Dedícate a la Contemplación.....y recibirás los dones del Espíritu Santo


Inicio

 

Vida

Vocación

Biblioteca

La imagen

 

 

LECTIO DIVINA ABRIL DE 2020

Si quiere recibirla diariamente junto a la Liturgia de las Horas, por favor, apúntese aquí

Si quiere recibirla mensualmente en formato epub, por favor, apúntese aquí

Domingo Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
      01 02 03 04
05 06 07 08 09 10 11
12 13 14 15 16 17 18
19 20 21 22 23 24 25
26  27 28 29 30    

Descargar en formato epub

Oraciones

Liturgia de las Horas

Lectio Divina

Devocionario

Adoración

 

 

 

 

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Miércoles de la quinta semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 3,14-20.91-92.95

14 Nabucodonosor les preguntó: - ¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago, que no veneráis a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que yo he erigido?

15 ¿Estáis o no dispuestos, en cuanto oigáis el sonido del cuerno, del caramillo, de la cítara, de la sambuca, del salterio, de la zampona y demás instrumentos musicales, a postraros y adorar la estatua que he erigido? Si no la adoráis, seréis inmediatamente arrojados a un horno de fuego ardiente, y ¿qué dios podrá libraros de mi furor?

16 Respondieron Sidrac, Misac y Abdénago a Nabucodonosor, diciendo:- Majestad, no tenemos necesidad de responderte sobre este particular.

17 Si nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego abrasador y de tu ira, nos librará.

18 Y aunque no lo hiciera, has de saber, oh rey, que no serviremos a tu dios ni nos postraremos ante la estatua de oro que has erigido.

19 Entonces Nabucodonosor, lleno de ira y visiblemente enfurecido contra Sidrac, Misac y Abdénago, mandó que se encendiese el horno con una intensidad siete voces mayor de la acostumbrada

20 y ordenó a algunos de los hombres más vigorosos de su ejército que ataran a Sidrac Misac y Abdénago y los arrojaran al horno de fuego abrasador.

91 Entonces el rey Nabucodonosor se quedó estupefacto; se levantó rápidamente y dijo a sus ministros: - ¿No arrojamos nosotros al fuego a estos tres hombres atados? Ellos respondieron: - Sí, majestad.

92 - Pues yo veo cuatro hombres desatados que caminan en medio del fuego, sin sufrir daño, y el cuarto tiene el aspecto de un dios.

95 Entonces Nabucodonosor exclamó: - ¡Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que ha mandado a su ángel y ha salvado a sus siervos! Pusieron su confianza en él y, desobedeciendo la orden del rey, prefirieron arriesgar su vida antes de servir y adorar a otro dios fuera del suyo.

 

*•• El conocido episodio de los tres jóvenes hebreos, ilesos en el horno ardiente, contrapone la fe en el único Dios, YHWH, a los ídolos del politeísmo, ya sea el babilonio del tiempo del rey Nabucodonosor o el judaico a lo largo de la persecución de Antíoco IV Epífanes, que había erigido una estatua a Zeus Olimpo, precisamente en el altar del templo de Jerusalén. Los vv. 17s constituyen el punto culminante de la narración; escrito para edificar y consolar a los perseguidos por el nombre de Dios, es válido para todas las épocas. YHWH es el Dios de la vida y servirle es optar por la verdadera vida aun cuando ello conlleve sufrimiento o incluso el martirio. Este testimonio hace perfectamente válida la fe de los que ponen toda su confianza en Dios y es el mejor modo de hacerlo conocer y reconocer por los mismos perseguidores (v. 95).

La narración discurre con profusión de detalles pintorescos a pesar de ser trágica: confiere solemnidad al relato, exaltando la superioridad de YHWH. Aun cuando falte totalmente el culto, YHWH es y será indiscutiblemente el único Dios (v. 96), ante el cual es vanidad aun la más grandiosa pompa de los cultos idolátricos.

 

Evangelio: Juan 8,31-42

31 Dijo Jesús: - Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;

32 así conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

33 Ellos le replicaron: - Nosotros somos descendientes de Abrahán; nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Qué significa eso de que seremos libres?

34 Jesús les contestó: - Yo os aseguro que todo el que comete pecado es esclavo del pecado.

35 El esclavo no permanece para siempre en la casa, mientras que el Hijo sí.

36 Por eso, si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres.

37 Ya sé que sois descendientes de Abrahán. Sin embargo, intentáis matarme porque no aceptáis mi enseñanza.

38 Yo hablo de lo que he visto estando junto a mi Padre; vuestras acciones manifiestan lo que habéis oído a vuestro padre.

39 Ellos le replicaron: - Nuestro padre es Abrahán. Jesús contestó: - Si fueseis de verdad hijos de Abrahán, haríais lo que él hizo.

40 Vosotros queréis matarme a mí, que os he dicho la verdad que aprendí de Dios mismo. Abrahán no hizo nada semejante.

41 Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Ellos le contestaron: - Nosotros no somos hijos ilegítimos. Dios es nuestro único padre.

42 Entonces Jesús les dijo: - Si Dios fuera de verdad vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he venido de Dios y estoy aquí enviado por él. No he venido por mi propia cuenta, sino que él me ha enviado.

 

**• Hablando a los judíos que se vanagloriaban de ser descendencia de Abrahán (v. 33) y por consiguiente libres, Jesús hace una serie de puntualizaciones sobre el lema de la fe y el discipulado (v. 31), de la libertad y el gozo de la intimidad familiar (vv. 32-36), de la filiación y la paternidad (vv. 37-42).

En un crescendo altamente dramático, la revelación de Jesús culmina proclamando su divinidad (v. 58: "Yo soy"), mientras la terquedad de sus adversarios desemboca en una tentativa de lapidarle (v. 59), evidente confirmación de su esclavitud al pecado (v. 34), porque son hijos "del que era homicida desde el principio" (v. 44).

La fe llevó a Abrahán a fiarse de la Palabra que libera de la esclavitud del pecado (v. 32). La fe en el Hijo debe llevar a los discípulos a permanecer en él, (v. 31), Palabra de Padre, como hijos libres que permanecen siempre en la casa paterna (v. 35). Quien obra de otro modo manifiesta inequívocamente tener otro origen (v. 41), intenciones perversas (v. 37) y esclavitud (v. 34), aunque lo ignore o no quiera admitirlo.

 

MEDITATIO

Cuando el Señor ya no es una idea abstracta, sino que se ha convertido en vida de nuestra vida, entonces se experimenta la libertad cristiana. ¿Es por ello la vida más fácil? Ni hablar. Como esencia de esa pertenencia a Cristo, en relación personal con él en la fe y el amor, aparecen exigencias hasta entonces insospechadas, que crean nuevos vínculos, pero no esclavizan, sino más bien dilatan el corazón para correr por el camino de los divinos mandamientos.

Nos llamamos cristianos, como los judíos se vanagloriaban de ser hijos de Abrahán, por ser fieles a ciertas observancias.

Pero esto no basta para hacer de nosotros hijos de Dios, hijos de la Iglesia. Ser hijos significa ante todo ser libres. Sólo Jesús, el Hijo, nos revela lo que es la verdadera libertad: una total renuncia a sí mismos para afirmar al Otro, a los otros. El pecado, por el contrario, es el polo opuesto: todo lo refiere a uno mismo y a poner el propio yo como centro del universo. Ésta es la esclavitud de la que nos habla Jesús. Se puede ser esclavos y querer seguir siéndolo aunque se tengan siempre en la boca las palabras libertad y liberación. Y es que no podemos liberarnos solos, sino que es preciso ser liberados.

Esto acontece cuando abrimos el corazón a la Palabra -presencia de Cristo en nosotros- y a su poder salvador.

Él puede convertirnos apartándonos de la idolatría y de nosotros mismos para guiarnos a la libertad del amor.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú sabes cuánto nos gusta no perder nuestra libertad, pero conoces también cómo la malgastamos tontamente, sin darnos cuenta, plegándonos a los ídolos de moda.

Ten piedad de nosotros. Haznos comprender que sólo tú puedes y quieres arrancarnos de toda esclavitud, con el don de tu Palabra de salvación, que nos hace habitar en ti. Suelta las cadenas de los compromisos y pecados del egoísmo que nos ata.

Que tu cuerpo despedazado y tu sangre derramada, precio de nuestra libertad, sean para nosotros prenda y fuente de una vida continuamente renovada por el amor, dilatada en don incansable de nosotros mismos a ti y a los hermanos. Haz que comencemos a gustar el gozo de aquella libertad que llegará a su plenitud cuando tú, libertad infinita, seas todo en todos.

 

CONTEMPLATIO

El Deseado de nuestra alma (cf. Sal 41,1), "el más hermoso entre los hijos de los hombres" (Sal 44,3), se nos presenta bajo dos aspectos bien diferentes [...]. Bajo un primer aspecto aparece sublime, en otro humilde; en el primero glorioso, en el segundo cubierto de oprobios; en uno venerable, en otro miserable [...].

Era totalmente necesario que Cristo, al pasar por el sendero de esta vida, dejara trazada una senda para sus seguidores. Y, al ser enaltecido y luego humillado, nos quiso enseñar mediante su ejemplo que hemos de conducirnos con humildad en medio de los honores y con paciencia en las afrentas y sufrimientos. El pudo indudablemente ser ensalzado, pero en manera alguna ensoberbecerse; quiso ser despreciado, pero estuvo lejos de él la poquedad de ánimo o el arrebato de la ira [...].

Por lo tanto, hermanos, para poder seguir a nuestro jefe sin tropiezo alguno, tanto en las cosas prósperas como en las adversas, contemplémoslo cubierto de honor [...] y en la pasión sometido a afrentas y dolores.

No obstante, en medio de tan gran cambio de circunstancias, jamás hubo cambio en su ánimo [...]. Tened fija la mirada, hermanos, en el rostro de Jesús y que él inspire el gozo de las conciencias que están en paz, el remedio de arrepentimiento a las heridas por el pecado y que en todas infunda la segura esperanza de la salvación (Guerrico de Igny, Tercer sermón para el domingo de Ramos, 1.2.4.5., passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Para que seamos libres nos ha liberado Cristo" (Gal 5,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La libertad consiste precisamente en el poder de darse. La existencia humana, en su originalidad, es una oferta, un don, y la libertad se lleva a cabo en el encuentro con el Otro. La grandeza del hombre está dentro de nosotros [...] porque sólo el hombre puede tomar la iniciativa del don al que está llamado. Dios no puede violar la libertad porque es él mismo quien la suscita y la hace inviolable. Jesús, Dios, de rodillas ante sus apóstoles, es la tentativa suprema para avivar la fuente que debe brotar para la vida eterna En su muerte atroz, Jesús revela el precio de nuestra libertad: la  cruz. Lo cual quiere decir que nuestra libertad a los ojos del Señor Jesús tiene un valor infinito. Muere para que la libertad nazca en el diálogo de amor que la llevará a plenitud. Nadie como Jesús ha tenido pasión por el hombre, nadie como él ha puesto al hombre tan alto, nadie como Jesús ha pagado el precio de la dignidad humana.

Cristo introduce una nueva escala de valores. Esta transformación de valores se inaugura con el lavatorio de los pies, ¡y el mundo cristiano todavía no se ha dado cuenta! Jesús nos da una lección de grandeza, porque la grandeza ha cambiado de aspecto: no consiste en dominar, sino en servir (M. Zundel, Stupore e povertá, Padua 1990, 19s).

 

 

 

Día 2

Jueves de la quinta semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 17,3-9

3 Abrahán cayó rostro en tierra, y Dios continuó:

4 - Ésta es la alianza que hago contigo: tú llegarás a ser padre de una muchedumbre de pueblos. ?

5 No te llamarás ya Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, porque yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos.

6 Te haré inmensamente fecundo; de ti surgirán naciones, y reyes saldrán de ti.

7 Establezco mi alianza contigo y con tus descendientes después de ti por siempre, como alianza perpetua; yo seré tu Dios y el de tus descendientes.

8 Os daré a ti y a tus descendientes la tierra en la que ahora peregrinas, toda la tierra de Canaán, en posesión perpetua; y yo seré vuestro Dios.

9 Y el Señor añadió: - Guardaréis mi alianza tú y tus descendientes de generación en generación.

 

**• La tradición sacerdotal postexílica nos presenta en este puñado de versículos la vocación de Abrahán, para que el pueblo vuelva a esperar en la certeza de la alianza (beríth) con Dios (vv. 2.7; cf. Dt 5,5-7). De hecho, Israel ha quedado reducido a un pequeño "resto", privado de los dones prometidos a Abrahán (v. 8), el mismo Abrahán al que Dios llamó "padre de una muchedumbre" (v. 5; cf. Gn 12,2).

Dios no puede renegar de la alianza, porque no puede renegar de sí mismo: ése es el fundamento seguro que debe mantener la esperanza del pueblo, la misma que permitió a Abrahán esperar contra toda esperanza.

Dios es quien ha tomado la iniciativa (17,ls), se ha revelado (v. 1) y ha manifestado a Abrahán su nuevo nombre -"padre de una muchedumbre" (v. 5)- que le convierte en protagonista de un designio divino de salvación (v.6).

De ahí le viene a Abrahán la exigencia de corresponder a aquella llamada, que se traduce en el imperativo: "Camina en mi presencia y sé íntegro" (v. 1; cf. Dt 5,7), es decir: "Sé mío -dice el Señor- porque yo soy 'tu Dios'" (v.7). La respuesta de Abrahán es la postración: "Cayó rostro en tierra" (v. 3), en actitud de adoración, esto es, de gratitud que se convierte en escucha. Le permite a Dios que le hable (v. 3).

 

Evangelio: Juan 8,51-59

Dijo Jesús:

51 En verdad, en verdad os digo: el que acepta mi palabra, no morirá nunca.

52 Al oír esto, los judíos le dijeron: - Ahora nos convencemos plenamente de que estás endemoniado. Tanto Abrahán como los profetas murieron, y ahora tú dices: El que acepta mi palabra no experimentará nunca la muerte.

53 ¿Acaso eres tú más importante que nuestro padre Abrahán? Tanto él como los profetas murieron, ¿por quién te tienes?

54 Jesús respondió: - Si yo comenzase ahora a defender mi honor, mi defensa carecería de valor. Pero el que vela por mi honor es mi Padre, el mismo del que vosotros decís: "Es nuestro Dios".

55 En realidad no lo conocéis; yo, en cambio, lo conozco. Y si dijera que no lo conozco, sería tan mentiroso como vosotros. Pero yo lo conozco de veras y pongo en práctica sus palabras.

56 Abrahán, vuestro padre, se alegró sólo con el pensamiento de que iba a ver mi día; lo vio y se llenó de gozo.

57 Entonces los judíos le dijeron: - ¿De modo que tú, que aún no tienes cincuenta años, has visto a Abrahán?

58 Jesús les respondió: - Os aseguro que antes que Abrahán naciera, yo soy.

59 Ante esta afirmación, los judíos tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

 

**• El pasaje se abre con la solemne repetición, por parte de Jesús, del "amén" (v. 51: "En verdad, en verdad..."), siguiendo la afirmación de que su Palabra es vida y da vida a quien la acoge y la guarda. El fuerte contraste con el versículo conclusivo -"tomaron piedras para tirárselas"- es un signo inequívoco de que la Palabra ha sido rechazada.

Entre el primero y el último versículo tiene lugar el diálogo-encuentro, cuyo último horizonte es la gran antítesis vida-muerte y, como punto de referencia, la figura de Abrahán, del que los judíos se consideran descendientes: él es su padre. Al acoso provocador de preguntas, Jesús sólo responde indirectamente, pero de sus palabras emerge la verdad fundamental: él se declara Hijo del único Padre verdadero, buscando su gloria.

El Padre es el que le hace hablar y actuar. Por esta razón, sin blasfemar ni mentir, puede afirmar: "Antes que Abrahán naciera, yo soy". No hay vida en el hombre, sino en el reconocimiento de este Dios que se manifiesta en el Hijo.

Entre Padre e Hijo se da una comunión plena. Hacia esta comunión tiende la historia de salvación de la que Abrahán recibió la promesa y en la fe entrevió su cumplimiento.

Para los judíos, descendientes de Abrahán según la carne, dicha afirmación es escandalosa. Sus palabras manifiestan burla y desprecio. El evangelista, con su fina ironía, muestra cómo precisamente los adversarios de Jesús proclaman, sin darse cuenta, la verdad sobre él en el mismo momento en que pensaban denigrarlo como pobre loco: "¿Eres tú más importante que nuestro padre Abrahán?". La pregunta es retórica, pero no

en el sentido que pretenden los judíos, sino precisamente en el contrario. ¡Jesús es (v. 58) antes y por siempre, es decir, es Dios! (cf. Jn 1,1).

 

MEDITATIO

Si la liturgia de hoy ha escogido el texto del libro del Génesis como primera lectura es porque se habla también de Abrahán en el Evangelio. Aunque no se trata de una relación artificial.

Abrahán es modelo del creyente porque su fe está vivificada por la caridad y por la humildad: baste recordar su acogida a los misteriosos personajes (Dios mismo) en el encinar de Mambré, su intercesión a favor de las ciudades pecadoras, el ponerse en segundo plano ante su sobrino Lot, dejándole elegir la tierra más fértil.

El fragmento de hoy expresa de modo particular su disposición interior, manifestada en el gesto de postrarse en adoración al recibir la "promesa" de convertirse en bendición para todos los pueblos. Apoyándose humildemente en la Palabra de Dios a pesar de que todo parecía imposible, Abrahán creyó que llegaría a ser fecundo.

La fe es una lucha por la vida. Y afronta la muerte en la forma más insidiosa y cotidiana, la que podemos llamar "inutilidad de la existencia". Jesús es el verdadero descendiente de Abrahán, porque en el combate entre la muerte y la vida, su fe abre a todos una esperanza inesperada. En el muro de la angustia que nos oprime, Jesús abre una brecha para que pueda irrumpir la vida, y es que él es la vida: "Antes que naciese Abrahán, yo soy".

 

ORATIO

¡Señor Jesucristo, tú eres el mismo ayer, hoy y siempre! Tú eres el único en el que podemos anclar con seguridad nuestra vida. Tú nos has justificado no por nuestras obras, sino con la fuerza de la fe, con el don de tu gracia. Queremos vivir contigo y en ti sólo para Dios Padre. Queremos vivir crucificados a tu amor inconcebible y vivir y morir de este amor, morir para vivir. Que no prevalezca el hombre de carne y sangre, ni el ídolo de nuestro yo, sino que tú, sólo tú, seas nuestra vida; tú, nuestra santificación; tú, nuestro indecible gozo, amándote hasta el extremo como tú nos has amado. ¡Oh Cristo!, no has muerto en vano, ya que tu amor nos ha hecho revivir y renacer y nosotros -crucificados y libres creemos firmemente en ti, verdadero hermano nuestro, que desde siempre y por siempre eres Dios. Cristo, tú eres el único, el Señor; todo ha comenzado en ti, todo llegará a pleno cumplimiento en ti.

 

CONTEMPLATIO

¡Cómo me gustaría mortificar estos mis miembros mortales! ¡Cómo me gustaría cargarme espiritualmente con cualquier peso, caminando por la vía estrecha, por la que pocos caminan, y no caminando por la ancha y fácil! Grandes y extraordinarias son las realidades que se siguen. La esperanza supera nuestro mérito y nuestra misma dignidad. ¿En qué consiste este misterio nuevo que me rodea? Soy pequeño y grande, humilde y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Las primeras realidades las tengo en común con este mundo inferior, las otras me vienen de Dios. Es necesario que sea sepultado con Cristo, que resucite con él y con él reciba la heredad; que llegue a ser hijo de Dios y, de algún modo, Dios mismo.

Esto es lo que nos manifiesta este gran misterio: Dios, que por nosotros se ha revestido de humanidad, se ha hecho pobre para elevar nuestra naturaleza envilecida y restaurar en nosotros su imagen desfigurada, promoviendo al hombre para que todos nosotros seamos uno en Cristo, el cual se ha realizado perfectamente en todos nosotros en plenitud. ¡Qué podamos llegar a ser lo que esperamos según la magnífica benevolencia de Dios! Poca cosa es lo que nos pide, comparada con la inmensidad que regala, en el tiempo presente y en el venidero, al que le ama con sincero corazón: cuando por el amor y la esperanza en él nos esforzamos por soportar cualquier cosa, dándole gracias por todo, en el gozo y la tristeza, y le encomendamos nuestras almas y las de nuestros compañeros de peregrinación (Gregorio Nacianceno, Discursos VII, 23s, passini).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Yo me alegraré con el Señor" (Sal 103,34).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Permanece con él no sólo con el corazón, sino también con los oídos y los ojos, que van donde les lleva el corazón. El amor desea conocer y ver. Nosotros no hemos escuchado ni visto al Señor Jesús, Verbo hecho carne. Pero sabemos que su carne se ha hecho Palabra para hacerse carne en nosotros, que le escuchamos y contemplamos.

Y es que el hombre se convierte en la palabra que escucha y se transfigura en el que tiene delante. La palabra que nos cuenta la historia de Jesús es para nosotros su carne, norma de fe y criterio supremo de discernimiento espiritual. De lo contrario, nos inventamos un Dios a la medida de nuestras fantasías religiosas (cf. Ef 4,20; 1 Jn 4,2) y creemos no en él, sino en las ideas que nos hacemos de él.

No tenemos ninguna imagen de Dios y no debemos hacernos ninguna. Lo conocemos a través de su revelación a Israel y en el acontecimiento de Jesús, en el que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Col.2,9).

Por consiguiente, lee siempre la Escritura para conocer la Palabra de la cual eres siervo para tu salvación y en favor de los hermanos.

Es tu profesión específica de apóstol (Le 1,2; Hch 6,4). Léela siempre con admiración y acción de gracias. La Palabra será luz para tus ojos, miel en la boca y gozo para tu corazón (Sal 19,9.11 ; 11 9,103.111). Lee y admira; conviértete y goza; discierne y elige, luego actúa.

Debes saber que donde no te admiras, no comprendes; donde no te conviertes, no gozas; donde no gozas, no disciernes; donde no disciernes, no eliges; donde no eliges, actúas inevitablemente según el pensamiento humano y no según el de Dios (Me 8,33). Que la Palabra sea el centro de tu vida. Es Jesús, el Hijo, al que amas y deseas conocer cada vez más para amarlo siempre mejor y en verdad (S. Fausti, Lettera a Sita. Quale futuro per ¡I crísfianesimo?, Cásale Monf. 1991, 23s).

 

 

Día 3

Viernes de la quinta semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 20,10-13

10 He escuchado las calumnias de la gente: "¡Terror por todas partes! ¡Denunciadlo, vamos a denunciarlo!". Todos mis familiares espiaban mi traspié: "¡Quizá se deje seducir, lo podremos y nos vengaremos de él!".

11 Pero el Señor está conmigo como un héroe poderoso; mis perseguidores caerán y no me podrán, probarán la vergüenza de su derrota, sufrirán una ignominia eterna e inolvidable.

12 - ¡Oh Señor todopoderoso, que pruebas al justo, que sondeas los pensamientos y las intenciones, haz que yo vea cómo te vengas de ellos, porque a ti he confiado mi causa!

13 Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró al pobre del poder de los perversos.

 

**• La acción profética de Jeremías ya no puede consistir en llamar al pueblo a la conversión. A lo largo de muchos años no se ha escuchado su voz. Ahora, por mandato de Dios, debe anunciar que el juicio divino es irrevocable. El castigo está a punto de caer sobre Israel: Jerusalén será entregada en manos del rey de Babilonia. En esta circunstancia, la más penosa de su dolorosa experiencia de profeta, derrama su última "confesión" (vv. 7-18), fragmento sumamente autobiográfico, aunque paradigmático del destino de todo verdadero creyente. En unos pocos y conmovedores versículos, se evoca el momento de la vocación (vv. 7-9).

No se omiten los momentos desoladores y de rebelión: persecuciones, calumnias, traiciones, constituyen el tejido de su vida (v. 10). Pero, como Job, también Jeremías sale victorioso de la prueba: tras el desahogo, brota un acto puro de fe en Dios (vv. 11-13). Es significativa la solemne declaración inicial: "El Señor está conmigo como un héroe poderoso". Nos remite directamente a las palabras que Dios mismo dirigió al profeta en el momento de su vocación: "Yo estoy contigo para salvarte" (Jr 1,19).

A lo largo de su arduo camino, aquellas palabras fueron lámpara para sus pasos. En adelante el profeta no experimentará más resistencias ni rebeliones. Su vida estará erizada de dificultades, pero se entrega totalmente al Señor, con la seguridad de que es él quien salva al pobre perseguido.

 

Evangelio: Juan 10,31-42

31 Los judíos volvieron a tomar piedras para tirárselas a Jesús.

32 Pero él les dijo: - He hecho ante vosotros muchas obras buenas por encargo del Padre. ¿Por cuál de ellas queréis apedréame?

33 Los judíos le contestaron: - No es por ninguna obra buena por lo que queremos apedrearte, sino por haber blasfemado. Pues tú, siendo hombre, te haces Dios.

34 Jesús les replicó: - ¿No está escrito en vuestra ley: Yo os digo: vosotros sois dioses'? ,

35 Pues si la Ley llama dioses a aquellos a quienes fue dirigida la Palabra de Dios, y lo que dice la Escritura no puede ponerse en duda,

36 entonces, ¿con qué derecho me acusáis de blasfemia a mí, que he sido elegido por el Padre para ser enviado al mundo, sólo por haber dicho "yo soy Hijo de Dios"? ,

37 Si yo no realizo obras iguales a las de mi Padre, no me creáis;

38 pero si las realizo, aceptad el testimonio de las mismas, aunque no queráis creerme a mí. De este modo podríais reconocer que el Padre está en mí y yo en el Padre.

39 Así pues, intentaron de nuevo detener a Jesús, pero él se les escapó de entre las manos.

40 Jesús se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde anteriormente había estado bautizando Juan, y se quedó allí.

41 Acudía a él mucha gente, que decía: - Es cierto que Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que dijo acerca de éste era verdad.

42 Y en aquella región muchos creyeron en él.

 

**• Estamos en el contexto de la fiesta de la Dedicación, en la que se celebra la santidad del templo, es decir, la vuelta al edificio sacro de la gloria de Dios, alejada por la profanación.

Jesús "se pasea" libremente por el templo bajo el pórtico de Salomón, cuando es rodeado por los judíos: el choque se hace cada vez más tenso, hasta el punto de que éstos intentaban lapidarle. Muchas veces, en el pasado, los judíos habían tratado de arrestarle por las "obras" que hacía (curaciones en sábado...), pero ahora aparece un único motivo de condena: la blasfemia, al hacerse él, que es un hombre, igual a Dios (v. 33). Ésta será la acusación alegada ante Pilato.

Jesús responde puntualmente, en primer lugar poniéndose en un terreno común con sus acusadores (la Palabra de Dios que no puede ser desmentida), luego apelando a su misma experiencia (las obras que ha llevado a cabo). Es la última tentativa de despertar sus corazones a la fe. Y por eso resulta tan significativa la urgente insistencia de observar las obras que son "palabras".

Si por ninguna de las obras es Jesús digno de condena, ¿por qué no creer en la verdad de cuanto dice? Pero también esta dolorida y vehemente llamada es desatendida.

Se da una incomunicación total. Jesús se va "de nuevo" al otro lado del Jordán, fuera de la ciudad santa, donde Juan había dado testimonio de la verdad, y aquí, donde también surgieron los primeros discípulos, muchos comenzaron a creer. En la experiencia del mayor rechazo, un germen de fe anticipa la gracia del acontecimiento pascual.

 

MEDITATIO

El cuarto evangelio presenta siempre situaciones en las que se dividen los ánimos: se ofrece bastante luz para poder creer, pero también la suficiente oscuridad para justificar el rechazo de adhesión a Cristo. También el fragmento que hemos leído hoy concluye afirmando que "muchos creyeron en él", pero no todos. Algunos se dejan convencer, mientras que otros se atrincheran en su postura. Estos últimos actúan de buena fe, porque desean "defender a su" Dios. Durante la última cena Jesús dirá a sus discípulos: "Llegará la hora en la que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios" (Jn 16,2).

¿Acaso estas tendencias extremas, diversas y contradictorias referentes a la fe no se encuentran, aunque sea en grado menor, en nuestro corazón? Nuestra fe pasa con frecuencia por altibajos. Es como si la muchedumbre de la que habla Juan estuviera dentro de nosotros.

Jesús con su ejemplo nos enseña cómo superar oscilaciones tan peligrosas dictadas por el sentimiento o por el estado de ánimo, o el escepticismo sutil que se respira en la mentalidad de nuestros días. La fe cristiana, para que arraigue en lo hondo de nuestro ser y permanezca firme, a pesar de los temporales de superficie, precisa fundarse sólidamente en la Sagrada Escritura, que llega en el Nuevo Testamento a su cumplimiento y plenitud. Frecuentar asiduamente la Palabra de Dios es fortalecer nuestra fe en esta Palabra que tiene rostro: el del Hijo igual al Padre.

 

ORATIO

Señor, ¿cómo creer que eres Hijo de Dios cuando te haces presente en medio de nosotros de modo tan desconcertante?

¡Cuántas veces quisiéramos también nosotros reducir al silencio las exigencias de tu Palabra, cuando nos toca en lo vivo pidiéndonos opciones costosas y coherentes! ¿Acaso nuestras resistencias, nuestros rechazos o indecisiones no pesan en tu corazón como las piedras que los judíos cogieron para lapidarte?... Pero tú huyes.

Señor, tú huyes siempre de la presa, de los que tratan de reducirte a su medida, a sus ideas, a sus imágenes, a sus absurdas pretensiones de comprender y explicar todo. Tú huyes de las miradas de los que se miran a sí mismos y sus ideas, cuando deberían fijar los ojos en ti y en tu luz.

Señor, concédenos acogerte en tu Palabra de verdad, de acogerte a ti, que te revelas como Hijo del hombre e Hijo de Dios. Derrama tu luz sobre nosotros para que nos permita creer sin vacilar, para que nos conceda perseverar en la fe sin ceder a compromisos alienantes.

 

CONTEMPLATIO

Agradecemos al Único que realizó con su vida lo que estaba escrito de él en la Sagrada Escritura que lo que no podíamos comprender con la simple escucha, se aclarase viéndolo. Él, como se lee en el libro del Apocalipsis, abrió el libro sellado que nadie podía abrir ni leer, revelándonos con su pasión y resurrección todos los misterios en él contenidos. Y, asumiendo los males de nuestra debilidad, nos mostró los bienes de su poder y de su gloria. Pues se hizo carne para hacernos espirituales, en su bondad se humilló para ensalzarnos, salió para que pudiésemos entrar, apareció visible para mostrarnos las cosas invisibles, padeció azotes para curarnos, soportó los ultrajes y burlas para librarnos de la vergüenza eterna, murió para darnos la vida. Él, que en su naturaleza permanece incomprensible, en nuestra naturaleza se dejó prender y flagelar, porque si no hubiese asumido lo propio de nuestra debilidad, no hubiese podido elevarnos con el poder de su fuerza.

Por consiguiente, para realizar su misión, ha llevado a cabo una obra extraordinaria. Para ejecutar su plan ha hecho algo insólito, porque siendo Dios se ha encarnado para elevarnos hasta su justicia. Por nosotros se ha dignado soportar los azotes como hombre pecador.

Hizo, pues, algo inaudito, ajeno a su ser, para ejecutar su obra: porque sufriendo soportó nuestros males, llevándonos a nosotros, sus criaturas, a la gloria de su potencia (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 4, 19s: CCL 142,271-273).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Yo te amo, Señor, mi fortaleza" (Sal 17,2b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Soportar los ultrajes, ser objeto de burla a causa de la fe, es una señal de los creyentes, a lo largo del tiempo. Hace mal al cuerpo y al alma cuando no pasa un día sin que el nombre de Dios sea expuesto a la duda o la blasfemia.

¿Dónde está tu Dios? Yo lo confieso ante el mundo y ante todos sus enemigos cuando desde el abismo de mi miseria creo en su bondad, cuando desde la culpa creo en su perdón, desde la muerte en la vida, desde la derrota en su victoria, desde el abandono en su presencia llena de gracia. Quien ha encontrado a Dios en la cruz de Jesucristo sabe cómo Dios se esconde de modo sorprendente en este mundo, sabe cómo está presente al máximo precisamente donde pensábamos que estaba sumamente lejano. Quien ha encontrado a Dios en la cruz perdona también a todos sus enemigos, porque Dios le ha perdonado.

Oh Dios, no me abandones cuando tenga que padecer ultrajes; perdona a todos los ateos, porque me has perdonado a mí, y lleva a todos a ti, por la cruz de tu hijo amado. ¡Abandona cualquier preocupación y espera! Dios sabe el momento de ayudarte y llegará sin duda, pues es Dios verdadero. El será la salvación de tu rostro, pues te conoce y te ha amado aun antes de crearte. No dejará que caigas. Estás en sus manos. Sólo podrás dar gracias por todo lo sucedido, porque habrás aprendido que Dios omnipotente es tu Dios.

Tu salvación se llama Jesucristo.

Trinidad de Dios, te doy gracias por haberme elegido y amado. Te doy gracias por los caminos por los que me guías. Te doy gracias porque tú eres mi Dios. Amén (D. Bonhoeffer, Memoria e fedeltá, Magnano 1 995, 40s).

 

 

 

Día 4

Sábado de la quinta semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 37,21-28

21 Esto dice el Señor: Yo recogeré a los israelitas de entre las naciones adonde han ido y los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra.

22 Haré de ellos un solo pueblo en mi tierra, en los montes de Israel; tendrán todos un solo rey, y ya no serán dos naciones, dos reinos divididos.

23 No se contaminarán más con sus ídolos, con sus perversas acciones y sus crímenes; los libraré de todas las infidelidades que cometieron y los purificaré. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.

24 Mi siervo David será su rey, y tendrán todos un solo pastor; caminarán por la senda de mis preceptos, guardarán mis mandamientos y los pondrán en práctica.

25 Vivirán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, donde vivieron vuestros antepasados. Allí vivirán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; mi siervo David será su príncipe eternamente.

26 Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna, y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre.

27 Pondré en medio de ellos mi morada; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

28 Y cuando mi santuario esté en medio de ellos por siempre, sabrán las naciones que yo, el Señor, he consagrado a Israel.

 

**• En la segunda fase de su ministerio profético, después de haber predicado el castigo, Ezequiel anuncia simbólicamente (vv. 16s) la vuelta de Israel del destierro (v. 21) y la reunificación en un solo pueblo en los montes de Israel (v. 22), bajo la guía de un único rey-pastor (vv. 22.24). El castigo anunciado ya ha tenido lugar (la deportación del año 586 a.C): pero tiene un carácter terapéutico y es temporal, con vistas a purificar la idolatría (v. 23) y curar las desobediencias (v. 24). La promesa de Dios, por el contrario, es una alianza de paz eterna (v. 26): el Espíritu del Señor reposa en su pueblo (v. 14) y el pueblo está llamado a reposar en la tierra de su Dios (vv. 25s), en paz y prosperidad (vv. 26-28). Dios morará en medio de su pueblo para siempre (vv. 27s).

Esta realidad revelará a todos quién es YHWH: "El Señor que consagra a Israel" (v. 28), y quién es Israel: el pueblo consagrado por la presencia de su Dios. En términos más familiares, como dice Dios por boca del profeta: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (v. 27), con toda la carga afectiva manifestada en estos posesivos.

 

Evangelio: Juan 11,45-56

45 Al ver lo que Jesús había hecho, muchos judíos que habían venido a casa de María creyeron en él.

46 Otros, en cambio, fueron a contar a los fariseos lo que había hecho.

47 Entonces, los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron una reunión del sanedrín. Se decían: - ¿Qué hacemos? Este hombre está realizando muchos signos.

48 Si dejamos que siga actuando así, toda la gente creerá en él. Entonces las autoridades romanas tendrán que intervenir y destruirán nuestro templo y nuestra nación.

49 Uno de ellos, llamado Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, les dijo: - Estáis completamente equivocados.

50 ¿No os dais cuenta de que es preferible que muera un solo hombre por el pueblo, a que toda la nación sea destruida?

51 Caifás no hizo esta propuesta por su cuenta, sino que, como desempeñaba el oficio de sumo sacerdote aquel año, anunció bajo la inspiración de Dios que Jesús iba a morir por toda la nación;

52 y no solamente por la nación judía, sino para conseguir la unión de todos los hijos de Dios que estaban dispersos.

53 A partir de este momento tomaron la decisión de dar muerte a Jesús.

54 Por eso, Jesús dejó de andar públicamente entre los judíos; se marchó de la región de Judea y se fue a un pueblo, llamado Efraín, muy cerca del desierto. Y se quedó allí con sus discípulos.

55 Estaba muy próxima la fiesta judía de la pascua. Ya antes  de la fiesta, mucha gente de las distintas regiones del país subía a Jerusalén para asistir a los ritos de purificación.

56 Estas  gentes buscaban a Jesús y, al encontrarse en el templo, se decían unos a otros: - ¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?

 

**• Después del "signo" de la resurrección de Lázaro, las autoridades judías están ya decididas a matar a Jesús, considerado un hombre peligroso. Si continúa haciendo milagros, ciertamente la muchedumbre, que ya había querido proclamarlo rey, lo declarará libertador de la nación, suscitando el furor de los romanos. Consiguientemente el templo podría ser destruido. Hay que evitar de cualquier modo este peligro.

La decisión muestra la ceguera total de los jefes respecto a Jesús. Desde la primera pascua Jesús había anunciado ser el nuevo templo, punto de convergencia de Israel y de toda la humanidad, pero no comprendieron sus palabras. Entonces intervino Caifás con su propia autoridad. Ya no le acusa de blasfemia, ni la ilegalidad de los actos de Jesús constituye el tema de su discurso; de su boca salen palabras dichas por "razón de Estado", dictadas por interés político. El individuo debe ser sacrificado "por" el bien común. Y con estas palabras, sin querer, se convierte en profeta.

Ciertamente, la misión de Jesús consiste en reunir a los hijos dispersos y formar con todos un único pueblo nuevo, en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y esto acontece porque él da la vida "por" los hombres. De este modo, en el plano histórico el sanedrín decide la muerte de Jesús, pero en realidad -y Juan se desplaza al plano teológico- el Padre está llevando a cabo su designio de salvación gracias a la adhesión filial de Cristo a su obra.

 

MEDITATIO

En el Evangelio que se nos ha proclamado hoy el conflicto llega a su punto álgido. La situación es irreversible: se ha decidido la muerte de Jesús. El escándalo de la cruz aparece a nuestros ojos, y en la tierra nada ha cambiado. Por todas partes conflictos, sobre todo en nosotros mismos... ¿Lograremos el éxito donde Jesús ha fracasado?

A lo largo de este tiempo de pasión tendremos ocasión de enfrentarnos al realismo de la cruz. Cristo ha venido para hacernos partícipes de la promesa maravillosa de que Dios es todo en todos. Pero para realizarlo no ha suprimido los conflictos ni nos ofrece una paz barata. Él mismo se ha adentrado en el meollo del conflicto que lacera el corazón humano y nos ha conseguido la victoria del amor... Se trata de una victoria lograda mediante la locura de la cruz y el sacrificio de la obediencia, que coincide cabalmente con la gloria eterna.

        A través de este mismo camino, también nosotros podemos entrar en la gloria, que comienza ya aquí. Ésa es la tarea de nuestra vida, el compromiso de este día. Rechazar la lucha -lo cual equivale a seguir nuestros deseos instintivos- y permitir que la división arraigue en nosotros y en el mundo es como ponerse al lado de los enemigos de Cristo. Aceptar generosamente la lucha, contando con la gracia de Dios, pedida en la oración, significa participar en la victoria definitiva del amor y poseer ya el gozo de Dios.

 

ORATIO

Oh Dios, Padre nuestro, que en el exceso de tu amor has expuesto a tu Hijo amadísimo al rechazo y al odio del mundo, danos la fuerza de tu Espíritu a nosotros, que, elegidos para ser tuyos, queremos seguir las huellas de nuestro maestro y dar un valiente testimonio, al mundo que no te conoce, de su muerte y su resurrección.

Haz que, conformándonos a él, opongamos amor al odio, mansedumbre a la violencia, perdón a la venganza, paz a la enemistad, bendición a la maldición. No permitas que en la hora de la prueba nos venza el miedo y nos haga caer en el pecado de la incredulidad y el desamor. Antes al contrario, haz que siempre seamos más tuyos y vayamos a ti unidos a tu Hijo, llevando en brazos a este mundo al que tú, incansablemente, amas y quieres salvar. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Hermanos, es necesario que pensemos de Jesucristo como de Dios, como juez de vivos y muertos; y es necesario que no tengamos en poca estima lo referente a nuestra salvación. Pecamos cuando ignoramos de dónde, por quién y a dónde hemos sido llamados y cuánto soportó padecer Jesucristo por nuestra causa. Ahora bien, ¿qué le daremos a él a cambio, qué fruto digno de lo que él mismo nos ha dado? ¿Cuántos beneficios le debemos? Pues nos concedió la gracia de la luz; como Padre nos llamó hijos; cuando estábamos perdidos, nos salvó. Así pues, ¿qué alabanza o qué pago le daremos a cambio de lo que hemos recibido? Nuestra mente estaba cegada cuando adorábamos piedras, leños, oro, plata y bronce, obras de los hombres. Toda nuestra vida no era más que muerte. Estábamos inmersos en las tinieblas. Pero se apiadó de nosotros y nos salvó compasivamente al ver el gran extravío y perdición en que estábamos sumidos, y que no teníamos ninguna esperanza de salvación si no venía de él. Nos llamó cuando no éramos y quiso que existiéramos a partir de la nada [...].

Así pues, arrepintámonos de todo corazón para que ninguno de nosotros se pierda. Ayudémonos mutuamente para guiar a los débiles en lo relativo a la fe, con el fin de que todos nos salvemos, nos convirtamos y nos amonestemos. Reunámonos e intentemos progresar en los mandamientos del Señor para que todos, al tener los mismos sentimientos, seamos reunidos para la vida [...].

Al único Dios invisible, Padre de la verdad, que nos envió al Salvador y guía de la incorruptibilidad, por medio del cual nos manifestó también la verdad y la vida celeste, a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén (Clemente Romano, Segunda carta a los Corintios, 1.17.20, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Él ha hecho de dos pueblos uno solo" (Ef 2,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Morimos solos. Mientras la vida, desde el seno materno, siempre es comunión, tanto que un yo humano aislado no puede ni nacer, ni subsistir, ni siquiera ser imaginado, la muerte deja en suspenso la ley de la comunión. Los hombres pueden acompañar hasta el extremo del umbral al moribundo, que puede sentirse acompañado, sobre todo, por la comunidad de los creyentes que le acompañan en la fe en Cristo; sin embargo, franqueará la estrecha puerta solo y aislado. La soledad explica lo que es actualmente la muerte: consecuencia del pecado (Rom 5,1 2); es inútil tratar de buscar otra razón.

Cristo ha asumido por los pecadores la muerte en su radicalidad extrema, con intensidad dramática. Y tanto es así que no sólo fue  manifiestamente abandonado por los hombres, no sólo fue rechazado por pocos partidarios suyos, sino que puso explícitamente en manos del Padre el vínculo de unión que le unía a él, el Espíritu Santo, para experimentar hasta sus últimas consecuencias el total abandono incluso por parte del Padre. Toda la riqueza del amor debe resumirse y simplificarse en este punto de unión, para que, manando de ahí, se pueda tener una fuente y una reserva eterna.

