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LECTIO DIVINA MARZO DE 2015

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Segundo domingo de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Génesis 22,l-2.9a.l0-13.15-18

1 Después de esto, Dios quiso poner a prueba a Abrahán, y lo llamó:

- ¡Abrahán! Él respondió: - Aquí estoy.

2 Y Dios le dijo: - Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moría y ofrécemelo allí en holocausto, en un monte que yo te indicaré.

9 Llegados al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó el altar, preparó la leña.

10 Después Abrahán agarró el cuchillo para degollar a su hijo,

11 pero un ángel del Señor le gritó desde el cielo: - ¡Abrahán! ¡Abrahán! Él respondió: - Aquí estoy.

12 Y el ángel le dijo: - No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ya veo que obedeces a Dios y que no me niegas a tu hijo único.

13 Abrahán levantó entonces la vista y vio un carnero enredado por los cuernos en un matorral. Tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

14 El ángel del Señor volvió a llamar desde el cielo a Abrahán,

15 y le dijo: - Juro por mí mismo, Palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo,

16 te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.

18Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido.

 

**• La liturgia nos ofrece hoy una de las páginas más sublimes de la Escritura desde el punto de vista espiritual y artístico. El versículo inicial nos proporciona el hilo conductor y unificador de los diversos lemas del relato: "Después de esto, Dios quiso poner a prueba ti Abrahán". Se trata, pues, de una prueba que viene de Dios. En el mundo semítico antiguo los sacrificios humanos, en particular el del primogénito, están ampliamente documentados. Así podemos entender que la orden de Dios no le parezca a Abrahán algo monstruoso o inaudito, pero sí desconcertante. De hecho, Isaac es el "hijo de la promesa", el hijo único (en hebreo yajidb, traducido en los LXX por agapetós, "predilecto"; es el adjetivo con que en el Nuevo Testamento se designa a Jesús, en particular en el fragmento evangélico de la transfiguración). Para el anciano patriarca, Isaac es la promesa hecha carne, por la que ha sacrificado lodo: la propia tierra, los propios orígenes (v. 12), la posibilidad de una descendencia en Ismael (v. 16). Dios le pide, pues, sacrificar la misma promesa, es decir, la seguridad divina -más que humana- de su futuro, en la persona de su hijo queridísimo.

La silenciosa respuesta de Abrahán es la obediencia de la fe desde un corazón acongojado. El narrador nos lo deja intuir aunque no lo explicite. Los pasos se suceden lentos, rítmicos. Los gestos son intensos; las palabras, muy pocas pero lacerantes. Todo es esencial en la narración, todo nos permite recorrer siempre de nuevo el camino del monte Moría, paso a paso. El ángel del Señor detiene la mano de Abrahán cuando estaba levantada y a punto de consumar el sacrificio supremo: Dios proveerá el cordero para el holocausto (cf. v. 8). No se tratará solamente del carnero fortuito para el sacrificio de un día, sino del Hijo unigénito, como sacrificio perfecto y eterno. Abrahán ha manifestado con sus obras su fe (v. 12b; cf. Sant 2,21-23), y por eso el Señor renueva solemnemente su bendición: Isaac, el hijo del rendimiento incondicional al designio de Dios, comienza la descendencia de la promesa, victoriosa sobre sus enemigos (v. 17b), en el que serán benditas todas las naciones de la tierra.

 

Segunda lectura: Romanos 8,31b-34

31b Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

32 El que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no va a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con él?

33 ¿Quién acusará a los elegidos de Dios, si Dios es el que salva?

34 ¿Quién será el que condene, si Cristo Jesús ha muerto; más aún, ha resucitado y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros?

 

 

**• Como un estupendo himno al amor de Dios, los vv. 31-39 concluyen no sólo el c. 8, sino también toda la sección segunda de la carta a los Romanos (ce. 5-8).

El fragmento que la liturgia de hoy nos actualiza exalta el amor fiel de Dios, quien, por nosotros y por nuestra salvación, nos ha dado lo más precioso que posee: su propio Hijo. En él nos lo ha dado todo, ya no le queda nada más por dar. Todo esto nos infunde una gran confianza para el momento del juicio supremo: Dios juez ha manifestado hasta qué punto está de parte del hombre ¿Quién puede presentarse como acusador de los que el Señor ha hecho justos? ¿Quién podrá condenarnos desde el momento en que el Padre ha manifestado su inmensa misericordia en su Hijo, que cargó con el pecado para expiarlo por nosotros?

Jesús afrontó la muerte para que nadie deba sufrir la muerte eterna; nos ha resucitado e intercede siempre por nosotros para que también nosotros podamos lograr la vida en plenitud en presencia de Dios. Nada debemos temer, porque nada nos podrá separar nunca del amor de Dios en Cristo Jesús (v. 39).

 

Evangelio: Marcos 9,2-10

2 Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos.

3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos.

4 Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.

5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

- Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

6 Estaban tan asustados que no sabía lo que decía.

7 Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: - Éste es mi Hijo amado; escuchadle.

8 De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos.

Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos.

10 Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos.

 

**• Marcos narra el acontecimiento de la transfiguración al comienzo de la segunda parte de su evangelio: Jesús comienza a hablar abiertamente de su pasión a sus discípulos, que le habían reconocido como Mesías (8,29); ahora deben comprender su misterio de Hijo de Dios y, a la vez, el de Siervo doliente. Jesús lleva a la soledad de un monte elevado a tres de sus discípulos y manifiesta su gloria transfigurándose ante ellos, para que no vacilen en la fe.

El candor y la luz resplandeciente de su persona recuerdan al Hijo del hombre de la visión de Daniel (ce. 7.10). La aparición de Elías y Moisés, esperados como precursores del Mesías, señala a Jesús como cumplimiento de la Ley V los Profetas. Ellos tuvieron el privilegio de contemplar en lo alto de un monte la gloria de Dios con vistas a cumplir una misión importante para todo el pueblo: ahora la antigua alianza cede el testigo a la nueva y los tres discípulos se convierten en testimonios oculares de la gloria de Cristo en favor de todos los creyentes (cf. 1 Jn 1,1-3; 2 Pe 1,17s). Un temor sacro les invade. Pedro trata de reaccionar y propone erigir tres tiendas para los egregios personajes. Por este indicio, parece que el acontecimiento se verificó durante la fiesta de los Tabernáculos; en el día séptimo (v. 2) todos se vestían de blanco, y el templo resplandecía  inundado de luces. Jesús se revela como el verdadero templo, la verdadera tienda de la Presencia.

Otro símbolo muy importante es la nube, que acompañó continuamente al pueblo elegido en su camino del Éxodo y ahora envuelve a los presentes. De la nube sale la voz divina que proclama a Jesús como Hijo predilecto. En el momento del bautismo, la voz se dirigió a Jesús para confirmarlo e investirlo en su misión (1,11). Ahora se dirige a los discípulos: Jesús es el Hijo predilecto al que hay que escuchar, seguir, obedecer, porque su testimonio y profecía son veraces. Después de resonar la voz divina cesó la visión: Jesús vuelve a ser el compañero de camino (v. 8b), pero la meta de este camino resulta incomprensible a los discípulos, que, envueltos por el misterio, guardan silencio sobre los hechos que han experimentado como testigos.

 

MEDITATIO

La liturgia de la Palabra de hoy propone a nuestra contemplación la luz que irradia la persona de Jesús transfigurado: es un desgarrarse el cielo, un rayo de luz eterna que llega al corazón para herirlo con la nostalgia del rostro de Dios. Estamos llamados a participar no de una visión desencarnada, falsamente mística, idílica. A través de todas las lecturas podemos seguir un hilo de oro: el del don de sí mismo como condición de la verdadera comunión con Dios.

El Padre, origen de toda paternidad, revela su corazón haciéndonos revivir con Abrahán el sacrificio y la paz de la ofrenda suprema. A cada uno de nosotros se nos puede pedir -más bien, se nos pide ciertamente- el sacrificio del propio Isaac. Pero la Palabra nos deja entrever que éste es el camino para participar de la misma realidad de Dios. El mismo Dios Padre no perdonó a su propio Hijo, el predilecto, sino que lo entregó por nosotros. Cristo no consideró "un tesoro codiciable el ser igual a Dios" (cf. Flp 2,6), sino que nos amó y se entregó a si mismo por nosotros. ¿No renunciaremos nosotros a todo, no nos negaremos a nosotros mismos para entrar en comunión con él?

En la transfiguración, Jesús ofrece a los tres discípulos la visión luminosa para mostrarles el final del oscuro túnel de la pasión, poco antes anunciada. Ahí está la voz del Padre para confirmarlo: él es el Hijo predilecto que cumplirá su designio; es el testimonio veraz cuando pide a sus seguidores negarse a sí mismos y llevar la propia cruz detrás de él. Todo esto debería quedar claro a los discípulos y a nosotros. Pero todavía tiene su mezcla de oscuridad: la nube de luz de la Presencia de Dios nos envuelve siempre en la sombra, y la revelación no elimina el misterio. Sin embargo, queda algo indeleble en el corazón: Jesús es el Hijo que el Padre ha entregado por nosotros; el compañero que nos abre el camino, el que nos enseña a escuchar dando los pasos de una entrega sin reservas.

 

ORATIO

Oh Padre, ternura infinita, por nosotros no te has reservado a tu único Hijo: tu corazón divino conoce el desgarro mayor, que es a la vez el purísimo gozo de amar.

Concédeme, Padre, saber corresponder a tu don con el abandono confiado a tus manos y ofreciéndote lo mejor que tenemos. Ayúdanos a acoger humildemente esa muerte que se nos pide cada día y que es nuestra entrega total: el sacrificio de nosotros mismos por la vida del mundo. Plásmanos con la sabiduría del Espíritu a imagen de tu Hijo; hombres nuevos, en él viviremos como hijos, con él nos ofrecemos por todos los hermanos: es la única gloria que vale la pena, es el amor que transfigura la oscuridad del tiempo presente en luz de eternidad.

 

CONTEMPLATIO

Es imposible contemplar el Sumo Bien y no amarle; y no amarlo en la misma medida cuanto es dado contemplarle, hasta que el amor alcance alguna semejanza con aquel amor que llevó a Dios a hacerse hombre, en la humildad de la condición humana, para hacer al hombre semejante a Dios en la glorificación de la divina participación. Entonces es dulce para el hombre hacerse humilde con la soberana Majestad, pobre con el Hijo de Dios, conforme a la divina Sabiduría, teniendo en sí los mismos sentimientos de Cristo Jesús, Señor nuestro. En él nuestro ser no muere, nuestro entendimiento no yerra, nuestro amor no queda defraudado; cuanto más se le busca, más dulce se le encuentra, y cuanto más dulce se le halla, con más diligencia se le busca.

Tal es la faz de Dios, que ninguno puede contemplar y vivir en este mundo; es la belleza que suspira por gozar todo el que ama a su Señor y Dios, con todo su corazón, con toda su alma, con todo su espíritu, con todas sus fuerzas. Y si alguna vez es admitido a esta visión, percibe, sin sombra de duda a la luz de la verdad, la gracia que le ha prevenido. El contemplativo debe, pues, humillarse en todas las ocasiones y glorificar en sí mismo al Señor, su Dios (Guillermo de Saint-Thierry, Carta de oro, nn. 268ss passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único" (Jn 3,16a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La transfiguración no es la revelación impasible de la luz del Verbo a los ojos de los apóstoles, sino el momento intenso en el que Jesús aparece unificado en todo su ser con la compasión del Padre. En aquellos días decisivos, él es más que nunca transparente a la luz de amor de aquel que lo entrega a los hombres por su salvación. Por consiguiente, si Jesús se transfiguró, es porque el Padre hace resplandecer en él su gozo. El irradiar su luz en su cuerpo de compasión es como el estremecimiento del Padre por la total entrega de su Unigénito. De ahí la voz que atraviesa la nube: "Éste es mi Hijo amado; en él están todas mis complacencias... escuchadle".

En cuanto a los tres discípulos, son inundados durante unos segundos por lo que se les concederá recibir, comprender y vivir a partir de Pentecostés: la luz deífica que emana del cuerpo de Cristo, las energías multiformes del Espíritu dador de Vida. Y entonces cayeron a tierra, porque "Aquel" no sólo es "Dios con los hombres" sino Dios-hombre: nada puede pasar de Dios al hombre ni del hombre a Dios si no es a través de su cuerpo. Ya no hay distancias entre la materia y la divinidad: en el cuerpo de Cristo nuestra carne está en comunión con el Príncipe de la Vida, sin confusión ni separación.

Lo que el Verbo inauguró en su encarnación y manifestó a partir de su bautismo con sus milagros nos lo deja entrever en plenitud la transfiguración: el cuerpo del Señor Jesús es el sacramento que concede la vida de Dios a los hombres. Cuando nuestra humanidad consienta unirse a la humanidad de Jesús, participará en la naturaleza divina, será deificada (J. Corbon, Liturgia alia sorgente, Roma 1982, 81s).

 

 

Día 2

Lunes de la segunda semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 9,4b-10

4 Rogué al Señor, mi Dios, le hice esta confesión:

- Señor, Dios grande y terrible, que mantienes la alianza y eres fiel con aquellos que te aman y cumplen tus mandamientos.

5 Nosotros hemos pecado, somos reos de incontables delitos, hemos sido perversos y rebeldes y nos hemos apartado de tus mandatos y preceptos.

6 No hemos hecho caso a tus siervos los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros antepasados y a todo nuestro pueblo.

7 Tú, Señor, eres justo; nosotros, en cambio, hombres de Judá y habitantes de Jerusalén nos sentimos  hoy avergonzados; así como todos los israelitas, tanto los que están cerca como los que están lejos en los países a los que tú los arrojaste por haberse rebelado contra ti.

8 Nos sentimos, Señor, avergonzados, lo mismo que nuestros reyes, príncipes y antepasados, porque hemos pecado contra ti.

9 Pero el Señor, nuestro Dios, es misericordioso y clemente, aunque nos hayamos rebelado contra él

10 y no hayamos escuchado su voz ni seguido las leyes que nos dio por medio de sus siervos los profetas.

 

**• Redactada en un cuidadoso hebreo, la oración de Daniel aparece en el c. 9 como explicación de un oráculo de Jeremías sobre la duración del destierro de Babilonia y sobre la restauración de Jerusalén (cf. Jr 25,1 ls; 29,10).

Los setenta años anunciados por Jeremías se interpretan -según recientes cálculos exegéticos- como un período de setenta semanas de años (490 años), una larga "cuaresma" entre el comienzo del destierro y la nueva consagración del templo de Jerusalén después de la profanación por parte de Antíoco IV.

En la prueba, Daniel se dirige a Dios haciendo una lectura de la historia a la luz de la tradición deuteronomista: a la infidelidad del pueblo sigue indefectiblemente el castigo (vv. 5-7). ¿Pero hasta cuándo se verá obligado el Señor a corregir tan duramente a Israel?

Sólo Dios puede responder, y ésta es la razón de la pregunta del profeta (v. 3), casi como una provocación. Por su parte, como individuo y como portavoz de todo el pueblo, Daniel confiesa a Dios grande y terrible (v. 4), con sincero arrepentimiento, que los sufrimientos son bien merecidos (cf. por ejemplo Neh 1,5 y Dt 7,9.21). Sin embargo, la confesión no se cierra en desesperación, sino en una espera confiada en el perdón divino (v. 9): pues el Dios de Israel es fiel y benévolo (v. 4), lento a la ira y rico en amor.

 

Evangelio: Lucas 6,36-38

Dijo Jesús:

36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

37 No juzguéis, y se os dará; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.

38 Dad, y Dios os dará. Os verterán una medida generosa, apretada, rellena, rebosante; porque con la medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros.

 

*•*• Después de la proclamación de las Bienaventuranzas, casi como su desarrollo concreto, el evangelista Lucas pone en labios de Jesús el mandamiento del amor universal y de la misericordia (cf. 6,27-38). Redacta un pequeño poema didáctico en tres estrofas: enunciado del mandamiento (vv. 27-31); sus motivaciones (vv. 32-35) y su práctica (vv. 36-38). La analogía con el "discurso de la montaña" de Mateo es evidente. Pero se da una peculiaridad en el fragmento de Lucas: habla de la imitación del Padre en términos de misericordia donde Mateo usa la palabra "perfección". ¿Cómo hay que practicar en concreto esta misericordia? Éste es el tema de los versículos que leemos hoy.

Cinco verbos pasivos nos indican que el verdadero protagonista es el Padre: "No seréis juzgados..., no seréis condenados..., seréis perdonados..., se os dará..., os verterán una medida generosa" (vv. 37s). Es un crescendo en bondad, un don en superlativo {per-dón): así es la misericordia que usa el Padre con nosotros, y la usará plenamente.

 

MEDITATIO

La vida cristiana nos presenta a menudo, por no decir siempre, la dolorosa condición de comprobar nuestras carencias y las trágicas situaciones de muerte y odio que dominan en el mundo. Si nos quedamos sólo en la crónica corremos el riesgo de ahogar la confianza y la esperanza. ¿Qué hacer? Es preciso tener la valentía de mirar con ojos nuevos, purificados por un sincero arrepentimiento y por la oración. En la oración es donde podremos encontrar a Dios, conocerlo, hablar con Él y, sobre todo, escuchar su voz.

Entonces se manifestará a nuestros ojos en su misteriosa y paradójica trascendencia: tan grandioso y, sin embargo, tan cercano, benévolo, paciente. Nuestro corazón se abrirá a su propia verdad y a la de los demás: en presencia de Dios todo juicio de condena se transforma en humilde petición de perdón para todos, porque todos somos corresponsables de tanto mal.

En este encuentro continuamente repetido cambia el modo de ver la historia personal y universal: en la oración aprendemos a descubrir las huellas de la presencia de Dios, las semillas de bien, ocultas pero reales, de las que esperamos con fe y paciencia que germinen y florezcan.

 

ORATIO

Cuando la mezquindad de mis horizontes pretende juzgar los infinitos espacios de tu misericordia, Señor, escucha; Señor, perdona. La impaciencia hace que coseche sólo en la vida fatigas, sufrimientos, promesas vacías o pruebas inútiles. Dilata mi pobre corazón para no contristar al Espíritu que todo lo sostiene y lo renueva todo. Enséñame, oh Dios, el arte de elegir lo mejor en todo y en cada uno, ayúdame a mirar al mundo con tu amor de Padre.

Concédeme una mirada sincera y serena de mí mismo: reconociéndome, mirado con benevolencia, esperado, perdonado, aprenda así a perdonar, a esperar, a callar.

Sugiéreme el tiempo y modo más oportunos para ofrecer a cada uno la ayuda que necesite sin excluir a nadie en mi interior.

Cuando el temor me asalte y vacile mi esperanza, Señor, hazte cargo de todo; que me limite a gritar: "¿Hasta cuándo, Señor?". No con orgullo o amargura, sino con las lágrimas de un niño que sabe hablar a su Padre.

 

CONTEMPLATIO

Cuanto más nos engolfamos en la inmensidad de la bondad divina, tanto más vamos adquiriendo conocimiento de nosotros mismos. Comienzan a abrirse las fuentes de la gracia y a abrirse las flores magníficas de las virtudes. La primera, la mayor, es el amor de Dios y del prójimo. ¿Cómo puede encenderse ese amor sino en la llama de la humildad? Porque sólo el alma que ve su propia nada se enciende de amor total y se transforma en Dios. Y transformada en Dios por amor, ¿cómo podría dejar de amar a toda criatura por igual? La transformación de amor hace amar a toda criatura con el amor con que Dios creador ama a todo lo por él creado. Y es que hace ver en toda criatura la medida desmesurada del amor de Dios.

Transformarse en Dios quiere decir amar lo que Dios ama. Quiere decir alegrarse y gozarse de los bienes del prójimo. Quiere decir sufrir y contristarse por sus males.

Y como el alma abierta a estos sentimientos está abierta al bien y sólo al bien, no se enorgullece al ver las culpas de los hombres, ni juzga, ni desprecia. Estos sentimientos le impiden el orgullo que nos lleva a juzgar. Y le lleva a ver no sólo los males morales de su prójimo sufriéndolos y haciéndolos suyos, sino también los males corporales que afligen a la humanidad, y por el amor que la transforma totalmente, los reputa como males propios (Angela de Foligno, Instrucciones, Salamanca 1991).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Atiende, respóndeme, Señor Dios mío" (Sal 12,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando gustamos desde dentro la misericordia de Dios, cuando experimentamos interiormente la suavidad del amor de Dios, algo pasa dentro de nosotros. Se disuelven hasta las peñas. Nos convertimos en criaturas que penetran de tal modo los misterios del Señor y de una comunión fraterna tal que se puede comprobar cuan verdadera es la bienaventuranza del Señor, que nos dice: "Dichosos los misericordiosos". Cuando la misericordia es solamente fruto del cansancio, no digo que no tenga valor, pero manifiesta que todavía no me identifico con la misericordia que practico. Se reduce a un instrumento operativo, a un método de comportamiento. Pero cuando la misericordia recobra esa dimensión con la que me identifico, entonces soy dichoso. Entonces vivo el gozo de practicar la misericordia.

Y ésta es la razón por la que Dios es dichoso en su misericordia: no cansa ser misericordioso, depende de la perfección de su amor, de la plenitud de su amor. Estoy llamado a configurarme con mi Señor de tal modo que mi vida sea un testimonio de la misericordia divina en la vida de los hermanos. Quizás hemos encontrado en nuestra vida personas que son de verdad signo de la misericordia de Dios. Hay personas que defienden siempre a todos, a todos juzgan buenos. He conocido varias en mi vida, y las recuerdo con gran gozo. Por ejemplo, un hermano. Aunque le pincharas para hacerle decir algo carente de misericordia, perderías el tiempo.

Cuando una persona se identifica con la misericordia del Señor, todo es posible, y se es capaz de verdadera comunión con los otros. A primera vista parece que tiene que ser uno al que todo le resbala: no acusa a nadie, ni agravia a nadie, se deja coger todas las cosas por cualquiera. Pero Tos demás no pueden negarle nada. Tiene tal fascinación, que uno se convierte en una presencia incisiva en su vida. La serenidad interior de estas criaturas es admirable. Y la confianza en la bondad del Señor es absoluta en su vida espiritual.

También nosotros estamos llamados a identificarnos con el misterio de la misericordia del Señor, a vivirla con total serenidad, a ser en el mundo su continuación y sacramento (A. Ballestrero, Le beatitudini, Leumann 1986, 132-134, passim).

 

 

Día 3

Martes de la segunda semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 1,10.16-20

10 Escuchad la Palabra del Señor, jefes de Sodoma, atiende a la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra:

16 Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal,

17 aprended a hacer el bien. Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda.

18 Luego venid, discutamos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, blanquearán como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, quedarán como la lana.

19 Si obedecéis y hacéis el bien, comeréis los frutos de la tierra;

20 Si os resistís y sois rebeldes, os devorará la espada. Lo ha dicho el Señor.

 

**• Como una especie de introducción a todo el libro de Isaías, el capítulo 1 anticipa la temática fundamental que aparecerá y se desarrollará después: al amor fiel de Dios el pueblo responde con infidelidad (vv. 2-9), atrayendo el castigo divino. Pero no hay culpa, por muy grave que sea, que no la venza la misericordia de Dios: se salvará un pequeño resto, raíz de vida nueva.

La perícopa que nos presenta la liturgia de hoy es una enseñanza profética contra el ritualismo, enmarcada en el esquema literario de una disputa jurídica típica de la tradición deuteronomista (vv. 10.19s). La referencia a Sodoma y Gomorra hace de gancho con el oráculo precedente (vv. 4-9): por la infidelidad de sus jefes, el "pueblo de Judá y Jerusalén" -términos que no hay que tomar en sentido geográfico, sino como referencia a todo el pueblo elegido- está en situación de atraer sobre sí un castigo similar al de las dos ciudades tristemente famosas (cf. Gn 19; Dt 29,22; 32,32).

Cuando no se hay una adhesión a la Ley divina, la oración es ineficaz y el culto inútil, incluso hasta perverso (vv. 11-15); viene a ser como ofrenda de incienso a los ídolos (cf. Dt 7,25s). Israel, aunque infiel, será siempre el destinatario de la Palabra de vida, y los dones de Dios son irrevocables: los dos imperativos que aparecen en sólo dos versículos (vv. 16s) indican la urgencia de un cambio para acoger el perdón que ofrece el Señor. Todavía puede el pueblo optar por la bendición (v. 19) o por la maldición (v. 20).

 

Evangelio: Mateo 23,1-12

23,1  Entonces Jesús, dirigiéndose a la gente y a sus discípulos, les dijo:

2- En la Cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la Ley y los fariseos.

3 Obedecedles y haced lo que os digan; pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen.

4 Atan cargas pesadas e insoportables, y las ponen a las espaldas de los hombres; pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas.

5 Todo lo hacen para que los vea la gente: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto;

6 Les gusta el primer puesto en los convites y los primeros asientos en las sinagogas;

7 que los saluden por la calle y los llamen maestros.

8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "maestro", porque uno es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.

9 Ni llaméis a nadie "padre" vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo.

10 Ni os dejéis llamar "preceptores", porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías.

11 El mayor de vosotros será el que sirva a los demás. – Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

*» El fragmento aparece después de los debates de Jesús en el Templo y constituye el primer cuadro del tríptico que el evangelista Mateo dedica a denunciar a escribas y fariseos (c. 23). Jesús se dirige "a la gente y a sus discípulos" con una doble enseñanza (vv. 1-12).

Por una parte desenmascara la incoherencia (vv. 2-4), la ostentación y la vanagloria (vv. 5-7) de escribas y fariseos, contra los que lanzará sus siete "aves" (vv. 13-36). Por otra, pone en guardia a los discípulos contra el detestable vicio de la ambición (vv. 8-10), verdadero cáncer de la comunidad -evidentemente- también en tiempos de la redacción del Evangelio. Cualquier actitud de puras formas externas o de búsqueda de prestigio personal desvirtúa la misma religiosidad y la convierte en idolátrica.

Entonces, ¿qué hay que hacer? ¿No escuchar la Palabra de la que los jefes son intérpretes incoherentes? Jesús invita al discernimiento, a hacer lo que dicen y no lo que hacen. El evangelista Mateo, implícitamente, nos invita a mirar a Jesús, el verdadero Maestro, fiel intérprete del Padre.

 

MEDITATIO

Dejemos que nos hieran las palabras que hoy la madre Iglesia hace resonar en nuestros oídos. No demos nada por descontado, pensando en nuestro interior: "Estas palabras le van bien a fulano o a mengano...". Dios nos lo dice a nosotros.

Y es una gracia inestimable que todavía nos las diga: en su paciencia quiere brindarnos una posibilidad de evitar un merecido castigo, aunque sólo fuese por nuestra ingratitud y superficialidad o quizás por la malicia de nuestra falta de generosidad. Cuando dormimos seguros sobre los laureles de los preceptos que observamos (así nos parece), recibimos gloria unos de otros, en vez de dar gloria al Señor.

¿Y Él? Él vuelve la mirada a otra parte: a sus ojos somos como los fariseos que ostentan sus filacterias y alargan las franjas del manto. Además, Isaías nos dice que todavía no hemos aprendido lo que es amor: respuesta agradecida, generosa y total a un Dios fiel que ha salido a nuestro encuentro y se ha unido a nosotros con vínculos nupciales. Sacrificios y ofrendas no valen nada si nuestros oídos y el corazón, seducidos por el pecado, se endurecen en las relaciones. ¿Quién circuncidará nuestro corazón y lavará nuestras manos? Será precisamente la Palabra de Dios, escuchada con oído atento, interiorizada en el corazón, guardada con amor, practicada con sencillez.

 

ORATIO

¡Cuántas veces, Señor, hemos hecho ostentación de obras y méritos para "dejarnos ver"..., y no precisamente por tus ojos, que ven el corazón, sino para ser admirados por los hombres; cuántas veces hemos buscado la estima y la gloria! Ten piedad de nosotros, Señor, por todas las veces que la Palabra de vida de la que nos mostramos maestros deja insensible nuestra conducta.

Tú, único Maestro del hombre, nos das el ejemplo más preclaro, haciéndote siervo. Tú, Hijo unigénito de Dios, nos invitas a buscar la mirada del Padre celestial, quien por tu extrema humillación te ha exaltado a su derecha. Lávanos en la sangre de tu sacrificio, purifícanos de toda malicia y vanidad; haznos discípulos dóciles, abiertos a la escucha, prontos en el buen obrar, humildes y transparentes en la vida de cada día.

 

CONTEMPLATIO

Abre tu corazón a todos los que son discípulos de Dios, sin mirar con sospechas su aspecto, sin mirar con desconfianza su edad. Y si alguno te parece pobre o andrajoso o feo o perdido, que no se turbe tu espíritu ni retrocedas.

El aspecto visible engaña a la muerte y al diablo porque la riqueza interior es invisible para ellos. Y mientras insisten en lo material y lo desprecian porque saben que es débil, están ciegos para las riquezas interiores e ignoran "el tesoro" que llevan "en vasijas de barro", que defiende el poder de Dios Padre, la sangre de Dios hijo y el rocío del Espíritu Santo. Pero no te dejes engañar tú, que has gustado la verdad y has sido considerado digno del gran rescate; y al contrario de lo que hacen otros hombres, opta por un ejército desarmado, pacífico, incruento, sereno, incontaminado: ancianos honrados, huérfanos piadosos, viudas rebosantes de mansedumbre, hombres adornados por la caridad (Clemente de Alejandría, Ce salvezza per el ñeco? XXXIIIs, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ser plenamente sinceros significa hacer todo preocupándose únicamente de lo que Dios piensa de nuestras acciones. Significa, por consiguiente, no adoptar actitudes diversas según el ambiente, no pensar de un modo cuando estamos solos y de otro cuando se está con alguien, sino hablar y actuar bajo la mirada de Dios, que lee los corazones. La sinceridad consiste en esforzarse para que nuestro porte externo coincida cada vez más con nuestro interior. Y, naturalmente, sin provocación, sino sencillamente siendo lo que somos, sin falsear la verdad por temor a desagradar a los demás.

Esta sinceridad exige pureza de intención, es decir, preocuparnos en nuestro actuar del juicio de Dios, no de los juicios humanos; actuar preocupándonos más de lo que agrada o desagrada a Dios que de lo que agrada o desagrada a los hombres. Este es uno de los puntos esenciales de la vida espiritual.

Habitualmente -no nos hagamos ilusiones- nos domina la preocupación de agradar o desagradar a los hombres, interesándonos de mejorar la imagen que los otros pueden tener de nosotros. Y, sin embargo, nos preocupamos poco de lo que somos a los ojos de Dios; y por esta razón nos saltamos con frecuencia lo que sólo Dios ve: la oración oculta, las obras de caridad secretas. Y ponemos mayor empeño en lo que, aunque lo hagamos por Dios, lo ven también los hombres y va implicada nuestra reputación. Llegar a una total sinceridad -esto es, a obrar bien lo mismo si no nos ven que si nos ven- significa llegar a una perfección altísima (J. Daniélou, Saggio sul mistero della storia, Brescia 1963, 334s, passim).

 

 

 

Día 4

Miércoles de la segunda semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 18,18-20

18 Los enemigos del profeta dijeron: "Vamos a urdir un plan contra Jeremías, porque no nos faltará la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio ni la palabra del profeta. Hablemos mal de él; no prestemos atención a ninguna de sus palabras".

19 ¡Hazme caso tú, Señor, escucha lo que dicen mis adversarios!

20 ¿Acaso se devuelve mal por bien? Pues ellos han cavado una fosa para mí. Recuerda cómo estuve ante ti, intercediendo en su favor, para alejar de ellos tu ira.

 

**• El versículo introductorio (v. 18) enmarca históricamente el presente fragmento: de nuevo Jeremías es amenazado de muerte (cf. Jr 1 l,18s). El complot es ahora más grave que el precedente, porque lo han urdido los mismos guías espirituales del pueblo que pretenden acallar al profeta que les resulta incómodo. Esta situación aclara la dura invocación de venganza -según la ley veterotestamentaria del talión- que brota de los labios del profeta, aunque la liturgia de hoy omite estos versículos.

La perícopa presente pretende llevar la atención del lector en otra dirección con vistas a preparar el relato evangélico. El profeta es del Siervo doliente (cf. Is 53,8-10) y padece persecución por la fidelidad a su vocación, por el amor a su pueblo, a favor del cual él -nuevo Moisés- se ha atrevido a interceder a pesar de la prohibición del Señor (cf. 11,14; 14,11; 15,1). Su confesión es un abandonarse confiadamente en Dios, del único que espera la salvación. Lo que Jeremías ha hecho "en favor" del pueblo elegido y lo que formula en su oración se realizará plenamente en el verdadero Siervo doliente, en Jesús.

Los jefes lo ejecutarán efectivamente. Y en ese momento Jesús no sólo no pedirá venganza, sino que impetrará el perdón, ofreciendo libremente la vida "en favor" de los que le crucificaron.

 

Evangelio: Mateo 20,17-28

17 Cuando Jesús subía a Jerusalén, tomó consigo a los doce discípulos aparte y les dijo por el camino:

18 - Mirad, estamos subiendo a Jerusalén. Allí el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y maestros de la Ley, que lo condenarán a muerte

19 y lo entregarán a los paganos, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará.

20 Entonces, la madre de los Zebedeos se acercó a Jesús con sus hijos y se arrodilló para pedirle un favor.

21 Él le preguntó: - ¿Qué quieres? Ella contestó: - Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando tú reines.

22 Jesús respondió: - No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? Ellos dijeron: - Sí, podemos.

23 Jesús les respondió: - Beberéis mi copa, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo ha reservado mi Padre.

24 Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

25 Pero Jesús los llamó y les dijo:- Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente  que los magnates las oprimen.

26 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor,

27 y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo,

28 de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.

 

**• Jesús, de peregrinación a Jerusalén, sube a la ciudad santa perfectamente consciente del final de su camino humano y por tercer vez predice a sus discípulos la pasión. Y lo hace del modo más explícito y desconcertante para la mentalidad de los contemporáneos: no sólo se identifica con el Hijo del hombre, figura celeste y gloriosa esperada para inaugurar el Reino escatológico de Dios, sino que, con audacia y autoridad, funde este personaje con otra figura bíblica de signo aparentemente opuesto, la del Siervo doliente (vv. 18-19.28).

Los discípulos no estaban preparados para comprenderlo. Prefieren abrigar -para el Maestro y para sí mismos- perspectivas de éxito y poder (vv. 20-23). Y Jesús les explica el sentido de su misión y del seguimiento: ha venido a "beber la copa" (v. 22), término que en el lenguaje profético indica el castigo divino reservado a los pecadores. Quien desee los puestos más importantes en el Reino debe, como él, estar dispuesto a expiar el pecado del mundo. Éste es el único "privilegio" que él puede conceder. No le incumbe establecer quién debe sentarse a su derecha o a su izquierda (v. 23). Él es el Hijo de Dios, pero no ha venido a dominar, sino a servir, como Siervo de YHWH, ofreciendo la vida como rescate (ilytron), para que todos los hombres esclavos del pecado y sometidos a la muerte sean liberados.

 

MEDITATIO

En la Palabra de Dios que hemos escuchado aparecen dos mentalidades opuestas y que suscitan una pregunta fundamental: ¿qué sentido tiene la vida? ¿Vale la pena vivirla?

El mundo nos sugiere: adquiere fama, busca alcanzar el poder, usa tu capacidad para demostrar que eres...

Por el contrario, el profeta, hombre de Dios, y Jesús, el Hijo predilecto del Padre, nos brindan el ejemplo de una existencia gastada en el servicio, por amor. Este servicio logra su plenitud cuando se convierte en ofrenda total de la vida: el otro se convierte de este modo en algo más importante que nosotros mismos, tiene la primacía. En el fondo, se requiere una actitud de humildad, virtud que autentifica cualquier gesto de amor y lo libera de equívocos o de buscar segundas intenciones.

Éste es el camino emprendido por el profeta. Pero sólo recorriéndolo es como ha aprendido a conocer lo que realmente significa. De ahí su grito de lamentación al Señor: "¿Por qué, después de haber hecho el bien, me pagan con males?"

La tentación de desconfianza se clava en lo íntimo del corazón. Sólo Jesús puede dar fuerza para hacer el bien incondicionalmente: "El Hijo del hombre va a ser entregado... para que se burlen de él, lo azoten v lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará" (Mi 20,18s). El bien no cae en el vacío, sino que dará fruto a su debido tiempo, un tiempo que es vida eterna, gozo sin fin para todos.

 

ORATTO

Gracias, Señor Jesús, por la dulce firmeza con que nos llevas de la mano por el camino de la cruz. Gracias por la paciente benevolencia en repetirnos hasta la saciedad que la verdadera realeza se obtiene sirviendo, dando la vida por amigos y enemigos. Gracias, Señor Jesús: tú, el más bello de los hijos de los hombres, has permitido ser desfigurado hasta no tener apariencia ni belleza que atrajese nuestras miradas desagradecidas.

Gracias, Señor Jesús, por la humilde fortaleza de tu silencio cuando todos provocamos tu condena a muerte con nuestras indiferencias, rebeliones y pecados.

Gracias por tu perdón espléndido, que brotó precisamente en el leño de tu atroz suplicio. Gracias, Señor Jesús, porque siempre estás con nosotros con tu preciosa sangre.

 

CONTEMPLATIO

Hijo, habla así en cualquier cosa: Señor, si te agradare, hágase esto así. Señor, si es honra tuya, hágase esto en tu nombre.

Señor, si vieres que me conviene y hallares serme provechoso, concédemelo, para que use de ello a honra tuya. Mas si conocieres que me sería dañoso y nada provechoso a la salvación de mi alma, desvía de mí tal deseo.

Porque no todo deseo procede del Espíritu Santo, aunque parezca justo y bueno al hombre.

Dificultoso es juzgar si te incita buen espíritu o malo a desear esto o aquello, o si te mueve tu propio espíritu.

Muchos que al principio parecían ser movidos por buen espíritu se hallan engañados al fin

Por eso, sin verdadero temor de Dios y humildad de corazón, no debes desear pedir cosa que al pensamiento se te ofreciere digna de desear, y especialmente con entera renunciación lo remites todo a mí y me puedes decir: ¡Oh Señor! ¡Tú sabes lo mejor, haz que se haga esto o aquello como te agradare!

Dame lo que quisieres, y cuanto quisieres y cuando quisieres. Haz conmigo como sabes, y como más te pluguiere, y fuere mayor honra tuya (Imitación de Cristo, III, 15,1-2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "En tus manos encomiendo mi espíritu" (Sal 30,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La ley de Cristo sólo puede vivirse por corazones mansos y humildes. Cualquiera que sean sus dones personales y su puesto en la sociedad, sus funciones o sus bienes, su clase o su raza, los cristianos permanecen como personas humildes: pequeños.

Pequeños ante Dios, porque son creados por él y de él dependen. Cualquiera que sea el camino de la vida o de sus bienes, Dios está en el origen y fin de toda cosa. Mansos como niños y débiles y amantes, cercanos al Padre fuerte y amante. Pequeños porque están ante Dios, porque saben pocas cosas, porque son limitados en conocimiento y amor, porque son capaces de muy poco. No discuten la voluntad de Dios en los acontecimientos que suceden ni lo que Cristo ha mandado hacer: en tales acontecimientos, sólo cumplen la voluntad de Dios.

Pequeños ante los hombres. Pequeños, no importantes, no superhombres: sin privilegios, sin derechos, sin posesiones, sin superioridad. Mansos, porque son tiernamente respetuosos con lo creado por Dios y está maltratado o lesionado por la violencia. Mansos, porque ellos mismos son víctimas del mal y están contaminados por el mal. Todos tienen la vocación de perdonados, no de inocentes. El cristiano es lanzado a la lucha. No tiene privilegios. No tiene derechos. Tiene el deber de luchar contra la desdicha, consecuencia del mal. Por esta razón, sólo dispone de un arma: su fe. Fe que debe proclamar, fe que transforma el mal en bien, si sabe acoger el sufrimiento como energía de salvación para el mundo; si morir para él es dar la vida; si hace suyo el dolor de los demás. En el tiempo, por su palabra y sus acciones, a través de su sufrimiento y su muerte, trabaja como Cristo, con Cristo, por Cristo (M. Delbrél, La alegría de creer, Santander 1997).

 

 

 

Día 5

Jueves de la segunda semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 17,5-10

5 Así dice el Señor: ¡Maldito quien confía en el hombre y se apoya en los mortales, apartando su corazón del Señor!

6 Será como un cardo en la estepa, que no ve venir la lluvia, pues habita en un desierto abrasado, en tierra salobre y despoblada.

7 Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza.

8 Será como un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente su raíces; nada teme cuando llega el calor; su follaje se conserva verde; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto.

9 Nada más traidor y perverso que el corazón del hombre: ¿Quién llegará a conocerlo?

10 Yo, el Señor, sondeo el corazón, examino la conciencia, para dar a cada cual según su conducta, según lo que merecen sus acciones.

 

*•• El profeta Jeremías nos ofrece dos sentencias sapienciales: en la primera (vv. 5-8), contraponiendo los extremos, con un típico estilo semítico, nos indica claramente dónde se encuentra la maldición del hombre cuyo final es la muerte y dónde la bendición portadora de vida.

Al impío no se le caracteriza directamente como el que obra mal, sino como el hombre que confía sólo en lo humano ("carne") y se aleja interiormente del Señor: de esta actitud del corazón sólo pueden venir acciones malvadas. Aquello en lo que el hombre confía se asemeja al terreno del que succiona sus nutrientes un árbol.

Por eso, al impío se le compara con un cardo arraigado en tierra salobre e inhóspita (v. 6): no dará fruto, ni durará mucho.

También al hombre piadoso se le describe partiendo del interior: confía en el Señor y se asemeja a un árbol plantado al borde de la acequia (cf. Sal 1) que no teme el estío ni las circunstancias adversas: prosperará y dará fruto (vv. 7s).

La segunda sentencia (vv. 9s) insiste más explícitamente en la importancia del "corazón", centro de las decisiones y de los afectos del hombre. Sólo Dios puede conocerlo de verdad y sanarlo, sopesarlo y valorar con equidad la conducta y el fruto de las obras de cada uno.

 

Evangelio: Lucas 16,19-31

19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y todos los días celebraba espléndidos banquetes.

20 Y había también un pobre, llamado Lázaro, tendido en el portal y cubierto de úlceras,

21 que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico. Hasta los perros venían a lamer sus úlceras.

22 Un día, el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue sepultado.

23 Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno.

24 Y gritó: "Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresqué mi lengua, porque no soporto estas llamas".

25 Abrahán respondió: "Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado.

26 Pero, además, entre vosotros y nosotros se abre un gran abismo, de suerte que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan, ni tampoco puedan venir de ahí a nosotros".

27 Replicó el rico: "Entonces te ruego, padre, que lo envíes a mi casa paterna,

28 para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormento".

29 Pero Abrahán le respondió: "Ya tienen a Moisés y a los profetas, ¡que los escuchen!".

30 El insistió: "No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán".

31 Entonces Abrahán le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco harán caso aunque resucite un muerto".

 

*+• Lucas recoge en el capítulo 16 de su evangelio la catequesis de Jesús sobre el uso de las riquezas. La conocida parábola que nos propone hoy la liturgia nos enseña en particular a considerar la presente condición a la luz de la eterna, que dará un vuelco total. Se sacan a continuación las consecuencias prácticas (v. 25). El hombre rico que nos presenta Jesús no tiene nombre.

