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La adoración de los Reyes al Niño Dios
Visión de la recientemente declarada Beata Ana Catalina Emmerich en proceso de canonización
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LIII
Los países de
los Reyes Magos
Vi el nacimiento de
Jesucristo anunciado a los Reyes Magos. He visto a Mensor y a Sair: estaban en
el país del primero y observaban los astros, después de haber hecho los
preparativos del viaje. Observaban la estrella de Jacob desde lo alto de una
torre piramidal. Esta estrella tenía una cola que se dilató ante sus ojos, y
vieron a una Virgen brillante, delante de la cual, en medio del aire, se veía un
Niño luminoso. Al lado derecho del Niño brotó una rama, en cuya extremidad
apareció, como una flor, una pequeña torre con varias entradas que acabó por
transformarse en ciudad. Inmediatamente después de esta aparición los dos Reyes
se pusieron en marcha. Teokeno, el tercero de los Reyes, que vivía más hacia el
oriente, a dos días de viaje, tuvo igual aparición, a la misma hora, y partió en
seguida aceleradamente para reunirse con sus dos amigos, a los que encontró en
el camino.
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Me dormí con gran deseo de encontrarme en la gruta del pesebre, cerca de la Madre de Dios, con el ansia de que Ella me diera al Niño Jesús para tenerlo en mis brazos algún tiempo y estrecharlo contra mi corazón. Me acerqué a la gruta del pesebre. Era de noche. José dormía apoyado en el brazo derecho, en su aposento, cerca de la entrada. María estaba despierta, sentada en su sitio de costumbre, cerca del pesebre, teniendo al pequeño Jesús a su pecho, cubierta con un velo. Me arrodillé allí y le adoré, sintiendo un gran deseo de ver al Niño. ¡Ah, María bien lo sabía! ¡Ella lo sabe todo y acoge todo lo que se le pide con bondad muy conmovedora, siempre que se rece con fe sincera! Pero ahora estaba silenciosa, en recogimiento; adoraba respetuosamente a Aquél de quien era Madre. No me dio al Niño, porque creo lo estaba amamantando. En su lugar, yo hubiera hecho lo mismo. |
Mi ansia crecía más y se confundía con el de todas las almas que suspiraban por
el Niño Jesús. Pero esta ansia mía no era tan pura, tan inocente ni tan sincera
como la del corazón de los buenos Reyes Magos del Oriente, que lo habían
aguardado desde siglos en las personas de sus antepasados, creyendo, esperando y
amando. Así fue que mi deseo se volvió hacia ellos.
Cuando acabé de rezar, me deslicé respetuosamente fuera de la gruta y fui
llevada por un largo camino hasta el cortejo de los Reyes Magos. A través del
camino he visto muchos países, moradas y gentes con sus trajes, sus costumbres y
su culto; pero casi todo se me ha ido de la memoria. Fui llevada al Oriente a
una región donde nunca había estado, casi toda estéril y arenosa. Cerca de unas
colinas habitaban en cabañas, bajo enramadas, pequeños grupos de hombres. Eran
familias aisladas de cinco a ocho personas. El techo de ramas se apoyaba en la
colina donde habían cavado las habitaciones. Esta región no producía casi nada;
sólo brotaban zarzales y algún arbolillo con capullos de algodón blanco. En
otros árboles más grandes colocaban a sus ídolos.
Aquellos hombres vivían aún en estado salvaje. Me pareció que se alimentaban de carne cruda, especialmente de pájaros y se dedicaban al latrocinio. Eran de color cobrizo y tenían los cabellos rojos como el pelo de zorro. Eran bajos, macizos, más bien gordos que flacos; eran muy hábiles, activos y ágiles. En sus habitaciones no había animales domésticos ni tenían rebaños. Confeccionaban una especie de colchas con algodón que recogían de sus pequeños árboles. Hilaban largas cuerdas del espesor de un dedo que luego trenzaban para hacer anchas tiras de tejidos. Cuando habían preparado cierta cantidad ponían sobre sus cabezas grandes atados de colchas e iban a venderlas a la ciudad. |
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También he visto sus ídolos en varios lugares, bajo frondosos árboles: tenían
cabeza de toro con cuernos y boca grande; en el cuerpo agujeros redondos y más
abajo una abertura ancha donde encendían fuego para quemar las ofrendas
colocadas en otras aberturas más pequeñas. Alrededor de cada árbol, bajo los
cuales había ídolos, veíanse otras figuras de animales sobre columnitas de
piedra. Eran pájaros, dragones y una figura que tenía tres cabezas de perro y
una cola de serpiente arrollada sobre sí misma.
Al comenzar el viaje tuve la idea de que había gran cantidad de agua a mi
derecha y que me alejaba cada vez más de ella. Pasada esta región, el sendero
subía siempre. Atravesé la cresta de una montaña de arena blanca donde había
gran cantidad de piedrecillas negras quebradas semejantes a fragmentos de
jarrones y escudillas. Del otro lado bajé a una región cubierta de árboles que
parecían alineados en orden perfecto. Algunos de estos árboles tenían el tronco
cubierto de escamas; las hojas eran extraordinariamente grandes. Otros eran de
forma piramidal, con grandes y hermosas flores. Estos últimos tenían hojas de un
verde amarillento y ramas con capullos. He visto otros árboles con hojas muy
lisas, en forma de corazón.
Llegué después a un país de praderas que se extendía hasta donde alcanzaba la vista en medio de alturas. Había allí innumerables rebaños. Los viñedos crecían alrededor de las colinas. Había filas de cepas sobre terrazas con pequeños vallados de ramas para protegerlas. Los dueños de los rebaños habitaban en carpas, cuya entrada estaba cerrada por medio de zarzos livianos. Aquellas carpas estaban hechas con tejido de lana blanca fabricado por los pueblos más salvajes que había visto antes. En el centro había una gran carpa rodeada de muchas otras pequeñas. Los rebaños, separados en clases, vagaban por extensos prados divididos por setos de zarzales. Había diferentes tipos de rebaños: carneros cuya lana colgaba en largas trenzas, con grandes colas lanudas; otros animales muy ágiles, con cuernos, como los de los chivos, grandes como terneros; otros tenían el tamaño de los caballos que corren en libertad en nuestras praderas. Había también manadas de camellos y animales de la misma especie pero con dos jorobas. En un recinto cerrado vi elefantes blancos y algunos manchados: estaban domesticados y servían para los trabajos ordinarios. Esta visión fue interrumpida tres veces por diversas circunstancias, pero volví siempre a ella. |
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Aquellos rebaños y pastizales pertenecían, según creo, a uno de los Reyes Magos
que se hallaba entonces de viaje; me parece que eran del Rey Mensor y sus
parientes. Habían sido puestos al cuidado de otros pastores subalternos que
vestían chaquetas largas hasta las rodillas, más o menos de la forma de las de
nuestros campesinos, pero más estrechas. Creo que por haber partido el jefe para
un largo viaje todos los rebaños fueron revisados por inspectores, y los
pastores subalternos tuvieron que decir la cantidad exacta, pues he podido ver a
cierta gente, cubierta de grandes abrigos, venir de cuando en cuando para tomar
nota de todo. Se instalaban en la gran carpa principal y central y hacían
desfilar a todos los rebaños entre esta carpa y las más pequeñas. Así se
examinaba y contaba todo. Los que hacían las cuentas tenían en las manos una
especie de tablilla, no sé de qué materia, sobre la cual escribían. Viendo esto,
me decía: "¡Ojalá pudieran nuestros obispos examinar con el mismo cuidado los
rebaños confiados a los pastores subalternos!"
Cuando
después de la última interrupción de esta visión volví a estas praderas, era ya
de noche. La mayor parte de los pastores descansaban bajo carpas pequeñas. Sólo
algunos velaban caminando de un lado a otro en torno a las reses, encerradas,
según su especie, en grandes recintos separados. Yo miraba con afecto estos
rebaños que dormían en paz pensando que pertenecían a hombres, los cuales habían
abandonado la contemplación de los azules prados del cielo, sembrados de
estrellas, y habían partido siguiendo el llamado de su Creador Todopoderoso,
como fieles rebaños, para seguirlo con más obediencia que los corderos de esta
tierra siguen a sus pastores terrenales.
Veía a los pastores que miraban más a menudo las estrellas del cielo que sus
rebaños de la tierra. Yo pensaba: "Tienen razón en levantar los ojos asombrados
y agradecidos hasta el cielo mirando hacia donde sus antepasados, desde hace
siglos, perseverando en la espera y en la oración, no han cesado de levantar sus
miradas". El buen pastor que busca la oveja perdida, no descansa hasta haberla
encontrado y traído de nuevo. Lo mismo acaba de hacer el Padre que está en los
cielos, el verdadero pastor de los innumerables rebaños de estrellas extendidos
en la inmensidad. Al pecar el hombre, a quien Dios había sometido toda la
tierra, Dios maldijo a ésta en castigo de su crimen; fue a buscar al hombre
caído en la tierra, su residencia, como a una oveja perdida; envió desde lo alto
del cielo a su Hijo único para que se hiciera hombre, guiara a aquella oveja
descaminada, tomara sobre Él todos sus pecados en calidad de Cordero de Dios y,
muriendo, diera satisfacción a la justicia divina. Y este advenimiento del
Redentor había tenido lugar.
Los reyes de aquel país, guiados por una estrella, habían partido la noche
anterior para rendir homenaje al Salvador recién nacido. Por causa de esto, los
que velaban sobre los rebaños, miraban con emoción los prados celestiales y
oraban; pues el Pastor de los pastores acababa de bajar de los cielos, y fue a
los pastores, antes que a nadie, a quienes había anunciado su venida.
Mientras yo
contemplaba la inmensa llanura, el silencio de la noche fue interrumpido por el
ruido que producía un grupo de hombres que llegaban apresuradamente montados en
camellos. El cortejo, pasando a lo largo de los rebaños que descansaban, se
dirigió rápidamente hacia la carpa central. Algunos camellos se despertaban aquí
y allá e inclinaban sus largos cuellos hacia la comitiva que pasaba. Se oía el
balar de los corderos, interrumpidos en su sueño. Algunos de los recién llegados
bajaron de sus monturas y despertaban a los pastores que dormían. Los vigías más
próximos se juntaron al cortejo. Pronto todos estuvieron en pie y en movimiento
en torno de los viajeros. La gente conversaba mirando al cielo e indicando las
estrellas. Se referían a un astro o a una aparición celeste que ya no se
percibía más, pues yo misma ya no pude verla. Era el cortejo de Teokeno, el
tercero de los Reyes Magos que habitaba más lejos. Había visto en su patria la
misma aparición en el cielo que vieron sus compañeros y de inmediato se puso en
camino. Ahora preguntaba cuánta ventaja le llevaban de camino Mensor y Sair, y
si aún se veía la estrella que había tomado como guía. Cuando hubo recibido los
informes necesarios, continuó su viaje sin detenerse mayormente. Este era el
lugar donde los tres Reyes, que vivían muy lejos uno de otro, solían reunirse
para observar los astros y en su cercanía se hallaba la torre piramidal en cuya
cumbre hacían observaciones.
Teokeno era entre los tres el que habitaba más lejos. Vivía más allá del país donde residió Abrahán al principio, y se había establecido alrededor de esa comarca. En los intervalos entre las visiones que tuve tres veces, durante este día, relativas a lo que sucedía en la gran llanura de los rebaños, me fueron mostradas diversas cosas sobre los países donde había vivido Abrahán: he olvidado la mayor parte. Vi una vez, a gran distancia, la altura donde Abrahán debía sacrificar a su hijo Isaac. La primera morada de Abrahán se hallaba situada sobre una gran elevación, y los países de los tres Reyes Magos eran más bajos y estaban alrededor de aquel lugar de Abrahán. |
Otra vez vi, muy claramente, a pesar de ocurrir muy lejos, el hecho de Agar y de Ismael en el desierto. Relato lo que pude ver de esto. A un lado de la montaña de Abraham, hacia el fondo del valle, he visto a Agar con su hijo errando en medio de los matorrales. Parecía estar fuera de sí. El niño era todavía muy pequeño y tenía un vestido largo. Ella andaba envuelta en un largo manto que le cubría la cabeza y debajo llevaba un vestido corto con un corpiño ajustado. Puso al niño bajo un árbol cerca de una colina y le hizo unas marcas en la frente, en la parte superior del brazo derecho, en el pecho y en la parte alta del brazo izquierdo. No vi la marca de la frente; pero las otras, hechas sobre el vestido, permanecieron visibles y parecían trazadas en rojo. Tenían la forma de una cruz, no común, sino parecida a una de Malta que llevara en el centro un círculo, del que partían los cuatro triángulos que formaban la cruz. En cada uno de los triángulos Agar escribió unos signos o letras en forma de gancho, cuyo significado no pude comprender. En el círculo del centro trazó dos o tres letras. Hizo todo el dibujo muy rápidamente con un color rojo que parecía tener en la mano y que quizás era sangre. Se apartó de allí, levantando sus ojos al cielo, sin mirar el lugar donde dejaba a su hijo, y fue a sentarse a la sombra de un árbol como a la distancia de un tiro de fusil. Estando allí oyó una voz en lo alto; se apartó más aún del lugar primero, y habiendo escuchado la voz por segunda vez, dio con una fuente de agua oculta entre el follaje. Llenó de agua su odre, y volviendo de nuevo al lado de su hijo, le dio de beber; luego lo llevó consigo junto a la fuente y encima del vestido que tenía las marcas hechas, le puso otra vestimenta. Me parece haber visto otra vez a Agar en el desierto antes del nacimiento de Ismael.
