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LECTIO DIVINA MAYO DE 2021

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Liturgia de las Horas

Lectio Divina

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

San José, obrero 

Esta fiesta fue instituida por el papa Pío XII en 1955. El uno de mayo, fiesta del trabajo, conmemoramos a san José, el esposo de la Virgen María, el artesano de Nazaret, bajo cuya tutela vivió y se inició en el trabajo y en el mundo social Jesús, llamado por sus conciudadanos «el hijo del carpintero». La fiesta la estableció Pío XII en 1955 y quiere ser una catequesis sobre el significado del trabajo humano a la luz de la fe. San José, hombre sencillo de pueblo, nos da el ejemplo de una vida honesta y laboriosa, ganándose el pan con el sudor de su frente, para él y para los a él confiados, por los servicios prestados a su prójimo. José ennobleció el trabajo, que ejerció sostenido y alentado por la convivencia con Jesús y María. Sin embargo, dado que no todas las naciones celebran la fiesta del trabajo el 1 de mayo, el nuevo calendario de 1969 ha reducido esta solemnidad a memoria facultativa.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 13,44-52

44 El sábado siguiente casi toda la ciudad se congregó para escuchar la Palabra del Señor.

45 Los judíos, al ver la multitud, se llenaron de envidia y se pusieron a rebatir con insultos las palabras de Pablo.

46 Entonces, Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía: - A vosotros había que anunciaros antes que a nadie la Palabra de Dios, pero puesto que la rechazáis y vosotros mismos no os consideráis dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos.

47 Pues así nos lo mandó el Señor: Te he puesto como luz de las naciones para que lleves la salvación hasta los confines de la tierra.

48 Los paganos, al oír esto, se alegraban y recibían con alabanzas el mensaje del Señor. Y todos los que estaban destinados a la vida eterna creyeron.

49 La Palabra del Señor se difundió por toda aquella región.

50 Los judíos, sin embargo, sublevaron a las mujeres distinguidas que adoraban al verdadero Dios, y a los principales de la ciudad, promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de su territorio.

51 Ellos, en señal de protesta, se sacudieron el polvo de los pies y se fueron a Iconio.

52 Los discípulos, por su parte, estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo.

 

**• Se presenta aquí una problemática muy sentida por la comunidad cristiana primitiva: el rechazo del Evangelio por parte de los judíos y la consiguiente predicación a los paganos. En nuestros días estamos menos interesados en este tipo de problemas relacionados con el derecho de precedencia de Israel a la salvación. Sin embargo, en aquella época estos problemas se consideraban con una gran seriedad y están presentados con una gran frecuencia en los Hechos de los Apóstoles (13,46s; 18,6;28,28) y en tres capítulos (9-11) de la Carta a los Romanos. Eran problemas que planteaban interrogantes y producían angustia en la conciencia de los discípulos: ¿como es posible que el pueblo de las promesas no las haya reconocido una vez cumplidas?

Aquí se subraya la alegría de los nuevos destinatarios, los efectos positivos de la persecución, el clima de optimismo que invadía a los discípulos -«estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo»- en medio de unos acontecimientos que no se presentaban ciertamente demasiado tranquilos.

La Palabra, rechazada por los judíos, es acogida con entusiasmo por los paganos. Los apóstoles, rechazados en un lugar, se sacuden el polvo de los pies y difunden la Palabra en otros lugares. La persecución les llena de la alegría que viene del Espíritu y da la seguridad de seguir los pasos de Cristo, el justo rechazado por los hombres y exaltado por Dios.

El libro de los Hechos de los Apóstoles rebosa de optimismo, de ese optimismo que no procede de la carne, sino del Espíritu. La alegría no brota de los éxitos, sino de las tribulaciones; no procede de las realizaciones humanas, sino de sentirse configurados con Cristo, de sentirse encauzados por el camino hacia Dios.

 

Evangelio: Juan 14,7-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto.

8 Entonces Felipe le dijo: - Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta.

9 Jesús le contestó: - Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre?

10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra.

11 Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago.

12 Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre.

13 En efecto, cualquier cosa que pidáis en mi nombre os la concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

14 Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre.

 

*»• El tema fundamental del pasaje es la relación entre Jesús y el Padre. El evangelista, a la pregunta de por qué Jesús es el único mediador para llegar al Padre,  responde que sólo Cristo puede conducir a los hombres a la comunión con Dios. Jesús es el camino al Padre porque conduce a él a través de su persona: él está en el Padre y el Padre en él. A partir de esta mutua inmanencia entre Jesús y el Padre se hace comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al conocimiento del Padre (v. 7).

El lenguaje del Maestro resulta oscuro para los discípulos, y, por eso, Felipe pide ver la gloria del Padre. No ha comprendido que se trata de ir al Padre a través de la persona de Jesús. Los discípulos no han sabido reconocer en la presencia visible de su rabí las palabras y las obras del Padre (v. 9). Para ver al Padre en el Hijo es preciso creer en la unión recíproca entre el Padre y el Hijo.

 

Sólo mediante la fe es posible comprender la copresencia entre Jesús y el Padre. De ahí que lo único que pueda pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza ese don. El Señor, en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado en otras ocasiones al vivir con Jesús, y el testimonio de «las obras que hago» (v. 11).

La obra que Jesús ha inaugurado con su misión de revelador es sólo un comienzo. Los discípulos proseguirán su misión de salvación. Más aún: harán obras semejantes a las suyas e incluso mayores. Por último, el Maestro se ocupa de animar a los suyos y a todos los que crean en él a participar en la obra de la evangelización y en su misma misión.

 

MEDITATIO

Felipe quiere ver al Padre, pero no ha sabido verlo en Jesús. Ha visto con los ojos la realidad externa, pero no ha visto la realidad escondida con los ojos, mucho más penetrantes, de la fe. Juan usa de una manera típica el verbo «ver» para indicar dos tipos de realidades: la del signo visible y la de la gloria del Verbo o realidad sobrenatural.

¿Y tú qué ves cuando contemplas las obras de Dios? ¿Ves sólo la realidad sensible, el signo, o la acción de Dios, la realidad significada? Es bueno plantearse una pregunta como ésta, porque el secularismo invasor no se preocupa más que de la realidad visible, empírica, palpable. Aunque está dispuesto, a continuación, a correr detrás de «doctas fábulas» de tipo astrológico o mágico o pseudorreligioso. El discípulo de Jesús debe caminar entre el positivismo y la superstición, aceptando lo real de la realidad y aguzando la mirada de la fe, que nos permite ver la acción -o la «gloria»- de Dios en los acontecimientos humanos, a menudo intrincados, siempre misteriosos, nunca absurdos.

El Señor ha prometido a su Iglesia la posibilidad de hacer obras incluso mayores que las que él ha hecho: la grandeza ha de ser medida en el orden de los valores proclamados por él mismo, esto es, con el signo por excelencia que es la cruz. Se trata del signo del martirio, de la entrega, del amor que se da, de consumir nuestra propia vida por el prójimo: lo que exige ver y apreciar otro orden de valores distintos a los apreciados por el mundo, un orden de valores que, al final, atrae todos a él.

 

ORATIO

Me doy cuenta, Señor, de que soy un buen compañero de Felipe, es decir, que soy un poco miope para ver tu acción en el mundo. Ayer me lamentaba de la debilidad de tu Iglesia, y quizás no consiga vislumbrar tu posible mensaje. Me lamentaba asimismo, con acentos de nostalgia, del hundimiento de esta «cristiandad», sin lograr ver lo nuevo que estás haciendo brotar. Me lamento de verte ausente de la historia y no consigo verte allí donde antes no estabas presente y ahora, en cambio, lo estás.

Veo que no sé leer los «signos de los tiempos», dejándome ir unas veces hacia el pesimismo y otras hacia el optimismo, es decir, leyendo los acontecimientos humanos o bien mirando exclusivamente las debilidades de los hombres, o bien abandonándome a un providencialismo milagrero.

Enséñame tú el arte del discernimiento, concédeme el don de verte allí donde actúas y el modo en que lo haces. Purifica mi corazón para no sean mis estados de ánimo, sino tu luz la que me guíe para descubrirte y encontrarte allí donde actúas, para colaborar contigo, pero, sobre todo, para amarte como tú quieres.

 

CONTEMPLATIO

En medio de las tinieblas de la vida presente, la Escritura se ha vuelto la luz para nuestro camino. Por eso dice Pedro: «Hacéis bien en prestar[le] atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro» (2 Pe 1,19). Y, a su vez, dice el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 118,105).

Sabemos, sin embargo, que esta misma lámpara es oscura para nosotros si la Verdad no la hace brillar en nuestras almas. Por eso dice aún el salmista: «Tú, Señor, eres mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas» (Sal 18,29). ¿De qué sirve una luz que arde y no da luz? Pero la luz creada no brilla para nosotros si no es iluminada por la luz increada. Ahora bien, el Dios omnipotente, que ha creado las palabras de ambos Testamentos para nuestra salvación, él mismo es el intérprete (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, 1,7,17).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstrame, Señor, tus caminos» (Sal 24,4a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Te revelaste, Señor, como invisible; eres un Dios escondido e inefable. Pero te haces visible en cada ser: la criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada confiere el ser, Dios mío, tú te haces visible en la criatura.

Soy incapaz de darte un nombre, estás más allá del límite de toda definición humana. Socorre a los hijos de los hombres: ellos te veneran en figuras diferentes y eres para ellos causa de guerras religiosas. Sin embargo, ellos te desean, Bien único, oh Inefable y Sin Nombre.

No sigas oculto aún, manifiesta tu rostro: así seremos salvos. Responde a nuestra oración: desaparecerán la espada y el odio, encontraremos la unidad en la diversidad. Aplácate, Señor, tu justicia es misericordia: ten piedad de nosotros, frágiles criaturas (Nicolás de Cusa, cit. en G. Vannucci, 1/ libro della preghiera universale, Florencia, 1985, p. 367).

 

 

 

Día 2

Quinto domingo de pascua Ciclo B

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 9,26-31

En aquellos días,

26 cuando llegó Pablo a Jerusalén, intentaba unirse a los discípulos, pero todos le tenían miedo, pues no acababan de creerse que fuera discípulo de verdad.

27 Entonces Bernabé tomó consigo a Saulo y se lo presentó a los apóstoles. Les refirió cómo en el camino Saulo había visto al Señor, que le había hablado, y con qué convencimiento había predicado en Damasco el nombre de Jesús.

28 Desde entonces iba y venía libremente con los apóstoles en Jerusalén, predicando con valentía el nombre del Señor.

29 Hablaba y disputaba también con los judíos de procedencia helenista, pero éstos decidieron acabar con él.

30 Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesárea y de allí lo enviaron hacia Tarso.

31 Entre tanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría; se consolidaba viviendo en fidelidad al Señor. Y se extendía impulsada por el Espíritu Santo.

 

*» Ha tenido lugar un acontecimiento estrepitoso: Saulo, el celoso judío que perseguía con saña a la comunidad cristiana, vencido de improviso por el Espíritu, se ha adherido a Cristo. Pero nadie sabe nada todavía de su repentina y total conversión. Todos le temen e intentan evitarle. Un hermano se hace cargo de él. Bernabé, atento a la voz del Espíritu y dócil a su guía, toma consigo a Pablo, sale garante por él, crea un clima de estima y de favor en torno a su persona, para insertarlo del mejor modo posible en la comunidad de Jerusalén (vv. 27s). Y de inmediato se inflama Pablo por la predicación.

Sin embargo, precisamente la franqueza con que habla en el nombre del Señor le acarrea, como había sucedido en Damasco (vv. 22-25), un complot por parte de los judíos de lengua griega: la comunidad cristiana de Jerusalén decide entonces alejarlo (vv. 29s) para preservarle la vida, que la tenía seriamente amenazada (v. 26).

La atención al designio que el Espíritu va trazando en la historia de cada persona y el compromiso activo en favor de su desarrollo -en este caso la premura de Bernabé- consiguen éxitos de un alcance incalculable en la historia de la Iglesia: la distensión de los ánimos en medio de la recíproca benevolencia da frutos de paz, incrementa y hace progresar la comunidad, que, «impulsada por el Espíritu Santo», va ampliando cada vez más el círculo de su irradiación (v. 31).

 

Segunda lectura: 1 Juan 3,18-24

18 Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad.

19 En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos la conciencia tranquila ante Dios,

20 porque si ella nos condena, Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas.

21 Queridos míos, si nuestra conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con confianza,

22 y lo que le pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.

23 Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que él nos dio.

24 El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por eso sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.

 

**• El apóstol Juan, que ha «visto» y «tocado» al Verbo de la vida, parece que sólo tiene una palabra para comunicar a los hombres: el amor. La repite sin cansarse con mil matices diferentes, con acentos cada vez más fuertes, con una pasión que le viene de la experiencia del misterio pascual. En consecuencia, su exhortación es, antes que nada, una invitación a vivir en comunión con Cristo para pasar con él de la muerte a la vida (v. 16).

Frente a la pascua del Señor -su muerte y resurrección- no podemos contentarnos con discursos sobre el amor: es preciso emprender acciones concretas inspiradas en la verdad manifestada por Cristo (v. 18). «Cada árbol se conoce por sus frutos», había enseñado Jesús (Lc 6,44): de este modo, todo el mundo puede evaluarse exactamente sobre la base de sus propias obras, poniéndose bajo la mirada de Dios con una conciencia límpida, con la confianza de los hijos (1 Jn 3,19-21) en los que mora un germen divino (v. 9).

Juan no ignora que el mandamiento del amor es verdaderamente «divino», o sea, imposible para el hombre, sólo posible con la ayuda del Espíritu. De ahí procede el reconocimiento de la absoluta impotencia del hombre: «Sin mí, no podéis hacer nada». De ahí también -y en consecuencia- la total desesperación o la auténtica humildad sin límites: «Dios es más grande que nuestra conciencia» (v. 20). Y él, el Omnipotente, obedece a los que le obedecen y «guardan sus mandamientos» (v. 22). Quien ama así tiene una sola voluntad con Dios, y ama de verdad conforme a Cristo: ha restaurado plenamente en él la imagen divina a cuyo modelo fue creado. En el v. 23 los «mandamientos» se resumen en uno solo: el de la fe en Jesucristo y el del amor recíproco. De este modo, la conclusión del fragmento nos devuelve al inicio: se cierra un círculo que tiene como centro la vida en plenitud: el que, amando, «guarda sus mandamientos», conoce ya desde ahora la alegría inefable de la inhabitación divina.

 

Evangelio: Juan 15,1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.

2 El Padre corta todos los sarmientos unidos a mí que no dan fruto y poda los que dan fruto para que den más fruto.

3 Vosotros ya estáis limpios, gracias a las palabras que os he comunicado.

4 Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí.

5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada.

6 El que no permanece unido a mí es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados.

7 Si permanecéis unidos a mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo tendréis.

8 Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia y os manifestáis así como discípulos míos.

 

**• La frecuente repetición, en pocos versículos, del verbo «permanecer» hace comprender de inmediato que es la palabra clave del fragmento. Si en el capítulo 14 -comienzo del «discurso de despedida»- se pone el acento en la partida de Jesús y en la inquietud de los apóstoles, ahora aparece en la comunión profunda, real, indestructible que hay entre él y aquellos que creen en él.

Aunque va a enfrentarse con la muerte, Jesús sigue siendo para los suyos la fuente de la vida y de la santidad («producir fruto»: 15,6). Más aún, precisamente yendo al Padre pone la condición para poder «permanecer» para siempre en los suyos. Jesús, sirviéndose de una comparación, habla de sí mismo como de la vid verdadera: una imagen que ya habían usado a menudo los profetas para describir a Israel, la vid infecunda, recidiva a los amorosos cuidados de YHWH (cf. Is 5). Jesús se presenta como el verdadero pueblo elegido que corresponde plenamente a las atenciones de Dios. Por otra parte, se identifica con la Sabiduría, de la que se había escrito que como vid ha producido brotes, flores y frutos (Eclo 24,17).

Con esa imagen quiere explicar, por consiguiente, cómo es la extraordinaria realidad de la comunión vital con él que ofrece a los creyentes, qué compromiso incluye ésta y cuáles son las expectativas de Dios. Jesús es el primogénito de una humanidad nueva en virtud del sacrificio redentor en la cruz. Él es la cepa santa de la que corre a los sarmientos su misma linfa vital. Quien permanece unido a él puede dar al Padre el fruto del amor y dar gloria a su nombre (vv. 5.8). A continuación, para que este fruto sea copioso, el Padre-viñador realiza todos los cuidados, corta los sarmientos no fecundos y poda los fecundos. Esta obra de purificación se va realizando cuando la Palabra de Jesús es acogida en un corazón bueno (v. 3): entonces esta Palabra guía las acciones del hombre y lo hace amigo de Dios, cooperador en su designio de salvación, colaborador de su gloria (v. 7).

 

MEDITATIO

Para estar unidos a Cristo y dar frutos de santidad y de paz es preciso morir y resucitar con él, llegar a ser una criatura nueva, liberada del pecado. Para ser sarmientos puros, auténticos, que producen fruto, debemos aceptar la ley de la necesaria purificación; el sufrimiento y la poda realizada por el Padre. Jesús dice que el mismo Padre, con sus manos, poda la vid; corta lo superfluo de los sarmientos no para mortificar y disminuir su vitalidad, sino para aumentarla, para que den más fruto. Se trata siempre de la ley de la semilla que muere: por eso es importante que aprendamos a leer nuestra vida en clave de fe: nos hace falta creer que el sufrimiento, si se acepta de este modo -no porque en sí mismo sea un bien, sino porque lo vivimos por amor, con amor-, da fruto de vida, de salvación y de alegría.

Como es obvio, se trata de ese sufrimiento que es participación en la pasión de Cristo, de ese que es querido y permitido según el designio divino de amor.

Por desgracia, podemos ser también sarmientos que producen infección en la vid. De ahí que debamos desear cada vez más ser purificados, limpiados. La poda consiste en dejar cortar de nosotros el pecado y todo lo que no es según Dios: ése es el sufrimiento que da fruto.

 

ORATIO

Oh Padre, celeste viñador que has plantado en nuestra tierra tu vid preferida -el santo retoño de la estirpe de David- y llevas a cabo tu trabajo en todas las estaciones. Haz que aceptemos las podas de primavera, aunque, como tiernos sarmientos, gimamos con lágrimas bajo los golpes decididos de tus tijeras. Ven también a podarnos en la cumbre de la estación estival, para que los zarcillos superfluos no sustraigan linfa vital a los racimos que deben madurar.

Que el fruto de nuestra vida sea el amor, ese «amor más grande» que, desde tu corazón, y a través del corazón de Cristo, se derrama sobre nosotros en un flujo inagotable. Y que todos los hombres, hermanos nuestros en tu nombre, queden colmados de él, con espíritu de mansedumbre, de alegría y de paz.

 

CONTEMPLATIO

También la vid, cuando ha sido cavado el terreno que la rodea, es atada y mantenida derecha para que no se incline hacia la tierra. Algunos sarmientos son cortados, a otros se les hace ramifican se cortan los que ostentan una inútil exuberancia, se hacen ramificar los que el experto agricultor considera productivos. ¿Para qué voy a describir la ordenada disposición de los palos de apoyo y la belleza de los emparrados, que nos enseñan con verdad y claridad cómo se debe conservar en la Iglesia la igualdad, de modo que ninguno, por ser rico y notable, se sienta superior, ni nadie, por ser pobre y de oscuro nacimiento, se abata o se desespere? En la Iglesia existe para todo el mundo una única e igual libertad, y con todos se ha de usar una misma justicia e idéntica cortesía.

Para no vernos doblegados por las borrascas del siglo y arrollados por la tempestad, que cada uno de nosotros se estreche con todos los que tiene cerca como en un abrazo de caridad, como hace la vid con sus zarcillos y sus volutas, y unido a ellos se sienta tranquilo. Es la caridad lo que nos une a lo que está por encima de nosotros y nos introduce en el cielo. « 0 que permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16). Por eso dice también el Señor: «Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» (Jn 15,4s) (Ambrosio, Exaemeron III, 5,12, passirn).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El capítulo 15 de Juan nos aproximará a Cristo. El Padre, por ser el viñador, debe podar el sarmiento para que dé más fruto, y el fruto que debemos producir en el mundo es bellísimo: el amor del Padre y la alegría. Cada uno de nosotros es un sarmiento.

La última vez que fui a Roma, quise dar algunas pequeñas enseñanzas a mis novicias y pensé que este capítulo era el modo más bello de comprender lo que somos nosotros para Jesús y lo que es Jesús para nosotros. Pero no me había dado cuenta de algo de lo que sí se dieron cuenta las jóvenes hermanas cuando consideraron lo robusto que es el punto de conexión de los sarmientos con la vid: es como si la vid tuviera miedo de que algo o alguien les arrancara el sarmiento. Otra cosa sobre la que las hermanas llamaron mi atención fue que, si se mira la vid, no se ven frutos. Todos los frutos están en los sarmientos. Entonces me dijeron que la humildad de Jesús es tan grande que tiene necesidad de sarmientos para producir frutos. Ese es el motivo por el que ha prestado tanta atención al punto de conexión: para poder producir esos frutos ha hecho la conexión de tal modo que haga falta fuerza para romperla. El Padre, el viñador, poda los sarmientos para producir más fruto, y el sarmiento silencioso, lleno de amor, se deja podar sin condiciones.

Nosotros sabemos lo que es la poda, puesto que en nuestra vida debe estar la cruz, y cuanto más cerca estemos de él y tanto más nos toque la cruz, más íntima y delicada será la poda. Cada uno de nosotros es un colaborador de Cristo, el sarmiento de esa vid, pero ¿qué significa para vosotras y para mí ser una colaboradora de Cristo? Significa morar en su amor, tener su alegría, difundir su compasión, dar testimonio de su presencia en el mundo (Madre Teresa de Calcuta, Missione d'amore, Milán 1985, pp. 79s).

 

 

Día 3

    Santos Felipe y Santiago   

Felipe, originario de Betsaida, una comunidad helenizada, fue discípulo de Juan el Bautista y uno de los primeros discípulos de Jesús (Jn 1,43). Su nombre griego hace suponer su pertenencia a una comunidad helenística. También los recuerdos evangélicos nos hablan de sus relaciones con los paganos (Jn 12,20-30). El evangelio de Juan nos refiere otras tres intervenciones suyas (1,45; 6,5-7; 14,8). Según la tradición, Felipe evangelizó Turquía, donde murió mártir.

A Santiago, hijo de Alfeo (Me 3,18), llamado «el menor» por la tradición, se le identifica como «hermano del Señor» (Me 6,3) y es el autor de la Carta de Santiago. Fue testigo privilegiado de la resurrección de Jesús (1 Cor 15,7) y ocupó un puesto preeminente en la comunidad de Jerusalén. Tras la dispersión de los apóstoles, en los años 36-37, Santiago aparece como cabeza de la Iglesia madre (Hch 21,18-26). Murió mártir hacia el año 62.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,1-8

1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado.

2 Es el Evangelio que os está salvando, si lo retenéis tal y como os lo anuncié; de no ser así, habríais creído en vano.

3 Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;

4 que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras;

5 que se apareció a Pedro y luego a los Doce.

6 Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto.

7 Luego se apareció a Santiago y, más tarde, a todos los apóstoles.

8 Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara.

 

**• El vocabulario empleado por Pablo al comienzo de esta página deja entrever la importancia fundamental de la tradición en los comienzos de la comunidad cristiana: «Yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí».

A través de la tradición apostólica llegan a nosotros las noticias relativas al acontecimiento histórico-salvífico de la Pascua del Señor; a través de la tradición apostólica podemos remontarnos los cristianos a los orígenes e insertarnos en el flujo salvífico de aquella gracia.

Encontramos aquí también una antiquísima profesión de fe que, con bastante probabilidad, se remonta a los primeros momentos de la vida de los cristianos: «Que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce» (vv. 3-5).

Si es verdad que la tradición apostólica nos transmite el mensaje que salva, también lo es que nuestra profesión de fe actualiza ese mismo mensaje y lo hace eficaz para la salvación.

El apóstol de los gentiles se preocupa también de citar a los primeros grandes testigos del Señor resucitado: Pedro, en primer lugar, y, a continuación, Santiago y todos los demás apóstoles; al final se encuentra el mismo Pablo, último entre todos, aunque es un eslabón importante de esta misma tradición.

 

Evangelio: Juan 14,6-14

En aquel tiempo,

6 Jesús le respondió a Tomás: -Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí.

7 Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto.

8 Entonces Felipe le dijo: -Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta.

9 Jesús le contestó: - Llevo tanto tiempo con vosotros ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre?

10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra.

11 Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago.

12 Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre.

13 En efecto, cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os la concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

14 Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre.

 

*•• Si la primera lectura nos ha hablado de Santiago, ésta, en cambio, nos presenta un diálogo entre Felipe y Jesús, precedido de una autorrevelación que Jesús ofrece a Tomás. «Yo soy el camino, la verdad y la vida (v. 6); de este modo, a través del apóstol Tomás, Jesús nos indica a todos nosotros el camino que debemos recorrer para alcanzar la comunión con el Padre. Jesús es el único mediador entre el Padre y nosotros, y lo es desde siempre y para siempre.

También a Felipe le habla Jesús del Padre: éste es el punto de conexión entre las dos partes del fragmento evangélico.

Jesús confirma que, ya desde ahora y a través de su persona, podemos conocer a Dios; es más, podemos verle, y de este modo creer en la plena comunión que une a Jesús con Dios Padre. Y no sólo esto, sino que sus mismas palabras nos revelan la comunión que une a Jesús con el Padre y nuestra relación filial con el Padre. Escuchar y acoger la Palabra de Dios que llega a nosotros por medio del evangelio significa allanar el camino que nos conduce al Padre.

Además de sus palabras, también las obras de Jesús -de las que conservamos un vivo recuerdo en los relatos evangélicos-, acogidas en la fe, constituyen otros tantos caminos que se abren ante nosotros para comprender la verdadera identidad de Jesús, su relación con el Padre y nuestra relación con ambos.

 

MEDITATIO

Los dos apóstoles cuya fiesta celebramos hoy nos recuerdan dos aspectos fundamentales de nuestra experiencia de fe. Por un lado, Santiago nos conduce al carácter fundamental de la traditio apostólica. Ésta es importante y fundamental no tanto porque esté ligada a algunas personas, sino porque es de origen divino, dado que ha sido establecida por el mismo Jesús. También el objeto de la tradición apostólica hace a esta última preciosa e ineludible: estoy aludiendo sobre todo a la memoria de la pasión y muerte, resurrección y apariciones del Jesús resucitado a los Doce. De ahí que la tradición sea, al mismo tiempo, apostólica y pascual: en ella se inserta nuestra fe, aunque nos separen veinte siglos de historia.

El apóstol Felipe sugiere otra pista a nuestra meditación: él desea ver el rostro del Padre, y Jesús le responde que los rasgos de aquel rostro están ya presentes en él. Nuestra búsqueda del rostro de Dios, que en ocasiones se vuelve espasmódica y dolorosa, tampoco debería apartarse nunca de la pista que nos ofrecen los recuerdos evangélicos. Sólo una asidua y metódica frecuentación de los evangelios nos puede ofrecer un conocimiento suficiente y liberador de la personalidad de Jesús de Nazaret, de su misterio profundo, de su proyecto salvífico. Y de este modo, a través de esta pista, podremos entrever los rasgos de aquel rostro paterno al que toda la humanidad, de una manera más o menos explícita, tiende y anhela.

 

ORATIO

¡Muéstranos, Señor, tu rostro y estaremos salvados! Señor, queremos acoger a través de tu rostro, que es un rostro paterno, materno, misericordioso, la salvación que brota de tu corazón. Concédenos, oh Dios, ser capaces de captar a través de tu rostro la ternura de tu corazón. Tu rostro busco, Señor, muéstrame tu rostro.

Aunque en mi vida he buscado a otros en vez de a ti, aunque he deseado a otros en vez de a ti, oh Dios, hoy quiero reconocerte como mi único bien, como mi único deseo, como mi única meta.

Tu gloria, oh Dios, brilla en el rostro de Cristo. El de Jesús es un rostro humano, como el mío y como el de muchos hermanos y hermanas en la fe. Concédeme, oh Dios, reconocer tu presencia en la imagen tuya que has estampado en el rostro de mis hermanos y mis hermanas: los que caminan junto a mí, los que habitan cerca de mí, los que sufren en este valle de lágrimas.

 

CONTEMPLATIO

«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El gran jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, n. 16).

 

ACTIO

        Repite y medita con frecuencia durante este día las palabras del apóstol Felipe: «Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta» (Jn 14,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Mientras estaba sentado en el Ermitage frente al cuadro, tratando de empaparme de lo que veía, muchos grupos de turistas pasaban por allí. Aunque no estaban ni un minuto ante el cuadro, la mayoría de los guías se lo describían como el cuadro que representaba a un padre compasivo, y la mayoría hacían referencia al hecho de que fue uno de los últimos cuadros que Rembrandt pintó después de llevar una vida de sufrimiento. Así pues, de esto es de lo que trata el cuadro. Es la expresión humana de la compasión divina.

En vez de llamarse El regreso del hijo pródigo, muy bien podría haberse llamado La bienvenida del padre misericordioso.  Se pone menos énfasis en el hijo que en el padre. La parábola es en realidad una «parábola del amor del Padre» Al ver la forma como Rembrandt retrata al padre, surge en mi interior un sentimiento nuevo de ternura, misericordia y perdón. Pocas veces, si lo ha sido alguna vez, el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma tan conmovedora. Cada detalle de la figura del padre -la expresión de su cara, su postura, los colores de su ropa y, sobre todo, el gesto tranquilo de sus manos- habla del amor divino hacia la humanidad, un amor que existe desde el principio y para siempre.

Aquí se une todo: la historia de Rembrandt, la historia de la humanidad y la historia de Dios. Tiempo y eternidad se cruzan; la proximidad de la muerte y la vida eterna se tocan. Pecado y perdón se abrazan; lo divino y lo humano se hacen uno.

Lo que da al retrato del padre un poder tan irresistible es que lo más divino está captado en lo más humano (H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo, PPC, Madrid 51995, p. 101).

 

 

Día 4

Martes de la quinta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 14,19-28

En aquellos días

19 llegaron de Antioquía de Pisidia y de Iconio algunos judíos que se ganaron a la gente. Apedrearon a Pablo y, pensando que estaba muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad.

20 Pero cuando sus discípulos lo rodearon, él se levantó y entró en la ciudad. Al día siguiente salió hacia Derbe con Bernabé.

21 Después de anunciar el Evangelio en Derbe y hacer bastantes discípulos, volvieron a Listra, Iconio y Antioquía,

22 confortando a su paso los ánimos de los discípulos y exhortándoles a permanecer firmes en la fe. Les decían: - Tenemos que pasar muchas tribulaciones para poder entrar en el Reino de Dios.

23 Designaron responsables en cada iglesia y, después de orar y ayunar, los encomendaron al Señor, en quien habían creído.

24 Después atravesaron Pisidia, llegaron a Panfilia

25 y, después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía.

26 De allí regresaron por mar a Antioquía de Siria, donde habían sido encomendados a la protección de Dios para la misión que acababan de realizar.

27 Al llegar, reunieron a la comunidad y contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe.

28 Pablo y Bernabé permanecieron allí bastante tiempo con los discípulos.

 

**• Tras otro peligrosísimo episodio de intolerancia, resuelto sin llegar al drama gracias a que «sus discípulos lo rodearon», Pablo -ahora protagonista, junto con Bernabé- toma el camino de vuelta y visita las comunidades recién fundadas. Se trata de una verdadera «visita pastoral», en la que ambos confortan a los fieles y ponen las bases de una organización eclesiástica, es decir, ponen las bases para la continuidad de las comunidades.

Una continuidad garantizada por la conciencia del elevado coste del Reino de Dios: para entrar en el Reino de Dios «tenemos» que pasar por muchas tribulaciones. Una continuidad garantizada por la presencia de responsables que creen en el Señor y que han sido confiados a él. Los evangelizadores pasan; el Evangelio tiene que ser llevado continuamente adelante por nuevos evangelizadores y pastores. Esta preocupación por el futuro de la comunidad no puede disminuir nunca en la Iglesia, tampoco en nuestros días.

El viaje de vuelta está trazado a grandes rasgos, con rápidas pinceladas. Llegados a la iglesia de donde habían partido, contaron los abundantes frutos de la misión, sobre todo la confirmación de que Dios «había abierto a los paganos la puerta de la fe» (v. 27). El camino hacia los paganos parece ahora irreversible, y en Antioquía, ciudad abierta a la misión universal, es algo que parece obvio y pacífico. Pero no sucede así en todos los sitios. La parte menos dinámica de la Iglesia madre no piensa del mismo modo. Este dato será precursor de nuevos nubarrones, aunque también de clarificaciones decisivas.

 

Evangelio: Juan 14,27-31a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

27 Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar. No os inquietéis ni tengáis miedo.

28 Ya habéis oído lo que dije: «Me voy, pero volveré a vosotros». Si de verdad me amáis, deberíais alegraros de que me vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo.

29 Os lo he dicho antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.

30 Ya no hablaré mucho con vosotros, porque se acerca el príncipe de este mundo. Y aunque no tiene ningún poder sobre mí,

31 tiene que ser así para demostrar al mundo que amo al Padre y que cumplo fielmente la misión que me encomendó.

 

**• Este pasaje, con el que concluye el primer coloquio de Jesús con los suyos, es un fragmento compuesto, y contiene palabras de despedida y de consuelo por parte del Maestro, que deja su comunidad y vuelve al Padre. Jesús, al despedirse de los suyos, les desea la «paz», el shalóm, que es el conjunto de los bienes mesiánicos, un don que viene de Dios y que Jesús posee. El motivo del consuelo debe prevalecer sobre el temor y la inquietud: él, Jesús, es la paz.

Por eso añade Jesús una exhortación a la alegría. Aunque estén tristes por el alejamiento y el temor de quedarse solos, la separación de los discípulos respecto a Jesús es el paso hacia un bien mejor. Jesús va al Padre «porque el Padre es mayor» que él, es la plenitud de su gloria (v. 28). Ahora bien, la vuelta del Hijo al Padre está unida de manera inseparable al escándalo de la cruz. Jesús, con las predicciones que les ha hecho sobre su próxima muerte, no sólo pretende sostener la fe de los discípulos en el momento de la pasión, sino que quiere mostrar que los hechos que van a tener lugar forman parte del proyecto de Dios. En consecuencia, los suyos no deberán desanimarse: la fe será su fuerza y su único consuelo.

El tiempo terreno del Maestro está ahora a punto de concluir, le quedan pocos momentos para conversar aún con sus discípulos, «porque se acerca el príncipe de este mundo» (v. 30). Aunque se acerca Satanás, no tiene ningún poder sobre Jesús. Éste no tiene pecado y Satanás no tiene posibilidad de atacarle. La vida de Jesús está bajo el signo de la voluntad del Padre y se entrega libremente a la muerte en la cruz para que el hombre conozca la verdad.

 

MEDITATIO

El Señor ha derramado la paz en tu corazón: él está presente dentro de ti, con el Padre y el Espíritu Santo. Eso no puede más que darte un sentido de seguridad y de fuerza: si Dios está contigo, ¿quién estará en contra de ti?

Sin embargo, a menudo estás inquieto y atemorizado: el mundo se presenta amenazante, los pasiones no dan tregua, todo parece desarrollarse «como si Dios no existiera», y Dios calla dentro de ti, juega a esconderse, no responde. Entonces tu corazón se espanta, te asalta la duda y tu paz queda asediada, cuando no se volatiliza. Ahora es cuando debes recordar que Dios está presente en la luz oscura de la fe, que has de ejercitar la fe en estos momentos para oír aquello que no oyes, para ver aquello que no ves, para agarrarte a un agarradero que has de buscar en la niebla. Es, en efecto, la fe lo que está en la base de la paz, que, de hecho, procede de la comunión con Dios. Fe en el Dios ya presente, pero no poseído aún en plenitud; fe que se madura en el tiempo de la ausencia del Esposo; fe que se perfecciona en la búsqueda del Esposo; fe que se purifica a través de los acontecimientos más duros y atroces.

La paz procede de una mirada de fe sobre la realidad de un Dios presente, aunque buscado con todo el ardor de un corazón herido por el sentimiento de su ausencia. La paz viene cuando se comprende y se acepta el misterio de la ausencia de Dios también en su presencia, en su silencio, en el sufrimiento y el misterio de la cruz como momento más elevado del amor de Dios y del testimonio de tu amor por él.

 

ORATIO

¡Cómo busco la paz, Señor, y cuántas veces la busco! Sin embargo, debo admitir que no siempre la busco donde se encuentra. A veces la busco como el mundo: busco un poco de paz para vivir en paz, para no incomodarme demasiado, para no dejarme turbar en exceso. También yo busco, en suma, la paz como la busca el mundo: lejos de la cruz, huyendo de quien me turba, evitando a los que me hacen perder la paciencia, esquivando las molestias y cerrando los ojos antes los sufrimientos de los otros. ¿Cómo voy a poder vivir en paz si no me defiendo un poco de los otros? ¿Y cómo voy a vivir en paz si no me concedo alguna satisfacción? ¿Cómo se puede vivir en paz estando siempre sometido a presión? Todas estas son tentaciones frecuentes, lo sabes, Señor. Tentaciones que desvían mi mirada de ti, fuente de mi paz; tentaciones que me hacen olvidar tus palabras constructoras de una paz sólida y tenaz.

¡Vence, Señor, estas tentaciones mías! Haz oír tu voz a mi corazón turbado y enséñame tus caminos, que conducen a tu paz, a mi paz. No permitas que me olvide de ti por un poco de bienestar o por buscar una tranquilidad que, con frecuencia, es huir de tu presencia en mí y en mis hermanos.

 

CONTEMPLATIO

Cuando el Señor precisa: «Os doy mi paz, no como la da el mundo», ¿qué debemos entender, sino que él no nos da la paz del mismo modo como la dan los que aman el mundo? Ésos, en efecto, se ponen de acuerdo para hacer la paz entre ellos, con el fin de gozar no de Dios, sino de los placeres que da el mundo a sus amigos, a cubierto de toda lid y de toda guerra. Y si también conceden paz a los justos, en el sentido de que dejan de perseguirlos, no se trata aún de la verdadera paz, en cuanto no es una concordia real, porque están desunidos los corazones. Del mismo modo que se dice consorte a quien une su suerte a la tuya, sólo cuando los corazones están unidos se puede hablar de concordia (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 77,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra-. «Os dejo mi paz. Que no se inquiete vuestro corazón» (cf. Jn 14,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Te encuentras siempre ante la alternativa de dejar hablar a Dios o dejar gritar a tu «yo» herido. Aunque deba haber un lugar donde puedas dejar que la parte herida de ti obtenga la atención que necesita, tu vocación es hablar del lugar donde Dios habita en ti.

 Cuando permites que tu «yo» herido se exprese en forma de justificaciones, disputas o lamentos, sólo consigues frustrarte aún más y te sentirás cada vez más rechazado. Reclama a Dios en ti y deja que Dios pronuncie palabras de perdón, de curación y de reconciliación, palabras que llamen a la obediencia, al compromiso radical y al servicio. Se requiere mucho tiempo y mucha paciencia para distinguir entre la voz de tu «yo» herido y la voz de Dios, pero en la medida en que vayas siendo más fiel a tu vocación se volverá más fácil. No desesperes: has de prepararte para una misión que será difícil, pero fecunda (H. J. M. Nouwen, la voce dell'amore, Brescia 19972, 133s [trad. esp.: La voz interior del amor, PPC, Madrid 1997]).

