre el agresor. La víctima inocente y el verdugo arrepentido, juntos en el Reino.
En síntesis: también en nuestros días la Palabra de Jesús es espíritu y vida. El grano de trigo, al morir, da la vida. María Goretti es símbolo y garantía, aun en nuestros días, de la presencia de Cristo, salvador y redentor.
Le siguió por gracia, y por gracia fue su testigo fiel, en la plenitud del misterio pascual de muerte y de resurrección.
ORATIO
Niña de Dios, tú que conociste pronto la dureza y la fatiga y las breves alegrías de la vida, tú que fuiste pobre y huérfana, tú que amaste al prójimo incansablemente haciéndote sierva humilde y atenta, tú que fuiste buena sin enorgullecerse, que amaste el amor sobre cualquier otra cosa, tú que derramaste la sangre para no traicionar al Señor, tú que perdonaste a tu asesino, deseándole el paraíso, intercede por nosotros junto al Padre, a fin de que digamos «sí» al designio de Dios sobre nosotros.
Tú que eres amiga de Dios y le ves cara a cara, obtennos de él la gracia del testimonio evangélico, siempre y por doquier. Te agradecemos, Marietta, el amor a Dios y a los hermanos que sembraste en nuestro corazón (de la oración de Juan Pablo II).
CONTEMPLATIO
María Goretti no es «la santa de los cinco minutos». Lo fue durante toda su vida, breve, escondida y silenciosa, encerrada en el lapso de poco menos de doce años. Fue la suya una vida preciosa por estar modelada sobre la de Jesús, en el misterioso retiro de Nazaret.
Doce años de vida familiar acompasados por la oración y por el trabajo, y ofrecidos con la transparencia de las virtudes evangélicas, transfiguradas plenamente en la hora del martirio.
De ello son testigo sus palabras, nacidas de la vida cotidiana, fragantes de mansedumbre y de humildad del corazón. Palabras florecidas en sus labios, conservadas y referidas con admiración por quienes la vieron crecer, en la escuela del Espíritu Santo. Citemos algunas de sus expresiones, recordadas en el proceso de canonización.
A la muerte de su padre: «Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!». «Mamá, no te preocupes; Dios no nos abandonará». Y para animar a su madre: «Ahora pensaré yo en llevar adelante la casa». «Mamá, ¿cuándo recibiré la comunión?». A su hermana Teresa: «Teresa, ¿cuándo volveremos a recibir a Jesús?». A Alejandro: «Pero ¿qué haces, Alejandro? Dios no está contento, vas a ir al infierno».
Apenas salida del quirófano, le susurra a su madre: «Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas? ¿Estarás aquí esta noche?». A María la devora la sed y le pide a su madre: «Mamá, dame una gota de agua». El capellán del hospital la asiste paternalmente y, en el momento de darle la sagrada comunión, la interroga: «María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino?». Ella, reprimiendo una instintiva repulsión, le responde: «Sí, le perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios le perdone, porque yo ya le he perdonado».
ACTIO
Repite y medita durante el día estas palabras: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey» (Le 23,42).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El símbolo más distintivo de la espiritualidad gorettiana es, ciertamente, el buen gobierno de la casa [...]. La enseñanza es evidente: el camino de la santidad es posible realizarlo en familia, en el servicio humilde y puntual, en la oración y en el respeto: un camino hacia Dios encontrado en la vida diaria. La «espiritualidad de la casa» nos recuerda la vida de la sagrada familia de Nazaret, y Marietta se convierte en imagen de este mensaje para nuestro tiempo.
Santa
María Goretti nos deja precisamente como recuerdo de su paso por la tierra tres
casas. En Corinaldo está su casa natal, en Le Ferriere, la casa del martirio:
dos lugares que hablan por sí solos y que se han convertido ahora en centros de
oración y de meditación. Falta en la lista la casa de Paliano. Es el eslabón que
falta en esta tríada gorettiana. María Goretti vivió tres años en la casa de
Paliano. Allí encontró a Alessandro Serenelli, su futuro agresor, y a los padres
pasionistas, beneméritos en el reconocimiento de la santidad de María (G.
Alberti, Abaría Goretti, Roma 2000, p. 263).
Benito (Nursia, c. 480 - Montecassino, c. 547) fue el «fundador» del monacato occidental. Cautivado e impulsado por el Espíritu, abrazó en su edad juvenil un período de absoluta soledad en una cueva de Subiaco; su fama le atrajo algunos discípulos, para los que organizó la vida cenobítica. Primero, en pequeños monasterios y, después, en el célebre cenobio de Montecassino.
Su Regla reasume sabiamente la tradición monástica oriental y la adapta con discreción al mundo latino. Esta «escuela de servicio al Señor» se construye en torno a la lectura amorosa de la Palabra de Dios [lectio divina), a la liturgia de alabanza desarrollada de manera coral y al trabajo realizado en un clima de caridad fraterna, de humilde y obediente servicio.
LECTIO
Primera lectura: Proverbios 2,1-9
1 Hijo mío, si acoges mis palabras y almacenas mis mandatos,
2 prestando atención a la sabiduría y abriendo tu mente a la prudencia;
3 si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia,
4 si la buscas como al dinero y la desentierras como un tesoro,
5 entonces comprenderás el temor del Señor y hallarás el conocimiento de Dios.
6 Porque el Señor concede la sabiduría y de su boca brotan saber y prudencia.
7 Él almacena sensatez para el hombre recto, es escudo para el de conducta cabal.
8 Cuida las sendas del derecho y guarda el camino de los fieles.
9 Entonces comprenderás el derecho, la justicia y la rectitud, todos los caminos del bien.
**• El texto bíblico presenta una lista de instrucciones dirigidas por un padre a su hijo a fin de exhortarle a adquirir ese bien precioso que es la sabiduría. Sólo una búsqueda apasionada de ésta permite establecer una recta relación con YHWH {«el temor del Señor»), que proporciona la sabiduría y protege al sabio.
A estas palabras hacen eco las del prólogo de la Regla benedictina, que empieza precisamente así: «Escucha, hijo, los preceptos del Maestro e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso...». Acoger la Palabra de Dios es, por consiguiente, el camino seguro para configurarse con Cristo, Sabiduría del Padre.
Evangelio: Juan 15,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.
2 El Padre corta todos los sarmientos unidos a mí que no dan fruto y poda los que dan fruto, para que den más fruto.
3 Vosotros ya estáis limpios, gracias a las palabras que os he comunicado.
4 Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo, sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros, si no estáis unidos a mí.
5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada.
6 El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados.
7 Si permanecéis unidos a mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo tendréis.
8 Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia, y os manifestáis así como discípulos míos.
*•• Jesús, que quiere explicar a sus discípulos la relación vital con la que están ligados a él, emplea una imagen muy entrañable para todo israelita: la vid, planta familiar para todos y bien conocida por los cuidados que requiere del agricultor. De este modo, Jesús se autorrevela como «la vid verdadera», de la que «el Padre es el viñador» (v. 1). Sólo permaneciendo unidos a él da fruto todo sarmiento; sin esta unión, se seca y es destinado a ser consumido por el fuego (cf. v. 6).
La insistencia con la que se usa el verbo «permanecer» subraya que se trata de un vínculo imprescindible: sólo quien «permanece», vive y se vuelve fecundo; quien se separa, muere. La condición requerida para esta fecundidad es acoger y realizar la Palabra de Jesús; los frutos esperados son las obras buenas que glorifican al Padre.
MEDITATIO
Los pastores que, guiados por el Espíritu, tropiezan con el joven Benito -que ya ha pasado largos años en una austera soledad- encuentran en él a un hombre «nuevo», renacido del silencio y de la profunda escucha de la Palabra, capaz de convertirse ahora en guía de otros buscadores de Dios.
En los textos propuestos por la liturgia encontramos los elementos característicos, más aún, fundadores, de la espiritualidad que ha animado a las comunidades monásticas engendradas por Benito. Antes que nada, la búsqueda apasionada de Dios, que se revela al corazón dispuesto a escuchar y custodiar la Palabra. De este modo se llega a conocer a Jesús como la verdadera Sabiduría del Padre, como el verdadero y único tesoro al que nada se debe anteponer. Sólo permaneciendo unidos a él de manera estable podremos llegar a ser verdaderamente sus discípulos y dar fruto. La belleza y la fecundidad de la vida cristiana se pueden desplegar así en oración de alabanza y de intercesión, en paz laboriosa que se convierte en generosa hospitalidad con los hermanos y da testimonio de la alegría de cuantos viven juntos en el amor, sin preferir nada a Cristo.
ORATIO
Aquí estamos, oh Dios, con el oído del corazón arrimado a tu corazón a fin de asentir a todas tus palabras como hijos que se sienten amados por su Padre bueno y quieren corresponder a su amor. Aquí estamos, como te decimos, pero tú ves cuan inestables nos mostramos aún en la fe y cuan frágiles en la caridad. Haz que los unos seamos para los otros signo y sacramento de tu mansedumbre y de tu bondad, a fin de dar testimonio a este mundo, dividido portantes odios y discordias, de la dulce fuente de alegría que supone amarse como hijos del único Padre, servirse y honrarse mutuamente en tu santo Nombre. Amén.
CONTEMPLATIO
Y el Señor, que busca su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige esta llamada, dice de nuevo: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?» (Sal 33,13). Si tú, al oírlo, respondes «yo», Dios te dice: «Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela» (Sal 33,14-15). Y si hacéis esto, pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras preces, y antes de que me invoquéis os diré: «Aquí estoy». ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor, que nos invita? Ved cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida. Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su Reino a Aquel que nos llamó (Benito, Regla, prólogo 14-21).
ACTIO
Repite y medita frecuentemente durante el día esta frase de san Benito: «No anteponer nada al amor de Cristo» (Benito, Regla, 4,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La Iglesia y el mundo, por diferentes pero convergentes razones, tienen necesidad de que san Benito salga de la comunidad eclesial y social y se rodee de su recinto de soledad y de silencio, y desde allí nos haga escuchar el encantador acento de su sosegada oración, desde allí casi nos alabe y nos llame a sus umbrales claustrales, para ofrecernos el cuadro de un taller del «divino servicio», de una pequeña sociedad ideal, donde finalmente reina el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de las cosas y el arte de usarlas bien, la preponderancia del espíritu, de la paz; en una palabra, el Evangelio. Que vuelva san Benito para ayudarnos a recuperar la vida personal,; esa vida personal de la que hoy tenemos tanto ansia y afán, y que el desarrollo de la vida moderna, a la que se debe el deseo exasperado de ser nosotros mismos, sofoca al mismo tiempo que lo despierta, decepciona al mismo tiempo que lo hace consciente.
Corría
el hombre en un tiempo, en los siglos remotos, al silencio del claustro, como
corría a ellos Benito de Nursia, para encontrarse a sí mismo. Hoy no es la
carencia de la convivencia social lo que impulsa al mismo refugio, sino la
exuberancia. La excitación, el estruendo, el carácter febril, la exterioridad,
la multitud, amenazan la interioridad del hombre; le falta el silencio con su
genuino palabra interior, le falta el orden, le falta la oración, le falta la
paz, le falta él mismo. Para volver a tener el dominio y el gozo espiritual de
nosotros mismos, tenemos necesidad de volver a asomarnos al claustro
benedictino. Y una vez recuperado el hombre para sí mismo en la vida monástica,
está recuperado para la Iglesia. El monje tiene un sitio escogido en el cuerpo
místico de Cristo, una función preparada y urgente como nunca (Pablo VI,
alocución del 24 de octubre de 1964, en AAS 56 [1964] 983-989,
passim).
San Camilo de Lellis (14 de julio)
Camilo de Lellis nació en Bucchianico (Chieti) el 25 de mayo de 1550. Tras una juventud distraída y disipada, transcurrida como soldado de fortuna, tuvo a los 25 años una fuerte experiencia espiritual que le condujo a cambiar radicalmente de vida. Entró en dos ocasiones en el noviciado de los capuchinos, pero fue despedido a causa de una llaga que tenía en el pie derecho, que le acompañó durante toda su vida.
La experiencia que vivió en el hospital de «Santiago de los Incurables», en Roma, le abrió al conocimiento del mundo del sufrimiento y le hizo comprender que el Señor le quería al servicio de los enfermos. Fundó la orden de los Ministros de los Enfermos, conocidos popularmente como los «camilos», dedicada por un voto especial al servicio de los enfermos.
Benedicto XIV le definió como el iniciador de una «nueva escuela de caridad», y la historia de la asistencia sanitaria le reconoce como un reformador válido. Murió en Roma el 14 de julio de 1614.
LECTIO
Primera lectura: Isaías 58,6-10
Así dice el Señor:
6 El ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las tiranías,
7 que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo, que proporciones vestido al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes.
8 Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán enseguida; tu recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor.
9 Entonces clamarás y te responderá el Señor, pedirás auxilio y te dirá: «Aquí estoy». Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo
y de levantar calumnias,
10 si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía.
**• En claro contraste con la práctica de sus contemporáneos, el profeta Isaías afirma que el verdadero ayuno es el que conduce a un cambio interior, promoviendo la sensibilidad y el amor al prójimo, sobre todo a los pobres y a los enfermos.
La práctica de obras de caridad contiene una doble acción terapéutica. Por una parte, enciende una luz en el interior del individuo, ayudándole a comprender el sentido de la vida, a discernir los valores auténticos que favorecen el propio crecimiento y el de los otros, y, por otra, se cicatrizan las heridas presentes en el individuo, causadas por el egoísmo, la indiferencia y la violencia.
Esa acción terapéutica desemboca en una relación con Dios caracterizada por una dimensión dialógica rica de afecto.
Evangelio: Mateo 25,31-40
31 Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria.
32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
33 y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro.
34 Entonces el rey dirá a los de un lado: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis;
36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme».
37 Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber?
38 ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos?
39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?».
40 Y el rey les responderá: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».
*»• La grandiosa escena del «juicio universal» encierra una síntesis de todo el Evangelio y de sus exigencias. Los hombres serán juzgados según el amor. Amor a Dios, a quien encontramos en el prójimo, sobre todo en esa franja del mismo en la que aparecen de una manera más visible los signos de la fragilidad humana: pobreza, marginación, enfermedad...
Jesús reitera todo lo que ha proclamado constantemente a lo largo de su ministerio: toda persona humana es imagen de Dios, hermano y hermana de Cristo. Todos los actos de amor auténtico hacia los pequeños, hacia los pobres, hacia los enfermos..., en el ejercicio de las llamadas «obras de misericordia», están dirigidos a la persona misma del Señor. Quien los realiza crece en el conocimiento de Dios. En efecto, sólo quien ama puede conocer al Señor, que es amor.
MEDITATIO
La vida de Camilo fue una interpretación original de esta frase evangélica: «Estaba enfermo, y me visitasteis». El servicio que Camilo, guiado por la fe, prestó a los enfermos se fue transformando progresivamente en un relato admirable del amor del Dios de la ternura y la compasión.
La competencia y el amor se unen de manera armoniosa en los proyectos de asistencia sanitaria y pastoral organizados por Camilo. «Más corazón en esas manos», acostumbraba a decir a los enfermeros, indicando con ello que a la necesaria técnica debía ir unido un cálido sentido de humanidad. En la curación y en el acompañamiento espiritual de los enfermos, Camilo se dejó guiar por una visión de fe que transforma a la persona enferma en sacramento de la presencia de Cristo. Ve reabiertas y dolorosas, en los que sufren, las llagas de su Señor crucificado.
Escribe su primer biógrafo, contemporáneo suyo, que el santo consideraba «tan vivamente a la persona de Cristo en ellos que a menudo, cuando les daba de comer [...], se mostraba tan reverente en su presencia como si estuviera precisamente en presencia del Señor, alimentándoles muchas veces descubierto y arrodillado.
En esta visión, el hospital se vuelve para Camilo el lugar del encuentro con su Señor. Pierde el aspecto repugnante para convertirse en su viña, en su jardín bien oliente, en su nido. «Su testimonio es todavía hoy una llamada a amar a Cristo, presente en los hermanos que soportan la pesada carga de la enfermedad» (Juan Pablo II, Mensaje a la orden camiliana en el 450° aniversario del nacimiento de san Camilo, Roma 2000).
ORATIO
Señor, entre los caminos que me llevan a tu encuentro está el del amor a mis hermanos que viven la difícil estación del sufrimiento. Se trata de un camino privilegiado, recorrido por tu Hijo Jesús, divino samaritano de las almas y de los cuerpos. No siempre respondo a las llamadas que me diriges a través del vecino de mi casa que sufre de soledad, del anciano que ha perdido su autonomía, del enfermo del hospital que se encuentra en mi barrio.
Hazme cada vez más consciente de que mi servicio al que sufre puede transformarse en contemplación de tu rostro, de que el encuentro con el sufrimiento del otro puede liberar el amor presente en mi corazón, de que la generosidad con los hermanos y las hermanas que sufren es fuente de curación de las heridas de mi corazón y de mi espíritu, iluminación de mi mente, ocasión para hacerme más humano y estar más cerca de ti.
CONTEMPLATIO
«No me atrevo a hablar del afecto con que servía a los pobres de Sancti Spiritus, porque sería querer dar luz al sol, pero no puedo dejar de admirarme, ni apartar de mi entendimiento que, cuando se ponía a servir un enfermo, asemejaba a una gallina sobre sus pollitos o a una amorosa madre dando vueltas al lecho de un hijo enfermo, porque como si no hubiera satisfecho a su afecto con el empleo de los brazos, y las manos, le veían continuamente encorvado, pegado al mismo enfermo, como deseando con el corazón, con el aliento, con el espíritu darle aquel refrigerio y ayuda de necesitaba. Y primero que se apartaba de la cama, le hacía cien caricias, mullíale la almohada, componíale el tocador en la cabeza, ajustaba las sábanas y frazadas, aplicábale la ropa, cubríale los pies, abrigábale los lados, sin saberse apartar de él, como si fuera tirado por una oculta piedra imán, no parece hallaba el camino de dejarle, volvía una y otra vez a acomodar la cama, preguntando si estaba bien, si había menester algo, exhortábales a la paciencia, decíales muchas cosas tocantes a su salvación. No sé cómo mejor pueda representar la ternura, y afecto de nuestro padre Camilo con sus pobres, que afirmando que excedía al de una madre muy piadosa con hijo único, que le estuviese gravemente enfermo, y el que no conocía a nuestro padre, no juzgara que había ido al hospital a servir indiferentemente a todos los enfermos, mas a aquél solo que tenía delante, y que aquél era únicamente su amado, y serle de gran interés la vida de aquel pobrecito (S. Cicateli, Vida del padre Camilo de Lellis, Religiosos Camilos, Madrid 1988, p. 308).
ACTIO
Repite y medita frecuentemente durante el día: «Estaba enfermo, y me visitasteis» (Mt 25,36).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Los diez mandamientos (no escritos) de Camilo de Lellis: Yo soy el enfermo, tu dueño y señor:
1. Honrarás la dignidad y la sacralidad de mi persono, imagen de Cristo.
2. Me servirás, como madre afectuosa y tiernísima, con todo el corazón, con toda la inteligencia, con toda la fantasía, con todas las fuerzas y con todo tu tiempo.
3. Acuérdate de olvidarte de ti mismo.
4. No menciones el nombre de la caridad en vano. Hablarás preferentemente con los pies, con las rodillas y, sobre todo, con las manos.
5. No cometerás distracciones.
6. No matarás mi esperanza con la prisa, con la chapuza, la falta de preparación, la indelicadeza, la irritación, la impaciencia.
7. Me considerarás como un todo. Y te darás totalmente en lo que haces. Por eso no me encerrarás en una ficha clínica y no te esconderás detrás de tu función profesional.
8. No profanarás tu corazón con el pensamiento del dinero.
9. Desea vivamente mi curación. Métete bien en la cabeza que he entrado en el hospital para salir sano, lo más pronto posible.
10. No vacilarás en suprimir mi carga, en posesionarte de mi sufrimiento. Cuando no puedas quitarme el dolor, al menos compártelo.
Y
cuando hayas hecho todo lo que tienes que hacer, cuando hayas sido lo que debes
ser, cuando no te hayas echado atrás ante ninguna ocupación fastidiosa y ninguna
tarea repugnante..., no te olvides de darme gracias (A. Pronzato, Todo
corazón para los enfermos. Camilo de Lellis, Sal Terrae, Santander 2000, p.
407).
San Buenaventura (15 de julio)
Buenaventura nació en Bagnoregio, en el Lazio, entre 1217 y 1221. Siendo niño, fue curado por san Francisco de una grave enfermedad. Estudió en la Universidad de París, donde enseñó más tarde. Allí encontró a los frailes menores, y en 1243 entró en la orden. Convertido en ministro general, la dirigió durante diecisiete años con sabiduría y equilibrio, en medio de fuertes tensiones. Además de una biografía de san Francisco, escribió muchas obras de teología y de mística, armonizando de una manera profunda la ciencia con la fe. Estas obras le merecieron el título de «doctor seráfico». Tras ser nombrado cardenal y obispo de Albano, contribuyó al acercamiento entre latinos y griegos en el segundo Concilio Ecuménico de Lyon, durante cuya celebración murió, el 15 de julio de 1274.
LECTIO
Primera lectura: Eclesiástico 15,1-6
1 Así hace el que teme al Señor, y el que abraza la ley alcanza la sabiduría.
2 Ella le saldrá al encuentro como una madre, y lo recibirá como una esposa virgen.
3 Lo alimentará con pan de prudencia, le dará a beber agua de sabiduría.
4 Si se apoya en ella no vacilará, si se abraza a ella no quedará avergonzado;
5 ella lo exaltará sobre sus compañeros, y en medio de la asamblea lo llenará de elocuencia.
6 En ella encontrará dicha y corona de alegría, y recibirá en herencia un nombre eterno.
**• El Sirácida se ocupa aquí del tema de la búsqueda y conquista de la sabiduría. La actitud que se requiere para obtenerla es el temor del Señor, concebido como fe, como fidelidad a la Tora (v. 1). Ésta, mucho más que una ley, es la misma revelación de Dios a su pueblo.
A la sabiduría se le aplican las categorías matrimoniales que usan los profetas para hablar de la relación entre Dios e Israel: además de «madre», es «esposa», compañera de vida (v. 2; cf. Sab 8,2.9). No traiciona nunca y sale continuamente al encuentro de los hombres (cf. Sab 6,16), aunque, en realidad, quien la desea no debe cesar de buscarla nunca (cf. 6,27). No le defraudará en sus expectativas y en su confianza, sino que será para él alimento (v. 3) y apoyo (v. 4), le dará autoridad y supremacía (v. 5; cf. Sab 8,10-12.14ss) y le permitirá gozar siempre de sus frutos: nombre eterno (cf. Sab 8,13), contento y alegría, sentimiento importante este último para Ben Sirá, que presenta una concepción serena y optimista de la vida (v. 6; cf. 1,10; 4,12; 6,28).
Evangelio: Mateo 5,13-16
En aquel tiempo dijo Jesús:
13 Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.
14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.
15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.
16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos.
**• Los discípulos que acogen la lógica del sermón del monte, en cuyo interior sitúa Mateo los dos logia de Jesús, se convierten en sal y luz del mundo. La sal, que da sabor a los alimentos (cf. Job 6,6) y los preserva de la corrupción (cf. Bar 6,27), es comparada en la tradición judía con la Tora, que funda la alianza perenne capaz de conservar y dar sabor a la vida en la relación con Dios (cf. Nm 18,19; Lv 2,13; 2 Cro 13,5). También la luz recuerda a la Ley, que Isaías ve iluminar con su esplendor a los pueblos que concurren a Jerusalén (cf. Is 2,2-5; 60,1-3).
Jesús aplica estas imágenes a la vida de los discípulos, que, si es auténtica y se adhiere a él, sabiduría de Dios (1 Cor 1,24) y luz del mundo (Job 8,12), se vuelve proclamación eficaz del Evangelio (v. 16). Como él ha revelado a Dios que es luz (cf. 1 Jn 1,5), así también ellos están llamados a hacer manifiesta la bondad del Padre, so pena de incurrir en la más completa inutilidad si esconden su propio testimonio en el oportunismo.
MEDITATIO
Dios, luz inaccesible, nos sale continuamente al encuentro y desea revelarse a nosotros. Nos alcanza en lo concreto de nuestra historia en Jesús, fuente de una existencia luminosa y fecunda. Como cristianos, hemos sido llamados a comunicar a los que se nos acercan y a toda la humanidad el sentido y el gusto que asume la vida en relación con él y a hacer visible la fuerza transformadora del Evangelio. De este modo, nos volvemos profetas, punto de referencia, imagen evidente de la posibilidad de vivir el amor nuevo, el que Jesús nos enseñó e hizo conocer.
El Señor nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo». Se trata de la declaración de una identidad, y nosotros la creemos por su palabra, aunque a menudo nos parezca que la contradice la experiencia de nuestra poquedad y nos resulte fácil ceder a la desconfianza frente a nuestra realidad, que se presenta oscura e insignificante.
Estas dos afirmaciones de Jesús nos revelan lo que somos, pero, al mismo tiempo, constituyen la indicación de un camino que debemos recorrer, de un testimonio que se acredita y se renueva a lo largo del curso de toda nuestra vida. Buenaventura fue un maestro en esto, trazando un itinerario a través del cual se nos ayuda a caminar hacia Dios, y lo hizo con la autoridad de quien no sólo ha indagado y discutido, sino también probado y experimentado.
Se situó delante de todo con una mirada sapiencial, capaz de captar toda criatura como parte de un único canto armonioso que manifiesta a Dios y en el que también las realidades aparentemente distantes entre sí encuentran su unidad en una profundidad diferente. Supo reconocerlas como expresión de una luz no originariamente propia, sino recogida, recibida y reflejada, y así comprendió plenamente su valor.
ORATIO
«Yo soy la vid verdadera» (Jn 15,1). ¡Oh Jesús, vid benigna, ven! ¡Oh Señor Jesucristo, árbol de la vida situado en el centro del paraíso, tus hojas son medicinales, tus frutos son para la vida eterna! ¡Oh flor y fruto bendito de la bendita rama -que es la purísima Virgen María-, sin ti nadie es sabio, porque tú eres la sabiduría del Padre eterno. Dígnate alimentar con el pan del intelecto y con el agua de la sabiduría mi débil y árida mente. Abre, oh llave de David, y se me entreabrirán las oscuridades.
Irrígame, oh luz verdadera, y se despejarán mis tinieblas. Manifestándote e ilustrándote en ti mismo, por medio de mí, concédenos, a mí, que hablo, y a los que me oyen, poseer la vida eterna. Así sea (Buenaventura de Bagnoregio, Opusculi mistici, Milán 1956, p. 259).
CONTEMPLATIO
La soberana sabiduría está escrita en el libro de la vida, que es Jesucristo, en quien Dios Padre escondió todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Por eso, el Unigénito de Dios como Verbo increado es el libro de la sabiduría, es la luz de la mente del sumo Artista, llena de razones vivas y eternas; como Verbo inspirado, ilumina los intelectos de los ángeles y de los santos; como Verbo encarnado, irradia las mentes racionales unidas a la carne. De este modo, la multiforme sabiduría de Dios desde él y en él reverbera por todo el Reino, como a través de un espejo de belleza que incluye todas las especies y toda luz, y como libro donde, según el misterio de Dios, están descritos todos los misterios.
¡Oh! Si yo pudiera encontrar este volumen del origen eterno, y de la esencia incorruptible, de la sabiduría que es vida y de la escritura imposible de cancelar! Este libro cuya meditación es deseable, fácil su doctrina, dulce su ciencia, inescrutable su profundidad, inexpresables sus palabras, este libro cuyas palabras son en el fondo un solo verbo. En verdad, «quien me encuentra, encuentra la vida y alcanza el favor del Señor» (Prov 8,35) (Buenaventura de Bagnoregio, Opusculi mistici, Milán 1956, p. 121ss).
ACTIO
Repite y medita durante el día con frecuencia: «Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13ss).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Si no queremos ser como las «tinieblas [que] no le recibieron», debemos recuperar nuestra unidad, redescubrir la fe como plenitud del existir, del obrar y del pensar. Éste es el testimonio cíe san Buenaventura, éste es el camino que él ha completado, recibiendo en su vida al Verbo divino. La inhabitación es lo que hace posible todavía hoy esa experiencia cristiana. Al apóstol Tomás, que le pregunta adonde va y cómo puede conocer el camino, Cristo le dice : «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). No es posible reducir la búsqueda de la Verdad a un mero ejercicio mental, porque por su propia naturaleza es más; la razón, para ser verdadera, no puede negar la fe. Más aún, debe constituir para ella la posibilidad de una mayor conciencia, y, viceversa, la fe no puede renunciar a la razón si no quiere caer en el fideísmo.
Cada uno de nosotros debe realizar su propio itinerario hacia el Absoluto, pero en el trayecto nos ayudan los que han llegado a la meta antes que nosotros.
Hoy
más que nunca necesitamos acercarnos a los que han demostrado estar en la luz,
porque a menudo «el ojo de nuestra mente, ante las cosas más claras de la
naturaleza, es como el ojo del murciélago ante la luz». En efecto, acostumbrado
a las tinieblas de los seres y a las imágenes sensibles, cuando contempla la luz
radiante del Sumo Ser le parece que no ve nada, sin comprender que la oscuridad
es, sin embargo, la máxima luz para nuestra mente, como cuando el ojo queda
cegado ante una luz demasiado viva» (Buenaventura, Itinerarium mentís in
Deum). San Buenaventura va por delante de nosotros como testigo de la
posibilidad que tiene el hombre de pensar la Verdad, de obrar el Bien, y nos
invita a caminar hacia la Luz; en esto consiste la actualidad de su experiencia
como hombre y como creyente (F. Gambetti, «L'esperienza umana e cristiana di san
Bonaventura», en Vita Minorum 1 [1993] 60ss).
Nuestra Señora del Carmen (16 de julio)
La devoción a la Virgen del Carmen hunde sus raíces en un lugar y en un tiempo bien precisos. El lugar es el monte Carmelo, cadena montañosa de Galilea, que se asoma al mar por un alto promontorio y por el otro lado da a la llanura de Esdrelón.
Karme/significa «jardín» en hebreo. Es el monte santo, lugar de la oración y donde moró Elías, cantado en la Escritura por su belleza. En este monte - y más precisamente en uno de sus valles-, algunos de los cruzados venidos de Occidente dedicaron, a comienzos del siglo XIII, una iglesia a la Virgen María, poniendo bajo su protección la Regla de vida que les había dado Alberto, patriarca de Jerusalén y tomando el título de Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.
Desde aquel momento, la figura de la Virgen, Madre y Hermana, acompaña a la historia del Carmelo, de sus santos y de sus santas. Se trata de una historia de favores de la Virgen y de santidad de los miembros de su orden. El Carmelo ha contemplado en María a la Virgen purísima, a la Madre espiritual, a la Estrella del mar. Ha recibido como don, para extenderlo a todos los devotos, el escapulario, signo de protección y de alianza, prenda de salvación eterna.
Se eligió la fecha del 16 de julio porque el 17 de julio del año 1274, el segundo Concilio de Lyon sancionó la permanencia de la orden (que debía ser suprimida). La conmemoración fue extendida a toda la Iglesia por Benedicto XIII en 1726.
LECTIO
Primera lectura: Proverbios 8,17-21.34ss
17 Yo amo a los que me aman, y me encuentran los que me ansían.
18 Riqueza y honor me acompañan, bienes duraderos y justicia.
19 Mi fruto es mejor que el oro puro; mis productos mejores que plata escogida.
20 Camino por sendas de justicia, por senderos de derecho,
21 para brindar bienes a los que me aman, y acrecentar sus tesoros.
34 Feliz el hombre que me escucha, velando a mis puertas día tras día, vigilando las jambas de mi puerta.
35 Quien me encuentra, encuentra la vida, y alcanza el favor del Señor.
**• La tradición eclesial, especialmente la medieval, acogió en la liturgia algunos textos sapienciales de la Escritura y los aplicó a la Virgen María, Sedes sapientiae.
La sabiduría, representada por María, en la plenitud de su humanidad, como mujer guiada por el Espíritu, propone a sus devotos un pacto de amor. El amor a la sabiduría, también en esta personificación mariana, es recompensando con dones espirituales que superan las riquezas de este mundo. Se trata, por consiguiente, de una invitación a la búsqueda, a la escucha de la divina sabiduría, a caminar por el sendero de la justicia y de la equidad, virtudes típicas de la religiosidad del pueblo judío; pero, también, de una invitación a vivir en medio de una sencilla honestidad, que convierte al creyente en una persona sabia ante Dios y ante los hombres.
El amor a la sabiduría llena de bienes a todos los que la encuentran y viven en comunión con ella. Los verbos usados en este texto son típicos de este amor: escuchar, velar, vigilar. Estas palabras se encuentran asimismo en la Regla carmelitana -síntesis de su espiritualidad y fuente de santidad- como actitudes de consagración al culto de la divina sabiduría, pero tienen un reflejo mariano, en los comentarios más autorizados de la tradición mística carmelitana, a partir de la Edad Media, a través de una relectura mariana de la Regla.
Evangelio: Mateo 12,46-50
En aquel tiempo,
46 aún estaba Jesús hablando a la gente cuando llegaron su madre y sus hermanos. Se habían quedado fuera y trataban de hablar con él.
47 Alguien le dijo: -¡Oye! Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que quieren hablar contigo.
48 Respondió Jesús al que se lo decía: -¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
49 Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: -Éstos son mi madre y mis hermanos.
50 El que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
*•• El encuentro de María con Jesús en medio de su predicación es un momento importante de la revelación de la identidad del Maestro de Nazaret y de la de su madre, acompañada en este episodio por algunos parientes.
María aparece siempre en el evangelio en comunión con todos, y conduce a la comunión con el Hijo. Ahora bien, el paso desde la fraternidad-familiaridad puramente natural a la espiritual, que María vive ya (como Lucas ha demostrado en su evangelio de la infancia), se vuelve ahora evidente en las palabras del Hijo.
La pregunta retórica de Jesús, consciente de la presencia de su familia natural y de la necesidad de proclamar la novedad de su relación con él en otro ámbito, es por lo menos significativa. Se trata de poner de manifiesto el necesario paso que se ha dado ahora con la nueva familia que el mismo Jesús está formando con sus discípulos: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» (v. 48). Su respuesta, en una revelación que forma también parte constitutiva de la nueva fraternidad que acontece mediante la acogida de Jesús, de su Palabra, es claramente indicativa: «Éstos son mi madre y mis hermanos» (v. 49). Se ensancha el círculo de los familiares de Jesús, porque supera las medidas del clan y de la familia natural. Y así se establece la nueva relación de consanguinidad que es la vida de la Palabra y, en concreto, el cumplimiento de la voluntad del Padre celestial.
María, la sierva, la discípula, la madre que se ofrece por completo a fin de que se cumpla la voluntad del Padre, es el ejemplo sumo de esta comunión familiar con Jesús, a través del vínculo de la Palabra escuchada y vivida, como con frecuencia subrayan los Padres de la Iglesia. También el cristiano engendra en sí mismo a Jesús mediante el cumplimiento de la Palabra. Corresponde muy bien a la espiritualidad del Carmelo, toda ella centrada en la escucha, meditación y contemplación de la Palabra, la visión de María que presenta a Jesús sus verdaderos hermanos e hijos suyos, instruidos por ella en el cumplimiento de la voluntad del Padre.
MEDITATIO
La búsqueda de la sabiduría, la escucha de la Palabra y el cumplimiento de la voluntad d e Dios son temas que iluminan el sentido más verdadero de la devoción a la Virgen del Carmelo, según la más p u r a y genuina tradición de la orden.
Antes incluso de ser Santa María del Monte Carmelo para el pueblo fiel, o sea, la imagen familiar que presenta el escapulario a las almas del purgatorio para llevarlas al cielo, María es, en la espiritualidad del Carmelo, la custodia de la Palabra, la Virgen del silencio y de la oración, la Madre de la contemplación y de la vida mística.
Es la que lleva a los fieles, como guía sabia, por los senderos de la santa montaña, conduciéndolos hasta la cumbre que es Cristo. Como Madre espiritual, engendra a sus hijos a la vida de gracia en la Iglesia, pero los acompaña asimismo con el ejemplo y la intercesión, y con una delicadeza absolutamente materna, en cada etapa de la vida espiritual, a través de las noches oscuras y los días luminosos de la vida. Y, siempre en la línea del
Evangelio, marca más profundamente, en aquellos que se dejan plasmar por su presencia y acción materna, una santidad completamente mariana, interior en la contemplación, generosa en el servicio.
María, sede de la sabiduría, nos conduce a Cristo, sabiduría viva, y forma discípulos y discípulas de la divina sabiduría. María, discípula del Señor, reúne y forma discípulos y discípulas de la divina Palabra, nueva savia vital que nos hace, con y como la eucaristía, miembros consanguíneos del mismo cuerpo de Cristo.
ORATIO
Oh, Virgen santísima, Madre del Creador y Salvador del mundo, abogada de los pecadores. Es justo que, después de haber dado gracias a Jesucristo, Hijo tuyo y Redentor mío, por haberse entregado con amor por mí, pecador, y por haberme entregado su santísimo cuerpo, también te dé gracias a ti, Reina celestial, porque de ti tomó la humanidad este Verbo divino, tu Hijo y mi Dios y Creador. Con humildad suplico tu clemencia, porque eres Reina del cielo y Madre de l a misericordia y de este misericordioso Señor, y -puesto que de la plenitud de tu gracia reciben de ti redención los prisioneros, consuelo los afligidos, perdón de sus pecados los pecadores; obtienen gracia y gloria los justos, salud los enfermos y grande gloria los ángeles- te suplico que me comuniques tu benevolencia, oh Señora y Madre de la misma gracia y misericordia. Tú, oh Señora, eres la escala del cielo, la estrella del mar, la puerta del paraíso, la esposa del Padre eterno, la madre del Hijo y el tabernáculo del Espíritu Santo, sellada por el Padre con su poder, por el Hijo con su sabiduría y por el Espíritu Santo con su bondad (Jaime Montañés, carmelita español del siglo XVII, citado en E. Boaga, Con Maria nelle vie di Dio. Antología della mañanita carmelitana, Roma 2000, p. 100).
CONTEMPLATIO
Tras Jesucristo, y sin duda a la distancia que media entre lo infinito y lo finito, hubo también una criatura que fue una magna alabanza de gloria a la Santísima Trinidad, que respondió plenamente a la elección divina de la que habla el apóstol. Ésta fue siempre «pura, inmaculada, irreprensible» a los ojos del Padre tres veces santo. Su alma es tan sencilla y los movimientos de su espíritu tan profundos que no podían ser advertidos.
Parece reproducir en la tierra la vida propia del ser divino, del Ser simple. Al mismo tiempo, es tan transparente y luminosa que podría ser comparada con la luz.
Con todo, no es más que el «Espejo» del Sol de justicia, Speculum iustitiae. «La Virgen conservaba estas cosas en su corazón». Toda su vida puede resumirse en estas pocas palabras.
Vivía en su corazón. A tal profundidad, que la mirada humana no puede seguirla. Cuando leo en el evangelio que María «recorrió a toda prisa las montañas de Judea» para ir a cumplir su ministerio de caridad junto a su prima Isabel, la veo pasar enormemente bella, con gran calma y majestuosa, recogida por completo en sí misma con el Verbo de Dios.
Su oración, como la de él, también fue siempre ésta: «Ecce - Aquí estoy». ¿Quién? «La esclava del Señor, la última de las criaturas», ella misma, su Madre. Se mostró tan verdadera en su humildad porque se olvidó siempre de sí misma y fue siempre libre de sí misma, y por eso podía cantar: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí. En adelante, las naciones me proclamarán bienaventurada » (Isabel de la Trinidad, «Ultimo ritiro», 15, en id., Scritti, Roma 1988, p. 659 [existe edición española de sus Obras completas en Editorial de Espiritualidad, Madrid 1986]).
ACTIO
Que la Virgen María esté presente en nuestro pensamiento y en nuestro corazón: «Salve, Madre, llena de la santa alegría».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Las distintas generaciones del Carmelo, desde los orígenes hasta hoy, han intentado plasmar su propia vida siguiendo el ejemplo de María: por eso, en el Carmelo, y en toda alma movida por el tierno afecto a la Virgen y Madre santísima, florece la contemplación de ella, que ya vive en sí lo que todo fiel desea y espera realizar en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Por eso, los carmelitas y las carmelitas han elegido justamente a María como propia patrono y madre espiritual. Ella es la Virgen purísima que guía a todos al perfecto conocimiento e imitación de Cristo. Florece así una intimidad de relaciones espirituales que incrementan cada vez más la comunión con Cristo y con María [...]. Ella no es sólo modelo para imitar, sino también una dulce presencia de Madre y Hermana en quien confiar [...].
Este rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, a través de la difusión del escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia [...]. Éste se convierte en signo de «alianza» y de comunión recíproca entre María y los fieles: traduce, en erecto, de una manera concreta la entrega de su Madre que Jesús, en la cruz, hizo a Juan, y en él a todos nosotros, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a ella, constituida en nuestra Madre espiritual.
De
esta espiritualidad mariana, que plasma interiormente a las personas y las
configura con Cristo, primogénito entre muchos hermanos, constituyen un
espléndido ejemplo los testimonios de santidad y de sabiduría de tantos santos y
santas del Carmelo, todos ellos criados a la sombra y bajo la tutela de la Madre
(Juan Pablo II, Carta a los padres generales de la familia del Carmelo, 25
de marzo de 2001, con ocasión del 750° aniversario de la entrega del
escapulario).
Santa María Magdalena (22 de julio)
María, tal vez natural de Magdala, una pequeña aldea situada a orillas del lago de Genesaret, es una de las mujeres de las que atestigua el evangelio que sirvieron y siguieron a Jesús durante su vida pública. De ella se dice asimismo que, liberada de la opresión demoníaca, fue fiel al Maestro hasta los pies de la cruz y más allá... Mientras permanecía llorando ante el sepulcro vacío de su Señor, oyó que el Resucitado la llamaba por su nombre, y se convirtió en su primer testigo; fue enviada, en efecto, por él a anunciar a los hermanos la victoria pascual de Cristo.
LECTIO
Primera lectura: Cantar de los cantares 3,1-4a
1 En mi lecho, por la noche, busqué al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré.
2 Me levanté, recorrí la ciudad, las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré.
3 Me encontraron los centinelas que rondaban por la ciudad: «¿Habéis visto al amor de mi alna?».
4 Pero apenas los había dejado, encontré al amor de mi alma.
**• Al asumir el Cantar de los cantares en el canon de los libros inspirados, Israel -y después la Iglesia- reconoció no sólo la consagración del amor entre el hombre y la mujer, sino mucho más: la expresión simbólica del amor de Dios por su pueblo. También el alma sedienta de Dios conoce las largas noches de su silencio, de su incomprensible ausencia, que la purifican de aquello que daba ahora por descontado, de toda satisfacción reductora (v. 1).
En la inquietud se despierta el deseo del Señor y se vuelve búsqueda apasionada, vital (2a). Es menester perseverar en esta tensión (v. 2b), pedir humildemente ayuda y consejo (v. 3) y, después, ir más allá, en la conciencia de que Dios puede orientarnos a él. Entonces, él mismo se hará presente a quien no se canse de buscarlo en la noche con corazón ardiente (v. 4).
Evangelio: Juan 20,1-11-18
1 El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada.
11 María, en cambio, se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro.
12 Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, u n o a la cabecera y otro a los pies.
13 Los ángeles le preguntaron: -Mujer, ¿por qué lloras? Ella contestó:
-Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.
14 Dicho esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
15 Jesús le preguntó: -Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: -Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo.
16 Entonces Jesús la llamó por su nombre: -¡María! Ella se acercó a él y exclamó en arameo: -\Rabbonü (que quiere decir «Maestro»).
17 Jesús le dijo: -No me retengas más, porque todavía no he subido a mi
Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios.
18 María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: -He visto al Señor. Y les contó lo que Jesús le había dicho.
*» El amor de María de Magdala no muere bajo la cruz. Jesús le había devuelto la vida en plenitud y desde aquel momento ella había vivido para él (cf. Lc 8,2).
Tras la hora trágica del Viernes Santo, María permanece fiel a aquella entrega absoluta, obstinadamente consagrada a la búsqueda de Aquel a quien ama. Nada puede apartarla de su objetivo: ni siquiera el descubrimiento de la tumba vacía.
Esta mujer es figura de la Iglesia-esposa y de toda alma que busca a Cristo y no tiene otra cosa para ofrecer que las lágrimas del amor. El Señor se deja encontrar por quien le busca de este modo. Resucitado y vivo, se acerca a quien sabe permanecer en la soledad junto al misterio incomprensible (v. 1 la). Sin embargo, sólo podemos reconocerle cuando nos llama por nuestro nombre y nos hace sentir que nos conoce hasta el fondo.
Este mismo conocimiento de amor no está destinado a una satisfacción personal, sino que es un don que nos hace testigos ante los hermanos a fin de llevar a todos el anuncio pascual (v. 17ss), la alegría verdadera, una vida nueva transfigurada por el encuentro con el Señor.
MEDITATIO
Como toda figura evangélica, también María Magdalena es tipo del discípulo de Cristo. En ella vemos el luminoso testimonio de quien, perseverando en la búsqueda de Dios, aunque sea en la oscuridad de la fe y en la prueba de la esperanza, encuentra por fin a Aquel a quien ama o, mejor aún, es encontrado por él.
En efecto, Cristo, el buen pastor, es desde siempre el primero en buscarnos y permanece esperándonos. Espera que el deseo del corazón se purifique, se vuelva ardiente y consuma con su fuego toda la escoria que hay en nosotros. Espera que nuestros ojos se vuelvan capaces de reconocerle en quien nos rodea, y nos vuelva atentos a su voz, una voz que siempre nos llama por nuestro nombre. También nosotros, como María Magdalena, exultaremos de alegría ante su presencia, que nunca es asible, sino poseída o prevista. Sólo quien ha conocido la larga noche de la espera y del deseo puede convertirse en testigo creíble entre los hermanos de una fe que no es vana.
