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LECTIO DIVINA OCTUBRE DE 2018

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Lunes 26ª semana del Tiempo ordinario o día 1 de octubre, conmemoración de

Santa Teresa del Niño Jesús

 

Santa Teresa del Niño Jesús, Teresa Martin, hija de Luis Martin y de Celia Guerin –ambos en proceso de beatificación-, nació en Alecon (Normandía), el 2 de enero de 1873. Entró a los 15 años en el Carmelo de Lisieux e hizo su profesión el 8 de septiembre de 1890. Murió el 30 de septiembre de 1897.

Teresa, que llevó una intensa vida espiritual, centrada toda ella en el descubrimiento de la sencillez y totalidad del Evangelio y en la ofrenda al Amor misericordioso, brilló en la Iglesia de su tiempo, y sigue brillando en la del nuestro, como una contemplativa, apóstol de los apóstoles, a través de una experiencia de vida evangélica en la que no faltaron ni las tinieblas de la noche oscura de la fe ni la luminosa comunión con todos y con todo, por ser el Amor en el corazón de la Iglesia.

Nos ha dejado, entre sus escritos, los Manuscritos autobiográficos, muchas Cartas, Poesías, Oraciones y Recreaciones piadosas llenas de sabiduría, que pregonan un mensaje nuevo y universal.

Fue canonizada por Pío XI el 17 de mayo de 1925 y proclamada patrono de las misiones el 14 de diciembre de 1927.

En virtud de la autoridad de su doctrina, llena de sabiduría evangélica, acogida de una manera unánime en la Iglesia, actual por sus mensajes, Juan Pablo II la declaró doctora de la Iglesia el 19 de octubre de 1997.

 

LECTIO

Primera lectura: Job 1,6-22

6 Un día en que los hijos de Dios asistían a la audiencia del Señor, se presentó también entre ellos Satán.

7 Y el Señor preguntó a Satán: -¿De dónde vienes? Él respondió: -De recorrer la tierra y darme una vuelta por ella.

8 El Señor le dijo: -¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay en la tierra nadie como él; es un hombre íntegro y recto, que teme a Dios y se guarda del mal.

9 Dijo Satán: -¿Crees que Job teme a Dios desinteresadamente?

10 ¿Acaso no lo rodeas con tu protección, a él, a su familia y a sus propiedades? Bendices todo cuanto hace y sus rebaños llenan el país.

11 Pero extiende tu mano y quítale todo lo que tiene. Verás cómo te maldice en tu propia cara.

12 El Señor le respondió: -Puedes disponer de todos sus bienes, pero a él no lo toques. Y Satán se retiró de la presencia del Señor.

13 Un día en que los hijos y las hijas de Job estaban comiendo y bebiendo en la casa del hermano mayor,

14 llegó un mensajero con esta noticia para Job: -Estaban los bueyes arando y las asnas pastando cerca de ellos,

15 cuando irrumpieron los sábeos, se los llevaron y mataron a todos tus siervos. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.

16 No había acabado de hablar, cuando llegó otro diciendo: -Cayó un rayo del cielo y abrasó a ovejas y pastores; todo lo devoró. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.

17 Aún estaba hablando éste, cuando llegó otro que dijo: -Los caldeos, divididos en tres cuadrillas, se lanzaron sobre los camellos y se los llevaron. A tus criados los mataron. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.

18 Todavía estaba hablando éste, cuando llegó otro que dijo: -Mientras tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor,

19 se levantó un fuerte viento venido del desierto que sacudió las cuatro esquinas de la casa; ésta se derrumbó sobre los jóvenes y los mató a todos. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.

20 Entonces Job se levantó, rasgó sus vestiduras y se rapó la cabeza. Luego se postró en tierra en actitud de adoración

21 y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio,  el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

22 A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni maldijo a Dios.

 

**• El tema fundamental del libro de Job no es tanto el problema del sufrimiento como el del comportamiento del justo en la prueba de la fe. Sólo el sufrimiento en el momento de la prueba revela lo que hay en el corazón del hombre y la gratuidad de su fe. Dicho con otras palabras, el libro de Job nos muestra que la prueba existe, y que existe para todos, incluso para los mejores. No había motivo alguno para que Job fuera tentado, puesto que «es un hombre recto e íntegro, que teme a Dios y se guarda del mal» (1,1). Con todo, la prueba viene a llamar a su puerta. Verifica su fe. Revela si Job busca de verdad a Dios con una fe «pura» o, en cambio, se busca a sí mismo. Job sale vencedor de la prueba: «A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni maldijo a Dios» (v. 22).

La primera parte de la narración comienza con una escena que se desarrolla en el cielo (w. 6-12). Da la impresión de que la reunión de los ángeles se asemeja a las asambleas que los reyes celebraban en sus cortes o a las que mantenían los dioses en la cima de las montañas sagradas. Los personajes fundamentales del relato son tres: Job, que vivía en Hus, fuera de las fronteras de Israel; era un hombre justo y rico y, por ello, estaba bendecido por Dios (cf. 1,1-3). Satán, el acusador, que aparece junto a la corte de Dios; está encargado de proyectar una luz mala sobre las acciones de los hombres. Por último, Dios, que sigue las acciones de los hombres. El diálogo tiene lugar entre Satán y Dios: «¿Crees que Job teme a Dios desinteresadamente?» (v. 9), dice Satán, y le propone a Dios la prueba: «Extiende tu mano y quítale todo lo que tiene. Verás cómo te maldice en tu propia cara» (v. 11). Se dará cuenta de si Job es capaz de amar verdaderamente de una manera gratuita. Dios accede frente a la petición de Satán, pero su confianza respecto a Job no disminuye un ápice.

La segunda parte (w. 13-22) describe las calamidades que se abaten sobre Job, provocadas por la espada, por el fuego y por el viento. De este modo es como se ve sometido Job a una dura prueba. A través de una apremiante sucesión de anuncios, pierde sus bienes, siervos e hijos. Sin embargo, para despecho de Satán, Job continúa bendiciendo al Señor y sale vencedor de l a prueba. Su fe no ha disminuido. Se postra en tierra y dice: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!» (v. 21). Satán ha perdido la apuesta.

 

Evangelio: Lucas 9,46-50

En aquel tiempo,

46 surgió entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante.

47 Jesús, al darse cuenta de la discusión, tomó a un niño, lo puso junto a sí

48 y les dijo: -El que acoge a este niño en mi nombre a mí me acoge, y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado, porque el más pequeño entre vosotros es el más importante.

49 Juan tomó la palabra y le dijo: -Maestro, hemos visto a uno expulsar demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no pertenece a nuestro grupo.

50 Jesús les dijo: -No se lo prohibáis, que el que no está contra vosotros está de vuestra parte.

 

         **• La comunidad de Jesús no es una comunidad de hombres y mujeres perfectos. Las discusiones que hemos oído sobre quién sería el más importante –según Lucas- aparecerán incluso durante la última cena de Jesús con los discípulos (Lc 22,24). Como antídoto a sus deseos de grandeza meramente humanos, Jesús contrapone el inesperado modelo del niño, un modelo que deberá iluminar la problemática planteada por las relaciones en el interior de la comunidad, formada por miembros muy sensibles al honor y al prestigio humano (v. 47). Jesús no presenta aquí al niño como alguien que carece de espíritu de rivalidad, sino como alguien que carece de grandeza, alguien que en el estatus social de la época no contaba en absoluto. En definitiva, los discípulos, a quienes se dirige Jesús poniendo al niño junto a sí, aunque no desprecian al pequeño, no desean ciertamente volver a ser como él.

          Con este gesto, que para los discípulos es desconcertante, se manifiesta de manera visible el mandato de negarse a sí mismo, de renunciar a la autoglorificación. Un signo de esta renuncia a los sueños de gloria autónoma será precisamente la acogida y la atención que los discípulos habrán de reservar a los que no cuentan desde el punto de vista humano, a los que son pequeños, irrelevantes (v. 48). Sin embargo, a través de esta atención a los débiles, a los insignificantes, se abrirán a la acogida del mismo Dios.

