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LECTIO DIVINA NAVIDAD

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

Lectio diaria

Introducción
Navidad del Señor: Misa vespertina en la vigila
Navidad del Señor: Misa de medianoche
Navidad del Señor: Misa de la aurora
Navidad del Señor: Misa del día
San Esteban (Protomártir): Día 26
San Juan Evangelista (el discípulo amado): Día 27
Los Santos Inocentes: Día 28
29 de Diciembre

30 de diciembre

Día de la Sagrada Familia: Ciclo A, Ciclo B, Ciclo C

31 de diciembre

Santa María, Madre de Dios: 1 de enero
Epifanía del Señor: 6 de enero
Bautismo del Señor: 12 de enero Ciclo A, Ciclo B, Ciclo C

Oraciones

Liturgia de las Horas

Lectio Divina

Devocionario

Adoración

Oficio de Lecturas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                     

2 de enero: Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno

3 de enero: Santísimo Nombre de Jesús

4 de enero

5 de enero

Lunes después de la epifanía

Martes después de epifanía

Miércoles después de epifanía

Jueves después de epifanía

Viernes después de epifanía

Sábado después de epifanía

 

 

 

 

 

Introducción

Algunos puntos de meditación sobre la Palabra de Dios en el Tiempo de Navidad

        Dios ha venido. Está aquí. Y, en consecuencia, todo es distinto de como a nosotros nos parece. El tiempo, que había sido hasta entonces un flujo sin fin, se ha convertido en acontecimiento que imprime silenciosamente a cada cosa un movimiento en una única dirección, hacia una meta perfectamente determinada. Estamos llamados, y el mundo juntamente con nosotros, a contemplar en todo su esplendor el rostro mismo de Dios. Proclamar que es Navidad significa afirmar que Dios, a través del Verbo hecho carne, ha dicho su última palabra, la más profunda y la más bella de todas. La ha introducido en el mundo, y no podrá retomársela, porque se trata de una acción decisiva de Dios, porque se trata de Dios mismo presente en el mundo. Y he aquí lo que dice esta palabra: «Mundo, ¡te amo! Hombre, ¡te amo!» (K. Rahner).

        Con la Navidad han tornado al mundo la alegría, la esperanza y la vida: la persona misma de Dios se ha hecho visible en el rostro de un Niño sencillo y pobre, pero rico en amor hacia todos. Confesará san Ireneo: «El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre, unido al Verbo, pudiera recibir la adopción y llegar a ser hijo de Dios». Recorramos brevemente la Palabra de Dios que la Iglesia nos ofrece en estas fiestas navideñas para penetrar en su conjunto las riquezas espirituales y las invitaciones a un nuevo renacimiento en la fe, convencidos de que, en Jesús, el hombre y Dios han reencontrado una comunión de vida.

        La alegría de Navidad se abre en el corazón de la noche con el inicio de la triple celebración eucarística que anuncia el nacimiento del Emmanuel, el Salvador esperado de las gentes (misa de medianoche), a la que sigue la invitación dirigida a toda la Iglesia para que acoja su salvación con el estupor de los pastores (misa de la aurora) y, al fin, con el Prólogo de san Juan, meditado en el silencio y en la adoración el misterio de la encarnación del Verbo (misa del día). La Iglesia ante el misterio del nacimiento del Hijo de Dios se inclina en el asombrada y conmovida proclama: «Nace de una virgen aquel que es engendrado en la eternidad del Padre».

        La paz en la tierra y la gloria en el cielo, proclamadas por los ángeles el día de Navidad, se prolongan en la semana siguiente, primero con el recuerdo del protomártir Esteban, primer diácono de la Iglesia (26 de diciembre), después con la penetración contemplativa de la palabra de vida del evangelista Juan (27 de diciembre) y con el testimonio del martirio de los Santos Inocentes (28 de diciembre). Además, la fiesta de la Sagrada Familia (primer domingo después de Navidad), modelo de vida familiar en el mundo, pero abierta al plan de Dios, y la fiesta de la Madre de Dios (1 de enero), ulterior mirada sobre el Autor de la Vida por medio de María, nos introducen en una reflexión más amplia sobre los misterios de la vida cristiana. La celebración de la epifanía (6 de enero), fiesta de la luz, nos permite empezar a conocer y ver a Dios, ya aquí entre nosotros, para poder contemplarlo después en el pleno esplendor de la patria futura. Y la celebración del Bautismo de Jesús, inicio de su misión profética, tras la investidura solemne del Padre y del Espíritu Santo en las aguas del Jordán, donde es proclamado «Hijo querido», constituye el mejor precinto al ciclo navideño y al mismo tiempo abre a la serie de domingos ordinarios.

        Todo el período navideño no sólo pone ante los ojos de la Iglesia, admirada y conmovida, el misterio de la venida de aquel que «es sostenido por los brazos maternos de María y sostiene el universo», sino que enseña también que él es aquel que ha fijado para siempre su morada entre los hombres para hacer de cada hombre un hermano y amigo y reconducirlo al Padre común.

    Dirá san Gregorio de Niza, celebrando el misterio de Navidad, que «el Hijo de Dios asume nuestra pobreza para hacernos entrar en posesión de su divinidad»; se despoja de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud ».

        Como María, la virgen de la Palabra, que conserva todas estas cosas en su corazón y las medita, también nosotros queremos ser testigos fiables de la Navidad acogiendo en nosotros al Verbo de la vida.

 

La liturgia de la Palabra en el Tiempo de Navidad

1. El misterio de Navidad en el corazón del hombre de hoy

        El hombre se plantea muchas preguntas sobre sí mismo, sobre Dios, sobre el mundo, sobre la historia. La llegada de la Navidad puede evidenciar al menos dos de ellas.

        La primera pregunta se refiere al hombre mismo, a su cuerpo, a su posibilidad de renacer, de hacerse nuevo, de imprimir un sentido positivo a la historia. El mundo occidental está envejeciendo. Quien ya no es joven sabe que no se puede cambiar el curso de la propia vida. El único modo que se conoce para interrumpir el proceso de envejecimiento es la hibernación, hacerse de hielo, en espera de que se encuentre alguna solución a la muerte inexorable. Renacer parece imposible. Algunas filosofías piensan en la transmigración de las almas o en la reencarnación.

        En el tiempo de Jesús un maestro religioso se interrogaba: «¿Cómo puede un hombre nacer cuando es viejo? ¿Puede, quizá, entrar por segunda vez al seno de su madre y renacer?» (Jn 3,4). Frente a esta declaración de imposibilidad, Jesús, en réplica y de modo perentorio, respondía que el renacer no es sólo un deseo del hombre, sino una necesidad: «En verdad, en verdad te digo: si uno no renace de lo alto, no puede ver el reino de Dios» (Jn 3,3). En otra ocasión dijo también a aquellos que le eran más cercanos: «En verdad, en verdad os digo: si no os convertís y no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3).

        Sobre la aventura humana, ligada al cuerpo, recae la perspectiva ineludible del fin: «Todo cuerpo envejece como un vestido. Es decreto eterno: has de morir» (Eclo 14,17). Para huir de ella los antiguos egipcios elaboraron complicados ritos que llevaban sólo hasta la momificación.

        La segunda pregunta se refiere a la relación del hombre con Dios: ¿Es posible ver a Dios, hablarle cara a cara? «Busco tu rostro, Señor», decía ya entonces el salmista, «¡no me escondas tu rostro!» (Sal 26,9). Pero Dios parece repetir: «Mi rostro no lo verás» (Ex 33,23).

 

2. El misterio de Navidad proclamado en la liturgia

        La Palabra que escuchamos durante la liturgia de Navidad nos "toca" y trata de iluminar estas preguntas; primero nos anuncia que todas las promesas y las esperas del adviento se están realizando. Al fin el lector puede proclamar el hoy de su cumplimiento:

«Hoy os ha nacido un Salvador» (misa de medianoche).

«Hoy resplandece la luz sobre nosotros» (misa de la aurora).

«Se ha hecho visible la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres» (Tit 2,11; misa de medianoche).

«Tú eres mi Hijo; Yo te he engendrado hoy» (Heb 1,5 misa del día).

En la Navidad de Jesús nace el Hombre nuevo y en él nosotros encontramos a Dios. El que lo acoge renace como hombre nuevo.

El leccionario dominical y festivo

        El leccionario del Tiempo de Navidad no tiene una estructura unitaria, está fragmentado en muchas festividades. Hay en él acumulación y yuxtaposición de temas. Parece que quien lo ha redactado no haya querido perder nada de lo que tal acontecimiento significa y que la tradición le ha transmitido.

        Continúan las profecías sobre el Mesías, en las que se subraya la alegría que señala su venida, la salvación ofrecida a todos los pueblos, el tema de la luz (primera lectura). Los evangelios narran el hecho del nacimiento de Jesús y hechos pertenecientes a su infancia. Algunos textos invitan a reflexionar sobre el «sentido» de este acontecimiento: de modo particular el Prólogo de Juan, leído en la misa del día de Navidad y repetido en el segundo domingo después de Navidad asociándolo con Eclo 24,1-4.8,12 y también con las segundas lecturas.

        La solemnidad de Navidad comprende las lecturas de la vigilia y de las tres misas: «de medianoche», «de la aurora», «del día». Esta denominación nos indica que las lecturas están dispuestas en un simbólico y gradual itinerario de las tinieblas a la plenitud de la luz; por eso se leen progresivamente. Al tiempo que se narra el acontecimiento de Navidad en fragmentos sucesivos (evangelio) viene explicitado gradualmente su sentido (lecturas y evangelio «del día»). La Navidad es como un misterio nupcial (vigilia), misterio de luz (primera misa) y de salvación universal (segunda misa) que alcanza hasta los confines de la tierra (tercera misa).

        El nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros «en la humildad de la naturaleza humana» y en la pobreza de la gruta de Belén nos trae el don de una vida nueva y divina: del nacimiento de Jesús, nacido de mujer y de su descubrimiento en la fe por parte de los pastores (segunda misa) se llega al nacimiento de aquellos que son engendrados no de «carne y sangre», sino de Dios por la fe en Cristo, Hijo de Dios que se ha hecho hijo del hombre (tercera misa). El evento de la natividad de Cristo implica también al hombre e ilumina y da sentido a su existencia.

        El domingo entre la octava de Navidad es la fiesta de la Sagrada Familia. El evangelio se refiere a la infancia de Jesús; las otras lecturas, a las virtudes de la vida familiar. Nos recuerda que el amor con el que el Dios Padre ha amado al mundo -hasta enviar a su propio Hijo para salvarlo- se manifiesta y se refleja en el amor que debe reinar en cada familia cristiana. El nacimiento de Jesús en una familia humana ilumina y fundamenta también este aspecto de la vida del hombre.

        La octava de Navidad celebra la memoria de María, Madre de Dios, al mismo tiempo que glorifica el nombre de Jesús. En este nombre, que quiere decir "Dios salva", se condensa todo el misterio de la encarnación. Cuando cae en el primer día del año, la liturgia se abre con la bendición de Aarón al pueblo que entra en la Tierra Prometida (Nm 6,22-27: primera lectura) y la invocación por la paz: «El Señor te bendiga y te proteja... El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz».

        El segundo domingo después de Navidad prolonga la meditación del misterio de la encarnación, con el que el Verbo pone entre nosotros su tienda (evangelio), la Sabiduría habita en medio de su pueblo (primera lectura).

        Cuando Dios se hace hombre, el hombre accede a la filiación divina por medio de la adopción (segunda lectura).

        El nacimiento del Hijo de Dios que viene a vivir según la condición humana, inaugura el nacimiento de todos los hombres a la vida de "hijos de Dios". Ésta es la vida nueva cuyo regalo nos ha hecho Jesús con su nacimiento.

        En la solemnidad de la epifanía la luz de Cristo resplandece y se manifiesta a los ojos de todos. Los Magos, que siguen el "signo" de la estrella, representan la humanidad entera, llamada a reunirse en torno a Jesús en la fe.

        En el domingo después de epifanía se celebra el bautismo de Jesús: la voz del Padre y la fuerza del Espíritu lo invisten oficialmente de su misión de Salvador. En este evento, que cierra el ciclo de Navidad y abre el del tiempo ordinario, reside el fundamento del nuevo nacimiento de los cristianos del agua y del Espíritu Santo.

El leccionario ferial

        En los días feriales se escucha la primera carta de san Juan, escrito en el que el Apóstol ha condensado lo esencial de su experiencia religiosa. El discurso gira en torno a temas tan caros a Juan como la luz, la justicia, el amor, la verdad, desarrollados en paralelo, para mostrar la riqueza sobrenatural de la situación de aquellos que han nacido como «hijos de Dios». La contemplación del misterio del Hijo de Dios, que en María se hace hijo del hombre, se prolonga en la del hombre que nace como hijo de Dios. Juan continúa el tema mostrando sus implicaciones morales: el «hijo de Dios» adopta un estilo de vida que basa todo sobre la fe en Cristo y sobre el amor a los hermanos. Las perícopas evangélicas están elegidas entre las que ilustran la "manifestación" del misterio de Dios en la humanidad de Cristo: los acontecimientos de la infancia descritos por Lucas; el gran prólogo y el comienzo de la misión de Jesús según el evangelio de Juan; varios episodios epifánicos tratados por los sinópticos (multiplicación de los panes, caminar sobre las aguas, etc.).

        Inmediatamente después de Navidad se celebran algunas fiestas de santos: san Esteban, san Juan evangelista, los Santos inocentes. Son el fruto del nacimiento de Cristo, aquellos que «no de la sangre, ni del querer de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios han sido engendrados» (Jn 1,13). María los presenta con Cristo al mundo como sus hijos, manifestándose como Madre de Dios y de los santos.

 

3. El misterio de Navidad celebrado en la liturgia

        El anuncio que resuena en Navidad no es sólo una buena noticia. Es proclamación admirada de un evento que se cumple hoy, en la celebración, un evento de nacimiento: de Jesús, del cristiano, de la Iglesia. La celebración de la Navidad no es un «jugar a Cristo que nace», o una representación sagrada. No es un recuerdo vacío, una nostalgia del pasado, una fantasía poética, un juego de sentimientos. La liturgia ambrosiana y la romana se expresan así: «Aquel que tú, Padre, engendras fuera del tiempo, en el secreto inefable de tu vida, nace en el tiempo y viene al mundo»; «Hoy celebramos el nacimiento del Salvador y el nacimiento de nuestra salvación».

        Junto con el nacimiento de Cristo, la Iglesia celebra el suyo y el de todo cristiano. No somos espectadores de un acontecimiento sino que lo vivimos, tomamos parte en él. san León Magno enseña: Al adorar el nacimiento de nuestro Redentor, descubrimos que con él celebramos nuestros propios orígenes. La generación de Cristo es, en efecto, el origen del pueblo cristiano; y el aniversario del nacimiento de la cabeza es también el aniversario del cuerpo. Aunque cada uno sea llamado en su orden, todos los hijos de la Iglesia se diferencian en la sucesión de los tiempos; sin embargo, la totalidad de los creyentes engendrados en la fuente bautismal (...) son co-engendrados con él en este nacimiento. Los santos que son celebrados en el Tiempo de Navidad son los signos de esta participación en este misterio. Dice un responsorio: Ayer nació Jesús en este mundo para que hoy Esteban naciese a la vida del cielo; vino a la tierra para que Esteban entrase con él en la gloria. Nuestro Rey, vestido de carne humana, salió del vientre de la Virgen y vino al mundo para que Esteban entrase con él en la gloria.

        Navidad es un misterio de renacimiento universal. En la noche santa tiene comienzo una nueva creación: «Hoy en Cristo, tu Hijo, también el mundo renace» (liturgia ambrosiana); «El Verbo invisible comenzó a existir en el tiempo para reintegrar el universo en tu diseño, oh Padre» (Prefacio II de Navidad). En la Navidad de Cristo tiene lugar un admirable comercio, un intercambio: Hoy resplandece con plena luz el misterioso intercambio: el Verbo se hace débil, hijo del hombre; el hombre mortal es ensalzado a la dignidad de Hijo de Dios; (...) de una humanidad vieja surge un pueblo nuevo (Prefacio III de Navidad).

        Y más aún: «Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios» (san Ireneo); «Se ha hecho lo que somos para hacernos partícipes de lo que él es» (Cirilo de Alejandría); por eso, «al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, celebramos nuestra misma generación » (san León Magno).

 

4. El misterio de Navidad en la vida de cada día

            Juan, en el Prólogo a su evangelio y en su primera carta, anuncia nuestro devenir hijos de Dios por la fe en Cristo: Mirad qué gran regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos realmente! (...). Amigos míos, hijos de Dios lo somos ya, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser. Pero sabemos que cuando Jesús se manifieste y lo veamos como es, seremos como él (1 Jn 3,1-3).

        Celebrar la eucaristía en este período de Navidad significa entrar en un nuevo estilo de vida, es decir, en la vida de los hijos de Dios. Implica:

- Comportarse como él: «Quien dice que permanece en Cristo, ha de comportarse como él se ha comportado » (1,6).

- Romper con el pecado: «todo el que tiene puesta su esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro» (3,3).

- Practicar la justicia: «En esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo: quien no practica la justicia no es de Dios, ni lo es quien no ama a su hermano» (3,10).

- Observar los mandamientos, sobre todo el del amor: «Hijitos, no amemos de palabra ni de boquilla, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que hemos nacido de la verdad y podremos pacificar ante Dios nuestro corazón aunque nuestra conciencia nos condene (...). Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros según el precepto que nos ha dado. El que guarda sus mandamientos habita en Dios y Dios en él. Y en esto conocemos que habita en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado» (3,18-20.23-24).

        La aparición de la «gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres, nos enseña a renegar de la impiedad y de los deseos mundanos y a vivir con sobriedad, justicia y piedad en este mundo, aguardando la dichosa esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tit 2,11-13: segunda lectura de la misa de la noche).

        Para vivir la Navidad necesitamos, como María, concebir y engendrar a Cristo en nuestro corazón: «¿qué me ayuda a mí, dice Orígenes, que el Verbo haya venido a este mundo si no nace en mí?».

        Cada día Cristo nace en quien lo acoge en la escucha y la obediencia; por eso reza así la liturgia: Oh Dios, que elegiste el seno purísimo de María para revestir de carne mortal al Verbo de la vida, concédenos también a nosotros engendrarlo con la escucha de tu Palabra, en la obediencia de la fe.

        De este modo, la Navidad ya no está ligada a un día, y la historia entera del hombre se convierte en un tiempo de gestación que culmina con el nacimiento del Cristo total.

 

 

Navidad del Señor: Misa vespertina en la vigilia

LECTIO

Primera lectura: Isaías 62,1-5

1 Por amor a Sión no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré hasta que su liberación brille como luz y su salvación llamee como antorcha.

2 Los pueblos verán tu liberación y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.

3 Serás corona espléndida en manos del Señor, corona real en la palma de tu Dios.

4 Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada», sino que te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.

5 Como un joven se casa con su novia, así se casará contigo tu constructor; La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.

        *» La visión entusiasta del Tercer Isaías se refiere a la ciudad de Jerusalén, la colina santa de Sión, que el profeta contempla ya reconstruida y objeto de la ternura y del amor de Dios. Tras el providencial edicto del rey Ciro (538 a.C), el «resto de Israel» ha regresado a la patria, ha reedificado el templo al Señor y la ciudad ha vuelto a ser el centro propulsor de la historia religiosa de la nación y el lugar de la salvación del pueblo. El profeta describe este renovado contrato de alianza entre Dios y Jerusalén con imágenes y símbolos típicamente nupciales: «Serás corona espléndida en manos de Señor, corona real en la palma de tu Dios» (v. 3), porque la ciudad será sede de la «justicia», lugar de la acción salvífica de Dios y faro luminoso de paz y liberación entre las gentes que reconozcan su «gloria» por la renovada presencia de Dios entre su pueblo (v. 2; 1 Re 8,10-11).

        El Señor mismo dará a Jerusalén un nombre nuevo, por el cual no se hablará más de tierra «Abandonada» y «Devastada», sino que se la llamará «mi favorita» y tierra «Desposada» (v. 4; Os 2,15-25; Ez 16,58-62). Esta grandiosa visión del profeta, en el contexto de la fiesta de Navidad se refiere a la nueva alianza y a la salvación perenne que Dios, a través del nacimiento de Jesús, establece con la humanidad en un matrimonio de verdadero amor.

 

Segunda lectura: Hechos 13,16-17.22-25

Habiendo llegado a Antioquía de Pisidia,

16 Pablo se levantó, impuso silencio con la mano y dijo:  -Israelitas y los que teméis a Dios,

17 escuchad. El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros antepasados, y engrandeció al pueblo durante su permanencia en Egipto; después los sacó de allí con brazo fuerte.

22 Depuesto Saúl, les puso como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, el cual hará siempre mi voluntad.

23 De su posteridad, Dios, según su promesa, suscitó a Israel un Salvador, Jesús.

24 Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión;

25 y, cuando estaba para acabar su vida, decía: «Yo no soy el que pensáis. Detrás de mí viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias».

        **• La predicación de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia es rica en golpes de escena: primero, la acogida entusiasta de la Palabra, cuando el Apóstol recorre las etapas principales de la historia de la salvación que desde los patriarcas presenta la esclavitud y la liberación de Egipto con la experiencia del desierto, la conquista de la Tierra Prometida, Saúl, el rey David, hasta el «bautismo de conversión» de Juan ofrecido al pueblo (v. 24), y de éstos a Jesús el Salvador; luego, el rechazo opuesto a la Palabra y la persecución del anunciante, cuando falta un corazón abierto a la conversión y a la novedad del Espíritu. Pero tal rechazo fue providencial para la conversión del mundo pagano y de aquellos que no se escandalizaron de la cruz. El Precursor del Mesías fue el primero en acoger su venida: «Detrás de mí viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias» (v. 25), y detrás de él una multitud de hombres y mujeres se abrieron al don del Espíritu y a la conversión.

        En todo tiempo de la historia de la Iglesia el anuncio de la "buena noticia" está siempre unido a la persecución. El niño que nace en Belén, envuelto en la gloria celeste, es Aquel que trae consigo los emblemas reales de la pasión. También el discípulo de Jesús está llamado a dar pruebas de fidelidad y amor, en la paz pero sobre todo en el sufrimiento, porque el mundo lo rechaza cuando su anuncio se hace incómodo por la denuncia de una vida incoherente y materialista.

 

Evangelio: Mateo 1,1-25

1 Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David, Hijo de Abrahán:

2 Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá y a sus hermanos.

3 Judá engendró de Tamar, a Farés y a Zara; Farés engendró a Esrón; Esrón engendró a Aran;

4 Aran engendró a Aminadab; Aminadab engendró a Naasón; Naasón engendró a Salmón.

5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé;

6 Jesé engendró al rey David. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón.

7 Salomón engendró a Roboán; Roboán engendró a Abías; Abías engendró a Asá;

8 Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Jorán; Jorán engendró a Ozías;

9 Ozías engendró a Joatán; Joatán engendró a Acaz; Acaz engendró a Ezequías;

10 Ezequías engendró a Manases; Manases engendró a Amón; Amón engendró a Josías.

11  Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la cautividad de Babilonia.

12 Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel; Salatiel engendró a Zorobabel;

13 Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliaquín; Eliaquín engendró a Azor;

14 Azor engendró a Sadoc; Sadoc engendró a Ajín; Ajín engendró a Eliud;

15 Eliud engendró a Eleazar; Eleazar engendró a Matan; Matan engendró a Jacob.

16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías.

17 Así pues, son catorce las generaciones desde Abrahán hasta David, catorce desde David hasta la cautividad de Babilonia, y catorce desde la cautividad de Babilonia hasta el Mesías.

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta: "La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros)

24 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado: recibió a su esposa

25  y, sin tener relaciones conyugales, ella dio a luz un hijo, al que José puso por nombre Jesús.

        **• A primera vista, la genealogía con que Mateo abre su evangelio crea un cierto disgusto por el relato árido y sin sentido, pero, en realidad, esconde una gran riqueza de enseñanzas teológicas, expresadas en un lenguaje lleno de artificios exegéticos. El evangelista, injertando a Jesús en un árbol genealógico, pretende decirnos que viene de Israel y es Hijo de David, pero que, al mismo tiempo, es mucho más. Observando, pues, la genealogía, se advierte que está construida de modo simétrico con tres períodos de catorce nombres. ¿Por qué este modo de proceder? La apocalíptica judía nos enseña que el actuar de Dios, como el camino de la historia, es misterioso y numéricamente fijo en la periodicidad; esto es: la venida de Jesús a nosotros tiene lugar en el tiempo fijado por Dios, cuando la historia llega a su plenitud.

        Pero el centro sobre el que converge el texto bíblico es el v. 16: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús llamado Mesías». Este versículo, si se observa bien, constituye una ruptura en la genealogía: la generación, de hecho, es quitada a José, porque el verbo no está en forma activa: «engendró», sino en pasiva: «fue engendrado». Es evidente, pues, como afirman los w. 18-25, que Jesús no es sólo hijo de David, sino que procede de Dios. Éste es el misterio de Jesús; sorpresa para algunos y escándalo para otros. Jesús está ciertamente injertado en la historia humana y en la hebrea, pero la supera, porque viene de lo alto, su origen está en el Padre.

MEDITATIO

        Acoger en nuestra existencia el mensaje bíblico de la Navidad significa dejar que nuestra vida se convierta, en el sentido más verdadero y amplio de la palabra, en una vida referida a Dios, una vida de relación nupcial con él. Dios ha establecido un vínculo esponsal con la humanidad, un matrimonio de verdadero amor. «La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo» (Is 62,5). La revelación fundamental de la Biblia es la presencia dominante y arrolladora de Dios, es la invitación a encontrarlo para una vida de comunión con él. Y sólo se le encuentra en el silencio.

        Encontrarlo quiere decir encontrar la soledad, porque «la auténtica soledad es espíritu y todas nuestras soledades humanas son solamente un modo de encaminarnos hacia la fe, que es la perfección de la soledad. La verdadera soledad no es la ausencia de los hombres, es la presencia de Dios» (M. Delbrel). Dios, de hecho, ha venido a nosotros revestido de niño, con un vagido que fácilmente puede ser sofocado por nuestro excesivo y estéril activismo. Hoy, la escucha silenciosa de este Dios hecho hombre parece ser negada a nuestra sociedad de consumo y de derroche. El frenesí de los regalos, para que nada falte sobre la mesa dispuesta con luces y con rojo estrellado, nos ha hecho olvidar la única Palabra de vida que nos permite crecer en un camino de fe y de sentirnos felices.

        El misterio de la encarnación nos desvela un Dios que se hace uno de nosotros por amor; pero que para cumplir sus designios se sirve también de la colaboración de los hombres. ¿Cuál es nuestra parte en esta Navidad para que él nazca de verdad en el corazón de nuestros hermanos?

 

ORATIO

        Jesús, tú te has hecho nuestro hermano y amigo y no has vacilado en hacerte hombre como nosotros para restablecer la amistad entre Dios y la humanidad. Nosotros queremos, ante todo, agradecer al Padre tuyo y Padre nuestro (cf. Jn 20,17) porque no ha vacilado en mandarte a ti, que eres el mayor don que hemos recibido, eligiendo así el camino más bello para llevar a cabo nuestra salvación.

        Tú eres la transparencia personal del amor del Padre y lo eres sólo en virtud de tu unión con Dios y de tu ser Hijo: y nosotros te damos gracias por la obediencia con que has respondido a su proyecto de amor y por el modo con que nos lo has hecho conocer desvelándonos su rostro interior. Pero es tu ejemplo de vida quien nos ha conquistado, porque es una página abierta sobre la que se puede leer cómo nos ha amado Dios. Todo ha partido del amor y a través del amor torna al amor.

        Jesús, tú estás siempre a la escucha del Padre con mirada de contemplación interior y transmites sus palabras, más aún, comunicas tan bien la palabra del Padre que tú mismo eres la Palabra. Queremos en esta Navidad entrar en el silencio y en el estupor de la gruta de Belén.

        Ésta es muy distinta de aquella en la que tú naciste hace tantos años, pero todavía nos dice que para venir a nosotros no escogiste el camino del poder sino el de la humildad y el ocultamiento; no escogiste la riqueza sino la pobreza, privilegiando a los pobres y a los últimos; no escogiste el camino del éxito y de los honores sino el de la humillación y la cruz. Que esta Navidad sea una nueva visita tuya a nuestro corazón para vivir con todos nuestros hermanos el amor, que tú nos has enseñado.

 

CONTEMPLATIO

        Ninguna lengua humana podrá jamás glorificar bastante a aquella de la que tomó carne «el mediador entre Dios y los hombres» (1 Tim 2,5). Ningún elogio humano puede estar a la altura de aquella cuyo vientre purísimo dio el fruto que es el alimento de nuestra alma.

        Es prerrogativa de la Virgen María haber concebido a Cristo en su seno, pero es patrimonio universal de todos los elegidos llevarlo con amor en el propio corazón. Dichosa, pues, dichosísima, la mujer que llevó en su vientre a Jesús durante nueve meses. Pero dichosos también nosotros si nos tomamos el cuidado de llevarlo constantemente en nuestro corazón. Maravilló de modo grandioso la concepción de Cristo en el seno de María, pero no debe maravillar menos verlo hacerse huésped de nuestro corazón.

        En este punto, hermanos míos, reconsideremos cuál es nuestra dignidad y nuestra semejanza con María. La Virgen concibió a Cristo en sus vísceras de carne, y nosotros lo llevamos en las de nuestro corazón. María alimentó a Cristo dando a sus labios la leche de su pecho, y nosotros podemos ofrecerle el alimento siempre variado de las buenas acciones que son sus delicias (Pier Damiani, Sermón 45).

 

ACTIO

        Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Será llamado Emmanuel, Dios-con-nosotros» (Mt 1,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Oh Señor, nuestro Dios y nuestro Padre, concede a muchos, a todos y, por supuesto, también a nosotros, poder celebrar la Navidad caminando con reconocimiento, humildad, alegría y confianza hacia tu enviado en el que tú mismo has venido a nosotros. En el momento en que llega la hora, ven a despejar en nosotros, apartando todo lo que se ha hecho imposible, todo lo que no puede tener ya interés, todo lo que está llamado a desaparecer cuando tu amado Hijo, nuestro Señor y Salvador, haga su entrada en nosotros y nos ponga en orden.

        ¡Ten piedad de todos aquellos que aún no conocen o te conocen mal a ti y a tu Reino, de aquellos que quizás un día supieron todo, pero luego lo han olvidado, mal interpretado o incluso renegado! ¡Ten piedad de esta humanidad hoy tan atormentada y tan amenazada, entristecida por tanta insensatez! ¡Ilumina los pensamientos de aquellos que en oriente y en occidente detentan el poder y que, según parece, no saben dónde tienen la cabeza! ¡Concede a los hombres de gobierno, a los representantes de los pueblos, a los jueces, a los profesores y a los funcionarios, a los periodistas de nuestro país, el discernimiento y la imparcialidad que necesitan para una acción responsable! ¡Ponte tú mismo en los labios de los que en este Tiempo de Navidad deberán predicar las palabras justas, las palabras necesarias, las palabras que ayudan, y abre también los oídos y los corazones de quienes los escucharán! ¡Consuela y anima a cuantos en los hospitales sufren en el cuerpo y en el alma, a los prisioneros, a los afligidos, a los abandonados y a los desesperados. Socórrelos con lo único que puede ayudarnos a todos: con la claridad de tu Palabra y con la acción silenciosa de tu Santo Espíritu!

        Te damos gracias, porque sabemos que no te suplicamos ni te surcaremos en vano jamás. Te damos gracias, porque has hecho rotar tu luz, porque tu luz brilla en las tinieblas y porque las tinieblas nunca podrán apagarla. Te damos gracias, porque eres nuestro Dios y porque nos has concedido ser fu pueblo. Amén (K. Barth, Oración).

 

 

Navidad del Señor: Misa de medianoche

LECTIO

Primera lectura: Isaías 9,1-3.5-6

1 El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado.

2 Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se alegran ante ti con la alegría de la siega, como se regocijan al repartirse un botín.

3 Porque, como hiciste el día de Madián, has roto el yugo que pesaba sobre ellos, la vara que castigaba sus espaldas, el bastón opresor que los hería.

5 Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, Y es su nombre: «Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz».

6 Dilatará su soberanía n medio de una paz sin límites, asentará y afianzará el trono y el reino de David sobre el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará.

        *•• Todas las lecturas bíblicas de las misas de Navidad, si bien con perspectivas diversas, intentan responder a una pregunta: ¿cuál es el sentido de la Navidad? Iniciamos el recorrido desde los antiguos profetas. El oráculo de Isaías presupone una situación dramática para el país de Israel, porque el estrépito de las armas resuena por doquier. La invasión asiría (siglo VIII a.C.) comenzada en Galilea amenaza ya la misma Judea y Jerusalén, y el pueblo, bajo el terror enemigo, camina en la oscuridad y no sabe adonde dirigirse. A esta gente sin esperanza anuncia el profeta: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Luego, dirigiéndose a Dios, exclama: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (v. 2).

        ¿Qué es lo que permite a los hombres pasar de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría? La alusión de Isaías se refiere a la huida de los Asirios, pero el profeta de Dios habla también de fuga de todo enemigo.

        Anuncia la alegría por el que será: «Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz» (v. 5), el que, verdadero héroe de Israel, cumplirá todo esto. Pero ¿cómo será posible todo esto? Isaías responde: «El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará» (v. 6). He aquí, pues, el sentido y el mensaje más antiguo de la Navidad: el fin del miedo, la liberación de la dominación enemiga y todo ello gracias a que: «un niño nos ha nacido» (v. 5: cf. Is 7,14; Miq 5,1- 3; 2 Sm 7,12-16), un descendiente de David que dará vida a una sociedad en la que habrá justicia, paz, alegría y que dará a todos el coraje de vivir.

 

Segunda lectura: Tito 2,11-14

11 Porque se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.

12 Ella nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con moderación, justicia y religiosidad,

13 aguardando la feliz esperanza: la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,

14 el cual se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de que seamos su pueblo escogido, siempre deseoso de practicar el bien.

        *» Pablo escribe a Tito, su discípulo convertido del paganismo y ahora obispo de Creta, explicándole el sentido de la venida de Jesús a nosotros con palabras llenas de esperanza: «Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (v. 11). La universalidad de la salvación es una dimensión esencial de la Navidad, y su verdadero mensaje es el anuncio de salvación y de vida nueva para toda la humanidad sin distinciones de razas ni colores, de clases sociales, ni de dotes intelectuales ni ninguna otra cosa. El Salvador que nos ha sido dado no es sólo un niño que ha elegido nacer en un pobre establo, entre incomodidades y queridos silencios, es sobre todo la sonrisa de Dios que se ha hecho visible, porque no ha perdido su esperanza en los hombres. Ha venido para enseñarnos el camino del bien, de la sobriedad y de la justicia, el desprecio de los atractivos malos e ilusorios del mundo, a la espera del retorno glorioso del Señor (v. 13). Libremente, dirá Pablo, «se entregó a sí mismo por nosotros» (v. 14), primero habiéndonos del Padre y llamándonos amigos, y después, al final, muriendo en la cruz por amor, nos ha liberado de toda esclavitud para reconducir al Padre, de una vez para siempre, a la humanidad reconciliada con él. Sólo la fe ayuda a descubrir el poder de Dios en la vivencia de un pobre. Desde que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, quiere ser acogido y reconocido como hombre: aquí es posible la búsqueda de Dios, porque él se ha quedado entre nosotros.

Evangelio: Lucas 2,1-14

1 En aquellos días apareció un decreto del emperador Augusto ordenando que se empadronasen los habitantes del imperio.

2 Este censo fue el primero que se hizo durante el mandato de Quirino, gobernador de Siria.

3 Todos iban a inscribirse a su ciudad.

4 También José, por ser de la estirpe y familia de David, subió desde Galilea, desde la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén,

5 para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta.

6 Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto,

7 y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

8 Había en aquellos campos unos pastores que pasaban la noche al raso velando sus rebaños.

9 Un ángel del Señor se les apareció, y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Entonces les entró un gran miedo,

10 pero el ángel les dijo: -No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo:

11 Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor.

12 Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

13 Y de repente se juntó al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!».

        *» Sobre el fondo de los anuncios proféticos (cf. Miq 5,1-4; 1 Sm 16,1-3), Lucas en el evangelio nos habla del nacimiento histórico de Jesús. El relato es simple, pero sugestivo, lleno de matices teológicos y construido sobre el modelo del anuncio misionero, que comprende tres momentos. Primero la narración del acontecimiento: el edicto de César Augusto en tiempos de Quirino, gobernador de Siria, y el nacimiento de Jesús en Belén, en la pobreza, en un país sometido a una potencia extranjera (w. 1-7); después el anuncio hecho por los ángeles a los pastores, primeros testigos del evento de la salvación (w. 8-14); y, por último, la acogida del anuncio, con los pastores que van a la gruta, encuentran a Jesús, y sucesivamente el relato de su experiencia a otros  (w. 15-20).

        El punto central del relato, sin embargo, son las palabras de los ángeles a los pastores, que consideran con respeto el sentido gozoso del acontecimiento y la fe en Jesús Salvador en la figura de un niño pobre, «envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (v. 12). Dos motivos, pues, se iluminan uno a otro en el texto: la visible pobreza en la vivencia humana de Jesús y la gloria de Dios escondida en su presencia entre los hombres. Sólo unos cuantos pastores, representantes de gente pobre y humilde, reconocen al Mesías esperado: éste es el signo divino extraordinario del inicio de una época nueva en la historia de los hombres.

MEDITATIO

        Para contemplar el misterio de Navidad necesitamos, sobre todo, simplicidad para asombrarnos ante su mensaje. Capacidad de asombro y mirada de niño son los medios necesarios para gustar el anuncio lleno de alegría de esta noche santa. Y esta alegría tiene una motivación clara: el nacimiento de un niño, Salvador universal, que trae motivos de esperanza para todos, que son paz, justicia y salvación. Y ¿qué signos cualifican a este niño? La debilidad, la pobreza, la impotencia y la humildad, cosas que el mundo ha rechazado siempre y que, por el contrario, ha hecho propias el Hijo de Dios.

        Con la venida de Jesús las falsas seguridades de los hombres han zozobrado, porque Dios ha elegido no a los fuertes ni a los sabios, ni a los poderosos de este mundo, sino a los débiles, a los pequeños, a los necios, a los últimos: ha elegido «un niño acostado en un pesebre » (Le 2,7.12.16; cf. 1 Cor 1,27; Mt 11,26), pobre, marginado y desestimado. Precisamente sobre esta pobreza se despliega el esplendor del mundo del Espíritu, mientras nosotros estamos complicados en dramas de conciencia, porque nos tienta seguir principios de fuerza, de poder, de violencia. El niño de Belén nos dice que el milagro de la paz de la Navidad es posible para aquellos que acogen sus dones.

        A esta luz el acontecimiento de esta noche no es sólo una fecha para conmemorar, sino evento capaz, también hoy, de contagio y de transformación. Cuatro son las noches históricas de la humanidad, según una antigua tradición rabínica: la noche de la creación (Gn 1,3), la de Abraham (Gn 15,1-6), la del Éxodo (Ex 12,1-13) y la de Belén, es decir, esta noche, que es la más importante, porque el Hijo de Dios ha traído su paz, distinta de la pax augusta, y es el fundamento de la «civilización del amor» (Pablo VI). ¿Somos capaces de vivir el misterio?

ORATIO

        Te damos gracias, Señor del universo y de los hombres, porque en Jesús niño, que vino a la tierra portador de tus dones -la paz, la alegría, la justicia y la salvación-, se ha manifestado tu amor a todos. Queremos comprender, si bien con la pequeñez de nuestra mente, algo del misterio del Verbo encarnado, porque con ello se iluminará nuestro misterio humano.

        Para los judíos era absurdo pensar que la Palabra definitiva de Dios apareciese en la debilidad del hombre Jesús. Para los paganos era escándalo aceptar la plena humanidad del Hijo de Dios, lugar indigno de la divinidad.

