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LECTIO DIVINA MAYO DE 2016

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Sexto domingo de pascua Ciclo C

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29

En aquellos días,

1 algunos que habían bajado de Judea enseñaban a los hermanos: - Si no os circuncidáis según la tradición de Moisés, no podéis salvaros.

2 Este hecho provocó un altercado y una fuerte discusión de Pablo y Bernabé con ellos. Debido a ello, determinaron que Pablo, Bernabé y algunos otros subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y demás responsables.

22 Entonces, los apóstoles y demás responsables, de acuerdo con el resto de la comunidad, decidieron escoger de entre ellos algunos hombres y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, el llamado Barsabás, y a Silas, personajes eminentes entre los hermanos.

23 A través de ellos les enviaron la siguiente carta: Los apóstoles y demás hermanos responsables, a los hermanos no judíos de Antioquía, Siria y Cilicia. Saludos.

24 Hemos oído que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han inquietado y desconcertado con sus palabras. Por tal motivo,

25 hemos decidido de común acuerdo escoger algunos hombres y enviároslos con nuestros amados Bernabé y Pablo,

26 hombres que han consagrado su vida al servicio de nuestro Señor Jesucristo.

27 Enviamos, pues, a Judas y a Silas, que os referirán lo mismo de palabra.

28 Porque hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros otras cargas más que las indispensables:

29 que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de carne de animales estrangulados y de matrimonios ilegales. Haréis bien en guardaros de todo esto. Que os vaya bien.

 

*• La difusión del Evangelio entre los paganos pone, casi de inmediato, a la Iglesia naciente frente al grave problema de su relación con la ley de Moisés: ¿qué valor sigue teniendo la Tora, con todas sus prescripciones cultuales, después de Cristo? Esto lleva a la Iglesia a sentir la necesidad de hacer frente a algunas cuestiones fundamentales para su misma vida y para su misión evangelizadora.

Con la asamblea de Jerusalén tiene lugar el primer concilio «ecuménico»: una acontecimiento de importancia central, paradigmático para la Iglesia de todos los tiempos. De su éxito dependían la comunión interna y su difusión. Es, en efecto, el deseo de comunión interna en la verdad lo que impulsa a la comunidad de Antioquía, que era donde surgió el problema, a enviar a Bernabé y Pablo a Jerusalén para consultar a «los apóstoles y demás responsables» (v. 2). La Iglesia-madre los recibe y discute animadamente el problema (vv. 4-7a). La intervención de Pedro, el informe de Bernabé y Pablo, que atestiguan las maravillas realizadas por Dios entre los paganos, y, por último, la palabra autorizada de Santiago, responsable de la Iglesia de Jerusalén, ayudan a discernir los caminos del Espíritu (v. 28). Bajo su guía, llegan a un acuerdo pleno («los apóstoles y demás responsables, de acuerdo con el resto de la comunidad, decidieron...»: vv. 22-25), dado a conocer en un documento oficial donde afirman que no se puede imponer las «observancias judías» a los pueblos paganos. En cierto sentido, como Jesús recogió todos los preceptos en el único mandamiento del amor, ahora las distintas prescripciones de orden cultual han sido «superadas» en lo que corresponde a la letra, para hacer emerger lo esencial, o sea, la necesidad del camino de conversión, la muerte al pecado. Si aún subsisten algunas normas no es tanto por su valor en sí mismas, cuanto por favorecer la serena convivencia eclesial entre judeocristianos y paganos convertidos. La historia no procede sólo por principios abstractos, sino que requiere discernimiento, que es la sabiduría de esperar el momento oportuno para proponer cambios, de modo que sirvan para el crecimiento y no sean causa de divisiones más graves.

 

Segunda lectura: Apocalipsis 21,10-14.22-23

10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo enviada por Dios,

11 resplandeciente de gloria. Su esplendor era como el de una piedra preciosa deslumbrante, como una piedra de jaspe cristalino.

12 Tenía una muralla grande y elevada y doce puertas con doce ángeles custodiando las puertas, en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel.

13 Tres puertas daban al oriente y tres al septentrión, tres al mediodía y tres al poniente.

14 La muralla de la ciudad tenía doce pilares en los que estaban grabados los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

22 No vi templo alguno en la ciudad, pues el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su templo.

23 Tampoco necesita sol ni luna que la alumbren; la ilumina la gloria de Dios y su antorcha es el Cordero.

 

**• Con la visión de la Jerusalén celestial concluye el libro del Apocalipsis y llega a su final toda la revelación bíblica. En claro contraste con la visión precedente de la ciudad del mal, Babilonia la prostituta, y con el castigo a que es sometida (capítulos 17s), describe Juan ahora la espléndida realidad que «bajaba del cielo», es decir, como don divino: Jerusalén, la esposa del Cordero, la ciudad santa. En ella se manifiesta la misma belleza de Dios, y el fulgor iridiscente que emana de ella es semejante al suyo (v. 11; cf. 4,3).

La perfección de la ciudad está descrita con imágenes tomadas de los profetas (Ez 40,2; Is 54,1 ls; 60,1-22; Zac 14; etc.) e incrustadas en una síntesis nueva y más elevada. Tres elementos simbólicos recuerdan su edificación: la muralla, las puertas y los pilares. La muralla indica delimitación, carácter compacto, seguridad, pero no clausura. En efecto, a cada lado, hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales, se abren tres puertas (cf. Ez 48,30-35), por las que entran en la ciudad todos los pueblos de la tierra, llegando a constituir el único pueblo de Dios, al que se entrega la revelación. Por otra parte, en las puertas están escritos los nombres de las doce tribus de Israel y son custodiadas por doce ángeles, mediadores de la ley antigua (vv. 12s). Los pilares de las murallas son los apóstoles de Cristo crucificado y resucitado, sobre cuyo testimonio se edifica la Iglesia (Ef2,19s).

Ahora bien, en la ciudad falta el lugar santo por excelencia, el templo, que hacía de la Jerusalén terrena «la ciudad santa». Esta aparente falta constituye su mayor «plenitud»: el Todopoderoso y el Cordero son el Templo. El encuentro con Dios no se realiza ya en un lugar particular con exclusión de todos los demás. El encuentro con Dios en la Jerusalén celestial es una realidad nupcial, una comunión de vida: Dios y el Cordero serán todo en todos (1 Cor 15,28), la Presencia gloriosa de Dios (shekhínah) y del Cristo resucitado es la luz que lo envuelve todo y en la que todos se sumergen (vv. 22-24; cf. Is 60,19s).

 

Evangelio: Juan 14,23-29

En aquel tiempo,

23 dijo Jesús a sus discípulos: - El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él.

24 Por el contrario, el que no guarda mis palabras, es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son mías, sino del Padre, que me envió.

25 Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros;

26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo.

27 Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar. No os inquietéis ni tengáis miedo.

28 Ya habéis oído lo que dije: «Me voy, pero volveré a vosotros». Si de verdad me amáis, deberíais alegraros de que me vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo.

29 Os lo he dicho antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.

 

**• Jesús, en la víspera de su partida, consuela a sus discípulos con la promesa de que volverá y se manifestará aún a los que le aman (v. 21b), esto es, a los que guardan sus palabras. El amor a Jesús es caridad activa, arraigada en la fe de que él es el Enviado del Padre, venido a la tierra para revelarlo y anunciar todo lo que le ha oído (v. 24b; cf. 15,15). El que, creyendo, dispone sus días en la obediencia a la Palabra, se vuelve morada de Dios (v. 23) y conoce por gracia -o sea, en el Espíritu la comunión con el Padre y con el Hijo.

La hora para los discípulos es grave, pero no deben temer quedarse huérfanos. El Padre les enviará al Espíritu Santo como guía para el camino del último tiempo. En efecto, la obra de la salvación está totalmente realizada con la pasión-muerte-resurrección de Cristo. Sin embargo, es preciso que cada uno de nosotros entre en ella y se deje salvar. Esa es la tarea del Espíritu: abrir los corazones de los hombres a la comprensión del misterio divino y moverlos a la conversión. Por obra del Espíritu es como Cristo sigue siendo contemporáneo de cada hombre que nace. Por obra del Espíritu son las Escrituras Palabra viva, dirigida al corazón de cada uno.

El Espíritu tiene la misión de «recordar» y «explicar» todo cuanto Jesús ha dicho y hecho en su vida terrena. Ese recuerdo y esa explicación no llevan, sin embargo, muy lejos en el tiempo y en el espacio, pero proporcionan una visión profunda sobre el presente, porque es en el presente donde Jesús, el Emmanuel, está-con-nosotros. Él mismo lo afirmó cuando añadió un don a la promesa del Espíritu: «Os dejo la paz, os doy mi propia paz». Ahora bien, la paz es él mismo. Por eso es diferente de la que el mundo puede ofrecer: es una persona, es vida eterna, es amor. Volvemos así al principio: Jesús habita en el corazón del hombre para hacerle capaz de amar; el hombre, amando, se abre cada vez más a Dios y se vuelve cooperador de la salvación, irradiación de paz y profecía del cielo con él.

 

MEDITATIO

A nosotros -siempre inquietos e inseguros, incluso cuando levantamos la voz para hacernos valer- nos da hoy Jesús su paz, diferente a la que da el mundo, quizás diferente a la que queremos. A buen seguro, más preciosa para el tiempo y para la eternidad. Del mismo modo que en la última cena entregó su corazón y todos los tesoros encerrados en él a sus discípulos, así hace con nosotros hoy, ofreciéndonos la clave de su paz y dejándonos entrever su desenlace. La clave de la paz es el amor, adhesión concreta a su Palabra, que hace de nosotros morada de Dios. Y el desenlace es, ya desde ahora, la alegría. ¡Sencillo y arduo programa! Sin embargo, está a nuestro alcance, porque nos ha entregado al Espíritu Santo, memoria viviente de Jesús, lámpara para los pasos de nuestro camino y vigor en la fatiga del compromiso cristiano.

Si abrimos la puerta del corazón a la paz del Señor, la mayoría de las veces se produce, al principio, un alboroto en nuestro mundo interior: creíamos que los otros ya no nos fastidiarían o molestarían más; pensábamos que el Espíritu nos había calmado del todo; y, sin embargo... Su paz es un dinamismo de amor, no una quietud estática: si le abrimos la puerta del corazón, podrán entrar en él todos los hermanos, con todas sus preguntas apremiantes. Pensábamos que al menos nos sentiríamos ricos por dentro para dar y, sin embargo, seguimos igual de pobres. Es entonces cuando el «Padre de los pobres», el Espíritu Santo, se vuelve Paráclito en nosotros y nos enseña, antes que nada, a escuchar sin preconceptos y sin presunciones (porque somos pobres) a los otros; a recordar la Palabra de Jesús, que se vuelve en nosotros luz que indica el camino de la paz a los hermanos. Es un poco lo que sucedió también hace dos mil años en el concilio de Jerusalén... Se trata de una obra continua, pues la paz de Jesús, ofrecida al corazón de cada discípulo, debe propagarse por el mundo: a él está destinada, en efecto, una meta de alegría y de gloria celestial, que es don de Dios. Pero a nosotros se nos ha dado la tarea de prepararla desde ahora.

 

ORATIO

En ti, y sólo en ti, Señor, encuentra reposo nuestro corazón inquieto y turbado. Tú eres la verdadera paz que el mundo y sus vanidades no pueden ofrecer. Tú eres la piedra preciosa, prenda de la herencia futura, que nadie podrá quitarnos jamás. Concédenos el deseo ardiente de estar a la escucha de toda palabra tuya, para estar siempre dispuestos a realizar lo que tú nos confíes, sin contar con nuestras fuerzas, sino con el poder de tu Espíritu, que habita en nosotros. Sus gemidos inefables nos abren a una incesante oración por cada hombre que sufre lejos de tu rostro. Que su caridad nos conceda una verdadera solicitud, para que no pase ningún pobre a nuestro lado sin encontrar consuelo y descanso.

 

CONTEMPLATIO

«Cuando venga el Espíritu Santo, os lo explicará todo» (Jn 14,26), también las realidades futuras. Queridos hijos: no se trata aquí de cómo se resolverá ésta o aquella guerra, o si crecerá bien el grano. No, no, hijos míos, no se trata de eso. Aquel «todo» se refiere a todas las cosas necesarias para una vida divina y para un secreto conocimiento de la verdad y de la maldad de la naturaleza.

Seguid a Dios y caminad por el santo y recto sendero, cosa que algunas personas no hacen: cuando Dios las quiere dentro, salen, y cuando las quiere fuera, entran; todo al revés. Esto es «todo», todo lo que nos es necesario interior y exteriormente, conocer de manera profunda e íntima, pura y claramente nuestros defectos, la aniquilación de nosotros mismos, grandes reproches por cómo estamos lejos de la verdad y nos apegamos de manera peligrosa a las cosas pequeñas.

El Espíritu Santo nos enseña a sumergirnos en una profunda humildad y a conseguir una total sumisión a Dios y a todas las criaturas. Es ésta una ciencia en la que están encerradas todas las ciencias necesarias para la verdadera santidad. Ésta sería la verdadera santidad, sin comentarios, no de palabra o en apariencia, sino real y profunda. Podemos disponernos de tal modo que se nos conceda de verdad el Espíritu Santo. Que Dios nos ayude en esto. Amén (Juan Taulero, I Sermoni, Milán 1997, pp. 233s [existe edición castellana de sus Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Os dejo la paz, os doy mi propia paz» (Jn 14,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sin el Espíritu Santo, es decir, si el Espíritu Santo no nos plasma interiormente y si nosotros no recurrimos a él de manera habitual, prácticamente, puede ocurrir que caminemos al paso de Jesucristo, pero no con su corazón. El Espíritu nos hace conformes en lo íntimo al Evangelio de Jesucristo y nos hace capaces de anunciarlo al exterior (con la vida). El viento del Señor, el Espíritu Santo, pasa sobre nosotros y debe imprimir a nuestros actos cierto dinamismo que le es propio, un estímulo al que nuestra voluntad no permanece extraña, sino que la trasciende. Dios nos dará el Espíritu Santo en la medida en que acojamos la Palabra allí donde la oigamos.

Debería haber en nosotros una sola realidad, una sola verdad, un Espíritu omnipotente que se apoderara de toda nuestra vida, para obrar en ella, según las circunstancias, como espíritu de caridad, espíritu de paciencia, espíritu de mansedumbre, aunque es el único Espíritu, el Espíritu de Dios. Todos nuestros actos deberían ser la continuación de una misma encarnación. Sería preciso que entregáramos todas nuestras acciones al Espíritu que hay en nosotros, de tal modo que se pueda reconocer su rostro en cada una de ellas.

El Espíritu no pide más que esto. No ha venido a nosotros para descansar; es infatigable, insaciable en el obrar; sólo una cosa se lo puede impedir: el hecho de que nosotros, con nuestra mala voluntad, no se lo permitamos, o bien no le otorguemos la suficiente confianza y no estemos convencidos hasta el fondo de que él tiene una sola cosa que hacer: obrar. Si le dejáramos hacer, el Espíritu se mostraría absolutamente incansable y se serviría de todo. Basta con nada para apagar un fuego diminuto, mientras que un fuego inflamador lo consume todo. Si fuéramos gente de fe, podríamos confiarle al Espíritu todas las acciones de nuestra ¡ornada, sean cuales sean, y las transformaría en vida (M. Delbrél, Indivisibile amore. Frammenti di lettere, Cásale Monferrato 1994, pp. 43-45, passim).

 

 

 

Día 2

Lunes de la sexta semana de Pascua o San Atanasio

Liturgia de las Horas de hoy

 

Atanasio, nacido en Alejandría (Egipto) en torno al año 295, tuvo una formación cultural griega. Participó en el primer Concilio de Nicea (325). A los treinta y tres años se convirtió en patriarca de Alejandría, pero sufrió cinco exilios por su valiente oposición al arrianismo.

Fue a Roma, a Tréveris y al desierto egipcio, donde encontró el monacato. Murió en Alejandría el 2 de mayo de 373. Tiene el título de doctor entre los padres de la Iglesia. Escribió la Vida de san Antonio abad.

  

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 16,11-15

11 Zarpamos, pues, de Tróade y fuimos derechos a Samotracia. Al día siguiente fuimos a Neápolis, y de allí a Filipos,

12 ciudad importante del distrito de Macedonia y colonia romana. Allí permanecimos algunos días.

13 El sábado salimos fuera de la ciudad y fuimos junto al río, donde pensábamos que se reunían para orar. Nos sentamos y estuvimos hablando con las mujeres que se habían reunido.

14 Entre ellas había una llamada Lidia, que procedía de Tiatira y se dedicaba al comercio de la púrpura. Lidia adoraba al verdadero Dios, y el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo.

15 Después de haberse bautizado con toda su familia, nos suplicó: - Si consideráis que mi fe en el Señor es sincera, entrad y quedaos en mi casa. Y nos obligó a ello.

 

*•• Estamos en Europa, en Macedonia, la patria de Filipo el Macedonio, padre de Alejandro Magno. Sin embargo, para Pablo, probablemente se tratara de una de las tantas ciudades de lengua y cultura griegas del inmenso Imperio romano. La comunidad judía debía de ser aquí más bien exigua, si es verdad que no había sinagoga y las reuniones se celebraban junto al río. Al parecer, prevalece el público femenino, entre el cual destaca una rica comerciante de púrpura, cuyo nombre también se cita. Lidia es el paralelo femenino de Cornelio, y «adoraba al verdadero Dios»: eso significa que era una pagana que se había acercado al judaísmo y se había convertido en una «prosélito».

Contrariamente a lo que había sucedido en Antioquía de Pisidia, donde algunas mujeres habían participado en la revuelta contra los misioneros, Lidia se siente atraída de inmediato por el mensaje cristiano. En efecto, «el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo». Precisamente como había hecho el Resucitado con los discípulos, cuando les abrió la mente (Le 24,25): es siempre el Señor quien acompaña a sus testigos y hace eficaz su Palabra cuando y donde cree oportuno.

Más tarde, se desencadenará la fantasía de los apócrifos sobre este episodio, tejiendo una historia de aventuras y acontecimientos inverosímiles que tendrían como protagonistas a Pablo y Lidia.

 

Evangelio: Juan 15,26-16,4a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

26 Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí.

27 Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio.

1 Os he dicho todo esto para que vuestra fe no sucumba en la prueba.

2 Porque os expulsarán de la sinagoga. Más aún, llegará un momento en el que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios.

3 Y actuarán así porque no conocen al Padre ni me conocen a mí.

4 Os lo digo de antemano para que, cuando llegue la hora, recordéis que ya os lo había anunciado yo.

 

*+• Jesús, después de haber advertido a los suyos del odio y de las persecuciones por parte del mundo, pretende ahora tranquilizarles diciéndoles que su fiel testimonio, en las duras pruebas que sufrirán por parte de los tribunales del mundo, será apoyado por el testimonio del Espíritu de la verdad, que él mismo les enviará desde el Padre. Más aún, las contradicciones serán el lugar donde se manifieste con poder la acción del Espíritu Santo, que hablará por ellos.

¿Cuál es el contexto del testimonio del Espíritu? El odio del mundo. En este clima de oposición es en el que tendrán que dar testimonio de Cristo los discípulos. Él, sin embargo, una vez glorificado, enviará al Paráclito en unidad con el Padre. El Espíritu «dará testimonio» en favor suyo (15,26). A este testimonio interior del Paráclito se añade el exterior de los discípulos (v. 27), banco de prueba para la fe cristiana: «Os expulsarán de la sinagoga. Más aún, llegará un momento en el que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios» (16,2). Estas predicciones del Maestro a los suyos, realizadas con acentos de contenido sufrimiento, revelan la verdad de los acontecimientos que vivirán en breve los discípulos. Lo subraya para que éstos, a continuación, durante las pruebas, puedan acordarse de cuanto les dijo el Maestro y no tengan que sucumbir así al escándalo, y continúen confiando en él (v. 4). Los enemigos de la Iglesia pueden pensar que están de parte del justo y tener también a Dios de su parte; pero, como no han visto la verdad de la luz del Padre, reflejada en la persona de Jesús, no han conocido el verdadero rostro del Padre.

 

MEDITATIO

La vida del cristiano es, a la vez, tiempo de tentación y tiempo de testimonio, tiempo de lucha y tiempo de colaboración en la obra del Espíritu destinada a dar testimonio del Resucitado. Así como el Resucitado fue al Padre en medio de la incomprensión humana, así también los discípulos serán incomprendidos, expulsados de los lugares importantes e incluso les quitarán la vida. Se perfila aquí una visión «heroica» de la vida cristiana, una visión en la que el cristiano ha de ser testigo en el sentido más pleno, es decir, en el de mártir. La realidad de Cristo resulta tan decisiva para la humanidad y, al mismo tiempo, tan heterogénea con el modo común de pensar, que quien se pone de parte de Cristo será, inevitablemente, marginado e incluso suprimido. Eso es lo que ha sucedido en el siglo XX con el elevadísimo número de mártires. Es lo que está sucediendo y, presumiblemente, sucederá en el próximo siglo con la marginación práctica de quienes, en medio del sincretismo general o del fundamentalismo que resurge, se ponen de parte de Cristo, armado con el solo poder del Consolador.

También hoy los discípulos, elegidos para ser custodios y testigos de la realidad divina de Cristo, están advertidos de la incomprensión y de la hostilidad con que serán perseguidos por el mundo. Y lo hará unas veces en nombre del progreso, otras de la emancipación y de la modernización, de la liberación de los tabúes, de las batallas de la civilización, de los Derechos Humanos y de todas las motivaciones que en estos años se han esgrimido, en no raras ocasiones también para hacer olvidar el pasado cristiano e imponer nuevos modelos de vida.

 

ORATIO

Se anuncian, Señor, tiempos duros. El rechazo de tu memoria se está afirmando en algunas parles de nuestro mundo occidental como si In nombre hubiera sido la cobertura, si no la causa, de un momento oscuro de la historia de la humanidad. Haz, Señor, que no nos escandalicemos, sino que sepamos resistir, todos unidos, con la fuerza y el consuelo de tu Espíritu. Haz, sobre todo, que no tengamos que juzgar a quienes nos marginan, porque, en ocasiones, consideran «que dan culto a Dios» o, al menos, a la causa de la humanidad, a menudo de buena fe. Haznos conscientes de que también nosotros, los cristianos, hemos sido a veces, a lo largo de la historia, intolerantes y hemos perseguido a otros hermanos, creyendo dar culto a Dios.

Ayúdanos a ser humildes, a no caer en el victimismo, a dar testimonio de ti con firmeza y orgullo, aunque sin pretender ni aplausos, ni medallas, ni salvoconductos, ni reconocimientos, ni deseo de revancha. Haz que aprendamos a tener confianza sólo en la fuerza de tu Espíritu, para dar testimonio de ti también en el milenio que no ha hecho más que empezar.

 

CONTEMPLATIO

«El arco de los fuertes se ha quebrado, los que tambalean se ciñen de fuerza» (1 Sm 2,4). Con justicia, la gracia del Espíritu Santo recibe el nombre de vigor, ya que los elegidos, al recibirla, se vuelven fuertes contra todas las adversidades de este mundo. ¿Quiénes, sino los apóstoles, han de considerarse débiles? En efecto, está escrito que, en el momento en que fue arrestado el Señor, todos, abandonándole, huyeron. Pero apenas los revistió el vigor, es una maravilla ver cómo los hizo fuertes. El Espíritu, con un estruendo imprevisto, descendió sobre ellos y transformó su debilidad en la potencia de una maravillosa caridad.

El vigor del Espíritu venció el temor, superó los terrores, las amenazas y las torturas, y a los que revistió bajando sobre ellos los adornó con las insignias de una audacia maravillosa para el combate espiritual; hasta tal punto que, en medio de los azotes, torturas y otros ultrajes, no sólo no temieron, sino que exultaron (Gregorio Magno, Comentario al Libro primero de los Reyes, 1,97).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Espíritu de la verdad dará testimonio sobre mí» (Jn 15,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quedan hoy cristianos? Si tienes la impresión de que el cristianismo está viendo disminuir en nuestros días su papel de guía espiritual, si tienes la impresión de que la gente busca el significado del ser o no ser, de la vida y de la muerte, del amar y del ser amados, del ser joven y del envejecer, del dar y del recibir, del herir y del ser herido, y no espera ninguna respuesta de los testigos de Jesucristo, empieza a preguntarte entonces hasta qué punto estos testigos deberían llamarse a sí mismos cristianos.

El testigo cristiano es un testigo crítico, porque profesa que el Señor volverá para hacer nuevas todas las cosas. La vida cristiana llama a cambios radicales, porque el cristiano asume una distancia crítica respecto al mundo y, a pesar de todas las contradicciones, continúa diciendo que es posible un nuevo modo de ser humano y una nueva paz. Esta distancia crítica es un aspecto esencial de la verdadera oración (H. J. M. Nouwen, A mani aperte, Brescia 19973, p. 54).

Día 3

 Santos Felipe y Santiago (3 de mayo)

Liturgia de las Horas de hoy

 

Felipe, originario de Betsaida, una comunidad helenizada, fue discípulo de Juan el Bautista y uno de los primeros discípulos de Jesús (Jn 1,43). Su nombre griego hace suponer su pertenencia a una comunidad helenística. También los recuerdos evangélicos nos hablan de sus relaciones con los paganos (Jn 12,20-30). El evangelio de Juan nos refiere otras tres intervenciones suyas (1,45; 6,5-7; 14,8). Según la tradición, Felipe evangelizó Turquía, donde murió mártir.

A Santiago, hijo de Alfeo (Mc 3,18), llamado «el menor» por la tradición, se le identifica como «hermano del Señor» (Me 6,3) y es el autor de la Carta de Santiago. Fue testigo privilegiado de la resurrección de Jesús (1 Cor 15,7) y ocupó un puesto preeminente en la comunidad de Jerusalén. Tras la dispersión de los apóstoles, en los años 36-37, Santiago aparece como cabeza de la Iglesia madre (Hch 21,18-26). Murió mártir hacia el año 62.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,1-8

1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado.

2 Es el Evangelio que os está salvando, si lo retenéis tal y como os lo anuncié; de no ser así, habríais creído en vano.

3 Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;

4 que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras;

5 que se apareció a Pedro y luego a los Doce.

6 Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto.

7 Luego se apareció a Santiago y, más tarde, a todos los apóstoles.

8 Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara.

 

**• El vocabulario empleado por Pablo al comienzo de esta página deja entrever la importancia fundamental de la tradición en los comienzos de la comunidad cristiana: «Yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí».

A través de la tradición apostólica llegan a nosotros las noticias relativas al acontecimiento histórico-salvífico de la Pascua del Señor; a través de la tradición apostólica podemos remontarnos los cristianos a los orígenes e insertarnos en el flujo salvífico de aquella gracia.

Encontramos aquí también una antiquísima profesión de fe que, con bastante probabilidad, se remonta a los primeros momentos de la vida de los cristianos: «Que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce» (vv. 3-5).

Si es verdad que la tradición apostólica nos transmite el mensaje que salva, también lo es que nuestra profesión de fe actualiza ese mismo mensaje y lo hace eficaz para la salvación.

El apóstol de los gentiles se preocupa también de citar a los primeros grandes testigos del Señor resucitado: Pedro, en primer lugar, y, a continuación, Santiago y todos los demás apóstoles; al final se encuentra el mismo Pablo, último entre todos, aunque es un eslabón importante de esta misma tradición.

 

Evangelio: Juan 14,6-14

En aquel tiempo,

6 Jesús le respondió a Tomás: -Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí.

7 Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto.

8 Entonces Felipe le dijo: -Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta.

9 Jesús le contestó: - Llevo tanto tiempo con vosotros ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre?

10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra.

11 Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago.

12 Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre.

13 En efecto, cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os la concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

14 Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre.

 

*•• Si la primera lectura nos ha hablado de Santiago, ésta, en cambio, nos presenta un diálogo entre Felipe y Jesús, precedido de una autorrevelación que Jesús ofrece a Tomás. «Yo soy el camino, la verdad y la vida (v. 6); de este modo, a través del apóstol Tomás, Jesús nos indica a todos nosotros el camino que debemos recorrer para alcanzar la comunión con el Padre. Jesús es el único mediador entre el Padre y nosotros, y lo es desde siempre y para siempre.

También a Felipe le habla Jesús del Padre: éste es el punto de conexión entre las dos partes del fragmento evangélico.

Jesús confirma que, ya desde ahora y a través de su persona, podemos conocer a Dios; es más, podemos verle, y de este modo creer en la plena comunión que une a Jesús con Dios Padre. Y no sólo esto, sino que sus mismas palabras nos revelan la comunión que une a Jesús con el Padre y nuestra relación filial con el Padre. Escuchar y acoger la Palabra de Dios que llega a nosotros por medio del evangelio significa allanar el camino que nos conduce al Padre.

Además de sus palabras, también las obras de Jesús -de las que conservamos un vivo recuerdo en los relatos evangélicos-, acogidas en la fe, constituyen otros tantos caminos que se abren ante nosotros para comprender la verdadera identidad de Jesús, su relación con el Padre y nuestra relación con ambos.

 

MEDITATIO

Los dos apóstoles cuya fiesta celebramos hoy nos recuerdan dos aspectos fundamentales de nuestra experiencia de fe. Por un lado, Santiago nos conduce al carácter fundamental de la traditio apostólica. Ésta es importante y fundamental no tanto porque esté ligada a algunas personas, sino porque es de origen divino, dado que ha sido establecida por el mismo Jesús. También el objeto de la tradición apostólica hace a esta última preciosa e ineludible: estoy aludiendo sobre todo a la memoria de la pasión y muerte, resurrección y apariciones del Jesús resucitado a los Doce. De ahí que la tradición sea, al mismo tiempo, apostólica y pascual: en ella se inserta nuestra fe, aunque nos separen veinte siglos de historia.

El apóstol Felipe sugiere otra pista a nuestra meditación: él desea ver el rostro del Padre, y Jesús le responde que los rasgos de aquel rostro están ya presentes en él. Nuestra búsqueda del rostro de Dios, que en ocasiones se vuelve espasmódica y dolorosa, tampoco debería apartarse nunca de la pista que nos ofrecen los recuerdos evangélicos. Sólo una asidua y metódica frecuentación de los evangelios nos puede ofrecer un conocimiento suficiente y liberador de la personalidad de Jesús de Nazaret, de su misterio profundo, de su proyecto salvífico. Y de este modo, a través de esta pista, podremos entrever los rasgos de aquel rostro paterno al que toda la humanidad, de una manera más o menos explícita, tiende y anhela.

 

ORATIO

¡Muéstranos, Señor, tu rostro y estaremos salvados! Señor, queremos acoger a través de tu rostro, que es un rostro paterno, materno, misericordioso, la salvación que brota de tu corazón. Concédenos, oh Dios, ser capaces de captar a través de tu rostro la ternura de tu corazón. Tu rostro busco, Señor, muéstrame tu rostro.

Aunque en mi vida he buscado a otros en vez de a ti, aunque he deseado a otros en vez de a ti, oh Dios, hoy quiero reconocerte como mi único bien, como mi único deseo, como mi única meta.

Tu gloria, oh Dios, brilla en el rostro de Cristo. El de Jesús es un rostro humano, como el mío y como el de muchos hermanos y hermanas en la fe. Concédeme, oh Dios, reconocer tu presencia en la imagen tuya que has estampado en el rostro de mis hermanos y mis hermanas: los que caminan junto a mí, los que habitan cerca de mí, los que sufren en este valle de lágrimas.

 

CONTEMPLATIO

«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El gran jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, n. 16).

 

ACTIO

        Repite y medita con frecuencia durante este día las palabras del apóstol Felipe: «Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta» (Jn 14,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Mientras estaba sentado en el Ermitage frente al cuadro, tratando de empaparme de lo que veía, muchos grupos de turistas pasaban por allí. Aunque no estaban ni un minuto ante el cuadro, la mayoría de los guías se lo describían como el cuadro que representaba a un padre compasivo, y la mayoría hacían referencia al hecho de que fue uno de los últimos cuadros que Rembrandt pintó después de llevar una vida de sufrimiento. Así pues, de esto es de lo que trata el cuadro. Es la expresión humana de la compasión divina.

En vez de llamarse El regreso del hijo pródigo, muy bien podría haberse llamado La bienvenida del padre misericordioso.  Se pone menos énfasis en el hijo que en el padre. La parábola es en realidad una «parábola del amor del Padre» Al ver la forma como Rembrandt retrata al padre, surge en mi interior un sentimiento nuevo de ternura, misericordia y perdón. Pocas veces, si lo ha sido alguna vez, el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma tan conmovedora. Cada detalle de la figura del padre -la expresión de su cara, su postura, los colores de su ropa y, sobre todo, el gesto tranquilo de sus manos- habla del amor divino hacia la humanidad, un amor que existe desde el principio y para siempre.

Aquí se une todo: la historia de Rembrandt, la historia de la humanidad y la historia de Dios. Tiempo y eternidad se cruzan; la proximidad de la muerte y la vida eterna se tocan. Pecado y perdón se abrazan; lo divino y lo humano se hacen uno.

Lo que da al retrato del padre un poder tan irresistible es que lo más divino está captado en lo más humano (H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo, PPC, Madrid 51995, p. 101).

Día 4

Miércoles de la sexta semana de pascua

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 17,15.22-18,1

En aquel tiempo,

15 los que acompañaban a Pablo le llevaron hasta Atenas, y desde allí se volvieron con el encargo de avisar a Silas y Timoteo, para que se reunieran con Pablo lo más pronto posible.

22 Pablo, de pie, en medio del Areópago, dijo: - Atenienses, he observado que sois extremadamente religiosos.

23 En efecto, al recorrer vuestra ciudad y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado un altar en el que está escrito: «Al dios desconocido». Pues bien, eso que veneráis sin conocerlo es lo que yo os anuncio.

24 El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, y que es el Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por mano de hombre;

25 tampoco tiene necesidad de que los hombres le sirvan, pues él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas.

26 El creó de un solo hombre todo el linaje humano para que habitara en toda la tierra, fijando a cada pueblo las épocas y los límites de su territorio,

27 con el fin de que buscaran a Dios, por sí mismos y de que, escudriñando a tientas, lo pudieran encontrar. En realidad, no está lejos de cada uno de nosotros,

28 ya que en él vivimos, nos movemos y existimos. Así lo han dicho algunos de vuestros poetas: «Somos de su linaje».

29 Por tanto, si somos del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a oro, plata, piedra o escultura hecha por arte y genio humanos.

30 Ahora, sin embargo, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, Dios hace saber a los hombres que todos, en todas partes, han de convertirse,

31 ya que él ha establecido un día, en el que va a juzgar al universo con justicia por medio de un hombre designado por él, a quien ha acreditado ante todos resucitándolo de entre los muertos.

32 Al oír aquello de «resurrección de entre los muertos», unos se echaron a reír; otros dijeron: - Ya te oiremos otra vez sobre esto.

33 Entonces Pablo abandonó la reunión.

34 Algunos, sin embargo, se unieron a él y creyeron; entre ellos Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.

18 Después de esto, Pablo partió de Atenas y fue a Corinto.

 

*•• Se trata del famoso discurso en el Areópago (probablemente el consejo de la ciudad) de Atenas. Es el primer encuentro no tanto con el paganismo, que ya había tenido lugar en otras partes, sino con la cultura pagana, con los representantes de la élite cultural del tiempo: estoicos y epicúreos. Estamos ante un discurso bien preparado, hábil; un ejemplo de inculturación que, sin embargo, no quita ni un ápice a la originalidad del mensaje cristiano. A pesar de que Pablo usa elementos de la cultura de los oyentes, citando incluso a poetas griegos, del mismo modo que citaba las Escrituras cuando se dirigía a los judíos, no hace un discurso de filósofo, sino de profeta. Anuncia a un hombre resucitado de entre los muertos, que permite vencer la ignorancia en la que cayeron durante siglos naciones enteras, es decir, la idolatría.

Pablo se alinea con los más grandes filósofos y poetas que habían criticado la idolatría, pero dice lo que no podían decir ni los filósofos ni los poetas: es posible llegar a la verdad a través de un hombre, acreditado por Dios con la resurrección de los muertos; un hombre que será también el juez final, esto es, el criterio del bien y del mal. Frente a un anuncio tan poco «racional», el auditorio, como siempre, se divide. Muchos se van con la sonrisa en los labios, otros se adhieren al anuncio.

Se ha discutido mucho si el discurso, es decir, el intento de inculturación, fue un éxito o un fracaso. Del mismo modo que se ha discutido si, después de este intento, cambió Pablo sus modalidades de anuncio.

Sin embargo, parece que la intención de Lucas ha sido ofrecer el ejemplo de un modo de presentación del kerygma a los paganos cultos. Los resultados son los esperados, dado que la Palabra de Dios divide los corazones y las mentes. Con todo, hasta en la brillante y, en conjunto, superficial Atenas nace una comunidad cristiana: eso es lo importante para Lucas. Hay que recurrir a todas las modalidades de anuncio para predicar a Cristo.

 

Evangelio: Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais entenderlas ahora.

13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. Él no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras.

14 El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí.

15 Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de mí.

 

**• El texto incluye la quinta promesa de la misión del Espíritu, maestro y guía hacia la plenitud de la verdad. Tras una introducción al tema (v. 12), el fragmento, de valor teológico, se desarrolla en tres pasajes paralelos, que concluye cada uno con la misma fórmula («Os lo revelará»: vv. 13.14.15) y con una progresión temática doctrinal sobre las tres personas divinas: el Espíritu, Cristo, el Padre.

Jesús querría revelar a los suyos muchas otras cosas, mas por ahora no pueden entenderlas. Antes tendrán que recibir el Espíritu. El Paráclito será la ayuda de los discípulos y les introducirá en «la verdad completa» (v. 13), esto es, inaugurará un período nuevo del conocimiento de la Palabra de Jesús. Su instrucción se desarrollará en lo íntimo del corazón de cada discípulo, y con ella conocerán los secretos de la verdad de Cristo y le podrán hacer entrar en ellos. La tarea del Espíritu será semejante a la de Jesús, aunque dirigida al pasado y al futuro. Del mismo modo que el Hijo, en su vida terrena, no hizo nada sin el consenso y la unidad del Padre, así el Espíritu, en el tiempo de la Iglesia pospascual, actuará en perfecta dependencia de Jesús y «dirá únicamente lo que ha oído» (v. 13c). Guiará en la comprensión interior de la Palabra de Jesús; más aún: de Jesús mismo, «y os anunciará las cosas venideras» (v. 13d), es decir, os hará ver la realidad de Dios y de los hombres, como el Padre y el Hijo la ven; os hará conocer, de modo verdadero, los acontecimientos del mundo y de la historia desde la perspectiva de la novedad iniciada por la muerte y la resurrección de Cristo, siempre nueva y creativa interiormente.

 

MEDITATIO

El Espíritu prometido permitirá a los discípulos comprender las cosas de Dios tal como han sido reveladas por Jesús. El Espíritu hará la exégesis de las palabras del Señor para que puedan caminar a través de la historia con la «mente de Dios», con su modo de ver y de juzgar, de sentir y de obrar. También expresa la alteridad del discípulo y de la Iglesia respecto al mundo. El sentido de las cosas, de la historia, de los acontecimientos, está reservado a los que tienen el Espíritu. Ahora bien, es preciso que el Espíritu pueda hablar. La tradición ha hablado de la necesidad de disponer de un corazón «purificado» para comprender las cosas de Dios tal como son sugeridas por el Espíritu. El Oriente cristiano ha meditado largamente sobre la bienaventuranza: «Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios». La visión de Dios y de sus cosas, la comprensión de las palabras de Jesús, su actualización a las distintas situaciones en diferentes momentos de la historia personal o general, están reservadas a aquellos que dejan hablar al Espíritu, en un corazón purificado, progresivamente liberado de los apegos y condicionamientos mundanos. Las épocas más creativas para la fe han sido las épocas en las que se nos obligaba a la liberación interior, a la oración, a la santidad.

Es en los santos donde las palabras del Señor se realizan al máximo. A ellos es a quienes se da la comprensión profunda de las cosas de Dios, así como una comprensión particular del momento histórico. Conocer la realidad según Dios es algo distinto al conocimiento necesario típico de la racionalidad: es dejar que el Espíritu hable en un corazón desalojado de las cosas demasiado terrenas.

 

ORATIO

Ayúdame, Señor, a liberarme de las demasiadas cosas que me impiden comprender «la verdad completa», comprender tu Palabra en el hoy, lo que me dices para mi hoy, lo que debo hacer aquí y ahora, sobre todo cómo debo ver mi vida y los acontecimientos que tienen que ver con mis hermanos, en la situación en que me encuentro. Purifica mi corazón para que mi ojo interior pueda ver tus caminos, para que mi oído interior pueda oír tu voluntad, para que mi instinto esté orientado hacia ti.

Las propuestas que se me hacen son múltiples. La comunicación me inunda hoy de mensajes multiformes y contradictorios. Con frecuencia no sé hacia dónde orientarme. Concédeme un corazón desprendido y vacío para dejarte hablar a ti; concédeme un corazón humilde para escuchar la voz de tu Iglesia, que me orienta.

Sobre todo, haz que no esté condicionado de tal modo por las indicaciones del mundo, que siga tus indicaciones a su luz. Si quiero ser luz del mundo, debo juzgar las soluciones del mundo a la luz que viene de ti. Unas veces mediante el proceso de un delicado discernimiento; otras, con la obligada nitidez. Purifícame e ilumíname, Señor.

 

CONTEMPLATIO

No esperéis escuchar de nosotros las verdades que el Señor no quiso decir a sus discípulos por no estar aún en condiciones de comprenderlas. Aplicaos, más bien, a progresar en la caridad, que desciende a vuestros corazones por medio del Espíritu Santo que os ha sido dado.