          Lucas pone a continuación un dicho sobre las relaciones de la comunidad con el exterior. Contra el «no pertenece a nuestro grupo» (v. 49) -la motivación aducida por Juan para prohibir el ejercicio del exorcismo a un extraño-, Jesús pide por encima de todo que se sepa reconocer el bien allí donde se encuentre y que se abandone la lógica de la competencia. Tal vez, Juan desconfía del exorcista irregular no porque tema la posibilidad de que se sirva del nombre de Jesús como si se tratara de un instrumento, sino porque aquél, con su práctica sustraída a los controles de su grupo, puede disminuir a los ojos de los otros el prestigio de los discípulos. De ahí, pues, la instrucción de Jesús («el que no está contra vosotros está de vuestra parte»: v. 50), que les ayudará a superar la insidia del triunfalismo.

 

MEDITATIO

Jesús nos habla de la necesidad de iluminar. Pero habla también de la necesidad de encender la lámpara. El discípulo no alumbra con su propia luz, sino con la única luz que viene de Cristo, el Señor. Si lo hace de manera diferente, sentirá la tentación de confundir sus propias ideas, sus propios gustos y sus propias opciones con las de Cristo, y de proponer así cosas y realidades que no tienen nada que ver con Cristo. De ahí la necesidad de encender cada día, constantemente, nuestra propia lámpara con la luz de Cristo. Es la lumen Christi la que ilumina el mundo, no mi luz. Esta última puede iluminar sólo si es reflejo de la luz de Cristo.

Y, llegados aquí, el problema se vuelve serio, porque la luz de la que habla Jesús no es sólo doctrina, sino también testimonio, es decir, doctrina que se hace vida, que transforma la vida: que afecta a mi modo de ser, a mi modo de valorar las cosas. Soy luz cuando difundo la doctrina de Cristo con los criterios de Cristo, esto es, con humildad y pobreza. Cuando no hablo, por ejemplo, de humildad desde una posición de poder, cuando no anuncio la pobreza con medios que hablan de abundancia de bienes. Soy, en suma, luz puesta en el candelero cuando represento -lo menos lejos posible- el modo de ser, de obrar, de pensar y de hablar de Jesús.

Es bueno reflexionar un poco sobre esto, porque en este sector son grandes las ilusiones. Pensar que iluminamos sólo porque decimos las palabras de Jesús, sin dejar iluminar nuestra propia vida con la luz de Jesús, es como cubrir con una vasija la lámpara. Es como afirmar algo sin la prueba de los hechos. Es adoctrinar, no evangelizar.

 

ORATIO

Estás viendo, Señor, que estoy preocupado por hablar de tu doctrina más que por reproducir tu vida. Estás viendo cómo pongo demasiado entre paréntesis tu modo de ser, que dio tanto impacto a tus palabras, pensando que evangelizar o ser guía para los hermanos y hermanas se reduce a una cuestión de conocimiento y de transmisión de ideas.

Pero eres tú quien debe vivir en mí, para que yo pueda comunicar tus palabras y ser guía de los otros. Si tú, mi amado Señor, no vives dentro de mí, tus palabras saldrán sin efecto de mis «labios impuros», porque mi corazón será demasiado diferente del tuyo, mis criterios prácticos de valoración estarán demasiado alejados de los tuyos. Ayúdame a buscarte a ti antes que a las palabras, a modelarme siguiendo tu imagen antes que a usarte para decir las cosas que debo decir.

Para esto necesito también sentirte más cerca, más íntimo, más amigo, más familiar, más presente en mi vida. No me dejes, no me abandones a mis ilusiones, no me dejes recorrer hasta el final mis atajos, mi constante tentación de reducirte a idea o a simple mensaje.

 

CONTEMPLATIO

Cuando Jesús está presente, todo es bueno y no parece cosa difícil, mas, cuando está ausente, todo es duro.

Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación, mas, si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente.

¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: «El Maestro está aquí y te llama»? (Jn 11,28).

¡Oh, bienaventurada ahora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu!

¡Cuan seco y duro eres sin Jesús! ¡Cuan necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime: ¿no es peor daño que si todo el mundo perdieses?

¿Qué te puede dar el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso.

Si Jesús estuviere contigo, ningún enemigo podrá dañarte.

El que halla a Jesús halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien. El que pierde a Jesús pierde muy mucho y más que todo el mundo.

Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo el que está bien con Jesús.

Grande arte es saber conversar con Jesús, y gran prudencia saber tener a Jesús.

Sé humilde y pacífico, y será contigo Jesús; sé devoto y sosegado, y permanecerá contigo Jesús (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, II, 8, San Pablo, Madrid 1997, pp. 106-107).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Prestad atención a cómo escucháis» (Lc 8,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El liderato cristiano del futuro no debe ser ya un liderato de poder y de control, sino un liderato de impotencia y de humildad, en el que se manifieste Jesucristo, siervo doliente de Dios.

Como es obvio, no estoy hablando de un liderato psicológicamente débil, en el que el líder cristiano sea simplemente una víctima pasiva de la manipulación de su ambiente. No, estoy hablando de un liderato en el que se renuncia constantemente al poder y se opta por el amor. Se trata de un verdadero liderato espiritual. La impotencia y la humildad en la vida no son, a buen seguro, las del hombre que no tiene espina dorsal y deja que sean los otros quienes decidan por él; se trata, más bien, de la impotencia y la humildad de quien está totalmente enamorado de Jesús hasta el punto de seguirle allí a donde le lleve, con la seguridad de que, con Él, encontrará la vida y la encontrará en abundancia. Es preciso que el líder del futuro sea radicalmente pobre y que, cuando viaje, no lleve consigo más que el bastón -«no pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas» (Mc 6,8)-. ¿De qué sirve ser pobre? Sirve sólo para brindarnos la posibilidad de guiar a los otros dejándonos guiar. Deberemos depender así de las reacciones positivas o negativas de aquellos entre quienes andemos, y seremos llevados verdaderamente allí a donde quiera llevarnos el Espíritu de Jesús. La riqueza y el bienestar nos impiden discernir el camino de Jesús. Escribe Pablo a Timoteo: «Los que quieren enriquecerse caen en trampas y tentaciones, y se dejan dominar por muchos deseos insensatos y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición» (1 Tim 6,9).

Si puede haber aún una esperanza para la Iglesia del futuro, ésa es la esperanza de una Iglesia pobre, cuyos guías estén dispuestos a dejarse guiar (H. J. M. Nouwen, Nel nome di Gesü, Brescia 31997, pp. 59ss [edición española: En el nombre de Jesús, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).

 

 

 

Día 2

Santos ángeles custodios 

Los ángeles -criaturas puramente espirituales y dotadas de inteligencia y voluntad- son servidores y mensajeros de Dios. «Contemplan sin cesar el rostro de mi Paare celestial» (Mt 18,10). Son «poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra» (Sal 103,20). Dios les confía el encargo de proteger a la humanidad.

El pueblo de Dios ha sentido siempre espontáneamente la exigencia de corresponder a su silenciosa y benévola compañía honrándoles de una manera especial. Esta celebración dedicada a ellos entró en el calendario romano en el año 1615.

 

LECTIO

Primera lectura: Job 3,1-3,11-17.20-23

1 Por fin, Job abrió la boca y maldijo el día de su nacimiento,

2 diciendo:

3 ¡Desaparezca el día en que nací y la noche que dijo: «Ha sido concebido un hombre»!

11 ¿Por qué no quedé muerto desde el seno? ¿Por qué no expiré recién nacido?

12 ¿Por qué me acogió un regazo y unos pechos me dieron de mamar?

13 Ahora dormiría tranquilo y descansaría en paz

14 junto a los reyes y señores de la tierra que reconstruyeron antiguos palacios

15 o junto a los príncipes que poseen oro y llenan de plata sus mansiones.