Pero como en el centro de sus intereses está el opíparo banquete cotidiano, tradicionalmente se le da el apelativo de Epulón ("banqueteador", "comilón"). Jesús, por el contrario, saca del anonimato al pobre. Su mismo nombre es significativo, ya que significa "Dios ayuda". El hambre y la enfermedad le hacen yacer a la puerta del rico, en espera (v. 21) de lo que cae descuidadamente de la mesa puesta. Hasta los perros le muestran piedad, pero pasa desapercibido para el rico.

Pero la vida humana acaba. Y Jesús levanta el telón del tiempo para mostrarnos otro banquete, el eterno predicho por los profetas. Los ángeles llevan a este banquete a Lázaro hasta el puesto de honor: recostado cerca del patrón de la casa, con la cabeza vuelta hacia su pecho (v. 22), goza de los bienes de la salvación.

La suerte del rico es precisamente la contraria, y solamente ahora, entre los tormentos infernales, "ve" a Lázaro y osa pedir por su mediación un mínimo alivio al ardor que devora su paladar (v. 24). Sin embargo, las opciones de la vida presente hacen definitiva e inmutable la condición eterna (v. 26). Ni siquiera un milagro como la resurrección de un muerto -dice Jesús aludiéndose a sí mismo- podría ablandar la dureza de corazón que hace oídos sordos a lo que el Señor dice incesantemente por medio de las Escrituras (vv. 27-31).

 

MEDITATIO

La Palabra de hoy presenta a nuestros ojos un cuadro de imágenes sencillísimas, de vivos colores, sin matices. El mismo estilo es ya una enseñanza: nos lleva a buscar sinceramente lo esencial. Emerge un tema fundamental: el hombre decide en el tiempo su destino eterno -vida o muerte-, sin que exista otra posibilidad. Quien confía en sí mismo y en una felicidad egoísta, obra de sus manos, penetra en las tinieblas y está ciego hasta el punto de no ver a un mendigo sentado a la puerta de su casa. Quien confía en Dios, reconociéndose criatura dependiente de él y amado por él, lleva en el corazón un germen de eternidad que florecerá en felicidad y paz eterna. ¿Cómo aprender a no confiar en nosotros mismos?

Ni Jeremías ni Jesús lo explican con teorías. Utilizan imágenes: un árbol, un mendigo. Fijemos la mirada en Lázaro. El silencio parece ser el rasgo principal de su rostro. Probado duramente a lo largo de la vida, olvidado por los que esperaba ayuda, él calla. Ni una palabra contra Dios, ni contra los hombres. Ni rebelión, ni envidia, ni crítica. La muerte libertadora, quizás largamente esperada, llega como amiga. Y la escena cambia. Él, el despreciado, es acogido por los ángeles y santos en el seno de Abrahán. En aquella luz, él sigue envuelto de silencio. Una belleza sobrenatural emana de su rostro. Su rostro deja transparentar otro Rostro. Jesús es el pobre Lázaro: él no consideró un tesoro celoso ser igual a Dios, sino que se despojó de su rango; se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. Su amor humilde le ha permitido subir y atravesar ese insondable abismo que separa la tierra del cielo. Y ahora, cada día, se sienta a la puerta de nuestro corazón y llama...

 

ORATIO

Señor Jesús, tú nos conoces hasta el fondo y sabes dónde ponemos nuestra confianza: líbranos de los proyectos mezquinos que nos proporcionan falsas seguridades y ábrenos a horizontes de vida eterna.

Tú ves nuestro corazón y sabes con qué cosas se sacia y de qué tiene hambre. Quítanos todo lo que nos estorba, lo que nos encierra en el palacio de nuestro egoísmo, de nuestro orgullo, de nuestra vanidad de tener o de saber. Quítanos toda aquello que nos hace insensibles a tantos hermanos sentados fuera y privados de lo que realmente necesitan: privados de casa, de pan, de instrucción, de salud, de cuidados; privados de amor, de esperanza. Haznos capaces de compartir todo lo que recibimos de tus manos, pan espiritual y pan material, para encontrarnos allí donde tú has querido venir a vivir en medio de nosotros; tú, el verdadero pobre, porque siendo rico te has hecho pobre para enriquecernos por medio de tu santa y gozosa pobreza.

 

CONTEMPLATIO

Extiende tus manos, padre Abrahán. Una vez más, oh Padre, extiende tus manos para acoger al pobre. Ensancha tu seno para que quepa un número cada vez mayor.

Estaremos con los que descansan en el Reino de Dios junto con Abrahán, Isaac y Jacob, que invitados a la cena no buscaron excusas.

Iremos allí donde se encuentra el paraíso de las delicias, donde Adán, que tropezó con los ladrones, no tiene ya motivo para llorar por sus heridas. Allí donde el mismo ladrón se alegra por haber entrado a formar parte del Reino de los Cielos. Allí donde no existen ni huracanes, ni tinieblas, ni tarde, donde ni el verano ni el invierno cambiarán el curso de las estaciones. Allí donde no hace frío, ni cae granizo o lluvia, ni necesitaremos este sol o esta luna, ni brillarán las estrellas, porque sólo lucirá el fulgor de la gracia de Dios, puesto que el Señor será la luz de todos, y la luz verdadera que alumbra a todo hombre resplandecerá sobre todos. Iremos allí donde el Señor Jesús ha preparado moradas para sus siervos (san Ambrosio, El bien de la muerte, XII, 53).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Dichosos los invitados a la mesa del Señor" (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Quien sabe olvidarse y perderse en la ofrenda de sí mismo, quien puede sacrificar "gratuitamente" su corazón, es un hombre perfecto. En el lenguaje bíblico, poderse dar, poder entregarse, poder llegar a ser "pobre", significa estar cerca de Dios, encontrar la propia vida escondida en Dios; en una palabra, esto es el cielo.

Girar sólo alrededor de uno mismo, atrincherarse y hacerse fuerte significa, por el contrario, condenación, infierno. El hombre puede encontrarse a sí mismo y llegar a ser verdaderamente hombre solamente atravesando el dintel de la pobreza de un corazón sacrificado.

Este sacrificio no es un vago misticismo que hace perder consistencia al mundo y al hombre, sino, al contrario, es una toma de consideración del hombre y del mundo. Dios mismo se ha acercado a nosotros como hermano, como prójimo; en resumen, como otro hombre cualquiera [...].

El amor al prójimo no es algo distinto del amor a Dios, sino, por así decir, su dimensión que nos toca, su aspecto terreno: ambas realidades son esencialmente una sola. Así queda garantizado nuestro espíritu de pobreza, nuestra disposición a la donación y al sacrificio desinteresado, por el que actualizamos nuestro ser humanos, siempre y necesariamente en relación con el hermano, con el prójimo. Dichoso el hombre que se ha puesto al servicio del hermano, que hace suyas las necesidades de los demás. Y desdichado el hombre que con su rechazo egoísta del hermano se ha cavado un abismo tenebroso que lo separa de la luz, del amor y de la comunión; el hombre que solamente ha deseado ser "rico" y "fuerte", de suerte que los demás sólo constituyan para él una tentación, el enemigo, condición y componente de su infierno. En el sacrificio que se olvida totalmente de sí, en la donación total al otro es donde se abre y se revela la profundidad del misterio infinito; en el otro, el hombre llega contemporáneamente y realmente a Dios (J. B. Metz, Povertá nello spirito. Meditazioni teologiche, Brescia 1968, 42-45, passim).

 

 

Día 6

Viernes de la segunda semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 37,3-4.12-13a.l7b-28

3 Israel amaba a José más que a los demás hijos, porque le había tenido siendo ya viejo, y mandó que le hicieran una túnica de mangas largas.

4 Al ver sus hermanos que su padre lo amaba más que a sus otros hijos, empezaron a odiarlo y ni siquiera le saludaban.

12 Sus hermanos habían ido a apacentar las ovejas de su padre a Siquén.

13 a Israel dijo a José: - Tus hermanos están apacentando las ovejas en Siquén; ven, que quiero enviarte a donde están ellos.

17 José fue tras sus hermanos y los encontró en Dotan.

18 Ellos lo vieron de lejos y, antes de que se acercara, se pusieron de acuerdo para matarlo.

19 Decían: - Ahí viene el soñador.

20 Vamos a matarlo. Lo echaremos en cualquiera de estas cisternas y, luego, diremos que una fiera salvaje lo devoró; a ver en qué paran sus sueños.

21 Al oír esto Rubén, intentando salvarlo de sus manos, dijo: - ¡No, matarlo no!

22 Y añadió: - No derraméis su sangre; echadlo en esa cisterna que hay en el desierto, pero no pongáis las manos sobre él. Lo dijo para librarlo de sus manos y devolverlo luego a su padre.

23 Cuando llegó José junto a sus hermanos, le quitaron su túnica, la túnica de mangas largas que llevaba,

24 lo agarraron y lo echaron en la cisterna. Era una cisterna vacía, en la que no había agua.

25 Después se sentaron a comer. Alzando la vista, divisaron una caravana de ismaelitas que venían de Galaad con camellos cargados de aromas, bálsamo y mirra, en ruta hacia Egipto.

26 Entonces Judá propuso a sus hermanos: - ¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte?

27 Propongo que se lo vendamos a los ismaelitas sin hacerle daño alguno, pues es nuestro hermano y carne nuestra. Sus hermanos asintieron

28 y, cuando pasaban los mercaderes madianitas, sacaron a José de la cisterna, se lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de plata y éstos se lo llevaron a Egipto.

 

**• En la historia de José resuena el eco de las leyendas del antiguo Oriente Próximo entrelazadas con las diversas tradiciones literarias de la Biblia (yavista, elohísta, sacerdotal).

El tema de la narración pone de relieve, una vez más, la misteriosa pedagogía divina: Dios escoge a los "pequeños" (v. 3), lo cual suscita odio y celos (v. 4), hasta provocar el alejamiento, casi la eliminación del predilecto (vv. 20-28). La historia se narra con un tinte sapiencial y resulta evidente su finalidad didáctica. De vez en cuando aparecen matices de las diversas tradiciones particulares que explican algunas divergencias; por ejemplo, la iniciativa de salvar a José atribuida bien a Rubén (v. 21), bien a Judá (vv. 26s). El horizonte está abierto al optimismo y a la universalidad (v. 28): dentro del juego mezquino de contiendas tribales, y en aparente repetición del pasar las caravAnás (v. 28), en realidad actúa la invisible providencia de Dios (cf. 45,7; 50,20), que conduce a su elegido por caminos aparentemente de muerte, para salvar a todos. José está atento a los signos de la voluntad de Dios: es, de hecho, un baal hajalomóth ("intérprete de sueños": cf. v. 19), revestido con una túnica principesca (v. 3) que le separa e, inevitablemente, le contrapone al resto de sus hermanos, creando entre ellos una profunda incomunicación (v. 4). Su persecución, su sangre -figura de la de Cristo-, es el precio que el padre debe pagar para estrechar en un único abrazo de salvación a todos sus hijos, ya no mancomunados por su corresponsabilidad en el mal (v. 25), sino por el beso de paz que les ofrece el hermano inocente, capaz de perdonar (cf. 45,15).

 

Evangelio: Mateo 21,33-43.45-46

33 Escuchad esta otra parábola: Había un hacendado que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores, y se ausentó.

34 Al llegar la vendimia, envió sus criados a los labradores para recoger los frutos.

35 Pero los labradores agarraron a los criados, hirieron a uno, mataron a otro y al otro lo apedrearon.

36 De nuevo envió otros criados, en mayor número que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo.

37 Finalmente les envió a su hijo pensando: "A mi hijo lo respetarán".

38 Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia".

39 Le echaron mano, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

40 ¿Qué os parece? Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿que hará con esos labradores?

41 Le respondieron: - Acabará de mala manera con esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo.

42 Jesús les dijo: - ¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular; esto es obra del Señor y es realmente admirable?

43 Por eso os digo que se os quitará el Reino de Dios y se entregará a un pueblo que dé a su tiempo los frutos que al Reino corresponden.

44 [El que caiga sobre esta piedra quedará deshecho, y sobre quien ella caiga será aplastado.]

45 Cuando los jefes de los sacerdotes y los fariseos oyeron estas parábolas, comprendieron que Jesús se refería a ellos.

46 Querían echarle mano, pero tuvieron miedo de la gente, porque lo tenían por profeta.

 

**• El fragmento propuesto culmina en el v. 37 con ese adverbio temporal -"finalmente"- que viene a ser como una piedra angular (v. 42; cf. Sal 117,22s). Ese momento decisivo está en acto, mientras Jesús, en el recinto sagrado del templo, está hablando a los jefes de los judíos con una parábola que comprenden muy bien porque utiliza imágenes de la alegoría de la viña (cf. Is 5,1-7).

Algunos viñadores -los jefes de Israel- tienen el gran privilegio de cultivar la viña predilecta de su patrón, Dios. Pero en el momento de la vendimia, en vez de entregar los frutos de su trabajo, pretenden apoderarse de la viña y no dudan en maltratar a los siervos -los profetas- enviados por el propietario. "Finalmente" -en el momento en que Jesús está hablando- mandó a su propio Hijo, ofreciendo de este modo la última posibilidad de convertirse en colaboradores suyos en el campo de la salvación. En realidad sucede lo que narra la parábola de los viñadores malvados: "Comprendieron que Jesús se refería a ellos y querían echarle mano" (v. 45). Jesús no pronuncia un juicio; deja que sean los mismos jefes quienes saquen las consecuencias inevitables por su obstinación: "Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿que hará con esos labradores?... Acabará de mala manera con esos malvados y arrendará la viña a otros labradores" (vv. 40s). Cuando escribe el evangelista la historia ha hecho patente la verdad manifestada alegóricamente por Isaías y profetizada por Jesús en la parábola: ciertamente, los jefes han matado al Hijo, echándole fuera del recinto de la viña - los muros de la ciudad santa-; Jerusalén ha caído en manos extranjeras (destrucción del 70 d. C.) y ahora otros viñadores (los paganos) cultivan la nueva viña (la Iglesia) y dan al Señor copiosos frutos: la adhesión de pueblos cada vez más numerosos a la fe.

 

MEDITATIO

Uno es el protagonista de los casos narrados por las presentes lecturas. Una sola es también la reacción de los personajes en cuestión. Se habla de Jesús. Se habla de nosotros. Él es quien está detrás de la historia de José, vendido por sus envidiosos hermanos. Él es el heredero enviado a percibir el fruto de la viña. Nosotros somos los hermanos malvados. Nosotros somos los pérfidos viñadores.

Pero no se actualizan estos relatos para condenarnos, sino que más bien nos invitan a levantar la mirada al corazón del Padre. De hecho, es de él de quien sobre todo se habla; de él, al que Jesús ha venido a revelar. Por amor, el Padre envía a Jesús, como José –figura que lo anuncia- a "buscar a sus hermanos" (cf. Gn 37,16). La predilección por ellos, que los hace "diferentes", es sólo una mayor participación en el amor paterno. Al final, triunfando, mostrará la inconsistencia del mal y vencerá perdonando sobre el odio y la rivalidad.

También sobre nosotros, hijos en el Hijo amado, se ha volcado un amor que nos hace "diversos", partícipes desde ahora de una naturaleza regia. Pero así como el "plus" de amor por José sufrió la prueba de ser arrojado al pozo, la prisión, la soledad, también cada uno de nosotros está llamado a reconocer que el camino de Dios pasa siempre, como para Jesús, por el sufrimiento y la cruz. Sólo a este precio podremos ser colaboradores de la salvación de nuestros hermanos y testimoniarles el gozo de ser llamados juntos a la libertad del amor.

 

ORATIO

Padre Santo, viñador celestial, queremos cantar tu inconcebible amor por la viña que tu mano plantó y que confiaste a viñadores infieles y hostiles; nos reconocemos también entre ellos, por ignorancia, por superficialidad.

También queremos cantar tu amor por tu Hijo predilecto, que has enviado en el momento oportuno, diciendo: "A mi hijo lo respetarán". Era justo, bueno, manso.

Lo vieron aquellos viñadores y le odiaron. ¡Qué gran vendimia en este tiempo de gracia! Y nosotros estábamos allá mirando y ninguno le defendió...

Padre, ¡qué infinito amor te llevó a entregar a tu Hijo, el Amado, como precio altísimo por el rescate de tu viña, la amada infiel! ¡Qué locura de amor te mueve hoy, Padre bueno, a entregar a tu Hijo en nuestras manos, sabiendo que son capaces de ejercer violencia!

 

CONTEMPLATIO

Para amar a los enemigos, que es en lo que consiste la perfección de la caridad fraterna, nada nos anima tanto como considerar con agradecimiento la admirable paciencia del "más bello entre los hijos de los hombres" (Sal 44,3).

Considera, oh humana soberbia, oh altanera impaciencia, lo que soportó, quién y como lo soportaba. ¿Quién hay que ante este admirable cuadro no se sosiegue al punto en su cólera? ¿Quién, al escuchar aquella maravillosa voz llena de dulzura, de caridad y de imperturbable serenidad: "Padre, perdónalos" (Le 23,24), no abrazará inmediatamente a sus enemigos con todo afecto? ¿Podría añadir a esta petición algo más dulce y caritativo? Pues lo añadió y, pareciéndole poco el rogar, quiso además excusarles: "Padre", dijo, "perdónalos, porque no saben lo que hacen".

Así pues, para aprender a amar, el hombre no debe degradarse con los placeres de la carne. Para que no sucumba ante la concupiscencia carnal, derrame todo su afecto en la suavidad de la carne del Señor. Descansando así, más suave y perfectamente en el deleite de la caridad fraterna, también abrazará a sus enemigos con los brazos del verdadero amor. Y para que este divino fuego no se apague por la condición de las injurias, contemple continuamente con los ojos del alma la tranquila paciencia de su amado Señor y Salvador (AElredo de Rieval, El espejo de la caridad, III, 5, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Me ha revestido un traje de salvación" (Is 61,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La única realidad inquebrantable en la historia de José, que no se ha perdido, aunque se haya olvidado, incomprendida, no asumida conscientemente, es el amor de Jacob. El amor de Jacob que vive en los hijos y no puede ser pisoteado, muerto, olvidado, porque resucitará en los mismos hijos como amor fraterno. Existe un valor, al que podemos llamar "el valor", que está en el fondo de todos los deseos, de todos los esfuerzos, de toda la actividad humana, y es el amor del Padre, el amor con que crea a todo hombre.

El nombre puede vivir desvinculado de este amor, incluso negando este amor, pero nunca podrá destruirlo, porque es un valor que resucita siempre; es la realidad que actúa en la pascua. A veces  hablamos acaloradamente sobre los valores, pero la historia de José nos dice que cada valor es valor si crece a partir de este único valor fundante que es el amor del Padre vivido en los hijos, resucitado en los hermanos. Un valor es valor si ayuda a las personas a adherirse libremente al organismo de la fraternidad de todos los hombres.

Lo que no ayuda a la libre adhesión, a la fraternidad, a la comunicación cada vez más universal, a descubrir la unidad del amor que crea a todos y que se ejercita al reconocerse uno al otro, no es valor; es ilusión, engaño, una especie de idolatría cultural. Al final de la historia de José, en una carestía, en una tragedia fratricida a la que lleva una falsa cultura, emerge una cultura del amor o, mejor, una cultura entendida como un tejido en el que la actividad humana, su creatividad, respira y recibe vida del único valor indestructible, que es el amor del Padre y mueve el universo hacia una filiación y fraternidad consciente (M. I. Rupnik, "Cerco i miei frate'". Lectio divina su Giuseppe d'Egitto, Roma 1998, 1 Oós, passim).

 

Día 7

 Sábado de la segunda semana de cuaresma o Santas Perpetua y Felicidad

Liturgia de las Horas de hoy

 

        Septimio Severo emitió un edicto por el que prohibía la propagación del cristianismo en el África romana. En el año 202 tuvo lugar una gran persecución, en la que, junto con otros, fueron víctimas Perpetua y Felicidad. Perpetua escribió de su propio puño la historia de su martirio. Provenía de una familia distinguida y fue educada con gran esmero; fue dada como esposa a un joven de alta condición. No renegó nunca de la fe en Cristo y fue martirizada precisamente porque no quiso hacer sacrificios a los dioses paganos, «como había sido ordenado por los inmortales emperadores». Felicidad, en cambio, era una esclava. Cuando fue detenida, estaba encinta y, según una ley vigente en aquel tiempo, las mujeres encintas no podían ser expuestas al suplicio. Felicidad dio a luz antes de tiempo a causa de las condiciones de vida de la prisión. La niña fue confiada a la custodia de una mujer cristiana. Su martirio conmovió a los presentes en la arena por la actitud absolutamente femenina con la que lo soportó. Los nombres de las dos mártires fueron incluidos en el canon romano.

 

LECTIO

Primera lectura: Miqueas 7,14-15.18-20

Señor, Dios nuestro,

14 pastorea a tu pueblo con tu cayado, al rebaño de tu heredad, que vive solitario entre malezas y matorrales silvestres; que pazca como antaño en Basan y en Galaad.

15 Como cuando saliste de Egipto, haznos ver tus maravillas.

18 ¿Qué Dios hay como tú, que absuelva del pecado y perdone la culpa al resto de su heredad, que no apure por siempre su ira porque se complace en ser bueno?

19 De nuevo se compadecerá de nosotros; sepultará nuestras culpas y arrojará al fondo del mar nuestros pecados.

20 Así manifestarás tu fidelidad a Jacob y tu amor a Abrahán, como lo prometiste a nuestros antepasados desde los días de antaño.

 

** El presente pasaje de Miqueas forma parte de los oráculos que anuncian la restauración de los baluartes de Jerusalén ensanchando las fronteras (cf. 7,8-20). El pueblo, vuelto del destierro, se siente apurado, y la nostalgia de los fértiles pastos de TransJordania arranca al profeta una lamentación cadenciosa como una elegía fúnebre (v. 14): ¡que el Señor vuelva a renovar los prodigios del Éxodo (v. 15)! Pero de repente aparece en la escena el protagonista de los grandes acontecimientos salvíficos. El que reunirá a multitud de pueblos se ha reservado un lugar desierto donde apacentará sólo a su rebaño, un rebaño disperso, sin seguridad alguna, que puede confiar sólo en él.

El corazón entona entonces un apasionado himno, único en el Antiguo Testamento, al Dios que perdona (vv. 18-20; cf. Jr 9,24; Ex 34,6s). Dios es padre que se conmueve por los sufrimientos de los hijos que yerran (v. 19); su compasión, como en tiempos del Éxodo, le lleva, con instinto casi maternal (jesed), a perdonar las culpas que les oprimen, a arrojarlas al fondo del mar como hizo antaño con el faraón y sus ministros en el mar Rojo, enemigos de su pueblo (cf. Ex 15,1.5.16). Su fidelidad es gratuidad suma en el perdón (cf. Sal 25,6; 103,4), para que el "resto" de su pueblo pueda finalmente permanecer fiel a la alianza (v. 20).

 

Evangelio: Lucas 15,1-3.11-32

1 Entre tanto, todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírle.

2 Los fariseos y los maestros de la Ley murmuraban: - Éste anda con pecadores y come con ellos.

3 Entonces Jesús les dijo esta parábola:

11 - Un hombre tenía dos hijos.

12 El menor dijo a su padre: "Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde". Y el Padre les repartió el patrimonio.

13 A los pocos días, el hijo menor recogió sus cosas, se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un libertino.

14 Cuando lo había gastado todo, sobrevino una gran carestía en aquella comarca, y el muchacho comenzó a padecer necesidad.

15 Entonces fue a servir a casa de un hombre de aquel país, quien le mandó a sus campos a cuidar cerdos.

16 Habría deseado llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

17 Entonces recapacitó y se dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras que yo aquí me muero de hambre!

18 Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.

19 Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".

20 Se puso en camino y se fue a casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y, profundamente conmovido, salió corriendo a su  encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.

21 El hijo empezó a decirle: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo".

22 Pero el padre dijo a sus criados: "Traed, enseguida, el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies.

23 Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta,

24 porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y lo hemos encontrado". Y se pusieron a celebrar la fiesta.

25 Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino y se acercó a la casa, al oír la música y los cantos

26  llamó a uno de los criados y le preguntó qué era lo que pasaba.

27 El criado le dijo: "Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano".

28 El se enfadó y no quería entrar. Su padre salió a persuadirlo,

29 pero el hijo le contestó: "Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos.

30 Pero llega ese hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y le matas el ternero cebado.

31 Pero el padre le respondió: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

32 Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".

 

*» En la introducción de las parábolas de la misericordia (c. 15), Lucas nos indica a quién van dirigidas (vv. ls): el auditorio se divide en dos grupos, los pecadores que se acercaban a Jesús a escucharle y los escribas y fariseos que murmuran entre ellos. A todos, indistintamente, Jesús revela el rostro del Padre bueno por medio de una parábola sacada de la vida ordinaria que conmueve profundamente a los oyentes.

El hijo menor decide proyectar su vida de acuerdo con sus planes personales. Por eso pide al padre la parte de "herencia"-término equivalente a "vida" (v. 12; en sentido traslaticio, "patrimonio")- que le corresponde y emigra lejos, a dilapidar disolutamente su sustancia (v. 13; en sentido traslaticio "riquezas"). La ambivalencia de los términos empleados indica que lo que se pierde es ante todo el hombre entero. La experiencia de la hambruna (v. 17) hace recapacitar al que, con fama de vida alegre, salió de prisa de la casa paterna y ahora la añora. La decisión de comenzar una nueva vida le pone en camino (vv. 18s) por una senda que el padre oteaba desde hacía tiempo, esperando (v. 20). Es él el que acorta cualquier distancia, porque su corazón permanecía cerca de aquel hijo. Conmovido profundamente, corre a su encuentro, se le echa al cuello y lo reviste de la dignidad perdida (vv. 22-24).

Así es como Jesús manifiesta el proceder del Padre celestial (y su propio proceder) con los pecadores que "se acercan" dando, a duras penas, algún que otro paso. Pero los escribas y fariseos, que rechazan participar en la fiesta del perdón, son como "el hijo mayor", que, obedientes a los preceptos (v. 29), se sienten acreedores de un padre-dueño del que nunca han comprendido su amor (v. 31), aun viviendo siempre con él. También para ir al encuentro de este hijo de corazón mezquino y malvado (v. 30), el padre sale de casa (v. 29), manifestando así a cada uno el amor humilde que espera, busca, exhorta, porque quiere estrechar a todos en un único abrazo, reunirlos en una misma casa.

 

MEDITATIO

Las sendas de la infidelidad son siempre angostas y sin salida: la lejanía de la casa paterna crea, al final, una angustiosa pena que acucia más que el hambre. Por esta razón, todo descarrío puede convertirse en una felix culpa, un error afortunado, en el que el hombre deja escuchar y se conmueve por el eco de la voz paterna que, incansablemente, ha continuado pronunciando con amor nuestro nombre. Si el hijo alejado despierta al sentido de su dignidad y al amor filial, el que se queda en casa corre el riesgo de no aceptarse, de quedarse sin amor.

Todos nos podemos ver reflejados en uno u otro hijo. El padre es el que siempre sale al encuentro de uno y del otro. Él nos espera siempre, bien sea que vengamos de la dispersión, como el hijo pródigo, o que acudamos de un lugar aún más remoto: de la región de una falsa justicia, de una falsa fidelidad.

A nosotros se nos pide solamente dejarnos estrechar en su abrazo, fijándonos en esa mano que nos bendice, deseosa de nuestra felicidad y de la de nuestros hermanos.

 

ORATIO

Oh Padre del cielo, tu Palabra nos invita cada día pacientemente a volver confiados a tu corazón para recibir gracia y perdón. Siempre somos hijos rebeldes, buscando lo que nada vale, pero tú sigues incansable a la espera y cada día nos muestras el camino.

Tu Hijo es el camino maestro que nos puede llevar a ti; él es Palabra de verdad y de vida, sacramento del más grande amor, que vino a cargar con el pecado del mundo. Estréchanos para siempre, oh Padre, a tu corazón, a nosotros tus hijos redimidos en el Hijo; llénanos de tu Espíritu bueno, de suerte que vivamos para alabanza de tu gloria.

 

CONTEMPLATIO

Señor Jesús, Dios nuestro, tu alma, que desde la cruz encomendaste a tu Padre, me conduzca a ti en tu gracia. Carezco de un corazón contrito para buscarte, de arrepentimiento y de ternura. Me faltan lágrimas para orarte. Mi espíritu está entenebrecido; mi corazón está frío y no sé cómo caldearlo con lágrimas de amor por ti. Pero tú, Señor Jesucristo, Dios mío, concédeme un arrepentimiento radical, la contrición de corazón, para que me ponga a buscarte con toda el alma. Sin ti, quedaría privado de toda realidad.

El Padre, que desde toda la eternidad te ha engendrado en su seno, renueve en mí tu imagen. Te he abandonado, tú no me abandones. Me he alejado de ti. Ponte a buscarme. Condúceme a tus pastos, entre las ovejas de tu rebaño. Nútreme junto a ellas con la hierba fresca de tus misterios, que son morada del corazón puro, del corazón portador del esplendor de tus revelaciones. Que podamos ser dignos de tal esplendor por tu gracia y amor con el hombre, oh Jesucristo, Salvador nuestro por los siglos de los siglos. Amén (Isaac de Nínive, Discursos ascéticos, 2, passirn).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Cambiaste tu luto en danzas" (Sal 29,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Dios cristiano es el Dios de la esperanza no sólo en el sentido de que es el Dios de la promesa y por ello fundamento y garantía de la esperanza humana, sino también en el sentido de un Dios que sabe festejar este retorno [...].

La humildad y la esperanza de Dios no dejan de esperar a sus hijos con un amor más fuerte que todo el no-amor con el que puede ser correspondido. Dios ama como sólo una madre sabe amar, con un amor que irradia ternura. El misterio de la maternidad divina es icono de la capacidad de un amor radiante y gratuito, más fiel que cualquier infidelidad humana. Dios espera siempre, humilde y ansioso, el consentimiento de su criatura como -según subraya san Bernardo- hizo con el "sí" de María.

La parábola nos pone ante un padre que no teme perder la propia dignidad, incluso parece ponerla en peligro. La autoridad de un padre no está en las distancias que más o menos mantiene, sino en el amor radiante que manifiesta [...]. Este es el intrépido amor de Dios: la intrepidez de romper falsas seguridades aparentes, para vivir la única seguridad que es la del amor más fuerte que la del no-amor; la intrepidez de ir al encuentro  del otro superando las distancias protectoras que nuestra incapacidad de amor con frecuencia pretende levantar en torno nuestro (B. Forte, Nella memoria del Salvatore, Cisinello B. 1992, 68s, passim).

 

Día 8

 

 Tercer domingo de cuaresma o San Juan de Dios

Liturgia de las Horas de hoy

 

        Juan nació en Portugal el año 1495. De joven llevó una vida de juergas y aventuras y, después de una milicia llena de peligros, se entregó por completo al servicio de los enfermos.

        Desde entonces era en él habitual que, cuando se encontraba con un pobre, se despojara de lo que llevaba encima para dárselo. Finalmente, decidió quedarse en Granada y fundó allí un hospital para los enfermos y abandonados de a sociedad. Vinculó su obra a un grupo de compañeros, que constituyeron después la afamada orden de los hospitalarios de san Juan de Dios. Destacó, sobre todo, por su caridad con los enfermos y necesitados. Murió en Granada en el año 1550.

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 20,1-17

1 Entonces Dios pronunció estas palabras:

2 - Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto, de aquel lugar de esclavitud.

3 No tendrás otros dioses fuera de mí.

4 No te harás escultura, ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el cielo, o aquí abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra.

5 No te postrarás ante ellas, ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación,

6 pero soy misericordioso por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos.

7 No tomarás en vano el nombre del Señor, porque el Señor no deja sin castigo al que toma su nombre en vano.

8 Acuérdate del sábado para santificarlo.

9 Durante seis días trabajarás y harás todas tus faenas.

10 Pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor tu Dios. No liarás en él trabajo alguno, ni tú, ni tus hijos, ni tus siervos, ni tu ganado, ni el forastero que reside contigo.

11 Porque en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo lo que contienen, y el séptimo día descansó. Por ello bendijo el Señor el día del sábado y lo declaró santo.

12 Honra a tu padre y a tu madre para que vivas muchos años en la tierra que el Señor tu Dios te va a dar.

13 No matarás.

14 No cometerás adulterio.

15 No robarás.

16 No darás falso testimonio contra tu prójimo.

17 No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que le pertenezca.

 

^* Promulgado como núcleo de la alianza con su pueblo, el Decálogo es el acontecimiento extraordinario de un Dios que se revela. En estas "diez palabras" -como lo llama el texto hebreo- hay que buscar los rasgos del rostro de Dios que se une a Israel, al que se manifiesta como "su" Dios (v. 2), un Dios celoso (v. 5), un fuego devorador (cf. 34,14; Sal 78,58), porque su amor es el de un esposo fiel. La comunión con él, libremente ratificada, conlleva fuertes exigencias: en primer lugar en sentido vertical -abolir los ídolos, no pronunciar en falso el nombre de Dios, santificar el sábado-, pero también en sentido horizontal en las relaciones con los demás (vv. 12-17).

La aceptación o rechazo de estas "palabras" equivale a la fidelidad o el adulterio en las relaciones con Dios. Bendiciones o maldiciones (vv. 5b-6), es decir, vida o muerte, se siguen inevitablemente. En el Sinaí, como respuesta de amor al amor de Dios, Israel dio su adhesión de fe a este código de alianza. Allí el pueblo no podía todavía conocer lo que significaría en el futuro; todo se revelaría progresivamente a lo largo de muchos siglos, y llegaría a su plenitud en Jesucristo, cuando todas las leyes se resumirían en el único mandamiento del amor.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 1,22-25

22 Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría,

23 nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos.

24 Mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

25 Pues lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres; y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres.

 

**• La comunidad de Corinto está dividida en diversos grupos según sea el discípulo de Cristo que les predicó el Evangelio o les administró el bautismo (1 Cor 1,1 ls).

Informado de la situación, Pablo interviene con ardor recordando a los corintios el núcleo central de la predicación apostólica, donde aparece el absurdo de cualquier división: Cristo crucificado. Todos están dispuestos a creer en un Dios grande, al que los judíos adoran en su poder libertador, y por eso buscan signos, mientras los griegos admiran su sabiduría.

Cristo crucificado es la sorprendente respuesta de Dios a las expectativas de la humanidad: el verdadero signo es su cruz, que libera a la humanidad de la esclavitud del mal; la mayor sabiduría es su muerte, que asume y expía la necedad de nuestro pecado para abrir a todos un destino glorioso. Pero para entenderlo hay que abandonar la lógica de este mundo, que piensa en la cruz como locura e impotencia, y adorar los designios de Dios, tan distintos de los nuestros (cf. Is 55,8). Entonces podremos intuir el inefable amor de Dios por nosotros, manifestado en la pascua de Cristo.

 

Evangelio: Juan 2,13-25

13 Como ya estaba próxima la fiesta judía de la pascua, Jesús fue a Jerusalén.

14 En el templo se encontró con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; también estaban allí, sentados detrás de sus mesas, los cambistas de dinero.

15 Jesús, al ver aquello, hizo un látigo de cuerdas y echó fuera del templo a todos, con sus ovejas y bueyes; tiró al suelo las monedas de los cambistas y volcó sus mesas;

16 y a los vendedores de palomas les dijo: - Quitad esto de aquí. No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado.

17 Sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu casa me consumirá.

18 Los judíos le salieron al paso y le preguntaron: - ¿Qué señal nos ofreces como prueba de tu autoridad para hacer esto?

19 Jesús replicó: - Destruid este templo y, en tres días, yo lo levantaré de nuevo.

20 Los judíos le contestaron: - Han sido necesarios cuarenta y seis años para edificar este templo, ¿y tú piensas reconstruirlo en tres días?

21 El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo.

22 Por eso, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado.

23 Durante su estancia en Jerusalén con motivo de la fiesta de pascua, muchos creyeron en su nombre, al ver los signos que hacía.

24 Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos

25 y no necesitaba que le informasen sobre los hombres, porque él sabía muy bien lo que hay en el hombre.

 

**• El episodio de la purificación del templo reviste una importancia singular en el evangelio de Juan: abre la predicación de Jesús; acontece al acercarse la fiesta "grande": toda la vida de Jesús está jalonada por el calendario de fiestas antiguas, y él las llenará de un cumplimiento pleno y definitivo al revelarse como "nuestra pascua" (1 Cor 5,7). La pascua de los judíos debía celebrarse en el templo, con el sacrificio de víctimas, para conmemorar las obras maravillosas de Dios en la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto.

En el relato joaneo, Jesús, entrando en el templo, expulsa no sólo a los vendedores -como narran los sinópticos-, sino también a corderos y bueyes, declarando así ser él la verdadera víctima. Con su gesto cumple la profecía de Zacarías: "En aquel día [el día de la revelación definitiva] no habrá ya traficantes en el templo del Señor de los ejércitos" (14,21). Jesús da cumplimiento a las Escrituras (v. 17) y proclama a la vez su divinidad, con poder de resucitar: "Destruid este templo y, en tres días, lo levantaré" (v. 19). La narración llega aquí a su culmen: en contraposición con el templo antiguo y el antiguo culto abandonados por Dios a causa de la infidelidad y las profanaciones (cf. Ez 10,18ss), el cuerpo de Cristo resucitado se convertirá en el nuevo templo (vv. 1-21) para un nuevo culto "en espíritu y en verdad" (cf. 4,23).

 

MEDITATIO

La vida fraterna es la piedra de toque de la autenticidad de nuestra escucha de la Palabra de Dios y de nuestra respuesta a su amor eternamente fiel. Esta Palabra no es anónima; tiene un rostro inconfundible, el rostro de Jesús de Nazaret, el Crucificado resucitado, aparecido primero a los suyos y luego a Pablo en el camino de Damasco.

Para acogerla como nuestra sabiduría, se nos pide también a nosotros, como en otro tiempo a los judíos y a los griegos, abandonar una lógica puramente humana para seguir con fe el camino de la cruz. Y esto no sólo una vez, únicamente en eventuales circunstancias extraordinarias, sino en cada momento, en la vida cotidiana personal y familiar, comunitaria y social. Aquí los tradicionales diez mandamientos, resumidos en el "Mandamiento nuevo"  consignado por Jesús a los suyos en la última cena, se traducen en gestos y palabras-, pensamientos y sentimientos. No pretendamos que Jesús nos dé otros "signos", porque no se nos darán, pues no hay otro signo más elocuente que su amor por nosotros hasta aceptar la muerte en cruz, hasta hacerse eucaristía en el altar.

 

ORATIO

Jesús, penetra una vez más en nuestro corazón como en el santuario de tu Padre y Padre nuestro. Posa tu mirada en sus escondrijos más secretos, donde ocultamos nuestras mayores preocupaciones y los afanes más dolorosos, ésos que tantas veces nos roban serenidad y paz; ésos que tantas veces nos hacen vacilar en la fe y nos llevan a mirar a otro lado, lejos de ti. Ilumina, discierne, purifica y libéranos de los que no quisiéramos dejar, aunque nos esclavizan. Que este pobre corazón sea casa de alabanza, de canto y de súplica. Que se inunde de luz, que esté abierto a la escucha, que se enriquezca únicamente de ti para alabanza del Padre.

Visita, Jesús, nuestra comunidad y extirpa, en cuanto aparezca, cualquier asomo de envidia, de rivalidad, de enfrentamiento. Que tu presencia traiga mansedumbre, humildad, compasión; danos, sobre todo, la silenciosa capacidad de sacrificarnos unos por otros. Graba en el corazón de cada uno y en el rostro de todos las "diez palabras" que manifiestan el único amor.

 

CONTEMPLATIO

Los templos de Cristo son las almas santas cristianas dispersas por todo el mundo. Exultemos, porque se nos ha concedido la gracia de ser templo de Dios; pero, a la vez, vivamos con el santo temor de violar este templo de Dios con obras malas. Temamos lo que dice el apóstol: "Si uno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él" (1 Cor 3,17). Ese Dios que sin cansancio ha creado el cielo y la tierra por su Verbo, se ha dignado poner en ti su morada; por eso debes portarte de suerte que no ofendas a tan gran huésped. Que el Señor nunca encuentre en ti, en su templo, nada  motivo de ofensa, sin dudarlo, se alejaría, y si el Redentor te abandona, inmediatamente se apoderaría de ti el mentiroso.

Por consiguiente, hermanos, puesto que Dios ha querido hacer su templo en nosotros, y se ha dignado venir y habitar en nosotros, en cuanto esté de nuestra parte, tratemos de alejar, con su ayuda, todo lo superfluo y acoger lo que nos puede favorecer. Si actuamos de este modo, con la ayuda de Dios, entonces, hermanos, podremos invitar al Señor al templo de nuestro corazón y de nuestro cuerpo (Cesáreo de Arles, Discursos, 229,2:

CCL 104, 905-907).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Me consumo ansiando tu salvación, esperando tu Palabra" (Sal 118,81).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La encarnación del Verbo de Dios en el seno de la Virgen María inaugura una etapa absolutamente nueva en la historia de la Presencia de Dios: etapa nueva y también definitiva, pues ¿qué mayor don podrá ser dado al mundo? No hay ya sino un templo en el que podamos adorar, rezar y ofrecer y en el que encontremos verdaderamente a Dios: el cuerpo de Cristo. En él el sacrificio deviene enteramente espiritual al mismo tiempo que real: no sólo en el sentido de que no es otra cosa que el mismo hombre adhiriéndose filialmente a la voluntad de Dios, sino también en el sentido de que procede en nosotros del Espíritu de Dios que nos ha sido dado.

A partir de la Encarnación, ha sido dado el Espíritu Santo verdaderamente; es, en los fieles, un agua que brota en vida eterna (Jn 4,14) y los constituye en hijos de Dios, capaces de poseerle de verdad por el conocimiento y el amor. Ya no se trata sólo de una presencia, sino de una  inhabitación de Dios en los fieles. Cada uno personalmente y todos en conjunto, en su misma unidad, son el templo de Dios, porque son el cuerpo de Cristo, animado y unido por su Espíritu. Así es el templo de Dios en los tiempos mesiánicos. Pero en este templo espiritual, tal como existe en la trama de la historia del mundo, lo carnal continúa todavía no sólo presente, sino dominador y obsesionante. Cuando todo haya sido purificado, cuando todo sea gracia, cuando la parte de Dios aparezca de tal modo victoriosa que "Dios sea todo en todos", cuando todo proceda de su Espíritu, entonces el Cuerpo de Cristo será establecido para siempre, con su Cabeza, en la casa de Dios.

La alabanza del mundo precisa la del hombre, quien ha de ser su intérprete y mediador por su trabajo y, sobre todo, por el canto de sus labios (Heb 13,15). Mas el culto espiritual del hombre y la gracia que hacen de él un templo de Dios no son perfectos sino en cuanto representan aquella religión filial, única relación auténtica de la criatura con su Dios, que no puede venir sino de Jesucristo. Es Cristo quien es, en definitiva, el único templo verdadero de Dios. "Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo" (Jn 3,13) (Y. M. Congar, El misterio del templo, Barcelona 1964, 264-265.275-276, passim).