        Nosotros, por el contrario, creemos que la Palabra, en un momento histórico muy preciso, «se hizo carne» en la fragilidad e impotencia como toda criatura, naciendo de una mujer, María (cf. 1 Jn 4,2-3), y creemos que en Cristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, reside la revelación definitiva del Padre y el anuncio de la fe que nos salva.

        El hombre del tercer milenio tiene necesidad de Jesús, revelador de tu amor de Padre, para escapar de su individualismo y de su superficialidad, que lo privan de los verdaderos valores en que se puede encontrar la esperanza de vivir. Señor, el nacimiento de tu Hijo nos revela que también nosotros en Jesús hemos sido hechos hijos tuyos y te podemos conocer.

        Haz que toda nuestra vida, sobre el modelo de la de Cristo, se vuelva en actitud de docilidad filial hacia ti y, para ello, en la noche de Navidad nos ponemos de rodillas, en adoración ante el rostro humano del Jesús-Niño, tu Hijo unigénito, en el que resplandece e irradia tu rostro invisible de Padre, para ver nuestro rostro divino.

 

CONTEMPLATIO

        Pero ¿quién soy yo? ¿Podré decir algo digno de lo que se ve? Me faltan las palabras: la lengua y la boca no son capaces de describir las maravillas de esta solemnidad divina. Por eso yo con los coros angélicos grito y gritaré siempre: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!».

        Dios está en la tierra; ¿quién no será celeste? Dios viene a nosotros, nacido de una Virgen; ¿quién no se hará divino hoy y anhelará la santidad de la Virgen, y no buscará con celo la sabiduría, para hacerse más cercano a Dios? Dios está envuelto en pobres pañales; ¿quién no se hará rico de la divinidad de Dios si acoge algo humilde?

        Exulto como los pastores y me sobresalto escuchando estas voces divinas: ansío ir al pesebre que acoge a Dios y deseo llegar a la celestial gruta: anhelo ver el misterio manifestado en ella y allí, en presencia del Engendrado, levantar la voz cantando: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!» (Sofronio de Jerusalén, Le Omelie, Roma 1991, 55-57).

ACTIO

        Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        En aquella noche de Navidad una multitud del ejército celeste se apareció en Belén a los pastores, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!»; en este mismo momento nosotros celebramos ¡untos el nacimiento de nuestro Señor y su pasión y muerte. Según el mundo, este modo de comportarse es extraño. Porque ¿quién en el mundo puede llorar y alegrarse al mismo tiempo y por el mismo motivo? En efecto, o la alegría será dominada por la aflicción, o la aflicción será aniquilada por la alegría; solamente en nuestros misterios cristianos podemos alegrarnos y llorar al mismo tiempo y por la misma razón. Pero pensad un poco en el significado de la palabra «paz». ¿No os parece extraño que los ángeles hayan anunciado la paz mientras el mundo está incesantemente azotado por la guerra o por el miedo de la guerra? ¿No os parece que las voces angélicas se hayan equivocado y que la promesa fue una desilusión y un engaño?

        Reflexionad ahora sobre cómo habló de la paz nuestro Señor mismo. Dijo a sus discípulos: «Mi paz os dejo, mi paz os doy». ¿Entendía Él la paz como nosotros la entendemos: el reino de Inglaterra está en paz con sus vecinos, los barones están en paz con el rey, el jefe de familia que cuenta sus pacíficas ganancias, la casa bien limpia, su mejor vino sobre la mesa para el amigo, su mujer que canta a sus hijos? Aquellos hombres que eran sus discípulos no conocían nada de esto: ellos salieron a hacer un largo viaje, a sufrir por tierra y por mar, a encontrar la tortura, la desilusión, a sufrir la muerte con el martirio. ¿Qué cosa quería, pues, decir Él? Si queréis saberlo, recordad que dijo también: «No os la doy como la da el mundo». Así pues, Él dio la paz a sus discípulos, pero no como la da el mundo (T. S. Eliot, Asesinato en la catedral Madrid 1996).

 

 

Navidad del Señor: Misa de la aurora

LECTIO

Primera lectura: Isaías 62,11-12

11 Esto es lo que proclama el Señor hasta el confín de la tierra: Decid a la ciudad de Sión: «Mira, ya viene tu salvador; viene con él su recompensa, le precede el premio».

12 Se los llamará «pueblo santo» y «rescatados del Señor» y a ti te llamarán «Buscada», «Ciudad no abandonada».

        **• Isaías pronunció estas alentadoras palabras a los ancianos de Israel reunidos en Jerusalén a la espera del retorno a la patria de sus hermanos israelitas, "el resto de Israel" deportado en Babilonia. El texto profético se compone de dos versículos: el primero contiene un anuncio dirigido a Jerusalén, «la hija de Sión» y, por tanto, a toda la nación, de la inminente liberación de los exiliados por parte de Dios, que vendrá como «Salvador » del pueblo, trayendo consigo el don precioso y tantas veces invocado de la libertad (v. 11); el segundo versículo, por su parte, contiene los nuevos títulos de gloria de estos hermanos, que serán llamados «pueblo santo», y también de los otros pueblos «rescatados del Señor», así como de Jerusalén, que, como joven esposa, será llamada «Buscada» y «Ciudad no abandonada» (v. 12).

        Es siempre el Señor el primero que toma la iniciativa, busca a su pueblo, lo rescata y lo liga a Sí con su amor renovado y fiel. El texto de Isaías es utilizado por la liturgia navideña porque es leído como profecía de otro gran encuentro, el que el Señor realiza, a través de su Hijo unigénito, con la humanidad en Belén junto a la cuna de Jesús-niño, verdadero salvador y libertador de los hombres. Por Él también nosotros somos llamados «pueblo santo» de Dios y por los pueblos «rescatados del Señor»: a nosotros nos ha manifestado su ternura.

Segunda lectura: Tito 3,4-7

4 Pero ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres.

5 Él nos salvó, no por nuestras buenas obras, sino en virtud de su misericordia, por medio del bautismo regenerador y la renovación del Espíritu Santo,

6 que derramó abundantemente sobre nosotros por Jesucristo nuestro Salvador.

7 De este modo, salvados por su gracia, Dios nos hace herederos conforme a la esperanza que tenemos de heredar la vida eterna.

        *» También esta lectura de la Palabra de Dios, como la de Isaías, es más simple y breve de lo acostumbrado, justo para decirnos que el misterio que contemplamos en este día es tan grande que no podemos encerrarlo en palabras humanas. Todo cuanto el Señor ha hecho por la humanidad entera es exclusivamente obra de su providente bondad. El apóstol Pablo, en efecto, dirigiéndose a su discípulo Tito afirma, con palabras fruto de su personal experiencia pastoral, que somos salvados no por las buenas acciones que hayamos realizado (v. 5a; cf. Rom 9,30-32; 10,3.5; Flp 3,9), sino porque el Espíritu de Dios ha sido rico en dones en nuestro favor; (v. 5b; Rom 3,24; Jn 3,16-18). Especialmente, cuando ha venido a nosotros el Salvador por libre iniciativa de su amor misericordioso, Él de enemigos nos ha hecho amigos, haciéndonos sus hijos mediante el sacramento del bautismo (cf. 1 Pe 1,3).

        Si en Navidad Dios nos ha hecho el don de su Hijo, podemos decir que en el bautismo nos trae el don de su Espíritu, que nos da, además, la certeza de que hemos sido hechos herederos de algo que no se corrompe y no tendrá fin: la «vida eterna» (v. 7), esto es, la experiencia del conocimiento personal de Dios. Tantos y tan grandes dones del Señor abren nuestro corazón a la admiración por cuanto ha hecho por nosotros y a la gratitud filial por tanta generosidad gratuita.

 

Evangelio: Lucas 2,15-20

15 Cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: -Vamos a Belén a ver eso que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado.

16 Fueron deprisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre.

17 Al verlo, contaron lo que el ángel les había dicho de este niño.

18 Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores, se quedaban admirados.

19 María, por su parte, guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón.

20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído correspondía a cuanto les habían dicho.

        *» Este evangelio de la "misa de la aurora" es la continuación del de la noche, que Lucas nos ha presentado con los tres momentos del esquema del anuncio misionero: narración del hecho, anuncio a los pastores y acogida del acontecimiento. El evangelista, en efecto, se detiene sobre este último momento en que los pastores se dirigen inmediatamente a Belén y encuentran en la gruta, como les había sido anunciado por los ángeles, al niño Jesús con María y José.

        Estamos ante un verdadero itinerario de fe con sus etapas, en las que aparece claro que la decisión interior se traduce inmediatamente en gestos concretos de vida: primero la búsqueda («fueron deprisa»: v. 16a), después el hallazgo y la experiencia humana y espiritual («encontraron al Niño»: v. 16b), por último el testimonio de vida («contaron lo que del Niño se les había dicho»: v. 17). Del testimonio nace, pues, la reacción de asombro y de fe en los que habían escuchado el relato («se quedaban admirados de lo que decían los pastores»: v. 18), y así la fe comienza a propagarse.

        El texto termina con una preciosa referencia a María: («ella conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón»: v. 19), lo que significa que la Virgen permanece pensativa en la contemplación de los hechos narrados y de las palabras de los pastores sobre el pequeño Jesús. Ya la historia del Hijo, que va del vientre materno al vientre-tumba de la resurrección, forma un todo con la historia de María, porque, desde el fiat de la anunciación, ella ha aceptado en la fe servir dócilmente los caminos de Dios.

 

MEDITATIO

        Toda la Palabra de Dios de este día de Navidad es una invitación a no detenerse en las explicaciones, sino a abandonarse a la contemplación de las palabras: «Hoy ha nacido para nosotros el Señor» (antífona de entrada) y del misterio de un Dios hecho hombre. Jesús ha traído a la humanidad el don más precioso, como dice san Ireneo: «Ha traído todo lo nuevo al traerse a Sí mismo».

        ¿Cómo robustecer nuestra fe ante este Niño silencioso? Tomando la decisión de "ir a Belén" también nosotros, como los pastores, porque esta tierra es el icono de la simplicidad y de la transparencia, de la alegría y de la vida, del silencio y de la contemplación. Necesitamos volvernos niños de corazón para descubrir las raíces de nuestra fe; necesitamos la alegría festiva que nos haga creer que la vida es un gran don de Dios que no debe ser malgastado; tenemos necesidad de silencio contemplativo. Cuando queremos expresar nuestro amor a los otros, ¿qué otra cosa podemos dar, en efecto, sino nuestro silencio? «El silencio ilumina nuestras almas, susurra en nuestros corazones y los une. El silencio nos separa de nosotros mismos, nos hace volar por el firmamento del Espíritu y nos acerca al cielo» (M. Dellbrel). Esta experiencia nos permitirá volver a nuestras casas y a nuestro trabajo alabando a Dios por la Palabra contemplada, como María, seguros de conservarla en el corazón para anunciar a los demás lo que significa para nosotros.

 

ORATIO

        Acepta, Señor, nuestra oración silenciosa y adorante porque en este día queremos hacerla con los labios y el corazón de María, tu Madre, que largamente en el silencio ha contemplado tu rostro y ha escuchado antes que nadie tus palabras: «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen» (Le 11,28). Te damos gracias, Señor, por tu persona que se ha hecho Palabra, por tu Espíritu que ora en nosotros, por las pocas y tantas cosas que nos has dicho desde tu pesebre de Belén con tu silencio. También nosotros quisiéramos callar y únicamente contemplar tu rostro, porque él nos habla y eso nos basta. Contemplar y callar, conservando y meditando en el corazón.

        Te pedimos sólo que cada uno de nosotros busque, hoy y en el futuro, no las cosas que se ha propuesto hacer, sino aquellas que tú quieres que haga, lo que tú, amorosamente, nos invitas a hacer. Ayúdanos, por un momento, a acallar nuestras preocupaciones inmediatas para dejarnos llevar por ti hacia las preocupaciones verdaderas y así, olvidando las cosas "urgentes", nos ocuparemos, por fin, de lo auténticamente importante.

        Y tú, María, que meditabas en tu corazón las palabras y los hechos de Jesús, haz que te imitemos con sencillez, con tranquilidad, con paz. Aparta de nosotros todo afán, preocupación y esfuerzo, y haznos atentos escuchadores de la Palabra, como has hecho tú, para que nazca en nosotros el fruto del evangelio, tu Hijo Jesús, que llevaste en tu seno.

 

CONTEMPLATIO

        Cristo nace: ¡glorificadlo! Cristo baja de los cielos: ¡salid a su encuentro! Cristo está en la tierra: ¡levantaos! Cristo se ha encarnado: ¡exultad! De nuevo las tinieblas se disuelven, nuevamente se alza la luz. Ésta es nuestra fiesta, esto celebramos hoy: la venida de Dios a los hombres, para que, a nuestra vez, nosotros vayamos a Dios; para que nos despojemos del hombre viejo y nos vistamos el nuevo.

        Salta de gozo; honra a la pequeña Belén, que te ha hecho remontar al paraíso; adora el pesebre, por medio del cual tú eres alimentado por el Verbo. Conoce, como el buey, al que es tu Señor; conoce, como el asno, el pesebre de tu Amo. Corre, junto a la estrella, lleva dones junto con los Magos, oro, incienso y mirra, al que es el Rey y Dios y ha muerto por ti. Glorifícalo con los pastores, cántalo con los ángeles, haz coro con los arcángeles. Sea común la fiesta en el cielo y en la tierra. Estoy convencido, en efecto, de que también las potencias celestiales exultarán y celebrarán hoy la fiesta con nosotros, porque aman a Dios, pero aman también a los hombres (Gregorio Nazianceno, Homilías sobre la natividad, Madrid 21992; Discurso 38, passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Lc 1,19).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Al aproximarse la Navidad el año 1223, Francisco de Asís llamó a si a su amigo Ser Giovanni Vellita y le dijo: «Hay en los bosques de Greccio una gruta que me recuerda la de Belén. He pensado celebrar allí la santa noche». Entiende Ser Giovanni y lo organiza todo según el deseo del santo. Cuando llegó la noche, los fieles acudieron en masa desde los alrededores cantando salmos adentrándose en la floresta. A la luz de las antorchas llegaron a la gruta, donde estaba para celebrarse la misa. El altar estaba dispuesto sobre un pesebre y junto a él yacían un asno y un buey.

        Cuando el sacerdote se disponía a repartir el Cuerpo de Cristo a los fieles se vio una luz deslumbrante en torno al Santo. En sus descarnados brazos, que salían de las mangas del sayal, sostenía un niñito frágil y adormecido; pero como Francisco, en un acto de amor, atrajo contra su pecho el cuerpo tembloroso del pequeño, este se despertó, le sonrió y le acarició la descarnada mejilla.

        Los que lo vieron comprendieron que aquel niño era Jesús que, adormecido en el corazón de muchos, Francisco, con el ejemplo de su vida, había despertado (De la tradición franciscana).

 

 

Navidad del Señor: Misa del día

LECTIO

Primera lectura: Isaías 52,7-10

7 ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva y proclama la salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu Dios».

8 Tus centinelas alzan la voz, cantan a coro, porque ven con sus propios ojos que el Señor vuelve a Sión.

9 Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén.

10 El Señor manifiesta su poder a la vista de todas las naciones, y los confines de la tierra contemplan la victoria de nuestro Dios.

        ^ Las lecturas de la tercera misa dejan el relato del evento natalicio con el anuncio de Jesús-luz, salvación y gozo y nos presentan el mensaje más profundo de la solemnidad a través de una meditación riquísima del acontecimiento.

        El profeta Isaías expone el contenido salvífico del mensaje comenzando con la presentación de los centinelas de la ciudad santa, que divisan a Dios volviendo a Jerusalén para salvarla. Estos centinelas anuncian «alegres noticias» de paz y salvación al pueblo, diciendo que el Señor ha vuelto y ha retomado su puesto sobre la colina de Sión, estableciendo su morada definitiva entre los suyos (w. 7-8; cf. Rom 10,15; Ez 43,1-5). Pero el Señor no sólo vive con el pueblo; también, como un esposo atento y solícito obra y actúa por su esposa. De hecho,

        Isaías expone la actividad salvífica de Dios utilizando tres verbos significativos: «Consuela, rescata, manifiesta su poder» (w. 9-10). Estos tres verbos iluminan la acción amorosa, providente y vigilante en defensa del pueblo, especialmente contra los enemigos que lo hostigan. El anuncio profético concluye con la constatación de que todos los pueblos de la tierra han podido ver que el Señor no abandona a su pueblo, sino que está siempre dispuesto para salvarlo (v. 10; Mt 28,28). La Iglesia, utilizando este texto estalla de alegría porque ve que el Señor ha cumplido la espera del nacimiento del Mesías, anunciada en los siglos precedentes.

 

Segunda lectura: Hebreos 1,1-6

1 Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por medio de los profetas;

2 ahora en este momento final nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo.

3 El Hijo que, siendo resplandor de su gloria e imagen perfecta de su ser, sostiene todas las cosas con su palabra poderosa y que, una vez realizada la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de Dios en las alturas

4 y ha venido a ser tanto mayor que los ángeles, cuanto más excelente es el título que ha heredado.

5 En efecto, ¿a qué ángel dijo Dios alguna vez: Tú eres mi hijo, Yo te he engendrado hoy. Y también: Yo seré padre para él y él será hijo para mí?

6 Y, de nuevo, cuando introduce a su Hijo primogénito en el mundo, dice: Que lo adoren todos los ángeles de Dios.

        **• El prólogo de la Carta a los Hebreos, que contiene todos los temas que el autor piensa desarrollar seguidamente para reforzar la fe de los cristianos procedentes del hebraísmo, es una invitación a la comunidad cristiana a fijar su mirada sobre el misterio de Cristo desde su nacimiento, punto culminante de la revelación de Dios(cf. Jn 1,18; Gal 4,4).

        Jesús, el Hijo, es, en efecto, la plena y completa revelación del Padre (v. 2). Él, como el Padre, es Dios y creador, es «irradiación de su gloria e impronta de su ser» (v. 3) y por esto es superior a todas las instituciones religiosas antiguas, a los profetas y a los ángeles (w. 4-13; cf. Fil 2,9) y heredero de todas las cosas (cf. Rom 8,17; Mt 21,38). Por la misión que ha recibido del Padre y ha realizado entre los hombres con el anuncio de la Palabra de verdad (cf. Jn 14,6), ha cancelado el pecado del mundo, ha restablecido la comunión entre Dios y la humanidad, y con su muerte y resurrección ha sido ensalzado sobre todas las cosas, «se ha sentado a la derecha de Dios en el alto de los cielos» (v. 3; cf. Rom 3,24-25; Col 1,13-14; Flp 2,9-11) y ha sido reconocido por el Padre como Hijo unigénito.

        Éste es el misterio de Jesús que ha sido revelado, que está presente y vivo en la Iglesia y que cada creyente debe imitar para ser manifestación de Dios entre los hombres y tener parte en la intimidad de Dios.

 

Evangelio: Juan 1,1-18

1 Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

2 Ya al principio ella estaba junto a Dios.

3 Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir.

4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres;

5 la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron.

6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan.

7 Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él.

8 No era él la luz, sino testigo de la luz.

9 La Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre.

10 Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció.

11 Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron.

12 A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios.

13 Éstos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios.

14 y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

15 Juan ha dado testimonio de él, proclamando: -Éste es aquel de quien yo dije: «El que viene detrás de mí ha sido colocado por delante de mí, porque existía antes que yo».

16 En efecto, de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia.

17 Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

18 A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer.

        *» El prólogo de Juan es una síntesis meditativa de todo el misterio de Navidad, porque el Niño de Belén es la revelación de Dios, la verdad de Dios y del hombre, y reflexionando sobre este evento nos ponemos en tesitura de comprender quién es el que ha nacido y quienes somos nosotros.

        El núcleo del prólogo está en el v. 14: «Y la Palabra se hizo carne», que contiene el hecho de la encarnación y, por tanto, de Navidad: el Hijo de Dios se ha hecho hombre con la fragilidad e impotencia de toda criatura. Para comprenderlo Juan se remonta al misterio trinitario y luego vuelve a descender hasta el hombre. El inicio, pues, es la afirmación que nos sitúa fuera del tiempo en el misterio de Dios: «En el principio era la Palabra» (v. la) y nos habla de una existencia sin comienzo ni devenir.

        Después en la frase: «La Palabra estaba junto al Padre » (v. Ib), el evangelista precisa la situación del Logos (= la Palabra), que existe desde siempre, en parangón con Dios: el Verbo, en su ser más profundo, está en actitud de escucha y obediencia, completamente vuelto hacia el Padre. Jesús, la Palabra encarnada, hace a Dios visible y cercano al hombre, siendo su reflejo. Así pues, toda la historia y la realidad humana tienen vida por la Palabra: «En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (v. 4), porque en Jesús todo encuentra consistencia, significado, fin y especialmente la salvación de todo hombre. Todas estas afirmaciones de Juan son importantes para comprender el papel de Jesús como revelador y testigo veraz de Dios. Por esto «de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia» (v. 16), es decir, de su vida filial todos podemos recibir abundantemente.

MEDITATIO

        La lectura de la Palabra de Dios en el misterio adorable de la Navidad converge sobre la memoria de que el Hijo de Dios ha venido a nosotros, un Dios con nosotros y para nosotros. Dios trascendente e invisible ha dejado su lejanía e invisibilidad y ha tomado un rostro humano haciéndose visible, concreto y asequible: «Se ha hecho lo que somos, para hacernos partícipes de lo que Él es» (Cirilo de Alejandría). Esta fe nuestra se funda sobre una explicación que el evangelista Juan encuentra colocando la raíz de la existencia de Jesús en el seno del Padre (Jn 1,1-3). La reflexión bíblica, sin embargo, va más lejos y nos impulsa a contemplar quién es Jesús para nosotros: es Dios de salvación para todo hombre.

        Pero la Navidad es también la memoria de la modalidad histórica en la que se ha realizado la encarnación. Ha elegido la vida del pobre y del derrotado para que nosotros pudiésemos vislumbrar el poder de Dios en su elección de la pobreza y de la kenosis (despojo). Porque Él quiere ser buscado, reconocido y acogido: como un pobre necesitado y sufriente, porque no sólo se ha hecho hombre, sino que se ha quedado entre los hombres.

        Con su nacimiento, además, nos ha hecho también el don de ser hijos: «A cuantos la recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12). La Navidad de Jesús es también nuestra Navidad, la de nuestro renacer a una vida nueva. En Él también nosotros hemos sido «destinados a ser hijos adoptivos» del Padre celestial (Ef 1,5); cf. 1 Jn 3,1). Si Dios mismo nos dice: «¡Tú eres mi hijo!», a nosotros no nos queda sino agradecerle y alegrarnos por nuestra participación en la vida divina.

ORATIO

        Padre nuestro, en estos días hemos escuchado muchas palabras sobre la Navidad y estamos saciados de ellas pero, en realidad, no hemos comprendido a fondo el sentido de aquellas verdades. Juan Pablo II ha hecho esta reflexión: «El Niño alienta. ¿Quién oye el vagido del Niño? Por Él, empero, habla el cielo y es el cielo el que revela la enseñanza de este nacimiento. Es el cielo el que la explica con estas palabras: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!». Es preciso que nosotros, tocados por el hecho del nacimiento de Jesús, escuchamos este grito del cielo ». ¿Cómo acoger y escuchar el vagido de este Niño?

        Ésta es la pregunta que tú, Señor, suscitas en nuestro corazón. Nuestra respuesta quiere ser pronta y generosa, sobre todo con la escucha de tu Palabra que se presenta educadora de sensibilidad cristiana para hacer la experiencia de que tú eres «Emmanuel». Queremos, además, corresponder a los dones, como el grandísimo que nos has hecho al nacer entre nosotros. Nuestro don es nada respecto al tuyo, pero continúa esta donación por solidaridad y participación plena de la vivencia humana.

        Tu Navidad nos propone también la consciencia de la fraternidad universal. Cada uno de nuestros gestos navideños pretende ser no sólo privado o familiar, sino abierto a la solidaridad y a la bondad, especialmente con los más necesitados de ellas, como los pobres, los inmigrantes, los explotados, los que viven en soledad o son olvidados, porque justicia social y solidaridad van siempre juntas.

 

CONTEMPLATIO

        Alégrese la esposa amada por Dios. He aquí al esposo mismo, que avanza hacia nosotros. A nosotros, creyentes, el Esposo se nos presenta siempre bello. Bello es Dios, Verbo junto a Dios; bello en el seno de la Virgen, donde no pierde la divinidad y asume la humanidad; bello es el Verbo nacido niño, porque mientras era bebé, mientras mamaba la leche, mientras era llevado en brazos los cielos han hablado, los ángeles han cantado alabanzas, la estrella ha señalado el camino a los Magos, ha sido adorado en el pesebre, alimento para los mansos.

        Es bello, pues, en el cielo, bello en la tierra; bello en el seno, bello entre los brazos de sus padres; bello en los milagros, bello en el suplicio; bello en el invitar a la vida, bello en el no preocuparse de la muerte; bello en el abandonar la vida y bello en el recuperarla, bello en la cruz, bello en el sepulcro, bello en el cielo. Escuchad, pues, el cántico sin apartar jamás vuestros ojos del esplendor de su belleza (San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 44,3).

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de toaos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad (W. Pannenberg, Presenza di Dio, Brescia 1974, 119-120).

 

 

 

26 de diciembre San Esteban

LECTIO

Primera lectura: Hechos 6,8-10; 7,54-60

8 Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes signos y prodigios en medio del pueblo,

9 algunos de la sinagoga llamada «de los libertos», a la que pertenecían cirenenses y alejandrinos, y algunos de Cilicia y de la provincia de Asia, se pusieron a discutir con él,

10 pero no pudieron hacer frente a la sabiduría y el espíritu con que hablaba,

54 Oyendo sus palabras, se recomían de rabia en su corazón y rechinaban los dientes contra él.

55 Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, mirando fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios,

56 y exclamó: -Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.

57 Ellos, dando grandes gritos, se taparon los oídos y se arrojaron a una sobre él.

58 Lo echaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo.

59 Mientras lo apedreaban, Esteban oraba así: -Señor Jesús, recibe mi espíritu.

60 Luego cayó de rodillas y gritó con voz fuerte: -Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y dicho esto, expiró.

        **• Esta página de los Hechos narra la muerte de Esteban, primer mártir de la Iglesia. Hombre de fe y de Espíritu Santo, fue elegido diácono para el servicio de la comunidad cristiana, a fin de que la comunión de vida fuese visible incluso en la distribución de los bienes (cf. Hch 6,1-6). Lleno de dones carismáticos, de sabiduría contemplativa en la predicación y de fuerza evangélica en la evangelización, fue intrépido testigo de Cristo resucitado con la fuerza de su Espíritu (w. 8-10). La parte final del valiente discurso de Esteban, hecho ante los ancianos y los jefes del pueblo, y la sucesiva narración de su martirio (w. 54-60) son un magnífico ejemplo de catequesis bíblica. El discurso, en efecto, concluye por una parte con la profesión de fe en Jesús, hecha por Esteban y, por otra, con la falsa acusación de los jefes contra él por haber pecado contra la Ley de Moisés y el templo y, por tanto, con la decisión de su condena a muerte.

        La lapidación del protomártir Esteban es narrada por Lucas según el modelo de la muerte de Jesús, porque también él murió confiándose al Señor y perdonando a sus verdugos (cf. w. 59-60; Le 23,34-46). El testimonio de Esteban no es otro sino que la vida de Cristo continúa en la vida de la Iglesia por la disponibilidad al Espíritu, la predicación, la coherencia evangélica y la muerte misma. Es preciso estar abiertos al paso del Espíritu por la propia existencia para comprender los tiempos nuevos que Jesús ha inaugurado, porque ahora su persona es la plenitud de la ley que ninguna persecución podrá eliminar jamás.

 

Evangelio: Mateo 10,17-22

Dijo Jesús a sus apóstoles:

17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas.

18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos.

19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir,

20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros.

21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán.

22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

        **• El evangelio de Mateo se coloca en el contexto de las persecuciones y refiere algunas enseñanzas de Jesús a sus discípulos acerca de las pruebas que la Iglesia deberá sufrir en el curso de su historia. Jesús expone esta situación con tanta claridad y tanto detalle concreto, que parece estar describiendo la Iglesia primitiva después de los años 70, que debió afrontar diversas pruebas internas y externas en su vida y fácilmente hubiera podido caer en el desaliento y haber perdido la fe en Él.

        Jesús provee así a la continuidad de su obra en el tiempo y en el espacio, anticipando acontecimientos y signos que la comunidad cristiana deberá afrontar en el mundo, para ayudar a sus discípulos a superar el escándalo de la cruz, que permanece siempre como verdadero obstáculo en el camino de fe de todo creyente.

        La palabra repetida por Jesús en el texto -«no os preocupéis » y «no tengáis miedo» (w. 19.26.28.31)- son el alivio del Señor al miedo de los suyos, real impedimento al alegre anuncio del evangelio que, por el contrario, debe ser proclamado con entusiasmo y muestras de alegría. Ante los reyes y en los tribunales es «el Espíritu del Padre» el que hablará por vosotros (v. 20). También el odio de parientes y amigos «a causa del nombre» de Jesús (v. 22) será recompensado porque el Padre lo ve y concederá a los suyos la salvación y la verdadera vida.

MEDITATIO

        ¿Cuál es el sentido cristiano del sufrimiento y de la muerte del texto bíblico que considera la liturgia de hoy? La respuesta a interrogantes tan fundamentales de la vida humana se encuentra sólo en el dejarse iluminar totalmente por la enseñanza y el testimonio vividos por Jesús. «Humanamente hablando, la muerte es el fin de todo» escribe Kierkegaard, «y humanamente hablando hay esperanza sólo mientras hay vida». Pero para el  cristiano el sufrimiento y la muerte no son en modo alguno el fin de todo; son solamente pequeños acontecimientos comprendidos en el todo que es la vida eterna. En el sentido cristiano, pues, hay infinitamente más esperanza en la muerte que hablando en un mundo meramente humano, en el que no sólo hay vida, sino una vida en plena salud y fuerza física».

        La muerte de Esteban o de tantos primeros testigos de la fe cristiana no tendrá la ultima palabra sobre la vida de estos discípulos de Jesús, porque Cristo es el Señor de la vida y de la muerte. La resurrección de Jesús muestra la verdadera gloria, como única realidad de la verdadera vida, hacia la que se encamina todo creyente. Esta prevé, sin embargo, que la gloria de Jesús y de cada uno de sus discípulos pasa justamente a través del Gólgota y la muerte en cruz. El sufrimiento y la muerte de Jesús y de todo discípulo suyo ofrecen un signo que habla a la fe. El plan de Dios es más grande que el pequeño y estrecho del hombre. El amor de Dios supera con mucho el interés particular de cada uno de sus hijos.

        Sólo Jesús, signo del amor de Dios a los hombres es capaz de liberar al hombre de la muerte y de hacer brotar en el corazón del discípulo la fe como respuesta radical a la salvación ofrecida por Dios.

 

ORATIO

        Señor de la vida y de la muerte que, con tu enseñanza y ejemplo de coherencia y de vida, nos has enseñado a afrontar el sufrimiento e incluso la muerte, nosotros deseamos alzar la mirada, como dice la Escritura, hacia ti, que eres «el que traspasaron» (Jn 19,37). Ésta es una invitación dirigida a todos los hombres para que vean y crean a tu corazón traspasado con una mirada interior y contemplativa que los introduzca en el misterio de la salvación.

        Nosotros, como el primer mártir Esteban y tras él todos los mártires y los santos, queremos hacernos partícipes de la experiencia y de la fe del primer testigo, que ha visto durante su martirio tu gloria, aquella gloria que el Padre te ha reservado por tu dócil obediencia hasta la cruz. También para nosotros esta mirada hacia el cielo debe hacerse contemplación de fe, experiencia interior, posesión permanente. Esto quiere ser también un compromiso para celebrar contigo la obra del Padre y de penetrar en la contemplación tu vida divina con un testimonio de fe y de amor.

        Sabemos que el único remedio válido contra el miedo es la fe. Señor, tú has pedido a tus discípulos superar el grave momento del dolor y de la prueba, no tanto acogiéndose con la mente a tus palabras, cuanto creyéndote a tí con el corazón y con la vida entera, a ti que comunicas la palabra del Padre, la única que salva y elimina toda turbación. No hay, pues, verdadera fe en Dios sin fe en ti, porque Dios se ha revelado como tu Padre y tú nos has revelado su rostro luminoso.

 

CONTEMPLATIO

        San Esteban, bienaventurado Esteban, Esteban bueno, fuerte soldado de Dios, primero de la serie de sus mártires: he sabido y creo y abrazo con alegría el hecho de que tú, todavía en esta tierra hayas tenido santidad tan luminosa que tu rostro venerable resplandecía como el de los ángeles. En efecto, cuando tus enemigos se encarnizaban contra ti, tú, de rodillas, exclamaste en un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado».

        Hombre dichoso, ¡cuanta esperanza das a tus amigos pecadores al escuchar que te has preocupado tanto de enemigos arrogantes! «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». ¿Cómo responderá cuando es invocado aquel que, provocado respondía de esa manera? ¿Qué bondad sabrá usar con los humildes ahora que es ensalzado, aquel que socorría de ese modo a los soberbios cuando era humillado? Anda, dime, bienaventurado Esteban, ¿qué cosa te caldeaba el corazón para derramar al exterior tantas bondades juntas? No hay duda de que estabas colmado de todas, adornado de todas, iluminado por todas.

        Te suplico, caritativo Esteban, ruega para que mi alma endurecida se llene de caridad generosa. Haz que mi alma insensible, por don de Aquel que la ha creado, arda en el fuego de la caridad (Anselmo D'Aosta, Ovacione a santo Stefano, in Orazioni e Meditazioni, Milán 1997, 318-333).

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (Hch 7,60).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Desde ahora ningún honor del mundo o de la iglesia me puede tentar. Llevo conmigo la confusión de cuanto el Santo Padre ha querido hacer por mí enviándome a París. Tener un alto cargo en la jerarquía o no tenerlo me es del todo indiferente. Esto me da una paz grande. Y me deja más libre para el cumplimiento de mi deber, a toda costa y a todo riesgo. Es bueno que esté preparado a alguna gran mortificación o humillación. Este será el signo de mi predestinación.

        Quiera el cielo que signifique el inicio de mi verdadera santificación, como ha ocurrido con almas más selectas, que recibieron en los últimos años de su vida el toque de la gracia que los hizo santos auténticos. La idea del martirio me da miedo. Temo por mi resistencia al dolor físico. Sin embargo, podría dar a Jesús el testimonio de sangre, ¡oh que gracia y que honor para mí! (Juan XXIII, Diario del alma, Madrid 1998).

 

 

27 de diciembre: San Juan Evangelista

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 1,1-4

Queridos hermanos:

1 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida,

2 -pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó

3 Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo.

4 -0s escribimos estas cosas para que vuestro gozo sea completo.

        *+ El breve prólogo de la carta de Juan, que expone los diversos criterios para entrar en comunión con Dios, nos presenta un itinerario de fe sobre los compromisos de la vida cristiana que emanan de la caridad y sobre las precauciones contra el pecado.

        El evangelista fundamenta la fe cristiana sobre el argumento de su testimonio ocular que es la «palabra de la vida» y sobre algunos episodios esenciales descritos de modo sintético y concreto. Juan, sin embargo, aquí pone el acento no tanto sobre la «Palabra», como en el prólogo de su evangelio (cf. Jn 1,1-18), sino sobre la «vida» que Jesús posee y dona. Todo tiene comienzo en la experiencia del apóstol vivida en contacto directo con Jesús, que Juan presenta con hechos históricos documentables: «Nosotros hemos oído... visto... tocado... contemplado la palabra de la vida» (v. 1). Esta experiencia llega a ser más tarde en el Apóstol testimonio y ejemplo coherente (v. 2 a); este testimonio se hace anuncio valiente a los otros para que participen del mismo don (v. 2b); además, el anuncio genera la comunión entre los hermanos de la comunidad, comunión que, en realidad, es auténtica participación en la vida trinitaria con el Padre y el Hijo Jesús (v. 3). Por último, esta comunión hace brotar el fruto de la alegría que colma el corazón (v. 4). Pero un elemento importante, subrayado por Juan, es el reiterativo «nosotros», que nos pone ante la tradición de la escuela de Juan: tradición que desarrolla el testimonio del discípulo amado, basado en la «vida divina» hecha visible en Jesús y que el testigo nos ha hecho conocer.

 

Evangelio: Juan 20,2-8

1 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.

2 se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús tanto quería. Les dijo: -Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.

3 Pedro y el otro discípulo se fueron rápidamente al sepulcro.

4 Salieron corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo adelantó a Pedro y llegó antes que él.

5 Al asomarse al interior vio que las vendas de lino estaban allí; pero no entró.

6 Siguéndole los pasos llegó Simón Pedro que entró en el sepulcro,

7 comprobó que las vendas de lino estaban allí. Estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte.

8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó.

        **• En estos pocos versículos se nos narran los hechos ocurridos la mañana de Pascua, que tienen como protagonista primera a María Magdalena y después a Pedro y Juan. La noche espiritual en la que los discípulos están hundidos cederá el puesto a la experiencia de la fe, que toma el relevo junto a la tumba vacía, signo de la presencia del Resucitado (v. 2). Ante la noticia de que la piedra ha sido retirada del sepulcro y de que el cuerpo de Jesús no estaba allí, Pedro y el discípulo amado corren al sepulcro (w. 3-4). Su carrera revela su amor y veneración y hace pensar en el ansia de la Iglesia que busca signos visibles del Señor, especialmente cuando se encuentra en dificultades por su ausencia y no logra verlo. Los responsables de la Iglesia de los orígenes viven la experiencia de la búsqueda de los signos visibles del Señor. Juan llega antes que Pedro al sepulcro por su intuición de discípulo amado, pero Pedro entra primero por su función eclesial (w. 5-7). Observados el orden y la paz que reinaban en él, el discípulo amado se abre a la visión de la fe, creyendo en los signos visibles del Señor: «Vio y creyó» (v. 8). No es aún la fe perfecta en la resurrección. Para esto será necesario que el espíritu del discípulo se abra a la inteligencia de la Escritura (cf. Le 24,45), que vea al Señor en persona y que reciba de él el don del Espíritu Santo.

MEDITATIO

        La figura de Juan es de fundamental importancia en la Iglesia primitiva, no sólo por su condición de discípulo amado por el Señor, sino sobre todo por habernos dado con su contemplación el Jesús más íntimo, el que se revela Hijo de Dios hecho carne, venido a desvelarnos el rostro del Padre y el camino que lleva a la comunión con él. Entre los varios títulos que la tradición antigua atribuye a Juan destaca el de teólogo, porque el objetivo de sus escritos es creer en Jesús, Mesías e Hijo de Dios (cf. Jn 20,31). El símbolo del evangelista es el águila, porque, como declara un dicho rabínico, es como el único pájaro que puede mirar el sol (que para Juan es Cristo) sin quedar deslumbrado. Y su presencia en la comunidad cristiana, que en todo tiempo debe estar a la búsqueda de los signos visibles del Señor, es la de la contemplación y la comprensión penetrante de la Palabra de vida.

        Son muchos los carismas en la Iglesia, todos preciosos y necesarios, como, por ejemplo, el carisma de la institución de Pedro o el de la profecía de Juan. Sólo el respeto recíproco y la búsqueda común en el compartir sincero y atento a los dones del Espíritu, permite adentrarse en el misterio. El ejemplo de la búsqueda común y de la ayuda entre hermanos de la misma fe, de que claramente nos habla el discípulo amado, lleva necesariamente a reencontrarse juntos, reunidos en el reconocimiento de los signos del Resucitado.

 

ORATIO

        Señor Jesús, que revelaste los misteriosos secretos de la Palabra al discípulo amado, Juan, da también hoy a tu Iglesia una nueva inteligencia espiritual de las Escrituras.