16 0 no existiría, como un aborto ignorado como los niños que no vieron la luz.

17 Allí termina el ajetreo de los malvados, allí reposan los que carecen de fuerzas.

20 Porque alumbró con su luz a un desgraciado y dio vida a los que están llenos de amargura,

21 a los que desean la muerte inútilmente y la buscan más que a u n tesoro;

22 a quienes saltarían de gozo ante un túmulo y se alegrarían si encontraran una tumba;

23 a quien no encuentra su camino y a quien Dios cierra el paso.

 

*•• Tras los siete días con sus siete noches durante los que los amigos de Job estuvieron sentados junto a él en silencio, éste «abrió la boca y maldijo el día de su nacimiento» (v. 1). La lectura litúrgica de hoy desarrolla precisamente este contenido: «Maldijo el día de su nacimiento». Job maldice el día en que nació y se pregunta por qué no murió ese mismo día y por qué no le fue arrebatada la vida en aquel momento. El continuo sufrimiento le lleva a la desesperación. No hay que extrañarse de que intente expulsar lejos de sí la memoria de su nacimiento: «que se apodere de él la oscuridad; que no se compute entre los días del año» (v. 6). Job desea que el día permanezca siempre noche, porque cada alba trae consigo el peso de nuevos sufrimientos.

En el capítulo precedente no se ve que Job maldiga a Dios o invoque la muerte. Veíamos más bien que Job resistía, dócilmente, a la violencia de la prueba. Este desahogo que le suponen las imprecaciones y los lamentos, en efecto, no los encontramos con frecuencia en la Escritura. Al contrario, en ella se alaba la vida y se habla con profusión del amor desinteresado. Sin embargo, encontramos en Jeremías una página célebre que recuerda a nuestro texto: «¡Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito!» (Jr 20,14).

Hay un cambio respecto a la meditación precedente. Aparece un nuevo modo de afrontar el problema del sufrimiento. Éste ya no es considerado simplemente como una prueba que evalúa la gratuidad de la fe, sino como una experiencia que nos lleva a penetrar en la intimidad del abandono, la angustia y la noche del Hijo de Dios crucificado. El hecho de que estas expresiones las encontremos ahora en la Escritura, como palabra revelada, resulta consolador. Significa que Dios no rechaza a quien, en medio de la prueba y de la experiencia de la oscuridad y de la desolación, habla sin saber lo que dice. Significa, por tanto, que la lamentación tiene un sentido, que no es inútil. Efectivamente, la Escritura acoge estas experiencias como oraciones. Las llama «oraciones de lamentación». Job, en la plenitud de su lamentación, no se aleja de Dios. No se esconde de su rostro. No busca otro Dios que no le oprima ni le aplaste.

Al contrario, se confía profundamente al Dios que le ha decepcionado. Y siempre es así: la lamentación sacude el corazón y lo libera.

 

Evangelio: Mateo 18,1-5.10

1 En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron:

-¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos?

2 Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos

3 y dijo: -Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos.

4 El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.

5 El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.

10 Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial.

 

*• En este fragmento, Jesús nos invita y nos enseña a contemplar la realidad de un modo más penetrante y más conforme con el suyo. La lógica humana tiene sed de grandezas y de prestigio, se liga a las apariencias y pisotea lo que no se muestra con bella apariencia. La lógica del Reino de los Cielos va en una dirección opuesta y para acogerla es preciso cambiar de mentalidad, o sea, convertirse. Es verdaderamente grande quien es sencillo, inocente y carece de pretensiones; quien se confía con gratitud al cuidado y al amor de Otro. Estos «pequeños» son los predilectos del Señor: sus ángeles custodios -de apariencia invisible- ven siempre el rostro de Dios y están muy próximos a él. Dado que el Padre rodea a los niños dándoles los ángeles más espléndidos, los discípulos de Jesús deberán abstenerse de despreciar a los pequeños e intentar más bien llegar a ser como ellos.

 

MEDITATIO

A comienzos del mes de octubre, la Iglesia nos hace celebrar en la liturgia la memoria de los ángeles custodios, como para recordar al hombre perdido y desanimado que no está solo en su camino. Existe, en efecto, una creación visible que podemos ver, al menos en parte, con los ojos de la cara; existe, a continuación, una creación invisible -y, sin embargo, realísima- que sólo podemos percibir con los sentidos espirituales, mediante la fe, la oración y la iluminación interior que nos viene del Espíritu Santo.

¿Qué son, pues, los ángeles? Son, en primer lugar, un signo luminoso de la divina Providencia para nosotros, un signo de la bondad paternal de Dios, que no deja que falte a sus hijos nada de cuanto es necesario. Como intermediarios entre la tierra y el cielo, son criaturas invisibles puestas a nuestra disposición para guiarnos en el camino de retorno a la casa del Padre. Vienen del Cielo para volver a llevarnos al Cielo y para hacernos pregustar, ya desde ahora, algo de las realidades celestiales.

En ocasiones es posible experimentar de manera concreta y sensible la custodia de los ángeles, con tal que sepamos reconocerla. Se trata de encuentros «casuales» (que se vuelven, no obstante, fundamentales y determinantes en la vida de una persona) o de una ayuda imprevista e inesperada que recibimos en una situación de peligro; o de una intuición fulminante que nos permite darnos cuenta de un error, de un olvido...: ¿cómo no sentirnos guiados, protegidos y amablemente socorridos?

Los ángeles nos protegen de muchos peligros de los que ni siquiera nos damos cuenta. Sobre todo, del peligro de volvernos impíos, de no escuchar al Señor y de no obedecer a su Palabra; nos sugieren siempre pensamientos rectos y humildes, buenos sentimientos.

También nosotros estamos llamados a prestarnos los unos a los otros un servicio semejante al de los ángeles y a hacernos buena compañía a lo largo del camino de la vida, para llegar juntos a contemplar el rostro de Dios.

 

ORATIO

Santos ángeles, custodios nuestros, quitad el velo de los ojos de nuestro corazón, para hacernos capaces de recibir vuestra silenciosa presencia en nuestra vida. Sed para nosotros guías seguros y amables compañeros a lo largo del cotidiano peregrinar por la tierra. Encended en nosotros un vivo deseo de contemplar el rostro de Aquel que brilla en su bienaventuranza infinita. Que vuestra protección nos libere del mal, que vuestro consejo nos sugiera cuanto ayuda a la verdadera vida, que vuestro consuelo nos sostenga para que, con el corazón colmado de dulzura, nada pueda separarnos de tender incesantemente a la eterna morada; y enseñadnos a ser también nosotros unos para otros amables compañeros de viaje. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Los ángeles velan no sólo sobre toda la Iglesia tomada en su conjunto, sino también sobre cada uno de nosotros. De ellos habla el Salvador cuando dice: «Sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial» (Mt 18,10). Hay dos Iglesias: la de los hombres y la de los ángeles. Si lo que decimos es conforme al pensamiento divino y a la intención de las Escrituras, los ángeles gozan con ello y ruegan por nosotros... Se trata de ángeles que asisten a los santos y se alegran en la Iglesia, ángeles que nosotros no vemos, porque el fango del pecado nos cubre los ojos, pero que ven los apóstoles de Jesús, a los que dice el Señor: «Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (Jn 1,51) (Orígenes, Comentario a Lucas XXIII, 8, Roma 1969).

 

ACTIO

Repite a menudo hoy esta oración de la tradición cristiana: «Ángel de Dios, bajo cuya custodia me puso el Señor con amorosa piedad, a mí que soy vuestro encomendado, alumbradme hoy, guardadme, regidme y gobernadme. Amén».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Pocas verdades de la religión producen tanto alivio como ésta, humanísima, del ángel custodio, una alegre invención de Dios. Y el saber que lo tiene muy cerca el rey cuando escribe la ley, sentado en el trono de oro, y que lo tiene el pelagatos sentado en la piedra del cementerio para comer el pan de la caridad, es cosa que ennoblece la vida y la exalta. La poesía pagana apenas lo ha entrevisto. La literatura hebrea está llena de mensajeros alados, y sus páginas se estremecen de escalofríos luminosos.

