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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-
1 de enero: Santa María, Madre de Dios LECTIO Primera lectura: Números 6,22-27 22 El Señor dijo a Moisés: 23 -Di a Aarón y a sus hijos: Así bendeciréis a los israelitas: 24 El Señor te bendiga y te guarde; 25 el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; 26 el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz. 27 Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.
** El primer día del año civil la Iglesia celebra la fiesta de María, Madre de Dios, y, a pesar de que las lecturas bíblicas, además de concentrarse sobre María, ponen de relieve a su Hijo y su nombre, lo cual, lejos de reducir la función de María en la vida de la Iglesia, la subrayan justamente al colocarla como madre junto al Hijo. Esta lectura recuerda la antigua bendición que los sacerdotes impartían al pueblo la víspera de las solemnidades litúrgicas, especialmente en la fiesta del año nuevo. Bendecir al pueblo era prerrogativa del rey (cf. 2 Sm 6,18; 1 Re 8,14-55) y del sacerdote (cf. Dt 10,8; 21,5), que actuaban en nombre de Dios. La fórmula recuerda los favores que Dios concederá al pueblo que está en su presencia. Particularmente significativos son los dos términos que abren y cierran la fórmula: bendición («te bendiga»: v. 4) y paz («te conceda la paz»: v. 26). El primero indica la acción de Dios hacia el pueblo, que es benevolencia, protección y favor (cf. Sal 4,7; 31,17) y significa invocar sobre ellos su nombre (v. 27), para que el Señor sea fuente de salvación. El segundo indica el contenido de los dones de Dios, y se resume en el don mesiánico de la paz, esto es, de la plenitud de la felicidad (cf. Sal 121,6- 7; Jn 14,27). La palabra shalom tiene un significado bastante amplio y comprende plenitud, integridad de la vida, pero sobre todo el estado del hombre que vive en armonía con Dios, consigo mismo y con la naturaleza. En realidad es el hombre nuevo, plenamente abierto a Dios, de quien Jesús es figura y modelo, porque en él se realiza el encuentro de las libertades humana y divina. Y Dios la concede a quien la busca en la solidaridad entre los hombres.
Segunda lectura: Gálatas 4,4-7 Hermanos: 4 Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su propio Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, 5 para liberarnos de la sujeción a la ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios. 6 Y la prueba de que sois hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «Abba», es decir, «Padre». 7 De suerte que ya no eres siervo, sino hijo, y como hijo, también heredero por gracia de Dios.
*+ El célebre texto paulino es un fragmento cristológico que nos habla de Jesús, de María, terreno fecundo que ha acogido al Hijo de Dios, y de la experiencia cristiana. La venida de Jesús al mundo ha señalado la plenitud del tiempo y ha cumplido las antiguas promesas de un retorno del hombre a la vida de comunión con Dios: «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para liberarnos de la sujeción de la ley» (w. 4-5). Dios tuvo la iniciativa de enviar a su Hijo y el hombre ha sido elevado de nuevo a la dignidad de hijo. Jesús entró históricamente así a formar parte de la humanidad a título pleno, sometiéndose a las leyes y a las condiciones humanas, y la humanidad, de algún modo, se ha identificado con Cristo formando con él una realidad única (cf. Rom 1,3). Y todo esto a través del vientre de una mujer, como un hombre cualquiera, en plena y normal humanidad. Pablo nos presenta aquí el esquema de toda acción liberadora: inmersión de Cristo en la pobreza humana, autoliberación con su fuerza divina y atracción a sí de la humanidad. Esta misión del Hijo ha tenido un único objetivo: revelar el auténtico sentido de la vida y posibilitarnos el llegar a ser realmente hijos adoptivos del mismo Padre (v. 7; cf. Rom 8,15-17). Y los signos que el Apóstol evidencia de esta real transformación son la plegaria confiada que el Espíritu Santo suscita en el corazón del creyente, haciéndole decir: «Abba, Padre» (v. 6) y haciéndolo sentirse ante Dios no siervo sino libre, con la libertad del Hijo de Dios. Y, en este divino proyecto, María ha sido el instrumento privilegiado. Llamar a María "Madre de Dios" significa, pues, conocer el corazón del misterio de la encarnación y de la misma historia de la salvación.
Evangelio: Lucas 2,16-21 16 Los pastores fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. 17 Al verlo, contaron lo que el ángel les había dicho de este niño. 18 Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores, se quedaban admirados. 19 María, por su parte, guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón. 20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído correspondía a cuanto les habían dicho. 21 A los ocho días, cuando lo circuncidaron, le pusieron el nombre de Jesús, como lo había llamado el ángel ya antes de la concepción.
**• De nuevo se proclama en la liturgia el evangelio de la misa de la aurora de Navidad, con el añadido del v. 21 referente a la circuncisión de Jesús. El tema de la lectura es una reflexión posterior sobre el misterio de la encarnación. Los pastores van a la gruta de Belén, encuentran al Niño en el pesebre y, luego de adorarlo, refieren el hecho y todos quedan maravillados (w. 16- 18). Después se vuelven a sus rebaños en la alegría y la alabanza por la extraordinaria experiencia vivida (v. 20). Pasados los ocho días del nacimiento del Niño, fue celebrado el rito de la circuncisión, mediante el cual él entró a formar parte del pueblo elegido (cf. Gn 17,2-17) y se le impuso el nombre «Jesús», que quiere decir: «Dios salva» (cf. Mt 1,21). Ante todos estos acontecimientos María conserva todo en su corazón y medita todas estas cosas, dándoles el justo sentido: «María guardaba todos esos recuerdos y los meditaba en su corazón» (v. 19). María aparece así como la Madre que sabe interpretar los hechos del Hijo. Hay, pues, diversas actitudes que se pueden asumir ante el Cristo: la búsqueda pronta y gozosa de los pastores, el asombro y la alabanza de aquellos que intervienen en el hecho, el relato a otros de la experiencia vivida. Para el evangelista sólo María adopta la postura del verdadero creyente, porque ella sabe guardar con sencillez lo que escucha y meditar con fe lo que ve, para ponerlo todo en su corazón y transformar en plegaria la salvación que Dios le ofrece.
MEDITATIO Desde hace varios años, el primer día del año civil se celebra en todo el mundo "la jornada de la paz" en nombre de María, madre de Dios y madre de la Iglesia. La paz (= Shalom) es el don mesiánico por excelencia que Jesús resucitado ha traído a sus discípulos (cf. Jn 20,19- 21); es la salvación de los hombres y la reconciliación definitiva con Dios. Pero la paz de Cristo es también la paz del hombre, rica en valores humanos, sociales y políticos, que encuentra su fundamento, para decirlo con la Pacem in terris de Juan XXIII, en las condiciones de verdad, de justicia, de amor y de libertad, que son los cuatro pilares sobre los que se erige el edificio de la paz. La constante bendición de Dios en la primera alianza, la acción de Cristo realizada en favor de toda la humanidad y de cada uno de sus componentes, el mismo nombre impuesto a Jesús, que evoca su misión de salvador, todos son hechos orientados en la línea de la paz, de la alianza, de la fraternidad. Dios no ha creado al hombre para la guerra, sino para la paz y la fraternidad. El mal en todas sus múltiples formas se contrarresta sólo con una constante educación en la paz. Aquella paz que la Virgen María, Reina de la paz, nos puede obtener del Padre: la shalom bíblica viene de Dios y está ligada a la justicia. La raíz de la paz, no obstante, reside en el corazón del hombre, esto es, en el rechazo de la idolatría, porque no hay paz sin verdadera conversión, no hay paz sin tensiones (cf. Mt 10,34). La paz de Cristo no es como la del mundo, porque la de Cristo exige que nos alejemos de la mentalidad mundana. Con la venida de Cristo la paz nos ha sido ofrecida a cada uno de nosotros, porque brota del corazón de Dios, que es amor.
ORATIO Al inicio de este nuevo año, Señor, te rezamos volviendo la mirada hacia María, a la que, siendo la madre de tu Hijo y madre nuestra, puede hacer posible la civilización del amor y de la paz para toda la humanidad. Primeramente te queremos agradecer el don precioso de María: tú la elegiste, como flor incomparable y preciosa de la humanidad, para que Jesús pudiera venir a nosotros a traernos tu Palabra de vida, a darnos el Espíritu Santo consolador de los corazones y para que nos pudiéramos dirigir a ti llamándote Padre. Haznos capaces de seguir los caminos del evangelio de la paz, como ha caminado María en su peregrinaje terreno, viviendo en el silencio y oculta en el hogar doméstico, permaneciendo abiertos al anuncio de la "alegre noticia" que nos ha traído tu Hijo, sabiendo afrontar las pruebas de la vida con humildad y fe profundas, y confiando en ti en la hora de nuestro retorno a la casa del Padre donde tú nos esperas. Te rogamos de modo especial por la paz del mundo, convencidos de que es un deber de todos conocer los problemas que están detrás de las graves divisiones actuales para compartir y sostener todo camino y toda propuesta de paz y de justicia. Suscita gobernantes y hombres de paz que sepan actuar de manera que el desarrollo sea posible a todas las gentes por igual, y que la solidaridad sea tal que los países ricos prevean intervenciones capaces de elevar económicamente incluso a los países más pobres. Pero haz capaz a cada hombre de comprender que la auténtica paz y la verdadera felicidad vienen de ti, que eres el Dios de la paz.
CONTEMPLATIO ¡Cantadlo a la espera del alba, cantadlo suave, en el duro oído del mundo! Cantadlo de rodillas, cantadlo como envueltos en un velo, como cantan las mujeres encinta: el Poderoso se ha hecho dócil, el Infinito pequeño, el Fuerte sereno, el Altísimo humilde (...). ¡Niño que vienes de la eternidad, quiero elevar un canto a tu Madre! ¡Mi canto debe ser bello como la nieve iluminada por el alba! ¡Alégrate, virgen María, hija de mi tierra, hermana de mi alma, alégrate, gozo de mi gozo! ¡Soy como un vagabundo en la noche, pero tú eres mi techo bajo el firmamento! ¡Soy una copa sedienta, pero tú eres el mar abierto del Señor! ¡Alégrate, virgen María! Dichosos los que te proclaman dichosa! ¡Ya ningún corazón humano temerá! Tengo un único deseo, quiero repetirlo a todos: ¡una de vosotras ha sido elegida por el Señor! ¡Dichosos aquellos que te proclaman dichosa! (Gertrud Von le Fort, Himnos a la Iglesia, Madrid 1995).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «María guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón» (Lc 2,19).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL María Virgen, que por el anuncio del ángel acogió al Verbo de Dios en su corazón y en su vientre y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de manera tan eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo ella está unida a la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son «miembros de aquella cabeza», por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como Madre amantísima (LG 53). |
Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno
Basilio de Cesárea de Capadocia, su hermano Gregorio de Nisa y su amigo Gregorio de Nacianzo son conocidos como los «padres capadocios». Ellos llevaron a la práctica las enseñanzas del Concilio de Nicea sobre la doctrina trinitaria. Basilio (329-379) nació en una familia profundamente cristiana y recibió una esmerada preparación humanística. Hizo amistad en Atenas con Gregorio de Nacianzo y con él abandonó el mundo, dando origen a una nueva forma de vida comunitaria (monacato basiliano). Ordenado sacerdote y consagrado después obispo de Cesárea, se prodigó en obras caritativas y dio esplendor al culto divino. Ha dejado un rico patrimonio de obras teológicas, espirituales y homiléticas y un precioso epistolario. También Gregorio de Nacianzo (330-389/390), como Basilio, respiró el cristianismo desde su nacimiento, momento en el que su piadosísima madre lo ofreció al Señor. Fue educado en las mejores escuelas y se convirtió en un excelente retórico. Le esperaban los más altos cargos civiles cuando abandonó el mundo. Ordenado sacerdote y, después, obispo de Constantinopla, siguió siendo siempre, en primer lugar, un místico, cantor apasionado de la Santísima Trinidad; como poeta y teólogo, revela en sus escritos la experiencia y la inteligencia de los misterios de Cristo. LECTIO Primera lectura: 1 Juan 2,22-28 Hermanos: 22 ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ése es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. 23 Todo el que niega al Hijo, se queda sin el Padre; y todo el que acepta al Hijo, tiene también al Padre. 24 Vosotros debéis permanecer fíeles a lo que oísteis desde el principio. Si sois fieles a lo que oísteis desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. 25 Y ésta es la promesa que él nos ha hecho: la vida eterna. 26 Os he escrito estas cosas para poneros en guardia contra los que intentan seduciros. 27 En cuanto a vosotros, el Espíritu que habéis recibido de él permanece en vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; antes bien, ese Espíritu, que es fuente de verdad y no de mentira, os enseña todas las cosas. Así pues, permaneced en él, conforme a lo que os enseñó. 28 Sí, hijos míos, permaneced en él, para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no nos veamos avergonzados ante él el día de su gloriosa venida.
** El fragmento revela las líneas esenciales de la falsa doctrina divulgada por los "anticristos" en una época atormentada del final del siglo primero: Jesús no es el Mesías, el Hijo de Dios. Esta herejía cristológica consideraba imposible que el Verbo se hubiese encarnado a la manera humana, auténtico escándalo para la mentalidad gnóstica. Pero para el apóstol Juan negar la divinidad de Jesús significaba no tener comunión con el Padre y la verdadera vida (w. 22-23); negar la unión de lo divino y lo humano en Jesús significaba ser "anticristo", porque lo humano en Jesús es el reflejo perfecto de lo divino, es el reflejo del Padre (cf. Jn 14,9). El cristiano debe permanecer fiel a la Palabra oída desde el principio, es decir, al misterio pascual en su integridad (muerte-resurrección) enseñado por los apóstoles. Sólo esta Palabra acogida en la fe, interiorizada y vivida en el Espíritu permite conservar la auténtica comunión con el Hijo y con el Padre (v. 24). Así pues, vivir en comunión con Dios significa poseer la promesa que Cristo ha hecho, es decir, «la vida eterna» (v. 25; 3,15; Jn 3,36). Y el creyente puede resistir al, seductor que enseña el error, vivir las radicales exigencias del evangelio y permanecer en la Palabra a la espera de la venida de Cristo porque ha recibido «la unción» del Espíritu Santo en el bautismo (v. 27). El Espíritu, fuerza interior que da la sabiduría, hace invencible y fuerte en la tentación al discípulo de Jesús, lo impulsa a la evangelización y lo hace confiado en el retorno del Señor (v. 28).
Evangelio: Juan 1,19-28 19 Los judíos de Jerusalén enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para preguntar a Juan: -Tú, ¿quién eres? 20 Su testimonio fue éste: -Yo no soy el Mesías. 21 Ellos le preguntaron: -Entonces, ¿qué? ¿Eres tú, acaso, Elias? Juan respondió: -No soy Elias. Volvieron a preguntarle: -¿Eres el profeta que esperamos? Él contestó: -No. 22 De nuevo insistieron: -Pues, ¿quién eres? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? 23 Entonces él, aplicándose las palabras del profeta Isaías, se presentó así: -Yo soy la voz del que clama en el desierto: allanad el camino del Señor. 24 Algunos miembros de la comisión eran fariseos. 25 Éstos le preguntaron: -Si no eres ni el Mesías, ni Elias, ni el profeta esperado, ¿por qué razón bautizas? 26 Juan afirmó: -Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis. 27 Él viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. 28 Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
*» El texto es el testimonio del Bautista ante la delegación enviada por las autoridades de Jerusalén a Betania, al otro lado del Jordán (v. 28). A la pregunta: «Tú, ¿quién eres?» (v. 19), el Bautista confiesa, evitando cualquier malentendido acerca de su propia persona y de su propia misión, que no es el Cristo, el Salvador escatológico esperado. Este testimonio negativo en boca del Bautista es una auténtica confesión de fe en el mesianismo de Jesús. Siguen otras preguntas de los enviados a las que el Testigo responde diciendo no ser ni Elias (cf. Mal 3,1-3.23; Me 9,11; Mt 7,10) ni el profeta (cf. Dt 18,15; 1 Mac 14,41), personajes esperados para el tiempo mesiánico. El desconcierto de sus interlocutores es grande. El Bautista continúa explicando su propia identidad, definiéndose a sí mismo con las palabras del Segundo Isaías: «Voz que clama en el desierto» (v. 23) y prepara el camino al Cristo (cf. Is 40,3). Él no es la luz, es sólo la lámpara que arde y que testimonia la luz verdadera. Él no es la Palabra encarnada, es sólo la voz que prepara el camino con la purificación de los pecados y la conversión del corazón. Y a la ulterior insistencia de los fariseos sobre el motivo de su bautismo, Juan replica: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis» (v. 26). El bautismo de Juan no es el del tiempo de la salvación, sino un rito de iniciación para prepararse a la acogida del Mesías, que se encuentra ya entre el pueblo. El Bautista acerca su propia persona a la de Cristo para poner de relieve la dignidad y grandeza de Jesús, cuya vida tiene dimensiones de eternidad: Juan no es digno de prestarle el más humilde de los servicios: desatarle las sandalias. El testimonio del Bautista pretende, pues, suscitar la fe en todo hombre hacia el gran desconocido, el portador de la salvación, que vive entre los hombres.
MEDITATIO Si es verdad que cada santo es una ilustración viva del Evangelio, esto vale de modo particular en el caso de los amigos capadocios Basilio y Gregorio, testigos de la fidelidad y de la belleza del ideal cristiano vivido y realizado en plenitud. Basilio, con su fuerte personalidad de líder, de hombre de acción, y Gregorio, elevadísimo poeta y teólogo, nos muestran con su vida qué significa asistir a la escuela de la verdadera sabiduría y recibir como don el Espíritu, que escruta también las profundidades de Dios. «El mundo tiene necesidad de santos dotados de genio» (S. Weil): los dos grandes amigos, a los que veneramos en esta memoria como obispos y doctores de la Iglesia, han alcanzado por la caridad de Cristo lo que les ha hecho obradores del bien al servicio de los hermanos y cantores admirados de la belleza de Dios. Desde su juventud habían afirmado: «Para nosotros era una cosa grande y un gran nombre ser cristianos y ser llamados cristianos», y mantuvieron durante toda su vida la fe en su amistad porque vivieron «acrecentando el misterio santo y nuevo de Cristo, de quien habían recibido el nombre con que eran llamados». Esto les convirtió de verdad en sal y luz no sólo para su tiempo, sino para toda la Iglesia, en todos los tiempos.
ORATIO «¡Oh tú, el más allá de todo!, ¿cómo llamarte con otro nombre? No hay palabra que te exprese ni espíritu que te comprenda. Ninguna inteligencia puede concebirte. Sólo tú eres inefable, y cuanto se diga ha salido de ti. Sólo tú eres incognoscible, y cuanto se piense ha salido de ti. Todos los seres te celebran, los que hablan y los que son mudos. Todos los seres te rinden homenaje, los que piensan y los que no piensan. El deseo universal, el gemido de todos, suspira por ti. Todo cuanto existe te ora, y hasta ti eleva un himno de silencio todo ser capaz de leer tu universo. Cuanto permanece, en ti solo permanece. En ti desemboca el movimiento del universo. Eres el fin de todos los seres; eres único. Eres todos y no eres nadie. No eres un ser solo ni el conjunto de todos ellos. ¿Cómo puedo llamarte, si tienes todos los nombres? ¡Oh tú, el único a quien no se puede nombrar!, ¿qué espíritu celeste podrá penetrar las nubes que velan el mismo cielo? Ten piedad, oh tú, el más allá de todo: ¿cómo llamarte con otro nombre?».
CONTEMPLATIO Hacia el Espíritu Santo dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos como un riego que les ayuda en la consecución de su fin propio y natural. Por él los corazones se elevan a lo alto, por su mano son conducidos los débiles, por él los que caminan tras la virtud llegan a la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y quien, al comunicarse a ellos, los vuelve espirituales. Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás (Basilio Magno, Sobre el Espíritu Santo IX, 22ss, passim).
ACTIO Repite con frecuencia hoy, orando con san Basilio: «Obremos fielmente la verdad en la caridad» (Basilio, Moraba, Reg. LXXX, 22).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Llevando en el corazón los interrogantes, las aspiraciones y las experiencias a las que he aludido, mi pensamiento se dirige al patrimonio cristiano de Oriente. No pretendo describirlo ni interpretarlo: me pongo a la escucha de las Iglesias de Oriente que sé que son intérpretes vivas del tesoro tradicional conservado por ellas. Al contemplarlo aparecen ante mis ojos elementos de gran significado para una comprensión más plena e íntegra de la experiencia cristiana y, por tanto, para dar una respuesta cristiana más completa a las expectativas de los hombres y mujeres de hoy. En efecto, con respecto a cualquier otra cultura, el Oriente cristiano desempeña un papel único y privilegiado, por ser el marco originario de la Iglesia primitiva. La tradición oriental cristiana implica un modo de acoger, comprender y vivir la fe en el Señor Jesús. En este sentido, está muy cerca de la tradición cristiana de Occidente que nace y se alimenta de la misma fe. Con todo, se diferencia también de ella, legítima y admirablemente, puesto que el cristiano oriental tiene un modo propio de sentir y de comprender, y, por tanto, también un modo original de vivir su relación con el Salvador. Quiero aquí acercarme con respeto y reverencia al acto de adoración que expresan esas Iglesias, sin tratar de detenerme en un punto teológico específico, surgido a lo largo de los siglos en oposición polémica durante el debate entre occidentales y orientales. Ya desde sus orígenes, el Oriente cristiano se muestra multiforme en su interior, capaz de asumir los rasgos característicos de cada cultura y con sumo respeto por cada comunidad particular. No podemos por menos de agradecer a Dios, con profunda emoción, la admirable variedad con la que nos ha permitido formar, con teselas diversas, un mosaico tan rico y hermoso. En la divinización y sobre todo en los sacramentos, la teología oriental atribuye un papel muy particular al Espíritu Santo: por el poder del Espíritu que habita en el hombre, la deificación comienza ya en la tierra, la criatura es transfigurada y se inaugura el Reino de Dios. La enseñanza de los padres capadocios sobre la divinización ha pasado a la tradición de todas las Iglesias orientales y constituye parte de su patrimonio común. Se puede resumir en el pensamiento ya expresado por san Ireneo al final del siglo II: Dios se ha hecho hijo del hombre para que el hombre llegue a ser hijo de Dios. Esta teología de la divinización sigue siendo uno de los logros más apreciados por el pensamiento cristiano oriental. En este camino de divinización nos preceden aquellos a quienes la gracia y el esfuerzo por la senda del bien hizo «muy semejantes» a Cristo: los mártires y los santos. Y entre éstos ocupa un lugar muy particular la Virgen María, de la que brotó el Vástago de Jesé (cf. Is 11, 1). Su figura no es sólo la Madre que nos espera, sino también la Purísima que como realización de tantas prefiguraciones veterotestamentarias es icono de la Iglesia, símbolo y anticipación de la humanidad transfigurada por la gracia, modelo y esperanza segura para cuantos avanzan hacia la Jerusalén del cielo (Juan Pablo II, Oriéntale lumen, nn. 5 y 6). |
3 de Enero, Santísimo Nombre de Jesús
LECTIO Primera lectura: 1 Juan 2,29-3,6 29 Si sabéis que Él es justo, reconoced también que todo el que practica la justicia ha nacido de Él. 1 Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo ha conocido a Él. 2 Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. 3 Todo el que tiene en Él esta esperanza se purifica a sí mismo, como Él es puro. 4Todo el que peca, se hace culpable de la iniquidad, porque el pecado es la iniquidad. 5 Sabéis que Él se ha manifestado para borrar los pecados, y que en Él no hay pecado. 6 El que permanece en Él, no peca. Todo el que peca, ni lo ha visto ni lo ha conocido.
*•• El tema de la perícopa es Jesús justo, sin pecado, que ha sido obediente a la voluntad del Padre y es modelo para el cristiano (2,29; 3,3). También el fiel, que vive en la justicia, es hijo de Dios (3,1) y no comete pecado (3,9; 4,7; 5,1.4.18). El obrar cristiano demuestra el nuevo nacimiento. Para Juan las expresiones «hijo de Dios» (w. 1-2) y «haber nacido de Dios» (v. 29) significan ser hombre nuevo, llamado a caminar por una vida nueva, imitando al Padre en una progresiva asimilación y comunión con él, que se convertirá en identificación en la visión cara a cara (cf. 1 Cor 13,12). El valor de nuestra fe reside y aumenta en el hecho de que somos hijos de Dios, salvados por un Padre que nos ama y que nos inspira confianza. El mundo que lo rechaza con el pecado, aliándose con el anticristo, desprecia y no comprende a Jesús, no ama a sus discípulos, actúa contra la ley de Dios (v. 4), pertenece a la esfera del maligno y se opone al reino mesiánico. El que, por el contrario, se adhiere al Señor, que se ha hecho pecado por nosotros, está libre de pecado, recibiendo de Cristo la fuerza para superar el mal y vencerlo (v. 6). Pero, ¿cuándo puede decir el creyente que experimenta auténticamente el amor de Dios? La respuesta del Apóstol es clara: cuando no comete pecado, obra con justicia y se mantiene puro, siguiendo el camino que Cristo ha recorrido: el de la cruz, o sea el del amor llevado hasta amar al enemigo.