ORATIO
Santa María Magdalena, viniste a Cristo, fuente de misericordia, derramando muchas lágrimas: tenías una sed ardiente de él y fuiste abundantemente saciada. Fue él quien, siendo pecadora, te justificó; fue él quien, en tu dolor tan amargo, te consoló dulcemente. Ardiente enamorada de Dios, en mi timidez, vengo a implorarte a ti, que eres bienaventurada; yo, que vivo en mi oscuridad, a ti, que eres luminosa; yo, que soy pecador, a ti, que has sido justificada: acuérdate, en tu bondad, de lo que fuiste y de la necesidad de misericordia que tuviste. Obtenme la compunción del ánimo puro, las lágrimas de la humildad, el deseo de la patria celestial. Me sirve de ayuda la familiaridad de vida que tuviste y sigues teniendo aún con la fuente de la misericordia. Hazme llegar a ella, a fin de que pueda lavar mis pecados; dame de beber de ella, para que quede saciada mi sed (Anselmo de Canterbury, Orazioni e meditazioni, Milán 1997, pp. 381-383, passim).
CONTEMPLATIO
María ha buscado, aunque en vano. Sin embargo, no se da por vencida y acaba encontrando: su esfuerzo se ve coronado al fin por el éxito.
¿En qué momentos buscamos al Amado? Le buscamos en las noches [...]. ¿Por qué llega Dios así, con retraso? Para permitirnos estrecharlo con más fuerza en el momento de su venida. El deseo no es auténtico si el tiempo consigue debilitarlo. Demuestra poseer un amor ardiente quien desiste del compromiso sólo cuando ha obtenido la victoria.
El ser que no busca el rostro del Creador permanece insensible, triste y frío. Quien desea ardientemente buscar a aquel a quien ama vive de u n ardiente amor; la falta de su Señor le vuelve inquieto, y las alegrías que ayer encantaban a su espíritu, hoy le parecen odiosas. La herrumbre del pecado se disuelve y su espíritu, encendido como oro, recupera en la llama el esplendor que el tiempo había ofuscado (Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio XXV, 2-5, passim).
ACTIO
Repite y vive a menudo hoy estas palabras: «Si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura» (2 Cor 5,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«¿A quién buscas?» La pregunta de Jesús resucitado a María de Magdala puede sorprendernos también a nosotros cada mañana y a cada hora de nuestra vida. ¿Eres capaz de decir a quién buscas de verdad? En efecto, no siempre está claro que buscamos a Jesús, al Señor. No siempre aquel a quien queremos encontrar es precisamente aquel que quiere entregarse a nosotros.
María buscaba al hombre Jesús, buscaba al Maestro crucificado, por eso no veía a Jesús el Viviente delante de ella. Si tenemos una idea de Jesús a la medida de nuestra pequeña mente humana, nuestra búsqueda acaba en un callejón sin salida. Jesús es siempre inmensamente más que lo que nosotros conseguimos pensar y desear. ¿Dónde, pues, y cómo buscar al Señor para salir del túnel de nuestros extravíos y de nuestros miedos, para no engañarnos dando vueltas alrededor de nosotros mismos en vez de correr derechos hacia él? Sólo sí antes tenemos una verdadera y justa valoración de nosotros mismos como criaturas pobres podremos descubrir la presencia de aquel que lo sostiene todo. Aquel a quien buscamos debe ser verdaderamente el todo al que anhela adherirse nuestra alma. Buscar a Cristo es signo de que, en cierto modo, ya le hemos encontrado, pero encontrar a Cristo es un estímulo para continuar buscándolo.
Esta
actitud no se plantea sólo al comienzo del camino espiritual, sino que lo
acompaña hasta la última meta, puesto que la búsqueda del rostro del Señor es su
dato esencial. Conocer a aquel por quien somos conocidos: eso es lo
indispensable. El itinerario del conocimiento de Cristo coincide con el mismo
itinerario de la fe y del amor. El yo debe aprender a callar y a
escuchar; el corazón debe aprender el camino del exilio para alejarse de todo
cuanto lo mantiene apegado a sus viejos / tristes amores (A. M. Cánopi, Nel
mistero della gratuita, Milán 1998, p. 21 ss).
Santiago, llamado «el mayor», era hijo de Zebedeo y de Salomé (Mc 15,40; Mt 27,56) y hermano mayor de Juan el evangelista. Junto con él fue llamado entre los primeros discípulos de Jesús, y siempre se le cita entre los tres primeros apóstoles en el Nuevo Testamento.
Fue testigo privilegiado de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), de la transfiguración de Jesús (Mt 17,1) y de la agonía de Jesús en Getsemaní (Mt 26,37). Fue decapitado hacia el año 44, en tiempos de Herodes Agripa, en los días de la Pascua (Hch 12,1-3).
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los apóstoles
4,33.5.12.27b-33; 12,1b
En aquellos días, los apóstoles datan testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los trajeron y los condujeron a presencia del consejo, y el sumo sacerdote los interrogó: -¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.
Pedro y los apóstoles replicaron: -Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero». «La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados». Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen. Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos, y el rey Herodes hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan.
*+• La primera lectura de la solemnidad de Santiago, patrón de España, presenta a nuestra consideración la idea del testimonio de la resurrección de Jesús por parte de los apóstoles. Este testimonio, mandato expreso del Señor, no puede ser encadenado por ninguna instancia humana, porque el testigo debe obedecer a Dios antes que a los hombres. Y puede hacerlo gracias al Espíritu Santo, «que Dios da a los que le obedecen». Esta obediencia llevó a Santiago a derramar su sangre, corroborando con ello su testimonio, su «martirio».
Segunda lectura: 2 Corintios 4,7-15
Hermanos:
7 este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros.
8 Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados;
9 somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos.
10 Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
11 Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
12 Así que en nosotros actúa la muerte, y en vosotros, en cambio, la vida.
13 Pero como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos,
14 sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos dará un puesto junto a él en compañía de vosotros.
15 Porque todo esto es para vuestro bien; para que la gracia, difundida abundantemente en muchos, haga crecer la acción de gracias para gloria de Dios.
*» El mensaje central de esta segunda lectura podríamos resumirlo de este modo: «Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús» (v. 10a). Lo que Pablo dice por experiencia directa, lo aplica literalmente la liturgia al apóstol cuya solemnidad celebramos hoy: de Jesús a Pablo y de Pablo a Santiago, y así sucesivamente, se va creando, a lo largo de la historia, la cadena de los testigos o, mejor aún, de los «mártires» en sentido propio.
Puede decir que lleva la muerte de Jesús en su propio cuerpo no sólo quien recibe la gracia excepcional de derramar la sangre por amor a Cristo y a los hermanos, sino también quien, día tras día, vive con seriedad y serenidad la radicalidad evangélica. Quien realiza esta experiencia puede hablar en nombre de Jesús, puede decir que es siervo del Evangelio por lo que anuncia, pero sobre todo por lo que hace y por cómo vive: «Creí y por eso hablé» (v. 13).
La palabra de los testigos no sólo es significativa, sino también eficaz: precisamente porque tiene la elocuencia de la experiencia vivida, de la sangre derramada, del martirio padecido.
Evangelio: Mateo 20,20-28
En aquel tiempo,
20 la madre de los Zebedeos se acercó a Jesús con sus hijos y se arrodilló para pedirle un favor.
21 Él le preguntó: -¿Qué quieres? Ella contestó: -Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando tú reines.
22 Jesús respondió: -No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? Ellos dijeron: -Sí, podemos.
23 Jesús les respondió: -Beberéis mi copa, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo ha reservado mi Padre.
24 Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.
25 Pero Jesús los llamó y les dijo: -Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que los magnates las oprimen.
26 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor,
27 y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo.
28 De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.
*•• Mateo nos refiere en esta página de su evangelio, tal vez con una sutil ironía, la petición que la madre de los Zebedeos -Juan y Santiago- presentó a Jesús. Si bien estamos dispuestos a mostrarnos un tanto indulgentes con la madre, lo estamos ciertamente un poco menos con los dos hermanos, que con una excesiva rapidez se declaran dispuestos a compartir con Jesús el cáliz, la copa, que ha de beber. Afortunadamente, Jesús sabe cambiar en bien lo que, humanamente hablando, podría parecer fruto de la intemperancia y de la precipitación.
El discurso se convierte de hipotético en profético: Jesús predice la muerte que Santiago padecerá por su fidelidad radical al Maestro y al Evangelio.
Y no sólo esto, sino que de este diálogo -que, por otra parte, suscita el desdén de los otros apóstoles- extrae Jesús también una lección de humildad para todos los que quieran seguirle por el camino del Evangelio. La grandeza de los discípulos de Jesús puede y debe ser valorada con unidades de medida bastante diferentes a las que conoce el mundo. En la escuela de Jesús se aprende a subvertir la escala de valores y a considerar válido sólo lo que lo es a los ojos de Dios. Precisamente, según
el ejemplo que nos dejó Jesús: siendo rico, se hizo pobre; aun siendo Señor, se hizo siervo-esclavo; siendo maestro, aprendió a obedecer al Padre; siendo sacerdote, se hizo víctima por amor.
MEDITATIO
«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos» (Mt 20,28). Es más que lícito que nos preguntemos qué psicología brota de una afirmación autobiográfica como ésta, y la respuesta no puede ser equívoca. Estamos frente a un gran don que Jesús ha hecho a sus discípulos de ayer y de hoy, ofreciéndoles la posibilidad de penetrar en su corazón de Hijo inmolado por amor, en su espiritualidad de Cordero inmolado en rescate de los hermanos.
Todo esto es lo que se expresa mediante la metáfora del «servicio», un término que ha de ser bien entendido: hemos de rescatarlo de todo tipo de servilismo, de toda abdicación pasiva a la propia libertad, y hemos de inscribirlo en el horizonte de una total expropiación personal y de una entrega completa de nosotros mismos al Padre. La luz de esta afirmación de Jesús se difunde, obviamente, por todo el Evangelio.
Jesús, sin embargo, se presenta también como siervo «de muchos», a saber: de todos los que el Padre le ha confiado como hermanos, oprimidos por el pecado, pero abiertos al don de la liberación. El cáliz de la pasión, que Jesús acepta libremente de manos del Padre, sólo espera ser saboreado también por aquellos por los que el Maestro de Nazaret lo bebió hasta las heces.
ORATIO
Tu ley, Señor Jesús, es el signo de tu realeza: tú nos quieres obedientes porque sólo a través de la obediencia -como tú mismo demostraste- se llega a rey.
Tu ejemplo, Señor Jesús, manifiesta tu profunda identidad de Hijo: Hijo de Dios Padre que vive y expresa siempre su propia sumisión en su plena disponibilidad.
Tu Palabra, Señor Jesús, ilumina nuestro camino: el que tú nos muestras no vale sólo para ti, sino también para todos los que, libremente, te han elegido como maestro y te siguen con alegría por el camino del Evangelio.
Tu martirio, Señor Jesús, lo fuiste viviendo en cada momento de tu vida: quien ha aprendido a conocerte a través de las páginas evangélicas sabe que, para ti, ser siervo significaba vivir del todo para Dios y del todo para los hermanos. Ésta es la «ley real» de la que habla el apóstol Santiago en su carta.
CONTEMPLATIO
El objetivo de los dos discípulos [Juan y Santiago] es obtener el primado respecto a los otros apóstoles. [...] ¿Os dais cuenta de cómo todos los apóstoles son aún imperfectos? Tanto los dos que quieren elevarse sobre los diez como los diez que tienen envidia de ellos. Ahora bien, fijémonos en cómo se comportan a continuación y les veremos exentos de todas estas pasiones. [...]
Santiago no sobrevivirá mucho tiempo. En efecto, poco después del descenso del Espíritu Santo, llegará su fervor a tal extremo que, dejando de lado todo interés terreno, llegará a una virtud tan elevada que morirá inmediatamente (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, Roma 1967, pp. 98 y 99ss).
ACTIO
Repite y medita a menudo durante el día estas palabras: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Las fiestas de los santos proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles. A esta función de ejemplaridad ha querido unir siempre la Iglesia el reconocimiento de la intercesión de los santos en favor de sus hermanos los hombres. Éste es el motivo por el que, desde siempre, ha aceptado y fomentado gustosa la designación de determinados santos como patronos para los diversos pueblos.
La
liturgia de la misa de Santiago, patrono de España, no hace sino corroborar esta
misma idea. Santiago, que «bebió el cáliz del Señor y se hizo amigo de Dios»,
fue siempre, junto con su hermano Juan y con Pedro, uno de los apóstoles que
gozó de las mayores intimidades de Jesús. Y si bien su acción en el evangelio no
adquiere el relieve de la de los otros dos predilectos, fue él quien primero
selló con su propia sangre la entrega al Señor y a la predicación de su
doctrina. Esta misma acción, tras su muerte, es reconocida por nosotros en favor
de «los pueblos de España», precisamente como respuesta a su elección como
patrono. Pero, al mismo tiempo que reconocemos gustosos su acción en el pasado,
pedimos de cara al futuro que, así como él mantuvo su entrega plena a Jesús
hasta el sacrificio de su propia vida, así también, «por el patrocinio de
Santiago, España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos»
(http://sagradaramiliadevigo.net).
San Joaquín y santa Ana (26 de julio)
El evangelio apócrifo de Santiago (siglo II) reconstruye, siguiendo la filigrana bíblica de la historia de Ana, madre de Samuel (cf. 1 Sm 1,1 -28), el acontecer de los padres de la Virgen María: Joaquín, anciano sacerdote del Templo de Jerusalén, y su mujer, Ana. Estos, después de una aparición angélica, concibieron a la futura Madre del Redentor, a la que ofrecerán más tarde en el Templo (cf. 21 de noviembre). De ninguno de ellos se dice nada en los evangelios canónicos.
LECTIO
Primera lectura: Eclesiástico 44,1.10-15
1 Hagamos el elogio de los hombres ilustres, de nuestros antepasados por generaciones.
10 Pero hubo también hombres honrados cuyas virtudes no han sido olvidadas.
11 Una rica herencia nacida de ellos pervive en sus descendientes.
12 Su descendencia sigue fiel a las alianzas, y también sus nietos, gracias a ellos.
13 Por siempre permanecerá su descendencia, y su gloria no se marchitará.
14 Sus cuerpos fueron sepultados en paz, y su apellido vive por generaciones.
15 Los pueblos proclaman su sabiduría, y la asamblea celebra su alabanza.
**• El bien permanece. Es más, de generación en generación, parece constituirse un depósito fecundo, un capital precioso del que se puede disponer sin que nunca se agote. Más aún: el bien realizado en y por hombres virtuosos teje la auténtica trama de la historia de la salvación, hasta que llegue el tiempo en el que el fruto esté maduro. En efecto, sin la colaboración del hombre, Dios no interviene en el tiempo con su acción poderosa y redentora. La fidelidad del Señor se fundamenta en el cielo, pero se arraiga en la tierra gracias a los que permanecen fieles a las promesas: promesas de Dios al hombre y del hombre a Dios, en virtud de la gracia, única garantía de la alianza en la criatura.
Evangelio: Mateo 13,16ss
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
16 Dichosos vosotros por lo que ven vuestros ojos y por lo que oyen vuestros oídos;
17 porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
**• El cumplimiento de las promesas es la visión: generaciones de profetas y de justos han construido escalón a escalón u n a historia de confianza, de espera y de esperanza, y son dichosos porque esta fe les sitúa entre los que, sin haber visto y oído, creyeron y apostaron su vida por la Palabra de la alianza. El hoy de los discípulos tiene la unicidad de la bienaventuranza privilegiada del ver y escuchar la Vida misma, la Salvación en acto, la Palabra encarnada. Ellos son el último eslabón de la generación que hereda las promesas y el primero de la que deberá transmitir el testimonio del cumplimiento.
MEDITATIO
Joaquín y Ana eran justos y estaban limpios de toda mancha de pecado; llevaban una vida piadosa; llevaban, por consiguiente, ante Dios y ante los hombres, una conducta inocente, inmune de calumnia y llena de piedad.
Se mostraban celosos en la oración, en el ayuno y en la abstinencia, devotos a la ley; formaban una familia asidua al Templo, llena de caridad, incansable en el trabajo y, en consecuencia, muy rica en bienes. Dividían en tres partes el rendimiento anual de sus fatigas: destinaban la primera parte al Templo de Dios, a los sacerdotes ministros del Templo; la segunda parte la dividían entre los pobres y los indigentes; la tercera parte era para ellos, para la familia y para los huéspedes. Habían regulado su vida de este modo en todo, y habían vivido juntos piadosamente, dedicándose a las buenas obras durante veinte años. No tenían hijos, puesto que el seno de Ana estaba cerrado por la esterilidad. Convenía, en efecto, a la madre, y a aquella que fue el inicio de los prodigios, nacer prodigiosamente de un seno estéril, como la misma María debía traer al mundo, de una manera prodigiosa y virginal, al Verbo de Dios, y elevarse desde el escalón inferior de la esterilidad al superior del parto virginal (Sinaxario di Ter Israel, texto de la Iglesia armenia que se remonta al siglo XIII, en Testi mariani del primo millennio, Roma 1991, IV, pp. 636ss).
ORATIO
Y Ana entonó un cántico al Señor Dios, diciendo: Elevaré un himno al Señor, mi Dios, porque me ha visitado (cf. Gn 21,1), y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me ha dado un fruto de su justicia (Prov 11,30) a la vez uno y múltiple ante Él.
¿Quién anunciará a los hijos de Rubén que Ana amamanta a un hijo? Sabed, sabed, vosotras, las doce tribus de Israel, que Ana amamanta a un hijo (Cántico de Ana, del Protoevangelio de Santiago).
CONTEMPLATIO
Sobre los padres de la Virgen María se posaron la bendición y la gracia celestial. Éstas salieron de los justos y fueron transmitidas a través de las generaciones hasta posarse en María, la cual recibió el misterio.
El justo Joaquín y Ana, su mujer, estaban tristes porque no habían tenido hijos. Sin embargo, Dios se mostró benévolo con ellos, acogió su súplica y les dio una hija amada y bendita.
Joaquín oraba ante Dios, pidiéndole una prole que consolara su vejez: «Señor, que diste esperanza a Abrahán y después de cien años le concediste un heredero de la promesa, no prives mi vejez de un fruto, sino bendíceme con la bendición de Abrahán; todo es fácil, en efecto, a tu voluntad» (de un texto antiguo de la Iglesia siro-oriental).
ACTIO
Repite y medita durante el día este proverbio bíblico: «El fruto del justo es un árbol de vida» (Prov 11,30).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La figura de santa Ana nos recuerda la casa paterna de María, Madre de Cristo. Allí vino María al mundo, llevando en ella el misterio extraordinario de la inmaculada concepción. Allí estaba rodeada del amor y de la solicitud de sus padres: Joaquín y Ana. Allí «aprendía» de su madre, precisamente de santa Ana, cómo ser madre. Y aunque, desde el punto de vista humano,
María había renunciado a la maternidad, el Padre celestial, aceptando su entrega total, la agració con la maternidad más perfecta y más santa. Cristo, desde lo alto de la cruz, transfirió en cierto sentido la maternidad de su madre a su discípulo predilecto, e igualmente a toda la Iglesia, a todos los hombres.
Cuando, como «herederos de la promesa divina» [cf. Gal 4,28.31), nos encontremos en el radio de la maternidad de María, y cuando experimentemos su santa profundidad y plenitud, pensemos que fue precisamente santa Ana la primera en enseñar a María, su hija, cómo ser madre. «Ana» significa en hebreo: Dios «ha mostrado su gracia». Reflexionando sobre este significado del nombre de santa Ana, exclamaba así san Juan Damasceno: «Ya que estaba determinado que la Virgen María,
Madre
de Dios, nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de
la gracia, sino que esperó a dar su efecto, que naciese como primogénita aquella
de la que había de nacer el primogénito de toda la creación» (Juan Pablo II,
Discursos, diciembre de 1978).
Marta es la hermana de María y de Lázaro de Betania. En el evangelio sólo se la nombra en tres episodios (cf. Lc 10,38-42; Jn 11,1-44; Jn 12,1-11), y en todos ellos se resalta su actitud dinámica, su acogida afectuosa a Jesús y su esmero en servirle. Por otra parte, se dice que Marta, María y Lázaro eran muy amigos de Jesús, el cual, a su vez, también les quería mucho.
Entre los personajes del evangelio, Marta -junto con Pedro- es la única en confesar de manera explícita y completa su fe en Jesús como Mesías enviado por el Padre. Santa Marta es modelo de mujer laboriosa y patrona de los hosteleros.
LECTIO
Primera lectura: Proverbios 31,10-13.19-20.30ss
10 Una mujer de valía, ¿quién la encontrará? Es más preciosa que las perlas.
11 Su marido confía en ella y no le faltarán ganancias.
12 Le trae beneficio y no perjuicio todos los días de su vida.
13 Busca lana y lino, y trabaja con mano solícita.
19 Aplica sus manos a la rueca y sus dedos sostienen el huso.
20 Tiende su brazo al desvalido, alarga sus manos al indigente.
30 Engañosa es la gracia, vana la hermosura; la mujer que teme al Señor merece alabanza.
31 Ensalzadla por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.
*•• Esta primera lectura está tomada del breve poema con el que concluye el libro de los Proverbios. En esa composición se perfila la figura de la mujer perfecta (v. 10; cf. Eclo 26,lss), modelo de esposa (vv. 1 lss), madre y ama de casa (vv. 15.21.27ss). Las cualidades de la mujer ideal aparecen en los versículos centrales del poema (vv. 19ss) y podemos resumirlas en dos dotes: la incansable laboriosidad y la generosidad con los pobres. Estas cualidades están coronadas por el temor al Señor (v. 30a), es decir, por el amor respetuoso y delicado a Dios. A la belleza, que necesariamente es fugaz y está destinada a pasar, no se le atribuye valor alguno (v. 30b).
Las interpretaciones de este elogio de la mujer perfecta difieren; la más fidedigna parece ser esa según la cual este poema, además de presentar un modelo de mujer, describe simbólicamente la Sabiduría: situado en la conclusión del libro délos Proverbios, representa su contenido de una manera sintética, aunque completa.
Evangelio: Juan 11,19-27
En aquel tiempo,
19 muchos judíos habían ido a Betania para consolar a Marta y María por la muerte de su hermano.
20 Tan pronto como llegó a oídos de Marta que llegaba Jesús, salió a su encuentro; María se quedó en casa.
21 Marta dijo a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
22 Pero, aun así, yo sé que todo lo que pidas a Dios él te lo concederá.
23 Jesús le respondió: -Tu hermano resucitará.
24 Marta replicó: -Ya sé que resucitará cuando tenga lugar la resurrección de los muertos, al fin de los tiempos.
25 Entonces Jesús afirmó: -Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;
26 y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá. ¿Crees esto?
27 Ella contestó: -Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo.
*+• El diálogo entre Jesús y Marta referido en este fragmento del evangelio forma parte del episodio de la llamada «resurrección de Lázaro» (cf. Jn 11,lss). Como en Le 10,38-42 y en Jn 12,lss, destacan las actitudes opuestas de Marta y de María: la primera muestra un carácter más dinámico y concreto, que se manifiesta en salir de inmediato al encuentro del Señor; la segunda, a la que siempre se describe sentada y escuchando al Maestro, permanece en casa (v. 20).
Marta asocia, en cierto modo, la muerte de su hermano a la ausencia de Jesús en aquel momento, pero confirma asimismo su firme confianza en él como mediador infalible ante Dios (vv. 2lss). Empieza así un itinerario interior que la conducirá a una profesión de fe plenamente cristiana (v. 27), pasando a través de la declaración de su fe en la resurrección del último día (v. 24), en conformidad con la tradición judía (cf 2 Mac 7,9.23;
12,42b-44; Dn 12,1-3). Es el mismo Jesús quien la guía en este recorrido: con una expresión típica de las autorrevelaciones divinas («Yo soy»: v. 25a; cf. Ex 3,14; Lv 19,lss; Jn 6,35; 14,6; passim), el Señor hace comprender a Marta que la vida que él da supera también a la muerte. Jesús, resurrección y vida, crea en quien le recibe una condición nueva y definitiva (cf Jn 5,24; 8,51).
Como hace en todo su evangelio, también aquí Juan recurre a términos antitéticos y juega con su doble significado: cuando alguien da su plena adhesión a Jesús, pasa de la muerte física a la vida definitiva, eterna (v. 25b), porque quien en vida haya creído en él no padecerá la condena a la eterna separación de Dios (v. 26a).
Con estas palabras se refiere el Señor al destino último y, al mismo tiempo, pone de manifiesto que, a través de él, está ya presente en el creyente el germen de la vida eterna. Jesús no se limita a revelar a Marta estas verdades, sino que le pregunta de una manera explícita su posición ante ellas (v. 26b), brindándole la oportunidad de manifestar plenamente su adhesión a la persona del Maestro, reconocido ahora como el Mesías esperado por Israel y como el Hijo de Dios (v. 27).
MEDITATIO
Los evangelios presentan a santa Marta siempre en movimiento, como una mujer eficiente y segura de sí. Tal vez esto la conducía a dejarse atrapar demasiado por las cosas que debía hacer y a perder de vista el sentido de su trajín. Sin embargo, ante Jesús, comprende que la eficiencia no es el valor más elevado, sino que importa sólo en la medida en que está equilibrada por la acogida, por la atención al otro y por el «temor al Señor», o sea, movida por el amor; si no es así, hace correr el riesgo de separar de lo esencial, convirtiéndose en una fuente de ansiedad y de fragmentación.
Santa Marta no se relaciona con el Señor sólo haciendo algo por él, sino que se presenta ante él con una actitud de verdad y de diálogo: se le muestra tal como es, dolida por la muerte de su hermano, decepcionada por no haber sido escuchada (cf. Jn 11,3.21), pero también firme en la fe. Aunque no ha visto satisfecha su oración, no la emprende con Dios, no se cierra a su misterio, no duda de su bondad; más bien, se pone a la escucha del Señor y se hace disponible a caminar con él, revisando su modo de concebir la vida y la fe. Marta se deja conducir por Jesús a través de la experiencia del dolor en un recorrido de conocimiento más profundo de sí misma, de la realidad, del mismo Señor. A quien le acoge de verdad, todo se le presenta bajo una luz nueva: vivir significa entonces habitar en el amor de Dios, en la amistad sincera y confiada con él. La vida eterna empieza ya desde ahora, y atraviesa y vivifica todas las vicisitudes humanas, incluso las marcadas por el sufrimiento.
Eso significa ponerse a la escucha de Dios y de su Palabra, como Marta, también en los momentos de incertidumbre y de duda (cf. Jn 11,39-41). También a nosotros nos pide el Señor una adhesión personal: «¿Crees esto?». Marta dio su respuesta; cada uno de nosotros está llamado a dar la suya.
ORATIO
Señor, son muchas las veces que, frente a las dificultades de la vida, mi fe vacila y me dejo absorber por las mil cosas que debo hacer para huir de la desilusión y del vacío interior; o bien siento la tentación de esconder mis miedos construyéndome una fe a mi medida, adherido rígidamente a principios que considero indiscutibles y que quisiera resguardar de cualquier turbación.
Enséñame a abrir mi fe a tu imprevisibilidad, a estar disponible para el encuentro auténtico contigo, al encuentro en el que mis falsas seguridades cedan su sitio a la confianza en tus promesas. No permitas que el ritmo frenético de mis jornadas me atropelle hasta el punto de dejar de estar inspirado por el amor. Y, sobre todo, no dejes que la experiencia del dolor me aleje de ti: conviértela, más bien, en una experiencia fecunda de resurrección y de vida.
CONTEMPLATIO
Marta, más comprometida con el desarrollo de las tareas necesarias, llega la primera [a Jesús]. María, más fina y con un ánimo más sensible, espera en casa para recibir el pésame. Marta, más sencilla, corre al encuentro de Jesús, embriagada por el dolor, que, sin embargo, soportaba con entereza. «Mi hermano -dice- ha muerto porque no estabas aquí, pues tú, con una sola orden, puedes vencer a la muerte.» [Jesús le] dice: «El que crea en mí no estará inmune de la muerte de la carne; con todo, Dios puede dar fácilmente la vida a quien quiera».
Cuando dice después a Marta: «¿Crees?», exige la confesión de la fe como madre y protectora de la vida. Y ella le dice de inmediato que sí, y confiesa su fe con sutileza [...]: al usar el artículo -el Cristo y el Hijo de Dios- ha confesado claramente al único, excelente y verdadero Hijo de Dios. [El Señor] exige comprensión de la fe: ésta es un gran don cuando nace de un ánimo ardiente, y tiene tanto poder que salva no sólo a quien cree, sino también a los otros. De este modo, también Lázaro fue resucitado por la fe de su hermana, a la que el Señor dijo: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?», como si quisiera decirle: «Ya que Lázaro ha muerto, suple tú la fe del muerto. En efecto, es preciso creer firmemente a fin de ver las cosas que están por encima de la esperanza» (Cirilo de Alejandría, Cornmento al vangelo ii Giovanni, Roma 1994, II, pp. 313ss, passim).
ACTIO
Repite y medita a menudo durante el día estas palabras: «Sé que todo lo que pidas a Dios él te ¡o concederá» ( Jn 11,22).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La fiesta de Santa Marta que celebra hoy la liturgia nos pone ante este personaje del evangelio íntimamente ligado a la persona y a la misión de Jesús. Suele representar a Marta como la persona siempre atareada, la que se afana, y ello por amor a ese inefable amigo que es Cristo, que se hospeda en su casa, amigo de su hermano y de su hermana. Marta es una mujer siempre atareada y molesta, algunas veces, por las actitudes contemplativas de su hermana; de todos modos, se trata de una atareada entregada por completo a su Señor. Pero, si nos fijamos bien, esta visión y esta imagen de santa Marta están un tanto reajustadas por este fragmento del evangelio de Juan.
Es Marta quien se dirige a Jesús, con el corazón lleno de amor y de dolor por la muerte de su hermano Lázaro; es ella la que con aquella hermosa amistad, valiente y espontánea, casi reprocha al amigo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Esta actitud de auténtica amistad por parte de Marta respecto a Jesús nos revela algo mucho más precioso en su ánimo que la laboriosidad atareada de una acogida puramente exterior. Existe entre Marta y Jesús una misteriosa camaradería. Marta sabe que Jesús es poderoso; se da cuenta de que el Señor lo puede todo [...]. La afectuosa amistad, la valiente libertad de Marta, nos dice mucho sobre el conocimiento que tenía de Cristo y sobre la confianza que el Señor Jesús le otorgaba. Hemos de señalar, por otra parte, que Jesús no corrige a Marta por su observación. Sí lo hizo cuando se lamentaba de la «inercia» de María. Pero en esta ocasión no. Comprende su dolor, lo comparte. El evangelio dice que Jesús mezcló sus lágrimas con las de Marta.
¡Qué misteriosa y sublime amistad! [...] El misterio de la muerte vivido en comunión de amistad conduce a Jesús a realizar una afirmación, podríamos decir, desconcertante: «Tu hermano vivirá». Marta comprende y no comprende. Tal vez guarde en el corazón la esperanza de un prodigio clamoroso; tal vez se refugie en la confianza en la resurrección final de los muertos.
Y dice
a Jesús: «Sé que resucitará, porque tú eres el Cristo, el Señor de la vida».
Aquí tenemos la profesión de fe de santa Marta. María, la contemplativa, nunca
dijo a Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo»; Marta, la
atareada, sí lo hizo. Y Jesús le dejó que se lo dijera. Es posible que
precisamente esta declaración de fe sobre su verdadera identidad fuera lo que
provocó en él la decisión última del prodigio clamoroso (A. Ballestero,
consacrati nella Chiesa e nel mondo. Meditazioni
sull'essenziale,
Milán
1994, pp. 147ss).
San Ignacio de Loyola (31 de julio)
Iñigo López de Loyola nació en Azpeitia (Guipúzcoa, España), en el año 1491, en el seno de una familia noble en decadencia. Su deseo de alcanzar gloria le llevó a dedicarse a la carrera militar. Fue herido gravemente en una pierna durante la defensa del castillo de Pamplona, atacado por los franceses.
Durante su convalecencia, la simple lectura de algunos libros sobre la vida de los santos y de Jesús le impulsó a la práctica de una dura ascesis, durante la cual escribió la mayor parte de sus famosos Ejercicios espirituales.
Tras abandonar la vida de mendicante solitario, estudió primero en España y después en París; en esta última ciudad conoció a Francisco Javier y a algunos otros, con los cuales reunió el primer núcleo de la Compañía de Jesús, grupo que dará vida a un nuevo tipo de vida religiosa, basada en la práctica de la caridad y centrada en la misión, un nuevo tipo de vida que servirá de ejemplo a innumerables congregaciones modernas. Ignacio murió en Roma, el 31 de julio de 1556. Fue canonizado en el año 1622 junto con san Francisco Javier, su compañero de la primera hora.
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 10,31-11,1
Hermanos,
10,31 En cualquier caso, ya comáis, bebáis o hagáis otra cosa cualquiera, hacedlo todo para gloria de Dios.
32 Y no seáis ocasión de pecado ni para judíos ni para paganos, ni para la Iglesia de Dios.
33 Ya veis cómo procuro yo complacer a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de los demás, para que se salven.
34 Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo.
*• En la primera Carta a los Corintios, Pablo llama la atención de los fieles sobre muchos de los problemas cruciales del cristianismo primitivo: pureza de costumbres, matrimonio y virginidad, relaciones con los vecinos paganos. La conclusión de esta exhortación a la concordia en el pluralismo está resumida en la última afirmación: «Ya veis cómo procuro yo complacer a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de los emás, para que se salven» (10,33).
Ignacio nos indica el camino para conseguirlo: Omnia ad maiorem Dei gloriam («Haced todo para mayor gloria de Dios»). Así es como nuestro santo resume esta exhortación de Pablo a la comunidad de Corinto. Todas nuestras acciones, todo nuestro obrar -afirma Pablo deben tener como única regla de discernimiento la gloria de Dios. ¿Cómo puedo saber si lo que hago es bueno? Basta con verificar si mis acciones dan gloria a Dios o si esconden algún interés personal. Ya no es el comer o el ayunar, el darse a la penitencia o el ofrecer sacrificios sobre el altar: lo que cuenta es que el objetivo, el fin de nuestro comportamiento, sea cumplir la voluntad de Dios. Y voluntad de Dios es que nos esforcemos por buscar la utilidad común, a fin de que todos puedan obrar en conformidad con Cristo, dando así gloria a Dios.
Evangelio: Lucas 14,25-33
En aquel tiempo,
25 como le seguía mucha gente, Jesús se volvió a ellos y les dijo:
26 -Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
27 El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío.
28 Si uno de vosotros piensa construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla?
29 No sea que, si pone los cimientos y no puede acabar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él,
30 diciendo: «Éste comenzó a edificar y no pudo terminar».
31 O si un rey está en guerra contra otro, ¿no se sienta antes a considerar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que le va a atacar con veinte mil?
32 Y si no puede, cuando el enemigo aún está lejos, enviará una embajada para negociar la paz.
33 Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío.
*•• El texto evangélico que nos propone la liturgia consta de dos parábolas (vv. 27-30 y 31ss) y de tres sentencias (vv. 26, 27, 33). El tema general es la exigencia que impone el seguimiento de Jesús. Las parábolas hacen pensar en el cálculo y en la astucia de los hombres de este mundo. El que construye un edificio reflexiona bien sobre su coste, del mismo modo que el rey que pretende entablar una batalla calcula bien la consistencia de sus fuerzas.
Seguir a Cristo es una empresa costosa, y las condiciones, propuestas por Jesús de una manera paradójica, tienen que ser evaluadas con atención: renunciar a las riquezas del mundo e incluso a la propia vida no resulta fácil. Estas condiciones han sido compendiadas por san Ignacio en la renuncia a la propia voluntad, hasta alcanzar la indiferencia respecto a las condiciones del seguimiento. El discípulo no tiene otra alegría que Cristo Jesús.
MEDITATIO
Ignacio vivió en un tiempo de grandes transformaciones que afectan al modo de concebir la vida (el humanismo), la visión de la Iglesia (la Reforma protestante) y la sorpresa producida por el descubrimiento de nuevas tierras para evangelizar (los descubrimientos geográficos). Advierte que es preciso encontrar algo nuevo como respuesta a las grandes novedades de su tiempo. Sobre todo, es menester encontrar hombres nuevos, preparados, consagrados por completo a la misión.
Es preciso encontrar, asimismo, un nuevo modo de vida para estar en condiciones de hacer frente a la nueva misión. De ahí su magna síntesis: todo el hombre está al servicio de la misión, a fin de hacer progresar el
Reino de Dios: un hombre desprendido de todo, que intenta descubrir y cumplir la voluntad de Dios, a través del discernimiento y de la obediencia. Un hombre ligado a otros «compañeros de Jesús» que hacen frente a los nuevos desafíos, dispuestos a estar presentes en todos los frentes, «para mayor gloría de Dios». Ignacio está en el origen de la Compañía de Jesús, inicio de un considerable número de congregaciones religiosas que ponen la misión en el centro de su ser.
Hoy puede resultar fácil admirar su modelo «activo» e inspirarse en él. Sin embargo, el secreto está en la capacidad de vivir como «contemplativos en acción», en el «sentir con la Iglesia», en el «buscar la gloria de Dios» más que nuestra propia afirmación personal.
Ignacio fue un gran maestro de espíritus, antes de ser un gran organizador. Es más, pudo organizar la misión de una manera soberbia porque supo formar hombres humildes, competentes y desprendidos de todo. Una fórmula que no ha perdido nada de su actualidad.
ORATIO
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, escúchame.
En tus llagas escóndeme.
No permitas que me separe de ti.
Del maligno enemigo defiéndeme.
En la hora de mi muerte llámame
y mándame que vaya a ti
para alabarte con tus santos
por los siglos de los siglos. Amén.
CONTEMPLATIO
Principio y fundamento: El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas quanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados (Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales 23).
ACTIO
Repite y medita durante el día estas palabras evangélicas: «Aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío» (Le 14,33).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.
Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.
Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.
Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.
Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.
Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.
¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?
Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.
El
verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el
precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo (K.
Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy, Sal Terrae,
Santander 1978; pp. 4-8).
San Alfonso María de Ligorio (1 de agosto)
Alfonso nació en Nápoles el año 1696 y murió en Nocera dei Pagani (Salerno) el 1 de agosto de 1787. Era abogado del foro de Nápoles, pero dejó la toga para abrazar la vida eclesiástica.
Fue obispo de S. Ágata dei Goti (entre 1762 y 1775) y fundador de los redentoristas (1732); atendió con gran celo a las misiones populares y se dedicó a los pobres y a los enfermos. Es maestro de las ciencias morales, a las que inspira criterios de prudencia pastoral, basada en la búsqueda sincera y objetiva de la verdad, aunque también se muestra sensible a las necesidades y a las situaciones de la conciencia. Compuso escritos ascéticos de gran resonancia. Como apóstol del culto a la eucaristía y a la Virgen, guió a los fieles a la meditación de los novísimos, a la oración y a la vida sacramental.
LECTIO
Primera lectura: Romanos 8,1-8
Hermanos:
1 Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús.
2 La ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte.
3 Pues lo que era imposible para la ley, a causa de la fragilidad humana, lo realizó Dios enviando a su propio Hijo con una naturaleza semejante a la del pecado. Es más, se hizo sacrificio de expiación por el pecado y dictó sentencia contra él a través de su propia naturaleza mortal,
4 para que, así, los que vivimos no según nuestros desordenados apetitos, sino según el Espíritu, cumplamos la ley en plenitud.
5 Los que viven según sus apetitos, a ellos subordinan su sentir, mas los que viven según el Espíritu sienten lo que es propio del Espíritu.
6 Ahora bien, sentir según los propios apetitos lleva a la muerte; sentir conforme al Espíritu conduce a la vida y a la paz.
7 Y es que nuestros desordenados apetitos están enfrentados a Dios, puesto que ni se someten a su ley ni pueden someterse.
8 Así pues, los que viven entregados a sus apetitos no pueden agradar a Dios.
**• La primera lectura expresa de una manera maravillosa lo que el fundador de los redentoristas podía sentir en su corazón mientras enviaba a sus hermanos, los misioneros populares, a los más abandonados de su mundo, con la convicción de que, junto al Señor, la redención se muestra verdaderamente abundante, sin restricciones (cf. Sal 130,7). El fragmento de la Carta a los Romanos, aparentemente concentrado en la Ley, anuncia una firme novedad: «Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús» (8,1).
Dos indicaciones radicales -una como causa, como efecto la otra- resumen, con una máxima sencillez y condensación teológica, el misterio pascual de Cristo y plantean una nueva y definitiva economía de las relaciones entre lo divino y lo humano.
La historia sagrada de la humanidad ya no tendrá en su centro una preocupación predominantemente ética (intentar justificarnos ante Dios a través de los méritos provenientes de las obras de la Ley), sino más bien el de hacer emerger de una manera progresiva, en el ser humano, el « Yo soy» del Señor Resucitado, como totalidad de su cuerpo místico que es la Iglesia, animada por el Espíritu y embellecida por sus frutos. Así pues, se acabaron las cuestiones de acusación o defensa, miedo o cálculo, condena o absolución; lo que hay ahora es un impulso vital y libre en la entrega de sí, propia del Espíritu que nos ha sido dado, hacia una plenitud transformadora del amor, encaminada a hacernos criaturas nuevas en Jesús.
Evangelio: Juan 15,9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.
10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.
12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.
13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.
16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.
17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.
**• Juan, a su manera, repite el mismo discurso de la primera lectura. El autor del cuarto evangelio presenta igualmente el paulino «vivir en Cristo» como una nueva ontología bajo el ropaje simbólico del existir como sarmientos injertados en la vid. La nueva relación con el Padre a través de Jesús está formulada, sin embargo, en términos de amistad sin reservas, ratificada con la entrega total de la propia vida. El caminar en el Espíritu, evocado en Rom 8 como consecuencia de la inserción en Cristo, está expresado en Jn 15 como el permanecer en el amor de Jesús a través de una vida totalmente concentrada en su Palabra («mandamientos», es decir, todo lo que él había «oído del Padre» y, posteriormente, había dado a conocer a los discípulos-amigos). La nueva simbiosis de lo humano con lo divino -y esto es particularmente joáneo- encuentra su cumbre en la reciprocidad de la entrega de nosotros mismos, que brota del amor del Padre, realizada en la muerte de Jesús y difundida en las relaciones interhumanas como flujo de la vida nueva y resplandeciente de la fecundidad escatológica (frutos permanentes de caridad) del Dios-con-nosotros.
Por último, la nueva ley, identificada por Pablo con el Espíritu que da vida, recibe en Jn 15 su nombre definitivo: es la ley del amor que debe circular (de aquí el empleo del modo imperativo), como savia vital, en el cuerpo del hombre nuevo, que es Cristo con los suyos. De nuevo, el Doctor zdantissimus, que había encerrado en el amor y en la familiaridad de la relación con Dios todo su genio pastoral, encuentra en esta página del evangelio una credencial que corresponde de un modo particular a su carisma de copiosa redención comunicada posiblemente a todos los hijos de Dios.
MEDITATIO
La Palabra de Dios encontró una respuesta decidida en san Alfonso. Éste se sintió elegido, llamado, y siguió su vocación humana y cristiana con una disponibilidad plena y constante. Disponibilidad que expresaba con las frases típicas de su ascética: «Hacer la voluntad de Dios»; «Concordancia con la voluntad de Dios». La voluntad de Dios, «el mandamiento nuevo», es el amor al prójimo. Aquí se encuentra el secreto de todas las opciones de Alfonso: fue abogado para defender a los otros, se hizo sacerdote para salvar a las almas, fundó la Congregación de los Redentoristas para anunciar el Evangelio a los abandonados; como obispo, sintió la solicitud pastoral por su Iglesia local y por todas las Iglesias.
Hizo una amplia exposición del mandamiento nuevo en su mejor libro: Práctica del amor a Jesucristo. Del amor brotaba su alegría, una cualidad característica de Alfonso; es la alegría de sentirse amado por Dios, con lo que se vencen todas las adversidades. «Alegremente» es la palabra que se repite en su epistolario. Existe en Alfonso un humor a lo Tomás Moro, templado por el sentido común del napolitano. La alegría procede asimismo de la certeza de que no hay condena alguna para los que han sido salvados por Jesucristo. Aquí se pone de relieve el compromiso fundamental de Alfonso, teólogo y moralista: se sintió llamado a defender el amor misericordioso de Dios contra las nefastas teorías de los jansenistas y de los rigoristas, los cuales, negando la universalidad de la redención y acentuando las exigencias de la justicia de Dios, sumergían a los hombres en la angustia y la desesperación. A ellos opuso Ligorio el mensaje salvífico del Evangelio y la presencia activa del Espíritu Santo, que nos arranca de la esclavitud de la Ley y nos lleva a la libertad de los hijos de Dios.
ORATIO
Cristiano, levanta los ojos y mira a Jesús muerto sobre ese patíbulo, con el cuerpo lleno de llagas que todavía manan sangre. La fe te enseña que él es el Creador, tu salvador, tu vida, tu liberador. Es alguien que te ama más que nadie, es alguien que sólo puede hacerte feliz.
Sí, Jesús mío, lo creo: tú eres alguien que me ha amado desde la eternidad, sin ningún mérito por mi parte; es más, previendo mi ingratitud, sólo por tu bondad me diste el ser. Tú eres mi salvador, y con tu muerte me has liberado del infierno que tantas veces he merecido. Tú eres mi vida por la gracia que me has dado, sin la cual yo estaría muerto para siempre. Tú eres mi padre y mi padre amoroso; perdonándome con tanta misericordia las injurias que te he hecho. Tú eres mi tesoro y me enriqueces con muchas luces y favores en vez de los castigos que he merecido. Tú eres mi esperanza, pues fuera de ti no puedo esperar ningún bien de otros. Tú eres mi verdadero y único amador; basta con decir que has llegado a morir por mí. Tú, en suma, eres mi Dios, mi sumo bien, mi todo (Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la pasión).
CONTEMPLATIO
Ésta es, por tanto, la meta a la que deben tender nuestros deseos, nuestros suspiros, todos los pensamientos y todas nuestras esperanzas: ir a gozar de Dios en el paraíso para amarlo con todas las fuerzas y gozar del gozo de Dios. Gozan, a buen seguro, de su felicidad los bienaventurados en aquel Reino de delicias, mas su gozo principal, el que absorbe todos los otros defectos, será el de conocer la felicidad infinita de que goza su amado Señor, mientras ellos aman a Dios inmensamente más que a sí mismos. Todo bienaventurado, en virtud del amor que tiene a Dios, seguiría estando contento aunque perdiera todos sus goces, y padecería toda pena con tal de que no le faltara a Dios -si es que pudiera faltarle- una mínima parte de la felicidad de que goza. Por eso, en ver que Dios es infinitamente feliz y que esta felicidad nunca puede faltarle, en esto consiste su paraíso.