 

Día 9

Lunes de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 5,1-15 a

1 Naamán, general del ejército del rey de Siria, era un hombre muy considerado por su señor, porque por medio de él el Señor había dado la victoria a Siria. Este hombre, que era poderoso, tenía la lepra.

2 En una de sus incursiones guerreras, los sirios se llevaron de Israel a una jovencita, que fue destinada al servicio de la mujer de Naamán.

3 Ella dijo a su señora: - ¡Ojalá mi señor fuese al profeta que hay en Samaria! El lo curaría de la lepra.

4 Naamán se lo fue a decir al rey. - Esto y esto me ha dicho la muchacha de Israel.

5 El rey de Siria respondió: - ¡Bien! Ponte en camino, yo le daré una carta para el rey de Israel. Naamán marchó llevando consigo trescientos cincuenta kilos de plata, seis mil monedas de oro y diez vestidos,

6 y entregó al rey de Israel la carta en la que se de decía: "Cuando recibas esta carta, verás que te envío a mi servidor Naamán, para que lo cures de la lepra".

7 Cuando leyó la carta, el rey de Israel rasgó sus vestiduras y exclamó: ¿Acaso soy yo Dios, capaz de dar la muerte o la vida, para que éste me mande un hombre leproso para que lo cure? Fijaos y veréis que busca un pretexto contra mí.

8 Cuando Eliseo, el hombre de Dios, supo que el rey había rasgado sus vestiduras, envió a decirle: - ¿Por qué has hecho eso? Que venga a mí, y sabrá que hay un profeta en Israel.

9 Llegó Naamán con sus caballos y su carro, y se detuvo ante la puerta de la casa de Eliseo.

10 Elíseo le dijo por medio de un mensajero: - Anda, báñate siete veces en el Jordán y tu carne quedará limpia.

11 Naamán, indignado, se marchó murmurando: - Pensaba que saldría a recibirme, que invocaría el nombre del Señor, su Dios, me tocaría y así curaría mi lepra.

12 ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abana y el Faríar, no son mucho mejores que todas las aguas de Israel? ¿No podría yo bañarme en ellos y quedar limpio? Y se fue indignado.

13 Pero sus siervos le dijeron: - Padre, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? Pues ¿cuánto más habiéndote dicho

"Báñate y quedarás limpio?".

14 Entonces, Naamán bajó al Jordán, se bañó siete veces, como había dicho el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño.

15 Acto seguido, regresó con toda su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y, de pie ante él, dijo: - Reconozco que no hay otro Dios en toda la tierra que el Dios de Israel.

 

**• Con palabras bien medidas, con unas pinceladas bien marcadas, se presenta a Naamán -nombre cuya raíz hebrea (n'm) expresa belleza- como un personaje excepcional con unas cualidades envidiables que contrastan de repente con el abismo de soledad y maldición: "Este hombre, que era poderoso, tenía la lepra" (v. 1). La lepra: enfermedad que significa separación, impureza, castigo divino; situación humanamente sin salida, sin esperanza. A pesar de todo esto, el general del ejército de Siria acoge la proposición de una muchacha israelita cautiva en una correría: debería dirigirse al profeta de Samaria. Hasta el mismo rey de Siria, benévolamente, apoya la sugerencia, aunque al rey de Israel le parece una provocación. La creciente tensión entre ambos países hostiles se mitiga por la intervención de Eliseo, profeta. Sólo siguiendo sus indicaciones, tan sencillas que parecen banales, se efectuará el milagro de la curación de Naamán, como primer paso para llegar a la profesión de fe en el Dios de Israel. Junto a los personajes que aparecen en primer plano (Naamán, Eliseo y los dos soberanos), aparecen también, como mediadores indispensables de los que se sirve el Señor para orientar el curso de los acontecimientos, la joven cautiva, el mensajero y los siervos.

El pasaje contiene claras referencias al simbolismo bautismal: inmersión en las aguas, la eficacia de la Palabra del Dios de Israel, el carácter universal de la salvación concedida en virtud de la obediencia.

 

Evangelio: Lucas 4,24-30

24 Vino Jesús a Nazaret y dijo al pueblo en la sinagoga: - La verdad es que ningún profeta es bien acogido en su tierra.

25 Os aseguro que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país;  

26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en la región de Sidón.

27 Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio.

28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación;

29 se levantaron, le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que se asentaba su ciudad, con ánimo de despeñarlo.

30 Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó.

 

*»• El hecho que se narra lo ubica Lucas dentro de la fase inaugural de la misión de Jesús. Estamos en la sinagoga de Nazaret. Jesús, entre los suyos, lee un pasaje del rollo de Isaías anunciando el cumplimiento en su

misma persona.

"Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron": la frase de Juan (1,11), que resume el destino histórico de Jesús, es el mejor comentario al rechazo manifestado por los paisanos de Nazaret, interpretado por Lucas como prefiguración de todo el misterio pascual. La desconcertante revelación del "Verbo hecho carne" -el hijo de José- va pasando desde la admiración a la incredulidad hostil, incluso al odio homicida. ¿Puede haber un destino distinto para un profeta? Las palabras de Jesús lo excluyen: el testimonio de Elías y Eliseo lo confirma. Cualquier prejuicio -ya sea religioso, cultural, nacionalista...- es un obstáculo para acoger la humilde revelación de Dios. La viuda de Sarepla en Sidón, Naamán el Sirio, extranjeros, acogen la salvación, ofrecida a todos, pero rechazada precisamente por sus primeros destinatarios.

 

MEDITATIO

"Este hombre, que era poderoso, tenía la lepra" (2 Re 5,1), "...pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio" (Le 4,27).

Pero: conjunción adversativa que entre ambos fragmentos indica un cambio de situación. En el primer caso, de una situación de "esplendor" a una extrema pobreza; en el segundo, de una negativa a la experiencia de la salvación. Cuántos "peros", también, en nuestra vida personal y comunitaria. A veces, señalando nuestra propia condición de límite y de pecado; a veces, introduciendo una intervención inesperada de gracia.

El itinerario de Naamán de un "pero" al otro puede señalar también nuestro camino de curación, que en etapas sucesivas nos conduce a la salvación. Este camino sólo se realiza tras el paso de una actitud inicial de orgullo y presunción a otra de humildad que posibilita el fiarse de los sencillos medios de salvación que nos ofrece Dios.

 

ORATIO

Señor Jesús, aquí me tienes. No tengo otra esperanza. Tú me conoces. Ante ti está mi miseria. Ante ti están también todos mis deseos. Sólo tú puedes curarme. Tú eres el único que tienes palabras de vida eterna. Espero en ti, Jesús, espero en tu Palabra, porque tu misericordia es inmensa.

No te pido signos maravillosos y desconcertantes. Te pido el don de un corazón humilde y dócil que se deje convencer por la fuerza persuasiva de tu Espíritu, que, junto con el Padre, está sobre todos, actúa por medio de todos y está presente en todos. Te pido el don de un corazón sencillo capaz de contemplar -maravillado- la grandeza de tu amor oculto en los humildes signos del pan y el vino, de la luz y el agua, en la voz y el rostro de cada hermano. Te pido el "milagro" de una fe sin reservas que acepte -sobre todo en el momento de las dudas, la impotencia y el pecado- el fiarse totalmente de ti.

 

CONTEMPLATIO

El Señor ama al alma obediente: y si la ama, le da todo lo que el alma le pide. Como en otras épocas, también hoy el Señor escucha nuestras oraciones y atiende nuestras súplicas. Todos buscan la paz y la felicidad, pero sólo unos pocos saben dónde encontrar esta felicidad y esta paz y qué hay que hacer para obtenerlas [...].

Todo el que ha sido tocado por la gracia, aunque no sea más que ligeramente, se somete con alegría a cualquier autoridad. Sabe que Dios gobierna el cielo, la tierra y el infierno, su propia vida y sus cosas, y todo lo que hay en el mundo; por esta razón, conserva la paz. El obediente se ha abandonado a la voluntad de Dios y no teme la muerte, porque su alma está habituada a vivir con Dios y le ama. Ha renunciado a su propia voluntad y, por ello, ni en su alma ni en su cuerpo se da la lucha que atormenta al desobediente y al que obra según su propia voluntad. ¿Por qué los Santos Padres han colocado la obediencia por encima del ayuno y la oración?

Porque si se hacen esfuerzos ascéticos, pero sin obediencia, eso desarrolla el espíritu de vanidad; el obediente, por el contrario, lo hace todo como se le ha dicho, y no tiene de qué enorgullecerse.

Por otra parte, el obediente ha renunciado en todo a su voluntad, y por eso su espíritu está libre de cualquier preocupación y recibe el don de la oración pura. Gracias a la obediencia, el hombre es preservado del orgullo. Por la obediencia, se recibe el don de la oración; gracias a la obediencia, se nos da la gracia del Espíritu Santo (Archimandrita Sofronio, San Siloan el Athonita, Madrid 1996, 353-354, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Envíanos, Señor, tu luz y tu verdad" (Sal 42,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Existe una obediencia a Dios, con frecuencia muy exigente, que consiste sencillamente en obedecer a las situaciones. Cuando se ha visto que, a pesar de todo el esfuerzo y las oraciones, se dan, en nuestra vida, situaciones difíciles, incluso a veces absurdas y, a nuestro parecer, espiritualmente contraproducentes, que no cambian,  hay que dejar de dar coces contra el aguijón" y empezar a ver en tales situaciones la silenciosa pero no menos cierta voluntad de Dios con nosotros. Es preciso, además, dejar todo, para hacer la voluntad de Dios: trabajo, proyectos, relaciones [...].

La conclusión más hermosa de vida de obediencia sería "morir por obediencia", es decir, morir porque Dios dice a su siervo "¡Ven!", y él viene. La obediencia a Dios en su forma concreta no es exclusivo de los religiosos en la Iglesia, sino que está abierta a todos los bautizados. Los laicos no tienen, en la Iglesia, un superior al que obedecer -por lo menos no en el sentido en que lo tienen los religiosos y clérigos-, pero, en compensación, tienen un "Señor" al que obedecer. Tienen su Palabra. Desde sus más remotas raíces hebreas, la palabra "obedecer" indica la escucha y se refiere a la Palabra de Dios. El camino de la obediencia se abre al que ha decidido vivir "para el Señor"; es una exigencia que se desprende la verdadera conversión (R. Cantalamessa, L' obbedienza, Mik6 1986, 59-63, passim).

 

 

Día 10

Martes de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 3,25.34-43

25 Entonces Azarías, de pie en medio del fuego, oró así

34 Por tu nombre, te lo pedimos: no nos abandones para siempre, no rompas tu alianza, no nos retires tu amor.

35 Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado;

36 a quienes prometiste descendencia numerosa como las estrellas del cielo, como la arena de la orilla del mar.

37 A causa de nuestros pecados, Señor, somos hoy el más insignificante de todos los pueblos y estamos humillados en toda la tierra.

38 No tenemos príncipes, ni jefes, ni profetas; estamos sin holocaustos, sin sacrificios, sin poder hacerte ofrendas ni quemar incienso en tu honor; no tenemos un lugar donde ofrecerte las primicias y poder así alcanzar tu favor.

39 Pero tenemos un corazón contrito y humillado; acéptalo como si fuera un holocausto de carneros y toros,

40 de millares de corderos cebados. Que éste sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y que te sirvamos fielmente, pues no quedarán defraudados quienes confían en ti.

41 Ahora queremos seguirte con todo el corazón, queremos serte fieles y buscar tu rostro. No nos defraudes, Señor;

42 trátanos conforme a tu ternura, según la grandeza de tu amor.

43 Sálvanos con tu fuerza prodigiosa y muestra la gloria de tu nombre.

 

**• La clave de lectura de la oración de Azarías está en la frase: "Muestra la gloria de tu nombre" (v. 43; cf. la primera petición del Padre nuestro en Mt 6,9). Azarías, en la prueba de la persecución, sólo teme una cosa: que en nombre de Dios pierda su gloria, es decir, su "peso", su poder. Nada más le infunde miedo: ni el ser reducidos a un "resto", ni la humillación (v. 37); ni siquiera la profanación del templo y la helenización, con la consiguiente destitución de los jefes religiosos y la abolición del culto oficial (v. 38; cf. 2 Mac 6,2). Estos acontecimientos, aunque dolorosos, no perjudican a Israel. El profeta los lee como una purificación providencial: en la prueba, el pueblo manifiesta un corazón contrito y un espíritu humilde agradables al Señor como verdadero sacrificio (vv. 40s) que vuelve dar gloria a su nombre.

Entonces renace la esperanza (v. 42). La fidelidad de Dios a las promesas hechas a los patriarcas sigue firme (vv. 35s); la grandeza de su misericordia todavía puede derramar la benevolencia y la bendición sobre el pueblo de la alianza (v. 42). Por ello, la súplica de Azarías se transforma en salmo penitencial (vv. 26-45), en himno de alabanza cantado al unísono por los tres jóvenes en el horno (vv. 52-90).

 

Evangelio: Mateo 18,21-35

21 Entonces se acercó Pedro a Jesús y le preguntó: - Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?

22 Jesús le respondió: - No te digo siete veces, sino setenta veces siete.

23 Porque con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos.

24 Al comenzar a ajustarlas le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

25 Como no podía pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para pagar la deuda.

26 El siervo se echó a sus pies suplicando: "¡Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo!".

27 El señor tuvo compasión de aquel siervo, lo dejó libre y le perdonó la deuda.

28 Nada más salir, aquel siervo encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios; lo agarró y le apretaba el cuello, diciendo: "¡Paga lo que debes!".

29 El compañero se echó a sus pies, suplicándole: "¡Ten paciencia conmigo y te pagaré!".

30 Pero él no accedió, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda.

31 Al verlo sus compañeros se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo ocurrido.

32 Entonces el señor lo llamó y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné aquella deuda entera porque me lo suplicaste. "¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?".

32 Entonces su señor, muy enfadado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagase toda la deuda.

33 Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros.

 

**• Estamos en la segunda parte del discurso eclesial (Mt 18), dedicado especialmente al perdón de la ofensa personal. Pedro es el interlocutor de Jesús (v. 21), que piensa distanciarse del sombrío horizonte de la venganza a ultranza y sin límites (cf. venganza de Lamec en Gn 4,23s), manifestando estar dispuesto a perdonar "hasta siete veces", número muy significativo de su disponibilidad total al perdón (v. 21). En la respuesta de Jesús, se dilatan hasta el infinito los límites del perdón (v. 22). Es la nueva mentalidad a la que está llamado el cristiano.

Por ser paradójico, Jesús lo va a ilustrar con una parábola (vv. 23-34) estructurada en tres escenas contrapuestas y complementarias: encuentro del siervo deudor con su señor, encuentro del siervo perdonado de la deuda con otro siervo deudor a su vez del primero, nuevo encuentro entre el siervo y el señor.

Los discípulos deberán aprender a imitar al Padre celestial (v. 35). La deuda del siervo es enorme, las cifras son a todas luces hiperbólicas, pero el señor tiene lástima (v. 27: se utiliza el mismo verbo para describir los sentimientos de Jesús en la muerte del amigo Lázaro): manifestando su gran magnanimidad con un perdón gratuito. Pero este siervo se encuentra con un colega que le debe una cifra irrisoria (vv. 28-30). Esperaríamos que inmediatamente le perdonase la pequeña ciencia, pero no sucede así y su reacción es despiadada. La gracia recibida no transformó su corazón. Por eso pasamos a la última escena- es digno de juicio y del castigo divino. La conclusión es clara: el perdón del hombre a su hermano condiciona el perdón del Padre,

 

MEDITATIO

San Ambrosio indica que Dios creó al hombre para tener alguien a quien perdonar y revolar así el rostro de su amor desconcertante, que es disponibilidad ilimitada al perdón a cualquier precio, incluso el más elevado, como es la sangre de su Hijo. Pero amor pide amor, y la misericordia de Dios desea inspirar la misma disposición en el hombre, pecador perdonado, en relación con sus hermanos. ¿De qué nos sirve haber experimentado la misericordia divina si no permitimos que se transparente en nuestro rostro, en nuestra vida? Quien no acepta perdonar al hermano muestra no reconocer la gravedad del propio pecado.

El perdón de Dios sería vano si no permitimos que se plasme a su imagen y semejanza, pues él es un Dios "piadoso y misericordioso, lento a la ira y rico en amor". Jamás podremos pagar la enorme deuda de nuestros pecados, de nuestra ciega ingratitud... pero él los perdona pidiéndonos hacer lo mismo: perdonar de corazón "hasta setenta veces siete" al hermano, será en la tierra el comienzo de una gran fiesta que culminará en el cielo: fiesta de la reconciliación, gloria de los hijos que Dios se ha adquirido al precio de la sangre del Hijo, en el Espíritu Santo derramado para el perdón de los pecados.

 

ORATIO

¡Qué inmenso es tu corazón, oh Padre bueno y misericordioso, lento a la ira y rico en amor! ¡Nos sentimos tan tacaños y mezquinos ante tu magnanimidad...!

Tú nos has llamado gratuitamente a la vida y quieres que la gastemos por ti y los hermanos en plenitud de donación. Sólo así podemos ser felices. Pero qué lejos estamos de participar en esta extraña lógica en la que el que más ama parece perder, en la que se es grande en la medida que nos hacemos pequeños.

Enséñanos a recordar tu amor, que no dudó en darnos lo que tenía de más precioso, tu amado Hijo, aun sabiendo que somos siervos despiadados: capaces, claro está, de recibir todo y acoger el perdón de nuestras inmensas deudas, pero sin estar dispuestos a hacer lo mismo con nuestros deudores. Abre los ojos de nuestro corazón, para que sepamos reconocer, en lo ordinario de cada día, las mil ocasiones que se presentan de verter en los hermanos una medida de amor "apretada, rellena, rebosante": la misma que tú viertes en nuestro interior cada vez que tocamos fondo en nuestra pobreza.

 

CONTEMPLATIO

Al predicar las bienaventuranzas, el Señor antepuso los misericordiosos a los limpios de corazón. Y es que los misericordiosos descubren en seguida la verdad en sus prójimos. Proyectan hacia ellos sus afectos y se adaptan de tal manera que sienten como propios los bienes y los males de los demás. La verdad pura únicamente la comprende el corazón puro, y nadie siente tan vivamente la miseria del hermano como el corazón que asume su propia miseria.

Para que sientas tu propio corazón en la miseria de tu hermano, necesitas conocer primero tu propia miseria. Así podrás vivir en ti sus problemas, y se despertarán iniciativas de ayuda fraterna. Éste fue el programa de acción de nuestro Salvador: quiso sufrir para saber compadecerse, se hizo miserable para aprender a tener misericordia. Por eso se ha escrito de él: "Aprendió por sus padecimientos la obediencia" (I leb 5,8) (Bernardo de Claraval, Tratado sobre los grados de humildad y soberbia, III, 6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Tú eres, Señor, bueno e indulgente" (Sal 85,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lo que cuenta es soportar al otro en todas las facetas de su carácter, incluso las difíciles y desagradables, y callar sus errores y pecados -también los que ha cometido contra nosotros-; aceptar y amar sin descanso: todo esto se acerca al perdón.

Quien adopta una postura similar en las relaciones con los otros, con su padre, su amigo, su mujer, su marido, también en las relaciones con extraños, con todos los que encuentra, sabe bien lo difícil que es. A veces se verá impulsado a decir: "No, ya no puedo más, no logro soportarlo; estoy al límite de mi paciencia; esto no puede seguir así: 'Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano si peca contra mí?'. ¿Cuánto tiempo tendré que soportar su dureza contra mí, que me ofenda y hiera; sus faltas de atención y delicadeza; que continúe haciéndome mal? Señor, ¿cuántas veces?'.

Esto deberá acabar, alguna vez tendremos que llamar al error por su nombre; no, no es posible que siempre se pisotee mi derecho. '¿Hasta siete veces?'" [...].

Es un verdadero tormento preguntarme: "¿Cómo me las arreglaré con este individuo, cómo podré soportarlo? ¿Dónde comienza mi derecho en mis relaciones con él?". Ya está: hagamos como Pedro, vayamos a Jesús, vayamos a plantearle siempre esa pregunta.

Si acudimos a otro o nos preguntamos a nosotros mismos, quedaremos desasistidos o la ayuda recibida será fatal. Jesús sí nos puede ayudar. Pero sorprendentemente: "No te digo hasta siete veces -responde a Pedro-, sino hasta setenta veces siete"; y sabe muy bien que es la única manera de ayudarle (D. Bonhoeffer, Memoria e fedeltá, Magnano 1995, 96-98, passim).

 

Día 11

Miércoles de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 4,1.5-9

Moisés habló al pueblo y dijo:

1 Y ahora, Israel, escucha las leyes y los preceptos que os enseño a practicar, para que viváis y entréis en posesión de la tierra que os da el Señor, Dios de vuestros antepasados.

5 Mirad, os he enseñado leyes y preceptos como el Señor mi Dios me mandó, para que los pongáis en práctica en la tierra a la que vais a entrar para tomar posesión de ella,

6 guardadlos y ponedlos en práctica; eso os hará sabios y sensatos ante los demás pueblos, que, al oír todas estas leyes, dirán: "Esta gran nación es ciertamente un pueblo sabio y sensato".

7 Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tengan dioses tan cercanos a ella como lo está el Señor nuestro Dios siempre que lo invocamos?

8 ¿Y qué nación hay tan grande que tenga leyes y preceptos tan justos como esta Ley que yo os promulgo hoy?

9 Pero presta atención y no te olvides de lo que has visto con tus ojos; recuérdalo mientras vivas y cuéntaselo a tus hijos y a tus nietos".

 

*> En los tres primeros capítulos del Deuteronomio Moisés habla a Israel recordándole la historia para subrayar la fidelidad de Dios con su pueblo. En el c. 4 se sacan las consecuencias: se pide al pueblo una respuesta que manifieste absoluta fidelidad a Dios, que se traduzca en la práctica de las leyes y normas que, por orden del Señor, enseñó Moisés de acuerdo con lo que él mismo aprendió. Éstas no constituyen sólo una condición para entrar en posesión de la tierra (v. 1), sino también y sobre todo una tarea concreta a cumplir, una "vocación" (v. 56): pues, de hecho, un estilo de vida inspirado en dichas ordenanzas hará a Israel objeto de estima y admiración de otros pueblos, que apreciarán la sabiduría superior y podrán reconocer la proximidad extraordinaria de su Dios. Israel se convertirá así, en medio de las naciones, en testimonio del Dios vivo y verdadero, que ama al hombre y se hace presente cuando se invoca su nombre, revelado a Moisés (v. 7). Por consiguiente, la lealtad a Dios se manifiesta en una serie de acciones expresadas en los mandamientos. No hay que entender los mandamientos como simples prohibiciones, sino como respuesta de amor. Y como se basan en anteriores beneficios de Dios, para poder practicarlos libremente es indispensable recordar la historia de salvación: traer a la memoria las obras del Señor ayuda al pueblo a crecer en gratitud a Dios y en la observancia de sus leyes, de generación en generación (v. 3).

 

Evangelio: Mateo 5,17-19

Dijo Jesús:

17 No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirías, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias.

18 Porque os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, la más pequeña letra de la Ley estará vigente hasta que todo se cumpla.

19 Por eso, el que descuide uno de estos mandamientos más pequeños y enseñe a hacer lo mismo a los demás será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.

 

**• La persona y las enseñanzas de Jesús desconciertan a sus contemporáneos: de hecho, constituyen una novedad radical. La perícopa de hoy nos deja entrever el interrogante que suscitaban y, a la vez, refleja la delicada situación de las primeras generaciones cristiAnás en sus relaciones con el judaísmo.

El evangelio según Mateo, destinado en primer lugar a una comunidad judeocristiana, presenta a Jesús como el nuevo Moisés que promulga en el monte la nueva Ley: las bienaventuranzas. Pero no por ello quedan abolidas la Ley y los profetas; más bien, llegan a su plenitud en Cristo.

El mismo Jesús manifiesta un gran aprecio de la Torah, que a lo largo de los siglos prepara a Israel para una vida de comunión con Dios. Esta comunión se nos concede ahora, por gracia, en plenitud: en Jesús Dios se hace Emmanuel, Dios-con-nosotros. Los antiguos preceptos en su plenitud, en Cristo, permanecerán como norma perenne. Jesús lo afirma con suma autoridad, como evidencia el texto griego donde aparece la palabra original: "Amén" (v. 18), frecuente en boca de Jesús y después del resto del Nuevo Testamento y de la Iglesia primitiva. Ni siquiera los minúsculos signos de la Ley -esto es, los preceptos secundarios serán anulados, y de su observancia o inobservancia dependerá la suerte definitiva de cada uno. De hecho, por lógica, y de acuerdo con el estilo oriental, ser considerado mínimo en el Reino de los Cielos significa ser excluido, como parece en el v. 20.

 

MEDITAIK)

El hombre se caracteriza por el deseo infinito de vida y felicidad, sed nunca plenamente apagada y que lo convierte en un incansable buscador de Dios. Y, sin embargo, hoy quizás más que nunca, nos enfrentamos a un nuevo fenómeno, el de una humanidad cansada e intolerante: los caminos antiguos -¿o viejos?- no satisfacen; los nuevos aparecen con mucha frecuencia como auténticos callejones sin salida y suscitan escepticismo o desesperación.

Las lecturas de la presente liturgia nos vuelven a llevar a un camino concreto, "recto"; es decir, que lleva directamente a su fin. Su punto de partida es la escucha de la Palabra y exige humildad y obediencia. El paso a seguir consiste en llevar a la práctica la Palabra cada día.

La meta es el encuentro con la Palabra, Jesús y, por consiguiente, la felicidad, la bienaventuranza. El camino puede parecer exigente, pero para quien camina se convierte en estímulo para ensanchar el corazón. No se trata tanto de practicar con rigor los preceptos, sino de seguir a una persona paso a paso, a Jesús. La palabra ley puede parecer hoy sinónimo de esclavitud, legalismo, algo frío o a hipocresía. Por el contrario, ¿hay algo más estupendo que el verdadero amor, que siempre busca y encuentra nuevos modos de darse?

Precisamente, esta fidelidad absoluta a la enseñanza del Señor puede hacer radicalmente nueva nuestra vida incluso a los ojos de los demás. La fidelidad a mandatos antiguos nos hará testigos de la perenne novedad:

Jesús, el Señor, está con nosotros, y en él encontramos plenitud de gozo hasta en el cotidiano trabajo de la existencia.

 

ORATIO

Señor, en tu gran bondad nos has mostrado el camino a seguir para llegar a la meta de la eterna comunión contigo. Con frecuencia hemos preferido escuchar otras voces diferentes de la tuya, nos hemos adherido a normas más de acuerdo con nuestros gustos, hemos querido abrir atajos alternativos para encontrar una felicidad ilusoria...

¡Perdónanos, Señor! Ayúdanos a volver a empezar, a comenzar partiendo de la escucha humilde y fiel de tu Palabra, de caminar dócil y generosamente por tus mandamientos: éstos son los pasos -pequeños pero seguros- que nos conducirán a un amor grande contigo y con los hermanos; son pasos humildes que nos pueden hacer "grandes" en tu Reino. Enséñanos a caminar detrás de ti, Jesús, nuestro verdadero maestro, para que nuestra vida, renovada en la escuela de la caridad, testimonie al mundo el gozo del Evangelio.

 

CONTEMPLATIO

Oye, hijo mío, mis palabras suavísimas, que exceden toda la ciencia de los filósofos y letrados de este mundo.

"Mis palabras son espíritu y vida" (Jn 6,63) y no se pueden ponderar por el sentido humano. No se deben traer al sabor del paladar, sino que se deben oír con silencio y recibir con humildad y gran afecto.

Dije: "Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor, aquel a quien instruyes con tu ley" (Sal 93,12s). Yo, dice el Señor, enseñé a los profetas desde el principio, y no ceso de hablar a todos hasta ahora; pero muchos son duros y sordos a mi voz. Muchos oyen de mejor grado al mundo que a Dios; siguen más fácilmente el apetito de su carne que el beneplácito divino. El mundo promete cosas temporales y pequeñas, pero aun así le sirven con gran ansia; y yo prometo cosas grandes y eternas, y se entorpecen los corazones de los mortales.

Yo daré lo que tengo prometido. Yo cumpliré lo que he dicho, si alguno perseverare fiel en mi amor hasta el fin [...].

Escribe tú mis palabras en tu corazón y considéralas con gran diligencia, pues en el tiempo de la tentación las habrás menester. Lo que no entiendes cuando lo lees, lo conocerás el día que te visite (Imitación de Cristo, III, 3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Inclino mi corazón a cumplir tus leyes, mi recompensa será eterna " (Sal 118,112).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando aquellos a quienes amamos nos piden algo, les damos las gracias por pedírnoslo. Si tú deseases, Señor, pedirnos una única cosa en toda nuestra vida, nos dejarías asombrados, y el haber cumplido una sola vez tu voluntad sería el gran acontecimiento de nuestro destino. Pero como cada día, cada ñora, cada minuto, pones en nuestras manos tal honor, lo encontramos tan natural que estamos hastiados, que estamos cansados... Y, sin embargo, si entendiésemos qué inescrutable es tu misterio, nos quedaríamos estupefactos al poder conocer esas chispas de tu voluntad que son nuestros minúsculos deberes. Nos deslumbraría conocer, en esta inmensa tiniebla que nos cubre, las innumerables, precisas y personales luces de tus deseos. El día que lo entendiésemos, iríamos por la vida como una especie de profetas, como videntes de tus pequeñas providencias, como agentes de tus intervenciones.

Nada sería mediocre, pues todo sería deseado por ti. Nada sería demasiado agobiante, pues todo tendría su raíz en ti. Nada sería triste, pues todo sería querido por ti. Nada sería tedioso, pues todo sería amor por ti.

Todos estamos predestinados al éxtasis, todos estamos llamados a salir de nuestras pobres maquinaciones para resurgir hora tras hora en tu plan. Nunca somos pobres rechazados, sino bienaventurados llamados; llamados a saber lo que te gusta hacer, llamados a saber lo que esperas en cada instante de nosotros: personas que necesitas un poco, personas cuyos gestos echarías de menos si nos negásemos a hacerlos. El ovillo de algodón para zurcir, la carta que hay que escribir, el niño que es preciso levantar, el marido que hay que alegrar, la puerta que hay que abrir, el teléfono que hay que descolgar, el dolor de cabeza que hay que soportar...: otros tantos trampolines para el éxtasis, otros tantos puentes para pasar desde nuestra pobre y mala voluntad a la serena rivera de tu deseo (M. Delbrél, La alegría de creer, Santander 1 997, 1 35s).

 

Día 12

Jueves de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 7,23-28

Esto dice el Señor:

23 lo único que les mandé fue esto: Escuchad mi voz, yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; seguid fielmente el camino que os he prescrito para que seáis felices.

24 Pero ellos no obedecieron ni hicieron caso; siguieron las inclinaciones de su corazón obstinado, me dieron la espalda y no la cara.

25 Desde el día en que vuestros antepasados salieron de Egipto hasta hoy os envié a mis siervos, los profetas.

26 Pero no escucharon ni me hicieron caso, sino que se obstinaron y fueron peores que sus antepasados.

27 Cuando les comuniques todo esto, no te escucharán; cuando les llames, no te responderán.

28 Entonces les dirás: Ésta es la nación que no escucha la voz del Señor su Dios y no aprende la lección. La verdad ha desaparecido de su boca.

 

*•• Dentro de la dura condena del culto convertido en formulismo vacío (Jr 7,1-8,3), el profeta denuncia sobre todo la sordera de Israel a la voz de Dios (v. 23), escuchada de modo extraordinario en el Sinaí, en el momento de la alianza (cf. Ex 20,1-21). Solamente en la escucha obediente -de hecho, el primer mandamiento comienza con "Escucha, Israel"- el pueblo elegido podrá conocer a su Dios, diferente de otra divinidad o ídolo.

Los verdaderos profetas no cesan de exhortar, pero junto a su predicación está la más fácil y cómoda de los falsos profetas. La elección es radical: se juega uno la vida o la muerte. El fragmento está dividido en tres partes; las dos primeras presentan una idéntica estructura: al mandamiento de Dios {"Escuchad": v.23) y su urgente solicitud ("Envié" v. 25) corresponden los claros rechazos: "Pero no escucharon" (vv. 24.26). No aparece ni sombra de arrepentimiento, ningún deseo de conversión.

Sólo queda una conclusión -tercera parte-: mientras el pueblo vuelve a caer obstinadamente en la idolatría y espiritualmente vuelve a ser esclavo de Egipto, lejos de Dios (vv. 24-27; cf. Nm 11,4-6), el profeta no deja de ser fiel a su vocación: enviado a desenmascarar esta situación enojosa (v. 27), comparte con Dios el sufrimiento de ser rechazado, incluso de ser tachado de impostor por los que prefieren la mentira a la verdad.

 

Evangelio: Lucas 11,14-23

14 Un día estaba Jesús expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre. Cuando salió el demonio, el mudo recobró el habla, y la gente quedó maravillada.

15 Pero algunos dijeron: - Expulsa a los demonios con el poder de Belzebú, príncipe de los demonios.

16 Otros, para tenderle una trampa, le pedían una señal del cielo.

17 Pero Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: - Todo reino dividido contra sí mismo queda devastado, y sus casas caen unas sobre otras.

18 Por tanto, si Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Pues eso es lo que vosotros decís: Que yo expulso los demonios con el poder de Belzebú.

19 Ahora bien, si yo expulso los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos ¿con qué poder los expulsan? Por eso ellos mismos serán vuestros jueces.

20 Pero si yo expulso los demonios con el poder de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.

21 Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros.

22 Pero si viene otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte sus despojos.

23 El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.

 

**• Jesús acaba de enseñar a los suyos el Padre nuestro (11,2-4); les ha regalado la oración por excelencia, que abre el corazón a la venida del Espíritu Santo (v. 13). El Reino de los Cielos ya está en la tierra. Tiene lugar una curación. El pueblo sencillo se admira: intuye que algo extraordinario está pasando y se dispone a acoger la salvación.  Pero no todos piensan lo mismo (vv. 14s).

Como en la primera lectura, se da una oposición entre dos actitudes irreconciliables. Surge una duro contraste (vv. 14-I.S) entre los fariseos y Jesús, a quien se le  acusa de blasfemia y de aliarse con Satanás. Es el destino de todo profeta. Jesús responde con un discurso apologético. La imagen fuerte de la catástrofe (v. 17) lleva al oyente a excluir que Satanás pueda luchar contra sí mismo.

La conclusión se impone: está actuando "el poder de Dios", expresión que recuerda los prodigios ejecutados por medio de Moisés en el tiempo del Éxodo. Lo mismo que después de la enseñan/a sobre la oración, aparece la afirmación esencial: '7:7 Reino de Dios ha llegado a vosotros", Jesús, expulsando a los demonios, abre una nueva época, época de libertad de la esclavitud, a condición de acoger libremente la Buena Noticia que anuncia (v. 23).

 

MEDITATIO

Si instintivamente sentimos la necesidad de valorar personas y acontecimientos, viéndolo con nuestros propios ojos, la Palabra que se nos actualiza hoy nos proporciona materia abundante: para saber ver de verdad, es indispensable aprender antes a escuchar. Escuchar ¿qué? La voz del que ha creado todo con su Palabra amorosa y tiene todo en su mano. Pero hay un enemigo celoso de la felicidad del hombre siempre al acecho para impedirle escuchar la voz del Señor y dejarse conducir por su mano.

El mentiroso sugiere pensamientos falsos, infunde dudas y sospechas. Y si el hombre no guarda en su corazón la Palabra de Dios, lámpara de sus pasos, si no la medita día y noche, no estará en disposición de discernir rectamente, con riesgo de extraviarse y hasta de caer totalmente bajo el dominio de falsas doctrinas. Nos puede suceder también a nosotros, en tantas cuestiones, quizás de ética personal, familiar o comunitaria, que no nos sintamos en sintonía con el Evangelio, nos parezca duro, desfasado, incapaz de ponerse al día... De este modo, imperceptiblemente, en muchas ocasiones aparentemente secundarias nos deslizamos hacia un paganismo tal vez no de calibre mayor, pero paganismo al fin y al cabo. A la larga, se perderá el gusto por la Palabra: no sólo no parecerá dulce al paladar, sino hasta llegaremos a perder la necesidad de ella e incluso puede llegar a molestarnos si alguien nos la recuerda.

 

ORATIO

Padre, que tu voz resuene siempre en nuestro corazón, no permitas que otras voces la apaguen. Vuelve a susurrarnos lo mucho que nos quieres, lanío cuando nos animas como cuando nos corriges. Apártanos de  esas sugestiones sutiles, de los mensajes persuasivos del antiguo enemigo astuto, celoso de nuestra amistad contigo.

Sabes bien que el orgullo frecuentemente nos acecha, el miedo nos paraliza frente al dolor o la prueba. Con tal de sufrir menos, estamos dispuestos a vender la piel al diablo. Perdona, Señor, nuestra arrogancia, la audacia con que nos erguimos presumidos frente a tu Hijo y frente a ti, cuando nos hablas de cruz, de camino estrecho, de escucha, obediencia, sacrificio...

Compadécete de nuestra fragilidad, mira nuestra buena voluntad, acrecienta en nosotros los deseos de verdad y bondad. Si te ofendemos, no nos lo tomes en serio; si te comprendemos mal, ayúdanos a rectificar; si te damos la espalda, sigue buscándonos.

 

CONTEMPLATIO

Ciertamente, el término o fruto de la Sagrada Escritura no es cualquiera, sino la plenitud de la bienaventuranza eterna. Las palabras de esta Escritura son palabras de vida eterna.

A esta plenitud se esfuerza en introducirnos la divina Escritura: con este fin y con esta intención ha de ser la Sagrada Escritura escudriñada y enseñada y también escuchada. Para que lleguemos a este fruto o término andando derechamente por el recto camino de las Escrituras, hemos de comenzar por el exordio, a saber, por acercarnos con fe al Padre de las luces, doblando las rodillas de nuestro corazón, a fin de que él, por su Hijo en el Espíritu Santo, nos dé verdadero conocimiento de Jesucristo y, con el conocimiento, su amor.

Sólo así, conociéndole y amándole, y consolidados en la fe y arraigados en la caridad, podremos comprender la amplitud, la longitud, la altura y la profundidad de la Sagrada Escritura y llegar por este conocimiento al conocimiento perfecto y amor extático de la Santísima Trinidad, adonde tienden los deseos de los santos y donde se halla el término y la plenitud de todo lo verdadero y bueno (Buenaventura, Breviloquium, prologus).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Callarse no significa estar mudo, como tampoco hablar equivale a locuacidad. El mutismo no crea soledad, como tampoco la locuacidad crea comunión. "El silencio es el exceso, la embriaguez y el sacrificio de la palabra. El mutismo, en cambio, es malsano, como algo que sólo fue mutilado y no sacrificado" (Ernest Helio).

Del mismo modo que existen en la ¡ornada del cristiano determinadas horas para la Palabra, especialmente las horas de meditación y de oración en común, deben existir también ciertos momentos de silencio a partir de la Palabra. Serán sobre todo los momentos que preceden y siguen a la escucha de la Palabra. Ésta no se manifiesta a personas charlatanas, sino en el recogimiento y silencio.

Callamos antes de escuchar la Palabra, para que nuestros pensamientos se dirijan a la Palabra, igual que calla un niño cuando entra en la habitación de su Padre. Callamos después de haber oído la Palabra, porque todavía resuena, vive y quiere permanecer en nosotros. Callamos al comenzar el día, porque es Dios quien debe decir la primera palabra; callamos al caer la noche, porque a Dios corresponde la última palabra. Callamos sólo por amor a la Palabra. Callar, en definitiva, no significa otra cosa que estar atento» a la Palabra de Dios para poder caminar con su bendición (D. Bonhoeffer, Vida en Comunidad, Salamanca 1983, 61).

 

Día 13

Viernes de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Oseas 14,2-10

Esto dice el Señor: - Vuelve, Israel, al Señor tu Dios, pues tu iniquidad te ha hecho caer.

2 Buscad las palabras apropiadas y volved al Señor; decidle:

3 Perdona todos nuestros pecados y acepta el pacto; como ofrenda te presentamos las palabras de nuestros labios.

4 Asiria no nos salvará, no volveremos a montar a caballo y no llamaremos más dios nuestro a la obra de nuestras manos, pues en ti encuentra compasión el huérfano".

5 Yo sanaré su infidelidad, los amaré gratuitamente, pues ha cesado mi ira.

6 Seré como rocío para Israel; él crecerá como el lirio y echará raíces como los árboles del Líbano.

7 Se desplegarán sus ramas, tendrá el esplendor del olivo y como el del Líbano será su perfume.

8 El Señor volverá a ser su protector, de nuevo crecerá el trigo, como la vid florecerán y serán famosos como el vino del Líbano.

9 Efraín no tendrá ya nada que ver con los ídolos Yo escucho su plegaria y velo por él; yo soy como un ciprés lozano y de mí proceden todos tus frutos.

10 ¿Quién es tan sabio como para entender esto? ¿Quién tan inteligente como para comprenderlo? Los caminos del Señor son rectos, por ellos caminan los inocentes y en ellos tropiezan los culpables.

 

**• En este fragmento, estructurado como una liturgia penitencial, Oseas invita al pueblo a "volver" -es decir, a convertirse- al Señor reconociendo el propio pecado como causa de las desgracias actuales. Es necesaria una confesión lúcida y sincera de la culpa; el mismo profeta sugiere palabras para expresarla y el modo de presentarla, acompañada no con víctimas de sacrificio, sino con una vida purificada y la ofrenda de alabanza (v. 3).

Además, es necesaria una decidida renuncia al mal, a compromisos y diversas opciones idolátricas. Libre de todo apoyo humano, el pueblo se encontrará aparentemente pobre, pero será entonces cuando Dios en persona cuidará de él.

A la conversión del pueblo corresponde la "conversión" de Dios: depondrá su ira y con la fuerza de su amor sanará el mal de Israel, perdonará su infidelidad.

Los efectos benéficos de este amor se evocan con imágenes magníficas que recuerdan al Cantar de los Cantares, en una refrescante descripción de vida nueva (cf. La imagen de Dios como rocío). Estas promesas llegan al culmen en el v. 9: Dios será para el pueblo liberado de los ídolos "ciprés frondoso".

El epílogo del redactor, de corte sapiencial, indica que es necesario el discernimiento para comprender el texto de Oseas, porque en él se manifiestan los caminos de Dios, y sólo podrá caminar por ellos quien proceda con rectitud.

 

Evangelio: Marcos 12,28-34

28 Un maestro de la Ley que había oído la discusión y había observado lo bien que les había respondido se acercó y le preguntó: - ¿Cuál es el mandamiento más importante?

29 Jesús contestó: - El más importante es éste: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor.

30 Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento y con todas tus fuerzas.

31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo  como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos.

32 El maestro de la Ley le dijo: - Muy bien, maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él;

33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

34 Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: - No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole.

 

**• La pregunta del escriba nos conduce a una discusión de actualidad en las escuelas rabínicas de aquel tiempo. En la Ley se enumeran 248 mandatos y 365 prohibiciones, agrupados en diversas categorías. La cuestión se plantea a Jesús: Antiguo y Nuevo Testamento se encuentran frente a frente. Quizás aparezca el intento de tender una trampa al joven rabbí. Él solventa la dificultad vendo directamente a lo esencial. De hecho, la respuesta de Jesús no es desconocida: cita el Sheuia' Ytsra'el {"Escucha, Israel"), de Dt 6,4s, que todo israelita repetía en la oración tres veces al día.