 

 

Día 5

Miércoles de la quinta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-6

En aquellos días,

1 algunos que habían bajado de Judea enseñaban a los hermanos: - Si no os circuncidáis según la tradición de Moisés, no podéis salvaros.

2 Este hecho provocó un altercado y una fuerte discusión de Pablo y Bernabé con ellos. Debido a ello, determinaron que Pablo, Bernabé y algunos otros subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y demás responsables.

3 Provistos, pues, por la iglesia de Antioquía de todo lo necesario para el viaje, atravesaron Fenicia y Samaría contando la conversión de los paganos y llenando de gran alegría a todos los hermanos.

4 Al llegar a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia, los apóstoles y demás responsables, y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos. 5 Pero algunos de la secta de los fariseos, que se habían hecho creyentes, intervinieron diciendo que era necesario circuncidar a los convertidos y obligarles a cumplir la ley de Moisés.

6 Entonces los apóstoles y los demás responsables se reunieron para estudiar este asunto.

 

**- En el comienzo del fragmento aparece planteada la cuestión que tanto interesó y turbó a los primeros discípulos: ¿hace falta la circuncisión para salvarse? Pablo y Bernabé responden decididamente que no. Pero ¿y si los que dicen lo contrario contaran con el aval de las columnas de la Iglesia de Jerusalén?

De ahí viene la solución: ir directamente a Jerusalén. Allí, tras un viaje en el que cuentan sus éxitos apostólicos, suscitando una «gran alegría a todos los hermanos», fueron recibidos por «la iglesia, los apóstoles y demás responsables» y encuentran la misma oposición que hallaron en Antioquía por parte de los fariseos convertidos.

Su tesis es la típica de los judaizantes, contra los que Pablo tendrá que luchar durante mucho tiempo (cf. sobre todo Gal 5,6-12). Para éstos, la ley de Moisés tenía una validez perenne y, por consiguiente, también tenía que ser impuesta a los convertidos del paganismo. La cuestión es seria: de ahí que se convoque una reunión a la que asisten los apóstoles y los demás responsables.

Según una variante occidental del texto original, asistieron también «el conjunto de los hermanos ». Son las premisas del celebérrimo «Concilio de Jerusalén», la primera reunión oficial de la Iglesia para resolver una cuestión grave, de la que podía depender la difusión de la Palabra entre el mundo pagano. Sobre esta reunión se han derramado ríos de tinta (en parte por la dificultad de armonizar los datos de Lucas con los de Pablo). Con todo, la importancia de la reunión es indudable y sus resultados serán altamente  positivos.

 

Evangelio: Juan 15,1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.

2 El Padre corta todos los sarmientos unidos a mí que no dan fruto y poda los que dan fruto para que den más fruto.

3 Vosotros ya estáis limpios, gracias a las palabras que os he comunicado.

4 Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí.

5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada.

6 El que no permanece unido a mí es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados.

7 Si permanecéis unidos a mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo tendréis.

8 Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia y os manifestáis así como discípulos míos.

 

MEDITATIO

Debo caer en la cuenta de que el cristianismo no es sólo un mensaje, sino una vida. No afecta sólo a la mente, sino que nos hace dar un salto cualitativo en el orden del ser. No es sólo algo iluminador, sino transformador. Es la vida divina derramada en mí por Cristo, que vivifica mi existencia gracias a mi comunión con él. ¿Quién puede darme la vida divina, la participación en la vida inmortal, una vida más allá de toda imaginación, sino Dios mismo? No puedo subir al cielo, sólo puedo recibir lo que del cielo me viene dado. Y lo recibo estando en comunión con Cristo, la vid, y con los hermanos, los otros sarmientos. El Padre da la vida al Hijo y el Hijo la transmite a los que están unidos a él: ésa es la realidad que lo transforma todo.

¿Pienso alguna vez en la unicidad de la «vida divina»? Esta expresión puede parecemos a veces vaga, dado que no es verificable con instrumentos humanos, pero es decisiva, porque es la razón de mi «ser hijo» de Dios, de mi vida definitiva con él, una vida que será vida de «familia» con la inaccesible y gloriosa Trinidad, puesto que ahora soy «consanguíneo» suyo. El punto de soldadura insustituible entre lo divino y lo humano sigue siendo Jesús y la comunión con él. Jesús es insustituible para mi vida de hijo de Dios; él me convierte en un sarmiento sano con su palabra, él me hace llegar la linfa vital de la inmortalidad, una linfa que viene de la eternidad y sumerge en la eternidad. ¡Suprema belleza la de la fe! ¡Grandioso panorama el de una vida divinizada!

 

ORATIO

Oh Jesús, ¡cuan grande y decisivo eres! Contigo estoy vivo, sin ti estoy muerto. Contigo me arrolla el río inmortal de la vida divina y me lleva hacia el océano divino, ilimitado y sin ocaso. Contigo lo soy todo, sin ti no soy nada.

Te doy gracias, Señor, lleno de admiración, por haber venido a unirme con la eternidad; más aún, con el Padre, fuente de la vida perenne. Átame a ti, para que no sea yo un sarmiento cortado, un sarmiento sin fruto. Mantén viva en mí la conciencia de la necesidad de mi comunión contigo. Por eso te presento toda la necesidad que tengo de la Palabra que me une a ti, de la eucaristía que me alimenta de ti, del mandamiento nuevo que me une con mis hermanos y produce el fruto precioso de la fraternidad, del testimonio de tu nombre, que llena de racimos maduros mi sarmiento.

Pódame, Señor, con tu Palabra y sostén mi compromiso de dar frutos duraderos en los campos de la fraternidad, de la veneración y del amor a tu santo nombre, nombre de vid, nombre de vida, nombre de frutos que maduran para la eternidad.

 

CONTEMPLATIO

Que nadie piense que el sarmiento por sí solo puede producir algún fruto. El Señor ha dicho que quien está en él produce «mucho fruto». No ha dicho: «Sin mí podéis hacer poco», sino: «Sin mí no podéis hacer nada».

De todos modos, sea poco o mucho, no podemos hacerlo sin él, puesto que sin él no podemos hacer nada. Porque cuando el sarmiento produce poco fruto, el agricultor lo poda para que produzca más; sin embargo, si no está unido a la vid y no toma alimento de la raíz, no podrá dar por sí mismo ningún fruto (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 80,2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» (Jn 15,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El arte de vivir en íntima unión con Jesús se puede ejercitar de tres maneras: en primer lugar, manteniéndonos siempre en su presencia, sin perderlo nunca de vista. Este arte consiste, esencialmente, en acostumbrarse a oír a Jesucristo en sí mismo mediante el recuerdo de su divina presencia en nosotros, mediante la costumbre arraigada de realizar actos de amor con él y mediante la gracia que Dios nos concede a fin de crear unas íntimas relaciones de familiaridad entre él y el alma. La disposición más importante que se requiere es pensar en él con motivo de todo, representarnos su vida, su pasión y sus dichos, porque de este modo es como se crea una dulce familiaridad.

En segundo lugar, corresponder fielmente y con exactitud a las inspiraciones del cielo. Es preciso seguir a Jesús con corazón atento, ávido de escuchar su Palabra y seguir sus invitaciones. En tercer lugar, con humildad de corazón: así como los que viven en la corte deben seguir la regla de una perfecta corrección exterior, también los que forman la corte de nuestro Señor deben ser conscientes de la grandeza de la vocación cristiana y vivir con ansiedad y amor humilde (J. J. Surin, / fondamenti della vita spirituale, Roma 1994).

 

 

Día 6

Jueves de la quinta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 15,7-21

En aquellos días,

7 tras una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: - Hermanos, vosotros sabéis que, desde los primeros tiempos, Dios me eligió a mí entre vosotros para que los paganos oyesen por mi boca la palabra del Evangelio y creyesen.

8 Y Dios, que conoce los corazones, dio testimonio en favor de ellos, otorgándoles el Espíritu Santo como a nosotros.

9 Sin hacer diferencia entre ellos y nosotros, purificó sus corazones con la fe.

10 ¿Por qué queréis ahora poner a prueba a Dios tratando de imponer a los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos podido soportar?

11 Nosotros, en cambio, creemos que nos salvamos por la gracia de Jesús, el Señor, y ellos, exactamente igual.

12 Toda la multitud guardó silencio, y escuchaba a Bernabé y a Pablo contar las señales y prodigios que Dios había hecho entre los paganos por medio de ellos.

13 Cuando acabaron de hablar, tomó la palabra Santiago y dijo: - Hermanos, escuchadme:

14 Simón ha explicado cómo Dios, desde el principio, escogió entre los paganos un pueblo consagrado a su nombre.

15 Esto concuerda con las palabras de los profetas, pues está escrito:

16 Después de esto volveré y restauraré la tienda de David, que estaba destruida. Repararé sus ruinas y la volveré a levantar

17 para que el resto de los hombres busque al Señor, junto con todas las naciones sobre las que se ha invocado mi nombre. Así lo dice el Señor, que realizó estas cosas,

18 anunciadas desde antiguo.

19 Por eso, yo pienso que no hay que crear dificultades a los paganos que se convierten.

20 Es suficiente escribirles que se abstengan de toda contaminación, de la idolatría, de matrimonios ilegales, de comer animales estrangulados y de la sangre.

21 Ya que desde siempre la ley de Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores, que la leen en las sinagogas todos los sábados.

 

*•• En la asamblea de Jerusalén están presentes dos preocupaciones: salvaguardar la universalidad del Evangelio y, al mismo tiempo, mantener la unidad de la Iglesia. La apertura al mundo pagano, es decir, la toma de conciencia de la universalidad del Evangelio, no da origen a dos Iglesias, sino a una única Iglesia con connotaciones pluralistas. Corresponde a Pedro la tarea de defender la opción de Antioquía. Y lo hace partiendo de su propia experiencia, apoyando plenamente la línea de Pablo, usando incluso su típico lenguaje teológico: «Creemos que nos salvamos por la gracia» (v. 11). En consecuencia, no se habla de imponer el peso de la circuncisión o cualquier otro fardo insoportable.

El problema de la convivencia de las dos culturas, formas, mentalidades, tradiciones, fue planteado por Santiago, portador de las instancias de la tradición. No se opone a Pedro, pero sugiere algunas observancias rituales importantes para los judíos, que permitirán una convivencia que no ofenda la sensibilidad de los que proceden del judaísmo. Se trata de normas de pureza legal tomadas del Levítico. Para Santiago, las comunidades de los cristianos judíos y paganos son diferentes, pero deben vivir sin altercados: por eso es preciso dar normas prudentes.

Entre el discurso de Pedro, el último en Hechos de los Apóstoles, y el de Santiago se ha intercalado el testimonio de los hechos por parte de Bernabé y Pablo, y todo el conjunto viene después de «una larga discusión» (v. 7). Ambos discursos podrían ser considerados como conclusión y resumen de un paciente «proceso de discernimiento comunitario» en el que han sido expuestos, escuchados y discutidos a fondo todos los hechos y todos los argumentos. De este modo, queda salvada la libertad del Evangelio y, también, la unidad de la Iglesia. Es un método que se considera cada vez más como ejemplar y que se presagia como el normal en las distintas decisiones eclesiales.

 

Evangelio: Juan 15,9-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

 

**• ¿Cuál es el fundamento del amor de Jesús por los suyos? El texto responde a esta pregunta. Todo tiene su origen en el amor que media entre el Padre y el Hijo. A esta comunión hemos de reconducir todas las iniciativas que Dios ha realizado en su designio de salvación para la humanidad: «Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor» (v. 9). Ahora bien, el amor que Jesús alimenta por los suyos requiere una pronta y generosa respuesta. Ésta se verifica en la observación de los mandamientos de Jesús, en la permanencia en su amor, y tiene como modelo su ejemplo de vida en la obediencia radical al Padre hasta el sacrificio supremo de la misma.

Las palabras de Jesús siguen una lógica sencilla: el Padre ha amado al Hijo, y éste, al venir a los hombres, ha permanecido unido con él en el amor por medio de la actitud constante de un «sí» generoso y obediente al Padre. Lo mismo ha de tener lugar en la relación entre Jesús y los discípulos. Éstos han sido llamados a practicar, con fidelidad, lo que Jesús ha realizado a lo largo de su vida. Su respuesta debe ser el testimonio sincero del amor de Jesús por los suyos, permaneciendo profundamente unidos en su amor. El Señor pide a los suyos no tanto que le amen como que se dejen amar y acepten el amor que desde el Padre, a través de Jesús, desciende sobre ellos. Les pide que le amen dejándole a él la iniciativa, sin poner obstáculos a su venida. Les pide que acojan su don, que es plenitud de vida. Para permanecer en su amor es preciso cumplir una condición: observar los mandamientos según el modelo que tienen en Jesús.

 

MEDITATIO

«Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo» (v. 11): todos y cada uno de los discípulos están invitados a dejarse poseer por la alegría de Jesús, tras haberse dejado poseer por el amor de Dios. Mi existencia como discípulo consiste en dejar sitio a este amor divino, que es un amor «descendente», un amor que mueve al Padre a «entregar a su Hijo único» (Jn 3,16), un amor que mueve al Hijo a entregarse a sí mismo, un amor que mueve a los discípulos a hacer otro tanto, un amor que garantiza la «felicidad» del discípulo.

Cuando Jesús habla de las más que exigentes condiciones de este amor, dice claramente que son posibles porque este nuevo modo de amar procede de Dios. Es el amor mismo de Dios el que obra en mí, en ti, en todos los discípulos. Y no sólo eso, sino que recibiremos de Jesús «su» felicidad, la alegría que procede de haber amado como Dios ama, a través del impulso y de la imitación de Jesús. Se trata de algo que nada tiene que ver con el moralismo: aquí nos encontramos en la cima de la mística, de la mística de la acción, que implica la entrega de uno mismo e incluye ser poseídos del todo por el amor de Dios.

 

ORATIO

Señor Jesús, ayúdame a mirar hacia lo alto para tener el valor de mirar hacia abajo. Ayúdame a mirarte a ti, en el esplendor de los santos; a ti, completamente vuelto al Padre, que eres una sola cosa con él desde la eternidad. Fija mi mirada en ti para que también yo sea capaz de descender y hacer lo que tú has hecho. Y es que servir un poco puede resultar fácil, pero convertir toda la vida en un servicio es bastante difícil. Servir a los que no lo merecen, a los que no son agradecidos, a los que te rechazan, es todavía más arduo.

Te ruego que infundas en mi corazón ese amor tuyo arrollador, ese amor tuyo concreto, humilde, que has recibido del Padre y que ha plasmado tu vida, para que también yo pueda hacer lo que tú me dices que es preciso para ser discípulo tuyo. Mi servicio no será así un frustrarse de manera penosa; mi perseverancia en un servicio exento de gratificaciones será fuente de  felicidad, porque estaré poseído por la felicidad que viene de ti, esa felicidad que prometiste a los que dejan sitio a tu manera de amar.

 

CONTEMPLATIO

No habría aprendido yo a amar al Señor

si él no me hubiera amado.

¿Quién puede comprender el amor,

sino quien es amado?

Yo amo al Amado,

a él ama mi alma:

allí donde está su reposo,

allí estoy yo también.

Y no seré un extraño,

porque no hay envidia junto al Señor altísimo,

porque quien se une al Inmortal

también será inmortal,

y quien se complace en la vida

viviente será.

Que permanezca tu paz conmigo, Señor,

en los frutos de tu amor.

Enséñame el canto de tu verdad,

de suerte que venga a mí como fruto la alabanza,

abre en mí la cítara de tu Espíritu Santo

para que te alabe, Señor, con toda melodía.

Prorrumpo en un himno al Señor porque soy suyo

y cantaré la canción consagrada a él

porque mi corazón está lleno de él

(de las Odas de Salomón).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Uno de los más célebres músicos del mundo, que tocaba el laúd a la perfección, se volvió en breve tiempo tan gravemente sordo que perdió el oído por completo; sin embargo, continuó cantando y manejando su laúd con una maravillosa delicadeza. Ahora bien, como no podía experimentar placer alguno con su canto y su sonido, puesto que, falto de oído, no percibía su dulzura y su belleza, cantaba y tocaba únicamente para contentar a un príncipe, a quien tenía gran deseo de complacer, porque le estaba agradecidísimo, ya que había sido criado en su casa hasta la juventud. Por eso sentía una inexpresable alegría al complacerle, y cuando el príncipe le hacía señales de que le agradaba su canto, la alegría le ponía fuera de sí. Pero sucedía, en ocasiones, que el príncipe, para poner a prueba el amor de su amable músico, le ordenaba cantar y se iba de inmediato a cazar, dejándole solo; pero el deseo de obedecer los deseos de su señor le hacía continuar el canto con toda la atención, como si su príncipe estuviera presente, aunque verdaderamente no le produjera ningún gusto cantar, ya que no experimentaba el placer de la melodía, del que le privaba la sordera, ni podía gozar de la dulzura de las composiciones por él ejecutadas: «Mi corazón está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto; quiero cantar y entonar himnos. Despierta, alma mía; despertad, cítara y arpa, quiero despertar a la aurora» (Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, IX, 9).

 

 

Día 7

Viernes de la quinta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 15,22-31

En aquellos días,

22 los apóstoles y demás responsables, de acuerdo con el resto de la comunidad, decidieron escoger de entre ellos algunos hombres y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, el llamado Barsabás, y a Silas, personajes eminentes entre los hermanos.

23 A través de ellos les enviaron la siguiente carta: Los apóstoles y demás hermanos responsables, a los hermanos no judíos de Antioquía, Siria y Cilicia. Saludos.

24 Hemos oído que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han inquietado y desconcertado con sus palabras. Por tal motivo,

25 hemos decidido de común acuerdo escoger algunos hombres y enviároslos con nuestros amados Bernabé y Pablo,

26 hombres que han consagrado su vida al servicio de nuestro Señor Jesucristo.

27 Enviamos, pues, a Judas y a Silas, que os referirán lo mismo de palabra.

28 Porque hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros otras cargas más que las indispensables:

29 que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de carne de animales estrangulados y de matrimonios ilegales. Haréis bien en guardaros de todo esto. Que os vaya bien.

30 Los enviados se pusieron en camino y llegaron a Antioquía, donde convocaron una asamblea comunitaria y entregaron la carta;

31 su lectura les llenó de alegría y les proporcionó un gran consuelo.

 

**• La asamblea concluye eligiendo una delegación y con el envío de una carta. En ella se desautoriza a los rigoristas -o sea, a los que habían provocado el altercado- y se da vía libre a la apertura a los paganos, sin imponerles demasiadas cargas. Es importante la conciencia que tiene la asamblea de haber tomado una decisión bajo la iluminación del Espíritu Santo: la Iglesia ha experimentado, desde sus orígenes, la presencia del Espíritu y la ha transmitido a lo largo de los siglos. El discernimiento practicado -en el que ha participado toda la Iglesia- ha sido verdaderamente «espiritual», es decir, ha sido guiado por el Espíritu.

La delegación debe explicar los detalles del contenido del texto, así como las cláusulas de Santiago, presentadas como generosas; esto es, no como cargas pesadas. De hecho, esas limitaciones caerán pronto en desuso frente a la aplastante presencia de los procedentes del paganismo y la disminución del componente judío. El mismo Pablo, por su parte, no hizo nunca alusión a estas cláusulas.

La línea de Antioquía tiene ahora vía libre para su estilo de evangelización: sus tesis han sido aceptadas y avaladas plenamente. Se comprende que «su lectura les llenara de alegría y les proporcionara un gran consuelo». Este consuelo les animó a seguir por el camino emprendido. Antioquía se convierte ahora en el nuevo centro de irradiación del Evangelio y en el punto de partida de las nuevas empresas de Pablo. Reina un clima de alegría y de serenidad por el avance del Evangelio, que les hace cerciorarse de la importancia vital de la difusión del camino de la salvación a todos los hombres.

Esto nos hace reflexionar sobre la escasa presencia actual de esta preocupación en nuestras comunidades. ¿Qué está pasando? ¿Ha perdido su relevancia a nuestros ojos la causa del Evangelio? ¿O será que han disminuido los hombres que, como Pablo y Bernabé, «han consagrado su vida al servicio de nuestro Señor Jesucristo»?

 

Evangelio: Juan 15,12-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

12 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

*•• Las relaciones entre Jesús y los discípulos asumen una intensidad particular en esta breve perícopa, donde se afronta el tema del mandamiento del amor fraterno: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (v. 12).

Los mandamientos que debe observar la comunidad mesiánica están compendiados en el amor fraterno. Este precepto del Señor glorifica al Padre. Supone vivir como verdaderos discípulos y dar como fruto el testimonio. Ahora bien, la calidad y la norma del amor al hermano son una sola: el amor que Jesús tiene por los suyos, un amor que ha llegado a su cima en la cruz (v. 13).

La cruz es el ejemplo de la entrega de Jesús hasta el extremo por sus discípulos: ha entregado su propia vida por aquellos a los que ama. Lo que desea, a cambio, de los suyos es la fidelidad al mismo mandamiento siguiendo su ejemplo. La riqueza del amor que une a Jesús con los suyos, y a los discípulos entre ellos es, en consecuencia, total y de una gran calidad.

El modelo del amor de Jesús por sus discípulos no tiene que ver solamente con el sacrificio de su vida, sino que contiene también otras prerrogativas: es relación de intimidad entre amigos y don gratuito (vv. 14s).

El signo mayor de la amistad entre dos amigos consiste en revelarse los secretos de sus corazones. El amor de amistad, del que nos habla Jesús, no se impone; es respuesta de adhesión en el seno de la fidelidad. El Maestro, al hacer partícipes a sus discípulos de los secretos de su vida, ha hecho madurar en ellos el seguimiento, les ha hecho comprender que la amistad es un don gratuito que procede de lo alto.

La verdadera amistad se sitúa en el orden de la salvación. Jesús ya no es para ellos el señor, sino el Padre y el confidente, y ellos ya no son siervos, sino amigos. Convertirse en discípulo de Jesús es don, gracia, elección y certeza de que nuestras peticiones dirigidas al Padre en nombre de Jesús serán escuchadas (vv. 16s).

 

MEDITATIO

«Mi mandamiento», el que resume todos los otros, el que distingue a un discípulo de Jesús de todos los demás, el que Juan llamará también «mandamiento nuevo», el típico e inconfundible de Jesús, es sencillo y exigente: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Seguir a Jesús consiste en amar al hermano hasta dar la vida por él, precisamente como hizo Jesús, el Hijo que bajó para dar la vida por mí.

Dar la vida no significa sólo «morir» por los hermanos. Puede ser incluso hermoso y deseado, en ciertos momentos en que sentimos en nosotros un particular impulso de generosidad. Dar la vida significa gastar nuestra propia vida para que sean felices los que viven junto a mí. Significa que cada mañana debo preguntarme cómo puedo hacer para no ser una carga para los que viven conmigo. Significa soportar sus silencios y sus «malas caras», aceptar los límites de su carácter, no extrañarse de sus contradicciones ni de sus pecados. Significa aceptar a mi prójimo tal como es, y no tal como debería ser.

 

ORATIO

Hoy me siento obligado, Señor, a preguntarme hasta qué punto me tomo en serio «tu» mandamiento, ese que me distingue como discípulo tuyo, ese que te tomas tan a pecho. Si me examino bien, debo confesar que no es, de hecho, el primer mandamiento, el que me tomo más a pecho. Y es que he puesto por delante muchos otros valores que el entorno considera más importantes o que me gratifican más y con mayor facilidad.

Ilumíname, Señor, para que, en mi vida, esté por encima de todo la preocupación por construir la fraternidad, por aceptar con benevolencia a mis hermanos y hermanas, por olvidar sus errores, por recordar constantemente tu mandamiento. Concédeme la íntima convicción de que es la práctica de este mandamiento lo que hace nuevo el mundo, de que mi verdadera contribución como creyente la brinda mi actitud fraterna. Ayúdame a poner en lo más alto de mi escala de valores este mandamiento, que es el más antiguo y el más nuevo, que cada día deberé aplicar a nuevas situaciones, para renovarme a mí mismo, mi existencia y mi ambiente vital.

 

CONTEMPLATIO

Oh santo Amor, quien no te conoce no ha podido gustar la suavidad de tus beneficios, que sólo la experiencia vivida nos revela. Pero quien te haya conocido o haya sido conocido por ti no puede concebir ya ninguna  duda. Porque tú eres el cumplimiento de la ley; tú, que me colmas y me calientas; tú, que me inflamas y enciendes mi corazón con una caridad inmensa. Tú eres el Maestro de los profetas, el compañero de los apóstoles, la fuerza de los mártires, la inspiración de los padres y de los doctores, la perfección de todos los santos. Y me preparas también a mí, Amor, para el verdadero servicio de Dios (Simeón el nuevo Teólogo).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto» (Jn 15,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando el Señor mandó a su pueblo amar al prójimo como a sí mismo (cf. Lv 19,18), no había venido aún a la tierra; de suerte que, sabiendo hasta qué punto se ama la propia persona, no podía pedir a sus criaturas un mayor amor al prójimo. Pero cuando Jesús dio a sus apóstoles un mandamiento nuevo, su mandamiento, no habló ya de amar al prójimo como a sí mismo, sino de amarlo como él, Jesús, lo amó y lo amará hasta la consumación de los siglos.

Señor, sé que no nos mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección, sabes que no podré nunca amar a mis hermanas como tú las amas, si no eres aún tú, Jesús mío, quien las ama en mí. Para concederme esta nueva gracia has dado un mandamiento nuevo. ¡Oh! Cuánto lo amo, pues me da la garantía de que tu voluntad es amar en mí a todos aquellos a quienes me mandas amar. Sí, estoy convencida de ello; cuando practico la caridad, es sólo Jesús quien obra en mí. Cuanto más unida estoy a él, tanto más amo a mis hermanas (Teresa de Lisieux, Manuscritos autobiográficos C, Monte Carmelo, Burgos 1997).

 

 

Día 8

  Sábado de la quinta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 16,1-10

En aquellos días,

1 llegó Pablo a Derbe y después a Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, de madre judía convertida al cristianismo y de padre griego.

2 Timoteo gozaba de buena reputación entre los hermanos de Listra e Iconio.  3 Pablo decidió llevarlo consigo y lo circuncidó debido a los judíos que había en aquella región, pues todos sabían que su padre era griego.

4 En todas las ciudades por donde pasaban comunicaban a los creyentes los acuerdos tomados por los apóstoles y demás responsables de Jerusalén y les recomendaban que los acatasen.

5 Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día.

6 Atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les impidió anunciar la Palabra en la provincia de Asia.

7 Llegaron a Misia e intentaron dirigirse a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió.

8 Así que pasaron de largo por Misia y bajaron hacia Tróade.

9 Aquella noche Pablo tuvo una visión. Se le presentó un macedonio y le hizo esta súplica: - Pasa a Macedonia, ven en nuestra ayuda.

10 Ante esta visión, procuramos pasar rápidamente a Macedonia, persuadidos de que Dios nos llamaba a anunciarles la Buena Noticia.

 

*•• Lucas pasa ahora a narrar los acontecimientos misioneros de Pablo: él será el protagonista de la tercera parte de los Hechos de los Apóstoles. El fragmento de hoy presenta el segundo viaje misionero, ya avanzado. Entre tanto ha tenido lugar la separación de Bernabé, a causa -según Lucas- de una diferente valoración de la persona de Juan Marcos. Pablo elige como nuevo compañero a un discípulo suyo al que siempre le unirá un gran cariño: Timoteo. Haciendo gala de una gran elasticidad pastoral, especialmente en vistas a la acción entre los judíos, Pablo lo hizo circuncidar, aunque no viera para ello ninguna necesidad doctrinal. Pablo se hace en verdad «todo para todos» por el Evangelio.

Es significativo el hecho de que el Espíritu hace prácticamente las veces de guía, corrigiendo la ruta de los misioneros. Lucas quiere subrayar que el protagonista y el director de la evangelización es el Espíritu Santo, que tiene sus planes, a menudo diferentes a los de los hombres. Es el Espíritu quien impulsa a Pablo a pasar a Europa, en vez de adentrarse en las regiones de Asia menor.

Hay un misterio en la llamada a los pueblos y las naciones que escapa por completo a la mirada humana. Baste con una sencilla reflexión: el programador de la evangelización es con toda claridad el Espíritu Santo; no se trata de una acción organizada por los hombres, aunque estén llenos de fe y de celo. En la acción de Pablo no había demasiada organización, sino una gran disponibilidad a la acción del Espíritu. ¿No hace esto hoy actual y digno de atención este dicho, que podría parecer sólo un eslogan: «Menos organización y más Espíritu»?

 

Evangelio: Juan 15,18-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

18 Si el mundo os odia, recordad que primero me odió a mí.

19 Si pertenecierais al mundo, el mundo os amaría como cosa propia, pero como no pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él, por eso el mundo os odia.

20 Recordad lo que os dije: «Ningún siervo es superior a su señor». Igual que me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros; y en la medida en que pongan en práctica mi enseñanza, también pondrán en práctica la vuestra.

21 Os tratarán así por mi causa, porque no conocen a aquel que me envió.

 

**• La perícopa contiene una advertencia de Jesús dirigida a sus discípulos sobre el odio y el rechazo del mundo que tendrán enfrente. Si la nota distintiva de la comunidad cristiana es el amor, ahora el Maestro presenta a los suyos lo que caracteriza al mundo que les rechaza: el odio (v. 18). El Señor advierte y explica ese odio del mundo y emite un juicio sobre el mismo.

El odio del mundo hacia la comunidad cristiana es consecuencia lógica de una opción de vida: los seguidores del Evangelio no pertenecen al mundo, y éste no puede aceptar a quien se opone a sus principios y opciones. Los creyentes, en virtud de su opción de vida a favor de Cristo, son considerados como extraños y enemigos. Su vida es una continua acusación contra las obras perversas del mundo y un reproche elocuente contra los malvados. Por eso es odiado y rechazado el hombre de fe.

Pero ¿cómo se manifiesta el odio del mundo contra los discípulos? Mediante las persecuciones que han de padecer los creyentes por el nombre de Cristo. No son en verdad estas pruebas las que deben desanimar a los discípulos ni en su camino de fe ni en su misión de evangelización. También su Señor experimentó la incomprensión y el rechazo hasta la muerte (v. 20). Es más, la persecución y el sufrimiento son una de las condiciones de la gloria que toda la comunidad cristiana debe compartir con su Salvador. La suerte de los discípulos es idéntica a la de Cristo: si éste ha sido perseguido, también lo serán sus discípulos; si éste fue escuchado, también lo serán los suyos (vv. 20s).

 

MEDITATIO

Si pretendes vivir según tus convicciones de fe, no debe sorprenderte encontrar a tu alrededor la indiferencia o la hostilidad. No debe deprimirte que los medios de comunicación social se rían a menudo de manera sutil del estilo de vida cristiano, o que cuando expreses tus convicciones te vean como un anticuado, o que la gente te considere como alguien que pertenece a una era pasada, a una época de la que ya nos hemos despedido. Que no te abata el desaliento: eso es señal de que eres fiel a Cristo perseguido y a su Palabra de cruz. No debes entrar en crisis porque muchos no piensen en esa cruz como los seguidores de Jesús.

Una de las características de la fe es su perenne carácter inactual. Esa característica hemos de buscarla en su dimensión oblativa, que consiste en la llamada a la cruz, al sacrificio, al saber amar, a la justicia pagada con la propia piel. No debes, por tanto, «aguar» tu testimonio, ni bajar el grado de las exigencias de la Palabra, ni envolver con el silencio lo que es más comprometedor e impopular. Hay silencios que parecen excesivamente prudentes, que son expresión de temor ante los contragolpes de la opinión pública, que expresan preocupación por la hostilidad de quienes pueden hacernos daño.

 

ORATIO

Ayúdame, Señor, a vivir como tú quieres en medio de las dificultades originadas por la hostilidad del mundo. Ayúdame a no tener miedo de ser tu testigo, pero ayúdame también a no ser un juez severo con los que me ponen obstáculos en mi camino. Ayúdame, antes que nada, a comprender mis culpas, los motivos que puedo haber dado yo mismo, mis incumplimientos. La hostilidad puede venir también de mi comportamiento inadecuado. Y eso es algo que debo tener en cuenta.

Ayúdame a enfrentarme con valor a las reacciones que proceden del hecho de decir lo que tú dirías, de hacer las cosas que tú harías. Ayúdame a no tener nunca miedo a hacer un serio examen de conciencia, a no diluir tu mensaje y el testimonio que debo a tu santo nombre.

 

CONTEMPLATIO

El mundo que Dios reconcilia con él en la persona de Cristo, que ha sido salvado por medio de Cristo, y al que le han sido perdonados todos los pecados por los méritos de Cristo, ha sido elegido entre el mundo de los enemigos, de los condenados, de los corruptos. También los discípulos estaban en el mundo y fueron elegidos para que dejaran de formar parte del mismo. Fueron elegidos no por sus méritos, porque no habían hecho antes ninguna obra buena; tampoco por su naturaleza, porque ésta en virtud del libre albedrío había sido contaminada por el pecado en su mismo origen; fueron elegidos por una concesión gratuita, es decir por una auténtica gracia.

En efecto, el que del mundo eligió al mundo no encontró ya buenos a los que eligió, sino que los hizo buenos al elegirlos. Pero si eso es obra de la gracia, no lo es de las obras, pues de otro modo la gracia ya no sería gracia (cf. Rom 1 l,5s) (Agustín, Comentario al evangelio deJuan, 87,3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Igual que me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una de las cosas que debemos a nuestro Señor es no tener nunca miedo. Tener miedo es hacerle una doble injuria: en primer lugar, es olvidar que él está con nosotros, que nos ama y que es omnipotente; en segundo lugar, porque no nos configuramos con su voluntad: configuramos nuestra voluntad con la suya, todo lo que nos ocurra, dado que es querido y permitido por él, nos dejará alegres y no tendremos ni inquietudes ni temores. Tengamos, pues, esa fe que expulsa todo miedo; tengamos a nuestro lado, frente a nosotros y en nosotros, a nuestro Señor Jesucristo, Dios nuestro, que nos ama infinitamente, que es omnipotente, que sabe lo que es bueno para nosotros, que nos dice que busquemos el Reino de los Cielos y que el resto nos será dado por añadidura.

Caminemos seguros con esta bendita y omnipotente compañía por el camino de lo más perfecto, y estemos seguros de que no nos ocurrirá nada de lo que no podamos extraer el mayor bien para su gloria, para nuestra santificación y para la de los otros. Y que todo lo que nos ocurra será querido y permitido por él y, en consecuencia, lejos de toda sombra de temor, sólo hemos de decir: «Bendito sea Dios por todo lo que nos ocurra», y sólo hemos de rogarle que ordene todas las cosas, no según nuestras ideas, sino para su mayor gloria (Charles de Foucauld).

 

Día 9

Sexto domingo de pascua Ciclo B

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 10,25-26.34-35.44-48

Sucedió que,

25 cuando Pedro entraba, Cornelio le salió al encuentro, cayó a sus pies y se postró ante él.

26 Pedro lo levantó diciendo: - Levántate, que yo también soy un hombre.

34 Pedro tomó entonces la palabra y dijo: - Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace distinción de personas,

35 sino que, en cualquier nación, el que teme a Dios y practica la justicia le es grato.

44 Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el mensaje.

45 Los creyentes judíos que habían venido con Pedro quedaron  asombrados de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos.

46 Pues les oían hablar en lenguas y ensalzar la grandeza de Dios.

47 Pedro entonces dijo: - ¿Se puede negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?

48 Y ordenó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Entonces le suplicaron que se quedase allí algunos días.

 

*•»• Dios nos invita a mirar a los otros con sus propios ojos: ésta podría ser la síntesis del importantísimo capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles. El acontecimiento narrado es determinante no sólo para la Iglesia de los orígenes, sino también para la Iglesia de todos los tiempos. En cierto sentido, es un modelo de lo que debe ser la apertura de los cristianos al designio de Dios. El episodio es conocido, por lo general, con el título de «conversión de Cornelio», aunque también lo podríamos llamar «conversión de Pedro». En efecto, es el mismo Espíritu de Dios el que, con una triple visión (cf. 10,9-16.28), impulsa a Pedro a salir de su concepción restringida para abrirse a la universalidad de la salvación que el sacrificio redentor de Cristo ha adquirido para toda la humanidad, no sólo para Israel.

Tras cierta resistencia inicial, Pedro se dirige con sinceridad a Cornelio, que no es judío, y le dice: «Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace distinción de personas» (v. 34), sino que le es grato todo hombre que, como Cornelio, le teme y practica la justicia. El «temor de Dios» se refiere a la rectitud de conciencia por la que el hombre se reconoce criatura dependiente de Alguien, aunque todavía no lo conoce rectamente; mientras que la «justicia» se refiere a un comportamiento social honesto.

En consecuencia, podemos ver en Cornelio el «tipo de hombre» que pone en práctica, aunque sea de una manera inconsciente, el doble mandamiento del amor - a Dios y al prójimo-, que es el distintivo de los discípulos de Cristo. Esta actitud es la que le dispone a acoger la salvación de Dios. A renglón seguido, hemos de señalar que también Cornelio recibe una misión de Dios; a raíz de ella, manda llamar al apóstol y lo recibe en su casa. Ambos -el judío y el pagano- salen de su particularismo y, bajo la guía del Espíritu, se encuentran para dar vida a una realidad nueva. Esta novedad consistirá, en el caso de Pedro, en anunciar a todos la Palabra que Dios ha confiado a los hijos de Israel.

 

Segunda lectura: 1 Juan 4,7-10

7 Queridos míos, arriémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

8 Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.

9 Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él.

10 El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados.

 

*•• Con estos versículos comienza la magna reflexión sobre la caridad (4,7-5,3) que marca la cima de la Primera carta de Juan. Dios es la fuente del amor. En consecuencia, quien ha brotado de esta fuente y permanece unido a ella (v. 7) vive del amor y difunde amor. Ésta es la razón de que el amor a Dios y el amor fraterno sean una sola y misma realidad. Por el contrario, no puede decir que conoce a Dios quien no se configura con él en el amar (v. 8; cf. 2Os.).

«Dios es amor»: esta revelación del rostro de Dios no es una afirmación especulativa, sino la experiencia de una historia de la que Juan es testigo directo (1,1-4), y cada cristiano llega a serlo también (1,3) cuando entra en la comunión eclesial, así como también en la intimidad de su propio corazón. El amor no es una realidad para explicar. Dios ha revelado que es amor a través de su obrar, a través de su «desmesurada caridad», que le ha llevado a dar al hombre a su mismo Hijo único -sinónimo de amadísimo-, el cual a su vez ha entregado su propia vida expiando con la muerte el pecado del hombre. Su ofrenda es en verdad como la semilla que, una vez caída en tierra, produce mucho fruto.

La liberación de la esclavitud del pecado no sólo le devuelve al hombre su inocencia originaria, sino, mucho más, le abre a la vida de comunión con Dios, le hace «capaz» de ser morada de Dios. El Hijo amado, que se encuentra en una relación única con el Padre, ha sido enviado por él para introducirnos en la inefable circulación de caridad que une, en la Santísima Trinidad, al Padre, al Hijo y al Espíritu. Si con la encarnación, el Verbo, que estaba en el seno del Padre, ha venido al mundo a revelar a Dios, con la resurrección, el hombre, que estaba alejado de Dios, es llevado de nuevo a su seno, hecho hijo en el Hijo.