Gracias al fervor de vuestra caridad y al amor que alimentáis por las cosas del alma, podréis experimentar interiormente aquella luz, aquella voz espiritual que los hombres atados a la carne son incapaces de tolerar; y que no se presentan con signos que los ojos del cuerpo pueden ver, ni se hacen oír con sonidos que los oídos pueden oír. No se puede amar, ciertamente, lo que nos es del todo desconocido. Pero amando lo que conocemos en parte, por efecto de este mismo amor se llega a conocerlo cada vez mejor, cada vez de un modo más profundo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 96,4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí» (Jn 16,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hace varios años, tuve la oportunidad de encontrar a la madre Teresa de Calcuta. Tenía en aquel momento muchos problemas y decidí aprovechar esta ocasión para pedir consejo a la madre Teresa.

Apenas nos sentamos, empecé a mostrarle todos mis problemas y dificultades, intentando convencerla de lo complicados que eran. Cuando, tras haberle expuesto elaboradas explicaciones durante unos diez minutos, me callé, la madre Teresa me miró tranquilamente y me dijo: «Bien, si dedicas una hora cada día a adorar a tu Señor y no haces nunca lo que sabes que es injusto... todo irá bien». Cuando oí estas palabras me di cuenta de improviso de que había pinchado mi globo hinchado, un globo compuesto de complicada autoconmiseración, y me había señalado, mucho más allá de mí mismo, el lugar de la verdadera curación. En realidad, me quedé tan pasmado con su respuesta que no sentí ningún deseo o necesidad de continuar.

Al reflexionar sobre este breve, aunque decisivo, encuentro, me doy cuenta de que yo le había planteado una pregunta por lo bajo y ella me había dado una respuesta por lo alto. De primeras, su respuesta no parecía adecuada con respecto a mi pregunta, pero, después, empecé a comprender que su respuesta venía desde el lugar de Dios y no desde el lugar de mis lamentaciones. La mayoría de las veces reaccionamos a preguntas por lo bajo con respuestas por lo bajo. El resultado es que cada vez hay más preguntas y, con frecuencia, respuestas cada vez más confusas. La respuesta de la madre Teresa fue como una lámpara de luz en mi oscuridad. Conocí, de improviso, la verdad sobre mí mismo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spiríto, Brescia 1984'', pp. 81 s).

Día 5

Jueves de la sexta semana de pascua

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 18,1-8

En aquellos días,

1 Pablo partió de Atenas y fue a Corinto.

2 Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, el cual acababa de llegar de Italia con su mujer, Priscila, a raíz del decreto por el que Claudio había expulsado de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos

3 y, como eran del mismo oficio -se dedicaban a fabricar tiendas-, se quedó trabajando en su casa.

4 Todos los sábados conversaba en la sinagoga, tratando de convencer a judíos y griegos.

5 Pero, cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se consagró enteramente a la predicación de la Palabra, dando testimonio ante los judíos de que Jesús era el Mesías.

6 Como ellos se oponían y no cesaban de insultarle, sacudió sus vestidos y les dijo: - Vosotros sois los responsables de cuanto os suceda. Mi conciencia está limpia. En adelante, pues, me dirigiré a los paganos.

7 Dicho esto, se marchó de allí, y fue a casa de un tal Ticio Justo, que adoraba al verdadero Dios y vivía junto a la sinagoga.

8 Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia, y muchos de los corintios que oían la predicación, creían y se bautizaban.

 

*» Se trata de un fragmento de crónica que nos ofrece útiles indicaciones para comprender la vida cotidiana de Pablo y de los primeros evangelizadores. Nos hace saber que Pablo tenía un oficio, un trabajo manual, y lo ejercía, cosa poco conveniente para un hombre culto, dedicado a la Palabra, entre los atenienses, pero común entre los rabinos, que encontraban en el trabajo ocasiones de encuentro y, por consiguiente, de enseñanza.

Pablo se aloja y trabaja con una pareja de judíos expulsados de Roma por Claudio. Información útil para la datación de este período: el decreto imperial remonta, efectivamente, a los años 49-50.

La llegada de ayudantes permitió a Pablo dedicarse de manera exclusiva a la predicación. Lucas lleva buen cuidado en decir que Pablo parte siempre de los judíos: sólo tras el enésimo rechazo, esta vez más bien violento, declara que se dirigirá «en adelante» a los paganos. Ya lo había dicho en Antioquía de Pisidia (Hch 13,46s), y lo dirá asimismo más adelante. Se nota la preocupación del autor por explicar los motivos del paso a los paganos.

Tampoco aquí hay sólo espinas, porque, frente a la oposición judía, se convierte nada menos que el jefe de la sinagoga con toda su familia. Y empieza una abundante cosecha también entre los paganos.

Una observación: no hay síntomas de un cambio de «estrategia evangélica», como si, tras el escaso éxito en Atenas, Pablo hubiera decidido no cambiar nada en su predicación, ni respecto al contenido ni respecto al lenguaje.

El paso de Atenas a Corinto está presentado aquí más como una opción ulterior en favor de los paganos, que como un cambio de método, como si Pablo estuviera replanteándose su estrategia misionera.

 

Evangelio: Juan 16,16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

16 Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme.

17 Al oír esto, algunos de sus discípulos comentaban entre sí: - ¿Qué significa esto? Acaba de decirnos: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme». También nos ha dicho: «Porque me voy al Padre».

18 Y se preguntaban: - ¿Qué quiere decir con eso de «dentro de poco»? No sabemos a qué se refiere.

19 Sabiendo Jesús que deseaban una aclaración, les dijo: - Estáis preocupados por el sentido de mis palabras: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme».

20 Yo os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

 

**• Jesús consuela a los suyos de la tristeza por su partida. Les asegura que esa tristeza durará poco: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme» (v. 16). ¿Qué significan estas enigmáticas afirmaciones de Jesús? Se refiere a los dos tiempos a los que Jesús está a punto de dar cumplimiento. El primero se refiere a su vida terrena, que está a punto de acabar; el segundo se refiere a su vida gloriosa, inaugurada con la resurrección. Su retorno posterior no se limita a las apariciones pascuales, sino que se prolonga en el corazón de los creyentes mediante su presencia en ellos.

Las palabras del Maestro no son comprendidas por los discípulos, que se plantean varias preguntas (vv. 17s). Jesús, que conoce a los suyos por dentro y los acontecimientos que les esperan, intenta remover, a partir de las preguntas que le plantean, su tristeza, infundiéndoles la confianza en él con una nueva revelación: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo» (v. 20).

La comunidad cristiana tendrá que hacer frente a todo un cúmulo de pruebas. Especialmente cuando le sea arrebatado el Esposo. Con su muerte, experimentará el llanto, la aflicción y el desconcierto, mientras que el mundo se sentirá alegre pensando que ha extirpado el mal. Estos momentos serán, para la comunidad, momentos de duda, de oscuridad y de silencio de Dios.

Pero la historia se tomará su revancha y, cuando esto llegue, la comunidad de los discípulos experimentará el gozo. Jesús no habla de sus sufrimientos -y tenía motivos para ello-, sino que piensa en los suyos más que en él, como el buen pastor en su rebaño.

 

MEDITATIO

El tiempo de la Iglesia es el tiempo en el que el discípulo se encuentra cogido entre dos gozos: el del mundo y el de Cristo. El gozo del mundo está ligado a la consecución de valores efímeros, como un saber puesto al servicio de intereses materiales; de una carrera social, científica; de la fama; de la rentabilidad económica de nuestras opciones. Sin tener en cuenta la exasperación de la sensualidad y de las sensaciones fuertes e impulsadas al extremo. Con estas cosas suele gozar el mundo.

El gozo que viene de Jesús deriva de ser sus discípulos, de saber que él está cerca en todo momento, que gastar la vida por él y por los hermanos es una inversión ventajosa y un honor grande; que lo único necesario es no perderle a él, sentir su proximidad, estar seguros de caminar hacia su posesión.

Nuestro corazón se encuentra cogido entre estos dos gozos: el primero es más inmediato, aunque fugaz: el segundo es más paciente, pero, sin embargo, no decepciona. A veces ambos gozos se enlazan; otras, se oponen. El corazón del discípulo debe estar orientado siempre hacia el «todavía no», hacia el decisivo «dentro de otro poco volveréis a verme», cuando el gozo, frecuentemente querido y creído, se volverá felicidad plena y sin sombras.

 

ORATIO

Te doy gracias, Señor, por tus visitas, que me llenan de alegría. Te doy gracias también por tus ausencias, que me hacen desear tu alegría. Bendito seas, ahora y siempre, porque sabes cómo gobernar mi corazón y atraerlo a ti.

Permíteme pedirte hoy que no me dejes demasiado solo a merced de los gozos de este mundo, para que no quede conquistado por ellos. Que no me dejes tampoco demasiado solo en las pruebas que el mundo me procura, para que no desespere de tu consuelo.

Sé que debería estar siempre alegre, «en todo tiempo», que siempre debería bendecirte y darte gracias. Sé que un discípulo tuyo no debería estar nunca triste. Pero tú socórreme cuando este mundo me parezca demasiado dulce, para que no me embriague, y también cuando me parezca demasiado amargo, para que no me aplaste. Ayúdame a buscar mi consuelo y mi gozo en ti Y no dejes de hacerte sentir por este pobre corazón mío, tan frágil y titubeante.

 

CONTEMPLATIO

La promesa del Señor, «dentro de otro poco volveréis a verme», se dirige a toda la Iglesia. El Señor no tardará en cumplir su promesa: un poco más y le veremos, allá arriba, donde ya no tendremos ninguna necesidad de dirigirle ninguna oración, de exponerle ninguna petición, porque ya no nos quedará nada que desear, nada escondido que queramos conocer. Este breve intervalo de tiempo nos parece largo a nosotros porque todavía debe transcurrir, pero cuando haya acabado nos daremos cuenta de lo breve que ha sido. Que nuestra alegría, por tanto, sea muy diferente a la que experimenta el mundo.

Que tampoco durante el trabajoso parto de este deseo nuestro permanezca nuestra tristeza completamente sin alegría, porque, como dice el Apóstol, debemos mostrarnos «alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación» (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 101,6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,20b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La alegría es esencial en la vida espiritual. Si pensamos o decimos cualquier cosa de Dios y no lo hacemos con alegría, nuestros pensamientos y nuestras acciones serán estériles. Podemos ser infelices por muchas causas, pero podemos encontrar aún alegría, porque ésta procede de saber que Dios nos ama. Estamos inclinados a pensar que cuando estamos tristes no podemos estar contentos, pero en la vida de una persona que pone a Dios en el centro pueden coexistir el dolor y la alegría. No resulta fácil de comprender, pero cuando pensamos en alguna de nuestras experiencias más profundas, como asistir al nacimiento de un niño o a la muerte de un amigo, con frecuencia forman parte de la misma experiencia un gran dolor y una gran alegría, y descubrimos a menudo la alegría en medio del dolor.

Recuerdo los momentos más dolorosos de mi vida como momentos en los que he llegado a ser consciente de una realidad espiritual mucho más grande que yo, y que me permitía vivir mi dolor con esperanza.

Incluso me atrevo a decir: «Mi dolor fue el lugar en el que encontré mi alegría». La alegría no es cualquier cosa que simplemente nos sucede. Debemos elegir la alegría y seguir eligiéndola cada día. Se trata de una elección basada en el conocimiento de que pertenecemos a Dios y hemos encontrado en Dios nuestro refugio y nuestra salvación, y que nada, ni siquiera la muerte, nos lo puede arrebatar (H. J. M. Nouwen, V/Vere ne//o Spirito, Brescia 1998\ pp. 17s).

Día 6

Viernes de la sexta semana de pascua o Santo Domingo Savio

Liturgia de las Horas de hoy

 

Domingo nació en el año 1842 en S. Giovanni di Riva, junto a Chieri (Turín). A los siete años, precisamente el día de su primera comunión, escribió ya su proyecto de vida: «Me confesaré muy a menudo y comulgaré todas las veces que el confesor me dé permiso. Quiero santificar los días festivos. Mis amigos serán Jesús y María. Antes morir que pecar».

A los doce años le recibió don Bosco en el oratorio de Turín, y el joven le pidió que le ayudara a hacerse santo. Era apacible, siempre estaba sereno y alegre, ponía gran empeño en sus deberes de estudiante y en servir a sus compañeros en lo que hiciera falta.

       Domingo ha sido el fruto más hermoso del método educativo de san Juan Bosco. Un día, le dijo a un compañero del oratorio: «Has de saber que aquí hacemos consistir la santidad en estar muy alegres..., procuramos sólo evitar el pecado, como el gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz del corazón».

        Sostenido por una intensa participación en los sacramentos y por una filial devoción a María, fue colmado por Dios de dones y carismas. En 1856 fundó entre sus amigos la Compañía de la Inmaculada, a fin de desarrollar una acción apostólica de grupo. Murió en Mondonio el 9 de marzo de 1857, a los quince años de edad. Pío XI le definió así: «Pequeño, aunque un gran gigante del espíritu». Es patrono de los pueri cantores.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 18,9-18

Estando Pablo en Corinto,

9 una noche, el Señor le dijo en una visión: - No temas, sigue hablando, no te calles,

10 porque yo estoy contigo y nadie intentará hacerte mal. En esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo.

11 Pablo permaneció en Corinto un año y seis meses, enseñando la Palabra de Dios.

12 Bajo el proconsulado de Galión en Acaya, los judíos se confabularon contra Pablo y lo llevaron ante el tribunal

13 con esta acusación: - Éste trata de persuadir a los hombres para que den culto a Dios en contra de la Ley.

14 Pablo se disponía a hablar, cuando Galión dijo a los judíos: - Si se tratase de un delito o de un crimen grave, yo os escucharía como es debido,

15 pero tratándose de cuestiones referentes a vuestra propia ley, allá vosotros. Yo no quiero ser juez de estas cosas.

16 Y los echó del tribunal.

17 Entonces todos ellos agarraron a Sostenes, el jefe de la sinagoga, y se pusieron a golpearle delante del tribunal. Pero Galión no hacía caso de lo que ocurría.

18 Pablo se quedó todavía bastante tiempo en Corinto. Después se despidió de los hermanos y se embarcó rumbo a Siria, acompañado de Priscila y Aquila. En Cencreas se había rapado la cabeza para cumplir un voto que había hecho.

 

*+• Otras informaciones de utilidad: los hechos se desarrollan hacia el año 51-52, que es cuando el procónsul Galión se encontraba en Corinto. Éste actúa de manera inteligente como «laico»: no quiere entrometerse en cuestiones religiosas. A su modo de ver, las cuestiones que le someten son discusiones internas al judaísmo, cuestiones que no tienen nada que ver con su función.

Lucas lo subraya adrede, y da muestras de apreciar tanto la neutralidad de Roma como el hecho de que las autoridades romanas en general no se mostraran hostiles, en los comienzos, a los cristianos. Hasta salvaron a Pablo en más de una ocasión del fanatismo de sus adversarios.

Los judíos no se dan por vencidos y caldean en exceso la atmósfera: Pablo continúa llevando una vida difícil. Pero queda confortado y confirmado en su misión: está haciendo lo que quiere el Señor. Es el Señor quien quiere que se dedique también a los paganos. Estos continuos subrayados expresan -una vez más- la seriedad del problema del paso a los paganos para las primeras generaciones cristianas. Es casi una idea fija: ¿cómo explicar el hecho de que el pueblo de la promesa hubiera rechazado a Jesús, mientras que éste era acogido por los gentiles, esto es, por los tan depreciados paganos? Pero es el Señor -nos asegura Lucas- quien dice: «En esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo», como en otras muchas ciudades, un pueblo constituido por algunos judíos y por muchos paganos.

Y en Corinto, donde se encontraba lo mejor y lo peor de la cultura griega, la confrontación con el paganismo no iba a ser una broma: dieciocho meses en Corinto representan una verdadera iniciación en la evangelización de los gentiles.

Finalmente, concluye Pablo, casi a hurtadillas, su viaje misionero, embarcándose con sus patronos de trabajo, Priscila y Aquila, primero con destino a Jerusalén y después hacia Antioquía. A un misionero como Pablo, quedarse durante dieciocho meses en un solo lugar, aunque fuera con provecho, pudo parecerle excesivo.

 

Evangelio: Juan 16,20-23a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

20 Yo os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

21 Cuando una mujer va a dar a luz, siente tristeza, porque le ha llegado la hora, pero, cuando el niño ha nacido, su alegría le hace olvidar el sufrimiento pasado y está contenta por haber traído un niño al mundo.

22 Pues lo mismo vosotros: de momento estáis tristes, pero volveré a veros y de nuevo os alegraréis con una alegría que nadie os podrá quitar.

23 Cuando llegue ese día, ya no tendréis necesidad de preguntarme nada.

 

**• Jesús, cuando apenas ha terminado de señalar una de las constantes de la experiencia cristiana (la dura espera del encuentro gozoso y definitivo con él: v. 20), se vale de la imagen eficaz y delicada de la mujer que va a dar a luz un hijo (v. 21) para expresar el paso de la aflicción a la alegría sobreabundante. La alegría de la mujer es doble: han terminado sus propios sufrimientos y ha dado al mundo un nuevo ser.

La alegría cristiana va unida al dolor, pero desemboca en la vida nueva que es la pascua del Señor. A continuación, sigue Jesús explicando la comparación en sentido espiritual (v. 22). El dolor por la muerte oprobiosa del Hijo de Dios se mudará en gozo el día de la pascua, en una alegría sin fin que «nadie podrá quitar»los discípulos, porque está arraigada en la fe en Aquel que vive glorioso a la diestra de Dios.

Jesús ha hablado del tiempo inaugurado con su resurrección; en la continuación, añade: «Cuando llegue ese día, ya no tendréis necesidad de preguntarme nada» (v. 23b). La expresión «ese día» no se refiere sólo al día de la resurrección, sino a todo el tiempo que comenzará con ese acontecimiento. Desde ese día en adelante, la comunidad cristiana, iluminada plenamente por el Espíritu Santo, tendrá una nueva visión de las cosas y de la vida, y el Espíritu Santo iluminará interiormente a sus miembros y les hará conocer todo lo que sea necesario.

 

MEDITATIO

Seguimos con la alegría. En las palabras que aquí pronuncia Jesús subyace la idea del sufrimiento misionero como condición necesaria y lugar privilegiado de la alegría eclesial. De esta alegría fue maestro y protagonista el apóstol Pablo. En medio de las persecuciones que le vienen a causa de la predicación del Evangelio, afirma: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4). Siguiendo su ejemplo, los convertidos acogen «la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones» (1 Tes 1,6). Los ministros de la Palabra están «como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos» (2 Cor 6,10).

Hoy como ayer, quien se compromete en el inmenso y minado campo de la difusión de la Palabra, en la tarea misionera, seguramente encontrará grandes tribulaciones, pero tiene garantizada la alegría. Se trata de la alegría que procede de poner en el mundo un «hombre nuevo», de ver reconstruidas a personas destruidas, de volver a dar sentido y vitalidad a vidas marchitas y apagadas, de ver aparecer la sonrisa en rostros sin esperanza. Es la alegría de ver aparecer la vida allí donde sólo había ruinas. Ese es el milagro de la misión. ¿Por qué no superar el miedo al fracaso, para gozar de esta segurísima alegría, garantizada a los apóstoles generosos?

 

ORATIO

Hoy me doy cuenta, Señor, de que mi escaso compromiso con la misión puede proceder asimismo del temor al fracaso. Es preciso poner la cara, con el peligro de alcanzar resultados escasos e incluso irrisorios. Me doy cuenta también, Señor, de que no siento compasión por mi prójimo, que camina en su cómodo, aunque insano, cenagal. Y me pregunto si he experimentado de verdad tu amor, si conozco de verdad tu amor por mí, tu compasión por mí, lo que has hecho por mí. ¿Es ésa, Señor, la razón por la que me encuentro a menudo árido y triste? ¿Es ésa la razón de que no conozca las alegrías que proporciona ver reflorecer la vida? ¿Se debe a eso que me sienta cansado y resignado?

Concédeme, Señor, un corazón grande, lleno de compasión, que me mueva a llevar tu vida a mi prójimo. Muéstrame, más allá de tanto bienestar y despreocupación, la profunda necesidad que hay en tantas personas de algo más y mejor: la necesidad de ti. Ayúdame a superar mi aridez, para llevar un poco de alegría, para que también en mí vuelva a florecer tu alegría.

 

CONTEMPLATIO

Que el que guía a las almas esté cerca de cada uno con la compasión y esté más dedicado que todos los demás a la contemplación, para asumir en él, con sus vísceras de misericordia, la debilidad de los otros y, al mismo tiempo, para ir más allá de sí mismo en la aspiración a las realidades invisibles, con la altura de la contemplación.

Y así, si mira con deseo hacia lo alto, no despreciará las debilidades del prójimo, o si, viceversa, se acerca a ellas, no descuidará la aspiración a lo alto.

Como la caridad se eleva a maravillosas alturas cuando se arrastra con misericordia hasta las bajezas del prójimo, cuanto con mayor benevolencia se pliegue a las debilidades, con más potencia subirá hacia lo alto (Gregorio Magno, Regla pastoral, n,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La compasión consiste en tener el atrevimiento de reconocer nuestro recíproco destino, a fin de que podamos ir hacia adelante, todos ¡untos, hacia la tierra que Dios nos indica. Compasión significa también «compartir la alegría», lo que puede ser tan importante como compartir el dolor. Dar a los otros la posibilidad de ser completamente felices, dejar florecer en plenitud su alegría.

Ahora bien, la compasión es algo más que una esclavitud compartida con el mismo miedo y el mismo suspiro de alivio, y es más que una alegría compartida. Y es que tu compasión nace de la oración, nace de tu encuentro con Dios, que es también el Dios de todos.

En el mismo momento en que te des cuenta de que el Dios que te ama sin condiciones ama a todos los otros seres humanos con el mismo amor, se abrirá ante ti un nuevo modo de vivir, para que llegues a ver con unos ojos nuevos a los que viven a tu lado en este mundo. Te darás cuenta de que tampoco ellos tienen motivos para sentir miedo, de que tampoco deben esconderse detrás de un seto, de que tampoco tienen necesidad de armas para ser humanos.

Comprenderás que el jardín interior que ha estado desierto durante tanto tiempo, puede florecer también para ellos (H. J. M. Nouwen, A maní aperte, Brescia 19973, 47s).

 

Día 7

Sábado de la sexta semana de pascua

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura; Hechos de los Apóstoles 18,23-28

23 Después de pasar allí algún tiempo, salió y recorrió la región de Galacia y Frigia, fortaleciendo a todos los discípulos en la fe.

24 Había llegado por entonces a Éfeso un judío llamado Apolo, originario de Alejandría. Era un hombre elocuente y muy versado en la Escritura.

25 Había sido instruido en el camino del Señor y hablaba con gran entusiasmo, enseñando con exactitud lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan.

26 Se puso a hablar también con valentía en la sinagoga. Cuando le oyeron Priscila y Aquila, lo tomaron aparte y le expusieron con mayor precisión el camino de Dios.

27 Como él deseaba ir a Acaya, los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos para que lo acogieran. Su llegada aprovechó mucho a los que habían creído por la gracia de Dios,

28 pues refutaba vigorosamente a los judíos en público, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Mesías.

 

**• Pablo empieza a viajar de nuevo desde Antioquía, que se ha convertido en el punto de partida y de referencia para la misión a los paganos, como lo era Jerusalén para los judíos cristianos. Sin embargo, la atención se dirige ahora a Éfeso, otra ciudad importante, donde se habían detenido Priscila y Aquila (nótese la precedencia otorgada a la mujer). Y aquí, en ausencia de Pablo, conocen a Apolo, un notable predicador, teólogo y misionero, que enseña exactamente lo que se refería a Jesús, aunque de manera incompleta, dado que sólo conocía el bautismo de Juan.

Frente a estas afirmaciones debemos confesar que conocemos bastante poco sobre la situación de las comunidades primitivas, sobre los circuitos de comunicación de la fe, sobre la geografía de la difusión, sobre las corrientes de pensamiento o sobre los grupos ligados a los distintos personajes. Apolo, que viene de Egipto, a donde ya ha llegado la Buena Noticia, ¿ha sido convertido por los discípulos de Juan que conocieron a Jesús?

La vida de las primeras Iglesias debió de ser muy viva, y lo que se presenta en los Hechos de los Apóstoles es sólo una pequeña parte, una muestra, de la gran empresa de la evangelización, aunque una parte autorizada -ciertamente- por estar centrada en las dos columnas que son Pedro y Pablo; con todo, debe andar muy lejos de proporcionar un cuadro completo de la situación.

Al mismo tiempo que tenían lugar los acontecimientos narrados en los Hechos de los Apóstoles, un gran número de misioneros, aptos y entusiastas como Apolo, recorrían el mundo.

También es digna de destacar la tarea de los laicos, que se permiten «corregir» a muchas personalidades, proporcionando una contribución de no poca monta al arraigo del nuevo «camino del Señor» en Grecia, gracias a la cultura y a la dialéctica de un Apolo «puesto al día».

Toda la Iglesia participa en la empresa de la evangelización, cada uno con sus límites, aunque con el apoyo y la aportación fraterna de todos. Es verdaderamente maravillosa esta Iglesia fraterna, que parece tener en la cima de sus preocupaciones la difusión del Evangelio en todos los ámbitos.

 

Evangelio: Juan 16,23-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

23 Os aseguro que el Padre os concederá todo lo que le pidáis en mi nombre.

24 Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.

25 Hasta ahora os he hablado en un lenguaje figurado, pero llega la hora en que no recurriré más a ese lenguaje, sino que os hablaré del Padre claramente.

26 Cuando llegue ese día, vosotros mismos presentaréis vuestras súplicas al Padre en mi nombre; y no es necesario que os diga que yo voy a interceder ante el Padre por vosotros,

27 porque el Padre mismo os ama. Y os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que yo he venido de Dios.

28 Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre.

 

**• El fragmento subraya el tema de la oración. La nueva era predicha por el Señor a los suyos consistirá en la comprensión de la relación recíproca que existe entre el Padre y el Hijo y en la manifestación de Jesús con el don de la oración eficaz, porque él es el único camino para la oración dirigida a Dios. Los discípulos no estaban acostumbrados a orar en el nombre de Jesús (v. 24). Ahora, sin embargo, por medio del Espíritu Santo enviado por el Padre, se ha inaugurado un tiempo nuevo en el que se pueden dirigir al Padre en el nombre de Jesús, porque su Señor, en virtud de su paso al Padre, se ha convertido en el verdadero mediador entre Dios y el hombre.

En consecuencia, Jesús, prosiguiendo el diálogo con sus discípulos, realiza una constatación sobre el pasado y, a continuación, proyecta una mirada sobre el futuro. Por lo que se refiere al pasado, que abarca toda su vida terrena, afirma que se ha servido de palabras y de imágenes que encerraban un significado profundo que ellos nos comprendían con frecuencia. Por lo que se refiere al futuro, desde el acontecimiento de la pascua en adelante, sus palabras dejarán de tener velos y llegarán al fondo de sus corazones (v. 25). En efecto, con la venida del Espíritu después de la pascua se inicia la nueva era en la que Jesús hablará abiertamente y todos podrán comprender la verdad sobre el Padre y lo que él pretende hacer conocer a los hombres.

En la oración es donde los discípulos conocerán la íntima relación que existe entre Jesús y el Padre, y la de éstos con ellos. A continuación serán escuchados, porque existirá un entendimiento perfecto en el amor y en la fe con Cristo, con el que serán casi una sola cosa. Más aún, serán escuchados porque son amados por el mismo Padre a causa de su fe en el misterio de la encarnación del Hijo (vv. 26s). La Palabra de Jesús es una palabra de vida que merece ser custodiada en el corazón.

 

MEDITATIO

La comunión de los discípulos con Jesús y con su misión les garantiza que el Padre escuchará su oración como escucha la del Hijo. Del mismo modo que las obras y las palabras de Jesús no son suyas, sino del Padre, tampoco las obras y las palabras de los discípulos son suyas, sino de Jesús, presente dentro de ellos: la omnipotencia de Jesús es la omnipotencia de los discípulos.

El gran mensaje contenido en esta página de Juan me provoca: ¿por qué obtengo tan poco? ¿Por qué soy tan poco eficaz? ¿Por qué mi alegría es tan raramente plena? Y aún: ¿por qué el misterio de la unión del Hijo con el Padre me atrae sólo de una manera débil? ¿Por qué siento tan pocas veces la omnipotencia de Dios en mi acción? ¿Y si estas preguntas estuvieran concadenadas? ¿No estarán por casualidad mis ojos demasiado vueltos a la realidad de este mundo y demasiado poco al misterio de Dios, al amor del Padre al Hijo y del Hijo a los discípulos?

La mirada al mundo, aunque necesaria, no me ayuda ciertamente a salvarlo, a no ser que lo mire con los ojos y con el corazón del Padre, que ha dado al Hijo para la salvación del mundo y quiere implicarme en esta aventura decisiva, porque es una aventura que tiene que ver con la eternidad. El ojo de Dios me ayudaría a ver las necesidades -con frecuencia ocultas- de la gente, a encontrar el remedio «divino» y no sólo humano que debemos ofrecerles, la alegría plena que hemos de presentar, el amor que lo rescata todo. ¿Y si mi problema fundamental fuera la débil contemplación?

 

ORATIO

¡Pedir en tu nombre, oh mi amadísimo Salvador, no sólo pronunciar tu nombre, sino hacer mía tu causa, perseguirla con tu corazón, ver el mundo con tus ojos, comprender tu alegría, querer entregarme como te entregaste tú! ¡Qué lejos estoy de todo esto! Por eso me quedo en ocasiones decepcionado en mi oración; por eso pierdo el ánimo en mi compromiso con tu servicio; por eso, ante a la escasez de resultados, me viene la tentación de abandonar.

Señor, mira con piedad mis veleidades al servirte, ven al encuentro de mis ilusorias esperanzas de gratificaciones, para sostenerme y purificarme. Forma en mí un corazón semejante al tuyo. Dame el impulso desinteresado de tu amor. Átame continuamente con el amor del Padre, para que pueda amar a mis hermanos como él los ama, como tú los amas, como yo quisiera amarlos. Y los amaré si vienes en mi ayuda. Ven, Señor, no me abandones. Envuélveme con tu luz y con tu amor.

 

CONTEMPLATIO

«Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24). Esta alegría plena no es la de los sentidos carnales, sino la alegría espiritual; y cuando sea tan grande que nada pueda añadirse a ella, será evidentemente completa. Así pues, cualquier cosa que pidamos y que tenga como fin la consecución de esta alegría plena es precisamente lo que debemos pedir en el nombre de Cristo, si comprendemos de manera justa el sentido de la gracia divina y si el objeto de nuestras oraciones es la verdadera felicidad en la vida cierna. Cualquier otra cosa que pidamos no tiene valor alguno, no porque sea inexistente por completo, sino porque, frente a un bien tan grande como la vida eterna, cualquier otra cosa que podamos desear fuera de ella es menos que nada (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 102,2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el clima de secularización en que vivimos, los líderes cristianos se sienten cada vez menos necesarios y cada vez más marginados. Muchos empiezan a preguntarse si no habrá llegado el momento de abandonar el sacerdocio; a menudo responden que «sí» y se marchan, buscan otra ocupación y unen sus esfuerzos a los de sus contemporáneos para contribuir de manera eficaz a mejorar el mundo. Con todo, no hemos de olvidar que existe otra situación completamente distinta. Por debajo de las grandes conquistas de nuestro tiempo se esconde una fuerte impresión de desesperación.

Si, por un lado, la eficiencia y el control son las grandes aspiraciones de nuestra sociedad, por otro hay millones de personas que, en este mundo orientado al éxito, tienen el corazón oprimido por la soledad, la falta de amistad y solidaridad, las relaciones rotas, el aburrimiento, la depresión y un profundo sentido de inutilidad. Es aquí donde se hace evidente la necesidad de un nuevo liderazgo cristiano.

El verdadero líder del futuro será aquel que se atreva a reivindicar su propia extrañeza en el mundo contemporáneo como una vocación divina que le hace expresar una profunda solidaridad con la angustia que se esconde bajo el esplendor del éxito y le hace llevar la luz de Jesús (H. J. M. Nouwen, Neí nome di Gesü, Brescia 19973, pp. 25%. [trad. esp.: En el nombre de Jesús, PPC, Madrid 1997]).

 

 

Día 8

Ascensión del Señor Ciclo C

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11

1 Ya traté en mi primer libro, querido Teófilo, de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio

2 hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado sus instrucciones bajo la acción del Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido.

3 Después de su pasión, Jesús se les presentó con muchas y evidentes pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y habiéndoles del Reino de Dios.

4 Un día, mientras comían juntos, les ordenó: - No salgáis de Jerusalén; aguardad más bien la promesa que os hice de parte del Padre;

5 porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días.

6 Los que le acompañaban le preguntaron: - Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel?

7 Él les dijo: - No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder.

8 Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra.

9 Después de decir esto, lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista.

10 Mientras estaban mirando atentamente al cielo viendo cómo se marchaba, se acercaron dos hombres con vestidos blancos

11 y les dijeron: - Galileos, ¿por qué seguís mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir de vuestro lado al cielo vendrá como lo habéis visto marcharse.

 

**• Este breve prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san Lucas, como la segunda parte («discurso», v. 1 al pie de la letra) de un mismo escrito y ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús (vv. 1-3). Se trata de un resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas quiere subrayar, en efecto, que los apóstoles, elegidos en el Espíritu, son testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y resurrección de Jesús, y depositarios de las instrucciones particulares dadas por el Resucitado antes de su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido querida por el Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los tiempos (Ef 2,20; Ap 12,14).

Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (vv. 6s). El Reino de Dios del que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico de Israel; los tiempos o momentos de su cumplimiento sólo el Padre los conoce. Sus fronteras son «los confines de la tierra» (vv. 7s). Los apóstoles reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a ellos «programarla». Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido por el Padre (vv. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben salir de su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a tierras lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La encomienda de la misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra. Cumpliendo las profecías ligadas a la figura del Hijo del hombre apocalíptico, se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios), ante los ojos de los apóstoles -testigos asimismo, por consiguiente, de su glorificación- hasta que una nube lo quitó de su vista (cf. Dn 7,13).

Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso» (pascua) al Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos blancos» -es decir, dos enviados celestiales-, vendrá un día, glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar ahora con ansiedad los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un acontecimiento tan manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el Padre (v. 7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la pascua desde el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.

 

 

Segunda lectura: Hebreos 9,24-28; 10,19-23

Hermanos:

24 Cristo no entró en un santuario construido por hombres -que no pasa de ser simple imagen del verdadero-, sino en el cielo mismo, a fin de presentarse ahora ante Dios para interceder por nosotros.

25 Tampoco tuvo que ofrecerse a sí mismo muchas veces, como el sumo sacerdote, que entra en el santuario una vez al año con sangre ajena.

26 De lo contrario, debería haber padecido muchas veces desde la creación del mundo, siendo así que le bastó con manifestarse una sola vez, al fin de los siglos, para destruir el pecado con su sacrificio.

27 Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, después de lo cual vendrá el juicio,

28 así también Cristo se ofreció una sola vez para tomar sobre sí los pecados de la multitud, y por segunda vez aparecerá, ya sin relación con el pecado, para dar la salvación a los que esperan.

10,19 Así pues hermanos, ya que tenemos libre entrada en el santuario gracias a la sangre de Jesús,

20 que ha inaugurado para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo de su carne,

21 y ya que tenemos un gran sacerdote en la casa de Dios,

22 acerquémonos con corazón sincero, con una fe plena, purificado el corazón de todo mal del que tuviéramos conciencia y lavado el cuerpo con agua pura.

23 Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues quien nos ha hecho la promesa es digno de fe.

 

*»• En los dos fragmentos que componen esta perícopa litúrgica se presenta a Cristo en su función sacerdotal, infinitamente superior a la instituida en la antigua alianza.

         En el primer fragmento (9,24-28), se compara el culto celebrado el día de la Expiación con el culto ofrecido por Jesús. Él no entró en el santuario, como hacía una sola vez al año el sumo sacerdote para expiar los pecados del pueblo con la sangre de las víctimas sacrificiales, sino que penetró nada menos que en los cielos –en la trascendencia de Dios- para interceder eternamente en favor de los hombres, tras haber ofrecido de una vez por todas el sacrificio de sí mismo: una ofrenda cuyo valor infinito puede rescatar a la humanidad del pecado (vv. 24-26). Desde el cielo, como dice el símbolo de la fe, «vendrá a juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin»: precisamente por la eficacia de su sacrificio redentor podrá juzgar a cada hombre según la verdad y la misericordia, y dar la salvación eterna a cuantos le esperan (vv. 27s).

En el segundo fragmento se extraen las consecuencias de estas afirmaciones. En él se considera el misterio de la ascensión en relación con los creyentes: en virtud de la sangre de Jesús, quien crea puede confiar en que entrará en el santuario del cielo, en la comunión plena con el Dios santo, puesto que Cristo ha abierto el camino «a través del velo de su carne» (en el culto hebreo había una tienda que separaba el santuario del resto del templo). Para acceder al cielo no hacen falta, por consiguiente, medios particulares (ritos complejos, prácticas ascéticas extenuantes): basta con seguir a Cristo, que ha dicho de sí mismo: «Yo soy el camino». El Señor, fiel a sus promesas, no abandona al hombre; gracias a él está llamado el hombre a acercarse al Padre con fe plena y sincera, con el corazón purificado, con una vida que es recuerdo constante del lavado bautismal y de sus exigencias (10,21s). Mantengámonos, pues, firmes en la esperanza que profesamos (v. 23), y que ella nos haga avanzar en la caridad (v. 24) hasta el día en que se abra definitivamente a toda la humanidad el acceso al cielo.

 

Evangelio: Lucas 24,46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

46 Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

47  y que en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados.

48  Vosotros sois testigos de estas cosas.

49 Por mi parte, os voy a enviar el don prometido por mi Padre. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza que viene de lo alto.

50 Después los llevó fuera de la ciudad hasta un lugar cercano a Betania y, alzando las manos, los bendijo.

51 Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.

52 Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría.

53 Y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios.

 

**• El relato de la ascensión de Jesús en el evangelio según san Lucas tiene muchos rasgos en común con el que se nos presenta en Hechos de los Apóstoles; con todo, los matices y acentos diferentes son significativos. El acontecimiento aparece narrado inmediatamente a continuación de la pascua, significando de este modo que se trata de un único misterio: la victoria de Cristo sobre la muerte coincide con su exaltación a la gloria por obra del Padre (v. 51: «Fue llevado al cielo»). Al aparecerse a los discípulos, el Resucitado «les abrió la mente a la inteligencia de las Escrituras», mostrándoles a través de ellas que toda su obra terrena formaba parte de un designio de Dios, que ahora se extiende directamente a los discípulos, llamados a dar testimonio de él. En efecto, a todas las naciones deberá llegar la invitación a la conversión para el perdón de los pecados, a fin de participar en el misterio pascual de Cristo (vv. 47s). Jerusalén, hacia la que tendía toda la misión de Jesús en el tercer evangelio, se convierte ahora en punto de partida de la misión de los apóstoles: en ella es donde deben esperar el don del Espíritu, que, según había prometido Dios en las Escrituras (cf. Jl 3,ls; Ez 36,24-27; etc.), les enviará Jesús desde el Padre (v. 40).

Una vez les hubo dado las últimas consignas, Jesús llevó fuera a los discípulos, recorriendo al revés el camino que le había llevado a la ciudad el día de las Palmas. Sobre el monte de los Olivos, donde se encuentra Betania, y con un gesto sacerdotal de bendición, se separa de los suyos. Elevado al cielo, entra para siempre en el santuario celestial (Heb 9,24). Los discípulos, postrados ante él en actitud de adoración, reconocen su divinidad; a renglón seguido, cumpliendo el mandamiento de Jesús, se vuelven llenos de alegría a Jerusalén, donde frecuentan asiduamente el templo, alabando a Dios (vv. 52s): el evangelio concluye allí donde había empezado (1,7-10). El tiempo de Cristo acaba con la espera del Espíritu, cuya venida abre el tiempo de la Iglesia, preparado en medio de la oración y de la alabanza, repleto de la alegría del Resucitado.

 

MEDITATIO

La solemnidad de la ascensión nos hace vivir uno de los muchos aspectos paradójicos de la vida cristiana, que la hacen tan adecuada a las exigencias más profundas del corazón humano. Un corazón desgarrado entre su estar en la tierra y, al mismo tiempo, tener su casa ya en los cielos. Cuando Jesús anunció, durante la última cena, su propio «éxodo» ya próximo, predijo que ese acontecimiento produciría tristeza en sus discípulos. Lucas, por el contrario, describe a los apóstoles, que vuelven a Jerusalén tras haber visto desaparecer a Jesús de su mirada, «rebosantes de alegría». ¿No hay aquí una

contradicción? Es preciso hablar de dos tipos diferentes de alegría o, por lo menos, de dos grados. Jesús ha dicho: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días», pero también nosotros podemos decir que, en cierto sentido, estamos siempre con él allí donde él ha «subido» con nuestra humanidad a la derecha del Padre, porque el bautismo nos ha incorporado profundamente a él. Por consiguiente, también nosotros tenemos el cielo como patria. Nuestra alegría será, en consecuencia, proporcional a la fe con que vivamos, a la certeza con que creamos que ahora, después de que Jesús ha llevado a cumplimiento la voluntad del Padre en el misterio pascual, ya nada es para el hombre como antes. Dios está con nosotros y nosotros estamos con él, siempre.