Evangelio: Juan 1,29-34 29 Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: -Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 30 éste me refería yo cuando dije: «Detrás de mí viene uno que ha sido colocado delante de mí, porque existía antes que yo». 31 Yo mismo no lo conocía; pero la razón de mi bautismo era que él se manifestara a Israel. 32 Juan prosiguió: -Yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como una paloma y permanecía sobre él. 33 Lo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautizará con Espíritu Santo». 34 Y como lo he visto, doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.
*» La escena está caracterizada por el encuentro del Bautista con Jesús. La atención del fragmento se vuelca sobre el contenido de la solemne proclamación del Testigo, en un contexto de revelación mesiánica. Es el hombre de Dios que "ve" por primera vez a Jesús. Éste "viene" del Padre y camina desconocido entre la multitud, a la que le une su condición humana, y el Bautista exclama: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (v. 29b). El símbolo del cordero reclama varios textos: el cordero pascual (cf. Ex 12,1-28; 29,38-46), el Siervo doliente (cf. Is 42,1-4; 52,13-53,12). Jesús es el Cordero-Siervo obediente al Padre, el que cancela las culpas de los hombres y les comunica la vida nueva con sus sufrimientos y su muerte en la cruz. El testimonio del Bautista se refiere, además, al modo en que ha visto al Espíritu Santo bajar sobre el Mesías. Es el Testigo mismo el que ve al Espíritu sobre Jesús «bajar del cielo como una paloma» (v. 32). La imagen de la paloma, en el ambiente judaico-antiguo, indicaba a Israel: el Espíritu que baja en forma de paloma es anuncio de la generación del nuevo Israel de Dios, que comienza con Jesús y constituye el fruto maduro de la venida del Espíritu. Ésta es la época de la purificación y del verdadero conocimiento de Dios a través del Espíritu. El Espíritu baja sobre Jesús y "permanece" en él de un modo pleno y estable (cf. Is 11,2-3). Él es la nueva morada de Dios, el templo del Espíritu, fuente perenne de salvación para todos. Es durante la teofanía del bautismo de Jesús cuando el Bautista reconoce al Mesías. Ahora puede testimoniar que Jesús es el Hijo de Dios (v. 34), el que «bautiza con el Espíritu Santo» (v. 33), esto es, da el Espíritu a todo discípulo y lo llena de este don, prometido para la era de la salvación.
MEDITATIO El testimonio del Bautista no tiene su finalidad en sí mismo. Tiene por objetivo suscitar la fe del discípulo en la persona de Jesús. El Bautista ha visto al Espíritu "permanecer" sobre Jesús. Esta certeza provoca el anuncio de que Jesús es verdaderamente el Mesías, el Elegido de Dios (cf. Is 42,1). El testimonio de Jesús "Hijo de Dios" se hace eco de las palabras pronunciadas por el Padre en el bautismo: «Éste es mi Hijo amado» (cf. Me 1,11; Mt 3,17; Le 3,22). El testimonio de Juan ha caracterizado dos épocas: la del bautismo «con agua» (v. 31) y la del bautismo «en el Espíritu» (v. 33). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en las aguas del Jordán es el inicio de la salvación y de los tiempos nuevos: ha comenzado para la humanidad su camino de retorno al Padre, se ha puesto en marcha la creación del nuevo Israel. Hasta el evento del Jordán el Espíritu moraba en Jesús, escondido en el silencio y desconocido; sólo ahora, con la confirmación de lo alto, el Padre lo consagra en su misión profética y mesiánica. Cada creyente es el hijo esperado sobre el que se posa el Espíritu del Señor y está llamado a dar testimonio de que el único camino de salvación para el hombre es el recorrido por Cristo y no las fáciles ilusiones prometidas por otros libertadores de movimientos políticos, sociales y religiosos. Quien nace del misterio de Cristo muerto y resucitado puede anunciar a los hermanos el camino de la salvación y proponerla con eficacia a través del signo del amor y de la entrega de sí.
ORATIO Señor, enviándonos a tu Hijo como Salvador has hecho posible nuestra liberación del pecado y de la muerte y has restablecido nuestra comunión contigo. Con sólo nuestras fuerzas no nos hubiera sido posible obtener todo esto, y tú, sabiendo bien de qué pasta estamos hechos, nos has enviado a Cristo, tu Hijo unigénito, que nos ha hecho de nuevo hijos tuyos y sus hermanos. Has hecho bajar a tu Espíritu sobre Jesús para que él pudiese iniciar su misión en la tierra y borrar todas nuestras iniquidades. Nosotros hoy somos conscientes de todos estos dones y, en especial, del don del bautismo con el que nos hemos convertido en verdaderos hijos tuyos. Señor, haznos comprender cada vez más este inmenso don y que lo hagamos crecer en nosotros con un camino espiritual que nos haga adultos en la fe, generosos en el amor a nuestros hermanos y testigos creíbles de tu evangelio entre aquellos que aún no han acogido tu salvación. Te pedimos en nombre de Jesús tu Hijo, el Cordero sin mancha, que los que viven en la indiferencia y en el ateísmo sean sacudidos de su aparente tranquilidad y reconozcan en Jesús el auténtico sentido de la vida y, hechos hijos tuyos por medio del Espíritu Santo, experimenten tu ternura de Padre. Sabemos, Señor, que por la muerte de Jesús nos has dado la vida y que todos nosotros podemos continuar la misión de tu Hijo en el mundo para crear una humanidad nueva, más fraterna, sin divisiones ni guerras, unida en el signo del amor que nos ha enseñado Jesús.
CONTEMPLATIO «Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos» (1 Cor 9,22). Por esto él quiere ser un niño pequeño: para que tú puedas llegar a ser un hombre perfecto. Él fue envuelto en pañales, para que tú fueses liberado de los lazos de la muerte; Él en el establo, para ponerte a ti sobre altares; Él en la tierra, para que tú alcanzases las estrellas; Él no encontró sitio en la posada, para que tú tuvieses en el cielo muchas moradas. «De rico que era», está escrito, «se hizo pobre por vosotros, para que vosotros fueseis ricos con su pobreza» (2 Cor 8,9). Aquella indigencia es, por tanto, mi riqueza y la debilidad del Señor es mi fuerza. Ha preferido para sí las privaciones, para tener qué dar en abundancia a todos. El llanto de su infancia en vagidos es un lavado para mí, aquellas lágrimas han lavado mis pecados. Señor Jesús, me siento más en deuda contigo por tus ultrajes para mi redención, que por tu poder para mi creación. Nos hubiera sido inútil nacer, si no hubiera sido la ocasión para ser redimidos (San Ambrosio, Tratado sobre el evangelio de Lucas, II, 41).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos» (1 Jn 3,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Hemos sido bautizados. Dios no nos ha conquistado sólo mediante ideas y teorías o mediante piadosas disposiciones de ánimo y sentimientos, sino mediante la acción corpórea realizada con su fuerza, mediante la acción realizada sobre nosotros a través de sus ministros en el bautismo. Este es nuestro consuelo y nuestra confianza: Dios se ha comprometido con nosotros solemne y públicamente y ha derramado su Espíritu de amor en nuestros corazones desde los primeros días de nuestra vida. Este claro testimonio de Dios es más importante que el testimonio ambiguo de nuestro corazón cansado, débil y amargamente vacío. Dios nos ha dicho en el bautismo: Tú eres hijo mío y templo de mi Espíritu. ¿Qué vale frente a semejantes palabras nuestra experiencia cotidiana, según la cual parecemos ser pobres criaturas abandonadas por Dios y por el Espíritu? Creemos en Dios más que en nosotros mismos. Somos bautizados. Y el suave Espíritu del buen Dios reside en lo más profundo de nuestro ser, quizás allí donde no logramos penetrar con nuestra deficiente sicología. Allí, el Espíritu clama al Dios eterno: Abba, Padre. Allí, el Espíritu nos dice a nosotros: Hijo, hijo verdaderamente amado con amor infinito. ¡Somos bautizados! (K. Rahner, El año litúrgico, Barcelona 1968). |
Segundo domingo después de Navidad
LECTIO Primera lectura: Eclesiástico 24,1-4.8-12 1 La sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo; 2 en la asamblea del Altísimo abre su boca, se gloría en presencia del Poderoso: 3 «Yo salí de la boca del Altísimo, y como neblina recubría la tierra. 4 En las alturas puse mi morada, mi trono era columna de nube. 8 Entonces el Creador del universo me dio órdenes, mi Hacedor fijó el lugar de mi morada. Me dijo: Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel. 9 Antes de los siglos, desde el principio, me creó, y nunca dejaré de existir. 10 Ante él, en la santa tienda, presté servicio; y así me he establecido en Sión, 11 en la ciudad amada he hallado descanso, y en Jerusalén he asentado mi poder. 12 En el pueblo glorioso he echado raíces, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los santos.
**• El texto del Eclesiástico es una de las muestras más bellas de la literatura sapiencial y narra un gran elogio a la Sabiduría divina, fuente viva que renueva toda cosa en la vida que Dios comparte con los hombres. La sabiduría en persona canta sus propias alabanzas en la presencia del Dios altísimo. Se presenta unida a Dios, pero, al mismo tiempo, distinta de él. Se identifica como persona con la Palabra de Dios (con la Tora) y como símbolo con la niebla que cubre la tierra, semejante al Espíritu de Dios que se cernía sobre el caos primordial de la creación (w. 2-3; Gn 1,2). Preexistía junto a Dios, teniendo su morada junto a su trono, y es eterna (w. 4-9). Recorrió el mundo y recibió la orden de establecerse en Israel: «Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel» (v. 8), ejerce su ministerio en Sión, tomando a Jerusalén, la ciudad santa, por morada, y haciendo de Israel un pueblo glorioso, porción del Señor, su heredad (w. 10-11). En el Nuevo Testamento tal sabiduría es Jesús. El evangelista Juan, cuando nos habla del "Verbo", tiene como trasfondo este texto y lo utiliza refiriéndose a la teología de la Palabra y de la Sabiduría, en el sentido de fuerza que crea, revelación que ilumina, persona que vivifica. Juan, además, lo aplica a Cristo en su relación con el Padre (cf. Prov 8; Sab 6-9). Jesús, en efecto, es la Palabra última y definitiva de Dios, la auténtica Sabiduría hecha visible, la persona enviada por Dios como Hijo unigénito del Padre.
Segunda lectura: Efesios 1,3-6.15-18 3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Que desde lo alto del cielo Nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales. 4 Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia. Llevado de su amor, 5 él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, 6 para que la gracia que derramó sobre nosotros, por medio de su Hijo querido, se convierta en himno de alabanza a su gloria. 15 Por lo cual también yo, al conocer vuestra fe en Jesús, el Señor, y vuestro amor para con todos los creyentes, 16 no ceso de dar gracias a Dios por vosotros, recordándoos en mis oraciones. 17 Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que os permita conocerlo plenamente. 18 Que ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados, cuál la inmensa gloria otorgada en herencia a su pueblo.
**• Esta lectura consta de dos partes distintas. La primera (w. 3-6) contiene los primeros versículos del himno cristológico: el tema hace referencia a la historia de la salvación, cuyos protagonistas son el Padre, Cristo y el Espíritu, y cuya ley es el amor gratuito de Dios. El Padre es la fuente, el iniciador y el término de toda cosa. El Espíritu Santo es la garantía y la prenda de la heredad ofrecida al hombre. El Hijo, único mediador de la obra divina, es el que todo lo cumple y lleva a cabo con la entrega de sí hasta el don de la vida. El Padre, pues, que tiene la iniciativa de regalar la salvación, fruto de su obra, se sirve de «su Hijo querido» (v. 6) para actuarla. Así, la actividad de las tres personas divinas aspira a llevar la salvación al hombre, que está en el centro del designio de Dios, aunque el objetivo último de la historia de la salvación no sea el hombre, sino la gloria misma de Dios. Es para alegrarse y para permanecer sin aliento ante este designio que ocupaba en la mente de Dios un puesto anterior a la creación misma: estamos insertos en el amor que Dios siente por su Hijo querido. También nosotros estamos en el circuito trinitario de un amor desbordante y sin fin, envueltos por el abrazo de Dios. Y todo esto a través de la Iglesia en la que «en Cristo» llegamos a ser hijos adoptivos de Dios (cf. Rom 9,4; Gal 3,1-7). Todo es don gratuito emanado del corazón de Dios que ama a la humanidad apasionadamente. La segunda parte (w. 15-18) refleja los sentimientos de gratitud de Pablo hacia Dios por sus hermanos en la fe, sobre quienes invoca la sabiduría divina y los dones de la santidad plena y del amor verdadero.
Evangelio: Juan 1,1-18 1 Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. 2 Ya al principio ella estaba junto a Dios. 3 Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir. 4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres; 5 la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron. 6 Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. 7 Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él. 8 No era él la luz, sino testigo de la luz. 9 La Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre. 10 Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció. 11 Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. 12 A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios. 13 Éstos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios. 14 Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. 15 Juan ha dado testimonio de él, proclamando: -Éste es aquel de quien yo dije: «El que viene detrás de mí ha sido colocado por delante de mí, porque existía antes que yo». 16 En efecto, de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia. 17 Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Cristo Jesús. 18 A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer.
**• El prólogo de Juan, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre. Esta presentación de Jesús-Palabra se hace en tres momentos. Primeramente la «preexistencia» de la Palabra (w. 1-5), real y en comunión de vida con Dios; él nos puede hablar del Padre porque posee la eternidad, la personalidad y la divinidad (v. 1). Después, la venida histórica de la Palabra entre los hombres (w. 6-13) de cuya luz fue testigo el Bautista (w. 6-8); esta luz pone al hombre ante una opción de vida: rechazo o acogida, incredulidad o fe (w. 9-11); sólo la acogida favorable permite la filiación divina, que no procede ni de la carne ni de la sangre, esto es, de la posibilidad humana (w. 12-13). Y finalmente la encamación de la Palabra (v. 14) como punto central del prólogo. Esta Palabra, que había entrado por primera vez en la historia humana con la creación, viene ahora a morar entre los hombres con su presencia activa: «Y el Verbo se hace carne», es decir, se ha hecho hombre en la debilidad, fragilidad e impotencia del rostro de Jesús de Nazaret para mostrar el amor infinito de Dios. En él la humanidad creyente puede contemplar la gloria del Señor (v. 16), no una gloria como la de Moisés, revelador imperfecto de la Ley que puede hacer esclavos, sino la de Jesús, el Revelador perfecto y escatológico de la Palabra que hace libres, el verdadero Mediador humano-divino entre el Padre y la humanidad, el único que nos manifiesta a Dios y nos lo hace conocer.
MEDITATIO Las lecturas bíblicas de este domingo evidencian que Jesús es el icono visible de Dios Padre. El Hijo, en efecto, mira incesantemente al Padre, que es la fuente de su misión. Todo le viene del Padre: la enseñanza, la actividad, el poder sobre la vida y sobre la muerte. «Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado» (Jn 7,16). «La Palabra que habéis escuchado no es mía, sino del Padre que me ha enviado» (Jn 14,24). El Hijo no hace nada por sí sólo, sino «como me ha enseñado el Padre, así hablo» (Jn 8,28). Jesús está a la escucha del Padre con mirada de contemplación interior y transmite sus palabras, es más, comunica tan bien la Palabra del Padre que Él mismo es, para el evangelista, la Palabra del Padre (Jn 1,1-2). Así Jesús es el perfecto revelador del amor del Padre, porque está siempre a la escucha de Dios, y es igualmente la Palabra misma del Padre. El culmen, sin embargo, de la revelación que Jesús ha transmitido no está en lo que ha enseñado con palabras, sino en la obra que ha testimoniado con su vida. Ha cumplido hasta el fondo la obra que el Padre le había confiado. Y la obra que expresa el don de sí, la cumple Jesús entregando su vida sobre la cruz, haciéndonos así hijos adoptivos del mismo Padre. Es desde la colina en que se alza la cruz desde donde la humanidad toma conciencia de la calidad del amor que Jesús de Nazaret le revela: un amor que supera toda lógica humana y viola las fronteras de Dios.
ORATIO Señor Jesús, el apóstol Juan nos dice al final de su prólogo: «A Dios nadie lo ha visto jamás; es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quien lo ha revelado» (Jn 1,18). Así, ningún hombre sobre esta tierra ha visto nunca ni podrá ver el rostro de Dios. Pero tú, Jesús, que eres el Hijo amado del Padre, la Sabiduría misma de Dios, e impronta de su Ser, nos lo has manifestado y nos lo has hecho conocer. A través de ti, el Padre se ha revelado con palabras humanas y especialmente en la misión que tú has cumplido entre nosotros, hasta entregarte por amor nuestro sobre el madero de la cruz. Desde entonces en adelante acogerte o rechazarte a ti, es acoger o rechazar al Padre: y, en consecuencia, nuestra salvación. Señor Jesús, te damos gracias por habernos hecho hijos verdaderos del mismo Padre y por habernos llamado amigos. Sabemos cuánto has sufrido por nosotros con la condena a la cruz, pero tú nos has enseñado que no hay «un amor más grande que éste: dar la vida por los amigos» (Jn 15,13). Te queremos pedir también que nos concedas un corazón grande y generoso para todos nuestros hermanos, a pesar de nuestros pecados, para amarlos como nos has amado tú. Tú te has revelado como Palabra viva del Padre y nosotros, por el contrario, somos a menudo palabras humanas y vacías que no dan cabida a tu evangelio de verdad. Enséñanos lo que verdaderamente vale en la vida, esto es, escuchar la voz secreta que habla en nuestro interior. Si escucháramos esta palabra interior, comprenderíamos lo que dice san Agustín: «He aquí el gran secreto: el sonido de la palabra golpea nuestros oídos, pero el maestro se encuentra en lo más íntimo».
CONTEMPLATIO La morada de mi Dios está allí, está más allá de mi alma. Allí habita, desde allí me ve, desde allí me ha creado (...), desde allí me llama, me guía y me conduce al puerto. El que tiene en lo más alto de los cielos una morada invisible, posee también una tienda sobre la tierra. Su tienda es la Iglesia aún itinerante. Es aquí donde hay que buscarlo, porque en la tienda se encuentra el camino que conduce a su morada. En la casa de Dios hay una fiesta perpetua (...). La armonía de esta fiesta encanta el oído del que camina en esta tienda y contempla las maravillas realizadas por Dios para la redención de sus fieles. Y así gustamos ya una secreta dulzura, podemos vislumbrar ya, con lo más alto de nuestro espíritu, la vida que no cambia (...). ¿Por qué, pues, te turbas, alma mía? Y el alma responde en lo secreto: «¿Estoy, quizás, desde ahora, en seguro? ¿Quizás el demonio, mi enemigo, no me espía? ¿Y quieres que no me inquiete, estando todavía exiliada lejos de la casa de Dios?». «Espera en Dios». En la espera, encuentra a tu Dios aquí abajo en la esperanza (...). ¿Por qué esperar? Porque él es mi Dios, la salvación de mi rostro. La salvación no puede venirme de mí mismo. Lo diré, lo confesaré: mi Dios es la «salvación de mi rostro» (San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 41,9).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo» (Ef 1,4).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Dios, después de haber hablado en múltiples ocasiones y de muchas maneras por los profetas, «ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo» (Heb 1,1 -2). Envió, pues, a su Hijo, esto es, el Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que habitase entre ellos y les explicase los secretos de Dios (cf. Jn 1,1 -8). Jesucristo, pues, Verbo hecho carne, enviado como «hombre a los hombres» (Ad Diognetum), «habla las palabras de Dios» (Jn 3,34) y lleva a cumplimiento la obra de la salvación que le ha confiado el Padre (cf. Jn 5,36; 17,4). Por eso, viéndolo a él se ve también al Padre (cf. Jn 14,9) con toda su presencia y con su manifestación, con palabras y obras, con signos y milagros, y especialmente con su muerte y su gloriosa resurrección de entre los muertos y, finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, cumple y completa la revelación y la corrobora con el testimonio divino que Dios está con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos para la vida eterna. La economía cristiana, pues, en cuanto es alianza nueva y definitiva, no pasará, y no se debe esperar ninguna nueva revelación pública antes de la manifestación gloriosa del Señor Jesucristo (cf. 1 Tim 6,14;Tit2,13)(DV4). |
Epifanía del Señor: 6 de enero
LECTIO Primera lectura: Isaías 60,1-6 1 Levántate y brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti. 2 Es verdad que la tierra está cubierta de tinieblas y los pueblos de oscuridad, pero sobre ti amanece el Señor y se manifiesta su gloria. 3 A tu luz caminarán los pueblos, y los reyes al resplandor de tu aurora. 4 Alza la vista y mira a tu alrededor: todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. 5 Al verlo te pondrás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón porque volcarán sobre ti las riquezas del mar, y te traerán los tesoros de las naciones. 6 Te inundará un tropel de camellos, y dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas del Señor. **• La profecía, canto poético y glorioso, es una visión de universalismo y de unidad de todos los pueblos en camino hacia Jerusalén (cf. Jr 12,15-16; 16,19-21; Miq 4,1-3; Sof 3,9-10; Zac 8,20-23). El profeta ve una caravana que avanza hacia la ciudad santa en dos grupos bien diferenciados: uno formado por los hijos y las hijas de Israel que vuelven del exilio (v. 4), y el otro formado por las naciones extranjeras atraídas por la luz y la gloria de Dios, que ilumina la colina de Sión. Isaías, entonces, se dirige al pueblo que escucha diciendo: «Levántate, revístete de luz... alza los ojos en tomo y mira» (w. 1-4). Ha terminado el tiempo del cansancio y del lamento y ha comenzado el de la alegría y la esperanza. Es preciso que la humanidad salga del propio individualismo y pesimismo y entre en la certeza de una vida nueva, que se alcanza dejando las tinieblas y caminando hacia la ciudad luminosa, cuyo esplendor procede de Dios: «Sobre ti resplandece el Señor, su gloria aparece sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz» (w. 2-3; Ap 21,9-27). El plan de Dios concierne a todos los pueblos, llamados a ser envueltos por la luz de la Jerusalén celeste y por la transparencia de la presencia de Dios que habita en medio de su pueblo. Dios mismo será el faro que orienta y atrae los pasos de los pueblos, de las gentes y de los reyes hacia su Señor. Y en Jerusalén tendrá lugar la gran manifestación y será desvelado lo escondido. En el nacimiento de Jesús los evangelistas verán la revelación de Dios y el cumplimiento de la profecía.
Segunda lectura: Efesios 3,2-3a.5-6 Hermanos: 2 Os supongo enterados de la misión que Dios en su gracia me ha confiado con respecto a vosotros: 3 Se trata del misterio que se me dio a conocer por revelación . 5 Un misterio que no fue dado a conocer a los hombres de otras generaciones y que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas; 6 un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio. **• Pablo reconoce que la misión que se le ha confiado es la de llevar el evangelio a los gentiles, y explica que el designio salvífico de Dios, concerniente a la humanidad entera llamada a caminar a la luz del único Dios y Padre, ha llegado ya a su plenitud. Y este secreto del misterio de Dios es la llamada a la universalidad y a la unidad de los pueblos: «los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo» (v. 6). Y el Apóstol se siente impulsado, como colaborador de esta misión de Jesús, a trabajar por la difusión del evangelio. El verdadero signo e instrumento de esta visión universal de la salvación querida por Dios es la Iglesia. Ésta tiene como tarea la unidad de los pueblos, sea llevando a todos a la fe en Jesús mediante el anuncio del evangelio, sea tratando de crear vínculos de comunión y de fraternidad, a pesar de las apariencias y de las múltiples diversidades. Ante un mundo todavía dividido, pero deseoso de comunión, se proclama con alegría y con fe que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, que él llama a todos a participar en la comunión trinitaria. En efecto, mediante la comunión con Jesús, cabeza de la Iglesia, es posible la comunión auténtica entre los hombres. Esta unidad y paz universal, que siempre ha buscado el hombre de todos los tiempos, está ahora al alcance de todos por el nacimiento del Hijo de Dios. Es él el que ha hecho realidad el misterio de Dios, esto es, reunir a todas las gentes. Porque a esto hemos sido llamados: a vivir en la paz como verdaderos hermanos y a permanecer unidos como hijos del mismo Padre.