A este primer mandamiento, Jesús asocia -el verbo griego indica una relación de fuerte y recíproca interdependencia- un segundo, sacado también de la Sagrada Escritura (Lv 19,18). En esta unión está la originalidad de la respuesta de Jesús al escriba, que reconoce la verdadera síntesis de la Ley y del culto; más aún: el amor vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús elogia al escriba, y en su respuesta aparece explícito otro elemento novedoso: la cercanía/presencia del Reino de Dios, cuya ley es el amor y, por consiguiente, la libertad.

 

MEDITATIO

Un escriba pregunta a Jesús haciéndose portavoz de todos nosotros, que tratamos de comprender mejor lo que nos pide el Señor. Se trata de una pregunta sencilla que quizás planteamos no por curiosidad, sino con el corazón dispuesto a obedecer. La respuesta no es menos sencilla: Dios, que es amor, quiere de nosotros amor porque quiere hacernos partícipes de su misma vida. Lo que nos manda es, antes que nada, don inaudito, tesoro, fuente de todo bien. Hoy la Palabra nos señala en concreto el horizonte ilimitado de esta realidad nueva y cómo tenemos que actuar para poderlo abarcar en su plenitud. La condición esencial es renunciar a cualquier forma de idolatría: "El Señor nuestro Dios es el único Señor". Pero cuántas veces hemos llamado "dios nuestro" a las obras de nuestras manos, adorando nuestras realizaciones de bienes materiales, de carrera y posición social, de éxito... Y nos hemos hecho esclavos de cosas efímeras, transformando a los hermanos en rivales, perdiendo la libertad tan deseada.

Desde lo hondo de este abismo queremos volver a las altas cimas. Pero no será nuestro esfuerzo el que lo logrará, sino nuestra humildad, nuestra pobreza: mendigos de amor y de paz, recibiremos gratuitamente el don si acogemos al Amor sobreabundante que nos renueva, día tras día, rompiendo las barreras de nuestro egoísmo, traspasando los estrechos horizontes de nuestra capacidad de amar. Entonces, todo hombre se convertirá en "prójimo".

 

ORATIO

Oh Padre, tú eres puro don y de ti viene todo bien: acoge nuestro humilde y frágil deseo de entrar en la región bienaventurada de tu amor. No somos capaces de nada, pero tú mismo has querido derramar en nuestros corazones tu Santo Espíritu, fuente de amor. Haz que acojamos con generosidad un don tan grande. Abre de par en par la capacidad de nuestro corazón para que dejemos que tú mismo, hecho amor en nosotros, llegues a todo hermano que encontremos en el camino. Sabes qué necesidad tenemos todos de experimentar un amor santo que, superando cualquier formalismo convencional, todo cálculo, se manifieste en gestos verdaderamente evangélicos, creativos, capaces de novedad y belleza.

Pero ¿quién sino tú mismo ha puesto en nosotros esta aspiración tan noble? Danos lo que nos mandas, lleva a plenitud lo que has comenzado en nosotros.

 

CONTEMPLATIO

El amor no está sometido al tiempo, conserva siempre su fuego. Algunos piensan que el Señor ha sufrido por amor a los hombres y, como no encuentran este amor en su propia alma, les parece que eso aconteció en un pasado remoto. Pero cuando el alma conoce el amor divino por el Espíritu Santo, percibe con claridad que el Señor es un Padre con nosotros, el más real, el más íntimo, el más cariñoso, el más bueno. Y no existe mayor felicidad que amar a Dios con todo el entendimiento, con toda el alma, con todo el corazón, y al prójimo como a nosotros mismos, como nos lo ha mandado el Señor.

Cuando este amor more en nosotros, todo dará gozo al alma. La gracia viene del amor a nuestro hermano, y es mediante el amor a nuestro hermano como se conserva. Pero si no amamos a nuestro hermano, el amor de Dios no vendrá a nuestra alma.

Si los hombres observasen los mandamientos de Cristo, la tierra sería un paraíso. Todos tendrían lo suficiente y lo indispensable con poco esfuerzo. El Espíritu divino viviría en las almas de los hombres, pues él busca por sí mismo al alma humana y desea vivir en nosotros; si no fija su morada en nosotros, eso sólo se debe al orgullo de nuestro espíritu (Archimandrita Sofronio, San Silonan el Athonita, Madrid 1996, 315).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Todo el que ama ha nacido de Dios v conoce a Dios" ( U n 4,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El flujo y reflujo de la caridad entre Dios y los hombres, este amor que el cristiano, solidario con toda la humanidad, recibe de Dios por todos y a todos remite a Dios, este amor y sólo esto es lo que constituye la victoria de Jesucristo, la misión y el esfuerzo de su Iglesia. Los dos polos de este amor son el amor filial a Dios y el amor fraterno con el prójimo.

El amor filial que ansia en cada momento lo que la esperanza espera; que cree tener todo el amor de Dios para amarlo. El amor filial que desea de Dios incesantemente lo que incesantemente recibe de él, que lo desea tanto como el respirar.

El amor fraterno que ama a cada uno en particular. No de cualquiera de cualquier modo, sino a cada uno como el Señor lo ha creado y redimido, a cada uno como Cristo lo ama. El amor fraterno que ama a cada uno como prójimo dado por Dios, prescindiendo de nuestros vínculos de parentesco, de pueblo, raza o simple simpatía. Que reconoce a cada uno su derecho por encima de nosotros mismos.

Sabemos que hay que amar al Señor "con toda el alma" y "con todas las fuerzas". Pero olvidamos fácilmente que debemos amar al Señor con todo el corazón. Al no recordarlo, nuestro corazón se queda vacío. Como consecuencia, amamos a los demás con un amor más bien tibio. La bondad tiende a ser para nosotros algo externo al corazón. Vemos lo que puede ser útil al prójimo, tratamos de actuar en consecuencia, pero no llega mucho al corazón (M. Delbrél, Las comunidades según el Evangelio, Madrid 1998, 88s, passimj.

 

Día 14

Sábado de la tercera semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Oseas 6,1-6

Esto dice el Señor: En su aflicción madrugarán para buscarme. Y dirán:

1 Venid, volvamos al Señor; él ha desgarrado y él nos curará; él ha herido y él vendará nuestras heridas.

2 En dos días nos devolverá la vida, al tercero nos levantará y viviremos en su presencia.

3 Esforcémonos en conocer al Señor; su venida es tan segura como la aurora; como aguacero descenderá sobre nosotros, como lluvia primaveral que riega la tierra.

4 ¿Qué voy a hacer contigo, Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo, Judá? Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío que pronto se disipa.

5 Por eso los he quebrantado por medio de los profetas; los he aniquilado con las palabras de mi boca y mi juicio resplandece como la luz.

6 Porque quiero amor, no sacrificios, conocimiento de Dios, y no holocaustos.

 

*•• El pasaje constituye un acto litúrgico penitencial (vv. 1-3) en el que participa todo el pueblo. El horizonte más lejano que mueve a la conversión es el temor del día del castigo mesiánico anunciado varias veces (cf. 5,9); el contexto próximo es, sin embargo, el actual estado de guerra entre Israel y Judá. El buscar ayuda en el enemigo mortal, Asiría, ha extirpado las regiones septentrionales del reino Norte (732 a.C), con los inevitables horrores de la ocupación, la destrucción y la deportación (cf. 2 Re 15,29; 17,55). El profeta exhorta y amonesta: tantas desgracias han ocurrido porque el corazón estaba lejos del Señor, acallado con sacrificios vacíos, pobre de amor.

Con una imagen frecuente en la Sagrada Escritura (cf. Ex 15,26; Dt 32,29; Is 30,26; Ez 34,16), el pueblo reconoce ser un enfermo (Os 5,13) que recurre a Dios como a su médico: él mismo ha producido la herida con vistas a la enmienda, y sólo él puede curarla (v. 1). YHWH es el señor de la historia. Pero el arrepentimiento del pueblo no es sólo interesado (v. 3), sino también efímero (v. 4). Dios lo sabe bien. Y, sin embargo, no se cansa de invitar a la conversión: su palabra es una espada que inexorablemente hiere para curar (cf. Is 49,2; Heb 4,12): pide amor, no holocaustos (v. 6); confianza, no una simple observancia de prácticas cultuales desgraciadamente hipócritas.

 

Evangelio: Lucas 18,9-14

9 También a unos que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los demás, Jesús les dijo esta parábola:

10 - Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro publicano.

11 El fariseo, erguido, hacía interiormente esta oración: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos adúlteros; ni como ese publicano.

12 Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo".

13 Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: "Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador".

14 Os digo que éste bajó a su casa reconciliado con Dios, y el otro, no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

**• Estamos en el contexto de la subida de Jesús a Jerusalén, y la atención se dirige a las condiciones necesarias para entrar en el Reino (cf. Le 18,9-19,28). Aparecen dos personajes contrapuestos, y ambos oran: en su modo de orar se revela su modo de vivir y sus relaciones con Dios y los demás. Ambos, en la oración, dicen la verdad de su existencia.

El fariseo saca a colación sus méritos: se tiene por acreedor de Dios. En el fondo, no necesita de Dios, aunque le dé gracias, al menos formalmente, porque le ha concedido ser tan perfecto. Pero hay más. Su justicia le hace juez, y juez despiadado: tan ciega es la estima que encuentra en sí mismo que cuando mira a los demás sólo es para despreciarlos (v. 11). El publicano, por el contrario, consciente de sus pecados -que le hacen tener la cabeza inclinada-, en realidad está abierto al cielo y espera de Dios todo: golpeándose el pecho, llama a la puerta del Reino, y se le abre.

 

MEDITATIO

Conocer a Dios y conocerse a sí mismo o, mejor, conocerse a sí mismo en Dios: ése es el comienzo de la sabiduría y de la verdadera vida. Todos los santos lo han experimentado. De hecho, ¿qué es el hombre sin Dios?

Un soberbio destinado a la oscura soledad, rodeado de presuntos rivales o de seres juzgados indignos; en resumidas cuentas, un desesperado pillado en el cepo de su egoísmo, de su pecado. ¿Qué es el hombre con Dios? Sigue siendo un orgulloso, un pecador. Pero sabe que precisamente la experiencia del pecado puede convertirse en un lugar en el que Dios -el Misericordioso- revela su rostro.

Vemos, pues, lo importante que es dejar caer las caretas con las que pretendemos ocultarnos, sobre todo a nosotros mismos, la pobreza de nuestro ser, la mezquindad de nuestro corazón, la dureza de nuestros juicios. Uno sólo puede curarse si se reconoce enfermo, necesitado de salvación. Dios espera este momento, incluso hasta lo provoca sabiamente con su pedagogía inconfundible.  Todos somos siempre un poco "fariseos", pero a todos nos brinda Dios poder hacer la experiencia del publicano de la parábola, lograr una auténtica humildad, la que reconoce que Dios es mayor que nuestro corazón y que siempre perdona.

 

ORATIO

Oh Dios, creador del cielo y la tierra, el universo entero es lugar de tu presencia, morada de tu santo nombre. En ti, bajo tu mirada, vivimos, nos movemos y existimos. Todas nuestras palabras y acciones son oración que sube a tu presencia. La verdad de nosotros mismos está patente a tus ojos. El temor nos asalta porque sabemos que nuestro corazón no es puro, que nuestra vida no es santa, y tratamos de ocultarnos y de despreciar a los demás para justificarnos a nosotros mismos; pensamos adornarnos con tantas obras que son pura apariencia. Tratamos, en vano, de buscar una seguridad.

No podemos acallar una voz que desde lo hondo de nosotros mismos nos grita: "¿Por qué actúas así? ¿Qué tratas de buscar con lo que haces?". Es tu voz, Señor, que silenciosamente va creando en nuestro interior un gran vacío: desde este abismo brota, desesperadamente, el único grito verdadero: "Ten piedad de mí, que soy un pecador". El orgullo me mata, humildemente te busco, Señor.

 

CONTEMPLATIO

Me preguntáis [...] si un alma puede acudir a Dios confiadamente conociendo su propia miseria. Respondo que el alma conocedora de su propia miseria no sólo puede tener una gran confianza en Dios, sino que le será imposible alcanzar la verdadera confianza si carece del conocimiento de su propia miseria; porque el conocimiento y la confesión de esta miseria nos introducen en la presencia de Dios. Por eso los grandes santos, como Job, David y otros, comenzaban siempre sus oraciones confesando la propia miseria e indignidad; es, por lo tanto cosa excelente reconocerse pobre, vil, bajo e indigno de comparecer ante el divino acatamiento.

El célebre dicho de los antiguos: "Conócete a ti mismo", se suele interpretar así: "Conoce la grandeza y excelencia de tu alma para no envilecerla ni profanarla con cosas indignas de su nobleza". Pero se interpreta también de esta otra manera: "Conócete a ti mismo, es decir, tu indignidad, tu imperfección, tu miseria.

Cuanto más miserables somos, tanto más debemos confiar en la bondad y misericordia de Dios; porque entre la misericordia y la miseria existe un parentesco tan grande que la una no se puede ejercitar sin la otra.

Si Dios no hubiera creado a los hombres, hubiera sido ciertamente bondadoso, pero no misericordioso, puesto que no hubiera podido ejercitar su misericordia con ninguno, ya que la misericordia se practica con los miserables (Francisco de Sales, Conversaciones espirituales, II)

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Conoces hasta el fondo de mi alma" (Sal 138,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

De la ascesis de pobreza surge cada día un hombre nuevo, todo paz, benevolencia y dulzura. Queda para siempre marcado por el arrepentimiento, pero un arrepentimiento lleno de alegría y de amor que aflora por todas partes y siempre y permanece en segundo plano de su búsqueda de Dios. Este hombre ha alcanzado ya una paz profunda, pues fue quebrantado y reedificado en todo su ser por pura gracia. Apenas se reconoce. Es diferente. En el mismo instante en que tocó el abismo profundo del pecado, fue precipitado al abismo de la misericordia. Ha aprendido a entregar las armas ante Dios, a no defenderse ante él. Está despojado y sin defensa.

Ha renunciado a la justicia personal y no tiene proyectos de santidad. Sus manos están vacías o sólo conservan su miseria, que se atreve a exponer ante la misericordia. Dios se ha hecho verdaderamente Dios para él, y nada más que Dios. Eso es lo que quiere decir Salvator, salvador del pecado. Incluso está casi reconciliado con su pecado, como Dios se ha reconciliado con él.

Para sus hermanos y prójimos se ha convertido en un amigo benevolente y dulce que comprende sus debilidades. No tiene ya confianza en sí mismo, sino sólo en Dios. Es el primer pecador -así lo piensa-, pero pecador perdonado. Por eso debe abrirse, como a un igual y a un hermano, a todos los pecadores del mundo. Se siente cercano a ellos porque no se cree mejor que los demás. Su oración preferida es la del publicano, que se parece a su respiración y al latir del corazón del mundo, su deseo más profundo de salvación y curación: "Señor Jesús, ten piedad de mi, pobre pecador" (A. Louf, A merced de su gracia, Madrid 1991, 125s, passim).

 

 

Día 15

Cuarto domingo de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Crónicas 36,14-16.19-23

14 Del mismo modo, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo pecaron sin cesar, practicando las abominaciones idolátricas de las naciones y contaminando el templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén.

15 El Señor, Dios de sus antepasados, en su afán de salvar a su pueblo y a su templo, les envió continuos mensajeros.

16 Pero se burlaron de ellos, menospreciaron sus palabras y se burlaron de sus profetas, colmando la ira del Señor contra su pueblo hasta tal punto que ya no hubo remedio.

19 El templo del Señor fue pasto de las llamas, las murallas demolidas, los palacios incendiados y todos los objetos preciosos destruidos.

20 Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada, los cuales pasaron a ser esclavos del rey y de sus hijos hasta el advenimiento del imperio persa.

21 Así se cumplió la Palabra del Señor pronunciada por Jeremías: "La tierra descansará asolada durante setenta años hasta que recupere sus años de descanso sabático".

22 El año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la profecía de Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, rey de Persia, que publicó de palabra y por escrito por todo su reino este edicto:

23 "Así dice Ciro, rey de Persia: El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encomendado construirle un templo en Jerusalén de Judá. Los que de entre vosotros pertenezcan a su pueblo, que vuelvan, y que el Señor su Dios esté con ellos".

 

**• Este fragmento, puesto como conclusión de los libros de las Crónicas, es una lectura sintética en clave teológica de la historia del Reino de Judá: se desatiende la alianza con Dios, domina el influjo de los cultos idolátricos, el templo de Dios está contaminado. A la infidelidad creciente del pueblo, Dios opone la delicadeza de un amor fiel. Envía profetas para llamar al camino de la verdad, pero en vano. Para conducir al pueblo a la salvación deberá entonces hacer que pase por el crisol del sufrimiento: la devastación del templo y la ciudad, la amargura de un largo destierro, devolviendo a la tierra de Judá el reposo sabático del que se había visto privada.

Los versículos conclusivos (22s), que aparecen literalmente en Esdras 1,1-3b, contienen el edicto de Ciro y ponen una nota de optimismo y esperanza. YHWH, Señor de la historia, confía a un rey extranjero la tarea de reconstrucción del templo de Jerusalén. No se trata sólo de una obra material, pues está unida a la restauración moral y espiritual. La referencia continua a la palabra de los profetas (vv. 15.21s) subraya la fidelidad-verdad de Dios: él actúa siempre según un designio de salvación, pero exige al hombre la acogida dócil y la colaboración activa.

 

Segunda lectura: Efesios 2,4-10

4 Pero Dios, que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso amor,

5 aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos volvió a la vida junto con Cristo -¡Por pura gracia habéis sido salvados!-,

6 os resucitó y nos sentó con él en el cielo.

7 De este modo quiso mostrar a los siglos venideros la  excelsa riqueza de su gracia, hecha bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

8 Por la gracia, en efecto, habéis sido salvados mediante la fe; y esto no es algo que venga de vosotros, sino que es un don de Dios;

9 no viene de las obras, para que nadie pueda presumir.

10 Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para realizar las buenas obras que Dios nos señaló de antemano como norma de conducta.

 

*» Creando un fuerte contraste con los versículos precedentes -donde se pinta un cuadro de muerte y de pecado-, Pablo describe el designio de salvación del Señor.

Amor y vida son los dos términos esenciales. La redención revela que Dios es amor y gracia a rebosar. El mediador de la salvación es Jesucristo: asumiendo un cuerpo semejante al nuestro, con su muerte vence nuestra muerte, con su resurrección nos abre el camino. Como don gratuito, la humanidad ha sido asociada a la glorificación de Cristo. Como ya aparecía en la Carta a los Romanos, el apóstol utiliza un léxico sumamente significativo para poner de relieve la participación en la suerte de Cristo: con-vivificados, con-resucitados, sentados con él en los cielos (vv. 5s).

En virtud de esta unión con él, la naturaleza y la historia del mundo resultan, a los ojos del Padre, unitarias y sencillas: son la misma historia de Jesús. Volviendo con la afirmación del v. 5, Pablo desarrolla el tema de la gracia. La omnipotencia de Dios se manifiesta en su amor. Frente a esta gratuidad, desaparece toda obra humana o, mejor, el mismo hombre se convierte en nueva criatura y sus obras no son sino el desbordar de la gracia divina en él. Desaparece cualquier asomo de vanagloria: sólo hay lugar para la gratuidad, la eucaristía.

 

Evangelio: Juan 3,14-21

14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto

15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

16Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo; sino para salvarlo por medio de él. ,

18 El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él ya está condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios.

19 El motivo de esta condenación está en que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque hacían el mal.

20 Todo el que obra mal detesta la luz y la rehuye por miedo a que su conducta quede al descubierto.

21 Sin embargo, aquel que actúa conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que todo lo que él hace está inspirado por Dios.

 

*•• En la presente lectura, que continúa la respuesta a Nicodemo, Jesús revela su propia identidad y la suerte que le espera, la misión recibida del Padre y su desenlace entre los hombres. Después de haberse identificado con la figura gloriosa del Hijo del hombre bajado del cielo (v. 13), Jesús se parangona con la serpiente de bronce que Moisés había alzado en el desierto para librar de la muerte segura al pueblo pecador (Nm21,8s).

Para comprender el pasaje, es preciso adentrarse en el mundo de los símbolos, tan característico del cuarto evangelio. La serpiente recuerda la muerte, pero también su antídoto. De hecho, en la civilización en contacto con Israel, la serpiente era figura de la fecundidad. La elevación de Jesús en la cruz como maldito, aunque represente el culmen de la ignominia, constituye también el máximo de su gloria. Encontramos aquí la primera expresión de la teología joanea que hace coincidir la elevación en la cruz con la glorificación de Cristo, porque precisamente en la cruz se manifiesta en todo su esplendor el amor salvífico de Dios. Todo esto lo desarrolla en los versículos sucesivos: es el amor el que mueve al Padre a entregar al Unigénito para que el hombre pase del pecado a la vida eterna (v. 16). Pero este don exige la acogida de la fe: en el desierto había que mirar a la serpiente de bronce, ahora se debe creer en Jesús. El envío del Hijo es para una misión de salvación (v. 17), y cada uno, con su adhesión o su rechazo, hace una opción que implica un juicio.

 

MEDITATIO

La Palabra nos invita ante todo a reflexionar sobre la vida humana como viaje de regreso a la casa del Padre, viaje no individual, sino como pueblo, como humanidad: no podemos quedarnos indiferentes con la suerte de nuestros hermanos. La Iglesia -cada cristiano- siente que debe vivir cada vez más en Cristo para poder dar vida a quien yace "en las tinieblas y sombra de muerte".

Teniendo la mirada fija en él, la comunidad cristiana puede alimentar la lámpara de la esperanza. Pues Cristo, sacerdote y víctima, es el documento con el que el Padre celestial nos declara su amor infinito, nos revela su designio de salvación y nos invita a acoger su don. Deseamos la vida, pero estamos rodeados por la realidad de muerte. Para que crezca la vida, es preciso insertarnos en la fuente de la vida que es Cristo, es necesario hacer de la vida presente un don.

El tiempo con Jesús, vivido minuto a minuto, adquiere un significado nuevo. Él se presenta como elevado en la cruz, pero también como glorificado en el sufrimiento.

En él se nos brinda la visión concreta y desconcertante del amor de Dios. Si tenemos los ojos fijos en el Crucificado, poco a poco, como fuente viva, brotará en nosotros el testimonio del Espíritu: Cristo "me amó y se entregó por mí" (Gal 2,20). Y esta fuente no dejará nunca de borbotear su canto de amor en el que confluyen lágrimas de arrepentimiento y lágrimas de alegría. Por pura gracia estamos salvados mediante la fe, por gracia, por gracia...

 

ORATIO

Jesús, sacerdote eterno, que sabes compadecerte de nuestras enfermedades, que has sido probado en todo, tenemos los ojos puestos en ti: somos tuyos, acógenos. Déjanos oír hoy tu voz, tu Palabra, para que no se endurezcan nuestros corazones. Haz que también nosotros nos dejemos herir por el amor y el dolor para adherirnos con fe a la santísima voluntad del Padre.

Tú has sido fiel hasta la cruz para abrirnos el camino del santuario del cielo, donde habrá plena paz. Haznos sentir hoy, cada vez con más intensidad, la urgencia de llegar a ser santos, totalmente dados a los demás para ayudarles, confortarles, ser para ellos fieles compañeros de camino. No es mérito nuestro el haberte encontrado y conocido: es don de tu gracia, que siempre nos renueva y nos sorprende; que todos los hombres puedan leer en nuestro rostro el gozo de pertenecerte, el anhelo de anunciarte, el deseo de vivir para siempre en la Jerusalén celestial, en el seno de la Santísima Trinidad.

 

CONTEMPLATIO

¡Inefables entrañas de la misericordia divina! ¡Piedad inmensa, digna de la más profunda admiración! Para librar al esclavo has entregado al Hijo. Él nos ilumina y benévolamente nos enseña el camino de la humildad, del amor y de toda virtud...

Lo prendieron para librarnos a nosotros del yugo de la esclavitud. Lo hicieron prisionero para liberarnos a nosotros, prisioneros de la mano del enemigo. Lo vendieron por dinero para comprarnos con su sangre. Lo despojaron para revestirnos de inmortalidad. Se burlaron de él para arrebatarnos de las burlas de los demonios.

Fue coronado de espinas para desarraigar de nosotros las espinas y cardos de la antigua maldición. Fue humillado para ensalzarnos. Por todas estas cosas, te doy gracias y alabo tu nombre, oh Padre santo (Juan de Fécamp, Confessio theologica, 26, Milán 1986, 65s, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí" (Gal 2,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús vino ciertamente para padecer, pero su ideal no es la cruz, sino la obediencia, ese modo de vivir la relación con su Padre, testimoniarlo hasta el fondo, sin echarse atrás ante la dificultad ni ante el interrogante más dramático de su vida. El ideal de Jesús es único: la obediencia, una obediencia que no acaba en la muerte, porque quien muere de ese modo sólo puede concluir en la resurrección. La obediencia tiene como contenido el don de sí mismo por nosotros, la donación de Jesús a nosotros. El ideal de Jesús no es el dolor.

¿La cruz de Jesús es una palabra dirigida al dolor humano que, queriendo realizar el ideal del bien, de la justicia, de la virtud, encuentra y padece contradicción? ¿O es también una palabra para el dolor humano en todas sus facetas, para el dolor que nos viene sin buscarlo, sin quererlo, el dolor repentino, el dolor que parece llegar de modo absurdo? La respuesta es única: la cruz del Señor es una palabra para todo el dolor humano. El cristiano no dice: padecemos el dolor, Jesús también lo padeció. Ha aprendido, más bien, a razonar de otro modo. Ha aprendido que la cruz de Jesús es precisamente su dolor, el nombre que se debe dar también al dolor humano. El cristiano mira al crucifijo, ve el dolor de Jesús y dice: este dolor es una palabra para el dolor del hombre, que no puede tener otro nombre que el nombre de la cruz. Si redujésemos la cruz de Jesús a un caso particular de dolor del mundo, no cambiaría nada. Dar un nombre significa la posibilidad de encontrar un sentido. Vivir tiene significado si lleva consigo dolor. La resurrección de Cristo me lo recuerda en cuanto es el éxito de un padecer y morir que no ha puesto en tela de juicio el sentido de la vida.

Esta es la pretensión del cristiano frente al dolor, que él llama cruz: la pretensión de que esta realidad, tan difícil y misteriosa, tenga una posibilidad de sentido (G. Moioli, La parola della croce, Viboldone 1987, 51-54, passim).

 

Día 16

Lunes de la cuarta semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 65,17-21

Esto dice el Señor:

17 Mirad, voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; lo pasado no se recordará, ni se volverá a pensar en ello,

18 sino que habrá alegría y gozo perpetuo por lo que voy a crear. Pues convertiré en gozo a Jerusalén y a sus habitantes en alegría;

19 me gozaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, y ya no se oirán en ella llantos ni lamentos.

20 Ya no habrá allí niños malogrados, ni ancianos que no colmen sus años; pues será joven quien muera a los cien años, y el que no llegue a ellos se tendrá por maldito.

21 Construirán casas y vivirán en ellas, plantarán viñas y comerán su fruto.

 

         **• El pueblo, vuelto del destierro, cede una vez más a la tentación de los cultos idolátricos. Se resiste a la voz del Señor, olvidando invocar su nombre (vv. 1-7) y provocándolo de este modo. Es cuando interviene el profeta: recuerda que Dios es un juez justo que asigna una suerte muy distinta a sus siervos fieles o a los rebeldes (vv. 8-16a). En este contexto, el fragmento propuesto abre una espiral de luz sobre el futuro, revelando las dimensiones del plan de Dios, que no se limita al destino de los individuos, sino que abarca a todo el cosmos.

Pronto se olvidarán de las fatigas pasadas, porque el Señor se dispone a ejecutar una "nueva" creación inundada de alegría. En estos versículos parecen entrelazarse el canto del corazón de Dios y el de la humanidad: al gozo de Dios por su ciudad santa, por su pueblo renovado interiormente, responde la alegría del pueblo por las maravillas de esta re-creación. El profeta utiliza las más bellas imágenes sacadas de la vida humana para expresar lo inefable, para indicar la vida de comunión con Dios: en la nueva Jerusalén se disipará cualquier asomo de tristeza, cesará la difundida mortalidad infantil, la longevidad será admirable, la libertad y la estabilidad política garantizarán una vida próspera y serena.

La obra salvífica del Señor transformará el mundo: es una promesa cuyo cumplimiento es Jesús, y llegará a plenitud al final de los tiempos.

 

Evangelio: Juan 4,43-54

43 Jesús partió de Samaría y prosiguió su viaje hacia Galilea.

44 El mismo Jesús había declarado que un profeta no es bien considerado en su propia patria.

45 Cuando llegó a Galilea, los galileos le dieron la bienvenida, pues también ellos habían estado en Jerusalén por la fiesta de la pascua y habían visto todo lo que Jesús había hecho en aquella ocasión.

46 Jesús visitó de nuevo Cana de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún.

47 Cuando se enteró de que Jesús venía de Judea a Galilea, salió a su encuentro para suplicarle que fuese a su casa y curase a su hijo, que estaba a punto de morir.

48 Jesús le contestó: - Si no veis signos y prodigios sois incapaces de creer.

49 Pero el funcionario insistía: - Señor, ven pronto, antes de que muera mi hijo.

50 Jesús le dijo: - Vuelve a tu casa; tu hijo ya está bien. El hombre creyó en lo que Jesús le había dicho, y se fue.

51 Cuando volvía a casa, le salieron al encuentro sus criados para darle la noticia de que su hijo se había puesto bueno.

52 Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado la mejoría. Los criados le dijeron: - Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre.

53 El padre comprobó que la mejoría de su hijo había comenzado en el mismo momento en que Jesús le había dicho: "Tu hijo ya está bien"; y creyeron en Jesús él y todos los suyos.

54 Este segundo signo lo hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.

 

        **• La presente narración de una curación a distancia quiere revelarnos a Jesús como Palabra de vida. El Maestro vuelve a Galilea, donde es bien recibido porque se ha difundido la fama de lo que había hecho en Jerusalén.Pero él rehuye la popularidad basada en lo prodigioso.

        Se acerca a Cana, donde había obrado su primer milagro ("signo" según el lenguaje propio de Juan). Y ahora viene el segundo: un funcionario de Herodes Antipas suplica a Jesús que le siga a Cafarnaún, donde su hijo estaba en las últimas. La ubicación de Cana respecto a Jerusalén explica el uso del verbo "bajar", pero no agota su significado, cuya importancia aparece en la insistencia con la que el funcionario suplica a Jesús que "baje". El, de hecho, es el que "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo". Jesús reprende una fe demasiado imperfecta, pero el funcionario no desiste.

        Como respuesta a la invocación desesperada de una humanidad que languidece y está muñéndose. Jesús ofrece una palabra de vida, pero exige la fe.

        El prodigio de Jesús está en la Palabra: si se cree y se obedece, se experimentará el milagro final (v. 50). Maravilloso y eficaz el efecto del eco: el funcionario se pone en camino dejando resonar en el corazón lo que le ha dicho Jesús: "Vuelve, tu hijo ya está bien". Esta palabra, única esperanza, acompaña y sostiene cada uno de sus pasos hacia casa. Y desde su casa le salen al encuentro los criados con la grata certeza y con las mismas palabras: "Tu hijo ya está bien". La fe que ha caminado en la oscuridad (v. 52ss) encuentra la luz y se convierte en pleno asentimiento: ha repetido in crescendo la palabra de Jesús (v. 53) e inmediatamente se confirma: "Y creyó".

 

MEDITATIO

        Creer la Palabra es como abrir ante nosotros una puerta que nos introduce en una realidad nueva. Permanecer en la Palabra, guardándola en el corazón, significa participar en la obra divina de la re-creación, santificación y transfiguración del cosmos.

        Jesús es la Palabra viva de Dios: sólo él puede dirigirnos esta Palabra eficaz. Y lo hace de modo sereno, común, pidiendo una fe desnuda, total. Asentir y caminar fiándose de él puede ser cuestión de vida o muerte: lo fue para aquel padre cansado que nos narra el Evangelio, que en respuesta a su ruego no recibió de Jesús un prodigio, sino una palabra de vida, y se fió con total abandono. Nada había cambiado en su existencia, pero en su corazón anidó la esperanza. En la noche del subimiento y de la prueba, la Palabra es lámpara para nuestros pasos. La Palabra se convierte también en oración repetida sin cesar hasta que encuentre la confirmación luminosa y potente: el Señor ha escuchado, el Señor ha hecho maravillas de gracia. Cristo Jesús es el Señor de la vida ahora y por toda la eternidad.

        La fe se convierte en canto de gozo que se difunde hasta formar un coro de alabanza: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias; contempladlo y quedaréis radiantes" (Sal 33,4-6).

 

ORATIO

        Jesús, hijo de Dios, tú que eres la plena expresión del Padre, su Palabra viva, ayúdame a encontrarte cada vez que leo y escucho el Evangelio. Enséñame a guardar en el corazón tus santas palabras, a fiarme de ellas con una fe sencilla, a buscar en ellas una respuesta en el momento de la prueba. No quieres proponerme prodigios extraordinarios, sino una fe, un abandono total. Éste es el prodigio que pides al hombre: la fe. Con fe podrás ejecutar en nosotros esos "signos" de vida que te suplicamos.

        No sólo ni siempre en el tiempo presente, pero sí en la eternidad: tu palabra es vida inmortal, es semilla que, acogida en la tierra del corazón, germina, florece y da fruto en el Reino de los Cielos.

 

CONTEMPLATIO

        El Señor no hace distinción de personas a condición de que le amemos como hijos, pues es nuestro Padre celestial. El Señor atiende a condición de que se le ame desde lo hondo del corazón y de que se tenga una fe auténtica, una fe "grande como una semilla de mostaza".

        Así es, amigo de Dios. Cualquier cosa que pidas a Dios la obtendrás si la pides para gloria de Dios o el bien de tu prójimo. Pues Dios no separa el bien del prójimo de su gloria. Por consiguiente, ten por seguro que el Señor escuchará tus peticiones, siempre que las hagas para la edificación y el bien de tu prójimo.

        Pero incluso si pidieses algo por necesidad, utilidad o beneficio personal, no temas, que Dios te la concederá si realmente lo necesitas, porque él ama a los que le aman. Es bueno con todos y su misericordia se extiende también a los que no invocan su nombre; con mayor razón, pues, cumplirá los deseos de los que le temen. Él escuchará todas tus peticiones y no las rechazará por tu recta fe en Cristo Salvador [...].

        Pero también podrá decirte por qué le has molestado sin motivo y cómo pides cosas de las que puedes prescindir fácilmente (Serafín de Sarov, Coloquio con Motilov, passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme" (Sal 69,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Que vuestra fe sea sencilla, confiada, incansablemente perseverante, animada en la oscuridad y anclada en Jesús. En él, a quien debe llegar nuestra fe por el Evangelio, en la realidad de su presencia ¡unto a vosotros. Practicad vuestra fe en las palabras de Cristo...

        Releed el Evangelio proponiéndoos comprender lo que Jesús os dice. Ha hablado casi únicamente de esto, y si ha insistido tanto es porque sabia que no le escucharíamos; sabia que era lo esencial, que nos desanimaríamos, que nos faltaría perseverancia. Nada puede sustituir la fuerza de las palabras de Jesús: leedlas, releedlas y, sobre todo, vividlas: "¿Por qué me decís: Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?" (Le 6,46). No os perdáis en fantasías, en búsquedas retorcidas. Jesús está a vuestro alcance, si tenéis fe. Nada hay más concreto y cierto aue la fe, porque es una realidad presente; es sólida, fuerte e indestructible. Jesús está aquí, y vosotros también, a condición de que os hagáis presentes cuando pasa.

        Vuestros gozos y tristezas, vuestro cansancio del trabajo y de los hombres, vuestro sufrimiento, vuestras rebeliones y vuestros disgustos no son sino oleaje de superficie, y no impide que Jesús esté allí, que os ame y os quiera a través de estas cosas por las que sufrís más cercano en ofrenda al Padre y en sacrificio por vuestros hermanos.

        Ésta es la realidad, la pura realidad; lo demás, si lo comparamos, es sólo apariencia. Lo sé: es más fácil decirlo que hacerlo. Pero el Espíritu de luz, el Espíritu de amor, actúa en vosotros. Es necesario, sin cansarse, abrirle el camino mediante la práctica de vuestra fe en Jesús (R. Voillaume, Come loro, Roma 1979, 212s, passim).

 

Día 17

 Martes de la cuarta semana de cuaresma o San Patricio, obispo

Liturgia de las Horas de hoy

 

El futuro apóstol de Irlanda nació en el año 372, pero no se sabe con exactitud el lugar. Algunos lo sitúan en Inglaterra, otros en Francia o Escocia Sin embargo, algo sabemos de sus padres. Su madre, Concessa, pertenecía a la familia de san Martín, obispo de Tours, y su padre, Calfumio, fue oficial del Ejército romano, de buena familia. Ambos fueron cristianos. En el bautismo, el niño recibió el nombre de Succat -el nombre de Patricio le fue dado más tarde por el papa Celestino, junto con la misión de predicar el Evangelio en Irlanda-. Allí, una vez afirmada la posición de la Iglesia (misión recibida del papa Celestino), Patricio empezó a prepararse para la muerte, habiendo recibido de Dios una revelación en la que le decía el día y la hora en que iba a salir de este mundo para recibir el premio a sus trabajos. San Tassack le dio los últimos sacramentos, y el 17 de marzo del año 493 murió en la ciudad de Saúl. Fue enterrado en el lugar donde hoy está la catedral de Down.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 47,1-9.12

1 Después el ángel me llevó a la entrada del templo, y vi que debajo del umbral, por el lado oriental hacia el que mira la fachada del templo, brotaba una corriente de agua. El agua descendía por el lado derecho del templo hasta la parte sur del altar.

2 Me hizo salir por el pórtico norte y dar la vuelta por fuera hasta el pórtico exterior que mira hacia oriente, y vi que las aguas fluían desde el costado derecho.

3 El hombre salió en dirección este con un cordel en la mano, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos; midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas;

4 midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura;

5 midió, por fin, otros quinientos metros y la corriente de agua era ya un torrente que no pude atravesar, pues había crecido hasta el punto de que sólo a nado se podía atravesar.

6 Entonces me dijo: - ¿Has visto, hijo de hombre? Después me hizo volver a la orilla del torrente

7 y, al volver, vi que junto al torrente en las dos orillas había muchos árboles. Y me dijo:

8 Estas aguas fluyen hacia oriente, bajan al Araba y desembocan en el mar Muerto, cuyas aguas quedarán saneadas

9 Por donde pase este torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Habrá abundancia de peces, porque las aguas del mar Muerto quedarán saneadas cuando llegue este torrente.

12 Junto a los dos márgenes del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas no se marchitarán ni sus frutos se acabarán. Cada mes darán frutos nuevos, porque las aguas que los riegan manan del santuario. Sus frutos servirán de alimentó y su follaje de medicina.

 

*•• Debido al clima árido de Palestina, las fuentes se consideran con frecuencia símbolos del poder vivificador de Dios. Por eso, a veces en las inmediaciones de una fuente se erigía un santuario. En la visión de Ezequiel, este poder de vida nueva mana del zaguán del mismo templo y fluyen hacia oriente, por donde regresó la Gloria del Señor a morar en medio del pueblo vuelto del destierro. Al principio, es un pequeño arroyo de agua insignificante, comparado con los grandes ríos mesopotámicos, pero va creciendo cada vez más y más hasta convertirse en un río navegable.

Es sugestivo el contraste entre la medida exacta y calculada siempre igual por el ángel y el crecer sin medida del agua, cuyo poder debe experimentar el profeta en su cuerpo (vv. 3b.4b). A él se le revela la extraordinaria fecundidad y eficacia de la fuente: llena de vegetación el territorio, sana el mar Muerto, hace que abunden los peces y que prosperen las gentes (vv. 7-10); los árboles frutales dan cosechas extraordinarias: el agua que viene de Dios sana y fecunda la tierra que recorre.

El Nuevo Testamento recogerá y llevará a plenitud la simbología: Jesús es el verdadero templo del que brota el agua viva del Espíritu (Jn 7,38; 19,34) por medio de la regeneración con esta agua vivificante y medicinal (Jn 3,5).

 

Evangelio: Juan 5,1-3.5-16

1 Después de esto, Jesús volvió a Jerusalén para celebrar una de las fiestas judías.

2 Hay en Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las Ovejas, un estanque conocido con el nombre de Betesda, que tiene cinco soportales.

3 En estos soportales había muchos enfermos recostados en el suelo: ciegos, cojos y paralíticos.

5 Había entre ellos un hombre que llevaba treinta y ocho años inválido.

6 Jesús, al verlo allí tendido, y sabiendo que llevaba mucho tiempo, le preguntó: - ¿Quieres curarte?

7 El enfermo le contestó: - Señor, no tengo a nadie que me introduzca en el estanque cuando se mueve el agua. Cuando quiero llegar yo, otro se me ha adelantado.

8 Entonces Jesús le ordenó: - Levántate, toma tu camilla y echa a andar.

9 En aquel instante, el enfermo quedó curado, tomó su camilla y comenzó a andar. Aquel día era sábado.

10 Los judíos se dirigieron al que había sido curado y le dijeron: - Hoy es sábado y no te está permitido llevar al hombro tu camilla.

11 Él respondió: - El que me curó me dijo: "Toma tu camilla y vete".

12 Ellos le preguntaron: - ¿Quién es ese hombre que te dijo: "Toma tu camilla y vete"?

13 Pero él no lo conocía ni sabía quién le había curado, pues Jesús había desaparecido entre la muchedumbre que se había reunido allí.

14 Más tarde, Jesús se encontró con él en el templo y le dijo: - Has sido curado, no vuelvas a pecar más, pues podría sucederte algo peor.

15 El hombre fue a informar a los judíos de que era Jesús quien le había curado.

16 Jesús hacía obras como ésta en sábado; por eso lo perseguían los judíos.

 

w Jesús, salvación de Dios, decide atravesar los soportales de miserias humanas que se reúnen junto a la piscina de Betesda, en Jerusalén. Allí se encuentra con una en particular. Su palabra se dirige a ese pobre paralítico que lleva enfermo treinta y ocho años, casi toda su existencia. Después de tan larga espera, ¿qué puede pedir de bueno a la vida?

La pregunta aparentemente obvia de Jesús (v. 6) despierta la voluntad de este hombre y, por un simple mandato (v. 8), recobra la fuerza: carga con su camilla, compañera de tantos años de enfermedad, y camina llevándola consigo como testimonio de su curación.  

Jesús renueva la vida, cosa que no podrían hacer los ritos supersticiosos, ni siquiera la Ley: quien se queda bloqueado en su interpretación literal, en la rigurosa observancia del sábado, es un paralítico del espíritu, un ciego de corazón. A diferencia de aquel enfermo, no quiere curarse y su rigidez se convierte en hostilidad. En el templo, Jesús se encuentra con el hombre curado y le dirige la palabra clara y exigente (v. 14), de la que se desprende que hay algo peor que 38 años de parálisis: el pecado, con sus consecuencias. Jesús no quiere renovar la vida a medias: si no se nos libera de las ataduras del pecado, de nada nos sirve que se nos desentumezcan los miembros. Es una libertad por la que debemos optar cada día: "¿Quieres quedar sano?... No peques más".

