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LECTIO DIVINA JULIO DE 2021

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Liturgia de las Horas

Lectio Divina

Devocionario

 

 

 

 

 

 

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Jueves de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 22,1-19

En aquellos días,

1 Dios quiso poner a prueba a Abrahán, y le llamó: -¡Abrahán! Él respondió: -Aquí estoy.

2 Y Dios le dijo: -Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moría y ofrécemelo allí en holocausto, en un monte que yo te indicaré.

3 Se levantó Abrahán de madrugada, aparejó su asno, tomó consigo dos siervos y a su hijo Isaac, partió la leña para el holocausto y se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado.

4 Al tercer día alzó Abrahán los ojos y alcanzó a ver de lejos el lugar.

5 Entonces dijo a sus siervos: -Quedaos aquí con el asno, mientras el muchacho y yo subimos allá arriba para adorar al Señor; después regresaremos junto a vosotros.

6 Abrahán tomó la leña del holocausto y se la cargó a su hijo Isaac; él llevaba el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos junios.

7 Isaac dijo a Abrahán, su padre: -¡Padre! Él respondió: -Aquí estoy, hijo mío. Dijo Isaac: -Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?

8 Abrahán respondió: -Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío. Y continuaron caminando juntos.

9 Llegados al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó el altar, preparó la leña y, después, ató a su hijo, Isaac, poniéndolo sobre el altar encima de la leña.

10 Después, Abrahán agarró el cuchillo para degollar a su hijo, " pero un ángel del Señor le gritó desde el cielo: -¡Abrahán! ¡Abrahán! Él respondió: -Aquí estoy.

12 Y el ángel le dijo: -No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ya veo que obedeces a Dios y que no me niegas a tu hijo único.

13 Abrahán levantó entonces la vista y vio un carnero enredado por los cuernos en un matorral. Tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

14 Abrahán puso a aquel lugar el nombre de «El Señor provee», y por eso todavía hoy se llama «monte del Señor provee».

15 El ángel del Señor volvió a llamar desde el cielo a Abrahán

16 y le dijo: -Juro por mí mismo, Palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo

17 te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.

18 Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido.

19 Abrahán volvió luego junto a sus siervos y todos partieron hacia Berseba. Abrahán se quedó a vivir en Berseba.

 

*» La belleza de este relato, una de las obras maestras del arte narrativo bíblico, esconde en sí misma un extenso trabajo de composición. En efecto, la crítica literaria distingue en su interior, por lo menos, cuatro vetas, que contienen la etiología de un lugar de culto, identificado, posteriormente, con la colina del templo de Jerusalén; la crítica de los sacrificios humanos; la prueba de la fe y, por último, la ratificación de la promesa hecha por Dios a Abrahán. Ahora bien, más allá de todo esto, el relato se presenta siempre vivo, actual, comprometedor. Antes que nada, el lector debe saber que se trata de una «prueba» en la que Dios verifica la fe y la obediencia de Abrahán, el cual, con prontitud (cf. su «aquí estoy»: v. 1), toma a su amadísimo hijo para ejecutar la paradójica petición de Dios.

La habilidad del narrador consiste en describir una escena altamente dramática con pocos toques, sin expresar de una manera directa los sentimientos de los protagonistas. Abrahán camina durante tres días: esto demuestra que su obediencia ha sido ampliamente sopesada y ponderada. La tradición judía ha subrayado en particular, entre los diferentes gestos y diálogos que marcan el profundo dramatismo del momento, la «atadura» (literalmente, 'aqeda) de Isaac, quien se dispone al sacrificio de una manera voluntaria.

La interpretación cristiana ha visto siempre en esta inmolación del amadísimo hijo la figura del único y perfecto sacrificio de Cristo muriendo en la cruz. En los w. 13ss, tiene una importancia particular el verbo «ver». De él se puede deducir que Dios «se deja ver» cuando «ve» el corazón del hombre que le busca, y que el hombre, tras la noche oscura de la fe, llega a saber que Dios «provee» siempre. La intervención del ángel del Señor, que sustrae a Isaac de la consumación del sacrificio, le ratifica en su papel de hijo de la fe que abre la descendencia de la promesa de que «todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición».

 

Evangelio: Mateo 9,1-8

En aquel tiempo,

1 subió Jesús a la barca, cruzó el lago y fue a su propia ciudad.

2 Entonces le trajeron un paralítico tendido en una camilla. Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: -Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados.

3 Algunos maestros de la Ley decían para sí: «Éste blasfema».

4 Jesús, dándose cuenta de lo que pensaban, les dijo: -¿Por qué pensáis mal?

5 ¿Qué es más fácil, decir: «Tus pecados quedan perdonados», o decir: «Levántate y anda»?

6 Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió al paralítico y le dijo: -Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

7 Él se levantó y se fue a su casa.

8 Al verlo, la gente se llenó de temor y daba gloria a Dios por haber dado tal poder a los hombres.

 

*» Jesús, después de haber estado en territorio pagano, vuelve a Cafarnaún, «su» ciudad, en la que desarrolla ahora el ministerio. Le llevan a un paralítico. La descripción del episodio en el relato paralelo de Marcos (2,1-12) -integrado en una disputa de Jesús con los maestros de la Ley sobre el poder de perdonar los pecados- es muy rica en detalles particulares. Los camilleros, en efecto, abren el techo y bajan al enfermo para que llegue a Jesús.

Mateo omite todo esto. Centra su atención en la palabra autorizada de Jesús: «Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados» (9,2), donde el uso de la pasiva divina identifica a Jesús con Dios, el único que puede perdonar. Los maestros de la Ley captan de inmediato la grave «blasfemia», puesto que perdonar es una prerrogativa divina (Ex 34,6ss; Sal 25,18; 32,1-5). Sin embargo, Jesús, desenmascarando la maldad de sus corazones, afirma con claridad la razón de sus milagros: son un signo para mostrar el poder que tiene Dios de perdonar los pecados, un gesto con el que el hombre que está bloqueado en la parálisis -una parálisis que anticipa ya la muerte- puede recobrar su identidad de viator, llamado a caminar para llegar a su verdadera casa: el amor del Padre, único lugar en el que puede saborear la paz y el reposo.

En efecto, el Hijo del hombre ha venido a dar a los hombres (cf. 9,8) el poder de Dios, para que en el perdón recíproco entre los hermanos se manifieste la gloria del Padre en la tierra. A nosotros, comunidad cristiana, nos ha sido confiada, por tanto, la prerrogativa de perdonar como somos perdonados por Dios, de amar como somos amados por él, para llevar a cabo desde ahora el Reino para el que él nos ha creado y redimido.

 

MEDITATIO

En la vida de todo creyente, llega un momento en el que Dios le «pone a prueba». Es la hora dolorosa en la que Dios deja de ser para nosotros el Dios bueno y amante que nos ha colmado de favores y bendiciones, para convertirse -de una manera inexplicable- en el patrón exigente de sus dones a quien hemos de devolverle todo. Es el momento crucial en el que, faltándonos toda seguridad, nos queda sólo la fe, una fe pura y exigente, que nos pide «esperar contra toda esperanza», devolviéndole -en una adhesión incondicionada- todo lo más querido que nos había dado: tal vez la vida, los talentos que hemos recibido, las personas queridas. Nos queda sólo él, convertido en «Otro».

Dichoso quien sepa reconocer la «hora» y recorra con Abrahán, en silencio, el camino hacia el lugar del sacrificio. Dichoso quien pueda subir como él, sin proferir un solo lamento, sin una sola protesta, la montaña de la ofrenda. Dichoso quien sea capaz de creer -como él que Dios puede hacer resucitar también a los muertos. Dichoso el que recorra hasta el final, con una determinación firme y ponderada, el camino de la obediencia y de la fe, porque se configurará plenamente con aquel Dios que, por amor a nosotros, sacrificó a su Hijo amado, al verdadero Isaac.

 

ORATIO

Virgen santa, tú conociste -como ninguna otra criatura en el mundo- la hora oscura en que Dios nos somete a prueba para verificar nuestra fe como oro en el crisol. Tú, de pie en el monte del sacrificio, consumaste de una manera generosa la ofrenda de tu Hijo, el verdadero Isaac, inmolado por nosotros en la cruz. Allí pronunciaste, de una manera tácita, tu nuevo e imposible «sí», convirtiéndote en madre de todos los creyentes.

Acompáñanos en la hora de la prueba, para que no dudemos de que Dios es fiel y capaz de dar vida incluso a los muertos. Que la alegría de la resurrección que gustaste, después de la tragedia del viernes santo, sea para nosotros prenda y certeza de la gran sonrisa que contemplaremos en el rostro del Padre cuando la obediencia de la fe nos haya configurado plenamente con el verdadero cordero ofrecido, Jesús, tu Hijo y Señor nuestro. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Érase una vez un hombre que, de pequeño, había oído la bella historia de Abrahán, el cual, puesto a prueba por Dios, superó la prueba y conservó la fe [...]. Cuando aquel hombre llegó a adulto, leyó el relato aún con mayor admiración. Cuanto más crecía, con tanta mayor frecuencia se demoraban sus pensamientos en aquel relato; su entusiasmo iba en aumento; sin embargo, cada vez le resultaba más difícil comprenderlo. Al final, este relato le hizo olvidar todo lo demás [...]. Aquel hombre no era un pensador: no tenía ninguna necesidad de ir más allá de la fe. Cada vez que volvía a su casa después de haber dado un paseo por el monte Moría, se desplomaba por el cansancio; unía las manos y decía: «Nunca ha habido nadie tan grande como Abrahán, ¿quién puede comprenderlo?». Si no hubiera en el hombre una conciencia eterna, ¿qué sería la vida, sino desesperación? Si así fuera, si no hubiera ningún vínculo sagrado que uniera a los hombres; si las generaciones fueran pasando por el mundo como el viento por el desierto, sin que la vida tuviera un sentido, un fruto; si hubiera un olvido eterno que acecha a su presa y no hubiera poder alguno lo suficientemente fuerte para arrebatársela, ¡qué vacía y escuálida estaría la vida!

Pero no es así. ¡No! Nadie, si ha sido grande en el mundo, será olvidado; ahora bien, cada uno ha sido grande a su modo, cada uno lo ha sido en proporción a la grandeza de lo que amó. Quien se amó a sí mismo se hizo grande a través de sí mismo, pero quien amó a Dios se hizo más grande que todos. Cada uno permanecerá en el recuerdo; ahora bien, cada uno se hará grande en relación a lo que esperó. Uno se hizo grande esperando lo posible, otro esperando lo eterno, pero el que esperó lo imposible se volvió el más grande de todos. Cada uno permanecerá en el recuerdo; ahora bien, cada uno se hará grande según la grandeza contra la que luchó. Puesto que quien luchó contra el mundo se hizo grande venciendo al mundo; y quien luchó consigo mismo se hizo más grande superándose a sí mismo, pero quien luchó con Dios, se hizo más grande que  todos (S. Kierkegaard, Timore e tremore, Milán 1986 [edición española: Temor y temblor, Ediciones Altaya, Barcelona 1995]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Sé en quién he puesto mi confianza» (2 Tim 1,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Quien ha encontrado a Cristo ha escuchado su llamada a la conversión del corazón y de la vida. No es posible encontrar a Cristo y seguir como antes: si lo encuentras de verdad, él no te deja indiferente y no se cansa de llamarte a que salgas de ti para ir allí a donde su amor te preceda. En el rondo del corazón del creyente resuena sin parar la invitación a acoger al Dios que viene y hace nuevas todas las cosas, dejando que nos reconciliemos con él.

La reconciliación es el sacramento en el que Cristo viene en socorro de la debilidad del hombre, del hombre que había traicionado o rechazado la alianza con Dios, y lo reconcilia con el Padre y con la Iglesia, lo vuelve a crear como criatura nueva con la fuerza del Espíritu Santo. La reconciliación también recibe el nombre de penitencia, porque es el sacramento de la conversión del hombre; además del sacramento del perdón de Dios, es el encuentro del corazón que se arrepiente con el Señor que le acoge en la fiesta de la reconciliación. Este encuentro con Cristo, Salvador del mundo, que abrió las puertas del paraíso al buen ladrón, se lleva a cabo por medio de la confesión: toda la vida del pecador se ofrece a la bondad del Señor para que la sane de la angustia, para que la libere del peso de la culpa, para que la confirme en los dones de Dios y para que la renueve con el poder de su amor. A la confesión le responde el perdón divino, obtenido mediante la aplicación de los méritos del sacrificio de Cristo, que se hace presente él mismo en el acontecimiento sacramental con su obra de reconciliación y de paz, y viene a unir al pecador perdonado con el Padre del amor. El Señor, que quiso ser llamado amigo de los pecadores, no desprecia las debilidades ni las resistencias del hombre, sino que las toma en serio hasta el fondo, haciéndose cargo de ellas y ofreciendo, a quien se la pida, la ayuda necesaria para vivir una existencia reconciliada y ser así instrumento de reconciliación entre los hombres (B. Forte, Piccola introduzione ai sacramenti, Cinisello B. 1994, pp. 67-72, passim).

 

 

 

Día 2

Viernes de la 13ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 23,1-4.19;24,1-8.10b.62-67

23.1 Sara vivió ciento veintisiete años.

2 Murió Sara en Quiriat Arbé, o sea, Hebrón, en el país de Canaán. Abrahán fue a llorar a Sara y a hacer duelo por ella.

3 Y cuando se levantó de junto a su difunta habló así a los hititas:

4 -Yo soy un emigrante que reside entre vosotros. Dadme una sepultura en propiedad para enterrar a mi difunta.

19 Después Abrahán enterró a Sara en la cueva del campo de Macpelá enfrente de Mambré, es decir, en Hebrón, en tierra de Canaán.

24.1 Abrahán era ya muy viejo, y el Señor le había bendecido en todo.

2 Un día, dijo Abrahán al criado más antiguo de su casa, el que llevaba la administración de todos los bienes: -Pon tu mano bajo mi muslo.

3 Quiero que me jures por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos, en cuya tierra habito,

4 sino que irás a mi tierra, donde reside mi familia, y allí tomarás mujer para mi hijo, Isaac.

5 El criado le respondió: -Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tendrá que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?

6 Abrahán le replicó: -De ninguna manera lleves allá a mi hijo;

7 el Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mi familia, y que me juró: «Yo daré esta tierra a tu descendencia», enviará su ángel delante de ti para que tomes allí mujer para mi hijo.

8 Y si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de este juramento que me haces, pero a mi hijo no lo lleves allá.

10 Después, el criado partió hacia la tierra de los dos ríos [De allí trajo a Rebeca, hija de Betuel, pariente de Abrahán].

62 Mientras tanto, Isaac había vuelto del pozo de Lajai-Roí, y estaba viviendo en el Négueb.

63 Una tarde, salió a dar un paseo por el campo y, levantando la vista, vio que se acercaban unos camellos.

64 También Rebeca levantó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello

65 y dijo al criado: -¿Quién es aquel hombre que viene por el campo hacia nosotros? El criado respondió: -Es mi señor. Ella entonces tomó el velo y se cubrió.

66 El criado contó a Isaac todo lo que había hecho.

67 Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa, y con su amor se consoló de la muerte de su madre.

 

**• La muerte de Sara plantea el problema de encontrarle una sepultura, dado que Abrahán es una «emigrante» y no posee ninguna parcela de tierra en el país de Canaán, la tierra de la promesa. En consecuencia, tiene que tratar con el Consejo de la ciudad de Hebrón para tener una propiedad sepulcral en aquel territorio, posesión que le habría hecho ciudadano con plenos derechos de aquel lugar. Dios, en efecto, le proporciona la posibilidad de comprar a un precio elevado la cueva de Macpelá para sepultar a Sara, y esta posesión se queda, en la historia de Abrahán, como la «señal» de la promesa para la posesión de todo el país. El patriarca recibe una vez más la llamada a vivir de la fe, con la esperanza de los bienes futuros que sólo le son dados como prenda (cf. Heb 11,13-16).

Hemos leído los versículos iniciales y finales del extenso y delicado relato del capítulo 24, que tiene el sabor de una novela. En él se nos muestra la obra de YHWH, que guía la historia llevando adelante su acción de elección y de bendición dirigida a Abrahán. Éste, llegado al final de su vida, confía a su anciano siervo con un juramento sagrado la tarea de buscar una mujer que sea de su parentela para su hijo, Isaac. Abrahán continúa creyendo firmemente en la promesa de YHWH y manda a su siervo a buscar esposa para su hijo en Aram Naharáin: no quiere que Isaac abandone la tierra de la promesa. La misión del siervo concluye felizmente, porque Dios cumple no sólo la promesa de la tierra, sino también la de la descendencia. En efecto, el corazón de Rebeca se abre de una manera dócil a la acción de Dios en ella, convirtiéndose en madre de Israel, en instrumento de la perpetuación de la bendición divina.

 

Evangelio: Mateo 9,9-13

En aquel tiempo,

9 cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió.

10 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.

11 Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con los Publicanos y los pecadores?

12 Lo oyó Jesús y les dijo:-No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.

13 Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

 

**• «Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (v. 13). Así podemos sintetizar, con las palabras mismas de Jesús, el pasaje que hemos leído hoy. Prosigue éste el tema iniciado con la curación del paralítico. Se articula a través de tres momentos: Jesús llama a un publicano -identificado con Mateo- (v. 9); después va a comer con los suyos a la casa del nuevo llamado (v. 10) y, por último, responde a la objeción de los fariseos declarando su misión de salvador (w. 11-13).

Mateo (nombre que significa en hebreo «don del Señor» está sentado en la oficina de impuestos. El autor de este evangelio, aunque habitualmente sigue de forma fiel el relato de Marcos, aquí -y sólo aquí- cambia el nombre de Leví, hijo de Alfeo, por el de Mateo. Éste constituye, por así decirlo, su firma y su identidad de pecador perdonado. En efecto, Mateo ejercía una profesión que tenía mala fama. Los recaudadores de impuestos eran al mismo tiempo colaboracionistas de los odiados ocupadores romanos y oprimían a sus compatriotas.

Se comprende, por tanto, el escándalo de los fariseos al ver a Jesús sentado a la mesa con semejantes pecadores públicos, que se le acercaban en plan familiar. Jesús les responde presentándose como un médico venido a curar a los enfermos. En efecto, Dios dice de sí mismo: «Yo, el Señor, me cuido de ti» (Ex 15,26). ¿Qué enfermedad puede haber más grave que el pecado (cf. Sal 103,3), que nos aleja de sentirnos amados por Dios? Cuanto más pecadores seamos, tanto más se acerca el Señor a nosotros, porque tenemos necesidad de él y viene a buscarnos. «Entended, dice Jesús, lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6,6)».

A él debemos volvernos todos, porque no será el culto exterior, los sacrificios y las expiaciones lo que nos cure, sino el descubrimiento de su amor. Su misericordia, en efecto, enviará a Jesús a sacrificarse en la cruz, porque ninguno de nosotros es justo. El único justo ha entregado su vida para que todos nosotros fuéramos sanados.

 

MEDITATIO

La lectura del libro del Génesis nos presenta a Abrahán como padre en la fe, que continúa creyendo, más allá de toda evidencia sensible, en la Palabra del Señor. Prosigue el proyecto divino esperando contra toda esperanza; más aún, su adhesión a Dios se vuelve, con el tiempo, cada vez más convencida, más audaz, más animada por una certeza inquebrantable. También a Mateo se le dirige una invitación: «Sígueme». Y también él lo deja todo y se pone a seguir inmediatamente a Jesús, renunciando a su propia posición, a sus propias comodidades, para seguir a un rabí que no tiene dónde reposar la cabeza. También nosotros nos ponemos en camino, cada día, a la voz del Señor, que resuena en la Iglesia a través de la Palabra proclamada en la liturgia.

El itinerario es siempre el mismo: dejarnos a nosotros mismos, dejar nuestras seguridades, nuestras ganancias, para emprender el camino siguiendo la voz de Cristo, que nos llama. Abrahán acaba siendo propietario no de toda la tierra prometida, sino de una cueva sepulcral. Mateo está llamado a dar la vida por su Señor, porque el discípulo no es más que el maestro. ¿Y nosotros? ¿Somos conscientes de que hemos sido llamados a dejarlo todo? El Señor ha venido a ofrecerse a sí mismo para hacernos capaces de entrar en su movimiento oblativo de ofrenda. Sólo aceptando el riesgo de esta pérdida, de esta muerte en favor de la vida, se nos permitirá entrar en la tierra de la gratuidad, engendrar una posteridad sin número, porque siguiendo al Maestro estaremos llamados cada vez más a ser una sola cosa con él y con el Padre en el Amor que les une.

 

ORATIO

Danos, Señor, una viva experiencia de ti, capaz de ponernos en un camino sin retorno, un camino que conozca únicamente el deseo cada vez más apasionado de contemplar tu rostro. Purifícanos con el fuego de tu amor, para que nuestro pecado, el egoísmo, no nos encierre más en la estrechez de nuestras seguridades. Aferrados por ti, haz que podamos correr detrás de ti cumpliendo todas tus palabras, seguros de que sólo en ti podremos encontrar la plenitud de la paz y de la alegría.

 

CONTEMPLATIO

¡Padre del cielo! Tu gracia y tu misericordia no cambian con la mutación de los tiempos, no envejecen con el transcurrir de los años, como si fueras, al igual que un hombre, un día más misericordioso que otro, más misericordioso el primero que el último. Tu gracia no cambia, dado que eres inmutable, que eres siempre el mismo, eternamente joven, nuevo en cada nuevo día, porque cada día dices: «Hoy mismo».

Oh, mas si un hombre toma en consideración esta palabra y, cogido por ella, se dice seriamente a sí mismo con santa determinación: «Hoy mismo», entonces eso significa para él que desea ser cambiado juntamente ese día, desea que precisamente ese día pueda llegar a ser para él significativo con respecto a los otros días, significativo por el renovado refuerzo en el bien que una vez eligió, o tal vez incluso significativo porque escoge el bien. Tu gracia y tu misericordia consisten en esto: en que tú, inmutable, dices cada día: «Hoy mismo». En efecto, tú eres el que da «hoy mismo» el tiempo de la gracia; el hombre, sin embargo, es alguien que debe coger «hoy mismo» el tiempo de la gracia. Así es nuestro hablar contigo, oh Dios; existe una diferencia de lenguaje entre nosotros; sin embargo, nos esforzamos por comprenderte y por hacernos comprensibles a ti, y tu no te avergüenzas de ser llamado nuestro Dios.

Eso que -dicho por ti, oh Dios- es la eterna expresión de tu gracia y de tu misericordia inmutables, eso mismo -repetido en su justo sentido por un hombre- constituye la máxima expresión del cambio y de la decisión más profunda; sí, como si todo estuviera perdido si el cambio y la decisión no tuvieran lugar hoy precisamente.

Concédenos, pues, que este día pueda ser un día de verdadera bendición, que podamos escuchar la voz de aquel a quien tú enviaste al mundo y podamos seguirle (S. Kierkegaard, «Esercizi di cristianesimo», enMicromega 2 [2000], pp. 103-105, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación» (2 Cor 6,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Siempre resulta ilusorio creerse convertido de una vez por todas. No, no somos más que simples pecadores, aunque pecadores perdonados, pecadores-en-perdón, pecadores-en-conversión.

No se nos da otra santidad aquí abajo [...]. Convertirse significa comenzar siempre de nuevo este cambio radical interior mediante el cual nuestra pobreza humana se vuelve hacia la arada de Dios. De la Ley de la letra pasa a la Ley del Espíritu y de la libertad, de la ira a la gracia. Este vuelco no acaba nunca, porque no hace otra cosa que volver a comenzar constantemente. Antonio el Grande, patriarca y padre de todos los monjes, lo decía de una manera lapidaria: «Cada mañana me digo: hoy empiezo».

La conversión, efectivamente, es siempre una cuestión de tiempo: el hombre necesita tiempo, y también Dios quiere tener necesidad de tiempo con nosotros. Nos haríamos una imagen del hombre absolutamente errada si pensáramos que las cosas importantes en la vida de un hombre se pueden llevar a cabo de inmediato y de una vez por todas. El hombre ha sido hecho de tal modo que necesita tiempo para crecer, madurar y desarrollar todas sus propias capacidades. Dios lo sabe mejor que nosotros, y por eso espera, no desiste, es indulgente, longánimo: «La bondad de Dios te empuja a la conversión» (Rom 2,4). Benito, en el prólogo de su Regla, nos brinda un comentario de una gran riqueza: Dios sale cada día a la busca de su obrero, y el tiempo que nos da es una dilación, un don, un tiempo de gracia que se nos otorga de una manera gratuita. Es un tiempo que podemos emplear para encontrar a Dios una vez más, para encontrarle cada vez mejor en su estupenda misericordia (A. Louf, Sotto la guida dello Spirito, Magnano 1990, pp. 11-13, passim).

 

 

Día 3

· 3 DE JULIO,  FESTIVIDAD DE SANTO TOMÁS, APÓSTOL  

 

Lo que sabemos del apóstol santo Tomás se lo debemos sobre todo al  cuarto evangelista. Fue Tomás quien invitó a los otros apóstoles a marchar con Jesús a Judea, dispuesto a morir con él (Jn 11,16). Fue la pregunta de Tomás la que provocó a Jesús a que se definiera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,5ss). Por último, fue Tomás quien con su incredulidad nos ayuda a consolidar nuestra adhesión a Jesús, con una profesión de fe muy clara: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,24-29).

El martirologio de san Jerónimo en el siglo VI recuerda la traslación del cuerpo de Tomás a Edesa (Siria, actualmente Turquía), el 3 de julio.

 

Primera lectura: Efesios 2,19-22

19 Por tanto, ya no sois extranjeros o advenedizos, sino conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios,

20 estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas; y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular

21 en quien todo el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un templo consagrado al Señor

22 y en quien también vosotros vais formando conjuntamente parte de la construcción, hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, morada de Dios.

 

**• El misterio de Cristo y el de la Iglesia están íntimamente conectados para el apóstol Pablo. Cristo es nuestra paz: en él, todos, tanto los lejanos (los paganos) como los cercanos (los judíos), encuentran el camino de la reconciliación y de la unidad. Ya no hay dos pueblos, sino uno sólo; ya no hay separación entre gente diferente, sino unidad entre semejantes. Todo eso es don de Dios Padre, por medio de Cristo Señor, en el Espíritu Santo. En este contexto, el apóstol imagina la Iglesia como un gran edificio, un templo santo, la «morada de Dios».

Los «cimientos» de este edificio, en el que están todos y viven como «conciudadanos dentro del pueblo de Dios», como «familia de Dios», son los apóstoles y los profetas.

Sin embargo, la «piedra angular» es Cristo Jesús: él es la clave de bóveda que consolida el conjunto, y en él todo el edificio encuentra su trabazón y puede crecer de una manera ordenada.

Desde esta perspectiva cristológica, la doctrina eclesiológica de Pablo asume una claridad absolutamente particular. En ella la presencia, el papel y el ministerio de los apóstoles resaltan con toda su importancia. La Iglesia de Cristo es, por consiguiente, una, santa, católica y apostólica, y lo es en el sentido de que, en ella, los apóstoles, por voluntad de Dios y por elección histórica de Jesús, constituyen el fundamento de la comunidad de los creyentes.

 

Evangelio: Juan 20,24-29

24 Tomás, uno del grupo de los Doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús.

25 Le dijeron, pues, los demás discípulos: -Hemos visto al Señor.

Tomás les contestó: -Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré.

26 Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: -La paz esté con vosotros.

27 Después dijo a Tomás: -Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente.

28 Tomás contestó: -¡Señor mío y Dios mío!

29 Jesús le dijo: -¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto.

 

*» Se ha afirmado con razón que, para nuestra fe, tal vez haya sido más importante la incredulidad de Tomás que la creencia de los otros apóstoles. Resulta paradójico, ¡pero es verdad!

Debemos considerar como cierto que si Tomás hubiera estado con los otros discípulos en el momento de la primera aparición de Jesús, es posible que no hubiera sucumbido en una crisis de fe. Sin embargo, al mismo tiempo, con este recuerdo, el evangelista Juan abre ante nosotros una nueva pista para llegar a la experiencia liberadora de la fe en Jesús resucitado. En efecto, cuando Jesús se aparece a sus discípulos por segunda vez, se dirige directamente a Tomás y le pide que realice el camino de búsqueda y de descubrimiento que antes habían realizado sus «colegas». Esta vez, Tomás se vuelve disponible y se vuelve dócil al mandamiento del Señor y llega a un acto de fe límpido y transparente: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28).

Jesús pronuncia la bienaventuranza que sigue (v. 29), no tanto por Tomás como por nosotros: la situación histórica cambia por completo, pero el itinerario es siempre el mismo. Llegamos a la fe mediante un acto de

abandono total en Jesús muerto y resucitado.

 

MEDITATIO

El suceso acontecido a Tomás centra por completo nuestra atención, por el simple motivo de que esta página evangélica termina con una «bienaventuranza» que nos concierne personalmente a todos: «Dichosos los que creen sin haber visto».

A buen seguro, hablando humanamente, el acto de fe, para ser razonable -digo «razonable», no «racional»-, necesita algunos signos, y Tomás está dispuesto a pedirlos explícitamente. Desde este punto de vista, tal vez la suya no pueda ser definida como una crisis de fe, sino más bien como una apasionada y sufrida búsqueda de un acto de fe que sea, al mismo tiempo, respetuoso con el hombre y devoto con Dios. Y cuando al final Tomás accede al acto de fe, el apóstol se abandona por completo a Aquel que se ha manifestado claramente. Por consiguiente, no había en él ningún prejuicio o incertidumbre: se trataba sólo de cerciorarse del hecho histórico de la resurrección de Jesús con un método experimental, el único que está al alcance de todos, incluso de los más sencillos. Ver para creer fue la exigencia del apóstol Tomás. Ver, tocar y palpar fue el itinerario que recorrió para reconocer la plena identidad entre el Señor resucitado y Jesús de Nazaret. Creer sin ver, sin tocar, sin palpar, es la situación en la que nosotros nos encontramos, nuestra bienaventuranza.

 

ORATIO

«Vamos también nosotros a morir con él.»

«Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?»

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos... no creeré.»

«¡Señor mío y Dios mío!» «¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto».

 

CONTEMPLATIO

De la incredulidad al éxtasis: éste es el camino de Tomás y, también, el de esa parte de nosotros que todavía no se rinde a la resurrección y a lo invisible. Tomás quiere garantías porque ha comprendido algo: si Jesús está vivo, su vida cambia. Si Jesús está vivo, entonces el Evangelio es verdadero. Y el Evangelio toma toda la vida. Y Jesús no le hace ningún reproche, sino que le dice: «Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado», porque no es un fantasma. No es una proyección de mis deseos, no es un fruto imaginario de mi corazón, no es el hijo de una ilusión. Hay un agujero en sus manos, donde puede entrar el dedo de Tomás; hay una lanzada, en la que puede entrar una mano. Y le doy las gracias a Tomás porque también yo necesito que Jesús no sea un fantasma. Y en la mano de Tomás están todas nuestras manos. Las de los que creemos sin haber tocado porque otros lo han hecho. Lo dice Juan con orgullo: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, [...] lo que hemos visto y oído os lo anunciamos» (1 Jn 1,1-2).

Fe de manos que ha atravesado el corazón. Tomás no busca el camino para creer en ningún signo de poder, sino simplemente en las llagas: el agujero de las manos, el costado abierto, imágenes embriagadoras del amor de Dios. Y con Tomás empieza l a historia de los enamorados de las heridas de Cristo, como Francisco de Asís o Catalina de Siena u otros más cercanos a nosotros (Ermes M. Ronchi).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día estas palabras de fe: «¡Señor mío y Dios mío!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es uno de los principales capítulos de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y enseñado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios y que, por tanto, nadie puede ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado en Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios, que a ellos se revela, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe.

Está, por consiguiente, en total acuerdo con la índole de la fe el excluir cualquier género de imposición por parte de los hombres en materia religiosa. Por consiguiente, un régimen de libertad religiosa contribuye no poco a favorecer ese estado de cosas en el que los hombres puedan ser invitados fácilmente a la fe cristiana, a abrazarla por su propia determinación y a profesarla activamente en toda la ordenación de la vida (Concilio Vaticano II, Dignitatis húmame, 10).

 

 

 

Día 4

14° domingo del tiempo ordinario

 

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 2,2-5

En aquellos días,

2 el espíritu entró en mí, me hizo poner en pie y oí al que me hablaba.

3 Me dijo: -Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a ese pueblo rebelde, que se ha rebelado contra mí lo mismo que sus antepasados hasta el día de hoy.

4 Te envío a esos hijos obstinados y empedernidos.

5 Les hablarás de mi parte, te escuchen o no, pues son un pueblo rebelde, y sabrán que en medio de ellos hay un profeta.

 

*•• Se narra aquí la vocación ejemplar de un profeta. De Ezequiel sabemos que era «hijo de Buzí», sacerdote por nacimiento (1,1), pero la voz de Dios le llama aquí «hijo de 'adam»; ya no le llama sacerdote, sino simplemente «hombre», es decir, «hecho de tierra» (íadamah, «tierra» en hebreo), frágil, mortal. Sobre este hombre se derrama el Espíritu de Dios, que viene a poner de pie al que estaba postrado en tierra, confiriéndole el poder divino (dynamis en el Nuevo Testamento) para proclamar la Palabra de manera eficaz. A la acción de Dios corresponde, por parte de Ezequiel, permanecer a la escucha: a la Palabra le corresponde la escucha.

De repente, la misión del profeta aparece como algo extremadamente difícil, como algo que cuesta: es una misión que tiene que ver con el «endurecimiento del corazón», con la obstinación de unos hijos que se han rebelado contra su Padre, una rebelión que se manifiesta en el «no escuchar» (v. 5). Ni siquiera la Palabra y el poder del Espíritu pueden constreñir la libertad del hombre para acoger la revelación de Dios. El profeta se levanta entonces, solitario, como signo de contradicción, como piedra de tropiezo para los que corren hacia su propia ruina.

 

Segunda lectura: 2 Corintios 12,7-10

Hermanos:

7 Precisamente para que no me sobreestime a causa de tan sublimes revelaciones, tengo un aguijón clavado en mi carne, un agente de Satanás encargado de abofetearme para que no me enorgullezca.

8 He rogado tres veces al Señor para que apartase esto de mí,

9 y otras tantas me ha dicho: «Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad». Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo.

10 Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil es cuando soy fuerte.

 

**• Tras haber recordado a sus amados corintios (que, sin embargo, causan tantos sufrimientos al apóstol) la sublimidad de las revelaciones recibidas, y a fin de demostrar que su misión procede verdaderamente de Dios, Pablo se muestra ahora con toda su humana debilidad; más aún, «presume» de ella, del mismo modo que en otra ocasión había presumido de la cruz de Cristo (cf. 1 Cor 1,17-31). Al final de la carta tenemos la demostración de que Pablo entiende su propia debilidad exactamente siguiendo el modelo de la debilidad del Señor: «Es verdad que se dejó crucificar en su débil naturaleza humana, pero ahora vive por la fuerza de Dios. Así también nosotros, que compartimos con él su debilidad, compartiremos con él su poderosa vida divina a la hora de enfrentarme con vosotros» (2 Cor 13,4).

Del mismo modo que la cruz produce escándalo, también la fragilidad humana del apóstol (descrita en forma de persecuciones, insultos, divisiones en la comunidad, enfermedad, angustia) puede provocar una reacción de desconfianza y de miedo en los corintios, pero eso es precisamente el signo inconfundible de que su misión apostólica es de Dios, dado que lleva consigo la marca inconfundible de la cruz.

 

Evangelio: Marcos 6,1-6

En aquel tiempo,

1 salió Jesús de allí y fue a su pueblo, acompañado de sus discípulos.

2 Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La muchedumbre que lo escuchaba estaba admirada y decía: -¿De dónde le viene a éste todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por él?

3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí entre nosotros? Y los tenía desconcertados.

4 Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su tierra, entre sus parientes y en su casa.

5 Y no pudo hacer allí ningún milagro. Tan sólo curó a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.

6 Y estaba sorprendido de su falta de fe. Jesús recorría las aldeas del contorno enseñando.

 

**• El episodio desarrollado en la sinagoga de Nazaret, situado al final del primer ciclo de milagros del evangelio de Marcos, representa el rechazo de Israel respecto a la revelación de Dios en Jesús. Aquí no se entiende propiamente por «Israel» el nombre de un pueblo, sino los que son más íntimos a Jesús, la gente de su tierra, de su casa.

La escena se desarrolla en el camino de regreso de la casa de Jairo, en el pueblo de Nazaret (tan pequeño e insignificante que ni siquiera aparece nombrado en el Antiguo Testamento), a donde sabemos que había llegado la noticia de los prodigios (dynámeis) realizados por él en toda la Galilea (cf. v. 2).

La primera reacción, después de haber escuchado su Palabra autorizada, es la de «admiración», una señal del evangelista para indicar el carácter de revelación de la predicación de Jesús. Las cinco preguntas que siguen indican, sin embargo, la duda de sus hermanos y conocidos: el problema tiene que ver, esencialmente, con el origen de Jesús («¿De dónde...»), lo que equivale a decir que el conocimiento directo de su ambiente familiar les impide reconocer en él al enviado de Dios. Jesús sigue siendo para ellos únicamente «el carpintero» del pueblo, el «hijo de María». La imposibilidad de hacer milagros en la que se encuentra Jesús pretende significar que la incredulidad, en cuanto rechazo de la oferta salvífica de Dios, impide la manifestación de cualquier acontecimiento de salvación. Frente a ese rechazo, Jesús «estaba sorprendido» (única vez en Marcos), y toma sus distancias respecto a ellos, declara su «no-connivencia» con su falta de fe, para mostrar el contraste radical entre el plano de la salvación de Dios y la incredulidad de los hombres.

Lo que provoca el escándalo es la pretensión del hombre-Jesús de situarse como lugar de la revelación de Dios, escándalo que alcanzará su punto más elevado en la muerte del Hijo de Dios en la cruz.

 

MEDITATIO

El escándalo, o el «endurecimiento del corazón» (cf. Ez 2,4), la incredulidad de quien ha sido llamado a contemplar la revelación de Dios, constituye el hilo conductor de las perícopas bíblicas que acabamos de leer.

Está provocado esencialmente por la manifestación del poder de Dios en una forma frágil, débil: el profeta es rechazado por sus hermanos por ser también un simple 'adam; no se da crédito al apóstol porque se presenta de un modo completamente ordinario, casi sumiso. En el centro se encuentra el hombre-Jesús, capaz de dar un sentido definitivo a la historia de todos los pobres de la tierra, con su reafirmación de la necesidad de la lógica de la cruz. Ésta es necesaria porque ha sido querida por Dios, porque le ha complacido manifestarse así: en el devenir de un pueblo situado en un ínfimo rincón de la tierra y de la historia, en la pobre casa de una muchachita de un oscuro pueblo de Galilea, a través de la ejecución de una condena a muerte en un lívido día de abril, sobre el Gólgota.

En esta historia, casi loca, se produce siempre, no obstante, el mismo milagro: el 'adam es levantado de la tierra, el Espíritu se manifiesta en la acción irresistible del gesto y de la palabra de un hombre cualquiera, el sepulcro no se queda cerrado y habitado por la Muerte, sino que se abre de par en par para dejar salir la Vida para siempre. Así obra Dios, porque está decidido a salvar al hombre: a todo hombre, a todo el hombre.

 

ORATIO

Oh Padre, queremos darte gracias por habernos hecho precisamente así: criaturas frágiles y mortales, pero salidas de tus manos y portadoras de tu impronta. Frente a la Palabra que llama «bienaventurados» a quienes no se escandalizan de ti y de tu Hijo, te entregamos todas nuestras dudas, nuestra incredulidad, los miedos líenle a la manifestación de nuestra debilidad, que nos recuerda a renglón seguido que estamos hechos de tierra, aunque nuestro deseo sea infinito.

No queremos encontrarnos entre los que no han podido contemplar tus maravillas por estar demasiado replegados examinando nuestra propia humanidad, considerando nuestros propios límites y los de los otros: líbranos del miedo al hombre. Entréganos tu mirada de Padre y de Madre que ha engendrado su espléndida criatura, tu mirada tranquilizadora y fraterna de Salvador, solidaria con nosotros por obra del Espíritu, para acoger, en este mismo amor de perdón y compasión, a nosotros mismos y a cada hombre y mujer como inestimable don tuyo.

 

CONTEMPLATIO

Tienes arriba el Cristo dadivoso, tienes abajo el Cristo menesteroso. Aquí es pobre y está en los pobres. El ser aquí pobre Cristo no lo decimos nosotros; lo dijo él mismo: «Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, carecí de hogar, estuve preso». Y a unos les dijo: «Me socorristeis»; a otros: «No me socorristeis». Queda probado ser pobre Cristo; que sea rico ¿lo ignora alguien? Este mismo trocar el agua en vino habla de su riqueza, pues si es rico quien tiene vino, ¿cuan rico no ha de ser quien hace el vino? Luego Cristo es a la vez rico y pobre: cuanto Dios, rico; cuanto hombre, pobre. Cierto, ese Hombre subió ya rico al cielo, donde se halla sentado a la diestra del Padre, mas aquí, entre nosotros, todavía padece hambre, sed y desnudez (Agustín, Homilía 123).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tu poder, Señor, se manifiesta plenamente en mi debilidad».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quién es más frágil de los dos? ¿El que recibo en la comunión? [...] ¿El pequeño ser al que querían degollar para quitarlo de en medio, sin ninguna protección que no fuera la de María y la de José y, en la eucaristía, la de la Iglesia? Cuando encuentres a un emigrante, ¿sentirás deseos de entrar en comunicación con él o le tendrás miedo?

¿El que recibo en la comunión? [...] ¿El que carece de morada fija y para el que hasta una piedra hubiera sido una blanda almohada, que te pide alimento y cobijo en la eucaristía? ¿Por qué no invitas a tu casa a esta o aquella familia de gitanos a la que se hace acampar desde hace ya mucho tiempo detrás de la empalizada? ¡O es que tienes miedo? [...].

¿El que recibo en la comunión? ¿Un hombre que en la cruz no puede mover ni siquiera un dedo, que casi no puede hablar, que respira con esfuerzos sobrehumanos, herido por la misma impotencia como en la eucaristía? ¿Y tú? ¿Amas a este hombre ante un poliomielítico? ¿O le tendrás miedo?

Pero si es a él a quien amas, no tendrás miedo de nada. Te atreverás a decirle: «Jesús, en su santa eucaristía, es más pobre que tú, más impotente que tú» (D. Ange, Le nozze di Dio aove ¡I povero é re, Milán 1985, pp. 241 ss).

 

 

Día 5

Lunes de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 28,10-22a

En aquellos días,

10 partió Jacob de Berseba camino de Jarán.

11 Llegado a cierto lugar, se dispuso a pasar allí la noche, porque ya el sol se había puesto. Tomó una piedra, se la puso de cabezal y se acostó.

12 Entonces tuvo un sueño: Veía una escalinata que, apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor.

13 De pronto, el Señor, que estaba en pie sobre ella, le dijo: -Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abrahán y el Dios de Isaac; yo te daré a ti y a tu descendencia la tierra sobre la que estás acostado.

14 Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás al este y al oeste, al norte y al sur. Todas las naciones recibirán la bendición a través de ti y de tu descendencia.

15 Yo estoy contigo. Te protegeré adondequiera que vayas y haré que vuelvas a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que haya cumplido lo que te he prometido.

16 Al despertar Jacob de su sueño, dijo: -Ciertamente, el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.

17 Y todo tembloroso añadió: -¡Qué terrible es este lugar! ¡Nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo!

18 Y levantándose temprano tomó la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió a modo de estela y derramó aceite sobre ella.

19 Y llamó a aquel lugar Betel -es decir, Casa de Dios-; antes, la ciudad se llamaba Luz.

20 Jacob hizo también esta promesa: -Si Dios está conmigo, si me protege en este viaje que estoy haciendo y me da el alimento y la ropa necesarios,

21 y si puedo volver sano y salvo a casa de mi padre; entonces el Señor será mi Dios,

22 y esta piedra que he levantado a modo de estela será la casa de Dios.

 

**• El relato del sueño de Jacob pretende celebrar el santuario de Betel asociándolo a la figura del patriarca e insertándolo en el marco de su historia. Con la salida de Berseba comienza la peregrinación de Jacob hacia un futuro cuyos contornos es difícil perfilar al principio, un futuro custodiado siempre, no obstante, por la presencia de Dios, que se revela y ofrece la esperanza de una promesa (w. 12-15). Aparecen contrapuestos el motivo de la fuga de Jacob y las palabras de protección pronunciadas por Dios (v. 15).