Por eso, no existe en la tierra una comunión en la fe que no se derive de la extrema soledad de la muerte en la cruz. El bautismo, que sumerge al cristiano en el agua, lo separa, en la fuente imagen e la amenaza de muerte de toda comunicación, para llevarlo a la verdadera fuente, origen de dicha comunicación. La misma fe, en su origen, está necesariamente de cara al abandono que el mundo y Dios han hecho al crucificado [...]. El mismo amor cristiano al prójimo es el resultado del sacrificio del hombre, así como Dios Padre se sirve para la redención de la humanidad del sacrificio del Hijo abandonado (H. U. von Balthasar, Cordura owerosia ll caso serio, Brescia 1974, ce., passim).

 

 

 

Día 5

 Domingo de Ramos Ciclo A

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 50,4-7

4 El Señor me ha dado una lengua de discípulo para que sepa sostener con mi palabra al abatido. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.

5 El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he resistido ni me he echado atrás.

6 Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos.

7 El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

 

*"»• La fidelidad a Dios y a los hombres - a la misión recibida en su favor- hace que el Siervo de YHWH permanezca firme en el sufrimiento, en la ignominia, en el aparente fracaso. Atento discípulo de la Palabra de Dios, profeta y maestro de sabiduría con el pueblo, con su suerte prefigura la de Cristo, el humilde que no opuso resistencia a la voluntad del Padre ni se sustrajo a la maldad de los hombres, seguro -hasta la hora suprema del abandono en la cruz- de que el designio de Dios es don de salvación que se ofrece a todos (v. 7; cf. Me 15,34 y Lc 23,43.46).

 

Segunda lectura: Filipenses 2,6-11

6 Cristo, a pesar de su condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios.

7 Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre,

8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

9 Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,

10 para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos,

11 y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

 

**• Se trata de un magnífico himno cristológico prepaulino. Complejo en cada una de las expresiones que lo constituyen, puede entenderse a partir de la expresión "tesoro celoso" (en castellano "alarde"), en griego harpagmós (v. 6), que literalmente significa "objeto de rapiña". ¿Qué significado puede tener la afirmación: Cristo, que es de condición (morphé) divina, no considera su igualdad a Dios un objeto de rapiña?

Se sobreentiende aquí el parangón con Adán, quien no siendo de tal condición quiso robarla. Pablo propone a la comunidad de Filipos el ejemplo del nuevo Adán, Cristo. Este aceptó reparar, mediante la humildad y la obediencia hasta la muerte más ignominiosa, la soberbia desobediencia del primer Adán, que precipitó a todo el género humano en el pecado y la muerte (cf. Rom 5,18s). Cristo se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo, que es la nuestra (v. 7), hasta las últimas consecuencias.

A su voluntario anonadamiento responde la acción de Dios (vv. 9-11), que no sólo "lo ha exaltado", sino "superexaltado". Ahora todo el universo está llamado a proclamar que Jesucristo es Kyrios, Señor, es decir, Dios, y esta confesión es para gloria del Padre.

 

Evangelio: Mateo 26,14-27,66

14 Entonces uno de los doce, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes, y

15 les dijo: - ¿Qué me dais si os lo entrego? Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata.

16 Y desde ese momento andaba buscando ocasión para entregarlo.

17 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: - ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?

18 Él contestó: - Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El maestro dice: Se acerca el momento, y quiero celebrar la cena de pascua en in casa con mis discípulos".

19 Ellos hicieron lo que Jesús les había mandado y prepararon lo cena de pascua.

20 Al atardecer, se puso a la mesa con los doce,

21 y mientras cenaban les dijo: - Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

22 Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: - ¿Soy yo, Señor?

23 Jesús respondió: - El que come en el mismo plato que yo, ése me entregará.

24 El Hijo del hombre se va, tal como está escrito de él; pero ¡ay de aquel que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!

25 Entonces preguntó Judas, el traidor: - ¿Soy yo acaso, maestro? Y Jesús le respondió: - Tú lo has dicho.

26 Mientras cenaban, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: - Tomad y comed; esto es mi cuerpo.

27 Tomó luego una copa y, después de dar gracias, se la dio diciendo: - Bebed todos de ella,

28 porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados.

29 0s digo que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.

30 Y después de cantar los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

31 Entonces Jesús les dijo: - Todos vais a fallar por mi causa esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.

32 Pero después de resucitar, iré delante de vosotros a Galilea.

33 Pedro le respondió: - Aunque todos fallen por causa tuya, yo no fallaré.

34 Jesús le dijo: - Te aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces.

35 Pedro le replicó: - Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo dijeron lodos los discípulos.

36 Entonces fue Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní, y les dijo: - Sentaos aquí mientras voy a orar un poco más allá.

37 Llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia,

38 y les dijo: - Siento una tristeza mortal; quedaos aquí y velad conmigo.

39 Después, avanzando un poco más, cayó rostro en tierra y estuvo orando así: - Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú.

40 Volvió donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Entonces dijo a Pedro: - ¿Con que no habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora?

41 Velad y orad, para que podáis hacer frente a la prueba; que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil.

42 Por segunda vez se alejó y volvió a orar así: - Padre mío, si no es posible que pase sin que yo la beba, hágase tu voluntad.

43 Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados.

44 Los dejó y volvió a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.

45 Entonces volvió donde estaban los discípulos y les dijo: - ¿Todavía estáis durmiendo y descansando? Ha llegado la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.

46 Levantaos, vamos. Ya está aquí el que me va a entregar.

47 Aún estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él un gran tropel de gente con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo.

48 El traidor les había dado esta señal: "Al que yo bese, ése es; prendedlo".

49 Nada más llegar, se acercó a Jesús y le dijo: - ¡Hola, maestro! Y lo besó.

50 Jesús le dijo: - Amigo, haz lo que has venido a hacer. Entonces, se adelantaron, echaron mano a Jesús y lo prendieron.

51 Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y, dando un golpe al criado del sumo sacerdote, le cortó una oreja.

52 Jesús le dijo: - Guarda tu espada, que todos los que empuñan la espada, perecerán a espada.

53 ¿O crees que no puedo acudir a mi Padre, que pondría a mi disposición en seguida más de doce legiones de ángeles?

54 Pero ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales tiene que suceder así?

55 Luego se dirigió a la gente y dijo: - Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido. A diario he estado enseñando en el templo, y no me apresasteis.

56 Pero todo esto ha ocurrido para que se cumpla lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

57 Los que apresaron a Jesús lo condujeron a casa del sumo sacerdote Caifás, donde estaban reunidos los maestros de la Ley y los ancianos.

58 Pedro lo siguió de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote; entró y se sentó con los criados para ver en qué paraba la cosa.

59 Los jefes de los sacerdotes y todo el sanedrín buscaban una acusación falsa contra Jesús para condenarlo a muerte.

60 Pero no la encontraron, a pesar de que se presentaron muchos testigos falsos. Al fin comparecieron dos,

61 que declararon: - Éste ha dicho: "Puedo derribar el templo de Dios y reconstruirlo en tres días".

62 El sumo sacerdote se levantó y le dijo: - ¿No respondes nada contra esta acusación?

63 Pero Jesús callaba. El sumo sacerdote le dijo: - Te conjuro por Dios vivo, dinos si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

64 Jesús le respondió: - Tú lo has dicho; y además os digo que veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Todopoderoso, y que viene sobre las nubes del cielo.

65 Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y dijo: - ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia.

66 ¿Qué os parece? Ellos respondieron: - Es reo de muerte.

67 Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a darle bofetadas; otros lo golpeaban,

68 diciendo: - Mesías, adivina quién te ha golpeado.

69 Pedro estaba afuera, sentado en el patio. Se le acercó una criada y le dijo: - Tú también estabas con Jesús, el Galileo.

70 Pero él lo negó ante todos, diciendo: - No sé de qué me hablas.

71 Salió después al portal, lo vio otra criada y dijo a los que había allí: - Éste andaba con Jesús de Nazaret.

72 Y por segunda vez negó con juramento: - Yo no conozco a ese hombre.

73 Poco después se acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron: - No hay duda de que tú eres uno de ellos; se te nota el acento.

74 Entonces él se puso a echar imprecaciones y a jurar: - ¡No conozco a ese hombre! Inmediatamente cantó un gallo.

75 Pedro recordó lo que Jesús le había dicho:

76 “Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces". Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

27,1 Cuando se hizo de día, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron la decisión de matar a Jesús.

2 Lo llevaron atado y se lo entregaron a Pilato, el gobernador.

3 Mientras tanto, Judas, el traidor, al ver que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y los ancianos

4 diciendo: - He pecado entregando a un inocente. Ellos replicaron: - ¿A nosotros qué? Allá tú.

5 Él arrojó en el templo las monedas, se marchó y se ahorcó.

6 Los jefes de los sacerdotes tomaron las monedas y dijeron: - No se pueden echar en el tesoro del templo, porque son precio de sangre.

7 Y después de deliberar, compraron con ellas el campo del alfarero para sepultura de los forasteros.

8 Por eso, aquel campo se llama hasta hoy "Campo de sangre".

9 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata, precio de aquel que fue tasado por los hijos de Israel,

10 y compraron el campo del alfarero, según lo que me mandó el Señor.

11 Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó: - ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús respondió: - Tú lo dices.

12 Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los jefes de los sacerdotes y los ancianos.

13 Entonces Pilato le preguntó: - ¿No oyes todo lo que dicen contra ti?

14 Pero él no le respondió, de suerte que el gobernador se quedó muy extrañado.

15 Por la fiesta, solía el gobernador conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran.

16 Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás.

17  Así que, viéndolos reunidos, les preguntó Pilato: - ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Mesías?

18 Pues se daba cuenta de que lo habían entregado por envidia.

19 Estaba aún en el tribunal cuando su mujer le envió este mensaje: - No te metas con ese justo, porque esta noche he tenido pesadillas horribles por su causa.

20 Los jefes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la gente para que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.

21 El gobernador volvió a preguntarles: - ¿A quién de los dos queréis que os suelte? Respondieron ellos: - A Barrabás.

22 Pilato preguntó de nuevo: - ¿Y qué hago entonces con Jesús, el llamado Mesías? Respondieron todos: - ¡Crucifícalo!

23 Él les dijo: - Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaron más fuerte: - ¡Crucifícalo!

24 Viendo Pilato que no conseguía nada, sino que el alboroto iba en aumento, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: - No me hago responsable de esta muerto; allá vosotros.

25 Todo el pueblo respondió: - ¡Nosotros y nuestros hijos nos hacemos responsables de esta muerte!

26 Entonces les solió a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, se lo entregó para que hiera crucificado.

27  Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la tropa.

28 Lo desnudaron y le echaron por encima un manto de color púrpura;

29 trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano derecha; luego se arrodillaban ante él y se burlaban, diciendo: - ¡Salve, rey de los judíos!

30 Le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza.

31 Tras burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron para crucificarlo.

32 Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz de Jesús.

33 Al llegar al lugar llamado Gólgota, esto es, el lugar de la Calavera,

34 dieron a Jesús vino mezclado con hiel para que lo bebiera, pero, después de probarlo, no quiso beberlo.

35 Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos echándolos a suertes.

36  Y se sentaron allí para custodiarlo.

37 Sobre su cabeza pusieron un letrero con la causa de su condena: "Éste es Jesús, el rey de los judíos".

38 Al mismo tiempo crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.

39 Los que pasaban por allí lo insultaban meneando la cabeza

40 y diciendo: - Tú, que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.

41 Y lo mismo los jefes de los sacerdotes, junto con los maestros de la Ley y los ancianos, se burlaban de él diciendo:

42 - A otros salvó, y a sí mismo no puede salvarse. Si es rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él.

43 Ha puesto su confianza en Dios; que lo libre ahora, si es que lo quiere, ya que decía: "Soy Hijo de Dios".

44 Hasta los ladrones que habían sido crucificados junto con él lo insultaban.

45 Desde el mediodía toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres.

46 Hacia las tres gritó Jesús con voz potente: - Eli, Eli, ¿lema sabaktani? Que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

47 Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: - Está llamando a Elías.

48 En seguida, uno de ellos fue corriendo a por una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola en una caña, le daba de beber.

49 Los otros decían: - Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarlo.

50 Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, entregó su espíritu.

51 Entonces, el velo del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron;

52 se abrieron los sepulcros y muchos santos que habían muerto resucitaron,

53 salieron de los sepulcros y, después de que Jesús resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.

54 El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y decían: - Verdaderamente, éste era Hijo de Dios.

55 Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos.

56 Entre ellas estaban María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.

57 Al caer la tarde, llegó un hombre rico, llamado José, natural de Arimatea, que también se había hecho discípulo de Jesús.

58 Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato mandó que se lo entregaran.

59 José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia

60 y lo puso en un sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca. Rodó una piedra grande a la puerta del sepulcro y se fue.

61 María Magdalena y la otra María estaban allí, sentadas frente al sepulcro.

62 Al día siguiente, es decir, el día después de la preparación de la pascua, los jefes de los sacerdotes y los fariseos se congregaron ante Pilato

63 y le dijeron: - Señor, recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía:"A los tres días resucitaré".

64 Así que manda asegurar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, roben su cuerpo y digan al pueblo que ha resucitado de entre los muertos, y este último engaño sea peor que el primero.

65 Pilato les dijo: - Disponéis de un piquete de soldados; id y aseguradlo como sabéis hacer.

66 Ellos fueron, aseguraron el sepulcro y sellaron la piedra, dejando allí la guardia.

 

**• La pasión de Jesús es paradójicamente -en la narración de Mateo- la pasión del Hijo del hombre, del Señor de la gloria, del Juez, universal destinado a dar cumplimiento a la historia de la humanidad. El evangelista refleja esta contradicción en una narración de intensa, aunque siempre comedida, dramaticidad, manifestada en los detalles propios de su evangelio (por ejemplo, la desesperación y el suicidio de Judas: 27,3-16) y en la tensión continua entre poder y mansedumbre. El que podría haber recurrido a más de doce legiones de ángeles para librarse de las manos de los hombres se deja capturar inerme (26,50b-54); calla ante los "grandes" sin utilizar manifestaciones sobrenaturales (27,14.19). Su muerte rubrica el paso a una condición totalmente nueva desde el punto de vista religioso, humano y cósmico (27,50-54); sin embargo, Jesús no es un superhombre.

Mateo subraya particularmente su soledad en Getsemaní (triple separación, triple vuelta a los suyos...), la humildad de su oración al Padre ("Si es posible...") y su confesión a los discípulos, a los que confía no sólo su tristeza mortal, sino también la debilidad de su carne (26,41b). De acuerdo con la perspectiva de su evangelio, Mateo, más que los otros evangelistas, insiste en el cumplimiento de las Escrituras -explícitamente o por medio de citas- para indicar que la pasión entra de lleno en el plan salvífico de Dios.

A pesar de todo, el pueblo elegido no lo ha comprendido y se hace culpable de la sangre del Inocente (27,4.25), esa sangre que sanciona "la nueva y eterna alianza" (26,28), la única que puede redimir de todo pecado.

 

MEDITATIO

La pasión del Señor nos pone en silencio. Un silencio más profundo que las múltiples voces que nos rodean y que habitualmente nos invaden. De lo hondo del corazón brota una pregunta que no podemos evitar: ¿por qué?

La respuesta nos la da el mismo Jesús, que dice: "Esta es mi sangre derramada por todos, para el perdón de los pecados"(Mt 26,28). Contemplemos al Hijo del hombre, al Señor glorioso, humillado por nosotros, injuriado, perseguido. Miremos al Hijo de Dios, que no baja de la cruz para salvarse a sí mismo, sino que se queda crucificado para salvarnos a todos nosotros. Fiel al designio del Padre, fiel al amor al hombre, ha asumido el abandono extremo debido al pecado, para que nosotros, libres, pudiésemos gustar la alegría de la comunión con Dios.

Que se conmueva la tierra por nuestra habitual indiferencia, que se despedacen las rocas de los corazones empedernidos. Hoy se nos brinda la gracia de la pasión de Cristo. Al nombre de Jesús, también nosotros doblamos las rodillas y, en silencio, humildemente, dejamos nuestro pecado a los pies de su cruz gloriosa, de su cruz de amor.

 

ORATIO

Tu rostro, Señor Jesús, es el rostro del Dios humilde que nos ama hasta despojarse, hasta hacerse pobre entre nosotros. Tu rostro es el rostro de nuestro dolor, de nuestra soledad, de nuestra angustia, de nuestra muerte que has querido asumir para que ya no estuviésemos solos y desesperados.

Haz que aprendamos a reconocer esta revelación desconcertante de tu omnipotencia, la omnipotencia de quien ama hasta compartir el sufrimiento, hasta dejarse crucificar por nuestro amor. Enséñanos lo que significa amar como tú nos amas, para acoplar en silencio el participar en tu misterio de pasión y muerte y gustar contigo el gozo de la victoria plena y total sobre la división, el pecado y la muerto.

 

CONTEMPLATIO

Venid y, al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres. Va libremente hacia Jerusalén. Corramos, pues, a una con quien se apresura a su pasión e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de la que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene y así logremos recibir en nosotros mismos a aquel Dios que ningún lugar es capaz de contener.

Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con él.

Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues "los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo" (Gal 3,27). Así debemos ponernos a sus pies, como si fuéramos unas túnicas (Andrés de Creta, Sermón 9 sobre el domingo de Ramos, PG 97, 990-994).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Se humillaba y no abría la boca" (Is 53,7a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando no aceptamos verdaderamente a Jesús como Hijo de Dios para justificar nuestras opciones equivocadas, renegamos de él. Y lo renegamos por no compartir su suerte, por no participar en su muerte. Siempre que no sabemos negarnos a nosotros mismos, renegamos de Jesús. Siempre que queremos salvarnos de la cruz, le miramos de lejos, y en la práctica decimos -aunque no sea de palabra- que no lo conocemos.

¿Acaso no nos sucede esto con frecuencia? Si por consiguiente tantas veces renegamos de Jesús, otras tantas deberíamos saber llorar amargamente y asumir el arrepentimiento y la conversión como compromiso de vida: éste es ciertamente el único camino hacia la santidad. La santidad no es fruto de virtud, sino un don de misericordia para quien se abre para acogerla, para quien se arrepiente de todo corazón, consciente de ser pecador. Es una gracia que el Señor nos haga ver nuestro pecado para llevarnos al arrepentimiento. Nos da la posibilidad de arrepentimos: así es su misericordia (A. M. Cánopi, Patí per noi. Passione di Gesú secondo Matteo e "Via Crucis", Cásale Monf. 1994, 23s).

 

 

Día 6

Lunes Santo

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 42,1-7

1 Éste es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.

2 No gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles;

3 no romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue. Proclamará fielmente la salvación

4 y no desfallecerá ni desmayará hasta implantarla en la tierra. Los pueblos lejanos anhelan su enseñanza.

5 Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó el cielo, que asentó la tierra y su vegetación, que concede aliento a sus habitantes y vida a los que se mueven en ella:

6 Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador; te tomé de la mano, te formé e hice de ti alianza del pueblo y luz de las naciones,

7 para abrir los ojos de los ciegos, sacar de la cárcel a los cautivos y del calabozo a los que habitan las tinieblas.

 

**• En estos días santos, se yergue ante nosotros la figura del Siervo de YHWH silenciosa y majestuosa, para introducirnos en el misterio pascual: su elección, misión y sufrimientos son profecía de la suerte de Cristo. Dios mismo presenta a su Siervo. Él lo ha elegido para una misión difícil y de capital importancia, por ello le sostiene. Consagrado con el espíritu profético, el Siervo llevará el "derecho" a todas las gentes, es decir, el conocimiento práctico de los juicios de Dios (v. 1). Este carácter "judiciario" se ilustra con la imagen de los vv. 2s, donde la misión del Siervo se describe teniendo en cuenta la figura del "heraldo del gran Rey". Según las costumbres de Babilonia, el heraldo estaba encargado de proclamar en las plazas de la ciudad los decretos de condenas a muerte. Si al concluir el pregón no surgía ningún testimonio en defensa del condenado, rompía la caña y apagaba la lámpara que llevaba, para indicar que la condena era ya irrevocable.

Ahora bien, el Siervo del único verdadero Rey, Dios, no quiebra la caña cascada. Mensajero de su juicio, no viene a condenar, sino a salvar. Con la fuerza de la mansedumbre y la firmeza de la verdad, perseverará en su tarea; las regiones más remotas, los que están lejanos de Dios, atenderán a la torah, la enseñanza que nos trae (v. 4). En Cristo, la figura se convierte en realidad. Cristo es a la vez verdadero Siervo doliente y verdadero libertador de la humanidad de la cárcel del pecado, elegido y enviado para la salvación. El es la luz que ha venido al mundo a iluminar a todas las gentes. El es el mediador de una nueva y eterna alianza (vv. 6s), ratificada con su cuerpo entregado y con su sangre derramada.

 

Evangelio: Juan 12,1-11

12,1 Seis días antes de la fiesta judía de la pascua, llegó Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.

2 Ofrecieron allí una cena en honor de Jesús. Marta servía la mesa y Lázaro era uno de los comensales.

3 María se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de nardo puro, y ungió con él los pies de Jesús; después, los secó con sus cabellos. La casa se llenó de aquel perfume tan exquisito.

4 Judas Iscariote, uno de los discípulos -el que lo iba a traicionar-, protestó, diciendo:

5 - ¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo entre los pobres?

6 Si dijo esto, no fue porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero común, robaba de lo que echaban en ella.

7 Jesús le dijo: - ¡Déjala en paz! Esto que ha hecho anticipa el día de mi sepultura.

8 Además, a los pobres los tenéis siempre con vosotros; a mí, en cambio, no siempre me tendréis.

9 Un gran número de judíos se enteró de que Jesús estaba en Betania, y fueron allá, no sólo para ver a Jesús, sino también a Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos.

10 Los jefes de los sacerdotes tomaron entonces la decisión de eliminar también a Lázaro,

11 porque, por su causa, muchos judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús.

 

**• "Seis días antes de la fiesta judía": la habitual precisión de Juan nos permite hoy revivir puntualmente, en la liturgia, la gracia de los últimos acontecimientos que preparan la pascua del Señor. La cena de Betania es preludio de la última cena. Según la mentalidad de aquel tiempo, la comida, particularmente la consumida juntos, reviste un carácter sagrado, pues indica comunión de vida y acción de gracias por la misma vida. Este aspecto, en esta cena, se profundiza ulteriormente por la presencia de Lázaro, "resucitado de entre los muertos", del que se dice que era uno de los que "estaban recostados" con Jesús (según la costumbre de comer recostados): gran proximidad de vida y muerte, presagio de comunidad de destino... Pero es la figura de María la que aparece en primer plano con su silencioso gesto de amor de adoración, sin cálculo ni medida. El perfume que derrama a los pies de Jesús es sumamente caro: trescientos denarios corresponden al salario de diez meses de trabajo de un obrero. Y toda la casa -nota el evangelista aludiendo al Cantar de los Cantares (1,12)- se llenó de la fragancia. Es un detalle que nos muestra en María la imagen de la Iglesia-Esposa unida amorosamente al sacrificio de Cristo-Esposo. A la donación total sin límites se contrapone la tacañería de Judas Iscariote (vv. 4-6).

Sin medias tintas, Juan nos presenta dos tipos en el seguimiento del Señor, María y Judas: el amor dilató el corazón de una; la mezquindad cerró de par en par el corazón del otro.

 

MEDITATIO

También se nos invita a la cena de Betania para estar con Jesús en esa atmósfera cálida de afecto y amistad.

Permanecemos en esa casa acogedora para afianzar nuestro seguimiento de Jesús: un camino de salvación, de la muerte a la vida, como le sucedió a Lázaro, o de activa solicitud que se convierte en servicio cotidiano al Maestro y a los suyos, como Marta. Un camino de amor, de adoración, que dilata día tras día el corazón, o quizás de reservas, resistencias y cálculos cada vez más mezquinos que acaban ahogándonos en la avaricia: María y Judas, ambos discípulos del Señor, se nos presentan como ejemplos-límite.

El estar con Jesús, escuchar su Palabra, compartir con él la existencia, no es todavía lo que decide nuestra meta y los pasos para lograrla. Es decisivo reconocer y acoger el amor que él da, el Amor que él es. Judas no lo acogió, por eso condena el "derroche" de María, haciendo sus cuentas con el pretexto de los pobres... María ha hecho de ese amor su vida; el centro de gravedad que la saca fuera de sí misma sin cálculos, sin razonamientos; con intuición muy precisa y luminosa, se ha quedado con lo esencial: con el pobre Jesús que da todo.

María no puede esperar, y quiere imitar, con el símbolo de un gesto, a su Maestro: derrama sobre esos pies que le han abierto el camino de una plenitud inesperada de amor -ahora en el tiempo y, lo cree firmemente, también en la eternidad- el nardo preciosísimo guardado con cuidado, imagen de una vida totalmente derramada en la caridad. "Y toda la casa se llenó de la fragancia del perfume."

 

ORATIO

Señor Jesús, Hijo de Dios, que has venido al mundo para ser el hombre más familiar de nuestra casa, ven esta tarde y todas las tardes a compartir con nosotros la cena de los amigos. Haz de cada uno de nosotros tu Betania perfumada de nardo, donde los íntimos secretos de tu corazón encuentren el camino silencioso de nuestro corazón, para que podamos vivir contigo la hora suprema del amor y decirte, con un gesto de pura adoración, cómo queremos -porque tú mismo lo has hecho por nosotros- vivir tu vida y morir tu muerte. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Estaba yo meditando sobre la muerte del Hijo de Dios encarnado. Todo mi afán y deseo era cómo poder vaciar mejor la mente de cuanto la ocupase, para tener más viva memoria de la pasión y muerte del Hijo de Dios.

Estando ocupada con este afán, de repente oí una voz que me dijo: "Yo no te amé fingidamente". Aquella palabra me hirió con dolor de muerte, pues se me abrieron al punto los ojos del alma, viendo cuan verdadero era lo que me decía. Veía los efectos de aquel amor y lo que movido por él hizo el Hijo de Dios. Veía en mí todo lo contrario, porque yo le amaba sólo fingidamente, no de verdad. Ver esto era para mí un dolor de muerte tan insufrible que me creía morir. De pronto me fueron dichas otras palabras que aumentaron mi dolor [...].

Mientras daba vueltas a aquellas palabras, él añadió: "Soy yo más íntimo a tu alma que lo es tu alma a sí misma". Esto aumentaba mi dolor, porque cuanto más íntimo le veía a mí misma, tanto más reconocía la hipocresía de mi parte. Estas palabras suscitaron en mi alma deseos de no querer sentir, ni ver ni decir nada que pudiese ofender a Dios. Y es que eso es lo que Dios requiere a sus hijos, a los que ha llamado y escogido para sentirle, verle y hablar con él (Ángela de Foligno, Libro de Vida, Salamanca 1991, 169-170, passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros" (Ef 5,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El ungüento que María extiende es el símbolo de la comunión nupcial con Jesús manifestado por la comunidad cristiana. Celebramos la llamada de nuestras comunidades cristianas, representadas por María de Betania, a la comunión total con Jesús, dador de vida. Es él quien transforma lo que debería haber sido un banquete fúnebre en memoria de Lázaro en un banquete gozoso. Es él quien cambia el hedor insoportable de un muerto "de cuatro días" en el perfume que inunda la casa de alegría. Es él quien contesta a todos los Judas de la tierra, que consideran un despilfarro el ungüento precioso de la intimidad con Dios y oponen los pobres al Señor. Es él quien rechaza la "práctica" de los que prefieren la eficiencia del dinero a cualquier éxtasis de amor y reducen maliciosamente a un valor monetario lo que no tiene precio. Es a él, en resumidas cuentas, a quien debemos buscar en la oración del abandono, en la experiencia contemplativa y en nuestro modo de vivir.

Que el Señor nos libre del error de Judas, que, insensible al perfume de nardo, sólo escucha el tintinear de las monedas, y en vez de percibir el resplandor del aceite, se deja seducir por el brillo del dinero. ¿Cuál es este perfume de ungüento con el que debemos llenar la casa, y cuál es este buen olor de Cristo que debemos difundir por el mundo? El perfume que debe llenar la casa es la comunión. Naturalmente, como el que compró María de Betania, el ungüento de la comunión tiene un precio muy elevado. Y debemos pagarlo sin rebajas, con mucha oración, ya que no se trata de un producto comercial de venta en nuestras perfumerías, ni es fruto de nuestros esfuerzos titánicos. Es un don de Dios que debemos implorar sin cansarnos. Pero lo obtendremos, estoy seguro, y su perfume llenará toda nuestra Iglesia (A. Bello, Lessico di comunione, Terlizzi 1991, 69-75, passím).

 

Día 7

        Martes Santo

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,1-6

1 Escuchadme, habitantes de las islas; atended, pueblos lejanos: el Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre.

2 Convirtió mi boca en espada afilada, me escondió al amparo de su mano; me transformó en flecha aguda y me guardó en su aljaba.

3 Me dijo: "Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti".

 

•* Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa.

Escuchad ahora lo que dice el Señor, que ya en el vientre me formó como siervo suyo, para que le trajese a Jacob y le congregase a Israel. Yo soy valioso para el Señor, y en Dios se halla mi fuerza.

El dice: "No sólo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra".

 

**• El Siervo de YHWH alza la voz pidiendo que se le escuche atentamente, incluso los más lejanos (v. la): su misión deberá llegar hasta el confín de la tierra (v. 6b). Nos cuenta su historia, sintetizándola en ciertos momentos capitales: la vocación en los orígenes de su vida, poniendo de manifiesto el designio de Dios (es él quien forma a su elegido como instrumento adecuado, al que le reserva un encargo concreto: proclamar con eficacia la palabra vv. ls); a continuación, el oráculo con el que el Señor le confirma en su identidad (v. 3a) y su misión (v. 3b).

En un primer momento, la misión acaba en un fracaso, y la inutilidad de la fatiga pesa en el corazón del Siervo. Formado desde el seno materno para reunir y convertir su pueblo al Señor (v. 5), experimenta el cansancio pero sabe reconocer que Dios lleva su causa, estima y recompensa a su obrero (v. 4). La estima que el Señor le manifiesta es la fuerza que le infunde (v. 5b), fortaleciendo al Siervo, que acoge y pronuncia un nuevo oráculo de Dios: la hora de la prueba y el fracaso no acaba con su actividad profética, sino que es instrumento para dilatar sin límites la irradiación de su mensaje. La misión del Siervo será universal: por medio de él, convertido en luz de las naciones, Dios quiere llegar con el don de su salvación a los últimos confines de la tierra (v. 6).

 

Evangelio: Juan 13,21-33.36-38

21 Dicho esto, Jesús se sintió profundamente conmovido y exclamó: - Os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar.

22 Los discípulos comenzaron a mirarse unos a otros, preguntándose

a quién podría referirse.

23 Uno de ellos, el discípulo al que Jesús tanto quería, estaba recostado a la mesa sobre el pecho de Jesús.

24 Simón Pedro le hizo señas para que le preguntase a quién se refería.

25 El discípulo que estaba recostado sobre el pecho de Jesús le preguntó:

- Señor, ¿quién es?

26 Jesús le contestó: - Aquel a quien yo dé el trozo de pan que voy a mojar en el plato. Y mojándolo, se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón.

27 Cuando Judas recibió aquel trozo de pan mojado, Satanás entró en él. Jesús le dijo: - Lo que vas a hacer, hazlo cuanto antes.

28 Ninguno de los comensales entendió lo que Jesús había querido decir.

29 Como Judas era el depositario de la bolsa común, algunos pensaron que le había encargado que comprara lo necesario para la fiesta o que diese algo a los pobres.

30 Judas, después de recibir el trozo de pan mojado, salió inmediatamente. Era de noche.

31 Nada más salir Judas, dijo Jesús: - Ahora va a manifestarse la gloria del Hijo del hombre, y Dios será glorificado en él.

32 Y si Dios va a ser glorificado en el Hijo del hombre, también Dios lo glorificará a él. Y lo va a hacer muy pronto.

33 Hijos míos, ya no estaré con vosotros por mucho tiempo. Me buscaréis, pero os digo lo mismo que ya dije a los judíos: "Adonde yo voy, vosotros no podéis venir".

36 Simón Pedro le preguntó: - Señor, ¿adonde vas? Jesús le contestó: - Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora; algún día lo harás.

37 Pedro insistió: - Señor, ¿por qué no puedo seguirlo ahora? Estoy dispuesto a dar mi vida por ti.

38 Jesús le dijo: - ¡De modo que estás dispuesto a dar tu vida por mí! Te aseguro, Pedro, que antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces.

 

**• Jesús, después del lavatorio de los pies y las primeras alusiones a la traición (vv. 10-11.18), declara abiertamente, profundamente conmovido: "Uno de vosotros me va a traicionar". El anuncio y su misma turbación dejan perplejos y desconcertados a los apóstoles, que tratan de identificar al traidor... En estas circunstancias aparecen algunos rasgos de la vida de la comunidad de los Doce con Jesús: la iniciativa de Pedro, evidenciando su autoridad; la relación de particular sintonía de un discípulo con el Señor; la infinita delicadeza de Jesús, que, mientras señala a Judas el traidor, le ofrece un bocado de pan untado, signo de honor y deferencia, última provocación del amor. Pero como Judas rechaza definitivamente responder al amor de Jesús, la suerte del Nazareno está echada, y no tolera demora (v. 27b). Por lo demás, una vez tomado el bocado de la amistad y rechazando al Amigo, Judas no puede estar en el círculo de los amigos: "Salió inmediatamente. Era de noche". La noche de la mentira, del odio que relega en la soledad, en el reino de Satanás. Jesús explica el sentido de cuanto está acaeciendo.

Precisamente ahora que Judas ha salido a ejecutar su plan de traicionar a su Maestro, el Hijo del hombre es glorificado. Y Dios es glorificado en él porque, en la entrega del Hijo a la cruz, manifiesta su amor sin límites a la humanidad. La hora de la muerte y la de la resurrección constituyen, juntas, la hora única de la gloria, de la espléndida manifestación de Dios, que es amor.

Con el v. 33 comienza el discurso de despedida de Jesús a los suyos. Sabe que dejará un vacío imposible de llenar (v. 33a), aunque necesario (v. 33b) y no definitivo, como aparece en la respuesta a Pedro. Pero en su generosidad intempestiva, el apóstol no soporta esperar y dice estar dispuesto a dar la vida con tal de seguir al Señor. Precisamente aquí se revela la necesidad de la separación de Jesús: sin la fuerza que brota de su pasión y resurrección, sin la presencia del Espíritu, nadie está en disposición de seguir a Cristo {"Antes de que el gallo cante...": v. 38b).

 

MEDITATIO

Como un amigo al que estamos habituados de repente puede parecemos desconocido, extraño en el misterio de su persona, así debió de pasar a los discípulos en el cenáculo aquella tarde. Lo mismo nos pasa a nosotros hoy con Jesús: no comprendemos ya nada, nos quedamos perplejos ante la predicción que nos hace. Percibimos que verdaderamente conoce la posibilidad de nuestra traición, de nuestra falta de mantener la palabra, de esas sutiles, insinuantes afirmaciones que tenemos a flor de labios y hieren el corazón de la comunidad cristiana...

Y nosotros ni siquiera nos damos cuenta de lo profunda que es la herida en su corazón, del que está en agonía hasta el fin del mundo, según la expresión de Pascal.

Y a pesar de todo -por siempre-, para él el traidor sigue siendo el amigo al que brinda un último gesto de predilección. Porque el amor no retira lo que ha dado, no reniega de lo que es. Prefiere consumirse en el dolor y la muerte...

Pero hoy, en la noche que rodea la sala de la cena, una luz queda encendida: finalmente hemos intuido algo del misterio de Jesús. Para cada uno de nosotros, que llevamos dentro las tinieblas de Judas, las frágiles corazonadas de Pedro y -esperemos- el amor de Juan, por cada uno de nosotros no cesa de ofrecerse a sí mismo, porque nos ha amado hasta el extremo. Ésta es su gloria: mostrar en el rostro desfigurado por el sufrimiento que el amor de Dios es fiel siempre, que el amor vencerá a la muerte. Es más, ya la ha vencido.

 

ORATIO

Señor Jesús, en este crepúsculo del tiempo compartimos contigo la cena: pero todavía no comprendemos tu misterio. Y, sin embargo, creíamos que te conocíamos desde hacía tanto...

Y cuando con profunda emoción tú nos revelas nuestro propio misterio -la tremenda posibilidad de traición y odio-, intuimos que tú nos conoces desde siempre.

Ayúdanos, Señor, a acoger la verdad del mal que hay en nosotros sin mirarnos con desconfianza unos con otros, sin manifestar un disgusto desesperado de nosotros mismos, sin presumir de ser diferentes, mejores, dispuestos a dar la vida por ti: no cantaría el gallo y te habríamos negado no tres, sino infinitas veces.

Danos la fortaleza de permanecer en la luz de aquella sala en la planta de arriba: allí se revela, a tu luz, lo que de verdad somos, y fuera es de noche. Entonces podremos comprender algo de ti, que eres el Amigo por siempre y no cesas de atraernos con vínculos de bondad: aunque te neguemos, tú permaneces fiel, porque no puedes negarte a ti mismo.

 

CONTEMPLATIO

Ahora llega la tarde de aquel día y la tarde de una vida tan breve. Jesús está con los suyos [...]. Notemos la profunda soledad que le rodea. Jesús está tan solo que nuestro corazón se llena de miedo. Él está sentado en medio de los suyos; les dirige la palabra, pero ellos no le comprenden.

En torno a él reina una terrible y misteriosa soledad, en la que lo aprisiona el mundo que se ha cerrado en sí mismo. Se trata -si se nos permite decirlo así- de la soledad de Dios en el mundo que le pertenece pero que no ha querido acogerle (Jn 1,11).

Y, a pesar de todo, quiere regalarles el don supremo.

Jesús pone su misma persona en este misterio del cordero pascual: él es el viviente que mañana deberá morir para expiar con su muerte el pecado del mundo. Tratemos de ser muy conscientes del alcance de este acontecimiento, frente al cual sólo caben dos alternativas: la opción que nos lleva a creer y a adorar o el rechazo.

Esto es lo que acontece aquella tarde. Luego llegará la muerte. Y, después de la muerte, la resurrección. Y cincuenta días después, tendrá lugar el acontecimiento de Pentecostés, y el Espíritu Santo hará su entrada en el tiempo. Él asumirá la dirección de la Historia Sagrada y hará a los creyentes capaces de comprender o, mejor dicho, de revivir lo que pasó en la soledad y desorientación de esa última tarde (R. Guardini, // messaggio di san Giovanni, Brescia 1982, 16-19, passim).

 

ÁCTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rom 8,32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La miseria del hombre consiste en haber traicionado a Dios. Ninguna injusticia humana será de verdad reparada hasta que no se repare esta injusticia con Dios. Nos acusamos unos a otros, y todos somos culpables. Y los más culpables somos nosotros, los cristianos mediocres. Siempre deberemos hacer esta confesión, siempre seremos indignos de Cristo. Pero no es el momento de procesar al hombre cuando Dios agoniza en nuestros corazones.

Ciertamente, hay necesidades materiales que debemos satisfacer hoy, pues hay miserias corporales que no pueden demorarse ni una hora más. Mi intención no es tanto la de atenuar el sentimiento de su urgencia cuanto demostrar que su existencia proviene de nuestro abandono de Dios y que su curación se derivará infaliblemente de nuestro retorno a Dios. Lo que resulta tan grave en la hora presente - y a la vez tan grande- es que todos los problemas conllevan, de manera muy acuciante, una resonancia mística, comprometen el Reino de Dios y nos imponen el deber inexorable de ayudar a Dios crucificado, condenado por nuestro egoísmo y prisionero de su Amor; compadeciendo su dolor antes de enternecernos por el nuestro, esforzándonos por aliviar la herida que hace derramar sangre a su corazón.

Ahora es el tiempo de salir a su encuentro en el camino doloroso al que las culpas humanas le arrastran martirizando su rostro en el alma pecadora. Es necesario que nuestro corazón se convierta en sacramento del suyo y que ninguno de nuestros hermanos pueda lamentarse de no haber encontrado en nosotros su ternura. Entonces disminuirán el dolor y la sombra que proyecta sobre el rostro del Amor (M. Zundel, // Vangelo interiore, Padua 1991, 54-56, passim). 

 

Día 8

 

Miércoles Santo

  

LECTIO

Primera lectura: Isaías 50,4-9a

Dijo Isaías:

4 El Señor me ha dado una lengua de discípulo para que sepa sostener

con mi palabra al abatido. Cada mañana me espabila el oído para que escuche como los discípulos.

5 El Señor me ha abierto el oído y yo no me he resistido ni me he echado atrás.

6 Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos.

7 El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

8 Mi defensor está cerca, ¿quién me quiere denunciar? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién me va a acusar? ¡Que venga a decírmelo!

9 Sabed que me ayuda el Señor: ¿Quién me condenará?

 

**- En este "tercer poema del Siervo de YHWH", se acentúa el tema del fracaso, que ya estaba presente en Is 49,1-6: El profeta encuentra hostilidad y persecución, incluso violencia. Su vocación, con rasgos sapienciales, lo califica como un discípulo que, por don y misión del Señor Dios, transmite la Palabra a los descorazonados e indecisos. Sólo si el profeta se manifiesta cada día como un discípulo pronto a escuchar, podrá llegar a ser verdadero maestro: no dispone de la Palabra a su gusto.

Consciente desde el principio de las exigencias de su vocación, el Siervo no opone resistencia a Dios; y su pleno consentimiento le hace fuerte y manso de cara a los perseguidores: no se sustrajo a la Palabra, ni se echó atrás ante las injurias y la violencia de los que quisieran acallarla, reduciéndola al silencio (vv. 5s).

No le rinde el sufrimiento, ni le desorienta. El profeta confía en la ayuda de Dios; él lo justificará ante los adversarios: ninguno podrá demostrar la culpabilidad de su Siervo, testigo fiel y veraz de la Palabra (vv. 7-9).

 

Evangelio: Mateo 26,14-25

14 Entonces uno de los doce, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes y

15 les dijo: - ¿Qué me dais si os lo entrego? Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata.

16 Y desde ese momento andaba buscando la ocasión propicia para entregarlo.

17 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: - ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?

18 Él contestó: - Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El maestro dice: Se acerca el momento, y quiero celebrar la cena de pascua en tu casa con mis discípulos".

19 Ellos hicieron lo que Jesús les había mandado y prepararon la cena de pascua.

20 Al atardecer, se puso a la mesa con los doce,

21 y mientras cenaban les dijo: - Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

22 Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: - ¿Soy yo, Señor?

23 Jesús respondió: - El que come en el mismo plato que yo, ése me entregará.

24 El Hijo del hombre se va, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hambre no haber nacido!

25 Entonces preguntó Judas, el traidor: - ¿Soy yo acaso, maestro? Y Jesús le respondió: - Tú lo has dicho.

 

**• La escucha de la presente perícopa siempre es inquietante: "Uno de los doce", uno de los amigos más íntimos, de los compañeros cotidianos, de los discípulos a los que enseñó con mimo particular, "fue..." por iniciativa propia, por libre opción, a proponer la entrega de Jesús a los sumos sacerdotes, que no deseaban otra cosa (vv. 3-5). Y desde entonces, como fiera al acecho, Judas vive al lado de Jesús buscando "la ocasión propicia" (vv. 16s). Aun siendo capaz de una iniquidad que supera los límites humanos (es obra de Satanás: cf. Lc 22,3 y Jn 13,2), la libertad del hombre entra en el plan de Dios: es lo que Mateo deja entender en el v. 15, citando a Zac 11,12 sobre el precio pactado con Judas. Todavía más significativo es el uso teológico, común en todas las narraciones de la pasión y de sus predicciones, del verbo paradídomi, "entregar". Este verbo expresa, por un lado, la entrega-traición por parte de los hombres y, por otro, la entrega-don que el Padre hace del Hijo y Jesús hace de sí mismo, hasta la suprema entrega del Espíritu en la cruz (Jn 19,30).