 

Evangelio: Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

**• La perícopa evangélica prosigue y profundiza en el tema de la segunda lectura: el del amor. Jesús, prosiguiendo con la analogía de la vid y los sarmientos, añade matices siempre nuevos para hacer comprender cuál es la relación que le une al Padre y a los hombres.

La expresión permanece en él» (vv. 4-7) se explica ahora en el sentido de «.permanecer en su amor», es decir, en esa circulación de caridad, de pura donación, que es la vida trinitaria en sí misma y en su apertura al hombre (v. 9).

A Jesús, como bien atestiguan sus parábolas, no le gusta el lenguaje abstracto. Si habla, es para ofrecer palabras que son «espíritu y vida» y, por consiguiente, tienen que poder ser comprendidas y vividas por todos.

         Permanecer en su amor es así sinónimo de «observar sus mandamientos». Una vez más es la vida trinitaria el modelo que se propone al hombre: Jesús permanece en la caridad del Padre y es una sola cosa con él porque acoge, ama y realiza plenamente su voluntad (v. 10). Como dice el himno cristológico de Flp 2, «se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó...». Esta unión de voluntades, con la seguridad de que el designio del Padre es el verdadero bien, es la alegría del Hijo, y él, al pedir la observación de sus mandamientos, no hace otra cosa que invitar al discípulo a participar de su misma alegría (v. 11).

Su mandamiento es el amor recíproco, hasta estar dispuesto a ofrecer la vida por los otros (vv. 12s). Ese amor es el que hace caer todas las barreras, hace «prójimo » a todo hombre, hace nacer una amistad que sabe compartir las cosas más importantes. Su realización perfecta se encuentra en Jesús, que, antes de morir, dice a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, sino amigos», aunque sabe que muy pronto le dejarían solo.

 

MEDITATIO

La liturgia de hoy -como siempre- nos habla sólo de amor. «Dios es amor», y, por consiguiente, ¿qué otra cosa podría decirnos su Palabra o darnos su acción?. Sin embargo, si la escuchamos con atención, hoy –y cualquier otro día-, este motivo único resuena con tonos nuevos. Sigámoslo a través de las lecturas para aprender a cantarlo con la vida.

El amor por parte del hombre empieza con la atención, con una intensa expectación dirigida a Dios y suscitada además por él. Empieza por el darse cuenta de que Dios nos ha amado primero, desde siempre, y no porque lo mereciéramos. Descubrirse amado significa, al mismo tiempo, reconocerse pecador perdonado. Este perdón no ha tenido para Dios -¡el Omnipotente!- un precio irrisorio, pero precisamente así es como se ha manifestado el amor: «Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él... envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados». El rostro amante de Dios nos ha sido revelado por el rostro de dolor y de gloria de Cristo. Y él nos invita a permanecer en su amor -el más grande, porque es la vida entregada- para poder gustar la comunión con el Padre.

Se nos pide, una vez más, que estemos «atentos»: el amor entregado y recibido nos implica en su dinamismo a cada uno de nosotros. Debe convertirse en nuestra entrega: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado», con una atención activa y constante para no dejar prevalecer la naturaleza egoísta en nuestro modo de sentir, pensar, hablar, obrar; con la tensión gozosa de poner al principio de todo el divino mandamiento. No es fácil para nadie en concreto... Pero para eso precisamente se nos ha dado el Espíritu.

Se nos propone una nueva atención de amor: intentar intuir en cada circunstancia los caminos que el Espíritu nos va abriendo delante, para que pueda desplegarse el amor y llegar a todo hombre. También Pedro se despojó a fondo de inveteradas convicciones para abrazar el designio de Dios: atento al Espíritu y a los hermanos, indicó a la Iglesia naciente el nuevo itinerario de amor, dejándonos a todos nosotros una huella de luz.

 

ORATIO

Jesús, Hijo amadísimo del Padre, tú viniste al mundo para enseñarnos el lenguaje inefable de la caridad. Y como niños aún pequeños quieres que lo aprendamos con los hechos, con los gestos de cada día. Maestro divino y humanísimo, tú quieres que conozcamos el amor del Padre que te ha sacrificado a ti, su corazón, por nosotros, por nuestra salvación. Ayúdanos a no olvidar esta lección, que se vuelva para nosotros tarea comprometida de vida. Danos la fuerza del amor humilde, perseverante, abierto a todos, ya que cada hombre es hermano nuestro. Tú fuiste el primero en observar el mandamiento del Padre y nos diste tú mismo el ejemplo del amor más grande. Ayúdanos a descubrir los distintos modos en que se nos presenta también a nosotros cada día la ocasión de dar la vida por los otros, y danos la fuerza para darla de manera concreta.

 

CONTEMPLATIO

Nosotros sólo amamos si hemos sido amados primero.

Busca cómo puede el hombre amar a Dios, y no encontrarás más que esto: Dios nos ha amado primero.

Aquel a quien nosotros hemos amado se ha entregado antes él mismo. Se ha entregado a fin de que nosotros le amemos. ¿Qué es lo que ha entregado? El apóstol san Pablo lo dice con más claridad: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones». ¿Por medio de quién? ¿Quizá por medio de nosotros? No. ¿Por medio do quién entonces? «Por medio del Espíritu que nos ha sido dado» (Rom 5,5). Llenos de ese testimonio, amamos a Dios por medio de Dios [...].

La conclusión se impone, y Juan nos la dice aún con ayor claridad: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (Jn 4,8). Es poco decir: el amor viene de Dios. Pero ¿quién de nosotros se atrevería a repetir estas palabras: «Dios es amor»? Las ha dicho alguien que tenía experiencia. Tú no ves a Dios: ámalo y lo poseerás. Porque Dios se ofrece a nosotros en el mismo instante. «Amadme -nos grita-y me poseeréis. No podéis amarme sin poseerme. El amor, la libertad interior y la adopción filial no se distinguen más que por el nombre, como la luz, el fuego y la llama. Si el rostro de un ser amado nos hace felices, ¡qué hará la fuerza del Señor cuando venga a habitar en secreto en el alma purificada! El amor es un abismo de luz, una fuente de fuego. Cuanto más brota, más quema al sediento. Por eso el amor es un progreso eterno (Agustín, Sermón 34,2-6, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El cristiano es una persona a la que Dios ha confiado a los otros; hemos sido confiados los unos a los otros y somos responsables los unos de los otros. La responsabilidad empieza en el momento en que nos mostramos capaces de responder a una necesidad con toda nuestra inteligencia, con todo nuestro ser: nuestra vida, nuestro corazón, nuestra voluntad, nuestro cuerpo, nuestro compromiso de cristianos debe ir mucho más allá de un piadoso propósito de oración y de intercesión: debe ser un compromiso en el que nuestro mismo cuerpo esté plenamente implicado, tanto en la vida –porque a veces es un problema arduo vivir en el nombre de Dios- como en la muerte. Y si no es posible hacer ninguna otra cosa por el que sufre, siempre podremos interponernos entre la víctima y el verdugo.

Conocí a un hombre que vivió durante treinta y seis años en un campo de concentración y que un día, con una profunda luz en los ojos, me contaba: «¿Te das cuenta de lo bueno que ha sido Dios conmigo? Me cogió cuando era sólo un ¡oven sacerdote y me puso primero en la cárcel y después en un campo de concentración durante más de la mitad de mi vida. Así pude ser ministro suyo allí donde era necesaria la presencia de uno de ellos». Poquísimos de nosotros somos capaces, no digo de obrar, sino ni siquiera de pensar en estos términos. Sin embargo, ésa es la actitud de una persona que es presencia divina allí donde se requiere esta presencia: y no se trata, ciertamente, de gestos de poder. La única cosa que este cristiano poseía era la convicción de una vida entregada por completo a Dios y ofrecida, a través de Dios, a los otros hombres. Eso es lo que nos enseña una inmensa nube de testigos a lo largo de toda la historia de la Iglesia (A. Bloom, Vivere nella Chiesa, Magnano 1990, pp. 75s).

 

 

Día 10

San Juan de Ávila

 

Dicen los autores que Juan de Ávila es la figura más importante del clero secular español del siglo XVI. Nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) hacia el año 1499. De familia muy rica, al morir sus padres repartió todos sus bienes entre los pobres y, después de tres años de oración y meditación, se decidió por el sacerdocio.

Estudió filosofía y teología en la Universidad de Alcalá, donde hizo amistad con el P. Guerrero, que después fue arzobispo de Granada y amigo suyo durante toda la vida.

Las sabias lecciones de artes del maestro Soto, de quien fue discípulo predilecto, y las lecturas del docto maestro Medina, que enseñaba por la nueva vía de los nominales, alternaban con la sabrosa lección de unos libros de Erasmo, saturados de espíritu paulino y salpicados de mordaces censuras ansiosas de reforma.

Desarrolló su actividad apostólica especialmente en el sur de España. Murió santamente en Montilla (Córdoba) el 10 de mayo de 1569, diciendo «Jesús y María».

Beatificado en 1894, el papa Pío XII le nombró «patrono del clero secular español» el 2 julio de 1946. Fue canonizado por Pablo VI en el año 1970.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 16,11-15

11 Zarpamos, pues, de Tróade y fuimos derechos a Samotracia. Al día siguiente fuimos a Neápolis, y de allí a Filipos,

12 ciudad importante del distrito de Macedonia y colonia romana. Allí permanecimos algunos días.

13 El sábado salimos fuera de la ciudad y fuimos junto al río, donde pensábamos que se reunían para orar. Nos sentamos y estuvimos hablando con las mujeres que se habían reunido.

14 Entre ellas había una llamada Lidia, que procedía de Tiatira y se dedicaba al comercio de la púrpura. Lidia adoraba al verdadero Dios, y el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo.

15 Después de haberse bautizado con toda su familia, nos suplicó: - Si consideráis que mi fe en el Señor es sincera, entrad y quedaos en mi casa. Y nos obligó a ello.

 

*•• Estamos en Europa, en Macedonia, la patria de Filipo el Macedonio, padre de Alejandro Magno. Sin embargo, para Pablo, probablemente se tratara de una de las tantas ciudades de lengua y cultura griegas del inmenso Imperio romano. La comunidad judía debía de ser aquí más bien exigua, si es verdad que no había sinagoga y las reuniones se celebraban junto al río. Al parecer, prevalece el público femenino, entre el cual destaca una rica comerciante de púrpura, cuyo nombre también se cita. Lidia es el paralelo femenino de Cornelio, y «adoraba al verdadero Dios»: eso significa que era una pagana que se había acercado al judaísmo y se había convertido en una «prosélito».

Contrariamente a lo que había sucedido en Antioquía de Pisidia, donde algunas mujeres habían participado en la revuelta contra los misioneros, Lidia se siente atraída de inmediato por el mensaje cristiano. En efecto, «el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo». Precisamente como había hecho el Resucitado con los discípulos, cuando les abrió la mente (Le 24,25): es siempre el Señor quien acompaña a sus testigos y hace eficaz su Palabra cuando y donde cree oportuno.

Más tarde, se desencadenará la fantasía de los apócrifos sobre este episodio, tejiendo una historia de aventuras y acontecimientos inverosímiles que tendrían como protagonistas a Pablo y Lidia.

 

Evangelio: Juan 15,26-16,4a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

26 Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí.

27 Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio.

1 Os he dicho todo esto para que vuestra fe no sucumba en la prueba.

2 Porque os expulsarán de la sinagoga. Más aún, llegará un momento en el que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios.

3 Y actuarán así porque no conocen al Padre ni me conocen a mí.

4 Os lo digo de antemano para que, cuando llegue la hora, recordéis que ya os lo había anunciado yo.

 

*+• Jesús, después de haber advertido a los suyos del odio y de las persecuciones por parte del mundo, pretende ahora tranquilizarles diciéndoles que su fiel testimonio, en las duras pruebas que sufrirán por parte de los tribunales del mundo, será apoyado por el testimonio del Espíritu de la verdad, que él mismo les enviará desde el Padre. Más aún, las contradicciones serán el lugar donde se manifieste con poder la acción del Espíritu Santo, que hablará por ellos.

¿Cuál es el contexto del testimonio del Espíritu? El odio del mundo. En este clima de oposición es en el que tendrán que dar testimonio de Cristo los discípulos. Él, sin embargo, una vez glorificado, enviará al Paráclito en unidad con el Padre. El Espíritu «dará testimonio» en favor suyo (15,26). A este testimonio interior del Paráclito se añade el exterior de los discípulos (v. 27), banco de prueba para la fe cristiana: «Os expulsarán de la sinagoga. Más aún, llegará un momento en el que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios» (16,2). Estas predicciones del Maestro a los suyos, realizadas con acentos de contenido sufrimiento, revelan la verdad de los acontecimientos que vivirán en breve los discípulos. Lo subraya para que éstos, a continuación, durante las pruebas, puedan acordarse de cuanto les dijo el Maestro y no tengan que sucumbir así al escándalo, y continúen confiando en él (v. 4). Los enemigos de la Iglesia pueden pensar que están de parte del justo y tener también a Dios de su parte; pero, como no han visto la verdad de la luz del Padre, reflejada en la persona de Jesús, no han conocido el verdadero rostro del Padre.

 

MEDITATIO

Desde el principio de su sacerdocio, Juan de Ávila demostró en su predicación una elocuencia extraordinaria.  El pueblo acudía en gran número a escuchar sus sermones dondequiera que él fuera a predicar. Cada predicación la preparaba con cuatro o más horas en oración de rodillas. A veces, pasaba la noche entera ante un crucifijo o ante el santísimo sacramento, encomendando la predicación que iba a hacer después a la gente. Y los resultados eran formidables. Los pecadores se convertían a montones. A sus discípulos les decía: «Las almas se ganan con las rodillas». A uno que le preguntaba cómo hacer para lograr convertir al menos a una persona en cada sermón, le dijo: «¿Es que usted espera convertir en cada sermón a una persona?». «No, eso no», le respondió al otro. «Pues por eso es por lo que no los convierte -le dijo el santo-, porque para poder obtener conversiones hay que tener fe en que sí se conseguirán conversiones. ¡La fe mueve montañas!» A otro que le preguntaba cuál era la principal cualidad para poder llegar a ser un buen predicador, le respondió: «La principal cualidad es ¡amar mucho a Dios!».

 

ORATIO

Oh Dios, que hiciste de san Juan de Ávila un maestro ejemplar para tu pueblo por la santidad de su vida y por su celo apostólico, haz que también en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros.

 

CONTEMPLATIO

Dios concedió a Juan de Ávila la especialísima cualidad de tener y ejercer un gran ascendiente sobre los sacerdotes. Bastaba con que le vieran celebrar misa o le oyeran un sermón para que los sacerdotes quedaran muy agradablemente impresionados por su modo de obrar y predicar. Y, después, en sus sermones, ellos solían estar entre el público oyéndole con gran atención.

El sabio escritor fray Luis de Granada se colocaba cerca de él, lápiz en mano, e iba escribiendo sus sermones. De cada sermón del santo sacaba el material necesario para él predicar luego al menos diez sermones. Los sacerdotes decían que cuando Juan de Ávila predicaba era como si estuvieran oyendo al mismo Dios.

Fue reuniendo grupos de sacerdotes y, haciéndoles meditar con frecuencia sobre la pasión de Jesucristo y sobre la eucaristía y rezar y recibir los sacramentos, les enfervorizaba y después los enviaba a predicar. Y los frutos que conseguían eran inmensos.

Un día, en Granada, mientras Juan de Ávila pronunciaba un importante sermón, de pronto se oyó en el templo un grito fortísimo. Era Juan de Dios -después, santo-, que había sido antes militar y comerciante y que ahora se convertía y empezaba una vida de santidad admirable. En adelante, Juan de Dios tendrá siempre como consejero a Juan de Ávila, a quien atribuirá su conversión.

Tres temas le llamaban mucho la atención para predicar: la eucaristía, el Espíritu Santo y la Virgen María. Y una de sus cualidades más admirables era su gran humildad: pese a sus brillantes éxitos apostólicos, siempre se creía un pobre y miserable pecador. Cuando estaba ya agonizante, vio que un sacerdote le trataba con una gran veneración, y le dijo: «Padre, tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo que he sido, nada más». Cuando en su última enfermedad los dolores arreciaban, apretaba el crucifijo entre sus manos y exclamaba: «Dios mío, si así te parece bien que suceda, está bien, ¡está muy bien!».

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive siempre las palabras de san Juan de Ávila: «Dios mío, si así te parece bien que suceda, está bien ¡está muy bien!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No sé otra cosa más eficaz con la que a vuestras mercedes persuada de lo que les conviene hacer que traerles a la memoria la alteza del beneficio que Dios nos ha hecho al llamarnos para la alteza del oficio sacerdotal. Y si elegir sacerdotes entonces era gran beneficio, ¿qué será en el Nuevo Testamento, en el cual los sacerdotes de él somos como sol en comparación de noche y como verdad en comparación de figura?

Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejables al portal de Belén y pesebre donde fue reclinado, y a la cruz donde murió, y al sepulcro donde fue sepultado. Y todas estas cosas santas, por haberlas Cristo tocado; y de lejanas tierras van a las ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan sus vidas movidos por la gran santidad de aquellos lugares. ¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios, y, a modo de decir, criadores de Dios, a los cuales nombres conviene gran santidad.

Esto, padres, es ser sacerdotes: que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él; que tengan virtudes más que de hombres y pongan admiración a los que los vieren: hombres celestiales o ángeles terrenales; y aun, si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos» («De una plática de san Juan de Ávila, presbítero», Obras completas del santo maestro Juan de Ávila, BAC, 3, 364-365.370.373).

 

Día 11

Martes de la sexta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 16,22-34

En aquellos días,

22 la gente se amotinó contra ellos, y los magistrados ordenaron que les despojaran de sus vestiduras y los azotaran con varas.

23 Después de una severa flagelación, los metieron en la cárcel y encargaron al carcelero que los guardase con cuidado.

24 El carcelero, siguiendo a la letra la orden, los metió en el calabozo más seguro y les sujetó los pies en el cepo.

25 A medianoche, Pablo y Silas oraban entonando himnos a Dios, mientras que los otros presos los escuchaban.

26 De repente, se produjo un gran terremoto, que sacudió los cimientos de la cárcel; se abrieron solas todas las puertas y a todos los presos se les soltaron las cadenas.

27 Al despertarse el carcelero y ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó el puñal con intención de suicidarse, pensando que los presos se habrían fugado. 28 Pero Pablo le gritó: - No te hagas daño, que estamos todos aquí.

29 El carcelero pidió una antorcha, entró en el calabozo y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas.

30 Después los sacó fuera y dijo: - Señores, ¿qué debo hacer para salvarme?

31 Ellos le respondieron: - Si crees en el Señor Jesús, os salvaréis tú y tu familia.

32 Luego le explicaron a él y a todos sus familiares el mensaje del Señor.

33 En aquella misma hora de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas y a continuación recibió el bautismo con todos los suyos.

34 Después los llevó a su casa, preparó un banquete y celebró con toda su familia la alegría de haber creído en Dios.

 

**• Pablo y Silas están en la cárcel por haber expulsado el espíritu de adivinación de una esclava: «El espíritu salió de ella en aquel mismo instante, pero sus amos, al ver que habían desaparecido sus expectativas de lucro, echaron mano a Pablo y a Silas y los llevaron a la plaza pública ante las autoridades» (vv. 18b-19) acusándoles de turbar el orden público.

Los «estrategas» de Filipos, sin hacer demasiadas averiguaciones, ordenan que azoten con varas a los acusados y encargan al carcelero que los vigile con cuidado. Por eso, al día siguiente, cuando los magistrados querían liberar a los prisioneros, Pablo protesta de manera vivaz y, haciéndose fuerte en su ciudadanía romana, les exige explicaciones por su acción ilegal.

Lucas se muestra solícito también en esta ocasión en sacar a la luz el derecho romano, que favorece la libre circulación de la Palabra. Las persecuciones todavía están lejos.

Entre ambos episodios «policíacos» se insería la clamorosa conversión narrada en nuestro pasaje: el testimonio sereno de los prisioneros, su lealtad, la serio de acontecimientos extraordinarios, conmueven al carcelero y le hacen plantear la pregunta: «¿Qué debo hacer para salvarme?».

La respuesta no consiste en una serie de preceptos, sino en la presentación de una persona: «Si crees en el Señor Jesús, os salvaréis tú y tu familia». Así, a la «prosélito judía» se añade un «funcionario romano»: dos conversiones que entran a formar parle de una comunidad muy querida por Pablo. En electo, los cristianos de Filipos le habían «robado» a Pablo el corazón.

 

Evangelio: Juan 16,5b-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

5 Pero ahora vuelvo al que me envió y ninguno de vosotros me pregunta: «¿Adonde vas?».

6 Eso sí, al anunciaros estas cosas, la tristeza se ha apoderado de vosotros.

7 Y sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré.

8 Cuando él venga, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y con la condena.

9 Con el pecado, porque no creyeron en mí;

10 con la justicia, porque retorno al Padre y ya no me veréis;

11 con la condena, porque el que tiraniza a este mundo ha sido condenado.

 

**• El tema fundamental que nos propone el evangelista es el Espíritu Santo, testigo de Jesús y acusador del mundo. Los versículos introductorios recogen el tema de la tristeza de los discípulos. Jesús ha hablado de las persecuciones que deberán padecer los suyos, y éstos se sienten turbados frente a esos acontecimientos. Las palabras dirigidas por Jesús a los discípulos, recogidas en los vv. 5-7, sacan a la luz su cierre. Los discípulos, atemorizados por el inminente futuro de sufrimiento que les espera, son incapaces de confiarse al que es el único que puede hacerles superar toda tristeza y angustia.

Por eso les reprocha Jesús el hecho de que ninguno le pregunte qué significa su partida al Padre y su próxima pasión y muerte, de las que ya les ha hablado otras veces (cf. 7,33; 13,33; 14,2-5.12). Si hubieran comprendido el sentido de su misión de sufrimiento redentor, se habrían tranquilizado con el pensamiento de que su «ascenso» al Padre tendría como consecuencia la venida del Espíritu, quien reforzará su convicción en torno a la victoria de su fe y les dará la comprensión plena de la verdad del Evangelio.

¿Cuál será, entonces, la tarea del Espíritu? Dar testimonio contra el mundo, que está en pecado por haber rechazado a Cristo. Él, como abogado en un proceso, revelará a los creyentes, a lo largo del desarrollo de la historia, el error del mundo. Lo pondrá en situación de acusado por su pecado de incredulidad. Probará al mundo la justicia de Cristo. Demostrará que el juicio de condena contra Jesús es inconsistente; más aún: que se ha resuelto con la condena para siempre del «que tiraniza a este mundo», sobre el que ha triunfado Cristo con su muerte-exaltación (v. 11).

 

MEDITATIO

Mientras el mundo condena a los discípulos porque siguen a Cristo, el Espíritu dará la vuelta a la situación, revelando el verdadero ser del mundo, su error, su nulidad. Es una luz que procede del criterio del juicio divino, diferente e incluso opuesto al del mundo.

Los discípulos, perseguidos y condenados por los tribunales del mundo, pueden juzgar y condenar en lo íntimo de su conciencia al mundo, en espera del juicio final, que pondrá de manifiesto los términos exactos de la eterna lid.

De este Espíritu que refuerza los corazones, que hace evidentes las razones del creer, que da el valor necesario para oponerse a la mentalidad de este mundo, de este Espíritu -decía tenemos hoy una extrema necesidad. Y tenemos tanta necesidad porque se trata de un mundo cada vez más seguro de sí mismo, más persuasivo, más seductor. Tenemos necesidad, sobre todo, de este Espíritu que muestra al corazón y a la mente de cuantos creen que sectores completos del mundo «mundano» tienen en sí mismos componentes diabólicos, que la batalla entre Cristo y el Príncipe de este mundo continúa, que nosotros participamos en esta lucha decisiva, dentro de nosotros, entre nosotros y en el ambiente que nos rodea.

 

ORATIO

Envía tu Espíritu, Señor, para que podamos resistir al poder del mundo. Estás viendo lo débiles que somos, cómo disminuyen nuestras fuerzas, cómo disminuyen nuestras filas, cómo se vuelven cada vez más tímidos tus discípulos y cómo las razones del mundo están conquistando el corazón de no pocos de nuestros jóvenes y de los que ya no lo son. ¿Qué podremos oponer al poder del mundo si tu Espíritu no está con nosotros? Nuestros argumentos no interesan demasiado, y apenas arañan las seguridades de pocos. Sin tu Espíritu corremos el riesgo de ser homologados con el sentir común.

Tenemos una extrema necesidad de una dosis masiva de tu Espíritu para no sentirnos los últimos defensores de una causa que, a los ojos de muchos, no tiene futuro. Envía a tu Paráclito, a tu Abogado, a tu Argumentador, a tu Defensor, a tu Consolador, para que no huyamos de la lucha, para que no nos quedemos sin armas, para que no nos veamos sumergidos en la envolvente mentalidad que proclama un tranquilo paganismo. Envía tu Espíritu para convertirnos en profetas críticos de este mundo, profetas entusiastas de tu mundo, de tu verdad.

 

CONTEMPLATIO

«Se acerca el príncipe de este mundo» (Jn 14,30). ¿Quién es ese príncipe de este mundo, sino aquel de quien ya había hablado antes, diciendo: «Se acerca el príncipe de este mundo. Aunque no tiene ningún poder sobre mí», es decir, no encuentra nada que le dé derecho alguno, nada que le pertenezca, o sea, ningún pecado en absoluto? Gracias al pecado se ha convertido el diablo en el príncipe de este mundo.

El diablo no es, ciertamente, príncipe del cielo y de la tierra y de todas las cosas que están en el cielo y en la tierra, es decir, no es príncipe del mundo en el sentido en que se entiende el mundo con estas palabras: «Y el mundo fue hecho por él». Es príncipe de ese mundo del que el mismo evangelista dice inmediatamente después: «Y el mundo no lo reconoció», a saber: los hombres infieles, de los que el mundo -esto es, la superficie de la tierra- está lleno, y en medio de los cuales gime el mundo de los fieles, que fueron elegidos de en medio del mundo por aquel por cuya mediación fue hecho el mundo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 79,2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cuando venga el Paráclito, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado» (Jn 16,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Qué signos caracterizan a los verdaderos profetas? ¿Quiénes son esos revolucionarios? Los profetas críticos son personas que atraen a los otros con su fuerza interior. Los que se encuentran con ellos quedan fascinados y quieren saber más de ellos, porque tienen la impresión irresistible de que toman su fuerza de una fuente escondida, fuerte y abundante. Fluye de ellos una libertad interior que les concede una independencia que no es soberbia ni separación, pero que les hace capaces de estar por encima de las necesidades inmediatas y de las realidades más apremiantes.

Estos profetas críticos son movidos por lo que sucede a su alrededor, pero no dejan que eso los oprima o los destruya. Escuchan con atención, hablan con segura autoridad, pero no son gente que se incline al apresuramiento y al entusiasmo con facilidad. En todo lo que dicen y hacen parece como si hubiera ante ellos una visión viva, una visión que los que les escuchan pueden presumir, aunque no ver. Esta visión guía sus vidas y la obedecen. Por medio de ella saben cómo distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es.

Muchas cosas, que parecen de una apremiante inmediatez, no les agitan, y atribuyen una gran importancia a algunas cosas a las que los otros no prestan atención. No viven para mantener el status quo, sino que fabrican un mundo nuevo, cuyos rasgos ven. Ese mundo tiene para ellos tal aliciente que ni siquiera el miedo a la muerte ejercen sobre ellos un poder decisivo (H. J. M. Nouwen, A mani aperte, Brescia 19973, pp. 57ss).

 

Día 12

Miércoles de la sexta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 17,15.22-18,1

En aquel tiempo,

15 los que acompañaban a Pablo le llevaron hasta Atenas, y desde allí se volvieron con el encargo de avisar a Silas y Timoteo, para que se reunieran con Pablo lo más pronto posible.

22 Pablo, de pie, en medio del Areópago, dijo: - Atenienses, he observado que sois extremadamente religiosos.

23 En efecto, al recorrer vuestra ciudad y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado un altar en el que está escrito: «Al dios desconocido». Pues bien, eso que veneráis sin conocerlo es lo que yo os anuncio.

24 El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, y que es el Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por mano de hombre;

25 tampoco tiene necesidad de que los hombres le sirvan, pues él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas.

26 El creó de un solo hombre todo el linaje humano para que habitara en toda la tierra, fijando a cada pueblo las épocas y los límites de su territorio,

27 con el fin de que buscaran a Dios, por sí mismos y de que, escudriñando a tientas, lo pudieran encontrar. En realidad, no está lejos de cada uno de nosotros,

28 ya que en él vivimos, nos movemos y existimos. Así lo han dicho algunos de vuestros poetas: «Somos de su linaje».

29 Por tanto, si somos del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a oro, plata, piedra o escultura hecha por arte y genio humanos.

30 Ahora, sin embargo, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, Dios hace saber a los hombres que todos, en todas partes, han de convertirse,

31 ya que él ha establecido un día, en el que va a juzgar al universo con justicia por medio de un hombre designado por él, a quien ha acreditado ante todos resucitándolo de entre los muertos.

32 Al oír aquello de «resurrección de entre los muertos», unos se echaron a reír; otros dijeron: - Ya te oiremos otra vez sobre esto.

33 Entonces Pablo abandonó la reunión.

34 Algunos, sin embargo, se unieron a él y creyeron; entre ellos Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.

18 Después de esto, Pablo partió de Atenas y fue a Corinto.

 

*•• Se trata del famoso discurso en el Areópago (probablemente el consejo de la ciudad) de Atenas. Es el primer encuentro no tanto con el paganismo, que ya había tenido lugar en otras partes, sino con la cultura pagana, con los representantes de la élite cultural del tiempo: estoicos y epicúreos. Estamos ante un discurso bien preparado, hábil; un ejemplo de inculturación que, sin embargo, no quita ni un ápice a la originalidad del mensaje cristiano. A pesar de que Pablo usa elementos de la cultura de los oyentes, citando incluso a poetas griegos, del mismo modo que citaba las Escrituras cuando se dirigía a los judíos, no hace un discurso de filósofo, sino de profeta. Anuncia a un hombre resucitado de entre los muertos, que permite vencer la ignorancia en la que cayeron durante siglos naciones enteras, es decir, la idolatría.

Pablo se alinea con los más grandes filósofos y poetas que habían criticado la idolatría, pero dice lo que no podían decir ni los filósofos ni los poetas: es posible llegar a la verdad a través de un hombre, acreditado por Dios con la resurrección de los muertos; un hombre que será también el juez final, esto es, el criterio del bien y del mal. Frente a un anuncio tan poco «racional», el auditorio, como siempre, se divide. Muchos se van con la sonrisa en los labios, otros se adhieren al anuncio.

Se ha discutido mucho si el discurso, es decir, el intento de inculturación, fue un éxito o un fracaso. Del mismo modo que se ha discutido si, después de este intento, cambió Pablo sus modalidades de anuncio.

Sin embargo, parece que la intención de Lucas ha sido ofrecer el ejemplo de un modo de presentación del kerygma a los paganos cultos. Los resultados son los esperados, dado que la Palabra de Dios divide los corazones y las mentes. Con todo, hasta en la brillante y, en conjunto, superficial Atenas nace una comunidad cristiana: eso es lo importante para Lucas. Hay que recurrir a todas las modalidades de anuncio para predicar a Cristo.

 

Evangelio: Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais entenderlas ahora.

13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. Él no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras.

14 El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí.

15 Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de mí.

 

**• El texto incluye la quinta promesa de la misión del Espíritu, maestro y guía hacia la plenitud de la verdad. Tras una introducción al tema (v. 12), el fragmento, de valor teológico, se desarrolla en tres pasajes paralelos, que concluye cada uno con la misma fórmula («Os lo revelará»: vv. 13.14.15) y con una progresión temática doctrinal sobre las tres personas divinas: el Espíritu, Cristo, el Padre.

Jesús querría revelar a los suyos muchas otras cosas, mas por ahora no pueden entenderlas. Antes tendrán que recibir el Espíritu. El Paráclito será la ayuda de los discípulos y les introducirá en «la verdad completa» (v. 13), esto es, inaugurará un período nuevo del conocimiento de la Palabra de Jesús. Su instrucción se desarrollará en lo íntimo del corazón de cada discípulo, y con ella conocerán los secretos de la verdad de Cristo y le podrán hacer entrar en ellos. La tarea del Espíritu será semejante a la de Jesús, aunque dirigida al pasado y al futuro. Del mismo modo que el Hijo, en su vida terrena, no hizo nada sin el consenso y la unidad del Padre, así el Espíritu, en el tiempo de la Iglesia pospascual, actuará en perfecta dependencia de Jesús y «dirá únicamente lo que ha oído» (v. 13c). Guiará en la comprensión interior de la Palabra de Jesús; más aún: de Jesús mismo, «y os anunciará las cosas venideras» (v. 13d), es decir, os hará ver la realidad de Dios y de los hombres, como el Padre y el Hijo la ven; os hará conocer, de modo verdadero, los acontecimientos del mundo y de la historia desde la perspectiva de la novedad iniciada por la muerte y la resurrección de Cristo, siempre nueva y creativa interiormente.

 

MEDITATIO

El Espíritu prometido permitirá a los discípulos comprender las cosas de Dios tal como han sido reveladas por Jesús. El Espíritu hará la exégesis de las palabras del Señor para que puedan caminar a través de la historia con la «mente de Dios», con su modo de ver y de juzgar, de sentir y de obrar. También expresa la alteridad del discípulo y de la Iglesia respecto al mundo. El sentido de las cosas, de la historia, de los acontecimientos, está reservado a los que tienen el Espíritu. Ahora bien, es preciso que el Espíritu pueda hablar. La tradición ha hablado de la necesidad de disponer de un corazón «purificado» para comprender las cosas de Dios tal como son sugeridas por el Espíritu. El Oriente cristiano ha meditado largamente sobre la bienaventuranza: «Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios». La visión de Dios y de sus cosas, la comprensión de las palabras de Jesús, su actualización a las distintas situaciones en diferentes momentos de la historia personal o general, están reservadas a aquellos que dejan hablar al Espíritu, en un corazón purificado, progresivamente liberado de los apegos y condicionamientos mundanos. Las épocas más creativas para la fe han sido las épocas en las que se nos obligaba a la liberación interior, a la oración, a la santidad.

Es en los santos donde las palabras del Señor se realizan al máximo. A ellos es a quienes se da la comprensión profunda de las cosas de Dios, así como una comprensión particular del momento histórico. Conocer la realidad según Dios es algo distinto al conocimiento necesario típico de la racionalidad: es dejar que el Espíritu hable en un corazón desalojado de las cosas demasiado terrenas.

 

ORATIO

Ayúdame, Señor, a liberarme de las demasiadas cosas que me impiden comprender «la verdad completa», comprender tu Palabra en el hoy, lo que me dices para mi hoy, lo que debo hacer aquí y ahora, sobre todo cómo debo ver mi vida y los acontecimientos que tienen que ver con mis hermanos, en la situación en que me encuentro. Purifica mi corazón para que mi ojo interior pueda ver tus caminos, para que mi oído interior pueda oír tu voluntad, para que mi instinto esté orientado hacia ti.

Las propuestas que se me hacen son múltiples. La comunicación me inunda hoy de mensajes multiformes y contradictorios. Con frecuencia no sé hacia dónde orientarme. Concédeme un corazón desprendido y vacío para dejarte hablar a ti; concédeme un corazón humilde para escuchar la voz de tu Iglesia, que me orienta.

Sobre todo, haz que no esté condicionado de tal modo por las indicaciones del mundo, que siga tus indicaciones a su luz. Si quiero ser luz del mundo, debo juzgar las soluciones del mundo a la luz que viene de ti. Unas veces mediante el proceso de un delicado discernimiento; otras, con la obligada nitidez. Purifícame e ilumíname, Señor.

 

CONTEMPLATIO

No esperéis escuchar de nosotros las verdades que el Señor no quiso decir a sus discípulos por no estar aún en condiciones de comprenderlas. Aplicaos, más bien, a progresar en la caridad, que desciende a vuestros corazones por medio del Espíritu Santo que os ha sido dado.

Gracias al fervor de vuestra caridad y al amor que alimentáis por las cosas del alma, podréis experimentar interiormente aquella luz, aquella voz espiritual que los hombres atados a la carne son incapaces de tolerar; y que no se presentan con signos que los ojos del cuerpo pueden ver, ni se hacen oír con sonidos que los oídos pueden oír. No se puede amar, ciertamente, lo que nos es del todo desconocido. Pero amando lo que conocemos en parte, por efecto de este mismo amor se llega a conocerlo cada vez mejor, cada vez de un modo más profundo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 96,4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí» (Jn 16,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hace varios años, tuve la oportunidad de encontrar a la madre Teresa de Calcuta. Tenía en aquel momento muchos problemas y decidí aprovechar esta ocasión para pedir consejo a la madre Teresa.

Apenas nos sentamos, empecé a mostrarle todos mis problemas y dificultades, intentando convencerla de lo complicados que eran. Cuando, tras haberle expuesto elaboradas explicaciones durante unos diez minutos, me callé, la madre Teresa me miró tranquilamente y me dijo: «Bien, si dedicas una hora cada día a adorar a tu Señor y no haces nunca lo que sabes que es injusto... todo irá bien». Cuando oí estas palabras me di cuenta de improviso de que había pinchado mi globo hinchado, un globo compuesto de complicada autoconmiseración, y me había señalado, mucho más allá de mí mismo, el lugar de la verdadera curación. En realidad, me quedé tan pasmado con su respuesta que no sentí ningún deseo o necesidad de continuar.

Al reflexionar sobre este breve, aunque decisivo, encuentro, me doy cuenta de que yo le había planteado una pregunta por lo bajo y ella me había dado una respuesta por lo alto. De primeras, su respuesta no parecía adecuada con respecto a mi pregunta, pero, después, empecé a comprender que su respuesta venía desde el lugar de Dios y no desde el lugar de mis lamentaciones. La mayoría de las veces reaccionamos a preguntas por lo bajo con respuestas por lo bajo. El resultado es que cada vez hay más preguntas y, con frecuencia, respuestas cada vez más confusas. La respuesta de la madre Teresa fue como una lámpara de luz en mi oscuridad. Conocí, de improviso, la verdad sobre mí mismo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spiríto, Brescia 1984'', pp. 81 s).

 

Día 13

 Jueves de la sexta semana de pascua o 13 de mayo, conmemoración de la

Bienaventurada Virgen de Fátima

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 18,1-8

En aquellos días,

1 Pablo partió de Atenas y fue a Corinto.

2 Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, el cual acababa de llegar de Italia con su mujer, Priscila, a raíz del decreto por el que Claudio había expulsado de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos

3 y, como eran del mismo oficio -se dedicaban a fabricar tiendas-, se quedó trabajando en su casa.

4 Todos los sábados conversaba en la sinagoga, tratando de convencer a judíos y griegos.

5 Pero, cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se consagró enteramente a la predicación de la Palabra, dando testimonio ante los judíos de que Jesús era el Mesías.

6 Como ellos se oponían y no cesaban de insultarle, sacudió sus vestidos y les dijo: - Vosotros sois los responsables de cuanto os suceda. Mi conciencia está limpia. En adelante, pues, me dirigiré a los paganos.