Evangelio: Mateo 2,1-12 1 Jesús nació en Belén, un pueblo de Judea, en tiempo del rey Herodes. Por entonces unos sabios de oriente se presentaron en Jerusalén, 2 preguntando: -¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo. 3 Al oír esto, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. 4 Entonces convocó a todos los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. 5 Ellos le respondieron: -En Belén de Judea, pues así está escrito en el profeta: 6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, ni mucho menos, la menor entre las ciudades principales de Judá; porque de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo, Israel. 7 Entonces Herodes, llamando aparte a los sabios, hizo que le informaran con exactitud acerca del momento en que había aparecido la estrella, 8 y los envió a Belén con este encargo: -Id e informaos bien sobre ese niño; y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarlo. 9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y la estrella que habían visto en oriente los guió hasta que llegó y se paró encima de donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella, se llenaron de una inmensa alegría. 11 Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados en tierra. Abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra. 12 Y advertidos en sueños de que no volvieran donde estaba Herodes, regresaron a su país por otro camino.
**• La epifanía es la manifestación pública de la salvación traída por Jesús, Rey universal. Mateo ilumina el relato bíblico con algunos elementos históricos y con referencias del Antiguo Testamento (cf. Is 60,1-6; Nm 23-24; 1 Re 10,1-13; Miq 5,1), y nos habla de una revelación extraordinaria que conduce a los Magos o sabios a descubrir al Rey de los Judíos, como Rey del universo. Respecto a los Magos, sólo en el siglo V fue fijado su número (en base a los dones ofrecidos) y en el siglo VIII les fueron dados los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero para Mateo, los Magos son personajes ilustres, primicia de los paganos, que exaltan la dignidad de Jesús, protagonista del evangelio: ellos lo buscan («¿Dónde está el rey de los Judíos, que acaba de nacer?»: v. 2), reconocen al Mesías {«Postrándose en tierra lo adoraron »: v. 11) y apreciaron su sencillez y pobreza («Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro (al rey), incienso (a Dios) y mirra (al hombre)»: v. 1 lbc). Por el contrario, Herodes y Jerusalén se turban ante la noticia del nacimiento del Mesías (v. 3) y lo buscan para matarlo. El niño nacido en Belén es el portador de la buena nueva. Pero asume, sin embargo, el rostro de un prófugo, porque se ve obligado a huir a Egipto. Es el Mesías buscado y rechazado, porque su bandera será la cruz. Jesús es signo de contradicción: marginado por su pueblo y buscado con esperanza por los de lejos. Belén, entonces, será la nueva Sión, la ciudad universal de las naciones (w. 5-6.8), y Jerusalén será descartada. El nuevo pueblo de Dios, heredero de las antiguas promesas, es la continuación del antiguo, pero estará formado por todos aquellos que buscan y reconocen «la estrella de la mañana» (2 Pe 1,19) con disponibilidad interior.
MEDITATIO Epifanía quiere decir "manifestación" y la Palabra de Dios en esta solemnidad está centrada toda sobre Jesús Mesías, Rey y Salvador universal de las naciones. No ha venido sólo para Israel, sino también para los paganos, es decir, para toda la familia humana. La venida de los Magos es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se sientan hijos del mismo Padre y hermanos entre ellos. Los Magos, como primeros "escuchadores" y testigos de Cristo, son tipo y preludio de una más grande multitud de "verdaderos adoradores", que constituirá la mies espiritual de los tiempos mesiánicos. Jesús es el sembrador, que trae la buena semilla, de la Palabra para todos; el Espíritu ha hecho madurar la semilla y la Iglesia está invitada a recoger el abundante fruto sembrado con la revelación de Jesús y fecundado con su muerte. Como de la vida de comunión y de amor entre el Padre y el Hijo ha derivado la misión de Jesús, así de la intimidad entre Jesús y la Iglesia surge la misión de los discípulos: crear la unidad entre las razas, pueblos y lenguas. Es la Palabra la que crea la unidad en el amor entre los creyentes de todos los tiempos. A través de ella nace la fe y se establece en el corazón del hombre abierto a la verdad en una existencia vital en Dios, que hace al hombre contemporáneo pertenencia de Cristo. A quienes lo buscan con corazón sincero, Jesús les ofrece unidad en la fe y en el amor. En este ambiente vital todos se hacen "uno" en la medida en que acogen a Jesús y creen en su palabra: «Seremos una sola cosa no por poder creer sino porque habremos creído» (san Agustín). En Jesús todos pueden ser una sola cosa y descubrir que la plenitud de la vida consiste en entregarse a Cristo y a los hermanos, y esto es amar en la unidad.
ORATIO Padre santo, que nos has enviado a tu Hijo como salvador universal de los pueblos, te alabamos por la manifestación de Jesús, nuestro rey. Es un rey sin corona, o más aún, con corona de espinas, porque es en su pasión donde se puede comprender el auténtico significado de su soberanía, una realeza bastante distinta de la que buscan los hombres. Te bendecimos, Padre, por Jesús salvador universal. Vino para salvar a todos y para reunir a los hijos de Dios dispersos. No más ya una comunidad dividida y contrapuesta, sino una familia reunida, que camina en la luz y el esplendor de tu gloria. Todos, judíos y paganos, estamos «llamados en Cristo a participar de la misma herencia, a formar un mismo cuerpo» (Ef 3,6), y la venida de los Magos constituye el inicio de esta paz universal de las naciones. Señor, queremos comprender cada vez mejor que la solución de la tensión entre universalidad y elección que tantas veces nos ha puesto unos contra otros se resuelve en el entender que la elección es servicio a todo hombre. Haz, Señor, que la Iglesia entera sepa, como los Magos, caminar siempre hacia Belén para adorar al rey universal de las gentes pero, al mismo tiempo, sepa desde Belén dirigirse al mundo para desempeñar la misión que Jesús le ha confiado, esto es, la de ir al encuentro de todos. Para que la comunidad cristiana, mientras va en busca de los alejados y de quienes se sienten excluidos, sepa llamarlos a la esperanza y a la vida, sin olvidar que la violencia que pueda sufrir de parte de los hombres forma parte de la misma misión.
CONTEMPLATIO La estrella se detuvo sobre el lugar en que se encontraba el Niño. Al ver la estrella de nuevo, los Magos se llenaron de inmensa alegría. Acojamos también nosotros en nuestro corazón ese gran gozo. La misma alegría anuncian los ángeles a los pastores. Adorémosle junto con los Magos, démosle gloria con los pastores, exultemos con los ángeles, «porque nos ha nacido un Salvador: Cristo, el Señor» (Le 2,11). «Dios, el Señor, es nuestra luz» (Sal 118,27): no en la forma de Dios, para no aterrorizar nuestra debilidad, sino en forma de siervo, para traer la libertad a quien yacía en la esclavitud. Es fiesta para toda la creación: el cielo ha sido dado a la tierra, las estrellas miran desde el cielo, los Magos dejan su país, la tierra se concentra en una gruta. No hay uno que no lleve algún presente, ninguno que no vaya agradecido. Celebremos la salvación del mundo, la Navidad del género humano. Unámonos a cuantos acogieron festivos al Señor. Y sea concedido también a nosotros encontrarnos con ellos para contemplar con mirada pura, como reflejada en un espejo, la gloria del Señor, para ser transformados también nosotros de gloria en gloria, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo. A él la gloria y la soberanía por los siglos de los siglos. Amén (San Basilio Magno, Homilías, 6).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «¡Levántate, brilla, porque viene tu luz!» (Is 60,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Tú que estás por encima de nosotros, Tú que eres uno de nosotros, Tú que estás también en nosotros, puedan todos verte también en mí, pueda yo prepararte el camino, pueda yo darte gracias por cuanto me sucede. Pueda yo no olvidar en ello las necesidades de los otros. Móntenme en tu amor como quieres que todos vivan en el mío. Que todo en mi ser se encamine a tu gloria y que yo no desespere jamás. Porque estoy en tus manos, y en ti todo es fuerza y bondad. Dame sentidos puros, para verte... Dame sentidos humildes, para oírte... Dame sentidos de amor, para servirte... Dame sentidos de fe, para morar en ti... (Dag Hammarskjóld). |
Martes de la 2ª Semana de Navidad
LECTIO Primera lectura: 1 Juan 3,22-4,6 Hermanos: 22 Lo que le pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. 23 Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que él nos dio. 24 El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por eso sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado. 1 Queridos míos, no deis crédito a cualquiera que pretenda poseer el Espíritu. Haced, más bien, un discernimiento para ver si viene de Dios, porque han irrumpido en el mundo muchos falsos profetas. 2 En esto conoceréis que poseen el Espíritu de Dios: si reconocen que Jesucristo es verdaderamente hombre, son de Dios; 3 pero si no lo reconocen, no son de Dios. Son más bien del anticristo, del cual habéis oído que tiene que venir, y ahora ya está en el mundo. 4 Vosotros, hijos míos, sois de Dios y los habéis vencido, porque es más grande el que está en vosotros que el que está en el mundo. 5 Ellos son del mundo, por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha. 6 Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha. El que no conoce a Dios no nos escucha. En esto reconocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.
**• El texto sintetiza el contenido de la voluntad de Dios y ofrece criterios para reconocer el espíritu de Dios y el espíritu del mundo. Criterios son, ante todo, la fe en Cristo {«que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo»: v. 23a), después el amor fraterno (« que nos amemos los unos a los otros»: v. 23b) y, finalmente, la fidelidad a los mandamientos de Dios (que hace posible la comunión con Dios: cf. v. 24). Por esto el Apóstol sugiere algunas actitudes fundamentales para conseguir este objetivo. Primeramente la oración, entendida no tanto como petición de gracias sino más bien como compromiso personal para cumplir lo que exige (v. 22), y, en segundo lugar, la profesión de fe auténtica en Cristo Jesús y de caridad efectiva hacia los hermanos. En la comunidad cristiana el primer criterio para discernir los verdaderos de los falsos profetas es, pues, hacer una profunda profesión de fe en Cristo Señor «venido en carne mortal» (v. 2; cf. Hch 2,36). El Apóstol reconduce la actitud de fe al núcleo esencial: aceptar a Jesús. El que excluye a Cristo de su propia vida cotidiana tiene el espíritu del anticristo (cf. 2,18; 2 Jn 7). Los falsos profetas, que pretenden presentar un cristianismo distinto, vienen del mundo y, por eso, el mundo los escucha. Los creyentes, a su vez, son de Dios y Dios está en ellos, y su victoria es segura porque es don de la fe recibida de Cristo (Jn 16,33), que es más poderoso que el anticristo (v. 4; Jn 12,31; 14,30; 16,11). El segundo criterio es eclesial: quien se muestra dócil a la Iglesia viene de Dios (v. 6). La fe del cristiano es la adhesión a la enseñanza propuesta por los guías de la comunidad eclesial, donde está el Espíritu de Dios, al que hay que escuchar y del que hay que dar testimonio.
Evangelio: Mateo 4,12-17.23-25 12 Al oír Jesús que Juan había sido encarcelado, se volvió a Galilea. 13 Dejó Nazaret y se fue a vivir a Cafarnaún, junto al lago, en el término de Zabulón y Neftalí; 14 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: 15 Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí , camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. 16 El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, a los que habitaban en una región de sombra de muerte una luz les brilló. 17 Desde entonces empezó Jesús a predicar diciendo: -Arrepentíos, porque está llegando el reino de los cielos. 23 Jesús corría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba las enfermedades y las dolencias del pueblo. 24 Su fama llegó a toda Siria; le trajeron todos los que se sentían mal, aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y él los curó. 25 Y le siguió mucha gente de Galilea, la Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán.
** El evangelista cuenta lo que ocurrió al principio de la predicación de Jesús después que el Bautista fuera encarcelado. Dejado Nazaret, fijó su morada en Cafarnaún, en el territorio de la Galilea de los gentiles, lugar de la antigua ocupación asiría (733 a.C): aquí comienza ahora a brillar la luz del evangelio de Jesús y el ejemplo de su vida (v. 16; cf. Is 8,23-9,1-2). Para Mateo, Jesús comienza su predicación del reino de Dios en la Galilea de los gentiles porque tiene ante los ojos la misión universal de la salvación. Su palabra es para los judíos, sí, pero también para los paganos: «Convertios, porque está cerca el Reino de Dios» (v. 17). Jesús enseñó por todas partes en las sinagogas y predicó «la buena nueva del Reino» y realizó muchas curaciones milagrosas «curando toda clase de dolencias y enfermedades en el pueblo» (v. 23). Su predicación de la Palabra suscitó un gran entusiasmo, su fama se difundió por toda la Siria y produjo gran impresión en todo el contorno, tanto que muchos acudían a Él. Su enseñanza siempre era acompañada por muchas personas sanadas en su espíritu y por enfermos curados en su cuerpo, como endemoniados, epilépticos, paralíticos, etc. Jesús es el verdadero Siervo del Señor que toma sobre sí las enfermedades de toda la humanidad (cf. Is 53,4). Su anuncio es exhortación y súplica para acoger en la propia vida el don divino de la reconciliación y de la salvación que el Padre celestial ofrece gratuita y generosamente a todos los hombres.
MEDITATIO Muchas veces la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, y especialmente el evangelista Juan, nos presentan en estrecha relación la fe en Dios y el amor a los hermanos (cf. 1 Jn 4,19-21). Es siempre la fe la que se ensancha en el amor y genera la comunión de vida. Es en la vida de fe donde el creyente puede experimentar la doble dimensión del mandamiento del amor: hacia Dios y hacia el prójimo. Y Juan ve el núcleo vital de la fe en la persona de Jesús, el hombre lleno del Espíritu de Dios, y en la acogida de su Palabra, urgente por la venida del Reino, que con él está ya presente entre los hombres. «El centro vivo de la fe es Jesús, el Cristo; sólo por medio de él los hombres pueden salvarse, de él reciben el fundamento y la síntesis de toda verdad» (RdC 57). Él es verdaderamente «la clave, el centro, el fin del hombre, y además de toda la historia humana» (GS 10). Creer en Jesús quiere decir fiarse de él, abrirse a él hasta dejarse transformar en él, aceptándolo como modelo de conducta: «Yo os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros» (Jn 13,15). Esta fe en él se convierte en fuerza dinámica y creativa, enteramente encaminada a testimoniar y actuar para que Jesucristo y su mensaje sean conocidos y aceptados por los hombres. Los encuentros con Jesús contienen y manifiestan una fuerza transformadora extraordinaria, porque inician un verdadero proceso de conversión, de comunión y de solidaridad humana.
ORATIO Señor, tú eres la luz que ha bajado a la tierra para iluminar a toda la humanidad, tú eres la verdad del Padre que trae esperanza y vida a los alejados que viven en las tinieblas del error, tú eres el fin de la historia humana porque por tu medio la salvación se ofrece a todos los hombres. Te damos gracias por tu Palabra, por el evangelio del amor del Padre con el que has venido a salvarnos a todos y por el ejemplo de vida que nos has dado con hechos concretos, que han afectado tu vida cuando estabas entre nosotros. Desgraciadamente no te tratamos bien cuando viniste a nosotros, más aún, te rechazamos, colgándote de una cruz como a un malhechor. Perdónanos y danos un corazón arrepentido y capaz de conversión, para que no te reneguemos de nuevo sino, al contrario, resplandezcan en nuestra vida la luz y la alegría que nos trajiste. Haz que nuestro testimonio cristiano se difunda en amor a los hermanos que no te conocen aún o viven en el error respecto a tu enseñanza, llena de sabiduría humana y divina. Te damos gracias, Señor, porque tu Palabra, proclamada hace tantos siglos, todavía hoy está viva y penetrante entre nosotros y siempre nos renueva el corazón. Aumenta nuestra fe en tu Palabra para que podamos penetrarla en el Espíritu y tomarla en serio como criterio de discernimiento en los sucesos y problemas que nos agobian en la vida. Haznos capaces de contrarrestar nuestro individualismo (verdadera plaga de nuestro tiempo), con nuestra disponibilidad para ayudar a todo hombre, a fin de que podamos reencontrar la verdad de Dios y la alegría de servir a todo hermano que sufre o pasa necesidad.
CONTEMPLATIO Sobre la Galilea de los gentiles, sobre el país de Zabulón, sobre la tierra de Neftalí -como dice el profeta brilló una luz grande: Cristo. Los que se encontraban en la oscuridad de la noche vieron al Señor nacido de María, el sol de justicia que irradió su luz sobre el mundo entero. Por esto, nosotros todos que estábamos desnudos, porque somos la descendencia de Adán, acudimos a revestirnos de él para calentarnos. Para vestir a los desnudos y para iluminar a cuantos viven en las tinieblas, viniste, te manifestaste, tú, luz inaccesible. Dios no despreció a aquel que arrojó del Paraíso a causa del engaño, perdiendo así la vestidura que Él mismo les había tejido. De nuevo les viene al encuentro, llamando con su santa voz al inquieto: ¿Dónde estás, Adán? Deja ya de esconderte: te quiero ver aunque estés desnudo, aunque seas pobre. No sientas más vergüenza ahora que yo mismo me he hecho semejante a ti. A pesar de tu gran deseo, no has sido capaz de hacerte Dios, mientras que yo ahora me he hecho voluntariamente hombre. Acércate, pues, y reconóceme para que puedas decir: «Has venido, te has manifestado, tú, luz inaccesible» (Romano il Melode, Inni, Cinisello Balsamo 1981, 213-214).
ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos» (Mt4,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Reino de Dios significa que Dios reina. Y ¿cómo reina Dios? Preguntémonos: En el fondo, ¿qué es lo que impera realmente sobre nosotros? En primer lugar, los hombres. También las cosas señorean sobre mí. Las cosas que ambiciono, las cosas que me estorban, las cosas que encuentro en mi camino (...). ¿Qué ocurriría si Dios reinase verdaderamente en mí? Mi corazón, mi voluntad lo experimentarían como Aquel que da a todo evento humano significado pleno {...). Yo percibiría con temor sagrado que mi persona humana es nada excepto por el modo en que Dios me llamó y en el que debo responder a su llamada. De aquí me vendría el don supremo: la santa comunidad de amor entre Dios y mi sola persona. Pero el nuestro es un reino del hombre, reino de cosas, reino de intereses terrenos que ocultan a Dios y sólo al margen le hacen sitio. ¿Cómo es posible que el árbol a cuyo encuentro voy me sea más real que Él? ¿Cómo es posible que Dios sea para mí sólo una mera palabra y no me invada, omnipotente, el corazón y la conciencia? Y ahora Jesús proclama que después del reino de los hombres y de las cosas ha de venir el reino de Dios. El Poder de Dios irrumpe y quiere asumir el dominio; quiere perdonar, santificar, iluminar, no por la violencia física, sino por la fe. Los hombres deberían apartar su atención de las cosas y dirigirla hacia Dios, así como tener confianza en lo que Jesús les dice con su palabra y actitud: entonces llegaría el reino de Dios (Romano Guardini, El Señor, Madrid 1965).
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Lunes de la 1ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 1,1-8 1 Había un hombre, natural de Rama, un sufita de los montes de Efraín, que se llamaba Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Eliú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita. 2 Tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Feniná. Feniná tenía hijos, pero Ana no los tenía. 3 Este hombre subía todos los años desde su pueblo a adorar y ofrecer sacrificios al Señor todopoderoso en Silo, donde los hijos de Eli, Jofní y Pinjas, eran sacerdotes del Señor. 4 Llegado el día, Elcaná ofrecía el sacrificio y daba a su mujer Feniná y a todos sus hijos e hijas sus raciones; 5 mientras que a Ana le daba sólo una, y eso que él prefería a Ana; pero el Señor la había hecho estéril. 6 Su rival la insultaba para humillarla porque el Señor la había hecho estéril. 7 Y así, año tras año; cada vez que subían al templo del Señor, le insultaba de este modo. Una vez Ana se puso a llorar y no quería comer. 8 Entonces su marido Elcaná le dijo: - Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿No valgo yo para ti más que diez hijos?
**• Según algunos investigadores, los libros de Samuel son los más modernos de toda la Biblia. Dios se hace presente en el hombre, y el hombre es un hombre «verdadero», un hombre que es pecador, aunque también generoso y con todas las contradicciones propias del ser humano. Dios ya no se manifiesta. Está presente en la piedad de David, en su generosidad, en el arrepentimiento por su pecado. El hombre es el sacramento de Dios. El carácter propio de los libros de Samuel es este humanismo, cuya figura más prestigiosa es David. Sin embargo, hay una multitud de personajes vivos que forman su corona: Samuel, Saúl, Jonatán... Lo primero que debemos destacar es esto: da la impresión de que Dios interviene cuando parece que todo ha llegado al final. Y así sucede en todo el desarrollo del libro: Israel está derrotado; parece excluida cualquier posibilidad de salvación; todo parece acabado. Pero en lo oculto, en medio del silencio, prepara Dios la resurrección de la nación. A un niño, llevado por su madre a servir en el templo, se le va a confiar el mensaje de la derrota, pero con este mismo mensaje se le concederá también el comienzo de una nueva era para el pueblo de Dios. Va a ser Samuel quien consagre al primer rey de Israel. Ana concibe y da a luz un hijo. Tras el llanto, la oración. Hay un cierto vínculo entre la oración y la concesión de lo que se pide. Samuel será una de las más grandes «figuras» veterotestamentarias de Jesús, en quien se cumplirán las promesas de Dios.
Evangelio: Marcos 1,14-20 14 Después de que Juan fue arrestado, marchó Jesús a Galilea, proclamando la Buena Noticia de Dios. 15 Decía: - Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio. 16 Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que estaban echando las redes en el lago, pues eran pescadores. 17 Jesús les dijo: - Venid detrás de mí y os haré pescadores de hombres. 18 Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron. 19 Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes. 20 Jesús los llamó también, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
*•• Estos versículos muestran de manera concreta lo que significa la llamada de Jesús: «Creed en el Evangelio» (v. 15). Muestran la actitud nueva y radical del cristiano. Las dos escenas de vocación están estructuradas del mismo modo. Señalemos el dinamismo de la llamada: el Jesús que llama está siempre en movimiento. Se trata, en efecto, de la llamada a un nuevo éxodo, hacia el camino inaudito y nuevo del Evangelio: «Venid detrás de mí» (v. 17). «Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron.» Todo este dinamismo se desprende de la mirada y de la llamada de Jesús. No se trata de una iniciativa que parte del hombre, no se trata de un camino del hombre, sino del camino de Dios entre los hombres. La confianza y la entrega a la persona de Jesús hacen posible el seguimiento. Está claro que ir con Jesús es una perspectiva que reclama las opciones indicadas aquí de modo vago con el verbo «dejar»: se trata de un dejar con la mirada puesta en una realización; de un dejar que no empobrece. ¿Es posible dejar? Sí, porque él nos precede con una mirada penetrante que realiza y devana una identidad: es la mirada con la que Jesús nos invita, creando una relación personal con cada uno. El Jesús que pasa y ve, dice una palabra en este momento presente, pero es una palabra cargada con una promesa futura, que se convierte en la estructura de todo abandono y de todo seguimiento. Jesús va al encuentro del hombre en su vida cotidiana para cambiar su destino. Jesús proyecta, mediante su ver y su fijarse, una especie de energía. Se trata de una mirada que elige, que transmite una fuerza, que revela una identidad y la hace posible. Jesús no ve a pescadores, sino a personas que tienen un nombre y desarrollan una profesión; una mirada que los hace despegar de las arenas movedizas en las que habían caído.
MEDITATIO Ana conoce por propia experiencia la dureza de las relaciones humanas. Es una persona que, como otras muchas, junto al dolor agudo de la propia pobreza personal, debe experimentar la aflicción de la humillación que le infligen los otros. Y a esto le añade aún una nota ulterior de tristeza el hecho de que todo esto lo produzca una persona implicada en la práctica religiosa. Esto mismo puede pasar también en nuestros días. A las normas cultuales, observadas de modo sereno, no les acompaña una obligada atención para instaurar relaciones marcadas por la fraternidad. El culto a Dios no prosigue, tras la obligada preocupación por nosotros mismos, en la escrupulosa atención a las pasiones que se agitan en nosotros y pueden causar heridas a nuestro hermano, sino que se eclipsa con la explosión de sentimientos espontáneos que son vividos hasta alcanzar una brutalidad lacerante. Particularmente preciosa se presenta la actitud benévola de Elcaná, que pone todo su empeño en consolar y pacificar a la mujer amada. Se muestra como un hombre que, al encontrar en el templo la misericordia y la ternura de Dios, es capaz de reproducirla en el ámbito familiar. El tiempo nuevo que se está gestando, inaugurado por el Señor, tiene como característica dominante la creación de nuevas relaciones marcadas por la misericordia. Por otra parte, por haberla manifestado de una manera radical en su existencia terrena, el Verbo que nos habló ha sido definido como «irradiación de la gloria de Dios e impronta de su sustancia».