        El Espíritu Santo, a través de las palabras del concilio, nos ha recordado que «la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras como el Cuerpo mismo de Cristo» y que la Palabra de Dios es «fuente pura y perenne de la vida espiritual» (DV 21). Por esto nosotros queremos iluminar cada vez más nuestra vida espiritual con tu Palabra, para aprender «la sublime ciencia de Jesucristo » (Flp 3,8). Sentimos cada vez más verdadera, sin embargo, la afirmación conciliar según la cual la Escritura «debe ser leída e interpretada con la ayuda del mismo Espíritu con que ha sido inspirada» (DV 12).

        Da, Señor, a tu Iglesia pastores sabios y santos que sepan captar el sentido espiritual y profundo de tus Escrituras e introducir al pueblo entero de Dios en tu intimidad para conocer mejor tu pensamiento, las profundidades del Espíritu y como guías a tu Iglesia. Pero haznos comprender también que tantas crisis de nuestras comunidades religiosas se superan sólo con la frecuente lectura y meditación de tu Palabra «acompañadas por la oración, para que pueda brotar el coloquio entre Dios y el hombre» (DV 25), lugar donde se opera en nosotros la conversión del corazón nuevo y la apertura a la fraternidad universal.

 

CONTEMPLATIO

        Señor Jesús, quien escoge amarte no queda defraudado porque nada se puede amar mejor y más provechosamente que a ti, y esta esperanza nunca decae. No hay miedo de excederse en la medida, porque en amarte a ti no está prescrita ninguna medida. No hay que temer a la muerte, que pone fin a las amistades del mundo, porque la vida no puede morir. En el amarte a ti no hay que temer ofensa alguna, porque no puede haberlas, si no se desea otra cosa que el amor. No se insinúa sospecha alguna, porque tu juzgas según el testimonio de la conciencia que ama. Ésta es la suavidad que excluye el temor.

        ¡Verbo devorador, ardiente de justicia, Verbo de amor, Verbo de toda perfección, Verbo de ternura. Verbo devorador a quien nada puede escapar! Verbo que compendias en tí toda la ley y los profetas. Del que tiene tal amor, dice abiertamente la Verdad estas palabras: «El que acepta mis mandatos y los cumple, este me ama» (Jn 14,21). Se debe saber también que el amor de Dios no se mide por sentimientos momentáneos, sino por la perseverancia de la voluntad. El hombre debe unir su voluntad a la de Dios, de modo que la voluntad humana consienta todo lo que dispone la voluntad divina, sin querer esto o aquello si no es porque sabe que lo quiere Dios.

        Esto significa amar a Dios de modo absoluto. En efecto, la misma voluntad no es otra cosa que amor (Elredo de Rievoulx, Discurso sobre el amor de Dios).

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «La Palabra se hizo carne, y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Sentirse amado es el origen y la plenitud de la vida del Espíritu. Digo esto porque, apenas comprendemos un destello de esta verdad, nos ponemos a la búsqueda de su plenitud y no descansamos hasta haber logrado encontrarla. Desde el momento en que reivindicamos la verdad de sentirnos amados, afrontamos la llamada a llegar a ser lo que somos. Llegar a sentirnos los amados: he aquí el itinerario espiritual que debemos hacer. Las palabras de san Agustín: «Mi alma está inquieta hasta reposar en ti, Dios mío», definen bien este itinerario.

        Sé que el hecho de estar a la constante búsqueda de Dios, en continua tensión por descubrir la plenitud del amor, con el deseo vehemente de llegar a la completa verdad, me dice que he saboreado ya algo de Dios, del amor y de la verdad. Puedo buscar sólo algo que, de algún modo, he encontrado ya (H. J. M. Nouwen, Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, Madrid s.f.).

 

 

 

28 de diciembre: Santos Inocentes

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 1,5-2,2

Hermanos:

5 Éste es el mensaje que oímos a Jesucristo y os anunciamos: Dios es luz y no hay en él tiniebla alguna.

6 Si decimos que estamos en comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad.

7 Pero si caminamos en la luz como él, que está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado.

8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.

9 Si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es justo y fiel, perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda iniquidad.

10 Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso, y su palabra no está en nosotros.

11 Hijos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo, el Justo.

12 El ha muerto por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero.

        *» La fiesta de los santos inocentes, colocada tan próxima al misterio de Navidad, pone de relieve no sólo el don del martirio, sino la gran verdad que la muerte del inocente revela: la maldad del pecador, como Herodes, siembra odio y muerte, mientras el amor del justo inocente, como Jesús, porta frutos de vida y de salvación.

        También la Carta de Juan nos presenta el mundo dividido en dos partes: el de la luz, el mundo de Dios, y el de las tinieblas, el mundo de Satán. Quien «camina en la luz» y «practica la verdad» (w. 7-8) vive en comunión con Dios y con los hermanos y es purificado de todo pecado por la sangre de Jesús derramada en la cruz.

        Quien, por el contrario, «camina en las tinieblas» y «no practica la verdad» (w. 6-8) se engaña a sí mismo, no vive en comunión con Cristo ni con los hermanos y está lejos de la salvación. Los verdaderos creyentes, en efecto, reconocen ante Dios y ante sí mismos su pecado, lo confiesan y, confiando en el Señor, «justo y fiel» (v. 9), son salvados. Los malvados, por el contrario, no reconocen sus pecados, hacen vano el sacrificio de Jesús y su Palabra de vida no puede transformarlos interiormente.

        En conclusión, Juan exhorta al cristiano a recurrir a Jesús como «abogado junto al Padre» (v. 1), porque es El quien expía no sólo los pecados de sus fieles, sino los de la humanidad entera. Cierto, el cristiano no debe pecar, pero en el caso de tener la experiencia del pecado, lo más importante es reconocerse pecador y, confiando en la misericordia de Aquel que puede liberarlo de su pobreza moral, restablecer inmediatamente la comunión con Dios.

 

Evangelio: Mateo 2,13-18

13 Cuando se marcharon los sabios, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise; porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.

14 José se levantó, tomó al niño y a su madre de noche, y partió hacia Egipto,

15 donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que había anunciado el Señor por el profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

16 Entonces Herodes, viéndose burlado por los sabios, se enfureció mucho y mandó matar a todos los niños de Belén y de todo su término que tuvieran menos de dos años, de acuerdo con la información que había recibido de los sabios

17 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías:

18 Se ha escuchado en Rama un clamor de mucho llanto y lamento:  es Raquel que llora por sus hijos, y no quiere consolarse porque ya no existe.

        ** El fragmento del evangelio de la infancia de Mateo narra una de las muchas pruebas de incomodidad y de sufrimiento vividas por la familia de Nazaret. Partidos los Magos, José, advertido en sueños por el ángel del Señor, lleva a María y al Niño a Egipto para escapar del odio homicida de Herodes que, -en su locura- ha decidido matar a los recién nacidos del territorio de Belén (w. 14-16). La Sagrada Familia experimenta así, integrada en una dolorosa vivencia de persecución, un período de huida de su propia tierra, de incertidumbre acerca del propio destino, de marginación y de rechazo. El lenguaje escueto de Mateo sugiere que para esta familia no hay especiales privilegios respecto de las otras. Jesús es un Dios venido a nosotros, pero su gloria está encerrada en una apariencia de derrota. En su camino no hay sólo Magos que lo buscan, hay también un Herodes que, a la noticia de su nacimiento se turba. Jesús permanece signo de contradicción: hay quien lo busca para adorarlo y quien lo busca para matarlo.

        En realidad, el relato evangélico en su contexto pone de relieve también otro tema: la vivencia humana de Jesús, ya desde su infancia, es leída sobre la falsilla de la vida de Moisés y de su pueblo. El nacimiento de Moisés y de Jesús coincide en la matanza de niños hebreos inocentes (Ex 1,8-2,10 y Mt 2,13-18); ambos van a Egipto (Ex 3,10; 4,19 y Mt 2,13-14), en ambos se cumple la Palabra: «De Egipto llamé a mi hijo» (Ex 4,22; Os 11,1 y Mt 2,15). Por último, la profecía sobre Raquel que llora a sus hijos (Jr 31,15) nos recuerda que Jesús es el Mesías buscado y rechazado, en quien se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas de los hombres.

 

MEDITATIO

        Para entender la vivencia humana de Jesús a través del relato bíblico es muy necesario conocer la clave de lectura del texto que se mueve en dos niveles: el de la historia y el de la fe. El escritor sagrado, sin traicionar el dato histórico, como el de la matanza de los inocentes y la huida de Jesús a Egipto, sino partiendo de estos, recompone cada uno de los hechos leyéndolos en fe y los transfigura con la luz del profundo misterio que encierran: El Niño Jesús, que se pone en manos de los hombres, no es el que huye del enemigo por miedo, es el verdadero vencedor, porque es en su libre obediencia donde nos revela el rostro del Padre y el amor gratuito con el que se nos ha entregado. Si el mundo con su pecado rechaza al Mesías, en realidad es él el derrotado, porque es Cristo quien lo juzga. Si el rechazo y la marginación son el momento de la humillación y de la debilidad de Cristo, en realidad es aquí donde comienza su triunfo con la glorificación que le devolverá el Padre.

        También el cristiano puede rechazar a Cristo y ser culpable de pecado, renegando del amor de Dios, pero cree, a pesar de todo, que sus pecados no son obstáculo permanente a la comunión con Dios. El cristiano sabe que es posible transformar el alejamiento en cercanía, que toda realidad adversa puede ser superada por la acción misteriosa de Dios en Cristo, que es no sólo el verdadero intercesor junto al Padre, sino el medio extraordinario de expiación por los pecados de todos los hombres.

 

ORATIO

        Señor Jesús, tú eres el único intercesor que puede defender nuestra causa junto al Padre, cada vez que hacemos la experiencia negativa del pecado y del alejamiento de ti. Muchas veces la humanidad ha quebrantado tu alianza y otras tantas tú la has reanudado sin cansarte jamás, manifestándote rico en perdón y en bondad. No dejes de ser nuestro defensor, a pesar de las muchas matanzas de inocentes que se repiten en todo tiempo sobre nuestro planeta, los innumerables pecados de escándalo que hieren a nuestra juventud y desconciertan a nuestros ancianos y a tantas personas sencillas, los sufrimientos de todo género que se infligen a muchos inocentes por la voracidad de otros tantos Herodes de hoy que buscan sólo el poder, el éxito y la posesión de bienes materiales.

        Señor, tú que has sufrido la marginación, el rechazo y la incomodidad de la falta de un domicilio, haz que todos estos males no se repitan más entre nosotros, que toda la humanidad pueda encontrar en ti, y por medio de tu ejemplo de vida, el sentido de la hermandad y de la unidad. Ciertamente es obra tuya la unión de los dispersados, la justicia absoluta y la concordia, la paz mesiánica que tú has predicado, pero también nosotros queremos colaborar a la construcción de un mundo más justo y fraterno, donde los lazos del egoísmo se rompan, donde todo pacifismo aparente sea superado y toda falsa justicia quebrantada. Señor Jesús, que nuestra vida cristiana nos haga capaces de edificar la nueva familia humana, basada en el amor al otro.

 

CONTEMPLATIO

        Con la persecución de los santos el cruel tirano es burlado, porque, mientras cree perder a aquellos que mata, les procura un estado de vida mejor. Ellos transforman en beneficio lo que él trama para su perdición: a través de un daño momentáneo, adquieren por vía rápida la ganancia de la vida eterna. Así estos párvulos se convierten en un instante en mártires. La fiesta de Navidad termina con el coro de ángeles jubilosos en lo alto, pero la alabanza fue perfecta en la boca de los niños y de los lactantes aquí abajo. Las trompetas de su victoria resuenan hasta los cielos. Se transformó en gloria el vagido de los bebés y su luto en júbilo; el ejército de los inocentes no sigue a la estrella, sino al Cordero y lleva la solemne bandera de su gloriosísimo triunfo. Abiertos sus párpados, contemplaron la Luz y obtuvieron instantáneamente la bienaventuranza prometida a los pacíficos y a los limpios de corazón. Estos, pues, transportados de la cuna al cielo, se han convertido en senadores y jueces del Capitolio celestial. Ellos presencian las decisiones divinas, de misericordia o de castigo, pero más a menudo siguen al Cordero a dondequiera que vaya, con mansedumbre más que con desdén o severidad (Ernaldo di Buonavalle, / misten principali di Cristo, III: La uccisione degli innocenti).

ACTIO

        Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «La sangre de Jesús nos purifica de todo pecado» (1 Jn 1,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Independientemente de los beneficios que de ello derivan para nosotros, es justo y es un deber celebrar así la muerte de los santos inocentes porque Fue una muerte bendita. Acercarse a Cristo, sufrir por El es ciertamente un privilegio indescriptible -sufrir de algún modo, incluso desconociéndolo-. Los niños que Él cogió en brazos no eran conscientes de su afectuosa benevolencia, pero su bendición ¿no fue quizás un privilegio? Cierto que esta masacre contenía en sí la naturaleza de un sacramento; era prenda del amor del Hijo de Dios hacia los interesados. Cuantos se acercaron a El sufrieron en mayor o menor grado por habérsele aproximado, justamente como si el sufrimiento y la tribulación terrena emanaran de Él, como un precioso beneficio para el bien de sus almas - y en este número están incluidos estos niños-. Cierto que su misma presencia era un sacramento. Cada uno de sus movimientos, cada una de sus miradas y cada una de sus palabras llevaban la gracia a quien estaba dispuesto a recibirla y todavía más: el hecho de ser sus compañeros. En consecuencia, en los tiempos antiguos, estos bárbaros homicidios o el martirio eran considerados como una especie de bautismo, un bautismo de sangre, que contenía en sí una fuerza sacramental que sustituía la fuente bautismal para la regeneración. Consideremos a estos pequeños como si, en cierto sentido, fuesen mártires y veamos qué enseñanza podemos sacar del ejemplo de su inocencia (J. H. Newmann, Holy Innocents. The Mind of Uttle Children, PPS, II, 62).

 

29 de diciembre

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 2,3-11

3 Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos.

4 El que dice: «Yo lo conozco», pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en Él.

5 En cambio, el amor de Dios llega verdaderamente a su plenitud en aquel que guarda su palabra. Ésta es la prueba de que estamos en Él,

6 pues el que dice que permanece en Él, tiene que vivir como vivió Él.

7 Queridos, el mandamiento acerca del que os escribo no es nuevo, sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que oísteis.

8 Sin embargo, el mandamiento acerca del que os escribo -que se realiza en Él y en vosotros- es nuevo, en el sentido de que las tinieblas pasan y ya brilla la luz verdadera.

9 Quien dice que está en la luz y odia a su hermano, todavía está en las tinieblas.

10 Quien ama a su hermano permanece en la luz y nada le hará tropezar.

11  Sin embargo, el que odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.

 

**• ¿Cuál es el camino para conocer a Dios y morar en él? El Apóstol, después de haber presentado el criterio negativo de la comunión (1,5-2,2: «No pecar»), expone el positivo, que consiste en la observancia de los mandamientos y, entre estos, el del amor a Dios (w. 3-6) y a los hermanos (w. 8-11). Para el cristianismo, pues, el conocimiento de Dios comporta exigencias de vida que han de ser observadas. Por el contrario, la filosofía religiosa popular del tiempo, llamada "gnosis", sostenía que la salvación del hombre se obtiene a través del conocimiento de Dios, única cosa que permite alcanzar el verdadero objetivo de la vida humana, esto es, la liberación del mundo visible. En oposición a esta doctrina, que excluía el pecado y la existencia de toda moral, Juan afirma que el auténtico conocimiento de Dios debe estar avalado por la observancia de sus mandamientos. Porque, el que cumple «su palabra» (v. 5) experimenta el amor de Dios y mora en Él, porque vive como ha vivido Jesús y tiene dentro de sí una realidad interior que lo impulsa a imitar a Cristo, cuyo ejemplo de vida ha sido justamente el amor (v. 6), cf. Jn 13,15.34; 15,10).

Este mandamiento del amor, además, es nuevo y antiguo al mismo tiempo: «nuevo», porque ha sido la enseñanza recibida desde el principio del anuncio cristiano. Entonces, el auténtico criterio de discernimiento del espíritu de Dios reside en la práctica del amor fraterno, porque no se puede estar en la luz de Dios y después odiar al propio hermano. Para el Apóstol el que ama vive en la luz, el que odia vive en las tinieblas.

 

Evangelio: Lucas 2,22-35

22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

23 como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.

24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.

25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor.

27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley,

28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar que tu siervo muera en paz.

30 Mis ojos has visto a tu Salvador,

31 a quien has presentado ante todos los pueblos,

32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:

-Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

 

**• La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (cf. Mal 3; 2 Sm

6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (w. 22-24) y la profecía de Simeón (w. 25-35).

María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (cf. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario. Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida. Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35).

 

MEDITATIO

Amar, según el ejemplo de Cristo, quiere decir darse, olvidarse de sí mismo, procurar el bien del otro hasta sacrificar los propios intereses, las propias ideas y la misma vida. La actitud evangélica que nos sitúa en la verdad es la de la entrega de nosotros mismos a Dios y a los hermanos, es decir, la de la ofrenda que la familia de Nazaret ha practicado. La existencia cristiana no es sólo don, gratuidad, servicio, intimidad de amistad, sino también un algo difuso que impregna el ambiente en que se vive: es amor que se da a todos con generosidad.

El mandamiento del amor universal, llevado hasta el amor al enemigo (cf. Le 6,27-36), para que pueda llegar a ser auténtico como Jesús nos ha enseñado, debe ser vivido primero en la comunidad de los hermanos en la fe. Para Juan, pues, el acento recae más sobre el fundamento del amor que sobre su universalidad. Juan, en efecto, lo pone en el misterio trinitario, y prefiere insistir en la vida de íntima comunión que une al Padre y al Hijo.

Así pues, justamente esta razón nos hace comprender que el auténtico amor fraterno no se agota dentro de los confines de la comunidad cristiana, en la que cada discípulo vive, porque el amor fundado en el del Padre y vivido en plenitud entre los hermanos de fe es un elemento de dinamismo apostólico. Cuanto más en profundidad se viven la fe y el amor, más atraídos se sienten todos a conocer el testimonio del verdadero discípulo de Jesús. Donde reina este amor mutuo los discípulos se convierten en signo histórico y concreto del Dios-amor en el mundo.

 

ORATIO

Señor Jesús, desde niño has querido darnos ejemplo de sencillez y pobreza con tu vida oculta y confundida entre la gente común. Has querido también ser presentado en el templo y someterte a la ley del tiempo como un primogénito cualquiera de tu pueblo. Te has hecho reconocer como Mesías y Salvador universal por Simeón, hombre justo y abierto a la novedad del Espíritu, porque tú siempre te revelas a los sencillos y mansos de corazón y no a los que el mundo considera grandes y poderosos.

Te pedimos que te nos manifiestes también a nosotros, a pesar de nuestra pobreza e incapacidad para acoger el paso de tu Espíritu por nuestra vida, para que podamos reconocerte como «luz» para nosotros y para nuestros hermanos. También nosotros, como el anciano Simeón, queremos bendecirte por las promesas que has cumplido dándonos la salvación y por las muchas maravillas que has realizado entre nosotros y continúas realizando con tu presencia providente y amorosa. Pero, sobre todo, queremos vivir lo que nos has enseñado con el mandamiento del amor fraterno: procurar el bien de los hermanos, llevar sus cargas y desventuras y compartir los sufrimientos de nuestros prójimos. Que nuestro vivir sea una ofrenda generosa de cuanto somos al Padre, para que nuestra pobre humanidad renazca a una vida nueva.

 

CONTEMPLATIO

Seguro que cada uno de nosotros ha experimentado ya la dicha de la Navidad. Pero el cielo y la tierra aún no se han convertido en una sola cosa. La estrella de Belén es una estrella que todavía hoy continúa brillando en una noche oscura (...). ¿Dónde está el júbilo de los ejércitos celestes, dónde la felicidad callada de la santa noche? ¿Dónde está la paz en la tierra? (...).

Contra la luz que baja de los cielos resalta, más siniestra y más negra, la noche del pecado. El Niño en el pesebre tiende sus manitas y parece querer decirnos ya con su sonrisa las palabras que brotarán un día de sus labios de adulto: «Venid a mi todos los agobiados y oprimidos» (...). Jesús pronuncia su «Sígueme» y quien no está con él está contra él. Lo pronuncia también para nosotros y nos sitúa ante la opción entre la luz y las tinieblas (...). Si ponemos nuestras manos entre las del Niño divino y respondemos a su «Sígueme» con un «sí», entonces somos suyos y está libre el camino para que su vida divina pueda derramarse sobre nosotros. Éste es el inicio de la vida divina en nosotros. Vida que no es aún contemplación beatífica de Dios en la luz de la gloria; es todavía oscuridad de la fe, pero ciertamente no es de este mundo y es ya una existencia en el reino de Dios (E. Stein, Il mistero del nótale, Brescia 41998, 25-30 passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que ama a su hermano vive en la luz» (1 Jn 1,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No dudes en amar, y ama profundamente. Podrías tener miedo del dolor que puede causar un amor profundo. Cuando aquellos a quienes amas profundamente te rechazan, te abandonan o mueren, tu corazón se rompe. Pero esto no debe impedirte amar profundamente.

El dolor que emana de un amor profundo hará tu amor todavía más fecundo. Es como el arado que deshace los terrones para permitir que la semilla arraigue y crezca como planta fuerte. Cada vez que experimentas el dolor del rechazo, de la ausencia o de la muerte, te encuentras frente a una elección nueva. Puedes convertirte en presa de la amargura y decidir no amar más, o puedes permanecer erguido en tu dolor y dejar que el suelo en el que estás se haga más rico y más capaz de dar vida a nuevas semillas.

Cuanto más has amado y aceptado sufrir a causa de tu amor, tanto más permitirás que tu corazón crezca y se haga más profundo. Cuando tu amor es auténtico dar y auténtico recibir, aquellos que amas no abandonarán tu corazón ni siquiera cuando se alejen. Se harán parte de tu yo, construyendo así gradualmente una comunidad dentro de ti.

Aquellos a quienes has amado profundamente se hacen parte de ti. Cuanto más vivas, más serán las personas que amarás y que se harán parte de tu comunidad interior. Mayor será tu comunidad interior y más fácilmente reconocerás hermanos y hermanas en los extraños que se te acerquen. Los que viven dentro de ti reconocerán a los vivos en torno a ti. De este modo el dolor del rechazo, de la ausencia y de la muerte podrá resultar fecundo. Sí, si amas  profundamente, la tierra de tu corazón estará cada vez más desmenuzada, pero te alegrarás por la abundancia de frutos que te reportará (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).

 

30 de diciembre

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 2,12-17

12 Os escribo a vosotros, hijos, porque os han sido perdonados vuestros pecados por el poder de su nombre.

13 Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno.

14 Os escribo a vosotros, hijos, porque habéis conocido al Padre. Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno.

15 No améis al mundo ni lo que hay en Él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en Él.

16 Porque todo lo que hay en el mundo -los apetitos desordenados, la codicia de los ojos y el afán de grandeza humana- no viene del Padre, sino del mundo.

17 El mundo y todos sus atractivos pasan. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

 

**• ¿Cómo vivir el amor hacia el Padre? El texto es una exhortación afectuosa a la comunidad cristiana para que sea coherente con el plan de salvación y con las opciones hechas respecto a Dios y al mundo.

El Apóstol, dirigiéndose a los hijos en general, los invita a reflexionar sobre su situación actual de salvación cristiana en la que viven, porque han obtenido el perdón de sus pecados (v. 12) y han conocido al Padre (v. 14a). Escribiendo a los padres les recuerda que han conocido a Jesús, «el que es desde el principio» (w. 13a. 14b; cf. 1,1; Jn 1,1) a través de su Palabra, por lo que se les exige una fe madura para no dejarse seducir por el mundo. A los jóvenes les recuerda que se han adherido a Jesús y han vencido al mal (v. 13b) y que su fuerza espiritual, reforzada por la Palabra de Dios los excluye de los compromisos con los fáciles atractivos del mundo (v. 14c). Este proyecto de vida espiritual se resume en la práctica en una vida apartada de la lógica del mundo, entendido este como reino del mal que se opone a Dios. Dios y el mundo son dos realidades opuestas. Del mundo, enemigo de Dios, Juan menciona algunos aspectos que pertenecen a la transitoriedad: «Los apetitos desordenados» es decir, las malas tendencias que viven en el hombre viejo e inclinado al pecado; «la codicia de los ojos», esto es, los deseos que pueden venir a través de los ojos, como el ansia de los bienes terrenos; «el afán de grandeza humana», es decir, el orgullo basado en la concepción materialista de la vida (w. 15-16).

Esta separación del mundo tiene su razón de ser: el cristiano vive en el mundo, pero sabe que Dios permanece mientras el mundo pasa (v. 17; cf. 1 Cor 7,31).

 

Evangelio: Lucas 2,36-40

36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven;

37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.

38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. 39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

40 El niño iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba.

 

**• El texto es la conclusión de la escena de la presentación de Jesús en el templo y consta de dos partes. El testimonio de la profetisa Ana (w. 36-38) y el retorno de la familia de Jesús a Nazaret (w. 39-40).

Según la ley hebraica para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Tras el anciano Simeón he aquí a la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, viuda, rica en años, mujer de oración y de penitencia (w. 36-37). Es otra persona pobre según Dios, genuina representante de aquellos que esperaban la salvación de Israel. Ana alaba al Señor por haber reconocido en Jesús-Niño, presentado en el templo, al esperado Mesías, y difunde la noticia sobre él a cuantos vivían abiertos al evento de la salvación (v. 38)

Después el evangelista concluye la escena bíblica con la observación sobre el crecimiento de Jesús en Nazaret: iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba» (v. 40). De la vida oculta de Jesús se dice bien poco, pero este poco es suficiente para captar el espíritu y apreciar el ambiente en que vivía el Salvador: sus padres eran obedientes y fieles a la ley y Jesús crecía en sabiduría, lleno como estaba de los dones de gracia con que el Padre lo colmaba (cf. v. 52; 1 Sm 2,26). Una comunidad que se abre al reino de Dios en el respeto a la voluntad del Padre.

 

MEDITATIO

La vocación cristiana es compromiso de vivir en el mundo al servicio del hombre, para dar testimonio de Cristo y llevar a los hermanos su mensaje de salvación, pero sin confundirse con el mundo, sin aceptar sus compromisos y sus modelos de comportamiento, negación del espíritu de humildad, de pobreza, de caridad que debe animar la vida del creyente. Sólo el corazón que se vacía del mundo, de sus propuestas de vida transitoria y del afán de poseer sus bienes efímeros, puede ser colmado por el amor del Padre (1 Jn 2,15).

El discípulo de Jesús, confirma el Apóstol, no será nunca aceptado por el mundo, y el rechazo que las fuerzas del mal alimentan contra los creyentes es consecuencia lógica de una opción de vida: ellos no pertenecen al mundo y el mundo no puede aceptar a quien se opone a sus criterios. Los creyentes, con motivo de su opción de vida hecha a favor de Cristo, son considerados extraños o enemigos. Su existencia es una continua acusación de las obras perversas del mundo y un reproche elocuente al malvado. Por esto el hombre de fe es odiado y rechazado. El mundo rechaza a los discípulos porque no son de los suyos, y él no ama sino lo que es suyo, lo que no turba su paz, no desenmascara su altanería y no lo somete a acusación por su conformismo.

Pero, si para quien sigue la lógica del amor, Cristo es signo de contradicción, es verdad, sin embargo, que tanta oposición llega a ser criterio de autenticidad y de firmeza para los discípulos de Cristo.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú escogiste la opción de vivir con nosotros la experiencia humana en el seno de una familia sin apariencias, ni prestigio, ni riqueza; has querido que tu infancia como la de todo niño estuviese marcada por la debilidad y por el crecimiento normal antes de conocer nuestro mundo y la misma vida de los hombres; has querido experimentar la fatiga del trabajo cotidiano para tener un pan sobre tu mesa; has vivido tu preparación a la vida pública en el ocultamiento y la reflexión silenciosa para poder contrastar el orgullo del mundo que se opone al Padre.

Queremos pedirte nos concedas la gracia de saber aceptar nuestras debilidades humanas y nuestra pobreza espiritual, sin renunciar, sin embargo, a la búsqueda permanente de tu sabiduría y de tu Palabra. No queremos confundirnos con la parte del mundo que te rechaza o te persigue, aunque sabemos que esto exigirá de nosotros no pactar con compromisos, incluso al precio del sufrimiento y la persecución. «La Iglesia no se debilita por las persecuciones, al contrario, sale de ellas reforzada», escribía san León Magno. «La Iglesia es el campo del Señor que se viste de mies abundante siempre rica porque los granos que caen uno a uno renacen multiplicados». Sabemos que la suerte de los discípulos, en el fondo, es idéntica a la tuya. Pero sabemos también que la ceguera y la falta de fe al proyecto del Padre son la verdadera causa de esta oposición del mundo. Señor, no nos dejes caer en la tibieza y en la superficialidad de la fe, sino haznos fuertes con tu Palabra.

 

CONTEMPLATIO

El amor es un bien grande, el más importante de los bienes. El noble amor que se tiene a Jesús impulsa a realizar grandes cosas y lleva a desear una perfección cada vez mayor.

El que ama, vuela, corre, exulta, es libre y nada puede detenerlo: da siempre todo y en toda cosa reencuentra al Todo, porque reposa en el único Bien Supremo del que emana y nace todo bien. A menudo el amor no conoce medida, pero se inflama sobre toda medida; a menudo no siente el peso, no se preocupa de fatigas, querría hacer más de lo que puede, porque piensa que todo le es fácil. Por eso está dispuesto a todo (...).

El amor vela; si está cansado, no pierde su afán. Como llama viva, como antorcha ardiente se lanza a lo alto y actúa seguro. Quien ama profundamente comprende bien este lenguaje. Señor, abre mi corazón al amor: que yo sea presa del Amor, alzado sobre mí mismo por exceso de fervor y de estupor. Que yo cante el himno del amor; que yo te siga, mi Amado, cada vez más alto, y mi alma se consuma en alabarte, exultando de santo amor (Imitación de Cristo, III, V, 3-6).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn2,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ser hijo de Dios no te hace libre de las tentaciones. Podrás tener momentos en que te sientas tan bendecido por Dios, tan en Dios, tan amado, como para olvidar que vives aún en un mundo de potencias y de principados. Pero tu inocencia de hijo de Dios tiene necesidad de ser protegida. De otro modo serás fácilmente catapultado fuera de tu verdadero yo y experimentarás la fuerza devastadora de las tinieblas que te rodean.

Este salir de ti mismo puede sobrevenirte como una gran sorpresa. Antes que seas plenamente consciente podrás encontrarte derrotado por la concupiscencia, por la ira, por el resentimiento o por la avidez. Un cuadro, una persona, un gesto, pueden desencadenar estas emociones fuertes y destructivas y seducir tu yo ¡nocente.

Como hijo de Dios, debes ser prudente. No puedes andar sencillamente por el mundo como si nada o nadie pudiese hacerte daño. Continúas siendo extremadamente vulnerable: La mismas pasiones que te hacen amar a Dios pueden ser utilizadas por las potencias del mal.

Los hijos de Dios necesitan apoyo, protección, ayudarse unos a otros cercanos al corazón de Dios. Tú perteneces a una minoría en un mundo grande y hostil. Haciéndote más consciente de tu verdadera identidad de hijo de Dios, distinguirás también más claramente las muchas fuerzas que tratan de convencerte de que todas las realidades espirituales son un falso sustituto de las cosas reales de la vida (...).

No te fíes de tus pensamientos ni de tus sentimientos cuando te encuentras fuera de ti mismo. Vuelve rápidamente a tu centro verdadero y no prestes atención a lo que te ha llevado a engaño. Gradualmente llegarás a estar mejor preparado para estas tentaciones y ellas tendrán cada vez menos poder sobre ti. Protege tu inocencia ateniéndote a la verdad: eres hijo de Dios y eres profundamente amado (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).

 

Sagrada Familia Ciclo A

  

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 3,2-6.12-14

2 Porque el Señor da más honor al padre que a los hijos, y confirma el derecho de la madre sobre ellos.

3 El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados,

4 el que respeta a su madre amontona tesoros.

5 El que honra a su padre recibirá alegría de sus hijos, y cuando ore será escuchado.

6 El que respeta a su padre tendrá una larga vida, quien obedece al Señor complace a su madre

12 Hijo, sé el apoyo de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes disgustos.

13 Aunque se debilite su mente, sé indulgente con él, no lo desprecies, tú que estás en pleno vigor.

14 La ayuda prestada al padre no quedará en el olvido, te servirá de reparación por tus pecados.

 

*•• Este fragmento del Eclesiástico es sapiencial y presenta una escena llena de fe y de simple humanidad acerca de las relaciones familiares, camino seguro también a la observancia del amor a Dios. El mensaje es una invitación a los hijos adultos para que amen de corazón a sus padres ancianos con un comportamiento verdaderamente filial. El pasaje, además, comenta el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12), precepto bastante practicado en el judaísmo antiguo (cf. Prov 19,26; Rut 1,16- 17; Tob 4,3-4). El texto, pues, pone de relieve la estrecha relación entre el honrar a Dios y el honrar a los padres: respetarlos y cuidarlos es obedecer a Dios; no apiadarse de ellos y abandonarlos en el momento de la prueba es despreciar al Señor (w. 6.14).

El honor que el hijo debe a sus padres contiene toda una gama de actitudes y de sensibilidad, que se traduce no sólo en respeto, sino en la ayuda concreta, en las muestras de afecto, obediencia, estima y atención, porque todo esto es hacer la voluntad de Dios. Otro aspecto, sin embargo, considera también el texto: la práctica de tal mandamiento es fuente de recompensa y acarrea dones extraordinarios del Señor, como una vida larga (v. 69), la remisión de los pecados (w. 3.14), la alegría y la satisfacción de parte de los propios hijos (v. 5a), ser escuchados en la oración (v. 5 b), y la seguridad de la acogida en el futuro por parte de Dios.

 

Segunda lectura: Colosenses 3,12-21

Hermanos:

12 Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia.

13 Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.

14 Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección.

15 Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y ser agradecidos.

16 Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados.

17 Y todo cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

18 Esposas, respetad a vuestros maridos, como corresponde a cristianas. 19 Maridos, amad a vuestras esposas y no seáis duros con ellas.

20 Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, pues es lo que agrada ver entre cristianos.

21 Padres, no irritéis a vuestros hijos, no sea que se desalienten.

 

**• Estamos ante un código familiar que san Pablo presenta a la comunidad cristiana de Colosas para responder a problemas concretos de la vida cotidiana (cf. Ef 5,22-6,9; Tit 2,1-10; 1 Pe 3,1-7).

El Apóstol, después de haber enumerado los vicios del hombre viejo, presenta las virtudes que deben adornar la vida de los creyentes «elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor» (v. 12), como la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia, la comprensión y el perdón (w. 12-13); pero, entre estas, el principal medio de unión es la caridad «que es el vínculo de la perfección» (v. 14), es decir, el amor de la comunidad a Dios y a los hermanos (cf. Mt 18,21-35; Rom 12; Ef 5,19-33).

Para vivir este proyecto evangélico es necesario, sin embargo, construir la comunidad cristiana en torno a la eucaristía y a la Palabra de Dios (v. 16). Después Pablo recomienda a las esposas que respeten a sus maridos «como corresponde a cristianas» (v. 18), a los maridos amar a sus mujeres y no exasperar a sus hijos, a los hijos obedecer a los padres porque «eso agrada al Señor» (v. 20). Por estas exhortaciones se puede constatar que el Apóstol permanece ligado a las leyes de su tiempo, pero por otra parte las supera perfeccionándolas con un criterio evangélico nuevo: hacedlo todo «en el Señor» (w. 18-20).

Así pues, los valores familiares fundamentales, como la obediencia, el respeto, el amor en el núcleo familiar y la educación de los hijos, son salvaguardados, pero se releen a la luz de un constante punto de referencia: el modo de vida del Señor, libre y obediente al Padre. Jesús es el verdadero lazo de unión de toda familia cristiana.

 

Evangelio: Mateo 2,13-15.19-23

13 Cuando se marcharon los sabios, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise; porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.

14 José se levantó, tomó al niño y a su madre de noche, y partió hacia Egipto,

15 donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que había anunciado el Señor por el profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

19 Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto

20 y le dijo: -Levántate, toma al niño y a su madre, y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño.

21 José se levantó, tomó al niño y a su madre, y regresó con ellos a la tierra de Israel.

22 Pero al oír que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí. Entonces, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea

23 y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. De esta manera se cumplió lo anunciado por los profetas: que sería llamado nazareno.

 

*» El evangelista presenta a la familia de Nazaret como modelo único e irrepetible, bien por la composición del núcleo familiar, bien por el significado que tales personas asumen en la historia de la salvación. El relato de la huida a Egipto y del regreso a Nazaret, aparte los aspectos teológicos y apologéticos, traza un cuadro realista de las muchas experiencias vividas por la santa familia. El texto, en efecto, recuerda los acontecimientos que siguieron al nacimiento de Jesús: la partida de los Magos, la crueldad de Herodes, el sueño de José y el éxodo como prófugo a Egipto.

Mateo, sin embargo, va más allá de los hechos narrados y pretende mostrar a Jesús como un nuevo Moisés, que experimenta la misma suerte del gran legislador: es perseguido y debe huir (cf. Ex 4,19); después regresa a Israel cumpliendo la Escritura: «De Egipto llamé a mi Hijo» (v. 15; cf. Os 11,1). Pero, a la muerte de Herodes, la orden de establecerse en Nazaret que José recibe del ángel del Señor abre camino a otro proyecto de Dios.

Los tres hijos de Herodes, Arquelao, Herodes Antipas y Felipe heredaron el reino. Al cruel Arquelao correspondió la Judea y por esto José, por razones de seguridad se trasladó a Galilea, donde reinaba Herodes Antipas. Para Mateo aquí se cumple la profecía: «Será llamado Nazareno» (v. 23), en cuanto el evangelista identifica la palabra "nazareno" = nossri con la palabra "vastago" = nesser (cf. Is 11,1: 53,2). Jesús es el Mesías humilde que cumple las esperanzas del pueblo y las promesas de Dios.

 

MEDITATIO

Uno de los temas más candentes de la sociedad actual es el de la familia, en el que emergen problemas y dificultades considerables, debidos a la falta de valores y de ideales, unidos, por ejemplo, al materialismo y al hedonismo de la vida, a la permisividad de los responsables en campos educativo y moral, y a la carencia de auténticos guías y formadores en este sector. También la Iglesia siente vivo el problema y se interroga acerca del designio que Dios tiene sobre la familia, animando a todos a vivir según el evangelio en el respeto de las culturas y empeñándose en aliviar las condiciones de pobreza y necesidad de muchos núcleos familiares, a ejemplo de la familia de Nazaret plenamente inserta en la vivencia humana y especialmente en la vida de los pobres y de los que sufren.

La experiencia actual de la familia cristiana presenta, también ella, notables problemas, porque no todo es pacífico o está resuelto, más bien se ven a menudo familias que portan cruces de distinto género y, a veces, pesadas: las de los exiliados de su propia tierra, las divididas por disensiones familiares o por motivos de trabajo, las que han perdido algún miembro por el empeño puesto en defensa de los derechos humanos y de la promoción humana, las laceradas por la inmigración, las que viven socialmente desahuciadas, incomprendidas, marginadas o en ambientes indignos y depravados que devalúan la condición humana.

La sagrada familia no era una familia sin problemas, pero la presencia de Dios le comunicó fuerza, serenidad y paz interior. Jesús es el lazo de unión de toda familia cristiana.

 

ORATIO

Señor Dios, nuestro mundo y también nuestra Iglesia tienen necesidad de reencontrar la unidad y la armonía en muchas familias a ejemplo de la santa familia de Nazaret, para que la paz de Dios se manifieste en ellas, superando discordias, rupturas, incomprensiones y dificultades de todo tipo. Especialmente los padres y los educadores de jóvenes, hoy, sienten vivo, lleno de responsabilidad y pesado su deber educativo en el crecimiento, en la formación y maduración de las nuevas generaciones que, a menudo, les hace experimentar un sentimiento de incapacidad e impotencia, los desanima y los mortifica frente a las dificultades y problemas siempre nuevos que asoman al horizonte de la sociedad.

