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LECTIO DIVINA AGOSTO DE 2014

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

San Alfonso María de Ligorio (1 de agosto)

 

Alfonso nació en Nápoles el año 1696 y murió en Nocera dei Pagani (Salerno) el 1 de agosto de 1787. Era abogado del foro de Nápoles, pero dejó la toga para abrazar la vida eclesiástica.

Fue obispo de S. Ágata dei Goti (entre 1762 y 1775) y fundador de los redentoristas (1732); atendió con gran celo a las misiones populares y se dedicó a los pobres y a los enfermos. Es maestro de las ciencias morales, a las que inspira criterios de prudencia pastoral, basada en la búsqueda sincera y objetiva de la verdad, aunque también se muestra sensible a las necesidades y a las situaciones de la conciencia. Compuso escritos ascéticos de gran resonancia. Como apóstol del culto a la eucaristía y a la Virgen, guió a los fieles a la meditación de los novísimos, a la oración y a la vida sacramental.

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 26,1-9

1 Al comienzo del reinado de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, el Señor me dirigió esta palabra:

2 «Así dice el Señor: Ponte en el atrio del templo del Señor y proclama, sin omitir nada, todo lo que yo te mando decir a los que vienen de las ciudades de Judá para dar culto en el templo.

3 Tal vez te hagan caso y se conviertan de su mala conducta. Si lo hacen, yo me arrepentiré del mal que pensaba hacerles para castigar sus malas acciones.

4 Les dirás: Así dice el Señor: Si no me obedecéis; si no cumplís la Ley que os he prescrito;

5 si no escucháis las palabras de mis siervos los profetas, a quienes yo os envío sin cesar y vosotros no hacéis caso,

6 trataré a este templo como al santuario de Silo, y todas las naciones citarán el nombre de esta ciudad en sus maldiciones.

7 Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías pronunciar estas palabras en el templo del Señor.

8 Y cuando Jeremías acabó de decir lo que el Señor le había mandado decir a todo el pueblo, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo le apresaron, diciendo: -Morirás por esto.

9 ¿Por qué profetizas en nombre del Señor diciendo que este templo correrá la suerte del santuario de Silo y que esta ciudad será devastada y despoblada? Entonces todo el pueblo se abalanzó sobre Jeremías en el templo del Señor.

 

*+• Este fragmento abre una nueva sección del libro de Jeremías (capítulos 26-29), que se distingue de la precedente (capítulos 1-25). En la que ahora comienza, se narran en prosa las circunstancias relativas a los mensajes del profeta. Concretamente, el capítulo 26 presenta el contexto de las palabras pronunciadas por el profeta en la entrada del templo y recogidas en el capítulo 7. Durante el reinado del impío Joaquín, que había frustrado las esperanzas de reforma religiosa suscitadas por su padre, Josías, pronuncia Jeremías el duro discurso del que aquí se nos ofrece una síntesis. El Señor envía al profeta al templo, presumiblemente con ocasión de una fiesta religiosa que atrae a muchas personas a Jerusalén (v. 2), a proclamar unas palabras importantes, unas palabras que deberá pronunciar sin omitir nada: está en juego la conversión del pueblo o su castigo (v. 3). Jeremías llama a todos a la responsabilidad respecto a la Palabra del Señor, cuya escucha constituye el punto de partida para convertirse. Precisamente con este fin ha ido enviando Dios, a lo largo de toda la historia de Israel, a los profetas, hombres de la Palabra (v. 5).

Ahora bien, quien no sigue las advertencias de los profetas y no se comporta en conformidad con la Palabra del Señor no puede pretender encontrar la salvación sólo por el hecho de frecuentar el templo. La actitud asumida respecto a la Palabra es discriminadora: si escucharla y obedecerla es vivir, no escucharla y no obedecerla es morir. En este caso, el pueblo depositario de la bendición será maldito en virtud de su elección (v. 6).

 

Evangelio: Mateo 13,54-58

En aquel tiempo,

54 fue Jesús a su pueblo y se puso a enseñarles en su sinagoga. La gente, admirada, decía: -¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?

55 ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas? 56 ¿No están todas sus hermanas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?

57 Y los tenía desconcertados. Pero Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa.

58 Y no hizo allí muchos milagros por su falta de fe.

 

*•• Terminado el «sermón en parábolas», recoge Mateo otro material narrativo, cuyo variado contenido marca la progresiva separación entre Jesús e Israel y manifiesta la formación específica dada al grupo de los discípulos {cf. Mt 13,54-17,27).

El episodio que abre la sección, y que constituye el fragmento litúrgico de hoy, narra el rechazo que opusieron a Jesús sus paisanos. Del estupor inicial producido por su enseñanza (v. 54) se pasa a la pregunta fundamental sobre la identidad del Nazareno. Los fariseos habían respondido a ella declarándolo afiliado al bando del príncipe de los demonios, por cuya autoridad habría hecho los milagros {cf 12,24). Los habitantes de Nazaret, sin embargo, no dan respuesta alguna. El conocimiento que tienen de su paisano y de su familia se convierte en un obstáculo para creer que sea él el Mesías: no es posible que un hombre de la condición de Jesús tenga «esa sabiduría y esos poderes milagrosos» (v. 55ss).

Jesús constata a través de su propia experiencia la verdad del dicho proverbial que reza: «Nadie es profeta en su tierra» {cf v. 57). La suerte de su mensaje y de su misma persona no es diferente a la reservada a los profetas

del Antiguo Testamento y de todos los tiempos: rechazo, burla, desprecio, persecución; a menudo, también muerte violenta. Y dado que los milagros suponen la fe, que es lo único que permite comprender su verdadero significado, la incredulidad de los habitantes de Nazaret se convierte en un impedimento para que Jesús pueda hacerlos (v. 58).

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios encontró una respuesta decidida en san Alfonso. Éste se sintió elegido, llamado, y siguió su vocación humana y cristiana con una disponibilidad plena y constante. Disponibilidad que expresaba con las frases típicas de su ascética: «Hacer la voluntad de Dios»; «Concordancia con la voluntad de Dios». La voluntad de Dios, «el mandamiento nuevo», es el amor al prójimo. Aquí se encuentra el secreto de todas las opciones de Alfonso: fue abogado para defender a los otros, se hizo sacerdote para salvar a las almas, fundó la Congregación de los Redentoristas para anunciar el Evangelio a los abandonados; como obispo, sintió la solicitud pastoral por su Iglesia local y por todas las Iglesias.

Hizo una amplia exposición del mandamiento nuevo en su mejor libro: Práctica del amor a Jesucristo. Del amor brotaba su alegría, una cualidad característica de Alfonso; es la alegría de sentirse amado por Dios, con lo que se vencen todas las adversidades. «Alegremente» es la palabra que se repite en su epistolario. Existe en Alfonso un humor a lo Tomás Moro, templado por el sentido común del napolitano. La alegría procede asimismo de la certeza de que no hay condena alguna para los que han sido salvados por Jesucristo. Aquí se pone de relieve el compromiso fundamental de Alfonso, teólogo y moralista: se sintió llamado a defender el amor misericordioso de Dios contra las nefastas teorías de los jansenistas y de los rigoristas, los cuales, negando la universalidad de la redención y acentuando las exigencias de la justicia de Dios, sumergían a los hombres en la angustia y la desesperación. A ellos opuso Ligorio el mensaje salvífico del Evangelio y la presencia activa del Espíritu Santo, que nos arranca de la esclavitud de la Ley y nos lleva a la libertad de los hijos de Dios.

 

ORATIO

Cristiano, levanta los ojos y mira a Jesús muerto sobre ese patíbulo, con el cuerpo lleno de llagas que todavía manan sangre. La fe te enseña que él es el Creador, tu salvador, tu vida, tu liberador. Es alguien que te ama más que nadie, es alguien que sólo puede hacerte feliz.

Sí, Jesús mío, lo creo: tú eres alguien que me ha amado desde la eternidad, sin ningún mérito por mi parte; es más, previendo mi ingratitud, sólo por tu bondad me diste el ser. Tú eres mi salvador, y con tu muerte me has liberado del infierno que tantas veces he merecido. Tú eres mi vida por la gracia que me has dado, sin la cual yo estaría muerto para siempre. Tú eres mi padre y mi padre amoroso; perdonándome con tanta misericordia las injurias que te he hecho. Tú eres mi tesoro y me enriqueces con muchas luces y favores en vez de los castigos que he merecido. Tú eres mi esperanza, pues fuera de ti no puedo esperar ningún bien de otros. Tú eres mi verdadero y único amador; basta con decir que has llegado a morir por mí. Tú, en suma, eres mi Dios, mi sumo bien, mi todo (Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la pasión).

 

CONTEMPLATIO

Ésta es, por tanto, la meta a la que deben tender nuestros deseos, nuestros suspiros, todos los pensamientos y todas nuestras esperanzas: ir a gozar de Dios en el paraíso para amarlo con todas las fuerzas y gozar del gozo de Dios. Gozan, a buen seguro, de su felicidad los bienaventurados en aquel Reino de delicias, mas su gozo principal, el que absorbe todos los otros defectos, será el de conocer la felicidad infinita de que goza su amado Señor, mientras ellos aman a Dios inmensamente más que a sí mismos. Todo bienaventurado, en virtud del amor que tiene a Dios, seguiría estando contento aunque perdiera todos sus goces, y padecería toda pena con tal de que no le faltara a Dios -si es que pudiera faltarle- una mínima parte de la felicidad de que goza. Por eso, en ver que Dios es infinitamente feliz y que esta felicidad nunca puede faltarle, en esto consiste su paraíso.

Así se entiende lo que dice el Señor a toda alma al darle posesión de la gloria: «Toma parte en la alegría de tu señor» (Mt 25,21).

No es ya el gozo el que entra en el bienaventurado, sino que éste entra en el gozo de Dios, mientras que el gozo de Dios es objeto del gozo del bienaventurado. De modo que el bien de Dios será el bien del bienaventurado, la riqueza de Dios será la riqueza del bienaventurado y la felicidad de Dios será la felicidad del bienaventurado (Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo).

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día este pensamiento de san Alfonso: «Quien ora se salva ciertamente, quien no ora ciertamente se condena».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Alfonso es un napolitano maravilloso, y tanto en su vida como en su ingenio aflora más de una vez, e incluso con gran frecuencia, su llaneza con una frescura y una jovialidad increíbles.

Quien le convierte en un santo pedante, petulante, aburrido, cruel, no le conoce ni de vista. Quien le convierte, en virtud de su moral, en una especie de casuista monomaniaco y sin aliento, no conoce a san Alfonso.

Fue músico, pintor, poeta, un hombre de espíritu y de garbo, capaz de resolver una cuestión con una salida y de enderezar un mundo invertido con una sonrisa; tuvo algo de la dolorida profundidad de Vico y algo de la vivacidad profunda de Galian¡.

En sus acciones y en sus obras aparece siempre superior a lo que hace y a lo que dice, dueño de sí y de lo que trata. Entre las muchas vías abiertas que se presentan a quien actúa y escribe, toma siempre la suya propia, una que se abre a él por vez primera. Despierto, despejado, resuelto y resolutivo, sigue su camino sin la mínima vacilación, y este camino se abre a muchos.

Por lo que respecta a la moral, sabido es que la Iglesia camina justamente por el camino abierto por san Alfonso. Por lo que respecta a la devoción, durante ciento cincuenta años cientos de miles de almas se han puesto a caminar por el camino trazado por Alfonso.

Esta agilidad, gracia y sencillez hacen de él alguien cordialísimo, alguien al que se trata con placer. Habría que verlo. Habría que saber verlo y hacerlo ver entre los recuerdos que de él nos quedan, entre sus libros, en su correspondencia: hallaríamos gestos bellísimos y originales, reflexiones agudas y divertidas, fragmentos cálidos y brillantes, salidas de una milagrosa bonhomía y profundidad, tomaduras de pelo caritativas pero tremendas, réplicas vivaces y repentinas, como se da una bofetada a un bribón.

 

 

 

Día 2

 Sábado de la 17ª semana del Tiempo Ordinario

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 26,11-16.24

En aquellos días,

11 los sacerdotes y los profetas dijeron a los jefes y a todo el pueblo: -Este hombre es reo de muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, como habéis escuchado con vuestros propios oídos.

12 Pero Jeremías dijo a todos los jefes y al pueblo: -El Señor me ha enviado a profetizar contra este templo y contra esta ciudad todo lo que habéis oído.

13 Así que enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, obedeced al Señor, vuestro Dios, y el Señor se arrepentirá del castigo con el que os ha amenazado.

14 En cuanto a mí, estoy en vuestras manos; haced de mí lo que os parezca bueno y justo,

15 pero sabed que, si me matáis, seréis responsables de la muerte de un inocente, vosotros, esta ciudad y sus habitantes, porque es verdad que el Señor me ha mandado a que os anuncie todas estas cosas.

16 Los jefes y el pueblo entero dijeron a los sacerdotes y a los profetas:

-Este hombre no es reo de muerte, porque nos ha hablado en nombre del Señor, nuestro Dios.

24 A Jeremías lo protegió Ajicán, hijo de Safan, y por eso no lo entregaron en manos del pueblo para que lo mataran.

 

^ Este fragmento es continuación del leído ayer y presenta la reacción a la vigorosa advertencia pronunciada por el profeta en la entrada del templo. Las autoridades religiosas denuncian a Jeremías ante los jefes y ante el pueblo, acusándole de profetizar la destrucción del templo y de Jerusalén, «santos» ambos por ser morada de Dios. Anunciar su final era pronunciar una blasfemia que merecía la sentencia de muerte (v. 11). Jeremías reivindica en su defensa el mandato recibido del Señor (v. 12). Con todo, precisa que el centro de su mensaje no es la destrucción de Jerusalén y de su templo, sino la conversión del pueblo: eso es lo que desea el Señor, y a su obtención se dirige la amenaza del castigo que, sin embargo, si la advertencia consigue el efecto esperado, no será llevado a cabo (v. 13). Jeremías sabe que es, en verdad, profeta de YHWH: los jefes religiosos y políticos se abstienen de condenar a muerte a un inocente, cuya sangre pesaría sobre su conciencia como una culpa ulterior que, ciertamente, no quedaría sin castigo (w. 14ss). El fragmento litúrgico concluye con el v. 24, en el que se indica que Jeremías salvó la vida gracias a la protección que le otorgó un personaje dotado de autoridad frente a los jefes del pueblo.

 

Evangelio: Mateo 14,1-12

1 Por entonces, el tetrarca Herodes oyó hablar de Jesús,

2 y dijo a sus cortesanos: -Es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos; por eso actúan en él los poderes milagrosos.

3 Es que Herodes había detenido a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo.

4 Pues Juan le decía: -No te es lícito tenerla por mujer.

5 Y, aunque quería matarlo, tuvo miedo al pueblo, que lo tenía por profeta.

6 Un día que se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en público y agradó tanto a Herodes

7 que éste juró darle lo que pidiese.

8 Ella, azuzada por su madre, le dijo: -Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

9 El rey se entristeció, pero por no romper el juramento que había hecho ante los comensales, mandó que se la dieran,

10 después de enviar emisarios para que cortaran la cabeza a Juan en la cárcel.

11 Trajeron la cabeza en una bandeja y se la dieron a la muchacha, la cual a su vez se la llevó a su madre.

12 Después vinieron sus discípulos, recogieron el cadáver, lo sepultaron y fueron a contárselo a Jesús.

 

**• Después de contar cómo rechazaron a Jesús sus paisanos, inserta el evangelista el relato del martirio de Juan el Bautista, tomando como motivo la reacción de Herodes Antipas al oír hablar de Jesús y de sus obras (w. lss). Herodes, a quien los romanos le habían reconocido la jurisdicción sobre Galilea y Perea, había decretado el arresto y la posterior decapitación del Bautista a causa de la fuerte denuncia por parte de este último del pecado del tetrarca. Este había repudiado a su consorte y tomado como mujer a la esposa de su hermano (w. 3-5).

La intransigente llamada del Bautista a la observancia de la ley moral se había vuelto insoportable para la pareja adúltera. Si bien la voluntad homicida de Herodes estaba frenada por el temor de una sublevación popular -y, añade el evangelista Marcos, por cierta estima que el tetrarca alimentaba por el Bautista (cf. Me 6,20)-, no ocurría lo mismo con Herodías. Por eso, cuando Herodes le juró a la hija de ésta darle lo que le pidiera, «Herodías consiguió que le entregara la cabeza de Juan (w. 6-11). La muerte del Bautista, cuya noticia llevaron a Jesús los discípulos de aquél (v. 12), es el último eslabón de una cadena de acontecimientos a través de los cuales ha llevado Juan a término su propia misión de precursor. Jesús comprende que está llamado a recorrer el mismo camino.

 

MEDITATIO

En los discursos de despedida que siguieron a la Última cena, Jesús declaró: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Jesús es la verdad desconocida y combatida por los que se dejan instigar por aquel que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44). Ahora bien, el que sigue a éste no llega a la vida, sino a la muerte.

Sin embargo, tiene tantos seguidores porque en este mundo el éxito de la elección parece producir un efecto contrario: los testigos de la verdad son aplastados, hechos callar, muertos en los lager (campos de concentración) de ayer y de hoy Es una constante de la historia que estallan persecuciones allí donde hay alguien que dice de modo claro y comprensible, con su vida y con sus palabras, la verdad de Dios. La verdad es incómoda, del mismo modo que es incómodo el amor, porque implica la renuncia a nuestros propios intereses egoístas y pide la apertura al otro.

La Palabra del Señor, una vez más, nos sirve de espejo. ¿En qué rostro nos reconocemos? ¿En el de Jeremías y en el de Juan el Bautista? ¿O en el de los sacerdotes y en el de los profetas corruptos, o en los de Herodes y Herodías?... Escuchemos, hoy, la voz del Señor, que es la voz de la verdad.

 

ORATIO

Perdona, Señor, mi poco coraje. Me siento muy semejante a tu apóstol Pedro, que, cuando le preguntaron si era de los tuyos, negó incluso conocerte. El miedo a perder la compañía de alguien o un mal entendido respeto humano me frenan a la hora de pronunciar las palabras, de realizar acciones coherentes con ese Evangelio que, sin embargo, deseo vivir. En ciertos lugares es motivo de vergüenza declararse cristiano.

Concédeme tu Espíritu de fortaleza: que yo me deje calentar el corazón y encuentre en ti una alegría más fuerte que cualquier miedo. Haz de mí también un testigo de la verdad que tú eres.

 

CONTEMPLATIO

Dichosos los que han sufrido como los profetas. A alguien que, viviendo con pleno celo y censurando a los que pecan, tuviera que comprender que ha de ser odiado y estar expuesto a insidias, así como perseguido y escarnecido a causa de la justicia, no sólo no le disgustarán estas cosas, sino que se alegrará y exultará con ellas, porque está convencido de que recibirá a cambio una gran recompensa en los cielos de manos de aquel que lo ha comparado a los profetas, por haber padecido los mismos sufrimientos. Es preciso, por consiguiente, que aquel que vive con celo la vida profética y ha sido capaz de acoger al Espíritu que había en los profetas, reciba desprecio en el mundo y entre los pecadores, a quienes resulta embarazosa la vida del justo (Orígenes, Comentario al evangelio de Mateo, Roma 1998, I, pp. 141ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Siguen enviando, Señor, profeta a tu Iglesia».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para los que se han especializado en el arte de descubrir el lado bueno en cada criatura, ninguna es sólo maldad. Para los que se han especializado en el arte de descubrir el alma de verdad que hay en cada ideología, la inteligencia no es capaz de adherirse aferrar total.

No has de temer a la verdad, porque, aunque pueda parecerte dura y herirte de muerte, es auténtica. Has nacido para ella. Si intentas encontrarla, si dialogas con ella, si la amas, no hay mejor amiga ni hermana mejor.

Hasta el fondo, no te detengas. Es una gracia divina empezar bien. Pero es una gracia mayor aún continuar por el buen camino, mantener el ritmo... Ahora bien, la gracia de las gracias es no perderse y, resistiendo aún o dejando ya de hacerlo, a jirones, a pedazos, ir hasta el fondo (H. Cámara, // deserto é fecondo, Asís 1982 [edición española: El desierto es fértil, Sígueme, Salamanca 1986]).

 

 

Día 3

18° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 55,1-3

Dice el Señor:

1 Venid por agua todos los sedientos; venid aunque no tengáis dinero;

comprad trigo y comed de balde, vino y leche sin tener que pagan

2 ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no sacia, el salario en lo que no quita el hambre?

Escuchadme atentamente y comeréis bien, os deleitaréis con manjares.

3 Prestad atención, venid a mi; escuchadme y viviréis.

Sellaré con vosotros una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por David.

 

El Señor por boca del profeta, dirige una palabra de esperanza al pueblo, que está en el destierro. Los productos pregonados proceden de este mundo: <<Comprad trigo y comed de balde» (v. 1). Es la antelación en figura de la gratuidad de la redención, de la <<justicia» de un Dios rico en misericordia. El texto termina con una promesa: <<Sellaré con vosotros una alianza perpetua» (v. 3). Ahora, en el horizonte de quien se debate en la incertidumbre y el dolor se dibuja una gracia inigualable.

Es interesante, en el breve oráculo, el doble binomio de verbos: <<escuchadme y comeréis», <<escuchadme y viviréis». <<Escuchar» al Señor significa abrir el corazón y llevar a la práctica su Palabra, dejándose transformar por ella, ya que posee el germen de la vida nueva. Si el primer binomio subraya el efecto <<nutritivo» -<<comeréis»—, el segundo evidencia la consecuencia última y magnífica: <<viviréis», una certeza imperativa y absoluta.

Los elementos mencionados son cuatro: el agua, el vino, la leche y el pan. El agua es principio y fundamento de la vida. El vino alude a la alegría y es signo del banquete mesiánico. La leche esté asociada a la prosperidad y la abundancia de bienes concedidos por un Dios de consuelo y ternura con su pueblo. El último, el pan, es nombrado de modo <<apofático», es decir por lo que no es. En efecto, otro seré el pan bajado del cielo, el de la vida eterna: Jesucristo, nuestro Señor.

 

Segunda lectura: Romanos 8,35.37-39

Hermanos:

35 ¿Quién nos separaré del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?

37 Pero Dios, que nos ama, hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas.

38 Y estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase,

39 ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

 

El apóstol presenta un cuadro dramático del cristiano que rechaza todo aquello a lo que no se adhiere connaturalmente: la corrupción, la pasividad, el pecado y la muerte. En general, esto también vale para todos, inmersos en el oleaje de la historia, en un mar que quiere engullirlos con sus tribulaciones y angustias. Pero cada privación tiene su certeza, que convierte la trágica situación en una realidad luminosa: el amor de Dios, que es más fuerte que la muerte. El cuadro se perfila en favor del hombre gracias a <<Dios, que nos ama» (v 37).

Ninguna criatura, por fuerte o poderosa que sea, podrá separarnos del <<amor de Dios manifestado en Cristo Jesús» (v 39). Este pasaje paulino nos evoca otro texto del apóstol, donde afirma: <<El mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo es vuestro. Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Cor 3,22ss). En el amor de Dios y en la humanidad divina de Cristo, el hombre redimido vuelve al dominio de aquél al que todo pertenece y de cuyo misterio participa todo.

 

Evangelio: Mateo 14,13-21

13 Jesús, al enterarse de lo sucedido, se retiró de allí en una barca a un lugar tranquilo para estar a solas. La gente se dio cuenta y lo siguió a pie desde los pueblos.

14 Cuando Jesús desembarcó y vio aquel gran gentío, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos que traían.

15 Al anochecer sus discípulos  se acercaron a decirle: - El lugar está despoblado y es ya tarde; despide a la gente para que vayan a las aldeas y se compren comida.

16 Pero Jesús les dijo; - No necesitan marcharse; dadles vosotros de comer

17 Le dijeron: - No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.

18 El les dijo: -Traédmelos aquí.

19 Y después de mandar que la gente se sentase en la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, se los dio a los discípulos  y éstos a la gente.

20 Comieron todos hasta hartarse, y recogieron doce canastos llenos de los trozos sobrantes.

21 Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

 

Jesús, informado de la muerte de Juan el Bautista, siente la necesidad de apartarse: <<Se retiró de allí a un lugar tranquilo» (v. 13). Jesús esta de luto, podría pensarse. La humanidad, representada por el gentío, <<aquel gran gentío», acude al lugar desértico y entra en su soledad. El Dios hecho hombre se hace solidario del dolor humano y acoge espontáneamente al hombre en este vía crucis de la existencia, en una historia donde da la impresión que prevalece el sufrimiento y la tribulación. Tres verbos escalonan la intervención del Salvador: <<vio», <<sintió compasión>> y <<curó». El corazón de Dios se estremece ante aquella indigencia humana, que de por si clama al Altísimo. Dos detalles completan la ausencia de cualquier esperanza posible: <<el anochecer>> y <<el lugar desértico». Es la hora del <<nada es imposible para Dios».

Ante la fe del hombre, la humildad de Dios se convierte en gloria. A los atónitos discípulos  Jesús les dice: <<Dadles vosotros de comer» (v. 16). Sorprende este <<vosotros». Jesús traslada su iniciativa a la actuación de los apóstoles: él podía haber intervenido personalmente. Pero es desde la libertad de la fe cuando pueden actuar, los discípulos  cooperan y todos reciben comida abundantemente.

 

MEDITATIO

El hambre y la sed de la humanidad no se sacian con bienes materiales. A lo largo de la historia, la humanidad, fatigada y oprimida por múltiples angustias y problemas, siempre ha experimentado, y cada vez mas, la incapacidad de darse una salvación meramente terrenal, obtener una paz duradera y alcanzar una justicia ecuánime. El hombre, en el fracaso de sus esfuerzos y aspiraciones, aún es mas consciente de que necesita una ayuda de lo alto; y esto, por sus designios trascendentes, no puede ser sino un don. Su gratuidad es tan extraordinaria como inconmensurables son su valor y su obtención. Una es la experiencia inmediata de todo esto; <<Dios es más grande que nuestro corazón» (1 Jn 3,20). En esta verdad se basa la alianza eterna.

La <<compasión» de Jesús por la muchedumbre desvela el móvil del don de Dios en el Hijo unigénito para la vida del mundo: una coparticipación viva, palpitante y auténtica. Prefigura la hora del Calvario y compendia completamente el contenido eucarístico del sacrificio del banquete divino ofrecido en símbolo mediante el milagro. El tiempo mesiánico se ha manifestado: Dios sacia a su pueblo <<de balde»; lo nutre de cosas buenas: gracia y verdad, vida y alegría. Y aún más, lo vincula con una comida que es prenda de eternidad: el Verbo encarnado y entregado por nosotros. En él, cualquier añoranza humana de Dios es atendida ampliamente mediante el cumplimiento de la promesa y el vínculo perenne con Dios.

 

ORATIO

El cansancio y la debilidad han oprimido nuestros corazones. No tenemos ni alimento Espiritual, ni descanso corporal, ni consuelo. La nostalgia, la espera y la        esclavitud nos estén ahogando. Jesús misericordioso, imploramos tu compasión, nos abrazamos a tu costado abierto. Corazón misericordioso e inflamado de amor; apriétanos con los lazos de la piedad, el amor y la unión. Ayúdanos a regresar pronto a nuestra tierra, para que podamos cumplir mejor, siempre mejor, las tareas encomendadas por el Creador Amén. (jóvenes lituanos en un campo de concentración siberiano).

 

CONTEMPLATIO

Ha colmado de bienes a los hambrientos. Primero ha humillado, después ha alimentado. El Espíritu de profecía narra los hechos futuros como si ya hubiesen pasado. ¿Por qué los hambrientos todavía no han sido colmados de bienes? Si lo hubiesen sido, ¿como podrían estar hambrientos? Y si están hambrientos, ¿cómo pueden ser colmados de bienes? A no ser que lo entendamos en el sentido de aquellas palabras: <<Los ángeles desean contemplarlo». Los ángeles siempre están viendo el rostro del Padre, y se encuentran hambrientos y colmados de bienes al mismo tiempo. Mantienen el deseo aun en la saciedad e incluso la saciedad en el deseo. Es un hartazgo que no conoce el hastío, es un hambre sin tormento; es, más bien, esa hambre que es hambre de beatitud, que los sacia sin fin. Pero en el camino no es como en la patria celestial. En el camino se tiene sed y hambre de justicia; en la patria quedarán saciados cuando se manifieste la gloria. Sin embargo, ya en este camino terrenal, los hambrientos son colmados de bienes, porque Dios les da la comida a su tiempo. Son colmados de bienes, son liberados de males. Son colmados de bienes, es decir, de los dones del Espíritu Santo. Y éste es el motivo por el que Dios nos alimenta y nos viste en este viaje nuestro, por el que colma a los hambrientos de bienes consoladores: para que nos convirtamos como Israel, o sea, para que seamos contemplativos (Dionisio el Cartujario, Torneró al mio cuore, Magnano 1987, 51).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Tú eres mi fortaleza, Dios fiel>> (Sal 58,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

[El autor, un médico alemán, recuerda la experiencia vivida en las minas de Vorkuto, un campo de concentración soviético, el número 9/IO].

        Cada mañana, hacia los cuatro, se celebraba la santa misa y se distribuía la comunión. Del grupo que estaba orando, se apartó un minero, vestido como los demás, con un mono, y se acercó al altar improvisado (a unos doscientos metros bajo tierra). Era el sacerdote. Después, de la muchedumbre solió otro: el ayudante. Sobre el altar improvisado, un minúsculo cáliz y un misal pequeño. El ayudante sacó del bolsillo del mono una campanilla minúscula. El cáliz de plata medía unos siete centímetros de alto y cuatro de ancho y había sido hecho por los mismos mineros. Durante la santa misa, muchos se acercaron poro recibir lo comunión. Las hostias venían de Lituania. Los comunistas, que no subían de qué se trataba, les llamaban <<pan lituano». El vino llegaba con enormes dificultades al campo de concentración de Crimea. Durante lo Pascua, más de cuatrocientos pudieron comulgar. A los mineros les entregaban, según lo acordado, una cajetilla de tabaco y, debajo de la primera fila de cigarrillos, les colocaban el Santísimo envuelto en un trocito de cándido lino. La hostia consagrada se partía y era distribuida entre cuatro personas, más o menos (cf J. Scholmer, Die Toten kehren ziiruck, Berlin 1954).

 

 

 

Día 4

San Juan María Vianney (4 de agosto)

 

Juan María Vianney nació cerca de Lyon (Francia) el 8 de mayo de 1786. Descubrió pronto su vocación para el sacerdocio, pero fue excluido del seminario por falta de aptitud para los estudios. Le ayudó el párroco de Ecully y, cuando ya estaba casi en los treinta años, fue ordenado sacerdote en Grenoble. En 1819 fue destinado a la parroquia de Ars, a la que transformó con su bondad, abnegación pastoral y santidad de vida. Murió el 4 de agosto de 1859. Es patrono de los párrocos desde 1929.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 28,1-17

1 Ese mismo año, al comienzo del reinado de Sedecías, rey de Judá, el quinto mes del año cuarto de su reinado, el profeta Jananías, hijo de Azur, natural de Gabaón, me dijo en el templo del Señor, en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo:

2 -Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel: Yo he roto el yugo del rey de Babilonia.

3 Dentro de dos años haré volver a este lugar todos los enseres del templo del Señor que Nabucodonosor, rey de Babilonia, se llevó a Babilonia.

4 También haré volver a Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá, y a todos los judíos que fueron deportados a Babilonia, oráculo del Señor. Sí, yo romperé el yugo del rey de Babilonia.

5 El profeta Jeremías dijo al profeta Jananías en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo que estaba en el templo del Señor:

6 -¡Así sea! ¡Ojalá el Señor cumpla tu profecía y haga volver desde Babilonia a este lugar todos los enseres del templo del Señor y a todos los desterrados!

7 Sin embargo, escucha bien la palabra que pronuncio ante ti y ante todo el pueblo:

8 Los profetas anteriores a ti y a mí profetizaron ya desde antiguo a muchos países y a reinos poderosos guerra, hambre y peste.

9 El profeta que anuncia la paz sólo será reconocido como profeta verdadero, enviado por el Señor, cuando se cumpla su palabra.

10 Entonces Jananías quitó el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió.

11 Y dijo en presencia de todo el pueblo: -Así dice el Señor: Así romperé yo dentro de dos años el yugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, quitándolo del cuello de todas las naciones. Y el profeta Jeremías se fue.

12 Algún tiempo después de que Jananías rompiera el yugo, el Señor habló así a Jeremías:

13 -Vete a decir a Jananías: Así dice el Señor: Has roto un yugo de madera, pero yo lo sustituiré por uno de hierro.

14 Pues así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel: Voy a poner un yugo de hierro al cuello de todas estas naciones para someterlas a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y quedarán sometidas a él; y también le entrego las bestias del campo.

15 Entonces el profeta Jeremías dijo al profeta Jananías: -Escucha, Jananías: el Señor no te ha enviado, y has hecho que este pueblo se apoye en la mentira.

16 Por eso, así dice el Señor: Te haré desaparecer de la faz de la tierra; este mismo año morirás, por haber predicado la rebelión contra el Señor.

17 Y aquel año, en el mes séptimo, murió el profeta Jananías.

 

*»- El episodio que se narra en este fragmento tomado de Jeremías, que probablemente tengamos que situar hacia el año 594-593 a. de C, plantea la cuestión del discernimiento entre la verdadera y la falsa profecía. Nabucodonosor había exiliado a un grupo de judíos, junto con su rey Jeconías-Joaquín, a Babilonia y había saqueado el templo {cf 2 Re 24,10ss): el profeta Jananías predice la liberación de los deportados y también la restitución de los enseres del templo. Para apoyar su profecía, lleva a cabo una acción simbólica: rompe el yugo que Jeremías se había puesto en el cuello como signo de la pesada dominación a la que Babilonia había sometido a Judá (w. lOss; cf. Jr 27). Jeremías recuerda a Jananías y a todos los presentes que una profecía sólo es auténtica cuando se cumple (w. 7-9; cf. Dt 18,21ss; Jr 23,16-18). Por su parte, espera que Dios le hable. A pesar de que también él desea un futuro de libertad y de paz (v. 6), no puede dejar de ser fiel a aquella palabra que le ha seducido, que le hace arder por dentro con una fuerza irresistible y que anuncia desventuras y castigos (cf. Jr 20,7-9).

Jeremías, dócil instrumento en manos de YHWH, proclama la Palabra verdadera, aunque resulte impopular: Babilonia hará aún más pesado su propio dominio, sin que Judá tenga la posibilidad de sustraerse del mismo (w. 12-14). El castigo que le espera al falso profeta Jananías será inexorable e inminente (w. 15ss; cf. Dt 18,20): su muerte atestiguará la autenticidad de la profecía de Jeremías (v. 17).

 

Evangelio: Mateo 14,13-21

En aquel tiempo,

13 Jesús, al enterarse de lo sucedido, se retiró de allí en una barca a un lugar tranquilo para estar a solas. La gente se dio cuenta y lo siguió a pie desde los pueblos.

14 Cuando Jesús desembarcó y vio aquel gran gentío, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos que traían.

15 Al anochecer, sus discípulos se acercaron a decirle: -El lugar está despoblado y es ya tarde; despide a la gente para que vayan a las aldeas y se compren comida.

16 Pero Jesús les dijo: -No necesitan marcharse; dadles vosotros de comer.

17 Le dijeron: -No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.

18 Él les dijo: -Traédmelos aquí.

19 Y después de mandar que la gente se sentase en la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, se los dio a los discípulos y éstos a la gente.

20 Comieron todos hasta hartarse, y recogieron doce canastos llenos de los trozos sobrantes.

21 Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

 

**• La noticia de la decapitación de Juan el Bautista sugiere a Jesús alejarse de la gente (v. 13a) para huir del presumible intento de matarle a él también, que ya era objeto de conjura por parte de los fariseos (cf. Mt 12,14).

Sin embargo, Jesús no abandona la misión que el Padre le ha confiado (cf. Jn 10,10) y atiende amorosamente la petición de gestos de salvación por parte de la muchedumbre (w. 13b-14). El amor de Jesús cura la enfermedad y sacia el hambre. Con todo, quiere tener necesidad de la disponibilidad de los discípulos para entregarse a sí mismos y todo lo que poseen (w. 16ss).

El relato de los cinco panes que, después de haber sido bendecidos y partidos, calma el hambre de una multitud de persona (v. 21) anticipa, en la intención del evangelista, el de la institución de la eucaristía (cf. Mt 26,26). Los discípulos serán sus ministros y distribuirán a los otros el pan que Jesús les ha dado a ellos (v. 19). Del mismo modo que, por la oración de Eliseo, con veinte panes fue saciada el hambre de cien personas y aún sobró (2 Re 4,42-44), así también, y de un modo aún más significativo, aparecen aquí doce cestas repletas con las sobras de la comida milagrosa (v. 20).

 

MEDITATIO

La particular solicitud por la salvación de los otros, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios, por la unidad espiritual de la Iglesia, que nos ha sido confiada por Cristo junto con la potestad sacerdotal, se explica de varias maneras [...].

Sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del buen pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo. En esto consiste el arte máxima a la que Jesucristo os ha llamado. «Arte de las artes es la guía de las almas», escribía san Gregorio Magno.

Os digo, por tanto, siguiendo sus palabras: esforzaos por ser los «maestros» de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos?

Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, san Vicente de Paúl, san Juan de Ávila, el santo cura de Ars, san Juan Bosco, el beato Maximiliano María Kolbe y tantos otros (Juan Pablo II, Carta a los obispos y a los sacerdotes, Jueves Santo de 1979, 6).

 

ORATIO

Te amo, oh mi Dios.

Mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida.

Te amo, oh infinitamente amoroso Dios, y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.

Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor.

Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir a cada instante que te amo, por lo menos quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro.

Ah, dame la gracia de sufrir mientras te amo y de amarte mientras sufro, y el día que me muera no sólo amarte, sino sentir también que te amo.

Te suplico que, mientras más cerca esté de mi hora final, aumentes y perfecciones mi amor por Ti. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Algunos dichos del santo:

«La mayor de las tentaciones es no tener ninguna».

«Es nuestro orgullo lo que nos impide ser santos».

«Los santos se conocían a sí mismos mejor de lo que conocían a los otros: por esa razón eran humildes».

«El hombre tiene una hermosa tarea: orar y amar».

«La Santa Virgen es como una madre que tiene muchos hijos: está continuamente ocupada yendo de uno a otro».

«Los pecados que se esconden volverán a salir todos a flote».

«El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús».

«El hombre, creado por amor, no puede vivir sin amor: o ama a Dios, o ama al mundo».

 

ACTIO

    Repite y medita a menudo durante el día esta enseñanza del santo: «El pecado es el verdugo del buen Dios y el asesino del alma».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Se dice que el sacramento de la penitencia está en crisis, pero ¿está en crisis porque los que deben ser perdonados no se preocupan y no se dan cuenta, o está en crisis porque los ministros ya no viven la pasión y la muerte del Señor que perdona?

Acudamos al ejemplo del santo cura de Ars. Éste era su  tormento: quería confesar, y una de las pruebas más grandes de su vida fue que, cuando fue enviado como párroco a Ars, se dio cuenta de que no se confesaba nadie. No dijo: «Peor para ellos», no hizo una estadística. No; se consumía ante el sacramento de día y de noche, porque quería que los pecadores se confesaran y tenía un sentido tan vivo del pecado de estas criaturas que no vivía en paz. El sufrimiento por el pecado significaba que era, en el fondo, la matriz de este carácter ministerial que se expresaba después con la asiduidad al sacramento del perdón. Al final de su vida estaba totalmente identificado con el confesionario, incluso con la materialidad del habitáculo, en el que estaba prisionero día y noche.

Poco antes de morir, confesó a dos personas intemperantes e insensatas que no se detuvieron ni siquiera ante un moribundo. Él no se negó: vivir no era importante, confesar era esencial (A. Ballestrero, Alia scuola del Curato d'Ars, Cásale Monf. 1995, pp. 50ss).

 

 

 

Día 5

Martes de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 30,1-2.12-15.18-22

1 El Señor dirigió esta palabra a Jeremías:

2 -Así dice el Señor, Dios de Israel: Escribe en un libro todas las palabras que yo te he dicho.

12 Pues así dice el Señor: Tu herida es incurable, no puede sanar tu llaga; n nadie se ocupa de ti, ni busca un remedio para tus úlceras.

14 Todos tus amantes te han olvidado, ya no se preocupan de ti; porque yo te he herido como si fueras un enemigo; el castigo ha sido cruel a causa de tu gran maldad y de tus muchos pecados.

15 ¿Por qué te quejas de tus heridas? Tu dolor es incurable. Te he castigado así a causa de tu gran maldad y de tus muchos pecados.

18 Así dice el Señor: Yo restauraré las tiendas de Jacob y tendré piedad de sus moradas. La ciudad será reconstruida en su colina y el palacio se asentará en el lugar que le corresponde.

19 Saldrán de ellos cantos de alabanza y gritos de alborozo. Multiplicaré a este pueblo y no menguarán, los ensalzaré y no serán humillados.

20 Sus hijos serán tan poderosos como antaño, su asamblea será estable ante mí y castigaré a todos sus opresores.

21 De entre ellos surgirá su jefe, de en medio de ellos saldrá su soberano. Le mandaré venir y se acercará a mí; pues ¿quién arriesgaría su vida acercándose a mí? Oráculo del Señor.

22 Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

 

*»• El pasaje está tomado del llamado «Libro de la consolación», compuesto por los capítulos 30-31 del libro de Jeremías. Se trata de una colección de oráculos que se remontan, probablemente, al primer período de la actividad del profeta y que, aunque al principio estuvo dirigida al Reino de Israel, se extendió también después al de Judá.

Jeremías muestra el valor educativo del sufrimiento que aflige al pueblo (w. 12-15), obligado al exilio y a la dominación extranjera desde hace ya un siglo. La aplicación de la ley del talión al pueblo infiel, según la doctrina de la retribución temporal, tendrá un efecto purificador: Israel comprenderá que no son las naciones extranjeras, cuyo favor busca (v. 14), sino YHWH quien cuida de él y le asegura la restauración. Esta última aparece descrita en los w. 18-21 como efecto de la compasión de Dios (v. 18a). Las imágenes a las que recurre el profeta evocan una ciudad en fiesta: los edificios, antes arrasados, son reconstruidos (v. 18b) y sus numerosos habitantes son honrados por Dios y temidos por los otros pueblos (w. 19ss). A la cabeza de la nación habrá un rey israelita adepto a YHWH (cf. Dt 17,15a). En este oráculo puede entreverse la esperanza de Jeremías en la reunificación del pueblo elegido y en su recuperación de la plena soberanía. La fórmula de alianza (v. 22) sella la recobrada libertad en la fidelidad a Dios auspiciada por el profeta.