Así se entiende lo que dice el Señor a toda alma al darle posesión de la gloria: «Toma parte en la alegría de tu señor» (Mt 25,21).
No es ya el gozo el que entra en el bienaventurado, sino que éste entra en el gozo de Dios, mientras que el gozo de Dios es objeto del gozo del bienaventurado. De modo que el bien de Dios será el bien del bienaventurado, la riqueza de Dios será la riqueza del bienaventurado y la felicidad de Dios será la felicidad del bienaventurado (Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo).
ACTIO
Repite y medita a menudo durante el día este pensamiento de san Alfonso: «Quien ora se salva ciertamente, quien no ora ciertamente se condena».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
San Alfonso es un napolitano maravilloso, y tanto en su vida como en su ingenio aflora más de una vez, e incluso con gran frecuencia, su llaneza con una frescura y una jovialidad increíbles.
Quien le convierte en un santo pedante, petulante, aburrido, cruel, no le conoce ni de vista. Quien le convierte, en virtud de su moral, en una especie de casuista monomaniaco y sin aliento, no conoce a san Alfonso.
Fue músico, pintor, poeta, un hombre de espíritu y de garbo, capaz de resolver una cuestión con una salida y de enderezar un mundo invertido con una sonrisa; tuvo algo de la dolorida profundidad de Vico y algo de la vivacidad profunda de Galian¡.
En sus acciones y en sus obras aparece siempre superior a lo que hace y a lo que dice, dueño de sí y de lo que trata. Entre las muchas vías abiertas que se presentan a quien actúa y escribe, toma siempre la suya propia, una que se abre a él por vez primera. Despierto, despejado, resuelto y resolutivo, sigue su camino sin la mínima vacilación, y este camino se abre a muchos.
Por lo que respecta a la moral, sabido es que la Iglesia camina justamente por el camino abierto por san Alfonso. Por lo que respecta a la devoción, durante ciento cincuenta años cientos de miles de almas se han puesto a caminar por el camino trazado por Alfonso.
Esta
agilidad, gracia y sencillez hacen de él alguien cordialísimo, alguien al que se
trata con placer. Habría que verlo. Habría que saber verlo y hacerlo ver entre
los recuerdos que de él nos quedan, entre sus libros, en su correspondencia:
hallaríamos gestos bellísimos y originales, reflexiones agudas y divertidas,
fragmentos cálidos y brillantes, salidas de una milagrosa bonhomía y
profundidad, tomaduras de pelo caritativas pero tremendas, réplicas vivaces y
repentinas, como se da una bofetada a un bribón.
San Juan María Vianney (4 de agosto)
Juan María Vianney nació cerca de Lyon (Francia) el 8 de mayo de 1786. Descubrió pronto su vocación para el sacerdocio, pero fue excluido del seminario por falta de aptitud para los estudios. Le ayudó el párroco de Ecully y, cuando ya estaba casi en los treinta años, fue ordenado sacerdote en Grenoble. En 1819 fue destinado a la parroquia de Ars, a la que transformó con su bondad, abnegación pastoral y santidad de vida. Murió el 4 de agosto de 1859. Es patrono de los párrocos desde 1929.
LECTIO
Primera lectura: Ezequiel 3,16-21
En aquellos días,
16 el Señor me dirigió esta palabra:
17 -Hijo de hombre, yo te he constituido centinela de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, los amonestarás de parte mía.
18 Porque si yo digo al malvado que una amenaza de muerte pesa sobre él y tú no lo amonestas ni le adviertes que debe abandonar su perversa conducta si quiere conservar la vida, él morirá por su maldad, pero yo te pediré cuentas a ti de su vida.
19 Ahora bien, si amonestas al malvado y él no se convierte de su maldad ni de su conducta perversa, morirá por su culpa, pero tú te habrás salvado.
20 Si un hombre recto se desvía de su rectitud y obra mal, yo le pondré una trampa y caerá. Cono tú no lo has amonestado, él morirá por su pecado y no serán tenidas en cuenta las obras buenas que había hecho, pero yo te pediré cuentas a ti de su vida.
21 Sin embargo, si tú amonestas al hombre recto para que no peque, y no peca, él vivirá porque fue amonestado y tú te habrás salvado.
**• El centinela es la persona que vigila, vela, protege y, llegado el caso, defiende. El Señor pone al profeta como centinela de su pueblo (v. 16b), infundiéndole la gracia de ese agudo discernimiento capaz de advertir del peligro mortal que se cierne sobre la conciencia de los otros y de lanzar la alarma. No puede influir en la libertad de los otros; su tarea consiste sólo en erigirse en voz del Señor, y de eso es de lo que se le pedirá cuentas.
El profeta que no tema amonestar se salvará por la ingrata tarea realizada. Sorprende que también el justo esté en peligro y pueda caer. Con mayor razón aún, el centinela deberá velar por él, porque a quien mucho se le dio más se le pedirá.
Evangelio: Mateo 9,35-10,1
En aquel tiempo,
35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
36 Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor.
37 Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante, pero los obreros son pocos.
38 Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
10,1 Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.
* El evangelista nos presenta el relato del ministerio ordinario del Señor. La peregrinación de Jesús por pueblos y ciudades aparece repleta de milagros y parábolas.
Es el modelo de la obra misionera de la predicación del Reino, desarrollada primero en las sedes oficiales: las sinagogas. La acción pastoral del Señor tiene en cuenta al hombre completo: Jesús enseña y predica, pero también cura las enfermedades y dolencias de toda clase.
Ante sus ojos divinos pasa la imagen concreta de una humanidad cansada y extenuada, sin nadie a quien dirigirse.
Es el rostro que presenta la historia bajo la esclavitud del mal, el rostro de los oprimidos de todos los tiempos, por los que el amor divino experimenta aún compasión y viene en su ayuda con pastores según su corazón.
MEDITATIO
La particular solicitud por la salvación de los otros, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios, por la unidad espiritual de la Iglesia, que nos ha sido confiada por Cristo junto con la potestad sacerdotal, se explica de varias maneras [...].
Sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del buen pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo. En esto consiste el arte máxima a la que Jesucristo os ha llamado. «Arte de las artes es la guía de las almas», escribía san Gregorio Magno.
Os digo, por tanto, siguiendo sus palabras: esforzaos por ser los «maestros» de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos?
Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, san Vicente de Paúl, san Juan de Ávila, el santo cura de Ars, san Juan Bosco, el beato Maximiliano María Kolbe y tantos otros (Juan Pablo II, Carta a los obispos y a los sacerdotes, Jueves Santo de 1979, 6).
ORATIO
Te amo, oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, oh infinitamente amoroso Dios, y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor.
Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir a cada instante que te amo, por lo menos quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras te amo y de amarte mientras sufro, y el día que me muera no sólo amarte, sino sentir también que te amo.
Te suplico que, mientras más cerca esté de mi hora final, aumentes y perfecciones mi amor por Ti. Amén.
CONTEMPLATIO
Algunos dichos del santo:
«La mayor de las tentaciones es no tener ninguna».
«Es nuestro orgullo lo que nos impide ser santos».
«Los santos se conocían a sí mismos mejor de lo que conocían a los otros: por esa razón eran humildes».
«El hombre tiene una hermosa tarea: orar y amar».
«La Santa Virgen es como una madre que tiene muchos hijos: está continuamente ocupada yendo de uno a otro».
«Los pecados que se esconden volverán a salir todos a flote».
«El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús».
«El hombre, creado por amor, no puede vivir sin amor: o ama a Dios, o ama al mundo».
ACTIO
Repite y medita a menudo durante el día esta enseñanza del santo: «El pecado es el verdugo del buen Dios y el asesino del alma».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Se dice que el sacramento de la penitencia está en crisis, pero ¿está en crisis porque los que deben ser perdonados no se preocupan y no se dan cuenta, o está en crisis porque los ministros ya no viven la pasión y la muerte del Señor que perdona?
Acudamos al ejemplo del santo cura de Ars. Éste era su tormento: quería confesar, y una de las pruebas más grandes de su vida fue que, cuando fue enviado como párroco a Ars, se dio cuenta de que no se confesaba nadie. No dijo: «Peor para ellos», no hizo una estadística. No; se consumía ante el sacramento de día y de noche, porque quería que los pecadores se confesaran y tenía un sentido tan vivo del pecado de estas criaturas que no vivía en paz. El sufrimiento por el pecado significaba que era, en el fondo, la matriz de este carácter ministerial que se expresaba después con la asiduidad al sacramento del perdón. Al final de su vida estaba totalmente identificado con el confesionario, incluso con la materialidad del habitáculo, en el que estaba prisionero día y noche.
Poco
antes de morir, confesó a dos personas intemperantes e insensatas que no se
detuvieron ni siquiera ante un moribundo. Él no se negó: vivir no era
importante, confesar era esencial (A. Ballestrero, Alia scuola del Curato
d'Ars, Cásale Monf. 1995, pp. 50ss).
Transfiguración del Señor (6 de agosto)
Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la Iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la Transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la Cruz. La fiesta de la Transfiguración ya aparece desde el siglo V en el calendario de la liturgia oriental para recordar la subida de Jesús al monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan, testigos privilegiados de su gloria. El episodio está atestiguado de manera concorde por los evangelios sinópticos. La fiesta se difundió rápidamente también en la Iglesia romana, pero no fue introducida oficialmente hasta el año 1457, con ocasión de una victoria obtenida contra los turcos.
LECTIO
Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss
9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente;
10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.
13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y ví venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.
14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.
*•• Al profeta se le revela, en una visión nocturna, el designio de Dios sobre la historia. Ve la sucesión de los grandes imperios y de sus violentos dominadores (7,2-8), mas este espectáculo de la altivez humana se interrumpe: a Daniel se le ha concedido contemplar los acontecimientos desde el punto de vista del Señor de la historia. Él es el Juez omnipotente {cf. v. 10), que conoce y valorará definitivamente la obra de los hombres, pero es también alguien que interviene en el tiempo para rescatarlo: en efecto, a los reinos terrenos se contrapone el Reino que el «Anciano» confía a la obra de un misterioso «Hijo de hombre» que viene sobre las nubes (vv. 13ss). El autor sagrado indica así que este personaje es un hombre, aunque es de origen divino, celeste.
Ya no se trata del Mesías davídico esperado para restaurar con poder el Reino de Israel, sino de su transfiguración sobrenatural: el Hijo del hombre inaugurará un Reino que, aunque se inserta en el tiempo, «no es de este mundo» (Jn 18,36).
Éste triunfará al final sobre los imperialismos mundanos, llevando la historia a su cumplimiento escatológico. Entonces «los santos del Altísimo» participarán plenamente en la soberanía del Hijo del hombre y constituirán una sola cosa con él y en él (Dn 7,18.22.27). Con esta figura bíblica se identificará Jesús a menudo en su predicación y, en particular, en la hora decisiva del proceso ante el Sanedrín que le condenará a morir en la cruz.
Segunda lectura: 2 Pedro 1,16-19
Queridos:
16 Cuando os dimos a conocer la venida en poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos inspirados por fantásticas leyendas, sino porque fuimos testigos oculares de su grandeza.
17 Él recibió, en efecto, honor y gloria de Dios Padre cuando se escuchó sobre él aquella sublime voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco».
18 Y ésta es la voz, venida del cielo, que nosotros escuchamos cuando estábamos con él en el monte santo.
19 Tenemos también la palabra de los profetas, que es firmísima, y hacéis bien en dejaros iluminar por ella, pues es como una lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones.
**• Pedro y sus compañeros han contemplado la grandeza de Jesús, han oído la voz celestial que le proclamaba Hijo predilecto, por eso se reconocen portadores de una gracia mayor que la de los profetas. En efecto, pueden confirmar por experiencia personal la veracidad de las profecías a las que Jesús da cumplimiento. La palabra del Antiguo Testamento, sin embargo, no ha agotado su tarea de «lámpara que alumbra en la oscuridad» (v. 19): deberá seguir siempre alumbrando los pasos de los creyentes que avanzan en medio de las tinieblas de la historia hasta el día sin ocaso de la venida de Cristo en la gloria {cf. v. 19). En este camino, la visión radiante de Jesús transfigurado, que los apóstoles nos atestiguan, sostiene nuestra fe y enciende de deseo nuestra esperanza: el «lucero de la mañana» se alza ya en el corazón de quien vela expectante.
Evangelio (ciclo A): Mateo 17,1-9
En aquel tiempo,
1 tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó a un monte alto a solas.
2 Y se transfiguró ante ellos. Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
3 En esto, vieron a Moisés y a Elías que conversaban con Jesús.
4 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres hago tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
5 Aún estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y una voz desde la nube decía: -Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo.
6 Al oír esto, los discípulos cayeron de bruces, aterrados de miedo.
7 Jesús se acercó, los tocó y les dijo: -Levantaos, no tengáis miedo.
8 Al levantar la vista no vieron a nadie más que a Jesús.
9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: -No contéis a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.
*» Mateo conecta la transfiguración con la promesa que hace Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin ver al Hijo del hombre venir como rey» (16,28). La promesa se cumple, al menos como prenda, «seis días después» (17,1). La transfiguración viene a confirmar así la fe de los apóstoles expresada por Pedro en Cesárea de Filipo (16,16), y a superar su oposición a la perspectiva de la pasión predicha por Jesús. Éste pide a quien quiera seguirle la participación en sus sufrimientos (16,21-27). El desenlace del camino es, no obstante, glorioso, y este acontecimiento extraordinario lo prueba. Pedro, Santiago y Juan pueden ver con sus propios ojos que Jesús es verdaderamente el Hijo del hombre glorioso, que concluirá la historia inaugurando el Reino de Dios. Pueden constatar que, en Jesús, llegan a su cumplimiento las expectativas de Israel: junto a él aparecen Moisés y Elías, testigos privilegiados de Dios en el Sinaí, que han forjado y sostenido la fe del pueblo.
Mientras la nube luminosa de la presencia de YHWH envuelve a los presentes, una voz revela la identidad absolutamente única e incomparable de Jesús. La invitación a escucharle es así extraordinariamente comprometedora: la palabra del Hijo predilecto será más vinculante que las palabras de la Ley de Moisés, más penetrante que las palabras de los profetas que invitan a la conversión... En efecto, Mateo presenta aquí a Jesús como el nuevo Moisés que asciende al monte a encontrarse con Dios: Moisés recibe la llamada a entrar en la nube «tras seis días de espera» (Ex 24,15-18a) y, tras haber hablado con Dios, la piel del rostro se le vuelve radiante (Ex 34,28-35). Se comprende bien así el sagrado temor de los apóstoles frente a esta teofanía que manifiesta a Jesús como el Revelador de Dios (v. 5), y cuya palabra es la ley perfecta y definitiva: «No vieron a nadie más que a Jesús» (v. 8). Ahora bien, esta anticipación de la gloria del Maestro no debe hacer olvidar a los apóstoles el camino ya trazado: el Hijo del hombre atravesará las tinieblas de la muerte y será su
radiante vencedor (v. 9).
Evangelio (ciclo B): Marcos 9,2-10
En aquel tiempo,
2 Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos.
3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos.
4 Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.
5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Maestro, ¡que bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
6 Estaban tan asustados que no sabía lo que decía.
7 Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:
-Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.
8 De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos.
9 Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos.
10 Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos.
*•• El relato de Marcos tiene una connotación particular de absolutidad que no admite matices de componendas. Absoluta es la exigencia de soledad, de separación del contexto habitual (v. 2b); absoluto es el contraste entre el aspecto de Jesús, contemplado por los tres apóstoles, y la experiencia común (v. 3). Las figuras de Moisés y Elías evocan asimismo una decisión neta y radical: en virtud de su excepcional experiencia en el Horeb/Sinaí y de la fe vivida integralmente, eran esperados, respectivamente, como el profeta (Moisés) que viene a introducir al Profeta definitivo, y como el precursor del Mesías (Elias, cf. v. 11).
El discípulo se da cuenta de su propia inadecuación. Las palabras de Pedro no son disparatadas: probablemente, el acontecimiento tuvo lugar el séptimo día de la fiesta de las Chozas, durante la cual vivía la gente en tiendas hechas con ramas; aunque, a buen seguro, la realidad de que es testigo la supera infinitamente. El Maestro aparece como el cumplimiento de las expectativas de Israel, y mucho más: es el Hijo amado, como declara la voz que sale de la nube de la Presencia de YHWH. Y la invitación que sigue no deja lugar a la duda: «Escuchadlo» (v. 7). La palabra de Jesús tenía, por consiguiente, el peso de la autoridad divina cuando, pocos días antes, había predicho de manera abierta su crucifixión y la había propuesto a los discípulos como camino necesario (8,31.34-37). Ahora bien, si esta exigencia de adhesión absoluta a la palabra y a la misma persona de Jesús trae consigo la perdición de nosotros mismos, ofrece también la promesa de la vida verdadera en el Reino de Dios (8,35). La promesa de algo cuya realización se entrevé en el monte de la transfiguración y de lo que Pedro, Santiago y Juan pregustan el cumplimiento en la belleza que irradia del rostro de Jesús.
Evangelio (ciclo C): Lucas 9,28b-36
En aquel tiempo,
28 Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar.
29 Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente.
30 En esto aparecieron conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elías,
31 que, resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén.
32 Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos que estaban con él.
33 Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús: -Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pedro no sabía lo que decía.
34 Mientras estaba hablando, vino una nube y los cubrió, y se asustaron al entrar en la nube.
35 De la nube salió una voz que decía: -Este es mi Hijo elegido; escuchadlo.
36 Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron a nadie por entonces nada de lo que habían visto.
**• El evangelista Lucas, al referir el acontecimiento de la transfiguración, señala que Jesús se retira a la soledad para orar, como sucederá en otro momento fundamental de su misión (en el Getsemaní). La transfiguración, en efecto, representa un preanuncio de la pasión, pero supone ya también el primer resplandor de la gloría divina del Hijo, llamado a ser el Siervo de YHWH para la salvación de los hombres.
Es en medio de la oración cuando Jesús se transfigura y deja aparecer su identidad sobrenatural; y la gloria que habita en él se vuelve espacio abierto para la comunicación con las figuras gloriosas de la historia sagrada de Israel (vv. 30ss). Moisés y Elías son los protagonistas de un éxodo muy diferente en las circunstancias, aunque idéntico en su motivación: la fidelidad absoluta a Dios. Ellos son los interlocutores más autorizados para hablar con Jesús «de su éxodo» (v. 31 al pie de la letra) que se habría de producir en Jerusalén. La luz que irradia de la transfiguración (v. 29) representa, por tanto, para Jesús una claridad interior sobre su camino terreno.
Esta luz cubre también finalmente a los apóstoles, espectadores atónitos del acontecimiento.
Mientras Moisés y Elías se separan de Jesús, y Pedro parece querer detener el tiempo (v. 33), la presencia de lo sobrenatural «cubrió» a los tres discípulos en forma de nube. Se trata de la nube traslúcida de la presencia de Dios, que oculta y despeja al mismo tiempo. Es el misterio que se revela permaneciendo incognoscible. Desde su inaprensible oscuridad, Pedro, Santiago y Juan reciben la luz más fúlgida: la voz divina proclama la identidad de Jesús, Hijo y Siervo de YHWH (el «elegido»: cf. Is 42,1).
Con la invitación a escucharle cesa la voz, desaparecen los extraordinarios interlocutores: se queda Jesús solo, Palabra salida del seno del Silencio. Y en absorto silencio, los apóstoles reemprenden con él el camino (v. 36).
MEDITATIO
Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el deseo de él.
Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye en amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastornados por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera.
La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar -en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el rostro de cada nombre- a Dios «todo en todos», eterna meta de nuestra peregrinación en el tiempo.
ORATIO
Jesús, tú eres Dios de Dios, luz de luz. Nosotros lo creemos, pero nuestros ojos son incapaces de reconocer tu belleza en las humildes apariencias de que te revistes.
Purifica, oh Señor, nuestros corazones, porque sólo a los limpios de corazón has prometido la visión de Dios.
Concédenos la pobreza interior que nos hace atentos a su Presencia en la vida diaria, capaces de percibir un rayo de tu luz hasta en los lugares donde todo aparece oscuro e incomprensible. Haznos silenciosos y orantes, porque tú eres la Palabra salida del silencio que el Padre nos pide que escuchemos. Ayúdanos a ser tus verdaderos discípulos, dispuestos a perder la vida cada día por ti, por el Evangelio; haz crecer tu amor en nosotros para ser contigo siervos de los hermanos y ver en cada hombre la luz de tu rostro.
CONTEMPLATIO
Antes de tu cruz preciosa, antes de tu pasión, tomando contigo a los que habías elegido entre tus sagrados discípulos, subiste al monte Tabor, oh Soberano, queriendo mostrarles tu gloria. Y ellos, al verte transfigurado y más resplandeciente que el sol, caídos rostro en tierra, se quedaron atónitos frente a la soberanía, y aclamaban: «Tú eres, oh Cristo, la luz sin tiempo y la irradiación del Padre, aunque, voluntariamente, te hagas ver en la carne, permaneciendo inmutable».
Tú, Dios Verbo, que existes antes de los siglos, tú que te revistes de luz como de un manto, transfigurándote delante de tus discípulos, oh Verbo, refulgiste más que el sol. Estaban junto a ti Moisés y Elías, para indicar que eres el Señor de vivos y de muertos y para dar gloria a tu economía inefable, a tu misericordia y a tu gran condescendencia, por la que salvaste al mundo, que se perdía por el pecado.
Nacido de nube virginal y hecho carne, transfigurado en el monte Tabor, Señor, y envuelto por la nube luminosa, mientras estaban contigo tus discípulos, la voz del Padre te manifestó distintamente como Hijo amado, consustancial y reinante con él. De ahí que Pedro, lleno de estupor, exclamara: «¡Qué bien estamos aquí!», sin saber lo que decía, oh misericordiosísimo Benefactor (Anthologhion di tutto l'anno, Roma 2000, IV, pp. 871ss).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «A tu luz vemos la luz» (Sal 35,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.
La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.
Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.
Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.
El
Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente
en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser
transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a
Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de
locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar
un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida
espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es
contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en
él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros
«esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy
diferente a nuestro servicio en este mundo (J. Corbon, La gioia del Padre,
Magnano 1997).
Nació en Caleruega (Burgos), en España, en 1172. Hacia 1196 se convirtió en canónigo del capítulo de la catedral de El Burgo de Osma (Soria). Acompañó al obispo Diego en una importante misión por el norte de Europa. Al pasar por el sur de Francia, vio claramente el daño que la herejía cátara estaba haciendo entre los fieles y maduró el designio de reunir a algunas personas que se dedicaran a la evangelización a través de la predicación pobre, estable y organizada del Evangelio.
Este proyecto, aprobado por vez primera por Inocencio III, fue reconocido definitivamente por Honorio III el 22 de diciembre de 1216. Este último llamó «Hermanos Predicadores» a sus miembros. Domingo diseminó de inmediato a los hermanos que le siguieron por las regiones más remotas de Europa. Solía decir: «No es bueno que el grano se amontone y se pudra».
Precisó en dos congregaciones generales los fundamentos y los elementos arquitectónicos de su familia religiosa: vida en común pobre y obediente, la oración litúrgica, el estudio asiduo de la Verdad ordenado a la predicación, entendida como contemplación en voz alta, participación en la misión propia de la Iglesia, sobre todo en las tierras todavía no evangelizadas.
Hombre genial, sabio, misericordioso, era «tierno como una madre y fuerte como el diamante» (Lacordaire). Murió en Bolonia el 6 de agosto de 1221. Gregorio IX lo canonizó el 3 de julio de 1234.
LECTIO
Primera lectura: 2 Timoteo 4,1-8
Querido:
1 Ante Dios y ante Jesucristo, que manifestándose como rey ha de venir a juzgar a vivos y muertos, te ruego encarecidamente:
2 Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, corrige, reprende y exhorta usando la paciencia y la doctrina.
3 Porque vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus propias concupiscencias, se rodearán de multitud de maestros que les dirán palabras halagadoras,
4 apartarán los oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.
5 Tú, sin embargo, procura ser prudente siempre, soporta el sufrimiento, predica el Evangelio y conságrate a tu ministerio.
6 Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente.
7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe.
8 Sólo me queda recibir la corona de salvación, que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa.
*+• La apremiante exhortación del apóstol está situada en el marco del juicio que el Padre ha confiado a Cristo y en el horizonte de la manifestación de su gloria y de la venida del Reino. Y esta misma exhortación es la que, a lo largo de los siglos, ha orientado e inspirado el camino de todas las personas enviadas a continuar la misión del Verbo, a fin de anunciar la Palabra, a fin de hacer converger en esta misión todas las posibilidades y energías de la mente y del corazón y no escatimar nada, sobre todo cuando el anuncio sufre oposición y llevarlo adelante cuesta trabajo, exige vigilancia, fuerza y perseverancia para no sucumbir a las amenazas, las dificultades y los conflictos.
Su tenacidad está apoyada por la confianza en el Pastor supremo, que vela sobre el camino de sus misioneros y, mientras potencia su cumplimiento, prepara la corona de justicia reservada a todos aquellos que esperan con amor su manifestación.
El anuncio de la Palabra es testimonio de la resurrección, anticipa y prepara su disfrute: está inmerso en el horizonte de la venida del Reino, y los ministros del Evangelio aman con corazón magnánimo, piensan y transmiten, con riqueza doctrinal y con la energía de la convicción y del convencimiento, la verdad que hace viva y activa la memoria de la bienaventurada esperanza, y ardiente y sincera la imploración de la manifestación gloriosa de Cristo.
Evangelio: Mateo 28,16-20
En aquel tiempo,
16 los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado.
17 Al verlo, lo adoraron; ellos que habían dudado.
18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: -Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra.
19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
20 enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.
*• El texto revela las prerrogativas, el contenido y los caminos por los que el Evangelio penetra en los corazones humanos. La misión a la que Jesús resucitado, antes de subir al Padre, asocia a su Iglesia vivificada por el Espíritu, es la de ser sal y luz del mundo, la de volver sápida, sabrosa y resplandeciente la Verdad que es él y que revela el misterio del Padre.
Jesús es la verdadera luz que ilumina el camino humano, es vida y amor que une. El anuncio de su Evangelio se vuelve elocuente por las obras que él mismo vivifica y pide realizar. Las palabras remueven, los ejemplos atraen. Las obras buenas tienen un fuerte poder de implicación y glorificación del Padre. Por eso, los mensajeros del Evangelio deben ser luminosos, resplandecientes, y no por ostentación, sino por la caridad de la verdad que los inspira.
Están al servicio de la Palabra, no son ni los dueños ni los árbitros de la misma: son auténticos y fieles cuando viven el mensaje por completo y realizan las iniciativas oportunas para que sea conocido no de un modo sectorial o veleidoso, sino con un verdadero consentimiento, que es tanto más él cuanto menos fragmentario y selectivo sea.
MEDITATIO
Domingo, fiel a la consigna del Señor, exigía que la predicación de sus hermanos brotara de la comunión en la verdad y de la contemplación. Pedía realizar la verdad, configurarse a ella en la vida y en el anuncio, no como se acostumbra a hacerlo en un lugar o en otro, sino como lo exige la Palabra de Dios transmitida por la Iglesia. Quería que antepusieran la verdad a la oportunidad, de modo que la verdad amada, contemplada, celebrada, estudiada, anunciada, alabada, constituyera el marco de su vida.
La verdad tiene sus exigencias imprescindibles. Se abre camino por convencimiento, no por constricción, y por eso exige una profunda comunión de vida, celebración ferviente de su belleza, asiduo estudio de sus expectativas, vida ejemplar. La convicción es fruto de una inteligencia amorosa y desemboca en el obrar por el deseo de semejanza con el ser amado. No pasa de una persona a otra; se engendra en cada persona que llega a ella bajo el estímulo de la palabra y del ejemplo. Esto hace, ciertamente, que el mensajero del Evangelio sea un mendicante de verdad, con todo el rigor del término.
La verdad que anuncia no es suya, no puede hacer lo que quiera con ella; implora que le sea dada, la admira, la estudia, la contempla, hace todo para que sea amada, realizada. Ora e implora a fin de que los corazones humanos no se cierren a la escucha, aunque sabe que esto deriva preponderantemente del consentimiento de la persona a la gracia. Cuando lo ha hecho todo se siente un siervo inútil y, junto a la persona que cree, alaba al Dios de la misericordia y de la luz. Esta orientación de vida ha sido traicionada con frecuencia. Los resultados negativos de esta omisión agudizan la nostalgia de que el anuncio del Evangelio se inspire siempre en el ejemplo de los apóstoles vivificados por el Espíritu y vaya acompañado por la imploración del perdón y de la misericordia.
ORATIO
En tu Providencia, oh Dios, enviaste a la humanidad sedienta a santo Domingo, heraldo de tu verdad, tomada de la fuente del Salvador. Sostenido siempre por la Madre de tu Hijo y abrasado de celo por las almas, asumió para sí y para sus discípulos, recogidos por el Espíritu Santo, el ministerio del Verbo, llevando a Cristo con la doctrina y con el ejemplo a innumerables hermanos.
Atento a hablar contigo y de ti, creció en la sabiduría y, haciendo brotar el apostolado de la contemplación, se consagró totalmente a la renovación de la Iglesia...
Para el esplendor y la defensa de la misma, quisiste que restableciera la vida de los apóstoles. Él, siguiendo las huellas del Cristo pobre, con la predicación volvió a llamar a los errantes a la verdad evangélica y conquistó para Cristo a innumerables hermanos; reunió con sabiduría en torno a sí a otros discípulos, a fin de que sostenidos por la luz de la ciencia se consagraran a la salvación de la humanidad (de los dos Prefacios del rito dominicano, que celebran la gloria de santo Domingo).
CONTEMPLATIO
[Habla Dios Padre:] Y si miras la barquilla de tu padre Domingo, hijito mío amado, él la ordenó con un orden perfecto y quiso que atendiera sólo a mi honor y a la salvación de las almas con la luz de la ciencia. Sobre esta luz quiso constituir su principio, sin estar privada, no obstante, de la pobreza verdadera y voluntaria. Incluso la tuvo, y en señal de que la tenía y le disgustaba lo contrario, dejó en testamento a los suyos como herencia su maldición, si poseían o tomaban posesión alguna, en particular o en general, como señal de que había elegido como esposa a la reina de la pobreza.
Sin embargo, como su objeto más propio tomó la luz de la ciencia, a fin de extirpar los errores que se habían levantado en aquel tiempo. Tomó el ministerio de mi Hijito el Verbo unigénito. Aparecía directamente en el mundo un apóstol que con mucha verdad y luz sembraba mi palabra, levantando las tinieblas y dando la luz. Fue una luz que se puso en el mundo por medio de María, puesto en el cuerpo místico de la santa Iglesia como extirpador de las herejías. ¿Por qué dije «por medio de María»? Porque le dio el hábito, el ministerio de mi bondad encomendado a ella... Hizo que su barquilla estuviera atada con estas tres cuerdas: la obediencia, la continencia y la verdadera pobreza; la hizo completamente generosa, alegre, olorosa: un jardín repleto de todo deleite en sí mismo (Catalina de Siena, Diálogo, Siena 1995, pp. 539ss [edición española: El diálogo, Ediciones Rialp, Madrid 1956]).
ACTIO
Repite y medita a menudo durante el día esta expresión gemidora de santo Domingo: «Ten piedad, Señor, de tu pueblo; si no, ¿qué será de los pecadores?».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El primer modo de orar consistía en humillarse ante el altar como si Cristo, representado en él, estuviera allí real y personalmente, y no sólo a través del símbolo. Se comportaba así en conformidad al siguiente fragmento del libro de Judit: Te ha agradado siempre la oración de los mansos y humildes (Jdt 9,1 ó). Por la humildad obtuvo la cananea cuanto deseaba (Mt 15,21-28), y lo mismo el hijo pródigo (Le 15,11-32). También se inspiraba en estas palabras: Yo no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8,8); Señor, ante ti me he humillado siempre (Sal 146,61). Y así, nuestro Padre, manteniendo el cuerpo erguido, inclinaba la cabeza y, mirando humildemente a Cristo, le reverenciaba con todo su ser, considerando su condición de siervo y la excelencia de Cristo. Enseñaba a hacerlo así a los frailes cuando pasaban delante del crucifijo, para que Cristo, humillado por nosotros hasta el extremo, nos viera humillados ante su majestad.
Mandaba también a los frailes que se humillaran de este modo ante el misterio de la Santísima Trinidad, cuando se cantara el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. [...]
Después de esto, santo Domingo, ante el altar de la iglesia o en la sala
capitular, se volvía hacia el crucifijo, lo miraba con suma atención y se
arrodillaba una y otra vez; hacía muchas genuflexiones, a veces, tras el
rezo de completas y hasta la media noche, ora se levantaba, ora se arrodillaba,
como hacía el apóstol Santiago, o el leproso del evangelio que decía, hincado de
rodillas: Señor, si quieres, puedes curarme (Mt 8,2); o como Esteban, que,
arrodillado, clamaba con fuerte voz: No les tengas en cuenta este pecado
(Hcfi7,60). El padre santo Domingo tenía una gran confianza en l a misericordia
de Dios, en favor suyo, en bien de todos los pecadores y en el amparo de los
frailes jóvenes que enviaba a predicar. [...] Enseñaba a los frailes a orar de
esta misma manera, más con el ejemplo que con las palabras (I. Taurisano, Il
nove modi di pregare di san Dominico, ASOP 1922, pp. 96ss).
Lorenzo nació en Huesca (España). El papa Sixto II le recibió en Roma. Fue archidiácono al servicio de la Iglesia en tiempos de persecución. Cuando el 6 de agosto del año 258 fue llevado el papa al suplicio, le recomendó que distribuyera entre los pobres los bienes de la Iglesia y le profetizó el martirio, lo que tuvo lugar el 10 de agosto. El emperador Valeriano le condenó a morir en una parrilla. Sus reliquias se encuentran en San Lorenzo Extramuros.
LECTIO
Primera lectura: 2 Corintios 9,6-10
Hermanos:
6 Tened esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha.
7 Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría.
8 Dios, por su parte, puede colmaros de dones, de modo que teniendo siempre y en todas las cosas lo suficiente, os sobre incluso para hacer toda clase de obras buenas.
9 Así lo dice la Escritura: Distribuyó con largueza sus bienes a los pobres, su generosidad permanece para siempre.
10 El que proporciona simiente al que siembra y pan para que se alimente, os proporcionará y os multiplicará la simiente y hará crecer los frutos de vuestra generosidad.
*»• Son muchas las pobrezas humanas: espirituales, materiales, culturales, morales. Mas no hay ninguna a la que no pueda llegar y colmar la caridad. Dios mismo se muestra siempre espléndido, como fuente de su seno trinitario, en todo impulso dinámico y consiguiente fecundidad de frutos. La criatura se convierte en su instrumento.
Cuanto más da, más goza del amor divino, porque éste se trasvasará aún en mayor cantidad y se verterá en ella al encontrar una plena consonancia. Por eso recogerá con largueza: Dios mismo cultivará cuanto siembra y hará fructificar la obra del justo realizada con su amor.
Evangelio: Juan 12,24-26
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
24 Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.
25 Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferré excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.
26 Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.
**• Unirse al Hijo es entrar en la dinámica de amor que le hace una sola cosa con el Padre. «Servir» al Hijo significa «reinar» en él y con él en el corazón del Padre, y constituirá la complacencia de su paternidad divina.
Servir al Hijo es asociarse a él y a su obra redentora. Jesús no deja sobrentendidos a la exigencia de tal seguimiento: por amor al Padre y al hombre, el Hijo se entrega por completo, da su propia vida en una muerte destinada al misterio de una fecundidad que inserta la inmediatez histórica en un horizonte trascendente. También el discípulo se ve llamado así a perpetuar en el tiempo un acto de amor de valor eterno y divino.
MEDITATIO
Cuando el emperador le ordenó entregar las riquezas de la Iglesia, el diácono Lorenzo se presentó al juez con los pobres de Roma, declarando: «¡Aquí están los tesoros de la Iglesia!». De inmediato dio la orden de torturarle hasta la muerte. La Passio cuenta que, invitado aún a sacrificar a los dioses, respondió: «Me ofrezco a Dios como sacrificio de suave olor, porque un espíritu contrito es un sacrificio a Dios». El papa Dámaso (384) escribió en la inscripción que hizo poner en la basílica dedicada al mártir: «Sólo la fe de Lorenzo pudo vencer los azotes del verdugo, las llamas, los tormentos, las cadenas. Por la súplica de Dámaso, colma de dones estos altares, admirando el mérito del glorioso mártir».
El papa Juan Pablo II, en la memoria jubilar de los mártires del siglo XX, dijo en el Coliseo comentando el texto de Jn 12,25: «Se trata de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar, la propia supervivencia, como valores más grandes que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor» (Juan Pablo II, Homilía, 7 de mayo de 2000).
ORATIO
El Soberano y Señor te ha dado, oh mártir, como ayuda el carbón ardiente: quemado por él, dejaste pronto la tienda de barro y heredaste la vida y el Reino inmortales. Por eso celebramos nosotros, con gozo, tu fiesta, oh bienaventurado Lorenzo coronado.
Resplandeciendo por el Espíritu divino como carbón encendido, Lorenzo victorioso, archidiácono de Cristo, quemaste la espina del engaño: por eso fuiste ofrecido en holocausto como incienso racional a aquel que te exaltó, llegando a la perfección con el fuego. Protege, por tanto, de toda amenaza a cuantos te honran, oh hombre de mente divina {de un antiguo texto de la Iglesia bizantina).
CONTEMPLATIO
[San Lorenzo], como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia [la de Roma]. En ella administró la sangre sagrada de Cristo; en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. [...] Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.
También nosotros, hermanos, si amarnos de verdad a Cristo, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. [...]
Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. [...] Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar (Agustín de Hipona, Sermón 304).
ACTIO
Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12,8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El perfume agradable corresponde, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a la dimensión estrictamente constitutiva de la teología del sacrificio. En Pablo, es expresión de una vida que se ha vuelto pura, de la que no se desprende ya el mal olor de la mentira y de la corrupción, de la descomposición de la muerte, sino el soplo refrescante de la vida y del amor, la atmósfera que es conforme a Dios y sana a los hombres. La imagen del perfume agradable está unida también a la del hacerse pan: el mártir se ha vuelto como Cristo; su vida se ha convertido en don. De él no procede el veneno de la descomposición del ser vivo por el poder de la muerte; de él emana la fuerza de la vida: edifica vida, del mismo modo que el buen pan nos hace vivir. Su entrega en el cuerpo de Cristo ha vencido el poder de la muerte: el mártir vive y da vida precisamente con su muerte y, de este modo, entra él mismo en el misterio eucarístico. El mártir es fuente de fe.
La
representación más popular de esta teología eucarística del martirio la
encontramos en el relato de san Lorenzo sobre la parrilla, que ya desde tiempos
remotos fue considerado como la imagen de la existencia cristiana: las angustias
y las penas de la vida pueden convertirse en ese fuego purificador que
lentamente nos va transformando, de suerte que nuestra vida llegue a ser don
para Dios y para los hombres (J. Ratzinger, Conferenza per ¡I XXIII Congresso
eucarístico nazionale, Bolonia 1997).
Santa Clara de Asís (11 de agosto)
Clara nació en Asís el año 1193 (o 1194). Hija de noble familia, fue educada por su madre en la fe cristiana, pero al escuchar y ver a su conciudadano Francisco en la nueva vida evangélica que éste había emprendido comprendió que quería llevar la misma forma de seguimiento de Jesús. Con su hermana, que la seguirá quince días después de su huida del palacio, vive en el monasterio de San Damián, situado fuera de los muros de Asís, «según la forma del santo Evangelio», obteniendo de los papas el singular «privilegio de la pobreza». Fueron muchas las compañeras que la imitaron. Juntas constituyeron la primera comunidad de «Hermanas pobres», para las cuales, y ya en sus últimos años, escribió Clara -primera mujer que lo hizo en la historia de la Iglesia- una Regla. Esta fue aprobada por Inocencio IV en 1254, pocos días antes de la muerte de Clara. Se conserva el Proceso de su canonización, que tuvo lugar en 1255. Es un documento de excepcional valor para conocer la experiencia de la «plantita de Francisco».
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31
Hermanos:
26 Considerad quiénes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.
27 Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio, para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil, para confundir a los fuertes;
28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo.
29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios.
30 A él debéis vuestra existencia cristiana, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención.
31 De esta manera, como está escrito, el que quiera presumir, que lo haga en el Señor.
*»• Pablo opone a los corintios, tentados de dar crédito a quien haga la mayor ostentación de capacidades intelectuales o de prestigio humano, el modo de proceder de Dios. Y lo hace con tres ejemplos: la cruz, elegida por Dios como medio de salvación (cf. vv. 18-25), la vocación recibida (cf. vv. 25-31) y el estilo de Pablo en la predicación del Evangelio (cf. 2,1-5). El fragmento litúrgico elegido para celebrar la fiesta de santa Clara presenta el segundo ejemplo.
Los corintios no fueron llamados a la fe en virtud de sus propias prerrogativas (v. 26), sino sólo gracias a la libre elección de Dios, que prefiere como instrumento de su obra en el mundo lo que parece inadecuado desde el punto de vista humano (vv. 27ss; cf. Jue 6,15; 1 Sm 16,7).
El motivo es evidente: que nadie pueda gloriarse más que en el Señor (vv. 29.31; cf. Jr 9,22ss). Dios es quien toma la iniciativa de llamar a la existencia en la comunión consigo en Cristo, el cual es fuente de la verdadera sabiduría, de la liberación del pecado, de la salvación (v. 30). Esto sí que es para el cristiano motivo de orgullo (v. 30).
Evangelio: Mateo 11,25-30
En aquel tiempo dijo Jesús:
25 Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos.
26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.
27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.
29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.
30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
*•• La plegaria de bendición que dirige Jesús al Padre exalta la sabiduría divina, tan diferente a la humana.
Dios, en su libertad (que coincide con el amor: v. 26), ha manifestado en Jesús el misterio de su voluntad, es decir, la comunión trinitaria en la que desea hacer participar al hombre. Esta voluntad amorosa, conocida sólo por el Hijo, ha sido revelada ahora a quien opta por escuchar sus palabras (v. 27).
Jesús bendice al Padre, que no coarta la libertad del hombre, y constata que sólo «los pequeños» -esto es, los que están abiertos a recibir el don- lo acogen, mientras que «los sabios y los prudentes» se quedan encerrados en su presunción, autoexcluyéndose del conocimiento del amor divino (v. 25).
La obra de Jesús es conforme a la del Padre (cf. Jn 5,19). De hecho (vv. 28-30), se dirige a los «fatigados y agobiados» (v. 28) por los fardos de la Ley, interpretada de una manera rígida por las autoridades judías para aplicarla a la gente (cf. Mt 23,4), y les ofrece el «alivio» de la auténtica Ley («mi yugo»: v. 29) que él proclama, que es la consumación de la antigua (cf. Mt 5,17; 7,29).
Los sentimientos de quienes ponen en práctica la Ley -que, según las Escrituras, expresa la voluntad de Dios- no serán la presunción ni el atropello, sino la humildad y la mansedumbre, a ejemplo del mismo Jesús (v. 29b).
MEDITATIO
Le place a Dios confiar sus tesoros a quienes no se consideran con derecho a recibirlos y a quienes no parecen ser especialmente idóneos para la tarea. ¡Extraña lógica la de Dios! De hecho, a menudo no la comprendemos, y ahí están nuestras opciones para demostrarlo. Para nosotros, es absurdo no perseguir el poder, la riqueza, el prestigio, no intentar afirmarnos sobre los otros.
Dios ha recorrido un camino diferente, aun siendo omnipotente y omnisciente y origen de todas las cosas. De este modo, el Padre nos quiere hacer comprender que él no puede ser asido ni poseído por el hombre, sino recibido como don. Cuanto más llenos estemos de nosotros mismos, en peores condiciones de acogerlo nos encontraremos.
Mirando a Francisco de Asís, Clara comprendió la verdad de este modo de ser del Dios de Jesús, comprendió su belleza. Su vida pobre, defendida con pasión y humilde tenacidad, se nos ofrece ahora a nosotros como ejemplo. Clara escogió la pobreza porque es el medio que eligió primeramente el Señor Jesús para hacernos conocer su amor y el del Padre sin posibilidad de equívocos.
Este amor fue vivido por Clara con las hermanas que se le unieron, y lo irradiaba por encima de los muros del monasterio: «Clara callaba, mas su fama era un clamor. Se recataba en su celda, mientras su nombre y su vida se pronunciaban en las ciudades», escribía el papa en la bula de canonización. Pobre de bienes, débil por la larga enfermedad, Clara encontró reposo en el Señor vivo y presente, como ella misma dijo al final de su vida: «Desde que conocí la gracia de Dios por medio de su siervo Francisco, ninguna tribulación ha sido dura, ninguna fatiga...».
ORATIO
«Vete segura en paz, porque tendrás buena escolta: el que te creó, antes te santificó y, después de que te creó, puso en ti el Espíritu Santo, y siempre te ha mirado como la madre al hijo a quien ama». Y añadió: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!» («Proceso de canonización de santa Clara», 3,20, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.332).
CONTEMPLATIO
Oh reina nobilísima: Observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres (Sal 43,3), hecho por tu salvación el más vil de los varones: despreciado, golpeado, azotado de mil formas en todo su cuerpo, muriendo entre las atroces angustias de la cruz.
Porque, si sufres con él, reinarás con él (Rom 8,17); si con él lloras, con él gozarás; si mueres con él en la cruz de la tribulación, poseerás las moradas eternas en el esplendor de los santos, y tu nombre, inscrito en el libro de la vida, será glorioso entre los hombres (2 Tim 2,11-12).
Y así obtendrás para siempre, por los siglos de los siglos, la gloria del Reino celestial en lugar de los honores terrenos y transitorios, participarás de los bienes eternos a cambio de los perecederos y vivirás por los siglos de los siglos (Clara de Asís, «Segunda carta a Inés de Praga», 20-23, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.288).