Te rogamos que las familias cristianas no se cierren en sí mismas, en su aislamiento egoísta o en su orgullo herido, sino que todas estén abiertas al interés por los problemas de todos, sean animosas en ofrecer su colaboración para resolverlos en sentido evangélico. Que todas las familias tengan el espacio vital necesario para vivir en una casa, tengan una mesa donde no falte el pan y, sobre todo, la alegría de la comunión entre padres e hijos y la esperanza en un futuro mejor que nace de la fe. Señor y Padre de todos los hombres, el apóstol Pablo ha enseñado a los cristianos a vivir la vida familiar «en el Señor»: nosotros te pedimos que la persona de Jesús sea el hilo de oro que una toda nuestra familia cristiana.

 

CONTEMPLATIO

La casa de Nazaret es la escuela donde se ha empezado a conocer la vida de Jesús, esto es, la escuela del evangelio. Aquí se aprende a observar, a escuchar, a meditar a penetrar el significado tan profundo y tan misterioso de esta manifestación del Hijo de Dios, tan simple, humilde y bella. Quizás también aprendamos, casi sin percatarnos, a imitar.

Aquí comprendemos el modo de vivir en familia. Nazaret nos recuerda lo que es la familia, qué cosa es la comunión de amor, su belleza austera y simple, su carácter sagrado e inviolable. Nos haga percibir como dulce e insustituible la educación en familia, nos enseñe su función natural en el orden social. Aprendamos también las lecciones sobre trabajo. ¡Oh Casa de Nazaret, casa del Hijo del Carpintero! Aquí, sobre todo, deseamos comprender y celebrar la ley, severa cierto, pero redentora de la fatiga humana; aquí deseamos comprender y ennoblecer la dignidad del trabajo de modo que sea entendida por todos (Pablo VI, Discurso de Nazaret, 5 de enero de 1964).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Tomó consigo al Niño y a su Madre» (Mt 2,14)

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La familia de Nazaret, en cuanto realidad humana asumida y renovada por la encarnación del Verbo, se transforma no sólo en un lugar donde se hace presente de modo único y especial el misterio de la Trinidad, sino también en un símbolo, en la representación más perfecta, en un icono, que hace presente, vivos y operantes el amor y la fecundidad de Dios.

Jesús, María, José, la santa familia de Nazaret, son el centro del designio salvífico de Dios, el centro de la Nueva Alianza. Pertenecen a la plenitud de los tiempos. En esta familia de Jesús, donde se refleja admirablemente la vida de comunión, de amor de la Trinidad divina, los hombres reanudan el diálogo primitivo con Dios, retoman la armonía conyugal y familiar y de hermandad.

En la familia Dei y en la ecclesia Dei que es la sagrada familia de Nazaret, primera y perfecta comunidad de la Nueva Alianza, se está ante el Padre, unidos a Jesús y penetrados del Espíritu Santo y se vive, se celebra y se anuncia el evangelio de la familia (J. M. Blanquet, La Sagrada Familia ¡cono de la Trinidad, Barcelona 1996, 713).

 

Sagrada Familia Ciclo B

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 15,1-6; 21,1-3

1 En aquellos días, el Señor habló a Abrán en una visión y le dijo:

-No temas, Abrán, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande.

2 Abrán respondió: -Señor, Señor, ¿para qué me vas a dar nada, si voy a morir sin hijos y el heredero de mi casa será ese Eliezer de Damasco?

3 No me has dado descendencia, y mi heredero va a ser uno de mis criados.

4 Pero el Señor le contestó: -No, no será éste tu heredero, sino uno salido de tus entrañas.

5 Después lo llevó afuera y le dijo:

-Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas.

Y añadió:

-Así será tu descendencia.

6 Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber.

21,1 El Señor se fijó en Sara, como había dicho, y cumplió lo que le había prometido.

2 Ella concibió y dio un hijo a Abrahán en su vejez, en el tiempo predicho por Dios.

3 Al hijo que le nació de Sara, Abrahán le puso el nombre de Isaac.

 

**• Es el texto de la promesa hecha por Dios a Abraham  de tener un hijo y una numerosa descendencia, manifestada en el signo de las estrellas sin fin que en la noche constelan el cielo. Tal promesa se consuma en un rito de alianza entre Dios y el patriarca, contada en el estilo de la narración yahwista: Dios toma la iniciativa con una propuesta y el hombre responde con una adhesión completa (w. 7-18; cf. Gn 17). En el relato de Abraham Dios promete un hijo al patriarca, que le confiesa con amargura su triste situación por la falta de descendencia, (v. 4). Tal promesa se realizará después con el nacimiento del hijo Isaac (cf. Gn 21,1-7). Con este comienza la larga descendencia de los hijos de la alianza, que verá su cumplimiento en la persona de Jesús, el Mesías, deseado de las gentes. En el rito de la alianza o del pasaje, Dios interviene pasando entre las víctimas con el signo del fuego, símbolo de su teofanía (cf. Ex 19,18), y esto significaba un juramento de fidelidad a la palabra dada (cf. Jr 34,18). Abraham interviene en el diálogo creyendo en la promesa del Señor: «Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber» (v. 6). La figura del patriarca emerge así como el hombre de la fe, que se abandona sin reservas a Dios. Y la promesa cumplida con la fecundidad de Sara confirma que la confianza de Abraham en Dios no fue defraudada: la fe en el Señor es lo único necesario en la vida del creyente.

 

Segunda lectura: Hebreos 11,8.11-12.17-19

8 Por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber adonde iba.

11 Por la fe, a pesar de que Sara era estéril y de que él mismo ya no tenía la edad apropiada, recibió fuerza para fundar un linaje, porque se fío del que se lo había prometido.

12 Por eso, de un solo hombre, sin vigor ya para engendrar, salió una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena de la orilla del mar.

17 Por la fe Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac; y era su hijo único a quien inmolaba, el depositario de las promesas, 18 aquel a quien se había dicho: De Isaac te nacerá una descendencia.

19  Pensaba Abrahán que Dios es capaz de resucitar a los muertos. Por eso lo recobró y fue como un símbolo.

 

**• Tenemos el ejemplo clásico de la experiencia de fe de Abraham, que fundamenta su vida en sólo Dios. Todo el hacer de este patriarca está sellado por la fe. Por la fe en Dios salió de su tierra, de Ur de los Caldeos, hacia un lugar que más tarde el Señor le indicaría como su heredad.

Por la fe puso su confianza en Dios cuando le fue dicho que tendría un hijo y una descendencia numerosa como las estrellas del cielo (w. 11-12). Por la fe subió al monte Moría para sacrificar a su hijo Isaac, único heredero de las promesas divinas, aunque su corazón estaba lacerado por el dolor (w. 17-18). Por la fe estaba seguro de que el Señor habría sido incluso «capaz de resucitar a los muertos: por esto lo recobró y fue como un símbolo» (v. 19).

Toda la existencia de Abraham, de Sara y de los demás patriarcas está determinada por su fe. Y esta fe encuentra su fundamento en el hecho de que ellos se consideraron huéspedes y peregrinos sobre la tierra, aspirando sólo a la ciudad que Dios les había preparado.

Abraham, cuando pidió a los Hititas un terreno donde sepultar a su esposa Sara declaró que él «era forastero y de paso en aquella tierra» (Gn 23,4). Los patriarcas jamás pensaron retornar a su tierra de origen, la patria terrena de Mesopotamia, porque aspiraban sólo a la patria que Dios había preparado para ellos.

La fe de los patriarcas es seguridad del cumplimiento de la esperanza (cf. Heb 10,19-25), es comprender la vida con la mirada puesta en Dios y no sobre nuestro pequeño mundo.

 

Evangelio: Lucas 2,22-40

22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

23 como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.

24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.

25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor.

27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley,

28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar que tu siervo muera en paz.

30 Mis ojos has visto a tu Salvador,

31 a quien has presentado ante todos los pueblos,

32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven;

37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.

38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

40 El niño iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba.

 

**• La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (cf. Mal 3; 2 Sm 6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (w. 22-24) y la profecía de Simeón (w. 25-35).

María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (cf. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario. Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida. Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35).

El texto es la conclusión de la escena de la presentación de Jesús en el templo y consta de dos partes. El testimonio de la profetisa Ana (w. 36-38) y el retorno de la familia de Jesús a Nazaret (w. 39-40).

Según la ley hebraica para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Tras el anciano Simeón he aquí a la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, viuda, rica en años, mujer de oración y de penitencia (w. 36-37). Es otra persona pobre según Dios, genuina representante de aquellos que esperaban la salvación de Israel. Ana alaba al Señor por haber reconocido en Jesús-Niño, presentado en el templo, al esperado Mesías, y difunde la noticia sobre él a cuantos vivían abiertos al evento de la salvación (v. 38).

Después el evangelista concluye la escena bíblica con la observación sobre el crecimiento de Jesús en Nazaret: «iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba» (v. 40). De la vida oculta de Jesús se dice bien poco, pero este poco es suficiente para captar el espíritu y apreciar el ambiente en que vivía el Salvador: sus padres eran obedientes y fieles a la ley y Jesús crecía en sabiduría, lleno como estaba de los dones de gracia con que el Padre lo colmaba (cf. v. 52; 1 Sm 2,26). Una comunidad que se abre al reino de Dios en el respeto a la voluntad del Padre.

 

 

MEDITATIO

El magisterio de la Iglesia ha invitado muchas veces a los cristianos a reflexionar sobre la institución de la familia y a tomar conciencia de su carácter sagrado. Los muchos problemas que la época moderna plantea en este sector de la vida, como el control de la natalidad, el drama de los matrimonios fracasados y de las parejas cristianas divorciadas y casadas de nuevo, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad anticonceptiva, los variados problemas económicos de la familia y la misma educación de los hijos a veces sometida al Estado, ponen en crisis esta célula esencial de la sociedad humana. Ante esta situación es necesario reafirmar que el fundamento de la vida humana es la relación conyugal entre los esposos, relación que, entre los cristianos es sacramental.

Por esto se debe recuperar una eficaz catequesis sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida de familia, que valorice una espiritualidad de la paternidad y de la maternidad. La familia cristiana para poder ser llamada «Iglesia doméstica» debe constituir el ámbito en el que los padres transmiten la fe, siendo para los hijos su primer testimonio de la fe con la palabra y con el ejemplo, y ser a la vez el ambiente vital donde los hijos, educados en los valores evangélicos, puedan descubrir su vocación al servicio de la sociedad y de la Iglesia y encontrar el cauce para realizar su identidad cristiana.

 

ORATIO

Señor Jesús, te damos gracias por el evangelio que nos has anunciado y porque hace resonar todavía hoy tu Palabra de verdad, que es Palabra del amor del Padre a toda la humanidad. Te queremos agradecer la vida y la fe, que nos has dado gratuitamente con un amor que llega hasta la cruz y que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos tuyos. A Ti, que has querido nacer en una familia humana como la nuestra con sus variados problemas y sus dificultades, con sus alegrías y sus esperanzas, te pedimos que enseñes a las familias las virtudes que brillaron en la casa de Nazaret: especialmente el trabajo doméstico, el amor recíproco, el espíritu de oración y de recogimiento. Haz que, superando concepciones estrechas y egoístas de la vida, nuestras familias permanezcan unidas para poder vivir y testimoniar el espíritu del evangelio, y den ejemplo de bondad, de solidaridad y de justicia. Haz que sean una escuela de ayuda mutua, de perdón y de reconciliación para que aquellos que no tienen esperanza crean que en Ti existe un futuro lleno de vida y de alegría.

Y, sobre todo, te pedimos que sostengas a las familias pobres, a las de los refugiados, de los que viven en chabolas, de los inmigrantes, para que cuantos viven en tranquilidad y bienestar se comporten hospitalaria y acogedoramente, los animen y ayuden a integrarse en la vida social y eclesial, convencidos de que la apertura mutua conduce al enriquecimiento de todos y desarrolla el sentido de la fraternidad universal.

 

CONTEMPLATIO

Los misterios del cristianismo son un todo indivisible. Quien profundiza en uno, termina por tocar todos los demás. Así, el camino que parte de Belén continúa irrefrenablemente hasta el Gólgota. Del pesebre a la cruz. Cuando María presentó al Niño en el templo, se le predijo que una espada le atravesaría el alma, que aquel Niño estaba puesto para caída y resurrección de muchos y como signo de contradicción. ¡Era el anuncio de la pasión, de la lucha entre la luz y las tinieblas que se había manifestado ya en torno al pesebre! (...).

En la noche del pecado resplandece la estrella de Belén. Sobre el resplandor luminoso que irradia del pesebre, cae la sombra de la cruz. La luz se apaga en la oscuridad del viernes santo, pero se vuelve a encender más viva y radiante como luz de gracia en la mañana de la resurrección. El Hijo de Dios encarnado llega, a través de la cruz y de la pasión, a la gloria de la resurrección. Cada uno de nosotros, la humanidad entera, llegará con el Hijo del hombre, a través del sufrimiento y de la muerte, a la misma gloria (E. Stein, El mensaje de Navidad, Burgos 1988).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2,30).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Haciéndose hombre, el Hijo de Dios nos ha revelado el secreto de la vida íntima de Dios como vida interpersonal, para hacernos entrar también a nosotros en el calor y la felicidad inefable de la vida trinitaria. Con el punto de mira sobre este objetivo, se ha rebajado a compartir nuestra pobreza, sumergiéndose personalmente en la humilde realidad de la familia humana. Con ello la ha clarificado ante sí misma y le ha dado una significación más transparente.

Así, en la contemplación de la familia de Nazaret, se hace más fácil captar y comprender todos los valores sobrenaturales de la familia, y se agiliza la imitación de las prerrogativas de aquella familia ideal: el amor mutuo, la concordia, la serenidad, la búsqueda afectuosa de Dios y de su voluntad, la atención a los hermanos. Por esto, la mirada orante a la Santa Familia no será, pues, una de tantas devociones: ofrecerá a nuestras familias un medio eficacísimo para pensarse y vivirse según su propia identidad sobrenatural.

Sin descuidar lo que humanamente se puede hacer - a través de estudios, iniciativas sociales, programas políticos- para revalorizar la familia y elevar sus condiciones, debemos sobre todo partir también nosotros de la contemplación de la casa de Nazaret (G. Biffi, Homilía sobre la Sagrada Familia).

 

Día 30: Sagrada Familia Ciclo C

LECTIO

Primera lectura: 1 Samuel 1,20-22.24-28

20 Ana concibió y dio a luz un hijo, al que puso por nombre Samuel, pues dijo: -¡Al Señor se lo pedí!

21 Cuando su marido Elcaná subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir sus promesas,

22 Ana no quiso subir, sino que dijo a su marido: -Cuando el niño haya sido destetado, yo lo llevaré para presentárselo al Señor y que se quede allí para siempre.

24 Después subió con el niño al templo del Señor en Silo, llevando un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino.

25 Cuando inmolaron el novillo y presentaron el niño a Eli,

26 Ana le dijo: -Señor mío, te ruego que me escuches; yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor.

27  Este niño es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido lo que le pedí.

28 Ahora yo se lo cedo al Señor; por todos los días de su vida queda cedido para el Señor. Y se postraron allí ante el Señor.

        Ana, como Sara, Rebeca, Raquel, como la madre de Sansón y la madre del Bautista, era estéril, pero el Señor había escuchado su oración llena de fe y esperanza, concediéndole el hijo tan deseado, el pequeño Samuel, cuyo nombre significa «el nombre de Dios» o, según la etimología dada por la madre, «al Señor se lo pedí» (v. 20). El texto bíblico es rico en contenido teológico, porque pone de relieve no sólo el poder de Dios para sacar vida de la muerte, trayendo a la vida lo que no existe (Rom 4,17), sino también porque subraya la misma iniciativa gratuita de Dios, que lleva adelante su designio de salvación a través de su libre amor.

        En la primera parte (w. 20-22), el relato recuerda la visita al templo de Elcaná con su familia, pero sin la participación de su mujer Ana, que decía: «Cuando el niño haya sido destetado, yo lo llevaré para presentárselo al Señor y que se quede allí para siempre» (v. 22). En la segunda parte (w. 24-28) se describe la peregrinación de Ana con el pequeño Samuel al templo de Silo, para el sacrificio y la ofrenda del hijo, prometido al Señor, que ella había cuidado hasta los dos años, consciente de que lo había recibido como don de Dios.

        Los hijos son don de Dios, pertenecen al Señor y su vocación es servirlo. La casa da Dios será la morada de los que le están consagrados. También a María y José revelará Jesús, el día de su reencuentro en el templo, que su morada está junto al Padre y desde allí iniciará su misión universal de salvación.

 

Segunda lectura: 1 Juan 3,1-2.21-24

Hermanos:

1 Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo ha conocido a Él.

2 Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es.

21 Queridos míos, si nuestra conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con confianza,

22 y lo que le pidamos lo recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada,

23 y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que Él nos dio.

24 El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en Él. Por eso sabemos que Él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.

        *•• Juan desarrolla el pensamiento de que Jesús es justo, sin pecado, se sometió a la voluntad del Padre y es modelo para el cristiano. A su vez el creyente vive en la justicia y es hijo de Dios (v. 1) y no puede cometer pecado (cf. 3, 9, 4, 7). Las obras del cristiano demuestran el nuevo nacimiento. Pero es sólo el amor de Dios quien ha hecho posible esto y especialmente la filiación divina. Con el nuevo nacimiento, pues, el Espíritu Santo ha creado en el creyente una relación filial con el Señor en la profunda intimidad del corazón. Tal filiación se manifestará plenamente con la visión de Dios (cf. Mt 5,8).

        Las expresiones de Juan «Hijo de Dios» y «semejantes a Él» (v. 2) significan ser un hombre nuevo, llamado a caminar por una vida nueva, imitando al Padre en una progresiva asimilación y comunión con Él, que se convertirá en identificación en la visión cara a cara (cf. 1 Cor 13,12). El valor de la vida cristiana reside y aumenta en el hecho de que somos hijos, fieles a sus mandamientos y salvados por un Padre que nos ama y nos merece confianza, y al que podemos pedir cualquier cosa.

        Por su parte el mundo, que rechaza a Dios y no conoce a Jesús, no ama a los cristianos y se opone al reino de Dios y al evangelio.

        El precepto que el Señor ha dejado a sus discípulos es claro: creer en la persona de Jesús y vivir el amor fraterno, cuya característica es el ejemplo de Cristo (v. 23). La medida del amor cristiano es la capacidad de darse. Quien practica esto vive en comunión con Dios y posee el Espíritu (v. 24).

 

Evangelio: Lucas 2,41-52

41 Los padres de Jesús iban cada año a Jerusalén, por la fiesta de pascua.  Cuando el niño cumplió doce años, subieron a celebrar la fiesta, según la costumbre.

43 Terminada la fiesta, cuando regresaban, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.

44 Éstos creían que iba en la comitiva, y al terminar la primera jornada lo buscaron entre los parientes y conocidos.

45 Al no hallarlo, volvieron a Jerusalén en su busca.

46 Al cabo de tres días, lo encontraron en el templo sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

47 Todos lo que le oían estaban sorprendidos de su inteligencia y de sus respuestas.

48 Al verlo, se quedaron perplejos, y su madre le dijo: -Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados.

49 Él les contestó: -¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?

50 Pero ellos no comprendieron lo que les decía.

51 Bajó con ellos a Nazaret, y vivió bajo su tutela. Su madre guardaba todos estos recuerdos en su corazón.

52 Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante dios y ante los hombres.

        *» El relato de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo es una escena de vida familiar. El contexto está representado por dos breves descripciones de la vida de Nazaret: el viaje anual a Jerusalén para la Pascua (cf. Dt 16,16) y el retorno a casa de la familia de Jesús, donde él permanece sumiso a sus padres como un hijo cualquiera.

        El significado teológico del episodio, sin embargo, es mesiánico y el gesto de Jesús es profético. Jesús afirma conocer bien su misión y anuncia la separación futura de sus padres. Cuando la madre lo encuentra en el templo lo interpela: «Tu padre y yo te buscábamos angustiados » (y. 48); y Jesús responde con convicción: «¿porqué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (v. 49). Al decir «tu padre», María entendía referirse a José; pero cuando Jesús dice «mi Padre » está refiriéndose a Dios. Hay un contraste neto y significativo en esto, porque Jesús trasciende a sus padres.

        Jesús reivindica el primado de la pertenencia al Señor y la prioridad de la propia vocación. Sin embargo, inmediatamente después, Jesús regresa a Nazaret y permanece sumiso y obediente a los suyos. La obediencia de los hijos a los padres es un deber y florece donde existe un clima de crecimiento y maduración de la persona, donde se reconoce el primado de Dios y de la propia vocación. Los hijos, pues, no pertenecen a los padres, sino a Dios y a su proyecto vocacional, valores más importantes que la familia misma. Por esto Jesús abandonará su hogar para cumplir la voluntad del Padre, es decir, para ocuparse de las cosas de Dios.

 

MEDITATIO

        Jesús, si bien ha nacido en una familia humana, la trasciende, porque proviene al mismo tiempo de las profundidades del misterio de Dios. Él, creciendo obediente a sus padres, presenta un rasgo particular: esconde el misterio de unidad con su Padre y pone de relieve un mensaje especial que lo hace ser más sencillamente humano. María y José debieron intuirlo y aceptarlo con humildad en su corazón. Todo cristiano es ante todo hijo de Dios, pertenece a la familia de Dios.

        El mayor don de Dios, escribe Juan, es que seamos sus hijos: «Mirad que magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios» (1 Jn 3,1-2).

        No se trata de una exhortación piadosa ni de dejar «con la boca abierta» a la comunidad cristiana. Somos verdaderamente hijos de un Padre que nos ama y todavía no comprendemos a fondo la grandeza de este don. La filiación divina es un germen y un don en devenir que llegará a plenitud en la visión del Señor. Es preciso vivirla, gozarla día tras día en la fe y en la perseverancia amorosa para poder encaminarnos con alegría al ideal que es certeza para el cristiano: seremos semejantes a Dios. La seguridad de nuestra semejanza con Dios no se apoya sobre nuestra conquista o sobre nuestros esfuerzos, sino sobre la bondad de un Padre, sobre el don gratuito que nos ha concedido haciéndonos hijos suyos y pidiéndonos que la hagamos crecer en nosotros con la acogida y el cumplimiento de su Palabra.

ORATIO

        Señor Jesús, la plegaria de la madre de Samuel y el silencio mismo de María ante tus palabras en el templo de Jerusalén cuando tenías doce años, nos ayudan a reflexionar y a orar mirando la situación actual de tantos padres que tienen una mentalidad posesiva respecto de sus hijos. Sabemos que hasta la plena adolescencia y primera juventud los hijos son considerados, aunque con mentalidades diversas, como pertenencia de la familia.

        Cuando estos se apropian de su libertad con vistas a elecciones decisivas, profesionales, vocacionales, comienzan los dramas, las tensiones y los fuertes conflictos familiares.

        Señor, tú que has vivido esta experiencia de obediencia y autonomía en el seno de tu familia de Nazaret, ayúdanos a comprender que la familia tiene una función educadora incluso en el responsable distanciamiento e inserción de los hijos en una sociedad humana más amplia.

        Haznos comprender, Señor, que los hijos no son propiedad exclusiva de los padres, sino que son tus hijos y que cada uno tiene una específica misión que desempeñar en el mundo, especialmente si es creyente. Haznos capaces, además, de establecer relaciones nuevas en la familia y en la comunidad, que encuentren su modelo en ti. Pero, si es verdad que los hijos deben abrirse a una realidad más amplia que la familia, es también verdad que los padres no deben confinarse en el horizonte formado por los hijos, porque los hijos no son el valor supremo: el valor supremo reside sólo en ti que eres el autor de la vida y nuestro único bien.

 

CONTEMPLATIO

        Para que un hijo pueda amar a su madre, es preciso que esta llore con él, comparta sus sufrimientos; para atraerme a ti, Madre amada, ¡cuántas lágrimas has derramado! No me es difícil creerme hija tuya, porque te veo mortal y sufriente como yo (...).

        En Egipto, María, imagino que tu corazón en la permanece gozoso en la pobreza: Jesús es la más hermosa de las patrias. Pero en Jerusalén una tristeza amarga, vasta como un océano, te inunda el corazón: durante tres días Jesús se esconde a tu afecto (...). Al fin lo ves y exultas de alegría, y exclamas: « Hijo mío, ¿por qué te has comportado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados ». Y el niño Dios responde (¡profundo misterio!) a la madre amada que le tiende los brazos: «¿Por qué me buscabais? Es necesario que yo me ocupe en las obras de mi Padre; ¿no lo sabéis?

        El evangelio me enseña que Jesús, creciendo en sabiduría, permanece sumiso a María y a José. Y el corazón me dice con qué ternura obedece siempre a sus queridos padres. Ahora comprendo el misterio del templo, Madre: tu dulce Hijo quiere que tú seas ejemplo para el alma que lo busca en la noche de la fe. Sí, sufrir amando es la alegría más pura (Teresa de Jesús, Últimas conversaciones, Burgos 1973).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «debo ocuparme de las cosas de mi Padre» (Le 2,49).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Esta página de Lucas es la única en todo el evangelio en la que contemplamos a los tres miembros de la Sagrada Familia actuando como personas responsables y libres. En los episodios que preceden, Jesús es un niño, que no tiene aún ninguna autonomía; en las que siguen, José ha vuelto a la sombra -probablemente la sombra de la muerte- y no aparece más.

        Y bien, en esta narración los tres personajes aparecen como "buscadores de Dios". Son apasionados y angustiados buscadores de Dios María y José, que pensaban buscar un niño perdido mientras iban tras uno en el que reside corporalmente la plenitud de la divinidad, como dice san Pablo (cf. Col 2,9); uno que, desde la eternidad, es el Verbo, que en el principio estaba ¡unto a Dios y era Dios (cf. Jn 1,1); uno que es el Señor del cielo y de la tierra (Mt 28,18).

        Es un buscador del Padre Jesús que, fascinado por el templo, no sabe marcharse: se queda nada menos que tres días, encantado, interrogando y escuchando insaciablemente a los rabinos que hablaban del Dios de Israel.

        Es una verdad difícil de comprender para los hombres, pero el significado más auténtico y profundo de sus casas es el de ser lugares donde, en la dulzura de afectos serenos e intensos, se debe ante todo buscar a Dios, al Dios que es la sede eterna y la fuente originaria de todo amor (G. Biffi, Homilía sobre la Sagrada Familia).

 

 

31 de diciembre: Día VII dentro de la Octava de Navidad

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 2,18-21

18 Hijos míos, estamos en la última hora. Habéis oído que iba a venir un anticristo; pues bien, han surgido muchos anticristos. Ésta es la prueba de que ha llegado la última hora.

19 Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Porque si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero así ha quedado claro que no todos son de los nuestros.

20 Vosotros, en cambio, tenéis el Espíritu que viene de Dios y lo sabéis todo.

21 No os he escrito porque no conozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad.

        **• Este breve fragmento de Juan debe ser comprendido a la luz de la mentalidad del tiempo en que el Apóstol escribe. Juan exhorta a la comunidad cristiana a la vigilancia por la inminente «última hora» de la historia, (v. 8), marcada por un violento ataque del enemigo del pueblo de Dios llamado «anticristo», símbolo de todas las fuerzas hostiles a Dios y personificado en la figura de los herejes. El tiempo final de la historia, cierto, no debe ser entendido en sentido cronológico sino teológico, es decir, como tiempo decisivo y último de la venida de Cristo, tiempo especialmente de lucha, de persecuciones y de prueba para la fe de la comunidad. Cuando las dificultades se hacen más opresoras, advierte el Apóstol, el fin está cerca, el mundo nuevo se perfila en el horizonte y la señal es dada justamente por los herejes que difunden el error (cf. Mt 24,23-24). Éstos, si bien pertenecieron un tiempo a la comunidad, se han mostrado sus enemigos al abandonar la Iglesia y obstaculizando su camino.

        Es una experiencia dolorosa conocer que la voluntad de Dios permite que Satán encuentre a menudo sus instrumentos precisamente dentro de la comunidad eclesial. A éstos, sin embargo, se contraponen los auténticos discípulos de Jesús, aquellos que han recibido la «unción del Espíritu Santo» (v. 20), es decir, la Palabra de Cristo y su Espíritu que, a través del bautismo, les enseña la verdad completa (cf. Jn 14,26). Tal verdad se refiere a la persona de Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, como aclara el Apóstol y no a un Jesús aparentemente humano, figura de una realidad sólo espiritual, como dicen los herejes.

Evangelio: Juan 1,1-18

1 Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

2 Ya al principio ella estaba junto a Dios.

3 Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir.

4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres;

5 la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron.

6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan.

7 Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él.

8 No era él la luz, sino testigo de la luz.

9 La Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre.

10 Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció.

11 Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron.

12 A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios.

13 Éstos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios.

14 Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

15 Juan ha dado testimonio de él, proclamando: -Éste es aquel de quien yo dije: «El que viene detrás de mí ha sido colocado por delante de mí, porque existía antes que yo».

16 En efecto, de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia.

17 Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

18 A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer.

        **• El prólogo de Juan, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre. Esta presentación de Jesús- Palabra se hace en tres momentos.

        Primeramente la «preexistencia» de la Palabra (w. 1- 5), real y en comunión de vida con Dios; él nos puede hablar del Padre porque posee la eternidad, la personalidad y la divinidad (v. 1). Después, la venida histórica de la Palabra entre los hombres (w. 6-13) de cuya luz fue testigo el Bautista (w. 6-8); esta luz pone al hombre ante una opción de vida: rechazo o acogida, incredulidad o fe (w. 9-11); sólo la acogida favorable permite la filiación divina, que no procede ni de la carne ni de la sangre, esto es, de la posibilidad humana (w. 12-13). Y finalmente la encarnación de la Palabra (v. 14) como punto central del prólogo. Esta Palabra, que había entrado por primera vez en la historia humana con la creación, viene ahora a morar entre los hombres con su presencia activa: «Y el Verbo se hace carne», es decir, se ha hecho hombre en la debilidad, fragilidad e impotencia del rostro de Jesús de Nazaret para mostrar el amor infinito de Dios. En él la humanidad creyente puede contemplar la gloria del Señor (v. 16), no una gloria como la de Moisés, revelador imperfecto de la Ley que puede hacer esclavos, sino la de Jesús, el Revelador perfecto y escatológico de la Palabra que hace libres, el verdadero Mediador humano-divino entre el Padre y la humanidad, el único que nos manifiesta a Dios y nos lo hace conocer.

MEDITATIO

        En su historia bimilenaria, la Iglesia ha encontrado siempre falsos profetas y maestros de falsedad, que se han servido del nombre de Cristo para propagar sus propias ideas y doctrinas. Y, muy a menudo, tales adversarios del evangelio han salido de las filas de los creyentes. También hoy la historia se repite porque no faltan doctores de la mentira, que hacen brillar ante muchos las tinieblas como luz, desconociendo la verdadera luz de Cristo, portadora de gozo y paz interior.

        Pertenecer a la Iglesia es un don y un misterio que ningún vínculo externo puede garantizar, sino sólo la fidelidad a la Palabra de Cristo en la humilde y constante búsqueda de la verdad. Rechazar a la Iglesia es rechazar a Cristo, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6). Rechazar a la Iglesia es no creer en el evangelio y en la Palabra de Jesús, es vivir en las tinieblas y en el absurdo. Por el contrario, el verdadero discípulo de Jesús, habiendo recibido la unción del Espíritu Santo, se deja conducir suavemente por su acción y por su verdad, reconociendo los caminos de Dios y esperando su venida sin alarmismos ni fantasías milenaristas. La encarnación de Cristo ha impregnado toda la historia y la vida de los hombres, porque sólo en él reside toda plenitud de vida y toda aspiración a la felicidad, y el hombre ha entrado a pleno derecho entre los familiares de Dios.

        El final de un año civil recuerda al cristiano que la historia humana está guiada por Dios y a él dirigimos nuestro reconocimiento por los dones recibidos y nuestra súplica por la vida nueva que siempre nos ofrece.

 

ORATIO

        Padre, Señor omnipotente que gobiernas con infinito amor la historia y la vida de los hombres, te damos gracias por tu Hijo Jesús que nos has enviado como Palabra de verdad a nuestro pobre mundo, hecho de fragilidad, de debilidad y de pecado. Nosotros sólo queremos acoger esta Palabra tuya hecha carne, pero queremos tenerla constantemente ante los ojos como inmutable y único punto de referencia en nuestro peregrinar terreno.

        Tú has amado tanto al mundo que nos hablas a través del don de tu Hijo para que el que cree en él tenga la vida (cf. Jn 3,16). Continúa, Padre, todavía hoy, manifestándote a través de él, para que nos sintamos hijos tuyos y la vida divina que has sembrado en nuestro corazón con el bautismo se refuerce con un camino de fe que nos haga experimentar siempre tus favores y contemplar tu gloria.

        Toda la vida de Jesús se ha desarrollado como vida filial en una actitud de escucha y de obediencia a ti, Padre, en una relación de amor y como expresión del amor. Ésta es la razón por la que Jesús no se ha buscado nunca a sí mismo ni su propia gloria, sino sólo escucharte a ti para revelarnos tu rostro. Por esto la vida de Jesús es para nosotros la revelación completa, la plenitud de la verdad.

        También nosotros, como el apóstol Juan, queremos experimentar que la auténtica identidad de tu Hijo se comprende sólo cuando en la contemplación nos situamos fuera del tiempo y de la historia y encontramos la raíz de la existencia de Jesús en tu intimidad. Sobre esta plenitud queremos fundamentar nuestra fe.

 

CONTEMPLATIO

        Señor Dios mío, hazme digna de conocer el altísimo misterio de tu ardiente caridad, el misterio profundísimo de tu encarnación. Tú te has hecho carne por nosotros. Por esta carne comienza la vida de nuestra eternidad (...). ¡Oh amor que se da entero! Te has alienado a ti mismo, te has anulado a ti mismo para hacerme, has tomado los despojos de siervo vilísimo para darme a mí un manto real y un vestido divino (...). ¡Por esto que entiendo, que comprendo con todo mi ser -que tú has nacido en mí-, seas bendito, Señor! ¡Oh abismo de luz! Toda la luz está en mí, si veo esto, si comprendo esto, si sé esto: que tú has nacido en mí. En verdad entender esto es una cumbre: la cumbre de la alegría (...). ¡Oh Dios increado, hazme digna de profundizar en este abismo de amor, de mantener en mí el ardor de tu caridad. Hazme digna de  comprender la inefable caridad que tú nos comunicaste cuando, por medio de la encarnación, nos manifestaste a Jesucristo como Hijo tuyo, cuando Jesús te nos reveló a ti como Padre.

        ¡Oh abismo de amor! El alma que te contempla se eleva admirablemente más allá de la tierra, se eleva más allá de sí misma y navega, pacificada, en el mar de la serenidad (Ángela de Foligno, Experiencia de Dios amor, Sevilla 1991).

 

ACTIO

        Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Ninguna mentira viene de la verdad» (1 Jn 2,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Al ver más claro que tu vocación es la de ser testigo del amor de Dios al mundo, y al crecer tu determinación de vivir esta vocación, aumentarán los asaltos del enemigo. Oirás voces que te dirán: «No eres digno, no tienes nada que ofrecer, no tienes atractivo, no suscitas ni deseo ni amor». Cuanto más sientas la llamada de Dios, más descubrirás en tu propia alma la batalla cósmica entre Dios y Satán. No tengas miedo. Continúa profundizando en la convicción de que el amor de Dios te basta, que estás en manos seguras, y que eres guiado en cada paso de tu camino. No te dejes sorprender por los asaltos del demonio. Aumentarán pero, si los enfrentas sin miedo, descubrirás que son impotentes.

        Lo que importa es aferrarse al verdadero, constante e inequívoco amor de Jesús. Cada vez que dudes de este amor, vuelve a tu morada interior y escucha allí la voz del amor. Solamente cuando sabes en tu ser más profundo que eres íntimamente amado, puedes afrontar las oscuras voces del enemigo sin ser seducido por ellas.

        El amor de Jesús te dará una visión cada vez más clara de tu vocación, así como de las muchas tentativas de arrancarte de aquella llamada. Cuanto más sientas la llamada a hablar del amor de Dios, más necesidad tendrás de profundizar en el conocimiento de este amor en tu mismo corazón. Cuanto más lejos te lleve el camino exterior, más profundo debe ser tu camino interior. Sólo cuando tus raíces sean profundas, tus frutos podrán ser abundantes, pero tú puedes afrontar sin miedo al enemigo cuando te sabes seguro del amor de Jesús (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).

 

1 de enero: Santa María, Madre de Dios

LECTIO

Primera lectura: Números 6,22-27

22 El Señor dijo a Moisés:

23 -Di a Aarón y a sus hijos: Así bendeciréis a los israelitas:

24 El Señor te bendiga y te guarde;

25 el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor;

26 el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz.

27 Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.

        ** El primer día del año civil la Iglesia celebra la fiesta de María, Madre de Dios, y, a pesar de que las lecturas bíblicas, además de concentrarse sobre María, ponen de relieve a su Hijo y su nombre, lo cual, lejos de reducir la función de María en la vida de la Iglesia, la subrayan justamente al colocarla como madre junto al Hijo.

        Esta lectura recuerda la antigua bendición que los sacerdotes impartían al pueblo la víspera de las solemnidades litúrgicas, especialmente en la fiesta del año nuevo.

        Bendecir al pueblo era prerrogativa del rey (cf. 2 Sm 6,18; 1 Re 8,14-55) y del sacerdote (cf. Dt 10,8; 21,5), que actuaban en nombre de Dios. La fórmula recuerda los favores que Dios concederá al pueblo que está en su presencia.

        Particularmente significativos son los dos términos que abren y cierran la fórmula: bendición («te bendiga»: v. 4) y paz («te conceda la paz»: v. 26). El primero indica la acción de Dios hacia el pueblo, que es benevolencia, protección y favor (cf. Sal 4,7; 31,17) y significa invocar sobre ellos su nombre (v. 27), para que el Señor sea fuente de salvación. El segundo indica el contenido de los dones de Dios, y se resume en el don mesiánico de la paz, esto es, de la plenitud de la felicidad (cf. Sal 121,6- 7; Jn 14,27). La palabra shalom tiene un significado bastante amplio y comprende plenitud, integridad de la vida, pero sobre todo el estado del hombre que vive en armonía con Dios, consigo mismo y con la naturaleza.

        En realidad es el hombre nuevo, plenamente abierto a Dios, de quien Jesús es figura y modelo, porque en él se realiza el encuentro de las libertades humana y divina. Y Dios la concede a quien la busca en la solidaridad entre los hombres.

 

Segunda lectura: Gálatas 4,4-7

Hermanos:

4 Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su propio Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,

5 para liberarnos de la sujeción a la ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios.

6 Y la prueba de que sois hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «Abba», es decir, «Padre».

7 De suerte que ya no eres siervo, sino hijo, y como hijo, también heredero por gracia de Dios.

        *+ El célebre texto paulino es un fragmento cristológico que nos habla de Jesús, de María, terreno fecundo que ha acogido al Hijo de Dios, y de la experiencia cristiana.

        La venida de Jesús al mundo ha señalado la plenitud del tiempo y ha cumplido las antiguas promesas de un retorno del hombre a la vida de comunión con Dios: «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para liberarnos de la sujeción de la ley» (w. 4-5).

        Dios tuvo la iniciativa de enviar a su Hijo y el hombre ha sido elevado de nuevo a la dignidad de hijo. Jesús entró históricamente así a formar parte de la humanidad a título pleno, sometiéndose a las leyes y a las condiciones humanas, y la humanidad, de algún modo, se ha identificado con Cristo formando con él una realidad única (cf. Rom 1,3). Y todo esto a través del vientre de una mujer, como un hombre cualquiera, en plena y normal humanidad.