Nos corresponde a nosotros mantener viva nuestra fe, gozando por el bien del amado: Jesús, que, ahora asumido a la derecha del Padre, vive para siempre en la gloria. Allí, intercediendo en nuestro favor, hace que cada uno de nosotros lleve a cumplimiento el designio del Padre para vernos definitiva y eternamente consumados en el amor.

 

ORATIO

No permitas, Señor, que las tinieblas del olvido ofusquen la esperanza que hoy se ha encendido en nuestros corazones: que en la oscuridad de la noche su luz resplandezca más viva. Que las tempestades de la historia no obstaculicen nuestra carrera hacia ti y que tu mano nos sostenga. Haz de nosotros un pueblo de peregrinos, pobres de todo, pero ricos de tu promesa y fieles custodios de tu secreto de unidad y paz.

Nuestra resurrección ya se ha iniciado, y también ha comenzado nuestra ascensión. Que nuestro deseo, como hijos agradecidos, sea dejarnos atraer cada vez más hacia ti y hacia el Padre con el vínculo del amor.

 

CONTEMPLATIO

¿Te maravillas de que el Espíritu Santo esté al mismo tiempo con nosotros y allá arriba, visto que también el cuerpo de Cristo está en el cielo y con nosotros? El cielo ha tenido su santo cuerpo y la tierra ha recibido el Santo Espíritu; Cristo ha venido y nos ha traído el Espíritu Santo; Cristo ha ascendido y se ha llevado consigo nuestro cuerpo. ¡Oh tremenda y estupenda economía! ¡Oh gran Rey, grande en todo, verdaderamente grande y admirable! Gran profeta, gran sacerdote, gran luz, grande desde todos los puntos de vista. Y, sin embargo, no sólo es grande según la divinidad, sino también según la humanidad. Del mismo modo que es grande como Dios, Señor y Rey por su divinidad, también es gran sacerdote y gran profeta [...]

Tenemos, pues, en el cielo la prenda de nuestra vida: hemos sido asumidos junto con Cristo. Es cierto que seremos arrebatados también entre las nubes si somos encontrados dignos de ir a su encuentro entre las nubes. El reo no va al encuentro del juez, sino que se le hace comparecer ante él, y no se presenta a él nunca, como es natural, porque no se siente tranquilo. Por eso, carísimos, oremos todos para poder estar entre los que irán a su encuentro, aunque sea entre los últimos (Juan Crisóstomo, Homilía para la ascensión, 16s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo, tú que por amor descendiste hasta nosotros, haz que nosotros, por amor, ascendamos hasta ti».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si Cristo nos ha dado la vida eterna, es para vivirla, anunciarla, manifestarla, celebrarla como la cima de todas las felicidades, como nuestra bienaventuranza. Hace dos mil años que Cristo habló del pan, de la paz y de la libertad. Pero lo que ha traído a la tierra es más: ha traído la vida eterna. Y es la vida eterna lo que nosotros con él, en la Iglesia, debemos continuar llevando. Si no somos nosotros quienes damos la vida eterna, nadie lo hará en nuestro lugar. Eso equivale a afirmar que ésta es la base de nuestra vocación cristiana; es distinguir de manera infalible nuestra vocación religiosa de una vocación política, de un sistema de pensamiento; es demostrar que a nosotros no nos interesa en absoluto la conquista del mundo; lo que nos apremia es que cada hombre pueda encontrar, como nosotros lo hemos encontrado, un Dios al que amamos y que antes ha amado a cada hombre. Necesitamos aprender, expresar la vida de un hombre invadido de vida eterna, y eso, tal vez, hasta nuestra muerte. Ahora bien, esta vida existe para ser cantada, cantada después o antes de la muerte; y a lo largo del camino no se canta con un folio de papel: se canta con el corazón. No debéis ninguna fidelidad al pasado en cuanto pasado; sólo debéis fidelidad a lo que os ha traído de eterno, es decir, de caridad (M. Delbrél, Indmsib'ile amore. Frammenti di lettere, Cásale Monferrato 1994, pp. 27s).

 

Día 9

Lunes de la séptima semana de pascua

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 19,1-8

1 Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo llegó a Éfeso después de haber recorrido las regiones montañosas. Allí encontró a algunos discípulos,

2 a quienes preguntó: - ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos respondieron: - Ni siquiera hemos oído hablar de que exista un Espíritu Santo.

3 Él les dijo: - ¿Pues qué bautismo habéis recibido? Ellos respondieron: - El bautismo de Juan.

4 Pablo les dijo: - Juan bautizaba para que se convirtieran, diciendo al pueblo que creyeran en el que iba a venir después de él, esto es, en Jesús.

5 Cuando oyeron esto se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor.

6 Entonces Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.

7 Eran unos doce hombres en total.

8 Durante tres meses, Pablo estuvo asistiendo a la sinagoga; allí hablaba del Reino de Dios con gran valentía y persuasión.

 

**• La espléndida ciudad de Éfeso se convierte, pues, en el punto de encuentro de diferentes corrientes del cristianismo primitivo, con las que hoy también se mide Pablo. También se las tiene que ver con discípulos, más o menos remotos de Juan el Bautista, que forman parte de un movimiento más bien amplio y, para nosotros, todavía misterioso. La docena de «discípulos» tienen, probablemente, un pie en el grupo del Bautista y otro en el grupo de Jesús. Pablo los catequiza mostrando que precisamente Juan había indicado la superioridad de Jesús. Se nota aquí el intento de clarificar la relación entre el bautismo de Juan y el de Jesús: el primero está ligado a la penitencia; el segundo, a la acción del Espíritu.

El enlace, el encuentro y, a veces, el desencuentro entre las diferentes corrientes y movimientos debieron de ser vivaces, aunque Lucas no nos proporciona –quizás porque carece de ellas- informaciones más precisas.

No sabemos si fue Pablo quien los bautizó, pero sí fue él quien les impuso las manos, renovando otro Pentecostés, como ya había sucedido en otras ocasiones, especialmente con Pedro y Juan en Samaría. El Espíritu, ligado al bautismo en el nombre del Señor Jesús, los colma de sus dones y hablan en lenguas y profetizan.

Apremia a Lucas mostrar, entre otras cosas, que Pablo, aunque no es uno de los Doce, tiene los mismos poderes que ellos. También desea mostrar que los «Hechos de Pablo» se asemejan a los «Hechos de Pedro». Además de con los discípulos del Bautista, Pablo se las tiene que ver también, en Éfeso, con la magia y con el paganismo, en el famoso episodio de la revuelta de los orfebres.

 

Evangelio: Juan 16,29-33

En aquel tiempo,

29 los discípulos dijeron a Jesús: Cierto, ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado.

30 Ahora estamos seguros de que lo sabes todo y de que no es necesario que nadie te pregunte; por eso creemos que has venido de Dios.

31 Jesús les contestó: - ¿Ahora creéis?

32 Pues mirad, se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno de vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

33 Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo: yo he vencido al mundo.

 

**• El fragmento comienza con algunas palabras entusiastas de los discípulos de Jesús: «Ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado» (v. 29). Piensan los discípulos que las palabras del Señor sobre su misión son ahora comprensibles, pero olvidan que les había dicho que la nueva era comenzaría después de la resurrección y que la comprensión de sus palabras tendría como maestro interior al Espíritu Santo. Creen tener ahora en sus manos el secreto de la persona de Jesús y poseer una fe adulta en Dios. Jesús tendrá que hacerles constatar, por el contrario, que su fe tiene que ser reforzada aún, porque es demasiado incompleta para hacer frente a las pruebas que les esperan (vv. 31s).

Son palabras que esconden una gran amargura: el Nazareno predice el abandono por parte de sus amigos. Éstos se escandalizarán por la suerte humillante que sufrirá su Maestro.

Con todo, Jesús nunca está solo. Vive siempre en unidad con el Padre. Por eso termina el coloquio con los suyos pronunciando palabras llenas de esperanza y de confianza: «Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo; yo he vencido al mundo» (y. 33). Jesús ha vencido al mundo desarmándolo con el amor. Ha elegido lo que cuenta a los ojos de Dios y perdura en la vida, no lo efímero. Y este mensaje es el que deja a sus discípulos como «testamento espiritual».

 

MEDITATIO

La solidez de la relación con Dios emerge en la hora de la prueba, cuando nos encontramos solos ante Dios y, de improviso, se diluyen los apoyos humanos y las grandes ilusiones. Entonces es cuando se manifiesta dónde está apoyado de verdad tu corazón: en tus propias seguridades o en la Palabra del Señor, en el abandono total en él. La fe se purifica en las pruebas y en la soledad, y nos introduce en el camino de Jesús, que afirma: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo», y nos hace considerar seriamente las palabras de Jesús: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo».

La prueba y las tribulaciones pertenecen también a un proceso de maduración, porque nos hacen entrar en nosotros mismos, desear el silencio; nos sumergen en la soledad, allí donde siempre podemos descubrir nuestra vocación de estar «solos con el Solo», de anclarnos en aquel que nunca nos abandonará, con aquel a quien, juntos, aclamamos en los Salmos a menudo como nuestra roca, nuestro refugio, nuestra defensa, nuestro baluarte, nuestro consuelo. En esos momentos estas palabras asumen una verdad, una evidencia y una fuerza particular, y nos sentimos crecer en la comprensión del misterio de la vida y de nuestra íntima relación con Dios.

 

ORATIO

Ilumina, Señor, mis noches con la luz discreta de tu presencia. No me abandones en mis soledades, cuando todo parece hundirse a mi alrededor y cuando las presencias más familiares se me vuelven extrañas y son incapaces de consolarme. Tú también sabes, Jesús mío, lo terrible que es la soledad, cuando hasta el Padre se te hacía imposible de encontrar y te sentiste abandonado por él. Por esta terrible desolación por la que pasaste, ven en ayuda de mis desiertos, no me abandones cuando me siento abandonado por los otros.

Tú que sudaste sangre, alivia mis heridas. Tú que has resucitado, haz fecunda de vida la sensación de inutilidad y abandono. Por tu santa agonía, por tu gloriosa lucha contra el sentido de la derrota, llena mis momentos terribles, las horas y los días de vacío, para que yo pueda experimentarte como mi dulce salvador.

 

CONTEMPLATIO

En una noche oscura

con ansias, en amores inflamada

¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada;

a escuras y segura

por la secreta escala, disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a escuras y encelada,

estando ya mi casa sosegada;

en la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba

más cierto que la luz de mediodía

a donde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste!;

¡oh noche amable más que el alborada!

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

(Juan de la Cruz, Obras completas, BAC, Madrid 1994 14).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando te sientas solo, debes intentar descubrir la fuente de este sentimiento. Eres propenso a escapar de tu soledad o bien a permanecer en ella. Cuando huyes de ella, tu soledad no disminuye realmente: lo único que haces es obligarla a salir de tu mente de manera provisional. Cuando empiezas a permanecer en ella, tus sentimientos no hacen más que volverse más fuertes y te vas deslizando hacia la depresión. La tarea espiritual no consiste ni en huir de la soledad ni en dejarse anegar por ella, sino en descubrir su fuente. No resulta fácil de hacer, pero cuando se logra identificar de algún modo el lugar de donde brotan estos sentimientos, pierden algo de su poder sobre ti.

Esta identificación no es una tarea intelectual; es una tarea del corazón. Con él debes buscar ese lugar sin miedo. Se trata de una búsqueda importante, porque conduce a discernir algo de bueno sobre ti mismo. El dolor de tu soledad puede tener sus raíces en tu vocación más profunda. Podrías descubrir que tu soledad está ligada a tu llamada a vivir por completo para Dios. La soledad se puede revelar entonces como el otro lado de tu don único. En cuanto experimentes en tu «yo» más íntimo la verdad, podrás descubrir que la soledad no sólo es tolerable, sino también fecunda. Lo que de primeras parecía doloroso, puede convertirse después en un sentimiento que -aun siendo penoso- te abre el camino hacia un conocimiento todavía más profundo del amor de Dios (H. J. M. Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 19972, pp. 58s [trad. esp.: La voz interior del amor, PPC, Madrid 1997]).

 

 

Día 10

Martes de la séptima semana de pascua o San Juan de Ávila (10 de mayo)

Liturgia de las Horas de hoy

 

Dicen los autores que Juan de Ávila es la figura más importante del clero secular español del siglo XVI. Nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) hacia el año 1499. De familia muy rica, al morir sus padres repartió todos sus bienes entre los pobres y, después de tres años de oración y meditación, se decidió por el sacerdocio.

Estudió filosofía y teología en la Universidad de Alcalá, donde hizo amistad con el P. Guerrero, que después fue arzobispo de Granada y amigo suyo durante toda la vida.

Las sabias lecciones de artes del maestro Soto, de quien fue discípulo predilecto, y las lecturas del docto maestro Medina, que enseñaba por la nueva vía de los nominales, alternaban con la sabrosa lección de unos libros de Erasmo, saturados de espíritu paulino y salpicados de mordaces censuras ansiosas de reforma.

Desarrolló su actividad apostólica especialmente en el sur de España. Murió santamente en Montilla (Córdoba) el 10 de mayo de 1569, diciendo «Jesús y María».

Beatificado en 1894, el papa Pío XII le nombró «patrono del clero secular español» el 2 julio de 1946. Fue canonizado por Pablo VI en el año 1970.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,17-27

En aquellos días,

17 desde Mileto, Pablo mandó a buscar a los responsables de la iglesia de Efeso.

18 Cuando llegaron, les dijo: - Vosotros sabéis cómo me he comportado con vosotros todo el tiempo desde el primer día de mi llegada a la provincia de Asia.

19 He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, en medio de las pruebas que me han ocasionado las asechanzas de los judíos,

20 y no he omitido nada de cuanto os podía ser útil. Os he dado avisos y enseñanzas en público y en privado,

21 he tratado de convencer a judíos y griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en Jesús, nuestro Señor.

22 Ahora, como veis, forzado por el Espíritu, voy a Jerusalén, sin saber qué es lo que me espera allí.

23 Eso sí, el Espíritu Santo me asegura en todas las ciudades por las que paso que me esperan prisiones y tribulaciones.

24 Pero nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera y el ministerio que he recibido de Jesús, el Señor: dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.

25 Ahora sé que ninguno de vosotros, entre quienes pasé anunciando el Reino de Dios, volverá a verme.

26 Por eso, quiero deciros hoy que no me hago responsable de lo que os suceda en adelante.

28 Porque nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios.

 

*• Tras la sublevación de los orfebres de Éfeso, reemprende Pablo sus viajes. Pasa a Grecia, se detiene en Tróade (donde devuelve la vida a un muerto durante una larguísima vigilia eucarística) y a continuación baja a Mileto, en las cercanías de Éfeso, desde donde manda llamar a los responsables de esta Iglesia. Con ellos mantiene una amplia conversación. Se trata del tercer gran discurso de Pablo referido por Lucas: el primero reflejaba la predicación dirigida a los judíos (capítulo 13); el segundo, la dirigida a los paganos (capítulo 17), y el tercero, la dirigida a los pastores de la Iglesia. Se trata de un discurso clásico de despedida o de un «testamento espiritual». Está dotado de una gran densidad humana y de una notable levadura espiritual. Es natural que haya sido muy comentado.

En él emerge la estatura de un misionero dedicado en cuerpo y alma a la causa del servicio del Señor. Un servicio total, exclusivo y continuado, que usa como criterio no la aprobación de los hombres, sino el designio de Dios. Entre las muchísimas notas que podríamos comentar, hay tres características de la acción de Pablo que parecen llamar la atención de la mirada de manera evidente. La humildad en el servicio del Señor: se trata de una virtud desconocida en el mundo pagano, engrandecida y hecha apetecible por el ejemplo del Señor Jesús, que vino a servir y no a ser servido; el valor: Pablo ha anunciado el Evangelio «con lágrimas, en rnedio de las pruebas», sin dejarse condicionar por las oposiciones; el desinterés, no sólo trabajando con sus propias manos, sino impulsándose hasta decir: «Nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera». El valor más importante es el Evangelio, no la conservación de la propia vida; para Pablo, lo más importante es lo que recogen las últimas palabras de la perícopa: «Nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios».

Para él personalmente, para Pablo, se perfila un futuro oscuro, un futuro cargado de prisiones y tribulaciones, iluminado por la certeza de ser «forzado por el Espíritu». Lo importante es «llevar a buen término mi carrera»; la evangelización es urgente, necesita impulso, empeño, concentración, dedicación exclusiva. Es demasiado importante como para no tomarla en serio. ¿Lo es también para mí?

 

Evangelio: Juan 17,1-1 la

En aquel tiempo,

1 Jesús levantó los ojos y exclamó: - Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique.

2 Tú le diste poder sobre todos los hombres para que él dé la vida eterna a todos los que tú le has dado.

3 Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado.

4 Yo te he glorificado aquí en el mundo cumpliendo la obra que me encomendaste.

5 Ahora, pues, Padre, glorifícame con aquella gloria que ya compartía contigo antes de que el mundo existiera.

6 Yo te he dado a conocer a aquellos que tú me diste de entre el mundo. Eran tuyos, tú me los diste, y ellos han aceptado tu Palabra.

7 Ahora han llegado a comprender que todo lo que me diste viene de ti.

8 Yo les he enseñado lo que aprendí de ti, y ellos han aceptado mi enseñanza. Ahora saben, con absoluta certeza, que yo he venido de ti y han creído que fuiste tú quien me envió.

9 Yo te ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque te pertenecen.

10 Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.

11 Ya no estaré más en el mundo; ellos continúan en el mundo, mientras yo me voy a ti.

 

**• La primera parte de la «Oración sacerdotal» está compuesta por dos fragmentos (vv. 1-5 y vv. 6-1 la), unidos entre sí por el tema de la entrega de todos los hombres a Jesús por parte del Padre. Los w, 1-5 se concentran en la petición de la gloria por parte del Hijo. Estamos en el momento más solemne del coloquio entre Jesús y los discípulos. Jesús es consciente de que su misión está llegando a su término, y, con el gesto típico del orante -levantar los ojos al cielo, es decir, al lugar simbólico de la morada de Dios-, da comienzo a su oración.

Lo primero que pide es que su misión llegue a su culminación definitiva con su propia glorificación. Pero esa glorificación la pide sólo para glorificar al Padre (v. 2). Jesús ha recibido todo el poder del Padre, que ha puesto todas las cosas en sus manos, hasta el poder de dar la vida eterna a los que el Padre le ha confiado. Y la vida eterna consiste en esto: en conocer al único Dios verdadero y a aquel que ha sido enviado por él a los hombres, el Hijo (v. 3). Como es natural, no se trata de la vida eterna entendida como contemplación de Dios, sino de la vida que se adquiere a través de la fe. Ésta es participación en la vida íntima del Padre y del Hijo. De este modo, al término de su misión de revelador, profesa Jesús que ha glorificado al Padre en la tierra, cumpliendo en su totalidad la misión que le había confiado el Padre.

Jesús no quiere la gloria como recompensa, sino sólo llegar a la plenitud de la revelación con su libre aceptación de la muerte en la cruz. A continuación, piensa Jesús en sus discípulos, a quienes ha manifestado el designio del Padre. Éstos han respondido con la fe y así glorificarán al Hijo acogiendo la Palabra y practicándola en el amor.

 

MEDITATIO

«La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado» (Jn 17,3). Conocer al Dios de Jesucristo, conocer al Hijo y al Espíritu Santo, conocerlos no sólo con la mente, sino también con el corazón, conocerlos estando en comunión con ellos, conocerlos de modo que olvidemos todo lo demás: eso es la «vida eterna». Lo demás pertenece a las cosas que pasan, a la infinita vanidad del todo, a lo que carece de consistencia, a lo que tiene una vida efímera, a lo que no vale la pena aferrarse.

Mi vida ha de ser un continuo progreso en el conocimiento del Dios vivo y verdadero, un progreso en la sublime ciencia de Cristo, un caminar según el Espíritu, porque esta vida es ya vida eterna. Una vida, a veces, poco apetecible, porque la condición humana hay que vivirla en la carne y en la sangre, porque el mundo me envuelve y me condiciona, porque mi fe es todavía titubeante e insegura. Pero basta con que me detenga un poco a reflexionar en las palabras del Señor, basta con que invoque su Espíritu, para que reemprenda el camino hacia el inefable mundo de Dios y llegue a comprender la fortuna de haber escuchado, también hoy, estas palabras que me unen al Padre y al Hijo, en el vínculo del Espíritu, para pregustar algunas gotas del dulcísimo océano de la vida eterna.

 

ORATIO

Infunde en mi corazón, Señor, los dones de la ciencia y de la sabiduría, para que pueda conocerte cada vez mejor, para que pueda gustarte cada vez mejor, para que pueda amarte cada vez mejor, para que pueda poseerte cada vez mejor. Si me abandonas a mí mismo poco después de haber leído estas palabras luyas, consideraré más importante algo urgente que tenga que hacer y correré el riesgo de olvidarte.

Concédeme el don del consejo, para que te busque y te conozca incluso en medio de las ocupaciones que me esperan dentro de poco. Concédeme el don del discernimiento, para que pueda optar por ti en todas las cosas, según la enseñanza de tu Hijo. Concédeme ver brillar la luz de tu rostro en todo rostro humano, para que siempre te busque a ti y sólo a ti. Concédeme el instinto divino de buscar que seas glorificado y conocido, antes y más de lo que pueda serlo yo.

Y perdóname desde ahora si te olvido, si persigo de una manera impropia las cosas de esta tierra, si me lleno con frecuencia de nociones y sentimientos que no me unen a ti. No me abandones a mí mismo, Señor, porque tú eres mi vida, tú eres la vida eterna.

 

CONTEMPLATIO

Nosotros ya hemos llegado a la fe, ya hemos creído en las cosas divinas que hemos oído, y amamos a aquel en quien creemos. Ahora bien, cuando estamos oprimidos por preocupaciones vanas, nos encontramos en la oscuridad y en la confusión. Y en semejante estado, cuando el Señor nos sugiere sentimientos justos respecto a él, es como si nos hiciera oír su voz desde una nube, pero a él no le vemos. Son, ciertamente, cosas sublimes las que aprendemos de él, pero a aquel que nos instruye con sus secretas inspiraciones no le vemos aún.

Oímos las palabras de Dios dentro de nuestro corazón, sabemos con qué fidelidad y empeño debemos responder a su amor y, sin embargo, débiles como somos, volvemos a recaer, desde la cima de nuestra reflexión interior, en las cosas de costumbre y nos sentimos tentados por la fastidiosa inoportunidad de nuestros pecados. Con todo, tampoco en esos momentos nos abandona Dios: enseguida vuelve a aparecer en la mente, disipa las nieblas de las tentaciones, infunde la lluvia de la compunción y vuelve a traer el sol de la inteligencia penetrante. Y así nos demuestra cuánto nos ama, porque no nos abandona ni siquiera cuando le rechazamos (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XXX,4s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado» (Jn 17,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La pregunta que orienta, durante nuestra breve existencia, gran parte de nuestro comportamiento es la siguiente: «¿Quién soy?». Es posible que nos planteemos en raras ocasiones esta pregunta de modo formal, pero la vivimos de una manera muy concreta en las decisiones que hemos de tomar todos los días. Las tres respuestas que solemos dar, por lo general, son éstas: «Somos lo que hacemos, somos lo que los otros dicen de nosotros, somos lo que tenemos» o, con otras palabras: «Somos nuestro éxito, nuestra popularidad, nuestro poder».

Es importante que nos demos cuenta de la fragilidad de una vida que dependa del éxito, de la popularidad y del poder. Su fragilidad deriva del hecho de que los tres son factores externos, unos factores que podemos controlar de un modo bastante limitado. Perder el trabajo, la fama o la riqueza depende a menudo de acontecimientos que escapan por completo a nuestro control; ahora bien, cuando dependemos de ellos, nos hemos malvendido al mundo, porque somos lo que el mundo nos da. Y la muerte nos quita todo eso. La afirmación final se convierte en ésta: «Cuando muramos, estaremos muertos», porque cuando muramos no podremos hacer ninguna otra cosa, la gente ya no hablará de nosotros y ya no tendremos nada. Cuando seamos lo que el mundo hace de nosotros, no podremos ser después de haber dejado este mundo.

Jesús vino a anunciarnos que una identidad basada en el éxito, en la popularidad y el poder es una falsa identidad: es una ilusión. Jesús dice alto y fuerte: «No seáis lo que el mundo hace de vosotros, sino hijos de Dios» (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, Brescia 19984, pp. 131s).

 

 

Día 11

Miércoles de la séptima semana de pascua

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,28-38

En aquel tiempo, decía Pablo a los responsables de la Iglesia de Efeso:

28 Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño, pues el Espíritu Santo os ha constituido pastores para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su propio Hijo.

29 Yo sé que, después de mi partida, entrarán en medio de vosotros lobos crueles, que no perdonarán al rebaño.

30 Incluso de entre vosotros mismos saldrán algunos difundiendo doctrinas perniciosas, para arrastrar a los discípulos detrás de ellos.

31 Por eso, estad alerta y acordaos de que durante tres años, noche y día, no me cansé de amonestar con lágrimas a cada uno de vosotros.

32 Ahora os encomiendo a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados.

33 A nadie he pedido plata, oro o vestidos.

34 Bien sabéis que con el trabajo de mis manos he ganado lo necesario para mí y para mis compañeros.

35 Siempre os he mostrado que es así como se debe trabajar para poder socorrer a los débiles, recordando las palabras de Jesús, el Señor, que dijo: «Hay más felicidad en dar que en recibir».

36 Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos.

37 Todos rompieron a llorar, abrazaban a Pablo y le besaban.

38 Estaban apenados sobre todo porque les había dicho que no le volverían a ver más. Después le acompañaron hasta el barco.

 

>*• Pablo se dirige a los responsables -presbíteros y obispos- de la Iglesia, es decir, a los «pastores» encargados de «apacentar la Iglesia de Dios». En vez de especificar el contenido de estas funciones, insiste en el deber de la vigilancia.

Se perfilan muchos peligros en el horizonte, peligros desde el exterior y peligros desde el interior. Peligros, sobre todo, de difusión de falsas doctrinas, obra de «lobos crueles». La Iglesia de Dios es una realidad preciosa porque ha sido adquirida «con la sangre de su propio Hijo», de ahí la gran responsabilidad de los que la presiden.

El pastor debe vigilar «noche y día», «con lágrimas», primero a sí mismo y después a los otros, para preservar su propio rebaño de los enemigos. Pablo esboza aquí, en pocas palabras, las grandes responsabilidades de la vida del pastor.

Consciente de que está pidiendo mucho, y casi para tranquilizarlos, los confía «a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados». Parecería más lógico que confiara la Palabra a los responsables; sin embargo, confía los responsables a la Palabra, porque es ella la que tiene fuerza para que crezcan en la fe y para hacerles partícipes de la herencia reservada a los santos.

Y, para terminar, otro recuerdo de su desinterés personal destinado a los pastores, para que se esmeren también en el desinterés en su ministerio. Cita una máxima que no se encuentra en los evangelios, pero que Pablo pudo haber recogido de viva voz en boca de los testigos.

Concluye aquí el ciclo de la evangelización dirigida al mundo griego. Nuevas fatigas y pruebas esperan ahora a Pablo, quien siente que entra en una fase diferente de su apasionada vida de apóstol.

 

Evangelio: Juan 17,11b-19

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró de este modo:

11 Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno.

12 Mientras yo estaba con ellos en el mundo, yo mismo guardaba, en tu nombre, a los que me diste. Los he protegido de tal manera que ninguno de ellos se ha perdido, fuera del que tenía que perderse para que se cumpliera lo que dice la Escritura.

13 Ahora, en cambio, yo me voy a ti. Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo es para que ellos puedan participar plenamente en mi alegría.

14 Yo les he comunicado tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo.

15 No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno.

16 Ellos no pertenecen al mundo como tampoco pertenezco yo.

17 Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad.

18 Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí.

19 Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti, para que también ellos se ofrezcan enteramente a ti, por medio de la verdad.

 

**• El fragmento incluye la segunda parte de la «Oración Sacerdotal» de intercesión que Jesús, como Hijo, dirige al Padre. Tiene como objeto la custodia de la comunidad de los discípulos, que permanecen en el mundo.

El texto se divide en dos partes: al comienzo se desarrolla el tema del contraste entre los discípulos y el mundo (vv. 1 lb-16); a continuación se habla de la santificación de éstos en la verdad (vv. 17-19). Si, por una parte, emerge la oposición entre los creyentes y el mundo, por otra se manifiesta con vigor el amor del Padre en Jesús, que ora para que los suyos sean custodiados en la fe.

En el primer fragmento pasa revista Jesús a varios temas de manera sucesiva: la unidad de los suyos (v. 11b), su custodia a excepción «del que tenía que perderse» (v. 12), la preservación del maligno y del odio del mundo (vv. 14s). En el segundo fragmento, Jesús, después de haber pedido al Padre que defienda a los suyos del maligno (v. 15) y después de haber subrayado en negativo su no pertenencia al mundo (vv. 14.16), pide en positivo la santificación de los discípulos: «Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad» (v. 17). Le ruega así al Padre, al que ha llamado «santo» (v. 11b), que haga también santos en la verdad a los que le pertenecen. Los discípulos tienen la tarea de prolongar en el mundo la misma misión de Jesús. Ahora bien, éstos, expuestos al poder del maligno, necesitan, para cumplir su misión, no sólo la protección del Padre, sino también la obra santificadora de Jesús.

 

MEDITATIO

Estamos frente a un fragmento en el que Jesús aparece particularmente preocupado por el poder del mundo y por su posible influencia en sus discípulos. En el mundo actúa el maligno con su espíritu de mentira, belicosamente contrario a la verdad, que es Cristo. La posición de los discípulos es delicada; deben permanecer en el mundo, sin quedar contaminados por el mismo.

Estarán apoyados por su oración, por su palabra y por su Espíritu. En consecuencia, no deben temer. Y añade Agustín: «¿Qué quiere decir: "Por ellos me santifico yo mismo", sino que yo los santifico en mí mismo en cuanto ellos son yo? En efecto, habla de aquellos que constituyen los miembros de su cuerpo».

Todo esto nos induce a reflexionar, una vez más, sobre el poder del mundo, aunque también sobre su debilidad: poder para quien se deja seducir, debilidad para quien se deja guiar íntimamente por la Palabra de Jesús y conducir por su Espíritu. Es posible que en estos años hayamos infravalorado al «mundo», una palabra que se ha vuelto ambigua, que indica, unas veces, el lugar de la acción del Espíritu y de los signos de los tiempos y, otras, el lugar donde se desarrolla el eterno conflicto entre el maligno y Jesús. La Palabra de Jesús y su Espíritu nos ayudan a discernir los distintos rostros del mundo, a distinguir las llamadas del Espíritu de los sutiles engaños del maligno, los mensajes de Dios de la mentira del enemigo.

Esto es tanto más seguro en la medida en que la Palabra y el Espíritu no son asumidos y casi gestados individualmente, sino acogidos dentro de la comunidad de los discípulos, que forman la santa comunión de la Iglesia.

 

ORATIO

Me impresiona, Señor, tu insistencia en la peligrosidad del mundo. Y me doy cuenta de que hoy también tenemos necesidad de esta puesta en guardia. Y yo el primero de todos. El mundo de la libertad, de la igualdad de oportunidades para todos, para todas las religiones, para todas las opiniones, para todos los modos de vida, tiene su encanto, porque, a fin de cuentas, es el mundo de la tolerancia, de la laicidad, de la libertad para todos.

Pero es también el mundo donde están admitidas todas las «transgresiones», donde todas las modas, hasta las más perversas y detestables, son presentadas como normales, donde toda la prensa tiene derecho a la libre circulación...

Confíame, Señor, a tu Palabra. Recuérdame que no soy de este mundo, que te pertenezco a ti. Santifícame en tu verdad, asimílame a tu mentalidad, a tu vida. Tú, que has orado por mí, hazme santo en tu verdad, para que camine siempre por tus caminos y use de este mundo como lo harías tú.

CONTEMPLATIO

«No pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (.ln 17,14). Esta separación de los discípulos respecto al mundo es llevada a cabo por la gracia que los ha regenerado, en cuanto que, por su generación natural, pertenecen al mundo, y por eso había dicho el Señor antes: «No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él» (Jn 15,19). La gracia les ha concedido no pertenecer más al mundo, del mismo modo que no forma parte de él el Señor, que los ha liberado. El Señor no perteneció nunca al mundo, porque, incluso en su forma de siervo, nació del Espíritu Santo, de ese Espíritu del que renacerán los discípulos. Éstos, repito, no son ya del mundo, porque han renacido del Espíritu Santo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 108,1).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (Jn 17,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Estar en el mundo sin ser del mundo.» Esta frase es una hermosa síntesis del modo en que habla Jesús de la vida espiritual. Es una vida en virtud de la cual el Espíritu de amor nos transforma por completo. Sin embargo, es una vida en la que todo parece cambiado.

La vida espiritual puede ser vivida de tantos modos como personas hay. La novedad consiste en haberse desplazado desde la multitud de las cosas al Reino de Dios. Consiste en haber sido liberados de las constricciones del mundo y en haber encaminado nuestros corazones hacia lo único necesario.

La novedad consiste en el hecho de que no vivamos ya los muchos negocios, nuestra relación con la gente y los acontecimientos como causas de preocupaciones sin fin, sino que empecemos a considerarlos como la rica variedad de los modos a través de los cuales se hace presente Dios en medio de nosotros. Nuestros conflictos y dolores, los deberes y las promesas, nuestras familias y nuestros amigos, las actividades y los proyectos, las esperanzas y las inspiraciones, no se nos presentan ya como otros tantos aspectos fatigosos de una realidad que difícilmente logramos mantener ¡untos, sino como modalidad de afirmación y de revelación de la nueva vida del Espíritu que está en nosotros. «Todo lo demás», que antes nos ocupaba y nos preocupaba tanto, ahora se convierte en don o desafío que refuerza o profundiza la nueva vida que hemos descubierto (H. J. M. Nouwen, Invito a la vita spirituale, Brescia 2002, pp. 44ss).

 

 

 

Día 12

Jueves de la séptima semana de pascua o San Pancracio

Liturgia de las Horas de hoy

          Es un jovencito romano de sólo 14 años, que fue martirizado por declararse creyente y partidario de Nuestro Señor Jesucristo. Dicen que su padre murió martirizado y que la mamá recogió en unos algodones un poco de la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y le dijo al niño: "Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre". 

          Un día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. La mamá le preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el jovencito le respondió: "Es que en la escuela me declaré seguidor de Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión. Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los apóstoles: "En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo". (Hechos 6,41). 
Al oír esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del padre martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada: "Muy bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre". 

          Como Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y que deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo llevaron a la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él. Cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos kilómetros de Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes premios y muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios. El valiente joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en Cristo hasta el último momento de su vida. Entonces para obligarlo a desistir de sus creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el lugar donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más fuertemente proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas al contemplar este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al cristianismo. 

          Al llegar al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por que le permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. De muy buena voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión. 

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 22,30; 23,6-11

22,30 Al día siguiente, queriendo averiguar exactamente de qué le acusaban los judíos, el tribuno hizo que lo desatasen y mandó reunir a los jefes de los sacerdotes y a todo el Sanedrín; sacó después a Pablo y lo presentó delante de ellos.

23,6 Como Pablo sabía que parte de ellos eran saduceos y parte fariseos, gritó en el Sanedrín: - Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y me juzgan por creer en la resurrección de los muertos.

7 Al decir él esto, se produjo una discusión entre los fariseos y los saduceos y se dividió la asamblea.

8 Pues los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos creen en todo eso.

9 Así que se produjo un griterío inmenso. Algunos maestros de la Ley del partido de los fariseos se pusieron en pie y afirmaron enérgicamente: - Nosotros no encontramos nada malo en este hombre. ¿Y si le ha hablado un espíritu o un ángel?

10 Como la discusión se hacía cada vez más fuerte, el tribuno tuvo miedo de que despedazaran a Pablo y ordenó a los soldados que bajaran, para sacarlo de allí y llevarlo al cuartel.

11 La noche siguiente, el Señor se le apareció y le dijo: - Ten ánimo, pues tienes que dar testimonio de mí en Roma igual que lo has dado en Jerusalén.

 

**• Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero. Había subido a Jerusalén para visitara aquella comunidad y había seguido, con «incauta» condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo descubren en él y, si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. De este modo tiene ocasión de contar, una vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana.

Al día siguiente le llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso. Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la resurrección de los muertos. Con ello despierta un furor teológico que les hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos -belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo- es un indicador de la tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente: todo lo que tenía visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar a la abierta rebelión contra Roma.

Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá al drama de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de «testigo», no sólo en Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del evangelio.

 

Evangelio: Juan 17,20-26

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y oró de este modo:

20 No te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.

21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.

22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros.

23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que les amas a ellos como me amas a mí.

24 Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.

25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo, en cambio, te conozco y todos éstos han llegado a reconocer que tú me has enviado.

26 Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté en ellos.

 

**• En la tercera parte de su «Oración sacerdotal» dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los discípulos. Ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros creyentes (vv. 20-26). Tras una invocación general (v. 20), siguen dos partes bien distintas: la oración por la unidad (vv. 21-23) y la oración por la salvación (vv. 24-26).

Jesús, después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le pide al Padre el don de la unidad en la fe y en el amor para todos los creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada por «lo mismo que» (= kathós), es decir, por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. En este ambiente vital, todos se hacen «uno» en la medida en que acogen a Jesús y creen en su Palabra. Este alto ideal, inspirado en la vida de unión entre las personas divinas, encierra para la comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se representa así como una inhabitación: «Yo en ellos y tú en mí» (v. 23a). En Cristo se   realiza,por tanto, el perfeccionamiento hacia la unidad.

A continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los discípulos los creyentes de todas las épocas de la historia, y para los cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos (v. 24).

En la petición final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir, el tema de hacer conocer al Padre (vv. 25s), y concluye pidiendo que todos sean admitidos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente del amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.

 

MEDITATIO

«Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21): la «prueba» de que Jesús no es un charlatán, ni uno de tantos profetas, sino el enviado de Dios, está confiada a la fraternidad entre los discípulos. La fraternidad es el signo por excelencia del origen divino del cristianismo: eso es lo que dicen las palabras del Señor. Construir fraternidad es la apologética más segura y autorizada.

Las palabras del Señor son claras, y vinculan la credibilidad del cristianismo a su capacidad de promover la fraternidad. Esa capacidad se manifiesta allí donde los hombres y mujeres ponen su empeño en vivir como hermanos y hermanas, allí donde se tiene como sumo ideal aceptarse como cada uno es para tender a la unidad, allí donde no se busca sobresalir, imponer, rivalizar, emerger, sino ayudarse, comprenderse, apoyarse; allí donde la benevolencia constituye un programa prioritario; allí donde se ponen las bases para una recuperación de la credibilidad del cristianismo.

Estas palabras han sido y son olvidadas con mucha frecuencia. Eso ha tenido como consecuencia que en la vida espiritual, en la misión, en la pastoral, se han cultivado otros ideales. Otra consecuencia ha sido el escaso carácter incisivo de esos programas, a los que el Señor no ha garantizado el valor de «signo probatorio» de su origen divino ni del origen divino de su mensaje.

 

ORATIO

¡Qué ciego estoy, Señor! Tus palabras pasan por encima de mí como si fueran piedras, sin dejar un signo permanente.

La razón de ello es que me he comprometido en mil cosas, y he olvidado lo que tú consideras prioritario para promover tu reino. He intentado hacer mucho, pero me he olvidado de sumergirme en la fraternidad, que es lo que tú, sin embargo, consideras como tu signo.

He de reconocerlo, Señor: con frecuencia tu mensaje no emerge, y no lo hace porque no brotan comunidades fraternas perfectamente realizadas. Señor, abre mis ojos para comprender el misterio de la fraternidad, la fuerza misionera de la comunión, capaz de vencer los recelos y las resistencias. Ayúdame a creer en el milagro de la fraternidad como punto de partida para toda misión. Ayuda a los cristianos a redescubrir el alcance revolucionario de estas palabras tuyas, para que se comprometan en este proyecto, que es, con toda seguridad, el tuyo. Otros proyectos son, probablemente, demasiado humanos.

 

CONTEMPLATIO

Revestidos del hábito religioso a los ojos de todos, hemos venido desde situaciones sociales diferentes para vivir juntos nuestra fe y escuchar la Palabra del Señor omnipotente, y, pecadores en diferentes grados, nos hemos reunido hasta formar un solo corazón en la santa Iglesia, de tal modo que se ve realizado con claridad lo que dice Isaías anunciando la Iglesia: «Serán vecinos el lobo y el cordero» (Is 11,6).

Sí, gracias a las entrañas de la santa caridad, el lobo vivirá junto al cordero, porque aquellos que en el mundo eran rapaces conviven en paz con los bondadosos y mansos. El leopardo se tumba junto al chivo porque un hombre, abigarrado por las manchas de sus pecados, acepta humillarse junto con quien se desprecia y se reconoce pecador (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 4,3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús nos revela que hemos sido llamados por Dios para ser testigos vivos de su amor, y llegamos a serlo siguiendo a Jesús y amándonos los unos a los otros como él nos ama. ¿Qué supone todo esto para el matrimonio, para la amistad, para la comunidad? Supone que la fuente del amor que sostiene las relaciones no son los que las viven, sino Dios, que los llama al mismo tiempo. Amarse el uno al otro no significa aferrarse al otro para estar seguros en un mundo hostil, sino vivir ¡untos de tal modo que cada uno pueda reconocernos como personas que hacen visible el amor de Dios en el mundo.