ACTIO
Repite a menudo durante el día la oración de santa Clara: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Tanto para Clara como para Francisco, el primado se lo lleva el señorío de Dios sobre toda la vida y todas las cosas; la centralidad de toda la vida, la voluntad y la acción está constituida por Cristo; la dinámica de la vida de penitencia o de conversión sólo la da y sólo hemos de buscarla en el Espíritu Santo; pero esto es más que suficiente para definir la contemplación auténticamente cristiana [...].
Clara no hace coincidir nunca contemplación y clausura, la contemplación como conocimiento amoroso de Cristo y un hecho material como la clausura. Tanto para Clara como para Francisco (es cierto, no obstante, que los acentos de Clara son femeninos), la contemplación es asiduidad con la palabra leída en las sagradas Escrituras, aunque también escuchada y recibida por los hermanos como comida y alimento de la fe y del alma; la contemplación es oración continua atendiendo al Señor y a todas las criaturas.
Es propio y específico de Clara haber dado a la contemplación una dimensión propiamente evangélica: no era para ella una actividad extraordinaria, reservada a una élite, a los privilegiados de la cultura, sino una actitud cotidiana en el ámbito de la humilde realidad de las cosas, de las labores cotidianas. La contemplación, para Clara, es vida en Cristo, es sacrificio vivo y espiritual ofrecido al Señor. Es significativo que la única referencia que hace Clara a la página del encuentro de Jesús con María y Marta [cf. Lc 10,38-42), que se había convertido en su tiempo en un lugar clásico para afirmar el primado de la vida contemplativa sobre la activa, determina lo único necesario de este culto de la vida a Dios [cf. Rom 12,1) y no entrevé ninguna oposición entre acción y contemplación.
La
contemplación, por tanto, para Clara y Francisco, no es sólo conocer a Dios,
sino también ver a los hombres y a las criaturas como los ve Dios. Clara llama a
Inés «alegría de los ángeles » [Carta tercera 3, 11) y registra de un
modo nuevo las cosas de Dios, las criaturas de las que siempre ve brotar una
alabanza, una acción de gracias al Dios altísimo y creador (E. Bianchi, La
cont&nplazione ¡n Francesco e Chiara a'Asshi, Magnano 1995).
San Maximiliano María Kolbe (14 de agosto)
Nació en Polonia en 1894. A los 13 años entró en los menores conventuales. Una vez terminados sus estudios filosóficos y teológicos en Roma, instituyó en ella la «Milicia de la Inmaculada», en 1917. Tras ser ordenado sacerdote en 1927, fundó en su patria la «Ciudad de la Inmaculada», centro de vida espiritual y de actividad editorial. Ejerció como misionero en Japón y volvió a Polonia en 1936, donde prosiguió su intensa obra de apostolado. Durante la Segunda Guerra Mundial fue deportado al campo de concentración de Auschwitz, donde murió al ofrecer su vida por la de un compañero de prisión, el 14 de agosto de 1941. Fue beatificado por Pablo VI en 1971 y canonizado con el título de mártir por Juan Pablo II en 1 982.
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 3,13-18
13 No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia.
14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.
15 Todo el que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida posee vida eterna.
16 En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.
17 Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?
18 Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad.
**• La primera carta de Juan ahonda en el tema del amor recíproco. Éste tiene su fuente en el amor de Dios y representa la característica distintiva del cristiano auténtico.
En este marco y en el pasaje que nos ocupa resulta significativa la doble contraposición muerte/vida y odio/amor (vv. 13-15). Quien odia a su prójimo es un homicida y permanece en la muerte. Sólo el que ama al hermano posee en sí mismo la vida eterna, esto es, la presencia de Dios, que por medio del Espíritu comunica su amor al creyente y le hace partícipe del misterio de la vida trinitaria.
Todo bautizado está llamado a imitar a su propio Maestro y Señor (v. 16ab), dando un testimonio concreto de su propia fe en la encarnación del Hijo de Dios y del consiguiente mandamiento nuevo del amor fraterno con opciones de vida coherentes y una caridad activa con el prójimo (vv. 16c-18).
Evangelio: Juan 15,12-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.
13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.
16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundarte y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.
17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.
**• Como discípulos de Jesús, debemos amarnos los unos a los otros como él nos amó, hasta la entrega suprema de nosotros mismos, que constituye la cumbre del amor (vv. 12ss). Seremos amigos de Jesús y sus verdaderos seguidores si ponemos en práctica el mandamiento nuevo del amor; él nos ofrece a cambio su amistad.
No basta con acoger el don de la intimidad divina, sino que es preciso alimentarlo con un compromiso activo de vida. A los amigos se les revela el misterio del Padre; por eso, el Hijo es el mediador de la amistad entre el hombre y Dios (vv. 14ss). Jesús subraya que la vocación recibida por los apóstoles, a quienes les ha confiado el mandato de la misión, es iniciativa suya. El fruto del que habla Jesús es la difusión de la fe. Ahí reside también la importancia de la oración, que adquiere su eficacia cuando se dirige al Padre en nombre del Hijo (v. 16). El hecho de permanecer en el amor de Jesús debe fructificar en el amor mutuo (v. 17).
MEDITATIO
Dar la vida es manifestar la cumbre del amor, dijo Jesús. Eso es lo que hizo él, y a eso mismo nos llama a nosotros. Aparecen los vértigos, como si estuviéramos al borde de un abismo. Estamos así instintivamente aferrados a nuestra vida, una vida que sentimos muy breve y frágil... La retenemos de una manera tenaz entre nuestras manos. De la vida como posesión a la vida como don: ése es el gran desafío, que revela - a nosotros mismos antes que a los otros- «quiénes somos» y «quiénes queremos ser».
«Podríamos decir que el banco de prueba del valor y, por consiguiente, del significado de una persona es, para el hombre contemporáneo, la "cotidianidad". En el caso del padre Kolbe, ¿cuántos son capaces de pensar, frente a una experiencia tan extraordinaria, que ésta estuvo preparada por toda una vida llevada bajo la enseña de una "cotidianidad extraordinaria", que, tal vez, sea la única que está en condiciones de madurar para los grandes momentos?» (G. Barra). Dar la vida no es cuestión de un momento, sino una opción fundamental repetida cada día: la de decir «sí» a la oferta de amistad que Dios nos propone. No es cuestión de un impulso del corazón en algún momento especial, sino de gestos concretos ordinarios que saben de calor, de compartir con los demás, de entrega verdadera. Esto es posible para todos, para cada uno que acoja la llamada del Señor y le responda con el amor a los hermanos. Es «en el marco de una vida entregada y empleada realmente por un ideal tan arrollador donde puede madurar y donde se puede comprender el acto sublime que coronó la existencia del padre Maximiliano, la consumación cruenta de una oblación constante realizada a lo largo de toda una vida, el sello a una fidelidad indefectible a lo "terrible cotidiano"» (G. Barra).
ORATIO ( Algunas invocaciones de san Maximiliano María Kolbe )
«Reina en mí, oh Dios mío, y permíteme difundir en todos tu Reino a través de la Inmaculada».
«Oh María, concebida sin pecado, ora por nosotros, los que recurrimos a ti, y por cuantos no lo hacen; en particular, por los enemigos de la santa Iglesia y por aquellos que te han sido encomendados».
«¡Gloria a la Inmaculada por todo!»
«¡Oh Inmaculada, soy tuyo!»
«Virgen Inmaculada, Madre mía, María, te renuevo, hoy y para siempre, la consagración de toda mi persona, a fin de que dispongas de mí para el bien de las almas. Sólo te pido, oh Reina mía y Madre de la Iglesia, cooperar fielmente en tu misión para la venida de Jesús al mundo. Te ofrezco, por tanto, oh Corazón Inmaculado de María, las oraciones, las acciones y los sacrificios de este día» (Consagración cotidiana a María de la Milicia de la Inmaculada).
CONTEMPLATIO (Algunos dichos de san Maximiliano María Kolbe:)
«Lo primero que tenemos que hacer es trabajar en nuestro propio perfeccionamiento».
«La humildad es lo más difícil de conquistar en el trabajo por nuestra propia santificación».
«La oración es una condición indispensable para la regeneración y para la vida de toda alma».
«Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza a través de la Inmaculada».
«Sin un espíritu de penitencia y de renuncia de nosotros mismos no se puede ser amor».
«Sin amor, no puede haber virtud alguna; con amor, todas».
«Busca sólo la gloria de Dios, con serenidad».
«El amor mutuo es lo principal».
«Trabaja, a través de la Inmaculada, por la salvación de las almas».
ACTIO
Repite con frecuencia y medita durante el día esta expresión típica de Maximiliano María Kolbe: «Sólo el amor crea».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
En todos los continentes, o casi, es conocida y notoria la figura de san Maximiliano María Kolbe. Y quien ha recibido el don de acercarse a él, queda profundamente conquistado por el santo. Porque se quedará tan presente en su propia vida, que sentirá la necesidad de invocarlo, imitarlo y enamorarse de su poliédrica figura de hombre, sacerdote, religioso, apóstol y mártir.
«Sólo el amor crea», había repetido miles y miles de veces el padre Kolbe durante su vida. «Sólo el amor crea», cantaban las obras que iba ideando y concretando una tras otra, a fin de llevar la vida de la verdad a cada hombre con la imprenta; para llevar las ondas de la vida a cada casa por medio de la radio; para dar un signo de la vida eterna a través de las esculturas y las pinturas délos hermanos. Y en sus largos viajes no perdía la ocasión de acercarse al ateo, al masón, al judío, al incrédulo, al cristiano adormecido en su fe, para que el nuevo destello de la vida iluminara el camino que lleva a la salvación.
«Sólo
el amor crea», ha ido repitiendo el papa «venido de lejos », cada vez que se
detiene a hablar de este hombre: el hombre de nuestro tiempo, el hombre de la
magna y profunda herencia. La herencia espiritual de san Maximiliano María
Kolbe no tiene límites. La consagración total a la Inmaculada con propósitos
apostólicos, que él vivía y promovía, es y debe ser una verdadera
espiritualidad. Indudablemente, es una herencia muy comprometedora, porque se
trata de imitar a aquel que nos la ha dejado. A saber: se trata no de tener
«algo» de él (posibles reliquias, algún autógrafo, su biografía, etc.), sino de
poseer su espíritu, porque de los santos queda sobre todo lo que han hecho,
actuando según la voluntad de Dios. Recoger su herencia significa permitir a
Dios que obre en nosotros como obró en ellos. Como obró en san Maximiliano María
Kolbe y en muchos de sus seguidores (L. Faccenda [ed.], «Un cuore donato. San
Massimiliano María Kolbe», suplemento a Milizia Mariana 4 [1994] 11;
51ss; 75).
Asunción de la Virgen María (15 de agosto)
LECTIO
Primera lectura: Apocalipsis 11,19a; 12,l-6a.l0a-b
11 Se abrió entonces en el cielo el templo de Dios y dentro de él apareció el arca de su alianza.
12,1 Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.
2 Estaba encinta y las angustias del parto le arrancaban gemidos de dolor.
3 Entonces apareció en el cielo otra señal: un enorme dragón de color rojo con siete cabezas y diez cuernos y una diadema en cada una de sus siete cabezas.
4 Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se puso al acecho delante de la mujer que iba a dar a luz, con ánimo de devorar al hijo en cuanto naciera.
5 La mujer dio a luz un hijo varón, destinado a regir todas las naciones con vara de hierro, el cual fue puesto a salvo junto al trono de Dios,
6 mientras la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios.
10 Y en el cielo se oyó una voz potente que decía: Ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios. Ya está aquí la potestad de su Cristo.
**• El pasaje que hemos leído presenta una visión del apocalipsis. En ella se mezclan figuras y realidades de tal modo que no siempre es fácil interpretar con exactitud el significado de las imágenes empleadas. Por otra parte, en el lenguaje profético y apocalíptico conviene con frecuencia detenerse en el nivel de la sugerencia, a fin de comprender mejor el texto mismo. Este último puede ser presentado así como uno de nuestros sueños reveladores, un sueño en el que salen a flote nuestros miedos y nuestras certezas, nuestras necesidades y nuestros deseos...
Este sueño está compuesto antes que nada de cielo. Se está llevando a cabo algo que está por encima de nosotros, algo que nos incluye. La lucha entre la mujer, el niño, el dragón y los ejércitos angélicos no tienen que ver con acontecimientos al margen de nosotros, sino que se cumplen en nuestro mismo cielo. Más aún, se trata de una lucha final, porque en ella se juega nuestra vida o la muerte. Lo muestra bien la señal de la mujer (12,lss). Ésta es casi una reina, soberana sobre la luna (es decir, sobre el «otro» lado de nuestra conciencia, sobre nuestra naturaleza más inconsciente) y sobre las estrellas (las doce estrellas se refieren a las doce tribus de Israel, o sea, que esta figura también es soberana de la historia, que, aun sin saberlo nosotros, está a nuestra espalda). Esta señal constituye el lado vivo de nuestra realidad; más aún, el lado más fecundo, el lado que nos impulsa a continuar la vida, la señal que nos permite albergar la esperanza de un día nuevo.
Sin embargo, esta señal no está exenta de dolor y de peligro (12,3ss). La mujer grita por los dolores del parto y, al mismo tiempo, teme al dragón que quiere devorar al niño. Si nos dejamos cautivar por este sueño, sentiremos lo que significa que nuestro sueño de una vida nueva esté en peligro, nos daremos cuenta de hasta qué punto están temblando por dentro nuestros deseos, nos preguntaremos si conseguiremos ver de verdad la luz, experimentaremos el dolor que la nueva vida provoca en nosotros... La lucha se está produciendo precisamente en nuestro instante de vida.
Y el niño nace y, contrariamente a las expectativas negativas, es arrebatado al cielo para defenderlo deldragón, que es derrotado por los ejércitos angélicos (12,5ss). Podría parecer un consuelo barato en nuestro sueño. Sin embargo, si creemos que nuestro sueño expresa una verdad, comprenderemos de inmediato que no se trata de esto: se trata de la exacta percepción, del presentimiento confiado de que, de verdad, precisamente en nuestra vida, «ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios» (12,10).
Segunda lectura: 1 Corintios 15,20-26
Hermanos:
20 Cristo ha resucitado de entre los muertos como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte.
21 Porque lo mismo que por un hombre vino la muerte, también por un hombre ha venido la resurrección de los muertos.
22 Y como por su unión con Adán todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo todos retornarán a la vida.
23 Pero cada uno en su puesto: como primer fruto, Cristo; luego, el día de su gloriosa manifestación, los que pertenezcan a Cristo.
24 Después tendrá lugar el fin, cuando, destruido todo principado, toda potestad y todo poder, Cristo entregue el reino a Dios Padre.
25 Pues es necesario que Cristo reine hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.
26 El último enemigo a destruir será la muerte.
**• Pablo subraya también en otras ocasiones que el anuncio de la resurrección se encuentra en el centro del mensaje cristiano (cf. Rom 1,4; Gal 1,2-4; etc.): «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe» (1 Cor 15,17).
También en este caso, después de haber vuelto a llamar a los fieles a compartir un mismo camino de fe, les vuelve a presentar el evangelio inicial, el que anuncia que «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado y resucitó el tercer día según las Escrituras» (1 Cor 15,3ss). Como corolario, intenta dar posibles explicaciones de la resurrección, frente a posibles objeciones.
En el fragmento que nos presenta la liturgia de hoy, la resurrección está vinculada con su acontecimiento primero: Jesucristo. En efecto, el «primer» hombre, Adán, es figura de un ser para la muerte, que introduce la muerte-pecado en la naturaleza humana; el hombre «nuevo» Jesús, en cambio, trae la vida y a través de él tiene lugar la resurrección. La lectura cristológica de la resurrección no es obvia; más aún, sirve para valorarla como un acontecimiento de gracia y evitar lecturas simplemente naturalistas o moralistas. La resurrección es el don de la vida de Dios en Cristo: no se trata de un premio para quien se ha portado bien o de la evolución natural de las cosas... La resurrección es la Vida nueva que irrumpe en nuestra vida, es la Vida de la gracia, que transforma todo nuestro ser y hace que nuestro espíritu y nuestro cuerpo puedan ver el rostro de Dios y seamos elevados al cielo. Éste es el verdadero anuncio de la derrota definitiva de la muerte, que ya no es considerada como pecado y dolor, sino que se convierte en la puerta santa, en el último paso hacia el encuentro con el Señor de nuestra vida.
Evangelio: Lucas 1,39-56
39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.
40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,
43 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? 44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.
45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
46 Entonces María dijo:
47 Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador,
48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo,
50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.
51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.
52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.
53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.
54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,
55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.
56 María estuvo con Isabel unos tres meses; después volvió a su casa.
*»• El encuentro entre dos madres se convierte, en los relatos de la infancia del evangelio según Lucas, en un momento importante de conexión y de continuidad entre la historia de la salvación contada en el Antiguo Testamento y la nueva historia que está a punto de empezar con el nacimiento de Jesús; por eso, Isabel saluda en María a la madre «de su Señor» (cf. v. 43) y la proclama bienaventurada por su fe, exultando junto con su propio hijo por impulso del Espíritu Santo (w. 41-45). La presencia misteriosa del Espíritu nos muestra ya que ambas madres forman parte de un mismo plan de salvación, mediante el cual el designio de Dios sobre el mundo encuentra su cumplimiento no a través de las grandes gestas de la historia -aunque sí en su interior-, no a través de las glandes intuiciones de los filósofos o de los matemáticos griegos -aunque sí junto a ellos-, sino a través de la esperanza de dos mujeres de Israel, que reconocen en lodo lo que les está pasando una obra que les supera. No por nada se convierte el cántico mariano en elenco de esta historia que está por detrás y frente a la historia de los manuales, exaltando a su Autor misterioso (v. 47).
La «humildad de su sierva», a la que el Señor dirige su mirada (cf. w. 48-50), no se queda en una simple indicación exterior. Se trata de la humildad de quien está tan bajo que ve mejor la semilla que está a punto de nacer, de quien se pone en una posición de pura acogida (cf. Lc 1,38), de modo que consigue ver la profundidad de todo lo que está sucediendo y no se deja distraer por otros acontecimientos más ruidosos pero menos reales.
En el fondo, se trata de la humildad de quien acoge en sí la verdad de la historia. Precisamente por eso, la humildad de María no le impide reconocerse incluso como destinataria privilegiada del amor de Dios y profetizar que la historia la recordará por esto (y con ello se inserta una vez más en el ejército de todos los orantes del Antiguo Testamento). De esta perspectiva parte el recuerdo de las obras realizadas por el verdadero Señor de la historia (w. 51-53).
Y esta historia se cumple en la salvación llevada a quienes históricamente no tienen salvación -los humildes, los hambrientos- y en la dispersión de cuantos tienen una salvación confeccionada por ellos a su medida y, por eso, no pueden confiar en la obra de Otro (como los soberbios, los poderosos, los ricos...). Estos dos aspectos de la historia parecen combatirse recíprocamente: Desplegó la fuerza de su brazo» (v. 51) es una expresión dotada de connotaciones militares (cf. Sal 118,16); sin embargo, la profecía de María descubre, en realidad, en la historia un único aspecto de salvación; a saber: la proximidad del Señor. Tanto más por el hecho de que este Señor demuestra ser fiel también a sus propias promesas (w. 54ss) y, por consiguiente, digno asimismo de confianza. Para quien tiene ojos humildes, capaces de ver la humildad de la historia de la salvación, el Dios en quien se puede confiar permanece como confirmación de la bendición que él mismo ha dirigido a Israel y a su pueblo, de la promesa que el niño que da saltos en el seno de Isabel y el niño que está creciendo en el seno de María llevan con ellos.
MEDITATIO
La persona de María encierra y realiza en sí misma un camino particular de fe a pesar de la elección que la consideró no afectada por el pecado original y que la hizo Madre de Dios, «la que avanzaba "en la peregrinación de la fe"» (Redemptoris Mater 25). Este avanzar por el camino de la fe la convierte también en un posible modelo para todo el que quiere comprender lo que significa reconocer el total señorío de Dios sobre su propia vida.
Este señorío encuentra su realización ya en el ámbito de nuestro camino de crecimiento humano. A medida que el señorío de Dios entra en nuestra historia conseguimos ver con unos ojos nuevos la realidad que nos rodea. Nuestros ojos no ven ya sólo los abusos, las injusticias de quienes oprimen al débil, las mentiras de quienes tienen la soberbia en su propia lengua, la riqueza que se convierte en muerte del pobre... Poco a poco nuestros ojos se vuelven semejantes a los de María, a esos ojos que la hacen capaz de reconocer el poder de Dios que actúa en la historia en favor de la justicia y de la paz, y nos damos cuenta de cómo nosotros mismos podemos volvernos, a nuestra vez, historia de liberación, precisamente como María, si nos confiamos a este anuncio.
El señorío de Dios encuentra también su realización en nuestro camino de fe. Con María nos damos cuenta de que somos «siervos del Señor», llamados a proclamar la obra del Señor y sus maravillas, llamados a «engrandecer» su presencia en nuestra vida. Con María no tenemos miedo a reconocer frente al mundo nuestra elección, no tenemos miedo a llamarnos siervos e hijos de Dios, no tenemos miedo a la obra que el Espíritu Santo está realizando en nosotros. Este camino se realiza a través de la oración, a través del servicio y a través del testimonio, junto con María, que fue capaz de hacer efectivos, en su propia carne, su oración del Magníficat, su servicio a los otros (la visitación fue antes que nada respuesta a una necesidad de Isabel) y su anuncio de liberación.
El último anuncio de este señorío de Dios sobre nuestra vida tiene lugar cuando conseguimos comprender que éste no permanece extraño a nuestra corporeidad. Lo podemos intuir ya en el anuncio de la encarnación o sentirlo en nuestra vida a través de la corporeidad de los distintos sacramentos. La realidad de la resurrección, que para nuestra naturaleza humana se vuelve ya eficaz en la asunción de María al cielo, es la última llamada a abandonar asimismo nuestro cuerpo al poder del Reino de Dios. Hasta nuestro cuerpo, con sus necesidades ínfimas y con sus deseos más elevados, con sus gritos de «¡tengo hambre!» y sus «¡te amo!», está incluido en el Reino de Dios. El cuerpo de María, que llevó en él el cuerpo del Verbo encarnado e hizo frente también al dolor de la historia, se vuelve en su asunción la promesa y la realización del hecho de que nuestros sueños, nuestros deseos, nuestras necesidades, no puedan apartarse de la presencia divina que ha tocado nuestra vida.
ORATIO
Te doy gracias, oh Padre, porque has elegido a María, mujer humilde y pobre, para dar cumplimiento a tus promesas, a las promesas que hiciste a Abrahán, que «tuvo fe y esperó contra toda esperanza» (cf. Rom 4,18). En ella nos has mostrado cómo obras, puesto que no miras el exterior o la grandeza, sino que actúas simplemente por tu amor. Ayúdame a darme cuenta de que también yo estoy llamado a este amor y a confiarme a este anuncio sin miedos.
Te doy gracias, Verbo eterno, porque en María, con tu encarnación, has tocado nuestro cuerpo mortal y, en ti, lo has hecho capaz de acoger la santidad de Dios. Todo lo que has hecho en la historia, con tus palabras y con tus acciones, se convierte para nosotros en llamada y promesa de un mundo nuevo, de un mundo que sea de verdad el reino del Padre. Ayúdanos a creer en ti, ayúdanos a sentir que tu historia es la historia verdadera del mundo, la historia capaz de vencer nuestras ansias, nuestras necesidades.
Te doy gracias, Espíritu del Padre y del Hijo, porque tu acción misteriosa ha cambiado el sentido de la historia. Tu poder tocó el seno de María y la preparó para la venida del Verbo de Dios. Tu poder ha transformado las palabras de una pobre mujer en un anuncio capaz de revolucionar la historia, en una profecía de verdadera liberación. Tu poder santificó un cuerpo destinado al polvo y lo convirtió en un cuerpo glorioso, capaz de lo infinito. Que tu poder nos ayude también a nosotros a confiar nuestros sueños y nuestros deseos a este anuncio de resurrección, para que consigamos rea lizar también en nuestra vida el acto de fe total que fue el de María.
CONTEMPLATIO
Nuestra celebración consiste, en realidad, más en la indicación del misterio que en su explicación. Y aunque yo quisiera anteponer el silencio al habla, ésta última se ve forzada por el afecto, dando lugar a las palabras, y cede a éstas, aunque no tengan coraje y no ignoren su debilidad, que es demasiado grande respecto a la posibilidad de satisfacer de una manera adecuada el arcano del prolongado silencio [...].
Por eso, ¡ánimo!, obedecedme a mí, que soy buen consejero, y corred al encuentro con la Madre de Dios. Y mientras ahora estáis relucientes por la acción y por la palabra, y resplandecéis por todos lados gracias a la belleza de la virtud, quiera el mismo Cristo recogeros y recibiros al mismo tiempo en el místico banquete. Y os lo muestra claramente con el hecho de que hoy traslada a su Madre siempre virgen, de cuyo seno, y aun siendo Dios, tomó arcanamente nuestra forma, de los lugares terrenos como reina de nuestra naturaleza, dejando el poder del misterio sin anuncio, aunque no del todo incomunicable.
En efecto, ella vino en el nacimiento y, sin embargo, tuvo una condición extraordinaria. Aquella que procuró la vida, sube para un viaje de nueva vida y se traslada al lugar incorruptible, principio de vida (Andrés de Creta,Omelie mañane, Roma 1987, pp. 133, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,48).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
María, en su canto de alabanza, no engrandeció a Dios sólo de una manera abstracta por haber «levantado a los humildes» y haber «llenado de bienes a los hambrientos», sino que lo hizo indudablemente también porque conocía esta bajeza ante Dios mejor que cualquier otra criatura: Dios, el poderoso, en efecto, «ha mirado la humildad de su sierva», y por esa mirada proyectada sobre ella, no por su ensalzamiento, ella se alegra por «la grandeza del Señor». Si bien María era materialmente pobre, no se alegra por los dones materiales que le fueron concedidos [...], sino por el don inaudito de una maternidad mesiánica, que no era tanto un don hecho a ella personalmente como un acto de misericordia hacia su «siervo Israel», que ha obtenido la «semilla de Abrahán»por la que había suspirado tanto tiempo. En su opción en favor de los pobres, María es perfectamente ella misma, no se ha alienado en absoluto en «otra María».
Sabe
que ha llegado a ser Madre de una manera única e incomparable por pura gracia, y
Madre no sólo de su único Hijo, sino, en él, de todos aquellos que mediante él y
en él se han convertido en hijos e hijas de Dios en la Iglesia. (Y cuando aquí
hablamos de Iglesia, sus confines permanecen indefinidos, porque la gracia de la
redención de Cristo ha llegado, en efecto, a todos los hombres que nacieron
antes que él y después de él.) «La mediación de María está ligada,
efectivamente, a su maternidad, posee un carácter específicamente materno»(Redemptoris
Mater 38) y, por eso, ella es el
centro de la «comunión de los santos», «está como envuelta por toda la realidad
de la comunión de los santos» (Redemptoris Mater
41), de esa capacidad de ser-para-los-otros en el Reino de Dios como
coronamiento sobrenatural de la estupenda posibilidad ya en el plano natural, o
sea, de la capacidad de poderse apoyar y ayudar recíprocamente (H. U. von
Balthasar, «Commento all'enciclica "Redemptoris Mater"», en H. U. von Balthasar
- J. Ratzinger, María. II si di
Dios all'uomo. Introduzione e commento alfencíclica «Redemptoris Mater», Brescia
31988, pp. 56ss, passim).
Juan Eudes nació en 1601 en Normandía. Fue ordenado sacerdote el día 20 de diciembre de 1625. Centrado en Cristo sacerdote, su deseo era «restaurar en su esplendor el orden sacerdotal ». Con algunos sacerdotes más fundó una congregación dedicada, además de a los ejercicios de las misiones, a la formación espiritual y doctrinal de los sacerdotes y de los candidatos al sacerdocio. Así comenzó la Congregación de Jesús y María. También fundó la orden de Nuestra Señora de la Caridad, para acoger y ayudar a las mujeres y a las jóvenes maltratadas por la vida. Hizo amar a Cristo y a la Virgen María, hablando sin cesar de su corazón. Murió el 19 de agosto de 1680. El papa Pío XI lo canonizó el 31 de mayo de 1925.
LECTIO
Primera lectura: 2 Timoteo 4,1-8
1 Yo te conjuro ante Dios y ante Jesucristo, que ha de venir como rey a juzgar a los vivos y a los muertos:
2 predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, corrige, exhorta con toda paciencia y con preparación doctrinal.
3 Pues vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus caprichos, buscarán maestros que les halaguen el oído;
4 se apartarán de la verdad y harán caso de los cuentos.
5 Pero tú estáte siempre alerta, soporta con paciencia los sufrimientos, predica el Evangelio, cumple bien con tu trabajo.
6 Yo estoy ya a punto de ser ofrecido en sacrificio; el momento de mi partida está muy cerca.
7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe;
8 sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida.
*•• En los versículos de esta carta pastoral se refleja la preocupación por el peligro de errores doctrinales en la comunidad de Timoteo. El tono es serio y solemne, y pone como testigos al mismo Dios y a Cristo, en cuanto juez de vivos y muertos, para rogar encarecidamente al presbítero Timoteo que no pierda ocasión para anunciar a todos y en todas partes el Evangelio de la salvación.
Como animador de la comunidad, debe sentirse responsable del anuncio de la doctrina correcta, cuidando de no caer en las fábulas de los falsos maestros. Incluso, debe esforzarse por corregirlos. A pesar de las dificultades, no debe rendirse, y siempre tiene que estar vigilante y ser capaz de soportar los contratiempos que le pueden venir por el anuncio del Evangelio.
Con la imagen del atleta queda patente la alegría de quien está llegando a la meta. Se ha esforzado en la carrera, ha mantenido la fe, ha sido fiel a su vocación. Ahora aguarda feliz la corona de justicia no como un premio debido, sino como respuesta amorosa prometida a todos los que esperan con amor la venida gloriosa de Cristo.
Evangelio: Mateo 23,1-12
1 Entonces Jesús dijo a la gente y a sus discípulos:
2 «Los maestros de la Ley y los fariseos se sientan en la cátedra de Moisés.
3 Haced y guardad lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen.
4 Atan cargas pesadas e insoportables y las echan a los hombros del pueblo, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas.
5 Hacen todas sus obras para que los vean los demás. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto.
6 Les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y en las sinagogas,
7 ser saludados en las plazas y que les llamen ¡maestros!
8 Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.
9 A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno sólo es vuestro Padre, el celestial.
10 Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías.
11 El más grande de vosotros que sea vuestro servidor.
12 Pues el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».
**• Este texto del evangelio de Mateo está tomado de la sección en la que Jesús es rechazado por las autoridades religiosas de su tiempo. Lo que le ocurrió al Maestro les sucede más tarde a sus seguidores. La comunidad cristiana de Mateo está en duro conflicto con la sinagoga.
Lo que anota aquí el evangelista referido a los dirigentes del judaísmo lo está refiriendo indirectamente a la misma comunidad cristiana. La primera parte del discurso (vv. 2-7) es una dura crítica a los escribas y fariseos. A través de ella, les dice a los discípulos lo que no deben ser. La segunda parte (vv. 8-12) retrata el rostro del verdadero discípulo, de toda la comunidad cristiana y de la Iglesia. Dice en positivo lo que deben ser: hermanos en igualdad y serviciales como Cristo.
MEDITATIO
A san Juan Eudes le preocupaban la formación y la actitud de los presbíteros de su tiempo, como a Pablo en el suyo y como a Jesús en todos los tiempos. Dejándonos iluminar por el evangelio de Mateo que hemos leído, meditemos sobre él.
En la primera parte de este discurso, Jesús critica cuatro vicios en los que Dios quiera que nosotros no nos veamos implicados:
- La incoherencia: no hacen lo que dicen. No son las palabras lo que cuenta, sino los hechos: «Por sus frutos los conoceréis».
- La doble moral: cargan fardos insoportables sobre la gente y ellos no mueven un dedo para ayudarles. Se conforman con la moral externa y vacía de vitalidad. Pero a los demás les señalan con el dedo sí no cumplen.
- La hipocresía: usan distintivos para ser vistos y reconocidos. Más adelante, Jesús dirá que son sepulcros blanqueados.
- La vana ostentación: les gustan los primeros puestos y que les reverencien llamándoles maestros, padres, jefes... ¿Qué tipo de Iglesia y comunidad propone la segunda parte del texto?
- Igualitaria y fraternal: fuera honores mundanos, títulos y reverencias. «Todos vosotros sois hermanos». En la comunidad cristiana, todos tienen la misma talla. La auténtica jerarquía sólo destaca como servicio a la fraternidad.
- Cristocéntrica: el único maestro y señor es Jesús, el Mesías. Él es el centro, el jefe de la comunidad.
- Servicial: la grandeza de los ministerios está en eso, en servir.
Volver a los esquemas jerárquicos que sitúan a las personas en escalafones o niveles de más o menos prestigio es, en la perspectiva de Jesús, no haber entendido en qué consiste el Reino de Dios. No se rechaza la función específica de dirección; lo que Jesús propone y lo que él mismo vivió es que el que dirige sea el primero en el servicio...
ORATIO
Oración de misericordia a los Corazones de Jesús y María:
Corazón misericordioso de Jesús: Estampa en nuestros corazones una imagen perfecta de tu gran misericordia, para que podamos cumplir el mandamiento que nos diste: «Serás misericordioso como lo es tu Padre».
Madre de la misericordia: Vela sobre tanta desgracia, tantos pobres, tantos cautivos, tantos prisioneros, tantos hombres y mujeres que sufren persecución en manos de sus hermanos y hermanas, tanta gente indefensa, tantas almas afligidas, tantos corazones inquietos. Madre de la misericordia, abre los ojos de tu clemencia y contempla nuestra desolación. Abre los oídos de tu bondad y oye nuestra súplica. Amorosísima y poderosísima abogada, demuéstranos que eres la Madre de la Misericordia.
CONTEMPLATIO
El reflejo de una comunidad evangélica y evangelizadora:
Una comunidad dice mucho cuando es de Jesús.
Cuando habla de Jesús y no de sus reuniones.
Cuando anuncia a Jesús y no se anuncia a sí misma.
Cuando se gloría de Jesús y no de sus méritos.
Cuando se reúne en torno a Jesús y no entorno a sus problemas.
Cuando se extiende para Jesús y no para sí misma.
Cuando se apoya en Jesús y no en su propia fuerza.
Cuando vive de Jesús y no vive de sí misma.
Una comunidad dice poco cuando habla de sí misma.
Cuando comunica sus propios méritos.
Cuando da testimonio de su compromiso.
Cuando se gloría de sus valores.
Cuando se extiende en provecho propio.
Cuando vive para sí misma.
Cuando se apoya en sí misma.
Una comunidad no se tambalea por sus fallos, sino por la falta de fe.
No se debilita por los pecados, sino por la ausencia de Jesús.
No se rompe por las tensiones, sino por el olvido de Jesús.
No se ahoga por falta de aire fresco, sino por asfixia de Jesús.
(Patxi Loidi.)
ACTIO
Decir hoy de corazón: ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María, en vos confío!
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
San Juan Eudes nos dejó su manera de orar en cuatro movimientos:
Adorar, contemplar, maravillarse, admirar.
Dar gracias: reconocer los dones del Señor, decir ¡gracias!
Vivir el perdón: tomar conciencia de la distancia que existe entre ni propia vida y los maravillas del Amor de Dios.
Darse a Jesús: darse para ser testigo, darse para la misión.
Estos cuatro movimientos son cuatro actitudes interiores que tenemos que desarrollar y que suponen tomar el tiempo para acogerse a sí mismo, acoger al Otro, Dios, y recibirse de Dios.
Adoremos a Dios en el inmenso amor que tiene por todas sus criaturas y por cada uno de nosotros en particular. Bendigámosle, amémosle. Agradezcámosle los innumerables beneficios de su amor. Pidámosle perdón por nuestras ingratitudes hacia Él y por nuestras faltas de amor con el prójimo.
Démonos al amor de Dios, para que Él elimine todas nuestras resistencias y así
reine perfectamente en nosotros.
San Bernardo de Claraval (20 de agosto)
Bernardo, primer abad de Clairvaux (Claraval) y doctor de la Iglesia, nació el año 1090 en el seno de una familia noble de Borgoña. Inflamado por el Espíritu y enardecedor de almas desde su juventud, entró a los 20 años en el monasterio de Cíteaux, conquistando para el ideal monástico a muchos jóvenes nobles.
Tras ser nombrando en 1115 abad de Claraval, convirtió muy pronto su monasterio en un cenáculo de vida espiritual y en un auditorio del Espíritu Santo. Fue llamado por príncipes, obispos y papas, refutó herejías, defendió los derechos de la Iglesia y al papa legítimo. Como doctor de la unión mística con el Verbo y cantor sublime de la Virgen María, es autor de numerosos tratados, cartas y sermones. Murió en 1 153, llorado en Claraval por más de 700 monjes y siendo padre de más de 160 monasterios.
LECTIO
Primera lectura: Eclesiástico 15,1-6
1 Así hace el que teme al Señor, y el que abraza la ley alcanza la sabiduría.
2 Ella le saldrá al encuentro como una madre y lo recibirá como una esposa virgen.
3 Lo alimentará con pan de prudencia, le dará a beber agua de sabiduría.
4 Si se apoya en ella no vacilará, si se abraza a ella no quedará avergonzado;
5 ella lo exaltará sobre sus compañeros y en medio de la asamblea lo llenará de elocuencia.
6 En ella encontrará dicha y corona de alegría, y recibirá en herencia un nombre eterno.
*»• Toda la literatura sapiencial afirma que el principio de la sabiduría es el temor de Dios: en el lenguaje de nuestros días podríamos traducir esta expresión por conciencia de sí y conciencia de Dios, o por reconocer nuestros propios límites, para que se conviertan como en un umbral abierto a la totalidad de la verdad.
El primer paso para adentrarse en el gusto por el bien ha sido descrito, por tanto, como una disposición de humilde apertura y escucha cordial, acogida y discipulado.
El encuentro con la sabiduría está descrito, a continuación, con la metáfora del enamoramiento, el descubrimiento del bien que fascina y colma las aspiraciones del espíritu. El sabio encuentra en la sabiduría a su propia esposa, la luz ideal que ilumina e inspira, y la escoge por eso como compañera de vida: la sabiduría es el valor sumo que anticipa algo de la eternidad y que nos sostiene en la peregrinación del tiempo.
Las imágenes de plenitud y de gloria que describen este encuentro con una metáfora nupcial fecunda en afirmación y éxito, tienen el mismo significado: el corazón del hombre está orientado estructuralmente por el encuentro y la comunión con el Espíritu de Dios, en quien se realiza plenamente a sí mismo y realiza su propio destino.
Evangelio: Juan 17,20-26
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: «Padre santo,
20 no te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.
21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.
22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros.
23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mí.
24 Padre, yo deseo que todos éstos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.
25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo, en cambio, te conozco y todos estos han llegado a reconocer que tú me has enviado.
26 Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer, para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté en ellos».
**• La oración sacerdotal de Jesús abre un fragmento sobre la comunión entre el Padre y el Hijo y sobre el misterio insondable del amor trinitario. En esta profundidad abismal introduce Jesús a sus discípulos: a los apóstoles ayer y a nosotros hoy. La unidad que pide Jesús para su Iglesia es el reflejo de la comunión intratrinitaria: de ahí que no se trate de algo que es fruto, en primer lugar, de un esfuerzo moral o ascético, sino de la participación en la caridad eterna que une al Padre y al Hijo.
Esta página del evangelio es una de las revelaciones más elevadas del misterio del amor de Dios, en el que estamos llamados a vivir. Como el Padre está en Jesús y Jesús en el Padre, así Jesús está en nosotros y nosotros en él. La vida cristiana aparece aquí, esencialmente, como unión mística con Cristo y, en él, con el Padre. La sublimidad de la contemplación no es algo etéreo o abstracto, sino una realidad simple y ontológica: la unión con Dios en la unidad del Espíritu. El testimonio que debemos dar al mundo, a los hermanos, es, esencialmente, esta unidad existencial, vital: Jesús está en nosotros como él está en el Padre. «Para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mí» (cf. v. 23).
MEDITATIO
Bernardo eligió ser monje, es decir, discípulo de Cristo, y lo fue durante la mayor parte de su propia vida, durante más de cuarenta años. Su experiencia monástica -el deseo de Dios y de ser una sola cosa con él- nos suministra la clave para la interpretación de su vida y de su vastísima obra. Como dice el evangelio, buscando antes que nada el Reino de Dios, todo le fue dado por añadidura: una admirable sabiduría en las cosas divinas y humanas, una capacidad extraordinaria para fascinar a las almas y llevarlas a Cristo, una genialidad sorprendente y un discernimiento iluminado puesto al servicio de la Iglesia.
Bernardo, hombre dotado de dones de la naturaleza y de la gracia, escritor brillante de estilo fascinante e imperecedero, hombre de pensamiento reconocido y apreciado entre los más grandes del siglo, fue antes que nada un amante del silencio del claustro, un enamorado del Verbo, un lector asiduo de la Escritura: la palabra de la Biblia forja su predicación y sus escritos, el amor divino absorbe su contemplación y le hace doctor de la caridad. La largura, la anchura, la altura y la profundidad del misterio de Dios que vive Bernardo y al que conduce tienen un carácter eminentemente vital, místico, y, en este sentido concreto, es siempre actual.
El calor de su humanidad se vuelve transparencia, pedagogía, espejo donde se refleja la proximidad de Dios al camino del hombre, en la vía que conduce al encuentro con Él.
ORATIO
Señor Dios mío, ¿por qué no anulas mi pecado? ¿Por qué no eliminas mi iniquidad? Así, tras descargarme del grave peso de mi voluntad, podré respirar bajo el leve peso de la caridad e, impulsado por tu Espíritu, que es espíritu de libertad, recibiré de él el testimonio para mi espíritu de que también yo soy uno de tus hijos y existo sobre esta tierra como imitador tuyo (Bernardo de Claraval, Liber de diligendo Deo, 36).
Dichoso aquel que, en todo lugar, te toma como guía, Señor Jesús. Que nosotros, tu pueblo y ovejas de tu rebaño, te sigamos, por medio de ti y hacia ti, porque tú eres el camino, la verdad y la vida: el camino por el ejemplo que das, la verdad por la promesa que haces, la vida por la recompensa que concedes. Tú tienes, en efecto, las palabras de vida eterna; nosotros reconocemos y creemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, Dios por encima de todo, bendito por los siglos (Bernardo de Claraval, Sermoni dell'Ascensione 2, 6).
CONTEMPLATIO
Algunos dichos de san Bernardo:
«El motivo para amar a Dios es Dios mismo».
«A Dios le buscamos con el deseo».
«No buscarías a Dios si antes no hubieras sido buscado por él, ni amarías a Dios si antes no hubieras sido amado por él».
«Dios mismo infunde en el alma el deseo, que no es otra cosa más que una inspirada avidez de santo amor».
«Quien se adhiere a Dios forma un solo espíritu con él».
«La obediencia vuelve a abrir el ojo que la desobediencia había cegado».
«Ver a Dios no es otra cosa más que ser como él es».
«Ésta es la alegría perfecta: tener una sola voluntad con Dios».
ACTIO
Repite a menudo durante el día con san Bernardo: «La medida del amor es amar sin medida».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El fin del hombre es el reconocimiento de la verdad, que es Dios, lo que implica el conocimiento de la relación del hombre con Dios, que es una relación de indigencia. Como el obstáculo es el orgullo, el remedio es la humildad; la condición es la gracia, el encuentro con Dios en Cristo. El resultado es la estima del hombre por su dignidad recuperada de imagen de Dios: mientras que la ignorancia de sí y el orgullo disminuyen el valor del hombre, la humildad, reconocimiento de la necesidad de Dios, pero también de la capacidad de Dios que hay en el hombre, revela a éste lo que él mismo es. De este modo, «sale» de él mismo y se eleva, crece, «se extiende» a nuevas dimensiones, las del amor a Dios y al prójimo. El ser humilde se vuelve manso, misericordioso. Así, la fe vivida y, por así decirlo, transformada en humildad, en caridad, hace, según los modos de hablar de nuestro tiempo, salir al «mí mismo» del «yo»: despierta al yo a la libertad del «mí mismo», le hace convertirse en persona en presencia de Dios, en comunión de solidaridad con todos.
En Bernardo está siempre presente este mensaje de gloria, condicionado por su mensaje de humildad, este realismo extremo en la consideración de la miseria del hombre, y esta confianza indefectible en la gloria que está ya en él y no espera más que manifestar sus efectos. La función de la expresión literaria será hacer ver un poco de esta luz oculta que percibe la mirada de la fe. En Bernardo, como también en otros grandes espirituales que fueron escritores, la intensidad de la experiencia explica el carácter ferviente, apasionado de la expresión y, por consiguiente, la parte de exageración que ésta pueda tener: tanto si evoca las profundidades de nuestra bajeza o la sublimidad de las visitas del Verbo, parece ir a veces demasiado lejos, rebasar los límites de lo razonable y, en todo caso, de lo normal y de lo habitual. A decir verdad, se limita simplemente a revelar, a propósito de él mismo, lo que puede ser el caso de todos.
Sus
escritos manifiestan un pensamiento a la vez contemplativo y tan comprometido
como es posible. Cada uno de ellos empezó siendo un acto bien preciso, pero en
cada uno de ellos alcanza Bernardo lo universal. Cuanto más lúcido es un ser
sobre sí mismo, más ilumina a los otros sobre ellos mismos (J. Leclercq,
Bernardo de Claraval, Edicep, Valencia 1991, pp. 212-213).
Giuseppe Sarto nació el 2 de junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, en el seno de una familia campesina. Su madre, viuda con diez hijos, le hizo terminar los estudios en el seminario. Giuseppe fue ordenado sacerdote a los 23 años. En 1875 era canónigo en Treviso; en 1884, obispo de Mantua; en 1893, patriarca de Venecia, y, por último, el 4 de agosto de 1903, papa. Su lema fue «renovar todo en Cristo». Murió el 20 de agosto de 1914. Su Catecismo se hizo célebre.