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Al amanecer, el acompañamiento de Teokeno alcanzó a unirse al de Mensor y de
Sair cerca de una población en ruinas. Se veían allí largas filas de columnas,
aisladas unas de otras, y puertas coronadas por torrecitas cuadradas, todo medio
derruido. Aún se veían algunas grandes y hermosas estatuas, no tan rígidas como
las de Egipto, sino en graciosas actitudes, cual si fueran vivientes. En general
el país era arenoso y lleno de rocas. He visto que en las ruinas de la ciudad se habían establecido gentes que más bien parecían bandoleros y vagabundos; como único vestido llevaban pieles de animales echadas sobre el cuerpo y tenían armas de flechas y venablos. Aunque eran de estatura baja y gruesos, eran ágiles en gran manera; tenían la piel tostada. Creía reconocer este lugar por haber estado antes, en ocasión de mis viajes a la montaña de los profetas y al país del Ganges. |
Cuando se encontraron reunidos los tres Reyes, dejaron el lugar por la mañana muy temprano, con ánimo de continuar viaje con apuro. He visto que muchos habitantes pobres siguieron a los Reyes, por la liberalidad con que los trataban. Después de otro medio día de viaje se detuvieron. Después de la muerte de Jesucristo, el apóstol San Juan envió a dos de sus discípulos, Saturnino y Jonadab (medio hermano de San Pedro) para anunciar el Evangelio a los habitantes de la ciudad en ruinas.
Cuando estuvieron
juntos los tres Reyes Magos, he visto que el último, Teokeno, tenía la piel
amarillenta: lo reconocí porque era el mismo que unos treinta y dos años más
tarde se encontraba en su tienda enfermo, al visitar Jesús a estos Reyes en su
residencia, cerca de la Tierra prometida.
Cada uno de los Reyes Magos llevaba consigo a cuatro parientes cercanos o amigos
más íntimos, de modo que en el cortejo había como unas quince personas de alto
rango sin contar la muchedumbre de camelleros y de otros criados. Reconocí a
Eleazar, que más tarde fue mártir, entre los jóvenes que acompañaban a los
Reyes. Tengo una reliquia de este santo. Estaban sin ropa hasta la cintura y así
podían correr y saltar con mayor agilidad.
Mensor, el de los cabellos negros, fue bautizado más tarde por Santo Tomás y
recibió el nombre de Leandro. Teokeno, el de tez amarilla, que se encontraba
enfermo cuando pasó Jesús por Arabia, fue también bautizado por Santo Tomás con
el nombre de León. El más moreno de los tres, que ya había muerto cuando Jesús
visitó sus tierras, se llamaba Sair o Seir. Murió con el bautismo de deseo.
Estos nombres tienen relación con los de Gaspar, Melchor y Baltasar y están en
relación con el carácter personal de ellos, pues estas palabras significan: el
primero, "va con amor"; el segundo, "vaga en torno acariciando, se acerca
dulcemente"; el tercero, "recibe velozmente con la voluntad, une rápidamente su
querer a la voluntad de Dios".
Me parece haber encontrado reunido por primera vez el cortejo de los tres Reyes
a una distancia como de medio día de viaje, más allá de la población en ruinas
donde había visto tantas columnas y estatuas de piedra. El punto de reunión era
una comarca fértil. Se veían casas de pastores diseminadas, construidas con
piedras blancas y negras. Llegaron a una llanura, en medio de la cual había un
pozo y amplios cobertizos: tres en el centro y varios alrededor. Parecía un
sitio preparado para descanso de los caminantes. Cada acompañamiento estaba
compuesto de tres grupos de hombres. Cada uno comprendía cinco personajes de
distinción, entre ellos el rey o jefe, que ordenaba, arreglaba y distribuía todo
como un padre de familia. Los hombres de cada grupo tenían tez de diferente
color. Los hombres de la tribu de Mensor eran de un color moreno agradable; los
de Sair eran mucho más morenos y los de Teokeno eran de tez más clara y
amarillenta. A excepción de algunos esclavos, no había allí ninguno de piel
totalmente negra. Las personas de distinción iban sentadas en sus cabalgaduras,
sobre envoltorios cubiertos de alfombras y en la mano llevaban bastones. A éstos
seguían otros animales del tamaño de nuestros caballos, montados por criados y
esclavos que cargaban los equipajes.
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Cuando llegaron, desmontaron, descargaron a los animales, les daban de beber del agua del pozo, rodeado de un pequeño terraplén, sobre el cual había un muro con tres entradas abiertas. En ese recinto se encontraba el pozo de agua en sitio más bajo. El agua salía por tres conductos que se cerraban por medio de clavijas y el depósito, a su vez, estaba cerrado con una tapa que fue abierta por uno de los hombres de aquella ciudad en ruinas, agregado al cortejo. Llevaban odres de cuero divididos en cuatro compartimentos, de modo que cuando estaban llenos podían beber cuatro camellos a la vez. Eran tan cuidadosos del agua, que no dejaban perder ni una gota. |
Después de haber bebido fueron instalados los animales en recintos sin techo,
cerca del pozo, donde cada uno tenía su compartimiento. Pusieron a las bestias
delante de los comederos de piedra donde se les dio el forraje que habían
traído. Les daban de comer unas semillas del tamaño de bellotas, quizás habas.
Traían como equipaje jaulones colgando de ambos lados de las bestias, en los
cuales tenían pájaros como palomas o pollos, de los cuales se alimentaban
durante el viaje. En unos recipientes de hierro traían panes como tablitas
apretadas unas contra otras del mismo tamaño. Llevaban vasos valiosos de metal
amarillo, con adornos y piedras preciosas. Tenían la forma de nuestros vasos
sagrados, cálices y patenas. En ellos presentaban los alimentos o bebían. Los
bordes de estos vasos estaban adornados con piedras de color rojo.
Los vestidos
de estos hombres no eran iguales. Los hombres de Teokeno y los de Mensor
llevaban sobre la cabeza una especie de gorro alto, con tira de género blanco
enrollado; sus túnicas bajaban a la altura de las pantorrillas y eran simples
con ligeros adornos sobre el pecho. Tenían abrigos livianos, muy largos y
amplios, que arrastraban al caminar. Sair y los suyos llevaban bonetes con
cofias redondas bordadas de diferentes colores y pequeño rodete blanco. Sus
abrigos eran más cortos y sus túnicas, llenas de lazos, con botones y adornos
brillantes, descendían hasta las rodillas. A un lado del pecho llevaban por
adorno una placa estrellada y brillante. Todos calzaban suelas sujetas por
cordones que les rodeaban los tobillos. Los principales personajes tenían en la
cintura sables cortos o grandes cuchillos; llevaban también bolsas y cajitas.
Había entre ellos hombres de cincuenta años, de cuarenta, de veinte; unos usaban
la barba larga, otros corta. Los servidores y camelleros vestían con tanta
escasez, que muchos de ellos sólo llevaban un pedazo de género o algún viejo
manto.
Cuando hubieron dado de beber a los animales y los encerraron, bebieron los
hombres e hicieron un gran fuego en el centro del cobertizo donde se habían
refugiado. Utilizaron para el fuego pedazos de madera de más o menos dos pies y
medio de largo que los pobres del país traen en haces preparados de antemano
para los viajeros. Hicieron una hoguera de forma triangular, dejando una
abertura para el aire. Hicieron todo esto con mucha habilidad. No sé cómo
consiguieron hacer fuego; pero vi que pusieron un pedazo de madera dentro de
otro perforado y le dieron vueltas algún tiempo, retirándolo luego encendido. De
este modo hicieron fuego. Asaron algunos pájaros que habían matado.
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Los Reyes y los más ancianos hacían cada uno en su tribu lo que hace un padre de familia: repartían las raciones y daban a cada uno la suya; colocaban los pájaros asados, cortados en pedazos, sobre pequeños platos y los hacían circular. Llenaban las copas y daban de beber a cada uno. Los criados subalternos, entre ellos algunos negros, estaban sentados sobre tapetes en el suelo. Esperaban con paciencia su turno y recibían su porción. Me parecieron esclavos. ¡Qué admirables son la bondad y la simplicidad inocente de estos excelentes Reyes!... A la gente que va con ellos le dan de todo lo que tienen y hasta le hacen beber en sus vasos de oro, llevándolos a sus labios como si fueran niños. |
Hoy he sabido muchas cosas acerca de los Reyes Magos, especialmente el nombre de
sus países y ciudades; pero lo he olvidado casi todo. Aún recuerdo lo siguiente:
Mensor, el moreno, era de Caldea y su ciudad tenía un nombre como Acaiaia:
estaba levantada sobre una colina rodeada de un río. Mensor habitaba
generalmente en la llanura cerca de sus rebaños. Sair, el más moreno, el de la
tez cetrina, estaba ya con él preparado para partir en la noche del Nacimiento.
Recuerdo que su patria tenía un nombre como Parthermo. Al Norte del país había
un lago. Sair y su tribu eran de color más oscuro y tenían los labios rojos. Los
otros eran más blancos. Sólo había una ciudad más o menos del tamaño de Münster.
Teokeno, el blanco, venía de la Media, comarca situada en un lugar alto, entre
dos mares. Habitaba en una ciudad hecha de carpas, alzadas sobre bases de
piedras: he olvidado el nombre. Me parece que Teokeno, que era el más poderoso
de los tres y el más rico, habría podido ir a Belén por un camino más directo y
que sólo por reunirse con los demás había hecho un largo rodeo. Me parece que
tuvo que atravesar a Babilonia para alcanzarlos.
Sair vivía a tres días de viaje del lugar de Mensor, calculando el día de doce
leguas de camino. Teokeno se hallaba a cinco días de viaje. Mensor y Sair
estaban ya reunidos en casa del primero cuando vieron la estrella del Nacimiento
de Jesús y se pusieron en camino al día siguiente. Teokeno vio la misma
aparición desde su residencia y partió rápidamente para reunirse con los dos
Reyes, encontrándose en la población en ruinas.
La estrella
que los guiaba era como un globo redondo y la luz salía como de una boca.
Parecía que el globo estuviera suspendido de un rayo luminoso dirigido por una
mano. Durante el día yo veía delante de ellos un cuerpo luminoso cuya claridad
sobrepasaba la luz del sol. Me asombra la rapidez con que hicieron el viaje,
considerando la gran distancia que los separaba de Belén. Los animales tenían un
paso tan rápido y uniforme que su marcha parecía tan ordenada, veloz e igual
como el vuelo de una bandada de aves de paso. Las comarcas donde habitaban los
tres Reyes Magos formaban en conjunto un triángulo.
La caravana permaneció hasta la noche en el lugar donde los había visto
detenerse. Las personas que se les agregaron, ayudaron a cargar de nuevo las
bestias y se llevaron luego las cosas que dejaron abandonadas allí los viajeros.
Cuando se pusieron en camino, ya era de noche y se veía la estrella, con una luz
algo rojiza como la luna cuando hay mucho viento. Durante un tiempo marcharon
junto a sus animales, con la cabeza descubierta, recitando sus plegarias. El
camino estaba muy quebrado y no se podía ir de prisa; sólo más tarde, cuando el
camino se hizo llano, subieron a sus cabalgaduras. Por momentos hacían la marcha
más lenta y entonces entonaban unos cantos muy expresivos y conmovedores en
medio de la soledad de la noche.
En la noche del 29 al 30 me encontré nuevamente muy próximo al cortejo de los
Reyes. Estos avanzaban siempre en medio de la noche en pos de la estrella, que a
veces parecía tocar la tierra con su larga cola luminosa. Los Reyes miran la
estrella con tranquila alegría. A veces descienden de sus cabalgaduras para
conversar entre ellos. Otras veces, con melodía lenta, sencilla y expresiva,
cantan alternativamente frases cortas, sentencias breves, con notas muy altas o
muy bajas. Hay algo extraordinariamente conmovedor en estos cantos, que
interrumpe el silencio nocturno, y yo siento profundamente su significado.
Observan un orden muy hermoso mientras avanzan en su camino. Adelante marcha un
gran camello que lleva de cada lado cofres, sobre los cuales hay amplias
alfombras y encima está sentado un jefe con su venablo en la mano y una bolsa a
su lado. Le siguen algunos animales más pequeños, como caballos o asnos y encima
del equipaje, los hombres que dependen de este jefe. Viene después otro jefe
sobre otro camello y así sucesivamente. Los animales andan con rapidez, a
grandes trancos, aunque ponen las patas en tierra con precaución; sus cuerpos
parecen inmóviles mientras sus patas están en movimiento. Los hombres se
muestran muy tranquilos, como si no tuvieran, preocupaciones. Todo procede con
tanta calma y dulzura que parece un sueño.