 

MEDITATIO

Sentado en los límites de la esperanza, sin poder comprometerse con la vida, desilusionado de los demás y con frecuencia también de la religión: así es el hombre de hoy, de siempre, al que Cristo viene a buscar allí donde se encuentra, paralizado por el sufrimiento, el pecado o por distintas circunstancias. Jesús sencillamente pregunta: "¿Quieres curarte?". Pregunta obvia, quizás, pero exige una respuesta personal que renueva interiormente y hace sentir la gran dignidad del hombre: su libertad y responsabilidad. Luego, sencillamente, dice: "Levántate: echa a andar...". No por medio de ritos vacíos o por no sé qué agua milagrosa, sino por el poder de la Palabra de Dios que recrea, rompe las ataduras que aprisionan. No es nada la parálisis del cuerpo: hay ataduras mucho peores que atan el corazón al pecado. Por esta razón, Cristo ha dejado a la Iglesia la eficacia de su Palabra y la gracia que brota como un río de su costado abierto: agua viva del baño bautismal, que regenera y renueva al pecador; agua viva de las lágrimas del arrepentimiento, que suscita el Espíritu para absolver de todo vínculo de culpa al penitente; sangre derramada por aquel que fue perseguido a muerte por haber traído al mundo la salvación de Dios.

 

ORATIO

Ven, Señor Jesús a buscar a todo el que yace con el ánimo abatido, en la enfermedad de sus miembros, en la desesperación del pecado oculto. Ven a buscarme también a mí. Acércate a nosotros, oh Cristo, vuélvete a nosotros, uno por uno, para que en cada uno resuene la pregunta: "¿Quieres curarte?". Pídemelo también a mí. Ven a sumergirnos, Señor, en el profundo abismo de tu amor, que brota de tu corazón abierto como un río y corre, inagotable y potente, atravesando y renovando tiempos y espacios para desembocar en el Eterno. Ya me purificaste en la fuente bautismal: haz que viva fielmente en conformidad a los dones recibidos. Que pueda cada día cancelar las culpas cometidas con el agua de mis lágrimas: que me abran a la gracia del perdón nunca merecido, siempre humildemente implorado. Libre del pecado que me inmoviliza en una existencia carente de sentido, que pueda caminar anunciando que en ti todos pueden volver a encontrar la vida y sentirse hermanos.

 

CONTEMPLATIO

La piscina o el agua simbolizan la amable persona de nuestro Señor Jesucristo [...]. Bajo los pórticos de la piscina yacían muchos enfermos, y el que bajaba al agua después de ser agitada quedaba completamente curado.

Esta agitación y este contacto son el Espíritu Santo, que viene de lo alto sobre el hombre, toca su interior y produce tal movimiento que su ser, literalmente, se conmociona y se transforma completamente, hasta el punto de que le hastían las cosas que antes le agradaban o desea ardientemente lo que antes le horrorizaba, como el desprecio, la miseria, la renuncia, la interioridad, la humildad, la abyección, el distanciamiento de las criaturas.

Ahora constituye su mayor delicia. Cuando se produce esta agitación, el enfermo -esto es, el hombre exterior, con todas sus facultades- desciende interiormente al fondo de la piscina y se lava a conciencia en Cristo, en su sangre preciosísima. Gracias a este contacto, se cura con toda certeza, como está escrito: "Todos los que lo tocaban se curaban" (J. Taulero, Sermón del evangelio de Juan para el viernes después de ceniza).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Devuélveme la alegría de tu salvación" (Sal 50,14a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Volviendo a un hombre totalmente sano, Jesús le confiere la vida en plenitud; se exhorta ciertamente al hombre a no pecar más, pero él no hace más que una cosa: "andar". A diferencia del ciego de nacimiento, después de su curación, no se pone a proclamar que Jesús es un profeta, ni se pone a confesar su fe, sino que es simplemente un signo vivo de la vida transmitida por el Hijo, y en este sentido expresa al Padre. No hay ninguna consigna de que no "reniegue", sino el deber de existir, de "caminar" simplemente. El creyente es un hombre que camina, si permanece en relación con el Hijo y, por él, con el Padre [...].

¿Cómo transmite Jesús la verdad que habitaba en él? El sabe que la Palabra es creadora de vida y sabe también que la Palabra traducida en palabras corre el peligro de verse confundida con el parloteo del lenguaje humano. Por eso empieza dando la salud a un hombre que llevaba muchos años enfermo; y sólo a continuación ilumina su acción [...]. Al realizar esta acción en día de sábado, suscita una cuestión sobre la autoridad de su misma persona, y luego explica su sentido.

De esta manera, todo discípulo puede aprender también la forma de comunicar su experiencia de fe. Frente a los que no la comparten, me siento tentado a combatir con palabras que expresen la verdad. Pero de esta manera me olvidaría de que las palabras no son solamente un medio de comunicación, sino también un obstáculo para el encuentro con otro. Por el contrario, si pongo al otro en presencia de un acto que invite a reflexionar sobre ese ser extraño que soy yo (cf. Jn 3,8), entonces se entabla un diálogo, no con palabras que se cruzan, sino entre unos seres vivos, discípulos, para comunicarse a través de unos gestos que ofrecen sentido (X. Léon-Dufour, Lectura del evangelio de Juan, Salamanca 1992, II, 67-68, passim).

 

Día 18

 Miércoles de la cuarta semana de cuaresma o San Cirilo de Jerusalén

Liturgia de las Horas de hoy

 

           San Cirilo nació cerca de Jerusalén y fue Arzobispo de esta ciudad durante 30 años, de los cuales estuvo 16 años en destierro. Era un hombre suave de carácter, enemigo de andar discutiendo, que deseaba más instruir que polemizar, y trataba de permanecer neutral en las discusiones. Pero por eso mismo una vez lo desterraban los de un partido y otra vez los del otro.

          Aunque los de cada partido extremista lo llamaban hereje, sin embargo San Hilario (el defensor del dogma de la Santísima Trinidad) lo tuvo siempre como amigo, y San Atanasio (el defensor de la divinidad de Jesucristo) le profesaba una sincera amistad, y el Concilio general de Constantinopla, en el año 381, lo llama "valiente luchador para defender a la Iglesia de los herejes que niegan las verdades de nuestra religión".

          Una de las acusaciones que le hicieron los enemigos fue el haber vendido varias posesiones de la Iglesia de Jerusalén para ayudar a los pobres en épocas de grandes hambres y miserias. Pero esto mismo hicieron muchos obispos en diversas épocas, con tal de remediar las graves necesidades de los pobres.

          El emperador Juliano, el apóstata, se propuso reconstruir el templo de Jerusalén para demostrar que lo que Jesús había anunciado en el evangelio ya no se cumplía. San Cirilo anunció mientras preparaban las grandes cantidades de materiales para esa reconstrucción, que aquella obra fracasaría estrepitosamente. Y así sucedió y el templo no se reconstruyó.

          San Cirilo de Jerusalén se ha hecho célebre y ha merecido el título de Doctor de la Iglesia, por unos escritos suyos muy importantes que se llaman "Catequesis". Son 18 sermones pronunciados en Jerusalén, y en ellos habla de la penitencia, del pecado, del bautismo, y del Credo, explicándolo frase por frase. Allí instruye a los recién bautizados acerca de las verdades de la fe y habla bellísimamente de la Eucaristía.

          En sus escritos insiste fuertemente en que Jesucristo sí esta presente en la Santa Hostia de la Eucaristía. A los que reciben la comunión en la mano les aconseja: "Hagan de su mano izquierda como un trono en el que se apoya la mano derecha que va a recibir al Rey Celestial. Cuidando: que no se caigan pedacitos de hostia. Así como no dejaríamos caer al suelo pedacitos de oro, sino que los llevamos con gran cuidado, hagamos lo mismo con los pedacitos de Hostia Consagrada".

          Al volver de su último destierro que duró 11 años, encontró a Jerusalén llena de vicios y desórdenes y divisiones y se dedicó con todas sus fuerzas a volver a las gentes al fervor y a la paz, y a obtener que los que se habían pasado a las herejías volvieran otra vez a la Santa Iglesia Católica.A los 72 años murió en Jerusalén en el año 386. En 1882 el Sumo Pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,8-15

8 Así dice el Señor: Te he respondido en tiempo de gracia, te he auxiliado en día de salvación, te he formado y te he hecho alianza del pueblo para restaurar el país, para repartir las heredades devastadas,

9 para pedir a los cautivos: "¡Salid", a los que están en tinieblas: "¡Dejaos ver!". A lo largo de los caminos se apacentarán, en todos los montes pelados tendrán pastos.

10 No pasarán hambre ni sed, el bochorno y el sol no los dañarán, pues el que se compadece de ellos los guiará y los conducirá hacia manantiales de agua.

11 Convertiré en caminos mis montos y se nivelarán mis senderos.

12 Vienen todos de lejos, unos del norte y del poniente, otros de la región de Sinín.

13 Gritad, cielos, de gozo; salta, tierra, de alegría; montes, estallad de júbilo, que el Señor consuela a su pueblo, se apiada de sus desvalidos.

14 Sión decía: "Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado".

15 ¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

 

»*• El Siervo de YHWH experimenta el desaliento y el fracaso, pero Dios le infunde nuevos ánimos y dilata hasta el extremo de la tierra los confines de su misión salvífica (vv. 5-7). Implica en primer lugar la liberación de los israelitas del destierro, porque ha llegado el tiempo de la misericordia, el día de la salvación (v. 8). Dios tiene sus tiempos y sus días, en los que ofrece su gracia y realiza su promesa. Penetra en el curso de la historia humana para transformarla. En el designio de Dios, el Siervo es como Moisés: mediador de la alianza. Como Josué, restaurará y repartirá la tierra. Será el heraldo del nuevo éxodo que el Señor mismo, "El Compasivo", guiará como buen pastor y facilitará superando todo lo esperado (vv. lOs). Es un mensaje de vida dirigido a los desterrados descorazonados.

El profeta a continuación contempla desde Jerusalén (v. 12) la entrada en la patria del pueblo, que confluye en la ciudad santa no sólo desde Babilonia, sino desde todos los puntos donde habían sido dispersados. El cosmos entero canta, exultando por la misericordia que el Señor ha tenido con su pueblo (v. 13). Su amor es una ternura honda, visceral. Le caracterizan su entrega y fidelidad perennes. Es su icono el amor de una madre por sus hijos (vv. 14s). Son imágenes tomadas del lenguaje humano para indicar lo unido que está Dios con sus criaturas; no es un Dios lejano ni impasible, ni un Dios juez implacable, sino un Dios cercano y solícito con la suerte de todos sus hijos.

 

Evangelio: Juan 5,17-30

17 Dijo Jesús: - Mi Padre no cesa nunca de trabajar; por eso yo trabajo también en todo tiempo.

18 Esta afirmación provocó en los judíos un mayor deseo de matarlo, porque no sólo no respetaba el sábado, sino que además decía que Dios era su propio Padre, y se hacía igual a Dios.

19 Jesús prosiguió, diciendo: - Yo os aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta; él hace únicamente lo que ve hacer al Padre: lo que hace el Padre, eso hace también el Hijo.

20 Pues el Padre ama al Hijo y le manifiesta todas sus obras; y le manifestará todavía cosas mayores, de modo que vosotros mismos quedaréis maravillados.

21 Porque así como el Padre resucita a los muertos dándoles la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere.

22 El Padre no juzga a nadie, sino que le ha dado al Hijo todo el poder de juzgar.

23 Y quiere que todos den al Hijo el mismo honor que dan al Padre. El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo ha enviado.

24 Yo os aseguro que quien acepta lo que yo digo y cree en el que me ha enviado, tiene la vida eterna; no sufrirá un juicio de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida.

25 Os aseguro que está llegando la hora, mejor aún, ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y todos los que la oigan, vivirán.

26 El Padre tiene el poder de dar la vida, y ha dado al Hijo ese mismo poder.

27 Le ha dado también autoridad para juzgar, porque es el Hijo del hombre.

28 No os admiréis de lo que os estoy diciendo, porque llegará el momento en que todos los muertos oirán su voz

29 y saldrán de los sepulcros. Los que hicieron el bien resucitarán para la vida eterna, pero los que hicieron el mal resucitarán para su condenación.

30 Yo no puedo hacer nada por mi cuenta. Juzgo según lo que Dios me dice, y mi juicio es justo, porque no pretendo actuar según mi voluntad, sino que cumplo la voluntad del que me ha enviado.

 

**• Jesús es perseguido por los judíos a causa de las curaciones que realiza en sábado. Para fundamentar sus obras, Jesús revela su propia identidad de Hijo de Dios, poniéndose así por encima de la Ley. El v. 17 alude a especulaciones judías: el descanso sabático de Dios se refiere a su obra creadora, no a la continua actividad de Dios, que incesantemente da la vida y juzga (el Eterno nunca puede interrumpir estas dos actividades, porque pertenecen a su propia naturaleza).

En los versículos 19-30, Jesús muestra que se atiene en todo a la actividad de Dios como hijo que aprende en la escuela de su padre. "El hijo no puede hacer nada por su cuenta": esta afirmación, reiterada en el v. 30, incluye la perícopa e indica su sentido. La total unidad entre la acción del Padre y del Hijo es fruto de la completa obediencia del Hijo, que ama el querer del Padre y comparte su amor desmesurado por los pecadores. Por eso el Padre da al Hijo lo que a él sólo pertenece: el poder sobre la vida y la autoridad del juicio (vv. 25s). Esta íntima relación entre Padre e Hijo puede extenderse también a los hombres por medio de la escucha obediente de la Palabra de Jesús, que hace entrar en el dinamismo de la vida eterna superando la condición existencial de muerte que caracteriza la vida presente.

 

MEDITATIO

El Señor ha constituido a su Siervo como alianza para restaurar el país. El Padre ha enviado al Hijo y le ha dado el poder de resucitar de entre los muertos. Nadie está excluido de esta invitación a la vida, nadie podrá sentirse abandonado u olvidado por Dios, porque el único verdaderamente abandonado es el Hijo amado, a quien un Amor más grande entrega a la muerte en la cruz para librarnos de la muerte eterna. A los judíos que le acusan de violar el sábado y de no respetar el descanso del mismo Dios, él les revela la propia conformidad sustancial de Hijo que actúa en todo de acuerdo con lo que ve y escucha del Padre: por consiguiente, de él recibe la autoridad de juzgar. A cuantos escuchan con fe su Palabra y la guardan en el corazón, les da el poder de llegar a ser hijos de Dios; desde ahora pasan de la muerte a la vida eterna, y, en el último día, no encontrarán al juez, sino al Padre, que les espera desde siempre, porque en ellos reconoce el rostro de su Hijo amado, el Unigénito, convertido por nosotros en hermano primogénito.

Grande es la esperanza que se nos propone: nos concede nueva luz en la existencia cotidiana. Vivir como hijos es la herencia eterna y, a la vez, el tesoro secreto que nos sostiene cada día en la fatiga.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú que siempre miras al Padre y cumples lo que le ves hacer, atrae nuestra mirada a ti: en tu luz veremos la luz, aprenderemos a vivir como hijos de Dios.

De él has recibido el poder de dar la vida y devolverla, nueva, al que la ha perdido, porque te has entregado a la muerte por todos. Aumenta nuestra fe; en ti está la fuente viva y de ti lograremos con gozo nuestra salvación.

Tú, juez de todo mortal, que escuchas siempre los juicios veraces de Dios, haz que nosotros escuchemos tu Palabra con corazón obediente; de ti aprenderemos que la mayor sabiduría es adherirse a la voluntad del Padre con humilde amor. En la fiesta sin fin de la divina ternura, que envuelve a todo hombre para convertirlo en hijo, gozaremos contigo, oh Hijo unigénito, porque no te has avergonzado de llamarnos "hermanos".

 

CONTEMPLATIO

Si ha descendido a la tierra ha sido por compasión hacia el género humano. Sí, ha padecido nuestros sufrimientos antes de padecer la cruz, incluso antes de haber asumido nuestra carne. Pues si no hubiese sufrido, no habría venido a compartir nuestra vida humana. Primero ha sufrido, luego ha descendido. ¿Cuál es la pasión que sintió por nosotros? La pasión del amor. El mismo Padre, el Dios del universo, "lento a la ira y rico en misericordia", ¿no sufre en cierto modo con nosotros? ¿Lo ignorarías tú, que gobernando las cosas humanas padeces con los sufrimientos de los hombres? Como el Hijo de Dios "llevó nuestros dolores", también el mismo Dios soporta "nuestro padecer". Ni siquiera el Padre es impasible. Tiene piedad, sabe algo de la pasión de amor... (Orígenes, Homilías sobre Ezequiel, VI, 6, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Acuérdate, Señor, de tu ternura" (Sal 24,6a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Anunciar la resurrección no es anunciar otra vida, sino mostrar que la vida puede ganar en intensidad y que todas las situaciones e muerte que atravesamos pueden transformarse en resurrección.

Un gran poeta francés, Paul Eluard, decía: "Hay otros mundos, pero están en este". Así es como debemos pensar en la resurrección. Creo que debemos intentar participar un poco en esta realidad, esto es, intentar convertirnos en hombres de resurrección, testimoniando una moral de resurrección como una llamada a una vida más profunda, más intensa, que finalmente pueda deshacer el sentido mismo de la muerte. Pues estoy convencido de que el gran problema de los hombres de hoy es precisamente el problema de la muerte. Pienso que el lenguaje que debemos utilizar para dirigirnos a los hombres es ante todo el ejemplo que debemos dar, el lenguaje de la vida: con este lenguaje lograremos que comprendan lo que significa resurrección.

Nos hacen falta profetas quizás un poco locos. Sí, porque la resurrección es una locura, y hay que anunciarla a lo loco: si se anuncia de un modo "educado", no puede funcionar. Debemos decir: "Cristo ha resucitado", y todos nosotros hemos resucitado en él. Todos los hombres; no sólo los que pertenecen a la Iglesia, todos. Y entonces, si en lo más hondo de nosotros la angustia se transforma en confianza, podremos hacer lo que nadie se atreve a hacer hoy: bendecir la vida.

Hoy los cristianos son cada vez más minoritarios, casi en diáspora. ¿Qué relación tiene esta minoría con la humanidad entera? Esta minoría es un pueblo aparte para ser reyes, sacerdotes y profetas; para trabajar, servir, orar por la salvación universal y la transfiguración del universo, para convertirse en servidores pobres y pacíficos del Dios crucificado y resucitado (O. Clément, cit. en En el drama de la incredulidad con Teresa de Lisieux, Verbo Divino, Estella 1998). 

 

 

Día 19

Jueves de la cuarta semana de cuaresma o San José (19 de marzo)

 Liturgia de las Horas de hoy

José, descendiente de David, era, probablemente, de Belén. Por motivos familiares o de trabajo, se trasladó más tarde a Nazaret, y allí se convirtió en esposo de María. El ángel de Dios le comunicó el misterio de la encarnación del Mesías en el seno de María, y José, hombre justo, aceptó, aunque no sin haber padecido una dura crisis interior.

Se fue después a Belén, para el nacimiento del niño, y tuvo que huir a Egipto, de donde volvió para ir de nuevo a Nazaret.

Cuando Jesús tiene doce años, vemos a José y a María en Jerusalén, donde encontraron a su hijo entre los doctores del templo. A continuación, el evangelio calla. Es posible que muriera antes del comienzo de la vida pública de Jesús.

  

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 32,7-14

7 El Señor dijo a Moisés: - Vete, baja porque se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto.

8 Muy pronto se han apartado del camino que les señalé, pues se han fabricado un becerro chapado en oro, se están postrando ante él, le ofrecen sacrificios y repiten: "Israel, éste es tu Dios, el que te sacó de Egipto".

9 Y añadió el Señor: - Me estoy dando cuenta de que ese pueblo es un pueblo obcecado.

10 Déjame; voy a desahogar mi furor contra ellos y los aniquilaré. A ti, sin embargo, te convertiré en padre de una gran nación.

11 Moisés suplicó al Señor, su Dios, diciendo: - Señor, ¿por qué se va a desahogar tu furor contra tu pueblo, al que tú sacaste de Egipto con tan gran fuerza y poder?

12 ¿Vas a permitir que digan los egipcios: "Los sacó con mala intención, para matarlos entre los montes y borrarlos de la faz de la tierra"? Aplaca el ardor de tu ira y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo. "Recuerda a Abrahán, a Isaac y a Israel, tus servidores, a quienes juraste por tu honor y les prometiste:

13 Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo y daré a vuestros descendientes esa tierra de la que os hable, para que la posean como heredad eterna".

14 Y el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo.

 

**• Dios acaba de establecer su alianza con Israel, confirmándola con una solemne promesa (cf. Ex 24,3). Moisés todavía está en el monte Sinaí en presencia del Señor, donde recibe las tablas de la Ley, documento base de la alianza. Pero el pueblo ya ha cedido a la tentación de la idolatría: se construye un becerro de oro, obra de manos humanas, y se atreve a adorarlo como el Dios que le ha librado de la esclavitud de Egipto (v. 8). Dios montó en cólera (las características antropomórficas con las que se describe a Dios en este episodio atestiguan la antigüedad del fragmento). Sin duda, informó a Moisés de lo acaecido (v. 7): se ha roto la alianza. Es un momento trágico: Dios está a punto de repudiar a Israel, sorprendido en flagrante adulterio.

Aunque Moisés, jefe del pueblo, permaneció fiel. ¿Le rechazará también el Señor? No, pero se pondrá a prueba su fidelidad. ¿Cómo? Mientras el Señor amenaza con destruir al pueblo, propone a Moisés comenzar con él una nueva historia y le promete un futuro rico de esperanza (v. 10). Moisés no cede a la "tentación". Ha recibido la misión de guiar a Israel hacia la tierra prometida y no abandona al pueblo. Como en otro tiempo Abrahán (cf. Gn 18), intercede poniéndose como un escudo entre Dios y el pueblo pecador. Con su súplica, trata de "dulcificar el rostro del Señor" (v. 11). Su angustiosa oración, en la que recuerda al Señor las promesas hechas a los patriarcas, es tan ardiente que llega al corazón de Dios.

 

Evangelio: Juan 5,31-47

Dijo Jesús:

31 Si me presentase como testigo de mí mismo, mi testimonio carecería de valor.

32 Es otro el que testifica a mi favor, y su testimonio es válido.

33 Vosotros mismos enviasteis una comisión a preguntar a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad.

34 Y no es que yo tenga necesidad de testigos humanos que testifiquen a mi favor; si digo esto es para que vosotros podáis salvaros.

35 Juan el Bautista era como una lámpara encendida que alumbraba; vosotros estuvisteis dispuestos, durante algún tiempo, a alegraros con su luz.

36 Pero yo tengo a mi favor un testimonio de mayor valor que el de Juan. Una prueba evidente de que el Padre me ha enviado es que realizo la obra que el Padre me encargó llevar a cabo.

37 También habla a mi favor el Padre que me envió, aunque vosotros nunca habéis oído su voz ni visto su rostro.

38 Su palabra no ha tenido acogida en vosotros; así lo prueba el hecho de que no queréis creer en el enviado del Padre.

39 Estudiáis apasionadamente las Escrituras, pensando encontrar en ellas la vida eterna; pues bien, también las Escrituras hablan de mí;

40 y a pesar de ello, vosotros no queréis aceptarme para tener vida eterna.

41 Yo no busco honores que puedan dar los hombres.

42 Además, os conozco muy bien y sé que no amáis a Dios.

43 Yo he venido de parte de mi Padre, pero vosotros no me aceptáis; en cambio, aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre propio.

44 ¿Cómo vais a creer vosotros, si lo que os preocupa es recibir honores los unos de los otros y no os interesáis por el verdadero honor, que viene del Dios único?

45 No penséis que voy a ser yo quien os acuse ante mi Padre; os acusará Moisés, en quien tenéis puesta vuestra esperanza.

46 Él escribió acerca de mí; por eso, si creyerais a Moisés, también me creeríais a mí.

47 Pero si no creéis lo que él escribió, ¿cómo vais a creer lo que yo digo?

 

**• Continúa el discurso apologético de Jesús como réplica a las acusaciones de los judíos. A medida que avanza el discurso, se va enconando más y más. Cada vez aparece más clara la distinción entre el "yo" de Jesús y el "vosotros" de los oyentes hostiles. La perícopa llega al punto culminante del proceso del Señor Dios contra su pueblo amado con predilección, pero obstinadamente rebelde, ciego y sordo.

Cuatro son los testimonios aducidos por Jesús que deberían llevar a los oyentes a reconocerlo como Mesías, el enviado del Padre, el Hijo de Dios: las palabras de Juan Bautista, hombre enviado por Dios; las obras de vida que él mismo ha realizado por mandato de Dios; la voz del Padre, y, finalmente, las Escrituras. Estos testimonios, tan diversos, tienen dos características comunes: por una parte, como respuesta a la acusación de blasfemia por los judíos contra Jesús, remiten al actuar salvífico de Dios Padre; por otra, no dicen nada verdaderamente nuevo.

Los judíos se encuentran así sometidos a un proceso. Su ceguera procede de una desviación radical, interior: los acusadores no buscan la "gloria que procede sólo de Dios", revela el riesgo y les pone en guardia: creen obtener vida eterna escudriñando los escritos de Moisés, pero estos escritos son los que les acusan. ¿El intercesor por excelencia tendrá que convertirse en su acusador? El fragmento concluye con una pregunta que pide a cada uno examinar la autenticidad y sinceridad de la propia fe.

 

MEDITATIO

Llevar una vida auténticamente religiosa significa ante todo sentirse dependiente de Dios, unidos a él con un vínculo indisoluble. Lo demás es secundario. De ahí brotan las actitudes espirituales y prácticas que caracterizan al creyente y le diferencian del no creyente. El creyente es el que, en una situación de prueba, no abandona a Dios como si fuese la causa de su mal, sino que se vuelve hacia él con una insistencia invencible, romo hizo Moisés.

Además, el creyente adulto en la fe siente como prueba personal las pruebas de sus hermanos próximos o lejanos: en todos ve a su prójimo. Ora por todos y es un intercesor universal, dispuesto a cargar con las debilidades de los demás, a sufrir para que los otros puedan ser aliviados en su dolor, como hicieron Moisés y, sobre todo, Jesús, el inocente muerto como pecador por nosotros, injustos. En esta humilde, fiel y continua donación de sí está el verdadero testimonio. Frente a una vida entregada al servicio de los más débiles, frente a personas que no acusan, sino que suplican y perdonan, antes o después surgirá la pregunta: "¿Por qué actúa así?". La existencia de un Dios que es amor no se "demuestra" más que dejando transparentar que vive en los corazones de los que le acogen.

 

ORATIO

Señor, esplendor de la gloria del Padre, ten piedad de nosotros. Hemos buscado la gloria humana vanamente: lo único que sacamos es hacernos más duros de corazón, sin saber dar un sentido a las cosas, a los acontecimientos.

Queremos ir a ti para tener vida; a ti, que eres transparencia del rostro del Dios-humildad. Jesús, testigo fiel y veraz del Padre, ten piedad de nosotros. Hemos rechazado las exigencias de tu Palabra y hemos preferido seguir los ídolos del mundo, viviendo una "espiritualidad de compromiso": ilusiones falaces que apagan el amor interior. Queremos ir a ti para tener vida; a ti, que nos permites oír la voz del Dios-verdad.

Cristo, Hijo obediente enviado por el Padre, ten piedad de nosotros. Hemos olvidado las Escrituras, que nos cuentan la pasión que sufriste por nosotros; hemos apartado la mirada de quien todavía vive la pasión en el cuerpo o en el corazón; intercede por nosotros, pecadores, tú, inocente Cordero de Dios. Queremos ir a ti para tener vida; a ti, que eres la presencia encarnada del Dios-misericordia.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh, cuan bella, dulce y cariñosa es la Sabiduría encarnada, Jesús! ¡Cuan bella es la eternidad, pues es el esplendor de su Padre, el espejo sin mancha y la imagen de su bondad, más radiante que el sol y más resplandeciente que la luz! ¡Cuan bella en el tiempo, pues ha sido formada por el Espíritu Santo pura, libre de pecado y hermosa, sin la menor mancilla, y durante su vida enamoró la mirada y el corazón de los hombres y es actualmente la gloria de los ángeles! ¡Cuan tierna y dulce es para los hombres, especialmente para los pobres y pecadores, a los que vino a buscar visiblemente en el mundo y a los que sigue todavía buscando invisiblemente!

Que nadie se imagine que, por hallarse ahora triunfante y glorioso, es Jesús menos dulce y condescendiente; al contrario, su gloria perfecciona en cierto modo su dulzura; más que brillar, desea perdonar; más que ostentar las riquezas de su gloria, desea mostrar la abundancia de su misericordia (L.-M. Grignion de Montfort El amor de la Sabiduría eterna, XI, 126-127).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "El que cree tiene la vida eterna" (Jn 6,47).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La tradición cristiana sostiene que el libro que vale la pena leer es nuestro Señor Jesucristo. La palabra Biblia significa "libro", y todas las páginas de este libro hablan de él y quieren llevar a él [...].

Es necesario que se dé un encuentro entre Cristo y la persona humana, entre ese Libro que es Cristo y el corazón humano, en el que está escrito Cristo no con tinta, sino con el Espíritu Santo. ¿Por qué leer? Porque Jesús mismo ha leído. Fue libro y lector, y continúa siendo ambas cosas en nosotros. ¿Cómo leer? Como leyó Jesús. Sabemos que Jesús leyó y explicó a Isaías en la sinagoga de Nazaret. Sabemos también cómo comprendió las Escrituras y cómo a través de ellas se comprendió a sí mismo y su misión. Como lector del libro y él mismo como Libro, después de su glorificación concedió este carisma de lectura a sus discípulos, a la Iglesia y también a nosotros. Desde entonces, gracias al Espíritu, que actúa en la Iglesia, toda lectura del Libro sagrado es participación de este don de Cristo. Somos movidos a leer la Escritura porque él mismo lo hizo y porque en ella le encontramos a él. Leemos la Escritura en él y con su gracia.

Y debemos concluir que la lectura cristiana de las Escrituras no es principalmente un ejercicio intelectual, sino que, esencialmente, es una experiencia de Cristo, en el Espíritu, en presencia del Padre, como el mismo Cristo está unido a él, cara a cara, orientado a él, penetrando en él y penetrado por él. La experiencia de Cristo fue esencialmente la conciencia de ser amado por el Padre y de responder a este amor con el suyo. Es un intercambio de amor. A través de nuestra experiencia personal, seremos capaces de leer a Cristo-Libro y, en él, a Dios Padre (J. Leclercq, Ossa humiliata, Seregno 1993, 65-85, passim).

 

Día 20

Viernes de la cuarta semana de cuaresma

 Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 2, 1a. 12-22

2,1a Dijeron los impíos, discurriendo equivocadamente:

12 Acechemos al justo, porque nos resulta insoportable y se opone a nuestra forma de actuar, nos echa en cara que no hemos cumplido la Ley, y nos reprocha las faltas contra la educación recibida;

13 se precia de conocer a Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor.

14 Es un reproche contra nuestros pensamientos, y sólo verlo nos molesta.

15 Pues lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes.

16 Nos considera moneda falsa, se aparta de nosotros como si fuéramos impuros. Proclama dichosa la suerte de los justos y se precia de tener a Dios por Padre.

17 Veamos si es verdad lo que dice, comprobemos cómo le va al final.

18 Porque si el justo es hijo de Dios, él lo asistirá y lo librará de las manos de sus adversarios.

19 Probémoslo con ultrajes y tortura: así veremos hasta dónde llega su paciencia y comprobaremos su resistencia.

20 Condenémoslo a muerte ignominiosa, pues, según dice, “Dios lo librará".

21 Así piensan, pero se equivocan, pues los ciega su maldad.

22 Ignoran los secretos de Dios, no confían en el premio de la virtud, ni creen en la recompensa de los intachables.

 

*+• Después de una exhortación para vivir de acuerdo con la justicia (Sab 1,1-15), el hagiógrafo deja la palabra a los "impíos". Éstos, en un discurso articulado, exponen su "filosofía": viven la vida como búsqueda desenfrenada del placer, eliminando -incluso con violencia- cualquier obstáculo que se les ponga por delante. Los dos versículos que enmarcan la exposición manifiestan un claro juicio condenatorio: razonan equivocadamente (v. 1), se engañan (v. 21).

Los "impíos" de los que se habla son probablemente los hebreos apóstatas de la comunidad de Jerusalén, que, aliados con los paganos, persiguen a sus hermanos fieles al Dios de la alianza. Con su conducta estos "justos" constituyen una presencia insoportable. Cuatro imperativos muestran un creciente rencor oculto que se convierte en odio abierto: del tender acechanzas se pasa al insulto, para llegar finalmente al proyecto de condena a muerte, en un desafío blasfemo contra Dios (v. 18; cf. v. 20).

El "resto" de Israel vive su pasión profetizando la del Mesías. Jesús es el único Justo verdadero, el Hijo amado, el humilde puesto a prueba, escarnecido (v. 19) y condenado a una muerte infame (v. 20). Pero, sobre todo, es él quien, habiendo puesto toda su confianza en el Padre, surge del abismo en la luz de pascua como primogénito de los muertos. La esperanza del Antiguo Testamento adquiere una dimensión inesperada, que supera cualquier "profecía" posible: por los méritos de uno solo, todos son constituidos "justos", si se abre el corazón para acoger el don de su gracia.

 

Evangelio: Juan 7,1-2.10.25-30

1 Después de algún tiempo, Jesús andaba por Galilea. Evitaba estar en Judea porque los judíos buscaban la ocasión para matarlo.

2 Ya estaba cerca la fiesta judía de las Tiendas.

10 Cuando sus hermanos se habían marchado ya a la fiesta, fue también Jesús, pero de incógnito, no públicamente.

25 Entonces, algunos de los que vivían en Jerusalén se preguntaban: - ¿No es éste el hombre al que quieren matar?

26 Resulta que está hablando en público y nadie le dice ni una palabra. ¿Es que habrán reconocido nuestros jefes que es en realidad el Mesías?

27 Pero, por otra parte, cuando aparezca el Mesías, nadie sabrá de dónde viene, y éste sabemos de dónde es.

28 Al oír estos comentarios, Jesús, que estaba enseñando en el templo, levantó la voz y afirmó: - ¿De manera que me conocéis y sabéis de dónde soy? Sin embargo, yo no he venido por mi propia cuenta, sino que he sido enviado por aquel que es veraz, a quien vosotros no conocéis.

28 Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él quien me ha enviado.

29 Intentaron entonces detenerlo, pero nadie se atrevió a ponerle la mano encima, porque todavía no había llegado su hora.

 

**• La persona de Jesús suscitó preguntas e inquietudes entre sus contemporáneos, mientras la aversión de los jefes judíos llega al paroxismo (v. Ib). Jesús no es un provocador ni un cobarde: espera la hora del Padre sin huir ni adelantar los acontecimientos. Por eso evita la Judea hostil y cuando por fin sube a Jerusalén a la fiesta más popular, la de las Tiendas, lo hace "de incógnito", contrariamente al deseo de sus parientes, pero deseosos de disfrutar su fama (vv. 3-5). En la ciudad santa, sin embargo, es reconocido en seguida. Y como siempre se dividen los ánimos: ahora se trata de su mesianismo.

Los círculos apocalípticos de la época sostenían el origen misterioso del Mesías: y si Jesús proviene de Nazaret, es sólo un impostor (vv. 26s). Jesús no ignora las voces que se van difundiendo, y sobre ellas se eleva su propia voz, fuerte y clara, en el templo (v. 28: literalmente "grito"; se trata de una proclamación solemne y con autoridad). Con sutil ironía, se muestra que su origen es efectivamente desconocido a los que piensan saber muchas cosas de él: de hecho, no quieren reconocerlo como el enviado de Dios y por eso no conocen al Dios veraz y fiel que cumple en él sus promesas.

Las palabras de Jesús suenan a los oídos de sus adversarios como una ironía, un insulto y una blasfemia. Tratan de echarle mano, pero en vano: él es el Señor del tiempo y las circunstancias, porque se ha sometido totalmente al designio del Padre, y todavía no ha llegado su "hora" (v. 30).

 

MEDITATIO

Juan ubica el drama mesiánico en el interior de la historia del pueblo de Dios; en particular, une la vida de Jesús con las celebraciones de las grandes fiestas hebreas, que tenían como objetivo mantener viva la memoria de las grandes obras de Dios. Como siempre, en el cuarto evangelio, los pequeños detalles adquieren un valor simbólico. ¿Por qué aparece el complot contra Jesús pocos días antes de la celebración de la fiesta de las Tiendas? En esta fiesta se agradecía a Dios las cosechas y se recordaban los cuarenta años pasados en el desierto. Se construían chozas con ramas –también en Jerusalén-, a las que se iba a meditar: retiro en un desierto simbólico.

La controversia que relata Juan se sitúa precisamente en vísperas de este tiempo propicio a la reflexión. Es como si Jesús hiciese un último esfuerzo para invitar a los adversarios a reflexionar sobre su persona y sobre sus "obras". Sabemos que el resultado fue negativo. ¿No podríamos quizás nosotros, acogiendo la sugerencia de la liturgia de hoy, hacer este alto en nuestro camino hacia la pascua, tomarnos un tiempo para dedicarlo a releer y meditar este texto tan denso e inagotable, para interrogarnos más profundamente sobre el misterio de la persona de Jesús y adherirnos a él con mayor amor?

 

MEDITATIO

¡Ven, Espíritu Santo de Dios! Hemos endurecido nuestros corazones como una piedra a causa de nuestro pertinaz orgullo, la violencia finamente perpetrada, las grandes o pequeñas ambiciones que perseguimos a toda costa. Cada día condenamos al Inocente a una muerte infame, cuando nos mueve un principio distinto de el del amor. El mal que hacemos, quizás sin darnos cuenta, aplasta hoy a los inocentes.

¡Ven, Espíritu Santo, crea en nosotros un corazón nuevo! Tú, luz santísima, esclarece la conciencia, ilumina la inteligencia: pretendíamos conocer a Dios y hemos despreciado a su Cristo en la multitud de pobres humillados por la vida que, sin apariencia ni brillo, han pasado junto a nosotros.

¡Ven, Espíritu Santo, crea en nosotros un corazón nuevo! Dulce huésped del alma, ayúdanos a descubrir el origen del Humilde que soportó en silencio la iniquidad de todos nosotros sin avergonzarse de llamarnos "hermanos". Confórmanos a él para que comprendamos la gracia de vivir como hijos del único Padre, enviados por él con Cristo a llevar el amor a todo ser humano.

¡Ven, Espíritu Santo, crea en nosotros un corazón nuevo!

 

CONTEMPLATIO

Tú eres el Cristo, Hijo del Dios vivo. Tú eres el revelador de Dios invisible, el primogénito de toda criatura, el fundamento de todo. Tú eres el Maestro de la humanidad.

Tú eres el Redentor: naciste, moriste y resucitaste por nosotros. Tú eres el centro de la historia y del mundo.

Tú eres quien nos conoce y nos ama. Tú eres el compañero y amigo de nuestra vida. Tú eres el hombre del dolor y de la esperanza. Tú eres aquel que debe venir y que un día será nuestro juez y, así esperamos, nuestra felicidad.

Nunca acabaría de hablar de ti. Tú eres luz y verdad; más aún: tú eres "el camino, la verdad y la vida" [...].

Tú eres el principio y el fin: el alfa y la omega. Tú eres el rey del nuevo mundo. Tú eres el secreto de la historia.

Tú eres la clave de nuestro destino. eres el mediador, el puente entre la tierra y el cielo. Tú eres por antonomasia el Hijo del hombre, porque eres el Hijo de Dios, eterno, infinito.

Tú eres nuestro Salvador. Tú eres nuestro mayor bienhechor. Tú eres nuestro libertador. Tú eres necesario para que seamos dignos y auténticos en el orden temporal y hombres salvados y elevados al orden sobrenatural.

Amén (Pablo VI, 29 noviembre 1970).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor" (Sal 33,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la vida de Jesús, en su vivir mediante el Padre, se hace presente el sentido intrínseco del mundo, que se nos brinda como amor -de un amor que ama individualmente a cada uno de nosotros- y, por el don incomprensible de este amor, sin caducidad, sin ofuscamiento egoísta, hace la vida digna de vivirse. La fe es, pues, encontrar un tú que me sostiene y que en la imposibilidad de realizar un movimiento humano da la promesa de un amor indestructible que no sólo aspira a la eternidad, sino que la otorga. La fe cristiana obtiene su linfa vital del hecho de que no sólo existe objetivamente un sentido de la realidad, sino que este sentido está personalizado en Uno que me conoce y me ama, de suerte que puedo confiar en él con la seguridad de un niño que ve resueltos todos sus problemas en el "tú" de su madre.

Todo esto no elimina la reflexión. El creyente vivirá siempre en esa oscuridad, rodeado de la contradicción de la incredulidad, encadenado como en una prisión de la que no es posible huir. Y la indiferencia del mundo, que continúa impertérrito como si nada hubiese sucedido, parece ser sólo una burla de sus esperanzas. ¿Lo eres realmente? A hacernos esta pregunta nos obligan la honradez del pensamiento y la responsabilidad de la razón, y también la ley interna del amor, que quisiera conocer más y más a quien ha dado su "sí", para amarle más y más.

¿Lo eres realmente? Yo creo en ti, Jesús de Nazaret, como sentido del mundo y de mi vida (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca 1969, 57-58, passim).

 

Día 21

Sábado de la cuarta semana de cuaresma

 Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 11,18-20

Dijo Jeremías:

18 Señor todopoderoso me lo hizo saber y comprendí. Entonces me hiciste descubrir sus maquinaciones.

19 Yo era como un cordero manso llevado al matadero; no sabía lo que tramaban contra mí. "¡Destruyamos el árbol cuando aún tiene savia, arranquémosle de la tierra de los vivos v que no se mencione más su nombre!"

20 Pero tú, Señor todopoderoso, juzgas rectamente y examinas los pensamientos e intenciones; haz que yo pueda ver tu venganza sobre ellos, porque a ti he confiado mi causa.

 

**• El presente texto constituye la primera de las llamadas "confesiones de Jeremías". Son ráfagas de luz que nos permiten adentrarnos en el mundo interior del profeta a través de las repercusiones personales de su misión: son un testimonio precioso, único en la Biblia.

Por voluntad del Señor, Jeremías descubre la conjura que sus paisanos de Anatot han urdido contra él para quitarle de en medio (v. 19). Es difícil precisar las causas históricas, pero esto no impide captar el mensaje fundamental. En la historia de la salvación, las vicisitudes de la vida del profeta son de capital importancia, por el modo con que tuvo que vivirlas.

Jeremías, víctima inocente, pensando en el peligro que acaba de pasar, se compara con un cordero manso llevado al matadero. Esta imagen, presente también en el cuarto canto del Siervo sufriente de YHWH (Is 53,7), se utilizará ampliamente para describir al Mesías Sufriente que expía en silencio el pecado del mundo (Jn 1,29; 1 Pe 1,19; Ap 5,6ss). Atormentado en el corazón y la mente, el profeta sufre, y se atreve -él, tan humilde- a elevar una oración de venganza: es la ley del talión.