7 Dicho esto, se marchó de allí, y fue a casa de un tal Ticio Justo, que adoraba al verdadero Dios y vivía junto a la sinagoga.

8 Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia, y muchos de los corintios que oían la predicación, creían y se bautizaban.

 

*» Se trata de un fragmento de crónica que nos ofrece útiles indicaciones para comprender la vida cotidiana de Pablo y de los primeros evangelizadores. Nos hace saber que Pablo tenía un oficio, un trabajo manual, y lo ejercía, cosa poco conveniente para un hombre culto, dedicado a la Palabra, entre los atenienses, pero común entre los rabinos, que encontraban en el trabajo ocasiones de encuentro y, por consiguiente, de enseñanza.

Pablo se aloja y trabaja con una pareja de judíos expulsados de Roma por Claudio. Información útil para la datación de este período: el decreto imperial remonta, efectivamente, a los años 49-50.

La llegada de ayudantes permitió a Pablo dedicarse de manera exclusiva a la predicación. Lucas lleva buen cuidado en decir que Pablo parte siempre de los judíos: sólo tras el enésimo rechazo, esta vez más bien violento, declara que se dirigirá «en adelante» a los paganos. Ya lo había dicho en Antioquía de Pisidia (Hch 13,46s), y lo dirá asimismo más adelante. Se nota la preocupación del autor por explicar los motivos del paso a los paganos.

Tampoco aquí hay sólo espinas, porque, frente a la oposición judía, se convierte nada menos que el jefe de la sinagoga con toda su familia. Y empieza una abundante cosecha también entre los paganos.

Una observación: no hay síntomas de un cambio de «estrategia evangélica», como si, tras el escaso éxito en Atenas, Pablo hubiera decidido no cambiar nada en su predicación, ni respecto al contenido ni respecto al lenguaje.

El paso de Atenas a Corinto está presentado aquí más como una opción ulterior en favor de los paganos, que como un cambio de método, como si Pablo estuviera replanteándose su estrategia misionera.

 

Evangelio: Juan 16,16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

16 Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme.

17 Al oír esto, algunos de sus discípulos comentaban entre sí: - ¿Qué significa esto? Acaba de decirnos: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme». También nos ha dicho: «Porque me voy al Padre».

18 Y se preguntaban: - ¿Qué quiere decir con eso de «dentro de poco»? No sabemos a qué se refiere.

19 Sabiendo Jesús que deseaban una aclaración, les dijo: - Estáis preocupados por el sentido de mis palabras: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme».

20 Yo os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

 

**• Jesús consuela a los suyos de la tristeza por su partida. Les asegura que esa tristeza durará poco: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme» (v. 16). ¿Qué significan estas enigmáticas afirmaciones de Jesús? Se refiere a los dos tiempos a los que Jesús está a punto de dar cumplimiento. El primero se refiere a su vida terrena, que está a punto de acabar; el segundo se refiere a su vida gloriosa, inaugurada con la resurrección. Su retorno posterior no se limita a las apariciones pascuales, sino que se prolonga en el corazón de los creyentes mediante su presencia en ellos.

Las palabras del Maestro no son comprendidas por los discípulos, que se plantean varias preguntas (vv. 17s). Jesús, que conoce a los suyos por dentro y los acontecimientos que les esperan, intenta remover, a partir de las preguntas que le plantean, su tristeza, infundiéndoles la confianza en él con una nueva revelación: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo» (v. 20).

La comunidad cristiana tendrá que hacer frente a todo un cúmulo de pruebas. Especialmente cuando le sea arrebatado el Esposo. Con su muerte, experimentará el llanto, la aflicción y el desconcierto, mientras que el mundo se sentirá alegre pensando que ha extirpado el mal. Estos momentos serán, para la comunidad, momentos de duda, de oscuridad y de silencio de Dios.

Pero la historia se tomará su revancha y, cuando esto llegue, la comunidad de los discípulos experimentará el gozo. Jesús no habla de sus sufrimientos -y tenía motivos para ello-, sino que piensa en los suyos más que en él, como el buen pastor en su rebaño.

 

MEDITATIO

El tiempo de la Iglesia es el tiempo en el que el discípulo se encuentra cogido entre dos gozos: el del mundo y el de Cristo. El gozo del mundo está ligado a la consecución de valores efímeros, como un saber puesto al servicio de intereses materiales; de una carrera social, científica; de la fama; de la rentabilidad económica de nuestras opciones. Sin tener en cuenta la exasperación de la sensualidad y de las sensaciones fuertes e impulsadas al extremo. Con estas cosas suele gozar el mundo.

El gozo que viene de Jesús deriva de ser sus discípulos, de saber que él está cerca en todo momento, que gastar la vida por él y por los hermanos es una inversión ventajosa y un honor grande; que lo único necesario es no perderle a él, sentir su proximidad, estar seguros de caminar hacia su posesión.

Nuestro corazón se encuentra cogido entre estos dos gozos: el primero es más inmediato, aunque fugaz: el segundo es más paciente, pero, sin embargo, no decepciona. A veces ambos gozos se enlazan; otras, se oponen. El corazón del discípulo debe estar orientado siempre hacia el «todavía no», hacia el decisivo «dentro de otro poco volveréis a verme», cuando el gozo, frecuentemente querido y creído, se volverá felicidad plena y sin sombras.

 

ORATIO

Te doy gracias, Señor, por tus visitas, que me llenan de alegría. Te doy gracias también por tus ausencias, que me hacen desear tu alegría. Bendito seas, ahora y siempre, porque sabes cómo gobernar mi corazón y atraerlo a ti.

Permíteme pedirte hoy que no me dejes demasiado solo a merced de los gozos de este mundo, para que no quede conquistado por ellos. Que no me dejes tampoco demasiado solo en las pruebas que el mundo me procura, para que no desespere de tu consuelo.

Sé que debería estar siempre alegre, «en todo tiempo», que siempre debería bendecirte y darte gracias. Sé que un discípulo tuyo no debería estar nunca triste. Pero tú socórreme cuando este mundo me parezca demasiado dulce, para que no me embriague, y también cuando me parezca demasiado amargo, para que no me aplaste. Ayúdame a buscar mi consuelo y mi gozo en ti Y no dejes de hacerte sentir por este pobre corazón mío, tan frágil y titubeante.

 

CONTEMPLATIO

La promesa del Señor, «dentro de otro poco volveréis a verme», se dirige a toda la Iglesia. El Señor no tardará en cumplir su promesa: un poco más y le veremos, allá arriba, donde ya no tendremos ninguna necesidad de dirigirle ninguna oración, de exponerle ninguna petición, porque ya no nos quedará nada que desear, nada escondido que queramos conocer. Este breve intervalo de tiempo nos parece largo a nosotros porque todavía debe transcurrir, pero cuando haya acabado nos daremos cuenta de lo breve que ha sido. Que nuestra alegría, por tanto, sea muy diferente a la que experimenta el mundo.

Que tampoco durante el trabajoso parto de este deseo nuestro permanezca nuestra tristeza completamente sin alegría, porque, como dice el Apóstol, debemos mostrarnos «alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación» (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 101,6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,20b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La alegría es esencial en la vida espiritual. Si pensamos o decimos cualquier cosa de Dios y no lo hacemos con alegría, nuestros pensamientos y nuestras acciones serán estériles. Podemos ser infelices por muchas causas, pero podemos encontrar aún alegría, porque ésta procede de saber que Dios nos ama. Estamos inclinados a pensar que cuando estamos tristes no podemos estar contentos, pero en la vida de una persona que pone a Dios en el centro pueden coexistir el dolor y la alegría. No resulta fácil de comprender, pero cuando pensamos en alguna de nuestras experiencias más profundas, como asistir al nacimiento de un niño o a la muerte de un amigo, con frecuencia forman parte de la misma experiencia un gran dolor y una gran alegría, y descubrimos a menudo la alegría en medio del dolor.

Recuerdo los momentos más dolorosos de mi vida como momentos en los que he llegado a ser consciente de una realidad espiritual mucho más grande que yo, y que me permitía vivir mi dolor con esperanza.

Incluso me atrevo a decir: «Mi dolor fue el lugar en el que encontré mi alegría». La alegría no es cualquier cosa que simplemente nos sucede. Debemos elegir la alegría y seguir eligiéndola cada día. Se trata de una elección basada en el conocimiento de que pertenecemos a Dios y hemos encontrado en Dios nuestro refugio y nuestra salvación, y que nada, ni siquiera la muerte, nos lo puede arrebatar (H. J. M. Nouwen, V/Vere ne//o Spirito, Brescia 1998\ pp. 17s).

 

Día 14

 San Matías

Según Eusebio de Cesárea, Matías habría sido uno de los setenta discípulos a los que Jesús -según el testimonio de Lc 10,1 ss- envió en misión. Es cierto que Matías constituye la duodécima columna en el colegio apostólico. Los Once le eligieron para sustituir a Judas, que había entregado a Jesús a sus verdugos. Fue elegido precisamente porque había seguido a Jesús durante su ministerio público, desde su bautismo por Juan el Bautista hasta el día de la ascensión de Jesús al cielo. Su nombre se encuentra en la segunda lista de santos del canon romano.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 1,15-17.20-26

15 Uno de aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran unos ciento veinte, y dijo:

16 -Hermanos, tenía que cumplirse la Escritura que había anunciado el Espíritu Santo por boca de David acerca de Judas, el que guió a los que prendieron a Jesús.

17 Era uno de los nuestros y participaba de este ministerio.

20 Así está escrito en el libro de los Salmos: Que su morada quede desierta, y no haya quien la habite. Y también: Que otro ocupe su cargo.

21 Se impone, por tanto, que uno de los que nos acompañaron durante todo el tiempo que el Señor Jesús estuvo con nosotros,

22 comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado a los cielos, entre a formar parte de nuestro grupo, para ser con nosotros testigo de su resurrección.

21 Presentaron a dos: a José, apellidado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías.

22 Y oraron así: -Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, señala a cuál de estos dos has elegido

25 para ocupar, en este ministerio apostólico, el puesto del que se apartó Judas para irse al lugar que le correspondía.

26 Echaron suertes y le tocó a Matías, y quedó asociado al grupo de los once apóstoles.

 

*•• Pedro, al comienzo de su ministerio apostólico, se preocupa de dar a conocer a la primitiva comunidad cristiana la importancia que tiene proceder a la recomposición del número de los apóstoles: doce. Este número, en efecto, no tiene sólo un valor simbólico, sino también y sobre todo un valor histórico. Es absolutamente necesario sustituir a Judas, que había desertado de la fe y hecho incompleto aquel número. Sólo así podrá continuar la tradición apostólica su tarea de manera eficaz y creíble.

El candidato, para ser auténtico testigo, debe haber compartido los acontecimientos históricos del ministerio público de Jesús: también este detalle es digno de la máxima atención, a fin de atestiguar que el magno acontecimiento de la resurrección del Señor debe ser referido y reconducido al acontecimiento del Jesús prepascual. En efecto, la fe, para el cristiano, se inserta en la historia, y la historia se abre a Dios, que la visita y la salva.

Es digno de señalar el hecho de que todo esto termina con una oración (cf. vv. 24ss) con la que los apóstoles dejan entender claramente que la elección realizada no es obra suya, sino que ha sido confiada totalmente a la voluntad y a la intervención del Señor. Ésta es también una óptima enseñanza para nosotros: siempre hemos de tener abiertas nuestras decisiones a la voluntad de Dios e inspirar nuestras opciones en las de Dios.

 

Evangelio: Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante  y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

**• El mensaje que nos transmite Juan el Bautista respecto a la importancia de los apóstoles en la vida de la Iglesia podemos resumirlo en estos puntos neurálgicos: en primer lugar, el apóstol comparte la misma misión con Jesús, que le ha elegido y le ha enviado. Y, antes, Jesús y sus discípulos comparten el mismo amor que Dios Padre les ha entregado.

Por eso el apóstol, antes que nada, debe permanecer en el amor: en el amor de Jesús a ellos y en el amor del Padre a Jesús. Permanecer en el amor significa vivir en la comunión perfecta, que es, al mismo tiempo, horizontal y vertical, es decir, con los hermanos en la fe y con Dios, término último de nuestro amor. El verdadero discípulo de Jesús, precisamente porque se siente amado y comparte con Jesús el amor de Dios Padre, sabe que tiene que observar un mandamiento, al que no puede sustraerse: el mandamiento del amor. También nosotros, como verdaderos discípulos de Jesús, nos sentimos movilizados a amar: una movilización que no suprime en absoluto la libertad de la adhesión; al contrario, la exalta.

Por último, el verdadero discípulo de Jesús, que ha adquirido ahora la plena conciencia de ser su amigo, se siente llamado a vivir este amor «hasta el final», esto es, hasta la entrega de sí mismo. No sería amistad verdadera la que no estuviera dispuesta a alcanzar también esta meta. En esto se diferencia el amigo del siervo.

 

MEDITATIO

Nuestra meditación se detiene en el insondable mensaje que se desprende de la página evangélica que acabamos de leer hace un momento. Es el binomio apóstol amigo el que atrae, sobre todo, nuestra atención. En primer lugar, para comprender que el apostolado –todo apostolado- no se reduce sólo a una misión, aunque sea de origen divino, que pueda resolverse en actitudes de pura obediencia formal. El apostolado es, ante todo, amor acogido y correspondido. El apóstol es alguien que se siente llamado a amar, a amar hasta el extremo, a amar más allá de toda humana posibilidad, a amar a todos, siempre, a amar hasta la entrega total de sí mismo. Precisamente como Jesús: como Jesús hizo respecto a su Padre, así también se siente llamado a hacer el apóstol respecto a Dios y a los hermanos.

En segundo lugar, el apostolado ha de ser reconducido a un mandamiento: un mandamiento divino que, como tal, una vez acogido no puede ser desatendido o dejado de lado. El apóstol se siente «movilizado» por Alguien cuyo precepto es fuente de libertad y de alegría.

Una libertad que no consiste en hacer simplemente lo que se quiere, sino en hacer lo que complace al Amado, por amor, sólo por amor. Y una alegría que no se mide según las capacidades humanas, sino que es un don exquisito del amor que nos ha sido dado y que, a nuestra vez, damos a los otros.

Por último, el apóstol tiene plena conciencia de haber sido elegido: no es él el sujeto principal de la misión que desarrolla, sino Aquel que le ha elegido y enviado. No es él quien tiene que tomar la iniciativa de la misión, sino Aquel que le ha mirado con amor y predilección. No es él quien tiene que dar fruto, sino Aquel que le ha amado y le ha elegido previamente.

 

ORATIO

Señor Jesús, quiero ser tu amigo. No mirar mis méritos, sino sólo tu corazón misericordioso. Seré tu amigo únicamente si tú no cesas de mirarme con un amor de predilección, perdonando mi pecado.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo. Sé que necesitas colaboradores libres y alegres, y yo quiero ser uno de ellos. Libera mi corazón de todo vínculo de pecado y hazlo capaz de amar como tú me has amado y me amas siempre.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo, uno de tus predilectos, porque me has dicho y confiado todo lo que tenías en el corazón, porque me has dado todo lo que tu corazón puede dar, porque me has introducido en los secretos de tu amor al Padre.

Señor Jesús, quiero ser tu amigo, porque todavía tengo que aprender mucho de ti y tú tienes que confiarme y entregarme aún muchas cosas. Podré decir que soy tu amigo sólo cuando me hayas configurado totalmente a ti, identificado por completo al Padre.

 

CONTEMPLATIO

El don total de nuestro amor a Dios y el don que él nos hace a cambio, la completa y eterna unión, es el estado más elevado al que podemos acceder, el grado superior de la oración. Las almas que lo han alcanzado son verdaderamente el corazón de la Iglesia y en ellas vive el amor sacerdotal de Jesús. Escondidas con Cristo en Dios, no pueden hacer otra cosa que irradiar en otros corazones el amor divino, del que están repletas, y cooperar en la perfección de todos los hombres en la unión con Dios, que fue y es el gran deseo de Jesús.

La historia oficial no habla de estas fuerzas invisibles e incalculables, pero la fe del pueblo creyente y el juicio atento y vigilante de la Iglesia las conocen, y nuestro tiempo se ve cada vez más obligado, cuando llega a faltar todo, a esperar la salvación última de estas fuentes escondidas (E. Stein).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras de los apóstoles: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, señala a quién has elegido como testigo» (cf. Hch l,24ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hemos sido llamados a ser siervos, de modo que el llegar a ser ministros es un compromiso progresivo a través del cual descubrimos siempre nuevas fronteras de servicio, de consagración, de disponibilidad, de entrega de nosotros mismos. Jesucristo es ministro así: «No he venido a ser servido, sino a servir» (Me 10,45).

Debemos pensar mucho sobre este aspecto, porque si no le prestamos atención, mientras se multiplican las dimensiones exteriores de la dimensión ministerial -pues ahora ya no se sabe qué es lo que no debe hacer un sacerdote, todos los días se descubre un nuevo confín-, existe el riesgo de perder el sentido de la interiorización de la misma. Es preciso no nacer de ministro, sino serlo. No prestar un servicio, sino servir, convertirse en siervos, ser consumidos, devorados por el servicio.

Si el concilio ha vuelto a proponer con tanta solemnidad la expresión «sacerdocio ministerial» - y recuerdo que al principio había quien se ponía triste al oír calificar al sacerdocio como «ministerial», porque parecía una especie de diminutio capitis-,  hoy nos damos cuenta de que la expresión es mucho menos trivial de lo que parecía. Al contrario, es extremadamente exigente en cuanto contenido y comprometedora para nuestra fidelidad: convertirse en siervos, convertirse en ministros, convertirse en sacramento del ministerio de Jesús, que se ofreció y se consumió hasta el extremo. Esta identificación del sacerdocio con la dimensión ministerial no debe ser separada nunca de la visión de aquella gracia que, a través de la dimensión ministerial del sacerdote, fluye en el cuerpo de la Iglesia y de la comunidad de los creyentes. La dimensión ministerial del sacerdote es vehículo de gracia, es esencialmente sacramental (A. Ballestrero).

 

 

Día 15

San Isidro Labrador

LECTIO

Primera lectura; Hechos de los Apóstoles 18,23-28

23 Después de pasar allí algún tiempo, salió y recorrió la región de Galacia y Frigia, fortaleciendo a todos los discípulos en la fe.

24 Había llegado por entonces a Éfeso un judío llamado Apolo, originario de Alejandría. Era un hombre elocuente y muy versado en la Escritura.

25 Había sido instruido en el camino del Señor y hablaba con gran entusiasmo, enseñando con exactitud lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan.

26 Se puso a hablar también con valentía en la sinagoga. Cuando le oyeron Priscila y Aquila, lo tomaron aparte y le expusieron con mayor precisión el camino de Dios.

27 Como él deseaba ir a Acaya, los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos para que lo acogieran. Su llegada aprovechó mucho a los que habían creído por la gracia de Dios,

28 pues refutaba vigorosamente a los judíos en público, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Mesías.

 

**• Pablo empieza a viajar de nuevo desde Antioquía, que se ha convertido en el punto de partida y de referencia para la misión a los paganos, como lo era Jerusalén para los judíos cristianos. Sin embargo, la atención se dirige ahora a Éfeso, otra ciudad importante, donde se habían detenido Priscila y Aquila (nótese la precedencia otorgada a la mujer). Y aquí, en ausencia de Pablo, conocen a Apolo, un notable predicador, teólogo y misionero, que enseña exactamente lo que se refería a Jesús, aunque de manera incompleta, dado que sólo conocía el bautismo de Juan.

Frente a estas afirmaciones debemos confesar que conocemos bastante poco sobre la situación de las comunidades primitivas, sobre los circuitos de comunicación de la fe, sobre la geografía de la difusión, sobre las corrientes de pensamiento o sobre los grupos ligados a los distintos personajes. Apolo, que viene de Egipto, a donde ya ha llegado la Buena Noticia, ¿ha sido convertido por los discípulos de Juan que conocieron a Jesús?

La vida de las primeras Iglesias debió de ser muy viva, y lo que se presenta en los Hechos de los Apóstoles es sólo una pequeña parte, una muestra, de la gran empresa de la evangelización, aunque una parte autorizada -ciertamente- por estar centrada en las dos columnas que son Pedro y Pablo; con todo, debe andar muy lejos de proporcionar un cuadro completo de la situación.

Al mismo tiempo que tenían lugar los acontecimientos narrados en los Hechos de los Apóstoles, un gran número de misioneros, aptos y entusiastas como Apolo, recorrían el mundo.

También es digna de destacar la tarea de los laicos, que se permiten «corregir» a muchas personalidades, proporcionando una contribución de no poca monta al arraigo del nuevo «camino del Señor» en Grecia, gracias a la cultura y a la dialéctica de un Apolo «puesto al día».

Toda la Iglesia participa en la empresa de la evangelización, cada uno con sus límites, aunque con el apoyo y la aportación fraterna de todos. Es verdaderamente maravillosa esta Iglesia fraterna, que parece tener en la cima de sus preocupaciones la difusión del Evangelio en todos los ámbitos.

 

Evangelio: Juan 16,23-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

23 Os aseguro que el Padre os concederá todo lo que le pidáis en mi nombre.

24 Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.

25 Hasta ahora os he hablado en un lenguaje figurado, pero llega la hora en que no recurriré más a ese lenguaje, sino que os hablaré del Padre claramente.

26 Cuando llegue ese día, vosotros mismos presentaréis vuestras súplicas al Padre en mi nombre; y no es necesario que os diga que yo voy a interceder ante el Padre por vosotros,

27 porque el Padre mismo os ama. Y os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que yo he venido de Dios.

28 Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre.

 

**• El fragmento subraya el tema de la oración. La nueva era predicha por el Señor a los suyos consistirá en la comprensión de la relación recíproca que existe entre el Padre y el Hijo y en la manifestación de Jesús con el don de la oración eficaz, porque él es el único camino para la oración dirigida a Dios. Los discípulos no estaban acostumbrados a orar en el nombre de Jesús (v. 24). Ahora, sin embargo, por medio del Espíritu Santo enviado por el Padre, se ha inaugurado un tiempo nuevo en el que se pueden dirigir al Padre en el nombre de Jesús, porque su Señor, en virtud de su paso al Padre, se ha convertido en el verdadero mediador entre Dios y el hombre.

En consecuencia, Jesús, prosiguiendo el diálogo con sus discípulos, realiza una constatación sobre el pasado y, a continuación, proyecta una mirada sobre el futuro. Por lo que se refiere al pasado, que abarca toda su vida terrena, afirma que se ha servido de palabras y de imágenes que encerraban un significado profundo que ellos nos comprendían con frecuencia. Por lo que se refiere al futuro, desde el acontecimiento de la pascua en adelante, sus palabras dejarán de tener velos y llegarán al fondo de sus corazones (v. 25). En efecto, con la venida del Espíritu después de la pascua se inicia la nueva era en la que Jesús hablará abiertamente y todos podrán comprender la verdad sobre el Padre y lo que él pretende hacer conocer a los hombres.

En la oración es donde los discípulos conocerán la íntima relación que existe entre Jesús y el Padre, y la de éstos con ellos. A continuación serán escuchados, porque existirá un entendimiento perfecto en el amor y en la fe con Cristo, con el que serán casi una sola cosa. Más aún, serán escuchados porque son amados por el mismo Padre a causa de su fe en el misterio de la encarnación del Hijo (vv. 26s). La Palabra de Jesús es una palabra de vida que merece ser custodiada en el corazón.

 

MEDITATIO

La comunión de los discípulos con Jesús y con su misión les garantiza que el Padre escuchará su oración como escucha la del Hijo. Del mismo modo que las obras y las palabras de Jesús no son suyas, sino del Padre, tampoco las obras y las palabras de los discípulos son suyas, sino de Jesús, presente dentro de ellos: la omnipotencia de Jesús es la omnipotencia de los discípulos.

El gran mensaje contenido en esta página de Juan me provoca: ¿por qué obtengo tan poco? ¿Por qué soy tan poco eficaz? ¿Por qué mi alegría es tan raramente plena? Y aún: ¿por qué el misterio de la unión del Hijo con el Padre me atrae sólo de una manera débil? ¿Por qué siento tan pocas veces la omnipotencia de Dios en mi acción? ¿Y si estas preguntas estuvieran concadenadas? ¿No estarán por casualidad mis ojos demasiado vueltos a la realidad de este mundo y demasiado poco al misterio de Dios, al amor del Padre al Hijo y del Hijo a los discípulos?

La mirada al mundo, aunque necesaria, no me ayuda ciertamente a salvarlo, a no ser que lo mire con los ojos y con el corazón del Padre, que ha dado al Hijo para la salvación del mundo y quiere implicarme en esta aventura decisiva, porque es una aventura que tiene que ver con la eternidad. El ojo de Dios me ayudaría a ver las necesidades -con frecuencia ocultas- de la gente, a encontrar el remedio «divino» y no sólo humano que debemos ofrecerles, la alegría plena que hemos de presentar, el amor que lo rescata todo. ¿Y si mi problema fundamental fuera la débil contemplación?

 

ORATIO

¡Pedir en tu nombre, oh mi amadísimo Salvador, no sólo pronunciar tu nombre, sino hacer mía tu causa, perseguirla con tu corazón, ver el mundo con tus ojos, comprender tu alegría, querer entregarme como te entregaste tú! ¡Qué lejos estoy de todo esto! Por eso me quedo en ocasiones decepcionado en mi oración; por eso pierdo el ánimo en mi compromiso con tu servicio; por eso, ante a la escasez de resultados, me viene la tentación de abandonar.

Señor, mira con piedad mis veleidades al servirte, ven al encuentro de mis ilusorias esperanzas de gratificaciones, para sostenerme y purificarme. Forma en mí un corazón semejante al tuyo. Dame el impulso desinteresado de tu amor. Átame continuamente con el amor del Padre, para que pueda amar a mis hermanos como él los ama, como tú los amas, como yo quisiera amarlos. Y los amaré si vienes en mi ayuda. Ven, Señor, no me abandones. Envuélveme con tu luz y con tu amor.

 

CONTEMPLATIO

«Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24). Esta alegría plena no es la de los sentidos carnales, sino la alegría espiritual; y cuando sea tan grande que nada pueda añadirse a ella, será evidentemente completa. Así pues, cualquier cosa que pidamos y que tenga como fin la consecución de esta alegría plena es precisamente lo que debemos pedir en el nombre de Cristo, si comprendemos de manera justa el sentido de la gracia divina y si el objeto de nuestras oraciones es la verdadera felicidad en la vida cierna. Cualquier otra cosa que pidamos no tiene valor alguno, no porque sea inexistente por completo, sino porque, frente a un bien tan grande como la vida eterna, cualquier otra cosa que podamos desear fuera de ella es menos que nada (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 102,2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el clima de secularización en que vivimos, los líderes cristianos se sienten cada vez menos necesarios y cada vez más marginados. Muchos empiezan a preguntarse si no habrá llegado el momento de abandonar el sacerdocio; a menudo responden que «sí» y se marchan, buscan otra ocupación y unen sus esfuerzos a los de sus contemporáneos para contribuir de manera eficaz a mejorar el mundo. Con todo, no hemos de olvidar que existe otra situación completamente distinta. Por debajo de las grandes conquistas de nuestro tiempo se esconde una fuerte impresión de desesperación.

Si, por un lado, la eficiencia y el control son las grandes aspiraciones de nuestra sociedad, por otro hay millones de personas que, en este mundo orientado al éxito, tienen el corazón oprimido por la soledad, la falta de amistad y solidaridad, las relaciones rotas, el aburrimiento, la depresión y un profundo sentido de inutilidad. Es aquí donde se hace evidente la necesidad de un nuevo liderazgo cristiano.

El verdadero líder del futuro será aquel que se atreva a reivindicar su propia extrañeza en el mundo contemporáneo como una vocación divina que le hace expresar una profunda solidaridad con la angustia que se esconde bajo el esplendor del éxito y le hace llevar la luz de Jesús (H. J. M. Nouwen, Neí nome di Gesü, Brescia 19973, pp. 25%. [trad. esp.: En el nombre de Jesús, PPC, Madrid 1997]).

 

Día 16

Ascensión del Señor

 LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11

1 Ya traté en mi primer libro, querido Teófilo, de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio

2 hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado sus instrucciones bajo la acción del Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido.

3 Después de su pasión, Jesús se les presentó con muchas y evidentes pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y habiéndoles del Reino de Dios.

4 Un día, mientras comían juntos, les ordenó: - No salgáis de Jerusalén; aguardad más bien la promesa que os hice de parte del Padre;

5 porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días.

6 Los que le acompañaban le preguntaron: - Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel?

7 Él les dijo: - No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder.

8 Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra.

9 Después de decir esto, lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista.

10 Mientras estaban mirando atentamente al cielo viendo cómo se marchaba, se acercaron dos hombres con vestidos blancos

11 y les dijeron: - Galileos, ¿por qué seguís mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir de vuestro lado al cielo vendrá como lo habéis visto marcharse.

 

**• Este breve prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san Lucas, como la segunda parte {«discurso», v. 1 al pie de la letra) de un mismo escrito y ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús (vv. 1-3). Se trata de un resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas quiere subrayar, en efecto, que los apóstoles, elegidos en el Espíritu, son testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y resurrección de Jesús, y depositarios de las instrucciones particulares dadas por el Resucitado antes de su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido querida por el Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los tiempos (Ef 2,20; Ap 12,14).

Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (vv. 6s). El Reino de Dios del que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico de Israel; los tiempos o momentos de su cumplimiento sólo el Padre los conoce. Sus fronteras son «los confines de la tierra» (vv. 7s).

Los apóstoles reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a ellos «programarla». Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido por el Padre (vv. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben salir de su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a tierras lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La encomienda de la misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra. Cumpliendo las profecías ligadas a la figura del Hijo del hombre apocalíptico, se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios), ante los ojos de los apóstoles -testigos asimismo, por consiguiente, de su glorificación- hasta que una nube lo quitó de su vista (cf. Dn 7,13).

Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso» (pascua) al Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos blancos» -es decir, dos enviados celestiales-, vendrá un día, glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar ahora con ansiedad los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un acontecimiento tan manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el Padre (v. 7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la pascua desde el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.

 

Segunda lectura: Efesios 4,1-13

Hermanos:

1 Yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados.

2 Sed humildes, amables y pacientes.  Soportaos los unos a los otros con amor.

3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu.

4 Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados;

5 un solo Señor, una fe, un bautismo;

6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.

7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

8 Por eso dice la Escritura: Al subir a lo alto llevó consigo cautivos, repartió dones a los hombres.

9 Eso de «subió» ¿no quiere decir que también bajó a las regiones inferiores de la tierra?

10 Y el que bajó es el mismo que ha subido a lo alto de los cielos para llevarlo todo.

11 Y fue él también quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores.

12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo,

13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.

 

**• A partir de la contemplación orante del misterio de Dios realizado en Cristo (capítulos 1-3), puede ofrecer Pablo a la comunidad de Éfeso un itinerario concreto de vida, resumido en el v. 1: «Os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados». Esta vocación se caracteriza por la unidad, puesto que el aspecto más admirable del designio de Dios es la unificación de todas las realidades en Cristo (cf. 1,13.20-23; 2,14-18). En consecuencia, es preciso superar toda división con un comportamiento humilde, manso, paciente, misericordioso, cuyo resultado será la paz.

El apóstol remacha con apasionamiento este tema de la unidad (vv. 4-6) porque es precisamente la conducta cotidiana la que permite participar a los cristianos en el misterio divino y ofrecer al mundo la imagen del mismo en una Iglesia conforme al proyecto del Padre. El v. 5, probablemente, era una aclamación litúrgica bautismal. Pablo la amplía en sentido trinitario y eclesial. La mención de Cristo como único Señor autor de la fe, a quien nos adherimos con el bautismo (v. 5), está precedida por la del único Espíritu, que edifica la Iglesia como un cuerpo unido y la conduce hacia la única meta a la que están llamados todos los fieles (v. 4); por último, emerge la figura del Padre de todos como único Dios, presente en cada uno.

Se está llevando a cabo, por tanto, una especie de gran gestación que tiende a la unificación de toda la realidad en Cristo. Pablo aplica a Cristo el Sal 68,19: en su ascensión llevó cautivas a las fuerzas del mal (cf. Col 2,15) y dio a los hombres una gran variedad de dones. El apóstol comenta, a continuación, el texto: la premisa de la ascensión de Jesús fue su bajada (Flp 2,7-9), la encarnación; por eso puede colmar ahora todas las realidades (vv. 8-10). Todo esto lo lleva a cabo mediante los múltiples dones o ministerios eclesiales, otorgados por el Resucitado glorificado para hacer crecer su cuerpo místico en la unidad hasta la plenitud (vv. 11-13).

 

Evangelio: Marcos 16,15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once

15 y les dijo: - Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura.

16 El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará.

17 A los que crean, les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas,

18 agarrarán serpientes con sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán.

19 Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.

20 Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba con ellos, confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.

 

**• La perícopa presenta el segundo final del evangelio según san Marcos, obra, probablemente, de otro autor, donde se resumen las diferentes tradiciones evangélicas sobre el Resucitado (vv. 9-20); los vv. 15-20 recuperan, en particular, Mt 28,19s, añadiendo explícitamente el momento de la ascensión.

Jesús se aparece a los apóstoles antes de la conclusión de su camino terreno para exhortarles a hacerse misioneros del Evangelio por todo el mundo (v. 15). Es preciso que la «buena noticia» de la resurrección de Cristo llegue a todos los hombres y puedan recibir la salvación adhiriéndose a él libremente mediante la fe y el bautismo (v. 16). Los creyentes experimentarán en sí mismos que Cristo está vivo y operante. En su nombre tendrán la misma autoridad, no sólo para vencer a las potencias del mal, sino también para realizar curaciones (vv. 17s).

Tras esta encomienda, el Resucitado entra definitivamente en la gloria de Dios (v. 19), aunque no deja de estar con los suyos (cf. Mt 28,20). En efecto, el Señor acompaña por todas partes a la irradiación de la predicación, sosteniendo su eficacia y confirmándola «con las señales que la acompañaban» (Mc 16,20). Su presencia viva, operante y salvífica continúa en la Iglesia de todos los tiempos. La ascensión no marca, por consiguiente, un final, sino un nuevo inicio. Implica una separación, pero, a pesar de ella, proporciona una comunión más profunda con el Señor Jesús, una comunión que será plena al final de los tiempos.

 

MEDITATIO

Los verbos de la fiesta de la ascensión tienen todos, de una manera implícita o explícita, el sentido de elevación y nos invitan de este modo a mirar a lo alto, a elevar el corazón, a dirigir los ojos al cielo, a trasladar nuestro corazón al lugar donde se encuentra Cristo a la derecha del Padre. Así, la solemnidad de la ascensión nos revela nuestra pertenencia, ya desde ahora, a la Jerusalén celestial, nuestro habitar en el cielo, «todavía no» con el cuerpo, pero sí «ya» con el espíritu y el corazón.

Cristo, al ascender al cielo, se llevó consigo el trofeo de su victoria sobre la muerte: su humanidad glorificada, la naturaleza que tiene en común con nosotros, con sus hermanos de carne y de sangre. Nos ha hecho prisioneros, dice Pablo. ¿Cómo lo ha hecho? Ha hecho prisionero nuestro corazón ligando a Él nuestro deseo, nuestro amor; en efecto, el corazón se encuentra allí donde se encuentra el objeto que ama. «Si me amarais -afirma incesantemente Jesús-, os alegrarías de que suba al Padre».

En la medida en que nos humillemos y muramos con él, ascenderemos con él al Padre, seremos liberados de la esclavitud y llegaremos a ser hombres cada vez más libres. La espera del Cristo glorioso puede resultar difícil si sólo tenemos en cuenta los acontecimientos dolorosos de la vida humana, de la historia; sin embargo, es preciso cultivar, como lo hacían las primeras generaciones cristianas, el sentido de la inminencia. Nuestros ojos deben saber mirar al cielo sin alejarse de la tierra; más aún, recogiendo a los hermanos de sus dispersiones, para hacer converger también sus miradas hacia lo alto. Nuestra manera de trabajar y de cansarnos debería permitirnos también reposar ya con Cristo en el cielo.

Nuestro modo de vivir, de sufrir, de morir, debería manifestar con claridad que el misterio de la redención se va cumpliendo en nosotros.

 

ORATIO

Nosotros, viajeros por los senderos del mundo, suspiramos por revestirnos con esa túnica de luz sin ocaso que tú mismo, Señor, nos has preparado en tu amor. Haz que no se pierda nada de todo lo que, por gracia, has derramado como don en nuestras pobres manos.

Que la fuerza de tu Espíritu plasme en nosotros el hombre nuevo revestido de mansedumbre y de humildad. Te rogamos que no permitas que nos mostremos sordos a tus palabras de vida, porque si no te seguimos a ti y no nos confiamos al poder de tu nombre, nadie más podrá salvarnos. Que tu Espíritu triture todos los ídolos que todavía detienen y obstaculizan nuestro camino.

Que nada ni nadie pueda aprisionar nuestro corazón en esta tierra. Haz que, dirigiendo la mirada a ti y a tu Reino, consigamos ojos para ver por doquier los prodigios de tu amor.

 

CONTEMPLATIO

¡Felices vosotros, que tenéis por abogado al mismo juez! Por vosotros ora aquel al que debemos adorar. Es natural que todo aquello por lo que ora Cristo se realice, porque su palabra es acto, y su voluntad, eficaz. ¡Qué gran seguridad para los fieles! ¡Cuánta confianza para los creyentes! [...]

¿Acaso no es fácil llevar el suave yugo de Cristo y sublime ser coronados en su Reino? ¿Qué puede ser más fácil que llevar las alas que llevan a aquel que las lleva? ¿Qué puede ser más sublime que volar por encima de los cielos donde ha ascendido Cristo? Algunos vuelan contemplando; tú, al menos, amando. Repróchate haber buscado en alguna ocasión lo que no es de arriba, sino de la tierra, y di al Señor con el profeta: «¿A quién tengo yo en el cielo? Estando contigo no hallo gusto en la tierra» (Sal 73,25). Con lo grande que es lo que me está reservado en el cielo y, sin embargo, lo desprecio [...]

Cristo, tu tesoro, ha ascendido al cielo: que también ascienda tu corazón. En él está tu origen, allí está tu suerte y tu herencia, de allí esperas al Salvador (Guerrico de Igny, Sermón sobre la ascensión del Señor, ls; enPL 185, 153-155).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Suscita en nosotros el deseo de la patria eterna».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es evidente que Cristo ha restaurado la dignidad humana de manera todavía más magnífica que como fue creada, que Cristo puede reunir en un inmenso haz de luz y de amor toda la creación, a fin de que ninguna criatura pueda quedar al margen de la alegría divina, a fin de que ninguna criatura se quede excluida del mundo consagrado, a fin de que toda criatura llegue a ser, en su propia modalidad, vida eterna. Precisamente cuando captamos la alegría hacemos eternas las criaturas. Por eso pienso que debemos habituarnos a procurarnos cada día la posibilidad de hacer una pausa en la que nos sea posible captar las alegrías del universo y de la humanidad, las alegrías del alma y del pensamiento, así como las alegrías de la ternura y de la amistad.