El compromiso asumido, de una manera solemne, por Dios convierte la fuga de Jacob en un camino que podrá tener motivos y atracaderos objetivamente identificables, pero cuyo sentido reposa en la presencia penetrante de Dios, que cumple cuanto ha dicho. En efecto, Dios acompañará y custodiará a Jacob incluso en el triste momento en el que huyó de Labán (31,1-21) y se revelará de nuevo, como presencia amiga y bendecidora, a su regreso a Betel (35,1-15).

Este contexto general sirve de marco a una serie de elementos de naturaleza cultual que constituyen la columna vertebral del relato. El primero es el término «lugar » (máqóm). Nada en el texto parece sugerir que se esté hablando de un lugar sagrado: se trata simplemente de un lugar en el que pasar la noche.

Como Moisés con la zarza que ardía (cf. Ex 3,5), también Jacob experimenta que la presencia divina va por delante de la conciencia del hombre: es YHWH el que elige y consagra el espacio sagrado. El lugar que Dios ha elegido como espacio de su presencia es también el lugar de su revelación. El sueño en el que Jacob «ve» la escalera que «apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo» expresa el conocimiento de la fe, a través del cual es posible «ver» al Dios trascendente, que se hace presente para dialogar con el hombre y volver a comunicarle su bendición. Como a Abrahán, también a Jacob le promete Dios la tierra y la descendencia.

La oración final de Jacob (w. 20-22) indica la única respuesta posible del hombre de fe, que experimenta «terror» frente al misterio de una presencia santa y terrible, una presencia que encuentra morada en el ámbito del hombre y, al mismo tiempo, une cielo y tierra.

 

Evangelio: Mateo 9,18-26

En aquel tiempo,

18 mientras Jesús les decía esto, llegó un personaje importante y se postró ante él diciendo: -Mi hija acaba de morir, pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, vivirá.

19 Jesús se levantó y, acompañado de sus discípulos, lo siguió.

20 Entonces, una mujer que tenía hemorragias desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto,

21 pues pensaba: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada».

22 Jesús se volvió y, al verla, dijo: -Animo, hija, tu fe te ha salvado. Y la mujer quedó curada desde aquel momento.

23 Al llegar Jesús a casa del personaje y ver a los flautistas y a la gente alborotando,

24 dijo: -Marchaos, que la niña no ha muerto; está dormida. Pero ellos se burlaban de él.

25 Cuando echaron a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó.

26 Y la noticia se divulgó por toda aquella comarca.

 

*#• La perícopa de Mateo sitúa el relato de la curación de la hemorroísa dentro del de la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaún. Dos relatos que, según la intención del evangelista, han de ser leídos de una manera complementaria para que se comprenda el significado de los milagros realizados por Jesús. En efecto, la sección en que está situada la perícopa es la delimitada por los capítulos 8-9, en los que el evangelista presenta diez milagros realizados por el Señor.

En el centro sobresale el relato de la hemorroísa, en el que se indica que la fe consiste en «tocar» al Señor de la vida. Tocar es una forma de conocer, la posibilidad dada al hombre de encontrar al Señor y de entrar en comunión con él a través de la humanidad de una presencia en la que habita la «plenitud» de la divinidad (Col 1,19). Frente a la dramática situación de «perder la vida» a que está sometido todo ser vivo, la única salvación de la que dispone es el Señor: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada-salvada [...]. Animo, hija, tu fe te ha salvado» (w. 21ss). A esa mujer que ha tocado su túnica «por detrás», le habla Jesús «cara a cara» («Jesús se volvió y, al verla, dijo: v. 22), y en su rostro y en su palabra revela la presencia poderosa y misericordiosa del Padre, Dios de vivos. La fe en él, por tanto, hace pasar de la muerte a la vida, como atestigua el relato de la hija de Jairo. En la niña que yace muerta se manifiesta la imagen de una vida joven, una vida que imaginamos proyectada naturalmente hacia un futuro de vida, y, sin embargo, ya inerte, marcada por la trágica inmovilidad de la muerte.

La actitud de fe del padre de la joven, atestiguada por la petición de la presencia del Señor (v. 18), motiva la solicitud de que el Señor «toque» la vida de su fiel y la muerte deje de ser una experiencia hacia la nada, un camino sin retorno. La presencia de Dios Padre, que, en la persona de su Hijo unigénito, se inclina sobre la historia humana marcada por el límite, nos libera del miedo y de la angustia de la muerte y nos abre a la esperanza de la resurrección.

Con una profunda sobriedad en los dos breves relatos, Mateo, al mismo tiempo que señala la proximidad de Dios a su pueblo, nos explica que, en el diálogo con el Señor Jesús, podemos experimentar ya la salvación, porque creemos en su Palabra antes de que el signo le confiera la evidencia. En consecuencia, el don de su presencia sólo puede ser recibido en la fe, porque no se puede otorgar ningún don a quien no lo acoge.

 

MEDITATIO

«Por eso se me alegra el corazón, exultan mis entrañas, y todo mi ser descansa tranquilo; porque no me abandonarás en el abismo, ni dejarás a tu fiel sufrir la corrupción. Me enseñarás la senda de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha» (Sal 16,9-11). Las palabras del salmo expresan espléndidamente la certeza de la presencia de Dios, Señor de la vida, que no permite que su fiel sea conducido al lugar donde no se puede gustar la dulzura de su rostro.

En efecto, en su Hijo Jesús, Dios ha venido a visitar a su pueblo (Le 1,68), a tomar de la mano (Mt 9,25) y a levantar a la humanidad que yace en la sombra de la muerte: «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11,25). Con él nos ha otorgado el Padre, a nosotros, que estábamos muertos por nuestros pecados y por la incircuncisión de nuestra carne, el don de la vida, «perdonándoos todos vuestros pecados. Ha destruido el pliego de acusaciones que contenía cargos contra nosotros» (Col 2,13ss). Por Cristo «vemos» al Dios de la vida; en Cristo, presencia misericordiosa y poderosa del Padre, podemos vivir la vida nueva de aquel que murió y resucitó por nosotros, como está escrito: «Si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no vuelve a morir, la muerte no tiene ya dominio sobre él» (Rom 6,8ss).

El compromiso que Dios adquirió con Abrahán (Gn 15) ha encontrado en Cristo su pleno cumplimiento: en Cristo, todas las promesas de Dios se han convertido en un «amén» (2 Cor 1,20). Siguiendo al Hijo, cada hombre, hecho discípulo, será custodiado durante la peregrinación de su propia vida, caminará hacia la patria de su deseo y gustará para siempre su presencia. Cada uno le verá cara a cara: «Si alguien quiere servirme, que me siga, y donde yo esté estará también mi siervo» (Jn 12,26).

 

ORATIO

Señor Dios, luz vivida y fecunda, nada en ti es oscuro, nada en ti es muerte. Tú das la vida a cada criatura y provees el pan para toda hambre, calmas toda sed ardiente, eres paz para quien busca tu rostro y lo contempla en la desnudez de su propia carne.

Señor, Dios de la historia, sentido cabal de toda nuestra andadura, tú eres la alabanza de los creyentes, la invocación de los moribundos, la vida nueva de cada afán humano. No hay ninguna miseria ante ti, ninguna pobreza que resista el esplendor de tu Shekhinah, porque tú iluminas cada rostro con la luz de la mañana, cada llaga con la luz alegre de tu Hijo. Él, el siervo maldito por los impíos, es tu bendición para el hombre; su cruz es la casa de la puerta estrecha, templo de tu fulgor donde todo hombre encuentra a su Dios. Qué dulce es vivir en tu casa, oh Padre, tu siervo la prefiere. Tú eres bendición perenne: te bendigo porque has vuelto a nosotros y no nos ha dejado a merced del enemigo; cómo águila que vuela sobre sus polluelos y vela sobre su nidada, nos custodias con el calor de tu Espíritu. Amén. Maranathá.

 

CONTEMPLATIO

El hombre deberá volver a empezar con una ilimitada humildad, deberá mirar de nuevo en su interior y sumergirse de nuevo en su origen. Y todo ello a través de la vida y la pasión de nuestro Señor Jesucristo: cuanto más fielmente le imite, tanto más se elevará, tanto más esencial, divina y verdadera será la imitación. Y todo a través de la mortificación y de la total aniquilación de sí mismo.

Debemos actuar y pensar como aquella pobre mujer enferma que dijo: «Con sólo tocar la orla de su manto quedaré curada». La franja o la orla de su manto significa lo mínimo que haya podido emanar de su santa humanidad. En efecto, el manto significa su sagrada humanidad, mientras que la franja puede ser entendida como una gota de su santa sangre. Ahora debe reconocer el hombre que no puede tocar la mínima de estas cosas por su indignidad; porque, si en su debilidad pudiera hacerlo, curaría a buen seguro de todos sus males. Así, en primer lugar, el hombre tiene que establecerse en su nada. Incluso cuando llegara el hombre a la cima de toda perfección, aún le sería más necesario sumergirse en el fondo más íntimo, hasta llegar a las raíces de la humildad (Juan Tauler, / Sermoni, Milán 1997, pp. 527ss [edición española: Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio» (cf. 2 Tim 1,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El acontecimiento de la salvación, a través del cual accede el hombre a la relación salvífica con Dios, se lleva a cabo en la historia: Dios no plantea ni comunica un signo o una palabra al hombre, sino que convierte al hombre mismo, con toda su inseguridad, su debilidad y su carácter incompleto, en el lenguaje en el que expresa la Palabra de la plena salvación.

Dios se sirve también de una existencia extendida en el tiempo como de un escrito en el que se expresa, para el hombre y para el mundo, el signo de una eternidad supratemporal. El Hombre Jesús, cuya existencia constituye este signo y esta palabra para el mundo, debe vivir por eso, al mismo tiempo, la trágica diástasis de la temporalidad y el dominio victorioso sobre ella (Agustín), a través de la obediencia consciente y querida a la voluntad del Padre Eterno, a fin de realizar, de una manera misteriosa, precisamente en el esencial carácter incompleto de lo fragmentario, aquella tarea esencialmente imposible de disgregar [...]. Ya está claro desde ahora que, si esto ha tenido lugar, la existencia histórica ha sido colocada, sin ser desprovista de valor ni reducida a pura apariencia, ni sin que tengamos que renegar de ella, en el movimiento de retorno a Dios [...]. Desde el momento en que el anuncio cristiano, desde el comienzo, se ha concentrado en este único punto y ha expuesto a partir de este centro todo lo demás, a saber: la encarnación, vida, doctrina y pasión de Jesús, la ascensión y la efusión del Espíritu, éste debe valer sin más como centro del kerygma. Es imposible desplegar aquí la iluminadora verdad de este realizar la síntesis en tomo a ese centro, así como su fecundidad; para nuestra argumentación es suficiente con establecer que el cristianismo, con su anuncio de la resurrección, puede avanzar la pretensión de ofrecer la única, completa y satisfactoria solución del problema antropológico (H. U. von Balthasar, // Tutto nel Frammento, Milán 1990, pp. 61 ss).

 

 

Día 6

Martes de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 32,23-33

En aquel tiempo,

23 por la noche se levantó Jacob, tomó a sus dos mujeres, a sus dos criadas y a sus once hijos y pasó el vado de Yaboc.

24 Los tomó, los hizo pasar el vado y llevó consigo todo lo que tenía.

25 Jacob se quedó solo. Un hombre luchó con él hasta despuntar la aurora. 26 Viendo el hombre que no le podía, le tocó en la articulación del muslo y se la descoyuntó durante la lucha.

27 Y el hombre le dijo: -Suéltame, que ya despunta la aurora. Jacob dijo: -No te soltaré hasta que no me bendigas.

28 Él le preguntó: -¿Cómo te llamas? Respondió: -Jacob.

29 El hombre dijo: -Pues ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido.

30 Jacob, a su vez, le preguntó: -Dime tu nombre, por favor. Pero él respondió:  -¿Por qué quieres saber mi nombre? Y allí mismo lo bendijo.

31 Jacob llamó a aquel lugar Penuel -es decir, Cara de Dios-, pues se dijo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida».

32 Salía el sol cuando pasó por Penuel e iba cojeando del muslo.

33 Por esta razón los israelitas, aun hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón.

 

*• El celebérrimo fragmento de la lucha entre Jacob y Dios necesita ser contextualizado para que manifieste toda la fuerza de su significado. Jacob, tras el acuerdo con Labán (31,43-54), y encontrándose ahora cerca de la tierra de sus padres, envía mensajeros a su hermano Esaú «para encontrar gracia a sus ojos» (32,6). La respuesta es la noticia de la próxima llegada de Esaú con cuatrocientos hombres (v. 7): una situación que sumerge a Jacob en el temor y en la angustia de la espera. En este contexto de angustia, se abre Jacob a la oración: «Sálvame de la mano de mi hermano, Esaú» (cf. w. 10-13). La angustia que le produce el pensamiento de que el encuentro con su hermano pudiera tener un desenlace diferente al esperado, no queda eliminada por la palabra de la promesa; por otra parte, sin embargo, ésta no produce en Jacob un repliegue sobre sí mismo, sino que le abre a la esperanza -no se trata aún de una certeza- de una presencia cercana, que custodia a su fiel.

Con su resultado, la lucha nocturna asume el significado de anticipación de la victoria de Jacob sobre todas las fuerzas hostiles, incluso sobre su angustia; es la confirmación de que la esperanza es cierta, de que Dios no falta nunca a sus promesas; por consiguiente, no ha de ser el miedo, sino la confianza, la actitud de quien ha recibido la promesa divina. La interpretación del nombre «Israel», que a partir de este momento asumirá Jacob (v. 29: «porque has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido»), habla de un pasado victorioso contra las fuerzas hostiles: YHWH ha custodiado a Jacob de Esaú y de Labán. Jacob-Israel, del mismo modo que Abrahán, tiene consigo la bendición divina, por eso puede esperar con confianza incluso en los momentos de profunda angustia, cuando el miedo a perder lo que es don de Dios le atenaza el corazón y busca respuestas en estrategias inteligentes (32,14-22).

El combate nocturno supone para Jacob la entrada en el misterio de Dios: «He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida» (v. 31). Es un misterio encontrado de una manera «dramática», por medio de una lucha en la que se pregunta, se ruega, se confía en las manos del antagonista nuestra propia persona (frente a su misterioso contendiente, Jacob se ve obligado a revelar su propio nombre, mientras que este último esconde su identidad: sólo su palabra le revela). Jacob debe medirse con un Dios presente y, al mismo tiempo, misterioso, oscuro. Sin embargo, con insistencia, con la fuerza y la tenacidad de la paciencia, a través de la serena acogida de la propia condición de criatura, «obliga» a Dios a bendecirle, a acoger su oración, a hacer apuntar para él, tras la noche de la angustia, un nuevo día de salvación para un «hombre nuevo»: «Pues ya no te llamarás Jacob, sino Israel» (v. 29a).

 

Evangelio: Mateo 9,32-38

En aquel tiempo,

32 le presentaron un hombre mudo poseído por un demonio.

33 Jesús expulsó al demonio y el mudo recobró el habla. Y la gente decía maravillada: -Jamás se vio cosa igual en Israel.

34 Pero los fariseos decían: -Expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios.

35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.

36 Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor.

37 Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante, pero los obreros son pocos.

38 Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

 

*»• La perícopa que hemos leído hoy une el relato de la curación del hombre mudo endemoniado con un resumen de la actividad de predicación y curación de Jesús. La primera sección concluye la serie de diez prodigios realizados por Jesús y está inmediatamente precedida por la curación de dos ciegos; la segunda sección anticipa el tema de la misión de los Doce, que queda asociada así a la de Jesús. A los ciegos que, con una actitud de fe, se le dirigen con el grito: «Hijo de David, ten piedad de nosotros», Jesús les devuelve la vista; al mudo que le habían llevado a causa de la fama que le habían procurado los prodigios que había realizado, le devuelve la palabra. En estos relatos paralelos muestra Mateo que la fe es, al mismo tiempo, visión y palabra. Es capacidad de «entre-ver» la historia con los ojos del Hijo, es libertad en la palabra que comunica el sentido dado nuestra propia vida.

Todo lo que dice y hace el Señor nos abre a la luz de la vida y al don de contar lo que hemos visto y oído: su amor materno (cf. el verbo splanchnízó en el v. 36), que vuelve a levantar a cuantos están «echados en tierra», lacerados y divididos, sin rumbo, extraviados; la buena noticia de un señorío que se pone al servicio y se hace cargo de la historia humana (v. 35). Jesús pide a sus discípulos que tomen parte en esta historia de compasión, en la cual se revela el juicio misericordioso del Padre sobre el acontecer humano. La oración que les confía (v. 38), le evita al discípulo pensar su propia misión en términos exclusivos de eficacia en relación con la cantidad de la mies. Más bien es necesario entrar en comunión con Jesús en la oración, a fin de aprender a ser hijos capaces de continuar la misión del Hijo.

 

MEDITATIO

«Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias; invocamos tu nombre, proclamamos tus maravillas» (Sal 75,2). El prodigio de la Palabra nos impulsa a penetrar en el misterio de la ternura de Dios, que se revela como fuerza-en-la-debilidad, capaz de revestir con su nueva luz al «pueblo que caminaba en tinieblas» (Is 9,1), de cambiar, junto con el nombre, el rumbo de la existencia del siervo, de cambiar el rostro de la vieja en el joven de la santidad {cf. El Pastor de Hermas).

Dios se hace presente en el momento del combate interior. Deja el trono de su gloria en los cielos, para sentarse en el trono de su benevolencia: el hombre vivo, gloria de Dios. En su Hijo Jesús, a cuya luz vemos la luz, nos revela el Padre su amor materno; en Cristo, Palabra que penetra como espada de doble filo, «que adiestra mis manos para la batalla, mis dedos para el combate» (Sal 144,1); en él ha sido engullida la muerte, vencido el miedo, cancelados los cálculos y las estrategias oportunistas del hombre; el pecado se ha convertido en ocasión para encontrar, en nosotros mismos, la impronta de la mano de Dios creador, porque «lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres, y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1,25).

En efecto, Dios envió a su Hijo al mundo (Gal 4,4) para hacernos hijos y renovar su promesa, que encuentra su plenitud no ya en una tierra, sino en el tiempo de la salvación para todos los confines de la tierra. Por eso los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos andan, los dubitativos y los medrosos son consolados: «Dios ha visitado y redimido a su pueblo» (Le 1,68).

 

ORATIO

Señor, ¿qué es el hombres, para que te ocupes de él? ¿Qué es un hijo de hombre, para que pienses en él? Tu amor es como los montes más elevados, tu ternura como un gran abismo.

Tú eres el Dios que lo sabe todo, conoces a cada hijo por su nombre. Has creado al hombre como un prodigio, lo has plasmado con tus manos, has infundido en él tu sabiduría y tu aliento de vida.

Tú eres el Dios bueno que no goza con la muerte del pecador: lo que quieres es que se convierta y viva. Por eso, Dios mío, te cantaré un canto nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas, porque tu fidelidad dura para siempre y tu amor por todas las generaciones.

Que tu alabanza se extienda hasta los confines de la tierra, que tu belleza renueve la faz de toda la tierra, porque sólo en ti, oh Señor, se encuentran el poder y la fuerza, sólo en ti la belleza y el esplendor; tú eres el Dios que lo sabe todo, y tus obras son rectas.

Bendito seas, oh Padre, roca mía, en tu Hijo Jesús, mi hermano y Señor: tú das plenitud al tiempo de mi existencia, das nuevo vigor a mi lengua seca, vuelves a abrir mis ojos, refuerzas mis rodillas debilitadas, porque he combatido contigo, Señor, y has prevalecido; me has seducido y yo me he dejado seducir.

Tú eres mi bendición: bendíceme, Señor, mi Dios y mi todo. Te amo, Señor, fuerza mía.

 

CONTEMPLATIO

Mientras el Señor se aleja de allí, de inmediato le siguen dos ciegos. Ahora bien, ¿cómo pudieron saber unos ciegos la salida y el nombre del Señor? Más aún, le llaman hijo de David y le piden que les salve. En los ciegos se vuelve clara la economía de toda la prefiguración anterior. En efecto, la hija del jefe aparece relacionada con ellos, que son los fariseos y los discípulos de Juan, reunidos ya anteriormente para poner a prueba al Señor. Dado que no conocían a aquel a quien pedían la salvación, la Ley les ha indicado y mostrado a su Salvador en el cuerpo procedente de David. Y dado que estaban ciegos por un pecado antiguo, que les impedía ver a Cristo si no hubiera sido atraída su atención, infundió en ellos la luz del Espíritu.

El Señor les muestra que no hay que esperar la fe de la salvación, sino la salvación de la fe. En efecto, los ciegos vieron porque habían creído, no creyeron porque habían visto. De esto debemos comprender que es preciso merecer con la fe lo que pedimos, y no hacer depender nuestra fe de lo que obtengamos. Él les prometió que verían si creían y, dado que habían creído, les ordenó que callaran, puesto que era a los apóstoles a quienes les correspondía predicar (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 113ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Espíritu del Señor está sobre mí: me ha enviado a llevar la alegre noticia a los pobres» (Is 61,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El hombre curado por la salvación de Dios, íntegro, y en este sentido simplemente santo, permanece en una situación de incertidumbre sorprendente, incomprensible para sí mismo, y, precisamente por eso, capaz de darle, de una manera misteriosa -por así decirlo-, alas. Aunque, evidentemente, está convencido de la imposibilidad de alcanzar la perfección en esta tierra, esa imposibilidad no se transforma, sin embargo, en él en una cárcel opresora, ni tampoco el pensamiento de tener que alcanzar su propia perfección se le convierte en una idea obsesiva. Puesto que sabe, en efecto, que su morada tiene que ser construida ¡unto a Dios en la gracia, habita confiado en su cabaña destinada a la destrucción y prosigue caminando libre a través del tiempo. Al consentir padecer misteriosas privaciones en vistas a un más allá inaccesible, da también su consentimiento a las misteriosas misiones que le han sido confiadas de lo alto; precisamente cuando pensaba que no podría disponer ya de fuerza alguna, aumentan las fuerzas en él, las alas le sostienen y lo que le ha sido confiado para que lo administre es incluso más de lo que él mismo podía imaginarse. De ahí que pueda repartirlo, aunque sea sólo como algo que pertenece a otros, llegado de una manera incomprensible a sus manos (H. U. von Balthasar, // Tutto nel Frammento, Milán 1990, p. 94).

 

 

Día 7

Miércoles de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 41,55-57; 42,5-7.17-24a

En aquel tiempo,

41,55 cuando el hambre se hizo sentir en Egipto, el pueblo pedía pan al faraón. Entonces el faraón dijo a todos los egipcios: -Acudid a José y haced lo que él os diga.

56 José, viendo que el hambre se había extendido por todo el país, abrió los graneros y vendía el grano a los egipcios. El hambre se fue agravando cada vez más en Egipto.

57 De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra.

42,5 Fueron, pues, los hijos de Israel, como hacían otros, a comprar trigo, porque había hambre en la tierra de Canaán.

6 José era quien gobernaba el país y el que vendía el trigo a todo el mundo. Cuando llegaron los hermanos de José, se postraron ante él rostro en tierra.

7 En cuanto José vio a sus hermanos, los reconoció, pero fingió no conocerlos y los trató duramente. Les preguntó: -¿De dónde venís? Ellos respondieron: -Venimos de la tierra de Canaán, para comprar grano.

8 Y los metió a todos en la cárcel por espacio de tres días.

18 Al tercer día les dijo: -Yo soy un hombre que teme a Dios; haced esto para salvar la vida:

19 Si sois gente de fiar, uno de vosotros quedará aquí preso y los demás irán a llevar el trigo para remediar el hambre de vuestras familias.

20 Pero tenéis que traerme a vuestro hermano menor: así se demostrará la sinceridad de vuestras intenciones y no moriréis. Ellos aceptaron,

21 y se decían unos a otros: -Estamos pagando lo que hicimos con nuestro hermano, pues vimos la angustia con la que nos pedía clemencia y no le escuchamos. Por eso nos ha venido esta desgracia.

22 Entonces intervino Rubén: -¿No os dije yo que no hicierais ningún mal al muchacho? Pero no me escuchasteis, y ahora se nos pide cuenta de su muerte.

23 Ellos no sabían que José entendía lo que estaban diciendo, pues hablaba con ellos por medio de un intérprete.

24 Entonces se retiró y se puso a llorar.

 

**• Esta perícopa se inserta en el último ciclo de los relatos patriarcales del Génesis (capítulos 37-50), en el que predomina la figura de José. Se trata de una extensa sección del libro, que presenta características diferentes respecto a los ciclos de relatos que la preceden: ésta presenta temas y motivos que le conectan con la magna tradición sapiencial de Israel. La figura de José está esbozada siguiendo los cánones clásicos del sabio: es un hábil consejero político; está dotado de una inteligencia que le permite escrutar en la trama de la historia el «consejo», el proyecto de Dios; teme al Señor {cf. 42,18) y lleva una vida honesta, marcada por una profunda sensibilidad ética que acompaña a su actitud confiada respecto a Dios {cf. 39,7-20).

En esta sección se perfila una reflexión sobre la presencia de Dios en el acontecer de la humanidad, una presencia que no recurre a las grandes acciones poderosas o a las teofanías. Dios se revela en el interior del acontecer humano, en las opciones que realizan los hombres y las mujeres, en la maraña, con frecuencia inextricable e incomprensible, de la historia de cada persona. José es imagen de todo hombre que, por la fe, sabe que Dios no abandona a su fiel.

Éste es el contexto general que ilumina la perícopa del primer encuentro entre José y sus hermanos después de que éstos le vendieran a los ismaelitas. José, en la plenitud de su éxito personal (41,57: «De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra»), no se sirve de su poder para llevar a cabo algún tipo de venganza contra sus hermanos. Su acción, que se desarrolla entre dos polos -«fingió no conocerlos» (42,7) y «yo soy un hombre que teme a Dios» (42,18)-, tiende a provocar en los hermanos la pregunta por lo que habían hecho (42,22), para que se den cuenta de que la vida no puede ser vivida recurriendo a determinados tipos de violencia o, lo que es peor, asumiendo la violencia como criterio en vista a la obtención de un «beneficio» {cf. 37,26: «¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte?»).

De este modo, queda descrito el itinerario que es preciso realizar para reapropiarse de lo que es necesario para la vida, el «pan» al que remite la ambientación de la perícopa. Por eso se ha convertido José en figura de Cristo y en imagen del creyente en la tradición litúrgica. Es figura de aquel que, anunciando la misericordia del Padre, muestra que el beneficio de la propia vida consiste en hacer la voluntad del Padre; es imagen del creyente que, en Cristo, verdad del hombre, busca y realiza la fraternidad.

 

Evangelio: Mateo 10,1-7

En aquel tiempo,

1 Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.

2 Los nombres de los doce apóstoles eran: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan;

3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo;

4 Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó.

5 A estos doce los envió Jesús con las siguientes instrucciones: -No vayáis a regiones de paganos ni entréis en los pueblos de Samaría.

6 Id más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos.

 

**• La perícopa traslada la atención del ministerio de Jesús al de sus discípulos. La transición se lleva a cabo en los w. 35-38 del capítulo 9, que cierran la magna sección de los capítulos 8-9 e introducen el capítulo 10, donde se presentan los aspectos y las modalidades esenciales de la misión de los discípulos-apóstoles. La misión de Jesús está sintetizada en tres verbos: instruir, predicar y curar (9,35); la de los discípulos está definida por su estatuto: haber sido llamados (10,1) y enviados (10,5). Han sido llamados como discípulos y son enviados como apóstoles para continuar el anuncio y la obra del Maestro. Su misión es, por consiguiente, participación en la de aquel que es el único Maestro y Señor; su misma «autoridad» es participada. La vocación, por tanto, precede a la misión, la hace posible.

Los Doce -los únicos que han sido enviados- representan simbólicamente, en la solemne presentación de sus nombres, conectada por Mateo con las instrucciones respecto a la misión, el tiempo nuevo y la nueva obra de Dios en la historia de los hombres. Una acción nueva que, sin embargo, no olvida el pasado. En efecto, a los discípulos se les pide que se dirijan a «las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (v. 6). De este modo, la misión de los discípulos se caracteriza y se modela a partir del ministerio de Jesús (cf. 15,24). Este particularismo «temporal» de la misión de los Doce (cf, en efecto, 28,18-20) hace resaltar la continuidad de la obra de Jesús y de sus discípulos con la promesa hecha por Dios a los padres y muestra, al mismo tiempo, que la comunidad de los discípulos es el nuevo Israel.

 

MEDITATIO

«En este día te doy autoridad sobre naciones y reinos, para arrancar y arrasar, para destruir y derribar, para edificar y plantar» (Jr 1,10). El discípulo experimenta a diario una llamada que le impulsa en los meandros de la historia humana, enriquecido con aquella sabiduría que no es motivo de orgullo, porque está escrito: «Que el sabio no alardee de su sabiduría, que el soldado no alardee de su fuerza, que el rico no alardee de su riqueza; el que (¡uiera alardear que alardee de esto: de conocerme y comprender que yo soy el Señor, el que implanta en la tierra la fidelidad, el derecho y la justicia; y me complazco en ellas» (Jr 9,22ss). Ha sido enviado, en efecto, a anunciar la necedad de la cruz, la Buena Nueva de la misericordia y el perdón, que él mismo ha experimentado, y en la que se manifiesta que el sentido de todo radica en hacer la voluntad del Padre, a imagen de Cristo, primogénito de toda criatura: «Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a evangelizar, y esto sin hacer ostentación de elocuencia, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo» (1 Cor 1,17).

 

ORATIO

Dios nuestro, cuánta hambre hay en el fondo de mi humanidad, cuánta sed ardiente en el fondo de mis deseos, cuánto deseo de amor en el fondo de mi corazón... Quisiera el bien por el que suspiro, quisiera la respiración y el calor de tu presencia, que caldea toda fría cavidad, toda absurda pretensión de mi corazón destrozado.

Mi amor, mi bien, tú me sacias con pan de lágrimas, me haces beber lágrimas en abundancia. Tú, oh Dios mío, me darás el pan de tu cielo. Tú, oh Dios mío, me das a tu Hijo en Ja cruz. Tú, oh Dios mío, me sacias de mi debilidad, para que, también en la hora del abandono, pueda recuperar la fuerza de la memoria y gritar con toda la verdad de mis fibras: Abbá, Padre.

 

CONTEMPLATIO

Jesús exhortó a los discípulos a que se mantuvieran alejados de los caminos de los paganos no porque no fueran enviados también a ofrecer la salvación a los paganos, sino para que se abstuvieran de las obras y del modo de vivir de la ignorancia pagana. Tienen prohibido entrar en las ciudades de los samaritanos. Ahora bien, ¿acaso no curó el mismo Cristo a una samaritana? En realidad, les exhortó a que no entraran en las iglesias de los herejes. En efecto, la perversión no difiere en nada de la ignorancia. Por consiguiente, fueron enviados a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Sin embargo, ésta se encarnizó contra él con una lengua viperina y fauces de lobo. Con todo, dado que la Ley hubiera debido obtener el privilegio del Evangelio, Israel hubiera sido tanto menos excusable por su primer crimen, por el hecho de que había experimentado una solicitud mayor en la exhortación [...].

Los apóstoles deben predicar que el Reino de los Cielos está cerca, es decir, que ahora recibimos la imagen y la semejanza de Dios por medio de una comunión en la verdad, que permite a todos los santos, designados con el nombre de «cielos», reinar con el Señor. Deben curar a los enfermos, resucitar a los muertos, sanar a los leprosos, expulsar a los demonios. Todos los males ocasionados al cuerpo de Adán por instigación de Satanás debían sanarlos ellos por medio de su participación en el poder del Señor (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. llóss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios conducirá a Israel con alegría al resplandor de su gloria» (Bar 5,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

José no odió nunca a sus hermanos; nunca le cegaron los celos. Por eso pudo reconocerlos: «Vio a sus hermanos y los reconoció» (Gn 42,7). Pero ellos están pegados todavía a las tinieblas de su odio fratricida y no pueden reconocerle. Para ellos, José está muerto, ya no existe. Ni siquiera se plantean la pregunta de si existe o no su hermano. Sólo un duro y sincero camino de purificación y de conversión les permitirá abrir los ojos y reconocerle.

José los somete entonces a prueba, acusándoles de espías. Ellos se defienden declarando: «Nosotros, tus siervos, éramos doce hermanos, todos hijos de un mismo padre, en la tierra de Canaán. El más joven se ha quedado con nuestro padre y el otro desapareció» (42,13). Entonces comienza su cambio: reconocen que forman una sola familia, se sienten todos hermanos, incluyen también entre los hermanos al que desapareció. Es preciso «ponerlos a prueba» (42,15) para verificar si se ha producido verdaderamente un cambio en ellos [...]. Tienen que volver a su padre, pero uno de ellos se quedará encarcelado en Egipto: «La situación es perfectamente análoga a la del pasado: deben volver una vez más a la presencia de su padre sin uno de ellos, pero lo que antes habían contemplado sin piedad en José, cuando éste era adolescente -el desgarro del corazón-, lo sienten ahora como algo enormemente insoportable para ellos mismos» (G. von Rad). Los hermanos, que buscaban víveres (42,7), son conducidos por José a un descubrimiento aún mayor: la fraternidad y la responsabilidad frente a Dios (A. Bonora, La storía di Giuseppe, Brescia 31995, pp. 43-45, passim).

 

 

Día 8

  Jueves de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 44,18-21.23-29; 45,1-5

En aquellos días,

44,18 Judá se acercó a José y le dijo: -Por favor, señor, permite a tu siervo hablar en tu presencia sin que te enfades conmigo, porque tú eres como el faraón.

19 Mi señor preguntó a sus siervos: ¿Tenéis todavía padre, o algún hermano?

20 Nosotros respondimos a mi señor: Tenemos un padre ya anciano y un hijo que le nació en su vejez; un hermano de éste murió. Es éste el único que le queda de su madre, y su padre lo quiere mucho.

21 Entonces tú dijiste a tus siervos: Traédmelo para que lo vea.

23 Tú insististe: Si vuestro hermano menor no baja con vosotros, no volveréis a ser admitidos en mi presencia.

24 Entonces nosotros regresamos donde vive tu siervo, nuestro padre, y le referimos las palabras de mi señor.

25 Y cuando nuestro padre nos dijo: Volved para comprarnos alimentos,

26 le dijimos: No podemos bajar si no viene con nosotros nuestro hermano menor, porque no seremos recibidos por aquel hombre si nuestro hermano menor no viene con nosotros.

27 Entonces tu siervo, nuestro padre, nos dijo: Vosotros sabéis que mi mujer no me ha dado más que dos hijos.

28 Uno desapareció de mi lado y seguramente fue devorado, pues no lo he vuelto a ver más;

29 si os lleváis también a éste de mi lado y le sucede alguna desgracia, daréis con mis canas en el sepulcro.

45,1 No pudiendo contenerse ya José delante de los que le rodeaban, ordenó: -Salid todos de mi presencia. Y no quedó nadie con él cuando se dio a conocer a sus hermanos.

2 Entonces rompió a llorar a voz en grito, de modo que lo oyeron los egipcios y la noticia llegó hasta la casa del faraón.

3 José dijo a sus hermanos: -Yo soy José, ¿vive todavía mi padre? Sus hermanos no pudieron responderle, pues estaban asustados ante él.

4 Entonces él les dijo: -Acercaos a mí. Ellos se acercaron, y él les repitió: -Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis y que llegó a Egipto.

5 Pero no estéis angustiados, ni os pese el haberme vendido aquí, pues Dios me envió delante de vosotros para salvar vuestras vidas.

 

**• La primera parte de la perícopa (44,18-21.23-29) presenta a Judá, ignaro de que se encuentra frente a su hermano José, vendido a los ismaelitas, que intenta persuadirle de que le tome a él en vez de a Benjamín, dada la promesa que le había hecho a su padre, Jacob: «Deja al muchacho bajo mi custodia, y pongámonos en camino; es la única manera de sobrevivir y de que no perezcamos ni nosotros, ni tú, ni nuestros hijos. Yo me hago responsable de él; a mí me pedirás cuentas» (43,8ss). La segunda parte (45,1-5) narra cómo reveló José su propia identidad a sus hermanos, después de haberlos humillado y tratado con dureza para someterlos a prueba (42,15).

Las palabras de Judá sellan un itinerario auténtico de cambio, de conversión: tanto él como sus hermanos -que, en un tiempo, no sintieron escrúpulos en vender a José, en buscar algún tipo de ganancia con su desaparición-, ahora, delante de José, no están dispuestos por ningún motivo a dejar lejos de su padre al pequeño Benjamín. El alegato de Judá muestra que el pasado no debe determinar ya ni el presente ni el futuro. La respuesta de José es la revelación de su identidad, junto a una comprensión de la historia que recurre a la providencia divina: «No estéis angustiados, ni os pese el haberme vendido aquí, pues Dios me envió delante de vosotros para salvar vuestras vidas» (45,5).

En la trama de los acontecimientos interviene una mano poderosa que dirige los senderos de la vida: lo que había sido objetivamente un hecho cruel es releído e interpretado ahora en el horizonte más amplio de la historia de la salvación. Dios engendra salvación incluso del mal; hasta en las contradicciones, en las amarguras de la historia humana interviene Dios para traer luz. La reconciliación de José con sus hermanos, su acto de perdón, descansan en la relación que tiene con Dios. «Yo soy un hombre que teme a Dios» (42,18): estas palabras proporcionan el horizonte en el que sitúa José el encuentro con sus propios hermanos. El temor del Señor abre el corazón del creyente a la reconciliación y a la fraternidad que se restablecen en el diálogo vivido en la paz.

 

Evangelio: Mateo 10,7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos.

8 Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratis.

9 No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo;

10 ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado, porque el obrero tiene derecho a su sustento.

11 Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, averiguad quién hay en ella digno de recibiros y quedaos en su casa hasta que marchéis.

12 Al entrar en la casa, saludad,

13 y si lo merecen, la paz de vuestro saludo se quedará con ellos; si no, volverá a vosotros.

14 Si no os reciben ni escuchan vuestro mensaje, salid de esa casa o de ese pueblo y sacudíos el polvo de los pies.

15 Os aseguro que el día del juicio será más llevadero para Sodoma y Gomorra que para ese pueblo.

 

*+• Este fragmento de Mateo es una instrucción sobre las tareas y la práctica misioneras. Está precedido por la vocación y la presentación de los Doce y por su misión (respectivamente en los w. 1-4 y 5ss: cf. la perícopa de ayer). Los que son llamados son también enviados.

Existe un vínculo necesario entre vocación y misión. Los discípulos han sido llamados para estar con el Señor (cf. Me 3,12) y ser enviados por los caminos de los hombres a hacer resonar la Buena Noticia que el Señor ha venido a proclamar: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertios y creed en el Evangelio» (Me 1,15). Son enviados a dar testimonio y a poner voz a la Palabra de misericordia y de salvación (v. 7) -presentada en los capítulos 5-7 y 8-9-, a contar la novedad de Jesucristo, que cuida del débil, libera de la muerte y de la mentira, restituyendo al hombre a sí mismo.

En esto continúa el discípulo la obra del Maestro. Y el discípulo, al ponerse al servicio del Evangelio, como el Maestro, otorga el primado al don: «gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (v. 8b). La gratuidad y la pobreza en la misión constituyen el testimonio de que el discípulo cuenta con una sola seguridad y tiene un único objetivo, su Señor y su palabra: «No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo» (Mt 6,25).

De este modo, la misión se convierte en ocasión para crear una circulación de gracia y de vida entre el que anuncia y atestigua y el que acoge. Una circulación que hace visible la conciencia de la filiación divina de cada creyente, abre a la fraternidad y da cumplimiento a la promesa de la paz (shalóm) mesiánica en la comunidad. Al ser enviado, el discípulo «aprende» («discípulo» viene del verbo latino discere, «aprender») la alegría y la fatiga de participar en la realización de la promesa, de convertirse en instrumento eficaz, aun en medio de la debilidad, de la misión del Hijo de Dios entre los hombres.

 

MEDITATIO

«Señor, tú nos concederás la paz, pues todo lo que hacemos eres tú quien lo realiza» (Is 26,12). La paz del discípulo es el resultado de su adhesión y fidelidad al contenido del anuncio de Jesús: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertios y creed en el Evangelio» (Me 1,15). El discípulo, en su caminar, vive la certeza de haber recibido y tener que custodiar un don precioso -el Reino de Dios, Jesucristo mismo por el que vale la pena dejarlo todo -padres, trabajo, el propio pasado y el propio presente- enseguida, de inmediato, venciendo la tentación de mirar atrás, confiando más bien su propio futuro a una Palabra que exige obediencia: «Seguidme, os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17). La palabra del seguimiento, acogida en un clima de obediencia, nos introduce en la diakonía de Cristo con el mundo y el hombre y se caracteriza por la configuración con el Hijo, que le hace perder al enviado cualquier tipo de temerosa sujeción, permitiéndole desarrollarse en la libre dignidad de una relación filial regalada (Gal 4,7).

La naturaleza cristiforme de la misión desarrollada por el discípulo interpreta y despliega al mismo tiempo el ejemplo de Cristo, sin pretender asignar al servicio de la Palabra ninguna connotación voluntarista, propia de quien pretende celebrar en el obrar virtuoso y comprometido la superioridad de su propio estatuto moral. El discípulo sabe, en efecto, que la Palabra del Reino ha sido confiada a los pequeños y, en la medida en que él sea capaz de volverse como un niño, tendrá en sus labios la Palabra de vida, para anunciarla desde los tejados y llevar la salvación al mundo, hasta el último rincón de la tierra (cf. Is 49,6).

El discípulo, enviado a anunciar con hechos y con verdad la Palabra de salvación, a contar que Dios dirige en Cristo su mirada providente sobre la historia humana, no desea «plata, oro o vestidos» (Hch 20,33), no desea «ganancias ilícitas» (1 Tim 3,8; Tit 1,7), porque ha aprendido que «allí donde está su tesoro está también su corazón» (Mt 6,21). La adhesión al Señor, la participación en su misión, es lo que llena el corazón del discípulo, porque él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

 

ORATIO

En la tierra de mi exilio te alabo, oh Señor, y manifiesto la fuerza y la grandeza de tu paternidad a todo el pueblo de tu creación.

En la oscuridad de mi nada, oh Señor, te alabo porque, incluso en medio de la oscuridad de la tristeza, contemplo en mi carne la impronta de tu dedo poderoso.

En la noche de mi errar te grito mi súplica y mi agradecimiento porque, en medio de la incertidumbre de mi creer, veo la Luz de la Esperanza, al Anhelado y al Esperado, a Cristo, tu luz gozosa que inunda de santo fuego los pasos de mi errar y me permite reposar en el Misterio.

 

CONTEMPLATIO

Desnudez y pobreza es destierro de los cuidados, seguridad de la vida, caminante libre y desembarazado, muerte de la tristeza y guarda de los mandamientos. El monje desnudo es señor de todo el mundo, porque todos esos cuidados puso en Dios: y mediante la fe posee todas las cosas. No tiene necessidad de revelar a los hombres sus necesidades. Todas las cosas que se le ofrecen toma como de la mano del Señor. Este obrero desnudo se hace enemigo de toda affición demasiada; y assi mira las cosas que tiene como si no las tuviesse; y si se pasare a la vida solitaria, todas las cosas tendrá por estiércol. Mas el que se entristece por alguna cosa transitoria, no sabe aún quál sea la verdadera desnudez. El varón desnudo hace puríssima oración: mas el iobdicioso padece muchas imágenes en ella. Los que perseveran humildemente en la sanctíssima subjectión, muy apartados están de cobdicia: porque qué cosa pueden tener propia los que su propio cuerpo offrescieron por amor de Dios al imperio del otro? Verdad es que un solo daño padescen éstos, que es estar muy promptos y aparejados para la mudanza de los lugares, que no siempre es provechosa. Vi yo algunos monjes que por la occasión que tuvieron de trabajos en algún lugar alcanzaron la virtud de la paciencia: mas yo tengo por mas bienaventurados a aquellos que por amor de Dios procuraron diligentemente alcanzar esta virtud.