 

Evangelio: Mateo 14,22-36

En aquel tiempo, después de haber saciado a la gente,

22 mandó a sus discípulos que subieran a la barca y que fueran delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.

23 Después de despedirla, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche estaba allí solo.

24 La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

25 Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago.

26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron y decían: -Es un fantasma. Y se pusieron a gritar de miedo.

27Pero Jesús les dijo en seguida: -¡Ánimo! Soy yo, no temáis.

28 Pedro le respondió: -Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.

29 Jesús le dijo: -Ven. Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús.

30 Pero al ver la violencia del viento se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: -¡Señor, sálvame!

31 Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo: -¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?

32 Subieron a la barca y el viento se calmó.

33 Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo: -Verdaderamente, eres Hijo de Dios.

34 Terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret.

35 Al reconocerlo los hombres del lugar, propagaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron todos los enfermos.

36 Le suplicaban que les dejara tocar siquiera la orla de su manto, y todos los que la tocaban quedaban sanos.

 

**• El relato de la tempestad calmada por Jesús ha sido colocado por Mateo en el contexto de unos episodios orientados específicamente a la formación del grupo de los discípulos (Mt 14,13-16,20), que preceden al magno «discurso sobre la vida de la comunidad cristiana» (capítulo 18). Esto confiere al texto un peculiar carácter eclesiológico.

El evangelista había narrado ya una tempestad (8,23-27) que sorprendió a los discípulos mientras dormía el Maestro. De aquel relato se había desprendido ya el carácter excepcional de la autoridad de Jesús, una autoridad que había suscitado la pregunta por su identidad; al mismo tiempo, Jesús había reafirmado la necesidad de la fe (cf. 8,10) para poder seguirle (cf 8,19ss). Aquí se desencadena la tempestad cuando la barca se encuentra en medio del lago y mientras Jesús, que previamente se había separado de los discípulos, ora en soledad (14,22ss). Su llegada milagrosa engendra en ellos turbación y miedo (v. 26). Sin embargo, sus palabras de ánimo les tranquilizan (v. 27). Y no sólo esto: también animan a Pedro a imitar a su Maestro caminando sobre las olas (w. 28ss). Pero se hace necesaria otra intervención de Jesús a fin de que la fe vacilante del discípulo pueda apoyarse totalmente en aquel que es el único que da la salvación (w. 30ss). Por la misma experiencia de salvación pasan todos aquellos que de algún modo entran en contacto con Jesús (w. 34-36); se trata de una experiencia que manifiesta la verdadera identidad del Salvador: «Verdaderamente, eres Hijo de Dios» (v. 32).

 

O bien, si el domingo precedente se ha leído el evangelio del ciclo A:

 

Evangelio: Mateo 15,1-3.10-14

En aquel tiempo,

1 algunos fariseos y algunos maestros de la Ley venidos de Jerusalén se acercaron a Jesús y le dijeron:

2 -¿Cómo es que tus discípulos no observan la tradición de nuestros antepasados? ¿Por qué no se lavan las manos para comer?

3 Jesús les respondió: -¿Y cómo es que vosotros desobedecéis el mandato de Dios para seguir vuestra tradición?

10 Y llamando a la gente les dijo: -Escuchad atentamente:

11 lo que entra por la boca no mancha al hombre; lo que sale de la boca es lo que le mancha.

12 Los discípulos se acercaron entonces a decirle: -¿Sabes que los fariseos se han sentido ofendidos al oír tus palabras?

13 Jesús respondió: -Toda planta que no haya plantado mi Padre del cielo será arrancada de raíz.

14 Dejadlos; son ciegos, guías de ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, caerán ambos en el hoyo.

 

 

        *• El pasaje, ambientado en Galilea, se desarrolla en torno a una controversia entre Jesús y «algunos fariseos y algunos maestros de la Ley venidos de Jerusalén» (v. 1).

        Éstos toman como motivo de polémica el hecho de que los discípulos no practiquen las acostumbradas abluciones rituales. Jesús rebate de manera explícita las acusaciones esgrimidas por sus adversarios, retorciendo contra ellos una acusación bastante grave y «sustancial», la de haber sustituido el «mandato de Dios» por simples y opinables tradiciones humanas (v. 2). A continuación, en la segunda parte de la perícopa litúrgica,

el Nazareno -primero en público, dirigiéndose a la gente (w. lOss), y después en privado, dirigiéndose sólo al círculo de los discípulos (w. 12-14)- desarrolla su pensamiento de manera breve, tanto a propósito de la invalidez de las leyes jurídicas sobre los alimentos como respecto al empleo hipócrita que hacen los fariseos de la Ley de Moisés. De este modo, queda descalificada definitivamente la mediación -por ser guías ciegos- de los fariseos: para Mateo, la comunidad cristiana naciente no está obligada a seguirles.

        La actitud de Jesús que de ahí se desprende en conjunto es la de alguien que ha venido a volver a dar una transparencia plena a la voluntad originaria de Dios. Y desarrolla esta tarea remitiendo más a la interioridad de la persona que a prácticas exteriores -minuciosas y convencionales- que se erigen en un arsenal de seguridades que se construye el hombre para «alcanzar» a Dios. En efecto, en la tradición judía, las distinciones entre lo puro y lo impuro, y lo mismo cumple decir de otras muchas realidades religiosas, se agigantan con frecuencia hasta convertirse en un polo de interés tan importante que llega a oscurecer el verdadero centro de la religiosidad (el amor gratuito y preveniente de Dios), recordado tan a menudo por la predicación de los profetas. Pues bien, Jesús se refiere a este filón veterotestamentario.

        También hoy nos enseña a nosotros cuál es la verdadera jerarquía de los valores, el significado genuino de la revelación. Es el interior de la persona («/o que sale de la boca», nosotros diríamos «el corazón»: cf. la claridad radical del v. 11) lo que tiene una efectiva importancia en la relación con Dios o lo que puede «manchar» el camino de la redención, más que abrir a la persona para que reciba el don del amor que salva.

 

MEDITATIO

«Jesús» significa «YHWH salva». Él, el Hijo de Dios, proclama y realiza la voluntad del Padre: que todos los hombres se salven. La salvación que Dios nos ofrece es una salvación concreta, histórica, comienzo de la vida eterna que será la comunión con él, la experiencia inexpresable del amor, de la alegría, de la fiesta sin fin. Esto nos hace invulnerables contra los distintos tipos de sufrimientos que marcan la vida humana, en virtud de su naturaleza limitada y frágil y, por estar herida por el pecado, amenazada por la angustia.

La presencia de Dios junto a nosotros, en nuestro acontecer terreno, aparece frecuentemente más como una ausencia o, en cualquier caso, no parece ser eficaz.

Ante nuestros ojos, empañados por el miedo a vivir, su imagen se confunde con la imagen de los numerosos mercaderes de soluciones fáciles e inmediatas para salir de la angustia. A veces, se interponen entre nosotros y él ritos convencionales y tradiciones de los antiguos. Estamos tan acostumbrados a los sucedáneos de Dios que ya no sabemos reconocerle a él mismo. Más aún, Dios nos desorienta porque no le conocemos como él se da a conocer.

Nos espanta porque fácilmente queremos verlo según nuestra imaginación y no tal como él se muestra a nosotros.

En medio del remolino que supone la imposibilidad que sentimos para encontrar vías de escape por nosotros mismos, podemos hacer nuestro el grito de Pedro: «¡Señor, sálvame!», y tener la esperanza cierta de oírnos repetir lo que somos: gente de poca fe, siempre dispuesta a dudar. Con nuestra débil fe podemos reconocer que Jesús es el salvador, sólo él, y nadie más.

Todo instante es el momento oportuno para el encuentro decisivo con él, en lo íntimo y en lo profundo de nuestro ser.

 

ORATIO

¿Por qué dudo? Porque tu presencia, Jesús, me resulta en ocasiones incomprensible, tu venida a mi encuentro no pasa por los senderos de mis lógicas y no te veo allí donde tú estás. Te quisiera a mi medida, quisiera que fueras alguien que resuelve mis desgracias, un antídoto contra los infortunios y las posibles calamidades.

¿Por qué dudo? Porque tu salvación abarca mi humanidad y la transfigura a tu semejanza divina, y me produce vértigo. Si sigues apoyándome, Señor, también yo con mi titubeo dubitativo podré confiarme a tu mano. Que pase junto a ti, a través de las oleadas del tiempo, a la dulcísima quietud de la eternidad.

 

CONTEMPLATIO

El justo está en manos de Dios, y sucede casi por milagro que hasta sus mismos pecados le ayudan a hacerse mejor. ¿Acaso no nos ayudan a mejorar nuestras caídas cuando nos disponen a ser más humildes y atentos?

¿No sucede acaso como si la mano de Dios fuera la que levanta a los que tropiezan? En este sentido, el alma de quien tiene fe puede repetir: «Tú eres mi apoyo». Dios se muestra tan dispuesto a socorrer a quien está cayendo que tenemos casi la impresión de verlo intentando ayudar exclusivamente a cada individuo que lo ha invocado (Bernardo de Claraval, Commento al salmo 90, Alba 1977, pp. 59ss [edición española: Obras completas de san Bernardo, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1984]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú te compadeces de tu pueblo, Señor» (cf. Jr 30,18a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sé que dependo de un ser trascendente cuyo nombre no conozco. Llamo «Dios» a lo que es insondable. Se trata de un artista dotado de una fuerza inigualable. Las férreas leyes de la naturaleza o de la belleza del cosmos no pueden ser explicadas recurriendo exclusivamente a las cualidades de la materia. Existen realidades que se sustraen a nuestra experiencia. Por nuestra parte, conseguimos imaginar lo que es desconocido sólo a través del modelo de lo que ya conocemos, y de ahí proceden las dudas y la incredulidad.

Sólo si nos insertamos en un orden superior, si nos inclinamos frente a aquello que no sabemos explicar y tenemos la suficiente humildad para reconocer que no somos nosotros quienes hemos creado el mundo y ni siquiera estamos en condiciones de descifrarlo, sólo si comprendemos que no nos es lícito poner nuestra voluntad al mismo nivel que la del Creador, sólo así podremos configurar nuestra vida sin amarguras, resignación ni nihilismo (Z. M. Raudive, Bridóle di vita e di speranza, Cinisello B. "1992, pp. 8óss).

 

 

Día 6

Transfiguración del Señor (6 de agosto)

 

Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la Iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la Transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la Cruz. La fiesta de la Transfiguración ya aparece desde el siglo V en el calendario de la liturgia oriental para recordar la subida de Jesús al monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan, testigos privilegiados de su gloria. El episodio está atestiguado de manera concorde por los evangelios sinópticos. La fiesta se difundió rápidamente también en la Iglesia romana, pero no fue  introducida oficialmente hasta el año 1457, con ocasión de una victoria obtenida contra los turcos.

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss

9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente;

10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y ví venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.

14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.

 

*•• Al profeta se le revela, en una visión nocturna, el designio de Dios sobre la historia. Ve la sucesión de los grandes imperios y de sus violentos dominadores (7,2-8), mas este espectáculo de la altivez humana se interrumpe: a Daniel se le ha concedido contemplar los acontecimientos desde el punto de vista del Señor de la historia. Él es el Juez omnipotente {cf. v. 10), que conoce y valorará definitivamente la obra de los hombres, pero es también alguien que interviene en el tiempo para rescatarlo: en efecto, a los reinos terrenos se contrapone el Reino que el «Anciano» confía a la obra de un misterioso «Hijo de hombre» que viene sobre las nubes (vv. 13ss). El autor sagrado indica así que este personaje es un hombre, aunque es de origen divino, celeste.

Ya no se trata del Mesías davídico esperado para restaurar con poder el Reino de Israel, sino de su transfiguración sobrenatural: el Hijo del hombre inaugurará un Reino que, aunque se inserta en el tiempo, «no es de este mundo» (Jn 18,36).

Éste triunfará al final sobre los imperialismos mundanos, llevando la historia a su cumplimiento escatológico. Entonces «los santos del Altísimo» participarán plenamente en la soberanía del Hijo del hombre y constituirán una sola cosa con él y en él (Dn 7,18.22.27). Con esta figura bíblica se identificará Jesús a menudo en su predicación y, en particular, en la hora decisiva del proceso ante el Sanedrín que le condenará a morir en la cruz.

 

O bien, la Segunda lectura: 2 Pedro 1,16-19

Queridos:

16 Cuando os dimos a conocer la venida en poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos inspirados por fantásticas leyendas, sino porque fuimos testigos oculares de su grandeza.

17 Él recibió, en efecto, honor y gloria de Dios Padre cuando se escuchó sobre él aquella sublime voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco».

18 Y ésta es la voz, venida del cielo, que nosotros escuchamos cuando estábamos con él en el monte santo.

19 Tenemos también la palabra de los profetas, que es firmísima, y hacéis bien en dejaros iluminar por ella, pues es como una lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones.

 

**• Pedro y sus compañeros han contemplado la grandeza de Jesús, han oído la voz celestial que le proclamaba Hijo predilecto, por eso se reconocen portadores de una gracia mayor que la de los profetas. En efecto, pueden confirmar por experiencia personal la veracidad de las profecías a las que Jesús da cumplimiento. La palabra del Antiguo Testamento, sin embargo, no ha agotado su tarea de «lámpara que alumbra en la oscuridad» (v. 19): deberá seguir siempre alumbrando los pasos de los creyentes que avanzan en medio de las tinieblas de la historia hasta el día sin ocaso de la venida de Cristo en la gloria {cf. v. 19). En este camino, la visión radiante de Jesús transfigurado, que los apóstoles nos atestiguan, sostiene nuestra fe y enciende de deseo nuestra esperanza: el «lucero de la mañana» se alza ya en el corazón de quien vela expectante.

 

Evangelio: Mateo 17,1-9

En aquel tiempo,

1 tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó a un monte alto a solas.

2 Y se transfiguró ante ellos. Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

3 En esto, vieron a Moisés y a Elías que conversaban con Jesús.

4 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres hago tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

5 Aún estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y una voz desde la nube decía: -Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo.

6 Al oír esto, los discípulos cayeron de bruces, aterrados de miedo.

7 Jesús se acercó, los tocó y les dijo: -Levantaos, no tengáis miedo.

8 Al levantar la vista no vieron a nadie más que a Jesús.

9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: -No contéis a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.

 

*» Mateo conecta la transfiguración con la promesa que hace Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin ver al Hijo del hombre venir como rey» (16,28). La promesa se cumple, al menos como prenda, «seis días después» (17,1). La transfiguración viene a confirmar así la fe de los apóstoles expresada por Pedro en Cesárea de Filipo (16,16), y a superar su oposición a la perspectiva de la pasión predicha por Jesús. Éste pide a quien quiera seguirle la participación en sus sufrimientos (16,21-27). El desenlace del camino es, no obstante, glorioso, y este acontecimiento extraordinario lo prueba. Pedro, Santiago y Juan pueden ver con sus propios ojos que Jesús es verdaderamente el Hijo del hombre glorioso, que concluirá la historia inaugurando el Reino de Dios. Pueden constatar que, en Jesús, llegan a su cumplimiento las expectativas de Israel: junto a él aparecen Moisés y Elías, testigos privilegiados de Dios en el Sinaí, que han forjado y sostenido la fe del pueblo.

Mientras la nube luminosa de la presencia de YHWH envuelve a los presentes, una voz revela la identidad absolutamente única e incomparable de Jesús. La invitación a escucharle es así extraordinariamente comprometedora: la palabra del Hijo predilecto será más vinculante que las palabras de la Ley de Moisés, más penetrante que las palabras de los profetas que invitan a la conversión... En efecto, Mateo presenta aquí a Jesús como el nuevo Moisés que asciende al monte a encontrarse con Dios: Moisés recibe la llamada a entrar en la nube «tras seis días de espera» (Ex 24,15-18a) y, tras haber hablado con Dios, la piel del rostro se le vuelve radiante (Ex 34,28-35). Se comprende bien así el sagrado temor de los apóstoles frente a esta teofanía que manifiesta a Jesús como el Revelador de Dios (v. 5), y cuya palabra es la ley perfecta y definitiva: «No vieron a nadie más que a Jesús» (v. 8). Ahora bien, esta anticipación de la gloria del Maestro no debe hacer olvidar a los apóstoles el camino ya trazado: el Hijo del hombre atravesará las tinieblas de la muerte y será su radiante vencedor (v. 9).

  

MEDITATIO

Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el deseo de él.

Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye en amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastornados por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera.

La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar -en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el rostro de cada nombre- a Dios «todo en todos», eterna meta de nuestra peregrinación en el tiempo.

 

ORATIO

Jesús, tú eres Dios de Dios, luz de luz. Nosotros lo creemos, pero nuestros ojos son incapaces de reconocer tu belleza en las humildes apariencias de que te revistes.

Purifica, oh Señor, nuestros corazones, porque sólo a los limpios de corazón has prometido la visión de Dios.

Concédenos la pobreza interior que nos hace atentos a su Presencia en la vida diaria, capaces de percibir un rayo de tu luz hasta en los lugares donde todo aparece oscuro e incomprensible. Haznos silenciosos y orantes, porque tú eres la Palabra salida del silencio que el Padre nos pide que escuchemos. Ayúdanos a ser tus verdaderos discípulos, dispuestos a perder la vida cada día por ti, por el Evangelio; haz crecer tu amor en nosotros para ser contigo siervos de los hermanos y ver en cada hombre la luz de tu rostro.

 

CONTEMPLATIO

Antes de tu cruz preciosa, antes de tu pasión, tomando contigo a los que habías elegido entre tus sagrados discípulos, subiste al monte Tabor, oh Soberano, queriendo mostrarles tu gloria. Y ellos, al verte transfigurado y más resplandeciente que el sol, caídos rostro en tierra, se quedaron atónitos frente a la soberanía, y aclamaban: «Tú eres, oh Cristo, la luz sin tiempo y la irradiación del Padre, aunque, voluntariamente, te hagas ver en la carne, permaneciendo inmutable».

Tú, Dios Verbo, que existes antes de los siglos, tú que te revistes de luz como de un manto, transfigurándote delante de tus discípulos, oh Verbo, refulgiste más que el sol. Estaban junto a ti Moisés y Elías, para indicar que eres el Señor de vivos y de muertos y para dar gloria a tu economía inefable, a tu misericordia y a tu gran condescendencia, por la que salvaste al mundo, que se perdía por el pecado.

Nacido de nube virginal y hecho carne, transfigurado en el monte Tabor,  Señor, y envuelto por la nube luminosa, mientras estaban contigo tus discípulos, la voz del Padre te manifestó distintamente como Hijo amado, consustancial y reinante con él. De ahí que Pedro, lleno de estupor, exclamara: «¡Qué bien estamos aquí!», sin saber lo que decía, oh misericordiosísimo Benefactor (Anthologhion di tutto l'anno, Roma 2000, IV, pp. 871ss).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «A tu luz vemos la luz» (Sal 35,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.

La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.

Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.

Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.

El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo (J. Corbon, La gioia del Padre, Magnano 1997).

 

 

Día 7

Jueves de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 31,31-34

31 Vienen días, oráculo del Señor, en que yo sellaré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva.

32 No como la alianza que sellé con sus antepasados el día en que los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Entonces ellos violaron la alianza, a pesar de que yo era su dueño, oráculo del Señor.

33 Ésta será la alianza que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: Pondré mi Ley en su interior; la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

34 Para instruirse no necesitarán animarse unos a otros diciendo: «¡Conoced al Señor!», porque me conocerán todos, desde el más pequeño hasta el mayor, oráculo del Señor. Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados.

 

**• El retorno de todo Israel a su territorio y el restablecimiento de una vida libre y armoniosa alcanza su cima en la estipulación de la «alianza nueva» (v. 31). Este anuncio, punto culminante de la profecía de Jeremías y, tal vez, de toda la literatura profética, declara que la intervención de YHWH marca un cambio en el curso de la historia. Él es el Señor, que, inclinándose sobre Israel, lo ha llevado sobre sus alas (cf. Dt 32,11; Os 11,4) y, con la alianza del Sinaí lo ha constituido en propiedad suya (cf. Dt 32,9). Sin embargo, la infidelidad ha sido constante a lo largo de la vida del pueblo (v. 32): Israel se ha mostrado incapaz de observar los mandamientos -leyes de vida-, faltando al compromiso asumido (cf. Ex 24,3; Jos 24,24).

He aquí, pues, la novedad de la intervención de YHWH: la Ley no volverá a ser exterior al hombre, no volverá a estar escrita en tablas de piedra, sino que será interior, estará escrita «en su corazón» (v. 33). La fidelidad a esa Ley se lleva a cabo no tanto a través de observancias rituales formales como a través de la interiorización de valores, como la obediencia y el amor, y su actuación. Eso es algo que será posible para todo el mundo, sin distinción: YHWH crea la condición necesaria para ello perdonando el pecado. Se trata de una renovación radical de la persona, de suerte que cada uno se encuentre en condiciones de conocer la voluntad de Dios impresa en lo más íntimo de sí mismo y de ponerla en práctica (v. 34a): de este modo, se lleva a cabo la recíproca pertenencia entre Dios y el hombre (v. 33c), don de la infinita misericordia divina.

 

Evangelio: Mateo 16,13-23

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría.

22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a recriminarle: -Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso.

23 Pero Jesús, volviéndose, dijo a Pedro: -¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres.

 

*» El evangelio de Mateo marca un giro decisivo a partir del episodio narrado en el fragmento de la liturgia de hoy, en el que Jesús comprueba la comprensión que tienen los discípulos de su identidad (v. 15). Si las obras y las palabras de Jesús de Nazaret habían manifestado su misión mesiánica de un modo comprensible a la gente, que reacciona creyendo en él (w. 13ss), a excepción de los habitantes de Nazaret (cf. 13,53-58), los discípulos, por boca de Pedro, reconocen asimismo su naturaleza divina (v. 16).

En esta escena cobra un gran relieve la persona de Pedro. Éste, a la profesión de fe en el Hijo de Dios, le opone, a renglón seguido, el rechazo al Siervo de YHWH (w. 21ss). Primero recibe de Jesús una autoridad plena respecto a la comunidad de los discípulos (w. 18ss; cf. los símbolos de las llaves y de las acciones de atar y desatar) y, poco después se le llama «Satanás», puesto  que su modo de ver resulta antitético con respecto al de Dios y representa un obstáculo para Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre (v. 23).

Las contradicciones que marcan el discipulado de Pedro (cf. Me 14,26-31.66-72) otorgan un relieve particular a la obra de la gracia divina en la fragilidad humana: en eso consiste el misterio de la Iglesia, cuyo «jefe» es tal no por méritos personales, sino porque Dios le confía el servicio que lo constituye en punto de referencia para los hermanos. Es Dios quien garantiza la firmeza de la comunidad en la lucha que desarrollan el mal y la muerte contra el amor y la vida (v. 18). La confianza respecto a Pedro es plena: sus decisiones las hará suyas Dios (v. 19). Pero el mesianismo sufriente encarnado por Jesús ha sido elegido libremente y es imposible detenerlo: la salvación y la gloria pasan inequívocamente por la cruz (v. 21).

 

MEDITATIO

La alianza entre Dios y el hombre no se basa en las cualidades y en las actitudes vencedoras del hombre, sino en el don gratuito de Dios. La debilidad humana no representa un obstáculo; más aún, Dios hace comprender al apóstol Pablo que su poder divino se manifiesta precisamente en la debilidad. Tampoco es obstáculo el pecado: Dios es siempre el Padre misericordioso que perdona al pecador, que hasta le sale al encuentro y cancela toda su culpa. El obstáculo es la presunción de ponerse en el sitio de Dios, erigirse en competidor y rival suyo: es la antigua culpa del Génesis que llevó al hombre a hacerse como Dios.

No se nos pide más que acoger el don de la comunión que Dios nos ofrece: es ésta una verdad que debería colmarnos de alegría. Qué arduo resulta, en cambio, estar con las manos abiertas, sin cerrarlas para dominar lo que recibimos, apoderándonoslo y administrándolo como si fuera propiedad nuestra... La altivez satánica relega a la soledad, a la miseria interior, a la separación desesperante. La humildad rica de gratitud por el don inmenso recibido edifica la comunidad. Y nosotros, ¿dónde nos reconocemos?

Dejar aflorar la Palabra que el Espíritu Santo pronuncia en nosotros y nos revela la verdad de Dios y de nosotros mismos... Aprender a iluminar la conciencia, a escucharla y a seguir el soplo de Dios en nuestro corazón... Sintonizar nuestro modo de sentir y de pensar con los de Dios... Simplemente, ser cristianos.

 

ORATIO

Tú eres aquel que se me ha acercado y se ha interesado por mí.

Tú eres aquel que me quiere junto a sí y me ofrece su amistad.

Tú eres aquel que sabe distinguir entre lo que tiene valor eterno y lo que es fruto de la contingencia.

Tú eres aquel que ni se esconde ni se camufla, que se declara abiertamente y no se echa atrás.

Tú eres aquel que ama para siempre y que, para no renegar del amor, acepta sufrir y morir.

«Oh Dios, tú eres mi Dios»: que yo permanezca en tu amor.

 

CONTEMPLATIO

         Cuando por don de tu gracia, Señor, te busco con todo mi corazón y me alegro de haber aprendido a conocer tu rostro -el único que desea mi rostro-, ¿qué supone, te lo suplico, el hecho de que vuelva a encontrarme de improviso apartado? ¿Acaso no me he convertido a ti, o bien tú estás todavía fuera de mí? Si no me he convertido, conviérteme, Dios de las potencias. Tú, que me has dado el querer, dame el poder, y que se cumpla, en mí y por mí, cualquier cosa que tú quieras. Quiero, oh Dios, hacer tu voluntad, y en los mandamientos abrazo tu Ley, en medio de mi corazón. Existe, no obstante, otra ley tuya, inmaculada, que convierte a las almas, pero no la conozco, Señor; ésta permanece en lo escondido de tu rostro, donde yo no merezco entrar. Si una sola vez me dejaras entrar allí para verla, como la pluma del «escriba que escribe veloz» -tu Espíritu Santo- la transcribiría en mi corazón dos o tres veces, para tenev a donde recurrir, y, comprendiendo tus, obras., caminaría en la sencillez y la confianza (Guillermo de Saint-Thierry, Dalla meditazione alia preghiera, Magnano 1987, pp.'87ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jr 31,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el texto de Marcos la pregunta no va de los auditores o discípulos a Jesús (como en Jn 1,39; o Mt 11,3), La interpelación viene del Señor mismo y se dirige a quienes le han acompañado un tiempo y han sido testigos de sus gestos y palabras. Pregunta hecha, entonces, no a gente que no lo conoce o que ha tenido poco contacto con él, sino a aquellos que tienen motivo para saber algo de él porque lo han seguido. Son sus discípulos. Es una demanda que invita a una profesión de fe, aunque tal vez no obtenga todavía como respuesta sino la expresión de una duda o de una perplejidad. El lenguaje es directo y no da lugar a escapatorias. Hay más; el interrogante no es hecho a una persona, sino al conjunto de discípulos: ustedes. Pregunta dirigida a un grupo, lo que obliga a una respuesta colectiva también. La profesión de fe será comunitaria, e igualmente la eventual duda o perplejidad.

La interpelación presenta una cierta cadencia. Ella se hace en dos pasos, la pregunta es doble en verdad. La primera cuestión es «¿quién dice la gente que soy yo?». La misión de Jesús ha sido pública, en el ambiente se puede tener y seguramente se tiene una opinión sobre él. Lo preguntado es entonces cómo los discípulos reciben y procesan esa opinión, cómo repercute en ellos lo que dice la gente. Esto es ya una pregunta sobre la fe de los discípulos mismos, porque un aspecto de nuestra propia fe es lo que otros descubren en ella. La opinión sobre Jesús, entonces como ahora, no descansa sólo en lo que las personas ven en él mismo, sino también en lo que perciben en quienes se proclaman sus seguidores. Y, precisamente, capítulos antes Marcos nos ha narrado el envío de los discípulos para cumplir una tarea evangelizadora (ó, 6-1 3). La cuestión es también, por eso, una manera de decir: ¿qué testimonio habéis dado vosotros de mí?

Este primer interrogante no es una preparación para llegar al segundo. Se trata de una auténtica pregunta sobre la fe de sus interlocutores directos, porque refiriendo lo que otros piensan ponemos siempre de lo nuestro, nos identificamos con esa opinión, tomamos distancia frente a ella o la rechazamos. Además, esto nos puede recordar que la respuesta a la cuestión sobre Jesús no es algo que nos pertenezca en forma privada. Tampoco atañe sólo a la Iglesia. Cristo está más allá de sus fronteras e interpela a toda la humanidad; el Concilio Vaticano II nos lo recordó con claridad. «¿Quién dice la gente que soy yo?» es una pregunta que, precisamente porque escapa a esos linderos, sigue vigente para la comunidad de discípulos de ayer y de hoy.

En efecto, es importante para la fe eclesial saber lo que los demás piensan de Jesús y de nuestro propio testimonio como discípulos. Saber escuchar nos llevará a una mejor y eficaz proclamación de nuestra fe en el Señor ante la faz del mundo.

La forma concreta de proclamar el amor gratuito de Dios y su Reino tiene inevitables consecuencias para el orden religioso, social y económico imperante en la época de Jesús. Así lo percibieron quienes buscaron y ordenaron su ejecución (cf. Me 3,1-6).

Las dificultades y la conflictividad que teme Pedro (¡y nosotros con él!) son provocadas fundamentalmente por la misión misma.

Esta hostilidad no viene de que el mensaje del Mesías sea político (lo que a todas luces no es, sobre todo en el sentido estricto del término), sino justamente porque es un anuncio religioso que toma la existencia humana entera.

Lo que provoca el rechazo de Pedro es su resistencia a aceptar las consecuencias del reconocimiento de Jesús como el Cristo.

Los v. 34 y 35 precisan las condiciones del seguimiento de Jesús. Eso es lo que Pedro recusa. No basta reconocer a Cristo en Jesús; es necesario aceptar lo que eso implica. Creer en Cristo es también asumir su práctica, porque una profesión de fe sin seguimiento es incompleta,; tal como se afirma en Mateo, «no todo el que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre» (7,21). La ortodoxia, la recta opinión exige una ortopraxis, es decir, un comportamiento acorde con la opinión expresada.

La práctica del seguimiento mostrará lo que está detrás del reconocimiento del Mesías (G. Gutiérrez, Beber en su propio pozo en el itinerario espiritual de un pueblo, Sígueme, Salamanca 21998, pp. 64-66.69-70).

 

Día 8

 

Santo Domingo (8 de agosto)

 

Nació en Caleruega (Burgos), en España, en 1172. Hacia 1196 se convirtió en canónigo del capítulo de la catedral de El Burgo de Osma (Soria). Acompañó al obispo Diego en una importante misión por el norte de Europa. Al pasar por el sur de Francia, vio claramente el daño que la herejía cátara estaba haciendo entre los fieles y maduró el designio de reunir a algunas personas que se dedicaran a la evangelización a través de la predicación pobre, estable y organizada del Evangelio.

Este proyecto, aprobado por vez primera por Inocencio III, fue reconocido definitivamente por Honorio III el 22 de diciembre de 1216. Este último llamó «Hermanos Predicadores» a sus miembros. Domingo diseminó de inmediato a los hermanos que le siguieron por las regiones más remotas de Europa. Solía decir: «No es bueno que el grano se amontone y se pudra».

Precisó en dos congregaciones generales los fundamentos y los elementos arquitectónicos de su familia religiosa: vida en común pobre y obediente, la oración litúrgica, el estudio asiduo de la Verdad ordenado a la predicación, entendida como contemplación en voz alta, participación en la misión propia de la Iglesia, sobre todo en las tierras todavía no  evangelizadas.

Hombre genial, sabio, misericordioso, era «tierno como una madre y fuerte como el diamante» (Lacordaire). Murió en Bolonia el 6 de agosto de 1221. Gregorio IX lo canonizó el 3 de julio de 1234.

 

LECTIO

Primera lectura: Nahúm 2,1.2; 3,l-3.6ss

2,1 Mirad, ya viene por los montes el mensajero que anuncia la paz.

Celebra tus fiestas, Judá, cumple tus promesas, porque no volverá a invadirte el malvado; está totalmente aniquilado.

2 Un destructor avanza contra ti: monta guardia en la muralla, vigila la ruta, prepárate para luchar, reúne todas tus fuerzas.

3,1 ¡Ay de ti, ciudad sanguinaria, repleta de fraude, llena de violencia, de rapiña sin fin!

2 Escuchad: chasquidos de látigos, estruendos de ruedas, galopes de caballos, saltar de carros,

1 cargas de caballería, flamear de espadas, fulgurar de lanzas, multitud de heridos, montones de muertos, infinidad de cadáveres con los que se tropieza al andar.

6 Te cubriré de basura, te deshonraré y te expondré a pública vergüenza.

7 Todo el que te vea huirá de ti y dirá: «Nínive está desolada, ¿quién la compadecerá? ¿Dónde encontrar quien la consuele?».

 

**• El profeta Nahúm, de cuyo librito está tomado el pasaje litúrgico de hoy, desarrolló su actividad en el Reino de Judá, probablemente durante la segunda mitad del siglo VII a. de C. Sus oráculos anuncian el final del poder asirio, que dominaba por entonces con una gran ferocidad toda la región del Oriente Medio. La crueldad de Nínive, capital de Asiría, está descrita con realismo e intensidad (3,1-3): el fraude y la rapiña constituyen su política; el estruendo de los carros de guerra se eleva a lo alto; sus soldados, animados por una furia homicida, siembran a su paso violencia y muerte. El profeta contempla el final de tanto horror: el anuncio que proclama es la noticia de la liberación.

El pueblo puede celebrar con alegría la salvación y la paz recuperadas (2,1), que YiIWH le concede humillando al opresor (3,6). Nahúm tiene, pues, un mensaje de consolación para Judá, mientras que Nínive -símbolo del caos y de las fuerzas del mal que amenazan la armonía del orden querido por el Creador- no tiene quien la consuele (3,7).

 

Evangelio: Mateo 16,24-28

En aquel tiempo,

24 dijo Jesús a sus discípulos: -Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.

25 Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la conservará.

26 Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su vida? ¿O qué puede dar a cambio de su vida?

27 El Hijo del hombre está a punto de venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles. Entonces tratará a cada uno según su conducta.

28 Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin ver al Hijo del hombre venir como rey.

 

*•• Jesús ha confirmado su propia identidad de Mesías y de Hijo de Dios y ha indicado asimismo el carácter sufriente de su mesianismo (cf. Mt 16,16-17.21): ahora habla de aquellos que desean seguirle. La suerte del discípulo no será diferente a la del Maestro (cf. 10,24ss); más aún, toda actitud y toda decisión del discípulo tendrán significado para su relación con la vida del Maestro.

La escala de valores y de prioridades está determinada, en consecuencia, por la referencia a la persona de Jesús, cuyo recorrido histórico de sufrimiento vivido en el amor habrá de apropiárselo el discípulo (v. 24). Éste experimentará la paradoja del «perder para conservar», del «morir para vivir» (v. 25). Con sus obras manifestará la decisión fundamental de poner a Jesús, y no a sí mismo, en el centro de su vida; su recompensa la recibirá en el momento del juicio (v. 27; cf. 25,31-40).

El Siervo de YHWH, sin embargo, es también el Juez escatológico; el Mesías humillado es también el Rey glorioso.

Podrán comprenderlo bien algunos que le están escuchando (v. 28), dado que durante su vida terrena tendrán lugar los acontecimientos anunciados (cf. 16,21).

 

MEDITATIO

Domingo, fiel a la consigna del Señor, exigía que la predicación de sus hermanos brotara de la comunión en la verdad y de la contemplación. Pedía realizar la verdad, configurarse a ella en la vida y en el anuncio, no como se acostumbra a hacerlo en un lugar o en otro, sino como lo exige la Palabra de Dios transmitida por la Iglesia. Quería que antepusieran la verdad a la oportunidad, de modo que la verdad amada, contemplada, celebrada, estudiada, anunciada, alabada, constituyera el marco de su vida.

La verdad tiene sus exigencias imprescindibles. Se abre camino por convencimiento, no por constricción, y por eso exige una profunda comunión de vida, celebración ferviente de su belleza, asiduo estudio de sus expectativas, vida ejemplar. La convicción es fruto de una inteligencia amorosa y desemboca en el obrar por el deseo de semejanza con el ser amado. No pasa de una persona a otra; se engendra en cada persona que llega a ella bajo el estímulo de la palabra y del ejemplo. Esto hace, ciertamente, que el mensajero del Evangelio sea un mendicante de verdad, con todo el rigor del término.

La verdad que anuncia no es suya, no puede hacer lo que quiera con ella; implora que le sea dada, la admira, la estudia, la contempla, hace todo para que sea amada, realizada. Ora e implora a fin de que los corazones humanos no se cierren a la escucha, aunque sabe que esto deriva preponderantemente del consentimiento de la persona a la gracia. Cuando lo ha hecho todo se siente un siervo inútil y, junto a la persona que cree, alaba al Dios de la misericordia y de la luz. Esta orientación de vida ha sido traicionada con frecuencia. Los resultados negativos de esta omisión agudizan la nostalgia de que el anuncio del Evangelio se inspire siempre en el ejemplo de los apóstoles vivificados por el Espíritu y vaya acompañado por la imploración del perdón y de la misericordia.

 

ORATIO

En tu Providencia, oh Dios, enviaste a la humanidad sedienta a santo Domingo, heraldo de tu verdad, tomada de la fuente del Salvador. Sostenido siempre por la Madre de tu Hijo y abrasado de celo por las almas, asumió para sí y para sus discípulos, recogidos por el Espíritu Santo, el ministerio del Verbo, llevando a Cristo con la doctrina y con el ejemplo a innumerables hermanos.

Atento a hablar contigo y de ti, creció en la sabiduría y, haciendo brotar el apostolado de la contemplación, se consagró totalmente a la renovación de la Iglesia...

Para el esplendor y la defensa de la misma, quisiste que restableciera la vida de los apóstoles. Él, siguiendo las huellas del Cristo pobre, con la predicación volvió a llamar a los errantes a la verdad evangélica y conquistó para Cristo a innumerables hermanos; reunió con sabiduría en torno a sí a otros discípulos, a fin de que sostenidos por la luz de la ciencia se consagraran a la salvación de la humanidad (de los dos Prefacios del rito dominicano, que celebran la gloria de santo Domingo).

 

CONTEMPLATIO

[Habla Dios Padre:] Y si miras la barquilla de tu padre Domingo, hijito mío amado, él la ordenó con un orden perfecto y quiso que atendiera sólo a mi honor y a la salvación de las almas con la luz de la ciencia. Sobre esta luz quiso constituir su principio, sin estar privada, no obstante, de la pobreza verdadera y voluntaria. Incluso la tuvo, y en señal de que la tenía y le disgustaba lo contrario, dejó en testamento a los suyos como herencia su maldición, si poseían o tomaban posesión alguna, en particular o en general, como señal de que había elegido como esposa a la reina de la pobreza.

Sin embargo, como su objeto más propio tomó la luz de la ciencia, a fin de extirpar los errores que se habían levantado en aquel tiempo. Tomó el ministerio de mi Hijito el Verbo unigénito. Aparecía directamente en el mundo un apóstol que con mucha verdad y luz sembraba mi palabra, levantando las tinieblas y dando la luz. Fue una luz que se puso en el mundo por medio de María, puesto en el cuerpo místico de la santa Iglesia como extirpador de las herejías. ¿Por qué dije «por medio de María»? Porque le dio el hábito, el ministerio de mi bondad encomendado a ella... Hizo que su barquilla estuviera atada con estas tres cuerdas: la obediencia, la continencia y la verdadera pobreza; la hizo completamente generosa, alegre, olorosa: un jardín repleto de todo deleite en sí mismo (Catalina de Siena, Diálogo, Siena 1995, pp. 539ss [edición española: El diálogo, Ediciones Rialp, Madrid 1956]).

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día esta expresión gemidora de santo Domingo: «Ten piedad, Señor, de tu pueblo; si no, ¿qué será de los pecadores?».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primer modo de orar consistía en humillarse ante el altar como si Cristo, representado en él, estuviera allí real y personalmente, y no sólo a través del símbolo. Se comportaba así en conformidad al siguiente fragmento del libro de Judit: Te ha agradado siempre la oración de los mansos y humildes (Jdt 9,1 ó). Por la humildad obtuvo la cananea cuanto deseaba (Mt 15,21-28), y lo mismo el hijo pródigo (Le 15,11-32). También se inspiraba en estas palabras: Yo no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8,8); Señor, ante ti me he humillado siempre (Sal 146,61). Y así, nuestro Padre, manteniendo el cuerpo erguido, inclinaba la cabeza y, mirando humildemente a Cristo, le reverenciaba con todo su ser, considerando su condición de siervo y la excelencia de Cristo. Enseñaba a hacerlo así a los frailes cuando pasaban delante del crucifijo, para que Cristo, humillado por nosotros hasta el extremo, nos viera humillados ante su majestad.

Mandaba también a los frailes que se humillaran de este modo ante el misterio de la Santísima Trinidad, cuando se cantara el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. [...]

Después de esto, santo Domingo, ante el altar de la iglesia o en la sala capitular, se volvía hacia el crucifijo, lo miraba con suma atención y se arrodillaba una y otra vez; hacía muchas genuflexiones, a veces, tras el rezo de completas y hasta la media noche, ora se levantaba, ora se arrodillaba, como hacía el apóstol Santiago, o el leproso del evangelio que decía, hincado de rodillas: Señor, si quieres, puedes curarme (Mt 8,2); o como Esteban, que, arrodillado, clamaba con fuerte voz: No les tengas en cuenta este pecado (Hcfi7,60). El padre santo Domingo tenía una gran confianza en l a misericordia de Dios, en favor suyo,  en bien de todos los pecadores y en el amparo de los frailes jóvenes que enviaba a predicar. [...] Enseñaba a los frailes a orar de esta misma manera, más con el ejemplo que con las palabras (I. Taurisano,  Il nove mod¡i di pregare di san Dominico, ASOP 1922, pp. 96ss).

 

Día 9

Santa Teresa Benedicta de la Cruz , virgen y mártir, patrona de Europa

             Fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith) Stein, virgen de la orden de Carmelitas Descalzas y mártir, la cual, nacida y educada en la religión judía, después de haber enseñado filosofía con grandes dificultades, recibió por el bautismo la nueva vida en Cristo, prosiguiéndola bajo el velo de las vírgenes consagradas hasta que, en tiempo de un régimen hostil a la dignidad del hombre y de la fe, fue encarcelada lejos de su patria, y en el campo de exterminio de Auschwitz, cercano a Cracovia, en Polonia, murió en la cámara de gas (Elogio del Martiriologio Romano).

