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LECTIO DIVINA NAVIDAD Si quiere recibirla diariamente, por favor, apúntese aquí El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-. |
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2 de enero: Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno
3 de enero: Santísimo Nombre de Jesús
Lunes después de la epifanía
Algunos puntos de meditación sobre la Palabra de Dios en el Tiempo de Navidad
Dios ha venido. Está aquí. Y, en consecuencia, todo es distinto de como a nosotros nos parece. El tiempo, que había sido hasta entonces un flujo sin fin, se ha convertido en acontecimiento que imprime silenciosamente a cada cosa un movimiento en una única dirección, hacia una meta perfectamente determinada. Estamos llamados, y el mundo juntamente con nosotros, a contemplar en todo su esplendor el rostro mismo de Dios. Proclamar que es Navidad significa afirmar que Dios, a través del Verbo hecho carne, ha dicho su última palabra, la más profunda y la más bella de todas. La ha introducido en el mundo, y no podrá retomársela, porque se trata de una acción decisiva de Dios, porque se trata de Dios mismo presente en el mundo. Y he aquí lo que dice esta palabra: «Mundo, ¡te amo! Hombre, ¡te amo!» (K. Rahner).
Con la Navidad han tornado al mundo la alegría, la esperanza y la vida: la persona misma de Dios se ha hecho visible en el rostro de un Niño sencillo y pobre, pero rico en amor hacia todos. Confesará san Ireneo: «El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre, unido al Verbo, pudiera recibir la adopción y llegar a ser hijo de Dios». Recorramos brevemente la Palabra de Dios que la Iglesia nos ofrece en estas fiestas navideñas para penetrar en su conjunto las riquezas espirituales y las invitaciones a un nuevo renacimiento en la fe, convencidos de que, en Jesús, el hombre y Dios han reencontrado una comunión de vida.
La alegría de Navidad se abre en el corazón de la noche con el inicio de la triple celebración eucarística que anuncia el nacimiento del Emmanuel, el Salvador esperado de las gentes (misa de medianoche), a la que sigue la invitación dirigida a toda la Iglesia para que acoja su salvación con el estupor de los pastores (misa de la aurora) y, al fin, con el Prólogo de san Juan, meditado en el silencio y en la adoración el misterio de la encarnación del Verbo (misa del día). La Iglesia ante el misterio del nacimiento del Hijo de Dios se inclina en el asombrada y conmovida proclama: «Nace de una virgen aquel que es engendrado en la eternidad del Padre».
La paz en la tierra y la gloria en el cielo, proclamadas por los ángeles el día de Navidad, se prolongan en la semana siguiente, primero con el recuerdo del protomártir Esteban, primer diácono de la Iglesia (26 de diciembre), después con la penetración contemplativa de la palabra de vida del evangelista Juan (27 de diciembre) y con el testimonio del martirio de los Santos Inocentes (28 de diciembre). Además, la fiesta de la Sagrada Familia (primer domingo después de Navidad), modelo de vida familiar en el mundo, pero abierta al plan de Dios, y la fiesta de la Madre de Dios (1 de enero), ulterior mirada sobre el Autor de la Vida por medio de María, nos introducen en una reflexión más amplia sobre los misterios de la vida cristiana. La celebración de la epifanía (6 de enero), fiesta de la luz, nos permite empezar a conocer y ver a Dios, ya aquí entre nosotros, para poder contemplarlo después en el pleno esplendor de la patria futura. Y la celebración del Bautismo de Jesús, inicio de su misión profética, tras la investidura solemne del Padre y del Espíritu Santo en las aguas del Jordán, donde es proclamado «Hijo querido», constituye el mejor precinto al ciclo navideño y al mismo tiempo abre a la serie de domingos ordinarios.
Todo el período navideño no sólo pone ante los ojos de la Iglesia, admirada y conmovida, el misterio de la
venida de aquel que «es sostenido por los brazos maternos de María y sostiene el universo», sino que enseña también que él es aquel que ha fijado para siempre su morada entre los hombres para hacer de cada hombre un hermano y amigo y reconducirlo al Padre común.Dirá san Gregorio de Niza, celebrando el misterio de Navidad, que «el Hijo de Dios asume nuestra pobreza para hacernos entrar en posesión de su divinidad»; se despoja de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud ».
Como María, la virgen de la Palabra, que conserva todas estas cosas en su corazón y las medita, también nosotros queremos ser testigos fiables de la Navidad acogiendo en nosotros al Verbo de la vida.
La liturgia de la Palabra en el Tiempo de Navidad
1. El misterio de Navidad en el corazón del hombre de hoy
El hombre se plantea muchas preguntas sobre sí mismo, sobre Dios, sobre el mundo, sobre la historia. La llegada de la Navidad puede evidenciar al menos dos de ellas.
La primera pregunta se refiere al hombre mismo, a su cuerpo, a su posibilidad de renacer, de hacerse nuevo, de imprimir un sentido positivo a la historia. El mundo occidental está envejeciendo. Quien ya no es joven sabe que no se puede cambiar el curso de la propia vida. El único modo que se conoce para interrumpir el proceso de envejecimiento es la hibernación, hacerse de hielo, en espera de que se encuentre alguna solución a la muerte inexorable. Renacer parece imposible. Algunas filosofías piensan en la transmigración de las almas o en la reencarnación.
En el tiempo de Jesús un maestro religioso se interrogaba: «¿Cómo puede un hombre nacer cuando es viejo? ¿Puede, quizá, entrar por segunda vez al seno de su madre y renacer?» (Jn 3,4). Frente a esta declaración de imposibilidad, Jesús, en réplica y de modo perentorio, respondía que el renacer no es sólo un deseo del hombre, sino una necesidad: «En verdad, en verdad
te digo: si uno no renace de lo alto, no puede ver el reino de Dios» (Jn 3,3). En otra ocasión dijo también a aquellos que le eran más cercanos: «En verdad, en verdad os digo: si no os convertís y no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3).Sobre la aventura humana, ligada al cuerpo, recae la perspectiva ineludible del fin: «Todo cuerpo envejece como un vestido. Es decreto eterno: has de morir» (Eclo 14,17). Para huir de ella los antiguos egipcios elaboraron complicados ritos que llevaban sólo hasta la momificación.
La segunda pregunta se refiere a la relación del hombre con Dios: ¿Es posible ver a Dios, hablarle cara a cara? «Busco tu rostro, Señor», decía ya entonces el salmista, «¡no me escondas tu rostro!» (Sal 26,9). Pero Dios parece repetir: «Mi rostro no lo verás» (Ex 33,23).
2. El misterio de Navidad proclamado en la liturgia
La Palabra que escuchamos durante la liturgia de Navidad nos "toca" y trata de iluminar estas preguntas; primero nos anuncia que todas las promesas y las esperas del adviento se están realizando. Al fin el lector puede proclamar el hoy de su cumplimiento:
«Hoy os ha nacido un Salvador» (misa de medianoche).
«Hoy resplandece la luz sobre nosotros» (misa de la aurora).
«Se ha hecho visible la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres» (Tit 2,11; misa de medianoche).
«Tú eres mi Hijo; Yo te he engendrado hoy» (Heb 1,5 misa del día).
En la Navidad de Jesús nace el Hombre nuevo y en él nosotros encontramos a Dios. El que lo acoge renace como hombre nuevo.
El leccionario dominical y festivo
El leccionario del Tiempo de Navidad no tiene una estructura unitaria, está fragmentado en muchas festividades. Hay en él acumulación y yuxtaposición de temas. Parece que quien lo ha redactado no haya querido perder nada de lo que tal acontecimiento significa y que la tradición le ha transmitido.
Continúan las profecías sobre el Mesías, en las que se subraya la alegría que señala su venida, la salvación ofrecida a todos los pueblos, el tema de la luz (primera lectura). Los evangelios narran el hecho del nacimiento de Jesús y hechos pertenecientes a su infancia. Algunos textos invitan a reflexionar sobre el «sentido» de este acontecimiento: de modo particular el Prólogo de Juan, leído en la misa del día de Navidad y repetido en el segundo domingo después de Navidad asociándolo con Eclo 24,1-4.8,12 y también con las segundas lecturas.
La solemnidad de Navidad comprende las lecturas de la vigilia y de las tres misas: «de medianoche», «de la aurora», «del día». Esta denominación nos indica que las lecturas están dispuestas en un simbólico y gradual itinerario de las tinieblas a la plenitud de la luz; por eso se leen progresivamente. Al tiempo que se narra el acontecimiento de Navidad en fragmentos sucesivos (evangelio) viene explicitado gradualmente su sentido (lecturas y evangelio «del día»). La Navidad es como un misterio nupcial (vigilia), misterio de luz (primera misa) y de salvación universal (segunda misa) que alcanza hasta los confines de la tierra (tercera misa).
El nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros «en la humildad de la naturaleza humana» y en la pobreza de la gruta de Belén nos trae el don de una vida nueva y divina: del nacimiento de Jesús, nacido de mujer y de su descubrimiento en la fe por parte de los pastores (segunda misa) se llega al nacimiento de aquellos que son engendrados no de «carne y sangre», sino de Dios por la
fe en Cristo, Hijo de Dios que se ha hecho hijo del hombre (tercera misa). El evento de la natividad de Cristo implica también al hombre e ilumina y da sentido a su existencia.El domingo entre la octava de Navidad es la
fiesta de la Sagrada Familia. El evangelio se refiere a la infancia de Jesús; las otras lecturas, a las virtudes de la vida familiar. Nos recuerda que el amor con el que el Dios Padre ha amado al mundo -hasta enviar a su propio Hijo para salvarlo- se manifiesta y se refleja en el amor que debe reinar en cada familia cristiana. El nacimiento de Jesús en una familia humana ilumina y fundamenta también este aspecto de la vida del hombre.La octava de Navidad celebra la memoria de María, Madre de Dios, al mismo tiempo que glorifica el nombre de Jesús. En este nombre, que quiere decir "Dios salva", se condensa todo el misterio de la encarnación. Cuando cae en el primer día del año, la liturgia se abre con la bendición de Aarón al pueblo que entra en la Tierra Prometida (Nm 6,22-27: primera lectura) y la invocación por la paz: «El Señor te bendiga y te proteja... El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz».
El segundo domingo después de Navidad prolonga la meditación del misterio de la encarnación, con el que el Verbo pone entre nosotros su tienda (evangelio), la Sabiduría habita en medio de su pueblo (primera lectura).
Cuando Dios se hace hombre, el hombre accede a la filiación divina por medio de la adopción (segunda lectura).
El nacimiento del Hijo de Dios que viene a vivir según la condición humana, inaugura el nacimiento de todos los hombres a la vida de "hijos de Dios". Ésta es la vida nueva cuyo regalo nos ha hecho Jesús con su nacimiento.
En la solemnidad de la epifanía la luz de Cristo resplandece y se manifiesta a los ojos de todos. Los Magos, que siguen el "signo" de la estrella, representan la humanidad entera, llamada a reunirse en torno a Jesús en la fe.
En el domingo después de epifanía se celebra el
bautismo de Jesús: la voz del Padre y la fuerza del Espíritu lo invisten oficialmente de su misión de Salvador. En este evento, que cierra el ciclo de Navidad y abre el del tiempo ordinario, reside el fundamento del nuevo nacimiento de los cristianos del agua y del Espíritu Santo.El leccionario ferial
En los días feriales se escucha la primera carta de san Juan, escrito en el que el Apóstol ha condensado lo esencial de su experiencia religiosa. El discurso gira en torno a temas tan caros a Juan como la luz, la justicia, el amor, la verdad, desarrollados en paralelo, para mostrar la riqueza sobrenatural de la situación de aquellos que han nacido como «hijos de Dios». La contemplación del misterio del Hijo de Dios, que en María se hace hijo del hombre, se prolonga en la del hombre que nace como hijo de Dios. Juan continúa el tema mostrando sus implicaciones morales: el «hijo de Dios» adopta un estilo de vida que basa todo sobre la fe en Cristo y sobre el amor a los hermanos. Las perícopas evangélicas están elegidas entre las que ilustran la "manifestación" del misterio de Dios en la humanidad de Cristo: los acontecimientos de la infancia descritos por Lucas; el gran prólogo y el comienzo de la misión de Jesús según el evangelio de Juan; varios episodios epifánicos tratados por los sinópticos (multiplicación de los panes, caminar sobre las aguas, etc.).
Inmediatamente después de Navidad se celebran algunas fiestas de santos: san Esteban, san Juan evangelista, los Santos inocentes. Son el fruto del nacimiento de Cristo, aquellos que «no de la sangre, ni del querer de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios han sido engendrados» (Jn 1,13). María los presenta con Cristo al mundo como sus hijos, manifestándose como Madre de Dios y de los santos.
3. El misterio de Navidad celebrado en la liturgia
El anuncio que resuena en Navidad no es sólo una buena noticia. Es proclamación admirada de un evento que se cumple hoy, en la celebración, un evento de nacimiento: de Jesús, del cristiano, de la Iglesia. La celebración de la Navidad no es un «jugar a Cristo que nace», o una representación sagrada. No es un recuerdo vacío, una nostalgia del pasado, una fantasía poética, un juego de sentimientos. La liturgia ambrosiana y la romana se expresan así: «Aquel que tú, Padre, engendras fuera del tiempo, en el secreto inefable de tu vida, nace en el tiempo y viene al mundo»; «Hoy celebramos el nacimiento del Salvador y el nacimiento de nuestra salvación».
Junto con el nacimiento de Cristo, la Iglesia celebra el suyo y el de todo cristiano. No somos espectadores de un acontecimiento sino que lo vivimos, tomamos parte en él. san León Magno enseña: Al adorar el nacimiento de nuestro Redentor, descubrimos que con él celebramos nuestros propios orígenes. La generación de Cristo es, en efecto, el origen del pueblo cristiano; y el aniversario del nacimiento de la cabeza es también el aniversario del cuerpo. Aunque cada uno sea llamado en su orden, todos los hijos de la Iglesia se diferencian en la sucesión de los tiempos; sin embargo, la totalidad de los creyentes engendrados en la fuente bautismal (...) son co-engendrados con él en este nacimiento. Los santos que son celebrados en el Tiempo de Navidad son los signos de esta participación en este misterio. Dice un responsorio: Ayer nació Jesús en este mundo para que hoy Esteban naciese a la vida del cielo; vino a la tierra para que Esteban entrase con él en la gloria. Nuestro Rey, vestido de carne humana, salió del vientre de la Virgen y vino al mundo para que Esteban entrase con él en la gloria.
Navidad es un misterio de renacimiento universal. En la noche santa tiene comienzo una nueva creación: «Hoy en Cristo, tu Hijo, también el mundo renace» (liturgia ambrosiana); «El Verbo invisible comenzó a existir en el tiempo para reintegrar el universo en tu diseño, oh Padre» (Prefacio II de Navidad). En la Navidad de Cristo tiene lugar un admirable comercio, un intercambio: Hoy resplandece con plena luz el misterioso intercambio: el Verbo se hace débil, hijo del hombre; el hombre mortal es ensalzado a la dignidad de Hijo de Dios; (...) de una humanidad vieja surge un pueblo nuevo (Prefacio III de Navidad).
Y más aún: «Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios» (san Ireneo); «Se ha hecho lo que somos para hacernos partícipes de lo que él es» (Cirilo de Alejandría); por eso, «al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, celebramos nuestra misma generación » (san León Magno).
4. El misterio de Navidad en la vida de cada día
Juan, en el Prólogo a su evangelio y en su primera carta, anuncia nuestro devenir hijos de Dios por la fe en Cristo: Mirad qué gran regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos realmente! (...). Amigos míos, hijos de Dios lo somos ya, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser. Pero sabemos que cuando Jesús se manifieste y lo veamos como es, seremos como él (1 Jn 3,1-3).
Celebrar la eucaristía en este período de Navidad significa entrar en un nuevo estilo de vida, es decir, en la vida de los hijos de Dios. Implica:
- Comportarse como él: «Quien dice que permanece en Cristo, ha de comportarse como él se ha comportado » (1,6).
- Romper con el pecado: «todo el que tiene puesta su esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro» (3,3).
- Practicar la justicia: «En esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo: quien no practica la justicia no es de Dios, ni lo es quien no ama a su hermano» (3,10).
- Observar los mandamientos, sobre todo el del amor: «Hijitos, no amemos de palabra ni de boquilla, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que hemos nacido de la verdad y podremos pacificar ante Dios nuestro corazón aunque nuestra conciencia nos condene (...). Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros según el precepto que nos ha dado. El que guarda sus mandamientos habita en Dios y Dios en él. Y en esto conocemos que habita en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado» (3,18-20.23-24).
La aparición de la «gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres, nos enseña a renegar de la impiedad y de los deseos mundanos y a vivir con sobriedad, justicia y piedad en este mundo, aguardando la dichosa esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tit 2,11-13: segunda lectura de la misa de la noche).
Para vivir la Navidad necesitamos, como María,
concebir y engendrar a Cristo en nuestro corazón: «¿qué me ayuda a mí, dice Orígenes, que el Verbo haya venido a este mundo si no nace en mí?».Cada día Cristo nace en quien lo acoge en la escucha y la obediencia; por eso reza así la liturgia:
Oh Dios, que elegiste el seno purísimo de María para revestir de carne mortal al Verbo de la vida, concédenos también a nosotros engendrarlo con la escucha de tu Palabra, en la obediencia de la fe.De este modo, la Navidad ya no está ligada a un día, y la historia entera del hombre se convierte en un tiempo de gestación que culmina con el nacimiento del Cristo total.
Navidad del Señor: Misa vespertina en la vigilia
Misa de medianoche
Primera lectura: Isaías 9,1-3.5-6
1 El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado.
2 Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se alegran ante ti con la alegría de la siega, como se regocijan al repartirse un botín.
3 Porque, como hiciste el día de Madián, has roto el yugo que pesaba sobre ellos, la vara que castigaba sus espaldas, el bastón opresor que los hería.
5 Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, Y es su nombre: «Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz».
6 Dilatará su soberanía n medio de una paz sin límites, asentará y afianzará el trono y el reino de David sobre el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará.
*•• Todas las lecturas bíblicas de las misas de Navidad, si bien con perspectivas diversas, intentan responder a una pregunta: ¿cuál es el sentido de la Navidad? Iniciamos el recorrido desde los antiguos profetas. El oráculo de Isaías presupone una situación dramática para el país de Israel, porque el estrépito de las armas resuena por doquier. La invasión asiría (siglo VIII a.C.) comenzada en Galilea amenaza ya la misma Judea y Jerusalén, y el pueblo, bajo el terror enemigo, camina en la oscuridad y no sabe adonde dirigirse. A esta gente sin esperanza anuncia el profeta:
«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Luego, dirigiéndose a Dios, exclama: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (v. 2).¿Qué es lo que permite a los hombres pasar de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría? La alusión de Isaías se refiere a la huida de los Asirios, pero el profeta de Dios habla también de fuga de todo enemigo.
Anuncia la alegría por el que será:
«Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz» (v. 5), el que, verdadero héroe de Israel, cumplirá todo esto. Pero ¿cómo será posible todo esto? Isaías responde: «El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará» (v. 6). He aquí, pues, el sentido y el mensaje más antiguo de la Navidad: el fin del miedo, la liberación de la dominación enemiga y todo ello gracias a que: «un niño nos ha nacido» (v. 5: cf. Is 7,14; Miq 5,1- 3; 2 Sm 7,12-16), un descendiente de David que dará vida a una sociedad en la que habrá justicia, paz, alegría y que dará a todos el coraje de vivir.
Segunda lectura: Tito 2,11-14
11 Porque se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.
12 Ella nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con moderación, justicia y religiosidad,
13 aguardando la feliz esperanza: la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,
14 el cual se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de que seamos su pueblo escogido, siempre deseoso de practicar el bien.
*» Pablo escribe a Tito, su discípulo convertido del paganismo y ahora obispo de Creta, explicándole el sentido de la venida de Jesús a nosotros con palabras llenas de esperanza:
«Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (v. 11). La universalidad de la salvación es una dimensión esencial de la Navidad, y su verdadero mensaje es el anuncio de salvación y de vida nueva para toda la humanidad sin distinciones de razas ni colores, de clases sociales, ni de dotes intelectuales ni ninguna otra cosa. El Salvador que nos ha sido dado no es sólo un niño que ha elegido nacer en un pobre establo, entre incomodidades y queridos silencios, es sobre todo la sonrisa de Dios que se ha hecho visible, porque no ha perdido su esperanza en los hombres. Ha venido para enseñarnos el camino del bien, de la sobriedad y de la justicia, el desprecio de los atractivos malos e ilusorios del mundo, a la espera del retorno glorioso del Señor (v. 13). Libremente, dirá Pablo, «se entregó a sí mismo por nosotros» (v. 14), primero habiéndonos del Padre y llamándonos amigos, y después, al final, muriendo en la cruz por amor, nos ha liberado de toda esclavitud para reconducir al Padre, de una vez para siempre, a la humanidad reconciliada con él. Sólo la fe ayuda a descubrir el poder de Dios en la vivencia de un pobre. Desde que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, quiere ser acogido y reconocido como hombre: aquí es posible la búsqueda de Dios, porque él se ha quedado entre nosotros.Evangelio: Lucas 2,1-14
1 En aquellos días apareció un decreto del emperador Augusto ordenando que se empadronasen los habitantes del imperio.
2 Este censo fue el primero que se hizo durante el mandato de Quirino, gobernador de Siria.
3 Todos iban a inscribirse a su ciudad.
4 También José, por ser de la estirpe y familia de David, subió desde Galilea, desde la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén,
5 para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta.
6 Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto,
7 y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
8 Había en aquellos campos unos pastores que pasaban la noche al raso velando sus rebaños.
9
Un ángel del Señor se les apareció, y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Entonces les entró un gran miedo,10
pero el ángel les dijo: -No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo:11 Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor.
12
Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.13
Y de repente se juntó al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!».*» Sobre el fondo de los anuncios proféticos (cf. Miq 5,1-4; 1 Sm 16,1-3), Lucas en el evangelio nos habla del nacimiento histórico de Jesús. El relato es simple, pero sugestivo, lleno de matices teológicos y construido sobre el modelo del anuncio misionero, que comprende tres momentos. Primero la narración del acontecimiento: el edicto de César Augusto en tiempos de Quirino, gobernador de Siria, y el nacimiento de Jesús en Belén, en la pobreza, en un país sometido a una potencia extranjera (w. 1-7); después el anuncio hecho por los ángeles a los pastores, primeros testigos del evento de la salvación (w. 8-14); y, por último, la acogida del anuncio, con los pastores que van a la gruta, encuentran a Jesús, y sucesivamente el relato de su experiencia a otros (w. 15-20).
El punto central del relato, sin embargo, son las palabras de los ángeles a los pastores, que consideran con respeto el sentido gozoso del acontecimiento y la fe en
Jesús Salvador en la figura de un niño pobre, «envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (v. 12). Dos motivos, pues, se iluminan uno a otro en el texto: la visible pobreza en la vivencia humana de Jesús y la gloria de Dios escondida en su presencia entre los hombres. Sólo unos cuantos pastores, representantes de gente pobre y humilde, reconocen al Mesías esperado: éste es el signo divino extraordinario del inicio de una época nueva en la historia de los hombres.MEDITATIO
Para contemplar el misterio de Navidad necesitamos, sobre todo, simplicidad para asombrarnos ante su mensaje. Capacidad de asombro y mirada de niño son los medios necesarios para gustar el anuncio lleno de alegría de esta noche santa. Y esta alegría tiene una motivación clara: el nacimiento de un niño, Salvador universal, que trae motivos de esperanza para todos, que son paz, justicia y salvación. Y ¿qué signos cualifican a este niño? La debilidad, la pobreza, la impotencia y la humildad, cosas que el mundo ha rechazado siempre y que, por el contrario, ha hecho propias el Hijo de Dios.
Con la venida de Jesús las falsas seguridades de los hombres han zozobrado, porque Dios ha elegido no a los fuertes ni a los sabios, ni a los poderosos de este mundo, sino a los débiles, a los pequeños, a los necios, a los últimos: ha elegido «un niño acostado en un pesebre » (Le 2,7.12.16; cf. 1 Cor 1,27; Mt 11,26), pobre, marginado y desestimado. Precisamente sobre esta pobreza se despliega el esplendor del mundo del Espíritu, mientras nosotros estamos complicados en dramas de conciencia, porque nos tienta seguir principios de fuerza, de poder, de violencia. El niño de Belén nos dice que el milagro de la paz de la Navidad es posible para aquellos que acogen sus dones.
A esta luz el acontecimiento de esta noche no es sólo una fecha para conmemorar, sino evento capaz, también hoy, de contagio y de transformación. Cuatro son las noches históricas de la humanidad, según una antigua tradición rabínica: la noche de la creación (Gn 1,3), la de Abraham (Gn 15,1-6), la del Éxodo (Ex 12,1-13) y la de Belén, es decir, esta noche, que es la más importante, porque el Hijo de Dios ha traído su paz, distinta de la pax augusta, y es el fundamento de la «civilización del amor» (Pablo VI). ¿Somos capaces de vivir el misterio?
ORATIO
Te damos gracias, Señor del universo y de los hombres, porque en Jesús niño, que vino a la tierra portador de tus dones -la paz, la alegría, la justicia y la salvación-, se ha manifestado tu amor a todos. Queremos comprender, si bien con la pequeñez de nuestra mente, algo del misterio del Verbo encarnado, porque con ello se iluminará nuestro misterio humano.
Para los judíos era absurdo pensar que la Palabra definitiva de Dios apareciese en la debilidad del hombre Jesús. Para los paganos era escándalo aceptar la plena humanidad del Hijo de Dios, lugar indigno de la divinidad.
Nosotros, por el contrario, creemos que la Palabra, en un momento histórico muy preciso, «se hizo carne» en la fragilidad e impotencia como toda criatura, naciendo de una mujer, María (cf. 1 Jn 4,2-3), y creemos que en Cristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, reside la revelación definitiva del Padre y el anuncio de la fe que nos salva.
El hombre del tercer milenio tiene necesidad de Jesús, revelador de tu amor de Padre, para escapar de su individualismo y de su superficialidad, que lo privan de los verdaderos valores en que se puede encontrar la esperanza de vivir. Señor, el nacimiento de tu Hijo nos revela que también nosotros en Jesús hemos sido hechos hijos tuyos y te podemos conocer.