        Pablo nos presenta aquí el esquema de toda acción liberadora: inmersión de Cristo en la pobreza humana, autoliberación con su fuerza divina y atracción a sí de la humanidad. Esta misión del Hijo ha tenido un único objetivo: revelar el auténtico sentido de la vida y posibilitarnos el llegar a ser realmente hijos adoptivos del mismo Padre (v. 7; cf. Rom 8,15-17). Y los signos que el Apóstol evidencia de esta real transformación son la plegaria confiada que el Espíritu Santo suscita en el corazón del creyente, haciéndole decir: «Abba, Padre» (v. 6) y haciéndolo sentirse ante Dios no siervo sino libre, con la libertad del Hijo de Dios. Y, en este divino proyecto, María ha sido el instrumento privilegiado.

        Llamar a María "Madre de Dios" significa, pues, conocer el corazón del misterio de la encarnación y de la misma historia de la salvación.

 

Evangelio: Lucas 2,16-21

16 Los pastores fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre.

17 Al verlo, contaron lo que el ángel les había dicho de este niño.

18 Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores, se quedaban admirados.

19 María, por su parte, guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón.

20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído correspondía a cuanto les habían dicho.

21 A los ocho días, cuando lo circuncidaron, le pusieron el nombre de Jesús, como lo había llamado el ángel ya antes de la concepción.

        **• De nuevo se proclama en la liturgia el evangelio de la misa de la aurora de Navidad, con el añadido del v. 21 referente a la circuncisión de Jesús. El tema de la lectura es una reflexión posterior sobre el misterio de la encarnación.

        Los pastores van a la gruta de Belén, encuentran al Niño en el pesebre y, luego de adorarlo, refieren el hecho y todos quedan maravillados (w. 16- 18). Después se vuelven a sus rebaños en la alegría y la alabanza por la extraordinaria experiencia vivida (v. 20). Pasados los ocho días del nacimiento del Niño, fue celebrado el rito de la circuncisión, mediante el cual él entró a formar parte del pueblo elegido (cf. Gn 17,2-17) y se le impuso el nombre «Jesús», que quiere decir: «Dios salva» (cf. Mt 1,21). Ante todos estos acontecimientos María conserva todo en su corazón y medita todas estas cosas, dándoles el justo sentido: «María guardaba todos esos recuerdos y los meditaba en su corazón» (v. 19). María aparece así como la Madre que sabe interpretar los hechos del Hijo.

        Hay, pues, diversas actitudes que se pueden asumir ante el Cristo: la búsqueda pronta y gozosa de los pastores, el asombro y la alabanza de aquellos que intervienen en el hecho, el relato a otros de la experiencia vivida. Para el evangelista sólo María adopta la postura del verdadero creyente, porque ella sabe guardar con sencillez lo que escucha y meditar con fe lo que ve, para ponerlo todo en su corazón y transformar en plegaria la salvación que Dios le ofrece.

 

MEDITATIO

        Desde hace varios años, el primer día del año civil se celebra en todo el mundo "la jornada de la paz" en nombre de María, madre de Dios y madre de la Iglesia. La paz (= Shalom) es el don mesiánico por excelencia que Jesús resucitado ha traído a sus discípulos (cf. Jn 20,19- 21); es la salvación de los hombres y la reconciliación definitiva con Dios. Pero la paz de Cristo es también la paz del hombre, rica en valores humanos, sociales y políticos, que encuentra su fundamento, para decirlo con la Pacem in terris de Juan XXIII, en las condiciones de verdad, de justicia, de amor y de libertad, que son los cuatro pilares sobre los que se erige el edificio de la paz.

        La constante bendición de Dios en la primera alianza, la acción de Cristo realizada en favor de toda la humanidad y de cada uno de sus componentes, el mismo nombre impuesto a Jesús, que evoca su misión de salvador, todos son hechos orientados en la línea de la paz, de la alianza, de la fraternidad. Dios no ha creado al hombre para la guerra, sino para la paz y la fraternidad.

        El mal en todas sus múltiples formas se contrarresta sólo con una constante educación en la paz. Aquella paz que la Virgen María, Reina de la paz, nos puede obtener del Padre: la shalom bíblica viene de Dios y está ligada a la justicia. La raíz de la paz, no obstante, reside en el corazón del hombre, esto es, en el rechazo de la idolatría, porque no hay paz sin verdadera conversión, no hay paz sin tensiones (cf. Mt 10,34). La paz de Cristo no es como la del mundo, porque la de Cristo exige que nos alejemos de la mentalidad mundana. Con la venida de Cristo la paz nos ha sido ofrecida a cada uno de nosotros, porque brota del corazón de Dios, que es amor.

 

ORATIO

        Al inicio de este nuevo año, Señor, te rezamos volviendo la mirada hacia María, a la que, siendo la madre de tu Hijo y madre nuestra, puede hacer posible la civilización del amor y de la paz para toda la humanidad. Primeramente te queremos agradecer el don precioso de María: tú la elegiste, como flor incomparable y preciosa de la humanidad, para que Jesús pudiera venir a nosotros a traernos tu Palabra de vida, a darnos el Espíritu Santo consolador de los corazones y para que nos pudiéramos dirigir a ti llamándote Padre. Haznos capaces de seguir los caminos del evangelio de la paz, como ha caminado María en su peregrinaje terreno, viviendo en el silencio y oculta en el hogar doméstico, permaneciendo abiertos al anuncio de la "alegre noticia" que nos ha traído tu Hijo, sabiendo afrontar las pruebas de la vida con humildad y fe profundas, y confiando en ti en la hora de nuestro retorno a la casa del Padre donde tú nos esperas.

        Te rogamos de modo especial por la paz del mundo, convencidos de que es un deber de todos conocer los problemas que están detrás de las graves divisiones actuales para compartir y sostener todo camino y toda propuesta de paz y de justicia. Suscita gobernantes y hombres de paz que sepan actuar de manera que el desarrollo sea posible a todas las gentes por igual, y que la solidaridad sea tal que los países ricos prevean intervenciones capaces de elevar económicamente incluso a los países más pobres. Pero haz capaz a cada hombre de comprender que la auténtica paz y la verdadera felicidad vienen de ti, que eres el Dios de la paz.

 

CONTEMPLATIO

        ¡Cantadlo a la espera del alba, cantadlo suave, en el duro oído del mundo! Cantadlo de rodillas, cantadlo como envueltos en un velo, como cantan las mujeres encinta: el Poderoso se ha hecho dócil, el Infinito pequeño, el Fuerte sereno, el Altísimo humilde (...). ¡Niño que vienes de la eternidad, quiero elevar un canto a tu Madre! ¡Mi canto debe ser bello como la nieve iluminada por el alba! ¡Alégrate, virgen María, hija de mi tierra, hermana de mi alma, alégrate, gozo de mi gozo! ¡Soy como un vagabundo en la noche, pero tú eres mi techo bajo el firmamento! ¡Soy una copa sedienta, pero tú eres el mar abierto del Señor!

        ¡Alégrate, virgen María! Dichosos los que te proclaman dichosa! ¡Ya ningún corazón humano temerá! Tengo un único deseo, quiero repetirlo a todos: ¡una de vosotras ha sido elegida por el Señor! ¡Dichosos aquellos que te proclaman dichosa! (Gertrud Von le Fort, Himnos a la Iglesia, Madrid 1995).

 

ACTIO

        Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «María guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón» (Lc 2,19).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        María Virgen, que por el anuncio del ángel acogió al Verbo de Dios en su corazón y en su vientre y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de manera tan eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo ella está unida a la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son «miembros de aquella cabeza», por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como Madre amantísima (LG 53).

 

Epifanía del Señor: 6 de enero

LECTIO

Primera lectura: Isaías 60,1-6

1 Levántate y brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti.

2 Es verdad que la tierra está cubierta de tinieblas y los pueblos de oscuridad, pero sobre ti amanece el Señor y se manifiesta su gloria.

3 A tu luz caminarán los pueblos, y los reyes al resplandor de tu aurora.

4 Alza la vista y mira a tu alrededor: todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.

5 Al verlo te pondrás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón porque volcarán sobre ti las riquezas del mar, y te traerán los tesoros de las naciones.

6 Te inundará un tropel de camellos, y dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas del Señor.

        **• La profecía, canto poético y glorioso, es una visión de universalismo y de unidad de todos los pueblos en camino hacia Jerusalén (cf. Jr 12,15-16; 16,19-21; Miq 4,1-3; Sof 3,9-10; Zac 8,20-23). El profeta ve una caravana que avanza hacia la ciudad santa en dos grupos bien diferenciados: uno formado por los hijos y las hijas de Israel que vuelven del exilio (v. 4), y el otro formado por las naciones extranjeras atraídas por la luz y la gloria de Dios, que ilumina la colina de Sión. Isaías, entonces, se dirige al pueblo que escucha diciendo: «Levántate, revístete de luz... alza los ojos en tomo y mira» (w. 1-4). Ha terminado el tiempo del cansancio y del lamento y ha comenzado el de la alegría y la esperanza. Es preciso que la humanidad salga del propio individualismo y pesimismo y entre en la certeza de una vida nueva, que se alcanza dejando las tinieblas y caminando hacia la ciudad luminosa, cuyo esplendor procede de Dios: «Sobre ti resplandece el Señor, su gloria aparece sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz» (w. 2-3; Ap 21,9-27).

        El plan de Dios concierne a todos los pueblos, llamados a ser envueltos por la luz de la Jerusalén celeste y por la transparencia de la presencia de Dios que habita en medio de su pueblo. Dios mismo será el faro que orienta y atrae los pasos de los pueblos, de las gentes y de los reyes hacia su Señor. Y en Jerusalén tendrá lugar la gran manifestación y será desvelado lo escondido. En el nacimiento de Jesús los evangelistas verán la revelación de Dios y el cumplimiento de la profecía.

 

Segunda lectura: Efesios 3,2-3a.5-6

Hermanos:

2 Os supongo enterados de la misión que Dios en su gracia me ha confiado con respecto a vosotros:

3 Se trata del misterio que se me dio a conocer por revelación .

5 Un misterio que no fue dado a conocer a los hombres de otras generaciones y que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas;

6 un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio.

        **• Pablo reconoce que la misión que se le ha confiado es la de llevar el evangelio a los gentiles, y explica que el designio salvífico de Dios, concerniente a la humanidad entera llamada a caminar a la luz del único Dios y Padre, ha llegado ya a su plenitud. Y este secreto del misterio de Dios es la llamada a la universalidad y a la unidad de los pueblos: «los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo» (v. 6). Y el Apóstol se siente impulsado, como colaborador de esta misión de Jesús, a trabajar por la difusión del evangelio.

        El verdadero signo e instrumento de esta visión universal de la salvación querida por Dios es la Iglesia. Ésta tiene como tarea la unidad de los pueblos, sea llevando a todos a la fe en Jesús mediante el anuncio del evangelio, sea tratando de crear vínculos de comunión y de fraternidad, a pesar de las apariencias y de las múltiples diversidades.

        Ante un mundo todavía dividido, pero deseoso de comunión, se proclama con alegría y con fe que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, que él llama a todos a participar en la comunión trinitaria. En efecto, mediante la comunión con Jesús, cabeza de la Iglesia, es posible la comunión auténtica entre los hombres. Esta unidad y paz universal, que siempre ha buscado el hombre de todos los tiempos, está ahora al alcance de todos por el nacimiento del Hijo de Dios. Es él el que ha hecho realidad el misterio de Dios, esto es, reunir a todas las gentes.

        Porque a esto hemos sido llamados: a vivir en la paz como verdaderos hermanos y a permanecer unidos como hijos del mismo Padre.

 

Evangelio: Mateo 2,1-12

1 Jesús nació en Belén, un pueblo de Judea, en tiempo del rey Herodes. Por entonces unos sabios de oriente se presentaron en Jerusalén,

2 preguntando: -¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo.

3 Al oír esto, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.

4 Entonces convocó a todos los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.

5 Ellos le respondieron: -En Belén de Judea, pues así está escrito en el profeta:

6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, ni mucho menos, la menor entre las ciudades principales de Judá; porque de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo, Israel.

7 Entonces Herodes, llamando aparte a los sabios, hizo que le informaran con exactitud acerca del momento en que había aparecido la estrella,

8 y los envió a Belén con este encargo: -Id e informaos bien sobre ese niño; y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarlo.

9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y la estrella que habían visto en oriente los guió hasta que llegó y se paró encima de donde estaba el niño.

10 Al ver la estrella, se llenaron de una inmensa alegría.

11 Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados en tierra. Abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra.

12 Y advertidos en sueños de que no volvieran donde estaba Herodes, regresaron a su país por otro camino.

       

        **• La epifanía es la manifestación pública de la salvación traída por Jesús, Rey universal. Mateo ilumina el relato bíblico con algunos elementos históricos y con referencias del Antiguo Testamento (cf. Is 60,1-6; Nm 23-24; 1 Re 10,1-13; Miq 5,1), y nos habla de una revelación extraordinaria que conduce a los Magos o sabios a descubrir al Rey de los Judíos, como Rey del universo.

        Respecto a los Magos, sólo en el siglo V fue fijado su número (en base a los dones ofrecidos) y en el siglo VIII les fueron dados los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero para Mateo, los Magos son personajes ilustres, primicia de los paganos, que exaltan la dignidad de Jesús, protagonista del evangelio: ellos lo buscan («¿Dónde está el rey de los Judíos, que acaba de nacer?»: v. 2), reconocen al Mesías {«Postrándose en tierra lo adoraron »: v. 11) y apreciaron su sencillez y pobreza («Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro (al rey), incienso (a Dios) y mirra (al hombre)»: v. 1 lbc). Por el contrario, Herodes y Jerusalén se turban ante la noticia del nacimiento del Mesías (v. 3) y lo buscan para matarlo. El niño nacido en Belén es el portador de la buena nueva. Pero asume, sin embargo, el rostro de un prófugo, porque se ve obligado a huir a Egipto. Es el Mesías buscado y rechazado, porque su bandera será la cruz.

        Jesús es signo de contradicción: marginado por su pueblo y buscado con esperanza por los de lejos. Belén, entonces, será la nueva Sión, la ciudad universal de las naciones (w. 5-6.8), y Jerusalén será descartada. El nuevo pueblo de Dios, heredero de las antiguas promesas, es la continuación del antiguo, pero estará formado por todos aquellos que buscan y reconocen «la estrella de la mañana» (2 Pe 1,19) con disponibilidad interior.

MEDITATIO

        Epifanía quiere decir "manifestación" y la Palabra de Dios en esta solemnidad está centrada toda sobre Jesús Mesías, Rey y Salvador universal de las naciones. No ha venido sólo para Israel, sino también para los paganos, es decir, para toda la familia humana. La venida de los Magos es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se sientan hijos del mismo Padre y hermanos entre ellos. Los Magos, como primeros "escuchadores" y testigos de Cristo, son tipo y preludio de una más grande multitud de "verdaderos adoradores", que constituirá la mies espiritual de los tiempos mesiánicos. Jesús es el sembrador, que trae la buena semilla, de la Palabra para todos; el Espíritu ha hecho madurar la semilla y la Iglesia está invitada a recoger el abundante fruto sembrado con la revelación de Jesús y fecundado con su muerte.

        Como de la vida de comunión y de amor entre el Padre y el Hijo ha derivado la misión de Jesús, así de la intimidad entre Jesús y la Iglesia surge la misión de los discípulos: crear la unidad entre las razas, pueblos y lenguas. Es la Palabra la que crea la unidad en el amor entre los creyentes de todos los tiempos. A través de ella nace la fe y se establece en el corazón del hombre abierto a la verdad en una existencia vital en Dios, que hace al hombre contemporáneo pertenencia de Cristo. A quienes lo buscan con corazón sincero, Jesús les ofrece unidad en la fe y en el amor. En este ambiente vital todos se hacen "uno" en la medida en que acogen a Jesús y creen en su palabra: «Seremos una sola cosa no por poder creer sino porque habremos creído» (san Agustín).

        En Jesús todos pueden ser una sola cosa y descubrir que la plenitud de la vida consiste en entregarse a Cristo y a los hermanos, y esto es amar en la unidad.

 

ORATIO

        Padre santo, que nos has enviado a tu Hijo como salvador universal de los pueblos, te alabamos por la manifestación de Jesús, nuestro rey. Es un rey sin corona, o más aún, con corona de espinas, porque es en su pasión donde se puede comprender el auténtico significado de su soberanía, una realeza bastante distinta de la que buscan los hombres.

        Te bendecimos, Padre, por Jesús salvador universal. Vino para salvar a todos y para reunir a los hijos de Dios dispersos. No más ya una comunidad dividida y contrapuesta, sino una familia reunida, que camina en la luz y el esplendor de tu gloria. Todos, judíos y paganos, estamos «llamados en Cristo a participar de la misma herencia, a formar un mismo cuerpo» (Ef 3,6), y la venida de los Magos constituye el inicio de esta paz universal de las naciones.

        Señor, queremos comprender cada vez mejor que la solución de la tensión entre universalidad y elección que tantas veces nos ha puesto unos contra otros se resuelve en el entender que la elección es servicio a todo hombre.

        Haz, Señor, que la Iglesia entera sepa, como los Magos, caminar siempre hacia Belén para adorar al rey universal de las gentes pero, al mismo tiempo, sepa desde Belén dirigirse al mundo para desempeñar la misión que Jesús le ha confiado, esto es, la de ir al encuentro de todos. Para que la comunidad cristiana, mientras va en busca de los alejados y de quienes se sienten excluidos, sepa llamarlos a la esperanza y a la vida, sin olvidar que la violencia que pueda sufrir de parte de los hombres forma parte de la misma misión.

 

CONTEMPLATIO

        La estrella se detuvo sobre el lugar en que se encontraba el Niño. Al ver la estrella de nuevo, los Magos se llenaron de inmensa alegría. Acojamos también nosotros en nuestro corazón ese gran gozo. La misma alegría anuncian los ángeles a los pastores. Adorémosle junto con los Magos, démosle gloria con los pastores, exultemos con los ángeles, «porque nos ha nacido un Salvador: Cristo, el Señor» (Le 2,11). «Dios, el Señor, es nuestra luz» (Sal 118,27): no en la forma de Dios, para no aterrorizar nuestra debilidad, sino en forma de siervo, para traer la libertad a quien yacía en la esclavitud. Es fiesta para toda la creación: el cielo ha sido dado a la tierra, las estrellas miran desde el cielo, los Magos dejan su país, la tierra se concentra en una gruta. No hay uno que no lleve algún presente, ninguno que no vaya agradecido.

        Celebremos la salvación del mundo, la Navidad del género humano. Unámonos a cuantos acogieron festivos al Señor. Y sea concedido también a nosotros encontrarnos con ellos para contemplar con mirada pura, como reflejada en un espejo, la gloria del Señor, para ser transformados también nosotros de gloria en gloria, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo. A él la gloria y la soberanía por los siglos de los siglos. Amén (San Basilio Magno, Homilías, 6).

 

ACTIO

        Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «¡Levántate, brilla, porque viene tu luz!» (Is 60,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tú que estás por encima de nosotros,

Tú que eres uno de nosotros,

Tú que estás también en nosotros,

puedan todos verte también en mí,

pueda yo prepararte el camino,

pueda yo darte gracias por cuanto me sucede.

Pueda yo no olvidar en ello las necesidades de los otros.

Móntenme en tu amor

como quieres que todos vivan en el mío.

Que todo en mi ser se encamine a tu gloria

y que yo no desespere jamás.

Porque estoy en tus manos,

y en ti todo es fuerza y bondad.

Dame sentidos puros, para verte...

Dame sentidos humildes, para oírte...

Dame sentidos de amor, para servirte...

Dame sentidos de fe, para morar en ti...

(Dag Hammarskjóld).

 

Bautismo del Señor Ciclo A

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 42,1-4.6-7

Así dice el Señor:

1 Éste es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu, para que traiga la salvación a las naciones.

2 No gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles;

3 no romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue. Proclamará fielmente la salvación,

4 y no desfallecerá ni desmayará hasta implantarla en la tierra. Los pueblos lejanos anhelan su enseñanza.

6 Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador; te tomé de la mano, te formé e hice de ti alianza del pueblo y luz de las naciones,

7 para abrir los ojos de los ciegos, sacar de la cárcel a los cautivos, y del calabozo a los que habitan las tinieblas.

 

*• El primero de los cuatro cánticos del "Siervo doliente" (cf. Is 42,1-7; 49,1-6; 50,4-9a; 52,13-53,12) es obra de un discípulo del Segundo Isaías, cuya descripción nos reporta a los tiempos del exilio o inmediatamente después. Se nos presenta, en efecto, un personaje misterioso, el Ungido del Señor, que por sus rasgos encarna al pueblo elegido, o bien a algunos personajes históricos de Israel. El Nuevo Testamento verá en las características de este personaje la historia y los acontecimientos trágicos de Jesús de Nazaret.

Aquí el Siervo es presentado en el acto de cumplir su misión, esto es, de restaurar la alianza con Dios y de reportar al pueblo del exilio a su patria. Por esto tal personaje ha sido formado desde el vientre materno, elegido por Dios y lleno del Espíritu, para llevar a todas las gentes la Palabra y la novedad de Dios (v. 1). Se presentará con una actitud llena de humildad y de benevolencia sin apagar ninguna tentativa de bien; tendrá coraje en las pruebas y en los sufrimientos que no le faltarán, y sus armas serán las de la paz (w. 2-4). Sus prerrogativas son las de rey, sacerdote y profeta. Como rey está llamado a proclamar «el derecho con firmeza» y a establecer la «justicia», es decir, a realizar la salvación que viene de Dios (v. 6a). Como sacerdote cumplirá su misión haciéndose «alianza del pueblo», y como profeta comunicará la voluntad de Dios y será «luz de las naciones» (v. 6b; cf. Le 1,79; 2,29-32; Jn 8,12).

Su misión, animada por el Espíritu, tendrá ante todo el objetivo de librar de todo mal al hombre en su ser más íntimo. Los ciegos que viven en las tinieblas, entonces, recuperarán la vista para reemprender el justo camino hacia la verdadera vida. Los prisioneros recobrarán su libertad, la de hijos de Dios redimidos y amados (v. 7).

 

Segunda lectura: Hechos 10,34-38

34 Pedro tomó entonces la palabra y dijo: -Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace acepción de personas,

35 sino que, en cualquier nación, el que respeta a Dios y obra rectamente le es grato.

36 Él envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la buena noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos.

37 Ya conocéis lo que ha ocurrido en el país de los judíos, comenzando por Galilea, después del bautismo predicado por Juan.

38 Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder. Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él.

 

**• Es la introducción del discurso de Pedro en Cesarea, en casa de Cornelio, que prepara el bautismo del Centurión, ejemplo del universalismo del evangelio. Pedro ha sido enviado por el Espíritu a Cesárea para dar inicio a la conversión de los paganos, comenzando por el hombre romano, piadoso y temeroso de Dios. La palabra de Pedro es introducida por una idea clara: «Dios no hace acepción de personas» (v. 34); ante Dios no existen preferencias de razas ni de posición social: todos son igualmente hijos amados e iguales en la dignidad, sean judíos que paganos, porque Jesús los ha unificado a todos en un solo pueblo de Dios, sin exclusión alguna (cf. Hch 15,7-9; Dt 10,7; Rom 2,11). Cristo ha traído la paz a la tierra por medio de su "alegre nueva". A cuantos se adhieren a su Palabra y lo reconocen Hijo de Dios les son perdonados sus pecados.

Su predicación, en efecto, desde el bautismo recibido en el Jordán y confirmado por la Palabra del Padre que lo ha reconocido «Hijo predilecto» (Lc 3,22), hasta el momento de su retorno al Padre con su muerte y resurrección, ha sido un anuncio de salvación para la humanidad entera. Toda la vida de Jesús, marcada por la unción del Espíritu de Dios, ha sido un paso entre los hombres para comunicarles el amor del Padre, hasta el don de su vida, para el perdón de los pecados y para la salvación de todos, incluidos los paganos, sobre los que se manifiesta el Espíritu con poder, como en la casa del centurión Cornelio.

 

Evangelio: Mateo 3,13-17

13 Entonces llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se dirigió a Juan para que lo bautizara.

14 Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: -Soy yo el que necesito que tú me bautices, y ¿eres tú el que vienes a mí?

15 Jesús le respondió: -Deja eso ahora; pues conviene que cumplamos lo que Dios ha dispuesto. Entonces Juan accedió.

16 Nada más ser bautizado, Jesús salió del agua y, mientras salía, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él.

17 Y una voz del cielo decía: -Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco.

 

*» El pasaje narra el bautismo de Jesús en el Jordán por obra del Bautista. Tal gesto ritual de penitencia para la remisión de los pecados suscitó una vivaz polémica entre los primeros cristianos, que pensaban que Jesús no tenía necesidad de semejante bautismo y además podía parecer que Juan Bautista fuese superior a Jesús. Pero el plan de Dios preveía también esto, y Jesús, Hijo obediente, se somete dócilmente a la voluntad del Padre, haciéndose solidario con los hombres y cargando con sus pecados (v. 15; cf. Mt 26,42; Jn 1,29; 2 Cor 5,21).

Al mismo tiempo, en el gesto de recibir el bautismo, Cristo se revela "Siervo" manso y humilde, que se entrega en adhesión total a la condición de debilidad humana, sin reservas ni privilegios de clase (cf. Is 42,1-3). La teofanía del bautismo, además, evidencia algunos rasgos característicos de la misión de Jesús: la participación celeste en el mundo humano, la bajada del Espíritu sobre Jesús en forma de «paloma» y la proclamación del Padre, que se complace en el Hijo y lo inviste como Mesías (w. 16-17). La imagen de la paloma, símbolo de Israel, se convierte también en símbolo de la generación del nuevo pueblo de Dios, al que Jesús da comienzo y que constituye el fruto maduro de la venida del Espíritu a los hombres. Con Jesús se inicia la época de la purificación, del verdadero conocimiento de Dios por el Espíritu Santo, de la definitiva unión entre Dios y el hombre.

 

MEDITATIO

¿Cuál es la diferencia entre el bautismo de Jesús y nuestro bautismo? El bautismo recibido por Jesús en el Jordán es un rito de penitencia para la remisión de los pecados y, en cuanto tal, Jesús no tenía propiamente necesidad de él. La manifestación del Padre con la bajada del Espíritu Santo, durante la cual es proclamado «Hijo predilecto» (cf. Mt 3,27) y es investido de la misión profética, real y sacerdotal, es la que lo lleva a tomar sobre sí nuestros pecados y los del mundo entero. Es el inicio del bautismo de la Iglesia, del nuevo pueblo de Dios que, con Jesús, sale del agua, sale de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de la vida del Espíritu.

Por su parte el bautismo que nosotros hemos recibido de niños en el nombre de Cristo es la revelación en nosotros del amor de la Trinidad, es el éxodo del pecado a la nueva vida divina, es entrar a formar parte de la comunidad de la Iglesia, cuerpo de Cristo, y así convertirnos en hijos de Dios a todos los efectos.

Todo bautizado es el hijo esperado sobre el que se posa el Espíritu del Señor. Y así nosotros creyentes somos llamados, como la primera comunidad cristiana, a dar testimonio del camino recorrido por Jesús, que es el único que salva al hombre y lo conduce a la comunión con Dios. Se trata de vivir un nuevo estilo de vida, que es identificación con una vida en Cristo y en el Espíritu, a la que se accede en la fe, que se experimenta en el amor y llena de esperanza, se hace visible en la cotidianidad de la vida eclesial. Por tanto, una vida de auténtica conversión a Dios y a los hermanos, que nos lleva a vivir una existencia guiada por el Espíritu Santo.

 

ORATIO

Señor y Padre nuestro, te damos gracias por el bautismo de Jesús, que nos ha manifestado la plenitud del Espíritu sobre él. Es durante la teofanía que tuvo lugar en el bautismo donde fue reconocido como Mesías. Según una tradición rabínica, el Mesías debía permanecer desconocido hasta que lo revelase un hecho extraordinario operado por ti (cf. Mt 24,23-27). Este hecho extraordinario ha sido la obra del bautista. Así él ha podido manifestar que Jesús es aquel que posee el Espíritu y puede hacer este don, prometido para la era mesiánica, a todos los hombres.

Espíritu Santo, te damos gracias porque has consagrado a Jesús profeta y Mesías y te has manifestado en él con plenitud, para que él pudiera derramar tus dones sobre nosotros. Te pedimos nos hagas redescubrir el significado de nuestro bautismo como don tuyo y del amor del Padre, para responder con coherencia de vida a los compromisos que hemos asumido el día de nuestro renacer como hijos de Dios. Haznos capaces de ser auténticos testimonios tuyos, sin manipulaciones y sin compromisos de ningún género, para anunciar en nuestro mundo la liberación, la justicia y la salvación que tú nos has dado a manos llenas. Haz que tu Iglesia sea en el mundo signo de tu presencia, y forme una verdadera familia de hermanos, unidos en la fe y la caridad evangélicas, con una vida dedicada a tu servicio y al de los más pobres y necesitados.

 

CONTEMPLATIO

Vuelve mi Jesús y vuelve el misterio, un misterio sublime y divino. En los días pasados hemos celebrado, como convenía, el nacimiento de Cristo; lo hemos glorificado junto con los ángeles: lo hemos tenido en nuestros brazos con Simeón y lo hemos confesado con Ana.

Ahora, sin embargo, hay otra acción de Cristo y otro misterio: Cristo es iluminado, Cristo es bautizado. Meditemos un poco sobre las distintas formas de bautismo. Bautiza Juan con el propósito de suscitar la penitencia; bautiza también Jesús y Él, sí, bautiza en el Espíritu. Éste es el bautismo perfecto. Conozco también otro bautismo, el del testimonio de sangre, que fue impartido también a Cristo mismo y es un bautismo mucho más venerable que los otros, porque después no será ensuciado por otras manchas. Conozco aún otro que es el de las lágrimas: pero éste es un bautismo más arduo: es el del enfermo, es el bautismo del que pronuncia las palabras del publicano en el templo (...). Al hombre ha sido dada toda palabra y para él se ha instituido todo misterio, a fin de que vosotros lleguéis a ser como lámparas en el mundo, potencia vivificadora para los demás hombres (Gregorio Nacianceno, Homilías sobre la natividad, discurso 39, Madrid 21992).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto, en el que me complazco» (Mt 3,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Fred, lo que quiero decirte es que eres amado, y lo que espero es que tú puedas escuchar estas palabras como te fueron dichas, con toda la ternura y la fuerza que el amor puede darles. Mi único deseo es que estas palabras puedan resonar en cada parte de tu ser: tú eres amado.

El máximo regalo que mi amistad pueda hacerte es el don de hacerte reconocer tu condición de "ser amado". Puedo hacerte este don sólo en la medida en que lo quiero para mí mismo. ¿No es ésta la amistad: darnos uno al otro el don de "ser amados"? Sí, es la voz, la voz que habla desde lo alto y desde dentro de nuestros corazones, que susurra dulcemente y declara con fuerza: «Tú eres el amado, en tí me complazco». No es ciertamente fácil escuchar esta voz en un mundo lleno de otras voces que gritan: «No eres bueno, eres feo, eres indigno; eres despreciable, no eres nadie... y no puedes demostrar lo contrario».

Estas voces negativas son tan fuertes y tan insistentes que es fácil creerlas. Ésta es la gran trampa. Es la trampa del rechazo de nosotros mismos. En el curso de los años, he llegado a darme cuenta de que, en la vida, la mayor trampa no es el éxito, la popularidad o el poder, sino el rechazo de nosotros mismos. Naturalmente, el éxito, la popularidad o el poder pueden ser una tentación grande, pero su fuerza de seducción deriva a menudo del hecho de que forman parte de una tentación mayor, la del rechazo de nosotros mismos. Cuando se presta oídos a las voces que nos llaman indignos y no amables, entonces el éxito, la popularidad o el poder son fácilmente percibidos como soluciones atractivas. Pero la verdadera trampa, repito, es el rechazo de nosotros mismos (H. J. M. Nouwen, Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, Madrid s.f.).

 

Bautismo del Señor Ciclo B

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 55,1-11

Así dice el Señor:

1 Venid por agua todos los sedientos; venid aunque no tengáis dinero; comprad trigo y comed de balde, vino y leche sin tener que pagar.

2 ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no sacia, el salario en lo que no quita el hambre? Escuchadme atentamente y comeréis bien, os deleitaréis con manjares.

3 Prestad atención, venid a mí; escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por David.

4 Yo le constituí mi testigo ante los pueblos, caudillo y señor de las naciones;

5 llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que te ignora correrá hacia ti, porque te honra el Señor, tu Dios, el Santo de Israel.

6 Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca.

7 Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; el Señor se apiadará de él, si se convierte, si se vuelve a nuestro Dios, que es rico en perdón.

8 Porque mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos, oráculo del Señor.

9 Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes.

10 Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar, para que dé simiente al que siembra y pan al que come,

11 así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo.

 

*»• El oráculo del profeta anuncia una alianza eterna que Dios ofrece al pueblo invitando a todos, especialmente a los pobres, los sedientos, los hambrientos, al banquete escatológico de los tiempos mesiánicos. Dios quiere que se recuerden las promesas hechas a los padres, a Abraham, a David, de los que ahora el pueblo es el heredero (w. 3-4); quiere que se piense ya en un retorno del exilio babilonio, a condición de que todos abran el corazón al arrepentimiento y a la acogida de su perdón (w. 6-11). Estamos frente a la teología de los "pobres de Jahveh" (= 'anawím), de aquellos que, teniendo necesidad de Dios, se abandonan a él con confianza y disponibilidad total.

El Segundo Isaías expone su reflexión con la imagen del banquete, lugar de felicidad y de satisfacción de todo deseo humano. La única condición requerida para participar en él está en escuchar la Palabra de Dios, verdadera fuente de la vida y de la sabiduría divina: «Prestad atención, venid a mí, escuchadme y viviréis» (v. 3). La Palabra de Dios es eficaz y realiza lo que proclama, como la lluvia que cae del cielo y retorna a él sólo cuando ha fecundado la tierra (w. 10-11). Es preciso, pues, saber volver con la memoria a la historia pasada que es maestra de vida, a la historia de Abraham, cuya alianza con Dios, fundamentada sobre la convicción interior y sobre la fidelidad en el amor, fue un testimonio vivo y fuerte para su gente. Esto reclama que hoy se renueve la alianza de Dios con los hombres. Sólo entonces todos los pueblos vendrán a Jerusalén, atraídos por la santidad de vida del pueblo, fiel al plan de Dios, y allí tendrá lugar una verdadera conversión de todos, porque se vivirá en comunión con Dios sin adherirse a los falsos atractivos del mundo.

 

Segunda lectura: 1 Juan 5,1-9

1 Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él

2 En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos

3 Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados,

4 pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe

5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

6 Éste es el que vino por agua y sangre, Jesucristo; no por agua únicamente, sino por agua y sangre; y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

7 Porque tres son los que dan testimonio:

8 el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo.

9 Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio acerca de su Hijo.

10 Si uno cree en el Hijo de Dios, tiene ya el testimonio de Dios. Si uno no cree a Dios, lo hace mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo.

11 Ahora bien, el testimonio consiste en que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo.

12 Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.

13 Os he escrito estas cosas a vosotros que creéis en el Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis la vida eterna.

 

*» El Apóstol subraya que la victoria del cristiano sobre el mundo es la fe. Para obtener tal victoria se requiere una lucha interna y externa contra todo lo que es obstáculo al cumplimiento de la voluntad de Dios. Y la certeza de la victoria del cristiano está asegurada por el hecho de que, en él, la vida divina y la unión con Dios son una fuerza superior a la vida mundana y a todo lo que es adhesión al reino del mal. Así pues, la fe en Cristo, Hijo de Dios, es el único medio para derrotar al mundo (v. 5; cf. Jn 20,30-31).

Jesús ha venido para darnos la vida y quien cree en Él tendrá «la vida eterna» (v. 11). Esta vida eterna que Jesús ha traído a la humanidad es cosa cierta, porque Él la ha ofrecido al comienzo de su vida pública mediante el bautismo {«agua»: cf. Jn 1,31), y al final de su existencia terrena mediante la muerte en la cruz {«sangre»: cf. Jn 6,51; 19,34), y es siempre actualizada en la eucaristía: eventos en los que palpablemente se ha manifestado la potencia y el testimonio del Espíritu (v. 6), que es el garante de la fe y de la verdad de Jesús.

Sobre este triple y concorde testimonio se funda la manifestación de Dios en Cristo su Hijo (w. 7-8). Aquí el Apóstol polemiza contra la falsa interpretación de los gnósticos, que afirman que la divinidad de Jesús se unió a su humanidad en el bautismo, pero que en su muerte la divinidad se separó de la humanidad, de manera que murió sólo el hombre Jesús. Pues bien, quien niega este testimonio del Espíritu, niega también la fe en Cristo, que es cuestión de vida y de muerte. Sobre la acción del Espíritu está tejida la vida sacramental (bautismo, confirmación, eucaristía), mediante la cual el creyente se injerta en Cristo y es capaz de dar testimonio de él y de vivir en comunión con Dios (w. 11-13).

 

Evangelio: Marcos 1,7-11

Esto era lo que proclamaba:

7 -Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él par desatar la correa de sus sandalias.

Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

9 Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.

10 En cuanto salió del agua vio rasgarse los cielos y al Espíritu descender sobre él como una paloma.

11 Se oyó entonces una voz desde los cielos: -Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.

 

*»• La figura del Bautista es presentada en este pasaje con algunos de los rasgos típicos del verdadero profeta: hombre pobre y austero, que proclama la Palabra de Dios, pero también independiente de la mentalidad que lo rodea y del mundo. Jesús se presenta al Bautista, mezclado entre las filas de sus penitentes, pero el profeta lo reconoce y lo presenta como superior a sí mismo: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él par desatar la correa de su sandalias» (v. 7). Jesús, como un hombre cualquiera, se presenta al bautismo de conversión y comparte con humildad la condición del pecador, e incluso «se hace pecado » (2 Cor 5,21). Pero la voz del Padre, dirigiéndose directamente al Hijo, lo proclama inocente y pone de relieve su naturaleza divina: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (v. 11).

La humanidad y la divinidad de Jesús se armonizan en una síntesis ideal: el Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Por esto el bautismo de Juan se diferencia del practicado por Jesús. El del Precursor es realizado «con agua», mientras que el del Cristo lo es «con Espíritu Santo» (v. 8). Y Jesús recibe el bautismo de Juan, pero, mientras sale del agua, el Espíritu Santo lo inviste con su poder y su fuerza, con vistas a la misión que le espera. Él es el "Siervo" poseído en su intimidad por el Espíritu de Dios (cf. Is 42,1) que sale, no como Moisés de las aguas del Nilo, sino como nuevo Moisés del agua del Jordán (cf. Is 63,11). Él guiará a su pueblo hacia pastos fecundos de paz, de salvación y de justicia (cf. Is 63,14).

 

MEDITATIO

Desde mucho tiempo atrás Israel esperaba la venida del Mesías, Verbo del Padre, tantas veces prometida a los antiguos israelitas con una alianza por parte de Dios gratuita e irreversible. Ésta se ha presentado oficialmente y realizado en plenitud en la persona del Hijo de Dios, cuando el profeta de Nazaret se ha confundido entre los hombres, como todo hombre pecador junto al Jordán, en espera de recibir el bautismo de penitencia. El Inocente se ha hecho pecado para la salvación del hombre y así ha querido mezclar lo divino con lo humano para transformar lo humano en divino.

Es la vivencia que la Iglesia ha sido invitada a recorrer en su camino de testimonio entre los pueblos: hacerse solidaria con la humanidad, revestida de pecado y de debilidad, para liberarla de la muerte y transformarla en riqueza de vida con los dones del Espíritu y de su santidad de vida. La inmersión de la Iglesia y de toda comunidad cristiana en la situación de pecado de los hombres es una invitación para todo cristiano a no identificarse con el mundo para no mancharse con él, sino a presentarse siempre puro y sin mancha para difundir sin compromisos el evangelio de Jesús. El Señor, en efecto, llama a todos a una conversión radical de vida y a creer en la Palabra de aquel que nos ha transmitido la verdad del Padre (cf. Me 1,15).