Estas buenas gentes no conocen aún al Señor y van hacia Él con tanto orden, con
tanta paz y buena voluntad, mientras nosotros, a quienes Él ha salvado y colmado
de beneficios con sus bondades, somos muy desordenados y poco reverentes en
nuestras santas procesiones.
Se detuvieron nuevamente en una llanura cerca de un pozo. Un hombre que salió de
una cabaña de la vecindad, abrió el pozo y dieron de beber a los animales,
deteniéndose sólo un rato sin descargarlas. Estamos ya en el día 30. He vuelto a
ver al cortejo ascendiendo una alta meseta. A la derecha se veían montañas y me
pareció que se acercaban a una región con poblaciones, fuentes y árboles. Me
pareció el país que había visto el año pasado, y aún recientemente, hilando y
tejiendo algodón, donde adoraban ídolos en forma de toros. Volvieron a dar con
mucha generosidad alimento a los numerosos viajeros que seguían a la comitiva;
pero no utilizaron los platos y bandejas; lo que me causó alguna sorpresa. Era
un sábado, primer día del mes.
LVI
Llegan al
país del rey de Causur
He vuelto a ver a los Reyes en las inmediaciones de una ciudad, cuyo nombre me suena como Causur. Esta población se componía de carpas levantadas sobre bases de piedra. Se detuvieron en casa del jefe o rey del país, cuya habitación se encontraba a alguna distancia. Desde que se habían reunido en la población en ruinas hasta aquí, habían andado cincuenta y tres o sesenta y tres horas de camino.
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Contaron al rey del lugar todo lo que habían observado en las estrellas y este
rey se asombró mucho del relato. Miró hacia el astro que les servía de guía y
vio, en efecto, a un Niñito en él con una cruz. Pidió a los Reyes volvieran a
contarle lo que vieren, porque él también deseaba levantar altares al Niño y
ofrecerle sacrificios. Tengo curiosidad de ver si cumplirá su palabra. Era Domingo, día 2. Oí que hablaban al rey de sus observaciones astrales, y de esa conversación recuerdo lo siguiente: Los antepasados de los Reyes eran de la estirpe de Job, que antiguamente había habitado cerca del Cáucaso, aunque tenía posesiones en comarcas muy lejanas. Más o menos 1500 años antes de Cristo, aquella raza no se componía más que de una tribu. El profeta Balaam era de su país y uno de sus discípulos había dado a conocer allí su profecía: "Una estrella ha de nacer de Jacob" |
dando las instrucciones al respecto. Su doctrina se había extendido mucho entre
ellos. Levantaron una torre alta en una montaña y varios astrólogos se turnaban
en ella alternativamente. He visto esa torre, parecida a una montaña, muy ancha
en su base y terminada en punta. Todo lo que observaban era anotado y pasaba
luego de boca en boca. Estas observaciones sufrieron repetidas interrupciones
debido a diversas causas. Más tarde se introdujeron prácticas execrables, como
el sacrificio de niños, aunque conservaban la creencia de que el Niño prometido
llegaría pronto. Alrededor de cinco siglos antes de Cristo cesaron estas
observaciones y aquellos hombres se dividieron en tres ramas diferentes,
formadas por tres hermanos que vivieron separados con sus familias.
Tenían tres hijas a las que Dios había concedido el don de profecía, las cuales
recorrieron el país vestidas de largos mantos, haciendo conocer las predicciones
relativas a la estrella y al Niño que debía salir de Jacob. Se dedicaron desde
entonces nuevamente a observar los astros y la expectación se hizo muy intensa
en las tres tribus. Estos tres Reyes descendían de aquellos tres hermanos a
través de quince generaciones que se habían sucedido en línea recta durante
quinientos años. Con la mezcla de unas razas con otras había variado también la
tez de estos tres Reyes, y en el color se diferenciaban unos de otros. Desde
esos cinco siglos no habían dejado de reunirse los reyes de vez en cuando para
observar los astros. Todos los hechos notables relacionados con el nacimiento de
Jesús y el advenimiento del Mesías les habían sido indicados mediante las
señales maravillosas de los astros. He visto algunas de estas señales, aunque no
las puedo describir con claridad.
Desde la concepción de María Santísima, es decir, desde quince años atrás, estas
señales indicaban con más claridad que la venida del Niño estaba próxima. Los
Reyes habían observado cosas que tenían relación con la pasión del Señor.
Pudieron calcular con exactitud la época en que saldría la estrella de Jacob,
anunciada por Balaam, porque habían visto la escala de Jacob, y, según el número
de escalones y la sucesión de los cuadros que allí se encontraban, era posible
calcular el advenimiento del Mesías, como sobre un calendario, porque la
extremidad de la escala llegaba hasta la estrella o bien la estrella misma era
la última imagen aparecida.
En el momento de la concepción de María habían visto a la Virgen con un cetro y
una balanza, sobre cuyos platillos había espigas de trigo y uvas. Algo más tarde
vieron a la Virgen con el Niño. Belén se les apareció como un hermoso palacio,
una casa llena de abundantes bendiciones. Vieron también allí dentro a la
Jerusalén celestial, y entre las dos moradas se extendía una ruta llena de
sombras, de espinas, de combate y de sangre. Ellos creyeron que esto debía
tomarse al pie de la letra: pensaron que el Rey esperado debía haber nacido en
medio de gran pompa y que todos los pueblos le rendirían homenaje, y por esto
iban con gran acompañamiento a honrarle y a ofrecerle sus dones.
La visión de la Jerusalén celestial la tomaron por su reino en la tierra y
pensaban encaminarse a esa ciudad. En cuanto al sendero lleno de sombras y
espinas, pensaron que significaba el viaje que hacían lleno de dificultades o
alguna guerra que amenazaba al nuevo Rey. Ignoraban que esto era el símbolo de
la vía dolorosa de su Pasión. Más abajo, en la escala de Jacob, vieron, y yo
también la vi, una torre artísticamente construida, muy semejante a las torres
que veo sobre el monte de los Profetas, y donde la Virgen se refugió una vez
durante una tormenta. Ya no recuerdo lo que esto significaba; pero podría ser la
huida a Egipto. Sobre la escala de Jacob había una serie de cuadros, símbolos
figurativos de la Virgen, algunos de los cuales se encuentran en las Letanías, y
además "la fuente sellada", el jardín cerrado, como asimismo unas figuras de
reyes entre los cuales uno tenía un cetro y los otros ramas de árboles.
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Estos cuadros los veían en las estrellas continuamente durante las tres últimas
noches. Fue entonces que el principal envió mensajes a los otros; y viendo a
unos reyes que presentaban ofrendas al Niño recién nacido, se pusieron en camino
para no ser los últimos en rendirle homenaje. Todas las tribus de los adoradores
de astros habían visto la estrella; pero sólo estos Reyes Magos se decidieron a
seguirla.
La estrella que los guiaba no era un cometa, sino un meteoro brillante, conducido por un ángel. Estas visiones fueron causa de que partieran con la esperanza de hallar grandes cosas, quedando después muy sorprendidos al no encontrar nada de lo que pensaban. Se admiraron de la recepción de Herodes y de que todo el mundo ignorase el acontecimiento. Al llegar a Belén y al ver una pobre gruta en lugar del palacio que habían contemplado en la estrella, estuvieron tentados por muchas dudas; no obstante, conservaron su fe, y ya ante el Niño Jesús, reconocieron que lo que habían visto en la estrella se estaba realizando. |
Mientras observaban las estrellas hacían ayuno, oraciones, ceremonias y toda
clase de abstinencias y purificaciones. El culto de los astros ejercía en la
gente mala toda clase de influencias perniciosas por su relación con los
espíritus malignos. En los momentos de sus visiones eran presas de convulsiones
violentas, y como consecuencia de éstas agitaciones tenían lugar los sacrificios
sangrientos de niños. Otras personas buenas, como los Reyes Magos, veían todas
estas cosas con claridad serena y con agradable emoción, y se volvían mejores y
más creyentes.
Cuando los Reyes dejaron a Causur, he visto que se unió a ellos una caravana de
viajeros distinguidos que seguía el mismo derrotero. El 3 y el 4 del mes vi que
atravesaban una llanura extensa, y el 5 se detuvieron cerca de un pozo de agua.
Allí dieron de beber a sus bestias, sin descargarlas, y prepararon algunos
alimentos. Canto con estos Reyes. Ellos lo hacen agradablemente, con palabras
como éstas: "Queremos pasar las montañas y arrodillarnos ante el nuevo Rey".
Improvisan y cantan versos alternativamente. Uno de ellos empieza y los otros
repiten; luego otro dice una nueva estrofa, y así prosiguen, mientras cabalgan,
cantando sus melodías dulces y conmovedoras.
En el centro de la estrella o, mejor, dentro del globo luminoso, que les
indicaba el camino, vi aparecer un Niño con la cruz. Cuando los Reyes vieron la
aparición de la Virgen en las estrellas, el globo luminoso se puso encima de
esta imagen, poniéndose prontamente en movimiento.
LVII
La Virgen
Santísima presiente la llegada de los Reyes
María había tenido una visión de la próxima llegada de los Reyes, cuando éstos se detuvieron con el rey de Causur, y vio también que este rey quería levantar un altar para honrar al Niño. Comunicólo a José y a Isabel, diciéndoles que sería preciso vaciar cuanto se pudiera la gruta del Pesebre y preparar la recepción de los Reyes. María se retiró ayer de la gruta por causa de unos visitantes curiosos, que acudieron muchos más en estos últimos días.
Hoy Isabel se volvió a Juta en compañía de un criado. En estos dos últimos días hubo más tranquilidad en la gruta del Pesebre y la Sagrada Familia permaneció sola la mayor parte del tiempo. Una criada de María, mujer de unos treinta años, grave y humilde, era la única persona que los acompañaba. Esta mujer, viuda, sin hijos, era parienta de Ana, quien le había dado asilo en su casa. Había sufrido mucho con su esposo, hombre duro, porque siendo ella piadosa y buena, iba a menudo a ver a los esenios con la esperanza del Salvador de Israel. El hombre se irritaba por esto, como hacen los hombres perversos de nuestros días, a quienes les parece que sus mujeres van demasiado a la iglesia. Después de haber abandonado a su mujer, murió al poco tiempo. |
|
Aquellos vagabundos que, mendigando, habían proferido injurias y maldiciones
cerca de la gruta de Belén, e iban a Jerusalén para la fiesta de la Dedicación
del Templo, instituida por los Macabeos, no volvieron por estos contornos. José
celebró el sábado bajo la lámpara del Pesebre con María y la criada. Esta noche
empezó la fiesta de la Dedicación del Templo y reina gran tranquilidad. Los
visitantes, bastante numerosos, son gentes que van a la fiesta. Ana envía a
menudo mensajeros para traer presentes e inquirir noticias.
Como las madres judías no amamantan mucho tiempo a sus criaturas, sino que les
dan otros alimentos, así el Niño Jesús tomaba también, después de los primeros
días, una papilla hecha con la médula de una especie de caña. Es un alimento
dulce, liviano y nutritivo. José enciende su lámpara por la noche y por la
mañana para celebrar la fiesta de la Dedicación. Desde que ha empezado la fiesta
en Jerusalén, aquí están muy tranquilos. Llegó hoy un criado mandado por Santa
Ana trayendo, además de varios objetos, todo lo necesario para trabajar en un
ceñidor y un cesto lleno de hermosas frutas cubiertas de rosas. Las flores
puestas sobre las frutas conservaban toda su frescura. El cesto era alto y fino,
y las rosas no eran del mismo color que las nuestras, sino de un tinte pálido y
color de carne, entre otras amarillas y blancas y algunos capullos. Me pareció
que le agradó a María este cesto y lo colocó a su lado.
Mientras tanto yo veía varias veces a los Reyes en su viaje. Iban por un camino
montañoso, franqueando aquellas montañas donde había piedras parecidas a
fragmentos de cerámica. Me agradaría tener algunas de ellas, pues son bonitas y
pulidas. Hay algunas montañas con piedras transparentes, semejantes a huevos de
pájaros, y mucha arena blancuzca. Más tarde vi a los Reyes en la comarca donde
se establecieron posteriormente y donde Jesús los visitó en el tercer año de su
predicación. Me pareció que José, deseando permanecer en Belén, pensaba habitar
allí después de la Purificación de María y que había tomado ya informes al
respecto.
Hace tres días vinieron algunas personas pudientes de Belén a la gruta. Ahora
aceptarían de muy buena gana a la Sagrada Familia en sus casas; pero María se
ocultó en la gruta lateral y José rehusó modestamente sus ofrecimientos. Santa
Ana está por visitar a María. La he visto muy preocupada en estos últimos días
revisando sus rebaños y haciendo la separación de la parte de los pobres y la
del Templo. De la misma manera la Sagrada Familia reparte todo lo que recibe en
regalos.
La festividad de la Dedicación seguía aún por la mañana y por la noche, y deben
de haber agregado otra fiesta el día 13, pues pude ver que en Jerusalén hacían
cambios en las ceremonias. Vi también a un sacerdote junto a José, con un rollo,
orando al lado de una mesa pequeña cubierta con una carpeta roja y blanca. Me
pareció que el sacerdote venía a ver si José celebraba la fiesta o para anunciar
otra festividad.