Haz que toda nuestra vida, sobre el modelo de la de Cristo, se vuelva en actitud de docilidad filial hacia ti y, para ello, en la noche de Navidad nos ponemos de rodillas, en adoración ante el rostro humano del Jesús-Niño, tu Hijo unigénito, en el que resplandece e irradia tu rostro invisible de Padre, para ver nuestro rostro divino.
CONTEMPLATIO
Pero ¿quién soy yo? ¿Podré decir algo digno de lo que se ve? Me faltan las palabras: la lengua y la boca no son capaces de describir las maravillas de esta solemnidad divina. Por eso yo con los coros angélicos grito y gritaré siempre: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!».
Dios está en la tierra; ¿quién no será celeste? Dios viene a nosotros, nacido de una Virgen; ¿quién no se hará divino hoy y anhelará la santidad de la Virgen, y no buscará con celo la sabiduría, para hacerse más cercano a Dios? Dios está envuelto en pobres pañales; ¿quién no se hará rico de la divinidad de Dios si acoge algo humilde?
Exulto como los pastores y me sobresalto escuchando estas voces divinas: ansío ir al pesebre que acoge a Dios y deseo llegar a la celestial gruta: anhelo ver el misterio manifestado en ella y allí, en presencia del Engendrado, levantar la voz cantando:
«¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!» (Sofronio de Jerusalén, Le Omelie, Roma 1991, 55-57).ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
En aquella noche de Navidad una multitud del ejército celeste se apareció en Belén a los pastores, diciendo:
«¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!»; en este mismo momento nosotros celebramos ¡untos el nacimiento de nuestro Señor y su pasión y muerte. Según el mundo, este modo de comportarse es extraño. Porque ¿quién en el mundo puede llorar y alegrarse al mismo tiempo y por el mismo motivo? En efecto, o la alegría será dominada por la aflicción, o la aflicción será aniquilada por la alegría; solamente en nuestros misterios cristianos podemos alegrarnos y llorar al mismo tiempo y por la misma razón. Pero pensad un poco en el significado de la palabra «paz». ¿No os parece extraño que los ángeles hayan anunciado la paz mientras el mundo está incesantemente azotado por la guerra o por el miedo de la guerra? ¿No os parece que las voces angélicas se hayan equivocado y que la promesa fue una desilusión y un engaño?Reflexionad ahora sobre cómo habló de la paz nuestro Señor mismo. Dijo a sus discípulos: «Mi paz os dejo, mi paz os doy». ¿Entendía Él la paz como nosotros la entendemos: el reino de Inglaterra está en paz con sus vecinos, los barones están en paz con el rey, el jefe de familia que cuenta sus pacíficas ganancias, la casa bien limpia, su mejor vino sobre la mesa para el amigo, su mujer que canta a sus hijos? Aquellos hombres que eran sus discípulos no conocían nada de esto: ellos salieron a hacer un largo viaje, a sufrir por tierra y por mar, a encontrar la tortura, la desilusión, a sufrir la muerte con el martirio. ¿Qué cosa quería, pues, decir Él? Si queréis saberlo, recordad que dijo también:
«No os la doy como la da el mundo». Así pues, Él dio la paz a sus discípulos, pero no como la da el mundo (T. S. Eliot, Asesinato en la catedral Madrid 1996).
Navidad del Señor: Misa de la aurora
Navidad del Señor: Misa del día
26 de diciembre
San Esteban
27 de diciembre:
San Juan Evangelista
28 de diciembre: Santos Inocentes
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 2,3-11
3 Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos.
4 El que dice: «Yo lo conozco», pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en Él.
5 En cambio, el amor de Dios llega verdaderamente a su plenitud en aquel que guarda su palabra. Ésta es la prueba de que estamos en Él,
6 pues el que dice que permanece en Él, tiene que vivir como vivió Él.
7 Queridos, el mandamiento acerca del que os escribo no es nuevo, sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que oísteis.
8 Sin embargo, el mandamiento acerca del que os escribo -que se realiza en Él y en vosotros- es nuevo, en el sentido de que las tinieblas pasan y ya brilla la luz verdadera.
9 Quien dice que está en la luz y odia a su hermano, todavía está en las tinieblas.
10 Quien ama a su hermano permanece en la luz y nada le hará tropezar.
11 Sin embargo, el que odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
**• ¿Cuál es el camino para conocer a Dios y morar en él? El Apóstol, después de haber presentado el criterio negativo de la comunión (1,5-2,2: «No pecar»), expone el positivo, que consiste en la observancia de los mandamientos y, entre estos, el del amor a Dios (w. 3-6) y a los hermanos (w. 8-11). Para el cristianismo, pues, el conocimiento de Dios comporta exigencias de vida que han de ser observadas. Por el contrario, la filosofía religiosa popular del tiempo, llamada "gnosis", sostenía que la salvación del hombre se obtiene a través del conocimiento de Dios, única cosa que permite alcanzar el verdadero objetivo de la vida humana, esto es, la liberación del mundo visible. En oposición a esta doctrina, que excluía el pecado y la existencia de toda moral, Juan afirma que el auténtico conocimiento de Dios debe estar avalado por la observancia de sus mandamientos. Porque, el que cumple «su palabra» (v. 5) experimenta el amor de Dios y mora en Él, porque vive como ha vivido Jesús y tiene dentro de sí una realidad interior que lo impulsa a imitar a Cristo, cuyo ejemplo de vida ha sido justamente el amor (v. 6), cf. Jn 13,15.34; 15,10).
Este mandamiento del amor, además, es nuevo y antiguo al mismo tiempo: «nuevo», porque ha sido la enseñanza recibida desde el principio del anuncio cristiano. Entonces, el auténtico criterio de discernimiento del espíritu de Dios reside en la práctica del amor fraterno, porque no se puede estar en la luz de Dios y después odiar al propio hermano. Para el Apóstol el que ama vive en la luz, el que odia vive en las tinieblas.
Evangelio: Lucas 2,22-35
22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
23 como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.
24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.
25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor.
27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley,
28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:
29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar que tu siervo muera en paz.
30 Mis ojos has visto a tu Salvador,
31 a quien has presentado ante todos los pueblos,
32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.
34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
-Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,
35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.
**• La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (cf. Mal 3; 2 Sm
6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (w. 22-24) y la profecía de Simeón (w. 25-35).
María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (cf. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario. Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida. Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35).
MEDITATIO
Amar, según el ejemplo de Cristo, quiere decir darse, olvidarse de sí mismo, procurar el bien del otro hasta sacrificar los propios intereses, las propias ideas y la misma vida. La actitud evangélica que nos sitúa en la verdad es la de la entrega de nosotros mismos a Dios y a los hermanos, es decir, la de la ofrenda que la familia de Nazaret ha practicado. La existencia cristiana no es sólo don, gratuidad, servicio, intimidad de amistad, sino también un algo difuso que impregna el ambiente en que se vive: es amor que se da a todos con generosidad.
El mandamiento del amor universal, llevado hasta el amor al enemigo (cf. Le 6,27-36), para que pueda llegar a ser auténtico como Jesús nos ha enseñado, debe ser vivido primero en la comunidad de los hermanos en la fe. Para Juan, pues, el acento recae más sobre el fundamento del amor que sobre su universalidad. Juan, en efecto, lo pone en el misterio trinitario, y prefiere insistir en la vida de íntima comunión que une al Padre y al Hijo.
Así pues, justamente esta razón nos hace comprender que el auténtico amor fraterno no se agota dentro de los confines de la comunidad cristiana, en la que cada discípulo vive, porque el amor fundado en el del Padre y vivido en plenitud entre los hermanos de fe es un elemento de dinamismo apostólico. Cuanto más en profundidad se viven la fe y el amor, más atraídos se sienten todos a conocer el testimonio del verdadero discípulo de Jesús. Donde reina este amor mutuo los discípulos se convierten en signo histórico y concreto del Dios-amor en el mundo.
ORATIO
Señor Jesús, desde niño has querido darnos ejemplo de sencillez y pobreza con tu vida oculta y confundida entre la gente común. Has querido también ser presentado en el templo y someterte a la ley del tiempo como un primogénito cualquiera de tu pueblo. Te has hecho reconocer como Mesías y Salvador universal por Simeón, hombre justo y abierto a la novedad del Espíritu, porque tú siempre te revelas a los sencillos y mansos de corazón y no a los que el mundo considera grandes y poderosos.
Te pedimos que te nos manifiestes también a nosotros, a pesar de nuestra pobreza e incapacidad para acoger el paso de tu Espíritu por nuestra vida, para que podamos reconocerte como «luz» para nosotros y para nuestros hermanos. También nosotros, como el anciano Simeón, queremos bendecirte por las promesas que has cumplido dándonos la salvación y por las muchas maravillas que has realizado entre nosotros y continúas realizando con tu presencia providente y amorosa. Pero, sobre todo, queremos vivir lo que nos has enseñado con el mandamiento del amor fraterno: procurar el bien de los hermanos, llevar sus cargas y desventuras y compartir los sufrimientos de nuestros prójimos. Que nuestro vivir sea una ofrenda generosa de cuanto somos al Padre, para que nuestra pobre humanidad renazca a una vida nueva.
CONTEMPLATIO
Seguro que cada uno de nosotros ha experimentado ya la dicha de la Navidad. Pero el cielo y la tierra aún no se han convertido en una sola cosa. La estrella de Belén es una estrella que todavía hoy continúa brillando en una noche oscura (...). ¿Dónde está el júbilo de los ejércitos celestes, dónde la felicidad callada de la santa noche? ¿Dónde está la paz en la tierra? (...).
Contra la luz que baja de los cielos resalta, más siniestra y más negra, la noche del pecado. El Niño en el pesebre tiende sus manitas y parece querer decirnos ya con su sonrisa las palabras que brotarán un día de sus labios de adulto: «Venid a mi todos los agobiados y oprimidos» (...). Jesús pronuncia su «Sígueme» y quien no está con él está contra él. Lo pronuncia también para nosotros y nos sitúa ante la opción entre la luz y las tinieblas (...). Si ponemos nuestras manos entre las del Niño divino y respondemos a su «Sígueme» con un «sí», entonces somos suyos y está libre el camino para que su vida divina pueda derramarse sobre nosotros. Éste es el inicio de la vida divina en nosotros. Vida que no es aún contemplación beatífica de Dios en la luz de la gloria; es todavía oscuridad de la fe, pero ciertamente no es de este mundo y es ya una existencia en el reino de Dios (E. Stein, Il mistero del nótale, Brescia 41998, 25-30 passim).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que ama a su hermano vive en la luz» (1 Jn 1,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
No dudes en amar, y ama profundamente. Podrías tener miedo del dolor que puede causar un amor profundo. Cuando aquellos a quienes amas profundamente te rechazan, te abandonan o mueren, tu corazón se rompe. Pero esto no debe impedirte amar profundamente.
El dolor que emana de un amor profundo hará tu amor todavía más fecundo. Es como el arado que deshace los terrones para permitir que la semilla arraigue y crezca como planta fuerte. Cada vez que experimentas el dolor del rechazo, de la ausencia o de la muerte, te encuentras frente a una elección nueva. Puedes convertirte en presa de la amargura y decidir no amar más, o puedes permanecer erguido en tu dolor y dejar que el suelo en el que estás se haga más rico y más capaz de dar vida a nuevas semillas.
Cuanto más has amado y aceptado sufrir a causa de tu amor, tanto más permitirás que tu corazón crezca y se haga más profundo. Cuando tu amor es auténtico dar y auténtico recibir, aquellos que amas no abandonarán tu corazón ni siquiera cuando se alejen. Se harán parte de tu yo, construyendo así gradualmente una comunidad dentro de ti.
Aquellos a quienes has amado profundamente se hacen parte de ti. Cuanto más vivas, más serán las personas que amarás y que se harán parte de tu comunidad interior. Mayor será tu comunidad interior y más fácilmente reconocerás hermanos y hermanas en los extraños que se te acerquen. Los que viven dentro de ti reconocerán a los vivos en torno a ti. De este modo el dolor del rechazo, de la ausencia y de la muerte podrá resultar fecundo. Sí, si amas profundamente, la tierra de tu corazón estará cada vez más desmenuzada, pero te alegrarás por la abundancia de frutos que te reportará (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 2,12-17
12 Os escribo a vosotros, hijos, porque os han sido perdonados vuestros pecados por el poder de su nombre.
13 Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno.
14 Os escribo a vosotros, hijos, porque habéis conocido al Padre. Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno.
15 No améis al mundo ni lo que hay en Él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en Él.
16 Porque todo lo que hay en el mundo -los apetitos desordenados, la codicia de los ojos y el afán de grandeza humana- no viene del Padre, sino del mundo.
17 El mundo y todos sus atractivos pasan. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
**• ¿Cómo vivir el amor hacia el Padre? El texto es una exhortación afectuosa a la comunidad cristiana para que sea coherente con el plan de salvación y con las opciones hechas respecto a Dios y al mundo.
El Apóstol, dirigiéndose a los hijos en general, los invita a reflexionar sobre su situación actual de salvación cristiana en la que viven, porque han obtenido el perdón de sus pecados (v. 12) y han conocido al Padre (v. 14a). Escribiendo a los padres les recuerda que han conocido a Jesús, «el que es desde el principio» (w. 13a. 14b; cf. 1,1; Jn 1,1) a través de su Palabra, por lo que se les exige una fe madura para no dejarse seducir por el mundo. A los jóvenes les recuerda que se han adherido a Jesús y han vencido al mal (v. 13b) y que su fuerza espiritual, reforzada por la Palabra de Dios los excluye de los compromisos con los fáciles atractivos del mundo (v. 14c). Este proyecto de vida espiritual se resume en la práctica en una vida apartada de la lógica del mundo, entendido este como reino del mal que se opone a Dios. Dios y el mundo son dos realidades opuestas. Del mundo, enemigo de Dios, Juan menciona algunos aspectos que pertenecen a la transitoriedad: «Los apetitos desordenados» es decir, las malas tendencias que viven en el hombre viejo e inclinado al pecado; «la codicia de los ojos», esto es, los deseos que pueden venir a través de los ojos, como el ansia de los bienes terrenos; «el afán de grandeza humana», es decir, el orgullo basado en la concepción materialista de la vida (w. 15-16).
Esta separación del mundo tiene su razón de ser: el cristiano vive en el mundo, pero sabe que Dios permanece mientras el mundo pasa (v. 17; cf. 1 Cor 7,31).
Evangelio: Lucas 2,36-40
36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven;
37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.
38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. 39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
40 El niño iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba.
**• El texto es la conclusión de la escena de la presentación de Jesús en el templo y consta de dos partes. El testimonio de la profetisa Ana (w. 36-38) y el retorno de la familia de Jesús a Nazaret (w. 39-40).
Según la ley hebraica para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Tras el anciano Simeón he aquí a la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, viuda, rica en años, mujer de oración y de penitencia (w. 36-37). Es otra persona pobre según Dios, genuina representante de aquellos que esperaban la salvación de Israel. Ana alaba al Señor por haber reconocido en Jesús-Niño, presentado en el templo, al esperado Mesías, y difunde la noticia sobre él a cuantos vivían abiertos al evento de la salvación (v. 38)
Después el evangelista concluye la escena bíblica con la observación sobre el crecimiento de Jesús en Nazaret: iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba» (v. 40). De la vida oculta de Jesús se dice bien poco, pero este poco es suficiente para captar el espíritu y apreciar el ambiente en que vivía el Salvador: sus padres eran obedientes y fieles a la ley y Jesús crecía en sabiduría, lleno como estaba de los dones de gracia con que el Padre lo colmaba (cf. v. 52; 1 Sm 2,26). Una comunidad que se abre al reino de Dios en el respeto a la voluntad del Padre.
MEDITATIO
La vocación cristiana es compromiso de vivir en el mundo al servicio del hombre, para dar testimonio de Cristo y llevar a los hermanos su mensaje de salvación, pero sin confundirse con el mundo, sin aceptar sus compromisos y sus modelos de comportamiento, negación del espíritu de humildad, de pobreza, de caridad que debe animar la vida del creyente. Sólo el corazón que se vacía del mundo, de sus propuestas de vida transitoria y del afán de poseer sus bienes efímeros, puede ser colmado por el amor del Padre (1 Jn 2,15).
El discípulo de Jesús, confirma el Apóstol, no será nunca aceptado por el mundo, y el rechazo que las fuerzas del mal alimentan contra los creyentes es consecuencia lógica de una opción de vida: ellos no pertenecen al mundo y el mundo no puede aceptar a quien se opone a sus criterios. Los creyentes, con motivo de su opción de vida hecha a favor de Cristo, son considerados extraños o enemigos. Su existencia es una continua acusación de las obras perversas del mundo y un reproche elocuente al malvado. Por esto el hombre de fe es odiado y rechazado. El mundo rechaza a los discípulos porque no son de los suyos, y él no ama sino lo que es suyo, lo que no turba su paz, no desenmascara su altanería y no lo somete a acusación por su conformismo.
Pero, si para quien sigue la lógica del amor, Cristo es signo de contradicción, es verdad, sin embargo, que tanta oposición llega a ser criterio de autenticidad y de firmeza para los discípulos de Cristo.
ORATIO
Señor Jesús, tú escogiste la opción de vivir con nosotros la experiencia humana en el seno de una familia sin apariencias, ni prestigio, ni riqueza; has querido que tu infancia como la de todo niño estuviese marcada por la debilidad y por el crecimiento normal antes de conocer nuestro mundo y la misma vida de los hombres; has querido experimentar la fatiga del trabajo cotidiano para tener un pan sobre tu mesa; has vivido tu preparación a la vida pública en el ocultamiento y la reflexión silenciosa para poder contrastar el orgullo del mundo que se opone al Padre.
Queremos pedirte nos concedas la gracia de saber aceptar nuestras debilidades humanas y nuestra pobreza espiritual, sin renunciar, sin embargo, a la búsqueda permanente de tu sabiduría y de tu Palabra. No queremos confundirnos con la parte del mundo que te rechaza o te persigue, aunque sabemos que esto exigirá de nosotros no pactar con compromisos, incluso al precio del sufrimiento y la persecución. «La Iglesia no se debilita por las persecuciones, al contrario, sale de ellas reforzada», escribía san León Magno. «La Iglesia es el campo del Señor que se viste de mies abundante siempre rica porque los granos que caen uno a uno renacen multiplicados». Sabemos que la suerte de los discípulos, en el fondo, es idéntica a la tuya. Pero sabemos también que la ceguera y la falta de fe al proyecto del Padre son la verdadera causa de esta oposición del mundo. Señor, no nos dejes caer en la tibieza y en la superficialidad de la fe, sino haznos fuertes con tu Palabra.
CONTEMPLATIO
El amor es un bien grande, el más importante de los bienes. El noble amor que se tiene a Jesús impulsa a realizar grandes cosas y lleva a desear una perfección cada vez mayor.
El que ama, vuela, corre, exulta, es libre y nada puede detenerlo: da siempre todo y en toda cosa reencuentra al Todo, porque reposa en el único Bien Supremo del que emana y nace todo bien. A menudo el amor no conoce medida, pero se inflama sobre toda medida; a menudo no siente el peso, no se preocupa de fatigas, querría hacer más de lo que puede, porque piensa que todo le es fácil. Por eso está dispuesto a todo (...).
El amor vela; si está cansado, no pierde su afán. Como llama viva, como antorcha ardiente se lanza a lo alto y actúa seguro. Quien ama profundamente comprende bien este lenguaje. Señor, abre mi corazón al amor: que yo sea presa del Amor, alzado sobre mí mismo por exceso de fervor y de estupor. Que yo cante el himno del amor; que yo te siga, mi Amado, cada vez más alto, y mi alma se consuma en alabarte, exultando de santo amor (Imitación de Cristo, III, V, 3-6).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn2,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Ser hijo de Dios no te hace libre de las tentaciones. Podrás tener momentos en que te sientas tan bendecido por Dios, tan en Dios, tan amado, como para olvidar que vives aún en un mundo de potencias y de principados. Pero tu inocencia de hijo de Dios tiene necesidad de ser protegida. De otro modo serás fácilmente catapultado fuera de tu verdadero yo y experimentarás la fuerza devastadora de las tinieblas que te rodean.
Este salir de ti mismo puede sobrevenirte como una gran sorpresa. Antes que seas plenamente consciente podrás encontrarte derrotado por la concupiscencia, por la ira, por el resentimiento o por la avidez. Un cuadro, una persona, un gesto, pueden desencadenar estas emociones fuertes y destructivas y seducir tu yo ¡nocente.
Como hijo de Dios, debes ser prudente. No puedes andar sencillamente por el mundo como si nada o nadie pudiese hacerte daño. Continúas siendo extremadamente vulnerable: La mismas pasiones que te hacen amar a Dios pueden ser utilizadas por las potencias del mal.
Los hijos de Dios necesitan apoyo, protección, ayudarse unos a otros cercanos al corazón de Dios. Tú perteneces a una minoría en un mundo grande y hostil. Haciéndote más consciente de tu verdadera identidad de hijo de Dios, distinguirás también más claramente las muchas fuerzas que tratan de convencerte de que todas las realidades espirituales son un falso sustituto de las cosas reales de la vida (...).
No te fíes de tus pensamientos ni de tus sentimientos cuando te encuentras fuera de ti mismo. Vuelve rápidamente a tu centro verdadero y no prestes atención a lo que te ha llevado a engaño. Gradualmente llegarás a estar mejor preparado para estas tentaciones y ellas tendrán cada vez menos poder sobre ti. Protege tu inocencia ateniéndote a la verdad: eres hijo de Dios y eres profundamente amado (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).
LECTIO
Primera lectura: Eclesiástico 3,2-6.12-14
2 Porque el Señor da más honor al padre que a los hijos, y confirma el derecho de la madre sobre ellos.
3 El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados,
4 el que respeta a su madre amontona tesoros.
5 El que honra a su padre recibirá alegría de sus hijos, y cuando ore será escuchado.
6 El que respeta a su padre tendrá una larga vida, quien obedece al Señor complace a su madre
12 Hijo, sé el apoyo de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes disgustos.
13 Aunque se debilite su mente, sé indulgente con él, no lo desprecies, tú que estás en pleno vigor.
14 La ayuda prestada al padre no quedará en el olvido, te servirá de reparación por tus pecados.
*•• Este fragmento del Eclesiástico es sapiencial y presenta una escena llena de fe y de simple humanidad acerca de las relaciones familiares, camino seguro también a la observancia del amor a Dios. El mensaje es una invitación a los hijos adultos para que amen de corazón a sus padres ancianos con un comportamiento verdaderamente filial. El pasaje, además, comenta el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12), precepto bastante practicado en el judaísmo antiguo (cf. Prov 19,26; Rut 1,16- 17; Tob 4,3-4). El texto, pues, pone de relieve la estrecha relación entre el honrar a Dios y el honrar a los padres: respetarlos y cuidarlos es obedecer a Dios; no apiadarse de ellos y abandonarlos en el momento de la prueba es despreciar al Señor (w. 6.14).
El honor que el hijo debe a sus padres contiene toda una gama de actitudes y de sensibilidad, que se traduce no sólo en respeto, sino en la ayuda concreta, en las muestras de afecto, obediencia, estima y atención, porque todo esto es hacer la voluntad de Dios. Otro aspecto, sin embargo, considera también el texto: la práctica de tal mandamiento es fuente de recompensa y acarrea dones extraordinarios del Señor, como una vida larga (v. 69), la remisión de los pecados (w. 3.14), la alegría y la satisfacción de parte de los propios hijos (v. 5a), ser escuchados en la oración (v. 5 b), y la seguridad de la acogida en el futuro por parte de Dios.
Segunda lectura: Colosenses 3,12-21
Hermanos:
12 Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia.
13 Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.
14 Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección.
15 Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y ser agradecidos.
16 Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados.
17 Y todo cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
18 Esposas, respetad a vuestros maridos, como corresponde a cristianas. 19 Maridos, amad a vuestras esposas y no seáis duros con ellas.
20 Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, pues es lo que agrada ver entre cristianos.
21 Padres, no irritéis a vuestros hijos, no sea que se desalienten.
**• Estamos ante un código familiar que san Pablo presenta a la comunidad cristiana de Colosas para responder a problemas concretos de la vida cotidiana (cf. Ef 5,22-6,9; Tit 2,1-10; 1 Pe 3,1-7).
El Apóstol, después de haber enumerado los vicios del hombre viejo, presenta las virtudes que deben adornar la vida de los creyentes «elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor» (v. 12), como la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia, la comprensión y el perdón (w. 12-13); pero, entre estas, el principal medio de unión es la caridad «que es el vínculo de la perfección» (v. 14), es decir, el amor de la comunidad a Dios y a los hermanos (cf. Mt 18,21-35; Rom 12; Ef 5,19-33).
Para vivir este proyecto evangélico es necesario, sin embargo, construir la comunidad cristiana en torno a la eucaristía y a la Palabra de Dios (v. 16). Después Pablo recomienda a las esposas que respeten a sus maridos «como corresponde a cristianas» (v. 18), a los maridos amar a sus mujeres y no exasperar a sus hijos, a los hijos obedecer a los padres porque «eso agrada al Señor» (v. 20). Por estas exhortaciones se puede constatar que el Apóstol permanece ligado a las leyes de su tiempo, pero por otra parte las supera perfeccionándolas con un criterio evangélico nuevo: hacedlo todo «en el Señor» (w. 18-20).
Así pues, los valores familiares fundamentales, como la obediencia, el respeto, el amor en el núcleo familiar y la educación de los hijos, son salvaguardados, pero se releen a la luz de un constante punto de referencia: el modo de vida del Señor, libre y obediente al Padre. Jesús es el verdadero lazo de unión de toda familia cristiana.
Evangelio: Mateo 2,13-15.19-23
13 Cuando se marcharon los sabios, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise; porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
14 José se levantó, tomó al niño y a su madre de noche, y partió hacia Egipto,
15 donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que había anunciado el Señor por el profeta: De Egipto llamé a mi hijo.
19 Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto
20 y le dijo: -Levántate, toma al niño y a su madre, y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño.
21 José se levantó, tomó al niño y a su madre, y regresó con ellos a la tierra de Israel.
22 Pero al oír que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí. Entonces, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea
23 y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. De esta manera se cumplió lo anunciado por los profetas: que sería llamado nazareno.