La teología cristiana, que es la profundización de aquélla, es toda ella un fresco estremecido. Nadie sabe los aspectos que puede tomar su ángel custodio según los tiempos y las necesidades de su vida. Entras en un camino solitario y un tipo te acompaña y hace el camino contigo, intercambiando palabras con aire familiar. Tal vez sea él tu ángel, que, tomando forma humana, quiere hacerte compañía...

No todos los aleteos que oyes a lo largo de las filas o bajo el alero de casa son pajarillos y palomas; y el murmullo que te agita en ciertos momentos imprevistos no es siempre el viento que tienes delante. En la divina economía del bien en que está establecido el mundo, hemos de esperarnos siempre que sea ésa la revelación sensible del alado asistente. Como la experimenté yo mismo una vez, al caer la noche, en el umbral de una vieja abadía, al oír cantar por aquellos monjes graves el oficio de completas; y oí al padre prior recitando la oración final, que es un himno a los ángeles: «Visita, Señor, esta habitación y ahuyenta de ella todas las asechanzas del enemigo. Estén aquí tus santos ángeles, que nos guarden en paz». En ese momento, bajo el toque de la última campana, me pareció ver muchos ángeles que, saliendo de lo alto, se recogían en todas las familias como la última bendición de la ¡ornada. Y vuelto a mi habitación desnuda como una celda, al cerrar la puerta y entornar los postigos, me estremecí por la alegría que me proporcionaba saber, casi ver, que había un ángel encerrado todo para mí (C. Angelini, «Discorso con l'angelo custode», en Ritorno degli angelí?, Vicenza 1988, pp. 43-46, passim)

 

 

Día 3

Miércoles de la 26ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Job 9,1-12.14-16

1 Job tomó la palabra y dijo:

2 De acuerdo, sé muy bien que es así: que nadie es irreprochable ante Dios.

3 Si alguien pretende litigar con él, ni un argumento entre mil le podrá rebatir.

4 Sabio y fuerte como es, ¿quién le resiste y queda impune?

5 Él traslada los montes sin que se den cuenta y los remueve cuando se enfurece;

6 hace que la tierra tiemble en sus cimientos y que se tambaleen sus columnas.

7 Si él lo prohíbe, el sol no se levanta, ni las estrellas dan su resplandor.

8 Sólo él extiende los cielos y camina sobre las espaldas del mar.

9 Él ha creado la Osa y el Orion, las Pléyades y la Constelación del Sur.

10 Hace cosas grandes e insondables y maravillas sin número.

11 Pasa junto a mí y no l o veo, se desliza a mi lado y n o me doy cuenta.

12 Si arrebata una presa, ¿quién se lo impedirá?

13 ¿Quién le dirá: «Qué es lo que haces»?

14 ¡Cuánto menos podré yo replicarle, encontrar palabras contra él!

15 Aunque tuviera razón, no debo replicar. Sólo puedo suplicar al que me acusa.

16 Aunque le llamara y él me respondiera, no creo que hiciera caso a mi llamada.

 

**• El texto que hoy nos propone la liturgia, tomado del capítulo 9 de Job, es la respuesta que da el patriarca a las palabras de consuelo del tercer amigo, Bildad de Suaj (cf. capítulo 8). Éste había dicho que la desproporción entre Dios y el hombre es tan grande que no es posible ninguna discusión entre ellos. Dios siempre tiene razón. Job rebate su discurso con un elogio de la sabiduría y de la omnipotencia de Dios tal como aparece en su creación. Si Dios es tan grande e inaccesible en su creación -piensa Job-, tanto más lo será en el orden sobrenatural y moral: «De acuerdo, sé muy bien que es así: que nadie es irreprochable ante Dios» (v. 2). En los versículos siguientes, se lamenta Job, una vez más, de la manera arbitraria y prepotente que tiene Dios de comportarse: «Si arrebata una presa, ¿quién se lo impedirá? ¿Quién le dirá: "Qué es lo que haces"?» (v. 12). De una manera un tanto irónica, da a entender Job que es inútil discutir con Dios, dado que nadie puede resistir ante él, puesto que siempre tiene razón en todo. Observa: «¡Cuánto menos podré yo replicarle, encontrar palabras contra él!» (v. 14). Frente a Dios no hay nada que hacer. Sólo, dejar que se hundan las montañas, que los vientos lo barran todo, que se abra la tierra, que el mar se desconcierte y que la tragedia se abata sobre el hombre.

Las palabras de Job son las de un hombre que sufre y protesta porque no consigue saber qué es justo y qué no. Hemos de señalar que Job no acepta soluciones que sean simples reducciones al pasado: sería mejor llamarlas actos de pereza, seguir la regla del mínimo esfuerzo.

Job quiere ver claro. Pero ¿eso es posible? Mientras dura nuestra peregrinación subsiste el problema del dolor. Está, sin embargo, la cruz de Cristo y su altísimo grito al Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Me 15,33). La muerte de Jesús es dramática y él se precipita en el abismo doloroso de la maldad humana. Jesús no suprime el dolor, pero nos ha dicho lo suficiente sobre el valor salvífico del sufrimiento.

 

Evangelio: Lucas 9,57-62

En aquel tiempo,

57 mientras iban de camino, uno le dijo: -Te seguiré adondequiera que vayas.

58 Jesús le contestó: -Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.

59 A otro le dijo: -Sígueme. Él replicó: -Señor, déjame ir antes a enterrar a mi padre.

60 Jesús le respondió: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios.

61 Otro le dijo: -Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia.

62 Jesús le contestó: -El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es apto para el Reino de Dios.

 

        **• Lucas presenta a Jesús, por el camino hacia Jerusalén, acompañado por sus discípulos (v. 57), a los cuales se les asocian otros. El evangelista menciona ahora el caso de tres aspirantes al discipulado. A los tres les pone la condición de estar dispuestos a partir, de no demorarse. La exigencia de la vocación se propone con fórmulas lapidarias: dejarlo todo para seguir a Jesús y no posponer el seguimiento de Jesús a ninguna otra cosa.

        El primer caso es el de un aspirante a discípulo que toma la iniciativa de pedirle a Jesús que le deje seguirle: «Uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas» (v. 57). Esta conmovedora declaración de fidelidad recuerda lo que prometió Rut a su suegra Noemí (Rut 1,16). Del mismo modo que hizo la anciana Noemí con su nuera, Jesús parece frenar -planteando exigencias inderogables- tanto el impulso generoso de este anónimo discípulo como, a continuación, la disponibilidad de otros dos seguidores a los que tampoco se nombra: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (v. 58).

        He aquí ahora el segundo caso (w. 59ss), en el que es el mismo Jesús quien pide a alguien que le siga, mostrando así con claridad que el discipulado tiene siempre su origen en la libre elección por parte del Maestro. El llamado, sin embargo, no debe mostrar un asentimiento condicionado, ni aunque se trate de pedir permiso para enterrar a su propio padre. Jesús no quiere negar el deber de dar sepultura a los muertos ni la observancia del cuarto mandamiento, sino que pretende recordar que hasta los vínculos más queridos han de estar subordinados a los valores del Reino.

        El último caso (w. 61ss) hace referencia a la llamada de Eliseo por parte del profeta Elías (1 Re 19,19-21). Se establece así una relación de continuidad y de contraste. El discípulo, como en el caso de Eliseo, recibe el carisma del Maestro, pero no se le permite ninguna vacilación o dilación. La llamada al discipulado es incondicionada y no tolera los titubeos que nos impiden estar dispuestos a reconocer el Reino de Dios.