El esmero con que tradicionalmente se prepara el rito pascual asume un significado más profundo (vv. 17-19): Jesús sabe que se acerca su kairós (v. 16), su hora, el tiempo del acontecimiento escatológico establecido por Dios. Y ordena disposiciones muy precisas, porque "ardientemente he deseado comer esta pascua"', en este rito, sustituirá el nuevo memorial al antiguo, dejándonos su  cuerpo y su sangre como comida y bebida.

Esta entrega de sí mismo con el mayor amor acontece en una atmósfera cargada por el anuncio de la traición ("entrega"). Cada uno, herido en su interior, desconfía de sí mismo y también de sus propios compañeros. Surge un coro de preguntas, pero mientras los otros apóstoles se dirigen a Jesús con el apelativo de "kyrios", Señor, Judas le llama simplemente "rabbí". Este Maestro es realmente el Señor, que conoce a su traidor, por el cual se cumple la Escritura.

 

MEDITATIO

Jesús revela quién es Dios y quién es el hombre manifestándonos en su propia historia divino-humana el misterio de la libertad de ambos. Aparece claramente en la pasión, cuando personas y acontecimientos parecen coartarlo, quebrantarlo, hasta clavarlo en la cruz. En el Evangelio de hoy aparecen los dos polos extremos del poder humano: la libertad de entregar/traicionar (abismo de apostasía: Judas) y la de entregarse/darse (la cumbre del amor más grande por los demás: Jesús). Entre ambos polos, cada uno es libre de moverse, de llevar a cabo sus opciones cotidianas, pero el Evangelio nos hace conscientes de una realidad: en los dos extremos está o el poder de Dios o la fuerza del maligno. Pero hoy no sólo aparece la enorme y vertiginosa capacidad de la libertad humana, sino que también se nos muestra algo de la libertad de Dios: su omnipotencia, que brinda al hombre la salvación sin forzarle; su amor, que se entrega -en el Hijo- a sí mismo para que el hombre no sea presa eterna y casi ignorante del pecado. Desde siempre Dios había preparado esta pascua; y cuando el Hijo del hombre vino a cumplirla entre nosotros, se ha abierto a toda criatura un nuevo horizonte ilimitado de libertad: la libertad de amar incluso dando la vida para encontrarse en plenitud en el seno amoroso de la Trinidad.

 

ORATIO

Señor Jesús, déjanos hoy confesar ante ti y concédenos, para hacerlo, un corazón verdaderamente arrepentido y palabras humildes y sinceras. Somos nosotros, Señor, los que te hemos vendido, y no sólo una vez.

Cada día especulamos con tu persona y vivimos de esta mísera ganancia; nosotros, los amados por ti. ¿Nos puedes todavía soportar como íntimos en tu casa, para comer el pan de tus lágrimas y beber la sangre de tu dolor? Vendido por nosotros por una miseria, tú nos has comprado, Señor, al precio infinito de tu sangre. Haz, te suplicamos, que, a través de la herida de tu corazón, podamos penetrar y establecernos siempre en la comunión de tu amor. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Judas dejó el puesto que Jesús le había asignado en la comunidad apostólica para "irse a su lugar". Se ha separado de los demás, de la comunidad; llegó hasta este extremo progresivamente: en primer lugar se fue replegando sobre sí mismo, siguiendo un camino muy suyo, y finalmente se fue a su lugar. Ciertamente, al principio estaba muy lejos de querer traicionar al Maestro. La situación política de Israel era muy compleja, y mucha gente prudente del pueblo se preguntaba si Jesús no era un motivo de desorden. En efecto, ¿qué pruebas había de la misión de Jesús?

Es cierto que Judas debió de atormentarse interiormente, rumiando muchas dudas y pensamientos oscuros. Pero no los compartió con los otros, y quizás fuese ésta la causa de sus ilusiones, de su ceguera y su obstinación. Estaba solo, cerrado en sí mismo. Y en estas circunstancias, nos hacemos incapaces de juzgar las cosas con objetividad. No se comunicaba con los hermanos, reflexionaba solo y andaba a su aire [...]. "A su puesto" (R. Voillaume, Cartas a los hermanos, Madrid 1973).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (Ap 2,10b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Judas aparece como el protagonista de la liturgia de los tres primeros días de la Semana Santa: el Evangelio siempre habla de él. Y Judas está presente también en el cenáculo. La presencia de Judas en medio de los doce, en torno a la mesa de Jesús, es, indudablemente, el hecho más inquietante entre los hechos, todos inquietantes, que se condensan en vísperas de la pasión del Señor. Es la presencia del enemigo entre los amigos, del que golpea en el momento y lugar en que se precisa la confianza, porque nadie puede ya defenderse con ninguno.

Jesús no ignora esta presencia, no la pasa por alto; pero, a la vez, no descubre a Judas, no le acusa, no discute con él, no trata de defenderse. No calla a propósito de dicha presencia, para hacerse también presente a él hasta el final. Los doce, sin embargo, tratan de descubrir quién es el que de ellos miente: y en esta tentativa sucumben y caen en la antigua ley de la sospecha recíproca generalizada, de la acusación, de la división. De aquí nace siempre la crisis de la relación fraterna y de comunión: del temor de ser traicionados, del temor de que otro se aproveche, de la pretensión imposible de poner a prueba y verificar las intenciones del otro. No existe otra manera de vencer al traidor que entregarse en sus manos y poner en manos de Dios la propia causa. Pensemos en cuántos desavenencias, cuántas ofensas, cuántas prepotencias, se esconden en nuestra vida por la sospecha. Para sentarse en torno a la mesa de Jesús es preciso fiarse uno de otro sin pensar en el precio que puede costar esta confianza (G. Angelini, L¡ amó sino alia fine, Milano 1981, 40s).

 

Día 9

Jueves Santo

Misa Crismal Misa vespertina "In coena Domini"

Misa Crismal

Es la que el Obispo celebra con su presbiterio, y dentro de la cual consagra el Santo Crisma y bendice los demás óleos. Con él se ungen los recién bautizados, los confirmados son sellados, y se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la iglesia y los altares en su dedicación.

Is 61, 1-3a-6a. 8b-9

1 El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad;
2 a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran,
3a para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido.

6a Sobre los muros de Jerusalén he apostado guardianes; ni en todo el día ni en toda la noche estarán callados.

8b No beberán hijos de extraños tu mosto por el que te fatigaste,
9 sino que los que lo cosechen lo comerán y alabarán a Yahveh, y los que los recolecten lo beberán en mis atrios sagrados."

Ap 1, 5-8

5 y de parte de Jesucristo, " el Testigo fiel, el Primogénito " de entre los muertos, " el Príncipe de los reyes de la tierra. " Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados

6 y ha hecho de nosotros " un Reino de Sacerdotes " para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

7 Mirad, " viene acompañado de nubes: " todo ojo le verá, hasta " los que le traspasaron, " y " por él harán duelo todas las razas " de la tierra. Sí. Amén.

8 Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, «Aquel que es, que era y que va a venir», el Todopoderoso.

Lc 4, 16-21

 16 Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura.

17 Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito:

18 " El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos "

19 " y proclamar un año de gracia del Señor. "

20 Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.

21 Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.»

 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO EN LA SANTA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO 2 DE ABRIL DE 2015


 

             «Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).

             Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”»(cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel no es fácil, es dura; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso la consumación en el martirio.

             El cansancio de los sacerdotes... ¿Sabéis cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos vosotros? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajáis en medio del pueblo fiel de Dios que os fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.

             Estad seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium 286). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».

             Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Venid a mí cuando estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y rendirse ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).

             Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas y necesitamos que el Pastor nos ayude. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.

             ¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo? ¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias —que son suaves y ligeras—, en sus complacencias —a ellos les agrada estar en mi compañía—, en sus intereses y referencias —a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios—? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu Santo que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado» (2 Tm 1,12)?

             Repasemos un momento las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.

             No son tareas fáciles, exteriores, como por ejemplo el trabajo material —construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... —; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones... Si tenemos el corazón abierto, esta mención y tanto afecto fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, se conmueve y hasta parece comido por la gente: «Tomad, comed». Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomad y comed, tomad y bebed...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre, siempre cansa.

             Quisiera ahora compartir con vosotros algunos cansancios en los que he meditado.

             Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador —lo dice el evangelio—, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium,11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al1 alcance111 de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). ¡Qué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Venid a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).

             También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra de Dios, trabajan incansablemente para acallarla o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium,83). El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar —es un hábito importante: aprender a neutralizar—: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No temáis, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y esta palabra nos dará fuerza.

             Y por último —para que esta homilía no os canse demasiado— está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium.277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a trabajar (somos los que cuidamos). Este cansancio, en cambio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón, de ayuda: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa y, a la larga, cansa mal.

             La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.

             Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270). El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Eso es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él las besa, la suciedad del trabajo él la lava.

             El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Y, por favor, pidamos la gracia de aprender a estar cansados, pero ¡bien cansados!

 

 

 

 Misa vespertina "In coena Domini"

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 12,1-8.11-14

1 El Señor dijo a Moisés y a Aarón en Egipto:

2 - Este mes será para vosotros el más importante de todos, será el primer mes del año.

3 Decid a toda la asamblea de Israel que el día décimo de este mes se procure cada uno un cordero por familia, uno por casa.

4 Si la familia es demasiado pequeña para comerlo entero, que invite a cenar en su casa a su vecino más próximo, según el número de personas y la

porción de cordero que cada cual pueda comer.

5 Será un animal sin defecto, macho, de un año; podrá ser cordero o cabrito.

6 Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y toda la comunidad de Israel lo inmolará al atardecer.

7 Luego untarán con la sangre las jambas y el dintel de la puerta de las casas en las que vayan a comerlo.

8 Lo comerán esa noche asado al fuego, con panes ácimos y hierbas amargas.

11 Y lo comeréis así: la cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, porque es la pascua del Señor.

12 Esa noche pasaré yo por el país de Egipto y mataré a todos sus primogénitos, tanto de hombres como de animales. Así ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

13 La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; al ver yo la sangre, pasaré de largo y, cuando yo castigue a Egipto, la plaga exterminadora no os alcanzará.

14 Este día será memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones.

 

*•• El presente texto tiene un carácter prescriptivo: el acontecimiento histórico de la última cena de los hebreos en Egipto, en espera del paso del Señor que libera de la esclavitud, aparece aquí en clave litúrgica para convertirse en "un rito perpetuo". La memoria se hace memorial {zikkarón, v. 14), y, en él, la eficacia salvífica de cuanto YHWH ha ejecutado de una vez por todas se actualiza para cada generación en y mediante la liturgia; de ahí la preocupación por dar normas concretas y detalladas para la celebración (vv. 3-8.11). El rito hebraico funde elementos originariamente distintos y los historifica. El sacrificio anual del cordero, con la aspersión de la sangre -la pascua ipesaj, fiesta primaveral de los pastores nómadas)-se convierte para los israelitas en signo de la protección del Señor (vv. 7.12s).

La ofrenda de las primicias -los ázimos (fiesta agrícola vinculada al ciclo de las estaciones)-, puesta en referencia con la liberación de Egipto, recuerda ahora, de generación en generación, la rápida huida de aquel país de esclavitud. En un momento preciso de la historia de un pueblo oprimido, Dios interviene con su poder: aquel momento no pertenece sólo al fluir de los tiempos, sino a la dimensión de Dios. Por eso es un "hoy" ofrecido siempre al que quiera entrar en aquella historia de salvación mediante la celebración del memorial.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 11,23-26

11,23 Del Señor recibí la tradición que os he transmitido; a saber, que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan

24 y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros; haced esto en memoria mía".

25 Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía".

26 Así pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga.

 

**• En la última cena en esta tierra de destierro, Jesús sustituye el memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto con su memorial. Cumplimiento de la Ley y los profetas, lleva a plenitud el antiguo rito con su sacrificio de amor.

"Por nosotros" se dejó entregar a la muerte (en el v. 23, el término "entregar" hace alusión a todo el misterio pascual, no sólo a la entrega). "Nueva": así es la alianza con Dios, sancionada con la sangre del verdadero Cordero, que con su inmolación nos libera de la esclavitud del mal y, consumada en la comunión del Pan de la ofrenda que, roto en la muerte, nos da la vida. También debería ser nueva la conducta del cristiano: cada vez que come de este pan y bebe de este cáliz, graba en su propia existencia la extraordinaria riqueza de la pascua de Cristo, testimoniándolo en el tiempo hasta el día de la venida gloriosa del Señor (v. 26).

 

Evangelio: Juan 13,1-15

1 Era la víspera de la fiesta de la pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre. Y él, que había amado a los suyos, que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin.

2 Estaban cenando y ya el diablo había metido en la cabeza a Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de traicionar a Jesús.

3 Entonces Jesús, sabiendo que el Padre le había entregado todo, y que de Dios había venido y a Dios volvía,

4 se levantó de la mesa, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura.

5 Después echó agua en una palangana y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura.

6 Cuando llegó a Simón Pedro, éste se resistió: - Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?

7 Jesús le contestó: - Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes comprender ahora; lo comprenderás después.

8 Pedro insistió: - Jamás permitiré que me laves los pies. Entonces Jesús le respondió: - Si no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos.

9 Simón Pedro reaccionó así: - Señor, no sólo los pies; lávame también las manos y la cabeza.

10 Entonces dijo Jesús: - El que se ha bañado sólo necesita lavarse los pies, porque está completamente limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos.

11 Sabía muy bien Jesús quién lo iba a entregar; por eso dijo: "Vosotros estáis limpios, aunque no todos".

12 -Después de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a sentarse a la mesa y dijo a sus discípulos: - ¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros?

13 Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo soy.

14 Pues bien, si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros.

15 Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros.

 

*»• "Llevó su amor hasta el fin": también Juan, como los sinópticos, quiere evidenciar en la narración de la última cena la total entrega del amor por parte de Jesús, que anticipa para "los suyos" el sacrificio de la cruz; pero en vez de describir la institución de la eucaristía, ya presente en los otros evangelios y en la tradición oral (cf. 1 Cor 11,23), Juan expresa el significado del acontecimiento por medio del episodio del lavatorio de los pies.

El fragmento pone en evidencia el lúcido conocimiento de Jesús (w.1-3: "sabía"). Se abraza libremente con el designio de Dios, reconociendo como inminente esa "hora" hacia la cual se dirigían todos sus días terrenos: la hora del verdadero paso (Ex 12,12s), de la nueva pascua, del amor que llega a su plenitud definitiva (v. 1).

Esta cumbre del amor se manifiesta concretamente en el más profundo abatimiento: si el v. 3b alude a la encarnación, primer paso decisivo de la kénosis del Hijo eterno, los versículos siguientes muestran hasta qué punto ha asumido la condición de siervo (cf. Flp 2,7s), ya que la tarea de lavar los pies se reservaba a los esclavos e incluso un rabbí no podía exigírselo a un esclavo hebreo.

Y Jesús nos pide a nosotros esta misma humildad, este espíritu de servicio recíproco que sólo puede inspirar el amor (w.12-15). Acoger el escándalo de la humillación del Hijo de Dios y dejarnos purificar por su caridad (v. 8) nos implica en el dinamismo de la oblación divina, nos impone seguir el ejemplo de Cristo: ésta es la condición indispensable para participar en su memorial, para celebrar la pascua con él.

 

MEDITATIO

El discurso de Jesús en la última cena fue una conversación en un clima de amistad, de confianza y, a la vez, el último adiós, que nos da abriendo su corazón.

¡Cómo debió de esperar Jesús esta hora! Era la hora para la cual había venido, la hora de darse a los discípulos, a la humanidad, a la Iglesia. Las palabras del Evangelio rebosan una energía vital que nos supera. El memorial de Jesús -el recuerdo de su cena pascual- no se repite en el tiempo, sino que se renueva, se nos hace presente. Lo que Jesús hizo aquel día, en aquella hora, es lo que él todavía, aquí presente, hace para nosotros.

Por eso no dudamos en sentirnos de verdad en aquella única hora en la que Jesús se entregó a sí mismo por todos, como don y testimonio del amor del Padre.

Nosotros, por consiguiente, debemos aprender de Jesús, que nos dice: "Os he dado ejemplo...". Debemos aprender de él a decir siempre "gracias" y a celebrar la eucaristía en la vida entrando en la dinámica del amor que se ofrece y sacrifica a sí mismo para hacer vivir al otro. El rito del lavatorio de los pies tiene como finalidad recordarnos que el mandamiento del Señor debe llevarse a la práctica en el día a día: servirnos mutuamente con humildad. La caridad no es un sentimiento vago, no es una experiencia de la que podemos esperar gratificaciones psicológicas, sino que es la voluntad de sacrificarse a sí mismo con Cristo por los demás, sin cálculos. El amor verdadero siempre es gratuito y siempre está disponible: se da pronta y totalmente.

 

ORATIO

Partirás solo, Señor, sin nosotros, tus amigos, para afrontar la lucha suprema del enemigo. Partirás solo porque no podemos seguirte antes de que hayas vencido a aquel que nos divide. Pero nos encontrarás en lo hondo de tu soledad, y nosotros te encontraremos en el fondo de nuestra humillación.

Señor Jesús, nosotros no sabemos cuál es la hora más dulce y pura del amor: si la que nos reúne juntos, confiados y descansados sobre tu pecho, o la que nos dispersa en la noche perdidos y abatidos de tristeza. Pero si tú, desde tu lejanía de condenado a muerte, te vuelves un momento a mirarnos, percibiremos en la luz de tus ojos una chispa del insondable misterio que hoy nos pesa en el corazón y que mañana contemplaremos sin velos en el rostro del Amor. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Mi Señor se quita el manto, se ciñe una toalla, echa agua en la jofaina y lava los pies a sus discípulos: también quiere lavarnos los pies a nosotros. Y no sólo a Pedro, sino a cada uno de los fieles nos dice: "Si no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos". Ven, Señor Jesús, deja el manto que te has puesto por mí. Despójate, para revestirte de tu misericordia. Cíñete una toalla, para que nos ciñas con tu don: la inmortalidad. Echa agua en la jofaina y lávanos no sólo los pies, sino también la cabeza; no sólo los pies de nuestro cuerpo, sino también los del alma. Quiero despojarme de toda suciedad propia de nuestra fragilidad.

¡Qué grande es este misterio! Como un siervo lavas los pies a tus siervos y como Dios mandas rocío del cielo [...]. También yo quiero lavar los pies a mis hermanos, quiero cumplir el mandato del Señor. Él me mandó no avergonzarme ni desdeñar el cumplir lo que él mismo hizo antes que yo. Me aprovecho del misterio de la humildad: mientras lavo a los otros, purifico mis manchas (san Ambrosio, El Espíritu Santo I, 12-15).

 

ACTIO

         Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Haced esto en memoria mía" (1 Cor 11,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El día de Jueves Santo se celebra la memoria de la primera vez que Nuestro Señor tomó el pan y lo convirtió en su cuerpo, tomó el vino y lo transformó en su sangre. Esta verdad requiere de nosotros una gran humildad, que sólo puede ser un don suyo. Me refiero a esa humildad de mente por la que conocemos la verdad de que lo que antes era pan ahora es su cuerpo y lo que antes era vino ahora es su sangre. Por eso nos arrodillamos para honrar a Jesús en el Santísimo Sacramento. Sucesivamente, cuando se ora ante el altar de la Reserva, nos damos cuenta de cómo estamos unidos a él en el sufrimiento del huerto de Getsemaní, tan cercanos a él como María Magdalena cuando lo encontró en el huerto el primer domingo de pascua: este hecho es el que nos causa más extrañeza.

El día de Jueves Santo [...] evocamos también cómo nuestro Señor, durante la última cena, se levantó y se puso a lavar los pies de sus apóstoles y, con este gesto, nos mostró algo de la divina bondad.

Jesús nos revela en qué consiste lo divino. Jesús lavó los pies de sus discípulos para mostrar las atenciones y la gran bondad que Dios tiene con nosotros. Es un pensamiento maravilloso que podría ocupar nuestra mente y nuestras plegarias.

Si esta bondad divina puede manifestársenos, ¿qué podremos hacer nosotros a cambio? ¿No deberíamos igualar esta dulce bondad suya, que rebosa amor por nosotros, y brindar la misma bondad y el mismo amor? Esto demostraría que el amor, la caridad cristiana, no es sólo una palabra fácil, sino algo que nos lleva a la acción y al servicio, especialmente al de los pobres y al de cuantos pasan necesidad (B. Hume, // mistero e l'assurdo, Cásale Monf. 1999, 107s).

 

 

Día 10

 Viernes Santo Celebración "de la Pasión del Señor"

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 52,13-53,12

52,13 Mi siervo va a prosperar, crecerá y llegará muy alto.

14 Lo mismo que muchos se horrorizaban al verlo, porque estaba tan desfigurado que no parecía hombre ni tenía aspecto humano,

15 así asombrará a muchos pueblos. Los reyes se quedarán sin palabras

al ver algo que no les habían contado y comprender algo que no habían oído.

53,1 ¿Quién hubiera creído este anuncio? ¿Quién conocía el poder del Señor?

2 Creció ante el Señor como un retoño, como raíz en tierra árida. No había en él belleza ni esplendor, su aspecto no era atractivo.

3 Despreciado, rechazado por los hombres, abrumado por los dolores y familiarizado con el sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y lo estimamos en nada.

4 Sin embargo, llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos.

Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado,

5 eran nuestras rebeliones las que le traspasaban y nuestras culpas las que le trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó.

6 Andábamos todos errantes como ovejas, cada cual por su camino, y el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas.

7 Cuando era maltratado, se sometía y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

8 Sin defensa ni justicia se lo llevaron y nadie se preocupó de su suerte.

Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi pueblo;

9 lo enterraron con los malhechores, lo sepultaron con los malvados. Aunque no cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca,

10 el Señor lo quebrantó con sufrimientos.

Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá descendencia, prolongará sus días, y por medio de él, tendrán éxito los planes del Señor.

11 Después de una vida de aflicción, comprenderá que no ha sufrido en vano.

Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas.

12 Le daré un puesto de honor, un lugar entre los poderosos, por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores.

Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores.

 

*+• Del Siervo doliente nos hablan los oráculos de YHWH que abren y concluyen este fragmento (52,13-15; 53,1 ls) mostrando el éxito glorioso de su padecer humilde, que se convierte en fuente de salvación para las multitudes. De él nos habla la comunidad de la que el profeta es portavoz ("nosotros", v. 4), confesando la total incomprensión en la que se consumó el dolor del Siervo: incomprensión que pasó de la indiferencia al desprecio, del juicio al abuso legitimado (vv. 3-4.8a).

Pero él calla.

No atrae precisamente por el esplendor de su aspecto (signo de bendición divina), ni por su doctrina brillante: "Familiarizado con el sufrimiento", pero no es ésta materia de enseñanza. Callado en la humillación, en la opresión, en la condena a muerte (v. 7) hasta la sepultura infame (v. 9), sólo cuando su sacrificio de expiación se consuma la comunidad -purificada por él- comprende el inconcebible designio de Dios.

El castigo, como sufrimiento purificador, presupone una culpa; pero aquí, por primera vez, aparece abiertamente algo distinto: el misterioso sufrimiento vicario. El pecado es nuestro -nos reconocemos fácilmente en el nosotros del texto-, pero quien sufre para expiarlo no somos nosotros, sino el Siervo inocente.

Ésta es la voluntad de Dios que se cumple en el Siervo. Es la justicia divina que se llama "misericordia".

Es la promesa -que brilla como un relámpago en el Antiguo Testamento- de la luz y la glorificación tras las tinieblas y la humillación.

 

Segunda lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9

4,14 Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un sumo sacerdote eminente que ha penetrado en los cielos, mantengámonos firmes en la fe que profesamos.

15 Pues no es él un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino que las ha experimentado todas, excepto el pecado.

16 Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar la gracia de un socorro oportuno.

5,7 El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muelle, fue escuchado en atención a su actitud reverente;

8 y precisamente porque era Hijo aprendió a obedecer a través del sufrimiento.

9 Alcanzada así la perfección, se hizo causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.

 

**• La perícopa, de una importancia central en la carta a los Hebreos, nos invita a considerar el valor definitivo del sacrificio de Cristo, que cumple como sumo sacerdote y le hace ser, como verdadera víctima, puro y santo. La figura de Cristo sobresale así en toda su majestad. Pero esta realidad no le aleja o le lleva a un mundo inaccesible. Más bien, como ha compartido todas nuestras pruebas (4,15), sabe compadecerse de nuestra debilidad. Se ha acercado a nosotros para que nosotros pudiéramos acercarnos con total confianza al Padre, Dios de misericordia y gracia que nos concede la ayuda necesaria en todas nuestras tribulaciones (4,16) para que cualquier prueba se convierta en una situación en la que brille en todo su esplendor su providencia admirable.

La sufrida adhesión de Cristo al designio del Padre obtiene una acogida que supera infinitamente nuestros horizontes: su obediencia filial, que le llevó a "entregarse a sí mismo a la muerte" (ci. Is 53,12), le ha convertido en "causa de salvación eterna" para todos los que obedecen su Palabra (5,7-9) y se convierten de esta forma en esa descendencia inmensa prometida al Siervo de YHWH: la nueva prole de los hijos de Dios, renacidos de la sangre de Cristo.

 

Evangelio: Juan 18,1-19,42

18,1 Cuando terminó de hablar, Jesús y sus discípulos salieron de allí. Atravesaron el torrente Cedrón y entraron en un huerto que había cerca.

2 Este lugar era conocido por Judas, el traidor, porque Jesús se reunía frecuentemente allí con sus discípulos.

3 Así que Judas, llevando consigo un destacamento de soldados romanos y los guardias puestos a su disposición por los jefes de los sacerdotes y los fariseos, se dirigió a aquel lugar. Iban armados y equipados con linternas y antorchas.

4 Jesús, que sabía perfectamente todo lo que le iba a ocurrir, salió a su encuentro y les preguntó: - ¿A quién buscáis?

5 Ellos contestaron: - A Jesús de Nazaret. Jesús les dijo: - Yo soy- Judas, el traidor, estaba allí con ellos.

6 En cuanto les dijo: "Yo soy", comenzaron a retroceder y cayeron a tierra.

7 Jesús les preguntó de nuevo: - ¿A quién buscáis? Volvieron a contestarle: - A Jesús de Nazaret.

8 Jesús les dijo: - Ya os he dicho que soy yo. Por tanto, si me buscáis a mí, dejad que éstos se vayan.

9 (Así se cumplió lo que él mismo había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste".)

10 Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió con ella a un siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha (este siervo se llamaba Malco).

11 Pero Jesús dijo a Pedro: - Envaina de nuevo tu espada. ¿Es que no debo beber esta copa de amargura que el Padre me ha preparado?

12 La tropa romana, con su comandante al frente, y la guardia judía arrestaron a Jesús y lo maniataron.

13 Acto seguido, lo condujeron a casa de Anás, el cual era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año.

14 Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo".

15 Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo, que era conocido del sumo sacerdote, entró, al mismo tiempo que Jesús, en el patio interior de la casa del sumo sacerdote.

16 Pedro, en cambio, tuvo que quedarse fuera, a la puerta, hasta que el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y consiguió que le dejasen entrar.

17 Pero la portera preguntó a Pedro: - ¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro le contestó: - No, no lo soy.

18 Como hacía frío, los criados y la guardia habían preparado una hoguera y estaban en torno a ella calentándose. Pedro estaba también con ellos calentándose.

19 El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y sobre la enseñanza que impartía.

20 Jesús declaró: - Yo he hablado siempre en público. He enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos. No he enseñado nada clandestinamente.

21 ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a mis oyentes y ellos podrán informarte.

22 Al oír esta respuesta, uno de los guardias, que estaba junto a él, le dio una boletada diciéndole: - ¿Cómo te atreves a contestar así al sumo sacerdote?

23 Jesús le replicó: - Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?

24 Entonces Anás lo envió, atado, a Caifás, el sumo sacerdote.

25 Mientras Simón Pedro estaba en torno a la hoguera, calentándose, uno le preguntó: - ¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro lo negó: - No, no lo soy.

26 Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le replicó: - ¿Cómo que no? Yo mismo te vi en el huerto con él.

27 Pedro volvió a negarlo. Y en aquel momento cantó el gallo.

28 Después condujeron a Jesús desde la casa de Caifás hasta el palacio del gobernador. Era muy temprano. Los judíos no entraron en el palacio para no contraer impureza legal y poder celebrar así la cena de pascua.

29 Pilato, por su parte, salió a donde estaban ellos y les preguntó: - ¿De qué acusáis a este hombre?

30 Ellos le contestaron: - Si no fuese un criminal, no te lo habríamos entregado.

31 Pilato les dijo: - Lleváoslo y juzgadlo según vuestra ley. Los judíos replicaron: - A nosotros no nos está permitido condenar a muerte a nadie.

32 Así se cumplió la palabra de Jesús, que había anunciado de qué forma iba a morir.

33 Pilato volvió a entrar en su palacio, llamó a Jesús y le interrogó: - ¿Eres tú el rey de los judíos?

34 Jesús le contestó: - ¿Dices eso por ti mismo o te lo han dicho otros de mí?

35 Pilato replicó: - ¿Acaso soy yo judío? Son los de tu propia nación y los jefes de los sacerdotes los que te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?

36 Jesús le explicó: - Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo cayese en manos de los judíos. Pero no, mi reino no es de este mundo.

37 Pilato insistió: - Entonces, ¿eres rey? Jesús le respondió: - Soy rey, como tú dices. Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad. Precisamente para eso nací y para eso vine al mundo. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz.

38 Pilato le preguntó: - ¿Y qué es la verdad? Después de decir esto, Pilato salió de nuevo y dijo a los judíos: - Yo no encuentro delito alguno en este hombre.

39 Pero como tenéis la costumbre de que os ponga en libertad un prisionero durante la fiesta de la pascua, ¿queréis que deje en libertad al rey de los judíos?

40 Y en medio de un gran clamor, gritaban: - ¡No, a ése no! ¡Deja en libertad a Barrabás! (el tal Barrabás era un bandido).

19,1 Entonces Pilato ordenó que lo azotaran.

2 Los soldados prepararon una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza. También le echaron sobre los hombros un manto de púrpura.

3 Y se acercaban a él, diciendo: - ¡Salve, rey de los judíos! Y le daban bofetadas.

4 Pilato salió, una vez más, y les dijo: - Escuchad; os lo voy a sacar de nuevo, para que quede bien claro que yo no encuentro delito alguno en este hombre.

5 Salió, pues, Jesús fuera. Llevaba sobre su cabeza la corona de espinas y, sobre sus hombros, el manto de púrpura. Pilato se lo presentó con estas palabras: - ¡Éste es el hombre!

6 Los jefes de los sacerdotes y los guardias, al verlo, comenzaron a gritar:

- ¡Crucifícalo, crucifícalo!. Pilato insistió: - Tomadlo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro delito alguno en él.

7 Los judíos replicaron: - Nosotros tenemos una ley y, según ella, debe morir, porque se ha presentado a sí mismo como Hijo de Dios.

8 Al oír esto, Pilato sintió más miedo todavía.

9 Entró de nuevo en el palacio y preguntó a Jesús: - ¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le contestó.

10 Pilato le dijo: - ¿Te niegas a contestarme? ¿Es que no sabes que yo tengo autoridad tanto para dejarte en libertad como para ordenar que te crucifiquen?

11 Jesús le respondió: - No tendrías autoridad alguna sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto; por eso, el que me entregó a ti tiene más culpa que tú.

12 Desde ese momento Pilato intentaba ponerlo en libertad. Pero los judíos le gritaban: - Si pones en libertad a este hombre, no eres amigo del César. Porque cualquiera que tenga la pretensión de ser rey es enemigo del César.

13 Pilato, al oír esto, mandó sacar fuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el lugar conocido con el nombre de "Enlosado" (que en la lengua de los judíos se llama "Gábbata").

14 Era la víspera de la fiesta de la pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos: - ¡He aquí a vuestro rey!

15 Ellos se enfurecieron y comenzaron a gritar: - ¡Quítalo de en medio! ¡Crucifícalo! Pilato insistió: - ¿Cómo voy a crucificar a vuestro rey?. Pero los jefes de los sacerdotes replicaron: - Nuestro único rey es el cesar.

16 Así que, por fin, Pilato se lo entregó para que lo crucificaran. Se hicieron, pues, cargo de Jesús,

17 que, llevando a hombros su propia cruz, salió de la ciudad hacia un lugar llamado La Calavera (que en la lengua de los judíos se dice "Gólgota").

18 Allí lo crucificaron y crucificaron con él a otros dos, uno a cada lado de Jesús.

19 Pilato mandó escribir y poner sobre la cruz un letrero con esta inscripción: "Jesús de Nazaret, el rey de los judíos".

20 La inscripción fue leída por muchos judíos, porque el lugar donde Jesús había sido crucificado estaba cerca de la ciudad. Además, estaba escrito en hebreo, en latín y en griego.

21 Los jefes de los sacerdotes se presentaron a Pilato y le dijeron: - No pongas: "El rey de los judíos", sino más bien: "Este hombre ha dicho: Yo soy el rey de los judíos".

22 Pero Pilato les contestó: - Quede escrito lo que yo mandé escribir.

23 Los soldados, después de crucificar a Jesús, se apropiaron de sus vestidos e hicieron con ellos cuatro lotes, uno para cada uno. Dejaron aparte la túnica. Era una túnica sin costuras, tejida de una sola pieza de arriba abajo.

24 Los soldados llegaron a este acuerdo: - No debemos dividirla; vamos a sortearla para ver a quién le toca. Así se cumplió este texto de la Escritura: Dividieron entre ellos mis vestidos y mi túnica la echaron a suertes. Eso fue lo que hicieron los soldados.

25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás, y María Magdalena.

26 Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre: - Mujer, ahí tienes a tu hijo.

27 Después dijo al discípulo: - Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya.

28 Después, Jesús, sabiendo que todo se había cumplido, para que también se cumpliese la Escritura, exclamó: - Tengo sed.

29 Había allí una jarra con vinagre. Los soldados colocaron en la punta de una caña una esponja empapada en el vinagre y se la acercaron a la boca.

30 Jesús gustó el vinagre y dijo: - Todo está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

31 Como era el día de la preparación de la fiesta de pascua, los judíos no querían que los cuerpos quedaran en la cruz aquel sábado, ya que aquel día se celebraba una fiesta muy solemne. Por eso pidieron a Pilato que ordenara romper las piernas a los crucificados y que los quitaran de la cruz.

32 Los soldados rompieron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.

33 Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas.

34 Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua.

35 El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.

36 Esto sucedió para que se cumpliese la Escritura, que dice: No le quebrarán ningún hueso.

37 La Escritura dice también en otro pasaje: Mirarán al que traspasaron.

38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque lo mantenía en secreto por miedo a los judíos, solicitó de Pilato el permiso para hacerse cargo del cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Entonces él fue y tomó el cuerpo de Jesús.

39 Llegó también Nicodemo, el que en una ocasión había ido a hablar con Jesús durante la noche, con unos treinta kilos de una mezcla de mirra y áloe.

40 Entre los dos se llevaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas de lino bien empapadas en la mezcla de mirra y áloe, siguiendo la costumbre judía de sepultar a los muertos.

41 Cerca del lugar donde fue crucificado Jesús había un huerto y, en el huerto, un sepulcro nuevo en el que nadie había sido enterrado.

42 Allí, pues, depositaron a Jesús, dado que el sepulcro estaba cerca y era la víspera de la fiesta de la pascua.

 

**• La Iglesia celebra la pasión del Señor con la seguridad de que la cruz de Cristo no es la victoria de las tinieblas, sino la muerte de la muerte. Esta visión de fe aparece manifiestamente subrayada en la narración joanea, donde se presenta a Jesús como rey que conoce la situación, la domina y, por así decir, se señorea de ella aun en sus mínimos detalles. La hora de Jesús -que ha llegado- se describe a través de los hechos como hora de sufrimiento y de gloria: el odio del mundo condena a muerte de cruz a Jesús, pero desde lo alto de la cruz Dios manifiesta su amor infinito. En esta espléndida revelación, en esta total entrega divina, consiste la gloria.

La narración de la pasión comienza y termina en un huerto -recuerdo del Edén- queriendo indicar que Cristo ha asumido y redimido el pecado del primer Adán y el hombre recobra ahora su belleza original. La narración no se detiene en el sufrimiento de Jesús; Juan sólo hace alusión a la agonía de Getsemaní (18,11; cf. 12,27s), mientras que subraya insistentemente la identidad divina de Cristo, el "Yo soy" que aterra a los guardias (18,5s). Del mismo modo, menciona como de pasada los escarnios y golpes, mientras evidencia -sobre todo ante Pilato y en la crucifixión- la realeza de Jesús. El término rey aparece doce veces (dieciséis en todo el cuarto evangelio). En los interrogatorios, la palabra de Cristo, el acusado, domina sobre la de los acusadores. En el momento en que Jesús es juzgado se cumple más bien el juicio sobre el mundo.

Cuando es elevado en la cruz, se cumple no un acto humano, sino la Escritura (19,28.30), y se revela la gloria de Dios. Precisamente en el momento de la muerte, nace el nuevo pueblo elegido, confiado a la Virgen Madre (19,25-28). Del agua y la sangre que manan del costado traspasado nace la Iglesia, que regenerada en el bautismo y alimentada con la eucaristía celebrará a lo largo del tiempo la pascua del verdadero Cordero (19,33; cf. Ex 12,16), hasta que también se cumpla el tiempo (cosummatuni) en la eternidad (19,30).

 

MEDITATIO

Como el Espíritu Santo había conducido a Jesús al desierto en el comienzo de su vida pública, así impulsa con fuerza a Jerusalén hacia "su hora", la hora del encuentro definitivo y de la manifestación definitiva del amor de Dios. El Espíritu Santo es quien da a Jesús la fuerza para mantener la lucha de Getsemaní, para adherirse a la voluntad del Padre y llegar hasta el final de su camino, a pesar de la angustia que le ocasiona sudor de sangre.

Luego, en el Calvario, aparece una escena casi desierta: en el cielo se dibujan las tres cruces y abajo -como dos brazos de una sola cruz- están María y Juan. En el profundo silencio del indescriptible sufrimiento se oye un grito: "Tengo sed". Es un grito que recuerda el encuentro de Jesús con la Samaritana. "Dame de beber", le había pedido, y siguió la revelación de que la sed de Jesús era de la fe de la Samaritana, sed de la fe de la humanidad, deseo de dar el agua viva, de saciar a todos con su gracia.

La hora de la crucifixión y muerte de Jesús se corresponde con la hora de máxima fecundidad en el Espíritu. Cuando el amor de Jesús llega al culmen de la inmolación, de su total anonadamiento, como del hontanar de un manantial subterráneo surge la Iglesia, la nueva comunidad de creyentes, nuevo Israel, pueblo de la nueva alianza. Y allí está María como cooperadora de la salvación, junto a Juan, que representa a los discípulos del Nazareno y a toda la humanidad, constituyendo el núcleo primitivo de la Iglesia naciente.

 

ORATIO

Al extender tus manos en la cruz, oh Cristo, colmaste al mundo con la ternura del Padre. Por eso entonamos un himno de victoria.

Te dejaste clavar en la cruz para derramar sobre todos la luz de tu perdón, y de tu pecho traspasado fluye hasta nosotros el río de la vida.

Oh Cristo, amor crucificado hasta el fin del mundo en los miembros de tu cuerpo, haz que hoy podamos comulgar con tu pasión y muerte para poder gustar tu gloria de Resucitado. Amén.

 

CONTEMPLATIO

¡Ah, Teótimo, Teótimo! El Salvador nos conocía a todos por los nombres y apellidos, pero, sobre todo, pensó en nosotros con un amor particular cuando ofreció sus lágrimas, sus oraciones, su sangre y su vida por nosotros. "Padre eterno, tomo sobre mí y cargo con todos los pecados del pobre Teótimo, para sufrir tormentos y muerte, a fin de que él se vea libre de ellos y no perezca, sino que viva. Muera yo con tal de que él viva; sea yo crucificado con tal de que él sea glorificado".

La muerte y pasión de nuestro Señor es el motivo más dulce y más violento que puede animar nuestros corazones y llevarnos a amar. Los hijos de la cruz se glorifican en su admirable enigma, que el mundo no acaba de comprender: de la muerte, que todo lo devora, ha salido la vida; de la muerte, más fuerte que todo, ha nacido el panal de miel de nuestro amor[...].

El monte Calvario es, Teótimo, el monte de los amantes. El amor que no tiene su origen en la pasión de Jesús es frívolo y peligroso. Desgraciada es la muerte sin el amor del Salvador; desgraciado es el amor sin la muerte de Jesús. Amor y muerte están tan íntimamente unidos en la pasión del Señor que no pueden estar en el corazón uno sin otro. En el Calvario no se alcanza la vida sin el amor, ni el amor sin la muerte del Redentor; fuera de allí todo es muerte eterna o amor eterno; la plena sabiduría cristiana consiste en saber elegir bien (san Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, XII, 13).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz- Por eso Dios lo exaltó" (Flp 2,8-9a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: "Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo". Y el pueblo responde: "Venid a adorarlo".

El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.

La respuesta "Venid a adorarlo" significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.

Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida.

Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor (M. I. Rupnik, Omelie di pascua. Venerdi santo, Roma 1998, 47-53).

 

Día 11

Santa Vigilia pascual

         Según una antiquísima tradición, esta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que tiene lugar en la misma, conmemorando la Noche Santa en la que el Señor resucitó, ha de considerarse como "la madre de todas las Santas Vigilias" (san Agustín) 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 1,1-2,2

1,1 Al principio creó Dios el cielo y la tierra.

2 La tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas.

3 Y dijo Dios: - Que exista la luz. Y la luz existió.

4 Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas.

5 A la luz la llamó día y a las tinieblas noche. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.

6 Y dijo Dios: - Que haya una bóveda entre las aguas para separar unas aguas de otras. Y así fue.

7 Hizo Dios la bóveda y separó las aguas que hay debajo de las que hay encima de ella.

8 A la bóveda Dios la llamó cielo. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.

9 Y dijo Dios: - Que las aguas que están bajo los cielos se reúnan en un solo lugar y aparezca lo seco. Y así fue.

10 A lo seco lo llamó Dios tierra y al cúmulo de las aguas lo llamó mares. Y vio Dios que era bueno.

11 Y dijo Dios: - Produzca la tierra vegetación: plantas con semilla y árboles frutales que dan en la tierra frutos con semillas de su especie. Y así fue.

12 Brotó de la tierra vegetación: plantas con semilla de su especie y árboles frutales que dan fruto con semillas de su especie. Y vio Dios que era bueno.

13 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.

14 Y dijo Dios: - Que haya lumbreras en la bóveda celeste para separar el día de la noche, y sirvan de señales para distinguir las estaciones, los días y los años;

15 que luzcan en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra. Y así fue.

16 Hizo Dios dos lumbreras grandes, la mayor para regir el día y la menor para regir la noche, y también las estrellas;

17 y las puso en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra,

18 regir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno.

19 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.

20 Y dijo Dios: - Rebosen las aguas de seres vivos, y que las aves aleteen sobre la tierra a lo ancho de la bóveda celeste.

21 Y creó Dios por especies los cetáceos y todos los seres vivientes que se deslizan y pululan en las aguas; y creó también las aves por especies. Vio Dios que era bueno.

22 Y los bendijo diciendo: - Creced, multiplicaos y llenad las aguas del mar; y que también las aves se multipliquen en la tierra.

23 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.