LECTIO
Primera lectura: 1 Tesalonicenses 2,2b-8
2 Como sabéis, os anunciamos el Evangelio en medio de muchas dificultades, pero llenos de confianza en nuestro Dios.
3 Y es que nuestra exhortación no se inspiraba en el error, en turbias intenciones o en engaños.
4 Por el contrario, puesto que Dios nos ha juzgado dignos de confiarnos su Evangelio, hablamos no como quien busca agradar a los hombres, sino a Dios, que penetra hasta lo más profundo de nuestro ser.
5 Dios es testigo, y vosotros lo sabéis, de que nunca nos movieron la adulación o la avaricia;
6 tampoco hemos buscado glorias humanas, ni de vosotros ni de nadie.
7 Y aunque podríamos haber dejado sentir nuestra autoridad como apóstoles de Cristo, nos comportamos afablemente con vosotros, como una madre que cuida de sus hijos con amor.
8 Tanto os queríamos que ansiábamos entregaros no sólo el Evangelio de
Dios, sino también nuestras propias vidas. ¡A tal punto llegaba nuestro amor por vosotros!
**• Estas palabras de Pablo, más que las de un evangelizado parecen las de un padre espiritual; más aún, las de una madre espiritual, en cuanto que, al buscar imágenes y tonos profundos para expresar su tarea apostólica y los sentimientos que la han animado, la analogía se vuelve absolutamente femenina. En vez del rostro petrino de la Iglesia, parece emerger aquí el rostro «mariano» de la misma. Por otra parte, es la gratuidad del amor más gratuito que existe, el materno, el motor del ministerio del apóstol. En consideración al amor divino por esta comunidad, Pablo se ha identificado con la caridad del Padre, rico en misericordia, dedicando una atención «materna» a los hijos por los que habría dado también la vida.
Evangelio: Juan 21,15-17
Cuando se hubo manifestado a sus discípulos,
15 después de comer, Jesús preguntó a Pedro: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te amo.
Entonces Jesús le dijo: -Apacienta mis corderos.
16 Jesús volvió a preguntarle: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: -Cuida de mis ovejas.
17 Por tercera vez insistió Jesús: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si lo amaba, y le respondió: -Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo.
Entonces Jesús le dijo: -Apacienta mis ovejas.
**• La condición prioritaria de Pedro no ha sido dictada por requisitos humanos de inteligencia, cultura y capacidad, ni siquiera por requisitos espirituales como la santidad, la justicia o la piedad. Todo eso es importante, pero no es esencial si no proviene de lo único que el Señor nos pide incondicionalmente: el amor. Con la triple pregunta, el Señor induce a Pedro a mirarse por dentro con sinceridad, a despojarse de todo resto de orgullo, hasta hacer que se encuentre con la mirada de Dios en él. Entonces, el dolor del examen de conciencia, por fin auténtico, prueba la humildad que confiesa y acoge el don de Dios: el amor recuperado es el entregado por el Único que es fiel.
MEDITATIO
Pío X era un hombre de ánimo muy sencillo y dispuesto a ceder cuando la caridad de Cristo pedía un noble sacrificio. Su figura dulce y humilde, animada por una fuerza interior que se manifestaba con una irresistible fuerza interior, le hizo aparecer de inmediato como un santo, y a la santidad llamaba a todos sus hijos, especialmente a los sacerdotes. Toda su vida de sacerdote y de obispo había sido una aspiración continua a convertirse en el buen pastor de las almas. La vida de piedad, a la que el pontífice dio un grandísimo impulso, además de la incitación a la educación catequética, tomaron vigor gracias a los decretos que se refieren al sacramento de la eucaristía. Justamente, Pío X fue llamado el papa de la eucaristía.
La restauración cristiana querida por Pío X respondía a su inmenso deseo de hacer bien a todos. Había sido siempre el hombre de la inagotable caridad material y espiritual, y como pontífice brilló en él aún más viva y universal esta sublime virtud, que le convertía realmente en el «dulce Cristo en la tierra» (A. Saba, Storia della Chiesa, Turín 1945, IV, pp. 350-357, passim).
ORATIO
Oración al Sagrado Corazón de Jesús muy estimada por Pío X:
«Oh Corazón amoroso, en vos pongo toda mi confianza, pues de mi debilidad lo temo todo y lo espero todo de vuestra bondad».
CONTEMPLATIO
Nadie, por tanto, cuando piensa que sólo con ella, entre todos, estuvo unido Jesús durante treinta años con esas relaciones de intimidad familiar que unen siempre a un hijo con su madre, pondrá en duda que, especialmente por mediación de María, se nos ha abierto el mejor camino para conocer a Jesús. En efecto, los maravillosos misterios del nacimiento y de la niñez de Cristo, y sobre todo el de la Encarnación, que constituye el principio y el fundamento de nuestra fe, ¿a quién podían ser más manifiestos que a su Madre? Ésta no sólo «conservaba en su corazón» lo que había sucedido en Belén o en el templo de Jerusalén, sino que también fue partícipe de los pensamientos de Cristo y de sus deseos escondidos; de modo que puede decirse que ella había vivido la vida misma de su Hijo. Nadie, pues, conoció a Cristo tan íntimamente como ella; por consiguiente, no puede haber maestro o guía más apto que ella para el conocimiento de Cristo (Pío X, carta encíclica Ad diem illum laetissimum, en el 50° aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción, 2 de febrero de 1904).
ACTIO
Medita hoy sobre este deseo del papa Pío X: «Deseo que el pueblo rece en medio de la belleza».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La imagen evangélica de Jesús, buen pastor, le resulta entrañable a la tradición cristiana desde los tiempos de las catacumbas; la liturgia la proyecta gustosa sobre las figuras de los obispos que han seguido con fidelidad al Señor. Es la imagen que mejor le sienta a san Pío X, es la clave interpretativa más prometedora de su persona y de su obra. El pontificado de Pío X duró algo más de un decenio, pero se mostró riquísimo en iniciativas y «reformas», encaminadas a hacer más profunda la vida interior de la Iglesia y a un mejor empleo de sus energías apostólicas.
Tal
empeño de reforma fue pensado y querido por Pío X como respuesta a su solicitud
preponderantemente pastoral. Me complace señalar dos intervenciones
particularmente representativas del compromiso apostólico del santo pontífice,
ambas dirigidas -no por casualidad- al alimento de las almas: la renovación de
la catequesis y las nuevas disposiciones alentaron un acceso más amplio a la
eucaristía. Era una firme convicción de nuestro santo que sólo un profundo
conocimiento de la verdad cristiana podía alimentar una piedad auténtica en la
Iglesia y preservar la fe de hundirse en las erróneas concepciones filosóficas y
teológicas de la época. Si bien la defensa del patrimonio auténtico de la fe
puesta en práctica por Pío X no estuvo exenta de algunas exageraciones -sobre
las que todavía hoy tanto se discute-, no se puede poner en absoluto en duda el
ansia y el compromiso pastorales de uno de los más celosos y generosos pastores
que ha tenido la Iglesia (M. Ce, «San Pió X, il buon Pastare», en Famiglia
cristiana, 5 de junio de 1985, 8-10).
Santa María Virgen, Reina (22 de agosto)
La inserción de una memoria de María Reina o de la realeza de María en la liturgia fue auspiciada por algunos congresos marianos a partir del celebrado en 1900. Tras la institución de la fiesta de Cristo Rey en 1925 por obra del papa Pío XI, como paralelo mariológico de ésta y en respuesta a múltiples iniciativas devotas, el papa Pío XII, como conclusión del centenario del dogma de la Inmaculada Concepción, el año 1954, anuncia la fiesta litúrgica de María Reina, situada el 31 de mayo como coronación del mes de María. La reforma del calendario romano ha fijado la memoria del 22 de agosto, en la octava de la Asunción.
LECTIO
Primera lectura: Isaías 9,1-3.5ss
1 El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado.
2 Has multiplicado su alborozo, has acrecentado su alegría: se alegran ante ti con la alegría de la siega, como se regocijan al repartirse un botín.
3 Porque, como hiciste el día de Madián, has roto el yugo que pesaba sobre ellos, la vara que castigaba sus espaldas, el bastón opresor que los hería.
5 Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, y es su nombre: «Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz».
6 Dilatará su soberanía en medio de una paz sin límites, asentará y afianzará el trono y el reino de David sobre el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará.
** Hay algunas «rendijas» evangélicas -Lc l,14.32ss- 2,11; Jn 1,5 y otras- que permiten una hermenéutica cristológico-mariana del oráculo de Isaías, situado en un contexto de expectativa mesiánica.
El cántico de la esperanza de una liberación se remonta a los primeros años de la diaconía profética de Isaías, o sea, pasado ya el año 740 a. de C. El tono es muy festivo y alentador, aunque los acontecimientos inminentes para Israel se presentan nebulosos, si no sombríos.
El leccionario, prescindiendo del v. 4 relativo a ese atormentado futuro, concentra su atención en los anuncios disponibles a la lectura en una clave sugerida por la memoria de la realeza mariana. Ésta permanece siempre conectada y subordinada a la realeza del mesías o de Cristo el Señor. El liberador esperado es el niño que nos ha nacido (cf. v. 5): es soberano, príncipe de la paz, gran dominador, justo, heredero del trono de David. La aplicación de semejantes imágenes a la realeza de Cristo es alegórica: en efecto, su Reino no es de este mundo; la paz que él da es diferente a la del mundo; él es bondadoso y humilde de corazón. La realeza de María, la madre, es semejante.
Evangelio: Lucas 1,39-47
39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.
40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,
42 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?
44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.
45 ¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
46 Entonces María dijo:
47 Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
**• La memoria de la realeza se centra en esta exclamación estupefacta de Isabel: «¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? (v. 43). La denominación de «bendita» es también un agujero para entrever un señorío o realeza: en efecto, es «bendito el que viene, el rey, en nombre del Señor» (así Le 19,37ss), es «¡bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc ll,9ss): éste es el «fruto bendito del vientre de María», Jesucristo.
Las palabras de Isabel son proféticas: brotan de la plenitud del Espíritu Santo más que de una conciencia e información personales. El vislumbre de conciencia de María remite al señorío del hijo concebido por obra del Espíritu Santo, más que a cualquier soberanía personal propia. La consecuencia es que su alma glorifica al Señor, su espíritu se regocija en Dios su salvador (vv. 46ss).
MEDITATIO
En la celebración de Santa María Virgen, reina, contemplamos a aquella que, sentada junto al rey de los siglos, brilla como reina e intercede como madre (cf. Marialis cultas, 6).
La figura de la reina madre permanece en muchísimas culturas populares como prototipo de solemnidad, señorío, cordialidad, benevolencia. El culto y la misma iconografía -el carácter visible de su meditación y contemplación- representan a María espontáneamente en la posición de una reina, cubierta de vestidos preciosos, con enorme frecuencia sentada en un trono y enjoyada con estrellas, siendo ella misma trono para su hijo, el Señor niño, al que tiene en brazos.
La liturgia remarca esta imagen de María como madre y reina. La liturgia lee la conexión de María sierva con el Señor Dios como participación en la realeza de Cristo: una realeza que es servicio, porque el Señor ha traído la salvación a la humanidad, y a ello ha colaborado la madre. El servicio de Jesús, hijo de María, ha costado el paso por la cruz, junto a la cual estuvo presente y en la que participó la madre. La realeza de Cristo se pagó a un precio elevado: la realeza configura a María también como reina afligida.
Las insistentes afirmaciones sobre la participación de María en la realeza de Cristo recuerdan la jaculatoria: «Reina de la paz». Ésta traduce en el orden de la devoción un rasgo de la identidad del personaje pronosticado en el oráculo isaiano como «príncipe de la paz»- Jesucristo es nuestra paz (cf. Ef 2,14). María es la madre del príncipe de la paz. El niño nacido por nosotros, el fruto bendito del seno de María es el Señor, fuente de paz sin fin. La paz es sueño y utopía. Ambos invitan a la acogida de este Señor de la paz, encarnado en Jesucristo, hijo de María, mujer pacificada y obradora de paz; invitan no sólo a creer en él, sino a hacer las obras de la paz, que son su testamento y don del Espíritu.
ORATIO
Santa María, generosa madre del Señor del universo, rey de paz y de justicia, salve. Mujer humilde, recibida más allá de nuestra tierra, en el cielo del altísimo amor del Padre, inspira nuestro servicio en la edificación del Reino de Cristo en comunidad de caridad evangélica.
Madre bienaventurada por haber creído, quédate cerca para guardar con nosotros encendida la lámpara de la fe, alimentada por la obediencia a la divina Palabra.
Virgen amiga del Espíritu, enséñanos a perseverar en las obras de bondad, de justicia, de paz. Reina del cielo que proteges nuestro camino cotidiano y el paso a la otra orilla de la vida de aquí abajo, acoge la oración de tus siervos.
CONTEMPLATIO
El ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.
Desde que lo supo María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.
Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu.
Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia; ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos. El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo (Ambrosio de Milán, Exposición sobre el evangelio según Lucas 2,19-22).
ACTIO
Sustituyamos hoy el saludo de costumbre por el deseo evangélico: «La paz del Señor sea contigo».
PARA. LA LECTURA ESPIRITUAL
Cada una [de las hermanas del instituto] ¡mita a María en su propio camino hacia Cristo: aprende de su fíat a recibir la Palabra de Dios, y de su vida con Jesús en Nazaret, el sentido de su propia inserción en la sociedad; por su participación en la misión redentora del Hijo se ve llevada a comprender, a elevar y a dar valor a los sufrimientos humanos. Se consagra a que la Virgen, ejemplo ale confianza en el Señor, constituya para todos los hombres inseguros y divididos de nuestro tiempo un signo de esperanza y de unidad.
En ella, expresión de los más altos valores femeninos, se inspira para realizarse plenamente como mujer y para comprometerse en un servicio de amor que llega incluso al sacrificio. A ella se dirige siempre con devoción y confianza filial. Con ella se hace voz de alabanza a Dios por todos los hombres.
Inspírate en el servicio que María prestó y presta al mundo, y obra en medio de
la paz, sin el ansia de quien cree sólo en su acción [Regola di vita
dell'lstituto secolare «Regnum Maríae», 1994, arts. 7 y 47).
Santa Rosa de Lima [23 de agosto (30 de agosto en América)]
Santa Rosa de Lima nació en la capital de Perú en 1586. Su nombre de pila es Isabel. Cuando el obispo Toribio de Mogrovejo la confirmó, le impuso el nombre de Rosa. Sus padres, además de ser pobres y humildes, sufrieron un revés de fortuna y Rosa colaboró con todas sus fuerzas al sostenimiento de la familia. Cuando sus padres le instaron a que se casase, ella se resistió. Quería vivir consagrada al Señor e hizo voto de virginidad.
Cuando conoció la historia de santa Catalina de Siena, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo como ella. Esto le causó no pocas incomprensiones y burlas de sus parientes y conocidos, pero ella todo lo soportaba con benevolencia. Su propia salud se vio dañada por la austeridad con la que vivía. El 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad, murió en casa de un dignatario del gobierno, donde servía desde hacía tres años.
LECTIO
Primera lectura: 2 Cor 5,14-17
14 Hermanos: el amor de Cristo nos apremia, pensando que si uno murió por todos, todos murieron con él;
15 y murió por todos, para que los que viven no vivan para sí, sino para quien murió y resucitó por ellos.
16 Así que en adelante a nadie valoramos con criterios humanos; y si un tiempo conocimos a Cristo a lo humano, ahora ya no lo conocemos así.
17 De modo que el que está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ya pasó y ha aparecido lo nuevo.
*• Estos cuatro versículos de la Carta a los Corintios reflejan la fe personal y profunda de Pablo en la muerte y resurrección de Cristo. Es lo que a él le ha llevado a entregarse a los demás y a anunciar el Evangelio. Las críticas y el desprestigio que otros están difundiendo en la comunidad de Corinto ya no le afectan. Hay dos afirmaciones que nos ayudan a comprender el sentido cristiano de esa entrega a los otros. La primera es la que dice «a nadie valoramos con criterios humanos», o sea, según la lógica y los intereses terrenos. Hay que cambiar de mirada y pasar de las relaciones instrumentales, guiadas por la consideración de los otros sólo como medios para nuestros fines, a unas relaciones basadas en el ser, en la acogida a los otros como valores, como personas que tienen una dignidad inalienable.
La otra afirmación impactante habla de «ser una criatura nueva». La fe en Cristo resucitado ha llevado a Pablo a cambiar personalmente y a comprometerse a cambiar el mundo. Pablo ha experimentado en su persona y en su misión lo que Jesús le pedía a Nicodemo. La acogida del Evangelio, que nos hace uno en Cristo, no nos aísla de los otros ni de los problemas cotidianos, sino que nos hace verlos de otra manera y nos da valor para luchar contra el mal que nos acecha.
Evangelio: Jn 15,4-11
4 Seguid unidos a mí, que yo lo seguiré estando con vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no estáis unidos a mí.
5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada.
6 Al que no está unido a mí se lo echa fuera, como a los sarmientos, que se amontonan, se secan y se les prende fuego para que se quemen.
7 Si estáis unidos a mí y mis enseñanzas permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y se os concederá».
8 «Mi Padre es glorificado si dais mucho fruto y sois mis discípulos.
9 Como el Padre me ama a mí, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
11 Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa».
*» Estos versículos del evangelio de Juan que leemos en el día de Santa Rosa son el tema central del discurso de despedida de Jesús. El mensaje gira en torno a la expresión permanecer unidos a Jesús. Se pueden distinguirse dos partes, que subrayan algunas consecuencias de esta relación entre Jesús y sus discípulos: dar fruto, como el sarmiento que está unido a la vid, y vivir según el mandamiento del amor.
La exhortación a permanecer unidos a Jesús se ilustra con la alegoría de la vid. La vid es Jesús, los sarmientos son los discípulos, el viñador es el Padre, los frutos son las obras de amor, etc. La comparación trata de ilustrar una realidad más profunda y la expresa de una forma poética y muy usada en el Antiguo Testamento.
Jesús utiliza, pues, una imagen conocida, pero le da un sentido nuevo. Lo importante es estar unidos a él para tener una nueva vida y poder así dar frutos.
La primera consecuencia de permanecer unidos a Jesús son los frutos: las actitudes, las obras, el estilo de vida. Al final de estos versículos se explicitan otras dos consecuencias de la unión con Jesús: sus palabras permanecerán en quienes estén unidos a El y obtendrán lo que le pidan al Padre.
En la segunda parte (Jn 15,9-11), el amor no sólo es la savia que el sarmiento-discípulo recibe al estar unido a la vid-Cristo, sino también el fruto que dan los que viven en esta unión.
Tenemos en este pasaje un resumen de lo que significa ser discípulo de Jesús. Podríamos resumirlo en estos cuatro elementos: estar unidos a Jesús, conservar su enseñanza, orar al Padre y dar frutos (Jn 15,8).
MEDITATIO
Los textos bíblicos proclamados en este día de Santa Rosa de Lima han sido seleccionados porque marcaron para ella la dirección de su vida. Conocido Cristo, no quiso saber nada de otros esposos. Luchó contra el deseo de sus padres de que se casara e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor. Viendo lo que Cristo sufrió y el valor de la pasión, ella misma dijo: «Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos si conociera cuál es la balanza con la que los hombres han de ser medidos». Y ella misma se fijó con un alfiler al cuero cabelludo la corona de rosas que su madre le puso en la cabeza un día de fiesta familiar. La unión a Jesús, como el sarmiento a la vid, la llevó a vivir en plenitud el mandamiento del amor. Un día en que su madre le reprendió por atender en casa a pobres y enfermos, Rosa le contestó: «Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús».
Amante de la soledad, dedica gran parte del tiempo a la contemplación y desea introducir también a otros en los arcanos de la «oración secreta», divulgando para ello libros espirituales. Anima a los sacerdotes para que atraigan a todos al amor a la oración. Recluida frecuentemente en la pequeña ermita que se hizo en el huerto de sus padres, abrirá su alma a la obra misionera de la Iglesia con celo ardiente por la salvación de los pecadores y de los «indios». Por ellos desea dar su vida, y se entrega a duras penitencias para ganarlos a Cristo. Durante quince años soportará una gran aridez espiritual como crisol purificador. También destaca por sus obras de misericordia con los necesitados y oprimidos.
ORATIO
Señor, tú has querido que santa Rosa de Lima, encendida en tu amor, sin apartarse del mundo, se consagrara a ti en la penitencia; concédenos por su intercesión que, siguiendo en la tierra el camino de la verdadera vida, lleguemos a gozar en el cielo de la abundancia de los gozos eternos.
CONTEMPLATIO
«¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte si conociera las balanzas con que los hombres han de ser medidos» (de los escritos de santa Rosa de Lima).
ACTIO
Pide hoy la paz, la justicia y la salud para todos los peruanos y, con santa Rosa de Lima, repite con frecuencia: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El divino Salvador, con inmensa majestad, dijo: «Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan de que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas.
Guárdense las personas de pecar y de equivocarse. Que nadie se engañe: ésta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!».
Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: «Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo, y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma».
Este
mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina
gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el
alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión
y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces para
anunciar la grandeza, la hermosura y la riqueza de la gracia (de los escritos de
santa Rosa de Lima al médico Castillo).
A Bartolomé, de Cana de Galilea, uno de los Doce, se le identifica habitualmente con Natanael, el amigo del apóstol Felipe (Jn 1,43-51; 22,2). Carecemos de noticias históricas precisas sobre su actividad apostólica. Diversas tradiciones le sitúan en diferentes regiones del mundo y eso hace pensar que, efectivamente, su radio de acción fue muy amplio. Una tradición refiere que Bartolomé habría sido desollado vivo, según la costumbre penal de los persas, y que de este modo habría consumado su martirio. Recibe veneración en Roma, en la isla Tiberina.
LECTIO
Primera lectura: Apocalipsis 21,9b-14
El ángel se dirigió a mí y me dijo:
9 «¡Ven! Te mostraré la novia, la esposa del Cordero».
10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo enviada por Dios,
11 resplandeciente de gloria. Su esplendor era como el de una piedra preciosa deslumbrante, como una piedra de jaspe cristalino.
12 Tenía una muralla grande y elevada y doce puertas con doce ángeles custodiando las puertas, en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel.
13 Tres puertas daban al oriente y tres al septentrión; tres al mediodía y tres al poniente.
14 La muralla de la ciudad tenía doce pilares, en los que estaban grabados los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
*»• El libro del Apocalipsis define a la Iglesia como la ciudad santa, como don de Dios: en ella se recogen las doce tribus de Israel, esto es, el nuevo Israel de Dios.
Las murallas de esta ciudad se apoyan sobre el cimiento de los doce apóstoles. Según el mismo Juan, la Iglesia puede ser llamada también «la novia, la esposa del Cordero», para indicar el vínculo de amor único e irrepetible que une a Dios con la humanidad, a Cristo con la Iglesia.
El apóstol, todo apóstol, participa asimismo de este amor y se convierte en testigo de él con su ministerio apostólico, pero sobre todo con la entrega de su sangre.
Esa es la razón de que, al final de la lectura, se llame expresamente a los Doce «apóstoles del Cordero»: si la Iglesia es apostólica, lo es no sólo por el ministerio confiado por Jesús a los Doce, sino también y sobre todo por la participación de los Doce en el misterio pascual de Jesús.
Evangelio: Juan 1,45-51
En aquel tiempo,
45 Felipe se encontró con Natanael y le dijo: -Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la Ley, y del que hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.
46 Exclamó Natanael: -¿Nazaret? ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: -Ven y l o verás.
47 Cuando Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, comentó: -Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.
48 Natanael le preguntó: -¿De qué me conoces? Jesús respondió: -Antes de que Felipe te llamara, te ví yo, cuando estabas debajo de la higuera.
49 Entonces Natanael exclamó: -Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.
50 Jesús prosiguió: -¿Te basta para creer el haberte dicho que te ví debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!
51 Y añadió Jesús: -Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.
*•• El elogio de Natanael formulado por Jesús es claro e inequívoco: «Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna» (v. 47). Del contexto inmediato se infiere el significado más amplio y más profundo que posee esta afirmación de Jesús. En Natanael no se excluye sólo la doblez, sino que se afirma sobre todo el amor a la verdad. De este modo, Jesús nos ofrece también a nosotros una rendija para comprender el fondo del alma de este apóstol.
Natanael se revela ante todo como un hombre que busca: se manifestará también así con ocasión de la primera aparición del Señor resucitado. De la búsqueda pasa Natanael enseguida al acto de fe. Su inteligencia se abre al misterio que se desvela; su ánimo se abre al descubrimiento de un bien mayor, un bien del que desde hace tiempo está sediento.
Natanael se convierte así en imagen viviente de todo verdadero creyente que, a la luz de la Palabra de Dios, aguza su capacidad visual interior y, por medio de la fe, reconoce en Jesús a su único Salvador.
MEDITATIO
También Natanael, como otros apóstoles antes que él, llega al descubrimiento de Jesús no sin una cierta fatiga.
En su caso, debe superar, en primer lugar, el handicap de su excesivo conocimiento veterotestamentario. Es justamente verdad -como leemos en el Eclesiastés- que el saber excesivo engendra dolor: sólo cuando haya alcanzado a la sencillez y a la transparencia del encuentro personal, podrá reconocer Natanael en Jesús al Hijo de Dios.
En segundo lugar, Natanael debe superar asimismo una especie de desconcierto, el que provocó en él su primer encuentro con Jesús, quien demuestra conocerle muy bien. Mas Natanael tiene necesidad de entablar un diálogo con aquel que le sorprende y, al mismo tiempo, le cautiva. Sólo el diálogo interpersonal es la vía segura para el conocimiento recíproco, el conocimiento que lleva a la experiencia y a la entrega de nosotros mismos en el amor.
Ahora bien, yo diría que Natanael debe superar también la mediación del amigo Felipe, respecto a la cual, de primeras, muestra cierto escepticismo. Sólo cuando haya tomado la decisión de ir al encuentro del Nazareno, le reconocerá por lo que Jesús es verdaderamente. La amistad puede ser, a buen seguro, una gran ayuda para el descubrimiento de la verdad, pero, cuando la verdad es Alguien, sólo el encuentro personal puede satisfacer la búsqueda.
ORATIO
Señor Jesús, tú naciste en Belén, «la más pequeña de las cabezas de partido de Judea». Allana ante mí el camino que conduce hasta ti, pequeño entre los pequeños, verdadero hombre entre los hombres, hijo de María y José.
Señor Jesús, te criaste en Nazaret, un pueblo del que nadie esperaba nada bueno. Enséñame también a mí, como revelaste a tus otros discípulos, el secreto de la espiritualidad de Nazaret, pueblo donde viviste durante treinta años, secreto del que se desprende el mensaje del silencio, del amor, del trabajo.
Señor Jesús, tú quisiste elegir Jerusalén como ciudad de tu martirio y de tu pascua: dame el valor de subir contigo y detrás de ti hasta la ciudad santa, en donde deben morir los verdaderos profetas, ciudad amada por todos tus discípulos.
Señor Jesús, tú recorriste los caminos de Palestina, país pequeño e insignificante a los ojos de los grandes, pero elegido, amado y privilegiado por ti. Enséñame a valorar las cosas según tus criterios, según tus proyectos.
CONTEMPLATIO
Ved ahí cómo, según los preceptos del Evangelio, debéis portaros con los apóstoles y profetas. Recibid en nombre del Señor a los apóstoles que os visitaren, en tanto permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta. Al profeta que hablare por el espíritu, no le juzgaréis, ni examinaréis [...], porque Dios es su juez: lo mismo hicieron los antiguos profetas.
Velad por vuestra vida; [...] los que perseveren en la fe serán salvos de esta maldición. Entonces aparecerán las señales de la verdad. Primeramente será desplegada la señal en el cielo, después la de la trompeta y, en tercer lugar, la resurrección de los muertos, según se ha dicho: «El Señor vendrá con todos sus santos». ¡Entonces el mundo verá al Señor viniendo en las nubes del cielo! (Didaché, según la versión de E. Backhouse y C. Tylor, Historia de la Iglesia primitiva, Editorial Clie, www.clie.es).
ACTIO
Repite y medita durante el día esta Palabra: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1,49).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El cristiano cree, gracias a la Palabra de Dios, que el hombre es inmortal, que toda la humanidad está destinada a la eternidad.
El cristiano cree en la resurrección de todos los muertos de la humanidad, de todos los cuerpos. Cree en la humanidad inmortal. Pero cree en virtud de la Palabra de Dios, no de una especie de prestidigitación mágica... y grotesca. Cree en la prolongación de los misterios de la vida más allá de la muerte, en la consumación de la vida mediante la muerte; cree que la misma muerte tiene una razón de ser; cree que la muerte sigue siendo atroz, pero no que sea absurda.
Como todo hombre razonable, el cristiano ve su propia vida, desde el nacimiento a la muerte, como un devenir continuo acompañado de una destrucción continua. Sin embargo, el cristiano cree que en este y por este devenir se consuma la germinación, el desarrollo del hombre inmortal que hay en él, pero que se va haciendo en él cada día y que permanecerá tal como haya llegado a ser, en la eternidad, para la eternidad.
Este
hombre inmortal se hace en cada uno a través de sus opciones. Aquello por lo que
opta es lo que fija al hombre inmortal en su pleno vigor o en lo peor de la
miseria humana. En la hora de su muerte, el hombre se habrá convertido en
alguien que vivirá con Dios para siempre o en alguien que existirá lejos de Dios
para siempre (Madeleine Delbréf).
San José de Calasanz (25 de agosto)
San José de Calasanz nació en Huesca en el año 1557. Era tal su devoción a la Virgen que él quería llamarse José de la Madre de Dios. Sus padres pudieron y le dieron una esmerada educación y formación. Se doctoró en Teología en la Universidad de Lérida y fue ordenado sacerdote. En el año 1592, se fue a Roma persiguiendo un puesto honorífico y se encontró con la miseria infantil en los barrios de la ciudad. Dejó de perseguir honores y fundó las Escuelas Pías (escuelas gratuitas). Con la enseñanza del catón y del ábaco introducía también el catecismo y la oración de la corona de doce estrellas pidiendo la protección de la Virgen.
El 25 de agosto del año 1648, a la edad de 92 años, este gran apóstol pasó a la eternidad. Pío XII le declaró celestial patrono ante Dios de todas las escuelas populares cristianas del mundo.
LECTIO
Primera lectura: Isaías 61,1-3
1 El espíritu del Señor Dios está en mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a llevar la Buena Nueva a los pobres, a curar los corazones oprimidos, a anunciar la libertad a los cautivos, la liberación a los presos;
2 a proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza para nuestro Dios. A consolar a todos los afligidos,
3 a dar a todos los afligidos de Sión una diadema en lugar de ceniza, perfume de alegría en lugar del vestido de luto, alabanza en lugar de espíritu abatido. Se les llamará encinas de justicia, plantación del Señor para su gloria.
*•• Este pasaje del libro del tercer Isaías presenta la vocación y misión del heraldo de Dios. El profeta se siente llamado y enviado por el espíritu del Señor. La misión que se le encarga a este ungido va en dos direcciones: anunciar la liberación y curar, restaurar, consolar. Lucas tomará este mismo texto para el programa misionero de Jesús, con una pequeña pero muy significativa variante.
- La salvación va dirigida a la parte de la humanidad más desvalida y necesitada: los pobres, los oprimidos, los prisioneros, los ciegos...
- La liberación alcanza a toda la persona, y no sólo a lo espiritual...
- Es una Buena Noticia: se anuncia un año de gracia.
Y aquí está la variante de Jesús en el evangelio de Lucas: no habla de venganza, sino que se queda en la gracia. - Es una Buena Noticia para todos. El pueblo elegido será el mundo entero: hasta los confines del mundo.
Evangelio: Marcos 9,33-37
33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: «¿Qué discutíais por el camino?».
34 Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido sobre quién entre ellos sería el más grande.
35 Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».
36 Tomó en sus brazos a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo:
37 «El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre me acoge a mí, y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado a mí».
*»• Estos versículos del evangelio de Marcos, elegidos para la fiesta de San José de Calasanz, se refieren a la enseñanza que Jesús dio a sus discípulos. Estas instrucciones posiblemente sean un retrato de las comunidades del tiempo del evangelista, que ya empezaban a preocuparse, peligrosamente, por el rango de sus miembros, el prestigio, el poder y la posesión de la verdad...
El texto da a entender que los discípulos enrojecieron de vergüenza cuando Jesús les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Su silencio los delata. Él, para que entiendan mejor qué significa eso de que el primero tiene que ponerse el último, les pone la imagen del niño.
No es ésa la lógica social ni la tendencia humana, pero sí la norma de conducta para quien quiera seguir a Jesús en la construcción de Reino. En la comunidad de Jesús tendrá prestigio y será el primero el que haga sitio al insignificante y a quien necesite ayuda. Lo que hace ser primeros en la comunidad es el servicio a los considerados últimos.
MEDITATIO
Acoger al que no cuenta es acoger a Jesús y a Dios. Es la opción prioritaria por los pobres y marginados. La comunidad alternativa que Jesús trae trastoca los esquemas de la sociedad, siempre inclinada a la competitividad: aplaudir al primero y abuchear al último. Él lo vivió de tal manera que fue una de las acusaciones públicas: «Se junta con pecadores, prostitutas y gente de la calle». Afirmó también que no había venido a ser servido, sino a servir. Y ésta es la norma que inculca a sus seguidores. Siguiendo su ejemplo, el cristiano, igual que la Iglesia, tiene una misión de servicio, de entrega y amor, de vivir para los demás.
En nuestra sociedad encontramos con frecuencia lemas comerciales como éstos: «Estamos a su servicio», «Es un placer poder servirle», «Servirle es nuestra especialidad...», pero después pasan factura. No es esa servicialidad la que propone Jesús a sus discípulos, sino un servicio sin factura. Podíamos decir que la frase de Jesús no es «su seguro servidor», sino «su humilde servidor».
ORATIO
Señor, Dios nuestro, que enriqueciste a san José de Calasanz con la caridad y la paciencia, para que pudiera entregarse sin descanso a la formación humana y cristiana de los niños, concédenos, te rogamos, imitar en su servicio a la verdad al que veneramos hoy como maestro de sabiduría
CONTEMPLATIO
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.
Sé el que apartó del camino la piedra, el odio de los corazones y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser sano y justo, pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender...
No caigas en el error de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos.
Hay pequeños servicios que nos hacen grandes: poner una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña...
El servir no es una faena de seres inferiores. Dios, que es el fruto y la luz, sirve. Y me pregunta cada día: ¿Serviste hoy?
(Gloria Fuertes.)
ACTIO
Fíjate hoy con atención contemplativa en los niños que veas.
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Algunos pensamientos de san José de Calasanz:
Es mejor ser pocos y buenos que muchos e imperfectos.
Hay que tener mucha paciencia y caridad con los niños, para enderezarlos por el buen camino.
Cuando los alumnos ven amor de padre en el maestro e interés de su aprovechamiento, van con gusto a la escuela.
Es necesario que recurramos al auxilio de Dios y a la intercesión de la Santísima Virgen, bajo cuya protección se fundó la obra.
Hagan todas las tardes alguna devoción a la Santísima Virgen, para que con su intercesión nos libre a todos de las adversidades.
Estimo mucho el honor de la religión y de las personas particulares que a ella pertenecen, más que ninguna otra cosa.
Si a su tierna edad los niños son imbuidos con amor en la piedad y en las letras, puede esperarse un curso feliz de toda su vida.
Ayudar en la edad más tierna a los pobres con la cultura unida al santo temor de Dios es un servicio tan útil como necesario.
El provecho es indudable. Se toca con las manos.
Sé por experiencia que quienes, desde la primera edad, fueron educados con la doctrina cristiana y bebieron desde niños juntamente la piedad y las letras, terminaron por ser perfectos.
El servicio de la enseñanza es el más razonable para tener ciudadanos hábiles para santificarse y engrandecerse en el cielo, pero igualmente capaces de ilustrarse y ennoblecerse a sí propios como también a sus patrias, con sus gobiernos y dignidades de la tierra.
Hemos de castigar con mucha piedad, que así lo requieren el nombre y la caridad que profesamos.
En cuanto a recibir alumnos pobres, obra usted santamente admitiendo a cuantos vienen. Porque para ellos se fundó nuestro instituto. Y lo que se hace por ellos se hace por Cristo. No se dice otro tanto de los ricos.
Procure atraer a los niños con toda caridad a la frecuencia de los sacramentos de la confesión y comunión, y conozca que procura su bien como verdadero padre.
El Señor proveerá cuanto sea necesario, con tal que nosotros procuremos atender con toda diligencia a los niños.
Si tiene amor, no digo al instituto, sino a Dios y a sí mismo, se ingeniará para aprender lo que no sabe, a fin de hacer bien a los pobres o para hallar mejor a Cristo en los pobres.
No
dejen de ayudarse con la oración de personas devotas, y especialmente de los
alumnos pequeños. Con la esperanza de que Dios mandará su ayuda cuando le
parezca tiempo oportuno.
Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars (26 de agosto)
Teresa Jornet e Ibars nació en Aytona (Lérida), en el año 1843, en el seno de una familia de labradores de recia fe cristiana. Siendo aún adolescente, se sintió llamada a ayudar a la sociedad de su tiempo, cuyo ambiente racionalista y anticlerical tuvo que padecer. La ciudad aragonesa de Fraga fue clave en su formación: en ella cursó los estudios de Magisterio, que empezó a ejercer en Argensola, pueblecito de la diócesis de Vich Barcelona). Ingresó en las Clarisas de Briviesca (Burgos). Una f¡gura clave en su vocación fue la del padre Saturnino López Novoa: él concibió el proyecto que llevó a cabo la fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados junto con un grupo de jóvenes en Barbastro (Huesca) el 11 de octubre de 1872. A su muerte, acaecida en Liria (Valencia) en 1897, la orden ya contaba con 103 asilos en España y América. La «sembradora de amor» fue beatificada por Pío XII en 1958 y canonizada por Pablo VI en 1974. Ha sido declarada patrona de la ancianidad.
LECTIO
Primera lectura: Isaías 58,6-11
6 El ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las tiranías,
7 que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo, que proporciones vestido al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes.
8 Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán enseguida, tu recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor.
9 Entonces clamarás y te responderá el Señor, pedirás auxilio y te dirá: «Aquí estoy». Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias,
10 si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía.
11 El Señor te guiará siempre, te saciará en el desierto y te fortalecerá.
Serás como un huerto regado, como un manantial inagotable.
*•• La tragedia del pueblo de Israel fue olvidar el destierro y organizar la vida a su antojo en la tierra prometida. Un aviso en esta lectura para siempre: el pobre liberado puede convertirse en el peor opresor. Cunden los males en la Tierra: la mentira y la injusticia. No vale vivir «desde fuera» el ayuno y las prácticas religiosas Dios quiere otro ayuno, que tiene que ver con los que Dios aína: los oprimidos injustamente, los pobres, los sin techo, los desnudos. Ellos son «tu propia carne». En Isaías agradecemos a Dios esta relación del ayuno con el prójimo. El hombre reacciona si se le denuncian sus rebeldías.
Dios nos cura y hace brotar la carne sana cuando el hombre trata al prójimo como prolongación de Dios mismo. Nos suele interesar el prójimo si coincide con la idea que nos hacemos de él. Si es molesto o nos desestabiliza las seguridades personales, ni escuchamos a Dios ni al prójimo. Así Dios no escucha.
La mentira puede llegar a hacernos confundir la tranquilidad subjetiva con la verdad. Pero al fin sale la luz: la verdad del amor es el prójimo «servido». Hacen falta personas -los profetas y los santos- que nos ayuden a ver encarnada la verdad no sólo con las palabras, sino con un modo de vida. Así podemos acceder a Dios en su Verdad. El pobre, que en definitiva es la verdad de Dios, nos devuelve la capacidad de ser luz que brilla en las tinieblas. ¿No es eso lo que nos cuestiona y aplica la Iglesia en esta memoria de santa Teresa Jornet? Ante la frustración de la falta de éxito en nuestros trabajos, por el amor «serás un huerto bien regado».
Segunda lectura: 1 Jn 3,11-18
11 Porque el mensaje que habéis oído desde el principio es que debemos amarnos los unos a los otros.
12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. Y ¿por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas.
13 No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia.
14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.
15 Todo el que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida posee vida eterna.
16 En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.
17 Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?
18 Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad.
*» Lo que se anuncia en Isaías se convierte en definitivo en la Nueva Alianza: «Éste es el mensaje desde el principio». Pero el amor hasta dar la vida por los hermanos es propio de Cristo. Caín quita la vida a su hermano porque se siente acusado por sus buenas obras. El cristiano, cuando ama, debe llegar a tal radicalidad que su testimonio creará en torno animadversión. Es escandaloso para el mundo un amor así («no os sorprenda que el mundo os odie»): amar sin límites, a todos, siempre, a los enemigos. El verdadero enemigo, nos advierte Juan, es el odio que llega a matar, es decir, a convertir al prójimo en indiferente. Eso lo hace «el mundo».
Pero al matar al creyente por su testimonio, paradójicamente, se le permite la vida verdadera {«hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos»).
El amor salva y redime a quien lo da y a quien lo recibe. Por eso, en la máxima entrega del Hijo se ha producido la máxima salvación: así hemos conocido el amor y lo podemos comunicar. Amor sin consagración a Dios es amor débil, que llega a cansar. Aquí tenemos la clave y al mismo tiempo el gran servicio a la Iglesia de los grandes fundadores de órdenes religiosas: nos enseñan a conocer el amor dando la vida por quien es el Amor.
Todo el que ama desde Cristo cuestiona: ¿serás tú capaz de amar de esta manera? La radicalidad no está en las formas, sino en la calidad del amor.
Evangelio: Mt 25,31-40
31 Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria.
32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
33 y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro.
34 Entonces el rey dirá a los de un lado: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis;
36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme».
37 Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber?
38 ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos?
39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?».
40 Y el rey les responderá: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».
**• Las lecturas de hoy ofrecen un crescendo: del amor liberador, al amor de identificación, y de éste, en Mateo, al amor de unión o ágape. Amor en el que Cristo mismo se ha identificado con «mis humildes hermanos». Es la máxima verdad de la experiencia religiosa, hasta el punto de que este amor lo discierne todo en el creyente: «él separará unos de otros» no es sólo una acción del Hijo del hombre en su venida al final de los tiempos, sino el presente del amor que cada ser humano decide tener o dar. Es un presente escatológico en el que se decide todo: en el amor que doy hoy se define mi vida. En el Nuevo Testamento, Cristo sufre hambre y enfermedad y sed; su desnudez es la nuestra, y visitar a Cristo puede ser también ir a la cárcel a visitar a un preso. El Rey dirá por experiencia propia todas esas cosas: me visitasteis, me acogisteis, me vestisteis. Nunca ha estado Dios tan cercano, nunca el hombre tiene más motivos para decidirse por Él. Si el cristiano consagrado a Dios quiere unirse a Cristo, nunca el camino ha estado más claro. Nunca ser un consagrado ha estado más lejos del platonismo y la evasión infantil. El Amor concreto lo verifica todo. El amor me define ahora ya para el juicio final.
MEDITATIO
Es necesario volver a redefinir de vez en cuando en nuestra mente y alma lo que el desgaste del lenguaje va reduciendo a pasajeros o acalorados sentimientos ante necesidades puntuales del prójimo. Éste es el caso del «amor» que nos evocan las lecturas de hoy. Meditar en el Amor, más que en mi necesidad de amar, ha de ser una constante en la vida cristiana. Es volver al Amor de la fuente, del origen. Hasta el amor, que parece que nos nace, hemos de aprender a recibirlo. Si nos nace, no es divino, porque amar no es grato en principio; el amor a lo divino es otra cosa. El amor en el hombre es fruto de una transformación y un arrobamiento previos que Dios mismo produce cuando se da a conocer a una persona.
Hay que retorcer el propio modo de ser, dejarse cambiar, sufrir -si es preciso- antes de estar preparado para amar como Dios ama. Así fue en los profetas y santos y en el mismo Hijo.
La experiencia cristiana enseña que lo que le cuesta al hombre conseguir es cosa que Dios ha de dar. Y por lo mismo, lo que Dios regala por su inmensa misericordia es lo que al hombre más le cuesta acoger. Vivir en el amor no es «sentirme realizado»; es abrir en mí caminos del Espíritu por los que el prójimo transite con la dignidad que Dios le ha otorgado. Y al tiempo, con el prójimo me llega Dios mismo. Este amor supone un nuevo giro en mis «sentimientos» espontáneos. La vida de las hermanitas fundadas por Teresa Jornet tiene esta esencial razón de ser: nace y se da como un camino entre la asistencia (estar presente para lo que falta) a Dios y la religión (re-ligarse con alguien) con el hermano. En la vida de Teresa Jornet se entrecruzan con diáfana claridad el Amor con que se siente amada por Dios y la necesidad de corresponderle, pero ¿cómo?: haciendo nacer lo mismo en los ancianos. No es una asistencia social: es amar al anciano abandonado con el mismo Amor con el que Dios le ama para que él mismo lo acoja. Por eso funda una familia de consagradas a Dios, «por» llamada de Dios, en el servicio a los más abandonados en su momento. No «para» resolver una concreta necesidad social del siglo XLX, que hoy quedaría más o menos resuelta por los servicios sociales. Motivo de más para definir bien la vocación de Hermanita de Ancianos Desamparados cuando los diversos grupos e iniciativas sociales asumen sus deberes con los mayores y ancianos. Su vocación es consagrarse a Dios, y eso permanecerá aunque un día (¡ojalá!) todos los ancianos estén debidamente atendidos por la sociedad civil.
ORATIO
Que la eucaristía sea el centro de vuestra vida y de toda vuestra actividad; que la presencia de Jesús sacramentado sea vuestro imán de atracción íntima y renovadora; que la participación en su santo sacrificio, como actualización de su misterio pascual de pasión, muerte y resurrección constituya el momento culminante y renovador de vuestra vida; que la comunión eucarística condicione y transforme toda vuestra personalidad en la mayor semejanza con Cristo (de los sermones del padre López Novoa).