Jeremías vive su pasión como hombre del Antiguo Testamento; será Jesús, realidad de lo que el profeta figuraba, quien morirá inocente, poniéndose en las manos del Padre él mismo y poniendo también a sus adversarios, que le crucificaron, para que les perdone.

 

Evangelio: Juan 7,40-53

40 Al oír a Jesús manifestarse de este modo, algunos afirmaban: - Seguro que éste es el Profeta.

41 Otros decían: - Éste es el Mesías. Otros, por el contrario: - ¿Acaso va a venir el Mesías de Galilea?

42 ¿No afirma la Escritura que el Mesías tiene que ser de la familia de David y de su mismo pueblo, de Belén?

43 Y surgió entre la gente una discordia por su causa.

44 Algunos querían detenerlo, pero nadie se atrevió a ponerle la mano encima.

45 Los guardias fueron donde estaban los jefes de los sacerdotes y los fariseos, y éstos les preguntaron: - ¿Por qué no lo habéis traído?

46 Los guardias contestaron: - Nadie ha hablado jamás como lo hace este hombre.

47 Los fariseos les replicaron: - ¿También vosotros os habéis dejado seducir?

48 ¿No os dais cuenta de que ninguno de nuestros jefes ni los fariseos han creído en él?

49 Lo que ocurre es que esta gente, que no conoce la Ley, se halla bajo la maldición.

50 Uno de ellos, Nicodemo, el mismo que en otra ocasión había ido a ver a Jesús, intervino y dijo:

51 - ¿Acaso nuestra Ley permite condenar a alguien sin haberle oído previamente para saber lo que ha hecho?

52 Los otros le replicaron: - ¿También tú eres de Galilea? Investiga las Escrituras y llegarás a la conclusión de que los profetas jamás han surgido de Galilea.

53 Cada uno se marchó a su casa.

 

^ "Y surgió entre la gente una discordia por su causa" (v. 43); escena tomada al vivo. El evangelista nos muestra cómo la gente discute sobre un hombre de los que todos hablan, preguntándose si no será el Mesías. Su palabra de autoridad, que fascina incluso a los guardias enviados para arrestarlo (v. 46), no podría dejar lugar a dudas. Pero, sin embargo, se esgrimían dos fuertes argumentos en contra. En primer lugar, -Jesús viene de Galilea, y la Escritura dice que nacería en Belén. Pero, sobre todo, el hecho de que los jefes del pueblo y los fariseos no ha creído en él: ¿puede quizás la gente ordinaria tener otro parecer respecto a este hombre con pretensiones inauditas? Frente a la agitación general, los que ejercen el poder y la ciencia responden con sarcasmo y desprecio, síntomas inequívocos de una reacción desmesurada dictada por el miedo a perder prestigio.

Sólo se distingue la valiente voz de Nicodemo -el que vino a ver a Jesús de noche (cf. Jn 3,1)-, que indica que la misma Ley no juzga a nadie antes de haberle escuchado.

También se le tacha de ignorancia. Y bruscamente concluye Juan: "Cada uno se marchó a su casa" (v. 53), algunos llevando en el corazón el deseo de conocer más a Jesús; otros, con un rechazo más enconado. Pero la Palabra no calla: todavía no había llegado su hora.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios siempre es viva, pero, ciertamente, hoy nos presenta temas particularmente impactantes.

La confesión dolorosa del profeta Jeremías nos dice hasta qué punto hay que estar dispuestos a padecer por ser fieles a Dios, sirviéndole con corazón recto. Pero no menos chocantes son las preguntas sobre la identidad del Mesías que aparecen en el Evangelio. Hoy también se nos pregunta, a veces angustiosamente, quién es Jesús.

La gente se divide en el modo de pensar y buscar la verdad. Muchos "se marchan a su casa" encerrados en la duda o la indiferencia porque rechazan al único que es capaz de unificar el corazón y los hombres. ¿Y qué decir de las amenazas, persecuciones y condenas de inocentes?

Un cuadro oscuro aparece ante nuestros ojos... Sin embargo, siempre existen figuras egregias que, como Nicodemo, desafían la opinión de los "poderosos" con su indómita pasión por la verdad.

Por cierto, no fue nada fácil para los contemporáneos de Cristo creer en él. Debe brotar en nosotros un inmenso agradecimiento hacia los que le reconocieron y siguieron, pues abrieron con su fe el camino de la salvación.

¿Dónde está hoy Jesucristo? ¿Dónde podremos reconocerlo y seguirle? Quizás sea ésta la única pregunta que nos interese, y nadie puede responder por nosotros. Leer estos textos, confrontándolos con la historia actual, significa adentrarse en la Palabra de Dios, vivir a Cristo.

 

ORATIO

Oh Dios, Padre omnipotente, noche y día te dirigimos la pregunta angustiosa: ¿hasta cuándo durarán en la tierra tantos males? ¿Hasta cuándo triunfarán los prepotentes y prosperarán los malvados? ¿Hasta cuándo calumniarán al inocente sin que lo defiendas, perecerá el justo sin que le socorras? Ábrenos los ojos de la fe para poder reconocer que tú das sentido a todo, desde el momento en que estás siempre presente al lado de todo ser humano en tu Hijo amado, el Santo, el Inocente, el Cordero manso llevado por nosotros al matadero.

Haz que vivamos para él y nos adhiramos a su Palabra, en la que creemos y en la que queremos creer con todas nuestras fuerzas.

Aumenta nuestra fe, que nos mantengamos firmes y perseverantes en la hora en la que el misterio extiende su sombra sobre nuestro corazón amedrentado, hasta que se revele en plenitud tu sabio designio de amor.

 

CONTEMPLATIO

Alma cristiana, piensa en tu redención y liberación. Saborea la bondad de tu Redentor; incéndiate en el amor de tu Salvador. ¿Dónde está la fuerza de Cristo? "Sus manos destellan su poder, allí está oculta su fuerza" (cf. Hab 3,4). Ahora bien, el poder está en sus manos porque han sido clavadas en los brazos de la cruz. Pero ¿dónde está la fuerza en tal debilidad, dónde la grandeza en tal humillación, dónde el respeto en tal abyección?

Hay ciertamente algo desconocido, "oculto", en esta debilidad, en esta humillación, en esta abyección. ¡Oh fuerza oculta! Un hombre suspendido en la cruz suspende la muerte eterna a todo el género humano; un hombre clavado al madero desenclava al mundo, condenado a muerte perenne [...].

Fue él quien comprendió lo que agradaba al Padre y podía favorecer a los hombres, y libremente lo hizo. Así el Hijo manifestó al Padre una obediencia libre, cuando quiso realizar espontáneamente lo que sabía que agradaría a su Padre. Con este precio, no solamente el hombre queda exonerado de sus faltas la primera vez, sino que también es acogido por Dios cada vez que vuelve a él arrepentido. Nuestra deuda ha sido pagada por la cruz; por la cruz, nuestro Señor Jesucristo nos ha rescatado. Los que quieren recurrir a esta gracia con auténtico amor se salvan (Anselmo de Aosta, Oraciones y meditaciones; Meditación sobre la redención del hombre, Madrid 1953, 429-437, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único" (Jn3,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La condición del cristiano, en la medida en que ser cristiano es resignarse a estar a merced de alguien, es algo singularmente inconfortable. Y usted lo sabe muy bien. En el fondo, lo que teme es, como dice muy bien, que una vez metido el dedo en el engranaje no se sabe dónde podrá ir a parar. Ciertamente, no se nos oculta que lo que impide tener fe a los que no la tienen es eso. Como es también lo que impide tener más fe a los que ya la tienen.

Siempre es grave introducir a otro en la propia vida, incluso desde el punto de vista humano; se sabe que ya no será posible disponer enteramente de uno. Dejar a Jesús entrar en la vida propia encierra un riesgo terrible. No se sabe hasta dónde nos llevará. Y la fe es precisamente eso. Jamás se me hará creer que es confortable. Tomar en serio a Jesucristo es aceptar en la propia vida la irrupción de lo Absoluto del Amor, aceptar el ser arrastrada hacia no se sabe dónde. Y ese riesgo es al mismo tiempo la liberación, porque, en definitiva, después de todo, sabemos bien que sólo deseamos una cosa: ese Amor absoluto; y que, en última instancia, se nos despoja de nosotros mismos. Esto quiere decir, y me parece lo esencial, que la fe no aparece como una manera de acabar con las aventuras de la inteligencia, como una tranquilidad que uno se concedería cuando queda aún mucho por buscar. La fe no es una meta, sino un punto de partida. Introduce nuestra inteligencia en la más maravillosa de las aventuras, que es contemplar un día a la Trinidad (J. Daniélou, Escándalo de la verdad, Madrid 1962, 136-137, passim).

 

 

Día 22

Quinto domingo de cuaresma

 Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 31,31-34

31 Vienen días, oráculo del Señor, en que yo sellaré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva.

32 No como la alianza que sellé con sus antepasados el día en que los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Entonces ellos violaron la alianza, a pesar de que yo era su dueño, oráculo del Señor.

33 Ésta será la alianza que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: Pondré mi Ley en su interior; la escribiré en su corazón; yo seré su dios y ellos serán mi pueblo.

34 Para instruirse no necesitarán animarse unos a otros diciendo: "¡Conoced al Señor!", porque me conocerán todos, desde el más pequeño hasta el mayor, oráculo del Señor. Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados.

 

*» En el año 586 a.C, Jerusalén fue destruida por Nabucodonosor. Jeremías se encuentra entre los prófugos en espera de la deportación y experimenta con ellos la lejanía de su tierra. En estas dolorosas circunstancias, el Señor pone en sus labios, como profeta, una palabra de esperanza para todos. A los capítulos 30-31 de su libro se les designa comúnmente con el nombre de "Consolación de Israel". En el fragmento de hoy, es central la promesa de un nuevo pacto, no formulado en normas impuestas desde fuera, sino basado en una unión íntima -esponsal- entre Dios y su pueblo. En el desierto del destierro Dios volverá a hablar a su pueblo-esposa con la frescura de la primera declaración de amor (v. 31).

Esta "alianza nueva" (vv. 31.33), no grabada en tablas de piedra, sino en lo hondo del corazón humano, como don extraordinario de Dios, será la característica de los tiempos nuevos.

Jesús declara realizada esta alianza en su sacrificio durante la institución de la eucaristía (cf. Le 22,20) en la última cena. Su pleno cumplimiento tendrá lugar el Viernes Santo, cuando Jesús, al expirar, entregue (vierta) el Espíritu, principio de la nueva Ley, en el interior de todo creyente.

 

Segunda lectura: Hebreos 5,7-9

7 El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente;

8 precisamente porque era Hijo aprendió a obedecer a través del sufrimiento.

9 Alcanzada así la perfección, se hizo causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.

 

**• Estos versículos expresan lo esencial de la obra de salvación realizada por Cristo. Se presenta como el cumplimiento no sólo de las promesas, de la Ley y las profecías, sino también del culto del Antiguo Testamento.

Jesús es el único sumo sacerdote misericordioso y fiel que puede purificar realmente al pueblo del pecado, mediante su propia ofrenda una vez por todas (7,26s). Para ello debía asumir nuestra debilidad (v. 7) y nuestros sufrimientos (2,10), para ser en todo semejante a nosotros.

El fragmento que nos ofrece la liturgia dice con mucho realismo hasta dónde llega la compasión de Cristo por nosotros (v. 7) y cuál es la fuente de su intercesión por nosotros: el pleno cumplimiento de la voluntad del Padre mediante la obediencia. Él la debió aprender conforme al desarrollo normal de cualquier hombre, y el sufrimiento fue la escuela en la que, aun siendo perfecto como Dios (v. 8a), llegó a ser perfecto también como hombre (v. 9). Por la obediencia filial expió la desobediencia del pecado. Los que optan por seguirle por el mismo camino obtienen la salvación eterna concedida por su piedad (v. 7b) a él y a todos por los que fue constituido sumo sacerdote según el modo de Melquisedec (v. 10).

Todo lo que padeció por amor se puede reconocer en el corazón nuevo, obediente y filial (v. 8) prometido por Dios al profeta Jeremías. Mirando a Jesús, a su corazón traspasado en la cruz, todos pueden conocer al Señor como amor misericordioso.

 

Evangelio: Juan 12,20-33

20 Entre los que habían subido a Jerusalén para dar culto a Dios con ocasión de la fiesta, había algunos griegos.

21 Éstos se acercaron a Felipe, que era natural de Betsaida de Galilea, y le dijeron: - Señor, quisiéramos ver a Jesús.

22 Felipe se lo dijo a Andrés, y los dos juntos se lo hicieron saber a Jesús.

23Jesús dijo: - Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.

24 Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano de trigo a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.

25 Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferré excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.

26 Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.

27 Me encuentro profundamente abatido, pero ¿qué es lo que puedo decir? ¿Padre, sálvame de lo que se me viene encima en esta hora? De ningún modo, porque he venido precisamente para aceptar esta hora.

28 Padre, glorifica tu nombre. Entonces se oyó esta voz venida del ciclo:

- Yo lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

29 De los que estaban presentes, unos creyeron que había sido un trueno; otros decían: - Le ha hablado un ángel.

30 Jesús explicó: - Esta voz se ha dejado oír no por mí, sino por vosotros.

31 Es ahora cuando el mundo va a ser juzgado; es ahora cuando el que tiraniza a este mundo va a ser arrojado fuera.

32 Y yo, una vez que haya sido elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

33 Con esta afirmación, Jesús quiso dar a entender la forma en que iba a morir.

 

*•*• Los dos polos de esta perícopa son la subida a Jerusalén de algunos griegos, que desean ver a Jesús (vv. 20s; cf. v. 19b) y su exaltación en la cruz (vv. 32s).

Dos ascensiones: la primera, motivada por el atractivo humano de la pascua hebrea y por la persona de Jesús; la segunda es la expresión de la voluntad salvífica del Padre, quien no duda en entregar a la muerte al Hijo unigénito, verdadero cordero pascual.

Entre ambos polos, permitiendo el paso del plano de la crónica al de la escatología -entre el tiempo y el final de los tiempos-, está la "hora" de Jesús. Ya ha llegado, como indica la pregunta de los griegos, y por eso no reciben respuesta directa (v. 23): el Padre mismo responderá muy pronto de modo muy elocuente.

Como en los sinópticos, se predice lo inaudito: la pasión del Hijo del hombre. La pasión en Juan no será seguida por la gloria; más bien, coincidirá con ella. "Glorificación" y "exaltación" se refieren contemporáneamente a la cruz y a la resurrección, que son dos aspectos de la hora de Jesús. Quien quiera servirle se compromete en un mismo destino de muerte y de gloria (vv. 24-26). No se trata de consideraciones abstractas: Jesús se siente profundamente conmovido con la perspectiva de lo que le espera (los vv. 26s constituyen el Getsemaní joaneo), pero el centro de su ser se mantiene estable en su adhesión incondicional a la voluntad del Padre, que él vino a cumplir (v. 27b): esta obediencia filial glorifica el nombre del Padre, puesto que manifiesta el amor trinitario y realiza la salvación del mundo (v. 28). En esta entrega total de sí mismo, Jesús se revela como verdadero Hijo del hombre, enviado a juzgar al mundo y a expulsar a su príncipe para inaugurar el Reino de Dios (v. 31). La hora decisiva de la historia es su muerte de cruz.

 

MEDITATIO

El pasaje evangélico de hoy es muy significativo en nuestro camino cuaresmal. Jesús ha subido a Jerusalén a la fiesta de pascua. Algunos griegos acuden a Felipe y le dicen: "Quisiéramos ver a Jesús, quisiéramos conocerlo". Es una pregunta que también nosotros deberíamos hacer siempre. Siempre necesitamos acercarnos a Jesús, conocerlo de nuevo, como si nunca lo hubiésemos visto, porque nunca acabamos de conocer al Señor. Cada día deberíamos sentir cómo surge dentro de nosotros más vivamente este deseo: ver a Jesús. ¿Quién nos conducirá a él, quién nos lo señalará, quién nos lo hará ver?

Precisamente este deseo nos lleva a escuchar su Palabra, a buscarle en la Sagrada Escritura, en el Evangelio, en la Iglesia, en los hermanos, en los sacramentos, en nuestro corazón. Ahora ya no debemos buscarle fuera de nosotros, porque Jesús vive en nosotros, si de verdad creemos. Lo más importante es participar íntimamente, con corazón de creyente, en el misterio de Cristo. Sólo así daremos fruto. Pero Jesús nos recuerda que nadie vive verdaderamente -y esto significa dar fruto- si no acepta penetrar en el misterio del grano que muere, misterio vivido por él antes que nadie.

Nosotros no tenemos fuerza suficiente para ahondar en la tierra fecunda si no tenemos presente que el terreno para morir es el del amor, que da sentido a la cruz de Cristo y a todas las cruces que se levantan junto a ella, esperando a su sombra el cumplimiento de la alianza nueva que es su pascua (cf. Ap 14,13).

 

ORATIO

También nosotros queremos verte, Jesús, en esta hora en que, como semilla, te siembras en la tierra de nuestro dolor y germinas en apretada espiga, esperanza de mies abundante. Tú nos descubres qué dulce es morir para el que ama y se da con alegría. Perder la vida por ti y contigo es encontrarla. Entonces hasta el llanto florece en sonrisa.

En tus llagas encontramos refugio y en ellas recobra sentido el padecer humano. Sólo mirándote hallamos fuerza para abandonarnos confiadamente en las manos paternas de Dios. Purifica los ojos de nuestro corazón hasta que, no como en un espejo ni de modo confuso, sino en un amoroso cara a cara te veamos como eres. Amén.

 

CONTEMPLATIO

La muerte y la pasión de nuestro Señor es el motivo más dulce y más violento que puede animar nuestros corazones en esta vida mortal. Mira a Jesús, nuestro sumo sacerdote; míralo desde el instante mismo de su concepción. Considera que nos llevaba sobre sus espaldas, aceptando la carga de rescatarnos por su muerte, y muerte de cruz. ¡Ah, Teótimo, Teótimo! El alma del Salvador nos conocía a todos por nuestros nombres, pero sobre todo en el día de su Pasión, cuando ofreció sus lágrimas, sus oraciones, su sangre y su vida por nosotros, tenía para ti en particular estos pensamientos de amor: "Padre Eterno, tomo sobre mí y cargo con todos los pecados del pobre Teótimo, para sufrir tormentos y muerte, a fin de que él se vea libre de ellos y no perezca, sino que viva. Muera yo con tal de que él viva; sea yo crucificado con tal de que él sea glorificado".

El Calvario es, Teótimo, el monte de los amantes. El amor que no se origina en la pasión de Jesús es frívolo y peligroso. Desgraciada es la muerte sin el amor de Jesús.

Amor y muerte se hallan de tal modo unidos en la pasión de Jesús que no pueden estar en el corazón el uno sin el otro. En el Calvario no se alcanza la vida sin el amor, ni el amor sin la muerte de Jesús; fuera de allí todo es muerte eterna o amor eterno. Ven, Espíritu Santo, e inflama nuestros corazones con tu amor. Morir a cualquier amor paravivir en el amor a Jesús y para no morir eternamente (Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, XII, 13).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Mirarán al que traspasaron" (cf. Jn 19,37b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hablar del anonadamiento de Jesús es ciertamente una tarea imposible. El hombre Jesús vence perdiendo. Vence negándose a sí mismo como hombre el poder de dominar, de afirmarse frente a los otros y sobre los otros. De esta realidad tenía una conciencia muy lúcida que transparentaba en toda su enseñanza y en toda su vida.

Investigadores curiosos o gente ansiosa de conocimientos o experiencias excepcionales, algunos griegos querían verle en sus últimas días en Jerusalén. Jesús utiliza esa bellísima imagen que tanto recuerda la parábola del Reino de los Cielos: "Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto" (Jn 1 2,24). El grano de trigo no es otro que él mismo: Jesús. La kénosis de la encarnación llegará a sus últimas consecuencias en la pasión y muerte de cruz. Pero la imagen del grano de trigo que muere y produce la espiga y luego el pan, tiene también una relación evidente con el misterio de la eucaristía.

La vitalidad de esa semilla sepultada es prodigiosa. La ley de la semilla es morir para multiplicarse: no tiene otro sentido ni otra función que la de ser un servicio a la vida. Lo mismo el anonadamiento de Jesucristo: germen de vida sepultado en la tierra. Para Jesús, amar es servir y servir es desaparecer en la vida de los otros, morir para hacer vivir.

Todo don de sí mismo es una semilla de amor que hace que nazca amor. Allí donde es más difícil aceptar el anonadamiento de ser esclavos unos de otros y de ser comidos por los otros, es donde se cosecha más abundantemente el fruto de la caridad.

Que el Señor nos conceda llegar a esta entrega total de nuestro ser cada vez que deseemos demostrar lo que valemos con discursos de niñatos petulantes y desconsiderados. Que nos conceda sumergirnos en su misterio de humildad y de gloria a pesar de nuestra incapacidad de comprenderlo (A. M. Cánopi, L'annientamento di Cristo, perpetuato nel mistero eucaristico..., en "Deus absconditus", Ghiffa 1980, 60-69, passim).

 

Día 23

Lunes de la quinta semana de cuaresma o Santo Toribio de Mogrovejo

 Liturgia de las Horas de hoy

Toribio nació en Mayorga (Valladolid) hacia el año 1538. Estudió Derecho en Salamanca. Luego, a los 30 años, siendo un laico, fue designado inquisidor mayor de Granada y, a los 40, arzobispo de Lima (1580). Llegado a su diócesis, no vaciló en llevar a cabo la tarea trazada por el Concilio de Trento: celebración de sínodos, reforma del clero, organización misional, erección de parroquias, corrección de las costumbres...

        Podemos decir que Toribio tenía un solo ideal claro,  cristiano: extender en América meridional el reino de Cristo, la salvación de los hombres. No murió mártir, pero encontró la muerte en una de sus correrías evangélicas, estando en la población de Santa, a más de 500 kilómetros de Lima, la capital. Como fruto de su labor surgirá una gran santa: Rosa de Lima, a la que el santo prelado había confirmado. Entregó su alma de misionero a Dios en 1606.

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62

1 Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín.

2 Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jelcías, de gran belleza y fiel a Dios,

3 pues sus padres eran justos y la habían educado conforme a la Ley de Moisés.

4 Joaquín era muy rico y tenía un espacioso jardín junto a su casa. Como era el más ilustre de los judíos, todos ellos se reunían allí.

5 Aquel año habían sido designados jueces de entre el pueblo dos viejos de esos de quienes dice el Señor: Los ancianos y los jueces que se hacen pasar por guías del pueblo han traído la iniquidad a Babilonia".

6 Frecuentaban estos dos viejos la casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio que resolver acudían a ellos.

7 Al mediodía, cuando la gente se había ido, Susana salía a pasear por el jardín de su marido.

8 Los dos viejos la veían entrar y pasear todos los días, y comenzaron a desearla con pasión.

9 Su mente se pervirtió y se olvidaron de Dios y de sus justos juicios.

15 Un día, mientras ellos estaban al acecho en busca de la ocasión oportuna, entró Susana, como de costumbre, acompañada solamente por dos doncellas, y quiso bañarse en el jardín, porque hacia mucho calor.

16 No había allí nadie más que los dos viejos, que estaban escondidos observando.

17 Susana dijo a sus doncellas: - Traedme aceite y perfumes, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.

19 En cuanto salieron las doncellas, los dos viejos se levantaron, fueron corriendo a donde estaba Susana

20 y le dijeron: - Mira, las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve.

Nosotros te deseamos; consiente, pues, y deja que nos acostemos contigo.: 21 De lo contrario, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso mandaste fuera a las doncellas.

22 Susana lanzó un gemido y dijo: - No tengo escapatoria. Si consiento, me espera la muerte; si me resisto, tampoco escaparé de vuestras manos.

23 Pero prefiero caer en vuestras manos sin hacer el mal, a pecar delante del Señor.

24 Así que Susana gritó con todas sus fuerzas, pero también los dos viejos se pusieron a gritar contra Susana,

25 y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín.

26 Al oír gritos en el jardín, la servidumbre entró corriendo por la puerta de atrás para ver lo que ocurría.

27 Cuando oyeron lo que contaban los dos viejos, los criados se llenaron de vergüenza, porque jamás se había dicho de Susana una cosa semejante.

28 Al día siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, vinieron también los dos viejos con el criminal propósito de condenarla a muerte.

29 Y dijeron ante el pueblo: - Mandad a buscar a Susana, hija de Jelcías, la mujer de Joaquín. Fueron a buscarla,

30 y ella vino con sus padres, sus hijos y todos sus parientes.

31 Los familiares de Susana y todos cuantos la veían lloraban a lágrima viva.

32 Entonces los dos viejos, de pie en medio de la asamblea, pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana.

35 Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón estaba lleno de confianza en el Señor.

36 Los viejos dijeron: - Estábamos nosotros dos solos paseando por el jardín cuando entró ésta con dos doncellas, cerró las puertas del jardín y mandó irse a las doncellas.

37 Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella,

38 Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver la infamia, corrimos hacia ellos

39 y los sorprendimos juntos; a él no pudimos sujetarlo, porque era más fuerte que nosotros y abriendo la puerta, se escapó;

40 pero a ésta sí la agarramos y le preguntamos quién era el joven,

41 pero no quiso decírnoslo. De todo esto somos testigos. La asamblea los creyó porque eran ancianos y jueces del pueblo, y Susana fue condenada a muerte.

42 Pero ella gritó con todas sus fuerzas: - Oh Dios eterno, que conoces lo que está oculto y sabes todas las cosas antes que sucedan,

43 tú sabes que éstos han dado falso testimonio contra mí y ahora yo voy a morir sin haber hecho nada de lo que la maldad de éstos ha inventado contra mí.

44 El Señor escuchó la súplica de Susana,

45 y cuando la llevaban a la muerte, Dios despertó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel,

46 el cual se puso a gritar: - ¡Yo soy inocente de la sangre de esta mujer!

47 Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: - ¿Qué has querido decir con eso?

48 Él, poniéndose en medio de ellos, dijo: - ¿Tan necios sois, israelitas, que sin examinar la cuestión y sin investigar a fondo la verdad, habéis condenado a una hija de Israel?

49 Volved al lugar del juicio, porque éstos han dado falso testimonio contra ella.

50 Todo el pueblo volvió de prisa, y los ancianos dijeron a Daniel: - Ven, toma asiento en medio de nosotros e infórmanos, ya que Dios te ha dado la madurez de un anciano.

51 Daniel les dijo: - Separadlos el uno del otro, que quiero interrogarlos.

52 Una vez separados, llamó a uno y le dijo: - Viejo en años y en maldad: ahora vas a recibir el castigo por los pecados que cometiste en el pasado,

53 cuando dictabas sentencias injustas condenando a los inocentes y dejando libres a los culpables, siendo así que el Señor ha dicho: "No condenarás a muerte al inocente y al que no tiene culpa".

54 Si de verdad la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos. El viejo respondió: - Bajo una acacia.

55 Replicó Daniel: - Tu propia mentira te va a acarrear la perdición, porque el ángel de Dios ha recibido ya la orden divina de partirte por medio.

56 Después hizo que se marchara, mandó traer al otro y le dijo: - Raza de Canán, que no de Judá: la hermosura te ha seducido y la pasión ha pervertido tu corazón.

57 Esto es lo que hacíais con las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se os entregaban. Pero una hija de Judá no se ha sometido a vuestra maldad.

58 Dinos, pues, ¿bajo qué árbol los sorprendiste juntos? Respondió el viejo: - Bajo una encina.

59 Daniel replicó: - También a ti tu propia mentira te acarreará la perdición, porque el ángel del Señor está ya esperando, espada en mano, para partirte por medio. Y de esta manera acabará con vosotros.

60 Entonces toda la asamblea prorrumpió en grandes voces bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él.

61 Se volvieron contra los dos viejos, a quienes por propia confesión Daniel había declarado culpables de dar falso testimonio, y les aplicaron el mismo castigo que ellos habían tramado para su prójimo.

62 De acuerdo con la Ley de Moisés, fueron ejecutados, y así aquel día se salvó una vida inocente.

 

**• La narración de la joven y bella Susana (v. 2) acosada por dos viejos jueces de Israel en tiempos del destierro de Babilonia es una historia edificante que aparece como un apéndice al libro de Daniel. El mismo profeta se manifiesta como joven vidente (v. 45), capaz de esclarecer la inocencia (v. 46) de Susana -cuyo nombre significa "lirio"- desenmascarando la corrupción de los dos viejos (vv. 42-59). En éstos, se acusa a los jefes saduceos del siglo I a.C, aparentemente irreprensibles, pero que en realidad son guías ciegos que extravían al pueblo.

Por mantenerse fiel a Dios y a su marido, Susana afronta el peligro de la lapidación, que la amenaza tanto si cede al adulterio como si decide resistir a las ciegas propuestas de los dos viejos que incurren en la calumnia (v. 22). Susana prefiere morir inocente antes que consentir al mal (v. 23). Habiendo puesto su confianza únicamente en manos de Dios (v. 43), puede experimentar que él escucha la voz de sus fieles (v. 44) y viene en su ayuda con prontitud y poder.

 

Evangelio: Juan 8,1-11 (Cf. Evangelio del quinto domingo de Cuaresma, año C; si la perícopa se leyó ayer, se sustituye con el evangelio siguiente.)

 

8,1 Jesús se fue al monte de los Olivos.

2 Por la mañana temprano volvió al templo y toda la gente se reunió en torno a él. Jesús se sentó y les enseñaba.

3 En esto, los maestros de la Ley y los fariseos se presentaron con una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos

4 y preguntaron a Jesús: - Maestro, esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio.

5 En la Ley de Moisés se manda que tales mujeres deben morir apedreadas. ¿Tú qué dices?

6 La pregunta iba con mala intención, pues querían encontrar un motivo para acusarlo. Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo. 7 Como ellos seguían presionándolo con aquella cuestión, Jesús se incorporó y les dijo: - Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la primera piedra. Después se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en la tierra.

8 Al oír esto se marcharon uno tras otro, comentando por los más viejos, y dejaron solo a Jesús con la mujer, que continuaba allí delante de él.

9 Jesús se incorporó y le preguntó: - Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte?

11 Ella le contestó: - Ninguno, Señor. Entonces Jesús añadió: - Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

 

(Cf. Evangelio del quinto domingo de Cuaresma, año C; si la perícopa se leyó ayer, se sustituye con el evangelio siguiente.)

 

Evangelio: Juan 8,12-20

12 Jesús volvió a hablar a la gente, diciendo: - Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida.

13 Al oír esto, los fariseos le replicaron: - Estás dando testimonio de ti mismo; por tanto, tu testimonio carece de valor.

14 Jesús les contestó: - Aunque doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y adonde voy. Vosotros, en cambio, no sabéis ni de dónde vengo ni adonde voy.

15 Vosotros juzgáis con criterios mundanos. Yo no quiero juzgar a nadie,

16 y cuando lo hago, mi juicio es válido, porque no soy yo sólo el juez, sino que también está conmigo el Padre, que me envió.

17 En vuestra Ley está escrito que el testimonio dado por dos testigos es válido.

18 Pues bien: un testigo a mi favor soy yo mismo; pero el otro testigo es el Padre, que me envió.

19 Ellos le preguntaron: - ¿Dónde está tu Padre? Jesús les contestó: - Ni me conocéis a mí ni conocéis a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.

20 Jesús dijo esto cuando estaba enseñando en el templo, en el lugar donde se encuentran las arcas de las ofrendas. Sin embargo, nadie se atrevió a detenerlo, porque aún no había llegado su hora.

 

**• La presente dialéctica entre Jesús y los fariseos tiene lugar en el atrio del templo llamado "de las mujeres", donde se encuentra el arca de las "ofrendas" (v. 20). Allí, durante la fiesta de las Tiendas se encendían enormes hachones capaces de iluminar toda la ciudad de Jerusalén. Jesús se inspira en esta realidad para revelar que él es la verdadera "luz del mundo" (v. 12), que los hombres deben seguir para tener vida (v. 12; cf. 1,4-5.9; Is42,6s).

Los oponentes objetan la verdad de sus palabras (v. 13) o su origen divino y su intimidad con el Padre (vv. 14-15.19). Jesús responde sencillamente remitiéndoles a la ley invocada por ellos: ¿se necesitan dos testimonios para probar la verdad de una afirmación?

Pues bien, sus palabras son convalidadas por el Padre que le ha enviado (v. 18). Pero ellos, que pretenden erigirse como jueces, juzgan "con criterios mundanos" (v. 15) y, por consiguiente, incapaces de conocer quién es él en verdad, porque ni siquiera conocen al Padre (v. 19).

 

MEDITATIO

Cuando irrumpe un rayo de luz en una habitación, inmediatamente se ilumina el interior, incluso las esquinas más ocultas u olvidadas: así pasa cuando irrumpe la Palabra en la historia. Lo mismo sucede con Jesús, luz que vino a iluminar las tinieblas del mundo. Es inútil resistir: quien no acoge la luz, automáticamente ya está juzgado. Y es ahora, precisamente, cuando se descubre lo que antes podía ocultarse astutamente o hacer que pareciera justicia impecable. La Palabra de Dios escudriña lo más hondo del corazón, saca a la luz las intenciones más secretas, desenmascara las tramas de la mentira. Aparece a las claras quién es el que se fía de Dios y sólo teme no corresponder a la grandeza de su amor misericordioso, y quién, por el contrario, con una mente y un corazón mezquinos busca en otra parte gratificaciones furtivas, como si la felicidad fuera incompatible con la verdad evangélica.

Es la misma vida, en su día a día, quien lleva a cabo el discernimiento. Dichoso quien se deja traspasar por la Palabra de Dios como por un rayo de luz que separa en el propio corazón el oro de la escoria. A la luz de la verdad podrá gustar la libertad del abandono filial en las manos paternas de Dios, y nada ni nadie le podrá atemorizar o engañar.

 

ORATIO

Ven, dulce luz, verdad que nos da vida. Penetra en el corazón, abre las ventanas del alma, ilumina los pensamientos, las esperanzas y los deseos. Sácanos del sopor, cuando la rutina pretenda apagar en nosotros la vigilancia y el ánimo de resistir al mal. Resplandece en la niebla de la duda donde todo se oculta y se difumina, como si bien y mal fuesen palabras vanas pasadas de moda. Concédenos una aguda percepción del bien, el horror a la mentira, la pasión por la verdad que nos hace libres.

Resplandece y haz que evitemos las seducciones que asedian nuestro camino cotidiano. Haznos gustar el sabor de la Ley de Dios, la belleza transparente de una rectitud a toda prueba, el alivio de las lágrimas de arrepentimiento, el gozo del perdón dado y recibido, cuando nos descubrimos falsos o mezquinos. No permitas que nos engañemos o desviemos a nuestros hermanos, sino guárdanos a todos con la dulce fuerza de tu fidelidad, que siempre es descanso para el que, en la prueba, se abandona confiadamente a tu amor misericordioso.

 

CONTEMPLATIO

Dígnate, oh Cristo, dulcísimo Salvador nuestro, encender nuestras lámparas: que brillen continuamente en tu templo y se alimenten siempre de ti, que eres la luz eterna, para que desaparezcan nuestras oscuridades y huyan de nosotros las tinieblas del mundo.

Concede, pues, oh Jesús mío, tu luz a mi lámpara, para que con su resplandor se me manifieste el santuario celeste que, bajo sus mayestáticas bóvedas, te acoge, sacerdote eterno del sacrificio perenne. Haz que sólo te mire, te contemple y te desee a ti únicamente; que sólo te ame a ti y sólo espere en ti con el más ardiente deseo y que siempre mi lámpara brille y arda ante ti.

Te ruego, amado salvador nuestro, que te dignes mostrarte a nosotros, que clamamos para que conociéndote te amemos sólo a ti, sólo a ti deseemos, sólo pensemos incesantemente en ti y meditemos día y noche en tus palabras. Dígnate infundirnos un amor tan grande cual te conviene a ti, que eres amor. Que tu amor invada todo nuestro ser y nos haga completamente tuyos. Tu caridad llene nuestros sentidos, para que no amemos nada fuera de ti, que eres eterno (san Columbano, Instrucción XI, en Istruzioni e regola dei monaci, Seregno 1997, 89s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "En tu luz veremos la luz" (Sal 35,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús, luz del mundo, no sólo eres la luz que brilla en las tinieblas nocturnas; también eres la luz de la mañana, la luz de cada nuevo día, de sus esperanzas, de sus actividades. El sol que sube poco a poco. También tu, oh luz del mundo, en el alba de cada día deseas penetrar a través de la ignorancia y las debilidades humanas, a través de la buena voluntad y a través de las pasiones pecaminosas.

Cada mañana quieres crear un mundo nuevo. Hazme piadoso contigo, luz del día que surge, para que no malgaste este día que comienza y acoja lo que me ofreces por mediación suya. Luz del mundo, tú eres sobre todo el sol resplandeciente en mediodía.

Un día de verano, en Jerusalén, traté de fijarme a mediodía, en el sol de oriente. Levanté los ojos hacia él y, durante uno o dos segundos, pude entrever un albor deslumbrante, incandescente y ardiente, más blanco que la nieve. Pensé entonces en ti, Cristo, luz del mundo, pensé que ese punto relampagueante y radiante era la representación visual más pura y eficaz que podemos tener de tu ser. Para poder continuar mirando ese sol de mediodía, interpuse entre éste y mis ojos las hojas de un arbusto. Comprendí entonces otra cosa. Comprendí cómo tu luminosidad cegadora, oh Cristo-luz, nos aparece tamizada, filtrada a través de tus criaturas iluminadas y caldeadas por esa luz.

Luz del mundo, que te pueda ver en el esplendor de mediodía (Un monje de la Iglesia de Oriente, // volto d¡ luce. Riflessi di Vangelo, Milán 1994, 70s)

 

Día 24

Martes de la quinta semana de cuaresma

Liturgia de las Horas de hoy

 

LECTIO

Primera lectura: Números 21,4-9

4 Los israelitas partieron del monte Hor camino del mar de las cañas, rodeando el territorio de Edom. En el camino, el pueblo comenzó a impacientarse

5 y a murmurar contra el Señor y contra Moisés, diciendo: - ¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de este pan tan liviano.

6 El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes muy venenosas que les mordían. Murió mucha gente de Israel,

7 y el pueblo fue a decir a Moisés: - Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes. Moisés intercedió por el pueblo,

8 y el Señor le respondió: - Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta, y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados.

9 Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

 

**• El fragmento presenta otro episodio de protesta del pueblo durante el Éxodo. Los israelitas, agotados por el viaje, nunca satisfechos con los signos de poder y providencia que el Señor les manifiesta, murmuran contra Dios y contra su mediador, Moisés. Viene el castigo –las picaduras de serpientes venenosas ("ardientes")-, pero pronto se transforma en misericordia. El recurso es la serpiente de bronce alzada en un estandarte, a la que miraban con fe, para curarse de las mordeduras letales. Si no estuviese en el contexto de este episodio, sería ciertamente un gesto idolátrico. La tradición yahvista vincula este objeto de culto, que luego destruirá el rey Ezequías (cf. 2 Re 18,4), a la sabia pedagogía de YHWH. Por la mediación de Moisés, ofreció a su pueblo la posibilidad de evitar ceder a los cultos de las naciones paganas vecinas, que veneraban de un modo particular a las serpientes.

Gracias a tal legitimación, la serpiente elevada en el estandarte se convierte en un signo que se prolonga y cumple en el Evangelio (cf. Jn 3,14). Si para el pueblo en el desierto el sino que expresa la misericordia de Dios poniendo remedio al castigo, en el Evangelio Cristo, exaltado en la cruz, muestra a la vez el castigo y la misericordia. Jesús, el cordero inmolado en la cruz, es el castigo de Dios por nuestro pecado y, a la vez, la mayor manifestación del poder divino que sana del pecado.

 

Evangelio: Juan 8,21-30

21 De nuevo les dijo Jesús: - Yo me voy. Me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado. Vosotros no podéis venir a donde yo voy.

22 Los judíos comentaban entre sí: - ¿Pensará suicidarse y por eso dice: "Vosotros no podéis venir a donde yo voy"?

23 Entonces Jesús declaró: - Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros pertenecéis a este mundo, yo no.

24 Por eso os dije que moriríais en vuestros pecados. Porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados.

25 Entonces ellos le preguntaron: - Pero ¿quién eres tú? Jesús les respondió: - Precisamente es lo que os estoy diciendo desde el principio.

26 Tengo muchas cosas que decir y condenar de vosotros. Pero lo que yo digo al mundo es lo que oí de aquel que me envió y él dice la verdad.

27 Ellos, no obstante, no cayeron en la cuenta de que les estaba hablando del Padre.

28 Por eso Jesús añadió: - Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces reconoceréis que yo soy. Yo no hago nada por mi propia cuenta, solamente enseño lo que aprendí del Padre.

29 El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada.

50 Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

 

**• El nuevo conflicto con los jefes de los judíos se sitúa en el área del templo y está escalonado por la revelación de la divinidad de Jesús {"Yo soy"), repetida en los vv. 24.28. De nuevo se brinda a los judíos la posibilidad de aclarar el misterio del Hijo del hombre (cf. Dn 7,13).

Pero ellos lo rechazan obstinadamente entendiendo mal las afirmaciones sobre su inminente partida (vv. 21-24) y las afirmaciones sobre su identidad (vv. 25-29) como enviado de Dios y su revelador definitivo (cf. Jn 5,30; 6,38).

¿Cómo es posible una incomprensión tan grande? Porque ellos son "de aquí abajo", "de este mundo" (v. 23), mientras que él es "de allá arriba": un abismo media entre ellos. Sólo la fe lo puede llenar, porque hace que elevemos las miras. Y Jesús nos invita precisamente a eso. A pesar de todo, continuaron los malentendidos: "ellos no comprendieron".

Jesús es signo de contradicción, y lo será sobre todo cuando sea elevado en la cruz, donde, dando cumplimiento al designio de salvación, revelará los pensamientos secretos del corazón y manifestará plenamente su identidad de Hijo que dice y hace siempre lo que agrada al Padre. Y mientras se va profundizando el distanciamiento con los adversarios, la perícopa evangélica concluye con una inesperada nota de esperanza: "Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él" (v. 30).

 

MEDITATIO

Al leer atentamente los grandes textos del evangelio de Juan, nos sentimos un poco perdidos. Se condensan muchas ideas que a veces parecen casi contradictorias. Por ejemplo, Jesús dice: "Donde voy yo, vosotros no podéis venir". ¿Por qué? Porque no creemos suficientemente.

La fe nos permite ir donde va él. ¿No dijo a sus discípulos: "Donde yo voy, no podéis seguirme ahora; me seguiréis más tarde" (cf. Jn 13,36)? ¿Sólo le podremos seguir después de nuestra muerte corporal? Creer y esperar con amor es ir donde Jesús se encuentra siempre, junto al Padre.

En el contexto, Jesús alude a la salvación por medio de la cruz. Los medios de gracia derivados de la cruz nos permiten encaminar nuestros pasos por el sendero justo. Es cierto que no podemos ir donde Jesús se encuentra, en el sentido de que no podemos ser artífices de nuestra propia salvación. Pero si nuestros ojos, oscurecidos por el pecado, se elevan al que, como dice Pablo, se hizo pecado por nosotros, en este intercambio de miradas -porque él también nos mira desde lo alto de la cruz- descubriremos no sólo que estamos en el buen camino, sino también que ya ha comenzado nuestra felicidad eterna.