 

LECTIO

Oseas 18, 16b. 17b. 21-22

16 Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.
17 Allí le daré sus viñas, el valle de Akor lo haré puerta de esperanza; y ella responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto.
21 Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión,
22 te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh.

           Las profecías de Oseas relatan de forma poética el futuro matrimonio entre Jesucristo con su Iglesia "Me casaré contigo en matrimonio perpetuo"  por la que, a semejanza del matrimonio sacramental, "serán los dos una sola carne" y como dice San Pablo a semejanza del cuerpo humano, Jesucristo será la cabeza de ese cuerpo místico que es su Iglesia de tal forma que los que permanezcan fieles en ella, cuando se abra el Libro de la Vida, " Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 22, 4-5).

 

Evangelio: Mateo 25,1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con aquellas diez jóvenes que salieron con sus lámparas al encuentro del esposo.

2 Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas.

3 Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite,

4 mientras que las sensatas llevaron aceite en las alcuzas, junto con las lámparas.

5 Como el esposo tardaba, les entró sueño y se durmieron.

6 A medianoche se oyó un grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro».

7 Todas las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

8 Las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan».

9 Las sensatas respondieron: «Como no vamos a tener bastante para nosotras y vosotras, será mejor que vayáis a los vendedores y os lo compréis».

10 Mientras iban a comprarlo, vino el esposo. Las que estaban preparadas entraron con él a la boda y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron también las otras jóvenes diciendo: «Señor, señor, ábrenos».

12 Pero él respondió: «Os aseguro que no os conozco».

13 Así pues, vigilad, porque no sabéis el día ni la hora.

 

*»• Esta parábola pone de relieve los mismos temas tratados en la anterior: el momento desconocido del retorno del Señor y la necesidad de vigilar y estar preparados.

Con todo, el tejido narrativo y el contexto son diferentes: en vez del amo se espera aquí al esposo; en lugar del siervo fiel y del siervo malvado se habla aquí de cinco vírgenes sensatas y cinco necias. El lector de esta parábola, que no tiene paralelos en los otros sinópticos, puede tropezar con una serie de elementos de no inmediata comprensión: la reacción extremadamente severa y desproporcionada del esposo, la actitud poco caritativa de las vírgenes sensatas, etc. Sin embargo, el significado global es claro, sobre todo si leemos esta parábola en el contexto de la comunidad primitiva en la que vivía Mateo.

Toda la Iglesia espera expectante la venida del Señor, invocando con insistencia: «Maraña tha: ven, Señor», pero es de necios no tener en cuenta que éste puede «retrasarse». Cuando en el corazón de la noche se alza el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuclillo» (v. 6), los cristianos tienen que encontrarse propinados, no con las manos vacías, sino con la lámpara alimentada con el aceite de las buenas obras realizadas con amor día tras día.

No basta con estar preparado físicamente, no basta con el simple hecho de ser creyentes para salvarse. «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Cuando las vírgenes necias llamen a la puerta y griten: «Señor, señor, ábrenos» (v. 11), recibirán la terrible respuesta: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12). El esposo esperado puede revelarse un juez severo para quien tenga su amor apagado.

 

MEDITATIO

Al principio se confió a ambos (al hombre y a la mujer) la tarea de conservar su propia semejanza con Dios, dominar sobre la tierra y propagar el género humano. Ser todos de Dios, entregarse a él, a su servicio, por amor, ésa es la vocación no sólo de algunos elegidos, sino de todo cristiano; consagrado o no consagrado, hombre o mujer [...].

Cada uno está llamado a seguir a Cristo. Y cuanto más avance cada uno por esta vía, más semejante se hará a Cristo, puesto que Cristo personifica el ideal de la perfección humana libre de todo defecto y carácter unilateral, rica en rasgos característicos tanto masculinos como femeninos, libre de toda limitación terrena; sus seguidores fieles se ven cada vez más elevados por encima de los confines de la naturaleza. Por eso vemos en algunos hombres santos una bondad y una ternura femenina, un cuidado verdaderamente materno por las almas a ellos confiadas; y en algunas mujeres santas una audacia, una prontitud y una decisión verdaderamente masculinas. Así, el seguimiento de Cristo lleva a desarrollar en plenitud la originaria vocación humana: ser verdadera imagen de Dios; imagen del Señor de lo creado, conservando, protegiendo e incrementando a toda criatura que se encuentra en su propio ámbito, imagen del Padre, engendrando y educando -a través de una paternidad y una maternidad espirituales- hijos para el Reino de Dios.

La elevación por encima de los límites de la naturaleza, que es la obra más excelsa de la gracia, no puede ser alcanzada, ciertamente, por medio de una lucha individual contra la naturaleza o mediante la negación de nuestros propios límites, sino sólo mediante la humilde sujeción al nuevo orden entregado por Dios (E. Stein, La donna, Roma 71987, pp. 81.98ss [edición española: La mujer, Ediciones Palabra, Madrid 1998]).

 

ORATIO

Señor Jesús, hablaste ayer, pero, sordos a tu mensaje de salvación, «todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación». Sigues hablando hoy para proclamar de nuevo el amor del Padre que nos libera de toda opresión, pero pocos te escuchan y te aceptan. Hablarás mañana y tu anuncio seguirá siendo de nuevo incómodo y muchos intentarán alejarte. ¿Por qué? Tu Palabra, Señor, sólo encuentra morada en un corazón abierto al Espíritu y a la sorprendente novedad de tu Evangelio: al que anuncia le es indispensable hacerse un corazón impregnado de verdad, libre de miedos, de objetivos personales, de presiones inútiles; estar preocupado únicamente por hacer conocer al Padre y su amor ilimitado por la humanidad; al que escucha le es indispensable tener un corazón deseoso de conocer al Señor que pasa y le invita. Tu Palabra, Señor, tiene siempre en sí misma el poder de sanar y de curar: con tal de que sea acogida libremente, nos transforma por dentro y obra maravillas.

 

CONTEMPLATIO

        Cuando se habla de ciencia de la cruz, no hemos de entender la palabra ciencia en el sentido habitual. No se trata de una teoría, es decir, de un simple conjunto de proposiciones verdaderas -reales o hipotéticas- ni de una construcción ideal ensamblada por el proceso lógico del pensamiento. Se trata más bien de una verdad ya admitida -una teología de la cruz-, pero que es una verdad viva, real, activa. Es sembrar en el alma como un grano de trigo, que echa raíces y crece, dando al alma una impronta especial y determinante en su conducta, hasta el punto de resultar claramente discernible en el exterior. En este sentido es en el que [...] hablamos de ciencia de la cruz. De este estilo y de esta fuerza -elementos vitales que actúan en lo más profundo del alma- brota también la concepción de la vida, la imagen que cada hombre se hace de Dios y del mundo, de modo que tales cosas puedan encontrar su expresión en una construcción intelectual, en una teoría [...]. [No obstante], sólo se llega a poseer una scientia crucis cuando experimentamos la cruz hasta el fondo. De eso estuve convencida desde el primer momento, por eso dije de corazón: Ave crux, spes única (E. Stein, Scientia crucis, Milán 1960, pp. 23ss [edición española: Ciencia de la cruz, Monte Carmelo, Burgos 1 994]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que pierda su vida por mí, la conservará» (cf. Mt 10,39).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Carmelo era mi aspiración desde hacía casi doce años. Al recibir el bautismo el día de Año Nuevo de 1932, no dudaba de que este era una preparación para mi ingreso en la orden.

Pero después, algunos meses más tarde, al encontrarme por vez primera frente a mi querida madre después del bautismo, entendí que ella no habría estado en condiciones, por ahora, de soportar este segundo golpe: no habría muerto de dolor, no, pero su alma habría quedado literalmente inundada de tal amargura que no me sentía capaz de cargar con semejante responsabilidad [...].

El último día que pasé en casa era el 12 de octubre. Mi madre y yo nos quedamos solas en la habitación, mientras mis hermanas se ocupaban de lavar los platos y poner todo en orden. Escondió el rostro entre sus manos y empezó a llorar. Me puse detrás de su silla y fui apretando contra mi seno su cabeza de plata. Nos quedamos así mucho tiempo, hasta que conseguí persuadirla de que se fuera a la cama; la llevé y le ayudé a desvestirse... por primera vez en toda mi vida [...].

A las cinco y media salí como siempre de casa para escuchar la santa misa en la iglesia de San Miguel. Después nos reunimos para el desayuno; Erna llegó hacia las siete. Mi madre intentaba tomar algo, pero pronto alejó la taza y empezó a llorar como la noche anterior. Me acerqué de nuevo a ella y me abracé a ella hasta el momento de marcharme. Entonces le hice una señal a Erna para que ocupara mi puesto. Tras ponerme el abrigo y el sombrero en la pieza de al lado... llegó el momento del adiós.

Mi madre me abrazó y me besó con mucho afecto [...]. Finalmente, el tren se puso en marcha. Ahora se había hecho realidad lo que apenas me hubiera atrevido a esperar. No se trataba, a buen seguro, de una alegría exuberante que pudiera apoderarse de mí... ¡lo que había pasado era demasiado triste!

Pero mi alma se encontraba en una paz perfecta: en el puerto de la voluntad de Dios (E. Stein, Sui sentierí aella veritá, Milán 1991).

 

 

Día 10

19° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 19,9:1.11-13a

9 Cuando Elías llegó al monte, entró en una gruta y pasó allí la noche. El Señor le dirigió su palabra:

- Sal y quédate de pie ante mí en la montaña. ¡El Señor va a pasar!

11 Pasó primero un viento fuerte e impetuoso, que removía los montes y quebraba las peñas, pero el Señor no estaba en el viento. Al viento siguió un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto.

12 Al terremoto siguió un fuego, pero el Señor no estaba en el Fuego. Al fuego siguió un ligero susurro.

13 Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con su manto y, saliendo afuera, se quedé de pie a la entrada de la gruta.

 

» Las grandes teofanías son signos mediante los cuales Dios manifiesta su presencia sin llegar a identificarse con ellos. En el Horeb, el profeta Elías se percata de <<un viento fuerte e impetuoso, que removía los montes y quebraba las peñas» (m 11). ¿Como no darse cuenta del poder de Dios? Montañas y rocas son prodigios de la naturaleza, majestuosos y soberbios, que el hombre puede contemplar; lo que puede desconcertarle es realmente una majestad y una potencia superior. El terremoto es otro fenómeno natural que provoca en las personas terror, sentido de pequeñez e insignificancia. De modo espontáneo, todo lo que no puede ser controlado ni dominado produce temor: las certidumbres internas se desvanecen como se desmoronan los edificios tras un temblor. El Señor es un Dios que agita las seguridades humanas. El fuego, aun sin precisan hace referencia al indecible, inefable y superlativo atributo divino: la santidad.

La perícopa nos hace ver que estas características evidencian la distancia entre la trascendencia divina y la pequeñez humana. Elías había recibido la orden de salir de la cueva y permanecer en la presencia del Señor, pero, asustado ante el insólito suceso desencadenado por las fuerzas de la naturaleza, se metió de nuevo. Solo al <<ligero susurro» (v 12) salió y se quedó a la entrada de la gruta. La delicadeza inmanente de un Dios que se oculta le permite al hombre acercarse a él y gozar de la amistad primordial (cf Gn 3,8).

 

Segunda lectura: Romanos 9,1-5

Hermanos:

1 Digo la verdad como cristiano, y mi conciencia, guiada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento

2 al afirmar que me invade una gran tristeza y es continuo el dolor de mi corazón.

3 Desearía, incluso, verme yo mismo separado de Cristo como algo maldito por el bien de mis hermanos de raza.

4 Son descendientes de Israel. Les pertenecen la adopción filial, la presencia gloriosa de Dios, la alianza, las leyes, el culto y las promesas.

5 Suyos son los patriarcas y de ellos, en cuanto hombre, procede Cristo, que esta sobre todas las cosas y es Dios bendito por siempre. Amén.

 

*» La confidencia del apóstol es conmovedora <<Me invade una gran tristeza y es continuo el dolor de mi corazón» (v 2). La causa de este martirio interior es la solidaridad <<según la carne» con sus hermanos, los judíos, separado de ellos debido a la fe en Jesucristo, el Señor. Judío <<según la carne » y cristiano <<según la fe» que profesa, Pablo, como hombre, experimenta una de las mas profundas laceraciones: ser judío y cristiano al mismo tiempo. La herida le hace expresar una idea imposible; <<Desearía, incluso, verme yo mismo separado de Cristo como algo maldito por el bien de mis hermanos de raza» (v. 3).

En veinte siglos de cristianismo, es el primero del grupo de los santos que ha experimentado este tipo de martirio: hacerse maldicién por la salvación de los hermanos, aceptar la máxima infamia para liberar a otros de cuanto ensombrece la verdad y dificulta la plena comunión con Dios. <<Anatema» significa poner aparte y reservarle a Dios la destrucción total. Después, con el tiempo, el vocablo invirtió su significado y la idea dominante paso a ser la de <<maldición». Para el cristiano, la maldición es la separación de Cristo. Perseguidores y mártires han rivalizado sobre este gozne de la conciencia para probar su firmeza, unos con perversidad y otros con fe.

El apóstol presenta una lectura esperanzadora basándose en las promesas divinas. La llamada a Israel se basa en la memoria de un pueblo, en una elección, en una alianza en la que Cristo es también el sello según la carne.

 

Evangelio: Mateo 14,22-33

22 Luego, Jesús mandó a sus discípulos  que subieran a la barca y que fueran delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.

23 Después de despedirles, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche, estaba allí solo.

24 La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

25 Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago.

26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron y decían:

- Es un fantasma. Y se pusieron a gritar de miedo.

27 Pero Jesús les dijo en seguida:

- ¡Animo! Soy yo, no temáis.

28 Pedro le respondió:

-Señor si eres tu, mándame ir hacia ti sobre las aguas.

29 Jesús le dijo:

—Ven.

Pedro saltó de la barca y andando sobre las aguas, iba hacia Jesús,

30 Pero al ver la violencia del viento se asustó y como empezaba a hundirse, gritó:

-¡Señor: sálvame!

31 Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo:

-¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?

32 Subieron a la barca, y el viento se calmó.

33 Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo:

-Verdaderamente, eres Hijo de Dios.

 

•» Jesús subió al monte <<para orar a solas» (v. 23). Es una imagen que nos transporta fuera del tiempo y del espacio: todo parece pararse en la quietud eterna del silencio del Hijo en el Padre. Como si no hubiese anochecen esa es la impresión. Mientras, los discípulos  están desconcertados: es de noche y la barca es sacudida por el oleaje (v. 24). Despunta el alba y Jesús se aproxima. Pero esto no significa el final de la turbación. Al contratiempo de los elementos externos y naturales le sucede ahora un acontecimiento fascinante e imprevisible, además estremecedor, que les conmociona interiormente: Jesús se acercó a ellos caminando sobre las aguas (v 25). El evangelio recoge la reacción de los discípulos: <<se pusieron a gritar de miedo» (v. 26). El miedo es la antigua esclavitud del hombre y se contrapone a la fe. La réplica del Señor: <<¡Ánimo! Soy yo, no temáis» (v. 27) parece calmar la atmosfera.

Pedro emprende un acto atrevido, no por fe, sino por verificación, impulsivo. Contesta: <<Serio1; si eres tú>> (v. 28). La iniciativa humana no es suficiente para caminar al encuentro de Jesús. El miedo lo hunde y solo la humildad de la fe lo salva. El acontecimiento tiene su diagnóstico: <<¿Por qué has dudado?» (v. 31). El desenlace final es de adoración coral. A la luz del día le siguió la calma: <<El viento se calmó» (v 32), es decir, a la luz de la verdad en Cristo, con Cristo y por Cristo, el hombre consigue, después de la prueba, la calma del corazón en Dios.

 

MEDITATIO

Los tres textos de la liturgia reflejan el tema de la fe en el Dios-con-nosotros, presente y activo tanto en la historia universal como en los acontecimientos personales de cada uno. Y a su vez, nos proponen una reflexión sobre la continuidad de la experiencia de fe judía y cristiana, de la diferencia de calidad y modos. Elías, Pablo y Pedro son tres campeones con quienes podemos confrontar nuestra experiencia de fe en el Dios trascendente, supremo y santo, que es todo para el hombre; el Dios de los <<padres» envuelto en aureola misteriosa es el Dios que actúa dentro de la historia como el que salva; el Dios cuya esencia es incognoscible, pero cuya voluntad y deseo se inclinan en favor del hombre, en mimarlo y llevarlo cogido de la mano. Esto no permite fáciles abstracciones filosóficas, sino empeñar todo el ser en la opción fundamental de la fe. No son simples mensajes, sino hechos. El Dios <<totalmente otro» no se manifiesta en imágenes, sino que se revela mediante la Palabra y, al llegar la plenitud de los tiempos, en el Hijo unigénito. La fe no puede quedar relegada a la esfera afectiva del hombre. La fe es compromiso y empeño, pues la historia no es una secuencia de hechos, sino un único acontecimiento salvífico, cuya trama la teje Dios con toda la humanidad.

 

ORATIO

Concédenos, Señor la vista que nos permita ver tu amor en el mundo, a pesar de los chascos humanos. Concédenos la fe para confiar en tu bondad, a pesar de nuestra ignorancia y debilidad. Concédenos el conocimiento, para que sigamos orando con un corazón consciente, y muéstranos lo que cada uno de nosotros tiene que hacer para favorecer la llegada del día de la paz universal (los astronautas del Apolo VIII, desde el espacio, el 24 de diciembre de 1968).

 

CONTEMPLATIO

¿Por qué, pues, se lo permitió Cristo? Porque de haberle dicho; <<No puedes», él, ardiente como era, le hubiera contradicho. De ahí que quiere el Señor enseñarle por vía de hecho, para que otra vez sea mas moderado. Más ni aun así se contiene. Bajado, pues, que hubo de la barca, empezó a hundirse por haber tenido miedo. El hundirse dependía de las olas, pero el miedo se lo infundía el viento. Bajado, pues, que hubo Pedro de la barca, caminaba hacia Jesús, alegre no tanto de ir andando sobre las aguas cuanto de llegar a él. Y es lo bueno que, vencido el peligro mayor, iba a sufrir apuros en el menor; por la fuerza del viento, quiero decir; no por el mar Tal es, en efecto, la humana naturaleza. Muchas veces, triunfadora en lo grande, queda derrotada en lo pequeño. Cuando todos estaban llenos de miedo, él tuvo valor de echarse al agua; en cambio, ya no pudo resistir la embestida del viento, no obstante hallarse cerca de Cristo. Lo que prueba que de nada vale estar materialmente cerca de Cristo si no lo estamos también por la fe. Esto, sin embargo, sirvió para hacer patente la diferencia entre el maestro y el discípulo y para calmar un poco a los otros.

Mas ¿por qué no mando el Señor a los vientos que se calmaran, sino que, tendiendo él su mano, cogió a Pedro? Porque hacia falta la fe del propio Pedro. Cuando falta nuestra cooperación cesa también la ayuda de Dios... Así, de no haber flaqueado en la fe, fácilmente hubiera resistido también el empuje del viento. La prueba es que aun después de que el Señor lo hubo tomado de la mano, dejo que siguiera soplando el viento; lo que era dar a entender que, estando la fe bien firme, el viento no puede hacer daño alguno. Y como al polluelo que antes de tiempo se sale del nido y esta para caer al suelo, la madre lo sostiene con sus alas y lo vuelve al nido, así hizo Cristo con Pedro (Juan Crisóstomo, <<Homilías sobre el evangelio de san Mateo», 50,2, en Obras de san Juan Crisóstomo, II, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1956, 75-76).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<No temas, yo estoy contigo» (Hch 18,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios mío, he nacido para contemplarte, para vivir en ti, para actuar por ti. Sólo la conciencia de servirte fielmente puede darme la paz. Tengo miedo de pensar que no soy digno de ti. Este es el verdadero <<temor de Dios>>, Dios mío, he crecido y he tenido que soportar que seas un desconocido no sólo de pensamientos, sino también de palabras y de obras... En mi interior me he propuesto resarcir esas ofensas, ser impecable y valiente caballero tuyo.

Me he equivocado, he pecado contra ti, no me he entregado a ti con todas mis fuerzas, me he distraído; también yo te he ofendido. He tenido miedo de cumplir tu voluntad; han surgido en mí prepotencias y villanías que de ningún modo quería sentir. Pero la violencia usada en tu nombre o —mejor- la resistencia al mal en tu nombre es santa, aunque resulte dolorosa a alguien. Y como alguien, Dios, quieres que esté yo, y estaré con el más fuerte para participar de su fuerza, si bien, pienso, después, que esto puede bloquearme de cara a uno más débil que yo, de cara a alguien que tengo más necesidad que yo. No obstante, ¿perderé la fuerza que tengo?, ¿se me comunicará la debilidad ajena? Quizá, el riesgo existe, pero la salvación consiste en neutralizar las influencias o, mejor dicho, en mantener un equilibrio tal para poder dar sin ser arrastrados (Mario Finzi, un joven judío de Bolonia, el 23 de marzo de 1944, ocho días antes de su detención y deportación a Auschwitz).

 

Día 11

Santa Clara de Asís (11 de agosto)

 

Clara nació en Asís el año 1193 (o 1194). Hija de noble familia, fue educada por su madre en la fe cristiana, pero al escuchar y ver a su conciudadano Francisco en la nueva vida evangélica que éste había emprendido  comprendió que quería llevar la misma forma de seguimiento de Jesús. Con su hermana, que la seguirá quince días después de su huida del palacio, vive en el monasterio de San Damián, situado fuera de los muros de Asís, «según la forma del santo Evangelio», obteniendo de los papas el singular «privilegio de la pobreza». Fueron muchas las compañeras que la imitaron. Juntas constituyeron la primera comunidad de «Hermanas pobres», para las cuales, y ya en sus últimos años, escribió Clara -primera mujer que lo hizo en la historia de la Iglesia- una Regla. Esta fue aprobada por Inocencio IV en 1254, pocos días antes de la muerte de Clara. Se conserva el Proceso de su canonización, que tuvo lugar en 1255. Es un documento de excepcional valor para conocer la experiencia de la «plantita de Francisco».

 

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 1,2-5.24-28

2 Era el año quinto de la deportación del rey Joaquín.

3 Ezequiel, hijo del sacerdote Buzí, recibió la Palabra del Señor en el país de los caldeos, junto al río Quebar. Y allí lo invadió la fuerza del Señor.

4 Vi un viento huracanado que venía del norte, una gran nube rodeada de resplandores, un fuego resplandeciente y, en el centro del fuego, como el fulgor de un relámpago.

5 En medio del fuego vi la figura de cuatro seres animados, cuyo aspecto era humano.

24 Oí el ruido de sus alas; era como el de las aguas caudalosas, como la voz del Poderoso, como el estruendo tumultuoso de un ejército. Y cuando se paraban, replegaban sus alas.

25 En la plataforma que había sobre sus cabezas se produjo un gran estrépito.

26 Encima de la plataforma apareció una especie de zafiro en forma de trono, y sobre esta especie de trono apareció una figura de aspecto humano.

27 Desde lo que parecían sus caderas para arriba era semejante a un metal brillante, y desde sus caderas para abajo tenía aspecto de fuego.

28 El resplandor que rodeaba esta figura era semejante al arco iris que aparece en las nubes en un día de lluvia. Era la apariencia visible de la gloria del Señor. Cuando la vi, caí rostro en tierra

 

**• El libro de Ezequiel se abre con una «teofanía» (= manifestación de Dios): el incognoscible Dios se revela a sí mismo, su «gloria» (v. 28). Ezequiel, por medio de imágenes remotas a nuestro modo de decir y de pensar, nos comunica su experiencia de Dios. El profeta ve la «gloria» que se desplaza desde el templo al lugar donde se encuentran los deportados: Dios no es propiedad de ningún pueblo, no está atado para siempre ni al templo ni a la tierra prometida, como tal vez pensaba el pueblo de Israel. Dios se manifiesta como fuerza, como luz... Los «seres animados» (w. 5ss) que el profeta distingue en el centro de la nube rodeada de resplandores, que recuerda ciertas representaciones mesopotámicas, pretenden significar algunas prerrogativas divinas: la inteligencia, la fuerza, la potencia, la rapidez. Estos símbolos, recogidos en el Apocalipsis, serán identificados por la tradición cristiana medieval con los cuatro evangelistas (Ap 4,7ss).

Dios se manifiesta en el lugar de la deportación: es el que se revela allí donde el hombre se encuentra exiliado, allí donde el pueblo se encuentra sumergido en males. Se manifiesta «una figura de aspecto humano» (v. 26), como para significar que es cercano a los hombres; tiene un rostro, un corazón...

Si tuviéramos que resumir en pocas palabras el mensaje, podríamos decir que Ezequiel, a través de esta descripción, invita a «ver» la presencia y la acción de Dios en los acontecimientos de la historia: donde todo parece ruina, allí trabaja él para salvar, para liberar al hombre hasta el fondo. Ezequiel cae «rostro en tierra» (v. 28) cuando aparece la gloria de Dios: con este gesto da a entender el profeta que se encuentra en presencia de Dios. Un Dios cognoscible e incognoscible, trascendente y, sin embargo, cercano, comprometedor; unDios que hemos de adorar allí donde nos salga al encuentro.

 

Evangelio: Mateo 17,22-27

En aquel tiempo,

22 un día que estaban juntos en Galilea, les dijo Jesús: -El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres,

23 y le darán muerte, pero al tercer día resucitará. Y se entristecieron mucho.

24 Cuando llegaron a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto del templo y le dijeron: -¿No paga vuestro maestro el impuesto?

25 Pedro contestó: -Sí. Al entrar en la casa, se anticipó Jesús a preguntarle: -¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra ¿a quiénes cobran los impuestos y contribuciones: a sus hijos o a los extraños?

26 Pedro contestó: -A los extraños. Jesús le dijo -Por tanto, los hijos están exentos.

27 Con todo, para que no se escandalicen, vete al lago, echa el anzuelo y saca el primer pez que pique; ábrele la boca y encontrarás en ella una moneda de plata. Tómala y dásela por mí y por ti.

 

**• El fragmento evangélico que hemos leído se compone de dos partes. La primera (w. 22ss), que tiene su paralelo en Marcos y Lucas, es el segundo de los tres grandes anuncios de la pasión. Aquí aparece un solo verbo en voz activa e indica el obrar pecaminoso de los hombres: «Le darán muerte». Todo lo demás está en pasiva; con ello se significa que todo esto no es una «casualidad», sino que forma parte del proyecto amoroso y salvífico de Dios. «Va a ser entregado » remite a Is 53. Mateo lo emplea a menudo referido a Jesús (cf. 10,4; 26,15.16.23, etc.; 27,2), también lo hace Pablo (Rom 4,25; 8,32; 1 Cor 11,23; Gal 2,20; Kl S,2).

La primera predicción de la pasión habla de entregar a Jesús «en manos de los ancianos y de los sacerdotes» {cf. Mt 6,21), o sea, de las instituciones religiosas judías; aquí, sin embargo, es entregado «en manos de los hombres » en general. «Resucitará» (aunque tal vez fuera mejor traducir «será resucitado») expresa la esperanza de Jesús en la acción del Padre.

La enseñanza global de esta primera parte de la lectura de hoy es que Jesús sabe a dónde va. Lee que su destino está ya en las antiguas profecías. Habla de sí mismo como del «Hijo del hombre», el representante del pueblo de los santos que recibirán, después de la persecución, todo poder (Dn 7). El Jesús resucitado afirmará que ha recibido «autoridad plena sobre cielo y tierra» (Mt 28,18). La pasión, que es la historia de una «entrega» en manos de todos los hombres, se convierte en entrega en manos del Padre, en manifestación de su glorificación, en historia de salvación.

Los w. 24-27 -segunda parte de la perícopa de hoy son propios de Mateo. El problema de los impuestos que debían pagar los judíos a los ocupantes paganos era un problema que agitaba a los judíos de aquel tiempo {cf. 22,15-22) y había sido objeto de debate en el interior de la primitiva comunidad cristiana (cf. Rom 13,6ss). Aquí, sin embargo, lo que está en discusión es el impuesto del templo. Dado que Jesús es «más importante que el templo» (Mt 12,6) y, tal como ha dicho Pedro, «el Hijo de Dios vivo» (16,16), es lógico que no esté obligado a pagar el impuesto del templo. Si lo hace es para no escandalizar, para no irritar: su hora (la de reedificar el nuevo templo) no ha llegado todavía.

 

MEDITATIO

Le place a Dios confiar sus tesoros a quienes no se consideran con derecho a recibirlos y a quienes no parecen ser especialmente idóneos para la tarea. ¡Extraña lógica la de Dios! De hecho, a menudo no la comprendemos, y ahí están nuestras opciones para demostrarlo. Para nosotros, es absurdo no perseguir el poder, la riqueza, el prestigio, no intentar afirmarnos sobre los otros.

Dios ha recorrido un camino diferente, aun siendo omnipotente y omnisciente y origen de todas las cosas. De este modo, el Padre nos quiere hacer comprender que él no puede ser asido ni poseído por el hombre, sino recibido como don. Cuanto más llenos estemos de nosotros mismos, en peores condiciones de acogerlo nos encontraremos.

Mirando a Francisco de Asís, Clara comprendió la verdad de este modo de ser del Dios de Jesús, comprendió su belleza. Su vida pobre, defendida con pasión y humilde tenacidad, se nos ofrece ahora a nosotros como ejemplo. Clara escogió la pobreza porque es el medio que eligió primeramente el Señor Jesús para hacernos conocer su amor y el del Padre sin posibilidad de equívocos.

Este amor fue vivido por Clara con las hermanas que se le unieron, y lo irradiaba por encima de los muros del monasterio: «Clara callaba, mas su fama era un clamor. Se recataba en su celda, mientras su nombre y su vida se pronunciaban en las ciudades», escribía el papa en la bula de canonización. Pobre de bienes, débil por la larga enfermedad, Clara encontró reposo en el Señor vivo y presente, como ella misma dijo al final de su vida: «Desde que conocí la gracia de Dios por medio de su siervo Francisco, ninguna tribulación ha sido dura, ninguna fatiga...».

 

ORATIO

«Vete segura en paz, porque tendrás buena escolta: el que te creó, antes te santificó y, después de que te creó, puso en ti el Espíritu Santo, y siempre te ha mirado como la madre al hijo a quien ama». Y añadió: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!» («Proceso de canonización de santa Clara», 3,20, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.332).

 

CONTEMPLATIO

Oh reina nobilísima: Observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres (Sal 43,3), hecho por tu salvación el más vil de los varones: despreciado, golpeado, azotado de mil formas en todo su cuerpo, muriendo entre las atroces angustias de la cruz.

Porque, si sufres con él, reinarás con él (Rom 8,17); si con él lloras, con él gozarás; si mueres con él en la cruz de la tribulación, poseerás las moradas eternas en el esplendor de los santos, y tu nombre, inscrito en el libro de la vida, será glorioso entre los hombres (2 Tim 2,11-12).

Y así obtendrás para siempre, por los siglos de los siglos, la gloria del Reino celestial en lugar de los honores terrenos y transitorios, participarás de los bienes eternos a cambio de los perecederos y vivirás por los siglos de los siglos (Clara de Asís, «Segunda carta a Inés de Praga», 20-23, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.288).

 

ACTIO

    Repite a menudo durante el día la oración de santa Clara: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tanto para Clara como para Francisco, el primado se lo lleva el señorío de Dios sobre toda la vida y todas las cosas; la centralidad de toda la vida, la voluntad y la acción está constituida por Cristo; la dinámica de la vida de penitencia o de conversión sólo la da y sólo hemos de buscarla en el Espíritu Santo; pero esto es más que suficiente para definir la contemplación auténticamente cristiana [...].

Clara no hace coincidir nunca contemplación y clausura, la contemplación como conocimiento amoroso de Cristo y un hecho material como la clausura. Tanto para Clara como para Francisco (es cierto, no obstante, que los acentos de Clara son femeninos), la contemplación es asiduidad con la palabra leída en las sagradas Escrituras, aunque también escuchada y recibida por los hermanos como comida y alimento de la fe y del alma; la contemplación es oración continua atendiendo al Señor y a todas las criaturas.

Es propio y específico de Clara haber dado a la contemplación una dimensión propiamente evangélica: no era para ella una actividad extraordinaria, reservada a una élite, a los privilegiados de la cultura, sino una actitud cotidiana en el ámbito de la humilde realidad de las cosas, de las labores cotidianas. La contemplación, para Clara, es vida en Cristo, es sacrificio vivo y espiritual ofrecido al Señor. Es significativo que la única referencia que hace Clara a la página del encuentro de Jesús con María y Marta [cf. Lc 10,38-42), que se había convertido en su tiempo en un lugar clásico para afirmar el primado de la vida contemplativa sobre la activa, determina lo único necesario de este culto de la vida a Dios [cf. Rom 12,1) y no entrevé ninguna oposición entre acción y contemplación.

La contemplación, por tanto, para Clara y Francisco, no es sólo conocer a Dios, sino también ver a los hombres y a las criaturas como los ve Dios. Clara llama a Inés «alegría de los ángeles » [Carta tercera 3, 11) y registra de un modo nuevo las cosas de Dios, las criaturas de las que siempre ve brotar una alabanza, una acción de gracias al Dios altísimo y creador (E. Bianchi, La cont&nplazione ¡n Francesco e Chiara a'Asshi, Magnano 1995).

 

Día 12

Martes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 2,8-3,4

Así dice el Señor:

2,8 Pero tú, hijo de hombre, escucha lo que te digo; no seas rebelde como este pueblo; abre la boca y come lo que te doy.

9 Entonces vi una mano extendida hacia mí con un libro enrollado.

10 Lo desenrolló ante mí; estaba escrito por el anverso y por el reverso, y contenía lamentaciones, gemidos y amenazas.

3,1 Y me dijo: -Hijo de hombre, come este libro y ve luego a hablar al pueblo de Israel.

2 Yo abrí la boca y él me hizo comer el libro,

3 diciéndome: -Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y me supo dulce como la miel.

4 Entonces me dijo: -Hijo de hombre, ve al pueblo de Israel y comunícales mis palabras.

 

*•• La visión del libro pertenece al primer cuaderno de las profecías de Ezequiel, donde relata la llamada a la misión profética. A Ezequiel se le llama repetidamente «hijo de hombre» (cf. 2,8; 3,1.3.4). Este título está cargado del sentido de la trascendencia divina, una trascendencia que siente Ezequiel con una extrema agudeza. El profeta es una nulidad, como todos los hombres; es uno de tantos, frágil, caduco; el carisma profético le ha sido dado sólo porque Dios lo ha querido así por un don gratuito.

Jesús hará suyo este título para indicar al mismo tiempo su modo de ser con nosotros y su modo de ser ante el Padre.

La vocación de Ezequiel, como la de los grandes profetas, se sitúa en una acción simbólica. Se trata siempre de mostrar que la Palabra de Dios se encuentra en labios de un hombre. Un ángel purificó los labios de Isaías con fuego (cf. Is 6,3-7), Dios mismo introdujo sus palabras en la garganta de Je re mías (cf. Jr 1,9), pero Ezequiel vive ya en una época marcada por la civilización escrita: no recibe de Dios una palabra, sino un libro.

Desde este punto de vista, es el antepasado de los escribas y de los rabinos. Mientras que Jeremías e Isaías reciben pasivamente la Palabra de Dios, Ezequiel come, digiere y asimila la voluntad divina. Ésta no se manifestará más que a través de su visión de las cosas; no habrá Palabra de Dios sino donde haya al mismo tiempo palabra de hombre. Ezequiel debe alimentarse de la Palabra de Dios (3,3). Sólo de este modo es posible comunicar a los otros el pensamiento de Dios o, dicho con mayor precisión, hablar de él.

Con Ezequiel se da un paso adelante en el profetismo: no ha sido llamado a «repetir» la Palabra de Dios, sino a «volver a proponer» lo que ha recibido de él. Podríamos decir: a «repensar» y a «traducir» a su propia palabra la Palabra de Dios, puesto que Dios quiere que su mensaje llegue a los hombres en su «lenguaje» común, como palabra que un hombre dirige a otro. Dios no dispone de un superlenguaje reservado a unos pocos iniciados, sino que se inserta en el lenguaje del hombre y en las comunicaciones que este lenguaje establece entre los hombres. En la cima de este proceso encontraremos a Jesús, «hombre enviado a los hombres, que habla palabras de Dios» (Dei Verbum, 4).

El anuncio que Ezequiel está llamado a llevar de parte de Dios no sólo es amplísimo (el rollo está escrito por ambas partes: cf. 2,9b), sino que también es bastante doloroso: «lamentaciones, gemidos y amenazas» (cf. Ap 10,8-11). Acaba con las últimas ilusiones de los que aún confiaban en que Jerusalén, aunque debilitada por las primeras derrotas y deportaciones, habría de resistir al invasor caldeo. Sin embargo, es, al mismo tiempo, un mensaje de esperanza. Más allá de la cólera de Dios, se manifestará su inmensa misericordia. Por terrible que sea, se trata, en último extremo, de una fuente de auténtica esperanza.

 

Evangelio: Mateo 18,1-5.10.12-14

1  En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron:

-¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos?

2 Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos

3 y dijo: -Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos.

4 El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.

5 El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.

10 Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial.

12 ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en el monte las noventa y nueve e irá a buscar la descarriada?

13 Y si llega a encontrarla, os aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron.

14 Del mismo modo, vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.

 

**• Nos encontramos en el que ha sido definido como discurso sobre «la vida en la comunidad cristiana» (Mt 18): Jesús traza las características fundamentales de la misma. Los discípulos dan muestras de participar en la mentalidad corriente, la del hombre que ve en la sociedad un continuo progresar, imponerse, codiciar los puestos preeminentes. En este contexto, plantean a Jesús una pregunta: «¿Quién es el más importante...? (v. 1). Jesús invierte las posiciones: muestra lo que tiene más valor ante Dios y con ello enseña un nuevo camino de convivencia comunitaria. Lo hace, al modo de los antiguos profetas, llevando a cabo primero un gesto (pone a un niño en el centro: v. 2) y revelando, después, el sentido.

Recogiendo y dando mayor profundidad a una idea madurada ya en el rabinismo, la de la inversión de la suerte en el Reino futuro, Jesús pone en el centro no a un adulto o a una persona considerada importante, sino a un niño.   El niño es lo desprovisto y olvidado por los mayores, alguien necesitado de todo, pobre, de humilde condición; es la «oveja perdida» que busca el pastor y de la que se ocupa más que de «las noventa y nueve que no se extraviaron» (v. 13). Jesús extrae las consecuencias de ese gesto. El discípulo debe hacerse como los niños. Este hacerse no es un «retorno» a la condición infantil, sino una «conversión», un cambio de ruta en nuestra conducta.

No se trata tanto de ser niño en el sentido de la simplicidad, del candor, de la docilidad, sino de convertirse a un modo de ser diferente del que domina en la comunidad mundana; el modelo de la humillación es preferible al de una vida basada en la búsqueda de los primeros puestos (cf. 20,20-28).

El discípulo debe acoger a los pequeños, no despreciarlos, descubrir que tienen la dignidad del Señor, que son un sacramento de él (v. 5). El discípulo se pone en estado de búsqueda para que no se pierda ninguno de los pequeños.

 

MEDITATIO

Jesús no buscó para sí, durante su vida, cargos públicos ni puestos de prestigio, tampoco se dejó impresionar por los títulos honoríficos de la gente que tenía delante, ni por su experiencia, ni por los años, ni por las canas: miraba a cada hombre a los ojos sin ninguna timidez, leía hasta el fondo sus pensamientos e intenciones.

Jesús, para liberarnos de todo desvarío de grandeza y permitirnos construir verdaderas comunidades, nos indicó el camino del hacernos niños, la vía de la infancia espiritual recorrida sabiamente por santa Teresa del Niño Jesús. Lo que une no es la habilidad real o presunta, sino la «pequenez» acogida en el Hijo, el hacerse como niños los unos ante los otros y ante Dios. Hacerse como niños no es poner en marcha un proceso de involución, sino llevar a cabo un cambio radical, una conversión radical, en nuestro modo de ser ante Dios y ante los otros. Hacerse como un niño es hacer sitio a la confianza que el pequeño muestra frente a sus padres, a la serenidad y al optimismo con que mira al futuro. El niño se abre cada día, con una disponibilidad siempre fresca, a las nuevas experiencias. Hacerse como un niño es fiarse, no temer «enredos», no hacer cálculos, no preguntarse si y cuánto ganaremos. Hacerse como un niño es olvidar lo que hemos hecho y lo que hemos sufrido, no encerrarnos en nosotros mismos con resentimiento o malhumorados por las amarguras que hemos pasado. Lo que mantiene la unión no es el acuerdo impecable y perfecto, sino el perdón recibido y otorgado de manera constante.

Conseguir el corazón, la mente y los ojos de un niño se convierte realmente en una conquista. Y está fuera de duda que la vive de un modo más consciente y pleno precisamente quien ha vivido más, quien más se ha entregado, quien más ha sufrido. La comunidad se construye sobre todo cuando tiene en su centro, como valor absoluto, a aquel que se hizo el último y siervo de todos: al Señor crucificado, revelación del Dios amor que se hizo pequeño para acoger a los pequeños. Llegar a ser niños es una espiritualidad que puede crecer con los años.

 

ORATIO

Señor, ¿debo ser como un niño del evangelio? ¿Yo, Señor, a quien tanto gusta mandar y hacer que los otros se plieguen a mi voluntad? ¿Yo, que deseo ser el más grande? ¿Yo, que deseo tener siempre razón y obligar a los otros a callar para hacerme escuchar el primero?

¿Yo, que estallo de cólera para conseguir imponer mis caprichos? ¿Precisamente yo, Señor?

Tómame, Señor, como aprendiz, para llegar a ser un niño del evangelio. Enséñame tu mandamiento: a amar a Dios sobre todas las cosas y a servir al prójimo en primer lugar. Enséñame a estar atento a tu Palabra, que cambia la vida. Llévame lejos del orgullo y de la mentira. Instruye mi espíritu para que pueda buscarte y seguirte con todo el corazón. ¡Oh Señor, me gustaría tanto llegar a ser un niño del evangelio! (Ch. Singer - A. Hari, Incontrare Gesú Cristo oggi, Bolonia 1994 [edición española: Encontrar a Jesucristo hoy, Editorial Verbo Divino, Estella 1993]).

 

CONTEMPLATIO

Oh Dios, Padre, gracias por habernos revelado lo más profundo de tu ser, por habernos dicho que en ti no hay sólo potencia, soberanía, ciencia y majestad, sino también inocencia, infancia y ternura infinitas. Sí, porque eres Padre, infinitamente Padre.

Nosotros no lo sabíamos antes, no podíamos-saberlo; ha sido necesario que nos enviases a tu Hijo para que lo  descubriéramos. Él se hizo niño y así pudo decirnos que nos hiciéramos como niños para formar parte de tu Reino.