Es preciso que nos concedamos esta pausa, para descubrir en ella una fuente que renueve todos nuestros horizontes. Detrás de todas las desventuras, a pesar de todo, está el amor. Si bien Dios no puede impedir lo que nuestra ausencia hace inevitable, no es menos verdad que la única manera de dar testimonio de su presencia es demostrar, de una manera sensible, a todos los que nos rodean, que Dios es verdaderamente para nosotros la vida de nuestra vida y puede llegar a serlo también para ellos (M. Zundel, Stupore e povertá, Padua 1990, pp. 151-155, passim).

 

Día 17

Lunes de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 19,1-8

1 Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo llegó a Éfeso después de haber recorrido las regiones montañosas. Allí encontró a algunos discípulos,

2 a quienes preguntó: - ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos respondieron: - Ni siquiera hemos oído hablar de que exista un Espíritu Santo.

3 Él les dijo: - ¿Pues qué bautismo habéis recibido? Ellos respondieron: - El bautismo de Juan.

4 Pablo les dijo: - Juan bautizaba para que se convirtieran, diciendo al pueblo que creyeran en el que iba a venir después de él, esto es, en Jesús.

5 Cuando oyeron esto se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor.

6 Entonces Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.

7 Eran unos doce hombres en total.

8 Durante tres meses, Pablo estuvo asistiendo a la sinagoga; allí hablaba del Reino de Dios con gran valentía y persuasión.

 

**• La espléndida ciudad de Éfeso se convierte, pues, en el punto de encuentro de diferentes corrientes del cristianismo primitivo, con las que hoy también se mide Pablo. También se las tiene que ver con discípulos, más o menos remotos de Juan el Bautista, que forman parte de un movimiento más bien amplio y, para nosotros, todavía misterioso. La docena de «discípulos» tienen, probablemente, un pie en el grupo del Bautista y otro en el grupo de Jesús. Pablo los catequiza mostrando que precisamente Juan había indicado la superioridad de Jesús. Se nota aquí el intento de clarificar la relación entre el bautismo de Juan y el de Jesús: el primero está ligado a la penitencia; el segundo, a la acción del Espíritu.

El enlace, el encuentro y, a veces, el desencuentro entre las diferentes corrientes y movimientos debieron de ser vivaces, aunque Lucas no nos proporciona –quizás porque carece de ellas- informaciones más precisas.

No sabemos si fue Pablo quien los bautizó, pero sí fue él quien les impuso las manos, renovando otro Pentecostés, como ya había sucedido en otras ocasiones, especialmente con Pedro y Juan en Samaría. El Espíritu, ligado al bautismo en el nombre del Señor Jesús, los colma de sus dones y hablan en lenguas y profetizan.

Apremia a Lucas mostrar, entre otras cosas, que Pablo, aunque no es uno de los Doce, tiene los mismos poderes que ellos. También desea mostrar que los «Hechos de Pablo» se asemejan a los «Hechos de Pedro». Además de con los discípulos del Bautista, Pablo se las tiene que ver también, en Éfeso, con la magia y con el paganismo, en el famoso episodio de la revuelta de los orfebres.

 

Evangelio: Juan 16,29-33

En aquel tiempo,

29 los discípulos dijeron a Jesús: Cierto, ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado.

30 Ahora estamos seguros de que lo sabes todo y de que no es necesario que nadie te pregunte; por eso creemos que has venido de Dios.

31 Jesús les contestó: - ¿Ahora creéis?

32 Pues mirad, se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno de vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

33 Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo: yo he vencido al mundo.

 

**• El fragmento comienza con algunas palabras entusiastas de los discípulos de Jesús: «Ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado» (v. 29). Piensan los discípulos que las palabras del Señor sobre su misión son ahora comprensibles, pero olvidan que les había dicho que la nueva era comenzaría después de la resurrección y que la comprensión de sus palabras tendría como maestro interior al Espíritu Santo. Creen tener ahora en sus manos el secreto de la persona de Jesús y poseer una fe adulta en Dios. Jesús tendrá que hacerles constatar, por el contrario, que su fe tiene que ser reforzada aún, porque es demasiado incompleta para hacer frente a las pruebas que les esperan (vv. 31s).

Son palabras que esconden una gran amargura: el Nazareno predice el abandono por parte de sus amigos. Éstos se escandalizarán por la suerte humillante que sufrirá su Maestro.

Con todo, Jesús nunca está solo. Vive siempre en unidad con el Padre. Por eso termina el coloquio con los suyos pronunciando palabras llenas de esperanza y de confianza: «Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo; yo he vencido al mundo» (y. 33). Jesús ha vencido al mundo desarmándolo con el amor. Ha elegido lo que cuenta a los ojos de Dios y perdura en la vida, no lo efímero. Y este mensaje es el que deja a sus discípulos como «testamento espiritual».

 

MEDITATIO

La solidez de la relación con Dios emerge en la hora de la prueba, cuando nos encontramos solos ante Dios y, de improviso, se diluyen los apoyos humanos y las grandes ilusiones. Entonces es cuando se manifiesta dónde está apoyado de verdad tu corazón: en tus propias seguridades o en la Palabra del Señor, en el abandono total en él. La fe se purifica en las pruebas y en la soledad, y nos introduce en el camino de Jesús, que afirma: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo», y nos hace considerar seriamente las palabras de Jesús: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo».

La prueba y las tribulaciones pertenecen también a un proceso de maduración, porque nos hacen entrar en nosotros mismos, desear el silencio; nos sumergen en la soledad, allí donde siempre podemos descubrir nuestra vocación de estar «solos con el Solo», de anclarnos en aquel que nunca nos abandonará, con aquel a quien, juntos, aclamamos en los Salmos a menudo como nuestra roca, nuestro refugio, nuestra defensa, nuestro baluarte, nuestro consuelo. En esos momentos estas palabras asumen una verdad, una evidencia y una fuerza particular, y nos sentimos crecer en la comprensión del misterio de la vida y de nuestra íntima relación con Dios.

 

ORATIO

Ilumina, Señor, mis noches con la luz discreta de tu presencia. No me abandones en mis soledades, cuando todo parece hundirse a mi alrededor y cuando las presencias más familiares se me vuelven extrañas y son incapaces de consolarme. Tú también sabes, Jesús mío, lo terrible que es la soledad, cuando hasta el Padre se te hacía imposible de encontrar y te sentiste abandonado por él. Por esta terrible desolación por la que pasaste, ven en ayuda de mis desiertos, no me abandones cuando me siento abandonado por los otros.

Tú que sudaste sangre, alivia mis heridas. Tú que has resucitado, haz fecunda de vida la sensación de inutilidad y abandono. Por tu santa agonía, por tu gloriosa lucha contra el sentido de la derrota, llena mis momentos terribles, las horas y los días de vacío, para que yo pueda experimentarte como mi dulce salvador.

 

CONTEMPLATIO

En una noche oscura

con ansias, en amores inflamada

¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada;

a escuras y segura

por la secreta escala, disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a escuras y encelada,

estando ya mi casa sosegada;

en la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba

más cierto que la luz de mediodía

a donde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste!;

¡oh noche amable más que el alborada!

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

(Juan de la Cruz, Obras completas, BAC, Madrid 1994 14).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando te sientas solo, debes intentar descubrir la fuente de este sentimiento. Eres propenso a escapar de tu soledad o bien a permanecer en ella. Cuando huyes de ella, tu soledad no disminuye realmente: lo único que haces es obligarla a salir de tu mente de manera provisional. Cuando empiezas a permanecer en ella, tus sentimientos no hacen más que volverse más fuertes y te vas deslizando hacia la depresión. La tarea espiritual no consiste ni en huir de la soledad ni en dejarse anegar por ella, sino en descubrir su fuente. No resulta fácil de hacer, pero cuando se logra identificar de algún modo el lugar de donde brotan estos sentimientos, pierden algo de su poder sobre ti.

Esta identificación no es una tarea intelectual; es una tarea del corazón. Con él debes buscar ese lugar sin miedo. Se trata de una búsqueda importante, porque conduce a discernir algo de bueno sobre ti mismo. El dolor de tu soledad puede tener sus raíces en tu vocación más profunda. Podrías descubrir que tu soledad está ligada a tu llamada a vivir por completo para Dios. La soledad se puede revelar entonces como el otro lado de tu don único. En cuanto experimentes en tu «yo» más íntimo la verdad, podrás descubrir que la soledad no sólo es tolerable, sino también fecunda. Lo que de primeras parecía doloroso, puede convertirse después en un sentimiento que -aun siendo penoso- te abre el camino hacia un conocimiento todavía más profundo del amor de Dios (H. J. M. Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 19972, pp. 58s [trad. esp.: La voz interior del amor, PPC, Madrid 1997]).

 

Día 18

Martes de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,17-27

En aquellos días,

17 desde Mileto, Pablo mandó a buscar a los responsables de la iglesia de Efeso.

18 Cuando llegaron, les dijo: - Vosotros sabéis cómo me he comportado con vosotros todo el tiempo desde el primer día de mi llegada a la provincia de Asia.

19 He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, en medio de las pruebas que me han ocasionado las asechanzas de los judíos,

20 y no he omitido nada de cuanto os podía ser útil. Os he dado avisos y enseñanzas en público y en privado,

21 he tratado de convencer a judíos y griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en Jesús, nuestro Señor.

22 Ahora, como veis, forzado por el Espíritu, voy a Jerusalén, sin saber qué es lo que me espera allí.

23 Eso sí, el Espíritu Santo me asegura en todas las ciudades por las que paso que me esperan prisiones y tribulaciones.

24 Pero nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera y el ministerio que he recibido de Jesús, el Señor: dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.

25 Ahora sé que ninguno de vosotros, entre quienes pasé anunciando el Reino de Dios, volverá a verme.

26 Por eso, quiero deciros hoy que no me hago responsable de lo que os suceda en adelante.

28 Porque nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios.

 

*• Tras la sublevación de los orfebres de Éfeso, reemprende Pablo sus viajes. Pasa a Grecia, se detiene en Tróade (donde devuelve la vida a un muerto durante una larguísima vigilia eucarística) y a continuación baja a Mileto, en las cercanías de Éfeso, desde donde manda llamar a los responsables de esta Iglesia. Con ellos mantiene una amplia conversación. Se trata del tercer gran discurso de Pablo referido por Lucas: el primero reflejaba la predicación dirigida a los judíos (capítulo 13); el segundo, la dirigida a los paganos (capítulo 17), y el tercero, la dirigida a los pastores de la Iglesia. Se trata de un discurso clásico de despedida o de un «testamento espiritual». Está dotado de una gran densidad humana y de una notable levadura espiritual. Es natural que haya sido muy comentado.

En él emerge la estatura de un misionero dedicado en cuerpo y alma a la causa del servicio del Señor. Un servicio total, exclusivo y continuado, que usa como criterio no la aprobación de los hombres, sino el designio de Dios. Entre las muchísimas notas que podríamos comentar, hay tres características de la acción de Pablo que parecen llamar la atención de la mirada de manera evidente. La humildad en el servicio del Señor: se trata de una virtud desconocida en el mundo pagano, engrandecida y hecha apetecible por el ejemplo del Señor Jesús, que vino a servir y no a ser servido; el valor: Pablo ha anunciado el Evangelio «con lágrimas, en rnedio de las pruebas», sin dejarse condicionar por las oposiciones; el desinterés, no sólo trabajando con sus propias manos, sino impulsándose hasta decir: «Nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera». El valor más importante es el Evangelio, no la conservación de la propia vida; para Pablo, lo más importante es lo que recogen las últimas palabras de la perícopa: «Nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios».

Para él personalmente, para Pablo, se perfila un futuro oscuro, un futuro cargado de prisiones y tribulaciones, iluminado por la certeza de ser «forzado por el Espíritu». Lo importante es «llevar a buen término mi carrera»; la evangelización es urgente, necesita impulso, empeño, concentración, dedicación exclusiva. Es demasiado importante como para no tomarla en serio. ¿Lo es también para mí?

 

Evangelio: Juan 17,1-11a

En aquel tiempo,

1 Jesús levantó los ojos y exclamó: - Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique.

2 Tú le diste poder sobre todos los hombres para que él dé la vida eterna a todos los que tú le has dado.

3 Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado.

4 Yo te he glorificado aquí en el mundo cumpliendo la obra que me encomendaste.

5 Ahora, pues, Padre, glorifícame con aquella gloria que ya compartía contigo antes de que el mundo existiera.

6 Yo te he dado a conocer a aquellos que tú me diste de entre el mundo. Eran tuyos, tú me los diste, y ellos han aceptado tu Palabra.

7 Ahora han llegado a comprender que todo lo que me diste viene de ti.

8 Yo les he enseñado lo que aprendí de ti, y ellos han aceptado mi enseñanza. Ahora saben, con absoluta certeza, que yo he venido de ti y han creído que fuiste tú quien me envió.

9 Yo te ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque te pertenecen.

10 Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.

11 Ya no estaré más en el mundo; ellos continúan en el mundo, mientras yo me voy a ti.

 

**• La primera parte de la «Oración sacerdotal» está compuesta por dos fragmentos (vv. 1-5 y vv. 6-1 la), unidos entre sí por el tema de la entrega de todos los hombres a Jesús por parte del Padre. Los w, 1-5 se concentran en la petición de la gloria por parte del Hijo. Estamos en el momento más solemne del coloquio entre Jesús y los discípulos. Jesús es consciente de que su misión está llegando a su término, y, con el gesto típico del orante -levantar los ojos al cielo, es decir, al lugar simbólico de la morada de Dios-, da comienzo a su oración.

Lo primero que pide es que su misión llegue a su culminación definitiva con su propia glorificación. Pero esa glorificación la pide sólo para glorificar al Padre (v. 2). Jesús ha recibido todo el poder del Padre, que ha puesto todas las cosas en sus manos, hasta el poder de dar la vida eterna a los que el Padre le ha confiado. Y la vida eterna consiste en esto: en conocer al único Dios verdadero y a aquel que ha sido enviado por él a los hombres, el Hijo (v. 3). Como es natural, no se trata de la vida eterna entendida como contemplación de Dios, sino de la vida que se adquiere a través de la fe. Ésta es participación en la vida íntima del Padre y del Hijo. De este modo, al término de su misión de revelador, profesa Jesús que ha glorificado al Padre en la tierra, cumpliendo en su totalidad la misión que le había confiado el Padre.

Jesús no quiere la gloria como recompensa, sino sólo llegar a la plenitud de la revelación con su libre aceptación de la muerte en la cruz. A continuación, piensa Jesús en sus discípulos, a quienes ha manifestado el designio del Padre. Éstos han respondido con la fe y así glorificarán al Hijo acogiendo la Palabra y practicándola en el amor.

 

MEDITATIO

«La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado» (Jn 17,3). Conocer al Dios de Jesucristo, conocer al Hijo y al Espíritu Santo, conocerlos no sólo con la mente, sino también con el corazón, conocerlos estando en comunión con ellos, conocerlos de modo que olvidemos todo lo demás: eso es la «vida eterna». Lo demás pertenece a las cosas que pasan, a la infinita vanidad del todo, a lo que carece de consistencia, a lo que tiene una vida efímera, a lo que no vale la pena aferrarse.

Mi vida ha de ser un continuo progreso en el conocimiento del Dios vivo y verdadero, un progreso en la sublime ciencia de Cristo, un caminar según el Espíritu, porque esta vida es ya vida eterna. Una vida, a veces, poco apetecible, porque la condición humana hay que vivirla en la carne y en la sangre, porque el mundo me envuelve y me condiciona, porque mi fe es todavía titubeante e insegura. Pero basta con que me detenga un poco a reflexionar en las palabras del Señor, basta con que invoque su Espíritu, para que reemprenda el camino hacia el inefable mundo de Dios y llegue a comprender la fortuna de haber escuchado, también hoy, estas palabras que me unen al Padre y al Hijo, en el vínculo del Espíritu, para pregustar algunas gotas del dulcísimo océano de la vida eterna.

 

ORATIO

Infunde en mi corazón, Señor, los dones de la ciencia y de la sabiduría, para que pueda conocerte cada vez mejor, para que pueda gustarte cada vez mejor, para que pueda amarte cada vez mejor, para que pueda poseerte cada vez mejor. Si me abandonas a mí mismo poco después de haber leído estas palabras luyas, consideraré más importante algo urgente que tenga que hacer y correré el riesgo de olvidarte.

Concédeme el don del consejo, para que te busque y te conozca incluso en medio de las ocupaciones que me esperan dentro de poco. Concédeme el don del discernimiento, para que pueda optar por ti en todas las cosas, según la enseñanza de tu Hijo. Concédeme ver brillar la luz de tu rostro en todo rostro humano, para que siempre te busque a ti y sólo a ti. Concédeme el instinto divino de buscar que seas glorificado y conocido, antes y más de lo que pueda serlo yo.

Y perdóname desde ahora si te olvido, si persigo de una manera impropia las cosas de esta tierra, si me lleno con frecuencia de nociones y sentimientos que no me unen a ti. No me abandones a mí mismo, Señor, porque tú eres mi vida, tú eres la vida eterna.

 

CONTEMPLATIO

Nosotros ya hemos llegado a la fe, ya hemos creído en las cosas divinas que hemos oído, y amamos a aquel en quien creemos. Ahora bien, cuando estamos oprimidos por preocupaciones vanas, nos encontramos en la oscuridad y en la confusión. Y en semejante estado, cuando el Señor nos sugiere sentimientos justos respecto a él, es como si nos hiciera oír su voz desde una nube, pero a él no le vemos. Son, ciertamente, cosas sublimes las que aprendemos de él, pero a aquel que nos instruye con sus secretas inspiraciones no le vemos aún.

Oímos las palabras de Dios dentro de nuestro corazón, sabemos con qué fidelidad y empeño debemos responder a su amor y, sin embargo, débiles como somos, volvemos a recaer, desde la cima de nuestra reflexión interior, en las cosas de costumbre y nos sentimos tentados por la fastidiosa inoportunidad de nuestros pecados. Con todo, tampoco en esos momentos nos abandona Dios: enseguida vuelve a aparecer en la mente, disipa las nieblas de las tentaciones, infunde la lluvia de la compunción y vuelve a traer el sol de la inteligencia penetrante. Y así nos demuestra cuánto nos ama, porque no nos abandona ni siquiera cuando le rechazamos (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XXX,4s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado» (Jn 17,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La pregunta que orienta, durante nuestra breve existencia, gran parte de nuestro comportamiento es la siguiente: «¿Quién soy?». Es posible que nos planteemos en raras ocasiones esta pregunta de modo formal, pero la vivimos de una manera muy concreta en las decisiones que hemos de tomar todos los días. Las tres respuestas que solemos dar, por lo general, son éstas: «Somos lo que hacemos, somos lo que los otros dicen de nosotros, somos lo que tenemos» o, con otras palabras: «Somos nuestro éxito, nuestra popularidad, nuestro poder».

Es importante que nos demos cuenta de la fragilidad de una vida que dependa del éxito, de la popularidad y del poder. Su fragilidad deriva del hecho de que los tres son factores externos, unos factores que podemos controlar de un modo bastante limitado. Perder el trabajo, la fama o la riqueza depende a menudo de acontecimientos que escapan por completo a nuestro control; ahora bien, cuando dependemos de ellos, nos hemos malvendido al mundo, porque somos lo que el mundo nos da. Y la muerte nos quita todo eso. La afirmación final se convierte en ésta: «Cuando muramos, estaremos muertos», porque cuando muramos no podremos hacer ninguna otra cosa, la gente ya no hablará de nosotros y ya no tendremos nada. Cuando seamos lo que el mundo hace de nosotros, no podremos ser después de haber dejado este mundo.

Jesús vino a anunciarnos que una identidad basada en el éxito, en la popularidad y el poder es una falsa identidad: es una ilusión. Jesús dice alto y fuerte: «No seáis lo que el mundo hace de vosotros, sino hijos de Dios» (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, Brescia 19984, pp. 131s).

 

 

Día 19

Miércoles de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,28-38

En aquel tiempo, decía Pablo a los responsables de la Iglesia de Efeso:

28 Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño, pues el Espíritu Santo os ha constituido pastores para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su propio Hijo.

29 Yo sé que, después de mi partida, entrarán en medio de vosotros lobos crueles, que no perdonarán al rebaño.

30 Incluso de entre vosotros mismos saldrán algunos difundiendo doctrinas perniciosas, para arrastrar a los discípulos detrás de ellos.

31 Por eso, estad alerta y acordaos de que durante tres años, noche y día, no me cansé de amonestar con lágrimas a cada uno de vosotros.

32 Ahora os encomiendo a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados.

33 A nadie he pedido plata, oro o vestidos.

34 Bien sabéis que con el trabajo de mis manos he ganado lo necesario para mí y para mis compañeros.

35 Siempre os he mostrado que es así como se debe trabajar para poder socorrer a los débiles, recordando las palabras de Jesús, el Señor, que dijo: «Hay más felicidad en dar que en recibir».

36 Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos.

37 Todos rompieron a llorar, abrazaban a Pablo y le besaban.

38 Estaban apenados sobre todo porque les había dicho que no le volverían a ver más. Después le acompañaron hasta el barco.

 

>*• Pablo se dirige a los responsables -presbíteros y obispos- de la Iglesia, es decir, a los «pastores» encargados de «apacentar la Iglesia de Dios». En vez de especificar el contenido de estas funciones, insiste en el deber de la vigilancia.

Se perfilan muchos peligros en el horizonte, peligros desde el exterior y peligros desde el interior. Peligros, sobre todo, de difusión de falsas doctrinas, obra de «lobos crueles». La Iglesia de Dios es una realidad preciosa porque ha sido adquirida «con la sangre de su propio Hijo», de ahí la gran responsabilidad de los que la presiden.

El pastor debe vigilar «noche y día», «con lágrimas», primero a sí mismo y después a los otros, para preservar su propio rebaño de los enemigos. Pablo esboza aquí, en pocas palabras, las grandes responsabilidades de la vida del pastor.

Consciente de que está pidiendo mucho, y casi para tranquilizarlos, los confía «a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados». Parecería más lógico que confiara la Palabra a los responsables; sin embargo, confía los responsables a la Palabra, porque es ella la que tiene fuerza para que crezcan en la fe y para hacerles partícipes de la herencia reservada a los santos.

Y, para terminar, otro recuerdo de su desinterés personal destinado a los pastores, para que se esmeren también en el desinterés en su ministerio. Cita una máxima que no se encuentra en los evangelios, pero que Pablo pudo haber recogido de viva voz en boca de los testigos.

Concluye aquí el ciclo de la evangelización dirigida al mundo griego. Nuevas fatigas y pruebas esperan ahora a Pablo, quien siente que entra en una fase diferente de su apasionada vida de apóstol.

 

Evangelio: Juan 17,11b-19

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró de este modo:

11 Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno.

12 Mientras yo estaba con ellos en el mundo, yo mismo guardaba, en tu nombre, a los que me diste. Los he protegido de tal manera que ninguno de ellos se ha perdido, fuera del que tenía que perderse para que se cumpliera lo que dice la Escritura.

13 Ahora, en cambio, yo me voy a ti. Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo es para que ellos puedan participar plenamente en mi alegría.

14 Yo les he comunicado tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo.

15 No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno.

16 Ellos no pertenecen al mundo como tampoco pertenezco yo.

17 Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad.

18 Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí.

19 Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti, para que también ellos se ofrezcan enteramente a ti, por medio de la verdad.

 

**• El fragmento incluye la segunda parte de la «Oración Sacerdotal» de intercesión que Jesús, como Hijo, dirige al Padre. Tiene como objeto la custodia de la comunidad de los discípulos, que permanecen en el mundo.

El texto se divide en dos partes: al comienzo se desarrolla el tema del contraste entre los discípulos y el mundo (vv. 1 lb-16); a continuación se habla de la santificación de éstos en la verdad (vv. 17-19). Si, por una parte, emerge la oposición entre los creyentes y el mundo, por otra se manifiesta con vigor el amor del Padre en Jesús, que ora para que los suyos sean custodiados en la fe.

En el primer fragmento pasa revista Jesús a varios temas de manera sucesiva: la unidad de los suyos (v. 11b), su custodia a excepción «del que tenía que perderse» (v. 12), la preservación del maligno y del odio del mundo (vv. 14s). En el segundo fragmento, Jesús, después de haber pedido al Padre que defienda a los suyos del maligno (v. 15) y después de haber subrayado en negativo su no pertenencia al mundo (vv. 14.16), pide en positivo la santificación de los discípulos: «Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad» (v. 17). Le ruega así al Padre, al que ha llamado «santo» (v. 11b), que haga también santos en la verdad a los que le pertenecen. Los discípulos tienen la tarea de prolongar en el mundo la misma misión de Jesús. Ahora bien, éstos, expuestos al poder del maligno, necesitan, para cumplir su misión, no sólo la protección del Padre, sino también la obra santificadora de Jesús.

 

MEDITATIO

Estamos frente a un fragmento en el que Jesús aparece particularmente preocupado por el poder del mundo y por su posible influencia en sus discípulos. En el mundo actúa el maligno con su espíritu de mentira, belicosamente contrario a la verdad, que es Cristo. La posición de los discípulos es delicada; deben permanecer en el mundo, sin quedar contaminados por el mismo.

Estarán apoyados por su oración, por su palabra y por su Espíritu. En consecuencia, no deben temer. Y añade Agustín: «¿Qué quiere decir: "Por ellos me santifico yo mismo", sino que yo los santifico en mí mismo en cuanto ellos son yo? En efecto, habla de aquellos que constituyen los miembros de su cuerpo».

Todo esto nos induce a reflexionar, una vez más, sobre el poder del mundo, aunque también sobre su debilidad: poder para quien se deja seducir, debilidad para quien se deja guiar íntimamente por la Palabra de Jesús y conducir por su Espíritu. Es posible que en estos años hayamos infravalorado al «mundo», una palabra que se ha vuelto ambigua, que indica, unas veces, el lugar de la acción del Espíritu y de los signos de los tiempos y, otras, el lugar donde se desarrolla el eterno conflicto entre el maligno y Jesús. La Palabra de Jesús y su Espíritu nos ayudan a discernir los distintos rostros del mundo, a distinguir las llamadas del Espíritu de los sutiles engaños del maligno, los mensajes de Dios de la mentira del enemigo.

Esto es tanto más seguro en la medida en que la Palabra y el Espíritu no son asumidos y casi gestados individualmente, sino acogidos dentro de la comunidad de los discípulos, que forman la santa comunión de la Iglesia.

 

ORATIO

Me impresiona, Señor, tu insistencia en la peligrosidad del mundo. Y me doy cuenta de que hoy también tenemos necesidad de esta puesta en guardia. Y yo el primero de todos. El mundo de la libertad, de la igualdad de oportunidades para todos, para todas las religiones, para todas las opiniones, para todos los modos de vida, tiene su encanto, porque, a fin de cuentas, es el mundo de la tolerancia, de la laicidad, de la libertad para todos.

Pero es también el mundo donde están admitidas todas las «transgresiones», donde todas las modas, hasta las más perversas y detestables, son presentadas como normales, donde toda la prensa tiene derecho a la libre circulación...

Confíame, Señor, a tu Palabra. Recuérdame que no soy de este mundo, que te pertenezco a ti. Santifícame en tu verdad, asimílame a tu mentalidad, a tu vida. Tú, que has orado por mí, hazme santo en tu verdad, para que camine siempre por tus caminos y use de este mundo como lo harías tú.

CONTEMPLATIO

«No pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (.ln 17,14). Esta separación de los discípulos respecto al mundo es llevada a cabo por la gracia que los ha regenerado, en cuanto que, por su generación natural, pertenecen al mundo, y por eso había dicho el Señor antes: «No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él» (Jn 15,19). La gracia les ha concedido no pertenecer más al mundo, del mismo modo que no forma parte de él el Señor, que los ha liberado. El Señor no perteneció nunca al mundo, porque, incluso en su forma de siervo, nació del Espíritu Santo, de ese Espíritu del que renacerán los discípulos. Éstos, repito, no son ya del mundo, porque han renacido del Espíritu Santo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 108,1).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (Jn 17,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Estar en el mundo sin ser del mundo.» Esta frase es una hermosa síntesis del modo en que habla Jesús de la vida espiritual. Es una vida en virtud de la cual el Espíritu de amor nos transforma por completo. Sin embargo, es una vida en la que todo parece cambiado.

La vida espiritual puede ser vivida de tantos modos como personas hay. La novedad consiste en haberse desplazado desde la multitud de las cosas al Reino de Dios. Consiste en haber sido liberados de las constricciones del mundo y en haber encaminado nuestros corazones hacia lo único necesario.

La novedad consiste en el hecho de que no vivamos ya los muchos negocios, nuestra relación con la gente y los acontecimientos como causas de preocupaciones sin fin, sino que empecemos a considerarlos como la rica variedad de los modos a través de los cuales se hace presente Dios en medio de nosotros. Nuestros conflictos y dolores, los deberes y las promesas, nuestras familias y nuestros amigos, las actividades y los proyectos, las esperanzas y las inspiraciones, no se nos presentan ya como otros tantos aspectos fatigosos de una realidad que difícilmente logramos mantener ¡untos, sino como modalidad de afirmación y de revelación de la nueva vida del Espíritu que está en nosotros. «Todo lo demás», que antes nos ocupaba y nos preocupaba tanto, ahora se convierte en don o desafío que refuerza o profundiza la nueva vida que hemos descubierto (H. J. M. Nouwen, Invito a la vita spirituale, Brescia 2002, pp. 44ss).

 

Día 20

Jueves de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 22,30; 23,6-11

22,30 Al día siguiente, queriendo averiguar exactamente de qué le acusaban los judíos, el tribuno hizo que lo desatasen y mandó reunir a los jefes de los sacerdotes y a todo el Sanedrín; sacó después a Pablo y lo presentó delante de ellos.

23,6 Como Pablo sabía que parte de ellos eran saduceos y parte fariseos, gritó en el Sanedrín: - Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y me juzgan por creer en la resurrección de los muertos.

7 Al decir él esto, se produjo una discusión entre los fariseos y los saduceos y se dividió la asamblea.

8 Pues los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos creen en todo eso.

9 Así que se produjo un griterío inmenso. Algunos maestros de la Ley del partido de los fariseos se pusieron en pie y afirmaron enérgicamente: - Nosotros no encontramos nada malo en este hombre. ¿Y si le ha hablado un espíritu o un ángel?

10 Como la discusión se hacía cada vez más fuerte, el tribuno tuvo miedo de que despedazaran a Pablo y ordenó a los soldados que bajaran, para sacarlo de allí y llevarlo al cuartel.

11 La noche siguiente, el Señor se le apareció y le dijo: - Ten ánimo, pues tienes que dar testimonio de mí en Roma igual que lo has dado en Jerusalén.

 

**• Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero. Había subido a Jerusalén para visitara aquella comunidad y había seguido, con «incauta» condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo descubren en él y, si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. De este modo tiene ocasión de contar, una vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana.

Al día siguiente le llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso. Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la resurrección de los muertos. Con ello despierta un furor teológico que les hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos -belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo- es un indicador de la tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente: todo lo que tenía visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar a la abierta rebelión contra Roma.

Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá al drama de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de «testigo», no sólo en Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del evangelio.

 

Evangelio: Juan 17,20-26

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y oró de este modo:

20 No te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.

21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.

22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros.

23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que les amas a ellos como me amas a mí.

24 Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.

25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo, en cambio, te conozco y todos éstos han llegado a reconocer que tú me has enviado.

26 Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté en ellos.

 

**• En la tercera parte de su «Oración sacerdotal» dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los discípulos. Ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros creyentes (vv. 20-26). Tras una invocación general (v. 20), siguen dos partes bien distintas: la oración por la unidad (vv. 21-23) y la oración por la salvación (vv. 24-26).

Jesús, después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le pide al Padre el don de la unidad en la fe y en el amor para todos los creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada por «lo mismo que» (= kathós), es decir, por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. En este ambiente vital, todos se hacen «uno» en la medida en que acogen a Jesús y creen en su Palabra. Este alto ideal, inspirado en la vida de unión entre las personas divinas, encierra para la comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se representa así como una inhabitación: «Yo en ellos y tú en mí» (v. 23a). En Cristo se   realiza,por tanto, el perfeccionamiento hacia la unidad.

A continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los discípulos los creyentes de todas las épocas de la historia, y para los cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos (v. 24).

En la petición final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir, el tema de hacer conocer al Padre (vv. 25s), y concluye pidiendo que todos sean admitidos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente del amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.

 

MEDITATIO

«Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21): la «prueba» de que Jesús no es un charlatán, ni uno de tantos profetas, sino el enviado de Dios, está confiada a la fraternidad entre los discípulos. La fraternidad es el signo por excelencia del origen divino del cristianismo: eso es lo que dicen las palabras del Señor. Construir fraternidad es la apologética más segura y autorizada.

Las palabras del Señor son claras, y vinculan la credibilidad del cristianismo a su capacidad de promover la fraternidad. Esa capacidad se manifiesta allí donde los hombres y mujeres ponen su empeño en vivir como hermanos y hermanas, allí donde se tiene como sumo ideal aceptarse como cada uno es para tender a la unidad, allí donde no se busca sobresalir, imponer, rivalizar, emerger, sino ayudarse, comprenderse, apoyarse; allí donde la benevolencia constituye un programa prioritario; allí donde se ponen las bases para una recuperación de la credibilidad del cristianismo.

Estas palabras han sido y son olvidadas con mucha frecuencia. Eso ha tenido como consecuencia que en la vida espiritual, en la misión, en la pastoral, se han cultivado otros ideales. Otra consecuencia ha sido el escaso carácter incisivo de esos programas, a los que el Señor no ha garantizado el valor de «signo probatorio» de su origen divino ni del origen divino de su mensaje.

 

ORATIO

¡Qué ciego estoy, Señor! Tus palabras pasan por encima de mí como si fueran piedras, sin dejar un signo permanente.

La razón de ello es que me he comprometido en mil cosas, y he olvidado lo que tú consideras prioritario para promover tu reino. He intentado hacer mucho, pero me he olvidado de sumergirme en la fraternidad, que es lo que tú, sin embargo, consideras como tu signo.

He de reconocerlo, Señor: con frecuencia tu mensaje no emerge, y no lo hace porque no brotan comunidades fraternas perfectamente realizadas. Señor, abre mis ojos para comprender el misterio de la fraternidad, la fuerza misionera de la comunión, capaz de vencer los recelos y las resistencias. Ayúdame a creer en el milagro de la fraternidad como punto de partida para toda misión. Ayuda a los cristianos a redescubrir el alcance revolucionario de estas palabras tuyas, para que se comprometan en este proyecto, que es, con toda seguridad, el tuyo. Otros proyectos son, probablemente, demasiado humanos.

 

CONTEMPLATIO

Revestidos del hábito religioso a los ojos de todos, hemos venido desde situaciones sociales diferentes para vivir juntos nuestra fe y escuchar la Palabra del Señor omnipotente, y, pecadores en diferentes grados, nos hemos reunido hasta formar un solo corazón en la santa Iglesia, de tal modo que se ve realizado con claridad lo que dice Isaías anunciando la Iglesia: «Serán vecinos el lobo y el cordero» (Is 11,6).

Sí, gracias a las entrañas de la santa caridad, el lobo vivirá junto al cordero, porque aquellos que en el mundo eran rapaces conviven en paz con los bondadosos y mansos. El leopardo se tumba junto al chivo porque un hombre, abigarrado por las manchas de sus pecados, acepta humillarse junto con quien se desprecia y se reconoce pecador (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 4,3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús nos revela que hemos sido llamados por Dios para ser testigos vivos de su amor, y llegamos a serlo siguiendo a Jesús y amándonos los unos a los otros como él nos ama. ¿Qué supone todo esto para el matrimonio, para la amistad, para la comunidad? Supone que la fuente del amor que sostiene las relaciones no son los que las viven, sino Dios, que los llama al mismo tiempo. Amarse el uno al otro no significa aferrarse al otro para estar seguros en un mundo hostil, sino vivir ¡untos de tal modo que cada uno pueda reconocernos como personas que hacen visible el amor de Dios en el mundo.

No sólo toda paternidad y maternidad proceden de Dios, sino que también proceden de él toda amistad, toda asociación en matrimonio y toda comunidad. Cuando vivimos como si las relaciones humanas fueran sólo de naturaleza humana y, por consiguiente, sujetas a las transformaciones y a los cambios de las normas y de las costumbres, no podemos esperar otra cosa que la inmensa fragmentación y alienación que caracterizan a nuestra sociedad. Pero cuando invoquemos a Dios y lo reclamemos constantemente como fuente de todo amor, descubriremos el amor como un don de Dios a su pueblo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, 19984, pp. 125s).

 

 

Día 21

Viernes de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 25,13-21

13 Algunos días después, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesárea a saludar a Festo.

14 Como se detuvieron allí muchos días, Festo expuso al rey el asunto de Pablo: - Hay aquí un hombre que Félix me dejó encarcelado.

15 Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos me presentaron una acusación contra él pidiendo su condena.

16 Yo les respondí que los romanos no acostumbran a entregar a ningún hombre antes que el acusado comparezca ante los acusadores y tenga oportunidad de defenderse de la acusación.

17 Reunidos, pues, aquí sin demora alguna, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a ese hombre.

18 Los acusadores comparecieron, pero no presentaron ninguno de los cargos que yo sospechaba.

19 Sólo le acusaban de ciertas cuestiones referentes a su propia religión y a un tal Jesús, ya muerto y que, según Pablo, está vivo.

20 Perplejo yo ante cuestiones de este tipo, le dije si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allí.

21 Pero entonces Pablo solicitó que se le reservara para el juicio de Augusto. Así que he ordenado que lo dejen en la cárcel hasta que se presente la oportunidad de remitirlo al César.

 

**• Han pasado dos años y Pablo sigue prisionero. Pero también ha llegado Festo, un magistrado mucho más honesto y solícito que el anterior. La lectura presenta una de las muchas vicisitudes por las que pasa el prisionero Pablo, que no pierde ocasión para anunciar lo que, para él, es lo más importante, incluso ante el rey y los príncipes, por muy indignos y poco ejemplares que sean, como la incestuosa pareja formada por Agripa y Berenice. El procurador Festo había comprendido bien el núcleo de la cuestión: lo que separaba a los judíos de Pablo no era una doctrina, sino un hecho, mejor aún: el testimonio sobre el hecho de la resurrección de Jesús.

Lucas parece un admirador del sistema jurídico romano e incluso saca a la luz algunos de sus principios rectores. Y pone de manifiesto la prontitud para explotar en favor del Evangelio este admirado ordenamiento jurídico. Pablo podrá ir a Roma gracias a su apelación al César. Irá como prisionero, es verdad, pero irá a Roma. Es interesante leer la continuación del relato, donde se presenta el encuentro de Pablo con la extraña pareja y con el representante del Imperio romano: también ellos están interesados en el asunto de Jesús y convierten la resurrección en tema de conversación. El valor de Pablo, que no teme exponerse, obliga a todo tipo de personas a ponerse frente al hecho de la resurrección, que ahora se ha convertido en el motivo fundador del nuevo camino de salvación.

 

Evangelio: Juan 21,15-19

En aquel tiempo, una vez se hubo manifestado a los discípulos,

15 después de comer, Jesús preguntó a Pedro: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis corderos.

16 Jesús volvió a preguntarle: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: - Cuida de mis ovejas.

17 Por tercera vez insistió Jesús: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si le amaba, y le respondió: - Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis ovejas.

18 Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir.

19 Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: - Sígueme.