 

ORATIO

Señor Dios nuestro y de nuestros padres, que nos has invitado por boca del profeta («Sedientos todos, acudid por agua...»: Is 55,1.3a) a escuchar tu Palabra, para nosotros estas palabras son una alusión a Jesús nuevo templo, el templo mesiánico, del que manarán en el futuro ríos de agua viva para la humanidad (cf. Ez 47,1-2; Zac 13,1; 14,8; Sal 78,15-16). Pero también las palabras pronunciadas por el evangelista («De sus entrañas brotarán ríos de agua viva»: Jn 7,38) son un reclamo que anticipa la escena del Calvario, donde del costado abierto de Cristo brotará «sangre y agua» (Jn 19,34). Es Jesús la imagen más viva de tu amor a la humanidad. De su corazón herido brota una fuente perenne de vida. Por tu Hijo Jesús nosotros podemos conseguir el agua que es tu Palabra. Debemos asimilar interiormente esta Palabra para lograr la felicidad y la vida.

Señor, sabemos que son dos los tiempos de la revelación: el de Jesús y el del Espíritu. Si, por una parte, Jesús nos invita a creer en él, por otra preanuncia la acción del Espíritu que fecundará nuestro corazón de discípulos creyentes. Por tanto podemos alcanzar la fe, la interiorización, el conocimiento de Jesús sólo con una condición: ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, el Espíritu de verdad que Jesús mismo nos enviará después de su retorno a ti. La única persona que cuenta, pues, es el Mesías. La única ley en vigor es la Palabra, que Jesús anuncia, viviendo entre los hombres, con su vida y sus obras. Señor, haznos operarios de esta verdad.

 

CONTEMPLATIO

Cosa grande es el amor. De todos los movimientos del alma, de los sentimientos, de los afectos, el amor es el único con que la criatura puede responder a su Creador, si no de igual a igual, al menos de semejante a semejante.

El amor del Esposo o, mejor, el Esposo que es amor, pide sólo reciprocidad de amor y fidelidad. La amada, pues, debe amarlo a su vez. ¿Cómo podría no amar la que es esposa y esposa del Amor? ¿Cómo podría el Amor no ser amado?

Ciertamente el flujo del amor no brota con la misma riqueza de quien ama y de quien es el Amor, del alma y del Verbo, de la esposa y del Esposo, del Creador y de la criatura. ¿Y entonces? La aspiración de quien espera, el ardor del amante, la confianza de quien espera ¿quedará desilusionado porque la esposa no puede correr con el paso de un gigante, competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en candor con el lirio, en luminosidad con el sol, en amor con Aquel que es Caridad? No. En efecto, aunque la criatura ame menos porque es más pequeña, sin embargo puede amar con todo su ser y donde existe el todo no falta nada (Bernardo de Claraval, Sermones super Cántica Canticorum, 83).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El os bautizará con el Espíritu Santo» (Mc 1,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios infinito, la primera y la última experiencia de mi vida eres Tú. Sí, justamente Tú, no tu idea ni el nombre que nosotros te hemos dado. Tú, en efecto, has venido sobre mí en el agua y en el Espíritu del bautismo. Entonces no he pensado ni elucubrado nada sobre ti. Entonces mi inteligencia, con su perspicacia sagaz, ha guardado silencio. Entonces Tú mismo te has hecho, sin consultarme, el destino de mi corazón. Has sido Tú a tomarme, no yo a "comprenderte", Tú has transformado mi ser desde sus dos últimas raíces, Tú me has hecho partícipe de tu ser y de tu vida, te me has dado, te me has entregado Tú mismo y no una simple información poco clara y remota respecto a ti en palabras humanas. Es por esto que no logro olvidarte, porque te has hecho Tú el centro mismo de mi ser. Tu palabra y tu sabiduría están en mí, no porque te conozco en conceptos míos, sino porque Tú me reconoces como hijo y amigo.

¡Crece dentro de mí, resplandece cada vez más en mí, ilumíname, luz eterna! Sólo Tú debes iluminarme, sólo Tú hablarme. Todo lo demás que conozco o he aprendido debe solamente llevarme a Ti (K. Rahner, Palabras al silencio. Oraciones cristianas, Estella ,01998).

 

Bautismo del Señor Ciclo C

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 40,1 -5.9-11

1 Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios,

2 hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble castigo por todos sus pecados.

3 Una voz grita: «Preparad en el desierto un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios».

4 Que se eleven los valles, y los montes y colinas se abajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane.

5 Entonces se revelará la gloria del Señor y la verán juntos todos los hombres -lo ha dicho la boca del Señor-.

9 Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza tu voz con brío, mensajero de Jerusalén; álzala sin miedo  y di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios,

10 aquí está el Señor; viene con poder y brazo dominador; viene con él su salario, le precede la paga.

11 Apacienta como un pastor a su rebaño y amorosamente lo reúne; lleva en brazos los corderos y conduce con delicadeza a las recién paridas».

 

        *+• Con este estupendo prólogo comienza "el libro de la consolación" (Is 40-55). Dios sacude el tupor de su pueblo, humillado y esclavo en Babilonia, suscitando mensajeros de su voluntad, y entre éstos al Segundo Isaías, profeta del exilio. El profeta anuncia que la liberación de Dios a favor del pueblo que le ha permanecido fiel no tardará. Este "resto" será repatriado en la alegría general a la tierra prometida a sus padres para siempre y así terminarán todo sufrimiento y tristeza.

        El mensajero hace resonar primero el anuncio de liberación entre los exiliados en Babilonia con palabras que "tocan" el corazón de su pueblo y muestran el de Dios: «Consolad... hablad al corazón... y gritadle que ha terminado su condena... En el desierto preparad un camino al Señor» (w. 1-5). Después sube a la colina de Sión, en Jerusalén, y aquí dirige otro mensaje de consuelo a los que vuelven a la patria: «Mirad, el Señor Dios llega con poder... Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne» (w. 9-11). Ha sonado la hora del perdón y de la liberación para el pueblo. La gloria del Señor se manifestará con poder entre los pueblos. Es siempre Dios el que toma la iniciativa hacia su pueblo elegido, como un pastor que guía su rebaño, y con la fuerza de su amor lo reúne en torno a sí, llevando «en brazos los corderos», y «conduce con delicadeza a las recién paridas » (v. 11; cf. Jr 23,3; Ez 34,11-16; Jn 10,1-6, Le 15,3-7). El reino mesiánico de la paz, de la salvación y de la justicia se instala en el pueblo de Dios.

Segunda lectura: Tito 2,11-14; 3,4-7

Hermanos:

11 Porque se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.

12 Ella nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con moderación, justicia y religiosidad,

13 aguardando la feliz esperanza: la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,

14 el cual se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de que seamos su pueblo escogido, siempre deseoso de practicar el bien. "Pero ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador,y su amor a los hombres.

5 Él nos salvó, no por nuestras buenas obras, sino en virtud de su misericordia, por medio del bautismo regenerador y la renovación del Espíritu Santo,

6 que derramó abundantemente sobre nosotros por Jesucristo nuestro Salvador.

7 De este modo, salvados por su gracia, Dios nos hace herederos conforme a la esperanza que tenemos de heredar la vida eterna.

 

        *» Pablo, luego de haber exhortado a su discípulo Tito, al que había dejado en Creta como responsable de la comunidad cristiana, acerca del modo de intervención que deberá practicar respecto a las diversas categorías de personas de que está formada su Iglesia, vuelve sobre la persona de Jesús, única salvación dada por el Padre. Jesús es la manifestación suprema de la ternura y del amor de Dios a la humanidad: «Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (v. 11). El Padre lo ha realizado todo por medio de su Hijo Jesús y su único objetivo ha sido el de hacernos hijos, a través de «un bautismo de regeneración », que es el bautismo, y a través de «la renovación en el Espíritu Santo» (3,5). El amor del Padre nos viene dado por medio del Hijo y del Espíritu para ponernos en grado de poseer en plenitud el don de la salvación. Sólo una comunidad de fe que vive estos ideales puede ser luz para los no creyentes y obtener el premio que Jesús nos ha prometido: la vida eterna. Pero el ideal de vida cristiana, al que el cristiano y la misma comunidad deben mirar, continúa siendo la persona misma de Jesús, que, en su existencia terrena fue siempre dócil al Padre, supo resistir a toda tentación del Maligno, practicó la justicia en su misión pública, amando a todos hasta el don de su propia vida (w. 12-13).

Evangelio: Lucas 3,15-16.21-22

15 El pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías.

16 Entonces Juan les dijo: -Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

21 Un día en que se bautizó mucha gente, también Jesús se bautizó. Y mientras Jesús oraba se abrió el cielo,

22 y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz que venía del cielo: -Tú eres mi Hijo el amado, en ti me complazco.

 

        **• El relato del bautismo de Jesús en Lucas consta de dos partes. En la primera (w. 15-16) se subraya la diferencia entre el bautismo de Juan, con agua, para la purificación según el uso judaico antiguo, y el de Jesús, con Espíritu Santo, que transforma el corazón dando vida nueva. En la segunda parte (w. 21-22) se afirma la superioridad y la riqueza del bautismo de Jesús, donde él se revela Mesías e Hijo de Dios y, en consecuencia, la superioridad del bautismo del cristiano, que es don del Espíritu y en el que se convierte en hijo de Dios por medio del Hijo. El bautismo es un momento extraordinario de manifestación del Espíritu de Dios en la persona de Jesús. Y él lo recibe mientras está en oración, otro don del Espíritu Santo, típico en la teología lucana.

        La tarea de Jesús en el mundo, por tanto, es doble: él es el Mesías, enviado por el Padre, y por esto recibe la fuerza del Espíritu para su misión de Salvador de los hombres, sacándola del misterio mismo de Dios, de quien proviene. Pero al mismo tiempo él es también el Hijo predilecto del Padre, el rostro visible de Dios, el revelador de la Palabra escuchada del Padre y transmitida a los hombres. De la misión de Jesús nace la vocación de la Iglesia y la de todo creyente: acoger el mensaje de amor que el Padre nos dirige con el Hijo para, a nuestra vez, darlo a los hermanos. Nace, además, la llamada a vivir el propio bautismo sabiéndonos poseedores del Espíritu y de la vida nueva que se nos ha dado, comportándonos como hijos de Dios para testimoniar la vida divina, única verdad que hace libre al hombre (cf. Jn 8,31).

 

MEDITATIO

        La misión principal de la Iglesia en el mundo de ayer y de hoy es la de anunciar "la buena noticia" de Jesús: es la evangelización (cf. Me 16,15-18). La situación especial y del todo imprevisible en que el mundo y la Iglesia se encuentran, y en particular las nuevas exigencias que en este tercer milenio nos urgen cada vez más, hacen que la misión evangelizadora de la Iglesia exija un proyecto de pastoral original y orgánico para responder a los desafíos del hombre moderno. En todo caso, sin embargo, el núcleo de la evangelización sigue siendo el anuncio claro y completo de la persona y de la vida de Jesús, de su doctrina y del Reino que él proclama con su misterio pascual: Jesucristo crucificado, muerto y resucitado.

        El rostro de Jesús que todo cristiano debe anunciar con la palabra y con la vida es el rostro humano del Hijo de Dios y el rostro divino del hombre Jesús. El encuentro personal con el Señor produce siempre signos de gran renovación espiritual y humana, por lo cual uno se siente impulsado a participar, compartiéndola, y a dar a los otros la experiencia de este encuentro exaltante. El testimonio de vida, además, provoca casi siempre un encuentro posterior, para que también otros encuentren personalmente a Jesús y su Palabra. El Señor continúa siendo el Viviente en la vivencia humana, el único Salvador de todo hombre y el Señor de la historia que actúa con su Espíritu de vida. Para todos encontrar a  Cristo es acoger su amor gratuito, adherirse a su proyecto, abrazar su destino y anunciar el Reino de Dios, especialmente a los pobres y a los que no tienen esperanza en un futuro: para construir así una sociedad justa y solidaria.

 

ORATIO

        Señor y Padre, nos llenan de alegría las muchas cosas que nos has revelado por tu Hijo Jesús, referentes a nuestra felicidad y a nuestra salvación eterna. A menudo, sin embargo, nos asalta el temor de no estar a la altura de corresponder plenamente a tu amor de Padre.

        Pensamos con frecuencia en la vivencia de tu pueblo elegido, que en la "antigua alianza" endureció su corazón contra ti (cf. Ex 19,9-11); y más tarde, cuando enviaste a tu Hijo entre nosotros, los jefes del pueblo hicieron otro tanto con él, que habló y reveló tu rostro con mansedumbre y verdad. Y todo porque no han acogido tu Palabra en ellos, no han hecho espacio a tu presencia en su vida, no han hecho germinar la semilla de la Palabra de Jesús en su corazón.

        Tú nos has enseñado que la fe nace sólo en el corazón de aquellos en quienes habita tu amor. Nosotros nos sentimos  débiles y tenemos miedo de no estar a la altura en este camino de la Palabra interiorizada y vivida en lo cotidiano, en la verdad y en el amor fraterno. Haz que nunca endurezcamos nuestro corazón a tu reclamo paterno ni a la acción interior de tu Espíritu Santo. Y si alguna vez se da en nosotros la experiencia de la fragilidad humana y del corazón cerrado a tu Palabra o traicionamos el evangelio, escondiendo la injusticia bajo la apariencia de caridad, no nos abandones, y haznos recuperar de inmediato la paz interior y la comunión contigo, en la que reside nuestra verdadera y única alegría.

CONTEMPLATIO

        «Los cielos anuncian su justicia». ¿Quiénes son estos cielos? Aquellos que se han hecho morada de Dios. Si lo quieres, también tú serás un cielo. ¿Quieres serlo? Si has comenzado a saborear las cosas de arriba ¿no te has convertido, quizás, en un cielo? Tu morada está en el cielo.

        Toda la Iglesia es mensajera de Cristo; son cielos todos los fieles que procuran llevar a Cristo a los no creyentes y lo hacen movidos por el amor. ¡Estad tranquilos! Les lleváis a uno que no desilusionará a cuantos lo vean. Y rogadle a fin de que los ilumine y logren mirarlo bien (...).

        En cuanto a ti, imagina que has visto el sol. Si encontrases a uno que (sin haberlo visto) viniese a encomiarte el esplendor de una lámpara, tú le dirías: «¡Esto no es luz!». ¿Por qué le dices esto? Porque tú conoces otra belleza. Me replicarás: «Pero yo no la conozco».

    Cree y la verás. Puede ser, en efecto, que no tengas ojos adaptados para verla. Quizás tu ojo esté enfermo. Antes de ver, cree: así serás curado y lograrás ver: «Amanece la luz para el justo, la alegría para los rectos de corazón» (San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 96).

ACTIO

        Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Tu verdadera identidad es ser hijo de Dios. Es ésta la identidad que debes aceptar. Una vez que la la has reivindicado y te has instalado en ella, puedes vivir en un mundo que te da mucha alegría y también mucho dolor. Puedes recibir alabanzas o calumnias que llegan a ti como una ocasión para fortalecer tu identidad fundamental, porque la identidad que te hace libre ha clavado su ancla más allá de toda alabanza y de toda calumnia humana. Tú perteneces a Dios, y como hijo de Dios has sido enviado al mundo. Necesitas un guía espiritual. Necesitas personas que te mantengan anclado a tu verdadera identidad. Subsiste siempre la tentación de cortar el lazo con el lugar profundo en el que Dios te habita y de dejarte ahogar por la alabanza o la calumnia del mundo.

        Mientras lo más profundo dentro de ti, donde se hunden las raíces de tu identidad como hijo de Dios, te ha sido desconocido, los que eran capaces de "tocarte" han tenido sobre ti un poder imprevisible y a menudo aplastante. Han llegado a ser parte de tu identidad; ya no podías vivir sin ellos. Pero ellos no podían desempeñar el papel divino y te han dejado, y tú te has sentido abandonado.

        Pero precisamente esta experiencia de abandono es la que te ha hecho volver a tu identidad de hijo de Dios. Sólo Dios puede habitar plenamente en lo más profundo de tu alma y darte sentido de seguridad. Pero queda el peligro de que dejes entrar a otros en tu lugar sagrado, hundiéndote así en la angustia (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).

 

2 de enero

Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 2,22-28

Hermanos:

22 ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ése es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo.

23 Todo el que niega al Hijo, se queda sin el Padre; y todo el que acepta al Hijo, tiene también al Padre.

24 Vosotros debéis permanecer fíeles a lo que oísteis desde el principio. Si sois fieles a lo que oísteis desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre.

25 Y ésta es la promesa que él nos ha hecho: la vida eterna.

26 Os he escrito estas cosas para poneros en guardia contra los que intentan seduciros.

27 En cuanto a vosotros, el Espíritu que habéis recibido de él permanece en vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; antes bien, ese Espíritu, que es fuente de verdad y no de mentira, os enseña todas las cosas. Así pues, permaneced en él, conforme a lo que os enseñó.

28 Sí, hijos míos, permaneced en él, para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no nos veamos avergonzados ante él el día de su gloriosa venida.

 

** El fragmento revela las líneas esenciales de la falsa doctrina divulgada por los "anticristos" en una época atormentada del final del siglo primero: Jesús no es el Mesías, el Hijo de Dios. Esta herejía cristológica consideraba imposible que el Verbo se hubiese encarnado a la manera humana, auténtico escándalo para la mentalidad gnóstica. Pero para el apóstol Juan negar la divinidad de Jesús significaba no tener comunión con el Padre y la verdadera vida (w. 22-23); negar la unión de lo divino y lo humano en Jesús significaba ser "anticristo", porque lo humano en Jesús es el reflejo perfecto de lo divino, es el reflejo del Padre (cf. Jn 14,9).

El cristiano debe permanecer fiel a la Palabra oída desde el principio, es decir, al misterio pascual en su integridad (muerte-resurrección) enseñado por los apóstoles. Sólo esta Palabra acogida en la fe, interiorizada y vivida en el Espíritu permite conservar la auténtica comunión con el Hijo y con el Padre (v. 24). Así pues, vivir en comunión con Dios significa poseer la promesa que Cristo ha hecho, es decir, «la vida eterna» (v. 25; 3,15; Jn 3,36). Y el creyente puede resistir al, seductor que enseña el error, vivir las radicales exigencias del evangelio y permanecer en la Palabra a la espera de la venida de Cristo porque ha recibido «la unción» del Espíritu Santo en el bautismo (v. 27). El Espíritu, fuerza interior que da la sabiduría, hace invencible y fuerte en la tentación al discípulo de Jesús, lo impulsa a la evangelización y lo hace confiado en el retorno del Señor (v. 28).

 

Evangelio: Juan 1,19-28

19 Los judíos de Jerusalén enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para preguntar a Juan: -Tú, ¿quién eres?

20 Su testimonio fue éste: -Yo no soy el Mesías.

21 Ellos le preguntaron: -Entonces, ¿qué? ¿Eres tú, acaso, Elías? Juan respondió: -No soy Elías. Volvieron a preguntarle: -¿Eres el profeta que esperamos? Él contestó: -No.

22 De nuevo insistieron: -Pues, ¿quién eres? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?

23 Entonces él, aplicándose las palabras del profeta Isaías, se presentó así: -Yo soy la voz del que clama en el desierto: allanad el camino del Señor.

24 Algunos miembros de la comisión eran fariseos. 25 Éstos le preguntaron: -Si no eres ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta esperado, ¿por qué razón bautizas?

26 Juan afirmó: -Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis.

27 Él viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias.

28 Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

 

*» El texto es el testimonio del Bautista ante la delegación enviada por las autoridades de Jerusalén a Betania, al otro lado del Jordán (v. 28).

A la pregunta: «Tú, ¿quién eres?» (v. 19), el Bautista confiesa, evitando cualquier malentendido acerca de su propia persona y de su propia misión, que no es el Cristo, el Salvador escatológico esperado. Este testimonio negativo en boca del Bautista es una auténtica confesión de fe en el mesianismo de Jesús. Siguen otras preguntas de los enviados a las que el Testigo responde diciendo no ser ni Elías (cf. Mal 3,1-3.23; Me 9,11; Mt 7,10) ni el profeta (cf. Dt 18,15; 1 Mac  14,41), personajes esperados para el tiempo mesiánico. El desconcierto de sus interlocutores es grande.

El Bautista continúa explicando su propia identidad, definiéndose a sí mismo con las palabras del Segundo Isaías: «Voz que clama en el desierto» (v. 23) y prepara el camino al Cristo (cf. Is 40,3). Él no es la luz, es sólo la lámpara que arde y que testimonia la luz verdadera. Él no es la Palabra encarnada, es sólo la voz que prepara el camino con la purificación de los pecados y la conversión del corazón. Y a la ulterior insistencia de los fariseos sobre el motivo de su bautismo, Juan replica: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis» (v. 26).

El bautismo de Juan no es el del tiempo de la salvación, sino un rito de iniciación para prepararse a la acogida del Mesías, que se encuentra ya entre el pueblo. El Bautista acerca su propia persona a la de Cristo para poner de relieve la dignidad y grandeza de Jesús, cuya vida tiene dimensiones de eternidad: Juan no es digno de prestarle el más humilde de los servicios: desatarle las sandalias. El testimonio del Bautista pretende, pues, suscitar la fe en todo hombre hacia el gran desconocido, el portador de la salvación, que vive entre los hombres.

 

MEDITATIO

La fe del Bautista está orientada al anuncio de Jesús. El Mesías, pues, tanto en su aparecer como en el curso sucesivo de la historia humana, por él atravesada y revolucionada, no revela inmediata ni completamente su origen ni su misión. Es preciso que quien recibe de Dios el don de tocar el misterio de Cristo, reflexionando sobre los misterios de su historia, lo anuncie con la vida y la palabra, como el Bautista junto al Jordán. En efecto, el hombre forjado en la soledad del desierto se esconde y casi desaparece a la sombra de aquel que él presenta al mundo. Ésta, justamente, fue su misión: dar testimonio del Esperado que vive en medio de su pueblo.

También el cristiano de hoy está llamado a ser anunciador del evangelio y la Palabra de Jesús, la voz que grita con la vida la verdad de Cristo, a pesar de la pobreza que experimenta y la fragilidad de sus palabras humanas. Cristiano es el hombre que se define en función de Cristo, de Aquel que viene siempre a los suyos para comunicar salvación y vida. Él da testimonio de Cristo, nos relaciona con él y le prepara su misión; es el heraldo que invita a volver al desierto para preparar espiritualmente el camino al Mesías; es el que reclama atención no para sí mismo, sino para el que está por llegar. Todo cristiano es un propagador de la Palabra de Dios en la aridez espiritual de nuestro mundo, el que allana el camino a los hermanos para que encuentren a Cristo, y es testigo del evangelio con la propia vida.

 

ORATIO

Señor Jesús, que has querido ser solidario con nosotros y solidario con el Padre, te pedimos nos enseñes a ser como el Bautista, auténticos testigos de tu amor a los hermanos. La tarea de tu testigo en el desierto fue la de empeñar su voz, sus fuerzas, su vida entera para que los hombres optasen por ti. Lo mismo nos ha dicho tu evangelista Juan, cuando ha recordado a su comunidad que el que no confiesa tu mesianismo no está en comunión contigo ni con el Padre (cf. 2,23).

Te rogamos, por eso, que refuerces nuestra fe en ti, único salvador de la humanidad, haciéndonos experimentar el poder de tu Espíritu, que nos ha sido dado en el bautismo, y que es nuestra fuerza y nuestro apoyo espiritual.

Jesús, el Bautista se declaró indigno de desatar las correas de tus sandalias, él, el más grande de los nacidos de mujer, y así dio de sí mismo un testimonio de extraordinaria humildad y de servicio. Enséñanos a no presumir nunca de nosotros mismos en ninguna circunstancia de la vida, a ser humildes incluso cuando nos son confiados cargos de prestigio y de éxito, conocedores de que todo nos viene de tu bondad y de los dones que tú nos has regalado.

Queremos ser sólo un instrumento en tus manos para que tu reino de justicia y de amor se extienda al mundo entero. Queremos ser testigos de tu Palabra, siempre antigua y siempre nueva, que nos dejaste como testamento antes de tu retorno al Padre, la de la fe confesada ante toda la humanidad y del amor fraterno practicado con todos, sin acepción de personas.

 

CONTEMPLATIO

¿Quién es Jesús? Nosotros que tenemos este grandísimo y dulcísimo Nombre para repetírnoslo a nosotros mismos, nosotros que somos fieles, nosotros que creemos en Cristo, nosotros ¿sabemos bien quién es? ¿Sabríamos decirle una palabra directa y exacta: llamarlo verdaderamente por su nombre, invocarlo como luz del alma y repetirle: Tú eres el Salvador? ¿Sentir que nos es necesario y que no podemos estar sin él: es nuestro tesoro, nuestra alegría y felicidad, promesa y esperanza, nuestro camino, verdad y vida (...).

El Cristo que llevamos a la humanidad es el "Hijo del Hombre", como él mismo se ha llamado. Es el primogénito, el prototipo de la humanidad nueva, es el Hermano, el Compañero, el Amigo por excelencia. Sólo de Él se puede decir con plena verdad que «conocía al hombre por dentro» (Jn 2,25). Es el enviado de Dios, no para condenar al hombre sino para salvarlo (Pablo VI, Discurso del 14 de marzo de 1965).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia» (cf. Jn 1,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Narciso es el protagonista de un relato antiguo. Era un ¡oven bellísimo que un día contempló su propia imagen reflejada en un  espejo de agua. Se enamoró de ella ignorando que la imagen reflejada era él mismo. Se arrojó al agua y se ahogó.

Ningún relato ¡lustra mejor cuan engañosa es la felicidad fundada en el culto de sí, pero para mucha gente el alfa y la omega de la búsqueda de la felicidad reside en el propio «yo». Si el problema está en esto, en esto se encuentra también la respuesta. ¿Se necesita una aportación externa? Sólo para enriquecerse con ella. Es la felicidad posesiva que descarta fríamente todo lo que podría atraer al hombre fuera del propio nido. El que padece esta enfermedad puede sentirse feliz exclusivamente de sí. Este "cerrarse en el propio capullo" se ha difundido de modo sorprendente en los últimos decenios. Se tiene la impresión de que todas las fronteras se cierran, que puertas y ventanas están atrancadas, que la calefacción central esté abierta al máximo. El lecho de plumas parece haberse convertido en el santuario de toda la familia.

La publicidad colabora a la inflación del yo, como podemos constatar sobre los muros de nuestras calles: mi banco (mímame, mis dineros, mi interés, mi porvenir, mi seguridad...). "Tú" o "él" casi han desaparecido.

La desaparición del espíritu de sacrificio produce una sociedad fría, que se hace también superconservadora. Se limita a preservar, no crea nada. ¡Y peor aún! Ante el sufrimiento, la búsqueda de la felicidad pierde su sentido: todo sufrimiento anula la felicidad. De este modo, el hombre se aleja de la verdad misteriosa para la cual la felicidad es bastante fuerte para integrar momentáneamente el sufrimiento y asumirlo. El sufrimiento contiene otra especie de felicidad, una felicidad de registro distinto, una felicidad que sólo conocen los que la han comprendido a la luz de la cruz, pero algo está claro para cada uno de nosotros: quien quiere ser feliz aquí abajo, debe estar dispuesto a dar cabida al sufrimiento (G. Danneels, Le stagioni della vita, Brescia 1998, 225-227).

 

3 de enero; Santísimo Nombre de Jesús

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 2,29-3,6

29 Si sabéis que Él es justo, reconoced también que todo el que practica la justicia ha nacido de Él.

1 Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo ha conocido a Él.

2 Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es.

3 Todo el que tiene en Él esta esperanza se purifica a sí mismo, como Él es puro.

4Todo el que peca, se hace culpable de la iniquidad, porque el pecado es la iniquidad.

5 Sabéis que Él se ha manifestado para borrar los pecados, y que en Él no hay pecado.

6 El que permanece en Él, no peca. Todo el que peca, ni lo ha visto ni lo ha conocido.

 

*•• El tema de la perícopa es Jesús justo, sin pecado, que ha sido obediente a la voluntad del Padre y es modelo para el cristiano (2,29; 3,3). También el fiel, que vive en la justicia, es hijo de Dios (3,1) y no comete pecado (3,9; 4,7; 5,1.4.18). El obrar cristiano demuestra el nuevo nacimiento. Para Juan las expresiones «hijo de Dios» (w. 1-2) y «haber nacido de Dios» (v. 29) significan ser hombre nuevo, llamado a caminar por una vida nueva, imitando al Padre en una progresiva asimilación y comunión con él, que se convertirá en identificación en la visión cara a cara (cf. 1 Cor 13,12).

El valor de nuestra fe reside y aumenta en el hecho de que somos hijos de Dios, salvados por un Padre que nos ama y que nos inspira confianza. El mundo que lo rechaza con el pecado, aliándose con el anticristo, desprecia y no comprende a Jesús, no ama a sus discípulos, actúa contra la ley de Dios (v. 4), pertenece a la esfera del maligno y se opone al reino mesiánico. El que, por el contrario, se adhiere al Señor, que se ha hecho pecado por nosotros, está libre de pecado, recibiendo de Cristo la fuerza para superar el mal y vencerlo (v. 6). Pero, ¿cuándo puede decir el creyente que experimenta auténticamente el amor de Dios? La respuesta del Apóstol es clara: cuando no comete pecado, obra con justicia y se mantiene puro, siguiendo el camino que Cristo ha recorrido: el de la cruz, o sea el del amor llevado hasta amar al enemigo.

 

Evangelio: Juan 1,29-34

29 Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo:

-Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

30  éste me refería yo cuando dije: «Detrás de mí viene uno que ha sido colocado delante de mí, porque existía antes que yo».

31 Yo mismo no lo conocía; pero la razón de mi bautismo era que él se manifestara a Israel.

32 Juan prosiguió:

-Yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como una paloma y permanecía sobre él.

33 Lo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautizará con Espíritu Santo».

34 Y como lo he visto, doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.

 

*» La escena está caracterizada por el encuentro del Bautista con Jesús. La atención del fragmento se vuelca sobre el contenido de la solemne proclamación del Testigo, en un contexto de revelación mesiánica. Es el hombre de Dios que "ve" por primera vez a Jesús. Éste "viene" del Padre y camina desconocido entre la multitud, a la que le une su condición humana, y el Bautista exclama: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (v. 29b). El símbolo del cordero reclama varios textos: el cordero pascual (cf. Ex 12,1-28; 29,38-46), el Siervo doliente (cf. Is 42,1-4; 52,13-53,12). Jesús es el Cordero-Siervo obediente al Padre, el que cancela las culpas de los hombres y les comunica la vida nueva con sus sufrimientos y su muerte en la cruz. El testimonio del Bautista se refiere, además, al modo en que ha visto al Espíritu Santo bajar sobre el Mesías. Es el Testigo mismo el que ve al Espíritu sobre Jesús «bajar del cielo como una paloma» (v. 32).

La imagen de la paloma, en el ambiente judaico-antiguo, indicaba a Israel: el Espíritu que baja en forma de paloma es anuncio de la generación del nuevo Israel de Dios, que comienza con Jesús y constituye el fruto maduro de la venida del Espíritu. Ésta es la época de la purificación y del verdadero conocimiento de Dios a través del Espíritu. El Espíritu baja sobre Jesús y "permanece" en él de un modo pleno y estable (cf. Is 11,2-3). Él es la nueva morada de Dios, el templo del Espíritu, fuente perenne de salvación para todos. Es durante la teofanía del bautismo de Jesús cuando el Bautista reconoce al Mesías. Ahora puede testimoniar que Jesús es el Hijo de

Dios (v. 34), el que «bautiza con el Espíritu Santo» (v. 33), esto es, da el Espíritu a todo discípulo y lo llena de este don, prometido para la era de la salvación.

 

MEDITATIO

El testimonio del Bautista no tiene su finalidad en sí mismo. Tiene por objetivo suscitar la fe del discípulo en la persona de Jesús. El Bautista ha visto al Espíritu "permanecer" sobre Jesús. Esta certeza provoca el anuncio de que Jesús es verdaderamente el Mesías, el Elegido de Dios (cf. Is 42,1). El testimonio de Jesús "Hijo de Dios" se hace eco de las palabras pronunciadas por el Padre en el bautismo: «Éste es mi Hijo amado» (cf. Me 1,11; Mt 3,17; Le 3,22).

El testimonio de Juan ha caracterizado dos épocas: la del bautismo «con agua» (v. 31) y la del bautismo «en el Espíritu» (v. 33). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en las aguas del Jordán es el inicio de la salvación y de los tiempos nuevos: ha comenzado para la humanidad su camino de retorno al Padre, se ha puesto en marcha la creación del nuevo Israel. Hasta el evento del Jordán el Espíritu moraba en Jesús, escondido en el silencio y desconocido; sólo ahora, con la confirmación de lo alto, el Padre lo consagra en su misión profética y mesiánica. Cada creyente es el hijo esperado sobre el que se posa el Espíritu del Señor y está llamado a dar testimonio de que el único camino de salvación para el hombre es el recorrido por Cristo y no las fáciles ilusiones prometidas por otros libertadores de movimientos políticos, sociales y religiosos. Quien nace del misterio de Cristo muerto y resucitado puede anunciar a los hermanos el camino de la salvación y proponerla con eficacia a través del signo del amor y de la entrega de sí.

 

ORATIO

Señor, enviándonos a tu Hijo como Salvador has hecho posible nuestra liberación del pecado y de la muerte y has restablecido nuestra comunión contigo. Con sólo nuestras fuerzas no nos hubiera sido posible obtener todo esto, y tú, sabiendo bien de qué pasta estamos hechos, nos has enviado a Cristo, tu Hijo unigénito, que nos ha hecho de nuevo hijos tuyos y sus hermanos. Has hecho bajar a tu Espíritu sobre Jesús para que él pudiese iniciar su misión en la tierra y borrar todas nuestras iniquidades.

Nosotros hoy somos conscientes de todos estos dones y, en especial, del don del bautismo con el que nos hemos convertido en verdaderos hijos tuyos. Señor, haznos comprender cada vez más este inmenso don y que lo hagamos crecer en nosotros con un camino espiritual que nos haga adultos en la fe, generosos en el amor a nuestros hermanos y testigos creíbles de tu evangelio entre aquellos que aún no han acogido tu salvación. Te pedimos en nombre de Jesús tu Hijo, el Cordero sin mancha, que los que viven en la indiferencia y en el ateísmo sean sacudidos de su aparente tranquilidad y reconozcan en Jesús el auténtico sentido de la vida y, hechos hijos tuyos por medio del Espíritu Santo, experimenten tu ternura de Padre.

Sabemos, Señor, que por la muerte de Jesús nos has dado la vida y que todos nosotros podemos continuar la misión de tu Hijo en el mundo para crear una humanidad nueva, más fraterna, sin divisiones ni guerras, unida en el signo del amor que nos ha enseñado Jesús.

 

CONTEMPLATIO

«Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos» (1 Cor 9,22). Por esto él quiere ser un niño pequeño: para que tú puedas llegar a ser un hombre perfecto. Él fue envuelto en pañales, para que tú fueses liberado de los lazos de la muerte; Él en el establo, para ponerte a ti sobre altares; Él en la tierra, para que tú alcanzases las estrellas; Él no encontró sitio en la posada, para que tú tuvieses en el cielo muchas moradas. «De rico que era», está escrito, «se hizo pobre por vosotros, para que vosotros fueseis ricos con su pobreza» (2 Cor 8,9). Aquella indigencia es, por tanto, mi riqueza y la debilidad del Señor es mi fuerza. Ha preferido para sí las privaciones, para tener qué dar en abundancia a todos. El llanto de su infancia en vagidos es un lavado para mí, aquellas lágrimas han lavado mis pecados.

Señor Jesús, me siento más en deuda contigo por tus ultrajes para mi redención, que por tu poder para mi creación. Nos hubiera sido inútil nacer, si no hubiera sido la ocasión para ser redimidos (San Ambrosio, Tratado sobre el evangelio de Lucas, II, 41).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos» (1 Jn 3,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hemos sido bautizados. Dios no nos ha conquistado sólo  mediante ideas y teorías o mediante piadosas disposiciones de ánimo y sentimientos, sino mediante la acción corpórea realizada con su fuerza, mediante la acción realizada sobre nosotros a través de sus ministros en el bautismo. Este es nuestro consuelo y nuestra confianza: Dios se ha comprometido con nosotros solemne y públicamente y ha derramado su Espíritu de amor en nuestros corazones desde los primeros días de nuestra vida.

Este claro testimonio de Dios es más importante que el testimonio ambiguo de nuestro corazón cansado, débil y amargamente vacío. Dios nos ha dicho en el bautismo: Tú eres hijo mío y templo de mi Espíritu. ¿Qué vale frente a semejantes palabras nuestra experiencia cotidiana, según la cual parecemos ser pobres criaturas abandonadas por Dios y por el Espíritu?

Creemos en Dios más que en nosotros mismos. Somos bautizados. Y el suave Espíritu del buen Dios reside en lo más profundo de nuestro ser, quizás allí donde no logramos penetrar con nuestra deficiente sicología. Allí, el Espíritu clama al Dios eterno: Abba, Padre. Allí, el Espíritu nos dice a nosotros: Hijo, hijo verdaderamente amado con amor infinito. ¡Somos bautizados! (K. Rahner, El año litúrgico, Barcelona 1968).

 

4 de enero

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 3,7-10

7 Hijos míos, que nadie os engañe. Quien practica la justicia es justo, como Él es justo.

8 Quien comete pecado procede del diablo, porque desde el principio el diablo peca. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del diablo.

9 El que ha nacido de Dios no comete pecado, porque la semilla divina permanece en Él; no puede pecar, porque ha nacido de Dios.

10 La distinción entre los hijos de Dios y los del diablo es Ésta: quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano, no es de Dios.

 

**• Juan, frente a la herejía gnóstica, afirma que el criterio distintivo de los hijos de Dios es una conducta recta y justa: «Quien practica la justicia es justo» (v. 7), como Jesús, que acató la voluntad del Padre. Por el contrario, «quien comete pecado procede del diablo» (v. 8). El combate entre el bien y el mal, entre Cristo y Satán, implica también al cristiano. El pecado, en efecto, es contrario al mundo de Dios y el que peca no puede ser hijo de Dios, sino hijo del diablo, porque Cristo es el vencedor del mal. Él ha instaurado los tiempos de la salvación (cf. 1,7; 2,2; 3,5) y llama a sus seguidores a combatir el pecado (cf. Heb 12,1-4), a practicar la justicia (cf. 2,29; 3,10). Se puede, pues, poseer la filiación divina o la filiación humana: la primera procede de la acción de Dios en el corazón del creyente que se abre al Espíritu; la segunda nace en el corazón del que rechaza a Dios y vende el propio corazón al diablo. Así, «Quien ha nacido de Dios no comete pecado» (v. 9) porque «una semilla divina», esto es, la Palabra de Dios, rica por la fuerza del Espíritu, habita en el cristiano y lo colma (cf. Jn 3,5; Mc 4,3-8.14-20; Rom 8,14; Tit 3,5).

El hijo de Dios, que hace crecer y fructificar en sí la semilla de la Palabra, no podrá pecar jamás, porque ha hecho sitio a Dios, permaneciendo en Cristo, que actúa en su vida. La condición esencial, sin embargo, es la apertura constante al Espíritu de Dios viviendo una actitud de conversión continua. Entonces los signos concretos del cristiano serán la disponibilidad a la voluntad de Dios y el amor fraterno (v. 10).

 

Evangelio: Juan 1,35-42

35 Al día siguiente, Juan se encontraba en aquel mismo lugar con dos de sus discípulos.

36 De pronto vio a Jesús que pasaba por allí, y dijo:

-Éste es el Cordero de Dios.

37 Los dos discípulos le oyeron decir esto, y siguieron a Jesús.

38 Jesús se volvió y, viendo que lo seguían, les preguntó:

-¿Qué buscáis?

Ellos contestaron:

-Rabí (que quiere decir Maestro), ¿dónde vives?

39 Él les respondió:

-Venid y lo veréis.