24 Y dijo Dios: - Produzca la tierra seres vivientes por especies: ganados, reptiles y bestias salvajes por especies. Y así fue.

25 Hizo Dios las bestias salvajes, los ganados y los reptiles del campo según sus especies. Y vio Dios que era bueno-

26 Entonces dijo Dios: - Hagamos a los hombres a nuestra imagen, según nuestra semejanza, para que dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra.

27 Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó.

28 Y los bendijo Dios diciéndoles: - Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla, dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.

29 Y añadió: - Os entrego todas las plantas que existen sobre la tierra y tienen semilla para sembrar; y todos los árboles que producen fruto con semilla dentro os servirán de alimento; y a todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los seres vivos que se mueven por la tierra les doy como alimento toda clase de hierba verde. Y así fue.

30 Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.

31 Así quedaron concluidos el cielo y la tierra con todo su ornato.

32 Cuando llegó el día séptimo, Dios había terminado su obra, y descansó el día séptimo de todo lo que había hecho.

 

**• La narración de la creación -con la que comienza la Sagrada Escritura- nos lleva al "principio", cuando la Palabra de Dios se alza potente sobre el caos primordial y de la desolación tenebrosa saca el universo armoniosamente ordenado. Todo corresponde a la voluntad divina, todo ordenado para un fin y aprobado por el Omnipotente ("Y dijo Dios... Y así fue... Y vio Dios que era bueno"). El vértice de la creación es el hombre, única criatura hecha a su "imagen y semejanza" (v. 26), su obra maestra, como lo indica la declaración: "Y todo era muy bueno" (v. 31). Dios tiene en el hombre un interlocutor al que puede confiar el servicio y honor de cuidar de las demás criaturas. Todo es armonía y belleza, paz y dicha.

Como al principio las tinieblas cubrían el abismo, así ahora la bendición de Dios penetra y sostiene cada cosa, y todo refleja el esplendor divino.

Escuchar esta página es descubrir la fascinación de la vida y la dignidad de todo ser, y de un modo particular, la del hombre convertido en hijo de Dios por medio de Cristo muerto y resucitado.

 

Segunda lectura: Génesis 22,1-18

22,1 Después de esto, Dios quiso poner a prueba a Abrahán, y lo llamó:

-¡Abrahán! Él respondió: - Aquí estoy.

2 Y Dios le dijo: - Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moria y ofrécemelo allí en holocausto, en un monte que yo te indicaré.

3 Se levantó Abrahán de madrugada, aparejó su asno, tomó consigo dos siervos y a su hijo Isaac, partió la leña para el holocausto y se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado.

4 Al tercer día alzó Abrahán los ojos y alcanzó a ver de lejos el lugar.

5 Entonces dijo a sus siervos: - Quedaos aquí con el asno, mientras el muchacho y yo subimos allá arriba para adorar al Señor; después regresaremos junto a vosotros.

6 Abrahán tomó la leña del holocausto y se la cargó a su hijo Isaac; él llevaba el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos.

7 Isaac dijo a Abrahán, su padre: - ¡Padre! Él respondió: - Aquí estoy, hijo mío. Dijo Isaac: - Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero

para el holocausto?

8 Abrahán respondió: - Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío. Y continuaron caminando juntos.

9 Llegados al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó el altar, preparó la leña y después ató a su hijo Isaac, poniéndolo sobre el altar encima de la leña.

10 Después Abrahán agarró el cuchillo para degollar a su hijo,

11 pero un ángel del Señor le gritó desde el cielo: -¡Abrahán!¡Abrahán!. Él respondió: - Aquí estoy.

12 Y el ángel le dijo: - No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ya veo que obedeces a Dios y que no me niegas a tu hijo único.

13 Abrahán levantó entonces la vista y vio un carnero enredado por los cuernos en un matorral. Tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

14 Abrahán puso a aquel lugar el nombre de "El Señor provee", y por eso todavía hoy se llama "El monte del Señor provee".

15 El ángel del Señor volvió a llamar desde el cielo a Abrahán

16 y le dijo: - Juro por mí mismo, Palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo,

17 te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia

como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.

18 Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido.

 

**• Después del pecado y la consiguiente expulsión del edén, el nombre vive alejado del rostro de su Dios, pero -siendo creado a su "imagen y semejanza"- siente una vivísima nostalgia de él. Su patria es el cielo; la tierra, un destierro. Nómada por vocación, camina con la esperanza de que un día su peregrinar -y su sufrimiento acabará.

La egregia figura de Abrahán se distingue por la pureza de fe con la que testimonia su amor al Altísimo, al que rinde una obediencia incondicionada, hasta no negarle a Isaac, su único hijo, el hijo de la promesa. Figura de Cristo en esta su total disponibilidad a cumplir la voluntad de Dios, Abrahán es también imagen del Padre, que en el exceso de su amor por el hombre no perdonará a su Hijo Unigénito -el verdadero hijo de la promesa-, sino que lo entregará a la muerte para la salvación de todos,

 

Tercera lectura: Éxodo 14,15-15,1

15 El Señor dijo a Moisés: - ¿A qué vienen esos gritos? Ordena a los israelitas que emprendan la marcha.

16 Tú levanta tu cayado, extiende la mano sobre el mar y se partirá en dos para que los israelitas pasen por medio de él como si fuera tierra seca.

17 Yo voy a aumentar la obstinación de los egipcios, para que entren en el mar detrás de vosotros, y entonces me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de su caballería.

18 Y sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me cubra de gloria a costa del faraón, de sus cairos y de su caballería.

19 Entonces el ángel de Dios, que iba delante de las huestes de Israel, se puso en movimiento y se colocó detrás de ellos. También la columna de nube que iba delante de ellos fue a situarse detrás,

20 interponiéndose entre los israelitas y el ejército de los egipcios. Por un lado la nube era tenebrosa  y por otro alumbraba en la noche, de suerte que no pudieron acercarse unos a otros en toda la noche.

21 Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor, por medio de un recio viento del este, empujó al mar, dejándolo seco y partiendo en dos las aguas.

22 Los israelitas entraron en medio del mar como en tierra seca, mientras las aguas formaban una especie de muralla a ambos lados.

23 Los egipcios se lanzaron en su persecución; toda la caballería del faraón, sus carros y caballeros, entraron tras ellos en medio del mar.

24 Pero antes de la madrugada miró el Señor desde la columna de fuego y de nube a las huestes egipcias y las desbarató.

25 Atascó las ruedas de los carros, que apenas podían avanzar. Entonces los egipcios se dijeron: - Huyamos ante Israel, porque el Señor combate por ellos contra los egipcios.

26 Pero el Señor dijo a Moisés: - Extiende tu mano sobre el mar para que las aguas se precipiten sobre los egipcios, sobre sus carros y su caballería.

27 Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, volvió el mar a su estado normal. Los egipcios toparon con él en su huida, y así los arrojó el Señor en medio del mar.

28 Las aguas, al juntarse, anegaron carros y caballeros y a todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar en persecución de los israelitas. No escapó ni uno solo.

29 Sin embargo, los israelitas caminaban en medio del mar como por tierra

seca, mientras las aguas formaban para ellos una muralla a ambos lados.

30 Así salvó el Señor aquel día a Israel del poder de los egipcios, e Israel pudo ver a los egipcios muertos en la orilla del mar.

31 Israel vio el prodigioso golpe que el Señor había asestado a los egipcios, temió al Señor y puso su confianza en él y en Moisés, su siervo.

15,1 Entonces Moisés y los israelitas cantaron este cántico al Señor:

Cantaré al Señor por la 'gloria de su victoria; caballos y jinetes precipitó en el mar.

 

**• Instalado en Egipto a causa de una hambruna, el pueblo elegido fue reducido a esclavitud. Pero Dios escuchó el grito de Israel y suscitó un libertador de en medio del pueblo, Moisés, figura de Cristo, que vendrá a librar a la humanidad entera de una esclavitud mucho más grave: la del pecado. Bajo la guía de Moisés, el pueblo se dirige hacia la tierra prometida. Pero las inevitables fatigas y los peligros del camino se convierten pronto en una fuente de tentación: entregarse en manos de los egipcios que, potentemente armados, les persiguen, mientras delante de ellos se extiende, inmenso, el mar Rojo. En esta situación límite, donde el hombre experimenta toda su debilidad, interviene la omnipotencia de Dios. El estilo de la perícopa es revelador de su profundo significado teológico.

Moisés es el designado para exhortar al pueblo y para extender la mano sobre las aguas... Hasta aquí el papel del mediador; luego cambia el sujeto. Moisés pasa a segundo plano y aparece con todo su poder YHWH, que vuelve a empujar el mar, mira desde lo alto, derrota a los egipcios y los arrolla... Las aguas del mar Rojo, que eran una amenaza de muerte, se convierten en fuente de salvación (por eso el cristianismo ha visto siempre en sus aguas un símbolo de las aguas bautismales).

El paso del mar aparece a los ojos de los protagonistas como una impresionante revelación del Dios que guía el curso de la historia. La perícopa concluye con tres verbos fundamentales: el pueblo vio, temió y creyó, verbos que reaparecen en las narraciones evangélicas de la resurrección de Cristo. Las maravillas realizadas por el Señor refuerzan la fe de los liberados, que pueden reemprender el camino y exaltar solemnemente la experiencia vivida, como aparece en el cántico de Moisés (Ex 15,1-18).

 

Cuarta lectura: Isaías 54,5-14

5 Tu esposo es tu Creador, su nombre es el Señor todopoderoso; tu libertador es el Santo de Israel -se llama Dios de toda la tierra-.

6 El Señor te vuelve a llamar como a mujer abandonada y abatida. ¿Podrá ser repudiada la esposa de juventud? Esto dice tu Dios:

7 Por un breve instante te abandoné, pero ahora te acojo con inmenso cariño.

8 En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un momento, pero mi amor por ti es eterno -dice el Señor, tu libertador-.

9 Me sucede como en tiempos de Noé , cuando juré que las aguas del diluvio no volverían a anegar la tierra; ahora juro no volver a airarme contra ti ni amenazarte nunca más.

10 Aunque los montes cambien de lugar y se desmoronen las colinas, no cambiará mi amor por ti, ni se desmoronará mi alianza de paz, dice el Señor, que está enamorado de ti.

11 ¡Ciudad desdichada y zarandeada a quien nadie consuela !. Voy a poner tus cimientos sobre malaquita, y tus bases sobre zafiro;

12 haré de rubíes tus almenas, tus puertas de diamantes, y de piedras preciosas toda tu muralla.

13 A tus hijos los instruirá el Señor, gozarán de gran prosperidad.

14 Estarás completamente a salvo, libre de opresión y de temor, ningún terror te inquietará.

 

*+• Casi como respuesta al cántico de Moisés que el pueblo elevó a su Dios como quien en la hora de la prueba ha experimentado su omnipotencia, esta lectura nos ofrece lo que se ha definido como el "cántico de amor de YHWH" por su pueblo, por su Esposa.

Entre líneas se puede leer la infidelidad de Israel al pacto de la alianza sellada solemnemente en el Sinaí y renovada muchas veces. También se puede entrever como telón de fondo el sufrido período del destierro, interpretado teológicamente como corrección y castigo divinos.

Pero todo esto se queda como en un segundo plano: es un pasado cancelado -perdonado- por el inmenso amor del Señor (v. 7), el Dios fiel, que se une a su pueblo - a la humanidad- con una alianza que no puede fallar porque está cimentada en su misericordia.

Es el anuncio de la eucaristía, de la "nueva y eterna alianza", gracias a la cual todo creyente se convierte en cuerpo de Cristo y en ciudadano de aquella Jerusalén celestial, prefigurada en los últimos versículos, que se va construyendo desde ahora y será nuestra morada eterna.

 

Quinta lectura: Isaías 55,1-11

55,1 Venid por agua todos los sedientos; venid aunque no tengáis dinero; comprad trigo y comed de balde, vino y leche sin tener que pagar.

2 ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no sacia, el salario en lo que no quita el hambre? Escuchadme atentamente y comeréis bien, os deleitaréis con manjares.

3 Prestad atención, venid a mi; escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros

una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por David.

4 Yo le constituí mi testigo ante los pueblos, caudillo y señor de las naciones;

5 llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que te ignora correrá hacia ti, porque te honra el Señor, tu Dios, el Santo de Israel.

6 Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca.

7 Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; el Señor se apiadará de él si se convierte, si se vuelve a nuestro Dios, que es rico en perdón.

8 Porque mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos, oráculo del Señor.

9 Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes.

10 Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar para que dé simiente al que siembra y pan al que come,

11 así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo.

 

**• Durante el destierro, Israel tuvo la dura experiencia de una extrema pobreza. La ausencia de pan y de agua expresa globalmente la privación de lo más esencial de la vida. El pueblo se encuentra en una situación de muerte que parece definitiva. Pero es entonces cuando el Señor, por boca del profeta, dirige una invitación que puede parecer paradójica por el fuerte contraste con la situación histórica real: "venid todos los sedientos, venid por agua", "comprad de balde"... En esta agua dada gratuitamente está prefigurado el don del Espíritu que manará del costado de Cristo, inundando la Iglesia naciente y a toda la humanidad.

Entonces es cuando se hace posible acoger la sentida exhortación de abandonar la impiedad y seguir los misteriosos caminos del Señor. De hecho, es el Espíritu quien dispone los corazones sedientos de Dios a acoger la Palabra, a guardarla y meditarla, de suerte que produzca los frutos de santidad de la que es portadora.

El pueblo privado de esperanza vuelve a vivir, y con su existencia atrae incluso a los que yacen en las tinieblas de muerte. Lo mismo que el pueblo elegido, cada alma, gratuitamente salvada, se convierte a su vez en cooperadora de salvación, en canal donde discurre la gracia para llegar a los confines de la tierra. Así es la grandiosa vocación que nos une a todos en solidaridad universal para que todo hombre pueda conocer al único verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Sexta lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4

9 Escucha, Israel, los mandamientos que dan vida. Pon atención para aprender a discernir.

10 ¿Por qué, Israel, te encuentras en país enemigo, envejeces en tierra extranjera,

11 te has contaminado con los muertos y estás entre los que bajan al abismo?

12 Abandonaste la fuente de la sabiduría.

13 Si hubieras seguido el camino de Dios, vivirías en paz para siempre.

14 Aprende dónde está el discernimiento, dónde la fuerza, dónde la inteligencia, dónde la vida prolongada, dónde la luz para los ojos y la paz.

15 Pero ¿quién ha encontrado su lugar, quién ha penetrado en sus tesoros?

32 Sólo aquel que todo lo sabe, la conoce; sólo él la escrutó con su inteligencia. Aquel que asentó la tierra para siempre y la pobló de animales cuadrúpedos;

33 él manda a la luz y ella hace caso, la llama y temblando le obedece.

34 Brillan los astros y se alegran en su puesto de guardia;

35 él los llama y responden: "Aquí estamos" y brillan alegres para su creador.

36 Éste es nuestro Dios, ningún otro cuenta al lado de él.

37 El penetró los caminos de la sabiduría y se los enseñó a Jacob, su siervo; a Israel, su preferido.

38 Después apareció la sabiduría sobre la tierra y convivió con los hombres.

4,1 Ella es el libro de los mandatos de Dios, la ley que subsiste eternamente: todos los que la guardan tendrán vida, los que la abandonan morirán.

2 Vuélvete, Jacob, y abrázala, camina al resplandor de su luz.

3 No cedas a otro tu gloria ni tus privilegios a nación extranjera.

4 Dichosos nosotros, Israel, porque se nos ha revelado lo que agrada al Señor.

 

**• En profunda continuidad con la lectura precedente, el texto del profeta Baruc es un himno que exalta la belleza y la fuerza de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es fuente de la vida, manantial de toda gracia, el don más precioso que el Señor Dios ha dado a su pueblo. Sin embargo, ha sido descuidada, la han olvidado, no la han acogido. Aquí hay que buscar la causa de todos los males que afligen a Israel. Pero no hay que detenerse aquí; es preciso avivar en el corazón la certeza de que Dios es fiel y de que no retira su don: todavía es posible volver a la Palabra; es más, éste es el único camino para hallar de nuevo la paz, la sabiduría, la vida.

Si todo esto es cierto para el pueblo del Antiguo Testamento, lo es mucho más para el nuevo Israel, la humanidad redimida por la sangre de Cristo. Pues la Palabra de Dios no es letra muerta, sino una Persona, Jesús mismo, el Hijo unigénito al que el Padre, en su inmenso amor, no perdonó, sino que nos entregó para devolvernos la vida.

Si nuestro pecado fue la causa de la crucifixión, adherirnos ahora a él, seguirlo, vivir de acuerdo con el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor que dejó a los suyos antes de su pasión, significa poner fin al destierro en el que el pecado nos sitúa, para entrar ya desde ahora en la morada de paz que es la comunión eterna con la Santísima Trinidad.

 

Séptima lectura: Ezequiel 36,16-17a. 18-28

16 Recibí esta Palabra del Señor:

17 - Hijo de hombre, cuando el pueblo de Israel habitaba en su tierra la profanó con su conducta y sus acciones.

18 Yo me enfurecí contra ellos por haber cometido tantos asesinatos y haberse contaminado rindiendo culto a los ídolos.

19 Yo los he dispersado entre las naciones, los he esparcido por diversos países; los he juzgado según su conducta y sus acciones.

20 Al llegar a las diversas naciones, profanaron mi santo nombre, pues decían de ellos: "Son el pueblo del Señor y han tenido que abandonar su tierra".

21 Así que yo tuve que defender mi santo nombre profanado por el pueblo de Israel entre las naciones a las que fue.

22 Por eso, di a los israelitas: Esto dice el Señor: No hago esto por vosotros, pueblo de Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado en medio de las naciones adonde fuisteis.

23 Haré que sea reconocida la grandeza de mi nombre, que vosotros profanasteis entre las naciones. Así, cuando haga que por medio de vosotros sea reconocida mi grandeza en presencia de las naciones, sabrán que yo soy el Señor. Oráculo del Señor.

24 Os tomaré de entre las naciones donde estáis, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra.

25 Os rociaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras impurezas e

idolatrías.

26 Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.  

27 Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis mandamientos, observando y guardando mis leyes.

28 Viviréis en la tierra que di a vuestros antepasados; vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

 

**• La última lectura propuesta del Antigua Testamento contiene un oráculo que carga las tintas y ofrece, por su mismo estilo, unos claros contrastes que nos llevan a reflexionar en la radical diversidad entre el modo de actuar del hombre y el de Dios. Con su infidelidad a la alianza, Israel ha contaminado con su pecado la tierra santa recibida como don, haciéndose indigna de ella.

Castigado con el destierro con vistas al arrepentimiento, no se convirtió, sino que profanó más entre los gentiles el nombre de Dios. El mal engendra mal, acumulando nuevos motivos de condena, en una cadena que la fuerza humana no logra romper, sino que la hace más pesada aún. Aplastado por su perversidad, Israel -la humanidad entera- se siente condenado a muerte sin poder alegar ningún mérito para lograr la salvación. Pero he aquí el contraste: precisamente sin mérito alguno interviene la gratuidad de Dios, que nunca desespera del hombre y vincula indisolublemente la gloria de su nombre a la santidad de sus hijos de adopción.

Al pueblo disperso y dividido le promete la vuelta a la patria; pero para que este regreso no sea sólo físico, sino más bien el comienzo de una nueva vida de comunión -anticipo de la vida eterna-, es preciso una purificación interior. Cambiará el corazón endurecido por el pecado, insensible a la Palabra de salvación, por un corazón de carne dócil y obediente; un corazón que se deja herir de amor y que por amor se convierte a su vez en capaz de sufrir; un corazón en el que el Espíritu pueda morar de modo estable, sugiriendo a cada instante lo santo, verdadero, noble y lo que agrada al Señor.

 

Epístola: Romanos 6,3-11

3 ¿Ignoráis acaso que todos a quienes el bautismo ha vinculado a Cristo hemos sido vinculados a su muerte?

4 En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo, quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.

5 Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección.

6 Sabed que nuestra antigua condición pecadora quedó clavada en la cruz con Cristo para que, una vez destruido este cuerpo marcado por el pecado, no sirvamos ya más al pecado;

7 porque cuando uno muere, queda libre del pecado.

8 Por tanto, si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él.

9 Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no vuelve a morir, la muerte no tiene ya dominio sobre él.

10 Porque cuando murió, murió al pecado de una vez para siempre; su vivir, en cambio, es un vivir para Dios.

11 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios, en unión con Cristo Jesús.

 

*»• Con la muerte y resurrección de Cristo se ha realizado una radical transformación de todo el universo, pero de modo particular del hombre, que, de esclavo, se ha convertido en hijo de Dios. La vida nueva se concede gratuitamente, pero debe ser libremente acogida. Esta realidad se lleva a cabo mediante el rito del bautismo, con su doble significado de inmersión en la muerte de Cristo y de incorporación a él. Muerto así al pecado, el bautizado es miembro vivo de Cristo y desde ahora vive una vida resucitada que hace de él un ciudadano del cielo, aunque todavía sea peregrino en la tierra, continuamente asediado por el mal y tentado de volver a ser esclavo del pecado.

La semilla de eternidad que el bautismo sacramental ha puesto en el hombre debe guardarse para que la gracia de una vida nueva se desarrolle en plenitud. En este sentido, el cristiano está llamado a combatir la batalla de la fe, pasando por muchas muertes y bautismos cotidianos, mediante los cuales participa siempre más íntimamente en la pasión de Cristo, que, aunque ya resucitado, permanece aún en la cruz hasta el final de los tiempos, cuando, completado el designio de salvación universal, podrá presentar al Padre a la humanidad entera como Esposa inmaculada, sin mancha ni arruga. 

 

Evangelio Ciclo A: Mateo 28,1-10

28,1 Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.

2 De pronto hubo un gran temblor. El ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, rodó la piedra del sepulcro y se sentó en ella.

3 Su aspecto era como el del relámpago y su vestido blanco como la nieve.

4 Al verlo, los guardias se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. 5 Pero el ángel se dirigió a las mujeres y les dijo:

- Vosotras no temáis; sé que buscáis a Jesús, el crucificado.

6 No está aquí, ha resucitado como dijo. Venid a ver el sitio donde yacía.

7 Id enseguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis. Eso es todo.

8 Ellas salieron a toda prisa del sepulcro y, con temor pero con mucha alegría, corrieron a llevar la noticia a los discípulos.

9 Jesús salió a su encuentro y las saludó: "Alegraos". Ellas se acercaron, se echaron a sus pies y lo adoraron.

10 Entonces Jesús les dijo: - No temáis, id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán.

 

*•• La narración mateana de los acontecimientos del primer día después del sábado se caracteriza por la presencia de fenómenos sobrenaturales típicos de las visiones apocalípticas (Dn 7,9; 10,6): el terremoto, como sucedió en el momento de la muerte de Jesús, y la presencia del ángel de rostro refulgente y vestiduras blanquísimas; a través de estos elementos manifiesta el Señor su potente intervención. La descripción de los hechos rezuma una gran viveza y una desbordante alegría. Los sumos sacerdotes llegan incluso a violar el sábado para pedir a Pilato una vigilancia del sepulcro; los guardias encargados de vigilar a un muerto "se quedaron como muertos" (v. 4) por el miedo. La alegría se manifiesta en el lenguaje que subraya los acontecimientos sorprendentes y los magníficos anuncios: se trata de frases cortas y densas, propias de un discurso inmediato ("venid a ver", "id aprisa", "mirad, os lo he anunciado").

Con el anuncio del ángel, las mujeres se llenan de una inmensa alegría que llega al colmo cuando les saluda el Resucitado: "¡Alegraos!" (v. 9, literalmente) y se expresa en el gesto humilde y de adoración abrazándole los pies (literalmente, "se echaron a sus pies"). De nuevo aparece un gran contraste. También en un huerto, unos días antes, los guardias "pusieron las manos sobre Jesús y se apoderaron de él" (26,50). Entonces se entregó libremente en manos de los que le crucificaron por nuestra salvación. Ahora, libre de los lazos de la muerte y de la vigilancia de la guardia, se entrega libremente al que cree en él con fe y corazón amante.

La noche -el sábado y su tarde ha pasado (v. 1)- se ilumina en primer lugar con la refulgente blancura del ángel y, luego, con la presencia de Jesús, el Viviente: comienza un nuevo amanecer, el tiempo del anuncio (v. 10) en la luz gozosa del Crucificado-Resucitado.

 

CONTEMPLATIO

¡Oh noche más clara que el día!

¡Oh noche más luminosa que el sol!

¡Oh noche más blanca que la nieve!

¡Más luminosa que nuestras antorchas,

más suave que el paraíso!

¡Oh noche que no conoce las tinieblas;

tú alejas el sueño

y nos haces velar con los ángeles!

¡Oh noche, terror de los demonios,

noche pascual, esperada todo un año!

Noche nupcial de la Iglesia,

que das vida a los nuevos bautizados

y vuelves inocuo al demonio entorpecido.

Noche en la que el Heredero introduce

a los herederos en la eternidad.

(Asterio de Amasea, Inni a Cristo nel primo millennio delta Chiesa, Roma 1981, 93).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es de noche, pero no una noche maligna, sin caminos, sino buena, rebosante de cercanía de Dios, y su Palabra nos guía. La seguimos y nos lleva a los orígenes de nuestra existencia. Hemos escuchado las profecías que muestran el camino de la salvación a través de la historia. La primera de ellas habla del comienzo del mundo, cuando Dios creó todas las cosas; la segunda, del principio de la historia sagrada, cuando Abrahán fue llamado y selló un pacto con él, y así las demás. Un acontecimiento tras otro, y nosotros vemos la concatenación de los hechos hasta aquella noche de la que se ha cantado en el Exultek noche "verdaderamente dichosa", en la que el Señor resucita de la muerte y de la oscuridad de la tumba a la gloria de su vida eterna. No sólo escuchamos cosas de ella, sino que participamos en la experiencia que le da vida. Ahora está cercana porque cuanto él hizo y cuanto acaece es acción divina destinada a penetrar siempre de modo nuevo en la experiencia cristiana, en el momento de la celebración sagrada.

La misma celebración nos lleva a aquel principio en el que –ahora no nos es permitido decir nosotros, sino que cada uno debe decir seria y gozosamente "yo"- yo nací a la nueva vida de la gracia creadora de Dios, el bautismo. Cuando lo celebré, surgió la luz en mí.

Aquella vida, que debe perdurar eternamente, comenzó en mí. En aquel momento acogí la vida de Cristo en lo íntimo de mi ser, en el alma de mi alma. Ahora asumo sus consecuencias: ser una persona que no sólo vive la vida humana, sino como quien ha recibido el sello el Señor (R. Guardini, La pascua. Meditazioni, Brescia 1995, 37s)

 

Día 12

Domingo de Pascua de Resurección

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43

En aquellos días tomó Pedro la palabra y dijo: - Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace distinción de personas.

37 Ya conocéis lo que ha ocurrido en el país de los judíos, comenzando por Galilea, después del bautismo predicado por Juan.

38 Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder. Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él.

39 Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. A él, a quien mataron colgándolo de un madero,

40 Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestase

41 no a todo el pueblo, sino a los testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos.

42 Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos.

43 De él dan testimonio todos los profetas, afirmando que todo el que cree en él recibe el perdón de los pecados por medio de su nombre.

 

»*• Pedro, lleno del Espíritu Santo, resume en un denso y escultural discurso todo el itinerario de Jesús de Nazaret. Por medio de Pedro, que ya ha dejado caer las barreras de la estricta observancia judía, llega por primera vez a los paganos el anuncio de la salvación –el -kerigma-. Muchos de estos paganos llegan a la fe porque su corazón está abierto a la escucha.

Al relatarnos este discurso nos transmite Lucas algunos fragmentos auténticos del ministerio de la «primera evangelización» de la Iglesia naciente. El tema de la predicación es único: la persona misma de Jesús de Nazaret, el Mesías consagrado por Dios en el Espíritu Santo (v. 28). Los apóstoles pueden atestiguar que Jesús, durante su vida terrena, hizo milagros, curó a enfermos, liberó del maligno a los que estaban bajo el poder de Satanás. Con todo, la fe, el impulso misionero y la incontenible alegría de sus discípulos proceden de la experiencia del misterio pascual, del encuentro con Cristo resucitado, al que creían muerto para siempre.

Y de eso mismo dan testimonio: aquel Jesús que, rechazado, murió crucificado, «Dios lo resucitó», ratificando así la verdad de su predicación. Es importante señalar que la resurrección está atribuida aquí a Dios y no al propio poder de Cristo; eso es lo que atestigua la antigüedad de este fragmento kerigmático.

Y Pedro insiste en su fogosidad: no se trata de fábulas o sugestiones, sino de una realidad tan concreta que puede ser descrita con dos términos muy cotidianos: «Comimos y bebimos con él». Jesús se ha manifestado a «a los testigos elegidos de antemano por Dios», pero esta elección está orientada a una apertura católica, universal.

Los apóstoles han recibido el encargo de anunciar, porque todos deben saber que Dios ha constituido juez de vivos y muertos (cf. Dn 7,13; Mt 26,64) al Crucificado- Resucitado, que, mediante su propio sacrificio, ha obtenido la remisión de los pecados para todo el que cree en él (vv. 42s).

 

Segunda lectura: Colosenses 3,1-4

Hermanos:

1 Así pues, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.

2 Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra.

3 Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios;

4 cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros aparecéis gloriosos con él.

 

**• En la Carta a los Colosenses -una de las llamadas «cartas de la cautividad»-, la reflexión de Pablo, que parte como siempre del acontecimiento pascual (cf. Col 1,12-14), llega a captar las dimensiones cósmicas del misterio de Cristo, denominado con algunos atributos fundamentales.

Es creador junto con el Padre (1,16), primogénito de la creación y nuevo Adán (1,15), cabeza del cuerpo que es la Iglesia y redentor del mundo (1,16-20). El cristiano, por medio del bautismo, que le hace partícipe de la muerte y resurrección del Señor, mediante una vida de fe que lleva a su pleno desarrollo el germen bautismal, se convierte en miembro vivo de Cristo. Esto trae consigo no sólo el compromiso de renunciar al pecado para caminar en una vida nueva, sino también una orientación resuelta a las realidades celestes, sostenida por la conciencia de nuestra propia identidad de hijos de Dios, peregrinos a la ciudad eterna, hacia la que, por una parte, tiende, mientras que, por otra -en Cristo resucitado-, se encuentra ya.

De ahí la necesidad de elegir bien y de buscar «las cosas de arriba», de acuerdo con una vida resucitada, celeste. De ahí procede asimismo la invitación a prescindir de todo lo que vuelve la vida demasiado exterior y vacua (3,3). El cristiano ha muerto «a las cosas de la tierra» y vive escondido en Aquel que vive. Cuando Cristo se manifieste en la gloria, entonces se revelará también, a los ojos de todos, la belleza espiritual de aquellos que, actuando por la fe en adhesión a Cristo en la vida diaria, han encontrado en él la unidad y la plenitud (3,4).

 

O bien:

 

Segunda lectura: 1 Corintios 5,6b-8

Hermanos: ¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?

7 Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado.

8 Así que celebremos fiesta, pero no con levadura vieja, que es la de la maldad y la perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad.

 

**• El encuentro con Cristo resucitado y vivo determina la conducta moral del cristiano, libre ahora de un sistema de normas más o menos severas o detalladas.

Por eso, Pablo, sin forzar las cosas en modo alguno, puede remitirse al misterio pascual cuando considera que debe intervenir con autoridad firme en ciertas situaciones lamentables que se dan en la comunidad de Corinto.

Pablo, refiriéndose al rito de la pascua judía, que Jesús llevó a cabo como memorial de su propia muerte salvífica, recuerda la costumbre de quemar antes de la fiesta toda la levadura vieja, en cuanto signo de corrupción que no debe contaminar la vida nueva (v. 7).

Vosotros mismos -dice a los corintios- debéis ser pan puro, nuevo, que Cristo consagra con la ofrenda de sí mismo. Él es la verdadera pascua, el cordero inmolado, cuya sangre nos protege del exterminador (Ex 12,12s).

El cristiano, consciente del alcance de ese sacrificio, está llamado a vivir en la novedad, eliminando de su corazón el fermento de las viejas costumbres, de los pequeños y de los grandes vicios con los que muestra connivencia, de suerte que pueda presentarse a Dios con autenticidad, como el pan nuevo de la pascua (v. 8).

 

Evangelio: Juan 20,1-9

20,1 El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada,

2 se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús tanto quería. Les dijo: - Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.

3 Pedro y el otro discípulo se fueron rápidamente al sepulcro.

4 Salieron corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo adelantó a Pedro y llegó antes que él.

5 Al asomarse al interior vio que las vendas de lino estaban allí, pero no entró.

6 Siguiéndole los pasos llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro

7 y comprobó que las vendas de lino estaban allí. Estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte.

8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó.

9 (Y es que, hasta entonces, los discípulos no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos.)

 

**• Los discípulos, antes de encontrar al Señor resucitado, pasan por la dolorosa experiencia de la tumba vacía: constatan la ausencia del cuerpo de Jesús. El cuarto evangelista subraya sobremanera este elemento, introduciendo una dialéctica de visión-fe-visión espiritual que recorre de manera creciente los capítulos 20-21, interpelando también al lector y a todos aquellos que creen sin haber visto (20,29). En esta perícopa se expresa esto mismo mediante el uso de tres verbos diferentes, traducidos en nuestro texto por «ver y comprobar», y que indican matices diferentes (vv. 1.5; v. 7; v. 8).

Los relatos de la resurrección se abren con dos precisiones cronológicas: «El domingo por la mañana» y «muy temprano, antes de salir el sol». El día inicial de una nueva semana se convertirá así en el comienzo de una creación nueva, en verdadero «día del Señor» (dies dominica), en el que la fe amorosa, no iluminada todavía por la luz del Resucitado, camina, a pesar de todo, en la oscuridad y va más allá de la muerte.

María Magdalena es el prototipo de esta fidelidad. Al llegar al sepulcro -probablemente no sola, como muestra el plural del v. 2b- «captó con la mirada» (blépei, v. 1) que la piedra que tapaba la entrada había sido rodada.

Como dominada por la realidad que ve, no se da cuenta de nada más, y corre enseguida a denunciar la ausencia del Señor a Pedro -cuya importancia en los acontecimientos pascuales es realzada por toda la tradición y «al otro discípulo a quien Jesús tanto quería», probablemente el mismo Juan a quien remonta la tradición del cuarto evangelio. Este último fue el primero en llegar al sepulcro, pero no entró enseguida; también él «captó con la mirada» (blépei, v. 5) primero las vendas mortuorias de lino. Llega Pedro, entra y «se detiene a contemplar» {theoréi, v. 6) las vendas «mortuorias» -lo que permite pensar que se habían quedado en su sitio, aflojadas por estar vacías del cuerpo que contenían- y el sudario que cubría el rostro, enrollado en un lugar aparte.

El evangelista nos suministra unas notas preciosas. Resulta significativa la diferencia entre estos detalles y los correspondientes a la resurrección de Lázaro (11,44). El lento examen a que somete la mirada de Pedro cada detalle particular dentro del sepulcro vacío crea un clima de gran silencio, de expectante interrogación... «Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó» (v. 8). El verbo usado aquí es éiden; para comprender su significado basta con pensar que de él procede nuestra palabra «idea». Ahora el discípulo, al ver, intuye lo que ha sucedido. Pasa de la realidad que tiene delante a otra más escondida, llega a la fe, aunque se trata aún de una fe oscura, como muestran el v. 9 y la continuación del relato. De éste se desprende que la fe no es, para el hombre, una posesión estable, sino el comienzo de un camino de comunión con el Señor, una comunión que ha de ser mantenida viva y en la que hemos de ahondar más y más, para que llegue a la plenitud de vida con él en el reino de la luz infinita.

 

O bien se pueden leer los evangelios de la vigilia pascual (véase vol. 3): Mateo 28,1-10; Lucas 24,13-35

.

MEDITATIO

«Mi alegría, Cristo, ha resucitado.» Con estas palabras solía saludar san Serafín de Sarov a quienes le visitaban.

Con ello se convertía en mensajero de la alegría pascual en todo tiempo. En el día de pascua, y a través del relato evangélico, el anuncio de la resurrección se dirige a todos los hombres por los mismos ángeles y, después de ellos, por las piadosas mujeres a la vuelta del sepulcro, por los apóstoles y por los cristianos de las generaciones pasadas, ahora vivas para siempre en El que vive. Sus palabras son una invitación, casi una provocación. Esas palabras hacen resurgir en el corazón de cada uno de nosotros la pregunta fundamental de la vida: ¿quién es Jesús para ti? Ahora bien, esta pregunta se quedaría para siempre como una herida dolorosamente abierta si no indicara al mismo tiempo el camino para encontrar la respuesta. No hemos de buscar entre los muertos al Autor de la vida. No encontraremos a Jesús en las páginas de los libros de historia o en las palabras de quienes lo describen como uno de tantos maestros de sabiduría de la humanidad. Él mismo, libre ya de las cadenas de la muerte, viene a nuestro encuentro; a lo largo del camino de la vida se nos concede encontrarnos con él, que no desdeña hacerse peregrino con el hombre peregrino, o mendigo, o simple hortelano.

Él, el Inaprensible, el totalmente Otro, se deja encontrar en su Iglesia, enviada a llevar la buena noticia de la resurrección hasta los confines de la tierra.

En consecuencia, sólo hay una cuestión importante de verdad: ponernos en camino al alba, no demorarnos más, encadenados como estamos por los prejuicios y los temores, sino vencer las tinieblas de la duda con la esperanza.

¿Por qué no habría de suceder todavía hoy que encontráramos al Señor vivo? Más aún, es cierto que puede suceder. El modo y el lugar serán diferentes, personalísimos para cada uno de nosotros. El resultado de este acontecimiento, en cambio, será único: la transformación radical de la persona. ¿Encuentras a un hermano que no siente vergüenza de saludarte diciendo: «Mi alegría, Cristo ha resucitado»? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo. ¿Encuentras a alguien entregado por completo a los hermanos y absolutamente dedicado a las cosas del cielo? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo...

Sigue sus pasos, espía su secreto y llegará también para ti esa hora tan deseada.

 

ORATIO

Haz, Señor, que también nosotros nos sintamos llamados, vistos, conocidos por ti, que eres el Presente, y podamos descubrir así el valor único de nuestra vida en medio de la inmensa multitud de las otras criaturas.

Danos un corazón humilde, abierto y disponible, para poder encontrarte y permitir que nos marques con tu sello divino, que es como una herida profunda, como un dolor y una alegría sin nombre: la certeza de estar hechos para ti, de pertenecerte y de no poder desear otra cosa que la comunión de vida contigo, nuestro único Señor.

A ti queremos acercarnos en esta mañana de pascua, con los pies desnudos de la esperanza, para tocarle con la mano vacía de la pobreza, para mirarte con los ojos puros del amor y escucharte con los oídos abiertos do la fe. Y mientras, angustiados, vamos hacia ti, invocamos tu nombre, que resuena como música y como canto en lo más íntimo de nuestro corazón, donde el Espíritu, con gemidos inefables, llora nuestro dolor y con dulzura y vigor nos envía por los caminos del amor.

 

CONTEMPLATIO

Estarás en condiciones de reconocer que tu espíritu ha resucitado plenamente en Cristo si puede decir con íntima convicción: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Estas palabras expresan de verdad una adhesión profunda y digna de los amigos de Jesús. Cuan puro es el afecto que puede decir: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Si él vive, vivo yo, porque mi alma está suspendida de él; más aún, él es mi vida y todo aquello de lo que tengo necesidad.

¿Qué puede faltarme, en efecto, si Jesús vive? Aun cuando me faltara todo, no me importa, con tal de que viva Jesús... Incluso si a él le complaciera que yo me faltara a mí mismo, me basta con que él viva, con tal que sea para él mismo. Sólo cuando el amor de Cristo absorba de este modo tan total el corazón del hombre, hasta el punto de que se abandone y se olvide de sí mismo y sólo se muestre sensible a Jesucristo y a todo lo relacionado con él, sólo entonces será perfecta en él la caridad (Guerrico de Igny, Serrno in Pascha, i, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba» (Col 3,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado!

Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!

Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia.

Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!».

Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero (P. Florenskij, // cuore cherubico, Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim).

 

Día 13

Lunes de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14.22-32

2,14 El día de Pentecostés, Pedro, en pie con los once, levantó la voz y declaró solemnemente: - Judíos y habitantes todos de Jerusalén, fijaos bien en lo que pasa y prestad atención a mis palabras.

22 Israelitas, escuchad: Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios acreditó ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que realizó por medio de él entre vosotros, como bien sabéis.

23 Dios lo entregó conforme al plan que tenía previsto y determinado, pero vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis.

24 Dios, sin embargo, lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera en su poder,

25 ya que el mismo David dice de él: Tengo siempre presente al Señor, porque está a mi derecha para que yo no vacile.

26 Por eso se regocija mi corazón, se alegra mi lengua

27 y hasta mi carne descansa confiada; porque no me entregarás al abismo, ni permitirás que tu fiel vea la corrupción.

28 Me enseñaste los caminos de la vida, y me saciarás de gozo en tu presencia.

29 Hermanos, del patriarca David se os puede decir francamente que murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se conserva entre nosotros.

30 Pero, como era profeta y sabía que Dios le había jurado solemnemente sentar en su trono a un descendiente de sus entrañas,

31 vio anticipadamente la resurrección de Cristo y dijo que no sería entregado al abismo, ni su carne vería la corrupción.

32 A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros.

 

**• El discurso de Pedro en Pentecostés presenta el kerigma, el anuncio fundamental: Jesús, hombre acreditado por Dios en vida con milagros de todo tipo, fue rechazado por los hombres. Pero Dios ha confirmado la justedad de su causa y le ha expresado su aceptación exaltándolo con la resurrección. El sello de Dios sobre Jesús, tanto en vida como en su muerte, está completo.

Es más, todo estaba previsto en el plan de Dios, como se deduce del Sal 15, donde expresa David su esperanza de no verse abandonado a la corrupción de la muerte. Lo que no llegó a realizarse en David, se realiza ahora en Jesús de Nazaret, al que Dios resucitó de entre los muertos. «Y de ello somos testigos todos nosotros.» Pedro anuncia hechos reales, como la vida ejemplar de Jesús; su muerte como obra conjunta de los presentes y de los paganos; su resurrección; el testimonio de los apóstoles.

Todo ello forma parte del plan de Dios diseñado en las Escrituras. El pasaje ofrece, por tanto, un ejemplo de la primera predicación apostólica, centrada en Jesús de Nazaret, sobre su extraordinario acontecimiento humano, sobre la responsabilidad de quienes le rechazaron, sobre la absoluta presencia de Dios en su vida.

 

Evangelio: Mateo 28,8-15

28,8 En aquel tiempo, las mujeres salieron a toda prisa del sepulcro y, con temor pero con mucha alegría, corrieron a llevar la noticia a los discípulos.

9 Jesús salió a su encuentro y las saludó. Ellas se acercaron, se echaron a sus pies y lo adoran

10 Entonces Jesús les dijo: - No temáis; id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán.

11 Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los jefes de los sacerdotes todo lo ocurrido.

12 Éstos se reunieron con los ancianos y acordaron en consejo dar una buena suma de dinero a los soldados,

13 advirtiéndoles: - Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron su cuerpo mientras dormíais.

14 Y si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros le convenceremos y responderemos por vosotros.

15 Los soldados tomaron el dinero e hicieron lo que les habían dicho, y ésta es la versión que ha corrido entre los judíos hasta hoy.