 

MEDITATIO

        La primera lectura nos pone de nuevo frente a la urgente tarea que supone para cada creyente colaborar en la edificación del pueblo de Dios y robustecer su camino en la fe. En cuanto discípulos de Jesús, estamos llamados, por habernos adherido a su seguimiento, a descubrir también que la pasión por la comunidad del Señor no puede ser algo secundario para quien ha experimentado el inmenso amor que Dios tiene por su pueblo.

        La dureza de las condiciones que Jesús pone a los aspirantes a discípulos no tiende a formar un discípulo que persiga un elevado ideal ascético, cosa que podría engendrar en el ánimo una especie de sentimiento altanero de seguridad o indiferencia hacia los otros; Jesús recuerda aquí más bien que el discipulado es «gracia cara» y que las renuncias propuestas deben ser entendidas sólo como manifestaciones de un radicalismo en el amor.

        Se trata de la disponibilidad para hacerse ofrenda, a imitación de aquel que «siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8,9). El arado en el que nos dice que pongamos la mano es el servicio generoso, perseverante, humilde, al Reino. Eso significa que debemos roturar los duros terrones de nuestro corazón, renunciando a expectativas y proyectos sólo nuestros, para buscar, en cambio, por encima de todo, el bien del pueblo de Dios, tal como hicieron Nehemías y los justos de Israel y tal como hicieron los innumerables santos de la Iglesia.

 

ORATIO

        Señor Jesús, infunde en mí una sincera pasión por ti, un profundo deseo de seguirte y de servirte en tus hermanos y hermanas. Sin embargo, tú conoces lo débil que soy frente a los obstáculos que encuentro en mi camino, unos obstáculos que engendran en mi corazón dudas, vacilaciones, contradicciones. Revísteme, pues, de tu fuerza para que no ponga la mano en el arado y, después, por cansancio u otro motivo, acabe por volverme atrás.

        Concédeme un corazón indiviso que sepa reconocerte en todo instante como el Señor de mi vida y no se deje arrastrar por distracciones, afanes o embriagueces.

        Concédeme no escandalizarme de ti cuando te descubro pobre, débil, sin una piedra donde reposar la cabeza. Suscita en mí eso que echo de menos: el compartir, el amor por ti, una fidelidad capaz de perseverar en la contemplación de tu santa pasión y muerte. Amén.

 

CONTEMPLATIO

        ¿Has oído contar la antigua historia de Lot y sus hijas (cf. Gn 14,15ss), cómo Lot se salvó con sus hijas ganando el monte, mientras que su mujer acabó transformada en una estatua de sal? Fue inmovilizada así para que se hiciera perenne el recuerdo de su perversa elección de volver la mirada hacia atrás. Has de llevar, por tanto, buen cuidado en no volver la mirada atrás después de haber puesto la mano en el arado (cf. Le 9,62), en no volver con semejante comportamiento a la amarga salinidad de la vida precedente (cf. Dt 4,23; Tob 4,13), y has de refugiarte en el monte (Gn 19,17) junto a Jesús, la Piedra no cortada por mano de hombres que ha llenado el universo (cf. Dn 2,34-35.45) (Cirilo de Jerusalén, Le Catechesi, Roma 21997, pp. 440ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi Dios me protegía con toda su bondad» (Neh 2,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La llamada de Jesús al seguimiento convierte al discípulo en un individuo aislado. Quiéralo o no, debe decidirse, y debe decidirse solo. No se trata de una elección personal, por la que pretende convertirse en un individuo aislado; es Cristo quien transforma al que llama en individuo. Cada uno es llamado individualmente. Debe seguir individualmente. Temeroso de encontrarse solo, el hombre cusca protección entre las personas y cosas que le rodean. De un solo golpe descubre todas sus responsabilidades y se aferra a ellas. Quiere tomar sus decisiones al abrigo de estas responsabilidades, no desea encontrarse solo, frente a frente con Jesús, ni quiere tener que decidirse mirándole solo a él. Pero ni el padre ni la madre, ni la mujer ni los hijos, ni el pueblo ni la historia pueden proteger en este momento al que ha sido llamado. Cristo quiere aislar al hombre, que no debe ver más que al que le ha llamado.

        En la llamada de Jesús se ha consumado la ruptura con los datos naturales entre los que vive el hombre. No es el seguidor quien consuma esta ruptura, sino Jesús mismo en el momento en que llama. Cristo ha liberado al hombre de las relaciones inmediatas con el mundo, para situarlo en relación inmediata consigo mismo. Nadie puede seguir a Cristo sin reconocer y aprobar esta ruptura ya consumada. No es el capricho de una vida llevada según la propia voluntad, sino Cristo mismo quien conduce al discípulo a la ruptura. [...]

        Todos se lanzan aislados al seguimiento, pero nadie queda solo en el seguimiento. A quien osa convertirse en individuo, basándose en la Palabra de Jesús, se le concede la comunión de la Iglesia. Se halla en una fraternidad visible que le devuelve centuplicadamente lo que perdió. ¿Centuplicadamente? Sí, porque ahora lo tiene sólo por Jesús, todo lo tiene por el mediador, lo que significa, por otra parte, «con persecuciones». «Centuplicadamente», «con persecuciones», es la gracia de la comunidad que sigue a su maestro bajo la cruz. Esta es, pues, la promesa hecha a los seguidores de convertirse en miembros de la comunidad de la cruz, de ser pueblo del mediador, pueblo bajo la cruz (D. Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 57.63).

 

 

Día 4

Jueves 26ª semana del Tiempo ordinario o día 4 de octubre, conmemoración de

San Francisco de Asís

 

Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís, nació en 1181 (o 1182). Disuadido de sus ideales de gloria caballeresca a raíz de las experiencias decisivas de su encuentro con los leprosos y de la oración ante el crucifijo en la iglesia de San Damián, Francisco abandonó su familia y comenzó una vida evangélica de penitencia. Con los numerosos compañeros que muy pronto se unieron a él, comprendió que estaba llamado a vivir el Evangelio sine glossa, como fraternidad de menores a ejemplo de Jesús y de sus discípulos. Al año siguiente a la aprobación de la Regla y vida de los hermanos menores en  1223 por el papa Honorio III, Francisco recibió los estigmas del Crucificado, sello de la conformidad con su único Señor y Maestro. Cuando murió, en 1226, Francisco era un hombre extenuado por la fatiga y por las enfermedades y, al mismo tiempo, un hombre reconciliado con el sufrimiento, consigo mismo y con toda criatura. Fue canonizado en 1228 y es patrono de Italia y de los ecologistas.

 

LECTIO

Primera lectura: Job 19,21-27

Dijo Job:

21 Tened piedad de mí, vosotros, mis amigos, que es la mano de Dios la que me ha herido.

22 ¿Por qué me acosáis como me acosa Dios y no os cansáis de atormentarme?

23 ¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en el bronce!

24 ¡Ojalá con punzón de hierro y plomo se esculpieran para siempre en la roca!

25 Pues yo sé que mi defensor está vivo y que él, al final, se alzará sobre el polvo,

26 y, después que mi piel se haya consumido, con mi propia carne veré a Dios.

27 Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos, no los de un extraño, y en mi interior suspirarán mis entrañas.

 

*»• «Job tomó la palabra y dijo: "¿Hasta cuándo me afligiréis y me acribillaréis con vuestras palabras?"». Llegamos así, en el capítulo 19, a la cima de los diálogos entre Job y sus tres amigos. Estos últimos no hacen más que repetir la tesis, ya esgrimida en otras ocasiones, de que las pruebas son el signo de que Job es culpable ante Dios. A su vez, Job sigue confesando su inocencia. Para Job no hay mayor tormento que tener que resistir a las excesivas palabras de sus amigos. El diálogo, prolongado durante diversos días, ha extenuado verdaderamente a Job. El sufrimiento más fuerte con que se enfrenta ahora es no conseguir proclamar su inocencia.

Su prueba consiste en considerarse inocente, pero no poder probarlo ni ante Dios ni ante sus amigos: «Grito: "¡Violencia!", y nadie me responde. Pido auxilio y nadie me defiende. Dios me ha cerrado el camino para que no pase, ha envuelto en tinieblas mis senderos» (19,7ss).