CONTEMPLATIO
Hoy más que nunca, en esta época de gigantescos progresos, estamos asistiendo al drama humano, a veces desolador, de tantas personas llegadas al umbral de la tercera edad que ven aparecer a su alrededor las densas nieblas de la pobreza material o de la indiferencia, del abandono, de la soledad. Nadie mejor que vosotras, amadísimas hijas, Hermanitas de los Ancianos Desamparados, conoce lo que ocultan los pliegues recónditos de tan triste realidad. Vosotras habéis sido y sois las confidentes de esa especie de vacío interior q u e no pueden llenar, ni siquiera con la abundancia de recursos materiales, quienes están desprovistos y necesitados de afecto humano, de calor familiar. Vosotras habéis devuelto al rostro angustiado de personas venerables por su ancianidad la serenidad y la alegría de experimentar de nuevo los beneficios de un hogar. Vosotras habéis sido elegidas por Dios para reiterar ante el mundo la dimensión sagrada de la vida, para repetir a la sociedad con vuestro trabajo, inspirado en el espíritu del Evangelio y no en meros cálculos de eficiencia o comodidad humanas, que el hombre nunca puede considerarse bajo el prisma exclusivo de un instrumento rentable o de un árido utilitarismo, sino que es entitativamente sagrado por ser hijo de Dios y merece siempre todos los desvelos por estar predestinado a un destino eterno.
¡Oh! Si pudiéramos penetrar en vuestras comunidades y residencias, allí sorprenderíamos a tantas hijas de la nueva santa que, como ella, están difundiendo caridad: caridad encerrada en un gesto de bondad, en una palabra de consuelo, en la compañía comprensiva, en el servicio incondicional, en la solidaridad que solicita de otros una ayuda para el más necesitado (Pablo VI, homilía de la canonización de santa Teresa Jornet e Ibars)
ACTIO
Repite y medita durante el día estas palabras de la primera carta de san Juan: «El mensaje que habéis oído desde el principio es que debemos amarnos los unos a los otros» (1 Jn 3,11).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Sí, la espiritualidad de la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados es cristocéntrica. Toda la existencia de Teresa Jornet gravitó en torno a Jesucristo y la misión que el Espíritu confió a la joven de Aytona. Jesús fue su amor preferente.
Creyó y amó a Jesús como mediador y revelador del amor misericordioso. Ella ha decidido ser su mediadora ¡unto a los ancianos. La espiritualidad de Teresa es verdaderamente cristocéntrica.
«Hay que vivir cada día y hacerse fuertes en el amor de Dios». La santa fundadora vivía en armonía con la Iglesia: «Podemos decir que la vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en la que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio a la Iglesia» (Juan Pablo II, exhortación apostólica Vita Consecrata, n. 93c).
Es indudable que Teresa y su congregación, guiadas por el Espíritu, sirven con amor a Cristo y a l a «Iglesia de los pobres». La santa catalana alimentaba su espiritualidad escuchando, conociendo y amando a Jesucristo, Palabra de Dios y revelación de su Amor universal. Ya en su tiempo vivía lo que nos recuerda la Iglesia: «Estar a la escucha de la Palabra de Dios, que es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana, sobre todo de los evangelios, que son el corazón de todas las Escrituras» [ibíd. n. 94). Este encuentro con Jesucristo consolidaba su espiritualidad y le hacía ponerse en contacto directo con «la humanidad doliente»: los ancianos. Junto a ellos se curtía y templaba y se mostraba la verdad de la espiritualidad de la santa fundadora: «Cuiden con esmero a los ancianos y háganlo con el recto fin de agradar a Dios. No hagan las cosas por respeto humano».
No lo
dudemos, la vida de Teresa, su espiritualidad, su «biografía personal»,
es una historia de amor a Jesucristo y de compasión misericordiosa hacia los
ancianos. Ése fue el fruto de su espiritualidad auténtica. Para entretejer y
escribir esa «biografía», Teresa se entregó ella misma. Su salud, su tiempo,
su cultura, su trabajo, sus «talentos»... fueron los hilos de su bordado de amor
en beneficio de los ancianos. Así rubricó ella su verdadero amor a Jesucristo.
Esa misma actitud de entrega generosa es lo que pide y espera de sus hijas: «Una
cosa les encargo, y es que amen y quieran mucho a nuestro amadísimo Jesús, que
tanto sufrió Él por nosotras». Y en las Constituciones leemos:
«Recuerden las hermanitas que nuestro Señor Jesucristo, Maestro y Modelo divino
de perfección, predicó la santidad...» (Const. n. 3) (T. de Bustos, o. p.,
Hermanitas de los ancianos desamparados: «Su carísma y su espiritualidad»,
Palencia 2003, pp. 42-43).
Mónica nació en Tagaste, la actual Souk Aliarás (Argelia), el año 331 o 332, en el seno de una familia cristiana y de buena condición social. Siendo aún adolescente, fue entregada como esposa a Patricio, que todavía no era cristiano. Tenía éste un modesto patrimonio y era miembro del consejo municipal de Tagaste.
Mónica era una mujer africana del bajo imperio romano, madre de uno de los más grandes padres de la Iglesia, san Agustín. Era, podríamos decir, una mujer paleocristiana, muy alejada de nosotros en el tiempo y, sin embargo, enormemente actual. «Con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana» [Confesiones IX, 4,8), se ganó a su marido para Cristo y obtuvo también la conversión del «hijo de tantas lágrimas».
Estuvo presente en el bautismo de Agustín en Milán y participó de una manera activa en su primera experiencia monástica en Cassiciaco. Mientras regresaba a África con su hijo y los amigos de éste, murió en Ostia Tiberina, cerca de Roma, antes del 13 de noviembre de 387. Dos semanas antes de que esto se produjera, madre e hijo tuvieron el dulce éxtasis de Ostia»: «Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella [la Sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu» (/feícUX, 10,24).
LECTIO
Primera lectura: Eclesiástico 26,1-4.13-16
1 Dichoso el marido de una mujer buena: el número de sus días se duplicará.
2 Una mujer perfecta es la alegría del marido, que pasará en paz los años de su vida.
3 Una mujer buena es una herencia preciosa, concedida a los que temen al Señor:
4 sean ricos o pobres, su corazón está contento, y tienen siempre rostro alegre.
13 El encanto de la mujer deleita a su marido, su saber lo robustece.
14 Don del Señor es la mujer callada, no tiene precio la bien educada.
15 La mujer honesta multiplica su encanto, es incalculable el valor de la que se sabe dominar.
16 Como sol que sale por montes empinados es la belleza de la mujer buena en su casa ordenada.
**• El texto de la primera lectura se centra en la especificidad femenina, expresada por la «mujer», de cuya «bondad- virtud» depende la «dicha» del hombre. Podríamos decir que la mujer representa aquí la «vocación a la felicidad» del hombre. En el ámbito familiar -«la casa», lugar donde se desarrolla la relación matrimonial, el tú a tú que liga al hombre y la mujer-, la figura femenina es llamada y atracción, mediadora y encarnación de la suprema belleza de Dios. Una belleza y una bondad que el hombre no sólo puede contemplar en la alegría de su corazón, sino que incluso puede desposarse con ella.
La «felicidad», la «alegría», la «serenidad», la «buena suerte», la «paz», la «larga vida», el «vigor» y la «gracia» del hombre están como transmitidos por ese tipo de mujer que encarna en sí misma todos los atributos de la virtud. En efecto, todas las categorías que exaltan su feminidad, esas que constituyen las cualidades positivas y espirituales que hacen al hombre plena y verdaderamente humano, giran en torno al campo semántico de la «virtud». Ahora se hace claro quién es esta mujer virtuosa del Eclesiástico o la «mujer perfecta» de los Proverbios (31,10):'la metáfora femenina, en los escritos sapienciales, encarna y expresa a la Sabiduría.
Evangelio: Lucas 7,11-17
En aquel tiempo,
11 Jesús se marchó a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.
12 Cerca ya de la entrada del pueblo, se encontraron con que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. La acompañaba mucha gente del pueblo. 13 El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: -No llores.
14 Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon. Entonces dijo: -Muchacho, a ti te digo: levántate.
15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
16 El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.
17 La noticia se propagó por toda la región de los judíos y por toda aquella comarca.
*+• El núcleo del relato de Lucas, que no se encuentra en los otros dos evangelistas, es el encuentro entre Jesús y esta mujer, una viuda, sola, sin amor, lejos de su esposo, madre del hijo a quien había dado la vida y que ahora no puede sustraer a la muerte. De una manera difuminada se perfilan los rasgos particulares de la pasión y resurrección de Cristo: el encuentro que tiene lugar «cerca ya de la entrada del pueblo», fuera de Naín, por tanto, y su crucifixión fuera de la puerta de Jerusalén; el «ataúd» y su «sepulcro»; el «levantarse-incorporarse» del joven y su «resurrección».
Lucas revela aquí la identidad de Jesús: el Resucitado, el Vencedor de la muerte, es también Señor de misericordia. Lleva en él los mismos sentimientos maternos de la mujer: todo su ánimo está implicado en un «con-moverse » profundo, visceral, como el de las «entrañas maternas», que se abren para recibir a una nueva criatura en el acto de dejar sitio, de con-sentir (alegría y dolor) con este otro que hay en ellas (cf. también Le 15,20).
Jesús plantea a la mujer una petición paradójica: «No llores». Estas palabras conllevan asimismo toda la fuerza y la ternura de una promesa de felicidad: Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido» (Ap 21,4)- que atraviesa y va más allá de la muerte. Aquí reside todo el sentido de la encarnación, expresado de una manera sintética por el gesto de Jesús, que «tocó» el féretro y pronunció, allí donde el hombre se encuentra en el fin, la palabra que le hace recomenzar: «Muchacho, a ti te digo: levántate».
Gracias al contacto con Jesús y con su Palabra, el hijo muerto vuelve a la vida. De la oscuridad de la falta de sentido y de aislamiento se le restituye a la relación vital con los otros y con el mundo, tras haber recuperado la capacidad de hablar y de entrar en comunicación. Y Jesús, en un gesto de extrema delicadeza, lo devuelve a los brazos de su madre.
MEDITATIO
Mónica es una «santa»; por tanto, una «mujer» verdadera.
En ella convergen y se encarnan la belleza virginal de la «mujer virtuosa» del libro del Eclesiástico y la materna compasión de la «viuda» del Nuevo Testamento, que convierte su vida en una intercesión por la vida de su hijo. La santidad de Mónica nos lleva al corazón de la vocación y de la misión de la mujer (léase Mulieris dignitatem VIII, 30). Esta misión de «guardián del hombre» la realizó Mónica a fondp. Hizo frente con una gran dignidad e inteligencia, con esa «genialidad absolutamente femenina», a las dificultades de una convivencia matrimonial con un hombre «pagano» dotado de un carácter muy difícil, «al que -dice de manera cruda Agustín- «fue entregada» (Confesiones IX, 9,19). Sin perder nunca el gusto por el bien, incluso en las adversidades (un arte más que difícil), «se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus ojos» (ibíd.).
Desplegando «las grandes energías del espíritu femenino», sostuvo, con las lágrimas y la oración de una vida totalmente consagrada a Dios, una verdadera y propia lucha por la fe de su hijo Agustín. La lucha que es «la lucha a favor del hombre, de su verdadero bien, de su salvación [...], la lucha por su fundamental "sí" o "no" a Dios y a su designio eterno sobre el hombre» {Mulieris dignitatem VIII, 30).
El mismo Agustín, que también fue su mayor biógrafo, dirá más tarde de ella: «Creo sin la menor incertidumbre que por tus oraciones, madre, Dios me concedió no querer, no pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad» {De Ordine II, 50,52). Mónica es la madre, por tanto, de una «doble maternidad»: «Me engendró en la carne, para que naciera a la luz temporal, y en su corazón, para que naciera a la luz eterna» {Confesiones VIII, 17).
Si, en la relación hombre-mujer, la mujer representa el punto de encuentro de la humanidad con Dios, precisamente por la humanidad de que es portadora, en Mónica, en su ser madre en plenitud, la paternidad de Dios ha podido actuar con una maravillosa alianza.
ORATIO
Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz.
¡Oh casa luminosa y bella!, amado de tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor, tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha creado en ti. [...] Acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi corazón, de Jerusalén la patria mía, de Jerusalén la de mi madre, y de ti, su Rey sobre ella, su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes delicias, su sólida alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todos; porque tú eres el único, el sumo y verdadero bien. Que no me aparte más de ti hasta que, recogiéndome, cuanto soy, de esta dispersión y deformidad, me conformes, y confirmes eternamente, ¡oh Dios mío, misericordia mía! {Confesiones X, 27,38; XII, 16, 21.23).
CONTEMPLATIO
Estando ya inminente el día en que había de salir de esta vida -que tú, Señor, conocías y nosotros ignorábamos-, sucedió a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus modos ocultos, que nos hallásemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación.
Allí solos conversábamos dulcísimamente, y olvidando las cosas pasadas, ocupados en lo por venir, nos preguntábamos los dos, delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió.
Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente -de la fuente de vida que está en ti- para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo una idea de algo tan grande. Y como llegara nuestro discurso a la conclusión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, sino ni siquiera de ser mencionado, levantándonos con un afecto más ardiente hacia el que es siempre el mismo, recorrimos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra.
Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos hasta nuestras almas y las sobrepasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia que no se agota, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y la vida es la Sabiduría, por quien todas las cosas existen, tanto las ya creadas como las que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como fue antes y como será siempre, o más bien, sin que haya en ella fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que ha sido o será no es eterno. Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu, regresamos al estrépito de nuestra boca, donde el verbo humano tiene principio y fin, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin envejecer, y renueva todas las cosas (Agustín de Hipona, Confesiones IX, 10,23-24,passim).
ACTIO
Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de Agustín: «Quien es feliz tiene a Dios» {De vita beata II, 11).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Entre finales de octubre y primeros de noviembre del año 386 se retiró Agustín con su madre, Mónica, su hermano Navigio, su hijo Adeodato, su amigo Alipio [...] a la villa de su amigo Verecundo en Cassiciaco. En la paz campestre de Brianza, entre el susurrar de las hojas y de los arroyos, con los Alpes como paisaje, se preparó Agustín para el bautismo. La comitiva africana vivía en un clima de intensa espiritualidad, ocupando gran parte de su tiempo en disputas de filosofía, de una filosofía sometida ahora a la fe y deseosa de conocer su contenido.
En esta comitiva, Mónica hacía un poco de madre de todos, hacía unas veces de solícita y enérgica ama de casa, otras de maestra sabía y experta. Cuando los que discutían se olvidaban de comer, Mónica les invitaba a hacerlo y, si era necesario, les impulsaba con tanta fogosidad que les obligaba a interrumpir la discusión. Cuando la invitaban a tomar parte en la misma discusión, daba respuestas tan discretas que suscitaba la admiración de todos. Como cuando declaró que la verdad es el alimento del alma; o, sin saberlo, definió la felicidad con las mismas palabras de Cicerón; o sostuvo que sin sabiduría nadie puede ser feliz; o recordó, por último, que sólo la fe, la esperanza y la caridad pueden conducirnos a la vida bienaventurada.
Agustín, que estaba alegremente sorprendido de tanta sabiduría, afirma que su
madre ha «alcanzado la cumbre de la filosofía» y se declara discípulo suyo. La
«filosofía» de Mónica es la sabiduría del Evangelio, una sabiduría que no ha
conquistado con el estudio, sino con la virtud, la oración, la docilidad al
Espíritu. La posee ahora en un grado eminente. Es intrépida. No teme ni la
desventura ni la muerte. A saber: ha llegado a una disposición interior
dificilísima, aunque importantísima, que constituye -por consenso unánime- la
cima de la sabiduría. Rica de amor a Dios y al prójimo, que es el fundamento de
la sabiduría evangélica, puede prescindir de la ciencia de los filósofos y
recoger sus frutos. Por eso Agustín se declara discípulo suyo y confía a las
oraciones de ella la consecución del ideal de sabiduría al que aspira (A. Trape,
S. Agostino. Mia madre).
San Agustín de Hipona (28 de agosto)
Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Fue educado siguiendo los hábitos cristianos de su madre, Mónica, y, como se reveló enseguida como un ¡oven de prometedoras cualidades, fue encaminado a la carrera de retórica. Ya desde los tiempos de estudio en Cartago estuvo marcado por una incomodidad interior que le llevaría lejos. La primera respuesta a esta sed de totalidad fue una vida mundana tejida por varios vínculos, más o menos límpidos. Ahora bien, la inquietud es también sed y búsqueda de la verdad: se apasiona con la lectura del Ortensio de Cicerón, lee la Sagrada Escritura, pero no se entusiasma con ella y acaba por adherirse al racionalismo y al materialismo de la secta de los maniqueos. Tras haber enseñado en Tagaste y en Cartago, se traslada primero a Roma (383) y después a Milán (384). Aauí su viaje espiritual da un viraje decisivo: conoce y escucha al obispo Ambrosio, revisa sus posiciones sobre la Iglesia católica, vuelve a leer la Sagrada Escritura y, en medio de la lucha entre sus antiguos hábitos de vida y los nuevos impulsos interiores, al final se abre a la luz y a la riqueza de Cristo.
Fue bautizado el año 387 por Ambrosio. Decidido a volver a África, se establece en Tagaste y funda allí su primera comunidad monástica, siguiendo el modelo de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 391 fue ordenado sacerdote por el obispo Valerio, a quien en el 395 le sucede en la guía de la diócesis de Hipona. Desde entonces se dedicó por completo a la vida de la Iglesia -ministerio de la Palabra, defensa de la fe-, aunque prosigue con la experiencia de vida común con un grupo de hermanos monjes, a los que traslada al episcopio. Escribió más de doscientos libros y casi un millar de documentos, entre sermones y cartas. Murió el 28 de agosto del año 430. Hasta tal punto fue hijo de la Iglesia que se convirtió en padre... y doctor.
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 4,7-14
7 Queridos míos, arriémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
8 Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
9 Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él.
10 El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados.
11 Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
12 Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección.
13 En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu.
14 nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo.
*• No sé cómo hubiera podido hacernos Juan el elogio de la caridad con palabras más sublimes que éstas: «Dios es amor». Una frase breve, de un solo período, pero, si la sopesamos, ¡cuántas cosas contiene!
Dios es invisible: no debemos, pues, buscarle con los ojos, sino con el corazón. Del mismo modo que, para ver nuestro sol, liberamos de cualquier imperfección los ojos del cuerpo, con los que podemos ver la luz, así, si queremos ver a Dios, debemos purificar el ojo con el que podemos ver a Dios. ¿Dónde se encuentra ese ojo? Escucha el evangelio: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios» (Mt 5,8) [...].
Si quieres ver a Dios, tienes a tu disposición la idea justa: «Dios es amor». ¿Qué rostro tiene el amor? ¿Qué forma, qué estatura, qué pies, qué manos? Nadie lo puede decir. Sin embargo, tiene pies que conducen a la Iglesia, tiene manos que dan a los pobres, tiene ojos con los que se llega a ver a los que están en necesidad.
Me preguntas: «¿En qué campo debo ejercitar este amor?». En el de la caridad fraterna. Podrías decirme, en efecto: «Nunca he visto a Dios», pero nunca podrás decirme: «Nunca he visto a un hombre». Ama, pues, al hermano. Si amas al hermano al que ves, podrás ver al mismo tiempo a Dios, puesto que verás a la caridad misma, y Dios habita en la caridad (Agustín de Hipona, Comentario a la primera carta de Juan IX, 1; VII, 10; V, 7).
Evangelio: Juan 15,9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.
10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.
12 Mi mandamiento es éste: amaos los unos a los otros, como yo os he amado.
13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.
16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.
17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.
**• ¿Es el amor lo que nos pone en condiciones de observar los mandamientos o bien es la observancia de los mandamientos lo que nos permite amar? ¿Quién puede dudar de que el amor precede a la observancia? En efecto, quien no ama no tiene fundamento alguno para la observancia de los mandamientos. Por consiguiente, el Señor nos muestra aquí no la causa engendradora del amor, sino el modo como éste se manifiesta [...].
Cuando dice después: «Mi mandamiento es éste», parece indicar justamente que no nos da otros. ¿Deberemos entender, entonces, en este sentido sus palabras, a saber: que sólo nos da el mandamiento del amor, por el que debemos amarnos los unos a los otros? ¿Acaso no hay un mandamiento mayor, el mandamiento de amar a Dios? O bien ¿deberemos concluir que Dios nos ha ordenado sólo amarnos mutuamente, liberándonos de cualquier otro deber?
Reflexionemos sobre lo que dice el apóstol: «El amor es la plenitud de la ley» (Rom 13,10). Así pues, donde hay caridad, ¿qué puede faltarnos? Mientras que donde no hay caridad, ¿qué puede ayudarnos? El mismo diablo cree, pero no ama, mientras que no puede dejar de creer quien ama. El que no ama puede esperar también –aunque inútilmente- que será perdonado, pero ciertamente no puede desesperar el que ama. En consecuencia, allí donde hay amor, hay necesariamente fe y esperanza; y donde hay amor al prójimo, necesariamente hay amor a Dios. ¿Cómo puede, en efecto, amar al prójimo como a sí mismo quien no ama a Dios, si -al no amar a Dios- ni siquiera se ama a sí mismo?
Se entiende, claro está, que este amor debe ser distinto del que los hombres alimentan mutuamente como hombres, y para hacer esta distinción añade el Señor: «Como yo os he amado». ¿Y de qué modo nos ha amado Cristo, sino con el objetivo de hacernos reinar con él en el cielo?
Con este mismo objetivo debemos amarnos mutuamente: a fin de que Dios sea todo en todos (Agustín de Hipona, Comentario al evangelio de Juan LXXX, 2, 3; LXXXIII, 2).
MEDITATIO
Las palabras de Agustín son palabras de un amor apasionado. Una inquietud del corazón, una nostalgia y un deseo que se traducen en una búsqueda incansable, posible y fecunda sólo en el interior de una oración interminable, que es su misma existencia.
De la nostalgia del corazón asoman los rasgos de la belleza interior: un deseo de verdad y de amor que Agustín comprende como «suspiro de identidad»; es la divina semejanza. Y Agustín abre a Dios todo su ser: el pasado, el presente, el futuro, consciente de que sólo Dios puede vencer sus resistencias, sus miedos, todas sus debilidades de hombre, y satisfacer su sed. «Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti» (Agustín de Hipona, Confesiones I, 1). A la luz de la verdad encontrada, Agustín ve con mayor claridad su pecado y la necesidad de la gracia, de la intervención divina, y comprende toda la orgullosa pretensión de su yo. Pero eso es lo que tiene lugar ahora en el corazón de su ininterrumpido diálogo con Dios, el Padre de su despertar. El Padre le ama, y nada puede apartar a Agustín de la confiada certeza de que la gracia de Cristo vencerá sobre el pecado; se restaurará en él «el orden del amor» y, con él, la bienaventuranza de la paz y de la libertad.
ORATIO
A ti te invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben.
Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien son bienaventurados cuantos hay bienaventurados.
Dios, Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, Luz inteligible, en ti, de ti y por ti luce inteligiblemente todo cuanto inteligiblemente luce. Dios, cuyo Reino es todo el mundo, que no alcanzan los sentidos. Dios, la ley de cuyo Reino también en estos reinos se describe. Dios, de quien separarse es caer, a quien volver es levantarse, permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, volver a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca sino avisado, a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es perderse, seguirte a ti es amar, verte es poseerte.
Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios que nos exhortas para que vigilemos.
Dios, por quien discernimos los bienes de los males. Dios, por quien evitamos el mal y seguimos el bien. Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades.
Dios, a quien se debe nuestra buena obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro y nuestro lo que creímos ajeno. Dios, gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas pequeñas no nos empequeñecen. Dios, por quien lo mejor de nosotros no está sujeto a lo peor. Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria. Dios, que nos conviertes.
Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, que nos haces dignos de ser oídos. Dios, que nos defiendes. Dios, que nos guías a toda verdad.
Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena. Dios, que nos vuelves al camino. Dios, que nos llevas hasta la puerta. Dios, que haces que sea abierta a los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la vida. Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y juicio. Dios, por quien no nos arrastran los que no creen. Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de ti. Dios, por quien no somos esclavos de los serviles y pobres elementos. Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda (Agustín de Hipona, Soliloquios I, 3).
CONTEMPLATIO
No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables.
Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.
Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manas ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios (Confesiones X, 6,8).
ACTIO
Repite y medita con frecuencia durante el día esta expresión de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras» {Comentario a la primera carta de Juan VII, 8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
En Agustín no vivió un solo hombre: vivió en él la criatura de carne y hueso, de nervios y sangre, con su desarrollo misterioso, múltiple; vivió el escritor, conjuntamente sumo escritor, sumo filósofo, sumo teólogo, y sobre cualquier otra cosa poeta sumo de los afectos y de las verdades; vivió el cristiano y el monje, el sacerdote y el obispo, el santo. Recibió de Dios toaos los clones más altos: una juventud tempestuosa, la palabra creadora, el silencio inenarrable de la oración, la fuerza necesaria para gobernar su ánimo en la navegación ultraterrena y en el aura de lo divino. Experiencia de hijo y de padre, de pecador desbandado y de obispo muy rígido, de escolar y profesor y, por tanto, de maestro de su pueblo y de todo el Occidente; de mundano y de monje, de escritor y de filósofo, de polemista y de amigo, de pensador y de contradictor y orador.
En todos esos pasajes no perdáis nada de su riquísima y potentísima humanidad: todo lo llevó consigo y lo fundió en el ardor y en la luz única de su santidad doloroso y extática. Amó, y de su experiencia de amor surgirá un amor a Dios, tal vez el más elevado que jamás haya salido de corazón humano [...].
Cuando
moría Agustín en su ciudad asediada, no moría nada: nacía, para él, en los
cielos amados sin paz y deseados sin tregua; nacía, para nosotros, en nuestra
historia y en nuestra alma. Desde aquel día hay algo de agustiniano tanto en la
historia de todos los hombres como en la historia de cada uno de ellos (G. de
Luca, Sant'Agostino. Scrítti d'occasione e traduzioni).
Martirio de san Juan Bautista (29 de agosto)
El «más grande de entre los nacidos de mujer» murió mártir, víctima de la fe y de la misión que había desarrollado. Su decapitación tuvo lugar en la fortaleza de Maqueronte, en el mar Muerto, lugar de vacaciones del vicioso rey Herodes. La sangre de Juan el Bautista selló su testimonio en favor de Jesús: con su misma muerte completó su misión de precursor. La fecha de hoy recuerda tal vez la dedicación de la antigua basílica erigida en Sebaste (Samaría) en honor del precursor del Mesías.
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 1,17-19
En aquellos días, me fue dirigida la palabra del Señor para decirme:
17 Pero tú, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo te mande.
No les tengas miedo, no sea que yo te haga temblar ante ellos.
18 Yo te constituyo hoy en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce frente a todo el país: frente a los reyes de Judá y sus príncipes, frente a los sacerdotes y los terratenientes.
19 Ellos lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.
**• Si la figura de Juan el Bautista nos ayuda a comprender la misión de Jesús, el acontecimiento histórico del profeta Jeremías nos ayuda, indudablemente, a comprender la misión de Juan el Bautista. En este punto sería preciso recordar toda la peripecia histórica de Jeremías: sólo entonces podríamos comprender el valor de estas dos «vidas paralelas». Pero esta primera lectura de la liturgia nos presenta algunas peculiaridades que hemos de poner particularmente de relieve: la parresía, o bien el «coraje» de decir todo; la fortaleza para resistir a la prepotencia de los jefes; la fe, es decir, la certeza de poder vencer en el nombre del Señor.
La parresía es característica típica de todo auténtico profeta: no puede callar lo que le ha sido revelado con el propósito de darlo a conocer a otros. Y será precisamente este coraje de decirlo todo lo que abrirá al profeta el camino del martirio. La actitud de oponer resistencia a los prepotentes, tanto en el caso de Jeremías como en el de Juan el Bautista, e s señal de un coraje inexplicable desde el punto de vista humano: es una franqueza que sólo Dios puede dar a quien se le somete y acepta la misión que le da. En última instancia, la certeza de la victoria la deduce el profeta de u n a revelación que está al comienzo de su misión: «Yo estoy contigo para librarte», una certeza que no le abandonará nunca más.
Evangelio: Marcos 6,17-29
En aquel tiempo,
17 Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado.
18 Pues Juan le decía a Herodes: -No te es lícito tener la mujer de tu hermano.
19 Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía,
20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
21 La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus magnates, a los tribunos y a la nobleza de Galilea.
22 Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven: -Pídeme lo que quieras y te lo daré.
23 Y le juró una y otra vez: -Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.
24 Ella salió y preguntó a su madre: -¿Qué le pido? Su madre le contestó:
-La cabeza de Juan el Bautista.
25 Ella entró enseguida y a toda prisa donde estaba el rey y le hizo esta petición: -Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales no quiso desairarla.
27 Sin más dilación envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue, le cortó la cabeza en la cárcel,
28 la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.
29 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.
**• El relato evangélico del martirio de Juan el Bautista está situado en el camino de Jesús hacia Jerusalén como una etapa fundamental. Con él no sólo se concluye el ciclo de la vida del Bautista, sino que también es preludio del martirio de Jesús.
No debemos dejarnos impresionar sólo por los detalles narrativos, muy sugestivos p o r otra parte, que nos presenta esta página de Marcos. Al evangelista no le interesa poner de manifiesto ni el vicio de Herodes ni la malicia de Herodías, ni siquiera la ligereza de su hija.
Su intención es proporcionar el debido relieve a la figura de Juan el Bautista, el «mentor» -podríamos decir del Nazareno, y mostrar cómo este gran profeta pone término a su vida del mismo modo y por los mismos motivos que morirá Jesús.
Éste es el pequeño «misterio pascual» de Juan el Bautista, el cual, tras haber conocido la adversidad de los enemigos del Evangelio, conoce ahora el silencio del sepulcro en espera de la resurrección.
MEDITATIO
Los recuerdos bíblicos relativos a Juan el Bautista nos invitan a meditar sobre el don de la profecía, en particular sobre la figura del profeta. ¿Cuál es exactamente su función en el pueblo de Dios? ¿Cuáles son las opciones que le califican claramente como profeta? ¿De qué modo se sitúa ante sus contemporáneos como signo de una presencia superior, como portavoz de una Palabra divina?
El profeta se manifiesta como tal por su modo de hablar, por el estilo que caracteriza su predicación. La palabra no lo es todo, pero ya es capaz de manifestar el sentido de una presencia, incómoda pero ineludible, con la que todos deben contar. El profeta se manifiesta como tal, también y sobre todo, con las opciones de vida que lleva a cabo. De este modo demuestra que ha percibido que el tiempo en el que vive es precisamente aquel en el que Dios le llama a ser-para-los-otros. No se puede sustraer a esta llamada (deberíamos leer, a este respecto, el c. 17 de Jeremías), so pena de ser infiel a su misión. Por último, el profeta manifiesta la autenticidad de su misión con el valer de dar la vida por aquel que le ha llamado y por aquellos a quienes ha sido enviado. O se es profeta con la vida, con la vida entregada por amor, o no se es profeta en absoluto.
ORATIO
«Levántate y les dirás todo lo que te ordene».
«No tengas miedo: he aquí que te pongo como ciudad fortificada».
«Yo estoy contigo para salvarte».
«Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».
«No te es lícito tener la mujer de tu hermano».
«¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente?».
«Dad frutos que prueben vuestra conversión».
«El amigo del esposo exulta de alegría a la voz del esposo».
«Ahora mi alegría es completa».
«Él debe crecer; yo, en cambio, disminuir».
CONTEMPLATIO
Todo lo que [Juan] dijo dio testimonio de la verdad o sirvió de reproche a los que se le oponían; sus obras de justicia las respetaban incluso los que no le amaban.
¿Acaso el respeto del modo de vida de los hombres le hizo desviarse, ni siquiera un poco, a él, que llevó una vida solitaria desde niño, de la vía de la virtud? Y, sin embargo, ese hombre acabó su vida derramando su sangre, tras pasar un largo tormento de cárcel.
Predicaba la libertad de la patria celestial y fue encarcelado por los impíos; había venido a dar testimonio de la luz, había merecido que le llamaran lámpara ardiente y resplandeciente precisamente de la luz que es
Cristo, y fue encerrado en la oscuridad de la cárcel; nadie entre los nacidos de mujer había sido más grande que él, y fue decapitado a petición de unas mujeres sumamente perversas, y fue bautizado con su propia sangre aquel a quien se le había dado bautizar al Redentor del mundo, escuchar la voz del Padre sobre él, ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él (Beda el Venerable, Omelie sulvangelo, Roma 1990, pp. 492ss).
ACTIO
Repite y medita con frecuencia durante el día estas consoladoras palabras: «Yo estoy contigo para salvarte» (Jr 1,19).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Vos estáis obligado -añadió el arzobispo de Canterbury- a deponer la duda de vuestra insegura conciencia que recusa el juramento, y a tomar el partido seguro de obedecer a vuestro príncipe, y jurar».
Entonces, aunque yo era de la opinión de que este argumento no podía adaptarse a mi caso, se me presentó, no obstante, de improviso tan sutil y, sobre todo, sostenido por tanta autoridad, al venir de la boca de un tan noble prelado, que no pude replicar nada, a no ser que estaba íntimamente seguro de que así no habría obrado bien, porque en mi conciencia era éste uno de esos casos en que mi deber era no obedecer a mi príncipe, sea cual fuere la opinión de los otros (cuya conciencia y doctrina no habría condenado ni habría aceptado juzgar) a este respecto: en mi conciencia la verdad se me presentaba diferente.
Entonces el abad de Westminster me dijo que de cualquier modo que la cuestión
apareciera en mi mente, tenía motivos para temer que precisamente mi mente
estuviera en el error, con sólo que considerara que el Parlamento del reino se
pronunciaba en sentido opuesto, y que, por consiguiente, debía cambiar la
posición de mi conciencia. A esto respondí que si sólo fuera yo el que sostenía
mi tesis y todo el Parlamento sostuviera la otra, verdaderamente tendría miedo
de apoyarme en mi parecer, yo solo contra tantos. Mas, por otra parte, sucede
que para algunos de los motivos por los que me niego a jurar tengo yo de mi
parte -como confío tener- un consejo igualmente grande, e incluso más, y
entonces no estoy ya obligado a cambiar mi conciencia y conformarla al consejo
de un reino, contra el consejo general de la cristiandad (Tomás Moro).
San Gregorio Magno (3 de septiembre)
Fue un hombre de acción, dotado de una rica personalidad y de un carácter amable. Nació en el año 540 en el seno de la familia senatorial de los Anicii. Fue primero prefecto de Roma, después monje benedictino, representante del papa en Constantinopla y, por último, papa en unos tiempos particularmente difíciles, a saber: durante las persecuciones de los bárbaros.
Desempeñó un gran papel en la Iglesia como organizador de la vida religiosa -en particular en el aspecto litúrgico- y también como escritor. Como buen administrador, estuvo atento tanto a los asuntos sociales y políticos como a las cuestiones internas de la vida de la Iglesia universal. Tienen una importancia particular sus homilías, sus obras exegéticas, las cartas y el famoso Libro de la regla pastoral. Es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia occidental, por haber prestado una particular atención al hablar y escribir sobre el misterio de la Palabra de Dios. Murió en Roma en el año 604.
LECTIO
Primera lectura: Ezequiel 34,11-16
11 Esto dice el Señor: Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré.
12 Como un pastor cuida de sus ovejas cuando están dispersas, así cuidaré yo a mis ovejas y las reuniré de todos los lugares por donde se habían dispersado en día de oscuros nubarrones.
13 Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de entre las naciones y las llevaré a su tierra; las apacentaré en los montes de Israel, en los valles y en todos los poblados del país.
14 Las apacentaré en pastos escogidos y pastarán en los montes altos de Israel; allí descansarán en cómodo aprisco y pacerán pingües pastos por los montes de Israel.
15 Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a la majada, oráculo del Señor.
16 Buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada; vendaré a la herida, robusteceré a la flaca, cuidaré a la gorda y robusta; las apacentaré como se debe.
**• El texto que hemos leído, dirigido a los gobernantes del pueblo, emplea la imagen del pastor retomando el tema de Jr 23,1-6. Dios reprocha a los reyes y a todos cuantos ejercían alguna autoridad en Israel no haber cumplido con su deber, haber faltado a su función de guías del pueblo. Todo lo que han hecho al rebaño-Israel ha sido nefasto, deletéreo y mortal: han pensado más en sí mismos que en el pueblo, han ejercido la violencia con sus hermanos, han provocado la dispersión poniéndolos en manos de los pueblos vecinos. Al echar en cara al rey sus culpas, Dios anuncia que le quitará al pueblo de las manos y que él mismo se encargará de su custodia, gobernando personalmente a su rebaño como rey y mesías (vv. 11-16; cf. Is 40,11; Sal 22).
No se trata, por consiguiente, de sustituir a unos jefes indignos por otros en la guía del pueblo, no se trata de un cambio de orden, sino del anuncio de una verdadera teocracia. Esta profecía encontrará una primera realización cuando, con el retorno del exilio de Babilonia, el «resto de Israel» ya no tenga un rey, sino la anunciada teocracia.
Ezequiel inaugura también la «nueva» teocracia divina en la que Cristo, verdadero pastor del pueblo, «pone a sus enemigos como escabel de sus pies»: entonces es cuando Dios mismo alimenta a su pueblo, atiende a sus necesidades y se hace cargo de los deseos de todos.
Evangelio: Juan 10,11-16
En aquel tiempo, dijo Jesús:
11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas;
12 no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Éste, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa.
13 El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas.
14 Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí,
15 lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas.
16 Pero tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebaño único, bajo la guía de un solo pastor.
**• El evangelista presenta otra revelación de Jesús: «Yo soy el buen pastor» (vv. 11.14). Jesús es el pastor «bueno» que da cumplimiento a las promesas de Dios y a las expectativas del pueblo (cf. Miq 5,3; Ez 34,23-31; Jr 3,15). Más aún, no es sólo el pastor que cumple y hace realidad todas las cualidades del pastor, conduciendo al rebaño a lugares seguros y a pastos abundantes, sino que llega incluso a entregarse a sí mismo, hasta privarse de su propia vida por los otros. De este modo, realizando un acto mesiánico, instaura con las ovejas una nueva relación de conocimiento íntimo, de comunión recíproca y de intercambio de amor, según el modelo del amor que el Padre tiene a todos los hombres y, más aún, según la relación de amor y d e intercambio de vida que existe entre el Padre y el Hijo.
Jesús revela su misterio en polémica con los falsos pastores, con los responsables del pueblo, que desarrollan su misma misión, aunque de modo diferente, como mercenarios. Estos obreros asalariados no defienden al rebaño en los momentos difíciles arriesgando su vida; más aún, lo abandonan para salvarse a sí mismos, porque no aman a las ovejas que les han sido confiadas en custodia. Juan piensa aquí en los adversarios de Jesús y de la Iglesia, en los jefes que desprecian a la gente sencilla, que expulsan de la sinagoga a los seguidores del Maestro, hombres contrarios a Dios e inclinados sólo a su interés, hasta el punto de eliminar al Hijo de Dios. Jesús, por el contrario, arriesga la vida por las ovejas (v. 11), conoce a las ovejas con un conocimiento amoroso, sus ovejas le reconocen y les regala una vida duradera (v. 14); no permite que nadie las robe porque las ha recibido todas de la mano de su Padre. Este conocimiento entre Jesús y sus discípulos es una presencia íntima del uno en el otro, comprensión y confianza recíprocas, unión de corazones y pensamiento; es plena penetración de amor porque se apoya sobre una comunión de vida. Este amor implica a todo hombre, sin distinciones, para que todos puedan escuchar su voz y puedan encontrarse en «un solo rebaño» y bajo «un solo pastor» (v. 16).
MEDITATIO
En el texto de Juan vemos perfilarse dos períodos en la actividad del pastor, dos períodos en los que su actividad se ejerce en campos diferentes. El primer período está ligado a un lugar, y la tarea esencial del pastor es en ese momento hacer salir a las ovejas del redil: se trata del período de la vida terrena de Jesús. El segundo período, que sigue a la exaltación ligada a la ofrenda de su vida, concierne a las ovejas venidas de todas partes: es el tiempo de la Iglesia, que vive bajo la guía del Señor glorificado. Ésta es, en definitiva, la revelación que el Pastor-Jesús nos propone a los hombres en nombre del Padre, un designio de salvación y de amor que encuentra su cima en el acontecimiento de la cruz y de la resurrección (cf. 1 Jn 4,9). Un proyecto y una misión entre los hombres que tiene dos protagonistas: el Padre y el Hijo. El amor del Padre por el Hijo y por el mundo, y el amor del Hijo por el Padre y por el mundo. Y Jesús manifiesta ese amor a través de la obediencia total y filial al designio del Padre y en la libre entrega de sí mismo los hombres, a los que ofrece espontáneamente su vida en la cruz, para recuperarla después en el acontecimiento de la resurrección.
Jesús, que es el rostro del Padre, guía también hoy a su comunidad cristiana, a pesar de los peligros, a ver en él al único buen pastor. Todo discípulo, por tanto, tiene en el buen pastor un modelo perfecto para imitar, porque en él reconoce el amor, a saber: ha visto cómo «él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» (1 Jn 3,16).
ORATIO
Oh, Espíritu de Dios, luz de la verdad, ayúdanos a discernir lo verdadero y lo justo. Disipa nuestras ilusiones y muéstranos la realidad. Haz que reconozcamos el lenguaje del buen pastor y lo distingamos de cualquier otra voz. Muéstranos la voluntad del Padre bueno para que todas nuestras decisiones estén orientadas a él.
Te rogamos también que nos ayudes a vislumbrar en los acontecimientos los signos de tu presencia y a acoger las justas exigencias de renovación. Concédenos la perspicacia sobrenatural que nos haga descubrir las exigencias de la caridad para acogerlas con amor generoso. Amén.
CONTEMPLATIO
El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.
Por eso, el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey, y resistir en la batalla el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.
¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas, y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuan caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras.
Aquellos, en cambio, a quienes la Palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y engañosas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.
Porque la reprensión es la llave con la que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso, san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es mensajero del Señor de los ejércitos. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta.
Quienquiera, pues, que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón, el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido (Gregorio Magno, Regla pastoral, II, 4).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El buen pastor da la vida por las ovejas» (Jn 10,11).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Dios nos recomienda en todas las páginas de sus libros a sus hijos pobres, a sus hijos desheredados. Escuchemos su voz: seamos los padres, los hermanos, los hijos de estos infelices; seamos su consuelo, su refugio, su asilo, su hogar, su casa paterna.
Así seremos los padres, los hermanos, los hijos de Jesús; su consuelo, su refugio, su ayuda, su hogar, su casa. No nos inquietemos por aquellos a quienes no les falta nada, por aquellos en quienes piensan todos. Ocupémonos de aquellos a quienes les falta todo, de aquellos en quienes no piensa nadie. Seamos los amigos de aquellos que no tienen amigos. Meditemos sobre las llagas de Lázaro en vez de hacer regalos al rico, aun cuando esto sea bueno. Seamos los padres, los hermanos, los hijos de los abandonados, de los desheredados, de los miserables; seremos los padres, los hermanos, los hijos de Jesús [...].
¡Cuánto debemos estimar a cada ser humano! ¡Cuánto debemos amar a cada ser humano! Cada uno de ellos es un hijo de Dios. Dios quiere que sus hijos se amen entre ellos. Como un padre tierno quiere que sus hijos se amen entre ellos. Amemos a cada hombre porque es hermano nuestro y porque Dios quiere que le consideremos y le amemos tiernísimamente como tal, porque es hijo de Dios amado y adorado. Porque ha costado la sangre de nuestro Señor, ha sido cubierto por su sangre como por un manto, ha sido amado por Dios y por Jesús hasta consumar por él el sacrificio del Calvario, ha sido amado por Dios hasta dar por él su Hijo, ha sido amado por Jesús en asociación, imitación, unión, conformidad perfecta con Dios y, por eso, hasta inmolarse a sí mismo por él. Amemos a este hombre al que
Dios
ama en todos los instantes de su vida, al que da, con una paciencia y bondad
infinitas, hasta el último minuto de su existencia, los medios para vivir
eternamente en el cielo tomando parte de un modo maravilloso en la heredad
divina. Estimemos, amemos desde lo hondo del corazón a cada hombre con la mirada
puesta en Dios, nuestro Padre común (Charles de Foucauld, Opere spirituali,
Milán 1960, pp. 84-86 [edición española: Obras espirituales,
Ediciones San Pablo, Madrid 1998]).
Natividad de la Santísima Virgen María (8 de septiembre)
La fiesta del nacimiento de María se remonta al siglo V, momento en el que se edificó una iglesia en Jerusalén, en el lugar donde los apócrifos imaginaban que había estado la casa de Joaquín y Ana, padres de la madre de Jesús.
Las razones de la elección del día 8 de septiembre no nos son conocidas (la fijación de la solemnidad de la Inmaculada Concepción nueve meses antes, en el calendario litúrgico, es tardía).
La Iglesia oriental solemniza la natividad de María como inicio del año litúrgico; las primeras celebraciones en Occidente (a partir de Roma) aparecen en el siglo VII.
LECTIO
Primera lectura: Romanos 8,28-30
Hermanos:
28 Sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios.
29 Porque a los que conoció de antemano, los destinó también desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos.
30 Y a los que desde el principio destinó, también los llamó; a los que llamó, los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de salvación, les comunicó su gloria.
*+• Esta perícopa constituye un fruto de la maduración de una fe asimilada por el mismo autor de la Carta a los Romanos: el apóstol Pablo; y presenta además la preocupación por la difusión de este mensaje a fin de que sea cada vez mayor el número de los destinatarios que lo reciban, se convenzan de él y se sirvan del mismo.
El marco del escultural pasaje es trinitario: el Espíritu acompaña y enseña (vv. 26ss), Cristo consolida la comunión en el amor (vv. 31-39), Dios Padre mantiene el proyecto eterno de manifestar su propia paternidad divina a través de la entrega a los hombres de la filiación y de la fraternidad con Cristo, primogénito de muchos hermanos.
El centro del mensaje paulino está en un anuncio de fe: hay un nacimiento como don del amor de Dios, un acompañamiento de la vida nueva, una consumación en la participación de la gloria.
Evangelio: Mateo 1,1-16.18-23
1 Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David, Hijo de Abrahán:
2 Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá y a sus hermanos.