En estos últimos días la gruta estuvo muy tranquila porque no tenía visitantes.
La fiesta de la Dedicación terminó con el sábado, y José dejó de encender las
lámparas. El domingo 16 y el lunes 17 muchos de los alrededores acudieron a la
gruta del Pesebre, y aquellos mendigos descarados se mostraron en la entrada.
Todos volvían de las fiestas de la Dedicación. El 17 llegaron dos mensajeros de
parte de Ana, con alimentos y diversos objetos, y María, que es más generosa que
yo, pronto distribuyó todo lo que tenía. Vi a José haciendo diversos arreglos en
la gruta del pesebre, en las grutas laterales y en la tumba de Maraha. Según la
visión que había tenido María, esperaban próximamente a Ana y a los Reyes Magos.
LVIII
El viaje de
los Reyes Magos
He visto llegar hoy la caravana de los Reyes, por la noche, a una población pequeña con casas dispersas, algunas rodeadas de grandes vallas. Me parece que es éste el primer lugar donde se entra en la Judea. Aunque aquella era la dirección de Belén, los Reyes torcieron hacia la derecha, quizás por no hallar otro camino más directo. Al llegar allí su canto era más expresivo y animado; estaban más contentos porque la estrella tenía un brillo extraordinario: era como la claridad de la luna llena, y las sombras se veían con mucha nitidez. A pesar de todo, los habitantes parecían no reparar en ella. Por otra parte eran buenos y serviciales. |
Algunos viajeros habían desmontado y los habitantes ayudaban a dar de beber a
las bestias. Pensé en los tiempos de Abrahán, cuando todos los hombres eran
serviciales y benévolos. Muchas personas acompañaron a la comitiva de los Reyes
Magos llevando palmas y ramas de árboles cuando pasaron por la ciudad. La
estrella no tenía siempre el mismo brillo: a veces se oscurecía un tanto;
parecía que daba más claridad según fueran mejores los lugares que cruzaban.
Cuando vieron los Reyes resplandecer más a la estrella, se alegraron mucho
pensando que sería allí donde encontrarían al Mesías. Esta mañana pasaron al
lado de una ciudad sombría, cubierta de tinieblas, sin detenerse en ella, y poco
después atravesaron un arroyo que se echa en el Mar Muerto. Algunas de las
personas que los acompañaban se quedaron en estos sitios. He sabido que una de
aquellas ciudades había servido de refugio a alguien en ocasión de un combate,
antes que Salomón subiera al trono. Atravesando el torrente, encontraron un buen
camino.
Esta noche volví a ver el acompañamiento de los Reyes que había aumentado a unas
doscientas personas porque la generosidad de ellos había hecho que muchos se
agregaran al cortejo. Ahora se acercaban por el Oriente a una ciudad cerca de la
cual pasó Jesús, sin entrar, el 31 de Julio del segundo año de su predicación.
El nombre de esa ciudad me pareció Manatea, Metanea, Medana o Madián. Había allí
judíos y paganos; en general eran malos. A pesar de atravesarla una gran ruta,
no quisieron entrar por ella los Reyes y pasaron frente al lado oriental para
llegar a un lugar amurallado donde había cobertizos y caballerizas. En este
lugar levantaron sus carpas, dieron de beber y comer a sus animales y tomaron
también ellos su alimento.
Los Reyes se detuvieron allí el jueves 20 y el viernes 21 y se pusieron muy
pesarosos al comprobar que allí tampoco nadie sabía nada del Rey recién nacido.
Les oí relatar a los habitantes las causas porque habían venido, lo largo del
viaje y varias circunstancias del camino. Recuerdo algo de lo que dijeron. El
Rey recién nacido les había sido anunciado mucho tiempo antes. Me parece que fue
poco después de Job, antes que Abrahán pasara a Egipto, pues unos trescientos
hombres de la Media, del país de Job (con otros de diferentes lugares) habían
viajado hasta Egipto llegando hasta la región de Heliópolis. No recuerdo por qué
habían ido tan lejos; pero era una expedición militar y me parece que habían
venido en auxilio de otros. Su expedición era digna de reprobación, porque
entendí que habían ido contra algo santo, no recuerdo si contra hombres buenos o
contra algún misterio religioso relacionado con la realización de la Promesa
divina.
En los alrededores de Heliópolis varios jefes tuvieron una revelación con la
aparición de un ángel que no les permitió ir más lejos. Este ángel les anunció
que nacería un Salvador de una Virgen, que debía ser honrado por sus
descendientes. Ya no sé cómo sucedió todo esto; pero volvieron a su país y
comenzaron a observar los astros. Los he visto en Egipto organizando fiestas
regocijantes, alzando allí arcos de triunfo y altares, que adornaban con flores,
y después regresaron a sus tierras. Eran gentes de la Media, que tenían el culto
de los astros. Eran de alta estatura, casi gigantes, de una hermosa piel morena
amarillenta. Iban como nómadas con sus rebaños y dominaban en todas partes por
su fuerza superior. No recuerdo el nombre de un profeta principal que se
encontraba entre ellos. Tenían conocimiento de muchas predicciones y observaban
ciertas señales trasmitidas por los animales. Si éstos se cruzaban en su camino
y se dejaban matar, sin huir, era un signo para ellos y se apartaban de aquellos
caminos.
Los Medos, al volver de la tierra de Egipto, según contaban los Reyes, habían
sido los primeros en hablar de la profecía y desde entonces se habían puesto a
observar los astros. Estas observaciones cayeron algún tiempo en desuso; pero
fueron renovadas por un discípulo de Balaam y mil años después las tres
profetisas, hijas de los antepasados de los tres Reyes, las volvieron a poner en
práctica. Cincuenta años más tarde, es decir, en la época a que habían llegado,
apareció la estrella que ahora seguían para adorar al nuevo Rey recién nacido.
Estas cosas relataban los Reyes a sus oyentes con mucha sencillez y sinceridad,
entristeciéndose mucho al ver que aquéllos no parecían querer prestar fe a lo
que desde dos mil años atrás había sido el objeto de la esperanza y deseos de
sus antepasados.
A la caída de la tarde se oscureció un poco la estrella a causa de algunos
vapores, pero por la noche se mostró muy brillante entre las nubes que corrían,
y parecía más cerca de la tierra. Se levantaron entonces rápidamente,
despertaron a los habitantes del país y les mostraron el espléndido astro.
Aquella gente miró con extrañeza, asombro y alguna conmoción el cielo; pero
muchos se irritaron aun contra los santos Reyes, y la mayoría sólo trató de
sacar provecho de la generosidad con que trataban a todos. Les oí también decir
cosas referentes a su jornada hasta allí. Contaban el camino por jornadas a pie,
calculando en doce leguas cada jornada. Montando en sus dromedarios, que eran
más rápidos que los caballos, hacían treinta y seis leguas diarias, contando la
noche y los descansos. De este modo, el Rey que vivía más lejos pudo hacer, en
dos días, cinco veces las doce leguas que los separaban del sitio donde se
habían reunido, y los que vivían más cerca podían hacer en un día y una noche
tres veces doce leguas. Desde el lugar donde se habían reunido hasta aquí habían
completado 672 leguas de camino, y para hacerlo, calculando desde el nacimiento
de Jesucristo, habían empleado más o menos veinticinco días con sus noches,
contando también los dos días de reposo.
La noche del viernes 21, habiendo comenzado el sábado para los judíos que
habitaban allí, los Reyes prepararon su partida. Los habitantes del lugar habían
ido a la sinagoga de un lugar vecino pasando sobre un puente hacia el Oeste. He
visto que estos judíos miraban con gran asombro la estrella que guiaba a los
Magos; pero no por eso se mostraron más respetuosos. Aquellos hombres
desvergonzados estuvieron muy importunos, apretándose como enjambres de avispas
alrededor de los Reyes, demostrando ser viles y pedigüeños, mientras los Reyes,
llenos de paciencia, les daban sin cesar pequeñas piezas amarillas,
triangulares, muy delgadas, y granos de metal oscuro. Creo por eso que debían
ser muy ricos estos Reyes. Acompañados por los habitantes del lugar dieron
vueltas a los muros de la ciudad, donde vi algunos templos con ídolos; más tarde
atravesaron el torrente sobre un puente, y costearon la aldea judía. Desde aquí
tenían un camino de veinticuatro leguas para llegar a Jerusalén.
LIX
Llegada de
Santa Ana a Belén
He visto a Santa Ana con María de Helí, una criada, un servidor y dos asnos pasando la noche a poca distancia de Betania, de camino para Belén. José había completado los arreglos tanto en la gruta del Pesebre como en las grutas laterales, para recibir a los Reyes Magos, cuya llegada había anunciado María, mientras se hallaban en Causur, y también para hospedar a los venidos de Nazaret. José y María se habían retirado a otra gruta con el Niño, de modo que la del Pesebre se encontraba libre, no quedando en ella más que el asno. Si mal no recuerdo José había pagado ya el segundo de los impuestos hacía algún tiempo, y nuevas personas venidas de Belén para ver al Niño tuvieron la dicha de tomarlo en sus brazos. En cambio, cuando otras lo querían alzar, lloraba y volvía la cabeza.
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He visto a la Virgen tranquila en su nueva habitación discretamente arreglada: el lecho estaba contra la pared y el Niño Jesús se encontraba a su lado, en una cesta larga, hecha de cortezas, acomodada sobre una horqueta. Un tabique hecho de zarzos separaba el lecho de María y la cuna del Niño del resto de la gruta. Durante el día, para no estar sola, se sentaba delante del tabique con el Niño a su lado. José descansaba en otra parte retirada de la gruta. Lo he visto llevando alimentos a María, servidos en una fuente, como también ofrecerle un cantarillo con agua. Esta noche comenzaba un día de ayuno: todos los alimentos debían estar preparados para el día siguiente; el fuego estaba cubierto y las aberturas veladas. |
Entretanto había llegado Santa Ana con la hermana mayor de María y una criada.
Estas personas debían pasar la noche en la gruta de Belén: por eso la Sagrada
Familia se había retirado a la gruta lateral. Hoy he visto a María que ponía el
Niño en los brazos de Santa Ana. Esta se hallaba profundamente conmovida. Había
traído consigo colchas, pañales y varios alimentos, y dormía en el mismo sitio
donde había reposado Isabel. María le relató todo lo sucedido. Ana lloraba en
compañía de María. El relato fue alegrado por las caricias del Niño Jesús. Hoy
vi a la Virgen volver a la gruta del Pesebre y al pequeño Jesús acostado allí de
nuevo. Cuando José y María se encuentran solos cerca del Niño, los veo a menudo
ponerse en adoración ante Él. Hoy vi a Ana cerca del Pesebre con María en una
actitud reverente, contemplando al Niño Jesús con sentimiento de gran fervor. No
sé si las personas venidas con Ana habían pasado la noche en la gruta lateral o
habían ido a otro lugar; creo que estaban en otro sitio.
Ana trajo diversos objetos para el Niño y la Madre. María ha recibido ya muchas
cosas desde que se encuentra aquí; pero todo sigue pareciendo muy pobre porque
María reparte lo que no es absolutamente necesario. Le dijo a Ana que los Reyes
llegarían muy pronto y que su llegada causaría gran impresión. Esta misma noche,
después de terminado el Sábado, vi que Ana con sus acompañantes se retiró de la
compañía de María, durante la estadía de los Reyes, a casa de su hermana casada,
para volver después. Ya no recuerdo el nombre de la población, de la tribu de
Benjamín, que se compone de algunas casas, en una llanura y se encuentra a media
legua del último lugar del alojamiento de la Santa Familia en su viaje a Belén.
LX
Llegada de
los Reyes Magos a Jerusalén
La comitiva de los Reyes partió de noche de Metanea y tomó un camino muy transitable, y aunque los viajeros no entraron ni atravesaron ninguna otra ciudad, pasaron a lo largo de las aldeas donde Jesús más tarde enseñó, curó a enfermos y bendijo a los niños al finalizar el mes de Junio del tercer año de su predicación. Betabara era uno de esos sitios adonde llegaron una mañana temprano para pasar el Jordán. Como era sábado encontraron pocas persona en el camino. Esta mañana vi la caravana de los Reyes que pasaba el Jordán a las siete. Comúnmente se cruzaba el río sirviéndose de un aparato fabricado con vigas; pero para los grandes pasajes, con cargas pesadas, se hacía por una especie de puente. Los boteros que vivían cerca del puente hacían este trabajo mediante una paga; pero como era sábado y no podían trabajar, tuvieron que ocuparse los mismos viajeros, cooperando algunos hombres paganos ayudantes de los boteros judíos. La anchura del Jordán no era mucha en este lugar y además estaba lleno de bancos de arena. Sobre las vigas, por donde se cruzaba de ordinario, fueron colocadas algunas planchas, haciendo pasar a los camellos por encima. Demoró mucho antes que todos hubieron pasado a la orilla opuesta del río.
|
Dejando a Jericó a la derecha van en dirección de Belén; pero se desvían hacia la derecha para ir a Jerusalén. Hay como un centenar de hombres con ellos. Veo de lejos una ciudad conocida: es pequeña y se halla cerca de un arroyuelo que corre de Oeste a Este a partir de Jerusalén, y me parece que han de pasar por esta ciudad. Por algún tiempo el arroyo corre a la izquierda de ellos y según sube o baja el camino. Unas veces se ve a Jerusalén, otras veces no se la puede ver. Al fin se desviaron en dirección a Jerusalén y no pasaron por la pequeña ciudad. |
El Sábado 22, después de la terminación de la fiesta, la caravana de los Reyes
llegó a las puertas de Jerusalén. He visto la ciudad con sus altas torres
levantadas hacia el cielo. La estrella que los había guiado casi había
desaparecido y sólo daba una débil luz detrás de la ciudad. A medida que
entraban en la Judea y se acercaban a Jerusalén, los Reyes iban perdiendo
confianza, porque la estrella no tenía ya el brillo de antes y aún la veían con
menos frecuencia en esta comarca. Habían pensado encontrar en todas partes
festejos y regocijo por el Nacimiento del Salvador, a causa de quien habían
venido desde tan lejos y no veían en todas partes más que indiferencia y desdén.