Entonces es cuando piensa Job en dejar por escrito su defensa, para que, un día, tal vez nosotros mismos que leemos hoy sus palabras, le hagamos justicia: «¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en el bronce! ¡Ojalá con punzón de hierro y plomo se esculpieran para siempre en la roca!» (w. 23ss). Pero esta solución no le convence. Piensa también en apelar al supremo «defensor» para que le haga justicia: «Pues yo sé que mi defensor (Go'el) está vivo» (v. 25). Este Go'el, según la Ley judía, es el único testigo que puede ser oído como defensa. Después de haber insultado a Dios, le llama ahora «defensor, redentor». Nosotros, que conocemos el Evangelio, apelamos, en cambio, al amor, a la caridad, al Dios omnipotente y misericordioso salvador.

 

 

Evangelio: Lucas 10,1-12

 En aquel tiempo,

1 el Señor designó a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar.

2 Y les dio estas instrucciones: -La mies es abundante, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

3 ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos.

4 No llevéis bolsa, ni alforjas ni sandalias, ni saludéis a nadie por el camino. 5 Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa.

6 Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros.

7 Quedaos en esa casa y comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa.

8 Si al entrar en un pueblo os reciben bien, comed lo que os pongan.

9 Curad a los enfermos que haya en él y decidles: Está llegando a vosotros el Reino de Dios.

10 Pero si entráis en un pueblo y no os reciben bien, salid a la plaza y decid:

11 Hasta el polvo de vuestro pueblo que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos y os lo dejamos. Sabed de todas formas que está llegando el Reino de Dios.

12 Os digo que el día del juicio será más tolerable para Sodoma que para ese pueblo.

 

        *» El relato de Lucas sobre el envío de setenta y dos discípulos a los pueblos de Galilea por parte de Jesús acentúa fuertemente el hecho de que aquel que los envía a llevar el anuncio del Reino es enviado a su vez por el Padre: «¡En marcha! Mirad que os envío...» (v. 3). Dada su calidad de mensajeros, no deberán atraer la atención sobre ellos mismos, sino más bien llevar los corazones de aquellos a quienes se dirijan a abrirse a recibir a aquel que viene. El discípulo experimentará en esta aventura su propia fragilidad y se encontrará asimismo en situaciones de peligro, como «corderos en medio de lobos» (cf. v. 3). Deberá precaverse, por tanto, contra la tentación de dar un testimonio agresivo; ser como cordero en medio de lobos comporta más bien un estilo de acción dotado de paciencia, de mansedumbre, capaz de aceptar el rechazo y la persecución.

        Otra tentación que deberán superar los enviados es la de mezclar intereses personales con los del Reino. La invitación de Jesús a no saludar a nadie por el camino, o sea, a no aprovechar el viaje para visitar a parientes y amigos, es un modo paradójico de confirmar la prioridad absoluta del Reino. Un riesgo ulterior es el de la eficiencia: los mandatos de Jesús sobre la severa limitación del equipaje del evangelizador (vestido, bolsa, etc.) son una exhortación a que sean libres, sobrios, a que no antepongan los medios al fin (v. 4). Lucas recuerda a renglón seguido que la evangelización no incluye sólo la dimensión del don, sino que suscita también el intercambio («comed lo que os pongan»: v. 7). De este modo, entre el enviado y el que acoge el mensaje del Reino se crea una comunión, una reciprocidad, que figura en el origen de la vida de la comunidad. Una comunidad que tendrá sus primeros hogares en las casas de los creyentes.

        El discípulo que lleva el anuncio del Reino deberá ser consciente siempre de que Dios no permanece inactivo ni está condicionado por la mala voluntad de los destinatarios del anuncio. Tanto si lo aceptan como si lo rechazan, el Reino de Dios vendrá a nosotros: «Pero si entráis en un pueblo y no os reciben bien, salid a la plaza y decid: Hasta el polvo de vuestro pueblo que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos y os lo dejamos. Sabed de todas formas que está llegando el Reino de Dios» (v. 11).

 

MEDITATIO

Los «pequeños» que acogen la invitación de Jesús a seguir su ejemplo de sencillez y humildad experimentan el amor divino. Se descubren amados por Jesús, que no ha dudado en dar su propia vida a fin de que todos los hombres pudieran vivir eternamente la amistad con él y con el Padre. El Espíritu Santo nos ha hecho en el bautismo criaturas nuevas y nos ha introducido en la familiaridad con Dios. Somos del Señor, estamos llamados a dejarnos animar por el mismo pálpito de amor por el que él se entregó totalmente a nosotros hasta el fin.

Francisco de Asís respondió a esta llamada: se hizo «pequeño», menor, humilde y pobre, satisfecho sólo con Dios. Descubrió que el Evangelio, vivido sin rebajas, nos hace criaturas nuevas, personas resucitadas, partícipes de la verdadera humanidad del Hijo de Dios y, por consiguiente, auténticos servidores de los hermanos, de todos los hermanos. En Francisco, esta humanidad redimida, forjada por las exigencias y por la ternura del amor a Dios y a los demás, se volvió visible en los signos de la crucifixión. Y el mismo Francisco se convirtió en la bendición viva del Padre, puesto que no se apropió de nada, sino que -como menor- todo se lo restituyó, reconociéndole como el Dador de todo bien.

 

ORATIO

¡Santísimo Padre nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro! Hágase tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra: para que te amemos con todo el corazón (cf. Lc 10,27), pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio, no de otra cosa, sino del amor a ti; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie (Francisco de Asís, «Paráfrasis del Padre nuestro», en Fuentes franciscanas, versión electrónica).

 

CONTEMPLATIO

Donde hay caridad y sabiduría, no hay temor ni ignorancia.

Donde hay paciencia y humildad, no hay ira ni desasosiego. Donde hay pobreza con alegría, no hay codicia ni avaricia. Donde hay quietud y meditación, no hay preocupación ni disipación. Donde hay temor de Dios que guarda la entrada {cf. Lc 11,21), no hay enemigo que tenga modo de entrar en la casa. Donde hay misericordia y discreción, no hay superfluidad ni endurecimiento (Francisco de Asís, «Admoniciones, en Fuentes franciscanas», versión electrónica).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día la invocación de san Francisco: «¿Qué eres tú, oh dulcísimo Dios mío? ¿Qué soy yo, vilísimo gusano e inútil siervo tuyo?»

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Su vida estuvo enteramente caracterizada -hasta el momento de la conversión- por la búsqueda de un modelo que pudiera educar y plasmar su natural propensión al canto.

Lo encontró de repente en el Señor Jesús, en la belleza de su vida narrada por el Evangelio y, en particular, en el luminoso canto nuevo de su muerte en la cruz.

Dejó que la pasión marcara cada uno de sus pasos y afinara de manera progresiva todas las fibras de su persona con la humanidad del Hijo de Dios, que se entregó por completo a sí mismo por nosotros.

Francisco oró así: «Te ruego, oh Señor, que la ardiente y dulce fuerza de tu amor arrebate mi mente de todas las cosas que hay bajo el cielo, para que muera yo de amor por tu amor, como tú te dignaste morir por amor a mi amor» (oración Absorbeat).

Su camino estuvo siempre acompañado por confirmaciones y consuelos. Su predicación y su ministerio tocaron el corazón de las personas y suscitaron decisiones de conversión y de reconciliación.

Su manera de seguir radicalmente al Señor se volvió, cada vez más, casa hospitalaria para otros muchos hermanos y hermanas, que encontraron en su itinerario personal una modalidad radical y actual de interpretar y vivir el Evangelio de la nueva estación histórica que avanzaba. Sin embargo, en el tiempo del monte Alverna, parece apagarse el canto fluente.