ORATIO Te invoco, Señor de mi vida; a ti dirijo mis deseos y mis palabras. Haz que yo escuche tu voz. Ella me llama, desde el mar en que nos debatimos para no ahogarnos, a ti, orilla por la que suspiramos. Que tu Palabra nos encuentre dispuestos a dejar y cortar las redes de las que tú nos liberas, redes que nos mantienen atados a lo que está destinado a morir. Haz que nuestra mirada pueda reconocerte en los acontecimientos cotidianos, que nuestro corazón vuelva a pensar en ti y que encuentren paz los pensamientos. Que nuestro afecto permanezca estrechamente ligado a ti y florezcan la amistad y la fraternidad en nuestra tierra. Que la justicia, la paz y la alegría vuelvan a reinar entre los hombres.
CONTEMPLATIO No quieras buscar ninguna cosa fuera del Señor; busca al Señor y él te escuchará; y mientras todavía estés hablando, te dirá: «Estoy aquí». ¿Qué significa «Estoy aquí»? Estoy presente. ¿Qué quieres, qué esperas de mí? Todo lo que puedo darte es nada en comparación conmigo. Tómame a mí mismo, goza de mí, acércate a mí. Aún no puedes hacerlo del todo, pero tócame con la fe y quedarás inseparablemente unido a mí, y yo te libraré de todos tus fardos, para que puedas adherirte a mí por completo (Agustín de Hipona, Exposición sobre el salmo 33, 9ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Está llegando el Reino de Dios» (Mc 1,15).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Tú caminas a mi lado Tú caminas a mi lado, Señor. No deja huellas en la tierra tu paso. No te veo: siento y respiro tu presencia en cada tallo de hierba, en cada átomo de aire que me nutre. Por el sendero oscuro que discurre entre los prados me llevas a la iglesia de la aldea, mientras arde la puesta del sol detrás del campanario. Todo en mi vida ardió y se consumió como la hoguera que ahora prende a occidente y dentro de poco será cenizas y sombra: sólo me queda salva esta pureza de infancia que remonta, intacta, el curso de los años por la alegría de volver a encontrarte. No me abandones más. Hasta que no caiga mi última noche -aunque sea esta misma-, colma sólo de ti desde los rocíos a los astros, y transfórmame en gota de rocío para tu sed y en luz de astro para tu gloria (A. Negri, Fons Ámoris, Milán 1946). |
Martes de la 1ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 1,9-20 En aquellos días, 9 después de comer y beber en Silo, Ana se levantó. El sacerdote Elí estaba sentado en su silla, junto a la puerta del santuario del Señor. 10 Ella, llena de amargura, estuvo suplicando al Señor, bañada en lágrimas, 11 y le hizo esta promesa: - Señor todopoderoso, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y te acuerdas de mí, si no olvidas a tu sierva y le das un hijo varón, yo lo consagraré al Señor por todos los días de su vida y la navaja no pasará por su cabeza. 12 Como ella prolongaba su oración ante el Señor, Elí se puso a observar sus labios, 13 pero Ana hablaba para sí; sus labios se movían, pero no se oía su voz. Entonces Elí pensó que estaba borracha 14 y le dijo: - ¿Hasta cuándo seguirás borracha? A ver si se te pasa el efecto del vino. 15 Ana respondió: - No, señor mío; es que soy una mujer desgraciada. No he bebido vino ni licor; estoy desahogando mi corazón ante el Señor. 16 No tomes a tu sierva por una mujer perdida, pues por el exceso de mi pena y mi dolor he estado hablando hasta ahora. 17 Elí le dijo: - Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido. 18 Ella dijo: - Que tu sierva alcance tu favor. Y se fue por su camino. Después comió y ya no parecía la misma. 19 Se levantaron de madrugada, adoraron al Señor y se volvieron a su casa, a Rama. Elcaná se acostó con Ana, su mujer, y el Señor se acordó de ella. 20 Ana concibió y dio a luz un hijo, al que puso por nombre Samuel, pues dijo: - ¡Al Señor se lo pedí!
**• Ana reza para que el Señor le conceda el don de los hijos. Su oración es personal. No la hace en voz alta, pues Dios está en lo más íntimo del hombre y le escucha, conoce sus sentimientos más secretos, más escondidos. Elí se equivoca al juzgar a la mujer. Ve que mueve los labios, pero no oye ninguna voz. Piensa que está borracha, pero Ana reza con intensidad y su oración manifiesta una oración del corazón. Ana vive en esta oración una auténtica relación con Dios; no ve a Elí, todo se vuelve extraño, se olvida del mundo que le rodea, habla al Señor, sólo se abre a él. La oración verdadera es la oración en la que el hombre se encuentra con Dios en la intimidad de su corazón. Así fue la oración de Ana. Esto nos dice que, en la oración, el corazón del hombre debe unirse al corazón de Dios. Elí parece no comprender la oración de Ana; ahora bien, en su oración silenciosa, esta mujer habla con Dios, está en comunión con él y Dios la escucha. Dice el texto que Ana, tras el augurio del sacerdote, cambia de rostro: antes estaba triste, amargada, lloraba; ahora se serena al acoger el deseo de Elí como una promesa de Dios. Para Ana, la palabra del sacerdote es eficaz, como si Dios hubiera escuchado su oración: «Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido». Ana ya está segura; aún no se ha unido con su esposo, pero le ha bastado la palabra de Elí para estar segura de que Dios ha escuchado ya su oración. Dios prepara los acontecimientos más importantes de la historia de la salvación con medios muy pobres, escondido y con humildad. Cuando Dios calla, es señal de que actúa en lo más hondo, pero el hombre no se da cuenta; y eso que, en realidad, lo que Dios ha preparado se realiza para la salvación del hombre.
Evangelio: Marcos 1,21-28 En aquel tiempo, 21 llegaron a Cafarnaún y, cuando llegó el sábado, entró en la sinagoga y se puso a enseñar a la gente 22 que estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad, y no como los maestros de la Ley. 23 Había en la sinagoga un hombre con espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24 - ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Sé quien eres: el Santo de Dios! 25 Jesús le increpó diciendo: - ¡Cállate y sal de ese hombre! 26 El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él 27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: - ¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y éstos le obedecen! 28 Pronto se extendió su fama por todas partes en toda la región de Galilea.
*+ En este fragmento de Marcos encontramos dos temas entrelazados: la enseñanza de Jesús, repleta de autoridad, y su poder de expulsar a los demonios. El evangelista quiere mostrar, en primer lugar, que la enseñanza de Jesús posee una eficacia extraordinaria. Su autoridad consiste en realizar lo que dice, en hacerse obedecer y liberar del mal. Jesús no enseña como los maestros de la Ley, sino como alguien que está investido del Espíritu Santo (Mc 1,9-11). Marcos se complace en poner el acento en la figura de Jesús como Maestro: ya desde el comienzo de su evangelio, en nuestro fragmento, aparece Jesús como alguien que enseña. La Palabra de Jesús nos pone frente a frente con el poder mismo de Dios. Tiene lugar, a continuación, el choque con el «espíritu inmundo». En el grito del hombre poseído resuena la cita de una frase de la Escritura: «¿Qué tienes contra mí, hombre de Dios? ¿Has venido...?» (1 Re 17,18). Esta frase del libro de los Reyes está dirigida al profeta Elias por una mujer cuyo hijo se encuentra enfermo de gravedad y al que cura el profeta. Cambiando «hombre de Dios» por «Jesús de Nazaret», nos presenta Marcos a Jesús como el verdadero profeta que cura. Jesús es el Santo de Dios, sus palabras están dotadas del poder divino. La Palabra de Jesús es una palabra que renueva, transforma y rehace al hombre.
MEDITATIO Jesús experimentó la muerte «por la gracia de Dios». Eso nos dice de modo paradójico el autor de la Carta a los Hebreos. Por nuestra parte, no nos sentimos inclinados a unir la gracia con el sufrimiento. Solemos considerar como una gracia que se nos dispense del mismo, mientras que interpretamos el dolor como un signo de la privación de la gracia. Ahora bien, dado que esta última es, más que un don, Dios mismo que se acerca a nosotros con benevolencia, interpretamos la presunta falta de gracia como ausencia o muerte de Dios. Sin embargo, el caso de Ana parece confirmar esta convicción: esta mujer advierte como un don de Dios la liberación de la aflicción de su esterilidad. También el hombre que es liberado de la esclavitud del diablo en el evangelio recibe la curación y el don de una vida serena. Todo esto nos recuerda que el fin último del proyecto de Dios consiste en liberar al hombre de todo mal. La nueva creación, llevada a cabo por Dios mismo, no prevé la presencia del dolor. Sin embargo, en la situación presente, dado que el hombre no se encuentra aún en la realidad ideal del mundo futuro, sino que debe participar en la dramática lucha contra el mal, y no algunas veces o en ciertas circunstancias excepcionales, sino como una situación ordinaria, el amor que se asigna a Dios como puro don gratuito no sólo soporta, no sólo acepta, sino que desea la travesía del desierto del dolor. Esto no vale para esbozar los rasgos de una filosofía universal del dolor (cf. Heb 2,9). Vale para comprender la calidad del amor de Cristo por los hombres y, por consiguiente, el amor de Dios. No presenta argumentos indiscutibles para la «defensa de Dios», pero puede poner en marcha al creyente para revivir la misma gracia. ¿Bastará con esta convicción para crear la resignación o el consuelo? En el fondo, el elemento decisivo no consiste en este buen resultado de carácter psicológico. A quien ama le basta con saber amar y con saber que Dios puede apreciar como acontecimiento providencial precisamente la «estupidez» de mi incomprensible sufrimiento.
ORATIO Oh Dios, te invoco a la puesta del sol: ayúdame a orar y a concentrar en ti mis pensamientos, porque por mí mismo no sé hacerlo. Hay oscuridad dentro de mí, pero junto a ti está la luz; estoy solo, pero sé que tú no me abandonas; estoy asustado, pero junto a ti está la ayuda; estoy inquieto, pero junto a ti está la paz; en mí está la amargura, pero junto a ti está la paciencia; no comprendo tus caminos, pero tú conoces el mío (D. Bonhoeffer).
CONTEMPLATIO Tu deseo es tu oración; si tu deseo es continuo, continua será tu oración. No en vano dijo el apóstol: «Orad sin cesar». ¿Acaso doblamos las rodillas, postramos el cuerpo o levantamos las manos sin interrupción para que pueda afirmar: Orad sin cesar? Si decimos que sólo podemos orar así, creo que no podemos orar sin cesar. Ahora bien, hay otra oración interior y continua, y es el deseo. Hagas lo que hagas, si deseas aquel reposo sabático, no interrumpas nunca la oración. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo. Tu continuo deseo será tu voz, es decir, tu oración continua. Callarás si dejas de amar. [...] La frialdad en la caridad es el silencio del corazón; el fervor de la caridad es el clamor del corazón. Si la caridad permanece constante, clamarás siempre; si clamas siempre, siempre desearás (Agustín de Hipona, Exposición sobre el salmo 37, 14).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ana se presentó al Señor y elevó a él su oración» (cf. 1 Sm 1,9ss).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL A modo de imagen, voy a partir de la experiencia de ciertos monjes de los primeros tiempos de la Iglesia, allá por los siglos III y IV. De noche se mantenían de pie, en posición de espera. Se erguían allí, al aire libre, derechos como árboles, con las manos levantadas hacia el cielo, vueltos hacia el lugar del horizonte por el que debía salir el sol de la mañana. Su cuerpo, habitado por el deseo, esperaba durante toda la noche la llegada del día. Esa era su oración. No pronunciaban palabras. ¿Qué necesidad tenían de ellas? Su Palabra era su mismo cuerpo en actitud de trabajo y de espera. Este trabajo del deseo era su oración silenciosa. Estaban allí, nada más. Y cuando llegaban por la mañana los primeros rayos del sol a las palmas de sus manos, podían detenerse y reposar. Había llegado el sol. Esta espera, de la que es imposible decir si es más corporal o espiritual, si es más específicamente conceptual o afectiva, se encuentra en la experiencia espiritual. Siempre será para nosotros una tentación constante pretender identificar a Dios con algo de orden afectivo o bien de orden racional, de orden físico o bien de orden cerebral. La espera afecta a todo nuestro ser. Y lo que llega a nosotros es, precisamente, el rayo que, iluminando las palmas de nuestras manos y cambiando poco a poco el paisaje, nos anuncia que viene el sol, diferente a lo que la noche nos permite conocer (M. de Certeau, Ma¡ senza l'altro Magnano 1993). |
Miércoles de la 1ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 3,1-10.19ss En aquellos días, 1 el joven Samuel estaba al servicio del Señor con Elí. La Palabra del Señor era rara en aquel tiempo, y no eran frecuentes las visiones. 2 Un día estaba Elí acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse y no podía ver. 3 La lámpara de Dios todavía no se había apagado. Samuel estaba durmiendo en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios. 4 El Señor llamó a Samuel: - ¡Samuel, Samuel! Él respondió: - Aquí estoy. 5 Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: - Aquí estoy, porque me has llamado. Elí respondió: - No te he llamado, vuelve a acostarte. Y Samuel fue a acostarse. 6 Pero el Señor lo llamó otra vez: - ¡Samuel! Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: - Aquí estoy, porque me has llamado. Respondió Elí: - No te he llamado, hijo mío, vuelve a acostarte. 7 (Samuel no conocía todavía al Señor. No se le había revelado aún la Palabra del Señor.) 8 Por tercera vez llamó el Señor a Samuel: - ¡Samuel! Él se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: - Aquí estoy, porque me has llamado. Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al joven, 9 y le dijo: - Vete a acostarte y, si te llaman, dices: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Samuel fue y se acostó en su sitio. 10 Vino el Señor, se acercó y lo llamó como las otras veces: - ¡Samuel, Samuel! Samuel respondió: - Habla, que tu siervo escucha. 19 Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse. 20 Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor.
**• Samuel había sido entregado al Señor para el servicio del templo. En éste había permanecido durante años en silencio, conocido sólo por Dios. Ahora le llama el Señor. ¿Para qué le llama el Señor? En la vocación de Samuel podemos intuir de inmediato el estilo de la llamada de Dios. Llama a cada uno por su nombre: «¡Samuel, Samuel!». Esto significa que su llamada es siempre una llamada personal y no anónima; que es una llamada original dirigida a cada uno; que quien nos llama nos conoce por medio de un verdadero conocimiento de amor. Sin embargo, Samuel no está en condiciones de conocer de inmediato la voz de Dios. Si bien, por una parte, afloran objetivamente dificultades para reconocer la voz de Dios (su trascendencia y su carácter imprevisible), meditando el pasaje podemos descubrir en él, no obstante, la paciente pedagogía de Dios encaminada a insertarse en el corazón del hombre. Dios se adapta; llama de manera gradual; le da tiempo al hombre; le renueva su llamada. Samuel recibe la llamada por primera, por segunda, por tercera vez... En este punto intervienen los intermediarios que pueden servir para ayudar a la voz del Dios que llama; en el caso de Samuel, es el anciano sacerdote Eli, que con su sensatez le sugiere al joven Samuel cómodebe comportarse (v. 9). Esto nos hace ver que en la llamada interviene, casi estructuralmente, la presencia de mediaciones humanas; a menudo resulta indispensable la ayuda de alguien para salir de la duda, de la inseguridad. Pero eso no es todo: hemos de subrayar la absoluta disponibilidad de Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (w. 9ss). Sólo una atenta vigilancia y disponibilidad para «no dejar escapar vacía ni una sola de sus palabras» puede llevar al llamado, antes o después, a reconocer la voz de Dios, a acogerla y a dejarse guiar por ella.
Evangelio: Marcos 1,29-39 En aquel tiempo, 29 al salir de la sinagoga, Jesús se fue inmediatamente a casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, 31 y él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se puso a servirles. 32 Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. 33 La población entera se agolpaba a la puerta. 34 Él curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no los dejaba hablar, pues sabían quién era. 35 Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar. 36 Simón y sus compañeros fueron a buscarle. 37 Cuando lo encontraron, le dijeron: - Todos te buscan. 38 Jesús les contestó: - Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he venido. 39 Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios.
*• Con este fragmento concluye Marcos la primera jornada mesiánica de Jesús. Ésta representa un poco la actividad de la jornada típica seguida por sus discípulos y por los que leen el evangelio con tal sorpresa y admiración que les hace preguntarse: «¿Quién es éste?» (Mc 1,27). El primer milagro que el evangelio nos ofrece parece de tan poca monta que corre el riesgo de pasar desapercibido: el milagro sigue siendo un signo que remite a otra cosa; así, la simple curación de una fiebre, que ciertamente no llama la atención, lleva en sí un significado fundamental. La suegra de Pedro vuelve a estar en condiciones de «servir». Este «servir», con el que se cierra este primer milagro, encierra el programa mesiánico de Jesús, que está entre nosotros «como el que sirve» (Lc 22, 27). Esa es la característica fundamental dejada por Jesús en herencia a sus discípulos antes de morir; en este sentido, la suegra de Pedro se convierte en el prototipo del creyente liberado que puede ofrecer su servicio a los hermanos. Igualmente significativa es la salida nocturna de Jesús a orar en un lugar desierto, colocada al término de una dura jornada de evangelización. Podemos considerar esta oración de Jesús como su éxodo de la fatiga cotidiana para encontrarse con el Padre. Y gracias a esta oración podrá responder a Pedro: «Vamos a otra parte», superando la fácil tentación que supone un fácil mesianismo ligado al «todos te buscan». Toda la población está agolpada en la plaza, todos le buscan, pero Jesús no vuelve atrás y se va a «otra parte», para que llegue allí también su salvación.
MEDITATIO Las lecturas de hoy ponen de relieve, en diferentes planos, el papel principal que debe ejercer Dios en la vida de todo creyente. Jesús, ante las invitaciones de la gente de su medio, elige dar prioridad a la misión recibida del Padre; y Samuel, con la disponibilidad conquistada tras cierto trabajo, se vuelve disponible para seguir la voluntad de Dios en su vida. En todo caso, la propensión a abrirnos a la voluntad de Dios y, a continuación, la actuación práctica de éste suscitan al mismo tiempo la adquisición de dos estados de ánimo diferentes y complementarios entre sí. Ser elegidos por Dios como colaboradores suyos suscita un sentimiento de alegría desconcertante, de maravilla inesperada y de reverente aprensión. Afirmar, como María, «hágase en mí según tu Palabra » no significa aprender a resignarse, sino que implica, en primer lugar, abrirse, con una admiración empapada de alegría, a un proyecto seductor. Pero, la correspondencia a tanto don exige atravesar y superar las pruebas. Esto no implica siempre la necesidad de asumir un compromiso doloroso (aunque sea necesaria la disponibilidad para el mismo), pero sí requiere, en todo caso, la capacidad de discernimiento. No respondemos a Dios con la verdad si la obediencia vivida no nos habilita para adquirir cierta sintonía con él, de modo que advirtamos intuitivamente, mediante un sexto sentido espiritual, lo que se nos pide de vez en cuando. Una condición ulterior para esta correspondencia natural cotidiana es la oración prolongada y perseverante, ésa de la que nos da testimonio Jesús, dispuesto a buscar a su Dios hasta la llegada de la aurora.
ORATIO ¿Qué soy yo para ti, Señor? ¿Por qué deseas ser amado por mí hasta el punto de que te inquietas si no lo hago? ¡Como si no fuera ya una gran desventura no amarte...! Dime, te lo ruego, Señor, Dios misericordioso, ¿qué eres tú para mí? Dilo, que yo lo oiga. Los oídos de mi corazón, Señor, están ante ti; ábrelos y dile a mi alma: «Yo soy tu salvación». Perseguiré esta voz y así te alcanzaré (Agustín de Hipona).
CONTEMPLATIO Intentamos comprender la vocación con la que nacen los elegidos: no han sido elegidos por haber creído, sino que han sido elegidos a fin de que crean. El mismo Señor nos revela bastante bien el sentido cuando dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros». En efecto, si hubieran sido elegidos por haber creído, evidentemente habrían sido ellos los primeros en elegirlo al creer en él, y por eso habrían merecido ser elegidos. Ahora bien, el que dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros», excluye por completo esta hipótesis. Sin embargo, está fuera de duda que también ellos le han elegido cuando creyeron en él. Cuando dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros», quiere dar a entender esto: no fueron ellos quienes le eligieron para poder ser elegidos, sino que fue él quien les eligió a fin de que lo eligieran (Agustín de Hipona, La predestinación de los santos 17,34).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Habla, Señor!» (cf. 1 Sm 3,9-10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El magno e inefable diálogo entre Dios y el hombre que constituye nuestra religión supone, en el hombre mismo, una actitud receptiva particular. Si el hombre busca y escucha la Palabra de Dios, la Verdad salvadora entra en el alma y engendra nuevas relaciones entre Dios y el hombre: la fe, la vida sobrenatural. Pero si el hombre no escucha, Dios habla en vano; se abre un drama tremendo. En la Biblia aparece por doquier esta alternativa decisiva, la escucha del hombre es, por excelencia, un acto racional y voluntario, pleno y consciente del obsequio tributado al Dios que revela, pero supone la maduración interior, trabajada por la gracia, de una disposición innata y honesta para el encuentro con Dios. Como edad de la crisis y edad de la elección, la juventud está más expuesta a padecer el influjo arreligioso y antirreligioso de nuestro tiempo. Ahora bien, en cuanto edad del pensamiento y edad del amor, la juventud es la más capaz de comprender el valor religioso de la vida y de dar a su piedad un profundo significado personal, que adquiere a menudo una dramática expresión moral, una especie de fidelidad inmolada y total, plena de impulso apasionado, si bien todavía poco segura, como un vuelo, aunque espléndida y generosa, precisamente como un vuelo milagroso realizado en los cielos del heroísmo y de la poesía. Esto tiene lugar cuando el sentido religioso se pronuncia -como tormento, como atractivo, como alegría, poco importa- de un modo tan vigoroso que constituye un juego íntimo y sublime de libertad y de obligación, y se vuelve determinante desde el punto de vista moral. Es entonces, por lo general, cuando la voz interior se revela, no ya como propia, sino como eco de otra voz, lejana y próxima, la de Dios (G. B. Montini, Sul senso religioso, 1957 [edición española: El sentido religioso, Ediciones Sígueme, Salamanca 1964]). |
Jueves de la 1ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 4,1-11 1 En aquellos días, los filisteos se reunieron para atacar a Israel. Los israelitas acamparon en Eben Ezer, mientras que los filisteos estaban acampados en Afee. 2 Puestos los filisteos en orden de batalla, se entabló el combate e Israel fue batido por los filisteos, que mataron en el campo de batalla a unos cuatro mil hombres. 3 El pueblo volvió al campamento y los ancianos dijeron: - ¿Por qué nos ha hecho sufrir hoy el Señor esta derrota frente a los filisteos? Vayamos a Silo a buscar el arca de la alianza del Señor, para que venga con nosotros y nos libre de nuestros enemigos. 4 El pueblo mandó gente a Silo para que trajeran el arca de la alianza del Señor todopoderoso, que se sienta sobre los querubines. Los dos hijos de Eli, Jofní y Pinjas, venían con el arca de la alianza de Dios. 5 Cuando el arca de la alianza del Señor llegó al campamento, los israelitas lanzaron el grito de guerra y la tierra retemblaba. 6 Al oír los filisteos el griterío, dijeron: - ¿A qué se debe ese clamor tan grande en el campamento de los hebreos? Y cayeron en la cuenta de que el arca del Señor había llegado al campamento. 7 A los filisteos les entró miedo, y decían: - Ha venido Dios al campamento. ¡Ay de nosotros! Esto no había sucedido nunca. 8 ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos salvará de la mano de esa divinidad tan poderosa? Es la que castigó a Egipto con toda clase de plagas y epidemias. 9 Cobrad ánimo y sed fuertes, filisteos, para no servir a los hebreos como ellos os han servido a vosotros. Sed hombres y luchad. 10 Los filisteos fueron al combate. Israel fue batido y huyó cada uno a su tienda. Fue una gran derrota; cayeron de Israel treinta mil hombres de infantería, 11 el arca de Dios fue capturada y los dos hijos de Eli, Jofní y Pinjas, murieron.
*»• La protagonista de este fragmento es el arca. Los hebreos consideraban el arca de la alianza como el «signo» visible de la presencia invisible de Dios, y con este signo alimentaban su fe. He aquí que ahora los filisteos se disponen en orden de batalla contra Israel, e Israel sucumbe. Tiene lugar una gran derrota, y caen cuatro mil muertos; Israel se vuelve esclavo de los vencedores, pero antes de darse por vencido, Israel cree disponer aún de un arma invencible: el arca. Dios se ha ligado a Israel con el pacto de la alianza, e Israel llevará el arca santa al campo de batalla. Ahora los mismos filisteos ya no se sienten seguros de la victoria. Se inicia de nuevo la batalla y, desastre terrible para Israel, les arrebatan la misma arca de Dios. Capturada ésta, Israel queda como abandonado de Dios; Israel queda sin su Dios. Haber llevado el arca de Dios al campo de batalla supone haber provocado aún más el castigo de Dios, que permite que el arca, signo de la alianza, sea arrebatada a Israel. Es la derrota total. Eli, por medio de sus hijos, habría continuado guiando a Israel, pero también éstos han muerto en la batalla, y hasta el mismo Eli, al recibir la noticia de la derrota, cae en el umbral del santuario y muere (4,13.18). Es el final. Sin embargo, no es así: Dios ha llamado a Samuel, su vocación es ya el comienzo de una nueva historia. A pesar de todo, Dios permanece fiel a la alianza. Samuel vive aún a la sombra del santuario, pero el Señor le conoce. En su misma vocación, Dios le hace partícipe de su designio: desde ese mismo momento se convierte Samuel en alguien que representa ahora al pueblo santo y lleva consigo el destino de la nación.
