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LECTIO DIVINA JUNIO DE 2016

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

San Justino 

Liturgia de las Horas de hoy

Justino nació en Flavia Neapolis (actual Nablus, Jordania), hijo de colonos griegos. Era filósofo y se convirtió a los treinta años. En el año 150 escribió la Primera apología de la religión cristiana, a la que pronto le siguió la Segunda apología. Entre los años 152 y 153 fue atacado por el filósofo cínico Crescendo. En 160 compuso el Diálogo con Trifón, un judío con el que debate la hipótesis del establecimiento de un puente entre judaísmo y cristianismo. Fue decapitado en Roma en torno al año 165. Es patrono de los filósofos.

LECTIO

Primera lectura: 2 Timoteo 1.1-3-6-12

1 Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, para anunciar la promesa de la vida que está en Jesucristo,

2 a Timoteo, mi hijo querido; gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo.

3 Doy gracias a Dios, a quien sirvo con una conciencia limpia, según me enseñaron mis mayores, y me acuerdo de ti constantemente, noche y día, en mis oraciones.

6 Por ello te aconsejo que reavives el don de Dios que te fue conferido cuando te impuse las manos.

7 Porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de ponderación.

8 No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; antes bien, con la confianza puesta en el poder de Dios, sufre conmigo por el Evangelio.

9 Dios nos ha salvado y nos ha dado una vocación santa no por nuestras obras, sino por su propia voluntad y por la gracia que nos ha sido dada desde la eternidad en Jesucristo.

10 Esta gracia se ha manifestado ahora en la aparición de nuestro Salvador, Jesucristo, que ha destruido la muerte y ha hecho irradiar la vida y la inmortalidad gracias al anuncio del Evangelio,

11 del cual yo he sido constituido heraldo, apóstol y maestro.

12 Ésta es la razón de mis sufrimientos, pero yo no me avergüenzo, pues sé en quién he puesto mi confianza y estoy persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio.

 

*•• La segunda Carta a Timoteo parece ser que fue la última que escribió Pablo antes de morir. En consecuencia, tiene todo el sabor de un auténtico «testamento espiritual» en el que se respira una trémula, aunque también serenísima, espera del final inminente. Pablo está en la cárcel y escribe en unos términos apesadumbrados a Timoteo, su discípulo predilecto, por el que ora noche y día, y le aconseja que «reavive» (literalmente, «atice») el don de Dios.

En el pasaje de hoy, tras el saludo (w. 1-3), viene una primera parte (w. 6-12, aunque continúa hasta 2,13), en la que Pablo exhorta a Timoteo a luchar y a sufrir por el Evangelio. Para Pablo, la «Buena Noticia» es «la promesa de la vida que está en Jesucristo» (v. 1), «que ha destruido la muerte y ha hecho irradiar la vida y la inmortalidad» (v. 10). El apóstol es un hombre elegido por Dios para llevar al mundo este evangelio de la vida no con «un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de ponderación». A causa de este anuncio, debe esperarse la hostilidad del mundo, hasta el punto de verse privado de la misma libertad. Pablo no se avergüenza de ello e invita a Timoteo a no avergonzarse de sus cadenas; éstas son el precio del testimonio fiel, de la vocación santa, de la gracia otorgada en Cristo Jesús y revelada ahora en el misterio de su encarnación. Constituyen el signo paradójico de una libertad nueva, la que nace de la fe en él y de la certeza de su fidelidad hasta el último día, el día en el que la vida destruirá a la muerte para siempre.

 

Evangelio: Marcos 12,18-27

En aquel tiempo,

18 se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

19 -Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si el hermano de uno muere y deja mujer, pero sin ningún hijo, que su hermano se case con la mujer para dar descendencia al hermano difunto.

20 Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y, al morir, no dejó descendencia.

21 El segundo se casó con la mujer y murió también sin descendencia. El tercero, lo mismo,

22 y así los siete, sin que ninguno dejara descendencia. Después de todos, murió la mujer.

23 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella.

24 Jesús les dijo: -Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios.

25 Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos ni ellas se casarán, sino que serán como ángeles en los cielos.

26 Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?

27 No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.

 

**• La cuestión planteada por los saduceos en el evangelio de hoy es, una vez más, tendenciosa; sin embargo, proporciona a Jesús la ocasión de presentar en sus justos términos el sentido de la vida más allá de la muerte.

En aquellos tiempos, además de los saduceos, que negaban la resurrección, estaban también los rabinosfariseos, que la afirmaban, aunque con cierta libertad interpretativa. Había entre ellos, en efecto, quienes consideraban que sólo resucitarían los justos, sólo los judíos o todos los hombres, mientras que otros creían que los difuntos resucitarían en su corporalidad originaria, incluidas las enfermedades. Más tarde, en los tiempos en que fue redactado el evangelio de Marcos, ejercía una gran influencia el pensamiento helenístico-pagano. Este último prefería hablar de inmortalidad del espíritu, capaz por su propia naturaleza de sobrevivir más allá del cuerpo, liberándose de la prisión que éste representaba.

La enseñanza de Jesús responde un poco a todos, poniendo en el centro la verdad del amor de Dios: si Dios ama al hombre, no puede abandonarle en poder de la muerte, sino que lo unirá consigo, fuente de la vida, para hacerlo inmortal.

Por lo que respecta a la modalidad de ese estado futuro, la respuesta de Cristo es que la vida de los muertos escapa de los esquemas del mundo presente: será una vida diferente, porque es divina, eterna, comparable a la de los ángeles, de suerte que el matrimonio y la reproducción carecen en ella de sentido. Tampoco podrá ser en modo alguno una especie de prolongación de la vida presente, sino una vida nueva, en la que entra todo el hombre, no sólo el espíritu, sino toda la realidad humana, que se verá transformada misteriosamente.

Con todo, hay una cosa absolutamente cierta: la razón fundamental hemos de buscarla en la fidelidad del Eterno: la promesa de la resurrección no es un derecho del hombre, sino la inevitable consecuencia o la medida ilimitada del amor divino, más fuerte que la muerte.

MEDITATIO

Justino pertenecía a la clase superior y cultivada del paganismo. Como filósofo cualificado, no sólo conocía las más importantes corrientes intelectuales de su tiempo, sino que, por ser también un incansable buscador de la verdad, en cierto modo las examinó de una manera sistemática y no encontró la paz interior hasta que reconoció en el cristianismo «la única filosofía segura y adecuada». Entonces se adhirió a ella por completo y consagró su vida a anunciarlo y a defenderlo.

El cristianismo de Justino tiene aún otro aspecto, menos influenciado por el intelectualismo filosófico, que se manifiesta sobre todo cuando habla de la vida cotidiana de los cristianos, de la que, como miembro de la Iglesia, forma parte. El elevado nivel moral de los cristianos es para él una prueba convincente de que poseen la verdad. Llevan una vida veraz y casta, aman a sus enemigos y, por sus convicciones, van con valor al encuentro con la muerte no porque las consideraciones filosóficas les hayan convencido de la importancia de estas virtudes, sino porque Jesucristo les ha pedido que lleven una vida de acuerdo con estos ideales (H. Jedin, Storia della Chiesa, Milán 1988, I, 229.231).

 

ORATIO

Instrúyeme en las Escrituras, oh Dios, para que podamos aceptar lo que tú dices. Sabemos que él «debe sufrir» y debe ser «conducido como mansa oveja al matadero »; demuéstranos que él debe ser crucificado y morir de una manera ignominiosa y de un modo no bello, en la maldición de la cruz. Nosotros ni siquiera logramos pensarlo... No digáis, pues, hermanos, ningún mal contra este crucificado; no os riáis de sus llagas, con las que todos pueden sanar, precisamente como hemos sido sanados nosotros (Justino, Diálogo con Trifón).

 

CONTEMPLATIO

Antes que nada, reza, para que se te abran las puertas de la luz.

Nosotros honramos a Dios y a su Cristo hasta la muerte, con nuestras obras, nuestra ciencia, nuestro corazón. Los que vivieron según el Verbo son cristianos, aunque pasaran por ateos.

Doce hombres se diseminaron desde Jerusalén por el mundo. Eran unos hombres sencillos, que no sabían hablar, pero en el nombre de Dios anunciaron a todos los hombres que habían sido enviados por Cristo para enseñar a todos la Palabra de Dios.

Nosotros no somos sólo un pueblo, sino un pueblo santo {de las obras de san Justino).

 

ACTIO

Repite con frecuencia la enseñanza del mártir Justino: «Empeño todas mis fuerzas para ser encontrado siempre cristiano».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El carácter de Justino, plenamente leal y de mentalidad abierta, se manifiesta con toda claridad en sus escritos. Su fe es ardiente e integral, y en el heroísmo se muestra sencillo, sin la mínima jactancia.

Con todo, hemos de señalar un defecto de Justino que se encuentra en su obra: tiene una seguridad sorprendente, y al mismo tiempo desconcertante, en el valor de su argumentación.

Es verdad que «dialoga» con Trifón, pero lo hace sin escuchar plenamente a su adversario. En nuestra época postconciliar, felizmente sensible a la cuestión judía, nos sorprenden ciertas posiciones de Justino, quien, sin embargo, nunca fue hostil, careció de orgullo e incluso se diría que estaba lleno de candor y de sencillez. Aunque cristiano, siguió siendo filósofo: «La filosofía pasa a Cristo», y le está subordinada. Antes que nada, es un hombre de fe, de una fe que dice ofrecer a los más humildes, a los ignorantes; de una fe a la que sacrifica su misma vida (G. Peters, / Padri della Chiesa, Roma 1984, I, p. 260).

 

 

 

Día 2

Jueves 9ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Timoteo 2,8-15

Querido hermano:

8 Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según el Evangelio que yo anuncio,

9 por el cual sufro hasta verme encadenado como malhechor, pero la Palabra de Dios no está encadenada.

10 Por eso todo lo soporto por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación de Jesucristo y la gloria eterna.

11 Es doctrina segura: Si con él morimos, viviremos con él;

12 si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará;

13 si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

14 Recuerda estas cosas y ordena, en nombre de Dios, que nadie se enzarce en discusiones vanas, que no sirven para nada, si no es para la perdición de los que escuchan.

15 Cuida de presentarte ante Dios como un hombre probado, como un obrero que no tiene de qué avergonzarse, como fiel pregonero del mensaje de la verdad.

 

*•• La vida del cristiano es la vida de Cristo en él; es una participación siempre renovada en la muerte y en la vida gloriosa del Señor, que, en cierto modo, sufre y resurge a una vida nueva en aquel que cree en Él. Como Pablo, encadenado por el Evangelio «-como malhechor» (v. 9), aunque también seguro de reinar con él (v. 12). De ahí podemos extraer dos consecuencias.

En primer lugar, que los sufrimientos del cristiano participan del valor redentor de los sufrimientos de Cristo y son, de hecho, instrumento de salvación en la medida en que el cristiano -como le gusta decir a Pablo- sufre por Cristo y muere con él (cf. w. 11.12).

Desde el momento en que el Hijo del Eterno murió en la cruz, ya no hay sufrimiento terreno que sea inútil, ni creyente que no se sienta responsable de la salvación de los demás. Es la comunión de la cruz lo que da, a cada individuo, la fuerza para soportarlo todo por los hermanos, «para que ellos también alcancen la salvación de Jesucristo y la gloria eterna» (v. 10).

Entonces -segunda consecuencia-, la vida del cristiano se convierte en una existencia pascual, gracias a la memoria de la resurrección de Jesús (v. 8) y gracias a la profecía de su propia resurrección (v. 11); una existencia que proclama la fidelidad del Eterno, mayor que cualquier infidelidad humana (v. 13). Por eso el cristiano no se enzarza en «discusiones vanas» (v. 14), ni se avergüenza de la Palabra que debe anunciar, aunque deba sufrir por ella, porque es Palabra de la verdad y nunca podrá ser encadenada (v. 9).

 

Evangelio: Marcos 12,28-34

En aquel tiempo,

28 un maestro de la Ley que había oído la discusión y había observado lo bien que les había respondido se acercó y le preguntó: -¿Cuál es el mandamiento más importante?

29 Jesús contestó: -El más importante es éste: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor.

30 Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos.

32 El maestro de la Ley le dijo: -Muy bien, Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él;

33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

34 Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: -No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole.

 

*+• El tono de la pregunta del maestro de la Ley, a diferencia de Mateo y Lucas, no es aquí, en Marcos, ni polémico ni tendencioso, sino simplemente teórico y escolar, sin trampas más o menos escondidas. Al contrario, parece darse un reconocimiento recíproco de la exactitud y de carácter pertinente de la respuesta del otro por parte de cada uno de los interlocutores. Al mismo tiempo, la cuestión planteada era en aquellos tiempos una pregunta clásica y debatida con frecuencia; tampoco era nueva del todo la respuesta de Jesús. En realidad, se trata de la cuestión central para él y para todo creyente: es la pregunta a la que Jesús intentará responder con toda su vida.

De todos modos, el Maestro le brinda al maestro de la Ley, interlocutor leal, una respuesta precisa y rigurosamente bíblica, no sólo por los envíos a Dt 6,4ss y Lv 19,18, sino porque sólo es posible entenderla dentro de la revelación, según la cual nuestro amor a Dios y al prójimo supone un hecho precedente y fundador: el amor de Dios por nosotros. Éste es el dato que precede a cualquier otro, el origen y la medida del amor humano.

Si éste nace del amor divino, debe medirse sobre la base del mismo, amando a toda la humanidad, amando a cada hombre sin distinción y con toda nuestra propia humanidad: corazón-mente-voluntad. De todos modos, Marcos no se contenta con estas especificaciones, sino que introduce en su texto otras dos importantes notas particulares: una observación polémica sobre el culto (v. 32), que recupera la antigua batalla de los profetas contra el ritualismo embarazoso que separa la oración del amor, y la afirmación del monoteísmo (w. 29.32), en abierta polémica con el ambiente pagano en que vivía la comunidad de Marcos, afirmación destinada a dejar bien sentado que sólo de Dios -es decir, de haber puesto a Dios en el centro de su vida- puede venirle la libertad al hombre. Esa libertad es ya signo del Reino que viene.

 

MEDITATIO

Dios creó al hombre a su semejanza, le dio un corazón capaz de dejarse amar y de amar a su vez. Pero no sólo le hizo capaz de amar a su manera, divina, no se contentó con verter su benevolencia en el ser humano haciéndolo amable, sino que activó en él una capacidad afectiva que no es ya sólo humana. Éste es el signo más grande del amor de Dios hacia el hombre: el Creador no se ha guardado, celosamente, su poder de amar, sino que lo ha compartido con la criatura. En realidad, Dios no hubiera podido amar más al hombre. Ésa es también la razón de que éste sea asimismo el primer y más importante mandamiento: antes de ser mandamiento, es el don más grande. Y si vale más que todos los holocaustos y sacrificios, eso significa que el hombre lleva a cabo la mayor experiencia del amor divino cuando ama de hecho a la manera de Dios, más aún que cuando ora y adora, porque es entonces, y sólo entonces, cuando puede descubrir cómo ha sido amado por el Eterno, hasta el punto de haber sido hecho capaz de amar a su manera. Precisamente en esta línea invita Pablo a Timoteo y a todo creyente a sufrir y a morir con Cristo por la salvación de los hermanos. Pero, entonces, no se da aquí sólo la comunión redentora de la cruz; antes aún está el misterio sorprendente de la comunión de Dios con el hombre, del amor divino con el amor humano.

Gracias a esta comunión, el amor de Dios se hace ya presente y visible en esta tierra; más aún, Dios mismo es amado en un rostro humano y el corazón de carne produce ya desde ahora latidos eternos.

 

ORATIO

Dios del amor, tú eres el Señor y el Maestro, sólo tú tienes las palabras de la vida y puedes revelar al hombre su verdad y su dignidad. Todos quisiéramos saber qué es importante en la vida, para no correr en vano; y si te preguntamos es porque tú eres amor y sólo el amor conoce la verdad y no se la guarda para sí. Concédenos comprender también que la grandeza del hombre está en el amor: en la certeza de ser amado desde siempre por el Señor del cielo y de la tierra y en la certeza de poder amar al mismo Creador junto con sus criaturas.

En esto consiste la grandeza humana, y es humana y divina a la vez; es mandamiento, pero antes es don; es reposo y felicidad para el alma, pero también lucha contra el egoísmo y la desesperación; es la verdad de donde nace la libertad, la libertad de depender en todo de aquél a quien amamos y a quien estamos llamados a amar; por consiguiente, de ti, que eres el amor. Concédeme,

Padre, esta libertad: la libertad de entregarte mi vida, para que tú la conviertas en un evangelio, historia y providencia de amor para muchos hermanos; la libertad de amarte a ti y a todos con el corazón del Hijo, hasta la cruz.

 

CONTEMPLATIO

Si Cristo vino fue, sobre todo, para que el hombre supiera cuánto le ama Dios y lo aprendiera para encenderse más en el amor de quien lo amó antes, y para amar al prójimo según la voluntad y el ejemplo de quien se hizo próximo prefiriendo no a los que estaban cerca de él, sino a los que vagaban lejos; toda Escritura divina escrita antes fue escrita para preanunciar la venida del Señor; y cualquier cosa que haya sido transmitida después con las cartas y confirmada con la autoridad divina habla de Cristo e invita al amor: está claro que no sólo toda la Ley y los profetas, que hasta entonces eran toda la Sagrada Escritura, por haberlo dicho el Señor, se apoyan en estos dos preceptos del amor a Dios y al prójimo, sino también todo lo que, a continuación, ha sido consagrado para la salvación, así como los volúmenes de las divinas Escrituras confiados a la memoria. Por lo cual, en el Antiguo Testamento está oculto el Nuevo, y en el Nuevo está la revelación del Antiguo. Según esta ocultación, los hombres materiales que entienden sólo de modo material han estado sometidos, tanto entonces como ahora, por el temor al castigo. En cambio, según esta revelación, los hombres espirituales que entienden de manera espiritual, a quienes, por estar piadosamente palpitantes, fueron reveladas las cosas ocultas y piden ahora, sin soberbia, que no les queden ocultas las cosas reveladas, esos hombres han sido liberados por la caridad entregada. En consecuencia, ya que nada es más hostil a la caridad que la envidia, y la soberbia es madre de la envidia, el Señor Jesucristo, Dios hombre, es al mismo tiempo prueba del amor divino por nosotros y ejemplo de humana humildad entre nosotros, a fin de que nuestro mayor mal sea sanado por la medicina contraria, que es aún más grande. Gran miseria, en efecto, es el hombre soberbio, pero la misericordia del Dios humilde es aún mayor. Ponte, pues, como fin este amor, al que referirás todo lo que digas; cuenta todas las cosas de manera que la persona a la que hablas crea al escuchar, espere al creer y ame al esperar (Agustín, De catechizandis rudibus, 4,8-11).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Si con él morimos, viviremos con él» (2 Tim 2,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Al envejecer nos damos cuenta de inmediato de que todo se reduce a poquísimas certezas. Para mí, estas certezas son tres: a pesar de todo, el Eterno es Amor; a pesar de todo, somos amados; a pesar de todo, somos libres. Ojalá consiguiera comunicar estas tres certezas [...], en particular la certeza de que esta misteriosa libertad que hay en nosotros no tiene otra razón de ser que hacernos capaces de responder al Amor con el amor.

La estupenda belleza de la libertad no consiste en el hecho de hacernos libres de, sino libres para: para amar y para ser amados.

No, el infierno no son los otros; el infierno es la soledad de quien, absurdamente, ha pretendido ser autosuficiente.

Cuando alguien me pregunta: «¿Por qué venimos al mundo?», me limito a responder: «Para aprender a amar». Estamos destinados a encontrar el Amor, cuya hambre se hace sentir en forma de vacío dentro de nosotros [...]. Podemos plantearnos un montón de preguntas: ¿por qué tantas imperfecciones, tantos sufrimientos? Si tenemos la certeza de que el Eterno es Amor, de que somos amados, de que somos libres para poder responder al Amor con el amor, todo lo demás no son más que «a pesar de todo».

Oh nubes, aunque os transforméis en crueles tempestades, no conseguiréis hacer negar la existencia del sol (Abbé Pierre, Testamento, Cásale Monf. 1994, 75ss).

 

 

 

Día 3

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Ez 34, 11-16

11 Porque así dice el Señor Yahveh: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él.
12 Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas.
13 Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo. Las pastorearé por los montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra.
14 Las apacentaré en buenos pastos, y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel.
15 Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del Señor Yahveh.
16 Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma; pero a la que está gorda y robusta la exterminaré: las pastorearé con justicia.

            Ezequiel es un profeta que se mueve en el exilio de Babilonia. El texto que leemos trata de un oráculo que invita a la esperanza, basándola en la figura de los pastores que se desviven y que cuidan con celo y esmero el rebaño. El pueblo no necesita gobernantes (léase reyes, sacerdotes del Templo, profetas a sueldo, generales etc.) que lo confundan y exploten, sino «pastores» que vivan con el pueblo, lo cuiden  y velen por él. La imagen del pastor con un sentido religioso pasa del Antiguo al Nuevo Testamento. En Ezequiel es Dios mismo quien se presenta como «pastor de su pueblo». El oráculo comienza con la introducción propia: «así dice el Señor», para continuar con una apropiación personal: «yo mismo buscaré a mis ovejas, las apacentaré, buscaré alas perdida, vendaré las heridas» etc. En san Juan la imagen del pastor se asocia a la de Jesús, que se presenta como «Buen pastor», en una pretensión de ser él mismo quien lleva a cumplimiento la profecía de Ezequiel y de otros textos veterotestamentarios.

Segunda lectura: Rom 5, 5b-11

5 y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.

6 En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; -

7 en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -;

8 mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

9 ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera!

10 Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!

11 Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.

 

               Hay pequeñas islas de paz en todo el mundo. Me refiero a los hombres y mujeres que tienen paz con Dios. La clave de Romanos capítulo cinco es la palabra "regocijarse". La persona que ha sido justificada por la fe en Jesucristo puede alegrarse por el resultado de creer en Cristo. Esto es evidente a partir de la palabra de apertura en el capítulo cinco, "Por tanto". Debido a nuestra nueva relación con Dios, podemos regocijarnos en nuestra posición espiritual, nos gloriamos en las actuales circunstancias y nos regocijamos en el Señor Dios. Tenemos una nueva posición espiritual delante de Dios.

               Pablo reitera la gran verdad de Romanos capítulos tres y cuatro. "Por tanto, habiendo sido justificados por la fe" (5:1).
La Biblia deja muy claro que hemos pecado. "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Seguimos siendo pecadores. No se puede negar este hecho a menos que estemos completamente ingenuos y auto-engañados. Sabemos por experiencia personal que hemos fallado a Dios.
Cuando la Biblia habla de la justificación significa declarar justo. Cuando un pecador condenado pone su fe en el sacrificio expiatorio de Jesucristo por sus pecados un Dios justo declara justo al pecador creyente. Dios el Padre ve nuestra fe en su Hijo y nos perdona nuestros pecados contra él. La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Ahora tenemos una nueva relación con un Dios santo. Somos justificados por la fe en lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz.

               Puesto que el Padre está satisfecho con su Hijo, Él también está satisfecho con aquellos que creen en la muerte de su Hijo y la resurrección. Dios ve nuestra fe y nos declara justos ante Dios! Perdonado! Perdonado! Absuelto! Se trata de una vez por todas y es un acto de Dios por el cual Él nos declara justos delante de él.

 

 

Evangelio: Lc 15, 3-7

3 Entonces les dijo esta parábola.

4 «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra?

5 Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros;

6 y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido."

7 Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión.

             Cristo nos quiere mostrar una fotografía suya y nos deja una de sus mejores poses. Nos enseña la del buen pastor que va en busca de la oveja perdida. Pensemos que esa oveja perdida tal vez somos nosotros. Es una fotografía que revela el amor más sincero que jamás persona alguna nos ha manifestado.

             Un amor sin miedo a dejar el resto del rebaño para buscar en el desierto la oveja descarriada, para salir al encuentro del alma que vive perdida en el desierto de su pecado, de su desinterés por el amor de Dios, de su soberbia. ¿Alguna vez nos hemos preguntado las ocasiones en que Jesús ha salido a nuestro encuentro para tornarnos a casa sobre sus hombros? Sí, justo aquella ocasión en que llevaba 2 años sin confesión y gracias al testimonio de una persona o de un "no sé qué interior", volví del desierto de mi soberbia para reconciliarme con Cristo. ¿Cuántas veces se lo hemos agradecido? ¿Cuántas veces le hemos dicho "gracias Señor por llevarme en tus hombros cuando estaba perdido en mi orgullo y no sabía cómo regresar al redil de tu gracia? Pero ahora que estoy en tus hombros déjame decirte que jamás quiero volver a separarme de ti".

             Digámoselo hoy, fiesta del Sagrado Corazón, y esperemos confiados pues, ¿cómo va a olvidarse de nosotros el corazón de Cristo que sólo genera e irradia amor?

 

MEDITATIO

En las tres lecturas esta presente el tema del amor: Dios elige a Israel y lo consagra como pueblo de su heredad porque lo ama. Dios envía a su Hijo unigénito y dona el Espíritu Santo porque Dios es amor; nos ama enormemente y, a través del envío del Hijo y el don del Espíritu, se manifiesta como amor caridad, ágape. En el texto evangélico, Dios revela los misterios del Reino a los pequeños, y no a los sabios y entendidos, porque los ama. Jesús repone los ánimos de quienes acuden a él porque es sencillo y humilde de corazón, porque es amable y ama.

El centro y el vértice de la fiesta litúrgica del Corazón de Jesús esta en el culto al amor salvífico por nosotros; en él se encuentra la raíz de todas las gracias, de todos los favores, de todas las bondades que continuamente recibimos. Sobre todo, el don de la vida divina, de la filiación divina a través del bautismo, perfeccionada en la confirmación, nutrida en la eucaristía, recobrada en el perdón y vertida abundantemente en todos los sacramentos que derivan de la pasión y muerte de Cristo, el acto supremo de amor, ya que <<nadie tiene amor mas grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

 

ORATIO

Y tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos, y a los afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros, sino para él, que por nosotros murió y resucité, envié, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo (plegaria eucarística IV).

 

CONTEMPLATIO

Así, pues, el Corazón de nuestro Salvador, en cierto modo, refleja la imagen de la divina Persona del Verbo y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y podemos considerar no solo el símbolo, sino también, en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención. Luego, cuando adoramos el Corazón de Jesucristo, en él y por él adoramos tanto el amor increado del Verbo divino como su amor humano, con todos sus demás afectos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa, según el apóstol: Cristo ama a su Iglesia y se entregó a si mismo por ella, para santificarla, purificándola con el bautismo de agua por la Palabra de vida, a fin de hacerla comparecer ante sí llena de gloria, sin mancha ni arruga ni casa semejante, sino siendo santa e inmaculada (Ef 5,25-27).

Cristo ha amado a la Iglesia y la sigue amando intensamente (1 Jn 2,1) con ese amor que le mueve a hacerse nuestro abogado para proporcionarnos la gracia y la misericordia del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros (Heb 7,25). La plegaria, que brota de su inagotable amor; dirigida al Padre, no sufre interrupción alguna (Pío XII, encíclica Haurietis aquas sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, III, 6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Aprended de mi que soy sencillo y humilde de corazón>> (Mt 11,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡Oh Señor Jesús, [haciéndote hombre] nos has mostrado el inmenso amor de Aquél que te ha enviado, tu Padre celestial! A través de tu corazón humane vislumbramos tenuemente el amor divino con el que somos amados y con el cual tu nos amas, porque tu y el Padre sois uno.

¡Es tan difícil para mí creer plenamente en el amor que surge de tu corazón...! Soy inseguro y timorato, estoy indeciso y desalentado. Mientras que de palabra digo que creo plena e incondicionalmente en tu amor, sigo buscando afecto, apoyo, aceptación y elogios entre los demás, esperando de los mortales aquello que solo tu me puedes dar. Oigo claramente tu voz: <<Venid a mi todos los que estéis fatigados y agobiados y yo os aliviaré... que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt.11,28ss); sin embargo, corro en otras direcciones, como si no confiara en ti y, de alguna manera, me sintiera más seguro en compañía de personas que tienen el corazón dividido y, a menudo, confuso.

Oh Señor; ¿por que deseo con ansia recibir halagos y cumplidos de las demás personas, incluso cuando la experiencia me enseña lo limitado y condicionado que es el amor que viene del corazón humano? Son tantos quienes me han demostrado su amor y su cariño, tantos los que me han dirigido palabras consoladoras y estimulantes, tantos los que han sido tan amables y me han manifestado su perdón..., pero nadie ha llegado al hondón, a ese lugar profundo y recóndito donde residen mis temores y esperanzas. Solo tú conoces aquel sitio, Señor [...]. Tu corazón esta tan deseoso de amarme, tan inflamado de fervor que me reaviva. Quieres darme un techo, un sentido de pertenencia, un lugar pora vivir, un cobijo donde resguardarme y un refugio donde me sienta seguro. Confío en ti, Señor, sigue ayudándome en los momentos de duda y desengaño (H. J. M. Nouwen, De cuore a cuore. Preghiere al Sacro Cuore di Gesu, Brescia *2000, 19—30).

 

 

 

Día 4

Inmaculado Corazón de María

Liturgia de las Horas de hoy

 

Oración

Oh Dios, que has preparado una digna morada del Espíritu Santo en el corazón de la Bienaventurada Virgen María, concédenos también a nosotros , tus fieles, por su intercesión ser templos vivos de tu gloria. Por nuestro Señor...

Primera Lectura: 2 Tim 4, 1-8

1 Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino:

2 Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina.

3 Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades;

4 apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.

5 Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio.

6 Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.

7 He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe.

8 Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación.

Cumple tu tarea evangelizadora. Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el señor me premiará con la corona merecida

 

Evangelio S. Lucas 2,41-51

41 Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.

42 Cuando él tenía doce años, subieron ellos , como de costumbre, a la fiesta.

43 Y, mientras volvían, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

44 Creyendo ellos que iría con la caravana, hicieron un día de camino y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos.

45 Pero , al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

46 Al cabo de tres días le encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándole y haciéndole preguntas.

47 Y todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y por sus respuestas.

48 Al verlo se quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados te buscábamos».

49 Y él les respondió: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?»

50 Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.

51 Bajó con ellos y vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón.

 

Meditación

* “Cada año por la fiesta da Pascua”. Estas palabras nos ayudan a definir mejor el contexto espiritual en el que el texto se desarrolla, y de este modo se convierten , para nosotros, en la puerta de entrada en el misterio, en el encuentro con el Señor y con su obra de gracia y de misericordia sobre nosotros.

Junto a María y José, junto a Jesús, también nosotros podemos vivir el don de una nueva Pascua, de un “paso”, una superación, un movimiento espiritual que nos lleva “a la otra parte”, a más allá de. El paso es claro y fuerte; lo intuímos siguiendo a la Virgen María en esta experiencia suya con el Hijo Jesús. Es el paso de la calle al corazón, de la dispersión a la interioridad, de la angustia a la pacificación.

A nosotros nos queda ponernos en camino, descender también en el camino y unirnos a la caravana, a la comitiva de los peregrinos que están saliendo hacia Jerusalén para la celebración de la fiesta de Pascua.

 

* “Iban”.Este es sólo el primero de una larga serie de verbos de movimiento, que se suceden a lo largo de los versos de este texto. Quizá puede ayudarnos el fijarlos con un poco de atención: “ salieron”; “volvían”; “comitiva” ( del latín cum-ire: “caminar juntos”); “viaje”; “volvieron”; “bajó con ellos”; “vino”.

En paralelo con este gran movimiento físico, hay también un profundo movimiento espiritual, caracterizado por el verbo “buscar”, expresado de modo repetido: “ se pusieron a buscarlo”; “se volvieron en su busca”; “angustiados te buscábamos”; “ ¿por qué me buscábais?”.

Esto nos hace comprender que el viaje, el verdadero recorrido al que esta Palabra del Señor nos invita, no es un viaje físico sino espiritual; es un viaje de búsqueda de Jesús, de su presencia en nuestra vida. Es esta la dirección en la que debemos movernos, junto con María y José.

 

* “Se pusieron a buscarlo”. Una vez que hemos determinado el núcleo central del texto, su mensaje fundamental, es importante que nos abramos a una comprensión más profunda de esta realidad. También porque Lucas usa dos verbos diferentes para expresar la “búsqueda”: el primero – anazitéo- en los vv. 44 y 45, que indica una búsqueda esmerada, repetida, atenta, como de quien pasa revista a algo, de abajo a arriba; y el segundo- zitéo- en los vv. 48 y 49, que indica la búsqueda de algo que se ha perdido y que se quiere encontrar. Jesús es el objeto de todo este movimiento profundo e interior del ser; es el objeto del deseo, del anhelo del corazón...

 

* “angustiados”. Resulta muy hermoso ver cómo María abre su corazón delante de Jesús, contándole todo lo que ha visto, todo lo que ha sentido dentro de sí. Ella no teme desnudarse ante su Hijo, no teme contarle sus sentimientos y la experiencia que le ha marcado en lo profundo. Pero ¿qué es la angustia, este dolor que ha visitado a María y a José en la búsqueda de Jesús, que se había perdido? El término que encontramos viene usado sólo cuatro veces en todo el Nuevo Testamento y siempre por Lucas. Lo encontramos en boca del rico Epulón, que lo repite hablando de sí, ahora en el infierno, lejos de Dios, cuando dice: “Sufro terriblemente” (Lc 16, 24-25). Y después vuelve en los Hechos de los Apóstoles, cuando Lucas narra la partida de Pablo de Éfeso y nos presenta el dolor de aquella separación: “ sabían que no volverían a verlo más” ( Hech 20, 38). Por tanto, la angustia que prueba a María nace precisamente de la separación, de la ausencia, de la lejanía de Jesús. Cuando él no está, desciende la angustia a nuestro corazón. Volverlo a encontrar es el único modo posible de recuperar la alegría de vivir.

 

* “guardaba todas estas cosas en su corazón”. María no comprende la palabra de Jesús, el misterio de su vida y de su misión y por esto calla, acoge, crea espacio, desciende al corazón. Este es el verdadero recorrido de crecimiento en la fe y en la relación con el Señor.

Todavía Lucas nos ofrece un verbo muy hermoso y significativo, un compuesto del verbo “custodiar”-diá-tiréo, que quiere decir literalmente “custodiar a través de”. Es decir, la operación espiritual que María realiza dentro de sí y que nos entrega, como don precioso, como herencia buena para nuestra relación con el Señor, es aquella que nos conduce en un recorrido intenso, profundo, que no se para en la superficie o a la mitad, que no se vuelve hacia atrás sino que va hasta el fondo. María nos toma de la mano y nos guía a través de todo nuestro corazón, todos sus sentimientos, su experiencia. Y ahí, en el secreto de nosotros mismos, en nuestro interior, aprenderemos a encontrar al Señor Jesús, al que quizá habíamos perdido.

 

Oración

Oh Dios, que has preparado una digna morada del Espíritu Santo en el corazón de la Bienaventurada Virgen María, concédenos también a nosotros , tus fieles, por su intercesión ser templos vivos de tu gloria. Por nuestro Señor...

El corazón es el centro del asunto, el centro del entendimiento, la voluntad y el lugar de donde se toman las decisiones.  El núcleo de nuestro ser, la esencia de lo que somos. Es el lugar donde nuestra mente y voluntad, nuestras emociones y convicciones se unen para darle forma a lo que creemos y las elecciones que hacemos. Nuestra conducta está determinada por lo que se encuentra en nuestro corazón.
 
¿Como conservo en mi corazón a Dios, como lo hizo nuestra madre María?, ¿Comprendo y alabo el gran corazón de nuestra Madre María y todo lo bello que en el existió y existe?, ¿Con amor permanente, con alegría, con tristeza, solo cuando me acuerdo, cuando lo necesito?, ¿Comprendo que mi corazón además de ser un órgano que da vida a mi vida, es un órgano que recibe todos mis sentimientos, y también da vida a mi vida espiritual, mi relación con Dios?
 

3. Oración, ¿Qué le decimos a Dios?

 
Señor, mi corazón fue atravesado y fue renovado, en el estas tú, tú amor lo hace vibrar, lo hace sentir, lo hace desear proclamarte, dar testimonio de ti, de tu grandeza y sabiduría, gracias por que me llamas, sintiéndome que no lo
merezco, pero se que así como tu les dijiste a los apóstoles que solo tu los llamaste, los buscaste y no ellos a ti, así entiendo que tu me llamas y me buscas, soy tu servidor y guía mi corazón al camino que tu lo desees. Y ti madre María, gracias por tener ese corazón de madre, tan lleno de amor, tan sublime, tan humilde, haz que así sea el mío, y que guarde todo lo hermoso que ustedes me dan, gracias 
Amén 
 

4. Contemplación, ¿Cómo interiorizamos la Palabra de Dios?

 
Su madre conservaba estas cosas en su corazón. (R)
 

5. Acción, ¿A que me comprometo con Dios?

 
Se que mi corazón motiva esta misión, porque ahí esta el Señor y el es mi guía, así vuelvo a re afirmar
 
1. Proclamar el Reino de los Cielos.
2. Atender a los enfermos de todo tipo.
3. Recordar a nuestros seres queridos que han partido a tu Reino
4. Y hacer todo esto con amor, con gratitud, porque así nos lo ha dado

Algunas preguntas

* Esta Palabra del Señor, en su simplicidad, es también muy clara ,muy directa. La invitación a salir, a tomar parte en la fiesta de Pascua está dirigida también a mí. ¿Me decido, entonces, a levantarme, a ponerme en movimiento, a afrontar el tramo de camino que el Señor pone delante de mí? Y más: ¿acepto entrar a formar parte de la comitiva de aquellos que han optado en su corazón por el santo viaje?

* ¿Siento como mía la experiencia de la búsqueda del Señor? ¿O bien no me parece importante, no siento la falta, me parece poder hacerlo todo por mí? ¿Me he percatado en mi vida alguna vez de haber perdido al Señor, de haberlo dejado lejos, de haberlo olvidado?

* La angustia, de la que habla María, ¿ha sido alguna vez mi compañera de viaje, presencia triste en mi jornada, o en periodos largos de mi vida? Quizá sí. Descubrir, gracias a esta Palabra, que la angustia viene provocada por la ausencia del Señor, por la pérdida de él, ¿me es de ayuda, me ofrece una luz, una clave de lectura para mi vida?

* ¿La vida del corazón, que María traza con tanta claridad ante mí, hoy, me parece que se puede recorrer?

¿Deseo empeñarme en este desafío, conmigo mismo, con el ambiente que me circunda, quizá con quien vive más cerca de mí? ¿Estoy dispuesto a optar por descender un poco más en profundidad, para aprender a “custodiar a través de”, es decir, hasta el fondo, conmigo mismo totalmente? ¿Para mí el Señor y la relación con él es muy importante, muy involucradora? ¿Es el, sí o no, el Amigo precioso, la Presencia más querida a la que quiero abrir de par en par mi corazón...?

 

Oración final

Mi corazón exulta en el Señor, mi salvador.

 

Mi corazón se regocija por el Señor,

mi poder se exalta por Dios;

mi boca se ríe de mis enemigos,

porque gozo con tu salvación.

 

 

Se  rompen los arcos de los valientes,

mientras los cobardes se ciñen de valor.

Los hartos se contratan por el pan,

mientras los hambrientos engordan;

la mujer estéril da a luz siete hijos,

mientras la madre de muchos queda baldía.

 

El Señor da la muerte y la vida,

hunde en el abismo y levanta;

da la pobreza y la riqueza,

humilla y enaltece.

 

Él levanta del polvo al desvalido,

alza de la basura al pobre,

para hacer que se siente entre príncipes

y que herede un trono de gloria.

 

(Cántico de Ana, 1 Samuel 2, 1-8)

 

 

 

Día 5

10º domingo del tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 17,17-24

17 Después de esto, el hijo de la dueña de la casa [la viuda de Sarepta] enfermó gravemente y murió.

18 Ella dijo a Elías: -¿Qué tienes contra mí, hombre de Dios? ¿Has venido a mi casa para renovar la memoria de mis pecados y dar muerte a mi hijo? Respondió Elías: -Dame a tu hijo.