Se fueron con él, vieron dónde vivía y se quedaron aquel día con él. Eran como las cuatro de la tarde.

40 Uno de los dos que siguieron a Jesús por el testimonio de Juan era Andrés, el hermano de Simón Pedro.

41 Encontró Andrés en primer lugar a su propio hermano Simón y le dijo:

-Hemos encontrado al Mesías (que quiere decir Cristo).

42 Y lo llevó a Jesús. Jesús, al verlo, le dijo:

-Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas (es decir, Pedro).

*» Es el segundo testimonio público del Bautista sobre Jesús el que provoca el seguimiento de algunos de sus discípulos tras el Maestro (w. 35-37). El texto presenta, armónicamente fundidos, el hecho histórico de la llamada de los primeros discípulos, descrito como descubrimiento del misterio de Cristo, y el mensaje teológico sobre la fe y sobre el seguimiento de Jesús. En este fragmento el evangelista nos presenta los rasgos característicos del verdadero camino para poder convertirse en discípulos de Cristo. Todo comienza con el testimonio y el anuncio de un testigo cualificado, en este caso el del Bautista («Éste es el Cordero de Dios»: v. 36), al que sigue un camino de auténtico discipulado («Siguieron a Jesús»: v. 37). Este seguimiento florece más tarde en un encuentro hecho de experiencia personal y de comunión con el Maestro («fueron... vieron... se quedaron con Él»: w. 38-39). El coloquio entre Jesús y los discípulos versa sobre el sentido existencial de la identidad del Maestro que los invita a una experiencia de vida con él. Esta experiencia de intimidad termina con una profesión de fe («hemos encontrado al Mesías»: v. 41), que sucesivamente se hace apostolado y misión. En efecto, Andrés, después de haber hecho tal experiencia, conduce a su hermano hasta Jesús, que le cambia el nombre de Simón por Pedro, esto es, Cefas, para indicar la misión que desarrollará en la Iglesia.

El interés fundamental del fragmento se concentra, pues, sobre el origen de la fe y de su transmisión mediante el testimonio. Estamos ante un itinerario de fe y ante el descubrimiento del misterio de Jesús, a través del gradual conocimiento y adhesión de los discípulos, luego de la primera manifestación de Jesús como Mesías.

 

MEDITATIO

Leyendo el evangelio uno queda fascinado por el misterio de la persona de Jesús y por su gran humanidad, que colma y satisface las aspiraciones fundamentales del hombre. Buscar quién es Jesús es descubrirlo a través del comportamiento de las personas que se encuentran con Él. Penetrar en el misterio de Jesús significa observar el mundo que lo rodea y descubrir el modo en que él se relaciona con los otros. La llamada de discípulos tras el Maestro es un hecho que se repite en todo tiempo de la Iglesia. Es importante que un testigo sepa leer los acontecimientos de su vida y, penetrando por experiencia en lo íntimo del corazón de Jesús, sepa indicarlo a los otros. También la misión del Bautista, cuando Jesús se presentó en el Jordán, estaba para terminar: el amigo del esposo debe saber retirarse cuando llega el esposo (cf. Jn 3,29-30) para ceder el puesto a otro.

Jesús, que no es de este mundo sino que viene del Padre, debe tomar la iniciativa en la vida de todo hombre. Él pasa siempre entre nosotros, esperando que alguno recoja el testimonio de quien lo anuncia. En la vida de cada uno de nosotros hay un día, un encuentro que ha marcado un cambio radical de nuestra existencia: la llamada personal e imprevisible de Dios con vistas a nuestra misión. Con frecuencia Él, para llamarnos, se sirve de otros "Juan Bautista", que pueden ser los padres, un amigo, un sacerdote, un libro, un retiro espiritual u otra cosa, pero es Él quien nos llama a seguirlo para construir un mundo nuevo. El peligro es que pase en vano por nosotros, por no haberlo escuchado atentamente.

 

ORATIO

Señor, cada día somos llamados a optar por pertenecerte o rechazarte. Es absurdo, además de peligroso, intentar conciliar lo incompatible. Has puesto en nuestros corazones de creyentes una fuerza, un germen divino: tu Palabra vivificada por el Espíritu Santo. Ella nos posibilita resistir al antiguo tentador y vencer el mal.

Tú nos dijiste con palabras del evangelista Juan que «el que ha nacido de Dios no puede pecar» (1 Jn 3,9), porque somos tus hijos y para nosotros vivir es pertenecerte. Esta impecabilidad, sin embargo, no es una realidad ya adquirida sino, más bien, una conquista personal por realizar día a día con tu ayuda y con renuncias, sacrificios, mortificaciones, haciendo fructificar las semillas que son tu Palabra y tu gracia. Recibimos las dos en el bautismo y continuamente las alimentas con las innumerables gracias actuales que tú, Señor, das a quienes creen en ti. Nuestro compromiso quiere ser, pues, el de decirte "sí" en el "dejarnos hacer" por tu Espíritu, poniendo en práctica tu Palabra para "obrar en justicia", que es compromiso de amor fraterno y entrega de nuestra vida a quien tiene necesidad de nuestra ayuda.

Señor, haz que en nuestra existencia cotidiana te sepamos buscar siempre con el mismo deseo de los primeros discípulos. A veces te buscamos sin saber quién eres ni dónde podemos encontrarte. Haznos ver cuál es tu morada en nuestro mundo y haz que nuestras fuerzas estén siempre al servicio de los pequeños y de los pobres, entre los cuales has elegido vivir.

 

CONTEMPLATIO

Hijo de Dios, en tu amor has venido a nosotros para hacer nuevas todas las cosas. Dame tu amor para que yo hable de tu amor a quien me escucha. Dios Altísimo, tú bajaste de los cielos para habitar con nosotros, pecadores. Para que yo pueda contar la belleza de tu amor, concédeme subir donde tú habitas. En tu amor ardiente permite que mi boca anuncie con garra tu buena noticia, concédeme cantar a plena voz tu gloria entre las gentes de esta tierra.

Venid, hermanos amadísimos. Hemos nacido de un solo bautismo. Queremos amar: el amor es la riqueza grande de quien lo posee. Por el agua bautismal habéis llegado a ser hermanos del Hijo único. Venid, pues, y gustemos con sabiduría cuanto habla del amor. Hoy me conmuevo al hablaros del amor. El amor es delicia, venid y gustad su salvación. Sólo si el amor entra en tu corazón, tus pensamientos se harán luminosos como luz. Sí, tu inteligencia se abrirá a los misterios de Dios (Giacomo de Sarug, Cántico dell'Amor, en Fascicoli di meditazione 39, 3-5).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Lo acompañaron, vieron donde vivía y se quedaron aquel día con Él» (Jn 1,39).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Maestro, ¿dónde vives?». Enséñame los caminos que conducen a mí mismo, revélame el refugio profundo que tu amor gratuito ha querido construirse en lo íntimo de mi ser. Haz que, recorriendo hacia atrás uno tras otro los senderos de mi vida consciente, reencuentre siempre en sus orígenes tu gracia misericordiosa que previene mis iniciativas y me ofrece mis verdaderos valores (...).

El Señor está presente también en las pequeñas ocasiones en que nos ofrece hacer el bien o aceptar el sufrimiento; está presente en estas modestias moradas como en las hostias consagradas: bajo las especies de la contrariedad fortuita, del visitante inoportuno, de la enfermedad fastidiosa o del trabajo ingrato, de un sacrificio que se nos pide, de una obediencia mediocre. Bajo estas especies está presente moralmente, como está presente corporalmente bajo las especies eucarísticas. Y mi vida transcurre próxima a estas moradas; y el curso tortuoso de mis jornadas lo encuentra en cada momento. Pero yo soy demasiado ciego para advertirlo y descuido las ocasiones de hacer el bien o de aceptar el sufrimiento, como se descuidan las casas deshabitadas o los tugurios en ruinas junto a la carretera.

«Venid y ved». Señor, ábreme los ojos: que yo aprenda a conocerte en cada una de tus presencias humildes y aprenda a encontrarte en la prosa santificante de mi deber cotidiano. Porque tú habitas justo aquí. Y es en este deber humilde, sea cual sea, donde estoy seguro de encontrarte, no sólo de paso y como furtivamente, sino de modo estable y permanente... (P. Charles, La priére des hommes, París 1957).

 

 

5 de enero

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 3,11-21

Hermanos:

11 Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio es que debemos amarnos los unos a los otros.

12 No como Caín, que era del maligno, y mató a su hermano. Y ¿por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas.

13 No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia.

14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.

15Todo el que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida posee vida eterna.

16 En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.

17 Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de Él, ¿cómo puede permanecer en Él el amor de Dios?

18 Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad.

19 En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos la conciencia tranquila ante Dios,

20 porque  si ella nos condena, Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas.

21 Queridos míos, si nuestra conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con confianza.

 

*+• El motivo fundamental de la buena noticia cristiana es el de la caridad fraterna y generosa desde el primer momento de la conversión (2,7-11). Sólo el amor auténtico a los hermanos salva y da vida, después de haber destruido la muerte (v. 14; Jn 5,24). El contrario del amor es el odio, el que impulsó a Caín a matar al justo

Abel, el que movió a los incrédulos, enemigos de Dios, a matar a Cristo y a sus discípulos (cf. Jn 15,20). El odio es el signo de que este mundo está inmerso en la muerte y es la causa de su propia ruina con la práctica de la mentira y con una neta cerrazón a la verdad (w. 12,15). El amor a los hermanos, por el contrario, injerta al hombre en el reino de la vida (v. 14) y permite gestos concretos de amor ante las necesidades del prójimo (w. 17-18).

La práctica del verdadero amor es la vivida por Jesús, que dio su prueba suprema de bondad entregando la propia vida (Jn 10,11.15-18). Hacia este alto ideal toda comunidad cristiana debe crecer y fructificar como comunión de amor (cf. Jn 15,12-13; Hch 4,32). La plena disponibilidad que Cristo ha demostrado sobre la cruz debe animar al cristiano a vivir también la forma más alta del amor: el «amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12), y debe tener presente que el amor sin obras está muerto. Entonces, dar y compartir los propios bienes (w. 17-18) será siempre una obligación para aquellos que con confianza se han comprometido en el seguimiento de Cristo (w. 19-21; Jn 21,17), seguros de que «Dios es más grande que nuestro corazón». Con esta condición el discípulo vivirá en la paz y el amor del Padre.

 

Evangelio: Juan 1,43-51

43 Al día siguiente, Jesús decidió partir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo:

-Sígueme.

44 Felipe era de Betsaida, el pueblo de Andrés y de Pedro.

45 Felipe se encontró con Natanael y le dijo:

-Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la ley, y del que hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.

46 Exclamó Natanael:

-¿Nazaret? ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?

Felipe le contestó:

-Ven y lo verás.

47 Cuando Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, comentó:

-Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.

48 Natanael le preguntó:

-¿De qué me conoces?

Jesús respondió:

-Antes de que Felipe te llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera.

49 Entonces Natanael exclamó:

-Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

50 Jesús prosiguió:

-¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!

21 Y añadió Jesús:

-Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del nombre.

 

**• La escena describe la vocación de Felipe y de Natanael, modelo de discipulado y de seguimiento, que tiene analogías con los relatos de llamada narrados en los sinópticos (cf. Me 2,14; Mt 8,22; 9,9; 19,21; Le 9,59). Los hechos no se desarrollan junto al Jordán, sino mientras Jesús camina hacia Galilea. Ha comenzado el tiempo de su misión.

Es un sucederse y un intercambiarse de miradas y de encuentros. Jesús se propone primero a Felipe en el marco de los acontecimientos cotidianos, llamándolo a su seguimiento. Después, Felipe invita a Natanael a encontrar a Jesús: «Ven y verás» (v. 46). Felipe no intenta aclarar o resolver la duda inicial del compañero, sino que prefiere invitarlo a una experiencia personal con el Maestro, la misma que ha vivido él anteriormente y que ha cambiado su vida. Sólo la fe ayuda a superar los motivos de escándalo y de autosuficiencia humana. Y Jesús la suscita realmente en Natanael, que consiente en acoger el misterio del Hijo del hombre. Jesús revela al futuro discípulo su conocimiento personal porque en él no hay doblez: él es el verdadero israelita piadoso y recto, apasionado por la Escritura, que sabe confesar su propia pobreza ante Dios (cf. Sal 22).

El hombre, tocado en lo íntimo de su ser, por la alabanza del Maestro y por el profundo conocimiento que este tiene de él, se rinde a la evidencia y reconoce en Jesús al Mesías, y confiesa: «Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el rey de Israel» (v. 49). Natanael, como los otros discípulos que lo han precedido en el encuentro con Cristo, se encuentra en el nivel de la fe auténtica y abierta a ulteriores revelaciones que Jesús hará inmediatamente (w. 50-51). Jesús es el Mesías prometido y esperado para el fin de los tiempos.

 

MEDITATIO

Muchas veces el evangelio se concentra en el misterio del Jesús terreno. Él es el hijo de José, de la pequeña aldea de Nazaret. Es de origen humilde pero tiene la fuerza y la autoridad para decir: «Sígueme» (Jn 1,43). Jesús invita al hombre a buscarlo porque sólo se deja encontrar por los que lo buscan. Una serie de experiencias de los discípulos (cf. Jn 1,35-51) permite penetrar en el misterio. Este se abre con el «permanecer con» Jesús y se concluye con la exultante alegría de la confesión de fe en el Mesías, sobre quien suben y bajan los ángeles de Dios (cf. Jn 1,51).

En el testimonio de fe de los discípulos participa también el cielo. Jesús es verdaderamente el único revelador de Dios y el eslabón que liga al hombre con el cielo. También todo cristiano auténtico está ante la "casa de Dios" y a las "puertas del cielo", prefiguradas por la persona histórica de Jesús, donde se contempla el misterio del "Hijo del hombre" (cf. Dn 7,13). El hombre Jesús es el Hijo del hombre, es el Verbo encarnado y el hombre glorificado por la resurrección, que revela con autoridad al Padre. Es la gloria de Dios, es el nexo de unión de cielo y tierra, es el mediador entre Dios y los hombres, es la nueva escala de Jacob, de la que Dios se sirve para dialogar con el hombre. En Jesús encuentra el hombre el espacio ideal para experimentar la acción salvífica de Dios, cuya aceptación o rechazo por parte del hombre comporta un juicio de salvación o de condena (cf. Jn 3,14; 11,51; 12,32).

La progresión en la revelación del misterio tiene dos razones: una objetiva, que hace referencia al misterio mismo que conserva su zona de sombra, y otra subjetiva, en cuanto es necesario que todo hombre conquiste su madurez mediante la experiencia, que es nuestro modo de crecer. A todo creyente corresponde recorrer este itinerario experiencial.

 

ORATIO

Señor Jesús, brota espontánea una pregunta ante la palabra del apóstol Juan que nos interpela: ¿cómo debemos comportarnos para vivir como verdaderos hijos de Dios? Por su mediación, Tú nos has indicado el camino a seguir, el del amor fraterno, practicado no sólo con palabras, sino «con hechos y en la verdad» (cf. 1 Jn 3,18). Es el camino de un amor llevado hasta dar la vida por los otros, de un amor sincero y desinteresado que incluye también al propio enemigo. No siempre resulta fácil practicar este exigente camino.

Pero Tú nos has indicado también el camino para practicar este precepto tuyo: empezar a buscarte y a responder a tus llamadas cotidianas, para llegar, poco a poco, a vivir la realidad más exigente del evangelio. De todos modos necesitamos, Señor, que Tú nos guíes y nos corrijas cuando nos desviamos del camino justo, porque solos no podemos hacer nada, sin tu ayuda y tu mano que nos guía. Toma siempre la iniciativa en nuestra vida y no te canses de llamarnos una y otra vez a Ti. Llévanos gradualmente a descubrir que Tú eres el único Señor de nuestra vida y que a través de ti podemos alcanzar al Padre tuyo y Padre nuestro. Queremos vivir en el único amor divino que es rico en sorpresas continuas.

Señor Jesús, tu mirada, que revela tu humanidad y tu divinidad, nos ayude a acercarnos a ti con mirada sencilla y sincera, como la de tus primeros discípulos, para tener siempre confianza en cada hombre, nuestro hermano.

 

CONTEMPLATIO

Nuestro Padre celestial, desde la eternidad, nos ha llamado y nos ha elegido en su Hijo amado y, con su mano amorosa, ha escrito nuestros nombres en el libro viviente de la eterna Sabiduría: nosotros, pues, debemos corresponder a su amor con todas nuestras fuerzas. Justamente así comienzan todos los cantos de los ángeles y de los hombres, los cantos que nunca tendrán fin.

La primera melodía del canto celestial es el amor hacia Dios y hacia el prójimo: Dios Padre ha enviado a su Hijo para enseñárnosla. Jesucristo, el que nos ha amado desde siempre, desde el día de su concepción en el vientre santo de la Virgen, cantaba en su espíritu gloria y honor a su Padre del cielo, serenidad y paz a todos los hombres de buena voluntad.

Y, en efecto, todo cuanto de más sublime y más gozoso se puede cantar en el cielo y en la tierra es precisamente esto: amar a Dios y amar al prójimo por referencia a Dios, por Dios y en Dios. Cristo, que es nuestro cantor y maestro de coro, ha cantado desde el principio y entonará para nosotros eternamente el cántico de la fidelidad y del amor sin fin. Y también nosotros, con todas nuestras fuerzas, cantaremos tras él, sea aquí abajo en la tierra, sea en el coro de la gloria de Dios (beato Juan Ruysbroeck, Les sept degrés de l'amour spirituel, Bruselas 1922, 248-249).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Aunque nuestra conciencia nos condene, Dios es más grande que nuestra conciencia» (1 Jn 3,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Amad sobre todo a los pobres, los pequeños, los pecadores, los despreciados que son a su vez la más viva encarnación de Cristo, las ovejas más amadas y predilectas de su grey. Amadlos como son, con su aspecto de miseria y de pecado. Este es su mayor título para vuestro amor. El Salvador no ha venido por los justos, sino por los pecadores. "Hacerse uno de ellos" es enriquecerse con su contacto, despojándose de la ilusión de deber llevarles siempre alguna cosa. Esto requiere un alma totalmente abierta y disponible.

El amor, el auténtico amor, es muy exigente: amar como ama Cristo Jesús; estar dispuestos a dar la propia vida como Jesús por los pequeños, los más miserables de nuestros hermanos. Es por esto, y sólo por esto, que seréis reconocidos como sus discípulos y sus amigos.

Preferid siempre a los más pequeños de entre los pobres, los que el mundo rechaza, los que no encuentran otro lugar donde refugiarse que bajo los arcos del acueducto o los fosos de las ruinas romanas (...). Id en busca del miserable, del condenado, del culpable que se esconde y tiene vergüenza, preguntándose quién podrá amarlo aún como amigo. Por esto buscamos aproximarnos a los encarcelados en la miseria moral de sus prisiones (Magdalena de Jesús, 8ran/ di lettere alie Piccole Sorelle, inédito).

 

7 de enero, Lunes después de la epifanía

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 3,22-4,6

Hermanos:

22 Lo que le pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.

23 Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que él nos dio.

24 El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por eso sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.

1 Queridos míos, no deis crédito a cualquiera que pretenda poseer el Espíritu. Haced, más bien, un discernimiento para ver si viene de Dios, porque han irrumpido en el mundo muchos falsos profetas.

2 En esto conoceréis que poseen el Espíritu de Dios: si reconocen que Jesucristo es verdaderamente hombre, son de Dios;

3 pero si no lo reconocen, no son de Dios. Son más bien del anticristo, del cual habéis oído que tiene que venir, y ahora ya está en el mundo.

4 Vosotros, hijos míos, sois de Dios y los habéis vencido, porque es más grande el que está en vosotros que el que está en el mundo.

5 Ellos son del mundo, por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha.

6 Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha. El que no conoce a Dios no nos escucha. En esto reconocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

 

**• El texto sintetiza el contenido de la voluntad de Dios y ofrece criterios para reconocer el espíritu de Dios y el espíritu del mundo. Criterios son, ante todo, la fe en Cristo {«que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo»: v. 23a), después el amor fraterno («que nos amemos los unos a los otros»: v. 23b) y, finalmente, la fidelidad a los mandamientos de Dios (que hace posible la comunión con Dios: cf. v. 24). Por esto el Apóstol sugiere algunas actitudes fundamentales para conseguir este objetivo. Primeramente la oración, entendida no tanto como petición de gracias sino más bien como compromiso personal para cumplir lo que exige (v. 22), y, en segundo lugar, la profesión de fe auténtica en Cristo Jesús y de caridad efectiva hacia los hermanos.

En la comunidad cristiana el primer criterio para discernir los verdaderos de los falsos profetas es, pues, hacer una profunda profesión de fe en Cristo Señor «venido en carne mortal» (v. 2; cf. Hch 2,36). El Apóstol reconduce la actitud de fe al núcleo esencial: aceptar a Jesús. El que excluye a Cristo de su propia vida cotidiana tiene el espíritu del anticristo (cf. 2,18; 2 Jn 7). Los falsos profetas, que pretenden presentar un cristianismo distinto, vienen del mundo y, por eso, el mundo los escucha. Los creyentes, a su vez, son de Dios y Dios está en ellos, y su victoria es segura porque es don de la fe recibida de Cristo (Jn 16,33), que es más poderoso que el anticristo (v. 4; Jn 12,31; 14,30; 16,11). El segundo criterio es eclesial: quien se muestra dócil a la Iglesia viene de Dios (v. 6). La fe del cristiano es la adhesión a la enseñanza propuesta por los guías de la comunidad eclesial, donde está el Espíritu de Dios, al que hay que escuchar y del que hay que dar testimonio.

 

Evangelio: Mateo 4,12-17.23-25

12 Al oír Jesús que Juan había sido encarcelado, se volvió a Galilea.

13 Dejó Nazaret y se fue a vivir a Cafarnaún, junto al lago, en el término de Zabulón y Neftalí;

14 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías:

15 Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos.

16 El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, a los que habitaban en una región de sombra de muerte una luz les brilló.

17 Desde entonces empezó Jesús a predicar diciendo:

-Arrepentíos, porque está llegando el reino de los cielos.

23 Jesús corría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba las enfermedades y las dolencias del pueblo.

24 Su fama llegó a toda Siria; le trajeron todos los que se sentían mal, aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y él los curó.

25 Y le siguió mucha gente de Galilea, la Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán.

 

** El evangelista cuenta lo que ocurrió al principio de la predicación de Jesús después que el Bautista fuera encarcelado. Dejado Nazaret, fijó su morada en Cafarnaún, en el territorio de la Galilea de los gentiles, lugar de la antigua ocupación asiría (733 a.C): aquí comienza ahora a brillar la luz del evangelio de Jesús y el ejemplo de su vida (v. 16; cf. Is 8,23-9,1-2). Para Mateo, Jesús comienza su predicación del reino de Dios en la Galilea de los gentiles porque tiene ante los ojos la misión universal de la salvación. Su palabra es para los judíos, sí, pero también para los paganos: «Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios» (v. 17).

Jesús enseñó por todas partes en las sinagogas y predicó «la buena nueva del Reino» y realizó muchas curaciones milagrosas «curando toda clase de dolencias y enfermedades en el pueblo» (v. 23). Su predicación de la Palabra suscitó un gran entusiasmo, su fama se difundió por toda la Siria y produjo gran impresión en todo el contorno, tanto que muchos acudían a Él. Su enseñanza siempre era acompañada por muchas personas sanadas en su espíritu y por enfermos curados en su cuerpo, como endemoniados, epilépticos, paralíticos, etc. Jesús es el verdadero Siervo del Señor que toma sobre sí las enfermedades de toda la humanidad (cf. Is 53,4). Su anuncio es exhortación y súplica para acoger en la propia vida el don divino de la reconciliación y de la salvación que el Padre celestial ofrece gratuita y generosamente a todos los hombres.

 

MEDITATIO

Muchas veces la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, y especialmente el evangelista Juan, nos presentan en estrecha relación la fe en Dios y el amor a los hermanos (cf. 1 Jn 4,19-21). Es siempre la fe la que se ensancha en el amor y genera la comunión de vida. Es en la vida de fe donde el creyente puede experimentar la doble dimensión del mandamiento del amor: hacia Dios y hacia el prójimo. Y Juan ve el núcleo vital de la fe en la persona de Jesús, el hombre lleno del Espíritu de Dios, y en la acogida de su Palabra, urgente por la venida del Reino, que con él está ya presente entre los hombres.

«El centro vivo de la fe es Jesús, el Cristo; sólo por medio de él los hombres pueden salvarse, de él reciben el fundamento y la síntesis de toda verdad» (RdC 57). Él es verdaderamente «la clave, el centro, el fin del hombre, y además de toda la historia humana» (GS 10). Creer en Jesús quiere decir fiarse de él, abrirse a él hasta dejarse transformar en él, aceptándolo como modelo de conducta: «Yo os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros» (Jn 13,15). Esta fe en él se convierte en fuerza dinámica y creativa, enteramente encaminada a testimoniar y actuar para que Jesucristo y su mensaje sean conocidos y aceptados por los hombres. Los encuentros con Jesús contienen y manifiestan una fuerza transformadora extraordinaria, porque inician un verdadero proceso de conversión, de comunión y de solidaridad humana.

 

ORATIO

Señor, tú eres la luz que ha bajado a la tierra para iluminar a toda la humanidad, tú eres la verdad del Padre que trae esperanza y vida a los alejados que viven en las tinieblas del error, tú eres el fin de la historia humana porque por tu medio la salvación se ofrece a todos los hombres. Te damos gracias por tu Palabra, por el evangelio del amor del Padre con el que has venido a salvarnos a todos y por el ejemplo de vida que nos has dado con hechos concretos, que han afectado tu vida cuando estabas entre nosotros.

Desgraciadamente no te tratamos bien cuando viniste a nosotros, más aún, te rechazamos, colgándote de una cruz como a un malhechor. Perdónanos y danos un corazón arrepentido y capaz de conversión, para que no te reneguemos de nuevo sino, al contrario, resplandezcan en nuestra vida la luz y la alegría que nos trajiste.

Haz que nuestro testimonio cristiano se difunda en amor a los hermanos que no te conocen aún o viven en el error respecto a tu enseñanza, llena de sabiduría humana y divina. Te damos gracias, Señor, porque tu Palabra, proclamada hace tantos siglos, todavía hoy está viva y penetrante entre nosotros y siempre nos renueva el corazón. Aumenta nuestra fe en tu Palabra para que podamos penetrarla en el Espíritu y tomarla en serio como criterio de discernimiento en los sucesos y problemas que nos agobian en la vida.

Haznos capaces de contrarrestar nuestro individualismo (verdadera plaga de nuestro tiempo), con nuestra disponibilidad para ayudar a todo hombre, a fin de que podamos reencontrar la verdad de Dios y la alegría de servir a todo hermano que sufre o pasa necesidad.

 

CONTEMPLATIO

Sobre la Galilea de los gentiles, sobre el país de Zabulón, sobre la tierra de Neftalí -como dice el profeta brilló una luz grande: Cristo. Los que se encontraban en la oscuridad de la noche vieron al Señor nacido de María, el sol de justicia que irradió su luz sobre el mundo entero. Por esto, nosotros todos que estábamos desnudos, porque somos la descendencia de Adán, acudimos a revestirnos de él para calentarnos. Para vestir a los desnudos y para iluminar a cuantos viven en las tinieblas, viniste, te manifestaste, tú, luz inaccesible.

Dios no despreció a aquel que arrojó del Paraíso a causa del engaño, perdiendo así la vestidura que Él mismo les había tejido. De nuevo les viene al encuentro, llamando con su santa voz al inquieto: ¿Dónde estás, Adán? Deja ya de esconderte: te quiero ver aunque estés desnudo, aunque seas pobre. No sientas más vergüenza ahora que yo mismo me he hecho semejante a ti. A pesar de tu gran deseo, no has sido capaz de hacerte Dios, mientras que yo ahora me he hecho voluntariamente hombre. Acércate, pues, y reconóceme para que puedas decir: «Has venido, te has manifestado, tú, luz inaccesible» (Romano il Melode, Inni, Cinisello Balsamo 1981, 213-214).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos» (Mt4,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Reino de Dios significa que Dios reina. Y ¿cómo reina Dios? Preguntémonos: En el fondo, ¿qué es lo que impera realmente sobre nosotros? En primer lugar, los hombres. También las cosas señorean sobre mí. Las cosas que ambiciono, las cosas que me estorban, las cosas que encuentro en mi camino (...). ¿Qué ocurriría si Dios reinase verdaderamente en mí? Mi corazón, mi voluntad lo experimentarían como Aquel que da a todo evento humano significado pleno {...). Yo percibiría con temor sagrado que mi persona humana es nada excepto por el modo en que Dios me llamó y en el que debo responder a su llamada. De aquí me vendría el don supremo: la santa comunidad de amor entre Dios y mi sola persona. Pero el nuestro es un reino del hombre, reino de cosas, reino de intereses terrenos que ocultan a Dios y sólo al margen le hacen sitio. ¿Cómo es posible que el árbol a cuyo encuentro voy me sea más real que Él? ¿Cómo es posible que Dios sea para mí sólo una mera palabra y no me invada, omnipotente, el corazón y la conciencia?

Y ahora Jesús proclama que después del reino de los hombres y de las cosas ha de venir el reino de Dios. El Poder de Dios irrumpe y quiere asumir el dominio; quiere perdonar, santificar, iluminar, no por la violencia física, sino por la fe. Los hombres deberían apartar su atención de las cosas y dirigirla hacia Dios, así como tener confianza en lo que Jesús les dice con su palabra y actitud: entonces llegaría el reino de Dios (Romano Guardini, El Señor, Madrid 1965).

 

Martes después de epifanía

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 4,7-10

7 Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

8 Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.

9 Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él.

10 El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados.

 

**• Esta pequeña joya de san Juan es una reflexión posterior sobre el tema del amor fraterno del que el autor ha hablado ya en la carta desde un punto de vista negativo (cf. 3,11.15.22). Ahora el acento está puesto sobre el mandamiento del amor, pero en clave positiva: el amor es necesario porque «el amor procede de Dios» (v. 7) y porque «Dios es amor» (v. 8). Y precisamente porque la identidad de Dios es amor, él ama, perdona y se nos entrega. Todo auténtico amor humano encuentra su fundamento en el amor de Dios. El que ama ha nacido de Dios y «conoce a Dios» (v. 7).

Si ésta es la esencia de Dios, para llegar al amor auténtico hay un solo camino: amar. Sin embargo, no como pensaban los gnósticos o los enemigos de la comunidad de san Juan, que creían amar a Dios porque sentían la necesidad de conocerlo. La naturaleza del amor, para san Juan, se fundamenta sobre el hecho de que Dios nos ha amado «primero», por gratuita iniciativa suya. Este amor se ha manifestado en la encarnación del hijo de Dios, sin el cual los hombres hubieran continuado pobres e incapaces de conocer el verdadero amor y poseer la vida (w. 9-10); Rom 3,25; 5,8; 2 Cor 5,21). Jesús nos ha demostrado un amor concreto, desinteresado, de dedicación y de total liberación, hasta entregar la vida. El amor del hombre por Dios, por tanto, es siempre una respuesta al amor providente de un Padre. Y sólo conoce verdaderamente a Dios el que lo ama recorriendo el camino que conduce al amor al hermano (cf. Mc 12,29-31): «En esto reconocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35; cf. 1 Jn 4,12-20).

 

Evangelio: Marcos 6,34-44

34 Al desembarcar, vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

35 Como se hacía tarde, los discípulos se acercaron a decirle:

-El lugar está despoblado y ya es muy tarde.

36 Despídelos para que vayan a los caseríos y aldeas del contorno y se compren algo de comer.

37 Jesús les replicó:

-Dadles vosotros de comer.

Ellos le contestaron:

-¿Cómo vamos a comprar nosotros pan por valor de doscientos denarios para darles de comer?

38 Él les preguntó:

-¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.

Cuando lo averiguaron, le dijeron:

-Cinco panes y dos peces.

39 Jesús mandó que se sentaran todos por grupos sobre la hierba verdad,

40 y se sentaron en corros de cien y de cincuenta.

41 Él tomó entonces los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a los discípulos para que los distribuyeran. Y también repartió los dos peces entre todos.

42 Comieron todos hasta quedar saciados,

43 y recogieron doce canastos llenos de trozos de pan y de lo que sobró del pescado.

44 Los que comieron los panes eran cinco mil hombres.

 

**• Jesús es presentado como el Buen Pastor que se compadece de la muchedumbre que lo sigue porque son «ovejas sin pastor» (v. 34), y, entonces, como un nuevo Moisés, primero instruye al pueblo (= la comunidad cristiana) con su palabra (= Palabra de Dios) y después la alimenta multiplicando los panes y los peces (= eucaristía). En este menester incluye también a sus discípulos (= la Iglesia): «Dadles vosotros mismos de comer» (v. 37). El tema teológico que está en el trasfondo de todo el relato es la llamada a la asamblea de los hijos de Israel en el desierto y a la celebración eucarística de los primeros discípulos de Jesús. Los detalles que se mencionan hacen referencia a estos hechos: el lugar desierto, la hierba verde, las personas sentadas en pequeños grupos (cf. Ex 18,25), y siguen el alzar los ojos al cielo, la bendición, la fracción del pan, la distribución de los panes con la ayuda de los discípulos (cf. Jn 6,1-13; 1 Cor 11,23-34; Mt 26,26-29; Me 14,22-25; Le 22,14-20).

Cinco mil hombres comen hasta saciarse y sobran «doce canastos llenos de trozos de pan y de pescado» (y. 43). Nada debe perderse de la mesa preparada por Jesús. Los discípulos no se maravillan tanto del poder milagroso de su Maestro, cuanto del poder que tiene para dar a los hombres lo necesario para vivir bien cada día. Las palabras que dice y los hechos que Jesús realiza a favor de la humanidad no son sólo hermosas palabras o cosas astrales o teóricas, sino realidades que inciden sobre la vida y la historia humanas y las transforman abriendo el horizonte ilimitado de la comunión con Dios.

 

MEDITATIO

El milagro de la multiplicación de los panes nos introduce simbólicamente en el gran y extraordinario misterio del pan de vida. El relato es importante y todos los evangelistas lo refieren y lo ponen en el centro de la actividad pública de Jesús. El Maestro realiza el milagro porque tiene compasión de la multitud (cf. Me 6,34), pero se trata también de un signo querido por el Cristo para revelarse a sí mismo. Estamos frente al nuevo milagro del maná (cf. Ex 16) realizado por Jesús, nuevo Moisés, revelador escatológico y mediador de los signos de Dios (cf. Ex 4,1-9), en un nuevo éxodo: es el símbolo de la eucaristía, verdadero alimento del pueblo de Dios. Se necesita comer el pan vivo bajado del cielo para sobrevivir y entrar en comunión íntima con Jesús

Es revelación divina que el pan posee la eficacia de comunicar una vida más allá de la muerte. Es Jesús, pan de vida, que da la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien en la fe interioriza su Palabra y asimila su vida. La escucha interior de Jesús es alimentarse con el pan celestial y saciar el hambre que todo hombre tiene en sí mismo. Como el Padre es la fuente de la vida del Hijo, y en él toda obra de salvación encuentra su origen en el Padre, así el que participa de la eucaristía encuentra en Cristo la vida divina. Jesús recibe la vida del Padre y la da al creyente no sólo en el tiempo presente, sino al final de la historia, con aquella vida eterna que es amor, participación en el misterio pascual de Cristo, en el misterio de una carne vivificada por el Espíritu, que permite establecer un vínculo profundo con Dios, como el que existe entre el Padre y el Hijo.

 

ORATIO

Señor, tú eres un Dios que nos ha dado infinitas pruebas de amor y de bondad, no sólo creando el universo y el pequeño mundo en el que vivimos, sino también dándonos la vida y la inteligencia, por medio de la cual podemos gustar las bellezas creadas para nosotros y puestas a nuestra disposición. Pero, por encima de todo, te has demostrado Padre, dándonos la mayor prueba de tu inmenso amor al enviarnos a tu Hijo amado como Salvador, don precioso y extraordinario que sólo tu inmensa bondad podía pensar.

Verdaderamente eres un Dios de amor. Has tomado la iniciativa en la vida humana y no has permitido que permaneciéramos alejados de ti para siempre, como enemigos tuyos. Has establecido una estrecha alianza con tu pueblo elegido, a pesar de las muchas traiciones, y además nos has dado definitivamente, por medio de tu Hijo, la Iglesia como madre y lugar de salvación. Te has mostrado grande de corazón ofreciéndonos el don renovado del maná, esto es, del pan de la Palabra y de la eucaristía, sacramentos de tu amor divino. Te has preocupado también de saciar el hambre del hombre en sus necesidades espirituales y materiales, demostrando una predilección especial por los pobres y los que sufren. Nunca has olvidado llamar a ti incluso a aquellos que se sienten suficientes y seguros, porque sólo tú eres la seguridad del hombre y la felicidad que llena el corazón. Gracias por tu amor generoso y sin recato que nos hace descubrir tu verdadera identidad.

 

CONTEMPLATIO

Amor que ardes sin extinguirte jamás, dulce Cristo, Jesús bueno, caridad, Dios mío, enciéndeme todo en el fuego de tu amor, de tu afecto, de tu deseo, de tu caridad, de tu júbilo y de tu gozo, de tu alegría y tu ternura, del ansia ardiente de ti, ansia santa y buena, casta y limpia; para que, colmado de la ternura de tu amor, consumido por la llama de tu caridad, yo te ame, dulce y bello Señor mío, de todo corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas. Tu amor, auténtico y santo, colma de ternura y de sosiego el alma que le pertenece, la ilumina con la luz límpida de la visión interior.

Oh pan suavísimo, sana el gusto de mi corazón, para que sienta la ternura de tu amor. Te suplico, por el misterio de tu santa encarnación y nacimiento, infundas en mi pecho tu inagotable ternura y caridad, para que yo no piense ya en nada terreno o carnal, sino que sólo te ame a ti, en ti sólo piense, a ti sólo desee, sólo a ti tenga en los labios y en el corazón (Juan de Fécamp, Confessio theologica).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios mío, bienaventurada Trinidad, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la santa Iglesia, salvando las almas que viven sobre la tierra y librando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y llegar al grado de gloria que me habéis preparado en vuestro Reino; en una palabra: deseo ser santa, pero siento mi impotencia y os pido, Dios mío, que seáis vos mismo mi santidad.

Puesto que me habéis amado hasta darme vuestro único Hijo para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos: yo os los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su corazón abrasado de amor. Siento en mi corazón inmensos deseos y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma. No quiero amontonar méritos para el cielo, sino trabajar sólo por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro corazón sagrado y de salvar almas que os amen eternamente.

En la tarde de esta vida compareceré ante vos con las manos vacías. No os pido, Señor, que contéis mis obras. Todas nuestras justicias son imperfectas a vuestros ojos. Quiero, por ello, revestirme de vuestra propia justicia y recibir de vuestro amor la posesión eterna de Vos mismo. No quiero otra cosa que Vos, mi Amado (Teresa de Jesús, La oración, Fuenlabrada 1972).

 

Miércoles después de epifanía

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 4,11-18

11 Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

12 Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección.

13 En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu.

14 Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo.

15 Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.

16 Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene.

Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

17 Nuestro amor alcanza la plenitud cuando esperamos confiados el día del juicio, porque también nosotros compartimos en este mundo su condición.

18 En el amor no hay lugar para el temor. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo, y el que teme no ha logrado la perfección en el amor.

 

*+• Después de habernos dicho que Dios es amor, Juan ilumina a la comunidad de fe acerca de las consecuencias prácticas de esta afirmación para la vida cristiana. Primero, para poseer a Dios la vía maestra es el amor mutuo. Este medio es la condición para que el amor de Dios habite en los creyentes como presencia experiencial y sea «perfecto» a imitación del amor vivido por Cristo (v. 12). Segundo, la posesión del Espíritu es el don que guía en el propio camino interior de vida espiritual (v. 13). Tercero, la fe en Jesús Salvador del mundo: Si alguno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios» (v. 15). Sólo quien cree en el Hijo de Dios hecho hombre, como testificaron los primeros discípulos del Señor, conoce y ama a Dios.