3 Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zara; Farés engendró a Esrón; Esrón engendró a Aran;
4 Aran engendró a Aminadab; Aminadab engendró a Naasón; Naasón engendró a Salmón.
5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed;
Obed engendró a Jesé;
6 Jesé engendró al rey David. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón.
7 Salomón engendró a Roboán; Roboán engendró a Abías; Abías engendró a Asá;
8 Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Jorán; Jorán engendró a Ozías;
9 Ozías engendró a Joatán; Joatán engendró a Acaz; Acaz engendró a Ezequías;
10 Ezequías engendró a Manases; Manases engendró a Amón; Amón engendró a Josías.
11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la cautividad de Babilonia.
12 Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel;
Salatiel engendró a Zorobabel;
13 Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliaquín; Eliaquín engendró a Azor;
14 Azor engendró a Sadoc; Sadoc engendró a Ajín; Ajín engendró a Eliud;
15 Eliud engendró a Eleazar; Eleazar engendró a Matan; Matan engendró a Jacob.
16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías.
18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre, María, estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.
19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.
20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.
21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta:
23 La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros).
»*• El exordio del evangelio según Mateo representa una especie de consulta del registro civil sobre Jesús: es como una letanía de nacimientos. Más o menos, todos los antepasados han sido protagonistas en una etapa de la historia; en el nacimiento y en la vida de muchos de ellos resultó determinante la intervención del Señor.
Al final de la lista, el evangelista -discípulo de Cristo sumiso a la cultura judía- sitúa a José, esposo de María, «de la cual nació Jesús, llamado Mesías» (v. 16). José no tuvo ninguna presencia, sino sólo proximidad y contigüidad, en el acontecimiento de la encarnación, revelado como misterio matrimonial entre la Virgen y el Espíritu Santo. También José recibió este anuncio. También él fue madurando en la fe la comprensión del nacimiento de aquel que fue engendrado en María, su esposa, por el Espíritu Santo y estaba destinado a salvar al pueblo de sus pecados (v. 21). También él secundó la Palabra divina, obediente, silencioso, activo.
MEDITATIO
La meditación en la fiesta del nacimiento de María se enriquece de ideas. Sólo los apócrifos se basan en la narración del nacimiento de la Madre del Salvador, empalagados de fantasías emocionadas y de hechos inverosímiles utilizables, no obstante, en el ámbito de las simbologías y como interpretaciones. En las lecturas bíblicas no se concentra la atención directamente en María, dado que faltan las fuentes relativas a su nacimiento.
Por consiguiente, la meditación sobre su nacimiento tiene que pasar al menos por una afirmación central en ellas, a saber: la importancia del nacimiento.
Semejante observación podría parecer una obviedad; sin embargo, nos introduce en la búsqueda del sentido profundo, más allá de la crónica, de una existencia desde la perspectiva de la fe en Dios y desde la confianza en la nueva criatura entrada en el mundo humano.
El punto fuerte en el descubrimiento de la importancia de un nacimiento está en el descubrimiento de que Dios es el protagonista de ese nacimiento y del destino de esa persona. La presencia determinante e indispensable de Dios como protagonista se encuentra, en consecuencia y por analogía, también en el nacimiento y en la vida de María. El oráculo de Miqueas (el leccionario propone Miq 5,2-5 como primera lectura alternativa) se refiere a una maternidad, esto es, a la fuente de un nacimiento proyectado por Dios: la cita de éste en Mt 2,6 denota una convicción mesiánica, traducida por el evangelista en una convicción cristológica y contextualmente mariológica. La relectura de otro oráculo (Is 7,14) por parte del mismo evangelista señala en la virgen parturienta María a la madre designada por el mismo Dios y envuelta en el abismo místico de la comunión con el Espíritu Santo, el «Señor que da la vida». La importancia del nacimiento de María se deduce también a través de la prefiguración de ella en aquellos que fueron llamados por Dios según su designio, conocidos desde siempre, predestinados, justificados (la singular redención anticipada de la Inmaculada), glorificados.
ORATIO
Santa María, hija del Dios de la vida, criatura nacida en medio de la alegría, arca de la gracia plasmada por el Espíritu, salve. Madre del Viviente, canta aún por nosotros la alabanza al Todopoderoso y guía la gratitud por toda vida que nace y madura junto a nosotros.
Mujer destinada por adelantado a la existencia para abrir la vida al Hijo del hombre, el vencedor de la muerte con su resurrección, acompáñanos en el camino y en las pausas de la vida. Virgen solitaria, presencia amorosa y servicial en nuestra historia, acoge la oración de tus siervos.
CONTEMPLATIO
¿De dónde, repito, te ha llegado tan gran bien? Eres virgen, eres santa, has hecho un voto; pero es muy grande lo que has merecido; mejor, lo que has recibido. ¿Cómo lo has merecido? Se forma en ti quien te hizo a ti; se hace en ti aquel por quien fuiste hecha tú; más aún, aquel por quien fueron hechos el cielo y la tierra, por quien fueron hechas todas las cosas; en ti la Palabra se hace carne recibiendo la carne, sin perder la divinidad.
Hasta la Palabra se junta y une con la carne, y tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio; vuelvo a repetirlo: tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio, es decir, de la unión de la Palabra y de la carne; de él sale el mismo esposo como de su lecho nupcial (Sal 18,6). Al ser concebido te encontró virgen, y, una vez nacido, te deja virgen. Te otorga la fecundidad, sin privarte de la integridad. ¿De dónde te ha venido? ¿Quizá parezca insolente interrogar así a una virgen y pulsar inoportunamente con estas mis palabras a sus castos oídos. Mas veo que ella, llena de rubor, me responde y me alecciona: ¿Me preguntas de dónde me ha venido todo esto?
Me ruborizo al responderte acerca de mi bien; escucha el saludo del ángel y reconoce en mí tu salvación. Cree a quien yo he creído. Me preguntas de dónde me ha venido eso. Que el ángel te dé la respuesta». Dime, ángel, ¿de dónde le ha venido eso a María? Ya lo dije cuando la saludé: Salve, llena de gracia (Le 1,28).
ACTIO
Repite y medita durante el día esta antífona litúrgica: «María, virgen madre de Dios, bendita y digna de toda alabanza, nosotros celebramos tu nacimiento: ruega por nosotros al Señor».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Y he aquí que dos mensajeros llegaron a ella, diciéndole: Joaquín, tu marido, viene a ti con sus rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta él, diciéndole: Joaquín, Joaquín, el Señor ha oído y aceptado tu ruego. Sal de aquí, porque tu mujer, Ana, concebirá en su seno.
Y Joaquín salió y llamó a sus pastores, diciendo: Traedme diez corderos sin mácula, y serán para el Señor mi Dios; y doce terneros, y serán para los sacerdotes y para el consejo de los ancianos; y cien cabritos, y serán para los pobres del pueblo.
Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y Ana, que lo esperaba en la puerta de su casa, lo vio venir y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello, diciendo: Ahora conozco que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones, porque era viuda, y ya no lo soy; estaba sin hijo, y voy a concebir uno en mis entrañas. Y Joaquín guardó reposo en su hogar aquel primer día. [...]
Y los meses de Ana se cumplieron y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña y la llamó María.
Y
cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de
los hebreos que estén sin mancilla, y que torne cada cual una lámpara, y que
estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás y para que su
corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron
lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y
el gran sacerdote recibió a la niña y, abrazándola, la bendijo y exclamó: El
Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti/ hasta el
último día, el Señor hará ver la redención por El concedida a los hijos de
Israel (Protoevangelio de Santiago IV, 2-4; V, 2; Vil, 2).
San Juan Crisóstomo (13 de septiembre)
Juan Crisóstomo nació en Antioquía hacia el año 349. Ordenado sacerdote, se entregó con gran celo a la predicación. En el año 397 fue llamado a la sede episcopal de Constantinopla, donde se puso enteramente al servicio del rebaño que le había sido confiado. Su palabra ciara e incisiva -hasta el punto de merecerle el sobre nombre de «Crisóstomo» («boca de oro»)- no perdonó la corrupción de la corte imperial. Así fue como, al incurrir en el odio de los poderosos, fue enviado al exilio. Primero a Bitinia, de donde fue llamado muy pronto por la reacción del pueblo; pero un segundo y más duro exilio en Armenia fue fatal para su salud. Murió el 14 de septiembre del año 407 en Comana Poética, en la actual Turquía.
LECTIO
Primera lectura: Efesios 4,1-7.11-13
1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados.
2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor.
3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu.
4 Uno sólo es el cuerpo y uno sólo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados;
5 un solo Señor, una fe, un bautismo;
6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.
7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.
11 Y fue también él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores.
12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo,
13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.
*»• Pablo ha presentado a los efesios el cuadro grandioso del designio de Dios realizado en Cristo y les ha mostrado cuál es el lugar de los creyentes en el interior de este misterio (vv. 1-3). Ahora les indica en qué se debe concretar su colaboración responsable. De una manera significativa, abre su exhortación aludiendo a la gloria y, al mismo tiempo, al límite de su propia condición: «Yo, el prisionero por amor al Señor» (v.1). Apoyándose en su experiencia, Pablo puede afirmar que si bien la elevada vocación que han recibido requiere una conducta adecuada, esta conducta es posible a cada uno en cualquier situación de la vida (vv. 2ss). Es preciso mantener despierta la conciencia de la meta a la que tienden las virtudes sencillas y cotidianas que ha enumerado: la unidad de la Iglesia querida a imagen de la Trinidad (vv. 4-6). Y precisamente la Trinidad es la fuente divina de la que brota la múltiple variedad de los dones y carismas que Cristo ha distribuido en la Iglesia para la edificación de su cuerpo místico, en la unidad de la fe y del amor (vv. 7-13).
Evangelio: Juan 10,11 -16
En aquel tiempo, dijo Jesús:
11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas;
12 no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Este, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa.
13 El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas.
14 Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí,
15 lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas.
16 Pero tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebaño único, bajo la guía de un solo pastor.
**• Al presentarse como el buen pastor, Jesús nos revela que es el verdadero guía de su pueblo. La fisionomía del buen pastor emerge en esta perícopa por contraste con la figura del mercenario; la diferencia entre uno y otro se manifiesta de manera evidente en el momento en el que el rebaño está en peligro. Entonces, el mercenario, que en realidad sólo busca su propio interés, se preocupa únicamente por salvarse a sí mismo, mientras que el buen pastor, que ama y conoce a sus ovejas, sacrifica la vida por su salvación. La comunión que Jesús establece con los suyos está modelada sobre la relación que tiene con su Padre: como él y el Padre son una sola cosa, del mismo modo quiere recoger a todos en la unidad del amor (vv. 15ss).
MEDITATIO
Las palabras que hemos escuchado describen bien la figura y la vida de san Juan Crisóstomo. Como profundo conocedor del misterio de Cristo y brillante predicador, se negó a un fácil éxito al precio de componendas.
Sin embargo, mostró a lo vivo las exigencias de la vocación cristiana, censurando valientemente la inmoralidad de la corte imperial; y por eso padeció la persecución y el exilio, mostrándose «humilde, amable y paciente» (cf. Ef 4,2). Como pastor bueno y solícito con las necesidades del pueblo, supo sacrificar su \ida para defender la integridad de la fe del rebaño que le había sido confiado.
Su luminosa doctrina, su extensa obra homilética y la liturgia que de él toma nombre son un vínculo de unidad entre las Iglesias.
ORATIO
Santo Dios, Tú habitas entre tus santos. Tú eres alabado por los serafines con el himno que te proclama tres veces santo y glorificado por los querubines y adorado por todos los poderes celestiales. Tú has creado todo de la nada. Tú creaste al hombre y a la mujer a tu imagen y semejanza y los adornaste con todos los dones de tu gracia. Tú das sabiduría y entendimiento al suplicante y no te olvidas del pecador, sino que has establecido el arrepentimiento como camino de la salvación.
Has permitido que nosotros, tus indignos siervos, estemos ahora delante de la gloria de tu santo altar y te ofrezcamos adoración y alabanza. Maestro, acepta este himno que te proclama tres veces santo también de los labios de nosotros, pecadores, y asístenos con tu bondad. Perdona nuestras transgresiones voluntarias e involuntarias, santifica nuestras almas y nuestros cuerpos y concédenos poder adorarte y servirte en santidad todos los días de nuestra vida, por la intercesión de la santa
Madre de Dios y de todos los santos en quienes te has complacido a través de todos los tiempos (Juan Crisóstomo, Trisagion).
CONTEMPLATIO
Mira, deseo aliviar una vez más las llagas de tu tristeza.
¿Qué es lo que turba tu alma? No tienes que abatirte; sólo hay una cosa a la que debes temer, oh Olimpíade, una única prueba: el pecado y nada más, no he cesado nunca de repetírtelo; todo lo demás son fábulas, ya se trate de insidias o de odios o calumnias o insultos o acusaciones o confiscaciones o exilios o espadas afiladas o alta mar u hostilidades de todo el mundo. Sea cual sea la naturaleza de estos males, son efímeros y caducos, porque golpean a un cuerpo mortal, sin traer consigo ningún daño al alma vigilante. Nada de cuanto sucede te debe turbar: ora sin cesar al Dios al que adoras, que haga un signo sólo y todo se disolverá en un instante.
Mas si, a pesar de tus oraciones, no se ha disuelto nada, es porque Dios actúa así a menudo: no disuelve las desventuras desde el comienzo, repito, sino cuando han llegado a su cumbre; entonces, de un trazo lo transforma todo en bonanza y dirige la situación hacia desenlaces inesperados. En efecto, Dios puede concedernos no sólo los beneficios que esperamos y deseamos, sino muchos más e infinitamente más grandes.
No te turbes, pues; mantente, más bien, siempre llena de gratitud y de alabanza a Dios, por todo; invócale, ruégale, suplícale. El Señor no se deja sorprender por las situaciones difíciles, aunque todo se haya precipitado a una ruina extrema (Juan Crisóstomo, Lettere dall'esilio, Milán 1975, pp. 73ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y medita durante el día la Palabra: «Para mí, la vida es Cristo, y morir significa una ganancia» (Flp 1,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La crisis de valores que estamos viviendo y la quiebra actual de los ideales nos invitan a hacer nuestra la experiencia de los antiguos Padres de la fe, comprometiéndonos a reconstruir con ellos una humanidad más justa y más pura, y a liberarnos a nosotros y a los demás de la alienación y de la agresividad. Por eso es actual la compunción -que para Juan Crisóstomo es la revuelta interior contra el mal-. Modelo de conversión radical es este mismo santo, que ya de joven abrazó la aspereza de la soledad contra el ambiente corrupto y corruptor. El Evangelio -repetirá con frecuencia- proclama bienaventurados no a los opresores, ni a los poderosos, sino a los que tienen hambre de justicia y a los que saben comprenderlos; no a los lujuriosos, sino a los limpios de corazón capaces de mirar las cosas de aquí abajo a la luz de Dios; no a los violentos, sino a los portadores de paz. Nunca se cansó de recordar estos principios a sus fieles.
El amor, para los cristianos, es caridad divina que une a los hermanos. En las cartas del exilio, es impresionante la vuelta de Juan Crisóstomo al tema del amor a Dios y al prójimo, de la caridad sentida como pasión viva y casi loca, fuente de verdadera alegría, cima de la pureza. Es hombre, en el sentido cabal del término, quien vive la unión entre los hermanos recordando a Dios en cada uno de ellos. Es capaz de comprender este amor
-añade- sólo quien está en sintonía con el corazón de Cristo (C. Riggi,
«Introduzione», en Juan Crisóstomo, La vera conversione, Roma 1984, pp.
7-9 [edición española: La verdadera conversión, Ciudad Nueva, Madrid
1997]).
Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre)
La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nació en Jerusalén y se extendió después por todo el Oriente, donde aún se celebra como la de la Pascua. El 13 de septiembre del año 335 fue consagrada la basílica de la Resurrección mandada construir por Elena y Constantino y al día siguiente se recordó al pueblo el significado profundo de la iglesia, mostrando lo que quedaba de la cruz del Salvador. En Roma se conocía ya a comienzos del siglo VI la existencia de una fiesta de la Santa Cruz como recuerdo de la recuperación de la reliquia, pero sólo hacia mediados del siglo VII se empezó a mostrar -el 14 de septiembre- el lignum crucis a la veneración del pueblo, como signo e instrumento de salvación.
LECTIO
Primera lectura: Número 21,4b-9
En aquellos días, el pueblo comenzó a impacientarse
5 y a murmurar contra el Señor y contra Moisés, diciendo: -¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de este pan tan liviano.
6 El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes muy venenosas que los mordían. Murió mucha gente de Israel,
7 y el pueblo fue a decir a Moisés: -Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes.
8 Moisés intercedió por el pueblo y el Señor le respondió: -Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados.
9 Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.
**• El autor del libro de los Números narra en los capítulos 20-21 las últimas peripecias de los judíos en el desierto, antes de su entrada en la tierra prometida. El pueblo murmura porque no tiene lo que desea; se rebela, no soporta el cansancio del camino (v. 2) a causa del hambre {«estamos ya hartos de este pan tan liviano») y de la sed (v. 5). Cegado por tales molestias, no consigue reconocer el poder de Dios, ya no tiene fe en el Señor; más aún, le consideran como alguien que envenena la vida. Dios manifiesta su juicio de castigo respecto al pueblo enviando serpientes venenosas (v. 6). Frente a la experiencia de la muerte, los judíos reconocen el pecado cometido alejándose de Dios y piden perdón. Y como la serpiente con su mordedura resultaba letal, así ahora su imagen de bronce puesta encima de un asta se vuelve motivo de salvación física para todo el que hubiera sido mordido.
El evangelio de Juan reconocerá en la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto la prefiguración profética del levantamiento del Hijo del hombre crucificado.
Evangelio: Juan 3,13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
13 Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.
14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto,
15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.
**- Los vv. 13-17 del evangelio de Juan forman parte del extenso discurso que responde a la pregunta de Nicodemo y en el que pone de manifiesto la necesidad de la fe para tener la vida eterna y escapar del juicio de condena. Jesús, el Hijo del hombre (v. 13), procede del seno del Padre; es el que «vino de allí» (v. 13), el único que ha visto a Dios y puede comunicar su proyecto de amor, cuya realización se encuentra en el don del Hijo unigénito. Jesús se compara con la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9), afirmando que el pleno cumplimiento de cuanto pasó en el desierto tendrá lugar cuando él sea levantado en alto, es decir, en la cruz (v. 14), para la salvación del mundo (v. 17). Todo el que le mire con fe, es decir, todo el que crea que el Cristo crucificado es el Hijo de Dios, el salvador, tendrá la vida eterna.
El hombre, al acoger en él el don del amor del Padre, pasa de la muerte del pecado a la vida eterna. Sobre el fondo de este texto aparece el cuarto canto del «Siervo de YHWH» (cf. Is 52,13ss), donde volvemos a encontrar unidos los verbos «levantar» y «glorificar». Se comprende, por tanto, que Juan quiere presentar la cruz, punto extremo de la ignominia, como cumbre de la gloria.
MEDITATIO
Cada vez que leemos la Palabra de Dios crece en nosotros la certeza de que Jesús da pleno cumplimiento a la historia del pueblo hebreo y a nuestra historia: en efecto, no vino a abolir, sino a dar cumplimiento. Jesús es aquel que ha bajado del cielo, aquel que conoce al Padre, que está en íntima unión con él («El Padre y yo somos uno»: Jn 10,30), y ha sido enviado por el Padre para revelar el misterio salvífico, el misterio de amor que se realizará con su muerte en la cruz. Jesús crucificado es la manifestación máxima de la gloria de Dios. Por eso, la cruz se convierte en símbolo de victoria, de don, de salvación, de amor.
Todo lo que podamos entender con la palabra «cruz» - a saber: el dolor, la injusticia, la persecución, la muerte - es incomprensible si lo miramos con ojos humanos.
Sin embargo, a los ojos de la fe y del amor aparece como medio de configuración con aquel que nos amó primero. Así las cosas, ya no vivimos el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino que se convierte en participación en el misterio de Dios, camino que nos conduce a la salvación.
Sólo si creemos en Cristo crucificado, es decir, si nos abrimos a la acogida del misterio de Dios que se encarna y da la vida por toda criatura; sólo si nos situamos frente a la existencia con humildad, libres de dejarnos amar para ser a nuestra vez don para los hermanos, seremos capaces de recibir la salvación: participaremos en la vida divina de amor.
Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada con Dios.
ORATIO
Oh cruz, inefable amor de Dios y gloria del cielo.
Cruz, salvación eterna; cruz, miedo de los réprobos.
Oh cruz, apoyo de los justos, luz de los cristianos,
por ti Dios encarnado se hizo esclavo en la tierra;
por medio de ti ha sido hecho en Dios rey en el cielo;
por ti ha salido la verdadera luz,
la noche maldita ha sido vencida.
Tú hiciste hundirse para los creyentes
el panteón de las naciones;
eres tú el alma de la paz
que une a los hombres en Cristo mediador.
Eres la escalera por la que el hombre sube al cielo.
Sé siempre para nosotros, tus fieles, columna y ancla;
rige nuestra morada.
Que en la cruz se consolide nuestra fe,
que en ella se prepare nuestra corona.
(Paulino de Ñola.)
CONTEMPLATIO
Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en aquel que a causa de su extremada caridad quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vió bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.
Ante tal aparición, quedó lleno de estupor el santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.
Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín.
Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.
Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne («Leyenda mayor», en Fuentes franciscanas, versión electrónica).
ACTIO
Repite a menudo y medita durante el día: «El Hijo del hombre tiene que ser levantado en la cruz, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (cf.Jn 3,14-15).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad.
Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto.
El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.
La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.
Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada - y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.
La
consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la
resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha
sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por
eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el
pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado (G. di S. M.
Maddalena, Infinita divina, Roma 1980, pp. 342ss).
Nuestra Señora la Virgen de los Dolores (15 de septiembre)
La devoción a la Virgen de los Dolores se remonta a los primeros años del segundo milenio, como desarrollo de la «compasión» con María ¡uxta crucem Jesu. Esta devoción fue formulada litúrgicamente en tierras germanas, concretamente en Colonia, el año 1423. Sixto IV insertó en el misal romano la memoria de Nuestra Señora de la Piedad. La atención hacia María «dolorosa» se fue desarrollando gradualmente en la forma de los Siete Dolores, representados en las siete espadas que traspasan el corazón de la madre de Cristo. La extensión a la Iglesia latina en 1727 fue favorecida por los Siervos de María, que la celebraban desde 1668. La colocación en el 15 de septiembre se remonta a Pío X (1903-1914). En el calendario litúrgico de 1969 se la denomina memoria de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores.
LECTIO
Primera lectura: Hebreos 5,7-9
7 El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente,
9 y precisamente porque era Hijo aprendió a obedecer a través del sufrimiento.
*»• Esta breve perícopa es, evidentemente, cristológica. El contexto subraya la filiación divina y la identidad sacerdotal de Cristo. Es también hijo de María el hijo de Dios que no fue eximido de la muerte ni de los padecimientos, sino que a través de ellos se hizo perfecto y se convirtió en causa de salvación. La muerte y los padecimientos son herencia de toda persona humana. Por consiguiente, ni siquiera María, aunque fuera madre de Dios, fue eximida del dolor.
La palabra clave que une al hijo con la madre -y después a los discípulos de él - es «obediencia» (v. 8). Cristo obedece en todo al Padre: su alimento es cumplir la voluntad del Padre; la voluntad del Padre envuelve toda la existencia humana, cubierta asimismo por Jesús de alegrías y dolores, encaminada por él a la muerte y a la resurrección. También María se dispone a obedecer a la voluntad de Dios, poniéndose a su disposición cual sierva del Señor, cuya Palabra pretende cumplir. La Palabra la conduce a lo largo de las etapas de un camino de dolor: una via matris dolorosae.
Evangelio: Lucas 2,33-35
En aquel tiempo,
33 su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.
34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,
35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.
**• Esta minúscula perícopa de Lucas está situada en el centro de la «presentación de Jesús en el templo», donde sus padres cumplían las normas de la ley relativa a los recién nacidos. La palabra clave aquí es «espada» (v. 35b). La exégesis, consolidada por siglos de repetidas e idénticas referencias mariológicas, sondea todos los matices que se refractan de la imagen de la «espada de dolor». Siempre han sido llamadas «profecías de Simeón» las palabras de este hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel.
Indudablemente, la imagen de la espada que traspasa el alma se plasma en un corazón traspasado; algunos acontecimientos evangélicos confirman una especie de preanuncio de sufrimientos y dolores que habrían hecho sufrir al corazón de la madre. Sin embargo, el sustantivo «espada» que traspasa remite a Heb 4,12: allí la espada representa la Palabra de Dios. También la palabra fatigosa, pero obedecida por Jesucristo, hijo de Dios y de María, es igualmente obedecida por su Madre, convertida asimismo por esa fatigosa obediencia en la Dolorosa.
MEDITATIO
Algún leccionario propone también como primera lectura para esta memoria de la Virgen de los Dolores el texto de Jdt 13,17b-20a: es el canto de bendición a Dios y a la mujer fuerte por la liberación del pueblo, que sufre y está atemorizado por la presencia de un peligroso enemigo; éste se convierte en cántico de bendición a María, «mediadora» de la salvación también a través de sus dolores.
Se propone también como lectura Col 1,18-24, que es el repetido buen anuncio -«Evangelio»- de la reconciliación mediante la muerte de Cristo, al que puede asociarse todo discípulo completando en su propia carne lo que falta a su pasión: María es la primera que, sufriendo con su hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo absolutamente especial en la obra del salvador (cf. Lumen gentium 61).
Se propone, por último, el texto de Jn 19,25-27, fuente esencial para el desarrollo del recuerdo del dolor de María, confiada también como «dolorosa» al discípulo amado (no sólo el autobiógrafo Juan, sino todo el que sigue con un amor fiel a Cristo a todas partes), el cual «la tomó consigo», o sea, acogió la belleza de su estilo de discipulado y proximidad no exentos de encrucijadas de dolor.
El soporte para la meditación es generoso: una generosidad que no es extraña a la convicción o al menos a la sensación de la importancia de un tema y una realidad tan sensiblemente humana como es el dolor. El mensaje abierto por la Palabra bíblica confirma la subsistencia del dolor en la historia individual y colectiva de la humanidad, pero anuncia que el dolor habita también en el mundo divino, asumido en la encarnación por el mismo Hijo de Dios, Jesucristo, y compartido por su madre, una mujer en parte común y en parte singular como María. Mediante su experiencia de dolor, el dolor humano puede ser sustraído a la maldición y convertirse en mediación de vida salvada y servicio de amor.
ORATIO
Santa María, mujer del dolor, madre de los vivientes, salve. Nueva Eva, Virgen junto a la cruz, donde se consuma el amor y brota la vida.
Madre de los discípulos, sé tú la imagen conductora en nuestro compromiso de servicio; enséñanos a permanecer contigo junto a las infinitas cruces donde todavía sigue siendo crucificado tu Hijo; enséñanos a vivir y a atestiguar el amor cristiano, acogiendo en cada hombre a un hermano; enséñanos a renunciar al opaco egoísmo para seguir a Cristo, única luz del hombre. Virgen de la pascua, gloria del Espíritu, acoge la oración de tus siervos.
CONTEMPLATIO
A Santa María, tanto en la tradición de la Iglesia como en la devoción popular, se la denomina y reconoce como la Dolorosa. La Dolorosa no es dogma de fe, o sea, una verdad revelada por Dios. El dolor de María fue una realidad de su vida terrena. Inmaculada, siempre virgen, madre de Dios y asunta configuran la verdad de la inmodificable identidad personal de María. El dolor fue una experiencia suya terrena: María fue y ya no es dolorosa. Sus dolores cesaron al final de su existencia terrena, como sucede con toda persona humana. Pero ella sigue estando junto a los que sufren: la Dolorosa continúa siendo madre de los que sufren. En esta función ejerce ella un magisterio. Los dolores padecidos en la tierra constituyen una compleción de la pasión de Cristo en beneficio de la Iglesia. La participación de María en la pasión del Señor se ha convertido en su modo de cooperar a la obra de la salvación llevada a cabo por él: también como dolorosa es María corredentora, es decir, «ha cooperado de un modo absolutamente especial en la obra del Salvador».
ACTIO
Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo"» (Jn 19,26).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La meditación sobre los siete dolores de la bienaventurada Virgen podrá expresarse fácilmente en términos actuales, en cuanto los comparemos con los múltiples sufrimientos por los que está marcada la vida hoy...
Principalmente en virtud de nuestra identidad cristiana, aceptaremos ser nosotros mismos una existencia atravesada por la espada del dolor. Siguiendo a Jesús, tomaremos cada día nuestra cruz (Le 9,23; cf. Mc 8,34; Mt 16,24). Sensibles al drama de innumerables personas y grupos obligados a emigrar desde países pobres nada naciones más ricas, en busca de pan o de libertad, pondremos a salvo la vida de todo tipo de persecución y ofreceremos nuestra contribución activa a la acogida de los emigrantes [...].
En
presencia de cuantos, en medio de la incertidumbre del vivir, añoran el rostro
del Señor o se encuentran angustiados por haberlo perdido, nuestras comunidades
han de ser lugares que apoyen su trabajosa búsqueda. Han de convertirse en
santuarios de consuelo para tantos padres y madres que, desolados, lloran la
pérdida física o moral de sus hijos. Como copartícipes de un mismo itinerario de
fe, acompañaremos a nuestros hermanos y hermanas por la vía de su calvario: con
gestos de delicadeza, como Verónica, o llevando su peso, como el Cirineo (H. M.
Moons, Con Mana accanto alia croce, Roma 1992, 19ss).
Santos Cornelio y Cipriano (16 de septiembre)
Cornelio, nacido en Roma, fue elegido papa el año 251, después de quince meses de sede vacante por la persecución de Dedo. El emperador Cayo Vibio Treboniano Galo le desterró a Civitavecchia, donde murió el 14 de septiembre. Fue sepultado en las catacumbas de S. Calixto.
Cipriano, en cambio, había nacido en Cartago en torno al año 200, de padres paganos. Fue bautizado el año 248, poco después recibió las órdenes sagradas y fue elegido obispo de su ciudad. Sufrió el martirio bajo Valeriano el 14 de septiembre del año 258. Escribió varios tratados y cartas.
LECTIO
Primera lectura: Romanos 5,1-5
Hermanos:
1 Así pues, quienes mediante la fe hemos sido puestos en camino de salvación, estamos en paz con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo.
2 Por la fe en Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios.
3 Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos, sabiendo que la tribulación produce paciencia;
4 la paciencia produce virtud sólida, y la virtud sólida, esperanza.
5 Una esperanza que no engaña porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.
**• Estar en paz en presencia de la divina santidad: en eso consiste la verdadera bienaventuranza y la fuerza del hombre redimido en Cristo y consolidado en la justicia de esta fe. Las dificultades nos brindan la ocasión de señalar en quién hemos creído y hasta qué punto la gracia ha penetrado todo nuestro ser arraigándolo en Dios, nuestra única esperanza. Las tribulaciones y sufrimientos, vividos y ofrecidos en el Señor, no devuelven al hombre rebelde a la situación «antinatural» del mal.
La paciencia, es decir, el padecimiento hecho nuestro con nuevas razones de amor, se convierte en virtud sólida y resistente, plenitud provocadora de gracia pascual.
Evangelio: Mateo 10,17-22
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas.
18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos.
19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir,
20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros.
21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán.
22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.
*» El Señor no exonera de los sufrimientos a sus propios discípulos. Sin embargo, en la evolución real de la historia -que, a pesar de la redención, prosigue su curso con la lucha entre el bien y el mal- les promete su ayuda poderosa y un sentido nuevo. Lo que decimos está en continuidad con la obra redentora, en la que es ineludible el odio contra sus enviados y amigos, porque lo mismo le sucedió a él. Con todo, el Espíritu del Padre hará también sus testimonios intachables por su verdad. En consecuencia, a pesar suyo, la misma persecución se pondrá al servicio del Evangelio: en efecto, creará las condiciones favorables y extremas para dar razón del Reino de una manera eficaz.
MEDITATIO
Cipriano a Cornelio, hermano en el episcopado:
Sabemos, amadísimo hermano, de tu fe, de tu fortaleza y de tu abierto testimonio. Todo ello te honra a ti y me proporciona a mí tanta alegría que me hace considerarme partícipe y socio de tus méritos y de tus empresas.
Siendo, en efecto, una la Iglesia, uno e inseparable el amor, única e inseparable la armonía de los corazones, ¿qué sacerdote, al proclamar las alabanzas de otro sacerdote, no se alegrará como de su propia gloria? ¿Y qué hermano no se sentirá feliz con la alegría de los propios hermanos? Ciertamente, no podéis imaginaros el contento y la gran alegría que hemos tenido aquí al saber de vosotros cosas tan hermosas y conocer las pruebas de fortaleza que estáis dando.
Tú has sido el guía de los hermanos en la defensa de la fe, y la misma confesión del guía se ha fortalecido todavía más con el testimonio de los hermanos. Así, mientras has precedido a los otros en el camino de la gloria, y mientras te has mostrado dispuesto a confesar el primero y por todos, has persuadido también al pueblo a confesar la misma fe. Por todo esto, nos resulta difícil expresaros qué es lo que más debemos elogiar en vosotros, si tu fe pronta e inquebrantable o la inseparable caridad de los hermanos. Se ha manifestado en todo su esplendor el valor del obispo como guía de su pueblo, y se ha mostrado luminosa y grande la fidelidad del pueblo en plena solidaridad con su obispo. Por medio de todos vosotros, a Iglesia de Roma ha dado su magnífico testimonio, toda ella unida en un solo espíritu y una sola voz.
De este modo ha brillado, hermano queridísimo, la fe que el apóstol comprobaba y elogiaba en vuestra comunidad. Ya entonces preveía él mismo y celebraba casi proféticamente su valor y su indomable fortaleza. Ya entonces reconocía los méritos que os darían tanta gloria.
Exaltaba las empresas de los padres, previendo las de sus hijos. Con su plena concordia, con su fortaleza, habéis dado a todos los cristianos un luminoso ejemplo de unión y de constancia.
Queridísimo hermano, el Señor, en su providencia, nos avisa que es inminente la hora de la prueba. Dios, en su bondad y en su premura por nuestra salvación, nos da sus benéficos consejos de cara a nuestro próximo combate. Pues bien, en nombre de la caridad, que nos une recíprocamente, ayudémonos perseverando con todo el pueblo en ayunos, en vigilias y en la oración.
Éstas son para nosotros las armas celestiales que nos harán firmes, fuertes y perseverantes. Éstas son las armas espirituales y los dardos divinos que nos protegerán.
Recordémonos mutuamente en la concordia y fraternidad espiritual. Roguemos siempre y en todo lugar los unos por los otros y busquemos cómo aliviar nuestros sufrimientos con la mutua caridad (Carta 60, 1-2; CSL III, 691-692, 694-695).
ORATIO
Cuando yacía postrado en las tinieblas de la noche, cuando zozobraba en medio del mar borrascoso de este mundo y andaba vacilante en el camino del error sin saber qué sería de mi vida, desviado de la luz de la verdad, imaginaba que sería difícil y duro, en mi situación, lo que me prometía la divina misericordia: que uno pudiera renacer y que -animado de una nueva vida por el baño del agua de salvación- dejara lo que había sido y cambiara el hombre viejo de espíritu y mente, aunque permaneciera en el mismo cuerpo humano. ¿Cómo es posible, me decía, tal transformación? [...] Esto me decía una y mil veces a mí mismo. Pues, como me hallaba retenido y enredado en tantos errores de mi vida anterior, de los que no creía poder desprenderme, yo mismo condescendía con mis vicios inveterados y, desesperando de enmendarme, fomentaba mis males como hechos naturales en mí. Pero después que quedaron borradas con el agua de regeneración las manchas de la vida pasada y se infundió la luz en mi espíritu transformado y purificado, después que me cambió en un hombre nuevo por un segundo nacimiento la infusión del Espíritu celestial, al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes me parecía difícil, se hizo posible lo que creía imposible. De modo que pude reconocer que provenía de la tierra mi anterior vida carnal sujeta a los pecados y que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo (Cipriano de Cartago).
CONTEMPLATIO
Algunas sentencias de sabiduría de san Cipriano:
«Nunca le faltará la luz a quien tiene la Luz en su corazón. Nunca le faltará la luz ni el sol a quien tiene a Cristo como luz y como sol».
«No son los mártires quienes hacen el Evangelio, sino que por medio del Evangelio es corno se llega a mártir».
«No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia como madre».
«No puede poseer la túnica de Cristo quien escinde y divide a su Iglesia».
«No es posible dividir la unidad».
«Nada le faltará a quien tiene a Dios consigo, con tal de que no le falte Dios».
ACTIO
Repite y medita con frecuencia durante el día este pensamiento de san Cipriano: «Dios no busca nuestra sangre, sino nuestra fe».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La compleja y atribulada vida religiosa de Cipriano nos conduce ante todo a una realidad: amar a Dios es amar a la Iglesia.
Es ésta una verdad grande, comprometedora, aunque, desgraciadamente, muy desatendida en nuestros días. El Señor no se ha separado de sus fieles, precisamente por la Iglesia. Una Iglesia cuyas culpas y sombras no ignoró el obispo Cipriano, pero una Iglesia a la que amó también de una manera impresionante.
Precisamente, la unidad parece ser uno de los temas más entrañables a Cipriano: «La Iglesia es sólo una, como la luz, aunque los rayos del sol sean muchos». ¿Cómo no ver aquí una llamada muy seria dirigida también a nosotros? Hoy, que sentimos la tentación de enfatizar las disparidades, incluso notables, que existen entre pueblo y pueblo en el modo de vivir la propia fe, las palabras de Cipriano nos invitan a favorecer de todas las maneras posibles la unidad y a superar cualquier barrera individualista, conscientes de nuestra vocación a creer en un solo Señor, dirigidos a un solo Padre, bajo la acción de un solo Espíritu.
A
siglos de distancia, el mismo mensaje nos sigue interpelando de manera ardiente.
¿Seremos capaces, serán capaces nuestras comunidades de prestar una humilde y
obediente escucha a ejemplo de la primera Iglesia? (A. Ballestrero,
«Presentazione», en Crisüant con coraggio, Roma 1985, 7-9, passim).
Santos Andrés Kim, Pablo Chong y compañeros mártires (20 de septiembre)
A principios del siglo XVII, el cristianismo entró en Corea y el Evangelio se fue extendiendo por las familias con el testimonio de los laicos. Según los datos que se tienen, en el año 1836 entraron en Corea los primeros sacerdotes europeos. A partir de esas fechas, las autoridades coreanas comenzaron a perseguir a los cristianos. En esas persecuciones murieron estos dos santos ¡unto con otro centenar de mártires. Andrés Kim fue el primer sacerdote coreano, y Pablo Chong, un insigne misionero laico.
El día 19 de junio de 1988, Juan Pablo II los proclamó santos junto con otros 115 compañeros que derramaron su sangre por la fe en Cristo en el siglo XIX.
LECTIO
Primera lectura: 2 Mac 7,1-2.9-14
1 Siete hermanos fueron apresados junto con la madre y obligados a comer carnes de cerdo prohibidas; y por negarse a comerlas, fueron azotados con zurriagos y vergajos de toro.
2 Uno de ellos, en nombre de todos, dijo: «¿Qué buscas o qué quieres de nosotros? Todos estamos dispuestos a morir antes que quebrantar las leyes patrias» (y murió el primero).
9 El segundo, a punto de expirar, dijo: «Tú, criminal, nos quitas la vida presente, pero el rey del mundo nos dará después una vida eterna a los que morimos por sus leyes».
10 A continuación fue torturado el tercero. Le mandaron sacar la lengua; la sacó rápidamente
11 y extendió las manos con valor, diciendo con gallardía: «Del cielo he recibido estos miembros, y ahora los desprecio por amor de sus leyes, porque sé que un día el mismo cielo me los devolverá».
12 El rey y cuantos estaban con él se maravillaron del ánimo y valor del joven, que así despreciaba los tormentos.
13 Muerto éste, sometieron al cuarto a los mismos tormentos.
14 Ya a punto de morir, dijo: «Es preferible sucumbir a manos de hombres, teniendo en Dios la esperanza de ser resucitados de nuevo por él. Pero para ti no habrá resurrección para la vida».
*•• No se había manifestado tan claramente en la Biblia la fe en la resurrección como en este libro de los Macabeos. En la sala donde se tortura a estos siete hermanos, en lugar de los gritos de dolor ellos proclaman la fe en resurrección y la certeza del premio que se concederá a los que son fieles hasta la muerte.
El rey Antíoco Epifanes pretendía implantar el culto a los dioses griegos en territorio judío. Esto supuso un enorme sufrimiento para todos los que se mostraban observantes del culto y de la Ley, según la tradición de los padres, y se manifestaban contrarios al cambio que pretendían imponer los dominadores de turno, en este caso los seleucidas. Este relato se convertirá en modelo para las posteriores actas martiriales y hará surgir entre la población un vivo sentido de resistencia frente a la persecución religiosa.
El fragmento que hemos leído en esta fiesta de los mártires coreanos se detiene en las confesiones del segundo, del tercero y del cuarto de los siete hermanos, que afirman la fe en la resurrección.
Son significativos también el número 7, que indica la totalidad la familia destruida en la vida de esta tierra, y la figura de la madre, que remite a la nueva vida que éstos esperan del Creador.
Evangelio: Jn 15,18-21
18 Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
19 Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como cosa suya. Pero como no sois del mundo, pues yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia.
20 Recordad que os he dicho: «El criado no es más que su amo». Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; y si han rechazado mi doctrina, también rechazarán la vuestra.
21 Todas estas cosas harán con vosotros por mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.
**• En estos pocos versículos el evangelista está reflejando una experiencia que ya vive la comunidad joánica: la persecución. Jesús vino como expresión de amor del Padre para implantar el amor y formar la comunidad de los que se aman. Como antítesis a este amor está el odio, expresado en el rechazo y la persecución. A los seguidores de Jesús les espera la misma suerte que corrió el Maestro: serán odiados y perseguidos por el mundo.
¿Qué significa para el cristiano «no ser del mundo«?
Como sarmientos unidos a la cepa, los discípulos de Jesús han pasado con él de la muerte a la vida. Muerte al «mundo«: a los criterios y modos de actuar contrarios al Evangelio; a las injusticias del poder y de la riqueza, aunque estén institucionalizadas; al abuso y opresión del débil; a toda estructura de pecado personal y social.
MEDITATIO
«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros» (Jn 15,18). Éste es el misterio de la vida empezada en Cristo y prolongada en los cristianos.
Sorprende constatar cómo el martirio acompaña al nacimiento de las comunidades cristianas, en Jerusalén, en Samaría, en Roma y hasta los confines de la tierra.
La lista de mártires que figuran en el canon de los santos es interminable. Abundan en el martirologio cristiano jerarcas y religiosos, pero no falta tampoco el testimonio de muchos laicos. Con el sacerdote Andrés Kim, cuyo martirio celebramos hoy, figura el laico Pablo Chong como representante de muchos otros laicos, hombres y mujeres, casados y solteros, ancianos, jóvenes y niños, que sellaron con su sangre los comienzos de la fe cristiana en Corea.
El testimonio de estos mártires es para nosotros una imagen viva. Ellos son un desafío a la hora de construir, como sarmientos unidos a la vid, la sociedad contemporánea.
Nos estimulan a no dejar que falte en este mundo un rayo de la luz del Espíritu que ilumine el camino de la existencia humana.
El mismo año (1988) en que Juan Pablo II canonizó a estos mártires de la fe, escribió a todos los fieles cristianos laicos del mundo insistiéndoles en la responsabilidad de vivir y proclamar la fe recibida en el bautismo. La exhortación se titula Christifideles laici. De esa carta extraemos la oración que hoy os invitamos a rezar.
ORATIO
María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, contigo damos gracias a Dios por la espléndida vocación y por la multiforme misión confiada a los fieles laicos. Virgen del Magníficat, llénanos de reconocimiento y entusiasmo por esta vocación y por esta misión. Abre nuestros corazones a las inmensas perspectivas del Reino de Dios y del anuncio del Evangelio a toda criatura.
Virgen valiente, inspira en nosotros fortaleza de ánimo y confianza en Dios, para que sepamos superar los obstáculos que encontremos en el cumplimiento de nuestra misión. Enséñanos a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana y en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios. Tú, que junto a los apóstoles has estado en oración en el cenáculo esperando la venida del Espíritu de Pentecostés, invoca su renovada efusión sobre todos los fieles laicos, para que correspondan plenamente a su vocación y misión, como sarmientos de la verdadera vid, llamados a dar mucho fruto para la vida del mundo.
Virgen Madre, guíanos y mantennos para que vivamos siempre como auténticos hijos de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén.
CONTEMPLATIO
Hermanos y amigos muy queridos: caed en la cuenta de que Dios, al principio de los tiempos, creó el cielo y la tierra y todo lo que existe. Meditad también por qué y para qué creó al hombre a su imagen y semejanza.
Si en este valle de lágrimas no reconociéramos al Señor como creador, de nada nos serviría haber nacido ni seguir viviendo. Por la gracia de Dios hemos venido a este mundo y también por su gracia hemos recibido el bautismo y hemos entrado a formar parte de la Iglesia.
Convertidos así en discípulos del Señor, llevamos un nombre glorioso. Pero ¿de qué nos serviría un nombre tan excelso si no correspondiera a la realidad? Si así fuera, no tendría sentido haber venido a este mundo y formar parte de la Iglesia; peor aún, esto equivaldría a traicionar al Señor y su gracia. Mejor sería no haber nacido que recibir la gracia del Señor y pecar contra él (de la última exhortación de san Andrés Kim).
ACTIO
Recuerda el día de tu bautismo. Busca la fecha o alguna foto, si existe. Después, respóndete a esta pregunta: ¿Qué he hecho yo de mi bautismo?
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Jesús, nuestro Señor, al bajar a este mundo, soportó innumerables padecimientos; con su pasión fundó la Iglesia y la hace crecer con los sufrimientos de los fieles. Por más que los poderes del mundo la opriman y la ataquen, nunca podrán derrotarla.
Después de la ascensión de Jesús, desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy, la Iglesia santa va creciendo por todas las partes en medio de tribulaciones.