Esto les entristecía y les inquietaba, y pensaban haberse equivocado en su idea
de encontrar al Salvador.
La
caravana podía ser ahora de unas doscientas personas y, ocupaba más o menos el
trayecto de un cuarto de legua. Ya desde Causur se les había agregado cierto
número de personas distinguidas y otras se unieron a ellos más tarde. Los tres
Reyes iban sentados sobre tres dromedarios y otros tres de estos animales
llevaban el equipaje. Cada Rey tenía cuatro hombres de su tribu; la mayor parte
de los acompañantes montaban sobre cabalgaduras muy rápidas, de airosas cabezas.
No sabría decir si eran asnos o caballos de otra raza, pero se parecían mucho a
nuestros caballos. Los animales que utilizaban las personas más distinguidas
tenían bellos arneses y riendas, adornados de cadenas y estrellas de oro.
Algunos del séquito de los Reyes se desprendieron del cortejo y entraron en la
ciudad, regresando con soldados y guardianes.
La llegada de una caravana tan numerosa en una época en que no se celebraba
fiesta alguna, y no siendo por razones de comercio, y llegando por el camino que
llegaban, era algo muy extraordinario. A todas las preguntas que se les hacía
respondían hablando de la estrella que los había guiado y del Niño recién
Nacido. Nadie comprendía nada de este lenguaje, y los Reyes se turbaron mucho,
pensando que tal vez se habían equivocado, puesto que no encontraban a uno
siquiera que supiese algo relacionado con el Niño Salvador del mundo, Nacido
allí, en sus tierras. Todos miraban con sorpresa a los Reyes, sin comprender el
por qué de su venida ni lo que buscaban.
Cuando estos guardianes de la puerta vieron la generosidad con que trataban los
Reyes a los mendigos que se acercaban, y cuando oyeron decir que deseaban
alojamiento, que pagarían bien, y que entretanto deseaban hablar al rey Herodes,
algunos entraron en la ciudad y se sucedió una serie de idas y venidas, de
mensajeros y de explicaciones, mientras los Reyes se entretenían con toda la
suerte de gentes que se les había acercado. Algunos de estos hombres habían oído
hablar de un Niño Nacido en Belén; pero no podían siquiera pensar que pudiera
tener relación con la venida de los Reyes, sabiendo que se trataba de padres
pobres y sin importancia. Otros se burlaban de la credulidad de los Reyes.
|
Conforme a los mensajes que traían los hombres de la ciudad, comprendieron que Herodes nada sabía del Niño. Como tampoco habían contado con encontrarse con el rey Herodes, se afligieron mucho más y se inquietaron sumamente, no sabiendo qué actitud tomar en presencia del rey ni qué iban a decirle. Con todo, a pesar de su tristeza, no perdieron el ánimo y se pusieron a rezar. Volvió el ánimo a su atribulado espíritu y se dijeron unos a otros: "Aquél que nos ha traído hasta aquí con tanta celeridad, por medio de la luz de la estrella, Ése mismo podrá guiarnos de nuevo hasta nuestras casas". |
Al
fin regresaron los mensajeros, y la caravana fue conducida a lo largo de los
muros de la ciudad, haciéndola entrar por una puerta situada no lejos del
Calvario. Los llevaron a un gran patio redondo rodeado de caballerizas, con
alojamientos no lejos de la plaza del pescado, en cuya entrada encontraron
algunos guardianes. Los animales fueron llevados a las caballerizas y los
hombres se retiraron bajo cobertizos, junto a una fuente que había en medio del
gran patio. Este patio, por uno de sus costados tocaba con una altura; por los
otros estaba abierto, con árboles delante. Llegaron después unos empleados,
quizás aduaneros, que de dos en dos inspeccionaron los equipajes de los viajeros
con sus linternas.
El palacio de Herodes estaba más arriba, no lejos de este edificio, y pude ver el camino que llevaba hasta él iluminado
con linternas y faroles colocados sobre perchas. Herodes envió a un mensajero
encargado de conducirle en secreto a su palacio al rey Teokeno. Eran las diez de
la noche. Teokeno fue recibido en una sala del piso bajo por un cortesano de
Herodes, que le interrogó sobre el objeto de su viaje. Teokeno dijo con
simplicidad todo lo que se le preguntaba y rogó al hombre que preguntara al rey
Herodes dónde había nacido el Niño, Rey de los Judíos, y dónde se hallaba, ya
que habían visto su estrella y habían venido tras de ella. El cortesano llevó su
informe a Herodes, que se turbó mucho al principio; pero disimulando su
malcontento hizo responder que deseaba tener más datos relativos sobre ese
suceso y que entretanto instaba a los reyes a que descansasen, añadiendo que al
día siguiente hablaría con ellos y les daría a conocer todo lo que lograse saber
sobre el asunto.
Volvió Teokeno y no pudo dar a sus compañeros noticias consoladoras; por otra parte, no se les había preparado nada para que pudiesen reposar y mandaron rehacer muchos fardos que habían sido abiertos. Durante aquella noche no pudieron descansar y algunos de ellos andaban de un lado a otro como buscando la estrella que los había guiado. Dentro de la ciudad de Jerusalen había gran quietud y silencio; pero en torno de los Reyes había agitación, y en el patio se tomaban y daban toda clase de informes. Los Reyes pensaban que Herodes lo sabía todo perfectamente, pero que trataba de ocultarles la verdad. |
Se celebraba una gran fiesta esa noche en el palacio de Herodes al tiempo de la visita de Teokeno, porque veía las salas iluminadas. Iban y venían toda clase de hombres y mujeres ataviadas sin decencia alguna. Las preguntas de Teokeno sobre el rey recién Nacido turbaron el ánimo de Herodes, el cual llamó en seguida a su palacio a los príncipes, a los sacerdotes y a los escribas de la Ley. Los he visto acudir al palacio antes de la media noche con rollos escritos. Traían sus vestiduras sacerdotales, llevaban condecoraciones sobre el pecho y cinturones con letras bordadas. Había unos veinte de estos personajes en torno de Herodes, que preguntó dónde debía ser el lugar del Nacimiento del Mesías. Los vi cómo abrían sus rollos y mostraban con el dedo pasajes de la Escritura:
"Debe nacer en Belén de Judá, porque así está escrito en el profeta Miqueas. Y tú Belén, no eres la más mínima entre los príncipes de Judá, pues de ti ha de nacer el jefe que gobernará mi pueblo en Israel".
Después vi a Herodes con algunos de ellos paseando por la terraza del palacio,
buscando inútilmente la estrella de la que había hablado Teokeno. Se mostraba
muy inquieto. Los sacerdotes y escribas le hicieron largos razonamientos
diciendo que no debía hacer caso ni dar importancia a las palabras de los Reyes
Magos, añadiendo que aquellas gentes son amigas de lo maravilloso y se imaginan
siempre grandes fantasías con sus observaciones estelares. Decían que si algo
hubiera habido en realidad se hubiera sabido en el Templo y en la ciudad santa,
y que ellos no podrían haberlo ignorado.
LXI
Los Reyes
Magos conducidos al palacio de Herodes
En esta mañana muy temprano Herodes hizo llevar al palacio, en secreto, a los Reyes. Fueron recibidos bajo una arcada y conducidos luego a una sala, donde he visto ramas verdes con flores en vasos y refrescos para beber. Después de algún tiempo apareció Herodes. Los Magos se inclinaron ante él y pasaron a interrogarle sobre el Rey de los Judíos recién Nacido. Herodes ocultó su gran turbación y se mostró contento de la noticia. Vi que estaban con él algunos de los escribas. Herodes preguntó algunos detalles sobre lo que habían visto, y el Rey Mensor describió la última aparición que habían tenido antes de partir. Era, dijo, una Virgen y delante de Ella un Niño, de cuyo costado derecho había brotado una rama luminosa; luego, sobre ésta había aparecido una torre con varias puertas. La torre se transformó en una gran ciudad, sobre la cual se manifestó el Niño con una corona, una espada y un cetro, como si fuese Rey. Después de esto se vieron ellos mismos, como también todos los reyes del mundo, postrados delante de ese Niño en acto de adoración; pues poseía un imperio delante del cual todos los demás imperios debían someterse; y así en esta forma describió lo que habían visto.
|
Herodes les habló de una profecía que hablaba de algo parecido sobre Belén de Efrata; les dijo que fueran secretamente allá y cuando hubiesen encontrado al Niño volvieran a decirle el resultado, para que él también pudiera ir a adorarle. Los Reyes no tocaron los alimentos que se les había preparado y volvieron a su alojamiento. Era muy temprano, casi al amanecer, pues he visto todavía las linternas encendidas delante del palacio de Herodes. Herodes conferenció con ellos en secreto para que no se hiciera público el acontecimiento. Al aclarar del todo prepararon la partida. La gente que los había acompañado hasta Jerusalén se hallaba ya dispersa por la ciudad desde la víspera. |
El ánimo de Herodes estaba en aquellos días lleno de descontento e irritación.
Al tiempo del Nacimiento de Jesucristo se encontraba en su castillo, cerca de
Jericó, y había ordenado hacía poco un cobarde asesinato. Había colocado en
puestos altos del Templo a gente que le referían todo lo que allí se hablaba,
para que denunciasen a los que se oponían a sus designios. Un hombre justo y
honrado, alto empleado en el Templo, era el principal de los que consideraba él
como sus adversarios. Herodes con fingimiento lo invitó a que fuera a verlo a
Jericó y lo hizo atacar y asesinar en el camino, achacando ese crimen a algunos
asaltantes.
Algunos días después de esto fue a Jerusalén para tomar parte en la fiesta de la
Dedicación del Templo, que tenía lugar el 25 del mes de Casleu y allí se
encontró enredado en un asunto muy desagradable. Queriendo congraciarse con los
judíos había mandado hacer una estatua o figura de cordero o más bien de
cabrito, porque tenía cuernos, para que fuera colocada en la puerta que llevaba
del patio de las mujeres al de las inmolaciones. Hizo esto de su propia
iniciativa, pensando que los judíos se lo agradecerían; pero los sacerdotes se
opusieron tenazmente a ello, aunque los amenazó con hacerles pagar una multa por
su resistencia. Ellos replicaron que pagarían, pero que no toleraban esa imagen
contraria a las prescripciones de la Ley. Herodes se irritó mucho y pretendió
colocarla ocultamente; pero al llevarla, un israelita muy celoso tomó la imagen
y la arrojó al suelo, quebrándola en dos pedazos. Se promovió un gran tumulto y
Herodes hizo encarcelar al hombre. Todo esto lo había irritado mucho y estaba
arrepentido de haber ido a la fiesta; sus cortesanos trataban de distraerlo y
divertirlo. En este estado de ánimo lo encontró la noticia del Nacimiento de
Cristo.