No sólo toda paternidad y maternidad proceden de Dios, sino que también proceden de él toda amistad, toda asociación en matrimonio y toda comunidad. Cuando vivimos como si las relaciones humanas fueran sólo de naturaleza humana y, por consiguiente, sujetas a las transformaciones y a los cambios de las normas y de las costumbres, no podemos esperar otra cosa que la inmensa fragmentación y alienación que caracterizan a nuestra sociedad. Pero cuando invoquemos a Dios y lo reclamemos constantemente como fuente de todo amor, descubriremos el amor como un don de Dios a su pueblo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, 19984, pp. 125s).

 

 

Día 13

Viernes de la séptima semana de pascua o La Bienaventurada Virgen María de Fátima

Liturgia de las Horas de hoy

          En preparación para las apariciones de Nuestra Señora, un ángel quien se identificó como el Ángel de Portugal, le habló en primer lugar a los niños diciéndoles: "No temáis. Yo soy el ángel de la Paz. Rezad conmigo". Luego se arrodilló, doblándose hasta tocar el suelo con su frente y rezó: "Dios mío, yo creo, yo adoro y yo te amo!, te pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no confían y no te aman!" El ángel dijo esta oración tres veces. Cuando se paró, le dijo a los niños "Rezad así. Los corazones de Jesús y María están atento a la voz de sus suplicaciones" El ángel dejó a los niños quienes empezaron a decir esta oración frecuentemente.

         El 13 de Mayo de 1917, tres niños llamados Lucía de Jesús, de 10 años y sus primos, Francisco y Jacinta Marto, de 9 y 7 años, cuidaban un pequeño rebaño en Cova da Iría, Parroquia de Fátima, Municipio de Vila Nova de Ourém, hoy Diócesis de Leiría-Fátima. Alrededor del mediodía, después de haber rezado el rosario, como habitualmente hacían, mientras se entretenían en construir una pequeña casa de piedras sueltas, en el mismo local donde hoy se encuentra situada la basílica, de repente vieron una luz brillante; pensando que era un relámpago decidieron marcharse, pero un poquito más abajo otro relámpago iluminó el espacio y vieron encima de una pequeña encina, donde se encuentra ahora la Capilla (Capelinha) de las apariciones, una “Señora más brillante que el sol”; de sus manos pendía un rosario blanco. La Señora dijo a los tres pastorcitos que era necesario rezar mucho y los invitó a volver a Cova da Iría durante otros cinco meses consecutivos, en los días 13 a la misma hora. Los niños así lo hicieron y en los días 13 de Junio, Julio, Septiembre y Octubre, la Señora volvió a aparecérseles en Cova da Iría. El 19 de Agosto se dió la aparición en un lugar de los Valinhos, a unos 500 metros de Aljustrel, porque, el día 13 los niños habían sido llevados por el Administrador del Municipio, para Vila Nova de Ourém. En la última aparición del 13 de Octubre, estando presentes cerca de 70.000 personas, la Virgen les dijo que era la “Señora del Rosario” y que hicieran allí una Capilla en su honor. Después de la aparición todos los presentes observaron el milagro prometido a los tres niños en Julio y Septiembre: el sol, pareciéndose a un “disco” de plata, se le podía mirar sin dificultad alguna y giraba sobre sí mismo como si fuese una rueda de fuego, que fuera a precipitarse sobre la tierra. Posteriormente, siendo Lucía Hna. Religiosa de Santa Dorotea, la Virgen se le apareció nuevamente en España, el día 10 de Diciembre de 1925 y el día 15 de Febrero de 1926 en el Convento de Pontevedra y en la noche del 13-14 de Junio de 1929, en el Convento de Tuy; pidiendo la devoción de los cinco primeros sábados y comunicándole las condiciones para dicho ejercicio: — rezar el rosario meditando los Misterios, confesar y comulgar en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María — y la Consagración de Rusia al mismo Inmaculado Corazón.

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 25,13-21

13 Algunos días después, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesárea a saludar a Festo.

14 Como se detuvieron allí muchos días, Festo expuso al rey el asunto de Pablo: - Hay aquí un hombre que Félix me dejó encarcelado.

15 Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos me presentaron una acusación contra él pidiendo su condena.

16 Yo les respondí que los romanos no acostumbran a entregar a ningún hombre antes que el acusado comparezca ante los acusadores y tenga oportunidad de defenderse de la acusación.

17 Reunidos, pues, aquí sin demora alguna, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a ese hombre.

18 Los acusadores comparecieron, pero no presentaron ninguno de los cargos que yo sospechaba.

19 Sólo le acusaban de ciertas cuestiones referentes a su propia religión y a un tal Jesús, ya muerto y que, según Pablo, está vivo.

20 Perplejo yo ante cuestiones de este tipo, le dije si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allí.

21 Pero entonces Pablo solicitó que se le reservara para el juicio de Augusto. Así que he ordenado que lo dejen en la cárcel hasta que se presente la oportunidad de remitirlo al César.

 

**• Han pasado dos años y Pablo sigue prisionero. Pero también ha llegado Festo, un magistrado mucho más honesto y solícito que el anterior. La lectura presenta una de las muchas vicisitudes por las que pasa el prisionero Pablo, que no pierde ocasión para anunciar lo que, para él, es lo más importante, incluso ante el rey y los príncipes, por muy indignos y poco ejemplares que sean, como la incestuosa pareja formada por Agripa y Berenice. El procurador Festo había comprendido bien el núcleo de la cuestión: lo que separaba a los judíos de Pablo no era una doctrina, sino un hecho, mejor aún: el testimonio sobre el hecho de la resurrección de Jesús.

Lucas parece un admirador del sistema jurídico romano e incluso saca a la luz algunos de sus principios rectores. Y pone de manifiesto la prontitud para explotar en favor del Evangelio este admirado ordenamiento jurídico. Pablo podrá ir a Roma gracias a su apelación al César. Irá como prisionero, es verdad, pero irá a Roma. Es interesante leer la continuación del relato, donde se presenta el encuentro de Pablo con la extraña pareja y con el representante del Imperio romano: también ellos están interesados en el asunto de Jesús y convierten la resurrección en tema de conversación. El valor de Pablo, que no teme exponerse, obliga a todo tipo de personas a ponerse frente al hecho de la resurrección, que ahora se ha convertido en el motivo fundador del nuevo camino de salvación.

 

Evangelio: Juan 21,15-19

En aquel tiempo, una vez se hubo manifestado a los discípulos,

15 después de comer, Jesús preguntó a Pedro: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis corderos.

16 Jesús volvió a preguntarle: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: - Cuida de mis ovejas.

17 Por tercera vez insistió Jesús: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si le amaba, y le respondió: - Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis ovejas.

18 Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir.

19 Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: - Sígueme.

 

*•• La perícopa está totalmente centrada en la figura de Simón Pedro. El evangelista, con dos pequeños fragmentos discursivos, especifica cuál es el papel del apóstol en la comunidad eclesial: ha sido llamado para desempeñar el ministerio de pastor (vv. 15-17) y para dar testimonio con el martirio (vv. 18s). De ahí que el Señor, antes de confiar a Pedro el encargo pastoral de la Iglesia, le exija una confesión de amor. Ésa es la condición indispensable para poder ejercer una función de guía espiritual. Y el Señor requiere el amor de Pedro tres veces (vv. 15.16.17), con un ritmo creciente.

La insistencia de Jesús en el amor ha de ser leída como condición para establecer la relación de intimidad filial que Pedro debe mantener con el Señor. Antes que en cualquier dote humana, el ministerio pastoral de Pedro se basa en una confiada comunión interior y no en un puesto de prestigio o de poder: una intimidad que no puede ser apreciada con medidas humanas, sino que es reconocida por el Señor mismo, que escruta el corazón. Y el Hijo de Dios, que conoce bien el ánimo del apóstol, le responde confiándole la misión de apacentar a su rebaño: «Apacienta mis ovejas» (v. 17c).

Al ministerio pastoral le sigue después el testimonio del martirio. También Pedro debe refrendar su amor a Jesús con la entrega de su vida (cf. Jn 15,13). El fragmento concluye con algunas palabras redactadas por el autor sobre el tema del seguimiento. La misión de la Iglesia y de todos sus discípulos es siempre la del seguimiento de Jesús, único modelo de vida.

 

MEDITATIO

El evangelio del «discípulo amado» recupera, por así decirlo, el papel de Pedro en clave de amor. Sólo quien ama puede apacentar el rebaño recogido por el Amor. Sólo quien responde al amor de Cristo puede estar en condiciones de ser puesto al frente de su rebaño, porque debe ser testigo del amor.

La página que nos ocupa es de una enorme densidad y está empapada por el tema central de todo el evangelio de Juan: el amor. Por amor ha entregado el Padre al Hijo, por amor ha entregado el Hijo su vida, por amor ha reunido Cristo a los suyos; el amor es la ley de los discípulos, el amor debe mover a Pedro, y para dar testimonio de este amor ha escrito el discípulo amado su evangelio. Toda la historia divina y humana está movida por el amor, que nace del corazón de Dios, se revela en el Hijo, es atestiguado por los discípulos y se pide a quien «preside en el amor». Los acontecimientos humanos se iluminan y resuelven con esta pregunta: «¿Me amas?» y con esta respuesta: «Sí, te amo».

La historia de la Iglesia está basada en la pregunta que dirige Cristo a todos sus discípulos: «¿Me amas?», y en la respuesta: «Sí, te amo». Que el Espíritu, que es el Amor increado, nos permita entrar en este diálogo iluminador y beatificante.

 

ORATIO

No sé qué decirte, Señor, frente a este diálogo. En él se encuentra, simplemente, todo. Está toda la vida, todo su misterio, toda su luz, todo su sabor, todo su significado.

Todas las demás cuestiones se convierten en simples ocasiones para expresarte mi «sí». ¿Y cómo podría ser de otro modo? Tú me has creado para decirme que me amas y para pedirme que te ame. Me lo pides como un mendigo, enviándome a tu Hijo como siervo, para que no te ame por miedo o estupor frente a tu grandeza, sino para tocar las fibras secretas de mi corazón, para herirme con tu benevolencia, para conquistarme con la belleza de tu rostro desfigurado en la cruz.

Aunque como Pedro -pero más que él- siento a veces más de un titubeo para decirte que te amo (porque soy un pecador que persevera en su pecado), a pesar de todo, ahora, en este momento, ¿cómo puedo dejar de decirte que te amo? ¿Cómo puedo dejar de decirte que quisiera amarte toda la vida? ¿Cómo puedo no decirte que quiero amar todas las cosas y a todas las personas en ti? ¿Cómo no decirte que prefiero perder todas las cosas con tal de no perderte a ti? Oh, mi amadísimo Señor, haz que lo que te estoy diciendo no sea fuego de paja, sino una llama que no se extinga nunca.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué significan estas palabras: «¿Me amas?», «Apacienta mis ovejas»? Es como si, con ellas, dijera el Señor: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo. Apacienta, más bien, a mis ovejas por ser mías, no como si fueran tuyas; busca apacentar mi gloria, no la tuya; busca establecer mi Reino, no el tuyo; preocúpate de mis intereses, no de los tuyos, si no quieres figurar entre los que, en estos tiempos difíciles, se aman a sí mismos y, por eso, caen en todos los otros pecados que de ese amor a sí mismos se derivan como de su principio».

No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino al Señor, y, al apacentar sus ovejas, busquemos su interés y no el nuestro. El amor a Cristo debe crecer en el que apacienta a sus ovejas hasta alcanzar un ardor espiritual que le haga vencer incluso ese temor natural a la muerte, de modo que sea capaz de morir precisamente porque quiere vivir en Cristo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 123,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Me amas?» (Jn 21,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El misterio insondable de Dios consiste en que Dios es un enamorado que quiere ser amado. El que nos ha creado está esperando nuestra respuesta al amor que nos ha dado la vida. Dios no nos dice sólo: «Tú eres mi amado», sino que también nos dice: «¿Me amas?», y nos proporciona innumerables posibilidades para responder «sí». En eso consiste la vida espiritual: en la posibilidad de responder «sí» a nuestra verdad interior.

Comprendida de este modo, la vida espiritual cambia radicalmente todas las cosas. El hecho de haber nacido y crecido, haber dejado la casa paterna y buscado una profesión, ser alabado o rechazado, caminar y reposar, orar y jugar, enfermar y ser curado, vivir y morir..., todo puede convertirse en expresión de la pregunta divina: «¿Me amas?». Y en cualquier momento del viaje existe siempre la posibilidad de responder «sí» y de responder «no».

¿A dónde nos lleva todo esto? Al «sitio» de donde venimos, al «sitio» de Dios. Hemos sido enviados a esta tierra para pasar en ella un breve período y para responder, a través de las alegrías y los dolores durante el tiempo que tenemos a nuestra disposición, con un gran «sí» al amor que se nos ha dado y, al hacerlo, volver al que nos ha enviado con ese «sí» grabado en nuestros corazones (H. J. M. Nouwen, Sentirsi amati, Brescia 1999'4, pp. 108ss).

 

Día 14

San Matías (14 de mayo)

Liturgia de las Horas de hoy

 

Según Eusebio de Cesárea, Matías habría sido uno de los setenta discípulos a los que Jesús -según el testimonio de Lc 10,1 ss- envió en misión. Es cierto que Matías constituye la duodécima columna en el colegio apostólico. Los Once le eligieron para sustituir a Judas, que había entregado a Jesús a sus verdugos. Fue elegido precisamente porque había seguido a Jesús durante su ministerio público, desde su bautismo por Juan el Bautista hasta el día de la ascensión de Jesús al cielo. Su nombre se encuentra en la segunda lista de santos del canon romano.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 1,15-17.20-26

15 Uno de aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran unos ciento veinte, y dijo:

16 -Hermanos, tenía que cumplirse la Escritura que había anunciado el Espíritu Santo por boca de David acerca de Judas, el que guió a los que prendieron a Jesús.

17 Era uno de los nuestros y participaba de este ministerio.

20 Así está escrito en el libro de los Salmos: Que su morada quede desierta, y no haya quien la habite. Y también: Que otro ocupe su cargo.

21 Se impone, por tanto, que uno de los que nos acompañaron durante todo el tiempo que el Señor Jesús estuvo con nosotros,

22 comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado a los cielos, entre a formar parte de nuestro grupo, para ser con nosotros testigo de su resurrección.

21 Presentaron a dos: a José, apellidado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías.

22 Y oraron así: -Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, señala a cuál de estos dos has elegido

25 para ocupar, en este ministerio apostólico, el puesto del que se apartó Judas para irse al lugar que le correspondía.

26 Echaron suertes y le tocó a Matías, y quedó asociado al grupo de los once apóstoles.

 

*•• Pedro, al comienzo de su ministerio apostólico, se preocupa de dar a conocer a la primitiva comunidad cristiana la importancia que tiene proceder a la recomposición del número de los apóstoles: doce. Este número, en efecto, no tiene sólo un valor simbólico, sino también y sobre todo un valor histórico. Es absolutamente necesario sustituir a Judas, que había desertado de la fe y hecho incompleto aquel número. Sólo así podrá continuar la tradición apostólica su tarea de manera eficaz y creíble.

El candidato, para ser auténtico testigo, debe haber compartido los acontecimientos históricos del ministerio público de Jesús: también este detalle es digno de la máxima atención, a fin de atestiguar que el magno acontecimiento de la resurrección del Señor debe ser referido y reconducido al acontecimiento del Jesús prepascual. En efecto, la fe, para el cristiano, se inserta en la historia, y la historia se abre a Dios, que la visita y la salva.

Es digno de señalar el hecho de que todo esto termina con una oración (cf. vv. 24ss) con la que los apóstoles dejan entender claramente que la elección realizada no es obra suya, sino que ha sido confiada totalmente a la voluntad y a la intervención del Señor. Ésta es también una óptima enseñanza para nosotros: siempre hemos de tener abiertas nuestras decisiones a la voluntad de Dios e inspirar nuestras opciones en las de Dios.

 

Evangelio: Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante  y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

**• El mensaje que nos transmite Juan el Bautista respecto a la importancia de los apóstoles en la vida de la Iglesia podemos resumirlo en estos puntos neurálgicos: en primer lugar, el apóstol comparte la misma misión con Jesús, que le ha elegido y le ha enviado. Y, antes, Jesús y sus discípulos comparten el mismo amor que Dios Padre les ha entregado.

Por eso el apóstol, antes que nada, debe permanecer en el amor: en el amor de Jesús a ellos y en el amor del Padre a Jesús. Permanecer en el amor significa vivir en la comunión perfecta, que es, al mismo tiempo, horizontal y vertical, es decir, con los hermanos en la fe y con Dios, término último de nuestro amor. El verdadero discípulo de Jesús, precisamente porque se siente amado y comparte con Jesús el amor de Dios Padre, sabe que tiene que observar un mandamiento, al que no puede sustraerse: el mandamiento del amor. También nosotros, como verdaderos discípulos de Jesús, nos sentimos movilizados a amar: una movilización que no suprime en absoluto la libertad de la adhesión; al contrario, la exalta.

Por último, el verdadero discípulo de Jesús, que ha adquirido ahora la plena conciencia de ser su amigo, se siente llamado a vivir este amor «hasta el final», esto es, hasta la entrega de sí mismo. No sería amistad verdadera la que no estuviera dispuesta a alcanzar también esta meta. En esto se diferencia el amigo del siervo.

 

MEDITATIO

Nuestra meditación se detiene en el insondable mensaje que se desprende de la página evangélica que acabamos de leer hace un momento. Es el binomio apóstol amigo el que atrae, sobre todo, nuestra atención. En primer lugar, para comprender que el apostolado –todo apostolado- no se reduce sólo a una misión, aunque sea de origen divino, que pueda resolverse en actitudes de pura obediencia formal. El apostolado es, ante todo, amor acogido y correspondido. El apóstol es alguien que se siente llamado a amar, a amar hasta el extremo, a amar más allá de toda humana posibilidad, a amar a todos, siempre, a amar hasta la entrega total de sí mismo. Precisamente como Jesús: como Jesús hizo respecto a su Padre, así también se siente llamado a hacer el apóstol respecto a Dios y a los hermanos.

En segundo lugar, el apostolado ha de ser reconducido a un mandamiento: un mandamiento divino que, como tal, una vez acogido no puede ser desatendido o dejado de lado. El apóstol se siente «movilizado» por Alguien cuyo precepto es fuente de libertad y de alegría.

Una libertad que no consiste en hacer simplemente lo que se quiere, sino en hacer lo que complace al Amado, por amor, sólo por amor. Y una alegría que no se mide según las capacidades humanas, sino que es un don exquisito del amor que nos ha sido dado y que, a nuestra vez, damos a los otros.

Por último, el apóstol tiene plena conciencia de haber sido elegido: no es él el sujeto principal de la misión que desarrolla, sino Aquel que le ha elegido y enviado. No es él quien tiene que tomar la iniciativa de la misión, sino Aquel que le ha mirado con amor y predilección. No es él quien tiene que dar fruto, sino Aquel que le ha amado y le ha elegido previamente.

 

ORATIO

Señor Jesús, quiero ser tu amigo. No mirar mis méritos, sino sólo tu corazón misericordioso. Seré tu amigo únicamente si tú no cesas de mirarme con un amor de predilección, perdonando mi pecado.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo. Sé que necesitas colaboradores libres y alegres, y yo quiero ser uno de ellos. Libera mi corazón de todo vínculo de pecado y hazlo capaz de amar como tú me has amado y me amas siempre.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo, uno de tus predilectos, porque me has dicho y confiado todo lo que tenías en el corazón, porque me has dado todo lo que tu corazón puede dar, porque me has introducido en los secretos de tu amor al Padre.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo, porque todavía tengo que aprender mucho de ti y tú tienes que confiarme y entregarme aún muchas cosas. Podré decir que soy tu amigo sólo cuando me hayas configurado totalmente a ti, identificado por completo al Padre.

 

CONTEMPLATIO

El don total de nuestro amor a Dios y el don que él nos hace a cambio, la completa y eterna unión, es el estado más elevado al que podemos acceder, el grado superior de la oración. Las almas que lo han alcanzado son verdaderamente el corazón de la Iglesia y en ellas vive el amor sacerdotal de Jesús. Escondidas con Cristo en Dios, no pueden hacer otra cosa que irradiar en otros corazones el amor divino, del que están repletas, y cooperar en la perfección de todos los hombres en la unión con Dios, que fue y es el gran deseo de Jesús.

La historia oficial no habla de estas fuerzas invisibles e incalculables, pero la fe del pueblo creyente y el juicio atento y vigilante de la Iglesia las conocen, y nuestro tiempo se ve cada vez más obligado, cuando llega a faltar todo, a esperar la salvación última de estas fuentes escondidas (E. Stein).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras de los apóstoles: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, señala a quién has elegido como testigo» (cf. Hch l,24ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hemos sido llamados a ser siervos, de modo que el llegar a ser ministros es un compromiso progresivo a través del cual descubrimos siempre nuevas fronteras de servicio, de consagración, de disponibilidad, de entrega de nosotros mismos. Jesucristo es ministro así: «No he venido a ser servido, sino a servir» (Me 10,45).

Debemos pensar mucho sobre este aspecto, porque si no le prestamos atención, mientras se multiplican las dimensiones exteriores de la dimensión ministerial -pues ahora ya no se sabe qué es lo que no debe hacer un sacerdote, todos los días se descubre un nuevo confín-, existe el riesgo de perder el sentido de la interiorización de la misma. Es preciso no nacer de ministro, sino serlo. No prestar un servicio, sino servir, convertirse en siervos, ser consumidos, devorados por el servicio.

Si el concilio ha vuelto a proponer con tanta solemnidad la expresión «sacerdocio ministerial» - y recuerdo que al principio había quien se ponía triste al oír calificar al sacerdocio como «ministerial», porque parecía una especie de diminutio capitis-,  hoy nos damos cuenta de que la expresión es mucho menos trivial de lo que parecía. Al contrario, es extremadamente exigente en cuanto contenido y comprometedora para nuestra fidelidad: convertirse en siervos, convertirse en ministros, convertirse en sacramento del ministerio de Jesús, que se ofreció y se consumió hasta el extremo. Esta identificación del sacerdocio con la dimensión ministerial no debe ser separada nunca de la visión de aquella gracia que, a través de la dimensión ministerial del sacerdote, fluye en el cuerpo de la Iglesia y de la comunidad de los creyentes. La dimensión ministerial del sacerdote es vehículo de gracia, es esencialmente sacramental (A. Ballestrero).

 

 

Día 15

Solemnidad de Pentecostés Ciclo C

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11

1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar.

2 De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban.

3 Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos.

4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse.

5 Se hallaban por entonces en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra.

6 Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron estupefactos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.

7 Todos, atónitos y admirados, decían: - ¿No son galileos todos los que hablan?

8 Entonces ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua materna?

9 Partos, medos, elamitas, y los que viven en Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y Asia,

10 Frigia y Panfília, Egipto y la parte de Libia que limita con Cirene, los forasteros romanos,

11 judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos proclamar en nuestras lenguas las grandezas de Dios.

 

**• Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento narrado tiene lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1,1-5) en un contexto que recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19, preludio del don de la Ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (vv. ls). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (vv. 3s).

El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones («.todas las naciones de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b).

Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11,1-9); en segundo lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (cf. 1 Sm 10,5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de

todas procedencias (vv. 17s).

El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv. 22s y 38s; cf. Ef 4,13).

 

 

Segunda lectura: Romanos 8,8-17

Hermanos:

8 los que viven entregados a sus apetitos no pueden agradar a Dios.

9 Pero vosotros no vivís entregados a tales apetitos, sino que vivís según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que no pertenece a Cristo.

10 Ahora bien, si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté sujeto a la muerte a causa del pecado, el Espíritu vive por la fuerza salvadora de Dios.

11 Y si el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos hará revivir vuestros cuerpos mortales por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros.

12 Por tanto, hermanos, estamos en deuda, pero no con nuestros apetitos para vivir según ellos.

13 Porque si vivís según ellos, ciertamente moriréis; en cambio, si mediante el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

14 Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.

15 Pues bien, vosotros no habéis recibido un Espíritu que os haga esclavos, de nuevo bajo el temor, sino que habéis recibido un Espíritu que os hace hijos adoptivos y nos permite clamar: «Abba», es decir, «Padre».

16 Ese mismo Espíritu se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de Dios.

17 Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, toda vez que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él.

       

**• En su Carta a los Romanos pone Pablo de relieve el carácter dramático de la condición humana, una condición sometida a la esclavitud del pecado (cf. 7,14b-25). Para indicar esta fragilidad congénita a la naturaleza emplea el término «carne», vertido en nuestra traducción por «apetitos». Los que se dejan dominar por este principio no pueden agradar a Dios, puesto que «el propósito de la carne es enemistad contra Dios» (v. 7 al pie de la letra). ¿Cómo escapar entonces de la ira divina? Hay otro principio que mora y actúa en los bautizados: el Espíritu Santo. El bautismo nos hace morir al pecado (6,3-6) para sumergir nos en la muerte salvífica de Cristo (vv. 3s). Es tarea del cristiano, por consiguiente, dejar que actúe en él cada día el dinamismo de la muerte -al pecado- inherente al bautismo, para vivir cada vez más de la misma vida de Dios (vv. 10-12).

Es el Espíritu quien hace al hombre hijo adoptivo de Dios, insertándolo en la filiación única de Cristo. Ahora bien, esta realidad no se lleva a cabo en un solo momento. Es un germen que se va desarrollando a diario en la medida en que se muestra dócil a su «guía». En el centro de la carta aparece por primera vez esta espléndida definición de los cristianos: «Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios», que por eso son hijos de Dios (v. 14). El Espíritu confirma interiormente esta nueva adopción, dando la libertad de orar a Dios con la misma confianza que Jesús, con su misma invocación filial (vv. 15s), y abriendo el horizonte ilimitado de la nueva condición: el que es hijo es también heredero del Reino de Dios junto con Cristo, primogénito entre los hermanos (v. 29).

Ahora bien, esto significa aceptar asimismo compartir con Jesús la hora del sufrimiento, de la pasión, para pasar con él de la muerte a la vida y ser instrumento de salvación para la redención de muchos (v. 7; cf. 1 Pe 4,14).

 

Evangelio: Juan 14,15-16.23b-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15 Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos

16 y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros.

23 Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él.

24 Por el contrario, el que no guarda mis palabras es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son mías, sino del Padre, que me envió.

25  Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros;

26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo.

 

^ En esta perícopa evangélica se presenta el discurso que dirigió Jesús a los suyos en el cenáculo antes de la pasión. En él se presenta al Espíritu Santo como «otro Paráclito» -o sea, como un testigo a favor- que, después de Jesús y gracias a su oración, enviará el Padre a los discípulos para que se quede siempre con ellos (v. 16). El Espíritu es, por tanto, una realidad personal -no es una energía cósmica impersonal- y divina que entra en comunión con el hombre y lo colma de amor. También aquí es preciso introducir una precisión: no se trata de un amor genérico, sino del amor a Jesús, que se realiza a través del cumplimiento concreto de sus mandamientos, de sus palabras; a través de la fe profunda en que él nos ha hablado según la voluntad de Dios, su Padre y -en él- Padre nuestro (vv. 15.23s).

Guardar en el corazón y en la vida esta Palabra dilata la intimidad del que se hace discípulo y le vuelve capaz de acoger la presencia de Dios, que corresponde al infinitamente humilde amor del hombre poniendo era su tienda (según la imagen bíblica de la shekhinah,) presencia gloriosa de Dios en medio de su pueblo) para habitar en él junto con Jesús (v. 23). Es la promesa de una comunión lo que Jesús nos ofrece a todos: «Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos... y viviremos en él». Tras su partida, no permitirá que les falte a los suyos la enseñanza de vida eterna (6,68), puesto que el Espíritu Santo vendrá en su nombre a completar su revelación, haciéndosela comprender profundamente; haciendo que la recuerden, o sea, iluminando de manera constante el camino cotidiano, oscuro a menudo, con rayos de eternidad (vv. 25-27).

 

MEDITATIO

Como sedientos, acerquémonos a la fuente del agua viva. Reconociendo nuestras fatigas interiores, pidamos al Señor que encienda un fuego nuevo en nuestro corazón, cerrado a la alegría por motivos efímeros, por vanos entusiasmos. Él está dispuesto a verter en nosotros el agua que apaga la sed profunda, que lava una vida ofuscada por los errores y los pecados. Quiere dárnosla llama que ilumina, calienta y purifica al hombre.

Si amamos, si queremos aprender a amar únicamente en la escuela de Cristo, guardando sus palabras, se nos dará una nueva condición de existencia: el Espíritu de Dios vivirá en nosotros como en Jesús, haciéndonos en él hijos de Dios, liberados de la esclavitud del pecado y, por tanto, libres de elegir el seguimiento de Cristo como camino de vida.

Como maestro interior, enseña al corazón la oración filial, el abandono-confiado del niño que se sabe amado y llevado por su padre. Como artista divino, transfigura el rostro interior de cada uno como imagen irrepetible del Hijo unigénito. Como testigo veraz, nos hará comprender y recordar los secretos del Reino de los Cielos.

Sí, nuestra vida puede ser transformada por este viento que se abate impetuoso, por este fuego celeste que baja y planta su tienda en el corazón; pero, entonces, será vida entregada, perdida por nosotros y reencontrada en Dios y en los hermanos, porque es hacia él hacia quien nos impulsa el Espíritu de manera inexorable.

«Envía, Señor, tu Espíritu, y renovarás la faz de la tierra, invocamos en la liturgia. Envíalo, y renovarás también nuestro rostro, haciéndolo radiante con tu luz.»

 

ORATIO

Espíritu Santo, esplendor de belleza,

luz que brota del seno de la Luz, ¡ven!

Espíritu Santo, candor de inocencia,

infancia divina que renuevas el mundo, ¡ven!

Espíritu Santo, fuerza creadora del infinito amor,

dulce huésped de las almas, ¡ven!

Espíritu Santo, artífice de paz,

vínculo que une y nunca divide, ¡ven!

Espíritu Santo, divino consolador,

bálsamo que sana toda herida, ¡ven!

Espíritu Santo, crisma celestial,

tu que divinizas a la criatura humana, ¡ven!

Espíritu Santo, divino Orante,

tú que gritas siempre desde el corazón de los hijos

«¡Padre!», ¡ven!

Espíritu Santo, canto de alegría en el corazón de la Iglesia,

Esposa siempre rejuvenecida por la gracia, ¡ven!

 

CONTEMPLATIO

El Espíritu Santo, aun siendo uno solo, único e indivisible en el aspecto, confiere, pese a todo, a cada uno la gracia según su voluntad (cf. 1 Cor 12,11). Como un leño seco del que salen brotes si está en agua, así sucede en el alma pecadora, que se vuelve digna del Espíritu Santo por medio de la penitencia y produce racimos de justicia.

Aun siendo uno solo, a la señal de Dios y en el nombre de Cristo, el Espíritu Santo suscita las distintas virtudes. De unos se sirve para comunicar la sabiduría; ilumina la mente de otros con la profecía; a otros les confiere el poder de expulsar demonios, y a otros el poder de interpretar las Escrituras. A unos les corrobora la templanza (o la castidad), a otros les enseña cuanto conviene a la caridad (o bien a la limosna); a un tercero, el ayuno y los ejercicios de la vida ascética; a un cuarto, por último, le enseña a prepararse para el martirio. Aunque diferente en los otros, el Espíritu es siempre idéntico a sí mismo...

Llega con vísceras de tutor fraterno: viene a salvar, a enseñar, a amonestar, a corroborar, a consolar, a iluminar la mente; primero en quienes lo acogen, después, y por obra de éstos, en los otros. Y del mismo modo que quienes, sumergidos antes en las tinieblas, han visto de improviso el sol que ilumina el ojo de su cuerpo, pueden ver lo que antes no veían, así quien ha sido hecho digno de recibir el Espíritu Santo queda iluminado en el alma y ve en el orden sobrenatural todo lo que antes no conseguía ver (Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 16,1-24, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos» (de la secuencia de la liturgia del día).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús nos envía al Espíritu para que pueda llevarnos a conocer del todo la verdad sobre la vida divina. La verdad no es una idea, un concepto o una doctrina, sino una relación. Ser guiados hacia la verdad significa ser insertados en la misma relación que tiene Jesús con el Padre; significa llegar a ser partner en un noviazgo divino. Esa es la razón por la que Pentecostés es el complemento de la misión de Jesús. Con Pentecostés, el ministerio de Jesús se hace visible en plenitud. Cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y habita en ellos, su vida queda «cristificada», esto es, transformada en una vida marcada por el mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. La vida espiritual, en efecto, es una vida en la que somos elevados a ser partícipes de la vida divina.

Ser elevados a la participación de la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo no significa, sin embargo, ser echados fuera del mundo. Al contrario, los que entran a formar parte de la vida espiritual son precisamente los que son enviados al mundo para continuar y llevar a término la obra iniciada por Jesús. La vida espiritual no nos aleja del mundo, sino que nos inserta de manera más profunda en su realidad. Jesús dice a su Padre: «Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí» (Jn 17,18). Con ello nos aclara que, precisamente porque sus discípulos no pertenecen ya al mundo, pueden vivir en el mundo como lo ha hecho él (cf. Jn 17,15s). La vida en el Espíritu de Jesús es, pues, una vida en la cual la venida de Jesús al mundo -es decir, su encarnación, muerte y resurrección- es compartida externamente por los que han entrado en la misma relación de obediencia al Padre que marcó la vida personal de Jesús. Si nos hemos convertido en hijos e hijas como Jesús era Hijo, nuestra vida se convierte en la prosecución de la misión de Jesús (H. J. M. Nouwen, invito alia vita spirituale, Brescia 2000, pp. 42-44, passim [trad. esp.: Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, PPC, Madrid 2000]).

 

Día 16

Lunes de la 7ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Santiago 3,13-18

Queridos:

13 ¿Hay entre vosotros algún sabio y experimentado? Pues muestre con su buena conducta que la sabiduría ha llenado su vida de dulzura.

14 Pero si tenéis el corazón cargado de rivalidad y de ambición, ¿por qué os vanagloriáis y falseáis la verdad?

15 Semejante sabiduría no procede de arriba, sino que es terrena, sensual, demoníaca.

16 Porque donde hay envidia y ambición, allí reinan el desorden y toda clase de maldad.

17  En cambio, la sabiduría de arriba es en primer lugar intachable, pero además es pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera.

18 En resumen, los que promueven la paz van sembrando en paz el fruto que conduce a la salvación.

 

        *• La Carta de Santiago está dirigida a los cristianos procedentes de la sinagoga. Sus destinatarios son hermanos que se reúnen en asamblea constituyendo Iglesias. En éstas, eran muchos los que llegaban a ser maestros (3,1); por eso, tras haberlos amonestado para que dominen la lengua, plantea Santiago esta pregunta: «¿Hay entre vosotros algún sabio y experimentado?» (v. 13). El autor contrapone aquí dos tipos de sabiduría: la de arriba y la terrena; una conduce a la comunión y la otra a la discordia.

        La comunión viene inspirada siempre de arriba, da un buen testimonio y permite vivir en la dulzura y en la paz. La discordia, en cambio, tiene su raíz en el corazón del hombre y hace que crezcan los sentimientos de envidia, de rivalidad, alimentados por la soberbia. Es una sabiduría terrena, mala, que divide, sugerida por el demonio, e invita a realizar toda clase de acciones negativas, veladas por un bien aparente (w. 15ss). La sabiduría que viene de arriba, en cambio, obra siempre el bien y es pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera. Queda así manifiesto que la paz y la concordia de una comunidad siembran una semilla que dará fruto en el campo de la justicia divina (w. 17ss).

 

Evangelio: Marcos 9,14-29

En aquel tiempo, subió Jesús al monte y,

14 cuando llegó adonde estaban los otros discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos maestros de la Ley discutiendo con ellos.

15 Toda la gente, al verlo, quedó sorprendida y corrió a saludarle.

16 Jesús les preguntó: - ¿De qué estáis discutiendo con ellos?

17 Uno de entre la gente le contestó: - Maestro, te he traído a mi hijo, pues tiene un espíritu que lo ha dejado mudo.

18 Cada vez que se apodera de él, lo tira por tierra y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes hasta quedarse rígido. He pedido a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

19 Jesús les replicó: - ¡Generación incrédula! ¿Hasta cuando tendré que estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo.

20 Se lo llevaron y, en cuanto el espíritu vio a Jesús, sacudió violentamente al muchacho, que cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos.

21 Entonces Jesús preguntó al padre: - ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? El padre contestó: - Desde pequeño.

22 Y muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos.

23 Jesús le dijo: - Dices que si puedo. Todo es posible para el que tiene fe.

24 El padre del niño gritó al instante: - ¡Creo, pero ayúdame a tener más fe!

25 Jesús, viendo que se aglomeraba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: - Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él.

26 Y el espíritu salió entre gritos y violentas convulsiones. El niño quedó como muerto, de forma que muchos decían que había muerto.

27 Pero Jesús, cogiéndole de la mano, lo levantó y él se puso en pie.

28 Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: - ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?

29 Les contestó: - Esta clase de demonios no puede ser expulsada sino con la oración.

 

        **• Jesús baja del monte donde se había transfigurado y vuelve con el resto de sus discípulos. Los encuentra rodeados de una muchedumbre que se queda sorprendida con su inesperada llegada. Dejando aparte toda discusión, todos se apresuran a saludar al Maestro. Jesús pregunta el motivo de la reunión de los discípulos, gente sencilla y maestros de la Ley y -tras cierta vacilación- es el padre de un muchacho endemoniado quien toma la palabra. Cuenta el estado de salud en el que se encuentra su hijo y afirma que los discípulos no han podido liberarlo (w. 17ss).

        Jesús se indigna con todos, porque constata que su predicación y los milagros realizados no han consolidado ni la fe de los discípulos ni la fe de la gente. Con todo, y aunque con una nota de rabia y de cansancio, Jesús no abandona a esta gente y le ofrece una vez más su ayuda. El padre del muchacho interviene de nuevo y pone al descubierto la endeblez y la inconsistencia de su fe: «Si algo puedes...» (v. 22b). Esta petición sorprende al Maestro, y responde de inmediato: «Todo es posible para el que tiene fe» (v. 23). Al decir: «Creo» (v. 24b), el padre del muchacho afirma la impotencia del hombre y la gran misericordia de Dios. Entonces Jesús realiza el milagro: libera al muchacho del espíritu mudo y deja pasar un breve intervalo de tiempo, un espacio para que se manifiesten la grandeza y el poder del amor. No, el muchacho no está muerto; está completamente libre (w. 25-27).

        Cuando los discípulos le preguntan a Jesús la razón de su impotencia, se refiere éste a la oración, es decir, al reconocimiento total y humilde de que todo viene de Dios y de que contar únicamente con nuestros propios medios no conduce a ninguna parte.

 

MEDITATIO

        La sabiduría y la fe se entrelazan hasta formar un tejido compacto que recubre a todo el hombre y le da calor. En medio de esta tibieza encuentra el hombre dentro de sí dos elementos que le hacen ir en la dirección del bien y del amor: el primero es una relación con sus semejantes fundada en la acogida y la escucha, que lo hacen pacífico, tolerante, conciliador, compasivo, fecundo, imparcial y sincero; el segundo es el reconocimiento de estar necesitado de Dios y de encontrar en nuestro camino a Jesús, el Verbo hecho carne. Muchas veces nos sentimos dispuestos a desafiar las distintas situaciones de la vida, creyéndonos capaces de mediar y de llevar a cabo las mismas acciones de Dios, pero la presunción de poder hacerlo por nosotros mismos nos hace fracasar también en el bien.

        La fe hace crecer la sabiduría y la sabiduría aumenta nuestra fe: éste es el camino que hemos de recorrer para no caer en la trampa de una justicia sólo terrena, reivindicadora de derechos. La humildad es la fe escondida, es la confianza de aquel que lo espera todo; por eso lo cubre todo con la caridad. De este modo, la oración es también ese pan de cada día que fermenta la masa de la existencia y hace levantar la mirada hacia aquel que es el Señor de la vida, del cual tenemos necesidad para expulsar el mal tormentoso y afanoso de nuestros días.

 

ORATIO

        Señor Jesús, somos débiles y frágiles y tenemos dificultades para conseguir acoger «las cosas de arriba», la sabiduría que viene de lo alto y la fe en ti. Ayúdanos a mantener vivo el deseo de no abandonarte y de vislumbrar tu presencia en la vida diaria. Pon siempre en nuestro corazón ese justo temor que nos permite dirigir los ojos a ti cuando creemos realizar acciones buenas, en particular las dirigidas a nuestro prójimo, a fin de que no se pierda ningún don que el Espíritu haya infundido en nosotros.

 

CONTEMPLATIO

        No compares todas las obras poderosas y los prodigios realizados en el mundo con un hombre que sabiamente more en la quietud. [...] Que lo más perfecto a tus ojos sea soltar tu alma de los vínculos del pecado, antes incluso que soltar a los oprimidos, liberándolos de aquellos que mantienen esclavos sus cuerpos. Prefiere reconciliarte con tu alma en la concordia de la tríada que hay en ti -cuerpo, alma, espíritu-, más que reconciliar a los airados con tu enseñanza.

        Ama la sencillez de las palabras con la ciencia de la experiencia interior, más que ir en busca de un Giscón de doctrina con la agudeza de la mente y el depósito del oído y de la tinta. Preocúpate de resucitar tu alma muerta por las pasiones al movimiento de sus impulsos hacia Dios, más que de resucitar de la muerte a los muertos según la naturaleza.

        Muchos han realizado grandes cosas, han resucitado muertos, se han cansado en favor de los errantes, han llevado a cabo muchos prodigios y han atraído a muchos a Dios con la admiración despertada por las obras de sus manos. Después, precisamente esos mismos que habían salvado a otros han caído en pasiones torpes y reprobables.