*» El evangelista presenta a la familia de Nazaret como modelo único e irrepetible, bien por la composición del núcleo familiar, bien por el significado que tales personas asumen en la historia de la salvación. El relato de la huida a Egipto y del regreso a Nazaret, aparte los aspectos teológicos y apologéticos, traza un cuadro realista de las muchas experiencias vividas por la santa familia. El texto, en efecto, recuerda los acontecimientos que siguieron al nacimiento de Jesús: la partida de los Magos, la crueldad de Herodes, el sueño de José y el éxodo como prófugo a Egipto.
Mateo, sin embargo, va más allá de los hechos narrados y pretende mostrar a Jesús como un nuevo Moisés, que experimenta la misma suerte del gran legislador: es perseguido y debe huir (cf. Ex 4,19); después regresa a Israel cumpliendo la Escritura: «De Egipto llamé a mi Hijo» (v. 15; cf. Os 11,1). Pero, a la muerte de Herodes, la orden de establecerse en Nazaret que José recibe del ángel del Señor abre camino a otro proyecto de Dios.
Los tres hijos de Herodes, Arquelao, Herodes Antipas y Felipe heredaron el reino. Al cruel Arquelao correspondió la Judea y por esto José, por razones de seguridad se trasladó a Galilea, donde reinaba Herodes Antipas. Para Mateo aquí se cumple la profecía: «Será llamado Nazareno» (v. 23), en cuanto el evangelista identifica la palabra "nazareno" = nossri con la palabra "vastago" = nesser (cf. Is 11,1: 53,2). Jesús es el Mesías humilde que cumple las esperanzas del pueblo y las promesas de Dios.
MEDITATIO
Uno de los temas más candentes de la sociedad actual es el de la familia, en el que emergen problemas y dificultades considerables, debidos a la falta de valores y de ideales, unidos, por ejemplo, al materialismo y al hedonismo de la vida, a la permisividad de los responsables en campos educativo y moral, y a la carencia de auténticos guías y formadores en este sector. También la Iglesia siente vivo el problema y se interroga acerca del designio que Dios tiene sobre la familia, animando a todos a vivir según el evangelio en el respeto de las culturas y empeñándose en aliviar las condiciones de pobreza y necesidad de muchos núcleos familiares, a ejemplo de la familia de Nazaret plenamente inserta en la vivencia humana y especialmente en la vida de los pobres y de los que sufren.
La experiencia actual de la familia cristiana presenta, también ella, notables problemas, porque no todo es pacífico o está resuelto, más bien se ven a menudo familias que portan cruces de distinto género y, a veces, pesadas: las de los exiliados de su propia tierra, las divididas por disensiones familiares o por motivos de trabajo, las que han perdido algún miembro por el empeño puesto en defensa de los derechos humanos y de la promoción humana, las laceradas por la inmigración, las que viven socialmente desahuciadas, incomprendidas, marginadas o en ambientes indignos y depravados que devalúan la condición humana.
La sagrada familia no era una familia sin problemas, pero la presencia de Dios le comunicó fuerza, serenidad y paz interior. Jesús es el lazo de unión de toda familia cristiana.
ORATIO
Señor Dios, nuestro mundo y también nuestra Iglesia tienen necesidad de reencontrar la unidad y la armonía en muchas familias a ejemplo de la santa familia de Nazaret, para que la paz de Dios se manifieste en ellas, superando discordias, rupturas, incomprensiones y dificultades de todo tipo. Especialmente los padres y los educadores de jóvenes, hoy, sienten vivo, lleno de responsabilidad y pesado su deber educativo en el crecimiento, en la formación y maduración de las nuevas generaciones que, a menudo, les hace experimentar un sentimiento de incapacidad e impotencia, los desanima y los mortifica frente a las dificultades y problemas siempre nuevos que asoman al horizonte de la sociedad.
Te rogamos que las familias cristianas no se cierren en sí mismas, en su aislamiento egoísta o en su orgullo herido, sino que todas estén abiertas al interés por los problemas de todos, sean animosas en ofrecer su colaboración para resolverlos en sentido evangélico. Que todas las familias tengan el espacio vital necesario para vivir en una casa, tengan una mesa donde no falte el pan y, sobre todo, la alegría de la comunión entre padres e hijos y la esperanza en un futuro mejor que nace de la fe. Señor y Padre de todos los hombres, el apóstol Pablo ha enseñado a los cristianos a vivir la vida familiar «en el Señor»: nosotros te pedimos que la persona de Jesús sea el hilo de oro que una toda nuestra familia cristiana.
CONTEMPLATIO
La casa de Nazaret es la escuela donde se ha empezado a conocer la vida de Jesús, esto es, la escuela del evangelio. Aquí se aprende a observar, a escuchar, a meditar a penetrar el significado tan profundo y tan misterioso de esta manifestación del Hijo de Dios, tan simple, humilde y bella. Quizás también aprendamos, casi sin percatarnos, a imitar.
Aquí comprendemos el modo de vivir en familia. Nazaret nos recuerda lo que es la familia, qué cosa es la comunión de amor, su belleza austera y simple, su carácter sagrado e inviolable. Nos haga percibir como dulce e insustituible la educación en familia, nos enseñe su función natural en el orden social. Aprendamos también las lecciones sobre trabajo. ¡Oh Casa de Nazaret, casa del Hijo del Carpintero! Aquí, sobre todo, deseamos comprender y celebrar la ley, severa cierto, pero redentora de la fatiga humana; aquí deseamos comprender y ennoblecer la dignidad del trabajo de modo que sea entendida por todos (Pablo VI, Discurso de Nazaret, 5 de enero de 1964).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Tomó consigo al Niño y a su Madre» (Mt 2,14)
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La familia de Nazaret, en cuanto realidad humana asumida y renovada por la encarnación del Verbo, se transforma no sólo en un lugar donde se hace presente de modo único y especial el misterio de la Trinidad, sino también en un símbolo, en la representación más perfecta, en un icono, que hace presente, vivos y operantes el amor y la fecundidad de Dios.
Jesús, María, José, la santa familia de Nazaret, son el centro del designio salvífico de Dios, el centro de la Nueva Alianza. Pertenecen a la plenitud de los tiempos. En esta familia de Jesús, donde se refleja admirablemente la vida de comunión, de amor de la Trinidad divina, los hombres reanudan el diálogo primitivo con Dios, retoman la armonía conyugal y familiar y de hermandad.
En la familia Dei y en la ecclesia Dei que es la sagrada familia de Nazaret, primera y perfecta comunidad de la Nueva Alianza, se está ante el Padre, unidos a Jesús y penetrados del Espíritu Santo y se vive, se celebra y se anuncia el evangelio de la familia (J. M. Blanquet, La Sagrada Familia ¡cono de la Trinidad, Barcelona 1996, 713).
LECTIO
Primera lectura: Génesis 15,1-6; 21,1-3
1 En aquellos días, el Señor habló a Abrán en una visión y le dijo:
-No temas, Abrán, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande.
2 Abrán respondió: -Señor, Señor, ¿para qué me vas a dar nada, si voy a morir sin hijos y el heredero de mi casa será ese Eliezer de Damasco?
3 No me has dado descendencia, y mi heredero va a ser uno de mis criados.
4 Pero el Señor le contestó: -No, no será éste tu heredero, sino uno salido de tus entrañas.
5 Después lo llevó afuera y le dijo:
-Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas.
Y añadió:
-Así será tu descendencia.
6 Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber.
21,1 El Señor se fijó en Sara, como había dicho, y cumplió lo que le había prometido.
2 Ella concibió y dio un hijo a Abrahán en su vejez, en el tiempo predicho por Dios.
3 Al hijo que le nació de Sara, Abrahán le puso el nombre de Isaac.
**• Es el texto de la promesa hecha por Dios a Abraham de tener un hijo y una numerosa descendencia, manifestada en el signo de las estrellas sin fin que en la noche constelan el cielo. Tal promesa se consuma en un rito de alianza entre Dios y el patriarca, contada en el estilo de la narración yahwista: Dios toma la iniciativa con una propuesta y el hombre responde con una adhesión completa (w. 7-18; cf. Gn 17). En el relato de Abraham Dios promete un hijo al patriarca, que le confiesa con amargura su triste situación por la falta de descendencia, (v. 4). Tal promesa se realizará después con el nacimiento del hijo Isaac (cf. Gn 21,1-7). Con este comienza la larga descendencia de los hijos de la alianza, que verá su cumplimiento en la persona de Jesús, el Mesías, deseado de las gentes. En el rito de la alianza o del pasaje, Dios interviene pasando entre las víctimas con el signo del fuego, símbolo de su teofanía (cf. Ex 19,18), y esto significaba un juramento de fidelidad a la palabra dada (cf. Jr 34,18). Abraham interviene en el diálogo creyendo en la promesa del Señor: «Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber» (v. 6). La figura del patriarca emerge así como el hombre de la fe, que se abandona sin reservas a Dios. Y la promesa cumplida con la fecundidad de Sara confirma que la confianza de Abraham en Dios no fue defraudada: la fe en el Señor es lo único necesario en la vida del creyente.
Segunda lectura: Hebreos 11,8.11-12.17-19
8 Por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber adonde iba.
11 Por la fe, a pesar de que Sara era estéril y de que él mismo ya no tenía la edad apropiada, recibió fuerza para fundar un linaje, porque se fío del que se lo había prometido.
12 Por eso, de un solo hombre, sin vigor ya para engendrar, salió una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena de la orilla del mar.
17 Por la fe Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac; y era su hijo único a quien inmolaba, el depositario de las promesas, 18 aquel a quien se había dicho: De Isaac te nacerá una descendencia.
19 Pensaba Abrahán que Dios es capaz de resucitar a los muertos. Por eso lo recobró y fue como un símbolo.
**• Tenemos el ejemplo clásico de la experiencia de fe de Abraham, que fundamenta su vida en sólo Dios. Todo el hacer de este patriarca está sellado por la fe. Por la fe en Dios salió de su tierra, de Ur de los Caldeos, hacia un lugar que más tarde el Señor le indicaría como su heredad.
Por la fe puso su confianza en Dios cuando le fue dicho que tendría un hijo y una descendencia numerosa como las estrellas del cielo (w. 11-12). Por la fe subió al monte Moría para sacrificar a su hijo Isaac, único heredero de las promesas divinas, aunque su corazón estaba lacerado por el dolor (w. 17-18). Por la fe estaba seguro de que el Señor habría sido incluso «capaz de resucitar a los muertos: por esto lo recobró y fue como un símbolo» (v. 19).
Toda la existencia de Abraham, de Sara y de los demás patriarcas está determinada por su fe. Y esta fe encuentra su fundamento en el hecho de que ellos se consideraron huéspedes y peregrinos sobre la tierra, aspirando sólo a la ciudad que Dios les había preparado.
Abraham, cuando pidió a los Hititas un terreno donde sepultar a su esposa Sara declaró que él «era forastero y de paso en aquella tierra» (Gn 23,4). Los patriarcas jamás pensaron retornar a su tierra de origen, la patria terrena de Mesopotamia, porque aspiraban sólo a la patria que Dios había preparado para ellos.
La fe de los patriarcas es seguridad del cumplimiento de la esperanza (cf. Heb 10,19-25), es comprender la vida con la mirada puesta en Dios y no sobre nuestro pequeño mundo.
Evangelio: Lucas 2,22-40
22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
23 como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.
24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.
25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor.
27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley,
28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:
29 Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar que tu siervo muera en paz.
30 Mis ojos has visto a tu Salvador,
31 a quien has presentado ante todos los pueblos,
32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.
34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,
35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.
36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven;
37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.
38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.
39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
40 El niño iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba.
**• La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (cf. Mal 3; 2 Sm 6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (w. 22-24) y la profecía de Simeón (w. 25-35).
María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (cf. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario. Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida. Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35).
El texto es la conclusión de la escena de la presentación de Jesús en el templo y consta de dos partes. El testimonio de la profetisa Ana (w. 36-38) y el retorno de la familia de Jesús a Nazaret (w. 39-40).
Según la ley hebraica para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Tras el anciano Simeón he aquí a la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, viuda, rica en años, mujer de oración y de penitencia (w. 36-37). Es otra persona pobre según Dios, genuina representante de aquellos que esperaban la salvación de Israel. Ana alaba al Señor por haber reconocido en Jesús-Niño, presentado en el templo, al esperado Mesías, y difunde la noticia sobre él a cuantos vivían abiertos al evento de la salvación (v. 38).
Después el evangelista concluye la escena bíblica con la observación sobre el crecimiento de Jesús en Nazaret: «iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba» (v. 40). De la vida oculta de Jesús se dice bien poco, pero este poco es suficiente para captar el espíritu y apreciar el ambiente en que vivía el Salvador: sus padres eran obedientes y fieles a la ley y Jesús crecía en sabiduría, lleno como estaba de los dones de gracia con que el Padre lo colmaba (cf. v. 52; 1 Sm 2,26). Una comunidad que se abre al reino de Dios en el respeto a la voluntad del Padre.
MEDITATIO
El magisterio de la Iglesia ha invitado muchas veces a los cristianos a reflexionar sobre la institución de la familia y a tomar conciencia de su carácter sagrado. Los muchos problemas que la época moderna plantea en este sector de la vida, como el control de la natalidad, el drama de los matrimonios fracasados y de las parejas cristianas divorciadas y casadas de nuevo, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad anticonceptiva, los variados problemas económicos de la familia y la misma educación de los hijos a veces sometida al Estado, ponen en crisis esta célula esencial de la sociedad humana. Ante esta situación es necesario reafirmar que el fundamento de la vida humana es la relación conyugal entre los esposos, relación que, entre los cristianos es sacramental.
Por esto se debe recuperar una eficaz catequesis sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida de familia, que valorice una espiritualidad de la paternidad y de la maternidad. La familia cristiana para poder ser llamada «Iglesia doméstica» debe constituir el ámbito en el que los padres transmiten la fe, siendo para los hijos su primer testimonio de la fe con la palabra y con el ejemplo, y ser a la vez el ambiente vital donde los hijos, educados en los valores evangélicos, puedan descubrir su vocación al servicio de la sociedad y de la Iglesia y encontrar el cauce para realizar su identidad cristiana.
ORATIO
Señor Jesús, te damos gracias por el evangelio que nos has anunciado y porque hace resonar todavía hoy tu Palabra de verdad, que es Palabra del amor del Padre a toda la humanidad. Te queremos agradecer la vida y la fe, que nos has dado gratuitamente con un amor que llega hasta la cruz y que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos tuyos. A Ti, que has querido nacer en una familia humana como la nuestra con sus variados problemas y sus dificultades, con sus alegrías y sus esperanzas, te pedimos que enseñes a las familias las virtudes que brillaron en la casa de Nazaret: especialmente el trabajo doméstico, el amor recíproco, el espíritu de oración y de recogimiento. Haz que, superando concepciones estrechas y egoístas de la vida, nuestras familias permanezcan unidas para poder vivir y testimoniar el espíritu del evangelio, y den ejemplo de bondad, de solidaridad y de justicia. Haz que sean una escuela de ayuda mutua, de perdón y de reconciliación para que aquellos que no tienen esperanza crean que en Ti existe un futuro lleno de vida y de alegría.
Y, sobre todo, te pedimos que sostengas a las familias pobres, a las de los refugiados, de los que viven en chabolas, de los inmigrantes, para que cuantos viven en tranquilidad y bienestar se comporten hospitalaria y acogedoramente, los animen y ayuden a integrarse en la vida social y eclesial, convencidos de que la apertura mutua conduce al enriquecimiento de todos y desarrolla el sentido de la fraternidad universal.
CONTEMPLATIO
Los misterios del cristianismo son un todo indivisible. Quien profundiza en uno, termina por tocar todos los demás. Así, el camino que parte de Belén continúa irrefrenablemente hasta el Gólgota. Del pesebre a la cruz. Cuando María presentó al Niño en el templo, se le predijo que una espada le atravesaría el alma, que aquel Niño estaba puesto para caída y resurrección de muchos y como signo de contradicción. ¡Era el anuncio de la pasión, de la lucha entre la luz y las tinieblas que se había manifestado ya en torno al pesebre! (...).
En la noche del pecado resplandece la estrella de Belén. Sobre el resplandor luminoso que irradia del pesebre, cae la sombra de la cruz. La luz se apaga en la oscuridad del viernes santo, pero se vuelve a encender más viva y radiante como luz de gracia en la mañana de la resurrección. El Hijo de Dios encarnado llega, a través de la cruz y de la pasión, a la gloria de la resurrección. Cada uno de nosotros, la humanidad entera, llegará con el Hijo del hombre, a través del sufrimiento y de la muerte, a la misma gloria (E. Stein, El mensaje de Navidad, Burgos 1988).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2,30).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Haciéndose hombre, el Hijo de Dios nos ha revelado el secreto de la vida íntima de Dios como vida interpersonal, para hacernos entrar también a nosotros en el calor y la felicidad inefable de la vida trinitaria. Con el punto de mira sobre este objetivo, se ha rebajado a compartir nuestra pobreza, sumergiéndose personalmente en la humilde realidad de la familia humana. Con ello la ha clarificado ante sí misma y le ha dado una significación más transparente.
Así, en la contemplación de la familia de Nazaret, se hace más fácil captar y comprender todos los valores sobrenaturales de la familia, y se agiliza la imitación de las prerrogativas de aquella familia ideal: el amor mutuo, la concordia, la serenidad, la búsqueda afectuosa de Dios y de su voluntad, la atención a los hermanos. Por esto, la mirada orante a la Santa Familia no será, pues, una de tantas devociones: ofrecerá a nuestras familias un medio eficacísimo para pensarse y vivirse según su propia identidad sobrenatural.
Sin descuidar lo que humanamente se puede hacer - a través de estudios, iniciativas sociales, programas políticos- para revalorizar la familia y elevar sus condiciones, debemos sobre todo partir también nosotros de la contemplación de la casa de Nazaret (G. Biffi, Homilía sobre la Sagrada Familia).
Día 30: Sagrada Familia Ciclo C
31 de diciembre: Día VII dentro de la Octava de Navidad
Santa María, Madre de Dios
Epifanía del Señor: 6 de enero
LECTIO Primera lectura: Isaías 60,1-6 1 Levántate y brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti. 2 Es verdad que la tierra está cubierta de tinieblas y los pueblos de oscuridad, pero sobre ti amanece el Señor y se manifiesta su gloria. 3 A tu luz caminarán los pueblos, y los reyes al resplandor de tu aurora. 4 Alza la vista y mira a tu alrededor: todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. 5 Al verlo te pondrás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón porque volcarán sobre ti las riquezas del mar, y te traerán los tesoros de las naciones. 6 Te inundará un tropel de camellos, y dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas del Señor. **• La profecía, canto poético y glorioso, es una visión de universalismo y de unidad de todos los pueblos en camino hacia Jerusalén (cf. Jr 12,15-16; 16,19-21; Miq 4,1-3; Sof 3,9-10; Zac 8,20-23). El profeta ve una caravana que avanza hacia la ciudad santa en dos grupos bien diferenciados: uno formado por los hijos y las hijas de Israel que vuelven del exilio (v. 4), y el otro formado por las naciones extranjeras atraídas por la luz y la gloria de Dios, que ilumina la colina de Sión. Isaías, entonces, se dirige al pueblo que escucha diciendo: «Levántate, revístete de luz... alza los ojos en tomo y mira» (w. 1-4). Ha terminado el tiempo del cansancio y del lamento y ha comenzado el de la alegría y la esperanza. Es preciso que la humanidad salga del propio individualismo y pesimismo y entre en la certeza de una vida nueva, que se alcanza dejando las tinieblas y caminando hacia la ciudad luminosa, cuyo esplendor procede de Dios: «Sobre ti resplandece el Señor, su gloria aparece sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz» (w. 2-3; Ap 21,9-27).El plan de Dios concierne a todos los pueblos, llamados a ser envueltos por la luz de la Jerusalén celeste y por la transparencia de la presencia de Dios que habita en medio de su pueblo. Dios mismo será el faro que orienta y atrae los pasos de los pueblos, de las gentes y de los reyes hacia su Señor. Y en Jerusalén tendrá lugar la gran manifestación y será desvelado lo escondido. En el nacimiento de Jesús los evangelistas verán la revelación de Dios y el cumplimiento de la profecía.
Segunda lectura: Efesios 3,2-3a.5-6 Hermanos: 2 Os supongo enterados de la misión que Dios en su gracia me ha confiado con respecto a vosotros: 3 Se trata del misterio que se me dio a conocer por revelación . 5 Un misterio que no fue dado a conocer a los hombres de otras generaciones y que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas; 6 un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio. **• Pablo reconoce que la misión que se le ha confiado es la de llevar el evangelio a los gentiles, y explica que el designio salvífico de Dios, concerniente a la humanidad entera llamada a caminar a la luz del único Dios y Padre, ha llegado ya a su plenitud. Y este secreto del misterio de Dios es la llamada a la universalidad y a la unidad de los pueblos: «los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo» (v. 6). Y el Apóstol se siente impulsado, como colaborador de esta misión de Jesús, a trabajar por la difusión del evangelio.El verdadero signo e instrumento de esta visión universal de la salvación querida por Dios es la Iglesia. Ésta tiene como tarea la unidad de los pueblos, sea llevando a todos a la fe en Jesús mediante el anuncio del evangelio, sea tratando de crear vínculos de comunión y de fraternidad, a pesar de las apariencias y de las múltiples diversidades. Ante un mundo todavía dividido, pero deseoso de comunión, se proclama con alegría y con fe que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, que él llama a todos a participar en la comunión trinitaria. En efecto, mediante la comunión con Jesús, cabeza de la Iglesia, es posible la comunión auténtica entre los hombres. Esta unidad y paz universal, que siempre ha buscado el hombre de todos los tiempos, está ahora al alcance de todos por el nacimiento del Hijo de Dios. Es él el que ha hecho realidad el misterio de Dios, esto es, reunir a todas las gentes. Porque a esto hemos sido llamados: a vivir en la paz como verdaderos hermanos y a permanecer unidos como hijos del mismo Padre.
Evangelio: Mateo 2,1-12 1 Jesús nació en Belén, un pueblo de Judea, en tiempo del rey Herodes. Por entonces unos sabios de oriente se presentaron en Jerusalén, 2 preguntando: -¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo. 3 Al oír esto, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. 4 Entonces convocó a todos los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. 5 Ellos le respondieron: -En Belén de Judea, pues así está escrito en el profeta: 6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, ni mucho menos, la menor entre las ciudades principales de Judá; porque de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo, Israel. 7 Entonces Herodes, llamando aparte a los sabios, hizo que le informaran con exactitud acerca del momento en que había aparecido la estrella, 8 y los envió a Belén con este encargo: -Id e informaos bien sobre ese niño; y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarlo. 9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y la estrella que habían visto en oriente los guió hasta que llegó y se paró encima de donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella, se llenaron de una inmensa alegría. 11 Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados en tierra. Abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra. 12 Y advertidos en sueños de que no volvieran donde estaba Herodes, regresaron a su país por otro camino.
**• La epifanía es la manifestación pública de la salvación traída por Jesús, Rey universal. Mateo ilumina el relato bíblico con algunos elementos históricos y con referencias del Antiguo Testamento (cf. Is 60,1-6; Nm 23-24; 1 Re 10,1-13; Miq 5,1), y nos habla de una revelación extraordinaria que conduce a los Magos o sabios a descubrir al Rey de los Judíos, como Rey del universo. Respecto a los Magos, sólo en el siglo V fue fijado su número (en base a los dones ofrecidos) y en el siglo VIII les fueron dados los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero para Mateo, los Magos son personajes ilustres, primicia de los paganos, que exaltan la dignidad de Jesús, protagonista del evangelio: ellos lo buscan («¿Dónde está el rey de los Judíos, que acaba de nacer?»: v. 2), reconocen al Mesías {«Postrándose en tierra lo adoraron »: v. 11) y apreciaron su sencillez y pobreza («Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro (al rey), incienso (a Dios) y mirra (al hombre)»: v. 1 lbc). Por el contrario, Herodes y Jerusalén se turban ante la noticia del nacimiento del Mesías (v. 3) y lo buscan para matarlo. El niño nacido en Belén es el portador de la buena nueva. Pero asume, sin embargo, el rostro de un prófugo, porque se ve obligado a huir a Egipto. Es el Mesías buscado y rechazado, porque su bandera será la cruz.Jesús es signo de contradicción: marginado por su pueblo y buscado con esperanza por los de lejos. Belén, entonces, será la nueva Sión, la ciudad universal de las naciones (w. 5-6.8), y Jerusalén será descartada. El nuevo pueblo de Dios, heredero de las antiguas promesas, es la continuación del antiguo, pero estará formado por todos aquellos que buscan y reconocen «la estrella de la mañana» (2 Pe 1,19) con disponibilidad interior.MEDITATIO Epifanía quiere decir "manifestación" y la Palabra de Dios en esta solemnidad está centrada toda sobre Jesús Mesías, Rey y Salvador universal de las naciones. No ha venido sólo para Israel, sino también para los paganos, es decir, para toda la familia humana. La venida de los Magos es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se sientan hijos del mismo Padre y hermanos entre ellos. Los Magos, como primeros "escuchadores" y testigos de Cristo, son tipo y preludio de una más grande multitud de "verdaderos adoradores", que constituirá la mies espiritual de los tiempos mesiánicos. Jesús es el sembrador, que trae la buena semilla, de la Palabra para todos; el Espíritu ha hecho madurar la semilla y la Iglesia está invitada a recoger el abundante fruto sembrado con la revelación de Jesús y fecundado con su muerte. Como de la vida de comunión y de amor entre el Padre y el Hijo ha derivado la misión de Jesús, así de la intimidad entre Jesús y la Iglesia surge la misión de los discípulos: crear la unidad entre las razas, pueblos y lenguas. Es la Palabra la que crea la unidad en el amor entre los creyentes de todos los tiempos. A través de ella nace la fe y se establece en el corazón del hombre abierto a la verdad en una existencia vital en Dios, que hace al hombre contemporáneo pertenencia de Cristo. A quienes lo buscan con corazón sincero, Jesús les ofrece unidad en la fe y en el amor. En este ambiente vital todos se hacen "uno" en la medida en que acogen a Jesús y creen en su palabra: «Seremos una sola cosa no por poder creer sino porque habremos creído» (san Agustín). En Jesús todos pueden ser una sola cosa y descubrir que la plenitud de la vida consiste en entregarse a Cristo y a los hermanos, y esto es amar en la unidad.