El que ha gustado de los bienes del cielo fácilmente desprecia los de la tierra: mas el que aún no los ha gustado alégrase con las cosas de acá. El que procura alcanzar esta desnudez, y no con el fin que debe, en dos cosas recibe agravio, pues caresce de los bienes présentes y de los futuros (Juan Clímaco, La escala espiritual. Con anotaciones de fray Luis de Granada, XXVI, versión electrónica).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Me 1,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Señor ha muerto y ha resucitado: éste es el último acontecimiento. Esta es la última hora. Frente a todos los tiempos y todos los momentos [...]. Puesto que Cristo es el último acontecimiento, el modo como el cristiano mira la historia, mira los tiempos y se plantea los interrogantes no es el de quien espera una novedad que no conoce, sino el de quien sabe que, en todo caso, la novedad no superará este acontecimiento. Será una novedad auténtica si tiene el perfil de este acontecimiento: así, mientras camina en el tiempo, el cristiano permanece vuelto hacia este acontecimiento que es el último, que es el único y que está puesto en un sentido verdadero entre los tiempos.

De ahí, pues, el paradójico modo cristiano de leer la historia [...]. El cristiano sabe que todo reposa en este acontecimiento, conocido ya en sus líneas esenciales. Es el modo paradójicamente sereno con que el cristiano mira los tiempos y vive entre los tiempos frente a los interrogantes y a los desarrollos de los tiempos. En nombre de esta conciencia, es importante no buscar certezas sobre el futuro, no pretender disponer del futuro. Esto no es cristiano no porque sea inmediatamente diabólico, sino porque no responde al sentido de la fe en la «ultimidad» de Jesucristo.

No tenemos necesidad de ninguna otra cosa para vivir en un clima de confianza, de esperanza, entre los tiempos y en sus momentos cruciales. De aquí procede asimismo el paradójico modo cristiano de ser creativos, de realizar sus acciones en el mundo, en las situaciones de los tiempos, entendiendo el mundo no precisamente como el cosmos, sino como una realidad humana, cultural. Es el modo paradójico de quien no se pone nunca en relación con el presente, con la situación, con los tiempos, con las culturas, con los mundos, sin referirse al mismo tiempo a un acontecimiento que ya ha «tenido lugar» (G. Moioli, // discepolo, Milán 2000, pp. 61-63).

 

Día 9

Viernes de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 46,1-7.28-30

En aquellos días,

1 partió Israel con todo lo que tenía y, al llegar a Berseba, ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac.

2 Y Dios habló a Israel en una visión por la noche: -¡Jacob! ¡Jacob! Él respondió: -Aquí estoy.

3 Y Dios continuó: -Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí haré de ti un gran pueblo.

4 Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí. José te cerrará los ojos.

5 Al partir de Berseba, los hijos de Israel hicieron subir a su padre Jacob, a sus niños y a sus mujeres en los carros enviados por el faraón para transportarlos.

6 Llevaron también con ellos sus ganados y todo lo que habían adquirido en la tierra de Canaán, y Jacob y todos sus descendientes con él se vinieron a Egipto.

7 Llevó consigo a Egipto a todos sus hijos y nietos, sus hijas y sus nietas: todos sus descendientes.

28 Israel envió por delante a Judá, para que anunciara a José su llegada y preparara un lugar en Gosen. Cuando llegaron a la región de Gosen,

29 José hizo enganchar su carro y se dirigió a Gosen al encuentro de su padre. Cuando se encontraron, se echó a su cuello y estuvo llorando un largo rato abrazado a él.

30 Israel dijo a José: -Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo.

 

**• Los elementos que caracterizan este fragmento (llegada de Jacob a Berseba, ofrenda del sacrificio, oráculo divino, salida de Berseba) recuperan las historias patriarcales y lo asocian a ellas. El itinerario de Jacob, conectado con el de Abrahán, se convierte en otra etapa decisiva de la historia de salvación de Israel. Si Abrahán salió de Ur para llegar a la tierra de Canaán, ahora es Jacob quien sale de la tierra de Canaán y se dirige a Egipto, acompañado, como Abrahán, por la promesa: «allí haré de ti un gran pueblo» (v. 3). Se trata de un camino que espera su consumación en el retorno a la tierra de Canaán. El libro del Éxodo abrirá esta nueva etapa.

La importancia de esta última está subrayada por el hecho de que Jacob, a diferencia de lo que ocurría en el capítulo 28, «conoce» a su interlocutor (v. 3: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre»), recibe una revelación que enmarca su acontecer en la historia que Dios ha preparado para su pueblo (cf. la revelación a Moisés). Una historia que él custodia y dirige: «No temas [...]. Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí» (w. 3ss). La esperanza, en su continua presencia incluso en tierra extranjera, es lo que da sentido a un itinerario que, de otro modo, sería incomprensible, puesto que aleja a Jacob para siempre de la tierra de la promesa, ya que para él ya no habrá retorno (v. 4: «José te cerrará los ojos»).

En Jacob está descrita la parábola de todo creyente que, siguiendo la Palabra que Dios le ha dirigido, se deja conducir allí donde Dios quiera llevarle, al encuentro con un hijo, siempre deseado, que se encontrará solo en el abandono a la voluntad divina: «Israel dijo a José: Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo» (v. 30).

 

Evangelio: Mateo 10,16-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

16 Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas.

17 Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas.

18 Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos.

19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir,

20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros.

21 El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán.

22 Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

23 Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre.

 

**• Este fragmento, con la recuperación del verbo de la misión (apostéllein) en el v. 16, prolonga el discurso dirigido a los discípulos enviados, anunciando la hostilidad y la persecución a los enviados como algo inevitable y necesario para la misión. Mateo había señalado ya en otros textos la situación de persecución en la que tendrían que vivir los enviados (cf. Mt 5,1 lss). Y de una manera coherente subraya constantemente que la respuesta del discípulo a la prueba es la fidelidad y la perseverancia.

Una respuesta que encuentra su razón y su posibilidad en las palabras dichas por el Maestro: ellas son la única referencia autorizada y la única clave de lectura para seguir siendo fieles en el tiempo de la prueba. Esas palabras recuerdan al discípulo la «sabia simplicidad » que debe caracterizarle en el tiempo de la perseverancia. Discreción y simplicidad, coherencia y realismo perspicaz configuran el estilo del discípulo enviado al mundo, siguiendo el ejemplo del Maestro. En este contexto se explica la invitación a la huida de las ciudades que no reciban a los enviados (v. 23); la persecución que obliga a los discípulos evangelizadores a dejar una ciudad bajo el apremio de la persecución se vuelve ocasión para proseguir la misión evangelizadora en la espera de la venida definitiva del Hijo del hombre, el único a quien corresponde el juicio final: «Os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre» (v. 23). De este modo, queda motivada la perseverancia de los discípulos y subrayada la urgencia de su obra misionera.

Así, de modo paradójico, la conflictividad violenta y la persecución, manifiestan el estatuto del discípulo que, en su acontecer, comparte el destino histórico de su Señor. La cruz marca la historia del discípulo, la condición del Crucificado marca la vida de los evangelizados Ahora bien, para la actividad evangelizadora tenemos también la promesa del Espíritu del Padre (v. 20), de suerte que el enviado participa a través de su testimonio en el estado del Resucitado. La misión viene a situarse en el horizonte de la esperanza y se comprende la razón de que al discípulo que persevere se le prometa la salvación (v. 22).

 

MEDITATIO

La gracia de la llamada a compartir la misión del Hijo configura a aquel que, despojándose de su naturaleza divina, se hizo hombre y vivió entre los hombres como siervo (Flp 2,7), viviendo entre los suyos «como el que sirve» (Le 22,27). Esta conformidad con Cristo «siervo» la otorga el Espíritu, que permite al discípulo unir, en una existencia renovada, el obrar y el ser, y en virtud de ello unificar el amor a Dios y al prójimo en el servicio prestado según la verdad (cf. Mt 9,13). La misión y la kenosis se reclaman recíprocamente, revelando, con la humillación de Dios en Cristo, el signo histórico del servicio del discípulo, que prosigue en el tiempo la acción salvífica de su Señor en cada hombre.

En consecuencia, en Cristo, tanto la vida como la misión del discípulo están situadas bajo el signo de la cruz gloriosa: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos. El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Is 50,6ss). Hasta en el momento del abandono y el fracaso, del miedo que nos lleva a mirar atrás, a dirigir la mirada hacia el pasado, en el que pensamos encontrar protección, confía el discípulo su propia historia a la memoria de una Palabra consoladora: «Soy yo en persona quien os consuela. ¿Por qué has de temer a un ser mortal, a un hombre que pasa como la hierba? ¿Olvidarás al Señor, tu creador, que desplegó el cielo y cimentó la tierra?» (Is 51,12ss). El anuncio del Evangelio queda sustraído de esta manera a los criterios de evaluación mundanos y es entregado, definitivamente, al discernimiento de la Palabra del Señor: «Hermanos, no actuéis como niños en vuestra manera de juzgar; tened la inocencia del niño en lo que se refiere al mal, pero sed adultos en vuestros criterios» (1 Cor 14,20).

 

ORATIO

Condúceme tú, luz amable, condúceme en la oscuridad que me estrecha. La noche es oscura, la casa está lejos; condúceme tú, luz amable. Guía tú mis pasos, luz amable. No pido ver muy lejos; me basta con un paso, sólo con el primer paso. Condúceme adelante, luz amable.

No siempre fue así, no te recé para que tú me guiaras y me condujeras. Quise ver por mí mismo mi camino, y ahora eres tú quien me guía, luz amable. Yo quería certezas; olvida aquellos días, para que tu amor no me abandone; hasta que pase la noche tú me guiarás con seguridad a ti, luz amable (J. H. Newman, Lead, kindly ligth).

 

CONTEMPLATIO

El Señor Jesús preanuncia que habrían de ser muchos los que se ensañarían contra los apóstoles con un furor insensato cuando dice que los envía «como ovejas en medio de lobos». Les recomienda que sean «sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes». La sencillez de las palomas es evidente. Sin embargo, es preciso examinar qué es la prudencia de la serpiente. Yo no sé si hay algo de prudente o de sensato en ellas, a pesar de que algunos autores nos hayan transmitido a este respecto que, cuando comprenden que han caído en manos de los hombres, apartan de todos los modos posibles su cabeza de los golpes, o bien escondiéndola en el cuerpo enrollado en espiral, o bien hundiéndola en un hueco y abandonando la otra parte del cuerpo a la matanza.

Así también nosotros, siguiendo este ejemplo, debemos esconder, en caso de persecución, nuestra cabeza, que es Cristo, para defender, exponiéndonos a todas las torturas, con el sacrificio de nuestro cuerpo, la fe que hemos recibido de Cristo [...]. Seremos conducidos además ante los jueces y ante los reyes de la tierra con el propósito de arrancar nuestro silencio o nuestra complicidad. Seremos, en efecto, testigos para ellos y para los paganos. Con nuestro testimonio debemos arrebatar a los perseguidores la excusa de la ignorancia de la divinidad, y, en cambio, debemos abrir a los paganos el camino de la fe en Cristo, predicado por las confesiones de los mártires, que perseveraron entre los suplicios de los que les torturaban. Por eso nos advierte Cristo que es preciso que nos armemos de la prudencia de la serpiente (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 122ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa y os recordará todo lo que os he dicho» (Jn 16,13; 14,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para los monjes, Jesucristo es el modelo de la humanidad por excelencia. El hecho de soportar los sufrimientos, los insultos, las acusaciones, la humillación por amor a Cristo -se trata del contenido de una de las bienaventuranzas (Mt 5,10-12)- es un ideal luminoso para quien vive en el desierto; es expresión de humildad. Ahora bien, lo que proyecta su sombra de un modo impresionante a lo largo de toda la literatura de los apotegmas es el ejemplo de humildad que Cristo ofrece personalmente, su kenosis, su vaciarse de sí mismo (Flp 2). Los padres del desierto intentaron seguir a Cristo recorriendo su camino de humildad, compartiendo sus sufrimientos, pagando su deuda de amor a quien sufrió por ellos. Este aspecto de la vida de Cristo es, de modo evidente, uno de los rasgos más conmovedores y marcados de los monjes del desierto. Sus dichos reflejan el empeño inagotable puesto por ellos para realizar su sentido en su propia vida. De este modo, esperaban llevar a Cristo a la vida del desierto.

Para el padre Poemen, el objetivo de la vida del monje en el desierto sólo se puede entender, en su totalidad, en referencia a las bienaventuranzas. «¿Acaso no hemos venido a este lugar para la fatiga (cf. Mt 5,1 Oss)?», se pregunta el anciano. De modo análogo, el padre Pafnuncio le indicó el camino de la humildad trazado por las bienaventuranzas a un hermano que le pidió una palabra: «Ve v ama las tribulaciones más que la quietud, el desprecio más que la alegría, dar más que recibir» (D. Burton- Christie, La Parola nel deserto, Magnano 1998, pp. 350ss).

 

 

Día 10

Sábado de la 14ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 49,29-33; 50,15-24

En aquellos días, Jacob

49,29 les dio estas instrucciones: -Yo estoy a punto de reunirme con los míos; sepultadme junto a mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón, el hitita,

30 en la cueva de Macpelá, frente a Mambré, en la tierra de Canaán, la que compró Abrahán al hitita Efrón como sepulcro en propiedad.

31 Allí fueron sepultados Abrahán y su mujer, Sara; allí, Isaac y su mujer Rebeca; allí también sepulté yo a Lía.

32 El campo y su cueva los compró Abrahán a los hititas.

33 Cuando Jacob acabó de dar estas instrucciones a sus hijos, encogió los pies en la cama, expiró y fue a reunirse con los suyos.

50,15 Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, se decían: «Quizá ahora José empiece a odiarnos y nos devuelva con creces todo el mal que le hicimos».

16 Por eso mandaron a decir a José: -Tu padre ordenó esto antes de morir:

17 Decid a José que perdone el delito y el pecado de sus hermanos, el daño que le hicieron. Así que, por favor, perdona el delito de los siervos del Dios de tu padre. José, al oírlos, se echó a llorar.

18 Después, sus mismos hermanos vinieron a postrarse ante él y le dijeron: -Aquí nos tienes, somos tus esclavos.

19 Pero José les dijo: -No temáis, ¿puedo ponerme yo en lugar de Dios?

20 Ciertamente, vosotros os portasteis mal conmigo, pero Dios lo cambió en bien, para hacer lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran pueblo.

21 Así que no temáis: yo cuidaré de vosotros y de vuestros hijos. Así los consoló hablándoles al corazón.

22 José siguió viviendo en Egipto con la familia de su padre; vivió ciento diez años.

23 Vio a los hijos de Efraín hasta la tercera generación. También recibió sobre sus rodillas, al nacer, a los hijos de Maquir, hijo de Manases.

24 Luego dijo a sus hermanos: -Yo estoy a punto de morir, pero Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.

 

**• Este fragmento une la petición de Jacob de ser sepultado en el lugar donde yacían sus padres con la perícopa conclusiva del libro del Génesis, en la que se contraponen el miedo de los hermanos a la posible represalia de José respecto a ellos después de la muerte de su padre y la reacción de José en la que se confirma el perdón, junto a la conciencia de que, aun siendo un hombre poderoso, nunca podría sustituir a Dios, el único a quien pertenecen el juicio y la vida.

En el regreso de los restos de Jacob-Israel a la tierra de sus padres, se preanuncia el itinerario de retorno del pueblo de Israel tras el doloroso paréntesis de la opresión egipcia. Y en las palabras de José -«Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob» (v. 24)- se evoca el compromiso (la alianza, berith) que Dios asumió con los padres y que da sentido a la esperanza del pueblo. Esta esperanza encuentra respuesta en la «visita» de Dios a su pueblo, que será para éste la salvación definitiva, la posesión de los bienes prometidos, esperados y anhelados. Se trata de una visita que abrirá una nueva fase de la historia e inundará de alegría toda la tierra, una fase que se cumplirá en el Hijo, el cual tendrá poder para dirigir los pasos de todo hombre «por el camino de la paz» y hará un pueblo único encaminado hacia la patria de su deseo: Dios Padre.

 

Evangelio: Mateo 10,24-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

24 El discípulo no es más que su maestro; ni el siervo más que su señor.

25 Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su señor. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebú, ¡más aún a los de su familia!

26 Así pues, no les tengáis miedo, porque no hay nada oculto que no haya de manifestarse, ni nada secreto que no haya de saberse.

21 Lo que yo os digo en la oscuridad decidlo a la luz; lo que escucháis al oído proclamadlo desde las azoteas.

28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden quitar la vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno.

29 ¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre.

30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.

31 No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros.

32 Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial,

33 pero a quien me niegue delante de los hombres yo también lo negaré delante de mi Padre celestial.

 

**• Mateo recuerda, de una manera decididamente explícita, las coordenadas esenciales entre las que el discípulo «permanece» en su vocación. Lo hace a través de algunas situaciones que caracterizan el acontecer de los enviados. En primer lugar, se trata de ser como el Maestro (v. 25), de encontrar en él el único motivo y el único modelo de nuestra propia existencia y de nuestra propia misión; de tener, como él, fe en el Padre, de abandonarnos  con confianza a su voluntad. La adhesión al Señor crucificado y la confianza en la providencia divina constituyen los términos de la relación vital que libera al discípulo de todo miedo {cf. el triple «no temáis»: w. 26.28.31) y de los condicionamientos humanos, y dirigen su libertad a optar por servir al Evangelio. El valor de anunciar públicamente con franqueza (parresía) la presencia de Dios, que trae en Jesucristo la paz y hace estallar, no obstante, las contradicciones que habitan en el corazón del hombre y en las estructuras de vida que éste ha creado, da la medida de la libertad del discípulo y de su adhesión a Jesucristo.

El discípulo sabe que el servicio al Evangelio no es un proyecto de vida irénico o, peor aún, marcado por las componendas, en el que desaparecen ingenuamente –o se esquivan con hábiles cálculos- la conflictividad y las rupturas. Éstas podrán llegar incluso a las relaciones familiares, porque sólo es posible anunciar el Evangelio en la medida en que vivimos el seguimiento y la adhesión a Cristo de una manera radical (cf. Mt 10,37).

Anunciar el Evangelio es «confesar a Jesús ante los hombres», una actitud exactamente contraria a la de Pedro, que la noche del arresto renegó del Maestro (cf. 10,33), jurando que no le conocía (27,74). El don de la comunión con él, ofrecido por Cristo a sus discípulos («Eligió a doce para que estuvieran con él»: Me 3,12)-, es algo que no debemos olvidar, ni siquiera frente al peligro de perder la vida. De esta solidaridad con el Hijo del hombre, un don que viene de lo alto, depende el juicio sobre la vida del discípulo (w. 32ss).

 

MEDITATIO

En su misión de anunciar a Jesucristo y su Evangelio, el discípulo participa del dinamismo de la Palabra que, salida de la boca del Altísimo (cf Is 55,11), se difunde como testimonio del Señor Jesús hasta los últimos confines de la tierra (Hch 1,8). En este itinerario diseñado por la voluntad del Padre, el discípulo está apoyado y acompañado por la presencia de su Señor: «Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que os lie mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,19ss).

Se trata de una compañía que nos libera del miedo a la muerte, que nos impulsa a mirar más allá de ésta. Y es que, en Cristo, ha sido destruida la muerte y ha triunfado la vida. Está escrito, en efecto: «La doctrina segura: Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él ríos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2,11-13). Es el nuevo comienzo de la vida del creyente, porque Jesucristo, al vencer a la muerte, construye la historia a partir del nuevo comienzo de su resurrección. De ahí que el discípulo se construya sobre Cristo (Col 2,7) y esté «asociado a su plenitud» (Col 2,9) en virtud de que «habéis sido sepultados con Cristo en el bautismo, y con él habéis resucitado también, pues habéis creído en el poder de Dios, que lo ha resucitado de entre los muertos» (Col 2,12). La misión del discípulo encuentra en este acontecimiento su «comienzo» y la certeza de que está acompañada por la presencia providente del Padre. Él custodia a su fiel.

 

ORATIO

Te alabo, Señor, y te bendigo, oh mi todo, porque has completado tu obra en mí. Tú eres un Dios prodigioso, tú realizas maravillas. En las entrañas de tu amor te has acordado de mí, tu siervo. Señor, me has vuelto a dar la vida. Por eso cantaré tu nombre entre la gente, sonarán en las cítaras las suaves vibraciones de mi corazón y susurrará en tu oído mi canto de amor: Yo soy narciso de Sarón, un lirio blanco de los valles.

Tú, amado mío, me has introducido en la celda de tu embriaguez, me has imprimido como sello en tu brazo, en tu corazón; tu estandarte, sobre mí, es amor. Te doy gracias en medio de tu pueblo; tú me inundas con tu gracia, porque me has hecho hijo tuyo en el Espíritu. Amén.

 

CONTEMPLATIO

«¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre» [...]. La expresión «ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre» parece contradecir las palabras del apóstol: «Dios no se preocupa de los bueyes». Y se quitaría mucha credibilidad a esta última si se constatara que ha expresado una opinión diferente de la transmitida en los evangelios. Tampoco se confiere, ciertamente, mucho prestigio a los apóstoles por el hecho de ser antepuestos a los pájaros.

Este pasaje se explica a partir de la idea precedente. Llegan al colmo, en efecto, las injusticias de los que nos entregarán, nos perseguirán, nos obligarán a la huida. Para ésos es necesario odiarnos a causa del nombre del Señor, a fin de ejercitar todo su poder sólo sobre el cuerpo, puesto que no tienen poder sobre el alma. Éstos son los que venden dos pájaros por muy poco dinero.

Y, en verdad, lo que ha sido vendido como esclavo del pecado lo ha rescatado Cristo de la Ley. Así pues, lo que ha sido vendido es el cuerpo y el alma. Aquel al que ha sido vendido es el pecado, puesto que Cristo nos ha rescatado del pecado y es redentor del alma y del cuerpo. Por consiguiente, los que venden dos pájaros por muy poco dinero se venden a sí mismos al pecado al precio más bajo. Éstos han nacido para volar y deben elevarse al cielo con alas espirituales. Sin embargo, por ser esclavos del precio de los placeres presentes y estar vendidos al lujo del mundo, con esos comportamientos regatean sólo consigo mismos (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 126-128).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino» (Le 12,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús entrega a los discípulos su Espíritu a fin de que tengan fuerza, confianza, entusiasmo al compartir con él la misión recibida, en cualquier situación en la que puedan encontrarse.

Frente a las dificultades y a las decepciones, a las fatigas y a las arideces, a los miedos y a las tentaciones de abandono que pesan sobre nuestro compromiso de vida cristiana y de anuncio del Evangelio, estamos llamados a descubrir de nuevo la absoluta fidelidad de Cristo a la promesa: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,20).

Precisamente, en los momentos de fatiga y de aparente fracaso personal y pastoral es cuando debemos orar al «Consolador», al Espíritu Santo que el Padre nos envía en nombre de Cristo. Le debemos rezar para que nos recuerde todo lo que dijo el Señor Jesús (cf. Jn 14,26): la promesa de su presencia; más aún, la realidad de su victoria: «En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). San Ambrosio nos invita a cantar. «Que Cristo sea nuestro alimento, nuestra bebida la fe; bebamos alegres la sobria embriaguez del Espíritu» (himno Splendor paternas gloríae). Con esta sobria embriaguez que el Espíritu creador infunde en nuestro corazón, tanto la vida cristiana como la acción pastoral de la Iglesia podrán experimentar no sólo un sentido de serena seguridad, sino también una profunda alegría: la alegría de quien trabaja en el Reino de Dios, por y con el Señor. Precisamente, como los discípulos de los que hablan los Hechos de los apóstoles, que «estaban llenos de alegría y de Espíritu Santo» (Hch 13,52) (D. Tettamanzi, // tempo della missione della Chiesa, Cásale Monf. 2000, pp. 106-108, passim).

 

Día 11

15º domingo del tiempo ordinario

 

 

LECTIO

Primera lectura: Amos 7,12-15

En aquellos días,

12 el sacerdote de Betel Amasias dijo a Amos: -Vete, vidente, márchate a Judá; gánate la vida profetizando allí.

13 Pero no sigas profetizando en Betel, porque es el santuario real y el templo del Reino.

14 Amos le respondió: -Yo no soy un profeta profesional. Yo cuidaba bueyes y cultivaba higueras.

15 Pero el Señor me agarró y me hizo dejar el rebaño diciendo: «Ve a profetizar a mi pueblo, Israel».

 

*» El fragmento litúrgico, tomado del libro de Amos, proyecta un rayo de luz sobre la vocación del profeta, en el contexto de su conflicto con Amasias, sacerdote del Reino del Norte. Amos, pequeño propietario de tierras y de ganado en un pueblo cercano a Jerusalén (v. 14; cf. 1,1), dejó su propio trabajo y su propia tierra para irse a anunciar la Palabra de YHWH en el norte, en el Reino de Israel, precisamente junto al santuario cismático de Betel (7,10).

La palabra que Dios le confía denuncia las graves injusticias que se estaban perpetrando durante el reinado de Jeroboán en perjuicio de los más pobres: la riqueza y el bienestar de los que gozaban algunos eran fruto de la explotación de muchos.

La amenaza de la destrucción de la casa real anunciada por Amos (cf. 7,9.11) provoca que sea deferido ante el rey por parte del profeta oficial Amasias, que invita firmemente al profeta a que vuelva a su territorio.

En Betel, Amos es un extranjero indeseado porque su palabra pone en peligro las instituciones del Reino. Ésa es la razón de que sea expulsado (v. 13).

El profeta se marcha de allí, pero no antes de haber afirmado con vigor el origen divino de su propia actividad profética: él no es profeta ni por descendencia ni por necesidad económica, sino sólo a causa de la llamada recibida de Dios (v. 15), cuyo mandato sigue fielmente con fuerza y claridad.

 

Segunda lectura: Efesios 1,3-14

3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales.

4 Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia. Llevado de su amor,

5 Él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo,

6 para que la gracia que derramó sobre nosotros, por medio de su Hijo querido, se convierta en himno de alabanza a su gloria.

7 Con su muerte, el Hijo nos ha obtenido la redención y el perdón de los pecados, en virtud de la riqueza de gracia

8 que Dios derramó abundantemente sobre nosotros en un alarde de sabiduría e inteligencia.

9 Él nos ha dado a conocer sus planes más secretos, los que había decidido realizar en Cristo,

10 llevando la historia a su plenitud al constituir a Cristo en cabeza de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra.

11 En ese mismo Cristo también nosotros hemos sido elegidos y destinados de antemano, según el designio de quien todo lo hace conforme al deseo de su voluntad.

12 Así nosotros, los que tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, seremos un himno de alabanza a su gloria.

13 Y vosotros también, los que acogisteis la Palabra de la verdad, que es la Buena Noticia que os salva, al creer en Cristo habéis sido sellados por él con el Espíritu Santo prometido,

14 prenda de nuestra herencia, para la redención del pueblo de Dios y para ser un himno de alabanza a su gloria.

 

**• El grandioso himno de bendición que abre la carta a los Efesios celebra el misterio que Dios Padre ha manifestado en Jesucristo: el proyecto salvífico del que todos los hombres están llamados a beneficiarse. La alabanza de la gloria de Dios, que, como un estribillo, marca el ritmo de la celebración (vv. 6b. 12a. 14c), es el objetivo al que tiende toda la obra. Jesucristo es el arquetipo y el artífice del plan eterno de Dios. Todo tiene lugar en él y por medio de él: el don gratuito de la elección y de la adopción filial (vv. 4-6), la redención llevada a cabo a través del perdón de los pecados (v. 7), la revelación de la sabia voluntad de Dios y su actuación en la plenitud de los tiempos (vv. 8-10).

Este proyecto, impensable para la antigua alianza, implica a todos los hombres: tanto a los cristianos procedentes del judaísmo como a los cristianos procedentes del paganismo. Ambos grupos se han convertido, por libre decisión divina, en propiedad de Dios, y están llamados a compartir su vida eterna en los cielos. Pablo, imitando la práctica litúrgica bautismal, recuerda los pasos por los que se accede a esa riqueza de vida: escucha del anuncio del Evangelio, adhesión de fe, recepción del Espíritu Santo, que, a modo de «sello», garantiza y acredita la pertenencia a Cristo (vv. 11-13).

De este modo, los creyentes se encuentran insertados en una realidad dinámica, no estática: Dios tomará la plena posesión del cristiano sólo cuando llegue el momento de su plena manifestación. La vida del creyente en Cristo está ahora en continuo devenir: en ella se va realizando de una manera progresiva la liberación llevada a cabo por Jesús, a quien ya pertenece el cristiano en virtud de los sacramentos.

 

Evangelio: Marcos 6,7-13

En aquel tiempo,

7 Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos.

8 Les ordenó que no tomaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni zurrón, ni dinero en la faja.

9 Que calzaran sandalias, pero que no llevaran dos túnicas.

10 Les dijo además: -Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar.

11 Si en algún sitio no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudid el polvo de la planta de vuestros pies, como testimonio contra ellos.

12 Ellos marcharon y predicaban la conversión.

13 Expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

 

*• Tras la resistencia que había encontrado en Nazaret a causa de la incredulidad de sus habitantes, prosigue Jesús su actividad de anunciador del Reino de Dios (cf. Me 1,15); más aún, la prolonga asociando también a los Doce a esta misión. El evangelista ya había señalado que, entre los discípulos, Jesús «designó entonces a doce, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios» (3,14-15).

Éste es el segundo aspecto de la vida del discípulo: el de misionero, que ahora cuenta Marcos. Es Jesús quien toma la iniciativa y quien dicta las condiciones en que deben desarrollar la misión. Hace partícipes a los enviados de su mismo poder para que prosigan su obra. Ésta consiste, esencialmente, en anunciar el alegre mensaje (el Reino de Dios está presente y es urgente convertirse), en luchar contra el maligno, en realizar curaciones como signos probatorios de la Palabra proclamada y como primicias del mismo Reino (vv. 7 y 12ss).

La sobriedad que caracteriza el estilo de vida del misionero en el vestido y en el alimento forma parte integrante del anuncio (vv. 8ss): proclama la confianza en la Palabra que le ha enviado, cuyo valor está por encima de cualquier tipo de riqueza. A ella debe consagrarse enteramente el misionero, y es algo que debe ser evidente a simple vista. Esta misma Palabra hará que encuentren hostilidad y rechazo: lo mismo le sucedió al Maestro (cf. 6,1-6a) y a su precursor (cf. 6,17-28).

Por otra parte, Jesús envía a los discípulos confiándoles el cumplimiento de una misión, sin garantizar su éxito inmediato. El compañero que tiene cada uno (v. 7b) se convierte al mismo tiempo en garante de la verdad del anuncio y apoyo en las dificultades.

 

MEDITATIO

Se es misionero por mandato del Señor, y se trata de un mandato dirigido no sólo a algunos, sino a todos los bautizados. Cuando se habla de misión se piensa fácilmente en tierras lejanas, en los pueblos llamados «subdesarrollados»... Se piensa en los que, con sacrificio, ponen en peligro sus vidas para anunciar el Evangelio a quienes todavía no lo conocen. En verdad todo esto es misión. Pero el riesgo consiste en pensar que eso se dirige a otros, no a mí, eludiendo así con ello mi responsabilidad respecto a una llamada, la que me invita a ser «en Cristo» y «de Cristo» y provoca a la respuesta coherente de la vida. Y es que el cristiano es misionero por naturaleza. La iniciativa es de Dios. Siempre. Y en Jesús me ha dado también el ejemplo.

La misión que me confía es la de proseguir, allí donde me encuentre, lo que él mismo hizo, dando testimonio de él sin oropeles, sin superestructuras, sin máscaras, de suerte que quien me vea pueda comprender algo de él y de su amor. No hay sitio ni para lo «privado » ni para el protagonismo. El bautismo me ha convertido en un miembro del cuerpo de Cristo, en hijo del Padre. Por obra del Espíritu Santo, corre en mis venas la misma vida divina. ¿Cómo puedo ser auténtico, cómo puedo saborear la vida en plenitud, sino entrando activamente en el dinamismo de esta vida que es difusiva? ¿Cómo, sino abriéndome al don del testimonio

 

ORATIO

Hoy, Señor, me resulta fatigoso acoger la Palabra que me diriges: me estás diciendo que salga de mi pequeño mundo, me estás repitiendo que estar contigo no es una cuestión privada e intimista, sino camino, riesgo, apertura, comunicación, conflicto, encuentro.

Porque éstas son las consecuencias del amor con el que desde siempre me has amado y del que me has hecho testigo.

Si me miro a mí mismo y a mis fatigas, me espanto y te pido perdón por las flaquezas de mi respuesta a tu llamada. Si miro hacia ti, te bendigo, Señor, porque en tu grandioso proyecto de salvación has querido contar también conmigo. ¡A ti gloria y alabanza, oh Dios mío!

 

CONTEMPLATIO

No anunciamos nuestra gloria, de suerte que nadie puede decir que evangelizamos en provecho nuestro. Anunciamos a Jesús, nuestro Señor, sometiéndonos a su poder y majestad.

[El apóstol Pablo] afirma que él es tan siervo de Cristo que por orden suya atestigua ser siervo de ésos en la predicación. Así, se encuentra sometido en el ministerio del Evangelio para utilidad de ésos. No predicaba el Evangelio para gloria suya, sino para gloria de Cristo, el Señor, a quien obedece y sirve, como dice también el mismo Señor: « Yo estoy en medio de vosotros no para ser servido, sino para servir». Pablo no sirve por mérito de aquellos a quienes sirve, sino por mandato del Señor (Ambrosiaster, Commento alia seconda lettera ai Corinzi, Roma 1989, pp. 55ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendito seas, Padre, por habernos querido hijos tuyos» (cf. Ef 1,3.5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El mensaje y la actividad de los mensajeros no se distinguen en nada de la de Jesucristo. Han participado de su poder. Jesús ordena la predicación de la cercanía del Reino de los Cielos y dispone las señales que confirmarán este mensaje. Jesús manda curar a los heridos, limpiar a los leprosos, resucitar a los muertos, expulsar los demonios. La predicación se convierte en acontecimiento, y el acontecimiento da testimonio de la predicación.

Reino de Dios, Jesucristo, perdón de los pecados, justificación del pecador por la fe, todo esto no significa sino aniquilamiento del poder diabólico, curación, resurrección de los muertos. La Palabra del Dios todopoderoso es acción, suceso, milagro. El único Cristo marcha en sus doce mensajeros a través del país y hace su obra. La gracia real que se ha concedido a los discípulos es la Palabra creadora y redentora de Dios.

        Puesto que la misión y la fuerza de los mensajeros sólo radican en la Palabra de Jesús, no debe observarse en ellos nada que oscurezca o reste crédito a la misión regia. Con su grandiosa pobreza, los mensajeros deben dar testimonio de la riqueza de su Señor. Lo que han recibido de Jesús no constituye algo propio con lo que pueden ganarse otros beneficios. «Gratuitamente lo habéis recibido». Ser mensajeros de Jesús no proporciona ningún derecho personal, ningún fundamento de honra o poder. Aunque el mensajero libre de Jesús se haya convertido en párroco, esto no cambia las cosas. Los derechos de un hombre de estudios, las reivindicaciones de una clase social, no tienen valor para el que se ha convertido en mensajero de Jesús. «Gratuitamente lo habéis recibido». ¿No fue sólo el llamamiento de Jesús el que nos atrajo a su servicio sin que nosotros lo mereciéramos? «Dadlo gratuitamente». Dejad claro que con toda la riqueza que habéis recibido no buscáis nada para  vosotros mismos, ni posesiones, ni apariencia, ni reconocimiento, ni siquiera que os den las gracias. Además, ¿cómo podríais exigirlo? Toda la honra que recaiga sobre nosotros se la robamos al que en verdad le pertenece, al Señor que nos ha enviado. La libertad de los mensajeros de Jesús debe mostrarse en su pobreza.

El que Marcos y Lucas se diferencien de Mateo en la enumeración de las cosas que están prohibidas o permitidas llevar a los discípulos no permite sacar distintas conclusiones.

Jesús manda pobreza a los que parten confiados en el poder pleno de su Palabra. Conviene no olvidar que aquí se trata de un precepto. Las cosas que deben poseer los discípulos son reguladas hasta lo más concreto. No deben presentarse como mendigos, con los trajes destrozados, ni ser unos parásitos que constituyan una carga para los demás. Pero deben andar con el vestido de la pobreza. Deben tener tan pocas cosas como el que marcha por el campo y está cierto de que al anochecer encontrará una casa amiga, donde le proporcionarán techo y el alimento necesario.

Naturalmente, esta confianza no deben ponerla en los hombres, sino en el que los ha enviado y en el Padre celestial, que cuidará de ellos. De este modo conseguirán hacer digno de crédito el mensaje que predican sobre la inminencia del dominio de Dios en la tierra. Con la misma libertad con que realizan su servicio deben aceptar también el aposento y la comida, no como un pan que se mendiga, sino como el alimento que merece un obrero. Jesús llama «obreros» a sus apóstoles. El perezoso no merece ser alimentado. Pero ¿qué es el trabajo sino la lucha contra el poderío de Satanás, la lucha por conquistar los corazones de los hombres, la renuncia a la propia gloria, a los bienes y alegrías del mundo, para poder servir con amor a los pobres, los maltratados y los miserables? Dios mismo ha trabajado y se ha cansado con los hombres (Is 43, 24), el alma de Jesús trabajó hasta la muerte en la cruz por nuestra salvación (Is 53,11).

Los mensajeros participan de este trabajo en la predicación, en la superación de Satanás y en ¡a oración suplicante. Quien no acepta este trabajo, no ha comprendido aún el servicio del mensajero fiel de Jesús. Pueden aceptar sin avergonzarse la recompensa diaria de su trabajo, pero también sin avergonzarse deben permanecer pobres, por amor a su servicio (D. Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 1999, pp. 136-138).

 

Día 12

Lunes de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 1,8-14.22

En aquellos días,

8 subió al trono de Egipto un nuevo rey, que no había conocido a José,

9 y dijo a su pueblo: -Mirad, el pueblo israelita se ha hecho más numeroso y potente que nosotros.

10 Hay que actuar con cautela para que no sigan multiplicándose, pues, si se declara una guerra, se aliarán con nuestros enemigos, lucharán contra nosotros y se marcharán del país.

11 Entonces pusieron sobre ellos capataces que los oprimiesen con rudos trabajos, mientras edificaban Pitón y Rameses, ciudades-almacén del faraón.

12 Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y aumentaban, de suerte que los israelitas se convirtieron en un motivo de preocupación para los egipcios.

13 Por eso, los egipcios los sometieron a una dura esclavitud

14 y les hicieron la vida imposible, obligándoles a realizar trabajos extenuantes, como la fabricación de mortero y ladrillos y toda clase de faenas agrícolas.

22 Entonces, el faraón dio esta orden a todo su pueblo: -Arrojad al río a todos los niños que nazcan; a las niñas dejadlas vivir.

 

**• El libro del Éxodo es uno de los grandes libros del Antiguo Testamento. Nos describe, en primer lugar, la magna epopeya de la salvación de Israel, arrancado de la esclavitud de Egipto, y con el que Dios establece una alianza. El Éxodo es un canto al Dios que salva, un poema dirigido al Dios de Israel, que, tras oír el llanto de su pueblo, «baja» a liberarlo. Este pueblo, una vez liberado, estará destinado no al servicio del faraón, sino al servicio del Señor {cf. Dt 4,20).

La lectura de hoy nos presenta la situación de los hebreos en Egipto bajo «un nuevo rey». El faraón de Egipto ya no era el que había elevado a José a primer ministro del país, sino otro que no le había conocido (v. 8). Sospechando de aquel pueblo que crecía y se multiplicaba en su tierra, pensó que tal vez un día esos hombres podrían levantarse contra el verdadero pueblo egipcio o incluso aliarse con sus enemigos (w. 9ss). Y tomó medidas contra ellos: decretó que se impusiera a los hebreos trabajos forzosos extremadamente duros, con el propósito de agotar sus fuerzas, y los empleó en la construcción de dos ciudades-almacén en el delta del Nilo (v. 11). Los egipcios les amargaron la vida a los israelitas, los convirtieron en esclavos y les obligaron con una gran dureza a fabricar ladrillos de arcilla. Pero cuanto más le oprimían, más se multiplicaba el pueblo (v. 12). Viendo que este sistema no funcionaba como él quería, el faraón pensó en otro método, absolutamente inhumano y cruel, destinado a reducirlo a la impotencia y a la aniquilación de Israel: nada menos que la eliminación de los hijos varones que nacieran (v. 22).

Desde el punto de vista histórico, debemos situar estos acontecimientos en tiempos del Imperio Nuevo egipcio (decimonovena dinastía), en el siglo XIII a. de C. Sobre este fondo de injusticia y sufrimiento se desarrollará la magna acción salvadora de Dios, tanto más excelsa cuanto más triste y desesperada era la situación del pueblo.

 

Evangelio: Mateo 10,34-11,1

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

10.34 No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino discordia.

35 Porque he venido a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra;

36 los enemigos de cada uno serán los de su casa.

37 El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí, y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí.

38 El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí.

39 El que quiera conservar la vida la perderá, y el que la pierda por mí la conservará.

40 El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me envió.

41 El que recibe a un profeta por ser profeta recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo recibirá recompensa de justo;

42 y quien dé un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío os aseguro que no se quedará sin recompensa.

11.1 Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue a enseñar y a proclamar el mensaje en los pueblos de la región.

 

**• El texto que acabamos de leer del evangelio de Mateo es uno de los pasajes más difíciles de comprender por la aparente contradicción que presenta. Jesús, que un poco más adelante dirá que debemos aprender de él porque es «sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29), dice ahora que ha venido a traer la discordia y no la paz a la tierra (cf. 10,34). ¿Cómo podemos conciliar estos dos extremos? ¿En qué sentido debemos interpretar sus palabras? En casos como éste, es el contexto literario el que nos ayuda a comprenderlo de una manera adecuada.

El pasaje que hoy nos ocupa está situado en un contexto de persecución a causa de la fe en Cristo. En efecto, Jesús dice en Mt 10,32: «Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial». Esto nos ilumina el camino y nos muestra que la división entre personas de la misma familia no surge por cuestiones de temperamento, de disidencias o luchas personales, sino por su fidelidad o infidelidad a Cristo. Algunos creerán en él, otros no. En este caso, Jesús ha venido a traer la división; es decir, se convierte en motivo de discordia entre los hombres, entre los que creerán y los que rechazarán la fe.

El Evangelio habla claro. El Evangelio, que predica la paz y la concordia, cuando trata el tema de la verdadera fe en Cristo o de nuestra adhesión a él prefiere la división, el contraste, la intolerancia -diríamos incluso-, a favor de los que le han seguido y han creído en él. Por eso, y siempre en la misma línea, Jesús se pone por encima de todos los valores, incluso por encima de los más sagrados valores de la familia. Y añade que, para seguirle, es preciso cargar con la cruz, echar mano de la renuncia, estar dispuesto a dar la propia vida. Estas exigencias pueden parecer excesivas, a no ser por la verdad que contienen y por la excelencia de Aquel que las formuló y las pretendió, signo de su autoridad y de su supremacía sobre todas las cosas.

 

MEDITATIO

El fragmento del evangelio que hemos leído nos muestra una vez más la importancia de la fe en Cristo y, en especial, de su persona. Esta fe, tal como era considerada por el mismo Jesús y por la comunidad primitiva, está por encima de las cosas más sagradas y más grandes de la vida. Sería una fe falsa aquella que, para no romper los vínculos familiares o amistosos, permaneciera en un nivel superficial o lo fuera sólo de nombre, sin ninguna exigencia. La verdadera fe, para los evangelios, significa un corte en lo vivo y, si se da el caso, la renuncia a los sentimientos más profundos del corazón, porque lo que cuenta es la opción por Cristo frente a todos los demás valores e ideales de la vida.

El mensaje del evangelio de hoy es que debemos reforzar en nosotros la adhesión total, profunda, a Cristo, prefiriéndole a todo, y prefiriendo nuestra fe a cualquier otra fe, religión o ideal humano, especialmente en el mundo de hoy, que vive dividido entre los poderosos desafíos de la técnica, de las incesantes conquistas, del bienestar y de otras realidades que son, muchas veces, los ídolos de la humanidad moderna. Ser capaz de reafirmar la fe en Cristo y en el Evangelio es una necesidad vital para el hombre creyente de nuestros días, porque de otro modo esta fe se oxidará y se perderá.

 

ORATIO

«Pero lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo» (Flp 3,7). Señor, haz que nuestra adhesión a ti, como la de Pablo, como la de los apóstoles, como la de tantos santos y tantos fieles de la Iglesia, sea total, absoluta; que esté por encima de todo vínculo, de todo sentimiento y afecto, por encima de todo valor humano. Porque sólo tú eres la verdad, la luz, el camino, el alimento, la paz, la alegría y la esperanza de nuestro corazón.