En esta estación encuentra Francisco la prueba más terrible: las fatigas originadas por un movimiento que se institucionaliza -que pierde en intensidad evangélica y llega incluso a dudar sobre la posibilidad de que sea integralmente practicable su estilo de vida- repercuten en su misma fe.

La pregunta sobre la verdad de sus intuiciones más profundas y la duda sobre el origen divino de su proyecto de vida resuenan en un silencio opresor en el que Dios no parece hablarle ya, a pesar de haberlo buscado con tanta tenacidad.

Francisco experimenta el abandono de Dios y se retira de los hermanos para no mostrar su semblante, que ha perdido la serenidad habitual. El canto nuevo, por consiguiente, no le fue dado en un momento de paz y consolación, sino en un momento en el que -como dice el salmista- «fallan los cimientos» (Sal 11,3) y todas las seguridades parecen hundidas (C. M. Martini - R. Cantalamessa, La cruz como raíz de la perfecta alegría, Verbo Divino, Estella 2002, pp. 15-16).

 

 

 

Día 5

Viernes de la 26ª semana del Tiempo ordinario

Témporas de Acción de Gracias y de Petición

         Días de acción de gracias y petición que la comunidad cristiana ofrece a Dios, terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas, al reemprender la actividad habitual. Son una ocasión que presenta la Iglesia para rogar a Dios por las necesidades de los hombres , principalmente por los frutos de la tierra y por los trabajos de los hombres, dando gracias a Dios públicamente

LECTIO

Primera Lectura: Deuteronomio 8, 7-18

7 Pues Yahveh tu Dios te conduce a una tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y hontanares que manan en los valles y en las montañas,

8 tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel,

9 tierra donde el pan que comas no te será racionado y donde no carecerás de nada; tierra donde las piedras tienen hierro y de cuyas montañas extraerás el bronce.

10 Comerás hasta hartarte, y bendecirás a Yahveh tu Dios en esa tierra buena que te ha dado.

11 Guárdate de olvidar a Yahveh tu Dios descuidando los mandamientos, normas y preceptos que yo te prescribo hoy;

12 no sea que cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en ellas,

13 cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes,

14 tu corazón se engría y olvides a Yahveh tu Dios que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre;

15 que te ha conducido a través de ese desierto grande y terrible entre serpientes abrasadoras y escorpiones: que en un lugar de sed, sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca más dura;

16 que te alimentó en el desierto con el maná, que no habían conocido tus padres, a fin de humillarte y ponerte a prueba para después hacerte feliz.

17 No digas en tu corazón: «Mi propia fuerza y el poder de mi mano me han creado esta prosperidad»,

18 sino acuérdate de Yahveh tu Dios, que es el que te da la fuerza para crear la prosperidad, cumpliendo así la alianza que bajo juramento prometió a tus padres, como lo hace hoy.

 

         *»La historia nos ofrece lecciones importantes.  Recordémoslas y apliquémonos más.  En tiempos de riqueza y de bienestar, los seres humanos tendemos a confiar en nosotros mismos.  Tendemos a volvernos independientes, y muchos hasta se vuelven arrogantes.  Esta actitud la vemos expresada en Dt. 8:17, lo cual implica olvidar a Dios.

         A cada persona Dios le otorga la habilidad para prosperar, ya sea un israelita de los tiempos del Antiguo Testamento, o un cristiano del Nuevo Testamento.  Ninguno debe olvidar que es Dios el que provee la capacidad para prosperar.  Jesús nos enseñó una hermosa actitud de dependencia diaria, cuando nos instruyó para que oráramos diciendo: “Danos hoy nuestro pan cotidiano”.  Como cristianos no podemos darnos el lujo de olvidar a Dios, de la misma forma que tampoco podía hacerlo el israelita en la vida diaria.  Esta actitud viene a identificarnos que pueblo suyo somos y ovejas de su parado

 

Segunda lectura: 2 Corintios 5,6-10

Hermanos:

6 Así pues, en todo momento tenemos confianza. Sabemos que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos lejos del Señor,

7 y caminamos a la luz de la fe y no de lo que vemos.

8 Pero estamos llenos de confianza y preferimos dejar el cuerpo para ir a habitar junto al Señor.  

9 Sea como sea, en este cuerpo o fuera de él, nos esforzamos en serle gratos,

10 ya que todos nosotros hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba el premio o castigo que le corresponda por lo que hizo durante su existencia corporal.

 

*» El texto de la segunda lectura prosigue con los estímulos (presentes ya en la segunda lectura del domingo precedente) dirigidos a los cristianos para que mantengan firme la mirada en los bienes «invisibles», que son «eternos». La perspectiva del que ha optado por ponerse a seguir a Cristo no es, en efecto, de este mundo: la fe y la esperanza en Cristo resucitado llevan a mirar hacia un horizonte que está «más allá» de la dimensión terrena.

Esta conciencia se traduce, en el pasaje que acabamos de leer, en tres tipos de pensamientos: en primer lugar, tenemos una comprensión de nuestro «habitar en el cuerpo» como si viviéramos en un exilio «lejos del Señor» (v. 6). Lo que caracteriza la existencia terrena del cristiano es la fe, no aún la visión. De esta dialéctica fe-visión brota la actitud propia del creyente: la confianza.

Éste es el término fundamental (aparece dos veces en las líneas iniciales del texto), y resume la identidad del creyente: éste es alguien que se «confía» plenamente; mejor aún, alguien que se «confía» al único que considera digno de confianza. La vida del creyente está orientada así hacia su destino de consumación en Dios.

En segundo lugar, se levanta acta de que lo que cuenta en el hoy terreno, vivido a la luz de la fe, es el esfuerzo por «serle gratos» (v. 9b). No se trata de una simple lógica de prestaciones o de confianza en nuestros méritos: no son éstos, en efecto, los que nos procuran la salvación.

La expresión remite más bien al compromiso activo de llevar nuestra propia vida siempre bajo la mirada de Dios. Y por último, en tercer lugar, está el pensamiento de tener que «comparecer ante el tribunal de Cristo» (v. 10). Pero ésta ya no es una perspectiva que engendre ansia o miedo; es sólo la expectativa de la consumación esperada y la conclusión de una vida vivida en el abandono en Dios.

 

Evangelio: Mateo 7,7-12

Dijo Jesús:

7 Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis! llamad, y os abrirán.

8 Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren.

9 ¿Acaso si a alguno de vosotros su hijo le pide pan le da una piedra

10 o si le pide un pez ¿le da una serpiente?

11 Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!

12 Así pues, tratad a los domas como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consisten la Ley y los profetas.

 

**• Con una argumentación seria que, desde el punto de vista formal, se asemeja a la de los rabinos de su tiempo, Jesús enseña la necesidad de la oración de petición, declarando la certeza de ser escuchada. ¿Se da una contradicción con lo indicado poco antes (Mt 6,7s) Ciertamente, no; en la oración no es preciso ser palabrero, porque el Padre "conoce", pero es necesario asumir la actitud interior del mendigo, es decir, saber ubicarse en la verdad de la propia condición humana.

Dios mismo da al que pide y abre al que llama: de hecho, los verbos usados -"se os dará", "se os abrirá"- tienen la forma de lo que se llama "pasivo divino", expresión semántica para evocar el nombre de Dios -impronunciable- sin nombrarlo de modo explícito (vv. 7s). Si a un hijo que pide alimento su padre no le dará cualquier cosa que se le parezca en su aspecto externo pero que en sustancia sea muy diferente (vv. 9s), mucho más Dios, el único bueno, el padre más solícito, dará "cosas buenas" a todos los que le piden.

El Padre escucha siempre las súplicas de sus hijos y da lo que realmente es mejor al que lo invoca. El v. 12 recuerda un dicho rabínico: "Lo que es odioso para ti, no lo hagas a tu prójimo. En esto está toda la ley, el resto sólo es una explicación". Jesús lo relata en forma positiva, y esto es mucho más exigente: no se trata de un "no hacer", sino de algo concreto que nos exige estar siempre atentos por el bien de los demás; por esta razón, cambia completamente la vida del que lo toma en serio, le lleva a la verdadera conversión: descentrarse de nosotros mismos para que nuestro centro sean los demás.