ORATIO Padre santo, que nos has enviado a tu Hijo como salvador universal de los pueblos, te alabamos por la manifestación de Jesús, nuestro rey. Es un rey sin corona, o más aún, con corona de espinas, porque es en su pasión donde se puede comprender el auténtico significado de su soberanía, una realeza bastante distinta de la que buscan los hombres. Te bendecimos, Padre, por Jesús salvador universal. Vino para salvar a todos y para reunir a los hijos de Dios dispersos. No más ya una comunidad dividida y contrapuesta, sino una familia reunida, que camina en la luz y el esplendor de tu gloria. Todos, judíos y paganos, estamos «llamados en Cristo a participar de la misma herencia, a formar un mismo cuerpo» (Ef 3,6), y la venida de los Magos constituye el inicio de esta paz universal de las naciones. Señor, queremos comprender cada vez mejor que la solución de la tensión entre universalidad y elección que tantas veces nos ha puesto unos contra otros se resuelve en el entender que la elección es servicio a todo hombre. Haz, Señor, que la Iglesia entera sepa, como los Magos, caminar siempre hacia Belén para adorar al rey universal de las gentes pero, al mismo tiempo, sepa desde Belén dirigirse al mundo para desempeñar la misión que Jesús le ha confiado, esto es, la de ir al encuentro de todos. Para que la comunidad cristiana, mientras va en busca de los alejados y de quienes se sienten excluidos, sepa llamarlos a la esperanza y a la vida, sin olvidar que la violencia que pueda sufrir de parte de los hombres forma parte de la misma misión.
CONTEMPLATIO La estrella se detuvo sobre el lugar en que se encontraba el Niño. Al ver la estrella de nuevo, los Magos se llenaron de inmensa alegría. Acojamos también nosotros en nuestro corazón ese gran gozo. La misma alegría anuncian los ángeles a los pastores. Adorémosle junto con los Magos, démosle gloria con los pastores, exultemos con los ángeles, «porque nos ha nacido un Salvador: Cristo, el Señor» (Le 2,11). «Dios, el Señor, es nuestra luz» (Sal 118,27): no en la forma de Dios, para no aterrorizar nuestra debilidad, sino en forma de siervo, para traer la libertad a quien yacía en la esclavitud. Es fiesta para toda la creación: el cielo ha sido dado a la tierra, las estrellas miran desde el cielo, los Magos dejan su país, la tierra se concentra en una gruta. No hay uno que no lleve algún presente, ninguno que no vaya agradecido. Celebremos la salvación del mundo, la Navidad del género humano. Unámonos a cuantos acogieron festivos al Señor. Y sea concedido también a nosotros encontrarnos con ellos para contemplar con mirada pura, como reflejada en un espejo, la gloria del Señor, para ser transformados también nosotros de gloria en gloria, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo. A él la gloria y la soberanía por los siglos de los siglos. Amén (San Basilio Magno, Homilías, 6).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «¡Levántate, brilla, porque viene tu luz!» (Is 60,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Tú que estás por encima de nosotros, Tú que eres uno de nosotros, Tú que estás también en nosotros, puedan todos verte también en mí, pueda yo prepararte el camino, pueda yo darte gracias por cuanto me sucede. Pueda yo no olvidar en ello las necesidades de los otros. Móntenme en tu amor como quieres que todos vivan en el mío. Que todo en mi ser se encamine a tu gloria y que yo no desespere jamás. Porque estoy en tus manos, y en ti todo es fuerza y bondad. Dame sentidos puros, para verte... Dame sentidos humildes, para oírte... Dame sentidos de amor, para servirte... Dame sentidos de fe, para morar en ti...
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LECTIO
Primera lectura: Isaías 42,1-4.6-7
Así dice el Señor:
1 Éste es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu, para que traiga la salvación a las naciones.
2 No gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles;
3 no romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue. Proclamará fielmente la salvación,
4 y no desfallecerá ni desmayará hasta implantarla en la tierra. Los pueblos lejanos anhelan su enseñanza.
6 Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador; te tomé de la mano, te formé e hice de ti alianza del pueblo y luz de las naciones,
7 para abrir los ojos de los ciegos, sacar de la cárcel a los cautivos, y del calabozo a los que habitan las tinieblas.
*• El primero de los cuatro cánticos del "Siervo doliente" (cf. Is 42,1-7; 49,1-6; 50,4-9a; 52,13-53,12) es obra de un discípulo del Segundo Isaías, cuya descripción nos reporta a los tiempos del exilio o inmediatamente después. Se nos presenta, en efecto, un personaje misterioso, el Ungido del Señor, que por sus rasgos encarna al pueblo elegido, o bien a algunos personajes históricos de Israel. El Nuevo Testamento verá en las características de este personaje la historia y los acontecimientos trágicos de Jesús de Nazaret.
Aquí el Siervo es presentado en el acto de cumplir su misión, esto es, de restaurar la alianza con Dios y de reportar al pueblo del exilio a su patria. Por esto tal personaje ha sido formado desde el vientre materno, elegido por Dios y lleno del Espíritu, para llevar a todas las gentes la Palabra y la novedad de Dios (v. 1). Se presentará con una actitud llena de humildad y de benevolencia sin apagar ninguna tentativa de bien; tendrá coraje en las pruebas y en los sufrimientos que no le faltarán, y sus armas serán las de la paz (w. 2-4). Sus prerrogativas son las de rey, sacerdote y profeta. Como rey está llamado a proclamar «el derecho con firmeza» y a establecer la «justicia», es decir, a realizar la salvación que viene de Dios (v. 6a). Como sacerdote cumplirá su misión haciéndose «alianza del pueblo», y como profeta comunicará la voluntad de Dios y será «luz de las naciones» (v. 6b; cf. Le 1,79; 2,29-32; Jn 8,12).
Su misión, animada por el Espíritu, tendrá ante todo el objetivo de librar de todo mal al hombre en su ser más íntimo. Los ciegos que viven en las tinieblas, entonces, recuperarán la vista para reemprender el justo camino hacia la verdadera vida. Los prisioneros recobrarán su libertad, la de hijos de Dios redimidos y amados (v. 7).
Segunda lectura: Hechos 10,34-38
34 Pedro tomó entonces la palabra y dijo: -Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace acepción de personas,
35 sino que, en cualquier nación, el que respeta a Dios y obra rectamente le es grato.
36 Él envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la buena noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos.
37 Ya conocéis lo que ha ocurrido en el país de los judíos, comenzando por Galilea, después del bautismo predicado por Juan.
38 Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder. Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él.
**• Es la introducción del discurso de Pedro en Cesarea, en casa de Cornelio, que prepara el bautismo del Centurión, ejemplo del universalismo del evangelio. Pedro ha sido enviado por el Espíritu a Cesárea para dar inicio a la conversión de los paganos, comenzando por el hombre romano, piadoso y temeroso de Dios. La palabra de Pedro es introducida por una idea clara: «Dios no hace acepción de personas» (v. 34); ante Dios no existen preferencias de razas ni de posición social: todos son igualmente hijos amados e iguales en la dignidad, sean judíos que paganos, porque Jesús los ha unificado a todos en un solo pueblo de Dios, sin exclusión alguna (cf. Hch 15,7-9; Dt 10,7; Rom 2,11). Cristo ha traído la paz a la tierra por medio de su "alegre nueva". A cuantos se adhieren a su Palabra y lo reconocen Hijo de Dios les son perdonados sus pecados.
Su predicación, en efecto, desde el bautismo recibido en el Jordán y confirmado por la Palabra del Padre que lo ha reconocido «Hijo predilecto» (Lc 3,22), hasta el momento de su retorno al Padre con su muerte y resurrección, ha sido un anuncio de salvación para la humanidad entera. Toda la vida de Jesús, marcada por la unción del Espíritu de Dios, ha sido un paso entre los hombres para comunicarles el amor del Padre, hasta el don de su vida, para el perdón de los pecados y para la salvación de todos, incluidos los paganos, sobre los que se manifiesta el Espíritu con poder, como en la casa del centurión Cornelio.
Evangelio: Mateo 3,13-17
13 Entonces llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se dirigió a Juan para que lo bautizara.
14 Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: -Soy yo el que necesito que tú me bautices, y ¿eres tú el que vienes a mí?
15 Jesús le respondió: -Deja eso ahora; pues conviene que cumplamos lo que Dios ha dispuesto. Entonces Juan accedió.
16 Nada más ser bautizado, Jesús salió del agua y, mientras salía, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él.
17 Y una voz del cielo decía: -Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco.
*» El pasaje narra el bautismo de Jesús en el Jordán por obra del Bautista. Tal gesto ritual de penitencia para la remisión de los pecados suscitó una vivaz polémica entre los primeros cristianos, que pensaban que Jesús no tenía necesidad de semejante bautismo y además podía parecer que Juan Bautista fuese superior a Jesús. Pero el plan de Dios preveía también esto, y Jesús, Hijo obediente, se somete dócilmente a la voluntad del Padre, haciéndose solidario con los hombres y cargando con sus pecados (v. 15; cf. Mt 26,42; Jn 1,29; 2 Cor 5,21).
Al mismo tiempo, en el gesto de recibir el bautismo, Cristo se revela "Siervo" manso y humilde, que se entrega en adhesión total a la condición de debilidad humana, sin reservas ni privilegios de clase (cf. Is 42,1-3). La teofanía del bautismo, además, evidencia algunos rasgos característicos de la misión de Jesús: la participación celeste en el mundo humano, la bajada del Espíritu sobre Jesús en forma de «paloma» y la proclamación del Padre, que se complace en el Hijo y lo inviste como Mesías (w. 16-17). La imagen de la paloma, símbolo de Israel, se convierte también en símbolo de la generación del nuevo pueblo de Dios, al que Jesús da comienzo y que constituye el fruto maduro de la venida del Espíritu a los hombres. Con Jesús se inicia la época de la purificación, del verdadero conocimiento de Dios por el Espíritu Santo, de la definitiva unión entre Dios y el hombre.
MEDITATIO
¿Cuál es la diferencia entre el bautismo de Jesús y nuestro bautismo? El bautismo recibido por Jesús en el Jordán es un rito de penitencia para la remisión de los pecados y, en cuanto tal, Jesús no tenía propiamente necesidad de él. La manifestación del Padre con la bajada del Espíritu Santo, durante la cual es proclamado «Hijo predilecto» (cf. Mt 3,27) y es investido de la misión profética, real y sacerdotal, es la que lo lleva a tomar sobre sí nuestros pecados y los del mundo entero. Es el inicio del bautismo de la Iglesia, del nuevo pueblo de Dios que, con Jesús, sale del agua, sale de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de la vida del Espíritu.
Por su parte el bautismo que nosotros hemos recibido de niños en el nombre de Cristo es la revelación en nosotros del amor de la Trinidad, es el éxodo del pecado a la nueva vida divina, es entrar a formar parte de la comunidad de la Iglesia, cuerpo de Cristo, y así convertirnos en hijos de Dios a todos los efectos.
Todo bautizado es el hijo esperado sobre el que se posa el Espíritu del Señor. Y así nosotros creyentes somos llamados, como la primera comunidad cristiana, a dar testimonio del camino recorrido por Jesús, que es el único que salva al hombre y lo conduce a la comunión con Dios. Se trata de vivir un nuevo estilo de vida, que es identificación con una vida en Cristo y en el Espíritu, a la que se accede en la fe, que se experimenta en el amor y llena de esperanza, se hace visible en la cotidianidad de la vida eclesial. Por tanto, una vida de auténtica conversión a Dios y a los hermanos, que nos lleva a vivir una existencia guiada por el Espíritu Santo.
ORATIO
Señor y Padre nuestro, te damos gracias por el bautismo de Jesús, que nos ha manifestado la plenitud del Espíritu sobre él. Es durante la teofanía que tuvo lugar en el bautismo donde fue reconocido como Mesías. Según una tradición rabínica, el Mesías debía permanecer desconocido hasta que lo revelase un hecho extraordinario operado por ti (cf. Mt 24,23-27). Este hecho extraordinario ha sido la obra del bautista. Así él ha podido manifestar que Jesús es aquel que posee el Espíritu y puede hacer este don, prometido para la era mesiánica, a todos los hombres.
Espíritu Santo, te damos gracias porque has consagrado a Jesús profeta y Mesías y te has manifestado en él con plenitud, para que él pudiera derramar tus dones sobre nosotros. Te pedimos nos hagas redescubrir el significado de nuestro bautismo como don tuyo y del amor del Padre, para responder con coherencia de vida a los compromisos que hemos asumido el día de nuestro renacer como hijos de Dios. Haznos capaces de ser auténticos testimonios tuyos, sin manipulaciones y sin compromisos de ningún género, para anunciar en nuestro mundo la liberación, la justicia y la salvación que tú nos has dado a manos llenas. Haz que tu Iglesia sea en el mundo signo de tu presencia, y forme una verdadera familia de hermanos, unidos en la fe y la caridad evangélicas, con una vida dedicada a tu servicio y al de los más pobres y necesitados.
CONTEMPLATIO
Vuelve mi Jesús y vuelve el misterio, un misterio sublime y divino. En los días pasados hemos celebrado, como convenía, el nacimiento de Cristo; lo hemos glorificado junto con los ángeles: lo hemos tenido en nuestros brazos con Simeón y lo hemos confesado con Ana.
Ahora, sin embargo, hay otra acción de Cristo y otro misterio: Cristo es iluminado, Cristo es bautizado. Meditemos un poco sobre las distintas formas de bautismo. Bautiza Juan con el propósito de suscitar la penitencia; bautiza también Jesús y Él, sí, bautiza en el Espíritu. Éste es el bautismo perfecto. Conozco también otro bautismo, el del testimonio de sangre, que fue impartido también a Cristo mismo y es un bautismo mucho más venerable que los otros, porque después no será ensuciado por otras manchas. Conozco aún otro que es el de las lágrimas: pero éste es un bautismo más arduo: es el del enfermo, es el bautismo del que pronuncia las palabras del publicano en el templo (...). Al hombre ha sido dada toda palabra y para él se ha instituido todo misterio, a fin de que vosotros lleguéis a ser como lámparas en el mundo, potencia vivificadora para los demás hombres (Gregorio Nacianceno, Homilías sobre la natividad, discurso 39, Madrid 21992).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto, en el que me complazco» (Mt 3,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Fred, lo que quiero decirte es que eres amado, y lo que espero es que tú puedas escuchar estas palabras como te fueron dichas, con toda la ternura y la fuerza que el amor puede darles. Mi único deseo es que estas palabras puedan resonar en cada parte de tu ser: tú eres amado.
El máximo regalo que mi amistad pueda hacerte es el don de hacerte reconocer tu condición de "ser amado". Puedo hacerte este don sólo en la medida en que lo quiero para mí mismo. ¿No es ésta la amistad: darnos uno al otro el don de "ser amados"? Sí, es la voz, la voz que habla desde lo alto y desde dentro de nuestros corazones, que susurra dulcemente y declara con fuerza: «Tú eres el amado, en tí me complazco». No es ciertamente fácil escuchar esta voz en un mundo lleno de otras voces que gritan: «No eres bueno, eres feo, eres indigno; eres despreciable, no eres nadie... y no puedes demostrar lo contrario».
Estas voces negativas son tan fuertes y tan insistentes que es fácil creerlas. Ésta es la gran trampa. Es la trampa del rechazo de nosotros mismos. En el curso de los años, he llegado a darme cuenta de que, en la vida, la mayor trampa no es el éxito, la popularidad o el poder, sino el rechazo de nosotros mismos. Naturalmente, el éxito, la popularidad o el poder pueden ser una tentación grande, pero su fuerza de seducción deriva a menudo del hecho de que forman parte de una tentación mayor, la del rechazo de nosotros mismos. Cuando se presta oídos a las voces que nos llaman indignos y no amables, entonces el éxito, la popularidad o el poder son fácilmente percibidos como soluciones atractivas. Pero la verdadera trampa, repito, es el rechazo de nosotros mismos (H. J. M. Nouwen, Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, Madrid s.f.).
LECTIO
Primera lectura: Isaías 55,1-11
Así dice el Señor:
1 Venid por agua todos los sedientos; venid aunque no tengáis dinero; comprad trigo y comed de balde, vino y leche sin tener que pagar.
2 ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no sacia, el salario en lo que no quita el hambre? Escuchadme atentamente y comeréis bien, os deleitaréis con manjares.
3 Prestad atención, venid a mí; escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por David.
4 Yo le constituí mi testigo ante los pueblos, caudillo y señor de las naciones;
5 llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que te ignora correrá hacia ti, porque te honra el Señor, tu Dios, el Santo de Israel.
6 Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca.
7 Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; el Señor se apiadará de él, si se convierte, si se vuelve a nuestro Dios, que es rico en perdón.
8 Porque mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos, oráculo del Señor.
9 Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes.
10 Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar, para que dé simiente al que siembra y pan al que come,
11 así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo.
*»• El oráculo del profeta anuncia una alianza eterna que Dios ofrece al pueblo invitando a todos, especialmente a los pobres, los sedientos, los hambrientos, al banquete escatológico de los tiempos mesiánicos. Dios quiere que se recuerden las promesas hechas a los padres, a Abraham, a David, de los que ahora el pueblo es el heredero (w. 3-4); quiere que se piense ya en un retorno del exilio babilonio, a condición de que todos abran el corazón al arrepentimiento y a la acogida de su perdón (w. 6-11). Estamos frente a la teología de los "pobres de Jahveh" (= 'anawím), de aquellos que, teniendo necesidad de Dios, se abandonan a él con confianza y disponibilidad total.
El Segundo Isaías expone su reflexión con la imagen del banquete, lugar de felicidad y de satisfacción de todo deseo humano. La única condición requerida para participar en él está en escuchar la Palabra de Dios, verdadera fuente de la vida y de la sabiduría divina: «Prestad atención, venid a mí, escuchadme y viviréis» (v. 3). La Palabra de Dios es eficaz y realiza lo que proclama, como la lluvia que cae del cielo y retorna a él sólo cuando ha fecundado la tierra (w. 10-11). Es preciso, pues, saber volver con la memoria a la historia pasada que es maestra de vida, a la historia de Abraham, cuya alianza con Dios, fundamentada sobre la convicción interior y sobre la fidelidad en el amor, fue un testimonio vivo y fuerte para su gente. Esto reclama que hoy se renueve la alianza de Dios con los hombres. Sólo entonces todos los pueblos vendrán a Jerusalén, atraídos por la santidad de vida del pueblo, fiel al plan de Dios, y allí tendrá lugar una verdadera conversión de todos, porque se vivirá en comunión con Dios sin adherirse a los falsos atractivos del mundo.
Segunda lectura: 1 Juan 5,1-9
1 Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él
2 En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos
3 Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados,
4 pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe
5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
6 Éste es el que vino por agua y sangre, Jesucristo; no por agua únicamente, sino por agua y sangre; y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
7 Porque tres son los que dan testimonio:
8 el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo.
9 Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio acerca de su Hijo.
10 Si uno cree en el Hijo de Dios, tiene ya el testimonio de Dios. Si uno no cree a Dios, lo hace mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo.
11 Ahora bien, el testimonio consiste en que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo.
12 Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.
13 Os he escrito estas cosas a vosotros que creéis en el Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis la vida eterna.
*» El Apóstol subraya que la victoria del cristiano sobre el mundo es la fe. Para obtener tal victoria se requiere una lucha interna y externa contra todo lo que es obstáculo al cumplimiento de la voluntad de Dios. Y la certeza de la victoria del cristiano está asegurada por el hecho de que, en él, la vida divina y la unión con Dios son una fuerza superior a la vida mundana y a todo lo que es adhesión al reino del mal. Así pues, la fe en Cristo, Hijo de Dios, es el único medio para derrotar al mundo (v. 5; cf. Jn 20,30-31).
Jesús ha venido para darnos la vida y quien cree en Él tendrá «la vida eterna» (v. 11). Esta vida eterna que Jesús ha traído a la humanidad es cosa cierta, porque Él la ha ofrecido al comienzo de su vida pública mediante el bautismo {«agua»: cf. Jn 1,31), y al final de su existencia terrena mediante la muerte en la cruz {«sangre»: cf. Jn 6,51; 19,34), y es siempre actualizada en la eucaristía: eventos en los que palpablemente se ha manifestado la potencia y el testimonio del Espíritu (v. 6), que es el garante de la fe y de la verdad de Jesús.
Sobre este triple y concorde testimonio se funda la manifestación de Dios en Cristo su Hijo (w. 7-8). Aquí el Apóstol polemiza contra la falsa interpretación de los gnósticos, que afirman que la divinidad de Jesús se unió a su humanidad en el bautismo, pero que en su muerte la divinidad se separó de la humanidad, de manera que murió sólo el hombre Jesús. Pues bien, quien niega este testimonio del Espíritu, niega también la fe en Cristo, que es cuestión de vida y de muerte. Sobre la acción del Espíritu está tejida la vida sacramental (bautismo, confirmación, eucaristía), mediante la cual el creyente se injerta en Cristo y es capaz de dar testimonio de él y de vivir en comunión con Dios (w. 11-13).
Evangelio: Marcos 1,7-11
Esto era lo que proclamaba:
7 -Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él par desatar la correa de sus sandalias.
8 Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
9 Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
10 En cuanto salió del agua vio rasgarse los cielos y al Espíritu descender sobre él como una paloma.
11 Se oyó entonces una voz desde los cielos: -Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.
*»• La figura del Bautista es presentada en este pasaje con algunos de los rasgos típicos del verdadero profeta: hombre pobre y austero, que proclama la Palabra de Dios, pero también independiente de la mentalidad que lo rodea y del mundo. Jesús se presenta al Bautista, mezclado entre las filas de sus penitentes, pero el profeta lo reconoce y lo presenta como superior a sí mismo: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él par desatar la correa de su sandalias» (v. 7). Jesús, como un hombre cualquiera, se presenta al bautismo de conversión y comparte con humildad la condición del pecador, e incluso «se hace pecado » (2 Cor 5,21). Pero la voz del Padre, dirigiéndose directamente al Hijo, lo proclama inocente y pone de relieve su naturaleza divina: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (v. 11).
La humanidad y la divinidad de Jesús se armonizan en una síntesis ideal: el Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Por esto el bautismo de Juan se diferencia del practicado por Jesús. El del Precursor es realizado «con agua», mientras que el del Cristo lo es «con Espíritu Santo» (v. 8). Y Jesús recibe el bautismo de Juan, pero, mientras sale del agua, el Espíritu Santo lo inviste con su poder y su fuerza, con vistas a la misión que le espera. Él es el "Siervo" poseído en su intimidad por el Espíritu de Dios (cf. Is 42,1) que sale, no como Moisés de las aguas del Nilo, sino como nuevo Moisés del agua del Jordán (cf. Is 63,11). Él guiará a su pueblo hacia pastos fecundos de paz, de salvación y de justicia (cf. Is 63,14).
MEDITATIO
Desde mucho tiempo atrás Israel esperaba la venida del Mesías, Verbo del Padre, tantas veces prometida a los antiguos israelitas con una alianza por parte de Dios gratuita e irreversible. Ésta se ha presentado oficialmente y realizado en plenitud en la persona del Hijo de Dios, cuando el profeta de Nazaret se ha confundido entre los hombres, como todo hombre pecador junto al Jordán, en espera de recibir el bautismo de penitencia. El Inocente se ha hecho pecado para la salvación del hombre y así ha querido mezclar lo divino con lo humano para transformar lo humano en divino.
Es la vivencia que la Iglesia ha sido invitada a recorrer en su camino de testimonio entre los pueblos: hacerse solidaria con la humanidad, revestida de pecado y de debilidad, para liberarla de la muerte y transformarla en riqueza de vida con los dones del Espíritu y de su santidad de vida. La inmersión de la Iglesia y de toda comunidad cristiana en la situación de pecado de los hombres es una invitación para todo cristiano a no identificarse con el mundo para no mancharse con él, sino a presentarse siempre puro y sin mancha para difundir sin compromisos el evangelio de Jesús. El Señor, en efecto, llama a todos a una conversión radical de vida y a creer en la Palabra de aquel que nos ha transmitido la verdad del Padre (cf. Me 1,15).
ORATIO
Señor Dios nuestro y de nuestros padres, que nos has invitado por boca del profeta («Sedientos todos, acudid por agua...»: Is 55,1.3a) a escuchar tu Palabra, para nosotros estas palabras son una alusión a Jesús nuevo templo, el templo mesiánico, del que manarán en el futuro ríos de agua viva para la humanidad (cf. Ez 47,1-2; Zac 13,1; 14,8; Sal 78,15-16). Pero también las palabras pronunciadas por el evangelista («De sus entrañas brotarán ríos de agua viva»: Jn 7,38) son un reclamo que anticipa la escena del Calvario, donde del costado abierto de Cristo brotará «sangre y agua» (Jn 19,34). Es Jesús la imagen más viva de tu amor a la humanidad. De su corazón herido brota una fuente perenne de vida. Por tu Hijo Jesús nosotros podemos conseguir el agua que es tu Palabra. Debemos asimilar interiormente esta Palabra para lograr la felicidad y la vida.
Señor, sabemos que son dos los tiempos de la revelación: el de Jesús y el del Espíritu. Si, por una parte, Jesús nos invita a creer en él, por otra preanuncia la acción del Espíritu que fecundará nuestro corazón de discípulos creyentes. Por tanto podemos alcanzar la fe, la interiorización, el conocimiento de Jesús sólo con una condición: ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, el Espíritu de verdad que Jesús mismo nos enviará después de su retorno a ti. La única persona que cuenta, pues, es el Mesías. La única ley en vigor es la Palabra, que Jesús anuncia, viviendo entre los hombres, con su vida y sus obras. Señor, haznos operarios de esta verdad.
CONTEMPLATIO
Cosa grande es el amor. De todos los movimientos del alma, de los sentimientos, de los afectos, el amor es el único con que la criatura puede responder a su Creador, si no de igual a igual, al menos de semejante a semejante.
El amor del Esposo o, mejor, el Esposo que es amor, pide sólo reciprocidad de amor y fidelidad. La amada, pues, debe amarlo a su vez. ¿Cómo podría no amar la que es esposa y esposa del Amor? ¿Cómo podría el Amor no ser amado?