15 Y tomándolo en su regazo, lo subió al aposento superior, donde él dormía, y lo acostó en su cama.

20 Y clamó al Señor: -Señor, Dios mío, ¿también vas a afligir a esta viuda que me ha hospedado, dejando morir a su hijo?

21 Se tendió tres veces sobre el niño y volvió a clamar al Señor: -¡Señor, Dios mío, devuelve la vida a este niño!

22 El Señor escuchó a Elías, y el niño revivió.

23 Elías tomó al niño, lo bajó de la habitación de arriba, se lo entregó a su madre y le dijo: -Aquí tienes vivo a tu hijo.

24 La mujer dijo a Elías: -Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la Palabra del Señor que tú pronuncias se cumple.

 

**• La perícopa que narra la reanimación del hijo de la viuda de Sarepta forma parte del «ciclo de Elías» (1 Re 17-2 Re 2), un conjunto de capítulos poco unitario, pero que intentan narrar la vida del profeta a través de una serie de relatos, algunos de ellos milagrosos. El contexto histórico en el que se inserta nuestro fragmento atestigua la fuerte polémica que la fe yahvista, y de modo especial la teología deuteronomista, tuvieron que mantener contra los cultos naturalistas y, en particular, contra los baálicos, que tentaban todavía a los israelitas.

Elías es el hombre de Dios que atestigua con su propia vida el juicio de YHWH. Por ese motivo, la viuda a la que se le acaba de morir su hijo reacciona con agresividad («¿Qué tienes contra mí, hombre de Dios?»: v. 18) a la presencia del profeta: éste le «renueva la memoria» de su pecado. El profeta, en efecto, como hombre de Dios, hace actual la presencia de Dios, que revela la iniquidad y hace tomar conciencia de las culpas cometidas. Por otra parte, el reproche que la viuda dirige a Elías de haber hecho que muriera su hijo revela el «principio de la retribución», muy arraigado en la mentalidad israelita, según el cual no hay pecado que no vaya acompañado de un castigo. A ese principio se opondrán, de manera decidida, Jeremías y Ezequiel (cf. Ez 14,12; 18; Jr 31,29ss: «En aquellos días no dirán más: "Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren de dentera", sino que cada uno por su culpa morirá»).

El milagro de la reanimación realizado por Elías con una acción simbólica, casi mágica, y con la palabra será para la viuda el signo de la veracidad de la palabra y de la acción profética de Elías, además de la demostración de que el Dios de la vida es YHWH y no Baal, el Dios verdadero es YHWH y no Baal. El fragmento termina, y no de modo casual, con una confesión de fe por parte de la viuda: «Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la Palabra del Señor que tú pronuncias se cumple» (v. 24).

En el discurso de la sinagoga (Lc 4,17-27) Jesús hablará de la viuda de Sarepta como de una mujer ejemplar en la acogida de la gracia que le había sido ofrecida.

 

Segunda lectura: Gálatas 1,11-19

11 Quiero que sepáis, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es una invención de hombres,

12 pues no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno; Jesucristo es quien me lo ha revelado.

13 Habéis oído, sin duda, hablar de mi antigua conducta en el judaísmo: con qué furia perseguía yo a la Iglesia de Dios intentando destrozarla.

14 Incluso aventajaba dentro del judaísmo a muchos compatriotas de mi edad como fanático partidario de las tradiciones de mis antepasados.

15 Pero cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura benevolencia,

16 tuvo a bien revelarme a su Hijo y hacerme su mensajero entre los paganos, inmediatamente, sin consultar a hombre alguno

17 y sin subir a Jerusalén para ver a quienes eran apóstoles antes que yo, me dirigí a Arabia y después otra vez a Damasco.

18 Luego, al cabo de tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro y permanecí junto a él quince días.

19 No vi a ningún otro apóstol, fuera de Santiago, el hermano del Señor.

 

*•• En el marco de la severa amonestación que dirige a los gálatas, que se han dejado descarriar por los anunciadores de un falso evangelio, Pablo reivindica la autoridad de su anuncio recurriendo a un apasionado y conmovedor recuerdo de su propia historia. Es, en cierto sentido, la vida misma de Pablo la que garantiza que el Evangelio anunciado por él no es de origen humano, sino que le ha sido revelado directamente por Jesucristo. Pablo no esconde nada de su vida: no esconde el celo con el que persiguió a la Iglesia de Dios, ni mucho menos esconde la acción de Dios en su vida, desde la elección en el seno materno a la llamada por gracia, a la elección de que fue objeto por parte de Dios para anunciar el Evangelio de su Hijo entre los paganos.

Como es obvio, cuando Pablo habla de esta revelación «directa» no quiere dar a entender, necesariamente, que recibió de una vez el «depósito de la fe» en el camino de Damasco. En efecto, en otros textos vuelve a emplear los términos del relato eucarístico, por ejemplo, o del kerigma pascual tal como los recibió en Antioquía o en Jerusalén (c\. 1 Cor ll,23ss; 15,lss). Es más probable que Pablo se refiera aquí a la revelación de un núcleo kerigmático que tiene que ver con la justificación de Dios en Jesucristo por la fe y no por las obras de la Ley. Esta revelación es la Buena Nueva que le ha descompuesto la vida.

Queda el hecho de que, aun con la absoluta certeza del origen divino de su Evangelio, sube a Jerusalén para visitar a Celas, considerando la comunión en la fe con quien había sido apóstol antes que él, y testigo de la vida, muerte y resurrección de Cristo, como una condición indispensable de la evangelización. Catorce años después, Pablo volverá a Jerusalén para exponer a Pedro, Santiago y Juan el Evangelio que predicaba a los paganos, para no incurrir «en el riesgo de correr o de haber corrido en vano» (Gal 2,2).

 

Evangelio: Lucas 7,11-17

11 Algún tiempo después, Jesús se marchó a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.

12 Cerca ya de la entrada del pueblo, se encontraron con que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. La acompañaba mucha gente del pueblo.

13 El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: -No llores.

14 Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon. Entonces dijo: -Muchacho, a ti te digo: levántate.

15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.

17 La noticia se propagó por toda la región de los judíos y por toda aquella comarca.

 

**• Al Bautista, que le había preguntado a través de sus discípulos si era él el Mesías, le responde Jesús: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia» (Lc 7,22). La resurrección del hijo de la viuda de Naín parece preparar la respuesta de Jesús a Juan, respuesta que confirma su identidad mesiánica y señala la obra de Dios, que visita a su pueblo en la persona de Jesús.

La atmósfera del pasaje es dramática: un marido y un hijo muertos de manera prematura son signos de castigo por los pecados. Si ya la condición de viudez hacía trágica la existencia de la mujer de Naín, la pérdida del hijo significa para ella la pérdida de la protección legal, del sostén material, del consuelo afectivo. Jesús se siente conmovido a la vista de la tragedia. El término usado por Lucas para indicar la conmoción de Jesús corresponde al verbo hebreo raham, que, en el Antiguo Testamento, se refiere asimismo a YHWH y que indica una emoción fuerte que sacude al hombre hasta sus vísceras, aferrándolo en la parte más profunda de su ser («Efraín es para mí un hijo querido, un niño predilecto, pues cada vez que le amenazo vuelvo a pensar en él; mis entrañas se conmueven y me lleno de ternura hacia él»: Jr 31,20; cf. asimismo Sal 103,8-13 e Is 54,7).

El Hijo anuncia y vive la profunda ternura que el Padre siente por los míseros, a los cuales está destinado -en primer lugar- el Evangelio de la salvación. Ese Evangelio lo anuncia Jesús aquí con una orden perentoria: «No llores». Y con un gesto («Tocó el féretro») y una palabra («Muchacho, a ti te digo: levántate») llenos de poder salvífico, restituye la vida al joven, y el hijo a su madre.

El punto culminante del relato está en las consecuencias del prodigio: Jesús es aclamado como «gran profeta», y en él se reconoce a Dios, que «ha visitado a su pueblo».

       

MEDITATIO

Había dos cortejos aquel día en la puerta de Naín: el cortejo de la vida y el cortejo de la muerte. El primero estaba representado por Jesús y sus discípulos; el segundo, por la viuda pobre que lloraba a su hijo muerto «con mucha gente del pueblo»; pero es sobre todo este segundo el que atrae la atención y envuelve de amargura toda la escena.

También nuestra vida se ve atravesada con frecuencia por estos dos cortejos: está la vida, que se afirma en nosotros como un instinto que parece invencible; pero también pasamos cada día por la experiencia de la muerte, en nosotros y a nuestro alrededor, y de muchos modos. Más aún, como en aquel día en Naín, es la muerte, todavía hoy, la que ocupa el centro de la atención, a menudo quitándonos la paz y haciéndonos olvidar todo lo demás: la vida que transcurre en el presente y la que nos ha sido prometida para el futuro.

La conmoción de Jesús frente a las lágrimas de la viuda supone para nosotros una esperanza muy consoladora: nos dice que el Señor ve nuestra condición y se conmueve, que sus «vísceras de misericordia» no se quedan insensibles frente a nuestra miseria, que él puede transformar nuestros cortejos fúnebres en danzas de alabanza a él, autor de la vida. Por eso puede pedirnos que «no lloremos». Y si restituye la vida al muchacho, entonces la esperanza se transforma en certeza, la certeza de que su ternura nos puede restituir al «hijo muerto", la alegría de la vida, el amor traicionado, la esperanza defraudada, la fe extraviada.

¿No ha sucedido tal vez ya todo esto en nuestro pasado? ¡Cuántas veces nos ha visitado Dios! ¿Por qué continuamos aún con nuestras procesiones fúnebres? Es amargo y se dirige también a nosotros el lamento de Jesús por Jerusalén: «¡Si en este día comprendieras tú también los caminos de la paz! [...] No dejarán piedra sobre piedra en tu recinto, por no haber reconocido el momento en que Dios ha venido a salvarte» (Lc 19,42.44). Dichosos nosotros, en cambio, si sabemos dejarnos encontrar en la puerta de Naín, para acabar de una vez por todas con nuestros lamentos y entonar el canto de la vida...

 

ORATIO

Te bendigo, Señor, Dios de Israel, porque has visitado y redimido a tu pueblo. Te bendigo, Señor, porque has cambiado mi lamento en danza y mis vestidos de saco en traje de gloria. Te bendigo, Señor, porque no te quedas indiferente ante mi vida y tienes conmigo esa misericordia que nace de tus entrañas de madre. Te bendigo, porque vuelvo a pensar en cada día de mi historia, vuelvo a pensar en cada vez que me has dicho: «No llores», y he dejado de llorar, y he visto la vida, y he visto que volvías a darme la vida. Gracias, Dios mío.

Pero también te pido perdón, porque han sido muchas más las veces que no he sabido reconocerte entre los misteriosos pliegues de mi historia, en particular cuando me has alimentado con pan de lágrimas para revelar en mí los signos de tu gloria o cuando me has asociado al misterio de tu muerte para que tu vida resplandeciera en mis miembros. Te pido perdón si en esos momentos he tenido temor de tu obra y he dudado de tu promesa de vida. Ahora sé que ése era el tiempo en que me visitabas...

Tú, Padre, que eres el consolador de los afligidos, tú que iluminas el misterio de la vida y de la muerte, regálame cada mañana tu visita, hasta el día en que también me pidas, como se lo pediste a tu Hijo, la entrega total de la vida. Entonces, en la alegría del Espíritu, viviré junto a ti para siempre.

 

CONTEMPLATIO

«Acercándose, tocó el féretro». Jesús no realiza el milagro sólo con la palabra. Toca también el féretro. ¿Por qué lo hace? Para enseñarnos que su cuerpo desempeña un papel en nuestra redención. Este cuerpo, cuerpo de vida, carne del Verbo omnipotente, ha llevado el poder del Verbo. El hierro puesto al fuego adquiere sus propiedades y produce sus efectos. Del mismo modo, esta carne, después de que fuera asumida por el Verbo que da la vida a todos los seres, se convirtió también ella en portadora de vida, capaz de destruir la corrupción y la muerte. Nosotros creemos que el cuerpo de Cristo, por el hecho mismo de que es el templo y la morada del Verbo de la vida, también es vivificante y posee todo el poder del Verbo. Por eso Cristo no se limitó a darle al muchacho la orden de levantarse. Otras veces, es cierto, obró lo que quería simplemente con su palabra, pero en esta ocasión puso también la mano en el féretro, haciendo ver de este modo que su cuerpo posee el poder de restituir la vida (Cirilo de Alejandría, Comentario al evangelio de Lucas).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo» (Lc 1,68).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Yo quisiera darle algo al Señor,

pero no sé qué.

Ni siquiera creo en mis lágrimas,

estas alegrías son pobres todas ellas:

pondré un clavel rojo en el balcón

cantaré una canción

sólo para él.

Iré al bosque esta noche

y abrazaré a los árboles

y me pondré a escuchar al ruiseñor,

a ese ruiseñor que canta siempre solo

desde medianoche al alba.

Después iré al lavarme al río,

y al alba pasaré bajo las puertas

de todos mis hermanos

y diré a cada casa: «¡Paz!».

Y después regaré la tierra

de agua bendita

a los cuatro puntos del universo,

después no dejaré apagarse nunca

la lámpara del altar

y me vestiré de blanco cada domingo.

Yo quisiera darle algo al Señor,

pero no sé qué.

Pero no lloraré más.

No volveré a llorar inútilmente,

sólo diré: «¿Habéis visto al Señor?»,

pero lo diré en silencio

y sólo con una sonrisa

después no diré nada más

(D. M. Turoldo, «Per il mattino di Pasqua», en id., O sensi miei, Milán 1996, p. 366).

 

 

Día 6

Lunes  de la 10ª semana del Tiempo ordinario  o San Norberto

Liturgia de las Horas de hoy

 

         San Norberto, nacido en Alemania, estaba emparentado con el emperador. Era culto y brillante. De joven fue dado a los deleites del mundo. Se afanaba por el buen vestir y por alagar a las damas con sus poesías. Su conversión, ocurrió a raíz de una tormenta que le sorprendió cuando viajaba a Westfalia, poco antes de cumplir los treinta años. Cayó un rayo a los pies de su caballo y Norberto fue tirado al suelo. Quedó inconsciente por una hora y al despertar decidió dejar atrás la vanidad de su vida pasada. Se retiró a un monasterio para hacer penitencia y repartió todas sus riquezas entre los pobres. Fue ordenado sacerdote y recibió del Papa la misión de ir a evangelizar. Recorrió para ello el norte de Francia descalzo y sin dinero. En muchas partes lo rechazaron y hasta en ocasiones tuvo que marcharse para evitar la violencia. Asistió al concilio de Rheims y se le encomendó que fundara un monasterio, lo cual hizo en el Valle de Prémontré. Es por eso que los miembros de la orden que el fundó se llaman los premonstratienses. Tuvo éxito y la orden se extendió por toda Europa. Tuvo que dejar el monacato al ser nombrado arzobispo de Magdeburgo.  Como obispo supo gobernar sin ser ni blando ni transigente. Trataron de varias veces de matarlo. Murió sin embargo de muerte natural, en 1134.

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 17,1-6

1 Elías, natural de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: -¡Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo, que en los próximos dos años no habrá lluvia ni rocío si yo no lo ordeno!

2 Luego el Señor le dirigió su palabra:

3 -Márchate de aquí en dirección a oriente y ve a esconderte en el torrente Querit, al este del Jordán.

4 Beberás el agua del torrente y yo enviaré a los cuervos para que te alimenten allí.

5 Marchó Elías y, siguiendo las órdenes del Señor, se fue al torrente Querit, al este del Jordán.

6 Los cuervos le traían pan y carne por la mañana y por la tarde, y bebía el agua del torrente.

 

        **• Reemprendemos hoy la lectura del libro Primero de los Reyes, que habíamos iniciado la cuarta semana del tiempo ordinario. En él se habla de la sucesión davídica, del reino de Salomón y del cisma político-religioso (931 a. de C.) entre las diez tribus del Norte (Israel, con capital en Samaría) y Judá y Benjamín (con capital en Jenisalén). El reino del Norte conoció la alternancia de una decena de casas reinantes, mientras que el del Sur fue regido siempre por la estirpe de David.

        Las lecturas de los libros de los Reyes siguen con el «ciclo de Elías». Procedía éste de Galaad (Transjordania), donde estaba vigente un yahvismo vigoroso. El profeta había sido enviado al rey Ajab (874-853), esposo de la fenicia Jezabel, hija del rey de Tiro y Sidón. Ésta había introducido en Samaría el culto de Baal, el dios de Tiro propiciador de la lluvia (1 Re 18,19), que, sin embargo, no está en condiciones de asegurarla a sus devotos.

        Elías, cuyo nombre significa «el Señor es mi Dios», es puesto a salvo y protegido directamente por el cielo. Como los judíos en el desierto, se alimenta de manera milagrosa con pan y carne. Los «profetas anteriores» (nuestros «libros históricos»), así llamados por la tradición judía, nos presentan una historia que se hace teología. En efecto, los libros de los Reyes constituyen una sección de la historia sagrada escrita con la intención de mostrar que la alianza entre Dios y su pueblo se rige por el principio de la retribución: si el pueblo es fiel, Dios lo bendice; si es infiel, lo abandona a un destino de muerte.

        El lector de estas páginas está invitado, no obstante, a ver en las calamidades que se abaten sobre el pueblo infiel «castigos» divinos destinados a la conversión. En nuestro caso, la sequía es signo de la reprobación divina de los cultos cananeos patrocinados por Jezabel, que se convirtió en símbolo del sincretismo religioso (Ap 2,20). De hecho, Israel estuvo siempre amenazado por los cultos paganos arraigados en la tierra de la que tomó posesión bajo la guía de Moisés y de Josué.

 

Evangelio: Mateo 5,1-12

En aquel tiempo,

1 al ver a la gente, Jesús subió al monte, se sentó, y se le acercaron sus discípulos.

2 Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras:

3 Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.

4 Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará.

5 Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

6 Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque Dios los saciará.

7 Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

8 Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

9 Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

11 Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía.

12 Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

        *+• Los capítulos 5-9 de Mateo constituyen una sección compacta, como se desprende de las dos frases, sustancialmente idénticas, que les sirven de marco (4,23 y 9,35). La sección abarca el «sermón del monte», verdadera carta magna del Reino (capítulos 5-7), y la narración de diez milagros (capítulos 8-9), presentándonos, por consiguiente, a Cristo maestro, cuya divina Palabra no sólo está dotada de autoridad, sino que es también eficaz.

        El evangelista Mateo considera a Cristo como el nuevo Moisés, como aquel que comunica la «nueva Ley» en el monte de las bienaventuranzas -el monte-, cuya imagen anticipadora era el Sinaí. El que estamos examinando es el primero de los cinco grandes discursos pronunciados por el Señor y comienza con la proclamación de las ocho bienaventuranzas del «Reino» (palabra que se repite en la primera y en la última), a las que se añade otra más. La inminencia del Reino apela a la conversión; la perspectiva escatológica que parece dominar la proclamación de las bienaventuranzas se traduce en un mensaje de salvación y se resuelve como imperativo moral, puesto que traza «un modo perfecto de vida cristiana» (Agustín).

        La expresión «pobres en el espíritu», si bien no se encuentra en el Antiguo Testamento (aunque aparece en los textos de Qumrán), refleja un aspecto fundamental: la espera del Reino por parte de los últimos. A ellos está

reservada la posesión de la tierra prometida (Sal 37,11) y, por consiguiente, del Reino, cuya instauración, según la esperanza bíblica, está destinada a registrar por lo menos un arranque ya desde aquí abajo: «... suyo es el Reino de los Cielos».

        El consuelo está presentado como un rasgo característico de Dios y como don mesiánico por excelencia (Is 61,2; cf. Le 2,25). El mismo Cristo se considera un Consolador, y con este título anuncia el don del Espíritu Santo (Jn 14,26; 15,26; 16,7). La «justicia» (término que se repite cinco veces en el sermón del monte) indica el recto cumplimiento de la voluntad divina, perseguido con impulso y determinación (hambre y sed), y, por consiguiente, connota el acceso a la salvación y constituirá la razón misma de la encarnación del Verbo: su nombre será «Señor-nuestra-Justicia» (Jr 23,6). De ahí se sigue el imperativo: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). La misericordia pasa a ser, de prerrogativa divina, aspecto cualificativo del discípulo: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). La misericordia, en efecto, prevalecerá sobre el juicio (cf. Sant 2,23).

        «Corazón puro» es una expresión que se repite en las Escrituras (Sal 24,3ss; 51,12; 73,13; Prov 22,11, etc.) y es sinónimo de «corazón sencillo» (cf. Sab 1,1; Ef 6,5), que no tiene doblez (Sant 4,8). Ésta es la condición que hace posible la visión de Dios, visión que no se concede al hombre en esta tierra (Ex 33,20), sino que está preparada para el cielo, cuando «lo veremos tal cual es» (1 Jn 3,2), «cara a cara» (1 Cor 13,12). «Constructor de la paz» es Dios mismo (Col 1,20), definido repetidamente por Pablo como «el Dios de la paz». A Cristo, su Enviado, se le anuncia como el rey mesiánico pacífico (Zac 9,9), «Príncipe de la paz» (Is 9,15), una paz que da a sus discípulos (Jn 14,27; 16,33; cf. Le 2,14). La paz constituye, por último, un «fruto del Espíritu» (Gal 5,22; Rom 14,17). Los «hijos de la paz» (cf. Le 10,6) no podrán dejar de ser, por consiguiente, «hijos de Dios».

        La persecución «a causa de la justicia» (Lc 6,22 precisa: «a causa del Hijo del hombre») no es otra cosa que el precio que hay que pagar por la coherencia y por el testimonio evangélico. La invitación a alegrarse en medio de la tribulación y en medio de las pruebas ha sido ampliamente recibida en la experiencia apostólica (Hch 5,41; 2 Cor 1,5; 12,10; Sant 1,2-4; 1 Pe 1,6; 4,12-16, etc.). La participación en los sufrimientos de Cristo, acogidos en beneficio de su Iglesia (Col 1,24), nos asocia a la gloria de la resurrección (Flp 3,10ss).

 

MEDITATIO

        El Verbo no nos habla ya a través de intermediarios, sino en persona («abriendo su boca»), y con su enseñanza restituye el hombre a sí mismo, lo hace más humano. La Ley nueva empieza sustituyendo el orgullo, triste herencia del pecado original, por la humildad, que es «principio de la bienaventuranza» (Glosa). Aquí reside la paradoja que atraviesa todo el sermón del monte, verdadero código de liberación, rechazado por el «hombre natural incapaz de percibir las cosas de Dios» (cf. 1 Cor 2,14). En efecto, «la bienaventuranza empieza allí donde para los hombres comienza la desventura» (Ambrosio). Las bienaventuranzas evangélicas abarcan el obrar y el padecer del creyente, que, por eso mismo, recibe el título real de «hijo de Dios».

        Me planteo algunas preguntas. ¿Me reconozco como un «mendigo» respecto al Señor? ¿Me considero antes que nada a mí mismo «tierra prometida», de la que debo «tomar posesión» a través de un camino de interioridad y de dominio de mí mismo? Y con respecto a la humanidad, ¿«hago duelo» por los males que la afligen? ¿Dejo aflorar esta triple actitud del espíritu que caracteriza al pueblo de las bienaventuranzas...?

 

ORATIO

        Señor Jesucristo, tú subiste al monte con tus discípulos para enseñar las cimas más altas de las virtudes, y desde allí, al transmitirnos las bienaventuranzas, nos enseñaste a llevar una vida virtuosa a la que prometiste el premio. Concédeme a mí, frágil criatura, escuchar tu voz, así como ejercitarme en la práctica de las virtudes, conseguir su mérito y, por tu misericordia, recibir el premio.

        Haz que pensando en la recompensa celestial no rechace su precio, sino que la esperanza de la salvación eterna mitigue en mí el dolor de la medicina terrena e inflame mi ánimo con el luminoso cumplimiento de obras buenas. Concédeme a mí, miserable criatura, la bienaventuranza fruto de la gracia en esta vida, para poder gozar de la bienaventuranza de la gloria en la patria celestial (Landulfo de Sajonia, Vita Jesu Christi).

 

CONTEMPLATIO

        Escuchemos con extrema atención las palabras del Señor. Fueron dichas, entonces, para todos los que estaban presentes, pero está claro que fueron escritas para todos aquellos que vendrían a continuación. Por eso se dirige Jesús en su sermón a los discípulos, pero no restringe lo que dice a sus personas; hablando en general y de modo indeterminado, declara «bienaventurados» a todos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 15, 1).

        «Dichosos los pobres en el espíritu.» Jesús precisa: «en el espíritu». Quiere hacernos comprender que aquí se trata de la humildad, no de la pobreza material. Dichosos aquellos que, gracias a un don del Espíritu Santo, han perdido su propia voluntad. Es a este tipo de pobres a quienes se dirige el Salvador, hablando por la boca de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Nueva a los pobres» (Is 61,1) (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los pobres en el espíritu» (Mt 5,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        También el mundo, Señor, proclama sus bienaventuranzas, diametralmente opuestas a las tuyas: dichosos los ricos que no se fijan en la miseria de los otros, sino que acumulan riquezas sólo para sí mismos.

        Hazme comprender, Señor, dónde está la verdadera riqueza esa que prometes a quienes te siguen.

        También el mundo, Señor, alardea sus promesas, diametralmente opuestas a las tuyas: dichosos los poderosos que no piensan en el débil necesitado de ayuda, sino que avanzan seguros por su camino.

        Hazme comprender, Señor, cuál es la fuerza invencible que das a tus fieles.

        También el mundo, Señor, ostenta su justicia, diametralmente opuesta a la tuya: dichosos los listos que no piensan en los otros, sino que los explotan para su propio éxito.

        Hazme comprender, Señor, dónde puedo encontrar la sensatez que tú garantizas a quien la busca.

También el mundo, Señor, presenta su manifiesto, diametralmente opuesto al tuyo: dichosos los vividores que no se preocupan del mañana, sino que buscan arrebatar el momento fugaz.

        Hazme comprender, Señor, cuáles son las verdaderas alegrías, esas que no permites que falten a tus hijos. (C. Ghidelli, Beatitudine evangeliche e spirítualitá laicale, Brescia 1996, pp. 21 ss).

 

 

Día 7

Martes de la 10ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 17,7-16

En aquellos días,

7 al cabo de algún tiempo se secó el torrente a causa de la pertinaz sequía.

8 Entonces, el Señor le dijo:

9 -Levántate y vete a vivir a Sarepta de Sidón; yo ordenaré a una viuda de allí que te alimente.

10 Elías se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por la puerta de la ciudad, vio a una viuda recogiendo leña. La llamó y le dijo: -Por favor, tráeme un vaso de agua para beber.

11 Cuando ella iba por el agua, Elías le gritó: -Tráeme también un poco de pan.

12 Ella le dijo: -¡Vive el Señor, tu Dios, que no tengo una sola hogaza; sólo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la orza! Precisamente, estaba recogiendo estos palos para preparar algo para mi hijo y para mí; lo comeremos y luego moriremos.

13 Elías le dijo: -No temas; ve a casa y haz lo que has dicho, pero antes hazme a mí una hogaza pequeña y tráemela. Para ti y para tu hijo la harás después.

14 Porque así dice el Señor, Dios de Israel: No faltará harina en la tinaja ni aceite en la orza hasta el día en que el Señor haga caer la lluvia sobre la tierra.

15 Ella fue e hizo lo que le había dicho Elías, y tuvieron comida para él, para ella y para toda su familia durante mucho tiempo.

16 No faltó harina en la tinaja ni aceite en la orza, según la palabra que el Señor pronunció por medio de Elías.

 

**• La mano del Dios de Israel obra también en tierra pagana y guía a Elías hacia una localidad costera del Líbano, donde tendrá asegurado el alimento. El prodigio que realiza es el signo que da autenticidad a su misión. No es, por tanto, Jezabel y sus falsos dioses, sino una viuda inerme quien puede dar testimonio de la intervención de YHWH en favor de los que en él confían. Y, puesto que se trata de una extranjera, el episodio abre una perspectiva universalista que tomará cuerpo con el Nuevo Testamento: la viuda de Sarepta se convierte en el tipo de los paganos llamados a la mesa del Reino.

El sentido del episodio podemos tomarlo de la cita del mismo por Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,24-26): el profeta a quien no escuchan los suyos tiene más crédito en tierras paganas. Por otra parte, podemos establecer una comparación entre la viuda de Sarepta y la del evangelio (Mc 12,41-44; Le 21,1-4), para subrayar su gran generosidad. Pero no sólo esto: la viuda se contrapone asimismo a Jezabel, cuya insaciable avidez condena el autor sagrado (cf. 1 Re 21,1 ss).

 

Evangelio: Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

13 Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.

15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.

16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos.

 

**• Quien sigue el nuevo código de vida encerrado en las bienaventuranzas será sal de la tierra y luz del mundo.

El «vosotros» enfático parece diferenciar la conducta cristiana de la conducta de los fariseos y los paganos, a quienes el sermón del monte hace referencia en más ocasiones. La responsabilidad del cristiano, por otra parte, tiene un valor cósmico, planetario.

La sal encierra una pluralidad de significados. Es un condimento insustituible. Posee propiedades conservantes. Se usaba en la realización de sacrificios (Lv 2,13) y, por consiguiente, asumía un carácter «consagratorio», y en caso de que hubiera perdido el poder de salar, era «pisoteada» con un gesto desacralizador. Por último, la sal alude a la sabiduría (Mc 9,50) y con ella debemos condimentar nuestras palabras (Col 4,6).

Los discípulos son «luz del mundo» no de modo diferente a Cristo, que es la fuente de la misma (Jn 8,12). «¿Acaso se trae la lámpara para taparla...», suena al pie de la letra el paralelo de Mc 4,21. Si la luz se pone bajo esa vasija de barro, bajo el moyo, un recipiente con el que se medía el grano, se apaga inevitablemente (eso es lo que se hacía en aquel tiempo para apagar una luz sin que hiciera humo). El evangelista volverá, a continuación, sobre la imagen de la luz (Mt 6,22ss).

 

MEDITATIO

        El hombre «ha sido creado para realizar obras buenas» (Ef 2,10), para irradiar la luz que Cristo derrama sobre él (cf. Ef 5,14). El Señor, que es la lumen illuminans, la luz que ilumina, nos transforma en lumen illuminatiuu, la luz que se refleja sobre nosotros (Gregorio Magno). La comunidad de los «iluminados» (Heb 6,4; 10,32) viene a constituir aquel candelabro de oro, imagen de la Iglesia, donde Cristo establece su morada (Ap 1,13). El candelabro de los siete brazos remite, en la tradición judía, a la totalidad del tiempo (la primera semana del Génesis) y a la totalidad de la persona, resumida, de manera simbólica, en los sentidos superiores con sus siete orificios (dos ojos, dos orejas, dos narices y la boca).

Meditaré reflexionando en qué medida irradian luz mis sentidos, a través de los que interactúo con la humanidad y con el cosmos. ¿En qué medida mis sentidos, encendidos por el fuego del Espíritu, se comunican con Dios?

 

ORATIO

        Señor, tú que has dicho: «Venid a mí y seréis iluminados» (cf. Sal 34,6), difunde tu luz en mi corazón. Enciende mis sentidos con el fuego del Espíritu de Pentecostés, para que pueda yo «caminar a la luz de tu rostro» (Sal 90,16). Concédeme irradiar tu luz en medio de los hombres, para hacer desaparecer las tinieblas de la ignorancia y del pecado.

 

CONTEMPLATIO

Después de haber exhortado, oportunamente, a sus apóstoles, los consuela Jesús de nuevo con sus alabanzas. Dado que los preceptos que les había dado eran muy elevados y estaban infinitamente por encima de la Ley antigua, para evitar que se quedaran asombrados y turbados y dijeran: «¿Cómo podremos cumplir estas grandes cosas?», afirma a renglón seguido esto: «Vosotros sois la sal de la tierra». Con estas palabras les muestra que era necesario darles aquellos grandes preceptos.

Dice, en sustancia, que esa enseñanza les será confiada a ellos no sólo para su vida personal, sino también para la salvación de todos los hombres. No os envío –parece decir- como fueron enviados los profetas en otros tiempos a dos ciudades, o a diez, o a veinte, o a un pueblo en particular, sino que os envío a la tierra, al mar, al mundo entero, a este mundo que vive en la corrupción. Al decir «Vosotros sois la sal de la tierra», da a entender que la sustancia de los hombres se ha vuelto insípida y se ha corrompido por los pecados. Por eso les exige sobre todo a sus apóstoles aquellas virtudes que son necesarias y útiles para convertir a muchos.

Cuando un hombre es sencillo, humilde, misericordioso y justo, no mantiene encerradas en sí mismo esas virtudes; hace que esas fuentes excelentes broten de su alma, se difundan en beneficio de los otros hombres.

Por otra parte, quien tiene un corazón puro, quien es pacífico, quien sufre persecuciones a causa de la verdad, pone su vida al servicio de todos [...]. Pues bien, si vosotros no tenéis suficiente virtud para comunicarla a los otros, parece concluir Jesús, tampoco tendréis bastante para vosotros mismos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 15, 6).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros sois sal, sois luz» {cf. Mt 5,13ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Se impone la pregunta sobre cómo debemos entender hoy estas afirmaciones [de Jesús transmitidas por Mateo]. Más concretamente: ¿a quién se refiere: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois una ciudad situada en la cima de un monte»? Personalmente, me costaría mucho aplicarme a mí estas expresiones. Pero también se me plantean muchas dificultades a la hora de referirlas a la Iglesia de hoy. Pienso más bien en esas personas y comunidades que, dentro de la Iglesia - y fuera de la misma-, viven las bienaventuranzas o se esfuerzan en hacerlo: pienso en los pobres, en aquellos que se muestran solidarios con los oprimidos, en cuantos se comprometen con un mundo más justo sin recurrir a la violencia, y en otros más. Podría suceder que también yo forme parte de ésos. Lo espero. Podría ser que toda la Iglesia fuera un día sal de la tierra y luz del mundo. Lo espero. Ahora bien, si no pertenezco ya a esta categoría de bienaventurados, es importante que sepa que los destinatarios de las bienaventuranzas, los discípulos de Jesús hoy, podrían ser para mí luz, podrían ayudarme a descubrir el sentido de la solidaridad. Una cosa es cierta: quien quiera ser hoy sal de la tierra y luz del mundo no puede volverse él mismo mundo. Debe seguir unas huellas diferentes, las huellas dejadas por Jesús, aun cuando choque con el modo de ver y de juzgar de la sociedad y de la Iglesia (H. J. Venetz, // discorso aella montagna, Brescia 1990, p. 44).

 

 

Día 8

Miércoles de la 10ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 18,20-39

En aquellos días,

20 Ajab convocó a todos los israelitas y a todos los profetas en el monte Carmelo.

21 Elías se adelantó hasta el pueblo y dijo: -¿Hasta cuándo vais a andar cojeando de las dos piernas? Si el Señor es Dios, seguid al Señor, y si lo es Baal, seguid a Baal. El pueblo no dijo nada.

22 Entonces Elías continuó: -Sólo he quedado yo de los profetas del Señor, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta.

23 Pues bien, dadnos dos novillos. Que ellos elijan uno, lo descuarticen y lo coloquen sobre la leña, sin encenderla. De igual manera prepararé yo el otro.

24 Que ellos invoquen el nombre de sus dioses; yo invocaré el nombre del Señor. El que responda con el fuego, ése será el verdadero Dios. Respondió el pueblo: -De acuerdo.

25 Elías dijo a los profetas de Baal: -Elegid vosotros el novillo y comenzad, porque sois más. Invocad el nombre de vuestro dios, pero sin prender fuego.

26 Les entregaron el novillo, lo prepararon y se pusieron a invocar el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, gritando: -¡Baal, respóndenos! Pero no se oía voz alguna, ni respondía nadie. Ellos seguían danzando en torno al altar que habían hecho.

27 Al mediodía, Elías se puso a burlarse de ellos y les decía: -¡Gritad más fuerte! Baal es dios, pero quizás esté ocupado con negocios y problemas o esté de viaje; tal vez esté dormido y se despertará.

28 Ellos gritaban más fuerte y, según su costumbre, se hacían cortes con espadas y lanzas, hasta hacer correr la sangre por su cuerpo.

29 Después del mediodía, se pusieron en trance hasta la ofrenda del sacrificio vespertino. Pero no se oía voz alguna, nadie respondía ni hacía caso.

30 Entonces Elías dijo a todo el pueblo: -Acercaos a mí. Y todo el pueblo se acercó. Elías rehizo el altar del Señor, que había sido destruido.

31 Tomó doce piedras, una por cada tribu de los hijos de Jacob, a quien el Señor había dicho: «Israel será tu nombre»,

32 y con ellas levantó un altar en honor del Señor. Lo rodeó de una zanja con cabida para dos medidas de simiente;

33 dispuso la leña, descuartizó el novillo, lo puso sobre la leña

34 y ordenó: -Llenad cuatro cántaros de agua, y echadla sobre el holocausto y sobre la leña. Luego dijo: -Hacedlo otra vez. Y lo hicieron. El añadió: -Hacedlo una vez más. Y por tercera vez la echaron.

35 El agua corría en torno al altar, hasta llenar la zanja.

36 A la hora de la ofrenda del sacrificio, se adelantó el profeta Elías, y dijo: -Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, que se sepa hoy que tú eres Dios de Israel, que yo soy tu siervo y que por orden tuya hago todo esto.

37 Respóndeme, Señor, respóndeme, para que sepa este pueblo que tú eres el Señor, el verdadero Dios, y que eres tú el que hará volver el corazón de tu pueblo hacia ti.

38 Entonces bajó el fuego del Señor, consumió el holocausto y la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja.

39 Al ver esto, el pueblo se postró en tierra y exclamó: -¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!

 

*» La sequía continuaba -estamos ya en el «tercer año» (1 Re 18,1)- y Elías se encuentra escondido para huir del exterminio de los profetas de YHWH, O sea, de los más fervientes seguidores del yahvismo, llevado a cabo por Jezabel. Elías desvía contra el rey Ajab la acusación de introducir el desorden en Israel e invoca el «juicio de Dios», desafiando a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal en el monte Carmelo, donde había un venerado altar de YHWH destruido por orden de Jezabel.

El griterío para invocar al dios de Tiro y la puesta en trance de sus profetas hasta el paroxismo no consiguieron obtener el milagro, que sí se produjo, sin embargo, a la hora en la que los israelitas ofrecían el sacrificio vespertino. Al reconocimiento del verdadero Dios le sigue la venganza en la persona de los falsos profetas (v. 40, omitido en el texto litúrgico).

 

Evangelio: Mateo 5,17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

17 No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias.

18 Porque os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, la más pequeña letra de la Ley estará vigente hasta que todo se cumpla.

19 Por eso, el que descuide uno de estos mandamientos más pequeños y enseñe a hacer lo mismo a los demás, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.

 

**• Después de haberse referido a su propia enseñanza, Cristo toma posición respecto a la enseñanza tradicional e introduce, de un modo solemne y con autoridad, su propia enseñanza con el «amén» («Pero yo...»), que significa: «Es verdadero, es digno de fe» lo que os voy a decir. Esta expresión es un motivo que se repite en el sermón del monte (5,18.26; 6,2.5.16). «Jesús anunció, en un primer momento, todas las bienaventuranzas, con el fin de allanar y preparar el ánimo de sus oyentes y hacerlo así más dispuesto y sensible para recibir toda la nueva ley» (Juan Crisóstomo). La Ley y los profetas eran toda la Escritura (eran, en efecto, las dos fuentes de las que bebía la liturgia sinagogal; podríamos citar Jn 6.31.45 con el doble envío al Éxodo y a Isaías). Jesús, antes de sintetizar su enseñanza en una frase lapidaria y programática (Mt 7,12), precisa su actitud y la de sus discípulos respecto a la Ley antigua.