        Mientras daban la vida a los otros, se daban la muerte a sí mismos, provocando su propia caída con la contradicción mostrada en sus obras. El hecho es que, mientras estaban aún enfermos en el alma, no se preocuparon de su propia curación, sino que se echaron al mar del mundo para curar las almas de los otros, estando enfermos ellos aún. De este modo, privaron a sus almas de la esperanza en Dios, en el sentido que he dicho, porque la enfermedad de sus sentidos no podía sostener el choque con los rayos de las cosas mundanas, que, por lo general, excitan la vehemencia de las pasiones en aquellos que todavía tienen necesidad de vigilancia (Isaac de Nínive, Discorsi ascetici I, Roma 1984, pp. 87ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo es posible para el que tiene fe» (Mc 9,23b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La gracia cambia de raíz la relación con Dios, entre nosotros, y cambia la comprensión que cada uno de nosotros tiene de sí mismo.

        Primero: la gracia cambia de raíz el modo de concebir la relación con Dios, que se convierte, esencialmente, en una relación de acogida y de gratitud. No es el camino del hombre el que asciende a Dios, sino que es el camino de Dios el que baja al hombre. La salvación es don, no conquista. Esto precisamente es el Evangelio, el alegre anuncio que debemos llevar a todos, un anuncio esperado y deseado: Cristo ha muerto y resucitado por nosotros y, en consecuencia, estamos salvados por el amor  gratuito de Dios manifestado en la cruz, no por nuestras obras. Nuestra seguridad se apoya en el amor de Dios, no en nuestra respuesta: por eso es una noticia alegre.

        Segundo: la gracia cambia las relaciones en el interior de la comunidad. En ella debe reinar el orden de la entrega recíproca y no el de la justicia sin más. «No hagáis nada por rivalidad o vanagloria; sed, por el contrarío, humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos. Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás», escribe san Pablo a la comunidad de Filipos. Todo eso es necesario si la comunidad quiere ser la proclamación de la gracia, es decir, de la lógica que llevó a Cristo, que existía en la condición de Dios, a tomar la forma de esclavo, a hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

        Tercero: la gracia no cambia sólo las relaciones humanas en la comunidad, sino también las relaciones de la comunidad con el mundo. Estas deben ser unas relaciones de servicio, y de ningún modo relaciones de autoglorificación. La salvación está en la fe y no en las culturas, y, por ello, todas las culturas pueden abrirse a Cristo y ningún pueblo puede imponer a todos su propia cultura particular en nombre de Cristo. Si no fuera así, la salvación dejaría de ser gracia, basada únicamente en el amor de Dios, sino que estaría condicionada por una cultura o por otra, esto es, por las obras del hombre.

        Cuarto: el hombre debe concebirse como don gratuito, como una existencia regalada, y, por consiguiente, no puede permanecer encerrado en sí mismo y buscar sólo lo que supone una ventaja para él. Debe abrirse y hacerse don gratuito para todos. Si esto no tuviera lugar, el movimiento de Dios quedaría interrumpido y distorsionado: el amor gratuito que desciende sobre el hombre quedaría transformado por él: ya no sería don, sino posesión; ya no sería servicio, sino poder (B. Maggioni, "Vita consacrata come trasparenza evangélica", en Consacrazione e servicio. Suplemento n. 10/11, Roma 1981, pp. 29ss).

 

Día 17

Martes de la 7ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: Santiago 4,1-10

Queridos:

1 ¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esas pasiones que os han convertido en un campo de batalla?

2 Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis, pero no podéis conseguir nada; os enzarzáis en guerras y contiendas, pero no obtenéis porque no pedís;

3 pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.

4 ¡Gente infiel! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguno quiere ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios.

5 ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: Dios ama celosamente al espíritu que ha hecho habitar en nosotros?

6 Aunque él da una gracia mayor y por eso dice: Dios resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes.

7 Por tanto, someteos a Dios, pero resistid al diablo, que huirá de vosotros.

8 Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad vuestras manos; purificad vuestros corazones, los que lleváis doble vida.

9 Reconoced vuestra miseria; llorad y lamentaos; que vuestra risa se convierta en llanto y en tristeza la alegría.

10 Humillaos ante el Señor y él os ensalzará.

 

        **• Tras haber considerado, de manera general, los aspectos negativos que nos llevan a dividirnos, penetra Santiago de modo más profundo en el corazón de aquellos que se erigen en maestros de la comunidad. La incorrección de estos conduce a guerras y contiendas suscitadas por las pasiones de la codicia y de la posesión, que matan moralmente y suscitan la envidia. ¿Cómo es posible pensar que se va a obtener lo que se pide si hasta la más pequeña petición está hecha con estos sentimientos? A ésos sólo les corresponde el título de «¡gente infiel!» (v. 4), esto es, los que aman y son amigos de las cosas del mundo, mientras que odian y se hacen enemigos de Dios.

        Para dar razón de lo que dice, cita el apóstol la Escritura y afirma que es Dios quien nos otorga el amor en su plenitud y totalidad. De este amor, justamente definido como «celoso», parte la llamada a la conversión. No más confusión, doblez de corazón, compromisos entre el mundo y Dios, sino transparencia y humildad, a fin de ser reconocidos ante los hombres por lo único que vale ante Dios. Éste sólo exalta a quien se le somete.

 

Evangelio: Marcos 9,30-37

En aquel tiempo,

30 se fueron de allí y atravesaron Galilea. Jesús no quería que nadie lo supiera,

31 porque estaba dedicado a instruir a sus discípulos. Les decía: - El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, le darán muerte y, después de morir, a los tres días, resucitará.

32 Ellos no entendían lo que quería decir, pero les daba miedo preguntarle.

33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: - ¿De qué discutíais por el camino?

34 Ellos callaban, pues por el camino habían discutido sobre quién era el más importante.

35 Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: - El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

36 Luego tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

37 - El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado.

 

        **• Servir, en sentido bíblico, es servir a Dios, y por tanto también al prójimo, y tiene como consecuencia la liberación del pecado que domina todo corazón.

        Dice Jesús que quien quiera ser el primero «que sea el último de todos y el servidor de todos» (v. 35). En la predicción de su pasión, ofrece Jesús a sus discípulos una lectura -que no comprenden, a buen seguro, todavía de humillación y entrega de sí mismo por los otros a través del sufrimiento y el dolor, pero, sobre todo, a través del amor oblativo y desinteresado. En consecuencia, el seguimiento del discípulo ha de tener estas características.

        Ahora bien, el Maestro prosigue aún con estas palabras: «El que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado» (v. 37). El que cree ser el primero no hace fructificar los talentos que ha recibido, sino sólo aquellos de los que presume; el último y el siervo saben, sin embargo, que todo les ha sido dado por Dios, por eso se ponen en actitud de acogida.

        La acogida de un niño (w. 36ss) es símbolo de sencillez, humildad y pobreza, de alguien que se confía del todo a la ayuda de Dios, de quien responde cuando le llaman y no hace razonamientos de grandeza porque no sabe hacerlos. Eso no equivale a callar por temor a pedir, sino al abandono confiado a quien se preocupa por él y a la certeza de que existe siempre Alguien que ve en su justa medida aquello de lo que tenemos necesidad.

 

MEDITATIO

        Es muy grande la tentación de ser o hacerse líder. Se trata de una tentación que aparece de una manera sutil y en forma de bien: al comienzo, tal vez ni siquiera nos damos cuenta, pero poco a poco nos va sugiriendo cosas cada vez más alejadas de la verdad de Cristo.

        Charles de Foucauld oyó un día esta frase durante una homilía del padre Huvelin: «Jesucristo ha tomado el último puesto de tal modo que nadie podrá quitárselo jamás». Estas palabras nos hieren y nos proporcionan consuelo al mismo tiempo, porque la experiencia humana de cada día nos lleva a decir que somos nosotros quienes debemos luchar con los condicionamientos y los bombardeos psicológicos que se nos presentan. Sin la humildad, esa virtud que nos permite reconocer a Otro fuera y por encima de nosotros, sólo conseguimos afirmar nuestras pasiones, que no conducen a la unión y al compartir, sino sólo a imposiciones que con el correr del tiempo no concuerdan ya con la sabiduría, don de Dios. Existe una sola pasión, y es aquella que sufrió Jesucristo por cada uno de nosotros, haciéndonos de nuevo niños en el espíritu, últimos en el mundo, pero grandes en su Reino. Jesús «rico como era, se hizo pobre por nosotros» y, de este modo, puso en tela de juicio la raíz del mal que reina dentro de nosotros: hacernos como él.

        Imitar al Señor no significa repetir de manera servil los gestos que él realizó, sino confrontar lo que sale de nuestro corazón con lo que él dijo e hizo. La obediencia al Padre que lo envió le hizo libre de obrar por nosotros y en nosotros, para que no seamos esclavos de nuestras voluntades, sino libres de amar y de entregar a los otros lo que nosotros mismos recibamos.

 

ORATIO

        Señor, estamos en deuda contigo por la vida que nos has dado con tu pasión, muerte y resurrección. No permitas que usemos los dones gratuitos que nos has dado para especular en perjuicio de los pobres o para hacernos grandes ante los otros.

        Recuérdanos, cuando volvamos a ti humillados, lo que hemos tenido miedo de pedirte en los momentos de orgullo y de presunción. Ayúdanos a acoger y a dar antes de ser acogidos y recibir, para no presumir de hacer nuestra voluntad, sino la de nuestro Padre, tal como tú nos enseñaste.

 

CONTEMPLATIO

        En esta vida y en toda tentación, luchan entre sí el amor del mundo y el amor de Dios; el que venza de estos dos amores arrastra con su peso al que ama. En efecto, no vamos a Dios caminando ni volando, sino con nuestros afectos buenos. Y, del mismo modo, nos quedamos cautivos de la tierra, no con cuerdas o cadenas, sino por nuestros malos sentimientos. Vino Cristo a hacer cambiar nuestros afectos y a hacer que se enamoraran del cielo antes que de la tierra. Se hizo hombre por nosotros el que nos creó e hizo hombres. Y tomó él, Dios, la naturaleza humana para hacer a los hombres como dioses. Ésta es la batalla a la que estamos llamados, ésta es nuestra lucha con la carne, con el diablo, con el mundo. Pero confiemos, puesto que quien pregonó esta justa no se queda mirándola sin darnos su ayuda, pues nos recomienda no presumir de nuestras fuerzas. [...]  «No améis al mundo ni lo que hay en él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Jn 2,15).

        Dos son los amores: el del mundo y el de Dios; donde habita el amor del mundo, no puede entrar el amor de Dios. Si se va de allí el amor del mundo, habitará el amor de Dios en ese lugar: ¡que el afecto mayor obtenga el sitio de manera estable! Tú amaste el mundo; no lo ames más. Cuando hayas expulsado de tu corazón el amor terreno, acogerás en él el divino y empezará a habitar en ti la caridad, de la cual no puede derivarse ningún mal. Oíd, pues, las palabras de quien quiere reducir con discursos vuestros corazones para que den mejores frutos. Se ha puesto a tratarlos como campos. ¿Y de qué modo? Si encuentra todavía boscaje, lo elimina; si encuentra el campo limpio ya de maleza, planta árboles enél; y, precisamente, quiere plantar un árbol: la caridad.  ¿Y de qué boscaje quiere quitar la maleza? Del amor del mundo (Agustín de Hipona).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes» (Sant 6,6b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Dichosos los que saben reírse de ellos mismos: nunca acabarán de divertirse. Dichosos los que saben distinguir un monte del montoncillo de un topo: se ahorrarán gran cantidad de preocupaciones.

        Dichosos los que son capaces de reposar y de dormir sin necesidad de buscar excusas: llegarán a sabios.

        Dichosos los que saben callar y escuchar: aprenderán muchas cosas nuevas. Dichosos los que son lo suficientemente inteligentes para no tomarse en serio: serán estimados por sus amigos.

        Dichosos vosotros si sois capaces de mirar en serio las cosas pequeñas y con serenidad las serias: llegaréis lejos en la vida.

        Dichosos vosotros si sois capaces de apreciar una sonrisa y olvidar una burla: vuestro camino estará lleno de sol.

        Dichosos vosotros si sois capaces de interpretar siempre de manera benévola las actitudes de los otros, incluso cuando las apariencias son contrarias: pasaréis por ingenuos, pero ése es el precio de la caridad.

        Dichosos los que piensan antes de actuar y ríen antes de pensar: evitarán cometer gran cantidad de tonterías.

        Dichosos vosotros si sois capaces de callar y sonreír cuando os interrumpen, os contradicen u os pisan los pies: el Evangelio empieza a entrar en vuestro corazón.

        Dichosos sobre todo los que sois capaces de reconocer al Señor en todos aquellos a quienes os encontráis: habéis hallado la verdadera luz, habéis hallado la verdadera sabiduría (J.-F. Six, Le beatitudini oggi, Bolonia 1986, pp. 195ss [edición española: Las bienaventuranzas hoy, Ediciones San Pablo, Madrid 1989]).

 

 

Día 18

Miércoles de la 7ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: Santiago 4,13-17

11 En cuanto a los que decís: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allí todo el año; traficaremos y nos enriqueceremos»,

12 ¿sabéis acaso lo que será mañana de vosotros? Pues sois vapor de agua que por un instante es perceptible y al punto se disipa.

13 Haríais mejor en decir: «Si el Señor quiere y vivimos, haremos esto o lo otro».

16 Pero no, alardeáis ostentosamente, sin daros cuenta de que tal actitud es reprochable.

17 Por tanto, el que sabe hacer el bien y no lo hace comete pecado.

 

        **• El apóstol Santiago se dirige a los ricos que forman parte de la comunidad cristiana. Son hombres que viajan por negocios, para obtener beneficios que van mucho más allá de las necesidades cotidianas. Se trata de un poseer por avidez; en consecuencia, de una riqueza injusta que los erige en dueños del futuro. Precisamente por esa presunción son «vapor de agua», es decir, algo que sube hacia lo alto, pero que se disuelve muy pronto porque es inconsistente y, por tanto, deja de verse.

        Santiago subraya en este punto la importancia vital y existencial de dirigir la mirada y el pensamiento al Señor para tomar decisiones sensatas incluso en aquellas cosas que pertenecen a la vida diaria -como el trabajo, por ejemplo, que no puede tener como finalidad exclusiva el beneficio personal. Enriquecerse de este modo se convierte casi en un alarde, en una pretensión sobre los otros y en un arrogarse derechos y privilegios. Ahora bien, todo eso es pecado, porque los ricos, conociendo el bien, no lo hacen.

 

Evangelio: Marcos 9,38-40

En aquel tiempo,

38 Juan le dijo a Jesús: - Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.

39 Jesús replicó: - No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí.

40 Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro.

 

        *+• Llegados al final del capítulo 9 del evangelio de Marcos, podemos resumir algunos puntos: la fe de los discípulos es endeble, no están en condiciones de expulsar a los demonios; los mismos discípulos andan a la búsqueda de grandezas, jactándose de cierta pretensión sobre quienes no forman parte del grupo que sigue a Jesús.

        Casi da la impresión de que la acción del Espíritu Santo, que sopla cómo y donde quiere, es limitada. Los discípulos están encerrados todavía en la mentalidad de que sólo los que pertenecen al grupo de Jesús pueden llevar a cabo acciones que respondan a las enseñanzas del Maestro. Ahora bien, Jesús ha venido a traer una novedad para todos, no sólo para unos pocos, de ahí que ni su misión ni su enseñanza tengan ni puertas ni muros.

        Con razón dice: «Nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí» (v. 39). Ese «en mi nombre» indica precisamente libertad de acción, acogida del amor, total dependencia de Dios, que no excluye a nadie que se declare en favor suyo.

 

MEDITATIO

        La verdadera riqueza consiste en la posesión de la felicidad personal y, al mismo tiempo, en tener la mirada dirigida hacia los otros. Ciertamente, no es posible medir, por nuestra parte, lo que conseguimos dar ni, sobre todo, cómo damos, porque los listones o los programas telemáticos tienen una acción limitada dentro de nuestros esquemas. Con todo, podemos saber qué sentimiento nos impulsa a dar gratuitamente, qué hay de verdad en nuestro corazón que hace saltar el muelle del don. Si bien nada ni nadie está en condiciones de evaluar nuestros sentimientos, siempre hay, a pesar de todo, Alguien al que no se le escapa nada que tenga que ver con nosotros.

        Cuando obramos en la caridad de Cristo, de inmediato se nos sugiere el movimiento siguiente, de inmediato entra en acción nuestra fantasía y nos hace realizar cosas que nunca hubiéramos pensado. Con frecuencia, nos sorprende que otros estén en condiciones de llevar a cabo gestos de amor mayores que los nuestros. Es precisamente en este punto donde nace el verdadero sentido de la comunidad, de ese encuentro de personas que -reunidas en el amor oblativo- tienen como dinamismo vital al Espíritu Santo, el cual obra y realiza su verdadera misión: «Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», dice el Señor Jesús. Tenemos grandes ejemplos en nuestra historia de personas que, en apariencia, «nos dejan» para «dedicarse » a los demás. ¡Cuántas vidas escondidas salen a la luz incluso después de haber dejado este mundo!

        El Señor sabe encontrar los modos de no dejarlas para siempre en el silencio. Una mirada de amor hacia el otro, una atención dirigida a quien se encuentra menesteroso y en medio de la necesidad, no pueden ser «arrebatadas» por la racionalidad humana: necesitamos dejar que sea el Señor quien nos revele cuál es el verdadero bien para cada uno de nosotros y para todos.

 

ORATIO

        Oh Señor, perdónanos porque nos mostramos presuntuosos en las acciones que realizamos «en tu nombre ». Nos llenamos la boca, las manos, el corazón y la cabeza de ti, pero, después, nuestros sentimientos persiguen intereses y resultados egoístas. No permitas que los justifiquemos, porque no existe más que una sola justificación: la tuya, la redención llevada a cabo por medio de tu muerte en la cruz. Haz que nuestra única riqueza sea ver la pobreza del otro, para salirle al encuentro, y que nuestra pobreza esté repleta de la riqueza que el otro nos ha dado.

 

CONTEMPLATIO

        Ojalá no caigamos en la mezquindad, en la relajación de los que juzgan como absolutamente imposible pasar la vida sin disponer de inmensos tesoros. [...] Lo que se os pide a vosotros, oh ricos de este mundo, no es inhumano, ni puede resultaros indeseable. Si no es posible exigiros que queráis ser pobres en la tierra, preocupaos al menos de no tener que mendigar por toda la eternidad. Si sentís horror de la indigencia presente, ¿porqué no teméis la futura, la perpetua? Si aborrecéis los males efímeros, esforzaos por evitar las desventuras sin fin, eternas. Mientras estáis en vida, tembláis, os espanta el pensamiento de la miseria; sin embargo, el daño mundano que teméis es con mucho inferior al que os afligirá en el más allá. Si juzgáis insoportable la pobreza terrena, ¿cómo valoraréis aquella que no tendrá nunca fin?

        Las consideraciones que estoy haciendo son muchísimo más conformes con vuestro modo de sentir, con vuestros deseos. Si no queréis separaros de ninguna manera de vuestros tesoros, haced que eso no tenga lugar algún día. Os pedimos algo que debe seros agradable, grato. Vosotros, que no sabéis vivir sin disponer de riquezas, obrad de modo tal que sigáis siendo siempre adinerados. Justamente el Señor dice: «Por consiguiente, soberanos de los pueblos, si os deleitáis con los tronos y los cetros, honrad la sabiduría, para que podáis reinar siempre» (Silvano de Marsella, Contro l'avarízia, Roma 1997, pp. 79ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro» (Mc 9,40).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Afortunadamente, hay una «fábula» que es siempre verdadera, y lo sigue siendo cada día. Una «fábula» vivida por alguien o por algo que, en general, no tiene nombre ni vistosidad, y se propone al libro de la vida desde su escondite lleno de sol. A veces es descubierta y contada por periódicos y libros, aunque es más frecuente que siga siendo desconocida por la publicidad, atareada en temas que no son en absoluto fabulosos.

        La encuentran, como una gracia, los que buscan la luz: o bien porque tienen la mirada iluminada o bien porque sienten la desesperación del vacío. La «fábula» cotidiana confirma en la paz a los primeros y lleva a la paz a los segundos. Es la maravilla que Dios mantiene en la tierra, donde son muchos los que trabajan para que sea cada vez menos maravillosa, aunque su maravilla acaba por imponerse siempre, sin escenarios ni estrépito, en la naturaleza y entre los hombres.

        La llamamos «fábula» de manera inapropiada, dado que es verdadera, aunque le conviene este nombre porque no parece verdadera, por lo mucho que se ha vuelto excepcional y obsoleta, cuando debía ser casi normal por el hecho de que todo hombre está llamado a ser y a obrar, y por el hecho de que está difundida por todas partes en la naturaleza. La «fábula» se llama don, amor, unidad. Se cuenta en las casas de los pobres que se sienten señores y en las casas de los ricos que comparten lo que tienen. Se encuentra en el asfalto, donde, ¡unto con los «viajeros luctuosos», va un peregrino de humanísima libertad; y se encuentra también en la estancia donde sonríe la enfermedad como sobreabundancia de vida. Se lee en el vuelo de las mariposas, en el canto del mirlo, en las conchas de las playas, en el juego de luces de un abetal de montaña. Verla y sentirla, tan difundida en su escondite, hace pensar que el «invierno» de la vida diaria no es, de verdad, la estación dominante (G. Agresti, Le fragole sull'asfalto, Milán 1987, pp. 165-166).

 

 

Día 19

JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE

Liturgia de las Horas de hoy

Heb 10, 12-23

12 El, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, "se sentó a la diestra de Dios para siempre"

13 esperando desde entonces " hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. "

14 En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados.

15 También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Porque, después de haber dicho:

16 "Esta es la Alianza que pactaré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en su mente las grabaré, "

17 añade: " Y de sus pecados " e iniquidades " no me acordaré ya. "

18 Ahora bien, donde hay remisión de estas cosas, ya no hay más oblación por el pecado.

19 Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús,

20 por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne,

21 y con un " Sumo Sacerdote " al frente de la " casa de Dios, "

22 acerquémonos con sincero corazón , en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura.

23 Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa.

           Cristo ofreció por los pecados un único y definitivo sacrificio y se sentó a la derecha de Dios, esperando solamente que Dios ponga a sus enemigos debajo de sus pies. Su única ofrenda lleva a la perfección definitiva a los que santifica. Nos lo declara el Espíritu Santo. Después de decir:Esta es la alianza que pactaré con ellos en los tiempos que han de venir, el Señor añade: Pondré mis leyes en su corazón y las grabaré en su mente. No volveré a acordarme de sus errores ni de sus pecados. Pues bien, si los pecados han sido perdonados, ya no hay sacrificios por el pecado. Así, pues, hermanos, no podemos dudar de que entraremos en el Santuario en virtud de la sangre de Jesús;” él nos abrió ese camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne.
           Teniendo un sacerdote excepcional a cargo de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, con fe plena, limpios interiormente de todo lo que mancha la conciencia y con el cuerpo lavado con agua pura. Sigamos profesando nuestra esperanza sin que nada nos pueda conmover, ya que es digno de confianza aquel que se comprometió.

 

Evangelio: Lc 22, 14-20.

14 Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles;

15 y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer;

16 porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.»

17 Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: «Tomad esto y repartidlo entre vosotros;

18 porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios.»

19 Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»

20 De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.

 


MEDITATIO

La particular solicitud por la salvación de los otros, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios, por la unidad espiritual de la Iglesia, que nos ha sido confiada por Cristo junto con la potestad sacerdotal, se explica de varias maneras [...].

Sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del buen pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo. En esto consiste el arte máxima a la que Jesucristo os ha llamado. «Arte de las artes es la guía de las almas», escribía san Gregorio Magno.

Os digo, por tanto, siguiendo sus palabras: esforzaos por ser los «maestros» de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos?

Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, san Vicente de Paúl, san Juan de Ávila, el santo cura de Ars, san Juan Bosco, el beato Maximiliano María Kolbe y tantos otros (Juan Pablo II, Carta a los obispos y a los sacerdotes, Jueves Santo de 1979, 6).

 

ORATIO

         Cogiste mi corazón de niño con ternura delicada y paternal, me sedujeron tu afecto y tu cariño y me dejé cautivar.

         Yo escuché tu llamada gratuita sin saber la complicación que me envolvía, me enrolé en tu caravana de tu mano sin pensar ni en las espinas ni en los cardos.

         Te fui fiel, aunque a jirones fui dejando en mi camino pedazos de corazón, hoy me encuentro con un cáliz rebosante de jazmines que potencian mis anhelos juveniles y me acercan más a Dios.

         En el ocaso de la carrera de mi vida siento el gozo de la inmolación a Tí. Tienes todos los derechos de exigirme, puedes pedir si me ayudas a decir siempre que ¡Sí!

         Necesitaste y necesitas de mis manos para bendecir, perdonar y consagrar;  quisiste mi corazón para amar a mis hermanos, pediste mis lágrimas y no me ahorré el llorar.

         Mis audacias yo te di sin cuentagotas, mi tiempo derroché enseñando a orar, gasté mi voz predicando tu palabra y me dolió el corazón de tanto amar.

         A nadie negué lo que me dabas para todos. Quise a todos en su camino estimular. Me olvidé de que por dentro yo lloraba, y me consagré de por vida a consolar.

         Muchos hombres murieron en mis brazos, ya sabrán cuánto les quise en la inmortalidad, me llenarán de caricias y de flores el regazo, migajas de los deleites de su banquete nupcial.

         Pediste que te prestara mis pies y te los ofrecí sin protestar, caminé sudoroso tus caminos, y hasta el océano me atreví a cruzar.

         Cada vez que me abrazabas lo sentía porque me sangraba el corazón, eran tus mismas espinas las que me herían y me encendían en tu amor.

         Fui sembrando de hostias el camino inmoladas en la cenital consagración: más de treinta mil misas ofrecidas han actualizado la eficacia de tu redención.

         No me pesa haber seguido tu llamada, estoy contento de ser latido en tu Getsemaní; sólo tengo una pena escondida allá en el alma: la duda de si Tú estás contento de mí.

         Mi gratitud hoy te canto, ¡Cristo de mi sacerdocio! Mi fidelidad te juro, Jesucristo Redentor. Ayúdame a enriquecer con jardines a tu Iglesia, que florezcan y sonrían aún en medio del dolor.

         Sean esos jardines para tu recreo y mi trabajo, multiplica tu presencia por los campos hoy en flor, que lo que comenzó con la pequeñez de un pájaro, se convierta en muchas águilas que roben tu Corazón.

(Oración Sacerdotal)

 

CONTEMPLATIO

El Señor plasmó al hombre de la tierra, pero nos ama como a verdaderos hijos suyos y nos espera con deseo. El Señor nos ha amado con un amor tal que se encarnó por nosotros y derramó por nosotros su sangre, con la que nos ha dado de beber, y nos ha dado su precioso cuerpo. Y así, por su carne y por su sangre, hemos llegado a ser sus hijos, a semejanza del Señor. Así como los hijos se parecen a su padre, y esto con independencia de la edad, así nosotros nos hemos vuelto semejantes al Señor en su humanidad, y el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que estaremos eternamente con él.

El Señor no cesa nunca de llamarnos: «Venid a mí y yo os haré descansar». Nos alimenta con su precioso cuerpo y su preciosa sangre. Nos instruye misericordiosamente con su palabra y por medio del Espíritu Santo. Nos ha revelado sus misterios. Vive en nosotros y en los sacramentos de la Iglesia y nos conduce al lugar donde contemplaremos su gloria. Ahora bien, cada uno contemplará esta gloria según la medida de su amor.

Quien ama más se lanza con mayor ardor para estar con el amado Señor, y por eso se le acerca más. Quien ama poco, también desea poco. ¡Qué maravilla! La gracia me ha hecho conocer que todos los que aman a Dios y observan sus mandamientos están llenos de luz y se asemejan al Señor. Y esto es algo natural. El Señor es luz, e ilumina a sus siervos (Archim. Sofronio, Silvano del Monte Athos. Vita, dottrina, scritti, Turín 1978, p. 346).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús vino a la tierra para abrir un camino entre los hombres, para que éstos, a su vez, tomen este camino y sigan a Jesús. No hay otro camino posible para ningún hombre. Antes o después, de un modo o de otro, cada hombre se encuentra en el camino de Jesús, aunque probablemente sólo sea en la hora de su muerte.

Jesús habla a menudo de aquellos que le siguen y a los que llama discípulos. Les traza el camino, les indica las condiciones, los riesgos, las insidias. Los modos del seguimiento de Jesús son múltiples, pero todos los caminos tienen como desembocadura la misma entrega total de nosotros mismos a Jesús, a aquella obediencia que fue la suya, una obediencia hasta la muerte en una cruz, precio y camino de la resurrección. Seguir a Jesús es renegar de nosotros mismos, aceptar perder aparentemente nuestra propia vida. Una propuesta así sería no sólo arriesgada, sino también aberrante, si Jesús no hubiera añadido tres breves palabras que cambian radicalmente su sentido: «Por mi causa».

A causa de Jesús. Quien se atreve a hablar así lo hace por amor. Y quien habla por amor no propone un itinerario que conduce a la muerte, sino que se abre a la vida. El que ama se ha arrancado a sí mismo del objeto de su amor. Ya no es capaz de vivir replegado sobre sí mismo, porque el amor tiende a desplegar al máximo todas las posibilidades que hay en él. El amor les da dinamismo, decuplica sus fuerzas, fecunda sus palabras, sus acciones. ¿Y qué decir cuando se trata del amor de Jesús?

A causa de Jesús, podrá decir san Pablo, y para conocer la sublimidad de su amor se ha atrevido a considerar todas las cosas como basura (cf. Flp 3,8). A causa de Jesús. Estas cuatro breves palabras dicen aún otras cosas. En efecto, el amor no sólo potencia los recursos de aquel que ama, sino que hace entrar también en el misterio de aquel a quien se ama. A causa de Jesús equivale a decir quemados en lo íntimo por el amor que nos arrastra, pero también «como Jesús», o sea, empujados y arrastrados por el amor que él mismo siente por nosotros y cuya poderosa ternura no nos abandona un solo instante.

No hay ni un solo sufrimiento sembrado en nuestro cuerpo, en nuestro corazón e incluso en nuestro espíritu que no nos construya, por así decirlo, en plenitud, conduciéndonos a dar nuestros frutos más bellos. Y aquí se encuentra también la fuente de nuestra alegría. Sí, haciéndolo todo y soportándolo todo a causa de Cristo,exultaremos con una alegría inefable y llena de la gloria de Dios (A. Louf, Seúl l'amour suffirait, París 1982).

 

 

Día 20

Viernes de la 7ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Santiago 5,9-12

9 Hermanos, no os soliviantéis unos contra otros, para que no seáis condenados, pues el juez está ya a las puertas.

10 Tomad como modelo de constancia y sufrimiento a los profetas que hablaron en nombre del Señor.

11 No en vano proclamamos dichosos a los que han dado ejemplo de paciencia. En concreto, habéis oído hablar de la paciencia de Job y conocéis el desenlace al que le condujo el Señor, porque el Señor es compasivo y misericordioso.

12 Pero, sobre todo, hermanos, no juréis ni por el cielo ni por la tierra, ni hagáis ningún otro tipo de juramento. Que vuestro «sí» sea sí y vuestro «no» sea no, para no incurrir en condenación.

 

        *•• En la parte final de su carta (5,7-20), Santiago se dirige a todos los miembros de la comunidad icf w. 7.9.10.12.19) y les exhorta a vivir en el tiempo presente (cf. v. 7) de modo positivo y confiado icf. 9a. 12). Con su estilo conciso, aunque franco y decidido, fija su mirada de inmediato en aquello que es esencial y da sentido a la vida cristiana, la venida final del Señor: «el juez está ya a las puertas» (v. 9b). Para esta larga espera, durante la cual está llamado el cristiano a pasar por pruebas y adversidades, pone Santiago dos ejemplos del Antiguo Testamento: «los profetas» (v. 10) y «Job» (v. 11).

        Con la cita del Sal 103, 8, colocada como conclusión del v. 11, se nos confirma que así como el Señor no defraudó las expectativas de los que permanecieron fieles a la palabra que debían anunciar y de los que perseveraron en la fe, así tampoco frustrará las nuestras.

        Por último (v. 12), añade Santiago otra recomendación a la que había puesto en la apertura de nuestro fragmento: a fin de que la espera de la parusía sea un tiempo de serenidad y de edificación recíproca, invita a sus lectores a evitar, además de las murmuraciones, el juramento, retomando el texto de Mt 5,33-37: no hemos de dar garantía a nuestra palabra recurriendo a Dios, sino haciendo frente con empeño, seriedad, autenticidad y transparencia a nuestra vida, que no necesita muchos discursos.

 

Evangelio: Marcos 10,1-12

En aquel tiempo,

1 Jesús partió de aquel lugar y se fue a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán. De nuevo la gente se fue congregando a su alrededor, y él, como tenía por costumbre, se puso también entonces a enseñarles.

2 Se acercaron unos fariseos y, para ponerle a prueba, le preguntaron si le era lícito al marido separarse de su mujer.

3 Jesús les respondió: - ¿Qué os mandó Moisés?

4 Ellos contestaron: - Moisés permitió escribir un certificado de divorcio y separarse de ella.

5 Jesús les dijo: - Moisés os dejó escrito ese precepto por vuestra incapacidad para entender.

6 Pero desde el principio Dios los creó varón y hembra.

7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer

8 y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos, sino uno solo.

9 Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.

10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le preguntaron sobre esto.

11 Él les dijo: - Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera;

12 y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio.

 

        *•• En el centro de este pasaje del evangelio de Marcos figura la enseñanza de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio. La ambientación geográfica (v. 1) en la que la inserta el evangelista saca a la luz la continuidad de la instrucción de Jesús y también la revelación progresiva a los discípulos que perseveran en su seguimiento, a pesar de las dificultades de su naturaleza humana. Desde Cesárea de Filipo (8,27), suben Jesús y sus discípulos al elevado monte de la transfiguración (9,2), atraviesan Galilea (9,30), se detienen en Cafarnaún (9,33) y, finalmente, entran en Judea y pasan el Jordán. A la llegada a este territorio nos encontramos ante una controversia (v. 2) provocada por la diabólica pregunta planteada por los fariseos sobre la licitud del repudio o divorcio. Jesús, tal como acostumbra a hacer en estas ocasiones, pone una contrapregunta (v. 3), obligando a sus interlocutores a profundizar en el sentido de su objeción (v. 4).

        Las disposiciones de la ley mosaica (cf. Dt 24,1-4) no son una concesión benévola de Dios a su pueblo, como se creía en las escuelas rabínicas del tiempo. En realidad, revelan la ligereza con la que se practicaba el divorcio en el pueblo hebreo y la indigna situación en la que se encontraba la mujer repudiada, la cual, sin el certificado de divorcio, habría seguido siendo siempre «propiedad» del primer marido. El verdadero problema al que conduce Jesús a sus interlocutores es la incapacidad de amar (v. 5), que nos aleja del proyecto divino originario (w. 6ss). El hombre y la mujer llevan ambos en sí mismos la imagen del Dios que es amor y, aunque en medio de la diversidad, están llamados a ser una sola cosa en el matrimonio (v. 8). En el acto creador se descubre el auténtico sentido del amor y a nadie le está permitido romper la profunda unidad introducida por Dios en la naturaleza humana (v. 9).

        Las precisiones añadidas en privado a los discípulos (w. 10-12) confirman la enseñanza de Jesús sobre la cuestión ya discutida, con una adaptación al marco grecorromano. En este último, a diferencia del semítico (cf. Mt 5,32), también le estaba permitido a la mujer divorciarse del marido.

 

MEDITATIO

        La historia humana se desarrolla entre los dos grandes momentos de la creación y de la venida gloriosa de Jesús. Entre el comienzo y el cumplimiento del tiempo encontramos el sentido profundo de nuestro vivir: Dios, que nos llama y nos quiere en comunión con él. El tiempo presente, que, si vamos detrás de las sugerencias mediáticas imperantes, se nos presenta como el hoy absoluto, parece intentar cortarse del pasado, como si no le perteneciera, y no consigue proyectarse en un futuro posible, con lo que acaba replegándose sobre sí mismo de una manera estéril. La Palabra de Dios nos dice hoy algo preciso a este respecto. Nuestro tiempo es el tiempo de la paciencia, esto es, el de la expectativa laboriosa, confiada, segura de la venida del Señor. El nuestro es también el tiempo en el que damos cuerpo e historia a la «imagen y semejanza» divinas impresas en nosotros en el acto creador, mediante las cuales cada uno realiza el proyecto originario de comunión en la diversidad, de armonía en el amor.

        Al mismo tiempo, estamos llamados a palpitar con la vida misma del Dios Uno y Trino; el hombre y la mujer unidos en matrimonio son «sacramento», signo y realización posible de esa vida misma de Dios, dentro de los límites del lenguaje humano. ¿Cómo dar forma en el orden concreto de las relaciones cotidianas al proyecto originario de Dios sobre nosotros? El apóstol Santiago nos invita a vivir con transparencia, sin doblez ni ambigüedad, de tal modo que nuestras acciones sean creíbles por sí mismas. Y nos recuerda que hay un pasado del que podemos extraer indicaciones útiles para el presente; que el futuro no es una realidad desteñida, lejana, sino algo que se construye ya en el hoy y, en cierto modo, lo pregustamos ya. Es posible que en este tiempo de la «satisfacción inmediata», de los proyectos a corto y a cortísimo plazo, de la memoria evanescente, la Palabra que hoy nos presenta la liturgia sea, más que nunca, un faro luminoso para orientarnos en el camino.

 

ORATIO

        Bendito seas, Señor Dios: tú me recuerdas que vendrás a juzgar a los vivos y a los muertos, y esta perspectiva cambia mi relación con la vida. No estoy caminando sin meta: la mía eres tú. No he llegado aquí por casualidad: mi origen eres tú. Por consiguiente, eres tú, Señor mío, quien da sentido y sabor a las relaciones conmigo mismo y con los demás, unas relaciones sazonadas con sentimientos de afecto y amistad.

        Da vigor a mi voluntad -siempre frágil- de conocer tu proyecto originario para cada hombre y para cada mujer, ese proyecto de amor y de alegría que tu Palabra me revela y que ha tomado carne sin equívocos en Jesús. Y así sepa yo dar el justo valor a lo que es humano y capturar en mi tiempo fugaz fragmentos duraderos, reflejos de la eternidad.

 

CONTEMPLATIO

        Manten siempre delante de tus ojos el punto de partida. Conserva los resultados alcanzados. Lo que hagas, hazlo bien. No te detengas; antes bien, con carrera veloz y paso ligero, con pie firme, que ni siquiera permita al polvo retrasar la marcha, avanza confiado y alegre por el camino de la bienaventuranza que te has asegurado (Clara de Asís, "Lettere", en Fonti francescane, Padua 41996, 2288 [edición española: Escritos de santa Clara y documentos complementarios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1999]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que vuestro "sí" sea sí y vuestro "no" sea no» (Sant5,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La imagen primaria que tienen nuestros contemporáneos del tiempo no es una imagen serena. En la aldea global las esperas son brevísimas: asistimos a los acontecimientos en directo, el poder de los mandos a distancia se ha convertido en el signo de la satisfacción de lo inmediato. El imaginario  de todos, pequeños y adultos, está poblado de figuras de mil colores, aunque efímeras como un meteoro, ya sean las imágenes terribles de la guerra o las del papa cuando realiza un viaje apostólico, asociadas sin distinción de valor a los mensajes publicitarios. Si, por un lado, todo parece bajo control, por otro estos tiempos acelerados y segmentados son fuente de angustia y de amenaza para el hombre. El tiempo en el que vivimos se parece más que nunca al chronos del mito griego que devora a sus hijos, y nosotros nos reconocemos cada vez más en la figura del hombre proskairos del que habla la explicación de la parábola evangélica de la semilla (Mt 1 3,3-23): el hombre inconstante, el hombre de un momento, incapaz de ser constante, de perseverar, de construir una historia que no sea frustratoria e inconexo montón de episodios.

        Si pensamos, en cambio, que la experiencia de la fe necesita proceder de manera gradual, de acompañamiento, de una marcha progresiva, se vuelve aún más urgente una educación encaminada a adquirir aquellas virtudes que están particularmente ligadas al tiempo: la paciencia, la esperanza, la espera, la vigilancia, la perseverancia, entendidas como el arte de permanecer en el tiempo con la conciencia de que es la totalidad de la vida lo que hace de la existencia una obra maestra. [...]

        Me pregunto qué educación recibe nuestra gente para distinguir entre las promesas de Dios y los horóscopos que invaden cada día las páginas de los diarios y de las revistas. Los profetas de Israel nos han transmitido el gusto por las sorprendentes promesas de Dios, promesas que no pueden ser codificadas en el derecho canónico, aunque esperan de la Iglesia y de todos nosotros gestos valientes y libertad para ayudar al mundo de hoy a salir del círculo inexorable de un chronos que está devorando más que nunca a sus hijos (P. Ferrari, «ll mistero del tempo», en AA. W . , Un tempo di grazia. Quale futuro per la Chiesa?, Milán 2000, pp. 40ss, 44ss, 48ss).

 

Día 21

 Sábado de la 7ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: Santiago 5,13-20

Queridos:

13 Si alguno de vosotros sufre, que ore; si está alegre, que entone himnos.

14 Si alguno de vosotros cae enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia para que oren sobre él y lo unjan con óleo en nombre del Señor.

15 La oración hecha con fe salvará al enfermo; el Señor le restablecerá y le serán perdonados los pecados que hubiera cometido.

16 Reconoced, pues, mutuamente vuestros pecados y orad unos por otros para que sanéis. Mucho puede la oración insistente del justo.