Ciertamente el flujo del amor no brota con la misma riqueza de quien ama y de quien es el Amor, del alma y del Verbo, de la esposa y del Esposo, del Creador y de la criatura. ¿Y entonces? La aspiración de quien espera, el ardor del amante, la confianza de quien espera ¿quedará desilusionado porque la esposa no puede correr con el paso de un gigante, competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en candor con el lirio, en luminosidad con el sol, en amor con Aquel que es Caridad? No. En efecto, aunque la criatura ame menos porque es más pequeña, sin embargo puede amar con todo su ser y donde existe el todo no falta nada (Bernardo de Claraval, Sermones super Cántica Canticorum, 83).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El os bautizará con el Espíritu Santo» (Mc 1,8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Dios infinito, la primera y la última experiencia de mi vida eres Tú. Sí, justamente Tú, no tu idea ni el nombre que nosotros te hemos dado. Tú, en efecto, has venido sobre mí en el agua y en el Espíritu del bautismo. Entonces no he pensado ni elucubrado nada sobre ti. Entonces mi inteligencia, con su perspicacia sagaz, ha guardado silencio. Entonces Tú mismo te has hecho, sin consultarme, el destino de mi corazón. Has sido Tú a tomarme, no yo a "comprenderte", Tú has transformado mi ser desde sus dos últimas raíces, Tú me has hecho partícipe de tu ser y de tu vida, te me has dado, te me has entregado Tú mismo y no una simple información poco clara y remota respecto a ti en palabras humanas. Es por esto que no logro olvidarte, porque te has hecho Tú el centro mismo de mi ser. Tu palabra y tu sabiduría están en mí, no porque te conozco en conceptos míos, sino porque Tú me reconoces como hijo y amigo.
¡Crece dentro de mí, resplandece cada vez más en mí, ilumíname, luz eterna! Sólo Tú debes iluminarme, sólo Tú hablarme. Todo lo demás que conozco o he aprendido debe solamente llevarme a Ti (K. Rahner, Palabras al silencio. Oraciones cristianas, Estella ,01998).
Bautismo del Señor Ciclo C
Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 2,22-28
Hermanos:
22 ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ése es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo.
23 Todo el que niega al Hijo, se queda sin el Padre; y todo el que acepta al Hijo, tiene también al Padre.
24 Vosotros debéis permanecer fíeles a lo que oísteis desde el principio. Si sois fieles a lo que oísteis desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre.
25 Y ésta es la promesa que él nos ha hecho: la vida eterna.
26 Os he escrito estas cosas para poneros en guardia contra los que intentan seduciros.
27 En cuanto a vosotros, el Espíritu que habéis recibido de él permanece en vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; antes bien, ese Espíritu, que es fuente de verdad y no de mentira, os enseña todas las cosas. Así pues, permaneced en él, conforme a lo que os enseñó.
28 Sí, hijos míos, permaneced en él, para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no nos veamos avergonzados ante él el día de su gloriosa venida.
** El fragmento revela las líneas esenciales de la falsa doctrina divulgada por los "anticristos" en una época atormentada del final del siglo primero: Jesús no es el Mesías, el Hijo de Dios. Esta herejía cristológica consideraba imposible que el Verbo se hubiese encarnado a la manera humana, auténtico escándalo para la mentalidad gnóstica. Pero para el apóstol Juan negar la divinidad de Jesús significaba no tener comunión con el Padre y la verdadera vida (w. 22-23); negar la unión de lo divino y lo humano en Jesús significaba ser "anticristo", porque lo humano en Jesús es el reflejo perfecto de lo divino, es el reflejo del Padre (cf. Jn 14,9).
El cristiano debe permanecer fiel a la Palabra oída desde el principio, es decir, al misterio pascual en su integridad (muerte-resurrección) enseñado por los apóstoles. Sólo esta Palabra acogida en la fe, interiorizada y vivida en el Espíritu permite conservar la auténtica comunión con el Hijo y con el Padre (v. 24). Así pues, vivir en comunión con Dios significa poseer la promesa que Cristo ha hecho, es decir, «la vida eterna» (v. 25; 3,15; Jn 3,36). Y el creyente puede resistir al, seductor que enseña el error, vivir las radicales exigencias del evangelio y permanecer en la Palabra a la espera de la venida de Cristo porque ha recibido «la unción» del Espíritu Santo en el bautismo (v. 27). El Espíritu, fuerza interior que da la sabiduría, hace invencible y fuerte en la tentación al discípulo de Jesús, lo impulsa a la evangelización y lo hace confiado en el retorno del Señor (v. 28).
Evangelio: Juan 1,19-28
19 Los judíos de Jerusalén enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para preguntar a Juan: -Tú, ¿quién eres?
20 Su testimonio fue éste: -Yo no soy el Mesías.
21 Ellos le preguntaron: -Entonces, ¿qué? ¿Eres tú, acaso, Elías? Juan respondió: -No soy Elías. Volvieron a preguntarle: -¿Eres el profeta que esperamos? Él contestó: -No.
22 De nuevo insistieron: -Pues, ¿quién eres? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?
23 Entonces él, aplicándose las palabras del profeta Isaías, se presentó así: -Yo soy la voz del que clama en el desierto: allanad el camino del Señor.
24 Algunos miembros de la comisión eran fariseos. 25 Éstos le preguntaron: -Si no eres ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta esperado, ¿por qué razón bautizas?
26 Juan afirmó: -Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis.
27 Él viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias.
28 Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
*» El texto es el testimonio del Bautista ante la delegación enviada por las autoridades de Jerusalén a Betania, al otro lado del Jordán (v. 28).
A la pregunta: «Tú, ¿quién eres?» (v. 19), el Bautista confiesa, evitando cualquier malentendido acerca de su propia persona y de su propia misión, que no es el Cristo, el Salvador escatológico esperado. Este testimonio negativo en boca del Bautista es una auténtica confesión de fe en el mesianismo de Jesús. Siguen otras preguntas de los enviados a las que el Testigo responde diciendo no ser ni Elías (cf. Mal 3,1-3.23; Me 9,11; Mt 7,10) ni el profeta (cf. Dt 18,15; 1 Mac 14,41), personajes esperados para el tiempo mesiánico. El desconcierto de sus interlocutores es grande.
El Bautista continúa explicando su propia identidad, definiéndose a sí mismo con las palabras del Segundo Isaías: «Voz que clama en el desierto» (v. 23) y prepara el camino al Cristo (cf. Is 40,3). Él no es la luz, es sólo la lámpara que arde y que testimonia la luz verdadera. Él no es la Palabra encarnada, es sólo la voz que prepara el camino con la purificación de los pecados y la conversión del corazón. Y a la ulterior insistencia de los fariseos sobre el motivo de su bautismo, Juan replica: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis» (v. 26).
El bautismo de Juan no es el del tiempo de la salvación, sino un rito de iniciación para prepararse a la acogida del Mesías, que se encuentra ya entre el pueblo. El Bautista acerca su propia persona a la de Cristo para poner de relieve la dignidad y grandeza de Jesús, cuya vida tiene dimensiones de eternidad: Juan no es digno de prestarle el más humilde de los servicios: desatarle las sandalias. El testimonio del Bautista pretende, pues, suscitar la fe en todo hombre hacia el gran desconocido, el portador de la salvación, que vive entre los hombres.
MEDITATIO
La fe del Bautista está orientada al anuncio de Jesús. El Mesías, pues, tanto en su aparecer como en el curso sucesivo de la historia humana, por él atravesada y revolucionada, no revela inmediata ni completamente su origen ni su misión. Es preciso que quien recibe de Dios el don de tocar el misterio de Cristo, reflexionando sobre los misterios de su historia, lo anuncie con la vida y la palabra, como el Bautista junto al Jordán. En efecto, el hombre forjado en la soledad del desierto se esconde y casi desaparece a la sombra de aquel que él presenta al mundo. Ésta, justamente, fue su misión: dar testimonio del Esperado que vive en medio de su pueblo.
También el cristiano de hoy está llamado a ser anunciador del evangelio y la Palabra de Jesús, la voz que grita con la vida la verdad de Cristo, a pesar de la pobreza que experimenta y la fragilidad de sus palabras humanas. Cristiano es el hombre que se define en función de Cristo, de Aquel que viene siempre a los suyos para comunicar salvación y vida. Él da testimonio de Cristo, nos relaciona con él y le prepara su misión; es el heraldo que invita a volver al desierto para preparar espiritualmente el camino al Mesías; es el que reclama atención no para sí mismo, sino para el que está por llegar. Todo cristiano es un propagador de la Palabra de Dios en la aridez espiritual de nuestro mundo, el que allana el camino a los hermanos para que encuentren a Cristo, y es testigo del evangelio con la propia vida.
ORATIO
Señor Jesús, que has querido ser solidario con nosotros y solidario con el Padre, te pedimos nos enseñes a ser como el Bautista, auténticos testigos de tu amor a los hermanos. La tarea de tu testigo en el desierto fue la de empeñar su voz, sus fuerzas, su vida entera para que los hombres optasen por ti. Lo mismo nos ha dicho tu evangelista Juan, cuando ha recordado a su comunidad que el que no confiesa tu mesianismo no está en comunión contigo ni con el Padre (cf. 2,23).
Te rogamos, por eso, que refuerces nuestra fe en ti, único salvador de la humanidad, haciéndonos experimentar el poder de tu Espíritu, que nos ha sido dado en el bautismo, y que es nuestra fuerza y nuestro apoyo espiritual.
Jesús, el Bautista se declaró indigno de desatar las correas de tus sandalias, él, el más grande de los nacidos de mujer, y así dio de sí mismo un testimonio de extraordinaria humildad y de servicio. Enséñanos a no presumir nunca de nosotros mismos en ninguna circunstancia de la vida, a ser humildes incluso cuando nos son confiados cargos de prestigio y de éxito, conocedores de que todo nos viene de tu bondad y de los dones que tú nos has regalado.
Queremos ser sólo un instrumento en tus manos para que tu reino de justicia y de amor se extienda al mundo entero. Queremos ser testigos de tu Palabra, siempre antigua y siempre nueva, que nos dejaste como testamento antes de tu retorno al Padre, la de la fe confesada ante toda la humanidad y del amor fraterno practicado con todos, sin acepción de personas.
CONTEMPLATIO
¿Quién es Jesús? Nosotros que tenemos este grandísimo y dulcísimo Nombre para repetírnoslo a nosotros mismos, nosotros que somos fieles, nosotros que creemos en Cristo, nosotros ¿sabemos bien quién es? ¿Sabríamos decirle una palabra directa y exacta: llamarlo verdaderamente por su nombre, invocarlo como luz del alma y repetirle: Tú eres el Salvador? ¿Sentir que nos es necesario y que no podemos estar sin él: es nuestro tesoro, nuestra alegría y felicidad, promesa y esperanza, nuestro camino, verdad y vida (...).
El Cristo que llevamos a la humanidad es el "Hijo del Hombre", como él mismo se ha llamado. Es el primogénito, el prototipo de la humanidad nueva, es el Hermano, el Compañero, el Amigo por excelencia. Sólo de Él se puede decir con plena verdad que «conocía al hombre por dentro» (Jn 2,25). Es el enviado de Dios, no para condenar al hombre sino para salvarlo (Pablo VI, Discurso del 14 de marzo de 1965).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia» (cf. Jn 1,27).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Narciso es el protagonista de un relato antiguo. Era un ¡oven bellísimo que un día contempló su propia imagen reflejada en un espejo de agua. Se enamoró de ella ignorando que la imagen reflejada era él mismo. Se arrojó al agua y se ahogó.
Ningún relato ¡lustra mejor cuan engañosa es la felicidad fundada en el culto de sí, pero para mucha gente el alfa y la omega de la búsqueda de la felicidad reside en el propio «yo». Si el problema está en esto, en esto se encuentra también la respuesta. ¿Se necesita una aportación externa? Sólo para enriquecerse con ella. Es la felicidad posesiva que descarta fríamente todo lo que podría atraer al hombre fuera del propio nido. El que padece esta enfermedad puede sentirse feliz exclusivamente de sí. Este "cerrarse en el propio capullo" se ha difundido de modo sorprendente en los últimos decenios. Se tiene la impresión de que todas las fronteras se cierran, que puertas y ventanas están atrancadas, que la calefacción central esté abierta al máximo. El lecho de plumas parece haberse convertido en el santuario de toda la familia.
La publicidad colabora a la inflación del yo, como podemos constatar sobre los muros de nuestras calles: mi banco (mímame, mis dineros, mi interés, mi porvenir, mi seguridad...). "Tú" o "él" casi han desaparecido.
La desaparición del espíritu de sacrificio produce una sociedad fría, que se hace también superconservadora. Se limita a preservar, no crea nada. ¡Y peor aún! Ante el sufrimiento, la búsqueda de la felicidad pierde su sentido: todo sufrimiento anula la felicidad. De este modo, el hombre se aleja de la verdad misteriosa para la cual la felicidad es bastante fuerte para integrar momentáneamente el sufrimiento y asumirlo. El sufrimiento contiene otra especie de felicidad, una felicidad de registro distinto, una felicidad que sólo conocen los que la han comprendido a la luz de la cruz, pero algo está claro para cada uno de nosotros: quien quiere ser feliz aquí abajo, debe estar dispuesto a dar cabida al sufrimiento (G. Danneels, Le stagioni della vita, Brescia 1998, 225-227).
3 de enero; Santísimo Nombre de Jesús
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 2,29-3,6
29 Si sabéis que Él es justo, reconoced también que todo el que practica la justicia ha nacido de Él.
1 Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo ha conocido a Él.
2 Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es.
3 Todo el que tiene en Él esta esperanza se purifica a sí mismo, como Él es puro.
4Todo el que peca, se hace culpable de la iniquidad, porque el pecado es la iniquidad.
5 Sabéis que Él se ha manifestado para borrar los pecados, y que en Él no hay pecado.
6 El que permanece en Él, no peca. Todo el que peca, ni lo ha visto ni lo ha conocido.
*•• El tema de la perícopa es Jesús justo, sin pecado, que ha sido obediente a la voluntad del Padre y es modelo para el cristiano (2,29; 3,3). También el fiel, que vive en la justicia, es hijo de Dios (3,1) y no comete pecado (3,9; 4,7; 5,1.4.18). El obrar cristiano demuestra el nuevo nacimiento. Para Juan las expresiones «hijo de Dios» (w. 1-2) y «haber nacido de Dios» (v. 29) significan ser hombre nuevo, llamado a caminar por una vida nueva, imitando al Padre en una progresiva asimilación y comunión con él, que se convertirá en identificación en la visión cara a cara (cf. 1 Cor 13,12).
El valor de nuestra fe reside y aumenta en el hecho de que somos hijos de Dios, salvados por un Padre que nos ama y que nos inspira confianza. El mundo que lo rechaza con el pecado, aliándose con el anticristo, desprecia y no comprende a Jesús, no ama a sus discípulos, actúa contra la ley de Dios (v. 4), pertenece a la esfera del maligno y se opone al reino mesiánico. El que, por el contrario, se adhiere al Señor, que se ha hecho pecado por nosotros, está libre de pecado, recibiendo de Cristo la fuerza para superar el mal y vencerlo (v. 6). Pero, ¿cuándo puede decir el creyente que experimenta auténticamente el amor de Dios? La respuesta del Apóstol es clara: cuando no comete pecado, obra con justicia y se mantiene puro, siguiendo el camino que Cristo ha recorrido: el de la cruz, o sea el del amor llevado hasta amar al enemigo.
Evangelio: Juan 1,29-34
29 Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo:
-Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
30 éste me refería yo cuando dije: «Detrás de mí viene uno que ha sido colocado delante de mí, porque existía antes que yo».
31 Yo mismo no lo conocía; pero la razón de mi bautismo era que él se manifestara a Israel.
32 Juan prosiguió:
-Yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como una paloma y permanecía sobre él.
33 Lo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautizará con Espíritu Santo».
34 Y como lo he visto, doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.
*» La escena está caracterizada por el encuentro del Bautista con Jesús. La atención del fragmento se vuelca sobre el contenido de la solemne proclamación del Testigo, en un contexto de revelación mesiánica. Es el hombre de Dios que "ve" por primera vez a Jesús. Éste "viene" del Padre y camina desconocido entre la multitud, a la que le une su condición humana, y el Bautista exclama: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (v. 29b). El símbolo del cordero reclama varios textos: el cordero pascual (cf. Ex 12,1-28; 29,38-46), el Siervo doliente (cf. Is 42,1-4; 52,13-53,12). Jesús es el Cordero-Siervo obediente al Padre, el que cancela las culpas de los hombres y les comunica la vida nueva con sus sufrimientos y su muerte en la cruz. El testimonio del Bautista se refiere, además, al modo en que ha visto al Espíritu Santo bajar sobre el Mesías. Es el Testigo mismo el que ve al Espíritu sobre Jesús «bajar del cielo como una paloma» (v. 32).
La imagen de la paloma, en el ambiente judaico-antiguo, indicaba a Israel: el Espíritu que baja en forma de paloma es anuncio de la generación del nuevo Israel de Dios, que comienza con Jesús y constituye el fruto maduro de la venida del Espíritu. Ésta es la época de la purificación y del verdadero conocimiento de Dios a través del Espíritu. El Espíritu baja sobre Jesús y "permanece" en él de un modo pleno y estable (cf. Is 11,2-3). Él es la nueva morada de Dios, el templo del Espíritu, fuente perenne de salvación para todos. Es durante la teofanía del bautismo de Jesús cuando el Bautista reconoce al Mesías. Ahora puede testimoniar que Jesús es el Hijo de
Dios (v. 34), el que «bautiza con el Espíritu Santo» (v. 33), esto es, da el Espíritu a todo discípulo y lo llena de este don, prometido para la era de la salvación.
MEDITATIO
El testimonio del Bautista no tiene su finalidad en sí mismo. Tiene por objetivo suscitar la fe del discípulo en la persona de Jesús. El Bautista ha visto al Espíritu "permanecer" sobre Jesús. Esta certeza provoca el anuncio de que Jesús es verdaderamente el Mesías, el Elegido de Dios (cf. Is 42,1). El testimonio de Jesús "Hijo de Dios" se hace eco de las palabras pronunciadas por el Padre en el bautismo: «Éste es mi Hijo amado» (cf. Me 1,11; Mt 3,17; Le 3,22).
El testimonio de Juan ha caracterizado dos épocas: la del bautismo «con agua» (v. 31) y la del bautismo «en el Espíritu» (v. 33). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en las aguas del Jordán es el inicio de la salvación y de los tiempos nuevos: ha comenzado para la humanidad su camino de retorno al Padre, se ha puesto en marcha la creación del nuevo Israel. Hasta el evento del Jordán el Espíritu moraba en Jesús, escondido en el silencio y desconocido; sólo ahora, con la confirmación de lo alto, el Padre lo consagra en su misión profética y mesiánica. Cada creyente es el hijo esperado sobre el que se posa el Espíritu del Señor y está llamado a dar testimonio de que el único camino de salvación para el hombre es el recorrido por Cristo y no las fáciles ilusiones prometidas por otros libertadores de movimientos políticos, sociales y religiosos. Quien nace del misterio de Cristo muerto y resucitado puede anunciar a los hermanos el camino de la salvación y proponerla con eficacia a través del signo del amor y de la entrega de sí.
ORATIO
Señor, enviándonos a tu Hijo como Salvador has hecho posible nuestra liberación del pecado y de la muerte y has restablecido nuestra comunión contigo. Con sólo nuestras fuerzas no nos hubiera sido posible obtener todo esto, y tú, sabiendo bien de qué pasta estamos hechos, nos has enviado a Cristo, tu Hijo unigénito, que nos ha hecho de nuevo hijos tuyos y sus hermanos. Has hecho bajar a tu Espíritu sobre Jesús para que él pudiese iniciar su misión en la tierra y borrar todas nuestras iniquidades.
Nosotros hoy somos conscientes de todos estos dones y, en especial, del don del bautismo con el que nos hemos convertido en verdaderos hijos tuyos. Señor, haznos comprender cada vez más este inmenso don y que lo hagamos crecer en nosotros con un camino espiritual que nos haga adultos en la fe, generosos en el amor a nuestros hermanos y testigos creíbles de tu evangelio entre aquellos que aún no han acogido tu salvación. Te pedimos en nombre de Jesús tu Hijo, el Cordero sin mancha, que los que viven en la indiferencia y en el ateísmo sean sacudidos de su aparente tranquilidad y reconozcan en Jesús el auténtico sentido de la vida y, hechos hijos tuyos por medio del Espíritu Santo, experimenten tu ternura de Padre.
Sabemos, Señor, que por la muerte de Jesús nos has dado la vida y que todos nosotros podemos continuar la misión de tu Hijo en el mundo para crear una humanidad nueva, más fraterna, sin divisiones ni guerras, unida en el signo del amor que nos ha enseñado Jesús.
CONTEMPLATIO
«Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos» (1 Cor 9,22). Por esto él quiere ser un niño pequeño: para que tú puedas llegar a ser un hombre perfecto. Él fue envuelto en pañales, para que tú fueses liberado de los lazos de la muerte; Él en el establo, para ponerte a ti sobre altares; Él en la tierra, para que tú alcanzases las estrellas; Él no encontró sitio en la posada, para que tú tuvieses en el cielo muchas moradas. «De rico que era», está escrito, «se hizo pobre por vosotros, para que vosotros fueseis ricos con su pobreza» (2 Cor 8,9). Aquella indigencia es, por tanto, mi riqueza y la debilidad del Señor es mi fuerza. Ha preferido para sí las privaciones, para tener qué dar en abundancia a todos. El llanto de su infancia en vagidos es un lavado para mí, aquellas lágrimas han lavado mis pecados.
Señor Jesús, me siento más en deuda contigo por tus ultrajes para mi redención, que por tu poder para mi creación. Nos hubiera sido inútil nacer, si no hubiera sido la ocasión para ser redimidos (San Ambrosio, Tratado sobre el evangelio de Lucas, II, 41).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos» (1 Jn 3,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Hemos sido bautizados. Dios no nos ha conquistado sólo mediante ideas y teorías o mediante piadosas disposiciones de ánimo y sentimientos, sino mediante la acción corpórea realizada con su fuerza, mediante la acción realizada sobre nosotros a través de sus ministros en el bautismo. Este es nuestro consuelo y nuestra confianza: Dios se ha comprometido con nosotros solemne y públicamente y ha derramado su Espíritu de amor en nuestros corazones desde los primeros días de nuestra vida.
Este claro testimonio de Dios es más importante que el testimonio ambiguo de nuestro corazón cansado, débil y amargamente vacío. Dios nos ha dicho en el bautismo: Tú eres hijo mío y templo de mi Espíritu. ¿Qué vale frente a semejantes palabras nuestra experiencia cotidiana, según la cual parecemos ser pobres criaturas abandonadas por Dios y por el Espíritu?
Creemos en Dios más que en nosotros mismos. Somos bautizados. Y el suave Espíritu del buen Dios reside en lo más profundo de nuestro ser, quizás allí donde no logramos penetrar con nuestra deficiente sicología. Allí, el Espíritu clama al Dios eterno: Abba, Padre. Allí, el Espíritu nos dice a nosotros: Hijo, hijo verdaderamente amado con amor infinito. ¡Somos bautizados! (K. Rahner, El año litúrgico, Barcelona 1968).
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 3,7-10
7 Hijos míos, que nadie os engañe. Quien practica la justicia es justo, como Él es justo.
8 Quien comete pecado procede del diablo, porque desde el principio el diablo peca. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del diablo.
9 El que ha nacido de Dios no comete pecado, porque la semilla divina permanece en Él; no puede pecar, porque ha nacido de Dios.
10 La distinción entre los hijos de Dios y los del diablo es Ésta: quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano, no es de Dios.
**• Juan, frente a la herejía gnóstica, afirma que el criterio distintivo de los hijos de Dios es una conducta recta y justa: «Quien practica la justicia es justo» (v. 7), como Jesús, que acató la voluntad del Padre. Por el contrario, «quien comete pecado procede del diablo» (v. 8). El combate entre el bien y el mal, entre Cristo y Satán, implica también al cristiano. El pecado, en efecto, es contrario al mundo de Dios y el que peca no puede ser hijo de Dios, sino hijo del diablo, porque Cristo es el vencedor del mal. Él ha instaurado los tiempos de la salvación (cf. 1,7; 2,2; 3,5) y llama a sus seguidores a combatir el pecado (cf. Heb 12,1-4), a practicar la justicia (cf. 2,29; 3,10). Se puede, pues, poseer la filiación divina o la filiación humana: la primera procede de la acción de Dios en el corazón del creyente que se abre al Espíritu; la segunda nace en el corazón del que rechaza a Dios y vende el propio corazón al diablo. Así, «Quien ha nacido de Dios no comete pecado» (v. 9) porque «una semilla divina», esto es, la Palabra de Dios, rica por la fuerza del Espíritu, habita en el cristiano y lo colma (cf. Jn 3,5; Mc 4,3-8.14-20; Rom 8,14; Tit 3,5).
El hijo de Dios, que hace crecer y fructificar en sí la semilla de la Palabra, no podrá pecar jamás, porque ha hecho sitio a Dios, permaneciendo en Cristo, que actúa en su vida. La condición esencial, sin embargo, es la apertura constante al Espíritu de Dios viviendo una actitud de conversión continua. Entonces los signos concretos del cristiano serán la disponibilidad a la voluntad de Dios y el amor fraterno (v. 10).
Evangelio: Juan 1,35-42
35 Al día siguiente, Juan se encontraba en aquel mismo lugar con dos de sus discípulos.
36 De pronto vio a Jesús que pasaba por allí, y dijo:
-Éste es el Cordero de Dios.
37 Los dos discípulos le oyeron decir esto, y siguieron a Jesús.
38 Jesús se volvió y, viendo que lo seguían, les preguntó:
-¿Qué buscáis?
Ellos contestaron:
-Rabí (que quiere decir Maestro), ¿dónde vives?
39 Él les respondió:
-Venid y lo veréis.
Se fueron con él, vieron dónde vivía y se quedaron aquel día con él. Eran como las cuatro de la tarde.
40 Uno de los dos que siguieron a Jesús por el testimonio de Juan era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
41 Encontró Andrés en primer lugar a su propio hermano Simón y le dijo:
-Hemos encontrado al Mesías (que quiere decir Cristo).
42 Y lo llevó a Jesús. Jesús, al verlo, le dijo:
-Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas (es decir, Pedro).