No se trata de abolir (término que, en Mt 24,2; 26,61, se aplica al templo; la Ley y el templo tienen su cumplimiento y, por consiguiente, su consumación en Cristo), sino de llevar a la plenitud de su perfección, como señala repetidamente el evangelista (Mt 1,22; 2,15.17; 3,15; 4,14, etc.). Se puede decir que todo el sermón del monte constituye la ejemplificación de este axioma. Sin embargo, dado su carácter «provocador», se acusará a Cristo de pretender destruir la Ley y los profetas (variante de Lc 23,2).

El Maestro se opone a una visión formal y legalista del cumplimiento de los preceptos de Moisés, recordando la importancia que tiene la intención. La actitud interior es equiparada a la acción exterior. La intención cualifica a la acción, y ésta da cuerpo a la intención. Así pues, el Maestro apunta a la interiorización de los preceptos, hasta el punto que el cumplimiento de la voluntad divina deberá superar el practicado por los escribas y los fariseos (v. 20, que la liturgia ha situado en la lectura siguiente). Refiriéndose a los escribas, Cristo actualiza la enseñanza de los padres recogiendo su alcance profundo (5,21-48). En cuanto a los fariseos, condena la no autenticidad de su conducta religiosa, lanzando una vigorosa llamada a la interioridad (6,1-18).

 

MEDITATIO

En la ley divina «hasta las cosas consideradas como menos importantes están colmadas de misterios espirituales y todas se encuentran recapituladas en el evangelio» (Jerónimo). Por consiguiente, Cristo «ha cumplido con la doctrina, y con el ejemplo ha llevado a cabo la verdad interior» de la Ley antigua (Ruperto de Deutz).

Al meditar las enseñanzas del Señor, me detengo antes que nada en la autoridad con la que fueron pronunciadas.

Tomo conciencia de cómo nos urge Cristo para que interioricemos la Ley y cómo considera la conciencia como medida de la moralidad y, en consecuencia, la convierte en una bienaventuranza: «Al ver a uno trabajando en sábado, le dijo: Amigo, dichoso tú, si sabes lo que haces...» (variante de Lc 6,5). Me pregunto, por tanto, si vivo de manera consciente el instante presente.

 

ORATIO

Señor, «todas las obras de justicia» realizadas por mí «son como un trapo inmundo» (cf. Is 64,5) a causa de los fines segundos que las inspiran. Las hacen impuras el orgullo, la hipocresía, el cálculo, el interés.

Me reconozco incapaz de ser un fiel cumplidor en las cosas grandes, porque olvido y minimizo las pequeñas.

Libérame de la tentación farisaica de contar con mi justicia o de querer parecer justo a los ojos de los hombres y concédeme conseguir tu justicia.

 

CONTEMPLATIO

Ahora bien, me preguntaréis vosotros, ¿de qué modo no abrogó Cristo la Ley? ¿De qué modo dio cumplimiento a la Ley y a los profetas? Por lo que se refiere a los profetas, confirmó con sus obras todo cuanto éstos habían predicho sobre él; por eso dice siempre el evangelista: «A fin de que se cumpliera todo lo que habían dicho los profetas». Cuando nació, cuando los niños le cantaron un himno maravilloso, cuando se montó en una burra, y en una infinidad de circunstancias, cumplió las profecías, unas profecías que nunca se hubieran cumplido si él no hubiera venido al mundo.

Por lo que se refiere, sin embargo, a la Ley, la cumple antes que nada porque no transgredió ninguno de los preceptos legales. Sus palabras, recogidas por Juan, atestiguan, en efecto, que los cumplió todos: «Es conveniente que cumplamos así con toda justicia»; dijo también a los judíos: «¿Quién de vosotros podrá acusarme de pecado?», y, por último, a los discípulos: «Se acerca el príncipe de este mundo. Y aunque no tiene ningún poder sobre mí». El profeta ya había previsto esto cuando dijo: «No cometió pecado». [Por otra parte, cumplió la Ley] mediante los preceptos que iba a dar. En efecto, nada de cuanto dice Jesucristo en el evangelio tiene que ver en absoluto con abrogar, sino más bien con extender y completar la Ley antigua (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 16, 2).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que se cumpla todo».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Pero los únicos que pueden tener esa justicia mejor [que la de los escribas y los fariseos; cf. 2.20] son aquellos a quienes Cristo habla, los que él ha llamado. La condición de esta justicia mejor es el llamamiento de Cristo, es Cristo mismo. Resulta así comprensible que Jesús, en este momento del sermón del monte, hable por primera vez de sí mismo. Entre la justicia mejor y los discípulos, a los que se la exige, se encuentra él. Ha venido para cumplir la Ley de la antigua alianza. Este es el presupuesto de todo lo demás; Jesús da a conocer su unión plena con la voluntad de Dios en el Antiguo Testamento, en la Ley y los profetas.

De hecho, no tiene nada que añadir a los preceptos de Dios; los guarda, y esto es lo único que añade. Dice de sí mismo que cumple la Ley. Y es verdad. La cumple hasta lo más mínimo. Y al cumplirla, se «consuma todo» lo que ha de suceder para el cumplimiento de la Ley [...]. La justicia de los discípulos es justicia bajo la cruz. Es la justicia de los pobres, de los combatidos, hambrientos, mansos, pacíficos, perseguidos por amor a Cristo; la justicia visible de los que son luz del mundo y ciudad sobre el monte, por la llamada de Cristo. Si la justicia de los discípulos es «mejor» que la de los fariseos se debe a que sólo se apoya en la comunidad de aquel que ha cumplido la Ley; la justicia de los discípulos es auténtica justicia porque ahora cumplen la voluntad de Dios observando la Ley (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 76-79).

 

 

Día 9

Jueves de la 10ª semana del Tiempo ordinario o San Efrén

Liturgia de las Horas de hoy

         San Efrén alcanzó gran fama como maestro, orador, poeta, comentarista y defensor de la fe. Es el único de los Padres sirios a quien se honra como Doctor de la Iglesia Universal, desde 1920.  En Siria, tanto los católicos como los separados de la Iglesia lo llaman "Arpa del Espíritu Santo" y todos han enriquecido sus liturgias respectivas con sus homilías y sus himnos.  A pesar de que no era un hombre de mucho estudio formal, estaba empapado en las Sagradas Escrituras y tenía gran conocimiento de los misterios de la fe: A San Efrén debemos, en gran parte, la introducción de los cánticos sagrados en los oficios y servicios públicos de la Iglesia, como una importante característica del culto y un medio de instrucción.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 18,41-46

En aquellos días,

41 Elías dijo a Ajab: -Vete a tu casa tranquilo, porque ya se oye el ruido de lluvia torrencial.

42 Elías subió a la cima del Carmelo y se postró en tierra con el rostro entre las rodillas.

43 Y dijo a su criado: -Sube y mira hacia el mar. El criado subió, miró y dijo: -No veo nada. Elías insistió: -Sube hasta siete veces.

44 A la séptima, dijo el criado: -Sube del mar una nube pequeña como la palma de una mano. Elías le dijo: -Corre y di a Ajab: Engancha y márchate antes de que la lluvia te lo impida.

45 Y en un momento el cielo se oscureció con nubes, sopló viento y cayó agua en abundancia. Ajab montó en su carro y marchó a Jezrael.

46 Elías se ciñó y, con la fuerza del Señor, fue corriendo hasta Jezrael y llegó antes que Ajab.

 

**• Tras haber invitado a Ajab a poner fin al ayuno que había realizado para impetrar la lluvia, sube Elías al Carmelo y entra, probablemente, en la cueva (todavía se conserva el testimonio) donde solía recogerse para orar.

La posición que toma, atestiguada asimismo en las antiguas tradiciones egipcias y mesopotámicas, indica una profunda concentración, aunque también el despertar de energías interiores capaces de influir sobre los mismos elementos naturales. Ésa es la relectura que realiza Santiago en los versículos 16-18 del capítulo 5 de su carta (al pie de la letra): «Mucho puede la oración energética [en griego, energumene] del justo. Elías, que era un hombre de nuestra misma condición, oró intensamente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses; oró de nuevo, y el cielo dio la lluvia». Y comenta Ambrosio: «La voz salida de la boca ayuna de Elías cierra el cielo». La lluvia, traída por el viento de poniente, tras una súplica insistente -siete veces-, no tardó en llegar. Jezrael, situada a una docena de kilómetros al norte de la actual Genin, era la segunda capital de los reyes de Israel.

 

Evangelio: Mateo 5,20-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

20 Os digo que si no sois mejores que los maestros de la Ley y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

21 Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: No matarás, y el que mate será llevado a juicio.

22 Pero yo os digo que todo el que se enfade con su hermano será llevado a juicio; el que le llame estúpido será llevado a juicio ante el sanedrín, y el que le llame impío será condenado al fuego eterno.

23 Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,

24 deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego, vuelve y presenta tu ofrenda.

25 Trata de ponerte a buenas con tu adversario mientras vas de camino con él, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.

26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.

 

*•• Se inicia la serie de seis antítesis con las que Jesús «pone al día» la antigua Ley con la misma «autoridad» (Mt 7,29) con la que fue promulgada por Dios {«se dijo» es un pasivo divino que equivale a decir: «Dios dijo»). «¿Quién entre los profetas o entre los justos o entre los patriarcas se expresó alguna vez de este modo?», se pregunta Juan Crisóstomo. «Ninguno; ellos solían empezar sus discursos con las palabras "esto dice el Señor". Pero no obra así el Hijo de Dios.»

Conocemos ya la premisa de esta relectura de los mandamientos, cuyo antiguo orden respeta Cristo a fin de mostrar su continuidad con el nuevo: el cumplimiento {«justicia») de la voluntad divina debe «superar la medida» practicada por los escribas y los fariseos, es decir, por los comentadores autorizados de las Escrituras y por los escrupulosos observantes de la Palabra divina. La «justicia», esto es, la vida recta, incluye un aspecto civil: el cumplimiento de la Ley, y un aspecto religioso, el cultivo de la piedad.

La primera antítesis tiene que ver con el quinto mandamiento (Ex 20,13; Dt 5,17). Jesús compara el homicidio material con el intencional, que puede conocer diferentes modalidades: la ira, el desprecio {rhaká, traducido por «estúpido», indica cabeza vacía, sin cerebro y, según Agustín, se trata más bien de una interjección que expresa un impulso negativo del ánimo) y la ofensa, para los que está previsto el «juicio» del tribunal local, la sentencia del sanedrín (el tribunal supremo con sede en Jerusalén) y, por último, el fuego de la Gehena, la proverbial hondonada situada al sudoeste de la Ciudad Santa, considerada, a partir del Nuevo Testamento, como lugar de eterna maldición. El mandamiento de no irritarse, señala Juan Crisóstomo, «es el cumplimiento y el perfeccionamiento del que prohibía matar. Quien se abstiene de la ira se abstendrá con mucha más facilidad del homicidio, y quien refrena su propia indignación con mayor facilidad conseguirá detener sus manos. La ira es la raíz del homicidio. Quien corte esta raíz cortará con menor dificultad todas sus ramas o, mejor aún, incluso impedirá que broten».

En ese estado de ánimo no tiene sentido la ofrenda de sacrificios de acción de gracias o de expiación, que incluso han de ser interrumpidos a pesar del carácter sagrado del culto, para ocuparse enseguida (¡de inmediato!) de recomponer el orden social. Cristo equipara una situación de índole moral y puramente interior con una grave impureza legal que implicaba la suspensión del rito, según la enseñanza profética: «Misericordia quiero y no sacrificios» (cf. Mt 9,13; 12,7). Y no menos contraproducente sería presentarse al juicio divino en estado de litigio, pensando que Dios condonará nuestra deuda sin que nosotros la hayamos condonado antes a nuestro hermano (cf. Mt 6,12). En ese caso, deberemos pagar hasta el último «céntimo».

 

MEDITATIO

Al imponernos dar el primer paso hacia el prójimo, Cristo pone de relieve «el deber de la reconciliación, aunque sea difícil» (Jerónimo). En efecto, no dice: «Si tienes algo contra tu hermano», sino si «tu hermano tiene algo contra ti». En esto el discípulo imita al Maestro, el cual murió «por nosotros cuando aún éramos pecadores» y «nos reconcilió con Dios cuando éramos sus enemigos» (Rom 5,8.10).

Por otra parte, el cristiano ofrece en el altar del corazón «el sacrificio agradable a Dios» (Rom 12,1) y por eso debe ser inmune no sólo al rencor, sino también a la omisión de la ayuda al hermano cuando la necesita para salir de una situación de odio y de rechazo. El presunto estado irreprensible en que se encuentra el oferente le favorece también en el plano psicológico, puesto que ha conservado íntegro su propio corazón, ya que no tiene nada contra el otro. Pasando revista a las personas con las que mantengo un contacto más directo, tomo conciencia de mis relaciones (benévolas, tolerantes, discriminantes, de juez, desconfiadas, envidiosas, etc.) y, si fuere necesario, las vuelvo a formular a la luz de la enseñanza evangélica.

 

ORATIO

        ¡Cuántas veces, Señor, llevo a cabo mi «servicio sacerdotal» presentándote sacrificios espirituales en el altar de un corazón no reconciliado! Y me olvido de que tú apartas la mirada de quien está separado de su propio hermano. Antes incluso de levantarme para ir al encuentro de mi hermano, me pondré en un estado de benevolencia y empezaré a «hablar a su corazón» (Os 2,16) para regalarle mi estima, la reconciliación y la paz.

 

CONTEMPLATIO

Hay, por tanto, grados en estos pecados. En primer lugar, nos irritamos y retenemos la emoción que se forma en el interior. Si, más tarde, la misma turbación arranca al que está airado un sonido que no tiene significado, pero que atestigua con el mismo prorrumpir la emoción del alma, de modo que con ésta ofendemos a aquél contra quien estamos irritados, el hecho es, a buen seguro, más grave que cuando la ira que se levanta se esconde en el silencio. Si, además, no sólo se oye la voz del que es menospreciado, sino también la palabra que indica y califica el ultraje dirigido a aquél contra el que se profiere, no cabe duda que es un poco más que si se oyera sólo la expresión de menosprecio. Así pues, en el primer caso tenemos un solo dato, esto es, la ira en sí; en el segundo, dos, la ira y el sonido que indica la ira; en el tercero, tres, la ira, el sonido que indica la ira y, en el mismo sonido, la demostración de un ultraje deliberado. Examina ahora también las tres imputaciones: la del proceso, la de la condena y la de la gehena del fuego. En el proceso se da aún la posibilidad de la defensa. Sin embargo, en lo que tiene que ver con la condena, aunque también haya un proceso, el hecho de tenerlo claro induce a advertir que en este paso difieren en algún aspecto. Parece precisamente que sea competencia suya la emisión de la sentencia. En efecto, aquí no se discute con el culpable mismo si ha de ser condenado o no, sino que aquellos que lo juzgan se paran a tratar la pena con la que es oportuno condenar a alguien que, evidentemente, es preciso condenar. A continuación, la gehena del fuego no propone como incierta ni la condena que se desprende del proceso ni la pena del condenado que se desprende de la condena; en la gehena son ciertas la condena y la pena del condenado (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 1, 9.24).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si alguien nos dice: «No matar», la cosa no nos inquieta demasiado. ¿Cuántas veces tenemos ocasión de matar? Estamos acostumbrados a interpretar la falta de oportunidades (y nuestra falta de valor) como virtudes, e incluso nos hacemos ilusiones al respecto. Decimos, en efecto: «No he matado. Al menos en este punto nadie puede reprocharme».

Ahora bien, Jesús, casi radiografiando nuestros mecanismos de justificación y de defensa, prosigue: «Pero yo os digo que todo el que se enfade con su hermano será llevado a juicio y condenado a muerte». Ahora el asunto se pone peligroso. Y es que aquí estamos todos implicados. ¿Quién podría decir que no alimenta ningún rencor? Y de una manera lenta, pero inevitable, empieza a faltarnos el terreno bajo los pies. Si hasta ahora habíamos creído que podríamos colocamos en la parte de los justos frente a Dios, puesto que no habíamos cometido ningún homicidio, ahora, en cambio, hemos sido desenmascarados como asesinos, porque Jesús no parece establecer ninguna diferencia entre un asesino y el que se enfada con su propio hermano. En todo caso, ambos merecen la condena a muerte•[...].

Heme aquí cogido en una desnudez total. Ya no puedo esconderme detrás de ningún mandamiento. Estoy indefenso del todo, completamente impotente, y como tal me entrego a Dios, que es el único que puede salvarme de la muerte. Mi confianza no se basa ya en la observancia de los mandamientos. El único que puede salvarme es Dios; él es quien puede liberarme de la muerte. Una cosa es cierta: la antítesis de Jesús inserta a la persona en un movimiento que no es posible esperar de ley alguna» (H. J. Venetz, // discorso della montagna, Brescia 1990, pp. 56ss).

 

 

 

Día 10

Viernes de la 10ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 19,9a-11-16

En aquellos días,

9 cuando Elías llegó al monte, entró en una gruta.

11 El Señor le dirigió su palabra: -Sal y quédate de pie ante mí en la montaña. ¡El Señor va a pasar! Pasó primero un viento fuerte e impetuoso, que removía los montes y quebraba las peñas, pero el Señor no estaba en el viento. Al viento siguió un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto.

12 Al terremoto siguió un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Al fuego siguió un ligero susurro.

13 Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con su manto y, saliendo afuera, se quedó de pie a la entrada de la gruta. Y una voz le preguntó: -¿Qué haces aquí, Elías?

14 Respondió: -Me consume el celo por el Señor todopoderoso, porque los israelitas han roto tu alianza, han destruido tus altares y han matado a tus profetas. Sólo he quedado yo, y me buscan para matarme.

15 El Señor le dijo: -Anda, regresa por el camino del desierto a Damasco, y a tu llegada unge a Jazael como rey de Siria;

16 a Jehú, hijo de Namsí, como rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abelmejolá, como profeta sucesor tuyo.

 

••*• A pesar del prodigio que había realizado, Elías sigue estando amenazado de muerte por Jezabel y de ahí que se aleje por el desierto al sur de Judá, deseándose la muerte por inanición. Pero el ángel del Señor le hace encontrar dos veces una hogaza de pan y una jarra de agua, y le dice que se alimente en vistas al largo camino que le llevaría al Horeb, es decir, al monte Sinaí, lugar tradicional de las revelaciones divinas. Una vez llegado, entra Elías en la gruta (¿la misma de Moisés, que todavía era venerada?) para pasar allí la noche.

Elías manifiesta la angustia que siente frente a la perversión de su pueblo; se ha quedado solo (w. 10 y 14) en la defensa de la religión de los padres. Pero Dios confirma su vocación por medio de una teofanía. Ahora bien, no se trata de una teofanía que se sitúe en la línea de las clásicas {cf. Ex 19; Hch 2), que implicaban una serie de fenómenos atmosféricos y telúricos excepcionales, sino que Dios se manifiesta en el «tenue murmullo del silencio» (así dice, al pie de la letra, el texto hebreo), como para volver a llevar a Elías a su propia interioridad, para que encuentre en la «gruta del corazón» al Señor en el que habría de encontrar la fuerza para reemprender el camino. El profeta se cubre el rostro en señal de respeto y con la conciencia de que nadie puede ver el rostro de Dios y seguir con vida.

La experiencia de Dios está destinada a que Elías reemprenda su propia misión. Y, en efecto, Elías ya no estará solo: le esperan «siete mil hombres», aquellos cuyas rodillas no se han doblado ante Baal y cuyos labios no lo han besado (v. 18). Por otra parte, deberá ocuparse de realizar algunas cosas importantes: la unción del

rey de Damasco {cf 2 Re 8,7-15), la de Jehú, rey de Israel (2 Re 9,1-13), que ordenará la muerte de Jezabel y de toda la familia real, así como la investidura profética de Eliseo. Estos hechos forman parte, sin embargo, del «ciclo de Eliseo».

 

Evangelio: Mateo 5,27-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

27 Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio.

28 Pero yo os digo que todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

29 Por tanto, si tu ojo derecho es ocasión de pecado para ti, arráncatelo y arrójalo lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno.

30 Y si tu mano derecha es ocasión de pecado para ti, córtatela y arrójala lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser arrojado todo entero al fuego eterno.

31 También se dijo: El que se separe de su mujer que le dé un acta de divorcio.

32 Pero yo os digo que todo el que se separa de su mujer, salvo en caso de unión ilegítima, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una separada comete adulterio.

 

*+• Cristo, señala Juan Crisóstomo, «combatía los vicios con la gran autoridad de un legislador, empezando por los que son más comunes en nosotros, a saber: la ira y la concupiscencia (las pasiones que más nos tiranizan y son más inherentes a la naturaleza humana), reprimiéndolas con todo esmero». De ahí se sigue que la segunda y la tercera antítesis tienen que ver con el sexto y con el noveno mandamientos (Ex 20,14.17 y Dt 5,18.21).

Cristo asocia el adulterio del cuerpo al del corazón. Decir ojo derecho y mano derecha significa referirse a toda la persona a través de las funciones primarias del ver y del obrar. Prescindiendo además de que el lado derecho es considerado, por definición, como el más importante, está el hecho de que quien era minusválido de este lado era considerado inhábil. La doble amputación sirve para indicar el radicalismo con el que estamos  llamados a seguir los mandamientos divinos. Ese radicalismo se aplica asimismo en el caso del divorcio, consentido por la Ley antigua (Dt 24,lss), pero al que Cristo considera igualmente como adulterio legalizado {cf Mt 19,3ss). El único motivo que puede legitimar el repudio es el «caso de unión ilegítima» (aquí y en Mt 19,9). Esta cláusula, exclusiva de Mateo, es posible que indique simplemente el adulterio, con el que se infringe el carácter sagrado del vínculo matrimonial en el ámbito judeo-cristiano o las uniones consideradas como ilegítimas en el ámbito judío {cf Hch 15,20.29).

Debemos señalar que la toma de posición de Cristo tiene puesta la mirada en la defensa de las categorías más débiles y en el restablecimiento del orden social. No en vano la enseñanza impartida aquí en relación con las mujeres será recogida también respecto a los niños (Mt 18,1-10).

 

MEDITATIO

Jesús no sólo confirma el principio de la intencionalidad en el obrar humano, sino que indica también su precio: amputar y eliminar cuanto es ocasión de mal. Lo que quiere el Señor no es, qué duda cabe, la minusvalía del cuerpo, sino la «circuncisión del corazón» (Jr 4, 4), o sea, acabar con la «esclerocardia» -«fue por la dureza de vuestros corazones...»: Mt 19,8- que rompe el vínculo sagrado del amor.

En este punto se me impone una auténtica ecografía del corazón, bajo la guía del implacable diagnóstico propuesto por Cristo en el evangelio de Marcos (7,2lss): «Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez». Haré seguir la toma de conciencia de una sincera y resuelta «toma de distancia».

 

ORATIO

Señor, aun cuando mi conciencia no me reprochara el adulterio del cuerpo, me reconozco adúltero en la mirada, en la imaginación, en el sentimiento, en el pensamiento. Y aun cuando mi corazón no me reprochara nada de todo esto, ¿cómo podría considerarme inmune del adulterio espiritual que cometo cada vez que tú, oh Señor, no ocupas el primer lugar en la jerarquía de mis afectos, de mis intereses, de mi deseo de amor?

Confieso ante ti, Señor, que, mientras me preocupo de la integridad del cuerpo, atento a que ninguno de mis miembros tenga que sufrir, no me preocupo de la integridad del espíritu, sino que lo dejo a merced de las pasiones y prisionero de los instintos.

 

CONTEMPLATIO

Cristo no vino sólo a impedirnos deshonrar nuestro cuerpo con actos culpables, sino a restablecer también la pureza del alma, incluso antes que la del cuerpo.

Dado que es en el corazón donde recibimos la gracia del Espíritu Santo, éste se preocupa, antes que nada, de purificar nuestro corazón así como todo lo que es interior en nosotros. No cometas adulterio con los ojos y no lo cometerás con el corazón: puesto que el Señor ha condenado la ira de manera absoluta, prohibiendo no sólo el homicidio, sino excluyendo asimismo el mínimo sentimiento en este sentido, ahora le resulta más fácil establecer esta ley.

Ahora bien, si todo esto os parece demasiado duro, acordaos de lo que dijo el Señor antes en las bienaventuranzas y veréis que es posible y fácil observar sin más estos mandatos. En efecto, ¿cómo podrá un hombre sencillo y amigo de la paz, un hombre pobre de espíritu y misericordioso, llegar a repudiar a su mujer? ¿Cómo podrá el que está dispuesto a reconciliarse con los otros estar en lucha con su esposa? Pero Jesús no facilita el cumplimiento de la Ley sólo de este modo, sino también de otro; en efecto, deja al hombre una posibilidad legítima de separarse de su mujer: «en caso de fornicación» (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 17, 1-4, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Arroja lejos de ti lo que te sea un obstáculo» (cf. Mt 5,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vinculación a Jesucristo no abre paso al placer que carece de amor, sino que lo prohíbe a los discípulos. Puesto que el seguimiento es negación de sí y unión a Jesús, en ningún momento puede tener curso libre la voluntad propia, dominada por el placer, del discípulo. Tal concupiscencia, aunque sólo radicase en una simple mirada, separa del seguimiento y lleva todo el cuerpo al infierno.

Con ella, el hombre vende su origen celestial por un momento placentero. No cree en el que puede devolverle una alegría centuplicada por el placer al que renuncia. No confía en lo invisible, sino que se aferra al fruto visible del placer. De este modo se aleja del camino del seguimiento y queda separado de Cristo.

La impureza de la concupiscencia es incredulidad. Por eso hay que rechazarla. Ningún sacrificio que libere a los discípulos de este placer que separa de Jesús es demasiado grande. El ojo es menos que Cristo y la mano es menos que Cristo. Si el ojo y la mano sirven al placer e impiden a todo el cuerpo la pureza del seguimiento, es preferible renunciar a ellos a renunciar a Jesús.

Las alegrías que proporciona el placer son menores que sus inconvenientes; se consigue el placer del ojo y de la mano por un instante, y se pierde el cuerpo por toda la eternidad. Tu ojo, que sirve a la impura concupiscencia, no puede contemplar a Dios (Dietrich Bonnoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, p. 83).

 

 

Día 11

San Bernabé (11 de junio)

Liturgia de las Horas de hoy

 

José, apodado Bernabé, que significa «hijo de la consolación», recibe el nombre de apóstol, aunque no fue uno de los Doce. Y recibe este nombre precisamente porque desarrolló un papel decisivo en la difusión del Evangelio. Como se dice en los Hechos de los apóstoles, fue un hombre de gran fe, y, al entrar en la comunidad cristiana, vendió todos sus bienes y los puso a disposición de los apóstoles (4,36ss). Colaboró con Pablo en la evangelización de los paganos. Desarrolló su actividad misionera sobre todo en la ciudad de Antioquía, desde donde partió con Pablo para el primer viaje misionero. Murió mártir en la tierra donde había nacido, en la isla de Chipre.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 11,21b-26; 13,1-3

En aquellos días,

11,21 fue grande el número de los que creyeron y se convirtieron al Señor.

22 La noticia llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía.

23 Cuando éste llegó y vio lo que había realizado la gracia de Dios, se alegró y se puso a exhortar a todos para que se mantuvieran fieles al Señor,

24 pues era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se adhirió al Señor.

25 Después fue a Tarso a buscar a Saulo.

26 Cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía, y estuvieron juntos un año entero en aquella iglesia, instruyendo a muchos. En Antioquía fue donde se empezó a llamar a los discípulos «cristianos».

13,1 En la iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé, Simón el Moreno, Lucio el de Cirene, Manaén, hermano de leche del tetiarca Herodes, y Saulo.

2 Un día, mientras celebraban la liturgia del Señor y ayunaban, el Espíritu

Santo dijo: -Separadme a Bernabé y a Saulo para la misión que les he encomendado.

3 Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los despidieron.

 

*+• Incluso desde el punto de vista histórico, son más que preciosas las noticias que Lucas nos ofrece en esta primera lectura. En primer lugar, tienen que ver con las relaciones entre la Iglesia madre de Jerusalén y la comunidad cristiana de Antioquía. Bernabé, «hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe», puede ser considerado muy bien como el trait d'union entre Jerusalén y Antioquía. De este modo, colaboró no sólo en la evangelización, sino también en la edificación de la Iglesia.

En segundo lugar, Bernabé fue también importante en la vida de la Iglesia naciente porque fue él quien tomó a Pablo como colaborador, aunque Pablo le superara después en su intento de inculturar la fe. Ambos, conjuntamente, constituyen una pareja de misioneros, a cuya iniciativa y genialidad debe mucho la comunidad cristiana de todos los tiempos.

Pero son sobre todo las noticias históricas relativas a la ciudad de Antioquía y a la presencia en ella de los primeros cristianos las que tienen una importancia de primer orden. Antioquía constituye, en efecto, el punto de partida y el punto de llegada de los viajes misioneros de Pablo, después de que éste pudiera formarse en ella, compartiendo su vida con Bernabé y con muchos otros «profetas y doctores» que hacían extremadamente interesante aquella experiencia de fe. En Antioquía, además, se empezó a llamar por vez primera «cristianos» (11,26) a los discípulos de Jesús. Esta noticia, en su descarnada sencillez, nos dice qué viva y vivaz era la fe que los primeros creyentes vivían en aquella ciudad que se asomaba al Mediterráneo.

 

Evangelio: Mateo 10,7-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Id anunciandoque está llegando el Reino de los Cielos.

8 Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratis.

9 No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo;

10 ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado, porque el obrero tiene derecho a su sustento.

11 Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, averiguad quién hay en ella digno de recibiros y quedaos en su casa hasta que marchéis.

12 Al entrar en la casa, saludad,

13 y si lo merecen, la paz de vuestro saludo se quedará con ellos; si no, volverá a vosotros.

 

**• Esta página evangélica pertenece al llamado «discurso misionero» que, según Mateo, Jesús dirigió a sus apóstoles durante su ministerio público.

Vale la pena recordar, en primer lugar, el contexto en el que el evangelista sitúa este discurso: Jesús está recorriendo las ciudades y los pueblos de su tierra, anuncia el Evangelio del Reino y cura a los enfermos. Al mismo tiempo, constata que las muchedumbres están abatidas y abandonadas a sí mismas, «como ovejas sin pastor» (Mt 9,35-38). Entonces llama a sus doce discípulos, les da poder para expulsar a los espíritus inmundos y les envía en misión. Según la perspectiva de Mateo, esta misión está dirigida sólo a las ovejas dispersas de la casa de Israel: como Jesús, también sus discípulos –por ahora- deben concentrar sus energías en el interior de un horizonte muy limitado, en espera de aperturas mucho más grandes, requeridas por la Pascua del Señor.

Tras el contexto, vale la pena señalar el método que recomienda Jesús a sus misioneros. Éste se caracteriza por dos notas típicas. Los misioneros del Reino deben continuar propagando lo que Jesús ha dicho y lo que Jesús ha hecho, nada más. Pero, sobre todo, deben imprimir la más absoluta gratuidad al ministerio que están emprendiendo: no es el oro o la plata lo que debe constituir el centro de su atención, sino sólo el deseo de bendecir y beneficiar. Eso es exactamente lo que afirmará san Pedro en uno de sus famosos discursos: «No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6).

 

MEDITATIO

La invitación a la gratuidad que caracteriza, en primer lugar, al método misionero recomendado por Jesús a sus discípulos y apóstoles constituye el objeto de nuestra meditación. Es incluso demasiado fácil trivializar el tema de la gratuidad, considerándolo sólo desde el punto de vista material, aunque esta dimensión no debe ser en absoluto desatendida, ya que es muy apreciada en el ambiente social en el que viven hoy los cristianos. La gratuidad, sin embargo, expresa algo bien diferente, impulsa mucho más allá: requiere una claridad interior y un coraje que no es ciertamente patrimonio de la mayoría.

La gratuidad es, antes que nada, fruto de un corazón educado evangélicamente, de un corazón que late en plena sintonía con el de Jesús. Por eso, sólo puede decir que tiene una actitud gratuita quien, honestamente, pueda decir que tiene un corazón «manso y humilde» (cf. Mt 11,29). Gratuita, también, es la actitud de quien  está dispuesto a dar, tanto material como espiritualmente, sin esperar nada a cambio. El verdadero discípulo de Jesús se contenta y goza con dar, sin esperar nada a cambio, recordando la enseñanza de Jesús: «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). Gratuita es, por último, la acción de quien abre la mano para dar y no la cierra nunca, incluso ante quien rechaza el don y no manifiesta ninguna gratitud. Esa mano permanece siempre abierta porque su corazón se ha dejado educar en la escuela del Evangelio.

 

ORATIO

Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido. Los juguetes que rompes son los juguetes de los niños desheredados; el alimento que malgastas es el alimento del que está desnutrido; los utensilios que tiras son los utensilios de quien no tiene casa; las obras de caridad que no haces son otras tantas injusticias que cometes (Basilio de Cesárea, «Cuando el rico es un ladrón», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, p. 59).

 

CONTEMPLATIO

Comoquiera, pues, que estoy convencido y siento íntimamente que, habiéndoos dirigido muchas veces mi palabra, sé que anduvo conmigo el Señor en el camino de la justicia, y me veo también yo de todo punto forzado a amaros más que a mi propia vida, pues grande es la fe y la caridad que habita en vosotros por la esperanza de su vida (Tit 3,6); considerando, digo, que de tomarme yo algún cuidado sobre vosotros para comunicaros alguna parte de lo mismo que yo he recibido, no ha de faltarme la recompensa por el servicio prestado a espíritus como los vuestros, me he apresurado a escribiros brevemente, a fin de que, juntamente con vuestra fe, tengáis perfecto conocimiento.

Ahora bien, tres son los decretos del Señor: la esperanza de la vida, que es principio y fin del juicio; el amor de la alegría y regocijo, que son el testimonio de las obras de la justicia. En efecto, el Dueño, por medio de sus profetas, nos dio a conocer lo pasado y lo presente y nos anticipó las primicias del goce de lo por venir.

Y pues vemos que una tras otra se cumplen las cosas como él les dijo, deber nuestro es adelantar, con más generoso y levantado espíritu, en su temor («Carta de Bernabé», I, 4-7, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 771-772).

 

ACTIO

Repite con frecuencia durante la jornada estas palabras del Señor: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La salvación, por parte de Cristo, es pura gracia. Si esto valía para los judíos que se dirigían a Cristo, tanto más evidente era esto en los paganos. Bernabé se dio cuenta de ello enseguida, en cuanto admiró la Iglesia surgida en Antioquía como por encanto. Comprendemos muy bien que pudiera sentirse lleno de alegría y que, frente a la acción de la gracia, no le quedara otra cosa que hacer que «amonestar a todos a perseverar en el Señor» [...]. Flota, sin duda, en el aire cierto aire de tragedia en el hecho de que Pedro -dado su particular temperamento-, junto San Bernabé 343 con Bernabé, precisamente en Antioquía, se pusiera en una situación difícil, haciéndose merecedor de la censura de Pablo, como este último nos dice en su Carta a los Gálatas (cf. 2,11 ss).

La gracia de Dios no excluye la libertad humana, pero engendra a menudo un estado de tensión entre lo humano y lo divino, del que se sirve para despejar el camino de la Iglesia y guiarla hasta su meta.

Bernabé no había perdido de vista a Saulo. «Fue a Tarso a buscar a Saulo». Experimentamos una extraña sensación al leer estas palabras. Ahora bien, ¿dónde estaba Saulo? Había tenido que dejar Jerusalén como fugitivo después de su primer encuentro con la comunidad: los hermanos le habían hecho partir para Tarso (9,23-30). No sabemos lo que hizo Pablo durante estos años de ausencia. ¿Estuvo inactivo por completo? Pero Bernabé no ha olvidado a Pablo. Fue él quien hizo en su momento de intermediario, en Jerusalén, de aquel hombre cuando acababa de llegar de Damasco, y había intentado granjearle la confianza de la comunidad madre, atestiguando el encuentro de Saulo con el Señor (9,27).

Los Hechos de los apóstoles no nos dicen cómo Bernabé estaba tan bien informado respecto a Pablo. Fue una disposición providencial, y como tal siguió la amistad de estos dos hombres.

El Espíritu que guía a la Iglesia se sirve de vínculos humanos personales para el bien de la sociedad. Volvemos a preguntarnos qué habría pasado si Bernabé, durante su estancia en Antioquía, no se hubiera acordado de Saulo. ¿Por qué fue a buscarle? A buen seguro, no por su propio interés. Pensaba ya en Pablo desde hacía tiempo, como podemos presumir, y sabía que su amigo sufría por estar tan alejado de aquella obra a la que parecía llamado. No sin motivo nos dice nuestro texto que Bernabé era «un hombre de bien» (J. Kürzinger, Commenti spirítuali del Nuovo Testamento. Att¡ degli Apostoli, Roma 21969, I, pp. 304ss).

 

Día 12

11º domingo del tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Samuel 12,7-10.13

En aquellos días,

7 Natán dijo a David: -¡Ese hombre eres tú! Así dice el Señor, Dios de Israel: Yo te ungí como rey de Israel y te libré del poder de Saúl;

8 te di la casa de tu señor y puse en tus brazos a sus mujeres; te he dado el pueblo de Israel y de Judá y, por si esto fuera poco, te añadiré aún mucho más.

9 ¿Por qué, pues, has despreciado al Señor haciendo lo que le desagrada? Mataste a espada a Urías, el hitita, y tomaste a su mujer. Sí, lo mataste por medio de la espada de los amonitas.

10 Por tanto, la espada no se apartará nunca de tu casa, por haberme despreciado y haber tomado a la mujer de Urías, el hitita.

13 David dijo a Natán: -He pecado contra el Señor. Entonces Natán le respondió: -El Señor perdona tu pecado. No morirás.

 

*•• El arrepentimiento de David que presenta el pasaje que hemos leído es la etapa final de su pecado y de la intervención de Dios, que le guía hacia el arrepentimiento.

Lo que David había hecho -el adulterio, el intento de esconderlo, la decisión de hacer morir a Urías, la instalación de Betsabé en el palacio real- había estado mal a los ojos del Señor. Sólo la intervención de Dios podía restablecer en su belleza y poder vital la relación personal que se había roto entre ambos. Y Dios ayuda a David a volver a sí mismo. «En su infinita bondad y fineza psicológica, lo libera actuando sobre sus mejores sentimientos: la lealtad, la necesidad de defender la justicia [...]. Dirige su llamada no al David pecador, sino al David justo, leal, y por eso sale airoso» (C. M. Martini).

El profeta Natán, por medio de un relato sencillo reconstruido a partir de la trama de la vida de David, ayuda al rey a releer, con distanciamiento y objetividad, su propia vida personal; después le conduce a volver a entrar en sí mismo y le restituye a su personal verdad con un valiente paso: «¡Ese hombre eres tú!», precisamente ese hombre al que tú has juzgado merecedor de la muerte. En ese punto toma a David como de la mano y le ayuda a recorrer toda su historia, marcada por tantas intervenciones de la benevolencia divina. La síntesis referida aquí recuerda el texto de Isaías sobre los cuidados de Dios con su viña y todos los beneficios a favor de su pueblo, que le responde con ingratitud e infidelidad (cf. Is 5,1-7).

Las palabras de Natán llegan al corazón del hombre David, que no se defiende, sino que confiesa: «He pecado contra el Señor». Es casi un eco del «estoy desnudo» de Adán (Gn 3,10). Esta confesión restaura toda la estatura espiritual de David y le libera de aquella maraña de mentira e infidelidad en la que cada vez se iba enredando más por querer liberarse solo. El arrepentimiento de David es grande: todo su corazón está contrito, se han quebrado todas sus resistencias y vive una experiencia muy concreta de humillación interior. Sobre este rostro de la humildad humana -no adquirida, sino padecida y acogida- baja el perdón del Señor, que libera a David de la muerte: «No morirás».

 

Segunda lectura: Gálatas 2,16.19-21

Hermanos:

16 Sabemos, sin embargo, que Dios salva al hombre no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la ley. En efecto, por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación.

19 Sin embargo, la misma ley me ha llevado a romper con la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo,

20 y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.