También ahora, durante cincuenta o sesenta años, desde que la santa Iglesia penetró en nuestra Corea, los fieles han sufrido persecución, y aún hoy mismo la persecución se recrudece, de tal manera que muchos compañeros en la fe -entre ellos yo mismo- están encarcelados, como también vosotros os halláis en plena tribulación. Si todos formamos un solo cuerpo, ¿cómo no sentiremos una profunda tristeza? ¿Cómo dejaremos de experimentar el dolor, tan humano, de la separación? No obstante, como dice la Escritura, Dios se preocupa del más pequeño cabello de nuestra cabeza y, con su omnisciencia, lo cuida.
¿Cómo, por tanto, esta gran persecución podría ser considerada de otro modo que como una decisión del Señor o como un premio o castigo suyo?
Buscad, pues, la voluntad de Dios y luchad de todo corazón por Jesús, el jefe celestial, y venced al demonio de este mundo, que ha sido ya vencido por Cristo.
No olvidéis el amor fraterno, sino ayudaos mutuamente... Aquí estamos veinte... Si alguno es ejecutado, os ruego que no os olvidéis de su familia...
Está ya cerca el combate definitivo. Os ruego que os mantengáis en la fidelidad, para que, finalmente, nos congratulemos juntos en el cielo. Recibid el beso de mi amor».
(Extracto de la carta de despedida de Andrés Kim.)
Es él mismo quien nos cuenta su conversión empleando unos términos extremadamente sencillos (Mt 9,1-9). Por su parte, Lucas se complace en poner de relieve que, en aquella circunstancia, el banquete era signo del amor misericordioso de Jesús a todos los pecadores.
Mateo escribió un evangelio para la comunidad judeocristiana: esto se deduce de la estructura del mismo evangelio, que presenta a Jesús como el nuevo Moisés, como aquel que trae la ley del amor al nuevo pueblo de Dios. A continuación, Mateo pone una particular atención a la Iglesia, convocada, salvada e instituida por Jesús. Sólo él entre los evangelistas sinópticos conoce el término «Iglesia», exactamente en dos lugares: 16,18 y 18,17.
LECTIO
Primera lectura: Efesios 4,1-7.11-13
Hermanos:
1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados.
2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor.
3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu.
4 Uno sólo es el cuerpo y uno sólo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados;
5 un solo Señor, una fe, un bautismo;
6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.
7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.
11 Y fue también él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores.
12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo,
13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.
**• Pablo, al presentarse directamente como prisionero por el nombre del Señor, confiere una particular autoridad a su exhortación a vivir «con dignidad» la vocación cristiana. En virtud de esa vocación, todos los creyentes forman «un solo cuerpo» en Cristo Jesús, y eso exige un nuevo modo de vida, más allá del alejamiento de todo sentimiento de animosidad y discordia, para no romper «la unidad» llevada a cabo por el Espíritu Santo.
Es, efectivamente, el Espíritu Santo el que compagina el cuerpo místico de Cristo. Ahora bien, si los miembros se oponen entre ellos, ¿cómo podrá organizarse el cuerpo? La primera ley de vida es, pues, la armonía, la «paz», que es el indispensable cemento de la unidad. Se imponen, por consiguiente, motivos teológicos que impongan al cristiano la unidad espiritual con los hermanos: todo en su vida ha de tener un carácter de sociabilidad y una dimensión comunitaria. Es único el cuerpo de la Iglesia, y está animado por un único «Espíritu»; única es la «esperanza» de la salvación eterna a la que nos llama la fe en Cristo; único es el «Señor» Jesús, que ha roto el muro de la división y de la enemistad {cf. 2,14) y ha proporcionado a todos los mismos medios de salvación; la fe y el bautismo. Sin embargo, el motivo fundamental de esta unidad reside en la universal paternidad de Dios, que está presente en todo redimido con su acción y con su inhabitación mediante la gracia.
La clara profesión de fe trinitaria, contenida en nuestro pasaje, fundamenta el valor de los «carismas» aquí enumerados. De ellos se describe también el fin hacia el cual deben converger en la economía del cuerpo místico de Cristo: un fin eminentemente social, a saber: la edificación completa de este cuerpo, que se obtendrá cuando todos hayamos alcanzado la «perfecta unidad» de fe y de «conocimiento» amoroso de Cristo.
De este modo, la perfección personal y colectiva expresará la medida en «que alcancemos en plenitud la talla de Cristo» (v. 13).
Evangelio: Mateo 9,9-13
En aquel tiempo,
9 cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió.
10 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publícanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.
11 Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con los publícanos y los pecadores?
12 Lo oyó Jesús y les dijo: -No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.
13 Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
*+• Cafarnaún estaba situada en los confines del territorio de Herodes Antipa con el de su hermano Filipo, sobre la arteria comercial que conducía desde Damasco al Mediterráneo. Esto explica la presencia de numerosos encargados del cobro de las tasas, la odiada clase de los publicanos, en aquella zona.
Toda la atención del texto está centrada en la prontitud de la respuesta de Mateo, presentado como «Leví, hijo de Alfeo» en Marcos y Lucas, respecto a la llamada de Jesús, y también en el tipo de gente que asiste al banquete, tal vez de despedida, que Mateo ofrece a sus ex colegas a fin de subrayar la seriedad de su opción. El hecho de ver a muchos publícanos y pecadores comiendo con Jesús y con sus discípulos escandaliza a los fariseos, porque en Oriente comer juntos significaba comunidad de vida y de sentimientos. Al conversar con los publicanos y los pecadores, Jesús muestra que está en la línea de la «misericordia» y reprocha a los fariseos su legalismo, que los hace insensibles a las auténticas necesidades del Espíritu, además de incapaces de comprender las auténticas necesidades del prójimo.
MEDITATIO
El problema de las comidas tomadas en común por cristianos de procedencia pagana y los de origen judío fue muy importante en la primera generación cristiana. Mateo, ya evangelista, quiere presentar una enseñanza de Cristo a su Iglesia. El Maestro, tanto de palabra como con el ejemplo, les ofrece una lección: Dios exige de nosotros sobre todo gestos de misericordia, más que actos cultuales.
Jesús, al llamar a Mateo y sentarse a la mesa con los pecadores, aparece como aquel que ha realizado la voluntad de Dios. Y toda su misión de llamada misericordiosa a los pecadores a la salvación ha sido el cumplimiento de la Palabra de Dios expresada en las Escrituras.
Frente al Dios discriminador presentado por el culto de los judíos de estricta observancia, el Dios revelado por la palabra y por la acción de Jesús es un Dios de misericordia, un Dios que acoge a los perdidos y les ofrece una nueva posibilidad de rehacerse; hasta alcanzar, mediante su gracia, la «perfecta unidad» interior, que en la primera lectura es «hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo» (v. 13).
ORATIO
Concédenos, oh Padre y Dios de misericordia, reconocer en nuestra historia personal la llamada fundamental de la vida que tu Hijo y Señor nuestro nos dirige con amor.
Concédenos, oh Padre y Dios de bondad, responderte afirmativamente con prontitud y generosidad, incluso a través de las grandes y pequeñas ocasiones de nuestro vivir cotidiano, a fin de que podamos realizar con fidelidad la obra que, de una manera personal y comunitaria, nos has dado para realizar en la Iglesia.
Y que el mundo, frente al testimonio de unidad del cristiano y de la Iglesia, pueda convertirse y creer en tu amor misericordioso, un amor que hemos visto y contemplamos en el rostro y en la acción de Jesucristo en la tierra.
CONTEMPLATIO
Gracias, Señor, por la compasión tan grande que te has dignado dispensar por nuestra redención, y te ruego: haz que podamos ser en verdad partícipes eternamente de esta redención y de la salvación eterna que hay en ti. ¿Quién al oír decir al apóstol: «Esta palabra es verdadera: Jesucristo ha venido a este mundo para salvar a los pecadores», no pronunciará al mismo tiempo una alabanza y una oración ni dirá: «A ti, Señor, la alabanza, a ti la acción de gracias, porque en tu gran misericordia buscas la vida y no la muerte del pecador. Dígnate, Señor, concedernos tu justificación por nuestros pecados y salvarnos con la salvación eterna»?
Cuando oímos, pues, las palabras de Cristo con las que se nos refieren o prometen sus beneficios, debemos abundar, como nos enseña el apóstol, en acciones de gracias a él. Ahora bien, el ánimo de aquel que ama y está repleto de deseo, una vez realizada la acción de gracias, debe añadir la oración para ser hecho digno de sus promesas (Juan el Cartujo).
ACTIO
Repite a menudo y medita durante el día esta Palabra: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Le 19,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Las palabras «quiero misericordia, no sacrificios» (Mt 9,13) marcan un importante paso hacia adelante de la conciencia humana, pero, por desgracia, después de dos mil años, son muy pocos los que se han dado cuenta de esto: el paso de la religión del Padre a la del Hijo. El Padre experimentado como Soberano absoluto, como el Juez inapelable, que premia a los buenos y castiga a los pecadores; la conciencia necesitada de sacrificios expiatorios, de machos cabríos sobre los que depositar los pecados propios y los comunitarios. Por otra parte, la conciencia solar, creadora y portadora de vida. El árbol frutal da con arrebato sus frutos, y su alegría aumenta con el crecimiento de la abundancia de los frutos; no castiga a los animales y a los hombres que los comen; su tarea es sustentar a las criaturas que tienen necesidad de sus dones. Del mismo modo, el seguidor de la religión del Hijo vive para distribuir la misericordia, no para levantar altares sobre los que inmolar víctimas.
La
experiencia cristiana se encuentra en el fatigoso y laborioso camino que va de
la religión del Padre, del Rigor y del Juicio irreformable, a la religión del
Hijo, que no juzga, no condena, no culpa a ninguna criatura, sino que con mano
generosa distribuye amor y misericordia, no apaga el pábilo vacilante, no
quiebra la caña cascada. Moisés había declarado que el hombre es la imagen de
Dios en la creación; Cristo nos dice que el Hijo y los hijos del hombre están
llamados a despojarse del temor y del temblor de los siervos, y a abrirse a la
alegría vital de sentirse hijos de Dios (G. Vannucci).
Santos Cosme y Damián (26 de septiembre)
La leyenda y la devoción popular de los santos Cosme y Damián sobrepasan con mucho los documentos históricos de sus vidas y milagros. Estos santos están tan lejanos de nosotros en la historia (siglo III) que los ríos que han salido de aquellas fuentes de información han llegado hasta nosotros por cauces de leyenda.
Según una tradición muy antigua, estos santos tienen su tumba en Ciro (Siria). Son presentados como hermanos y gemelos. Se dice también que eran médicos de profesión. Convertidos al cristianismo, dieron testimonio de su fe hasta la muerte, la cual les sobrevino en la persecución de Diocleciano.
Lo que san Pablo cuenta de sí mismo (2 Cor 11,16-33) lo aplican los devotos al martirio de los santos Cosme y Damián: fueron arrojados a la cárcel encadenados, pasaron por agua y por fuego, fueron crucificados, asaeteados y, finalmente, decapitados. Este martirio ocurrió por el año 300. Pronto corrió su fama desde Oriente hasta Occidente.
Son muchos los templos y parroquias en todo el mundo que están dedicados a estos dos santos. Igualmente, también desde muy antiguo los han tomado por patronos protectores los médicos y boticarios.
LECTIO
Primera lectura: Sabiduría 3,1-9
1 Las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento les alcanzará.
2 A los ojos de los necios parecía que habían muerto, y su partida fue considerada como una desgracia;
3 su salida de entre nosotros, un desastre; pero ellos están en paz.
4 Pues si en opinión de los hombres han sido castigados, su esperanza está rebosante de inmortalidad.
5 Por una ligera pena recibirán grandes favores, porque Dios los probó y los encontró dignos de él.
6 Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un sacrificio de holocausto.
7 A la hora de su visita brillarán como chispa que se propaga en los rastrojos.
8 Juzgarán las naciones y dominarán sobre los pueblos, y el Señor reinará sobre ellos para siempre.
9 Los que confían en él comprenderán la verdad y los fieles permanecerán con él en el amor, pues para sus elegidos hay gracia y misericordia.
*•• El hombre del Antiguo Testamento constata que con frecuencia a los justos no les sonríe la vida, mientras que los impíos disfrutan de toda clase de placeres. Y se pregunta: ¿dónde está la justicia de Dios? El autor de la Sabiduría responde: no todo termina aquí. Los amigos de Dios pasarán a gozar de una vida con él, mientras que los impíos llegarán a un final trágico, apartados de Dios, la fuente de todo bien. Intenta descubrir lo que lleva a la vida y no a la muerte. Es una reflexión sobre las grandes cuestiones humanas: la vida, la muerte, el amor, el sufrimiento, el mal, la relación con Dios y con los demás, la vida social... Toda esta reflexión está fundida en el crisol de la fe en el Dios único. La única forma de conseguir la sabiduría es tener una relación estrecha y llena de respeto con ese Dios, que es lo que la Biblia llama el temor de Dios. Es necesario ir más allá de lo que se presenta a los ojos de los necios, de los que miran con la mirada miope y superficial del tiempo que acaba.
Hay que superar el tiempo de la prueba, y entonces quedará satisfecha la esperanza del justo, de cada ser humano que haya esperado contra toda esperanza. Los justos recibirán grandes favores, brillarán, juzgarán y dominarán sobre los pueblos. Reinarán con el Señor. Estarán en paz. Estarán en el regazo de Dios.
Evangelio: Mateo 10,28-33
28 No tengáis miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede perder el alma y el cuerpo en el fuego.
29 ¿No se venden dos pájaros por unos cuartos? Y, sin embargo, ninguno de ellos cae en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre.
30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de la cabeza están contados.
31 Así que no tengáis miedo; vosotros valéis más que una bandada de pájaros.
32 Al que me confiese delante de los hombres, le confesaré también yo delante de mi Padre celestial;
33 pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre celestial».
*•• La muerte violenta que sufrieron los santos Cosme y Damián la habían sufrido ya el Maestro y muchos de los primeros discípulos. En los versículos del evangelio que se proclaman hoy, Mateo se dirige a una comunidad misionera que necesitaba ser animada y fortalecida, pues algunos de sus miembros habían sucumbido a la persecución.
Para hacer frente a aquella situación compuso una especie de «manual del misionero cristiano». La triple exhortación «no tengáis miedo» (Mt 10,26.28.31) introduce tres motivos de confianza: la fuerza del Evangelio es imparable; cualquier pérdida sólo puede ser parcial; Dios cuidará de ellos. Todo ello debe animar a los discípulos a dar siempre testimonio de Jesús.
Las palabras «no temáis«, «no tengáis miedo», aparecen frecuentemente en el Antiguo Testamento para expresar la seguridad de la ayuda de Dios a sus siervos. Estas palabras de consuelo y valentía se dirigen en el evangelio a los discípulos para que superen las dificultades que acarrea la persecución. Nada debe impedirles la proclamación abierta del mensaje de Jesús. Nadie puede arrebatarles la vida. La solicitud del Padre llega hasta límites insospechados. Sus seguidores sólo deben tener una confianza inquebrantable en Él y seguir adelante, anunciando el mensaje.
Según el libro de los Hechos de los apóstoles, a los creyentes en Jesucristo se les llamó «discípulos«, «cristianos» y «los del camino». El evangelio de hoy propone un nuevo nombre: «los que no tienen miedo». Y es que el miedo entra en cualquier cultura: quienes no tienen nada, sufren la amenaza de la carencia. Quienes tienen en abundancia, sufren la angustia existencial, el frenesí del tener.
«No tengáis miedo». Estas palabras de Jesús nos invitan a la confianza sin límites. La fuente secreta de fuerza la tenemos en la ternura y el amor de Dios. Esa confianza nos convierte, además, en signos para los otros, a pesar de nuestra debilidad. Es un mensaje de confianza que debe llenarnos de alegría y animarnos a continuar siendo mensajeros.
MEDITATIO
El precio de la muerte de todos los santos mártires es la muerte de uno solo. ¿Cuántas muertes no habrá comprado la muerte única de aquel sin cuya muerte no se hubieran multiplicado los granos de trigo? Habéis escuchado sus palabras cuando se acercaba el momento de nuestra redención: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
En la cruz se realizó un excelso trueque: allí se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, manó la sangre, que fue el precio de todo el mundo. Fueron comprados los fieles y los mártires, pero la fe de los mártires ha sido ya comprada, y su sangre es testimonio de ello. Lo que se les confió lo han devuelto, y han realizado así aquello que afirma Juan: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos.
Y también, en otro lugar, se afirma: Has sido invitado a un gran banquete: considera atentamente qué manjares te ofrecen, pues también tú debes preparar lo que a ti te han ofrecido. Es realmente sublime el banquete donde se sirve, como alimento, el mismo Señor que invita al banquete. Nadie, en efecto, alimenta de sí mismo a los que invita, pero el Señor Jesucristo ha hecho precisamente esto: él, que es quien invita, se da a sí mismo como comida y bebida. Y los mártires, entendiendo bien lo que habían comido y bebido, devolvieron al Señor lo mismo que de él habían recibido.
Pero, ¿cómo podrían devolver tales dones si no fuera por concesión de aquel que fue el primero en concedérselos? ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación. ¿De qué copa se trata? Sin duda, de la copa de la pasión, copa amarga y saludable, copa que debe beber primero el médico para quitar las aprensiones del enfermo. Es ésta la copa: la reconoceremos por las palabras de Cristo cuando dice: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz- De este mismo cáliz afirmaron, pues, los mártires: Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. «¿Tienes miedo de no poder resistir?» «No», dice el mártir. «¿Por qué?» «Porque he invocado el nombre del Señor» ¿Cómo podían haber triunfado los mártires si en ellos no hubiera vencido aquel que afirmó: Tened valor: yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo regía la mente y la lengua de sus mártires y, por medio de ellos, en la tierra vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a sus mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se acabaron los dolores y han recibido el honor. (Sermón 329 de san Agustín, en el natalicio de los mártires.)
ORATIO
Reunidos en comunión, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor; la de su esposo, san José; la de los santos apóstoles y mártires Pedro y Pablo, Andrés, Santiago y Juan, Tomás, Santiago, Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo; Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián y de todos los santos; por cuyos méritos y oraciones concédenos en todo tu protección.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
(Plegaria encáustica I.)
CONTEMPLATIO
«Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt 5,11-12). Qué bien cuadran estas palabras de Cristo a los testigos de la fe, insultados, perseguidos y martirizados, pero nunca vencidos por la fuerza del mal.
Allí donde el odio parecía arruinar toda la vida, sin posibilidad de huir de su lógica, los mártires manifestaron que el amor es más fuerte que la muerte. Bajo terribles sistemas opresivos que desfiguraban al hombre, en los lugares de dolor, entre durísimas privaciones, a lo largo de marchas insensatas, expuestos al frío, al hambre, torturados, sufriendo de tantos modos, ellos manifestaron admirablemente su adhesión a Cristo muerto y resucitado. «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). En estas palabras de Cristo se habla de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe no buscaron su propio interés, su propio bienestar y la propia supervivencia como valores mayores que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron una firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor.
La preciosa herencia que estos valientes testigos nos han legado es un patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las comunidades eclesiales. Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente: indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI. Es la herencia de la cruz vivida a la luz de la Pascua: herencia que enriquece y sostiene a los cristianos mientras se dirigen al nuevo milenio.
Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a lo largo del siglo y del milenio recién comenzado. Más aún, que crezca. Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.
Elevo mi oración al Señor para que la inmensa muchedumbre de testigos que nos rodea nos ayude a todos nosotros, creyentes, a expresar con el mismo valor nuestro amor por Cristo, por él, que está vivo siempre en su Iglesia: como ayer, así hoy, mañana y siempre. (De la homilía de Juan Pablo II el tercer domingo de pascua del año 2000.)
ACTIO
Repite con frecuencia en la jornada de hoy la frase del evangelio: «Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
De la carta de san Pablo a los Romanos 8,7 8-39:
Estimo que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros. Porque la creación está aguardando en anhelante espera la manifestación de los hijos de Dios, ya que la creación fue sometida al fracaso no por su propia voluntad, sino por el que la sometió, con la esperanza de que la creación será librada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente. No sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza fuimos salvados; pero la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que uno ve ¿cómo puede esperarlo? Si esperamos lo que no vemos, debemos esperarlo con paciencia.
Igualmente, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque no sabemos lo que nos conviene, pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Y el que penetra los corazones conoce los pensamientos del Espíritu y sabe que lo que pide para los creyentes es lo que Dios quiere. Y sabemos que Dios ordena todas las cosas para bien de los que le aman, de los que han sido elegidos según su designio. Porque a aquellos que de antemano conoció también los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó los llamó; y a los que llamó, los justificó; y a los que justificó, los hizo partícipes de su gloria. ¿Qué más podremos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente con él todas las cosas? ¿Quién podrá acusar a los hijos de Dios? Dios es el que absuelve.
¿Quién
será el que condene? Cristo Jesús, el que murió; mejor dicho, el que resucitó,
el que está a la diestra de Dios y el que intercede por nosotros. ¿Quién podrá
separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el
hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Dice la Escritura: Por tu causa
estamos expuestos a la muerte todo el día, somos como ovejas destinadas al
matadero. Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de aquel que
nos amó. Porque estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes de
cualquier clase, ni lo de arriba ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura
podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
San Vicente de Paúl (27 de septiembre)
Vicente de Paúl nació en Pouy, en las Landas (sudoeste de Francia), el año 1581, en el seno de una familia modesta, que le orientó al estado eclesiástico. Tras ser ordenado sacerdote en 1600, estuvo buscándose a sí mismo durante un decenio. El fracaso de los diferentes progresos de vida le hizo redescubrir el sacerdocio como servicio a los pobres y como compromiso de vida. Reunió grupos de laicos comprometidos con los pobres (la Caridad, hoy Voluntariado vicenciano: 1617), y sacerdotes y hermanos para la evangelización de los pobres (Congregación de la Misión: 1625). En una época que marginaba a la mujer, fundó la congregación de las Hijas de la Caridad (1633), con lo que permitió a muchachas de toda condición asumir un compromiso de dedicación a los últimos. Influyó en las opciones estratégicas del Estado francés y, sobre todo, con ocasión de graves calamidades (guerras y devastaciones), fue el organizador y el animador de la caridad para la sociedad de su tiempo. Murió en París el 27 de septiembre de 1660.
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31
Hermanos:
26 considerad quiénes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.
27 Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio, para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil, para confundir a los fuertes;
28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo.
29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios.
30 A él debéis vuestra existencia cristiana, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención.
31 De esta manera, como está escrito, el que quiera presumir, que lo haga en el Señor.
**• Dos son los puntos focales de este pasaje: llamada y pequeñez. Dios llama, según su designio de amor, a la fe y a la salvación. Seguirle es participar en esta salvación.
Pero ¿quién responde? No los «grandes» de este mundo, o sea, los sabios, los poderosos, los nobles. Dios se confía a una predicación que es acogida por esclavos, gente burda, meretrices y descargadores del puerto de Corinto, es decir, por los «pequeños», mientras que es rechazada por los sofistas arrogantes y por los fariseos.
Los «intelectuales de este mundo» son aquellos que razonan según la lógica intramundana, que rechazan la lógica de la cruz, buscan el poder y se glorían de sus obras. El compromiso del cristiano es elegir con quién está: con los humildes, y por consiguiente con Cristo, o con los grandes de este mundo.
Evangelio: Mateo 25,31-46
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
31 Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria.
32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
33 y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro.
34 Entonces el rey dirá a los de un lado: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis;
36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme».
37 Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber?
38 ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos?
39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?».
40 Y el rey les responderá: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».
41 Después dirá a los del otro lado: «Apartaos de mí, malditos, íd al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles.
42 Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;
43 fui forastero, y no me alojasteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis».
44 Entonces responderán también éstos diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?».
45 Y él les responderá: «Os aseguro que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo».
46 E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.
»•• El fragmento nos presenta la venida del Hijo del hombre en su gloría y la «separación» de la gente. Se encuentra, con toda probabilidad, frente a toda la humanidad.
El Pastor lleva a cabo el discernimiento y coloca en lugares diferentes a las ovejas y a los cabritos. El motivo de este juicio es el comportamiento que han tenido con los «pequeños», y la sentencia suscitará estupor en todos, dado que nadie tendrá conciencia de haber acogido o rechazado al Señor en los oprimidos y en los pobres. Toda asamblea litúrgica es un juicio, un juicio que nos separa del mundo y nos pone frente a las necesidades del mismo.
Si todo creyente se hace pan-partido-y-entregado, entonces es capaz de ver al Señor y será salvado por él.
MEDITATIO
San Vicente de Paúl fue durante diez años un sacerdote que se buscaba a sí mismo y que buscaba una sistematización que le conviniera. Los pobres habían estado siempre ante sus ojos, pero nunca se había fijado en ellos. Distribuía limosnas, sobre todo durante el tiempo que estuvo junto a la reina Margot, entre 1608 y 1610, pero no practicaba la caridad. Más tarde, una serie de ardientes acontecimientos le cambiaron por dentro. Le dio la vuelta a la pirámide de sus prioridades. Cuando se dio cuenta del hambre doble de las masas - a saber: el hambre de la Palabra y el hambre de Pan se sintió comprometido personalmente. Comprendió que debía dejar de buscarse y buscar. Más eso sin ningún frenesí activista. No fue nunca un protagonista de la caridad. No hacía, sino que hacía hacer. Indicó a la Iglesia de su tiempo cómo hacerse Iglesia de los pobres. Repetía: «No me basta con amar yo a Dios si mi prójimo no le ama». En un momento en el que triunfaba el misticismo, invitó a amar a Dios, pero «a expensas de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente». No quería que los suyos se sintieran privilegiados: «Nosotros vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de la pobre gente». Y ofreció un criterio ineludible para el servicio: «Los pobres son nuestros amos y señores... En el paraíso son grande señores y les corresponde a ellos abrirnos la puerta a nosotros». Por eso «no podemos garantizarnos mejor la felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio a los pobres, en brazos de la Providencia».
ORATIO
Apresúrate, María, Entre los olivos de plata acariciados por una brisa. En tu correr se hacen misioneros todos los pobres, se levantan los cojos, gritan los mudos, y los ciegos despiertan el arpa y la cítara. Alegraos, misioneras de la portería y de la enfermería; ella lleva vuestra voz y vuestro deseo secreto. Ella se hace voz por vosotras, mujeres de cincuenta años, llamada a estar con los locos. Ella corre por los sin nombre, los cualquiera, las viudas grises y un poco tristes condenadas a la pensión.
No te guía un fuego y una nube porque tú eres antorcha que ilumina las fortalezas negras como tus ojos.
Eres la nube blanca que indica el puerto a los desterrados, perdidos y confusos. Mujer de ayer y de mañana, haz que la Iglesia renazca, mujer encorvada, ya sin voz. Nuestras lámparas se apagan; vierte tú el aceite que no hemos podido comprar a tiempo. Vuelve a dar canto y pureza a nuestros jóvenes. Querernos vivir el Evangelio, ser también nosotros Palabra de Dios. Apresúrate contra el tiempo, llega antes de la noche, para que en nuestras iglesias reine la alegría y la alegría se vista de cantos de púrpura.
¿No ves cómo también el cielo se ha enamorado de ti y la tierra abre un camino llano?
El desierto grita de exultación y con tus exiliados pasos se siente recompensado de la soledad desesperada. Mujer soñada antes del tiempo, mujer sin edad, inmaculada y reina, hasta las estrellas brillan de alegría y te sirven de diadema y de festivo cortejo. No has tenido amoríos, esbelta niña de piel ambarina, sino mujeres de arrugas y de pensamiento, que han respirado olores de viejos y han subido las escalas de tétricas soledades.
La naturaleza se queda sin palabras, porque jamás de los jamases habría imaginado mujeres así.
(Luigi Mezzadri.)
CONTEMPLATIO
Algunos dichos del san Vicente de Paúl:
«La perfección no consiste en los éxtasis, sino en cumplir bien la voluntad de Dios».
«Ocupémonos de los asuntos de Dios y él se ocupará de los nuestros».
«La Providencia de Dios no nos faltará nunca mientras nosotros no faltemos a su servicio».
«No hay mejor manera de garantizarnos la felicidad eterna que viviendo y muriendo al servicio de los pobres, en brazos de la Providencia».
«Toda nuestra vida no es más que un instante, que huye y se disipa pronto. Los setenta y seis años de vida que he pasado no me parecen ahora más que un sueño y un instante. Y ya no me queda nada, excepto el pesar de este momento».
ACTIO
Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de san Vicente de Paúl: «Sin decir una palabra, si estáis llenos de Dios, tocaréis los corazones con vuestra sola presencia».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Decir san Vicente de Paúl es decir caridad. Los pobres son al santo como el santo a los pobres. No olvidemos que, en el momento en que Vicente se asomó a la vida, la Iglesia de Francia salía de una de las páginas más oscuras de su historia: las guerras de religión. Se combatía en nombre de Dios. En aquellos momentos, la Iglesia católica sufría una continua hemorragia.
Fueron muchos los que se marcharon de ella. Cuando acabó el combate físico quedaron las ruinas. Había que reconstruir las iglesias, pero había que rehacer la Iglesia. Un grupo de sacerdotes se comprometió en la tarea: Bérulle, Duval, Bourgoing, Condren y Vicente. No pidieron la intervención del Estado. Estos sacerdotes, antes de cambiar el mundo, se cambiaron a sí mismos.
Decía el santo en uno de sus textos: «Está escrito que busquemos el Reino de Dios. No es más que una frase, pero me parece que encierra muchas cosas. Nos enseña a aspirar siempre a eso que se nos recomienda, a fatigarnos de continuo por el Reino de Dios y a no permanecer en un estado de inercia e indolencia, a reflexionar en nuestra propia vida íntima a fin de regularla bien y no en las cosas externas para encontrar placer en ellas. Buscar significa preocuparse, significa acción. Buscad a Dios en vosotros, porque san Agustín confiesa que mientras lo buscó fuera de él no lo encontró; buscadlo en vuestra alma, la morada que le es agradable: éste es el lugar donde sus siervos que procuran poner en práctica todas las virtudes, las establecen.
Es
necesaria la vida interior, y en ella deben converger todos nuestros esfuerzos:
si faltamos en esto, faltamos a todo, y los que ya han faltado deben humillarse,
implorar la misericordia de Dios y enmendarse. Si hay algún hombre en el mundo
que tiene necesidad de ello, es este miserable que os habla: yo caigo, recaigo,
salgo a menudo fuera de mí y entro en mí rara vez; acumulo culpas sobre culpas;
ésta es la miserable vida que llevo y el mal ejemplo que doy».
Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael (29 de septiembre)
El 29 de septiembre se celebraba en Roma, en el siglo V, el aniversario de la Dedicación de una iglesia en honor al arcángel san Miguel. La iglesia estaba situada en la calle Salaria. A esa fecha se pensó añadir el recuerdo de los otros arcángeles y de «todas las potencias incorpóreas» recordadas en días diferentes.
Miguel, nombre que en hebreo significa «¿quién como Dios?», es el arcángel defensor contra Satanás y sus satélites (Ap 12,7), el protector de los amigos de Dios (Dn 10,13.21), el que vigila sobre el pueblo (Dn 12,1).
De Gabriel -«fuerza de Dios», al pie de la letra- dice la Escritura que está «en la presencia de Dios» (Le 1,19). Es el ángel enviado a llevar los anuncios alegres: el nacimiento del Bautista (Le 1,1 1 -20) y el de Jesús (Le 1,26-38); por otra parte, en el Antiguo Testamento, había revelado ya a Daniel los secretos del plan de Dios respecto a la historia (Dn 8,16; 9,21 ss).
Rafael -que significa «Dios ha curado»- figura también entre los siete ángeles que están ante el trono de Dios (Tob 12,15; cf. Ap 8,2). Tiene una función de asistencia; acompañó a Tobías en su viaje y curó a su padre de la ceguera.
LECTIO
Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss
9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente;
10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.
13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y vi venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.
14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.
**• A Daniel se le concede la visión de acontecimientos futuros (vv. 1-8) y, de un modo más profundo, se le hace partícipe del juicio de Dios sobre ellos y sobre toda la historia (vv. 9ss). Más allá de las apariencias, los poderosos de este mundo no son nada; el Señor es el verdadero y único Rey (v. 9c). Una corte inmensa de ángeles le sirve y le asiste en la realización de su designio. La contemplación del profeta se vuelve después todavía más penetrante: se le concede vislumbrar cuál es ese designio.
Ve, en efecto, aparecer un «hijo de hombre» de origen divino (viene, de hecho, sobre las nubes), a quien Dios confía la soberanía universal, un poder eterno y su mismo Reino, que las fuerzas del mal nunca podrán destruir (v. 14). El «Hijo de hombre» es, por consiguiente, el centro y el fin del proyecto de Dios sobre la historia, pero su cumplimiento -anticipado ahora en la profecía- tendrá lugar en el tiempo establecido y los ángeles colaborarán en ello.
Evangelio: Juan 1,47-51
En aquel tiempo,
47 Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, y comentó: -Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.
48 Natanael le preguntó: -¿De qué me conoces? Jesús respondió:
-Antes de que Felipe te llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera.
49 Entonces Natanael exclamó: -Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.
50 Jesús prosiguió: -¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!
51 Y añadió Jesús: -Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.
**• Se trata de una visión de la realidad que va más allá de la percepción inmediata; esta perícopa la revela. «Ven y verás», había sido la invitación de Felipe a Natanael. Y Jesús, al ver a Natanael que venía a su encuentro, exclama: «Ve [así al pie de la letra] un israelita...».
Su ver es un «conocer», que llega al mismo tiempo al corazón y a los acontecimientos que vive el hombre (v. 48).De este sentirse vistos/conocidos en todos los aspectos de la propia vida nace la apertura a la fe y la disponibilidad al seguimiento (v. 49). Entonces es cuando Jesús puede prometer al discípulo la entrada en una visión de la realidad semejante a la que tiene él mismo: «¡Verás cosas mucho más grandes que ésa! [...] veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (vv. 50ss), es decir, que el discípulo comprenderá la inmensa profundidad del misterio de Cristo, que abarca el cosmos y da sentido a la historia, y en cuyo servicio cooperan miríadas de ángeles.
El mundo trascendente de Dios -el cielo- está ahora abierto: en Jesús, Hijo del hombre, Dios desciende entre los hombres, y los hombres pueden subir en él a Dios. Y los ángeles son ministros de este maravilloso intercambio, de esta inesperada comunión.
MEDITATIO
Formamos parte de un designio de contornos ilimitados, cuyo artífice es Dios. Inmersos en un cosmos animado por presencias invisibles que participan con nosotros en el proyecto de Dios, somos constructores de una historia que tiene en Cristo su centro y su término.
El camino prosigue en la lucha, en un conflicto implacable con las fuerzas del mal, las cuales, sin embargo, no podrán destruir nunca el Reino que Dios ha confiado al Hijo del hombre. El combate durará hasta el final de los tiempos, llevado adelante en primera línea por los santos ángeles de Dios: los arcángeles, guiados por Miguel, y todas las criaturas espirituales fieles al Señor.
Esta realidad que nuestros ojos no pueden ver nos ha sido revelada a fin de que, con la fe, la esperanza y la caridad abundante en la vida diaria, combatamos el buen combate y apresuremos así la consumación del Reino de Dios. Si ofrecemos humildemente nuestra contribución, se nos concederá una límpida mirada interior: contemplaremos entonces la Misericordia que ha abierto los cielos y ha venido a morar entre nosotros para abrirnos el acceso al Padre, a fin de que con los ángeles podamos subir hasta su intimidad. Él ha desvelado para nosotros el misterio del hombre, para que con los ángeles aprendamos a descender junto a cada hermano. Nos ha introducido en su Reino a fin de que, convertidos en voz de toda criatura, cantemos eternamente con el coro angélico la gloria de Dios.
ORATIO
Con un ánimo repleto de esperanza y de confianza, de gratitud y de alegría, corremos a ti, oh Padre, para darte gracias... El camino del hombre a lo largo de los senderos del tiempo es un viaje arriesgado, pero tú has puesto a nuestro lado compañeros atentos que nos sirven con intelecto de amor. Te damos gracias por el arcángel Miguel, que nos ayuda a combatir el buen combate de la fe. Te damos gracias por el arcángel Gabriel, que viene a nosotros envuelto de misterio y deposita en nuestro corazón tu Palabra, para que ésta se vuelva en nosotros, como en María, obediencia y vida.
Te damos gracias por el arcángel Rafael, que, en la hora de nuestros miedos y enfermedades, nos coge de la mano y nos conduce por el recto camino para que no nos desviemos del camino de la salvación.
Te damos gracias, oh Padre, que de mil modos te haces presente a nosotros, nos guardas como a la niña de tus ojos, nos proteges a la sombra de tus alas, nos haces gustar ya desde ahora la dulzura de la íntima comunión contigo.
CONTEMPLATIO
No debemos creer que se confíe un determinado encargo a un ángel por casualidad: por ejemplo, a Rafael el encargo de curar y medicar; a Gabriel, el de apoyar en el combate contra las pasiones; a Miguel, el de ocuparse de las oraciones y de las súplicas de los mortales. Cada uno de ellos ha recibido estas tareas por los méritos, las inclinaciones, y las capacidades de las que dio pruebas antes de la creación de este mundo. Entonces se asignó a cada uno este o aquel ministerio; otros merecieron ser asignados al orden de los ángeles y actuar bajo este o aquel arcángel, este o aquel guía de su orden. Todo esto fue ordenado por el apropiado y justo juicio de Dios y dispuesto por aquel que ha juzgado y analizado los méritos de cada uno: así, a uno le ha sido confiada la Iglesia de los efesios, y a otro, la de los esmirniotas (cf. Ap 2,1.8); éste es el ángel de Pedro, aquél el de Pablo (cf. Hch 12,7; 27,23). A cada uno de los más pequeños de la Iglesia se le ha asignado este o aquel ángel, que contempla cada día el rostro de Dios (cf. Mt 18,10), y se señala al ángel que se disponga en torno a los que temen a Dios.
No debemos pensar que todo esto sucede así de manera accidental o por casualidad, ni siquiera porque hayan sido creados tales por naturaleza, para evitar que también a este respecto se acuse al Creador de parcialidad.
Creamos, más bien, que todo fue asignado por Dios, absolutamente justo y rector imparcial del universo, según los méritos, las capacidades, la energía y el ingenio de cada uno (Orígenes, I principi, 1, 8, 1, Turín [existe edición catalana en Alpha, Barcelona 1998]).
ACTIO
Repite el nombre del arcángel Miguel, que significa: «¿Quién como Dios?».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Según los Padres, los ángeles personifican las potencias celestes y han sido puestos por Dios junto a los pueblos como guías. Los ángeles toman una parte muy activa en la existencia histórica del mundo: llevan a cabo, bajo la guía del arcángel Miguel, una batalla contra los demonios, potencias de la nada y remedos de los ángeles, y salvaguardan el orden cósmico. Según san Basilio, los ángeles del Juicio «pesan» las almas. Ellos, que asisten a toda acción divina, están presentes de un modo particular en el martirio. La escala de Jacob los muestra como mensajeros de Dios. Están como «adheridos» a la Palabra y a la voluntad de Dios y las personifican. Cuando Dios decide curar, su voluntad toma la figura del ángel Rafael.
Cada vez que un ángel aparece es para transmitir y realizar algo de parte de Dios. Los ángeles muestran el «cielo», puesto que existen y actúan en un sentido que va de Dios hacia los hombres. Aunque mantiene su poder de revelación directa, Dios se revela la mayoría de las veces por medio de los ángeles, que son como los portadores de sus energías, de su luz y de su revelación.
Hasta
el punto de que los tres ángeles que se aparecieron a Abrahán en el encinar de
Mambré son considerados, sobre todo en la tradición iconográfica, como las
figuras de las tres Personas divinas, el icono de la Trinidad. El ángel es un
lugar teofánico, manifestación viviente de Dios: el nombre de Dios está en él y
con el nombre su presencia (P. Evdokimov, La santitá nella traaizione della
Chiesa ortodossa, Fossano 1977, pp. 126ss).
San Jerónimo (30 de septiembre)
Nacido en Estridón el año 340, recibió una excelente instrucción en Roma, que completó con una serie de viajes por Oriente y Occidente, entablando amistad con los más famosos y cultos Padres orientales. Era un hombre tenaz, fuerte, austero y de gran erudición. Fue secretario del papa Dámaso, que le encargó una traducción de los textos originales de la Biblia al latín. Se marchó a Belén, donde llevó a cabo experiencias de vida monástica, de penitencia y de estudio. Se dedicó especialmente a la traducción y al comentario de los libros de la Sagrada Escritura. Le debemos numerosos comentarios y tratados exegéticos; su producción literaria y su competencia bíblica le sitúan entre los mayores doctores de la Iglesia latina, y es también el patrón de los biblistas.
Además de los susodichos libros, dejó muchos tratados polémicos, una colección de Cartas muy interesantes, así como la traducción de las obras de Orígenes. Tras una vida dispensada en el amor a Cristo y a la Iglesia, murió en Belén en el año 420.
LECTIO
Primera lectura: 2 Timoteo 3,14-17
Querido:
14 Tú, por tu parte, permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste, sabiendo de quién lo has aprendido
15 y que desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras, que te guiarán a la salvación por medio de la fe en Jesucristo.
16 Toda Escritura ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud,
17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer el bien.
*•• Pablo presenta a su discípulo Timoteo algunas normas de vida; entre éstas, la custodia y la transmisión del depósito, o sea, de la tradición recibida de los apóstoles, que debe ser conservada intacta, sin ceder a componendas ni a contaminaciones, y ser entregada así, transparente, mediante la predicación del Evangelio, a la futura generación. El fundamento de esta tradición apostólica es la Sagrada Escritura, arma eficaz para combatir los errores de los falsos doctores. Ésta, en efecto, ha sido inspirada por Dios, y es apta para enseñar y convencer a los débiles y para formar en la justicia a todo creyente (vv. 15ss). El Evangelio de Jesús, no obstante, como alegre anuncio de la salvación, será siempre «signo de contradicción» (Le 2,34) entre los hombres y, en el interior de la comunidad cristiana, elemento de juicio para algunos y de discernimiento para otros.
La enseñanza del apóstol a su discípulo Timoteo, por tanto, está clara: «Permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste» (v. 14), a fin de vivir según Dios y de salvarte a ti mismo y a los otros. En consecuencia, el anuncio del Señor, realizado con valor y franqueza sobre el fundamento de la Palabra de Dios, no debe cansar nunca al discípulo y, vivido con fe obediente, debe producir la experiencia de Dios que conduce a la salvación a todo el que busca la verdadera vida y la paz.
Evangelio: Mateo 13,47-52
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
47 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con una red que echan al mar y recoge toda clase de peces;
48 una vez llena, los pescadores la sacan a la playa, se sientan, seleccionan los buenos en cestos y tiran los malos.
49 Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos,
50 y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes.
51 Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Habéis entendido todo esto? Ellos le contestaron: -Sí.
52 Y Jesús les dijo: -Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del
Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas.
*»- Mateo refiere la parábola de la red echada al mar que recoge toda clase de peces, buenos y malos, como en la palabra de la buena semilla y la cizaña. Sin embargo, la reflexión del evangelista en el texto pone el acento sobre la situación que se creará al fin del mundo.
El Reino de Dios deberá ser cribado en todos sus componentes, se sacará la red a la orilla y será examinado el contenido de la pesca. Entonces los malvados recibirán el justo castigo y será eliminado el mal; a saber: todos los hombres pecadores, mientras tengan tiempo, deben reflexionar sobre esta realidad futura y obrar en consecuencia para proceder a una adecuada conversión de vida.
La enseñanza de Jesús es clara: «Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (v. 52); esto es, el nuevo discípulo del Reino de Dios debe atesorar los bienes recibidos. En consecuencia, es discípulo de Jesús el que ha escuchado la Palabra y comprende los misterios del Reino. Éste es como la tierra buena que recibe la simiente y la hace fructificar tras haber recibido el don de la palabra del Padre. Posee, en efecto, no sólo la revelación de las Escrituras correspondientes a la primera alianza, sino también el conocimiento del misterio del Reino y la vida misma del Reino, que es la palabra del Evangelio.
Debe servirse de todo este inmenso tesoro tanto para ser personalmente un testigo creíble de la voluntad salvífica de Dios como para llevar a los otros al conocimiento de la verdad plena y hacerla vivir en la fe obediente.
MEDITATIO
El evangelio de Mateo nos introduce en el misterio del Reino de Dios, presente y activo en la persona de Jesús.
El discípulo del Reino, que ha descubierto el tesoro escondido en el campo o la perla preciosa, no puede permanecer inactivo. En efecto, debe llevar a cabo una opción en su vida, como el pescador laborioso que, cuando lleva la red a la orilla, separa los peces buenos de los malos. Y su alegría será tanto más grande cuanto mayor abundancia de peces buenos encuentre en la red, de suerte que pueda repartir también entre sus familiares y amigos.
La necesidad del trabajo apostólico está determinada también por la misma naturaleza del Reino. Jesús lo afirma con toda claridad: «Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas» (v. 52). Estas palabras del Maestro significan esto para nosotros: todo hombre puede ser comparado con el señor de una casa que, viviendo en medio del bienestar de su casa, saber abrir su despensa llena de novedades y provisiones para hacer participar a sus huéspedes y amigos de su felicidad. La novedad que posee es el Evangelio, y ese conocimiento de vida lo da con alegría a los suyos. Dicho con otras palabras, el discípulo del Reino, para llegar a la fe adulta y adherirse a Jesús, debe dar un salto cualitativo, debe dejarse engendrar de «nuevo», «de lo alto», a través de un nuevo nacimiento, y comunicar este nuevo nacimiento a los otros.
El hombre que quiera experimentar una vida nueva y poseer el Reino debe liberarse de la realidad pasada, hacer espacio con generosidad al misterio del Reino y hacer la experiencia de la persona de Jesús, adhiriéndose con fe a su revelación. En efecto, Jesús ha inaugurado con su venida los tiempos definitivos. Y ha sonado la hora histórica también para cada uno de nosotros. A ésta se accede sólo a través de un «renacimiento», o sea, adhiriéndonos a la revelación de Cristo, que hemos de vivir y dar a los hermanos.
ORATIO
¡Padre santo! Te