 

*•• La perícopa está totalmente centrada en la figura de Simón Pedro. El evangelista, con dos pequeños fragmentos discursivos, especifica cuál es el papel del apóstol en la comunidad eclesial: ha sido llamado para desempeñar el ministerio de pastor (vv. 15-17) y para dar testimonio con el martirio (vv. 18s). De ahí que el Señor, antes de confiar a Pedro el encargo pastoral de la Iglesia, le exija una confesión de amor. Ésa es la condición indispensable para poder ejercer una función de guía espiritual. Y el Señor requiere el amor de Pedro tres veces (vv. 15.16.17), con un ritmo creciente.

La insistencia de Jesús en el amor ha de ser leída como condición para establecer la relación de intimidad filial que Pedro debe mantener con el Señor. Antes que en cualquier dote humana, el ministerio pastoral de Pedro se basa en una confiada comunión interior y no en un puesto de prestigio o de poder: una intimidad que no puede ser apreciada con medidas humanas, sino que es reconocida por el Señor mismo, que escruta el corazón. Y el Hijo de Dios, que conoce bien el ánimo del apóstol, le responde confiándole la misión de apacentar a su rebaño: «Apacienta mis ovejas» (v. 17c).

Al ministerio pastoral le sigue después el testimonio del martirio. También Pedro debe refrendar su amor a Jesús con la entrega de su vida (cf. Jn 15,13). El fragmento concluye con algunas palabras redactadas por el autor sobre el tema del seguimiento. La misión de la Iglesia y de todos sus discípulos es siempre la del seguimiento de Jesús, único modelo de vida.

 

MEDITATIO

El evangelio del «discípulo amado» recupera, por así decirlo, el papel de Pedro en clave de amor. Sólo quien ama puede apacentar el rebaño recogido por el Amor. Sólo quien responde al amor de Cristo puede estar en condiciones de ser puesto al frente de su rebaño, porque debe ser testigo del amor.

La página que nos ocupa es de una enorme densidad y está empapada por el tema central de todo el evangelio de Juan: el amor. Por amor ha entregado el Padre al Hijo, por amor ha entregado el Hijo su vida, por amor ha reunido Cristo a los suyos; el amor es la ley de los discípulos, el amor debe mover a Pedro, y para dar testimonio de este amor ha escrito el discípulo amado su evangelio. Toda la historia divina y humana está movida por el amor, que nace del corazón de Dios, se revela en el Hijo, es atestiguado por los discípulos y se pide a quien «preside en el amor». Los acontecimientos humanos se iluminan y resuelven con esta pregunta: «¿Me amas?» y con esta respuesta: «Sí, te amo».

La historia de la Iglesia está basada en la pregunta que dirige Cristo a todos sus discípulos: «¿Me amas?», y en la respuesta: «Sí, te amo». Que el Espíritu, que es el Amor increado, nos permita entrar en este diálogo iluminador y beatificante.

 

ORATIO

No sé qué decirte, Señor, frente a este diálogo. En él se encuentra, simplemente, todo. Está toda la vida, todo su misterio, toda su luz, todo su sabor, todo su significado.

Todas las demás cuestiones se convierten en simples ocasiones para expresarte mi «sí». ¿Y cómo podría ser de otro modo? Tú me has creado para decirme que me amas y para pedirme que te ame. Me lo pides como un mendigo, enviándome a tu Hijo como siervo, para que no te ame por miedo o estupor frente a tu grandeza, sino para tocar las fibras secretas de mi corazón, para herirme con tu benevolencia, para conquistarme con la belleza de tu rostro desfigurado en la cruz.

Aunque como Pedro -pero más que él- siento a veces más de un titubeo para decirte que te amo (porque soy un pecador que persevera en su pecado), a pesar de todo, ahora, en este momento, ¿cómo puedo dejar de decirte que te amo? ¿Cómo puedo dejar de decirte que quisiera amarte toda la vida? ¿Cómo puedo no decirte que quiero amar todas las cosas y a todas las personas en ti? ¿Cómo no decirte que prefiero perder todas las cosas con tal de no perderte a ti? Oh, mi amadísimo Señor, haz que lo que te estoy diciendo no sea fuego de paja, sino una llama que no se extinga nunca.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué significan estas palabras: «¿Me amas?», «Apacienta mis ovejas»? Es como si, con ellas, dijera el Señor: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo. Apacienta, más bien, a mis ovejas por ser mías, no como si fueran tuyas; busca apacentar mi gloria, no la tuya; busca establecer mi Reino, no el tuyo; preocúpate de mis intereses, no de los tuyos, si no quieres figurar entre los que, en estos tiempos difíciles, se aman a sí mismos y, por eso, caen en todos los otros pecados que de ese amor a sí mismos se derivan como de su principio».

No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino al Señor, y, al apacentar sus ovejas, busquemos su interés y no el nuestro. El amor a Cristo debe crecer en el que apacienta a sus ovejas hasta alcanzar un ardor espiritual que le haga vencer incluso ese temor natural a la muerte, de modo que sea capaz de morir precisamente porque quiere vivir en Cristo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 123,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Me amas?» (Jn 21,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El misterio insondable de Dios consiste en que Dios es un enamorado que quiere ser amado. El que nos ha creado está esperando nuestra respuesta al amor que nos ha dado la vida. Dios no nos dice sólo: «Tú eres mi amado», sino que también nos dice: «¿Me amas?», y nos proporciona innumerables posibilidades para responder «sí». En eso consiste la vida espiritual: en la posibilidad de responder «sí» a nuestra verdad interior.

Comprendida de este modo, la vida espiritual cambia radicalmente todas las cosas. El hecho de haber nacido y crecido, haber dejado la casa paterna y buscado una profesión, ser alabado o rechazado, caminar y reposar, orar y jugar, enfermar y ser curado, vivir y morir..., todo puede convertirse en expresión de la pregunta divina: «¿Me amas?». Y en cualquier momento del viaje existe siempre la posibilidad de responder «sí» y de responder «no».

¿A dónde nos lleva todo esto? Al «sitio» de donde venimos, al «sitio» de Dios. Hemos sido enviados a esta tierra para pasar en ella un breve período y para responder, a través de las alegrías y los dolores durante el tiempo que tenemos a nuestra disposición, con un gran «sí» al amor que se nos ha dado y, al hacerlo, volver al que nos ha enviado con ese «sí» grabado en nuestros corazones (H. J. M. Nouwen, Sentirsi amati, Brescia 1999'4, pp. 108ss).

 

Día 22

Sábado de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 28,16-20.30-31

16 Cuando entramos en Roma, se permitió a Pablo quedarse en una casa particular, con un soldado que lo custodiase.

17 Tres días después, Pablo convocó a los dirigentes de los judíos. Cuando llegaron, les dijo: - Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de nuestros antepasados, fui detenido en Jerusalén y entregado a los romanos.

18 Ellos, después de interrogarme, quisieron ponerme en libertad, ya que no había contra mí ningún cargo que mereciera la muerte.

19 Pero como los judíos se opusieron a ello, me vi obligado a apelar al César, aunque sin intención de acusar a mi pueblo.

20 Éste es, pues, el motivo de haberos llamado. Quería veros y conversar con vosotros, pues a causa de la esperanza de Israel llevo estas cadenas.

30 Pablo estuvo dos años enteros en una casa alquilada por él, y allí recibía a todos los que iban a verle.

31 Podía anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno.

 

*•• Entre la lectura de ayer y la de hoy está por medio el agitado viaje de Pablo: desde Cesárea a la isla de Creta, los catorce días de tempestad, la estancia en Malta, el viaje de Malta a Roma, la cálida acogida por parte de los hermanos. El fragmento de hoy es un resumen de su actividad en Roma, donde Pablo puede vivir en «régimen de libertad vigilada» en una casa privada. Comienza, como siempre, la predicación a los judíos con resultados alternos, podía «anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno».

Lucas ha alcanzado su objetivo: la carrera de la Palabra es imparable; el Evangelio ha llegado al corazón del mundo, es predicado con toda libertad y sin obstáculo alguno «hasta los confines de la tierra». Nada ha podido ni podrá detenerlo. Pablo es uno de los muchos testigos de Jesús, un campeón ejemplar, heroico y dotado de autoridad, pero no el único. Las vicisitudes personales de Pablo no parecen interesar demasiado a Lucas, que corta aquí su relato, sin informarnos sobre la suerte del campeón: lo que le importa de verdad es que Pablo haya culminado su propia misión, una misión que es la de todo cristiano, a saber: ser testigo de la resurrección, tener el valor de anunciarla por doquier, convertir cada situación, aun la más improbable, en una ocasión para decir que Jesús es el Señor y el Salvador. «La Palabra de Dios no está encadenada» (2 Tim 2,8s). No hay ocasión en la que no pueda ser

anunciada la Palabra de Dios.

 

Evangelio: Juan 21,20-25

En aquel tiempo,

20 Pedro miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?».

21 Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: - Señor, y éste ¿qué?

22 Jesús le contestó: - Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.

23 Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido de que este discípulo no iba a morir. Sin embargo, Jesús no había dicho a Pedro que aquel discípulo no moriría, sino: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?».

24 Este discípulo es el mismo que da testimonio de todas estas cosas y las ha escrito. Y nosotros sabemos que dice la verdad.

25 Jesús hizo muchas otras cosas. Si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse.

 

*•• El epílogo del evangelio de Juan está relacionado con la misión propia del discípulo amado. El fragmento está formado por dos pequeñas unidades, que también están subdivididas a su vez: predicción sobre el futuro del discípulo amado (vv. 20-23) y segunda conclusión del evangelio (vv. 24s). El redactor de este capítulo 21, a través de una comparación entre Pedro y el otro discípulo, pretende identificar de manera inequívoca al «otro discípulo al que Jesús tanto quería» (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20). La pregunta que Pedro plantea, a continuación, a Jesús sobre la suerte del discípulo amado recibe de parte del Maestro una respuesta que no deja lugar a equívocos, en la que afirma la libertad soberana de Dios respecto a cada hombre.

Pero quizás sea posible proyectar alguna luz sobre estos misteriosos versículos intentando poner de manifiesto cierto fondo histórico del tiempo en el que el autor los escribió. El texto no estuvo provocado realmente por las discusiones que tuvieron lugar en la Iglesia de los orígenes entre los discípulos de Pedro y los del discípulo amado sobre el «poder primacial» del primero. Más bien fue introducido por el redactor del capítulo para demostrar, sobre una base histórica, dos cosas: a) que carecía de fundamento la opinión difundida de que el discípulo amado no había muerto; b)  que esa muerte, una vez acaecida, tenía la misma importancia para el Señor que el martirio sufrido por el apóstol Pedro.

Por último, los versículos finales (vv. 24s) subrayan una cosa simple, pero verdadera: la revelación de Jesús, ligada al ministerio de su persona, es algo tan grande y profundo que escapa al alcance del hombre.

 

MEDITATIO – CONTEMPLATIO - LECTURA ESPIRITUAL

 

Podemos concentrar nuestra reflexión uniendo las tres partes en un espléndido fragmento de Agustín, donde el obispo de Hipona hace la comparación entre Pedro y Juan.

La Iglesia conoce dos vidas, que la predicación divina le ha enseñado y recomendado. Una de ellas es en la fe, la otra es en la clara visión de Dios; una pertenece al tiempo de la peregrinación en este mundo, la otra a la morada perpetua en la eternidad; una se desarrolla en la fatiga, la otra en el reposo; una en las obras de la vida activa, la otra en el premio de la contemplación; una intenta mantenerse alejada del mal para hacer el bien, la otra no tiene que evitar ningún mal, sino sólo gozar de un inmenso bien; una combate con el enemigo, la otra reina sin más contrastes; una es fuerte en las desgracias, la otra no conoce la adversidad; una lucha para mantener frenadas las pasiones carnales, la otra reposa en las alegrías del espíritu; una se afana por vencer, la otra goza tranquila en paz de los frutos de la victoria; una pide ayuda bajo el asalto de las tentaciones, la otra, libre de toda tentación, se mantiene en alegría en el seno mismo de aquel que le ayuda; una corre en ayuda del indigente, la otra vive donde no hay necesidades; una perdona las ofensas para ser, a su vez, perdonada, la otra no sufre ninguna ofensa que tenga que perdonar, no tiene que hacerse perdonar ninguna ofensa; una está sometida a duras pruebas que la preservan del orgullo, la otra está tan colmada de gracia que se siente libre de toda aflicción, tan estrechamente unida al sumo bien, que no está expuesta a ninguna tentación de orgullo; una discierne entre el bien y el mal, la otra no contempla más que el bien. En consecuencia, una es buena, pero se encuentra todavía en medio de las miserias; la otra es mejor porque es beata. La vida terrena está representada en el apóstol Pedro; la eterna, en el apóstol Juan.

El curso de la primera se extiende hasta la consumación de los siglos, y allí encontrará su fin; la realización cabal de la otra está remitida al final de los siglos y al mundo futuro, y no tendrá ningún término.

Por eso el Señor le dice a Pedro: «Sígueme», mientras que hablando de Juan dice: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme». ¿Qué significan estas palabras? Según lo que yo puedo juzgar y comprender, éste es el sentido: «Tú sígueme », soportando, como yo lo he hecho, los sufrimientos temporales y terrenos; aquél, sin embargo se queda hasta que yo venga a entregar a todos la posesión de los bienes eternos».

Aquí soportamos los males de este mundo en la tierra de los mortales; allá arriba veremos los bienes del Señor en la tierra de los vivos para siempre. Que nadie, sin embargo, piense separar a estos dos ilustres apóstoles. Ambos vivían la vida que se personifica en Pedro y ambos vivirían la vida que se personifica en Juan. En la imagen de lo que representaban, uno seguía a Cristo, el otro estaba a la espera. Ambos, sin embargo, por medio de la fe, soportaban las miserias de este mundo y esperaban, ambos también, la felicidad futura de la bienaventuranza eterna (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 124,5).

 ORATIO

Ayúdame, Señor, a soportar los males en la tierra de los que hemos de morir para gozar de tus bienes en la tierra de los vivos.

 ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú sigueme» (Jn 21,22b).

 

Día 23

Solemnidad de Pentecostés

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11

1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar.

2 De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban.

3 Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos.

4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse.

5 Se hallaban por entonces en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra.

6 Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron estupefactos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.

7 Todos, atónitos y admirados, decían: - ¿No son galileos todos los que hablan?

8 Entonces ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua materna?

9 Partos, medos, elamitas, y los que viven en Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y Asia,

10 Frigia y Panfília, Egipto y la parte de Libia que limita con Cirene, los forasteros romanos,

11 judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos proclamar en nuestras lenguas las grandezas de Dios.

 

**• Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento narrado tiene lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1,1-5) en un contexto que recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19, preludio del don de la Ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (vv. l). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (vv. 3s).

El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones («.todas las naciones de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b).

Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11,1-9); en segundo lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (cf. 1 Sm 10,5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de todas procedencias (vv. 17s).

El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv. 22s y 38s; cf. Ef 4,13).

  

Segunda lectura: Gálatas 5,16-25

Queridos hermanos:

16 Caminad según el Espíritu y no os dejéis arrastrar por los apetitos desordenados.

17 Porque esos apetitos actúan contra el Espíritu y el Espíritu contra ellos. Se trata de cosas contrarias entre sí, que os impedirán hacer lo que sería vuestro deseo.

18 Pero si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.

19 En cuanto a las consecuencias de esos desordenados apetitos, son bien conocidas: fornicación, impureza, desenfreno,

20 idolatría, hechicería, enemistades, discordias, rivalidad, ira, egoísmo, disensiones, cismas, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes.

21 Los que hacen tales cosas -os lo repito ahora, como os lo dije antes- no heredarán el Reino de Dios.

22 En cambio, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe,

23 mansedumbre y dominio de sí mismo. No hay ley frente a esto.

24 Ahora bien, los que son de Cristo Jesús han crucificado sus apetitos desordenados junto con sus pasiones y apetencias.

25 Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu.

 

**• Pablo exhorta a los que ya han recibido la vida nueva en el Espíritu mediante el bautismo a caminar concretamente según el Espíritu (vv. 16.25). Éste guía los pasos del hombre, es luz y fortaleza en el camino. Ahora bien, ¿por qué es necesaria una invitación tan afligida?

Aunque el hombre «se sienta inclinado a amar», a este deseo que Dios ha puesto en su corazón se opone otra fuerza que Pablo llama bíblicamente «carne» y que en nuestro texto ha sido traducida por «apetitos desordenados». Este término expresa la fragilidad, debilidad e insuficiencia de la criatura, su innata inclinación al mal: el hombre tiende a satisfacer el egoísmo del que es esclavo (vv. 16s). El Espíritu nos libera de esta tiranía, aunque no sin nuestra colaboración personal (v. 18).

Pablo describe de manera clara e inequívoca a los gálatas diferentes comportamientos derivados de la opción de seguir el principio de la carne o dejarse guiar por el Espíritu. Llama «consecuencias» a lo que procede de la carne e impide el acceso al Reino de Dios (vv. 19-21), mientras que define como «frutos» el resultado del seguimiento del Espíritu (vv. 22s). De este modo afirma, implícitamente, que la carne es estéril y conduce a la dispersión del hombre; el Espíritu, en cambio, a través de muchas virtudes, produce como único fruto la santidad, que madura en el hombre unificándolo interiormente.

Quien en el bautismo se ha unido al misterio pascual de Cristo ha crucificado en él su propia carne, para vivir con él resucitado, animado y guiado siempre por su mismo Espíritu (v. 24).

 

Evangelio: Juan 15,26-27; 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

15,26 Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí.

27 Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio.

16,12 Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais entenderlas ahora.

13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. Él no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras.

14 Él me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí.

15 Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de mí.

 

**• En las palabras que dirige Jesús a sus discípulos con el fin de prepararlos para la separación, les plantea claramente la hostilidad y el odio del mundo, hasta la persecución (15,18-25), pero les promete el consuelo del Espíritu Santo. Jesús les enviará el «Paráclito», que está donde el Padre, en esa especie de «proceso» permanente del mundo contra los discípulos.

En primer lugar, el Espíritu confirmará a los discípulos en lo íntimo y así podrán conocer más profundamente a Jesús, a la luz de cuanto han vivido con él «desde el principio». Apoyados de este modo por el divino Paráclito, que alienta e infunde vigor, los apóstoles, a su vez, podrán dar testimonio de Cristo en el mundo (15,26s). El Espíritu les enseñará, además, aquellas «muchas más cosas» que Jesús no pudo comunicarles porque estaban aún demasiado inmaduros en la fe y en el conocimiento de los caminos de Dios: por eso el Paráclito «se hará guía para el camino» (así al pie de la letra) hacia la verdad completa que le es completamente transparente (16,12s).

Su tarea, por otra parte, se proyecta sobre el futuro: «Os anunciará las cosas venideras» (16,13b). Juan emplea aquí un verbo que, en el judaísmo apocalíptico, no indicaba tanto la previsión del futuro como la comprensión profunda de lo que va a suceder y de los acontecimientos escatológicos. El Paráclito les dará esta «comprensión de los tiempos» a la luz de Cristo, haciéndoles intuir el alcance temporal y eterno de la salvación que él ha llevado a cabo. En resumidas cuentas, actualizará en cada época la Palabra y la obra de Jesús, que son una sola cosa con la Palabra y con la voluntad del Padre (16,13b-15).

 

MEDITATIO

Con la solemnidad de Pentecostés llega a su fin –o sea, llega a su plenitud- el tiempo pascual. Con el don del Espíritu se derrama el amor de Dios sobre toda la creación y baja a lo más profundo del corazón de cada persona, comunicándole vida y belleza. El «viento impetuoso » y las «lenguas como de fuego» son imágenes muy elocuentes para expresar la fuerza irresistible, la universalidad y la profundidad de lo que sucede. Es un trastorno comparable a una segunda creación; estamos frente a una verdadera inundación de gracia que derriba toda barrera entre el cielo y la tierra e instaura una comunión total. Nuestra tarea ahora es no hacer vana la gracia que nos ha sido dada, sino hacer que dé frutos abundantes.

El misterio de pentecostés es misterio de santidad, esto es, de «entrega total» a Dios. ¿En qué sentido? La perícopa evangélica nos ofrece un marco iluminador y muy emblemático. Es la noche de pascua. Los Once se han encerrado en casa, desorientados y perdidos. ¿No nos pasa también a nosotros, a veces, que sepultamos nuestra fe entre las paredes de nuestra casa, probablemente con el pretexto de querer ser respetuosos con la libertad de los otros? Pero Jesús nos conoce, tiene la llave para abrir nuestros corazones. Silencioso e inesperado, fiel y misericordioso, viene y se da de nuevo a sí mismo: «La paz esté con vosotros. Recibid el Espíritu Santo». Y todo cambia.

Los discípulos, inundados de vida, sienten arder en su corazón el deseo de convertirse en misioneros del Evangelio. Nace así la Iglesia, morada del Espíritu, llamada a suscitar vida. Nace de la pequeñez, como la pequeña semilla de mostaza en un campo sin límites, pero parece no darse cuenta de esta evidente desproporción: sabe que su secreto es la fuerza del amor. Es el amor el que da energía y hace proceder con la audacia del que se atreve a todo porque cree.

 

ORATIO

Ven, Espíritu Santo, con tu brisa suave; despierta en el corazón de la Iglesia el amor del tiempo primaveral, el amor de la fresca juventud llena de impulso y entusiasmo, el amor capaz de hacer superar todos los obstáculos que presentan los miedos humanos, capaz de romper todas las barreras de la prudencia miope. Dale aquel amor a Dios y a los hombres capaz de desplegar las velas cada día y de navegar hacia alta mar para zarpar hacia todas las playas de la tierra reseca, hacia todos los lugares donde se espera la lluvia de la nueva estación.

Desciende, Santo Espíritu, sobre la Iglesia y, tocando con tu suave brisa las cuerdas de su corazón, haz desprender de ellas el canto de la libertad y de la alegría que dé voz a todos los pueblos de la tierra y los conduzca hacia un futuro de verdadera fraternidad y paz.

 

CONTEMPLATIO

Cuando el fuego divino, viniendo de lo alto, empieza a inflamar el corazón del hombre, inmediatamente disminuyen las pasiones y pierden su fuerza. El peso, gravoso como era, se hace más ligero y, en la medida en que crece el ardor, no es difícil que el corazón humano se sienta tan ligero que le salgan alas como de paloma.

Oh fuego beatificante que no consumes e iluminas; y, si consumes, destruyes las malas disposiciones para que no se consuma la vida. ¿Quién me concederá poder estar envuelto de este fuego? Un fuego que me purifique quitando de mi espíritu, con la luz de la verdadera sabiduría, la oscuridad de la ignorancia, la oscuridad de una conciencia errónea; que transforme en amor ardiente el frío de la pereza, del egoísmo y de la negligencia. Un fuego que no permita a mi corazón endurecerse, sino que con su calor lo haga siempre maleable, obediente y devoto; que me libere del pesado yugo de las preocupaciones y los deseos terrenos y que, en las alas de la santa contemplación que alimenta y aumenta la caridad, lleve hacia lo alto mi corazón (R. Belarmino, «De Ascensione mentís in Deum», en: Roberti Cardenalis Bellarmini Opera Omnia, VI, Napóles 1862, p. 232).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo» (de la secuencia de la liturgia del día).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Era jueves. El cielo estaba gris; la tierra estaba cubierta de nieve y seguían cayendo voluminosos copos de nieve cuando el padre Serafín comenzó la conversación en un descampado cercano a su «pequeña ermita».

«El Señor me ha revelado -empezó el gran stárets- que desde la infancia deseas conocer cuál es el fin de la vida cristiana... El verdadero fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo de Dios...» «¿Cómo "adquisición"? -le pregunté al padre Serafín-. No comprendo del todo...» Entonces el padre Serafín me cogió por los hombros y me dijo: «Ambos estamos en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me miras?». «No puedo, padre. Hay lámparas que brillan en sus ojos, su rostro se ha vuelto más luminoso que el sol. Me duelen los ojos.» «No tengas miedo, amigo de Dios; también tú te has vuelto luminoso como yo. También ahora tú estás en la plenitud del Espíritu Santo; de lo contrario, no habrías podido verme.»

Inclinándose entonces hacia mí, me susurró al oído: «Agradece al Señor que nos haya concedido esta gracia inexpresable. Pero ¿por qué no me miras a los ojos? Prueba a mirarme sin miedo: Dios está con nosotros». Tras estas palabras levanté los ojos hacia su rostro y se apoderó de mí un miedo aún más grande. «¿Cómo te sientes ahora?», preguntó el padre Serafín. «¡Excepcionalmente bien!» «¿Cómo "bien"? ¿Qué entiendes por "bien"?» «Mi alma está colmada de un silencio y una paz inexpresables.» «Amigo de Dios, ésa es la paz de la que hablaba el Señor cuando decía a sus discípulos: "Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar" (Jn 14,27). ¿Qué sientes ahora?» «Una delicia extraordinaria.» «Es la delicia de que habla la Escritura: "Se sacian de la abundancia de tu casa, les das a beber en el río de tus delicias" (Sal 36,9). ¿Qué sientes ahora?» «Una alegría extraordinaria en el corazón.» «Cuando el Espíritu baja al hombre con la plenitud de sus dones, se llena el alma humana de una alegría inexpresable porque el Espíritu Santo vuelve a crear en la alegría todo lo que roza. Es la alegría de que habla el Señor en el Evangelio» (Serafín de Sarov, Vita e colloquio con Motovilov, Turín 19892).

 

 

Día 24

Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 3, 9-15.20

9 Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?»

10 Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.»

11 El replicó: «¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?»

12 Dijo el hombre: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.»

13 Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Y contestó la mujer: «La serpiente me sedujo, y comí.»

14 Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida.

15 Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.»

20 El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes.

 

**• En el capítulo tercero del Génesis se describe el drama más profundo de la humanidad: la caída original que introduce la muerte en la creación. Tras la consumación del pecado por Adán y Eva, hay un momento de silencio en el que se oye sólo a Dios acercarse por el jardín.

        No es precisamente motivo de fiesta y encuentro. Ahora Adán se oculta. Pero la voz le interpela: «¿Dónde estás?» (v. 9b). Adán sale de su escondite, pero no responde a la pregunta, mostrando que no está a la altura, no está ya en Dios. Sus palabras dan testimonio de esta triste realidad. En primer lugar declara abiertamente que le domina el miedo y la vergüenza: la criatura hasta hace bien poco libre se siente ahora esclava. Luego, indirectamente, manifiesta el estado de soledad en el que vive: la relación con la mujer y la creación, antes fundada en la amistad y la ayuda recíproca, ahora está sujeta al engaño, la sospecha, la oposición. Frente al Creador, que había gozado con la belleza de la creación, aparece un universo hecho trizas, radicalmente  afectado por el mal.

Después de escuchar a los tres culpables, Dios pronuncia la sentencia. El lector que ha seguido desde el comienzo el desarrollo del drama sagrado, esperaría la condena a muerte (de acuerdo con Gn 2,17). Por el contrario, se propone un castigo que aparece como un camino de purificación con vistas a una salvación prometida (v. 15). Dios, que comienza a revelarse como el Misericordioso, se ha puesto de parte del hombre contra la serpiente -símbolo del mal- que recibe la maldición.

La humanidad será ciertamente herida, pero sólo en el calcañar, es decir, en una parte no vital y fácil de curar; la serpiente, por el contrario, será herida en la cabeza, derrotada definitivamente. Por eso se ha definido al v. 15 como "protoevangelio", primer anuncio de la victoria del hombre sobre el pecado y la muerte.

La victoria se atribuye al «linaje de la mujer». La versión griega de los Setenta comprendió "linaje" en sentido individual y el primitivo cristianismo legó el texto en clave mesiánica, como profecía de la encarnación de Cristo. La Vulgata atribuye directamente la victoria a la mujer; de ahí la difundida representación de María aplastando con el pie la cabeza de la serpiente.

Notemos, finalmente, el nombre nuevo que el hombre da a la mujer: Eva, madre de los vivientes (no de los mortales). Podemos ver aquí la prefiguración de María, la nueva Eva que cooperará en la obra de la restauración de la humanidad pecadora y Jesús la consignará como madre de la Iglesia naciente, justo en el momento de su muerte en la cruz.

o, bien

 

Primera lectura: Hechos 1, 12-14

12 Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático.

13 Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago.

14 Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

 

            **• Los Hechos de los Apóstoles, que es la historia escrita del trabajo del Espíritu Santo en la Primera Iglesia, comparte con nosotros una historia tierna. Escuchamos en el primer capítulo acerca de cómo los primeros once que vieron a Jesús ascender, regresaron a Jerusalén a orar. Escuchamos sus nombres y luego el nombre de María, con quien ellos de juntaron a orar en el “cenáculo.”  María, la Madre de la Iglesia, María la medianera de todos Las Gracias, María, Madre de Misericordia, le da ánimos a Pedro con su mirar y con su inclinación de cabeza. En forma callada, ella empieza su papel en la reunión. Con sus gestos ella dice “oremos.”

        Oremos para que gocemos el ser creyentes. Oremos para vivir como mujeres y hombres que confían en los regales espirituales que hemos recibido, que empezaron en el Bautismo y se fortalecieron en la Confirmación. Oremos en la libertad del saber quiénes somos como regalos de Dios en este momento y en este lugar.

        Podemos orar también con la callada y presente fe de María, la Madre de Jesús. María, La que sus acciones hablaron más fuerte que sus palabras. Creemos que ella está presente en nuestros “cenáculos” cuando nos reunimos como Iglesia. Sus palabras no son grabadas en la Muerte de Jesús ni en Su Resurrección, pero ella ser mantuvo fiel mientras miraba lo que no podía cambiar. Oremos también para tener esa misma confianza en los misterios.

 

Evangelio: Juan 19, 25-34

25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena.

26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»

27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

28 Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: " «Tengo sed.» "

29 Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca.

30 Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

31 Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado - porque aquel sábado era muy solemne - rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.

32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él.

33 Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas,

34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.

 

           **• La Madre de Jesús aparece dos veces en el evangelio de Juan: al comienzo, en las bodas de Caná (Jn 2,1-5), y al final, a los pies de la Cruz (Jn 19,25-27). Estos dos episodios, exclusivos del evangelio de Juan, tienen un valor simbólico muy profundo.

        En el primero ejerce de Madre de Dios haciéndole una pequeña observación banal para indicarle lo que debe hacer "¡No tienen vino!" y aún sabiendo que no había llegado su hora continua diciendo "Haced lo que él os diga!". Maravillosa la complicidad entre Madre e Hijo. No olvidemos que después de la pérdida de Jesús en el templo el único relato que tenemos de la vida oculta de Jesús y su vida familiar se nos narra " Bajó con ellos a Nazaret, y vivió bajo su tutela. Su madre guardaba todos estos recuerdos en su corazón y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante dios y ante los hombres.

        En el Evangelio de hoy, el Dios crucificado por los hombres nos entrega a nosotros, los hombres, su mayor tesoro

 

 

MEDITATIO

      Alzo en este momento mi corazón a Dios y pido, por mediación de la Virgen Santísima -que está en la Iglesia, pero sobre la Iglesia: entre Cristo y la Iglesia, para proteger, para reinar, para ser Madre de los hombres, como lo es de Jesús Señor Nuestro-; pido que nos conceda esa prudencia a todos, y especialmente a los que, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, deseamos trabajar por Dios: verdaderamente nos conviene aprender a ser prudentes .

          Me gusta volver con la imaginación a aquellos años en los que Jesús permaneció junto a su Madre, que abarcan casi toda la vida de Nuestro Señor en este mundo. Verle pequeño, cuando María lo cuida y lo besa y lo entretiene. Verle crecer, ante los ojos enamorados de su Madre y de José, su padre en la tierra. Con cuánta ternura y con cuánta delicadeza María y el Santo Patriarca se preocuparían de Jesús durante su infancia y, en silencio, aprenderían mucho y constantemente de Él. Sus almas se irían haciendo al alma de aquel Hijo, Hombre y Dios. Por eso la Madre —y, después de Ella, José— conoce como nadie los sentimientos del Corazón de Cristo, y los dos son el camino mejor, afirmaría que el único, para llegar al Salvador.

         Que en cada uno de vosotros, escribía San Ambrosio, esté el alma de María, para alabar al Señor; que en cada uno esté el espíritu de María, para gozarse en Dios. Y este Padre de la iglesia añade unas consideraciones que a primera vista resultan atrevidas, pero que tienen un sentido espiritual claro para la vida del cristiano. Según la carne, una sola es la Madre de Cristo; según la fe, Cristo es fruto de todos nosotros

 

ORATIO

María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, contigo damos gracias a Dios por la espléndida vocación y por la multiforme misión confiada a los fieles laicos. Virgen del Magníficat, llénanos de reconocimiento y entusiasmo por esta vocación y por esta misión. Abre nuestros corazones a las inmensas perspectivas del Reino de Dios y del anuncio del Evangelio a toda criatura.

Virgen valiente, inspira en nosotros fortaleza de ánimo y confianza en Dios, para que sepamos superar los obstáculos que encontremos en el cumplimiento de nuestra misión. Enséñanos a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana y en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios. Tú, que junto a los apóstoles has estado en oración en el cenáculo esperando la venida del Espíritu de Pentecostés, invoca su renovada efusión sobre todos los fieles laicos, para que correspondan plenamente a su vocación y misión, como sarmientos de la verdadera vid, llamados a dar mucho fruto para la vida del mundo.

Virgen Madre, guíanos y mantennos para que vivamos siempre como auténticos hijos de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén.

 

 

CONTEMPLATIO

      Pensemos en quién fue la Virgen María: una joven judía, que esperaba con todo el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven hija de Israel, había un secreto que ella misma aún no lo sabía: en el designio del amor de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la Anunciación, el mensajero de Dios la llama “llena de gracia” y le revela este proyecto. María responde “sí”, y desde ese momento la fe de María recibe una nueva luz: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y en quien que se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación.

            La vivió en la sencillez de las miles de ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, en cómo ofrecer los alimentos, la ropa, la atención en el hogar… Esta misma existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolla una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su hijo. El “sí” de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí, su maternidad se ha extendido abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.

 

ACTIO

LLevemos hoy nosotros a Dios en nuestro corazón como llevó María en sus entrañas a Jesús ante su prima Isabel.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

     

         Su mucho amor a Nuestra Señora y su falta de cultura teológica llevó, a un buen cristiano, a hacerme conocer cierta anécdota que voy a narraros, porque —con toda su ingenuidad— es lógica en persona de pocas letras.

         Tómelo —me decía— como un desahogo: comprenda mi tristeza ante algunas cosas que suceden en estos tiempos. Durante la preparación y el desarrollo del actual Concilio, se ha propuesto incluir el tema de la Virgen. Así: el tema. ¿Hablan de ese modo los hijos? ¿Es ésa la fe que han profesado siempre los fieles? ¿Desde cuándo el amor a la Virgen es un tema, sobre el que se admita entablar una disputa a propósito de su conveniencia?

La Madre de Dios y, por eso, Madre de todos los cristianos, ¿no será Madre de la Iglesia, que es la reunión de los que han sido bautizados y han renacido en Cristo?

         Si algo está reñido con el amor, es la cicatería. No me importa ser muy claro; si no lo fuera —continuaba— me parecería una ofensa a Nuestra Madre Santa. Se ha discutido si era o no oportuno llamar a María Madre de la Iglesia. Me molesta descender a más detalles. Pero la Madre de Dios y, por eso, Madre de todos los cristianos, ¿no será Madre de la Iglesia, que es la reunión de los que han sido bautizados y han renacido en Cristo, hijo de María?

         No me explico —seguía— de dónde nace la mezquindad de escatimar ese título en alabanza de Nuestra Señora. ¡Qué diferente es la fe de la Iglesia! El tema de la Virgen. ¿Pretenden los hijos plantear el tema del amor a su madre? La quieren y basta. La querrán mucho, si son buenos hijos. Del tema —o del esquema— hablan los extraños, los que estudian el caso con la frialdad del enunciado de un problema. Hasta aquí el desahogo recto y piadoso, pero injusto, de aquella alma simple y devotísima.

         Sigamos nosotros ahora considerando este misterio de la Maternidad divina de María, en una oración callada, afirmando desde el fondo del alma: Virgen, Madre de Dios: Aquel a quien los Cielos no pueden contener, se ha encerrado en tu seno para tomar la carne de hombre.

         Mirad lo que nos hace recitar hoy la liturgia: bienaventuradas sean las entrañas de la Virgen María, que acogieron al Hijo del Padre eterno. Una exclamación vieja y nueva, humana y divina. Es decir al Señor, como se usa en algunos sitios para ensalzar a una persona: ¡bendita sea la madre que te trajo al mundo! (San José Mª Escribá).

 

 

 

Día 25

Martes 8ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 35,1-12

1 Quien observa la ley multiplica las ofrendas; quien sigue los mandamientos ofrece sacrificio de comunión.

2 Quien devuelve un favor hace una ofrenda de flor de harina, y quien da limosna ofrece sacrificio de alabanza.

3 Apartarse del mal agrada al Señor, huir de la injusticia es sacrificio expiatorio.

4 No te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues en esto consisten los mandamientos.

5 La ofrenda del justo dignifica el altar, su suave olor se eleva hasta el Altísimo.

6 El sacrificio del justo es aceptable, su memoria no quedará en el olvido.

7 Glorifica al Señor con generosidad y no escatimes las primicias que ofreces.

8 Siempre que ofrezcas algo, hazlo con semblante alegre, y paga los diezmos de buena gana.

9 Da al Altísimo según te dio él a ti, con generosidad, según tus posibilidades.

10 Porque el Señor sabe retribuir y te devolverá siete veces más.

11 No trates de sobornar al Señor, pues no lo aceptaría, ni te apoyes en sacrificio injusto,

12 porque el Señor es juez y no hace acepción de personas.

 

*•• En este fragmento manifiesta el autor que es, al mismo tiempo, ritualista y moralista, o sea, que se siente apegado tanto al culto como a la ley divina en todas sus facetas. Hace concluir aquí ambas tendencias, considerando que la misma práctica de la ley es culto. Lo captamos ya desde el principio, cuando establece un repetido paralelismo entre la observancia de la ley -o una de sus manifestaciones- y un acto de culto (observancia de la ley-ofrendas; cumplimiento de los mandamientos- sacrificio de comunión; devolver un favor-flor de harina; practicar la limosna-sacrificios de alabanza; abstenerse de la injusticia-sacrificio expiatorio). Acredita un profundo conocimiento de los diferentes actos de culto con que se honraba a Dios.

Su mensaje gira en torno a dos ideas. De ellas, la primera es más teológica, y la otra más ritual. El magno principio: «La ofrenda del justo dignifica el altar... El sacrificio del justo es aceptable» (w. 5ss), al poner en relación el compromiso o santidad de vida («justo») con la acción de la ofrenda en el templo, anticipa y satisface la exigencia de unidad-comunión de la persona que Mateo exigirá de una manera categórica: «Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mt 5,23ss).

La otra idea recuerda la generosidad que hay que mostrar en la ofrenda al Señor. El pensamiento recoge el precepto de Ex 23,15 («Nadie se presentará ante mí con las manos vacías»), enriqueciéndola con una motivación sapiencial: «Porque el Señor sabe retribuir, y te devolverá siete veces más» (v. 10). En términos populares y simplificados, es como decir que con el Señor no se lleva nunca las de perder.

 

Evangelio: Marcos 10,28-31

En aquel tiempo,

28 Pedro le dijo a Jesús: -Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

29 Jesús respondió: -Os aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la Buena Noticia,

30 recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna.

31 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.