21 No quiero hacer estéril la gracia de Dios, pero si la salvación se alcanza por la ley, entonces Cristo habría muerto en vano.

 

»*• El fragmento de la Carta a los Gálatas que hemos leído nos ofrece una síntesis del «evangelio» de Pablo. Podríamos releerlo a partir de su núcleo central: «Es Cristo quien vive en mí», para encontrar expresada aquí la auténtica vida cristiana y la profunda experiencia religiosa de Pablo, una vida vivida por encima del yo natural, marcada por la presencia y la irrupción de Dios en el hombre.

Es la vida nueva que tiene su origen en el bautismo y en la energía renovadora de la adhesión confiada en el amor con que Jesús abraza a cada hombre.

Esto es el bautismo: morir a la ley, es decir, sustraerse a su influencia, a su dominio, y morir, por tanto, al pasado, al hombre exterior, al pecado, a fin de vivir para Dios, o sea, consagrado a Dios. Y esto es la fe: el hombre queda justificado, a saber: puesto moralmente recto ante Dios y capaz de obrar como tal no por las obras de la ley, sino por la salvación llevada a cabo por Jesucristo.

La fe es -por así decirlo- la puerta de acceso a Jesús salvador; es la actitud con la que el hombre acoge la revelación divina manifestada en Jesucristo y con la que le responde dedicándole su propia vida. Esta justificación es, por consiguiente, un don gratuito de Dios, un don que cambia desde dentro la vida del hombre que ha entrado en contacto con Cristo mediante la fe y el bautismo.

En virtud de este contacto entre Cristo y el creyente se lleva a cabo algo así como un intercambio recíproco, una simbiosis. Es la vida de Cristo que se realiza en el creyente, aunque no en el sentido de que Cristo se convierta en el sujeto de las acciones humanas. El sujeto sigue siendo siempre el creyente, con su vida de carne, absolutamente humana, con el peso de sus debilidades, con su fragilidad, su miseria, pero en ella se injerta un principio de vida superior, que es el mismo Cristo. La comprensión de esta verdad llevada a cabo por la fe en la inhabitación de Cristo transforma, renovándola, la vida del hombre, hasta compenetrarse con su conciencia psicológica.

 

Evangelio: Lucas 7,36-8,3

En aquel tiempo,

7.36 un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró, pues, Jesús en casa del fariseo y se sentó a la mesa.

37 En esto, una mujer, una pecadora pública, al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume,

38 se puso detrás de Jesús, junto a sus pies, y llorando comenzó a bañar con sus lágrimas los pies de Jesús y a enjugárselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los besaba y se los ungía con el perfume.

39 Al ver esto el fariseo que le había invitado, pensó para sus adentros: «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que le está tocando, pues en realidad es una pecadora».

40 Entonces Jesús tomó la palabra y le dijo: -Simón, tengo que decirte una cosa. Él replicó: -Di, Maestro.

41 Jesús prosiguió: -Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta.

42 Pero como no tenían para pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?

43 Simón respondió: -Supongo que aquél a quien le perdonó más. Jesús le dijo: -Así es.

44 Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos.

45 No me diste el beso de la paz, pero ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.

46 No ungiste con aceite mi cabeza, pero ésta ha ungido mis pies con perfume.

47 Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará poco amor.

48 Entonces dijo a la mujer: -Tus pecados quedan perdonados.

49 Los comensales se pusieron a pensar para sus adentros: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?».

50 Pero Jesús dijo a la mujer: -Tu fe te ha salvado; vete en paz.

8.1 Después de esto, Jesús caminaba por pueblos y aldeas predicando y anunciando el Reino de Dios. Iban con él los doce

2 y algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que había expulsado siete demonios;

3 Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le asistían con sus bienes.

 

*+• Hay dos personajes en el fragmento evangélico de hoy que se imponen a nuestra atención interior: Simón, el fariseo, símbolo del hombre justo, autosuficiente, que se controla y respeta la ley, pero tiene el corazón endurecido para el amor, y una pecadora cuya historia desconocemos, aunque sí nos consta su estado interior de conversión, su corazón arrepentido, triturado. Los gestos de esta mujer reúnen todos los matices de la gratitud. Su ir directa a Jesús, el hecho de postrarse a sus pies (gesto típico de quien ha visto salvada su propia vida), el soltarse los cabellos en señal de humillación, la unción con el perfume (signo de alegría, de abundancia, de amor y consagración) y, además, las lágrimas y los besos: expresiones todas ellas que hablan de acogida y de vida. Esta mujer expresa así el auténtico modo de estar el hombre ante Dios: sin justificación alguna y con una enorme gratitud; pronuncia de este modo el amén de su fe en el perdón de Jesús, así como su amor que acepta dejarse amar.

Entre el fariseo y la pecadora está Jesús, el verdadero profeta, que conoce los designios de Dios y es capaz de leer en el corazón de los hombres. Jesús ve el desprecio y la frialdad del corazón de Simón, su sentirse justo y su creer que el amor de Dios se puede merecer. Su pecado está aquí: en querer merecer el amor de Dios, que es, por esencia, pura gratuidad. Podríamos considerarlo como «un pecado de prostitución respecto a Dios» (san Fausto).

En el corazón de la mujer, probablemente una prostituta, Jesús capta, en cambio, la apertura y la acogida al don del amor, que se manifiesta plenamente en el perdón (per-donar). La mujer se deja amar, es decir, perdonar, y su amar más es efecto y causa al mismo tiempo del perdón. El amor y el perdón se alimentan recíprocamente: la mujer ama en cuanto es perdonada, y, en cuanto ama, se abre a acoger el perdón.

El cristianismo es este amor por Jesús, la fe que salva es apertura a la salvación traída por Jesús. La conversión más profunda es, por consiguiente, el simple hecho de reconocerse necesitado del perdón. La mujer aparece como un espejo no sólo para Simón, sino también para todos nosotros cada vez que sentimos dificultades para inclinarnos a los pies de Jesús: sólo quien se hace pequeño y se echa por tierra puede tocar los pies del mensajero que lleva el alegre anuncio de la salvación y de la paz.

 

MEDITATIO

La lectura de los tres textos bíblicos nos deja un eco en el corazón y en la mente: conversión. El término significa «volverse de nuevo», «retornar», e indica al mismo tiempo un cambio interior de conducta. En efecto, el verbo hebreo «retornar» está conectado con otra raíz que significa «responder». Todo esto nos conduce a ver la conversión como un diálogo entre el hombre y Dios, en el que la iniciativa y la parte más importante corresponden a Dios: Dios habla y el hombre responde. Dios se ofrece y el hombre le recibe.

Ésa fue la experiencia de David, que, guiado a la verdad de sí mismo por las palabras del profeta Natán, confesó su pecado. Fue también la experiencia de la pecadora, que, alcanzada por la predicación de Jesús, acogió con fe el mensaje de la salvación que transformó su vida. Fue la experiencia de Pablo, que, fulminado por el amor de Jesús crucificado, se adhirió a él hasta convertirse en su imagen viva y transparente: «Ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí». Es también nuestra propia experiencia cada vez que, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios y por las llamadas de los profetas enviados a nuestro camino, nos abrimos de nuevo a la amistad con él. Se trata de una apertura muy concreta: no se dice de palabra, sino con la vida. Es un cambio que se lleva a cabo en nuestra mente, que afecta a nuestras intenciones, que alcanza a nuestro corazón, hasta transformar nuestra conducta.

La conversión es, por consiguiente, una metamorfosis: la metamorfosis del pecador que vive en cada uno de nosotros. Ahora bien, la conversión es asimismo una fiesta: una fiesta de resurrección celebrada en la vida; es un renacimiento, una nueva creación. Es una fiesta en el corazón y en el cielo, como dice Jesús: «Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión» (Lc 15,7).

 

ORATIO

Señor Jesús, aquí estoy, en silencio a tus pies, como la pecadora. Mis lágrimas son como un bautismo de regeneración, y mi silencio, como la más elocuente de las con lesiones. He navegado lejos de ti por haber abandonado el timón a mi yo. Y al alejarme de ti me he perdido también a mí: lo confirma la tristeza y el vacío que tengo en el corazón. Sin embargo, tu Palabra me ha alcanzado (« Yo soy tu salvación»: Sal 35,3), y lo he creído.

Por eso vuelvo y me detengo a tus pies: de ahora en adelante camina tú en mí: «Sé que no puedo precisamente nada, literalmente; tú lo puedes todo, y de una manera incondicionada». Y ahora me ayudas a comprender, a vivir ese «amor grande que es la confesión de mi pecado, una confesión sincera hasta el fondo, profunda, completamente verdadera, absolutamente inexorable.

Sí, una confesión como ésta supone amar mucho, porque no hay nada a lo que pueda aferrarme de un modo tan desesperado como mi pecado (S. Kierkegaard). Sólo la palabra de tu perdón puede volver a darme la vida, fuerza de vida nueva.

 

CONTEMPLATIO

Quien reconoce sus pecados y se acusa de ellos ya está con Dios. Dios reprueba tus pecados: si haces tú también lo mismo, te unes a Dios. El hombre y el pecador son como dos cosas distintas: el hombre es obra de Dios, el pecador es obra del hombre. Destruye lo que tú has hecho, a fin de que Dios salve lo que ha hecho él.

Debes odiar en ti tu obra y amar en ti la obra de Dios. Y cuando empieces a sentir disgusto en lo que has hecho, entonces empezarán tus obras buenas, porque repruebas tus obras malas. Entonces, obrarás la verdad y vendrás a la luz [...]. No te halagues, no te lisonjees a ti mismo, no te adules; no digas: «Soy justo», mientras no lo seas; así empezarás a obrar la verdad. Acércate después a la luz, a fin de que sea manifiesto que tus obras están hechas según Dios; en efecto, no podrías sentir dolor de tu pecado si Dios no te iluminara y no te lo mostrara su verdad [...].

Corred, hermanos míos, a fin de que no os sorprendan las tinieblas; velad por vuestra salvación, vigilad mientras estáis a tiempo; no os demoréis en correr al templo de Dios, no tardéis en realizar la obra del Señor, no os dejéis distraer de la oración continua, no os dejéis despojar de la devoción usual. Velad, mientras es de día; el día reluce y Cristo es el día. Él está dispuesto a perdonar, pero a los que reconocen sus pecados; y está dispuesto a castigar a los que defienden sus culpas, a los que pretenden ser justos, a los que se creen algo y no son nada (Agustín de Hipona, Tratado sobre el evangelio de Juan XII, 13ss).

 

ACTTO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tu fe te ha salvado; vete en paz» (Lc 7,50).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La conversión no es una instancia ética [...]. Está motivada y basada escatológica y cristológicamente: está en relación con el Evangelio de Jesucristo y con el Reino de Dios, que, en Cristo, se nos ha hecho muy próximo, y donde la realidad de la conversión encuentra todo su sentido. Sólo una Iglesia bajo el primado de la fe puede vivir, pues, la dimensión de la conversión. Y sólo viviendo en primera persona la conversión puede presentarse también la Iglesia como testigo creíble del Evangelio en la historia, entre los hombres, y, en consecuencia, evangelizar. Sólo las vidas concretas de hombres y mujeres cambiadas por el Evangelio, que muestran la conversión a los hombres viviéndola, podrán pedirla también a los otros [...]. La conversión no coincide simplemente con el momento inicial de la fe en que se llega a la adhesión a Dios a partir de una situación «diferente», sino que es la forma de la fe vivida [...].

La misma vida cristiana debe ser entendida en términos de una conversión que debe renovarse constantemente. La conversión atestigua la perenne juventud del cristianismo: el cristiano es alguien que dice siempre: «Hoy vuelvo a empezar». La conversión nace de la fe en la resurrección de Cristo: ninguna caída, ningún pecado tiene la última palabra en la vida del cristiano; la re en la resurrección le hace capaz de creer más en la misericordia de Dios que en la evidencia de su propia debilidad, y de reemprender el camino del seguimiento y de la fe. Gregorio de Nisa escribió que en la vida cristiana se va «de comienzo en comienzo a través de comienzos que nunca tienen fin». Sí, el cristiano y la Iglesia tienen siempre necesidad de conversión, porque deben reconocer siempre a los ídolos que se presentan en su horizonte, y deben renovar constantemente la lucha contra ellos, a fin de manifestar el señorío de Dios sobre la realidad y sobre su vida. De un modo particular, para la Iglesia en su conjunto, vivir la conversión significa reconocer que Dios no es una posesión propia, sino el Señor. Implica vivir la dimensión escatológica, la dimensión de la expectativa del Reino de Dios que debe venir y que la Iglesia no agota, sino que anuncia. Y lo anuncia con su propio testimonio de conversión (E. Bianchi, Le parole della spiritualitá, Milán 1999, pp. 67-70).

 

Día 13

San Antonio de Padua (13 de junio)

Liturgia de las Horas de hoy

 

Se le llama «de Padua» por la ciudad en la que murió y en la que reposan sus reliquias, pero nació en Portugal en el año 1195 y fue bautizado con el nombre de Fernando. En 1210 entró en los canónigos regulares de san Agustín en el monasterio de San Vicente, cerca de Lisboa, y, dos años después, el deseo de llevar una vida más recogida le llevó a Santa Cruz de Coimbra.

Poco después de su ordenación sacerdotal, en el año 1220, tras haber visto los cuerpos de los primeros mártires franciscanos en Marruecos, manifestó su nueva vocación, y así fue como entró en los frailes menores con el nombre de Antonio.

En 1221, participó en el «capítulo de las Esteras» en la Porciúncula, y vio a Francisco. Tras pasar algunos años de vida retirada y oración, empezó por obediencia el apostolado de la predicación. Predicó, dirigiéndose al pueblo, contra los herejes en Italia y en Francia y obtuvo el fruto de conversiones.

San Antonio murió a los treinta y seis años de edad, en el lugar que hoy se llama Arcella, en Padua. Fue canonizado cuando todavía no había pasado un año de su muerte, el día de Pentecostés de 1232, en Spoleto, por el papa Gregorio IX.

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 21,1-16

En aquel tiempo,

1 después de esto, sucedió que Nabot, el jezraelita, tenía una viña en Jezrael, junto al palacio de Ajab, rey de Samaría.

2 Y Ajab dijo a Nabot: -Cédeme tu viña para hacer una huerta, pues está contigua a mi palacio. En su lugar te daré un huerto mejor o, si lo prefieres, su valor en dinero.

3 Nabot dijo a Ajab: -¡Líbreme el Señor de darte la heredad de mis antepasados!

4 Ajab regresó a palacio triste e irritado por la respuesta negativa de Nabot, el jezraelita. Se acostó, se volvió contra la pared y no quiso comer.

5 Su esposa Jezabel se acercó a la cama y le dijo: -¿Por qué estás de mal humor y no quieres comer?

6 Él respondió: -Es que he hablado con Nabot el jezraelita y le he dicho: «Véndeme tu viña o, si lo prefieres, te daré un huerto a cambio». Y él ha respondido: «No te la cederé».

7 Su mujer le dijo: -¿Eres tú realmente rey de Israel? Levántate, come y no te preocupes. Yo te daré la viña de Nabot, el jezraelita.

8 Ella escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello real y se las envió a los ancianos y notables de la ciudad de Nabot.

9 En las cartas decía: Proclamad un ayuno y haced que Nabot se siente delante de la asamblea.

10 Poned ante él dos hombres perversos que declaren contra él diciendo: «Ha maldecido a Dios y al rey». Sacadlo fuera y matadlo a pedradas.

11 Los ancianos y notables de la ciudad de Nabot procedieron como les había mandado Jezabel en las cartas.

12 Proclamaron un ayuno y llevaron a Nabot ante la asamblea.

13 Llegaron los dos hombres perversos, se sentaron frente a él y acusaron a Nabot ante el pueblo diciendo: -Nabot ha maldecido a Dios y al rey. Lo sacaron fuera de la ciudad y lo mataron a pedradas.

14 Y mandaron a decir a Jezabel: -Nabot ha muerto apedreado.

15 En cuanto lo supo Jezabel, dijo a Ajab: -Levántate y toma posesión de la viña de Nabot, el jezraelita, el que se negó a vendértela, pues ya no vive; ha muerto.

16 Al oír esto, Ajab se levantó, bajó a la viña de Nabot, el jezraelita, y tomó posesión de ella.

 

**• El rey Ajab no sólo confía más en los manejos políticos que en la protección divina (capítulo 20), sino que se mancha también con un doble y grave crimen por instigación de su mujer, Jezabel, ávida de extender las posesiones de la casa real. El hurto y el homicidio perpetrados a espaldas de Nabot, el campesino israelita atacado en su propia tierra, indican la degradación moral de la monarquía, a pesar del montaje que parece conferir legalidad a lo obrado por el rey: proclamación del ayuno y convocación de la comunidad, como se acostumbraba a hacer en estado de catástrofe nacional.

La maldición del rey, en no menor medida que la de Dios, implicaba la lapidación (Ex 22,27; Lv 24,16) siempre que estuviera acreditada por dos testigos (Nm 35,30; 1)1 17,6), que aquí resultan falsos.

 

Evangelio: Mateo 5,38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

38 Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

39 Pero yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra;

40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto;

41 y al que te exija ir cargado mil pasos, ve con él dos mil.

42 Da a quien te pida, y no vuelvas la espalda al que te pide prestado.

 

*<»• La quinta antítesis consiste en la así llamada «ley del talión» (Ex 21,24; Lv 14,19ss; Dt 19,21), atestiguada en toda la Antigüedad (cf. el Código de Hammurabi, del siglo XVIII a. de C). Se basa esta ley en el principio de la retribución y en la exigencia de la reparación, poniendo un freno con ello a la retorsión (cf. Gn 4,23ss).

«Nuestro Señor, al abolir esta reciprocidad, corta de raíz el pecado. En la Ley está la pena; en el Evangelio, la gracia. Allí se castiga la culpa; aquí, en cambio, se desarraiga la fuente misma del pecado» (Jerónimo). Por eso nos enseña Jesús a ser tolerantes, a no oponernos con espíritu de venganza e intolerancia a quien nos pone en una situación de prueba, sabiendo que de ese modo se corta la espiral de la violencia y de la prepotencia. Y eso incluso cuando anda de por medio la integridad de nuestra propia persona y de nuestros propios bienes, empezando por el tiempo. La referencia al manto sirve para indicar la ropa con que la gente se protegía de la intemperie y se cubría en las horas de descanso. Los mil pasos era la distancia que se permitía recorrer en sábado.

Pablo recoge también la enseñanza de Cristo: «No devolváis a nadie mal por mal [...]. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal a fuerza de bien» (Rom 12,17.21). «Esto es lo más excelente de estos preceptos», comenta Juan Crisóstomo, «que mientras que nos persuaden a nosotros de que soportemos el mal, al mismo tiempo enseñan a quien ofende al amor mediante la virtud y la sabiduría», viendo nuestro comportamiento desprendido y tolerante. «Cristo quiere que sus discípulos sean como la sal, que se conserva a sí misma y mantiene también los otros elementos con los que se mezcla.»

 

MEDITATIO

San Antonio, que estaba dotado de una extraordinaria preparación intelectual y de una gran capacidad de comunicación, había maravillado con su sabiduría evangélica, sorprendido a los herejes, convertido a los pecadores y fascinado al pueblo con sus virtudes y sus milagros. San Antonio, predicador itinerante, encarnó el Evangelio de Cristo, llevando de un sitio a otro su paz, con el estilo de una vida obediente a la voluntad de Dios, disponible a las incomodidades y a las fatigas de la misión y compasivo con toda realidad humana probada por el sufrimiento en todas sus formas. Lo atribuía todo al poder de la oración.

El testimonio de vida de san Antonio refleja la comprometedora belleza y profundidad de quien vive constantemente en íntima comunión con Dios, con el único deseo de cumplir su voluntad y manifestar su infinito amor a toda criatura. San Antonio, precisamente por ser humilde y pobre -y en esto se muestra como digno hijo de san Francisco-, deja aparecer los grandes prodigios de Dios: los milagros físicos y espirituales que el Altísimo realiza en los que confían sólo en él, en virtud de una fe cotidiana, auténtica e inquebrantable.

La luz y la creatividad de la Palabra escuchada, meditada y orada obraron en san Antonio los frutos de una caridad incansable, paciente, sin prejuicios de ningún tipo y, además, tenaz frente a las imprevisibles dificultades.

Lo que se tomó más a pecho fue anunciar la ternura de Dios, su bondad y la infinita misericordia con la que nos revela su corazón de Padre. San Antonio nos llama a lo esencial, a la amistad con Dios, fuente de todo bien; fuente de esa paz y alegría que nada ni nadie podrá quitarnos nunca. Meditando sobre su vida descubrimos las maravillas de la fidelidad de Dios, que sigue con amor el camino de quien busca su rostro, haciéndole participar de todos sus dones y colaborador de su proyecto de vida sobre la humanidad.

 

ORATIO

No temáis, no os alejéis, no abandonéis la Palabra de Dios; os aseguro que aquel en quien ponemos nuestra esperanzano permitirá que nada os turbe. (A. F. Pavanello, S. Antonio di Padova, Padua 1976, p. 86).

 

CONTEMPLATIO

La contemplación no está en poder del contemplativo,  sino que depende de la voluntad del Creador, que otorga la dulzura de la contemplación a quien quiere, cuando quiere y como quiere. Hay dos tipos de contemplativos: unos se ocupan de los otros, se entregan a ellos; otros, en cambio, no se ocupan de los otros ni de ellos mismos y se sustraen incluso de las cosas necesarias.

Oh hermano, cuando sirves al prójimo, entrégate por completo a él; en cambio, cuando te unas a Dios, olvidando todo lo del pasado, sumérgete en la oración y deja de pensar en los servicios y beneficios que has ofrecido o vas a ofrecer. Los que no se ocupan de los otros ni de sí mismos, aíslen en la mente afectos breves y cortos, recójanse enteramente en sí mismos, de suerte que la mente, atenta a una sola cosa, pueda levantar el vuelo con mayor facilidad y fijar los ojos en el áureo fulgor del sol, sin quedar deslumbrada ("Antonio di Padova", en Dizionario francescano, Internet Mistici, Secólo XIII, Asís 1995, I, 993).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia la invocación de san Antonio de Padua: «Que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Todos los ojos en el refectorio estaban fijos en el orador. El que hablaba lo hacía con una gran desenvoltura y sencillez unidas al fervor. Las citas del evangelio se sucedían copiosas, como si el orador tuviera el misal abierto delante de él.

¿Acaso no consiste nuestra tarea en seguir el ejemplo de nuestro Señor, en llevar paz y esperanza a los que caen en la tristeza y en la desesperación? Jesús ha venido para salvar a todos, pero nos ha llamado a nosotros para que le ayudemos en esta obra. Cuando multiplicó los panes y los peces, puso en las palmas de las manos de los apóstoles pequeñas porciones partidas, para que ellos, a su vez, las partieran y las pasaran a la gente. Dijo: «Alimentadlos». Se comportó así para mostrar que aunque él es el creador de la obra, ésta tiene que ser llevada a su culminación por medio de los hombres. Quiere que le imitemos.

Y cuando le imitamos, recibimos un poder que las acciones humanas comunes no tendrán nunca. Fijaos: sin él, todo parece hundirse en el mundo e ir a la ruina. En el mundo se desarrolla una lucha fratricida. Los hombres sufren y perecen, son como «ovejas sin pastor». Cuando nos apoyamos en él, todo crece y se multiplica. Basta con partir el pan recibido de Jesús para alimentar con él a multitudes enteras... (J. Dobraczynski, Gli uccelli cantono, i pesa ascoltano..., Padua 1987, p. 142).

 

 

Día 14

Martes de la 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 21,17-29

Después de que Nabot hubiera muerto,

17 el Señor dirigió su Palabra a Elías, el tesbita:

18 -Ve al encuentro de Ajab, rey de Israel, en Samaría. Está en la viña de Nabot y ha bajado para tomar posesión de ella. Le dirás: Esto dice el Señor: Has asesinado y, encima, expropias.

19 Y añadirás: Así dice el Señor: En el mismo lugar en el que los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán también la tuya.

20 Ajab dijo a Elías: -¿Otra vez me has sorprendido, enemigo mío? Elías respondió: -Te he sorprendido porque te has vendido y has ofendido con tu conducta al Señor.

21 Haré venir sobre ti la desgracia; barreré tu posteridad y no quedará un varón, ni esclavo ni libre, en Israel.

22 Trataré a tu familia como a la familia de Jeroboán, hijo de Nabat, y a la de Basa, hijo de Ajías, por haberme irritado y por haber arrastrado a Israel a pecar.

23 También contra Jezabel dice el Señor: Los perros comerán a Jezabel en la heredad de Jezrael.

24 Cualquier pariente de Ajab que muera en la ciudad será devorado por los perros, y el que muera en el campo será comido por las aves del cielo.

25 (Ciertamente, no hubo nadie que se vendiera como Ajab para ofender al Señor con su conducta, impulsado por su esposa Jezabel.

26 Se comportó de manera abominable, yendo tras los ídolos, como los amorreos que el Señor había expulsado de delante de los israelitas.)

27 Cuando Ajab oyó esto, rasgó sus vestiduras, se vistió de sayal y ayunó. Dormía con el sayal y andaba abatido.

28 El Señor dijo a Elías, el tesbita:

29 -¿Has visto cómo Ajab se ha humillado ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva, sino que castigaré a su familia en vida de su hijo.

 

**• Elías desarrolla con Ajab, por encargo del Señor, el mismo papel de Natán con David. Dios venga -y lo hace a través de los profetas- de la injusticia y defiende al oprimido. El orden quebrantado tiene que ser reparado y Jezabel será la primera en pagar las consecuencias (2 Re 9,30ss). Por muy férreo que pueda ser, el principio de la retribución admite atenuantes en virtud del arrepentimiento del culpable y de la misericordia divina.

Con todo, eso no es obstáculo para que, siguiendo la lógica del Antiguo Testamento, se imponga de todos modos la reparación (cf. 2 Re 9ss).

El Libro primero de los Reyes dedica los dos últimos capítulos a ilustrar las nuevas y desdichadas empresas bélicas de Ajab, a pesar de la opinión contraria del profeta Miqueas, así como la sórdida muerte del desventurado soberano, cuyas llagas fueron lamidas por los perros.

 

Evangelio: Mateo 5,43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

43 Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.

44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.

45 De este modo seréis dignos hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos.

46 Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen también eso los publícanos?

47 Y si saludáis sólo a vuestros hermanos ¿qué hacéis de más? ¿No hacen lo mismo los paganos?

48 Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

 

**• La sexta antítesis tiene que ver con el mandamiento principal: el amor al prójimo (Lv 19,18). Cristo habla también del odio a los enemigos -expresión que no aparece en la Biblia, aunque sí en los últimos flecos del judaísmo: en Qumrán se mandaba odiar a todos los hijos de las tinieblas- para extender también a ellos el amor y la oración. Y esto a imitación del Padre celestial, de quien son hijos todos los hombres, que deben reconocerse como hermanos. De este modo se convertirán en imitadores del

Padre, imitando su perfección y, por consiguiente, su santidad (cf. Lv 19,2). El pasaje paralelo de Lc 6,36 nos dice en qué consiste la naturaleza de la perfección divina: en la misericordia. También aquí es preciso rebasar la medida (cf. Mt 5,20), que, esta vez, hace referencia a los tristemente famosos publícanos, los recaudadores de las tasas por cuenta de los romanos (Mt 18,17; 21,32), y a los paganos, ligados también ellos a un código que, no obstante, resulta absolutamente formal e interesado.

Sabemos asimismo que, en el mundo oriental, el saludo comporta mucho más que un simple intercambio de cumplidos; es considerado como intercambio de paz.

Mateo recupera (cf. 5,12) el término «recompensa» o mérito, que aparece más veces en el capítulo siguiente (6,1.2.5.16), donde se afirma que el Padre mismo nos premiará abiertamente (cf. variante de 6,4). Como es evidente, el comportamiento moral no va ligado a una visión retributiva: hago el bien cada día para tener un premio por ello. Más aún, esta visión está desmentida por el hecho de que el verbo está en presente («¿qué recompensa merecéis?). El comportamiento del cristiano no es otra cosa que la libre respuesta a un don de la gracia, y en esa respuesta está incluido ya el «premio», el don de la salvación.

 

MEDITATIO

Si lo que afirma Jerónimo -estos preceptos han de ser juzgados «con la inteligencia de los santos» y no «con nuestra estupidez»- vale para todo el sermón del monte, con mayor razón se aplica al mandamiento del amor. Un amor a ultranza, podríamos decir. Porque «si amar a los amigos es cosa de todos, amar a los enemigos es cosa sólo de los cristianos» (Tertuliano). «Jesús hubiera vivido y muerto en vano», sostiene Gandhi, «si no hubiéramos aprendido de él a regular nuestras vidas por la ley eterna del amor». Él nos quiere perfectos en el amor (una perfección moral, no metafísica, por tanto) que debemos practicar con Dios y con el prójimo, aunque sea enemigo nuestro o nos persiga, tal como nos enseñó Jesús cuando perdonó a los mismos que le estaban crucificando. Por eso pudo Pablo escribir a sus fieles: «Sobre el amor fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros» (1 Tes 4,9).

Me pregunto en qué medida se manifiesta en mi amor el amor de Dios. ¿Realizo un acto de amor hacia algún enemigo mío, depositando en su corazón el bálsamo de mi oración?

 

ORATIO

Señor Jesucristo, dulcísimo maestro de humildad y de paciencia, concédeme a mí, que soy el último de tus siervos, arraigarme en la humildad, considerarme inferior a los otros y merecedor de desprecio. Concédeme soportar con paciencia las aflicciones físicas y las dificultades materiales; que esté dispuesto a afrontar males todavía mayores y que sea capaz de salir al encuentro de quien me pide ayuda ya sea para el cuerpo o para el alma. Concédeme amar con el corazón, los labios y las obras no sólo a los amigos y a los enemigos, sino también a todos los que me persiguen, hacerles el bien y rezar por ellos. De este modo, por tu gracia, podré ser incluido entre tus hijos y figurar entre los elegidos. Señor Jesucristo, mientras que a los antiguos les prometiste bienes materiales, a nosotros nos aseguras bienes eternos para que sobreabunde nuestra justicia.

Concédeme irradiar en tu presencia y en la de los otros la luz de la Palabra y de las obras, así como no abolir, sino cumplir de manera sobreabundante, tu Ley. Guárdame de la ira y de ofender al prójimo, de modo que sea agradable ante ti la ofrenda del corazón, de los labios y de las buenas obras. Concédeme, oh Dios clementísimo, huir de la concupiscencia, de la mirada mala, y evitar todo juramento. Y que al abstenerme de injuriar al prójimo, no tenga que provocar tus castigos, sino que siempre pueda complacerte en todo (Landulfo de Sajonia).

 

CONTEMPLATIO

Amad a vuestros enemigos... ¡He aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no sólo a soltar el manto, sino a añadir la túnica; no sólo a andar la milla a que nos fuerzan, sino otra más por nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso. -¿Y qué hay -me dices superior a eso? -Que a quien todos esos desafueros cometa con nosotros no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que eso. Porque no dijo: No le aborrecerás, sino: Le amarás. Ni dijo: No le hagas daño, sino: Hazle bien.

Mas, si atentamente examinamos las palabras del Señor, aún descubriremos algo más subido que todo lo dicho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también rogar por ellos. ¡Mirad por cuántos escalones ha ido subiendo y cómo ha terminado por colocarnos en la cúspide de la virtud! Contémoslos de abajo arriba. El primer escalón es que no hagamos por nuestra cuenta mal a nadie. El segundo, que, si a nosotros se nos hace, no volvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto, dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica! De ahí también el espléndido premio que se le promete. Como el precepto es tan grande y pide un alma tan generosa y un esfuerzo tan levantado, también el galardón es tal como a ninguno de sus anteriores mandatos lo propuso el Señor. Porque aquí ya no habla de poseer la tierra, como se promete a los mansos; no de alcanzar consuelo y misericordia, como los que lloran y los misericordiosos; ni siquiera se nos habla del Reino de los Cielos, sino de algo más sublime que todo eso y que bien puede hacernos estremecer: se nos promete ser semejantes a Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres: A fin -dice- de que seáis semejantes a vuestro Padre, que está en los cielos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 18,3ss [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Sed perfectos en el amor, como vuestro Padre celestial» (cf. Mt 5,48).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para amar a los que nos aman, para saludar a los que nos saludan, no tenemos necesidad de creer en ninguna religión. No tenemos necesidad de poner a Dios en medio. Es algo que hacen todos. Es «humano».

Precisamente porque el amor a los enemigos es tan «poco humano», precisamente porque supera la medida del hombre «normal», precisamente por eso, muestra, como ninguna otra exigencia del Nuevo Testamento, que aquí tenemos delante no algo humano, sino, en un sentido más profundo, algo divino. Se trata de algo que se encuentra también en las restantes antítesis [del sermón del monte], pero que aquí -en la antítesis del amor al enemigo- podemos captar del mejor modo posible: la soberanía de Dios, el Reino de Dios. No es que con el amor a los enemigos consigamos realizar el Reino de Dios. En efecto, con nuestras fuerzas no somos capaces de amar al enemigo. Es un «regalo» de la soberanía de Dios, antes de cualquier iniciativa nuestra, que nos libera y nos hace capaces de amar al enemigo.

Ahora bien, si la soberanía de Dios nos libera para que amemos al enemigo, para que le amemos de verdad, con todo lo que esto significa y comporta, entonces resulta verdaderamente claro que la soberanía de Dios ha irrumpido en efecto entre nosotros, entonces resulta claro lo que significa de verdad la soberanía de Dios, entonces resulta claro qué comporta ser hijos e hijas de aquél a quien llamamos, y es, nuestro Padre celestial y nuestra Madre celestial.

Amad a vuestros enemigos, jugaos el todo por el todo, amadlos con corazón indiviso, tratadlos con amor creativo (H. J. Venetz, // c/íscorso delta montagna, Brescia 1990, pp. 90ss).

 

 

Día 15

Miércoles de la 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 2,1.6-14

En aquellos días,

1 cuando el Señor se disponía a arrebatar a Elías en un torbellino al cielo, Elías y Eliseo se marcharon de Guilgal.

6 Elías dijo a Eliseo: -Quédate aquí; yo tengo que ir por orden del Señor hasta el Jordán. Eliseo de nuevo le dijo: -¡Por el Señor y por tu vida, que no te dejaré! Y se fueron los dos.

7 Cincuenta hombres del grupo de los profetas vinieron y se detuvieron enfrente, a cierta distancia, mientras Elías y Eliseo se detuvieron a la orilla del Jordán.

8 Elías se quitó el manto y, plegándolo, golpeó con él las aguas; éstas se dividieron y los dos pasaron a pie enjuto.

9 Y cuando pasaron a la otra orilla, Elías dijo a Eliseo: -Pídeme lo que quieras antes de que sea arrebatado de tu presencia. Eliseo le dijo: -Dame como herencia dos tercios de tu espíritu.

10 Elías le contestó: -¡Mucho pides! Si me ves cuando sea arrebatado, te será concedido; si no me ves, no se te concederá.

11 Mientras iban caminando y hablando, un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre los dos, y Elías fue arrebatado en un torbellino hacia el cielo.

12 Eliseo lo seguía con la vista y gritaba: -¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel! Cuando dejó de verlo, se quitó sus vestidos y los partió en dos.

13 Recogió el manto de Elías, que se le había desprendido, y se volvió a la orilla del Jordán.

14 Tomó el manto de Elías y golpeó con él las aguas, al tiempo que decía: -¿Dónde está el Señor, Dios de Elías, dónde está? Golpeó las aguas, que se dividieron, y Eliseo pasó el río.

 

**• Después de haber hablado de los sucesores inmediatos de Ajab y de los últimos acontecimientos de Elías, el Libro segundo de los Reyes pasa a ilustrar el «ciclo de Eliseo», cuya vocación fue anticipada en 1 Re 19,19-21.

Eliseo, en un sentido no diferente al de Elías, estará revestido de un considerable papel político (2 Re 3,1 lss; 6,8ss; 8,7ss; 9,lss; 13,14ss) y se revelará como el mayor taumaturgo del Antiguo Testamento (2 Re 2,14-7,20 y 13,20ss recogen una decena de acciones milagrosas, incluso después de muerto). Eso explica la importancia de una investidura profética que Eliseo parece pagar al precio de una obstinada fidelidad al maestro. Eso le sitúa en primera línea entre los «hijos de profetas» (léanse también los w. 3-5, omitidos por la liturgia como si fueran pleonásticos). Según la ley de la primogenitura (cf. Dt 21,17), Eliseo reivindica dos tercios del espíritu de Elías, que le son concedidos al precio de su clarividencia («Si me ves cuando sea arrebatado, te será concedido»: v. 10).

El cambio de sus propios vestidos por el manto de Elías expresa la investidura que ha tenido lugar y la adquisición de las facultades a ella ligadas. Por eso peregrina Eliseo hasta el Jordán, dejando detrás a todos los otros «hijos de profetas». El recuerdo del Jordán, cuyas aguas había dividido Elías con el manto plegado a modo de bastón, remite a la experiencia del Éxodo, ligada a las figuras de Moisés (Ex 14,21) y de Josué (Jos 3,13).

En cuanto al rapto de Elías, no diferente al de Enoc (Gn 5,24), expresa el beneplácito divino hacia su persona, pero sobre todo la referencia a una misión futura.

En todo caso, Elías desapareció de la vista de Eliseo en cuanto una llama de fuego («un carro de fuego con caballos de fuego») se interpuso entre ambos profetas.

 

Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 No hagáis el bien para que os vean los hombres, porque entonces vuestro Padre celestial no os recompensará.

2 Por eso, cuando des limosna, no vayas pregonándolo, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que les alaben los hombres. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

3 Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.

4 Así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

5 Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que les vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

6 Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

16 Cuando ayunéis, no andéis cariacontecidos como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que la gente vea  que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

17 Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,

18 de modo que nadie note tu ayuno, excepto tu Padre, que está en lo secreto. Y tu Padre, que ve hasta lo más secreto, te premiará.

 

**• El principio de la interiorización (el «secreto»: w. 4.6.18), en no menor medida que el de lo extraordinario (Mt 5,20.47: superar la medida), recibe una amplia aplicación respecto a la práctica religiosa, resumida tradicionalmente en la oración, el ayuno y la limosna (Tob 12,8ss). Se contrapone aquí la conducta cristiana a la farisea («los hipócritas»: w. 2.5.16), aunque las buenas obras no han de ser mantenidas secretas (Mt 5,14), sino que deben suscitar en los hombres el reconocimiento del señorío divino. Comenta Jerónimo: «Quien toca la trompeta cuando hace limosna es un hipócrita; quien, al ayunar, desfigura tristemente su rostro para poder mostrar así que tiene el vientre vacío, es asimismo un hipócrita; quien reza en las sinagogas o en las esquinas de las plazas para que le vean los hombres, es un hipócrita. De todo esto se deduce que son unos hipócritas todos aquellos que hacen lo que hacen para ser glorificados por los hombres».

El valor de la limosna (Eclo 3,29; 29,12; Tob 4,9-11) podía quedar comprometido por la ostentación con la que se hacía pública. Lo mismo vale para la oración ostentada con frecuencia «en las esquinas de las plazas». En cuanto al ayuno, es conocida la toma de posición de los profetas (Is 58,5-7), compartida por Cristo.

La Ley prescribía el ayuno en el gran día de la purificación (elyóm kippur: Lv 16,29ss), que se celebraba al comienzo del año según el calendario judío. En este día estaba prohibido hasta lavarse. De ahí la invitación del Señor a evitar los signos externos de una práctica que, para los israelitas devotos, se volvía a proponer dos veces a la semana (Lc 18,12). Quien ayuna debe asumir el mismo semblante alegre de los días de fiesta, cuando se unge la cabeza con perfume.

La oración incluye, por último, interioridad y secreto, bien expresados por el lugar donde ha de ser llevada a cabo: al pie de la letra en la «alacena», donde se ponían las provisiones para que estuvieran seguras, en un lugar sin ventanas y con una puerta provista de cerradura.