El amor a Dios debe crecer y será auténtico en el cristiano sólo cuando haya sustituido al temor y al miedo (w. 17-18). Por tanto, cuando el discípulo de Jesús se presente al juicio final tendrá una cierta familiaridad con su Maestro y tendrá «confianza en el día del juicio» (v. 17a), porque el amor con el que Jesús ha amado a los suyos será el mismo que habrá vivido cada miembro de la comunidad cristiana respecto a sus hermanos: «porque también nosotros compartimos en este mundo su condición» (v. 17b). Ésta es la perfección del amor: fiarse de Dios en el día del juicio, porque Él tratará a los creyentes no con el castigo, sino como a hijos amados. La confianza de los cristianos en Dios se convierte así en certeza de victoria porque su fe y la presencia de Cristo los ha acompañado en su crecimiento en el amor.

 

Evangelio: Marcos 6,45-52

45 Luego mandó a sus discípulos que subieran a la barca y fueran delante de él a la otra orilla, en dirección a Betsaida, mientras él despedía a la gente.

46 Cuando los despidió, se fue al monte para orar.

47 Al anochecer, estaba la barca en medio del lago, y Jesús solo en tierra.

48 Viéndolos cansados de remar, ya que el viento les era contrario, se les acercó hacia el final  de la noche caminando sobre el lago. Hizo ademán de pasar de largo,

49 pero ellos, al verlo caminar sobre el lago, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar.

50 Porque todos lo habían visto y se habían asustado. Pero Jesús les habló  inmediatamente y les dijo:

-¡Ánimo! Soy yo. No tengáis miedo.

51 Subió entonces con ellos a la barca y el viento se calmó. Ellos quedaron más asombrados todavía,

52 ya que no habían entendido lo de los panes y su mente seguía embotada.

 

>•• Tras la multiplicación de los panes Jesús ordena a sus discípulos partir solos con la barca, mientras él se retira al monte para orar en un silencioso encuentro con el Padre (v. 46). Si su oración es solitaria con el Padre por una parte, por otra es solidaria con sus discípulos. Éstos, en efecto, se encuentran en dificultades remando sobre el mar de las pruebas de sus vidas: la noche los sorprende, el viento contrario hace difícil su camino. Entonces Él va a su encuentro caminando sobre el mar (cf. Job 9,8; Sal 76,20; Is 43,16). Jesús no quiere imponérseles con su milagro e «hizo ademán de pasar de largo» (v. 48). Sin embargo, ante su turbación (creían ver un "fantasma") y su grito, se les acerca, calma el viento y les dice: «.¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» (v. 50).

El estupor de los discípulos, unido a la falta de fe en Jesús, inunda sus corazones, porque no habían comprendido el signo de los panes ni la identidad misma de su Maestro, como Mesías e Hijo de Dios. Las perspectivas de Jesús y las de sus discípulos son diversas: «su mente seguía embotada» (v. 52), como en otro tiempo lo tuvo Israel en el desierto. Para reconocer el rostro del propio Maestro, la comunidad debe tener el coraje de acogerlo en la propia barca y confiar en él en el camino difícil de la experiencia cristiana, invocándolo con oración ardiente, convencida de que el mundo hostil a Dios pondrá a prueba su fe.

 

MEDITATIO

La vida cristiana tiene una doble dimensión: vertical y horizontal. La primera nos hace tomar conciencia del infinito amor del Padre, que es amor y «ha enviado a su Hijo como salvador del mundo» (cf. 1 Jn 4,14) y quiere vivir en comunión con nosotros, sus hijos queridos. La unión perfecta entre Dios y el creyente se realiza primero en el contacto con la Palabra de Dios y después participando en la mesa eucarística. Nuestra carne y nuestra sangre se mezclan, entonces, con la carne y la sangre de Dios. Y somos transformados y divinizados. «No somos nosotros quienes transformamos a Dios en nosotros », afirma san Agustín, «somos nosotros los transformados en Dios». La eucaristía es, pues, el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, garantía de la comunión con el Cuerpo de Cristo y participación en la solidaridad, como expresión del mandato de Jesús: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34).

La segunda dimensión, el amor a los hermanos, es consecuencia y signo del amor a Dios (cf. 1 Jn 4,12). También este aspecto de la caridad fraterna tiene su plena realización en el misterio eucarístico: «Participando realmente del Cuerpo del Señor en el partir el pan, somos elevados a la comunión con Él entre nosotros» (LG 11). Este amor se hace en el cristiano una fuerza transformante y operativa, capaz de alejar todo temor, porque el que ama no tiene miedo y el que come y bebe el cuerpo y la sangre de Cristo tendrá la plenitud de la vida.

 

ORATIO

Padre santo, a ti, que eres la plenitud del amor, te agradecemos el don que nos has hecho de Jesús-Eucaristía, pan de vida partido para nosotros y alimento de nuestra vida espiritual, personal y comunitaria. No pudiste hacernos regalo más hermoso: dejarnos la persona misma de tu Hijo, perennemente presente entre nosotros, bajo las especies del pan y el vino eucarísticos en todos los ángulos de la tierra. Pero nosotros queremos corresponder a tu inmenso don procurando vivir en comunión constante contigo a través de los signos que el apóstol Juan nos ha presentado: el amor mutuo entre los hermanos, la fe en tu Hijo Jesucristo y la acogida de la presencia del Espíritu Santo en nosotros por el sacramento del bautismo. Sólo este camino de fe nos da la certeza de tu amor y de tu paz.

A veces nos sentimos fatigados y cansados al recorrer este camino y hasta tenemos miedo de confiar en ti y de mirarte, como los discípulos en la barca cuando tú andabas sobre las aguas, porque vemos que muchas de nuestras aspiraciones se frustran y un viento contrario dificulta nuestra marcha cotidiana. Padre bueno, intervén en nuestra vida cuando estamos inquietos y sin esperanza, y devuélvenos el coraje de subirte a nuestra barca para caminar hacia ti con renovada confianza, porque tú eres la única certeza segura y la verdad de la vida.

 

CONTEMPLATIO

Quiero daros una imagen del Padre (...). Imaginad que la tierra tuviera un cerco, esto es, un círculo trazado con un compás en el centro. Pensad que este círculo fuera el mundo, Dios el centro del círculo y los radios que van del cerco al centro las vidas, o sea los modos de vivir de los hombres. Así, en cuanto los santos (= radios del círculo) avanzan hacia el centro procurando acercarse a Dios, a medida que avanzan, se acercan a Dios y también los unos a los otros y, cuanto más se acercan a Dios más se aproximan unos a otros, y viceversa, cuanto más se aproximan unos a otros, más se acercan a Dios.

Ésta es la esencia del amor: cuando estamos lejos y no amamos a Dios, igualmente estamos distantes del prójimo. Si, por el contrario, amamos a Dios, cuanto más nos acercamos a Él por el amor, otro tanto nos unimos en el amor al prójimo, y en tanto nos unimos al prójimo, tanto estamos unidos a Dios. Dios nos haga dignos de escuchar lo que nos ayuda y cumplirlo. Pues cuanto más procuramos poner en práctica lo que escuchamos, tanto más Dios nos ilumina y nos muestra su voluntad (Doroteo de Gaza, Insegnamenti spirituali, Roma 1979, 124-126).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección» (1 Jn 4,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sentirse amado es el origen y la plenitud de la vida del espíritu. Digo esto porque, apenas comprendemos un destello de esta verdad, nos ponemos a la búsqueda de su plenitud y no descansamos hasta haber logrado encontrarla. Desde el momento en que reivindicamos la verdad de sentirnos amados, afrontamos la llamada a llegar a ser lo que somos. Llegar a ser los amados: he aquí el itinerario espiritual que debemos hacer. Las palabras de san Agustín: «Mi alma está inquieta hasta reposar en tí, Dios mío», definen bien este itinerario. Sé que el hecho de estar a la búsqueda constante de Dios, en continua tensión por descubrir la plenitud del amor, con el deseo vehemente de llegar a la completa verdad, me dice que he saboreado ya algo de Dios, del amor y de la verdad. Puedo buscar sólo algo que, de alguna manera, he encontrado ya. ¿Cómo puedo buscar la belleza y la verdad, sin que la belleza y la verdad me sean conocidas en lo íntimo de mi corazón?

Llegar a ser los amados significa dejar que la verdad de ser amados se encarne en toda cosa que pensamos, decimos o hacemos. Esto supone un largo y doloroso proceso de apropiación o, mejor, de encarnación. Mientras «sentirme amado» sea poco más de un bello pensamiento o una idea sublime suspendida sobre mi vida para evitar convertirme en un deprimido, nada cambia verdaderamente. Lo que se requiere es llegar al amor en la vida banal de cada día y, poco a poco, colmar el vacío que existe entre lo que sé que soy y las innumerables realidades específicas de la vida cotidiana. Llegar a ser el amado significa impregnar la normalidad de lo que soy y, por tanto, de lo que pienso, digo y hago hora tras hora, con la verdad que me ha sido revelada de lo alto (H. J. M. Nouwen, Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, Madrid s.f.).

 

Jueves después de epifanía

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 4,19-5,4

Hermanos:

19 Nosotros debemos amarnos, porque él nos amó primero.

20 Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.

21 Y nosotros hemos recibido de él este mandato: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.

5.1 El que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios. Y todo el que ama al que da el ser, debe amar también a quien lo recibe de él.

2 Por tanto, si amamos a los hijos de Dios, es señal de que amamos a Dios y de que cumplimos sus mandamientos.

3 Porque el amor consiste en guardar sus mandamientos, y sus mandamientos no son pesados.

4 Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra fe.

 

*» Dos argumentos se entrelazan en el texto: el amor cristiano (w. 19-21) y la fe en Jesús, componentes de un único mandamiento (w. 1-4; 4,21). Amor y odio son inconciliables.

El amor cristiano conoce tres relaciones: el amor de Dios a nosotros, nuestro amor a Dios y nuestro amor a los hermanos. El amor a Dios y a los hermanos están íntimamente ligados: «El que ama a Dios, ame también a su hermano» (v. 21); es más, el auténtico amor a Dios se manifiesta en el amor a los hermanos: «Quien no ama a su hermano al que ve, no puede amar a Dios al que no ve» (v. 20; 2,7-11; 3,20-24; Jn 13,34). Se recuerda, pues, que el amor cristiano tiene su origen en Dios, porque «Él nos ha amado primero» (v. 19) como a verdaderos hijos y, en consecuencia, nos corresponde responder al amor y generar amor. No es el hombre el que ha alcanzado a Dios con su amor, sino a la inversa, es Dios quien nos ha conquistado con la venida histórica de Jesús a nosotros. Entonces podemos verificar si verdaderamente Dios ha penetrado en nosotros sólo si somos capaces de amar a los otros: ésta es la regla maestra para saber si Dios habita en nosotros de manera estable.

Tentación constante en la vida cristiana es la de refugiarse en el amor de Dios olvidando a los otros. Ésta era la conducta de vida de los gnósticos, que se refugiaban en la esfera de lo divino, pero se desinteresaban de la esfera de la ética humana. Es a través de la fe como conocemos que Dios nos ama. Entonces el fiel amado y «nacido de Dios» (v. 1) ama no sólo al Padre y al Hijo, sino también a todos sus hermanos, nacidos de Dios. Sólo la fe y el amor, fuerzas interiores que nacen de la filiación con Dios, permiten al cristiano vencer todo lo que se opone a Cristo, cuando vive sus mandamientos (w. 3-4).

 

Evangelio: Lucas 4,14-22a

14 Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea, y su fama se extendió por toda la comarca.

15 Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él.

16 Llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura.

17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito:

18 El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos

19 y a proclamar un año de gracia del Señor.

20 Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinogoga tenían sus ojos clavados en él.

21 Y comenzó a decirles:

-Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar.

22 Todos asentían y se admiraban de las palabras que acababa de pronunciar.

 

**• Estamos ante una escena extraordinaria de la vida de Jesús, que nos describe su actividad pública y de evangelización en Galilea, caracterizada por la potencia del Espíritu Santo, por el entusiasmo de la gente que lo rodea y por su fama, que se difunde por doquier. En la sinagoga de Nazaret precisamente, Jesús lee e interpreta la palabra de Isaías 61,1-2, aplicándola a su persona. Traduce en presente la profecía de Isaías, que se convierte en manifiesto programático de toda su actividad mesiánica. Con él inicia, en efecto, el año de gracia o año jubilar (cf. Lv 25,10); con él ha bajado a la tierra el Espíritu de Dios que traerá la salvación a la humanidad: «Hoy se ha cumplido ante vosotros el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 21).

El Espíritu ha consagrado a Jesús Mesías y el Reino que él anuncia es la verdad, la libertad y la novedad del mundo que Jesús hace nacer en los que lo escuchan y lo siguen. La gente queda maravillada por las palabras que proclama y todos le rinden testimonio (v. 22). La liberación que Jesús trae está destinada de modo especial a los pobres, a los oprimidos, a los prisioneros y a los ciegos, porque éstos están más abiertos que los demás al anuncio de la salvación y a la acción del Espíritu.

La Palabra de Jesús es una "alegre noticia" de vida nueva para todos los hombres. Es una palabra exigente que comprende cruz y resurrección. En el misterio pascual el creyente encuentra la plenitud y la comunión con Dios. Éste es el éxodo que todo hombre debe realizar en su vida si quiere ser, también él, liberación para los hermanos oprimidos, vivir según el Espíritu de Dios y participar en la gloria de Cristo resucitado.

 

MEDITATIO

Todo el evangelio no es otra cosa que el anuncio del amor de Dios hecho visible en la persona de Jesús. Amar a Dios quiere decir colocarse en la perspectiva de Dios, que ama a todo ser creado y no vacila en sacrificar a su propio Hijo unigénito para la salvación de todos los hombres. Vivir para los otros, darse, sacrificarse por su bien es vivir como Dios, es hacer lo que Jesús quiere que hagamos. Por eso hoy es urgente para todos «el deber de hacernos generosamente prójimos de todo hombre y ayudar con hechos a quien nos pasa al lado, anciano abandonado por todos o trabajador extranjero injustamente despreciado, o emigrante, o niño nacido de una unión ilegítima...» (GS 27). No podemos creernos verdaderos hijos de Dios si no nos sentimos hermanos de todo hombre, especialmente del más pobre y desgraciado.

Esta fe no sólo anima nuestra caridad cristiana en su vasto campo de operaciones, sino que se convierte en una fuerza gigantesca para luchar contra todo pecado de abuso, intolerancia, injusticia, violencia, contra todo coletazo de egoísmo, de atropello, de odio, que dominan todavía hoy en el mundo. «Solamente se puede inducir a alguien a creer en el Dios cristiano haciéndoselo amar, y se educa en el amor solamente en la medida que se ama a la persona que se trata de educar y al Dios que se trata de proponer a su amor» (R. Guelluy). Pero la lección más hermosa que podemos dar del amor a Dios y a los hermanos es la de manifestar, no sólo con palabras sino con nuestro testimonio de vida coherente, que somos capaces de amar.

 

ORATIO

Seas bendito, Señor de cielo y tierra, que has abierto la vía del amor para el hombre sediento de felicidad. Seas alabado, Señor de los pequeños y de los pobres, que has elegido para tu Hijo este camino para enseñarnos que en la vida sencilla y pobre te revelas con tu amor providente y generoso. Gracias te sean dadas, Señor de la paz y de la vida, por habernos regalado tu perdón: nos has hecho experimentar la alegría de tu benevolencia con la misericordia que has derramado sobre nosotros, pecadores y rebeldes, cierto, pero siempre amados y predilectos tuyos.

Envíanos, Señor, tu Espíritu de luz y de verdad, para que podamos aprender a caminar a la luz de tu sol, que es vida y alegría. Enséñanos a mirar hacia delante y no hacia atrás, para que la esperanza que emana de tu Palabra guíe nuestros pasos vacilantes e inseguros, y sepamos coger, en el sendero de nuestra existencia, no las flores que se marchitan, sino las mejores y más perfumadas del amor a los hermanos para ofrecértelas a ti. Seas siempre amado, Señor, conservando el primer puesto en nuestro corazón, a menudo inquieto y en búsqueda de novedades y de satisfacciones. Sólo tú puedes saciar nuestra sed de felicidad y de vida. Haz, Señor, que nuestro camino vaya siempre acompañado por tu presencia amorosa, porque sin ti nada podemos y nuestro corazón sólo en ti puede encontrar su descanso.

 

CONTEMPLATIO

A quienes han sido juzgados dignos de llegar a ser hijos de Dios y de nacer de lo alto por el Espíritu Santo, sucede que lloran y se afligen por todo el género humano: ellos imploran con lágrimas por el Adán total, inflamados como están de amor espiritual por toda la humanidad. A veces, sin embargo, su espíritu se inunda de tanta alegría y tanto amor que, si fuera posible, meterían en su corazón a todos los hombres sin distinguir entre buenos y malos. Otras veces, también, con espíritu humilde, se rebajan de tal modo ante todo ser humano, que llegan a considerarse los últimos e ínfimos de todos. Luego de esta experiencia el Espíritu los hace vivir nuevamente un gozo inenarrable (Pseudo-Macario, Homilía 18).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que no ama a su hermano al que ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tú me has mandado a los hombres. Has cargado sobre mis espaldas el grave peso de tus poderes y la fuerza de tu gracia, y me has ordenado avanzar. Dura y casi ruda tu palabra que me envía lejos de ti, a tus criaturas que quieres salvar, a los hombres. He tratado con ellos desde siempre, antes incluso de que tu palabra me consagrase para esta misión. He procurado amar y ser amado, he tratado de ser buen amigo y de tener buenos amigos. Es hermoso estar así con los hombres, y fácil también. Porque se va sólo a los que uno elige y se queda entre ellos mientras se está a gusto. Pero ahora no: los nombres a los que soy enviado los has escogido tú, no yo, y no debo ser su amigo, sino su servidor. Y el hecho de que me fastidien no es ya la señal para irme, como antes, sino tu orden de quedarme.

¡Qué criaturas éstas, Dios mío, a las que me has mandado, lejos de ti! Los más no reciben en modo alguno a tu enviado, no aprecian en absoluto tus dones, tu gracia, tu verdad, con que me envías a ellos. Y yo debo, sin embargo, volver una y otra vez a sus puertas, importuno como un vendedor ambulante con su quincalla. Si, al menos, supiese con certeza que es a ti a quien rechazan cuando no me reciben, me consolaría. Pues quizás también yo cerraría la puerta de mi vida si uno como yo viniese a llamar diciéndose enviado por ti.

Y ¿qué decir de los que me admiten en su vida? Oh Señor, éstos desean muy otra cosa que lo que yo les llevo de tu parte (...). ¿Qué quieren de mí? Si no es dinero lo que buscan, o una ayuda material, o el pequeño alivio de la compasión, me miran como a una especie de agente de seguros con el que van a concertar una póliza para la vida del más allá (...).

Señor, enséñame a orar y a amarte. Entonces olvidaré en ti mi miseria, porque tendré conmigo lo que me hará olvidarla: el amor paciente, que presta tu riqueza a la pobreza de mis hermanos. Y sólo entonces seré un hermano para los hombres, alguien que les ayuda a encontrar al único que necesitan, a ti, Dios de mis hermanos (K. Rahner, Palabras al silencio. Oraciones cristianas, Estella ,1998).

 

Viernes después de epifanía

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 5,5-13

Hermanos:

5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

6 Éste es el que vino por agua y sangre, Jesucristo; no por agua únicamente, sino por agua y sangre; y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

7 Porque tres son los que dan testimonio:

8 el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo.

9 Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio acerca de su Hijo.

10 Si uno cree en el Hijo de Dios, tiene ya el testimonio de Dios. Si uno no cree a Dios, lo hace mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo.

11 Ahora bien, el testimonio consiste en que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo.

12 Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.

13 Os he escrito estas cosas a vosotros que creéis en el Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis la vida eterna.

 

*» El Apóstol subraya que la victoria del cristiano sobre el mundo es la fe. Para obtener tal victoria se requiere una lucha interna y externa contra todo lo que es obstáculo al cumplimiento de la voluntad de Dios. Y la certeza de la victoria del cristiano está asegurada por el hecho de que, en él, la vida divina y la unión con Dios son una fuerza superior a la vida mundana y a todo lo que es adhesión al reino del mal. Así pues, la fe en Cristo, Hijo de Dios, es el único medio para derrotar al mundo (v. 5; cf. Jn 20,30-31).

Jesús ha venido para darnos la vida y quien cree en Él tendrá «la vida eterna» (v. 11). Esta vida eterna que Jesús ha traído a la humanidad es cosa cierta, porque Él la ha ofrecido al comienzo de su vida pública mediante el bautismo («agua»: cf. Jn 1,31), y al final de su existencia terrena mediante la muerte en la cruz {«sangre»: cf. Jn 6,51; 19,34), y es siempre actualizada en la eucaristía: eventos en los que palpablemente se ha manifestado la potencia y el testimonio del Espíritu (v. 6), que es el garante de la fe y de la verdad de Jesús.

Sobre este triple y concorde testimonio se funda la manifestación de Dios en Cristo su Hijo (w. 7-8). Aquí el Apóstol polemiza contra la falsa interpretación de los gnósticos, que afirman que la divinidad de Jesús se unió a su humanidad en el bautismo, pero que en su muerte la divinidad se separó de la humanidad, de manera que murió sólo el hombre Jesús. Pues bien, quien niega este testimonio del Espíritu, niega también la fe en Cristo, que es cuestión de vida y de muerte. Sobre la acción del Espíritu está tejida la vida sacramental (bautismo, confirmación, eucaristía), mediante la cual el creyente se injerta en Cristo y es capaz de dar testimonio de él y de vivir en comunión con Dios (w. 11-13).

 

Evangelio: Lucas 5,12-16

12 Estaba Jesús en un pueblo donde había un hombre cubierto de lepra. Éste, al ver a Jesús, cayó rostro en tierra y le suplicaba:

-Señor, si quieres, puedes limpiarme.

13 Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo:

-Quiero; queda limpio.

Y en el acto desapareció de él la lepra.

14 Jesús ordenó que no se lo dijera a nadie. Le dijo:

-Anda, preséntate al sacerdote y presenta la ofrenda por tu purificación, como mandó Moisés, para que les conste a ellos.

15 Su fama se extendía cada vez más y se congregaban grandes muchedumbres para oírle y para que los curase de sus enfermedades. 16  Pero él se retiraba a lugares solitarios para orar.

 

*» Jesús encuentra un leproso y lo cura, enviándolo seguidamente al sacerdote no sólo para que haga la ofrenda por la purificación (cf. Lv 14), sino también para que sirva de testimonio a todos de su presencia mesiánica entre el pueblo. El judaísmo, en efecto, consideraba la curación de la lepra como uno de los signos de la venida del Mesías (cf. Le 7,22).

La curación realizada por Jesús es descrita con algunos elementos típicos: la súplica del enfermo («Señor, si quieres, puedes limpiarme»: v. 12); la respuesta positiva de Jesús, que tocando al leproso realiza la curación («Quiero, queda limpio»: v. 13); y el envío al sacerdote («Ve, preséntate al sacerdote...»: v. 14). El leproso, considerado un marginado por la comunidad de Israel, con la curación entra de nuevo a formar parte de ella. La curación realizada por el Nazareno es símbolo también del perdón y de la misericordia de Dios, y es fundamento de la vida de la Iglesia (cf. Jn 20,23).

El fragmento termina con una nota redaccional del evangelista, que presenta un aspecto particular de la persona de Jesús. Él no sólo cura a los que lo rodean, siendo así que su fama se difunde por doquier, sino que se retira a lugares solitarios para orar. En esto reside la fuerza de Jesús y su irresistible atractivo: en su coloquio filial con el Padre. La oración no sólo lo sostiene frente a las muchas incomprensiones que experimenta en su ministerio público, sino que le permite sobre todo verificar su misión en la lógica de la voluntad de Aquel que lo ha enviado al mundo.

 

MEDITATIO

La oración es uno de los componentes más vivos del mensaje evangélico. Jesús la ha practicado en su relación con el Padre y nos ha ofrecido un ejemplo extraordinario. Muchos piensan que orar es agarrar a Dios para ponerlo a su alcance o tratar de obtener beneficios y ventajas en provecho propio, y así satisfacer sus deseos y sus esperanzas. La verdad es muy diferente. La oración es entrar en la perspectiva de Dios partiendo de su amor. Es contemplar el rostro de un Padre que mira a sus hijos con ternura. Es encontrar una persona viva y dejarse tocar por su amor.

Orar es para todos una tarea de las más difíciles, es un trabajo exigente, no porque sea superior a nuestras fuerzas, sino porque es una experiencia que no se agota jamás y un camino en el que se permanece siempre discípulo.

La oración es acogida, terreno de adviento del amor de Dios; orar no es tanto amar a Dios, cuanto dejarse amar por Él. Orar es esperar y escuchar, recibir y acoger. Es permanecer en silencio ante el misterio para dejarse amar por Dios, como María que experimenta en su vientre la presencia de Dios. Pero la oración es también movimiento de respuesta a este don, un volver todo el corazón a Dios. La oración es alabanza, acción de gracias, ofrenda, intercesión, fiesta y liturgia de la vida. El núcleo de la oración cristiana es penetrar en el misterio de la filiación divina: estar con Dios en el Espíritu por el Hijo, como el Hijo está en el misterio del Padre. San Pablo nos lo recuerda bien. «Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡Padre!» (Gal 4,6; cf. Rom 8,15-17; Ef 3,17ss).

 

ORATIO

Padre santo, sabemos que tú eres «la fuente de todo don perfecto» (Sant 1,17), el que toma la iniciativa en el amor, el que envía al Hijo y al Espíritu. Tú eres la primera gratuidad del amor, porque todo nos viene de ti. Tú eres el eterno amante, el que ama desde siempre. Nuestra oración quiere ser justamente el lugar en que experimentamos tu amor de Padre. Desgraciadamente, nuestro tiempo parece desorientado y confuso, parece que no conoce ya los confines entre el bien y el mal, y aparentemente, Tú eres rechazado y desconocido. Padre, tú puedes curarnos de nuestras miserias, como hiciste con el leproso del evangelio.

Por eso, te rogamos, conduce a todos tus hijos a redescubrir el don de la oración, llévanos al interior del cenáculo para revivir el misterio de Pentecostés y reavivar en nosotros el don del Espíritu. Colócanos dócilmente en su escuela para aprender la sabiduría que viene en el diálogo con él y que es la fuerza que sostiene nuestra vida de creyentes.

Padre santo, tu Hijo Jesús se dejó amar por ti, cumplió tu voluntad y se entregó hasta la cruz con docilidad total hasta enviarnos el don del Espíritu. También para nosotros orar es penetrar en este misterio de acogida y de docilidad para imitar a Cristo, entrar en el misterio de la cruz y conservar el coraje de orar, además de en la alegría de Pascua, en el silencio y en tu aparente ausencia. Es el silencio el que nos hace experimentar el estar solos ante Dios solo. En el silencio nos ejercitamos en conjugar la palabra con la escucha y adquirimos el recogimiento atento, que es el primer requisito para empeñarnos en el camino de la oración a ejemplo de Cristo.

 

CONTEMPLATIO

El Verbo se ha encarnado, y el hombre se ha hecho Dios, porque está unido a Dios y forma una sola cosa con Él. Fue envuelto en pañales, pero al levantarse de la tumba se quitó el sudario (...).

Como hombre, ha sido bautizado, pero como Dios ha cancelado nuestro pecado. Como hombre ha sido tentado, pero como Dios ha triunfado y nos exhorta a la confianza porque «ha vencido al mundo» (Jn 16,33). Tuvo hambre, pero sació a miles de personas, y es «el pan vivo bajado del cielo» (Jn 7,37). Conoció el cansancio, pero es el descanso de los «cansados y oprimidos» (Mt 11,28) (...). Reza, pero atiende la oración. Llora, pero enjuga las lágrimas. Pregunta dónde han puesto a Lázaro, porque es hombre; pero lo resucita, porque es Dios. Es vendido, y a bajo precio, pero rescata al mundo, y a gran precio: con su propia sangre (...). Ha sido traspasado y herido; pero ha curado toda enfermedad y toda herida. Ha sido elevado sobre el madero, y clavado en él además; pero nos levanta con el árbol de la vida (...). Muere, pero hace vivir y con su propia muerte destruye la muerte. Es sepultado, pero resucita. Desciende al infierno, pero rescata las almas de él (Gregorio Nazianceno, Tercer discurso teológico).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Dios nos ha dado vida eterna, vida que está en su Hijo» (1 Jn 5,11 ) .

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Nuestras mentes están siempre en actividad. Analizamos, reflexionamos o soñamos. No hay momento del día o de la noche en que no pensemos. Se podría decir que nuestro pensamiento es "incesante". Algunas veces querríamos dejar de pensar por un momento; esto nos ahorraría muchas ansiedades, muchos temores y muchos sentimientos de culpabilidad. Nuestra capacidad de pensar es nuestro mayor don, pero es también la fuente de nuestro mayor sufrimiento.

¿Debemos convertirnos en víctimas de nuestros incesantes pensamientos? No. Podemos transformar nuestro pensamiento en una oración incesante, haciendo de nuestro monólogo interior un diálogo continuo con nuestro Dios, fuente de todo amor.

Rompamos nuestro aislamiento y caigamos en la cuenta de que Alguien que mora en lo más íntimo de nuestro ser quiere escuchar con amor todo lo que ocupa y preocupa a nuestras mentes (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, 23).

 

Sábado después de epifanía

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 5,14-21

Hermanos:

14 Ésta es la confianza que tenemos en él: que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha;

15 y si sabemos que nos escucha cuando le pedimos algo, sabemos que tenemos todo lo que le hemos pedido.

16 Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no lleva a la muerte, pida a Dios por él, y Dios le dará la vida. Me refiero a los que cometen pecados que no llevan a la muerte. Porque hay un pecado que lleva a la muerte; por ése, no digo que se pida.

17 Cualquier maldad es pecado, pero hay pecados que no llevan a la muerte.

18 Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca; el Hijo de Dios lo protege, y el maligno no lo toca.

19 Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero yace en poder del maligno,

20 pero sabemos también que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al verdadero. Y estamos en el verdadero, en su Hijo, Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna.

21 Hijos míos, guardaos de los ídolos.

 

**• Estos versículos con que termina la carta vuelven sobre los temas de fondo -la firmeza de la fe y la coherencia en la vida del cristiano-, pero añaden el tema de la oración confiada. La invitación a la oración, que el creyente dirige al Padre, tiene un solo objetivo: obtener la vida para los que cometen pecados «que no acarrean la muerte» (w. 16-17). En efecto, hay pecados que conducen a la muerte y son aquellos que rompen definitivamente la comunión con Dios; y hay pecados que no rompen tal comunión de modo definitivo y no conducen a la muerte. Juan dice que es bueno orar por estos últimos para que estos pecadores sean readmitidos a la comunión con Dios. Lo que importa es que la oración se haga conforme a la voluntad de Dios y no buscando las propias satisfacciones o los propios proyectos.

Después, la carta dirige al creyente tres diligentes afirmaciones precedidas por un «sabemos», que subrayan la seguridad del Apóstol en la doctrina que ha enseñado. Primero, la certeza de que el que ha nacido de Dios no peca y escapa al dominio de Satán (v. 18); segundo, la certeza de que el creyente pertenece a Dios y no al mundo, porque éstas son dos realidades opuestas e inconciliables (v. 19); tercero, la certeza de que la venida de Jesús a nosotros nos ofrece la posibilidad de huir del mal y de entrar definitivamente en la comunión con Dios y con su Hijo, convencidos de que el conocimiento experiencial de Dios se obtiene a través de Cristo, que es «verdadero Dios y la vida eterna» (v. 20). Con la exhortación final de rechazar el culto a los ídolos para obtener la posesión de la verdad que es Jesús, el apóstol Juan termina su carta.

 

Evangelio: Juan 3,22-30

22 En aquel tiempo, fue Jesús con sus discípulos a la región de Judea. Estuvo allí algún tiempo con ellos y bautizaba.

23 Juan estaba también bautizando en Ainón, cerca de Salín, porque allí había mucha agua. Y la gente acudía a bautizarse.

24 Esto ocurrió antes de que Juan fuese encarcelado.

25 Algunos de los discípulos de Juan discutieron con unos judíos acerca del rito de la purificación.

26 Se acercaron a Juan y le dijeron: -Maestro, aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú nos diste testimonio, está ahora bautizando y todos se van tras él.

27 Juan respondió: -El hombre solamente puede tener lo que Dios le haya dado.

28 Vosotros mismos sois testigos de lo que yo dije entonces: «Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado como su precursor».

29 La esposa pertenece al esposo. El amigo del esposo, que está junto a él y lo escucha, se alegra mucho al oír la voz del esposo, por eso mi alegría se ha hecho plena.

30 Él debe ser cada vez más importante; yo, en cambio, menos.

*»• El fragmento, lleno de referencias históricas y geográficas, muestra cómo el evangelista está al tanto de una tradición histórica y la utiliza para conectar el ministerio profético del Bautista con el de Jesús.

Mientras la actividad misionera, tanto la de Jesús como la del Bautista, era floreciente, un incidente viene a turbar el ánimo de los discípulos de Juan. La ocasión viene dada por una discusión de estos últimos con un hombre que quizás había recibido el bautismo de los discípulos de Jesús. Objeto de la disputa es el valor de purificación del bautismo dado por los dos "rabí" y la relación existente entre los dos ritos. La respuesta del Bautista precisa, ante todo, un principio general válido para todo hombre que desempeña una misión: en la historia de la salvación nadie puede apropiarse una determinada función si no le es conferida por Dios (v. 27); Juan afirma, además, la superioridad de Jesús (v. 28). Y para precisar mejor la relación que él tiene con Jesús, explica la superioridad del papel propio de Jesús con un ejemplo sacado del ambiente judaico que se refiere a la relación entre el amigo del esposo y el esposo mismo durante una fiesta nupcial (cf. Is 62,4-5; Mt 22,1-14; Le 14,16-24).

En esta imagen el Bautista no tiene dificultad en reconocer a Jesús en el papel de Mesías-esposo, venido para celebrar las bodas mesiánicas con la humanidad, y, por tanto, se presenta a sí mismo como el discípulo amigo del esposo. El ha podido conocer al Mesías que comienza su misión, que recoge los primeros frutos de su trabajo y por ello se alegra constatando el cumplimiento definitivo del proyecto salvífico de Dios. Para el Bautista ha llegado el momento de sentirse plenamente feliz viendo a Jesús «crecer» mientras él mismo «disminuye» (v. 30).

 

MEDITATIO

Juan nos invita a la oración confiada. También Jesús educó a sus discípulos en la confianza en la oración con las curiosas parábolas del amigo importuno (cf. Le 11,5- 13) y del juez inicuo y la viuda (cf. Le 18,2-5). Las parábolas enseñan no tanto qué hay que pedir a Dios, sino más bien cómo pedirlo, porque el amor paterno de Dios colma todo deseo humano y la oración filial se mide por la confianza que la sostiene. No se trata de multiplicar las palabras en la oración, sino de tener la certeza de que Dios conoce aquello que necesitamos antes de que se lo pidamos. Dios, sin embargo, desea que le abramos nuestro corazón con confianza filial, seguros de ser escuchados.

Jesús, además, pide que nuestras súplicas estén animadas por la fe: «Todo lo que pidáis con fe en la oración, lo obtendréis» (Mt 21,22). La enseñanza es clara: la respuesta de Dios es segura cuando oramos con fe. La fe es el elemento esencial de la oración. Esto significa crear un clima de intimidad con Dios, emprender una reflexión seria, tener convicciones profundas sobre la realidad de Dios y sobre nuestra debilidad y pobreza. Y la fe es necesaria también cuando algunas de nuestras oraciones no son atendidas. Esto significa que nuestras súplicas no son para nuestro bien: mientras Dios desea escuchar otros "sectores" de nuestras necesidades que corresponden a la curación de los males del espíritu, negligencias, malos hábitos u otros. Este campo de nuestra vida es inmenso; en él sabemos con seguridad que, si pedimos con fe, Dios nos escucha.

 

ORATIO

Señor Dios nuestro, tú sabes bien que cuando estamos en tu presencia no nos es fácil tutearte, aunque nos hayas hecho tus hijos y seas nuestro Padre. ¡Cómo querríamos que nuestra oración fuese filial y confiada, como la de Jesús cuando estaba entre nosotros! Necesitamos que el Espíritu nos enseñe a orar porque él es la fuente de unidad y de paz que nos introduce en tu misterio trinitario. Sabemos que la oración en esta perspectiva es escuela de diálogo y de comunión.

El Espíritu es novedad, apertura y esperanza: y quien ora en el Espíritu es ciertamente fiel, innovador y creador de profecía. En el Espíritu uno se hace profeta sin saberlo. La profecía es obra del Espíritu, aunque a duras penas nos damos cuenta de ello. San Pablo nos recuerda que el Espíritu Santo suscita la oración en nuestro corazón de dos maneras: gritando en nosotros «¡Abba, Padre!» (Gal 4,6) y provocando en nosotros «gemidos inefables» (Rom 8,26).

Estas dos modalidades están arraigadas en el orante, al que, consecuentemente, abren dos caminos: el de la "palabra" que aferra el misterio y el del "silencio" que se expresa en estupor contemplativo. Esta segunda vía abre el corazón del hombre a la experiencia de Dios. El silencio es el seno en que florecen la palabra y la oración.

Señor, ayúdanos a leer los grandes acontecimientos de la historia que estamos viviendo y los de este nuevo milenio, del que somos protagonistas. Para el cristiano está apareciendo una nueva época de la historia, que será la época del Espíritu. El Espíritu que representa la frescura y la novedad de la Iglesia y de la historia. Señor, haznos familiares al Espíritu y dóciles intérpretes de sus iniciativas.

 

CONTEMPLATIO

El Padre ha amado al mundo hasta el extremo de entregarnos su Hijo unigénito. Pero también el Hijo ha querido esto y se encarnó y vivió con nosotros en la tierra.

Y el alma, cuando ve al Señor, se alegra humildemente de la misericordia de Dios y no puede sino amar como ama su Creador. Y si viese todo y amase todo, por encima de todo amará al Señor. El alma encuentra imprevistamente al Señor y lo reconoce. ¿Quién podrá describir este gozo y esta felicidad? En el Espíritu Santo se conoce al Señor, y el Espíritu Santo llena todo el hombre: alma, mente y cuerpo. Así Dios es conocido tanto en el cielo como en la tierra.

Hombres, criaturas de Dios, conoced a vuestro Creador. Él nos ama. Conoced el amor de Cristo y vivid en paz, y de este modo alegraréis al Señor. Él espera, con clemencia, que todos los hombres vayan a Él. Acercaos a Dios, pueblos de la tierra, dirigid hacia Él vuestra oración.

Entonces la oración de toda la tierra se alzará hacia el cielo como una maravillosa nube iluminada por el sol. Habrá alegría en el cielo y entonará un himno que exalte al Señor (Archimandrita Sofronio, Silvano del Monte Athos. Vita, dottrina, scritti, Turín 1978, 319-320.323-324).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «En todo lo que pedimos al Padre según su voluntad, él nos atiende» (1 Jn 5,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Cómo se puede confiar en la existencia de un incondicional amor divino, cuando la mayor parte de lo que uno experimenta, si no todo, es contrario al amor: miedo, odio, violencia y abusos?

¡No se está condenado a ser víctima! Queda en éstos, aunque puede parecer escondida, la posibilidad de elegir el amor. Muchas personas que han sufrido los rechazos más terribles y han sido sometidas a las más crueles torturas, han sido capaces de escoger el amor. Eligiendo el amor se han hecho testimonios no sólo de la enorme capacidad de recuperación del ser humano, sino también del amor divino que trasciende todos los amores humanos.

Quienes eligen el amor, aunque a pequeña escala, en medio del odio y del miedo, son los que ofrecen al mundo una esperanza auténtica (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997. 181).