*» Es el segundo testimonio público del Bautista sobre Jesús el que provoca el seguimiento de algunos de sus discípulos tras el Maestro (w. 35-37). El texto presenta, armónicamente fundidos, el hecho histórico de la llamada de los primeros discípulos, descrito como descubrimiento del misterio de Cristo, y el mensaje teológico sobre la fe y sobre el seguimiento de Jesús. En este fragmento el evangelista nos presenta los rasgos característicos del verdadero camino para poder convertirse en discípulos de Cristo. Todo comienza con el testimonio y el anuncio de un testigo cualificado, en este caso el del Bautista («Éste es el Cordero de Dios»: v. 36), al que sigue un camino de auténtico discipulado («Siguieron a Jesús»: v. 37). Este seguimiento florece más tarde en un encuentro hecho de experiencia personal y de comunión con el Maestro («fueron... vieron... se quedaron con Él»: w. 38-39). El coloquio entre Jesús y los discípulos versa sobre el sentido existencial de la identidad del Maestro que los invita a una experiencia de vida con él. Esta experiencia de intimidad termina con una profesión de fe («hemos encontrado al Mesías»: v. 41), que sucesivamente se hace apostolado y misión. En efecto, Andrés, después de haber hecho tal experiencia, conduce a su hermano hasta Jesús, que le cambia el nombre de Simón por Pedro, esto es, Cefas, para indicar la misión que desarrollará en la Iglesia.
El interés fundamental del fragmento se concentra, pues, sobre el origen de la fe y de su transmisión mediante el testimonio. Estamos ante un itinerario de fe y ante el descubrimiento del misterio de Jesús, a través del gradual conocimiento y adhesión de los discípulos, luego de la primera manifestación de Jesús como Mesías.
MEDITATIO
Leyendo el evangelio uno queda fascinado por el misterio de la persona de Jesús y por su gran humanidad, que colma y satisface las aspiraciones fundamentales del hombre. Buscar quién es Jesús es descubrirlo a través del comportamiento de las personas que se encuentran con Él. Penetrar en el misterio de Jesús significa observar el mundo que lo rodea y descubrir el modo en que él se relaciona con los otros. La llamada de discípulos tras el Maestro es un hecho que se repite en todo tiempo de la Iglesia. Es importante que un testigo sepa leer los acontecimientos de su vida y, penetrando por experiencia en lo íntimo del corazón de Jesús, sepa indicarlo a los otros. También la misión del Bautista, cuando Jesús se presentó en el Jordán, estaba para terminar: el amigo del esposo debe saber retirarse cuando llega el esposo (cf. Jn 3,29-30) para ceder el puesto a otro.
Jesús, que no es de este mundo sino que viene del Padre, debe tomar la iniciativa en la vida de todo hombre. Él pasa siempre entre nosotros, esperando que alguno recoja el testimonio de quien lo anuncia. En la vida de cada uno de nosotros hay un día, un encuentro que ha marcado un cambio radical de nuestra existencia: la llamada personal e imprevisible de Dios con vistas a nuestra misión. Con frecuencia Él, para llamarnos, se sirve de otros "Juan Bautista", que pueden ser los padres, un amigo, un sacerdote, un libro, un retiro espiritual u otra cosa, pero es Él quien nos llama a seguirlo para construir un mundo nuevo. El peligro es que pase en vano por nosotros, por no haberlo escuchado atentamente.
ORATIO
Señor, cada día somos llamados a optar por pertenecerte o rechazarte. Es absurdo, además de peligroso, intentar conciliar lo incompatible. Has puesto en nuestros corazones de creyentes una fuerza, un germen divino: tu Palabra vivificada por el Espíritu Santo. Ella nos posibilita resistir al antiguo tentador y vencer el mal.
Tú nos dijiste con palabras del evangelista Juan que «el que ha nacido de Dios no puede pecar» (1 Jn 3,9), porque somos tus hijos y para nosotros vivir es pertenecerte. Esta impecabilidad, sin embargo, no es una realidad ya adquirida sino, más bien, una conquista personal por realizar día a día con tu ayuda y con renuncias, sacrificios, mortificaciones, haciendo fructificar las semillas que son tu Palabra y tu gracia. Recibimos las dos en el bautismo y continuamente las alimentas con las innumerables gracias actuales que tú, Señor, das a quienes creen en ti. Nuestro compromiso quiere ser, pues, el de decirte "sí" en el "dejarnos hacer" por tu Espíritu, poniendo en práctica tu Palabra para "obrar en justicia", que es compromiso de amor fraterno y entrega de nuestra vida a quien tiene necesidad de nuestra ayuda.
Señor, haz que en nuestra existencia cotidiana te sepamos buscar siempre con el mismo deseo de los primeros discípulos. A veces te buscamos sin saber quién eres ni dónde podemos encontrarte. Haznos ver cuál es tu morada en nuestro mundo y haz que nuestras fuerzas estén siempre al servicio de los pequeños y de los pobres, entre los cuales has elegido vivir.
CONTEMPLATIO
Hijo de Dios, en tu amor has venido a nosotros para hacer nuevas todas las cosas. Dame tu amor para que yo hable de tu amor a quien me escucha. Dios Altísimo, tú bajaste de los cielos para habitar con nosotros, pecadores. Para que yo pueda contar la belleza de tu amor, concédeme subir donde tú habitas. En tu amor ardiente permite que mi boca anuncie con garra tu buena noticia, concédeme cantar a plena voz tu gloria entre las gentes de esta tierra.
Venid, hermanos amadísimos. Hemos nacido de un solo bautismo. Queremos amar: el amor es la riqueza grande de quien lo posee. Por el agua bautismal habéis llegado a ser hermanos del Hijo único. Venid, pues, y gustemos con sabiduría cuanto habla del amor. Hoy me conmuevo al hablaros del amor. El amor es delicia, venid y gustad su salvación. Sólo si el amor entra en tu corazón, tus pensamientos se harán luminosos como luz. Sí, tu inteligencia se abrirá a los misterios de Dios (Giacomo de Sarug, Cántico dell'Amor, en Fascicoli di meditazione 39, 3-5).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Lo acompañaron, vieron donde vivía y se quedaron aquel día con Él» (Jn 1,39).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Maestro, ¿dónde vives?». Enséñame los caminos que conducen a mí mismo, revélame el refugio profundo que tu amor gratuito ha querido construirse en lo íntimo de mi ser. Haz que, recorriendo hacia atrás uno tras otro los senderos de mi vida consciente, reencuentre siempre en sus orígenes tu gracia misericordiosa que previene mis iniciativas y me ofrece mis verdaderos valores (...).
El Señor está presente también en las pequeñas ocasiones en que nos ofrece hacer el bien o aceptar el sufrimiento; está presente en estas modestias moradas como en las hostias consagradas: bajo las especies de la contrariedad fortuita, del visitante inoportuno, de la enfermedad fastidiosa o del trabajo ingrato, de un sacrificio que se nos pide, de una obediencia mediocre. Bajo estas especies está presente moralmente, como está presente corporalmente bajo las especies eucarísticas. Y mi vida transcurre próxima a estas moradas; y el curso tortuoso de mis jornadas lo encuentra en cada momento. Pero yo soy demasiado ciego para advertirlo y descuido las ocasiones de hacer el bien o de aceptar el sufrimiento, como se descuidan las casas deshabitadas o los tugurios en ruinas junto a la carretera.
«Venid y ved». Señor, ábreme los ojos: que yo aprenda a conocerte en cada una de tus presencias humildes y aprenda a encontrarte en la prosa santificante de mi deber cotidiano. Porque tú habitas justo aquí. Y es en este deber humilde, sea cual sea, donde estoy seguro de encontrarte, no sólo de paso y como furtivamente, sino de modo estable y permanente... (P. Charles, La priére des hommes, París 1957).
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 3,11-21
Hermanos:
11 Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio es que debemos amarnos los unos a los otros.
12 No como Caín, que era del maligno, y mató a su hermano. Y ¿por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas.
13 No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia.
14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.
15Todo el que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida posee vida eterna.
16 En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.
17 Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de Él, ¿cómo puede permanecer en Él el amor de Dios?
18 Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad.
19 En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos la conciencia tranquila ante Dios,
20 porque si ella nos condena, Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas.
21 Queridos míos, si nuestra conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con confianza.
*+• El motivo fundamental de la buena noticia cristiana es el de la caridad fraterna y generosa desde el primer momento de la conversión (2,7-11). Sólo el amor auténtico a los hermanos salva y da vida, después de haber destruido la muerte (v. 14; Jn 5,24). El contrario del amor es el odio, el que impulsó a Caín a matar al justo
Abel, el que movió a los incrédulos, enemigos de Dios, a matar a Cristo y a sus discípulos (cf. Jn 15,20). El odio es el signo de que este mundo está inmerso en la muerte y es la causa de su propia ruina con la práctica de la mentira y con una neta cerrazón a la verdad (w. 12,15). El amor a los hermanos, por el contrario, injerta al hombre en el reino de la vida (v. 14) y permite gestos concretos de amor ante las necesidades del prójimo (w. 17-18).
La práctica del verdadero amor es la vivida por Jesús, que dio su prueba suprema de bondad entregando la propia vida (Jn 10,11.15-18). Hacia este alto ideal toda comunidad cristiana debe crecer y fructificar como comunión de amor (cf. Jn 15,12-13; Hch 4,32). La plena disponibilidad que Cristo ha demostrado sobre la cruz debe animar al cristiano a vivir también la forma más alta del amor: el «amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12), y debe tener presente que el amor sin obras está muerto. Entonces, dar y compartir los propios bienes (w. 17-18) será siempre una obligación para aquellos que con confianza se han comprometido en el seguimiento de Cristo (w. 19-21; Jn 21,17), seguros de que «Dios es más grande que nuestro corazón». Con esta condición el discípulo vivirá en la paz y el amor del Padre.
Evangelio: Juan 1,43-51
43 Al día siguiente, Jesús decidió partir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo:
-Sígueme.
44 Felipe era de Betsaida, el pueblo de Andrés y de Pedro.
45 Felipe se encontró con Natanael y le dijo:
-Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la ley, y del que hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.
46 Exclamó Natanael:
-¿Nazaret? ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?
Felipe le contestó:
-Ven y lo verás.
47 Cuando Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, comentó:
-Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.
48 Natanael le preguntó:
-¿De qué me conoces?
Jesús respondió:
-Antes de que Felipe te llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera.
49 Entonces Natanael exclamó:
-Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.
50 Jesús prosiguió:
-¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!
21 Y añadió Jesús:
-Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del nombre.
**• La escena describe la vocación de Felipe y de Natanael, modelo de discipulado y de seguimiento, que tiene analogías con los relatos de llamada narrados en los sinópticos (cf. Me 2,14; Mt 8,22; 9,9; 19,21; Le 9,59). Los hechos no se desarrollan junto al Jordán, sino mientras Jesús camina hacia Galilea. Ha comenzado el tiempo de su misión.
Es un sucederse y un intercambiarse de miradas y de encuentros. Jesús se propone primero a Felipe en el marco de los acontecimientos cotidianos, llamándolo a su seguimiento. Después, Felipe invita a Natanael a encontrar a Jesús: «Ven y verás» (v. 46). Felipe no intenta aclarar o resolver la duda inicial del compañero, sino que prefiere invitarlo a una experiencia personal con el Maestro, la misma que ha vivido él anteriormente y que ha cambiado su vida. Sólo la fe ayuda a superar los motivos de escándalo y de autosuficiencia humana. Y Jesús la suscita realmente en Natanael, que consiente en acoger el misterio del Hijo del hombre. Jesús revela al futuro discípulo su conocimiento personal porque en él no hay doblez: él es el verdadero israelita piadoso y recto, apasionado por la Escritura, que sabe confesar su propia pobreza ante Dios (cf. Sal 22).
El hombre, tocado en lo íntimo de su ser, por la alabanza del Maestro y por el profundo conocimiento que este tiene de él, se rinde a la evidencia y reconoce en Jesús al Mesías, y confiesa: «Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el rey de Israel» (v. 49). Natanael, como los otros discípulos que lo han precedido en el encuentro con Cristo, se encuentra en el nivel de la fe auténtica y abierta a ulteriores revelaciones que Jesús hará inmediatamente (w. 50-51). Jesús es el Mesías prometido y esperado para el fin de los tiempos.
MEDITATIO
Muchas veces el evangelio se concentra en el misterio del Jesús terreno. Él es el hijo de José, de la pequeña aldea de Nazaret. Es de origen humilde pero tiene la fuerza y la autoridad para decir: «Sígueme» (Jn 1,43). Jesús invita al hombre a buscarlo porque sólo se deja encontrar por los que lo buscan. Una serie de experiencias de los discípulos (cf. Jn 1,35-51) permite penetrar en el misterio. Este se abre con el «permanecer con» Jesús y se concluye con la exultante alegría de la confesión de fe en el Mesías, sobre quien suben y bajan los ángeles de Dios (cf. Jn 1,51).
En el testimonio de fe de los discípulos participa también el cielo. Jesús es verdaderamente el único revelador de Dios y el eslabón que liga al hombre con el cielo. También todo cristiano auténtico está ante la "casa de Dios" y a las "puertas del cielo", prefiguradas por la persona histórica de Jesús, donde se contempla el misterio del "Hijo del hombre" (cf. Dn 7,13). El hombre Jesús es el Hijo del hombre, es el Verbo encarnado y el hombre glorificado por la resurrección, que revela con autoridad al Padre. Es la gloria de Dios, es el nexo de unión de cielo y tierra, es el mediador entre Dios y los hombres, es la nueva escala de Jacob, de la que Dios se sirve para dialogar con el hombre. En Jesús encuentra el hombre el espacio ideal para experimentar la acción salvífica de Dios, cuya aceptación o rechazo por parte del hombre comporta un juicio de salvación o de condena (cf. Jn 3,14; 11,51; 12,32).
La progresión en la revelación del misterio tiene dos razones: una objetiva, que hace referencia al misterio mismo que conserva su zona de sombra, y otra subjetiva, en cuanto es necesario que todo hombre conquiste su madurez mediante la experiencia, que es nuestro modo de crecer. A todo creyente corresponde recorrer este itinerario experiencial.
ORATIO
Señor Jesús, brota espontánea una pregunta ante la palabra del apóstol Juan que nos interpela: ¿cómo debemos comportarnos para vivir como verdaderos hijos de Dios? Por su mediación, Tú nos has indicado el camino a seguir, el del amor fraterno, practicado no sólo con palabras, sino «con hechos y en la verdad» (cf. 1 Jn 3,18). Es el camino de un amor llevado hasta dar la vida por los otros, de un amor sincero y desinteresado que incluye también al propio enemigo. No siempre resulta fácil practicar este exigente camino.
Pero Tú nos has indicado también el camino para practicar este precepto tuyo: empezar a buscarte y a responder a tus llamadas cotidianas, para llegar, poco a poco, a vivir la realidad más exigente del evangelio. De todos modos necesitamos, Señor, que Tú nos guíes y nos corrijas cuando nos desviamos del camino justo, porque solos no podemos hacer nada, sin tu ayuda y tu mano que nos guía. Toma siempre la iniciativa en nuestra vida y no te canses de llamarnos una y otra vez a Ti. Llévanos gradualmente a descubrir que Tú eres el único Señor de nuestra vida y que a través de ti podemos alcanzar al Padre tuyo y Padre nuestro. Queremos vivir en el único amor divino que es rico en sorpresas continuas.
Señor Jesús, tu mirada, que revela tu humanidad y tu divinidad, nos ayude a acercarnos a ti con mirada sencilla y sincera, como la de tus primeros discípulos, para tener siempre confianza en cada hombre, nuestro hermano.
CONTEMPLATIO
Nuestro Padre celestial, desde la eternidad, nos ha llamado y nos ha elegido en su Hijo amado y, con su mano amorosa, ha escrito nuestros nombres en el libro viviente de la eterna Sabiduría: nosotros, pues, debemos corresponder a su amor con todas nuestras fuerzas. Justamente así comienzan todos los cantos de los ángeles y de los hombres, los cantos que nunca tendrán fin.
La primera melodía del canto celestial es el amor hacia Dios y hacia el prójimo: Dios Padre ha enviado a su Hijo para enseñárnosla. Jesucristo, el que nos ha amado desde siempre, desde el día de su concepción en el vientre santo de la Virgen, cantaba en su espíritu gloria y honor a su Padre del cielo, serenidad y paz a todos los hombres de buena voluntad.
Y, en efecto, todo cuanto de más sublime y más gozoso se puede cantar en el cielo y en la tierra es precisamente esto: amar a Dios y amar al prójimo por referencia a Dios, por Dios y en Dios. Cristo, que es nuestro cantor y maestro de coro, ha cantado desde el principio y entonará para nosotros eternamente el cántico de la fidelidad y del amor sin fin. Y también nosotros, con todas nuestras fuerzas, cantaremos tras él, sea aquí abajo en la tierra, sea en el coro de la gloria de Dios (beato Juan Ruysbroeck, Les sept degrés de l'amour spirituel, Bruselas 1922, 248-249).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Aunque nuestra conciencia nos condene, Dios es más grande que nuestra conciencia» (1 Jn 3,20).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Amad sobre todo a los pobres, los pequeños, los pecadores, los despreciados que son a su vez la más viva encarnación de Cristo, las ovejas más amadas y predilectas de su grey. Amadlos como son, con su aspecto de miseria y de pecado. Este es su mayor título para vuestro amor. El Salvador no ha venido por los justos, sino por los pecadores. "Hacerse uno de ellos" es enriquecerse con su contacto, despojándose de la ilusión de deber llevarles siempre alguna cosa. Esto requiere un alma totalmente abierta y disponible.
El amor, el auténtico amor, es muy exigente: amar como ama Cristo Jesús; estar dispuestos a dar la propia vida como Jesús por los pequeños, los más miserables de nuestros hermanos. Es por esto, y sólo por esto, que seréis reconocidos como sus discípulos y sus amigos.
Preferid siempre a los más pequeños de entre los pobres, los que el mundo rechaza, los que no encuentran otro lugar donde refugiarse que bajo los arcos del acueducto o los fosos de las ruinas romanas (...). Id en busca del miserable, del condenado, del culpable que se esconde y tiene vergüenza, preguntándose quién podrá amarlo aún como amigo. Por esto buscamos aproximarnos a los encarcelados en la miseria moral de sus prisiones (Magdalena de Jesús, 8ran/ di lettere alie Piccole Sorelle, inédito).
7 de enero, Lunes después de la epifanía
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 3,22-4,6
Hermanos:
22 Lo que le pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
23 Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que él nos dio.
24 El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por eso sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.
1 Queridos míos, no deis crédito a cualquiera que pretenda poseer el Espíritu. Haced, más bien, un discernimiento para ver si viene de Dios, porque han irrumpido en el mundo muchos falsos profetas.
2 En esto conoceréis que poseen el Espíritu de Dios: si reconocen que Jesucristo es verdaderamente hombre, son de Dios;
3 pero si no lo reconocen, no son de Dios. Son más bien del anticristo, del cual habéis oído que tiene que venir, y ahora ya está en el mundo.
4 Vosotros, hijos míos, sois de Dios y los habéis vencido, porque es más grande el que está en vosotros que el que está en el mundo.
5 Ellos son del mundo, por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha.
6 Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha. El que no conoce a Dios no nos escucha. En esto reconocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.
**• El texto sintetiza el contenido de la voluntad de Dios y ofrece criterios para reconocer el espíritu de Dios y el espíritu del mundo. Criterios son, ante todo, la fe en Cristo {«que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo»: v. 23a), después el amor fraterno («que nos amemos los unos a los otros»: v. 23b) y, finalmente, la fidelidad a los mandamientos de Dios (que hace posible la comunión con Dios: cf. v. 24). Por esto el Apóstol sugiere algunas actitudes fundamentales para conseguir este objetivo. Primeramente la oración, entendida no tanto como petición de gracias sino más bien como compromiso personal para cumplir lo que exige (v. 22), y, en segundo lugar, la profesión de fe auténtica en Cristo Jesús y de caridad efectiva hacia los hermanos.
En la comunidad cristiana el primer criterio para discernir los verdaderos de los falsos profetas es, pues, hacer una profunda profesión de fe en Cristo Señor «venido en carne mortal» (v. 2; cf. Hch 2,36). El Apóstol reconduce la actitud de fe al núcleo esencial: aceptar a Jesús. El que excluye a Cristo de su propia vida cotidiana tiene el espíritu del anticristo (cf. 2,18; 2 Jn 7). Los falsos profetas, que pretenden presentar un cristianismo distinto, vienen del mundo y, por eso, el mundo los escucha. Los creyentes, a su vez, son de Dios y Dios está en ellos, y su victoria es segura porque es don de la fe recibida de Cristo (Jn 16,33), que es más poderoso que el anticristo (v. 4; Jn 12,31; 14,30; 16,11). El segundo criterio es eclesial: quien se muestra dócil a la Iglesia viene de Dios (v. 6). La fe del cristiano es la adhesión a la enseñanza propuesta por los guías de la comunidad eclesial, donde está el Espíritu de Dios, al que hay que escuchar y del que hay que dar testimonio.
Evangelio: Mateo 4,12-17.23-25
12 Al oír Jesús que Juan había sido encarcelado, se volvió a Galilea.
13 Dejó Nazaret y se fue a vivir a Cafarnaún, junto al lago, en el término de Zabulón y Neftalí;
14 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías:
15 Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos.
16 El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, a los que habitaban en una región de sombra de muerte una luz les brilló.
17 Desde entonces empezó Jesús a predicar diciendo:
-Arrepentíos, porque está llegando el reino de los cielos.
23 Jesús corría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba las enfermedades y las dolencias del pueblo.
24 Su fama llegó a toda Siria; le trajeron todos los que se sentían mal, aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y él los curó.
25 Y le siguió mucha gente de Galilea, la Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán.
** El evangelista cuenta lo que ocurrió al principio de la predicación de Jesús después que el Bautista fuera encarcelado. Dejado Nazaret, fijó su morada en Cafarnaún, en el territorio de la Galilea de los gentiles, lugar de la antigua ocupación asiría (733 a.C): aquí comienza ahora a brillar la luz del evangelio de Jesús y el ejemplo de su vida (v. 16; cf. Is 8,23-9,1-2). Para Mateo, Jesús comienza su predicación del reino de Dios en la Galilea de los gentiles porque tiene ante los ojos la misión universal de la salvación. Su palabra es para los judíos, sí, pero también para los paganos: «Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios» (v. 17).
Jesús enseñó por todas partes en las sinagogas y predicó «la buena nueva del Reino» y realizó muchas curaciones milagrosas «curando toda clase de dolencias y enfermedades en el pueblo» (v. 23). Su predicación de la Palabra suscitó un gran entusiasmo, su fama se difundió por toda la Siria y produjo gran impresión en todo el contorno, tanto que muchos acudían a Él. Su enseñanza siempre era acompañada por muchas personas sanadas en su espíritu y por enfermos curados en su cuerpo, como endemoniados, epilépticos, paralíticos, etc. Jesús es el verdadero Siervo del Señor que toma sobre sí las enfermedades de toda la humanidad (cf. Is 53,4). Su anuncio es exhortación y súplica para acoger en la propia vida el don divino de la reconciliación y de la salvación que el Padre celestial ofrece gratuita y generosamente a todos los hombres.
MEDITATIO
Muchas veces la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, y especialmente el evangelista Juan, nos presentan en estrecha relación la fe en Dios y el amor a los hermanos (cf. 1 Jn 4,19-21). Es siempre la fe la que se ensancha en el amor y genera la comunión de vida. Es en la vida de fe donde el creyente puede experimentar la doble dimensión del mandamiento del amor: hacia Dios y hacia el prójimo. Y Juan ve el núcleo vital de la fe en la persona de Jesús, el hombre lleno del Espíritu de Dios, y en la acogida de su Palabra, urgente por la venida del Reino, que con él está ya presente entre los hombres.
«El centro vivo de la fe es Jesús, el Cristo; sólo por medio de él los hombres pueden salvarse, de él reciben el fundamento y la síntesis de toda verdad» (RdC 57). Él es verdaderamente «la clave, el centro, el fin del hombre, y además de toda la historia humana» (GS 10). Creer en Jesús quiere decir fiarse de él, abrirse a él hasta dejarse transformar en él, aceptándolo como modelo de conducta: «Yo os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros» (Jn 13,15). Esta fe en él se convierte en fuerza dinámica y creativa, enteramente encaminada a testimoniar y actuar para que Jesucristo y su mensaje sean conocidos y aceptados por los hombres. Los encuentros con Jesús contienen y manifiestan una fuerza transformadora extraordinaria, porque inician un verdadero proceso de conversión, de comunión y de solidaridad humana.
ORATIO
Señor, tú eres la luz que ha bajado a la tierra para iluminar a toda la humanidad, tú eres la verdad del Padre que trae esperanza y vida a los alejados que viven en las tinieblas del error, tú eres el fin de la historia humana porque por tu medio la salvación se ofrece a todos los hombres. Te damos gracias por tu Palabra, por el evangelio del amor del Padre con el que has venido a salvarnos a todos y por el ejemplo de vida que nos has dado con hechos concretos, que han afectado tu vida cuando estabas entre nosotros.
Desgraciadamente no te tratamos bien cuando viniste a nosotros, más aún, te rechazamos, colgándote de una cruz como a un malhechor. Perdónanos y danos un corazón arrepentido y capaz de conversión, para que no te reneguemos de nuevo sino, al contrario, resplandezcan en nuestra vida la luz y la alegría que nos trajiste.
Haz que nuestro testimonio cristiano se difunda en amor a los hermanos que no te conocen aún o viven en el error respecto a tu enseñanza, llena de sabiduría humana y divina. Te damos gracias, Señor, porque tu Palabra, proclamada hace tantos siglos, todavía hoy está viva y penetrante entre nosotros y siempre nos renueva el corazón. Aumenta nuestra fe en tu Palabra para que podamos penetrarla en el Espíritu y tomarla en serio como criterio de discernimiento en los sucesos y problemas que nos agobian en la vida.
Haznos capaces de contrarrestar nuestro individualismo (verdadera plaga de nuestro tiempo), con nuestra disponibilidad para ayudar a todo hombre, a fin de que podamos reencontrar la verdad de Dios y la alegría de servir a todo hermano que sufre o pasa necesidad.
CONTEMPLATIO
Sobre la Galilea de los gentiles, sobre el país de Zabulón, sobre la tierra de Neftalí -como dice el profeta brilló una luz grande: Cristo. Los que se encontraban en la oscuridad de la noche vieron al Señor nacido de María, el sol de justicia que irradió su luz sobre el mundo entero. Por esto, nosotros todos que estábamos desnudos, porque somos la descendencia de Adán, acudimos a revestirnos de él para calentarnos. Para vestir a los desnudos y para iluminar a cuantos viven en las tinieblas, viniste, te manifestaste, tú, luz inaccesible.