Él, que era Dios, con una grandeza infinita, se hizo tan pequeño, tan humilde ante nosotros que sólo los ojos de la fe y los ojos de los sencillos lo pueden reconocer.

Vino como niño para hacer desaparecer todos nuestros miedos y poner dentro de nosotros tanto amor y confianza que pudiéramos abandonarnos felices como niños en tus manos.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Creo cada vez más en el Evangelio, en su sencillez, y comprendo la preocupación con que hablaba Jesús a sus íntimos: «Si no os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos». Hacerse niños no es una cosa fácil para hombres minados por el orgullo como nosotros. Y por eso nos advirtió Jesús con tanta dureza: «No entraréis».

Sé que no seré creído, pero afirmo sin el menor asomo de duda que el comienzo en serio de la vida espiritual tiene lugar cuando el hombre lleva a cabo un auténtico acto de humildad, v, con frecuencia, la propedéutica de la fe en la mayoría de los nombres, o la maduración de la misma en otros, queda bloqueada, envenenada, torturada, prolongada al infinito por la incapacidad para llegar a ser niños y echarse en los brazos del misterio de Dios con un alma de chiquillo... Sí, hacerse pequeños, más pequeños aún, lo más pequeños posible: ése es el gran secreto de la vida mística.

Y cuando quedamos reducidos a un punto, sin más consistencia que la del alma que mira, o la del corazón que ama, entonces hemos de acostumbrarnos a invertir la posición, la eterna posición del orgullo, la difícil posición del yo que se cree siempre el centro del universo (C. Carretto, Al ai lá delle cose, Asís 251998 [edición española: Más allá de las cosas, Ediciones San Pablo, Madrid 1995]).

 

Día 13

Miércoles de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 9,1-7; 10,18-22

9 Después le oí gritar con voz potente:

-¡Que se acerquen los que van a castigar a la ciudad; cada uno con su arma destructora!

2 Y por la calle de la puerta alta que mira al norte llegaron seis hombres, cada uno con su arma destructora. En medio de ellos había un hombre vestido de lino, con la cartera de escribano a la cintura. Entraron y se pusieron junto al altar de bronce.

3 La gloria del Dios de Israel se había levantado encima de los querubines y se dirigía hacia el umbral del templo.

Entonces llamó al hombre vestido de lino que llevaba a la cintura la cartera de escribano,

4 y le dijo: -Pasa por la ciudad, recorre Jerusalén y pon una señal en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen dentro de ella.

5 Y pude oír lo que dijo a los otros: -Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad.

6 Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos. Pero no os acerquéis a los que tengan la señal en la frente. Empezad por mi santuario. Y empezaron por los ancianos que estaban delante del templo.

7 Luego les dijo: -Contaminad el templo y llenad de cadáveres los atrios. Y salieron a matar por la ciudad.

10,18 La gloria del Señor salió levantándose del umbral del templo y se colocó sobre los querubines.

19 Los querubines desplegaron sus alas, se elevaron sobre la tierra ante mis ojos y remontaron el vuelo junto con las ruedas. Se pararon a la entrada de la puerta oriental del templo del Señor, y la gloria del Dios de Israel estaba sobre ellos.

20 Eran los mismos seres que yo había visto debajo del Dios de Israel junto al río Quebar, y reconocí que eran querubines.

21 Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas y, bajo las alas, una especie de manos de hombre.

22 Sus caras eran las mismas que yo había visto junto al río Quebar. Todos ellos caminaban de frente.

 

»*• La Palabra del Señor se dirige a los exiliados que no conseguían creer que el Señor pudiera aceptar la destrucción de Jerusalén y del templo en el que se había establecido. En una gran visión -que se extiende del capítulo 8 al 11-, el profeta es llamado, en un primer momento, como testigo de los crímenes y de las profanaciones que se cometen en el mismo templo y, a continuación, de la condena a que es sometida la ciudad y de la salvación de los que han permanecido fieles.

El castigo empieza con los siete seres misteriosos que recorren la ciudad para exterminar a todos los pecadores, empezando por los ancianos del templo. Las graves culpas (infidelidad a Dios, idolatría en el templo, violencias en la ciudad, desconfianza en Dios) atraen el tremendo castigo: «Pues yo tampoco los miraré con compasión ni tendré piedad, daré a cada uno su merecido».

Cada uno recibe el trato merecido por lo que es y por lo que hace («retribución personal»: cf. el capítulo 18). No es Dios quien castiga. Los acontecimientos humanos recaen sobre quienes los provocan, y éstos no obtienen la intervención salvífica de Dios por su propia infidelidad, maldad, desconfianza.

Dios salva a los que han permanecido fieles a la Ley (Tora), a los que gimen por la maldad, la violencia, la injusticia, la mentira, la infidelidad del mundo; están marcados por una «T» (tau), la primera letra de la palabra Tora, y han sido preservados de la desventura. El exterminio es tan completo que los cadáveres contaminan incluso el interior del templo y obligan a la gloria de Dios a retirarse de un lugar que se ha vuelto impuro. En esta escena, Dios se revela como el salvador de los que escuchan la Palabra y llevan impreso sobre sí mismos el sello de los hombres que escuchan: la «T» de la Tora.

 

Evangelio: Mateo 18,15-20

15 Por eso, si tu hermano comete una falta, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

16 Si no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos.

17 Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo un pagano o un publicano.

18 Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

19 También os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial.

20 Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

 

*•• Seguimos estando en el contexto de las relaciones que deben establecerse en el interior de la comunidad: con los hermanos -los pequeños, los pecadores, los colaboradores-.

El tema de hoy es éste: ¿qué actitud debe adoptar una comunidad cristiana ante el pecado y ante el escándalo (18,3-11)?, ¿qué actitud debe tomar ante el pecador? Tras haber invitado a la misericordia contando la parábola de la oveja extraviada (18,12-14), Mateo describe el itinerario que conduce al perdón: acercarse al pecador a solas (obsérvese que la fórmula «contra ti» no se encuentra en el texto original, que habla del pecador como tal: v. 13), reprenderle delante de dos o tres testigos (v. 16) y, por último, interpelarle en medio de la asamblea (v. 17). A fin de que se observe esta pedagogía, Cristo confiere a sus apóstoles un poder particular (v. 18).

La condena del hermano sólo es posible cuando persevera en el mal y rechaza toda corrección y todo perdón (w. 15-17). En este caso, Dios ratifica lo que lleva a cabo su Iglesia. Los w. 19ss. indican que el acto de la corrección fraterna debe realizarse en la unión y en la plegaria, que aseguran la presencia del Resucitado. Estas palabras, tomadas en su conjunto, quieren decirnos que todo debe desarrollarse en un clima de extrema delicadeza y fraternidad. Está la preocupación por no llamar «pecadores» a los otros. Jesús nos hace decir: «Si tu hermano comete una falta». No debemos movernos para condenar y alejar, sino para acercar, para sacar del mal, a fin de volver a ganar al hermano para la comunidad y para Dios. Y para él mismo. Sólo si persiste en su actitud, deberá tomar nota la comunidad de que se ha «alejado» de ella y no se comporta ya como hermano. En la comunidad cristiana existe una ilimitada capacidad de perdón: los términos atar y desatar empleados en el v. 18 son un hebraísmo e indican el inmenso poder de perdón otorgado por Jesús a la Iglesia.

Los vv. 19ss, aparentemente desligados del contexto, con la mención de la oración y de la presencia de Cristo en la comunidad, hacen pensar en una disciplina eclesial ejercida de manera «cultual», en la oración y con conciencia de la presencia de Jesucristo en su propio desarrollo.

 

MEDITATIO

La venida del Reino está caracterizada por el perdón. El Señor ofrece al hombre la posibilidad de salir del pecado venciendo a su propio pecado e incluso triunfando con el perdón sobre el pecado del otro. La Iglesia es una comunidad de salvados que no puede tener otros fines más que la salvación del pecador. Si no obtiene el objetivo, es porque el pecador se endurece y se niega a aceptar el perdón que se le ofrece. Si vivimos la fraternidad cristiana debemos sentirnos profundamente unidos a todos los miembros de la comunidad, haciendo nuestros las preocupaciones, los dolores y el pecado mismo de todos.

Cada uno de nosotros es testigo de faltas en la comunidad y no puede permanecer inerte o ausente; no puede decir como Caín: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Debe moverse y hacer algo para acercarse al hermano y ayudarle a enmendarse. Debemos tener presente siempre estas palabras de Jesús: «Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,23-25).

Juan Crisóstomo escribía: «Estemos llenos de solicitud hacia nuestros hermanos. Ésta es la prueba más grande de la fe: "Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos" (Jn 13,35). El amor sincero se demuestra no corriendo francachelas juntos, no hablándose sin cumplidos, no alabándose de palabra, sino fijándose en lo que es útil al prójimo y preocupándose por ello, sosteniendo a quien ha caído, tendiendo la mano a quien yace indiferente a su propia salvación, y buscando el bien del prójimo más que el propio. La caridad no atiende a sus propios intereses, sino a los del prójimo antes que a los propios».

Si fallamos en nuestro intento se desprende de ahí un grave daño para todos: la comunidad pierde un hermano, y éste su propia salvación. Tengamos presente que nada de esto ha sido confiado a nuestra habilidad «diplomática». Jesús nos pone en guardia; es necesario que la reconciliación tenga lugar en un clima de fe y de oración: reunirse «en su nombre» de modo que él esté «presente», y «orar en su nombre» para ser escuchados.

 

ORATIO

Oh Jesús, que dijiste: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», permanece entre nosotros, que nos esforzamos por estar unidos en tu amor en esta comunidad. Ayúdanos a seguir siendo siempre «un solo corazón y una sola alma», compartiendo alegrías y dolores, teniendo un cuidado particular con los enfermos, los ancianos, los que están solos, los necesitados.

Haz que cada uno de nosotros se comprometa a ser un evangelio vivido en el que los alejados, los indiferentes, los pequeños, descubran el amor de Dios y la belleza de la vida cristiana.

Danos el coraje y la humildad para perdonar siempre y para salir al encuentro de los que quisieran alejarse de nosotros, y poner de relieve lo mucho que nos une y no lo poco que nos separa. Danos la vista necesaria para divisar tu rostro en toda persona a la que nos acerquemos y en cada cruz que encontremos. Danos un corazón fiel y abierto, que vibre cada vez que lo toque tu Palabra y tu gracia. Inspíranos siempre nueva confianza e impulso para no desanimarnos frente a los fracasos, las debilidades y la ingratitud de los hombres. Haz que nuestra parroquia sea verdaderamente una familia, en la que cada uno se esfuerce por comprender, perdonar, ayudar y compartir; donde la única ley, que nos una y nos haga ser tus verdaderos seguidores, sea el amor recíproco.

 

CONTEMPLATIO

«Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»: alabanza y honor a ti, Señor Jesús. Por tu gracia, cuando nos encontramos juntos según tu Palabra y movidos por tu Espíritu, tú estás en medio de nosotros: nuestra oración se vuelve concorde, sube de un solo corazón y una sola alma, y cualquier cosa que pidamos estamos seguros de que la obtendremos.

Cuando nos reunimos en tu nombre, tú estás en medio de nosotros, nos muestras los signos de tu pasión y nos comprometes a hacer de nuestra vida un servicio y una entrega total. Cuando nos encontramos unidos en tu nombre, vienes, nos enseñas a acercarnos como verdaderos hermanos a los otros, nos sugieres las palabras y los gestos que conducen a la reconciliación y nos confías la tarea de atar y desatar. Por tu presencia vienen a nosotros la fuerza de la oración, la capacidad de entregar la vida, la comunión fraterna, la remisión de nuestros pecados y la alegría de la vida eterna.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cristo está entre el otro y yo... Dado que Cristo se encuentra entre el otro y yo, no debo desear una comunión inmediata con éste. Del mismo modo que sólo Cristo puede hablar conmigo de forma que me socorra realmente, así también el otro sólo puede ser ayudado por Cristo mismo. Ahora bien, eso significa que debo dejar libre al otro y no intentar determinar sus decisiones, obligarle o dominarle con mi amor. Por ser libre respecto a mí, el otro quiere ser amado tal como es verdaderamente, esto es, como un hombre para el que Cristo ha conquistado la remisión de los pecados y para el que ha preparado la vida eterna. Puesto que Cristo ya ha realizado desde hace tiempo su obra en mi hermano, mucho antes de que yo pudiera empezar mi obra en él, debo dejar libre a mi hermano por Cristo, debe encontrarme sólo en aquel hombre que él es ya por Cristo.

Eso es lo que significa que podamos encontrar al prójimo sólo a través de Jesucristo. El amor psíquico se crea su propia imagen del otro, de lo que es y de aquello en que debe convertirse.

Toma la vida del prójimo en sus propias manos. El amor espiritual reconoce la verdadera imagen del prójimo a través de Jesucristo; es la imagen que Jesucristo ha forjado y que quiere forjar.

Por eso el amor espiritual seguirá confiando constantemente, en todo lo que dice y en todo lo que hace, el prójimo a Cristo. No intentará suscitar emociones en su ánimo, tratando de influenciarle de una manera demasiado personal e inmediata, o interviniendo en su vida de una manera impura; no experimentará placer en la excitación de los sentimientos ni en el excesivo ardor religioso, sino que le saldrá al encuentro con la clara Palabra de Dios y estará dispuesto a dejarlo solo con esta Palabra durante un extenso período, a dejarlo de nuevo libre, para que Cristo pueda obrar en él. Respetará los límites que Cristo ha puesto entre el otro y yo, y encontrará la plena comunión con él en Cristo, que enlaza y une a todos.

Por eso hablará más con Cristo del hermano que no de Cristo al hermano. Sabe que el camino más corto que lleva al otro pasa a través de la oración dirigida a Cristo y que el amor por él está completamente unido a la verdad en Cristo. Respecto a este amor, dice el apóstol Juan: «Nada me produce tanta alegría como oír que mis hi¡os son fieles a la verdad» (3 Jn 4) (D. Bonhoeffer, La vita comune, Brescia 31997 [edición española: Vida en comunidad, Ediciones Sígueme, Salamanca 1 997]).

 

Día 14

San Maximiliano María Kolbe 

Nació en Polonia en 1894. A los 13 años entró en los menores conventuales. Una vez terminados sus estudios filosóficos y teológicos en Roma, instituyó en ella la «Milicia de la Inmaculada», en 1917. Tras ser ordenado sacerdote en 1927, fundó en su patria la «Ciudad de la Inmaculada», centro de vida espiritual y de actividad editorial. Ejerció como misionero en Japón y volvió a Polonia en 1936, donde prosiguió su intensa obra de apostolado. Durante la Segunda Guerra Mundial fue deportado al campo de concentración de Auschwitz, donde murió al ofrecer su vida por la de un compañero de prisión, el 14 de agosto de 1941. Fue beatificado por Pablo VI en 1971 y canonizado con el título de mártir por Juan Pablo II en 1 982.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 12,1-12

1 Recibí esta palabra del Señor:

2 -Hijo de hombre, tú vives en medio de un pueblo rebelde. Tienen ojos para ver, y no ven; oídos para oír, y no oyen; son un pueblo rebelde.

3 Y ahora, hijo de hombre, prepara tu equipaje para el destierro y ponte en marcha en pleno día a la vista de ellos; sal de donde vives y vete a otro sitio. Tal vez así comprendan que son un pueblo rebelde.

4 Sacarás tu equipaje de deportado en pleno día, a la vista de todos. Partirás por la tarde como si fueras un deportado.

5 Harás un boquete en la pared y saldrás por él.

6 Te cargarás ante ellos a la espalda tu equipaje, y partirás de noche con la cara cubierta para no ver la tierra, pues serás un símbolo para el pueblo de Israel.

7 Yo hice todo lo que se me había ordenado. Preparé mi equipaje de deportado en pleno día; por la tarde, hice un boquete en la pared con las manos y salí de noche con el equipaje a mis espaldas, a la vista de todos.

8 Por la mañana recibí esta palabra del Señor:

9 -Hijo de hombre, cuando el pueblo de Israel, ese pueblo rebelde, te pregunte qué es lo que haces,

10 contéstales: Así dice el Señor: Este oráculo se refiere al rey de Jerusalén y a todos los israelitas que viven en ella.

11 Diles: Yo soy un símbolo para vosotros; vosotros tendréis que hacer lo que yo he hecho. Seréis deportados, iréis al destierro.

12 Hasta el rey que los gobierna se cargará a las espaldas el equipaje de deportado, saldrá en la oscuridad por una brecha que abrirán en el muro para que salga, y se tapará la cara para no ver su tierra con sus propios ojos.

 

**• El profeta, por medio de una acción simbólica, anuncia de nuevo al pueblo el fin próximo de Jerusalén y la deportación a Mesopotamia. Realiza sus gestos «a la vista de ellos», pero éstos «tienen ojos para ver, y no ven oídos para oír, y no oyen» porque «son un pueblo rebelde» (v. 2). En ellos se cumple lo que dice el salmo de cuantos siguen a los dioses: «Los ídolos de los paganos son plata y oro y han sido fabricados por manos humanas. Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen, no hay vida en ellos. Sean como ellos quienes los fabrican, los que confían en ellos» (Sal 135,15-18).

El profeta se carga el equipaje de deportado y, en medio de la oscuridad, con el rostro cubierto hasta el punto de no poder ver nada, sale de la ciudad a través de un boquete hecho en la pared: es un mensaje destinado al rey y a sus conciudadanos. Los últimos versículos (w. 11ss, tal vez añadidos más tarde) aluden de un modo más claro a los hechos históricos. En tiempos del último asedio a Jerusalén, el rey Sedecías intentó una fuga de noche por un boquete de las murallas, junto con un grupo de combatientes, pero fue detenido y, tras haber asistido al exterminio de sus hijos, fue cegado, deportado a Babilonia y encarcelado allí (2 Re 25,4-7). El rey acabó prisionero y ciego. No se puede bajar más. A este final –repite el profeta- conducen la ceguera religiosa, la presunción frente a los mensajes de Dios, la rebelión contra su señorío. No queda espacio para ninguna esperanza ni para ninguna astucia humana. Lo que hace el pueblo de Dios ha sido denunciado sin remisión: la maldad conduce a un final vergonzoso.

Si tenemos en cuenta que se trata de palabras dirigidas a gente que se encuentra en el exilio, convencida de un próximo retorno a Jerusalén, cuando todavía reina Sedecías, es preciso reconocer que el profeta acaba con todas las ilusiones e invita a pasar de la confianza en los dioses hechos por manos humanas a la fe en el Dios vivo. «Yo (Ezequiel) soy un símbolo para vosotros» (cf. v. l i a ) . Quiere serlo a cualquier precio, trabajando y sufriendo. Ésa fue su vocación. En esto representa, para nosotros, un ideal y un programa.

 

Evangelio: Mateo 18,21-19,1

En aquel tiempo,

18,21 se acercó Pedro y le preguntó: -Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?

22 Jesús le respondió: -No te digo siete veces, sino setenta veces siete.

23 Porque con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos.

24 Al comenzar a ajustarías, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

25 Como no podía pagar, el señor mandó que le vendieran a él, a su mujer y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para pagar la deuda.

26 El siervo se echó a sus pies suplicando: «¡Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo!».

27 El señor tuvo compasión de aquel siervo, lo dejó libre y le perdonó la deuda.

28 Nada más salir, aquel siervo encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios; lo agarró y le apretó el cuello, diciendo: «¡Paga lo que debes!».

29 El compañero se echó a sus pies, suplicándole: «¡Ten paciencia conmigo y te pagaré!».

30 Pero él no accedió, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda.

31 Al verlo, sus compañeros se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo ocurrido.

32 Entonces el señor lo llamó y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné aquella deuda entera porque me lo suplicaste.

33 ¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?».

34 Entonces su señor, muy enfadado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagase toda la deuda.

35 Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros.

19,1 Cuando Jesús terminó este discurso, se marchó de Galilea y se dirigió a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán.

 

*» Jesús ha hablado ya de la actitud que debemos adoptar con los pecadores, de la necesidad de volver a ganar al hermano que ha pecado (Mt 18,15-22) y de la oración común (18,19ss); ahora pasa al problema de cómo debe comportarse quien ha sido ofendido personalmente.

El judaísmo conocía ya la obligación del perdón de las ofensas, pero había elaborado una especie de «tarifa» que variaba de una escuela a otra. Se comprende así que Pedro preguntara a Jesús cuál era su tarifa, preocupado por saber si era tan severa como la de la escuela que exigía el perdón del propio hermano hasta siete veces (18,21). Jesús responde a Pedro con una parábola que libera el perdón de toda tarifa, para convertirlo en el signo del perdón recibido de Dios, del Reino que se está instaurando en la tierra: «Porque con el Reino de los Cielos sucede lo que...» (18,23).

La parábola comienza con las figuras de un rey y de alguien que le debe diez mil talentos; de este modo, subraya la inconmensurable debilidad del pecador frente a Dios. La acentuación de algunos rasgos (presencia del rey, caer a los pies del rey, postrarse, tener piedad... 18,26) evoca la escena del juicio final. La desproporción entre los diez mil talentos y los cien denarios (semejante a la desproporción que existe entre la viga y la paja: cf. 7,1-5) permite comprender la diferencia radical entre las concepciones humanas y las divinas de la deuda y de la justicia. Por último, también el castigo infligido al siervo (una tortura que durará hasta que haya pagado toda la deuda: 18,34) hace pensar en un suplicio eterno.

La clave de lectura nos la proporciona el último versículo: «Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros» (18,35). El perdón de Dios, del que todos tenemos necesidad, se otorga con la condición de que nosotros también seamos capaces de perdonar. Sin embargo, si se lee con atención la parábola, se ve que el perdón que otorgamos a los otros no equivale ciertamente al perdón que Dios nos concede a nosotros. Nuestra misericordia es siempre limitada, aunque sea total; la de Dios es infinita. La nuestra, además, nace de la bondad infinita de Dios. Es un pálido esfuerzo destinado a intentar imitar al Padre (5,48).

 

MEDITATIO

Dar la vida es manifestar la cumbre del amor, dijo Jesús. Eso es lo que hizo él, y a eso mismo nos llama a nosotros. Aparecen los vértigos, como si estuviéramos al borde de un abismo. Estamos así instintivamente aferrados a nuestra vida, una vida que sentimos muy breve y frágil... La retenemos de una manera tenaz entre nuestras manos. De la vida como posesión a la vida como don: ése es el gran desafío, que revela - a nosotros mismos antes que a los otros- «quiénes somos» y «quiénes queremos ser».

«Podríamos decir que el banco de prueba del valor y, por consiguiente, del significado de una persona es, para el hombre contemporáneo, la "cotidianidad". En el caso del padre Kolbe, ¿cuántos son capaces de pensar, frente a una experiencia tan extraordinaria, que ésta estuvo preparada por toda una vida llevada bajo la enseña de una "cotidianidad extraordinaria", que, tal vez, sea la única que está en condiciones de madurar para los grandes momentos?» (G. Barra). Dar la vida no es cuestión de un momento, sino una opción fundamental repetida cada día: la de decir «sí» a la oferta de amistad que Dios nos propone. No es cuestión de un impulso del corazón en algún momento especial, sino de gestos concretos ordinarios que saben de calor, de compartir con los demás, de entrega verdadera. Esto es posible para todos, para cada uno que acoja la llamada del Señor y le responda con el amor a los hermanos. Es «en el marco de una vida entregada y empleada realmente por un ideal tan arrollador donde puede madurar y donde se puede comprender el acto sublime que coronó la existencia del padre Maximiliano, la consumación cruenta de una oblación constante realizada a lo largo de toda una vida, el sello a una fidelidad indefectible a lo "terrible cotidiano"» (G. Barra).

 

ORATIO ( Algunas invocaciones de san Maximiliano María Kolbe )

«Reina en mí, oh Dios mío, y permíteme difundir en todos tu Reino a través de la  Inmaculada».

«Oh María, concebida sin pecado, ora por nosotros, los que recurrimos a ti, y por cuantos no lo hacen; en particular, por los enemigos de la santa Iglesia y por aquellos que te han sido encomendados».

«¡Gloria a la Inmaculada por todo!»

«¡Oh Inmaculada, soy tuyo!»

«Virgen Inmaculada, Madre mía, María, te renuevo, hoy y para siempre, la consagración de toda mi persona, a fin de que dispongas de mí para el bien de las almas. Sólo te pido, oh Reina mía y Madre de la Iglesia, cooperar fielmente en tu misión para la venida de Jesús al mundo. Te ofrezco, por tanto, oh Corazón Inmaculado de María, las oraciones, las acciones y los sacrificios de este día» (Consagración cotidiana a María de la Milicia de la Inmaculada).

 

CONTEMPLATIO (Algunos dichos de san Maximiliano María Kolbe:)

 «Lo primero que tenemos que hacer es trabajar en nuestro propio perfeccionamiento».

«La humildad es lo más difícil de conquistar en el trabajo por nuestra propia santificación».

«La oración es una condición indispensable para la regeneración y para la vida de toda alma».

«Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza a través de la Inmaculada».

«Sin un espíritu de penitencia y de renuncia de nosotros mismos no se puede ser amor».

«Sin amor, no puede haber virtud alguna; con amor, todas».

«Busca sólo la gloria de Dios, con serenidad».

«El amor mutuo es lo principal».

«Trabaja, a través de la Inmaculada, por la salvación de las almas».

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y medita durante el día esta expresión típica de Maximiliano María Kolbe: «Sólo el amor crea».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En todos los continentes, o casi, es conocida y notoria la figura de san Maximiliano María Kolbe. Y quien ha recibido el don de acercarse a él, queda profundamente conquistado por el santo. Porque se quedará tan presente en su propia vida, que sentirá la necesidad de invocarlo, imitarlo y enamorarse de su poliédrica figura de hombre, sacerdote, religioso, apóstol y mártir.

«Sólo el amor crea», había repetido miles y miles de veces el padre Kolbe durante su vida. «Sólo el amor crea», cantaban las obras que iba ideando y concretando una tras otra, a fin de llevar la vida de la verdad a cada hombre con la imprenta; para llevar las ondas de la vida a cada casa por medio de la radio; para dar un signo de la vida eterna a través de las esculturas y las pinturas délos hermanos. Y en sus largos viajes no perdía la ocasión de acercarse al ateo, al masón, al judío, al incrédulo, al cristiano adormecido en su fe, para que el nuevo destello de la vida iluminara el camino que lleva a la salvación.

«Sólo el amor crea», ha ido repitiendo el papa «venido de lejos », cada vez que se detiene a hablar de este hombre: el hombre de nuestro tiempo, el hombre de la magna y profunda herencia.  La herencia espiritual de san Maximiliano María Kolbe no tiene límites. La consagración total a la Inmaculada con propósitos apostólicos, que él vivía y promovía, es y debe ser una verdadera espiritualidad. Indudablemente, es una herencia muy comprometedora, porque se trata de imitar a aquel que nos la ha dejado. A saber: se trata no de tener «algo» de él (posibles reliquias, algún autógrafo, su biografía, etc.), sino de poseer su espíritu, porque de los santos queda sobre todo lo que han hecho, actuando según la voluntad de Dios. Recoger su herencia significa permitir a Dios que obre en nosotros como obró en ellos. Como obró en san Maximiliano María Kolbe y en muchos de sus seguidores (L. Faccenda [ed.], «Un cuore donato. San Massimiliano María Kolbe», suplemento a Milizia Mariana 4 [1994] 11; 51ss; 75).

 

Día 15

Asunción de la Virgen María

 

LECTIO

Primera lectura: Apocalipsis 11,19a; 12,l-6a.l0a-b

11  Se abrió entonces en el cielo el templo de Dios y dentro de él apareció el arca de su alianza.

12,1 Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

2 Estaba encinta y las angustias del parto le arrancaban gemidos de dolor.

3 Entonces apareció en el cielo otra señal: un enorme dragón de color rojo con siete cabezas y diez cuernos y una diadema en cada una de sus siete cabezas.

4 Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se puso al acecho delante de la mujer que iba a dar a luz, con ánimo de devorar al hijo en cuanto naciera.

5 La mujer dio a luz un hijo varón, destinado a regir todas las naciones con vara de hierro, el cual fue puesto a salvo junto al trono de Dios,

6 mientras la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios.

10 Y en el cielo se oyó una voz potente que decía: Ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios. Ya está aquí la potestad de su Cristo.

 

**• El pasaje que hemos leído presenta una visión del apocalipsis. En ella se mezclan figuras y realidades de tal modo que no siempre es fácil interpretar con exactitud el significado de las imágenes empleadas. Por otra parte, en el lenguaje profético y apocalíptico conviene con frecuencia detenerse en el nivel de la sugerencia, a fin de comprender mejor el texto mismo. Este último puede ser presentado así como uno de nuestros sueños reveladores, un sueño en el que salen a flote nuestros miedos y nuestras certezas, nuestras necesidades y nuestros deseos...

Este sueño está compuesto antes que nada de cielo. Se está llevando a cabo algo que está por encima de nosotros, algo que nos incluye. La lucha entre la mujer, el niño, el dragón y los ejércitos angélicos no tienen que ver con acontecimientos al margen de nosotros, sino que se cumplen en nuestro mismo cielo. Más aún, se trata de una lucha final, porque en ella se juega nuestra vida o la muerte. Lo muestra bien la señal de la mujer (12,lss). Ésta es casi una reina, soberana sobre la luna (es decir, sobre el «otro» lado de nuestra conciencia, sobre nuestra naturaleza más inconsciente) y sobre las estrellas (las doce estrellas se refieren a las doce tribus de Israel, o sea, que esta figura también es soberana de la historia, que, aun sin saberlo nosotros, está a nuestra espalda). Esta señal constituye el lado vivo de nuestra realidad; más aún, el lado más fecundo, el lado que nos impulsa a continuar la vida, la señal que nos permite albergar la esperanza de un día nuevo.

Sin embargo, esta señal no está exenta de dolor y de peligro (12,3ss). La mujer grita por los dolores del parto y, al mismo tiempo, teme al dragón que quiere devorar al niño. Si nos dejamos cautivar por este sueño, sentiremos lo que significa que nuestro sueño de una vida nueva esté en peligro, nos daremos cuenta de hasta qué punto están temblando por dentro nuestros deseos, nos preguntaremos si conseguiremos ver de verdad la luz,  experimentaremos el dolor que la nueva vida provoca en nosotros... La lucha se está produciendo precisamente en nuestro instante de vida.

Y el niño nace y, contrariamente a las expectativas negativas, es arrebatado al cielo para defenderlo deldragón, que es derrotado por los ejércitos angélicos (12,5ss). Podría parecer un consuelo barato en nuestro sueño. Sin embargo, si creemos que nuestro sueño expresa una verdad, comprenderemos de inmediato que no se trata de esto: se trata de la exacta percepción, del presentimiento confiado de que, de verdad, precisamente en nuestra vida, «ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios» (12,10).

 

Segunda lectura: 1 Corintios 15,20-26

Hermanos:

20 Cristo ha resucitado de entre los muertos como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte.

21 Porque lo mismo que por un hombre vino la muerte, también por un hombre ha venido la resurrección de los muertos.

22 Y como por su unión con Adán todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo todos retornarán a la vida.

23 Pero cada uno en su puesto: como primer fruto, Cristo; luego, el día de su gloriosa manifestación, los que pertenezcan a Cristo.

24 Después tendrá lugar el fin, cuando, destruido todo principado, toda potestad y todo poder, Cristo entregue el reino a Dios Padre.

25 Pues es necesario que Cristo reine hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.

26 El último enemigo a destruir será la muerte.

 

**• Pablo subraya también en otras ocasiones que el anuncio de la resurrección se encuentra en el centro del mensaje cristiano (cf. Rom 1,4; Gal 1,2-4; etc.): «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe» (1 Cor 15,17).

También en este caso, después de haber vuelto a llamar a los fieles a compartir un mismo camino de fe, les vuelve a presentar el evangelio inicial, el que anuncia que «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado y resucitó el tercer día según las Escrituras» (1 Cor 15,3ss). Como corolario, intenta dar posibles explicaciones de la resurrección, frente a posibles objeciones.

En el fragmento que nos presenta la liturgia de hoy, la resurrección está vinculada con su acontecimiento primero: Jesucristo. En efecto, el «primer» hombre, Adán, es figura de un ser para la muerte, que introduce la muerte-pecado en la naturaleza humana; el hombre «nuevo» Jesús, en cambio, trae la vida y a través de él tiene lugar la resurrección. La lectura cristológica de la resurrección no es obvia; más aún, sirve para valorarla como un acontecimiento de gracia y evitar lecturas simplemente naturalistas o moralistas. La resurrección es el don de la vida de Dios en Cristo: no se trata de un premio para quien se ha portado bien o de la evolución natural de las cosas... La resurrección es la Vida nueva que irrumpe en nuestra vida, es la Vida de la gracia, que transforma todo nuestro ser y hace que nuestro espíritu y nuestro cuerpo puedan ver el rostro de Dios y seamos elevados al cielo. Éste es el verdadero anuncio de la derrota definitiva de la muerte, que ya no es considerada como pecado y dolor, sino que se convierte en la puerta santa, en el último paso hacia el encuentro con el Señor de nuestra vida.

 

Evangelio: Lucas 1,39-56

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

43 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? 44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

56 María estuvo con Isabel unos tres meses; después volvió a su casa.

 

*»• El encuentro entre dos madres se convierte, en los relatos de la infancia del evangelio según Lucas, en un momento importante de conexión y de continuidad entre la historia de la salvación contada en el Antiguo Testamento y la nueva historia que está a punto de empezar con el nacimiento de Jesús; por eso, Isabel saluda en María a la madre «de su Señor» (cf. v. 43) y la proclama bienaventurada por su fe, exultando junto con su propio hijo por impulso del Espíritu Santo (w. 41-45). La presencia misteriosa del Espíritu nos muestra ya que ambas madres forman parte de un mismo plan de salvación, mediante el cual el designio de Dios sobre el mundo encuentra su cumplimiento no a través de las grandes gestas de la historia -aunque sí en su interior-, no a través de las glandes intuiciones de los filósofos o de los matemáticos griegos -aunque sí junto a ellos-, sino a través de la esperanza de dos mujeres de Israel, que reconocen en lodo lo que les está pasando una obra que les supera. No por nada se convierte el cántico mariano en elenco de esta historia que está por detrás y frente a la historia de los manuales, exaltando a su Autor misterioso (v. 47).

La «humildad de su sierva», a la que el Señor dirige su mirada (cf. w. 48-50), no se queda en una simple indicación exterior. Se trata de la humildad de quien está tan bajo que ve mejor la semilla que está a punto de nacer, de quien se pone en una posición de pura acogida (cf. Lc 1,38), de modo que consigue ver la profundidad de todo lo que está sucediendo y no se deja distraer por otros acontecimientos más ruidosos pero menos reales.

En el fondo, se trata de la humildad de quien acoge en sí la verdad de la historia. Precisamente por eso, la humildad de María no le impide reconocerse incluso como destinataria privilegiada del amor de Dios y profetizar que la historia la recordará por esto (y con ello se inserta una vez más en el ejército de todos los orantes del Antiguo Testamento). De esta perspectiva parte el recuerdo de las obras realizadas por el verdadero Señor de la historia (w. 51-53).

Y esta historia se cumple en la salvación llevada a quienes históricamente no tienen salvación -los humildes, los hambrientos- y en la dispersión de cuantos tienen una salvación confeccionada por ellos a su medida y, por eso, no pueden confiar en la obra de Otro (como los soberbios, los poderosos, los ricos...). Estos dos aspectos de la historia parecen combatirse recíprocamente: Desplegó la fuerza de su brazo» (v. 51) es una expresión dotada de connotaciones militares (cf. Sal 118,16); sin embargo, la profecía de María descubre, en realidad, en la historia un único aspecto de salvación; a saber: la proximidad del Señor. Tanto más por el hecho de que este Señor demuestra ser fiel también a sus propias promesas (w. 54ss) y, por consiguiente, digno asimismo de confianza. Para quien tiene ojos humildes, capaces de ver la humildad de la historia de la salvación, el Dios en quien se puede confiar permanece como confirmación de la bendición que él mismo ha dirigido a Israel y a su pueblo, de la promesa que el niño que da saltos en el seno de Isabel y el niño que está creciendo en el seno de María llevan con ellos.

 

MEDITATIO

La persona de María encierra y realiza en sí misma un camino particular de fe a pesar de la elección que la consideró no afectada por el pecado original y que la hizo Madre de Dios, «la que avanzaba "en la peregrinación de la fe"» (Redemptoris Mater 25). Este avanzar por el camino de la fe la convierte también en un posible modelo para todo el que quiere comprender lo que significa reconocer el total señorío de Dios sobre su propia vida.

Este señorío encuentra su realización ya en el ámbito de nuestro camino de crecimiento humano. A medida que el señorío de Dios entra en nuestra historia conseguimos ver con unos ojos nuevos la realidad que nos rodea. Nuestros ojos no ven ya sólo los abusos, las injusticias de quienes oprimen al débil, las mentiras de quienes tienen la soberbia en su propia lengua, la riqueza que se convierte en muerte del pobre... Poco a poco nuestros ojos se vuelven semejantes a los de María, a esos ojos que la hacen capaz de reconocer el poder de Dios que actúa en la historia en favor de la justicia y de la paz, y nos damos cuenta de cómo nosotros mismos podemos volvernos, a nuestra vez, historia de liberación, precisamente como María, si nos confiamos a este anuncio.

El señorío de Dios encuentra también su realización en nuestro camino de fe. Con María nos damos cuenta de que somos «siervos del Señor», llamados a proclamar la obra del Señor y sus maravillas, llamados a «engrandecer» su presencia en nuestra vida. Con María no tenemos miedo a reconocer frente al mundo nuestra elección, no tenemos miedo a llamarnos siervos e hijos de Dios, no tenemos miedo a la obra que el Espíritu Santo está realizando en nosotros. Este camino se realiza a través de la oración, a través del servicio y a través del testimonio, junto con María, que fue capaz de hacer efectivos, en su propia carne, su oración del Magníficat, su servicio a los otros (la visitación fue antes que nada respuesta a una necesidad de Isabel) y su anuncio de liberación.

El último anuncio de este señorío de Dios sobre nuestra vida tiene lugar cuando conseguimos comprender que éste no permanece extraño a nuestra corporeidad. Lo podemos intuir ya en el anuncio de la encarnación o sentirlo en nuestra vida a través de la corporeidad de los distintos sacramentos. La realidad de la resurrección, que para nuestra naturaleza humana se vuelve ya eficaz en la asunción de María al cielo, es la última llamada a abandonar asimismo nuestro cuerpo al poder del Reino de Dios. Hasta nuestro cuerpo, con sus necesidades ínfimas y con sus deseos más elevados, con sus gritos de «¡tengo hambre!» y sus «¡te amo!», está incluido en el Reino de Dios. El cuerpo de María, que llevó en él el cuerpo del Verbo encarnado e hizo frente también al dolor de la historia, se vuelve en su asunción la promesa y la realización del hecho de que nuestros sueños, nuestros deseos, nuestras necesidades, no puedan apartarse de la presencia divina que ha tocado nuestra vida.

 

ORATIO

Te doy gracias, oh Padre, porque has elegido a María, mujer humilde y pobre, para dar cumplimiento a tus promesas, a las promesas que hiciste a Abrahán, que «tuvo fe y esperó contra toda esperanza» (cf. Rom 4,18). En ella nos has mostrado cómo obras, puesto que no miras el exterior o la grandeza, sino que actúas simplemente por tu amor. Ayúdame a darme cuenta de que también yo estoy llamado a este amor y a confiarme a este anuncio sin miedos.

Te doy gracias, Verbo eterno, porque en María, con tu encarnación, has tocado nuestro cuerpo mortal y, en ti, lo has hecho capaz de acoger la santidad de Dios. Todo lo que has hecho en la historia, con tus palabras y con tus acciones, se convierte para nosotros en llamada y promesa de un mundo nuevo, de un mundo que sea de verdad el reino del Padre. Ayúdanos a creer en ti, ayúdanos a sentir que tu historia es la historia verdadera del mundo, la historia capaz de vencer nuestras ansias, nuestras necesidades.

Te doy gracias, Espíritu del Padre y del Hijo, porque tu acción misteriosa ha cambiado el sentido de la historia. Tu poder tocó el seno de María y la preparó para la venida del Verbo de Dios. Tu poder ha transformado las palabras de una pobre mujer en un anuncio capaz de revolucionar la historia, en una profecía de verdadera liberación. Tu poder santificó un cuerpo destinado al polvo y lo convirtió en un cuerpo glorioso, capaz de lo infinito. Que tu poder nos ayude también a nosotros a confiar nuestros sueños y nuestros deseos a este anuncio de resurrección, para que consigamos rea lizar también en nuestra vida el acto de fe total que fue el de María.

 

CONTEMPLATIO

Nuestra celebración consiste, en realidad, más en la indicación del misterio que en su explicación. Y aunque yo quisiera anteponer el silencio al habla, ésta última se ve forzada por el afecto, dando lugar a las palabras, y cede a éstas, aunque no tengan coraje y no ignoren su debilidad, que es demasiado grande respecto a la posibilidad de satisfacer de una manera adecuada el arcano del prolongado silencio [...].

Por eso, ¡ánimo!, obedecedme a mí, que soy buen consejero, y corred al encuentro con la Madre de Dios. Y mientras ahora estáis relucientes por la acción y por la palabra, y resplandecéis por todos lados gracias a la belleza de la virtud, quiera el mismo Cristo recogeros y recibiros al mismo tiempo en el místico banquete. Y os lo muestra claramente con el hecho de que hoy traslada a su Madre siempre virgen, de cuyo seno, y aun siendo Dios, tomó arcanamente nuestra forma, de los lugares terrenos como reina de nuestra naturaleza, dejando el poder del misterio sin anuncio, aunque no del todo incomunicable.

En efecto, ella vino en el nacimiento y, sin embargo, tuvo una condición extraordinaria. Aquella que procuró la vida, sube para un viaje de nueva vida y se traslada al lugar incorruptible, principio de vida (Andrés de Creta,Omelie mañane, Roma 1987, pp. 133, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,48).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

María, en su canto de alabanza, no engrandeció a Dios sólo de una manera abstracta por haber «levantado a los humildes» y haber «llenado de bienes a los hambrientos», sino que lo hizo indudablemente también porque conocía esta bajeza ante Dios mejor que cualquier otra criatura: Dios, el poderoso, en efecto, «ha mirado la humildad de su sierva», y por esa mirada proyectada sobre ella, no por su ensalzamiento, ella se alegra por «la grandeza del Señor». Si bien María era materialmente pobre, no se alegra por los dones materiales que le fueron concedidos [...], sino por el don inaudito de una maternidad mesiánica, que no era tanto un don hecho a ella personalmente como un acto de misericordia hacia su «siervo Israel», que ha obtenido la «semilla de Abrahán»por la que había suspirado tanto tiempo. En su opción en favor de los pobres, María es perfectamente ella misma, no se ha alienado en absoluto en «otra María».