Evangelio: Marcos 1,40-45 En aquel tiempo, 40 se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: - Si quieres, puedes limpiarme. 41 Jesús, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: - Quiero, queda limpio. 42 Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. 43 Entonces lo despidió, advirtiéndole severamente: 44 - No se lo digas a nadie; vete, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les conste a ellos. 45 Él, sin embargo, tan pronto como se fue, se puso a divulgar a voces lo ocurrido, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados, y aun así seguían acudiendo a él desde todas partes.
**• Con este nuevo milagro hace estallar Jesús una auténtica revolución: no se aleja del leproso, como quería la Ley; no rechaza el contacto con él, no teme ninguna amenaza. Su propuesta no consiste ya en separarse del inmundo, sino en la transformación por contagio vital que va del puro al inmundo. Jesús encarna al hombre puro y sagrado que «contagia» y atrae a su propia esfera al hombre inmundo y no sagrado. El leproso «se le acercó» (v. 40): no se trata sólo de un movimiento espacial, sino también de un movimiento del espíritu, porque le dice a Jesús: «Si quieres, puedes limpiarme» (v. 40). Con la venida de Jesús cayó el muro de la Ley (cf. Ef 2,14ss), porque Dios, el Santo, el Justo, se hizo en todo solidario con nosotros, enseñándonos el acceso a él. El gesto de extender la mano indica el poder de Jesús, que se manifiesta también por medio de su Palabra imperiosa: «Quiero, queda limpio» (v. 41). La salvación no está ya en la separación y en la marginación, sino en la reintegración, porque con Jesús ha entrado en el mundo el poder salvífico mismo de Dios. En el acontecimiento histórico de Jesús se ha hecho «visible» el poder sanador de Dios, que se pone de parte de los pobres, de los últimos de la sociedad de los hombres. Jesús inaugura una sociedad nueva, una sociedad que no margina a nadie, que no separa, que no excluye, sino que es consciente de poseer el poder mismo de Dios que le ha sido dado por Jesús. Precisamente porque Jesús ha abolido el sistema que separaba lo puro de lo inmundo tal como se entendía en el mundo judío, queda libre el cristiano para Dios y para el prójimo.
MEDITATIO Hoy se nos vuelve a proponer la cuestión decisiva para la vida de la fe: «¡Escuchad al Señor!». La Carta a los Hebreos la plantea como actitud válida para cada día. Decía un antiguo eremita: «Una voz invoca desde el fondo de tu corazón: ¡Conviértete hoy!». Allí donde no permanece con suficiente vigor este propósito, se abre camino el riesgo del endurecimiento del corazón. En efecto, la escucha obediente o el rechazo desobediente no es una simple cuestión de audición física, ni siquiera una cuestión de buena voluntad. El creyente debe desarrollar una «sensibilidad» propia al respecto. Sólo con un empeño permanente se adquiere la sensibilidad suficiente para percibir la voz del Señor o para advertir sus inspiraciones.De rebote, se corre el peligro atestiguado por el pueblo de Israel, tal como aparece en la lectura de hoy. Éste intenta construir una relación religiosa con Dios totalmente aparente, porque, a pesar de todo el aparato cultual desplegado y a pesar de las intenciones declaradas, no tiene ninguna seria intención de someterse a la decisión de Dios ni de respetar su voluntad, tal como se encuentra expresada en sus mandamientos. Los textos bíblicos nos recuerdan así una verdad que es bastante obvia: el primer paso hacia una relación auténtica con Dios consiste en la recuperación de una honestidad que aborrece toda ficción. El Señor, por su parte, se compromete a destruir, aun aceptando el riesgo de desfigurar y de provocar una crisis de fe en los hombres, todo aparato religioso que no parta de él y sea expresión de su auténtica voluntad. A veces, el desacralizador más radical es el mismo Señor. Frente a su santidad no resiste ninguna ambigüedad. Antes o después, queda el hombre al desnudo y debe elegir con autenticidad (o bien rechazar sin fingir).
ORATIO Concédeme, Señor Jesús, entrar contigo en la voluntad del Padre: que yo quiera lo que quiere él, que yo crea que él quiere siempre la salvación. Concédeme, con la fuerza del Espíritu, desear y pedir la verdadera curación.
CONTEMPLATIO Los malvados llevan a cabo muchas acciones contra la voluntad de Dios, pero éste posee tanta sabiduría y poder que todos los acontecimientos que parecen contrarios a su voluntad tienden a los objetivos y fines que él mismo ha previsto como buenos y justos. Por eso, cuando se dice que Dios ha cambiado de voluntad, de suerte que se muestra, por ejemplo, indignado con aquellos con quienes se mostraba indulgente, son ellos los que han cambiado, no Él, y en cierto sentido lo encuentran cambiado en las adversidades que padecen. Del mismo modo cambia el sol para los ojos enfermos y, en cierto modo, se convierte de apacible en irritante, de agradable en inoportuno (Agustín de Hipona, La ciudad de Dios, XXII, 2). En todo caso, por muy fuertes que puedan ser las voluntades de los ángeles o de los hombres, buenos o malos, favorables o contrarios a lo que quiere Dios, la voluntad del Omnipotente es siempre invencible; no puede ser nunca mala, puesto que, incluso cuando inflige males, es justa, y si es justa, a buen seguro, no es mala. El Dios omnipotente, ya sea que por misericordia experimente misericordia por quien quiere, ya sea que por el juicio endurezca a quien quiere, no lleva a cabo injusticia alguna, no realiza nada contra su propia voluntad y todo lo que quiere lo hace (Agustín de Hipona, Manual XXVI, 102).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Quiero, queda limpio» (Mc 1,41).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL No te pido que me cures: sería ofensiva la demanda que no puedes escuchar. Lo que pido es que me salves, que no me dejes para siempre sometido a esta muerte cotidiana. Pido que la Nada no venza y no vuelva yo a necesitar encenderme de deseos, y viva infeliz allí como ahora aquí, solo y alejado. Tú sabes lo que me cuestas en remordimientos y lo que yo te cuesto a ti por gracia: que no se interrumpa la competición. Yo, arrepintiéndome, y tú, teniendo piedad de mí, pues es necesidad para mí fallar y para ti continuar perdiendo. Así te pienso: un Dios siempre expuesto a locuras, a contentarse por cómo somos, a perder siempre: oh Luz incandescente y piadosa. |
Sábado de la 1ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 9,1-4.10.17-19;10,1 9,1 Había un hombre de la tribu de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorat, hijo de Afíaj, benjaminita; un hombre de buena posición. 2 Tenía un hijo llamado Saúl. Era un buen mozo; no había entre los israelitas ninguno más esbelto que él, pues sobrepasaba a todos de los hombros para arriba. 3 Un día que se le perdieron las asnas a Quis, éste dijo a su hijo Saúl: - Llévate a uno de los criados y vete a buscar las asnas. 4 Recorrieron las montañas de Efraín y la región de Salisá, pero no las encontraron; recorrieron la región de Salín, y nada; luego la de Benjamín, y tampoco las encontraron. 10 Entonces fueron a la ciudad donde estaba el hombre de Dios. 17 Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le avisó: - Mira, es el hombre del que te hablé; éste es el que regirá a mi pueblo. 18 Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta de la ciudad y le dijo: - Indícame, por favor, dónde está la casa del vidente. 19 Samuel le respondió: - Yo soy el vidente. Sube delante de mí al altozano; hoy comeréis conmigo y mañana por la mañana te despediré y te descubriré todo lo que tienes en tu corazón. 10,1 Entonces Samuel tomó la vasija de aceite, derramó el aceite sobre la cabeza de Saúl y le besó diciendo: - En verdad, el Señor te unge como jefe de su heredad. Tendrás poder sobre el pueblo del Señor y le librarás de las manos de los enemigos que lo rodean.
**• En el centro de la perícopa de hoy encontramos a Saúl. Con el capítulo 9 comienza para Israel una nueva historia. La historia de la monarquía comienza con la aparición de Saúl, hijo de Quis. ¿Por qué se presenta su genealogía? ¿Qué puede significar? ¿Por qué tantos nombres que nada nos dicen a nosotros? ¿Qué importancia puede tener la genealogía de Saúl? Sin embargo, las genealogías tienen siempre una gran importancia en los libros del Antiguo Testamento. El personaje del que nos habla el libro es el término de toda una historia, que, aunque sea privada, es siempre historia de Israel. La historia empieza con la búsqueda de las asnas perdidas. Quis, el padre de Saúl, ha perdido sus asnas, y su hijo va a buscarlas. Así actúa el Señor. Los comienzos de la historia son de una humanidad que desconcierta, aunque nos parezca que no dicen nada. Dios convierte la vida del hombre en una continua sorpresa. Saúl va en busca de las asnas y regresa siendo rey de Israel. No tiene nada que llevar al vidente. Saúl va a casa del vidente para saber si alguien ha encontrado las asnas. Encuentra a Samuel y éste le consagra rey. Así actúa Dios. Su vida tiene la dimensión del amor gratuito de Dios. Saúl vivirá la tragedia de tener que vivir una realeza que el pueblo de Dios no estaba preparado para recibir, a pesar de haberla reclamado. El pueblo querrá volverse atrás, pero no podrá hacerlo. Dios debe realizar su plan en contra de la voluntad de los que ahora se le resisten. Abandonarse a la voluntad de Dios no es fácil. Queremos que Dios actúe, pero cuando lo hace y nos pide sumisión y obediencia, nos rebelamos; pretendemos que Dios siga nuestra voluntad, no que nosotros sigamos la suya.
Evangelio: Marcos 2,13-17 En aquel tiempo, 13 Jesús volvió a la orilla del lago. Toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. 14 Al pasar, vio a Leví, el hijo de Alfeo, que estaba sentado en su oficina de impuestos, y le dijo: - Sígueme. El se levantó y le siguió. 15 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron con él y sus discípulos, pues eran ya muchos los que le seguían. 16 Los maestros de la Ley del partido de los fariseos, al ver que Jesús comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: - ¿Por qué come con publicanos y pecadores? 17 Jesús lo oyó y les dijo: - No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
**• En el pasaje de hoy se entiende la fe como seguimiento de Cristo. Se cuenta que Jesús «al pasar vio a Leví, el hijo de Alfeo, que estaba sentado en su oficina de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y le siguió» (v. 14). Leví se encuentra con Jesús y se hace cristiano en pleno ejercicio de su profesión «mundana». En todas las profesiones se puede «seguir» a Jesús, hacer lo que él hace. No pensaban así los fariseos, que reprocharon a Jesús que comiera «con publicanos y pecadores» (v. 16). Para los fariseos, ciertas profesiones eran incompatibles con la religiosidad judía, porque impedían observar el sábado y otras leyes. Para Jesús, en cambio, no hay profesiones que excluyan del discipulado cristiano. Lo que impide ser discípulo de Cristo es creerse «justo» y «sano», esto es, no sentirse necesitado de salvación. «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (v. 17). La cura que les aplica es estar con ellos, no excluirlos, no condenarlos, no juzgarlos. Ésa es la cura del mal interior del hombre. Esta paciencia, esta misericordia, esta longanimidad, es lo que constituye su cura. Es hermoso contemplar esta imagen de Jesús como médico; su terapia puede durar toda una vida, es decir, no puede ser excluida nunca, porque la terapia es su presencia, su estar con nosotros. El Señor parece querer decirnos que la conversión más difícil es la del justo o la de los que se consideran como tales.
MEDITATIO La Palabra del Señor actúa de manera eficaz. Penetra en nuestro corazón, lo pone al desnudo, lo juzga. Esta Palabra corresponde, sin embargo, al Hijo, que es capaz de compadecerse de nuestras debilidades y quiere presentarse como nuestro intercesor. La eficacia y la misericordia aparecen en el obrar de Dios en la vida de Saúl. El texto pone de relieve el proyecto gratuito de Dios, que precede a toda iniciativa por parte de Saúl. Pone de manifiesto cómo se despliega su acción utilizando situaciones normales, casi triviales, en la vida de las personas. Saúl no recibe un cargo honorífico, sino la habilitación para un servicio. La gracia sólo nos hace sentir su acción en nosotros cuando nos habilita en concreto para algún ministerio. Todo tiene lugar en lo escondido, sin clamor alguno. La eficacia de la Palabra no tiene nada que ver con el clamor mundano. Esto mismo aparece con más fuerza aún en el episodio narrado por el evangelio. La llamada de Leví anuncia la fuerza de la Palabra. También en este caso se despliega la total gratuidad del amor divino que llama: no hay ningún mérito, ninguna preparación por parte del elegido. También él se encuentra inmerso en el laborío de la vida, un laborío marcado, además, por la negatividad. Esta vez, no obstante, el signo de la misericordia suscita clamor. Este tipo de fama no ayuda al Señor, que debe dar cuentas de su misericordia.
ORATIO Dame, Señor, un corazón atento y límpido; un corazón deseoso de encontrarte allí donde me encuentre, y de seguirte, es decir, de imitarte, desde el lugar en el que me encuentre. Un corazón atento para poder reconocer tus pasos en mi historia; en la pequeña, en la de todos los días, y en la grande, la que lleva los colores fuertes de la alegría o del dolor, de la esperanza que nos hace volar o de la desesperación que nos aplasta. Un corazón límpido, porque sólo la mirada de quien es profundamente puro y libre es capaz de ver..., de verte. Un corazón deseoso de encontrarte, porque ése es el camino seguro para descubrirte ya presente... Un corazón que quiera seguirte, porque sólo el camino del Evangelio, que eres tú, conduce a la vida plena y verdadera.
CONTEMPLATIO Pasa el Señor... ¿En qué sentido pasa Jesús? Jesús realiza acciones temporales. ¿En qué sentido pasa Jesús? Jesús realiza acciones transitorias. Considerad con mucha atención cuántas acciones suyas han pasado. Nació de la Virgen María, pero ¿acaso nace continuamente? Fue amamantado cuando era niño, pero ¿acaso está chupando la leche continuamente? Fue pasando por las distintas edades hasta la juventud, pero ¿acaso creció de continuo físicamente? También los mismos milagros por él realizados pasaron: nosotros los leemos y los creemos. Tales hechos fueron escritos para que puedan ser leídos y, en consecuencia, pasaban una vez realizados. Por último, y para no detenernos en muchos otros hechos, fue crucificado, pero ¿acaso está colgado de continuo en la cruz? Fue sepultado, resucitó, ascendió al cielo; ahora ya no muere más... su divinidad es permanente y la inmortalidad de su cuerpo ya no tendrá fin. Sin embargo, y a pesar de ello, todas las acciones que llevó a cabo Jesús en el tiempo pasaron, pero fueron escritas para ser leídas y son anunciadas para ser creídas. Por consiguiente, Jesús pasó a través de todas esas acciones... Jesús pasa también ahora... Me explicaré: cuando se leen los hechos que llevó a cabo el Señor mientras pasaba, siempre se nos presenta al Jesús que pasa... ¿Comprendéis, hermanos, lo que digo? No sé, efectivamente, cómo expresarme, pero todavía sé menos cómo callar. Pues bien, esto es lo que digo, y lo digo de manera abierta. Porque temo no sólo al Jesús que pasa, sino también al Jesús que permanece, por eso no puedo callar (Agustín de Hipona, Sermón 88, 10.9 y 14.13).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, el rey se alegra por tu fuerza» (de la liturgia).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Jesús «pasa»: en el carácter opaco y al mismo tiempo transparente de las cosas que acaecen. Pasa: en la superposición de las inspiraciones, que iluminan el corazón. Pasa: en la pobreza y en la desesperación del hombre. «Pasa»: por la rendija del egoísmo humano encerrado en sí mismo. Pasa: en la decepción de las cosas que se prometen y no se cumplen. Pasa: en la seguridad del bienestar y en la fatua satisfacción del llamado «nuevo rico». Pasa y vuelve: como la lanzadera de un telar. Como el amante encarnizado que no se resigna a la renuncia de su propio amor. Pasa cuando menos te lo esperas: así atraviesa el Señor tu vida. Pasa y se va; pasa y se queda, al mismo tiempo. De todos modos, deja huellas visibles y sensibles de su paso: la atracción de una invitación persistente, el clamor de una Palabra que no es posible callar, el tormento de un deseo que renace, la alegría de un compromiso que agita las fuerzas del hombre... Jesús pasa. Es uno de los muchos transeúntes con los que nos cruzamos en la calle. Son incontables los que nos «pasan» a derecha e izquierda, los que saltan, obstaculizan, cortan la calle, nos observan con una perfecta indiferencia. Muchos, demasiados, no se dan cuenta de nada. Pasan y no ven. Jesús pasa y «ve»... Se da cuenta de nosotros. De mí. Ve: en el corazón. A través de los deseos y las aspiraciones profundas. Ve: no tanto los rasgos de nuestra fisonomía y las actitudes de nuestro comportamiento. Ve: la dimensión interior del hombre: pensamientos, deseos, afectos, intenciones, disponibilidad, propósitos. La dureza del corazón ve y hace ver. Ve: la verdad entera que hay en el hombre. Me ve a mí... Jesús necesita encontrar en nosotros al hombre. Al hombre es a quien dirige su Palabra divina (F. Berra, lo ho scelto voi, Roma 1990, pp. 41-43).
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2° domingo del tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Isaías 49,3.5-6 3 El Señor me dijo <<Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti». 4 Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada; sin embargo, el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa. 5 El dice: << No solo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra».
•·• La primera lectura recoge parte del segundo cántico del <<Siervo de YHWH». En total, cuatro composiciones poéticas referidas a un personaje llamado <<Siervo del Señor» (Is 42,1-9; 49,1-7; 5o,4-11; 52,13-53,12). La identificación del siervo resulta, al menos, misteriosa. Reiterados intentos han querido fijar un nombre y un rostro para este personaje. Entre otros, han sugerido que se trata del pueblo de Israel, del mismo profeta, de Ciro, en cuanto libertador de los judíos desterrados en Babilonia. Sin embargo, ninguno de los <<candidatos» se corresponde plenamente con los requisitos necesarios para ser identificado como <<Siervo de YHWH», hombre elegido por Dios, integro en su fe, al que se le ha confiado una misión universal. Es necesario esperar a Jesucristo para encontrar la respuesta satisfactoria y definitiva. El texto actual, en efecto, ha sido elegido para crear una conexión entre el <<Siervo de YHWH>> y el <<Cordero de Dios» (del evangelio). Las dos expresiones denotan en el lenguaje y la teología de Juan el Bautista la misma realidad. La lectura litúrgica selecciona algunas frases del segundo canto del siervo para subrayar su misión universal. La frase central, puesta en los labios de Dios, suena así: <<Te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra» (v. 6). El peso teológico descansa en la idea de salvación que llega desde Dios a los hombres por la mediación del siervo; además, tal salvación alcanza a todos. La figura del siervo encuentra pleno cumplimiento en Jesús, la luz venida al mundo para alumbrar a todos los hombres, el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La humanidad no tiene que seguir esperando; por fin, la esperanza se llena con un contenido preciso.
Segunda lectura: 1 Corintios 1,1-3 1 Yo Pablo, llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y el hermano Sóstenes, 2 a la Iglesia de Dios que esta en Corinto. A vosotros, que, consagrados por Cristo Jesús, habéis sido llamados a ser pueblo de Dios en unión con todos los que invocan en cualquier lugar el nombre de Jesucristo, que es Señor suyo y nuestro, 3 gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.
¤» Hoy comienza la primera carta de Pablo a la comunidad de Corinto. Encontramos, como de costumbre, el saludo y sus elementos tradicionales: el remitente, el destinatario y el anuncio inicial. En seguida aparece una profusión de títulos y concreciones que acompañan tanto al remitente como a los destinatarios. El nombre de Pablo, engrandecido con el titulo de <<apóstol», certifica el origen de su misión. Y si no fuese suficiente, el doble añadido - <<apóstol de Cristo Jesús» y <<por voluntad de Dios» (v. 1)- insiste en la sacralidad y oficialidad de su cometido. Lejos de ser un titulo vanidoso, la conciencia apostólica de Pablo sirve para revalorizar su modo de hablar y actuar Pablo no actúa en nombre propio, ni decide según criterios puramente humanos. El es fundamentalmente un <<llamado» que responde a la solicitud divina. Pablo asocia consigo a Sóstenes, designándolo <<hermano>». Existe una delicada voluntad de asociarlo como colaborador al trabajo apostólico. El apóstol nunca actúa como un marinero solitario; su vocación divina lo pone en comunión con todos aquellos que Dios llama a su servicio. Los destinatarios de la carta són todos los creyentes, << la Iglesia de Dios», expresión preferida de Pablo. El término ekklesia indica la asamblea litúrgica convocada por Dios para ser su pueblo santo mediante una vocación especial. Esta nueva comunidad, con respecto de Israel, está marcada con el sello pascual y tiene en Jesús al verdadero cordero inmolado. Se encuentra mencionada en referencia a una ciudad; <<en Corinto». Y la especificación consiste en indicar una iglesia local. La iglesia, sin embargo, es la realidad nacida de la confluencia entre el amor trinitario y la aceptación del hombre. La concepción paulina de iglesia ha sido asumida y suscrita por el Concilio Vaticano II, que hizo suya esta cita de san Cipriano: <<La Iglesia universal se manifiesta como "una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y Espíritu Santo"» (LG 4). El anuncio inicial esta compuesto por un binomio que permanecerá invariable en todas las cartas <<gracia y paz», dones que tienen en el Padre y en Cristo su manantial; expresan la comunión con Dios, en cuanto dón gratuito, que viene de lo alto (<<gracia») y perdura, gracias a la colaboración humana (<<paz»). El inicio de la carta ofrece una entonación teológica que presagia la sinfonía que se desarrollara a continuación.
Evangelio: Juan 1,29-34 29 Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: - Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 30 A éste me refería yo cuando dije: <<Detrás de mi viene uno que ha sido colocado delante de mi porque existía antes que yo». 31 Yo mismo no lo conocía, pero la razón de mi bautismo era que él se manifestara a Israel. 32 Juan prosiguió: - Yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como una paloma y permanecía sobre él. 33 Yo mismo no lo conocía, pero el que me envióé a bautizar con agua me dijo: <<Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautizará con Espíritu Santo». 34 Y como lo he visto, doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.
*·> La solemne apertura del evangelio había presentado a la Palabra eterna del Padre entrando en la historia de los hombres y convirtiéndose en Jesús de Nazaret. Era necesario encontrar un nexo para que Jesús pudiera vincularse concretamente en la historia. Todos los profetas habían hablado de él. El último, dotado de un carisma particular el <<precursor>>, se llama Juan: el portavoz del actual texto evangélico. En un estupendo primer plano, el Bautista es presentado como el testigo leal. Ese que empeña todo su ser en hablar de Jesús, reconociéndolo como el Mesías y proporcionando las credenciales fundamentales. Su testimonio se expresa con tres frases de recia teología: Jesús es <<el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (v. 29); el Espíritu se ha posado sobre el y permanece de forma estable (v. 32); Jesús es el elegido de Dios, es decir, el <<Hijo de Dios» (v. 34). Són tres afirmaciones, ligadas entre si, que desvelan la idea que tiene Juan sobre el Mesías. Las tres imágenes encuentran correspondencia parcial en los cantos del <<Siervo de YHWH» y el porque de su elección como primera lectura. La obra principal de Jesús consiste en << quitar el pecado del mundo». Para Juan, el evangelista, existe un único pecado: rechazar la Luz que ha venido al mundo para iluminar a todos los hombres (Jn 1,9). Rechazar a Cristo es el mayor y único pecado; las demás transgresiones (pecados) son manifestaciones incompletas. Jesús cumplirá esta colosal obra de reconciliación entre Dios y el hombre porque él mismo es Dios. El texto lo dice claramente. La escena del bautismo sirve para mostrar la presencia del Espíritu, que desciende sobre Jesús y permanece sobre él.