Cuando adoremos la cruz el Viernes Santo, podremos recordar dos expresiones de la lectura de hoy: el que miraba a la serpiente "quedaba curado" (Nm 21,9) y "sabréis que yo soy" (Jn 8,28). Contemplada ya desde lejos, la cruz revela quién es Jesús: es el camino, la verdad, la vida.

 

ORATIO

Oh Padre, Dios de amor y de piedad, tú te has compadecido del hombre y no le has dejado perecer encerrado en la dureza de su pecado y de sus rebeliones. Ya en el Antiguo Testamento quisiste que la serpiente, portadora de muerte, se transformase, por tu gracia, en medio de curación.

Más aún: has permitido que tu Hijo amado asumiese en su cuerpo todo el horror del pecado para que el que lo contemple no vea ya en el duro suplicio de la cruz -culmen y síntesis de la crueldad humana- la ignominia del desprecio, sino el misterio de un amor sin medida.

Enséñanos a creer siempre que eres Padre y que no hay una experiencia desoladora de muerte ni horror de pecado que no pueda convertirse, por el misterio de tu compasión omnipotente, en lugar de manifestación de tu misericordia, signo de vida y de esperanza.

 

CONTEMPLATIO

Sí, aquí estamos para contemplar. Por muy atroz que sea la imagen de Jesús crucificado, nos sentimos atraídos por este varón de dolores. Estamos persuadidos de estar ante una revelación que trasciende la imagen sensible: la revelación intencional de un símbolo, de un tipo, de una personificación extrema del sufrimiento humano. Jesús, el Cristo, quiso presentarse así. ¡Aquí el dolor aparece consciente! ¡La terrible pasión estaba prevista! La vejación y deshonra de la cruz se sabía de antemano.

Jesús es el que "conoce la enfermedad" en toda su extensión, en toda su profundidad e intensidad. Y esto basta para que sea hermano del hombre que gime y sufre; hermano mayor, hermano nuestro. Jesús detenta un primado que concentra la simpatía, la solidaridad, la comunión del hombre que padece.

Jesús murió inocente porque quiso. ¿Por qué quiso?

Aquí está la clave de toda esta tragedia: él ha querido asumir la expiación de toda la humanidad. Se ofreció como víctima en sustitución nuestra. Sí, él es "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Él se sacrificó por nosotros. Se entregó por nosotros. Y así es nuestra salvación.

Por eso el crucificado fija nuestra atención (Pablo VI, Meditazione sulla passione, en id., Meditazioni inedite, Roma 1993, 31ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Nuestros ojos están fijos en el Señor" (Sal 122,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una de las verdades del cristianismo, hoy olvidada por todos es que lo que salva es la mirada. La serpiente de bronce ha sido elevada a fin de que los hombres que yacen mutilados en el fondo de la degradación la miren y se salven.

Es en los momentos en que uno se encuentra -como suele decirse mal dispuesto o incapaz de la elevación espiritual que conviene a las cosas sagradas, cuando la mirada dirigida a la pureza perfecta es más eficaz. Pues es entonces cuando el mal, o más bien la mediocridad, aflora a la superficie del alma en las mejores condiciones para ser quemada al contacto con el fuego.

El esfuerzo por el que el alma se salva se asemeja al esfuerzo por el que se mira, por el que se escucha, por el que una novia dice sí. Es un acto de atención y de consentimiento. Por el contrario, lo que suele llamarse voluntad es algo análogo al esfuerzo muscular.

La voluntad corresponde al nivel de la parte natural del alma. El correcto ejercicio de la voluntad es una condición necesaria de salvación, sin duda, pero lejana, inferior, muy subordinada, puramente negativa. El esfuerzo muscular realizado por el campesino sirve para arrancar las malas hierbas, pero sólo el sol y el agua hacen crecer el trigo. La voluntad no opera en el alma ningún bien.

Los esfuerzos de la voluntad sólo ocupan un lugar en el cumplimiento de las obligaciones estrictas. Allí donde no hay obligación estricta hay que seguir la inclinación natural o la vocación, es decir, el mandato de Dios. Y en los actos de obediencia a Dios se es pasivo; cualesquiera que sean las fatigas que los acompañen, cualquiera que sea el despliegue aparente de actividad, no se produce en el alma nada análogo al esfuerzo muscular; hay solamente espera, atención, silencio, inmovilidad a través del sufrimiento y la alegría. La crucifixión de Cristo es el modelo de todos los actos de obediencia (S. Weil, A la espera de Dios, Madrid 1993, 159s passim).

 

 

Día 25

Anunciación del Señor

 Liturgia de las Horas de hoy

La catequesis ha hecho coincidir siempre anunciación y encarnación. Se puede deducir una primera colocación de la memoria de la encarnación en la liturgia de la edificación de una basílica constantiniana sobre la casa de María en Nazaret en el siglo IV. Hay documentación irreprochable procedente del siglo VII de una peculiar celebración litúrgica el 25 de marzo tanto en Oriente como en Occidente.

La reforma del calendario litúrgico romano de Pablo VI restableció la denominación de anunciación del Señor, «celebración que era y es fiesta conjunta de Cristo y de la Virgen: del Verbo que se hace Hijo de María y de la Virgen que se convierte en madre de Dios» (Marialis cultus, 6).

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 7,10-14

En aquellos días,

10 el Señor volvió a hablar a Ajaz y le dijo:

11 -Pide al Señor, tu Dios, una señal en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.

12 Respondió Ajaz: -No la pido, pues no quiero poner a prueba al Señor.

13 Isaías dijo: -Escucha, heredero de David, ¿os parece poco cansar a los hombres, que queréis también cansar a mi Dios?

14 Pues el Señor mismo os dará una señal: Mirad, la joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Enmanuel.

 

**• Ajaz, joven rey de Jerusalén, débil, mundano y sin hijos, ve vacilar su trono a causa de la presencia de ejércitos enemigos que hacen presión en los confines de su reino. ¿Qué puede hacer? Establecer alianzas humanas.

Isaías, sin embargo, le propone resolver el angustioso problema confiándose por completo a Dios. Más aún, el profeta invita al rey a pedir una «señal» (v. 11), como confirmación concreta de la asistencia divina en esta delicada situación. Ajaz, sin embargo, rechaza la propuesta con motivaciones de falsa religiosidad: «No lapido, pues no quiero poner a prueba al Señor» (v. 12). Isaías denuncia la hipocresía del rey, pero añade que, pese al rechazo, Dios dará esa señal: «La joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Enmanuel» (v. 14).

En lo inmediato, las palabras del profeta se refieren a Ezequías, el hijo de Ajaz, que la reina va a dar a luz y cuyo nacimiento fue considerado, en aquel particular momento histórico, como presencia salvífica de Dios en favor del pueblo angustiado. Sin embargo, yendo más al fondo, las palabras de Isaías son el anuncio de un rey Salvador. En este oráculo de una «virgen que da a luz» la tradición cristiana ha visto desde siempre el anuncio profético del nacimiento de Jesús, hijo de María.

 

Segunda lectura: Hebreos 10,4-10

Hermanos:

4 es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.

5 Por eso, al entrar en este mundo, dice Cristo: No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo;

6 no has aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios.

7 Entonces yo dije Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. Así está escrito de mí en un capítulo del libro.

8 En primer lugar dice: No has querido ni te agradan los sacrificios, ofrendas, holocaustos ni víctimas por el pecado, que se ofrecen según la ley.

9 Después añade: Aquí vengo para hacer tu voluntad. De este modo anula la primera disposición y establece la segunda.

10 Por haber cumplido la voluntad de Dios, y gracias a la ofrenda que Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.

 

**• La perícopa está separada de su contexto. Éste intenta demostrar que el sacrificio de Cristo es superior a los sacrificios del Antiguo Testamento y convencer de ello. El autor de la carta relee ante todo el salmo 39 -empleado por la liturgia de hoy como salmo responsorial- como si fuera una declaración de intenciones del mismo Cristo al entrar en el mundo, o sea, cuando tomó carne y vino a habitar en medio de nosotros (cf. Jn 1,14), es decir, en el acontecimiento de la encarnación.

Y ésa es la actitud obediencial peculiar del pueblo de la antigua alianza y de todo piadoso cantor del salmo, a saber: la de un total «aquí vengo para hacer tu voluntad».

La encarnación como actitud obediencial se lleva a cabo el día de la anunciación del Señor a María. El día del anuncio empieza la peregrinación mesiánica finalizada con la donación del cuerpo de Cristo como sacrificio salvífico, nuevo e innovador, único e indispensable, que se completa en «el sacrificio de la cruz».

 

Evangelio: Lucas 1,26-38

En aquel tiempo,

26 al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,

27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María.

28 El ángel entró donde estaba María y le dijo: -Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo.

29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo.

30 El ángel le dijo: -No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor.

31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús.

32 Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

33 reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin.

34 María dijo al ángel: -¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?

35 El ángel le contestó: -El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril;

37 porque para Dios nada hay imposible.

38 María dijo: -Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices.

Y el ángel la dejó.

 

 

*• La autobiografía constituye una clave de lectura de la perícopa: Lucas, cronista esmerado y atento oyente de los protagonistas, ha recibido probablemente confidencias de María y las ha traducido en mensaje evangélico. En el diálogo entre Dios -por medio del ángel Gabriel- y la muchacha de Nazaret resalta un rasgo esencial: la relación viva entre lo divino y lo humano.

Semejante relación se desarrolla como un recorrido en el que la propuesta de lo alto se va dilucidando poco a poco, porque el mensajero respeta -en una persona humana como la muchacha de Nazaret- el carácter gradual de la comprensión de un proyecto inesperado como fue la maternidad mesiánica, transversal a su proyecto o situación del momento, que era la virginidad. La persona humana -María, la virgen prometida como esposa a José- se asoma a este recorrido y entra progresivamente en él, en la conciencia del mensaje, que pretende secundar haciéndose disponible y adecuando a él su propio proyecto personal. La firma del acuerdo relacional entre María y Dios es el disponible «aquí está la esclava del Señor» (v. 38).

 

MEDITATIO

La perícopa lucana resuena en la inmensa mayoría de las liturgias marianas. Su puesto óptimo es precisamente la liturgia de la anunciación. Esta palabra parece un tanto desusada, y la liturgia la conserva tal vez para acentuar la aureola de solemnidad y misterio de un acontecimiento ciertamente único, irrepetible en su sustancia, insólito.

Concentremos nuestra atención en las dos últimas lecturas, que se aproximan en un estupendo paralelismo. En la Carta a los Hebreos, el hagiógrafo requiere o interpreta el anuncio de Cristo; en Lucas, el evangelista narra el anuncio a María. Cristo toma la iniciativa de declarar su propia intención; María recibe una palabra que viene de fuera de ella y está repleta de las peticiones de Otro. El paralelismo se transforma en coincidencia en la explicitación de la disponibilidad de ambos para cumplir la voluntad divina; disponibilidad separada por la calidad y la cantidad de conciencia, pero convergente en la finalidad de la obediencia total al proyecto de Dios.

La actitud obediencial aproxima ulteriormente a la madre y al hijo, María «anunciada» y Jesucristo «anunciado»: ambos pronuncian un «aquí estoy»; ambos se expresan con casi idénticas palabras: «Hágase según tu palabra», «vengo para hacer tu voluntad»; ambos entran en la fisonomía de «sierva» y de «siervo» del Señor, lista sintonía anima a todo discípulo a la disponibilidad en el servir a la Palabra de Dios, porque el Hijo mismo de Dios es siervo y porque la Madre de Dios es sierva, y ambos lo son de una Palabra que salva a quien la sirve y que produce salvación.

 

ORATIO

¡Salve, santa María, humilde sierva del Señor, gloriosa madre de Cristo!

Virgen fiel, seno sagrado del Verbo, enséñanos a ser dóciles a la voz del Espíritu; a vivir en la escucha de la Palabra, atentos a sus llamadas en lo secreto del corazón, vigilando sus manifestaciones en la vida de los hermanos, en los acontecimientos de la historia, en el gemido y en el júbilo de la creación.

Virgen de la escucha, criatura orante, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

La página evangélica del anuncio a María atestigua el estilo con el que Dios se hace adelante para proponer y pedir disponibilidad a la persona humana, o sea, al diálogo.

El diálogo evangélico se desarrolla en la forma del don. El don de la alegría («Alégrate, María»): la Palabra de Dios ofrece alegría. El don de la gracia {«llena de gracia »; «has hallado gracia»). El don del aliento {«no temas »): la delicadeza de Dios disuelve el miedo a él que revela un rostro misericordioso, el miedo a su comprometedora palabra. El don de la vitalidad {«concebirás y darás a luz un hijo»): el hijo es señal de vida y de futuro, exigencia de custodia y de servicio, responsabilidad con la vida. El don del Espíritu {«el Espíritu Santo descenderá sobre ti»): es el primer pentecostés de María, y el Espíritu le indica la intención de posesión y custodia de parte de Dios, la demanda de colaboración. El don de la fe («porque nada hay imposible para Dios»): palabra final, llave que abre la disponibilidad consciente.

 

ACTIO

Repite y dirige hoy a los hermanos y hermanas el saludo evangélico: «El Señor esté contigo» {cf. Le 1,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Al anuncio de que Dios salva, nosotros también podemos responder, como María, con el fíat, «hágase». Pero ¿hágase qué? Cúmplase en mí, pero ¿qué cosa? Cúmplase en mí la fe: que yo pueda creer. Creer que desde hace miles de años Dios está en busca del hombre [...]. Fe en que Cristo es carne de esta carne nuestra, destino de nuestro destino; que él es aquí, apacible

y poderosa energía; que él está más allá, horizonte y destino y flauta que nos llama a otro lugar, y que con esta fe también nosotros podemos ser, al menos por un momento, casa de Dios, llenos de gracia al menos por un momento; que también nosotros podamos oírte decir: yo estaré contigo por donde vayas. El ángel nos repetirá entonces a cada uno las tres palabras esenciales: alégrate, no temas, también en ti va a nacer una vida (E. M. Ronchi, Dietro i mormoríí dell'arpa, Sotto il Monte 1999, pp. 35ss).

 

 

Día 26

Jueves de la quinta semana de cuaresma

 Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Génesis 17,3-9

3 Abrahán cayó rostro en tierra, y Dios continuó:

4 - Ésta es la alianza que hago contigo: tú llegarás a ser padre de una muchedumbre de pueblos. ?

5 No te llamarás ya Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, porque yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos.

6 Te haré inmensamente fecundo; de ti surgirán naciones, y reyes saldrán de ti.

7 Establezco mi alianza contigo y con tus descendientes después de ti por siempre, como alianza perpetua; yo seré tu Dios y el de tus descendientes.

8 Os daré a ti y a tus descendientes la tierra en la que ahora peregrinas, toda la tierra de Canaán, en posesión perpetua; y yo seré vuestro Dios.

9 Y el Señor añadió: - Guardaréis mi alianza tú y tus descendientes de generación en generación.

 

**• La tradición sacerdotal postexílica nos presenta en este puñado de versículos la vocación de Abrahán, para que el pueblo vuelva a esperar en la certeza de la alianza (beríth) con Dios (vv. 2.7; cf. Dt 5,5-7). De hecho, Israel ha quedado reducido a un pequeño "resto", privado de los dones prometidos a Abrahán (v. 8), el mismo Abrahán al que Dios llamó "padre de una muchedumbre" (v. 5; cf. Gn 12,2).

Dios no puede renegar de la alianza, porque no puede renegar de sí mismo: ése es el fundamento seguro que debe mantener la esperanza del pueblo, la misma que permitió a Abrahán esperar contra toda esperanza.

Dios es quien ha tomado la iniciativa (17,ls), se ha revelado (v. 1) y ha manifestado a Abrahán su nuevo nombre -"padre de una muchedumbre" (v. 5)- que le convierte en protagonista de un designio divino de salvación (v.6).

De ahí le viene a Abrahán la exigencia de corresponder a aquella llamada, que se traduce en el imperativo: "Camina en mi presencia y sé íntegro" (v. 1; cf. Dt 5,7), es decir: "Sé mío -dice el Señor- porque yo soy 'tu Dios'" (v.7). La respuesta de Abrahán es la postración: "Cayó rostro en tierra" (v. 3), en actitud de adoración, esto es, de gratitud que se convierte en escucha. Le permite a Dios que le hable (v. 3).

 

Evangelio: Juan 8,51-59

Dijo Jesús:

51 En verdad, en verdad os digo: el que acepta mi palabra, no morirá nunca.

52 Al oír esto, los judíos le dijeron: - Ahora nos convencemos plenamente de que estás endemoniado. Tanto Abrahán como los profetas murieron, y ahora tú dices: El que acepta mi palabra no experimentará nunca la muerte.

53 ¿Acaso eres tú más importante que nuestro padre Abrahán? Tanto él como los profetas murieron, ¿por quién te tienes?

54 Jesús respondió: - Si yo comenzase ahora a defender mi honor, mi defensa carecería de valor. Pero el que vela por mi honor es mi Padre, el mismo del que vosotros decís: "Es nuestro Dios".

55 En realidad no lo conocéis; yo, en cambio, lo conozco. Y si dijera que no lo conozco, sería tan mentiroso como vosotros. Pero yo lo conozco de veras y pongo en práctica sus palabras.

56 Abrahán, vuestro padre, se alegró sólo con el pensamiento de que iba a ver mi día; lo vio y se llenó de gozo.

57 Entonces los judíos le dijeron: - ¿De modo que tú, que aún no tienes cincuenta años, has visto a Abrahán?

58 Jesús les respondió: - Os aseguro que antes que Abrahán naciera, yo soy.

59 Ante esta afirmación, los judíos tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

 

**• El pasaje se abre con la solemne repetición, por parte de Jesús, del "amén" (v. 51: "En verdad, en verdad..."), siguiendo la afirmación de que su Palabra es vida y da vida a quien la acoge y la guarda. El fuerte contraste con el versículo conclusivo -"tomaron piedras para tirárselas"- es un signo inequívoco de que la Palabra ha sido rechazada.

Entre el primero y el último versículo tiene lugar el diálogo-encuentro, cuyo último horizonte es la gran antítesis vida-muerte y, como punto de referencia, la figura de Abrahán, del que los judíos se consideran descendientes: él es su padre. Al acoso provocador de preguntas, Jesús sólo responde indirectamente, pero de sus palabras emerge la verdad fundamental: él se declara Hijo del único Padre verdadero, buscando su gloria.

El Padre es el que le hace hablar y actuar. Por esta razón, sin blasfemar ni mentir, puede afirmar: "Antes que Abrahán naciera, yo soy". No hay vida en el hombre, sino en el reconocimiento de este Dios que se manifiesta en el Hijo.

Entre Padre e Hijo se da una comunión plena. Hacia esta comunión tiende la historia de salvación de la que Abrahán recibió la promesa y en la fe entrevió su cumplimiento.

Para los judíos, descendientes de Abrahán según la carne, dicha afirmación es escandalosa. Sus palabras manifiestan burla y desprecio. El evangelista, con su fina ironía, muestra cómo precisamente los adversarios de Jesús proclaman, sin darse cuenta, la verdad sobre él en el mismo momento en que pensaban denigrarlo como pobre loco: "¿Eres tú más importante que nuestro padre Abrahán?". La pregunta es retórica, pero no

en el sentido que pretenden los judíos, sino precisamente en el contrario. ¡Jesús es (v. 58) antes y por siempre, es decir, es Dios! (cf. Jn 1,1).

 

MEDITATIO

Si la liturgia de hoy ha escogido el texto del libro del Génesis como primera lectura es porque se habla también de Abrahán en el Evangelio. Aunque no se trata de una relación artificial.

Abrahán es modelo del creyente porque su fe está vivificada por la caridad y por la humildad: baste recordar su acogida a los misteriosos personajes (Dios mismo) en el encinar de Mambré, su intercesión a favor de las ciudades pecadoras, el ponerse en segundo plano ante su sobrino Lot, dejándole elegir la tierra más fértil.

El fragmento de hoy expresa de modo particular su disposición interior, manifestada en el gesto de postrarse en adoración al recibir la "promesa" de convertirse en bendición para todos los pueblos. Apoyándose humildemente en la Palabra de Dios a pesar de que todo parecía imposible, Abrahán creyó que llegaría a ser fecundo.

La fe es una lucha por la vida. Y afronta la muerte en la forma más insidiosa y cotidiana, la que podemos llamar "inutilidad de la existencia". Jesús es el verdadero descendiente de Abrahán, porque en el combate entre la muerte y la vida, su fe abre a todos una esperanza inesperada. En el muro de la angustia que nos oprime, Jesús abre una brecha para que pueda irrumpir la vida, y es que él es la vida: "Antes que naciese Abrahán, yo soy".

 

ORATIO

¡Señor Jesucristo, tú eres el mismo ayer, hoy y siempre! Tú eres el único en el que podemos anclar con seguridad nuestra vida. Tú nos has justificado no por nuestras obras, sino con la fuerza de la fe, con el don de tu gracia. Queremos vivir contigo y en ti sólo para Dios Padre. Queremos vivir crucificados a tu amor inconcebible y vivir y morir de este amor, morir para vivir. Que no prevalezca el hombre de carne y sangre, ni el ídolo de nuestro yo, sino que tú, sólo tú, seas nuestra vida; tú, nuestra santificación; tú, nuestro indecible gozo, amándote hasta el extremo como tú nos has amado. ¡Oh Cristo!, no has muerto en vano, ya que tu amor nos ha hecho revivir y renacer y nosotros -crucificados y libres creemos firmemente en ti, verdadero hermano nuestro, que desde siempre y por siempre eres Dios. Cristo, tú eres el único, el Señor; todo ha comenzado en ti, todo llegará a pleno cumplimiento en ti.

 

CONTEMPLATIO

¡Cómo me gustaría mortificar estos mis miembros mortales! ¡Cómo me gustaría cargarme espiritualmente con cualquier peso, caminando por la vía estrecha, por la que pocos caminan, y no caminando por la ancha y fácil! Grandes y extraordinarias son las realidades que se siguen. La esperanza supera nuestro mérito y nuestra misma dignidad. ¿En qué consiste este misterio nuevo que me rodea? Soy pequeño y grande, humilde y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Las primeras realidades las tengo en común con este mundo inferior, las otras me vienen de Dios. Es necesario que sea sepultado con Cristo, que resucite con él y con él reciba la heredad; que llegue a ser hijo de Dios y, de algún modo, Dios mismo.

Esto es lo que nos manifiesta este gran misterio: Dios, que por nosotros se ha revestido de humanidad, se ha hecho pobre para elevar nuestra naturaleza envilecida y restaurar en nosotros su imagen desfigurada, promoviendo al hombre para que todos nosotros seamos uno en Cristo, el cual se ha realizado perfectamente en todos nosotros en plenitud. ¡Qué podamos llegar a ser lo que esperamos según la magnífica benevolencia de Dios! Poca cosa es lo que nos pide, comparada con la inmensidad que regala, en el tiempo presente y en el venidero, al que le ama con sincero corazón: cuando por el amor y la esperanza en él nos esforzamos por soportar cualquier cosa, dándole gracias por todo, en el gozo y la tristeza, y le encomendamos nuestras almas y las de nuestros compañeros de peregrinación (Gregorio Nacianceno, Discursos VII, 23s, passini).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Yo me alegraré con el Señor" (Sal 103,34).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Permanece con él no sólo con el corazón, sino también con los oídos y los ojos, que van donde les lleva el corazón. El amor desea conocer y ver. Nosotros no hemos escuchado ni visto al Señor Jesús, Verbo hecho carne. Pero sabemos que su carne se ha hecho Palabra para hacerse carne en nosotros, que le escuchamos y contemplamos.

Y es que el hombre se convierte en la palabra que escucha y se transfigura en el que tiene delante. La palabra que nos cuenta la historia de Jesús es para nosotros su carne, norma de fe y criterio supremo de discernimiento espiritual. De lo contrario, nos inventamos un Dios a la medida de nuestras fantasías religiosas (cf. Ef 4,20; 1 Jn 4,2) y creemos no en él, sino en las ideas que nos hacemos de él.

No tenemos ninguna imagen de Dios y no debemos hacernos ninguna. Lo conocemos a través de su revelación a Israel y en el acontecimiento de Jesús, en el que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Col.2,9).

Por consiguiente, lee siempre la Escritura para conocer la Palabra de la cual eres siervo para tu salvación y en favor de los hermanos.

Es tu profesión específica de apóstol (Le 1,2; Hch 6,4). Léela siempre con admiración y acción de gracias. La Palabra será luz para tus ojos, miel en la boca y gozo para tu corazón (Sal 19,9.11 ; 11 9,103.111). Lee y admira; conviértete y goza; discierne y elige, luego actúa.

Debes saber que donde no te admiras, no comprendes; donde no te conviertes, no gozas; donde no gozas, no disciernes; donde no disciernes, no eliges; donde no eliges, actúas inevitablemente según el pensamiento humano y no según el de Dios (Me 8,33). Que la Palabra sea el centro de tu vida. Es Jesús, el Hijo, al que amas y deseas conocer cada vez más para amarlo siempre mejor y en verdad (S. Fausti, Lettera a Sita. Quale futuro per ¡I crísfianesimo?, Cásale Monf. 1991, 23s).

 

Día 27

Viernes de la quinta semana de cuaresma

 Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 20,10-13

10 He escuchado las calumnias de la gente: "¡Terror por todas partes! ¡Denunciadlo, vamos a denunciarlo!". Todos mis familiares espiaban mi traspié: "¡Quizá se deje seducir, lo podremos y nos vengaremos de él!".

11 Pero el Señor está conmigo como un héroe poderoso; mis perseguidores caerán y no me podrán, probarán la vergüenza de su derrota, sufrirán una ignominia eterna e inolvidable.

12 - ¡Oh Señor todopoderoso, que pruebas al justo, que sondeas los pensamientos y las intenciones, haz que yo vea cómo te vengas de ellos, porque a ti he confiado mi causa!

13 Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró al pobre del poder de los perversos.

 

**• La acción profética de Jeremías ya no puede consistir en llamar al pueblo a la conversión. A lo largo de muchos años no se ha escuchado su voz. Ahora, por mandato de Dios, debe anunciar que el juicio divino es irrevocable. El castigo está a punto de caer sobre Israel: Jerusalén será entregada en manos del rey de Babilonia. En esta circunstancia, la más penosa de su dolorosa experiencia de profeta, derrama su última "confesión" (vv. 7-18), fragmento sumamente autobiográfico, aunque paradigmático del destino de todo verdadero creyente. En unos pocos y conmovedores versículos, se evoca el momento de la vocación (vv. 7-9).

No se omiten los momentos desoladores y de rebelión: persecuciones, calumnias, traiciones, constituyen el tejido de su vida (v. 10). Pero, como Job, también Jeremías sale victorioso de la prueba: tras el desahogo, brota un acto puro de fe en Dios (vv. 11-13). Es significativa la solemne declaración inicial: "El Señor está conmigo como un héroe poderoso". Nos remite directamente a las palabras que Dios mismo dirigió al profeta en el momento de su vocación: "Yo estoy contigo para salvarte" (Jr 1,19).

A lo largo de su arduo camino, aquellas palabras fueron lámpara para sus pasos. En adelante el profeta no experimentará más resistencias ni rebeliones. Su vida estará erizada de dificultades, pero se entrega totalmente al Señor, con la seguridad de que es él quien salva al pobre perseguido.

 

Evangelio: Juan 10,31-42

31 Los judíos volvieron a lomar piedras para tirárselas a Jesús.

32 Pero él les dijo: - He hecho ante vosotros muchas obras buenas por encargo del Padre. ¿Por cuál de ellas queréis apedréame?

33 Los judíos le contestaron: - No es por ninguna obra buena por lo que queremos apedrearte, sino por haber blasfemado. Pues tú, siendo hombre, te haces Dios.

34 Jesús les replicó: - ¿No está escrito en vuestra ley: Yo os digo: vosotros sois dioses'? ,

35 Pues si la Ley llama dioses a aquellos a quienes fue dirigida la Palabra de Dios, y lo que dice la Escritura no puede ponerse en duda,

36 entonces, ¿con qué derecho me acusáis de blasfemia a mí, que he sido elegido por el Padre para ser enviado al mundo, sólo por haber dicho "yo soy Hijo de Dios"? ,

37 Si yo no realizo obras iguales a las de mi Padre, no me creáis;

38 pero si las realizo, aceptad el testimonio de las mismas, aunque no queráis creerme a mí. De este modo podríais reconocer que el Padre está en mí y yo en el Padre.

39 Así pues, intentaron de nuevo detener a Jesús, pero él se les escapó de entre las manos.

40 Jesús se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde anteriormente había estado bautizando Juan, y se quedó allí.

41 Acudía a él mucha gente, que decía: - Es cierto que Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que dijo acerca de éste era verdad.

42 Y en aquella región muchos creyeron en él.

 

**• Estamos en el contexto de la fiesta de la Dedicación, en la que se celebra la santidad del templo, es decir, la vuelta al edificio sacro de la gloria de Dios, alejada por la profanación.

Jesús "se pasea" libremente por el templo bajo el pórtico de Salomón, cuando es rodeado por los judíos: el choque se hace cada vez más tenso, hasta el punto de que éstos intentaban lapidarle. Muchas veces, en el pasado, los judíos habían tratado de arrestarle por las "obras" que hacía (curaciones en sábado...), pero ahora aparece un único motivo de condena: la blasfemia, al hacerse él, que es un hombre, igual a Dios (v. 33). Ésta será la acusación alegada ante Pilato.

Jesús responde puntualmente, en primer lugar poniéndose en un terreno común con sus acusadores (la Palabra de Dios que no puede ser desmentida), luego apelando a su misma experiencia (las obras que ha llevado a cabo). Es la última tentativa de despertar sus corazones a la fe. Y por eso resulta tan significativa la urgente insistencia de observar las obras que son "palabras".

Si por ninguna de las obras es Jesús digno de condena, ¿por qué no creer en la verdad de cuanto dice? Pero también esta dolorida y vehemente llamada es desatendida.

Se da una incomunicación total. Jesús se va "de nuevo" al otro lado del Jordán, fuera de la ciudad santa, donde Juan había dado testimonio de la verdad, y aquí, donde también surgieron los primeros discípulos, muchos comenzaron a creer. En la experiencia del mayor rechazo, un germen de fe anticipa la gracia del acontecimiento pascual.

 

MEDITATIO

El cuarto evangelio presenta siempre situaciones en las que se dividen los ánimos: se ofrece bastante luz para poder creer, pero también la suficiente oscuridad para justificar el rechazo de adhesión a Cristo. También el fragmento que hemos leído hoy concluye afirmando que "muchos creyeron en él", pero no todos. Algunos se dejan convencer, mientras que otros se atrincheran en su postura. Estos últimos actúan de buena fe, porque desean "defender a su" Dios. Durante la última cena Jesús dirá a sus discípulos: "Llegará la hora en la que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios" (Jn 16,2).

¿Acaso estas tendencias extremas, diversas y contradictorias referentes a la fe no se encuentran, aunque sea en grado menor, en nuestro corazón? Nuestra fe pasa con frecuencia por altibajos. Es como si la muchedumbre de la que habla Juan estuviera dentro de nosotros.

Jesús con su ejemplo nos enseña cómo superar oscilaciones tan peligrosas dictadas por el sentimiento o por el estado de ánimo, o el escepticismo sutil que se respira en la mentalidad de nuestros días. La fe cristiana, para que arraigue en lo hondo de nuestro ser y permanezca firme, a pesar de los temporales de superficie, precisa fundarse sólidamente en la Sagrada Escritura, que llega en el Nuevo Testamento a su cumplimiento y plenitud. Frecuentar asiduamente la Palabra de Dios es fortalecer nuestra fe en esta Palabra que tiene rostro: el del Hijo igual al Padre.

 

ORATIO

Señor, ¿cómo creer que eres Hijo de Dios cuando te haces presente en medio de nosotros de modo tan desconcertante?

¡Cuántas veces quisiéramos también nosotros reducir al silencio las exigencias de tu Palabra, cuando nos toca en lo vivo pidiéndonos opciones costosas y coherentes! ¿Acaso nuestras resistencias, nuestros rechazos o indecisiones no pesan en tu corazón como las piedras que los judíos cogieron para lapidarte?... Pero tú huyes.

Señor, tú huyes siempre de la presa, de los que tratan de reducirte a su medida, a sus ideas, a sus imágenes, a sus absurdas pretensiones de comprender y explicar todo. Tú huyes de las miradas de los que se miran a sí mismos y sus ideas, cuando deberían fijar los ojos en ti y en tu luz.

Señor, concédenos acogerte en tu Palabra de verdad, de acogerte a ti, que te revelas como Hijo del hombre e Hijo de Dios. Derrama tu luz sobre nosotros para que nos permita creer sin vacilar, para que nos conceda perseverar en la fe sin ceder a compromisos alienantes.

 

CONTEMPLATIO

Agradecemos al Único que realizó con su vida lo que estaba escrito de él en la Sagrada Escritura que lo que no podíamos comprender con la simple escucha, se aclarase viéndolo. Él, como se lee en el libro del Apocalipsis, abrió el libro sellado que nadie podía abrir ni leer, revelándonos con su pasión y resurrección todos los misterios en él contenidos. Y, asumiendo los males de nuestra debilidad, nos mostró los bienes de su poder y de su gloria. Pues se hizo carne para hacernos espirituales, en su bondad se humilló para ensalzarnos, salió para que pudiésemos entrar, apareció visible para mostrarnos las cosas invisibles, padeció azotes para curarnos, soportó los ultrajes y burlas para librarnos de la vergüenza eterna, murió para darnos la vida. Él, que en su naturaleza permanece incomprensible, en nuestra naturaleza se dejó prender y flagelar, porque si no hubiese asumido lo propio de nuestra debilidad, no hubiese podido elevarnos con el poder de su fuerza.

Por consiguiente, para realizar su misión, ha llevado a cabo una obra extraordinaria. Para ejecutar su plan ha hecho algo insólito, porque siendo Dios se ha encarnado para elevarnos hasta su justicia. Por nosotros se ha dignado soportar los azotes como hombre pecador.

Hizo, pues, algo inaudito, ajeno a su ser, para ejecutar su obra: porque sufriendo soportó nuestros males, llevándonos a nosotros, sus criaturas, a la gloria de su potencia (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 4, 19s: CCL 142,271-273).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Yo te amo, Señor, mi fortaleza" (Sal 17,2b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Soportar los ultrajes, ser objeto de burla a causa de la fe, es una señal de los creyentes, a lo largo del tiempo. Hace mal al cuerpo y al alma cuando no pasa un día sin que el nombre de Dios sea expuesto a la duda o la blasfemia.

¿Dónde está tu Dios? Yo lo confieso ante el mundo y ante todos sus enemigos cuando desde el abismo de mi miseria creo en su bondad, cuando desde la culpa creo en su perdón, desde la muerte en la vida, desde la derrota en su victoria, desde el abandono en su presencia llena de gracia. Quien ha encontrado a Dios en la cruz de Jesucristo sabe cómo Dios se esconde de modo sorprendente en este mundo, sabe cómo está presente al máximo precisamente donde pensábamos que estaba sumamente lejano. Quien ha encontrado a Dios en la cruz perdona también a todos sus enemigos, porque Dios le ha perdonado.

Oh Dios, no me abandones cuando tenga que padecer ultrajes; perdona a todos los ateos, porque me has perdonado a mí, y lleva a todos a ti, por la cruz de tu hijo amado. ¡Abandona cualquier preocupación y espera! Dios sabe el momento de ayudarte y llegará sin duda, pues es Dios verdadero. El será la salvación de tu rostro, pues te conoce y te ha amado aun antes de crearte. No dejará que caigas. Estás en sus manos. Sólo podrás dar gracias por todo lo sucedido, porque habrás aprendido que Dios omnipotente es tu Dios.

Tu salvación se llama Jesucristo.

Trinidad de Dios, te doy gracias por haberme elegido y amado. Te doy gracias por los caminos por los que me guías. Te doy gracias porque tú eres mi Dios. Amén (D. Bonhoeffer, Memoria e fedeltá, Magnano 1 995, 40s)

 

Día 28

Sábado de la quinta semana de cuaresma

 Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 37,21-28

21 Esto dice el Señor: Yo recogeré a los israelitas de entre las naciones adonde han ido y los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra.

22 Haré de ellos un solo pueblo en mi tierra, en los montes de Israel; tendrán todos un solo rey, y ya no serán dos naciones, dos reinos divididos.

23 No se contaminarán más con sus ídolos, con sus perversas acciones y sus crímenes; los libraré de todas las infidelidades que cometieron y los purificaré. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.

24 Mi siervo David será su rey, y tendrán todos un solo pastor; caminarán por la senda de mis preceptos, guardarán mis mandamientos y los pondrán en práctica.

25 Vivirán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, donde vivieron vuestros antepasados. Allí vivirán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; mi siervo David será su príncipe eternamente.

26 Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna, y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre.

27 Pondré en medio de ellos mi morada; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

28 Y cuando mi santuario esté en medio de ellos por siempre, sabrán las naciones que yo, el Señor, he consagrado a Israel.

 

**• En la segunda fase de su ministerio profético, después de haber predicado el castigo, Ezequiel anuncia simbólicamente (vv. 16s) la vuelta de Israel del destierro (v. 21) y la reunificación en un solo pueblo en los montes de Israel (v. 22), bajo la guía de un único rey-pastor (vv. 22.24). El castigo anunciado ya ha tenido lugar (la deportación del año 586 a.C): pero tiene un carácter terapéutico y es temporal, con vistas a purificar la idolatría (v. 23) y curar las desobediencias (v. 24). La promesa de Dios, por el contrario, es una alianza de paz eterna (v. 26): el Espíritu del Señor reposa en su pueblo (v. 14) y el pueblo está llamado a reposar en la tierra de su Dios (vv. 25s), en paz y prosperidad (vv. 26-28). Dios morará en medio de su pueblo para siempre (vv. 27s).

Esta realidad revelará a todos quién es YHWH: "El Señor que consagra a Israel" (v. 28), y quién es Israel: el pueblo consagrado por la presencia de su Dios. En términos más familiares, como dice Dios por boca del profeta: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (v. 27), con toda la carga afectiva manifestada en estos posesivos.

 

Evangelio: Juan 11,45-56

45 Al ver lo que Jesús había hecho, muchos judíos que habían venido a casa de María creyeron en él.

46 Otros, en cambio, fueron a contar a los fariseos lo que había hecho.

47 Entonces, los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron una reunión del sanedrín. Se decían: - ¿Qué hacemos? Este hombre está realizando muchos signos.

48 Si dejamos que siga actuando así, toda la gente creerá en él. Entonces las autoridades romanas tendrán que intervenir y destruirán nuestro templo y nuestra nación.

49 Uno de ellos, llamado Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, les dijo: - Estáis completamente equivocados.

50 ¿No os dais cuenta de que es preferible que muera un solo hombre por el pueblo, a que toda la nación sea destruida?

51 Caifás no hizo esta propuesta por su cuenta, sino que, como desempeñaba el oficio de sumo sacerdote aquel año, anunció bajo la inspiración de Dios que Jesús iba a morir por toda la nación;

52 y no solamente por la nación judía, sino para conseguir la unión de todos los hijos de Dios que estaban dispersos.

53 A partir de este momento tomaron la decisión de dar muerte a Jesús.

54 Por eso, Jesús dejó de andar públicamente entre los judíos; se marchó de la región de Judea y se fue a un pueblo, llamado Efraín, muy cerca del desierto. Y se quedó allí con sus discípulos.

55 Estaba muy próxima la fiesta judía de la pascua. Ya antes  de la fiesta, mucha gente de las distintas regiones del país subía a Jerusalén para asistir a los ritos de purificación.

56 Estas  gentes buscaban a Jesús y, al encontrarse en el templo, se decían unos a otros: - ¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?

 

**• Después del "signo" de la resurrección de Lázaro, las autoridades judías están ya decididas a matar a Jesús, considerado un hombre peligroso. Si continúa haciendo milagros, ciertamente la muchedumbre, que ya había querido proclamarlo rey, lo declarará libertador de la nación, suscitando el furor de los romanos. Consiguientemente el templo podría ser destruido. Hay que evitar de cualquier modo este peligro.

La decisión muestra la ceguera total de los jefes respecto a Jesús. Desde la primera pascua Jesús había anunciado ser el nuevo templo, punto de convergencia de Israel y de toda la humanidad, pero no comprendieron sus palabras. Entonces intervino Caifás con su propia autoridad. Ya no le acusa de blasfemia, ni la ilegalidad de los actos de Jesús constituye el tema de su discurso; de su boca salen palabras dichas por "razón de Estado", dictadas por interés político. El individuo debe ser sacrificado "por" el bien común. Y con estas palabras, sin querer, se convierte en profeta.

Ciertamente, la misión de Jesús consiste en reunir a los hijos dispersos y formar con todos un único pueblo nuevo, en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y esto acontece porque él da la vida "por" los hombres. De este modo, en el plano histórico el sanedrín decide la muerte de Jesús, pero en realidad -y Juan se desplaza al plano teológico- el Padre está llevando a cabo su designio de salvación gracias a la adhesión filial de Cristo a su obra.

 

MEDITATIO

En el Evangelio que se nos ha proclamado hoy el conflicto llega a su punto álgido. La situación es irreversible: se ha decidido la muerte de Jesús. El escándalo de la cruz aparece a nuestros ojos, y en la tierra nada ha cambiado. Por todas partes conflictos, sobre todo en nosotros mismos... ¿Lograremos el éxito donde Jesús ha fracasado?

A lo largo de este tiempo de pasión tendremos ocasión de enfrentarnos al realismo de la cruz. Cristo ha venido para hacernos partícipes de la promesa maravillosa de que Dios es todo en todos. Pero para realizarlo no ha suprimido los conflictos ni nos ofrece una paz barata. Él mismo se ha adentrado en el meollo del conflicto que lacera el corazón humano y nos ha conseguido la victoria del amor... Se trata de una victoria lograda mediante la locura de la cruz y el sacrificio de la obediencia, que coincide cabalmente con la gloria eterna.

        A través de este mismo camino, también nosotros podemos entrar en la gloria, que comienza ya aquí. Ésa es la tarea de nuestra vida, el compromiso de este día. Rechazar la lucha -lo cual equivale a seguir nuestros deseos instintivos- y permitir que la división arraigue en nosotros y en el mundo es como ponerse al lado de los enemigos de Cristo. Aceptar generosamente la lucha, contando con la gracia de Dios, pedida en la oración, significa participar en la victoria definitiva del amor y poseer ya el gozo de Dios.

 

ORATIO

Oh Dios, Padre nuestro, que en el exceso de tu amor has expuesto a tu Hijo amadísimo al rechazo y al odio del mundo, danos la fuerza de tu Espíritu a nosotros, que, elegidos para ser tuyos, queremos seguir las huellas de nuestro maestro y dar un valiente testimonio, al mundo que no te conoce, de su muerte y su resurrección.