Sabe que ha llegado a ser Madre de una manera única e incomparable por pura gracia, y Madre no sólo de su único Hijo, sino, en él, de todos aquellos que mediante él y en él se han convertido en hijos e hijas de Dios en la Iglesia. (Y cuando aquí hablamos de Iglesia, sus confines permanecen indefinidos, porque la gracia de la redención de Cristo ha llegado, en efecto, a todos los hombres que nacieron antes que él y después de él.) «La mediación de María está ligada, efectivamente, a su maternidad, posee un carácter específicamente materno»(Redemptoris Mater 38) y, por eso, ella es el centro de la «comunión de los santos», «está como envuelta por toda la realidad de la comunión de los santos» (Redemptoris Mater 41), de esa capacidad de ser-para-los-otros en el Reino de Dios como coronamiento sobrenatural de la estupenda posibilidad ya en el plano natural, o sea, de la capacidad de poderse apoyar y ayudar recíprocamente (H. U. von Balthasar, «Commento all'enciclica "Redemptoris Mater"», en H. U. von Balthasar - J. Ratzinger, María. II si di Dios all'uomo. Introduzione e commento alfencíclica «Redemptoris Mater», Brescia 31988, pp. 5óss, passim).

 

Día 16

Sábado de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 18,1-10.13.30-32

1 Recibí esta palabra del Señor:

2 -¿Por qué repetís este refrán en Israel: «Los padres comieron los agraces y los hijos sufren la dentera?».

3 Por mi vida, oráculo del Señor, que no diréis más este refrán en Israel.

4 Pues todas las vidas son mías: la vida del padre y la del hijo. El que peque, ése morirá.

5 Si un hombre es intachable y se comporta recta y honradamente,

6 si no participa en banquetes idolátricos ni acude a los ídolos de Israel, si no deshonra a la mujer de su prójimo ni se une a la mujer durante la menstruación,

7 si no oprime a nadie, devuelve la prenda al deudor, no roba, da su pan al hambriento y viste al desnudo,

8 si no presta a interés con usura, si evita hacer el mal y es justo cuando juzga,

9 si se comporta según mis preceptos y guarda mis leyes, actuando rectamente, ese hombre es intachable y vivirá, oráculo del Señor.

10 Pero si éste tiene un hijo violento y sanguinario, que hace alguna de estas cosas que él mismo no había hecho;

13 este hijo no vivirá, porque ha cometido todas estas abominaciones morirá y será responsable de su propia muerte.

30 Pues bien, yo juzgaré a cada cual según su comportamiento, oráculo del Señor. Convertíos de todos vuestros pecados, y el pecado dejará de ser vuestra ruina.

31 Apartad de vosotros todos los pecados que habéis cometido contra mí, renovad vuestro corazón y vuestro espíritu. ¿Por qué habrás de morir, pueblo de Israel?

32 Yo no me complazco en la muerte de nadie. Oráculo del Señor. Convertíos y viviréis.

 

*»• Buscar excusas para nuestras propias culpas, achacar a los otros los males que sufrimos es algo instintivo.

En ambos casos intentamos desviar de nosotros mismos la responsabilidad del pasado, el compromiso con el presente y el futuro. También en tiempos de Ezequiel existía este juego de echarse las culpas unos a otros, apoyándose en textos de la Escritura (Dt 5,9; 29,18-21; Ex 20,5) y en proverbios como los citados y referidos por el mismo Ezequiel (por ejemplo, 18,2). La palabra del profeta representa un giro crucial en el pensamiento sobre la solidaridad y sobre la retribución: cada uno carga con la responsabilidad de sus propios actos, cada uno tendrá la retribución que merezca por ellos.

Aunque ya desde los comienzos se conocía una responsabilidad individual (Gn 18,25), había predominado el-concepto de responsabilidad colectiva (Jos 7). Ezequiel se convierte en el teorizador de la responsabilidad individual. El profeta llama a la conversión, pero choca contra la mentalidad fatalista de sus contemporáneos: ¿de qué les sirve convertirse, si están pagando las culpas de sus padres? Ante esta concepción popular, Ezequiel muestra que la Ley lanza una llamada a la responsabilidad personal. La salvación de un individuo no depende de sus antepasados, ni de sus parientes más próximos (Ez 18,10-18), ni siquiera de su pasado (w. 21-23). Lo que cuenta siempre de verdad es la disposición actual del corazón (w. 5-9). Según esta mentalidad, existe un remedio para un pasado de iniquidad: la conversión para obtener la vida (w. 30-32).

Esta llamada no ha perdido actualidad. Todavía hoy, con una mentalidad fatalista o gregaria, nos referimos al «destino» o a la «pertenencia» a un grupo para quitarnos de encima la responsabilidad de lo que hemos hecho o de lo que haremos, para no comprometernos propiamente. Ciertamente, constituye siempre un problema vivo mostrarse solidarios con la comunidad sin alienarnos de nosotros mismos, cargar con las propias responsabilidades sin aislarnos de ella. La conversión y las obras de justicia y de caridad deben ser personales sin ser individualistas.

 

Evangelio: Mateo 19,13-15

13 En aquel tiempo le presentaron unos niños para que les impusiera las manos y orase. Los discípulos les regañaban,

14 pero Jesús dijo:

-Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos.

15 Después de imponerles las manos, se marchó de allí.

 

*• La subida de Cristo a Jerusalén está salpicada por numerosos episodios en los que se encuentra con gente humilde y despreciada, con gran escándalo de aquellos que le acompañan. Diríase que, al descubrir su propia vocación de ser despreciado y doliente, Jesús se aproxima a aquellos que presentan el mismo rostro. Por eso, el cuadro de los niños que presentan a Jesús no tiene que ser confundido con el del martes pasado.

El punto clave es diferente. Allí se trataba de la conversión y ello exigía hacerse pequeños; aquí, en cambio se habla de Jesús. Este manifiesta su intención de no alejar a nadie de su Reino; cuando dice «como ellos» (v. 14b) no se refiere a la edad, sino que quiere poner de relieve que se trata de «los que se parecen a ellos». En la antigüedad, no se consideraba a los niños como gente importante en la sociedad; Jesús, sin embargo, los convierte en los privilegiados en el Reino de Dios, los admite de modo complacido en la vida de la comunidad cristiana. Y junto con ellos admite y prefiere a los marginados, a los ignorados, a los despreciados, a los excluidos de la convivencia humana.

La actitud de los discípulos, que impiden a los pequeños acercarse a él, significa la incomprensión del ministerio de Cristo. Jesús es alguien que acoge a los pequeños para darles el Reino. Ay de aquel que impida a otros acercarse a Jesús. La imposición de las manos sobre los niños y la oración son un gesto de bendición (w. 13.15) y constituyen, asimismo, un signo de que la salvación se entrega a todos: a los niños, aunque no en sentido cronológico, sino en el de los humildes, los pobres, los pacíficos... de las bienaventuranzas. A modo de inciso: la oración y el gesto de Jesús sobre los niños fueron interpretados por la Iglesia antigua como fundamento del bautismo de los niños.

 

MEDITATIO

Los niños fueron «presentados» a Jesús «para que les impusiera las manos y orase». Fueron «presentados» tal vez porque eran verdaderamente pequeños y no sabían caminar todavía solos. Ésa es la situación de todo hombre que busca la bendición de Dios y es incapaz de ir a él. Tenemos necesidad de «madres» que nos presenten a Jesús, que no tengan miedo a este Maestro. También tenemos necesidad de dejarnos presentar a Jesús, cosa que sólo es posible si tenemos el espíritu de los niños; si queremos hacerlo solos, tal vez no lleguemos.

Algunos querían impedírselo: llegamos a Dios, a conocerlo y a amarlo de verdad, sólo cuando nos encontramos en la madurez, cuando somos capaces de realizar gestos de adulto. Durante mucho tiempo se ha pensado -y todavía se piensa- que los niños no pueden ser santos. Jesús nos dice que precisamente «de los que son como ellos es el Reino de los Cielos». Nos vienen a la mente todos aquellos que fueron presentados a Jesús para que los curara: el paralítico, el ciego... Quizás nuestra única decisión, la única que tendrá éxito, es la de «dejarnos presentar». ¿Quién nos presentará? En el rostro de esas madres entrevemos al Espíritu del amor.

Podemos realizar aún una ulterior reflexión. Con el gesto de la imposición de las manos acompañado de la oración es posible que Jesús quiera darnos a entender que pretende confiar a los niños un poder, una misión en relación con el Reino: los niños no sólo forman parte del Reino, sino que tienen asimismo el poder de hacer entrar en él. Será verdadero discípulo y apóstol quien se haga niño.

 

ORATIO

Estamos un poco confusos y nos cuesta todavía comprender. Ni siquiera percibimos que sea justo y nos cuesta tener que creer que tu Reino es de los niños, de aquellos que no hacen nada para tenerlo, de los que nada prometen o juran, de los que no piensan tener que darte nada: sólo muestran su disponibilidad para acogerlo, sólo gozan con recibirlo.

Quisiéramos estar entre «ésos» de quienes tú aseguras que forman parte ya de tu Reino. Danos el Espíritu del niño que tiene una confianza absoluta en el amor de quien lo acoge, de quien no quiere estar nunca solo, de quien goza con la posibilidad de referirse a alguien, de quien goza y se maravilla con todo don.

 

CONTEMPLATIO

Tu Reino, oh Dios, es de los niños, de aquellos que no son para sí mismos, sino de los otros, de ti; no se pertenecen, sino que sienten que deben pertenecer sólo a ti y a aquellos a quienes tú les envíes.

Tu Reino, oh Dios, es de los niños, de aquellos que saben que cuanto tienen y son es don de otros, de ti; de aquellos que no pueden procurarse nada, sino que lo esperan todo; cada día dicen con confianza, sin preocuparse del mañana: danos el pan de hoy.

Tu Reino, oh Dios, es de los niños, de aquellos que son pobres sin saberlo e incluso creen ser ricos sólo porque se sienten amados, y esto les basta.

Tu Reino, oh Dios, es de los niños, de aquellos que no se enorgullecen, no levantan su mirada con soberbia sobre los otros, no van en busca de grandezas que superan su capacidad, sino que acallan y moderan sus deseos porque saben que tú eres su padre y su madre (cf. Sal 130).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, un corazón de niño».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios nos ha revelado lo más profundo de su ser, para decirnos que en él no hay sólo poder, soberanía, ciencia y majestad, sino también inocencia, infancia y ternura infinitas. Porque es Padre, infinitamente Padre. Los hombres no lo sabían antes: no podían saberlo; por eso era necesario que Dios nos revelara a su Hijo. Pero los hombres se apresuraron a olvidar, no saben qué hacer con la humanidad de Dios y con su ternura. No la comprenden, ni siquiera la ven, porque se imaginan que la grandeza consiste en el poder y en el dominio; no saben que consiste sólo en amor.

En efecto, desde que se nos presentó el Reino bajo las semblanzas de un niño, está siempre amenazado. Ya en la noche de Navidad, estaban trabajando los soldados de Herodes.

El Reino está amenazado fuera y dentro de nosotros, porque de continuo renace en nosotros el viejo instinto del animal de presa: la voluntad de dominar, de ser los más fuertes. Pero el ángel del Señor nos invita a no temer. Este Niño es el salvador del mundo. ¡Salvados! ¡Estamos salvados! Ya no estaremos nunca solos en nuestro deshonor, en la desesperación: nada puede separarnos ahora de la ternura del Padre (Eloi Leclerc, en M. Foscal - L. Boccalatte [eds.], Saper rítrovarse, Fossano 1979).

 

Día 17

20° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 56,1.6-7

1 Así dice el Señor: Guardad el derecho, actuad con rectitud, pues ya llega mi salvación y está a punto de revelarse mi liberación.

6 Y a los extranjeros que deciden unirse y servir al Señor que se entregan a su amor y a su servicio, que observan el sábado sin profanarlo y son fieles a mi alianza.

7 los llevaré a mi monte santo y haré que se alegren en mi casa de oración. Aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, pues mi casa será casa de oración para todos los pueblos.

 

Con esta página comienza la tercera parte del libro de Isaías, introducida con un oráculo que se remonta al regreso de Israel del destierro babilónico (538 a. de C,). La salvación llega, y con ella la justicia y el derecho. Será dichoso quien observe el sábado, el mandamiento principal de la normativa judía y la señal elocuente de la justa relación del hombre con Dios, sobre el que tanto insisten los guías de Israel durante el periodo postexílico. Ni el extranjero (el prosélito reclutado entre los paganos) que se adhiera al Señor ni el eunuco (el judío nacido de un matrimonio ilegítimo contraído con extranjeros) que observe el sábado serán excluidos de la salvación. Así resuenan los vv. 2-5 omitidos en la lectura de la liturgia. Extranjeros y eunucos entrarán en la alianza y se reunirán en el templo, que se llamaré casa de oración para todos los pueblos» (cf Mc 11,17). El culto sacrificial ofrecido por quienes antes estaban excluidos es ahora aceptado. Un signo profético del pueblo de la alianza, llamado a promover la alianza de los pueblos (A. Chouraqui).

 

Segunda lectura: Romanos 11,13-15.29-32

Hermanos:

13 Me dirijo ahora a vosotros, los paganos. Precisamente porque soy apóstol de los paganos, trataré de honrar este ministerio mío,

14 a ver si provoco la emulación de los de mi raza y logro salvar a algunos de ellos.

15 Porque si su fracaso ha servido para reconciliar al mundo, ¿no será su readmisión como un volver de los muertos a la vida?

16 Pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables.

30 También vosotros erais en otro tiempo rebeldes a Dios, pero ahora, por la desobediencia de los israelitas, habéis alcanzado misericordia.

31 De igual modo, ellos son ahora rebeldes debido a la misericordia que Dios os ha concedido, para que también ellos alcancen misericordia.

32 Porque Dios ha permitido que todos seamos rebeldes para tener misericordia de todos.

 

·» Después de resaltar el rechazo del Mesías-Cristo por Israel, Pablo se pregunta si un acto así conlleva el repudio de Israel por parte del Dios de la alianza. Una vez dicho que es imposible, queda por explicar la razón de un hecho de tal importancia: la razón consiste en los <<celos» que habría provocado en el pueblo elegido el traspaso de las promesas de los judíos a los paganos, estimulando, de esta manera, la fidelidad al Dios de los Padres y a sus designios salvíficos. Pablo, por el contrario, escribe que el rechazo de Cristo por parte de Israel ha significado la reconciliación del mundo. Pero cuando Israel reconozca que en Cristo <<tiene su cumplimiento la Ley>> (Rom 10,4), entonces seré <<como un volver de los muertos a la vida», un acontecimiento estrepitoso que sólo la potencia divina puede realizar.

        Para clarificar mejor su reflexión, el apóstol desarrolla (en la sección omitida por la liturgia) la metáfora del acebuche (los paganos) injertado en el olivo (los judíos) y concluye diciendo: <<Si tú has sido cortado de un olivo silvestre, al que por naturaleza pertenecías, y has sido injertado contra tu naturaleza en el olivo bueno, ¿con cuánta mayor facilidad podrán ser injertadas las ramas originales en el propio olivo?» (v. 24). En este punto Pablo habla de <<misterio», del plan providencial de Dios, que espera el ingreso de todos en el Reino mesiánico, y, por supuesto, el acceso esta abierto para Israel. Ninguno de los dos pueblos —judíos y paganos— puede arrogarse derechos de progenitura, porque a entrambos cruza la desobediencia y ambos son llamados a experimentar la misericordia divina.

 

Evangelio: Mateo 15,21-28

21 Jesús se marchó de allí y se retiró a la región de Tiro y Sidón.

22 En esto, una mujer cananea venida de aquellos contornos se puso a gritar:

-Ten piedad de mi, Señor Hijo de David; mi hija vive maltratada por un demonio.

23 Jesús no le respondió nada. Pero sus discípulos  se acercaron y le decían:

—Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros.

24 El respondió:

—Dios me ha enviado solo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

25 Pero ella fue, se postró ante Jesús y le suplicó:

—¡Señor, socórreme!

26 El respondió:

—No esta bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos.

Ella replicó:

27 —Eso es cierto. Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.

28 Entonces Jesús le dijo:

- ¡Mujer: qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides. Y desde aquel momento quedé curada su hija.

 

Después de una serie de gestos y palabras que tienen por escenario el lago de Tiberiades, Cristo se adentra en territorio pagano, en la comarca fenicia que forma parte de Siria y es limítrofe con Galilea. Al encuentro le sale una mujer cananea (Marcos habla de una mujer <<sirofenicia») y le dirige una suplica en la que reconoce implícitamente el mesianismo (<<Hijo de David») y el señorío de Cristo.

        Habría bastado esta premisa, máxime sabiendo que se trataba de una posesión diabólica (los paganos estaban considerados bajo el dominio de Satanás) y que estaba acompañada de la invocación de la piedad divina, para ganarse favorablemente la voluntad de Cristo. Sin embargo, aunque Jesús haya venido apara destruir <<las obras del diablo>> (1 Jn 3,8), declara su preferencia actual por <<las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (cf Mt 10,6).

La insistencia y los razonamientos de la mujer obtienen el resultado esperado y el Señor le descubre a la cananea la grandeza de su fe: <<¡Qué grande es tu fe!>>, muy superior a la de los observantes judíos, que desde el rechazo y la incomprensión <<se sentían ofendidos al oír las palabras» del Señor (Mt 15,12).

 

MEDITATIO

Con el episodio de la cananea, la Iglesia de los orígenes afrontaba una cuestión de capital importancia, y no menos decisiva para la Iglesia de hoy: la salvación del que todavía no ha sido alcanzado por el Evangelio de Jesús. La intervención de la mujer se puede formular de la siguiente manera: <<La salvación pasa por el reconocimiento del mesianismo y el señorío de Cristo». El mismo Mateo nos enseña en el gran cuadro del juicio universal (c. 25) que tal reconocimiento puede ser implícito, ya que esta mas ligado al amor al prójimo que a la pertenencia formal a la Iglesia. Con eso se salvaguarda la unicidad de la salvación, que tiene en Cristo muerto y resucitado a su artífice, y al mismo tiempo, la apertura universal a los dones divinos.

Tal apertura ya fue anunciada proféticamente para la era mesiánica: ver el templo de Dios abierto a toda la gente. Este <<nuevo templo>> es la humanidad misma de Cristo, como recordara la Carta a los Hebreos, donde habita la divinidad, de modo que cada hombre que ore puede considerarse, según Pablo, <<templo de Dios», llamado a insertarse como miembro vivo en el cuerpo de Cristo.

Toda la familia humana tiene cabida en el misterio divino que comporta la recapitulación de cada criatura en Jesucristo, el Señor Así lo enseña el Concilio Vaticano II: <<Una sola es la vocación última de todos los hombres, es decir; la vocación divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo que solo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual» (Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, n. 22, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid *1976, 289-291).

 

ORATIO

Señor Jesucristo, hijo de David, acoge nuestra súplica. Aunque no venimos de tierras paganas sometidas por el maligno, siempre somos ovejas extraviadas de tu rebaño. En nuestros corazones pende un pasado de idolatría e infidelidad. Ciertamente, no somos dignos de sentarnos a la mesa de los hijos, pero una migaja de tu pan celeste puede redimirnos de nuestras perversiones y proporcionarnos el don de la salvación. Suscita en nosotros una <<fe grande», como la de la cananea, de modo que podamos testimoniar entre los hombres los prodigios de tu amor.

 

CONTEMPLATIO

La verdad es que Cristo había salido de sus términos y la mujer de los suyos, y de este modo pudieron encontrarse uno con otro. Comienza el evangelista por acusar a la mujer a fin de poner más de relieve la maravilla y proclamarla luego con más gloria. Al oír ese nombre de <<cananea», acordaos de aquellas naciones inicuas que fundamentalmente trastornaron aun las mismas leyes de la naturaleza. Y con ese recuerdo, considerad el poder de la presencia de Cristo. Porque los que habían sido expulsados de la tierra para que no extraviaran a los judíos, esos mismos se muestran ahora tanto mas aptos que los judíos, que salen de sus propios términos para acercarse a Cristo, mientras aquéllos lo arrojan de los suyos cuando va a ellos.

Acercándose, pues, a Jesús, la mujer cananea se contenta con decirle: <<¡Ten piedad de mi! », y pronto con sus gritos reúne en tomo a si todo un corro de espectadores. A la verdad, tenia que ser un espectáculo lastimoso ver a una mujer gritando con aquella compasión, y una mujer que era madre, que suplicaba en favor de su hija, y de una hija tan gravemente atormentada por el demonio. Porque ni siquiera se había atrevido a traer a la enferma en presencia del Señor sino que, dejándola en casa, ella dirige la suplica y solo le expone la enfermedad y nada mas añade.

La cananea, después de contar su desgracia y lo grave de la enfermedad, solo apela a la compasión del Señor y la reclama a grandes gritos. Y notemos que no dice: <<Ten piedad de mi hija», sino <<¡Ten piedad de mi!». Mi hija en realidad no se da cuenta de lo que sufre. <<Más él no le respondió palabra». ¿Qué novedad, qué extrañeza es esta? ¡Y ni respuesta se le concede! Tal vez, muchos de los que la oyeron se escandalizaron, pero ella no se escandalizó. Yo creo que los mismos discípulos  del Señor tuvieron alguna compasión de la desgracia de la mujer y hasta se turbaron y entristecieron un poco. Y, sin embargo, ni aun turbados se atrevieron a decirle al Señor: <<Concédele esta gracia». No. <<Y llegándose sus discípulos , le rogaban, diciendo: Despáchala, porque viene gritando detrás de nosotros», Pero Cristo les respondió: <<Dios me ha enviado solo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel ».

¿Qué hace, pues, la mujer? ¿Se calló por ventura al oír esa respuesta? ¿Se retiró? ¿Aflojó en su fervor? ¡De ninguna manera! Lo que hizo fue insistir con más ahínco. Realmente, no es eso lo que nosotros hacemos. Apenas vemos que no alcanzamos lo que pedimos, desistimos de nuestras suplicas cuando, por eso mismo, mas debiéramos insistir A la verdad, ¿a quién no hubiera desanimado la Palabra del Señor? El silencio mismo pudiera haberla hecho desesperar de su intento, y mucho mas aquella respuesta, Y sin embargo, la mujer no se desconcertó. Ella, que vio que sus intercesores nada podían, se desvergonzó con la más bella desvergüenza.

Cuanto mas la mujer intensifica su súplica, con más fuerza también él se la rechaza. Ya no llama ovejas a los israelitas, sino hijos; a ella, en cambio, solo le llama cachorrillo. ¿Qué hace entonces la mujer? De las palabras mismas del Señor sabe ella componer su defensa, He ahí por qué difirió Cristo la gracia: él sabía lo que la mujer había de contestar. Así puntualmente con esta cananea. No quería el Señor que quedara oculta virtud tan grande de esta mujer De modo que sus palabras no procedían del ánimo de insultarla, sino de convidarla, del deseo de descubrir aquel tesoro escondido en su alma, Por eso no le dijo Cristo: <<Quede curada tu hija», sino: <<Mujer; ¿qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides». Con lo que nos da a entender que sus palabras no se decían sin motivo, ni para adular a la mujer sino para indicarnos la fuerza de la fe (Juan Crisóstomo, <<Homilías sobre el evangelio de san Mateo», 52,1-2, en Obms de san Juan Crisóstomo, H, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1956, 105-106).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Ten piedad de mi Señor Hijo de David» (Mt 15,22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lu mujer de la región de Tiro y Sidón ora forzada y empujada por la necesidad. No puede hacer otra cosa, porque su hija está <<poseída>>, expresión que, entre otras cosas, significa que la comprensión entre ella y su hija hace tiempo que se ha roto, que ha cesado desde mucho tiempo atrás la inteligencia mutua y que ya no es posible volver a reconocer el alma de la otro detrás de las manifestaciones externas de los gestos y las palabras; como bajo la influencia de un poder extraño, la persona de la otra escapa a la percepción. Eso es lo que la Biblia designa con la terrible palabra <<demonismo» (Dämonie). Teniendo presente el tormento de semejante enfermedad, la mujer se dirige a Jesús y, bajo la presión e la necesidad, nada podré detenerla. Impulsada por los desvelos y la preocupación por su hija, no se deja apartar como una pesada, como pretenden los discípulos. Abraza cualquier Forma de humillación y se abandona a una forma de súplica que se podría calificar de perruna, si no se viese en ella precisamente la grandeza de su humanidad.

Así de poderosos pueden llegar a ser los lazos del amor en la súplica de unos por otros (E. Drewermann, El mensaje de las mujeres: La ciencia del amor, Herden Barcelona 1996, 134- 135; traducción, Claudio Gancho).

 

Día 18

Lunes de la 20ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 24,15-24

15 Recibí esta palabra del Señor:

16 -Hijo de hombre, voy a quitarte de repente a la que hace tus delicias, pero tú no te lamentes, no llores, no viertas lágrimas.

17 Suspira en silencio, no hagas luto; ponte el turbante en la cabeza, cálzate las sandalias, no te tapes la barba, no comas lo que te ofrezcan tus vecinos en día de luto.

18 Yo había hablado al pueblo por la mañana, y por la tarde murió mi esposa. Al día siguiente hice lo que se me había mandado.

19 El pueblo me dijo:

-Explícanos qué significa para nosotros lo que estás haciendo.

20 Yo les respondí: -He recibido esta palabra del Señor:

21 Di al pueblo de Israel: Esto dice el Señor: Voy a profanar mi santuario, vuestro orgullo y vuestra fuerza, la delicia de vuestros ojos, el amor de vuestra vida. Los hijos e hijas que dejasteis en Jerusalén caerán a espada.

22 Entonces haréis como he hecho yo: no os taparéis la barba, no comeréis lo que os ofrezcan vuestros vecinos en día de luto.

23 Llevaréis el turbante en la cabeza y las sandalias en los pies; no os lamentaréis ni lloraréis, sino que os consumiréis a causa de vuestras maldades y gemiréis unos con otros.

24 Ezequiel será para vosotros un símbolo: cuando esto suceda, haréis lo que él ha hecho y sabréis que yo soy el Señor.

 

**• Con el capítulo 24 se cierra la primera parte del libro de Ezequiel y también la primera parte de la actividad del profeta. Ezequiel, sacerdote, llevado a Babilonia en la primera deportación judía, fue llamado por Dios para desarrollar su ministerio en la tierra del exilio. Durante seis años anunció un juicio inminente. Ahora el asedio a Jerusalén está ya a las puertas: Ezequiel recibe la revelación de la fecha exacta y la orden de anunciar  el acontecimiento no sólo con palabras, sino con su propia experiencia personal. Se trata de una experiencia dolorosa: le es arrebatada la persona a quien más quiere, su mujer, «la que hace tus delicias» (v. 16), y se le manda también no manifestar ningún signo de duelo (w. 16ss).

Este extraño comportamiento suscita, como es natural, la curiosidad de la gente (v. 19). Y éste es el resorte que hace desencadenar la profecía. Lo que le ha sucedido a Ezequiel debe ser una señal para los israelitas en el exilio. Ha llegado la hora más trágica de su historia: su amada ciudad caerá en manos de los babilonios, sus hijos que se queden en la patria morirán. La catástrofe será tan fuerte y tan imprevista que no tendrán ni la fuerza ni el tiempo necesario para hacer luto y sólo podrán gemir en silencio (w. 22ss). En vez de derramar lágrimas de desesperación y manifestar su dolor al exterior, harán mejor en entrar en la intimidad de su alma para reconocer el mal que ha causado todo esto: haber olvidado a su Dios, que los ama como un esposo ama a su esposa. De este modo conseguirán arrepentirse sinceramente, reanimar su esperanza y volver a ponerse en el camino recto. Reaccionar ante el dolor con llantos y lamentos es algo instintivo, pero las lágrimas no lo son todo y por sí solas no cambian nada; al menos, no sirven para hacer eficaz el potencial salvífico y sapiencial encerrado en el misterio del dolor.

En el camino hacia el Calvario, cargado con la cruz, dirá Jesús a las mujeres que derramaban lágrimas por él: «Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos» (Le 23,28).

 

Evangelio: Mateo 19,16-22

16 En aquel tiempo se acercó uno y le preguntó:

-Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?

17 Jesús le contestó:

-¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es bueno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

18 Él le preguntó:

-¿Cuáles?

Jesús contestó:

-No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio;

19 honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo.

20 El joven le dijo:

-Todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué me falta aún?

21 Jesús le dijo:

-Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego ven y Sígueme.

22 Al oír esto, el joven se fue muy triste porque poseía muchos bienes.

 

*• Todos y cada uno deseamos la vida y la felicidad eternas, y cada uno de nosotros pregunta qué debe hacer para obtenerla. Así le preguntaban a Juan el Bautista sus oyentes, movidos por su predicación (cf. Le 3,10), así le preguntaba la gente a Pedro después del sermón del día de Pentecostés (cf. Hch 2,37). Ahora le plantea la pregunta a Jesús un joven que anda a la búsqueda, un joven que quiere hacer algo para conseguir la vida eterna, que quiere pasar a la acción su deseo profundo. Jesús se complace de la buena voluntad y le guía de manera gradual.

Con la contrapregunta: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno?, y la afirmación: «Uno sólo es bueno» (v. 17), recuerda el hecho de que la búsqueda de la vida eterna es, a fin de cuentas, la búsqueda de alguien. Lo «bueno» no es un principio ético abstracto, sino que tiene un rostro. Tras esta premisa, le indica Jesús a su interlocutor el camino según la doctrina tradicional: observar los mandamientos, que son expresiones explícitas de la voluntad divina. Pero el joven no se contenta con algo que le parece bastante obvio y piensa que todo eso ya lo ha cumplido (v. 20). Busca algo más, algo que vaya más allá de lo ya conocido y practicado. Entonces Jesús le hace la propuesta: «Si quieres ser perfecto...» (v. 21). Jesús aprecia el esfuerzo encaminado a ir más allá. Él mismo, en efecto, en el sermón de la montaña, exhorta a no contentarse con el mínimo indispensable, sino a apuntar a lo máximo posible: «Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48).

Ahora pone a este joven en el camino justo, dándole sugerencias concretas: dar todo a los pobres y seguir a Jesús.

Los bienes, mientras no son compartidos con los hermanos, alejan al hombre del Bien sumo, que es Dios: «Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón» (6,21). Para iniciar el seguimiento de Cristo es necesario tener el corazón en el lugar adecuado. Por desgracia, no es el caso de este joven, que, aunque dotado de buenas intenciones, no consigue despegar. Para él, sus bienes son todavía sus «muchos bienes» (v. 22b).

Al final, «se fue muy triste» (v. 22a).

 

MEDITATIO

A los judíos exiliados se les brinda la ocasión de reconocer el verdadero rostro de Dios en el dolor que va más allá de las lágrimas. «Cuando esto suceda... sabréis que yo soy el Señor». El joven rico, en cambio, por propia iniciativa y repleto de celo juvenil, busca el camino para obtener la vida eterna: pide consejo sobre lo que es bueno y sobre lo que se debe hacer para alcanzarlo.

Tenemos aquí dos modalidades de «trascendencia», es decir, de ir el hombre va más allá de sí mismo. Una toma el camino del descenso hacia abajo. Cuando el hombre toca el fondo de su miseria, cuando experimenta su extrema impotencia, se encuentra ante un momento de gracia en el que se le invita a descubrir la presencia misteriosa del Dios que lo sostiene. «El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido "destinado" a superarse a sí mismo»: así escribe Juan Pablo II en la carta apostólica Salvifici doloris (n. 2).

El otro camino es un impulso hacia lo alto. El hombre descubre que puede más, que debe ir más allá de lo que es necesario y se le exige; entonces Dios lo anima y lo impulsa a dar el salto. La vida del hombre es una trama de altos y bajos, de impulsos y caídas, de entusiasmos y depresiones, pero Dios está siempre dispuesto a salirle al encuentro en cualquier punto del camino: «Si subo hasta los cielos, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro» (Sal 139,7).

 

ORATIO

Señor, tus criaturas menos inteligentes nunca tienen necesidad de preguntarte: «¿Qué debemos hacer?». Las flores se abren espontáneamente a la llegada de la primavera, las estrellas aparecen en el cielo cuando desciende la noche, los pájaros emigran en cuanto empieza a hacer frío. Todos obedecen en silencio a tu Palabra dicha dentro de ellos. Y ninguno te pregunta: «¿Quieres explicarnos la razón de lo que haces?». Les basta con gozar, admirar y alabar.

Sólo nosotros, los seres humanos, la más noble entre todas tus criaturas, te bombardeamos a preguntas, te cansamos con nuestros: ¿qué... cómo... por qué? No aprendemos nunca a conocer tu voluntad por intuición tácita, por sintonía de corazón. Peor aún: tras haber obtenido tu respuesta, nos vamos tristes; tras haber sabido lo que debemos hacer, nos damos cuenta de que en el fondo no queremos ni saber, ni hacer. Señor, ten paciencia con nosotros.

 

CONTEMPLATIO

«¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es bueno». ¿Qué es lo que impulsa a Jesús a dar esta respuesta al joven y qué ventaja espera obtener de ella? En primer lugar, Jesús quiere elevar gradualmente su alma, enseñarle a huir de toda adulación, levantarlo de la tierra y acercarlo a Dios. Quiere persuadirle a buscar los bienes futuros, a desear el conocimiento de aquel que es verdaderamente bueno y constituye la raíz y la fuente de todos los bienes, a fin de que dé a Dios la gloria que le es debida. «En cuanto a vosotros, no llaméis a nadie maestro en la tierra»: dice esto para enseñarnos a distinguir entre él y todos los hombres y a reconocer quién es el principio y el origen de todos los seres.

Debemos señalar, por otra parte, que este joven, con semejante deseo, demuestra un fervor insólito para aquel tiempo. Todos los que se acercan a Cristo lo hacen para tentarle o para obtener de él la curación de alguna enfermedad de ellos mismos o de sus propios parientes.

Este joven, en cambio, se acerca a Jesús para preguntarle sobre la vida eterna. Se parece a una tierra feraz donde, no obstante, hay una gran cantidad de zarzas que sofocan la simiente. Considera, por otra parte, que se declara presto a obedecer los mandamientos de Cristo: «¿Qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?» (Juan Crisóstomo, Commento al vangelio di Matteo, Roma 1967, vol. III, 70ss [edición española: Comentario al evangelio de Mateo [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No acumuléis tesoros en esta tierra, sino en el cielo» (cf. Mt6,19).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La respuesta de Jesús es la que lo desenmascara. Él nombra los mandamientos y, al nombrarlos, los confirma de nuevo como mandamientos de Dios. El joven se siente atrapado de nuevo.

Esperaba poder desembocar en una conversación poco comprometedora sobre problemas eternos. Esperaba que Jesús le ofreciese una solución a su conflicto ético. Pero Jesús no se preocupa de su problema, sino de él mismo.

La única respuesta a la preocupación suscitada por el conflicto ético es el mandamiento de Dios, que implica la exigencia de no seguir discutiendo y obedecer por fin. Sólo el diablo ofrece una solución al conflicto ético; continúa preguntando y no te verás obligado a obedecer. Jesús no se fija en el problema del joven, sino en él mismo. No toma en serio el conflicto ético que el joven se toma tan en serio. Lo único que le interesa es que el joven termine escuchando el mandamiento y obedeciendo. Precisamente donde el conflicto ético quiere ser tomado en serio, donde atormenta y esclaviza al hombre, no dejándole llegar al acto de obediencia que le tranquilizaría, es donde se revela toda su impiedad, y es también allí donde conviene desenmascararlo en su ausencia impía de seriedad, como desobediencia definitiva. Sólo es serio el acto de obediencia que pone fin al conflicto y lo destruye, el que nos deja libres para llegar a ser hijos de Dios. Éste es el diagnóstico divino que se da al joven (D. Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, p. 39).

 

 

Día 19

San Juan Eudes

 

Juan Eudes nació en 1601 en Normandía. Fue ordenado sacerdote el día 20 de diciembre de 1625. Centrado en Cristo sacerdote, su deseo era «restaurar en su esplendor el orden sacerdotal ». Con algunos sacerdotes más fundó una congregación dedicada, además de a los ejercicios de las misiones, a la formación espiritual y doctrinal de los sacerdotes y de los candidatos al sacerdocio. Así comenzó la Congregación de Jesús y María. También fundó la orden de Nuestra Señora de la Caridad, para acoger y ayudar a las mujeres y a las jóvenes maltratadas por la vida. Hizo amar a Cristo y a la Virgen María, hablando sin cesar de su corazón. Murió el 19 de agosto de 1680. El papa Pío XI lo canonizó el 31 de mayo de 1925.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 28,1-10

1 Recibí esta palabra del Señor:

2 -Hijo de hombre, di al rey de Tiro: Esto dice el Señor: Tu corazón se ha engreído, y has dicho: «Yo soy un dios, he asentado mi trono divino en el corazón del mar».

Aunque eres un hombre y no un dios, has querido igualar en sabiduría a los dioses.

3 Te creías más sabio que Daniel, ningún enigma se te resistía.

4 Con tu sabiduría y tu inteligencia has conseguido riquezas, has amontonado tesoros de oro y plata.

5 Comerciando hábilmente has acrecentado tus riquezas, y por ellas se ha engreído tu corazón.

6 Por eso, así dice el Señor: Porque has querido igualarte a Dios,

7 yo haré venir contra ti a extranjeros, los más feroces de las naciones, que desenvainarán la espada contra tu brillante sabiduría y profanarán tu belleza.

8 Te harán bajar a la fosa y perecerás de muerte violenta en el corazón del mar.

9 ¿Podrás seguir diciendo ante tus verdugos que eres un dios? Para tus verdugos serás un simple hombre y no un dios.

10 Muerte de incircunciso te darán gentes extrañas. Porque lo he dicho yo.

 

*+• En los capítulos 25-32, segunda parte del libro de Ezequiel, encontramos una colección de oráculos contra los pueblos paganos de alrededor. Esos pueblos han mostrado sentimientos de orgullo frente a Dios y han representado una constante tentación para Israel, alejándolo de YHWH, su Dios.

La lectura litúrgica de hoy contiene los oráculos relacionados con el príncipe de Tiro y todo su Reino, que constituía una gran potencia marítima en aquel tiempo. El juicio está pronunciado con severidad e ironía. La culpa denunciada es el orgullo desmesurado que le llevan a usurpar prerrogativas divinas. El príncipe de Tiro pretende ser una divinidad, dominar no sólo sobre la isla, sino también sobre el extenso mar que la rodea. Se describe de manera perspicaz el proceso según el que ha llegado a este absurdo. Se ha exaltado, en primer lugar, en su inteligencia, prudencia y versatilidad en toda diplomacia; a continuación, se vanagloria de su capacidad para procurarse ingentes riquezas. Su autodivinización, además de ser una locura, constituye un grave atentado contra la gloria de YHWH, único Dios, Creador y Señor del universo, el único digno de la máxima alabanza y adoración. Por eso la sentencia de castigo es grave: morirá y su reino será aniquilado.

El orgullo, la autoexaltación, la autodivinización, son en el fondo «el pecado que acecha a tu puerta» (Gn 4,7) desde el principio. ¿Acaso no desobedecieron Adán y Eva y merecieron la condena por haber querido «ser como Dios (Gn 3,5)?

 

Evangelio: Mateo 19,23-30

En aquel tiempo,

23 Jesús dijo a sus discípulos:

-Os lo aseguro, es difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos.

24 Os lo repito: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

25 Al oír esto, los discípulos se quedaron impresionados y dijeron:

-Entonces, ¿quién podrá salvarse?

26 Jesús les miró y les dijo:

-Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.

27 Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo:

-Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos espera?

28 Jesús les contestó:

-Os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, cuando todo se haga nuevo y el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

29 Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.

30 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.

 

**• Después de que el joven rico se hubiera ido triste, también Jesús, entristecido por el hecho, lo comenta con tono grave. Nadie puede «servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). El Reino de los Cielos es de los «pobres en el espíritu» (cf. 5,3): por eso difícilmente entran en él los ricos; primero tienen que hacerse pobres. La elocuente imagen del camello contribuye a dar un mayor énfasis a esta afirmación.

Se comprende que los discípulos se quedaran turbados y desconcertados. Jesús penetra con la mirada su corazón y se da cuenta de su perplejidad. Sí, no han comprendido mal. Seguir a Cristo de una manera radical es difícil, incluso imposible, cuando se cuenta sólo con las fuerzas humanas, pero deben recordar que el sujeto de la obra no son ellos, sino Dios, para quien «todo es posible». Llegados aquí, Pedro, con la franqueza y el carácter impulsivo que le caracterizan, descubre con sorpresa la diferencia de su situación con respecto a la del joven rico. Ellos han acogido el don divino, lo han abandonado todo para seguir a Jesús, ¿qué les espera? (v. 27). El joven rico se fue triste porque había respondido «no», pero ¿qué le sucede a quien responde «sí»? Ya conocen el final de los que optan por el dinero, pero ¿qué obtendrán los que optan por Dios? Jesús no es un vendedor de mercancías y no necesita hacer una lista de todo lo que recibirán sus discípulos por el precio que han pagado. Sin embargo, como conoce la pequeñez del corazón humano, necesitado de seguridades y de alientos, nos asegura que la recompensa será grande tanto en este tiempo como en la eternidad. En efecto, «Dios es más grande que nuestro corazón» (1 Jn 3,20); a cambio del poco al que hayamos renunciado por su amor, se nos dará «una buena medida, apretada, rellena, rebosante » (Le 6,38).

 

MEDITATIO

A san Juan Eudes le preocupaban la formación y la actitud de los presbíteros de su tiempo, como a Pablo en el suyo y como a Jesús en todos los tiempos. Dejándonos iluminar por el evangelio de Mateo que hemos leído, meditemos sobre él.

En la primera parte de este discurso, Jesús critica cuatro vicios en los que Dios quiera que nosotros no nos veamos implicados:

- La incoherencia: no hacen lo que dicen. No son las palabras lo que cuenta, sino los hechos: «Por sus frutos los conoceréis».

- La doble moral: cargan fardos insoportables sobre la gente y ellos no mueven un dedo para ayudarles. Se conforman con la moral externa y vacía de vitalidad. Pero a los demás les señalan con el dedo sí no cumplen.

- La hipocresía: usan distintivos para ser vistos y reconocidos. Más adelante, Jesús dirá que son sepulcros blanqueados.

- La vana ostentación: les gustan los primeros puestos y que les reverencien llamándoles maestros, padres, jefes... ¿Qué tipo de Iglesia y comunidad propone la segunda parte del texto?