17 Elías, que era un hombre de nuestra misma condición, oró fervorosamente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses;

18 oró de nuevo, y el cielo dio la lluvia y la tierra produjo su fruto.

19 Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte,

20 sepa que el que convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y obtendrá el perdón de muchos pecados.

 

        *» La perícopa de hoy constituye la conclusión de la Carta de Santiago. No contiene los acostumbrados saludos, como las cartas paulinas, y esto ha planteado siempre el problema del género literario de la obra; el pensamiento final es grandioso, aunque no se presenta como conclusivo. El autor, que tiene siempre presente el retorno escatológico del Señor (cf. 5,7-9), continúa exhortando sobre aspectos concretos de la vida común.

        El tema que une estos últimos versículos es la oración Santiago sostiene que no hay situación de nuestra vida que no pueda ir acompañada de la oración; en toda ocasión -sea alegre o triste-, podemos ponernos delante de Dios para elevarle gritos de súplica o cantos de alabanza y agradecimiento (v. 13).

        Descendiendo, después, al plano particular, toma en consideración en el v. 14 la enfermedad y exhorta a los que se encuentren en ese estado de postración y debilidad a no quedarse solos, sino a dirigirse a Dios y a los hermanos para recibir la fuerza necesaria. Los responsables de la comunidad, llamados a realizar plegarias y gestos concretos con la autoridad del Señor, son ejemplo de una práctica usada en la Iglesia primitiva. De esa práctica ha tomado la tradición cristiana, a continuación, el sacramento de la unción de los enfermos. La intervención de Dios, invocado confiadamente en la oración común, afecta al hombre en su totalidad (cuerpo y espíritu), lo vuelve a levantar de la enfermedad y también del pecado (v. 15). Santiago usa en este caso el mismo verbo de la resurrección de Cristo para subrayar que el Señor hace partícipe de su misma vida a quien se confía a él.

        En los versículos finales (w. 16-20) se retoman los temas ya indicados: remisión de los pecados, oración, curación. Señalemos la insistencia en el compartir, a la que se añaden asimismo otras actitudes, como la atención al otro, la reciprocidad, la corrección fraterna. Son todos ellos gestos indispensables para un camino comunitario que se convierte en camino de salvación para todos.

 

Evangelio: Marcos 10,13-16

En aquel tiempo,

10,13 llevaron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.

14 Jesús, al verlo, se indignó y les dijo: - Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios.

15 Os aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.

16 Y tomándolos en brazos, los bendecía, imponiéndoles las manos.

 

        *» El pasaje recuerda el episodio narrado antes por el mismo Marcos (cf. 9,36ss). Con estos gestos simbólicos fija Jesús la atención en algunas de las enseñanzas más radicales de todo el Evangelio, dirigidas a los que han decidido seguirle hasta Jerusalén.

        El cuadro que se presenta ante nuestros ojos es muy sencillo: llevan a Jesús algunos niños para que los bendiga (v. 13a). En una primera lectura sorprende que un hecho aparentemente normal engendre contrariedad entre los discípulos y una decidida toma de posición por parte de Jesús (w. 13b-14a). Todo ello sirve para orientar la atención hacia el punto más central de todo este pasaje evangélico (v. 14b): sólo quienes se confían ciegamente a Dios acogen la Buena Nueva del Reino.

        Jesús pone a los niños como ejemplo no por su inocencia o sencillez, sino por su total dependencia y disponibilidad; son pequeños y pobres, carecen de seguridades para defender, de privilegios para reclamar, lo esperan todo de sus padres. Así deben ser los que se pongan detrás de Cristo para seguirle (v. 15); el Reino no es una conquista personal, sino un don gratuito de Dios Padre que hemos de alcanzar sin pretensiones.

        En el marco cultural de Palestina, ni los niños pequeños ni las mujeres tenían valor; eran personas con las que no se perdía el tiempo. Esta mentalidad estaba también, probablemente, difundida entre los discípulos, pero Jesús se opone a ella. Con el gesto de cogerlos en brazos (v. 16) parece querer eliminar el Señor toda distancia, y con su misma vida se convierte en modelo de esta actitud de infancia espiritual: la ternura con la que se dirige al Padre llamándolo «Abbá», la total sumisión a su voluntad, el abandono en sus manos (cf. Me 14,36; Lc 24,46).

 

MEDITATIO

        El Reino de Dios es como el abrazo de Jesús (cf. Me 10,16), es Cristo mismo, el Hijo que nos permite ser hijos del Padre y hermanos entre nosotros. Es reino de libertad, justicia, acogida, paz, bendición, comunión..., todo lo que vemos en ese abrazo y necesita y anhela nuestro corazón. El Reino de Dios es una realidad que ya está presente en medio de nosotros, que tiene que ser acogida en la fe como si fuéramos niños, sin pensar en construirla con nuestras capacidades. El reino está aquí, pero ¿dónde están los niños? ¿Dónde están esos pequeños dispuestos a dejarse amar con un amor auténtico? ¿Acaso nos hemos convertido en adultos autosuficientes? ¿Acaso nos hemos construido un «reino» a nuestra medida con nuestras propias manos?

        La Palabra de Dios nos interroga; dejemos que resuene en nosotros: «De los que son como ellos es el Reino de Dios» (Mc 10,14), y aún: «Está llegando el Reino de Dios Convertios y creed en el Evangelio» (Mc 1,15), o bien: «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios» (Jn 3,3). Se trata de una palabra que nos pone al desnudo, que desenmascara los miedos recubiertos por el orgullo, pero no nos deja solos y desorientados en medio de un camino. Cristo se entrega a nosotros, adultos renacidos como niños, para hacernos sentir su presencia: vida verdadera que acoge y vuelve a levantar nuestra vida y cura nuestro corazón.

        Cristo está presente y nos indica un camino concreto de liberación a fin de que lo emprendamos personalmente para volver a encontrarnos entre sus brazos junto con muchos otros hermanos, pobres pecadores como nosotros, aunque confiadamente abandonados en ese abrazo.

 

ORATIO

        Señor, renacidos del agua y del Espíritu, nos encontramos en el abrazo de tu Iglesia. Éste que hemos recibido es un gran don, ayúdanos a custodiarlo sin apropiarnos de él.

        Concédenos poder dirigirnos a ti en todas las situaciones para saborear tu presencia: tanto en la sonrisa como en el llanto, tanto en el estupor como en el desconcierto, tanto en la soledad como en la compañía. Tú eres nuestro único refugio: custódianos entre tus brazos y gozaremos de tu paz. Y si llega a suceder que crecemos en nuestras falsas seguridades y nos alejamos de la verdad, ayúdanos a renacer de nuevo reconociéndonos menesterosos de tu misericordia y de la comunión contigo y con nuestros hermanos.

 

CONTEMPLATIO

        A Jesús le complace mostrarme el único camino que conduce a la hoguera divina, a saber: el abandono del niño que se adormece sin miedo entre los brazos de su Padre. «El que sea pequeño que venga acá» (Prov 9,4), ha dicho el Espíritu Santo por boca de Salomón, y este mismo Espíritu de amor ha dicho aún que «es a los pequeños a quienes se concede la misericordia» (Sab 6,7).

        ¡Ah!, si todas las almas endebles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña entre ellas, el alma de su Teresa, ninguna desesperaría de llegar a la cumbre de la montaña de amor, puesto que Jesús no pide grandes acciones, sino sólo el abandono y el reconocimiento.

        ¡Ah!, lo siento más que nunca, Jesús está sediento, no encuentra sino ingratos e indiferentes entre los discípulos del mundo, e incluso entre sus mismos discípulos encuentra pocos corazones que se abandonen a él sin reservas y comprendan la ternura de su amor infinito (Teresa del Niño Jesús, Gli scritti, Roma 1970, 230ss [edición española: Obras completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1997]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Si alguno de vosotros sufre, que ore; si está alegre, que entone himnos» (Sant 5,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        El niño pequeño, absolutamente arrebatado por su nuevo juguete, se sumerge por completo en su entretenimiento. Mientras juega, se identifica hasta tal punto con su papel que hasta se olvida de su padre y de su madre. De improviso, llega un enorme perro rabioso, ¿qué hará el niño? ¿Continuará su juego ignorando al perro y rechazando inconscientemente el peligro? ¿Se lanzará a una lucha furiosa contra el animal? ¿Intentará ponerse a salvo? En todos estos casos será devorado. Si, por el contrario, el niño toma conciencia del peligro desde el punto de vista objetivo: «El perro es enorme y yo soy pequeño», así como desde el punto de vista subjetivo: «Tengo miedo», entonces se dará  cuenta inmediatamente de que no está sólo y de que tiene un padre y una madre a los que pedir ayuda. [...] El primer paso de la fe es recordar que tenemos un Padre atento en el cielo y redescubrir, en la ternura de su abrazo, la presencia y la ayuda de los hermanos que viven a su lado. El niño que ha tomado conciencia del peligro no por ello está salvado ya: no sólo deberá ver el peligro, sino acogerlo. El pequeño aceptará acoger el peligro sólo porque sabe que su padre es más fuerte que el perro; deberá fiarse por completo de la intervención paterna. [...]

        Es fe auténtica aquella que, en la prueba, como María en el Calvario, no cree aue Dios permita el mal por falta de amor; si lo permite, es sólo para concedernos un bien superior, que aún no podemos ver y comprender. Esta esperanza sin límites es la condición más difícil de vivir del abandono. Si tenemos dificultades para practicar el abandono es porque no somos capaces de seguir esperando incluso cuando se ha perdido toda esperanza. [...] El niño que se ha dado cuenta del peligro desde el punto de vista objetivo y subjetivo, y lo ha hecho suyo aceptándolo, ¿qué hará ahora? Correrá a echarse en los brazos de su padre. Es la cumbre de la confianza y del amor. Lo mismo nos ocurre también a nosotros cuando nos confiamos a Dios. [...] Nuestra disponibilidad para confiarnos al Señor es lo que mide nuestro amor por El. [...] La cumbre del abandono será la ofrenda de todo nuestro ser: sin máscaras, desnudos y pobres frente al Señor, con nuestro fardo de miseria y de pecado. Este impulso del corazón calienta el alma y supone una fuerza irresistible. Es el Espíritu Santo que se apodera de nosotros. Es el amor que nos impulsa a dejarnos mecer confiados en la ternura divina (V. Sion, L'abbandono a Dio, Milán 31998, pp. 20-24, passim).

 

 

Día 22

La Santísima Trinidad

(Domingo después de Pentecostés)

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 8,22-31

La Sabiduría de Dios habla:

22 El Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas.

23 Fui formada en un pasado lejano, antes de los orígenes de la tierra.

24 Cuando aún no había océanos fui engendrada, cuando aún no existían los profundos manantiales;

25 antes que los montes fueran asentados, antes de las colinas fui engendrada.

26 No había hecho aún la tierra ni los campos, ni los primeros terrones del orbe.

27 Cuando establecía los cielos, allí estaba yo, cuando trazaba la bóveda sobre la superficie del océano,

28 cuando condensaba las nubes en lo alto, cuando fijaba las fuentes del océano,

29 cuando señalaba al mar su límite para que las aguas no rebasaran sus orillas, cuando echaba los cimientos de la tierra,

30 a su lado estaba yo, como confidente, día tras día le alegraba, y jugaba sin cesar en su presencia;

31 jugaba con el orbe de la tierra, y mi alegría era estar con los hombres.

 

**• En el comienzo de la reflexión de Israel sobre la Sabiduría, ésta significaba «simplemente» la habilidad, la virtud de gobernar la propia vida y las propias relaciones a fin de obtener la felicidad (cf, por ejemplo, Prov 3,1-13). En un primer momento, sabio es el que va seguro por su camino y sus pies no tropiezan, el que conserva el consejo y la reflexión (cf. Prov 3,21.23). Sin embargo, ahondando en esta idea, se va comprendiendo poco a poco que sabio es aquel que consigue ver la verdadera ley de la vida, aquel que reconoce en el mundo una sabiduría que es anterior a él, aquel cuyos ojos consiguen ver la semilla que el Señor ha puesto en el mundo: «El Señor ha fundado la tierra con sabiduría» (Prov 3,19).

El fragmento que hemos leído en la liturgia de hoy constituye un paso ulterior en esta reflexión. En efecto, aquí la sabiduría ya no es la virtud del hombre que es sabio, ni tampoco la ley intrínseca de la creación, sino que nos aparece en la figura de una muchacha que acompaña al Señor en su obra creadora y que se divierte con el mundo y con toda la humanidad. La sabiduría se convierte aquí, en suma, en la mirada que el Creador dirige al mundo, en la Palabra que hace existir la historia. De ahí que la sabiduría que se describe aquí haya sido interpretada como figura o tipo del Verbo de Dios.

Sin embargo, el fragmento podría ser aún más profundo y pertinente. Este autoelogio de la sabiduría tiene, efectivamente, muchas consecuencias respecto al modo como nosotros pensamos a Dios. En primer lugar, nos muestra un rostro menos «masculino» de Dios. La sabiduría (hokhmah) aparece en femenino (como también «espíritu», rüah) en el Antiguo Testamento hebreo.

Es cierto que, sustancialmente, aquí no se identifica con Dios, pero sigue siendo el primer rostro que se muestra de Dios cuando él quiere la creación (v. 22). En segundo lugar, aquí el Dios creador ya no es una figura solitaria que, por no tener otra cosa que hacer, se pone a crear un juguete para, literalmente, «pasar» el tiempo, sino que es descrito como un Dios en relación, que toma precisamente a esta niña que le acompaña como modelo de todo el bien al que está a punto de dar forma (w. 27ss), a todo el bien que va a hacer nada menos que el propio «arquitecto» (v. 30). Por último, se muestra la filantropía de un Dios que se divierte con la humanidad (w. 30ss): a buen seguro, no para burlarse del carácter dramático de la historia humana, sino, al contrario, para indicar que el verdadero sentido de la historia y de la vida se encuentra precisamente en este «juego de rol» entre Creador y criatura (cf. Prov 9,5ss).

 

Segunda lectura: Romanos 5,1-5

Hermanos:

1 Así pues, quienes mediante la fe hemos sido puestos en camino de salvación, estamos en paz con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo.

2 Por la fe en Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios.

3 Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos, sabiendo que la tribulación produce paciencia;

4 la paciencia produce virtud sólida, y la virtud sólida, esperanza.

5 Una esperanza que no engaña, porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.

 

**• La Carta a los Romanos se presenta como un anuncio global del mensaje cristiano, y el fragmento que hoy nos propone la liturgia es uno de los pasajes esenciales y, a su modo, sinópticos. El primer dato que encontramos en él, y que constituye el criterio fundamental del anuncio, es la justificación por la fe (v. 1; cf. Rom 1,16-4,25).

La justificación por la fe significa, esencialmente, que el fundamento de la vida del cristiano no está constituido por las capacidades humanas, sino que el hombre es justificado mediante la justicia que proviene del amor de Dios (cf. Rom 3,2 lss). Éste es el primer anuncio de libertad que viene del cristianismo: no tenemos necesidad de basarnos en nuestra propia capacidad de ser santos y de observar la ley, ni en nuestra propia capacidad de sutil razonamiento o de éxito; lo que debemos hacer es confiarnos a la promesa de Dios, que nos regala la vida nueva.

Quien nos permite un segundo anuncio de libertad es Jesucristo, que nos ofrece la libertad tanto frente al pecado como frente a la ley (cf. Rom 5,12-20). A este respecto, basta con recorrer los evangelios para encontrar en él el ejemplo de lo que significa esta libertad: anuncio de la bondad de Dios incluso frente a la persecución y al dolor del mundo, compartir el pan con quienes están cerca y con quienes están lejos de nosotros, amor a la verdad que procede de nuestra propia conciencia y de nuestra propia relación con Dios, derrota de la muerte a través de la resurrección.

Sin embargo, para acercarnos a este misterio, nuestro fragmento describe un camino que atraviesa paso a paso las tribulaciones -término que indica al mismo tiempo los sufrimientos de la vida (cf., por ejemplo, 2 Cor l,4ss), los sufrimientos de la Iglesia, que se une en esto a la pasión de Cristo (cf, por ejemplo, Col 1,24), y la tentación suprema frente a la muerte y al martirio (cf, por ejemplo, Ap 7,14)-, la paciencia, la virtud sólida y la esperanza. Eso significa, por otra parte, conseguir realizar un camino espiritual que nos lleve a vivir en plenitud de la gracia del Espíritu que obra ya en el corazón de los creyentes (cf. Rom 8): esta vida en el Espíritu da cuenta ante al mundo y el corazón de cada uno de nuestra propia fe, de nuestra propia esperanza y de nuestra propia caridad.

 

Evangelio: Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais entenderlas ahora.

13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras.

14 Él me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí.

15 Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de mí.

 

**• Con el discurso joáneo del que está tomado este fragmento, Jesús está anunciando su partida, el final de su camino terreno. Se despide de sus propios discípulos para que su corazón no se espante frente a los acontecimientos de la pasión (cf Jn 14,lss). Lo que dice, en sustancia, a quien le escucha es que todo lo que está aconteciendo es voluntad del Padre: no en el sentido de un guión ya escrito desde el principio, sino en el sentido de que el drama al que se está enfrentando, y que los discípulos han empezado a afrontar junto con él (cf. El discurso sobre la vid y los sarmientos: capítulo 15), se encuentra ya dentro de la mirada amorosa que el Padre proyecta sobre la historia: «Este mundo ya ha sido juzgado» (16,11).

Se trata, ciertamente, de un juicio de verdad, puesto que no procede de una mirada parcial -como, desde un punto de vista humano, podría ser considerado eventualmente el juicio de Jesús sobre su propia generación, que le rechazó-, sino que llega directamente de la fuente de la verdad; por eso, «vendrá el Consolador» que «pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y con el juicio» (cf. 16,7ss). No hay, por tanto, solución de continuidad entre esta mirada del Padre, la obra del Hijo y lo que «dirá» (v. 13) el Espíritu de la verdad: es el único modo que tiene Dios de presentarse al mundo y de acompañarlo hacia la «verdad completa» (v. 13). Los discípulos no están preparados todavía para soportar el peso de esta revelación final precisamente porque todavía no han recibido el Espíritu ni, por consiguiente, la capacidad de insertarse a fondo en la mirada que proyecta Dios sobre el mundo: la comunión que se encuentra en Dios (w. 14ss) es el designio que él misino tiene, hacia el cual se mueve toda la historia.

 

MEDITATIO

No siempre resulta fácil sonreír frente a la vida. La mayoría de las veces sentimos la tentación -es hoy nuestra gran tribulación- de creer en cualquier otra cosa menos en nuestra felicidad. Quien tiene éxito no es, a buen seguro, el que se plantea las preguntas sobre la verdad y sobre la justicia; los títeres de la televisión nos propinan imágenes que unen riqueza y serenidad; la cháchara de la gente no nos ayuda a distinguir entre nuestra verdad interior y la fachada que mostramos a los otros; el dolor que acompaña a la vida con sus relaciones hace acallar nuestros sueños... Frente a esta historia -la historia que se hace oír en alta voz- nos sentimos a veces aturdidos, sin posibilidad de volvernos hacia atrás y de preguntarnos dónde está el error de donde viene todo.

Sin embargo, ésta no es la única historia en la que estamos implicados. Hay asimismo una historia que viene de lejos, de la que ni siquiera vemos sus orígenes y que también se nos presenta bajo la fachada de cada día. Se trata de la historia de un hombre que ha sido capaz de poner la verdad por delante del error sin ser fundamentalista, de poner la acogida por delante del miedo sin ser un facilitón, de sentirse llamado a un amor más grande antes que tener miedo por su propia suerte sin perder nada de su propia humanidad. Se trata de una historia compuesta de otras personas capaces de seguir a aquel hombre por su camino, sirviendo gratuitamente a los otros, orando, consolando. Se trata de una historia que todavía hoy se muestra fecunda cada vez que un abrazo vence a un sufrimiento, cada vez que se dice una palabra en medio del silencio, cada vez que encontramos a una persona que realiza la justicia en la verdad y la misericordia.

Esta historia nos parece escondida porque no siempre tenemos unos oídos tan finos que la oigamos y porque casi siempre se levantan otras voces más altisonantes, más prepotentes, aunque también más vacías. Por eso no se les puede decir el Nombre, para no confundirlo con el resto de la historia.

Se nos ha enseñado a llamar a ese Nombre «Padre», a adorar al Hijo, a invocar el don del Espíritu Santo: éstos son los nombres que se oyen en esta historia que está detrás de nuestra historia de cada día. Con estos nombres en nuestros labios y en nuestros corazones podremos comprender al fin que el mundo no ha sido abandonado a sí mismo y -ni siquiera en medio de sus sufrimientos- va solitario por su camino, sino que es bello «jugar con el orbe de la tierra, [poniendo nuestra] alegría en estar con los hombres». Así es como podremos comprender que, entre todas las dimensiones que atravesamos con nuestros pasos de cada día, lo que constituye el fundamento de todo es precisa y únicamente nuestro camino espiritual. Podremos comprender que nuestra llamada a la comunión con Dios y con quienes nos acompañan en nuestro camino no es un peso, sino un juego que nos puede hacer sonreír y nos hace más libres que nunca. Pero ésta es otra historia...

 

ORATIO

Dios, que eres Padre, te agradezco que me hayas llamado a mi historia y dentro de mi historia. Tú has preparado un mundo desde siempre para poder encontrarme, para poder expresarme un día todo tu amor, que es un amor completo, un amor de padre y de madre por su propio hijo. Concédeme creer en ti, confiarte todo mi tránsito, todo mi deseo, a fin de conseguir estar de verdad en tus manos.

Dios, que eres Hijo, has entrado en mi historia y me has salvado. No has mirado a lo que te conviniera, sino que has participado del designio de amor que tenía el Padre sobre mí y sobre todos mis hermanos y hermanas que caminan a mi lado. Concédeme vivir de tu libertad de acción y de palabra, concédeme comprender cómo la verdad puede hacerme realmente libre frente al pecado y frente a los demás.

Dios, que eres Espíritu Santo, es tu fuerza la que abre mis ojos para ver la historia verdadera que está detrás de la fachada de cada día; es tu poder el que me muestra los milagros que tienen lugar en mí y en cuantos están a mi alrededor. Concédeme tus dones, a fin de afrontar mi camino con los ojos bien abiertos y los oídos en condiciones de oír la voz que me llama de nuevo a la vida, el latido de ese corazón que me anima cuando tengo miedo, el apretón de manos que me refuerza y me habla como a una persona, la sonrisa que es capaz de jugar con la vida divina que hay en el mundo.

 

CONTEMPLATIO

El que determina hablar de charidad determina hablar de Dios; y querer hablar de Dios es cosa peligrosa y perplexa a los que no miran cautamente la empressa que toman en las manos. Dios es charidad, y por eso quien determina de hablar del fin desta virtud siendo él ciego, se hace semejante al que quiere medir el arena de la mar. [...]

Pues, según esto, bienaventurado aquel que assí anda hirviendo día y noche en el amor de Dios, como un furioso enamorado del mundo anda perdido por lo que ama; bienaventurados aquellos que assí temen a Dios, como los malhechores sentenciados a muerte temen al juez y al executor de la sentencia; bienaventurado aquel que anda tan solícito en el servicio de Dios, como algunos prudentes criados andan en el servicio de sus señores; bienaventurado aquel que con tan grande zelo vela y está atento en el estudio de las virtudes, como el marido zeloso en lo que toca a la honestidad de su muger; bienaventurado aquel que de tal manera assiste al Señor en su oración, como algunos ministros assisten delante de su rey; bienaventurado aquel que assí trabaja por aplacar a Dios y reconciliarse con él, como algunos hombres procuran aplacar y buscar la gracia de las personas poderosas de que tienen necessidad. No anda la madre tan allegada al hijo que cría a sus pechos como el hijo de la charidad anda siempre allegado a su Señor.

Aquel que de verdad trae siempre delante de los ojos la figura del que ama, y lo abraza en lo íntimo de su corazón con gran deleyte [...] Deseo, pues, saber de qué manera te vio Jacob arrimada a lo alto de aquella escala. Ruégote quieras enseñar a este cobdicioso preguntador qual es la especie desta celestial subida, qual el modo y qual sea la disposición y conexión destos espirituales grados, y los quales el verdadero amador tuyo dispuso y ordenó en su corazón para subir por ellos. Deseo también saber qual sea el número dellos y quanto el tiempo que para esta subida se requiere; porque el que por experiencia trabajó en esta subida, y vio esta visión, nos remitió a los doctores que nos lo enseñassen, y o no quiso o no pudo decirnos cosa mas clara. A estas voces mías la charidad, como una reyna que baxaba del cielo, me paresció que decía en los oídos de mi anima: O ferviente amador, sino fueres desatado de la grosura y materia desse cuerpo, no podrás entender qual sea mi hermosura, y la causalidad y orden que las virtudes tienen entre sí te enseñarán la composición desta escala. En lo alto della estoy yo assentada, como lo testificó aquel grande conoscedor de los secretos divinos, quando dixo: Agora permanescen estas tres virtudes, fe, esperan/.a, y charidad; mas la mayor de todas es la charidad (Juan Clímaco, La escala del paraíso, 252-254 passim, Biblioteca Electrónica Cristiana).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La esperanza no engaña» (Rom 5,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lentamente he empezado a darme cuenta de que en el gran circo, lleno de domadores de leones y de trapecistas que con sus maravillosas acrobacias reclaman nuestra atención, la historia verdadera y real la contaban los payasos. Los payasos no están en el centro de los acontecimientos. Aparecen entre una gran exhibición y otra, se mueven con torpeza, caen y nos hacen sonreír de nuevo tras la tensión creada por los héroes que veníamos a admirar. Los payasos no están coordinados entre ellos, no consiguen realizar las cosas que intentan hacer; son cómicos, se mueven con un equilibrio precario y son desmañados, pero... están de nuestra parte. No reaccionamos ante ellos con admiración, sino con simpatía; no con estupor, sino con comprensión; no con la tensión, sino con una sonrisa. De los acróbatas decimos: «¿Cómo conseguirán hacerlo?». De los payasos decimos: «Son como nosotros». Los payasos, con una lágrima y una sonrisa, nos recuerdan que compartimos las mismas debilidades humanas [...].

Entre las acciones emocionantes de los héroes de este mundo, tenemos una constante necesidad del payaso, de personas que con su vida vacía y solitaria -de oración y de contemplación nos revelen la otra cara y nos ofrezcan así consuelo, alivio, esperanza y una sonrisa. En esta grande, ajetreada, fascinante y turbadora ciudad continuamos sintiendo la tentación de unirnos a los domadores de leones y a los trapecistas, que reciben la máxima atención. Pero cada vez que aparecen los payasos se nos recuerda que lo que cuenta realmente es algo diferente a lo espectacular y a lo sensacional: es lo que pasa entre una escena y otra. Los payasos, con su comportamiento «inútil», nos muestran no sólo que muchas de nuestras preocupaciones, de nuestros afanes, de nuestras ansias y tensiones tienen necesidad de una sonrisa, sino que también nosotros tenemos pintura blanca en nuestro rostro y estamos llamados a comportarnos como payasos (H. J. M. Nouwen, / c/own di Dio. Una vita spirituale per ¡I nostro tempo, Brescia 2000, pp. 7 y 162, passim).

 

Día 23

Lunes de la 8ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 1,3-9

3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva,

4 para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable. Una herencia reservada en los cielos para vosotros,

5 a quienes el poder de Dios guarda mediante la fe para una salvación que ha de manifestarse en el momento final.

6 Por ello vivís alegres, aunque un poco afligidos ahora, es cierto, a causa de tantas pruebas.

7 Pero así la autenticidad de vuestra fe -más valiosa que el oro, que es caduco, aunque sea acrisolado por el fuego- será motivo de alabanza, gloria y honor el día en que se manifieste Jesucristo.

8 Todavía no lo habéis visto, pero lo amáis; sin verlo, creéis en él y os alegráis con un gozo inefable y radiante;

9 así alcanzaréis vuestra salvación, que es el objetivo de la fe.

 

*• El anuncio del apóstol al pueblo de Dios que vive en las pequeñas comunidades elegidas está inscrito en un admirable himno de bendición. En él se enlaza la revelación de la regeneración de la humanidad, llevada a cabo en la resurrección de Jesucristo, con el «todavía no» de la plena manifestación de la misma y del carácter del tiempo que transcurre entre el «ya» de la salvación y el «todavía no» de la manifestación de la misma. La «-herencia reservada en los cielos» (v. 4) es la meta de la nueva esperanza. En virtud de ella, las personas que se han fortalecido por la fe perseveran haciendo el bien (cf 4,19) y, tanto en la alegría como en el dolor, dan un bello testimonio de Cristo.

La fe nos hace entrar en el ámbito del Dios omnipotente. Él protege, consolida (cf. 5,9) y sostiene en la batalla a las personas encaminadas a la salvación, a la manifestación del Señor de la gloria (1,9). El nexo de continuidad y la distinción entre la regeneración ya acaecida y presente ahora como herencia en Cristo glorioso, y la manifestación que tendrá lugar cuando él se manifieste es lo que vertebra el tiempo de la fe. Su característica es la falta de visión, entretejida de esperanza en la caridad. Amar y creer sin ver es un camino que lleva a la purificación de la fe y del amor, y no sólo en el plano personal y comunitario. No se trata de un proceso indoloro. Lo podemos comparar con el del oro que, acrisolado por el fuego, queda libre de las escorias (cf. v. 7). El Jesús de la gloria resplandecerá en la gloria del pueblo que el Padre reúne en él, y éste experimentará en plenitud la misericordia cuando sea alabanza, gloria y honor en Jesús glorificado. La tensión escatológica estructura en su raíz el camino de la fe en sus dinamismos, agudiza la nostalgia y la imploración de la manifestación, y persevera en la imploración y en la confianza.

 

Evangelio: Marcos 10,17-27

En aquel tiempo,

17 cuando iba a ponerse en camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: - Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?

18 Jesús le contestó: - ¿Por qué me llamas «bueno»? Sólo Dios es bueno.

19 Ya conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.

20 Él replicó: - Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven.

21 Jesús le miró fijamente con cariño y le dijo: - Una cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme.

22 Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó todo triste, porque poseía muchos bienes.

23 Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: - ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!

24 Los discípulos se quedaron asombrados ante estas palabras. Pero Jesús insistió: - Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios!

25 Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

26 Ellos se asombraron todavía más y decían entre sí: - Entonces, ¿quién podrá salvarse?

27 Jesús les miró y les dijo: - Para los hombres, es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible.

 

**• El diálogo entre Jesús y el rico, así como la reflexión sobre el alcance del mismo, aparece en los tres sinópticos; de ellos, es Marcos el que presenta más detalles.

Dice que el rico se acerca corriendo a Jesús y se arrodilla ante él en señal de reverencia y respeto (v. 17). Al final nos proporciona algunos detalles sobre la reacción de Jesús a las palabras del rico: fija en él su mirada, le ama, le habla (v. 21). Recoge también la reacción del rico: «frunció el ceño y se marchó todo triste» (v. 22). Jesús va de camino hacia Jerusalén. La pregunta que le dirigen es seria. Centra el nexo entre el obrar orientado por la ley del Señor y la vida eterna (cf. Para un contexto diferente Lc 10,29), entre el reconocimiento de la bondad de Dios y la calidad de las relaciones interhumanas.

La relación de los preceptos negativos del Decálogo, además del honor debido a los padres, está hecha de modo que haga resaltar que los mandamientos están ordenados para liberar de los obstáculos que nos impiden centrar en Dios el corazón y los afectos, que nos impiden tender a él, fin de todos y cada uno de los preceptos.

Observar las «Diez palabras» es querer que Dios sea Dios en cada uno de los fieles y en el pueblo con el que ha estipulado la alianza. No hay que dejarse dominar por las riquezas, por los bienes, por las prerrogativas que les acompañan: poder, explotación, relaciones selectivas. No convertirse en esclavos de las pasiones, de los ídolos (1 Cor 8,36ss), es amar al Padre por encima de todas las cosas, y al prójimo en el amor al Padre.

Quien se limita a no transgredir los preceptos de la Torá no se deja guiar por ellos en la liberación de los obstáculos que nos impiden obedecer al Padre, que nos atrae a Cristo para ser en él testigos de su misericordia.

Cuando Jesús reflexiona con los apóstoles sobre lo que ha pasado, más que poner de relieve la experiencia de la distancia subrayada por el proverbio entre el dicho y el hecho, entre las buenas aspiraciones y las rémoras de la vida, revela que la conversión del corazón, la fuente del orden en las relaciones humanas, sólo es posible a través de la docilidad a la iniciativa del Padre que -sólo él- engendra para la vida divina, que acoge en su vida. No se deja acoger en ella quien tiene el corazón ocupado por los bienes, unos bienes que no nos han sido dados para sustraernos al seguimiento de Cristo.

 

MEDITATIO

«Ven y Sígueme», le dice Jesús al rico. «Elegidos para obedecer a Jesús y dejamos rociar por su sangre», nos revela su apóstol. Jesús, a quien el Padre le pide obediencia, es quien nos alimenta con su sangre y nos pide que le sigamos para que se cumpla el designio del Padre.

Ese designio, llevado a cabo en su persona, avanza ahora precisamente hacia el cumplimiento en su cuerpo místico, en la Iglesia peregrina sobre la tierra hasta su vuelta. Seguirle es caminar en él en medio de la comunidad de salvación vivificada por su Espíritu. Querer seguir a Jesús de verdad es discernir el Camino por el que marcha el pueblo, dar nuestro asentimiento a los que han sido designados para certificar el rumbo y las exigencias concretas, aprender a trabajar y colaborar en el proyecto común, capacitarme para hacer converger en el bien común los dones de la naturaleza y de la gracia con los que me he enriquecido. Nadie vive para sí mismo y nadie muere para sí mismo. El seguimiento implica la fe en Cristo, «pastor» invisible de su grey (1 Pe 5,4), la docilidad para caminar juntos.

Obedecerle es alimentarse con su sangre, que recibimos en la Iglesia, y perseverar con fidelidad en la participación en la misión común. La riqueza del creyente es Jesús. Lo que nos aparta de él o nos hace perezosos y desatentos para morar en él se convierte en un obstáculo que la fuerza de la fe permite superar.

 

ORATIO

Tu Palabra, Señor, es la verdad. Envía tu Espíritu para que me ilumine y pueda acogerla tal como tú la dices, para que pueda seguirte a tu modo y no al mío. Tú pides que te siga en tu cuerpo místico. La resistencia, explícita o escondida, que le opongo es grande. Todo me lleva a aislarme, a pensar en los intereses de mi salvación en unos contextos en los que parece que nadie se preocupa de ti, en ambientes donde los parámetros de las valoraciones y de las opciones son muy selectivos y muy interesados. Me pides que vaya a tu encuentro en estos contextos y en estos ambientes, pero yo siento la tentación de aislarme de todo, de encerrarme en mí mismo y en la realización de mis proyectos de vida. Me encuentro habitado por la murmuración interna, por el juicio, por la severidad, por la condena. Hasta en la misma oración hablo de mí y no te escucho a ti, no fijo la mirada en tu rostro.

Tu Palabra me confirma que sólo en el crisol de la tribulación se libera la fe en ti de la tendencia a darse apoyos que la sostengan y que son diferentes a los que tú das a los que llevan a su cumplimiento tu pasión. Convierte, pues, mi corazón y mi mente. Deseo amarte como tú quieres, permanecer en tu amor por el Padre y por la humanidad que él ama. Manténme en tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura, y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos, y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.

Por razón de estos dos tiempos -uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas-, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos (Agustín de Hipona, Enarraciones sobre los salmos 148, lss; en CCL 40, 2.165ss [edición española: Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1967, 4 vols.]; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 736-737).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «A través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer» (cf. 1 Pe 1,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Partir no es devorar kilómetros, atravesar los mares, volar a velocidades supersónicas. Partir es ante todo abrirnos a los otros, descubrirlos, salir a su encuentro. Abrirnos a las ideas, incluidas las contrarias a las nuestras, significa tener el aliento de un buen caminante. Dichoso el que comprende y vive este pensamiento: «Si no estás de acuerdo conmigo, me enriqueces». Tener junto a nosotros a un hombre que siempre está de acuerdo de manera incondicional no es tener un compañero, sino una sombra. Es posible viajar solo. Pero un buen caminante sabe que el gran viaje es el de la vida, y éste exige compañeros. Bienaventurado quien se siente eternamente viajero y ve en cada prójimo un compañero deseado. Un buen caminante se preocupa de los compañeros desanimados y cansados. Intuye el momento en que empiezan a desesperar. Los recoge donde los encuentra. Los escucha. Y con inteligencia y delicadeza, pero sobre todo con amor, vuelve a darles ánimos y gusto por el camino.

Ir hacia adelante sólo por ir hacia adelante no es verdaderamente caminar. Caminar es ir hacia alguna parte, es prever la llegada, el desembarco. Ahora bien, hay caminos y caminos. Para las minorías abrahánicas, partir es ponerse en marcha y ayudar a los otros a emprender con nosotros la misma marcha a fin de construir un mundo más justo y más humano (H. Cámara, La sequela come partenza e affidamente).

 

 

Día 24

Martes de la 8ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 1,10-16

Queridos:

10 Sobre esta salvación inquirieron e indagaron los profetas cuando anunciaban la gracia a vosotros destinada.

11 Intentaban así descubrir qué tiempo y qué circunstancias tenía previstas el Espíritu de Cristo, que, actuando en ellos, atestiguaba de antemano los padecimientos de Cristo y la gloria que les seguiría.

12 Les fue revelado que las cosas que ahora os anuncian quienes os proclaman el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo no eran para ellos, sino para vosotros. Cosas que los mismos ángeles desean contemplar.

13 Así pues, manteneos vigilantes; sed sobrios y poned toda vuestra esperanza en la gracia que os traerá la manifestación de Jesucristo.

14 Como hijos obedientes, no os amoldéis a las pasiones de antaño, cuando vivíais en la ignorancia.

15 Por el contrario, sed santos en todo vuestro proceder como es santo el que os ha llamado,

16 pues está escrito: Sed santos, porque yo soy santo.

 

**• El Espíritu es el origen único del anuncio que proclama la salvación que nos ha sido entregada en la resurrección de Jesucristo. Actuaba ya en los profetas: les impulsaba a conocer y profetizar el misterio de Cristo, los sufrimientos que debía padecer y la gloria que de ellos se seguiría. Ahora, enviado desde el cielo después de la resurrección, obra en aquellos que predican el Evangelio, en todos los que anuncian que Cristo actúa en la historia para conducir a su pleno cumplimiento, entre la persecución y la confianza, la obra de regeneración de la humanidad llevada a cabo en la resurrección.

Este anuncio encierra tal belleza que constituye la alegría y la admiración de las criaturas angélicas y tiene el poder innato de hacer que los fieles vivan en un clima pascual, «ceñido el espinazo de nuestra propiamente», y vigilen de tal modo que centren toda su esperanza en la gracia que será entregada en la revelación de Jesús, cuando él se manifieste en la gloria. Como ya han pasado de la ignorancia al conocimiento de Dios (cf. Sal 78,6; Jr 10,25; 1 Tes 4,5), ya no pueden amoldarse a deseos vanos, sino que, como hijos obedientes al Padre, que los ha regenerado en Jesús, deben comportarse como él, santos en su conducta. La posibilidad de vivir como el Padre se basa en la participación en su misma vida a través de Cristo y brota de la participación en la vida divina.

 

Evangelio: Marcos 10,28-31

En aquel tiempo,

28 Pedro le dijo a Jesús: - Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

29 Jesús respondió: - Os aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la Buena Noticia,

30 recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna.

31 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.

 

**• Pedro, que se hace eco del asombro de los discípulos ante las reflexiones del Maestro sobre la dificultad del camino hacia el Reino, quiere saber qué va a ser de los que ya «están siguiendo al Nazareno. Jesús, respondiendo a la pregunta de Pedro, confirma que Dios no se deja vencer en generosidad. No sólo acoge en su bienaventuranza eterna a los que perseveran por el camino de Cristo, sino que ahora ya, en este tiempo, los admite a gozar de la riqueza de sus dones y de su protección, aunque sean perseguidos. Marcos, que presenta con más detalle que los otros dos sinópticos los bienes de los que gozan los discípulos en este tiempo, concluye con la máxima sobre los primeros y los últimos en el Reino. Mateo la presenta dos veces (19,30; 20,26) y Lucas la sitúa en otra parte (13,30).

        En este contexto podemos entenderla como una invitación a la vigilancia contra las falsas seguridades que pueden insinuarse en una vida en la que, pese a las dificultades y los contrastes, nuestra condición existencial general puede distraernos de la conversión permanente.

 

MEDITATIO

Pedro atestigua que la vida de las comunidades que marchan por los caminos del Señor, aquella que preanunciaron los profetas y en la que los predicadores del Evangelio nos piden que perseveremos, está entremezclada de alegría y dolor, es camino de purificación y de confianza. Jesús mismo promete a quienes le sigan no sólo la vida eterna en el futuro, sino ya ahora cien veces más que todo lo que hayan dejado, junto con persecuciones.

Algunas personas se alejan del camino del Señor para gozar de los bienes terrenos. Los que van por este camino experimentan que gozan de esos bienes en abundancia, y no porque los busquen, sino porque les son dados. La vida en el Reino no está exenta de consuelos dignos de la condición humana.

Vivir con Jesús, que vive en su Iglesia, es compartir su condición de «piedra angular», preciosa para el Padre, aunque rechazada por la humanidad (cf. 1 Pe 2,6ss); es también beber su cáliz, recibir su bautismo.

Sólo tenemos dos manos. Alguien advertía que sobre una había un cero y sobre la otra un uno. Si ponemos el cero detrás del uno, tenemos diez; si lo hacemos al revés, empobrecemos la misma unidad.