MEDITATIO Aunque hay pluralidad de funciones o diversidad de llamadas, el fin debe ser común: la realización de si mismos y la gloria de Dios. Puesto que la vocación viene de Dios, él, que es unidad y amor convoca a todos a la plena realización. El siervo de la primera lectura ha sido enviado para llevar la luz a todos los pueblos. Ya no existen barreras, ni muros divisorios, sino un único y gran proyecto: construir la familia humana, ligada por la misma ley que le une con Dios, dador de todo bien. Pablo, en la segunda lectura, se dirige a la comunidad - y a nosotros actualmente - presentándose como apóstol que ha recibido una misión que cumplir. Toma consigo al hermano Sóstenes - idealmente, a todo hermano en la fe- recordando que todos tienen como encargo un servicio apostólico. Desde la pluralidad de papeles, es común el empeño de dar a conocer y amar a Jesucristo. A través de ellos, la comunidad de Corinto tiene la <<gracia» de descubrir a Jesucristo y, en él, encontrar la novedad de vida que adquiere el nombre teológico de <<salvación» o <<redención». Pablo es el instrumento elegido por la Providencia para hacer llegar a numerosos pueblos el mensaje del Evangelio. El texto evangélico muestra la peculiar vocación de Juan, ser el precursor y mensajero que anuncia la presencia de Jesús. El Bautista no se limita a una atestación física (<<esta aquí, es aquél de allí»). Ofrece un cuadro teológico de hondo espesor. Esto significa que toda verdadera vocación, incluida la nuestra, antes de ser testimonio externo, es descubrimiento interior de la realidad de Cristo. El es <<el Cordero que quita el pecado del mundo». El carga con nuestras miserias y transforma la iniquidad en santidad. En él, todos podemos esperar un nuevo nacimiento, del agua y del Espíritu, para construir una sociedad donde la fraternidad sea el estatuto y el amor la única regla de convivencia. En Cristo, con Cristo y por Cristo, tiene hueco y sentido nuestra vocación; conservamos la propia originalidad, que debe desarrollarse autónoma y completamente; encontrarnos el tiempo y el modo apropiado para relacionarnos con Dios. Insertados en Cristo, el bautizado se realiza en la singularidad exclusiva de su ser y en la comunión de una humanidad que, con Cristo, camina al encuentro del Padre para rendirle eterna alabanza.
ORATIO Para que tuviéramos la luz, te hiciste ciego. Para que obtuviéramos la unión, experimentaste la separación del Padre. Para que poseyéramos la sabiduría, te hiciste <<ignorancia». Para que nos revistiéramos de la inocencia, te convertirte en <<pecado>>. Para que esperáramos, casi te desesperaste. Para que estuviera Dios en nosotros, lo sentiste lejos de ti. Para que fuera nuestro el cielo, sentiste el infierno. Para darnos una apacible morada en la tierra entre cientos de hermanos, fuiste excluido del cielo y de la tierra, de los hombres y de la naturaleza. Eres Dios, eres mi Dios, nuestro Dios de amor infinito. (Chiara Lubich, <<Perché fosse nostro il cielo», en Cimi Nuova, 1975/3, p. 35).
CONTEMPLATIO Tu eres en verdad el único Señor; tu, cuyo dominio sobre nosotros es nuestra salvación, y nuestro servicio a ti no es otra cosa que ser salvados por ti. ¿Cual es tu salvación, Señor origen de la salvación, y cual tu bendición sobre tu pueblo, sino el hecho de que hemos recibido de ti el don de amarte y de ser por ti amados? Por esto has querido que el Hijo de tu diestra, el hombre que has confirmado para ti, sea llamado Jesús, es decir Salvador, porque <<él salvará a su puebla de los pecados» (Mt 1,21) y << ningún otro puede salvar» (Hch 4,12). El nos ha enseñado a amarlo cuando, antes que nadie, nos ha amado hasta la muerte en la cruz. Por su amor y afecto suscita en nosotros el amor hacia él, que fue el primero en amarnos hasta el extremo. Así es, desde luego. Tú nos amaste primero para que nosotros te amáramos. No es que tengas necesidad de ser amado por nosotros, pero nos habías hecho para algo que no podíamos ser sin amarte [...], Tal es la Palabra que tu nos dirigiste, Señor: el Verbo todopoderoso que, en medio del silencio que mantenían todos los seres - es decir el abismo del error - vino desde el trono real de los cielos a destruir enérgicamente los errores y a hacer prevalecer dulcemente el amor Y todo lo que hizo, todo lo que dijo sobre la tierra, desde los oprobios, los salivazos y las bofetadas, hasta la cruz y el sepulcro, no fue otra cosa que la Palabra que tu nos dirigías por medio de tu Hijo, provocando y suscitando, con tu amor nuestro amor hacia ti. Sabias, en efecto, Dios creador de las almas, que las almas de los hombres no pueden ser constreñidas a ese afecto, sino que conviene estimularlas, porque donde hay coacción no hay libertad, y donde no hay libertad no existe justicia tampoco. Quisiste, pues, que te amaramos los que no podíamos ser salvados por la justicia, sino por el amor pero no podíamos tampoco amarte sin que este amor procediera de ti. Así pues, Señor como dice tu apóstol predilecto, y como también aquí hemos dicho, tu nos amaste primero, y te adelantas en el amor a todos los que te aman. Nosotros, en cambio, te amamos con el afecto amoroso que tu has depositado en nuestro interior Por el contrario, tu, el mas bueno y el sumo bien, amas con un amor que es tu bondad misma, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el cual, desde el comienzo de la creación, se cierne sobre las aguas, es decir sobre las mentes fluctuantes de los hombres, ofreciéndose a todos, atrayendo hacia si todas las cosas, inspirando, aspirando, protegiendo de lo dañino, favoreciendo lo beneficioso, uniendo a Dios con nosotros y a nosotros con Dios (del tratado de Guillermo, abad del monasterio de San Teodorico, Sobre la contemplación de Dios 9-11; SC 61, 90-96).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Está escrito en el libro que cumpla tu voluntad>> (Sal 39,8b-9a).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Con cada hombre viene al mundo un ser nuevo que no ha existido nunca, alguien original y único. <<Cada israelita esta obligado a reconocer y considerar que es único en el mundo, que jamás ha existido nunca ningún hombre idéntico a él: si ya hubiera existido un hombre idéntico, no tendría sentido su existencia. Cada persona es diferente y debe realizar su propio ser. Que esto no suceda es lo que retrasa la llegada del <<Mesías». Todos están llamados a desarrollar y realizar personalmente esta unicidad e irrepetibilidad, y a no volver a repetir mas lo ya realizado por otro, por muy grande que fuese ésta persona. Ya viejo, el sabio Rabí Bunam dijo un día: <<No me cambiaría por el padre Abrahán ¿Qué le reportaría a Dios si el patriarca Abrahán se convirtiera en el ciego Bunam y el ciego Bunam en Abrahán?>>. La misma idea ha sido expresada con mayor agudeza por el Rabí Sussja, quien a punto de morir exclamó: <<En la vida Futura no me preguntaran: ”¿Por qué no has sido Moisés?”; me preguntarán; "¿Porque no has sido Sussia?”>>. Estamos ante una enseñanza basada en la inigualdad natural de las personas y la imposibilidad, por tanto, de hacerlos iguales. Todos los hombres tienen acceso a Dios, pero cada uno tiene una senda diferente. La diversidad humana, la diferenciación de sus cualidades y tendencias, es la grandeza del género humano. La universalidad de Dios consiste en la multiplicidad infinita de caminos que conducen hasta él, y cada uno de ellos está reservado a un hombre [,..]. Así, el camino a través del cual cada hombre tiene acceso a Dios le viene indicado únicamente por la conciencia de su propio sen; por el conocimiento de su especificidad y la singularidad de su existencia. <<En cada persona hay algo único que no existe en ninguna otra>> (M, Buber, Il cammino del huomo, Magnano 199o, 27-29). |
Lunes de la 2ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 15,16-23 En aquellos días, 16 Samuel dijo a Saúl: - Deja que te diga lo que el Señor me ha dicho esta noche. Él le dijo: - Habla. 17 Continuó Samuel: - ¿No es cierto que, a pesar de considerarte a ti mismo insignificante, eres el jefe de todas las tribus de Israel y que el Señor te ungió como rey de Israel? 18 El Señor te mandó a esta expedición diciéndote: «Vete y consagra al exterminio a esos pecadores amalecitas, y hazles la guerra hasta acabar con ellos». 19 ¿Por qué no has obedecido la orden del Señor? ¿Por qué te has lanzado sobre el botín, haciendo lo que desagrada al Señor? 20 Respondió Saúl: - ¡Yo he obedecido la orden del Señor! Fui a la expedición a la que él me mandó, traje a Agag, rey de Amalee, y consagré al exterminio a los amalecitas. 21 Sólo que la gente reservó del botín ovejas y vacas, las primicias de lo consagrado al exterminio, para ofrecérselo en sacrificio al Señor, tu Dios, en Guigal. 22 Samuel respondió: ¿Acaso no se complace más el Señor en la obediencia a su Palabra que en holocaustos y sacrificios? La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad, más que la grasa de carnero. 23 La rebeldía es como un pecado de superstición, y la arrogancia, como un crimen de idolatría. Por haber rechazado la Palabra del Señor, él te rechaza a ti como rey.
*» El episodio aquí narrado revela la orientación última del corazón de Saúl: busca conservar el reino siguiendo la lógica de las conveniencias políticas, antes que obedecer al Señor y hacer depender su vida de su elección. Saúl, reprendido por el profeta, disimula la culpa cometida levantando una polvareda de pretextos; justo lo contrario de lo que hará David. Éste, por el contrario, confesará abiertamente su pecado. El elemento más digno de destacar en el relato figura en la declaración de Samuel: la obediencia tiene más valor que el sacrificio. Se trata de una conquista relevante del pensamiento religioso: se pasa a valorar más la experiencia vivida que los actos de culto -que pueden estar disociados de la práctica de la fe-; se da más relieve a la actitud interior de la persona que a los actos externos. La obediencia vivida con amor será el elemento que caracterice la ofrenda sacerdotal y existencial de Jesús.
Evangelio: Marcos 2,18-22 18 Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decir a Jesús: - ¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan y los tuyos no? 19 Jesús les contestó: - ¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras el novio está con ellos, no tiene sentido que ayunen. 20 Llegará un día en el que el novio les será arrebatado. Entonces ayunarán. 21 Nadie cose un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo, porque lo añadido tirará de él, lo nuevo de lo viejo, y el rasgón se hará mayor. 22 Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos, porque el vino reventará los odres y se perderán vino y odres. El vino nuevo en odres nuevos.
**• El ayuno no está valorado como una práctica en sí misma, sino en relación con el significado que puede adquirir dentro del contexto de referencia en que se practica. Los discípulos de Juan el Bautista ayunaban para prepararse para la llegada inminente del juicio divino; el pueblo se abstenía de tomar alimento en el «Día de la Expiación» (Kippur) o en el día en que se recordaba la destrucción del templo. Esa práctica devota subraya una actitud interior y ayuda a conservarla. El espíritu religioso que inducía a practicar el ayuno, en ocasiones con cierta frecuencia, como es el caso de los fariseos, impulsa a Jesús a suspenderlo, realizando así un signo profético voluntariamente provocador. Dado que él mismo introduce en el mundo el tiempo glorioso de las nupcias entre Dios, el esposo, y su pueblo, la esposa, no tiene sentido reiterar un signo que recuerda el luto. El signo que conviene aquí, por el contrario, es el del banquete alegre. El ayuno, estrictamente ligado a poner de relieve la fortuna de la presencia de Jesús, ha sido restablecido en el tiempo de la Iglesia. La razón de ello es que la expectativa del Reino exige durante su curso la confrontación dolorosa con las fuerzas del mal, una confrontación que estalló ya, además, en el momento en el que el Esposo fue arrebatado. Las afirmaciones posteriores sobre el vestido y sobre el vino nos invitan a comprender la novedad introducida por el Evangelio y confirman el signo de la suspensión del ayuno.
MEDITATIO La Palabra del Señor nos pone hoy en guardia: ¡cuidado con administrar la relación «religiosa» según nuestra necesidad particular de seguridad! Podríamos darnos cuenta de que interpretamos la Escritura con el criterio de la racionalidad para protegernos de su propuesta de radicalismo, que nos descoloca. O bien podríamos descubrir que «usamos» el culto como mampara para poner a cubierto una presunta santidad construida a nuestra propia medida. El Señor nos recuerda hoy, de manera inequívoca, que la relación con él sólo es auténtica cuando se modula sobre la obediencia. Ésa es la única seguridad. Obedecer a Dios significa estar con el corazón y la mente abiertos, dispuestos a vibrar con todo soplo del Espíritu, prefiriéndolo a nuestro «sentido común»; disponibles para comprobar la consistencia de nuestras formas exteriores habituales de expresar la fe y para convertirnos a una mayor autenticidad, comprometiendo en ella nuestra vida. Dios se entrega del todo, de modo imprevisible, sorprendente. ¿Somos capaces de mostrarnos acogedores y dispuestos a adherirnos a su Novedad?
ORATIO Señor Jesús, tú que fuiste obediente en todo al Padre, enséñame a no buscar mi voluntad, sino la suya. Hazme comprender que eso no significa abdicar de mi capacidad de elección, sino vivir con libertad y gratuidad el don que soy. Me resulta fácil, Señor, encontrarme a mis anchas en la lógica, incluso religiosa, que me he construido y considerar como «hereje» a quien no la sigue... Que yo madure, Señor, al calor de tu Espíritu, la inteligencia de mi corazón, para no encerrarme en mis razonables certezas y permanecer abierto a las exigencias de tu Palabra, novedad inagotable.
CONTEMPLATIO Los hombres sabios y de gran ánimo ponen su cabeza, con humildad, bajo el yugo de la obediencia, pero los tontos se lo sacuden y no se adaptan a obedecer. Considero más importante obedecer por amor de Dios a quien está por encima de mí que obedecer al Creador mismo, aunque anunciara directamente a alguien su voluntad. Los que han puesto la cabeza bajo el yugo de la obediencia y, a continuación, diciendo que pretenden seguir la vía de la perfección, se lo sacuden, dan signos de que en el fondo de su alma se esconde una gran soberbia (Egidio di Assisi, / detti, Milán 1964, pp. 128ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La obediencia vale más que el sacrificio» (1 Sm 15,22).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El Señor no viene a limitarnos, a despojarnos; es más, hace que, adhiriéndonos a él, podamos crecer. Revelándose como el Dios-amor, invita a nuestra libre voluntad para que dé una respuesta que sea obediencia de fe y de amor. [...] El espíritu filial que anida en nosotros nos hace verdaderamente capaces de llamar al Padre y obedecerle. Si en algunas ocasiones nos mostramos como niños caprichosos, no ha de asaltarnos ningún temor: el Padre sabe mostrarse paciente y corregir con amor. Acepta como una gran cosa cualquier pizca de buena voluntad y de santo deseo que vea en el fondo de nuestro corazón, bajo la áspera corteza de nuestra naturaleza indisciplinada y esquiva. A través de los acontecimientos de nuestra vida cotidiana, se entreteje la voluntad de Dios como una tela. Es preciso que esta tela no tenga desgarros. Si los hay -ningún hombre es justo ante Dios-, éste es el remedio: la penitencia, el sacramento de la reconciliación. [...] Ahora bien, ¿cómo distinguir de manera adecuada la voluntad de Dios de la nuestra? No siempre resulta fácil. La experiencia de los que nos han precedido en el camino de la fe y de la obediencia nos enseña que, a menudo, la voluntad de Dios requiere un sí impregnado de renuncia y sufrimiento, la superación de nuestras propias inclinaciones y un confiado abandono que, para la lógica humana, puede parecer deserción del uso de nuestra propia razón y de nuestras propias capacidades. El paso se da en la oscuridad e incluso en la aridez o la repulsa, aunque podemos estar seguros, por la fe, de que en ese caso cumplimos de manera más libre la voluntad de Dios antes que la nuestra (A. M. Cánopi, Sí, Padre, Milán 1999, pp. 69 y 77ss). |
Martes de la 2ª semana del Tiempo ordinario y 21 de enero, conmemoración de Santa Inés La Depositio martyrum es el primer documento donde se menciona el culto a santa Inés en Roma, en la vía Nomentana, el 21 de enero. Impaciente por sacrificarse a Cristo, la niña murió mártir cuando apenas tenía doce años de edad, en la segunda mitad del siglo III o, más probablemente, a comienzos del IV. Su nombre, Inés, que viene de Agnes («agnella», «corderita») y es la transcripción latina del adjetivo griego hagné («pura», «casta»), fue presagio de su mismo martirio. San Ambrosio en el De Virginibus y en el carmen, el papa Dámaso en el célebre epígrafe y Prudencio en el XIV himno del Perístéphanon presentan versiones que contrastan sobre el suplicio que se le infligió, aunque están de acuerdo en la edad y en el doble mérito de la joven santa.
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 16,1-13 En aquellos días, 1 el Señor dijo a Samuel: - ¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl, si yo lo he rechazado como rey de Israel? Llena tu cuerno de aceite y ponte en camino. Yo te envío a casa de Jesé, el de Belén, porque me he elegido un rey entre sus hijos. 2 Samuel preguntó: - ¿Cómo voy a ir? Si se entera Saúl, me mata. El Señor le contestó: - Llevarás contigo una ternera y dirás: «He venido para ofrecer un sacrificio al Señor». 3 Invitarás a Jesé al sacrificio y yo te indicaré lo que tienes que hacer; me ungirás al que yo te diga. 4 Samuel hizo lo que le había dicho el Señor. Cuando llegó a Belén, los ancianos de la ciudad salieron preocupados a su encuentro y le dijeron: - ¿Es para bien tu venida? 5 Respondió: - Sí, he venido para ofrecer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio. Él purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrifico. 6 Al entrar ellos, vio a Eliab y se dijo: «Seguramente, éste es el ungido del Señor». 7 Pero el Señor dijo a Samuel: - No te fijes en su aspecto ni en su gran estatura, que yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón. 8 Después, Jesé llamó a Abinadab y le hizo pasar delante de Samuel, que dijo: - Tampoco es éste el elegido del Señor. 9 Jesé hizo pasar a Sama, pero Samuel dijo lo mismo: - Tampoco es éste el elegido del Señor. 10 Jesé hizo pasar a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel le dijo: - A ninguno de éstos ha elegido el Señor. 11 Entonces, Samuel preguntó a Jesé: - ¿Son éstos todos tus muchachos? Él contestó: - Falta el más pequeño, que está guardando el rebaño. Samuel le dijo: - Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que haya venido. 12 Jesé mandó a por él. Era rubio, de hermosos ojos y de buena presencia. El Señor dijo: - Levántate y úngelo, porque es éste. 13 Samuel tomó el cuerno del aceite y lo ungió en presencia de sus hermanos. El espíritu del Señor entró en David a partir de aquel día. Samuel se puso en camino y volvió a Rama.
**• Samuel, afligido por el fin miserable de Saúl, representa al hombre desalentado que añora el pasado y se deja dominar por el abatimiento. Dios le anima y emprende con él una nueva historia. El profeta, de manera semejante a Abrahán, debe partir sin saber a dónde va, mostrándose disponible a las indicaciones de la voluntad de Dios que se le manifiesten. El Señor no nos rechaza ni nos vuelve la espalda. Dios actúa con absoluta libertad, suscitando la sorpresa. Sólo Él conoce el corazón de los hombres y los valora con verdad. Y no sólo esto: también puede actuar a través de personas desaventajadas, por motivos sociales, culturales e incluso por motivos morales (como hará con san Pablo).
Evangelio: Marcos 2,23-28 Sucedió que 23 un sábado pasaba Jesús por entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas según pasaban. 24 Los fariseos le dijeron: - ¿Te das cuenta de que hacen en sábado lo que no está permitido? 25 Jesús les respondió: - ¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando tuvo necesidad y sintió hambre él y los que lo acompañaban? 26 ¿Cómo entró en la casa de Dios en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la ofrenda, que sólo a los sacerdotes les era permitido comer, y se los dio además a los que iban con él? 27 Y añadió: - El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. 28 Así que el Hijo del hombre también es señor del sábado.
**• Este breve relato pretende resaltar la autoridad definitiva de Jesús. Marcos no se muestra claro en absoluto al establecer el objeto de la transgresión de los discípulos. Quizás no hubieran debido trabajar en sábado para prepararse la comida, sino haber previsto ya esto el día anterior. De todos modos, es a Jesús, más que a los discípulos, a quien se pone en tela de juicio. Por otra parte, aparece una comparación entre él y David. Si, por motivos superiores, el antiguo rey podía pasar por encima de la Ley, mucho más puede hacerlo Jesús. Más aún, Jesús posee una autoridad tal que puede abrogar el sábado y sustituirlo por otro día de fiesta. Todo esto no está precisado con claridad, aunque se capte con claridad en los pliegues del discurso.
MEDITATIO Dios se revela como el Señor del tiempo y de la historia: es libertad absoluta, no reducible a ninguna medida humana, ni siquiera religiosa. La libertad soberana de Dios coincide con su amor, un amor que se manifiesta en la predilección por los más pequeños, en mirar más allá de las apariencias, en el reconocimiento del primado de la persona humana afirmado en la creación y nunca desmentido. Me pregunto si me muestro en mi vida realmente como hijo de este Dios, si acojo su libertad esclava del amor y la hago mía. Las decisiones de Dios me desorientan cuando infringen -o por lo menos ponen en crisis- el statu quo. Es más sencillo referirme a reglas claras y precisas que poner en el centro a la persona, a toda persona, cada una con sus exigencias, con sus características, que pueden resultarme instintivamente desagradables, que puedo considerar inadecuadas... La Palabra de Dios me invita y me provoca hoy a ser capaz de discernir la verdad de las cosas, recordándome que Dios es Señor de todo.
ORATIO Ven, Espíritu Santo. Me confío a tu soplo: enséñame a moverme en los espacios de Dios, donde los pequeños son los mayores, donde la atención al otro vale más que la Ley escrita. Ayúdame a discernir lo que cuenta, más allá de cualquier apariencia, bajo cualquier resplandor inmediato, más allá de cualquier voz seductora o convincente. Espíritu Santo, Espíritu de la verdad, que no me quede prisionero de mis ideas sobre el hombre o sobre Dios, hasta el punto de que, por miedo a tener que modificarlas, pueda dejar de encontrar al hombre, de encontrar a Dios...
CONTEMPLATIO Comprendo que los más pequeños acontecimientos de nuestra vida están dirigidos por Dios. [...] Cuando nuestra buena Madre me propuso convertirme en su ayudante, lo confieso, hermano, me quedé vacilante. Considerando las virtudes de las santas carmelitas que me rodean, me parecía que la Madre habría servido mejor a sus intereses espirituales escogiendo a otra hermana en vez de a mí; sólo el pensamiento de que Jesús no se habría fijado tanto en mis obras imperfectas como en mi buena voluntad me hizo aceptar el honor de participar en sus trabajos apostólicos. No sabía entonces que había sido él mismo, nuestro Señor, que se sirve de los instrumentos más ineptos para llevar a cabo sus maravillas, quien me escogió (Teresa de Lisieux, Lettere, en Gli scritti, Roma 1970, p. 693 [edición española: Cartas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1954]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón» (1 Sm 16,7).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Todos los movimientos naturales están regidos por leyes análogas a las de la gravedad material. Sólo la gracia constituye una excepción. Es preciso esperar siempre que las cosas sucedan en conformidad con la gravedad, salvo intervención de lo sobrenatural. Gravedad. En general, lo que esperamos de los otros está determinado por los efectos de la gravedad en nosotros; lo que recibimos de ellos está determinado por los efectos de la gravedad en ellos. En algunas ocasiones (por casualidad), ambos hechos coinciden; con frecuencia, no. [...] El hombre tiene la fuente de su energía moral, así como la de su energía física (alimento, respiración) en el exterior. Por lo general, la encuentra, y eso le crea la ilusión -incluso respecto a su propio físico- de que su ser lleva en sí mismo el principio de su propia conservación. Sólo la privación hace sentir la necesidad. Y, en caso de privación, no se le puede impedir dirigirse hacia cualquier objeto comestible. Existe un solo remedio: una clorofila que le permita alimentarse de luz. No juzgar. Todas las culpas son iguales. Existe una sola culpa: no tener la capacidad de alimentarse de luz. Porque, una vez abolida esta capacidad, son posibles todas las culpas. Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me envía. No existe el bien fuera de esta capacidad (S. Weil, L'ombra e la grazia, Milán 31 996, pp. 15-17 [edición española: La gravedad y la gracia, Editorial Trotta, Madrid 1994]).