- Igualitaria y fraternal: fuera honores mundanos, títulos y reverencias. «Todos vosotros sois hermanos». En la comunidad cristiana, todos tienen la misma talla. La auténtica jerarquía sólo destaca como servicio a la fraternidad.

- Cristocéntrica: el único maestro y señor es Jesús, el Mesías. Él es el centro, el jefe de la comunidad.

- Servicial: la grandeza de los ministerios está en eso, en servir.

Volver a los esquemas jerárquicos que sitúan a las personas en escalafones o niveles de más o menos prestigio es, en la perspectiva de Jesús, no haber entendido en qué consiste el Reino de Dios. No se rechaza la función específica de dirección; lo que Jesús propone y lo que él mismo vivió es que el que dirige sea el primero en el servicio...

 

ORATIO

Oración de misericordia a los Corazones de Jesús y María:

Corazón misericordioso de Jesús: Estampa en nuestros corazones una imagen perfecta de tu gran misericordia, para que podamos cumplir el mandamiento que nos diste: «Serás misericordioso como lo es tu Padre».

Madre de la misericordia: Vela sobre tanta desgracia, tantos pobres, tantos cautivos, tantos prisioneros, tantos hombres y mujeres que sufren persecución en manos de sus hermanos y hermanas, tanta gente indefensa, tantas almas afligidas, tantos corazones inquietos. Madre de la misericordia, abre los ojos de tu clemencia y contempla nuestra desolación. Abre los oídos de tu bondad y oye nuestra súplica. Amorosísima y poderosísima abogada, demuéstranos que eres la Madre de la Misericordia.

 

CONTEMPLATIO

El reflejo de una comunidad evangélica y evangelizadora:

Una comunidad dice mucho cuando es de Jesús.

Cuando habla de Jesús y no de sus reuniones.

Cuando anuncia a Jesús y no se anuncia a sí misma.

Cuando se gloría de Jesús y no de sus méritos.

Cuando se reúne en torno a Jesús y no entorno a sus problemas.

Cuando se extiende para Jesús y no para sí misma.

Cuando se apoya en Jesús y no en su propia fuerza.

Cuando vive de Jesús y no vive de sí misma.

Una comunidad dice poco cuando habla de sí misma.

Cuando comunica sus propios méritos.

Cuando da testimonio de su compromiso.

Cuando se gloría de sus valores.

Cuando se extiende en provecho propio.

Cuando vive para sí misma.

Cuando se apoya en sí misma.

Una comunidad no se tambalea por sus fallos, sino por la falta de fe.

No se debilita por los pecados, sino por la ausencia de Jesús.

No se rompe por las tensiones, sino por el olvido de Jesús.

No se ahoga por falta de aire fresco, sino por asfixia de Jesús.

(Patxi Loidi.)

 

ACTIO

Decir hoy de corazón: ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María, en vos confío!

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Juan Eudes nos dejó su manera de orar en cuatro movimientos:

Adorar, contemplar, maravillarse, admirar.

Dar gracias: reconocer los dones del Señor, decir ¡gracias!

Vivir el perdón: tomar conciencia de la distancia que existe entre ni propia vida y los maravillas del Amor de Dios.

Darse a Jesús: darse para ser testigo, darse para la misión.

Estos cuatro movimientos son cuatro actitudes interiores que tenemos que desarrollar y que suponen tomar el tiempo para acogerse a sí mismo, acoger al Otro, Dios, y recibirse de Dios.

Adoremos a Dios en el inmenso amor que tiene por todas sus criaturas y por cada uno de nosotros en particular. Bendigámosle, amémosle. Agradezcámosle los innumerables beneficios de su amor. Pidámosle perdón por nuestras ingratitudes hacia Él y por nuestras faltas de amor con el prójimo.

Démonos al amor de Dios, para que Él elimine todas nuestras resistencias y así reine perfectamente en nosotros.

 

Día 20

San Bernardo de Claraval (20 de agosto)

 

Bernardo, primer abad de Clairvaux (Claraval) y doctor de la Iglesia, nació el año 1090 en el seno de una familia noble de Borgoña. Inflamado por el Espíritu y enardecedor de almas desde su juventud, entró a los 20 años en el monasterio de Cíteaux, conquistando para el ideal monástico a muchos jóvenes nobles.

Tras ser nombrando en 1115 abad de Claraval, convirtió muy pronto su monasterio en un cenáculo de vida espiritual y en un auditorio del Espíritu Santo. Fue llamado por príncipes, obispos y papas, refutó herejías, defendió los derechos de la Iglesia y al papa legítimo. Como doctor de la unión mística con el Verbo y cantor sublime de la Virgen María, es autor de numerosos tratados, cartas y sermones. Murió en 1 153, llorado en Claraval por más de 700 monjes y siendo padre de más de 160 monasterios.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 34,1-11

1 Recibí esta palabra del Señor:

2 -Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza y diles: Esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No es el rebaño lo que deben apacentar los pastores?

3 Vosotros os bebéis su leche, os vestís con su lana, matáis las ovejas gordas, pero no apacentáis el rebaño.

4 No habéis robustecido a las flacas, ni curado a las enfermas, ni habéis vendado a las heridas; no habéis reunido a las descarriadas, ni buscado a las perdidas, sino que las habéis tratado con crueldad y violencia.

5 Y así, a falta de pastor, andan dispersas a merced de las fieras salvajes.

6 Mi rebaño anda errante por montes y colinas, dispersas mis ovejas por todo el país sin que nadie las busque ni las cuide.

7 Por eso, escuchad, pastores, la Palabra del Señor:

8 Por mi vida lo juro, oráculo del Señor: por falta de pastor, mis ovejas han sido expuestas al pillaje y han quedado a merced de las fieras; mis pastores no se han preocupado de mi rebaño; se han apacentado a sí mismos en lugar de apacentar mi rebaño.

9 Pues bien, pastores, oíd la Palabra del Señor:

10 Esto dice el Señor: Aquí estoy yo para reclamar mis ovejas a los pastores; no les dejaré apacentar más a mis ovejas y así no se apacentarán más ellos mismos. Les arrebataré mis ovejas de su boca para que no les sirvan de alimento.

11 Porque esto dice el Señor: Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré.

 

*•• Ezequiel actúa como anunciador del juicio inminente antes de la caída de Jerusalén. Cuando, a continuación, ya ha tenido lugar este juicio, el profeta asume la tarea de volver a encender la esperanza en el pueblo, exhortándolo a la confianza y a una fidelidad plena a Dios.

El pasaje que hemos leído hoy se inserta en esta nueva perspectiva. El oráculo encuentra su cima en la última frase: «Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré-» (v. 11). Éste es el mensaje de esperanza. El rebaño estuvo sometido en el pasado a pastores malos. Los últimos gobernantes de Israel -reyes, sacerdotes, ancianos, etc.- no fueron fieles a la tarea que les había sido confiada. Su culpa fundamental fue el egoísmo, el abuso de poder, la explotación del pueblo y la búsqueda del propio interés. En la condena se repite una y otra vez la acusación: «Se han apacentado a sí mismos», cuando deberían haberse ofrecido a sí mismos al servicio del rebaño, deberían haber defendido a las ovejas de las fieras, guiarlas a buenos pastos, ir en busca de las perdidas y preocuparse de las más débiles (w. 3ss). La reciente tragedia de Israel se debe en gran parte a estos malos pastores. Ahora, el Señor les pedirá cuentas de los daños causados y les quitará el poder sobre su pueblo.

La buena noticia para Israel no es tanto la eliminación de los gobernantes irresponsables como la promesa de que el Señor mismo se ocupará de su pueblo. Se trata de la promesa de la restauración y del retorno, la promesa de una nueva era. La imagen de YHWH pastor era muy familiar en la tradición de Israel. Los oyentes de Ezequiel saben bien lo que significa tener a Dios mismo como pastor. El autor del salmo 23 describe sus rasgos con una gran belleza. La imagen del pastor es posteriormente enriquecida en el Nuevo Testamento al aplicársela Jesús a sí mismo: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas» (Jn 10,11).

 

Evangelio: Mateo 20,1-16a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Por eso, con el Reino de los Cielos sucede lo que con el dueño de una finca que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña.

2 Después de contratar a los obreros por un denario al día, los envió a su viña.

3 Salió a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo

4 y les dijo: «Id también vosotros a la viña y os daré lo que sea justo».

5 Ellos fueron. Salió de nuevo a mediodía y a primera hora de la tarde e hizo lo mismo.

6 Salió por fin a media tarde, encontró a otros que estaban sin trabajo y les dijo: «¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada?».

7 Le contestaron: «Porque nadie nos ha contratado». Él les dijo: «Id también vosotros a la viña».

8 Al atardecer, el dueño de la viña dijo a su administrador: «Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros».

9 Vinieron los de media tarde y cobraron un denario cada uno.

10 Cuando llegaron los primeros, pensaban que cobrarían más, pero también ellos cobraron un denario cada uno.

11 Al recibirlo, se quejaban del dueño,

12 diciendo: «Estos últimos han trabajado sólo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor».

13 Pero él respondió a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No quedamos en un denario?

14 Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero dar a este último lo mismo que a ti,

15 ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?».

16 Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos.

 

*»• Hay muchas líneas que conectan el pasaje de hoy con los de los días precedentes. La parábola de los trabajadores de la viña, que concluye con la afirmación: «Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos» (v. 16a), recuerda la frase final del evangelio de ayer: «Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros» (19,30). Jesús le había señalado al joven rico que «uno sólo es bueno»; ahora, en 20,15, la frase final del dueño ante un obrero de la primera hora suena de este modo: «¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?».

Esta parábola, contada de una manera vivaz, constituye una llamada dirigida no sólo al pueblo de Israel, llamado en primer lugar, para que goce de la liberalidad sorprendente que usa el Señor respecto a los «últimos» -ya sean éstos paganos, publícanos o pecadores-, sino también a los lectores cristianos para que se conviertan a los criterios de Dios, liberándose de la mezquindad de mente y de corazón, de las comparaciones y de los fáciles refunfuños, de la cerrazón egoísta.

Debemos invertir nuestros modos de pensar y de obrar: Dios hace entrar en su Reino al pobre y no al rico, da la precedencia a los últimos y no a los primeros, dispensa gratuitamente sus dones no sobre la base de los méritos precedentemente adquiridos. Ya en el libro del profeta Isaías dice Dios de manera explícita: «Mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos, oráculo del Señor. Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes» (Is 55,8-9).

Si al joven rico que ha observado desde siempre la Ley le pide Jesús que dé un salto cualitativo, aquí pide a todos que se desembaracen de sus propias justicias basadas en cálculos exactos, para gozar de la inmensa bondad de Dios y de su gracia sobreabundante. Dios dialoga, en efecto, con el hombre en los dilatados espacios del amor, no en los estrechos límites del derecho o de la contabilidad.

El amor no contradice la justicia, sino que extiende sus límites: «Dios, que tiene poder sobre todas las cosas y que, en virtud de la fuerza con que actúa en nosotros, es capaz de hacer mucho más de lo que nosotros pedimos o pensamos» (Ef 3,20). Nuestro Dios es un Dios de corazón grande y debe ser acogido con un corazón grande.

 

MEDITATIO

Bernardo eligió ser monje, es decir, discípulo de Cristo, y lo fue durante la mayor parte de su propia vida, durante más de cuarenta años. Su experiencia monástica -el deseo de Dios y de ser una sola cosa con él- nos suministra la clave para la interpretación de su vida y de su vastísima obra. Como dice el evangelio, buscando antes que nada el Reino de Dios, todo le fue dado por añadidura: una admirable sabiduría en las cosas divinas y humanas, una capacidad extraordinaria para fascinar a las almas y llevarlas a Cristo, una genialidad sorprendente y un discernimiento iluminado puesto al servicio de la Iglesia.

Bernardo, hombre dotado de dones de la naturaleza y de la gracia, escritor brillante de estilo fascinante e imperecedero, hombre de pensamiento reconocido y apreciado entre los más grandes del siglo, fue antes que nada un amante del silencio del claustro, un enamorado del Verbo, un lector asiduo de la Escritura: la palabra de la Biblia forja su predicación y sus escritos, el amor divino absorbe su contemplación y le hace doctor de la caridad. La largura, la anchura, la altura y la profundidad del misterio de Dios que vive Bernardo y al que conduce tienen un carácter eminentemente vital, místico, y, en este sentido concreto, es siempre actual.

El calor de su humanidad se vuelve transparencia, pedagogía, espejo donde se refleja la proximidad de Dios al camino del hombre, en la vía que conduce al encuentro con Él.

 

ORATIO

Señor Dios mío, ¿por qué no anulas mi pecado? ¿Por qué no eliminas mi iniquidad? Así, tras descargarme del grave peso de mi voluntad, podré respirar bajo el leve peso de la caridad e, impulsado por tu Espíritu, que es espíritu de libertad, recibiré de él el testimonio para mi espíritu de que también yo soy uno de tus hijos y existo sobre esta tierra como imitador tuyo (Bernardo de Claraval, Liber de diligendo Deo, 36).

Dichoso aquel que, en todo lugar, te toma como guía, Señor Jesús. Que nosotros, tu pueblo y ovejas de tu rebaño, te sigamos, por medio de ti y hacia ti, porque tú eres el camino, la verdad y la vida: el camino por el ejemplo que das, la verdad por la promesa que haces, la vida por la recompensa que concedes. Tú tienes, en efecto, las palabras de vida eterna; nosotros reconocemos y creemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, Dios por encima de todo, bendito por los siglos (Bernardo de Claraval, Sermoni dell'Ascensione 2, 6).

 

CONTEMPLATIO

Algunos dichos de san Bernardo:

«El motivo para amar a Dios es Dios mismo».

«A Dios le buscamos con el deseo».

«No buscarías a Dios si antes no hubieras sido buscado por él, ni amarías a Dios si antes no hubieras sido amado por él».

«Dios mismo infunde en el alma el deseo, que no es otra cosa más que una inspirada avidez de santo amor».

«Quien se adhiere a Dios forma un solo espíritu con él».

«La obediencia vuelve a abrir el ojo que la desobediencia había cegado».

«Ver a Dios no es otra cosa más que ser como él es».

«Ésta es la alegría perfecta: tener una sola voluntad con Dios».

 

ACTIO

Repite a menudo durante el día con san Bernardo: «La medida del amor es amar sin medida».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El fin del hombre es el reconocimiento de la verdad, que es Dios, lo que implica el conocimiento de la relación del hombre con Dios, que es una relación de indigencia. Como el obstáculo es el orgullo, el remedio es la humildad; la condición es la gracia, el encuentro con Dios en Cristo. El resultado es la estima del hombre por su dignidad recuperada de imagen de Dios: mientras que la ignorancia de sí y el orgullo disminuyen el valor del hombre, la humildad, reconocimiento de la necesidad de Dios, pero también de la capacidad de Dios que hay en el hombre, revela a éste lo que él mismo es. De este modo, «sale» de él mismo y se eleva, crece, «se extiende» a nuevas dimensiones, las del amor a Dios y al prójimo. El ser humilde se vuelve manso, misericordioso. Así, la fe vivida y, por así decirlo, transformada en humildad, en caridad, hace, según los modos de hablar de nuestro tiempo, salir al «mí mismo» del «yo»: despierta al yo a la libertad del «mí mismo», le hace convertirse en persona en presencia de Dios, en comunión de solidaridad con todos.

En Bernardo está siempre presente este mensaje de gloria, condicionado por su mensaje de humildad, este realismo extremo en la consideración de la miseria del hombre, y esta confianza indefectible en la gloria que está ya en él y no espera más que manifestar sus efectos. La función de la expresión literaria será hacer ver un poco de esta luz oculta que percibe la mirada de la fe. En Bernardo, como también en otros grandes espirituales que fueron escritores, la intensidad de la experiencia explica el carácter ferviente, apasionado de la expresión y, por consiguiente, la parte de exageración que ésta pueda tener: tanto si evoca las profundidades de nuestra bajeza o la sublimidad de las visitas del Verbo, parece ir a veces demasiado lejos, rebasar los límites de lo razonable y, en todo caso, de lo normal y de lo habitual. A decir verdad, se limita simplemente a revelar, a propósito de él mismo, lo que puede ser el caso de todos.

Sus escritos manifiestan un pensamiento a la vez contemplativo y tan comprometido como es posible. Cada uno de ellos empezó siendo un acto bien preciso, pero en cada uno de ellos alcanza Bernardo lo universal. Cuanto más lúcido es un ser sobre sí mismo, más ilumina a los otros sobre ellos mismos (J. Leclercq, Bernardo de Claraval, Edicep, Valencia 1991, pp. 212-213).

 

Día 21

San Pío X (21 de agosto)

 

Giuseppe Sarto nació el 2 de junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, en el seno de una familia campesina. Su madre, viuda con diez hijos, le hizo terminar los estudios en el seminario. Giuseppe fue ordenado sacerdote a los 23 años. En 1875 era canónigo en Treviso; en 1884, obispo de Mantua; en 1893, patriarca de Venecia, y, por último, el 4 de agosto de 1903, papa. Su lema fue «renovar todo en Cristo». Murió el 20 de agosto de 1914. Su Catecismo se hizo célebre.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 36,23-28

Así dice el Señor:

23 Haré que sea reconocida la grandeza de mi nombre, que vosotros profanasteis entre las naciones. Así, cuando haga que por medio de vosotros sea reconocida mi grandeza en presencia de las naciones, sabrán que yo soy el

Señor. Oráculo del Señor.

24 Os tomaré de entre las naciones donde estáis, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra.

25 Os rociaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras impurezas e idolatrías.

26 Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.

27 Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis mandamientos, observando y guardando mis leyes.

28 Viviréis en la tierra que di a vuestros antepasados; vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

 

**• Jesús nos enseña en la oración del Padre nuestro a dirigirnos a Dios invocando: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6,9c). Aquí es el Señor mismo el que dice: «Haré que sea reconocida la grandeza de mi nombre» (Ez 36,23). En los versículos precedentes (16-22), él mismo cuenta que su nombre ha sido deshonrado entre los pueblos extranjeros a causa de Israel. Ahora va a darle la vuelta a la situación: liberará a Israel del yugo de sus enemigos, por amor a su pueblo y también por amor a su nombre, para manifestar su poder y su fidelidad ante todos los pueblos.

Dios hace saber también el modo como llevará a cabo su proyecto. Hará regresar a su pueblo del exilio*, habrá como un nuevo éxodo, una nueva liberación. Purificará de manera radical a su pueblo, suprimiendo todo lo que hay de impuro en él. Pero, sobre todo, transformará al hombre por dentro, convirtiéndole en una criatura nueva.

Esta transformación íntima está representada por el «corazón nuevo», una imagen que aparece también en Jr 31,31-34. El corazón es la sede del pensamiento, de la voluntad, del sentimiento, de la vida moral, de la decisión radical; el corazón es el yo profundo. Dios reemplazar en cada uno el «corazón de piedra» -duro, insensible, pesado- por un «corazón de carne», esto es, por un corazón capaz de amar y de ser amado, dócil, acogedor, vivo, en sintonía con su corazón. Ahora bien, el corazón nuevo puede envejecer aún y el corazón de carne también puede endurecerse; para garantizar la novedad perenne y la transformación continua, Dios infundirá dentro de cada hombre un espíritu nuevo. Como en la creación del primer hombre, también ahora el Espíritu da vida y mantiene siempre fresca y hermosa la relación entre el hombre y su Dios. Israel, animado por el Espíritu, será capaz de vivir las exigencias de la alianza del Sinaí, que no está no basada en la fría observancia de las prescripciones, sino en un principio interior de comportamiento religioso, en una inclinación de amor.

 

Evangelio: Mateo 22,1-14

En aquel tiempo,

1 Jesús tomó de nuevo la palabra y les dijo esta parábola:

2 -Con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que celebraba la boda de su hijo.

3 Envió a sus criados para llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir.

4 De nuevo envió otros criados, encargándoles que dijeran a los invitados: «Mi banquete está preparado, he matado becerros y cebones, y todo está a punto; venid a la boda».

5 Pero ellos no hicieron caso y se fueron unos a su campo y otros a su negocio.

6 Los demás, echando mano a los criados, los maltrataron y los mataron.

7 El rey entonces se enojó y envió sus tropas para que acabasen con aquellos asesinos e incendiasen su ciudad.

8 Después dijo a sus criados: «El banquete de boda está preparado, pero los invitados no eran dignos.

9 Id, pues, a los cruces de los caminos y convidad a la boda a todos los que encontréis».

10 Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala se llenó de invitados.

11 Al entrar el rey para ver a los comensales, observó que uno de ellos no llevaba traje de boda.

12 Le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?». El se quedó callado.

13 Entonces el rey dijo a los servidores: «Atadlo de pies y manos y echadlo fuera a las tinieblas; allí llorará y le rechinarán los dientes».

14 Porque son muchos los llamados, pero pocos los escogidos.

 

*» Esta parábola está compuesta por dos fragmentos: los w. 1-10 tienen como tema central el banquete nupcial, los w. 11-14 se detienen en el tema del traje. El Reino de Dios es alegre y gozoso; es semejante a un banquete de bodas, que, en la tradición bíblica, es la expresión más elevada de la fiesta. Además, el banquete ha sido preparado por el rey para la boda de su hijo.

Todo hace esperar un desarrollo feliz. Sin embargo, surgen imprevistos: los invitados se niegan a participar en el banquete. En la perspectiva teológica de Mateo no es difícil leer en esta parábola la historia de Israel desde los comienzos a los tiempos del Mesías. El banquete, para el que ya está todo preparado, no queda cancelado por el repetido rechazo de los primeros invitados, sino que se abre a otros, a todos. Los nuevos comensales constituyen el nuevo Israel: la Iglesia, santa y siempre necesitada de conversión, siempre atenta para conservar impecable su vestido nupcial.

Sin embargo, la parábola interpela también a cada cristiano en particular. La invitación a la alegría del banquete es una gracia, un don que compromete la vida y lo hace seriamente; la transforma, la hace nueva.

Frente a esta invitación, el hombre dispone de la libertad de aceptarla o rechazarla. Quien la rechaza, siempre encuentra excusas y justificaciones que le parecen buenas y razonables. En el fondo, se trata de autoengaños que emergen de las profundidades tenebrosas de la psique humana. Con todo, el que ha entrado en la sala del banquete no por ello debe pensar que tiene asegurada la salvación. A pesar de que la entrada sea gratuita y se ofrezca a lodos, se exige a los comensales que lleven el traje de boda y la disposición correspondiente. Los cristianos deben «vestirse de Cristo» (Rom 13,14; Gal 3,27), tener sus mismos pensamientos y sentimientos (cf. Flp 2,5). El f¡nal del intruso que participa en el banquete sin el traje de boda es triste. Es el mismo destino de la cizaña (Mi 13,42) y délos peces malos (13,50).

La frase conclusiva de la parábola es un grave aviso a los lectores: «Son muchos los llamados, pero pocos los escogidos» (22,14).

 

MEDITATIO

Pío X era un hombre de ánimo muy sencillo y dispuesto a ceder cuando la caridad de Cristo pedía un noble sacrificio. Su figura dulce y humilde, animada por una fuerza interior que se manifestaba con una irresistible fuerza interior, le hizo aparecer de inmediato como un santo, y a la santidad llamaba a todos sus hijos, especialmente a los sacerdotes. Toda su vida de sacerdote y de obispo había sido una aspiración continua a convertirse en el buen pastor de las almas. La vida de piedad, a la que el pontífice dio un grandísimo impulso, además de la incitación a la educación catequética, tomaron vigor gracias a los decretos que se refieren al sacramento de la eucaristía. Justamente, Pío X fue llamado el papa de la eucaristía.

La restauración cristiana querida por Pío X respondía a su inmenso deseo de hacer bien a todos. Había sido siempre el hombre de la inagotable caridad material y espiritual, y como pontífice brilló en él aún más viva y universal esta sublime virtud, que le convertía realmente en el «dulce Cristo en la tierra» (A. Saba, Storia della Chiesa, Turín 1945, IV, pp. 350-357, passim).

 

ORATIO

Oración al Sagrado Corazón de Jesús muy estimada por Pío X:

«Oh Corazón amoroso, en vos pongo toda mi confianza, pues de mi debilidad lo temo todo y lo espero todo de vuestra bondad».

 

CONTEMPLATIO

Nadie, por tanto, cuando piensa que sólo con ella, entre todos, estuvo unido Jesús durante treinta años con esas relaciones de intimidad familiar que unen siempre a un hijo con su madre, pondrá en duda que, especialmente por mediación de María, se nos ha abierto el mejor camino para conocer a Jesús. En efecto, los maravillosos misterios del nacimiento y de la niñez de Cristo, y sobre todo el de la Encarnación, que constituye el principio y el fundamento de nuestra fe, ¿a quién podían ser más manifiestos que a su Madre? Ésta no sólo «conservaba en su corazón» lo que había sucedido en Belén o en el templo de Jerusalén, sino que también fue partícipe de los pensamientos de Cristo y de sus deseos escondidos; de modo que puede decirse que ella había vivido la vida misma de su Hijo. Nadie, pues, conoció a Cristo tan íntimamente como ella; por consiguiente, no puede haber maestro o guía más apto que ella para el conocimiento de Cristo (Pío X, carta encíclica Ad diem illum laetissimum, en el 50° aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción, 2 de febrero de 1904).

 

ACTIO

Medita hoy sobre este deseo del papa Pío X: «Deseo que el pueblo rece en medio de la belleza».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La imagen evangélica de Jesús, buen pastor, le resulta entrañable a la tradición cristiana desde los tiempos de las catacumbas; la liturgia la proyecta gustosa sobre las figuras de los obispos que han seguido con fidelidad al Señor. Es la imagen que mejor le sienta a san Pío X, es la clave interpretativa más prometedora de su persona y de su obra. El pontificado de Pío X duró algo más de un decenio, pero se mostró riquísimo en iniciativas y «reformas», encaminadas a hacer más profunda la vida interior de la Iglesia y a un mejor empleo de sus energías apostólicas.

Tal empeño de reforma fue pensado y querido por Pío X como respuesta a su solicitud preponderantemente pastoral. Me complace señalar dos intervenciones particularmente representativas del compromiso apostólico del santo pontífice, ambas dirigidas -no por casualidad- al alimento de las almas: la renovación de la catequesis y las nuevas disposiciones alentaron un acceso más amplio a la eucaristía. Era una firme convicción de nuestro santo que sólo un profundo conocimiento de la verdad cristiana podía alimentar una piedad auténtica en la Iglesia y preservar la fe de hundirse en las erróneas concepciones filosóficas y teológicas de la época. Si bien la defensa del patrimonio auténtico de la fe puesta en práctica por Pío X no estuvo exenta de algunas exageraciones -sobre las que todavía hoy tanto se discute-, no se puede poner en absoluto en duda el ansia y el compromiso pastorales de uno de los más celosos y generosos pastores que ha tenido la Iglesia (M. Ce, «San Pió X, il buon Pastare», en Famiglia cristiana, 5 de junio de 1985, 8-10).

 

Día 22

Santa María Virgen, Reina (22 de agosto)

 

La inserción de una memoria de María Reina o de la realeza de María en la liturgia fue auspiciada por algunos congresos marianos a partir del celebrado en 1900. Tras la institución de la fiesta de Cristo Rey en 1925 por obra del papa Pío XI, como paralelo mariológico de ésta y en respuesta a múltiples iniciativas devotas, el papa Pío XII, como conclusión del centenario del dogma de la Inmaculada Concepción, el año 1954, anuncia la fiesta litúrgica de María Reina, situada el 31 de mayo como coronación del mes de María. La reforma del calendario romano ha fijado la memoria del 22 de agosto, en la octava de la Asunción.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 37,1-14

1 El Señor me invadió con su fuerza y su espíritu me llevó y me dejó en medio del valle, que estaba lleno de huesos.

2 Me hizo caminar entre ellos en todas direcciones. Había muchísimos en el valle y estaban completamente secos.

3 Y me dijo: -Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos? Yo le respondí: -Señor, tú lo sabes.

4 Y me dijo: -Profetiza sobre estos huesos y diles: ¡Huesos secos, escuchad la Palabra del Señor!

5 Así dice el Señor a estos huesos: Os voy a infundir espíritu para que viváis. 6 Os recubriré de tendones, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y viviréis, y sabréis que yo soy el Señor.

7 Yo profeticé como me había mandado y, mientras hablaba, se oyó un estruendo; la tierra se estremeció y los huesos se unieron entre sí.

8 Miré y vi cómo sobre ellos aparecían los tendones, crecía la carne y se cubrían de piel. Pero no tenían espíritu.

9 Entonces él me dijo: -Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Esto dice el Señor: Ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que vivan.

10 Profeticé como el Señor me había mandado, y el espíritu penetró en ellos, revivieron y se pusieron en pie. Era una inmensa muchedumbre.

11 Y me dijo: -Hijo de hombre, estos huesos son el pueblo de Israel. Andan diciendo: «Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, estamos perdidos».

12 Por eso profetiza y diles: Esto dice el Señor: Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de ellas, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel.

13 Y cuando abra vuestras tumbas y os saque de ellas, sabréis que yo soy el Señor.

14 Infundiré en vosotros mi espíritu, y viviréis; os estableceré en vuestra tierra, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago, oráculo del Señor.

 

*» El fragmento está compuesto por dos partes: una visión (w. 1-10) y su explicación (w. 11-14). El profeta es trasladado a un valle, probablemente el situado en la región de Quebar (Babilonia), donde vivían los israelitas exiliados. El espectáculo que se despliega ante sus ojos es sumamente desolador: un enorme montón de huesos secos y resquebrajados (w. 2ss). A la pregunta, aparentemente absurda, del Señor sobre si podrán revivir aquellos huesos, le da Ezequiel una respuesta discreta y llena de confianza: «Señor, tú lo sabes» (v. 3b).

Dios lo puede todo, todo depende de su voluntad. Entonces le ordena el Señor profetizar sobre los huesos. Los restos de seres humanos deben «oír» ahora la palabra divina y «saber» que él es el Señor (v. 4). El vocabulario usado por el Señor es muy concreto y rebosa vitalidad: «El espíritu penetró en ellos», «aparecían los tendones, crecía la carne y se cubrían de piel», «infundiré en vosotros mi espíritu». La Palabra de Dios se hace inmediatamente realidad, como en la creación. Los huesos se ponen de inmediato en movimiento produciendo un gran estruendo, se recomponen, se revisten de tendones y de piel, recobran vida, se ponen en pie y se convierten en una inmensa multitud.

Viene después la explicación -es el Señor quien la da explícitamente-: los huesos son los exiliados, privados de vida y de esperanza (w. 1 lss). El Señor los llama con ternura «pueblo mío» y, frente a su desconfianza, les asegura que llevará a cabo el prodigio de su restauración. A la imagen de los huesos vueltos a la vida se añaden otras para reforzar aún más el poder del Dios de la vida: «Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de ellas» (w. 12.13). Hasta en las situaciones de muerte más desesperadas puede hacer nacer el Señor nueva vida. Dios «no es un Dios de muertos, sino de vivos» (Me 12,37) y «nada es imposible para Dios» (Le 1,37). Al final, es el Señor mismo quien da la respuesta a la pregunta planteada al profeta: «¿Podrán revivir estos huesos?» (v. 3). Sí: «Lo digo y lo hago» (v. 14).

 

Evangelio: Mateo 22,34-40

En aquel tiempo,

34 cuando los fariseos oyeron que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron,

35 y uno de ellos, experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

36 -Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?

37 Jesús le contestó:

-Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.

38 Éste es el primer mandamiento y el más importante.

39 El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo.

40 En estos dos mandamientos se basa toda la Ley y los profetas.

       

*• En la sección polémica de los capítulos 21 y 22 de Mateo los adversarios plantean a Jesús una serie de cuestiones: sobre el tributo al César (22,15-22), sobre la resurrección de los muertos (22,23-33). Eran todos los temas candentes de la época. Ahora nos encontramos en la tercera disputa. Tras los saduceos, ricos y poderosos, entran en escena los fariseos, doctos y observantes. La cuestión tiene que ver con el mandamiento más importante de la Ley. El fondo de la cuestión es complejo y la motivación poco recta: interrogan a Jesús «para ponerlo a prueba» (y. 35). Los fariseos habían hecho derivar 613 preceptos a partir de las prescripciones de la Tora; de ellos 365 eran prohibiciones y 248 mandamientos positivos.

Frente a esta gran cantidad de prescripciones tiene sentido querer saber cuál es «el mandamiento más importante » (v. 36). Sin embargo, Jesús no se sitúa en la lógica de una jerarquía de mandamientos. Recuerda más bien la esencia de la Ley, orienta la atención hacia el principio que la inspira y hacia la disposición interior a observarla. La respuesta de Jesús es clara y precisa: la fuente y el cumplimiento de la Ley es el amor en su doble movimiento: hacia Dios y hacia el prójimo (w. 37ss).

Al hablar del amor a Dios, Jesús hace referencia a Dt 6,5, donde se subrayan la totalidad, la intensidad y la autenticidad: «Con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Ahora bien, junto al amor de Dios -y a su mismo nivel- pone el amor al prójimo. Son dos dimensiones inseparables. Sólo quien ama a Dios con todo su ser es consciente de ser amado por él, sabe amarse a sí mismo y sabe amar a su prójimo, es decir, a toda persona que vive cerca de él, a todo alter ego, como alguien amado por el mismo Dios. Aquí se encuentra la síntesis de «toda la Ley y los profetas», es decir, el núcleo esencial de la revelación, aquí se encuentra la voluntad de Dios para todos sus hijos.

 

MEDITATIO

En la celebración de Santa María Virgen, reina, contemplamos a aquella que, sentada junto al rey de los siglos, brilla como reina e intercede como madre (cf. Marialis cultas, 6).

La figura de la reina madre permanece en muchísimas culturas populares como prototipo de solemnidad, señorío, cordialidad, benevolencia. El culto y la misma iconografía -el carácter visible de su meditación y contemplación- representan a María espontáneamente en la posición de una reina, cubierta de vestidos preciosos, con enorme frecuencia sentada en un trono y enjoyada con estrellas, siendo ella misma trono para su hijo, el Señor niño, al que tiene en brazos.

La liturgia remarca esta imagen de María como madre y reina. La liturgia lee la conexión de María sierva con el Señor Dios como participación en la realeza de Cristo: una realeza que es servicio, porque el Señor ha traído la salvación a la humanidad, y a ello ha colaborado la madre. El servicio de Jesús, hijo de María, ha costado el paso por la cruz, junto a la cual estuvo presente y en la que participó la madre. La realeza de Cristo se pagó a un precio elevado: la realeza configura a María también como reina afligida.

Las insistentes afirmaciones sobre la participación de María en la realeza de Cristo recuerdan la jaculatoria: «Reina de la paz». Ésta traduce en el orden de la devoción un rasgo de la identidad del personaje pronosticado en el oráculo isaiano como «príncipe de la paz»- Jesucristo es nuestra paz (cf. Ef 2,14). María es la madre del príncipe de la paz. El niño nacido por nosotros, el fruto bendito del seno de María es el Señor, fuente de paz sin fin. La paz es sueño y utopía. Ambos invitan a la acogida de este Señor de la paz, encarnado en Jesucristo, hijo de María, mujer pacificada y obradora de paz; invitan no sólo a creer en él, sino a hacer las obras de la paz, que son su testamento y don del Espíritu.

 

ORATIO

Santa María, generosa madre del Señor del universo, rey de paz y de justicia, salve. Mujer humilde, recibida más allá de nuestra tierra, en el cielo del altísimo amor del Padre, inspira nuestro servicio en la edificación del Reino de Cristo en comunidad de caridad evangélica.

Madre bienaventurada por haber creído, quédate cerca para guardar con nosotros encendida la lámpara de la fe, alimentada por la obediencia a la divina Palabra.

Virgen amiga del Espíritu, enséñanos a perseverar en las obras de bondad, de justicia, de paz. Reina del cielo que proteges nuestro camino cotidiano y el paso a la otra orilla de la vida de aquí abajo, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

El ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.

Desde que lo supo María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.

        Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia; ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos. El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo (Ambrosio de Milán, Exposición sobre el evangelio según Lucas 2,19-22).

 

ACTIO

Sustituyamos hoy el saludo de costumbre por el deseo evangélico: «La paz del Señor sea contigo».

 

PARA. LA LECTURA ESPIRITUAL

Cada una [de las hermanas del instituto] ¡mita a María en su propio camino hacia Cristo: aprende de su fíat a recibir la Palabra de Dios, y de su vida con Jesús en Nazaret, el sentido de su propia inserción en la sociedad; por su participación en la misión redentora del Hijo se ve llevada a comprender, a elevar y a dar valor a los sufrimientos humanos. Se consagra a que la Virgen, ejemplo ale confianza en el Señor, constituya para todos los hombres inseguros y divididos de nuestro tiempo un signo de esperanza y de unidad.

En ella, expresión de los más altos valores femeninos, se inspira para realizarse plenamente como mujer y para comprometerse en un servicio de amor que llega incluso al sacrificio. A ella se dirige siempre con devoción y confianza filial. Con ella se hace voz de alabanza a Dios por todos los hombres.

Inspírate en el servicio que María prestó y presta al mundo, y obra en medio de la paz, sin el ansia de quien cree sólo en su acción [Regola di vita dell'lstituto secolare «Regnum Maríae», 1994, arts. 7 y 47).

 

Día 23

Santa Rosa de Lima [23 de agosto (30 de agosto en América)]

 

Santa Rosa de Lima nació en la capital de Perú en 1586. Su nombre de pila es Isabel. Cuando el obispo Toribio de Mogrovejo la confirmó, le impuso el nombre de Rosa. Sus padres, además de ser pobres y humildes, sufrieron un revés de fortuna y Rosa colaboró con todas sus fuerzas al sostenimiento de la familia. Cuando sus padres le instaron a que se casase, ella se resistió. Quería vivir consagrada al Señor e hizo voto de virginidad.

        Cuando conoció la historia de santa Catalina de Siena, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo como ella. Esto le causó no pocas incomprensiones y burlas de sus parientes y conocidos, pero ella todo lo soportaba con benevolencia. Su propia salud se vio dañada por la austeridad con la que vivía. El 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad, murió en casa de un dignatario del gobierno, donde servía desde hacía tres años.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 43,l-7a

1 Me llevó luego al pórtico que mira al este,

2 y vi que la gloria del Dios de Israel llegaba del este. Producía un ruido semejante al de aguas caudalosas, y la tierra se llenó de su resplandor.

3 Esta visión era como la que tuve cuando el Señor vino a destruir Jerusalén y como la visión que tuve junto al río Quebar. Yo caí de bruces en tierra,

4 mientras la gloria del Señor entraba en el templo por el pórtico oriental.

5 Entonces, el espíritu me arrebató y me llevó al atrio interior. La gloria del Señor llenaba el templo.

6 Oí que alguien me hablaba desde el templo, mientras aquel hombre estaba de pie a mi lado.

7 Me decía:

-Hijo de hombre, éste es el lugar de mi trono, donde pongo las plantas de mis pies y donde habitaré para siempre en medio de los israelitas.

 

*»• La historia de Israel presentada por el profeta Ezequiel es una historia de infidelidades, pero con un final feliz. Los últimos capítulos del libro (40-48) están decididamente proyectados hacia el futuro, representado

por la renovación del templo y de Jerusalén, hasta alcanzar el punto culminante expresado en la frase final que cierra todo el libro: «Y desde aquel día el nombre de la ciudad será: "El Señor está aquí"» (48,35).

Ezequiel relata una visión. El profeta se encuentra en el atrio exterior y ve llegar la gloria de Dios. El movimiento de la gloria divina, acompañado de fragor y fulgor, toma la dirección de un retorno. Se había alejado de su santuario, saliendo hacia el este, y ahora vuelve del este, yendo hacia el interior, a través de la puerta que mira al este. El fulgor era exactamente como el que había visto el profeta junto a la orilla del Quebar (l,lss) y, más tarde, en el momento de la destrucción del templo (10,1-22). Trasladado por el espíritu al atrio interior, ve el profeta una nube de luz que llena el templo, como sucedió en el Éxodo (Ex 40,32-36) y en el momento de la consagración del templo de Salomón (1 Re 8,10). La voz divina descifra el significado de esta visión: Dios ha vuelto a reinar en Israel, ha restablecido su trono en el templo; la restauración de Israel es definitiva, la presencia de YHWH en medio de su pueblo será «para siempre» (v. 7).

¿Termina aquí la historia de final feliz? No del todo. Nos queda todavía una alegre sorpresa que Ezequiel no conocía: la presencia del Señor tendrá su morada no en un templo, sino en la carne humana, en Jesucristo, el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros». Él dirá al nuevo pueblo de Dios: «Ysabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,20).

 

Evangelio: Mateo 23,1-12

En aquel tiempo,

1 Jesús, dirigiéndose a la gente y a sus discípulos, les dijo:

2 -En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la Ley y los fariseos.

3 Obedecedles y haced lo que os digan, pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen.

4 Atan cargas pesadas e insoportables y las ponen a las espaldas de los hombres, pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas.

5 Todo lo hacen para que los vea la gente: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto;

6 les gusta el primer puesto en los convites y los primeros asientos en las sinagogas,

7 que los saluden por la calle y los llamen "maestros".

8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "maestro", porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.

9 Ni llaméis a nadie "padre vuestro" en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo.

10 Ni os dejéis llamar "preceptores", porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías.

11 El mayor de vosotros será el que sirva a los demás.

12 Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

*•• El capítulo 23 de Mateo contiene una serie de invectivas contra los fariseos y los maestros de la Ley y marca la cima de la tensión acumulada desde el capítulo 21.

Aquí Jesús no se dirige directamente a ellos, sino a la gente y a sus discípulos, poniéndoles en guardia contra un peligro que el Evangelio puede correr siempre en la historia: la discrepancia entre lo que se dice y lo que se hace, entre la enseñanza y el testimonio. La intención de Jesús no es aplastar a personas determinadas o rebatir sus doctrinas, sino denunciar su hipocresía, es decir, la interpretación y la practica aberrantes de una enseñanza en sí justa, condenando su comportamiento orgulloso.

En los w. 1-4, Jesús desenmascara a los fariseos y a los maestros de la Ley en su actitud de fondo: se apoderan de la autoridad de enseñar, legislan para los otros, pero no hacen lo que dicen. Los w. 5-7 indican, sin embargo, el motivo de su obrar: «Todo lo hacen para que los vea la gente», cuidan más las apariencias que el ser, les gusta ser honrados y estimados.

En los w. 8-12, Jesús pasa al «vosotros», interpelando directamente a sus discípulos, a los de entonces y a los de todas las generaciones. Al contrario de la lógica de los fariseos y los maestros de la Ley, la verdadera grandeza en la comunidad cristiana consiste en ser pequeño, y la verdadera gloria, en servir con humildad. La comunidad está formada por hermanos y hermanas, los títulos y los honores son relativos, porque «el Maestro» es sólo Jesús, y «el Padre» es sólo uno, el de los cielos.