 

*+• El pasaje bíblico narra dos encuentros diferentes: el primero, entre Jesús y las mujeres, cuando éstas iban de camino para llevar el mensaje de la resurrección a los discípulos (vv. 8-10); el segundo, entre los sumos sacerdotes y los guardianes del sepulcro, que se dirigen a los jefes del pueblo para informarles de las cosas que han pasado (vv. 11-15). El hecho central sigue siendo la tumba vacía, y, sobre ésta, Mateo nos ofrece dos posibles interpretaciones: o bien Jesús ha resucitado, o bien ha sido robado por sus discípulos. Al lector le corresponde la fácil elección, que no es, ciertamente, la de la mentira organizada por los sumos sacerdotes, sino la del testimonio dado por las mujeres. A ellas les dice Jesús: «Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán» (v. 10). El acontecimiento de la resurrección es un hecho sobrenatural, y sólo la fe puede penetrarlo, como es el caso de la fe de las mujeres, discípulas y mensajeras de Cristo resucitado.

No es difícil ver en el texto el trasfondo de una polémica entre los jefes del pueblo y los discípulos de Jesús en torno a la resurrección de Jesús. Mateo escribió su evangelio cuando todavía estaba vivo el contraste con la comunidad cristiana del siglo I, que con la resurrección del Señor ve inaugurados los tiempos del mundo nuevo e inaugurado el Reino de Dios basado en el amor, y las autoridades judías, que, una vez más, rechazan a Jesús como Mesías, esperando a otro salvador.

La resurrección será siempre un signo de contradicción para todos y cada uno de los hombres: para los que están abiertos a la fe y al amor, es fuente de vida y salvación; para los que la rechazan, se vuelve motivo de juicio y condena.

 

MEDITATIO

«Vosotros le matasteis, pero Dios le ha resucitado»: ésta es la primera predicación apostólica, y es y será la perenne predicación de la Iglesia basada en los apóstoles.

Pedro y la Iglesia existen para repetir a lo largo de los siglos este anuncio. Un anuncio sorprendente, aunque no de una idea, sino de un hecho inimaginable, imprevisible, que contiene toda la dimensión negativa de la historia y toda la dimensión positiva de la voluntad de Dios, que reasume todo el poder destructivo de la maldad humana y todo el poder de reconstrucción de la bondad ilimitada de Dios.

Soy apóstol en la medida en que anuncio esta realidad, me siento identificado con este anuncio, tengo el valor de descubrir y de repetir, en las mil formas diferentes de la vida diaria, que el mal ha sido vencido y que será vencido, que el amor ha sido y será más fuerte que el odio, que no hay tinieblas que no puedan ser vencidas por el poder de Dios, porque Cristo ha resucitado, «pues era imposible que la muerte lo retuviera en su poder». Soy apóstol si anuncio la resurrección de Cristo con mi boca, con una actitud positiva hacia la vida, con el optimismo de quien sabe que el Padre quiere liberarme también a mí, también a nosotros, «de las ataduras de la muerte», de la última y de las penúltimas; de quien sabe que ahora su amor está en acción para llevarlo lodo hacia la Vida.

Me pregunto hoy si soy apóstol y si lo soy como Pedro o bien a mi manera, como anunciador inconsciente de mensajes, ideas y pensamientos más bien periféricos respecto al hecho fundamental de la resurrección.

 

ORATIO

Al comienzo de este tiempo pascual, un tiempo apostólico, quiero rogarte, Señor, que, por la intercesión de María, hagas crecer en mí un corazón de apóstol. Haré mías aquellas hermosas palabras del padre Lelotte: «Señora nuestra, reina de los apóstoles, tú diste a Cristo al mundo. Fuiste apóstol de tu Hijo por primera vez llevándolo a Isabel y a Juan el Bautista, presentándolo a los pastores, a los magos, a Simeón. Tú reuniste a los apóstoles en el retiro del cenáculo, antes de su dispersión por el mundo, y les comunicaste tu ardor. Concédeme un alma vibrante y generosa, combativa y acogedora.

Un alma que me lleve a dar testimonio, en cada ocasión, de que Cristo, tu Hijo, es la luz del mundo, que sólo él tiene palabras de vida y que los hombres encontrarán la paz en la realización de su Reino».

 

CONTEMPLATIO

Nuestro Redentor aceptó morir para liberarnos del miedo a la muerte. Manifestó la resurrección para suscitar en nosotros la firme esperanza de que también nosotros  resurgiremos. Quiso que su muerte no durara más de tres días porque, si su resurrección se hubiera demorado, habríamos podido perder toda esperanza en lo que corresponde a la nuestra. De él dice bien el profeta: «Mientras va de camino, bebe del torrente, por eso levantará la cabeza» (Sal 110,7). En efecto, él se dignó beber del torrente de nuestro sufrimiento, pero no parándose, sino yendo de camino, pues conoció la muerte de paso, durante tres días, y no se quedó en esta muerte que conoció, como sí lo haremos, en cambio, nosotros hasta el fin del mundo. Resucitando al tercer día manifestó, pues, lo que está reservado a su Cuerpo, esto es, a la Iglesia. Con su ejemplo mostró, ciertamente, lo que nos tiene prometido como premio, a fin de que los fieles, al reconocer que él ha resucitado, cultiven en ellos mismos la esperanza de que al final del mundo serán premiados con la resurrección (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XIV, 68s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi alma exulta en el Señor» (cf. 1 Sm 2,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús fue condenado a muerte por los hombres, pero fue resucitado por Dios [...]

Jesús, como ser humano que confiaba en Dios, se arriesgó hasta tal punto que no temía a la muerte, y empezó a vivir ya durante su vida. Quien ha comprendido este hecho, a saber: que la muerte ya no tiene ningún poder, que el miedo no es un argumento, que los aplazamientos no sirven, sino que está bien empezar a vivir hoy; quien ha comprendido todo esto verá lo que es una persona real y en qué está oculta la dignidad del Mesías Jesús. Aquí no existe ya la muerte, y la resurrección nos revelará que Dios está de parte de aquel que, en cuanto ser humano, se hace garante de la verdad de lo divino. En virtud de este Cristo-rey también nosotros nos despertamos como personas reales. Y Pedro, unos pocos capítulos más adelante, lo experimentará en su propia persona. Aquí ya no hay muros de cárceles que resistan. Aunque encerrado en una celda, encadenado, flanqueado por cuatro guardias, el ángel del Señor vendrá y lo despertará del sueño de \a muerte, le hará atravesar la cárcel y nada lo detendrá. Éstos son los milagros que Dios hace en el cielo y en la tierra. Nosotros somos personas maravillosas, llenas de gracia, y estamos llamados a descubrir y a realizar nuestro ser (E. Drewermann, Vita che nasce dalla morte, Brescia 1998, 458s).

 

Día 14

Martes de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,36-41

2,36 El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos: - Así pues, que todos los israelitas tengan la certeza de que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis.

37 Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón, así que preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: - ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?

38 Pedro les respondió: - Arrepentíos y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo, para que queden perdonados vuestros pecados. Entonces recibiréis el don del Espíritu Santo.

39 Pues la promesa es para vosotros, para vuestros hijos e incluso para todos los de lejos a quienes llame el Señor nuestro Dios.

40 Y con otras muchas palabras los animaba y los exhortaba, diciendo: - Poneos a salvo de esta generación perversa.

41 Los que acogieron su palabra se bautizaron, y se les agregaron aquel día unas tres mil personas.

 

**• Pedro concluye su discurso con cierto énfasis: todos los israelitas deben tener la certeza de que Jesús es Señor y Mesías. La fe cristiana se fundamenta en el testimonio apostólico sobre la resurrección, que eleva a Jesús a la condición gloriosa de Señor y Mesías. Lucas usa aquí precisamente los dos títulos del anuncio de la buena noticia que llevaron los ángeles a los pastores (Lc 2,11), títulos plenamente realizados ahora. El testimonio de Pedro toca los corazones y se inicia la larga cadena de las conversiones. El apóstol pide el cambio de mentalidad y de comportamiento (ése es el sentido de metánoia), y el bautismo «en el nombre de Jesús», llamado simplemente «Cristo» (sin artículo): ahora ya es él el Enviado, el Mesías, el Salvador. El bautismo es signo de la conversión y apertura a la nueva vida, hecha de la destrucción del pasado de muerte y de la plenitud de vida que procede del Espíritu Santo. De este modo se cumplen las promesas tanto para los que están presentes como para los «de lejos», es decir, para los que están fuera del judaísmo.

Aparece, por último, la invitación a ponerse «a salvo de esta generación perversa», esto es, de aquellos que con su religiosidad legalista no han sido capaces de acoger la novedad revolucionaria del mensaje y de la realidad de Jesús, y lo hicieron condenar recurriendo a la mentira.

La primera pesca del «pescador de hombres» fue verdaderamente milagrosa: tres mil personas recibieron sus palabras y entraron en sus redes, unas redes que llevan a las aguas de la salvación.

 

Evangelio: Juan 20,11-18

En aquel tiempo, María se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro.

12 Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.

13 Los ángeles le preguntaron: - Mujer, ¿por qué lloras? Ella contestó: - Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

14 Dicho esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

15 Jesús le preguntó: - Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: - Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo.

16 Entonces Jesús la llamó por su nombre: - ¡María! Ella se acercó a él y exclamó en arameo: - ¡Rabboni! (que quiere decir «maestro»).

17 Jesús le dijo: - No me retengas más, porque todavía no he subido a mi Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios.

18 María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: - He visto al Señor. Y les contó lo que Jesús le había dicho.

 

**• La dinámica narrativa de Jn 20 está guiada por un ritmo creciente que muestra el nacimiento y la consolidación de la fe de los primeros discípulos en Jesús resucitado. Tras el descubrimiento de la tumba vacía (vv. 1-10), donde la fe inicial del discípulo amado constituye sólo un primer estadio de la plena fe pascual, el fragmento presenta el segundo estadio, el de la profundización de la fe en el Resucitado a través de la experiencia personal de la Magdalena: de los signos visibles de la ausencia de Jesús se pasa a su presencia viva. El discípulo queda invitado a entrar en la óptica de la fe en la persona del Señor.

El fragmento se compone de dos partes: a) la aparición de los ángeles a María (vv. 11-13); b) la aparición de Jesús a la mujer (vv. 14-18). María necesita ser liberada de una adhesión aún demasiado sensible al Jesús terreno. La superación de esta visión terrena permite al discípulo encontrar al Señor. María no llega a la fe en el Cristo resucitado a través de los ángeles, que sólo tienen una función de interlocutores: «¿Por qué lloras?» (v. 13), sino sólo cuando Jesús la llama por su nombre: «¡María!» (v. 16), inaugurando en ella una nueva vida.

María, una vez ha reconocido al «rabboni» (v. 16), es invitada por Jesús a anunciar a los otros discípulos el acontecimiento de la resurrección. Es ahora cuando se convierte en el símbolo de la fe plena, haciéndose en misionera y evangelizadora de la Palabra de Jesús: «Fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: "He visto al Señor"» (v. 18). El encuentro de Jesús con María Magdalena y el anuncio llevado por la mujer a los hermanos contiene un gran mensaje para los discípulos de todos los tiempos: el Señor está vivo, y cada uno de nosotros debe buscarlo a través de un camino de fe, con la seguridad de que, si hace lo que le corresponde, el Señor, a su vez, no tardará en salirle al encuentro y en hacerse reconocer.

 

MEDITATIO

La conversión de una gran muchedumbre es, en verdad, sorprendente y milagrosa. A decir verdad, el discurso de Pedro no tiene nada de extraordinario o, al menos, no parece irresistible. Pero estamos en Pentecostés, y el Espíritu no obra sólo en Pedro, sino también en los oyentes, cuyos corazones se sienten traspasados hasta el fondo de una manera irresistible. Se impone una conclusión clara: quien convierte es el Espíritu, que da fuerza a la Palabra y la convierte en una espada de doble filo capaz de penetrar incluso en los corazones más endurecidos.

Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, en especial los primeros capítulos, constituye la demostración de esta verdad elemental: el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo, que toca los corazones cuando y como quiere, según sus designios misteriosos.

En estos años se ha reflexionado mucho sobre el papel del Espíritu Santo en la evangelización, lo cual ha representado un progreso. Pero queda aún un enorme camino para considerarlo en su papel absolutamente prioritario en el orden de lo cotidiano. Para llegar lejos por este camino hace falta más oración y más paz, menos carreras y menos afanes. Toda palabra, también la Palabra, traspasa el corazón cuando es el Espíritu quien la lleva con su fuerza irresistible, con su poder a veces arrollador y a veces paciente, siempre misterioso, siempre más allá de nuestra comprensión, siempre digno de adoración.

 

ORATIO

Oh Espíritu Santo, qué poco te invoco y qué poco me confío a ti y a tu acción misteriosa. Por momentos lo arrollas todo, en otras ocasiones pareces ausente. Pero eres necesario para la evangelización, porque sin ti las palabras suenan vacías, mis esfuerzos son conatos estériles, mis compromisos se quedan vacíos. ¿Cómo puedo llevar la salvación si tú estás ausente? Hazme comprender interiormente tu absoluta necesidad, y la necesidad que tengo de ti, en mi acción de testigo y de evangelizados.

Hazme comprender que siempre estás presente, incluso cuando el Evangelio tiene dificultades para ser acogido, dándome paz y no quitándome el valor de sembrar sin tregua. Hazme ver claro que a mí me pides la siembra y te reservas para ti los frutos. Dame, sobre todo, la seguridad de que siempre estás conmigo en cada momento de mi trabajo apostólico, porque así estaré seguro de que nunca será inútil ninguna siembra, aun cuando la mayoría de las veces serán otros los que recojan. Y la seguridad de que, en el cielo, verán mis ojos ciertamente esos frutos tan esperados de mi trabajo y del tuyo.

 

CONTEMPLATIO

Debemos considerar la resurrección [de Cristo], que es modelo de nuestra resurrección, o sea, de nuestra suerte. Cristo, cabeza y modelo de nuestra resurrección, ha resucitado con este objeto, para asegurarnos a nosotros, sus miembros, nuestra propia resurrección; de otro modo sería una cosa monstruosa: resucitar la cabeza sin los miembros. Por esa razón argumentaba tan bien y con tanta eficacia el Apóstol contra aquellos que negaban la resurrección, diciendo: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado». Ahora bien, si es necesario que Cristo haya resucitado, porque lo que sucede ahora es imposible que no haya sucedido, es necesario, en consecuencia, que los muertos resuciten: «En efecto, es necesario que este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal, de inmortalidad ». Por consiguiente, para sembrar en los corazones de los fieles la fe en la resurrección y remover la ambigüedad de la desconfianza y de la desesperación, dice: «Si creemos, en efecto, que Jesús ha muerto y ha resucitado, también del mismo modo a aquellos que han muerto los reunirá Dios con él por medio de Jesús». Teniendo, pues, esta firme confianza, con el beato Job, no debemos entristecernos de la muerte de ningún buen cristiano, «como aquellos que no tienen esperanza» (Buenaventura, Sermones, 21,6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón» (Hch 2,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando seamos libres desde el punto de vista espiritual, no deberemos mostrarnos ansiosos sobre lo que hayamos de decir o hacer en situaciones inesperadas o difíciles. Cuando no nos preocupemos de lo que los otros piensan de nosotros o de lo que vamos a ganar con lo que hacemos, entonces brotarán las palabras y las acciones justas desde el centro de nuestro ser, porque el Espíritu de Dios, que hace de nosotros hijos de Dios y nos libera, hablará y obrará a través de nosotros.

Dice Jesús: «Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10,19-20).

        Continuemos confiando en el Espíritu de Dios, que vive en nosotros, a fin de que podamos vivir libremente en un mundo que sigue entregándonos a quien quiere valoramos o juzgamos (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, p. 121 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

Día 15

Miércoles de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,1-10

3,1 En aquellos días, Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, hacia las tres de la tarde.

2 Había allí un hombre paralítico de nacimiento, a quien todos los días llevaban y colocaban junto a la puerta Hermosa del templo para pedir limosna a los que entraban.

3 Al ver que Pedro y Juan iban a entrar en el templo, les pidió limosna.

4 Pedro y Juan lo miraron fijamente y le dijeron: - Míranos.

5 Él los miró esperando recibir algo de ellos.

6 Pedro le dijo: - No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.

7 Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó. En el acto sus pies y sus tobillos se fortalecieron,

8 se puso en pie de un salto y comenzó a andar. Luego entró con ellos en el templo por su propio pie, saltando y alabando a Dios.

9 Todo el pueblo lo vio andar y alabar a Dios.

10 Al darse cuenta de que era el mismo que solía estar sentado junto a la puerta Hermosa para pedir limosna, se llenaron de admiración y pasmo por lo que le había sucedido.

 

*+• Pedro continúa la práctica liberadora de Jesús, no sólo con el anuncio, sino también con las obras milagrosas. Éstas manifiestan que ha llegado la salvación al mundo. Este milagro dará ocasión a un nuevo discurso de explicación y de anuncio. También Pedro, gracias al nombre de Jesús, aparece «acreditado por Dios mediante milagros, prodigios y signos» y, en consecuencia, autorizado a anunciar la novedad cristiana.

El relato es vivaz: el templo figura aún en el centro de la piedad de la primera comunidad cristiana, que todavía no ha roto con las costumbres judías. Pedro, ante una de las puertas más famosas del edificio, encuentra a un mendigo paralítico de nacimiento y, como no tiene «ni oro ni plata», le ordena que se levante y camine: «En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». Lo que sigue es un relato «de resurrección»: el paralítico entra finalmente en el templo -del que le había excluido su enfermedad- «saltando y alabando a Dios». Es un hombre «reconstruido» física y espiritualmente el que Pedro restituye a la vida. La resonancia que tuvo esta curación fue enorme: la gente, llena «de admiración y pasmo», acudió en gran cantidad junto al pórtico de Salomón, donde Jesús discutía con los judíos y donde se reunían los cristianos de Jerusalén para escuchar las enseñanzas de los apóstoles (Hch 5,12). Aquí se dispone Pedro a dar la explicación del acontecimiento.

 

Evangelio: Lucas 24,13-35

24,13 Aquel mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que dista de Jerusalén unos once kilómetros.

14 Iban hablando de todos estos sucesos.  

15 Mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos.

16 Pero sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocerlo.

17 Él les dijo: - ¿Qué conversación es la que lleváis por el camino? Ellos se detuvieron entristecidos,

18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: - ¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?

19 Él les preguntó: - ¿Qué ha pasado? Ellos contestaron: - Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo.

20 ¿No sabes que los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron?

21 Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto.

22 Bien es verdad que algunas de nuestras mujeres nos han sobresaltado, porque fueron temprano al sepulcro

23 y no encontraron su cuerpo. Hablaban incluso de que se les habían aparecido unos ángeles que decían que está vivo.

24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo hallaron todo como las mujeres decían, pero a él no lo vieron.

25 Entonces Jesús les dijo: - ¡Qué torpes sois para comprender y qué cerrados estáis para creer lo que dijeron los profetas!

26 ¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria?

27 Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras.

28 Al llegar a la aldea adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.

29 Pero ellos le insistieron diciendo: - Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo. Y entró para quedarse con ellos.

30 Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.

31 Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Jesús desapareció de su lado.

32 Y se dijeron uno a otro: - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

33 En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a todos los demás,

34 que les dijeron: - Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.

35 Y ellos contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

 

**• El episodio de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús presenta el camino de fe de la vida cristiana basado en el doble fundamento de la Palabra de Dios y de la eucaristía. Esta experiencia del Señor aparece descrita a lo largo de dos momentos decisivos: a) el alejamiento de los discípulos de Jerusalén, es decir, de la comunidad, de la fe en Jesús, para volver a su viejo mundo (vv. 13-29); b) la vuelta a Jerusalén con la recuperación de la alegría y la fe por parte de la comunidad de los discípulos (vv. 30-35). En el primer momento de desconcierto, Jesús, con el aspecto de un viajante, se acerca a los discípulos desalentados y tristes, y conversando con ellos les ayuda, por medio del recurso a la Escritura, a leer el plan de Dios y a recuperar la esperanza perdida: «Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras» (v. 27). Ahora que el corazón se les ha calentado de nuevo, quieren llevarse con ellos al peregrino a la mesa y, mientras parte el pan, reconocen al Señor: «Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (y. 31).

        La catequesis de Lucas es muy clara: cuando una comunidad se muestra disponible a la escucha de la Palabra de Dios, que está presente en las Escrituras, y pone la eucaristía en el centro de su propia vida, llega gradualmente a la fe y hace la experiencia del Señor resucitado.

La Palabra y la eucaristía constituyen la única gran mesa de la que se alimenta la Iglesia en su peregrinación hacia la casa del Padre. Los discípulos de Emaús, a través de la experiencia que tuvieron con Jesús, comprendieron que el Resucitado está allí donde se encuentran reunidos los hermanos en torno a Simón Pedro.

 

MEDITATIO

En nuestros días hay hambre y sed de milagros. La gente no sonríe ya con suficiencia, como hace algunos años, con respecto a los presuntos prodigios, sino que los busca y acude a los lugares donde tienen lugar. Los medios de comunicación social los hacen espectaculares y los «obradores de prodigios» corren el riesgo de ser idolatrados. Pero tanto Pedro y Juan como Pablo y Bernabé (Hch 14,14ss) corrigen al pueblo y dicen de manera clara que no debe concentrarse en torno a sus personas, sino en torno al poder del nombre de Jesús.

Quien tenga fe en este nombre, quien lo invoque, también podrá obtener hoy milagros.

También hoy es posible realizar prodigios, pero es Dios el que los realiza a través de la oración y la fe. Hay, efectivamente, situaciones tan dolorosas y penosas que nos hacen invocar el milagro y nos impulsan a dirigirnos a personas consideradas particularmente próximas a Dios. Pero esas personas, la mayoría de las veces, no tienen «ni plata ni oro»: viven en medio de la humildad y de la oración. Nosotros, alejados tanto del escepticismo de quienes excluyen la posibilidad o la oportunidad de los milagros, como del fanatismo con los curanderos y el papanatismo más o menos supersticioso, nos confiamos a la oración y a la fe para obtener la intervención extraordinaria de Dios en casos extremos, dejándole a él, que lo sabe todo, la decisión final. Dios no abandona a su pueblo, y lo socorre también con intervenciones extraordinarias, especialmente a través de la oración de sus siervos, que, confiando sólo en él, no tienen necesidad ni de oro ni de plata.

 

ORATIO

Concédeme, Señor, la actitud justa respecto a tu acción en el mundo. Suprime en mí el papanatismo y la búsqueda de «signos y prodigios», como si tú tuvieras que demostrar que existes. Extirpa en mí el corazón cerrado a admitir que tú puedes intervenir, incluso de forma extraordinaria, cuando y como quieras. Concédeme el espíritu de discernimiento para que sepa reconocer tu presencia y la distinga del papanatismo y la superstición.

Concédeme, sobre todo, la fe sencilla de quien no se confía a los prodigios, aunque también la fe ardiente de quienes se atreven a pedírtelos, sin enojarse cuando no los concedes.

Hazme comprender asimismo que no debo poner mi confianza exclusivamente en los medios humanos para la implantación del Reino de Dios, sino que seré eficaz en la medida en que me mantenga alejado del oro y de la plata. Porque el milagro más grande que nos brindas os la existencia de personas que confían en ti de tal  modo que viven pobres y humildes. Es a ellas a quienes concedes, normalmente, la obtención de milagros para el alivio y la alegría de tu pueblo.

 

CONTEMPLATIO

A través del desprendimiento y la pobreza es como podremos volver a encontrar nuestro lugar en el corazón de los pueblos. Cuanto más pobres y desinteresados seamos, menos exigentes seremos, más amigos seremos del pueblo y más fácil nos resultará hacer el bien. La pobreza es hoy más necesaria que nunca para luchar contra el mundo, contra el lujo y contra el bienestar que crece por doquier. Si el cristiano hace como el mundo, ¿cómo podrá guiarlo e instruirlo? Cuanto más grande es el desprendimiento interior y exterior en un alma, más abunda la gracia en ella, más abundan la luz y el Espíritu de Dios en ella.

La conformidad exterior con nuestro Señor es un medio para llegar a la conformidad interior. A través de la pobreza, de la humildad y de la muerte es como Jesucristo engendró a su Iglesia, y de ese mismo modo es como la engendraremos nosotros. Toda obra de Dios debe llevar, por encima de todo, el sello de la pobreza y del sufrimiento (A. Chevrier).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No tengo plata ni oro, pero ¡en nombre de Jesús, echa a andar!» (cf. Hch 3,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Cómo podremos abrazar la pobreza como camino que lleva a Dios cuando todos a nuestro alrededor quieren hacerse ricos?

La pobreza tiene muchas modalidades. Debemos preguntarnos: «¿Cuál es mi pobreza?». ¿Es la falta de dinero, de estabilidad emotiva, de alguien que me ame? ¿Falta de garantías, de seguridad, de confianza en mí mismo? Cada persona tiene un ámbito de pobreza. ¡Ése es el lugar donde Dios quiere habitar! «Bienaventurados los pobres», dice Jesús (Mt 5,3). Eso significa que nuestra bendición está escondida en la pobreza.

Estamos tan inclinados a esconder nuestra pobreza y a ignorarla que perdemos a menudo la ocasión de descubrir a Dios. Él mora precisamente en ella. Debemos tener la audacia de ver nuestra pobreza como la tierra en la que está escondido nuestro tesoro (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1 997, p. 249 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

Día 16

Jueves de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,11-26

3,11 En aquellos días, como el paralítico no se separaba de Pedro y de Juan, toda la gente, llena de asombro, se reunió alrededor de ellos junto al pórtico de Salomón.

12 Pedro, al ver esto, dijo al pueblo: - Israelitas, ¿por qué os admiráis de este suceso? ¿Por qué nos miráis como si nosotros lo hubiéramos hecho andar por nuestro propio poder o virtud?

13 El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha manifestado la gloria de su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, que pensaba ponerlo en libertad.

14 Vosotros rechazasteis al Santo y al Justo; pedisteis que se indultara a un asesino

15 y matasteis al autor de la vida. Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.

16 Pues bien, por creer en Jesús se le han fortalecido las piernas a este hombre a quien veis y conocéis; la fe en Jesús lo ha curado totalmente en presencia de todos vosotros.

17 Ya sé, hermanos, que lo hicisteis por ignorancia, igual que vuestros jefes.

18 Pero Dios cumplió así lo que había anunciado por los profetas: que su Mesías tenía que padecer.

19 Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados.

20 Llegarán así tiempos de consuelo de parte del Señor, que os enviará de nuevo a Jesús, el Mesías que os estaba destinado.

21 El cielo debe retenerlo hasta que lleguen los tiempos en que todo sea restaurado, como anunció Dios por boca de los santos profetas en el pasado.

22 Moisés, en efecto, dijo: El Señor Dios vuestro os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo; escuchad todo lo que os diga,

23 y el que no escuche a este profeta será excluido del pueblo.

24 Todos los profetas, de Samuel en adelante, anunciaron estos días.

25 Vosotros sois los descendientes de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros antepasados, diciendo a Abrahán: A través de tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra.

26 Por vosotros, en primer término, Dios ha suscitado a su siervo y os lo ha enviado como bendición, para que cada uno se convierta de sus maldades.

 

*•• Con este discurso, bastante articulado, pretende convencer Pedro de su error a los que rechazaron a Cristo, ofreciéndoles la posibilidad de arrepentirse. Pedro establece una distinción importante: antes de la resurrección era el tiempo de la ignorancia, el tiempo en que era posible cometer errores. Fue el tiempo que permitió a Dios dar cumplimiento a las profecías. Pero después del hecho clamoroso de la resurrección ya no se admite la ignorancia, porque aquel que fue crucificado por los hombres ha sido resucitado por Dios, y los que lo rechazan merecen ser excluidos del pueblo de Dios, como reincidentes. Por otra parte, el arrepentimiento y la aceptación de Jesús pueden apresurar los tiempos de las bendiciones mesiánicas, cuando Dios, al final del mundo, enviará a Jesús por segunda vez, a fin de que tanto sus enemigos como los incrédulos le reconozcan como Mesías. Ahora está en el cielo, desde su ascensión, hasta la restauración final.

Pedro habla también de Moisés, que había dicho: «El Señor Dios vuestro os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo». Lucas lee «suscitará» en el sentido de «volver a suscitar» un profeta como Moisés, es decir, Jesús. A éste hay que escuchar. Y el que no lo haga será excluido del pueblo santo. Podemos señalar que mientras Mateo considera a los cristianos como un pueblo nuevo que sustituye al antiguo Israel, Lucas subraya la continuidad del pueblo de Dios a través de los judíos que acogen a Jesús. Pedro afirma, por último, que sus oyentes forman parte del pacto a través del cual serán bendecidas todas las naciones en la descendencia de Abrahán. En suma, con su resurrección, Jesús trae la bendición a los judíos y la oportunidad de la conversión.

 

Evangelio: Lucas 24,35-48

24,35 En aquel tiempo, los discípulos [de Emaús] contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

36 Estaban hablando de ello, cuando el mismo Jesús se presentó en medio y les dijo: - La paz esté con vosotros.

37 Aterrados y llenos de miedo, creían ver un fantasma.

38 Pero él les dijo: - ¿De qué os asustáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?

39 Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme y convenceos de que un fantasma no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

40 Y dicho esto, les mostró las manos y los pies.

41 Pero como aún se resistían a creer, por la alegría y el asombro, les dijo: - ¿Tenéis algo de comer?

42 Ellos le dieron un trozo de pescado asado.

43 Él lo tomó y lo comió delante de ellos.

44 Después les dijo: - Cuando aún estaba entre vosotros ya os dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.

45 Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras

46 y les dijo: - Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día

47 y que en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados.

48 Vosotros sois testigos de estas cosas.

 

*»• El tema del fragmento evangélico, que completa el relato de la aparición a los dos discípulos de Emaús subraya las pruebas sobre la realidad de la resurrección de Jesús. También la primera comunidad cristiana pasó por dificultades para penetrar en el misterio del Señor resucitado, y las superó empleando una doble prueba.

La prueba real y material del contacto físico de los discípulos con Jesús, poniendo de relieve la corporalidad del Cristo pascual: «Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme y convenceos» (v. 39), así como la iniciativa del Señor de comer algo ante los suyos: «¿Tenéis algo de comer?» (v. 41). La otra prueba es la espiritual, basada en la comprensión de la Palabra en las Escrituras: «Estaba escrito» (vv. 46s).

Lucas precisa que la historia de Israel adquiere su sentido y se comprende sólo si culmina en el acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret muerto y resucitado.

Y, por otra parte, nos enseña que sólo cuando los hombres se abren a la conversión y experimentan el perdón de Dios pueden comprender del todo el triunfo de la pascua del Señor. La salvación está abierta a todos, y la Iglesia tiene la tarea de anunciar la realidad física de la pascua del Señor y su valor como nuevo inicio de la historia humana, a través de la acogida del perdón de Dios. La resurrección de Jesús es el dato cierto sobre el que se asienta la fe de los creyentes y la historia de los hombres.

 

MEDITATIO

Habla Pedro de la segunda venida de Jesús como Mesías, y la presenta como la que nos trae los «los tiempos de la consolación», «los tiempos de la restauración de todas las cosas». Propone una visión amplia y solemne de la historia de Israel, una historia que es un camino hacia los días de Jesús, el consolador de Israel y el restaurador de todas las cosas. Todo concurre a preparar este gran día de la bendición mesiánica sobre todas las cosas, a partir de Israel y hasta «todas las familias de la tierra», incluso a toda la creación. La respiración de la Iglesia ya es universal desde el comienzo, e incluye toda la realidad redimida por la cruz de Cristo.

Pedro extiende la mirada al futuro de Dios con el optimismo de quien sabe que la resurrección es el hecho decisivo, aunque también con la conciencia de que habrá un acto final, donde el misterio salvífico de la resurrección será revelado en plenitud y extendido a todos los pueblos y a toda la creación. Se enuncia ya aquí el ya y el todavía no de la historia cristiana: ésta se mueve entre el «ya» de la pascua y el «todavía no» de la reconstrucción definitiva de todas las cosas. Entre ambos límites se sitúa el tiempo oportuno para la conversión, para hacernos dignos de las bendiciones mesiánicas, las ya realizadas y las que vendrán.

 

ORATIO

¡Qué estrecha es, Señor, mi perspectiva! Mi problema de hoy me atosiga, me preocupa, parece que es todo. Sin embargo, me hace falta situar las cosas de cada día en el vasto horizonte de la historia de la salvación, especialmente entre el ya de la resurrección y el todavía no de la reconstrucción final. ¡Qué alivio tendrían con ello mis pequeñas acciones y mis pequeñas o grandes preocupaciones!

Ayúdame, Señor, a hacer cada día el encuadre de la situación, no tanto para relativizar mis cosas como para insertarlas en el plano general de la historia de la salvación.

Ilumíname y ayúdame no a disminuir el valor de lo cotidiano, sino a comprender su seriedad y su alcance dentro de esta historia. Ya no vivo en los tiempos de la ignorancia, sino en los de la conversión, en los de la espera laboriosa, en los de la confianza, en los del optimismo, en los de la aceleración de la venida de la consolación de Dios.

Oh Señor, hazme caminar hacia estos tiempos definitivos con paso ágil, con el corazón ardiente, con manos laboriosas, con optimismo, porque estás preparando la reconstrucción de todo lo que nosotros hemos deformado a lo largo de los milenios de nuestra historia.

 

CONTEMPLATIO

La santa Iglesia soporta la adversidad de esta vida con el fin de que la gracia divina la lleve a los premios eternos. Desprecia la muerte de la carne porque tiene fijada la mirada en la gloria de la resurrección. Los males que sufre son pasajeros; los bienes que espera, eternos.

No alberga la menor duda sobre estos bienes porque posee ya, como fiel testimonio, la gloria de su Redentor. Ve en espíritu su resurrección y refuerza vigorosamente su esperanza. Alimenta la segura esperanza de que lo que ve ya realizado en su cabeza se realizará también en su cuerpo. No debe dudar de su propia resurrección, porque posee ya en el cielo, como testigo fiel, a aquel que resucitó de entre los muertos. Por eso, cuando el pueblo creyente padece la adversidad, cuando pasa por la dura prueba de las tribulaciones, debe elevar el espíritu a la esperanza de la gloria futura y, confiando en la resurrección de su Redentor, debe decir: «Tengo en el cielo mi testigo, mi defensor habita en lo alto» (Jb 16,19) (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XIII, 27).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros sois testigos de estas cosas» (Lc.24,48).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Esperar la segunda venida de Cristo y esperar la resurrección son una sola y misma cosa. La segunda venida es la venida de Cristo resucitado, que resucita nuestros cuerpos mortales con él en la gloria de Dios. La resurrección de Jesús y la nuestra son fundamentales para nuestra fe. Nuestra resurrección está tan íntimamente ligada a la resurrección de Jesús como el hecho de ser predilectos de Dios está ligado al hecho de que Jesús es su amado. Pablo se muestra absolutamente claro en este punto.

Dice, en efecto: «Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe» (1 Cor 15,13$).

¿Esperamos de verdad que Cristo resucitado nos eleve con él a la vida eterna con Dios? De la perspectiva de resurrección de Jesús y de la nuestra toman su vida y la nuestra su pleno significado.

No hemos de ser compadecidos, porque, como seguidores de Jesús, podemos mirar mucho más allá de los límites de nuestra breve vida sobre la tierra y confiar en que nada de lo que vivamos hoy en nuestro cuerpo se perderá (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 351 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

Día 17

Viernes de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,1-12

4,1 En aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban a la gente, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos.

2 Estaban molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban que la resurrección de los muertos se había realizado ya en Jesús.

3 Los prendieron y los encarcelaron hasta el día siguiente, pues era ya tarde.

4 Pero muchos de los que habían oído el discurso creyeron, y el número de hombres llegó a cinco mil.

5 Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la Ley:

6 Anas, sumo sacerdote, y Caifas, Juan, Alejandro y todos los que pertenecían al linaje sacerdotal.

7 Hicieron comparecer a Pedro y a Juan y les preguntaron: - ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho esto?

8 Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: - Jefes del pueblo y ancianos de Israel,

9 hoy ha sido curado un hombre enfermo, y nos preguntáis en nombre de quién se ha realizado esta curación;

10 pues sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que éste aparece ante vosotros sano en virtud del nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos.

11 Él es la piedra rechazada por vosotros, los constructores, que se ha convertido en piedra angular.

12 Nadie más que él puede salvarnos, pues sólo a través de él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra.

 

**• Dos son los temas principales de este fragmento: la reacción de los jefes de Israel ante el éxito de los apóstoles y las importantes afirmaciones del discurso de Pedro.

Primer tema: sorprendentemente, el «caso Jesús» no se cerró con la crucifixión. Sus seguidores hacen prosélitos. Más aún, predican en el templo, convirtiéndose en maestros del pueblo (tarea reservada a los doctores de la Ley), y anuncian la resurrección de los muertos (lo que parece particularmente inoportuno a los saduceos).

Los jefes del pueblo, sorprendidos y exasperados, se les echan encima y los meten en la cárcel. Ésta fue la primera persecución, a la que siguió un ulterior incremento numérico de discípulos. El Sanedrín, el mismo que pocas semanas antes había juzgado a Jesús, se reúne.

En él se concentran los diferentes poderes: el religioso, el económico, el teológico, el social y lo que queda del poder político. Unos poderes que se sentían amenazados por el mensaje subversivo de Jesús y que, ahora, deben ocuparse nuevamente de la cuestión.

El segundo tema es el breve y vigoroso discurso de Pedro. Éste, «lleno del Espíritu Santo», tal como había prometido Jesús, habla con una gran parresia, es decir, con una audacia y un coraje inauditos, plantando cara a los jefes del pueblo y poniéndoles en una situación seriamente embarazosa. Parte del hecho de la curación para anunciar la salvación, la curación radical. Las afirmaciones de Pedro son solemnes y claras: aquel a quien vosotros condenasteis a muerte ha sido resucitado por Dios; y la piedra que vosotros desechasteis Dios la ha convertido en la piedra fundamental del nuevo edificio que pretende construir. Jesús, a quien los jefes rechazaron y mataron, ha sido elegido por Dios para dar cumplimiento a sus promesas. El conjunto está dominado por el «nombre de Jesús»; en ningún otro nombre hay salvación.

 

Evangelio: Juan 21,1-14

21,1 Poco después, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberíades.

2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás «El Mellizo», Natanael el de Cana de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

3 En esto dijo Pedro: - Voy a pescar. Los otros dijeron: - Vamos contigo. Salieron juntos y subieron a una barca, pero aquella noche no lograron pescar nada.

4 Al clarear el día, se presentó Jesús en la orilla del lago, pero los discípulos no lo reconocieron.

5 Jesús les dijo: - Muchachos, ¿habéis pescado algo? Ellos contestaron: -No.

6 Él les dijo: - Echad la red al lado derecho de la barca y pescaréis. Ellos la echaron, y la red se llenó de tal cantidad de peces que no podían moverla.

7 Entonces, el discípulo a quien Jesús tanto quería le dijo a Pedro: - ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó un vestido, pues estaba desnudo, y se lanzó al agua.

8 Los otros discípulos llegaron a la orilla en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no era mucha la distancia que los separaba de tierra; tan sólo unos cien metros.

9 Al saltar a tierra, vieron unas brasas, con peces colocados sobre ellas, y pan.

10 Jesús les dijo: - Traed ahora algunos de los peces que habéis pescado.

11 Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.

12 Jesús les dijo: - Venid a comer. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntar: «¿Quién eres?», porque sabían muy bien que era el Señor.

13 Jesús se acercó, tomó el pan en sus manos y se lo repartió, y lo mismo hizo con los peces.

14 Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado de entre los muertos.

 

**• La «pesca milagrosa» presenta la tercera aparición del Resucitado a los discípulos-pescadores, reunidos junto a la orilla del lago Tiberíades. El encuentro de Jesús con los suyos, que habían vuelto a su trabajo, describe de manera simbólica la misión de la Iglesia primitiva y el retrato de cada comunidad. Éstas permanecen estériles cuando se quedan privadas de Cristo, pero se vuelven fecundas cuando obedecen a su Palabra y viven de su presencia. El texto se compone de dos fragmentos en el ámbito de la redacción: a) ambientación de la aparición en Galilea (vv. 1-5); b) la pesca milagrosa y el reconocimiento de Jesús (vv. 6-14).

El reducido grupo de los discípulos, con Pedro a la cabeza, representa a toda la Iglesia en misión. Pero sin Jesús en la barca, el fracaso de la «pesca» (= misión) es total y anda a tientas en la «noche» (v. 3). Frente a la conciencia de no triunfar por sí solos en la empresa, interviene Jesús -«al clarear el día» (v. 4 ) - con el don de su Palabra, premiando a la comunidad que ha perseverado unida en el trabajo apostólico: «Echad la red al lado derecho de la barca y pescaréis» (y. 6). La obediencia a la Palabra produce el resultado de una pesca abundante.

Los discípulos se fiaron de Jesús y experimentaron con el Señor la desconcertante novedad de su vida de fe. Jesús les invita después al banquete que él mismo ha preparado: «Venid a comer» (v. 12).

En el banquete, figura de la eucaristía, es el mismo Jesús quien da de comer, haciéndose presente de una manera misteriosa. Los discípulos son ahora presa del escalofrío que les produce el misterio divino. La conclusión del evangelista es una invitación a la comunidad eclesial de todos los tiempos para que vuelva a encontrar el sentido de su propia vocación y ponga a Jesús como Señor de la vida, de suerte que, a través de la escucha de la Palabra y de la eucaristía (= las dos mesas), la Iglesia haga fructuosos todos sus compromisos entre los hombres.

 

MEDITATIO

La seguridad de Pedro procede de la certeza interior de que Jesús es ahora el único Salvador. Toda la Iglesia de los orígenes vive de esta certeza, una certeza que la hace fuerte, intrépida, gozosa, misionera, irresistible.

Las grandes epopeyas misioneras se han nutrido siempre de esta conciencia. La Iglesia será siempre misionera mientras se interese por la salvación del prójimo, a la luz de Cristo salvador.

Nuestros tiempos no resultan demasiado fáciles a este respecto: es preciso justamente respetar las conciencias, está el diálogo interreligioso, es preciso promover la paz, existe la propagación de un cierto relativismo, está la desconfianza con respecto a todo tipo de integrismo. A pesar de todo ello, Cristo, ayer como hoy y como mañana, sigue siendo el único Salvador. De lo que se trata es de convertir esta certeza no en un arma contra nadie, sino en una propuesta paciente y firme, serena y motivada, testimoniada y hablada, orada y alegre, suave y valiente, dialogadora y confesante. En todo ambiente, en todo momento de la vida, aun cuando parezca tiempo perdido, incluso cuando parezca fuera de moda. De esta certeza nace una fuerza nueva: se liberan energías. Dejamos de tener miedo a los juicios de los hombres y nos convertimos en hombres y mujeres interior y exteriormente libres.

 

ORATIO

A menudo me siento, Señor, entre dos fuegos: el respeto a las opiniones de los otros y la necesidad de comunicar tu nombre y tu verdad. No quisiera ofender la sensibilidad de quien está a mi lado, pero al mismo tiempo siento la necesidad de comunicar tu nombre. No quisiera parecer un atrasado, pero siento que sin ti se retrocede. Debo confesarme y confesarte que estaba más seguro en el pasado: las muchas certezas apoyaban también esta certeza de tu unicidad. Pero debo admitir asimismo que ahora, en estos tiempos en que han venido a menos muchas certezas, siento que debo aferrarme cada vez más a ti y arriesgarme más a reconocerlo, tanto en público como en privado. Refuerza, Señor, mi pobre corazón, para que ponga y vuelva a poner su centro sólo en ti como Señor y Salvador.