En Judea hacía tiempo que hombres piadosos vivían, en la esperanza de que pronto
había de llegar el Mesías y los sucesos acontecidos en el Nacimiento del Niño se
habían divulgado por medio de los pastores. Con todo, muchas personas
importantes oían estas cosas como fábulas y vanas palabras y el mismo Herodes
había oído hablar y enviado secretamente algunos hombres a tomar informes de lo
que se decía. Estos emisarios estuvieron, en efecto, tres días después de haber
nacido Jesús y luego de haber conversado con José, declararon, como hombres
orgullosos, que todo era cosa sin importancia: que en la gruta no había más que
una pobre familia de la cual no valía la pena que nadie se ocupara. El orgullo
que los dominaba les había impedido interrogar seriamente a José desde un
principio, tanto más que llevaban orden de proceder en el mayor secreto, sin
llamar la atención.
|
Cuando de pronto llegaron los Reyes Magos con su numeroso séquito, Herodes se llenó de nuevas inquietudes, ya que estos hombres venían de lejos y todo esto era más que rumores sin importancia. Como hablaran los Reyes con tanta convicción del Rey recién Nacido, fingió Herodes deseos de ir a ofrecerle sus homenajes, lo cual alegró mucho a los Reyes, creyéndolo bien dispuesto. La ceguera del orgullo de los escribas no acabó de tranquilizarlo y el interés de conservar en secreto este asunto fue causa de la conducta que observó. No hizo objeciones a lo que decían los Reyes, no hizo perseguir en seguida al Niño para no exponerse a las críticas de un pueblo difícil de gobernar y resolvió recabar por medio de ellos noticias más exactas para tomar luego las medidas del caso. |
Como los Reyes, advertidos por Dios, no volvieron a dar noticias, hizo explicar que la huida de los Reyes era consecuencia de la ilusión mentirosa que habían sufrido y que no se habían atrevido a comparecer de nuevo, porque estaban avergonzados del engaño en que habían caído y al que habían querido arrastrar a los demás. Mandaba decir: "¿Qué razones podían tener para salir clandestinamente después de haber sido recibidos aquí en forma tan amistosa?..." De este modo Herodes trató de adormecer este asunto disponiendo que en Belén nadie se pusiese en relación con esa Familia, de la que se había hablado tanto, ni recoger los rumores e invenciones que se propalaban para extraviar los espíritus.
|
Habiendo vuelto quince días más tarde la Sagrada Familia a Nazaret, se dejó pronto de hablar de cosas de las cuales la multitud no había tenido más que conocimientos vagos, y las gentes piadosas, por otro lado, llenas de esperanza, guardaban un discreto silencio. Cuando pareció que todo quedaba olvidado, pensó entonces Herodes en deshacerse del Niño y supo que la Familia había dejado a Nazaret, llevándose al Niño. Lo hizo buscar durante bastante tiempo; pero habiendo perdido toda esperanza de encontrarlo, creció mayormente su inquietud y determinó ejecutar la medida extrema de la matanza de los niños. Tomó en esta ocasión todas sus medidas y envió tropas de antemano a los lugares donde podía temerse una sublevación. Creo que la matanza se hizo en siete lugares diferentes. |
LXII
Viaje de los
Reyes de Jerusalén a Belén
Veo
la caravana de los Reyes junto a una puerta situada al Mediodía. Un grupo de
hombres los acompañaba hasta un arroyo delante de la ciudad, y luego volvieron.
No bien habían pasado el arroyo, se detuvieron buscando con los ojos la estrella
en el firmamento. Habiéndola visto prorrumpieron en exclamaciones de alegría y
continuaron su marcha cantando sus melodías. La estrella no los llevaba en línea
recta sino que se desviaba algo hacia el Oeste. Pasaron frente a una pequeña
ciudad, que conozco muy bien; se detuvieron detrás de ella, y oraron mirando
hacia el Mediodía, en un paraje ameno cerca de un caserío. En este lugar,
delante de ellos, surgió un manantial de agua, que los llenó de contento.
Bajando de sus cabalgaduras cavaron para esta fuente un pilón, rodeándolo de
piedras, arena y césped. Durante varias horas se detuvieron allí dando de beber
y alimentando a sus bestias. También tomaron su alimento, ya que en Jerusalén no
habían podido descansar ni comer debido a las preocupaciones de la llegada. He
visto más tarde que Jesucristo se detuvo varias veces junto a esta fuente en
compañía de sus discípulos.
La estrella, que brillaba en la noche como un globo de fuego, se parecía ahora
más bien a la luna cuando se la ve de día; no era perfectamente redonda, sino
que parecía recortada y a menudo estaba oculta entre las nubes. En el camino de
Belén a Jerusalén había mucho movimiento de caminantes con equipajes y animales
de carga. Eran personas que volvían quizás de Belén después de pagar los
impuestos, o que iban a Jerusalén al mercado o para visitar el Templo. Esto
sucedía en el camino principal; pero el sendero de los Reyes estaba solitario, y
Dios los guiaba por allí sin duda para que pudieran llegar de noche a Belén y no
llamar demasiado la atención.
Se pusieron en camino cuando el sol estaba muy bajo; marchaban en el orden con
que habían venido. Mensor, el más joven, iba delante; luego Sair, el cetrino, y
por último, Teokeno, el blanco, por ser de más edad. Hoy, a la hora del
crepúsculo, he visto a la caravana de los Reyes llegando a Belén, cerca de aquel
edificio donde José y María se habían hecho inscribir y que había sido la casa
solariega de la familia de David. Quedan sólo algunos restos de los muros del
edificio que había pertenecido a los padres de José. Era una casa grande rodeada
de otras menores, con un patio cerrado, delante del cual había una plaza con
árboles y una fuente. Vi soldados romanos en esta plaza, porque la casa se había
convertido en una oficina de impuestos.
Al llegar la caravana cierto número de curiosos se agolpó en torno de los
viajeros. La estrella había desaparecido de nuevo y esto inquietaba a los Reyes.
Se acercaron algunos hombres dirigiéndoles preguntas. Ellos bajaron de sus
cabalgaduras y desde la casa he visto que acudían empleados a su encuentro,
llevando palmas en las manos y ofreciéndoles refrescos: era la costumbre de
recibir a los extranjeros distinguidos. Yo pensaba para mí: "Son mucho más
amables de lo que lo fueron con el pobre José; sólo porque éstos distribuían
monedas de oro". Les dijeron que el valle de los pastores era apropiado para
levantar las carpas, y ellos quedaron algún tiempo indecisos. No les he oído
preguntar nada del Rey y Niño recién Nacido. Aún sabiendo que Belén era el lugar
designado por las profecías, ellos, recordando lo que Herodes les había
encargado, temían llamar la atención con sus preguntas.
Poco después vieron brillar en el cielo un meteoro, sobre Belén: era semejante a
la luna cuando aparece. Montaron en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos
muros en ruina dieron la vuelta a Belén por el Mediodía y se dirigieron al
Oriente, en dirección a la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la
llanura, donde los ángeles se habían aparecido a los pastores.
LXIII
La adoración
de los Reyes Magos
Se apearon al llegar cerca de la gruta de la tumba de Maraña, en el valle, detrás de la gruta del Pesebre. Los criados desliaron muchos paquetes, levantaron una gran carpa e hicieron otros arreglos con la ayuda de algunos pastores que les señalaron los lugares más apropiados. Se encontraba ya en parte arreglado el campamento cuando los Reyes vieron la estrella aparecer brillante y muy clara sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia la gruta sus rayos en línea recta. La estrella estaba muy crecida y derramaba mucha luz; por eso la miraban con grande asombro. No se veía casa alguna por la densa oscuridad, y la colina aparecía en forma de una muralla. De pronto vieron dentro de la luz la forma de un Niño resplandeciente y sintieron extraordinaria alegría. Todos procuraron manifestar su respeto y veneración.
Los tres Reyes se dirigieron a la colina, hasta la puerta de la gruta. Mensor la
abrió, y vio su interior lleno de luz celestial, y a la Virgen, en el fondo,
sentada, teniendo al Niño tal como él y sus compañeros la habían contemplado en
sus visiones. Volvió para contar a sus compañeros lo que había visto. En esto
José salió de la gruta acompañado de un pastor anciano y fue a su encuentro. Los
tres Reyes le dijeron con simplicidad que habían venido para adorar al Rey de
los Judíos recién Nacido, cuya estrella habían observado, y querían ofrecerle
sus presentes. José los recibió con mucho afecto. El pastor anciano los acompañó
hasta donde estaban los demás y les ayudó en los preparativos, juntamente con
otros pastores allí presentes.
|
Los Reyes se dispusieron para una ceremonia solemne. Les vi revestirse de mantos muy amplios y blancos, con una cola que tocaba el suelo. Brillaban con reflejos, como si fueran de seda natural; eran muy hermosos y flotaban en torno de sus personas. Eran las vestiduras para las ceremonias religiosas. En la cintura llevaban bolsas y cajas de oro colgadas de cadenillas, y cubríanlo todo con sus grandes mantos. Cada uno de los Reyes iba seguido por cuatro personas de su familia, además, de algunos criados de Mensor que llevaban una pequeña mesa, una carpeta con flecos y otros objetos. |
Los Reyes siguieron a José, y al llegar bajo el alero, delante de la gruta,
cubrieron la mesa con la carpeta y cada uno de ellos ponía sobre ella las
cajitas de oro y los recipientes que desprendían de su cintura. Así ofrecieron
los presentes comunes a los tres. Mensor y los demás se quitaron las sandalias y
José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Mensor, que le
precedían, tendieron una alfombra sobre el piso de la gruta, retirándose después
hacia atrás, siguiéndoles otros dos con la mesita donde estaban colocados los
presentes. Cuando estuvo delante de la Santísima Virgen, el rey Mensor depositó
estos presentes a sus pies, con todo respeto, poniendo una rodilla en tierra.
Detrás de Mensor estaban los cuatro de su familia, que se inclinaban con toda
humildad y respeto.
Mientras tanto Sair y Teokeno aguardaban atrás, cerca de la entrada de la gruta.
Se adelantaron a su vez llenos de alegría y de emoción, envueltos en la gran luz
que llenaba la gruta, a pesar de no haber allí otra luz que el que es Luz del
mundo. María se hallaba como recostada sobre la alfombra, apoyada sobre un
brazo, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado dentro de la
gamella, cubierta con un lienzo y colocada sobre una tarima en el sitio donde
había nacido.
Cuando
entraron los Reyes la Virgen se puso el velo, tomó al Niño en sus brazos,
cubriéndolo con un velo amplio. El rey Mensor se arrodilló y ofreciendo los
dones pronunció tiernas palabras, cruzó las manos sobre el pecho, y con la
cabeza descubierta e inclinada, rindió homenaje al Niño. Entre tanto María había
descubierto un poco la parte superior del Niño, quien miraba con semblante
amable desde el centro del velo que lo envolvía. María sostenía su cabecita con
un brazo y lo rodeaba con el otro. El Niño tenía sus manecitas juntas sobre el
pecho y las tendía graciosamente a su alrededor. ¡Oh, qué felices se sentían
aquellos hombres venidos del Oriente para adorar al Niño Rey!
Viendo esto decía entre mí: "Sus corazones son puros y sin mancha; están llenos
de ternura y de inocencia como los corazones de los niños inocentes y piadosos.
No se ve en ellos nada de violento, a pesar de estar llenos del fuego del amor".
Yo pensaba: "Estoy muerta; no soy más que un espíritu: de otro modo no podría
ver estas cosas que ya no existen, y que, sin embargo, existen en este momento.
Pero esto no existe en el tiempo, porque en Dios no hay tiempo: en Dios todo es
presente. Yo debo estar muerta; no debo ser más que un espíritu". Mientras
pensaba estas cosas, oí una voz que me dijo: "¿Qué puede importarte todo esto
que piensas?... Contempla y alaba a Dios, que es Eterno, y en Quien todo es
eterno".
Vi que el rey Mensor sacaba de una bolsa, colgada de la cintura, un puñado de
barritas compactas del tamaño de un dedo, pesadas, afiladas en la extremidad,
que brillaban como oro. Era su obsequio. Lo colocó humildemente sobre las
rodillas de María, al lado del Niño Jesús. María tomó el regalo con un
agradecimiento lleno de sencillez y de gracia, y lo cubrió con el extremo de su
manto. Mensor ofrecía las pequeñas barras de oro virgen, porque era sincero y
caritativo, buscando la verdad con ardor constante e inquebrantable.
Después se retiró, retrocediendo, con sus cuatro acompañantes; mientras Sair, el
rey cetrino, se adelantaba con los suyos y se arrodillaba con profunda humildad,
ofreciendo su presente con expresiones muy conmovedoras. Era un recipiente de
incienso, lleno de pequeños granos resinosos, de color verde, que puso sobre la
mesa, delante del Niño Jesús. Sair ofreció incienso porque era un hombre que se
conformaba respetuosamente con la Voluntad de Dios, de todo corazón y seguía
esta voluntad con amor. Se quedó largo rato arrodillado, con gran fervor.
Se retiró y se adelantó Teokeno, el mayor de los tres, ya de mucha edad. Sus
miembros algo endurecidos no le permitían arrodillarse: permaneció de pie,
profundamente inclinado, y puso sobre la mesa un vaso de oro que tenía una
hermosa planta verde. Era un arbusto precioso, de tallo recto, con pequeñas
ramitas crespas coronadas de hermosas flores blancas: la planta de la mirra.
Ofreció la mirra por ser el símbolo de la mortificación y de la victoria sobre
las pasiones, pues este excelente hombre había sostenido lucha constante contra
la idolatría, la poligamia y las costumbres estragadas de sus compatriotas.
Lleno de emoción estuvo largo tiempo con sus cuatro acompañantes ante el Niño
Jesús.
Yo tenía lástima por los demás que estaban fuera de la gruta esperando turno para ver al Niño. Las frases que decían los Reyes y sus acompañantes estaban llenas de simplicidad y fervor. En el momento de hincarse y ofrecer sus dones decían más o menos lo siguiente: "Hemos visto su estrella; sabemos que Él es el Rey de los Reyes; venimos a adorarle, a ofrecerle nuestros homenajes y nuestros regalos". Estaban como fuera de sí, y en sus simples e inocentes plegarias encomendaban al Niño Jesús sus propias personas, sus familias, el país, los bienes y todo lo que tenía para ellos algún valor sobre la tierra. Le ofrecían sus corazones, sus almas, sus pensamientos y todas sus acciones. Pedían inteligencia clara, virtud, felicidad, paz y amor. Se mostraban llenos de amor y derramaban lágrimas de alegría, que caían sobre sus mejillas y sus barbas. Se sentían plenamente felices. Habían llegado hasta aquella estrella, hacia la cual desde miles de años sus antepasados habían dirigido sus miradas y sus ansias, con un deseo tan constante. Había en ellos toda la alegría de la Promesa realizada después de tan largos siglos de espera. |
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María aceptó los presentes con actitud de humilde acción de gracias. Al
principio no decía nada: sólo expresaba su reconocimiento con un simple
movimiento de cabeza, bajo el velo. El cuerpecito del Niño brillaba bajo los
pliegues del manto de María. Después la Virgen dijo palabras humildes y llenas
de gracia a cada uno de los Reyes, y echó su velo un tanto hacia atrás.