 

MEDITATIO

Los textos bíblicos proclamados en este día de Santa Rosa de Lima han sido seleccionados porque marcaron para ella la dirección de su vida. Conocido Cristo, no quiso saber nada de otros esposos. Luchó contra el deseo de sus padres de que se casara e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor. Viendo lo que Cristo sufrió y el valor de la pasión, ella misma dijo: «Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos si conociera cuál es la balanza con la que los hombres han de ser medidos». Y ella misma se fijó con un alfiler al cuero cabelludo la corona de rosas que su madre le puso en la cabeza un día de fiesta familiar. La unión a Jesús, como el sarmiento a la vid, la llevó a vivir en plenitud el mandamiento del amor. Un día en que su madre le reprendió por atender en casa a pobres y enfermos, Rosa le contestó: «Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús».

Amante de la soledad, dedica gran parte del tiempo a la contemplación y desea introducir también a otros en los arcanos de la «oración secreta», divulgando para ello libros espirituales. Anima a los sacerdotes para que atraigan a todos al amor a la oración. Recluida frecuentemente en la pequeña ermita que se hizo en el huerto de sus padres, abrirá su alma a la obra misionera de la Iglesia con celo ardiente por la salvación de los pecadores y de los «indios». Por ellos desea dar su vida, y se entrega a duras penitencias para ganarlos a Cristo. Durante quince años soportará una gran aridez espiritual como crisol purificador. También destaca por sus obras de misericordia con los necesitados y oprimidos.

 

ORATIO

Señor, tú has querido que santa Rosa de Lima, encendida en tu amor, sin apartarse del mundo, se consagrara a ti en la penitencia; concédenos por su intercesión que, siguiendo en la tierra el camino de la verdadera vida, lleguemos a gozar en el cielo de la abundancia de los gozos eternos.

 

CONTEMPLATIO

«¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte si conociera las balanzas con que los hombres han de ser medidos» (de los escritos de santa Rosa de Lima).

 

ACTIO

Pide hoy la paz, la justicia y la salud para todos los peruanos y, con santa Rosa de Lima, repite con frecuencia: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El divino Salvador, con inmensa majestad, dijo: «Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan de que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas.

Guárdense las personas de pecar y de equivocarse. Que nadie se engañe: ésta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!».

Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: «Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo, y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma».

Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces para anunciar la grandeza, la hermosura y la riqueza de la gracia (de los escritos de santa Rosa de Lima al médico Castillo).

 

Día 24

21° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 22,19-23

Dice el Señor:

19 Te quitaré de tu puesto, te echaré de tu cargo

20 y llamaré aquel día a mi siervo Eliaquin, el hijo de Jelcías.

21 Le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda y le confiaré tus poderes. El será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá.

22 Pondré en sus manos las llaves del palacio de David: cuando abra, nadie podré cerrar; cuando cierre, nadie podrá abrir.

23 Lo hincaré como un clavo en un lugar firme y será motivo de gloria para la casa paterna.

 

Este oráculo se sitúa después de la liberación de Jerusalén en el 701 a. de C., que pone fin a la, hasta entonces, campañía victoriosa de Senaquerib» (Biblia de Jerusalén). Isaías, que había anunciado la liberación, invita con este episodio a reconsiderar la precariedad de las ambiciones humanas y como solo la iniciativa divina puede garantizar el orden y el progreso. Se trata de la sustitución del mayordomo del rey Ezequías (716-687 a. de C.), debido a la megalomanía demostrada al querer construirse un mausoleo subterráneo en una altura rupestre (v, 16b). Quien recibe la investidura del mismo Dios —se refiere al mayordomo mayor que esta al cargo, cuidado y gobierno de la casa del rey— se revela como <<padre» de sus compañeros, seré juez ecuánime y se convertirá en un firme punto de referencia para la estabilidad del Reino. El traspaso de poderes simbolizado en las llaves se ha vuelto a utilizar en referencia al mesianismo de Cristo (Ap 3,7) y al papel de Pedro en la comunidad de Jesús (Mt 16,19). También lo hallamos en la antífona <<O» de las vísperas de la liturgia prenavideña del 20 de diciembre; <<O Clovis David...».

 

Segunda lectura: Romanos 11,33-36

33 ¡Oh profundidad de la riqueza, de la Sabiduría y de la ciencia de Dios!

34 ¡Qué insondables son sus decisiones e inescrutables sus caminos!

35 Porque: ¿Quién conoce el pensamiento del Señor? ¿Quién ha sido su consejero? ¿Quién le ha prestado algo para pedirle que se lo devuelva?

36 De él, por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por siempre. Amén.

 

» La perícopa paulina retoma los versículos conclusivos de la sección dedicada al pueblo de Israel, que abarca los cc. 9-11 de la Carta a los Romanos. Pablo profundiza en el <<misterio» del pueblo de la Alianza, un pueblo que no ha reconocido en Jesús de Nazaret al Mesías esperado. Pablo, después de haber intentado captar el sentido providencial de un acontecimiento dramático, como hombre de estricta observancia judía e incondicional profesión cristiana, restalla con expresiones de estupor ante la impenetrabilidad de los designios (<<decisiones>>) y la conducta (<<caminos») de Dios, que esconden una profunda riqueza de Sabiduría y conocimiento, y refuerza su ponderación citando al profeta Isaías (40,13.28): en su argumentación resuena la enseñanza sapiencial de la Escritura (cf Sal 138; Job 41).

 

Evangelio: Mateo 16,13-20

13 De camino hacia la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

-¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron:

-Unos que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó:

-Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió:

-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo:

- Dichoso tu, Simon, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que esté en los cielos.

18 Yo te digo; tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del abismo no la harán perecer

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

20 Entonces mandó a sus discípulos  que no dijesen a nadie que el era el Mesías.

 

•·• Jesús se encuentra en un extremo del territorio —en la ciudad de Cesarea, fundada por el tetrarca Herodes Filipo, a unos 40 kilómetros al norte del lago Tiberiades— con los discípulos  e, interesado por la opinión que se habían ido formando de él, los <<sondea». La gente cree que es un profeta, un título, en aquel entonces, con una clara referencia mesiánica. Tanto es así que <<algunos» lo consideraban como de los antiguos profetas, que ha resucitado» (cf Lc 9,19) o hasta el mismo Juan el Bautista, <<que ha resucitado de entre los muertos» (cf Mt 14,2). Esta es la opinión de la gente, y vosotros —enfatiza el Señor- ¿quién decís que soy yo?» Toma la palabra Simon Pedro, como portavoz del grupo, quien manifiesta tener pleno conocimiento no solo del mesianismo, sino de la divinidad de Cristo. Es verdad que los evangelios han sido escritos después de que los acontecimientos se hayan producido; sin embargo, la bienaventuranza pronunciada por Cristo (<<dichoso tú») y la razón ofrecida (<<porque eso...») testimonian la importancia del reconocimiento: Pedro, desde el principio, es confirmado en el nuevo encargo con el cambio de nombre, Cefas, en arameo, totalmente desconocido hasta entonces (Mt 4,18; cf Jn 1,42).

 

MEDITATIO

El reconocimiento de Simon Pedro de la verdadera identidad de Cristo señala el momento culminante de la experiencia de los apóstoles y de la Iglesia, que tiene en Cristo su fundamento. Pedro, según el texto del cuarto evangelio (6,69), <<cree y conoce» que Jesús de Nazaret es << es el santo de Dios», el consagrado por excelencia, el Mesías—Cristo. Las consecuencias de tal reconocimiento han marcado una historia bimilenaria y todavía activa. Sobre todo, subraya que reconocer a Cristo es fruto de la revelación del Padre acogida con Espíritu de fe (¡creído y conocido!). En segundo lugar, un acto semejante es, a su vez, fuente de aquella bienaventuranza que le concede al testimonio cristiano empuje y alegría. En tercer lugar es sobre la roca de Pedro y los apóstoles donde tiene el fundamento la comunidad de Jesús, el nuevo y universal pueblo de Dios. Contra él resultaran impotentes las fuerzas de la muerte (<<las puertas del infierno», en el lenguaje bíblico). Pedro y los apóstoles (cf Mt 18,18) ejercen el poder de Cristo (cf Ap 1,18), la triple tarea de gobernar (<<atar>> y <<desatar>>), santificar y enseñar. El estupor de Pablo ante los designios divinos bien puede equipararse al episodio evangélico de la investidura de Pedro y la constitución de la Iglesia como una comunidad cimentada sobre la roca de la fe y -lo recuerda Juan al final del evangelio- del amor.

 

ORATIO

Concédele a tu Iglesia, Señor,

que no alimente actitudes soberbias,

sino servicios humildes, agradables a ti.

Que desdeñe el mal

y practique cuanto es recto

con amor y plena libertad

(oración fijada por la antigua liturgia romana para el 15 de junio, en memoria de los mártires).

 

CONTEMPLATIO

Como sabéis, el Señor Jesús eligió antes de su pasión a sus discípulos, a quienes llamó apóstoles. Entre ellos solo Pedro ha merecido personificar a toda la Iglesia casi por doquier. En atención a esa personificación de toda la Iglesia que solo él representaba, mereció escuchar: ¡Te daré las llaves del Reino de los Cielos!. Estas llaves no las recibió un solo hombre, sino la unidad de la Iglesia. Por este motivo se proclama la excelencia de Pedro, porque era figura de la universalidad y unidad de la misma Iglesia cuando se le dijo: Te daré, lo que en realidad se daba a todos. Para que veáis que es la Iglesia la que recibió las llaves del Reino de los Cielos, escuchad lo que en otro lugar dice el Señor a todos sus apóstoles: <<Recibid el Espíritu Santo». Y a continuación: <<A quien perdonéis los pecados les quedarán perdonados, y a quienes se los retengáis les serán retenidos». Esto se refiere al poder de las llaves, del que se dijo: <<Lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo, y lo que atéis en la tierra será atado en el cielo». Pero lo de antes se dijo solo a Pedro. Para ver que Pedro personificaba entonces a toda la Iglesia, escucha lo que se le dice a él, y en él a todos los santos fieles: <<...lo que atéis en la tierra quedará atado también en el cielo, y lo que desatéis en la tierra será desatado también en el cielo». La paloma ata, la paloma desata. Ata y desata el edificio levantado sobre la piedra. Teman los atados, teman los desatados (Agustín de Hipona, <<Discurso 295 »,1-2, en Obras completes de san Agustín, XX\L Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1984, 257-258).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente» (Mt 16,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lo esencial de la gran contienda entre el Oriente cristiano y el Occidente cristiano, desde el inicio hasta hoy, se reduce a lo siguiente: la Iglesia de Dios tiene que desempeñar una tarea concreta entre los hombres; ¿para realizar ese encargo es necesario aunar todas las fuerzas eclesiales cristianas bajo la insignia y el poder de una  autoridad eclesiástica central? Dicho con otras palabras: ¿la iglesia, como Reina de Dios presente, debe tener en la tierra representantes y ser una, estar unida, puesto que un reino dividido contra si mismo no subsistirá, mientras que la Iglesia, según la promesa evangélica, subsistirá hasta el final y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella?

La Iglesia romana se pronunció resolutivamente con una respuesta afirmativa; se fijó esencialmente en el cometido práctico del cristianismo en el mundo, en el sentido de la Iglesia como reino eficiente o ciudad de Dios (Civitas Dei), y desde el inicio personalizó el principio de la autoridad central que de modo visible y práctico le confiere unidad a la actividad terrenal de la Iglesia. Por eso, la cuestión abstracta del significado de la autoridad central en la Iglesia se reduce a la cuestión histórica y viva del sentido de la Iglesia romana. Ella, sus ideas y sus acciones constituyen el verdadero objeto de la gran contienda. El principio de la autoridad eclesiástica, del poder Espiritual representado sobre todo por la Iglesia romana, tiene una triple cara y suscita una triple cuestión. Primera, en el ámbito de la Iglesia, nos preguntamos cuál debe ser la relación del poder eclesiástica central con los representantes de las Iglesias locales nacionales; segunda, surge el tema de la relación de la Iglesia con el Estado, de la autoridad Espiritual con la laica; y tercera, la relación entre el poder Espiritual y la libertad Espiritual del individuo, la cuestión de la libertad de conciencia (V. S. Solov’ev, Il problema del l’ecumenisma, Milan I973, 63ss).

 

 

Día 25

San José de Calasanz (25 de agosto)

 

San José de Calasanz nació en Huesca en el año 1557. Era tal su devoción a la Virgen que él quería llamarse José de la Madre de Dios. Sus padres pudieron y le dieron una esmerada educación y formación. Se doctoró en Teología en la Universidad de Lérida y fue ordenado sacerdote. En el año 1592, se fue a Roma persiguiendo un puesto honorífico y se encontró con la miseria infantil en los barrios de la ciudad. Dejó de perseguir honores y fundó las Escuelas Pías (escuelas gratuitas). Con la enseñanza del catón y del ábaco introducía también el catecismo y la oración de la corona de doce estrellas pidiendo la protección de la Virgen.

El 25 de agosto del año 1648, a la edad de 92 años, este gran apóstol pasó a la eternidad. Pío XII le declaró celestial patrono ante Dios de todas las escuelas populares cristianas del mundo.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Tesalonicenses 1,1-5.11b-12

1 Pablo, Silvano y Timoteo a la iglesia de los tesalonicenses, que es la Iglesia de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.

2 Gracia y paz a vosotros de parte de Dios Padre y de Jesucristo, el Señor.

3 Hermanos, continuamente debemos dar gracias a Dios por vosotros. Es justo que así lo hagamos, porque crece vuestra fe y aumenta el amor que todos vosotros os tenéis unos a otros.

4 Esto hace que nos sintamos orgullosos de vosotros en medio de las iglesias de Dios; orgullosos de vuestra constancia y vuestra fe en medio de todas las persecuciones y sufrimientos que soportáis.

5 Todo eso es una demostración del justo juicio de Dios, que quiere haceros dignos de su Reino, por el que padecéis.

11 Dios os haga dignos de su llamada y, con su poder, lleve a término todo buen propósito o acción inspirada por la fe.

12 Así, el nombre de nuestro Señor Jesucristo será glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y de Jesucristo, el Señor.

 

**• El encabezamiento de la segunda Carta a los Tesalonicenses repite el de la primera. En el saludo inicial Pablo desea a la comunidad «gracia y paz» (v. 2). Este binomio, muy apreciado por Pablo y empleado ahora en los ritos introductorios de nuestra celebración eucarística, presenta una síntesis admirable de toda la vida cristiana en su doble vertiente de don divino y de acogida humana: la gracia, el don del amor de Dios, es acogida y experimentada por el hombre como paz, salvación y alegría. Como es costumbre en las cartas paulinas, al saludo le sigue la expresión de reconocimiento a Dios. Aquí dice Pablo «es justo» dar gracias a Dios (v. 3). Esto nos hace pensar también en nuestra plegaria eucarística. En el diálogo del prefacio, ante la invitación del celebrante: «Demos gracias al Señor, nuestro Dios», responde la asamblea con convicción: «Es justo y necesario».

Pablo indica, a continuación, los motivos específicos del agradecimiento: fe, amor, constancia en las persecuciones y sufrimientos que soportan (w. 3b-5). Son elementos que van unidos entre sí. La vitalidad de la fe se expresa en el amor y hace fuerte a la comunidad para afrontar a los desafíos y los sufrimientos. El saludo y el agradecimiento culminan en la oración. Pablo intercede con confianza por los tesalonicenses, para que el Señor apoye todos sus buenos propósitos. Está convencido de que toda la existencia cristiana –el comienzo del camino de la fe y su consumación en la gloria- se encuentra bajo el signo del don de Dios ofrecido en Jesucristo.

 

Evangelio: Mateo 23,13-22

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo:

13 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que cerráis a los demás la puerta del Reino de los Cielos!

14 Vosotros no entráis, y a los que quieren entrar no les dejáis.

15 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un discípulo y, cuando llega a serlo, lo hacéis merecedor del fuego eterno, el doble peor que vosotros!

16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Jurar por el santuario no compromete, pero si uno jura por el oro del santuario queda comprometido!».

17 ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el santuario que santifica el oro?

18 También decís: «Jurar por el altar no compromete, pero si uno jura por la ofrenda que hay sobre él queda comprometido».

19 ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que la santifica?

20 Pues el que jura por el altar, jura por él y por todo lo que hay encima;

21 el que jura por el santuario, jura por él y por quien lo habita;

22 el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él.

 

*•• La serie de denuncias con el «ay de vosotros», repetido siete veces (23,13.15.16.23.25.27.29), contiene algunas de las palabras más cortantes salidas de la boca de Jesús. Aquel que se define como «manso y humilde de corazón», que se conmueve ante los sufrimientos de los otros, que se muestra afable con los pecadores y tierno con los pobres y los sencillos, que llora pensando en la destrucción de Jerusalén, condena ahora con tono severo la hipocresía religiosa de los fariseos. Los «¡ayes!, en el lenguaje profético, expresan una amenaza de castigo y de juicio y manifiestan al mismo tiempo el dolor del que habla por un mal deplorable.

Tenemos aquí tres «ayes». El primero está motivado por el hecho de que los maestros de la Ley y los fariseos, rechazando a Jesús y su mensaje, impiden también a los otros entrar a formar parte del Reino, don de Dios para todos los hombres. El segundo está ligado al primero.

Los esfuerzos misioneros de estos hipócritas también tienen que ser condenados, porque tienen como único resultado sustraer a otras personas de la perspectiva de la salvación, volviéndolas cerradas, rígidas, fanáticas y peligrosas -como ellos y más que ellos-. En el tercero los llama Jesús «guías ciegos» (v. 16). Con las sutilezas de su casuística oscurecen el sentido más profundo de la Ley. Invierten la jerarquía de los valores: el oro vale más que el templo, la ofrenda más que el altar. Les falta discernimiento e interioridad. Su religiosidad tiene que ver a lo sumo con las cosas de Dios, pero no con Dios mismo. Son ciegos y no lo reconocen; más aún, pretenden guiar a otros.

 

MEDITATIO

Acoger al que no cuenta es acoger a Jesús y a Dios. Es la opción prioritaria por los pobres y marginados. La comunidad alternativa que Jesús trae trastoca los esquemas de la sociedad, siempre inclinada a la  competitividad: aplaudir al primero y abuchear al último. Él lo vivió de tal manera que fue una de las acusaciones públicas: «Se junta con pecadores, prostitutas y gente de la calle». Afirmó también que no había venido a ser servido, sino a servir. Y ésta es la norma que inculca a sus seguidores. Siguiendo su ejemplo, el cristiano, igual que la Iglesia, tiene una misión de servicio, de entrega y amor, de vivir para los demás.

En nuestra sociedad encontramos con frecuencia lemas comerciales como éstos: «Estamos a su servicio», «Es un placer poder servirle», «Servirle es nuestra especialidad...», pero después pasan factura. No es esa servicialidad la que propone Jesús a sus discípulos, sino un servicio sin factura. Podíamos decir que la frase de Jesús no es «su seguro servidor», sino «su humilde servidor».

 

ORATIO

Señor, Dios nuestro, que enriqueciste a san José de Calasanz con la caridad y la paciencia, para que pudiera entregarse sin descanso a la formación humana y cristiana de los niños, concédenos, te rogamos, imitar en su servicio a la verdad al que veneramos hoy como maestro de sabiduría

 

CONTEMPLATIO

Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.

Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.

Donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.

Sé el que apartó del camino la piedra, el odio de los corazones y las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser sano y justo, pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo si todo él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender...

No caigas en el error de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos.

Hay pequeños servicios que nos hacen grandes: poner una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña...

El servir no es una faena de seres inferiores. Dios, que es el fruto y la luz, sirve. Y me pregunta cada día: ¿Serviste hoy?

(Gloria Fuertes.)

 

ACTIO

Fíjate hoy con atención contemplativa en los niños que veas.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Algunos pensamientos de san José de Calasanz:

Es mejor ser pocos y buenos que muchos e imperfectos.

Hay que tener mucha paciencia y caridad con los niños, para enderezarlos por el buen camino.

Cuando los alumnos ven amor de padre en el maestro e interés de su aprovechamiento, van con gusto a la escuela.

Es necesario que recurramos al auxilio de Dios y a la intercesión de la Santísima Virgen, bajo cuya protección se fundó la obra.

Hagan todas las tardes alguna devoción a la Santísima Virgen, para que con su intercesión nos libre a todos de las adversidades.

Estimo mucho el honor de la religión y de las personas particulares que a ella pertenecen, más que ninguna otra cosa.

Si a su tierna edad los niños son imbuidos con amor en la piedad y en las letras, puede esperarse un curso feliz de toda su vida.

Ayudar en la edad más tierna a los pobres con la cultura unida al santo temor de Dios es un servicio tan útil como necesario.

El provecho es indudable. Se toca con las manos.

Sé por experiencia que quienes, desde la primera edad, fueron educados con la doctrina cristiana y bebieron desde niños juntamente la piedad y las letras, terminaron por ser perfectos.

El servicio de la enseñanza es el más razonable para tener ciudadanos hábiles para santificarse y engrandecerse en el cielo, pero igualmente capaces de ilustrarse y ennoblecerse a sí propios como también a sus patrias, con sus gobiernos y dignidades de la tierra.

Hemos de castigar con mucha piedad, que así lo requieren el nombre y la caridad que profesamos.

En cuanto a recibir alumnos pobres, obra usted santamente admitiendo a cuantos vienen. Porque para ellos se fundó nuestro instituto. Y lo que se hace por ellos se hace por Cristo. No se dice otro tanto de los ricos.

Procure atraer a los niños con toda caridad a la frecuencia de los sacramentos de la confesión y comunión, y conozca que procura su bien como verdadero padre.

El Señor proveerá cuanto sea necesario, con tal que nosotros procuremos atender con toda diligencia a los niños.

Si tiene amor, no digo al instituto, sino a Dios y a sí mismo, se ingeniará para aprender lo que no sabe, a fin de hacer bien a los pobres o para hallar mejor a Cristo en los pobres.

No dejen de ayudarse con la oración de personas devotas, y especialmente de los alumnos pequeños. Con la esperanza de que Dios mandará su ayuda cuando le parezca tiempo oportuno.

 

 

Día 26

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars (26 de agosto)

 

Teresa Jornet e Ibars nació en Aytona (Lérida), en el año 1843, en el seno de una familia de labradores de recia fe cristiana. Siendo aún adolescente, se sintió llamada a ayudar a la sociedad de su tiempo, cuyo ambiente racionalista y anticlerical tuvo que padecer. La ciudad aragonesa de Fraga fue clave en su formación: en ella cursó los estudios de Magisterio, que empezó a ejercer en Argensola, pueblecito de la diócesis de Vich (Barcelona). Ingresó en las Clarisas de Briviesca  (Burgos). Una figura clave en su vocación fue la del padre Saturnino López Novoa: él concibió el proyecto que llevó a cabo la fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados junto con un grupo de jóvenes en Barbastro (Huesca) el 11 de octubre de 1872. A su muerte, acaecida en Liria (Valencia) en 1897, la orden ya contaba con 103 asilos en España y América. La «sembradora de amor» fue beatificada por Pío XII en 1958 y canonizada por Pablo VI en 1974. Ha sido declarada patrona de la ancianidad.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Tesalonicenses 2,1 -3a. 13b-17

1 Sobre la venida de nuestro Señor Jesucristo y el momento de nuestra reunión con él,

2 os rogamos, hermanos, que no os alarméis por revelaciones, rumores o supuestas cartas nuestras en las que se diga que el día del Señor es inminente.

3 Que nadie os engañe, sea de la forma que sea.

13 Dios os ha elegido para que seáis los primeros en salvaros por medio del Espíritu que os consagra y de la verdad en que creéis.

14 A eso precisamente os ha llamado Dios por medio del Evangelio que os hemos anunciado: a que alcancéis la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

15 Así pues, hermanos, permaneced firmes y guardad las tradiciones que os hemos enseñado de palabra o por escrito.

16 El mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una esperanza espléndida,

17 os consuelen en lo más profundo de vuestro ser y os confirmen en todo lo bueno que hagáis o digáis.

 

*+• Pablo entra en materia y hace frente al tema principal, el relacionado con el «Día del Señor», es decir, con la venida última y definitiva de Cristo en gloria. En primer lugar, limpia el campo de ideas equivocadas di fundidas por pretendidos profetas sobre la inminencia de este día; le interesa disipar sobre todo el entusiasmo soñador difundido y suprimir todo motivo de agitación que turbe la serenidad en la comunidad. Las ideas engañosas se vencen con las convicciones robustas.

Para dar solidez a la comunidad, Pablo recuerda los fundamentos de la vocación cristiana: la elección, la salvación, la santificación del Espíritu, la llamada a través del Evangelio, la espera de la gloria. Los cristianos, por el amor gratuito de Dios, están insertados ya en este proyecto que se está realizando a lo largo de la historia y tendrá su consumación al final. En consecuencia, es necesario permanecer firmes y fieles a las tradiciones, que custodian la memoria viva de Jesús atestiguada por sus primeros apóstoles y, en cuanto tales, constituyen una garantía de verdad.

 

Evangelio: Mateo 23,23-26

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo:

23 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Hay que hacer esto, sin descuidar aquello.

24 ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!

25 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera el vaso y el plato, mientras que por dentro siguen llenos de rapiña y ambición!

26 ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro el vaso, para que también por fuera quede limpio!

 

^ Continúa la serie de los «ayes». Aquí tenemos otros dos. La ceguera de los fariseos y de los maestros de la ley se manifiesta de modo particular en el legalismo exterior. El primer «ay», w. 23ss, insiste en la ceguera de quien se preocupa por observar escrupulosamente las prescripciones más minuciosas de la Ley y descuida, a continuación, las exigencias fundamentales de la voluntad de Dios. Los hipócritas, cuando observan la Ley, no piensan ni en amar a Dios ni en amar al prójimo, no se preocupan de las actitudes fundamentales que derivan de este núcleo esencial, no se interrogan sobre la justicia, la misericordia y la fidelidad. Lo único de lo que se preocupan es de la exactitud escrupulosa e incluso obsesiva. «Coláis el mosquito y os tragáis el camello»: la imagen es enormemente acertada {cf. v. 24).

En los w. 25ss, Jesús se detiene en la contraposición entre lo exterior y lo interior. Lo importante es la pureza del corazón, que permite al hombre ver a Dios (cf. Mt 5,8), y no tanto la limpieza exterior, que lleva a la autocomplacencia. El esmero exterior debe ser una irradiación natural de la belleza interior y no una cobertura que esconde un interior «lleno de rapiña y ambición».

 

MEDITATIO

Es necesario volver a redefinir de vez en cuando en nuestra mente y alma lo que el desgaste del lenguaje va reduciendo a pasajeros o acalorados sentimientos ante necesidades puntuales del prójimo. Éste es el caso del «amor» que nos evocan las lecturas de hoy. Meditar en el Amor, más que en mi necesidad de amar, ha de ser una constante en la vida cristiana. Es volver al Amor de la fuente, del origen. Hasta el amor, que parece que nos nace, hemos de aprender a recibirlo. Si nos nace, no es divino, porque amar no es grato en principio; el amor a lo divino es otra cosa. El amor en el hombre es fruto de una transformación y un arrobamiento previos que Dios mismo produce cuando se da a conocer a una persona.

Hay que retorcer el propio modo de ser, dejarse cambiar, sufrir -si es preciso- antes de estar preparado para amar como Dios ama. Así fue en los profetas y santos y en el mismo Hijo.

La experiencia cristiana enseña que lo que le cuesta al hombre conseguir es cosa que Dios ha de dar. Y por lo mismo, lo que Dios regala por su inmensa misericordia es lo que al hombre más le cuesta acoger. Vivir en el amor no es «sentirme realizado»; es abrir en mí caminos del Espíritu por los que el prójimo transite con la dignidad que Dios le ha otorgado. Y al tiempo, con el prójimo me llega Dios mismo. Este amor supone un nuevo giro en mis «sentimientos» espontáneos. La vida de las hermanitas fundadas por Teresa Jornet tiene esta esencial razón de ser: nace y se da como un camino entre la asistencia (estar presente para lo que falta) a Dios y la religión (re-ligarse con alguien) con el hermano. En la vida de Teresa Jornet se entrecruzan con diáfana claridad el Amor con que se siente amada por Dios y la necesidad de corresponderle, pero ¿cómo?: haciendo nacer lo mismo en los ancianos. No es una asistencia social: es amar al anciano abandonado con el mismo Amor con el que Dios le ama para que él mismo lo acoja. Por eso funda una familia de consagradas a Dios, «por» llamada de Dios, en el servicio a los más abandonados en su momento. No «para» resolver una concreta necesidad social del siglo XLX, que hoy quedaría más o menos resuelta por los servicios sociales. Motivo de más para definir bien la vocación de Hermanita de Ancianos Desamparados cuando los diversos grupos e iniciativas sociales asumen sus deberes con los mayores y ancianos. Su vocación es consagrarse a Dios, y eso permanecerá aunque un día (¡ojalá!) todos los ancianos estén debidamente atendidos por la sociedad civil.

 

ORATIO

Que la eucaristía sea el centro de vuestra vida y de toda vuestra actividad; que la presencia de Jesús sacramentado sea vuestro imán de atracción íntima y renovadora; que la participación en su santo sacrificio, como actualización de su misterio pascual de pasión, muerte y resurrección constituya el momento culminante y renovador de vuestra vida; que la comunión eucarística condicione y transforme toda vuestra personalidad en la mayor semejanza con Cristo (de los sermones del padre López Novoa).

 

CONTEMPLATIO

Hoy más que nunca, en esta época de gigantescos progresos, estamos asistiendo al drama humano, a veces desolador, de tantas personas llegadas al umbral de la tercera edad que ven aparecer a su alrededor las densas nieblas de la pobreza material o de la indiferencia, del abandono, de la soledad. Nadie mejor que vosotras, amadísimas hijas, Hermanitas de los Ancianos Desamparados, conoce lo que ocultan los pliegues recónditos de tan triste realidad. Vosotras habéis sido y sois las confidentes de esa especie de vacío interior q u e no pueden llenar, ni siquiera con la abundancia de recursos materiales, quienes están desprovistos y necesitados de afecto humano, de calor familiar. Vosotras habéis devuelto al rostro angustiado de personas venerables por su ancianidad la serenidad y la alegría de experimentar de nuevo los beneficios de un hogar. Vosotras habéis sido elegidas por Dios para reiterar ante el mundo la dimensión sagrada de la vida, para repetir a la sociedad con vuestro trabajo, inspirado en el espíritu del Evangelio y no en meros cálculos de eficiencia o comodidad humanas, que el hombre nunca puede considerarse bajo el prisma exclusivo de un instrumento rentable o de un árido utilitarismo, sino que es entitativamente sagrado por ser hijo de Dios y merece siempre todos los desvelos por estar predestinado a un destino eterno.

¡Oh! Si pudiéramos penetrar en vuestras comunidades y residencias, allí sorprenderíamos a tantas hijas de la nueva santa que, como ella, están difundiendo caridad: caridad encerrada en un gesto de bondad, en una palabra de consuelo, en la compañía comprensiva, en el servicio incondicional, en la solidaridad que solicita de otros una ayuda para el más necesitado (Pablo VI, homilía de la canonización de santa Teresa Jornet e Ibars)

 

ACTIO

Repite y medita durante el día estas palabras de la primera carta de san Juan: «El mensaje que habéis oído desde el principio es que debemos amarnos los unos a los otros» (1 Jn 3,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sí, la espiritualidad de la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados es cristocéntrica. Toda la existencia de Teresa Jornet gravitó en torno a Jesucristo y la misión que el Espíritu confió a la joven de Aytona. Jesús fue su amor preferente.

Creyó y amó a Jesús como mediador y revelador del amor misericordioso. Ella ha decidido ser su mediadora ¡unto a los ancianos. La espiritualidad de Teresa es verdaderamente cristocéntrica.

«Hay que vivir cada día y hacerse fuertes en el amor de Dios». La santa fundadora vivía en armonía con la Iglesia: «Podemos decir que la vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en la que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio a la Iglesia» (Juan Pablo II, exhortación apostólica Vita Consecrata, n. 93c).

Es indudable que Teresa y su congregación, guiadas por el  Espíritu, sirven con amor a Cristo y a l a «Iglesia de los pobres». La santa catalana alimentaba su espiritualidad escuchando, conociendo y amando a Jesucristo, Palabra de Dios y revelación de su Amor universal. Ya en su tiempo vivía lo que nos recuerda la Iglesia: «Estar a la escucha de la Palabra de Dios, que es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana, sobre todo de los evangelios, que son el corazón de todas las Escrituras» [ibíd. n. 94). Este encuentro con Jesucristo consolidaba su espiritualidad y le hacía ponerse en contacto directo con «la humanidad doliente»: los ancianos. Junto a ellos se curtía y templaba y se mostraba la verdad de la espiritualidad de la santa fundadora: «Cuiden con esmero a los ancianos y háganlo con el recto fin de agradar a Dios. No hagan las cosas por respeto humano».

No lo dudemos, la vida de Teresa, su espiritualidad, su «biografía personal», es una historia de amor a Jesucristo y de compasión misericordiosa hacia los ancianos. Ése fue el fruto de su espiritualidad auténtica. Para entretejer y escribir esa «biografía», Teresa se entregó ella misma. Su salud, su tiempo, su cultura, su trabajo, sus «talentos»... fueron los hilos de su bordado de amor en beneficio de los ancianos. Así rubricó ella su verdadero amor a Jesucristo. Esa misma actitud de entrega generosa es lo que pide y espera de sus hijas: «Una cosa les encargo, y es que amen y quieran mucho a nuestro amadísimo Jesús, que tanto sufrió Él por nosotras». Y en las Constituciones leemos: «Recuerden las hermanitas que nuestro Señor Jesucristo, Maestro y Modelo divino de perfección, predicó la santidad...» (Const. n. 3) (T. de Bustos, o. p., Hermanitas de los ancianos desamparados: «Su carísma y su espiritualidad», Palencia 2003, pp. 42-43).

 

Día 27

Santa Mónica (27 de agosto)

 

Mónica nació en Tagaste, la actual Souk Aliarás (Argelia), el año 331 o 332, en el seno de una familia cristiana y de buena condición social. Siendo aún adolescente, fue entregada como esposa a Patricio, que todavía no era cristiano. Tenía éste un modesto patrimonio y era miembro del consejo municipal de Tagaste.

Mónica era una mujer africana del bajo imperio romano, madre de uno de los más grandes padres de la Iglesia, san Agustín. Era, podríamos decir, una mujer paleocristiana, muy alejada de nosotros en el tiempo y, sin embargo, enormemente actual. «Con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana» [Confesiones IX, 4,8), se ganó a su marido para Cristo y obtuvo también la conversión del «hijo de tantas lágrimas».

Estuvo presente en el bautismo de Agustín en Milán y participó de una manera activa en su primera experiencia monástica en Cassiciaco. Mientras regresaba a África con su hijo y los amigos de éste, murió en Ostia Tiberina, cerca de Roma, antes del 13 de noviembre de 387. Dos semanas antes de que esto se produjera, madre e hijo tuvieron el dulce éxtasis de Ostia»: «Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella [la Sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu» (/feícUX, 10,24).

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Tesalonicenses 3,6-10.16-18

6 Finalmente, hermanos, en nombre de Jesucristo, el Señor, os mandamos que os apartéis de todo aquel que viva ociosamente y no se porte según la enseñanza que de nosotros recibió.

7 Conocéis perfectamente el ejemplo que os hemos dado, porque no hemos vivido ociosamente entre vosotros

8 ni hemos comido de balde el pan de nadie; al contrario, hemos trabajado con esfuerzo y fatiga día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros.

9 ¡Y no es que no tuviéramos derecho a ello! Pero quisimos daros un ejemplo que imitar.

10 Porque ya cuando estábamos entre vosotros os dábamos esta norma: el que no quiera trabajar que no coma.

16 Que el Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todas sus formas. El Señor esté con todos vosotros.

17 El saludo es de mi puño y letra. Así firmo yo, Pablo, en todas mis cartas; ésta es mi letra.

18 La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros.

 

**• La carta llega ahora al final. Pablo realiza aún una última recomendación a partir de la actitud indisciplinada de un hermano de la comunidad. Después, más adelante, hablará de la ociosidad parasitaria de algunos.

No se trata de herejías doctrinales o de casos de inmoralidad grave como en el caso de la comunidad de Corinto (cf. 1 Cor 5 y 6); sin embargo, la intervención de Pablo es dura. Ordena «en nombre de Jesucristo, el Señor» (v. 6), que esas personas sean mantenidas alejadas. La vida disoluta y la pereza son contagiosas, especialmente en un ambiente ya turbulento como el de la iglesia de Tesalónica. La segregación debería tener un valor medicinal. Pablo trae una vez más a colación la tradición. Pero no como normas frías, sino como tradición a la que el testimonio de vida hace más creíble. Recuerda que ha vivido de lo que ganó con sus propias manos, trabajando duramente para no ser una carga para nadie (cf. 1 Cor 9,4-6; 1 Tes 2,9). Tras el ejemplo personal, enuncia el principio de que para comer hay que trabajar. Es el testigo quien habla, no el legislador.

La carta está sellada con un postscriptum. Emplea también esta ocasión para desear la paz y la gracia, un bien que está presente desde el comienzo de la carta y es considerado como el don más grande que un hombre pueda desear a las personas amadas.

 

Evangelio: Mateo 23,27-32

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo:

27 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados: por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y podredumbre!

28 Lo mismo pasa con vosotros: por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de maldad.

29 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y adornáis los mausoleos de los justos!

30 Decís: «Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros antepasados, no habríamos colaborado en la muerte de los profetas».

31 Pero lo que atestiguáis es que sois hijos de quienes mataron a los profetas. 32 ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros antepasados!

 

*•• He aquí los últimos de los siete «ayes» dirigidos a los maestros de la Ley y a los fariseos hipócritas. El primero acentúa de una manera drástica el tema de la contraposición exterior/interior desarrollada en los ver sículos precedentes. Jesús compara a los hipócritas con «sepulcros blanqueados» (v. 27). El exterior está cuidado y resulta hermoso de ver, pero lo que hay por dentro es descomposición y muerte. En el sermón de la montaña, Jesús ya puso en guardia a sus discípulos contra el hacer el bien para que los vean los hombres (Mt 6,1). Lo que cuenta es lo que somos ante Dios, y no lo que aparentamos ante los hombres. En el último «ay» de la serie, Jesús denuncia la falsedad de los hipócritas no sólo respecto a Dios y a los hombres, sino también respecto a la historia (w. 29-32). Sus padres rechazaron y mataron a los profetas; ellos creen poder tranquilizar su propia conciencia honrando los sepulcros y construyendo monumentos, piensan que pueden purificar la memoria del pasado olvidando o buscando justificaciones racionales y emotivas, y se sienten inocentes por el hecho de que son capaces de acusar a los otros. Se separan de sus padres y casi se avergüenzan de ellos, pero no se dan cuenta de que, si no hacen suya la herencia espiritual de los profetas, siguen matando y su culpa se vuelve más grave que la de sus padres.

 

MEDITATIO

Mónica es una «santa»; por tanto, una «mujer» verdadera.

En ella convergen y se encarnan la belleza virginal de la «mujer virtuosa» del libro del Eclesiástico y la materna compasión de la «viuda» del Nuevo Testamento, que convierte su vida en una intercesión por la vida de su hijo. La santidad de Mónica nos lleva al corazón de la vocación y de la misión de la mujer (léase Mulieris dignitatem VIII, 30). Esta misión de «guardián del hombre» la realizó Mónica a fondp. Hizo frente con una gran dignidad e inteligencia, con esa «genialidad absolutamente femenina», a las dificultades de una convivencia matrimonial con un hombre «pagano» dotado de un carácter muy difícil, «al que -dice de manera cruda Agustín- «fue entregada» (Confesiones IX, 9,19). Sin perder nunca el gusto por el bien, incluso en las adversidades (un arte más que difícil), «se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus ojos» (ibíd.).

Desplegando «las grandes energías del espíritu femenino», sostuvo, con las lágrimas y la oración de una vida totalmente consagrada a Dios, una verdadera y propia lucha por la fe de su hijo Agustín. La lucha que es «la lucha a favor del hombre, de su verdadero bien, de su salvación [...], la lucha por su fundamental "sí" o "no" a Dios y a su designio eterno sobre el hombre» {Mulieris dignitatem VIII, 30).

El mismo Agustín, que también fue su mayor biógrafo, dirá más tarde de ella: «Creo sin la menor incertidumbre que por tus oraciones, madre, Dios me concedió no querer, no pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad» {De Ordine II, 50,52). Mónica es la madre, por tanto, de una «doble maternidad»: «Me engendró en la carne, para que naciera a la luz temporal, y en su corazón, para que naciera a la luz eterna» {Confesiones VIII, 17).

Si, en la relación hombre-mujer, la mujer representa el punto de encuentro de la humanidad con Dios, precisamente por la humanidad de que es portadora, en Mónica, en su ser madre en plenitud, la paternidad de Dios ha podido actuar con una maravillosa alianza.

 

ORATIO

Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz.

¡Oh casa luminosa y bella!, amado de tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor, tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha creado en ti. [...] Acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi corazón, de Jerusalén la patria mía, de Jerusalén la de mi madre, y de ti, su Rey sobre ella, su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes delicias, su sólida alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todos; porque tú eres el único, el sumo y verdadero bien. Que no me aparte más de ti hasta que, recogiéndome, cuanto soy, de esta dispersión y deformidad, me conformes, y confirmes eternamente, ¡oh Dios mío, misericordia mía! {Confesiones X, 27,38; XII, 16, 21.23).

 

CONTEMPLATIO

Estando ya inminente el día en que había de salir de esta vida -que tú, Señor, conocías y nosotros ignorábamos-, sucedió a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus modos ocultos, que nos hallásemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación.

Allí solos conversábamos dulcísimamente, y olvidando las cosas pasadas, ocupados en lo por venir, nos preguntábamos los dos, delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió.

Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente -de la fuente de vida que está en ti- para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo una idea de algo tan grande. Y como llegara nuestro discurso a la conclusión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, sino ni siquiera de ser mencionado, levantándonos con un afecto más ardiente hacia el que es siempre el mismo, recorrimos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra.

Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos hasta nuestras almas y las sobrepasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia  que no se agota, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y la vida es la Sabiduría, por quien todas las cosas existen, tanto las ya creadas como las que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como fue antes y como será siempre, o más bien, sin que haya en ella fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que ha sido o será no es eterno. Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu, regresamos al estrépito de nuestra boca, donde el verbo humano tiene principio y fin, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin envejecer, y renueva todas las cosas (Agustín de Hipona, Confesiones IX, 10,23-24,passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de Agustín: «Quien es feliz tiene a Dios» {De vita beata II, 11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Entre finales de octubre y primeros de noviembre del año 386 se retiró Agustín con su madre, Mónica, su hermano Navigio, su hijo Adeodato, su amigo Alipio [...] a la villa de su amigo Verecundo en Cassiciaco. En la paz campestre de Brianza, entre el susurrar de las hojas y de los arroyos, con los Alpes como paisaje, se preparó Agustín para el bautismo. La comitiva africana vivía en un clima de intensa espiritualidad, ocupando gran parte de su tiempo en disputas de filosofía, de una filosofía sometida ahora a la fe y deseosa de conocer su contenido.

En esta comitiva, Mónica hacía un poco de madre de todos, hacía unas veces de solícita y enérgica ama de casa, otras de maestra sabía y experta. Cuando los que discutían se olvidaban de comer, Mónica les invitaba a hacerlo y, si era necesario, les impulsaba con tanta fogosidad que les obligaba a interrumpir la discusión. Cuando la invitaban a tomar parte en la misma discusión, daba respuestas tan discretas que suscitaba la admiración de todos. Como cuando declaró que la verdad es el alimento del alma; o, sin saberlo, definió la felicidad con las mismas palabras de Cicerón; o sostuvo que sin sabiduría nadie puede ser feliz; o recordó, por último, que sólo la fe, la esperanza y la caridad pueden conducirnos a la vida bienaventurada.

Agustín, que estaba alegremente sorprendido de tanta sabiduría, afirma que su madre ha «alcanzado la cumbre de la filosofía» y se declara discípulo suyo. La «filosofía» de Mónica es la sabiduría del Evangelio, una sabiduría que no ha conquistado con el estudio, sino con la virtud, la oración, la docilidad al Espíritu. La posee ahora en un grado eminente. Es intrépida. No teme ni la desventura ni la muerte. A saber: ha llegado a una disposición interior dificilísima, aunque importantísima, que constituye -por consenso unánime- la cima de la sabiduría. Rica de amor a Dios y al prójimo, que es el fundamento de la sabiduría evangélica, puede prescindir de la ciencia de los filósofos y recoger sus frutos. Por eso Agustín se declara discípulo suyo y confía a las oraciones de ella la consecución del ideal de sabiduría al que aspira (A. Trape, S. Agostino. Mia madre).

 

Día 28

San Agustín de Hipona (28 de agosto)

 

Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Fue educado siguiendo los hábitos cristianos de su madre, Mónica, y, como se reveló enseguida como un ¡oven de prometedoras cualidades, fue encaminado a la carrera de retórica. Ya desde los tiempos de estudio en Cartago estuvo marcado por una incomodidad interior que le llevaría lejos. La primera respuesta a esta sed de totalidad fue una vida mundana tejida por varios vínculos, más o menos límpidos. Ahora bien, la inquietud es también sed y búsqueda de la verdad: se apasiona con la lectura del Ortensio de Cicerón, lee la Sagrada Escritura, pero no se entusiasma con ella y acaba por adherirse al racionalismo y al materialismo de la secta de los maniqueos. Tras haber enseñado en Tagaste y en Cartago, se traslada primero a Roma (383) y después a Milán (384). Aauí su viaje espiritual da un viraje decisivo: conoce y escucha al obispo Ambrosio, revisa sus posiciones sobre la Iglesia católica, vuelve a leer la Sagrada Escritura y, en medio de la lucha entre sus antiguos hábitos de vida y los nuevos impulsos interiores, al final se abre a la luz y a la riqueza de Cristo.

Fue bautizado el año 387 por Ambrosio. Decidido a volver a África, se establece en Tagaste y funda allí su primera comunidad monástica, siguiendo el modelo de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 391 fue ordenado sacerdote por el obispo Valerio, a quien en el 395 le sucede en la guía de la diócesis de Hipona. Desde entonces se dedicó por completo a la vida de la Iglesia -ministerio de la Palabra, defensa de la fe-, aunque prosigue con la experiencia de vida común con un grupo de hermanos monjes, a los que traslada al episcopio. Escribió más de doscientos libros y casi un millar de documentos, entre sermones y cartas. Murió el 28 de agosto del año 430. Hasta tal punto fue hijo de la Iglesia que se convirtió en padre... y doctor.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,1-9

1 Pablo, llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y el hermano Sóstenes,

2 a la iglesia de Dios que está en Corinto. A vosotros, que, consagrados por Cristo Jesús, habéis sido llamados a ser pueblo de Dios en unión con todos los que invocan en cualquier lugar el nombre de Jesucristo, que es Señor suyo y nuestro,

3 gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.

4 Doy gracias a Dios continuamente por vosotros, pues os ha concedido su gracia mediante Cristo Jesús,

5 en quien habéis sido enriquecidos sobremanera con toda palabra y con todo conocimiento.

6 Y es tal la solidez que ha alcanzado el testimonio de Cristo entre vosotros, 7 que no os falta ningún don, mientras esperáis que nuestro Señor Jesucristo se manifieste.

8 Él también os mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo.

9 Fiel es Dios, que os ha llamado a vivir en unión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

 

**• Pablo ha estado año y medio en Corinto, ha vivido allí un período de intensa actividad evangelizadora, conoce bien las luces y las sombras, los recursos y los problemas de esta comunidad, a la que está ligado por un afecto profundo. El fragmento que hemos leído hoy es el comienzo de la primera carta que dirigió a la comunidad, provocada por ciertas noticias preocupantes y por ciertas preguntas que le habían sometido a su juicio.

Siguiendo el esquema epistolar usual, se ponen de relieve en el preámbulo las relaciones que existen entre el remitente y el destinatario. Aquí se presenta Pablo a sí mismo como «apóstol», es decir, «enviado» (v. 1), con el subrayado de que esta identidad suya le viene de Dios a través de una llamada expresa. Esta autoconciencia de Pablo es firme y segura, y la manifiesta en casi todas sus cartas. Densos de sentido teológico son asimismo los títulos de la comunidad. «La iglesia de Dios que está en Corinto» (v. 2) indica que toda comunidad local, aunque tenga unos fundadores humanos, es obra divina. Los miembros de las comunidades locales, en comunión con la Iglesia universal, presente en todo el mundo, han sido santificados por Jesús y están en una continua tensión hacia la santidad plena, que se puede llevar a cabo a través de diferentes formas de vida.

En la acción de gracias, común en sus cartas, Pablo deja aparecer un claro entusiasmo por la riqueza de los dones otorgados a los corintios (w. 4ss). De estos dones hablará, después, de una manera explícita en los capítulos 12-14. Menciona, en particular, los dones de la «Palabra» y del «conocimiento», que eran los más estimados y buscados por los corintios. Sin embargo, a pesar de haber sido bendecidos con tanta gracia divina, los corintios no deben considerar que ya han llegado a la meta y son perfectos, sino que se deben considerar como gente en camino hacia la manifestación plena de la gloria del Señor. De ahí la recomendación de permanecer firmes en la fe, fiándose de la fidelidad de Dios.

 

Evangelio: Mateo 24,42-51

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

42 Así que velad, porque no sabéis qué día llegará vuestro Señor.

43 Tened presente que si el amo de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no le dejaría asaltar su casa.

44 Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora en que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre.

45 Portaos como el criado fiel y sensato, a quien el amo pone al frente de su servidumbre para que les dé de comer a su debido tiempo.

46 Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe.

47 Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

48 Sin embargo, si ese criado es malo y piensa: «Mi amo tarda»,

49 y se pone a golpear a sus compañeros y a comer y a beber con los borrachos,

50 cuando su amo llegue, el día en que menos lo espera y a la hora en que menos piensa,

51 le castigará con todo rigor y le tratará como se merecen los hipócritas.

Entonces llorará y le rechinarán los dientes.

 

**• ¿Es el amor lo que nos pone en condiciones de observar los mandamientos o bien es la observancia de los mandamientos lo que nos permite amar? ¿Quién puede dudar de que el amor precede a la observancia? En efecto, quien no ama no tiene fundamento alguno para la observancia de los mandamientos. Por consiguiente, el Señor nos muestra aquí no la causa engendradora del amor, sino el modo como éste se manifiesta [...].

Cuando dice después: «Mi mandamiento es éste», parece indicar justamente que no nos da otros. ¿Deberemos entender, entonces, en este sentido sus palabras, a saber: que sólo nos da el mandamiento del amor, por el que debemos amarnos los unos a los otros? ¿Acaso no hay un mandamiento mayor, el mandamiento de amar a Dios? O bien ¿deberemos concluir que Dios nos ha ordenado sólo amarnos mutuamente, liberándonos de cualquier otro deber?

Reflexionemos sobre lo que dice el apóstol: «El amor es la plenitud de la ley» (Rom 13,10). Así pues, donde hay caridad, ¿qué puede faltarnos? Mientras que donde no hay caridad, ¿qué puede ayudarnos? El mismo diablo cree, pero no ama, mientras que no puede dejar de creer quien ama. El que no ama puede esperar también –aunque inútilmente- que será perdonado, pero ciertamente no puede desesperar el que ama. En consecuencia, allí donde hay amor, hay necesariamente fe y esperanza; y donde hay amor al prójimo, necesariamente hay amor a Dios. ¿Cómo puede, en efecto, amar al prójimo como a sí mismo quien no ama a Dios, si -al no amar a Dios- ni siquiera se ama a sí mismo?

Se entiende, claro está, que este amor debe ser distinto del que los hombres alimentan mutuamente como hombres, y para hacer esta distinción añade el Señor: «Como yo os he amado». ¿Y de qué modo nos ha amado Cristo, sino con el objetivo de hacernos reinar con él en el cielo?

Con este mismo objetivo debemos amarnos mutuamente: a fin de que Dios sea todo en todos (Agustín de Hipona, Comentario al evangelio de Juan LXXX, 2, 3; LXXXIII, 2).

 

MEDITATIO

Las palabras de Agustín son palabras de un amor apasionado. Una inquietud del corazón, una nostalgia y un deseo que se traducen en una búsqueda incansable, posible y fecunda sólo en el interior de una oración interminable, que es su misma existencia.

De la nostalgia del corazón asoman los rasgos de la belleza interior: un deseo de verdad y de amor que Agustín comprende como «suspiro de identidad»; es la divina semejanza. Y Agustín abre a Dios todo su ser: el pasado, el presente, el futuro, consciente de que sólo Dios puede vencer sus resistencias, sus miedos, todas sus debilidades de hombre, y satisfacer su sed. «Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti» (Agustín de Hipona, Confesiones I, 1). A la luz de la verdad encontrada, Agustín ve con mayor claridad su pecado y la necesidad de la gracia, de la intervención divina, y comprende toda la orgullosa pretensión de su yo. Pero eso es lo que tiene lugar ahora en el corazón de su ininterrumpido diálogo con Dios, el Padre de su despertar. El Padre le ama, y nada puede apartar a Agustín de la confiada certeza de que la gracia de Cristo vencerá sobre el pecado; se restaurará en él «el orden del amor» y, con él, la bienaventuranza de la paz y de la libertad.

 

ORATIO

A ti te invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben.

Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien son bienaventurados cuantos hay bienaventurados.

Dios, Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, Luz inteligible, en ti, de ti y por ti luce inteligiblemente todo cuanto inteligiblemente luce. Dios, cuyo Reino es todo el mundo, que no alcanzan los sentidos. Dios, la ley de cuyo Reino también en estos reinos se describe. Dios, de quien separarse es caer, a quien volver es levantarse, permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, volver a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca sino avisado, a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es perderse, seguirte a ti es amar, verte es poseerte.

Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios que nos exhortas para que vigilemos.

Dios, por quien discernimos los bienes de los males. Dios, por quien evitamos el mal y seguimos el bien. Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades.

Dios, a quien se debe nuestra buena obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro y nuestro lo que creímos ajeno. Dios, gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas pequeñas no nos empequeñecen. Dios, por quien lo mejor de nosotros no está sujeto a lo peor. Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria. Dios, que nos conviertes.

Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, que nos haces dignos de ser oídos. Dios, que nos defiendes. Dios, que nos guías a toda verdad.

Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena. Dios, que nos vuelves al camino. Dios, que nos llevas hasta la puerta. Dios, que haces que sea abierta a los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la vida. Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y juicio. Dios, por quien no nos arrastran los que no creen. Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de ti. Dios, por quien no somos esclavos de los serviles y pobres elementos. Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda (Agustín de Hipona, Soliloquios I, 3).

 

CONTEMPLATIO

No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables.

Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.

Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manas ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios (Confesiones X, 6,8).

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante el día esta expresión de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras» {Comentario a la primera carta de Juan VII, 8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En Agustín no vivió un solo hombre: vivió en él la criatura de carne y hueso, de nervios y sangre, con su desarrollo misterioso, múltiple; vivió el escritor, conjuntamente sumo escritor, sumo filósofo, sumo teólogo, y sobre cualquier otra cosa poeta sumo de los afectos y de las verdades; vivió el cristiano y el monje, el sacerdote y el obispo, el santo. Recibió de Dios toaos los clones más altos: una juventud tempestuosa, la palabra creadora, el silencio inenarrable de la oración, la fuerza necesaria para gobernar su ánimo en la navegación ultraterrena y en el aura de lo divino. Experiencia de hijo y de padre, de pecador desbandado y de obispo muy rígido, de escolar y profesor y, por tanto, de maestro de su pueblo y de todo el Occidente; de mundano y de monje, de escritor y de filósofo, de polemista y de amigo, de pensador y de contradictor y orador.

En todos esos pasajes no perdáis nada de su riquísima y potentísima humanidad: todo lo llevó consigo y lo fundió en el ardor y en la luz única de su santidad doloroso y extática. Amó, y de su experiencia de amor surgirá un amor a Dios, tal vez el más elevado que jamás haya salido de corazón humano [...].

Cuando moría Agustín en su ciudad asediada, no moría nada: nacía, para él, en los cielos amados sin paz y deseados sin tregua; nacía, para nosotros, en nuestra historia y en nuestra alma. Desde aquel día hay algo de agustiniano tanto en la historia de todos los hombres como en la historia de cada uno de ellos (G. de Luca, Sant'Agostino. Scrítti d'occasione e traduzioni).

 

Día 29

Martirio de san Juan Bautista (29 de agosto)

 

El «más grande de entre los nacidos de mujer» murió mártir, víctima de la fe y de la misión que había desarrollado. Su decapitación tuvo lugar en la fortaleza de Maqueronte, en el mar Muerto, lugar de vacaciones del vicioso rey Herodes. La sangre de Juan el Bautista selló su testimonio en favor de Jesús: con su misma muerte completó su misión de precursor. La fecha de hoy recuerda tal vez la dedicación de la antigua basílica erigida en Sebaste (Samaría) en honor del precursor del Mesías.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,17-25

Hermanos:

17 Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a evangelizar, y esto sin hacer ostentación de elocuencia, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo.

18 La Palabra de la cruz, en efecto, es locura para los que se pierden, mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios.

19 Como está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y haré fracasar la inteligencia de los inteligentes.

20 ¡A ver! ¿Es que hay alguien que sea sabio, erudito o entendido en las cosas de este mundo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?

21 Sí, y puesto que la sabiduría del mundo no ha sido capaz de reconocer a Dios a través de la sabiduría divina, Dios ha querido salvar a los creyentes por la locura del mensaje que predicamos.

22 Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría,

23 nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos.

24 Mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

25 Pues lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres; y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres.

 

*+• Pablo no ha sido enviado a bautizar, sino a evangelizar (v. 17). Al decir esto, no pretende infravalorar el bautismo; sólo insiste en que su vocación -lo que realiza su identidad en el proyecto divino- es la predicación del Evangelio. Bautizar en el nombre de Jesús sin dárselo a conocer al bautizado es un absurdo. Por otra parte, en el orden cronológico y de la gracia, la predicación precede a la fe y, por consiguiente, al bautismo (Rom 10,14ss). Ahora bien, ¿cómo predicar a Jesús?

Pablo no lo hace con discursos de elocuente y penetrante sabiduría. Es posible que Pablo escriba aquí bajo la impresión del reciente «fracaso» de su predicación en el areópago de Atenas. La experiencia ha reforzado su convicción: predicar significa anunciar a Cristo crucificado, el único que nos da la salvación. La Palabra de Dios, sobre todo «la Palabra de la cruz», es en sí misma viva y eficaz (cf. Heb 4,12), no tiene necesidad de apoyo humano; es más, la sabiduría humana corre el riesgo de oscurecerla, de amortiguar su fuerza cortante. Pablo, citando el Antiguo Testamento y usando su arte retórica, insiste en lo que para él tiene una importancia decisiva. Cristo crucificado es «escándalo» para los judíos, por el hecho de que, por haber sido colgado del madero, era alguien sobre el que recaía la maldición de la Ley (Dt 21,23), y «locura» para los paganos, en cuanto que a éstos les repugnaba una divinidad que se hubiera dejado crucificar. Ahora bien, precisamente a través de la cruz es como Dios manifiesta su poder. Los cristianos, procedentes tanto del judaísmo como del paganismo, en cuanto «llamados» por Dios a la fe, deben sintonizar con la lógica divina y vivir según la sabiduría de la cruz que según la humana.

La parresía es característica típica de todo auténtico profeta: no puede callar lo que le ha sido revelado con el propósito de darlo a conocer a otros. Y será precisamente este coraje de decirlo todo lo que abrirá al profeta el camino del martirio. La actitud de oponer resistencia a los prepotentes, tanto en el caso de Jeremías como en el de Juan el Bautista, es señal de un coraje inexplicable desde el punto de vista humano: es una franqueza que sólo Dios puede dar a quien se le somete y acepta la misión que le da. En última instancia, la certeza de la victoria la deduce el profeta de u n a revelación que está al comienzo de su misión: «Yo estoy contigo para librarte», una certeza que no le abandonará nunca más.

 

Evangelio: Marcos 6,17-29

En aquel tiempo,

17 Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado.

18 Pues Juan le decía a Herodes: -No te es lícito tener la mujer de tu hermano.

19 Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía,

20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.

21 La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus magnates, a los tribunos y a la nobleza de Galilea.

22 Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven: -Pídeme lo que quieras y te lo daré.

23 Y le juró una y otra vez: -Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.

24 Ella salió y preguntó a su madre: -¿Qué le pido? Su madre le contestó:

-La cabeza de Juan el Bautista.

25 Ella entró enseguida y a toda prisa donde estaba el rey y le hizo esta petición: -Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales no quiso desairarla.

27 Sin más dilación envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue, le cortó la cabeza en la cárcel,

28 la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.

29 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

 

**• El relato evangélico del martirio de Juan el Bautista está situado en el camino de Jesús hacia Jerusalén como una etapa fundamental. Con él no sólo se concluye el ciclo de la vida del Bautista, sino que también es preludio del martirio de Jesús.

No debemos dejarnos impresionar sólo por los detalles narrativos, muy sugestivos p o r otra parte, que nos presenta esta página de Marcos. Al evangelista no le interesa poner de manifiesto ni el vicio de Herodes ni la malicia de Herodías, ni siquiera la ligereza de su hija.

Su intención es proporcionar el debido relieve a la figura de Juan el Bautista, el «mentor» -podríamos decir del Nazareno, y mostrar cómo este gran profeta pone término a su vida del mismo modo y por los mismos motivos que morirá Jesús.

Éste es el pequeño «misterio pascual» de Juan el Bautista, el cual, tras haber conocido la adversidad de los enemigos del Evangelio, conoce ahora el silencio del sepulcro en espera de la resurrección.

 

MEDITATIO

Los recuerdos bíblicos relativos a Juan el Bautista nos invitan a meditar sobre el don de la profecía, en particular sobre la figura del profeta. ¿Cuál es exactamente su función en el pueblo de Dios? ¿Cuáles son las opciones que le califican claramente como profeta? ¿De qué modo se sitúa ante sus contemporáneos como signo de una presencia superior, como portavoz de una Palabra divina?

El profeta se manifiesta como tal por su modo de hablar, por el estilo que caracteriza su predicación. La palabra no lo es todo, pero ya es capaz de manifestar el sentido de una presencia, incómoda pero ineludible, con la que todos deben contar. El profeta se manifiesta como tal, también y sobre todo, con las opciones de vida que lleva a cabo. De este modo demuestra que ha percibido que el tiempo en el que vive es precisamente aquel en el que Dios le llama a ser-para-los-otros. No se puede sustraer a esta llamada (deberíamos leer, a este respecto, el c. 17 de Jeremías), so pena de ser infiel a su misión. Por último, el profeta manifiesta la autenticidad de su misión con el valer de dar la vida por aquel que le ha llamado y por aquellos a quienes ha sido enviado. O se es profeta con la vida, con la vida entregada por amor, o no se es profeta en absoluto.

 

ORATIO

«Levántate y les dirás todo lo que te ordene».

«No tengas miedo: he aquí que te pongo como ciudad fortificada».

«Yo estoy contigo para salvarte».

«Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».

«No te es lícito tener la mujer de tu hermano».

«¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente?».

«Dad frutos que prueben vuestra conversión».

«El amigo del esposo exulta de alegría a la voz del esposo».

«Ahora mi alegría es completa».

«Él debe crecer; yo, en cambio, disminuir».

 

CONTEMPLATIO

Todo lo que [Juan] dijo dio testimonio de la verdad o  sirvió de reproche a los que se le oponían; sus obras de justicia las respetaban incluso los que no le amaban.

¿Acaso el respeto del modo de vida de los hombres le hizo desviarse, ni siquiera un poco, a él, que llevó una vida solitaria desde niño, de la vía de la virtud? Y, sin embargo, ese hombre acabó su vida derramando su sangre, tras pasar un largo tormento de cárcel.

Predicaba la libertad de la patria celestial y fue encarcelado por los impíos; había venido a dar testimonio de la luz, había merecido que le llamaran lámpara ardiente y resplandeciente precisamente de la luz que es

Cristo, y fue encerrado en la oscuridad de la cárcel; nadie entre los nacidos de mujer había sido más grande que él, y fue decapitado a petición de unas mujeres sumamente perversas, y fue bautizado con su propia sangre aquel a quien se le había dado bautizar al Redentor del mundo, escuchar la voz del Padre sobre él, ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él (Beda el Venerable, Omelie sulvangelo, Roma 1990, pp. 492ss).

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante el día estas consoladoras palabras: «Yo estoy contigo para salvarte» (Jr 1,19).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Vos estáis obligado -añadió el arzobispo de Canterbury- a deponer la duda de vuestra insegura conciencia que recusa el juramento, y a tomar el partido seguro de obedecer a vuestro príncipe, y jurar».

Entonces, aunque yo era de la opinión de que este argumento no podía adaptarse a mi caso, se me presentó, no obstante, de improviso tan sutil y, sobre todo, sostenido por tanta autoridad, al venir de la boca de un tan noble prelado, que no pude replicar nada, a no ser que estaba íntimamente seguro de que así no habría obrado bien, porque en mi conciencia era éste uno de esos casos en que mi deber era no obedecer a mi príncipe, sea cual fuere la opinión de los otros (cuya conciencia y doctrina no habría condenado ni habría aceptado juzgar) a este respecto: en mi conciencia la verdad se me presentaba diferente.

Entonces el abad de Westminster me dijo que de cualquier modo que la cuestión apareciera en mi mente, tenía motivos para temer que precisamente mi mente estuviera en el error, con sólo que considerara que el Parlamento del reino se pronunciaba en sentido opuesto, y que, por consiguiente, debía cambiar la posición de mi conciencia. A esto respondí que si sólo fuera yo el que sostenía mi tesis y todo el Parlamento sostuviera la otra, verdaderamente tendría miedo de apoyarme en mi parecer, yo solo contra tantos. Mas, por otra parte, sucede que para algunos de los motivos por los que me niego a jurar tengo yo de mi parte -como confío tener- un consejo igualmente grande, e incluso más, y entonces no estoy ya obligado a cambiar mi conciencia y conformarla al consejo de un reino, contra el consejo general de la cristiandad (Tomás Moro).

 

Día 30

Sábado de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31

26 Hermanos, considerad quienes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.

27 Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes;

28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo.

29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios.

30 A él debéis vuestra existencia cristiana, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención.

31 De esta manera, como está escrito, el que quiera presumir que lo haga en el Señor.

 

**• Para ilustrar de modo concreto la sabiduría-necedad en el plano de Dios no hace falta ir muy lejos. En la misma comunidad de Corinto hay ejemplos elocuentes. Pablo invita ahora a los corintios a reflexionar con atención sobre su propia situación. La iglesia de Corinto, salvo algunas excepciones, está constituida por personas de humilde condición social y de bajo nivel cultural.

Aquí es donde Dios revela su extraño gusto: prefiere a los pobres y a los débiles antes que a los ricos y poderosos. Se trata de una lógica coherente con lo que ha llevado a cabo a través de su Hijo crucificado. Por eso nadie puede presumir ante Dios, nadie puede presentar méritos, títulos de pretensión ni privilegios.

El tema de la «jactancia» le resulta entrañable a Pablo. Éste no pretende exaltar la nulidad del hombre ante la totalidad de Dios, y menos aún presentar la imagen de un Dios que aplasta la dignidad humana, sino que reconoce, con sinceridad y gratitud, la grandeza del hombre en virtud de la obra del don de Dios en Cristo.

Pablo prosigue en la misma carta demostrando que en Cristo lo tenemos lodo (3,21-23) y que todo lo que poseemos lo hemos recibido de él (4,6). Por consiguiente, no dice que no haya que presumir en sentido absoluto, sino que «el que quiera presumir que lo haga en el Señor» (v. 31). Presumiendo en el Señor se da gloria a Dios.

 

Evangelio: Mateo 25,14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

14 Sucede también con el Reino de los Cielos lo que con aquel hombre que, al ausentarse, llamó a sus criados y les encomendó su hacienda.

15 A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno según su capacidad, y se ausentó.

16 El que había recibido cinco talentos fue a negociar en seguida con ellos, y ganó otros cinco.

17 Asimismo, el que tenía dos ganó otros dos.

18 Pero el que había recibido uno solo, fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

19 Después de mucho tiempo, volvió el amo y pidió cuentas a sus criados.

20 Se acercó el que había recibido cinco talentos, llevando otros cinco, y dijo: «Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado».

21 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

22 Llegó también el de los dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me entregaste, aquí tienes otros dos que he ganado».

23 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

24 Se acercó finalmente el que sólo había recibido un talento y dijo: «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;

25 tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo».

26 Su amo le respondió: «¡Criado malvado y perezoso! ¿No sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí?

27 Debías haber puesto mi dinero en el banco, y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses.

28 Así que quitadle a él el talento y dádselo al que tiene diez.

29 Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá de sobra, pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.

30 Y a ese criado inútil arrojadlo fuera a las tinieblas. Allí llorará y le rechinarán los dientes».

 

*• Con el tema de la vigilancia hemos vuelto a la relación amo-criado. Aquí se pone de relieve el aspecto dinámico y fecundo de la espera. Los talentos, dispensados a cada uno según su capacidad, nos han sido dados para explotarlos y negociar con ellos. La parábola parece fácil de descifrar, pero sería un error reducir su mensaje a una enseñanza moralista genérica y obvia.

En realidad, los talentos no son simplemente las cualidades dadas a cada uno en el momento del nacimiento, sino, sobre todo, lo que Jesús ha venido a traernos: la salvación, el amor del Padre, la vida en abundancia, el Espíritu. Se trata de tesoros que hemos de multiplicar y difundir hasta su vuelta «después de mucho tiempo (v. 19a). Todo don es al mismo tiempo un compromiso del que «hemos de dar cuenta» con seriedad.

Son tres los siervos que entran en escena uno tras otro, dos «buenos y fieles» y otro «malvado». Con pocas palabras y de una manera estereotipada, Jesús cuenta el encuentro del amo con los siervos buenos, que son alabados y premiados con la participación en la alegría del señor (w. 20-23). El espacio reservado al siervo malvado es más amplio (w. 24-28). La excusa que formula en defensa de su propia conducta revela todo su mundo interior. «Señor, sé que eres hombre duro»: ésa es la imagen que tiene de su señor. «Tuve miedo y escondí tu talento en tierra». El talento recibido es aún «tu talento», no un don, sino una deuda. Su actitud frente al señor es la de un esclavo temeroso. «Aquí tienes lo tuyo»: piensa que la  restitución del talento es un acto de justicia hacia el acreedor; sin embargo, es un insulto, un desprecio del don, un rechazo del amor. Por eso se le impone un duro castigo.

 

MEDITATIO

El fragmento paulino de hoy -en particular, la frase final: «El que quiera presumir, que lo haga en el Señor»- hace pensar en María y en su canto del Magníficat. Ella, recordando su propia vida, descubre en ésta, con conmoción, el proyecto grandioso de Dios, reconoce que es bienaventurada porque Dios ha hecho grandes cosas en ella, sierva humilde. Presumiendo en el Señor, María «proclama su grandeza». Se trata de un encuentro estupendo entre la gracia generosa del Creador y la gracia humilde de la criatura, entre la gratuidad pura y la gratitud sincera.

El siervo malvado de la parábola, por el contrario, ha empequeñecido a su señor. Ve y juzga a su amo con la medida de su mezquindad, con la tacañería de su corazón. En vez de estarle agradecido por el talento recibido y de sentirse bienaventurado por la ocasión que se le da de desarrollar su capacidad, se cierra en su inercia, en su miedo y en su tristeza. Nos viene a la mente, por asociación espontánea, la figura de otro hombre, el primero, Adán. Nos viene a la mente el diálogo entre Dios y Adán después del primer pecado: A la pregunta de Dios: «¿Dónde estás?», le responde: «... tuve miedo y me escondí» (Gn 3,9ss). ¿No será que, en la raíz del pecado, se encuentra siempre una sospecha mezquina sobre la inmensa bondad de Dios?

 

ORATIO

Señor Jesús, tanto tú como tu madre, María, ensalzasteis en un Magníficat al Padre. Al ver regresar a tus discípulos «llenos de alegría» de la misión, porque habían podido multiplicar los talentos que tú les habías entregado y habían podido recoger los frutos visibles de su actividad misionera, le dijiste al Padre: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Le 10,21). Contagiado por la alegría de tus discípulos y movido por el Espíritu, también tú estabas exultante. Al contemplar la grandeza del Padre y su ternura con sus criaturas pequeñas y humildes, tu corazón se llenaba de admiración y salieron de tu boca aquellas palabras.

Deja, oh Jesús, que nos unamos a tu oración de alabanza, del mismo modo que nos asociaste a ti en la oración del Padre nuestro. Alégrate también por nosotros, tus discípulos de hoy, cuando, por tu gracia, consigamos hacer algo con nuestros talentos, y considéranos en el número de los «pequeños» por los que ensalzaste en tu Magníficat al Padre.

 

CONTEMPLATIO

Mas notad cómo nunca reclama el Señor inmediatamente. Así, en la parábola de la viña, la arrendó a los labradores y se fue de viaje; y aquí, les entregó el dinero a sus criados y se marchó también de viaje. Buena prueba de su inmensa longanimidad. Y, a mi parecer, en esta parábola de los talentos se refiere el Señor a su resurrección.

Aquí ya no hay labradores y viña, sino que son todos trabajadores. Porque no habla ya sólo con los gobernantes y dirigentes, ni sólo con los judíos, sino con todos los hombres sin excepción. Y los que le presentan sus ganancias confiesan agradecidamente lo que es obra suya y lo que es don del Señor. El uno dice: Señor, cinco talentos me diste. Y el otro: Dos talentos me diste. Con lo que reconocen que de él recibieron la base para el negocio, y se lo agradecen sinceramente y, en definitiva, todo se lo atribuyen a él. ¿Qué responde a ello el Señor? Enhorabuena, siervo bueno y fiel (la bondad está en mirar por el prójimo); puesto que has sido fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor. Palabra con la que el Señor da a entender la bienaventuranza toda (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 78, 1 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Puse toda mi esperanza en el Señor; él se inclinó hacia mi y escuchó mi grito» (Sal 39,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando los cristianos decimos que creemos en la vida eterna que nos será dada, esta espera de lo que debe venir no es, en primer lugar, algo particularmente extraño. Por lo general, se habla de la esperanza de la vida eterna con un cierto pathos afectado, y lejos de mí criticarla, en caso de que se trate de una convicción seria. Pero me sucede siempre algo extraño cuando oigo hablar de este modo. Me parece que todos los esquemas de la imaginación, con los que se intenta explicar la vida eterna, la mayoría de las veces se adaptan muy poco al corte radical que se produce con la muerte. Nos imaginamos la vida eterna, que extrañamente ya ha sido señalada como «el más allá» y como lo que hay «después» de la muerte, demasiado repleta de aquellas realidades que nos han sido confiadas aquí: como continuación de la vida, como encuentro con aquellos que estaban junto a nosotros, como alegría y paz, como banquete y júbilo, como todo esto y otras cosas semejantes, que nunca cesarán y que siempre continuarán. Temo que la radical incomprensibilidad de lo que significa realmente vida eterna se vea minimizada, y que lo que nosotros llamamos, en esta vida eterna, contemplación directa de Dios sea rebajado a una alegre ocupación ¡unto a tantas otras que llenan nuestra vida; la inexpresable enormidad de que la misma absoluta divinidad, desnuda y simple, entre en nuestra angosta dimensión de criaturas no tiene que ser percibida como auténtica... (K. Rahner, «Erfahrung eines Theologuen», en Vor dem Geheimnis Gottes den Menschen verstehen, Munich 1984, pp. 118ss).

 

Día 31

 

22° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 20,7-9

7 Tú me sedujiste, Señor y yo me dejé seducir; me has violentado y me has podido. Se ríen de mi sin cesar, todo el mundo se burla de mi.

8 Cada vez que hablo tengo que gritar y anunciar: <<Violencia y 0presión». La Palabra del Señor se ha convertido para mi en constante motivo de burla e irrisión.

9 Yo me decía: <<No pensaré más en él, no hablaré más en su nombre». Pero era dentro de mí como un fuego devorador encerrado en mis huesos; me esforzaba en contenerlo, pero no podía.

 

•• El texto está tomado de la última de las <<Confesiones» de Jeremías, interpoladas entre los capítulos precedentes del libro (cc. 11; 15; 17; 18), donde mejor aflora la compleja personalidad del profeta, incomprendido y perseguido. Una lectura completa de la perícopa, hasta el v. 18, ilustraría mejor la variedad de sentimientos que afligen y desgarran al profeta (algo irrefrenable: adentro de mi era como un fuego devorador, (cf v 9).

Describe a Dios como un seductor violento y poderoso; según el profeta, Dios, y no otro, es el origen y la causa de todas las desdichas de su vida <<maldito el día en que nací», v. 14), Aquella palabra irresistible, que en otro tiempo Jeremías devoraba con avidez y era la delicia de su corazón (Jr 15,16), ahora se ha convertido en motivo de burla e irrisión. Desertar de la misión profética es como querer apagar en su propio corazón el ardor de la llama divina: es imposible.

 

Segunda lectura: Romanos 12,1-2

1 Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Este ha de ser vuestro auténtico culto.

2 No os acomodéis a los criterios de este mundo; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis descubrir cual es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

 

Al final de la sección dedicada al tema de la salvación, Pablo concluía que la misericordia divina es el motor del plan salvador de Dios para judíos y gentiles, para todos. Ahora, en nombre de la misericordia de Dios -gancho introductorio de la ultima parte de la carta, de índole exhortativa—, y en respuesta a la gracia recibida, Pablo anima a los hermanos en la fe para que le den a la vida una dimensión sacra y sacrificial. El culto Espiritual (literalmente, loghikós; <<¡según el Logos!»), realizado en el Espíritu del Resucitado, conlleva que nos presentemos delante del Señor (el verbo tiene resonancias esponsalicias) en la globalidad y en la concreción (<<cuerpo») de lo que somos, como sacrificio <<vivo, Santo y agradable a Dios». No se trata de ofrecer sacrificios sustitutivos de víctimas animales en lugar de ofrendas humanas, sino de ofrecerse en sacrificio, y el Espíritu de adopción filial, infundido en nuestros corazónes, transformara el <<sacrificio>> en <<santo y agradable a Dios». Las consecuencias de una orientación de vida semejante nos defienden, por un lado, del <<Conformismo >> frente a la mentalidad del mundo presente, que se sitúa en las antípodas de las enseñanzas evangélicas, y por el otro, nos permiten realizar la <<metamorfosis>>, que comporta la renovación de la mente (la metánoia evangélica). Así se consigue el auténtico discernimiento, cuyo fruto consiste en hacer cuanto es bueno, agradable y perfecto ante Dios; esto es, el cumplimiento de la voluntad divina.

 

Evangelio: Mateo 16,21-27

21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría,

22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a recriminarle:

- Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso.

23 Pero Jesús, volviéndose, dijo a Pedro:

- ¡Pónte detrás de mi, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres.

24 Y dirigiéndose a sus discípulos, añadió:

- Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a si mismo, cargue con su cruz y me siga.

25 Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la conservará.

26 Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida? O ¿qué puede dar a cambio de su vida?

27 El Hijo del hombre está a punto de venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles. Entonces tratará a cada uno según su conducta.

 

Con el reconocimiento del mesianismo de Jesús se abre una nueva etapa en el Camino del evangelio. Mateo lo subraya: <<Desde entonces comenzó Jesús...>> (v. 21) a mostrarles con claridad el destino que le esperaba: el rechazo (<<sufrir mucho») por parte de las autoridades judías que constituían el sanedrín (<<los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley »), la muerte ignominiosa (<<lo matarían>>) y, finalmente, la resurrección (v. 21).

Afrontar un destino semejante es un deber (<<tenía que ir a... »), una necesidad ineludible que entra en la lógica de la encarnación: compartir hasta el final el camino del hombre pecador. Jesús reproduce con exactitud la antigua profecía del siervo sufriente.

La primera oposición a la meta de Jesús nace desde dentro del grupo de los discípulos. Antes, Pedro, por revelación del Padre, se erigió en portavoz del mesianismo de Jesús; ahora, haciendo valer sus credenciales ante el Maestro, explaya su humanidad (<<carne y sangre», Mt 16,17), pretende evitar una misión cuyo resultado es tan desconcertante como ofensivo. Y reacciona <<tomándolo aparte» (v. 22); Cristo quiere restituir la situación y, públicamente, corrige al apóstol. Reconoce en la propuesta de Pedro la presencia del Tentador y rechaza la tentación con la misma rotundidad que lo había hecho durante su estancia en el desierto: <<¡Satanás! Eres para mi un obstáculo» (M 23; cf Mt 4,10).

La incomprensión de los discípulos pende como una espada de Damocles sobre el seguimiento y culminará con la traición de Judas y la negación de Pedro, quien en esta ocasión <<no ha tenido los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús» (cf Flp 2,5). Llegado el momento, Cristo explica su elección: la vida (¡el alma!) se salva haciéndola don y ofrenda. Si la vida tiene un valor absoluto, la vida es la condición imprescindible del seguimiento (cf Mt 10,38ss, donde aparecen los mismos versículos).

 

MEDITATIO

Podemos releer el presente fragmento evangélico a la luz del testimonio de Jeremías y la exhortación de Pablo y transformar la vida en un sacrificio Espiritual en constante discernimiento.

Cristo, figura del profeta perseguido (cf Mt 16,14: <<...otros que Jeremías), después del discernimiento madurado en la soledad del desierto y del reconocimiento de su mesianismo por boca de Pedro, quiere abrir la mente de los apóstoles al sentido profundo de su misión, según el oráculo del siervo sufriente de Isaías. El camino de la salvación nunca puede ser el

de la perdición, pues la desobediencia primera ha sido reemplazada con la obediencia incondicional al designio divino, que ha tomado cuerpo con la encarnación.

El Verbo hecho carne, una vez que asume la naturaleza humana y se adentra en la maraña de la historia, tiene que acoger hasta el final la trayectoria connatural de los acontecimientos humanos. En el caminar de su vida ve reflejado el significado profundo de la existencia humana, llamada a realizarse en la donación de si misma. Y es en esta ofrenda, realizada en la cotidianeidad de la vida, donde el hombre celebra el auténtico culto Espiritual.

 

ORATIO

Tomad, Señor y recibid toda mi libertad,

mi memoria, mi entendimiento, toda mi voluntad,

todo mi haber y poseer

Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno.

Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad.

Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.

(Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 234).

 

CONTEMPLATIO

Hijo, no puedes poseer libertad perfecta si no te niegas del todo a ti mismo.

En prisiones están todos los ricos y amadores de si mismos, los codiciosos, ociosos y vagabundos, y los que buscan siempre las cosas de gusto y no las de Jesucristo, sino que antes componen e inventan muchas veces lo que no ha de durar.

Porque todo lo que no procede de Dios perecerá.

Imprime en tu alma esta breve y perfectísima máxima: Déjalo todo, y lo hallarás todo; deja tu apetito, y hallarás sosiego.

Reflexiona bien esto y, cuando lo cumplieres, lo entenderás todo.

Señor, no es ésta obra de un día, ni juego de niños; antes en tan breve sentencia se encierra toda la perfección religiosa.

Hijo, no debes volver atrás, ni decaer presto en oyendo el camino de los perfectos; antes debes esforzarte para cosas mas altas o, a lo menos, aspirar a ellas con deseo.

¡Ojalá hubieses llegado a tanto que no fueses amador de ti mismo y estuvieses dispuesto puramente a mi voluntad y a la del superior que te he dado! Entonces me agradarías sobremanera y toda tu vida correría gozosa y pacífica.

Aún tienes mucho que dejar; que si no lo renuncias enteramente, no alcanzarás lo que me pides (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, III, 32,1-3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Dáme, Señor los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (cf Flp 2,5)a

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

<<Aprende a despreciar las cosas exteriores y dirigirte a las interiores y verás venir el Reino de Dios a ti>> (Imitación de Cristo, 2,1).  Se trata de separarse, y con fuerza, de esa exterioridad en que queda aprisionada y reducida la vida del hombre, para volverse y renovar el interior, eso interioridad que caracteriza al hombre. El logro de una conquista semejante requiere distanciamiento de las cosas exteriores, yo que mientras estés ocupado en ellas no puedes pensar en ti: Cristo vendrá a ti si le has reparado en tu interior una digna vivienda; por eso el autor de la Imitación te sugiere insistentemente: hazle sitio en tu interior a Cristo y niégale la entrada a todo lo demás. ¿Cuántos desapegos no están incluidos en <<todo lo demás»!

Desapego de las cosas, de todas las cosas a las que a veces se apega nuestro corazón inadvertidamente y que nos impiden adherirnos totalmente a Cristo; desapego de los lugares a los que fácilmente el corazón se vincula bajo la apariencia de bien; desapego de las personas, en el sentido de que los afectos no obstaculicen el triunfo de Cristo en nosotros ni se lo impidan a los demás... (G. Luzzcnti, Il Regno di Dio é in mezzo o noi, I, Milán, 1976, Wss).