Dios no despreció a aquel que arrojó del Paraíso a causa del engaño, perdiendo así la vestidura que Él mismo les había tejido. De nuevo les viene al encuentro, llamando con su santa voz al inquieto: ¿Dónde estás, Adán? Deja ya de esconderte: te quiero ver aunque estés desnudo, aunque seas pobre. No sientas más vergüenza ahora que yo mismo me he hecho semejante a ti. A pesar de tu gran deseo, no has sido capaz de hacerte Dios, mientras que yo ahora me he hecho voluntariamente hombre. Acércate, pues, y reconóceme para que puedas decir: «Has venido, te has manifestado, tú, luz inaccesible» (Romano il Melode, Inni, Cinisello Balsamo 1981, 213-214).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos» (Mt4,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Reino de Dios significa que Dios reina. Y ¿cómo reina Dios? Preguntémonos: En el fondo, ¿qué es lo que impera realmente sobre nosotros? En primer lugar, los hombres. También las cosas señorean sobre mí. Las cosas que ambiciono, las cosas que me estorban, las cosas que encuentro en mi camino (...). ¿Qué ocurriría si Dios reinase verdaderamente en mí? Mi corazón, mi voluntad lo experimentarían como Aquel que da a todo evento humano significado pleno {...). Yo percibiría con temor sagrado que mi persona humana es nada excepto por el modo en que Dios me llamó y en el que debo responder a su llamada. De aquí me vendría el don supremo: la santa comunidad de amor entre Dios y mi sola persona. Pero el nuestro es un reino del hombre, reino de cosas, reino de intereses terrenos que ocultan a Dios y sólo al margen le hacen sitio. ¿Cómo es posible que el árbol a cuyo encuentro voy me sea más real que Él? ¿Cómo es posible que Dios sea para mí sólo una mera palabra y no me invada, omnipotente, el corazón y la conciencia?
Y ahora Jesús proclama que después del reino de los hombres y de las cosas ha de venir el reino de Dios. El Poder de Dios irrumpe y quiere asumir el dominio; quiere perdonar, santificar, iluminar, no por la violencia física, sino por la fe. Los hombres deberían apartar su atención de las cosas y dirigirla hacia Dios, así como tener confianza en lo que Jesús les dice con su palabra y actitud: entonces llegaría el reino de Dios (Romano Guardini, El Señor, Madrid 1965).
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 4,7-10
7 Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
8 Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
9 Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él.
10 El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados.
**• Esta pequeña joya de san Juan es una reflexión posterior sobre el tema del amor fraterno del que el autor ha hablado ya en la carta desde un punto de vista negativo (cf. 3,11.15.22). Ahora el acento está puesto sobre el mandamiento del amor, pero en clave positiva: el amor es necesario porque «el amor procede de Dios» (v. 7) y porque «Dios es amor» (v. 8). Y precisamente porque la identidad de Dios es amor, él ama, perdona y se nos entrega. Todo auténtico amor humano encuentra su fundamento en el amor de Dios. El que ama ha nacido de Dios y «conoce a Dios» (v. 7).
Si ésta es la esencia de Dios, para llegar al amor auténtico hay un solo camino: amar. Sin embargo, no como pensaban los gnósticos o los enemigos de la comunidad de san Juan, que creían amar a Dios porque sentían la necesidad de conocerlo. La naturaleza del amor, para san Juan, se fundamenta sobre el hecho de que Dios nos ha amado «primero», por gratuita iniciativa suya. Este amor se ha manifestado en la encarnación del hijo de Dios, sin el cual los hombres hubieran continuado pobres e incapaces de conocer el verdadero amor y poseer la vida (w. 9-10); Rom 3,25; 5,8; 2 Cor 5,21). Jesús nos ha demostrado un amor concreto, desinteresado, de dedicación y de total liberación, hasta entregar la vida. El amor del hombre por Dios, por tanto, es siempre una respuesta al amor providente de un Padre. Y sólo conoce verdaderamente a Dios el que lo ama recorriendo el camino que conduce al amor al hermano (cf. Mc 12,29-31): «En esto reconocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35; cf. 1 Jn 4,12-20).
Evangelio: Marcos 6,34-44
34 Al desembarcar, vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.
35 Como se hacía tarde, los discípulos se acercaron a decirle:
-El lugar está despoblado y ya es muy tarde.
36 Despídelos para que vayan a los caseríos y aldeas del contorno y se compren algo de comer.
37 Jesús les replicó:
-Dadles vosotros de comer.
Ellos le contestaron:
-¿Cómo vamos a comprar nosotros pan por valor de doscientos denarios para darles de comer?
38 Él les preguntó:
-¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.
Cuando lo averiguaron, le dijeron:
-Cinco panes y dos peces.
39 Jesús mandó que se sentaran todos por grupos sobre la hierba verdad,
40 y se sentaron en corros de cien y de cincuenta.
41 Él tomó entonces los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a los discípulos para que los distribuyeran. Y también repartió los dos peces entre todos.
42 Comieron todos hasta quedar saciados,
43 y recogieron doce canastos llenos de trozos de pan y de lo que sobró del pescado.
44 Los que comieron los panes eran cinco mil hombres.
**• Jesús es presentado como el Buen Pastor que se compadece de la muchedumbre que lo sigue porque son «ovejas sin pastor» (v. 34), y, entonces, como un nuevo Moisés, primero instruye al pueblo (= la comunidad cristiana) con su palabra (= Palabra de Dios) y después la alimenta multiplicando los panes y los peces (= eucaristía). En este menester incluye también a sus discípulos (= la Iglesia): «Dadles vosotros mismos de comer» (v. 37). El tema teológico que está en el trasfondo de todo el relato es la llamada a la asamblea de los hijos de Israel en el desierto y a la celebración eucarística de los primeros discípulos de Jesús. Los detalles que se mencionan hacen referencia a estos hechos: el lugar desierto, la hierba verde, las personas sentadas en pequeños grupos (cf. Ex 18,25), y siguen el alzar los ojos al cielo, la bendición, la fracción del pan, la distribución de los panes con la ayuda de los discípulos (cf. Jn 6,1-13; 1 Cor 11,23-34; Mt 26,26-29; Me 14,22-25; Le 22,14-20).
Cinco mil hombres comen hasta saciarse y sobran «doce canastos llenos de trozos de pan y de pescado» (y. 43). Nada debe perderse de la mesa preparada por Jesús. Los discípulos no se maravillan tanto del poder milagroso de su Maestro, cuanto del poder que tiene para dar a los hombres lo necesario para vivir bien cada día. Las palabras que dice y los hechos que Jesús realiza a favor de la humanidad no son sólo hermosas palabras o cosas astrales o teóricas, sino realidades que inciden sobre la vida y la historia humanas y las transforman abriendo el horizonte ilimitado de la comunión con Dios.
MEDITATIO
El milagro de la multiplicación de los panes nos introduce simbólicamente en el gran y extraordinario misterio del pan de vida. El relato es importante y todos los evangelistas lo refieren y lo ponen en el centro de la actividad pública de Jesús. El Maestro realiza el milagro porque tiene compasión de la multitud (cf. Me 6,34), pero se trata también de un signo querido por el Cristo para revelarse a sí mismo. Estamos frente al nuevo milagro del maná (cf. Ex 16) realizado por Jesús, nuevo Moisés, revelador escatológico y mediador de los signos de Dios (cf. Ex 4,1-9), en un nuevo éxodo: es el símbolo de la eucaristía, verdadero alimento del pueblo de Dios. Se necesita comer el pan vivo bajado del cielo para sobrevivir y entrar en comunión íntima con Jesús
Es revelación divina que el pan posee la eficacia de comunicar una vida más allá de la muerte. Es Jesús, pan de vida, que da la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien en la fe interioriza su Palabra y asimila su vida. La escucha interior de Jesús es alimentarse con el pan celestial y saciar el hambre que todo hombre tiene en sí mismo. Como el Padre es la fuente de la vida del Hijo, y en él toda obra de salvación encuentra su origen en el Padre, así el que participa de la eucaristía encuentra en Cristo la vida divina. Jesús recibe la vida del Padre y la da al creyente no sólo en el tiempo presente, sino al final de la historia, con aquella vida eterna que es amor, participación en el misterio pascual de Cristo, en el misterio de una carne vivificada por el Espíritu, que permite establecer un vínculo profundo con Dios, como el que existe entre el Padre y el Hijo.
ORATIO
Señor, tú eres un Dios que nos ha dado infinitas pruebas de amor y de bondad, no sólo creando el universo y el pequeño mundo en el que vivimos, sino también dándonos la vida y la inteligencia, por medio de la cual podemos gustar las bellezas creadas para nosotros y puestas a nuestra disposición. Pero, por encima de todo, te has demostrado Padre, dándonos la mayor prueba de tu inmenso amor al enviarnos a tu Hijo amado como Salvador, don precioso y extraordinario que sólo tu inmensa bondad podía pensar.
Verdaderamente eres un Dios de amor. Has tomado la iniciativa en la vida humana y no has permitido que permaneciéramos alejados de ti para siempre, como enemigos tuyos. Has establecido una estrecha alianza con tu pueblo elegido, a pesar de las muchas traiciones, y además nos has dado definitivamente, por medio de tu Hijo, la Iglesia como madre y lugar de salvación. Te has mostrado grande de corazón ofreciéndonos el don renovado del maná, esto es, del pan de la Palabra y de la eucaristía, sacramentos de tu amor divino. Te has preocupado también de saciar el hambre del hombre en sus necesidades espirituales y materiales, demostrando una predilección especial por los pobres y los que sufren. Nunca has olvidado llamar a ti incluso a aquellos que se sienten suficientes y seguros, porque sólo tú eres la seguridad del hombre y la felicidad que llena el corazón. Gracias por tu amor generoso y sin recato que nos hace descubrir tu verdadera identidad.
CONTEMPLATIO
Amor que ardes sin extinguirte jamás, dulce Cristo, Jesús bueno, caridad, Dios mío, enciéndeme todo en el fuego de tu amor, de tu afecto, de tu deseo, de tu caridad, de tu júbilo y de tu gozo, de tu alegría y tu ternura, del ansia ardiente de ti, ansia santa y buena, casta y limpia; para que, colmado de la ternura de tu amor, consumido por la llama de tu caridad, yo te ame, dulce y bello Señor mío, de todo corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas. Tu amor, auténtico y santo, colma de ternura y de sosiego el alma que le pertenece, la ilumina con la luz límpida de la visión interior.
Oh pan suavísimo, sana el gusto de mi corazón, para que sienta la ternura de tu amor. Te suplico, por el misterio de tu santa encarnación y nacimiento, infundas en mi pecho tu inagotable ternura y caridad, para que yo no piense ya en nada terreno o carnal, sino que sólo te ame a ti, en ti sólo piense, a ti sólo desee, sólo a ti tenga en los labios y en el corazón (Juan de Fécamp, Confessio theologica).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,7).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Dios mío, bienaventurada Trinidad, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la santa Iglesia, salvando las almas que viven sobre la tierra y librando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y llegar al grado de gloria que me habéis preparado en vuestro Reino; en una palabra: deseo ser santa, pero siento mi impotencia y os pido, Dios mío, que seáis vos mismo mi santidad.
Puesto que me habéis amado hasta darme vuestro único Hijo para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos: yo os los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su corazón abrasado de amor. Siento en mi corazón inmensos deseos y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma. No quiero amontonar méritos para el cielo, sino trabajar sólo por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro corazón sagrado y de salvar almas que os amen eternamente.
En la tarde de esta vida compareceré ante vos con las manos vacías. No os pido, Señor, que contéis mis obras. Todas nuestras justicias son imperfectas a vuestros ojos. Quiero, por ello, revestirme de vuestra propia justicia y recibir de vuestro amor la posesión eterna de Vos mismo. No quiero otra cosa que Vos, mi Amado (Teresa de Jesús, La oración, Fuenlabrada 1972).
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 4,11-18
11 Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
12 Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección.
13 En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu.
14 Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo.
15 Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.
16 Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene.
Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.
17 Nuestro amor alcanza la plenitud cuando esperamos confiados el día del juicio, porque también nosotros compartimos en este mundo su condición.
18 En el amor no hay lugar para el temor. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo, y el que teme no ha logrado la perfección en el amor.
*+• Después de habernos dicho que Dios es amor, Juan ilumina a la comunidad de fe acerca de las consecuencias prácticas de esta afirmación para la vida cristiana. Primero, para poseer a Dios la vía maestra es el amor mutuo. Este medio es la condición para que el amor de Dios habite en los creyentes como presencia experiencial y sea «perfecto» a imitación del amor vivido por Cristo (v. 12). Segundo, la posesión del Espíritu es el don que guía en el propio camino interior de vida espiritual (v. 13). Tercero, la fe en Jesús Salvador del mundo: Si alguno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios» (v. 15). Sólo quien cree en el Hijo de Dios hecho hombre, como testificaron los primeros discípulos del Señor, conoce y ama a Dios.
El amor a Dios debe crecer y será auténtico en el cristiano sólo cuando haya sustituido al temor y al miedo (w. 17-18). Por tanto, cuando el discípulo de Jesús se presente al juicio final tendrá una cierta familiaridad con su Maestro y tendrá «confianza en el día del juicio» (v. 17a), porque el amor con el que Jesús ha amado a los suyos será el mismo que habrá vivido cada miembro de la comunidad cristiana respecto a sus hermanos: «porque también nosotros compartimos en este mundo su condición» (v. 17b). Ésta es la perfección del amor: fiarse de Dios en el día del juicio, porque Él tratará a los creyentes no con el castigo, sino como a hijos amados. La confianza de los cristianos en Dios se convierte así en certeza de victoria porque su fe y la presencia de Cristo los ha acompañado en su crecimiento en el amor.
Evangelio: Marcos 6,45-52
45 Luego mandó a sus discípulos que subieran a la barca y fueran delante de él a la otra orilla, en dirección a Betsaida, mientras él despedía a la gente.
46 Cuando los despidió, se fue al monte para orar.
47 Al anochecer, estaba la barca en medio del lago, y Jesús solo en tierra.
48 Viéndolos cansados de remar, ya que el viento les era contrario, se les acercó hacia el final de la noche caminando sobre el lago. Hizo ademán de pasar de largo,
49 pero ellos, al verlo caminar sobre el lago, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar.
50 Porque todos lo habían visto y se habían asustado. Pero Jesús les habló inmediatamente y les dijo:
-¡Ánimo! Soy yo. No tengáis miedo.
51 Subió entonces con ellos a la barca y el viento se calmó. Ellos quedaron más asombrados todavía,
52 ya que no habían entendido lo de los panes y su mente seguía embotada.
>•• Tras la multiplicación de los panes Jesús ordena a sus discípulos partir solos con la barca, mientras él se retira al monte para orar en un silencioso encuentro con el Padre (v. 46). Si su oración es solitaria con el Padre por una parte, por otra es solidaria con sus discípulos. Éstos, en efecto, se encuentran en dificultades remando sobre el mar de las pruebas de sus vidas: la noche los sorprende, el viento contrario hace difícil su camino. Entonces Él va a su encuentro caminando sobre el mar (cf. Job 9,8; Sal 76,20; Is 43,16). Jesús no quiere imponérseles con su milagro e «hizo ademán de pasar de largo» (v. 48). Sin embargo, ante su turbación (creían ver un "fantasma") y su grito, se les acerca, calma el viento y les dice: «.¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» (v. 50).
El estupor de los discípulos, unido a la falta de fe en Jesús, inunda sus corazones, porque no habían comprendido el signo de los panes ni la identidad misma de su Maestro, como Mesías e Hijo de Dios. Las perspectivas de Jesús y las de sus discípulos son diversas: «su mente seguía embotada» (v. 52), como en otro tiempo lo tuvo Israel en el desierto. Para reconocer el rostro del propio Maestro, la comunidad debe tener el coraje de acogerlo en la propia barca y confiar en él en el camino difícil de la experiencia cristiana, invocándolo con oración ardiente, convencida de que el mundo hostil a Dios pondrá a prueba su fe.
MEDITATIO
La vida cristiana tiene una doble dimensión: vertical y horizontal. La primera nos hace tomar conciencia del infinito amor del Padre, que es amor y «ha enviado a su Hijo como salvador del mundo» (cf. 1 Jn 4,14) y quiere vivir en comunión con nosotros, sus hijos queridos. La unión perfecta entre Dios y el creyente se realiza primero en el contacto con la Palabra de Dios y después participando en la mesa eucarística. Nuestra carne y nuestra sangre se mezclan, entonces, con la carne y la sangre de Dios. Y somos transformados y divinizados. «No somos nosotros quienes transformamos a Dios en nosotros », afirma san Agustín, «somos nosotros los transformados en Dios». La eucaristía es, pues, el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, garantía de la comunión con el Cuerpo de Cristo y participación en la solidaridad, como expresión del mandato de Jesús: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34).
La segunda dimensión, el amor a los hermanos, es consecuencia y signo del amor a Dios (cf. 1 Jn 4,12). También este aspecto de la caridad fraterna tiene su plena realización en el misterio eucarístico: «Participando realmente del Cuerpo del Señor en el partir el pan, somos elevados a la comunión con Él entre nosotros» (LG 11). Este amor se hace en el cristiano una fuerza transformante y operativa, capaz de alejar todo temor, porque el que ama no tiene miedo y el que come y bebe el cuerpo y la sangre de Cristo tendrá la plenitud de la vida.
ORATIO
Padre santo, a ti, que eres la plenitud del amor, te agradecemos el don que nos has hecho de Jesús-Eucaristía, pan de vida partido para nosotros y alimento de nuestra vida espiritual, personal y comunitaria. No pudiste hacernos regalo más hermoso: dejarnos la persona misma de tu Hijo, perennemente presente entre nosotros, bajo las especies del pan y el vino eucarísticos en todos los ángulos de la tierra. Pero nosotros queremos corresponder a tu inmenso don procurando vivir en comunión constante contigo a través de los signos que el apóstol Juan nos ha presentado: el amor mutuo entre los hermanos, la fe en tu Hijo Jesucristo y la acogida de la presencia del Espíritu Santo en nosotros por el sacramento del bautismo. Sólo este camino de fe nos da la certeza de tu amor y de tu paz.
A veces nos sentimos fatigados y cansados al recorrer este camino y hasta tenemos miedo de confiar en ti y de mirarte, como los discípulos en la barca cuando tú andabas sobre las aguas, porque vemos que muchas de nuestras aspiraciones se frustran y un viento contrario dificulta nuestra marcha cotidiana. Padre bueno, intervén en nuestra vida cuando estamos inquietos y sin esperanza, y devuélvenos el coraje de subirte a nuestra barca para caminar hacia ti con renovada confianza, porque tú eres la única certeza segura y la verdad de la vida.
CONTEMPLATIO
Quiero daros una imagen del Padre (...). Imaginad que la tierra tuviera un cerco, esto es, un círculo trazado con un compás en el centro. Pensad que este círculo fuera el mundo, Dios el centro del círculo y los radios que van del cerco al centro las vidas, o sea los modos de vivir de los hombres. Así, en cuanto los santos (= radios del círculo) avanzan hacia el centro procurando acercarse a Dios, a medida que avanzan, se acercan a Dios y también los unos a los otros y, cuanto más se acercan a Dios más se aproximan unos a otros, y viceversa, cuanto más se aproximan unos a otros, más se acercan a Dios.
Ésta es la esencia del amor: cuando estamos lejos y no amamos a Dios, igualmente estamos distantes del prójimo. Si, por el contrario, amamos a Dios, cuanto más nos acercamos a Él por el amor, otro tanto nos unimos en el amor al prójimo, y en tanto nos unimos al prójimo, tanto estamos unidos a Dios. Dios nos haga dignos de escuchar lo que nos ayuda y cumplirlo. Pues cuanto más procuramos poner en práctica lo que escuchamos, tanto más Dios nos ilumina y nos muestra su voluntad (Doroteo de Gaza, Insegnamenti spirituali, Roma 1979, 124-126).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección» (1 Jn 4,12).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Sentirse amado es el origen y la plenitud de la vida del espíritu. Digo esto porque, apenas comprendemos un destello de esta verdad, nos ponemos a la búsqueda de su plenitud y no descansamos hasta haber logrado encontrarla. Desde el momento en que reivindicamos la verdad de sentirnos amados, afrontamos la llamada a llegar a ser lo que somos. Llegar a ser los amados: he aquí el itinerario espiritual que debemos hacer. Las palabras de san Agustín: «Mi alma está inquieta hasta reposar en tí, Dios mío», definen bien este itinerario. Sé que el hecho de estar a la búsqueda constante de Dios, en continua tensión por descubrir la plenitud del amor, con el deseo vehemente de llegar a la completa verdad, me dice que he saboreado ya algo de Dios, del amor y de la verdad. Puedo buscar sólo algo que, de alguna manera, he encontrado ya. ¿Cómo puedo buscar la belleza y la verdad, sin que la belleza y la verdad me sean conocidas en lo íntimo de mi corazón?
Llegar a ser los amados significa dejar que la verdad de ser amados se encarne en toda cosa que pensamos, decimos o hacemos. Esto supone un largo y doloroso proceso de apropiación o, mejor, de encarnación. Mientras «sentirme amado» sea poco más de un bello pensamiento o una idea sublime suspendida sobre mi vida para evitar convertirme en un deprimido, nada cambia verdaderamente. Lo que se requiere es llegar al amor en la vida banal de cada día y, poco a poco, colmar el vacío que existe entre lo que sé que soy y las innumerables realidades específicas de la vida cotidiana. Llegar a ser el amado significa impregnar la normalidad de lo que soy y, por tanto, de lo que pienso, digo y hago hora tras hora, con la verdad que me ha sido revelada de lo alto (H. J. M. Nouwen, Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, Madrid s.f.).
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 4,19-5,4
Hermanos:
19 Nosotros debemos amarnos, porque él nos amó primero.
20 Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
21 Y nosotros hemos recibido de él este mandato: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.
5.1 El que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios. Y todo el que ama al que da el ser, debe amar también a quien lo recibe de él.
2 Por tanto, si amamos a los hijos de Dios, es señal de que amamos a Dios y de que cumplimos sus mandamientos.
3 Porque el amor consiste en guardar sus mandamientos, y sus mandamientos no son pesados.
4 Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra fe.
*» Dos argumentos se entrelazan en el texto: el amor cristiano (w. 19-21) y la fe en Jesús, componentes de un único mandamiento (w. 1-4; 4,21). Amor y odio son inconciliables.
El amor cristiano conoce tres relaciones: el amor de Dios a nosotros, nuestro amor a Dios y nuestro amor a los hermanos. El amor a Dios y a los hermanos están íntimamente ligados: «El que ama a Dios, ame también a su hermano» (v. 21); es más, el auténtico amor a Dios se manifiesta en el amor a los hermanos: «Quien no ama a su hermano al que ve, no puede amar a Dios al que no ve» (v. 20; 2,7-11; 3,20-24; Jn 13,34). Se recuerda, pues, que el amor cristiano tiene su origen en Dios, porque «Él nos ha amado primero» (v. 19) como a verdaderos hijos y, en consecuencia, nos corresponde responder al amor y generar amor. No es el hombre el que ha alcanzado a Dios con su amor, sino a la inversa, es Dios quien nos ha conquistado con la venida histórica de Jesús a nosotros. Entonces podemos verificar si verdaderamente Dios ha penetrado en nosotros sólo si somos capaces de amar a los otros: ésta es la regla maestra para saber si Dios habita en nosotros de manera estable.
Tentación constante en la vida cristiana es la de refugiarse en el amor de Dios olvidando a los otros. Ésta era la conducta de vida de los gnósticos, que se refugiaban en la esfera de lo divino, pero se desinteresaban de la esfera de la ética humana. Es a través de la fe como conocemos que Dios nos ama. Entonces el fiel amado y «nacido de Dios» (v. 1) ama no sólo al Padre y al Hijo, sino también a todos sus hermanos, nacidos de Dios. Sólo la fe y el amor, fuerzas interiores que nacen de la filiación con Dios, permiten al cristiano vencer todo lo que se opone a Cristo, cuando vive sus mandamientos (w. 3-4).
Evangelio: Lucas 4,14-22a
14 Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea, y su fama se extendió por toda la comarca.
15 Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él.
16 Llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura.
17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito:
18 El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos
19 y a proclamar un año de gracia del Señor.
20 Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinogoga tenían sus ojos clavados en él.
21 Y comenzó a decirles:
-Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar.
22 Todos asentían y se admiraban de las palabras que acababa de pronunciar.
**• Estamos ante una escena extraordinaria de la vida de Jesús, que nos describe su actividad pública y de evangelización en Galilea, caracterizada por la potencia del Espíritu Santo, por el entusiasmo de la gente que lo rodea y por su fama, que se difunde por doquier. En la sinagoga de Nazaret precisamente, Jesús lee e interpreta la palabra de Isaías 61,1-2, aplicándola a su persona. Traduce en presente la profecía de Isaías, que se convierte en manifiesto programático de toda su actividad mesiánica. Con él inicia, en efecto, el año de gracia o año jubilar (cf. Lv 25,10); con él ha bajado a la tierra el Espíritu de Dios que traerá la salvación a la humanidad: «Hoy se ha cumplido ante vosotros el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 21).
El Espíritu ha consagrado a Jesús Mesías y el Reino que él anuncia es la verdad, la libertad y la novedad del mundo que Jesús hace nacer en los que lo escuchan y lo siguen. La gente queda maravillada por las palabras que proclama y todos le rinden testimonio (v. 22). La liberación que Jesús trae está destinada de modo especial a los pobres, a los oprimidos, a los prisioneros y a los ciegos, porque éstos están más abiertos que los demás al anuncio de la salvación y a la acción del Espíritu.
La Palabra de Jesús es una "alegre noticia" de vida nueva para todos los hombres. Es una palabra exigente que comprende cruz y resurrección. En el misterio pascual el creyente encuentra la plenitud y la comunión con Dios. Éste es el éxodo que todo hombre debe realizar en su vida si quiere ser, también él, liberación para los hermanos oprimidos, vivir según el Espíritu de Dios y participar en la gloria de Cristo resucitado.