 

ORATIO

Son muchos los propósitos sinceros que siento de amarte, de seguirte con fidelidad, pero naufragan, oh Señor, mientras perdura en mí la ilusión de adherirme a ti, de buscarte al margen de la humanidad pobre y doliente en la que vives. La reticencia mayor aparece en mí cuando intento acogerte en tu Iglesia peregrina, en sus pecadores, en las personas ambiciosas, ávidas de poder, de éxito, de dinero, de prestigio, que se encuentran también entre tus ministros, en sus opciones políticas y en sus titubeos pastorales.

Sé que amas a tu Iglesia, que la lavas con tu sangre y que, a través de tu Espíritu, la conduces a la conversión. Me lo repito siempre, pero cuando  debo ser en ella testigo de la misericordia del Padre, que no acepta compromisos, aunque tampoco apaga el pábilo vacilante, me da la impresión de estar siempre al comienzo del camino. Cuando te acojo con sencillez, de verdad, sobre todo en los pobres, en las personas débiles, que no cuentan con apoyo humano, todo es diferente. ¡Ése es tu camino! Concédeme recorrerlo contigo de una manera no selectiva ni arbitraria, en caridad de verdad hasta el final.

 

CONTEMPLATIO

¿Quién es el hombre que, al oír los distintos nombres del Espíritu, no se levanta con ánimo y no eleva su pensamiento a la naturaleza suprema de Dios? Se le llama, en efecto, Espíritu de Dios y Espíritu de la verdad, que procede del Padre: Espíritu fuerte, Espíritu recto, Espíritu Santo es su denominación adecuada y propia. A él se dirigen todas las cosas que tienen necesidad de ser santificadas, y lo desean todas las cosas que viven según la virtud, que, por su soplo, quedan restauradas y reciben ayuda para la consecución de su fin propio y particular. [...] Por él se elevan los corazones a lo alto, coge a los débiles de la mano y los aventajados alcanzan la perfección.

Él, brillando en los que han quedado purificados de toda suciedad, los hace espirituales a través de la comunión que tienen con él.

Y así como los cuerpos muy transparentes y nítidos, al entrar en contacto con un rayo, se vuelven ellos también muy luminosos y emanan por sí mismos un nuevo resplandor, así también las almas que tienen el Espíritu y son iluminadas por él se vuelven asimismo espirituales y reflejan la gracia sobre los demás.

De ahí procede el conocimiento anticipado de las cosas futuras, el ahondamiento en los misterios, la perfección de las cosas ocultas, la distribución de los dones, la familiaridad con las cosas del cielo, el alborozo con los ángeles; de ahí procede la alegría eterna, de ahí la perseverancia en Dios, de ahí la semejanza con Dios y de ahí también -y esto es lo más sublime que podemos desear- la posibilidad de que tú mismo llegues a ser dios (Basilio de Cesárea, Sobre el Espíritu Santo XV, 35ss; en PG 32, 130ss [edición española: El Espíritu Santo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1996]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Poned toda vuestra esperanza en la gracia que os traerá la manifestación de Jesucristo» (1 Pe 1,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No sé quién - o qué cosa- planteó la pregunta. No sé cuándo fue planteada. No recuerdo qué respondí. Pero una vez respondí que a alguien o a algo. A ese momento se remonta en mí la certeza de que la vida tiene un sentido y de que, por consiguiente, la mía, en sumisión, tiene un fin. Desde ese momento supe qué es «no volverse atrás», «no preocuparse por el mañana».

Guiado en el laberinto de la vida por el hilo de Ariadna de la respuesta, hubo un tiempo y un lugar en el que supe que la vida lleva a un triunfo que es ruina y a una ruina que es triunfo, supe que el precio de apostar la vida es el vituperio y que la posible elevación del hombre es el colmo de la humillación. Más tarde, la palabra coraje perdió su sentido para mí, puesto que no podían quitarme nada.

Más adelantado en el camino, aprendí paso a paso, palabra a palabra, que detrás de cada dicho del Héroe de los evangelios hay un ser humano y la experiencia de un hombre. Incluso detrás de la oración en la que pidió que se apartara de él aquel cáliz y detrás de la promesa de vaciarlo. Incluso detrás de cada palabra que dijo en la cruz (D. Hammarskjóld, La linea della vita, Milán 1967, p. 142 [edición española: Marcas en el camino, Editorial Seix Barral, Barcelona 1965]).

 

 

 

Día 25

Miércoles de la 8ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 1,18-25

Queridos:

18 Sabed que no habéis sido liberados de la conducta idolátrica heredada de vuestros mayores con bienes caducos -el oro o la plata-,

19 sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha.

20 Cristo estaba presente en la mente de Dios antes de que el mundo fuese creado, y se ha manifestado al final de los tiempos para vuestro bien,

21 para que por medio de él creáis en el Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo colmó de gloria. De esta forma, vuestra fe y vuestra esperanza descansan en Dios.

22 Puesto que, obedientes a la verdad, habéis suprimido cuanto impide un sincero amor fraterno, amaos de corazón e intensamente unos a otros,

23 pues habéis vuelto a nacer, no de una semilla mortal, sino de una inmortal: a través de la Palabra viva y eterna de Dios.

24 Porque: Todo mortal es como hierba y toda su gloria como flor de hierba. Se seca la hierba y se marchita la flor,

25 pero la Palabra del Señor permanece para siempre. Ésta es la Palabra que os ha sido proclamada como Buena Noticia.

 

**• Algunas verdades sobre la relación de Jesucristo con nosotros y de nosotros con él llaman hoy la atención. El Padre, en su presciencia (v. 1) y en su gran misericordia (v. 3), ya antes de la fundación del mundo lo eligió, cordero sin mancha, para que con su sangre preciosa liberara a la humanidad «de la conducta idolátrica heredada de vuestros mayores» (v. 18).

Jesús se ha manifestado en nuestra era de salvación, que, por esto mismo, es central en toda la historia; Pablo la califica de «plenitud de los tiempos» (cf. Gal 4,4): a él converge todo y en él todo llega a su plenitud. Gracias a su misión, a su resurrección y glorificación, creemos nosotros en Dios, creemos que lo resucitó de entre los muertos, y nos ha dado la posibilidad de anclar nuestra fe y nuestra esperanza en el Padre. Entramos

en relación con Jesús a través de la obediencia a la predicación del Evangelio. Esta predicación es fuente de novedad de vida, de existencia vivida en la caridad, o sea, no de impulsos emotivos transitorios, sino de relaciones que estructuran el dinamismo y la misión de la comunidad.

La cristología de la primera Carta de Pedro es rica y profunda. Esta carta constituye un himno de bendición a la obra que el Padre, en el Espíritu, realiza en Cristo (cf, por ejemplo, l,18b-21; 2,21-25: un himno sublime; 3,18-22 y 4,5ss, elementos de una antigua profesión de fe). Jesús «padeció una sola vez por los pecados, el inocente por los culpables, para conduciros a Dios. En cuanto hombre sufrió la muerte, pero fue devuelto a la vida por el Espíritu» (3,18). Sus llagas curadoras hacen que quienes gozamos de ellas, «muertos al pecado, vivamos por la salvación» (cf. 2,24). La historia ha sido invadida en él por la sed ardiente de la alianza nueva y eterna con el Padre, y los que le obedecen han sido injertados en este movimiento de conversión que califica a todo dinamismo humano recto y lo convierte en expresión de nostalgia y de inventiva de salvación universal. La parénesis petrina está penetrada por este deseo que es fuente y cima de las iniciativas del pueblo de Dios. La vida en Cristo es vida en misión de comunión en el Misterio.

 

Evangelio: Marcos 10,32b-45

En aquel tiempo,

32 tomó Jesús consigo una vez más a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a pasar:

33 - Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos;

34 se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.

35 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron: - Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.

36 Jesús les preguntó: - ¿Qué queréis que haga por vosotros?

37 Ellos le contestaron: - Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

38 Jesús les replicó: - No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con el que yo voy a ser bautizado?

39 Ellos le respondieron: - Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: - Beberéis la copa que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con el que yo voy a ser bautizado.

40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

42 Jesús los llamó y les dijo: - Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen.

43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor;

44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. 45 Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos.

 

**• La extensa lectura evangélica de hoy nos refiere diferentes episodios acaecidos en el recorrido hacia Jerusalén. Jesús va delante. Le siguen unos discípulos asombrados y personas atemorizadas. Habla a los Doce por tercera vez de su próxima pasión y lo hace con muchos detalles (w. 33ss). Sin embargo, parece que la incomprensión de los discípulos es total. Esto es algo que resalta en Marcos, que atribuye a los mismos hijos de Zebedeo (y no a su madre, como hace, en cambio, Mateo 20,20) la petición correspondiente a su ubicación en el Reino: uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús (v. 37). Su reacción a la respuesta de Jesús y la de los otros respecto a los hermanos manifiestan que el círculo de los discípulos estaba inmerso en preocupaciones completamente diferentes a las del Señor. Jesús, en este momento culminante de su presencia entre nosotros, nos revela aspectos centrales relacionados con el seguimiento. Éste se desarrolla por completo en el marco de la complacencia del Padre. Jesús vive inmerso en él, no es el árbitro del mismo. El Padre nos atrae hacia Jesús, en él nos admite a la participación en el Reino y decide la posición que va a ocupar cada uno en el mismo. Mateo 20,23 nombra al Padre, mientras que Marcos alude a él como Alguien que establece las condiciones para conseguirlo.

Vivir en Jesús es crecer en docilidad al Padre, compartir la misión para la que el Padre le ha enviado: beber su mismo cáliz, ser sumergidos con él en su mismo bautismo. Seguir a Jesús es recorrer con él el camino del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12), convertir a través de él nuestra propia vida en un servicio, entregarla en él por la salvación para rescate (lytron) de muchos, de la humanidad. Sólo Marcos, con estas palabras -y con las que dice en 14,24 sobre el cáliz-, nos refiere el motivo de la muerte violenta del Señor y nos abre los horizontes del misterio del seguimiento.

 

MEDITATIO

En el centro de la Palabra de hoy figura la revelación del lenguaje vigoroso que emplea la divina pedagogía de la salvación para empujarnos a la conversión y a lo que es central en ella: seguir el ejemplo que nos ha dejado Jesús, caminar tras sus huellas (1 Pe 2,21). Dado que Jesús ha sido enviado por el Padre para revelar su misericordia  y las vías por las que se abre camino hacia los corazones de los hombres, su Palabra nos remite al misterio escondido del Padre. Éste busca a la humanidad y hace que éste le busque, pero lo hace a través del ejemplo de Cristo y de los que viven en él, obra a través del consenso del amor antes que venciendo por la constricción; influye a través del servicio y no por medio del poder. El camino de Jesús no es débil, pero su fuerza es la del amor que vence a la muerte, la fuerza de la resurrección y no la de la huida de la muerte y la cruz. El Reino del Padre es un Reino de personas cuya creatividad y carácter inventivo están inspirados por la misericordia que no se deja vencer por el mal, sino que lo vence con la humildad y la docilidad, que implora, se muestra activa y desenmascara con su lógica la ignorancia de la necedad.

 

ORATIO

«¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones e inescrutables sus caminos!», dice tu apóstol Pablo (Rom 11,33). Tú mismo, oh Señor, no sólo bendijiste al Padre porque mantuvo escondidos los secretos del Reino «a los sabios y a los inteligentes» y se los reveló «a los pequeños», sino que también diste testimonio de que permanecer en ti es hacerse cargo del peso de los débiles y de los oprimidos, es cargar con tu yugo, con tu carga, aunque los calificaste de ligeros y suaves (cf. Mt ll,35ss).

No te canses, Señor, de nuestras resistencias a tu lógica de resurrección y de cruz, de nuestros vanos razonamientos tendentes a disfrazar nuestras defensas y nuestros prejuicios. Continúa revelándonos el recorrido de nuestras vidas y envíanos testigos que nos hagan conocer tus caminos, que nos ayuden a perseverar en ellos. Perdona nuestros cansancios y nuestras dudas. Es duro amar a los enemigos, pero tú lo has hecho conmigo, con nosotros, y sigues haciéndolo. Que nuestros oídos no sean sordos al gemido de la creación (Rom 8,18), que nuestros ojos no se muestren distraídos ante el sufrimiento en el que estamos inmersos, que nuestros corazones no se muestren incapaces de compartir la alegría y la esperanza que acompañan el servicio que tú pides al hombre. Que el amor y la solicitud por el bien de tu Iglesia no queden resquebrajados y paralizados por cálculos, prejuicios, rencores. Ámanos en tu Espíritu, para gloria del Padre.

 

CONTEMPLATIO

Me dirijo a vosotros, niños recién nacidos, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, gracia del Padre, fecundidad de la madre, retoño santo, muchedumbre renovada, flor de nuestro honor y fruto de nuestro trabajo, mi gozo y mi corona, todos los que perseveráis firmes en el Señor. [...]

Hoy se cumplen los ocho días de vuestro renacimiento, y hoy se completa en vosotros el sello de la fe, que entre los antiguos padres se llevaba a cabo en la circuncisión de la carne a los ocho días del nacimiento carnal.

Por eso mismo, el Señor, al despojarse con su resurrección de la carne mortal y hacer surgir un cuerpo, no ciertamente distinto, pero sí inmortal, consagró con su resurrección el domingo, que es el tercer día después de su pasión y el octavo contando a partir del sábado y, al mismo tiempo, el primero.

Por esto también vosotros, ya qué habéis resucitado con Cristo -aunque todavía no de hecho, pero sí ya con esperanza cierta, porque habéis recibido el sacramento de ello y las arras del Espíritu-, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Habéis muerto, en efecto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vida vuestra, se manifieste, entonces también vosotros os manifestaréis con él en la gloria (Agustín de Hipona, Sermones VIII, 1,4; en PL 46, 838.841; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 540, 541, 542).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Hijo del hombre ha venido para servir» (cf. Mc 10,45).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuenta un autor polaco un episodio que tuvo lugar a finales de enero de 1941, cuando Rawicz y otros deportados polacos a Siberia fueron trasladados de un campo de trabajos forzados a otro, en las proximidades de Yakutsk. En la marcha a pie desde Irkutsk, localidad que era el punto de partida, tras haber atravesado el río Lena, una tormenta de nieve les obligó a refugiarse durante algunos días en una floresta. Dado que el camión de la escolta policial no podía seguir a los deportados entre los árboles, los comandantes requisaron a un grupo de ostyak, habitantes de raza mongola de aquella zona, con sus renos y sus trineos.

«Aquellos pequeños hombres -cuenta Rawicz- llegaron con saquitos de alimentos y se sentaban con nosotros junto al fuego cuando recibíamos nuestra ración de pan y de té. Nos miraban con compasión. Hablé con uno de ellos en ruso. [...] Como todos los otros ostyak, nos llamaba "los desgraciados". Era una antigua palabra de su lengua. Desde la época de los zares, nosotros éramos, a los ojos de aquel pueblo, "los desgraciados": trabajadores forzados, obligados a extraer las riquezas de Siberia sin recibir salario. [...] "Nosotros siempre hemos sido amigos de los desgraciados'", me dijo una vez. "Desde hace ya mucho tiempo, tanto como alcanza nuestra memoria, antes de mí y de mi padre, e incluso antes de mi abuelo y de su padre, teníamos la costumbre de dejar un poco de alimento fuera de nuestras puertas, por la noche, para los posibles 'desgraciados' huidos, evadidos de los campos, que no sabían a dónde ir."Ellos, como hermanos, se ponían a nuestro servicio» (I. Silone, L'awentura di un povero cristiano, Milán 1974, p. 50).

 

 

 

Día 26

San Felipe Neri

Liturgia de las Horas de hoy

 

Felipe Neri nació en Florencia en 1515. A los veinte años se fue a Roma con la intención de vivir como laico y eremita. Sin embargo, su afabilidad y alegría le rodearon pronto de jóvenes, convirtiéndose en un educador paterno e incisivo de los mismos. Fue el verdadero apóstol de Roma, que, gracias sobre todo a su acción, mejoró considerablemente su rostro cristiano.

Alma de artista, promovió la música, especialmente el «oratorio». Fundó asimismo una modalidad original de vida consagrada a la que dio el nombre de «oratorio». Fue un hombre de oración intensa, director espiritual, confesor iluminado, místico, amigo y consejero de papas. Murió en la noche del Corpus Christi de 1595.

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 2,2-5.9-12

Queridos:

2 Como niños recién nacidos, apeteced la leche pura del Espíritu, para que, alimentados con ella, crezcáis hasta alcanzar la salvación,

3 ya que habéis saboreado la bondad del Señor.

4 Acercándoos a él, piedra viva rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa para Dios,

5 también vosotros, como piedras vivas, vais construyendo un templo espiritual dedicado a un sacerdocio santo, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios.

9 Vosotros, en cambio, sois linaje escogido, sacerdocio regio y nación santa, pueblo adquirido en posesión para anunciar las grandezas del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.

10 Los que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios; los que no habíais conseguido misericordia, ahora habéis alcanzado misericordia.

11 Queridos: Como a peregrinos lejos aún de su hogar os exhorto a que hagáis frente a los apetitos desordenados que os acosan.

12 Portaos dignamente entre los no creyentes, para que vuestro buen comportamiento desmienta a quienes os calumnian como si fueseis malhechores, y así ellos mismos glorifiquen a Dios el día de su venida.

 

*+• Comienza aquí la que ha sido considerada la sección parenética de la carta. Es casi un conjunto de exhortaciones y consignas operativas. No hay duda de que se trata también de esto, pero, yendo más al fondo, lo que se nos revela aquí es el camino a través del cual irradia el Padre, en el pueblo reunido en Cristo, su misericordia en la historia, atrae a Cristo a las personas que encontrarán en él la experiencia de su salvación, apresura su manifestación. Este comportamiento luminoso y recto es el camino real a través del cual se ejerce ese influjo mediante el cual el Señor lleva a la glorificación del Padre a los que se apartan de ella.

Las personas regeneradas en la resurrección (1,3) por la Palabra viva y eterna del Evangelio (2,23) tienen la misma identidad. Todas y siempre son «recién nacidas» (2,2). La misericordia del Padre nos regenera no sólo en el momento en que nos hace nacer a su vida en Cristo, sino para todo el tiempo en que vivamos con él. La persona se está regenerando siempre en Cristo, que, como Verbo del Padre, está siempre engendrándose en la vida trinitaria. El bautismo nos hace renacer en Cristo de una vez y para siempre. Pedro lo afirma de muchos modos en estas homilías bautismales.

La Palabra en la que tiene lugar la regeneración es la misma que nos hace crecer hacia la salvación. Es nutriente como una leche genuina, sana. Jesús es Palabra viva: la Palabra habla de él; a él remite el Espíritu (1,13) que la inspira y vivifica su anuncio. La deseamos con avidez cuando gustamos su bondad. Es él la piedra viva, elegida, preciosa ante Dios. La humanidad que la rechaza tropieza en ella. Sin embargo, el Padre la ha puesto como piedra angular de la casa espiritual que está construyendo en él y por él, para que sea una comunidad sacerdotal que ofrece el sacrificio que le es agradable. Las personas bautizadas caminan, avanzan en él, cuando se dejan constituir, construir, cual piedras vivas, para el cumplimiento del designio del Padre en Jesucristo.

En conformidad con el maravilloso anuncio de Is 43,21, el pueblo que Dios ha elegido es santo, participa de las mismas prerrogativas de Cristo. Tiene una dignidad real, sacerdotal, profética. Acoge, realiza y anuncia la obra maravillosa del Padre, que, en Cristo, nos llama a su obra admirable, nos constituye en el cuerpo de Cristo. La digna (2,12) y buena (3,16) conducta del pueblo, extranjero (parroquial) y peregrino en Cristo, es uno de los frutos de la realeza, que no sólo nos capacita para moderar los deseos de la carne que contrastan con la dignidad bautismal, sino también y sobre todo para perseverar en la realización de las obras bellas de la vida nueva.

 

Evangelio: Marcos 10,46-52

En aquel tiempo,

46 llegaron a Jericó. Más tarde, cuando Jesús salía de allí acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.

47 Cuando se enteró de que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: - ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!

48 Muchos le reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: - ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

49 Jesús se detuvo y dijo: - Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: - Ánimo, levántate, que te llama.

50 Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: - ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: - Maestro, que recobre la vista.

52 Jesús le dijo: - Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino.

 

*» Jesús se tropieza con Bartimeo, un mendigo ciego, en las cercanías de Jericó. Bartimeo, al darse cuenta del paso de Jesús, busca todos los modos de llamar su atención, a pesar de la reacción de la gente. Jesús hace que le llamen, habla con él, escucha sus deseos, cultiva su fe. Bartimeo le llama «Maestro» (Rabbuni) (v. 51). Es la misma expresión empleada por María en la mañana de Pascua (Jn 20,16), expresión de vínculo, de estima, de afecto, que equivale a «Maestro mío». Jesús le cura, atribuye a la fe su curación y suscita en él el deseo de seguirle: «y le siguió por el camino». Lucas y Mateo refieren también el episodio, pero divergen en algunos puntos particulares explicados de manera diferente por los intérpretes (el número de los curados, el lugar del prodigio y otros).

El episodio está descrito con gran riqueza de detalles particulares, detalles que no es difícil poner de relieve con una lectura atenta. Estos detalles convierten el texto en un documento de pedagogía de la fe. En ella la curación está ligada por un doble nexo con la imploración de la misericordia del que la lleva a cabo. El grito «¡Hijo de David, ten compasión de mí!», que parece preludiar las invocaciones de la entrada en Jerusalén, implora una curación más radical que la sola adquisición de la vista y forma unidad con el comienzo del discipulado.

MEDITATIO

La amable figura del «santo de la alegría» conserva intacta la irresistible atracción que ejercía en cuantos se acercaban a él para aprender a conocer y experimentar las fuentes auténticas de la alegría cristiana.

En efecto, cuando recorremos la biografía de san Felipe Neri, nos sorprende y fascina el modo alegre y amable con el que sabía educar, acercándose fraternal y pacientemente a todos. Como es sabido, este santo solía recoger sus enseñanzas en breves y amenas máximas: «Estad quietos, si podéis», «escrúpulos y melancolía, fuera de mi casa», «sed humildes y no altaneros», «el hombre que no hace oración es un animal sin palabra» y -llevándose la mano a la frente- «la santidad consiste en tres dedos de frente». En la ingeniosidad de éstos y otros muchos «dichos» se puede apreciar el conocimiento agudo y realista que había ido adquiriendo de la naturaleza humana y de la dinámica de la gracia. En estas enseñanzas rápidas y concisas traducía la experiencia de su larga vida y la sabiduría de un corazón en el que moraba el Espíritu Santo.

Para la espiritualidad cristiana, estos aforismos se han convertido en una especie de patrimonio sapiencial. San Felipe, abierto a las exigencias de la sociedad de su tiempo, no rechazó ese anhelo de alegría, sino que se esforzó por dar a conocer su verdadero manantial, que había descubierto en el mensaje evangélico. La palabra de Cristo es la que modela el rostro auténtico del hombre, revelando los rasgos que hacen de él un hijo amado por el Padre, acogido como hermano por el Verbo encarnado, y santificado por el Espíritu Santo. Las leyes del Evangelio y los mandamientos de Cristo conducen a la alegría y a la felicidad: ésta es la verdad que san Felipe Neri proclamaba a los jóvenes con los que se encontraba en su trabajo apostólico diario (Juan Pablo II, con ocasión del cuarto centenario de la muerte de san Felipe Neri, 1995).

 

ORATIO

Algunas jaculatorias de san Felipe Neri:

- Aún no te conozco Jesús, porque no te busco.

- Desconfío de mí mismo y confío en ti, Jesús mío.

- Jesús mío, ya te lo he dicho: si no me ayudas, nunca haré nada bien.

- Si no me ayudas, Jesús mío, estoy arruinado.

- Señora bendita, concédeme la gracia de que me acuerde siempre de tu virginidad.

- Virgen Madre, ruega por mí a Jesús.

 

CONTEMPLATIO

No es tiempo de dormir, porque el paraíso no está hecho para los holgazanes.

Hijitos, vivid con alegría: no quiero escrúpulos, ni melancolías; me basta con que no cometáis pecados.

La melancolía y la mente turbada acarrean gran daño al espíritu, mientras que la alegría conforta el corazón y hace que se persevere mejor en la buena vida. Por eso, el siervo de Dios debería estar siempre alegre.

No hay que amar a Dios por interés, sino por puro amor, amándole incluso sin ningún gusto sensible, porque así merece ser amado.

No se puede ganar el alma y la ropa del otro. Y quien quiera el fruto de las almas que prescinda de las bolsas.

Es preciso decir con san Pablo: «No quiero vuestras cosas, sino a vosotros» (algunos dichos de san Felipe Neri).

 

ACTIO

Repite hoy esta máxima entrañable a san Felipe Neri: «Escrúpulos y melancolía, fuera de mi casa».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«El santo de la alegría», «el santo humorista», dijo Goethe. El apóstol de Roma desbarata los estereotipos tradicionales de la santidad. En una época en la que la reforma tridentina imponía una, disciplina rigurosa, empleando para tal fin el Santo Oficio, el índice, la Inquisición, Felipe Neri tranquilizaba, consolaba y atraía al camino de Dios «con gran alegría y facilidad» a quienes se confiaban a él.

Entre todos los santos que contribuyeron a la reforma tridentina, la figura de Felipe Neri es la más pintoresca y cautivadora. Se trata de un hombre que suscita entusiasmo. Su humor, su vena bromista, su tendencia natural a la alegría -muy diferentes de las prácticas austeras de la época-, hicieron que encontrara muchos discípulos. No cabe duda de que aquella alegría le venía de la conciencia continua de la presencia de Dios. Pero antes de comprender la profundidad de su espiritualidad y de conocer los dones y favores místicos con los que había sido colmado, se siente uno conquistado por sus dones naturales: una suavidad radiante, una mezcla de perspicacia y de payasadas, una gran sensibilidad musical y un profundo amor por la belleza de la naturaleza, un realismo pleno de sabiduría y de sentido práctico. Como la melancolía es mala consejera, puso la alegría en el primer puesto, junto a la sencillez y a la dulzura: nada de austeridad desalentadora, sino piedad afectiva, caridad, asambleas calurosas.

En el clima de la reforma católica romana, en cuyo servicio trabajaron hombres fuertes, vigorosos y, en ocasiones, implacables, como Pablo IV, san Ignacio de Loyola, san Carlos Borromeo o san Pío V, Felipe Neri se abrió un camino original. Humanizó la religión inventando un modelo de confianza y de moderación al que se han vuelto con interés los siglos posteriores (J. Delumeau [ed.], Storia dei Santi e della Santitá cristiana, Milán 1991, VIII, pp. 99ss).

 

 

Día 27

Viernes de la 8ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 4,7-13

Queridos:

7 Se aproxima el fin de todas las cosas. Sed, pues, moderados y vivid sobriamente para dedicaros a la oración.

8 Ante todo, amaos intensamente unos a otros, pues el amor alcanza el perdón de muchos pecados.

9 Practicad de buen grado unos con otros la hospitalidad.

10 Cada uno ha recibido su don; ponedlo al servicio de los demás como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.

11 El que habla, que lo haga conforme al mensaje de Dios; el que presta un servicio, hágalo con la fuerza que Dios le ha dispensado, a fin de que en todo Dios sea glorificado por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por siempre. Amén.

12 Queridos: No os extrañe esta prueba de fuego que se os ha venido encima como si de algo insospechado se tratara.

13 Alegraos, más bien, porque compartís los padecimientos de Cristo, para que también os regocijéis alborozados cuando se manifieste su gloria.

 

**• Dando un salto notable, se nos envía desde 1 Pe 2,12 a la sección conclusiva de la carta. La acreditación de la verdadera gracia de Dios, en la que el apóstol pide que permanezcamos firmes (5,12), culmina en la petición de permanecer en Cristo. Con su resurrección ha entrado la historia en su fase última, está encaminada a su cumplimiento.

Esta condición desemboca en un nuevo modo de existir que se refleja en todas las expresiones de la existencia. Moderación, oración, caridad, hospitalidad recíproca, valoración de los carismas para la construcción del pueblo, glorificación del Padre en Jesús: constituyen expresiones armónicas de esta vida regenerada. Ésta es, al mismo tiempo, filial, fraterna, partícipe de los sufrimientos de Cristo, y está entretejida con la esperanza de la revelación de su gloria. El fundamento de todo es la moderación (1,13; 4,7; 5,8) de los deseos (1,14; 2,11; 4,2ss), marco de la rectitud del vivir y del obrar. Los deseos, abandonados a sí mismos, obstaculizan la oración (3,7; 4,7) y nos impiden dedicamos a la misma.

La oración, a su vez, alimenta la caridad, y cuando ésta es entendida como recíproca, sincera y cordial, constituye el antídoto contra la malicia, el fraude, la hipocresía, la envidia, la maledicencia, esto es, contra los pecados que acechan la paz comunitaria. El amor a los hermanos (1,2; 3,8) y la fraternidad (2,17; 5,9) son, por lo demás, centrales en la visión del apóstol.

La caridad se manifiesta en el estilo de la acogida recíproca; cuando ésta reina, disipa el clima de chismorreo y de murmuración, de sospecha, de juicio y de falta de confianza que corroe como la carcoma las relaciones comunitarias. La solicitud por los débiles en la fe es una clara prerrogativa ulterior de comunidades vivas, potenciadas por estilos de vida en los que las personas se abren unas a otras y valoran la multiforme gracia de Dios de la que están dotadas.

Aparecen mencionadas de manera concreta dos expresiones de la misma por el vínculo particular que tienen con el crecimiento de la comunidad: el servicio de la Palabra de Dios, para la transmisión y la defensa del evangelio, y las diferentes modalidades de la participación en las responsabilidades comunes (el servicio litúrgico, la ayuda a los pobres, etc.). La doxología final, caso único en el Nuevo Testamento, está dirigida al Padre por medio de Jesús y a Jesús mismo, «a fin de que en todo Dios sea glorificado por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por siempre. Amén» (v. 11).

 

Evangelio: Marcos 11,11-26

Después de que la muchedumbre lo hubo aclamado,

11 entró Jesús en Jerusalén, fue al templo y observó todo a su alrededor, pero, como ya era tarde, se fue a Betania con los Doce.

12 Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre.

13 Al ver de lejos una higuera con hojas, se acercó a ver si encontraba algo en ella. Pero no encontró más que hojas, pues no era tiempo de higos. 14 Entonces le dijo: - Que nunca jamás coma nadie fruto de ti. Sus discípulos lo oyeron.

15 Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían las palomas,

16 y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas.

17 Luego se puso a enseñar diciéndoles: - ¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en una cueva de ladrones.

18 Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús, porque le temían, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza.

19 Cuando se hizo de noche, salieron de la ciudad.

20 Cuando a la mañana siguiente pasaron por allí, vieron que la higuera se había secado de raíz.

21 Pedro se acordó y dijo a Jesús: - Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.

22 Jesús les dijo: - Tened fe en Dios.

23 Os aseguro que si uno le dice a este monte: «Quítate de ahí y arrójate al mar», si lo hace sin titubeos en su interior y creyendo que va a suceder lo que dice, lo obtendrá.

24 Por eso os digo: Todo lo que pidáis en vuestra oración, lo obtendréis si tenéis fe en que vais a recibirlo.

25 Y cuando oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas.

 

*•• El episodio de la maldición de la higuera se inserta en la sección en la que se describe el ministerio en Jerusalén. Constituye un acontecimiento que es objeto de discusiones y de las hipótesis más dispares entre los exégetas, ocasionadas asimismo por el hecho de que Marcos sigue una cronología de los acontecimientos diferente a la de Mateo y, en parte, también a la de Lucas, poniendo de relieve un objetivo inspirado por la finalidad específica que persigue en la narración de los hechos.

El acercamiento practicado por la liturgia, que lee de manera seguida los tres hechos -la higuera (vv. 12-14), los profanadores expulsados del templo (vv. 15-19), la exhortación a la fe (w. 22-25)-, nos invita a captar su conexión. Jesús tiene hambre y busca algún fruto en la higuera, pero no lo encuentra. Marcos, para subrayar el hecho, señala que «no era tiempo de higos»- El acontecimiento tiene que ser encuadrado en el marco de la revelación que está llevando a cabo Jesús. El tiempo de la fe es salvífico, no cronológico. Jesús revela que el Padre, en él, tiene hambre, tiene sed (cf. la sed de la cruz), no de alimento o de bebida, sino de amor, de justicia, de rectitud, de respeto a su morada, de que se deje de profanar ese templo santo que somos nosotros.

Para saciar esta hambre y esta sed, es bueno todo tiempo y todo lugar. Dios tiene sed de nuestra fe, de nuestra confianza sincera, no calculadora, de nuestra misericordia que perdona y cultiva la esperanza. Estas prerrogativas de los corazones libres insensibilizan cuando no se entregan, cuando lo más profundo de nosotros mismos no es ya casa de oración, sino sede de tráficos ilícitos, de trueques, de compromisos. No podemos decir que una cosa es imposible si Jesús la pide: él conoce nuestros recursos, esos mismos que nosotros ignoramos o preferimos desatender para legitimar el hecho de que no los usemos. Su demanda nos revela nuestro propio ser a nosotros mismos.

 

MEDITATIO

Tu petición, Señor, es palabra de vida. Tú no pides cosas imposibles. Tú revelas las posibilidades que tu Palabra suscita, la vitalidad que se desarrolla cuando te correspondemos. Resulta arduo entrar en esta lógica de la Palabra que hace nueva la creación e inserta en ella la posibilidad de la docilidad y del consenso. Cada vez que siento a mi alrededor la petición de saciar el hambre física y moral y me eximo de escucharla porque me considero separado de ti, no me doy cuenta de que la petición que me llega del que tiene hambre procede de ti, de que tienes hambre y sed de aquello que tú mismo pones en mí como germen y cuyo fruto quieres recoger.

También Pedro había pescado en vano toda una noche. Pero tuvo el coraje de no desobedecerte y su red recogió un número misterioso de peces. Cada vez que me aíslo de tí me empobrezco, experimento una pobreza que me perjudica a mí más y antes que a los otros. El único efecto seguro es que yo no concurro al bien de los otros. En ocasiones, éstos obtienen por otros caminos lo que piden: no lo reciben de mí, que, estéril, seco, árido, intento recoger bienes sirviéndome de prerrogativas y posibilidades que me han sido dadas para ser tu templo santo, alabanza de tu gloria.

 

ORATIO

Me parece, Señor, que no tengo alternativa. Si dejo de ser templo de oración, me convierto en cueva de ladrones. Si no administro contigo los talentos que me has dado para ser hospitalario, dispensador de tu multiforme gracia, me encuentro malvendiéndolos, aunque sea para satisfacer la necesidad cultual de tus fieles. Si no trabajo para que en todo sea glorificado el Padre por medio de ti, busco mi gloria, mi honor, mi poder. Si vivimos en ti no podemos escoger entre tú y la humanidad; debemos permanecer con los dos.

Para trabajar por mi bien, debo ocuparme contigo de las cosas del Padre, caminar por tus caminos. Es éste un aspecto de la luminosa verdad que el Espíritu hace resplandecer cada vez con mayor claridad en tu Iglesia: revelar al Padre es revelar la humanidad a sí misma; cooperar en favor del Reino es trabajar de verdad por nosotros mismos. Tú y nosotros formamos una sola persona mística.

Concédenos aprender a hablarnos a nosotros mismos y a los demás con las palabras de Dios para llevar a cabo el ministerio que nos confías con la energía que procede de ti, para que sea glorificado en todo el Padre por medio de tu humanidad, que es también la nuestra.

 

CONTEMPLATIO

Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y la especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país tanto en el vestir como en todo su estilo de vida; sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas y, con su modo de vivir, superan estas leyes. Aman a todos y todos los persiguen. Se les condena sin conocerlos. Se les da muerte y con ello reciben la vida. Son pobres y enriquecen a muchos; carecen de todo y abundan en todo. Sufren la deshonra y esto les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama y esto atestigua su justicia. Son maldecidos y bendicen; son tratados con ignominia y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen; sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo {Carta a Diogneto, caps. 5-6; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 715-716).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Exultemos juntos en el Señor, que nos salva».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Decir que Cristo fue amor no es, a buen seguro, un pretexto para cubrir alguna imperfección en él, el Santo que «no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca» (1 Pe 2,22), puesto que sólo el amor llenaba su corazón, cada una de sus palabras y acciones, toda su vida e incluso su muerte, hasta el final. El amor no llega en el hombre a tanta perfección, pero, a pesar de todo, no deja de extraer de él algún beneficio: mientras que por amor cubre la multitud de los pecados ajenos, el amor le restituye la cortesía al cubrir los suyos. [...] Sin embargo, Cristo no tenía necesidad de amor. Prueba a imaginar que Cristo no hubiera sido amor; que, sin mostrarse caritativo, se hubiera limitado a ser lo que era: el Santo. Imagina que, en vez de salvar al mundo y de cubrir la multitud de los pecados, hubiera venido entre nosotros, animado de una santa cólera, a juzgarlos. Imagina todo esto y persuádete con tanta mayor firmeza de que precisamente a Cristo se le aplican en una sola acepción estas palabras: «Su amor cubrió la multitud de los pecados».

Piensa que él era el amor; piensa que, como dice el evangelio, «sólo Dios es bueno» (Mc 10,18) y que, en consecuencia, él fue el único que por amor cubrió la multitud de los pecados: no los de algunos, sino los del mundo entero. Meditemos un momento estas palabras: «El amor -el de Cristo- cubre la multitud de los pecados» (S. Kierkegaard, Peccato, Perdono, Misericordia, Turín 1973).

 

 

Día 28

Sábado de la 8ª semana del Tiempo ordinario

 Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Judas 17.20-25

17 Pero vosotros, amados míos, acordaos de lo que os predijeron los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo.

20 Edificad vuestra vida sobre la santidad de vuestra fe. Orad movidos por el Espíritu Santo

21 y conservaos en el amor de Dios aguardando que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os lleve a la vida eterna.

22 Tened compasión de los que vacilan;

23 a unos, salvadlos arrancándolos del fuego; a otros, compadecedlos, aunque con cautela, aborreciendo incluso el vestido contaminado por su cuerpo.

24 Al que tiene poder para manteneros sin pecado y presentaros alegres e intachables ante su gloria;

25 al Dios único que es nuestro Salvador, la gloria, la majestad, la soberanía y el poder, por medio de nuestro Señor Jesucristo, desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos. Amén.

 

*•• Judas, el autor de este breve escrito recibido en el canon de las Escrituras por la mayor parte de las Iglesias y cuya conclusión vamos a meditar, se presenta como «siervo de Jesucristo, hermano de Santiago» (v. 1). Desea la misericordia y la paz abundante «a los elegidos que viven en el amor de Dios Padre y han sido preservados por Jesucristo» (w. lss). Su pretensión fundamental es salvaguardar la integridad y la belleza de «la fe que fue transmitida a los creyentes de una vez por todas» (v. 3), para exhortarles a recordar «las cosas que fueron predichas por los apóstoles de Jesucristo» y a construir sobre ellas su propio edificio espiritual (w. 17-20).

La perla preciosa de esta tradición es la exhortación sobre los dos polos de la vida recta: la santidad de la vida y la solicitud por las personas cuya fe está en peligro. La santidad va creciendo en la relación con las personas divinas, una relación cultivada con comportamientos específicos: la oración y la docilidad al Espíritu Santo, el amor a Dios Padre, la esperanza en la misericordia de Jesús para la vida eterna. Diferente es la actitud con los que se encuentran más o menos directamente en dificultades de fe. La petición de compadecer a las personas vacilantes, de comportarse con misericordia y firmeza con los que corren el riesgo de ser arrollados por el error, se empareja con la del rigor para no caer en compromisos con los que se muestran obstinados en su terquedad.

El autor, en una solemne doxología de matriz litúrgica (vv. 24ss), alaba a Dios, único Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, y concluye con esta afligida exhortación a la perseverancia: sólo Dios tiene el poder de preservarnos de las caídas y de hacernos comparecer ante su gloria sin defectos y llenos de alegría. A él, en Jesucristo nuestro Señor, gloria, majestad, soberanía y poder desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos.

 

Evangelio: Marcos 11,27-33

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos

11,27 llegaron de nuevo a Jerusalén y, mientras Jesús paseaba por el templo, se le acercaron los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley

y los ancianos

28 y le dijeron: - ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado autoridad para actuar así?

29 Jesús les respondió: - También yo os voy a hacer una pregunta. Sí me contestáis, os diré con qué autoridad hago yo esto.

30 ¿De dónde procedía el bautismo de Juan: de Dios o de los hombres? Contestadme.

31 Ellos discurrían entre sí y comentaban: - Si decimos que de Dios, dirá: «Entonces, ¿por qué no le creísteis?».

32 Pero ¿cómo vamos a responder que era de los hombres? Tenían miedo a la gente, porque todos consideraban a Juan como profeta.

33 Así que respondieron a Jesús: - No sabemos. Jesús les contestó: - Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.

 

** La misericordia que había inspirado la actitud de Jesús respecto a Bartimeo muestra otro rostro frente a personas que, aunque están en conflicto entre ellas, se encuentran unidas por la arrogancia, por la animosidad contra Jesús. Esta actitud las conduce a interpelarle bruscamente y a manifestar dudas en torno a su autoridad. Jesús pone en práctica una sagacidad que podría provocar su arrepentimiento o, por lo menos, inducirlas a reconocer que no buscan la verdad, sino sólo desembarazarse de él, poniéndolo en una situación incómoda.