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Jueves de la 2ª semana del Tiempo ordinario o 23 de Enero, conmemoración de San Ildefonso
Nacido en el 607, durante el reinado de Witerico en Toledo,de estirpe germánica, era miembro de una de las distintas familias regias visigodas, fue sobrino del obispo de Toledo San Eugenio III, quien comenzó su educación. Estando ya en el monasterio, funda un convento de religiosas dotándolo con los bienes que hereda, y en fecha desconocida (650?), es elegido abad. Muerto el obispo Eugenio III es elegido obispo de Toledo el a. 657. La noche del 18 de diciembre del 665 San Ildefonso junto con sus clérigos y algunos otros, fueron a la iglesia, para cantar himnos en honor a la Virgen María. Encontraron la capilla brillando con una luz tan deslumbrante, que sintieron temor. Todos huyeron excepto Ildefonso y sus dos diáconos. Estos entraron y se acercaron al altar. Ante ellos se encontraba la Virgen María, sentada en la silla del obispo, rodeada por una compañía de vírgenes entonando cantos celestiales. María al ir hizo una seña con la cabeza para que se acercara. Habiendo obedecido, ella fijó sus ojos sobre él y dijo: "Tu eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería." Habiendo dicho esto, la Virgen misma lo invistió, dándole las instrucciones de usarla solamente en los días festivos designados en su honor. Esta aparición y la casulla fueron pruebas tan claras, que el concilio de Toledo ordenó un día de fiesta especial para perpetuar su memoria. Los árabes, durante la dominación musulmana, al convertirse la Basílica cristiana en Mezquita respetaron escrupulosamente este lugar y la piedra allí situada por tratarse de un espacio sagrado relacionado con la Virgen Maria a quien se venera en el Corán.
LECTIO Primera lectura: 1 Samuel 18,6-9;19,1-7 En aquellos días, 18,6 cuando volvían, después de haber matado David al filisteo, las mujeres de todas las ciudades de Israel salían cantando y danzando al encuentro del rey Saúl al son alegre de panderos y arpas. 7 Y las mujeres cantaban a coro: «Saúl mató a mil, David a diez mil». 8 Saúl se irritó mucho y, muy airado por estas palabras, decía: - A David le dan diez mil y a mí me dan mil; ya sólo le falta ser rey. 9 Y a partir de aquel día, Saúl miró a David con malos ojos. 19,1 Saúl comunicó a su hijo Jonatán y a todos sus servidores su intención de matar a David. Pero Jonatán, hijo de Saúl, que quería mucho a David, 2 se lo fue a decir: - Saúl, mi padre, trata de matarte. Así que estáte alerta mañana por la mañana; vete a un lugar oculto y escóndete. 3 Yo saldré y estaré al lado de mi padre en el campo donde tú estés. Hablaré de ti a mi padre para ver lo que piensa, y te informaré. 4 Jonatán habló bien de David a su padre Saúl. Le dijo: - ¡Que el rey no ofenda a su siervo David! El no te ha ofendido; al contrario, sus acciones te han sido muy útiles. 5 Expuso su vida, mató al filisteo y el Señor dio una gran victoria a todo Israel. Tú mismo lo viste y te alegraste. ¿Por qué has de hacerte responsable de la muerte de un inocente matando a David sin motivo? 6 Saúl escuchó las palabras de Jonatán e hizo este juramento: - ¡Juro por el Señor que no morirá! 7 Jonatán llamó a David y le contó todo esto; después, le llevó ante Saúl, y David estuvo a su servicio como antes.
*•• Los versículos de la primera parte de la lectura, extrapolados del capítulo 18, narran la irrupción de un agudo sentimiento de celos por parte del rey Saúl contra David. En compensación, surge la gracia divina, que actúa ahora de modo claro en la vida de David; gracias a su valor, se está afirmando como el elegido del Señor. Saúl, por el contrario, se muestra más interesado por su prestigio personal que por el beneficio de la nación a la que debería servir. Los versículos tomados del capítulo 19 presentan, sin embargo, la mediación llevada a cabo por Jonatán ante Saúl. Impulsado por la gran amistad que ha entablado con David, Jonatán consigue superar el espíritu de servilismo y de autodefensa que reina ahora en la corte. Una pasión movida por la envidia arremete al consagrado del Señor y una pasión movida por la amistad lo salva. A través de nuestras pasiones pasan grandes males y grandes bienes. El Señor puede obrar también a través de ellas. Por nuestra parte, es necesario que no las dejemos abandonadas a sí mismas, sino que las pongamos al servicio de un proyecto de amor.
Evangelio: Marcos 3,7-12 En aquel tiempo, 7 Jesús se retiró con sus discípulos hacia el lago y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, 8 de Jerusalén, de Idumea, de TransJordania y de la región de Tiro y Sidón acudió a él una gran multitud, al oír hablar de lo que hacía. 9 Como había mucha gente, encargó a sus discípulos que le preparasen una barca, para que no lo estrujaran, 10 pues había curado a muchos, y cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. 11 Los espíritus inmundos, cuando le veían, se postraban ante él y gritaban: - Tú eres el Hijo de Dios. 12 Pero él les prohibía enérgicamente que lo descubriesen.
*•• Con el pasaje de hoy se abre una nueva sección narrativa (Mc 3,7-6,6) que tiene como escenario de fondo el espacio abierto, mientras que en la precedente se desarrollaban los hechos en la sinagoga o en zonas relacionadas con ella. La actividad de Jesús se propaga; ya no es en absoluto un desconocido, y suscita sensación. A pesar de este ensanchamiento del horizonte, el entusiasmo acogedor, aunque bastante poco arraigado y profundo, se irá amortiguando hasta convertirse en una actitud de estupor incrédulo (6,6). Entre tanto, Jesús se está preparando una nueva familia compuesta por personas que muestran una disponibilidad más auténtica respecto a él, e inicia una enseñanza particular dirigida a los discípulos. La lectura de hoy presenta un eco de la resonancia obtenida por Jesús, que ahora se ha convertido en el centro de la atención. Tiene que defenderse de su misma fama y, por otra parte, no quiere ponerse al servicio de intereses personales, sino al servicio de Dios. Por eso ordena a los demonios que se callen: no tiene que ser considerado como un curandero, sino como el enviado del Padre, que cuenta, recurriendo a todo tipo de experiencias, lo que Dios da a conocer de sí mismo y lo que pide a los hombres, más dispuestos a buscarse a sí mismos que a Dios, incluso en sus actos más clamorosamente religiosos.
MEDITATIO Pasamos con frecuencia por la experiencia de la incomprensión, del equívoco, de los malentendidos. Alguien dice una palabra, hace un gesto atribuyéndole un significado y el interlocutor percibe otro. Sobre esta base se forma una opinión, emite un juicio, elabora unos criterios de valoración. ¡Cuánto sufrimiento se sigue de ahí en ocasiones! Nos sentimos interpretados, no nos sentimos reconocidos ni acogidos en nuestra propia verdad, y eso duele. Y todavía más cuando nos damos cuenta de que nos convertimos en objeto de envidia o celos por el simple hecho de ser como somos. La experiencia de David nos muestra la oportunidad, por lo que a nosotros respecta, de buscar un camino adecuado para proyectar luz en los meandros del corazón, allí donde los celos generan incomprensión. El ejemplo de Jesús nos sugiere que no hemos de replegarnos en nosotros mismos, que no hemos de encerrarnos en actitudes de resentimiento y un tanto victimistas. Nos invita, más bien, a continuar recorriendo nuestro camino, sin pretender aclaraciones a toda costa, creyendo que, de todos modos, la verdad acabará triunfando y, antes o después, se impondrá por sí misma. Ahora bien, la Palabra del Señor nos invita también hoy a proyectar luz en nuestro propio corazón; tal vez también nosotros, como Saúl, nos encontremos desviados por el temor de perder prestigio y poder; como la muchedumbre, busquemos a Jesús sólo por obtener ventajas materiales de su presencia. Éste es el momento oportuno para que aparezca la verdad.
ORATIO Hoy no sé cómo dirigirme a ti, Dios mío, y es que me reconozco en el celoso Saúl, aunque también en el ignorante David. Por eso te pido un corazón grande, te invoco para que seas en mí luz de verdad. Sí, Dios mío, tal vez precisamente por eso tengo una gran necesidad de ser como esos discípulos tuyos que van detrás de ti sin otro motivo que aprender a ser como tú eres. Oh luz verdadera, que vea yo el camino justo que he de recorrer y no me desvíe, aunque eso pueda atraerme enemistades. Oh amor de todo amor, que no se me endurezca el corazón, sino que sepa acoger el bien y el éxito de los otros, celebrar su alegría, reconocer en ellos la belleza de tu presencia activa.
CONTEMPLATIO Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo que se abstengan las hermanas de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, preocupación y solicitud por este mundo, de la difamación y la murmuración, de la discordia y de la división. Sean, en cambio, solícitas para conservar siempre, recíprocamente, la unidad de la caridad mutua, que es el vínculo de la perfección (Clara de Asís, Regola, en Fonti Francescane, Padua 31982, 2.262 [edición española: Escritos de Santa Clara y documentos complementarios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1999]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Enséñame, Señor, a alegrarme del bien» (cf. 1 Sm 19,5).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El temor y la hostilidad no se limitan a los encuentros con los desvalijadores, con los drogadictos o con los anormales. En un mundo invadido por la competición, incluso aquellos que se encuentran muy cerca los unos de los otros, como los compañeros de escuela o de equipo, los actores de una misma compañía, los colegas de trabajo, están infectados por el miedo y por la hostilidad si se sienten, recíprocamente, como una amenaza a la seguridad intelectual o profesional. Muchos de los espacios creados para acercar a la gente y ayudarla a formar una comunidad pacífica degeneran en campos de batalla mental. Los estudiantes en las aulas, los profesores en las reuniones, el personal en los hospitales y los miembros de proyectos comunes se sienten a menudo paralizados por una mutua hostilidad, incapaces de llevar a cabo sus objetivos a causa del miedo, de la sospecha e incluso de una agresión abierta. En ocasiones, las instituciones creadas expresamente para dar vida a un espacio y a un tiempo libres -donde desarrollar las preciosas potencialidades humanas- han terminado siendo tan dominadas por el espíritu de defensa que las mejores ideas y las opiniones más válidas no llegan a expresarse. [...] Una gran parte de nuestro mundo se asemeja a un escenario donde la paz, la justicia y el amor son recitados por actores dispuestos, a continuación, a mutilarse unos a otros con una hostilidad recíproca. ¿No hay acaso médicos, sacerdotes, abogados, asistentes sociales, psicólogos y consejeros espirituales que han empezado su actividad con un profundo deseo de servir y, muy pronto, se han convertido en víctimas de una intensa rivalidad y hostilidad tanto en el ámbito personal como en el social? Ministros del culto y sacerdotes que proclaman la paz y el amor desde el pulpito son, después, incapaces de encontrarse cuando se sientan a la mesa en la casa parroquial. Asistentes sociales que intentan resolver litigios familiares se enfrentan con los mismos conflictos en su propia casa. ¿Cuántos de nosotros no estamos agitados por una aprensión interna porque nos sentimos afligidos por los mismos dolores que quienes piden nuestra ayuda? Sin embargo, precisamente esta paradoja podría proporcionarnos la facultad que nos permitiría curar. Tras haber visto y reconocido, sin posibilidad de duda, nuestras hostilidades y nuestros miedos en los otros, podremos estar en condiciones de sentir, desde dentro, el polo hacia el que nos queremos conducir no sólo a nosotros mismos, sino también al prójimo. [...] Apenas hayamos adquirido la sensibilidad necesaria para entrever los dolorosos contornos de nuestra hostilidad, estaremos en condiciones de identificar lo opuesto, hacia lo que estamos llamados a desplazarnos: la hospitalidad. [...] Hospitalidad significa, principalmente, creación de un espacio libre donde pueda entrar el extraño para convertirse en amigo en vez de en enemigo. Hospitalidad no significa cambiar a las personas, sino ofrecerles un espacio donde pueda tener lugar el cambio (H. J. M. Nouwen, Viaggio spirituale per l'uomo contemporáneo, Brescia 1998, pp. 63-65). |
La conversión de San Pablo
Saulo de Tarso, antes de su conversión, era un judío convencido de su religión y totalmente contrario a la nueva fe que empezaba a difundirse por Palestina y sus alrededores. Tuvo alguna responsabilidad también en el martirio de san Esteban, protomártir, del que se habla en los Hechos de los apóstoles. Saulo encontró a Jesús resucitado en el camino de Damasco y este acontecimiento cambió de manera radical su modo de creer y de pensar. El Señor resucitado se convirtió en el centro de su espiritualidad y de su teología. Una vez apóstol del Evangelio, Pablo estableció en Antioquía de Siria el punto de partida de sus viajes misioneros, donde aparece como testigo infatigable de la fe en Jesús resucitado. Estos viajes le incitaron a escribir diversas cartas a las distintas comunidades cristianas que había fundado. Pablo, verdadero y auténtico apóstol, siempre llevó buen cuidado en «volver» a Jerusalén, con el deseo de confrontarse con los apóstoles de Jesús a fin de no correr en vano.
LECTIO Primera lectura: Hechos de los apóstoles 22,3-16 En aquellos días, Pablo dijo al pueblo: 3 -Yo soy judío. Nací en Tarso de Cilicia, pero me eduqué en esta ciudad. Mi maestro fue Gamaliel; él me instruyó en la fiel observancia de la Ley de nuestros antepasados. Siempre he mostrado un gran celo por Dios, como vosotros hoy. 4 Yo perseguí a muerte este camino, encadenando y encarcelando a hombres y mujeres. 5 Y de ello pueden dar testimonio el mismo sumo sacerdote y todos los miembros del consejo. Después de recibir de ellos mismos cartas para los hermanos, me dirigía a Damasco, con ánimo de traer a Jerusalén encadenados a los creyentes que allí hubiera, para que fueran castigados. 6 Iba, pues, camino de Damasco y, cuando estaba ya cerca de la ciudad, hacia el mediodía, de repente brilló a mi alrededor una luz cegadora venida del cielo. 7 Caí al suelo y oí una voz que me decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?». 8 Yo respondí: «¿Quién eres, Señor?». Y me dijo: «¡Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues!». 9 Los que venían conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. 10 Yo dije: «¿Qué debo hacer, Señor?». Y el Señor me dijo: «Levántate y vete a Damasco; allí te dirán \o que debes hacer». 11 Como no veía nada, debido al resplandor de aquella luz, entré en Damasco de la mano de mis compañeros. 2 Un cierto Ananías, hombre piadoso según la ley, bien acreditado ante todos los judíos que allí vivían, 13 vino a verme y me dijo: «Hermano Saúl, recobra la vista». Y en aquel mismo instante pude verlo. 14 El añadió: «El Dios de nuestros antepasados te ha escogido para que conozcas su voluntad, para que veas al Justo y oigas su voz. 15 Porque has de ser testigo suyo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. 16 No pierdas tiempo, ahora; levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre».
*•• Estamos ante uno de los tres relatos de la conversión de Pablo (cf. también Hch 9 y 26) con los que Lucas adorna la historia de la primitiva comunidad cristiana. En su carácter extraordinario, el acontecimiento de Damasco se articula en tres momentos. En primer lugar, el diálogo entre el Señor resucitado y Saulo de Tarso. Ambos personajes se comunican su identidad y se reconocen recíprocamente. Es un primer paso hacia el acuerdo posterior. Viene después el acontecimiento extraordinario de la conversión, que Lucas resume simplemente en una pregunta: «¿Qué debo hacer, Señor?» (v. 10). Saulo está ahora subyugado por el poder de Jesús, su salvador y maestro. Y sólo desea configurar por completo su vida según la voluntad y el proyecto del Resucitado. Al final, se encuentra la misión: el que ha conocido la voluntad de Dios y ha visto al Justo percibiendo la palabra de su misma boca, se vuelve ahora testigo de las cosas que ha visto y oído ante todos los hombres. Ser misionero es ahora el único modo de vivir para Pablo.
Evangelio: Marcos 16,15-18 En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once 15 y les dijo: -Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura. 16 El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará. 17 A los que crean, les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas, 18 agarrarán serpientes con sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán.
** La liturgia aplica también a Pablo el mandato misionero que Jesús resucitado dirigió a los Once. Aunque Pablo no pertenece a los Doce, es verdadero y auténtico apóstol de Jesús: estas palabras también se dirigen a él. El Jesús resucitado enuncia, en primer lugar, un mandato: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura» (v. 15). La orden no deja sitio a ninguna tergiversación. Pide sumisión y espera obediencia. Dios ha querido salvar a la humanidad por medio de unos colaboradores y Jesús tiene necesidad de misioneros testigos. El acontecimiento de la salvación -éste es el segundo dato- es fruto de la predicación y se lleva a cabo mediante el acto de fe del que escucha: «El que crea y se bautice se salvará» (v. 16a). Sin la escucha de la fe no hay ninguna posibilidad de salvarse (v. 16b). Dios, que nos ha creado sin nuestro consentimiento, no quiere salvarnos sin nosotros. Las últimas palabras del Resucitado contienen, por último, una promesa, formulada en futuro (vv. 17ss): los beneficios que recibirán los creyentes, múltiples y extraordinarios, serán los signos a través de los cuales cada ser humano podrá reconocer la presencia consoladora de Dios en medio de nosotros.
MEDITATIO No acabamos nunca de ahondar en el conocimiento de Saulo-Paulo, incluso después de haber meditado una y otra vez sobre las páginas que hablan de él y las que escribió él mismo. Sin embargo, hay algo que aparece de inmediato con una gran evidencia: su itinerario de fe es símbolo del nuestro. Creer implica, ante todo, encontrar personalmente a una persona, al Dios hecho hombre, Jesús de Nazaret. No se cree en una doctrina, en una fórmula, en un sistema, sino en una persona, la única digna de ser creída. La fe es un encuentro que no se agota en un momento determinado de nuestra propia vida, sino que continúa siempre, hasta la muerte. Quien encuentra a Jesús se da cuenta de que ya no puede vivir sin él y debe profundizar en su conocimiento personal. Del encuentro se pasa al diálogo: la fe es, precisamente, un encuentro entre personas inteligentes y libres. Por un lado, Dios se da a conocer en lo que es, revela su voluntad, da a conocer sus proyectos. De este modo, entabla el diálogo con todo el que está dispuesto a escuchar y a reaccionar. Por otro, el creyente, en la medida en que presta una escucha sincera y auténtica a la Palabra de Dios, se siente implicado en un diálogo que no se desarrolla sólo en torno a conceptos y verdades, sino que se entrelaza con experiencias, confidencias, comunión de vida. Se trata de un diálogo vital que implica a dos seres vivos y llega a una forma de vida cada vez más elevada. Ahora bien, la fe cristiana es también obediencia, sumisión, abandono total de la criatura al Creador, del hombre a Dios, del pecador al Justo. Para el creyente, obedecer no significa en absoluto abdicar de su propia libertad, ni siquiera de sus propios derechos; significa captar la infinita distancia que media entre él y su propio interlocutor y, al mismo tiempo, intuir que la adhesión a la voluntad de éste conduce a la plena y más satisfactoria realización de sí mismo. Semejante acto de abandono está sostenido por una promesa que no deja ningún espacio a la duda: cuando Dios promete, se compromete por completo en beneficio de su interlocutor, le llena el corazón de certezas sobrenaturales y abre ante él unos horizontes ilimitados. Por último, la fe cristiana se traduce en misión: el ejemplo de Pablo es claro y decisivo. No puede privatizarse un bien que, por su propia naturaleza, es comunitario. Quien ha recibido el don de la salvación en Cristo se siente impulsado íntimamente a darlo a los otros.
ORATIO Oh Padre, Dios de infinita bondad y misericordia, concédenos caminar fielmente, a ejemplo de san Pablo, por el camino que nos has abierto en Cristo Jesús. Haz, oh Dios, que nuestros caminos -como el de Saulo- se crucen con el tuyo, el que nos has indicado en Cristo, tu Hijo, y en el cristianismo. Que, como el apóstol Pablo, queramos caminar con Jesús y seguir sus pasos hasta que lleguemos a ti, meta última de nuestra vida, meta suspirada y esperada. Concédenos, oh Padre, andar juntos por este camino bendecido por ti, a fin de que ninguno de nosotros se pierda y nuestra comunión eclesial pueda ser, en el tiempo, signo manifestativo de aquella comunión que gozaremos junto a ti en la denudad bienaventurada.
CONTEMPLATIO «Y me llamó por su gracia» (Gal 1,15). Dios, quiere decir, le llamó por su virtud. Decía [el Señor] a Ananías: «íiste es un instrumento elegido para llevar mi nombre a todas las naciones, a sus gobernantes» (Hch 9,15), es decir, es idóneo para ejercer el ministerio y para manifestar una obra tan grande. [El Señor] indica este motivo para la llamada, mientras que el apóstol afirma por doquier que todo deriva de la gracia y de la inefable bondad divina, expresándose en estos términos: «Y si encontré misericordia -no porque fuera digno de ella y la mereciera- fue para que en mí, el primero, manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna» (1 Tim 1,16). ¡Fíjate en su inmensa humildad! Por eso, dice, obtuvo misericordia, a fin de que nadie desesperara, dado que el peor entre todos los hombres había obtenido beneficio de la bondad divina (Juan Crisóstomo, Commento alia lettera ai Galati, Roma 21996, pp. 55ss [edición española: Comentario a la Carta a los Gálatas, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1996]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras de san Pablo: «Para mí, la vida es Cristo, y el morir, una ganancia» (Flp 1,22).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El edificio espiritual construido por san Pablo, con su profundidad profética y sus escarpadas ascensiones, emerge alto sobre el plano de nuestra apacible piedad cristiana. ¿Quién fue este grande, que obró a la sombra de Uno inmensamente más grande que él? ¿Quién fue este atrevido pionero, este «errante entre dos mundos»? Dos ciudades ejercieron una influencia decisiva en el ciclo de su formación: Tarso y Jerusalén. «Soy un judío de Tarso de Cilicio...»: así se calificó Pablo ante el comandante romano cuando fue encarcelado. Dos corrientes de antigua civilización afluían, pues, y se fundían en él: la educación judía en familia y la formación griega que absorbía en la capital de su provincia natal, dotada de universidad. Está escrito, ciertamente, en los designios de la Providencia que este hombre, destinado a que en su vida actuara como misionero en medio de los paganos, debería recibir su primera educación en un centro mundial del paganismo. Aquel para quien ya no debería existir diferencia alguna entre judíos y paganos, entre griegos y bárbaros, entre libres y esclavos [cf. Col 3,11; 1 Cor 12,13), no debía nacer entre las idílicas colinas de Galilea, sino en el tumulto de un rico emporio comercial donde afluían y se mezclaban gentes de todas las naciones sometidas al Imperio romano. «Soy de Tarso, una ciudad no oscura de Cilicio». Parece que se refleja en esta respuesta un sentimiento de genuino orgullo griego por su propia ciudad de nacimiento. Tarso competía, en efecto, con Alejandría y Atenas por la conquista del primado en el campo de la cultura; en ella se elegían los maestros para los príncipes imperiales de Roma, y es natural que un centro de cultura tan eminente influyera en la formación de la personalidad del futuro apóstol... En Tarso dominaban la espiritualidad y la lengua griega junto a las leyes romanas y a la austeridad de la sinagoga judía (J. Holzner, ['Apostólo Pao/o, Brescia 21987 [edición española: San Pablo, Editorial Herder, Barcelona 1989]). |
3° domingo del tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: Isaías 8,23-9,3 8-23b En un primer momento humilló el Señor al país de Zabulón y al país de Neftalí, pero luego ha cubierto de gloria el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. 9,1 El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado. 2 Has multiplicado su alborozo, has acrecentado su alegría: se alegran ante ti con la alegría de la siega, como se regocijan al repartirse un botín. 3 Porque, como hiciste el día de Madién. has roto el yugo que pesaba sobre ellos, la vara que castigaba sus espaldas, el bastón opresor que los hería.
•• El presente anuncio de liberación se lee en el contexto histérico de la victoriosa campaña militar de Teglatfalasar, rey asirio. El texto proyecta una luz esperanzadora. Se abre con un llamativo contraste entre un pasado humillante y un futuro glorioso. <<Zabulón y Neftalí» (8,23) son dos tribus del norte con una frontera común, el monte Tabor Su territorio fue conquistado por Teglatfalasar en el año 732. Y su elite, deportada, <<humillada>> (cf Sal 136,23, donde <<humillación» se corresponde con <<exilio»), ahora es rescatada mediante un anuncio triunfal. La gloria viene representada con dos imágenes: la luz que ilumina el camino del pueblo en marcha y el gozo que se experimenta, como durante la siega o al repartirse un botín (9,2). Al final se da el verdadero motivo de la gloria futura: una experiencia liberadora, la raíz concreta de dicha alegría. Se alude a la liberación del pesado yugo de los asirios, aun mas insoportable debido a una actitud persecutoria (<<el bastón opresor>>, 9,3). La victoria se remonta directamente a Dios (<<tú has roto»), que ha intervenido de modo inesperado y espléndido, igual que en otras ocasiones; como en el caso de Gedeón, que con la ayuda de Dios venció a los Madianitas (cf Jue 7,15-25). Un acontecimiento que hizo historia (cf Sal 83,1o; Is 1o,26) y simboliza los prodigios realizados por Dios a favor de su pueblo. La gloria de Dios se revela, convirtiéndose en gloria para su pueblo. El profeta es el gozoso heraldo de una primavera de vida que tiene su origen en Dios. El texto prepara la comprensión del Evangelio, donde Jesús anuncia la irrupción de la soberanía de Dios (su Reino) en la historia de los hombres.