Entonces podremos orar con las palabras de un autor moderno como F. Dostoievski, nada sospechoso de una devoción excesiva, que nos ha dejado un testimonio impresionante de fidelidad a Cristo. Escribía así en una de sus cartas: «A veces, Dios me envía momentos de lucidez. En estos momentos, amo y siento que soy amado. Fue en uno de esos instantes cuando compuse para mí mismo un Credo, donde todo es claro y sagrado. Helo aquí: "Creo que no hay nada más bello, más profundo, más agradable, más viril y más perfecto que Cristo. Y me digo a mí mismo, con un amor celoso, que no hay ni puede haber nadie más grande que él. Más aún, si alguien llegara a probarme que Jesús está fuera de la verdad y que la verdad no se encuentra en él, yo preferiría permanecer con Cristo antes que con la verdad"» (F. Dostoievski, Cotrispondenza con la baronesa Von Wisine).

 

CONTEMPLATIO

En cuanto el grano de trigo cayó en tierra y murió, salió de él toda la mies de los fieles y los hijos de Israel se multiplicaron y se volvieron muy poderosos. Así pues, también en ti, si muere José, es decir, si acoges en tu cuerpo la mortificación de Cristo y haces morir el pecado en tus miembros, se multiplicarán en ti los hijos de Israel. Por hijos de Israel se entiende los sentidos buenos y espirituales. Por consiguiente, si hacemos morir los sentidos de la carne, crecen los sentidos del espíritu, y, mientras mueren en ti cada día los sentidos de la carne, crecen los sentidos del espíritu, y, mientras mueren cada día en ti los vicios, crece el número de las virtudes.

Tú, que escuchas estas cosas, si por casualidad ya has recibido la gracia del bautismo, has sido contado entre los hijos de Israel, has acogido en ti al Dios-rey y, después de esto, has querido desviarte, realizar las acciones del mundo, llevar a cabo actos terrestres y trabajos con el barro, has de saber y reconocer que se ha levantado en ti otro rey que no conoce a José; es un rey de Egipto, que te obliga a hacer sus obras, te hace trabajar para él con ladrillos y barro. Es él quien, poniendo sobre ti instructores y vigilantes, te empuja con golpes de vara a las obras de la tierra, para construirle ciudades. Es él quien te hace correr de un lado para otro en el mundo y hace turbar, por la codicia de la ganancia, los elementos del mar y de la tierra. Es este rey de Egipto el que te hace recorrer el foro con las lides, atormentar a los parientes con las disputas por unos cuantos terrones de tierra, por no hablar de lo demás: tender insidias a la castidad, engañar a la inocencia, cometer porquerías en privado, crueldades en público, perversiones en lo íntimo de la conciencia. Y puesto que son muchos los maestros y doctores de malicia que el faraón nos ha puesto, el Señor Jesús creó otros maestros y doctores que nos enseñaran a ver a Dios con el alma, a abandonar por completo al hombre viejo con sus acciones y a revestirnos del nuevo, que ha sido creado según Dios (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 45-52, passim [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los dos primeros capítulos del Éxodo preparan la escena de la magna irrupción de YHWH en la historia, pintando con fuertes tintas la situación de los hijos de Israel en Egipto. Los hijos de Israel, durante su estancia en Egipto, dan la impresión de haberse olvidado casi por completo del Dios de sus padres. Cuando Dios irrumpa en la historia, lo hará con un acto absolutamente gratuito. La iniciativa es suya por completo. Dios se ve inducido y solicitado a salvar no en virtud de mérito alguno por parte de Israel, sino por la situación de miseria en la que su pueblo se encontraba.

        Durante el éxodo, empezó Israel a comprender la misteriosa predilección de YHWH por los humildes y los débiles. Reconoció que su propio título de elección no se lo habían proporcionado sus méritos, sino su pequeñez e impotencia (cf. Dt 7,7ss). Dios so revelará, a lo largo de toda la historia de la salvación, como alguien que «exalta a los humildes» y que, para llevar a cabo sus obras más grandes, escoge «lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo» (1 Cor 1,27ss).

La esclavitud que padecieron los israelitas es mucho más que un hecho simplemente material. En un sentido profundo, fueron los mismos israelitas los que quisieron permanecer en la esclavitud. Es cierto, los judíos gemían en medio de la opresión, deseando ardientemente ser liberados de ella, pero eso es algo perfectamente humano y no significa que estuvieran dispuestos a seguir la ardua llamada a la libertad. Se habían convertido en gente de ánimo servil, poco dispuesta a renunciar a esa pesada seguridad que es la recompensa de quien se rinde a un régimen totalitario (J. Plastaras, // Dio dell'Esodo, Cásale Monf. 1977, pp. 28-31, passim).

 

 

Día 13

 Martes de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 2,1-15a

En aquel tiempo,

1 un hombre de la familia de Leví se casó con la hija de otro levita.

2 Ella concibió y dio a luz un hijo, y al ver que era muy hermoso lo tuvo escondido durante tres meses.

3 No pudiendo ocultarlo más, tomó una cesta de papiro, la calafateó con betún y pez, puso dentro de ella al niño y la dejó entre los juncos de la orilla del río.

4 La hermana del pequeño se quedó a poca distancia para ver lo que sucedía.

5 Entonces, la hija del faraón bajó a bañarse al río y, mientras sus doncellas paseaban por la orilla, vio la cesta en medio de los juncos y envió a una de sus doncellas para que la recogiera.

6 Cuando la abrió y vio al niño, que estaba llorando, se sintió conmovida y exclamó: -Es un niño hebreo.

7 Entonces, la hermana del pequeño dijo a la hija del faraón: -¿Quieres que vaya a buscarte una nodriza hebrea para que te críe este niño?

8 La hija del faraón le respondió: -Vete. La joven fue a buscar a la madre del niño,

9 a quien la hija del faraón encargó: -Toma a este niño y críamelo; yo te pagaré. La mujer tomó al niño y lo crió.

10 Cuando se hizo grandecito, se lo llevó a la hija del faraón, la cual lo adoptó y le dio el nombre de Moisés, diciendo: «Yo lo saqué de las aguas».

11 Cierto día, siendo ya mayor, Moisés fue a donde estaban sus hermanos. Vio sus duros trabajos y observó cómo un egipcio maltrataba a uno de sus hermanos hebreos.

12 Echó una mirada a su alrededor y, viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena.

13 Salió también al día siguiente, vio a dos hebreos riñendo y dijo al agresor: -¿Por qué golpeas a tu compañero?

14 Pero éste le replicó: -¿Quién te ha constituido jefe y juez entre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio? A Moisés le entró miedo, pues se dio cuenta de que la cosa se sabía.

15 El faraón se había enterado también de lo sucedido y trataba de matar a Moisés.

 

*• La historia que nos cuenta hoy el libro del Éxodo es una de las más conocidas del Antiguo Testamento, es una escena inmortalizada por muchos pintores y directores de cine. La orden del faraón ha sido puesta en práctica: todos los recién nacidos varones son ahogados en las aguas del Nilo. Sin embargo, la Providencia, que lo dirige todo, vela en particular por uno de estos niños, que será salvado de las aguas de una manera sorprendente.

Éste era el designio divino: el niño salvado será más tarde el salvador de su pueblo. El presente relato, similar a otros que hemos encontrado en las diferentes literaturas sagradas del Medio Oriente, tiene una gran importancia para la fe cristiana, y es que el pequeño Moisés se ha convertido en la figura de otro Niño que, ya en sus primeros días, también será perseguido por Herodes, rey de Judea, para darle muerte.

Poniéndose de acuerdo la madre y la hija, abandonan al niño, introducido en una cesta de papiro, sobre el agua (w. 3ss). Pero ese sitio es el lugar donde suele bañarse la hija del faraón. Ésta, tras descubrir al niño, se enternece y quiere tomarlo como hijo. Entretanto, la hermana, María, ha convencido a la hija del faraón para que le permita buscar una nodriza para el niño. Ésta será su verdadera madre (w. 7ss). Tras el destete, la hija del faraón se lleva al niño a su palacio: ésta «lo adoptó» (v. 10). Le impuso un nombre, Moisés, que ha llegado a nosotros como simple abreviatura, en la que falta la primera parte, donde seguramente se encontraría (como muestran muchos antiguos nombres egipcios análogos) el nombre de alguna divinidad del Nilo.

En la segunda parte de la lectura, Moisés, que ya ha llegado a la edad adulta, se da cuenta de la suerte que corren sus hermanos hebreos y se pone a favor de ellos. Su celo, demasiado impetuoso, le induce después a la huida y al autoexilio; se va a tierras de Madián, en las cercanías del mar Rojo (v. 15b), donde empezará otro tipo de vida y se hará pastor de los rebaños de su suegro, Jetró.

 

Evangelio: Mateo 11,20-24

En aquel tiempo,

20 Jesús se puso a increpar a las ciudades en las que había hecho la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:

21 -¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en vosotras, hace tiempo que, vestidas de saco y sentadas sobre ceniza, se habrían convertido.

22 Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Tiro y Sidón que para vosotras.

23 Y tú, Cafarnaún, ¿te elevarás hasta el cielo? ¡Hasta el abismo te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros realizados en ti, hoy seguiría en pie.

24 Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Sodoma que para ti.

 

*+• El fragmento evangélico de Mateo que hemos leído hoy es una lección sapiencial como muchas otras que podemos encontrar en el Antiguo Testamento; a saber: un hecho concreto explicado sobre la base de una semejanza de términos opuestos (como la de los dos caminos: el bien y el mal; los dos árboles: el plantado en terreno árido y el plantado junto al agua). La expectativa frustrada es una realidad humana desconcertante, aunque frecuente en la vida.

El evangelio nos presenta el duro reproche de Jesús contra las ciudades que no acogen su Palabra. Se trata de tres ciudades de Galilea -Corozaín, Betsaida y Cafarnaún- que, aun habiendo oído la predicación de Jesús, acompañada por tantos milagros, permanecen frías e insensibles, sin abrir su ánimo. Para acentuar aún más su culpabilidad, Jesús emplea la comparación con otras ciudades paganas especialmente conocidas por sus pecados, como Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra. Y nos hace ver que estas ciudades, aun corrompidas por tantos vicios, habrían tenido un comportamiento diferente, más acogedor y respetuoso, aunque sólo hubiera sido por haber visto los milagros realizados por Jesús. Sin embargo, las ciudades «creyentes» de Galilea, a pesar de sus acciones milagrosas, se niegan a escuchar, prefieren su dureza de corazón y se cierran al mensaje de salvación que se les ha ofrecido.

 

MEDITATIO

Moisés, salvado de las aguas, salvará después a su pueblo. Existe siempre una estrecha relación entre lo que se es y lo que se hace, entre lo que se experimenta y lo que se comunica. También el cristiano conoce esta experiencia fundamental. Se trata de algo que nos habla de una lógica humano-divina que no admite excepciones. Dirá san Pablo: «En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Portaos como hijos de la luz, cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la verdad» (Ef 5,8ss).

En el Nuevo Testamento aparece con frecuencia esta relación: si somos una cosa, de ahí se deben seguir una serie de consecuencias, o sea, el fruto de ese ser. Como decían los antiguos, «agere sequitur esse» («el obrar sigue al ser»). Si somos cristianos, debemos irradiar la luz propia de los cristianos, que no es otra que la de Cristo. Por consiguiente, si somos amados, debemos amar; si somos dichosos, debemos hacer dichosos a los otros, y si se nos ha anunciado la Palabra, nosotros debemos comunicarla asimismo a los demás.

Esta lógica procede de nuestra unión con Cristo: somos en él una nueva criatura, nos hemos convertido en hijos de Dios, y esto supone un nuevo estilo de vida que deriva de la nueva realidad que hemos adquirido por gracia divina. Nos han sido perdonados nuestros pecados; por consiguiente, también nosotros, como Cristo, debemos perdonar; hemos sido salvados por Cristo, de ahí que, como Cristo nos ha salvado a nosotros, también nosotros debamos procurar la salvación de los demás. La dignidad cristiana, procedente de nuestra inserción en Cristo Jesús, nos mueve a convertirnos para los otros en lo que Cristo ha sido para nosotros, nos induce a extender a los otros lo que nosotros hemos recibido.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú dijiste una vez: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). Haz que nosotros podamos ser también, aunque sea en una medida mínima, un reflejo del Padre celestial, un pequeño rayo de luz que emana de su persona divina, y que así también nosotros podamos irradiar un poco de bondad, de perdón, de esperanza, de alegría, de confianza y de servicio generoso a los otros.

Haz que siempre podamos recordar nuestra vocación, nuestra dignidad, el insigne privilegio de estar verdaderamente insertados en la Trinidad divina, y que esta conciencia nos ayude a vivir intensamente las realidades que la fe nos ofrece, de tal modo que los otros, tal vez menos privilegiados que nosotros, puedan recibir un influjo benéfico del tesoro de gracia que nos ha sido concedido.

Te pedimos asimismo por aquellos a quienes llegará esta irradiación nuestra, a fin de que, no tanto con la palabra, como con nuestra vida y nuestras obras, puedan percibir la belleza de la vocación cristiana, de la fe, de la esperanza y de la caridad de Cristo y puedan sentir la fascinación de la filiación divina. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Por la fe, Moisés, apenas nacido, fue mantenido escondido durante tres meses por sus padres. ¿Cómo esperaron salvar a su hijo los padres de Moisés? Por la fe. ¿Qué fe? Vieron, dice, que era gracioso, y esta visión les indujo a creer. Así, ya desde el principio, desde la cuna, se vertió una gran cantidad de gracia sobre este justo no en virtud de un sentimiento natural, sino por obra de Dios.

En efecto, mira: apenas nacido, el niño aparece bello y absolutamente nada deforme. ¿Por obra de quién? No de la naturaleza, sino de la gracia de Dios, que conmovió y estimuló a aquella mujer egipcia -la hija del faraón- para que lo tomara y lo tuviera como hijo. Esto vale para los padres; Moisés no contribuyó en nada a ello. Sin embargo, «renunció Moisés al título de nieto del faraón cuando se hizo mayor, prefiriendo compartir los sufrimientos del pueblo de Dios». No sólo dejó la realeza, sino que «renegó» de ella, la odió, la despreció. Le había sido ofrecido el cielo, y no valía la pena admirar el palacio real de Egipto. Estaba convencido de que ser ultrajado por Cristo era mejor que encontrarse entre comodidades, pues esto era ya de por sí una recompensa, «prefiriendo compartir los sufrimientos del pueblo de Dios».

Vosotros, en efecto, sufrís en vuestro propio beneficio, pero él lo hizo por el de los otros; y espontáneamente se lanzó a unos enormes peligros, siendo que podía vivir entre los honores y gozar de las ventajas de la corte. Para él, el pecado era no asociarse a los sufrimientos de su pueblo. Así pues, si consideraba pecado no sufrir espontáneamente con los otros, debió ser verdaderamente un gran bien el sufrimiento al que se expuso abandonando la realeza. Y, previendo algo grande, estimó «los ultrajes de Cristo como una riqueza superior a los tesoros de Egipto».

¿En qué consiste el ultraje de Cristo? En ser maltratados porque confiamos en Dios. Todo esto tuvo lugar porque Moisés perseveró en la fe como si viera al Invisible. Igualmente, también a nosotros, si vemos siempre a Dios con nuestra mente, si nos mantenemos ocupados con su recuerdo, todo nos parecerá fácil, todo soportable; lo podremos tolerar todo con buen ánimo, seremos superiores a todas las tentaciones (Juan Crisóstomo, Omelie sull'Epistola agli Ebrei, Roma 1965, pp. 366-371, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes» (1 Cor 1,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aunque sin saberlo, todos los hombres sirven a los planes de Dios. Las obras de Dios empiezan en la humildad, en lo escondido, y en estas circunstancias no sabemos nunca qué es lo que puede servir al Señor: tal vez sus enemigos son sus mejores colaboradores, tal vez colaboren en sus planes más de lo que lo hacen sus amigos. También hoy sigue siendo así: ¡qué misterio se desarrolla a través de la historia! Es Dios quien conduce los acontecimientos; todos ellos responden al designio divino, y los hombres sirven todos a este designio: lo quieran o no, todos entran en este plan.

¿Quién nos dará ojos para saber descubrir, en los acontecimientos más humildes, el comienzo de las obras más grandes? No son la grandeza y el poder el instrumento de las obras divinas, sino precisamente la humildad, la pobreza, la debilidad, la impotencia. Hoy como ayer, y siempre. Sólo en la medida en que los hombres se mantengan en la humildad y en lo escondió, en la pobreza y en la impotencia, servirán al Señor.

Moisés, instrumento de Dios, es un pobre niño. Pero salvará a Israel contra el poder del faraón, y lo salvará precisamente a través del mismo faraón. El mundo, el enemigo de Dios, se ensañará contra un poder opuesto al suyo, no se ensañará contra la debilidad, contra la impotencia. La hija del faraón salva la vida del pequeño Moisés. El faraón se pone duro contra Israel porque éste se muestra recalcitrante a sus órdenes; sin embargo, contra este niño pequeño que nada hubiera podido oponerle si le hubiera matado, el faraón se encuentra sin poder, y es él mismo quien lo salva [...]. No son el poder, la grandeza, la riqueza, los que deben dar miedo a los enemigos de Dios, sino la humildad de los pobres, de los que aún confían en Dios (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodo, Brescia 1,967, pp. 25-27, passim [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1968]).

 

 

Día 14

 Miércoles de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 3,1-6.9-12

En aquellos días,

1 Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Trashumando por el desierto llegó al Horeb, el monte de Dios,

2 y allí se le apareció un ángel del Señor, como una llama que ardía en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo pero no se consumía.

3 Entonces Moisés se dijo: «Voy a acercarme para contemplar esta maravillosa visión y ver por qué no se consume la zarza».

4 Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, le llamó desde la zarza: -¡Moisés! ¡Moisés! Él respondió: -Aquí estoy.

5 Dios le dijo: -No te acerques; quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado. Y añadió:

6 -Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro, porque temía mirar a Dios. Y el Señor le dijo:

9 El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí. He visto también la opresión a la que los egipcios los someten.

10 Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas.

11 Moisés dijo al Señor: -¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?

12 Dios le respondió: -Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis culto en este monte.

 

**• Si la página de la infancia de Moisés es una de las más conocidas, ésta de hoy -que narra su llamada- es una de las más importantes del libro del Éxodo. Moisés, integrado en la familia de Jetró, el sacerdote madianita que le había dado a su hija Séfora como esposa, se adapta al nuevo tipo de vida, se hace pastor en aquella tierra y, siguiendo a su rebaño, llega un día al monte de Dios, el Horeb, en el Sinaí (v. 1). En aquella soledad es donde Dios le saldrá al encuentro para una revelación trascendental que marcará no sólo su vida, sino también -y de manera especial- la vida de su pueblo, Israel, y la de la Iglesia de Cristo. En efecto, Dios le envía a salvar a sus hermanos de la esclavitud, figura de la opresión de la humanidad, que será salvada y redimida por el enviado de Dios, Cristo Jesús.

La acción parte de un hecho sorprendente, nunca visto: una zarza que arde sin consumirse (v. 2). Atraído por este espectáculo, Moisés se acerca y, cuando se encuentra cerca de la zarza, oye la voz del Señor. Dios se muestra sensible al dolor, al clamor del sufrimiento, y más aún cuando este sufrimiento es el de los pequeños o el de los oprimidos. No ha habido ninguna oración por parte del pueblo que haya movido a Dios a intervenir; es simplemente «el clamor» de la aflicción de aquella gente oprimida lo que ha llegado a él como una súplica (v. 9). Y Dios responde. De él procede la iniciativa: es YHWH quien da el primer paso. Sin embargo, para actuar de modo concreto entre los hombres, quiere unos hombres elegidos que colaboren en su plan de redención: «Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo» (v. 10).

El hombre, ante una tarea tan grande y difícil, experimenta miedo, se siente pequeño, incapaz, y presenta a Dios sus limitaciones (v. 11). Pero Dios le tranquiliza: «Yo estaré contigo» (v. 12). La obra es de Dios, él la ha comenzado, él la llevará a término. La fe del hombre se entrelaza con esta iniciativa divina. De este modo, llevará Dios a cabo, con la cooperación humana, su gran designio de salvación de Israel.

 

Evangelio: Mateo 11,25-27

25 En aquel tiempo, dijo Jesús: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos.

26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

 

*•• El fragmento evangélico de hoy nos transmite una de las pocas oraciones explícitas de Jesús recogidas en los evangelios. Esta oración es una breve berákhah, o sea, «bendición» dirigida a Dios (del mismo modo que tantos salmos del Antiguo Testamento). El motivo, si nos fijamos bien en la traducción del texto original, es éste: haber revelado las cosas del Reino de Dios a los pequeños antes que a los sabios del mundo. Jesús no bendice al Padre en primer lugar por haber escondido estas cosas a los sabios del mundo, sino antes que nada porque las ha «dado a conocer a los sencillos» (v. 25). Eso es lo que ha complacido al Padre, tal como lo ve el amor filial de Jesús.

A continuación, fuera ya de la oración, Jesús hace unas afirmaciones impresionantes sobre sí mismo: dice, en primer lugar, que todo le ha sido entregado por su Padre (v. 27a), palabras que veremos ratificadas y completadas por aquel solemne «Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra» (Mt 28,18). Jesús era consciente del gran poder que tenía, que era un don del Padre.

En segundo lugar, Jesús afirma que «nadie conoce al Hijo, sino el Padre» (v. 27b), indicando de este modo su realidad divina y mesiánica, cosas que escapaban absolutamente a cualquier observación o deducción humana privada de la luz de la revelación.

Por último, dice Jesús de manera semejante que «al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (v. 27c). Aquí tenemos una explicación clara de la imposibilidad en la que se encuentra el hombre de conocer verdaderamente a Dios como Padre. Y precisamente Jesús se presenta como el revelador del Padre: que el hombre pueda llegar al conocimiento del Padre del cielo depende enteramente de él, de Jesús.

 

MEDITATIO

Hoy hemos escuchado dos maravillosas revelaciones divinas, una del Antiguo y otra del Nuevo Testamento. En la primera, Dios se revela como el Dios vivo, cercano, que escucha el grito del oprimido, que salva, porque ama a los hombres y a su pueblo. El Dios de la revelación, de la fe, es asimismo un Dios que está al lado de su pueblo, que le sigue y no puede tolerar el sufrimiento injusto con que es oprimido. Y por eso decide salvarlo.

Para llevar a cabo esta salvación, se sirve de circunstancias históricas; se servirá de hombres, incluso débiles y pobres; se servirá de las reacciones de la mente y del corazón humano, variable y mezquino. Y llevará a puerto su designio. En la revelación del Nuevo Testamento vemos que Jesús nos revela al mismo Dios del Antiguo Testamento, pero yendo mucho más allá de cuanto hubiera podido comunicarnos la primera fase de la revelación. Para revelárnoslo Jesús emplea el más bello de los nombres: Padre. Nos muestra que Dios es ante todo Padre, Padre eterno del Hijo unigénito, engendrado antes de todos los siglos. Y, con la venida de su Hijo al mundo, también los hombres se convertirán en hijos suyos, en herederos de su misma gloria. Es «Padre», por tanto, no en un sentido alegórico, tampoco en un sentido moral (como para indicarnos su bondad o su providencia), sino de una manera real: «Padre» en sentido propio, porque nos ha comunicado su misma vida divina y nos ha hecho herederos de su misma gloria.

 

ORATIO

Señor Jesús, luz verdadera del Padre celestial, irradiación de su gloria, ¿cómo podremos agradeceros adecuadamente a ti y al Padre este don inmerecido de ser hijos del Padre y hermanos tuyos? Éste ha sido el designio eterno de la bondad divina, que, desde siempre, ha pensado en nosotros para hacernos entrar en la esfera de su misma divinidad y compartir con nosotros su vida y su gloria eterna.

Gracias al Espíritu Santo -que es Espíritu de la verdad y de la vida-, este prodigio se renueva cada día cuando, en virtud de su poder y mediante el sacramento del bautismo, llega a ser el hombre hijo de Dios. Deja el hombre viejo con sus pecados y se convierte en el hombre nuevo a semejanza de Cristo, revistiéndose de él. Ante este prodigio inaudito de la bondad divina, no podemos dejar de hacer nuestra la oración de Pablo contenida en el himno de la carta a los Efesios: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales. Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia. Llevado de su amor, él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo...» (Ef 1,3-5).

 

CONTEMPLATIO

Moisés oró a fin de que Dios se le mostrara y él pudiera verle cara a cara. Ciertamente, el santo vate del Señor sabía que no era posible ver cara a cara a Dios, que es invisible. Ahora bien, la santa devoción a Dios supera todos los límites y considera que también esto era posible a Dios, a saber: hacer a los ojos del cuerpo capaces de captar lo que es incorpóreo. Este error no es criticable; más bien, fue incluso un deseo agradable e inexhausto el desear apretar, casi con la mano, a su Señor y verle con la vista de los ojos. Sabía que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuando fue elegido por el Señor como liberador del pueblo y fue colmado de espíritu de sabiduría, pudo contemplar al ángel y su rostro glorioso. Esto es tan verdad que experimentó terror frente a la luz resplandeciente y vio arder la zarza pero no convertirse en ceniza. Experimentó maravillas frente a aquella visión y aquel resplandor. Se acercó, impulsado por el deseo y por la belleza, para mirar dentro con mayor atención.

Entonces, después de haber visto al ángel entre las lenguas de fuego que salían de la zarza, experimentó en él un calor tan grande, se vio subyugado por una curiosidad tan viva que, con todo, quería mirar dentro, aunque, atenazado por el miedo, no se atrevía a mirar al interior. Imagina entonces cuánto más ardiente debía ser su deseo de ver físicamente el rostro del Señor, mientras iba diciéndose cómo aquel rostro estaba lleno de luz, lleno de gloria, lleno de poder, lleno de Dios. Sobre Dios no puedo decir o pensar más. Cuando el hombre ha llegado a la cima, entonces está en los comienzos (Ambrosio de Milán, Comentario al Salmo 118, VIII, 17ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 41,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La venida de Dios es repentina, imprevista. Moisés no fue conscientemente a la búsqueda de YHWH: fue YHWH el que se presentó de una manera imprevisible a él. Este dato de la revelación ha sido subrayado de una manera repetida tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Israel había comprendido que el contacto con el Dios vivo no es algo que el hombre pueda obtener mediante técnicas de contemplación. La revelación es siempre efecto de la intervención soberanamente libre de Dios. Es siempre Dios quien comienza el diálogo con el hombre.

En el caso de Moisés, el encuentro tiene lugar en el momento en que Dios le llama por su nombre (Ex 3,4). Cuando Dios llama, lo que se le pide al hombre, en primer lugar, es prontitud y disponibilidad para acoger la Palabra de Dios. La respuesta de Moisés en esta circunstancia es concisa, una sola palabra hebrea, hinnem, que implica la misma respuesta franca e inmediata: «¡Aquí estoy! ¡Á tu servicio!».

Existe, no obstante, una inequívoca ambivalencia en la reacción de Moisés ante la presencia de Dios. Si la experiencia de lo sagrado atrae al hombre con su fascinación misteriosa, le colma al mismo tiempo de temor y temblor, puesto que la experiencia de lo sagrado es para él, simultáneamente, experiencia de su propia naturaleza profana y de su indignidad. Entonces toma el hombre conciencia de que ni el hecho de quitarse las sandalias ni las purificaciones rituales pueden prepararle de una manera adecuada para entrar en la presencia del Dios vivo.

Así le sucede a Moisés: su primera reacción frente a la zarza ardiente fue de audaz y profana curiosidad, mas ahora se cubre el rostro y tiene miedo de mirar para no vislumbrar al Dios absolutamente santo. Moisés no intenta huir ni esconderse, pero se cubre el rostro para no ver a Dios. Israel, en efecto, estaba convencido de que Dios era demasiado santo para ser visto por el hombre, como Dios mismo dirá de inmediato a Moisés: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo» (Ex 33,20) (J. Plastaras, // Dios dell'Esodo, Cásale Monf. 1976, pp. 53ss).

 

Día 15

15 de julio, conmemoración de

SAN BUENAVENTURA, DOCTOR DE LA IGLESIA

Buenaventura nació en Bagnoregio, en el Lazio, entre 1217 y 1221. Siendo niño, fue curado por san Francisco de una grave enfermedad. Estudió en la Universidad de París, donde enseñó más tarde. Allí encontró a los frailes menores, y en 1243 entró en la orden. Convertido en ministro general, la dirigió durante diecisiete años con sabiduría y equilibrio, en medio de fuertes tensiones. Además de una biografía de san Francisco, escribió muchas obras de teología y de mística, armonizando de una manera profunda la ciencia con la fe. Estas obras le merecieron el título de «doctor seráfico». Tras ser nombrado cardenal y obispo de Albano, contribuyó al acercamiento entre latinos y griegos en el segundo Concilio Ecuménico de Lyon, durante cuya celebración murió, el 15 de julio de 1274.

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 3,13-20

En aquellos días [al oír la voz del Señor desde la zarza],

13 Moisés replicó a Dios: -Bien, yo me presentaré a los israelitas y les diré: El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros. Pero si ellos me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé?

14 Dios contestó a Moisés: -Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: «Yo soy» me envía a vosotros.

15 Y añadió: -Así dirás a los israelitas: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre, así me recordarán de generación en generación.

16 Anda, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido y me ha dicho: «Me he conmovido al ver cómo os tratan los egipcios

17 y he determinado sacaros de la aflicción de Egipto, para llevaros a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jeveos y jebuseos, tierra que mana leche y miel».

18 Ellos te escucharán. Entonces irás con los ancianos de Israel al rey de Egipto y le diréis: «El Señor, el Dios de los hebreos, se nos ha manifestado; permítenos hacer una peregrinación de tres días por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios».

19 Bien sé yo que el rey de Egipto no os dejará marchar, a no ser obligado por una gran fuerza.

20 Pero yo desplegaré mi fuerza y castigaré a Egipto, realizando prodigios en medio de ellos. Después, os dejará salir.

 

*• Moisés, en su diálogo con Dios, le pregunta su nombre, y Dios responde: «Yo soy el que soy» (v. 14). Es el nombre nuevo que será venerado por el pueblo, un nombre repleto de significado. Durante mucho tiempo hemos oído esta definición del nombre de Dios (YHWH) como si fuera una definición metafísica del ser eterno de Dios, «Aquel que existe» desde siempre por el hecho de ser Dios. Sin embargo, los estudios bíblicos nos han hecho ver que el sentido del nombre nuevo es éste: «Yo soy el Dios que está contigo para salvarte», revelando así la presencia, la ayuda, el amor del Dios comprometido con la salvación de su pueblo.

Con todo, este Dios con nombre nuevo es el mismo Dios de los patriarcas, que se había aparecido a Abrahán, a Isaac y a Jacob; por consiguiente, el Dios de la promesa, que ahora, frente a la esclavitud de su pueblo, quiere actuar como salvador; por eso emplea otro nombre. En las palabras de Dios se alude, en efecto, a la tierra prometida como una tierra «que mana leche y miel» (v. 17), que será la meta del largo viaje que emprenderá Israel caminando hacia la libertad.

Dios preanuncia a Moisés lo que sucederá: el pueblo le escuchará, pero el faraón presentará resistencia al plan de Dios. Sin embargo, toda esta oposición no servirá más que para hacer resaltar el poder de Dios. Él actuará en favor de su pueblo con prodigios -las diez plagas de Egipto- que acabarán por doblegar el corazón del rey de Egipto. Se da, pues, una continuidad por parte de Dios, de su proyecto, de su fidelidad al pueblo, que, seguramente, se había olvidado de la promesa de la tierra. Pero aparece también la nueva y sorprendente revelación de un rostro de Dios que está cerca de los suyos y quiere la salvación de su pueblo.

 

Evangelio: Mateo 11,28-30

En aquel tiempo, dijo Jesús:

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

**• La brevísima perícopa evangélica de hoy es una alhaja que se encuentra sólo en Mateo. Se trata de uno de los fragmentos más consoladores, más alentadores y más esperanzadores del mensaje de Jesús y del ejemplo de su vida. Se trata de una invitación que está dirigida a todos los que se encuentran «fatigados y agobiados», una condición humana, material o espiritual, en la que se puede hallar cualquier hombre, hasta aquel que se considera más libre y más perfecto. La fatiga acompaña al hombre a lo largo de toda su vida, y la opresión, en sus mil formas diferentes -moral, psicológica, social, familiar-, no permite que el hombre goce plenamente de la perenne libertad a la que ha sido llamado. Por eso, la invitación de Jesús va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos: se trata de una invitación maravillosa, la más necesaria de todas. Jesús nos facilita el motivo de su invitación: él mismo nos aliviará, nos consolará, nos reanimará.

Viene, a continuación, una orden: la de imitarle en aquello que constituye el fondo de su corazón, la expresión de su persona: su sencillez y su humildad. Jesús nos dice que le imitemos en su caridad o en su entrega, cosa que nos haría ver la absoluta desproporción que media entre su generosidad y nuestra mezquindad. Habla de una actitud interior más fácil, más factible cuando nos sentimos ayudados por la gracia del Espíritu; nos pide que le sigamos en su sencillez y en su humildad, sin pretender grandes cosas o metas excelsas, sin considerarnos demasiado perfectos o santos.

Se trata, por consiguiente, de la otra cara de una segunda invitación: la de que carguemos con su yugo (cf. v. 29). El yugo une a dos bueyes para el trabajo. En esta comparación, el yugo de Jesús nos une a él con cada uno de nosotros. Esta asociación en la misma suerte de Jesús hace al alma feliz, porque «mi yugo es suave y mi carga ligera» (v. 30) y el alma es capaz de caminar y trabajar con Jesús, que le abre el camino de la paz y del alivio.

 

MEDITATIO

Dios, luz inaccesible, nos sale continuamente al encuentro y desea revelarse a nosotros. Nos alcanza en lo concreto de nuestra historia en Jesús, fuente de una existencia luminosa y fecunda. Como cristianos, hemos sido llamados a comunicar a los que se nos acercan y a toda la humanidad el sentido y el gusto que asume la vida en relación con él y a hacer visible la fuerza transformadora del Evangelio. De este modo, nos volvemos profetas, punto de referencia, imagen evidente de la posibilidad de vivir el amor nuevo, el que Jesús nos enseñó e hizo conocer.

El Señor nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo». Se trata de la declaración de una identidad, y nosotros la creemos por su palabra, aunque a menudo nos parezca que la contradice la experiencia de nuestra poquedad y nos resulte fácil ceder a la desconfianza frente a nuestra realidad, que se presenta oscura e insignificante.

Estas dos afirmaciones de Jesús nos revelan lo que somos, pero, al mismo tiempo, constituyen la indicación de un camino que debemos recorrer, de un testimonio que se acredita y se renueva a lo largo del curso de toda nuestra vida. Buenaventura fue un maestro en esto, trazando un itinerario a través del cual se nos ayuda a caminar hacia Dios, y lo hizo con la autoridad de quien no sólo ha indagado y discutido, sino también probado y experimentado.

Se situó delante de todo con una mirada sapiencial, capaz de captar toda criatura como parte de un único canto armonioso que manifiesta a Dios y en el que también las realidades aparentemente distantes entre sí encuentran su unidad en una profundidad diferente. Supo reconocerlas como expresión de una luz no originariamente propia, sino recogida, recibida y reflejada, y así comprendió plenamente su valor.

 

ORATIO

«Yo soy la vid verdadera» (Jn 15,1). ¡Oh Jesús, vid benigna, ven! ¡Oh Señor Jesucristo, árbol de la vida situado en el centro del paraíso, tus hojas son medicinales, tus frutos son para la vida eterna! ¡Oh flor y fruto bendito de la bendita rama -que es la purísima Virgen María-, sin ti nadie es sabio, porque tú eres la sabiduría del Padre eterno. Dígnate alimentar con el pan del intelecto y con el agua de la sabiduría mi débil y árida mente. Abre, oh llave de David, y se me entreabrirán las oscuridades.

Irrígame, oh luz verdadera, y se despejarán mis tinieblas. Manifestándote e ilustrándote en ti mismo, por medio de mí, concédenos, a mí, que hablo, y a los que me oyen, poseer la vida eterna. Así sea (Buenaventura de Bagnoregio, Opusculi mistici, Milán 1956, p. 259).

 

CONTEMPLATIO

La soberana sabiduría está escrita en el libro de la vida, que es Jesucristo, en quien Dios Padre escondió todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Por eso, el Unigénito de Dios como Verbo increado es el libro de la sabiduría, es la luz de la mente del sumo Artista, llena de razones vivas y eternas; como Verbo inspirado, ilumina los intelectos de los ángeles y de los santos; como Verbo encarnado, irradia las mentes racionales unidas a la carne. De este modo, la multiforme sabiduría de Dios desde él y en él reverbera por todo el Reino, como a través de un espejo de belleza que incluye todas las especies y toda luz, y como libro donde, según el misterio de Dios, están descritos todos los misterios.

¡Oh! Si yo pudiera encontrar este volumen del origen eterno, y de la esencia incorruptible, de la sabiduría que es vida y de la escritura imposible de cancelar! Este libro cuya meditación es deseable, fácil su doctrina, dulce su ciencia, inescrutable su profundidad, inexpresables sus palabras, este libro cuyas palabras son en el fondo un solo verbo. En verdad, «quien me encuentra, encuentra la vida y alcanza el favor del Señor» (Prov 8,35) (Buenaventura de Bagnoregio, Opusculi mistici, Milán 1956, p. 121ss).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día con frecuencia: «Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si no queremos ser como las «tinieblas [que] no le recibieron», debemos recuperar nuestra unidad, redescubrir la fe como plenitud del existir, del obrar y del pensar. Éste es el testimonio cíe san Buenaventura, éste es el camino que él ha completado, recibiendo en su vida al Verbo divino. La inhabitación es lo que hace posible todavía hoy esa experiencia cristiana. Al apóstol Tomás, que le pregunta adonde va y cómo puede conocer el camino, Cristo le dice : «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). No es posible reducir la búsqueda de la Verdad a un mero ejercicio mental, porque por su propia naturaleza es más; la razón, para ser verdadera, no puede negar la fe. Más aún, debe constituir para ella la posibilidad de una mayor conciencia, y, viceversa, la fe no puede renunciar a la razón si no quiere caer en el fideísmo.

Cada uno de nosotros debe realizar su propio itinerario hacia el Absoluto, pero en el trayecto nos ayudan los que han llegado a la meta antes que nosotros.

Hoy más que nunca necesitamos acercarnos a los que han demostrado estar en la luz, porque a menudo «el ojo de nuestra mente, ante las cosas más claras de la naturaleza, es como el ojo del murciélago ante la luz». En efecto, acostumbrado a las tinieblas de los seres y a las imágenes sensibles, cuando contempla la luz radiante del Sumo Ser le parece que no ve nada, sin comprender que la oscuridad es, sin embargo, la máxima luz para nuestra mente, como cuando el ojo queda cegado ante una luz demasiado viva» (Buenaventura, Itinerarium mentís in Deum). San Buenaventura va por delante de nosotros como testigo de la posibilidad que tiene el hombre de pensar la Verdad, de obrar el Bien, y nos invita a caminar hacia la Luz; en esto consiste la actualidad de su experiencia como hombre y como creyente (F. Gambetti, «L'esperienza umana e cristiana di san Bonaventura», en Vita Minorum 1 [1993] 60ss).

 

Día 16

16 de julio, festividad de

Nuestra Señora la Virgen del Carmen

 

La devoción a la Virgen del Carmen hunde sus raíces en un lugar y en un tiempo bien precisos. El lugar es el monte Carmelo, cadena montañosa de Galilea, que se asoma al mar por un alto promontorio y por el otro lado da a la llanura de Esdrelón.

Karme/significa «jardín» en hebreo. Es el monte santo, lugar de la oración y donde moró Elías, cantado en la Escritura por su belleza. En este monte - y más precisamente en uno de sus valles-, algunos de los cruzados venidos de Occidente dedicaron, a comienzos del siglo XIII, una iglesia a la Virgen María, poniendo bajo su protección la Regla de vida que les había dado Alberto, patriarca de Jerusalén y tomando el título de Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Desde aquel momento, la figura de la Virgen, Madre y Hermana, acompaña a la historia del Carmelo, de sus santos y de sus santas. Se trata de una historia de favores de la Virgen y de santidad de los miembros de su orden. El Carmelo ha contemplado en María a la Virgen purísima, a la Madre espiritual, a la Estrella del mar. Ha recibido como don, para extenderlo a todos los devotos, el escapulario, signo de protección y de alianza, prenda de salvación eterna.

Se eligió la fecha del 16 de julio porque el 17 de julio del año 1274, el segundo Concilio de Lyon sancionó la permanencia de la orden (que debía ser suprimida). La conmemoración fue extendida a toda la Iglesia por Benedicto XIII en 1726.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 11,10-12,14

En aquellos días,

11 Moisés y Aarón habían hecho todos estos portentos en presencia del faraón. Pero el Señor hizo que el faraón se obstinara en no dejar salir de su país a los israelitas.

12.1 El Señor dijo a Moisés y a Aarón en Egipto:

2 -Este mes será para vosotros el más importante de todos, será el primer mes del año.

3 Decid a toda la asamblea de Israel: Que el día décimo de este mes se procure cada uno un cordero por familia, uno por casa.

4 Si la familia es demasiado pequeña para comerlo entero, que invite a cenar en su casa a su vecino más próximo, según el número de personas y la porción de cordero que cada cual pueda comer.

5 Será un animal sin defecto, macho, de un año; podrá ser cordero o cabrito.

6 Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y toda la comunidad de Israel lo inmolará al atardecer.

7 Luego untarán con la sangre las jambas y el dintel de la puerta de las casas en que vayan a comerlo.

8 Lo comerán esa noche asado al fuego, con panes ácimos y hierbas amargas.

9 No comerán nada crudo, ni cocido; todo ha de ser asado al fuego, cabeza, patas y vísceras.

10 No dejaréis nada para el día siguiente; si queda algo, lo quemaréis.

11 Y lo comeréis así: la cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, porque es la pascua del Señor.

12 Esa noche pasaré yo por el país de Egipto y mataré a todos sus primogénitos, tanto de hombres como de animales. Así ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

13 La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; al ver yo la sangre, pasaré de largo y, cuando yo castigue a Egipto, la plaga exterminadora no os alcanzará.

14 Este día será memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones.

 

**• El fragmento de hoy supone el consentimiento otorgado por el faraón a los israelitas para que salieran del país, tras las muchas calamidades que habían sido infligidas a Egipto, precisamente por la negativa del rey (el leccionario ha prescindido, en efecto, de la descripción de las diez plagas). Lo que Moisés prescribió para «esa noche» no es sino el ritual tradicional de la cena pascual judía, un rito antiquísimo que conmemora (es algo «memorable», un «memorial»: 12,14) el acontecimiento de la liberación de los israelitas en la noche de la Pascua. Este rito viene siendo seguido fielmente por la mayor parte de los judíos en todo el mundo y es el rito que subyace en la celebración de la última cena de Jesús con los apóstoles antes de morir (y, por consiguiente, también en nuestra misa).

El punto central del fragmento -y el más extenso- es el que hace referencia al cordero pascual: en él se describen las cualidades, las condiciones, el rito del sacrificio, de la comida ritual, y la eficacia de su sangre puesta en las jambas y en el dintel de las puertas. Gracias a su sangre se llevará a cabo la salvación de los israelitas: el ángel exterminador pasará de largo y no usará con ellos el flagelo de muerte (12,12s). La sangre del cordero marcó la liberación: magnífica figura de la salvación universal que, algunos siglos más tarde, será realidad en Cristo Jesús, «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

Todos los demás detalles descritos en la perícopa evocan una realidad vivida por el pueblo de Israel aquella noche y que ahora reviven en la comunidad que lo celebra. La importancia del memorial estriba no sólo en el recuerdo que evoca el acontecimiento, sino en el hecho de sentirse implicados en el mismo acontecimiento, con su fuerza salvífica y transformadora.

 

Evangelio: Mateo 12,1-8

1 En una ocasión iba Jesús caminando por los sembrados. Era sábado. Sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. 2 Los fariseos, al verlo, le dijeron: -¿Te das cuenta de que tus discípulos hacen algo que no está permitido en sábado?