Aquí recibí una lección muy útil. Yo pensaba: "¡Con qué dulce y amable gratitud
recibe María cada regalo! Ella, que no tiene necesidad de nada, que tiene a
Jesús, recibe los dones con humildad. Yo también recibiré con gratitud todos los
regalos que me hagan en lo futuro". ¡Cuánta bondad hay en María y en José! No
guardaban casi nada para ellos, todo lo distribuían entre los pobres.
LXIV
La adoración
de los servidores de los Reyes
Terminada
la adoración del Niño, los Reyes se volvieron a sus carpas con sus
acompañantes. Los criados y servidores se dispusieron a entrar en la gruta.
Habían descargado los animales, levantado las tiendas, ordenado todo; esperaban
ahora pacientemente delante de la puerta con mucha humildad. Eran más de
treinta; había algunos niños que llevaban apenas unos paños en la cintura y un
manto. Los servidores entraban de cinco en cinco en compañía de un personaje
principal, al cual servían; se arrodillaban delante del Niño y lo adoraban en
silencio. Al final entraron todos los niños, que adoraron al Niño Jesús con su
alegría inocente.
Los criados no permanecieron mucho tiempo en la gruta, porque los Reyes
volvieron a hacer otra entrada más solemne. Se habían revestido con mantos
largos y flotantes, llevando en las manos incensarios. Con gran respeto
incensaron al Niño, a la Madre, a José y a toda la gruta del Pesebre. Después de
haberse inclinado profundamente, se retiraron. Esta era la forma de adoración
que tenía la gente de ese país.
Durante todo este tiempo María y José se hallaban llenos de dulce alegría. Nunca
los había visto así: derramaban a menudo lágrimas de contento, pues los
consolaba inmensamente al ver los honores que rendían los Reyes al Niño Jesús, a
quien ellos tenían tan pobremente alojado, y cuya suprema dignidad conocían en
sus corazones. Se alegraban de que la Divina Providencia, no obstante la ceguera
de los hombres, había dispuesto y preparado para el Niño de la Promesa lo que
ellos no podían darle, enviando desde lejanas tierras a los que le rendían la
adoración debida a su dignidad, cumplida por los poderosos de la tierra con tan
santa munificencia. Adoraban al Niño Jesús juntamente con los santos Reyes y se
alegraban de los homenajes ofrecidos al Niño Dios.
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Las tiendas de los visitantes estaban levantadas en el valle, situado detrás de la gruta del Pesebre hasta la gruta de Maraha. Los animales estaban atados a estacas enfiladas, separados por medio de cuerdas. Cerca de la carpa más grande, al lado de la colina del Pesebre, había un espacio cubierto con esteras. Allí habían dejado algo de los equipajes, porque la mayor parte fue guardada en la gruta de la tumba de Maraña. Las estrellas lucían cuando terminaron todos de pasar a la gruta de la adoración. Los Reyes se reunieron en círculo junto al terebinto que se alzaba sobre la tumba de Maraña, y allí, en presencia de las estrellas, entonaron algunos de sus cantos solemnes. ¡Es imposible decir la impresión que causaban estos cantos tan hermosos en el silencio del valle, aquella noche! Durante tantos siglos los antepasados de estos Reyes habían mirado las estrellas, rezado, cantado, y ahora las ansias de tantos corazones había tenido su cumplimiento. Cantaban llenos de exaltación y de santa alegría. |
Mientras tanto José, con la ayuda de dos ancianos pastores, había preparado una
frugal comida en la tienda de los Reyes. Trajeron pan, fruta, panales de miel,
algunas hierbas y vasos de bálsamo; pusieron todo sobre una mesita baja cubierta
con un mantel. José habíase procurado todas estas cosas desde la mañana, para
recibir a los Reyes, cuya venida ya esperaba, porque la había anunciado de
antemano la Virgen Santísima. Cuando los Reyes volvieron a su carpa, vi que José
los recibía muy cordialmente y les rogaba que, siendo ellos los huéspedes, se
dignaran aceptar la sencilla comida que les ofrecía. Se colocó junto a ellos y
dieron principio a la comida.
José no mostraba timidez alguna; pero estaba tan contento que derramaba lágrimas
de pura alegría. Cuando vi esto pensé en mi difunto padre, que era un pobre
campesino, el cual con ocasión de mi toma de hábito se vio en la ocasión de
sentarse a la mesa con muchas personas distinguidas. En su sencillez y humildad
había sentido al principio mucho temor; luego se puso tan contento que lloró de
alegría: sin pretenderlo, ocupó el primer lugar en la fiesta.
Después de aquella pequeña comida José se retiró. Algunas personas más
importantes se fueron a una posada de Belén, y los demás se echaron sobre sus
lechos tendidos formando círculo bajo la tienda grande, y allí descansaron de
sus fatigas. José, vuelto a la gruta, puso todos los regalos a la derecha del
Pesebre, en un rincón, donde había levantado un tabique que ocultaba lo que
había detrás.
La criada de Ana que habíase quedado después de la partida de su ama, se mantuvo
oculta en la gruta lateral durante todo el tiempo de la ceremonia, y no volvió a
aparecer hasta que no se hubieron marchado todos. Era una mujer inteligente, de
espíritu muy reposado. No he visto ni a la Santa Familia ni a esta mujer mirar
con satisfacción mundana los regalos de los Reyes: todo fue aceptado con
reconocimiento humilde y, casi enseguida, repartido caritativamente entre los
necesitados.
Esta noche hubo bastante agitación con motivo de la llegada de la caravana a la
casa donde se pagaba el impuesto. Hubo más tarde muchas idas y venidas a la
ciudad, porque los pastores, que habían seguido el cortejo, regresaban a sus
lugares. También he visto que mientras los Reyes, llenos de júbilo, adoraban al
Niño y ofrecían sus presentes en la gruta del Pesebre, algunos judíos rondaban
por los alrededores, espiando desde cierta distancia, murmurando y
conferenciando en voz baja. Más tarde volví a verlos yendo y viniendo en Belén y
dando informes. He llorado por estos desgraciados. Sufro viendo la maldad de
estas personas que entonces como también ahora se ponen a observar y a murmurar,
cuando Dios se acerca a los hombres, y luego propalan mentiras, fruto de malicia
y perversidad. ¡Oh, cómo me parecían aquellos hombres dignos de compasión!
Tenían la salvación entre ellos y la rechazaban, en tanto que estos Reyes,
guiados por su fe sincera en la Promesa, habían venido desde tan lejos para
buscar la Salvación.
En Jerusalén he visto hoy a Herodes en compañía de algunos escribas, leyendo
rollos y hablando de lo que habían contado los Reyes. Después, todo entró de
nuevo en calma como si hubiese interés en hacer silencio en torno de este
asunto.
LXV
Nueva visita
de los Reyes Magos
Hoy
de mañana, he visto a los Reyes Magos y a otras personas de su séquito que
visitaban sucesivamente a la Sagrada Familia. Los vi también durante el día
junto a sus campamentos y bestias de carga, ocupados en diversas distribuciones.
Como estaban llenos de alegría y se sentían felices, repartían muchos regalos.
He entendido que era costumbre entonces hacerlos en ocasión de acontecimientos
felices. Los pastores que habían ayudado a los Reyes recibieron valiosos
regalos, como también muchos pobres. Vi que ponían chales y paños sobre los
hombros de algunas viejecitas que habían llegado hasta el lugar. Algunas
personas del séquito de los Reyes deseaban quedarse en el valle de los pastores
para vivir con ellos. Hicieron conocer su deseo a los Reyes, los cuales no sólo
les dieron permiso sino que los colmaron de regalos, proveyéndoles de colchas,
vestidos, oro en grano y dejándoles los asnos en que habían venido montados.
Cuando vi que los Reyes distribuían tantos trozos de pan, yo me preguntaba de dónde podían haberlo sacado, y recordé que los había visto, en los lugares donde hacían campamento, preparar, con la provisión de harina que traían, panecillos chatos como galletas, en moldes y amontonarlos dentro de cajas de cuero muy livianas, que cargaban sobre sus bestias. Han llegado muchas personas de Belén que, bajo diversos pretextos, rodeaban a los Reyes para obtener obsequios.
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Por la noche volvieron los Reyes para despedirse. Apareció primero Mensor. María le puso al Niño en los brazos, que el rey recibió llorando de alegría. Luego acercáronse los otros dos Reyes, derramando lágrimas. Trajeron muchos regalos a la Sagrada Familia: piezas de telas diversas, entre las cuales algunas parecían de seda sin teñir y otras de color rojo o con diversas flores. Dejaron muy hermosas colchas. Dejaron sus grandes y amplios mantos de color amarillo pálido, tan livianos que al menor viento eran agitados: parecían hechos de lana extremadamente fina. Traían varias copas, unas dentro de otras; cajas llenas de granos y en un canasto, tiestos donde había hermosos ramos de una planta verde, con hermosas flores blancas: eran plantas de mirra. Los tiestos estaban colocados unos encima de otros dentro del canasto. Dejaron a José unos jaulones llenos de pájaros, que habían traído en cantidad sobre sus dromedarios, para su alimento durante el viaje. |
Al momento de despedirse de María y del Niño, derramaron abundantes lágrimas. María estaba de pie junto a ellos en el momento de la despedida. Llevaba en brazos al Niño envuelto en su velo y dio algunos pasos para acompañar a los Reyes hasta la puerta de la gruta. Se detuvo en silencio y para dejar un recuerdo a aquellos hombres tan buenos quitóse el gran velo que tenía sobre la cabeza, que era de tejido amarillo y con el cual envolvía a Jesús y lo puso en manos de Mensor. Los Reyes recibieron el regalo inclinándose profundamente. Una alegría llena de respeto los embargó cuando vieron a María sin velo, teniendo al Niño en brazos. ¡Cuán dulces lágrimas derramaron al dejar la gruta! El velo fue para ellos desde entonces la reliquia más preciada que poseyeran. |
La Santísima Virgen recibía los dones, pero no parecía darles importancia
alguna, aunque en su humildad encantadora mostraba un profundo agradecimiento a
la persona que hacía el regalo. En todos estos homenajes no he visto en María
ningún acto o sentimiento de complacencia para consigo misma. Sólo por amor al
Niño Jesús y por compasión a San José se dejó llevar de la natural esperanza de
que en adelante el Niño Jesús y José encontrarían en Belén más simpatía que
antes y que ya no serían tratados con tanto desprecio como lo fueron a su
llegada. La tristeza y la inquietud de José la había afligido en extremo.
Cuando volvieron los Reyes a despedirse ya estaba la lámpara encendida en la
gruta. Todo estaba oscuro afuera. Los Reyes se fueron en seguida con sus
acompañantes y se reunieron debajo del terebinto, sobre la tumba de Maraña, para
celebrar allí, como en la víspera, algunas ceremonias de su culto. Debajo del
árbol habían encendido una lámpara y al aparecer las estrellas comenzaron a
rezar sus preces y a entonar melodiosos cantos, produciendo un efecto muy
agradable en ese coro las voces de los niños. Después se dirigieron a la carpa
donde José había preparado una modesta comida. Concluida ésta, algunos se
volvieron a la posada de Belén y otros descansaron bajo sus carpas.
LXVI
El Ángel
avisa a los Reyes los designios de Herodes
A
medianoche tuve una visión. Vi a los Reyes descansando bajo su carpa sobre
colchas tendidas en el suelo y junto a ellos vi a un joven resplandeciente: un
ángel los despertaba diciéndoles que debían partir de inmediato, sin pasar por
Jerusalén, sino a través del desierto, costeando las orillas del Mar Muerto. Los
Reyes se levantaron de sus lechos y todo el séquito estuvo de pie en poco
tiempo. Uno de ellos fue al Pesebre a despertar a José, quien corrió a Belén
para avisar a los que allí se hospedaban; pero los encontró por el camino,
porque habían tenido la misma aparición. Plegaron la carpa, cargaron los
animales con el equipaje y todo fue enfardado y preparado con asombrosa rapidez.
Mientras los Reyes se despedían en forma sumamente conmovedora de San José,
delante de la gruta del Pesebre, una parte del séquito ya partía en grupos
separados para tomar la delantera en dirección al Mediodía, para costear el Mar
Muerto a través del desierto de Engaddi. Mucho instaron los Reyes a la Sagrada
Familia de que partiesen con ellos, diciendo que un gran peligro los amenazaba y
rogaron a María que por lo menos se ocultase con el pequeño Jesús para que no
sufriesen molestias por causa de ellos mismos. Lloraban como niños: abrazando a
José decían palabras muy conmovedoras.