Segunda lectura: 1 Corintios 1,10-13.17 1.10 Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os pongáis de acuerdo para que no haya divisiones entre vosotros, sino que conservéis la armonía en el pensar y en el sentir 11 Os digo esto, hermanos míos, porque los de Cloe me han informado de que hay discordias entre vosotros. 12 Me refiero a eso que unos y otros andáis diciendo: <<Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Pedro, yo de Cristo». 13 Pero ¿es que está dividido Cristo? ¿Ha sido crucificado Pablo por vosotros o habéis sido bautizados en su nombre? 17 Porque Cristo no me ha enviado a bautizar sino a evangelizar y esto sin hacer ostentación de elocuencia, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo.
iv Pablo exhorta a la unidad porque la ve amenazada (v. 10). Después pasa a exponer la situación, tal como la conoce por algunos empleados de la familia de Cloe: en la comunidad han surgido varios grupos religiosos que están minando la comunión (vv. llss). Y a continuación expone el pensamiento teológico dominante: Cristo es el único que congrega, en cuanto que solo él ha dado la vida por los hombres (v. 13). El discurso se enlaza con el v. 17, donde Pablo refiere que su ministerio es principalmente el de la Palabra, y no un anuncio cualquiera, sino esencial: presentar a Cristo crucificado. El tono de Pablo es pesaroso (<<os ruego»: v. 10) porque la comunión está seriamente amenazada por una comunidad pendenciera, lacerada por cuatro grupos: el de Pablo, el de Apolo, el de Pedro y el de Cristo (v. 12). No es que estas personas hayan creado la división; se trata de la utilización instrumental de su nombre por parte de algunos cristianos de Corinto. La intervención del apóstol es seria, sin llegar a ser áspera. Se dirige a los <<hermanos» y los exhorta <<en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (v. 1o). Pablo reivindica su misión de apóstol del Evangelio. Lo dice con fuerza, refiriéndose al mismo Cristo: <<Cristo no me ha enviado a bautizar sino a evangelizar [= anunciar el Evangelio]». Pablo apunta directamente a Cristo: de él procede totalmente la nueva realidad. En él convergen todos los hombres, porque con su muerte ha reunido a quienes estaban dispersos. Embrollos seudoteológicos y reclamos de pertenencia que dañan la unidad son un atentado contra Cristo, antes que contra la concordia de la comunidad.
Evangelio: Mateo 4,12-23 4-12 Al oír Jesús que Juan había sido encarcelado, se volvió a Galilea. 13 Dejó Nazaret y se fue a vivir a Cafarnaun, junto al lago, en el término de Zabulón y Neftali, 14 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: 15 Tierra de Zabulon, tierra de Neftali camino del mar al otro lado del Jordán, Galilea de los pagunos. 16 El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, 17 los que habitaban en una región de sombra de muerte una luz les brilló. 18 Desde entonces empezó Jesús a predicar diciendo: - Arrepentíos, porque esta llegando el Reino de los Cielos. 19 Paseando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos: Simon, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que estaban echando la red en el lago, pues eran pescadores. 20 Les dijo: -Veníos detrás de mí y os haré pescadores de hombres. 21 Ellos dejaron al instante las redes y lo siguieron. 22 Mas adelante vio a otros dos hermanos: Santiago, el de Zebedeo, y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre, Zebedeo, reparando las redes. Los llamó también, y ellos, dejando al punto la barca y a su padre, le siguieron. 23 Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas. Anunciaba la Buena Noticia del Reino y curaba las enfermedades y las dolencias del pueblo.
i> El texto litúrgico está tejido con cuatro unidades pequeñas: el sentido teológico del regreso de Jesús a Galilea (vv. 12-16); el comienzo y el contenido esencial de su predicación (v. 17); la llamada de los primeros cuatro discípulos (vv. 18-22); y el resumen de la predicación, que está acompañado de signos prodigiosos (v. 23). Texto común con Marcos y Lucas, la indicación geográfica - estamos en Galilea (v. 12)- encuentra amplia resonancia en Mateo: la asocia con una preciosa cita y le otorga una orientación particular (vv. 15ss) con la cita de Isaías, algo adaptada (cf primera lectura), el evangelista apunta que Jesús fija su residencia en Cafarnaun. La luz brilla en <<Galilea de los paganos» (v 15), es decir entre los gentiles, superando un mezquino nacionalismo que pretendía confinar los beneficios de Dios a los estrechos limites de Israel. El primer anuncio de Jesús es parco, pero esencial: <<Arrepentíos, porque está llegando el Reino de los Cielos» (v. 17). La conversión, entendida como una adaptación continua a la voluntad de Dios, es condición y requisito para divisar el Reino de los Cielos. Antes de enunciar el programa detallado de la predicación (cf 5,1ss) y antes de hacer milagros, Jesús elige a algunas personas para que lo sigan. La prioridad de tal acción se comprende: es necesaria la presencia de testigos que experimenten cuanto Jesús ha dicho y ha hecho, para que un día puedan comunicárselo a otros y entren ellos también en comunión con Jesús. Galilea, territorio de paganos, es terreno fértil de vocaciones. El v. 23 cierra el presente texto litúrgico y recoge de modo sintético la actividad de Jesús: las palabras y hechos milagrosos. Palabras y hechos portentosos, en efecto, son el armazón del evangelio. La predicación se desarrolla en las sinagogas. Esta dirigida a los judíos, quienes necesitan ayuda para comprender la situación de absoluta novedad que están viviendo: Jesús se presenta no sólo como el enviado de Dios anunciado por los profetas, sino aun mas: como el propio Dios. Todo el evangelio se volcará en desvelar la identidad de Jesús.
MEDITATIO Las lecturas actuales facilitan una reflexión profunda sobre la Iglesia, pues presentan sus elementos constitutivos: una, santa, católica y apostólica. Una. La Iglesia es una porque tiene en Cristo a su Señor. Todas las comunidades cristianas se reconocen como parte de la única Iglesia fundada por Cristo. Existe un solo bautismo, una sola fe, que une a los creyentes con Cristo. Por eso Pablo combate vigorosamente a los Espíritus sectarios y las manipulaciones grupales. Es una tentación reiterada pensar que un grupo sea la mediación exclusiva o privativa de la salvación. Los grupos son instrumentos, medios, no mas, y deben resistirse al sutil engaño de la monopolización. Santa. La Iglesia o comunidad es santa porque <<está bautizada» en Cristo. La santidad es ante todo don gracioso, absolutamente gratuito. Después, es respuesta generosa que toma el nombre de conversión, en continua armonía con la voluntad del Padre, como Cristo la ha dado a conocer y como el Espíritu continuamente la propone. Católica. La llamada a las tribus del norte, Zabulón y Neftali; la incesante llamada a Galilea, zona poblada o transitada por paganos, le recuerda a la Iglesia su vocación de estar abierta al mundo. Jesús ha elegido vivir e iniciar su vida publica en Galilea para evidenciar la proximidad geográfica con los últimos y los excluidos, preludio de cercanía moral, para que todos se reconozcan como hermanos. <<En la Iglesia, ningún hombre es extranjero», recordaba Juan Pablo II en el Día del Emigrante, el 5 de septiembre de 1995. Apostólica. El único fundamento, Cristo, toma forma histórica en los apóstoles y en sus sucesores (los obispos), en comunión con el obispo de Roma, el papa. La explícita llamada de los apóstoles (los primeros cuatro del evangelio de hoy) expresa la voluntad concreta de Jesús de organizar la Iglesia de este modo. Llamados a seguirlo para ser testigos de la Palabra y los milagros del Maestro. La apostolicidad de la Iglesia esta en estrecha relación con su catolicidad; entre las tareas principales de los apóstoles y sus sucesores destaca la de anunciar a Cristo a todos los pueblos.
ORATIO Señor; ilumina tu rostro sobre nosotros, para que gocemos del bienestar en la paz, para que seamos protegidos con tu mano poderosa y tu brazo extendido nos libre de todo pecado y de todos los que nos aborrecen sin motivo. Danos la concordia y la paz a nosotros y a todos los habitantes del mundo, como la diste a nuestros padres, que piadosamente te invocaron con fe y con verdad. A ti, el único que puedes concedemos estos bienes y muchos mas, te ofrecemos nuestra alabanza por Jesucristo, pontífice y abogado de nuestras almas, por quien sea a ti la gloria y la majestad, ahora y por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén (san Clemente de Roma, <<Carta a los Corintios», 60, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 195o, 234).
CONTEMPLATIO La Iglesia, diseminada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, recibió de los apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios, Padre todopoderoso, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen (cf Heh 4,24); y en un solo Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó por nuestra salvación; y en el Espíritu Santo, que por los profetas anuncio los planes de Dios, el advenimiento de Cristo, nuestro Señor [...] La Iglesia, pues, diseminada, como hemos dicho, por el mundo entero, guarda diligentemente la predicación y la fe recibida, habitando como en una única casa, y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca. [...] Pues, aunque en el mundo haya muchas lenguas distintas, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos. Las Iglesias de Germania creen y transmiten lo mismo que las otras de los iberos o de los celtas, de Oriente, Egipto, Libia o del centro del mundo. Al igual que el sol, criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad resplandece por doquier e ilumina a todos aquellos que quieren llegar al conocimiento de la verdad. En las Iglesias no dirán cosas distintas los que son buenos oradores, entre los dirigentes de la comunidad (pues nadie esté por encima del Maestro), ni la escasa oratoria de otros debilitaré la fuerza de la tradición, pues siendo la fe una y la misma, ni la agranda el que habla mucho ni la empequeñece el que habla poco (san Ireneo, <<Contra las herejías>> I, 1o, 1-3, en PG 7, 55o-554).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?» (Sal 26).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Hay que conseguir desarmarse. Yo me afané en esa guerra. Durante años y años. Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado, Yo no le tengo miedo a nada, porque <<el amor ahuyenta el miedo>>. Aplaqué la pretensión de imponerme, de justificarme a costa de los demás, Yo no estoy en alerta, celosamente aferrado a mis riquezas. Acojo y comparto. No me aferro o mis ideas, a mis proyectos. Si me proponen otros mejores, los acepto con buen ánimo. O no mejores, más buenos. Lo sobéis, he renunciado al comparativo... Lo que es bueno, verdadero, real, dondequiera que sea, es lo mejor para mi. Por eso, ya no tengo miedo. Cuando no se posee nada, ya no se tiene miedo. <<¿Quién nos separará del amor de Cristo?>> Pero si nos desarmamos, si nos despojamos, si nos abrimos al Dios-hombre que hace nuevas todas las cosas, entonces él transforma nuestro pasado ruin y nos restituye a un tiempo nuevo donde todo es posible. (Atenágoras, Chiesa Ortodossa e Fufuro ecumenico. Dialoghi con Olivier C/émenf, Brescia 1995, 209-211)
conmemoración de San Timoteo y San Tito Las noticias que de ellos tenemos vienen de las Cartas de San Pablo, ya que se trata de dos de sus más cercanos discípulos. También nos hablan de ellos los Hechos delos Apóstoles.
De Tito, sólo habla Pablo en sus cartas. El perfil que de ellas resulta es el de
un cristiano procedente del paganismo, firme en la fe, activo y generoso en la
evangelización, hombre de paz que ama y se hace amar, dotado de buenas aptitudes
de organización. La carta a él dirigida le presenta como responsable de la
comunidad de Creta. |
Miércoles 3ª semana del Tiempo ordinario
LECTIO Primera lectura: 2 Samuel 7,4-17 En aquellos días, el Señor dirigió esta palabra a Natán: 4 - Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella? 5 Yo no he habitado en una casa desde el día en que saqué de Egipto a los israelitas hasta hoy. 6 He estado peregrinando de un sitio a otro en una tienda que me servía de santuario. 7 Durante todo el tiempo que he caminado con ellos, ¿pedí yo acaso a uno solo de los jueces de Israel, a quienes mandé pastorear-a mi pueblo Israel, que me edificaran una casa de cedro? 8 Por tanto, di a mi siervo David: Así dice el Señor todopoderoso: Yo te tomé de la majada, de detrás de las ovejas, para que fueras caudillo de mi pueblo, Israel. 9 He estado contigo en todas tus empresas, he exterminado delante de ti a todos tus enemigos, y yo haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra. 10 Asignaré un lugar a mi pueblo Israel y en él lo plantaré, para que lo habite y no vuelva a ser perturbado, ni los malvados lo opriman como antes, 11 como en el tiempo en que yo establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré paz con todos tus enemigos. Además, el Señor te anuncia que te dará una casa. 12 Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas y consolidaré su reino. 13 Él edificará una casa en mi honor y yo mantendré para siempre su trono real. 14 Seré para él un padre y él será para mí un hijo. Si hace el mal, yo le castigaré con varas y con golpes, como hacen los hombres. 15 Pero no le retiraré mi favor, como se lo retiré a Saúl, a quien rechacé de mi presencia. 16 Tu casa y tu reino subsistirán para siempre ante mí y tu trono se afirmará para siempre. 17 Natán comunicó a David estas palabras y esta visión.
**• La profecía de Natán, uno de los textos fundamentales del mesianismo real, derriba por completo el proyecto de David. Pretendía éste construir un templo que fuera digno del arca de Dios en la ciudad santa (2 Sm 7,1-3). El oráculo se abre con una pregunta retórica, «¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella?» (v. 5), que forma inclusión con la afirmación antitética del v. 11: «Además, el Señor te anuncia que te dará una casa». Viene, a continuación, la referencia al éxodo, como ocurre cada vez que se hace mención de la alianza, insistiendo en la tienda y en las peregrinaciones del desierto: la presencia del Señor no puede quedar aprisionada en un lugar y en un edificio. A la mención del éxodo va unido el recuerdo de las acciones en favor del rey. El poder de David depende únicamente de la intervención de Dios: él lo tomó de los pastos, le dio la victoria (la «paz con todos tus enemigos», se repite en esta perícopa tres veces), dará estabilidad al pueblo en la Tierra y engrandecerá el nombre del rey. No será David quien construya el templo, sino, al contrario, es el Señor quien le dará una casa: la contraposición queda subrayada con la repetición del mismo vocablo, «casa», para designar tanto al templo como a la dinastía davídica. Sólo después de la muerte de David, suscitará el Señor su linaje (cf. v. 12). Como sucede a menudo en los oráculos proféticos, hay dos posibles niveles de lectura: la referencia inmediata iría dirigida a Salomón, que será quien construya el templo; en segunda instancia, la profecía se refiere al Mesías futuro. El Mesías construirá «una casa» al Nombre de Dios, su reino durará para siempre, y es a él a quien se aplica la fórmula de adopción: «Seré para él un padre y él será para mí un hijo» (v. 14).
Evangelio: Marcos 4,1-20 En aquel tiempo, Jesús 1 se puso a enseñar de nuevo junto al lago. Acudió a él tanta gente que tuvo que subir a una barca que había en el lago y se sentó en ella, mientras toda la gente permanecía en tierra, a la orilla del lago. 2 Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía: 3 - ¡Escuchad! Salió el sembrador a sembrar. 4 Y sucedió que, al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino. Vinieron las aves y se la comieron. 5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida, porque la tierra era poco profunda, 6 pero, en cuanto salió el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. 7 Otra parte cayó entre cardos, pero los cardos crecieron, la sofocaron y no dio fruto. 8 Otra parte cayó en tierra buena y creció, se desarrolló y dio fruto: el treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno. 9 Y añadió: - ¡Quien tenga oídos para oír que oiga! 10 Cuando quedó a solas, los que le seguían y los Doce le preguntaron sobre las parábolas. 11 Jesús les dijo: - A vosotros se os ha comunicado el misterio del Reino de Dios, pero a los de fuera todo les resulta enigmático, 12 de modo que: por más que miran, no ven, y, por más que oyen, no entienden; a no ser que se conviertan y Dios los perdone. 13 Y añadió: - ¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo vais a comprender entonces todas las demás? 14 El sembrador siembra el mensaje. 15 La semilla sembrada al borde del camino se parece a aquellos en quienes se siembra el mensaje, pero en cuanto lo oyen viene Satanás y les quita el mensaje sembrado en ellos. 16 Lo sembrado en terreno pedregoso se parece a aquellos que, al oír el mensaje, lo reciben en seguida con alegría, 17 pero no tienen raíz en sí mismos: son inconstantes y, en cuanto sobreviene una tribulación o persecución por causa del mensaje, sucumben. 18 Otros se parecen a lo sembrado entre cardos. Son esos que oyen el mensaje, 19 pero a quienes las preocupaciones del mundo, la seducción del dinero y la codicia de todo lo demás les invaden, ahogan el mensaje y éste queda sin fruto. 20 Lo sembrado en la tierra buena se parece a aquellos que oyen el mensaje, lo acogen y dan fruto: uno treinta, otro sesenta y otro ciento.
*+• Este fragmento inaugura la sección de las «parábolas del Reino». El auditorio es muy amplio, hasta tal punto que Jesús debe subir a una barca para que lo vean todos. Los judíos estaban acostumbrados a las parábolas, pues también las empleaban los rabinos. Eran relatos de apariencia sencilla, aunque con un elemento de sorpresa o una conclusión inesperada que inducen a buscar un significado ulterior por debajo del inmediato. La parábola se orienta sin demora a la figura del sembrador (v. 3), pero la atención se traslada de inmediato a la semilla (v. 4). Del sembrador queda sólo el gesto generoso y amplio con que la esparce sin llevar cuidado y de manera abundante. Aquí encontramos ya una cosa extraña. Sigue, a continuación, la tipología de los terrenos en los que cae la semilla, hasta la exageración evidente de la cosecha en el terreno bueno (v. 8): tenemos aquí el punto culminante, el punto en el que la prodigalidad fuera de lo común del sembrador es recompensada por un rendimiento desproporcionado. La imagen de la cosecha remite al fin de los tiempos: el significado originario de la parábola, reconducible al mismo Jesús y comprensible a sus oyentes, dice que la venida del Mesías está cerca y describe la abundancia de gracia del Reino mesiánico. Viene, después, un breve diálogo en torno a la comprensión de las parábolas. Es probable que esta parte sea más tardía; aparece, en efecto, de repente, una antítesis entre los miembros de la comunidad y los demás: «vosotros» y «los de fuera» (v. 11), con una cita de Isaías. Es probable que Marcos quiera subrayar aquí un tema que le resulta entrañable: el «secreto mesiánico». La explicación (w. 14-20), en clave alegórica, se resiente de la experiencia de la comunidad primitiva en la predicación del Evangelio. La semilla se identifica claramente con la Palabra, y los terrenos corresponden a las diferentes reacciones suscitadas por la predicación de los discípulos. La antítesis que aparece aquí no es tanto entre los discípulos y los otros como entre los distintos oyentes, según su actitud hacia la Palabra.
MEDITATIO Estamos acostumbrados a razonar según nuestros esquemas, a calcular por anticipado los resultados de nuestro trabajo, a proyectar nuestra actividad. Los criterios de juicio del Evangelio son, sin embargo, muy distintos y, con frecuencia, el Señor subvierte nuestros planes de manera inesperada, a veces difícil de comprender y aceptar. Como David, pensamos hacer bien proyectando atrevidas construcciones, y cuando salimos a los campos para «sembrar» -una metáfora que se aplica muy bien al compromiso eclesial- no estamos, a buen seguro, tan despistados que echemos la semilla en el camino y entre las piedras. El mismo profeta, en un primer momento, aprueba la intención de David (2 Sm 7,3), e incluso los apóstoles tienen dificultades para comprender la lógica de una siembra tan extraña (Mc 4,13). Debemos acostumbrarnos a darle la vuelta a nuestra mentalidad, a cambiar radicalmente de dirección: ése es el primer significado de la palabra conversión. No nos hagamos la ilusión de que cumplimos nuestro deber sólo porque «construimos» algo visible, incluso grandioso a los ojos de los hombres. No pretendamos que el fruto de nuestra «siembra» dependa exclusivamente de la prudencia de nuestros programas. Todo lo que hagamos está en manos del Señor: Él será quien dé estabilidad a nuestra «casa» y haga fértil nuestro «terreno». Confiémonos con humildad y con sencillez a su guía, sin desvivirnos detrás de tantas preocupaciones tal vez secundarias: como David, «descansaremos con nuestros antepasados» (2 Sm 7,12) y el Señor guiará a su pueblo en la paz.
ORATIO Perdona, Señor, nuestra superficialidad: somos, con frecuencia, el terreno pedregoso en el que tu Palabra no puede echar raíces. Perdona, Señor, nuestra inconstancia, que seca enseguida en nuestro corazón el entusiasmo suscitado por tu Palabra. Perdona, Señor, nuestra fragilidad: las preocupaciones cotidianas nos distraen y corremos detrás de muchas cosas superfluas. Perdona, Señor, nuestra presunción: creemos poder predisponerlo todo y hacerlo todo con nuestras fuerzas. Ayúdanos a confiarnos con la seguridad del niño a tu guía: sólo tú puedes hacer estable nuestra fe para siempre. Convierte nuestro corazón y manténnos cerca de ti hasta el momento en el que, como a David, nos lleves de la mano a «descansar con nuestros antepasados».
CONTEMPLATIO Cuando las pavas reales incuban en lugares muy blancos, también los polluelos son completamente blancos; así, cuando nuestras acciones se encuentran en el amor de Dios, si proyectamos alguna obra buena o tomamos alguna iniciativa, todas las acciones que de ahí se siguen toman el valor y llevan la nobleza del amor de donde han tomado su origen: en efecto, ¿quién no ve que las acciones propias de su vocación o necesarias para la realización de su proyecto dependen de la primera opción y de la primera decisión que tomó? Ahora bien, Teótimo, no hemos de detenernos en este punto; más aún, para realizar un excelente progreso en la devoción, es preciso orientar toda nuestra vida y todas nuestras acciones a Dios no sólo al comienzo de nuestra conversión y, después, de año en año, sino que hemos de ofrecerlas también todos los días; [...] en efecto, en la renovación diaria de nuestra ofrenda, pongamos en nuestras acciones la energía y la virtud de la dilección, mediante una renovada aplicación del corazón a la gloria divina, por cuyo medio se ve santificado cada vez más (Francisco de Sales, Trattato dell'amor di Dio, Milán 1989, pp. 885ss [edición española: Tratado del amor de Dios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1995]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Los que oyen el mensaje, lo acogen y dan fruto» (Mc 4,20).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Entremos en las sencillas y cotidianas realidades del vivir de cada persona. Hay un proyecto, una expectativa, un compromiso: está el deseo ae alcanzar cierta posición social, de realizar algunos sueños cultivados largamente en la adolescencia y en la primera juventud; hay un conjunto de ideales que forman casi la plataforma de las opciones más inmediatas. Mirando por todas partes, escuchando todas las voces, dejando que desde dentro de sí irrumpa el grito espontáneo, puede decirse que todo va repitiendo: «¡La vida es tuya!». La vida es la bella invención que cada día brota de la mente y de los sentimientos del hombre, es la hermosa aventura que cada hombre realiza de manera personal, es la incógnita que cada día es descifrada y explotada para nuestra propia felicidad. La vida es tuya. Ahora bien, si miras alrededor, te darás cuenta de que la vida no está para nada en tus manos: no puedes hacer con ella lo que quieras. La vida te ha sido dada: no la has pedido tú, no la has programado, no la has diseñado como un proyecto que debes seguir. La vida me ha sido dada para que pueda gozarla de una manera tan plena que agote el proyecto de Dios, de suerte que pueda convertirla en un momento, en un paso, en un elemento palpitante de todo el universo, en un punto importante en el camino de la civilización humana. Desde esta perspectiva, todo hombre tiene ante sí campos ¡limitados de acción, modos inagotables de elección, posibilidades continuas para «inventar su propia vida», para administrar esta inmensa riqueza y hacer de él mismo y de toda la humanidad una aventura nunca acabada y cada vez más fascinante. La primera regla para inventar la vida, para dar consistencia y garantía de crecimiento y de solidez a nuestra personalidad, es la de echar raíces. Echar raíces significa adherirse a una realidad concreta, pertenecer a un territorio, a una experiencia, a un contexto: todo eso equivale a reconocer una realidad que nos precede y a declarar de manera positiva nuestro carácter concreto. Equivale a aceptar el ambiente en el que estamos, sentir que pertenecemos a ese pedazo de tierra, a ese segmento de la sociedad, al círculo de personas con las cuales, queramos o no, vivimos: equivale a aceptar como propia la realidad cotidiana. Echar raíces supone siempre una actitud libre y responsable que compromete a una presencia inteligente e invita a la fantasía a encontrar nuevas posibilidades y nuevas soluciones destinadas a cambiar y mejorar todo lo que encontramos (G. Basadonna,Inventare la vita, Milán 31990, pp. 28-42, passim).
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