3 Jesús les respondió: -¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y sus compañeros:

4 cómo entró en el templo de Dios y comió los panes de la ofrenda que ni a él ni a los suyos les estaba permitido comer, sino sólo a los sacerdotes?

5 ¿Tampoco habéis leído en la ley que en día de sábado los sacerdotes del templo pueden incumplir el precepto del sábado sin incurrir en culpa?

6 Pues yo os digo que hay aquí alguien más importante que el templo.

7 Si supierais lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, no condenaríais a los inocentes.

8 Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.

 

*+• El episodio de las espigas arrancadas por los discípulos es uno de los más conocidos del evangelio y uno de los más significativos desde el punto de vista del espíritu cristiano. Se trata de una página estupenda, en la que vemos a un Cristo maestro dispuesto a defender a sus discípulos, a enseñar el verdadero sentido de las cosas y de la misma Escritura, lo que le permite a Jesús proclamarse «señor del sábado» (v. 8) y mayor que el templo de Jerusalén.

Jesús, buen conocedor de las Escrituras, recurre a ellas para apoyarse en su argumentación y cita el caso del rey David, que, en un momento de necesidad, junto con sus compañeros, comió los panes reservados a los sacerdotes (1 Sm 21,1-10). Brinda aún otro argumento: los mismos sacerdotes, al cumplir sus ritos en día de sábado, infringen el reposo prescrito, precisamente en razón de las diferentes acciones litúrgicas. En consecuencia, la misma ley, cuando se trata de un motivo suficiente, tanto para la gloria de Dios como para el bien del hombre, puede ser infringida. La ley no es un objeto monolítico, estable, absoluto (como pretendían los fariseos); es también un medio puesto por Dios para el bien de los hombres. Por consiguiente, también la ley tiene una importancia relativa.

A continuación, Jesús se proclama superior al templo y al sábado, las dos realidades más sagradas para los judíos; estas palabras suenan como una blasfemia a los oídos de los que le escuchan, que quedan escandalizados. Sin embargo, Cristo no retrocede, no atenúa sus afirmaciones: él posee una autoridad, una plenitud, una verdad y una novedad que se explican únicamente con su realidad mesiánica y divina, oculta a los ojos –voluntariamente cerrados- de sus adversarios. Recurriendo a una frase de Oseas (6,6), Jesús recrimina a los fariseos su dureza de corazón al condenar a los discípulos por la acción de las espigas. Su dureza de corazón va acompañada de su ceguera. Lo que cuenta de verdad en la Ley de Dios es la misericordia, no los sacrificios rituales.

 

MEDITATIO

La búsqueda de la sabiduría, la escucha de la Palabra y el cumplimiento de la voluntad d e Dios son temas que iluminan el sentido más verdadero de la devoción a la Virgen del Carmelo, según la más pura y genuina tradición de la orden.

Antes incluso de ser Santa María del Monte Carmelo para el pueblo fiel, o sea, la imagen familiar que presenta el escapulario a las almas del purgatorio para llevarlas al cielo, María es, en la espiritualidad del Carmelo, la custodia de la Palabra, la Virgen del silencio y de la oración, la Madre de la contemplación y de la vida mística.

Es la que lleva a los fieles, como guía sabia, por los senderos de la santa montaña, conduciéndolos hasta la cumbre que es Cristo. Como Madre espiritual, engendra a sus hijos a la vida de gracia en la Iglesia, pero los acompaña asimismo con el ejemplo y la intercesión, y con una delicadeza absolutamente materna, en cada etapa de la vida espiritual, a través de las noches oscuras y los días luminosos de la vida. Y, siempre en la línea del Evangelio, marca más profundamente, en aquellos que se dejan plasmar por su presencia y acción materna, una santidad completamente mariana, interior en la contemplación, generosa en el servicio.

María, sede de la sabiduría, nos conduce a Cristo, sabiduría viva, y forma discípulos y discípulas de la divina sabiduría. María, discípula del Señor, reúne y forma discípulos y discípulas de la divina Palabra, nueva savia vital que nos hace, con y como la eucaristía, miembros consanguíneos del mismo cuerpo de Cristo.

 

ORATIO

Oh, Virgen santísima, Madre del Creador y Salvador del mundo, abogada de los pecadores. Es justo que, después de haber dado gracias a Jesucristo, Hijo tuyo y Redentor mío, por haberse entregado con amor por mí, pecador, y por haberme entregado su santísimo cuerpo, también te dé gracias a ti, Reina celestial, porque de ti tomó la humanidad este Verbo divino, tu Hijo y mi Dios y Creador. Con humildad suplico tu clemencia, porque eres Reina del cielo y Madre de l a misericordia y de este misericordioso Señor, y -puesto que de la plenitud de tu gracia reciben de ti redención los prisioneros, consuelo los afligidos, perdón de sus pecados los pecadores; obtienen gracia y gloria los justos, salud los enfermos y grande gloria los ángeles- te suplico que me comuniques tu benevolencia, oh Señora y Madre de la misma gracia y misericordia. Tú, oh Señora, eres la escala del cielo, la estrella del mar, la puerta del paraíso, la esposa del Padre eterno, la madre del Hijo y el tabernáculo del Espíritu Santo, sellada por el Padre con su poder, por el Hijo con su sabiduría y por el Espíritu Santo con su bondad (Jaime Montañés, carmelita español del siglo XVII, citado en E. Boaga, Con Maria nelle vie di Dio. Antología della mañanita carmelitana, Roma 2000, p. 100).

 

CONTEMPLATIO

Tras Jesucristo, y sin duda a la distancia que media entre lo infinito y lo finito, hubo también una criatura que fue una magna alabanza de gloria a la Santísima Trinidad, que respondió plenamente a la elección divina de la que habla el apóstol. Ésta fue siempre «pura, inmaculada, irreprensible» a los ojos del Padre tres veces santo. Su alma es tan sencilla y los movimientos de su espíritu tan profundos que no podían ser advertidos.

Parece reproducir en la tierra la vida propia del ser divino, del Ser simple. Al mismo tiempo, es tan transparente y luminosa que podría ser comparada con la luz.

Con todo, no es más que el «Espejo» del Sol de justicia, Speculum iustitiae. «La Virgen conservaba estas cosas en su corazón». Toda su vida puede resumirse en estas pocas palabras.

Vivía en su corazón. A tal profundidad, que la mirada humana no puede seguirla. Cuando leo en el evangelio que María «recorrió a toda prisa las montañas de Judea» para ir a cumplir su ministerio de caridad junto a su prima Isabel, la veo pasar enormemente bella, con gran calma y majestuosa, recogida por completo en sí misma con el Verbo de Dios.

Su oración, como la de él, también fue siempre ésta: «Ecce - Aquí estoy». ¿Quién? «La esclava del Señor, la última de las criaturas», ella misma, su Madre. Se mostró tan verdadera en su humildad porque se olvidó siempre de sí misma y fue siempre libre de sí misma, y por eso podía cantar: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí. En adelante, las naciones me proclamarán bienaventurada » (Isabel de la Trinidad, «Ultimo ritiro», 15, en id., Scritti, Roma 1988, p. 659 [existe edición española de sus Obras completas en Editorial de Espiritualidad, Madrid 1986]).

 

ACTIO

Que la Virgen María esté presente en nuestro pensamiento y en nuestro corazón: «Salve, Madre, llena de la santa alegría».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Las distintas generaciones del Carmelo, desde los orígenes hasta hoy, han intentado plasmar su propia vida siguiendo el ejemplo de María: por eso, en el Carmelo, y en toda alma movida por el tierno afecto a la Virgen y Madre santísima, florece la contemplación de ella, que ya vive en sí lo que todo fiel desea y espera realizar en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Por eso, los carmelitas y las carmelitas han elegido justamente a María como propia patrono y madre espiritual. Ella es la Virgen purísima que guía a todos al perfecto conocimiento e imitación de Cristo. Florece así una intimidad de relaciones espirituales que incrementan cada vez más la comunión con Cristo y con María [...]. Ella no es sólo modelo para imitar, sino también una dulce presencia de Madre y Hermana en quien confiar [...].

Este rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, a través de la difusión del escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia [...]. Éste se convierte en signo de «alianza» y de comunión recíproca entre María y los fieles: traduce, en erecto, de una manera concreta la entrega de su Madre que Jesús, en la cruz, hizo a Juan, y en él a todos nosotros, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a ella, constituida en nuestra Madre espiritual.

De esta espiritualidad mariana, que plasma interiormente a las personas y las configura con Cristo, primogénito entre muchos hermanos, constituyen un espléndido ejemplo los testimonios de santidad y de sabiduría de tantos santos y santas del Carmelo, todos ellos criados a la sombra y bajo la tutela de la Madre (Juan Pablo II, Carta a los padres generales de la familia del Carmelo, 25 de marzo de 2001, con ocasión del 750° aniversario de la entrega del escapulario).

 

Día 17

Sábado de la 15ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 12,37-42

En aquellos días,

37 los israelitas partieron de Rameses hacia Sucot; eran unos seiscientos mil los que iban a pie, sin contar a los niños.

38 Partió también con ellos una gran muchedumbre de gentes con ovejas y vacas en gran cantidad.

39 Cocieron panes ácimos con la masa sacada de Egipto, pues no había fermentado, porque les metieron tanta prisa para salir que no habían podido preparar provisiones para el viaje.

40 La estancia de los israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años.

41 El mismo día que se cumplían los cuatrocientos treinta años, todos los ejércitos del Señor salieron de Egipto.

42 Aquella noche, el Señor veló para sacarlos de Egipto. Y esa misma noche será noche de vela en honor del Señor para los israelitas durante todas sus generaciones.

 

**• La primera lectura de hoy nos describe, de manera breve, la salida de Israel de Egipto con su primer itinerario (de la ciudad de Rameses hacia Sucot) y con la indicación del número de los israelitas: «seiscientos mil los que iban a pie», o sea, sin contar a los niños. Primero parece, evidentemente, exagerado; a buen según, fueron muchos menos, apenas algunos miles, los que escaparon de la esclavitud del faraón, pero al estilo oriental le gusta recurrir a la hipérbole y a la abundancia para recalcar la importancia del hecho y de las personas.

Se alude después al pan ácimo, dando la explicación de que no fermentara: a causa de la prisa de la salida, fue imposible introducir la levadura en la pasta. Se hace, a continuación, la cuenta de los años transcurridos en Egipto: «cuatrocientos treinta». Parece que podemos dar crédito a este número, en nada simbólico, y esto nos permite adivinar la cronología de esta estancia y de la salida de los judíos de Egipto. Se calcula así que los israelitas habrían salido de Egipto bajo el reinado del faraón Mernefta, en la segunda mitad del siglo XIII a. de C, y, en consecuencia, habrían llegado a Canaán en torno al año 1200 a. de C, esto es, como dicen los estudiosos, en la transición de la edad del Bronce a la del Hierro.

De todos modos, lo que quiere indicarnos el autor, en primer lugar, es que el acontecimiento del éxodo fue, sobre todo, una acción de Dios: «Aquella noche, el Señor veló para sacarlos de Egipto» (v. 42). Se recalca la obra de Dios, como en todas las descripciones anteriores, y por eso se afirma a renglón seguido: «Esa misma noche será noche de vela en honor del Señor para los israelitas durante todas sus generaciones», como acto de agradecimiento y de alabanza por todo cuanto YHWH había hecho en favor de su pueblo.

 

Evangelio: Mateo 12,14-21

En aquel tiempo,

14 los fariseos, al salir, se pusieron a planear el modo de acabar con él.

15 Jesús lo supo y se alejó de allí. Lo siguieron muchos y los curó a todos,

16 advirtiéndoles que no dijeran que había sido él.

17 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías:

18 Éste es mi siervo, a quien elegí; mi amado, en quien me complazco; derramaré mi espíritu sobre él y anunciará el derecho a las naciones.

19 No disputará, ni gritará; no se oirá en las plazas su voz.

20 No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que apenas arde, hasta que haga triunfar la justicia.

21 En él pondrán las naciones su esperanza.

 

**• El evangelio nos muestra hoy la constante y siempre creciente animosidad de los enemigos de Jesús -concretamente los fariseos-. A pesar de sus continuos milagros y de su elevadísima doctrina, no solamente no escuchan su Palabra y cierran los ojos ante los prodigios realizados, sino que hasta determinan su misma muerte. Se reúnen en consejo para quitarle de en medio (v. 14).

Jesús, percatado del peligro, se va a otra parte. También él toma sus medidas de precaución, recomendando a sus seguidores que no divulguen su actividad. Todavía no ha llegado su hora. En esto se muestra siempre obediente a la voluntad del Padre, que ha fijado por él los tiempos de su actividad y de su muerte.

Mateo cita un hermoso parágrafo de uno de los «cantos del Siervo de YHWH» (IS 42) sobre la humildad y la paciencia del Siervo, encarnado por Jesús de una manera magnífica. De este Siervo se dice que fue elegido previamente por Dios, que es su predilecto, aquel en quien encuentra sus complacencias. Dios ha puesto su Espíritu sobre él. Esta descripción alude a la excelencia de su persona y a la riqueza de su vida, colmada de virtudes y de carismas. A continuación, muestra su actitud habitual frente a las duras realidades humanas: no tiene una reacción violenta, no discute ni levanta la voz. Más aún, salva todo lo que todavía pueda tener una remota esperanza de salvación o de recuperación (Mt 12,20).

También se anuncia en este oráculo la humildad, que será uno de los rasgos distintivos de Jesús, su nota más característica; más aún, será el aspecto en el que el mismo Jesús pedirá que le imitemos (Mt 11,29).

 

MEDITATIO

¡Qué repletas de doctrina y de profundidad están las páginas de la Escritura! Su plenitud y su riqueza constituyen, sobre todo, una síntesis de todo cuanto se ha escrito en los libros sagrados, síntesis de profecía y de cumplimiento, de pasado y de futuro, de historia y de vida, de fe y de Espíritu Santo. Esta síntesis, perfectamente realizada, es Cristo Jesús, Aquel que encarna y resume, en su vida y en su mensaje, todo el ideal de la Palabra de Dios y todas las realidades de la historia de los hombres, con sus esperanzas más profundas.

Cristo es el anunciado en las profecías, en las promesas y en las figuras del Antiguo Testamento, y da cumplimiento a todo este mensaje con su venida y su misión: «Todas las promesas de Dios se han cumplido en él» (2 Cor 1,20). E insiste en apóstol en la carta a los Romanos: «La ley tiene su cumplimiento en Cristo» (Rom 10,4).

Jesús es, además, «nuestra esperanza» (1 Tim 1,1), esperanza de la vida eterna que hará al hombre perfecto, completo en su realidad humana y divina, como hijo de Adán e hijo de Dios, en la plenitud de la gloria. Jesús es también el ejemplo, el modelo, «el camino, la verdad y la vida» del hombre mientras camina sobre la tierra. Quien cree en él «debe comportarse como él se comportó» (1 Jn 2,6), mostrando al mundo, con su vida, que él vive y reproduce «la imagen del Hijo de Dios, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29).

Cristo es la síntesis, el punto culminante, la obra maestra de Dios, aparecido en la historia para entregarnos una Palabra de vida y abrirnos horizontes nuevos, ilimitados, hacia los que podamos caminar, revistiendo de una nueva existencia, nuevos recursos y nuevas fuerzas al ser humano, convertido, gracias a él, en hijo de Dios.

 

ORATIO

Hoy de nuevo, Señor Jesús, te presentas a nosotros con este hábito de humildad y sencillez, para enseñarnos que nunca debemos cansarnos de superar cualquier obstáculo para imitarte. No nos has dicho que te imitáramos en tu poder, en tu autoridad, en tus milagros; tampoco nos has dicho que te imitáramos en tu oración, en tu entrega total, en tu celo por la salvación del mundo...

Nos has pedido que te imitáramos en lo que es más fácil, más interior, más compatible con nuestras escasas fuerzas y con nuestra experiencia: la sencillez y la humildad de corazón.

Gracias, Señor, por esta propuesta tuya, que nosotros, con nuestras inexcusables pretensiones, nos obstinamos en querer ver como difícil, como casi imposible. Haznos sencillos y humildes de corazón, Jesús. Haz que lleguemos al agua de tu corazón con la sencillez de vida, con el sentir humilde de nuestro corazón.

 

CONTEMPLATIO

Egipto ha sido golpeado con las plagas; el faraón se ha visto obligado a dejar libre al pueblo de Dios. Los egipcios se apresuran ahora para expulsar a aquellos a quienes antes querían retener. Salieron, pues, de Rameses, que a mi modo de ver debe traducirse por trueno de alegría. Fue junto a esta ciudad, situada en los confines de Egipto, donde se reunió el pueblo que tenía en el ánimo salir hacia el desierto. Se alejaba de los vicios a los que se había dado y de la carcoma de los pecados que lo corroían: así transformaba en dulzura cualquier motivo de amargura y podía oír la voz de Dios que estaba a punto de estallar como un trueno desde la cima del monte Sinaí.

Así pues, si hemos sido sacudidos por los toques de trompa del Evangelio, si hemos sido despertados por el trueno de la alegría, salgamos también nosotros el primer mes, cuando «el invierno ya ha pasado y se ha alejado», apenas comenzada la primavera, cuando la tierra germina, cuando empieza una vida nueva para todo. Cuando salimos de Egipto, se derrumban los ídolos de nuestros errores. Pues bien, armémonos de valor, revistámonos de la fuerza de la perfección; así, en medio de las tinieblas del error y de la confusión de la noche, podrá aparecérsenos la luz de la ciencia de Cristo. No les fue posible llegar a las aguas del mar Rojo y ver morir en ellas al faraón con su ejército sino después de haber tenido en los labios palabras nobles, es decir, después de haber confesado los prodigios del Señor, lo que sucedió cuando tuvieron fe en Dios y en su siervo Moisés. Y vencieron. Y en el canto de María resonaron los cantos de los triunfadores. Aprendamos así a guardarnos continuamente de las insidias y a invocar la misericordia de Dios: entonces no sólo escapar podremos de la persecución del faraón, sino volverlo inocuo para nosotros con nuestro bautismo espiritual. Pero estemos alerta: a veces podemos encontrarnos con el mar delante incluso después de haber conocido y practicado el Evangelio, incluso en plena victoria; en suma, los peligros pasados podemos volver a encontrarlos todavía delante de nosotros (Jerónimo, Le lettere, Roma 1962, II, pp. 325-329, passim [edición española: Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1962, 2 vols.]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alabad al Señor porque es bueno: en nuestra humillación se acordó de nosotros» (Sal 135,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hay un momento en la vida de Israel que ha pasado a su conciencia histórica como el momento del que mana su identidad como pueblo entre los pueblos y la identidad específica que le ha convertido en «el pueblo de YHWH». Ese momento fue su salida de Egipto. Todo el acontecer del éxodo está narrado en el texto del libro del Éxodo como un gran juicio histórico de YHWH.

Las fuerzas que intervienen están bien claras. Por una parte, el faraón y todo el poder egipcio; por otra, YHWH y la multitud sin nombre de los esclavos oprimidos. YHWH tomará la defensa de estos últimos contra el enorme poder del rey de Egipto, reconocerá su justa causa y los dejará «sueltos»; los liberará de la injusticia del poderoso y la fuerza de la justicia se abatirá contra la arrogancia del opresor.

Todo el acontecer del éxodo es considerado aquí como un camino, un camino que sube y conduce hacia metas nuevas y diferentes, un camino que hace crecer y convierte en personas adultas. Y es que en el camino encontrarán dificultades siempre mayores (el desierto del Sinaí, con sus carencias: agua y alimento, y sus presencias: los pueblos hostiles) y tendrán que superarlas. El éxodo como camino de crecimiento a través de las dificultades es uno de los esquemas más repetidos y más sugestivos de la espiritualidad bíblica (A. Fanuli, La spiritualitá aell'Antico Testamento, Roma 1988, pp. 57 y 67ss, passim).

 

Día 18

16° domingo del tiempo ordinario

  

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 23,1-6

1 ¡Ay de los pastores que extravían y dispersan el rebaño de mi pasto! Oráculo del Señor.

2 Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel, contra los pastores que pastorean a mi pueblo: Vosotros habéis dispersado mi rebaño, lo habéis ahuyentado sin ocuparos de él. Pero yo me voy a ocupar ahora de vosotros, oráculo del Señor, y castigaré vuestras malas acciones.

3 Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países por donde las dispersé y las traeré a sus praderas, donde crecerán y se multiplicarán.

4 Pondré sobre ellas pastores que las apacentarán; no temerán ni se amedrentarán, ni volverá a faltar ninguna. Oráculo del Señor.

5 He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo suscitaré a David un descendiente legítimo, que reinará con sabiduría, que practicará el derecho y la justicia en esta tierra.

6 En sus días se salvará Judá, e Israel vivirá en paz. Y le llamarán así: «El Señor, nuestra salvación».

 

**• El presente oráculo forma parte de una colección de denuncias y amenazas dirigidas a los últimos reyes de Juda (cf. Jr 21ss) y a los falsos profetas (cf. Jr 23,9-40).

Tanto el rey como sus ministros, a quienes incumbía el deber de guiar al pueblo y ayudarle a vivir en fidelidad a la alianza, se han desinteresado de las personas a ellos confiadas, las han hecho alejarse, desorientándolas, y, en consecuencia, les han causado la muerte.

Esas acciones malvadas no quedarán sin castigo, declara Jeremías (vv. 1). De ahí que el profeta anuncie un cambio radical de situación: YHWH mismo asumirá la guía del pueblo. Lo reunirá y le dará seguridad y tranquilidad, que son las condiciones para su desarrollo (v. 3); pondrá a su cabeza a quien lo cuide y lo protegerá de las insidias (v. 4).

El oráculo se abre, por consiguiente, a perspectivas mesiánicas, con la presentación del personaje indicado como «descendiente de David», un soberano cuya suprema sabiduría y justicia constituyen los atributos principales del descendiente davídico vaticinado (cf. Is 9,5ss) y esperado como verdadero rey del pueblo reunido (cf. Ez 37,15-28).

La salvación que se llevará a cabo por su mediación está compendiada en el nombre con el que será aclamado: «El Señor, nuestra salvación» (vv. 5ss). Por tanto, pondrá en práctica la salvación de Dios o bien obrará de manera conforme a su voluntad.

 

Segunda lectura: Efesios 2,13-18

Hermanos:

13 Ahora, en cambio, por Cristo Jesús y gracias a su muerte, los que antes estabais lejos os habéis acercado.

14 Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba.

15 Él ha anulado en su propia carne la ley, con sus preceptos y sus normas. Él ha creado en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad, restableciendo la paz.

16 Él ha reconciliado a los dos pueblos con Dios, uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad.

17 Su venida ha traído la buena noticia de la paz: paz para vosotros, los que estabais lejos, y paz también para los que estaban cerca,

18 porque gracias a él unos y otros, unidos en un solo Espíritu, tenemos acceso al Padre.

 

**• El apóstol Pablo, tras haber hablado del designio salvífico establecido por el Padre en Cristo (cf. Ef 1,3-14), invita a los destinatarios de la carta -cristianos procedentes del paganismo- a que tomen conciencia de que también ellos están llamados a participar en él, y eso por puro don de Dios (cf. 2,4-5.8). Por tanto, les exhorta a recordar su situación inicial (2,1 lss) y, siendo conscientes de lo que les ha acaecido (2,13-18: el fragmento de hoy), a que caigan en la cuenta de su nueva condición (2,19-22).

El fragmento litúrgico de hoy presenta precisamente la consecuencia del acontecimiento salvífico para los creyentes: la muerte de Jesús les ha permitido acercarse a Dios (v. 13), de quien estaban alejados, dado que por ser paganos no le conocían (cf. v. 12). Éste es el acontecimiento fundamental, gracias al cual judíos y paganos, separados de hecho por la mentalidad y por el culto, excluyéndose recíprocamente y desconfiando los unos de los otros, se han convertido en un solo pueblo por ser miembros del único cuerpo de Cristo, prototipo de la humanidad nueva (v. 14). Jesús, con su encarnación-muerte-glorificación, ha reconciliado a todos con el Padre, ha eliminado la pesada casuística de la ley judía que señalaba la línea de aislamiento de los judíos con respecto a todos los demás pueblos, ha proclamado a todos la paz, la plenitud de todo bien que es él mismo, y lo puede gozar todo el que acoja su don (vv. 15-17).

Judíos y paganos, no ya divididos, sino formando parte del mismo pueblo de Dios que es la Iglesia, han accedido al Padre y están animados por el único y misino Espíritu (v. 18).

 

Evangelio: Marcos 6,30-34

En aquel tiempo,

30 los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

31 Él les dijo: -Venid vosotros solos a un lugar solitario, para descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían que no tenían ni tiempo para comer.

32 Se fueron en la barca, ellos solos, a un lugar despoblado.

33 Pero los vieron marchar y muchos los reconocieron y corrieron allá, a pie, de todos los pueblos, llegando incluso antes que ellos.

34 Al desembarcar, vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

 

**• De vuelta de la misión, los discípulos se reúnen en torno a Jesús y le informan sobre la actividad que han desarrollado. A ejemplo suyo han realizado obras (curaciones, exorcismos) y han enseñado (v. 30). La invitación que les dirige Jesús a retirarse a un lugar solitario,  alejado de la muchedumbre, calca las retiradas nocturnas del Maestro después de sus intensas jornadas (cf. Me 1,35), pero introduce asimismo el contexto del episodio que viene a continuación: la multiplicación de los panes (6,35-44). La muchedumbre llega incluso antes que la barca de los discípulos a la orilla a donde se dirigía y se presenta a la mirada de Jesús como un rebaño perdido por carecer de pastor (v. 34a).

Esta imagen, que ya es clásica en la Biblia para designar al pueblo de Dios, sugiere que él, Jesús, es el verdadero pastor: él es quien asume directamente la guía del rebaño descuidado por los que estaban encargados de apacentarlo. Su conmoción es la misma de YHWH, bueno y piadoso (Ex 34,6), cuyas vísceras se estremecen de ternura por Israel. Jesús es guía del pueblo antes que nada por la Palabra que introduce en la comprensión del misterio del Reino: «Se puso a enseñarles muchas cosas» (v. 34b).

 

MEDITATIO

En nuestro tiempo rechazamos, como si de una esclavitud se tratara, la adhesión a la Verdad revelada, pero estamos dispuestos a hacernos servidores del «mito» de turno. Sentimos como algo opresivo la obediencia a la autoridad, pero nos hacemos servilmente súbditos del líder de moda. Invocamos la libertad individual y a continuación, paradójicamente, no conseguimos vivir sin formar parte de un rebaño. ¿Qué es lo que persiguen estos líderes en realidad? ¿A favor de quién juega su situación de preeminencia?

Es preciso que nos lo preguntemos para no acabar dispersados, desbandados, explotados, instrumentalizados, sometidos al deseo personal de poder de alguien.

Hoy como ayer, el verdadero ejercicio del poder es servicio, y quien lo posee es guía auténtico para los otros, en la medida en que está dispuesto a dar la vida por ellos, a «padecer-con» ellos.

 

ORATIO

Hoy te pido, Señor, por los poderosos de este mundo, por los hombres de gobierno, por todos los que con títulos distintos tienen la responsabilidad de guiar a otras personas. Ayúdales a vivir su tarea como servicio a los demás: que no les engañen con discursos demagógicos, que no les decepcionen con promesas imposibles de cumplir, que no les exploten haciéndoles creer que obran por el bien de todos.

Concédeles tu Espíritu para que aprendan de ti el respeto, la atención, la participación en las verdaderas necesidades de la gente.

Ayuda también a los que no están comprometidos a plena jornada en una tarea directa, política o social, a no quedarse tranquilos, a no asumir actitudes de delegación pasiva, sino a brindar su propia contribución competente y solidaria.

 

CONTEMPLATIO

Yo soy el buen Pastor. Es evidente que el oficio de pastor compete a Cristo, pues, de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles espiritualmente y también con su cuerpo y su sangre. Andabais descarriados como ovejas -dice el apóstol-, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas. Pero ya que Cristo, por una parte, afirma que el pastor entra por la puerta, ya que en otro lugar dice que él es la puerta y aquí añade que él es el pastor, debe concluirse de todo ello que Cristo entra por sí mismo. Y es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí mismo y por sí mismo conoce al Padre.

Nosotros, en cambio, entramos por él, pues es por él que alcanzamos la felicidad. Pero fíjate bien: nadie que no sea él es puerta, porque nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación: No era él - e s decir, Juan Bautista- la luz, sino testigo de la luz. De Cristo, en cambio, se dice: Era la luz  verdadera, que alumbra a todo hombre. Por ello, de nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros: por ello, Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores todos los buenos obispos. Os daré -dice la Escritura- pastores a mi gusto. Pero aunque los prelados de la Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo, el Señor dice en singular: Yo soy el buen Pastor. Con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor.

El deber del buen pastor es la caridad; por eso dice: El buen pastor da la vida por las ovejas. Conviene, pues, distinguir entre el buen pastor y el mal pastor: el buen pastor es aquel que busca el bien de sus ovejas; en cambio, el mal pastor es el que persigue su propio bien. A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño, pero, en cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más precio que la vida corporal del pastor. Es esto precisamente lo que afirma el Señor: El buen pastor da la vida - la vida del cuerpo- por las ovejas, es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad y de su amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.

De este proceder Cristo nos dio ejemplo: Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos (Tomás de Aquino, Comentario sobre el evangelio de san Juan, 10).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú eres, Señor, el guía de tu pueblo» (cf. Jr 23,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Queridos pastores:

El Señor os pedirá un día cuentas de si el espíritu que ha animado vuestro compromiso político ha sido el del servicio o el del selfservice. Comprended lo que significa todo esto. «Haz camino a los pobres sin hacerte camino», escribía don Milani a su amigo Fabbrini. Pero cuántas veces dais la impresión de que, si no precisamente vuestro cálculo personal, sí al menos el de una parte prevalece sobre el de la comunidad. De otro modo, no se explicarían tantas luchas hasta la última gota de sangre. Cuando esas luchas tienen en su origen la carcoma del beneficio y el virus del interés, merecen un solo nombre: sacrilegio. Y es entonces cuando debería resonaros como una condena el lamento del Señor: «Sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor» (Mc 6,34)

    Queridos amigos, creo que las cosas cambiarían mucho en nuestras ciudades si cada uno se aplicara a sí mismo las palabras que Jesús atribuía a su persona: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Este, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa. El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas» (Jn 10, 11-13). ¡Ánimo!

Escuchad lo que decía el alcalde La Pira a los concejales de Florencia el 24 de septiembre de 1954: «Tenéis respecto a mí un solo derecho: el de negarme la confianza. Pero no tenéis derecho a decirme: Señor alcalde, no se interese por las criaturas que no tienen trabajo (despedidos o desocupados), ni casa (desahuciados), ni asistencia (viejos, enfermos, niños)... Ése es mi deber fundamental. Si hay alguien que sufre, tengo yo un deber concreto: intervenir como sea, con toda la sagacidad que sugiere el amor y suministra la ley, a fin de que ese sufrimiento sea disminuido o aliviado. No existe otra norma de conducta para un alcalde en general y para un alcalde cristiano en particular (A. Bello, Vegliare nella notte, Milán 1995).

 

 

Día 19

Lunes de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 14,5-18

En aquellos días,

5 cuando le dijeron al rey de Egipto que el pueblo había huido, tanto el faraón como sus cortesanos cambiaron de opinión y se decían: -¿Qué es lo que hemos hecho? Hemos dejado salir a Israel y nos hemos privado de sus servicios.

6 Entonces, el faraón hizo preparar su carro y reunió su ejército;

7 puso en marcha a todos los carros de guerra egipcios y a los seiscientos carros escogidos, todos con sus respectivos combatientes.

8 El Señor hizo que el faraón, rey de Egipto, se obstinara y persiguiera a los israelitas, que habían partido con la cabeza bien alta.

9 Los egipcios, los caballos y los carros del faraón, sus caballeros y su ejército, los persiguieron y les dieron alcance en el lugar donde estaban acampados, a orillas del mar, junto a Piajirot, frente a Baalsefón.

10 Cuando el faraón estaba cerca, los israelitas alzaron la vista y, al ver que los egipcios los perseguían, clamaron llenos de terror al Señor

11 y dijeron a Moisés: -¿No había cementerios en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Nos has sacado de Egipto para hacernos esto?

12 ¿No te decíamos que nos dejaras tranquilos sirviendo a los egipcios; que era mejor servirles a ellos que morir en el desierto?

13 Moisés respondió al pueblo:

-No temáis, manteneos firmes y veréis la victoria que os va a dar hoy el Señor; a estos egipcios que veis ahora, no los volveréis a ver nunca jamás. 14 El Señor combatirá por vosotros sin que vosotros tengáis que hacer nada.

15 El Señor dijo a Moisés: -¿A qué vienen esos gritos? Ordena a los israelitas que emprendan la marcha.

16 Tú levanta tu cayado, extiende la mano sobre el mar y se partirá en dos para que los israelitas pasen por medio de él, como si fuera tierra seca.

17 Yo voy a aumentar la obstinación de los egipcios, para que entren en el mar detrás de vosotros, y entonces me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de su caballería.

18 Y sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me cubra de gloria a costa del faraón, de sus carros y de su caballería.

 

*»• La primera lectura nos ofrece hoy otra descripción de la salida de Egipto con unos elementos psicológicos magistralmente orquestados. Por una parte, el pesar del faraón por haber dejado partir a los israelitas (pensando sobre todo en las ventajas económicas de su trabajo). A continuación, la rápida decisión del rey de perseguir a los fugitivos con un gran ejército.

El texto acentúa el hecho de que «el Señor hizo que el faraón, rey de Egipto, se obstinara» (v. 8). Ésta era la manera de pensar de la antigua teología israelita: todo lo que acontecía en el mundo y en la vida se pensaba que estaba dispuesto por la voluntad de Dios; por consiguiente, también este propósito del rey de Egipto, aparentemente en contra de Israel, formaba parte del designio de salvación, y su objetivo era hacer resaltar el poder y la grandeza de las obras divinas en favor de su pueblo.

Viene, a continuación, el terror del pueblo: a los israelitas les espanta la idea de ser perseguidos por el ejército del faraón. Se propaga entonces el miedo a caer en sus manos, y empiezan las murmuraciones contra Moisés. El tiempo pasado aparece ahora idealizado: ya no piensan en la dura esclavitud, sino sólo en los escasos beneficios en aquella vida absolutamente insoportable. Y crece el deseo de volver atrás, de servir a los egipcios, de volver a ser de nuevo esclavos.

Moisés intenta serenar al pueblo recordándole todo lo que Dios había hecho por cada uno de sus miembros y exhortándole a la confianza: «No temáis, manteneos firmes y veréis la victoria que os va a dar hoy el Señor» (v. 13).

Finalmente, es Dios mismo quien entra en acción y ordena a Moisés que extienda el bastón sobre las aguas del mar: éste será el comienzo del gran prodigio del paso del mar Rojo. Lo primero que ordena es «que emprendan la marcha» (v. 15), es decir, la continuación de la obra ya empezada, basándose en la confianza en Dios, porque ahora, y de una manera extraordinaria, se va a revelar el Dios de su salvación.

 

Evangelio: Mateo 12,46-50

En aquel tiempo,

38 algunos maestros de la Ley y fariseos le dijeron: -Maestro, queremos ver un signo hecho por ti.

39 Jesús respondió: -Esta generación perversa e infiel reclama un signo, pero no tendrá otro signo que el del profeta Jonás.

40 Pues así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra.

41 Los ninivitas se levantarán en el día del juicio junto con esta generación y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia ante la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más importante que Jonás.

42 La reina del sur se levantará en el juicio junto con esta generación y la condenará, porque ella vino del extremo de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más importante que Salomón.

 

*• El evangelio de hoy nos presenta una página impresionante sobre la respuesta y la reacción de Jesús frente a la petición de ver un milagro que le hacen los maestros de la Ley y los fariseos. Jesús hacía continuamente milagros de todo tipo -era ésta su característica más notable junto a la de disponer de una palabra y una doctrina sorprendente y única-; ahora bien, sus enemigos ni escuchaban su doctrina ni querían considerar sus milagros. Su mente y su corazón estaban cerrados por la incredulidad, manchados por la sospecha, viciados por la malicia. De ahí que la respuesta de Jesús sea clara, cortante: empieza con un ataque frontal y compara a sus adversarios con una «generación perversa e infiel», como decían los antiguos profetas de Israel. Prosigue, después, su invectiva, mezclando su persona y sus privilegios con comparaciones que humillan a aquella generación insensible. Los ninivitas fueron a escuchar a Jonás y por eso condenarán a esta generación incrédula, que no ha sido capaz de escuchar al Enviado de Dios (w. 40ss).

Jesús, a buen seguro, les va a dar un signo, pero no será «otro signo que el del profeta Jonás», que volvió a la vida después de haber estado encerrado tres días en el vientre del pez. «La reina del sur» (es decir, la reina de Saba) se molestó en ir al encuentro de Salomón y escuchar su sabiduría, y juzgará a los oyentes presentes porque no han sido capaces de escuchar la voz del Señor.

Tanto los habitantes de Nínive como la reina de Saba demostraron tener apertura de corazón y no sofocaron el comienzo de la fe. Sin embargo, los oyentes de Jesús han cerrado los oídos y el corazón a su predicación, una predicación realizada en su propia casa. Jesús se autoproclama aquí como superior a Jonás (es decir, a la profecía) y superior a Salomón (es decir, a la sabiduría), para hacer resaltar la gravedad de la actitud de sus conciudadanos, que le rechazan.

Mateo, entrelazando la doctrina bíblica y la cristológica, afirma que el Mesías, maestro de novedad y autor de salvación, al mostrarse superior a los más grandes ideales o valores de los hombres de su tiempo, posee una autoridad única, que le ha sido conferida por Dios.

 

MEDITATIO

En las dos lecturas de hoy encontramos una actitud semejante por parte de la gente: los hombres no se fían de Dios. Tanto en el caso de los israelitas en Egipto como en el caso de los maestros de la Ley y los fariseos existe un olvido voluntario, una cerrazón del corazón ante cuanto Dios y Jesús han hecho de extraordinario por el pueblo. Es el tema de la ceguera, de la cerrazón voluntaria del corazón frente a la actuación de Dios. Se trata de una actitud de soberbia, de autosuficiencia, de rechazo de la acción de Dios cuando ésta no se adecúa a las normas establecidas por la mente humana. El hombre intenta encerrar a Dios, quitarle su libertad, y no acepta sino aquello que el mismo hombre quiere ver y sentir.

Es una actitud de soberbia y de dureza de corazón que ha constituido siempre la llaga constante de Israel y la cruz llevada por todos los profetas, empezando por Moisés. Cristo es el último de estos enviados, y su Palabra sobrepasa inmensamente a la de todos los profetas anteriores. Pero esta voz padece la amenaza de no ser escuchada, de ser entendida mal, malinterpretada. Éste será el drama de Jesús.

Nosotros nos encontramos en el círculo de los oyentes de Jesús. Frente a su Palabra, nuestra pregunta ha de ser: ¿somos como los hombres del antiguo Israel, como los escribas y los fariseos, o poseemos un corazón sencillo capaz de escuchar, como los anawim (los pobres de YHWH), personas de corazón sencillo y sincero? De nuestra respuesta a esta pregunta dependerá nuestra fe, nuestra confianza, nuestra misma salvación.

 

ORATIO

Oh Señor Jesús, sencillo y humilde de corazón. ¡Cuan lejos me siento de esta actitud tuya de sencillez, de humildad, de dulzura! Esta lejanía me hace percibir también el fruto de mi dureza de corazón, de mi poca confianza, de mi poca disponibilidad a tu voluntad, de mi egoísmo, que antepone siempre mi propia persona al bien de los otros y a tu misma gloría.

Concédeme un corazón nuevo, Señor Jesús, semejante al tuyo; un corazón abierto, dócil, sincero, humilde, que sepa escuchar tu Palabra, que sepa obedecer a tu voluntad. Concédeme tu Espíritu Santo, para que transforme mi vida, mi alma, mi corazón, mis principios.

Que te reflejen a ti y sólo a ti, tu corazón, tu alma, tus actitudes, y así me convierta yo en un verdadero discípulo, en un auténtico seguidor de tus huellas.

 

CONTEMPLATIO

El faraón acosaba de cerca y apretaba a los judíos con la numerosa escuadra de carros de los egipcios. Un enemigo envolvente a las espaldas y un mar arrollador por delante habían cerrado el camino al pueblo de Dios. Ninguna confianza en las armas, ninguna esperanza en la fuerza. Se elevaba sólo el apesadumbrado lamento: «Hubiera sido mejor soportar las duras cargas de la esclavitud en Egipto que morir de lenta y penosa consumición en el desierto». Pero ese lamento no traía consigo ni una brizna de seguridad; más aún, implicaba una ofensa infinita a Dios. Estaba, por tanto, Moisés lleno de tristeza, de preocupación, de ansiedad, tanto por los peligros como por los lamentos del pueblo, esperando el fiel cumplimiento de las promesas del Cielo. Y en silencio meditaba con qué recursos habría de intervenir el Señor por fin, olvidando la ofensa y recordando su amor.

A él le dice el Señor: «¿A qué vienen esos gritos?». No consigo percibir su sonido, pero reconozco su voz: capto su silencio, advierto el grito que se esconde en sus obras. El pueblo gritaba; sin embargo, no era oído. Moisés callaba; sin embargo, era oído. No fue al pueblo a quien se le dijo: «¿A qué vienen esos gritos?». De hecho, no gritaba a Dios aquel pueblo que gritaba injurias indignas de hombres. Fue en cambio a Moisés a quien se le dijo: «¿A qué vienen esos gritos?». Dicho con otras palabras: «El único que me grita a mí eres tú, que has vuelto a poner la esperanza en mí; el único que me grita a mí eres tú, que provocas mi fuerza; el único que me grita a mí eres tú, que no deseas otra cosa sino que mi nombre sea anunciado por toda la tierra» (Ambrosio de Milán, Comentario al salmo 118, XIX, 10).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Desde lo hondo a ti grito, Señor» (Sal 129,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La exigencia de Dios es tremenda: el hombre es salvado precisamente cuando queda reducido a nada, cuando ya no puede hacer nada por sí mismo para salvarse. ¿Qué puede hacer Israel para salvarse de la amenaza de los egipcios? Todo el ejército egipcio está a sus espaldas e Israel no tiene delante más que el mar: no hay escapatoria. Ahora bien, en el momento en que se hunde toda esperanza humana, precisamente en ese momento, debe afirmar su esperanza en Dios, y la esperanza de Israel en Dios vence, su confianza obtiene la salvación. La única condición para la salvación es la esperanza contra toda esperanza; es la fe que permanece firme en el mismo momento en que se hunde todo apoyo humano.

Eso es lo que pide Dios al alma que quiere ser salvada, que quiere ser redimida: la fe en lo imposible, como decía Charles e Foucauld. Pide una fe que exige no sólo el abandono, sino un abandono sereno, humilde y pleno. Israel no debe tener miedo, debe ser fuerte, conservar el silencio: el hombre no tiene que sentir miedo frente a la extrema amenaza. «Alma mía, recobra tu calma», dice el salmo. Reposar en los brazos de Dios como un niño en los brazos de su madre. Caen, se hunden para ti todos los apoyos: precisamente entonces viene la salvación divina, no temas. La salvación divina sigue siendo siempre un milagro, y la realización de este milagro no tiene más que una condición: la fe. No tienes que hacer nada. Debes abandonarte, debes precipitarte en Dios como en el vacío: el Señor no te pide nada más (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodg, Brescia 1967, p. 119 [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1 968]).

 

Día 20

Martes de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 14,21-31

En aquellos días,

21 Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor, por medio de un recio viento del este, empujó al mar, dejándolo seco y partiendo en dos las aguas.

22 Los israelitas entraron en medio del mar como en tierra seca, mientras las aguas formaban una especie de muralla a ambos lados.

23 Los egipcios se lanzaron en su persecución; toda la caballería del faraón, sus carros y caballeros, entraron tras ellos en medio del mar.

24 Pero antes de la madrugada miró el Señor desde la columna de fuego y de nube a las huestes egipcias y las desbarató.

25 Atascó las ruedas de los carros, que apenas podían avanzar. Entonces los egipcios se dijeron: -Huyamos ante Israel, porque el Señor combate por ellos contra los egipcios.

26 Pero el Señor dijo a Moisés: -Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se precipiten sobre los egipcios, sobre sus carros y su caballería.

27 Moisés extendió su mano sobre el mar, y al amanecer volvió el mar a su estado normal. Los egipcios toparon con él en su huida, y así los arrojó el Señor en medio del mar.