 

MEDITATIO

¿Quién puede considerarse cristiano sin estas tres cosas: limosna, oración y ayuno?» (Tertuliano). El ayuno allana el camino al paraíso, perdido a causa del «hambre orgullosa» de nuestros primeros padres. La limosna, a su vez, «hace que el ayuno no se resuelva en aflicción de la carne, sino en purificación del alma» (León Magno). De ahí se sigue que es «bienaventurado quien ayuna para alimentar al pobre» (Orígenes). El ayuno y la limosna han de estar inspirados y sostenidos por la oración, que nos permite obrar con rectitud de corazón y «ante Dios». San Bernardo se preguntaba si «era más impío el que practica la impiedad o quien simula la santidad».

Me examinaré sobre cómo vivo esta triple modalidad de toda auténtica experiencia religiosa. Acepto la invitación de Cristo a esparcir el corazón con la unción del Espíritu Santo, para que dé fragancia no sólo al ayuno, sino también a la limosna y a la oración.

 

ORATIO

Señor, tú desenmascaras la insidia farisaica que vuelve espuria e ilusoria mi práctica espiritual. Tú quieres que gane en interioridad y profundidad y exiges que el único punto de referencia sea el Padre, que ve en lo secreto y cuya recompensa es la única que debo esperar.

Señor Jesucristo, tú nos has dado ejemplo de humildad en todas tus acciones y nos has enseñado a rehuir de la vanagloria. Defiéndeme, interior y exteriormente, de las insidias de la soberbia, de modo que no dé ningún agarradero al enemigo de mi alma. Que no busque en la práctica de la limosna, de la oración y del ayuno, ni en ninguna obra buena, la alabanza de los hombres y el favor del mundo, sino que obre con pureza de corazón, por la gloria de Dios y la edificación del prójimo, y no busque nunca la inútil gloria terrena. Al no buscar la recompensa aquí abajo, podré obtener la verdadera recompensa en el mundo futuro y no seré víctima en absoluto de las penas eternas (Ludovico de Sajonia).

 

CONTEMPLATIO

Si la puerta está abierta a los desvergonzados, a través de ella irrumpen dentro las cosas externas en bandadas y molestan a nuestra interioridad. Todas las cosas situadas en el tiempo y en el espacio se introducen a través de la puerta, es decir, a través del sentido exterior, en nuestros pensamientos y con la confusión de las distintas imaginaciones nos molestan mientras oramos. En consecuencia, es preciso cerrar la puerta, esto es, resistir al sentido exterior, a fin de que la oración procedente del espíritu se eleve al Padre, porque ésta se desarrolla en lo profundo del corazón, cuando oramos al Padre en lo secreto. «Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.» La enseñanza [del Señor] debía terminar con una conclusión como ésta. En efecto, [Cristo] no nos exhorta a orar, sino a cómo debemos orar; y, antes, no a que hagamos limosna, sino que nos habla de la intención con la que debemos hacerla. De hecho, ordena purificar el corazón, y sólo lo purifica el único y sincero anhelo de la vida eterna con un amor único y puro de la sabiduría (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 2, 3, 11).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará» (Mt 6,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Esta justicia mejor de los discípulos no debe ser un fin en sí mismo. Es preciso que esto se manifieste, es preciso que lo extraordinario se produzca, pero... cuidad de no hacerlo para que sea visto.

Es verdad que el carácter visible del seguimiento tiene un fundamento necesario: la llamada de Jesucristo, pero nunca es un fin en sí misma; porque entonces se perdería de vista el mismo seguimiento, intervendría un instante de reposo, se interrumpiría el seguimiento y sería totalmente imposible continuarlo a partir del mismo lugar donde nos hemos detenido a descansar, viéndonos obligados a comenzar de nuevo desde el principio. Tendríamos que caer en la cuenta de que ya no seguimos a Cristo.

Por consiguiente, es preciso que algo se haga visible, pero de forma paradójica: cuidad de no hacerlo para ser vistos por los hombres. «Brille vuestra luz ante los hombres... » (5, 16), pero tened en cuenta el carácter oculto. Los capítulos 5 y ó chocan violentamente entre sí. Lo visible debe ser, al mismo tiempo, oculto; lo visible debe, al mismo tiempo, no poder ser visto.

Sin embargo, ¿quién puede vivir haciendo lo extraordinario en secreto? ¿Actuando de tal forma que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha? ¿Qué amor es el que no se conoce a sí mismo, el que puede permanecer oculto a sí mismo hasta el último día? Es claro: por ser un amor oculto, no puede ser una virtud visible, un hábito del hombre.

Esto significa: cuidad de no confundir el verdadero amor con una virtud amable, con una «cualidad» humana. En el verdadero sentido de la palabra, es el amor que se olvida de sí mismo.

Pero, en este amor olvidado de sí mismo, es preciso que el hombre viejo muera con todas sus virtudes y cualidades. En el amor olvidado de sí, vinculado sólo a Cristo, del discípulo, muere el viejo Adán. En la frase «que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha», se anuncia la muerte del hombre viejo (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 101 -103).

 

 

Día 16

Jueves de la 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 48,1-14

1 Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha.

2 Él hizo venir sobre ellos el hambre, y en su celo los diezmó.

3 Por la Palabra del Señor cerró los cielos e hizo también bajar fuego tres veces.

4 ¡Qué glorioso fuiste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién pretenderá parecerse a ti?

5 Tú que arrancaste a un muerto de la muerte y del abismo por la Palabra del Altísimo.

6 Tú que llevaste reyes a la ruina y arrojaste de sus lechos a hombres ilustres;

7 que escuchaste censuras en el Sinaí, decretos de venganza en el Horeb;

8 que ungiste reyes como vengadores y profetas que te sucedieron;

9 que fuiste arrebatado en torbellino ardiente en un carro con caballos de fuego.

10 De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para reconciliar a los padres con los hijos y restaurar las tribus de Jacob.

11 Felices los que te vieron y murieron fieles al amor, porque también nosotros viviremos.

12 Cuando Elías fue arrebatado en el torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu. Durante su vida ningún príncipe le hizo temblar y nadie fue capaz de subyugarlo.

13 Nada fue demasiado difícil para él, e incluso muerto profetizó su cuerpo.

14 Durante su vida hizo prodigios y, una vez muerto, fueron admirables sus obras.

 

**• El texto del Eclesiástico constituye algo así como el elogio fúnebre de los profetas Elías y Eliseo, que desarrollaron su ministerio en el reino del Norte (siglo IX a. de C), en un momento crítico para el yahvismo. De Elías, el profeta de fuego, se recuerda el papel que desarrolló en la carestía y en la sequía, la llama encendida por tres veces en el Carmelo, la ayuda que prestó a la viuda de Sarepta, la oposición que ejerció respecto a Ajab, Ocacías (853-852) y Jorán (852-841), su frecuentación de la montaña santa (cf. 1 Re 19,9-14), la unción y el repudio del rey, la investidura de profetas y, por último, su ascensión al cielo. Una alusión al futuro papel mesiánico del profeta, como se recuerda también en Mal 3,23ss.

De Eliseo, cuyo nombre significa «Dios salva», se recuerda el papel político y taumatúrgico que desempeñó (con una alusión al prodigio póstumo del que se habla en 2 Re 13,20ss). Este último aspecto ha sido repetido en diferentes circunstancias, incluso por la liturgia: la sunamita y el doble nacimiento del hijo (2 Re 4,8-37); la multiplicación de los panes (2 Re 4,42-44); la curación de Naamán (2 Re 5).

 

Evangelio: Mateo 6,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Y al orar, no os perdáis en palabras, como hacen los paganos, creyendo que Dios les va a escuchar por hablar mucho.

8 No seáis como ellos, pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis.

9 Vosotros orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre;

10 venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;

11 danos hoy el pan que necesitamos;

12 perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

13 no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

14 Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial.

15 Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.

 

••» La referencia a la oración brinda a Mateo la oportunidad de insertar en este sitio la enseñanza del Padre nuestro. Todo guía espiritual y todo grupo de discípulos tenían sus propias modalidades de oración (cf. Le 11,1).

La oración del cristiano debe evitar la ostentación farisaica, pero también la «polilogía» de los paganos, ese multiplicar palabras que resuena en los oídos del Señor como un desagradable bla-bla-bla. «Si el pagano habla mucho en la oración -observa Jerónimo-, de ahí se sigue que el cristiano debe hablar poco». Juan Casiano señala que la succinta brevitas en la oración vence las distracciones.

Algunos podrían objetar que «si Dios conoce el objeto de nuestra oración, y si conoce, antes de que formulemos nuestra oración, aquello de lo que tenemos necesidad, es inútil que dirijamos nuestra palabra a quien ya lo sabe todo. A esos -apremia Jerónimo- se les puede responder de manera breve como sigue: nosotros no somos gente que cuenta, sino hombres que suplican. Una cosa es expresar nuestras necesidades a quien no las conoce, y otra pedir ayuda a quien las conoce. Allí se da la comunicación; aquí, el homenaje. Allí contamos de modo fiel nuestras desgracias; aquí, por lo míseros que somos, imploramos». En la Glosa se lee que «Dios quiere que le pidan, a fin de dar sus dones a quienes los desean, de suerte que no envilezcan».

La oración del Señor, que Agustín define como «regla de la oración» (orationis forma), contiene «una inmensidad de misterios» (inmensa continet sacramenta) (Landulfo de Sajonia). Está introducida con la doble puesta en guardia respecto a la oración farisaica (w. 5ss) y a la pagana. Esta última estaba destinada a forzar la voluntad de la divinidad para que atendiera a las peticiones de sus devotos. Por eso era prolija y ruidosa. La oración enseñada por Jesús, más que intentar hacernos oír por Dios, nos compromete a escuchar a Dios, es decir, a entrar en su plan de salvación.

El Padre nuestro puede ser leído como «el compendio de todo el Evangelio» (Tertuliano), y, en efecto, resulta fácil encontrar no pocas citas en el texto sagrado donde se confirma que, antes de darla a los discípulos, fue la oración del mismo Cristo.

El Padre nuestro se presenta, antes que nada, como la fórmula de alianza en la que están recogidos todos los compromisos que el hombre está llamado a asumir (santificación del nombre, edificación del Reino y cumplimiento de la voluntad divina) y los dones que recibe (pan de vida, remisión de los pecados, liberación del maligno). En segundo lugar, los modos verbales típicos, intraducibies a las lenguas modernas, indican que los designios divinos ensalzan un cumplimiento absoluto e incondicional, aunque su traducción a la vida real de los hombres a lo largo de la historia puede sufrir desmentidos y retrasos.

 

MEDITATIO

Dado que el Padre nuestro es la regla de la oración cristiana, estudiaré las posibilidades de profundizar en las modalidades con las que «recitarlo»; mejor aún, «vivirlo ». En primer lugar, pensando en la triple señal de la cruz que hago sobre la frente, sobre los labios y sobre el pecho antes de la proclamación del Evangelio, intentaré activar la mente y el corazón con la boca, a fin de que las palabras del Señor puedan morar en mí. Si ninguna de ellas debe caer en el vacío, sino que todas han de cumplirse, eso vale en especial para el Padre nuestro.

Eso reviste un carácter sacramental, en la medida en que me hace hijo de Dios y constituye la renovación cotidiana de la alianza, con los compromisos que incluye (primera parte del Padre nuestro) y los beneficios que otorga (segunda parte). Así pues, tomando conciencia de que me estoy dirigiendo al Padre, me identifico con la mente y con los sentimientos de Cristo y acojo el «grito» del Espíritu de adopción. Al pronunciar las palabras «con una atención total» (Simone Weil), me detendré en cada frase hasta que «encuentre significados, comparaciones [con otros textos evangélicos], gustos y consuelos» (Ignacio de Loyola).

 

ORATIO

«Padre nuestro», excelso en la creación, suave en el amor, rico en la herencia, tú habitas «en el cielo» y eres espejo de eternidad, corona de júbilo, tesoro de felicidad.

«Santificado sea tu nombre», de suerte que se vuelva miel en la boca, melodía en el oído, devoción en el corazón. «Venga a nosotros tu Reino», alegre sin contrariedad, tranquilo sin turbación, seguro sin pérdidas.

«Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», de suerte que rechacemos lo que tú abominas, que amemos lo que tú amas, de modo que cumplamos lo que te es grato. «Danos hoy nuestro pan de cada día», el pan de la doctrina, de la penitencia, de la virtud. «Perdona nuestras deudas», contraídas contigo, con el prójimo y con nosotros mismos. «Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores», que nos han ofendido con palabras o en nuestra persona o en las cosas. «No nos dejes caer en la tentación» que procede del mundo, de la carne y del demonio. «Y líbranos del mal» presente, pasado y futuro. Amén (Landulfo de Sajonia).

 

CONTEMPLATIO

Porque quien da a Dios el nombre de Padre, por ese solo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta por hijo, que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes [...]. Y con este solo golpe, mata el Señor el odio, reprime la soberbia, destierra la envidia, trae la caridad, madre de todos los bienes; elimina la desigualdad de las cosas humanas y nos muestra que el mismo honor merece el emperador que el mendigo, comoquiera que, en las cosas más grandes y necesarias, todos somos iguales (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 19,4 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

        Como Palabra para repetir y vivir hoy con frecuencia, elíjase alguna de las invocaciones del Padre nuestro, la que produzca en nosotros una resonancia interior más intensa.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La primera parte del Padre nuestro va, de una manera atrevida, del tú al Dios que se ha revelado como amor. Se trata de una oración de agradecimiento llena de júbilo por el hecho de que podamos llamar, amar y alabar de manera confiada al Santísimo como Nuestro Padre y como nuestro tú. Expresa el compromiso de verificar nuestras aspiraciones y nuestras acciones, a fin de ver si y hasta qué punto se toman en serio y honran el nombre del Padre y nuestra vocación de hijos a hijas suyos. Y, no por último, nos pone sobre todo frente a nuestra misión de promover, para honor del único Dios y Padre, la paz y la solidaridad salvífica entre todos los hombres [...].

Recitar el Padre nuestro significa preguntarse por la seriedad con la que tomamos, intentamos comprender y confesamos con actos concretos el plan salvífico de Dios. Un rasgo fundamental e imprescindible del compromiso que hemos asumido en virtud del Espíritu Santo y con la mirada puesta en el Hijo predilecto es el de amar a Dios en todo y por encima de todo y cumplir su voluntad santa y amorosa.

La segunda parte del Padre nuestro habla del amor al prójimo en unión con Jesús. Se trata del «Nosotros», de vivir de manera radical la solidaridad salvífica de Jesús con todos los hombres y en todos los campos de la vida. La conciencia adquirida de que la recitación del Padre nuestro nos introduce, de manera semejante al bautismo de Jesús en el Jordán, en la vida trinitaria de Dios, así como nuestra opción fundamental en favor de la solidaridad salvífica en todos los campos, nos ayudarán, sin la menor duda, a conferir un perfil cada vez más claro y convincente a nuestro programa de vida (B. Háring, // Padre nostro. Lode, preghiera, programma di vita, Brescia 1995, pp. 1 óss [edición española: El padrenuestro, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1996]).

 

 

Día 17

Viernes de la 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 11,1-4.9-18.20a

En aquellos días,

1 Atalía, madre de Ocozías, al ver que su hijo había muerto, fue y exterminó a toda la familia real.

2 Pero cuando los hijos del rey iban a ser asesinados, Josebá, hija de Jorán y hermana de Ocozías, se llevó furtivamente a Joás, hijo de Ocozías, y a su nodriza y los escondió en el dormitorio, ocultándolo de Atalía. Así evitó que lo asesinaran.

3 Joás estuvo escondido con ellas en el templo del Señor durante seis años, mientras Atalía gobernaba el país.

4 El año séptimo, Yoyadá convocó a los jefes de centuria de los carios y de la guardia real y les hizo venir al templo del Señor. Hizo con ellos un pacto y, previo juramento en el templo del Señor, les mostró al hijo del rey.

9 Los jefes de centuria cumplieron al detalle las órdenes del sacerdote Yoyadá; cada uno reunió a sus hombres, que se turnaban en el servicio de guardia el sábado, y se presentaron al sacerdote Yoyadá.

10 Éste les entregó las lanzas y los escudos del rey David, que se guardaban en el templo del Señor.

11 Los de la escolta real, con sus armas en la mano, se apostaron de sur a norte rodeando el altar y el templo para proteger al rey.

12 Entonces Yoyadá sacó al hijo del rey y le puso la corona y las insignias reales; después lo ungió y lo proclamó rey. Y todos entre grandes aplausos gritaron: -¡Viva el rey!

13 Cuando Atalía oyó el tumulto de los guardias y de la gente, fue al templo del Señor

14 y vio al rey de pie sobre el estrado, según la costumbre. Los oficiales y los que tocaban las trompetas estaban a su lado, mientras la gente gritaba jubilosa y resonaban las trompetas. Atalía se rasgó las vestiduras y gritó: -¡Traición, traición!

15 El sacerdote Yoyadá ordenó a los jefes de centuria que estaban al mando del ejército: -Sacadla fuera del recinto del templo y matad a todo el que la siga. Como el sacerdote había dicho que no la mataran en el templo del Señor,

16 la prendieron y, pasada la puerta de las caballerizas del palacio real, la mataron.

17 Yoyadá selló un pacto entre el Señor y el rey y el pueblo, por el cual éste se comprometía a ser el pueblo del Señor.

18 Inmediatamente, todo el pueblo irrumpió en el templo de Baal y lo demolió. Hicieron astillas sus altares e imágenes y degollaron a Matan, sacerdote de Baal, delante de los altares. Después, el sacerdote Yoyadá dejó guardias en el templo del Señor.

20 Todo el pueblo se llenó de júbilo y la ciudad recobró la calma.

 

**• La liturgia, omitiendo una amplia sección (2 Re 3-10) donde se habla de los reinados de Jorán (852-841) y de Jehú (841-814), que desarraigó el culto a Baal en Israel y cuya unción real ya había sido anunciada por Elías (1 Re 19,16), y donde se ilustra la actividad de Eliseo, la liturgia, decíamos, nos propone algunos pasajes adecuados para llevar a cabo una lectura teológica de la historia de Israel.

Desde el reino del Norte nos trasladamos al reino del Sur. Aquí Atalía, descendiente de Jezabel y mujer del rey Jorán (muertos ambos por Jehú a causa de sus perversiones), muerto su hijo Ocozías (841), heredero legítimo al trono, se apodera del Reino de Judá y elimina a la dinastía real superviviente. Ahora bien, Josebá, hija del rey Jorán y esposa del sumo sacerdote Yoyadá (2 Cr 22,11), cogió furtivamente a Joás, hijo de Ocozías, y lo escondió en el templo, de suerte que siete años después, y gracias a una estudiada conjura (w. 5-8, omitidos por la liturgia), éste fue proclamado rey (835-796) e instalado en el trono (v. 19, omitido por la liturgia).

La oposición a Atalía se debió a la línea baalista mantenida por la reina, en flagrante contradicción con la alianza yahvista, mientras que la iniciativa de la casta sacerdotal desbarata el peligro, destruye el templo de Baal levantando en el corazón de Jerusalén, elimina de la escena Atalía y permite la renovación de la alianza. Se trata de un acontecimiento que se repetirá en los momentos cruciales de la historia de Israel {cf. 2 Re 23).

 

Evangelio: Mateo 6,19-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

19 No acumuléis tesoros en esta tierra, donde la polilla y la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones socavan y roban.

20 Acumulad mejor tesoros en el cielo, dónde ni la polilla ni la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones no socavan ni roban. 21 Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.

22 El ojo es la lámpara del cuerpo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado;

21 pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo está en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tiniebla, ¡qué grande será la oscuridad!

 

*• «La totalidad de la enseñanza [de Cristo]», afirma el místico alemán Jakob Bohme, «no es otra cosa que la explicación del modo en que el hombre podría encender en él el divino mundo luminoso. Dado que éste se enciende de modo que la luz de Dios brille en el espíritu de las almas, todo el cuerpo posee la luz».

El principio de la recompensa evoca el «tesoro en el cielo» (cf. Tob 4,9; Eclo 29,11), «la mejor parte» que se asegura María (Lc 10,42), «las cosas de arriba» (Col 3,1) y las «riquezas mejores y más duraderas» (Heb 10,34) de que hablan los escritos paulinos, y brinda una regla infalible para el discernimiento: pregunta a tu corazón para saber cuál es tu tesoro. La continuidad del discurso es interrumpida por el dicho del Señor sobre la lámpara (cf. Lc 11,34-36).

La lámpara es el símbolo del ojo interior o espiritual, del que se transparenta la luz de la fe que esclarece la mente y suscita el impulso del amor en la voluntad. De modo más general, la lámpara es el símbolo del alma que irradia su luz a través del cuerpo. La antítesis se produce entre el ojo sano (Prov 22,9) y el enfermo -al pie de la letra entre el ojo «sencillo» y el «malo». El Nuevo Testamento (2 Cor 1,2; 11,3; Ef 6,5; Col 3,22; Sant 1,5) vuelve con frecuencia sobre la sencillez (que es falta de duplicidad, según el significado literal del término).

También condena con frecuencia al «ojo malo» (Mc 7,22; cf. Mt 20,15). Por último, para la antítesis luz-tinieblas, véase Jn 1,9; 3,19-21; 8,12; 12,46; Rom 13,12; 2 Cor 6,14; Ef 5,8ss; 1 Tes 5,5. La contraposición entre «hijos de la luz» e «hijos de las tinieblas» era uno de los aspectos cualificativos de la enseñanza en la comunidad de Qumrán.

 

MEDITATIO

El «sermón del monte» está atravesado por una continua y martilleante referencia al Reino. Debemos buscar el Reino de Dios (Mt 6,10.33), las cosas buenas (Mt 7,11), «tesoros en el cielo» (Mt 6,20) que consisten en los bienes eternos e incorruptibles. Para saber discernir de qué bienes se trata, necesitamos ese «ojo interior dotado de recta intención que dirige las acciones humanas» (Nicolás de Lira). Es indispensable el ojo sencillo: «unus et purus», unificado y puro, como se lee en la Glosa medieval. «La lámpara» que hace desaparecer las tinieblas «es la fe» (Cromacio de Aquileya).

Profundizo en esta palabra por medio de la meditación del símbolo cristiano por excelencia de la luz: el cirio pascual y las velas encendidas sobre el altar para la misa. Por encima de los significados más inmediatos, siguiendo la estela de la mística judía le asocio una llamada a mi persona y a sus dimensiones destinadas a «jerarquizarse». El cuerpo es comparable al cirio, desde el cual brota «la luz inferior, oscura, en contacto con la mecha de la que depende su misma existencia: se trata de los sentidos que son afectados por la dimensión física.

Cuando la luz oscura está bien consolidada en la mecha, se convierte en asiento para la luz blanca, superior», la esfera intelectivo-volitiva. «Cuando ambas están bien consolidadas, entonces es la luz blanca la que se convierte en asiento para la luz inaprensible, invisible e incognoscible irradiada por la luz blanca. Sólo entonces se vuelve la luz completa y perfecta»: se trata de la luz del Espíritu Santo (Zohar).

 

ORATIO

        Señor, dame un corazón sencillo que sepa discernir el verdadero bien y no se deje sugestionar por los bienes aparentes, ilusorios y pasajeros.

Dame, Señor, un corazón unificado que no alimente odios, que no se pliegue al mal, que no esté sometido a la sensualidad y al capricho. Hazme comprender que sólo tú eres el tesoro de mi corazón. Concédeme esta experiencia viva cuando te recibo en la eucaristía.

 

CONTEMPLATIO

Quien tiene los ojos enfermos ve muchas luces de manera confusa; el ojo sencillo y puro ve las cosas nítidas y puras. Interpretemos todo esto en sentido espiritual.

Pues bien, del mismo modo que el cuerpo está todo él en tinieblas cuando el ojo no es puro y sencillo, también el alma, cuando ha perdido su luminosidad, mantendrá en las tinieblas todas sus facultades.

Por consiguiente, si la luz que hay en ti se vuelve tinieblas, ¡qué grandes serán esas tinieblas! Si la inteligencia, que es luz, se oscurece por la oscuridad del alma, piensa un poco cuan densas serán las tinieblas que la rodean (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).

El ojo purificado y que se ha vuelto sereno se mostrará hábil e idóneo para percibir y para expresar, lógicamente, su luz interior. Éste es el ojo del corazón. Y tiene un ojo semejante quien establece el fin de sus propias obras buenas, a fin de que sean buenas de verdad no para intentar que sean agradables a los hombres, sino que, aunque se dé cuenta de que son agradables, las referirá más bien a su salvación y a la gloria de Dios, no a su propia ostentación (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 2, 22, 76).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón» (Mt6,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vida del discípulo se acredita en el hecho de que nada se interponga entre Cristo y él, ni la ley, ni la piedad personal, ni el mundo. El seguidor no mira más que a Cristo. No ve a Cristo y al mundo. No entra en este género de reflexiones, sino que sigue sólo a Cristo en todo. Su ojo es sencillo. Descansa completamente en la luz que le viene de Cristo; en él no hay ni tinieblas ni equívocos. Igual que el ojo debe ser simple, claro y puro, para que el cuerpo permanezca en la luz, igual que el pie y la mano sólo reciben la luz del ojo, igual que el pie vacila y la mano se equivoca cuando el ojo está enfermo, igual que el cuerpo entero se sumerge en las tinieblas cuando el ojo se apaga, lo mismo le ocurre al discípulo, que sólo se encuentra en la luz cuando mira simplemente a Cristo, y no a esto o aquello; es preciso, pues, que el corazón del discípulo sólo se dirija a Cristo. Si el ojo ve algo distinto de lo real, se engaña todo el cuerpo. Si el corazón se apega a las apariencias del mundo, a la criatura más que al Creador, el discípulo está perdido. Son los bienes de este mundo los que quieren apartar de Jesús al corazón del discípulo (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 111 -112).

 

 

Día 18

Sábado de la 11ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Crónicas 24,17-25

17 Muerto Yoyadá, los jefes de Judá vinieron a rendir homenaje al rey, que esta vez siguió sus consejos.

18 Abandonaron el templo del Señor, Dios de sus antepasados, y se pasaron al culto idolátrico. Esto provocó la ira divina sobre Judá y Jerusalén.

19 El Señor les envió profetas para ver si se volvían a él, pero no hicieron caso a sus advertencias.

20 Zacarías, hijo de Yoyadá, sacerdote, movido por el espíritu de Dios, se presentó al pueblo y le dijo: -Esto dice Dios: ¿Por qué transgredís los mandamientos del Señor? Nada conseguiréis. Habéis abandonado al Señor, y él os abandonará a vosotros.

21 Pero ellos se conjuraron contra Zacarías y, por orden del rey, le apedrearon en el atrio del templo del Señor.

22 Así pues, el rey Joás olvidó la lealtad de Yoyadá, padre de Zacarías, y mandó matar a su hijo, que dijo al morir: -Que el Señor lo vea y te pida cuentas.

23 Pasado un año, el ejército de Siria atacó a Joás, penetró en Judá y Jerusalén, mató a todos los jefes del pueblo y llevó todo su botín al rey de Damasco.

24 El ejército invasor era poco numeroso, pero el Señor entregó en sus manos un ejército mucho mayor, porque habían abandonado al Señor, el Dios de sus antepasados. Así dieron su merecido a Joás,

25 que, al retirarse el ejército sirio, quedó gravemente herido. Sus súbditos conspiraron contra él para vengar la muerte del hijo del sacerdote Yoyadá y lo mataron en su lecho. Murió y lo enterraron en la ciudad de David, pero no en el panteón real.

 

*•• Las vicisitudes de los dos reinos hasta la caída de Samaría (721), preludio de la caída de Jerusalén, narrada en 2 Re 12-16, son recuperadas y completadas en clave teológica llegando a las páginas paralelas de 2 Cr (se trata de la única lectura de este libro en la liturgia ferial). Muerto el sumo sacerdote Yoyadá, vengador del yahvismo, el rey Joás, consagrado por él, cede a las tendencias sincretistas de los «jefes de Judá», de suerte que recae en la idolatría. La requisitoria del profeta Zacarías fue en vano, y lo mataron para vengarse. Esto trajo consigo el castigo divino, siempre siguiendo el riguroso principio de la retribución, que se expresa en la invasión siria y en la muerte del rey.

 

Evangelio: Mateo 6,24-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

24 Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero.

25 Por eso os digo: No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido?

26 Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?

27 ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida?

28 Y del vestido, ¿por qué os preocupáis? Fijaos cómo crecen los lirios del campo; no se afanan ni hilan,

29 y sin embargo os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos.

30 Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe?

31 Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?

32 Ésas son las cosas por las que se preocupan los paganos. Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis.

33 Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y Dios os dará lo demás.

34 No andéis preocupados por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán.

 

**• La última sección del capítulo 6 pone de relieve la alternativa frente a la que se encuentra el cristiano, una alternativa que implica la elección de su propio «amo»: Dios o el dinero (el original cita la palabra aramea mammona). La palabra mammona incluye la idea de ganancia, dinero y, por consiguiente, los bienes del hombre, aunque también «la codicia» con la que el hombre los busca y los posee (Ireneo de Lyon). Afanarse o andar preocupado (término que se repite seis veces en el original griego) por los bienes materiales es señal de «poca fe», una denuncia que se repite con frecuencia en la pluma de Mateo (8,26; 14,31; 16,8; 17,20), para indicar la escasa confianza en el poder y en la providencia divinos. La martilleante invitación a que no andemos preocupados es justificada con una serie de alusiones a las criaturas animales y vegetales. «Debemos entender estas palabras en su sentido más sencillo», observa Jerónimo, «a saber: que si las aves del cielo, que hoy son y mañana dejan de existir, son alimentadas por la providencia de Dios, sin que deban preocuparse por ello, con mayor razón los hombres, a quienes ha sido prometida la eternidad, deben dejarse guiar por la voluntad de Dios».

La expresión «Reino y su justicia» constituye un endíadis; ambos términos están al servicio del cumplimiento de la voluntad divina, que constituye el fundamento del Reino. El «buscad ante todo» parece sugerir el principio de la jerarquización de las necesidades y, por consiguiente, de los bienes: en el primer puesto deben estar los espirituales, que dan el sentido y su justo valor a los materiales. Estos últimos nos serán dados por añadidura.

«Esta promesa se cumple en la comunidad de los hermanos, que multiplica los bienes (milagro moral bosquejado en la multiplicación de los panes), puesto que todos renuncian a todo y no les falta nada; más aún, buscando ante todo el Reino y la justicia de Dios, se dan cuenta de que están puestos en una condición de vida que, por ser conforme a la voluntad del Padre, incluye también las promesas; y todos juntos anticipan el tiempo en el que se extenderá el Reino de Dios sobre toda la tierra renovada y el hombre gozará de la paz sobre el monte del Eterno. Ésa es la perspectiva, no ascética, sino supremamente humana, del Evangelio, con la que coexiste, como es natural, mientras dure el tiempo presente y la victoria del Reino sólo sea virtual, la posibilidad de que quienes buscan apasionadamente el Reino y la justicia de Dios acaben siendo mártires por el Reino (Mc 10,30). Ahora bien, esta perspectiva no debe proyectar sombra sobre la magna y confiada verdad aquí anunciada: "Dios os dará lo demás"» (G. Miegge).

 

MEDITATIO

«Una cosa es poseer riquezas y otra ser siervo de las mismas», señala Juan Crisóstomo. «Quien es siervo de las riquezas queda prisionero de ellas; quien se ha sacudido el yugo de esta servidumbre las distribuye como hace un dueño» (Jerónimo). El Señor quiere que nos abandonemos confiados a su providencia y «si bien nos prohíbe pensar en el futuro» al precio del afán, «nos permite, ciertamente, pensar en el presente», y «si nos promete los grandes bienes, no dejará de asegurarnos los inferiores» (Jerónimo). Más aún, Jesús nos garantiza que estos últimos nos serán dados por añadidura, con tal que dediquemos todas nuestras fuerzas a la consecución del Reino. Por eso se nos ha dicho que lo busquemos ante todo. El Reino, a continuación, es el mismo Cristo, a quien acogemos en la eucaristía, en la que «se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia» (Presbyterorum ordinis, 5). «Desde el mismo momento en que se dice «Dios os dará lo demás», se distingue entre lo que se da y lo que se añade. Nuestra aspiración debe dirigirse, en efecto, hacia las realidades eternas, mientras que las temporales nos son dadas para nuestras necesidades. Estas últimas nos son dadas, mientras que las primeras serán añadidas de manera sobreabundante. Sin embargo, se da con frecuencia que los hombres piden bienes temporales y no buscan los premios eternos. Piden muchas cosas añadidas, pero no las buscan allí donde nos serán dadas» (Gregorio Magno).

Hago emerger los afanes y solicitudes que se agitan en mi ánimo. ¿Cuáles son sus motivaciones (siempre pueden ser reducidas al orgullo)? ¿Cuáles resultan devastadoras para mí y para los otros?

 

ORATIO

Señor Jesucristo, concédeme no atesorar en la tierra recompensas terrenas, sino hazme buscar en el cielo los merecidos premios. Y puesto que nadie puede servir a dos amos, dado que ambos servicios se excluirían recíprocamente, libérame del dominio y de la servidumbre del mundo, de la carne y del demonio, de suerte que pueda dirigir la mirada a la contemplación de las cosas celestiales. Añade a mi «estatura» natural un «codo» de gracia en la vida presente y de gloria en la futura. Haz que atienda a los lirios del campo, los fieles de la Iglesia revestidos con el candor de las virtudes, en vez de mirar a la maleza de los ricos del mundo que será echada al horno de la Gehena. Concédeme buscar ante todo el Reino de Dios y su justicia, de modo que, a través de una práctica virtuosa en el mundo presente, alcance el Reino celestial. Amén (Landulfo de Sajonia).

 

CONTEMPLATIO

Mirad, si no, cómo nuevamente nos pone ante los ojos este provecho y cómo nos insinúa la conveniencia de desprendernos de lo que pudiera serle contrario. Porque no os daña sólo la riqueza -parece decirnos- porque arma a los ladrones contra vosotros; no sólo porque entenebrece de todo en todo vuestra inteligencia, sino también porque os aparta del servicio de Dios y os hace esclavos de las cosas insensibles. De doble manera os perjudica: haciéndoos esclavos de lo que debierais ser señores y apartándoos del servicio de Dios, a quien por encima de todo es menester que sirváis. Lo mismo que anteriormente nos había el Señor indicado un doble daño: primero, poner nuestros tesoros donde la polilla los destruye, y, luego, no ponerlos donde la custodia sería inviolable; así nos señala también aquí el doble perjuicio que de la riqueza nos viene: apartarnos de Dios y someternos a Mammón [...].

Una vez, pues, que por todos estos caminos nos ha mostrado el Señor la conveniencia de despreciar la riqueza -para la guarda de la riqueza misma, para la dicha del alma, para la adquisición de la filosofía y para seguridad de la piedad-, pasa ahora a demostrarnos que es posible aquello mismo a lo que nos exhorta. Porque éste es señaladamente oficio del buen legislador: no sólo ordenar lo conveniente, sino hacerlo también posible.

Por eso prosigue el Señor diciendo: No os preocupéis...» (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio deMateo, 21, lss [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC,Madrid 1955]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Buscad ante todo el Reino de Dios» (Mt 6,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La inquietud es cosa de los paganos, que no creen, que confían en su fuerza y su trabajo, y no en Dios. Todo el que se preocupa es pagano, porque no sabe que el Padre conoce todo lo que necesita. Por eso quiere hacer por sí mismo lo que no espera de Dios. Más, para el que sigue a Jesús, la frase válida es: «Buscad primero el Reino y su justicia, que todo lo demás se os dará por añadidura». Con esto queda claro que la inquietud por el alimento y el vestido está lejos de ser inquietud por el Reino de Dios, tal como nos gustaría pensar, como si el cumplimiento de nuestro trabajo por nosotros y nuestra familia, como si nuestra inquietud por el pan y la vivienda, constituyesen la búsqueda del Reino de Dios, como si esta búsqueda sólo se realizase en medio de tales inquietudes.

El seguidor de Jesús, después de una larga vida de discípulo, responderá a la pregunta: «¿Os ha faltado algo alguna vez?» diciendo: «Nunca, Señor». ¿Cómo podría faltarle algo a quien, en el hambre y la desnudez, la persecución y el peligro, está seguro de la comunión con Jesucristo? (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 117-118).

 

 

 

Día 19

12º domingo del tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Zacarías 12,10ss

Así dice el Señor:

12.10 Pero sobre la dinastía de David y los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de benevolencia y de súplica. Mirarán hacia mí, a quien traspasaron; harán duelo como por un hijo único y llorarán como se llora a un primogénito.

11 Ese día el duelo de Jerusalén será tan grande como el de HadadRimón en la llanura de Meguido.

 

**• Este oráculo, recogido en el libro del profeta Zacarías, es un anuncio de reconciliación y de paz, proclamado en un contexto de guerra y de rivalidad. La ciudad de Jerusalén es blanco de las ofensivas de Judá y de los pueblos vecinos, y Dios mismo toma su defensa: «Voy a hacer de Jerusalén una copa embriagadora para todos los pueblos de alrededor... Ese día haré que Jerusalén sea para todos los pueblos una piedra imposible de levantar; todos los que intenten levantarla se herirán con ella..., haré que se espanten los caballos y se vuelvan locos los jinetes. Pondré mis ojos en Judá y dejaré ciegos a todos los caballos de las naciones. Entonces se dirán los clanes de Judá: "La fuerza de los habitantes de Jerusalén está en el Señor todopoderoso, su Dios"... Aquel día destruiré a todos los pueblos que ataquen Jerusalén...» (cf. Zac 12,2-9). Sobre este fondo apocalíptico, se levanta de improviso una profecía de salvación, que -de una manera paradójica comenzará precisamente a partir del territorio enemigo, de Judá: «El Señor salvará en primer lugar las aldeas de Judá-» (v. 7). Tiene lugar un hecho nuevo, un dato hasta ahora desconocido por completo: una efusión del Espíritu, «un espíritu de benevolencia y de súplica» de perdón.

Todos se dirigen a un personaje misterioso, un «traspasado» (el texto se expresa en primera persona: «Mirarán hacia mí, a quien traspasaron»). El clamor del conflicto se resuelve en una lamentación nacional: «Harán duelo como por un hijo único y llorarán como se llora a un primogénito». Se evoca de nuevo el lamento de HadadRimón en la batalla de Meguido.

Con el evangelista Juan (cf. Jn 19,34), nuestra mirada se dirige hacia el Crucificado. En Jesús, muerto en la cruz, se revela la identidad del «traspasado» señalado por el profeta; en su costado abierto se manifiesta el manantial del Espíritu difundido sobre todos los hombres, del que hablan también las profecías de Ezequiel (cf. Ez 37,1-14) y de Joel (cf. Jl 3), y, por último, en los creyentes que miran al Crucificado, el nuevo pueblo de Dios reunido en la Iglesia a los pies de la cruz.

 

Segunda lectura: Gálatas 3,26-29

Hermanos:

26 Efectivamente, todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús,

27 pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo habéis sido revestidos.

28 Ya no hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.

29 Y si sois de Cristo, sois también descendencia de Abrahán, herederos según la promesa.

 

**• «levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Así será tu descendencia. Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber» (Gn 15,5s). Es menester llegar precisamente al Nuevo Testamento para comprender de qué descendencia habla el texto del Génesis: «Pues bien, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia. No se dice "y a tus descendientes", como si fueran muchos, sino "y a tu descendencia", refiriéndose a uno solo, es decir, a Cristo» (Gal 3,16). Y ésta es la promesa: «Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para liberarnos de la sujeción a la ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios. Y la prueba de que sois hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "Abba", es decir, "Padre"» (4,4ss). Y aún: «Todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (3,26).

Esta filiación se lleva a cabo mediante el bautismo, que nos identifica con Cristo: «Cristo vive en mí», dice Pablo (Gal 2,20). Cristo, por medio de su bautismo, vuelve a dar a la humana convivencia un origen que supera y está por encima de la nacionalidad, de la posición social, de la diferenciación sexual. Las diferencias no quedan anuladas; al contrario, permanecen, incluidas y transformadas en la única realidad que es Cristo (Col 2,17): «Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo. Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo» (1 Cor 12,12ss).