Concédeme una experiencia vigorosa de esta realidad para que pueda yo decir que tú eres mi salvación y mi alegría. Concédeme una experiencia tan incisiva que suprima en mí toda inseguridad a la hora de anunciar tu nombre, tu nombre santo de Salvador de todos. Concédeme, Señor, la convicción de que la Buena Nueva reiniciará su carrera en el mundo cuando tú brilles en mi corazón y en el de tus discípulos como el Insustituible, como el Incomparable, como el Único necesario. Concédeme esta luz para que pueda yo iluminar este pequeño ángulo del mundo que me has confiado.

 

CONTEMPLATIO

¿Quién es Cristo? ¿Quién es para mí? Cuando reflexionamos sobre estas preguntas sencillas, aunque terribles, no nos damos cuenta de que nos sentimos tentados a deslizamos hacia un nominalismo cristiano y a eludir la lógica dramática del realismo cristiano. Si Cristo es aquél fuera del cual no hay solución a las cuestiones esenciales de nuestra existencia, si son verdaderas y actuales aquellas palabras de Pedro, «lleno del Espíritu Santo» (Hch 4,1 ls), entonces nos sentiremos agitados y quizás descompuestos. Ya no podremos considerar el nombre de Jesucristo como una pura y simple denominación que se ha insinuado en el lenguaje convencional de nuestra vida, sino que su presencia, su estatura -dotada de una infinita majestad- se levantará delante de nosotros. Él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin de todas las cosas, el centro del orden cósmico, que nos obliga a reconsiderar la dimensión de nuestra filosofía, de nuestra concepción del mundo, de nuestra historia personal. No hemos de sentirnos anonadados, como los apóstoles en la montaña de la transfiguración. La humildad del Dios hecho hombre nos confunde en la misma medida que su grandeza. Sin embargo, ésta no sólo hace posible el diálogo, sino que lo ofrece y lo impone (Pablo VI, Audiencia general del 3 de noviembre de 1976).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vida es imprevisible. Podemos ser felices un día y estar tristes al siguiente, estar sanos un día y enfermos un día después, ser ricos un día y pobres al siguiente. ¿A quién podremos, entonces, aferramos? ¿En quién podremos confiar para siempre? Sólo en Jesús, el Cristo. El es nuestro Señor, nuestro pastor, nuestra fortaleza, nuestro refugio, nuestro hermano, nuestro guía, nuestro amigo. Vino de Dios para estar con nosotros. Murió por nosotros y resucitó de entre los muertos para abrirnos el camino hacia Dios, y se ha sentado a la derecha de Dios y nos acogerá en su casa. Con Pablo, debemos estar seguros de que «ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38s) (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, p. 383 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

Día 18

Sábado de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,13-21.

4,13 En aquellos días, al ver la valentía con que se expresaban Pedro y Juan, no salían de su asombro, sabiendo que eran hombres del pueblo y sin cultura. Los reconocían como compañeros de Jesús;

14 pero, como veían con ellos en pie al hombre curado, nada podían responder.

15 Entonces les ordenaron salir del Sanedrín y se pusieron a deliberar entre ellos:

16 - ¿Qué haremos con estos hombres? El milagro que han hecho es notorio y lo saben todos los habitantes de Jerusalén; no podemos negarlo.

17 No obstante, para que no se divulgue más entre el pueblo, les intimidaremos con amenazas, para que no vuelvan a hablar a nadie en nombre de ése.

18 Así que los llamaron y les prohibieron terminantemente hablar y enseñar en el nombre de Jesús.

19 Pedro y Juan les respondieron: - ¿Os parece justo delante de Dios que os obedezcamos a vosotros antes que a él?

20 Por nuestra parte, no podemos dejar de proclamar lo que hemos visto y oído.

21 Ellos los despidieron con amenazas, sin encontrar el modo de castigarlos, a causa del pueblo, pues todos daban gloria a Dios por lo sucedido.

 

*» Pedro y Juan han recibido en verdad, según la promesa de Jesús, «una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios»: estos últimos se encuentran, evidentemente, con dificultades. El fragmento está dominado, por una parte, por la fuerza de los hechos que se imponen y, por otra, por la voluntad de ocultarlos. Los hechos son la curación constatada y clamorosa; son todo lo que Pedro y Juan han visto y oído. Por otra parte, está el poder que quiere defenderse de la irrupción de los hechos, con su poder de desestabilización. Los hechos están acreditados por «hombres del pueblo y sin cultura», que pasan de acusados a acusadores.

Frente a la idea de prohibir «enseñar en el nombre de Jesús» -y en esto se muestra perspicaz el sanedrín, porque el peligro procede de ese «nombre», la verdadera novedad-, la respuesta de Pedro y Juan es la apelación a la evidencia: no pueden callar lo que han visto y oído.

Se trata de la conciencia de que hablar de estas cosas era voluntad de Dios, un mandato divino frente al cual los preceptos humanos pierden su consistencia. No hay amenaza humana que pueda oponerse a la fuerza del testimonio de los apóstoles, porque está con ellos la fuerza irresistible de Dios.

 

Evangelio: Marcos 16,9-15

16,9 Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana y se apareció en primer lugar a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios.

10 Ésta fue a comunicárselo a los que le habían acompañado, que estaban tristes y seguían llorando.

11 Ellos, a pesar de oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. 12 Después de esto se apareció, con aspecto diferente, a dos de ellos que iban de camino hacia el campo.

13 También fueron a dar la noticia a los demás. Pero tampoco les creyeron.

14 Por último, se apareció a los once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y su terquedad, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado.

15 Y les dijo: -Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura.

 

**• El texto es un añadido que sirve de conclusión al evangelio de Marcos. Está redactado por otra mano, aunque pertenece a la época apostólica. Incluye la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena, que fue a anunciar a los discípulos incrédulos el acontecimiento de la resurrección (vv. 9-11); la aparición del Señor con aspecto de peregrino a los dos discípulos de Emaús, que se volvían a su pueblo (vv. 12s) y, por último, la aparición del Resucitado a los Once, reunidos en torno a la mesa, esto es, recogidos en la celebración eucarística, a quienes reprocha su incredulidad y su actitud refractaria ante el testimonio de algunos discípulos (vv. 14s).

Sólo la presencia directa de Jesús liberará a los apóstoles de su dureza de corazón y los transformará en verdaderos creyentes. Al subrayar la incredulidad de los discípulos, típica de todo el evangelio de Marcos, el evangelista pretende poner de relieve que la resurrección no es fruto de una imaginación ingenua o de alguna sugestión colectiva de los seguidores del Nazareno, sino don del Padre en favor de aquel que se había hecho obediente hasta la muerte para la salvación de toda la humanidad.

Como conclusión, el Resucitado envía a los discípulos al mundo para que prolonguen su misión y desarrollen la actividad evangelizadora junto con el Señor: «Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura» (y. 15).

 

MEDITATIO

Es mejor obedecer a Dios que a los hombres: se trata de un criterio que hemos de desenterrar frente a la prepotencia del mundo. Éste, a través de los medios de comunicación y de otros medios todopoderosos, pretende nivelar el modo de pensar y de valorar típico del cristianismo, tomando como rasero el nivel del consumo y de los horizontes exclusivamente intramundanos. La identidad cristiana está padeciendo una agresión cada vez más abierta, aunque la mayoría de las veces soft y solapada, que hace pasar por normal y obvio lo que con frecuencia no es más que un comportamiento detestable.

En nombre de la voluntad superior de Dios es preciso entablar un verdadero «combate cultural» destinado a desenmascarar el peligro de la homologación pagana.

Pero éste presupone un «combate espiritual» en nombre de una experiencia fuerte de Cristo. No se puede acallar la experiencia de la salvación, la experiencia de ser amados y acompañados en la vida por el amor de Dios. No se puede vivir como si este amor no existiera ni actuara en la historia. Hay aquí una invitación ulterior al testimonio abierto y valiente, que no quiere imponer nada, pero que tampoco quiere recibir imposiciones para ocultar lo más querido, lo más dulce, lo más importante que mueve nuestra vida.

 

ORATIO

Ilumina, Señor, mi mente y mi corazón, para que me dé cuenta de con cuánta frecuencia obedezco en realidad más a los hombres que a ti, de lo contaminado que estoy por la mentalidad de este mundo, de la gran cantidad de seducciones de que soy víctima, de la gran cantidad de sirenas que me fascinan. A veces me doy cuenta, casi de improviso, de que, de hecho, estoy pensando y juzgando según los criterios del mundo y no según los tuyos. Descubro que me inclino a los ídolos fáciles, ligeros, envolventes, omnipresentes.

Ilumina las profundidades de mi ser, los estratos más escondidos de mi personalidad, los puntos menos conscientes de mi sensibilidad, para que tenga el valor de proceder a una revisión, de revisar mi modo de situarme frente a la mentalidad corriente. Haz, Señor, que tu Palabra descienda a los subterráneos de mi psique, a las sinuosidades de mi corazón, para que piense siguiendo tus criterios, para que te obedezca, para que nunca –por inconsciencia o por temor, por homologación o debilidad- tenga yo que obedecer a los hombres más que a ti o en contra de ti.

 

CONTEMPLATIO

Podemos preguntarnos: ¿pienso acaso, en conciencia, como cristiano? ¿Se inspira mi estado de ánimo en la verdad que Cristo nos ha enseñado? ¿No estamos inclinados más bien a tomar como guía de nuestros pensamientos, de nuestros juicios, de nuestras acciones, nuestro estado de ánimo personal, con una autonomía que con mucha frecuencia no admite consejos ni comparaciones? ¿Podemos afirmar de verdad, siendo celosos como somos de nuestra independencia, de nuestra libertad, que tenemos el ánimo libre? ¿No deberíamos admitir más bien que hay una gran cantidad de otros elementos que se sobreponen a nuestro juicio consciente para forjar nuestra mentalidad? Ciertamente, no podemos escapar de su influencia, pero debemos permanecer con una actitud crítica frente a todo esto y preguntarnos con una vigorosa libertad interior: ¿es cristiano todo esto? ¿Pienso verdaderamente como cristiano? El cristiano es un ser nuevo, original, feliz, como afirma también Pascal: «Nadie es feliz como un verdadero cristiano, nadie es tan razonable, virtuoso, ama ble» {Pensamientos, 541) (Pablo VI, Audiencia general del 8 de enero de 1975, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres» (Sal 118,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nosotros, hombres de hoy, aunque nos consideremos en comunión con la religión cristiana -una comunión que muy a menudo se calla, se minimiza o se seculariza-, poseemos rara vez o de forma incompleta el sentido de la novedad de nuestro estilo de vida. A menudo nos mostramos conformistas.

El miedo al «qué dirán» nos impide presentarnos por lo que somos, esto es, como cristianos, como personas que libremente han optado por un determinado estilo de vida, austero ciertamente, aunque superior y lógico. La Iglesia nos dice entonces: «Cristiano, sé consciente, coherente, fiel, fuerte. En una palabra: sé cristiano». «Renovad el espíritu de vuestra mente» (Ef 4,23).

La palabra espiritual se refiere a la gracia, esto es, al Espíritu Santo. Por eso diremos con san Ignacio de Antioquía: «Aprendamos a vivir según el cristianismo» [Ad Magnesios, 10). En esto consiste la renovación del Concilio. «Quien tenga oídos para oír, que oiga» (Pablo VI, Audiencia general del 8 de enero de 1975, passim).

 

 

Día 19

Segundo domingo de pascua Ciclo A o de la Divina Misericordia

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,42-47

41 Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones.

43 Todos estaban impresionados, porque eran muchos los prodigios y señales realizados por los apóstoles.

44 Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común.

45 Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno.

46 Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón;

47 alababan a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo.

 

**• Según su promesa, Cristo resucitado y ascendido al cielo se queda, no obstante, con los hombres hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, su presencia en el tiempo de la Iglesia es diferente a la que tuvo durante su vida terrena. Ahora es el Espíritu Santo, primer don del Resucitado a los creyentes, el que prosigue su obra en la tierra y el que manifiesta el poder de su resurrección en la historia. Por eso transmite Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, como parte esencial de la «Buena Nueva», el relato de los primeros pasos de la comunidad cristiana, animada e impulsada por el Espíritu de Jesús.

En el primero de los «compendios» que describen a la Iglesia naciente aparecen las líneas fundamentales de la vida eclesial. Por eso se ha convertido este fragmento en paradigmático para todas las comunidades cristianas.

Cuatro son las características que distinguen a los creyentes (v. 42): la asiduidad a la enseñanza de los apóstoles, o sea, el reconocerse necesitados de aprender a vivir como cristianos; la «comunión»: la expresión koinonía -que aparece sólo aquí en la obra lucana- ha de ser entendida como aquella unión de los corazones que se manifiesta también en el reparto concreto de los bienes materiales; la «fracción del pan»: ese gesto, típico de los judíos para iniciar la comida ritual, indica ahora la eucaristía, el «memorial»; y, por último, la oración.

De este modo, la primera comunidad cristiana está totalmente abierta al don del Espíritu, que puede obrar milagros en ella «por medio» de los apóstoles (v. 43). El relato deja aparecer el clima de alegría y de sencillez que nace de una vida de intensa caridad fraterna (v. 44) y de la oración unánime (vv. 46-47a). Y la cosa es tanto más sorprendente por el hecho de que el texto no oculta tampoco fatigas y persecuciones. No se trata, por tanto, de un cuadro utópico; más bien es preciso ver en él el modelo ideal al que hay que conformarse. El estilo de vida asumido por la Iglesia naciente es en sí mismo testimonio elocuente e irradiador, una evangelización que prepara los ánimos de muchos a recibir la gracia de Dios (v. 47).

 

Segunda lectura: 1 Pedro 1,3-9

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,

3 que por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva,

4 para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable. Una herencia reservada en los cielos para vosotros,

5 a quienes el poder de Dios guarda mediante la fe para una salvación que ha de manifestarse en el momento final.

6 Por ello vivís alegres, aunque un poco afligidos ahora, es cierto, a causa de tantas pruebas.

7 Pero así la autenticidad de vuestra fe -más valiosa que el oro, que es caduco aunque sea acrisolado por el luego- será motivo de alabanza, gloria y honor el día en que se manifieste Jesucristo.

8 Todavía no lo habéis visto, pero lo amáis; sin verlo creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable y radiante;

9 así alcanzaréis vuestra salvación, que es el objetivo de la fe.

 

**• Tras una breve presentación del remitente y de los destinatarios (vv. ls), en la que se ofrece ya un escorzo contemplativo sobre la obra de la salvación realizada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la primera carta de Pedro desarrolla el mismo tema, en los vv. 3-12, en forma de bendición solemne. De este modo se introduce a los oyentes en una atmósfera sagrada que ayuda a percibir el inmenso don que representa la vocación bautismal.

El Padre, en su inmenso amor, nos ha hecho renacer (cf. Jn 3,1-15), haciéndonos hijos suyos, a través de la muerte-resurrección de su Hijo unigénito (v. 3a). Este nuevo nacimiento no tiene delante la perspectiva de la muerte, sino «una esperanza viva», una promesa (v. 4) no condicionada por la corruptibilidad de las cosas de este mundo. Su plena posesión está reservada para nosotros «en los cielos», pero tenemos ya desde ahora un «anticipo», una «señal», en la medida en que vamos transformándonos interiormente, en la medida en que pasamos de seres carnales a seres espirituales, por medio de una vida conforme con la fe profesada en el bautismo.

Pedro, que se dirige a comunidades cristianas probadas por la persecución, ofrece consuelo y luz para leer el cumplimiento del designio de salvación en medio de las dolorosas situaciones por las que atraviesan. Los sufrimientos no deben convertirse en motivo de escándalo, en piedra de tropiezo, sino en crisol purificado, donde se purifica la fe para ser cada vez más pura y firme (vv. 6s). Esta fe será, en efecto, el documento con el que, el último día, daremos testimonio de nuestro amor a Cristo, mientras que, ya desde ahora, nos proporciona un gozo inefable y radiante en el corazón y nos conduce a la meta: la salvación eterna de las almas (vv. 8s).

 

Evangelio: Juan 20,19-31

20,19 Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: - La paz esté con vosotros.

20 Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

21 Jesús les dijo de nuevo: - La paz esté con vosotros. Y añadió: - Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros.

22 Sopló sobre ellos y les dijo: - Recibid el Espíritu Santo.

23 A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá.

24 Tomás, uno del grupo de los doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús.

25 Le dijeron, pues, los demás discípulos: - Hemos visto al Señor. Tomás les contestó: - Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré.

26 Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: - La paz esté con vosotros.

27 Después dijo a Tomás: - Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y mótela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente.

28 Tomás contestó: - ¡Señor mío y Dios mío!

29 Jesús le dijo: - ¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto.

30 Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro.

31 Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna.

 

*» Estos dos episodios, próximos y relacionados con un mismo tema -el de la fe- son, el eco fiel de cuanto ha sucedido en los corazones de los apóstoles tras la muerte de Jesús.

En el primero de ellos (vv. 19-22), el Resucitado se aparece a los once, que, a pesar del anuncio de María Magdalena (v. 18), están encerrados todavía en el cenáculo por miedo a los judíos. Jesús supera las barreras que se le interponen: pasa a través de las puertas, manifestando que su condición es completamente nueva, aunque no ha desaparecido nada de los sufrimientos que padeció en la carne. La insistente referencia al costado traspasado de Jesús es propia de Juan, que, de este modo, quiere indicar el cumplimiento de las profecías en Jesús (Ez 47,1; Zac 12,10.14). El tradicional saludo de paz asume también en sus labios un sentido nuevo: de augurio -«la paz esté con vosotros»- se convierte en presencia -«la paz está con vosotros». La paz, don mesiánico por excelencia, que incluye todo bien, es, por tanto, una persona: es el Señor crucificado y resucitado en medio de los suyos («se presentó»: vv. 19b.26b y, antes, v. 14). Al verlo, los discípulos quedan colmados de alegría y confirmados en la fe. El Espíritu que Jesús sopla sobre ellos, principio de una creación nueva (Gn 2,7), confiere a los apóstoles una misión que prolonga la suya en el tiempo y en el espacio y les concede el poder divino de liberar del pecado.

El segundo cuadro (vv. 24-29) personaliza en Tomás las dudas y el escepticismo que atribuyen los sinópticos, de manera genérica, a «algunos» de los Doce, y que pueden surgir en cualquiera. Tomás ha visto la agonía de su Maestro y se niega a creer ahora en una realidad que no sea concreta, tangible, en cuanto al sufrimiento del que ha sido testigo (v. 25). Jesús condesciende a la obstinada pretensión del discípulo (v. 27), pues es necesario que el grupo de los apóstoles se muestre firme y fuerte en la fe para poder anunciar la resurrección al mundo.

Precisamente a Tomás se le atribuye la confesión de fe más elevada y completa: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Aplica al Resucitado los nombres bíblicos de Dios, YHWH y Elohím, y el posesivo «mío» indica su plena adhesión de amor, más que de fe, a Jesús. La visión conduce a Tomás a la fe, pero el Señor declara, de manera abierta, para todos los tiempos: bienaventurados aquellos que crean por la palabra de los testigos, sin pretender ver. Éstos experimentarán la gracia de una fe pura y desnuda que, sin embargo, es confirmada por el corazón y lo hace exultar con una alegría inefable y radiante (1 Pe 1,8). Los vv. 30s constituyen la primera conclusión del evangelio de Juan: se trata de un testimonio escrito que no pretende ser exhaustivo, sino sólo suscitar y corroborar la fe en que «Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios» (cf. Me 1,1).

MEDITATIO

Jesús quiere que expresemos nuestra unión con él y que correspondamos a su amor viviendo en comunión entre nosotros, dejándonos plasmar de verdad como criaturas nuevas que no viven aisladas, sino unidas, por haber sido incorporadas todas a él. Ése es el fruto de la pascua del Señor. Los que han nacido del mismo seno de la Iglesia forman una sola familia. La novedad consiste precisamente en poder vivir con un solo corazón y una sola alma en el amor.

En el evangelio se aparece Jesús a los discípulos cuando están reunidos. Los abraza con su mirada, les da la paz, les entrega el Espíritu Santo y les muestra sus llagas, signos de la crucifixión. Jesús les hace constatar a través de las dudas de Tomás que el que está delante de ellos es de verdad el Señor resucitado. También nosotros estamos reunidos hoy para tocar las llagas de Jesús, unas llagas gloriosas ahora, aunque siguen visibles en su cuerpo glorificado, como signo de su amor. Aparecen justamente como la declaración escrita, en su cuerpo, del amor que le llevó a morir por nosotros en la cruz.

Bienaventurados nosotros si, aunque no lo veamos con los ojos del cuerpo, creemos en el Señor, creemos en su amor y besamos sus llagas. ¿Cómo? Besaremos a Jesús cuando también nosotros seamos traspasados por clavos, por esas espinas que son las pruebas de la vida. Porque es siempre él quien sufre en nosotros, es siempre él quien es crucificado en nuestra humanidad, una humanidad que debe pasar también por el crisol del dolor. Es siempre él: es él quien ya ha sido glorificado en nosotros y, por consiguiente, está lleno de alegría; es él quien sigue sufriendo y, por consiguiente, gime. Por eso, si tenemos fe, también nosotros podremos sufrir juntos y alegrarnos, porque siempre estaremos unidos a él, en su misterio.

 

ORATIO

Señor Dios nuestro, en la plenitud de tu amor nos has dado a tu Hijo unigénito y, añadiendo don sobre don, has derramado en nosotros la abundancia de tu Espíritu de santidad.

Custodia esos tesoros tan grandes, urge en nuestro ánimo el deseo de caminar hacia ti con pureza de corazón y santidad de vida. Que podamos vivir con fe y amor, con serenidad y fortaleza, los pequeños y los grandes sufrimientos de la vida diaria, a fin de que, purificados de todo fermento de mal, lleguemos juntos al banquete de la pascua eterna que has preparado desde siempre para nosotros, tus hijos, pecadores perdonados por medio de tu Cristo.

 

CONTEMPLATIO

Santo Tomás, después de la resurrección de Cristo, fue el único que deseó y el único que obtuvo tocar los miembros de Cristo con manos ciertamente curiosas, aunque a buen seguro dignas. Procedía, en efecto, de un ardiente deseo, no de la incredulidad, el hecho de que dijera a sus condiscípulos, que habían visto al Señor estando él ausente: «Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré». Tenía, efectivamente, mucho miedo de no gozar también con los ojos a aquel en quien creía con el corazón; tenía miedo de verse privado de la visión de aquella luz con la que los otros apóstoles se gloriaban de haber sido iluminados.

Se apareció por segunda vez a los apóstoles, para satisfacer el deseo de Tomás, y su deseo les fue útil también a los otros; ahora, tras ver a Cristo, Tomás no tiene menos que los otros. Compensa, en efecto, la pérdida que le supuso no haber visto antes mediante la visión combinada con el tacto. Si hubiera sido de verdad incrédulo, como piensan algunos, Cristo no se habría dignado aparecérsele después de su propia resurrección. Que estuviera ausente, que hubiera pedido con cierta insistencia ver y tocar al Señor..., todo eso estaba dispuesto para nuestra salvación. Así conoceríamos con mayor evidencia la verdad de la resurrección del Señor, una verdad que Tomás, tras haber sido reprochado por su necesaria curiosidad, confirmó diciéndole: «¡Señor mío y Dios mío!» (Gaudencio de Brescia, Sermón XVII, 6-9).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el evangelio de hoy encontramos un cenáculo y una puerta cerrada. Una puerta cerrada por temor a alguien es una historia de todos los días, anticipada en el siervo de la parábola que entierro el talento por miedo a perderlo. Afortunadamente, al Señor no le importan nada nuestros cerrojos, y entra y sale como quiere su caridad. Camina o se detiene, trabaja y descansa, habla o se calla, sin que le importen nuestros temores. El Señor muestra que no se ofende por la incredulidad de Tomás, incluso la convierte en un argumento para nuestra fe. No es verdad que al Señor le disgusten ciertas resistencias. Cuando se trata de resistencias razonables, cuando el hombre obra con lealtad, con honestidad, como un hombre que, antes de fiarse de otro, prueba si puede hacerlo por sí solo, entonces el Señor no puede estar descontento. Basta con profundizar un poco en el episodio de Tomás.

Es cierto que este último se mostró reservado y reacio y que, antes de exclamar «¡Señor mío y Dios mío!», quiso asegurarse con la pequeña garantía que ofrecen los sentidos, pero añora el Señor sabe que puede contar con él más que con los otros, que ese grito es un credo que continuará también ante el martirio. Los tipos como Tomás tardan algo en arrodillarse, pero cuando lo hacen se arrodillan de verdad, cuando aman lo hacen de verdad. Cuando Tomás se ofrece, es un hombre el que se ofrece. Y si ofrece a Cristo su propio corazón, es un corazón de hombre el que le ofrece. Y si inclina su cabeza ante él, es una cabeza de hombre la que se inclina. De este modo comienza la adoración «en espíritu y en verdad» (P. Mazzolari, La parola che non passa, Vicenza 1984, pp. 138s, passim).

 

Día 20

Lunes de la segunda semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,23-31

4,23 En aquellos días, cuando los dejaron en libertad, los apóstoles Pedro y Juan fueron a los suyos y les contaron todo lo que les habían dicho los jefes de los sacerdotes y los ancianos.

24 Al oír el relato, todos juntos invocaron a Dios diciendo: - Señor nuestro, tú has creado el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos,

25 tú dijiste, mediante el Espíritu Santo por boca de nuestro antepasado David, tu siervo: ¿Por qué se alborotan las naciones, y los pueblos maquinan vanos proyectos?

26 Los reyes de la tierra conspiran y los príncipes se alían contra el Señor y contra su Mesías.

27 En esta ciudad, en efecto, se han reunido Herodes y Poncio Pilato, junto con extranjeros y gentes de Israel, contra tu santo siervo Jesús, al que ungiste

28 para hacer lo que tu poder y tu voluntad habían decidido de antemano que sucediera.

29 Y ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos anunciar tu palabra con toda libertad.

30 Manifiesta tu poder para que se realicen curaciones, señales y prodigios en el nombre de tu santo siervo Jesús.

31 Al terminar su oración, el lugar en el que estaban reunidos tembló; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a anunciar la Palabra de Dios con toda valentía.

 

*• La pequeña comunidad donde se refugiaron Pedro y Juan no reaccionó a la primera persecución de la que fue objeto preparando estrategias humanas, sino con la oración. Esa oración -la más detallada del Nuevo Testamento- tiene una clara impronta veterotestamentaria.

Como en muchas oraciones de los profetas, aparece, primero, la invocación a Dios creador; a continuación, el recuerdo de las maravillas y de los beneficios, y, por último, la petición.

Interesa señalar, en primer lugar, que lo que se pide es poder anunciar la Palabra con toda libertad, es decir, sin estar condicionados por las amenazas. No es que les falte valor - no tienen miedo a la persecución-; lo que piden es poder difundir la Palabra sin impedimentos.

Hemos de señalar también, en segundo lugar, que la oración gira en torno al Sal 2, donde se habla de la conspiración de los poderosos de la tierra -paganos, como es natural- contra el rey ungido. Una persecución que tuvo lugar, en principio, contra Cristo, el Mesías; Dios se ríe de estas persecuciones con su trepidante victoria de la resurrección. Los perseguidores son los poderosos, y entre ellos hay «gente de Israel» que se ha vuelto aliada de los paganos.

La oración agrada a Dios, que la acoge con un signo visible, con un envío renovado del Espíritu y con la audacia del anuncio.

 

Evangelio: Juan 3,1-8

1 Un hombre, llamado Nicodemo, miembro del grupo de los fariseos y principal entre los judíos,

2 se presentó a Jesús de noche y le dijo: - Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos; nadie, en efecto, puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él.

3 Jesús le respondió: - Yo te aseguro que el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.

4 Nicodemo repuso: - ¿Cómo es posible que un hombre vuelva a nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno materno para nacer?

5 Jesús le contestó: - Yo te aseguro que nadie puede entrar en el Reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu.

6 Lo que nace del hombre es humano; lo engendrado por el Espíritu es espiritual.

7 Que no te cause, pues, tanta sorpresa lo que te he dicho: «Tenéis que nacer de lo alto».

8 El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adonde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu.

 

*•• El encuentro de Jesús con Nicodemo contiene el primer discurso del ministerio público del Señor y tiene una gran importancia en Juan. El tema fundamental es el camino de la fe. El evangelista lo presenta a través de un personaje, representante del judaísmo, que, en realidad, por ser un verdadero israelita, cree sólo en los signos-milagros y, en virtud de esta débil fe, le resulta difícil elevarse para acoger la revelación del amor que propone Jesús (v. 11). Estamos frente a la doctrina de Jesús sobre el misterio del «nuevo nacimiento», sobre la fe en el Hijo unigénito de Dios y sobre la salvación o la condena del hombre que recibe o rechaza la Palabra de Jesús.

La composición del fragmento se fija primero en la ambientación del coloquio (vv. ls) y, a continuación, presenta el diálogo sobre el misterio del «nuevo nacimiento» (vv. 3-8). El itinerario de fe de Nicodemo empieza en su disponibilidad, que llega incluso a captar algunas consecuencias a partir de los signos realizados por Jesús. Con todo, anda todavía muy lejos de captar su significado interior y el misterio de la persona de Cristo. Jesús, con una primera y una segunda revelaciones, desbarata la lógica humana del fariseo y lo introduce y obra en su persona: «El que no nazca de lo alto... Si no nace del agua y del Espíritu...» (vv. 3.5). Se trata de un nacimiento del Espíritu que sólo Dios puede poner en marcha en el corazón del hombre con la fe en la persona de Jesús (cf. Jn 1,12; Ez 36,25-27; ls 32,15; .11 3,ls).

Para entrar en el Reino hacen falta dos cosas: el agua, esto es, el bautismo, y el Espíritu que permite hacer brotar la fe en el creyente. Nicodemo, para pasar de la fe endeble a la fe adulta, debe aprender antes a ser humilde ante el misterio, a hacerse pequeño ante el único Maestro, que es Jesús.

 

MEDITATIO

Frente a la persecución, los primeros cristianos se pusieron a orar. No para ser liberados de las molestias de la persecución, sino para no dejarse bloquear por los obstáculos y para no perder el valor de anunciar la Palabra.

El resultado es la venida del Espíritu Santo, que les infunde energía y audacia. Para la evangelización se impone la oración, mucha oración. Y es que la evangelización es obra del Espíritu, que toca no sólo los corazones de los oyentes, sino también el corazón, a veces tibio y vacilante, de los anunciadores.

¿Rezo de verdad por la difusión del Evangelio? ¿Rezo para tener la misma parresía de los primeros apóstoles y discípulos? ¿Estoy verdaderamente convencido de que, sin el Espíritu Santo, resuena vacío el anuncio? Los santos oraban antes, durante y después del anuncio para que el Espíritu Santo tuviera libre curso. Otra pregunta: «¿Pertenezco yo también a esos que dedican una gran cantidad de tiempo a confeccionar planes y proyectos pastorales y "pierden" poco tiempo en la oración?».

Hoy debería examinarme sobre el tipo de oración que practico: ¿está más orientada a la segunda o a la primera parte del Padrenuestro? ¿Está más orientada a mis necesidades o a las de las personas que conozco, o a la difusión del Evangelio, al «venga a nosotros tu Reino», a la difusión de la «Buena Noticia» en el mundo? El tipo de la oración que practico expresa la calidad evangélica de mis preocupaciones. ¿Hay sitio en ella para la difusión de la Palabra? ¿Incluso para la difusión en la que no participa mi grupo o yo mismo?

 

ORATIO

Debo reconocer, Señor, que mi oración es poca, y ese poco más bien narcisista. Te hablo de mis cosas, de mis preocupaciones, de mi prójimo, de lo que me angustia o de lo que tiene relación conmigo. Pero te hablo poco del Reino, de la Palabra -que debería ser anunciada de modo menos endeble-, de mí y de los cristianos que están a la defensiva, de la evangelización de los pueblos y del pueblo en el que vivo.

¿No será porque me he resignado al ocaso de la fe? ¿No será acaso que me impresiona más la pobreza económica que la pobreza espiritual? ¿No será que también yo me he adecuado a ese modo de pensar, tan difundido en nuestros días, de que lo importante es «hacer el bien»? Señor, sé que eso es verdad, pero dame la profunda convicción de que también es insuficiente. En efecto, si no te anuncio, ¿quién te amará? Y si no te amamos, ¿qué vale la vida? Convénceme, Señor, del primado de la Palabra, de la necesaria prioridad que he de otorgarle a su anuncio, del hecho de que debo participar en la evangelización a partir de mi oración. Oh Señor, que amas a todos los hombres y toda la creación, dirige a ti y a tu Palabra mi pobre oración.

 

CONTEMPLATIO

La oración, sea personal o eclesial, está preordenada a la acción: no debe ser considerada, en primera instancia, como fuente psicológica de fuerza («beber en las fuentes», «aprovisionarse» y otras fórmulas al uso), sino como el acto de adoración, debido al amor, que da gloria.

En este acto busca el hombre, de manera prioritaria, responder desinteresadamente al amor de Dios, y de este modo da testimonio de que ha comprendido la manifestación divina del amor (H. U. von Balthasar, Sólo el amor es digno de fe, Sigúeme, Salamanca 1990).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Venga tu Reino, Señor».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Iglesia ha sido llamada a anunciar la Buena Nueva de Jesús a todos los pueblos y a todas las naciones. Además de las muchas obras de misericordia con las que la Iglesia debe hacer visible el amor de Jesús, debe anunciar también con alegría el gran misterio de la salvación de Dios, a través de su vida, del sufrimiento, de la muerte, de la resurrección de Jesús.

La historia de Jesús ha de ser proclamada y celebrada. Algunos la escucharán y se alegrarán, otros permanecerán indiferentes, y otros aún se mostrarán hostiles. La historia de Jesús no siempre será aceptada, pero hemos de contarla. Nosotros, los que conocemos esa historia e intentamos vivirla, tenemos la gloriosa tarea de contarla a los otros. Cuando nuestras palabras nacen de un corazón lleno de amor y de gratitud, dan fruto, tanto si lo vemos como si no (H. J. M. Nouwen, Pane per il viagqio, Brescia 1997, p. 334 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

Día 21

Martes de la segunda semana de pascua

 

 LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,32-37

32 El grupo de los creyentes pensaba y sentía lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas.

33 Por su parte, los apóstoles daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús, el Señor, y todos gozaban de gran estima.

34 No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido,

35 lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad.

36 Éste fue el caso de José, un levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa «el que trae consuelo».

37 Éste tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles.

 

**• Éste es el segundo «compendio», o cuadro recopilador, donde Lucas presenta el nuevo estilo de vida de la Iglesia, fruto del Espíritu. Se subraya aquí la comunión de bienes, descrita de un modo más bien detallado. Aparecen dos prácticas de comunión: la primera consiste en poner en común los propios bienes o comunión de uso. Cada uno es propietario de sus bienes, pero se considera sólo administrador de los mismos, poniendo el fruto de los mismos a disposición de todos. La segunda práctica consiste en la venta de los bienes, seguida de la distribución de lo recaudado. Esta distribución la hacen los apóstoles después de que se deposita a sus pies el importe de la venta. Estas dos prácticas de comunión no son las únicas: los Hechos de los Apóstoles presentan otras. Pablo habla del trabajo de sus propias manos para proveer a las necesidades de los suyos y de «los débiles» (20,34s).

Lo que le importa a Lucas sobre todo es mostrar que las distintas prácticas de comunión de bienes están arraigadas en una profunda comunión de espíritus y de corazones. Del conjunto se desprende que estamos en presencia de la comunidad mesiánica, heredera de las promesas hechas a los padres: «No habrá ningún pobre entre los tuyos, porque Yahvé te bendecirá abundantemente en la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia para que la poseas, pero sólo si escuchas de verdad la voz de Yahvé tu Dios» (Dt 15,4s).

 

Evangelio: Juan 3,7b-15

En aquel tiempo,

7 dijo Jesús a Nicodemo: «En verdad te digo: Tenéis que nacer de lo nuevo.

8 El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adonde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu».

9 Nicodemo replicó: - ¿Cómo puede ser esto?

10 Jesús le contestó: - ¿Tú eres maestro de Israel e ignoras estas cosas?

11 Yo te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto; pero vosotros rechazáis nuestro testimonio.

12 Si no me creéis cuando os hablo de las cosas terrenas, ¿cómo vais a creerme cuando os hable de las cosas del cielo?

13 Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.

14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto

15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

 

*» El diálogo de Jesús con Nicodemo se transforma aquí en un monólogo ininterrumpido que el evangelista pone en los labios de Jesús. Nos encontramos frente a palabras auténticas de Jesús y a testimonios pospascuales fundidos por el autor en un solo discurso. Se trata de una profesión de fe usada en el interior de la vida litúrgica de la Iglesia joanea. En ella se contiene, en síntesis, la historia de la salvación.

El tema desarrolla lo que vimos en el fragmento de ayer, centrado en el testimonio de Cristo, Hijo del hombre bajado del cielo, el único que está en condiciones de revelar el amor de Dios por los hombres a través de su propia muerte y resurrección (vv. 11-15). El evangelista insiste ahora en la importancia de la fe. Si ésta no crece con la revelación hecha por Jesús sobre su destino espiritual, ¿cómo podrá ser acogida la gran revelación relacionada con su éxodo pascual? Los hombres deben dar crédito a Cristo, aunque ninguno de ellos haya subido al cielo para captar los misterios celestiales, ya que sólo él, que ha bajado del cielo (v. 13), está en condiciones de anunciar la realidad del Espíritu, y es el verdadero puente entre el hombre y Dios. Sólo Jesús es el lugar ideal de la presencia de Dios. Y esta revelación tendrá su cumplimiento en la cruz, cuando Jesús sea ensalzado a la gloria, para que «todo el que crea en él tenga la vida eterna» (v. 15).

La humanidad podrá comprender el escandaloso y desconcertante acontecimiento de la salvación por medio de la cruz y curar de su mal, como los judíos curaron en el desierto de las picaduras de las serpientes mirando la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9). El simbolismo de la serpiente de Moisés afirma la verdad de que la salvación consiste en someternos a Dios y dirigir nuestra mirada al Crucificado, verdadero acto de fe que comunica la vida eterna (cf. Jn 19,37).

 

MEDITATIO

El texto de Hechos de los Apóstoles es uno de los más frecuentados por parte de la tradición espiritual de la Iglesia. A partir del primer monacato, en todos los momentos de crisis o de dificultades en la vida cristiana se ha hecho referencia a este texto como a un modelo fundador e insuperable de la vida de la Iglesia y, por consiguiente, como a una piedra sobre la que es posible construir formas auténticas de vida cristiana.

En este fragmento aparecen toda la fascinación y la nostalgia de la fraternidad; más aún: de una Iglesia fraterna.

En un momento en el que parecen desaparecer otras perspectivas, he aquí la posibilidad de retomar el camino del renacimiento a partir de la fraternidad, la fuente inagotable del estilo de vida cristiano. La novedad cristiana se expresa sobre todo en la fraternidad: a través de comunidades fraternas, a través de una Iglesia fraterna, a través de una mentalidad fraternal que busca por encima de todo crear relaciones fraternas, como signo de la venida del Reino de Dios.

¿Qué lugar ocupa la fraternidad en mis preocupaciones? ¿Qué importancia tiene la construcción de la fraternidad en mi vida espiritual? ¿Es acaso mi espiritualidad una espiritualidad individualista, de la que están prácticamente excluidos los hermanos y las hermanas?

 

ORATIO

Señor, muéstrate bondadoso conmigo, que, de hecho, considero poco importante la fraternidad. Estoy preocupado de que las cosas «funcionen» y, así, encuentro el pretexto para olvidarme de que los otros son mis hermanos, cuando no los convierto en meros instrumentos.

Estoy preocupado por mi salud y, así, me olvido de que los otros también tienen sus problemas, quizás mucho más graves que los míos. Estoy preocupado por el bien que debo hacer y, con frecuencia, no me pregunto si lo hago de una forma fraterna, si lo hago de hermano a hermanos.

Estoy preocupado por llevarte a los alejados y me olvido de los que tengo cerca.

Señor, concédeme unos ojos y un corazón fraternos.

¡Qué alejado ando de todo esto! Estoy alejado, y la mayoría de las veces ni siquiera me doy cuenta, porque no me tomo en serio la fraternidad: resulta demasiado poco gratificante, no me hace lucir, no enciende mi fantasía, no me hace sentirme un héroe.

      Señor, para hacer que yo quiera ser de verdad hermano y hermana de mi prójimo, debes iluminarme de continuo con tu palabra y tu Espíritu, como hiciste en los comienzos de tu Iglesia.

 

CONTEMPLATIO

Nuestro Creador y Señor dispone todas las cosas de tal modo que si alguien quisiera ensoberbecerse por el don que ha recibido, debe humillarse por las virtudes de que carece. El Señor dispone todas las cosas de tal modo que cuando eleva a uno mediante una gracia que ha recibido, mediante una gracia diferente lo somete a otro. Dios dispone todas las cosas de tal modo que mientras todas las cosas son de todos, en virtud de cierta exigencia de la caridad, todo se vuelve de cada uno, y cada uno posee en el otro lo que no ha recibido, de tal modo que cada uno ofrece como don al otro lo que ha recibido.

Es lo que dice Pedro: «Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1 Pe 4,10) (Magno, Comentario moral a Job, XXVIII, 22). Mulles 101

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Reina, Señor, glorioso en medio de nosotros».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

         El fin de una comunidad no puede ser sólo ofrecer a sus componentes un sentimiento de bienestar. Su objetivo y su significado son más bien hacer que todos los miembros puedan incitarse unos a otros, día a día, a recorrer juntos el camino de la confianza, con madurez, con lealtad y en medio de la afectividad; que puedan aclarar los malentendidos que se producen; que puedan resolver los conflictos y, sobre todo, que puedan arraigarse en Dios. Y es que, en una comunidad, sólo podremos vivir bien a la larga si dirigimos de continuo nuestra mirada a Dios como nuestra verdadera meta y causa última de nuestra vida (A. Grün, A onore del cielo, come segno per la tetra, Brescia 1999, p. 151).

 

Día 22

Miércoles de la segunda semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,17-26

17 En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los de su partido, es decir, el grupo de los saduceos, llenos de rabia

18 prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública.

19 Pero el ángel del Señor abrió por la noche la puerta de la cárcel, los sacó les dijo:

20 - Id y anunciad al pueblo en el templo todo lo referente a este estilo de vida.

21 Dóciles a este mandato, entraron de madrugada en el templo y se pusieron a enseñar. Entre tanto, el sumo sacerdote y los de su partido convocaron al Sanedrín y a todos los ancianos de Israel y mandaron a buscarlos a la cárcel.

22 Pero, al llegar allá los alguaciles, no los encontraron; así que se volvieron y les dieron este informe:

23 - Hemos encontrado la cárcel bien cerrada y a los guardias custodiando las puertas, pero al abrir no hemos hallado a nadie dentro.

24 Al oír esto, el prefecto del templo y los jefes de los sacerdotes se quedaron perplejos, pensando qué habría sido de ellos,

25 hasta que alguien llegó diciendo: - Los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo.

26 Entonces el prefecto fue con los alguaciles y trajo a los apóstoles, aunque sin violencia, pues temían que el pueblo los apedrease.

 

*•• La Palabra de Dios no puede estar aprisionada (cf. 2 Tim 2,9): este episodio constituye una demostración de la verdad de esta afirmación. La casta sacerdotal anda preocupada: no sólo está el furor teológico que produce a los saduceos ver anunciada la resurrección, en la que no creen, sino que a esto se añade también la envidia que sienten, es decir, el temor a perder la influencia sobre el pueblo. Los apóstoles, encarcelados, experimentan que «el ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8). Los salva para que puedan ir al templo y ponerse a predicar «todo lo referente a este estilo de vida».