28 Las aguas, al juntarse, anegaron carros y caballeros y a todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar en persecución de los israelitas. No escapó ni uno solo.

29 Sin embargo, los israelitas caminaban en medio del mar como por tierra seca, mientras las aguas formaban para ellos una muralla a ambos lados.

30 Así salvó el Señor aquel día a Israel del poder de los egipcios, e Israel pudo ver a los egipcios muertos en la orilla del mar.

31 Israel vio el prodigioso golpe que el Señor había asestado a los egipcios, temió al Señor y puso su confianza en él y en Moisés, su siervo.

 

**- El acontecimiento de la travesía del mar Rojo, magníficamente descrito por el autor con acentos poéticos y gloriosos, marca uno de los momentos culminantes de la historia y de la teología de Israel. Forzosamente debía ser así, tratándose de una experiencia que nunca se ha borrado de la memoria del pueblo judío.

Los israelitas se veían perdidos, acosados por el faraón y su ejército. Frente a ellos tenían el mar; no había, por consiguiente, escapatoria. Y precisamente en esa situación desesperada desde el punto de vista humano es donde se hace sentir la mano omnipotente de Dios, su fuerza, su intervención oportuna y grandiosa: los vencedores son vencidos; los condenados a muerte quedan libres; el terror se convierte en maravilla y exultación.

Es cierto que este hecho, histórico y concreto, ha sido adornado después con elementos de epopeya, cual acontecimiento prodigioso, con una acción divina también llamativa. La teología, la poesía, la sabiduría y los mismos historiadores de Israel han descrito el paso del mar con acentos entusiastas para hacer resaltar la acción de Dios y para fijar de una manera indeleble en la mente del pueblo el hecho de su salvación.

El acontecimiento, aunque ciertamente tuvo lugar, sucedió sin duda de una manera mucho más sencilla, y se vio ayudado por elementos naturales (los lagos amargos, poco profundos; la fuerza del viento, que pudo desplazar, como sigue sucediendo todavía hoy, parte de las aguas de los lagos). Sin embargo, los judíos supieron ver en aquellas circunstancias una intervención providencial de Dios, que les salvó de una muerte segura. Las frases «así salvó el Señor aquel día a Israel del poder de los egipcios» (v. 30) e «Israel vio el prodigioso golpe que el Señor había asestado a los egipcios» (v. 31), se convertirán en un acto de fe fundamental para el creyente israelita.

 

Evangelio: Mateo 12,46-50

En aquel tiempo,

46 aún estaba Jesús hablando a la gente cuando llegaron su madre y sus hermanos. Se habían quedado fuera y trataban de hablar con él.

47 Alguien le dijo: -¡Oye! Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que quieren hablar contigo.

48 Respondió Jesús al que se lo decía: -¿Quién es mi madre, quiénes son mis hermanos?

49 Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: -Éstos son mi madre y mis hermanos.

50 El que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

 

**• Jesús había iniciado hacía ya tiempo su actividad pública y mesiánica: se encontraba en un estadio más allá del círculo familiar, que podía limitar o condicionar su obra. Ni siquiera le acompañaba su madre. Jesús no había renegado de los suyos; se trataba simplemente de que fuera de su ambiente se podía sentir -y ser- totalmente libre. Los vínculos naturales de la familia o de la amistad pertenecen ya a un plano subordinado: son relativos, secundarios. En este sentido debemos comprender las palabras de Jesús (w. 48-50), de ninguna manera ofensivas respecto a su madre o a sus parientes. Jesús sitúa las cosas y las personas en la perspectiva de Dios y de sus designios.

Marcos se fija en el detalle de la mirada de Jesús posada sobre sus discípulos en el momento de hablar de su nueva familia. Es cosa sabida que el evangelista Mateo muestra preferencia por el tema del discipulado, y por eso, al subrayar el gesto de la mano de Jesús, dice cuál es la verdadera familia de Jesús: no ya la de la carne y la de la sangre, sino la formada según el Espíritu, que hace semejantes los corazones, que abre a la escucha de la Palabra, a la renuncia a nosotros mismos, a la fidelidad de un seguimiento de Jesús absoluto y gozoso, comparable a la alegría del mercader de perlas preciosas que adquiere una de gran valor.

Jesús mismo es el primero en observar la renuncia que impone a sus seguidores -renuncia a los sentimientos más naturales, a las tendencias más fuertes, a los impulsos más legítimos- cuando ese sacrificio sirva para la difusión del Reino.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios adquiere novedades sorprendentes cada vez que la leemos. Dice san Gregorio Magno: «Scriptura crescit cum legente» (la Escritura crece junto con el que la lee), es decir, va profundizando en la medida en que el lector profundiza en la fe, crece en la medida en que crece su vida cristiana. Una cosa leída en un determinado estadio de vida espiritual vuelve a tener mayor profundidad y más sentido cuando la leemos en un estadio más elevado.

La Palabra de Dios nos presenta hoy dos páginas importantes: en una se nos muestra el maravilloso obrar de Dios; en la otra, la verdadera familia de Jesús. Sólo un Dios que tenga un poder infinito puede cambiar las relaciones humanas de la vida y de la familia, y puede exigir que los vínculos familiares sean diferentes a los brindados por la naturaleza y por la sociedad. Y cambia precisamente estas relaciones sólo cuando alguien ha comprendido y ha experimentado su salvación, esto es, cuando el hombre se siente sumergido en la esfera de Dios, de la acción de su amor. Entonces puede comprender la nueva relación que existe entre él mismo y Dios, entre él mismo y Cristo, entre él y los otros, a los que considera como «sus hermanos». El apóstol Pablo nos recuerda: sois «conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios» (Ef 2,19).

Como todas las obras de Dios, también la familia espiritual, a pesar de su aparente extrañeza, posee una riqueza inconmensurable. Nos hace salir de un ámbito pequeño y restringido, para abrirnos a unos horizontes ilimitados de vínculos y de relaciones. En vez de dos, cuatro, seis hermanos y hermanas, lo propio del corazón cristiano es decir: todos los hombres y todas las mujeres del mundo son mis hermanos y mis hermanas, a los que amo, por los que rezo, a los que confío cada día al Señor a fin de que les bendiga. Intento mantener con todos relaciones de respeto, de amistad, de paz, de apertura.

 

ORATIO

Tú me hablas de tu nueva familia, oh Señor, y yo sigo bien apegado a los vínculos de la carne y de la sangre, en el pequeño círculo de los míos. Es cierto que tú quieres también este afecto -es una ley inscrita en nuestra naturaleza-, pero tu invitación nos impulsa a ir más allá de estos límites humanos, aunque sean sagrados e intocables.

Haz que tu Espíritu me introduzca en el corazón de esta familia divina, que es la familia de la fe. Concédeme un corazón grande, capaz de amar, de amar a todos y siempre, de perdonar, de no restringir nunca los amplísimos horizontes que tú me ofreces para que mi vida se vuelva generosa y magnánima.

Sólo cuando pertenezca a ti y a tu familia seré capaz de ver las grandes obras que tú has realizado, como el éxodo de Egipto -tu salvación y tu liberación-. Sólo cuando pertenezca a ti podrá palpitar mi corazón al ritmo del tuyo y podrá sentir, precisamente entonces, las llamadas a la universalidad, al amor total, al desprendimiento por el Reino de Dios, a la opción por el Evangelio y por cuanto Jesús nos ha enseñado. Señor, que has querido hacerte como nosotros a fin de que nosotros lleguemos a ser como tú, concédeme unos ojos claros para verte, un corazón abierto para acogerte, unas manos diligentes para servirte, una voz convencida para anunciarte, unos pies ligeros para llevarte a donde quieras.

 

CONTEMPLATIO

En el Antiguo Testamento, el pueblo fue liberado de Egipto; en el Nuevo, ha sido liberado del diablo. En el primero, los judíos fueron perseguidos por los perseguidores egipcios; en el segundo, el pueblo cristiano es perseguido por sus mismos pecados y por el diablo, príncipe de los pecadores. Pero así como los judíos fueron perseguidos hasta el mar, así también los cristianos son perseguidos hasta el bautismo. Los judíos salieron de Egipto y después del mar Rojo vagaron por el desierto; así también los cristianos, tras el bautismo, no están aún en la tierra prometida, sino que viven en la esperanza.

El desierto es el mundo, y el que es cristiano de verdad, después del bautismo, vive en el desierto, si ha comprendido bien lo que ha recibido. Si el bautismo no consiste para él solamente en unos cuantos signos externos, sino que produce efectos espirituales en su corazón, comprenderá adecuadamente que este mundo es para él un desierto, comprenderá que vive en peregrinación, que espera la patria. La espera durante días y i lías y vive en la esperanza. Esta paciencia en medio del desierto es signo de esperanza. Si se considera ya en la patria, no llega a ella. Para no quedarse en el camino, ha de esperar la patria, desearla, sin salirse del camino. Y es que están las tentaciones. Y así como en el desierto se presentaron las tentaciones, así se presentan también después del bautismo.

Cuando el cristiano, después del bautismo, haya empezado a recorrer el camino de su corazón con la esperanza de las promesas de Dios, no debe cambiar de camino. Llegan las tentaciones que sugieren otras cosas -los placeres de este mundo, otro modo de dirigir nuestra vida- para desviarnos a cada uno de nosotros del propio camino y alejarnos del que nos había sido propuesto. Si superas estos deseos, estas sugerencias, los enemigos quedarán derrotados en el camino y el pueblo llegará a la patria (Agustín de Hipona, Sermones sobre el Antiguo Testamento, IV, 9).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi fuerza y mi canto es el Señor; él me ha salvado» (Ex 15,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Lo primero que hace falta es salir de Egipto...» El Antiguo Testamento nos muestra el esbozo de las grandes obras de Dios, el Nuevo nos anuncia la consumación de las mismas, la Iglesia nos presenta su repercusión actual. Una de las más importantes de estas obras de Dios es el éxodo. Es propiamente un misterio de salvación. Sin embargo, no es más que un aspecto de la Pascua.

        Y es que la Pascua encierra en sí todo el misterio cristiano: es creación y liberación, expiación y purificación. El Cántico del Éxodo no exalta más que un aspecto particular del misterio cristiano: el de la liberación del pueblo de Dios, cautivo de las fuerzas del mal. Este misterio del Dios liberador de los cautivos resurge en todos los ámbitos de la historia de la salvación como un sonido que resuena en ecos cada vez más profundos. Fue, a orillas del mar Rojo, liberación para Israel, perseguido por los jinetes de Egipto; fue, al borde de las aguas profundas de la muerte, liberación para Jesús, cautivo del Príncipe de este mundo; fue, al borde de las aguas bautismales, liberación para los paganos, cautivos de las potencias de la idolatría [...]. Y ya en la otra orilla, tras haber escapado milagrosamente de la persecución del enemigo, el pueblo de los rescatados entona el cántico triunfal.

El pueblo de Israel, guiado por la columna de nube, escapaba de la tiranía egipcia. El faraón y sus carros se pusieron a perseguirlo. El pueblo llegó al mar. El camino estaba cortado. Israel estaba abocado a su aniquilación o a una nueva servidumbre. Se encontraba como un ejército acorralado contra la orilla del mar y a punto de ser destruido o capturado. Es preciso subrayar este carácter desesperado de la situación, pues es el que da todo su sentido al episodio. En efecto, fue entonces, cuando se encontraban en la impotencia absoluta para salvarse a sí mismos, cuando el poder de Dios llevó a cabo lo que era imposible para el hombre: «Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor, por medio de un recio viento del este, empujó al mar, dejándolo seco y partiendo en dos las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar como en tierra seca, mientras las aguas formaban una especie de muralla a ambos lados. Los egipcios se lanzaron en su persecución; toda la caballería del faraón, sus carros y caballeros, entraron tras ellos en medio del mar. Moisés extendió su mano sobre el mar, y al amanecer volvió el mar a su estado normal. Los egipcios toparon con él en su huida, y así los arrojó el Señor en medio del mar. Las aguas, al ¡untarse, anegaron carros y caballeros y a todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar en persecución de los israelitas. No escapó ni uno solo» (Ex 14,21-30). Esta acción de Dios, liberando a su pueblo de una situación desesperada, permanecerá como el mayor recuerdo de la historia de Israel a través de los siglos (J. Daniélou, Essai sur le mystére de l'histoire, E. du Seuil, París 1953, pp. 202-203 [edición española: El misterio de la historia, Dinor, Pamplona 1957]).

 

 

Día 21

Miércoles de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 16,1-5.9-15

1 Partió de Elín toda la comunidad de los israelitas y llegaron al desierto de Sin, entre Elín y Sinaí, el día quince del segundo mes después de la salida de Egipto.

2 La comunidad de los israelitas comenzó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:

3 -¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan! Pero vosotros nos habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda esta muchedumbre.

4 El Señor dijo a Moisés: -Mira, voy a hacer llover del cielo pan para vosotros. El pueblo saldrá todos los días a recoger la ración diaria; así los pondré a prueba, a ver si actúan o no según mi ley.

5 El día sexto, recogerán y prepararán doble ración.

9 Después dijo Moisés a Aarón: -Di a toda la comunidad de los israelitas que se acerque ante el Señor, porque él ha oído sus murmuraciones.

10 Mientras Aarón les estaba hablando, todos los israelitas miraron hacia el desierto y vieron que la gloria del Señor aparecía en la nube.

11 El Señor habló así a Moisés:

12 -He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Por la tarde comeréis carne, y por la mañana os hartaréis de pan, y así sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios.

13 Por la tarde, en efecto, cayeron tantas codornices que cubrieron el campamento, y por la mañana había en torno a él una capa de rocío.

14 Cuando se evaporó el rocío, observaron sobre la superficie del desierto una cosa menuda, granulada y fina, parecida a la escarcha.

15 Al verlo se dijeron unos a otros: -¿Manhu? -es decir, ¿qué es esto?-. Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: -Éste es el pan que os da el Señor como alimento.

 

*» Los israelitas han llegado a la otra orilla del mar Rojo, han sido liberados y han visto derrotados a sus perseguidores egipcios. Ahora se encuentran en la parte occidental del Sinaí, frente al desierto. Han alabado al Señor por el acontecimiento de la salvación que les ha otorgado, pero les falta la perseverancia en la confianza en Dios. En cuanto llega el primer obstáculo, empiezan amargas murmuraciones: echan de menos el Egipto de su esclavitud, piensan con nostalgia en el pan y en la carne con que se saciaban cuando se encontraban en aquella tierra. La murmuración constituirá uno de los pecados capitales y más constantes a lo largo de todo el trayecto del éxodo, una murmuración que muestra la poca fe, la poca confianza en Dios, el carácter opaco de aquellas mentes que no parecían tener en cuenta todo lo que Dios hacía afectuosamente por ellos y - no precisamente en último lugar- la mezquindad y tacañería de su corazón respecto a Moisés. El mismo Moisés dará a Israel la denominación de «pueblo de dura cerviz», que se repetirá después, constantemente, a lo largo de la historia de Israel y volverá también en otras ocasiones en el lenguaje de los profetas.

Sin embargo, en contraste con esta actitud del pueblo, Dios responde con una inesperada magnanimidad, otorgando a los israelitas dos nuevos prodigios: la abundancia del maná (el pan bajado del cielo) y de las codornices, que saciaron el hambre del pueblo y le llenaron de alegría...

Pero Israel no supo agradecer al Señor aquella nueva providencia. Como leemos en el salmo 78,32, usado hoy como salmo responsorial, «a pesar de todo, volvieron a pecar, sin tener fe en sus maravillas». Misterio de ceguera, de abyección, de miseria espiritual que a duras penas se compagina con la espléndida generosidad de Dios. Éste es el misterio del corazón del hombre, con sus inexplicables respuestas.

 

Evangelio: Mateo 13,1-9

1 Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago.

2 Se reunió en torno a él mucha gente, tanta que subió a una barca y se sentó, mientras la gente estaba de pie en la orilla.

3 Y les expuso muchas cosas por medio de parábolas. Decía: -Salió el sembrador a sembrar.

4 Al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron.

5 Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida, porque la tierra era poco profunda,

6 pero cuando salió el sol se agostó y se secó porque no tenía raíz.

7 Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la ahogaron.

8 Finalmente, otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta.

9 El que tenga oídos para oír que oiga.

 

*•• Todo el capítulo 13 de Mateo está consagrado a la enseñanza de las parábolas de Jesús y a la explicación de algunas de ellas. En total aparecen siete parábolas sobre el tema del Reino, recogidas por el evangelista en este capítulo. Tienen como escenario -más que sugestivo- el lago de Genesaret y la barca desde donde habla Jesús. De ahí que, por lo general, estas parábolas reciban unas veces el nombre de «parábolas del lago» y otras el de «parábolas del Reino». Mateo pretende mostrar con estas palabras la fuerza misteriosa del Reino de Dios, que, a través de muchos obstáculos, vence al mal arraigado en el mundo.

La primera de estas parábolas es la del sembrador. Bajo las sencillas apariencias de una descripción de la siembra, circunstancia conocida por todos, la parábola brinda una gran enseñanza, comprensible en buena parte para todos, en virtud de la magistral plasticidad del relato. En primer lugar, están el sembrador (que representa al mismo Jesús) y la semilla (la Palabra de Dios). Vienen, a continuación, las diferentes clases de tierra, con sus obstáculos, y las diferentes vicisitudes que encuentra la semilla en su crecimiento. En función de las dificultades con que se encuentre, la semilla se desarrollará o no, e incluso llegará a secarse y morir. El último cuadro de este crescendo en la «carrera de obstáculos » nos muestra la «tierra buena» (v. 8), que se abre de manera generosa para recibir la semilla. Aparece asimismo un detalle tomado de la experiencia cotidiana de la cosecha: en la misma tierra buena se produce una cantidad diferente de fruto, pues algunas espigas dan el ciento por uno, otras el sesenta, otras el treinta. En la parábola, todo está en función de un solo resultado: el crecimiento de la semilla.

 

MEDITATIO

Las lecturas de hoy nos brindan dos enseñanzas más que preciosas: la de la historia de la salvación y la de las parábolas del Reino. La lección de la historia del éxodo nos muestra el obrar de Dios, su providencia y su salvación, y -además de esto- su paciencia y su generosidad. El pueblo de Israel empezó de inmediato con sus murmuraciones, olvidando los prodigios del poder de Dios.

Sin embargo, YHWH, en vez de castigarle y hacerle ver su justicia, le concede cuanto desea y en una cantidad desmesurada. Esta página del Éxodo nos ayuda a conocer más el corazón de Dios, a conocer las insondables riquezas de su providencia, muy alejada de nuestras mezquindades y de nuestros cálculos egoístas. Lo que nos enseña el fragmento de hoy será, después, una constante en toda la historia bíblica, destinada precisamente a revelarnos la infinita bondad de Dios. Basta con fiarse de Dios, basta con tener fe en él... Normalmente, esta fe y esta confianza brotan de corazones que intentan serle fieles, complacerle en todo, como hizo Jesús, que fue alimentado también «por ángeles» después de las tentaciones del desierto.

La otra enseñanza extraída de las parábolas consiste en hacernos ver que Dios posee un Reino en este mundo, un Reino totalmente diferente del mundo, de la política o de la economía de los hombres. Es el Reino de la salvación, de la entrada del hombre en la atmósfera de Dios. Es el Reino de su presencia, descubierta y creída, de su bondad experimentada, de su proximidad sentida y agradecida. Ambas lecturas –complementarias tratan del obrar misericordioso y espléndido de Dios con todos los que le conocen y le aman, y en ambas se revela la respuesta por parte del hombre.

 

ORATIO

Oh Dios y Padre nuestro, que a través de la historia y la Palabra de tu Hijo nos has impartido enseñanzas maravillosas respecto a tu corazón y a tu providencia: concédenos un corazón sencillo que crea, que se fíe de ti, que se deje guiar por tu Palabra. Concédenos sentir tu presencia, darte gracias por ella y saborearla como uno de tus dones más deseados... Que nunca la desconfianza, la desesperación, la duda o la indiferencia respecto a ti entren en nuestra alma. Que la frase bíblica«Dios me había protegido» (Neh 2,18) pueda ser, para nosotros, una constatación perenne, gozosa, fruto de nuestro encuentro contigo, de nuestro diálogo, del vínculo afectuoso que nos une.

Concédenos saborear la dulzura de tu protección y la seguridad de tu defensa. De este modo, los días de nuestra vida transcurrirán serenos bajo tu mirada, encontraremos cobijo «a la sombra de tus alas» y podremos dar al mundo el testimonio de nuestra fe, una fe hecha de esperanza continua en tu amor. Concédenos, oh Padre, la capacidad y el valor de un abandono confiado, total y filial en tu providencia: y nosotros, por nuestra parte, intentaremos hacer siempre y por doquier tu voluntad.

 

CONTEMPLATIO

¿Cuál es la razón de que tantos hombres, que incluso están en gracia, saquen tan poco fruto [del santo sacramento]? La culpa la tiene esto: esos hombres no prestan una diligente atención a sus pecados cotidianos y no los consideran más que de una manera soñolienta. El otro impedimento está en el hecho de que el hombre corre demasiado hacia afuera, hacia otras cosas. Es preciso haber dejado Egipto, el país de las tinieblas, si queremos que se nos dé el pan celestial que tiene el gusto deseado. Ahora bien, este pan no le fue dado al pueblo elegido mientras tuvo consigo un mínimo de harina traída de Egipto.

Del mismo modo, el hombre, cuando ha dejado Egipto, esto es, el mundo y el modo de obrar mundano, y piensa que ha salido por completo de allí y ya es espiritual, mientras tenga aún encima la harina de la naturaleza, nunca podrá sentir el gusto de este alimento divino en su nobleza y en la verdadera alegría de su interioridad. El hombre ciego se comporta entonces como el pueblo de Israel: mientras Moisés llevaba fuera de Egipto a los hebreos, éstos se dieron cuenta de que los egipcios les perseguían con seiscientos estruendosos carros y entonces le dijeron a Moisés: «¡Ojalá nos hubiera dejado aún en Egipto, y hubiéramos soportado hasta donde hubiéramos podido! Ahora, en cambio, debemos perecer aquí».

        Precisamente así actúan las personas temerosas, de poca fe. Cuando el enemigo se acerca a ellas, retumbando sobre las piedras con los muchos carros de la tentación, piensan: «Es una locura. Será mucho mejor que me quede en Egipto, en el mundo, en el pensamiento de las criaturas, en su amor y en la estrechez de mi alma, puesto que, de todos modos, tengo que perderla». De este modo, muchos se detienen porque no confían en Dios. Cuando esto suceda, el hombre debe echarse a los pies de nuestro Señor Jesucristo, pedirle que ore por él al Padre celestial y confiarse a él con plena confianza (J. Tauler, / Sermoni, Milán 1997, pp. 594-597 [edición española: Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

También en la alianza se condenan los pecados, las caídas. El pecado de base, que incluye todos los otros, es la murmuración Ésta se vuelve posible y es tanto más grave, precisamente porque la alianza nos hace diferentes. ¿Por qué precisamente nosotros tenemos que encontrarnos extenuados en el desierto, mientras que en Egipto se come carne y verdura? (cf. Ex 16,2s; Nm 11,4-6; etc.). Es el pesar que nos produce haber sido elegidos y haber salido de la condición normal; el pesar por no haber sido dejados en paz haciendo la misma vida que todos; el pesar por encontrarnos extraños. Sí, el Señor nos ha vuelto extraños.

Se produce, en ese momento, un intento de recuperar lo que hemos perdido. El disgusto, por ejemplo, que nos produce no ser anónimos: no es posible ser aliados de Dios y anónimos. Este pesar puede conducir a pecados contra la alianza. Los pecados típicos contra la alianza, en el desierto, consisten en el deseo de darle nosotros mismos un rostro al Señor: construimos entonces el becerro de oro, símbolo de todas nuestras ideologías teológicas.

Sin embargo, contra todo esto está la alegría de la Tora, la alegría de haber sido elegidos, de ser pueblo de Dios, la alegría de todo el ser, fiel al sí y al no de la alianza, la alegría de estar en camino hacia el monte de Dios. La alegría de pertenecer al Señor, ue nos da firmeza como si viéramos al Invisible. Tal como se dice e Moisés, «se mantuvo tan firme como si estuviera viendo al Dios invisible» (Heb 11,27b) (G. Rossi de Gasperis, La roccia che ci ha generato, Roma 1994, pp. 72ss, passim [edición española: La roca que nos ha engendrado, Editorial Sal Terrae, Santander 1996]).

 

 

Día 22

22 de Julio, conmemoración de

Santa María Magdalena

 

Primera Lectura: Cantares 3, 1-4b

1 En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma. Busquéle y no le hallé.
2 Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amor de mi alma. Busquéle y no le hallé.
3 Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la ciudad: "¿Habéis visto al amor de mi alma?"
4 Apenas habíalos pasado, cuando encontré al amor de mi alma. Le aprehendí y no le soltaré hasta que le haya introducido en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me concibió.

 

     ***+ En el lenguaje poético y amoroso del Cantar de los Cantares se representa el amor de Dios a todas sus criaturas y el que cada uno de nosotros le debemos tener a Él como el amor mutuo entre la doncella y su esposo.

       En esta lectura se expone muy claramente la angustia del amado al verse abandonado. En esta angustia recorre de noche por calles y plazas vacías buscándole desesperadamente, en la soledad y angustia de la noche solo encuentra los centinelas que no le pueden ayudar. No obstante, confía y continúa su búsqueda hasta que da con él. Cuando lo encuentra lo "aprehende" que en el lenguaje moderno se puede traducir como "lo agarro y no lo suelto".

       Es esa angustia y desesperación la que debemos tener al notar nuestra separación con Dios a quien debemos buscar por "calles y plazas hasta dar con Él, al que siempre encontraremos porque sabemos que está ahí.

        Una vez encontrado, debemos "agarrarlo y no soltarlo"

 

Evangelio: Juan 20,1-11-18

1 El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada.

11 María, en cambio, se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro.

12 Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, u n o a la cabecera y otro a los pies.

13 Los ángeles le preguntaron: -Mujer, ¿por qué lloras? Ella contestó: -Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

14 Dicho esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

15 Jesús le preguntó: -Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: -Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo.

16 Entonces Jesús la llamó por su nombre: -¡María! Ella se acercó a él y exclamó en arameo: -\Rabbonü (que quiere decir «Maestro»).

17 Jesús le dijo: -No me retengas más, porque todavía no he subido a mi

Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios.

18 María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: -He visto al Señor. Y les contó lo que Jesús le había dicho.

 

*» El amor de María de Magdala no muere bajo la cruz. Jesús le había devuelto la vida en plenitud y desde aquel momento ella había vivido para él (cf. Lc 8,2).

Tras la hora trágica del Viernes Santo, María permanece fiel a aquella entrega absoluta, obstinadamente consagrada a la búsqueda de Aquel a quien ama. Nada puede apartarla de su objetivo: ni siquiera el  descubrimiento de la tumba vacía.

Esta mujer es figura de la Iglesia-esposa y de toda alma que busca a Cristo y no tiene otra cosa para ofrecer que las lágrimas del amor. El Señor se deja encontrar por quien le busca de este modo. Resucitado y vivo, se acerca a quien sabe permanecer en la soledad junto al misterio incomprensible (v. 1 la). Sin embargo, sólo podemos reconocerle cuando nos llama por nuestro nombre y nos hace sentir que nos conoce hasta el fondo.

Este mismo conocimiento de amor no está destinado a una satisfacción personal, sino que es un don que nos hace testigos ante los hermanos a fin de llevar a todos el anuncio pascual (v. 17ss), la alegría verdadera, una vida nueva transfigurada por el encuentro con el Señor.

 

MEDITATIO

Como toda figura evangélica, también María Magdalena es tipo del discípulo de Cristo. En ella vemos el luminoso testimonio de quien, perseverando en la búsqueda de Dios, aunque sea en la oscuridad  de la fe y en la prueba de la esperanza, encuentra por fin a Aquel a quien ama o, mejor aún, es encontrado por él.

En efecto, Cristo, el buen pastor, es desde siempre el primero en buscarnos y permanece esperándonos. Espera que el deseo del corazón se purifique, se vuelva ardiente y consuma con su fuego toda la escoria que hay en nosotros. Espera que nuestros ojos se vuelvan capaces de reconocerle en quien nos rodea, y nos vuelva atentos a su voz, una voz que siempre nos llama por nuestro nombre. También nosotros, como María Magdalena, exultaremos de alegría ante su presencia, que nunca es asible, sino poseída o prevista. Sólo quien ha conocido la larga noche de la espera y del deseo puede convertirse en testigo creíble entre los hermanos de una fe que no es vana.

 

ORATIO

Santa María Magdalena, viniste a Cristo, fuente de misericordia, derramando muchas lágrimas: tenías una sed ardiente de él y fuiste abundantemente saciada. Fue él quien, siendo pecadora, te justificó; fue él quien, en tu dolor tan amargo, te consoló dulcemente. Ardiente enamorada de Dios, en mi timidez, vengo a implorarte a ti, que eres bienaventurada; yo, que vivo en mi oscuridad, a ti, que eres luminosa; yo, que soy pecador, a ti, que has sido justificada: acuérdate, en tu bondad, de lo que fuiste y de la necesidad de misericordia que tuviste. Obtenme la compunción del ánimo puro, las lágrimas de la humildad, el deseo de la patria celestial. Me sirve de ayuda la familiaridad de vida que tuviste y sigues teniendo aún con la fuente de la misericordia. Hazme llegar a ella, a fin de que pueda lavar mis pecados; dame de beber de ella, para que quede saciada mi sed (Anselmo de Canterbury, Orazioni e meditazioni, Milán 1997, pp. 381-383, passim).

 

CONTEMPLATIO

María ha buscado, aunque en vano. Sin embargo, no se da por vencida y acaba encontrando: su esfuerzo se ve coronado al fin por el éxito.

¿En qué momentos buscamos al Amado? Le buscamos en las noches [...]. ¿Por qué llega Dios así, con retraso? Para permitirnos estrecharlo con más fuerza en el momento de su venida. El deseo no es auténtico si el tiempo consigue debilitarlo. Demuestra poseer un amor ardiente quien desiste del compromiso sólo cuando ha obtenido la victoria.

El ser que no busca el rostro del Creador permanece insensible, triste y frío. Quien desea ardientemente buscar a aquel a quien ama vive de u n ardiente amor; la falta de su Señor le vuelve inquieto, y las alegrías que ayer encantaban a su espíritu, hoy le parecen odiosas. La herrumbre del pecado se disuelve y su espíritu, encendido como oro, recupera en la llama el esplendor que el tiempo había ofuscado (Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio XXV, 2-5, passim).

 

ACTIO

Repite y vive a menudo hoy estas palabras: «Si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura» (2 Cor 5,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«¿A quién buscas?» La pregunta de Jesús resucitado a María de Magdala puede sorprendernos también a nosotros cada mañana y a cada hora de nuestra vida. ¿Eres capaz de decir a quién buscas de verdad? En efecto, no siempre está claro que buscamos a Jesús, al Señor. No siempre aquel a quien queremos encontrar es precisamente aquel que quiere entregarse a nosotros.

María buscaba al hombre Jesús, buscaba al Maestro crucificado, por eso no veía a Jesús el Viviente delante de ella. Si tenemos una idea de Jesús a la medida de nuestra pequeña mente humana, nuestra búsqueda acaba en un callejón sin salida. Jesús es siempre inmensamente más que lo que nosotros conseguimos pensar y desear. ¿Dónde, pues, y cómo buscar al Señor para salir del túnel de nuestros extravíos y de nuestros miedos, para no engañarnos dando vueltas alrededor de nosotros mismos en vez de correr derechos hacia él? Sólo sí antes tenemos una verdadera y justa valoración de nosotros mismos como criaturas pobres podremos descubrir la presencia de aquel que lo sostiene todo. Aquel a quien buscamos debe ser verdaderamente el todo al que anhela adherirse nuestra alma. Buscar a Cristo es signo de que, en cierto modo, ya le hemos encontrado, pero encontrar a Cristo es un estímulo para continuar buscándolo.

Esta actitud no se plantea sólo al comienzo del camino espiritual, sino que lo acompaña hasta la última meta, puesto que la búsqueda del rostro del Señor es su dato esencial. Conocer a aquel por quien somos conocidos: eso es lo indispensable. El itinerario del conocimiento de Cristo coincide con el mismo itinerario de la fe y del amor. El yo debe aprender a callar y a escuchar; el corazón debe aprender el camino del exilio para alejarse de todo cuanto lo mantiene apegado a sus viejos / tristes amores (A. M. Cánopi, Nel mistero della gratuita, Milán 1998, p. 21 ss).

 

 

 

 

Día 23

23 de julio, conmemoración de

santa Brígida, patrona de Europa

 

           Una calurosa mañana del 23 de julio de 1373, en Roma, mientras Pedro de Alavastra celebraba la Misa en su celda, Brígida entregaba su alma a su Señor mientras musitaba: «Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu», en el mismo momento en que el sacerdote elevaba la Hostia Santa.

           Tenía 70 años y culminaba una vida de fidelidad a los designios de Dios, de modo parecido a como lo había hecho la profetisa Ana, hija de Fanuel: Era «de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda y no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones» (Lc 2,36-37).

           La vida de Santa Brígida es fascinante: hija, esposa, madre de ocho hijos, viuda, princesa y consejera de reyes, religiosa, fundadora... Y, sobre todo, esposa amada de Jesús que le confió secretos celestiales y la adentró en el amor revelado en su Pasión. Juan Pablo II la ha incluido entre las Patronas de Europa. Como Ana, Brígida sirvió al Señor en el estado de casada y viuda. Como Ana, estaba pendiente del Señor noche y día.

           Dios se le manifestó y ella acogió dócilmente el designio divino en su vida. Fue un instrumento fiel e influyó mucho en la renovación de la Europa de su tiempo. Todo un ejemplo actual para nosotros. También nosotros esperamos que Europa sea liberada de sus esclavitudes y refulja su sangre cristiana. Dios cuenta con nosotros para ello. Si somos instrumentos fieles, Él realizará obras grandes por nuestro medio. Escuchemos la voz de Dios en el silencio y en la oración. Ayunemos de tantas cosas superfluas y vanas. Que nuestra riqueza sea el Señor. Y no perdamos nunca la ilusión de amar más a Dios y de crecer en la santidad.

           «Bendito seas, Señor mío Jesucristo, que con tu preciosa sangre y con tu sagrada muerte, has redimido las almas y las has devuelto misericordiosamente desde este exilio a la vida eterna» (Santa Brígida)

 

LECTIO

Gálatas 2, 19-20

19 En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado:

20 y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.

           En el capítulo 2 de la carta a los Gálatas, Pablo vuelve a insistir en la importancia del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y la forma en que somos justificados delante de Dios. Repite que la justificación viene por la fe en Cristo, y no por cumplir las obras de la ley, ya que no hay nadie que pueda cumplir por si solo las obras de la ley.

           Pablo enfatiza que una vez que somos justificados por la fe en Cristo, creyendo en El, en lo que hizo en la cruz, debemos morir también a nosotros mismos hasta poder declarar: “Ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mi”. Y ahora la vida que tenemos en la carne lo hacemos por la fe en el Hijo de Dios, reconociendo su gran amor, por el cual se entregó por nosotros. Fuimos comprados a precio de sangre, ahora le pertenecemos y debemos vivir por El y para El.

        Pablo reconoce que es por gracia que hemos sido salvados, porque si fuera por cumplir la ley pues entonces Cristo murió en vano.

            En este capítulo Pablo también menciona, que así como a Pedro le fue encomendado el Evangelio para los judíos, el pueblo de Dios; y Dios no hace acepción de personas, a él le fué encomendado llevar el Evangelio de Jesucristo a los gentiles, a todos los demás. Dios no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedamos al arrepentimiento y recibamos el perdón en Jesus, todos debemos tener acceso a la Palabra de Dios por la cual tenemos Salvación y Vida Eterna.

 

Evangelio: Juan 15,1-8

1 «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.

2 Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.

3 Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado.

4 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

5 Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.

6 Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.

7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis.

8 La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.

 

          El relato Juan 15:1-8 no es una parábola -- una historia a través de la cual Jesús busca representar algún aspecto del Reino de los Cielos venido a la tierra en imágenes o lenguaje coloquiales. Jesús hace una comparación de si mismo buscando una imagen que evoque un sentido de relación y de dependencia, que igualmente ponga en perspectiva la meta apostólica en medio y/o a pesar de las circunstancias. Y es que siempre es importante entender las circunstancias, para poder hacer mejor relación y uso de las imágenes provistas:

•   Los discípulos de Jesús estaban experimentando un incrementado sentido de temor dada la actitud de las autoridades religiosas contra Jesús, y de la inminente traición de Judas (y negación de Pedro).

•   La congregación a la que Juan le escribe es una compuesta mayormente del remanente de las iglesias que fundaron los apóstoles y sus primeros seguidores. Estas congregaciones tenían la presión de la proclamación del evangelio en medio de una persecución religiosa y política, y de la burla social y cultural de su época.

•   Nuestras congregaciones y los contextos en los que servimos y adoramos tienen sus propias circunstancias que informan la manera en que ven el mundo y entienden su capacidad de hacer ministerio.

En medio de todas esas circunstancias Jesús quiere recordarle a sus discípulos (y Juan a su comunidad de fe, y nosotros a las nuestras) cinco cosas que serán esenciales al responder al llamado apostólico:

•   Al igual que Jesús modelo, el llamado del/a creyente que está pasando de ser "discípulo/a" a ser "apóstol/a" es el llamado a "dar fruto". La imagen de dar fruto puede traducirse en dos elementos fundamentales del ministerio de la iglesia: 1) la iglesia está llamada a hacer buenas obras, y 2) las acciones de la iglesia (sus buenas obras) deben "nutrir" a aquellos que son objeto de estas obras.

•   El llamado apostólico del/a creyente está sujeta al reconocimiento de la limitación humana (su finitud), y por lo tanto de su total dependencia de Dios. Esto lo vemos a través de la imagen de la relación entre los pámpanos, o ramas, con la vid. El pámpano solo no puede producir ni hojas (refugio) ni uvas (fruto, alimento). De la misma manera, el creyente, por más que conozca del evangelio, y por más emotiva que haya sido (y continúe siendo) su relación con Dios, depende absolutamente de Dios para la capacidad de producir fruto.

MEDITATIO

En las lecturas de hoy hay algo misterioso, escondido, algo que no es al menos evidente. Se trata de la esencia de Dios y de la manifestación de su voluntad. La esencia de Dios y su voluntad pertenecen al mundo divino, sobrenatural; nosotros, con las solas fuerzas de la razón no podemos comprender en absoluto ni hacernos una idea de la realidad divina. Tenemos necesidad de la revelación para que ilumine el campo que hay más allá de la razón, donde sólo Dios puede revelarse. Entonces viene en nuestra ayuda la fe, la capacidad otorgada al hombre por el mismo Dios, para poder acoger con humildad y agradecimiento lo que Dios quiera revelarnos de sí mismo y de su voluntad. Ahora bien, incluso con la fe, el hombre encontrará siempre límites, interrogantes que se formarán en su mente y en su conciencia.

Una de las características de la fe es precisamente su oscuridad, es decir, el no ver del todo claro, precisamente por la pequeñez de nuestra mente y de nuestra respuesta. Esto trae a veces consigo crisis espirituales, «noches oscuras» (como las llaman los místicos), un camino de prueba y de purificación destinado a hacer al alma más abierta, más resplandeciente, más semejante al Creador.

Esta realidad está muy bien expresada en los salmos. Aquel ¿Dónde está tu Dios?» en boca de los enemigos es como una flecha en el corazón del creyente, es una pregunta cruel que, en ocasiones, el mismo creyente se formula en medio de las situaciones de sufrimiento, de oscuridad y de contraste. El retorno a Dios, la oración, la confianza ilimitada en él, volverán a darle al corazón extraviado o confuso su fuerza, su decisión de permanecer fiel. Del mismo modo que el pueblo se preparó para la teofanía del Sinaí, así debe prepararse el corazón del fiel para la venida de Dios, sabiendo que, en el curso del camino, aparecerán también las dificultades, las pruebas, el cansancio. Pero Dios no tardará, y traerá su luz y su descanso y, después, su eterna recompensa.

 

ORATIO

Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré: porque tú estás conmigo» (Sal 23,4). Éste es el grito del verdadero creyente, la auténtica confesión de fe. Al llamarnos a tu Reino de verdad y de luz, Señor, nos arrancas de este mundo sembrado de mal, envuelto en tinieblas y acompañado por una gran cantidad de sufrimiento...

Sin embargo, nos das una luz para poder caminar en la noche, para poder alejar a los enemigos, para poder llegar a la meta. Danos de manera abundante esta luz, esta certeza tranquilizadora, esta firme convicción de tu presencia, de tu ayuda, de la transformación que tú mismo harás de nosotros y de nuestras circunstancias, cambiando lo que es oprobio en santificación, lo que es odioso en amable, lo que es muerte en vida nueva, lo que es pecado en gracia.

Alienta nuestros pasos por el camino de la paz, de la benevolencia, de la justicia, de la generosidad con los que sufren, y reafirma nuestra fe para poder serte siempre gratos en nuestra vida. Que tu Palabra, acogida y asimilada, convertida en fe y confesión, y transformada en oración, sea la fuerza y la dulzura de nuestra vida, el escudo en nuestras luchas, el consuelo en nuestras aflicciones. Contigo no nos faltará nada...

 

CONTEMPLATIO

Oímos la voz de Dios cuando, con mente tranquila reposamos de toda actividad del mundo y, en el silencio de la mente, pensamos en los preceptos divinos.

Cuando la mente cesa de ocuparse de las obras exteriores, entonces reconoce de un modo más claro el valor de los mandamientos de Dios. La multitud de los pensamientos de la tierra ensordece hasta tal punto nuestro corazón que, si no nos ponemos a cubierto, acabamos por dejar de oír la voz del juez divino. El hombre no puede atender a dos cosas opuestas: cuanto más escucha fuera, tanto más sordo se vuelve para sus adentros. Cuando Moisés huyó al desierto y se quedó allí cuarenta años, fue cuando pudo percibir la voz divina.

Por eso, los santos, obligados a ocuparse de ministerios exteriores, se apremian siempre a refugiarse en el secreto de su corazón y, como Moisés en el monte, suben a contemplar cosas elevadas y a recibir la Ley de Dios, dejando de lado el tumulto de las cosas temporales y escrutando las altísimas voluntades de Dios. Así Moisés, en sus dudas, volvía frecuentemente al tabernáculo, y allí, en secreto, consultaba a Dios y sabía con seguridad lo que debía hacer. Dejar las muchedumbres e ir al tabernáculo significa dejar de lado el tumulto de las cosas exteriores y entrar en el secreto de la conciencia, donde consultamos al Señor y en medio del silencio escuchamos lo que debemos hacer después en público.

Así hacen cada día los buenos superiores cuando no logran ver claro en sus dudas: entran dentro de ellos mismos, como en el tabernáculo, miran la ley que está contenida en el arca, consultan al Señor, escuchan en silencio y, después, ejecutan fuera lo que han oído. Para llevar a cabo sin pecado los deberes exteriores, intentan concentrarse continuamente, y así escuchan la voz de Dios casi en un sueño, puesto que con la meditación de la mente se abstraen de los impulsos de la carne (Gregorio Magno, Moralia II, Roma 1965, pp. 141-143, passim [edición española: Obras, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1958; existe otra edición publicada por la Universitat de Valencia en 1993]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El camino de un hombre que no se dirige a una tierra, sino que tiende a su Dios, no es una simple peregrinación, un viaje; es una ascensión: no se llega a Dios a través del desplazamiento de un lugar a otro, a través de un movimiento espacial, sino más bien superando un mundo. No existe proporción entre el hombre y Dios, entre la creación y Dios: entrar en relación con Dios significa, para Moisés, salir del mundo en el que habita, dejar toda la creación detrás de sí para entrar en el cielo; significa ir más allá, ascender.

En esta ascensión se encuentra una gran enseñanza para la vida espiritual: el hombre se evade del mundo con mucha frecuencia para buscar un paraíso perdido, pero su evasión le lleva a algún lugar lejano que, después, resulta ser otra tierra que tiene los mismos límites y la misma pobreza que la primera. Ahora bien, en los hombres religiosos no se da la evasión a otra tierra, sino que la ascensión a un monte es lo que expresa mejor la aspiración profunda que le mueve.