Existe un camino hacia la verdad de nosotros mismos, un camino de unificación, que cada individuo está llamado a realizar en Cristo. Es la superación de nuestra propia individualidad como objeto absoluto del bien, la superación del conflicto que, inevitablemente, se produce en el hombre herido en su capacidad de comprender y de amar, en virtud de la confrontación de las diferencias. Esta superación sólo podrá producirse cuando cada uno sepa adorar y respetar en el otro, como en sí mismo, ese misterio que habita en el hombre: «Cristo en nosotros» (Col 1,27), que nos hace decir: «Cristo es todo en todos» (Col 3,11) y «todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28).

 

Evangelio: Lucas 9,18-24

18 Un día que estaba Jesús orando a solas, sus discípulos se le acercaron. Jesús les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo?

19 Respondieron: -Según unos, Juan el Bautista; según otros, Elías; según otros, uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.

20 Él les dijo: -Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Pedro respondió: -El Mesías de Dios.

21 Pero Jesús les prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie.

22 Luego añadió: -Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley, que lo maten y que resucite al tercer día.

23 Entonces se puso a decir a todo el pueblo: -El que quiera venir en pos de mí que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga.

24 Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará.

 

*•• En este fragmento del evangelio de Lucas, situado entre el comienzo de la actividad misionera de los Doce y la formación de la Iglesia, podemos distinguir tres partes: la confesión de fe de Pedro (w. 18-20), la primera predicción de la pasión de Jesús (w. 21ss), y cinco dichos de Jesús relacionados con las condiciones para seguirle (w. 23-27). En el centro de la composición está la persona de Jesús; el marco geográfico es la soledad; el clima, la oración. En el corazón de todo el conjunto hay una pregunta, que él mismo plantea a los que le rodean, y que brota directa e impetuosa: «¿Quién soy yo para ti?».

Tres son las respuestas que, respectivamente, expresan las expectativas de la gente, las expectativas de Pedro y la expectativa de Jesús. Completando la confesión de fe de Pedro, que le confiesa como el «Mesías», el «Ungido de Dios», Cristo se identifica con la misteriosa figura del «Hijo del hombre», aquel que realiza en su vida terrena la vocación del «Siervo de YHWH»: «Despreciado, rechazado por los hombres, abrumado de dolores y familiarizado con el sufrimiento... Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban… Después de una vida de aflicción comprenderá que no ha sufrido en vano. Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas» (Is 53). Es el Mesías que sufre, el Cristo crucificado, el hijo del hombre contemplado por el profeta Daniel (7,13), celebrado en el Apocalipsis (1,7), que «vendrá en su gloria, y todos le verán» (Mt 24,30; 26,59). Es el hombre que carga sobre sí el mal, el sufrimiento y la muerte que se ciernen sobre el mundo.

Jesucristo, en efecto, se entrega al hombre, se expone a la incomprensión y al desprecio, y se deja matar en una entrega total de sí mismo.

 

MEDITATIO

«El amor es fuerte como la muerte», dice el Cantar de los cantares (Cant 8,6). Fuerte como la muerte, que entra en la vida como la gran extraña, el gran enemigo, umbral inevitable más allá del cual nadie sabe lo que hay. La predicación cristiana se inserta exactamente en esta zona fronteriza, dentro de la gran pregunta del hombre. La pregunta de Jesús: «¿Quién soy yo para ti?», pronunciada en el momento más dramático de su vida, cuando sabe bien lo que va a pasar, me pide que le reconozca como alguien que está muriendo por mí, que me está dando su vida. «¿Quién soy yo para ti?». Responder a esta pregunta significa responder a la pregunta decisiva: «¿Para quién vivo yo?» ¿Existe acaso un amor más grande que éste, el amor de quien da su vida por otro? Vida y muerte se enfrentan en esta dialéctica del amor. Allí donde la muerte se experimenta como división que nos separa de aquellos a quienes amamos, como dolor de separación, en esta «ausencia del amado» -podríamos decir- entra Cristo. Condescendiente y presente precisamente allí, en ese punto extremo donde el hombre se encuentra inexorablemente aislado, separado, dividido, allí donde se interrumpen las funciones vitales. Él, que es la Vida (cf. Jn 1,4), muere con el hombre... conmigo. Es la declaración de Dios a la humanidad: «Te amo hasta morir». Esta es la vía de la encarnación, la que Cristo ha elegido para hacerse «consorte» del hombre. Él ha querido sumergirse por completo (bautismo) en todo el abismo de negatividad y de negación, de división y de contradicción, de pecado y de desesperación que experimenta el hombre en sí mismo como muerte, como incapacidad de comunicación y de relación verdadera con el otro. Cristo se ha desposado con este sufrimiento mío, con esta muerte mía. En esta unión, en la que no me entrega otra cosa que él mismo y su mismo ser, me entrega su verdadera vida y, por consiguiente, la mía, que es participación en su comunión con el Padre y el Espíritu Santo. El Resucitado anuncia con poder que la vida es el primer, el auténtico dato de la humanidad: «Dios ha creado todo para la vida» (Sab 1).

El Crucificado resucitado proclama que su amor es más fuerte que la muerte del hombre. Quien pertenece a Cristo experimenta, a buen seguro, su muerte, su dolor y su sufrimiento, sin descuentos, pero todo se convierte en un paso (pascua) a la vida que Dios da, «porque el amor es más fuerte que la muerte, la pasión más implacable que el abismo» (Cant 8,6).

 

ORATIO

¿Y quién soy yo para ti,

pues me mandas que te ame,

y si ni lo hago te irritas contra mí

y me amenazas con grandes miserias?

¡Pero qué! ¿No es ya muchísima miseria

simplemente el no amarte?

Dime pues, Señor, por tu misericordia,

quién eres tú para mí.

Dile a mi alma:

«Yo soy tu salud».

Y dímelo en forma que te oiga;

ábreme los oídos del corazón,

y dime: «Yo soy tu salud».

Y corra yo detrás de esa voz,

hasta alcanzarte.

No escondas de mí tu rostro

(Agustín de Hipona, Confesiones, 1, 5).

 

CONTEMPLATIO

Cristo, nuestra vida, bajó acá para llevarse nuestra muerte y matarla con la abundancia de su vida; con tonante voz nos llamó para que volviéramos a Él en el secreto santuario de aquel vientre virginal en el que Él se desposó con la humana criatura, carne mortal, pero no para siempre mortal; y de ahí, como esposo que sale de su tálamo, se llenó de exultación, gigante ansioso de recorrer su camino (Sal 18,6). Porque no se tardó, sino que corrió, clamando con los dichos, con los hechos, con su muerte, con su vida, con su descenso y su ascenso, que volvamos a Él. Y luego desapareció de nuestra vista para que lo busquemos en nuestro corazón y allí lo encontremos. Se fue, pero aquí está. No se quiso quedar largo tiempo con nosotros, pero no nos dejó (Agustín de Hipona, Confesiones IV, 12, 19).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Quién soy yo para ti?».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En 1917, siendo Edith Stein asistente de Edmund Husserl, llegó a Friburgo una noticia doloroso. Adolf Reinach, asistente también de Husserl, había muerto en el campo de batalla de Flandes. El dolor que sintió Edith Stein fue grande, pensó en la mujer de Reinach. Edith tenía miedo de volver a ver a la viuda. Su ánimo estaba descompuesto: Reinach, que junto con Husserl constituía el fulcro del círculo de Gotinga, ya no vivía. A través de su bondad, había podido lanzar una mirada sobre aquel mundo que le parecía sin salida. El recuerdo no le ayudaba. ¿Qué le hubiera podido decir a su mujer, presa a buen seguro de la desesperación? Edith Stein no podía creer en una vida eterna.

La actitud resignada de la señora Reinach la sorprendió como un rayo de luz que provenía de aquel reino escondido. La viuda no se encontraba abatida por el dolor. A pesar del luto, estaba llena de una esperanza que la consolaba y le daba paz. Frente a esta experiencia, se hicieron añicos los argumentos racionales de Edith Stein. No fue el conocimiento claro y distinto, sino el contacto con la esencia de la verdad lo que transformó a Edith Stein. La fe brilló para ella en el misterio de la cruz. Tuvo que recorrer todavía un largo camino antes de que consiguiera extraer todas las consecuencias de esta experiencia. A una pensadora como Edith Stein no le resultaba fácil cortar todos los puentes y atreverse a dar el salto a la nueva vida. Pero el impacto fue tan fuerte que, todavía poco antes de su muerte, hablaba en estos términos de su experiencia al padre Hirschmann, jesuita: «Fue mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que ella comunica a quien la lleva. Vi por vez primera, tangible ante mí, a la Iglesia, nacida del dolor del Redentor, en su victoria sobre el punzón de la muerte. Fue éste el momento en el que se hizo añicos mi incredulidad y brilló la luz de Cristo, Cristo en el misterio de la cruz» (W. Herbstrith [ed.], Edith Stein, La mística della croce. Scrítti spirituali sul senso della vita, Roma 1987, p. 87). 

 

 

Día 20

Lunes de la 12ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 17,5-8.13-15a.l8

En aquellos días,

5 el rey de Asiria invadió todo el país y cercó Samaría por espacio de tres años.

6 El año noveno de Oseas, el rey de Asiria conquistó Samaría y se llevó cautivos a los israelitas, estableciéndolos en Jalaj, junto al Jabor, río de Gozan, y en las ciudades de Media.

7 Esto sucedió porque los israelitas pecaron contra el Señor, su Dios, que les había sacado de Egipto y les había librado del poder del faraón, rey de Egipto. Adoraron a otros dioses

8 y siguieron las costumbres de las gentes que el Señor había expulsado ante ellos, costumbres que habían introducido los reyes de Israel.

13 El Señor repetía insistentemente a Israel y a Judá por medio de todos los profetas y videntes: «Convertíos de vuestra mala conducta y guardad mis preceptos y mandamientos, siguiendo en todo la Ley que di a vuestros antepasados y que os comuniqué por mis siervos, los profetas».

14 Pero ellos la desobedecieron, mostrándose más obstinados que sus antepasados. No creyeron en el Señor, su Dios,

15 menospreciaron sus leyes y la alianza que había hecho con sus antepasados, así como las instrucciones que les había dado.

18 El Señor, muy irritado contra Israel, lo arrojó de su presencia. Sólo quedó la tribu de Judá.

 

**• Tras la muerte de Eliseo (2 Re 13,14ss), los reinos del Norte y del Sur conocieron una sucesión de acontecimientos alternos, con un ritmo creciente de dificultades que culminaron con la deportación en Babilonia (2 Re 12-16). La toma de Samaría, capital de Israel (722), por parte del rey de Asiria, después de tres años de asedio, suscita inmediatamente en el autor sagrado una reflexión sapiencial. El texto litúrgico ha sido resumido por razones de brevedad (además de los versículos intermedios, se han suprimido los w. 15b-17), pero muestra bien la gravedad del cisma religioso y del sincretismo que revolvieron Israel como una turbina. La alianza es un hecho bilateral: a la infidelidad del pueblo no puede dejar de corresponder el rechazo de Dios.

En el año noveno de Oseas (732-724), Salmanasar V (726-722) puso asedio a Samaría, que se había mostrado como vasalla indigna de confianza, preparando la conquista de la capital, que fue llevada a cabo por su sucesor Sargón II.

 

Evangelio: Mateo 7,1-5

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 No juzguéis, para que Dios no os juzgue;

2 porque Dios os juzgará del mismo modo que vosotros hayáis juzgado y os medirá con la medida con que hayáis medido a los demás.

3 ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

4 ¿O cómo dices a tu hermano: «Deja que te saque la mota del ojo» si tienes una viga en el tuyo?

5 Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano.

 

*•• Según Agustín, todo el «sermón del monte» es un desarrollo de las bienaventuranzas. Este dato aparece, de modo particular, en la invitación a no juzgar. El juicio se entiende aquí en sentido fuerte, como condena, e incluye, por parte del hombre, la asunción de un papel que sólo compete a Dios. Por otra parte, Cristo «no nos prohíbe juzgar, sino que nos enseña cómo hacerlo» (Jerónimo).

En efecto, Jesús nos enseña que la medida del juicio divino se conformará con la que hayamos usado en nuestros juicios humanos. En la Antigüedad, la medida con que se medía la cesión de un bien era la misma con la que se aseguraba su restitución. Más tarde, los rabinos enseñaban que Dios se servía de un doble criterio para juzgar: la justicia y la bondad. «Aquel que juzga antes de la venida de Dios», afirma Atanasio Sinaíta, «es un anticristo, porque se apodera de lo que pertenece a Cristo».

La invitación a no juzgar se repite como un motivo martilleante en el Nuevo Testamento. Cristo mismo, según el testimonio que dio en su comportamiento con la adúltera (Jn 8,11) y con los que le crucificaban (Lc 23,34), se presenta no como alguien que viene a juzgar, sino a salvar (Jn 3,17). San Pablo, a su vez, nos pone en guardia contra el riesgo que comporta el juicio: «juzgando a otros tú mismo te condenas» (Rom 2,lss). En consecuencia, nos invita a remitirnos al juicio de Dios, que tendrá lugar al final de la vida (cf. 1 Cor 4,5).

No menos perentorio se muestra Santiago: «No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano y se erige en su juez está criticando y juzgando la Ley. Y si te eriges en juez de la Ley, ya no eres cumplidor de la Ley, sino su juez. Pero uno solo es el legislador y el juez: el que puede salvar y condenar. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?» (Sant 4,1 lss).

 

MEDITATIO

Debería bastar con la severa advertencia de Jesús sobre la medida del juicio para hacernos desistir de cualquier pretensión de erigirnos en censores del obrar de los otros. Agustín nos enseña que «si queremos reprochar a alguien, debemos preguntarnos antes si no somos nosotros semejantes a él». En efecto, a menudo reprochamos a otros algo que deberíamos reprocharnos antes a nosotros mismos.

Examinaré qué comportamientos de mi hermano provocan en mí con frecuencia un juicio negativo de inmediato.

Buscaré la razón de esto en mí mismo: intolerancia frente al que es distinto, perfeccionismo, arrogancia, mezquindad mental, rigidez, incomprensión, envidia, etc. Me las ingeniaré, por último, para contraponer siempre (al menos interiormente, mientras estoy orando) un juicio positivo a otro negativo, llevando a cabo todo un esfuerzo para identificarme con el otro e intentar comprenderle.

 

ORATIO

Señor Jesucristo, concédeme llevar a cabo lo que me has enseñado: a ser misericordioso con todos y a no juzgar a nadie. Y para que te podamos escuchar con la ayuda de tu gracia, nos exhortas a orar. En efecto, tú siempre nos invitas a pedir, para poder acoger nuestras peticiones. Por consiguiente, y dado que me lo mandas, pido; busco, puesto que me lo mandas; llamo, ya que me lo ordenas.

Tú que me has inducido a pedir, haz que yo sepa acoger; tú que me has dicho que buscara, haz que pueda encontrar; tú que me has enseñado a llamar, ábreme para que pueda entrar. Tú que suscitaste en mí el deseo, concédeme poder impetrar lo que espero. Dame todo lo que debo ofrecerte, sal garante de lo que exiges, para poder premiar aquello que tú mismo me das (Landulfo de Sajonia).

 

CONTEMPLATIO

Es lo mismo que nos dio a entender aquí Cristo, y no sólo nos lo dio a entender, sino que nos infundió gran temor al amenazarnos con castigos inexorables: Porque con el juicio -dice- con que juzgareis seréis juzgados.

Como si dijera: No tanto le condenas a él, cuanto a ti mismo. A ti mismo te preparas un tribunal terrible y unas cuentas rigurosas. Como, en el caso del perdón de los pecados, el principio estaba en nuestra mano, así en este juicio, en nuestra mano nos pone el Señor la medida de la sentencia. Porque no hay que injuriar ni insultar, sino amonestar; no acusar, sino aconsejar; no atacar con orgullo, sino corregir con amor. Porque no a tu prójimo, sino a ti mismo te condenas a último suplicio si no le tratas con consideración cuando tengas que dar sentencia sobre lo que él hubiere pecado.

Mirad cómo estos dos mandamientos son no sólo ligeros, sino fuente de grandes bienes para quienes los siguen, así como, naturalmente, de grandes males para los que los desobedecen. Porque el que perdona a su prójimo, a sí mismo antes que a éste se absuelve de sus pecados, y eso sin trabajo ninguno; y el que con miramiento e indulgencia examina las faltas de los otros, para sí mismo se extendió también con su sentencia una cédula de perdón. -Pues ¿qué? -me dirás-. Si uno comete un acto deshonesto, ¿no voy a decir que la fornicación es un mal, ni podré corregir al lascivo? -Sí, corrígele en hora buena, pero no como quien le declara la guerra, no como enemigo que le pide cuentas, sino como médico que prepara una medicina. Porque no te mandó Cristo que no apartes a tu hermano del pecado, sino que no lo juzgues, es decir, que no seas para él un juez duro. Por otra parte, como ya he dicho, no se trata de pecados grandes y manifiestos, sino de menudencias que ni parecen pecados. Por eso dijo: ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano? Que es lo que ahora hacen muchos. Apenas ven a un monje que tiene un vestido de más, al punto le echan en cara la ley del Señor, cuando ellos están cometiendo rapiñas sin cuento y pasan el día entero en tratos de avaricia. Si le ven tomar una comida un poco más abundante, se convierten en jueces ásperos, cuando ellos se emborrachan y pasan los días en la crápula. Y, por otro lado, no advierten que, aparte de sus propios pecados, amontonan más fuego eterno con esos juicios y se cortan todo camino de defensa y excusa.

Tú mismo, al juzgar así a tu prójimo, te has puesto el primero para que se examinen también con todo rigor tus acciones. No tienes, pues, derecho a quejarte de que a ti también se te pida cuenta muy estrecha (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 23, 1-2 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios os medirá con la medida con que hayáis medido a los demás» (Mt 7,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        ¿Podemos liberarnos de la necesidad de juzgar a los otros?

Sí, podemos hacerlo afirmando para nosotros mismos esta verdad: somos los hijos e hijas amados de Dios. Mientras continuemos viviendo como si fuéramos lo que hacemos, lo que tenemos y lo que los otros piensan de nosotros, seguiremos estando llenos de juicios, de opiniones, de valoraciones y de condenas. Seguiremos prisioneros de la necesidad de poner a las personas y las cosas en su «justo» lugar. En la medida en que abracemos la verdad de que nuestra identidad no está arraigada en nuestro éxito, en nuestro poder o en nuestra popularidad, sino en el amor infinito de Dios, en esa misma medida podremos liberarnos de nuestra necesidad de juzgar [...]. Sólo cuando afirmemos el amor de Dios, el amor que trasciende todo juicio, podremos superar todo temor al juicio. Cuando hayamos conseguido liberarnos por completo de la necesidad de juzgar a los otros, entonces conseguiremos liberarnos también por completo del miedo a ser juzgados.

La experiencia del no deber juzgar no puede coexistir con el miedo a ser juzgados; tampoco la experiencia del amor de un Dios que no juzga puede coexistir con la necesidad de juzgar a los demás. Eso es lo que entiende Jesús cuando dice: «No juzguéis y no seréis juzgados». El nexo entre las dos partes de esta Frase es el mismo nexo que existe entre el amor a Dios y el amor al prójimo. No se pueden separar. Ese nexo no es, sin embargo, un simple nexo lógico que podamos argumentar. Es antes que nada y sobre todo un nexo del corazón que establecemos en la oración (H. J. M. Nouwen, Vivere nello spiríto, Brescia 41998, pp. 54-5Ó, passim [edición española: Aquí y ahora: viviendo en el espíritu, San Pablo, Madrid 1998]).

 

 

Día 21

Martes de la 12ª semana del Tiempo ordinario o s. Luis Gonzaga

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

Luis nació el 9 de marzo de 1568 en Castiglione delle Stiviere (Mantua). Fue el primogénito del marqués Don Ferrante, almirante del rey de España, y de Doña Marta, de los condes de Sántena (Turín). Después de pasar más de dos años en la corte de los Médici en Florencia y un año en la de los Gonzaga en Mantua, Luis permaneció durante mucho tiempo en la corte de Felipe II, en Madrid.

Sin embargo, al mismo tiempo, la gracia iba obrando en él proyectos muy diferentes, de modo que, vuelto a Castiglione en 1584, el prometedor condotiero soñado por Don Ferrante libró durante más de un año una batalla «completamente distinta»: contra su padre (aunque apoyado por su madre), a fin de realizar un sueño «completamente distinto», en la corte de un Rey crucificado.

Una vez vencida la oposición paterna, el 2 de noviembre del año 1585, y renunciado al marquesado en favor de su hermano Rodolfo, Luis entró en el noviciado romano de los jesuitas.

Estaba a punto de recibir la ordenación sacerdotal cuando, al estallar una epidemia de tifus petequial, fue contagiado mientras curaba a los «apestados» y, con sólo veintitrés años, murió el 21 de junio de 1591, en la octava del Corpus Christ¡, como había predicho.

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 19,9b-11.14-21.31-35a.36

En aquellos días,

9 Senaquerib envió de nuevo mensajeros a Ezequías para decirle:

10 -Así diréis a Ezequías, rey de Judá: «Que tu Dios, en quien confías, no te engañe diciéndote: "Jerusalén no caerá en manos del rey de Asiria".

11 Sabes bien que los reyes de Asiria han exterminado a todos los países, y ¿vas a librarte tú?».

14 Ezequías tomó la carta que traían los mensajeros y la leyó; después, subió al templo, la desenrolló ante el Señor

15 y oró así: -Señor, Dios de Israel, que te sientas sobre los querubines, tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra, tú has hecho el cielo y la tierra.

16 Inclina, Señor, tu oído y escucha; abre, Señor, tus ojos y mira. Escucha las palabras con que Senaquerib ha ultrajado al Dios vivo.

17 Es verdad, Señor, que los reyes de Asiria han asolado otros pueblos y otras tierras,

18 y han quemado a sus dioses, porque no eran dioses, sino madera o piedra modeladas por el hombre; por eso los han destruido.

19 Te suplico, Señor, Dios nuestro, que nos libres de su poder, para que todos los reinos de la tierra sepan que tú, Señor, eres el único Dios.

20 Entonces Isaías, hijo de Amos, mandó a decir a Ezequías: -Así dice el Señor, Dios de Israel: «He escuchado tu plegaria ante la amenaza de Senaquerib, rey de Asiria».

21 Ésta es la palabra que el Señor pronuncia contra él: «Te desprecia y se burla de ti, la doncella de Sión; Jerusalén a tus espaldas menea la cabeza».

31 Porque quedará un resto en Jerusalén y supervivientes en el monte Sión. Así lo realizará el Señor.

32 Por eso, así dice el Señor acerca del rey de Asiria: «No entrará en esta ciudad ni la alcanzará con sus flechas, no la cercará con sus escudos ni levantará terraplenes contra ella.

33 Se volverá por donde vino y no entrará en esta ciudad. Oráculo del Señor.

34 Yo la protegeré y la salvaré, en atención a mí mismo y a mi siervo David».

35 Aquella misma noche, el ángel del Señor vino al campamento asirio e hirió a ciento ochenta y cinco mil hombres.

36 Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento, se fue a Nínive y se quedó allí.

 

**• La narración bíblica prosigue hablando de la masiva inmigración de cinco estirpes extranjeras e idolátricas (los famosos «cinco maridos» de Jn 4,18) en tierras de los samaritanos, inmigración que provocó un auténtico sincretismo: «aquellas gentes daban culto al mismo tiempo al Señor y a sus ídolos. Y sus descendientes siguen haciendo lo mismo hasta el día de hoy» (2 Re 17,41). A Judá le aguardaba un destino que no era diferente. Reinaba

allí el piadoso rey yahvista Ezequías (716-687), que logró salvar Jerusalén entrando en una relación de vasallaje con Asiria (2 Re 18,13ss). A pesar de ello, la reacción antiasiria, con el apoyo egipcio, era viva.

El fragmento que hoy nos ofrece la liturgia nos presenta la carta del rey de Asiria Senaquerib (704-681) en la que amenaza a Ezequías con ponerse en contra de él.

Al mismo tiempo, Isaías, en un extenso canto que incluye el oráculo divino (w. 21-34, reducidos en el texto litúrgico), anuncia la derrota, por obra del mismo Señor, del ejército de Senaquerib, diezmado probablemente

por la peste.

 

Evangelio: Mateo 7,6.12-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los puercos, no sea que las pisoteen, se vuelvan contra vosotros y os destrocen.

12 Así pues, tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consisten la Ley y los profetas.

13 Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por él.

14 En cambio, es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran.

 

*» Hallamos aquí algunos dichos del Señor reunidos por el evangelista en el magno «sermón del monte». El texto litúrgico omite los versículos relativos a las «cosas buenas» que los hombres intercambian entre ellos y que el Padre celestial concede a quienes se las piden.

El primero de los dichos referidos tiene que ver con el uso de lo «santo». El sentido de esta expresión no está claro, aunque podemos sobreentender con ella la Palabra evangélica y, en último extremo, la eucaristía (Didajé 9,5). Parece que se bosqueja aquí lo que será definido como «la disciplina del arcano». Consiste esta en no revelar los santos misterios a los extraños y menos aún a las personas indignas. «Si cerramos nuestras puertas antes de celebrar los misterios y excluimos a los no iniciados», precisa Juan Crisóstomo, «es porque hay todavía muchos que están demasiado poco preparados para poder participar en estos sacramentos».

Con el término «perros» se designaba de modo despreciativo a los paganos, considerados idólatras por definición (cf. Mt 15,26ss, donde apenas se atenúa la palabra poniéndola en diminutivo, «perrillos»). A los cerdos, considerados proverbialmente como animales impuros, eran equiparados los que mantenían una conducta contraria a la Ley (ambas categorías de animales se encuentran en 2 Pe 2,21ss). Según Jerónimo, «algunos quieren ver en los perros a aquellos que, tras haber creído en Cristo, vuelven al vómito de sus pecados; y en los cerdos, a los que no han creído aún en el Evangelio y siguen revolcándose en sus vicios y en el fango de la incredulidad. En consecuencia, no conviene confiar demasiado pronto a hombres de tal condición la perla del Evangelio, por miedo a que la pisoteen y, revolviéndose contra nosotros, intenten destrozarnos».

Frente a la bondad divina, los hombres son «malos»; sin embargo, son capaces de dar pan y pescado. Pues bien, ¿qué «pan» y qué «pescado» no nos dará el Padre con el don de su Hijo? Estas «cosas buenas» son «ciertamente, ante todo, los bienes superiores, el Reino y la justicia de Dios. Le 11,13 dice "dará el Espíritu Santo" a los que se lo pidan. El Espíritu Santo es el don por excelencia, siempre conforme a la voluntad de Dios, y se concede siempre a los que lo piden: espíritu de vida y de regeneración, inteligencia de las Escrituras, discernimiento espiritual, carismas varios en la comunidad.

Pero hay muchas otras cosas que pueden ser "buenas" en el marco y desde la perspectiva del Reino y de su justicia: también una buena salud y el pan de cada día, así como la paz eterna y la tranquilidad favorable al buen trabajo. Debemos abstenernos, pues, de una excesiva timidez, de un orgullo espiritualista, de un estoicismo cristiano, o como se quiera decir, que venga a detener la espontaneidad natural de la oración de los hijos al Padre» (G. Miegge).

El v. 12 constituye la «regla de oro» del obrar cristiano. La encontramos, aunque formulada de manera negativa, en Tob 4,15 y no falta tampoco en las antiguas tradiciones espirituales. Hemos de señalar aún la insistencia en el hacer, que se repite más veces en este último capítulo del sermón del monte (w. 12; 17; 19; 21; 24; 26).

Por último, están las dos puertas y los correspondientes caminos a los que dan acceso. La doctrina de los dos caminos estaba formulada ya en el Antiguo Testamento (Dt 30,15-20) y fue recuperada en la primera catequesis cristiana (Didajé 1,1). La imagen de la puerta y del camino remite al mismo Cristo (cf. Mt 22,16), que se atribuye a sí mismo esta doble realidad (Jn 10,7; 14,6), así como a los Hechos de los apóstoles, donde aparece con bastante frecuencia.

 

MEDITATIO

Ya en 1926, bicentenario de la canonización de san Luis Gonzaga, Pío XI señaló al santo como «verdadero lirio de pureza y verdadero mártir de la caridad», mientras que, en 1968, Pablo VI deseaba que el cuarto centenario de san Luis hiciera «justicia a tantos preconceptos sobre la genuina fisionomía de su personalidad» y fuera capaz de «ofrecer un modelo válido a la juventud de hoy, asediada por el materialismo y por el hedonismo, pero abierta también y disponible a los grandes ideales».

Pablo VI consideraba muy actual este mensaje de san Luis: «Concebir la existencia como entrega a Dios» (= la consagración, en diferentes formas), «que debemos gastar por los otros» (= el servicio de caridad con los hermanos).

Es un proyecto de vida exaltador, que Luis realizó sin demoras, aunque no a bajo precio, dado que debió superar, por gracia, notables dificultades externas e internas (de naturaleza y ambientales). Por eso es lícito decir que, en la medida en que Dios nos da la posibilidad de merecer -haciéndonos desear cuanto quiere concedernos-,

Luis mereció los dones recibidos, correspondiendo a ellos a lo grande. Sobre las dificultades y batallas externas, recordemos que la vocación de Luis es, paradójicamente, «cortesana», en cuanto que nació durante el bienio que pasó en la corte de los Médici –donde hacían estragos ciertas pasiones muy poco nobles, a las que Luis contrapuso el voto de castidad, emitido a los pies de la Santísima Anunciación-, se consolidó en el año transcurrido en la corte de los Gonzaga de Mantua -famosa por las trampas y violencias- y tomó su forma definitiva en la corte de Madrid, que destacaba por la arrogante presunción de sus vistosos personajes y la

adulación de los sometidos, mientras que todos estaban convencidos de servir a la Iglesia.

Precisamente en este ambiente perfeccionó Luis su respuesta vocacional, yendo a contracorriente de una manera decidida: no sólo confirmando su renuncia al matrimonio, hecha con el voto de castidad formulado en Florencia, sino renunciando asimismo tanto a las carreras y a los honores mundanos -como prometía aquella corte- y optando por la vida religiosa, como a los mismos cargos honoríficos de la propia Iglesia, entrando en la recién nacida «mínima Compañía de Jesús», que, por sus estatutos, los rechazaba.

Éste es el «desprecio», para obtener una «ganancia» muy diferente que hemos visto en la lectio, añadiéndole, no obstante, el típico sens of humour de Luis, registrado de este modo por su primer biógrafo: «Cuando veía en los palacios de los príncipes, incluso eclesiásticos, los oros, los adornos, los obsequios de los cortesanos, apenas podía contener la risa, por lo viles que le parecían tales cosas».

Hay un dicho que sintetiza igualmente bien las mirabilia Dei en Luis: fue casto, a pesar de ser Gonzaga; pobre, a pesar de ser marqués; humilde, a pesar de ser jesuíta.

No por casualidad, María Magdalena de Pazzi -que probablemente rezó en Florencia, el año 1578, junto a Luis en la pequeña iglesia de S. Giovannino- exclamó en un éxtasis el 4 de abril de 1600: «Yo nunca me había imaginado que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso. Quisiera ir por todo el mundo y decir que Luis es un gran santo».

 

ORATIO

Los deseos que tienes debes encomendarlos a Dios no como están en ti, sino como son en el pecho de Cristo [recinto del Corazón de Jesús, al que Luis (como Magdalena de Pazzi) tuvo gran devoción], puesto que, si son buenos, estarán antes en Jesús que en ti y serán expuestos por él incomparablemente con mayor afecto al Padre eterno. Si tienes, a continuación, deseo de cualquier virtud [en particular], debes recurrir a los santos que más destacaron en ella: por ejemplo, para la humildad, a san Francisco; para la caridad a los santos Pedro y Pablo, etc. Porque así como el que quiere obtener una gracia relacionada con la milicia de un príncipe terreno la consigue con mayor facilidad si recurre al general o a sus coroneles, ¿qué no haría si recurriera al mayordomo de aquel príncipe? Así, si queremos obtener de Dios la fortaleza, debemos recurrir a los mártires; si queremos la penitencia, a los confesores, y así con cada una de las virtudes (Luis Gonzaga, Affetti di devozione, escritos en torno a 1589).

 

CONTEMPLATIO

Hagiógrafos y pintores nos muestran a Luis casi en éxtasis ante el Santísimo Sacramento, y, en verdad, desde su primera comunión (el 22 de junio de 1580, de manos de san Carlos Borromeo), su fervor eucarístico nunca se debilitó. Su primer biógrafo habla de la fuerza irresistible que le impulsaba -olvidando la habitual gravedad de su caminar- a correr por los corredores hacia la capilla. Y cuando, por el empeoramiento de su salud, se le prohibió permanecer durante mucho tiempo en la capilla, solía entrar repetidas veces en el ábside y, tras hacer la genuflexión, se retiraba deprisa: casi temiendo la atracción del tabernáculo. No menos contemplativa era su devoción a María: recordemos que en Florencia, cuando estaba en aquella corte, Luis entró definitivamente (con voto) en la más sublime Corte del Cielo, donde María es la Reina y los ángeles sus pajes.

 

ACTIO

        Repite hoy con frecuencia esta máxima entrañable a san Luis: «Quid hoc ad aeternitatem?» [¿Qué y cuánto ayuda esto para la eternidad?].

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Luis había adquirido en la corte de España una característica a contracorriente. No quería, ciertamente, ostentar su propia mortificación, como tantas señoras y señores a su alrededor, empinados y atrevidos, ostentaban su oficiosa piedad. Si se atrevía a hacer lo que hacía, a pesar de las quejas de su padre y a los ojos de los más feroces conformistas del siglo, lo hacía para romper la sugestión de aquel mismo conformismo ruinoso, y abrir la tenaza del lujo y de la etiqueta. No imaginaba dar, a los catorce años, una lección tan grande al mundo. Había en su modo de actuar algo más profundo que una reacción personal todo lo justificada y oportuna que se quiera, pero siempre fruto de un «yo» indignado. La realidad íntima que había en él era diferente: era un ingenuo poder de amor. Amor a Dios y amor al prójimo. Luis actuaba por el simple, lineal y amoroso deseo de compensar a la gloria divina ofendida por tanto derroche del mundo. En esta reparación no admitía demoras ni subterfugios: era preciso reparar. En este sentido, Luis, que era, probablemente, el muchacho más dócil y sometido de Madrid, se convertía en un rebelde contra el mundo y en un revolucionario contra una sociedad adulterada y abusiva. Sólo Dios puede saber lo que le costó aquella «voluntad de llevar la contraria» [el agüere contra ignaciano] en un ambiente que, en el rondo, le atraía y le infundía respeto, como el de la corte de España (G. Papasogli, Ribelle di Dio. San Luigi Conzaga, Milán 1968, pp. 176ss [edición española: Joven, rebelde y santo, Salamanca 1977]).

 

 

Día 22

Miércoles de la 12ª semana del Tiempo ordinario o s. Juan Fisher y sto. Tomás Moro

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 22,8-13; 23,1-3

En aquellos días,

8 el sumo sacerdote Jelcías dijo al secretario Safan: -He encontrado el libro de la Ley en el templo del Señor. Se lo entregó a Safan, y él lo leyó.

9 Luego, fue a informar al rey y le dijo: -Tus siervos han recogido el dinero del templo y se lo han dado a los que dirigen las obras, a los responsables del templo del Señor.

10 Después le dio la noticia: -El sacerdote Jelcías me ha dado este libro. Y Safan lo leyó ante el rey.

11 Cuando el rey oyó las palabras del libro de la Ley, rasgó sus vestiduras

12 y dio esta orden al sacerdote Jelcías, a Ajicán, hijo de Safan, a Acbor, hijo de Miqueas, al secretario Safan y a Asayá, ministro real:

13 -Id a consultar al Señor por mí, por el pueblo y por todo Judá sobre las palabras del libro que acaba de ser encontrado. Tiene que ser grande la ira del Señor contra nosotros, porque nuestros antepasados no han obedecido las palabras de este libro ni han cumplido lo que está escrito en él.

23,1 El rey mandó convocar a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén.

2 Después subió al templo del Señor con toda la gente de Judá y todos los habitantes de Jerusalén: sacerdotes, profetas y todo el pueblo, chicos y grandes. Leyó ante ellos todas las palabras del libro de la alianza encontrado en el templo del Señor

3 y, puesto de pie junto a la columna, selló ante el Señor una alianza, comprometiéndose a seguirlo, a guardar sus preceptos, mandamientos y leyes con todo su corazón y toda su alma, y a practicar las cláusulas de la alianza escritas en aquel libro. Y todo el pueblo ratificó esta alianza.

 

*•• A Ezequías, curado milagrosamente por Isaías (2 Re 1,11; cf. Is 36-38), le sucedió el largo reinado de Manases (687-642), durante el que la apostasía llegó hasta el punto de que se perdieron las huellas del mismo libro de la alianza (2 Re 23,2.21): probablemente se trata de la sección legislativa del Deuteronomio, donde se reivindicaba un solo Dios y un solo templo. El «impío Manases», comparable a Ajab por su ferocidad, según la tradición hizo cortar en dos al profeta Isaías. Después de él vino Josías (640-609), tataranieto de Ezequías, bajo cuyo gobierno fue encontrado el libro de la Ley, y esto sonó a reproche por la conducta infiel del pueblo de Dios, de cuya parte la profetisa Juldá anunciaba un indefectible castigo (2 Re 22,14-20). Eso impulsó al rey a dar lectura de la Ley y a renovar la alianza, como ya sucedió en el Sinaí (Ex 24,7ss) y en Siquén (Jos 24,25-27), y también a convocar una celebración solemne de la pascua. Por otra parte, Josías continuó esperando la deseada reforma, aprovechando asimismo una menor presión Asiria (2 Re 23,4-30).

 

Evangelio: Mateo 7,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15 Tened cuidado con los falsos profetas; vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas?

17 Del mismo modo, todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.

18 No puede un árbol bueno dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos.

19 Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego. 20 Así que por sus frutos los conoceréis.

 

*•• Jesús pone en guardia a sus discípulos contra los «falsos profetas» y les indica el criterio de la verdad de la conducta cristiana. Consiste éste en los «frutos» que se esté en condiciones de producir. Mateo denunciará de manera repetida, en el discurso escatológico del Señor, la insidia que constituyen los falsos profetas (Mt 24,11.24). La enseñanza de la Didajé no difiere de ésta (11, 4-8).

La imagen del árbol -y en particular del árbol de la vid- tiene aquí la función de indicar al pueblo de Dios y era una imagen que resultaba familiar a los oyentes de Jesús (cf. Is 5,lss; Jr 2,21; Mt 15,13; Jn 15,1-8). Por el fruto se reconoce el árbol, del mismo modo que también el árbol produce frutos conformes a su naturaleza: puede tratarse de un árbol bueno o de un árbol enfermo, viciado.

 

MEDITATIO

Tomás y el obispo Fisher se ayudaron mutuamente a mantenerse fieles a Cristo en un momento en el que la gran mayoría de conciudadanos cedía ante la presión del rey Enrique VIII por miedo a perder la vida.

Ellos demostraron lo que es ser de verdad discípulos de Cristo y el significado de la verdadera amistad. Ambos pagaron el máximo precio, ya que fueron encerrados en la Torre de Londres.

Catorce meses más tarde, nueve días después de la ejecución de Juan Fisher, Tomás Moro fue juzgado y condenado como traidor. Él manifestó ante la corte que le condenaba que no podía ir en contra de su conciencia y les dijo a los jueces: «Ojalá podamos después, en el cielo, reunimos todos felizmente para la salvación eterna».

 

ORATIO

Dios Glorioso, dame gracia para enmendar mi vida y tener presente mi fin sin eludir la muerte, pues para quienes mueren en ti, buen Señor, la muerte es la puerta a una vida de riqueza. Y dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito espíritu. Dame, buen Señor, una fe plena, una esperanza firme y una caridad ferviente, un amor a ti muy por encima de mi amor por mí.

Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como simplemente por amor a ti. Y dame, buen Señor, tu amor y tu favor; que mi amor a ti, por grande que pueda ser, no podría merecerlo si no fuera por tu gran bondad. Buen Señor, dame tu gracia para trabajar por estas cosas que te pido (oración de Tomás Moro antes de su muerte).

 

CONTEMPLATIO

Qué gran modelo es santo Tomás Moro para todos, especialmente para los políticos, gobernantes y abogados. Su decidida voluntad de ser fiel a sus principios cristianos y de fidelidad a la Iglesia de Cristo hemos de contemplarla en nuestra vida. Supo renunciar conscientemente a cargos importantes para ser consecuente con sus creencias. Pidámosle que su valentía nos inspire a todos a mantenernos firmes e íntegros en la verdad, sin guardar odios ni venganzas.

Señor, que has querido que el testimonio del martirio sea perfecta expresión de la fe, te rogamos que, por la intercesión de santo Tomás Moro, nos concedas ratificar con una vida santa la fe que profesamos de palabra.

 

ACTIO

Repite frecuentemente: «En mi vida, en todos mis actos, Señor, "hágase tu voluntad"».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aunque estoy muy convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, ciertamente, sólo con esto su majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes con los que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá o, bien, dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.

Mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a la divina bondad, me conseguirá más tarde un aumento de premio en el cielo.

No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de san Pedro cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe de viento, y haré lo que él hizo.

Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me hunda. Y si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos de mí, y haga que una caída así redunde más bien en perjuicio que en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia y soporte con fortaleza el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.

Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy seguro es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si por mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve.

Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor (Tomás Moro, carta escrita en la cárcel a su hija Margarita. The english works of sir Thomas More, Londres 1557).

 

 

Día 23

Jueves de la 12ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 24,8-17

8 Jeconías comenzó a reinar a los dieciocho años y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre, Nejustá, era hija de Elnatán, natural de Jerusalén.

9 Ofendió con su conducta al Señor, como su padre.

10 En su tiempo, el ejército de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subió contra Jerusalén y sitió la ciudad.

11 El mismo Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó mientras su ejército sitiaba la ciudad.

12 Jeconías salió a su encuentro con su madre, sus cortesanos, sus jefes y sus criados. El rey de Babilonia los hizo prisioneros el año octavo de su reinado.

13 Como había dicho el Señor, se llevó todos los tesoros del templo del Señor y los del palacio real y machacó todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho para el templo del Señor.

14 Deportó a toda Jerusalén, a todos los grandes y poderosos, en número de diez mil, y a todos los herreros y cerrajeros. Sólo dejó a la población más pobre del país.

15 Deportó a Jeconías y a su madre, a sus mujeres, a sus criados y a los nobles del país y los llevó cautivos de Jerusalén a Babilonia.

16 También se llevó a todos los ricos, que eran unos siete mil, a los herreros y cerrajeros, que eran unos mil, y a todos los hombres aptos para la guerra.

17 El rey de Babilonia puso en lugar de Jeconías a su tío Matanías, a quien puso el nombre de Sedecías.

 

*+• A la amenaza de Asiria (que mientras tanto se había apoyado en Egipto para contener el expansionismo babilónico) subintró el de Babilonia. Una vez caída Nínive (612), Nabucodonosor se convirtió en rey de Babilonia (605) y se apoderó del frágil reino de Jeconías.

Conquistó Jerusalén en la primavera del año 598 y procedió a una primera deportación en la que se vio implicado el profeta Daniel. En sustitución de Jeconías, un inepto para las armas, fue nombrado Sedecías (598-587) como rey de Judá. En esta situación se desarrolló la labor del profeta Jeremías (Jr 22,13-17).

El autor sagrado relaciona siempre los dramas de su pueblo con la infidelidad al Señor (v. 9, que recuerda los funestos acontecimientos acaecidos bajo Joaquín, padre de Jeconías, narrados al comienzo del capítulo 24).

 

Evangelio: Mateo 7,21-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

21 No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.

22 Muchos me dirán ese día: -¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?

23 Pero yo les responderé: -No os conozco de nada. ¡Apartaos de mí, malvados!

24 El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca.

25 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa, pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca.

26 Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.

27 Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, se abatieron sobre la casa y ésta se derrumbó. Y su ruina fue grande.

28 Cuando Jesús terminó este discurso, la gente se quedó admirada de su enseñanza,

29 porque les enseñaba con autoridad, y no como sus maestros de la Ley.

 

**• La conclusión del «sermón del monte» incluye una puesta en guardia contra la presunción de salvarse en virtud de la invocación del nombre divino, sin que esta invocación vaya acompañada de un comportamiento coherente, o en virtud de acciones carismáticas que no van acompañadas por la caridad (cf. 1 Cor 13), aun cuando puedan ser signos de la propia fe, como nos enseña Me 16,17. «Profetizar, realizar milagros y expulsar demonios», sostiene Jerónimo, «no revela en ocasiones los méritos de quien realiza tales acciones: es la invocación del nombre de Cristo lo que hace posibles semejantes hechos, que son concedidos para condena de aquellos que invocan a Cristo y en beneficio de cuantos son testigos suyos. Los que realizan milagros, aunque desprecien a los hombres, honran, no obstante, a Dios, en cuyo nombre se llevan a cabo los prodigios». La alternativa frente a la que se nos pone está contenida entre los términos «decir» y «hacer».

Hay que señalar, a continuación, que Cristo se pone a sí mismo como referencia (Mc dirán...; estas palabras mías...) en el juicio final (cf. Mt 25). También resulta indicativo el subrayado del muchos: «Muchos me dirán...». En el texto original se lee un «entonces yo declararé» que es una clara alusión al «día del Señor», al día del juicio.

El hecho de que Cristo declare no conocer (como en la parábola de las vírgenes necias: Mt 25,12) a tales «obradores de iniquidad» (cf. Mt 13,41; 24,12, donde se repite el mismo término) recuerda la fórmula judía de excomunión pronunciada por el maestro, fórmula que comportaba la suspensión temporal del discípulo.

El sermón del monte vuelve a proponer el gran esquema de las bendiciones y de las maldiciones frente a las que se ponía al pueblo de la alianza (Lv 26; Dt 28) y termina con la expresión «su ruina fue grande», que establece un contraste singular con las palabras del comienzo: «Dichosos...». Hemos de señalar aún el simbolismo escondido en los términos «roca» (Cristo) y «casa» (Iglesia).

Por último, presenta Cristo una doble escucha: la superficial y no comprometida y la activa, así como el diferente desenlace de una y otra. No sin razón nos pone en guardia el Señor en el evangelio de Lucas, diciendo: «Prestad atención a cómo escucháis» (Lc 8,18). También Santiago vuelve en su Carta (1,22-25) sobre la doble escucha. «Por consiguiente, el hombre no teme de palabra las nubladas supersticiones, porque no se puede entender de manera diferente la lluvia cuando se usa como símbolo de un mal; no teme las charlas de los hombres que supongo en analogía con los vientos, o bien el río de esta vida que discurre, por así decir, sobre la tierra con los estímulos carnales. Quien se deja conducir por el curso favorable de estas tres eventualidades se ve arrollado por la inversión del curso. En cambio, no teme nada de la lluvia ni del viento quien ha construido su casa sobre la roca, o sea, quien no sólo escucha, sino que pone en práctica la Palabra del Señor. Y quien la escucha y no la pone en práctica se arriesga a todo esto; en efecto, carece de un fundamento firme; al escuchar y no practicar construye su caída» (Agustín).

 

MEDITATIO

        «Si alguien vive la Palabra de Dios, se convierte en hijo de Dios» (Jerónimo) y como tal será reconocido a su entrada en el Reino. Jesús censura a cuantos «enseñan bien y viven mal» {Glosa), a cuantos reconocen su señorío pero no cumplen sus leyes, a cuantos olvidan que «la santidad sólo es perfecta en quien cumple con las obras lo que enseña con la palabra» (Jerónimo). Cristo, con la intención de resumir su mensaje, nos presenta la parábola de la casa y de los dos terrenos sobre los que ha sido construida. San Atanasio escribe que la roca es el mismo Cristo; la casa construida sobre él es el edificio de nuestra fe; los vientos que la agitan son las fuerzas del mal; las aguas representan el conjunto de las tentaciones que amenazan con arrollar la vida de los justos.

No tengo más que preguntarme, en la meditación, sobre qué fundamento estoy construyendo mi edificio espiritual: «El día del Señor pondrá de manifiesto la obra de cada cual, porque ese día vendrá con fuego, y el fuego pondrá a prueba la obra de cada uno. Aquel cuyo edificio resista recibirá premio» (1 Cor 3,13-14).

 

ORATIO

Señor, ¿estaré entre aquellos a quienes alejarás de ti in remisión en el día del juicio? ¡Cuántas veces he invocado tu nombre! ¡Cuántas obras estruendosas he realizado en tu nombre! Sin embargo, la solidez de mi edificio espiritual no ha estado a la altura. La superficialidad, la incoherencia y la inconstancia me impiden construir una casa digna de convertirse en tu morada estable.

 

CONTEMPLATIO

        Cierto, insufribles son el infierno y el castigo que allí se padece. Sin embargo, aun cuando me pongas mil infiernos delante, nada me dirás comparable con la pérdida de aquella gloria bienaventurada, con la desgracia de ser aborrecido de Cristo, de tener que oír de su boca: No te conozco; de que nos acuse de que le vimos hambriento y no le dimos de comer. Cierto, más valiera que mil rayos nos abrasaran que no ver que aquel manso rostro nos rechaza y que aquellos ojos serenos no pueden soportar el mirarnos. Porque si, cuando yo era enemigo suyo y le aborrecía y le rechazaba, de tal modo me amó que no se perdonó a sí mismo y se entregó a la muerte por mí, ¿con qué ojos podré mirarle si después de todos esos beneficios, cuando le vi hambriento, no le di un pedazo de pan?

Mas considerad aún aquí su mansedumbre, pues no nos hace la enumeración de sus beneficios ni nos echa en cara que, después de tantos recibidos, le hemos despreciado.

No nos dice el Señor: «Yo soy el que te saqué del no ser al ser, yo te inspiré el alma, yo te constituí sobre todas las cosas de la naturaleza. Por ti hice la tierra y el cielo y el mar y el aire y cuanto existe, y tú me despreciaste y me tuviste en menos que al diablo. Y, sin embargo, ni aun así te abandoné, sino que, después de todo eso, inventé mil invenciones de amor y quise hacerme esclavo y fui abofeteado y escupido y crucificado, y morí con la más afrentosa de las muertes. Y por ti intercedo también en el cielo, y te hice gracia del Espíritu Santo, y te concedí por mi dignación mi propio Reino, y quise ser cabeza tuya; tu esposo, y tu vestido, y tu casa, y tu raíz, y tu alimento, y tu bebida, y tu pastor, y tu rey, y tu hermano, y tu heredero, y coheredero, y te saqué de las tinieblas al poder de la luz» (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 23, 8 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El hombre sensato edifica su casa sobre roca» (cf. MI 7,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Pero la separación provocada por la llamada de Jesús al seguimiento es aún más profunda. Tras la separación del mundo y de la Iglesia, de los cristianos falsos y verdaderos, la separación se sitúa ahora en medio del grupo de los discípulos que confiesan su fe. Pablo afirma: «Nadie puede decir "Jesús es señor" sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3). Con la propia razón, con las propias fuerzas, con la propia decisión, nadie puede entregar su vida a Jesús ni llamarle su señor. Pero aquí se tiene en cuenta la posibilidad de que alguno llame a Jesús su señor sin el Espíritu Santo, es decir sin haber escuchado la llamada de Jesús.

Esto resulta tanto más incomprensible cuanto que en aquella época no significaba ninguna ventaja terrena llamar a Jesús su señor; al contrario, se trataba de una confesión que implicaba un gran peligro. «No todo el que me dice: "Señor, Señor" entrará en el Reino de los Cielos...». Decir «Señor, Señor» es la confesión de fe de la comunidad. Pero no todo el que pronuncia esta confesión entrará en el Reino de los Cielos.

La separación se producirá en medio de la Iglesia que confiesa su fe. Esta confesión no confiere ningún derecho sobre Jesús. Nadie podrá apelar nunca a su confesión. El hecho de que seamos miembros de la Iglesia de la confesión verdadera no constituye un derecho ante Dios. No nos salvaremos por esta confesión.

Jesús revela aquí a sus discípulos la posibilidad de una fe demoníaca, que le invoca a él, que realiza hechos milagrosos, idénticos a las obras de los verdaderos discípulos de Jesús, hasta el punto de no poder distinguirlos, actos de amor, milagros, quizás incluso la propia santificación, una fe que, sin embargo, niega a Jesús y se niega a seguirle. Es lo mismo que dice Pablo en el c. 13 de la primera carta a los corintios sobre la posibilidad de predicar, de profetizar, de conocerlo todo, de tener incluso una fe capaz de trasladar las montañas... pero sin amor, es decir, sin Cristo, sin el Espíritu Santo (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 127-129).

 

 

Día 24

Natividad de san Juan Bautista (24 de junio)

Liturgia de las Horas de hoy

 

Juan el Bautista, es decir, el que bautiza, es ese a quien el evangelio nos da a conocer como el «precursor» de Jesús.

Era hijo de Zacarías y de Isabel, y su venida al mundo no fue fruto de una iniciativa humana, sino un don concedido por Dios a una pareja de avanzada edad destinada a quedarse sin hijos. Juan, como precursor de Jesús, ha sido considerado con pleno derecho profeta, tanto si lo consideramos perteneciente al Antiguo Testamento como al Nuevo.

La liturgia, inspirándose en el estrecho paralelismo establecido por Lucas en el evangelio de la infancia entre Jesús y Juan el Bautista, celebra dos nacimientos: el del Mesías en el solsticio de invierno y el de su precursor en el solsticio de verano.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,1-6

1 Escuchadme, habitantes de las islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre.

2 Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de su mano; me transformó en flecha aguda y me guardó en su aljaba.

3 Me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti».

4 Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa.

5 Escuchad ahora lo que dice el Señor, que ya en el vientre me formó como siervo suyo, para que le trajese a Jacob y le congregase a Israel. Yo soy valioso para el Señor, y en Dios se halla mi fuerza.

6 Él dice: «No sólo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra».

 

**• Entre los «cantos del siervo de YHWH», el que hemos leído se caracteriza porque pone muy de manifiesto el sentido y la naturaleza de la misión que se le confió a éste desde el día en que fue concebido en el seno de su madre: una circunstancia que corresponde bien a san Juan Bautista. El siervo de YHWH recibe del Señor un nombre, una llamada, una revelación. Se le reserva un trato especial en consideración a la misión -igualmente especial- que le espera. A él se le revela esa gloria que él deberá hacer resplandecer ante los que escucharán su palabra.

La misión del siervo de YHWH conocerá también, no obstante, las dificultades y las asperezas de la crisis, justamente como le sucederá a Juan el Bautista. El verdadero profeta, sin embargo, sólo espera de Dios su recompensa, y confía en la «defensa» que sólo Dios puede asegurarle. Por último, sorprende en esta lectura la apertura universalista de la misión del siervo de YHWH: será «luz de las naciones para que mi salvación llegue

hasta los confines de la tierra» (v. 6).

 

Segunda lectura: Hechos 13,22-26

En aquellos días, decía Pablo:

22 Depuesto Saúl, les puso como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, el cual hará siempre mi voluntad.

23 De su posteridad, Dios, según su promesa, suscitó a Israel un Salvador, Jesús.

24 Antes de su venida, Juan había predicado a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia.

25 El mismo Juan, a punto ya de terminar su carrera, decía: «Yo no soy el que pensáis. Detrás de mí viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias».

26 Hermanos, hijos de la estirpe de Abrahán, y los que, sin serlo, teméis a Dios, es a vosotros a quienes se dirige este mensaje de salvación.

 

**• En su discurso de la sinagoga de Antioquía, Pablo hace una referencia explícita a la figura y a la misión de Juan el Bautista, lo que es señal de la gran importancia que la gigantesca imagen de este profeta tenía en el seno de la primitiva comunidad cristiana.

En este texto sobresalen dos grandes figuras: la de David y, precisamente, la de Juan el Bautista. Son dos profetas que, de modos diferentes y en tiempos distintos, prepararon la venida del Mesías. A David se le había entregado una promesa, mientras que Juan debía predicar un bautismo de penitencia. Ambos miraban al futuro Mesías, ambos eran testigos de Otro que debía venir y debía ser reconocido como Mesías.

Lo que sorprende en esta página es la claridad con la que Juan el Bautista identifica a Jesús y, en consecuencia, se define a sí mismo. Ésta es la primera e insustituible tarea de todo auténtico profeta.

 

Evangelio: Lucas 1,57-66.80

57 Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo.

58 Sus vecinos y parientes oyeron que el Señor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella.

59 Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre.

60 Pero su madre dijo: -No, se llamará Juan.

61 Le dijeron: -No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.

62 Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase.

63 El pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Entonces, todos se llevaron una sorpresa.

64 De pronto, recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios.

65 Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido.

66 Cuantos lo oían pensaban en su interior: «¿Qué va a ser este niño?». Porque, efectivamente, el Señor estaba con él-

80 El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel.

 

**• El evangelista Lucas se preocupa de contar, al comienzo de su evangelio, la infancia de Juan el Bautista junto a la infancia de Jesús: un paralelismo literariamente bello y rico desde el punto de vista teológico.

Cuando «se le cumplió a Isabel el tiempo» (v. 57) dio a luz a Juan: este nacimiento es preludio del de Jesús. Un niño que anuncia la presencia de otro niño. Un nombre -el de Juan- que es preludio de otro nombre: el de Jesús.

Una presencia absolutamente relativa a la de otro. Un acontecimiento extraordinario (la maternidad de Isabel) que prepara otro (la maternidad virginal de María).

Una misión que deja pregustar la de Jesús. No viene al caso contraponer de una manera drástica la misión de Juan el Bautista a la de Jesús, como si la primera se caracterizara totalmente y de manera exclusiva por la penitencia y la segunda por la alegría mesiánica. Se trata más bien de una única misión en dos tiempos, según el proyecto salvífico de Dios: dos tiempos de una única historia, que se desarrolla siguiendo ritmos alternos, aunque sincronizados.

 

MEDITATIO

Sabemos que la misión de Juan el Bautista fue sobre todo preparar el camino a Jesús. De ahí que valga la perra meditar sobre el deber de preparar la servida de Jesús tanto en las almas como en la historia. Es éste un deber que incumbe a cada verdadero creyente. Preparar es más que anunciar. Es preciso poner al servicio de Jesús y de su proyecto salvífico no sólo las palabras, sino toda la vida. Desde esta perspectiva podemos captar el sentido de la presencia de Juan el Bautista en los comienzos de la historia evangélica: con su comportamiento penitencial, Juan quiso hacer comprender a sus contemporáneos que había llegado el tiempo de la gran decisión; a saber, la de estar del lado de Jesús o en contra de él.

Con el bautismo de penitencia, Juan quería hacer comprender que había llegado el tiempo de cambiar de ruta, de invertir el sentido de la marcha, precisa y exclusivamente a causa de la inminente llegada del Mesías-Salvador. Con su predicación, Juan el Bautista quería sacudir la pereza y la inedia de demasiada gente de su tiempo, que de otro modo ni siquiera se habría dado cuenta de la presencia de una novedad desconcertante, como fue la de Jesús. Ahora bien, fue sobre todo con su «pasión» como Juan el Bautista preparó a sus contemporáneos para recibir a Jesús: precisamente para decirnos también a nosotros que no hay preparación auténtica para la acogida de Jesús si ésta no pasa a través de la entrega de nosotros mismos, a través de la Pascua.

 

ORATIO

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a ser «voz»: concédenos reconocer tu Palabra, reconocer la única Palabra de vida eterna, para que anunciemos esta sola Verdad a los hermanos. Oh Dios de nuestros padres,

tú nos llamas a ser «el amigo del Esposo»; hazme solícito a preparar los corazones de los hombres, para que estén bien dispuestos a acogerlo.

Oh Dios de nuestros padres, tú nos llamas a señalar el Cordero de Dios a los hombres: haz que nunca me ponga sobre él, sino que él crezca y yo mengüe.

 

CONTEMPLATIO

Grita, oh Bautista, todavía en medio de nosotros, como en un tiempo en el desierto [...]. Grita todavía entre nosotros con voz más alta: nosotros gritaremos si tú gritas, callaremos si tú te callas [...]. Te rogamos que sueltes nuestra lengua, incapaz de hablar, como en un tiempo soltaste, al nacer, la de tu padre, Zacarías (cf. Le 1,64). Te conjuramos a que nos des voz para proclamar tu gloria, como al nacer se la diste a él para decir públicamente tu nombre (Sofronio de Jerusalén, Le omelie, Roma 1991, pp. 159ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia hoy estas palabras referidas al Bautista: «Serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos» (Le 1,76).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primer testigo cualificado de la luz de Cristo fue Juan el Bautista. En su figura captamos la esencia de toda misión y testimonio. Por eso ocupa una posición tan importante en el prólogo y emerge con su misión antes incluso de que la Palabra aparezca en la carne. Es testigo con las vestiduras de precursor.

Eso significa sobre todo que él es el final y la conclusión de la antigua alianza y que es el primero en cruzar, viniendo de la antigua, el umbral de la nueva. En este sentido, es la consumación de la antigua alianza, cuya misión se agota aludiendo a Cristo. Por otra parte, Juan es el primero en dar testimonio realmente de la misma luz, por lo que su misión está claramente del otro lado del umbral y es una misión neotestamentaria. La tarea veterotestamentaria confiada por Dios a Moisés o a un profeta era siempre limitada y circunscrita en el interior de la justicia.

Esta tarea era confiada y podía ser ejecutada de tal modo que mandato y ejecución se correspondieran con precisión. La tarea veterotestamentaria confiada a Juan contiene la exigencia ¡limitada de atestiguar la luz en general. Es confiada con amor y -por muy dura que pueda ser- con alegría, porque es confiada en el interior de la misión del Hijo (A. von Speyr, // Verbo si fa carne, Milán 1982, I, pp. 64ss).

 

 

 

Día 25

Sábado de la 12ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Lamentaciones 2,2.10-14.18ss

2 El Señor ha arrasado sin piedad todos los campos de Jacob; ha derribado en su furor las fortalezas de la capital de Judá; ha humillado y deshonrado al reino y a sus príncipes.

10 Están sentados silenciosos en el suelo los ancianos de Sión; han echado ceniza en su cabeza, se han vestido de sayal, humillan su cabeza hasta la tierra las doncellas de Jerusalén.

11 Mis ojos se consumen en lágrimas, mis entrañas se estremecen; mi rabia se desborda, por la ruina de la capital de mi pueblo; niños y lactantes desfallecen en las calles de la ciudad.

12 «¿Dónde hay pan y vino?», preguntan a sus madres, mientras desfallecen moribundos en las calles de la ciudad, y exhalan el último suspiro en el regazo de sus madres.

13 ¿A quién te asemejas, a quién te pareces, ciudad de Jerusalén? ¿A quién te compararé para consolarte, doncella de Sión? Tu herida es como el mar. ¿Quién te podrá curar?

14 Tus profetas te transmitieron visiones vacías y engañosas. No te desvelaron tu maldad para que cambiara tu suerte. Te transmitieron oráculos falaces y seductores.

18 Claman los israelitas al Señor con todo el corazón. Muralla de Sión, deja correr como un río tus lágrimas, no des tregua a tus ojos ni de día ni de noche; que no descansen.

19 Levántate, lanza gritos en la noche al comenzar cada vigilia, desahoga tu corazón ante el Señor, alza tus manos hacia él y ruega por la vida de tus niños, que desfallecen de hambre por las plazas.

 

        **• Una vez terminada la lectura de los libros de los Reyes, la mejor reflexión sobre el sentido que tienen los acontecimientos narrados es esta página de las Lamentaciones atribuidas a Jeremías (es la única lectura de este libro que se realiza durante el tiempo ordinario). El texto, resumido en la versión litúrgica -texto alfabético de 22 versículos en el original-, está constituido por la totalidad del capítulo 2 de las Lamentaciones y representa una sufrida meditación sobre el exilio, sobre la responsabilidad de los falsos profetas y de las prácticas idolátricas, sobre el inevitable hundimiento de Jerusalén y de su templo. Este conjunto de acontecimientos conduce al arrepentimiento y a la súplica. La lejanía de la patria es la imagen palpable de la lejanía de Dios. Es el Dios que domina sobre los acontecimientos de la historia  revela su significado íntimo y providencial por medio de sus mensajeros. Tras haber hablado de la infausta suerte corrida por el rey, por los sacerdotes y los profetas, los ancianos y los jóvenes, el canto se dirige a Sión, le recuerda los engaños de los que fue víctima y la invita a llorar sobre su propia suerte.

 

Evangelio: Mateo 8,5-17

En aquel tiempo,

5 al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión suplicándole:

6 -Señor, tengo en casa un criado paralítico que sufre terriblemente.

7 Jesús le respondió: -Yo iré a curarlo.

8 Replicó el centurión: -Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano.

9 Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno: ¡ve! y va; y a otro: ¡ven! y viene; y a mi criado: ¡haz esto! y lo hace.

10 Al oírlo, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían: -Os aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande.

11 Por eso os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del Reino de los Cielos,

12 mientras que los hijos del reino serán echados fuera a las tinieblas; allí llorarán y les rechinarán los dientes.

13 Luego dijo al centurión: -Vete y que suceda según tu fe. Y en aquel momento el criado quedó sano.

14 Al llegar Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste acostada con fiebre.

15 Jesús tomó su mano y la fiebre desapareció. Ella se levantó y se puso a servirle.

16 Al atardecer le trajeron muchos endemoniados; expulsó a los espíritus con su palabra y curó a todos los enfermos.

17 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

 

*» El milagro del centurión aparece también en Lc 7,1-10 y en Jn 4,46-54. Mateo nos habla de un hijo-criado ipdis), Lucas de un criado {dülos) y Juan de un hijo {huios). De hecho, se trata de un prodigio en el que confluyen el poder taumatúrgico de Cristo, que obra de inmediato {«en aquel momento») incluso a distancia, y la fe del funcionario, elogiada por el Maestro.

Esto brinda a Cristo la ocasión de condenar el rechazo de sus paisanos y describir su triste desenlace. El «llanto» y el «rechinar de dientes» es una expresión idiomática que indica una gran desesperación con plena conciencia del mal realizado.

Cristo se hospeda en Cafarnaún en la casa de Pedro, cuya suegra tiene fiebre. Aquí -único caso en Mateo- es Jesús quien toma la iniciativa y realiza el milagro, con el mismo toque reservado al leproso. Es interesante señalar los diferentes rasgos con que narran el episodio los sinópticos (el realismo de Mc 1,33 y los matices de Lc 4,39). Los tres concuerdan en el hecho de que, inmediatamente después de ser curada, la mujer se puso a servir, es la primera «diaconisa» de la historia cristiana.

Los w. 16ss resumen la obra desplegada por Cristo hasta aquí en favor de los endemoniados (de los que, sin embargo, no ha hablado Mateo todavía) y de los enfermos. Y puesto que Cristo ha venido a cumplir las Escrituras, se cita al profeta Isaías (53,4), adaptándolo, no obstante, al nuevo contexto: en vez de los sufrimientos y dolores con los que habría de cargar el Siervo de YHWH, se habla aquí de flaquezas y enfermedades. Se trata de una expiación liberadora.

 

MEDITATIO

Entrar en contacto con leprosos, paganos y mujeres no era conveniente para un rabí y, en todo caso, podía producir un estado de impureza legal. A pesar de todo, Jesús no se sustrae a las peticiones de curación (según Lucas, también le pidieron que curara a la suegra de Pedro) e infringe los tabúes que habrían contradicho la lógica misma de la encarnación. Si Dios asume un cuerpo humano es para comunicarse con el cuerpo del hombre: «El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo», dirá Pablo (1 Cor 6,13). Jesús interviene en consideración a la fe del enfermo (el leproso) o de la comunidad (en el caso de la suegra de Pedro), pero tiene palabras de elogio sobre todo para la fe que un pagano ha manifestado en su palabra. Una fe de la que dice Jesús: «Jamás he encontrado en Israel una fe tan grande», una fe que nadie había sido capaz de igualar hasta entonces.

Hoy no es ya el toque taumatúrgico que el Señor despliega en la eucaristía lo que pretendo experimentar, sino la «simple» fuerza de su palabra. Traigo a mi mente las palabras de vida que me ha transmitido el Señor, y me interrogo sobre el impacto curador que estas han producido y siguen produciendo todavía en mi persona.

 

ORATIO

Tú, oh Señor, nos has enseñado que «se redime sólo aquello que se asume» (cf. Ad gentes, 3). Por eso «tomaste nuestras flaquezas y cargaste con nuestras enfermedades», y no buscaste un «chivo expiatorio» sobre el que cargar el mal que aflige el corazón del hombre, sino que cargaste tú mismo con él.

Reavivo en mí la certeza de que tú pretendes restituir el género humano a la condición originaria de belleza y sanidad con que salió de las manos del Creador. Y, mientras pretendo secundar en mí tu obra taumatúrgica, acojo las penas y los sufrimientos que la vida me reserva, a fin de asociarme a tu pasión redentora a favor de la santa Iglesia y de toda la humanidad (cf. Col 1,24).

 

CONTEMPLATIO

        ¿Qué dice, pues, el centurión? Señor, no soy digno de que entres en mi casa... Oigámosle cuantos hemos aún de recibir a Cristo, porque es posible recibirle también ahora. Oigámosle e imitémosle y recibamos al Señor con el mismo fervor que el centurión; porque cuando a  un pobre recibes hambriento y desnudo a Cristo recibes y alimentas. Pero di una sola palabra y mi criado quedará sano. Mira cómo este centurión, a la par que el leproso, tiene de Cristo la opinión conveniente. Porque tampoco el centurión dijo: «Suplícalo a Dios», ni: «Haz oración y ruega», sino: Mándalo solamente.

El centurión no busca, en efecto, la presencia física de Jesús para salvar a su siervo, ni lleva el enfermo al médico: su comportamiento atestigua que no tiene una idea limitada de Cristo. Como le tiene, efectivamente, una estima digna de su divinidad, le pide: Di una sola palabra. Y, al comienzo, ni siquiera le manifiesta su petición, sino que se limita a exponer la enfermedad del criado. Su gran humildad le impide pensar que Cristo consentirá concederle de inmediato la curación y accederá a visitar su casa.

Sin embargo, con tener una fe tan grande, todavía se consideraba indigno a sí mismo. Cristo, empero, para mostrar que era digno de que él entrara en su casa, hizo mucho más que entrar: admirarle y proclamarle y darle más de lo que había venido a pedir. Porque había venido a pedir la salud corporal para su criado y se fue con el Reino de Dios en las manos. Mirad cómo ya aquí se cumple lo de «buscad el Reino de los Cielos y todo eso se os dará por añadidura». Pues por haber dado muestras de una fe y una humildad tan grandes, no sólo le dio el Señor el cielo, sino la salud de su criado por añadidura (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 26, 1-4 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Di una sola palabra y quedaré sano» (cf. Mt 8,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Preguntas qué has de hacer cuando sientes que te asaltan por todas partes fuerzas aparentemente irresistibles, por oleadas que te cubren y pretenden arrancarte del suelo. En ocasiones, estas oleadas proceden del sentimiento de ser rechazado, olvidado, mal entendido. Algunas veces proceden de la rabia, del resentimiento o incluso de un deseo de venganza; otras veces, de la autocompasión o del desprecio a nosotros mismos. Estas oleadas te hacen sentirte como un niño impotente, abandonado por sus padres.

¿Qué debes hacer? Toma la opción consciente de desplazar la atención desde tu corazón ansioso por estas oleadas para dirigirlo hacia aquel que camina sobre las olas y dice: «Soy yo. No tengáis miedo» (Mt 14,27; Me 6,50; Jn 6,20). Continúa teniendo tu mirada fija en él, con la confianza de que él llevará la paz a tu corazón. Míralo y dile: «Señor, ten piedad». Dilo una vez y otra, pero no con ansiedad, sino con la confianza en que él está muy cerca de ti y llevará tu alma al reposo (H. J. M. Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 21 997, pp. 131 ss [edición española: La voz interior del amor, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).

 

 

 

Día 26

13º domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 19,16b. 19-21

En aquellos días,

16 dijo el Señor a Elías: Unge a Eliseo, hijo de Safat, de Abelmejolá, como profeta sucesor tuyo.

19 Elías marchó de allí y fue en busca de Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando; tenía doce yuntas de bueyes y él llevaba la última. Elías pasó junto a él y le echó encima su manto.

20 Eliseo dejó la yunta, corrió detrás de Elías y le dijo: -Deja que me despida de mi padre y de mi madre; luego te seguiré. Respondió Elías: -Despídete, pero vuelve, porque te he elegido para que me sigas.

21 Eliseo se apartó de Elías, tomó la yunta de bueyes y la sacrificó. Coció luego la carne, sirviéndose de los aperos de los bueyes, y la distribuyó entre su gente, que comió de ella. Luego se fue tras Elías y se consagró a su servicio.

 

**• Este fragmento del primer libro de los Reyes pertenece al llamado «ciclo de Elías» (1 Re 17 - 2 Re 1): los capítulos que, ateniéndose a una historia de Elías preexistente, narran los acontecimientos, los milagros y el itinerario interior del profeta. Elías fue un sacerdote y profeta nacido en Galaad, Reino del Norte, y vivió en el siglo IX a. de C, en tiempos del rey Ajab. La tradición, de manera unánime, le considera como el hombre que encarna toda la pasión de Dios, las exigencias de su alianza y el radicalismo de su misión: «Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha» (Eclo 48,1).

Inmediatamente antes de nuestro fragmento encontramos a Elías en el monte Oreb, lugar en el que tuvo la experiencia decisiva de Dios, en medio de una intimidad al mismo tiempo delicada y consoladora (1 Re 19,1-18).

De esta revelación de Dios, personal y sorprendente, aprende Elías de nuevo a confiar al Señor toda su propia misión y a recibir de sus manos el plan y el mensaje proféticos. En este punto, su acontecer se encamina hacia la conclusión; la última orden que el Señor le dirige es que elija a un sucesor: Eliseo, hijo de Safat. En el centro de este episodio figura el gesto de Elías de echar su propio manto sobre los hombros de Eliseo. Se trata de un gesto que indica el «paso de propiedad»: Eliseo, envuelto en el manto, no se pertenece a partir de ahora, sino que pertenece a Dios y a su misión profética. También Eliseo, tal como aparece en el evangelio de Lucas (9,61ss), se ve situado ante su nueva y auténtica identidad, que le llama a dejarlo todo: a desarraigarse de su realidad, de su familia, para abrazar por completo la aventura que Dios le pone delante (v. 20). Esta nueva conciencia de sí mismo es expresada de una manera visible por Eliseo en la acción de matar los bueyes y cocer su carne para darla como alimento a su gente.

 

Segunda lectura: Gálatas 5,1.13-18

Hermanos:

1 Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo. Permaneced, pues, firmes y no os dejéis someter de nuevo al yugo de la esclavitud.

13 Es cierto, hermanos, que habéis sido llamados a la libertad. Pero no toméis la libertad como pretexto para vuestros apetitos desordenados; antes bien, haceos esclavos los unos de los otros por amor.

14 Pues toda la ley se cumple si se cumple este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

15 Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, acabaréis por aniquilaros mutuamente.

16 Por tanto, os digo: Caminad según el Espíritu y no os dejéis arrastrar por los apetitos desordenados.

17 Porque esos apetitos actúan contra el Espíritu, y el Espíritu contra ellos. Se trata de cosas contrarias entre sí, que os impedirán hacerlo que sería vuestro deseo.

18 Pero si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.

 

*•• El presente fragmento, tomado de la Carta a los Gálatas, nos sitúa de inmediato en medio del mensaje central del «evangelio paulino». Toda la predicación de Pablo se caracteriza por esta verdad fundamental. La muerte de Cristo y su resurrección liberan al hombre de la ley mosaica. Le liberan del poder de la carne o apetitos desordenados, o sea, de la tendencia natural a poner nuestro propio yo en el centro de la existencia, y -positivamente- le introducen en una condición nueva, en la cual la caridad es la única realidad que cuenta, porque es la única fuerza capaz de liberarle de las estrecheces de su egoísmo y de hacerle verdaderamente feliz.

Sin embargo, el creyente experimenta cada día dentro de sí que esta orientación a la libertad está amenazada, y de ahí que esté llamado a realizar elecciones concretas que le pongan de nuevo en su situación de verdad. Puede cambiar su libertad pretextando vivir según la lógica de su propio egoísmo: la libertad de la que habla Pablo es, en primer lugar, libertad de amar, capacidad de salir de las angustias del propio subjetivismo para abrirse a la experiencia de la comunión. Es, en definitiva, ser libres de nosotros mismos: ser libres para los otros, a través de la renuncia voluntaria y continua a querer vivir pensando y bastándonos a nosotros mismos.

Dentro de esta lógica, Pablo consigue recuperar el concepto mismo de ley. Y afirma con vigor que la caridad es el horizonte de todo el obrar humano (v. 14), que la única ley es ésta: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo ». Este camino de libertad lo recorre el hombre no en virtud de sus propias fuerzas, sino sólo mediante la gracia: el Espíritu Santo suscita en el corazón del hombre el deseo de caminar por el camino de la caridad y le pone en condiciones de hacer morir su propio yo y de sumergirse por completo en la lógica de la entrega total de sí mismo (v. 18).

 

Evangelio: Lucas 9,51-62

51 Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús se dirigió de modo decidido hacia Jerusalén.

52 Entonces envió por delante a unos mensajeros, que fueron a una aldea de Samaría para prepararle alojamiento,

53 pero no quisieron recibirlo, porque se dirigía a Jerusalén.

54 Al ver esto, los discípulos Santiago y Juan dijeron: -Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?

55 Pero Jesús, volviéndose hacia ellos, les reprendió severamente. Y se marcharon a otra aldea.

57 Mientras iban de camino, uno le dijo: -Te seguiré adondequiera que vayas.

58 Jesús le contestó: -Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.

59 A otro le dijo: -Sígueme. Él replicó: -Señor, déjame ir antes a enterrar a mi padre.

60 Jesús le respondió: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios.

61 Otro le dijo: -Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia.

62 Jesús le contestó: -El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es apto para el Reino de Dios.

 

*»• Jesús, hijo obediente al Padre, se dirige «de modo decidido» (literalmente, con rostro «duro») hacia Jerusalén (v. 51). La dureza de su rostro expresa la perfecta adhesión a la voluntad del Padre: nada puede distraerle de la meta. La suya es una decisión irrevocable, fruto del amor. Envía por delante a sus discípulos, a fin de que preparen el corazón de los hombres para la escucha de la Palabra. El punto de partida de su camino es un pueblo de Samaría, lugar que expresa bien la infidelidad del corazón de Israel y que podía ser considerado como el más excluido de todos.

Pero Jesús empieza precisamente desde aquí. Esta animosa elección no recibe acogida. Santiago y Juan no aceptan ese rechazo y reaccionan con vigor, incluso ante la actitud remisiva de Jesús: todavía no poseen la docilidad (v. 54). Mientras se acercan a otro pueblo, una persona desconocida encuentra en Jesús la clave de toda su vida y promete seguirle (v. 57). Jesús coloca entonces el deseo del hombre frente a la realidad de la llamada de Dios: se trata de una inversión de toda la existencia.

        El seguimiento de Cristo es un camino de abandono total a la voluntad del Padre, y la señal de todo esto es la situación de pobreza radical en la que el discípulo debe estar dispuesto a encontrarse (v. 58). Lo que antes era fuente de seguridad ahora ya no puede serlo. La única fuente de estabilidad, la única certeza, es Cristo. Ante la petición de ocuparse de los deberes familiares, Jesús se muestra también clarísimo: no se puede anteponer nada a su amor (w. 59ss), a fin de que el discípulo lenga un corazón libre, capaz de hacer suyos los sentimientos de Cristo, y pueda entregarse por completo a la voluntad del Padre para la edificación de su Reino (v. 62).