MEDITATIO
Todo el evangelio no es otra cosa que el anuncio del amor de Dios hecho visible en la persona de Jesús. Amar a Dios quiere decir colocarse en la perspectiva de Dios, que ama a todo ser creado y no vacila en sacrificar a su propio Hijo unigénito para la salvación de todos los hombres. Vivir para los otros, darse, sacrificarse por su bien es vivir como Dios, es hacer lo que Jesús quiere que hagamos. Por eso hoy es urgente para todos «el deber de hacernos generosamente prójimos de todo hombre y ayudar con hechos a quien nos pasa al lado, anciano abandonado por todos o trabajador extranjero injustamente despreciado, o emigrante, o niño nacido de una unión ilegítima...» (GS 27). No podemos creernos verdaderos hijos de Dios si no nos sentimos hermanos de todo hombre, especialmente del más pobre y desgraciado.
Esta fe no sólo anima nuestra caridad cristiana en su vasto campo de operaciones, sino que se convierte en una fuerza gigantesca para luchar contra todo pecado de abuso, intolerancia, injusticia, violencia, contra todo coletazo de egoísmo, de atropello, de odio, que dominan todavía hoy en el mundo. «Solamente se puede inducir a alguien a creer en el Dios cristiano haciéndoselo amar, y se educa en el amor solamente en la medida que se ama a la persona que se trata de educar y al Dios que se trata de proponer a su amor» (R. Guelluy). Pero la lección más hermosa que podemos dar del amor a Dios y a los hermanos es la de manifestar, no sólo con palabras sino con nuestro testimonio de vida coherente, que somos capaces de amar.
ORATIO
Seas bendito, Señor de cielo y tierra, que has abierto la vía del amor para el hombre sediento de felicidad. Seas alabado, Señor de los pequeños y de los pobres, que has elegido para tu Hijo este camino para enseñarnos que en la vida sencilla y pobre te revelas con tu amor providente y generoso. Gracias te sean dadas, Señor de la paz y de la vida, por habernos regalado tu perdón: nos has hecho experimentar la alegría de tu benevolencia con la misericordia que has derramado sobre nosotros, pecadores y rebeldes, cierto, pero siempre amados y predilectos tuyos.
Envíanos, Señor, tu Espíritu de luz y de verdad, para que podamos aprender a caminar a la luz de tu sol, que es vida y alegría. Enséñanos a mirar hacia delante y no hacia atrás, para que la esperanza que emana de tu Palabra guíe nuestros pasos vacilantes e inseguros, y sepamos coger, en el sendero de nuestra existencia, no las flores que se marchitan, sino las mejores y más perfumadas del amor a los hermanos para ofrecértelas a ti. Seas siempre amado, Señor, conservando el primer puesto en nuestro corazón, a menudo inquieto y en búsqueda de novedades y de satisfacciones. Sólo tú puedes saciar nuestra sed de felicidad y de vida. Haz, Señor, que nuestro camino vaya siempre acompañado por tu presencia amorosa, porque sin ti nada podemos y nuestro corazón sólo en ti puede encontrar su descanso.
CONTEMPLATIO
A quienes han sido juzgados dignos de llegar a ser hijos de Dios y de nacer de lo alto por el Espíritu Santo, sucede que lloran y se afligen por todo el género humano: ellos imploran con lágrimas por el Adán total, inflamados como están de amor espiritual por toda la humanidad. A veces, sin embargo, su espíritu se inunda de tanta alegría y tanto amor que, si fuera posible, meterían en su corazón a todos los hombres sin distinguir entre buenos y malos. Otras veces, también, con espíritu humilde, se rebajan de tal modo ante todo ser humano, que llegan a considerarse los últimos e ínfimos de todos. Luego de esta experiencia el Espíritu los hace vivir nuevamente un gozo inenarrable (Pseudo-Macario, Homilía 18).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «El que no ama a su hermano al que ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Tú me has mandado a los hombres. Has cargado sobre mis espaldas el grave peso de tus poderes y la fuerza de tu gracia, y me has ordenado avanzar. Dura y casi ruda tu palabra que me envía lejos de ti, a tus criaturas que quieres salvar, a los hombres. He tratado con ellos desde siempre, antes incluso de que tu palabra me consagrase para esta misión. He procurado amar y ser amado, he tratado de ser buen amigo y de tener buenos amigos. Es hermoso estar así con los hombres, y fácil también. Porque se va sólo a los que uno elige y se queda entre ellos mientras se está a gusto. Pero ahora no: los nombres a los que soy enviado los has escogido tú, no yo, y no debo ser su amigo, sino su servidor. Y el hecho de que me fastidien no es ya la señal para irme, como antes, sino tu orden de quedarme.
¡Qué criaturas éstas, Dios mío, a las que me has mandado, lejos de ti! Los más no reciben en modo alguno a tu enviado, no aprecian en absoluto tus dones, tu gracia, tu verdad, con que me envías a ellos. Y yo debo, sin embargo, volver una y otra vez a sus puertas, importuno como un vendedor ambulante con su quincalla. Si, al menos, supiese con certeza que es a ti a quien rechazan cuando no me reciben, me consolaría. Pues quizás también yo cerraría la puerta de mi vida si uno como yo viniese a llamar diciéndose enviado por ti.
Y ¿qué decir de los que me admiten en su vida? Oh Señor, éstos desean muy otra cosa que lo que yo les llevo de tu parte (...). ¿Qué quieren de mí? Si no es dinero lo que buscan, o una ayuda material, o el pequeño alivio de la compasión, me miran como a una especie de agente de seguros con el que van a concertar una póliza para la vida del más allá (...).
Señor, enséñame a orar y a amarte. Entonces olvidaré en ti mi miseria, porque tendré conmigo lo que me hará olvidarla: el amor paciente, que presta tu riqueza a la pobreza de mis hermanos. Y sólo entonces seré un hermano para los hombres, alguien que les ayuda a encontrar al único que necesitan, a ti, Dios de mis hermanos (K. Rahner, Palabras al silencio. Oraciones cristianas, Estella ,1998).
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 5,5-13
Hermanos:
5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
6 Éste es el que vino por agua y sangre, Jesucristo; no por agua únicamente, sino por agua y sangre; y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
7 Porque tres son los que dan testimonio:
8 el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo.
9 Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio acerca de su Hijo.
10 Si uno cree en el Hijo de Dios, tiene ya el testimonio de Dios. Si uno no cree a Dios, lo hace mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo.
11 Ahora bien, el testimonio consiste en que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo.
12 Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.
13 Os he escrito estas cosas a vosotros que creéis en el Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis la vida eterna.
*» El Apóstol subraya que la victoria del cristiano sobre el mundo es la fe. Para obtener tal victoria se requiere una lucha interna y externa contra todo lo que es obstáculo al cumplimiento de la voluntad de Dios. Y la certeza de la victoria del cristiano está asegurada por el hecho de que, en él, la vida divina y la unión con Dios son una fuerza superior a la vida mundana y a todo lo que es adhesión al reino del mal. Así pues, la fe en Cristo, Hijo de Dios, es el único medio para derrotar al mundo (v. 5; cf. Jn 20,30-31).
Jesús ha venido para darnos la vida y quien cree en Él tendrá «la vida eterna» (v. 11). Esta vida eterna que Jesús ha traído a la humanidad es cosa cierta, porque Él la ha ofrecido al comienzo de su vida pública mediante el bautismo («agua»: cf. Jn 1,31), y al final de su existencia terrena mediante la muerte en la cruz {«sangre»: cf. Jn 6,51; 19,34), y es siempre actualizada en la eucaristía: eventos en los que palpablemente se ha manifestado la potencia y el testimonio del Espíritu (v. 6), que es el garante de la fe y de la verdad de Jesús.
Sobre este triple y concorde testimonio se funda la manifestación de Dios en Cristo su Hijo (w. 7-8). Aquí el Apóstol polemiza contra la falsa interpretación de los gnósticos, que afirman que la divinidad de Jesús se unió a su humanidad en el bautismo, pero que en su muerte la divinidad se separó de la humanidad, de manera que murió sólo el hombre Jesús. Pues bien, quien niega este testimonio del Espíritu, niega también la fe en Cristo, que es cuestión de vida y de muerte. Sobre la acción del Espíritu está tejida la vida sacramental (bautismo, confirmación, eucaristía), mediante la cual el creyente se injerta en Cristo y es capaz de dar testimonio de él y de vivir en comunión con Dios (w. 11-13).
Evangelio: Lucas 5,12-16
12 Estaba Jesús en un pueblo donde había un hombre cubierto de lepra. Éste, al ver a Jesús, cayó rostro en tierra y le suplicaba:
-Señor, si quieres, puedes limpiarme.
13 Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo:
-Quiero; queda limpio.
Y en el acto desapareció de él la lepra.
14 Jesús ordenó que no se lo dijera a nadie. Le dijo:
-Anda, preséntate al sacerdote y presenta la ofrenda por tu purificación, como mandó Moisés, para que les conste a ellos.
15 Su fama se extendía cada vez más y se congregaban grandes muchedumbres para oírle y para que los curase de sus enfermedades. 16 Pero él se retiraba a lugares solitarios para orar.
*» Jesús encuentra un leproso y lo cura, enviándolo seguidamente al sacerdote no sólo para que haga la ofrenda por la purificación (cf. Lv 14), sino también para que sirva de testimonio a todos de su presencia mesiánica entre el pueblo. El judaísmo, en efecto, consideraba la curación de la lepra como uno de los signos de la venida del Mesías (cf. Le 7,22).
La curación realizada por Jesús es descrita con algunos elementos típicos: la súplica del enfermo («Señor, si quieres, puedes limpiarme»: v. 12); la respuesta positiva de Jesús, que tocando al leproso realiza la curación («Quiero, queda limpio»: v. 13); y el envío al sacerdote («Ve, preséntate al sacerdote...»: v. 14). El leproso, considerado un marginado por la comunidad de Israel, con la curación entra de nuevo a formar parte de ella. La curación realizada por el Nazareno es símbolo también del perdón y de la misericordia de Dios, y es fundamento de la vida de la Iglesia (cf. Jn 20,23).
El fragmento termina con una nota redaccional del evangelista, que presenta un aspecto particular de la persona de Jesús. Él no sólo cura a los que lo rodean, siendo así que su fama se difunde por doquier, sino que se retira a lugares solitarios para orar. En esto reside la fuerza de Jesús y su irresistible atractivo: en su coloquio filial con el Padre. La oración no sólo lo sostiene frente a las muchas incomprensiones que experimenta en su ministerio público, sino que le permite sobre todo verificar su misión en la lógica de la voluntad de Aquel que lo ha enviado al mundo.
MEDITATIO
La oración es uno de los componentes más vivos del mensaje evangélico. Jesús la ha practicado en su relación con el Padre y nos ha ofrecido un ejemplo extraordinario. Muchos piensan que orar es agarrar a Dios para ponerlo a su alcance o tratar de obtener beneficios y ventajas en provecho propio, y así satisfacer sus deseos y sus esperanzas. La verdad es muy diferente. La oración es entrar en la perspectiva de Dios partiendo de su amor. Es contemplar el rostro de un Padre que mira a sus hijos con ternura. Es encontrar una persona viva y dejarse tocar por su amor.
Orar es para todos una tarea de las más difíciles, es un trabajo exigente, no porque sea superior a nuestras fuerzas, sino porque es una experiencia que no se agota jamás y un camino en el que se permanece siempre discípulo.
La oración es acogida, terreno de adviento del amor de Dios; orar no es tanto amar a Dios, cuanto dejarse amar por Él. Orar es esperar y escuchar, recibir y acoger. Es permanecer en silencio ante el misterio para dejarse amar por Dios, como María que experimenta en su vientre la presencia de Dios. Pero la oración es también movimiento de respuesta a este don, un volver todo el corazón a Dios. La oración es alabanza, acción de gracias, ofrenda, intercesión, fiesta y liturgia de la vida. El núcleo de la oración cristiana es penetrar en el misterio de la filiación divina: estar con Dios en el Espíritu por el Hijo, como el Hijo está en el misterio del Padre. San Pablo nos lo recuerda bien. «Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡Padre!» (Gal 4,6; cf. Rom 8,15-17; Ef 3,17ss).
ORATIO
Padre santo, sabemos que tú eres «la fuente de todo don perfecto» (Sant 1,17), el que toma la iniciativa en el amor, el que envía al Hijo y al Espíritu. Tú eres la primera gratuidad del amor, porque todo nos viene de ti. Tú eres el eterno amante, el que ama desde siempre. Nuestra oración quiere ser justamente el lugar en que experimentamos tu amor de Padre. Desgraciadamente, nuestro tiempo parece desorientado y confuso, parece que no conoce ya los confines entre el bien y el mal, y aparentemente, Tú eres rechazado y desconocido. Padre, tú puedes curarnos de nuestras miserias, como hiciste con el leproso del evangelio.
Por eso, te rogamos, conduce a todos tus hijos a redescubrir el don de la oración, llévanos al interior del cenáculo para revivir el misterio de Pentecostés y reavivar en nosotros el don del Espíritu. Colócanos dócilmente en su escuela para aprender la sabiduría que viene en el diálogo con él y que es la fuerza que sostiene nuestra vida de creyentes.
Padre santo, tu Hijo Jesús se dejó amar por ti, cumplió tu voluntad y se entregó hasta la cruz con docilidad total hasta enviarnos el don del Espíritu. También para nosotros orar es penetrar en este misterio de acogida y de docilidad para imitar a Cristo, entrar en el misterio de la cruz y conservar el coraje de orar, además de en la alegría de Pascua, en el silencio y en tu aparente ausencia. Es el silencio el que nos hace experimentar el estar solos ante Dios solo. En el silencio nos ejercitamos en conjugar la palabra con la escucha y adquirimos el recogimiento atento, que es el primer requisito para empeñarnos en el camino de la oración a ejemplo de Cristo.
CONTEMPLATIO
El Verbo se ha encarnado, y el hombre se ha hecho Dios, porque está unido a Dios y forma una sola cosa con Él. Fue envuelto en pañales, pero al levantarse de la tumba se quitó el sudario (...).
Como hombre, ha sido bautizado, pero como Dios ha cancelado nuestro pecado. Como hombre ha sido tentado, pero como Dios ha triunfado y nos exhorta a la confianza porque «ha vencido al mundo» (Jn 16,33). Tuvo hambre, pero sació a miles de personas, y es «el pan vivo bajado del cielo» (Jn 7,37). Conoció el cansancio, pero es el descanso de los «cansados y oprimidos» (Mt 11,28) (...). Reza, pero atiende la oración. Llora, pero enjuga las lágrimas. Pregunta dónde han puesto a Lázaro, porque es hombre; pero lo resucita, porque es Dios. Es vendido, y a bajo precio, pero rescata al mundo, y a gran precio: con su propia sangre (...). Ha sido traspasado y herido; pero ha curado toda enfermedad y toda herida. Ha sido elevado sobre el madero, y clavado en él además; pero nos levanta con el árbol de la vida (...). Muere, pero hace vivir y con su propia muerte destruye la muerte. Es sepultado, pero resucita. Desciende al infierno, pero rescata las almas de él (Gregorio Nazianceno, Tercer discurso teológico).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Dios nos ha dado vida eterna, vida que está en su Hijo» (1 Jn 5,11 ) .
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Nuestras mentes están siempre en actividad. Analizamos, reflexionamos o soñamos. No hay momento del día o de la noche en que no pensemos. Se podría decir que nuestro pensamiento es "incesante". Algunas veces querríamos dejar de pensar por un momento; esto nos ahorraría muchas ansiedades, muchos temores y muchos sentimientos de culpabilidad. Nuestra capacidad de pensar es nuestro mayor don, pero es también la fuente de nuestro mayor sufrimiento.
¿Debemos convertirnos en víctimas de nuestros incesantes pensamientos? No. Podemos transformar nuestro pensamiento en una oración incesante, haciendo de nuestro monólogo interior un diálogo continuo con nuestro Dios, fuente de todo amor.
Rompamos nuestro aislamiento y caigamos en la cuenta de que Alguien que mora en lo más íntimo de nuestro ser quiere escuchar con amor todo lo que ocupa y preocupa a nuestras mentes (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, 23).
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 5,14-21
Hermanos:
14 Ésta es la confianza que tenemos en él: que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha;
15 y si sabemos que nos escucha cuando le pedimos algo, sabemos que tenemos todo lo que le hemos pedido.
16 Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no lleva a la muerte, pida a Dios por él, y Dios le dará la vida. Me refiero a los que cometen pecados que no llevan a la muerte. Porque hay un pecado que lleva a la muerte; por ése, no digo que se pida.
17 Cualquier maldad es pecado, pero hay pecados que no llevan a la muerte.
18 Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca; el Hijo de Dios lo protege, y el maligno no lo toca.
19 Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero yace en poder del maligno,
20 pero sabemos también que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al verdadero. Y estamos en el verdadero, en su Hijo, Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna.
21 Hijos míos, guardaos de los ídolos.
**• Estos versículos con que termina la carta vuelven sobre los temas de fondo -la firmeza de la fe y la coherencia en la vida del cristiano-, pero añaden el tema de la oración confiada. La invitación a la oración, que el creyente dirige al Padre, tiene un solo objetivo: obtener la vida para los que cometen pecados «que no acarrean la muerte» (w. 16-17). En efecto, hay pecados que conducen a la muerte y son aquellos que rompen definitivamente la comunión con Dios; y hay pecados que no rompen tal comunión de modo definitivo y no conducen a la muerte. Juan dice que es bueno orar por estos últimos para que estos pecadores sean readmitidos a la comunión con Dios. Lo que importa es que la oración se haga conforme a la voluntad de Dios y no buscando las propias satisfacciones o los propios proyectos.
Después, la carta dirige al creyente tres diligentes afirmaciones precedidas por un «sabemos», que subrayan la seguridad del Apóstol en la doctrina que ha enseñado. Primero, la certeza de que el que ha nacido de Dios no peca y escapa al dominio de Satán (v. 18); segundo, la certeza de que el creyente pertenece a Dios y no al mundo, porque éstas son dos realidades opuestas e inconciliables (v. 19); tercero, la certeza de que la venida de Jesús a nosotros nos ofrece la posibilidad de huir del mal y de entrar definitivamente en la comunión con Dios y con su Hijo, convencidos de que el conocimiento experiencial de Dios se obtiene a través de Cristo, que es «verdadero Dios y la vida eterna» (v. 20). Con la exhortación final de rechazar el culto a los ídolos para obtener la posesión de la verdad que es Jesús, el apóstol Juan termina su carta.
Evangelio: Juan 3,22-30
22 En aquel tiempo, fue Jesús con sus discípulos a la región de Judea. Estuvo allí algún tiempo con ellos y bautizaba.
23 Juan estaba también bautizando en Ainón, cerca de Salín, porque allí había mucha agua. Y la gente acudía a bautizarse.
24 Esto ocurrió antes de que Juan fuese encarcelado.
25 Algunos de los discípulos de Juan discutieron con unos judíos acerca del rito de la purificación.
26 Se acercaron a Juan y le dijeron: -Maestro, aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú nos diste testimonio, está ahora bautizando y todos se van tras él.
27 Juan respondió: -El hombre solamente puede tener lo que Dios le haya dado.
28 Vosotros mismos sois testigos de lo que yo dije entonces: «Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado como su precursor».
29 La esposa pertenece al esposo. El amigo del esposo, que está junto a él y lo escucha, se alegra mucho al oír la voz del esposo, por eso mi alegría se ha hecho plena.
30 Él debe ser cada vez más importante; yo, en cambio, menos.
*»• El fragmento, lleno de referencias históricas y geográficas, muestra cómo el evangelista está al tanto de una tradición histórica y la utiliza para conectar el ministerio profético del Bautista con el de Jesús.
Mientras la actividad misionera, tanto la de Jesús como la del Bautista, era floreciente, un incidente viene a turbar el ánimo de los discípulos de Juan. La ocasión viene dada por una discusión de estos últimos con un hombre que quizás había recibido el bautismo de los discípulos de Jesús. Objeto de la disputa es el valor de purificación del bautismo dado por los dos "rabí" y la relación existente entre los dos ritos. La respuesta del Bautista precisa, ante todo, un principio general válido para todo hombre que desempeña una misión: en la historia de la salvación nadie puede apropiarse una determinada función si no le es conferida por Dios (v. 27); Juan afirma, además, la superioridad de Jesús (v. 28). Y para precisar mejor la relación que él tiene con Jesús, explica la superioridad del papel propio de Jesús con un ejemplo sacado del ambiente judaico que se refiere a la relación entre el amigo del esposo y el esposo mismo durante una fiesta nupcial (cf. Is 62,4-5; Mt 22,1-14; Le 14,16-24).
En esta imagen el Bautista no tiene dificultad en reconocer a Jesús en el papel de Mesías-esposo, venido para celebrar las bodas mesiánicas con la humanidad, y, por tanto, se presenta a sí mismo como el discípulo amigo del esposo. El ha podido conocer al Mesías que comienza su misión, que recoge los primeros frutos de su trabajo y por ello se alegra constatando el cumplimiento definitivo del proyecto salvífico de Dios. Para el Bautista ha llegado el momento de sentirse plenamente feliz viendo a Jesús «crecer» mientras él mismo «disminuye» (v. 30).
MEDITATIO
Juan nos invita a la oración confiada. También Jesús educó a sus discípulos en la confianza en la oración con las curiosas parábolas del amigo importuno (cf. Le 11,5- 13) y del juez inicuo y la viuda (cf. Le 18,2-5). Las parábolas enseñan no tanto qué hay que pedir a Dios, sino más bien cómo pedirlo, porque el amor paterno de Dios colma todo deseo humano y la oración filial se mide por la confianza que la sostiene. No se trata de multiplicar las palabras en la oración, sino de tener la certeza de que Dios conoce aquello que necesitamos antes de que se lo pidamos. Dios, sin embargo, desea que le abramos nuestro corazón con confianza filial, seguros de ser escuchados.
Jesús, además, pide que nuestras súplicas estén animadas por la fe: «Todo lo que pidáis con fe en la oración, lo obtendréis» (Mt 21,22). La enseñanza es clara: la respuesta de Dios es segura cuando oramos con fe. La fe es el elemento esencial de la oración. Esto significa crear un clima de intimidad con Dios, emprender una reflexión seria, tener convicciones profundas sobre la realidad de Dios y sobre nuestra debilidad y pobreza. Y la fe es necesaria también cuando algunas de nuestras oraciones no son atendidas. Esto significa que nuestras súplicas no son para nuestro bien: mientras Dios desea escuchar otros "sectores" de nuestras necesidades que corresponden a la curación de los males del espíritu, negligencias, malos hábitos u otros. Este campo de nuestra vida es inmenso; en él sabemos con seguridad que, si pedimos con fe, Dios nos escucha.
ORATIO
Señor Dios nuestro, tú sabes bien que cuando estamos en tu presencia no nos es fácil tutearte, aunque nos hayas hecho tus hijos y seas nuestro Padre. ¡Cómo querríamos que nuestra oración fuese filial y confiada, como la de Jesús cuando estaba entre nosotros! Necesitamos que el Espíritu nos enseñe a orar porque él es la fuente de unidad y de paz que nos introduce en tu misterio trinitario. Sabemos que la oración en esta perspectiva es escuela de diálogo y de comunión.
El Espíritu es novedad, apertura y esperanza: y quien ora en el Espíritu es ciertamente fiel, innovador y creador de profecía. En el Espíritu uno se hace profeta sin saberlo. La profecía es obra del Espíritu, aunque a duras penas nos damos cuenta de ello. San Pablo nos recuerda que el Espíritu Santo suscita la oración en nuestro corazón de dos maneras: gritando en nosotros «¡Abba, Padre!» (Gal 4,6) y provocando en nosotros «gemidos inefables» (Rom 8,26).
Estas dos modalidades están arraigadas en el orante, al que, consecuentemente, abren dos caminos: el de la "palabra" que aferra el misterio y el del "silencio" que se expresa en estupor contemplativo. Esta segunda vía abre el corazón del hombre a la experiencia de Dios. El silencio es el seno en que florecen la palabra y la oración.
Señor, ayúdanos a leer los grandes acontecimientos de la historia que estamos viviendo y los de este nuevo milenio, del que somos protagonistas. Para el cristiano está apareciendo una nueva época de la historia, que será la época del Espíritu. El Espíritu que representa la frescura y la novedad de la Iglesia y de la historia. Señor, haznos familiares al Espíritu y dóciles intérpretes de sus iniciativas.
CONTEMPLATIO
El Padre ha amado al mundo hasta el extremo de entregarnos su Hijo unigénito. Pero también el Hijo ha querido esto y se encarnó y vivió con nosotros en la tierra.
Y el alma, cuando ve al Señor, se alegra humildemente de la misericordia de Dios y no puede sino amar como ama su Creador. Y si viese todo y amase todo, por encima de todo amará al Señor. El alma encuentra imprevistamente al Señor y lo reconoce. ¿Quién podrá describir este gozo y esta felicidad? En el Espíritu Santo se conoce al Señor, y el Espíritu Santo llena todo el hombre: alma, mente y cuerpo. Así Dios es conocido tanto en el cielo como en la tierra.
Hombres, criaturas de Dios, conoced a vuestro Creador. Él nos ama. Conoced el amor de Cristo y vivid en paz, y de este modo alegraréis al Señor. Él espera, con clemencia, que todos los hombres vayan a Él. Acercaos a Dios, pueblos de la tierra, dirigid hacia Él vuestra oración.
Entonces la oración de toda la tierra se alzará hacia el cielo como una maravillosa nube iluminada por el sol. Habrá alegría en el cielo y entonará un himno que exalte al Señor (Archimandrita Sofronio, Silvano del Monte Athos. Vita, dottrina, scritti, Turín 1978, 319-320.323-324).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «En todo lo que pedimos al Padre según su voluntad, él nos atiende» (1 Jn 5,14).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Cómo se puede confiar en la existencia de un incondicional amor divino, cuando la mayor parte de lo que uno experimenta, si no todo, es contrario al amor: miedo, odio, violencia y abusos?
¡No se está condenado a ser víctima! Queda en éstos, aunque puede parecer escondida, la posibilidad de elegir el amor. Muchas personas que han sufrido los rechazos más terribles y han sido sometidas a las más crueles torturas, han sido capaces de escoger el amor. Eligiendo el amor se han hecho testimonios no sólo de la enorme capacidad de recuperación del ser humano, sino también del amor divino que trasciende todos los amores humanos.
Quienes eligen el amor, aunque a pequeña escala, en medio del odio y del miedo, son los que ofrecen al mundo una esperanza auténtica (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997. 181).