Puede haber un doble modo de encontrarse con Dios: o descender o subir; ciertamente, no se trata de permanecer en el mismo plano. Para encontrarte con Dios tal vez debas descender, ir al fondo, de tal modo que escapes del cosmos del que formas parte. Debes ascender: ¿pero qué significa ascender? Únicamente superarse. Éste es el camino del alma religiosa: la salida de sí misma. No hay otro camino que lleve a la relación con el Señor más que este puro salir, este ir más allá, ascender, levantarnos por encima de nosotros mismos. No es el paso del mar lo que puede llevarnos al mundo de Dios, no es la peregrinación por el desierto lo que puede llevarnos al encuentro del Señor, sino el morir: o morir o permanecer siempre extraños al mundo de Dios (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodo, Brescia 1967, p. 173-175 [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1968]).

 

 

Día 24

Sábado de la 16ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 24,3-8

En aquellos días,

3 Moisés vino y comunicó al pueblo todo lo que le había dicho el Señor y todas sus leyes. Y todo el pueblo respondió a una: -Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor.

4 Moisés puso entonces por escrito todas las palabras del Señor. Al día siguiente se levantó temprano y construyó un altar al pie del monte; erigió doce piedras votivas, una por cada tribu de Israel.

5 Luego mandó a algunos jóvenes israelitas que ofrecieran holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión en honor del Señor.

6 Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en unas vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar.

7 Tomó a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: -Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor.

8 Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo diciendo: -Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros, según las cláusulas ya dichas.

 

**• El pasaje del libro del Éxodo que hemos leído hoy como primera lectura es una página espléndida que describe la alianza del Sinaí y habla de la buena disposición del pueblo para escuchar la Palabra de Dios. Las alianzas antiguas, entre pueblos o reinos vecinos, o entre Dios y su pueblo, incluían una serie de ritos simbólicos que expresaban la intención del corazón y la promesa de fidelidad al pacto establecido. Se requería, a continuación, una afirmación explícita de la voluntad de mantener la alianza.

En la perícopa del Éxodo leemos, en primer lugar, que Moisés refiere al pueblo la voluntad de Dios, y la respuesta unánime, afirmativa, de Israel en el sentido de cumplir los mandamientos de Dios. En ese momento de fervor, impresionado aún por el espectáculo de la misteriosa y terrible teofanía de su Dios, el pueblo acepta escuchar la voz de Dios y cumplir sus mandamientos. Sin embargo, los antiguos, muy conscientes de la fragilidad del corazón y de las buenas intenciones manifestadas en un momento determinado, quisieron introducir, en el rito de la alianza, una ratificación externa, simbólica: la de la aspersión con sangre tanto del altar como de las personas que establecían la alianza. Moisés, intercesor y mediador entre Dios e Israel, pretende unir a Dios y a su pueblo con el rito de la aspersión de la sangre: la mitad de la sangre es derramada sobre el altar, la otra mitad sobre el pueblo. Este gesto simboliza la recíproca fidelidad de las partes, sancionada por la sangre de la misma víctima que las une. La infidelidad de una de las partes supondría la ruptura de la alianza.

 

Evangelio: Mateo 13,24-30

En aquel tiempo,

24 Jesús les propuso esta otra parábola: -Con el Reino de los Cielos sucede lo que con un hombre que sembró buena semilla en su campo.

25 Mientras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

26 Y cuando creció la hierba y se formó la espiga, apareció también la cizaña.

27 Entonces los siervos vinieron a decir al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es posible que tenga cizaña?».

28 Él les respondió: «Lo ha hecho un enemigo». Le dijeron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?».

29 Él les dijo: «No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo.

30 Dejad que crezcan juntos ambos hasta el tiempo de la siega; entonces diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, pero el trigo amontonadlo en mi granero».

 

**• La parábola de la cizaña es una de las más claras, pues está tomada de una realidad agrícola conocida por todos, incluso por los habitantes de la ciudad (dada la experiencia que tienen de sus jardines, siempre amenazados por las malas hierbas).

Esta parábola refleja la realidad que acontece en la vida del hombre. Dios ha querido al hombre bueno, y especialmente cuando este hombre es educado en la fe cristiana, posee todos los elementos que pueden hacer de él un auténtico creyente, alguien que refleja la imagen divina. Ahora bien, en el camino de este hombre aparece un día el tentador, la fuerza del mal, y causa estragos en lo que era antes una realidad positiva y prometedora. La ruina del hombre es evidente. La reacción de los siervos de aquel amo es espontánea: ir a arrancar la cizaña, cortar el mal de inmediato... (w. 27ss). Eso es lo que aconsejaría un celo precipitado, una espontaneidad poco reflexiva. Jesús se opone a esta reacción demasiado humana y nos hace ver los peligros inherentes a esta actitud intransigente: existe el peligro de arrancar el buen grano junto con la cizaña.

Dos son las enseñanzas que se derivan de la parábola:

a) la invasión devastadora del mal y, al mismo tiempo,

b) la tolerancia de este mal en el mundo, es decir, saber aceptar esta triste realidad, aunque sin admitirla en nuestro propio corazón y sin querer aniquilarla con me dios violentos. La convivencia entre el bien y el mal ayuda a que el bien sea más bueno, más auténtico, más probado, más convencido y más fuerte. El cristiano, con la ayuda de Dios, podrá superar el mal, vencerlo y, al mismo tiempo, ser tolerante, paciente, mostrarse esperanzado en el triunfo del bien sobre el mal. El juicio sólo le corresponde a Dios. A nosotros nos corresponde la fidelidad y la confianza.

 

MEDITATIO

Las lecturas de hoy nos ofrecen ideas de una enorme importancia para proporcionar al creyente actitudes fundamentales en su comportamiento.

Una primera actitud es la de la aceptación de la voluntad de Dios. Esta voluntad no se manifiesta sólo en sus mandamientos, sino que es todo un conjunto de disposiciones divinas dirigidas a nosotros y para nuestro bien. Estas disposiciones incluyen, antes que nada, su designio sobre cada uno de nosotros, una llamada o vocación particular, a la que hemos de corresponder con fidelidad y obediencia a todo lo que Dios ha querido darnos.

Otra actitud es la de la alianza, sentirnos unidos a Dios por vínculos de afecto y de amistad, tener un sentido de pertenencia y de devoción a Dios que haga espontánea, natural, nuestra relación confiada con él, manifestada en una vida de gozosa sumisión y una fidelidad constantemente renovada.

Por último, una tercera actitud, brotada del Evangelio, es la de la tolerancia, la del saber esperar, la de no irrumpir con rápidas condenas o exclusiones en la convivencia entre las personas. La parábola de la cizaña nos recuerda que, aunque defendiéndose del mal, el creyente está obligado a convivir con él, con el riesgo (y la experiencia) del peligro y de la caída. Y nos recuerda asimismo que el juicio sobre el mal pertenece sólo a Dios. El mal sirve para probar, como en el crisol, la autenticidad de la fe y de la vida. La prisa, la impaciencia, el puritanismo, han traído consigo muchos males a la Iglesia y a los fieles en particular. La lectura de esta breve parábola nos ayuda a la reflexión, a la reafirmación de la fe, a la tolerancia: «Si cierras la puerta a todos los errores, dejarás fuera también a la verdad» (R. Tagore).

 

ORATIO

Oh Señor, Dios y Padre de bondad, que diriges el universo y los acontecimientos de la historia humana, concédenos un alma que acoja tu gracia, tus designios, tus disposiciones respecto a nosotros, con la conciencia de que todo lo que nos pides es para nuestro bien. Concédenos un vivo sentido de la alianza contigo, de esa alianza que ha brotado de tu corazón de Padre, para que podamos corresponder con una fidelidad creciente al pacto de tu amistad y de tu redención.

Vivimos en un mundo marcado por el mal, «por la concupiscencia de la carne, por la concupiscencia de los ojos y por la soberbia de la vida»: concédenos, pues, un corazón que sepa comprender el mundo y su mal, para protegernos de sus asaltos y para frenar nuestra impaciencia por responder con la violencia o la rigidez. Haz que recordemos en nuestros juicios que sólo tú eres el verdadero juez de vivos y muertos, y que a nosotros lo único que nos corresponde es comprender, amar y perdonar, vigilar y orar. Que la palabra de tu Hijo sea para nosotros guía y orientación de vida, que forje las actitudes básicas de nuestra fe, a fin de que podamos, tras una vida transcurrida en tu amor y en tu confianza, ser partícipes de la verdadera recompensa en la eternidad de tu gloria.

 

CONTEMPLATIO

Si alguien, mientras se proclaman las palabras de la ley, se ocupa de fábulas humanas es un no convertido. Si alguien, «cuando se lee a Moisés», se preocupa de los asuntos del siglo, del dinero, de las ganancias, es un no convertido. Si alguien está oprimido por la solicitud de los bienes y está atormentado por la codicia de las riquezas, está dedicado a la gloria del siglo y a los honores del mundo, es un no convertido. Ahora bien, el que parece extraño a todas estas cosas, aunque asista y escuche las palabras de la ley atento con el rostro y con los ojos, pero distraído con el corazón y los pensamientos, también es un no convertido. ¿Qué es, entonces, convertirse? Si damos la espalda a todas estas cosas y nos aplicamos a la Palabra de Dios con celo, actos, alma, solicitud, si «meditamos su ley día y noche», si dejando todo de lado nos consagramos a Dios, nos ejercitamos en dar testimonio de él, esto es convertirse al Señor.

¿Quién de nosotros se convierte a los estudios de la ley divina? ¿Quién de nosotros se aplica de este modo? Algunos de nosotros, apenas han escuchado la proclamación de la lectura, se van de inmediato: no hacen ninguna investigación intercambiable sobre lo que se ha leído, no conversan sobre ella, no se acuerdan para nada del precepto con el que nos amonesta la ley divina: «Pregunta a tus padres y te lo dirán, a tus ancianos y te lo anunciarán». Otros ni siquiera tienen la paciencia de esperar hasta que sean proclamadas las lecturas en la Iglesia. Otros ni siquiera saben si han sido proclamadas, sino que se ocupan de chismorreos mundanos en lugares escondidos de la casa del Señor [...].

Así pues, parece ser que no sólo debemos aplicarnos al estudio para aprender las sagradas letras, sino suplicarle también al Señor y pedirle «día y noche» que venga «el Cordero de la tribu de Judá» y él mismo, tomando «el libro sellado», se digne abrirlo. Es él, en efecto, el que, «al abrir las Escrituras», inflama los corazones de los discípulos, hasta tal punto que dicen: «¿Acaso no ardían nuestros corazones cuando nos abría las Escrituras?» (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 211-215 [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tu Palabra es antorcha para mis pasos y luz para mis sendas» (Sal 118,105).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Puede que parezca sorprendente, pero es un hecho: el Éxodo no llama nunca «ley» al decálogo, ni «mandamientos» al contenido del decálogo. A esta lista de compromisos la llama el autor bíblico las «diez palabras». Esto no es una curiosidad lingüística, sino que nos revela la perspectiva adecuada para comprender el decálogo. Se trata de las diez condiciones o cláusulas para vivir el éxodo en libertad. El pueblo ha dejado a su espalda el país de la esclavitud y del miedo, Egipto; se ha fiado de Dios y ha iniciado el camino de la libertad, guiado y protegido por el Señor, que lo ha sacado de la opresión. Pero la meta del camino en libertad es ese «santuario» que fue el desierto del Sinaí para Israel; allí se consolidó la libertad mediante un acto de amistad entre Dios y su pueblo. No es posible ser libre sin una meta y un objetivo, de otro modo se vuelve a los antiguos amos. Sólo es posible ser libre con los otros, caminando con el Señor, que nos llama. De este modo, el pueblo liberado de Egipto llega a la cita con el Señor en el desierto del Sinaí, a los pies de la montaña santa.

El Señor lanza su propuesta de amistad a los hombres liberados: «Ahora bien, si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía» (Ex 19,5). La propuesta de Dios sólo puede ser acogida de modo libre, puesto que él propone un pacto de amistad, y la amistad no puede ser impuesta. «Y todo el pueblo a una respondió: Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho» (Ex 19,8) (R. Fabris, lo sonó con voi, Bolonia 1976).

 

 

Día 25

25 de julio, Solemnidad de

Santiago, apóstol, patrono de España

Santiago, llamado «el mayor», era hijo de Zebedeo y de Salomé (Mc 15,40; Mt 27,56) y hermano mayor de Juan el evangelista. Junto con él fue llamado entre los primeros discípulos de Jesús, y siempre se le cita entre los tres primeros apóstoles en el Nuevo Testamento.

Fue testigo privilegiado de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), de la transfiguración de Jesús (Mt 17,1) y de la agonía de Jesús en Getsemaní (Mt 26,37). Fue decapitado hacia el año 44, en tiempos de Herodes Agripa, en los días de la Pascua (Hch 12,1-3).

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 4,33.5.12.27b-33; 12,1b

En aquellos días, los apóstoles datan testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los trajeron y los condujeron a presencia del consejo, y el sumo sacerdote los interrogó: -¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.

Pedro y los apóstoles replicaron: -Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero». «La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados». Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen. Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos, y el rey Herodes hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan.

 

 

*+• La primera lectura de la solemnidad de Santiago, patrón de España, presenta a nuestra consideración la idea del testimonio de la resurrección de Jesús por parte de los apóstoles. Este testimonio, mandato expreso del Señor, no puede ser encadenado por ninguna instancia humana, porque el testigo debe obedecer a Dios antes que a los hombres. Y puede hacerlo gracias al Espíritu Santo, «que Dios da a los que le obedecen». Esta obediencia llevó a Santiago a derramar su sangre, corroborando con ello su testimonio, su «martirio».

 

Segunda lectura: 2 Corintios 4,7-15

Hermanos:

7 este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros.

8 Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados;

9 somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos.

10 Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

11 Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.

12 Así que en nosotros actúa la muerte, y en vosotros, en cambio, la vida.

13 Pero como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos,

14 sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos dará un puesto junto a él en compañía de vosotros.

15 Porque todo esto es para vuestro bien; para que la gracia, difundida abundantemente en muchos, haga crecer la acción de gracias para gloria de Dios.

 

*» El mensaje central de esta segunda lectura podríamos resumirlo de este modo: «Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús» (v. 10a). Lo que Pablo dice por experiencia directa, lo aplica literalmente la liturgia al apóstol cuya solemnidad celebramos hoy: de Jesús a Pablo y de Pablo a Santiago, y así sucesivamente, se va creando, a lo largo de la historia, la cadena de los testigos o, mejor aún, de los «mártires» en sentido propio.

Puede decir que lleva la muerte de Jesús en su propio cuerpo no sólo quien recibe la gracia excepcional de derramar la sangre por amor a Cristo y a los hermanos, sino también quien, día tras día, vive con seriedad y serenidad la radicalidad evangélica. Quien realiza esta experiencia puede hablar en nombre de Jesús, puede decir que es siervo del Evangelio por lo que anuncia, pero sobre todo por lo que hace y por cómo vive: «Creí y por eso hablé» (v. 13).

La palabra de los testigos no sólo es significativa, sino también eficaz: precisamente porque tiene la elocuencia de la experiencia vivida, de la sangre derramada, del martirio padecido.

 

Evangelio: Mateo 20,20-28

En aquel tiempo,

20 la madre de los Zebedeos se acercó a Jesús con sus hijos y se arrodilló para pedirle un favor.

21 Él le preguntó: -¿Qué quieres? Ella contestó: -Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando tú reines.

22 Jesús respondió: -No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? Ellos dijeron: -Sí, podemos.

23 Jesús les respondió: -Beberéis mi copa, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo ha reservado mi Padre.

24 Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

25 Pero Jesús los llamó y les dijo: -Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que los magnates las oprimen.

26 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor,

27 y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo.

28 De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.

 

*•• Mateo nos refiere en esta página de su evangelio, tal vez con una sutil ironía, la petición que la madre de los Zebedeos -Juan y Santiago- presentó a Jesús. Si bien estamos dispuestos a mostrarnos un tanto indulgentes con la madre, lo estamos ciertamente un poco menos con los dos hermanos, que con una excesiva rapidez se declaran dispuestos a compartir con Jesús el cáliz, la copa, que ha de beber. Afortunadamente, Jesús sabe cambiar en bien lo que, humanamente hablando, podría parecer fruto de la intemperancia y de la precipitación.

El discurso se convierte de hipotético en profético: Jesús predice la muerte que Santiago padecerá por su fidelidad radical al Maestro y al Evangelio.

Y no sólo esto, sino que de este diálogo -que, por otra parte, suscita el desdén de los otros apóstoles- extrae Jesús también una lección de humildad para todos los que quieran seguirle por el camino del Evangelio. La grandeza de los discípulos de Jesús puede y debe ser valorada con unidades de medida bastante diferentes a las que conoce el mundo. En la escuela de Jesús se aprende a subvertir la escala de valores y a considerar válido sólo lo que lo es a los ojos de Dios. Precisamente, según

el ejemplo que nos dejó Jesús: siendo rico, se hizo pobre; aun siendo Señor, se hizo siervo-esclavo; siendo maestro, aprendió a obedecer al Padre; siendo sacerdote, se hizo víctima por amor.

 

MEDITATIO

«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos» (Mt 20,28). Es más que lícito que nos preguntemos qué psicología brota de una afirmación autobiográfica como ésta, y la respuesta no puede ser equívoca. Estamos frente a un gran don que Jesús ha hecho a sus discípulos de ayer y de hoy, ofreciéndoles la posibilidad de penetrar en su corazón de Hijo inmolado por amor, en su espiritualidad de Cordero inmolado en rescate de los hermanos.

Todo esto es lo que se expresa mediante la metáfora del «servicio», un término que ha de ser bien entendido: hemos de rescatarlo de todo tipo de servilismo, de toda abdicación pasiva a la propia libertad, y hemos de inscribirlo en el horizonte de una total expropiación personal y de una entrega completa de nosotros mismos al Padre. La luz de esta afirmación de Jesús se difunde, obviamente, por todo el Evangelio.

Jesús, sin embargo, se presenta también como siervo «de muchos», a saber: de todos los que el Padre le ha confiado como hermanos, oprimidos por el pecado, pero abiertos al don de la liberación. El cáliz de la pasión, que Jesús acepta libremente de manos del Padre, sólo espera ser saboreado también por aquellos por los que el Maestro de Nazaret lo bebió hasta las heces.

 

ORATIO

Tu ley, Señor Jesús, es el signo de tu realeza: tú nos quieres obedientes porque sólo a través de la obediencia -como tú mismo demostraste- se llega a rey.

Tu ejemplo, Señor Jesús, manifiesta tu profunda identidad de Hijo: Hijo de Dios Padre que vive y expresa siempre su propia sumisión en su plena disponibilidad.

Tu Palabra, Señor Jesús, ilumina nuestro camino: el que tú nos muestras no vale sólo para ti, sino también para todos los que, libremente, te han elegido como maestro y te siguen con alegría por el camino del Evangelio.

Tu martirio, Señor Jesús, lo fuiste viviendo en cada momento de tu vida: quien ha aprendido a conocerte a través de las páginas evangélicas sabe que, para ti, ser siervo significaba vivir del todo para Dios y del todo para los hermanos. Ésta es la «ley real» de la que habla el apóstol Santiago en su carta.

 

CONTEMPLATIO

El objetivo de los dos discípulos [Juan y Santiago] es obtener el primado respecto a los otros apóstoles. [...] ¿Os dais cuenta de cómo todos los apóstoles son aún imperfectos? Tanto los dos que quieren elevarse sobre los diez como los diez que tienen envidia de ellos. Ahora bien, fijémonos en cómo se comportan a continuación y les veremos exentos de todas estas pasiones. [...]

Santiago no sobrevivirá mucho tiempo. En efecto, poco después del descenso del Espíritu Santo, llegará su fervor a tal extremo que, dejando de lado todo interés terreno, llegará a una virtud tan elevada que morirá inmediatamente (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, Roma 1967, pp. 98 y 99ss).

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día estas palabras: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Las fiestas de los santos proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles. A esta función de ejemplaridad ha querido unir siempre la Iglesia el reconocimiento de la intercesión de los santos en favor de sus hermanos los hombres. Éste es el motivo por el que, desde siempre, ha aceptado y fomentado gustosa la designación de determinados santos como patronos para los diversos pueblos.

La liturgia de la misa de Santiago, patrono de España, no hace sino corroborar esta misma idea. Santiago, que «bebió el cáliz del Señor y se hizo amigo de Dios», fue siempre, junto con su hermano Juan y con Pedro, uno de los apóstoles que gozó de las mayores intimidades de Jesús. Y si bien su acción en el evangelio no adquiere el relieve de la de los otros dos predilectos, fue él quien primero selló con su propia sangre la entrega al Señor y a la predicación de su doctrina. Esta misma acción, tras su muerte, es reconocida por nosotros en favor de «los pueblos de España», precisamente como respuesta a su elección como patrono. Pero, al mismo tiempo que reconocemos gustosos su acción en el pasado, pedimos de cara al futuro que, así como  él mantuvo su entrega plena a Jesús hasta el sacrificio de su propia vida, así también, «por el patrocinio de Santiago, España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos» (http://sagradafamiliadevigo.net).

 

 

 

Día 26

26 de julio, conmemoración de San Joaquín y Santa Ana

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 32,15-24.30-34

En aquellos días,

15 Moisés se volvió y bajó del monte con las dos losas del testimonio en su mano. Las losas estaban escritas por ambas caras, por un lado y por otro;

16 eran obra divina, y la escritura grabada sobre las losas era escritura divina.

17  Josué, escuchando el griterío del pueblo, dijo a Moisés: -Hay gritos de guerra en el campamento.

18 Moisés replicó: -Ni es grito de vencedores, ni es grito de vencidos; lo que oigo es el alboroto de una fiesta.

19 Cuando estaban ya cerca del campamento, Moisés vio el becerro y las danzas; su cólera se desató, arrojó las losas y las rompió al pie de la montaña.

20 Agarró el becerro que habían hecho y lo quemó en el fuego; lo redujo a cenizas, las mezcló con agua y obligó a los israelitas a que se lo bebieran.

21 Moisés interrogó a Aarón: -¿Qué te ha hecho esta gente para que les permitieras cometer tamaña aberración?

22 Aarón le respondió: -No te enfades, señor, tú sabes que este pueblo está inclinado al mal.

23 Me dijeron: «Haznos una divinidad que nos guíe, porque no sabemos qué habrá sido de ese Moisés que nos sacó del país de Egipto».

24 Yo les respondí: «Quien tenga oro que lo entregue» y me lo dieron. Entonces lo eché al fuego y salió este becerro.

30 Al día siguiente, Moisés dijo al pueblo: -Vosotros habéis cometido un pecado monstruoso; sin embargo voy a subir adonde está el Señor, a ver si consigo el perdón de vuestro pecado.

31 Volvió Moisés ante el Señor y le dijo: -Señor, este pueblo ha cometido un pecado monstruoso haciéndose divinidades de oro.

32 Pero te ruego que perdones su pecado; si no lo haces, bórrame del libro donde tienes inscritos a los tuyos.

33 El Señor respondió a Moisés: -Borro de mi libro a quien peca contra mí. 34 En cuanto a los demás, ve y conduce al pueblo adonde te he dicho. Mi ángel irá delante de ti. Pero cuando llegue el día de la cuenta, les pediré cuentas de sus pecados.

 

**• El texto describe la apostasía y el culto idolátrico del becerro de oro por parte del pueblo durante la prolongada ausencia de Moisés, que estaba en el monte dialogando con Dios (w. 7-16), así como la reacción de éstos, Dios y Moisés, después de haber conocido el hecho (w. 19-34). Moisés baja del monte con las tablas de la alianza y, cuando se acerca al campamento, oye los gritos festivos del pueblo e intuye la traición. Al ver el becerro de oro y las danzas de la gente, destroza las tablas, tritura el becerro, echa el polvo del mismo en agua y se la hace beber al pueblo (w. 19-21). Pide cuentas de lo sucedido a Aarón, el cual hace recaer la culpa sobre la gente. Moisés hace tomar conciencia al pueblo de la gravedad del pecado y vuelve a dialogar con Dios para implorar su perdón. La respuesta de Dios está en la línea de la misericordia, prosiguiendo su obra de salvación, aunque anuncia también el castigo de los culpables.

La narración tiene que ver no sólo con la gran apostasía de tiempos del éxodo, sino que refleja también el tiempo de decadencia moral acontecido en la época de los reyes de Israel, dado que el relato fue compuesto entre los siglos IX y VIII a. de C. y forma parte del documento elohísta. La figura de Aarón, que no sabe reaccionar ante el mal del pueblo y permite que éste caiga en la idolatría, es presentada de una manera negativa, a diferencia de la figura gloriosa y carismática de Moisés, verdadero profeta y hombre de Dios, que, con fuerza y fidelidad, atestigua la fidelidad a Dios y reacciona contra todo tipo de idolatría y de laxismo, identificándose incluso con el pueblo pecador ante Dios. La guía carismática del pueblo por parte de Moisés está presentada en el texto como la conciencia que habla, denuncia el pecado y llama al pueblo a la conversión, pero se convierte asimismo en el intercesor solitario ante Dios y solidario con su gente, llegando incluso a pedir que le borre Dios del libro que éste ha escrito. Cuando se pierde el sentido de la presencia de Dios resulta fácil caer en el pecado buscando un sucedáneo.

 

Evangelio: Mateo 13,31-35

En aquel tiempo,

31 les propuso otra parábola: -Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo.

32 Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace como un árbol, hasta el punto de que las aves del cielo pueden anidar en sus ramas.

33 Les dijo otra parábola: -Sucede con el Reino de los Cielos lo que con la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.

34 Jesús expuso todas estas cosas por medio de parábolas a la gente, y nada les decía sin utilizar parábolas,

35 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta: Hablaré por medio de parábolas, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.

 

**• Las dos parábolas del grano de mostaza y de la levadura que expone Jesús tienen la finalidad de iluminar, ulteriormente, la comprensión del misterio del Reino de Dios con otros elementos significativos, pero transmiten una misma enseñanza. El punto de reflexión versa sobre la desproporción que existe entre los comienzos humildes y el desarrollo que se produce a continuación. El Reino de Dios está ya presente, aunque escondido, con la venida de Jesús, y actúa de una manera dinámica no por obra humana, sino por la gracia de Dios.

En efecto, la pequeña semilla de mostaza tiene en sí misma una energía tan potente que se transforma en una planta de notables proporciones, como leemos en el libro de Daniel: «Éstas son las visiones que cruzaron por mi mente mientras dormía: En medio de la tierra había un árbol de gran altura. El árbol creció y se hizo corpulento; su copa tocaba el cielo, y se veía desde los extremos de la tierra. [...] en sus ramas anidaban los pájaros del cielo» (4,7-9). Este árbol llega a alcanzar una altura de tres o cuatro metros en Palestina (w. 31ss). Del mismo modo, un poco de levadura hace fermentar una cantidad de harina que puede alimentar a varias decenas de personas (v. 33). Así sucede también con el Reino de Dios y su palabra: parecen perdedores y derrotados en el presente, pero, en realidad, se dilatan y crecen de manera oculta hasta hacer fermentar toda la realidad humana.

En efecto, la fuerza interior y dinámica del Reino de Dios tiene tal poder que atrae y transforma toda la vida del hombre. También la Palabra de Dios, acogida e interiorizada en el corazón del creyente, produce la vitalidad interior que permite al Espíritu Santo actuar y conducir al cristiano a la vida eterna, es decir, a la experiencia vital de comunión y de intimidad con Dios, que es el resultado de un auténtico camino de vida espiritual (cf. Jn 4,13ss).

 

MEDITATIO

La pequeña parábola de la levadura que, de una manera silenciosa, hace fermentar toda la masa, enunciada en el evangelio de hoy, es muy sugestiva y apremiante. Se refiere, como la del grano de mostaza, aunque tal vez con un carácter todavía más incisivo, a la eficacia de la propuesta lanzada por Jesús. Ésta, en su aparente insignificancia a los ojos del mundo, precisamente por ser una carga de energía divina tiene en sí misma tal fuerza que produce una transformación total. La parábola puede ser leída tanto en clave personal como social.

En la primera de estas dos claves de lectura, la parábola nos invita al cambio radical que la acogida del Evangelio supone en cada individuo: pensamientos, proyectos, actitudes, expectativas, aspiraciones, relaciones, todo debe ser «fermentado» por él. Esto nos impulsa a preguntarnos hasta qué punto la propuesta de Jesús ha transformado nuestra vida personal, en todas sus dimensiones. Por eso, nos invita a pensar si no nos habremos fabricado por nuestra cuenta aquel becerro de oro del que habla la primera lectura de hoy, aquel becerro de oro que el pueblo se construyó en el desierto y al que adoró con entusiasmo, como si fuera su dios. La experiencia atestigua que lo que el Evangelio no fermenta en nosotros acaba por convertirse en un ídolo al que, consciente o inconscientemente, rendimos culto.

En la segunda clave de lectura, la social, la parábola nos invita a pensar en la transformación de la convivencia colectiva que debería producir el Evangelio anunciado en su integridad, según las claras indicaciones proporcionadas por Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi. La propuesta del Reino de Dios debe calar como una levadura silenciosa, pero inconteniblemente eficaz, en las relaciones entre los grupos humanos en todos los ámbitos, erradicando de ellos todo lo que no vaya en la dirección de la «vida en abundancia» que Jesús ha venido a traer al mundo (cf. Jn 10,10), haciendo crecer así en su lugar todo lo que contribuya a tal vida. También en el ámbito estructural hay que reemplazar las «estructuras de muerte» por «estructuras de vida» (Juan Pablo II). Y nosotros, cada uno según su propia condición humana y eclesial, somos los afortunados responsables de esta tarea.

 

ORATIO

Has querido asociarnos, Señor, a la realización de tu gran designio de amor «para la vida en abundancia» del mundo. Nos has llamado a colaborar contigo en su fermentación.

Te estamos muy agradecidos por haber confiado en nosotros y habernos hecho hijos tuyos. Sin embargo, sabes todo lo que en nosotros no ha sido fermentado por tu invitación: no todo en nosotros ha sido evangelizado, y hay muchos recodos oscuros y tenebrosos en nuestros corazones. Con frecuencia nos descubrimos adorando los falsos ídolos que nos construimos como sucedáneos de tu Evangelio. Nos dejamos fascinar por otros proyectos, a veces míseros y mezquinos, que no forman parte de tu plan de salvación y de amor, y vamos abandonando nuestra inicial dedicación al mismo.

Perdona nuestra infidelidad y haz que tu Evangelio brille de tal modo ante los ojos de nuestro corazón que nos sintamos suavemente obligados a abrazarlo y a dejarnos levitar integralmente por él, permaneciendo fieles a tu Palabra de vida. Entonces daremos con alegría los frutos que tú mismo esperas de nosotros. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Ya no te pensaba, oh Dios, no te pensaba con el aspecto de un cuerpo humano, pero no acudía a mi imaginación ninguna otra forma que te representara. Yo, hombre y este hombre, pretendía representarme a Ti, sumo y único verdadero Dios. Mi corazón se rebelaba violentamente contra todas estas representaciones sensibles. Pero apenas las había expulsado, en un abrir y cerrar de ojos ya habían vuelto, se me volvían a presentar a la vista, obnubilándola: no tenía, no, el aspecto de un cuerpo humano, pero, con todo, siempre estaba obligado a pensar en algo corpóreo que ocupaba materialmente un espacio [...].

Mi mísero ánimo siempre andaba dando vueltas a consideraciones de este tenor. A pesar de ello, conservaba bien firme la fe en la Iglesia católica de tu Cristo, nuestro Salvador y nuestro Señor; una fe, es cierto, en muchos aspectos todavía tosca y que erraba fuera de la norma de tu enseñanza, pero que yo estaba bien decidido a no abandonar y de la que incluso me embebía cada día más (Agustín de Hipona, Le Confessioni, Milán 1991, 179-180.189 [edición española: Las confesiones, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 51968]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta» (1 Cor 3,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Le dije a John Eudes que durante muchos años me había imaginado que Dios rompería el espeso caparazón de mi resistencia revelándoseme de un modo tan intenso y convincente que me haría capaz de abandonar mis «ídolos», para entregarme a él sin condiciones. No demasiado sorprendido por tales fantasías, me respondió John Eudes: «Tú quieres que Dios se te aparezca como quieren tus pasiones, pero estas pasiones, ahora, te ciegan frente a su presencia. Concéntrate en esa parte de ti mismo que no es víctima de las pasiones e intenta comprender, date cuenta de que allí está Dios. A continuación, deja que esa parte se desarrolle dentro de ti y de allí harás partir tus decisiones. Te sorprenderás al constatar cómo esas fuerzas que parecían invencibles se marchitan y desaparecen».

Estuvimos hablando de muchas otras cosas, pero lo que mejor recuerdo, del final de la conversación, es la idea de que debería hacerme feliz el hecho de tomar parte en la batalla, con independencia del desenlace de la misma. La batalla es real, peligrosa y decisiva. Arriesgamos en ella todo lo que poseemos; es como combatir contra un toro en la arena. Sólo sabemos lo que es la victoria después de haber participado en la batalla. Las personas que conocen el sabor de la victoria son muy modestas al respecto, porque han visto el otro frente y saben que hay poca cosa de la que jactarse. Las potencias de las tinieblas y las potencias de la luz están demasiado cerca las unas de las otras para poder ofrecer una ocasión a la vanagloria. Un monasterio representa esto. Aquí estamos en condiciones de reconocer el combate en los hechos de la vida cotidiana. Puede tratarse de algo pequeño, como el deseo de recibir una carta o el deseo de una vaso de leche. Permaneciendo en un único puesto se aprende a conocer muy bien el campo de batalla (H. J. M. Nouwen, Ho ascoltato ¡I silenzio, Brescia "2000, p. 67 [edición española: La soledad, el silencio, la oración: espiritualidad del silencio y sacerdocio contemporáneo, Obelisco, Barcelona 2002]).

 

Día 27

Martes de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 33,7-11; 34,5-9.28

En aquellos días,

33.7 Moisés tomó la tienda y la plantó fuera del campamento, a cierta distancia de él, y la llamó tienda del encuentro. Todo el que quería dirigirse al Señor tenía que salir fuera del campamento y dirigirse a la tienda del encuentro.

8 Cuando salía Moisés, todo el mundo se ponía de pie y, situándose cada uno a la puerta de su propia tienda, seguían a Moisés con la mirada hasta que entraba en la tienda.

9 En cuanto Moisés entraba en la tienda, la columna de nube descendía y permanecía a la entrada de la tienda mientras el Señor hablaba con Moisés.

10 El pueblo contemplaba la columna de nube, que permanecía a la entrada de la tienda; entonces, todo el mundo se postraba, cada uno en la entrada de su tienda.

11 El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como un hombre habla con su amigo. Luego Moisés volvía al campamento, pero Josué, su ayudante, hijo de Nun, no se movía de la tienda.

34 5 El Señor descendió sobre una nube y se quedó allí junto a él, y Moisés invocó el nombre del Señor.

6 Entonces pasó el Señor delante de Moisés clamando: -El Señor, el Señor: un Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel;

7 que mantiene su amor eternamente, que perdona la iniquidad, la maldad y el pecado, pero que no los deja impunes, sino que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación.

8 Inmediatamente, Moisés cayó rostro a tierra

9 y le dijo: -Mi Señor, si gozo de tu protección, que venga mi Señor entre nosotros, aunque éste sea un pueblo obcecado. Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos como heredad tuya.

28 Moisés permaneció allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches; no tomó alimento alguno ni bebió. Y escribió sobre las tablas las diez cláusulas de la alianza.

 

**• Los dos breves textos de los que se compone la lectura de hoy se remontan a los tiempos del reino de Judá: el primero pertenece al documento elohísta y el segundo al yahvista. Tratan de la alianza renovada por parte del Señor a través de un acto de renovación permanente del culto. A pesar del pecado del pueblo, el Señor, siempre misericordioso y lleno de amor, permanece cerca de su gente, a la que eligió a través de Moisés. Éste, en efecto, toma la «tienda del encuentro», o sea, el lugar del culto, y la coloca fuera del campamento, para indicar que Dios no puede vivir en plena armonía con los hombres pecadores, aunque siempre está listo y disponible para los que se dirigen a él con ánimo renovado y penitente. Todos los judíos que reconocían su culpa podían entrar en amistad con Dios, ir a la tienda y hablar con Dios, como hacía el intercesor Moisés, que hablaba con el Señor cara a cara, como un amigo habla con su amigo, y como su ayudante Josué, que «no se movía de la tienda» (v. 11).

En síntesis, Dios, que se revela a Moisés como el Dios de la misericordia, quiere enseñar de este modo a su pueblo que el verdadero ámbito de la alianza no es el Sinaí ni ningún lugar material; el verdadero ámbito del culto se sitúa en el hecho de reconocernos pecadores y acoger su misericordia, que se manifiesta en cada situación concreta y a través de hombres y personas santas y amigas de Dios. Sólo estos mediadores pueden pronunciar el nombre del Señor sobre el pueblo y hacerle así presente con sus atributos de benevolencia, compasión y misericordia.

El Señor ha elegido, a buen seguro, para siempre a su pueblo, pero sigue siendo también aquel que perdona y exige justicia, es decir, que se manifiesta en el castigo y en la gracia y nos llama a volver a la alianza renovada.

 

Evangelio: Mateo 13,36-43

En aquel tiempo,

36 Jesús dejó a la gente y se fue a la casa. Sus discípulos se le acercaron y le dijeron: -Explícanos la parábola de la cizaña del campo.

37 Jesús les dijo: -El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;

38 el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino, y la cizaña, los hijos del maligno;

39 el enemigo que la siembra es el diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores, los ángeles.

40 Así como se recoge la cizaña y se hace una hoguera con ella, así también sucederá en el fin del mundo.

41 El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino a todos los que fueron causa de tropiezo y a los malvados

42 y los echarán al horno de fuego. Allí llorarán y les rechinarán los dientes.

43 Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos que oiga.

 

*•*• La parábola evangélica de la buena semilla y de la cizaña encuentra su explicación en la contraposición entre dos bandos capitaneados por el divino sembrador y por el sembrador malvado. El punto central del mensaje de Jesús, por consiguiente, no es sólo la necesaria convivencia entre el trigo y la cizaña hasta el tiempo de la siega, sino la diferente suerte que corren los buenos, los hijos del Reino de Dios, y los malos, los hijos del maligno.

La pregunta de fondo a la que pretende responder la parábola es la de siempre, tanto la expresada por las primeras comunidades cristianas, como la que vuelven a expresar constantemente nuestras comunidades: ¿porqué hay malos cristianos en la comunidad creyente? Lo responde dando dos razones; la primera es que la siembra ha sido hecha al mismo tiempo tanto por Dios como por el maligno; la segunda es que el tiempo de la separación está reservado sólo para Dios. La vida del hombre es el tiempo en el que todo creyente debe realizar su opción. La convivencia con los malos no debe ser causa de pesimismo para los buenos; Dios la tolera e impide a aquellos que son demasiado exigentes «eliminar» a los malos con la excusa de acabar con el mal; al contrario, los buenos deben compartir a los pecadores y vencer así al mal con el bien. Sólo al final de la vida vendrá la siega (v. 39), esto es, el juicio de Dios. En ese momento aparecerá clara la suerte diferente reservada a «todos los que fueron causa de tropiezo» (v. 41) y a los «justos» (v. 43), cuando el Cristo glorioso se levante como juez supremo con sus ángeles y purifique a su Iglesia del mal. Esta perspectiva final es de aliento para los creyentes, que deben hacer frente en la vida de cada día a dificultades y pruebas de todo tipo.

 

MEDITATIO

En el texto del Éxodo que hemos leído hoy produce una gran impresión la intimidad que vive Moisés con el Dios, tres veces Santo, revelado en el Antiguo Testamento.

En efecto, Dios hablaba con él «cara a cara, como un hombre habla con su amigo» (Ex 33,11). Se explica así tanto la admiración que este comportamiento suyo suscitaba en el pueblo, más sensible a la distancia de Dios que a su proximidad, como la audacia con la que intercedía en su favor, a fin de que pudiera continuar siendo la heredad de Dios, a pesar de su «dura cerviz». Naturalmente, Moisés no llegó a la familiaridad que Jesús vivió con Dios, una familiaridad que inculcó también a sus seguidores. En efecto, Jesús se atrevió a invocar a Dios con el afectuoso nombre de «Abbá» (Me 14,36; Rom 8,15; Gal 4,6); una expresión que se usaba en el seno de la intimidad familiar para dirigirse al propio padre, y que ningún judío de su tiempo se hubiera aventurado a usar en sus relaciones con Dios. Jesús, sin embargo, la utilizó constantemente, sin preocuparse del escándalo que esa innovación podía suscitar en sus adversarios. Quizás también por esto le condenaron como blasfemo (cf. Mt 26,65). Y no sólo la empleó él mismo, expresando de este modo su modo extremadamente íntimo de relacionarse con Dios, sino que animó también a sus oyentes a hacer lo mismo. Jesús quería que todos vivieran en presencia de Dios, como ante aquel «Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel» que había pasado ante Moisés revelándole su nombre (Ex 34,6).

En este sentido se puede entender también la «buena semilla» sembrada por el Hijo del hombre de la que nos habla el evangelio de hoy (Mt 13,37). Hemos de preguntarnos si no dejamos que la cizaña ahogue la buena semilla con otros modos de pensar y de vivir la relación con Dios. En efecto, con frecuencia el Dios, tierno y misericordioso, es sustituido en nuestra vida por otros dioses que no tienen nada que ver con Aquel cuyo rostro nos fue revelado por Jesús. Esos dioses engendran en nosotros actitudes que andan lejos de las que Jesús vivió intensamente e inculcó con la misma intensidad en quienes querían seguirle.

 

ORATIO

Señor Jesús, tu viviste una intimidad intensísima con Dios. Le llamabas «Abbá», con toda la ternura familiar que tal nombre incluye. De este modo, abriste un camino nuevo en la humanidad por lo que respecta a las relaciones con el misterio magno y último de la realidad, con ese misterio que nosotros llamamos Dios.

Muchos de los hombres de tu tiempo no te comprendieron; más aún, fueron muchos los que se escandalizaron y te intimaron y condenaron por esto como blasfemo. Estaban acostumbrados a un modo de tratar con Dios que se inspiraba más en el temor y en la distancia que en el amor y la proximidad. Pero también hay hombres y mujeres en nuestros días que no te comprenden en este punto, y tal vez entre ellos estemos también nosotros mismos. Más de una vez ofrecemos el terreno de nuestros corazones a la cizaña sembrada por el enemigo, y la buena semilla de tu manera de invocar a Dios y de relacionarte con él queda ahogada por nuestra ceguera y por nuestra hipocresía. Queremos decirte, Señor, que creemos en ti y, como el apóstol Felipe en la última cena, te repetimos con fe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8).

 

CONTEMPLATIO

Sabemos que Dios es clemente, y nosotros, que somos pecadores, no nos alegramos de su severidad, sino que leemos: «El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es todo ternura» (Sal 116,5). La justicia de Dios está envuelta de misericordia y por ese camino procede al juicio: usa la moderación cuando se trata de juzgar, y juzga de manera que usa la misericordia, pues «la Misericordia y la Paz se encuentran, la Justicia y la Paz se besan» (Sal 84,11) (Jerónimo, Commento al libro de Giona, Roma 1992, p. 82).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que siembra es Cristo: quien le encuentra tiene la vida eterna» (cf. Mt 13,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si bien no podemos describir al Dios vivo, sí podemos decir al menos cómo y dónde encontrarle. Una noche, habiendo prolongado su oración más de lo acostumbrado, el filósofo B. Pascal tuvo una ardiente experiencia del Dios vivo que intentó fijar, en forma de breves exclamaciones, en una hojita de papel que, a su muerte, encontraron cosida en el interior de su chaqueta, encima del corazón.

Decía: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob: no de los filósofos y de los doctos. Certeza, Sentimiento, Alegría, Paz, Dios de Jesucristo. Tu Dios será el mío. Olvido del mundo y de todo, excepto de Dios. Se le encuentra sólo por el camino enseñado por el Evangelio. Grandeza del alma humana. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido. Que yo no tenga que ser separado de él para la eternidad. Alegría, alegría, lágrimas de alegría». Vemos aquí, en directo, lo que significa descubrir que Dios existe y tener «la respiración entrecortada» [...].