 

MEDITATIO

La liturgia de este domingo nos pone ante una palabra simplicísima, pero que tiene en sí un poder extraordinario: caridad. Es una palabra que brilla como una antorcha e ilumina nuestra existencia, llegando inmediatamente a las profundidades de nuestro corazón como una palabra capaz de discernir entre lo que el Espíritu ha engendrado en nosotros y lo que es fruto de nuestro egoísmo. Veamos cómo.

En la primera lectura, Eliseo, puesto ante la opción por Dios, una opción que incluye un «paso de propiedad» -de pertenecerse a sí mismo a pertenecerle a él y a su misión-, responde de inmediato con un gesto de entrega: da a los suyos todo lo que tiene y todo lo que es.

En esta línea se sitúa la invitación de Pablo a recorrer un camino de libertad. Somos libres cuando estamos dispuestos a dejarnos asir totalmente por la caridad de Cristo. El aspecto, el «rostro» de esta caridad nos lo muestra Lucas en su evangelio. El evangelista nos pone ante nuestros ojos el rostro «endurecido» -es decir, desfigurado- de Jesús por la pasión del Padre por todos sus hijos. Es una pasión tan fuerte que nada puede distraerle de su meta: llegar a Jerusalén, es decir, llegar al lugar de la comunión plena con la voluntad del Padre.

Quisiéramos detenernos ante este amor rebosante, para fijar en él la mirada de nuestro corazón, para escrutar su profundidad... y dejar que nuestra vida quede transfigurada.

 

ORATIO

Sólo la caridad puede dilatar mi corazón.

Jesús, desde que esta suave llama me consume, corro con alegría por el camino del mandamiento nuevo.

Quiero correr por él hasta el día feliz en el que podré seguirte por los espacios infinitos cantando tu cántico nuevo, el del amor

(Teresa de Lisieux, Manuscrito C).

 

CONTEMPLATIO

Lo que nos hace avanzar por el camino es el amor Dios y al prójimo. Quien ama corre, y la carrera es tanto más solícita cuanto más solícito es el amor. A un amor débil le corresponde un caminar lento, y si además le falta el amor, cuando alguien se detiene por el camino y añora la vida mundana es como si volviera la mirada atrás, sin mirar ya a la patria. No ayuda el que uno se ponga en camino y después, en vez de caminar, se vuelva atrás. Si alguien se ha puesto en camino –es decir, se ha hecho cristiano católico realmente- y mira hacia atrás dirigiendo todavía su amor al mundo, no hace más que volver al lugar de donde había partido (Agustín de Hipona, Sermón 346/B, 2).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Haceos esclavos los unos de los otros por amor» (Gal 5,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La caridad no es, en primer lugar, el amor al prójimo o el amor a Dios: es esa situación objetiva de estar en comunión, en alianza, que se desarrolla después en todas las relaciones, en todas las situaciones, en todas las exigencias que constituyen la existencia de un hombre. Por eso, desde el punto de vista cristiano, no hay una alternativa entre la comunión con Dios y la comunión con el prójimo; lo que hay más bien es la necesidad de dejarse prender, de dejarse «herir» por todas las exigencias de esta comunión y no darla ni como absolutamente obvia, considerándola como un dato de hecho para quien se ocupa de otras cosas, ni dejarla sin significado, como si el significado consistiera más bien en hacer esto o lo otro, en comprometerse con ésta o con aquella otra situación [...]. Así pues, no existe el hombre y un montón de modos de entrar en comunión con las personas; existe el hombre definido por esta comunión, que asume el modo auténtico de vivir y traducir todas las relaciones; o sea, que asume el modo de Jesucristo. Es como decir que existe un modo auténtico de vivir, de asumir la vida y la muerte, de sufrir, de gozar, de amar, de obrar, de hablar, de actuar, de comprometerse, de callar: y este modo es el de Jesucristo (G. Moioli, Va' dai miei fratelli (Gv 20,17), Milán 1996, pp. 39ss).

 

 

Día 27

Lunes de la 13ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Amos 2,6-10.13-16

6 Así dice el Señor: A Israel, por tres pecados, y por el cuarto, no le perdonaré. Porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias;

7 porque aplastan contra el polvo de la tierra a los humildes y no hacen justicia a los indefensos; porque hijo y padre se acuestan con la misma muchacha, profanando así mi santo nombre;

8 porque se echan junto a cualquier altar sobre ropas tomadas en prenda y beben en la casa de su dios vino comprado con multas.

9 A pesar de todo, yo exterminé ante ellos a los amorreos, altos como los cedros y fuertes como las encinas; destruí su fruto por arriba y sus raíces por abajo.

10 Yo os saqué de Egipto y os conduje por el desierto  durante cuarenta años, hasta ocupar la tierra de los amorreos.

13 Pues yo haré que os atasquéis, como se atasca una carreta cargada de gavillas.

14 El veloz no podrá huir, ni el fuerte valerse de su fuerza, ni podrá salvarse el valiente;

15 el arquero no resistirá, el de ágiles piernas no conseguirá escapar, el jinete no logrará salvarse,

16 y el más intrépido entre los valientes huirá desnudo aquel día.

 

**• Con el más típico procedimiento de la sabiduría, es decir, mediante la sucesión numérica progresiva del tres y el cuatro, que sirve para indicar la medida colmada del delito, aparece solemnemente en Amos el «juicio contra la nación» de Israel. Un procedimiento que tuvo gran fortuna en la literatura profética posterior. Aquí, a la denuncia del pecado le sigue el recuerdo de los beneficios divinos y, por último, la amenaza del castigo. El pecado constituye la alteración de las relaciones de justicia y de respeto entre los hombres, la sustitución de las personas por cosas, la opresión del pobre, la pérdida de la dignidad en las relaciones. La profecía no puede dejar de recordar todo lo que Dios había garantizado a Israel, dándole este último la espalda. Ahora llama Dios la atención sobre la vanidad del cierre de Israel; nadie podrá resistir por sus propios méritos si se ha sustraído a la relación con Dios, una relación que se afianzará en el día establecido.

La petición de perdón por la infidelidad del pueblo atraviesa la denuncia del salmo conexo, que se cierra aludiendo a la feliz relación entre Dios (que muestra la salvación) y el hombre que honra a Dios (caminando por el camino recto).

 

Evangelio: Mateo 8,18-22

En aquel tiempo,

18 viendo Jesús que le rodeaba una multitud de gente, mandó que lo llevaran a la otra orilla.

19 Se le acercó un maestro de la Ley y le dijo: -Maestro, te seguiré dondequiera que vayas.

20 Jesús le dijo: -Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.

21 Otro de sus discípulos le dijo: -Señor, deja primero que vaya a enterrar a mi padre.

22 Jesús le dijo: -Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.

 

**• El pasaje del evangelio de hoy se abre con la orden de Jesús de «que lo llevaran a la otra orilla». Sin embargo, la ejecución de la orden está interrumpida por dos episodios que faltan en el evangelio de Marcos y que están colocados en otro lugar en el de Lucas. Ambos ilustran las condiciones requeridas para seguir a Jesús, las exigencias de la fe. La posibilidad del seguimiento debe asumir el sufrimiento, las adversidades y la pasión como paso obligado. La frase «las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» está construida siguiendo el uso oriental de hacer seguir una imagen negativa a dos positivas: el término «Hijo del hombre», que tampoco tiene un significado unívoco, indica aquí la precariedad de Jesús, su carecer de casa y de raíces, de referencia y de refugio. La contraposición entre Jesús y los «muertos» expresa de manera adecuada la ruptura que «el que vive» inserta en la trama de la experiencia del hombre.

Aquel que es la «Vida» indica el «Camino». No tener dónde reclinar la cabeza (para dormir o para morir) es la condición para restituir su verdad a la vida.

 

MEDITATIO

Profeta es quien deja un nuevo espacio a la Palabra de Dios, quien permite que Dios pueda volver a hablar, hacerse oír aún, llegar a ser de nuevo significativo. Esta palabra, que es palabra de libertad y de amor, es también, por necesidad, una palabra exigente. Puesto que el hombre olvida los beneficios de Dios, su liberación, los cuidados que le ha dispensado, y prefiere celebrar el odio, la injusticia, el abuso. Ante a la declaración: «Yo os saqué de Egipto», los hombres oscilan entre dos excesos: «Antes estábamos mejor», o bien: «Siempre hemos sido libres».

La infidelidad a la libertad recibida como don se parece mucho a la facilidad (casi a la manera «facilona») con que se piensa la posibilidad de la fidelidad. Seguir a nuestro Maestro por donde vaya -como pretendía el maestro de la Ley- significa alcanzar arduamente lo que se requiere para el Reino de Dios. Ahora bien, ese empeño, ofrecido de manera gratuita y asumido de manera responsable, es la libertad de la fe, la gratuidad de la obediencia, la resurrección a través de la cruz.

 

ORATIO

Oh Dios, que has liberado a tu pueblo y le has dado el gusto de la libertad, tú eres eterno porque nunca nos falta tu amor fiel. En el Espíritu de tu Hijo unigénito, Jesús, que nació, vivió y murió por nosotros, sancionaste tu fidelidad no sólo para todos los tiempos y para todos los hombres, sino que tomaste también sobre ti el compromiso de tu indefectible compañía en el trabajo de nuestra respuesta, haciendo ligera nuestra carga.

Oh Señor, tu gracia nos sorprende, esa gracia unida a la respuesta obediente de tu siervo Jesús, que, en el Espíritu, ha sido otorgada a todo cristiano: ambas, unidas, iluminan la oscuridad de nuestra infidelidad, convierten las angustias de nuestra insensibilidad y nos ponen tras los pasos del Resucitado, con el justo desprendimiento de todo aquello que ha podido distraernos de su seguimiento.

 

CONTEMPLATIO

¡Ea!, pues, Señor Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Señor, si tú no estás aquí, ¿dónde te buscaré ausente? Si estás en todas partes, ¿por qué nunca te veo presente? [...]. Mira, Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros.

Vuelve a darte a nosotros para que estemos bien: sin ti estamos muy mal. Ten piedad de nuestras fatigas, de nuestros esfuerzos para contigo: sin ti no valemos nada. Enséñame a buscarte y muéstrate cuando te busco: no puedo buscarte si tú no me enseñas, ni encontrarte si tú no te muestras. Que yo te busque deseándote y te desee buscándote, que te encuentre amándote y te ame encontrándote (Anselmo de Canterbury, Proslogion, 1).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.» (Mt 8,20b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Cómo podría llegar a darse cuenta el hombre del mal y cómo podría llegar a tomar en serio, con toda su gravedad, su pecado y el de los demás, por muy claro que pueda estar ante sus ojos? [...]. La respuesta está en la cruz. El peso del pecado, la atrocidad de la corrupción humana, la profundidad del abismo en que va a precipitarse el hombre que hace el mal, pueden medirse por el hecho de que el amor de Dios ha podido y querido responder al pecado, superarlo y eliminarlo, y salvar así al hombre, sólo entregándose a sí mismo en Jesucristo, sacrificándose para ejecutar el juicio sobre el hombre haciéndose juzgar en su lugar y dejando que muera en su persona el hombre viejo del pecado.

Sólo cuando se ha comprendido esto, es decir, cuando se ha comprendido que Dios nos ha reconciliado consigo al precio de sí mismo, en la persona del Hijo, sólo entonces deja de haber lugar para la confortable ligereza que quisiera ver nuestra maldad limitada por nuestra bondad (K. Barth, Dogmática ecclesiole, Bolonia 1980, pp. 140ss).

 

 

 

Día 28

San Ireneo de Lyon (28 de junio)

Liturgia de las Horas de hoy

 

Ireneo, originario de Asia Menor, fue discípulo del obispo Policarpo de Esmirna, de donde se deduce que debió de nacer hacia el año 130 en esta ciudad o en los alrededores. Siguiendo una ruta de emigración común en aquellos tiempos, Ireneo se trasladó de Asia Menor a la Galia, y el año 177 fue enviado por la comunidad de Lyon a Roma, para llevar una carta de recomendación al papa Eleuterio a favor de los montañistas. A su vuelta, fue elegido obispo de Lyon en lugar del anciano Potino, que murió mártir en la persecución de Marco Aurelio. Debemos situar su muerte entre los años 202 y 203. Ireneo, último varón apostólico y primer teólogo de la tradición, es un eslabón de unión entre los padres del siglo II y los del siglo III. Contra los herejes (Adversus haereses) es su obra maestra en defensa de la verdad de la Iglesia contra los ataques del gnosticismo.

LECTIO

Primera lectura: Amos 3,1-8; 4,1 lss

1 Escuchad esta palabra que el Señor pronuncia contra vosotros, hijos de Israel, contra toda la familia que yo saqué de Egipto:

2 De todas las familias de la tierra sólo a vosotros os elegí, por eso os castigaré por todas vuestras maldades.

3 ¿Van juntos de camino dos que no se conocen?

4 ¿Ruge el león en la selva sin haber hallado presa? ¿Gruñe el leoncillo desde su guarida sin haber cazado nada?

5 ¿Cae el pájaro en tierra si no le han tendido una trampa? ¿Salta la trampa del suelo sin haber cazado nada?

6 ¿Suena la trompeta en la ciudad sin que el pueblo se alarme? ¿Sobreviene una desgracia a la ciudad sin que la envíe el Señor?

7 Nada hace el Señor sin revelárselo a sus siervos los profetas.

8 Ruge el león: ¿quién no temblará? Habla el Señor: ¿quién no profetizará?

4,11 Os desbaraté como hice con Sodoma y Gomorra; erais como un tizón sacado de un incendio; pero no habéis vuelto a mí. Oráculo del Señor.

12 Por eso te voy a tratar así, Israel, y porque así te voy a tratar, prepárate, Israel, a comparecer ante Dios.

 

**• La alianza entre el Señor e Israel, que es «salida» y «liberación» de Egipto, no puede ser motivo de exoneración de su compromiso para el pueblo de Israel, que no puede sentirse asegurado a ultranza por un Dios indiferente o cómplice. El Dios de Israel se preocupa de su pueblo y lo libera para que se vuelva semejante a él, a fin de que le imite y le siga. Es Padre, no padrino; es aliado, no protector; es madre, no suplente. Las siete preguntas retóricas del texto preparan la clarificación de la necesidad que tiene Dios de hablar y el profeta de profetizar. Lo que sale a flote es, sin embargo, la verdad de la relación de alianza entre el Señor y su pueblo. Este último está subordinado a la elección, y no viceversa: Dios es fiel a sí mismo, corresponde a sí mismo y, eligiendo a Israel, lo compromete a asumir una responsabilidad superior. Por todo ello, el encuentro con su propio Señor es para Israel -tanto para el antiguo como para el nuevo Israel- siempre maravilloso y siempre terrible, al mismo tiempo turbador y apasionante.

 

Evangelio: Mateo 8,23-27

En aquel tiempo,

23 Jesús subió a una barca y sus discípulos lo siguieron.

24 De pronto, se alborotó el lago de tal manera que las olas cubrían la barca, pero Jesús estaba dormido.

25 Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciéndole: -Señor, sálvanos, que perecemos.

26 Él les dijo: -¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma.

27 Y aquellos hombres, maravillados, se preguntaban: ¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen?

 

<*• La Iglesia es una barca en medio de la tempestad, y Jesús duerme. La experiencia del abandono del Señor -de la Iglesia que abandona a su Jesús y de Jesús que deja a su Iglesia- marca hasta el fondo esta página evangélica. Rogar al Señor, acercarse a él y despertarlo «Despiértate, Señor, ¿por qué duermes?»: cf. Sal 44,24) e implorarle: «Señor, sálvanos, que perecemos», significa volver a encontrarnos a nosotros mismos como creyentes, como fíeles, como discípulos, y encontrar a Jesús como Señor y como Cristo. La tempestad de la pasión, el triunfo de la muerte, quedan dispersados por la presencia de quien recompone con autoridad el orden de la gracia.

De modo diferente a los paralelos de Marcos y de Lucas, sin embargo, aquí Jesús reprocha a los discípulos su poca fe antes de calmar las olas. El señorío de Jesús y la fe de los discípulos se reclaman recíprocamente, aunque no puede haber entre ellos una perfecta reciprocidad.

El hecho de que Jesús duerma indica, al mismo tiempo, el drama de la muerte del Hijo del hombre, que es un desafío para la fe de la Iglesia, y la serena confianza en el Padre por parte de aquel que «se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8).

MEDITATIO

Por eso el Verbo fue hecho dispensador de la gracia del Padre para utilidad de los hombres, por los cuales ordenó toda esta economía, para mostrar a Dios a los hombres y presentar el hombre a Dios. De esta manera custodió la invisibilidad del Padre, por una parte para que el hombre nunca despreciase a Dios y para que siempre tuviese en qué progresar, y, por otra parte, para revelar a Dios a los hombres mediante una rica economía, a fin de que el hombre no cesase de existir faltándole Dios enteramente. Porque la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios. Si la manifestación de Dios por la creación da vida en la tierra a todos los vivientes, mucho más la manifestación por el Verbo del Padre da vida a los que contemplan a Dios [...].

Es, pues, necesario que primero observes tu orden humano, para que en seguida participes de la gloria de Dios. Porque tú no hiciste a Dios, sino que él te hizo. Y si eres obra de Dios, contempla la mano de tu artífice, que hace todas las cosas en el tiempo oportuno y, de igual manera, obrará oportunamente en cuanto a ti respecta. Pon en sus manos un corazón blando y moldeable y conserva la imagen según la cual el Artista te plasmó; guarda en ti la humedad, no vaya a ser que, si te endureces, pierdas las huellas de sus dedos.

Conservando tu forma subirás a lo perfecto, pues el arte de Dios esconde el lodo que hay en ti. Su mano plasmó tu ser; te reviste por dentro y por fuera con plata y oro puro (Ex 25,11), y te adornará tanto que el Rey deseará tu belleza (Sal 45[44],12). Mas si, endureciéndote, rechazas su arte y te muestras ingrato con aquel que te hizo un ser humano, al hacerte ingrato con Dios pierdes al mismo tiempo el arte con el que te hizo y la vida que te dio: hacer es propio de la bondad de Dios, ser hecho es propio de la naturaleza humana. Y por este motivo, si le entregas lo que es tuyo, es decir, tu fe y obediencia, entonces recibirás de él su arte, que te convertirá en obra perfecta de Dios.

Mas si rehúsas creer y huyes de sus manos, la culpa de tu imperfección recaerá en tu desobediencia y no en aquel que te llamó: él mandó convocar a su boda, y quienes no obedecieron se privaron, por su culpa, de su cena regia (Mt 22,3). A Dios no le falta el arte, y es capaz de sacar de las piedras hijos de Abrahán (Mt 3,9; Le 3,8), pero el que no se somete a tal arte es causa de su propia imperfección. Es como la luz: no falta porque algunos se hayan cegado, sino que la luz sigue brillando y los que se han cegado viven en la oscuridad por su culpa.

Ni la luz obliga por la fuerza a nadie, ni Dios a nadie somete por imposición a su arte (Ireneo de Lyon, Contra los herejes IV, 20,7 y 39,2ss).

 

ORATIO

Yo también te invoco, «Señor Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob y de Israel», que eres el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios que por la multitud de tu misericordia te has complacido en nosotros para que te conozcamos; que hiciste el cielo y la tierra, que dominas sobre todas las cosas, que eres el único Dios verdadero, sobre quien no hay Dios alguno; por nuestro Señor Jesucristo, danos el Reino del Espíritu Santo; concede a todos los que leyeren este escrito conocer que tú eres el único Dios, que en ti están seguros, y defiéndelos de toda doctrina herética, sin fe y sin Dios (Ireneo de Lyon, Contra los herejes III, 6,4).

 

CONTEMPLATIO

Pues como del trigo seco no puede hacerse ni una sola masa ni un solo pan sin algo de humedad, tampoco nosotros, siendo muchos, podíamos hacernos uno en Cristo Jesús sin el agua que proviene del cielo. Y como si el agua no cae la tierra árida no fructifica, tampoco nosotros, siendo un leño seco, nunca daríamos fruto para la vida si no se nos enviase de los cielos la lluvia gratuita [...].

Conservamos esta fe, que hemos recibido de la Iglesia, como un precioso perfume custodiado en su frescura en buen frasco por el Espíritu de Dios, y que mantiene siempre joven el mismo vaso en que se guarda [...].

En consecuencia, si el cáliz mezclado y el pan fabricado reciben la Palabra de Dios para convertirse en eucaristía de la sangre y el cuerpo de Cristo, y por medio de éstos crece y se desarrolla la carne de nuestro ser, ¿cómo pueden ellos negar que la carne sea capaz de recibir el don de Dios que es la vida eterna? [...] Cuando una rama desgajada de la vid se planta en la tierra, se pudre, crece y se multiplica por obra del Espíritu de Dios, que todo lo contiene. Luego, por la sabiduría divina, se hace útil a los hombres y, recibiendo la Palabra de Dios, se convierte en eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo. De modo semejante, también nuestros cuerpos, alimentados con ella y sepultados en la tierra, se pudren en ésta para resucitar en el tiempo oportuno: es el Verbo de Dios quien les concede la resurrección, para la gloria de Dios Padre (Flp 2,11) (Ireneo de Lyon, Contra los herejes III, 17,2 y 24,1; V, 2,3).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia esta célebre máxima de san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre viviente».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Ireneo retorna hoy a la actualidad. Y se lo merece. Hay pocos escritores cristianos de los primeros siglos que hayan envejecido menos y cuya calidad haga apreciar mejor el tiempo.

¿Acaso no es él mismo semejante al vaso del que hablaba, que se vuelve oloroso por el perfume que contenía? Pocos teólogos iluminan mejor algunos de los problemas fundamentales que nuestro tiempo somete a nuestra reflexión. No es que tuviera la preocupación de responder a nuestras cuestiones, sino que su pensamiento estimula nuestra reflexión y marca una estela para nosotros. Las ideas que defendió se han impuesto a toda la Iglesia. Sus puntos de vista sobre la historia se presentan como anticipaciones. Ireneo es el profeta de la historia. Es, al mismo tiempo, profeta del pasado y profeta del futuro. El arraigo en la verdad recibida le

permite todas las audacias y produce las intuiciones teológicas de las que vivimos todavía. Para nuestro tiempo, que vuelve a ponerlo todo en discusión, sensible a lo que es auténtico y tiene sabor de verdad, san Ireneo es posiblemente, sobre todo, el profeta del presente (A. G. Hamman, Breve dizionario dei Padri Della Chiesa, Brescia 1983, 33-35 [edición española: Guía práctica de los padres de la Iglesia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1969]).

 

 

Día 29

San Pedro y san Pablo (29 de junio)

Liturgia de las Horas de hoy

 

Pedro y Pablo, dos columnas de la Iglesia, maestros inseparables de fe y de inspiración cristiana por su autoridad, son sinónimo de todo el colegio apostólico. A Simón Pedro, pescador de Betsaida (cf. Le 5,3; Jn 1,44), Jesús le llamó Kefas- Piedra y le dio el encargo de guiar y confirmar a los hermanos, a pesar de su frágil temperamento. Su característica distintiva es la confesión de la fe. Es uno de los primeros testigos del Jesús resucitado y, como testigo del Evangelio, toma conciencia de la necesidad de abrir la Iglesia a los gentiles (Hch 10-11).

Pablo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y convertido en el camino de Damasco, es un hombre de espíritu vivaz y brillante formación, que recibió de los mejores maestros. Animado por una gran pasión por Cristo, recorrió con su dinamismo el Mediterráneo anunciando el Evangelio de la salvación.

Ambos recibieron en Roma la palma del martirio y la unidad en la caridad, convirtiéndose en ejemplo de diálogo entre institución y carisma.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 12,1-11

1 Por entonces, el rey Herodes inició una persecución contra algunos miembros de la Iglesia.

2 Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan,

3 y, viendo que este proceder agradaba a los judíos, se propuso apresar también a Pedro. En aquellos días se celebraba la fiesta de pascua.

4 Así que lo prendió, lo metió en la cárcel y encomendó su custodia a cuatro escuadras de soldados, con intención de hacerle comparecer ante el pueblo después de la pascua.

5 Mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia oraba por él a Dios sin cesar.

6 La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerle comparecer, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, mientras dos guardias vigilaban la puerta de la cárcel.

7 En esto, el ángel del Señor se presentó y un resplandor inundó la estancia. El ángel tocó a Pedro en el costado y le despertó diciendo: -¡Deprisa, levántate! Y las cadenas se le cayeron de las manos.

8 El ángel le dijo: -Abróchate el cinturón y ponte las sandalias. Pedro lo hizo así, y el ángel le dijo: -Échate el manto y sígueme.

9 Pedro salió tras él, sin darse cuenta de que era verdad lo que el ángel hacía, pues pensaba que se trataba de una visión.

10 Después de pasar la primera y la segunda guardias, llegaron a la puerta de hierro que da a la calle, y se les abrió sola. Salieron y llegaron al final de la calle; de pronto, el ángel desapareció de su lado.

11 Y Pedro, volviendo en sí, dijo: -Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí.

 

*• Estamos en tiempos de la persecución contra la Iglesia por obra de Herodes Agripa, en los años 41-44. Pedro, como Jesús, fue arrestado durante los días de la pascua judía y encarcelado (cf. Le 22,7). Lucas nos hace comprender la suerte que habría correspondido a Pedro si el Señor no hubiera intervenido con un milagro (vv. 1-4). Éste tiene lugar con la liberación de la muerte cierta por medio de un ángel. El evangelista pone de relieve, a continuación, la grandeza de la liberación de Pedro, toda ella obra de Dios, hasta tal punto que los cristianos no podían dar crédito a sus ojos. Dios manifiesta así su benevolencia con los primeros cristianos de un modo extraordinario. El relato de la liberación del apóstol se divide en dos partes. La primera nos cuenta lo que sucede en la prisión, donde duerme Pedro encerrado, y el procedimiento de su liberación por medio del ángel (vv. 7ss).

En la segunda parte se describe cómo el ángel y Pedro recorren los caminos de la ciudad, mientras las puertas se abren fácilmente a su paso. Después de esto, desaparece el ángel liberador (vv. 9ss). Una vez salvado, dice Pedro: «Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí», y se reúne con su Iglesia, que estaba orando por él (cf. v. 5).

Para Lucas, ésta es la pascua de Pedro, es decir, la liberación definitiva del mundo judío, y la liberación del cabeza de los apóstoles se convierte en un signo concreto de la salvación que deben llevar también a los gentiles.

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 4,6-8.17ss

Querido hermano:

6 Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente.

7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe.

8 Sólo me queda recibir la corona de salvación que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa.

17 El Señor me asistió y me confortó, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos. Fui librado de la boca del león.

18 El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

**• El fragmento nos presenta el testamento de Pablo, que siente ahora próxima su muerte. Tras hacer algunas recomendaciones a Timoteo, el apóstol nos hace conocer su estado de ánimo: se siente solo y abandonado por los hermanos, pero no víctima, porque tiene la conciencia tranquila y el Señor está con él. Ha conservado la fe y la vocación misionera, en fidelidad al mandato recibido. Es consciente de que ha «combatido el buen combate, [ha] concluido [su] carrera» (v. 7).

Se compara, entonces, con la «libación» que se derramaba sobre las víctimas en los sacrificios antiguos: quiere morir como un verdadero luchador, tal como ha vivido, consciente de haberse entregado por completo a Dios y a los hermanos. Es consciente de que ahora le espera la victoria prometida al siervo fiel y también a todos los que «esperan con amor su venida gloriosa» (v. 8).

La conclusión del fragmento subraya los sentimientos personales del apóstol de los gentiles, su amor por la causa del Evangelio, su imitación de la persona de Cristo, y su conciencia de haber llevado a cabo la obra de salvación con los gentiles, a la que había sido llamado por el Señor (v. 17).

 

Evangelio: Mateo 16,13-19

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

*•• La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para la vida del cristianismo y se compone de dos partes: la respuesta de Pedro sobre el mesiazgo de Jesús, Hijo de Dios (vv. 13-16), y la promesa del primado que Jesús confiere a Pedro (vv. 17-19). Por lo que respecta a la pregunta que dirige Jesús a sus discípulos, podemos subrayar dos puntos de vista: el de los hombres (v. 13: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»), con su apreciación humana, y el de Dios (v. 15: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», con el correspondiente conocimiento sobrenatural.

La opinión de la gente del tiempo de Jesús reconocía en él a un profeta y a una personalidad extraordinaria (v. 14). La opinión de los Doce, en cambio, es la expresada por la confesión de fe de Pedro: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (cf. v. 16). Ahora bien, esa revelación es fruto exclusivo de la acción del Espíritu Santo, «porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos» (v. 17).

A causa de esta confesión, Pedro será la roca sobre la que edificará Jesús su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una misión única en la Iglesia: son el fundamento visible de esa realidad invisible que es Cristo resucitado. Ambos constituyen la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Por otra parte, el poder especial otorgado por Jesús a Pedro, expresado por las metáforas de las llaves, del «atar» y del «desatar» (v. 19), indica que tendrá autoridad para prohibir y permitir en la Iglesia.

 

MEDITATIO

La Iglesia celebra a través de estos dos apóstoles su fundamento apostólico, mediante el cual se apoya directamente en la piedra angular que es Cristo (cf. Ef 2,19ss).

Pedro y Pablo son los «fundadores» de nuestra fe; a partir de ellos se entabla el diálogo entre institución y carisma, a fin de hacer progresar el camino de la vida cristiana.

El pescador de Galilea empezó su extraordinaria aventura siguiendo al Maestro de Nazaret, primero, en Judea y, a continuación, tras su muerte, hasta Roma. Y aquí se quedó no sólo con su tumba, sino con su mandato, es decir, en aquellos que han subido a la «cátedra de Pedro». Pedro continúa siendo, en los obispos de Roma, la «roca» y el centro de unidad sobre el que Cristo edifica su Iglesia.

Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor de Cristo en celoso misionero de su Evangelio. Cogido por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Su martirio revelará la sustancia de su fe.

La evangelización de estas dos columnas de la Iglesia no se apoya en un mensaje intelectual, sino en una praxis profunda, sufrida y atestiguada con la palabra de Jesús.

 

ORATIO

Dios omnipotente y eterno, que con inefable sacramento quisiste poner en la sede de Roma la potestad del principado apostólico, para que a través de ella la verdad evangélica se difundiera por todos los reinos del mundo, concede que lo que se ha difundido por su predicación en todo el orbe sea seguido por toda la devoción cristiana (Sacramentarium Veronense, ed. L. C. Mohlberg, Roma 1978, n. 292).

 

CONTEMPLATIO

[...] en los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración (Misal romano, prefacio propio de la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo).

 

ACTIO

Repite hoy con frecuencia orando con san Pedro y san Pablo: «El Señor me asistió y me confortó» (2 Tim 4,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La liturgia fija hoy algunos momentos en la rica y agitada vida de los dos apóstoles. Domina sobre todos la escena de Cesárea de Filipo, descrita en el fragmento evangélico. ¿Qué retendremos, en particular, de este episodio tan célebre? Estas palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». La Iglesia, pues, no es una sociedad de librepensadores, sino que es la sociedad -o mejor aún, la comunidad- de los que se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Quien edifica la Iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio, mientras que Cristo es quien pone la primera piedra. Sin embargo, desde ahora en adelante no se podrá estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al menos, si no se tiende a estarlo. San Ambrosio ha escrito unas palabras vigorosas: «Ubi Petrus, ib¡ Ecclesia», «Donde está Pedro, allí está la Iglesia». Lo que no significa que Pedro sea por sí solo toda la Iglesia, sino que no se puede ser Iglesia sin Pedro (R. Cantalamessa, La Parola e la vita, Roma 1978, p. 307).

 

 

 

Día 30

 

Jueves de la 13ª semana del Tiempo ordinario o Santos protomártires de la Iglesia Romana

Liturgia de las Horas de hoy

          En la primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón, después del incendio de la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos. Este hecho está atestiguado por el escritor pagano Tácito (Annales, 15, 44) y por Clemente, obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6).

 

LECTIO

Primera lectura: Amos 7,10-17

En aquellos días,

10 Amasias, sacerdote de Betel, mandó a decir a Jeroboán, rey de Israel: -Amos está conspirando contra ti en medio de Israel; el país no puede ya soportar todas sus palabras.

11 Porque Amos anda diciendo: «Jeroboán morirá a espada e Israel será deportado lejos de su tierra».

12 Y Amasias dijo a Amos: -Vete, vidente, márchate a Judá; gánate la vida profetizando allí.

13 Pero no sigas profetizando en Betel, porque es el santuario real y el templo del reino.

14 Amos le respondió: -Yo no soy un profeta profesional. Yo cuidaba bueyes y cultivaba higueras.

15 Pero el Señor me agarró y me hizo dejar el rebaño diciendo: «Ve a profetizar a mi pueblo Israel».

16 Y ahora escucha la Palabra del Señor. Tú dices: «No profetices contra Israel, no pronuncies oráculos contra la estirpe de Isaac».

17 Pues bien, así dice el Señor: Tu mujer será deshonrada en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán a espada, y tu tierra será repartida a cordel; tú mismo morirás en tierra impura, e Israel será deportado lejos de su tierra.

 

*•• La persuasión de tener a Dios de su parte comporta inmediatamente, en el caso de Israel, una gran dificultad para tomar en serio las palabras del profeta.

El choque entre el sacerdote Amasias y el profeta Amos, que alcanza con gran probabilidad a la dura experiencia histórica de Amos, documenta también, no obstante, la reducción de la función profética de Amos en el «dossier» que Amasias presenta a Jeroboán: el profeta aparece en él sólo como alguien que «atenta» contra la casa real y la instalación del pueblo en su propia tierra. No dedica ni siquiera una palabra al verdadero fundamento de las amenazas, o sea: a la denuncia del pecado y a la exigencia de la conversión.

Frente a esta acción de deslegitimación y de intento de proscripción, responde Amos con el testimonio de una identidad transformada y querida por Dios. De boyero y cultivador de higueras, quiso Dios convertirlo en profeta, es decir, que pusiera voz a su Palabra. Por eso lo tomó y le «hizo dejar el rebaño» para que profetizara, del mismo modo que había hecho con David, «de detrás de las ovejas» (2 Sm 7,8).

La identidad del profeta deriva, por tanto, del señorío absoluto de Dios, de su poder, que ha transformado su vida e impuesto una tarea. Lo que el sacerdote había referido al rey como cargos contra el profeta lo repite éste como «castigo de Dios» y afirmación del señorío de Dios.

 

Evangelio: Mateo 9,1-8

En aquel tiempo,

1 subió Jesús a la barca, cruzó el lago y fue a su propia ciudad.

2 Entonces le trajeron un paralítico tendido en una camilla. Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: -Ánimo, hijo, tus pecados te quedan perdonados.

3 Algunos maestros de la Ley decían para sí: «Éste blasfema».

4 Jesús, dándose cuenta de lo que pensaban, les dijo: -¿Por qué pensáis mal? 5 ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados quedan perdonados; o decir: Levántate y anda?

6 Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió al paralítico y le dijo: -Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

7 Él se levantó y se fue a su casa.

8 Al verlo, la gente se llenó de temor y daba gloria a Dios por haber dado tal poder a los hombres.

 

*• La admiración de la muchedumbre, que da gloria a Dios por haber «dado tal poder a los hombres», cierra de manera significativa este episodio de la curación del paralítico. En él, la acción de Jesús tiene que vérselas de modo radical con el pecado y con la curación del hombre, y en esta dimensión se encuentra la Iglesia a sí misma.

Ahora bien, la tensión entre la autoridad de Jesús y la reacción de los hombres sigue siendo muy aguda: como a lo largo de todo el evangelio, la incomprensión y el rechazo se vuelven tanto más profundos y obtusos cuanto mayor se presenta la divergencia entre Jesús y los hombres investidos de «autoridad».

La acusación de blasfemia, que empieza a filtrarse explícitamente en las reacciones de los maestros de la Ley, anticipa el juicio inapelable que llevará a Jesús a la cruz. La reconciliación y el perdón, en el choque entre el poder del pecado y la vida recuperada en su plenitud, son, al mismo tiempo, gloria de Dios y piedra de tropiezo para el hombre.

 

MEDITATIO

La palabra del juicio y la palabra de reconciliación y de perdón suenan hoy de una manera sorprendentemente disonante. Con todo, existe una incontestable continuidad entre la terrible profecía de Amos sobre Jeroboán y lo que dice Jesús al paralítico. En la lectura del libro de Amos se intercambian duras palabras el sacerdote, el rey y el profeta. Ahora bien, detrás de esas palabras se vislumbra el duro camino por el que se puede filtrar la Palabra de Dios. La reconciliación de Dios con su pueblo está asegurada por una Palabra que, como una espada de doble filo, divide y purifica. En Jesús, sacerdote, profeta y rey, se lleva a cabo la reconciliación de Israel, una reconciliación que se extiende a todos los hombres. El perdón del pecado, realizado de una manera plástica por el levantamiento del paralítico, expresa el poder del Hijo del hombre en la tierra, que inaugura una nueva criatura, un nuevo pueblo, unos cielos nuevos y una nueva tierra.

 

ORATIO

Tal vez, Señor, tu Palabra sea demasiado fuerte, demasiado pura, para que nuestro corazón pueda resistir frente a ella. Tal vez, oh Jesús, tu amor por el hombre sea demasiado grande para que podamos hacernos verdaderamente capaces de él. Tal vez, oh Padre, tu misericordia siga pareciéndonos sólo debilidad y tu juicio se presente a nuestros ojos como demasiado duro.

Oh Dios, envía tu Espíritu para que asista a nuestra escucha, a fin de que seamos capaces de darnos cuenta de la responsabilidad que tenemos en tu juicio y de nuestra fragilidad en tu perdón: así encontraremos siempre las palabras con las que darte gracias y alabarte por las bendiciones que continuamente nos reservas.

 

CONTEMPLATIO

Alma mía, bendice al Señor. Dile, dile al alma tuya: aún estás en esta vida, aún llevas sobre ti una carne frágil y un cuerpo corruptible que la trae hacia el suelo; aún, pese a la integridad de la remisión, recibiste la medicina de la oración; aún dices, ¿no es verdad?, en tanto curan bien tus debilidades: Perdónanos nuestras deudas.

Dile, pues, a tu alma, valle humilde, no collado erguido; dile a tu alma: Bendice, alma mía, al Señor y no quieras olvidar ninguno de sus favores. ¿Qué favores? Dilos, enuméralos y agradécelos. Él perdona todos tus pecados. Esto aconteció en el bautismo. Y ¿ahora? Él sana todas tus enfermedades. Esto ahora lo reconozco (Agustín, Sermón 124, 4 [edición española de Amador del Fueyo, BAC, Madrid 1952]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ánimo, hijo, tus pecados te quedan perdonados» (Mt 9,2b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El tiempo de Dios no es el nuestro. Tú no puedes contarle a Dios los años y los días; Dios es fiel. Puedo escrutar los signos de este día como los centinelas apostados durante la noche acechan los signos de la aurora [...]. Esta gracia tiene un precio muy elevado, no es una gracia barata. Requiere vaciamientos y abandonos, requiere la renuncia a sí mismo, requiere que respondamos de modo franco a la pregunta que ha emergido en la cultura más reciente: «¿No seré tal vez, por el hecho de ser, un asesino?». O sea, si me aislo en mi yo, convirtiendo mi propio ser en el bien absoluto y en el centro de todas las cosas, ¿no suscito así el resentimiento del otro, que se planta ante mí como enemigo? Pensad en lo que dice fray Cristóbal a Lorenzo frente al jergón de Don Rodrigo, que está muriendo en la leprosería: «Tal vez la salvación de este hombre y la tuya dependan ahora de ti, de un sentimiento tuyo de perdón, de compasión... de amor». ¿Comprendéis? Amar al que le había arruinado la vida (I. Mancini, Tre follie, Milán 1986, p. 24).