Haz que, conformándonos a él, opongamos amor al odio, mansedumbre a la violencia, perdón a la venganza, paz a la enemistad, bendición a la maldición. No permitas que en la hora de la prueba nos venza el miedo y nos haga caer en el pecado de la incredulidad y el desamor. Antes al contrario, haz que siempre seamos más tuyos y vayamos a ti unidos a tu Hijo, llevando en brazos a este mundo al que tú, incansablemente, amas y quieres salvar. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Hermanos, es necesario que pensemos de Jesucristo como de Dios, como juez de vivos y muertos; y es necesario que no tengamos en poca estima lo referente a nuestra salvación. Pecamos cuando ignoramos de dónde, por quién y a dónde hemos sido llamados y cuánto soportó padecer Jesucristo por nuestra causa. Ahora bien, ¿qué le daremos a él a cambio, qué fruto digno de lo que él mismo nos ha dado? ¿Cuántos beneficios le debemos? Pues nos concedió la gracia de la luz; como Padre nos llamó hijos; cuando estábamos perdidos, nos salvó. Así pues, ¿qué alabanza o qué pago le daremos a cambio de lo que hemos recibido? Nuestra mente estaba cegada cuando adorábamos piedras, leños, oro, plata y bronce, obras de los hombres. Toda nuestra vida no era más que muerte. Estábamos inmersos en las tinieblas. Pero se apiadó de nosotros y nos salvó compasivamente al ver el gran extravío y perdición en que estábamos sumidos, y que no teníamos ninguna esperanza de salvación si no venía de él. Nos llamó cuando no éramos y quiso que existiéramos a partir de la nada [...].

Así pues, arrepintámonos de todo corazón para que ninguno de nosotros se pierda. Ayudémonos mutuamente para guiar a los débiles en lo relativo a la fe, con el fin de que todos nos salvemos, nos convirtamos y nos amonestemos. Reunámonos e intentemos progresar en los mandamientos del Señor para que todos, al tener los mismos sentimientos, seamos reunidos para la vida [...].

Al único Dios invisible, Padre de la verdad, que nos envió al Salvador y guía de la incorruptibilidad, por medio del cual nos manifestó también la verdad y la vida celeste, a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén (Clemente Romano, Segunda carta a los Corintios, 1.17.20, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Él ha hecho de dos pueblos uno solo" (Ef 2,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Morimos solos. Mientras la vida, desde el seno materno, siempre es comunión, tanto que un yo humano aislado no puede ni nacer, ni subsistir, ni siquiera ser imaginado, la muerte deja en suspenso la ley de la comunión. Los hombres pueden acompañar hasta el extremo del umbral al moribundo, que puede sentirse acompañado, sobre todo, por la comunidad de los creyentes que le acompañan en la fe en Cristo; sin embargo, franqueará la estrecha puerta solo y aislado. La soledad explica lo que es actualmente la muerte: consecuencia del pecado (Rom 5,1 2); es inútil tratar de buscar otra razón.

Cristo ha asumido por los pecadores la muerte en su radicalidad extrema, con intensidad dramática. Y tanto es así que no sólo fue  manifiestamente abandonado por los hombres, no sólo fue rechazado por pocos partidarios suyos, sino que puso explícitamente en manos del Padre el vínculo de unión que le unía a él, el Espíritu Santo, para experimentar hasta sus últimas consecuencias el total abandono incluso por parte del Padre. Toda la riqueza del amor debe resumirse y simplificarse en este punto de unión, para que, manando de ahí, se pueda tener una fuente y una reserva eterna.

Por eso, no existe en la tierra una comunión en la fe que no se derive de la extrema soledad de la muerte en la cruz. El bautismo, que sumerge al cristiano en el agua, lo separa, en la fuente imagen e la amenaza de muerte de toda comunicación, para llevarlo a la verdadera fuente, origen de dicha comunicación. La misma fe, en su origen, está necesariamente de cara al abandono que el mundo y Dios han hecho al crucificado [...]. El mismo amor cristiano al prójimo es el resultado del sacrificio del hombre, así como Dios Padre se sirve para la redención de la humanidad del sacrificio del Hijo abandonado (H. U. von Balthasar, Cordura owerosia ll caso serio, Brescia 1974, ce., passim).

 

 

Día 29

Domingo de Ramos

Liturgia de las Horas de hoy

 LECTIO

Primera lectura: Isaías 50,4-7

4 El Señor me ha dado una lengua de discípulo para que sepa sostener con mi palabra al abatido. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.

5 El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he resistido ni me he echado atrás.

6 Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos.

7 El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, subiendo que no quedaría defraudado.

 

Segunda lectura: Filipenses 2,6-11

6 Cristo, a pesar de su condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios.

7 Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre,

8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

9 Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,

10 para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos,

11 y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

 

Evangelio: Marcos 14,1-15,47

14,1 Faltaban dos días para la fiesta de la pascua y los panes sin levadura. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley andaban buscando el modo de prender a Jesús con engaño y darle muerte,

2 pero decían: - Durante la fiesta, no, no sea que el pueblo se alborote.

3 Estaba Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, sentado a la mesa, cuando llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume de nardo puro, que era muy caro. Rompió el frasco y se lo derramó sobre su cabeza.

4 Algunos estaban indignados y comentaban entre sí: - ¿A qué viene este despilfarro de perfume?

5 Se podía haber vendido por más de trescientos denarios y habérselos dado a los pobres. Y la criticaban.

6 Jesús, sin embargo, replicó: - Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho conmigo una obra buena.

7 A los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis, pero a mí no me tendréis siempre.

8 Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura.

9 Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se anuncie la Buena Noticia será recordada esta mujer y lo que ha hecho.

10 Judas Iscariote, uno de los doce, fue a hablar con los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jesús.

11 Ellos se alegraron al oírle y prometieron darle dinero. Así que andaba buscando una oportunidad para entregarlo.

12 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, sus discípulos preguntaron a Jesús: - ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua?

13 Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: - Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidlo,

14 y allí donde entre decid al dueño: El Maestro dice: "¿Dónde está la sala en la que he de celebrar la cena de pascua con mis discípulos?"

15 Él os mostrará en el piso de arriba una sala grande, alfombrada y dispuesta. Preparadlo todo allí para nosotros.

16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, encontraron todo tal como Jesús les había dicho y prepararon la cena de pascua.

17 Al atardecer llegó Jesús con los doce

18 y se sentaron a la mesa. Luego, mientras estaban cenando, dijo Jesús: - Os aseguro que uno de vosotros me va a entrenar, uno que está cenando conmigo.

19 Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: - ¿Acaso soy yo?

20 Él les contestó: - Uno de los doce, uno que come en el mismo plato que yo.

21 El Hijo del hombre se va, tal como esta escrito de el, pero ¡ay de aquel que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!

22 Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, se lo dio y dijo: - Tomad, esto es mi cuerpo.

23 Tomó luego una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella.

24  les dijo: - Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos.

25 0s aseguro que ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.

26 Después de cantar los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

27 Jesús les dijo: - Todos vais a fallar, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.

28 Pero después de resucitar, iré delante de vosotros a Galilea.

29 Pedro le replicó: - Aunque todos fallen, yo no.

30 Jesús le contestó: - Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres.

31 Pedro insistió: - Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré. Y todos decían lo mismo.

32 Cuando llegaron a un lugar llamado Getsemaní, dijo Jesús a sus discípulos: - Sentaos aquí, mientras yo voy a orar.

33 Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comenzó a sentir pavor y angustia,

34 y les dijo: - Siento una tristeza mortal. Quedaos aquí y velad.

35 Y avanzando un poco más, se postró en tierra y suplicaba que, a ser posible, no tuviera que pasar por aquel trance.

36 Decía: - ¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú.

37 Volvió y los encontró dormidos. Y dijo a Pedro: - Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora?

38 Velad y orad para que podáis hacer frente a la prueba; que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil.

39 Se alejó de nuevo y oró repitiendo lo mismo.

40 Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Ellos no sabían qué responderle.

41 Volvió por tercera vez y les dijo: - ¿Todavía estáis durmiendo y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora. Mirad, el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.

42 ¡Levantaos! ¡Vamos! Ya está aquí el que me va a entregar.

41 Aún estaba hablando Jesús, cuando se presentó Judas, uno de los doce, y con él un tropel de gente con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los ancianos.

44 El traidor les había dado una contraseña, diciendo: - Al que yo bese, ése es; prendedlo y llevadlo bien seguro.

45 Nada más llegar, se acercó a Jesús y le dijo: - Rabbí. Y lo besó.

46 Ellos le echaron mano y lo prendieron.

47 Uno de los presentes desenvainó la espada y, de un tajo, le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.

48 Jesús tomó la palabra y les dijo: - Habéis salido con espadas y palos a prenderme, como si fuera un bandido.

49 A diario estaba con vosotros enseñando en el templo, y no me apresasteis. Pero es preciso que se cumplan las Escrituras.

50 Entonces todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron.

51 Un joven lo iba siguiendo, cubierto tan sólo con una sábana. Le echaron mano,

52 pero él, soltando la sábana, se escapó desnudo.

53 Condujeron a Jesús ante el sumo sacerdote y se reunieron todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la Ley.

54 Pedro lo siguió de lejos hasta el interior del patio del sumo sacerdote y se quedó sentado con los guardias, calentándose junto al fuego.

55 Los jefes de los sacerdotes y todo el sanedrín buscaban una acusación contra Jesús para darle muerte, pero no la encontraban.

56 Pues aunque muchos testimoniaban en falso contra él, los testimonios no coincidían.

57 Algunos se levantaron y dieron contra él este falso testimonio:

58 - Nosotros le hemos oído decir: "Yo derribare este- templo hecho por hombres y en tres días construiré otro no edificado por hombres".

59 Pero ni siquiera en esto concordaba su testimonio.

60 Entonces se levantó el sumo sacerdote en medio de todos y preguntó a Jesús: - ¿No respondes nada? ¿Qué significan estas acusaciones?

61 Jesús callaba y no respondía nada. El sumo sacerdote siguió preguntándole: - ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?

62 Jesús contestó: - Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.

63 El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: - ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?

64 Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Todos lo juzgaron reo de muerte.

65 Algunos comenzaron a escupirle y, tapándole la cara, le daban bofetadas y le decían: - ¡Adivina!. Y también los guardias le golpeaban.

66 Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las criadas del sumo sacerdote.

67 Al ver a Pedro calentándose junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: - También tú andabas con Jesús, el de Nazaret.

68 Pedro lo negó diciendo: - No sé ni entiendo de qué hablas. Salió afuera, al portal, y cantó un gallo.

69 Lo vio de nuevo la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: - Éste es uno de ellos.

70 Pedro lo volvió a negar. Poco después también los presentes decían a Pedro: - No hay duda. Tú eres uno de ellos, pues eres galileo.

71 El comenzó entonces a echar imprecaciones y a jurar: - Yo no conozco a ese hombre del que me habláis.

72 En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó de lo que le había dicho Jesús:

73 “Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres", y rompió a llorar.

15,1 Muy de madrugada, se reunieron a deliberar los jefes de los sacerdotes, junto con los ancianos, los maestros de la Ley y todo el Consejo de Ancianos; luego llevaron a Jesús atado y se lo entregaron a Pilato.

2 Pilato le preguntó: - ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó:- Tú lo dices.

3 Los jefes de los sacerdotes le acusaban de muchas cosas.

4 Pilato lo interrogó de nuevo diciendo: - ¿No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan.

5 Pero Jesús no respondió nada más, de modo que Pilato se quedó extrañado.

6 Por la fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran.

7 Tenía encarcelado a un tal Barrabás con los sediciosos que habían cometido un asesinato en un motín.

8 Cuando llegó la gente, comenzó a pedir lo que les solía conceder.

9 Pilato les dijo: - ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

10 Pues sabía que los jefes de los sacerdotes habían entregado a Jesús por envidia.

11 Los jefes de los sacerdotes azuzaron a la gente para que les soltase a Barrabás.

12 Pilato les preguntó otra vez: - ¿Y qué queréis que haga con el que llamáis rey de los judíos?

13 Ellos gritaron: - ¡Crucifícalo!

14 Pilato les replicó: - Pues ¿qué ha hecho de malo? Pero ellos gritaron todavía más fuerte: - ¡Crucifícalo!

15 Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús para que lo azotaran y, después, lo crucificaran.

16 Los soldados lo llevaron al interior del palacio, o sea, al pretorio, y llamaron a toda la tropa.

17 Lo vistieron con un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron.

18 Después comenzaron a saludarlo, diciendo: - ¡Salve, rey de los judíos!

19 Le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, poniéndose de rodillas, le rendían homenaje.

20 Tras burlarse de él, le quitaron el manto de púrpura, le vistieron con sus ropas y lo sacaron para crucificarlo.

21 Por el camino encontraron a un tal Simón, natural de Cirene, el padre de Alejandro y de Rulo, que venía del campo, y le obligaron a llevar la cruz de Jesús.

22 Condujeron a Jesús hasta el Gólgota, que quiere decir "lugar de la Calavera".

23 Le daban vino mezclado con mirra, pero él no lo aceptó.

24 Después lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echándolos a suertes, para ver qué se llevaba cada uno.

25 Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron.

26 Había un letrero en el que estaba escrita la causa de su condena: "El rey de los judíos".

27 Con Jesús crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda.

29 Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: - ¡Eh, tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días!

30 ¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!

31 Y lo mismo hacían los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley, que se burlaban de él diciendo: - ¡A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse!

32 ¡El Mesías! ¡El rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y le creamos! Hasta los que habían sido crucificados junto con él le injuriaban.

33 Al llegar el mediodía, toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres.

34 Y a eso de las tres gritó Jesús con fuerte voz - Eloí, Eloí, ¿lema sabaktani? (que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?).

35 Algunos de los presentes decían al oírle: - Mira, llama a Elías.

36 Uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola en una caña, le ofrecía de beber, diciendo: - Vamos a ver si viene Elías a descolgarlo.

37 Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró.

38 La cortina del templo se rasgó en dos de arriba abajo.

39 el centurión que estaba frente a Jesús, al ver que había expirado de aquella manera, dijo: - Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.

40 Algunas mujeres contemplaban la escena desde lejos. Entre ellas María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé,

41 que habían seguido a Jesús y lo habían asistido cuando estaba en Galilea. Había, además, otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

42 Al caer la tarde, como era la preparación de la pascua, es decir, la víspera del sábado,

43 llegó José de Arimatea, que era miembro distinguido del sanedrín y esperaba el Reino de Dios, y tuvo el valor de presentarse a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.

44 Pilato se extrañó de que hubiera muerto tan pronto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto ya:

45 Informado por el centurión, otorgó el cadáver a José.

46 Éste compró una sábana, lo bajó, lo envolvió en la sábana, lo puso en un sepulcro excavado en roca e hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro.

47 María Magdalena y María la madre de José observaban dónde lo ponían.

 

         *»• Precisamente en la narración de la pasión encuentra respuesta la pregunta fundamental -¿Quién es Jesús?- que constituye el eje del evangelio de Marcos. En la pasión se revela el misterio: Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios. La afirmación del centurión –un pagano- que lo ve morir "así" (15,39) es el símbolo del camino de la incredulidad a la confesión de fe que cada uno de nosotros está llamado a hacer contemplando al Crucificado.

        La narración es sobria, condensada, incisiva: los acontecimientos hablan por sí mismos, el Protagonista calla. La irrisión que golpea los aspectos de su misión (14,65; 15,29.3ls) no encuentra respuesta. Verdadero hombre, en Getsemaní (14,33-35) cae a tierra orando, en un gesto de súplica y abandono. Verdadero Hijo de Dios, puede invocar a Dios, el Altísimo, con el apelativo de Abba, papá... Tras la repetida oración tiene lugar la dolorosa entrega a la voluntad del Padre (14,36). Jesús está ya dispuesto a entregarse en manos de los hombres. Ante éstos no tiene más palabras que las que declaran su identidad, causando su condena como blasfemo (14,61-64) y subversivo (15,2). En el clamor de las muchas voces que acusan, se burlan, reniegan y gritan "¡Crucifige!", es más impresionante el silencio de Jesús, que en el momento supremo se convierte en un Inerte grito, oración acongojada al Padre (15,34), entrega total (15,37). El Hijo de Dios atraviesa los umbrales de la muerte.

 

MEDITATIO

          La liturgia de hoy abre las celebraciones pascuales. Nos encontramos entre la muchedumbre que acude festiva a la entrada de Jesús en la ciudad santa y se nos invita a continuación a escuchar la dolorosa pasión que en Marcos da la definitiva respuesta a la pregunta que atraviesa todo el Evangelio: ¿quién es Jesús?. Y también nosotros debemos ahora pronunciarnos a su favor con verdad y franqueza para no pasar -como hizo la muchedumbre- del hosanna al crucifige. Debemos preguntarnos si de verdad también nosotros estamos dispuestos a afrontar con el Maestro y nuestro Señor el camino del amor. Es una senda que se manifiesta, en su aparente debilidad e inutilidad, en un abandono incondicionado a la voluntad del Padre. Si los discípulos de entonces, que habían palpado el Verbo de la vida, que habían hundido en  sus ojos la mirada, no lo han comprendido, sino que abandonaron y traicionaron a Jesús, ¿cómo podremos nosotros presumir de ser fieles, engatusados como estamos por mil sirenas que nos ofrecen una felicidad efímera?

          ¿Osaremos tener la mirada fija en Jesús, por lo menos en estos días santos, para no dar una mano al que trata de asfixiar al amor? Sólo a los pies de la cruz podrá renacer en nosotros una fe más madura en Jesús verdadero hombre y verdadero Dios, un Dios tan enamorado de su criatura que acepta morir por amor. Nuestra vida necesita esta fe para crear la novedad de gestos que sólo el amor humilde sabe inventar, y para transfigurar la trivialidad cotidiana en una maravillosa epifanía del Reino de Dios que está en medio de nosotros.

 

ORATIO

          Concédenos, Señor, la gracia de vivir este tiempo en un profundo recogimiento interior. Que hasta en los compromisos diarios de nuestro trabajo permanezca viva en nosotros la memoria de tu santísima pasión.

          Dispón tú mismo nuestro corazón para que acoja cualquier experiencia dolorosa, nuestra o de nuestros seres queridos, como una ocasión privilegiada de unirnos a ti, que has querido salvarnos a precio de tu sangre.

          Sólo cuando aceptemos cargar con el dolor de otros, como tú has asumido el nuestro, podremos celebrar de verdad tu pascua y convertirnos en signos de esperanza para tantos hermanos nuestros que esperan nuestra ayuda, nuestro sostén y nuestro aliento.

 

CONTEMPLATIO

          Hoy se nos invita a contemplar la belleza del Rey. Sólo contempla y mira con provecho para su propia alma al verdadero rey, que es Cristo, quien le somete la inteligencia y ama sinceramente, con afecto devoto, su bondad e inefable clemencia; y quien además le imita, asimilando su humildad y su voluntario envilecimiento.

          En este día, el Rey de reyes, Cristo, mostró su profunda humildad para que la imitásemos, cuando entró en Jerusalén sobre una borrica, no un caballo enjaezado. Mostró su benignidad cuando, aun siendo emperador y señor de los ejércitos celestes, se dignó ser rey y jefe de un grupo de frágiles vagabundos. De todo esto se habla en Zacarías: "¡Alégrate, hija de Sión; salta de júbilo, hija de Jerusalén!".

          Toda alma fiel, hija de Sión y de Jerusalén, es decir, de la madre Iglesia, debe en este día salir al encuentro de Cristo no sólo corporalmente, sino con los sentimientos interiores, con corazón rebosante de gozo y labios festivos, con ramos de olivo como signo de la íntima devoción, con ramos de palma simbolizando la victoria y el honor, porque nuestro rey, Jesucristo, con su humildad vence al soberbio enemigo, el diablo, librando a su pueblo en virtud de su sangre. Por esta razón él no viene hoy con fasto, sino como salvador humilde y pobre para anunciar la paz a los hombres, sacándolos del amor del mundo para atraerlos al amor y alabanza de Dios (san Buenaventura, Sermones dominicales, 20,6.9).

 

ACTIO

          Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Lo mismo que muchos se horrorizaban al verlo, así asombrará a muchos pueblos" (Is 52,14s).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

          No se puede abordar la vida de Jesús a sangre fría, porque ahí se juega el destino del hombre: Jesús se presenta como el Maestro de la vida.

          Sus lágrimas nos conmueven aún más al aproximarse el domingo de Ramos, donde asistimos a una especie de triunfo del Señor que no le lleva a engaño. Pocos días antes de su crucifixión, lleva sobre sí a toda la humanidad, a toda la historia, a todo el universo, a la luz de esta revelación formidable que hará de la muerte de Dios una afirmación de su omnipotencia.

          ¿Cómo puede llorar Dios? ¿Qué significa esto? ¿No se repite hasta el infinito que Dios es omnipotente? Pues bien, no: lo que Dios ha revelado al mundo es precisamente el fracaso de un Dios que se revela como amor, que no es otra cosa que amor. ¿Y qué puede hacer el amor? Sólo amar. Y cuando el amor no encuentra amor, cuando siempre choca con un rechazo obstinado, se queda impotente, y sólo puede ofrecer las propias heridas. Si Dios no se hubiese comprometido con nuestro destino y nuestra historia hasta morir en la cruz, sería un Dios incomprensible y escandaloso. Por suerte, Jesús nos ha librado de tal escándalo y ha abierto los ojos de nuestro corazón: él imprime en lo más hondo de nuestra alma ese rostro de un Dios silencioso, de un Dios incapaz de obligarnos y que se entrega en nuestras manos, de un Dios que nos concede un crédito insensato; de un Dios, finalmente, que no puede entrar en nuestra historia sin el consentimiento de nuestro amor. Quien no se aleja de sí mismo para tomar contacto con Jesús no puede pretender haberlo encontrado (M. Zundel, Scintille, Cinisello B. 1990, 98s).

 

 

Día 30

Lunes Santo

 Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Isaías 42,1-7

1 Éste es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.

2 No gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles;

3 no romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue. Proclamará fielmente la salvación

4 y no desfallecerá ni desmayará hasta implantarla en la tierra. Los pueblos lejanos anhelan su enseñanza.

5 Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó el cielo, que asentó la tierra y su vegetación, que concede aliento a sus habitantes y vida a los que se mueven en ella:

6 Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador; te tomé de la mano, te formé e hice de ti alianza del pueblo y luz de las naciones,

7 para abrir los ojos de los ciegos, sacar de la cárcel a los cautivos y del calabozo a los que habitan las tinieblas.

 

**• En estos días santos, se yergue ante nosotros la figura del Siervo de YHWH silenciosa y majestuosa, para introducirnos en el misterio pascual: su elección, misión y sufrimientos son profecía de la suerte de Cristo. Dios mismo presenta a su Siervo. Él lo ha elegido para una misión difícil y de capital importancia, por ello le sostiene. Consagrado con el espíritu profético, el Siervo llevará el "derecho" a todas las gentes, es decir, el conocimiento práctico de los juicios de Dios (v. 1). Este carácter "judiciario" se ilustra con la imagen de los vv. 2s, donde la misión del Siervo se describe teniendo en cuenta la figura del "heraldo del gran Rey". Según las costumbres de Babilonia, el heraldo estaba encargado de proclamar en las plazas de la ciudad los decretos de condenas a muerte. Si al concluir el pregón no surgía ningún testimonio en defensa del condenado, rompía la caña y apagaba la lámpara que llevaba, para indicar que la condena era ya irrevocable.

Ahora bien, el Siervo del único verdadero Rey, Dios, no quiebra la caña cascada. Mensajero de su juicio, no viene a condenar, sino a salvar. Con la fuerza de la mansedumbre y la firmeza de la verdad, perseverará en su tarea; las regiones más remotas, los que están lejanos de Dios, atenderán a la torah, la enseñanza que nos trae (v. 4). En Cristo, la figura se convierte en realidad. Cristo es a la vez verdadero Siervo doliente y verdadero libertador de la humanidad de la cárcel del pecado, elegido y enviado para la salvación. El es la luz que ha venido al mundo a iluminar a todas las gentes. El es el mediador de una nueva y eterna alianza (vv. 6s), ratificada con su cuerpo entregado y con su sangre derramada.

 

Evangelio: Juan 12,1-11

12,1 Seis días antes de la fiesta judía de la pascua, llegó Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.

2 Ofrecieron allí una cena en honor de Jesús. Marta servía la mesa y Lázaro era uno de los comensales.

3 María se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de nardo puro, y ungió con él los pies de Jesús; después, los secó con sus cabellos. La casa se llenó de aquel perfume tan exquisito.

4 Judas Iscariote, uno de los discípulos -el que lo iba a traicionar-, protestó, diciendo:

5 - ¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo entre los pobres?

6 Si dijo esto, no fue porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero común, robaba de lo que echaban en ella.

7 Jesús le dijo: - ¡Déjala en paz! Esto que ha hecho anticipa el día de mi sepultura.

8 Además, a los pobres los tenéis siempre con vosotros; a mí, en cambio, no siempre me tendréis.

9 Un gran número de judíos se enteró de que Jesús estaba en Betania, y fueron allá, no sólo para ver a Jesús, sino también a Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos.

10 Los jefes de los sacerdotes tomaron entonces la decisión de eliminar también a Lázaro,

11 porque, por su causa, muchos judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús.

 

**• "Seis días antes de la fiesta judía": la habitual precisión de Juan nos permite hoy revivir puntualmente, en la liturgia, la gracia de los últimos acontecimientos que preparan la pascua del Señor. La cena de Betania es preludio de la última cena. Según la mentalidad de aquel tiempo, la comida, particularmente la consumida juntos, reviste un carácter sagrado, pues indica comunión de vida y acción de gracias por la misma vida. Este aspecto, en esta cena, se profundiza ulteriormente por la presencia de Lázaro, "resucitado de entre los muertos", del que se dice que era uno de los que "estaban recostados" con Jesús (según la costumbre de comer recostados): gran proximidad de vida y muerte, presagio de comunidad de destino... Pero es la figura de María la que aparece en primer plano con su silencioso gesto de amor de adoración, sin cálculo ni medida. El perfume que derrama a los pies de Jesús es sumamente caro: trescientos denarios corresponden al salario de diez meses de trabajo de un obrero. Y toda la casa -nota el evangelista aludiendo al Cantar de los Cantares (1,12)- se llenó de la fragancia. Es un detalle que nos muestra en María la imagen de la Iglesia-Esposa unida amorosamente al sacrificio de Cristo-Esposo. A la donación total sin límites se contrapone la tacañería de Judas Iscariote (vv. 4-6).

Sin medias tintas, Juan nos presenta dos tipos en el seguimiento del Señor, María y Judas: el amor dilató el corazón de una; la mezquindad cerró de par en par el corazón del otro.

 

MEDITATIO

También se nos invita a la cena de Betania para estar con Jesús en esa atmósfera cálida de afecto y amistad.

Permanecemos en esa casa acogedora para afianzar nuestro seguimiento de Jesús: un camino de salvación, de la muerte a la vida, como le sucedió a Lázaro, o de activa solicitud que se convierte en servicio cotidiano al Maestro y a los suyos, como Marta. Un camino de amor, de adoración, que dilata día tras día el corazón, o quizás de reservas, resistencias y cálculos cada vez más mezquinos que acaban ahogándonos en la avaricia: María y Judas, ambos discípulos del Señor, se nos presentan como ejemplos-límite.

El estar con Jesús, escuchar su Palabra, compartir con él la existencia, no es todavía lo que decide nuestra meta y los pasos para lograrla. Es decisivo reconocer y acoger el amor que él da, el Amor que él es. Judas no lo acogió, por eso condena el "derroche" de María, haciendo sus cuentas con el pretexto de los pobres... María ha hecho de ese amor su vida; el centro de gravedad que la saca fuera de sí misma sin cálculos, sin razonamientos; con intuición muy precisa y luminosa, se ha quedado con lo esencial: con el pobre Jesús que da todo.

María no puede esperar, y quiere imitar, con el símbolo de un gesto, a su Maestro: derrama sobre esos pies que le han abierto el camino de una plenitud inesperada de amor -ahora en el tiempo y, lo cree firmemente, también en la eternidad- el nardo preciosísimo guardado con cuidado, imagen de una vida totalmente derramada en la caridad. "Y toda la casa se llenó de la fragancia del perfume."

 

ORATIO

Señor Jesús, Hijo de Dios, que has venido al mundo para ser el hombre más familiar de nuestra casa, ven esta tarde y todas las tardes a compartir con nosotros la cena de los amigos. Haz de cada uno de nosotros tu Betania perfumada de nardo, donde los íntimos secretos de tu corazón encuentren el camino silencioso de nuestro corazón, para que podamos vivir contigo la hora suprema del amor y decirte, con un gesto de pura adoración, cómo queremos -porque tú mismo lo has hecho por nosotros- vivir tu vida y morir tu muerte. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Estaba yo meditando sobre la muerte del Hijo de Dios encarnado. Todo mi afán y deseo era cómo poder vaciar mejor la mente de cuanto la ocupase, para tener más viva memoria de la pasión y muerte del Hijo de Dios.

Estando ocupada con este afán, de repente oí una voz que me dijo: "Yo no te amé fingidamente". Aquella palabra me hirió con dolor de muerte, pues se me abrieron al punto los ojos del alma, viendo cuan verdadero era lo que me decía. Veía los efectos de aquel amor y lo que movido por él hizo el Hijo de Dios. Veía en mí todo lo contrario, porque yo le amaba sólo fingidamente, no de verdad. Ver esto era para mí un dolor de muerte tan insufrible que me creía morir. De pronto me fueron dichas otras palabras que aumentaron mi dolor [...].

Mientras daba vueltas a aquellas palabras, él añadió: "Soy yo más íntimo a tu alma que lo es tu alma a sí misma". Esto aumentaba mi dolor, porque cuanto más íntimo le veía a mí misma, tanto más reconocía la hipocresía de mi parte. Estas palabras suscitaron en mi alma deseos de no querer sentir, ni ver ni decir nada que pudiese ofender a Dios. Y es que eso es lo que Dios requiere a sus hijos, a los que ha llamado y escogido para sentirle, verle y hablar con él (Ángela de Foligno, Libro de Vida, Salamanca 1991, 169-170, passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros" (Ef 5,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El ungüento que María extiende es el símbolo de la comunión nupcial con Jesús manifestado por la comunidad cristiana. Celebramos la llamada de nuestras comunidades cristianas, representadas por María de Betania, a la comunión total con Jesús, dador de vida. Es él quien transforma lo que debería haber sido un banquete fúnebre en memoria de Lázaro en un banquete gozoso. Es él quien cambia el hedor insoportable de un muerto "de cuatro días" en el perfume que inunda la casa de alegría. Es él quien contesta a todos los Judas de la tierra, que consideran un despilfarro el ungüento precioso de la intimidad con Dios y oponen los pobres al Señor. Es él quien rechaza la "práctica" de los que prefieren la eficiencia del dinero a cualquier éxtasis de amor y reducen maliciosamente a un valor monetario lo que no tiene precio. Es a él, en resumidas cuentas, a quien debemos buscar en la oración del abandono, en la experiencia contemplativa y en nuestro modo de vivir.

Que el Señor nos libre del error de Judas, que, insensible al perfume de nardo, sólo escucha el tintinear de las monedas, y en vez de percibir el resplandor del aceite, se deja seducir por el brillo del dinero. ¿Cuál es este perfume de ungüento con el que debemos llenar la casa, y cuál es este buen olor de Cristo que debemos difundir por el mundo? El perfume que debe llenar la casa es la comunión. Naturalmente, como el que compró María de Betania, el ungüento de la comunión tiene un precio muy elevado. Y debemos pagarlo sin rebajas, con mucha oración, ya que no se trata de un producto comercial de venta en nuestras perfumerías, ni es fruto de nuestros esfuerzos titánicos. Es un don de Dios que debemos implorar sin cansarnos. Pero lo obtendremos, estoy seguro, y su perfume llenará toda nuestra Iglesia (A. Bello, Lessico di comunione, Terlizzi 1991, 69-75, passím).

 

 

Día 31

Martes Santo

 Liturgia de las Horas de hoy

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,1-6

1 Escuchadme, habitantes de las islas; atended, pueblos lejanos: el Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre.

2 Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de su mano; me transformó en flecha aguda y me guardó en su aljaba.

3 Me dijo: "Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti".

 

•* Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa.

Escuchad ahora lo que dice el Señor, que ya en el vientre me formó como siervo suyo, para que le trajese a Jacob y le congregase a Israel. Yo soy valioso para el Señor, y en Dios se halla mi fuerza.

El dice: "No sólo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra".

 

**• El Siervo de YHWH alza la voz pidiendo que se le escuche atentamente, incluso los más lejanos (v. la): su misión deberá llegar hasta el confín de la tierra (v. 6b). Nos cuenta su historia, sintetizándola en ciertos momentos capitales: la vocación en los orígenes de su vida, poniendo de manifiesto el designio de Dios (es él quien forma a su elegido como instrumento adecuado, al que le reserva un encargo concreto: proclamar con eficacia la palabra vv. ls); a continuación, el oráculo con el que el Señor le confirma en su identidad (v. 3a) y su misión (v. 3b).

En un primer momento, la misión acaba en un fracaso, y la inutilidad de la fatiga pesa en el corazón del Siervo. Formado desde el seno materno para reunir y convertir su pueblo al Señor (v. 5), experimenta el cansancio pero sabe reconocer que Dios lleva su causa, estima y recompensa a su obrero (v. 4). La estima que el Señor le manifiesta es la fuerza que le infunde (v. 5b), fortaleciendo al Siervo, que acoge y pronuncia un nuevo oráculo de Dios: la hora de la prueba y el fracaso no acaba con su actividad profética, sino que es instrumento para dilatar sin límites la irradiación de su mensaje. La misión del Siervo será universal: por medio de él, convertido en luz de las naciones, Dios quiere llegar con el don de su salvación a los últimos confines de la tierra (v. 6).

 

Evangelio: Juan 13,21-33.36-38

21 Dicho esto, Jesús se sintió profundamente conmovido y exclamó: - Os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar.

22 Los discípulos comenzaron a mirarse unos a otros, preguntándose

a quién podría referirse.

23 Uno de ellos, el discípulo al que Jesús tanto quería, estaba recostado a la mesa sobre el pecho de Jesús.

24 Simón Pedro le hizo señas para que le preguntase a quién se refería.

25 El discípulo que estaba recostado sobre el pecho de Jesús le preguntó:

- Señor, ¿quién es?

26 Jesús le contestó: - Aquel a quien yo dé el trozo de pan que voy a mojar en el plato. Y mojándolo, se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón.

27 Cuando Judas recibió aquel trozo de pan mojado, Satanás entró en él. Jesús le dijo: - Lo que vas a hacer, hazlo cuanto antes.

28 Ninguno de los comensales entendió lo que Jesús había querido decir.

29 Como Judas era el depositario de la bolsa común, algunos pensaron que le había encargado que comprara lo necesario para la fiesta o que diese algo a los pobres.

30 Judas, después de recibir el trozo de pan mojado, salió inmediatamente. Era de noche.

31 Nada más salir Judas, dijo Jesús: - Ahora va a manifestarse la gloria del Hijo del hombre, y Dios será glorificado en él.

32 Y si Dios va a ser glorificado en el Hijo del hombre, también Dios lo glorificará a él. Y lo va a hacer muy pronto.

33 Hijos míos, ya no estaré con vosotros por mucho tiempo. Me buscaréis, pero os digo lo mismo que ya dije a los judíos: "Adonde yo voy, vosotros no podéis venir".

36 Simón Pedro le preguntó: - Señor, ¿adonde vas? Jesús le contestó: - Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora; algún día lo harás.

37 Pedro insistió: - Señor, ¿por qué no puedo seguirlo ahora? Estoy dispuesto a dar mi vida por ti.

38 Jesús le dijo: - ¡De modo que estás dispuesto a dar tu vida por mí! Te aseguro, Pedro, que antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces.

 

**• Jesús, después del lavatorio de los pies y las primeras alusiones a la traición (vv. 10-11.18), declara abiertamente, profundamente conmovido: "Uno de vosotros me va a traicionar". El anuncio y su misma turbación dejan perplejos y desconcertados a los apóstoles, que tratan de identificar al traidor... En estas circunstancias aparecen algunos rasgos de la vida de la comunidad de los Doce con Jesús: la iniciativa de Pedro, evidenciando su autoridad; la relación de particular sintonía de un discípulo con el Señor; la infinita delicadeza de Jesús, que, mientras señala a Judas el traidor, le ofrece un bocado de pan untado, signo de honor y deferencia, última provocación del amor. Pero como Judas rechaza definitivamente responder al amor de Jesús, la suerte del Nazareno está echada, y no tolera demora (v. 27b). Por lo demás, una vez tomado el bocado de la amistad y rechazando al Amigo, Judas no puede estar en el círculo de los amigos: "Salió inmediatamente. Era de noche". La noche de la mentira, del odio que relega en la soledad, en el reino de Satanás. Jesús explica el sentido de cuanto está acaeciendo.

Precisamente ahora que Judas ha salido a ejecutar su plan de traicionar a su Maestro, el Hijo del hombre es glorificado. Y Dios es glorificado en él porque, en la entrega del Hijo a la cruz, manifiesta su amor sin límites a la humanidad. La hora de la muerte y la de la resurrección constituyen, juntas, la hora única de la gloria, de la espléndida manifestación de Dios, que es amor.

Con el v. 33 comienza el discurso de despedida de Jesús a los suyos. Sabe que dejará un vacío imposible de llenar (v. 33a), aunque necesario (v. 33b) y no definitivo, como aparece en la respuesta a Pedro. Pero en su generosidad intempestiva, el apóstol no soporta esperar y dice estar dispuesto a dar la vida con tal de seguir al Señor. Precisamente aquí se revela la necesidad de la separación de Jesús: sin la fuerza que brota de su pasión y resurrección, sin la presencia del Espíritu, nadie está en disposición de seguir a Cristo {"Antes de que el gallo cante...": v. 38b).

 

MEDITATIO

Como un amigo al que estamos habituados de repente puede parecemos desconocido, extraño en el misterio de su persona, así debió de pasar a los discípulos en el cenáculo aquella tarde. Lo mismo nos pasa a nosotros hoy con Jesús: no comprendemos ya nada, nos quedamos perplejos ante la predicción que nos hace. Percibimos que verdaderamente conoce la posibilidad de nuestra traición, de nuestra falta de mantener la palabra, de esas sutiles, insinuantes afirmaciones que tenemos a flor de labios y hieren el corazón de la comunidad cristiana...

Y nosotros ni siquiera nos damos cuenta de lo profunda que es la herida en su corazón, del que está en agonía hasta el fin del mundo, según la expresión de Pascal.

Y a pesar de todo -por siempre-, para él el traidor sigue siendo el amigo al que brinda un último gesto de predilección. Porque el amor no retira lo que ha dado, no reniega de lo que es. Prefiere consumirse en el dolor y la muerte...

Pero hoy, en la noche que rodea la sala de la cena, una luz queda encendida: finalmente hemos intuido algo del misterio de Jesús. Para cada uno de nosotros, que llevamos dentro las tinieblas de Judas, las frágiles corazonadas de Pedro y -esperemos- el amor de Juan, por cada uno de nosotros no cesa de ofrecerse a sí mismo, porque nos ha amado hasta el extremo. Ésta es su gloria: mostrar en el rostro desfigurado por el sufrimiento que el amor de Dios es fiel siempre, que el amor vencerá a la muerte. Es más, ya la ha vencido.

 

ORATIO

Señor Jesús, en este crepúsculo del tiempo compartimos contigo la cena: pero todavía no comprendemos tu misterio. Y, sin embargo, creíamos que te conocíamos desde hacía tanto...

Y cuando con profunda emoción tú nos revelas nuestro propio misterio -la tremenda posibilidad de traición y odio-, intuimos que tú nos conoces desde siempre.

Ayúdanos, Señor, a acoger la verdad del mal que hay en nosotros sin mirarnos con desconfianza unos con otros, sin manifestar un disgusto desesperado de nosotros mismos, sin presumir de ser diferentes, mejores, dispuestos a dar la vida por ti: no cantaría el gallo y te habríamos negado no tres, sino infinitas veces.

Danos la fortaleza de permanecer en la luz de aquella sala en la planta de arriba: allí se revela, a tu luz, lo que de verdad somos, y fuera es de noche. Entonces podremos comprender algo de ti, que eres el Amigo por siempre y no cesas de atraernos con vínculos de bondad: aunque te neguemos, tú permaneces fiel, porque no puedes negarte a ti mismo.

 

CONTEMPLATIO

Ahora llega la tarde de aquel día y la tarde de una vida tan breve. Jesús está con los suyos [...]. Notemos la profunda soledad que le rodea. Jesús está tan solo que nuestro corazón se llena de miedo. Él está sentado en medio de los suyos; les dirige la palabra, pero ellos no le comprenden.

En torno a él reina una terrible y misteriosa soledad, en la que lo aprisiona el mundo que se ha cerrado en sí mismo. Se trata -si se nos permite decirlo así- de la soledad de Dios en el mundo que le pertenece pero que no ha querido acogerle (Jn 1,11).

Y, a pesar de todo, quiere regalarles el don supremo.

Jesús pone su misma persona en este misterio del cordero pascual: él es el viviente que mañana deberá morir para expiar con su muerte el pecado del mundo. Tratemos de ser muy conscientes del alcance de este acontecimiento, frente al cual sólo caben dos alternativas: la opción que nos lleva a creer y a adorar o el rechazo.

Esto es lo que acontece aquella tarde. Luego llegará la muerte. Y, después de la muerte, la resurrección. Y cincuenta días después, tendrá lugar el acontecimiento de Pentecostés, y el Espíritu Santo hará su entrada en el tiempo. Él asumirá la dirección de la Historia Sagrada y hará a los creyentes capaces de comprender o, mejor dicho, de revivir lo que pasó en la soledad y desorientación de esa última tarde (R. Guardini, // messaggio di san Giovanni, Brescia 1982, 16-19, passim).

 

ÁCTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rom 8,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La miseria del hombre consiste en haber traicionado a Dios. Ninguna injusticia humana será de verdad reparada hasta que no se repare esta injusticia con Dios. Nos acusamos unos a otros, y todos somos culpables. Y los más culpables somos nosotros, los cristianos mediocres. Siempre deberemos hacer esta confesión, siempre seremos indignos de Cristo. Pero no es el momento de procesar al hombre cuando Dios agoniza en nuestros corazones.

Ciertamente, hay necesidades materiales que debemos satisfacer hoy, pues hay miserias corporales que no pueden demorarse ni una hora más. Mi intención no es tanto la de atenuar el sentimiento de su urgencia cuanto demostrar que su existencia proviene de nuestro abandono de Dios y que su curación se derivará infaliblemente de nuestro retorno a Dios. Lo que resulta tan grave en la hora presente - y a la vez tan grande- es que todos los problemas conllevan, de manera muy acuciante, una resonancia mística, comprometen el Reino de Dios y nos imponen el deber inexorable de ayudar a Dios crucificado, condenado por nuestro egoísmo y prisionero de su Amor; compadeciendo su dolor antes de enternecernos por el nuestro, esforzándonos por aliviar la herida que hace derramar sangre a su corazón.

Ahora es el tiempo de salir a su encuentro en el camino doloroso al que las culpas humanas le arrastran martirizando su rostro en el alma pecadora. Es necesario que nuestro corazón se convierta en sacramento del suyo y que ninguno de nuestros hermanos pueda lamentarse de no haber encontrado en nosotros su ternura. Entonces disminuirán el dolor y la sombra que proyecta sobre el rostro del Amor (M. Zundel, // Vangelo interiore, Padua 1991, 54-56, passim).