Ahora bien, el Dios vivo se revela sobre todo en el más misterioso de sus juicios: el que se manifiesta en la cruz de Cristo.  Sin embargo, para comprender la novedad que aporta la cruz a la comprensión del Dios vivo, debemos traer a la mente algunos momentos fuertes de la revelación bíblica sobre Dios. En el libro del Éxodo se presenta Dios mismo a Moisés diciendo. «El Señor, el Señor». Siguen, en este punto, dos series de atributos: «Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel; que mantiene su amor eternamente, que perdona la iniquidad, la maldad y el pecado, pero [y aquí empieza la segunda serie] que no los deja impunes, sino que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 34,5-7).

Este contraste característico se conserva a lo largo de toda la Biblia. Ésta mantiene siempre ¡untos, en tensión, esos dos rasgos fundamentales de Dios: por una parte, la santidad y el poder; por otra, la bondad inmensa; por una parte, la cólera; por otra, la piedad. Nunca intenta nivelarlos, nunca ve entre ellos contradicción. Coherentemente, dos parecen ser las reacciones, o las actitudes, y, al mismo tiempo, los deberes fundamentales de la criatura frente a este Dios: temor y amor: «Amarás al Señor, tu Dios... Temerás al Señor, tu Dios» (Dt 6,5.13) (R. Cantalamessa, La salita al monte Sinai, Roma 1994, pp. 21 -24 [edición española: La subida al monte Sinaí, Ediciones San Pablo, Madrid 1995]).

 

 

Día 28

Miércoles de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 34,29-35

En aquel tiempo,

29 Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano. Moisés no sabía, al bajar del monte, que su rostro irradiaba luminosidad por haber hablado con el Señor.

30 Aarón y los israelitas miraban a Moisés; su rostro era luminoso, y temieron acercarse a él.

31 Moisés los llamó. Aarón y los jefes de la comunidad lo rodearon;

32 después se acercaron todos los israelitas. Entonces les comunicó todo cuanto el Señor le había dicho en el monte Sinaí.

33 Cuando Moisés terminó de hablar con ellos, puso sobre su rostro un velo.

34 Cada vez que Moisés entraba en el santuario a hablar con el Señor se quitaba el velo hasta que salía. Y cuando salía para comunicar a los israelitas lo que se le había ordenado,

35 éstos quedaban admirados ante el resplandor que despedía la cara de Moisés. Entonces Moisés volvía a ponerse el velo hasta que volvía a hablar con el Señor.

 

**• El fragmento que acabamos de leer, compuesto durante el período postexílico (siglos VI-V a. de C), pertenece al documento sacerdotal y concluye el tema de la lejanía/proximidad de Dios de Ex 32-34, presentándonos la imagen de Moisés con el rostro radiante y luminoso.

Éste baja del monte Sinaí llevando en las manos las dos tablas de la ley y manifestando en su persona, sin saberlo, el lugar privilegiado de la revelación de Dios. El pueblo, al verlo, no se atreve a acercarse a él, presa de un sagrado temor y respeto (v. 30). Sin embargo, Moisés llama a Aarón y a los representantes del pueblo para comunicarles las órdenes de Dios. Se cubre el rostro con un velo cuando se encuentra entre su gente y, al contrario, se quita el velo cuando entra en la tienda para dialogar con Dios (cf. Eclo 45,2.7ss; 50,5-13).

Moisés, el gran caudillo, es aquí el signo revelador de Dios. Lo revela no sólo con el esplendor que emana de su persona, sino también con las tablas de la ley, que contienen la Palabra de Dios. Así pues, acercarse a Moisés y escuchar sus enseñanzas significa hacer la experiencia de lo divino (w. 31-34) y entrar en el misterio de Dios, que está escondido para el pueblo, aunque él esconde su esplendor con un velo ante los israelitas. Moisés, por consiguiente, como figura carismática, encarna todas las mediaciones de la revelación divina: a él se le atribuye la promulgación de la ley y la autoridad de la Palabra de Dios. No es difícil ver evocada en este fragmento, en el que brilla la luz de Dios en el rostro de Moisés, la figura del Cristo glorioso en la transfiguración, manifestación verdadera del Salvador de los hombres e imagen viva y luminosa del Dios invisible (cf. Me 9,2-8; 2 Cor4,6;Heb 1,3; Col 1,15).

 

Evangelio: Mateo 13,44-46

44 «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.»

45 «También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas,

46 y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.

 

**• Las dos parábolas gemelas -la del tesoro y la de la perla- ponen de manifiesto el valor absoluto del Reino de Dios anunciado por Jesús, por el que vale la pena vender cualquier otra cosa. En la primera se habla de un campesino que, al encontrar un tesoro y querer hacerlo suyo, compra con alegría el campo, aun a costa de vender todo lo que tiene. Sabe muy bien, en electo, que, según la ley judía, quien compra un terreno se vuelve dueño del suelo y del subsuelo. La segunda parábola tiene como protagonista a un mercader de perlas, que, al encontrar una de gran belleza y rara, vende todo lo que tiene y la compra, porque sabe muy bien que no hay nada de más valor que esa perla.

La enseñanza de Jesús es iluminadora y fundamental: el Reino de Dios y todo lo que éste comporta exige una entrega completa e incondicionada a su causa. Este Reino, en efecto, no es algo, sino alguien; es haber encontrado a la persona de Jesús. Por eso hay que optar por él con la prontitud y la alegría del que ha comprendido el valor del Reino de Dios. Y la alegría es tan profunda y tan sentida que hace posible vender cualquier otro bien, con tal de alcanzar el fin deseado, esto es, la posesión de tal tesoro y de tal perla, frente a los cuales cualquier otra cosa pierde valor y no resulta excesivo ningún esfuerzo.

Más allá de esta finalidad, las parábolas nos presentan la exigencia de radicalismo en la opción por el Reino de Dios. Es preciso eliminar cualquier otro compromiso, si queremos alcanzar el amor como don de un Dios que nos ama en la comunión con él. Al hombre le compete la correspondencia y la disponibilidad frente a la iniciativa de Dios Padre.

 

MEDITATIO

En la parábola del hombre que encuentra el tesoro en el campo, parece que Jesús se describe a sí mismo. Él fue, verdaderamente, el hombre que descubrió algo que le llevó a «vender todo lo que tenía» para adquirirlo.

De la lectura de los evangelios se desprende, en efecto, la figura de un Jesús profundamente recogido y unificado en torno a un centro de atracción, que ha entregado todo lo que es, todas sus energías y capacidades a algo que le ha fascinado. Jesús, para decirlo con una comparación, no aparece como un «hombre-veleta», en constante cambio, sino como un «hombre-roca», anclado tenazmente en un punto estable e inamovible que da sentido a su vida.

Este centro de atracción, este punto firme e inamovible fue lo que él, con el lenguaje propio de su tiempo, llamó «Reino de Dios». Dice, en efecto, el evangelio de Marcos al introducir el comienzo de su actividad: «Después que Juan fue arrestado, marchó Jesús a Galilea, proclamando la Buena Noticia de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio"» (Me 1,14ss).

Jesús vivió con pasión esta «Buena Noticia» y anunció este «tesoro» que encontró en el campo. A ella dedicó, con entusiasmo y generosidad incomparable, todo lo que era y todo lo que tenía, hasta su propia vida, cuando llegó el momento de la entrega de sí mismo. Quería que Dios, ese Dios al que invocaba tiernamente como «Abbá» (Me 14,36), a pesar de todos los usos contrarios de su pueblo, pudiera establecer su soberanía benévola sobre todos y cada uno, pudiera ser verdaderamente rey en este mundo. Así habría desaparecido de él todo lo que no permitía a sus hermanos y hermanas ser verdaderamente felices. Anhelaba, en definitiva, que todos «tuvieran vida, y la tuvieran en abundancia» (Jn 10,10).

El suyo no era un anhelo puramente sentimental e ineficaz, sino que se traducía en una actividad incontenible encaminada a la realización de aquello que anhelaba. Podemos imaginar que, como se dice de Moisés en la primera lectura, también el rostro de Jesús estuviera radiante, precisamente porque en él se transparentaba aquella alegría irrefrenable que le había llevado a «vender todo lo que tenía» para «comprar aquel campo» en el que se encontraba su «tesoro».

 

ORATIO

¡Cómo quisiéramos ser como tú, Jesús! ¡Cómo quisiéramos que toda nuestra vida estuviera recogida y concentrada en torno a ese centro que unificaba toda tu vida! Por desgracia, nosotros nos dejamos seducir por muchas otras cosas que nos atraen. Estamos constantemente sacudidos de aquí para allá como por las olas del mar. Nuestro corazón está con frecuencia en otra parte, no allí donde se encuentra el tesoro que tú habías encontrado. No buscamos siempre el Reino de Dios, no amamos de una manera suficiente la «vida abundante» para todos.

Ayúdanos tú, Señor. Si, como hiciste un día con tus discípulos, nos miras a los ojos y nos dices: «Sígueme», nos quedaremos fascinados por tu voz y por tu propuesta y te seguiremos. Si nos lo dices una vez más, con vigor, seremos capaces de seguirte todavía y siempre. Y también nuestro rostro estará radiante de alegría e iremos detrás de ti con valor, confiando sólo en tu Palabra de vida, y nos dejaremos quemar en nuestro interior por el fuego de tu Espíritu y de tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Realmente puedo alegrarme, y nadie podrá arrebatarme este gozo. Tengo ya lo que anhelé tener bajo el cielo: veo cómo tú, sostenida por una admirable prerrogativa de la sabiduría de la boca del mismo Dios, superas triunfalmente, de modo pasmoso e impensable, las astucias del artero enemigo, y la soberbia que arruina la naturaleza humana, y la vanidad que infatúa los corazones de los hombres; y cómo has hallado el tesoro incomparable, escondido en el campo del mundo y de los corazones de los hombres (Mt 13,44), con el cual se compra nada menos que a Aquel por quien fueron hechas todas las cosas de la nada; y cómo lo abrazas con la humildad, con la virtud de la fe, con los brazos de la pobreza. Lo diré con palabras del mismo apóstol: te considero cooperadora del mismo Dios y sostenedora de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable (1 Cor 3,9; Rom 16,3). Dime: ¿quién no se alegraría de gozos tan envidiables? Pues alégrate también tú siempre en el Señor (Flp 4,1.4), carísima, y no te dejes envolver por ninguna tiniebla ni amargura, oh señora amadísima en Cristo, alegría de los ángeles y corona de las hermanas.

Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria (Heb 1,3), fija tu corazón en la figura de la divina sustancia (2 Cor 3,18), y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad. Así experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para sus amadores. Deja de lado absolutamente todo lo que en este mundo engañoso e inestable tiene atrapados a sus ciegos amadores, y ama totalmente a quien totalmente se entregó por tu amor (Clara de Asís, «Tercera carta a santa Inés de Praga», VII, 12-14, en Fuentes franciscanas, edición electrónica).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros que habéis dejado todo por el Evangelio, recibiréis cien veces más y heredaréis la vida eterna» (cf. Mt 19,27.29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Lo que mina y envenena en general nuestra felicidad es sentir tan cerca el fondo y el fin de todo lo que nos atrae: el sufrimiento de las separaciones y del deterioro, la angustia del tiempo que discurre, el terror frente a la fragilidad de los bienes poseídos, la decepción producida por alcanzar tan pronto el final de lo que somos y de lo que amamos...

Para quien ha descubierto, en un Ideal o en una Causa, el secreto de colaborar e identificarse, de cerca o de lejos, con el Universo en progreso, todas las sombras desaparecen. La alegría de adorar, refluyendo, para dilatarlas y consolidarlas, en absoluto para disminuirlas o destruirlas, sobre la alegría de ser y la de amar (Curie, Termier, han sido admirables amigos, padres y esposos), comporta y aporta, en su plenitud, una maravillosa paz. El objeto que la alimenta es inagotable, puesto que se confunde, poco a poco, con la misma consumación del mundo a nuestro alrededor. Por eso escapa a toda amenaza de muerte y de corrupción. Por último, en cierto modo, está continuamente a nuestro alcance, puesto que el mejor modo que tenemos de alcanzarlo es, simplemente, nacer lo mejor posible, cada uno en nuestro sitio, lo que podamos hacer.

La alegría del elemento convertido en consciente de la Totalidad a la que sirve y en la que se realiza, la alegría alcanzada por el átomo reflexivo en el sentimiento de su función y de su consumación en el seno del universo que lo contiene: ésa es, en la teoría y en la práctica, la forma más elevada y más progresiva de felicidad que me es posible proponeros y desearos. A nuestro alrededor, la mística de la búsqueda, las místicas sociales, se precipitan con una fe admirable a la conquista del porvenir. Ahora bien, ningún vértice preciso ni, lo que es aún más grave, ningún objeto amable se presenta a su adoración. Y he aquí la razón de que, en el fondo, la alegría y las entregas que suscitan sean duras, secas, frías, tristes, o sea, preocupantes para quien las observa y, en último extremo, no del todo beatificantes para quienes las siguen.

Sin embargo, junto a y, hasta hoy, en los márgenes de tales místicas humanas, la mística cristiana no cesa nunca, desde hace dos milenios, de impulsar cada vez más lejos (sin que muchos lo sospechen) sus perspectivas de un Dios personal, no sólo creador, sino también animador y totalizador de un Universo que él vuelve a llevar a sí mismo a través del concurso de todas las fuerzas que reagrupamos bajo el nombre de Evolución. Con el esfuerzo persistente del pensamiento cristiano, la enormidad angustiosa del mundo va convergiendo poco a poco hacia lo alto, hasta transfigurarse en un foco de energía amante... (P. Teilhard de Chardin, Sulla felicita, Brescia 1990, pp 37ss y 44ss [edición española: Sobre el amor y la felicidad, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).

 

Día 29

29 de julio, conmemoración de

Santa Marta

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 40,16-21.34-38

En aquellos días:

16 Moisés hizo todo cuanto el Señor le había ordenado.

17 El día primero del primer mes del año segundo fue montada la morada.

18 Moisés levantó la morada, asentó las basas, colocó los tableros y los varales y puso en pie los soportes.

19 Y sobre la morada extendió la cubierta tal como el Señor le había ordenado.

20 Tomó las tablas del testimonio y las colocó dentro del arca, puso los varales al arca y situó la plancha de oro encima del arca;

21 metió el arca en la morada, colgó el velo de separación y con él ocultó el arca del testimonio, como el Señor le había ordenado.

34 Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenó la morada.

35 Moisés no podía entrar en la tienda del encuentro, porque la nube estaba encima de ella, y la gloria del Señor llenaba la morada.

36 Durante el tiempo que duró su caminar, los israelitas se ponían en marcha cuando la nube se levantaba de la morada.

37 Si la nube no se levantaba, no partían hasta el día en que se levantaba,

38 porque la nube del Señor se posaba de día sobre la morada, y de noche brillaba como fuego a la vista de todo Israel, durante todas las etapas de su camino.

 

*+• El texto que hemos leído pertenece a la tradición sacerdotal y, cuando lo examinamos atentamente, hace pensar en el ordenamiento del culto de la comunidad del segundo templo, aunque la matriz sigue siendo la fuente sinaítica. Estamos frente al santuario del desierto, en sintonía con la marcha del pueblo tras la experiencia del Sinaí. Moisés, siguiendo lo que le había mandado, construye la tienda (la Morada) para el Señor (w. 16-21) y Dios se establece en medio de su pueblo elegido (w. 34-38). Tras el Sinaí, ahora será la tienda la que constituya la continuidad de la revelación de Dios a los hombres.

Aquí se fija el lugar ideal en el que cada individuo puede entrar en contacto con el Señor y dialogar con él. Dios, Padre de la tierra y del cielo, decide ubicarse, habitar en la «morada» (cf. v. 35; Ex 25,8; Ez 37,27; Jl 4,17), entre las tiendas de su pueblo, y comunicarse con Moisés, mediador carismático. De este modo, Moisés podía hacer llegar a su pueblo todo lo que Dios le había ordenado.

El signo visible del Dios invisible, aunque presente y operante entre los hombres, era la «nube», que regulaba las etapas del camino del pueblo en el desierto hacia la tierra prometida. La presencia de Dios, que llenaba la tienda del santuario, recibía el nombre de «gloria», esto es, manifestación del amor salvífico de Dios en su poder y santidad, por parte de la tradición sacerdotal. En el judaísmo posterior, la «presencia» de Dios en el templo de Jerusalén recibirá el nombre de Shekhinah, «la Presencia» por excelencia. Pues bien, las tres letras fundamentales de esta palabra hebrea, s-k-n, figuran también en la raíz del verbo griego usado por el cuarto evangelista: eskénosen. En efecto, para Juan, la humanidad de Cristo es la nueva tienda santa, el nuevo templo en el que reside toda la plenitud de la sabiduría, la gracia y la verdad, en donde se manifiesta la presencia perfecta del Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Y nosotros, nuevo pueblo en camino, ¿estamos dispuesto a seguirle cada vez que el Señor nos invite a ir detrás de él?

 

Evangelio: Juan 11,19-27

En aquel tiempo,

19 muchos judíos habían ido a Betania para consolar a Marta y María por la muerte de su hermano.

20 Tan pronto como llegó a oídos de Marta que llegaba Jesús, salió a su encuentro; María se quedó en casa.

21 Marta dijo a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.

22 Pero, aun así, yo sé que todo lo que pidas a Dios él te lo concederá.

23 Jesús le respondió: -Tu hermano resucitará.

24 Marta replicó: -Ya sé que resucitará cuando tenga lugar la resurrección de los muertos, al fin de los tiempos.

25 Entonces Jesús afirmó: -Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;

26 y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá. ¿Crees esto?

27 Ella contestó: -Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo.

 

*+• El diálogo entre Jesús y Marta referido en este fragmento del evangelio forma parte del episodio de la llamada «resurrección de Lázaro» (cf. Jn 11,lss). Como en Le 10,38-42 y en Jn 12,lss, destacan las actitudes opuestas de Marta y de María: la primera muestra un carácter más dinámico y concreto, que se manifiesta en salir de inmediato al encuentro del Señor; la segunda, a la que siempre se describe sentada y escuchando al Maestro, permanece en casa (v. 20).

Marta asocia, en cierto modo, la muerte de su hermano a la ausencia de Jesús en aquel momento, pero confirma asimismo su firme confianza en él como mediador infalible ante Dios (vv. 2lss). Empieza así un itinerario interior que la conducirá a una profesión de fe plenamente cristiana (v. 27), pasando a través de la declaración de su fe en la resurrección del último día (v. 24), en conformidad con la tradición judía (cf 2 Mac 7,9.23;

12,42b-44; Dn 12,1-3). Es el mismo Jesús quien la guía en este recorrido: con una expresión típica de las autorrevelaciones divinas («Yo soy»: v. 25a; cf. Ex 3,14; Lv 19,lss; Jn 6,35; 14,6; passim), el Señor hace comprender a Marta que la vida que él da supera también a la muerte. Jesús, resurrección y vida, crea en quien le recibe una condición nueva y definitiva (cf Jn 5,24; 8,51).

Como hace en todo su evangelio, también aquí Juan recurre a términos antitéticos y juega con su doble significado: cuando alguien da su plena adhesión a Jesús, pasa de la muerte física a la vida definitiva, eterna (v. 25b), porque quien en vida haya creído en él no padecerá la condena a la eterna separación de Dios (v. 26a).

Con estas palabras se refiere el Señor al destino último y, al mismo tiempo, pone de manifiesto que, a través de él, está ya presente en el creyente el germen de la vida eterna. Jesús no se limita a revelar a Marta estas verdades, sino que le pregunta de una manera explícita su posición ante ellas (v. 26b), brindándole la oportunidad de manifestar plenamente su adhesión a la persona del Maestro, reconocido ahora como el Mesías esperado por Israel y como el Hijo de Dios (v. 27).

 

MEDITATIO

«La gloria del Señor llenó la morada», dice la primera lectura, refiriéndose a la presencia de Dios en la tienda que Moisés había preparado. Más tarde, Salomón construyó el templo en Jerusalén, y la gloria de Dios vino a habitar en él y a llenarlo con su presencia {cf. 1 Re 8,11). El pueblo de Israel estaba profundamente convencido de que Dios habitaba en el templo, de que su gloria lo llenaba, y a él acudía para encontrarle y rendirle culto.

Jesús, en su diálogo con la samaritana junto al pozo, innovó profundamente esta perspectiva: «Créeme, mujer, está llegando la hora -mejor dicho, ha llegado ya- en que para dar culto al Padre no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén. [...] Ha llegado la hora en que los que rindan verdadero culto al Padre lo harán en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad (Jn 4,21-24). Como es sabido, los primeros cristianos no tenían templos. Celebraban su culto, especialmente el acto más peculiar de su fe, la eucaristía, en las casas (cf. Hch 2,46). Sólo más tarde empezaron a tener lugares reservados para sus liturgias.

La morada de la gloria de Dios ya no es, por consiguiente, el templo material, sino todo el mundo, abierto a Cristo y al Espíritu. En efecto, para Jesús, como nos hizo comprender por medio de la parábola de Mt 25,31-46, Dios está presente sobre todo en el hermano pequeño y menesteroso. En él es donde lo podemos encontrar y rendirle honores, saliendo al encuentro de esta pequeñez y esta necesidad. Se trata de un culto que tiene su fuente en el Espíritu de amor derramado en los corazones de los creyentes, que les impulsa a glorificar a Dios haciendo vivir a los otros al calor de lo que decía el obispo mártir san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre vivo».

Tal vez los «peces malos» de los que habla la parábola del evangelio de hoy sean también esos cristianos que piensan honrar a Dios realizando actos de culto ritual, pero sin preocuparse de rendirle el culto «en espíritu y en verdad» que él espera. ¿Tenemos esta confiada apertura a la novedad del Espíritu que nos interpela?

 

ORATIO

Oh Padre, nosotros quisiéramos glorificarte como tú deseas y mereces. Por eso, quisiéramos darte culto no tanto a través de la materialidad de los actos rituales como a través de nuestra vida diaria vivida «en espíritu y en verdad» (Jn 4,24).

Sabemos que tú moras particularmente en los hermanos y en las hermanas necesitados, en los que tienen hambre y sed, en quienes están solos y tristes, en quienes están enfermos y privados de lo necesario, y en ellos esperas tu glorificación. Ellos son, de un modo absolutamente particular, la morada que te has elegido para ser honrado y glorificado. Nos lo dijo tu Hijo, Jesús, que fue el primero en darte gloria entregando la vida por todos nosotros, sus hermanos.

Tú sabes lo débiles que somos y cuánto nos cuesta, en ocasiones, darte el culto que tú esperas de nosotros. Nos resulta más fácil repetir ritos, incluso bellamente ejecutados y perfectos, que comprometernos en la vida concreta en favor de nuestros hermanos y de nuestras hermanas. Sálvanos de esta debilidad nuestra. Haz que seamos «peces buenos» cogidos por tu red para tu Reino. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Se da orden a todo el pueblo, a cada uno según sus fuerzas, de construir el tabernáculo, a fin de que, en cierto modo, todos juntos formen un único tabernáculo. Ahora bien, la contribución misma no tiene lugar de una manera forzosa, sino espontánea. [...] El motivo por el que era preciso construir el tabernáculo lo encontramos afirmado antes, cuando el Señor dice a Moisés: «Me construirás un santuario y desde él me mostraré a vosotros» (cf Ex 25,8 LXX).

Dios quiere, por tanto, que le hagamos un santuario y nos promete que, si se lo hacemos, podrá mostrarse a nosotros. De ahí que también el apóstol diga a los judíos: «Buscad la paz y la santificación, sin la cual nadie verá a Dios» (Heb 12,14). [...] Construyamos, pues también nosotros un santuario para el Señor todos juntos y cada uno en particular (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 21991, pp. 173-175 [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Abre, Señor, mi corazón y comprenderé las palabras de tu Hijo» (cf. Hch 16,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Es posible atraer a Dios al mundo? ¿No es éste un modo de ver arrogante y pretencioso? Nosotros creemos que la gracia de Dios consiste precisamente en esta voluntad suya de dejarse conquistar por el hombre, en este, por así decirlo, entregarse a él. Dios quiere entrar en este mundo, que es suyo, pero quiere hacerlo a través del hombre: en eso consiste el misterio de nuestra existencia, en eso consiste la oportunidad sobrehumana del género humano.

Un día en que el rabí Mendel de Kosk recibía a unos huéspedes eruditos, les sorprendió preguntándoles a quemarropa: «¿Dónde habita Dios?». Ellos se rieron de él: «¡Qué cosas se le ocurren! ¿Acaso no está el mundo lleno de su gloria?». Sin embargo, fue el mismo rabí quien dio la respuesta a la pregunta: «Dios habita allí donde le dejamos entrar».

Eso es lo que cuenta en última instancia: dejar entrar a Dios. Pero sólo podemos dejarle entrar allí donde nos encontramos, donde nos encontramos realmente, donde vivimos, y donde vivimos una vida auténtica. Si instauramos una relación santa con el pequeño mundo que nos ha sido confiado, si, en el ámbito de la creación con la que vivimos, ayudamos a la santa esencia espiritual a llegar a su consumación, entonces preparamos a Dios una morada en nuestro lugar, entonces dejamos entrar a Dios (M. Buber, // cammino dell'uomo, Magnano 1990, pp. 63ss).

 

Día 30

Viernes de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Levítico 23,1.4-11.15-16.27.34b-37

El Señor dijo a Moisés:

4 Éstas son las fiestas del Señor, las asambleas santas que convocaréis en las fechas establecidas.

5 El día catorce del mes primero, al atardecer, es la pascua del Señor.

6 Y el día quince del mismo mes es la fiesta de los panes ácimos en honor del Señor. Durante siete días comeréis pan sin levadura.

7 El primer día tendréis asamblea santa y no haréis ningún trabajo servil.

8 Durante siete días ofreceréis sacrificios en honor del Señor. El día séptimo será día de asamblea santa y no haréis en él ningún trabajo servil.

9 El Señor dijo a Moisés:

10 Di a los israelitas: Cuando hayáis entrado en la tierra que os voy a dar y seguéis la mies, llevaréis al sacerdote una gavilla de espigas como primicia de vuestra cosecha.

11 El sacerdote la ofrecerá delante del Señor con el rito de balanceo para que sea aceptada; hará el balanceo el día siguiente al sábado.

15 A partir del día siguiente al sábado, esto es, del día en que hayáis ofrecido la gavilla del balanceo, contaréis siete semanas completas.

16 Contaréis cincuenta días hasta el día siguiente al séptimo sábado y, entonces, ofreceréis al Señor una ofrenda de granos nuevos.

34  El día diez del mismo mes séptimo es el día de la expiación; tendréis asamblea santa, ayunaréis y ofreceréis sacrificios en honor del Señor. El día quince de este mes séptimo se celebrará durante siete días la fiesta de las tiendas en honor del Señor.

35 El primer día habrá asamblea santa y no haréis en él ningún trabajo servil.

36 Durante siete días ofreceréis sacrificios en honor del Señor; el día octavo tendréis asamblea santa y ofreceréis sacrificios al Señor; es día de asamblea solemne; no haréis en él ningún trabajo servil.

37 Éstas son las fiestas del Señor, en las cuales convocaréis asambleas santas, para ofrecer sacrificios en honor del Señor, holocaustos con ofrendas, sacrificios de comunión y libaciones: cada una en el día prescrito.

 

*•• El texto considera el ciclo litúrgico de las diferentes fiestas anuales según la redacción sacerdotal, vinculada con los medios de Jerusalén y encuadrada en la «ley de santidad». Consideradas bajo esta luz, las fiestas judías aparecen como asambleas del pueblo en el lugar santo, en presencia del Dios tres veces santo, y recuerdan su sucesión durante el ciclo anual para su digna celebración. Estas fiestas tienen la finalidad de hacer salir al individuo de su autosuficiencia, para insertarlo en una vida de dimensión comunitaria: cada hombre, en efecto, pertenece al pueblo, es una expresión del mismo y, a través de él, pertenece a Dios. Los elementos constitutivos de las fiestas de Israel son, esencialmente, dos: la convocación de la santa asamblea del pueblo y el descanso del trabajo. El primero marca el ritmo de la vida del pueblo y hace revivir, especialmente en la celebración litúrgica, el recuerdo de las maravillas llevadas a cabo por Dios en la historia judía; el segundo aleja al pueblo de las cosas materiales y cotidianas y lo introduce en el tiempo fuerte de Dios, donde toma conciencia del discurrir de la vida y de su significado de salvación.

Las fiestas judías, herencia cananea, siguen el ritmo agrario de las cosechas. La fiesta de la pascua es la fiesta que se celebra en honor de Dios a fin de asegurar la prosperidad de los rebaños, pero celebra todavía más la salvación que el pueblo ha conocido en su historia. El Señor, que cada año concede los frutos de la tierra y del ganado, es el mismo que ha manifestado su poder salvador para liberar a Israel. De este modo, la fiesta pascual se funde con los ácimos a fin de recordar la liberación de la esclavitud y la posesión de la tierra fértil. La fiesta de las semanas o de Pentecostés celebra la cosecha del trigo y también la entrega de la Ley por parte de Dios. La fiesta de las chozas recuerda la vendimia y el paso de Israel a través del desierto. En realidad, todas las fiestas cristianas se inspiran en las fiestas judías, aunque enriquecidas con el nuevo contenido cristiano.

 

Evangelio: Mateo 13,54-58

En aquel tiempo,

54 fue Jesús a su pueblo y se puso a enseñarles en su sinagoga. La gente, admirada, decía: -¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?

55 ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas?

56 ¿No están todas sus hermanas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?

57 Y los tenía escandalizados. Pero Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa.

58 Y no hizo allí muchos milagros por su falta de fe.

 

**• Tras el «discurso de las parábolas» {cf. 13,1-52), Mateo nos presenta a Jesús en la sinagoga de su pueblo, en Nazaret, rechazado por sus paisanos (cf. Me 6,1-6). Éstos, desde la admiración inicial por su sabia enseñanza (v. 54), pasan a preguntarse por la predicación del «hijo del carpintero», por María, su madre, por sus hermanos y hermanas (w. 55ss), e incluso se escandalizan de él. Con las palabras «y los tenía escandalizados» (v. 57), Mateo nos introduce en el misterio de la persona de Jesús. Sus paisanos quieren comprender a Jesús partiendo únicamente del aspecto humano, como habían hecho también, en otras circunstancias, sus mismos parientes (cf. Me 3,21). Su conocimiento humano se vuelve para los naturales de Nazaret un obstáculo para penetrar en la persona de Jesús y acogerle, para creer en él como el mesías esperado: «¿De dónde, pues, le viene todo esto?» (v. 56b).

Frente a este rechazo explícito, Jesús constata la verdad del proverbio: « Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa» (v. 57b). La suerte que le espera a cada profeta verdadero, como la de Jesús y la de todo verdadero discípulo, es la incomprensión, el desprecio, el escarnio y la persecución, llevada hasta el sacrificio de la muerte a causa de la verdad. Serán precisamente la incomprensión y la falta de fe de sus paisanos las que impedirán a Jesús hacer allí muchos milagros, porque sólo la fe permite la comprensión del misterio de su persona de mesías e hijo de Dios.

 

MEDITATIO

El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la necesidad de captar la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana. Es probable que los paisanos de Jesús estuvieran acostumbrados a encontrar a Dios en las grandes solemnidades festivas y en medio de las convocaciones de las que habla la primera lectura. En ellas, entre el incienso de las imponentes celebraciones y la sangre de los sacrificios ofrecidos en su honor, captaban la majestuosa presencia del Dios que había liberado a sus antepasados de la esclavitud de Egipto y les había guiado paso a paso, a través del desierto, en la conquista de la tierra prometida.

Por otra parte, también estaban acostumbrados desde hacía años al trato familiar con «el hijo del carpintero», Jesús, a quien habían visto crecer entre ellos como uno de tantos. Conocían a su madre, a sus hermanos y hermanas. Y ahora le veían ante ellos, pronunciando en la sinagoga unos discursos que les dejaban desconcertados. No conseguían conectar la vida cotidiana de un Jesús «ordinario y común» con la manifestación de su Dios. No conseguían ir más allá de lo habitual para captar lo que no era habitual en él. Y así andaban escandalizados por su causa, sin llegar a la fe en él. Con ello perdieron la ocasión de un encuentro de salvación con Dios, un encuentro que habría podido cambiar definitivamente su vida.

Esto mismo supone también un riesgo constante para nosotros: esperar encontrar a Dios sólo en circunstancias extraordinarias, en aquello que, según cierto modo de pensar, nos puede parecer que está más de acuerdo con su modo divino de ser, y no captar su presencia en la vida diaria. Sin embargo, precisamente por medio de Jesús, Dios nos ha hecho saber que manifiesta su presencia en la totalidad de la existencia, que hasta las cosas más pequeñas están penetradas por su presencia, porque él no es un Dios lejano, sino muy próximo. El desafío que brota de aquí es el de conseguir descubrirle y acogerle con gozo. Lo que en apariencia es obvio y se da por descontado, lo que pertenece a la vida de todos los días, lo que ya no llama la atención en las personas y en las cosas a las que estamos acostumbrados, es, para quien cree, como una especie de «sacramento» de la presencia benévola de Dios. La vigilancia a la que tantas veces nos invita Jesús en el Evangelio se refiere también a esto: es preciso que mantengamos los ojos bien abiertos, para no dejar escapar la dimensión divina que tienen todas las cosas. La fe las hace todas transparentes, mientras que su falta las hace todas opacas.

 

ORATIO

Te pedimos, oh Señor, que nos des unos ojos para ver tu presencia y tu acción salvífica dirigida a cada uno de nosotros en las realidades más comunes y ordinarias de la vida. Captar tu presencia en ciertos momentos extraordinarios de la vida no es demasiado difícil; es algo que se impone en cierto modo por sí mismo. Lo difícil es descubrirte en «el hijo del carpintero», en aquel a quien la vida nos ha acostumbrado y ya no nos llama la atención. Es una tarea difícil, pero también muy fecunda y gozosa para quien, en la fe, se confía a tu misterio.

Con tu ayuda, con el «colirio» que puedes aplicar a nuestros ojos (cf. Ap 3,18), «recuperaremos la vista» y podremos descubrirte hasta en las más pequeñas y acostumbradas cosas de la vida. Y entonces celebraremos una fiesta, como hicieron Jesús y nuestros hermanos y hermanas santos. Señor, danos un corazón sencillo y humilde que consiga captar tu paso en la brisa ligera, en el rostro de un pobre y de un niño, igual que en el cielo silencioso de una noche plena de estrellas y de tu presencia inconfundible y llena de paz.

 

CONTEMPLATIO

Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrá de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan, porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán.

Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido ya predicado. Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste e inspiraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador (Agustín de Hipona, Las confesiones, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 51968, pp. 73-74).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichoso el que no encuentre en mí motivo de tropiezo» (Le 7,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En su ambiente [Jesús] chocaba con muchas almas acostumbradas que creían conocer a Dios porque habían oído hablar mucho de él. La gran paradoja de la historia cristiana consiste en esto: cuando Dios se manifestó al pueblo que se estaba preparando desde hacía dos mil años, casi nadie le reconoció, le recibió y le siguió hasta el final. Creían desde hacía tanto tiempo que ya no creían. El hábito de creer se había ido cambiando, de una manera insensible, en el hábito de no creer. Rezaban desde hacía tanto tiempo que ya no hacían otra cosa más que recitar oraciones. Esperaban desde hacía tanto tiempo que ya estaban seguros de que nada vendría a descomponer esa costumbre de esperar que se había ido convirtiendo, poco a poco, en una costumbre de no esperar nada.

Hay en esto una advertencia terrible para todos aquellos que, como nosotros, se creen familiarizados con las cosas divinas, piensan que están garantizados por su ascendencia o por su educación, se imaginan que la frecuentación de las iglesias o la práctica de los sacramentos constituyen un testimonio seguro de su pertenencia a Dios.

Nadie puede poner su confianza en las estructuras religiosas [...]. Ahora bien, todo el problema consiste en saber si somos nosotros quienes servimos a estas estructuras, las conservamos, las respetamos, o si, en cambio, nos servimos de ellas de una manera activa y personal. Ninguna estructura, por muy santa que sea, puede salvar por sí misma. Las estructuras son indispensables. A buen seguro, repugna una institución sin inspiración, pero toda inspiración engendra una institución. No hay matrimonio sin amor, pero un verdadero amor crea un verdadero matrimonio. No hay Iglesia sin Espíritu vivificador, pero el Espíritu se muestra visible y activo sólo en una comunidad fraterna: «Mirad cómo se aman» (L Evely, Meditazioni sul vangelo, Asís 1975, pp. 224-226).

 

 

Día 31

  31 de julio, conmemoración de

San Ignacio de Loyola

 

LECTIO

Primera lectura: Levítico 25,1-8-17

En aquellos días,

1 el Señor dijo a Moisés en el monte Sinaí:

8 Contarás siete semanas de años, siete por siete, o sea, cuarenta y nueve años.

9 El día diez del séptimo mes harás sonar la trompeta. El día de la expiación haréis que resuene la trompeta por toda vuestra tierra.

10 Declararéis santo este año cincuenta y proclamaréis la liberación para todos los habitantes del país. Será para vosotros año jubilar y podréis volver cada uno a vuestra propiedad y a vuestra familia.

11 El año cincuenta será para vosotros año jubilar; no sembraréis, no segaréis las mieses crecidas espontáneamente ni vendimiaréis las viñas sin cultivar,

12 pues es año jubilar, y será santo para vosotros; comeréis en él lo que crezca espontáneamente en los campos.

13 En el año jubilar cada uno recobrará sus propiedades.

14 Si vendéis o compráis alguna cosa a vuestro prójimo, no os defraudaréis entre hermanos.

15 Comprarás a tu prójimo en proporción al número de años transcurridos después del año jubilar y, en razón de los años de cosecha que le quedan, él te fijará el precio de venta;

16 cuantos más queden, más le pagarás; cuantos menos queden, menos le pagarás, porque es un determinado número de cosechas lo que te vende.

17 No os defraudéis entre hermanos; temed a vuestro Dios. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

 

** Además de las fiestas judías, la «ley de santidad» enumera también las normas de orden social para los años santos, es decir, tanto para el año sabático de cada siete años (una semana de años) como para el año jubilar de cada cincuenta años (siete semanas de siete años), realzando así el valor del día del sábado y el esquema septenario de la semana. En esta estructura económico-social subyacen, sin embargo, algunos elementos teológicos que ponen de relieve el desarrollo de la revelación divina. Al concepto religioso de Dios, creador y señor de la historia y del mundo, se vinculan los temas del rescate y de la remisión de las deudas.

Sobre el año jubilar, de carácter social aunque con un fundamento religioso, se habla sólo en este texto, en Nm 36,4 y en Ez 46,17. Éste había ido madurando tras la experiencia positiva del año sabático. La ley judía prescribía, en efecto, algunas normas relativas a la liberación de los esclavos, a la condonación de la deuda y a la misma restitución de las tierras a sus respectivos dueños, cosas que permitían vivir como hombres libres.

Estas normas tendían a resolver y a corregir algunos males y disfunciones sociales inherentes a la vida agrícola y urbana. Se deseaba eliminar, por ejemplo, el desequilibrio práctico sobre el problema de la riqueza caída en manos de unos pocos y la pobreza extendida, por el contrario, a la mayoría. Muchos de estos fenómenos, con frecuencia fruto de extorsiones y robos, creaban malestar entre el pueblo y desequilibrios en la sociedad, que se extendían asimismo al campo de la vida religiosa.

El fundamento religioso de estas leyes sociales, que se revelaron sabias, aunque no siempre se llevaron a la práctica de modo pleno, estaba en la concepción judía según la cual los bienes del mundo son iguales para todos: la tierra pertenece a Dios, que liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto; los hombres son hermanos, y la libertad de la persona es un bien inalienable. Estos temas encuentran su verdadera realización en Jesús,  que será quien libere a la humanidad del mal y conceda el perdón de los pecados.

 

Evangelio: Mateo 14,1-12

1 Por entonces, el tetrarca Herodes oyó hablar de Jesús

2 y dijo a sus cortesanos: -Es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos; por eso actúan en él los poderes milagrosos.

3 Es que Herodes había detenido a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo.

4 Pues Juan le decía: -No te es lícito tenerla por mujer.

5 Y, aunque quería matarlo, tuvo miedo al pueblo, que lo tenía por profeta.

6 Un día que se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en público y agradó tanto a Herodes

7 que éste juró darle lo que pidiese.

8 Ella, azuzada por su madre, le dijo: -Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

9 El rey se entristeció, pero, por no romper el juramento que había hecho ante los comensales, mandó que se la dieran,

10 después de enviar emisarios para que cortaran la cabeza a Juan en la cárcel.

11 Trajeron la cabeza en una bandeja y se la dieron a la muchacha, la cual a su vez se la llevó a su madre.

12 Después vinieron sus discípulos, recogieron el cadáver, lo sepultaron y fueron a contárselo a Jesús.

 

**• El relato del martirio de Juan el Bautista se inserta en la historia del tiempo de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande. El precursor del Mesías, profeta de una fuerte personalidad moral, había denunciado, en nombre de Dios, el pecado de Herodes. Herodías, amante de este último, recurriendo a una intriga sutil y perversa, consigue hacer ajusticiar al Bautista, aprovechando un juramente que su hija Salomé, muy grata al rey, había obtenido de Herodes. Mateo lleva buen cuidado en destacar que la figura del profeta, defensor de la Ley de Dios, perseguido y muerto, estará modelada a partir del mismo camino que recorrerá Cristo, cuya muerte anuncia (cf 17,2).

Ambos profetas, en efecto, fueron condenados por haber dado testimonio de la verdad, sin descender ni a compromisos ni a componendas de ningún tipo. La muerte de Juan el Bautista, que los mismos discípulos del Bautista comunicaron a Jesús, es la conclusión lógica de una vida empleada de modo coherente con su propia misión de precursor: «Después vinieron sus discípulos, recogieron el cadáver, lo sepultaron y fueron a contárselo a Jesús» (v. 12). Y este anuncio constituye para Jesús un indicio cierto de que él realizará su propia misión recorriendo el mismo camino de incomprensión y de muerte, siguiendo la lógica de los profetas rechazados por el pueblo. El hecho de que los discípulos se dirigieran a Jesús significa, por otra parte, para el evangelista Mateo, que Jesús se queda como el verdadero punto de referencia, como el testigo fiel del Padre.

 

MEDITATIO

Ignacio vivió en un tiempo de grandes transformaciones que afectan al modo de concebir la vida (el humanismo), la visión de la Iglesia (la Reforma protestante) y la sorpresa producida por el descubrimiento de nuevas tierras para evangelizar (los descubrimientos geográficos). Advierte que es preciso encontrar algo nuevo como respuesta a las grandes novedades de su tiempo. Sobre todo, es menester encontrar hombres nuevos, preparados, consagrados por completo a la misión.

Es preciso encontrar, asimismo, un nuevo modo de vida para estar en condiciones de hacer frente a la nueva misión. De ahí su magna síntesis: todo el hombre está al servicio de la misión, a fin de hacer progresar el

Reino de Dios: un hombre desprendido de todo, que intenta descubrir y cumplir la voluntad de Dios, a través del discernimiento y de la obediencia. Un hombre ligado a otros «compañeros de Jesús» que hacen frente a los nuevos desafíos, dispuestos a estar presentes en todos los frentes, «para mayor gloría de Dios».  Ignacio está en el origen de la Compañía de Jesús, inicio de un considerable número de congregaciones religiosas que ponen la misión en el centro de su ser.

Hoy puede resultar fácil admirar su modelo «activo» e inspirarse en él. Sin embargo, el secreto está en la capacidad de vivir como «contemplativos en acción», en el «sentir con la Iglesia», en el «buscar la gloria de Dios» más que nuestra propia afirmación personal.

Ignacio fue un gran maestro de espíritus, antes de ser un gran organizador. Es más, pudo organizar la misión de una manera soberbia porque supo formar hombres humildes, competentes y desprendidos de todo. Una fórmula que no ha perdido nada de su actualidad.

 

ORATIO

Alma de Cristo, santifícame.

Cuerpo de Cristo, sálvame.

Sangre de Cristo, embriágame.

Agua del costado de Cristo, lávame.

Pasión de Cristo, confórtame.

Oh buen Jesús, escúchame.

En tus llagas escóndeme.

No permitas que me separe de ti.

Del maligno enemigo defiéndeme.

En la hora de mi muerte llámame

y mándame que vaya a ti

para alabarte con tus santos

por los siglos de los siglos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Principio y fundamento: El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas quanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados (Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales 23).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día estas palabras evangélicas: «Aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío» (Le 14,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.

Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.

Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.

Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.

Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.

Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.

¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?

Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.

El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo (K. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy, Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8).