 

*»• Se ha desarrollado una situación ante los ojos de Jesús y de sus discípulos: un explosivo deseo de seguimiento ha naufragado miserablemente entre las dificultades de una riqueza que ha enredado hasta el impulso más noble. El resultado ha sido el fracaso: caídos los ideales, han quedado los trozos de la amargura. Jesús ha aprovechado la ocasión para poner en guardia contra los peligros de una riqueza que esclaviza. Éste es el antecedente del pasaje que hemos leído hoy.

Pedro, como en otros casos, toma la palabra. No plantea una verdadera pregunta, pero su consideración equivale a una pregunta dirigida a Jesús. Pedro y los demás del grupo lo han dejado todo y se han adherido a la propuesta de Jesús. Se han comportado de una manera diametralmente opuesta al rico de más arriba. De una manera implícita, aflora la pregunta: si aquél se ha ido triste, en estado de quiebra, ¿qué será de nosotros? Jesús no hace esperar la respuesta clarificadora. Habla de una recompensa que se distribuye entre el hoy del tiempo («el tiempo presente») y el mañana de la eternidad («el mundo futuro»). A quienes lo han dejado todo –explicitado con siete realidades que abarcan el mundo del bienestar, de los afectos y de la profesión (casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos)- se les promete cien veces más.

No se trata de una operación simplemente matemática ni rigurosamente bancaria. Si bien el seguimiento ha traído consigo rupturas con el programa de vida que teníamos (propiedades, familia, profesión), también es verdad que no ha creado gente inadaptada o personas sin referencias. Aquí podemos ver una alusión a la vida eclesial de la primera comunidad, donde era fuerte el sentido de pertenencia y los miembros se llamaban «hermanos» entre sí. El añadido «junto con persecuciones » (v. 30) recuerda que en el tiempo presente no se puede alejar la sombra de la cruz. Se goza, se obtiene, pero de un modo condicionado. El premio definitivo es «en el mundo futuro» y consiste en la «vida eterna». Esa expresión no tiene necesidad de explicaciones o de complementos.

Es la vida con Dios, una vida exuberante, que no conoce ocaso. El v. 31 es una sentencia de carácter sapiencial que prevé el vuelco de la situación. Es un aviso para que nadie se considere nunca de los que ya han llegado, y a la vigilancia, porque el seguimiento es siempre un compromiso de vida.

 

MEDITATIO

Una lectura apresurada y superficial de los textos de hoy podría hacer surgir la idea de que nuestra relación con el Señor es semejante a la que mantenemos con un banco: depositamos una suma de dinero y, después de cierto tiempo, la retiramos con los intereses. La diferencia sería sólo cuantitativa: la tasa del interés dado por el Señor sería extremadamente generosa: el séptuplo para la primera lectura y hasta el céntuplo para el evangelio. Obviamente, no hemos tomado el camino adecuado.

Antes que nada, hemos de señalar que es preciso construir una relación interior, profunda y global. El libro del Eclesiástico pedía la observancia de la ley, y los apóstoles se han adherido al seguimiento de Jesús: en ambos casos se trata de entrar en comunión con Alguien.

Lo que más vale es la ofrenda de nuestra vida en forma de fidelidad a la voluntad divina, de generosidad en el seguimiento de su enseñanza o sugerencias. La ofrenda de cualquier don es sólo manifestación o prolongación de la ofrenda de nuestra persona. Y también a nivel personal se sitúa la recompensa. Esto se comprende mejor en el pasaje evangélico. La perspectiva final y gloriosa de la recompensa es «la vida eterna», que -dicho con otras palabras- es la visio Dei, la comunión plena y definitiva con la Trinidad. Seguir a Cristo significa entrar, con él, en él y por él, en el misterio trinitario. Éste es el verdadero céntuplo. El interés bancario tiene aquí poco que ver.

 

ORATIO

Perdónanos, Señor, nuestra mentalidad comercial. Estamos acostumbrados a cuantificar y a «monetizar» todo. «¿Cuánto es eso en dinero?», es una frase que aparece a menudo en nuestros labios. Esta mentalidad de contables invade y contamina asimismo nuestra relación contigo. Nosotros te damos y tú nos das..., sólo que muchas veces las cuentas no salen. Comienzan nuestras crisis. Tú nos pareces lejano, insensible a nuestros problemas...

Perdónanos, Señor, si te hemos reducido a un buen «supercontable», a administrador delegado del Reino de los Cielos. Ayúdanos a calcular en términos de gracia que es gratuidad, potencia de amor, desinterés. Ayúdanos a dar y a darnos sin calcular, alegres de gastarnos para que tú seas conocido y amado. Sabemos, ciertamente, que en materia de generosidad no hay quien te gane. Si después quieres echarnos una mano para que abramos nuestra cartera, la caja fuerte de nuestro tiempo y de nuestra disponibilidad para compartir con los otros, tanto mejor. Nos sentiremos de verdad hijos de aquel Padre que es pródigo en amor con todos.

Ayúdanos a desear ese premio que eres tú mismo, presente ya hoy en nuestra vida, con la esperanza de que nosotros podamos reposar un día, definitivamente, en la tuya.

 

CONTEMPLATIO

¿Acaso no prometes además un premio a los que guardan tus mandamientos, más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha prometido a los que le aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al profeta Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman.

En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz.

Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado.

Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte, son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles (Roberto Belarmino, «Sobre la elevación de la mente hacia Dios», grado 1, en Opera omnia 6, edición de 1862, 214).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Da al Altísimo según te dio él a ti, con generosidad, según tus posibilidades» (Eclo 35,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Iba yo paseando por el camino. Un mendigo, un viejo harapiento, me detuvo. Tenía los ojos inflamados, llenos de lágrimas, los labios de color violeta, la ropa a jirones y mostraba unas llagas repugnantes. ¡Oh, cómo había maltratado la miseria a aquel ser infeliz! Me tendió una mano roja, hinchada, sucia. Con un gesto me pidió que le socorriera. Me hurgué en todos los bolsillos. No llevaba ni el monedero, ni el reloj, ni siquiera el pañuelo, no llevaba justamente nada encima.

El mendigo seguía allí, esperando. Tendía la mano y le sacudía un leve temblor. Turbado, confuso, cogí vigorosamente aquella mano sucia y temblorosa: «Tenga paciencia, hermano, no llevo nada». El mendigo me miró con sus ojos inflamados; sus labios de color violeta se entreabrieron y sonrieron, y me estrechó a su vez los helados dedos. «¡No tiene importancia, hermano!», murmuró, «gracias de todos modos. También esto es una limosna». Comprendí que también yo había recibido una limosna de aquel hermano (I. Turgheniev, Le poesie in prosa, Lanciano 1923).

 

Día 26

Miércoles 8ª semana del Tiempo ordinario o 26 de mayo, conmemoración de

San Felipe Neri

Felipe Neri nació en Florencia en 1515. A los veinte años se fue a Roma con la intención de vivir como laico y eremita. Sin embargo, su afabilidad y alegría le rodearon pronto de jóvenes, convirtiéndose en un educador paterno e incisivo de los mismos. Fue el verdadero apóstol de Roma, que, gracias sobre todo a su acción, mejoró considerablemente su rostro cristiano.

Alma de artista, promovió la música, especialmente el «oratorio». Fundó asimismo una modalidad original de vida consagrada a la que dio el nombre de «oratorio». Fue un hombre de oración intensa, director espiritual, confesor iluminado, místico, amigo y consejero de papas. Murió en la noche del Corpus Christi de 1595.

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 36,1.4-5.10-17

1 Ten piedad de nosotros, Señor, Dios del mundo, míranos y derrama tu terror sobre todas las naciones.

2 Que te conozcan, como nosotros te hemos conocido, porque no hay Dios fuera de ti, Señor.

3 Renueva tus prodigios, repite tus milagros, glorifica tu fuerza y el poder de tu brazo.

10 Reúne a todas las tribus de Jacob, devuélveles su heredad como al comienzo.

11 Señor, ten piedad del pueblo que lleva tu nombre, de Israel, a quien hiciste tu primogénito.

12 Ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén, el lugar de tu descanso.

13 Llena a Sión de tu alabanza y colma a tu pueblo de tu gloria.

14 Son tus obras más antiguas, muéstrales tu favor y cumple las profecías hechas en tu nombre.

15 Da una recompensa a los que en ti esperan, y que tus profetas resulten veraces.

16 Escucha, Señor, la plegaria de tus servidores, según la bendición de Aarón sobre tu pueblo.

17 ¡Y todos los habitantes de la tierra reconozcan que tú eres el Señor, el Dios eterno!

 

**• El texto nos propone una hermosa oración que el autor, con ánimo apesadumbrado, dirige al Señor a favor de Israel. El pueblo necesita ser liberado y volver a encontrar su función entre los pueblos: la de ser un escriño de las promesas de Dios, un faro de fidelidad y de amor a su Dios. Muchas veces ha sido fiel a su tarea, otras muchas se ha salido del buen camino, rompiendo la alianza que, cual cordón umbilical, le permitía estar unido a Dios, alcanzando a su vida misma. La dramática experiencia del exilio ha colapsado las esperanzas, oscureciendo el futuro y ha resquebrajado el valor de su función histórico-teológica entre los pueblos. De ahí los dos puntos de mayor interés de la lectura.

El primero es la conciencia de la culpa, que lleva a pedir de manera repetida perdón a Dios, apoyándose únicamente en su misericordia. Los destinatarios de tal misericordia son citados en más ocasiones, empleando asimismo variaciones, como «pueblo», «Israel», «Sión», «Jerusalén»: «Ten piedad de nosotros, Señor, Dios del mundo... Señor, ten piedad del pueblo que lleva tu nombre, de Israel, a quien hiciste tu primogénito... Ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén... Llena a Sión de tu alabanza...». La insistencia en el adjetivo «tu» es, por una parte, para recordar a Dios el compromiso que adquirió con el pueblo, en virtud de la alianza, y, por otra, para recordar al pueblo su pertenencia a Dios, a pesar de sus ruinosos bandazos.

Como segundo punto, emerge una repetida alusión a la globalidad, insertando a Israel en el tejido mundial. Ya no aparece sólo el elemento distintivo y de separación («Nosotros somos el pueblo elegido, en oposición a los otros que no lo son»), sino que comienza a despuntar una conciencia de que lo que son está en función de una tarea que supera las fronteras de Israel: «Derrama tu terror sobre todas las naciones. Que te conozcan, como nosotros te hemos conocido, porque no hay Dios fuera de ti. Señor. ¡Y todos los habitantes de la tierra reconozcan que tú eres el Señor, el Dios eterno!». Poco a poco se va desarrollando una conciencia misionera y universalista. El Nuevo Testamento está llamando ahora a la puerta.

 

Evangelio: Marcos 10,32b-45

En aquel tiempo,

32 tomó Jesús consigo una vez más a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a pasar:

33 -Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos;

34 se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.

35 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron:

-Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.

36 Jesús les preguntó: -¿Qué queréis que haga por vosotros?

37 Ellos le contestaron: -Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

38 Jesús les replicó: -No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?

39 Ellos le respondieron: -Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: -Beberéis la copa que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado.

40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

42 Jesús los llamó y les dijo: -Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen.

43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor,

44 y el que quiera ser el primero entre vosotros que sea esclavo de todos.

45 Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos.

 

**• El fragmento evangélico de hoy se compone de dos puntos: el tercer anuncio de la pasión y resurrección (w. 32-34), y la absurda petición de Santiago y Juan, con sus respectivas consecuencias (w. 35-45).

Jesús no convierte en un misterio lo que le espera. Va libremente y con una conciencia plena al encuentro de su destino de muerte. Sin embargo, lo ilumina con el resplandor de la resurrección, a fin de hacer comprender el valor de este sufrimiento. Es tragedia, no desesperación; es muerte, no condición definitiva. Sin embargo, en vez de concentrarse en el misterio pascual de Jesús, los discípulos -como ya hicieran después de los dos anuncios precedentes- se repliegan en sus propios y mezquinos intereses. Aquí se rompe el grupo: los hermanos Santiago y Juan contra los otros diez. Ambos hermanos adelantan una demanda pretenciosa: ocupar los dos puestos más prestigiosos. Pretenden un reconocimiento que les confiera autoridad y superioridad sobre los otros. En su petición observamos dos errores de bulto: entienden la gloria en un sentido muy humano y por eso se proveen previamente de garantías para el futuro.

Sería algo así como una especie de póliza de seguro, un seguro de vida que les ponga a cubierto de sorpresas desagradables; y, por otra parte, se consideran mejores que los otros y ambicionan un reconocimiento que los distinga, sin ofrecer nada a cambio o sin méritos manifiestos.

Jesús les responde con dureza, acusándoles de ignorancia. Corrige su concepto de gloria, demasiado humano, y les propone otro nuevo. Jesús inserta en él la realidad del sufrimiento. Ése es el significado del «bautismo», una zambullida en la oscuridad del sufrimiento antes de volver a salir a la luz de la gloria. El cáliz es otra imagen para expresar el mismo vínculo: es preciso beber el que ha sido preparado para poder compartir la alegría de ser comensales en la mesa del Maestro. Ambos responden afirmativamente a la pregunta sobre su disponibilidad a seguir el camino trazado. Jesús confirma su voluntad. Efectivamente, Santiago será el primer mártir entre los apóstoles (el año 44 d. de C.) y Juan dará testimonio con indómita fidelidad de su amor al Señor hasta que le llegue la muerte, ya anciano.

A la petición de la «colocación», Jesús responde que no es tarea suya asignar puestos y remite de manera sutil a Dios. En efecto, «para quienes está reservado» (v. 40) es una pasiva divina que debe entenderse en este sentido: «para quienes Dios los ha reservado». El cambio es de 180 grados: se pasa de su petición -«Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte» (v. 35)- a la atención a la voluntad de Dios. Él es quien dispone, él es quien determina.

La petición no es indolora. Ha producido un desgarro en el tejido del grupo, que se divide ahora: dos contra diez. Jesús los llama, los acerca a su persona, casi para transmitir un calor afectivo antes de impartir instrucciones claras. Propone un modo nuevo de ejercer la autoridad, pasando del autoritarismo a la diakonía, al servicio a los demás. Quien manda u ocupa puestos de prestigio no debe sobresalir, y mucho menos explotar a los otros o extraer ventajas personales. Quien esté en la cima debe entregarse a los otros. Jesús no propone un mortificador igualitarismo y reconoce la necesidad de que haya jefes, responsables. Pero cambia de una manera radical su función respecto a lo que sucede normalmente.

        ¿Idealismo? ¿Fantasía? No, Jesús mismo es el modelo y fundamento del nuevo planteamiento de la autoridad. Él es el superior (el Hijo del hombre) que pone su vida a disposición de todos, es decir, de los inferiores. Su muerte en la cruz será la marca de su autoridad, que es un servicio de amor.

 

MEDITATIO

La amable figura del «santo de la alegría» conserva intacta la irresistible atracción que ejercía en cuantos se acercaban a él para aprender a conocer y experimentar las fuentes auténticas de la alegría cristiana.

En efecto, cuando recorremos la biografía de san Felipe Neri, nos sorprende y fascina el modo alegre y amable con el que sabía educar, acercándose fraternal y pacientemente a todos. Como es sabido, este santo solía recoger sus enseñanzas en breves y amenas máximas: «Estad quietos, si podéis», «escrúpulos y melancolía, fuera de mi casa», «sed humildes y no altaneros», «el hombre que no hace oración es un animal sin palabra» y -llevándose la mano a la frente- «la santidad consiste en tres dedos de frente». En la ingeniosidad de éstos y otros muchos «dichos» se puede apreciar el conocimiento agudo y realista que había ido adquiriendo de la naturaleza humana y de la dinámica de la gracia. En estas enseñanzas rápidas y concisas traducía la experiencia de su larga vida y la sabiduría de un corazón en el que moraba el Espíritu Santo.

Para la espiritualidad cristiana, estos aforismos se han convertido en una especie de patrimonio sapiencial. San Felipe, abierto a las exigencias de la sociedad de su tiempo, no rechazó ese anhelo de alegría, sino que se esforzó por dar a conocer su verdadero manantial, que había descubierto en el mensaje evangélico. La palabra de Cristo es la que modela el rostro auténtico del hombre, revelando los rasgos que hacen de él un hijo amado por el Padre, acogido como hermano por el Verbo encarnado, y santificado por el Espíritu Santo. Las leyes del Evangelio y los mandamientos de Cristo conducen a la alegría y a la felicidad: ésta es la verdad que san Felipe Neri proclamaba a los jóvenes con los que se encontraba en su trabajo apostólico diario (Juan Pablo II, con ocasión del cuarto centenario de la muerte de san Felipe Neri, 1995).

 

ORATIO

Algunas jaculatorias de san Felipe Neri:

- Aún no te conozco Jesús, porque no te busco.

- Desconfío de mí mismo y confío en ti, Jesús mío.

- Jesús mío, ya te lo he dicho: si no me ayudas, nunca haré nada bien.

- Si no me ayudas, Jesús mío, estoy arruinado.

- Señora bendita, concédeme la gracia de que me acuerde siempre de tu virginidad.

- Virgen Madre, ruega por mí a Jesús.

 

CONTEMPLATIO

No es tiempo de dormir, porque el paraíso no está hecho para los holgazanes.

Hijitos, vivid con alegría: no quiero escrúpulos, ni melancolías; me basta con que no cometáis pecados.

La melancolía y la mente turbada acarrean gran daño al espíritu, mientras que la alegría conforta el corazón y hace que se persevere mejor en la buena vida. Por eso, el siervo de Dios debería estar siempre alegre.

No hay que amar a Dios por interés, sino por puro amor, amándole incluso sin ningún gusto sensible, porque así merece ser amado.

No se puede ganar el alma y la ropa del otro. Y quien quiera el fruto de las almas que prescinda de las bolsas.

Es preciso decir con san Pablo: «No quiero vuestras cosas, sino a vosotros» (algunos dichos de san Felipe Neri).

 

ACTIO

Repite hoy esta máxima entrañable a san Felipe Neri: «Escrúpulos y melancolía, fuera de mi casa».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«El santo de la alegría», «el santo humorista», dijo Goethe. El apóstol de Roma desbarata los estereotipos tradicionales de la santidad. En una época en la que la reforma tridentina imponía una, disciplina rigurosa, empleando para tal fin el Santo Oficio, el índice, la Inquisición, Felipe Neri tranquilizaba, consolaba y atraía al camino de Dios «con gran alegría y facilidad» a quienes se confiaban a él.

Entre todos los santos que contribuyeron a la reforma tridentina, la figura de Felipe Neri es la más pintoresca y cautivadora. Se trata de un hombre que suscita entusiasmo. Su humor, su vena bromista, su tendencia natural a la alegría -muy diferentes de las prácticas austeras de la época-, hicieron que encontrara muchos discípulos. No cabe duda de que aquella alegría le venía de la conciencia continua de la presencia de Dios. Pero antes de comprender la profundidad de su espiritualidad y de conocer los dones y favores místicos con los que había sido colmado, se siente uno conquistado por sus dones naturales: una suavidad radiante, una mezcla de perspicacia y de payasadas, una gran sensibilidad musical y un profundo amor por la belleza de la naturaleza, un realismo pleno de sabiduría y de sentido práctico. Como la melancolía es mala consejera, puso la alegría en el primer puesto, junto a la sencillez y a la dulzura: nada de austeridad desalentadora, sino piedad afectiva, caridad, asambleas calurosas.

En el clima de la reforma católica romana, en cuyo servicio trabajaron hombres fuertes, vigorosos y, en ocasiones, implacables, como Pablo IV, san Ignacio de Loyola, san Carlos Borromeo o san Pío V, Felipe Neri se abrió un camino original. Humanizó la religión inventando un modelo de confianza y de moderación al que se han vuelto con interés los siglos posteriores (J. Delumeau [ed.], Storia dei Santi e della Santitá cristiana, Milán 1991, VIII, pp. 99ss).

 

Día 27

Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

 

Primera Lectura: Jeremías 31, 31-34

31 He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza;
32 no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos - oráculo de Yahveh -.
33 Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
34 Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: "Conoced a Yahveh", pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande - - oráculo de Yahveh - cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme.

+**+ Dios anuncia un nuevo pacto que se hará realidad con posterioridad a Jeremías.

       Tras los pactos con Noé (No habrá más inundaciones ni exterminios), Abraham (de él saldrá un nuevo pueblo), Moisés (las tablas de la Ley de Dios), David (dinastía eterna y promesa del Mesías) Dios promete un nuevo pacto con la novedad de que es un pacto personal en el que la "Nueva Ley" estará inscrita en el corazón de los que le siguen.

       Este nuevo pacto no es ni más ni menos que los Evangelios y la narración que hacen los evangelistas de la vida de Jesucristo en la tierra en la que nos transmite con sus obras lo que Él solo conoce porque solo a Él se lo ha revelado su Padre de tal forma que el nuevo pacto no es un pacto externo transmitido por los padres de Israel sino un pacto íntimo y personal en el que se nos pide la santidad de imitar a Cristo.

       Esta Ley está inscrito en el corazón de cada hombre como creatura de Dios y su cumplimiento nos permite ser llamados "hijos de Dios" y reinar con Él en es cielo por los siglos de los siglos.

 

Evangelio: Marcos 14, 12a. 22-25

12 El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?»

22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo.»

23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.

24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.

25 Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.»

 

**++ En la época de Jesucristo cada uno de los componentes de la cena pascual tenían un valor simbólico relacionado con la huída de Egipto del pueblo elegido por Dios. En la última cena Jesucristo les da un nuevo sentido, ya no simbólico sino real ya que mediante la transsubstanciación ( la sustancia del pan y el vino se convierten en la carne y sangre de Jesús) es Dios mío el que se nos ofrece diariamente en cuerpo, sangre, alma y divinidad.

      Al decirnos "tomad" Jesucristo nos da a entender que no es una obligación sino que es un ofrecimiento que podemos aceptar o rechazar. Ésta es la nueva alianza que profetizó Jeremías en la lectura anterior


MEDITATIO

La particular solicitud por la salvación de los otros, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios, por la unidad espiritual de la Iglesia, que nos ha sido confiada por Cristo junto con la potestad sacerdotal, se explica de varias maneras [...].

Sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del buen pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo. En esto consiste el arte máxima a la que Jesucristo os ha llamado. «Arte de las artes es la guía de las almas», escribía san Gregorio Magno.

Os digo, por tanto, siguiendo sus palabras: esforzaos por ser los «maestros» de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos?

Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, san Vicente de Paúl, san Juan de Ávila, el santo cura de Ars, san Juan Bosco, el beato Maximiliano María Kolbe y tantos otros (Juan Pablo II, Carta a los obispos y a los sacerdotes, Jueves Santo de 1979, 6).

 

ORATIO

         Cogiste mi corazón de niño con ternura delicada y paternal, me sedujeron tu afecto y tu cariño y me dejé cautivar.

         Yo escuché tu llamada gratuita sin saber la complicación que me envolvía, me enrolé en tu caravana de tu mano sin pensar ni en las espinas ni en los cardos.

         Te fui fiel, aunque a jirones fui dejando en mi camino pedazos de corazón, hoy me encuentro con un cáliz rebosante de jazmines que potencian mis anhelos juveniles y me acercan más a Dios.

         En el ocaso de la carrera de mi vida siento el gozo de la inmolación a Tí. Tienes todos los derechos de exigirme, puedes pedir si me ayudas a decir siempre que ¡Sí!

         Necesitaste y necesitas de mis manos para bendecir, perdonar y consagrar;  quisiste mi corazón para amar a mis hermanos, pediste mis lágrimas y no me ahorré el llorar.

         Mis audacias yo te di sin cuentagotas, mi tiempo derroché enseñando a orar, gasté mi voz predicando tu palabra y me dolió el corazón de tanto amar.

         A nadie negué lo que me dabas para todos. Quise a todos en su camino estimular. Me olvidé de que por dentro yo lloraba, y me consagré de por vida a consolar.

         Muchos hombres murieron en mis brazos, ya sabrán cuánto les quise en la inmortalidad, me llenarán de caricias y de flores el regazo, migajas de los deleites de su banquete nupcial.

         Pediste que te prestara mis pies y te los ofrecí sin protestar, caminé sudoroso tus caminos, y hasta el océano me atreví a cruzar.

         Cada vez que me abrazabas lo sentía porque me sangraba el corazón, eran tus mismas espinas las que me herían y me encendían en tu amor.

         Fui sembrando de hostias el camino inmoladas en la cenital consagración: más de treinta mil misas ofrecidas han actualizado la eficacia de tu redención.

         No me pesa haber seguido tu llamada, estoy contento de ser latido en tu Getsemaní; sólo tengo una pena escondida allá en el alma: la duda de si Tú estás contento de mí.

         Mi gratitud hoy te canto, ¡Cristo de mi sacerdocio! Mi fidelidad te juro, Jesucristo Redentor. Ayúdame a enriquecer con jardines a tu Iglesia, que florezcan y sonrían aún en medio del dolor.

         Sean esos jardines para tu recreo y mi trabajo, multiplica tu presencia por los campos hoy en flor, que lo que comenzó con la pequeñez de un pájaro, se convierta en muchas águilas que roben tu Corazón.

(Oración Sacerdotal)

 

CONTEMPLATIO

El Señor plasmó al hombre de la tierra, pero nos ama como a verdaderos hijos suyos y nos espera con deseo. El Señor nos ha amado con un amor tal que se encarnó por nosotros y derramó por nosotros su sangre, con la que nos ha dado de beber, y nos ha dado su precioso cuerpo. Y así, por su carne y por su sangre, hemos llegado a ser sus hijos, a semejanza del Señor. Así como los hijos se parecen a su padre, y esto con independencia de la edad, así nosotros nos hemos vuelto semejantes al Señor en su humanidad, y el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que estaremos eternamente con él.

El Señor no cesa nunca de llamarnos: «Venid a mí y yo os haré descansar». Nos alimenta con su precioso cuerpo y su preciosa sangre. Nos instruye misericordiosamente con su palabra y por medio del Espíritu Santo. Nos ha revelado sus misterios. Vive en nosotros y en los sacramentos de la Iglesia y nos conduce al lugar donde contemplaremos su gloria. Ahora bien, cada uno contemplará esta gloria según la medida de su amor.

Quien ama más se lanza con mayor ardor para estar con el amado Señor, y por eso se le acerca más. Quien ama poco, también desea poco. ¡Qué maravilla! La gracia me ha hecho conocer que todos los que aman a Dios y observan sus mandamientos están llenos de luz y se asemejan al Señor. Y esto es algo natural. El Señor es luz, e ilumina a sus siervos (Archim. Sofronio, Silvano del Monte Athos. Vita, dottrina, scritti, Turín 1978, p. 346).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús vino a la tierra para abrir un camino entre los hombres, para que éstos, a su vez, tomen este camino y sigan a Jesús. No hay otro camino posible para ningún hombre. Antes o después, de un modo o de otro, cada hombre se encuentra en el camino de Jesús, aunque probablemente sólo sea en la hora de su muerte.

Jesús habla a menudo de aquellos que le siguen y a los que llama discípulos. Les traza el camino, les indica las condiciones, los riesgos, las insidias. Los modos del seguimiento de Jesús son múltiples, pero todos los caminos tienen como desembocadura la misma entrega total de nosotros mismos a Jesús, a aquella obediencia que fue la suya, una obediencia hasta la muerte en una cruz, precio y camino de la resurrección. Seguir a Jesús es renegar de nosotros mismos, aceptar perder aparentemente nuestra propia vida. Una propuesta así sería no sólo arriesgada, sino también aberrante, si Jesús no hubiera añadido tres breves palabras que cambian radicalmente su sentido: «Por mi causa».

A causa de Jesús. Quien se atreve a hablar así lo hace por amor. Y quien habla por amor no propone un itinerario que conduce a la muerte, sino que se abre a la vida. El que ama se ha arrancado a sí mismo del objeto de su amor. Ya no es capaz de vivir replegado sobre sí mismo, porque el amor tiende a desplegar al máximo todas las posibilidades que hay en él. El amor les da dinamismo, decuplica sus fuerzas, fecunda sus palabras, sus acciones. ¿Y qué decir cuando se trata del amor de Jesús?

A causa de Jesús, podrá decir san Pablo, y para conocer la sublimidad de su amor se ha atrevido a considerar todas las cosas como basura (cf. Flp 3,8). A causa de Jesús. Estas cuatro breves palabras dicen aún otras cosas. En efecto, el amor no sólo potencia los recursos de aquel que ama, sino que hace entrar también en el misterio de aquel a quien se ama. A causa de Jesús equivale a decir quemados en lo íntimo por el amor que nos arrastra, pero también «como Jesús», o sea, empujados y arrastrados por el amor que él mismo siente por nosotros y cuya poderosa ternura no nos abandona un solo instante.

No hay ni un solo sufrimiento sembrado en nuestro cuerpo, en nuestro corazón e incluso en nuestro espíritu que no nos construya, por así decirlo, en plenitud, conduciéndonos a dar nuestros frutos más bellos. Y aquí se encuentra también la fuente de nuestra alegría. Sí, haciéndolo todo y soportándolo todo a causa de Cristo,exultaremos con una alegría inefable y llena de la gloria de Dios (A. Louf, Seúl l'amour suffirait, París 1982).

 

 

 

Día 28

Viernes de la VIII semana del Tiempo Ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 44,1.9-13

1 Hagamos el elogio de los hombres ilustres, de nuestros antepasados por generaciones.

9 Otros no dejaron memoria, desaparecieron como si no hubiesen existido; fueron igual que si no hubiesen sido, y lo mismo sus hijos después de ellos.

10 Pero hubo también hombres virtuosos, cuyos méritos no han sido olvidados.

11 Una rica herencia nacida de ellos pervive en sus descendientes.

12 Su descendencia sigue fiel a las alianzas, y también sus nietos, gracias a ellos.

13 Por siempre permanecerá su descendencia, y su gloria no se marchitará.

 

 

**• Tras haber considerado la gloria de Dios en la naturaleza (cf. la primera lectura de ayer), prosigue el Sirácida su reflexión sapiencial contemplando la gloria divina reflejada en la historia. Es como hojear un álbum de familia para hacernos cargo de nuestras propias raíces.

Volver a pensar en los antepasados es un modo de apreciar la pertenencia a nuestra propia familia, considerada como un río que discurre desde su nacimiento hacia el mar. En su curso se enriquece con muchos afluentes, pero se trata siempre del mismo río. De manera análoga, el discurrir de los siglos trae consigo nuevas generaciones, pero se trata siempre del mismo pueblo. El autor no pretende reconstruir un árbol genealógico, como si quisiera satisfacer una curiosidad sobre la identidad y la sucesión de las generaciones. Su intención es hacer «el elogio» de los hombres ilustres. En consecuencia, lo que pretende es celebrar a las personas que dieron lustre a su pueblo, verdaderas columnas que contribuyeron a sostener la historia de Israel. De manera excepcional, se recuerda a alguno que no merece en absoluto el título de ilustre (cf. Roboán). La lista se extiende desde los patriarcas antediluvianos (Enoc, Noé), pasando a través de veinte eslabones, hasta los tiempos posteriores al exilio (Nehemías). De este modo, se cubre un extenso segmento de tiempo, que va desde los albores de Israel hasta el siglo V a. de C.

Nuestra lectura abre este álbum de familia y presenta lo que podríamos llamar una «introducción». En ella sobresalen dos notas dignas de consideración: el criterio de selección de los nombres y su función. El criterio seguido es el de la memoria: son personas que han dejado grabado su nombre en la historia porque fueron «hombres virtuosos». Por consiguiente, la suya fue una grandeza moral, no una simple fama. Quizás sea útil recordar que el hebreo habla de «hombres de piedad», mientras que el griego lo ha traducido por «hombres ilustres». El hebreo expresa claramente que su valor está en la piedad (hesedh, de donde procede el término «asideos»: grupo de hombres piadosos), entendida como la virtud de la fidelidad y del amor a Dios.

Otro mérito de estos hombres consiste en el hecho de que su vida se convierte en una semilla de bondad que fructifica también en las generaciones posteriores: «Una rica herencia nacida de ellos pervive en sus descendientes. Su descendencia sigue fiel a las alianzas, y también sus nietos, gracias a ellos» (w. llss). Pueden ser considerados «benefactores de la humanidad», puesto que educan a las nuevas generaciones.

Así, descubrimos la función de esta lista y apreciamos el valor que tiene recordar estos nombres. El mensaje es la consoladora esperanza de que el bien no se pierde, no se evapora, sino que planta semillas que continúan germinando. La memoria de estos antepasados es, a buen seguro, una bendición.

 

Evangelio: Marcos 11,11-26

Después que la muchedumbre le hubo aclamado,

11 entró Jesús en Jerusalén, fue al templo y observó todo a su alrededor, pero, como ya era tarde, se fue a Betania con los Doce.

12 Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre.

13 Al ver de lejos una higuera con hojas, se acercó a ver si encontraba algo en ella. Pero no encontró más que hojas, pues no era tiempo de higos.

14 Entonces le dijo: -Que nunca jamás coma nadie fruto de ti. Sus discípulos lo oyeron.

15 Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían las palomas,

16 y no consintió que nadie pasase por el templo llevando cosas.

17 Luego se puso a enseñar diciéndoles: -¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en una cueva de ladrones.

18 Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús, porque le temían, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza.

19 Cuando se hizo de noche, salieron fuera de la ciudad.

20 Cuando a la mañana siguiente pasaron por allí, vieron que la higuera se había secado de raíz.

21 Pedro se acordó y dijo a Jesús: -Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.

22 Jesús les dijo: -Tened fe en Dios.

23 Os aseguro que si uno le dice a este monte: «Quítate de ahí y arrójate al mar», si lo hace sin titubeos en su interior y creyendo que va a suceder lo que dice, lo obtendrá.

24 Por eso os digo: Todo lo que pidáis en vuestra oración lo obtendréis si tenéis fe en que vais a recibirlo.

25 Y cuando oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas. [26].

 

**• Estamos en los últimos días de la vida terrena de Jesús. Hace poco que ha hecho su entrada triunfal en Jerusalén, episodio que marca el inicio de los acontecimientos capitales de su vida: la pasión, muerte y resurrección.

Se barrunta el final. Este contexto nos ayuda a comprender el fragmento de hoy, que presenta cierto carácter extraño. El episodio central está constituido por la expulsión de los vendedores del templo (w. 15-19), flanqueado por el asunto de la higuera estéril maldecida por Jesús (w. 12-14), que aparece después seca. A esto le siguen algunas consideraciones sobre la confianza (w. 20-26).

El punto de partida es el hambre que siente Jesús. Éste, al ver a lo lejos una higuera llena de hojas, se acerca para buscar algún fruto. Su esperanza queda decepcionada, porque sólo tiene hojas. El inciso de Marcos es claro: «Pues no era tiempo de higos» (v. 13). En consecuencia, es lógico que nos suene por lo menos extraña la maldición de Jesús: «Que nunca jamás coma nadie fruto de ti» (v. 14). El episodio necesita ser ilustrado por lo que sigue. De momento, retengamos este punto: Jesús, el Mesías, no encuentra ningún fruto, aunque lo ha deseado.

El episodio central muestra el templo en un estado de suma degradación, reducido a lugar de comercio. Están en él las oficinas de cambio para permitir a los judíos que llegaban desde distintas partes del mundo cambiar su dinero por moneda local (no estaba permitido ofrecer monedas que llevaran una efigie pagana). Estaban también los puestos de los vendedores de palomas. Éstas constituían una de las ofrendas más frecuentes y más económicas que la gente llevaba al templo. Jesús vuelca las mesas y las sillas, denunciando que ese comercio ha contaminado el sentido del templo. La cita de Is 56,7 reivindica el carácter sagrado del lugar, destinado a la oración y no a los negocios. Marcos prolonga la cita añadiendo: «Para todos los pueblos» (v. 17), englobando también a los paganos, de suerte que la purificación del templo adquiera un valor universal: es la casa común y todos pueden acceder a ella, a condición de que respeten su carácter sagrado. El añadido de Jr 7,11 confirma el actual estado de degradación del templo, convertido en cueva de ladrones. La tumultuosa intervención de Jesús no agrada a la autoridad constituida (sumos sacerdotes y maestros de la Ley), que quiere eliminar al desconocido profeta. Con todo, les retiene el miedo a enemistarse con el pueblo, que siente admiración por la enseñanza de Jesús.

Este episodio, englobado con el asunto de la higuera que no produce frutos, puede ser leído de este modo: la parte más sagrada de Jerusalén ha dejado de dar frutos, ofrece sólo las hojas de una religiosidad formal. Es preciso dar un vuelco a la situación, precisamente como ha hecho Jesús al volcar las mesas y las sillas de los cambistas y vendedores. La constatación de que la higuera se ha secado muestra que, sin frutos, no es posible seguir existiendo y ocupar inútilmente el terreno. Nos lo enseña también la parábola de Le 13,6-9. En este punto podría insinuarse el desánimo. Jesús señala un camino novedoso: la fe y la conversión son siempre posibles y pueden dar un vuelco a la situación. A la falta de fruto de la higuera se opone la abundancia de frutos de la comunidad, llamada a producir frutos tangibles mediante un sereno abandono en Dios.

 

MEDITATIO

En la historia aparecen buenos y malos ejemplos que influyen en las personas. Además de objeto, se espera que cada uno de nosotros sea también sujeto de buenos ejemplos.

La primera lectura nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre el buen ejemplo dado por los antepasados. El libro del Eclesiástico tejió sus alabanzas, mencionándolos y poniéndolos como modelo. Sin embargo, necesitamos puntos de referencia. El problema consiste en escoger los justos, los que puedan ser el factor de crecimiento humano y espiritual. No raras veces se proponen modelos que duran lo que un soplo (como los campeones deportivos o los divos del cine, por ejemplo). Los hombres de auténtico valor son los que permanecen fieles a Dios. Para nosotros, son los santos, a quienes no sólo rezamos, sino que también intentamos imitarles en su gran amor a Dios y al prójimo.

El evangelio nos propone el mal ejemplo de la higuera. El lector podría quedarse un poco desorientado por el comportamiento de Jesús, que «pretende» recoger frutos de una higuera aunque no es la estación. No debemos ponernos de parte de la higuera («pobrecilla, ¿qué ha hecho?»), sino de parte de Jesús. En vez de contar una parábola, como hace en tantas otras ocasiones, se sirve de un episodio que seguramente se marcará a fuego en la mente de sus discípulos. Es una lección viva. Del mismo modo que no nos causa pena la ensalada que comemos, porque sirve para alimentar nuestra vida, tampoco debe sorprendernos que esta higuera se seque para alimentar la comprensión de los discípulos. Éstos aprenden la lección: no puede haber tiempo sin frutos. Si bien en el caso de la higuera forma parte de la naturaleza tener frutos en una estación y no en otra, en la vida religiosa no es admisible una estación sin frutos o de pura formalidad exterior. Y si eso ocurriera, es preciso invertir el rumbo, dar un vuelco a la situación (véase la purificación del templo), so pena de una aridez completa. La higuera enseña; por consiguiente, no debemos decir: «¡Pobre higuera!», sino: «¡Pobres de nosotros!» si mantenemos una conducta estéril.

El reverso de la medalla, esto es, la lectura positiva, es una vida rebosante de fe, capaz de arrancar las plantas para trasplantarlas a otro lugar, con sólo decirlo; una vida planteada sobre el amor, un amor que se dirige incluso a las personas que nos son hostiles. De este modo, el fruto se hace visible, concreto, y el creyente se convierte en imitador del Padre que está en los cielos. Debemos seguir los buenos ejemplos de los otros, debemos dejar a nuestra espalda una estela luminosa de bien. Seguir a Jesucristo, con fidelidad y amor, es garantía segura de llevar una vida rica en frutos que permanecen.