Montando sobre sus cabalgaduras, ligeramente cargadas, se alejaron por el
desierto, he visto al ángel a su lado indicándoles el camino y pronto
desaparecieron de la vista. Siguieron separados, unos de otros, como un cuarto
de legua; luego en dirección al Oriente, por espacio de una legua y finalmente
torcieron hacia el Mediodía. He visto que pasaron por una región que Jesús
atravesó más tarde al volver de Egipto en el tercer año de su predicación.
El aviso del ángel a los Reyes había llegado a tiempo, pues las autoridades de
Belén abrigaban la determinación de prenderlos hoy mismo, con el pretexto de que
perturbaban el orden público, de encerrarlos en las profundas mazmorras que
existían debajo de la sinagoga y acusarlos después ante el rey Herodes. No sé si
obraban así por una orden secreta de Herodes o si lo hacían por exceso de celo
ellos mismos. Cuando se conoció esta mañana la huida de los Reyes, en el valle
tranquilo y solitario donde habían acampado, los viajeros se encontraban ya
cerca del desierto de Engaddi. En el valle no quedaban más que los rastros de
las pisadas de los animales y algunas estacas que habían servido para levantar
las tiendas.
La aparición de los Reyes había causado gran impresión en Belén y muchos se
arrepentían de no haber hospedado a José. Otros hablaban de los Reyes como de
aventureros que se dejaban llevar por imaginaciones extrañas. Había quienes
creían, en cambio, encontrarles alguna relación con los relatos de los pastores
acerca de la aparición de los ángeles. Todas estas cosas determinaron a las
autoridades de Belén, quizás por instigación de Herodes, a tomar medidas. He
visto reunidos a todos los habitantes de la ciudad por una convocatoria en el
centro de una plaza de la ciudad, donde había un pozo rodeado de árboles delante
de una casa grande, a la cual se subía por escalones. Precisamente desde esos
escalones fue leída una especie de proclama, donde se declamaba contra las cosas
supersticiosas y se prohibía ir a la morada de la gente que propalaba semejantes
rumores.
Cuando la muchedumbre se hubo retirado, vi a José acudir a esa casa, donde había
sido llamado y vi que fue interrogado por unos ancianos judíos. Lo he visto
volver al Pesebre y retornar ante el tribunal de ancianos. La segunda vez
llevaba un poco del oro que le habían dado los Reyes y lo entregó a esos
hombres, que luego lo dejaron en paz. Por eso me pareció que todo este
interrogatorio no tuvo otro objeto que el de arrancarle un puñado de oro. Las
autoridades habían hecho poner un tronco de árbol atravesado para obstruir el
camino que llevaba a los alrededores del Pesebre. Este camino no salía de la
ciudad sino que comenzaba en la plaza donde la Virgen se había detenido bajo el
árbol grande, salvando una muralla. Dejaron un centinela en una choza junto al
árbol y pusieron unos hilos sobre el camino, que hacían tocar una campanilla que
estaba en la cabaña de aquél, que les permitiría detener a quien intentase
pasar.
Por la tarde vi un grupo de dieciséis soldados de Herodes hablando con José.
Habían sido enviados allí por causa de los tres Reyes como si fuesen
perturbadores de la tranquilidad pública. No hallaron más que silencio y paz en
todas partes y en la gruta no vieron más que una pobre familia. Como por otra
parte tenían orden de no hacer nada que llamara la atención, regresaron como
habían venido, informando de lo que habían podido ver. José había llevado ya los
regalos de los Reyes y demás cosas que habían dejado antes de su partida,
guardándolos en la gruta de Maraña y en otras cavernas escondidas en la colina
del Pesebre.
Las cuevas existían desde los tiempos del patriarca Jacob. En aquella época en
que sólo había allí algunas cabañas en la que es hoy plaza de Belén, Jacob había
levantado su tienda sobre la colina del Pesebre.
LXVII
Visita de
Zacarías
La Sagrada Familia se traslada a la tumba de Mahara
Esta noche he visto a Zacarías de Hebrón que iba por primera vez a visitar a la
Sagrada Familia. María estaba en la gruta y Zacarías, llorando lágrimas de
alegría, tomó en sus brazos al Niño y repitió, cambiando algunas frases, el
cántico de alabanza que había dicho en el momento de la circuncisión de Juan
Bautista. Más tarde Zacarías volvió a su casa y Ana acudió al lado de la Santa
Familia con su hija mayor. María de Helí era más alta que su madre y parecía de
más edad que ella. Reina gran alegría entre los parientes de la Sagrada Familia
y Ana se siente muy feliz. María pone con frecuencia al Niño en sus brazos y lo
deja a su cuidado. Con ninguna otra persona he visto que hiciera esto.
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Una cosa me conmovió mucho: los cabellos del Niño Jesús, rubios y formando bucles, tenían en su extremidad hermosos rayos de luz. Creo que le rizan el cabello, pues veo que le frotan la cabecita al lavarlo, poniéndole un pequeño abrigo sobre el cuerpo. Veo en la Sagrada Familia una piadosa y tierna veneración en el trato con el Niño; pero todo lo hacen sencilla y naturalmente, como pasa entre los santos y elegidos de Dios. El Niño muestra un cariño y una ternura tal con su madre como nunca he visto en otros niños de corta edad. |
María contaba a su madre Ana todo lo sucedido con la visita de los Reyes,
alegrándose mucho Ana de ver cómo habían sido llamados desde tan lejos esos
hombres para conocer al Niño de la Promesa. Observó los regalos de los Reyes,
ocultos en una excavación abierta en la pared y ayudó en la distribución de una
gran parte de ellos y a poner en orden los demás.
Todo estaba tranquilo en los alrededores de Belén, porque los caminos que
llevaban a la gruta y que no pasaban por la puerta de la ciudad estaban
obstruidos por las autoridades y José no iba ya a Belén a hacer sus compras
porque los pastores le traían cuanto necesitaba.
La parienta a cuya casa iba Ana y que estaba en la tribu de Benjamín, se llamaba
Mará, hija de Rhod, hermana de Santa Isabel. Era pobre y tuvo varios hijos, que
luego fueron discípulos de Jesús. Uno de ellos fue Natanael, el novio de las
bodas de Canaá. Esta Mará se halló presente en Éfeso en los momentos de la
muerte de María. Ana está en este momento sola con María en la gruta lateral.
Están trabajando juntas tejiendo una colcha ordinaria. La gruta del Pesebre
estaba completamente vacía. El asno de José estaba oculto detrás de unas zarzas.
Hoy volvieron algunos agentes de Herodes y pidieron en Belén noticias acerca de
un Niño recién Nacido. Llenaron especialmente de preguntas a una mujer judía que
poco tiempo antes había dado a luz a un niño. No fueron a la gruta porque antes
no habían encontrado allí nada más que a una pobre familia: estuvieron lejos de
pensar que podría tratarse del Niño de esa familia. Dos hombres de edad, de los
pastores que habían adorado al Niño Jesús, relataron a José la historia de esas
investigaciones. La Sagrada Familia y Ana se refugiaron en la gruta de la tumba
de Maraha. En la gruta del Pesebre no quedaba nada que pudiera dar a entender
que hubiera estado habitada: parecía un lugar abandonado. Los vi durante la
noche caminando por el valle con una luz velada: Ana llevaba el Niño y María y
José caminaban a su lado. Los pastores los guiaban llevando las colchas y todo
lo que necesitaban las mujeres y el Niño.
Tuve
una visión, que no sé si la tuvo también la Sagrada Familia. Vi una gloria
formada por siete rostros de ángeles colocados uno sobre otro alrededor del Niño
Jesús. Aparecieron otras caras y otras formas luminosas, junto a Ana y a José,
que parecían llevarlos por el brazo. Al entrar en el vestíbulo cerraron la
puerta y al llegar a la gruta de la tumba hicieron los preparativos para el
descanso.
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He visto a dos pastores que avisaban a María de la llegada de gente enviada por las autoridades para tomar informes sobre su Niño. María sintió gran inquietud. De pronto vi a José que entraba, tomaba al Niño en brazos y lo envolvía en un manto para llevarlo. No recuerdo ya dónde fue con Él. Entonces vi a María, sola, durante todo un medio día, en la gruta, llena de inquietud materna, sin el Niño en su presencia. Cuando llegó la hora en que la llamaron para dar el pecho al Niño, hizo lo que hacen las madres cuidadosas que han sufrido alguna agitación violenta o tenido una conmoción de terror. Antes de amamantar al Niño, exprimió de su seno la leche que se habría podido alterar, en una pequeña cavidad de la piedra blanca de la gruta. |
María habló de esta preocupación con uno de los pastores, hombre piadoso y grave
que había ido a buscarla para llevarla junto al Niño. Este hombre, profundamente
convencido de la santidad de la Madre del Redentor, sacó cuidadosamente aquella
leche de la cavidad de la piedra y lleno de fe sencilla y simple, la llevó a su
mujer, que tenía un niño de pecho al que no podía calmar ni acallar. Aquella
buena mujer tomó ese alimento con confianza y respeto y su fe se vio
recompensada, pues se encontró desde entonces con leche buena y abundante para
su hijo.
Después de esto, la piedra blanca de la gruta recibió una virtud semejante: he
visto que aún hoy en día también infieles y mahometanos usan de ella como un
remedio en éste y otros casos análogos. Desde entonces aquella tierra mezclada
con agua y comprimida en pequeños moldes es distribuida a toda la cristiandad
como objeto de devoción y a esta especie de reliquias llaman "Leche de la Virgen
Santísima".
LXVIII
Preparativos
para la partida de la Sagrada Familia
En estos últimos
días y hoy mismo he visto a José haciendo preparativos para la próxima partida
de la Sagrada Familia. Cada día iba disminuyendo los muebles y utensilios. A los
pastores les daba los tabiques movibles, los zarzos y otros objetos con los
cuales había hecho más habitable la gruta. Por la tarde, muchas personas que
iban a Belén para la fiesta del sábado, pasaban por la gruta del Pesebre, pero
la hallaron abandonada y prosiguieron su camino. Ana debe volver a Nazaret
después del sábado. He visto que están ordenando, envolviendo paquetes y que
cargan sobre dos asnos los objetos recibidos de los Reyes, especialmente las
alfombras, colchas y diversas piezas de género.
Esta noche
celebraron la fiesta del sábado en la gruta de Maraña continuándola durante el
día 29, mientras en los alrededores reinaba gran tranquilidad. Terminada la
fiesta del sábado se preparó la partida de Ana. Esta noche vi por segunda vez
que María salía de la gruta de Maraña y llevaba al Niño a la gruta del Pesebre
en medio de las tinieblas de la noche. Lo colocó sobre una alfombra en el lugar
donde había nacido y rezó de rodillas junto al Niño. Se llenó toda la gruta de
luz celestial, como en el día del Nacimiento. Creo que María debió ver toda esa
luz.
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El Domingo 30, por la mañana, Ana se despedía con ternura de la Sagrada Familia y de los tres pastores, y se encaminaba con su gente a Nazaret. Llevaban sobre sus bestias de carga todo lo que quedaba aún de los regalos de los Reyes y me admiré mucho de que se llevasen un atadito que me pertenecía a mí. Tuve la impresión de que se hallaba dentro de su equipaje y no podía comprender cómo Ana se llevase algo que era mío. Ana se llevó muchos regalos de los tres Reyes, especialmente ciertos tejidos. Una parte de ellos sirvió en la Iglesia primitiva y algunas de estas cosas han llegado hasta nosotros. Entre mis reliquias hay un trocito de colcha que cubría la mesita donde se pusieron los regalos de los Reyes y otro es de uno de sus mantos. Yo misma debo tener un pedazo de género que procede de los Reyes Magos. Poseían varios mantos: uno grueso y de tela tupida para el mal tiempo; otro de color amarillo y un tercero, rojo, de una hermosa lana muy fina. En las grandes ceremonias llevaban mantos de seda sin teñir: los bordes estaban bordados de oro y la larga cola era llevada por los hombres del séquito. Creo que hay cerca de mi un trozo de aquellos mantos y por esta razón he podido ver junto a los Reyes, antes y esta noche, de nuevo, algunas escenas relativas a la producción y al tejido de la seda. |
En una región del Oriente, entre el país de Teokeno y el de Sair, había árboles cubiertos de gusanos de seda. Alrededor de cada árbol habían cavado un pequeño foso, para que estos gusanos no pudieran irse de allí y vi que colocaban con frecuencia unas hojas debajo de esos árboles. En las ramas estaban suspendidas cajitas, de donde sacaban objetos redondeados más largos que un dedo. Pensé que se tratase de huevos de pájaros de alguna especie rara; pero luego entendí que eran capullos hilados por estos gusanos al ver cómo las gentes los devanaban y sacaban hilos muy delgados. Sujetaban una gran cantidad de ellos contra su pecho e hilaban con un hermoso hilo que enrollaban sobre algo que tenían en la mano. Tejían entre los árboles y su telar era muy sencillo. La pieza del género era del ancho de la sábana que tengo en mi lecho.