Dios protege a los anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición humana resulta inútil y ridícula. En efecto, el resto del relato está repleto de humor: Dios se ríe de sus adversarios, según el Sal 2, citado en la plegaria comunitaria de los creyentes.

El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín está presente esta vez al completo, sólo sirve para verificar la mofa divina: los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en orden. Sin embargo, llega alguien a decir que están de nuevo enseñando al pueblo. La mofa es completa, y el engorro crece de manera desmesurada. En efecto, ¿quién puede resistir a Dios?

 

Evangelio: Juan 3,16-21

16 En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

18 El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él ya está condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios.

19 El motivo de esta condenación está en que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque hacían el mal.

20 Todo el que obra mal detesta la luz y la rehuye por miedo a que su conducta quede al descubierto.

21 Sin embargo, el que actúa conforme a la verdad se acerca a la luz para que se vea que todo lo que él hace está inspirado por Dios.

 

**• La revelación puesta en marcha antes continúa subiendo en este fragmento y llega hasta la fuente de la vida: es el amor del Padre el que entrega al Hijo para destruir el pecado y la muerte. Entrevemos aquí concadenadas dos categorías joaneas clásicas: el amor y el juicio.

Los vv. 16s expresan una idea muy entrañable para Juan: el carácter universal de la obra salvífica de Cristo, que tiene su origen en la iniciativa misteriosa del amor de Dios por los hombres. El envío y la misión del Hijo, fruto del amor del Padre por el mundo, son la manifestación más elevada de un Dios que «es amor» (cf. 1 Jn 4,8-10).

Ésta es la elección fundamental del hombre: aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. Sin embargo, este amor no juzga al mundo; es más, lo ilumina (v. 17).

Con todo, el amor que se revela entre los hombres, los juzga. Los hombres, situados frente a la propuesta de salvación, deben tomar posición manifestando sus libres opciones. Quien cree en la persona de Jesús no es condenado, pero quien lo rechaza y no cree en el nombre del Hijo de Dios hecho hombre ya está condenado (v. 18). Y la causa de la condena es una sola, a saber: la incredulidad, mantener el corazón cerrado y sordo a la Palabra de Jesús. Al final de esta revelación, a la que Jesús ha llevado a Nicodemo -y, con él, a todos los hombres-, al discípulo no le queda otra cosa que hacer suya la invitación a la conversión y al cambio radical de vida. La luz de Jesús es tan penetrante que derriba toda seguridad humana y todo orgullo, hasta el más escondido. Quien acepta a la persona de Jesús y deja sitio a un amor que lo trasciende encuentra lo que nadie Puede conseguir por sí mismo: poseer la verdadera vida.

 

MEDITATIO

¿Quién puede detener la Palabra? Dios está dispuesto a hacer prodigios en favor de los anunciadores de su Palabra porque es palabra de vida. Pero pensamos a veces: «¿Por qué no los hace también hoy? ¿No son necesarias también hoy las intervenciones milagrosas para hacer salir la Palabra del pequeño grupo, del gueto a veces, de los ya no tan numerosos fieles?». Sin embargo, será bueno señalar que el Señor no preserva de la cárcel a los anunciadores, sino que los libera, con mayor o menor rapidez, de ella. La impotencia de la Palabra dura una noche, en ocasiones años, a veces épocas, pero la Palabra avanza irresistible «hasta los confines de la tierra».

A los que gemían bajo la bola del comunismo les parecía que había terminado la época de la fe. En aquellas regiones sólo quedaban unos pocos viejos, los jóvenes parecían irremisiblemente perdidos para la fe y el futuro se presentaba oscuro. Después, de improviso, vino el hundimiento del régimen comunista. Ya ha sucedido innumerables veces a lo largo de la historia.

Constantino llegó después de la más violenta de todas las persecuciones. Una persecución que parecía poner en duda la misma existencia del cristianismo. Hay tantas formas de prisión como de liberación. El Señor va acompañando el camino de su palabra y, de diferentes modos, se hace presente a sus anunciadores, acampando junto a ellos y liberándolos de las presiones externas e internas.

 

ORATIO

Debo convencerme, Señor, de que, cuando tú quieres algo, eres irresistible. Pero no debo inquietarme ni tener miedo, ni deprimirme, ni rendirme. Cuando tu Palabra parece encadenada, cuando tus anunciadores parecen encarcelados en un gueto, no puedo perder la confianza en tu poder, aunque ésta sea quizás la tentación más peligrosa de hoy.

Concédeme la certeza interior de que tú estás con tus anunciadores y los asistes; la certeza interior de que yo debo anunciar; de que me pides el anuncio, no el éxito.

Y es que el éxito te lo reservas para ti mismo, cuando quieres abrir las puertas de los corazones, cuando quieres preparar un nuevo público y un nuevo pueblo, cuando decides que tu Palabra debe reemprender la carrera por el mundo, el mundo geográfico y el mundo de los corazones.

Concédeme, Señor, no dudar nunca de tu ilimitado poder, estar convencido de que debo sembrar siempre tu Palabra, sin «adaptarla» demasiado, para que quizás sea mejor aceptada y acogida. Hazme humilde, confiado, fiel dispensador de tu Palabra en todo momento y circunstancia, incluso cuando siembro encerrado en la cárcel de mi aislamiento.

 

CONTEMPLATIO

Las almas sencillas no necesitan medios complicados: dado que yo me encuentro entre ellas, una mañana, durante mi acción de gracias, el Señor Jesús me dio un medio sencillo para llevar a cabo mi misión. Me hizo comprender este pasaje del Cantar de los Cantares: «Atráenos, nosotros correremos al olor de tus perfumes».

Oh Jesús, no es preciso decir por tanto: «Atrayéndome, atrae a las almas que yo amo». Esta sencilla palabra, «atráeme», basta. Señor, ahora lo comprendo: cuando un alma se deja cautivar por el olor embriagador de tus perfumes, no puede correr sola, sino que todas las almas que ama son arrastradas tras ella. Y eso es algo que sucede sin presiones, sin esfuerzos. Es una consecuencia natural de su atracción hacia ti (Teresa del Niño Jesús).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Buena Noticia se convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que proclama el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un falso testigo.

Jesús es el salvador del mundo. Nosotros, no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que Dios ha hecho en favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio.

Cuanto más confiemos en el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el amor de Jesús sin condiciones internas ni externas (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, p. 239 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

Día 23

 Jueves de la segunda semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,27-33

27 En aquellos días, los guardias hicieron entrar a los apóstoles para que comparecieran ante el Sanedrín, y el sumo sacerdote les preguntó:

28 - ¿No os prohibimos terminantemente enseñar en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén con vuestras enseñanzas y queréis hacernos responsables de la muerte de ese hombre.

29 Pedro y los apóstoles respondieron: - Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

30 El Dios de nuestros antepasados ha resucitado a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero.

31 Dios lo ha exaltado a su derecha como Príncipe y Salvador para dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados.

32 Nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen somos testigos de todo esto.

33 Ellos, enfurecidos por tales palabras, querían matarlos.

 

*• Es el cuarto discurso de Pedro, también delante del Sanedrín. En él responde a la doble acusación de haber desobedecido la prohibición terminante de «enseñar en nombre de ése» y haber hecho a los notables del pueblo responsables de la muerte de Jesús. Es preciso señalar la alergia que sienten los miembros del Sanedrín hacia «el nombre de ése», nombre en torno al cual se está llevando a cabo el giro decisivo.

Las características de este breve discurso pueden ser resumidas de este modo: en primer lugar, Pedro reafirma el deber de someterse a Dios antes que a los hombres, porque sólo a quien se somete a Dios se le concede el Espíritu Santo (v. 32). En segundo lugar, a Jesús se le vuelve a llamar, una vez más, «Príncipe» (o autor o iniciador) y «Salvador». Jesús es el nuevo Moisés que guía al pueblo hacia la liberación y la salvación. En tercer lugar, la obra propia y originaria de este Príncipe y Salvador consiste en «dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados».

Se trata de una alusión a Jeremías: «Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (31,33). Gracias a Jesús, Príncipe y Salvador, han llegado los tiempos de este don sublime. Por último, el Espíritu Santo es el garante de la autenticidad del testimonio tanto en favor de la vida nueva como de la certeza y el valor que infunde y de los prodigios que realiza. La reacción, de rabia, es preocupante: tras la eliminación física del Nazareno, se piensa también en la de los apóstoles.

 

Evangelio: Juan 3,31-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

31 El que viene de lo alto está sobre todos. El que tiene su origen en la tierra es terreno y habla de las cosas de la tierra; el que viene del cielo

32 da testimonio de lo que ha visto y oído; sin embargo, nadie acepta su testimonio.

33 El que acepta su testimonio reconoce que Dios dice la verdad,

34 porque cuando habla aquel a quien Dios ha enviado, es Dios mismo quien habla, ya que Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu.

35 El Padre ama al Hijo y le ha confiado todo.

36 El que cree en el Hijo tiene la vida eterna, pero quien no lo acepta no tendrá esa vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

 

*» La perícopa con que concluye Jn 3 recoge en una síntesis la reflexión del evangelista, expresada con una sucesión de dichos de Jesús muy estimados por la Iglesia joanea. El tema central sigue siendo la figura de Jesús, único revelador del Padre y dador de vida eterna a través del Espíritu. El discípulo está invitado por la Palabra de Dios a comprobar su propia relación con Jesús. Esto se lleva a cabo a la luz del ejemplo del Bautista, que renunció a sí mismo y se abrió con alegría a Cristo.

Cristo es «el que viene de lo alto» (v. 31a): pertenece al mundo divino y es superior a todos los hombres. El hombre, sin embargo, aun cuando sea un gran profeta como el Bautista, «es terreno» (v. 31b) y sigue siendo un ser terreno y limitado. En consecuencia, sólo Jesús puede hablar de Dios al hombre por experiencia directa. Ahora bien, incluso ante estas palabras de vida eterna que revela Jesús, se niegan los hombres a creer. Con todo, existe un «resto» que vive de la fe: son los creyentes que confiesan «que Dios dice la verdad» (v. 33).

Su fe es la que confirma que el obrar de Jesús forma unidad con el del Padre. Ahora bien, Cristo no es sólo la revelación de la Palabra de Dios: es la Palabra misma, es «Espíritu y vida» (Jn 6,63). Esta realidad profunda del ser de Jesús hace que no sólo sea el que recibe todo del Padre, sino también el que transmite a su vez cuanto posee. Es el canal a través de cual se da el Espíritu.

¿Cómo comunica Jesús este don? A través de su Palabra, cuando se deja que ella penetre en el interior del hombre, es como se da el Espíritu de Dios de una manera sobreabundante. Las palabras de Jesús y el Espíritu de Dios están en perfecta correspondencia.

 

MEDITATIO

Todos los discursos de Pedro concluyen con la promesa de la remisión de los pecados para aquellos que se conviertan. La obra de Jesús se presenta aquí como la del iniciador y salvador destinado a dar a Israel la gracia de la conversión y de la remisión de los pecados.

Esto nos hace pensar: ¿por qué este tema está desapareciendo de la predicación y de la conciencia de no pocos cristianos? Presentar la salvación como perdón de los pecados está, por lo menos, fuera de moda. No se usa mucho. Sin embargo, para quien tiene el sentido de Dios, para quien se da cuenta de la importancia decisiva que tiene estar en comunión con él, para quien siente la experiencia de la tragedia que supone estar lejos de él, para quien se toma en serio el hecho de que, en definitiva, lo que cuenta es estar en amistad y en comunión con Dios, el perdón de los pecados se presenta como el hecho decisivo de la vida.

¿Quién no es pecador? ¿Quién no tiene necesidad de perdón? ¿Quién es más «salvador» que aquel que, al perdonar, restablece la amistad con Dios? Presentar la obra de Jesús como ligada al perdón de los pecados, significa presentarla como la de alguien que restablece la comunión filial, amistosa, tranquilizadora, beatificante, con Dios. Ése es el inicio de cualquier otro bien mesiánico.

¿Qué se puede construir sin este fundamento? Estar lejos de Dios, sentirnos no aceptados por él, sentirnos ajenos a nuestro origen y a nuestro fin: ¿se puede llamar a eso vida? Por eso anuncia Pedro a Jesús como alguien que ha sido exaltado por Dios con el poder de ofrecer el don del restablecimiento de la amistad entre el angustiado corazón del hombre y el-ardiente corazón del Padre.

 

ORATIO

Te doy gracias, Señor, por haber hecho que me encontrara hoy con esta Palabra que me recuerda el don del perdón de los pecados. Me olvido demasiado pronto de las veces que me has perdonado, de la alegría de sentirme reconciliado por ti y contigo. En el intento de «actualizar» la palabra salvación para hacerla comprensible y aceptable por los otros, por los hermanos que considero distraídos por las excesivas cosas de este mundo, corro el riesgo de olvidarme de que la salvación, si bien se refleja también en este mundo, consiste fundamentalmente en estar y en sentirse en comunión contigo. Para nosotros, pecadores, eso incluye y presupone que tú perdonas nuestros pecados.

Señor, ilumíname para que sepa hablar de tu salvación en términos comprensibles, pero, al mismo tiempo, no me olvide del núcleo insustituible de esta realidad que es estar unido contigo. Haz, sobre todo, que no pierda la esperanza de tenerte como amigo benévolo cuando, oprimido por mis culpas, me dirija tembloroso a ti: muéstrame entonces tu rostro benigno de salvador y dame tu Espíritu «para el perdón de los pecados».

 

CONTEMPLATIO

El vigor de la conversión es el ardor de la caridad derramada en nuestros corazones con la visita del Espíritu Santo. Está escrito de este mismo Espíritu que es el perdón de los pecados. En efecto, cuando se digna visitar el corazón de los justos, los purifica con gran poder de toda la impureza de sus pecados, porque, apenas se derrama en el alma, suscita en ella de manera inefable el odio a los pecados y el amor a las virtudes. Hace que el alma odie de inmediato lo que amaba, ame ardientemente aquello por lo que sentía horror y gima intensamente por lo uno y lo otro, porque se acuerda de haber amado -para su condena- el mal y odiado el bien que ama. En efecto, ¿quién se atreverá a decir que un hombre, aunque esté cargado con el peso de todo tipo de pecados, pueda perecer si es visitado por la gracia del Espíritu Santo? (Gregorio Magno, Comentario al libro primero de los reyes, II, 107).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bienaventurado el hombre que se refugia en el Señor» (cf. Sal 2,12c).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿De qué modo trabajamos para la reconciliación? En primer lugar y sobre todo, reivindicando para nosotros mismos el hecho de que Dios nos ha reconciliado consigo en Cristo. Pero no basta con creer esto con nuestra cabeza. Debemos dejar que la verdad de esta reconciliación penetre en todos los rincones de nuestro ser. Hasta que no estemos plena y absolutamente convencidos de que hemos sido reconciliados con Dios, de que estamos perdonados, de que hemos recibido un corazón nuevo, un espíritu nuevo, unos ojos nuevos para ver y unos nuevos oídos para oír, continuaremos creando divisiones entre la gente, porque esperaremos de ella un poder de curación que no posee.

Sólo cuando confiemos plenamente en el hecho de que pertenecemos a Dios y podemos encontrar en nuestra relación con Dios todo lo que necesitamos para nuestra mente, nuestro corazón, nuestra alma, podremos ser libres de verdad en este mundo y ser ministros de la reconciliación. Esto es algo que no resulta fácil; muy pronto volvemos a caer en la duda y en el rechazo de nosotros mismos. Necesitamos que se nos recuerde constantemente a través de la Palabra de Dios, de los sacramentos y del amor al prójimo que estamos reconciliados de verdad (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 385 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

Día 24

Viernes de la segunda semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,34-42

En aquellos días,

34 un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley y respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera a los acusados unos momentos

35 y dijo: - Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con estos hombres.

36 Porque hace algún tiempo apareció un tal Teudas con la pretensión de ser alguien importante, y le siguieron unos cuatrocientos hombres, pero fue ejecutado y todos lo que lo seguían se dispersaron.

37 Después de éste, surgió Judas el Galileo en los días del empadronamiento, y arrastró detrás de sí al pueblo, pero también él pereció y todos sus secuaces se dispersaron.

38 En este caso mi consejo es que no os preocupéis de estos hombres y los dejéis en paz, porque, si su empresa y su obra son humanas, se desvanecerán,

39 pero si proceden de Dios no podréis destruirlas. No corráis el riesgo de luchar contra Dios.

40 Hicieron llamar a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron.

41 Ellos salieron de la presencia del Sanedrín gozosos de haber merecido tal ultraje por causa de aquel nombre.

 

*»• Lucas presenta siempre a los fariseos bajo una luz favorable. De Gamaliel dice que es fariseo, es decir, uno de los que, además de llevar una vida observante, creen en la resurrección. La intervención del doctor de la Ley se muestra prudente y resulta decisiva. A partir de dos ejemplos de rebeliones, citados asimismo por el historiador Flavio Josefo, que acabaron al poco de empezar, enuncia un principio de no intervención, en nombre de la constante intervención de Dios en favor de su pueblo. No se puede ir contra el obrar divino mediante una intervención humana.

Los apóstoles quedan en libertad después de –como Jesús- haber sido azotados. Es digna de señalar la alegría que sienten por haber merecido ese ultraje por amor al Nombre. Aparece aquí un eco de la realización de la bienaventuranza de los perseguidos: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre» (Lc 6,22). Pero hemos de señalar también que aquí se habla del Nombre en absoluto para indicar a Jesús. En el judaísmo se empleaba la expresión «el Nombre» para decir «Dios». Los Hechos de los Apóstoles llevan a cabo está atrevidísima sustitución para expresar que Dios obra en Jesús, que Dios se identifica con él.

Más aún: el hecho de que los apóstoles enseñen en el templo significa que, a pesar de las incomprensiones y los abusos de poder de las autoridades, la Iglesia de Jerusalén se consideraba aún en el ámbito del judaísmo.

Ahora diríamos: era aún una «corriente», una «secta» del judaísmo. Éste, en aquel período, se mostraba, teniendo en cuenta todos los elementos, más bien tolerante. Hasta que llegó el ciclón Esteban, que obligó a dar un decisivo y doloroso giro, aunque vital.

 

Evangelio: Juan 6,1-15

1 Algún tiempo después, Jesús pasó al otro lado del lago de Tiberíades.

2 Lo seguía mucha gente, porque veían los signos que hacía con los enfermos.

3 Jesús subió a un monte y se sentó allí con sus discípulos.

4 Estaba próxima la fiesta judía de la pascua.

5 Al ver aquella muchedumbre, Jesús dijo a Felipe: - ¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos éstos?

6 Dijo esto para ver su reacción, pues él ya sabía lo que iba a hacer.

7 Felipe le contestó: - Con doscientos denarios no compraríamos bastante para que a cada uno de ellos le alcanzase un poco.

8 Entonces intervino otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, diciendo:

9 - Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente?

10 Jesús mandó que se sentaran todos, pues había mucha hierba en aquel lugar. Eran unos cinco mil hombres.

11 Luego tomó los panes y, después de haber dado gracias a Dios, los distribuyó entre todos. Hizo lo mismo con los peces y les dio todo lo que quisieron.

12 Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: - Recoged lo que ha sobrado, para que no se pierda nada.

13 Lo hicieron así, y con lo que sobró de los cinco panes llenaron doce cestos.

14 Cuando la gente vio aquel signo, exclamó: - Este hombre tiene que ser el profeta que debía venir al mundo.

15 Jesús se dio cuenta de que pretendían proclamarlo rey. Entonces se retiró de nuevo al monte él solo.

 

**• El milagro de la multiplicación de los panes introduce, de manera simbólica, en el magno «discurso del pan de vida» y está situado en el centro de la actividad pública de Jesús. Se trata de un signo querido por el Maestro para revelarse a sí mismo. Sin embargo, Juan presenta el signo como el nuevo milagro del maná (cf. Ex 16), hecho por Jesús, nuevo Moisés, en un nuevo Éxodo, y como símbolo de la eucaristía, cuya institución durante la última cena, a diferencia de los sinópticos, no cuenta el cuarto evangelio.

El fragmento manifiesta un significado cristológico y sacramental preciso. Este sentido no es tanto saciar el hambre de la muchedumbre, como revelar la gloria de Dios en Jesús, Palabra hecha carne. El texto está dividido de este modo: a) introducción histórica (vv. 1-4); b) diálogo entre Jesús y los discípulos (vv. 5-10); c) descripción del signo-milagro (vv. 11-13); d) incomprensión de la muchedumbre y soledad de Jesús, que se retira a rezar en el monte (vv. 14s).

Para Juan, Jesús es aquel en quien se cumple el pasado y se realizan todas las esperanzas de Israel. En efecto, el pan que el Maestro va a dar al pueblo perfecciona -superándola- la pascua judía y pone el gran milagro bajo el signo del banquete eucarístico cristiano. Jesús habla, en primer lugar, a la gente que le sigue de la nueva alianza con Dios y de la vida eterna (a la que está destinada la humanidad). A continuación, toma la iniciativa y llama la atención del apóstol Felipe sobre la dificultad del momento. La solución humana no basta para saciar las necesidades del hombre (v. 7). Es Jesús quien va a satisfacer en plenitud todas las necesidades.

El alimento se multiplica en sus manos. Todos quedan alimentados hasta tal punto que, por indicación de Jesús, se recoge lo que ha sobrado en doce cestos «para que no se pierda nada» (vv. 12s). Con el signo del pan, Jesús se presenta como el Mesías esperado que sacia el hambre de su pueblo sin bajar a compromisos con el proyecto que el Padre ha trazado.

 

MEDITATIO

La intervención de Gamaliel resulta al final favorable a los apóstoles. Su principio de no intervención -si la novedad no es de Dios, no durará; y si es de Dios, es inútil oponerse a ella- se cita con frecuencia como ejemplo de consejo sabio y prudente. Aunque no siempre está dictado por la sabiduría, porque puede meterse por medio la pereza, cierto deseo de vivir tranquilo, de dejar correr las cosas -incluso se podría incurrir en fatalismo-, sin embargo, cuando está dictado por un espíritu de fe en el Dios que obra en la historia, es, a buen seguro, un hecho positivo.

Es preciso poner en circulación, al menos en circunstancias parecidas, el criterio sugerido por Gamaliel, especialmente en Occidente, donde todo parece depender de nosotros y donde, hasta en las cosas de Dios, es el principio de la eficiencia el que dicta la ley. Es necesario adquirir de nuevo el sentido de Dios, que obra de continuo, que puede obrar, que está presente tanto en los fenómenos grandes como en los pequeños. Es necesario que seamos más humildes frente a los problemas de la salvación. En ellos el protagonista es Dios; nosotros somos sólo pobres y pequeños colaboradores.

Lo que se nos pide es que no «arruinemos» los planes de Dios, que discernamos más bien, con humildad, su acción, para secundarla, no para ponernos por encima de ella.

 

ORATIO

¡Qué presuntuoso y ciego soy, Señor, con mis programas, mis planes, mis organigramas, mis proyectos, mis proyecciones, mi organización! Me ocurre a menudo, Señor, que intento administrar tu «empresa» de salvación como si me perteneciera y debiera obtener de ella la mayor utilidad posible. Cautivado del todo por mi afán de eficiencia, me olvido de preguntarme sobre lo que estás haciendo, me olvido de preguntar lo que estás llevando a cabo.

Y así, sin darme cuenta, quisiera que tú entraras en mis planes. Y, así, tus sorpresas -¡que son muchas!- me inquietan y me turban. Concédeme el espíritu de sabiduría y de discernimiento para que sea capaz de encontrar el justo camino entre lo que debo dejarte hacer a ti y lo que a mí me corresponde. Concédeme hoy, sobre todo, la humildad necesaria para aceptar lo que quieres y para secundar de corazón tus planes, misteriosos con frecuencia, pero siempre infalibles.

 

CONTEMPLATIO

Os suplico que os establezcáis totalmente en Dios para todos vuestros asuntos, sin fiaros de vuestro poder o saber, ni tampoco de la opinión humana. Con esta condición, os considero armados contra todas las grandes adversidades espirituales y corporales que os puedan sobrevenir.

En efecto, Dios sostiene y fortifica a los humildes, especialmente a aquellos que, en las cosas pequeñas y bajas, han visto sus debilidades como en un claro espejo y se han vencido. Cuando esos hombres se sienten presa de tribulaciones superiores a todas las que han conocido, nada puede derrumbarlos, porque tienen la seguridad, en virtud de la grandeza de su confianza en Dios, de que nada puede acontecerles sin su permiso y sin su consentimiento (Francisco Javier).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Espera en el Señor y sé fuerte» (Sal 26,14a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una lectura espiritual no significa sólo leer sobre personas o cosas espirituales. Es también leer espiritualmente, es decir, de manera espiritual, a saber: leer con el deseo de que Dios venga más cerca de nosotros.

La mayoría de nosotros lee para adquirir conocimiento o para satisfacer su propia curiosidad. El fin de la lectura espiritual, sin embargo, no es apoderarse del conocimiento o de la información, sino dejar que el Espíritu de Dios señoree sobre todos nosotros. Por muy extraño que pueda parecer, la lectura espiritual significa dejar que Dios nos lea. Podemos leer con curiosidad la historia de Jesús y preguntarnos: «¿Ha sucedido de verdad? ¿Quién ha compuesto esta historia y cómo lo ha hecho?». Pero también podemos leer la misma historia con atención espiritual y preguntarnos: «¿De qué modo me habla Dios aquí y me invita a un amor más generoso?». Podemos leer las noticias de cada día simplemente para tener algo de que hablar en nuestro trabajo. Pero también podemos leerlas para hacernos más conscientes de la realidad del mundo, que tiene necesidad de las palabras y de la acción salvífica de Dios. El problema no es tanto lo que leamos, sino cómo leamos. La lectura espiritual es una lectura que se hace prestando una atención interior al movimiento del Espíritu de Dios en nuestra vida exterior e interior. Esta atención permitirá que Dios nos lea y nos explique lo que verdaderamente estamos naciendo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, Brescia 1998", 64s).

 

 

Día 25

San Marcos (25 de abril)

 

Marcos era hijo de María de Jerusalén, en cuya casa se refugió Pedro cuando fue liberado de la cárcel (Hch 12,12). Colaboró con Pablo en su obra apostólica (Col 4,10) y también estuvo cerca de él en la cárcel de Roma (Flm 24). Según la tradición, Marcos fue un discípulo fiel de Pedro (1 Pe 5,13) y escribió el segundo evangelio, recogiendo la predicación del apóstol Pedro sobre los dichos y los hechos de Jesús. Su evangelio es reconocido, por lo general, como el más antiguo, y fue utilizado y completado por Mateo y Lucas. Al parecer, la predicación apostólica atestiguada por los grandes discursos de la primera parte de los Hechos de los apóstoles encuentra en el evangelio de Marcos -a partir de Mc 1,15- una continuación y sugestivos desarrollos narrativos.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 5,5b-14

Queridos hermanos:

5 Sed humildes en vuestras relaciones mutuas, pues Dios resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes.

6 Así pues, humillaos bajo la poderosa mano de Dios, para que os encumbre en su momento.

7 Confiadle todas vuestras preocupaciones, puesto que él se preocupa de vosotros.

8 Vivid con sobriedad y estad alerta. El diablo, vuestro enemigo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar.

9 Enfrentaos a él con la firmeza de la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos sufrimientos.

10 Y el Dios de toda gracia, que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de un corto sufrimiento os restablecerá, os fortalecerá, os robustecerá y os consolidará.

11 Suyo es el poder por siempre. Amén.

12 Por medio de Silvano, hermano de vuestra confianza, según tengo entendido, os he escrito brevemente para exhortaros y aseguraros que ésta es la verdadera gracia de Dios. Permaneced firmes en ella.

13 Os saluda la iglesia de Babilonia, a la que Dios ha elegido lo mismo que a la vuestra; os saluda también Marcos, mi hijo.

14 Saludaos mutuamente con el beso de amor fraternal. Paz a todos vosotros, los que vivís unidos en Cristo.

 

*» El apóstol Pedro llama a Marcos en este fragmento «mi hijo» (v. 13): a partir de esta preciosa noticia, la tradición ha considerado que Marcos había recogido en su evangelio la predicación del primero de los apóstoles, cuyas exhortaciones están dirigidas a los que ejercen responsabilidades de guías y maestros en la Iglesia.

Un auténtico pastor, en primer lugar, debe estar revestido de humildad, consciente de que no posee nada como propio, sino que todo lo ha recibido de Dios. Humildad es verdad: esto vale para todo auténtico creyente y, con mayor razón, para quien está revestido de autoridad.

Quien haya sabido vivir en la humildad, recibirá a su tiempo el reconocimiento por parte de ese Dios que «resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes» (v. 5; cf. Prov 3,34).

Además de humildes, los pastores deben ser también sobrios y estar alerta. Se repiten aquí las recomendaciones que Jesús había dirigido a sus discípulos en el discurso escatológico {cf. Me 13,lss). La sobriedad y la vigilancia son buenas hermanas: ambas, juntas, pueden oponer una firme y segura resistencia -la resistencia de la fe- al enemigo número uno: el diablo, representado aquí con el aspecto de un león rugiente y devorador. A los pastores humildes y fieles, sobrios y vigilantes, el apóstol Pedro les dirige la promesa: el Dios que les ha llamado a la vida nueva en Cristo, tras un breve suHfp miento, les confirmará en la gracia y les coronará de gloria (v. 10).

 

Evangelio: Marcos 16,15-20

En aquel tiempo, apareciéndose a los Once,

15 les dijo: -Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura.

16 El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará.

17 A los que crean les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas,

18 agarrarán serpientes con las manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán.

19 Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.

20 Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba con ellos, confirmando la palabra con las señales que la acompañaban.

 

**• En la fiesta de san Marcos, la Iglesia nos propone para nuestra reflexión la última página del evangelio de Marcos, el llamado «final canónico» del segundo evangelio: no es auténtico, en el sentido de que no pertenece al evangelio originario, pero es inspirado, porque ha sido recibido por la Iglesia desde la antigüedad.

Encontramos, en primer lugar, el mandato misionero: Jesús envía a sus discípulos a llevar el Evangelio a todas las criaturas (vv. 15ss). El misionero del Padre tiene necesidad de otros misioneros; aquel que es la Palabra tiene necesidad de otros portavoces que divulguen su conocimiento; aquel que es el Evangelio hecho persona confía ahora el Evangelio a sus apóstoles: «Id... Proclamad».

El segundo elemento que encontramos en esta página evangélica describe, también en términos telegráficos, el hecho prodigioso de la ascensión de Jesús al cielo: «Y se sentó a la diestra de Dios» (v. 19). Una vez subido al cielo, Jesús entra en plena posesión de sus poderes de Mesías, Salvador, Dios.

He aquí, por último, la respuesta de los apóstoles a los mandatos que les ha dado Jesús: «Ellos salieron a predicar por todas partes» (v. 20). Se trata de una reacción no verbal, sino práctica; no abstracta, sino concreta, que se traduce en una decisión tan fuerte que da la vuelta por completo a la vida de los apóstoles e implica a muchas de las personas que les escuchan.

 

MEDITATIO

La figura del evangelista Marcos, cuya fiesta litúrgica celebramos hoy, nos invita a profundizar en el significado del término «evangelio», con el que el evangelista comienza su obra. Se trata de una profundización no puramente escolar o académica, sino existencial y vital.

El Evangelio es de Dios cf. Mc 1,14): contiene y expresa todo el proyecto salvífico que el Padre quiere realizar por medio de su Hijo en favor de toda la humanidad. Es del corazón de Dios de donde brota esta «Buena Noticia» capaz de colmar de alegría todos los corazones humanos disponibles al don de la salvación. El Evangelio es de Jesucristo (cf. Mc 1,1), teniendo en cuenta que este genitivo puede y deber ser entendido así: el Evangelio que es Jesucristo, Hijo de Dios. Es como decir que la «Buena Noticia» tiene como objeto único y exclusivo la persona, la enseñanza y el ministerio de Jesús, único Mesías y verdadero Hijo de Dios. Ahora bien, según Marcos, el Evangelio es también memorial de todo lo que acompañó al acontecimiento terreno de Jesús: por ejemplo, el gesto gratuito y sorprendente de la pecadora que, la víspera de la pasión y muerte de Jesús, bañó, perfumó y besó los pies del Salvador: «Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se anuncie la Buena Noticia será recordada esta mujer y lo que ha hecho» (Mc 14,9). En suma, de todo esto se deduce que, para Marcos, el Evangelio es todo, todo es Evangelio.

 

ORATIO

Abre, oh Señor, mis oídos para que se llenen del tesoro de tu Evangelio: sólo así mi vida, iluminada y confortada por tu Palabra, tendrá un significado pleno y duradero. Abre, oh Señor, mi corazón, a fin de que aprenda a acoger al Verbo de la verdad que está encerrado en tu Evangelio: sólo así me sentiré totalmente saciado, porque estaré colmado por completo de tu don.

Abre, oh Señor, mi boca, a fin de que, de la abundancia del corazón, acoja tu mensaje y lo proclame para tu gloria y para el bien de los hermanos. Abre, oh Señor, mi vida al encuentro contigo, que me sales al encuentro día tras día con la Palabra de la verdad que tu Evangelio encierra y entrega.

 

CONTEMPLATIO

Soy todavía imperfecto, pero vuestra oración en Dios me perfeccionará para alcanzar, misericordiosamente, la herencia, refugiándome en el Evangelio como en la carne de Jesús, y en los apóstoles como en el presbiterio de la Iglesia. Amemos a los profetas, porque también ellos anuncian el Evangelio [...]. Han recibido el testimonio de Jesucristo y han sido incluidos en el evangelio de la esperanza común [...]. El Evangelio tiene algo más especial, la venida del Salvador, nuestro Señor Jesucristo, su pasión y su resurrección. Los bienamados profetas la preanunciaron, pero el evangelio es la consumación de la incorruptibilidad (Ignacio de Antioquía, «Ai Filadelfiesi», en I padre apostolici, Roma 21998, pp. 129-131 [edición española: Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1993]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras del evangelista Marcos: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio-» (Me 1,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Marcos refleja a la perfección el estadio inicial de la cristología de la Iglesia primitiva, de la que nunca se podrá prescindir para comprender, por comparación, los desarrollos ulteriores de la reflexión teológica. Aunque el redactor no ha expresado con claridad y de manera orgánica su pensamiento, ha conseguido concentrar nuestra atención en la figura del siervo de YHWH, que nos redime a través del dolor y de la soledad. Su preocupación por eliminar el escándalo de la cruz es evidente, para lo cual demuestra que Jesús ha vencido a Satanás. En su debilidad actuaba la omnipotencia divina para la restauración del Reino y la derrota decisiva del poder diabólico sobre la humanidad [...].

Marcos traza la imagen de Jesús más próxima a su realidad humana. Mientras que los otros evangelistas, aun afirmando de manera categórica que Jesús fue un verdadero hombre, casi transfiguran su vida, compenetrando con la luz pascual su humanidad envuelta de miseria y fragilidad, Marcos, en cambio, reproduce de modo verista la experiencia de Cristo que tuvieron los apóstoles, y en particular Pedro, durante su actividad pública antes de su glorificación a la derecha del Padre. En consecuencia, no se preocupa por atenuar las manifestaciones de su sensibilidad, que revelan sus rasgos profundamente humanos.

Sólo Marcos habla de la cólera, de la amargura, del estupor de Jesús, el cual, por otra parte, dirige preguntas a los discípulos, gime y suspira, abraza con ternura a los niños y ama al joven rico aun cuando éste no corresponda a su invitación de seguirle en la renuncia. Pero no se piense que, con esto, ha subestimado la dignidad trascendente y divina de Cristo. Al contrario, ha puesto este título a su libro: Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Aunque Marcos no elabore una profunda cristología intentando sondear el misterio divino y humano de Jesús, nos documenta, no obstante, mejor que los otros evangelistas y con una probidad escrupulosa sobre la desconcertante realidad de la expoliación del Hijo de Dios, que se encarnó para llevar a cabo la salvación mediante el sufrimiento y la muerte (A. Poppi, Commento a Marco, Padua 1978).

 

Día 26

Tercer domingo de pascua (Ciclo A)

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2, 14a.22-33

El día de Pentecostés,

14 Pedro, en pie con los once, levantó la voz y declaró solemnemente:

- Judíos y habitantes todos de Jerusalén, fijaos bien en lo que pasa y prestad atención a mis palabras.

22 Israelitas, escuchad: Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios acreditó ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que realizó por medio de él entre vosotros, como bien sabéis.

23 Dios lo entregó conforme al plan que tenía previsto y determinado, pero vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis.

24 Dios, sin embargo, lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera en su poder,

25 ya que el mismo David dice de él:

Tengo siempre presente al Señor,

porque está a mi derecha

para que yo no vacile.

26 Por eso se regocija mi corazón,

se alegra mi lengua

27 y hasta mi carne descansa confiada,

porque no me entregarás al abismo,

ni permitirás que tu fiel

vea la corrupción.

28 Me enseñaste los caminos de la vida

y me saciarás de gozo en tu presencia.

29  Hermanos, del patriarca David se os puede decir francamente que murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se conserva entre nosotros.

30 Pero, como era profeta y sabía que Dios le había jurado solemnemente sentar en su trono a un descendiente de sus entrañas,

31 vio anticipadamente la resurrección de Cristo y dijo que no sería entregado al abismo, ni su carne vería la corrupción.

32 A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros.

33 El poder de Dios lo ha exaltado, y él, habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha derramado, como estáis viendo y oyendo.

 

**• La bajada del Espíritu Santo en Pentecostés transforma a los apóstoles en hombres nuevos, en testigos ardientes y animosos del Resucitado, conscientes de que ahora se realiza la promesa escatológica de Dios (cf. Hch 2,16-21), mediante la cual hemos entrado «en los últimos tiempos». El cambio acontecido en el grupo de los discípulos está bien atestiguado en el primer discurso de Pedro referido en los Hechos de los Apóstoles. Si bien el autor del texto sagrado ha retocado la forma y la estructura, el contenido originario emerge de manera inconfundible.

Los vv. 22-24, prototipo del kerigma apostólico, contienen expresiones propias de la cristología más antigua: se habla en ella de Jesús como del «hombre a quien Dios acreditó»; se muestra que la cruz -que escandalizó a todos los apóstoles- formaba parte de un sabio designio de Dios, el cual entregó a su Hijo único a los hombres por amor. Todos son responsables de lo sucedido: «Vosotros lo matasteis. Dios, sin embargo, lo resucitó...» (vv. 23s). Al kerigma le sigue el testimonio de las Escrituras, que sólo a la luz del misterio pascual son plenamente comprensibles. Por eso explica Pedro el Sal 15 (vv. 25-31), que ha encontrado en Cristo su plena realización: él es el Mesías, y su alma no ha sido abandonada en el abismo ni ha conocido la corrupción, sino que ha sido colmado de gozo en la presencia del Padre. Los apóstoles, en virtud del Espíritu derramado sobre ellos, son testigos de la resurrección de Cristo y la anuncian con claridad a todo Israel y hasta los confines de la tierra.

 

Segunda lectura: 1 Pedro 1,17-21

Queridos:

17 si llamáis Padre al que juzga sin favoritismos y según la conducta de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación.

18 Sabed que no habéis sido liberados de la conducta idolátrica heredada de vuestros mayores con bienes caducos -el oro o la plata-,

19 sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha.

20 Cristo estaba presente en la mente de Dios antes de que el mundo fuese creado, y se ha manifestado al final de los tiempos para vuestro bien,

21 para que por medio de él creáis en el Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo colmó de gloria. De esta forma, vuestra fe y vuestra esperanza descansan en Dios.

 

*•• En su exordio, la primera carta de Pedro conduce a los fieles a contemplar la gracia de la regeneración llevada a cabo por el Padre, a través de Cristo, en el Espíritu (vv. 3-5.10-12). Por eso se detiene a considerar en concreto qué significa vivir de la fe, ofreciendo una clave de interpretación cristiana del misterio del sufrimiento, considerado como prueba purificadora y como participación en los sufrimientos de Cristo (vv. 6-9). Sobre este sólido fundamento puede mostrar el apóstol, por tanto, las exigencias de la vida cristiana, una vida que es camino de santificación y de configuración con Cristo (vv. 13-16; cf. Lv 19,2). Éstas no se reducen a prácticas exteriores, sino que son una actitud interior, que determina toda la orientación de la existencia.

Por medio del bautismo nos convertimos en hijos de Dios y recibimos el privilegio de llamar «Padre» al justo Juez de todos los seres vivos. La conciencia de semejante dignidad llena a los cristianos de «santo temor», término que no significa en la Biblia «miedo», sino más bien amor lleno de veneración y empapado del sentido tío la propia pequeñez e indignidad. En efecto, la gracia recibida le ha costado un precio muy elevado al mismo Cristo, el verdadero Cordero, cuya sangre ha librado a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerto eterna (cf. Ex 12,23). La nueva relación de parentesco con el Señor hace ciertamente que la vida sobre la tierra sea tomada como peregrinación, mientras que la verdadera patria es el cielo (v. 17). En este vuelco se ha llevado a cabo, en plenitud, el designio de Dios. Jesús, con su resurrección, ha inaugurado los «últimos tiempos», caracterizados por la tensión hacia lo alto. Esta tensión debe ser sostenida constantemente por una vida de fe y de esperanza (v. 21) y por la memoria viva de todo lo que ha realizado el Señor para nuestra salvación.

 

Evangelio: Lucas 24, 13-35

13 Aquel mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que dista de Jerusalén unos once kilómetros.

14 Iban hablando de todos estos sucesos.

15 Mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos.

16 Pero sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocerlo.

17 Él les dijo: - ¿Qué conversación es la que lleváis por el camino?. Ellos se detuvieron entristecidos,

18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió:  ¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?

19 Él les preguntó: - ¿Qué ha pasado? Ellos contestaron: - Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo.

20 ¿No sabes que los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo enlutaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron?

21 Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto.

22 Bien es verdad que algunas de nuestras mujeres nos han sobresaltado, porque fueron temprano al sepulcro

23 y no encontraron su cuerpo. Hablaban incluso de que se les habían aparecido unos ángeles que decían que está vivo.

24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo hallaron todo como las mujeres decían, pero a él no lo vieron.

25 Entonces Jesús les dijo: - ¡Qué torpes sois para comprender y qué cerrados estáis para creer lo que dijeron los profetas!

26 ¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria?

27 Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras.

28 Al llegar a la aldea adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.

29 Pero ellos le insistieron diciendo: - Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo. Y entró para quedarse con ellos.

30 Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.

31 Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Jesús desapareció de su lado.

32 Y se dijeron uno a otro: - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

33 En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a todos los demás,

34 que les dijeron: - Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.

35 Y ellos contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

 

**• En esta aparición del Resucitado pone Lucas de relieve un rasgo fundamental: la importancia que tiene la Sagrada Escritura para encontrar de verdad a Cristo resucitado. Para intuir su misterio es necesario recordar y creer la Palabra (vv. 25-27.32; cf. asimismo los vv. 6b.44s), puesto que en ella se ha revelado el designio divino que Cristo debía cumplir, a través del sufrimiento y do la muerte, para entrar en la gloria (v. 26). De este modo realiza, más allá de toda mesura, la esperanza de redención alimentada por toda la humanidad (v. 21). Jesús mismo, el desconocido compañero de camino, explica las escrituras a quien se pone a la escucha con un vivo inicies (v. 29a). A lo largo del camino se produce así el paso de la tristeza desalentada (v. 17b) a la alegría que pone ardiente el corazón (v. 32), hasta que llegan al reconocimiento del Resucitado a través de un gesto tan cotidiano como significativo: la fracción del pan (vv. 30.35). El modo de realizar ciertos gestos revela, en efecto, la identidad del que los hace. Por eso desaparece el peregrino. Sin embargo, ahora ha dejado de ser un desconocido: es el Señor, el Maestro, el Pan vivo siempre presente en medio de los suyos; éstos, a su vez, de simples viajeros se vuelven testigos, misioneros, adoradores en espíritu y en verdad.