 

ORATIO

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz (Agustín, Las confesiones, X, 27,37, BAC, Madrid 51968, p. 434).

 

CONTEMPLATIO

Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible. Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal.

Además, si el Señor permite que te aflija alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido. Y, si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas. Asiste, de buena gana y con devoción, al culto divino y, mientras estés en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente al Señor, con oración vocal o mental.

Ten piedad con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdales y consuélales según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios y así te harás digno de recibir otros mayores. Con tus súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón. Pon la mayor diligencia en que todos tus súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo las personas eclesiásticas y religiosas.

Sé devoto y obediente a nuestra madre, la Iglesia romana, y al sumo pontífice, nuestro padre espiritual. Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado, principalmente la blasfemia y la herejía.

Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero» (Jn 15,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia nos apremia el amor. Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por nosotros. El es el centro de la historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.

Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad; más aún, el camino, y la verdad, y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva que satisface nuestra hambre y nuestra sed; él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.

Éste es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne y nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico.

¡Jesucristo! Recordadlo: él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos (Pablo VI, Homilía pronunciada en Manila, 29 de noviembre de 1970).

 

 

Día 29

 Sábado 8ª semana del Tiempo ordinario

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 51,12-20

12 Por eso te daré gracias, te alabaré y bendeciré el nombre del Señor.

13 Desde joven, antes de dedicarme a viajar, busqué francamente la sabiduría en la oración;

14 delante del templo la pedí, y hasta el último día la busqué.

15 Cuando floreció, como un racimo que madura, mi corazón se recreaba en ella. Mi pie se adentró por el camino recto, desde mi juventud seguí sus huellas.

16 Apenas presté oído y ya la alcancé; me encontré lleno de doctrina

17 y, gracias a ella, he progresado mucho: al que me ha dado la sabiduría glorificaré.

18 Pues me he propuesto practicarla, he buscado con ardor el bien y no quedaré defraudado.

19 He luchado para alcanzarla, he sido puntual en practicar la ley; he tendido mis manos hacia el cielo, deplorando lo que ignoraba de ella.

20 Hacia ella he encaminado mi vida, y la encontré en toda su pureza; desde el principio me he aplicado a ella, por eso nunca quedaré abandonado.

 

**• Tras la firma (cf. 50,27-29), el hijo de Sira concluye su libro con una oración que ocupa todo el capítulo 50. Es un digno final para una obra poderosa que ha cantado a la sabiduría. El fragmento está como sellado entre un compromiso que resuena en el tiempo («te daré gracias, te alabaré y bendeciré el nombre del Señor»: v. 12) y una revisión histórica que hace madurar también un propósito («desde el principio me he aplicado a ella, por eso nunca quedaré abandonado»: v. 20). Ahora, en la conclusión, no podía faltar una invocación a la sabiduría que, cual hilo de oro, ha atravesado y unificado los diferentes segmentos del discurso con la multiplicidad de chispeantes imágenes. Tanta riqueza ha permitido intuir una procedencia divina, que ha permitido a la sabiduría dilatarse de manera benévola y transformar de manera radical la vida de los hombres.

Si el autor ha conocido un tiempo de extravío (tal vez aluda a ello la expresión «dedicarme a viajar»), más probable en la edad juvenil, no le ha faltado después el tiempo para buscar la sabiduría. Su origen aflora lentamente, aunque con precisión, gracias a ciertas indicaciones, como «delante del templo la pedí» (v. 14). El lector sabe ahora bien que el ámbito del sentido común y de la experiencia humana no puede producir este bien.

Puesto que es de origen divino, la sabiduría pertenece a Dios, y a él se le pide en la oración. Recibir la sabiduría es «respirar» con Dios, participar de alguna manera en su naturaleza, salir de las estrictas redes de una humanidad reprimida para abrirse al sabor del infinito. Es una búsqueda-posesión que exige un compromiso total y garantiza una experiencia vital. El autor expresa todo esto con una frase lapidaria, una frase que en su concisión vale por todo un tratado de teología: «Gracias a ella he progresado mucho» (v. 17). El hombre se desarrolla verdadera y plenamente cuando su motor interior es movido por el combustible divino. De ahí que sienta la necesidad de «restituir» en forma de gratitud y de compromiso de vida: «Al que me ha dado la sabiduría glorificaré. Pues me he propuesto practicarla» (w. 17b-18a).

Un bien tan precioso no se abandona. El Sirácida está profundamente convencido de ello e intenta lanzar su mensaje a otras generaciones. Hoy nos llega a nosotros y nos invita a un encuentro, a un «desposorio» con la sabiduría. Ésta prepara la venida de Cristo, «Sabiduría de Dios».

 

Evangelio: Marcos 11,27-33

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos

27 llegaron de nuevo a Jerusalén y, mientras Jesús paseaba por el templo, se le acercaron los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los ancianos

28 y le dijeron: -¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado autoridad para actuar así?

29 Jesús les respondió: -También yo os voy a hacer una pregunta. Si me contestáis, os diré con qué autoridad hago yo esto.

30 ¿De dónde procedía el bautismo de Juan: de Dios o de los hombres? Contestadme.

31 Ellos discurrían entre sí y comentaban: -Si decimos que de Dios, dirá: "Entonces, ¿por qué no le creísteis?".

32 Pero ¿cómo vamos a responder que era de los hombres? Tenían miedo a la gente, porque todos consideraban a Juan como profeta.

33 Así que respondieron a Jesús: -No sabemos. Jesús les contestó: -Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.

 

*•• La tensión con sus adversarios se vuelve palpable durante los últimos días de la vida terrena de Jesús. La polémica se enciende. La purificación del templo llevada a cabo por Jesús provoca una reacción de hostilidad que aflora en el presente pasaje.

La autoridad judía, que no pudo detenerlo en aquella ocasión por miedo a la muchedumbre, intenta deslegitimar su acción esparciendo el descrédito de la duda. La acción de Jesús no sería lícita o, al menos, carecería de autoridad: «¿Con qué autoridad haces estas cosas?» (v. 28), le preguntan «los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los ancianos». Todos los que cuentan aparecen enumerados como adversarios suyos. La duda, de naturaleza jurídica, recae sobre la potestas para realizar determinadas acciones. De esta autoridad brota algo de la identidad profunda de Jesús. La pregunta versa, por consiguiente, sobre un punto fundamental.

Jesús no responde directamente, sino que plantea una contrapregunta. Condiciona su respuesta a la de sus adversarios: «¿De dónde procedía el bautismo de Juan: de Dios o de los hombres?» (v. 29). La reacción de Jesús, inesperada y original, no nace de un espíritu polémico, ni de un intento de ganar tiempo. Pretende ayudar a aquellas personas a captar la unidad profunda del proyecto de Dios, el que parte de la ley del Antiguo Testamento, pasa a través de la preparación de Juan, que hace de cojinete entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y llega a él, a Jesús, revelador último y definitivo del amor salvífico del Padre.

A los que vivían la experiencia religiosa de una manera fragmentaria y con frecuencia sectaria, Jesús les propone una visión armónica, en la que todo tiene su sentido y concurre a la comprensión del plan divino. La autoridad de Jesús se inserta en la trama de este plan unitario de Dios. La presencia de Juan había sido la última gracia concedida por Dios (Juan significa en hebreo «don de Dios») antes de Jesús, que es la plenitud de la gracia. Acoger a Juan y su mensaje equivale a una adecuada preparación para el encuentro con Cristo.

Hay quien ha aprovechado y quien ha desdeñado esa oferta. De ahí la pregunta de Jesús, una pregunta de la que hace depender la justificación de lo que ha hecho. El objeto está relacionado con la importancia del bautismo y, en consecuencia, de toda la obra de Juan. ¿Era ese bautismo de origen divino («de Dios») o tenía simplemente una naturaleza humana? Dicho con otras palabras, ¿había sido Juan enviado por Dios o no? En el primer caso, la acogida de su mensaje, que daba testimonio de que Jesús era el Mesías, exigía una adhesión incondicionada y una colaboración plena. En caso contrario, era una opción que no comprometía a fondo y a la que cada uno era libre de adherirse o no.

La pregunta era de las que queman, sin escapatoria. Sus adversarios, clavados en su culpabilidad, lo comprenden bien. El lector se ve llevado al sagrario de su conciencia, al lugar donde se consuman las grandes decisiones de la vida. Si hubieran declarado el origen divino del bautismo de Juan, habrían sido culpables de negligencia; si hubieran dicho que era de naturaleza humana, habrían sido objeto de la ira de la muchedumbre, que lo consideraba como un profeta y, por tanto, como un hombre de Dios.

Dan una respuesta evasiva, una falsedad en la que nadie cree. Como no han satisfecho la condición puesta por Jesús, tampoco él les dice el motivo de su autoridad. Los adversarios no salen con un empate. Han sido derrotados por su misma mentira: «No sabemos» (v. 33), con lo que admiten de manera tácita que no están integrados en los circuitos de la salvación, porque son extraños al proyecto de Dios. Son hombres de la ley, no discípulos que siguen el itinerario de la fe. Se quedan, por tanto, en la periferia y, como no están en el centro, no tienen nada.

 

MEDITATIO

El Antiguo Testamento -aludiendo, esbozando, anunciando- desarrolla un precioso trabajo de preparación. A continuación, el Nuevo Testamento completa, realiza y consuma lo que había iniciado el Antiguo. Este proceso, válido para muchos temas, se verifica también en nuestro caso. La sabiduría tiene, en su inicio, un valor humano, un valor compuesto de experiencia y de sentido común. Después se va coloreando progresivamente del elemento divino, poco a poco se encuentra y se va mezclando con la revelación. Al final, la sabiduría es un atributo divino, una propiedad que emana de Dios e invade provechosamente el mundo. En la primera lectura, el Sirácida ha captado este movimiento de progresivo enriquecimiento y, aunque todavía no haya cruzado el umbral del Nuevo Testamento, intuye y hace saber que sin sabiduría no se puede vivir. Comprende que ésta viene de Dios, a quien expresa gratitud por el don recibido. Sin la sabiduría, falta el «contacto » con lo divino, la vida carece de sabor, se muestra insulsa. Con ella, por el contrario, encuentra su razón.

Los enemigos de Jesús, sin embargo, son unos insensatos, porque no se dan cuenta de que están en contacto con la sabiduría hecha hombre en su persona. Antes que dejarse alumbrar por él, prefieren tenderle continuas trampas con el fin, siempre vano y ruinoso, de cogerle en fallo. Los enanos contra el gigante... El resultado, ridículo e incluso sarcástico, es quedarse enredados en sus mismas redes. Son doblemente necios: plantean preguntas insensatas y no saben responder a preguntas sencillas o, mejor aún, no quieren responder, porque su admisión se volvería en contra de ellos como un barrieran, y por eso se limitan a decir: «No sabemos». ¡Embusteros! Saben, pero prefieren «no saber». Son incapaces de dejarse guiar por una mano amiga, por un pastor atento, por un hombre dotado del carácter excepcional de ser también Dios. Son unos necios que se obstinan en su necedad. Pierden, una vez más, la gran ocasión de encontrar la sabiduría y de dejarse fascinar por ella, en vistas a proceder a una transformación radical.

 

ORATIO

¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? (la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu voz y tu voz me dé la vida eterna: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas.Te nombro de este modo porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte a ti, que me has amado tanto a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior al tuyo, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.

Enséñame, pues -dice el texto sagrado-, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciarme del alimento celestial que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la bebida divina que tú, como de una fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza que se convierte para todos los que beben de ella en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado, cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.

Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer y cuál es el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no es el tuyo (Gregorio de Nisa, Comentario al Cantar de los cantares, 2, en PG 44, col. 802).

 

CONTEMPLATIO

Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes, aparta de ti tus inquietudes trabajosas.

Dedícate un rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto a Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle, y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro» (Sal 26,8).

Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella?, ¿quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.

¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro.

Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, pero, con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, pero aún no te conozco. Me creaste, en fin, para verte, pero todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado. Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros? Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso, todo será malo. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.

Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca, porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amare (Anselmo de Canterbury, "Proslógion", 1, en Opera Omnia, Seckau – Edimburgo 1938, I, 97-100).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Te daré gracias, te alabaré y bendeciré el nombre del Señor» (Eclo 51,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tras haber procurado comprender quién es Jesús en sí mismo, intentaremos darnos cuenta ahora de quién es Jesús para nosotros y para nuestra intrínseca necesidad de ser salvados. En realidad, esta segunda investigación lleva a su consumación y perfecciona a la primera: no se responde de manera adecuada a la pregunta «¿quién es Jesús?» si no se aclara contextualmente también su intrínseco título de «salvador» [...]. El suyo es un nombre «profético», que pretende designar su misión y en cierto modo su «naturaleza» y tiene como contenido específico la afirmación de la salvación que nos ha dado Dios. Jesús (en hebreo, lehoshua) significa precisamente «YHWH salva». ¿Qué significa salvación? ¿Qué significa «salvado»? «Salvado», dicen los diccionarios, es aquel que ha superado un peligro sin daño.

«Salvado» es aquel que ha sido liberado de un mal inminente. Como es obvio, la salvación que es objeto directo y central de una intervención de Dios no puede ser más que una salvación total y definitiva, y el mal del que nos libra no puede ser más que el mal que afecta a la realidad profunda del hombre y a su destino. El tema de la salvación evoca, por tanto, y supone –para usar el lenguaje de Pascal- la «miseria» y la «grandeza» del hombre. La miseria del hombre procede de su ignorancia, razón por la que se deja encantar y desviar por la futilidad, por la falsedad, por el error; procede de la carrera fatal hacia la catástrofe de la muerte; procede de su estado de injusticia y de su invencible propensión a la transgresión moral, esto es, al pecado [...]. El ser humano invoca con todas las fibras de su ser la liberación de la vaciedad y de la falta de significación, de la descomposición y de la extinción, de la culpa y de la debilidad, frente al mal [...]. La salvación del hombre anunciada por el Evangelio es, en primer lugar, una salvación interior y trascendental: de la falsedad y de la falta de significación, del pecado y de la esclavitud del pecado, de la muerte y de la condición terrestre de decadencia y de mortalidad; es fruto del amor misericordioso del Padre, que vela por todos porque «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4); y nos ha sido obtenida por medio de Jesucristo, el Hijo de Dios crucificado y resucitado, y ningún otro nos la puede dar [...].

Para que la salvación llegue después a cada hombre, es preciso que éste crea, es decir, que acoja con todo su ser al Señor Jesús, en quien se centra, se compendia y se realiza todo el designio salvífico del Padre [...]. Todo es salvífico en Cristo: él nos redimió no sólo por lo que hizo, sino también por lo que dijo, incluso por lo que es (G. Biffi, Cesü di Nazaret, centro del cosmos e delta storia, Leumann 1999 [edición española: Jesús de Nazaret, San Pablo, Madrid 2001 ]).

 

Día 30

La Santísima Trinidad (Domingo después de Pentecostés)

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 4,32-34.39ss

Moisés habló al pueblo y le dijo:

32 Pregunta, si no, a los tiempos pasados que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre en la tierra: ¿Se ha visto jamás algo tan grande o se ha oído cosa semejante desde un extremo a otro del cielo?

33 ¿Qué pueblo ha oído la voz de Dios en medio del fuego, como la has oído tú, y ha quedado con vida?

34 ¿Ha habido un dios que haya ido a buscarse un pueblo en medio de otro con tantas pruebas, milagros y prodigios en combate, con mano fuerte y brazo poderoso, con portentosas hazañas, como hizo por vosotros el Señor, vuestro Dios, en Egipto ante vuestros propios ojos?

39 Reconoce, pues, hoy y convéncete de que el Señor es Dios allá arriba en los cielos y aquí abajo en la tierra y de que no hay otro.

40 Guarda sus leyes y mandamientos que yo te prescribo hoy para que seas feliz tú y tus hijos después de ti y prolongues tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para siempre.

 

**• El pueblo elegido, para mantenerse en los momentos difíciles, apela continuamente a la historia de su pasado (= fe histórica), que se convierte en un «lugar teológico». En efecto, si Dios ha sido siempre fiel en el pasado, lo será también en el futuro. Por eso, el deuteronomista invita al pueblo, sobre la base de la experiencia pasada, a compararse con otros pueblos: ningún otro pueblo de la tierra ha tenido una experiencia de Dios como Israel. Para confirmar lo que dice, recuerda dos episodios prodigiosos: la teofanía de Dios en el Horeb y la liberación de la esclavitud de Egipto. El autor sagrado no describe estas teofanías de manera detallada, se contenta con traerlas a la memoria (cf. Ex 19,1-19; 20,18-21; Dt5).

El Señor, siempre cercano a su pueblo y fuente de vida, se ha mostrado fiel y capaz de mantener sus promesas en todas las circunstancias. De ahí que el pueblo elegido deba tener confianza en el Señor y ser fiel a la alianza prometida. Sólo así tendrá asegurada su propia existencia también para el futuro, viviendo en libertad y en paz y sintiéndose elegido por Dios. En caso contrario, Dios se alejará y entonces el pueblo experimentará la muerte (vv. 39ss).

A la luz de esta experiencia histórica, los justos y los guías de Israel tuvieron confianza, incluso en los momentos más críticos de su historia, en que no perderían el ánimo ni abandonarían la observancia de la Ley. Esto es evidente durante el exilio de Babilonia y en tiempos de los Macabeos, cuando tuvieron la fuerza necesaria para proclamar: «Dios grande y único, tu juicio es justo», aunque al mismo tiempo tuvieron que confesar: «Señor, perdona las culpas de nuestros padres, porque tú eres benigno y rico en misericordia».

 

Segunda lectura: Romanos 8,14-17

Hermanos:

14 Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. 15 Pues bien, vosotros no habéis recibido un Espíritu que os haga esclavos, de nuevo bajo el temor, sino que habéis recibido un Espíritu que os hace hijos adoptivos y nos permite clamar: «Abba», es decir, «Padre».

16 Ese mismo Espíritu se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de Dios.

17 Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, toda vez que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él.

 

*•• El capítulo 8 de la carta a los Romanos ha sido comparado al Te Deum de la historia de la salvación, y los vv. 14-17 han sido considerados como la cúspide de todo el capítulo. Dios, dador de vida, une a él vitalmente, por medio del Espíritu, a todo creyente haciéndole hijo suyo. Para Pablo, esta novedad cristiana de la filiación- comunión con Dios será plena sólo cuando, en la era escatológica, todo bautizado, por obra del Espíritu Santo, se identifique perfectamente con la figura de Cristo resucitado. En efecto, el espíritu de la Ley antigua era un espíritu de esclavitud, mientras que el espíritu de Cristo es el espíritu de la libertad y de la adopción, porque el Espíritu habita en el corazón de los creyentes. Y el fruto más hermoso del Espíritu es la filiación divina, que empieza en los fieles con el bautismo y alcanza su madurez completa en el camino de fe que conduce a la tierra prometida.

Entonces no sólo Cristo, sino todos los creyentes en él gozarán de esta plenitud. Ahora bien, el signo más manifiesto de esta prerrogativa cristiana es el hecho de que, ya desde ahora, pueden dirigirse los fieles a Dios con el bello nombre de «AM>a-Padre», una expresión aramea familiar que significa «papá» y que ningún judío se atrevía nunca a pronunciar. Sólo el Espíritu ha podido inspirar a los cristianos una expresión tan audaz, que manifiesta la seguridad y la alegría de todos los que son movidos por el Espíritu de Jesús.

En todo caso, es el Espíritu quien hace a los creyentes conscientes de esta magnífica realidad, pero sobre todo es su causa. Ser hijos de Dios significa poseer ya una prenda de la vida eterna, significa ser «herederos» de los bienes de la vida de Dios y «coherederos» con Cristo, primogénito de los resucitados. No obstante, para obtener todo esto se exige una condición: participar en los sufrimientos de Cristo y completar lo que falta a su pasión.

 

Evangelio: Mateo 28,16-20

16 Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado.

17 Al verlo, lo adoraron; ellos, que habían dudado.

18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: -Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra.

19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

20 enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.

 

*• El final del evangelio de Mateo, expresado en términos teológicos personales, es el epílogo no sólo de las apariciones postpascuales, sino de todo su evangelio. El Jesús que se aparece a los discípulos en el monte es el «Señor» de la Iglesia, objeto de adoración y de plegaria por parte de los suyos, aunque no siempre con una fe plena (v. 17). Ahora bien, Jesús es asimismo el juez escatológico: está sentado ya desde ahora a la diestra del Padre para evangelizar a todas las gentes (cf. 24,14). En esta misión implica a sus discípulos, que deberán proseguir su obra. Esta obra consiste en «hacer discípulos» a todos los pueblos, bautizándolos y enseñándoles todas las cosas mandadas por Jesús, o sea, evangelizándolos (vv. 18-20).

La fórmula trinitaria del bautismo representa una sorpresa en Mateo, pero le confiere al final de este evangelio un aspecto solemne y una síntesis teológica. El Dios de Jesús es único por su naturaleza, pero trino por las Personas. Al proclamar este misterio, el creyente adora la unidad de Dios y la Trinidad de las Personas.

En esto consiste la salvación: en creer en este admirable misterio y en ser bautizado en el nombre del Dios uno y trino. Profesar esta fe en la Trinidad significa aceptar el amor del Padre, vivir por medio de la gracia del Hijo y abrirse al don del Espíritu.

Para acabar, las últimas palabras de Jesús constituyen una magna promesa: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (v. 20).

A buen seguro, este mundo tendrá un final que coincidirá con la parusía, pero todos los días que los cristianos viven esperando están colmados ya de una presencia: la Shekhinah divina mora allí donde dos o más se reúnen en el nombre de Jesús (cf. 18,20), como presencia discreta y silenciosa que acompaña a cada momento de la vida de los creyentes.

 

MEDITATIO

Si la escuela de la catequesis estuviera orientada bíblica y teológicamente, el misterio de la Trinidad, con todas sus explicaciones y aplicaciones adaptadas a la vida, debería ocupar un puesto fundamental. Por consiguiente, sería menester enseñar que la Trinidad, mediante la fe-esperanza-caridad, arraiga propiamente en la memoria-intelecto-voluntad, porque la fe infusa es «verdaderamente» una participación en el conocimiento que Dios-Padre tiene de sí mismo (= el Hijo), y la caridad infusa es «verdaderamente» una participación en el amor del Padre y del Hijo (= el Espíritu Santo). Por eso debe explicarse que el bautizado, con la fe, conoce a Dios «como» Dios se conoce a sí mismo y, con la caridad, ama a Dios «como» Dios se ama a sí mismo: y ese conocimiento-amor reproducen y son propiamente semejantes a los de la Trinidad. Son humano-divinos: humanos, porque son expresados por nuestra persona, pero también divinos, porque son más y mejor obra del Espíritu Santo, que pone en acción las tres virtudes teologales.

De suerte que se debe decir que el bautizado está estructurado «trinitariamente», hasta el punto de que es imposible expresar con palabras la intimidad que la fe-esperanza-caridad crean en nosotros con el Padre- Hijo-Espíritu Santo. Alguien que entiende de esto ha dicho que la Trinidad es más presente a nosotros que nuestro yo a nosotros mismos.

 

ORATIO

A mí, que he sido bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que tantas veces al día me hago la señal de la cruz, cómo me gustaría nombrar con la devoción y con el afecto del corazón a estas santas Personas y no hacer como los jugadores cuando entran en el campo.

La señal de la cruz es un sacramental que, por así decirlo, debe consagrar todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, todo lo que decimos al Padre-Hijo-Espíritu Santo. Jesús me asegura: «Si alguien me ama, también mi Padre le amará, y vendremos a él y estableceremos nuestra morada en él». Cómo quisiera tratar con más respeto-garbo-delicadeza a estos huéspedes míos, con todas las atenciones que reservamos a los huéspedes de consideración. Pablo me recuerda: «Si alguien falta el respeto al templo de Dios, que sois vosotros, Dios le apartará», y me exhorta de este modo: «Honrad y tratad con elegancia al Dios que lleváis en vuestro cuerpo». Cómo quisiera comprender que una cosa es vestir, adornar, alimentar el cuerpo con mentalidad «mundana», y otra cosa completamente distinta es hacerlo con mentalidad «de fe»: ésta me hace superar el envoltorio donde el templo del Espíritu está siempre radiante, ya sea bello o feo, esté sano o enfermo, sea viejo o joven, rico o pobre.

 

CONTEMPLATIO

Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme de mí por completo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si ya mi alma estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de ti, oh mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu misterio. Pacifica mi alma, haz en ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo; que yo no te deje en ella nunca a solas; que yo esté allí enteramente, completamente despierta en mi fe, toda adoración, completamente entregada a tu acción creadora.

Oh mi Cristo amado, crucificado por amor, yo quisiera ser una esposa para tu corazón; quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte... hasta morir. Pero siento mí impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que identifiques mi alma con todos los movimientos de tu alma, que me sumerjas, que me invadas, que me sustituyas, a fin de que mi vida no sea más que una irradiación de tu vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero convertirme totalmente en deseo de saber para aprender todo de ti; y después, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijarte siempre y permanecer bajo tu gran luz; oh mi Astro amado, fascíname para que ya no pueda salir de tu resplandor.

Oh Fuego que consume, Espíritu de amor, ven a mí a fin de que se produzca en mi alma como una encarnación del Verbo; que yo le sea una humanidad añadida en la que él renueve todo su misterio. Y tú, Padre, inclínate sobre tu pobre y pequeña criatura, cúbrela con tu sombra, no veas en ella más que al Bienamado en el que has puesto todas tus complacencias.

Oh mis «Tres», mi Todo, mi Beatitud, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, yo me entrego a ti como una presa, entiérrate en mí para que yo me entierre en ti, esperando ir a contemplar en tu luz el abismo de tu grandeza (Isabel de la Trinidad, «Oración a la Santísima Trinidad», en A. Hamman, Compendio de la oración cristiana, Edicep, Valencia 1990, p. 204).

 

ACTIO

Repite y medita hoy el gesto de la señal de la cruz: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sin embargo, lo que debe interesarnos sobre todo, en el misterio de la inhabitación de la Trinidad en el alma de los justos, son los deberes y las exigencias prácticas y aplicadas a la vida del misterio trinitario. Las exigencias se reducen a estas tres palabras clave: orden, purificación, recogimiento. La inhabitación es el misterio del recogimiento y de la purificación. Para comprender el motivo, basta con pensar en el llamado «principio de los contrarios», que se expresa en estos términos: dos realidades contrarias no pueden coexistir, al mismo tiempo, en el mismo sujeto. La acción del Espíritu que inhabita es íntima, silenciosa, delicada: no es fuego que devora, no es un terremoto destructor, ni viento impetuoso, sino -para decirlo con la Biblia— un ligerísimo e imperceptible soplo. De ahí que, para advertirlo, se exige que el alma se ponga en afinidad psicológica con él: a fin de que, para decirlo con palabras de Pablo, las realidades espirituales se «adapten» a las realidades espirituales. Por esta razón, todos los grandes maestros de la vida cristiana no cesan de recomendar el recogimiento-silencio-custodia del corazón. La experiencia de Agustín es clásica a este respecto. Dice: «Envié fuera de mí a mis sentidos para buscarte, Dios mío, pero no te encontraron: yo te buscaba fuera de mí, mientras que tú estabas dentro... Mal te buscaba, Dios mío...». Teresa de Ávila y Juan de la Cruz han hecho las mismas observaciones.

Por lo que se refiere a nuestros deberes con nuestros Huéspedes, diremos que han de ser tratados como trataríamos a un huésped de gran consideración: cuando llega un huésped limpiamos la casa; eliminamos todo aquello que pueda ofender la consideración que le debemos; la adornamos con flores, alfombras; le acompañamos, le rodeamos de mil atenciones y sorpresas; le ofrecemos regalos... No se trata más que de aplicar esta estrategia. Antes que nada hay que llevar cuidado con la limpieza «exterior» del cuerpo: yo diría casi que el modo de vestir-tratar-hablar debe estar marcado por un cierto señorío y elegancia.

Así, la madre debe tratar con el máximo respeto -mejor aún, con veneración- el cuerpo de su hijo, debe vestirlo bien, antes que nada porque es templo del Espíritu. Una nueva mentalidad debe inspirar-orientar todas las relaciones sociales del bautizado. Como es obvio, también la práctica de las catorce obras de misericordia adquiere una nueva luz que –digámoslo también- las «sacramentaliza». En segundo lugar - y esto es aún más importante-, debemos purificar nuestra alma de todo lo que pueda disgustar a la Trinidad que inhabita, como el ejercicio del egoísmo en su triple forma del tener-gozar-poder, que, a su vez, se ramifican en los siete vicios capitales. Tenemos asimismo el deber de acompañar a nuestros tres Huéspedes con el silenciorecogimiento: abandonar al huésped es falta de educación... (A. Dagnino, La vita cristiana o ¡l mistero pasquale del Cristo místico, Cinisello B. 71988, pp. 153-156).

 

Día 31

 

  Visitación de la Bienaventurada Virgen María

 

La fiesta de la Visitación viene siendo celebrada por los franciscanos desde finales del siglo XIII. El papa Bonifacio IX (1389-1404) la introdujo en el calendario universal de la Iglesia. Clemente VIII (1592-1605) compuso los textos litúrgicos del oficio que precedió a la última reforma. Sólo dos años después de que éste empezara a usarse (1608), san Francisco de Sales ponía el nombre de Visitación a la orden monástica fundada por él en Annecy. Esta fiesta, que tradicionalmente se celebraba el 2 de julio, ha sido anticipada por el nuevo calendario a fin de armonizarla con la memoria de los acontecimientos del Evangelio a lo largo del año litúrgico, situándola entre la Anunciación, 25 de marzo, y el nacimiento de Juan el Bautista, 24 de junio.

 

LECTIO

Primera lectura: Sofonías 3,14- 18a

14 ¡Da gritos de alegría, Sión; exulta de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén!

15 El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, ha barrido a tus enemigos; el Señor es rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya ningún mal.

16 Aquel día dirán a Jerusalén: «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen;

17 el Señor, tu Dios, en medio de ti, es un salvador poderoso. Dará saltos de alegría por ti, su amor te renovará, por tu causa danzará y se regocijará,

18 como en los días de fiesta».

 

»*• Con el profeta Sofonías nos encontramos en el siglo VI antes de Cristo, en tiempos del rey Josías. Es un período marcado por continuas infidelidades a Dios por parte de Israel, que se ata a alianzas humanas y cede a las modas y a los cultos de los extranjeros. El profeta tiene ante sus ojos esta situación tan amarga y, aunque proclama «el día terrible de YHWH» sobre todas las naciones -incluida Judá- y sabe que el juicio de Dios pone al desnudo el pecado, es siempre una invitación a la conversión.

Sofonías abre así un claro de luz y de esperanza: la «hija de Sión» es invitada a alegrarse y a exultar en vistas de «aquel día» (v. 16b), día mesiánico. Ya no es el día de la ira, sino el día de la misericordia, el día del nuevo amor entre Dios y su pueblo. Israel está llamado ahora a ver que «el Señor es rey de Israel en medio de ti» (v. 15).

La hija de Sión debe exultar, alegrarse «de todo corazón», es decir, con todo su ser, porque -¡gran misterio!- el Dios que parecía alejado ha revocado la condena. Y él goza ya con esto. Dios exulta, Dios realizará el milagro de hacer cosas nuevas, Dios se alegrará por la hija de Sión. Sólo la presencia de YHWH en medio de su pueblo es fuente y motivo de una renovada esperanza. «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen» (v. 16), porque Dios «es un salvador poderoso» (v. 17), «el Señor, tu Dios, en medio de ti», es el Emmanuel.

 

Evangelio: Lucas 1,39-56

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

42 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?

44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49 porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo,

50 y es misericordioso siempre con aquellos que le honran.

51 Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.

52 Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes.

53 Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.

54 Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia,

55 como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre.

56 María estuvo con Isabel unos tres meses; después volvió a su casa.

 

*•• Los dos fragmentos del anuncio del nacimiento de Juan el Bautista y de Jesús, en Lucas, convergen en la narración de la visita de María a Isabel. María, como Abrahán, nuestro padre en la fe, se levanta y se apresura a ir hacia la montaña (v. 39). María e Isabel son las dos mujeres que acogen la acción de Dios: la primera de modo activo, con su consentimiento; la segunda de modo pasivo. Ambas, agraciadas, experimentan la acción poderosa del Espíritu Santo. Isabel lleva en su seno al Precursor y, en virtud de esta presencia en ella, da voz al hijo que lleva en sus entrañas indicando ya en la Madre al Hijo. Proclama lo que la ha hecho grande y bienaventurada a María, la fe: «¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45). Al cántico de Isabel (vv. 42-45) le sigue el cántico de María, que revela la acción poderosa de Dios en ella, la misma que da cumplimiento a las antiguas promesas hechas a Abrahán en favor de Israel. Dios hace maravillas y despliega su poder a partir de la humildad -que es reconocimiento de la propia pobreza radical- de su criatura y de su pueblo (v. 48). El Magníficat es la primera manifestación pública de Jesús, de esta realidad aún escondida pero que se impone ya y obra en los que la acogen, como María: la realidad viva del Verbo encarnado en ella la impulsa a no detenerse en sí misma y la abre a la dimensión del servicio: «María estuvo con Isabel unos tres meses» (v. 56).

 

MEDITATIO

La hija de Sión de la que habla Sofonías y que experimenta la revocación de la condena es figura de María. Ésta ha sido agraciada por Dios, ha sido alcanzada en su pobreza de criatura. Así como Dios interviene con su omnipotencia en favor del pueblo de Israel a partir de la pobreza, así ocurre también con nosotros: Dios despliega su omnipotencia a partir de nuestra pobreza.

María no ve aún la realidad de Jesús presente en ella, pero lo cree ya, igual que el profeta Sofonías no veía aún la realidad de la revocación de la condena, pero la creía ya presente, dentro de la historia de Israel. Son miradas de fe, y también nosotros necesitamos esta mirada, una capacidad visual que penetre en lo hondo de los acontecimientos que vivimos. Un ojo que sepa reconocer que la fe, la alegría que viene del Espíritu y el servicio -los elementos que emergen de las lecturas- son como la punta de un iceberg. Indican que debajo hay algo grande, enorme: «Aquel a quien los cielos no pueden contener».

Es la presencia de Dios lo que motiva y alimenta la fe, la alegría y el servicio. Sin embargo, si dejamos que las tibias aguas de la indiferencia, de la prisa, de los afanes, de nuestra propia realización, se suelten y quiten espacio en nosotros a la presencia de Dios, entonces todo se pone al revés: la fe se convierte en ideología o huida de la realidad; la exultación en el espíritu, en euforia o alegría pasajera y superficial; el servicio, en búsqueda de nosotros mismos o autoafirmación.

Como María, verdadero modelo de discipulado, abramos la mente, el corazón, la vida, a la acogida de la Palabra en nosotros. Entonces también nosotros podremos vislumbrar y cantar con admiración la acción de Dios, que actúa en la historia de la humanidad y en nuestra historia personal. Y podremos decir, en esa caridad mutua que es servicio, que el Reino de Dios, en Cristo, está ya en medio de nosotros.

 

ORATIO

Daré gracias al Señor con todo el corazón (Sal 111,1a).

¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus decisiones e inescrutables sus caminos! (Rom 11,33).

Justo es el Señor en todos sus caminos, santo en todas sus obras (Sal 145,17).

¿Qué devolveré al Señor por todo lo que me ha dado? (Sal 115,12, Vulgata). Entonces yo digo: Aquí estoy, para hacer lo que está escrito en el libro sobre mí. Amo tu voluntad, Dios mío, llevo tu ley en mis entrañas (Sal 40,8ss).

Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén (Ap 7,12).

 

CONTEMPLATIO

He aquí cómo la humildad está unida a la caridad en la Señora y cómo su humildad hace que se la exalte.

En efecto, «Dios mira las cosas bajas» para levantarlas (Sal 93,6; 138,6); por esta razón, al ver a la santa Virgen humillarse por debajo de todas las criaturas, proyectó sus ojos sobre ella y la levantó por encima de todas. Cosa que nos manifiesta ella misma con las palabras del sagrado cántico (Le 1,48): «Puesto que el Señor ha mirado mi pobreza, mi bajeza y mi miseria, todas las naciones me llamarán dichosa». Es como si hubiera querido decir a santa Isabel: «Tú me proclamas dichosa, y lo soy verdaderamente, pero toda mi felicidad procede del hecho de que Dios ha mirado mi nada y mi abyección ». Sin embargo, nuestra Señora no se contentó con haberse humillado hasta ese punto en presencia de la divina Majestad, porque sabía bien que la humildad y la caridad no alcanzan el nivel de la perfección si no se derraman sobre el prójimo.

Del amor a Dios deriva el amor al prójimo, y el santo apóstol decía (Rom 13,8; Gal 5,14; Ef 5,lss) que en la medida en que tu amor a Dios sea grande lo será también tu amor al prójimo. Esto es lo que nos enseña san Juan cuando dice (1 Jn 4,20): «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve».

Así pues, si queremos demostrar que amamos mucho a Dios y queremos que nos crean cuando lo afirmamos, debemos amar mucho a nuestros hermanos, servirles y ayudarles en sus necesidades. Así, la santa Virgen, conociendo esta verdad, «se levantó» con prontitud, dice el evangelista (Le 1,39), y «se fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá» [...], para servir a su prima Isabel en su vejez y en su espera (Francisco de Sales, Le esortazioni, Roma 1992, pp. 502ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy las palabras de Isabel: «¡Dichosa tú, que has creído!» (ce 1,45).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la narración evangélica relativa a María hemos de señalar una circunstancia muy importante: ella fue, a buen seguro, iluminada interiormente por un carisma de luz extraordinario, como su inocencia y su misión debían asegurarle; en el evangelio se manifiesta la limpidez cognoscitiva y la intuición profética de las cosas divinas que inundaban su privilegiada alma. Y, sin embargo, la Señora tuvo fe, la cual supone no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad a causa de la palabra reveladora de Dios. «También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», dice el Concilio (LG 58). Es el evangelio el que indica su meritorio camino, que nosotros recordaremos y celebraremos con el único elogio de Isabel, elogio estupendo y revelador de la psicología y de la virtud de María: «¡Dichosa tú, que has creído!» (Lc 1,45).

Y podremos encontrar la confirmación de esta virtud fundamental de la Señora en todas las páginas del evangelio donde aparece lo que ella era, lo que dijo, lo que hizo, de suerte que nos sintamos obligados a sentarnos en la escuela de su ejemplo y a encontrar en las actitudes que definen la incomparable figura de María ante el misterio de Cristo, que en ella se realiza, las formas típicas para los espíritus que quieren ser religiosos según el plan divino de nuestra salvación; son formas de escucha, de exploración, de aceptación, de sacrificio; y, a continuación, también de meditación, de espera y de interrogación, de posesión interior, de seguridad calma y soberana en el juicio y en la acción, y, por último, de plenitud de oración y de comunión, propias, ciertamente, de aquella alma única llena de gracia y envuelta por el Espíritu Santo, pero formas también de re, y por eso próximas a nosotros, no sólo admirables por nosotros, sino imitables (Pablo VI, «Audiencia general del 10 de mayo de 1967», en id., Ave María, Madre della Chiesa, Cásale Monf. 1988, pp. 140ss).