La autoridad de Jesús se encuentra en la misma línea que la de Juan el Bautista y, aunque la trasciende, es tal que, si se reconoce esta última, sería menos grave la resistencia al Nazareno. Renegar de Jesús es traicionar asimismo al Bautista e ignorar la confianza del pueblo, para el que Juan era un verdadero profeta. El pueblo está más dispuesto a admitir la intervención de Dios en la historia humana y desenmascara también las resistencias de los poderosos. Éstos, para imponerse, deben recurrir a embustes y falsedades de todo tipo. El seguimiento de Jesús no es un acontecimiento emotivo, no madura en cada situación. Jesús nos invita a enriquecernos con su presencia, pero no se muestra connivente con los despotismos hipócritas.

 

MEDITATIO

En estos últimos tiempos se habla con bastante frecuencia del «silencio de Dios». Algunos piensan que se trata de algo tan escandaloso que autoriza nuestro silencio sobre él. En realidad, más que de silencio, tal vez se trate de preguntas no recibidas, de respuestas no dadas, de insolencias no pagadas de nuevo con la misma moneda, como en el caso del evangelio de hoy. En temas de autoridad, quienes se niegan a reconocer una que es auténtica se ponen en condiciones de no aceptar ninguna: los que, puestos para reconocer los signos de los tiempos y la presencia del Señor, omiten advertirlos porque se resisten a seguirlos, se incapacitan para percibir la verdad que se anuncia.

Dios calla cuando somos nosotros quienes debemos hablar. Nos induce a desistir en la resistencia que oponemos a su Palabra. El apóstol Judas declara que quien impugna la verdad conocida, quien busca pretextos para contrarrestar la verdad a fin de impedirle iluminar nuestro mundo de tinieblas, no sigue a Jesús, luz verdadera. En nuestros días se ven cada vez con mayor frecuencia situaciones en las que unos someten a Dios a juicio y otros se autoproclaman autorizados a defenderlo, olvidando que es él quien nos defiende a nosotros, no nosotros a él. No podemos tener actitudes selectivas respecto al Señor y a su Palabra, no podemos escoger lo que nos acomoda y desatender lo que no está de acuerdo con nuestros puntos de vista o, peor aún, impugnar la verdad antes de conocerla.

La pedagogía de Dios, apacible y misericordiosa frente a la debilidad de la criatura, se muestra dura con las actitudes hipócritas e insolentes.

 

ORATIO

No mires, Señor, nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia. Concédenos construir nuestro edificio espiritual sobre el fundamento de la fe y de los apóstoles. Perdónanos cuando nos mostramos vacilantes. Pon en nuestro camino personas compasivas, que no se muestren conniventes con nuestros errores y se hagan cargo de nuestra miseria. Hoy como ayer, son muchas las veces que también nosotros nos atrevemos a preguntar con qué autoridad interviene la Iglesia a través de su magisterio en uno u otro aspecto de la vida cotidiana. A veces, el recuerdo de situaciones pasadas no del todo claras ni sencillas nos hace mostrarnos audaces a la hora de inferir, de presumir respuestas y de rechazar, insatisfechos, las que se han dado. Concédenos tu Espíritu de consejo para discernir las situaciones y ver cuándo está bien erigirse en voz de las personas que no la tienen y cuándo, en cambio, nuestra recriminación es fruto de la impiedad y de la dureza de corazón. Existe una connivencia deletérea que vincula el rechazo del ejercicio de la autoridad con la resistencia a ejercerla. Y, de este modo, tu pueblo o bien se ve sometido al arbitrio de personas que usurpan el poder, ejercido con poderosos medios de comunicación, o bien se ve frustrado en la espera de tu Palabra, que no llega a ellos por desidia o por incompetencia y manipulación.

Envía a tu cuervo que alimente el hambre de tus fieles. Dales la fuerza de Elías para que, confiados en tu Nombre, se conviertan en misioneros misericordiosos de tu Verdad.

 

CONTEMPLATIO

Porque, en la Iglesia, los miembros se preocupan unos por otros; y si padece uno de ellos, se compadecen todos los demás, y si uno de ellos se ve glorificado, todos los otros se congratulan. La Iglesia, en verdad, escucha

y guarda estas palabras: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros». No como se aman quienes viven en la corrupción de la carne, ni como se aman los hombres simplemente porque son hombres, sino como se quieren todos los que se tienen por dioses e hijos del Altísimo y llegan a ser hermanos de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor con que él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin que les satisfaga, donde su anhelo de bienes encuentre su saciedad. Porque no dejará ningún anhelo por saciar cuando Dios lo sea todo en todos.

Este amor nos lo otorga el mismo que dijo: «.Como yo os he amado, amaos también entre vosotros». Pues para esto nos amó precisamente, para que nos amemos los unos a los otros; y con su amor hizo posible que nos ligáramos estrechamente y, como miembros unidos por tan dulce vínculo, formemos el cuerpo de tan espléndida cabeza (Agustín de Hipona, Tratados sobre el evangelio de san Juan, 65, 1-3; en CCL 36, 490-492; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 672-673).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Jesús vino para servir y dar la vida por muchos».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tú que estás por encima de nosotros,

Tú que eres uno de nosotros,

Tú que estás también en nosotros,

ojalá puedan verte todos también en mí,

ojalá pueda preparar yo el camino hacia ti,

ojalá pueda yo dar gracias por todo lo que me tocará entonces.

Ojalá no me olvide de las necesidades ajenas.

Móntenme en tu amor,

así como quieres que todos moren en el mío.

Ojalá todo lo que hay en mi ser

pueda ser dirigido a tu gloria

y ojalá no me desespere yo nunca.

Porque estoy en tu mano,

y en ti toda fuerza es bondad.

Dame unos sentidos puros, para verte;

dame unos sentidos humildes, para oírte;

dame unos sentidos de amor, para servirte;

dame unos sentidos de fe, para morar en ti.

(D. Hammarskjóld, La linea della vita, Milán 1967, p. 70 [edición española: Marcas en el camino, Editorial Seix Barral, Barcelona 1965]).

 

Día 29

Santísimos Cuerpo y Sangre de Cristo

(Domingo después de la Santísima Trinidad)

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 14,18-20

En aquellos días,

18 Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, le ofreció pan y vino

19 y lo bendijo diciendo: Que  el Dios Altísimo, que hizo el cielo y la tierra, bendiga a Abrán.

20 Bendito sea el Dios Altísimo que te ha dado la victoria, sobre tus enemigos. Y Abrán le dio el diezmo de todo.

 

**• Podría ser útil señalar que la breve introducción litúrgica a esta perícopa inserta el encuentro entre Abrán y la misteriosa figura de Melquisedec dentro de los acontecimientos de Génesis 14. El autor de este capítulo une Abrán a la historia de los grandes reinos de oriente (cf. w. 1-12): Lot ha sido hecho prisionero en una de las batallas por la supremacía sobre el territorio, y sólo Abrán, pariente suyo, consigue liberarle y recuperar el botín sustraído al rey de Sodoma, que por ello querrá mostrarse agradecido a Abrán por el desenlace de esta empresa (cf. w. 13-16.21-24).

De modo semejante, tiene también lugar el encuentro con un sacerdote que no es asimilable a ninguna institución israelita: Melquisedec, rey de Salem. Esta figura ha sido interpretada por la tradición de varios modos: como figura del rey David (cf. Sal 110) -y por consiguiente del Mesías- y, no en último lugar, como figura del sacerdocio de Cristo, que supera el sacerdocio levítico (cf. Heb 5-7). Es probable que se trate, en realidad, de una transcripción mítica de la figura del sumo sacerdote en el período siguiente al exilio y tome de él todas las prerrogativas (reales y sacerdotales). Para quedarnos en el fragmento que se nos propone hoy, vale la pena detenernos en dos gestos que éste realiza. En primer lugar, la ofrenda del pan y el vino. Con ello realiza un rito que tiene un significado particular en el interior de la fenomenología de las religiones. Si el gesto de la ofrenda significa gratitud al «Dios altísimo» (v. 18) por la riqueza de los dones de la tierra y por el alimento que ella pone a disposición de la humanidad, al mismo tiempo se convierte en una invitación dirigida a la divinidad para que participe en un banquete de comunión, a fin de compartir los productos de la creación: el pan como signo de fuerza y el vino como signo de alegría.

En segundo lugar, la bendición. La bendición bíblica no es un gesto de hechicería, un augurio de benevolencia, una promesa vacía: bendecir pretende significar una palabra eficaz que lleva salvación y paz a quien es bendecido. Para Abrán, ser bendecido es convertirse en un gran pueblo, tener un nombre grande y una gran descendencia en todas las familias de la tierra (cf. Gn 12,1-3). A partir de ahí se comprende que la fuente de la bendición sólo puede ser la Palabra eficaz de Dios; sólo de Dios puede partir la bendición. Con la fuerza de esta bendición, el que ha sido bendecido por Dios puede, a su vez, bendecir a Dios, para llevar de nuevo a él su propia existencia (cf. este doble valor de la bendición en los w. 19ss o, en el Nuevo Testamento, en Ef 3,3). De este modo, ofrenda y bendición, comunión y salvación, vienen a formar una unidad entre ellas, convirtiéndose en signo del cumplimiento de las promesas.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 11,23-26

Hermanos:

23 Por lo que a mí toca, del Señor recibí la tradición que os he transmitido; a saber: que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan

24 y, después de dar gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros; haced esto en memoria mía».

25 Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía».

26 Así pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga.

 

**• La interpretación de la eucaristía que Pablo nos ofrece es muy antigua. Los verbos empleados -«transmitir», «recibir» (cf. v. 23)- pretenden ser la garantía de que las palabras que el fragmento conecta con el Señor Jesús son auténticas: se trata, en efecto, de términos usados para describir la enseñanza rabínica, que estaba sometida a unas reglas de transmisión precisas (cf. También 1 Cor 15,3). Precisamente, esta cadena ininterrumpida de tradición es lo que permite interpretar a Pablo con autoridad la cena eucarística frente a la comunidad de Corinto.

Esta vivaz comunidad, en efecto, participaba en la cena eucarística sin plantearse la pregunta del significado real de la misma. Ésta se había convertido en un momento de simple fiesta y encuentro, sin conexión con la historia de Jesús (cf. w. 18-21). Precisamente, esta conexión es lo que Pablo pretende subrayar con su intervención.

Desde esta perspectiva, la cena cristiana se convierte en memorial de una historia: la historia del Maestro de Nazaret, que, en el momento de la «entrega» (cf. v. 23; Le 22,1-6.22.48 y passim), compartió con los suyos un banquete de comunión y, ofreciendo pan y vino en la cena, interpretó su propia historia como el comienzo de una nueva alianza entre Dios y su pueblo (v. 25). Las palabras de Jesús están dotadas de un vigoroso realismo, hasta tal punto que el recuerdo no se queda simplemente en el pasado, sino que entra en el presente para transformarlo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía» (v. 25). El comentario final a nuestro fragmento retoma exactamente esta sugerencia: la cena eucarística se convierte en anuncio de la eficacia de la muerte y de la resurrección de Jesús en toda la historia: pasada, presente y futura.

 

Evangelio: Lucas 9,11-17

En aquel tiempo,

11 Jesús acogió a las muchedumbres y estuvo habiéndoles del Reino de Dios y curando a los que lo necesitaban.

12 Cuando el día comenzó a declinar, se acercaron los Doce y le dijeron:

-Despide a la gente para que se vayan a las aldeas y caseríos del contorno a buscar albergue y comida, porque aquí estamos en despoblado.

13 Jesús les dijo:

-Dadles vosotros de comer.

Ellos le replicaron:

-No tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esa gente.

14 Eran unos cinco mil hombres. Dijo entonces Jesús a sus discípulos:

-Mandadles que se sienten por grupos de cincuenta.

15 Así lo hicieron, y acomodaron a todos.

16 Luego, Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los iba dando a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente.

17 Comieron todos hasta quedar saciados, y de los trozos sobrantes recogieron doce canastos.

 

*•• A diferencia de los otros evangelios sinópticos (cf. Mt 14,13-21; 15,32-39; Me 6,30-44; 8,1-10), Lucas presenta una sola vez la escena de la multiplicación de los panes, y hace una síntesis magistral de ella, leyéndola desde diferentes puntos de vista.

En primer lugar, interpreta el milagro en sentido escatológico: éste forma parte de la realización de las promesas de Dios en la historia de su pueblo. Los profetas del Antiguo Testamento ya habían tenido la posibilidad de multiplicar el alimento para las personas que lo necesitaban (cf. 2 Re 4,42-44); la escena evangélica pone de relieve que el gesto realizado por Jesús no sólo recupera aquellos acontecimientos, sino que los perfecciona con un incremento casi en progresión geométrica (cf, por ejemplo, las «cien personas» de 2 Re 4,43 comparadas con los cien grupos de cincuenta personas de nuestro texto: v. 14). Lo bueno que pasó en el pasado tiene lugar ahora de manera perfecta.

Por otra parte, aparece una interpretación eclesial. Los discípulos se dan cuenta de la necesidad de la muchedumbre y se convierten en mediadores respecto al Maestro, pensando en salir del trance con poco gasto (cf. la reacción de los discípulos en el v. 13: evidentemente, un argumento por reducción al absurdo). Jesús, sin embargo, parte de otro razonamiento: de la sencillez del anuncio evangélico en el interior de la situación concreta: «Dadles vosotros de comer» (v. 13). El había sido, efectivamente, el primero en acoger a las muchedumbres cuando, mientras buscaba un lugar para retirarse, le siguieron casi importunándole (cf. v. lOss): «Jesús acogió a las muchedumbres y estuvo ¡roblándoles del Reino de Dios y curando a los que lo necesitaban» (v. 11). El milagro de la multiplicación de los panes y de los peces prosigue esta óptica: no se traía de organizar a una muchedumbre o de obtener grandes electos, sino de salir al encuentro en primera persona do las necesidades reales de la historia, de ponerse al servicio del crecimiento global de la humanidad en cada uno.

Por último, podemos señalar cómo subraya Lucas la lectura eucarística de este milagro: el día, que comienza a declinar (v. 12), recuerda al lector la noche del encuentro entre los discípulos de Emaús y el Resucitado (cf. Le 24,29); la secuencia de las acciones realizadas (v. 16) corresponde a la descripción de la cena de Emaús (cf. 24,30); el compartir el pan y los peces está ligado directamente con el ministerio de Jesús (véase la apertura de la perícopa) y con el recuerdo de la pasión (cf. 9,18ss). De este modo, también la celebración eucarística adquiere todo su significado de «memorial» a partir de las palabras y las acciones de Jesús y se convierte en «bendición» dentro de la historia de la comunidad que se pone a seguir al Salvador.

 

MEDITATIO

Estamos leyendo unos fragmentos bíblicos en el marco de una fiesta particular que pone en el centro de la reflexión de la comunidad de los creyentes y también de todo el mundo un signo concreto. ¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué dedicamos un domingo a reflexionar sobre el significado de la eucaristía? ¿Por qué mostramos a todos este «secreto» nuestro como el centro de nuestra vida cristiana? Es menester que intentemos ofrecer una respuesta a estas preguntas a la luz de la palabra de Dios que hemos leído.

De entrada, diremos que el signo del pan y del vino eucarísticos constituye el centro de nuestra vida cristiana, porque salvan nuestro pasado. Conectan nuestra historia con una historia «diferente», con la historia de un hombre que pasó en medio de su gente y anunció con obras y palabras la presencia de Dios en la historia de la humanidad. Conectan nuestra historia, nuestro pan y nuestro vino de ayer con una persona que nos ha dado, finalmente, una palabra verdadera, atestiguando con su propia vida y su propia muerte el valor de la verdad. Unen nuestra historia con un hombre que ha salvado su propio momento de vida, manifestando de este modo que era Hijo de Dios.

Ahora bien, eso no basta. El pan y el vino de la eucaristía hablan también de salvación para nuestro presente. Precisamente, mientras acogemos en nuestra vida ese pan y ese vino, nos damos cuenta de un amor que nos sostiene, nos damos cuenta de que nuestra vida tiene un fundamento, un alimento, la posibilidad de ser y de existir; de que se convierte en encuentro real con nuestro sueño de siempre, un encuentro hecho de amor y de comunión, de paz y de bendición: compartir el pan y el vino en la misma mesa es el gran signo que nos permite comprender cómo la bendición de Dios continúa hoy en nuestra historia, en nuestro pan y en nuestro vino de hoy.

Por último, el pan y el vino salvan también nuestro futuro: nuestra historia no encuentra ya un cielo cerrado encima de ella; nuestra jornada ya no se extiende simplemente entre una aurora y un ocaso; nuestra vida ya no es algo que transcurre con angustia entre un nacimiento y una muerte. Cuando caemos en la cuenta de que nuestra historia, nuestro pan y nuestro futuro de mañana son este cuerpo y esta sangre, cuando, al renovar el gesto de Jesús, anunciamos su retorno, cuando el pan de cada día se vuelve frente a nosotros el pan del futuro, podemos aferrar el anuncio que nos dice que la Palabra inaudita se dice precisamente en nuestro día y, con él, la bendición de nuestro camino.

 

ORATIO

Bendito seas, oh Padre, que nos das cada día pan y vino y lodos los bienes de la creación. Nuestra jornada comienza con la luz de lu sol, nuestro terreno se riega con la bondad de lu lluvia, nuestros campos y nuestras vides loman color por la vida que tú les has dado. Bendito seas, oh Padre, que nos das la fuerza para gozar de estos dones.

Bendito seas, oh Verbo del Padre, que a través de las realidades que nos rodean nos revelas que nuestra vida se vuelve comunión con Dios cuando se vuelve comunión contigo y con nuestros hermanos y hermanas que nos acompañan en nuestro camino. Bendito seas, oh Verbo eterno, que pronuncias en nuestra historia la Palabra del Padre.

Bendito seas, oh Espíritu de Dios, que soplas en nuestros cuerpos y reviven a una vida nueva, que transformas la creación para que pueda acoger la presencia de Dios y continúe renovando la esperanza en nuestra vida, a fin de que podamos seguir orando para obtener nuestro pan y nuestro vino de cada día. Bendito seas, oh Espíritu de Dios, que tocas con tu soplo el pan y el vino y nos haces entrar en la vida de Dios.

 

CONTEMPLATIO

Cristo libera a los esclavos y los hace hijos de Dios porque, al ser él mismo hijo y libre de todo pecado, los hace partícipes de su cuerpo, de su sangre, de su espíritu y de todo lo que es suyo. De este modo, recrea, libera y diviniza, fundiendo su mismo ser con el nuestro: intacto, libre y verdaderamente Dios. Así, el sagrado convite hace de Cristo, que es la verdadera justicia, un bien nuestro, más aún de lo que son nuestros los bienes de la naturaleza; de modo que nos gloriemos de lo que es suyo, nos complazcamos en sus empresas como si fueran nuestras y, por último, tomemos de ellas el nombre, si custodiamos la comunión con él [...].

Si llamamos enfermedad y curación a lo que nos sucede, él no sólo va al enfermo, se digna mirarle, tocarle y hacer por él personalmente todo lo necesario para la cura, sino que él mismo se convierte en fármaco, en dieta y en todo cuanto puede contribuir a la salud. Si, en cambio, se habla de nueva creación, es él quien con su ser y con su carne renueva lo que falta, es él quien sustituye a nuestro ser corrupto (N. Cabasilas, La vita in Cristo, Roma 1994, pp. 225ss [edición española: La vida en Cristo, Rialp, Madrid 1999]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendito sea Dios, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en Cristo» (Ef 1,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde en el pueblo de Dios se escucha la Escritura cuya exégesis mesiánica nos proporcionó Jesús, y, por consiguiente, allí donde se respeta la Escritura y se obedece su Palabra, que encuentra su expresión actual en la asamblea de la comunidad.

Eso significa: allí donde se vive la vida cotidiana bajo el lema de la voluntad de Dios [...]. El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se celebra el banquete mesiánico, al que Jesús quiso invitarnos precisamente a todos, a los justos y a los pecadores, a los sanos y a los enfermos, a los invitados de la primera hora y a los que se quedan mirando los toros desde la barrera, es decir, allí donde se ha hecho posible, a continuación, la integración y la unanimidad de aquellos que quieren ponerse al servicio ae la construcción del pueblo de Dios. Eso significa: allí donde al convivium, o sea, al banquete de la eucaristía, le corresponde de nuevo el convivir, o sea, la convivencia de los creyentes que precede y sigue a la eucaristía, y encuentra su síntesis festiva en la celebración de semana en semana, de una fiesta a la otra.

El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se vuelve vital la fe en que el hombre no vive sólo de pan, sino que vive, en primer lugar, de la Palabra de Dios, de su promesa y de la voluntad de aquel que se ha creado un pueblo al que debe llevar a una tierra que mana leche y miel. Eso significa que el milagro tiene lugar asimismo allí donde los creyentes se atreven a dar pruebas de su propia fe y a ponerla a prueba (R. Pesch, Il miracolo della moltiplicazione dei pañi. C'é una soluzione per la fame nel mondo?, Brescia 1997, pp. 182ss, passim). 

 

Día 30

Lunes 9ª semana del Tiempo ordinario

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Pedro 1,1-7

1 Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a cuantos por la fuerza salvadora de nuestro Dios y Salvador Jesucristo han obtenido una fe de tanto valor como la nuestra.

2 Que la gracia y la paz abunden en vosotros por el conocimiento de Dios y de Jesús, Señor nuestro.

3 Dios, con su poder y mediante el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y potencia, nos ha otorgado todo lo necesario para la vida y la religión.

4 Y también nos ha otorgado valiosas y sublimes promesas, para que, evitando la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo, os hagáis partícipes de la naturaleza divina.

5 Por eso mismo, poned todo vuestro empeño en unir a vuestra fe una vida honrada; a la vida honrada, el conocimiento;

6 al conocimiento, el dominio de sí mismo; al dominio de sí mismo, la paciencia; a la paciencia, la religiosidad sincera;

7 a la religiosidad sincera, el aprecio fraterno, y al aprecio fraterno, el amor.

 

*»• La segunda Carta de Pedro refleja una situación crítica por la que pasó la Iglesia de los primeros decenios del siglo II, tensa entre la exigencia de profundización (también intelectual) en el mensaje cristiano, al amparo de falsos maestros y falsas doctrinas, y el replanteamiento de la doctrina tradicional sobre el retorno de Cristo, en una confrontación valiente con la historia.

El fragmento de hoy subraya, sobre todo, el primer aspecto. Es la comunidad la que habla a todos los creyentes en Cristo, «a cuantos por la fuerza salvadora de nuestro Dios y Salvador Jesucristo han obtenido una fe de tanto valor como la nuestra» (v. 1), y, por consiguiente, también la gracia y la paz junto con las «valiosas y sublimes promesas» (v. 4), que ahora -en Cristo resucitado- hacen a los creyentes «partícipes de la naturaleza divina» (v. 4). El cristiano es alguien que toma conciencia del don recibido con una inteligencia agradecida o un «conocimiento» pleno y agradecido (el término «conocimiento» aparece tres veces en estos pocos versículos), puesto que se siente amado por Dios con un amor de predilección y decide ser coherente con la gracia que actúa en él, una gracia más fuerte que «la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo» (v. 4).

El pasaje presenta también las etapas intermedias y finales de este recorrido que conduce de la fe a la «vida honrada», como actitud constante que proporciona ánimo en las dificultades; desde la vida honrada al «conocimiento», como apertura de la mente al esplendor de la verdad; del conocimiento al «dominio de sí mismo», fruto de la participación en la vitalidad del Resucitado; del dominio de sí mismo a la «paciencia», que no es simple resignación, sino fuerza en las pruebas y resistencia a las oposiciones externas; de la paciencia a la «religiosidad sincera», es decir, a la relación con Dios, verdadero centro y corazón de la vida del creyente; de la religiosidad sincera al «aprecio fraterno», fruto natural de la intimidad afectiva con Dios, y de este aprecio a la «caridad», al agapé, al amor pleno e iluminado, síntesis y punto de llegada de todo camino creyente.

 

Evangelio: Marcos 12,1-12

En aquel tiempo, Jesús les contó esta parábola: -Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y edificó una torre. Después la arrendó a unos labradores y se ausentó.

2 A su debido tiempo envió un siervo a los labradores para que le dieran la parte correspondiente de los frutos de la viña.

3 Pero ellos le agarraron, le golpearon y le despidieron con las manos vacías.

4 Volvió a enviarles otro siervo. A éste lo descalabraron y lo ultrajaron.

5 Todavía les envió otro, y lo mataron. Y otros muchos, a los que golpearon o mataron.

6 Finalmente, cuando ya sólo le quedaba su hijo querido, se lo envió, pensando: «A mi hijo lo respetarán».

7 Pero aquellos labradores se dijeron: «Este es el heredero. Matémoslo y será nuestra la herencia».

8 Y echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

9 ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los labradores y dará la viña a otros.

10 ¿No habéis leído este texto de la Escritura: La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular;

11 esto es obra del Señor, y es admirable ante nuestros ojos?

12 Sus adversarios estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que Jesús había dicho la parábola por ellos. Sin embargo, le dejaron y se marcharon, porque tenían miedo de la gente.

 

*•• El sentido de esta parábola hemos de leerlo sobre un determinado fondo literario (el «Canto de la viña» de Is 5) e histórico (el rechazo de la salvación por parte de Israel, que mata a los profetas). También hemos de identificar a los personajes a partir del mismo doble esquema de referencia: el dueño-constructor es Dios; la viña y la torre simbolizan a Israel; los labradores representan a los jefes de los judíos a los que se quitará la viña; los siervos son los numerosos profetas y hombres de Dios enviados a lo largo de la historia del pueblo elegido; el hijo muerto, rechazado y convertido después en piedra angular, es Jesús.

La parábola une, por consiguiente, los dos extremos: el amor de Dios Padre, que llega a enviar a su Hijo, y el rechazo de los jefes de Israel, que llegan a matarlo. Su finalidad es contar no sólo el pasado, sino también la historia futura: la próxima (la muerte de Jesús) y la que continúa en el tiempo y en las opciones de cada hombre ante aquel a quien el Padre ha constituido como piedra angular, resucitándolo de la muerte.

En torno a su persona y al misterio de su muerte y resurrección es donde se decide para cada hombre la acogida o el rechazo de la salvación. Y ello sin derecho alguno de primogenitura ni de elección preferente, sino jugando hasta el final con nuestra propia libertad y responsabilidad, hasta escoger identificarnos con este mismo misterio. Dios, en su juicio, premiará el valor de esta libertad.

 

MEDITATIO

Vivimos porque una Voluntad buena nos ha preferido a lo no existencia. Llegamos a ser creyentes porque Dios, la suma Benevolencia, junto con la vida, nos ha dado la fe. Estamos salvados en la medida en que sepamos reconocer y aceptar, cada día de nuestra vida, la propuesta de salvación que nos llega a través de tantas -y con frecuencia inéditas - mediaciones humanas. «Todo es gracia», hasta la prueba y el martirio, aunque es preciso que aprendamos a «reconocer» el don que viene de lo alto tal como se presenta cada día a cada uno de nosotros, «disfrazado» de mil formas y semejanzas terrenas, también en el acontecimiento inesperado -y tal vez inoportuno- de la siempre misteriosa mediación de lo divino. No nos corresponde a nosotros, en efecto, dar turno a Dios, sino que es el Eterno el que viene a nuestro encuentro según los modos y tiempos, personas y circunstancias, que él mismo decide, tanto en el prójimo antipático como en el pobre exigente, tanto en la vida como en la muerte.

No hay aquí nada de automático o de mágico; se trata de un camino que nos conduce cada día desde la fe, que sabe reconocer en cualquier parte una ocasión de salvación, a la paciencia, que se deja probar tanto en las cosas pequeñas como en las grandes; desde la intimidad cordial con Dios a la caridad, que es capaz de amar a cada persona como don del Padre. Así pues, en verdad, «todo es gracia». La vida se transforma, construida sobre la piedra angular escogida por el Padre, y la muerte celebra el encuentro con Aquél a quien habíamos esperado y a quien no siempre habíamos sido capaces de reconocer.

 

ORATIO

Dios, Padre nuestro, tu amor por nosotros es grande y eterno. Desde que el hombre existe, no haces más que buscarlo, porque quieres que conozca tu amor por él. Y aun cuando el hombre te volvió la espalda, enviaste a tu Hijo, revelación perfecta de tu corazón. Perdóname, Padre, porque quién sabe cuántas veces habrá pasado junto a mí Aquél a quien Tú has enviado sin que yo me diera cuenta. Los viñadores de la parábola evangélica mataron al hijo del dueño; quizás yo haya hecho aún peor, porque no le he prestado ninguna atención, porque le he considerado insignificante, superfluo, o lo he convertido en tal en aquellos en quienes no he sabido reconocer como signo de tu presencia y del amor que no se da por vencido. Ahora comprendo que esta parábola la contaste por mí; haz que no sea en contra de mí.

Abre los ojos de mi corazón y de mi mente. Acaba con mi presunción y... oblígame a no dejar que te vayas, como hicieron después, por miedo, los jefes de los judíos, y a no dejarte pasar en vano por mi vida, sino a ser capaz de reconocerte como el Emmanuel, como Aquel que se hace carne cada día en mi vida, como la vid fecunda que ha plantado el Padre en mi viña. Para que dé fruto en ella, hasta la muerte...

 

CONTEMPLATIO

Me he propuesto demostraros que Dios nos «cultiva», y nos «cultiva» como un campo a fin de hacernos mejores. Es el Señor quien dice en el evangelio: «Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos» (Jn 15,5). «Mi Padre es el viñador » (Jn 15,1). ¿Qué hace un agricultor? Os lo pregunto a vosotros, que sois agricultores: ¿qué hace un labrador? Me parece que cultiva el campo. Por consiguiente, si el Padre es agricultor, posee un campo y cultiva su propio campo y espera obtener frutos del mismo [...].

En consecuencia, dado que Dios nos cultiva, nos hace mejores, puesto que también el agricultor mejora el campo al cultivarlo y busca en nosotros mismos el fruto a fin de que nosotros lo cultivemos. Su obra de agricultor respecto a nosotros consiste en el hecho de que no cesa de extirpar con su Palabra los gérmenes malos de nuestro corazón, de abrirlo, por así decir, con el arado de su Palabra, de plantar en él los signos de los preceptos y esperar el fruto de la vida de fe. Cuando hayamos recibido en nuestro corazón esa acción de Dios que nos cultiva de manera que le tributemos el culto justo, no nos mostraremos desagradecidos con nuestro agricultor, sino que le ofreceremos el fruto con el que estará contento. Sin embargo, nuestro fruto no le hará más rico, sino que nos hará a nosotros más felices (Agustín, Sermón 87, 2,3; 1,1, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios, con su poder y mediante el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y potencia, nos ha otorgado todo lo necesario para la vida y la religión» (2 Pe 1,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos en favor de la gracia cara.

La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar; es el perdón malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado; es la gracia como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la cogen unas manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio, que no cuesta nada. Porque se dice que, según la naturaleza misma de la gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos los tiempos. Gracias a que esta factura ya ha sido pagada, podemos tenerlo todo gratis. Los gastos cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata?

La gracia barata es la gracia como doctrina, como principio, como sistema; es el perdón de los pecados considerado como una verdad universal; es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. Quien la afirma posee ya el perdón de sus pecados. La Iglesia de esta doctrina de la gracia participa ya de esta gracia por su misma doctrina. En esta Iglesia, el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse.  Por esto, la gracia barata es la negación de la Palabra viva de Dios, es la negación de la encarnación del Verbo de Dios (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, p. 15).

 

 

Día 31

Visitación de la Virgen María (31 de mayo)

 

La fiesta de la Visitación viene siendo celebrada por los franciscanos desde finales del siglo XIII. El papa Bonifacio IX (1389-1404) la introdujo en el calendario universal de la Iglesia. Clemente VIII (1592-1605) compuso los textos litúrgicos del oficio que precedió a la última reforma. Sólo dos años después de que éste empezara a usarse (1608), san Francisco de Sales ponía el nombre de Visitación a la orden monástica fundada por él en Annecy. Esta fiesta, que tradicionalmente se celebraba el 2 de julio, ha sido anticipada por el nuevo calendario a fin de armonizarla con la memoria de los acontecimientos del Evangelio a lo largo del año litúrgico, situándola entre la Anunciación, 25 de marzo, y el nacimiento de Juan el Bautista, 24 de junio.

 

LECTIO

Primera lectura: Sofonías 3,14- 18a

14 ¡Da gritos de alegría, Sión; exulta de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén!

15 El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, ha barrido a tus enemigos; el Señor es rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya ningún mal.

16 Aquel día dirán a Jerusalén: «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen;

17 el Señor, tu Dios, en medio de ti, es un salvador poderoso. Dará saltos de alegría por ti, su amor te renovará, por tu causa danzará y se regocijará,

18 como en los días de fiesta».

 

»*• Con el profeta Sofonías nos encontramos en el siglo VI antes de Cristo, en tiempos del rey Josías. Es un período marcado por continuas infidelidades a Dios por parte de Israel, que se ata a alianzas humanas y cede a las modas y a los cultos de los extranjeros. El profeta tiene ante sus ojos esta situación tan amarga y, aunque proclama «el día terrible de YHWH» sobre todas las naciones -incluida Judá- y sabe que el juicio de Dios pone al desnudo el pecado, es siempre una invitación a la conversión.

Sofonías abre así un claro de luz y de esperanza: la «hija de Sión» es invitada a alegrarse y a exultar en vistas de «aquel día» (v. 16b), día mesiánico. Ya no es el día de la ira, sino el día de la misericordia, el día del nuevo amor entre Dios y su pueblo. Israel está llamado ahora a ver que «el Señor es rey de Israel en medio de ti» (v. 15).

La hija de Sión debe exultar, alegrarse «de todo corazón», es decir, con todo su ser, porque -¡gran misterio!- el Dios que parecía alejado ha revocado la condena. Y él goza ya con esto. Dios exulta, Dios realizará el milagro de hacer cosas nuevas, Dios se alegrará por la hija de Sión. Sólo la presencia de YHWH en medio de su pueblo es fuente y motivo de una renovada esperanza. «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen» (v. 16), porque Dios «es un salvador poderoso» (v. 17), «el Señor, tu Dios, en medio de ti», es el Emmanuel.

 

Evangelio: Lucas 1,39-56

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

42 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?

44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

56 María estuvo con Isabel unos tres meses; después volvió a su casa.

 

*•• Los dos fragmentos del anuncio del nacimiento de Juan el Bautista y de Jesús, en Lucas, convergen en la narración de la visita de María a Isabel. María, como Abrahán, nuestro padre en la fe, se levanta y se apresura a ir hacia la montaña (v. 39). María e Isabel son las dos mujeres que acogen la acción de Dios: la primera de modo activo, con su consentimiento; la segunda de modo pasivo. Ambas, agraciadas, experimentan la acción poderosa del Espíritu Santo. Isabel lleva en su seno al Precursor y, en virtud de esta presencia en ella, da voz al hijo que lleva en sus entrañas indicando ya en la Madre al Hijo. Proclama lo que la ha hecho grande y bienaventurada a María, la fe: «¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45). Al cántico de Isabel (vv. 42-45) le sigue el cántico de María, que revela la acción poderosa de Dios en ella, la misma que da cumplimiento a las antiguas promesas hechas a Abrahán en favor de Israel. Dios hace maravillas y despliega su poder a partir de la humildad -que es reconocimiento de la propia pobreza radical- de su criatura y de su pueblo (v. 48). El Magníficat es la primera manifestación pública de Jesús, de esta realidad aún escondida pero que se impone ya y obra en los que la acogen, como María: la realidad viva del Verbo encarnado en ella la impulsa a no detenerse en sí misma y la abre a la dimensión del servicio: «María estuvo con Isabel unos tres meses» (v. 56).

 

MEDITATIO

La hija de Sión de la que habla Sofonías y que experimenta la revocación de la condena es figura de María. Ésta ha sido agraciada por Dios, ha sido alcanzada en su pobreza de criatura. Así como Dios interviene con su omnipotencia en favor del pueblo de Israel a partir de la pobreza, así ocurre también con nosotros: Dios despliega su omnipotencia a partir de nuestra pobreza.

María no ve aún la realidad de Jesús presente en ella, pero lo cree ya, igual que el profeta Sofonías no veía aún la realidad de la revocación de la condena, pero la creía ya presente, dentro de la historia de Israel. Son miradas de fe, y también nosotros necesitamos esta mirada, una capacidad visual que penetre en lo hondo de los acontecimientos que vivimos. Un ojo que sepa reconocer que la fe, la alegría que viene del Espíritu y el servicio -los elementos que emergen de las lecturas- son como la punta de un iceberg. Indican que debajo hay algo grande, enorme: «Aquel a quien los cielos no pueden contener».

Es la presencia de Dios lo que motiva y alimenta la fe, la alegría y el servicio. Sin embargo, si dejamos que las tibias aguas de la indiferencia, de la prisa, de los afanes, de nuestra propia realización, se suelten y quiten espacio en nosotros a la presencia de Dios, entonces todo se pone al revés: la fe se convierte en ideología o huida de la realidad; la exultación en el espíritu, en euforia o alegría pasajera y superficial; el servicio, en búsqueda de nosotros mismos o autoafirmación.

Como María, verdadero modelo de discipulado, abramos la mente, el corazón, la vida, a la acogida de la Palabra en nosotros. Entonces también nosotros podremos vislumbrar y cantar con admiración la acción de Dios, que actúa en la historia de la humanidad y en nuestra historia personal. Y podremos decir, en esa caridad mutua que es servicio, que el Reino de Dios, en Cristo, está ya en medio de nosotros.

 

ORATIO

Daré gracias al Señor con todo el corazón (Sal 111,1a).

¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones e inescrutables sus caminos! (Rom 11,33).

Justo es el Señor en todos sus caminos, santo en todas sus obras (Sal 145,17).

¿Qué devolveré al Señor por todo lo que me ha dado? (Sal 115,12, Vulgata). Entonces yo digo: Aquí estoy, para hacer lo que está escrito en el libro sobre mí. Amo tu voluntad, Dios mío, llevo tu ley en mis entrañas (Sal 40,8ss).

Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén (Ap 7,12).

 

CONTEMPLATIO

He aquí cómo la humildad está unida a la caridad en la Señora y cómo su humildad hace que se la exalte.

En efecto, «Dios mira las cosas bajas» para levantarlas (Sal 93,6; 138,6); por esta razón, al ver a la santa Virgen humillarse por debajo de todas las criaturas, proyectó sus ojos sobre ella y la levantó por encima de todas. Cosa que nos manifiesta ella misma con las palabras del sagrado cántico (Le 1,48): «Puesto que el Señor ha mirado mi pobreza, mi bajeza y mi miseria, todas las naciones me llamarán dichosa». Es como si hubiera querido decir a santa Isabel: «Tú me proclamas dichosa, y lo soy verdaderamente, pero toda mi felicidad procede del hecho de que Dios ha mirado mi nada y mi abyección ». Sin embargo, nuestra Señora no se contentó con haberse humillado hasta ese punto en presencia de la divina Majestad, porque sabía bien que la humildad y la caridad no alcanzan el nivel de la perfección si no se derraman sobre el prójimo.

Del amor a Dios deriva el amor al prójimo, y el santo apóstol decía (Rom 13,8; Gal 5,14; Ef 5,lss) que en la medida en que tu amor a Dios sea grande lo será también tu amor al prójimo. Esto es lo que nos enseña san Juan cuando dice (1 Jn 4,20): «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve».

Así pues, si queremos demostrar que amamos mucho a Dios y queremos que nos crean cuando lo afirmamos, debemos amar mucho a nuestros hermanos, servirles y ayudarles en sus necesidades. Así, la santa Virgen, conociendo esta verdad, «se levantó» con prontitud, dice el evangelista (Le 1,39), y «se fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá» [...], para servir a su prima Isabel en su vejez y en su espera (Francisco de Sales, Le esortazioni, Roma 1992, pp. 502ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy las palabras de Isabel: «¡Dichosa tú, que has creído!» (ce 1,45).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la narración evangélica relativa a María hemos de señalar una circunstancia muy importante: ella fue, a buen seguro, iluminada interiormente por un carisma de luz extraordinario, como su inocencia y su misión debían asegurarle; en el evangelio se manifiesta la limpidez cognoscitiva y la intuición profética de las cosas divinas que inundaban su privilegiada alma. Y, sin embargo, la Señora tuvo fe, la cual supone no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad a causa

de la palabra reveladora de Dios. «También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», dice el Concilio (LG 58). Es el evangelio el que indica su meritorio camino, que nosotros recordaremos y celebraremos con el único elogio de Isabel, elogio estupendo y revelador de la psicología y de la virtud de María: «¡Dichosa tú, que has creído!» (Lc 1,45).

Y podremos encontrar la confirmación de esta virtud fundamental de la Señora en todas las páginas del evangelio donde aparece lo que ella era, lo que dijo, lo que hizo, de suerte que nos sintamos obligados a sentarnos en la escuela de su ejemplo y a encontrar en las actitudes que definen la incomparable figura de María ante el misterio de Cristo, que en ella se realiza, las formas típicas para los espíritus que quieren ser religiosos según el plan divino de nuestra salvación; son formas de escucha, de exploración, de aceptación, de sacrificio; y, a continuación, también de meditación, de espera y de interrogación, de posesión interior, de seguridad calma y soberana en el juicio y en la acción, y, por último, de plenitud de oración y de comunión, propias, ciertamente, de aquella alma única llena de gracia y envuelta por el Espíritu Santo, pero formas también de re, y por eso próximas a nosotros, no sólo admirables por nosotros, sino imitables (Pablo VI, «Audiencia general del 10 de mayo de 1967», en id., Ave María, Madre della Chiesa, Cásale Monf. 1988, pp. 140ss).