No será inútil subrayar que toda celebración eucarística vuelve a proponer el mismo camino de los discípulos de Emaús: desde los ritos iniciales, pasando por la escucha de la Palabra y la liturgia eucarística, hasta la despedida final, se lleva a cabo, por obra de la gracia, un encuentro cada vez más profundo y real con Jesús crucificado y resucitado.

 

MEDITATIO

El reconocimiento de Jesús resucitado tiene lugar en un instante, mediante una intuición resplandeciente; a continuación, todo vuelve a la normalidad. Así fue también con los discípulos de Emaús. Después de aquel instante intuitivo, tras aquella mirada que penetra más allá del velo de la carne, desaparece Jesús y todo vuelve a ser, aparentemente, como antes: la posada, la mesa, el pan, los compañeros. Todo igual, pero, sin embargo, todo es ahora distinto. Se trata de una experiencia inexpresable. También hoy todas las personas y todas las cosas nos reservan sorpresas, porque en todas ellas podemos encontrar a Jesús. Ser cristiano significa vivir en medio de un estupor siempre renovado, en un estado de continua espera de sorpresas. Cada momento puede ser el de la revelación del misterio, porque nuestra vida está ahora ligada indisolublemente a Jesús, invisible a los ojos, pero realmente presente entre nosotros. Toda realidad es epifanía de su presencia como «Emmanuel». A nosotros nos corresponde purificar de continuo nuestra mirada en la adoración para poder vislumbrarlo en la llama de los acontecimientos más pobres y cotidianos. Es él, siempre él, el que viene a nosotros a través de todo aquello que acogemos con fe.

 

ORATIO

Quédate con nosotros, Señor, porque sin ti nuestro camino quedaría sumergido en la noche. Quédate con nosotros, Señor Jesús, para llevarnos por los caminos de la esperanza que no muere, para alimentarnos con el pan de los fuertes que es tu Palabra.

Quédate con nosotros hasta la última noche, cuando, cerrados nuestros ojos, volvamos a abrirlos ante tu rostro transfigurado por la gloria y nos encontremos entre los brazos del Padre en el Reino del divino esplendor.

 

CONTEMPLATIO

Dos discípulos de Jesús se dirigen caminando hacia el pueblo de Emaús. Oh alma pecadora, detente un momento a considerar con atención los distintos aspectos de la bondad y de la benevolencia de tu Señor. En primer lugar, el hecho de que su ardiente amor no le permita dejar a sus discípulos vagar en medio de la desorientación y la tristeza. El Señor es, en verdad, un amigo fiel y un amoroso compañero de camino [...]

Y mira la humildad con que acompaña a estos dos: va con sus discípulos como si fuera uno de ellos, cuando, en realidad, es el Señor de todos. ¿No te da acaso la impresión de haber vuelto a la sustancia misma de la humildad? Nos sirve de modelo para que nosotros hagamos otro tanto [...]. Observa, alma cristiana, cómo tu Señor realiza el ademán de proseguir más allá, con objeto de hacerse desear más, de hacerse invitar y de quedarse como huésped de ellos; y, después, acepta efectivamente entrar en la casa, toma el pan, lo bendice, lo rompe con sus santas manos y se lo da, haciéndose reconocer así [...]. Mas ¿por qué se ha comportado de ese modo? Lo hizo para hacernos comprender que debemos practicar las obras de misericordia y la hospitalidad, esto es, para decirnos que no basta con leer y escuchar la Palabra de Dios si después no la llevamos a la práctica (anónimo franciscano del siglo XIII, Meditazione sulla vita di Cristo, Roma 1982, pp. 164-166, passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Quédate con nosotros, Señor» (Lc 24,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Mientras los dos viajeros se encuentran de camino hacia su casa llorando lo que han perdido, Jesús se acerca y camina con ellos, pero sus ojos son incapaces de reconocerlo. De improviso, ya no son dos, sino tres las personas que caminan, y todo se vuelve distinto. El desconocido empieza a hablar, y sus palabras requieren una seria atención. Lo que había empezado a confundir hasta hace un momento, comenzaba a presentar horizontes nuevos; lo que había parecido tan oprimente, comenzaba a hacerse sentir como liberador; lo que había parecido tan triste, empezaba a tomar el aspecto de la alegría. Poco a poco empezaban a comprender que su pequeña vida no era después de todo tan pequeña como pensaban, sino parte de un gran misterio que no sólo abarcaba varias generaciones, sino que se extendía de eternidad en eternidad.

El desconocido no ha dicho que no hubiera motivo de tristeza, sino que su tristeza formaba parte de una tristeza más amplia, en la que estaba escondida la alegría. El desconocido no ha dicho que la muerte que estaban llorando no fuera real, sino que se trataba de una muerte que inauguraba una vida verdadera. El desconocido no ha dicho que no hubieran perdido a un amigo que les había dado nuevo valor y nueva esperanza, sino que esta pérdida había creado un camino para una relación que habría ido mucho más allá que cualquier amistad. El desconocido no tenía el más mínimo miedo de derribar sus defensas y de llevarlos más allá de su estrechez de mente y de corazón. El desconocido tuvo que llamarlos tontos para hacerles ver.

¿Y en qué consiste el desafío? En tener confianza. Alguien tiene que abrirnos los ojos y los oídos para ayudarnos a descubrir qué hay más allá de nuestra percepción. Alguien debe hacer arder nuestros corazones (H. J. M. Nouwen, La forza della sua presenza, Brescia 1997, pp. 31-35, passim).

 

Día 27

Lunes de la tercera semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 6, 8-15

En aquellos días,

8 Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes signos y prodigios en medio del pueblo.

9 Algunos de la sinagoga llamada «de los libertos», a la que pertenecían cirenenses y alejandrinos, y algunos de Cilicia y de la provincia de Asia se pusieron a discutir con él,

10 pero al no poder resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba,

11 sobornaron a unos hombres para que dijeran: - Hemos oído a éste blasfemar contra Moisés y contra Dios.

12 De este modo, amotinaron al pueblo, a los ancianos y a los maestros de la Ley. Luego salieron a su encuentro, lo apresaron y lo llevaron al Sanedrín

13 y presentaron testigos falsos, que decían: - Este hombre no cesa de hablar contra el templo y contra la Ley.

14 Le hemos oído decir que ese Jesús Nazareno destruirá este lugar santo y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés.

15 Todos los que estaban en el Sanedrín fijaron sus ojos en él, y les pareció que su rostro era como el de un ángel.

 

**• Entra Esteban en escena. Se le presenta con las mismas características que los apóstoles: «Lleno de gracia y de poder, hacia grandes signos y prodigios». Las palabras de Esteban están unidas a la «sabiduría» y al Espíritu»: Esteban, como los apóstoles, está completamente inmerso en el plan de Dios, lo conoce, recibe la fuerza del Espíritu para atestiguarlo y anunciarlo. Posee una personalidad humana de gran relieve y de espesor «espiritual». Su predicación provoca de inmediato un conflicto y, paradójicamente, con los judíos más abiertos. Lucas alude a la sinagoga llamada «de los libertos», es decir, los descendientes de aquellos que, llevados a Roma como esclavos por Pompeyo (63 a. C), habían sido liberados y se habían instalado en un barrio de la ciudad. En torno a ellos se reunían, probablemente, judíos de diferente procedencia. Pues bien, también para ellos era la predicación de Esteban demasiado radical: Esteban ataca al templo y las tradiciones mosaicas.

En consecuencia, las acusaciones que se le dirigen no carecen de fundamento por completo. Los ojos que se fijan en él con hostilidad están obligados a vislumbrar en ellos, no obstante, un esplendor particular, el de un ángel que expresa la presencia de Dios, algo semejante al rostro de Moisés cuando bajó, resplandeciente, del Sinaí tras haber encontrado a Dios. Lucas presenta otro rasgo de Esteban: es un testigo escogido por Dios para dar a conocer su voluntad.

 

Evangelio: Juan 6, 22-29

22 Al día siguiente, la gente continuaba al otro lado del lago. Se habían dado cuenta de que allí solamente había una barca y sabían que Jesús no había embarcado en ella con sus discípulos, sino que éstos habían partido solos.

23 Otras barcas llegaron de Tiberíades, y atracaron cerca del lugar donde la gente había comido el pan después que el Señor había dado gracias a Dios.

24 Cuando se dieron cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús.

25 Lo encontraron al otro lado y le dijeron: - Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?

26 Jesús les contestó: - Os aseguro que no me buscáis por los signos que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros.

27 Esforzaos no por conseguir el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna. Este alimento os lo dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, lo ha acreditado con su sello.

28 Entonces ellos le preguntaron: - ¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?

29 Jesús respondió: - Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que él ha enviado.

 

**• Tras la multiplicación de los panes, alude el evangelista a la búsqueda de Jesús por parte de la muchedumbre. Lo encuentran en Cafarnaún y le dirigen al Maestro una pregunta sólo para satisfacer su propia curiosidad: «Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?» (v. 25).

Jesús no responde la pregunta, sino que revela más bien a la muchedumbre las verdaderas intenciones que la han impulsado a buscarlo, y con ello desenmascara la mentalidad demasiado material de las personas (v. 26).

En realidad, toda esa gente sigue a Jesús por el pan material, sin comprender el signo realizado por el Profeta. Buscan más las ventajas materiales y pasajeras que las ocasiones de responder y de amar.

Ante esta ceguera espiritual, Jesús proclama la diferencia entre el pan material y corruptible y «el permanente, el que da la vida eterna» (v. 27). Jesús invita a la gente a superar el estrecho horizonte en que vive y a pasar al de la fe y al del Espíritu, al que sólo su persona (la de Jesús) les puede introducir. Él posee el sello de Dios, que es el Espíritu y el dinamismo divino del amor.

Los interlocutores de Jesús le preguntan ahora: «¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?» (v. 28).

Una nueva equivocación. La muchedumbre piensa que Dios exige la observación de nuevos preceptos y de otras obras. Pero lo que Jesús exige de ellos es una sola cosa: la adhesión al plan de Dios, a saber: «Que creáis en aquel que él ha enviado» (v. 29). Sólo tienen que cumplir una sola cosa: dejarse implicar por Dios y adherirse con fe a la persona de Jesús. Es la apertura a la fe lo que ofrece un pan inagotable y lo que da la vida para siempre al hombre que acepta ser liberado de las tinieblas.

 

MEDITATIO

Esteban es el primer apóstol de los helenistas. Suyo fue el primer intento de inculturación, constituido por un decidido distanciamiento respecto al judaísmo tradicional. Pero no consiguió su objetivo en algunos de los suyos. También hay conservadores entre los procedentes de la diáspora, quizás incluso más que entre los propios judíos palestinenses. Probablemente se debiera a la necesidad de defender su propia identidad. La primera aproximación al mundo judío de lengua y cultura griega es rechazada también por los notables.

Esteban sigue así el destino de Jesús: es rechazado. Al parecer, el precio que hay que pagar para abrir nuevos caminos es ser incomprendido, malentendido, rechazado, calumniado y condenado. Sin embargo, también es verdad que del martirio de Esteban proceden frutos muy copiosos precisamente a partir de los griegos: y no sólo de los judíos de lengua griega, sino de toda la cultura griega.

Esteban es un provocador, y, por eso, se mete él mismo en el camino del martirio, como sucede en toda sociedad intolerante. Ahora bien, su provocación procede de una sabiduría superior, es fruto de una peculiar comprensión del plan de Dios. Este plan preveía que el Evangelio fuera anunciado no sólo en Jerusalén, sino «hasta los confines de la tierra». El Espíritu se sirve del carácter entusiasta y «belicoso» de Esteban para agitar el ambiente: Esteban pierde, pero la causa del Evangelio recorrerá el mundo.

 

ORATIO

Señor, tenemos necesidad de testigos animosos como Esteban. Tenemos necesidad de anunciadores «imprudentes» como él, que agitan a los adversarios y a los amigos, dentro y fuera de nuestros círculos. Tenemos necesidad de profetas «incómodos», como se decía hace algunos años, para difundir la Buena Nueva. Tenemos necesidad de hombres y mujeres que no tengan miedo de hacer frente a las incomprensiones y los malentendidos a causa de tu nombre. Tenemos necesidad de personas que sean capaces de recorrer nuevos caminos y no tengan miedo a no ser comprendidos por esos mismos por quienes se comprometen y se dejan la piel.

Señor, danos estos testigos fuertes y animosos. Señor, no permitas que nos ceguemos hasta el punto de no comprenderlos e incluso aislarlos, calumniarlos, contribuyendo con nuestra incomprensión a marginarlos y -¡no lo permitas, Señor!- a condenarlos.

 

CONTEMPLATIO

La Iglesia tiene a gala, y es mandamiento del Salvador, que no pensemos sólo en nosotros mismos, sino también en el prójimo. Considera la dignidad a la que se eleva el que se toma seriamente a pecho la salvación de su hermano. Este hombre, en la medida en que ello es posible al hombre, imita al mismo Dios. En efecto, escucha lo que nos dice por boca de su profeta: «Quien liana de un injusto un justo, será como mi boca». A saber: quien se aplica a salvar a su hermano caído en la negligencia e intenta arrancarlo del lazo del diablo, ni cuanto es posible al hombre, imita a Dios.

¿Existe acaso alguna acción que pueda compararse a ésta? Ésta es la más grande entre todas las obras buenas. Es la cumbre de toda virtud. Y es natural que así sea. Porque si Cristo derramó su sangre por nuestra salvación, ¿no es justo que cada uno de nosotros ofrezca, por lo menos, el aliento de su palabra y eche una mano a quien por negligencia ha caído en los lazos del diablo? (Juan Crisóstomo, Catequesis bautismal, VI, 18-20).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tus mandatos son mi delicia» (cf. Sal 118,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Debemos dar un tono de valentía a nuestra vida cristiana, tanto a la privada como a la pública, para no convertirnos en seres insignificantes en el plano espiritual e incluso en cómplices del hundimiento general. ¿Acaso no buscamos, de manera ilegítima, en nuestra libertad personal, un pretexto para dejarnos imponer por los otros el yugo de opiniones inaceptables?

        Sólo son libres los seres que se mueven por sí mismos, nos dice santo Tomás. Lo único que nos ata interiormente, de manera legítima, es la verdad. Esta hará de nosotros hombres libres (cf. Jn 8,32). La actual tendencia a suprimir todo esfuerzo moral y personal no presagia, por consiguiente, un auténtico progreso verdaderamente humano. La cruz se yergue siempre ante nosotros. Y nos llama al vigor moral, a la fuerza del espíritu, al sacrificio (cf. Jn 1 2,25) que nos hace semejantes a Cristo y puede salvarnos tanto a nosotros como al mundo (Pablo VI, Audiencia general del 21 de marzo de 1975).

 

Día 28

Martes de la tercera semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 7, 51-8,1a

En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas:

51 Vosotros, hombres testarudos, obstinados y sordos, siempre os habéis resistido al Espíritu Santo. Eso hicieron vuestros antepasados, y lo mismo hacéis vosotros.

52 ¿A qué profeta no persiguieron vuestros antepasados? Ellos mataron a los que predijeron la venida del Justo, a quien vosotros acabáis de traicionar y asesinar.

53 Vosotros recibisteis la Ley por mediación de ángeles, pero no la habéis cumplido.

54 Al oír esto, se recomían de rabia en su corazón y rechinaban los dientes contra él.

55 Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, mirando fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios

56 y exclamó: - Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.

57 Ellos, dando grandes gritos, se taparon los oídos y se arrojaron a una sobre él.

58 Lo echaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo.

59 Mientras lo apedreaban, Esteban oraba así: - Señor Jesús, recibe mi espíritu.

60 Luego cayó de rodillas y gritó con voz fuerte: - Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y dicho esto, expiró.

61 Saulo estaba allí y aprobaba este asesinato.

 

**• Primer cuadro: recoge la parte conclusiva del discurso de Esteban, un discurso durísimo. En él lee la historia de Israel como la historia de un pueblo de dura cerviz, de corazón y de oídos incircuncisos, siempre opuestos al Espíritu Santo. Mientras Pedro intenta excusar de algún modo en sus discursos a sus interlocutores, casi maravillándose del error fatal de la condena a muerte de Jesús, Esteban afirma, en sustancia, que no podían dejar de condenar a Jesús, dado que siempre han perseguido a los profetas enviados por Dios. Se trata de una lectura extremadamente negativa de toda la historia de Israel. Una lectura que no podía dejar de suscitar una reacción violenta.

Segundo cuadro: el martirio de Esteban. Éste, frente al furor de la asamblea, que está fuera de sí, aparece ahora situado mucho más allá y muy por encima de todo y de todos, en un lugar donde contempla la gloria de Dios y a Jesús, resucitado, de pie a la derecha del Padre. El primer mártir se dirige sereno al encuentro con la muerte, gozando del fruto de la muerte solitaria de Jesús. Éste, ahora Señor glorioso, anima a sus testigos mostrando «los cielos abiertos», que se ofrecen como la meta gloriosa, ahora próxima.

Muere sereno y tranquilo, confiando su espíritu al Señor Jesús, del mismo modo que éste lo había confiado al Padre. La lapidación, que tenía lugar fuera de la ciudad, era la suerte reservada a los blasfemos: Esteban no tiene miedo de proclamar la divinidad de Jesús y, en este clima enardecido, debe morir. Saulo, el que habría de proseguir la obra innovadora de Esteban, extendiéndola a los paganos, resulta que está de acuerdo con este asesinato.

 

Evangelio: Juan 6,30-35

En aquel tiempo,

30 replicó a Jesús la muchedumbre: - ¿Qué señal puedes ofrecernos para que, al verla, te creamos? ¿Cuál es tu obra?

31 Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo.

32 Jesús les respondió: - Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo.

33 El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo.

34 Entonces le dijeron: - Señor, danos siempre de ese pan.

35 Jesús les contestó: - Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.

 

*• La muchedumbre, a pesar de las variadas pruebas dadas por Jesús en el fragmento anterior, no se muestra satisfecha aún ni con sus signos ni con sus palabras, y pide más garantías para poder creerle (v. 30). El milagro de los panes no es suficiente; quieren un signo particular y más estrepitoso que todos los que ha hecho ya. La muchedumbre y Jesús tienen una concepción diferente del «signo». El Maestro exige una fe sin condiciones en su obra; las muchedumbres, en cambio, fundamentan su fe en milagros extraordinarios que han de ver con sus propios ojos.

Nos encontramos aquí frente a un texto que manifiesta una viva controversia, surgida en tiempos del evangelista, entre la Sinagoga y la Iglesia en torno a la misión de Jesús. Éste no se dejó llevar por sueños humanos ni se hizo fuerte en los milagros, sino que buscó sólo la voluntad del Padre. La muchedumbre quiere el nuevo milagro del maná (cf. Sal 78,24) para reconocer al verdadero profeta escatológico de los tiempos mesiánicos. Pero Jesús, en realidad, les da el verdadero maná, porque su alimento es muy superior al que comieron los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Ahora bien, sólo quien tiene fe puede recibirla como don. El verdadero alimento no está en el don de Moisés ni en la Ley, como pensaban los interlocutores de Jesús, sino en el don del Hijo que el Padre regala a los hombres, porque él c. el verdadero «pan de Dios que viene del cielo» (v. 33).

En un determinado momento, la muchedumbre da la impresión de haber comprendido: «Señor, danos siempre de ese pan» (v. 34). Pero la verdad es que la gente no comprende el valor de lo que piden y anda lejos de la verdadera fe. Entonces Jesús, excluyendo cualquier equívoco, precisa: «Yo soy el pan de vida, el que viene a mí no volverá a tener hambre» (v. 35). Él es el don del amor, hecho por el Padre a cada hombre. Él es la Palabra que debemos creer. Quien se adhiere a él da sentido a su propia vida y alcanza su propia felicidad.

 

MEDITATIO

Esteban tiene el encanto del testimonio valiente e intrépido, un testimonio que desafía a los adversarios, que no les halaga, .que no intenta defenderse, sino que proclama con una lucidez impresionante su propia fe. Tampoco usa -y lo hace adrede- ni pizca de diplomacia.

Es posible que quiera despertar y agitar a la misma comunidad cristiana, que, atemorizada por las primeras persecuciones, corría el riesgo de convertirse en una secta judía por amor a la vida tranquila o, al menos, por la necesidad de sobrevivir. Esteban ve también el peligro que supone para la joven comunidad cristiana mirar más al pasado que al futuro, el peligro que supone una Iglesia más preocupada por la continuidad con la tradición que por la novedad cristiana.

El diácono aparece presentado como alguien que ha comprendido a fondo el alcance de la novedad cristiana, la ruptura que implicaba la fe en Cristo con respecto a cierta tradición fosilizada, la necesidad de no dejarse apresar por compromisos de ningún tipo. Por algo será Saulo su continuador en la afirmación de la «diversidad» cristiana, en la acentuación de las peculiaridades de la nueva fe, en el correr los riesgos que traía consigo la ruptura con el pasado. Esteban no está dispuesto a transigir ni a bajar a compromisos... Su sacudida ha resultado beneficiosa, incluso por encima de lo necesario.

No se vive sólo de mediaciones, sino que, especialmente en determinados momentos decisivos, se hacen necesarias las posiciones claras. Esteban es el prototipo de la parresía cristiana, siempre necesaria, incluso para evitar los riesgos del concordismo.

 

ORATIO

Señor mío, cuánto me turba hoy Esteban. ¿Cómo es que hoy me parece excesivo, exagerado, desmesurado?

¿No será que soy yo demasiado moderado, mesurado, equilibrado? Debo confesártelo: ya no estoy tan acostumbrado a ver tamaña seguridad y capacidad de desafío.

Por eso debo pedirte hoy que me concedas un suplemento de tu Espíritu, para que comprenda la figura de Esteban, para que también yo pueda tener al menos un poco de su valentía para proclamarte como mi Señor, para no tener miedo de decir, en voz alta, que mis opciones están apoyadas por los «cielos abiertos» y por el hecho de que te contemplo como el Resucitado, glorioso a la diestra del Padre. Para tener el atrevimiento de desafiar a los que querrían borrar las huellas de tu presencia, para tener la luz que necesita una lectura de la historia y de los acontecimientos humanos de un modo no convencional.

Señor, qué tímida es mi fe cuando la comparo con la de Esteban. Qué frágil es mi caminar. Cuántas veces siento la tentación de acusar de intransigencia cualquier actitud de firmeza. Ayúdame a no quedarme prisionero de mi vivir tranquilo. Ayúdame a discernir. Ayúdame a no desertar de la tarea de ser tu testigo.

 

CONTEMPLATIO

Son los cielos abiertos los que iluminan mi camino. Mirando estos cielos luminosos es como tengo valor para atravesar las tinieblas, para no dejarme atemorizar por el vocerío, para no dejarme intimidar por el altísimo griterío del mundo; para no dejar caer los brazos frente a quien «se tapa los oídos» para no escucharme; para no desistir cuando todos se precipitan en contra de mí. Esos cielos abiertos son mi meta y mi gozo. Sé que debo atravesar la aspereza y la oscuridad para llegar a ellos. Debo mantenerlos de manera constante ante mis ojos: cielos abiertos, cielos acogedores, cielos habitados, cielos patria del Resucitado y de los resucitados, mis cielos.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Veo los cielos abiertos» (Hch 7,56).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Edith Stein, enviada al campo de concentración, escribía en agosto de 1942: «Soy feliz por todo. Sólo podemos dar nuestra aquiescencia a la ciencia de la cruz experimentándola hasta el final. Repito en mi corazón: «Ave crux, spes única (Salve, oh cruz, única esperanza)».

Y leemos en su testamento: «Desde ahora acepto la muerte que Dios ha predispuesto para mí, en aceptación perfecta de su santísima voluntad, con alegría. Pido al Señor que acepte mi vida y mi muerte para su gloria y alabanza, por todas las necesidades de la Iglesia, para que el Señor sea aceptado por los suyos y para que venga su Reino con gloria, para la salvación de Alemania y por la paz del mundo. Y, por último, también por mis parientes, vivos y difuntos, y por todos aquellos que Dios me ha dado: que ninguno se pierda».

Edith estaba preparada: «Dios hacía pesar de nuevo su mano sobre su pueblo: el destino de mi pueblo era el mío».

 

Día 29

29 de mayo, conmemoración de

Santa Catalina de Siena

 

 Fue canonizada por Pío II en el año 1461 y proclamada patrona de Italia, junto con san Francisco, por Pío XII en 1939. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia en 1970, y Juan Pablo II, copatrona de Europa en 1999.

Su vida duró sólo treinta y tres años: en 1347 nació en Siena y en 1380 murió en Roma. A los seis años tuvo la primera visión, a los siete hizo el voto de virginidad y a los dieciséis tuvo lugar su consagración en la tercera orden de santo Domingo. La vemos como misionera de la redención, capaz de componer bandos opuestos, de emprender largos viajes, de atraer ejércitos de discípulos, de escribir a una multitud de personas de Italia y de Europa, de hacer volver al Papa a Roma, de defender el pontificado en el gran cisma de Occidente, de adentrarse en los asuntos sagrados y políticos de la Iglesia de su tiempo, de ingeniárselas para la mejora de las costumbres y para la asistencia a enfermos y presos.

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 1,5-2,2

Queridos:

5 Éste es el mensaje que le oímos y os anunciamos: Dios es luz y no hay en él tiniebla alguna.

6 Si decimos que estamos en comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad.

7 Pero si caminamos en la luz como él, que está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado.

8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.

9 Si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es justo y fiel, perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda iniquidad.

10 Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros.

2,1 Hijos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo, el Justo.

2 Él ha muerto por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero.

 

**• Juan aborda la realidad de luz de Dios con un estilo y una opción humana de vida: «caminar en la luz».

Decir que Dios es luz no significa afirmar que nosotros le veamos: «Nadie puede ver sus propios ojos, porque ve precisamente a través de ellos, y Dios es la luz mediante la cual nos vemos: vemos no un "objeto" claramente perfilado llamado Dios, sino cualquier otra cosa en el Uno invisible» (Thomas Merton). Dios es luz en el sentido de que nos ilumina a nosotros, de que nos da esa claridad que necesitamos para discernir su designio sobre nosotros y para encontrar el camino que nos conduce a través de nuestra historia cotidiana.

A continuación, Juan especifica en qué consiste «caminar en la luz»: consiste en practicar la verdad, en estar en comunión con los otros, en dejarse purificar por la sangre de Cristo. La práctica de la verdad es, a su vez, el presupuesto para vivir la comunión fraterna, prueba de la verdadera comunión con Dios.

Ambas comuniones, la horizontal y la vertical, se cruzan: una se convierte en verificación de la autenticidad de la otra. Ambas se mantienen o caen juntas. Por último, premisa y consecuencia, al mismo tiempo, del caminar por la vía de la luz y de la verdad es la actitud frente a nuestra propia condición de pecadores, necesitados de la salvación, que sólo puede venir de la sangre de Cristo.

 

Evangelio: Mt 11,25-30

25 En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.

26 Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.

27 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

28 «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.

29 Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; " y hallaréis descanso para vuestras almas. "

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios nos invita a detenernos con la mente y con el corazón en el tema de la vida como un caminar incesante al encuentro con Cristo, andando por el sendero de la luz y de la verdad, con corazón humilde, vigilante y confiado. Hoy es la fiesta de santa Catalina de Siena, y nos viene de manera espontánea «volver a escuchar» de ella, de toda la tensión de su vida, la Palabra de esta liturgia.

La vigilancia de santa Catalina nació de un corazón enamorado e iluminado, totalmente inclinado a la persona de Cristo. Esta tensión y atención proporcionan una mirada interior (como la descrita en Sab 7,22ss) capaz de leer e intervenir en el hoy de la historia bajo la guía de la Palabra de Dios. ¿Acaso no era así la sabia mirada de santa Catalina? Así reconocemos también en ella la obra de la vigilancia que nos hace resistentes y responsables, o sea, capaces de combatir contra las seducciones del mundo y solícitos en el ocuparnos de los otros.

La vigilancia, además, nos hace anclar nuestra propia fe en Cristo muerto y resucitado y, precisamente por eso, nos hace capaces de recibir e irradiar la luz.

Hoy nos complace detenernos ante santa Catalina, reconocer en ella a aquella «hija de la luz» de la que nos habla la Escritura y dejarnos irradiar por aquella luz suya a fin de que «al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16). Nos complace mirarla en su incansable ir al encuentro de la Iglesia y de Cristo, para dejarnos atrapar en este movimiento suyo. Al mirarla, parece repetirnos ella misma,

casi como una invitación y una consigna, las palabras de la liturgia: «¡Salgárnosle al encuentro!... ¡Vigilemos!».

 

ORATIO

¡Oh Deidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza divina diste tanto valor a la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que siempre queda hambrienta y sedienta de ti,

Trinidad eterna, con el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz.

Con la luz de la inteligencia gusté y vi en tu luz tu abismo, eterna Trinidad, y la hermosura de tu criatura, pues, revistiéndome yo misma de ti, vi que sería imagen tuya, ya que tú, Padre eterno, me haces partícipe de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo unigénito. Y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la voluntad que me hace capaz para el amor.

Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura.

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin consumir; tú eres el que consumes con tu calor los amores egoístas del alma. Tú eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu luz, en la que me has hecho conocer tu verdad.

En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría, pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.

Tú, el vestido que cubre mi desnudez; tú nos alimentas a nosotros, que estábamos hambrientos, con tu dulzura, tú, que eres la dulzura sin amargor, ¡oh Trinidad eterna! (Catalina de Siena, Diálogo sobre la divina providencia, cap. 167).

 

CONTEMPLATIO

Si quieres ser verdadera esposa de Cristo, te conviene tener la lámpara, el aceite y la luz [...]. Por la lámpara se entiende el corazón, que debe asemejarse a una lámpara.

Ves que la lámpara es ancha por arriba y estrecha por abajo: y así está hecho nuestro corazón, para significar que debemos tenerlo siempre ancho por arriba, mediante los santos pensamientos, las santas imaginaciones y la oración continua [...]. Así también nuestro corazón debe ser estrecho para estas cosas terrenas, no deseándolas ni amándolas de una manera desordenada, ni apeteciéndolas en mayor cantidad de la que Dios nos quiera dar; pero siempre debemos darle gracias, admirando cómo nos provee suavemente de ellas, de suerte que nunca nos falte nada [...].

Y, sin embargo, haz de modo que la lámpara se mantenga bien derecha; en efecto, cuando la mano del santo temor mantiene la lámpara del corazón derecha y bien llena de aceite, ésta se encuentra bien, pero cuando se encuentra en manos del temor servil, éste le da la vuelta de arriba abajo y la empuja a servir y a amar por el propio deleite y no por amor a Dios. Dándole la vuelta a la lámpara se ahoga la llama y se derrama el aceite, de suerte que el corazón se queda sin el aceite de la verdadera humildad [...]. Pero piensa [...] que no bastaría la lámpara si no tuviera aceite dentro. Y por el aceite se entiende esa dulce pequeña virtud de la profunda humildad.

Conviene, en efecto, que la esposa de Cristo sea humilde, mansa y paciente; y será tan humilde como paciente, y tan paciente como humilde. Ahora bien, no podremos llegar a esta virtud de la humildad sin un verdadero conocimiento de nosotros mismos, esto es, conociendo nuestra miseria y nuestra fragilidad [...].

Por último, es necesario que la lámpara esté encendida y arda en ella la llama: de otro modo, no bastaría para hacernos ver. Esta llama es la luz de la santísima fe. Me refiero a la fe viva, porque dicen los santos que la fe sin obras está muerta. Por eso es necesario que nos ejercitemos continuamente en las virtudes, abandonando nuestras niñerías y vanidades...; de este modo, tendremos la lámpara, el aceite y la llama (Catalina de Siena, «Lettere» 23, 79, passim, en V. Menconi, S. Caterina da Siena e i pastori della Chiesa, Roma 1987, pp. 146-148).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y ora hoy con santa Catalina: «Abierta la puerta, encontrarás al esposo eterno que te acogerá en sí mismo y participarás de su belleza y de su bondad» (Carta 360).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La parábola [de las vírgenes] nos enseña que no se puede obtener la santidad con ofrendas negativas: no comiendo, no bebiendo, no enriqueciéndose. No es suficiente esto para encontrar en la noche del mundo, en la noche de la historia humana, la Luz eterna, Cristo. Es preciso tener aceite: una caridad a toda prueba hacia todas las personas, en todo momento, con orden, sensatez, pero de manera absoluta. Y éste es el mensaje de Cristo, de la Iglesia, de la revelación, de los santos.

Carísimos, a la cristiandad no le faltan vírgenes con inmensas lámparas sin aceite. La Iglesia, sin embargo, camina con las lámparas de las vírgenes prudentes. En los momentos de tinieblas, de calamidades, de torpor general de la cristiandad y de la humanidad, las vírgenes como santa Catalina de Siena, con su ofrenda, con su sensatez, con su amor trascendente, iluminan también el camino a las otras vírgenes, dándoles ejemplo a fin de que compren el aceite mientras aún es de día [...].

Al meditar sobre santa Catalina, entramos en la realidad más profunda del cristianismo, que incluye tanto la palabra pronunciada como la vida escondida que se ofrece al Señor. El cristianismo implica actos sacramentales exteriores que tienen su valor, incluso cuando son realizados por almas que no tienen el deseo de ver el rostro del Señor, de arrodillarse y de llorar de alegría; pero el verdadero cristianismo es vivido por almas raras como santa Catalina, que amó con todo su ser (P. Theodosios [Maria della Croce], Le profonditá sacre della Parola di Dios, Roma 1996, pp. 188-191, passim).

 

Día 30

Jueves de la tercera semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 8,26-40

En aquel tiempo,

26 el ángel del Señor dijo a Felipe: - Ponte en marcha hacia el sur por el camino que va desde Jerusalén a Gaza por el desierto.

27 Él se puso en marcha y se encontró con un etíope, hombre de confianza y ministro de Candace, reina de los etíopes, y encargado de todos sus tesoros. Había ido a Jerusalén a cumplir sus deberes religiosos

28 y regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías.

29 El Espíritu dijo a Felipe: - Adelántate y ponte junto a ese carro.

30 Felipe fue corriendo y, al oírle leer al profeta Isaías, le dijo: - ¿Entiendes lo que estás leyendo?

31 Él respondió: - ¿Cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica? Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él.

32 El pasaje que leía era éste:

Como oveja fue llevado al matadero;

como cordero, mudo ante el esquilador,

tampoco él abrió su boca.

33 Por ser humilde no se le hizo justicia.

Nadie hablará de su descendencia,

porque ha sido arrancado de la tierra.

34 El etíope preguntó a Felipe: - Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta, ¿de sí mismo o de algún otro?

35 Felipe tomó la palabra y, partiendo de este pasaje de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús.

36 Siguieron su camino y llegaron a un lugar donde había agua. Entonces el etíope dijo: - Aquí hay agua. ¿Hay algún impedimento para que me bautices?

38 Acto seguido, el etíope mandó detener el carro, ambos bajaron al agua y Felipe lo bautizó.

39 Después de subir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El etíope no lo volvió a ver, pero continuó alegre su camino.

40 Por su parte, Felipe fue a parar a Asdod y, partiendo de allí, fue anunciando la Buena Noticia en todas las ciudades por las que fue pasando hasta llegar a Cesárea.

 

*» Lucas prosigue su esmerada presentación de la difusión del Evangelio a grupos cada vez más alejados del judaísmo oficial. Tras los samaritanos nos encontramos con un representante de la diáspora, probablemente alguien que no era judío desde el punto de vista étnico y que, sin embargo, formaba parte de la comunidad judía en calidad de «prosélito». Se trata de un etíope; por consiguiente, viene de lejos y llevará lejos el Evangelio. Es un eunuco, alguien que, para el Deuteronomio, no puede ser admitido en la comunidad del Señor, aunque para Isaías ya no será excluido. Es un personaje influyente y rico, puesto que dispone de medios para realizar un largo viaje con todo su equipamiento y cuenta con la posibilidad de disponer de un costoso rollo manuscrito de la Biblia.

A este personaje le envía Dios a Felipe a través de su ángel, y por medio del Espíritu le guía hacia la obra que debe llevar a cabo. La ocasión se la brinda la Sagrada Escritura, mientras que la mediación es apostólica. A partir de la profecía de Isaías sobre el Siervo de YHWH lleva a cabo Felipe su misión salvífica de predicador del Evangelio, abriendo los ojos a la inteligencia plena de la Escritura.

El eunuco plantea con claridad la gran pregunta de siempre desde los orígenes: «Te ruego que me climas de quién dice esto el profeta, ¿de sí mismo o de algún otro?». Con la mediación eclesial y con la gracia de Dios es posible disipar la duda de quien, pensativa aunque sinceramente, va buscando la verdad. Al don de la fe le sigue el bautismo, y de ambos brota la salvación.

 

Evangelio: Juan 6,44-52

En aquel tiempo, dijo Jesús a las muchedumbres:

44 - Nadie puede venir a mí si el Padre, que me envió, no se lo concede; y yo lo resucitaré el último día.

45 Está escrito en los profetas: Y serán todos instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.

46 Esto no significa que alguien haya visto al Padre. Solamente aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre.

47 Os aseguro que el que cree tiene vida eterna.

48 Yo soy el pan de la vida.

49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. 50 Éste es el pan del cielo, y ha bajado para que quien lo coma no muera.

51 Jesús añadió: - Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.

 

**• Las anteriores revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de vida» (v. 35) y «Yo he bajado del cielo» (v. 38)- habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que murmura y se vuelve hostil. Resulta demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerlo como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una inútil discusión con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre la dureza de su corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.

La primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de Dios por la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios (v. 45a). Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es escuchar al Padre (v. 45b). De la enseñanza interior del Padre y de la vida de Jesús es de donde brota la fe obediente del creyente en la Palabra del Padre y del Hijo.

Escuchar a Jesús significa ser enseñados por el Padre mismo. Con la venida de Jesús queda abierta la salvación a todo el mundo; ahora bien, la condición esencial que se requiere es dejarse atraer por él, escuchando con docilidad la Palabra de vida. Aquí es donde el evangelista precisa la relación entre la fe y la vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «quien come» de Jesús-pan no muere. Jesús, pan de vida, dará la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien, en la fe, interioriza su Palabra y asimila su vida.

 

MEDITATIO

La evangelización es, por encima de todo, obra divina, misteriosa, prodigiosa, por sus inicios y por sus éxitos imprevisibles. En el fragmento de Hechos de los Apóstoles que hemos leído, por ejemplo, nos encontramos muy lejos de una acción humana planificada. Es Dios quien tiene su plan, un plan que nosotros hemos de secundar. Felipe recibe la orden de ir por un camino que cruza por el desierto, a pleno sol, precisamente hacia el sur. A decir verdad, no parece una buena premisa para la evangelización. Pero es aquí donde Dios ha predispuesto un encuentro importante. De él ha hecho partir la tradición la evangelización de África. Lo que parece decisivo aquí es la disponibilidad de Felipe, su impulso evangelizador que no deja perder ninguna ocasión; su capacidad para interpretar la Escritura. Con otras palabras: su convencida entrega a la causa del Evangelio y a su «preparación». El resto lo ha hecho el Espíritu, que hizo posible el encuentro y favoreció el acercamiento misionero.

Quizás nos preguntamos hoy, con excesiva frecuencia, por el futuro de la misión, cuando, en realidad, deberíamos preguntarnos por nuestra calidad de evangelizadores, por nuestra disponibilidad para ir a alguno de los muchos «desiertos» de la ciudad secular, precisamente a los sitios donde parece inútil ir, porque son áridos, lugares posiblemente desesperados. Sin embargo, es posible que sea en alguno de estos lugares desiertos donde puedan tener lugar encuentros decisivos. Depende del corazón ardiente del evangelizador, depende de su capacidad para intuir la pregunta religiosa, una pregunta que asume, a veces, una forma extraña. En cualquier lugar, incluso en el más improbable, es posible encontrar una pregunta y una inquietud a las que dar una respuesta, a veces rechazada, y en alguna ocasión acogida como liberadora.

 

ORATIO

Te pido, Señor, tener más confianza en tu Evangelio.

Recuerdo haber sido abucheado o ridiculizado o hecho callar demasiadas veces cuando hablaba de ti como respuesta a los problemas de nuestro tiempo: quizás por eso me he vuelto demasiado cauto, casi me he retirado y ya no me atrevo a hablar de un modo tan abierto de ti, a no ser en los lugares donde pienso que seré escuchado. Ciertamente, me he procurado óptimos motivos para obrar así: es necesario «respetar» los tiempos de maduración y las opciones de los otros, no debemos ser «fanáticos», no debemos «forzar» las cosas y los tiempos; pero el hecho cierto es que cada vez hablo menos  de ti. ¡Cuántas ocasiones he perdido para iluminar a corazones inquietos, cuántas situaciones potencialmente abiertas a tu Palabra se me han escapado!

Es posible que tú, Señor, me hayas llevado desde la excesiva seguridad a la desconcertante incertidumbre para traerme a este momento, en el que me siento un humilde servidor de la Palabra, consciente de que no soy yo quien decido las conversiones, sino de que eres tú el dueño de la mies, y de que yo debería estar, como Felipe, sólo dispuesto a introducir en la comprensión de tus caminos.

Gracias, Señor, por haberme indicado este camino.

 

CONTEMPLATIO

La vida de los predicadores resuena y arde. Resuena con la Palabra y arde con el deseo. Del bronce incandescente se desprenden chispas, porque de sus exhortaciones salen palabras encendidas que llegan a los oídos de quienes las escuchan. Las palabras de los predicadores reciben justamente el nombre de «chispas» porque encienden el corazón de aquellos con quienes tropiezan. Hemos de señalar que las chispas son muy sutiles y delicadas.

En efecto, cuando los predicadores hablan de la patria celestial, más que abrir los corazones con las palabras, los hacen arder de deseo. De sus lenguas llegan a nosotros algo así como chispas, puesto que a partir de su voz apenas se puede conocer levemente algo de la patria celestial, aunque ellos no la aman precisamente de una manera leve.

Sin embargo, la divina voluntad hace, ciertamente, que estas menudísimas chispas enciendan una llama en el corazón de quien escucha. Y es que hay algunos que con sólo escuchar unas pocas palabras se llenan de un gran deseo y les basta con las chispas muy tenues de algunas palabras para hacerlos arder con un purísimo amor a Dios (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, i, 3,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, dame un corazón de evangelizador».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si el siglo XXI se convierte, será a través de una mirada nueva, por medio de la mirada mística, que tiene la propiedad de ver las cosas, por primera vez, de una manera inédita.

Cuando el ser humano se dé cuenta de que está amenazado en su esencia por la cocina infernal de los aprendices de brujos; en su vida, por el peligro mortal de la polución, sin hablar de la polución moral que acabará por darle miedo, quizás experimente entonces la necesidad de ser salvado; y este instinto de salvación es posible que le lleve a buscar en otra parte, muy lejos de los discursos inoperantes de la política o del murmullo de una cultura exangüe, la razón primera de lo que es él. Ahora bien, no la encontrará más que a través del rejuvenecimiento integral de su inteligencia por medio de la contemplación, del silencio, de la atención más extrema y, para decirlo con una sola palabra, de la mística, que no es otra cosa que el conocimiento experimental de Dios (A. Frossard).