 

MEDITATIO

Jesús nos enseña a orar con perseverancia confiada, revelándonos al mismo tiempo cómo es el corazón de Dios y cómo debe ser el corazón del orante. Se nos va conduciendo a la verdad más sencilla y más profunda: Dios es nuestro Padre y nos ama con amor eterno, sin arrepentirse, sin reservas. Quizás no creemos de veras en este amor, o tal vez estamos ya tan acostumbrados a decir y oír que Dios nos ama, que apenas prestamos atención a esta realidad desconcertante.

Jesús hoy nos invita a entrar en comunión viva con Dios Padre, y ésta es una experiencia que nos puede cambiar interiormente: pedid..., buscad..., llamad..., no quedaréis defraudados. El Padre, fuente inagotable de bondad, dará sólo cosas buenas a los que se las pidan. ¿Hemos orado ya de veras, dirigiéndonos a él o, tal vez, hemos manifestado nuestros deseos en voz alta, haciéndolos girar en torno a nosotros mismos? Además, ¿eran de verdad "cosas buenas" las que hemos pedido? La oración humilde y sencilla, la oración de un corazón amante, comienza con un acto de contemplación gratuita, teniendo fija la mirada interior en el rostro del Padre bueno. Olvidemos nuestras muchas peticiones y, poco a poco, sentiremos nacer en nosotros una única súplica que brota de una exigencia realmente necesaria.

Después de haber contemplado en la fe el rostro de Dios, ya no podremos dudar ni ignorar que somos hijos de Padre, impulsados por su amor a todo ser humano, nuestro hermano, para brindar esa bondad que sin cesar mana de la fuente y viene a saciar nuestra indigencia para que rebose hacia todos y llegue a cada uno.

 

ORATIO

Oh Padre, tú que eres el único bueno y das cosas buenas a los que te las piden, escucha nuestra oración. Antes de nada danos un corazón sencillo, humilde, confiado, que sepa abandonarse sin pretensiones y sin reservas a tu amor. Haznos pobres de espíritu y ven, tú que eres el Rey, a ensanchar en nosotros tu reino de paz. Ayúdanos a suplicarte incesantemente para que, siendo portavoces de toda criatura, podamos llevar a todos el auxilio de tu amor. Tú das al que pide: danos tu Espíritu bueno. Tú concedes que encuentre el que busca: que busquemos siempre tu rostro. Tú abres al que llama: ábrenos la puerta de tu corazón a nosotros y a todos los hombres. Estrechados en tu eterno abrazo, no pediremos más. Oh Padre, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

 

CONTEMPLATIO

El Evangelio nos asegura que son muchas las causas por las que somos escuchados. Una condición: que dos almas se unan en su oración; otra una fe firme; también la limosna, la enmienda de vida [...]. Convencido estoy de nuestras miserias, y quiero, incluso, admitir que estamos completamente desprovistos de las virtudes de las que hemos hablado antes. Y, sin embargo, el Señor promete concedernos los bienes celestiales y eternos; nos exhorta a una dulce violencia con nuestra insistencia. Nada más lejos de él que el desprecio de los importunos: los invita, los alaba, les promete concederles con gusto todo. Que nos anime la insistencia de los importunos. Sin exigir un gran mérito ni grandes fatigas, está en nuestra mano. No dudemos de la Palabra del Señor, que dice: "Todo lo que pidáis con fe lo obtendréis" (Juan Casiano, Colaciones, IX, 34, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él le escucha" (Sal 33,6s).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Antes de saber cómo hay que orar, importa mucho más saber cómo "no cansarse nunca", no desanimarse nunca, ni deponer las armas ante el silencio aparente de Dios: "Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer" (Le 18,1).

Que la intrepidez se adueñe de ti como de la viuda ante el juez. Vete a encontrar a Dios en plena noche, llama a la puerta, grita, suplica e intercede. Y si la puerta parece cerrada, vuelve a la cara, pide, pide hasta romperle los oídos. Será sensible a tu llamada desmesurada, pues ésta grita tu confianza total en él.

Déjate llevar por la fuerza de tu angustia y el asalto de tu impetuosidad. En algunos momentos, el Espíritu Santo formulará él mismo las peticiones en lo más íntimo de tu corazón con gemidos inefables. ¿Has oído gemir a un enfermo presa de un intenso sufrimiento? Nadie puede permanecer insensible a esta queja, a menos que tenga un corazón de piedra. En la oración, Dios espera que pongas esta nota de violencia, de vehemencia y de súplica para volcarse sobre ti, y escuchará tu petición. En el fondo, no haces más que dar alcance al amor infinito comprimido en su corazón, que espera tu oración para desencadenarse en respuesta de ternura y misericordia. Si supieses lo atento que está Dios al menor de tus clamores, no dejarías de suplicarle por tus hermanos y por ti. El se levantaría entonces y colmaría tu espera mucho más allá de tu Oración. Se puede esperar todo de una persona que ora sin cansarse y que ama a sus hermanos con la ternura misma de Dios (J, Lufrance, Ora a tu Padre, Madrid 1981, 173-174).

 

 

 

Día 6

Sábado de la 26ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Job 42,1-3.5-6.12-17

1 Job respondió al Señor y dijo:

2 Sé que todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance.

3 «¿Quién es ése que enturbia mi consejo con palabras sin sentido?»

4 Así he hablado yo, insensatamente, de maravillas que me superan y que ignoro.

5 Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.

6 Por eso me retracto, y me arrepiento cubierto de polvo y ceniza.

12 Y el Señor bendijo el final de la vida de Job más que su comienzo: llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas.

13 Tuvo además siete hijos y tres hijas.

14 A una le puso el nombre de «Paloma», a otra el de «Acacia» y a otra el de «Frasco de Perfumes».

15 No había en todo aquel país mujeres tan bellas como las hijas de Job. Y su padre les dio parte en la herencia junto con sus hermanos.

16 Después de todo esto, Job vivió todavía hasta la edad de ciento cuarenta años y vio a sus hijos y a sus nietos, hasta la cuarta generación.

17 Job murió anciano y colmado de días.

 

*+• Los últimos versículos del libro de Job constituyen un acto de confianza y de abandono en Dios. Ya ante el espectáculo de la creación y de sus maravillas, había hecho Job una primera confesión a Dios: «Hablé a la ligera, ¿qué puedo responderte? No diré una palabra más. Hablé una vez, pero no volveré a hacerlo; dos veces, pero no insistiré» (40,3-5). Ahora, en esta segunda confesión, Job no sólo reconoce el desorden de su mente, sino que confiesa la sabiduría y la omnipotencia de Dios. Retira todas las acusaciones que había movido antes contra Dios: «Sé que todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance» (42,2).

Job ha hecho un largo recorrido. Se ha adentrado, en situaciones de práctica desesperación, a través de la noche de los sentidos y del espíritu, en una experiencia que figura entre las más terribles de la vida. Ha comprendido que Dios se esconde para hacerse buscar y para que podamos encontrarle: este ingreso subraya su camino místico, el gran dinamismo de su vida espiritual. En consecuencia, puede afirmar Job: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). Te conozco, ahora he entrado en lo profundo de tu misterio.

El conocimiento de Dios que ahora ha madurado en Job ya no es «de oídas», sino un conocimiento de quien se ha acercado a él y ha buscado asemejarse al Hijo de Dios, que dio su vida por el hombre. Ahora comprendemos bien que el problema de Job es, sobre todo, un gran problema de amor. El amor de quien, aun sintiéndose rechazado, no desiste a pesar de todo de continuar buscando y gritando a Dios su propia fidelidad. Satán había apostado con Dios que no había ningún amor gratuito. Job ha conseguido probar que, cuando el amor del hombre es atraído por el de Dios, es capaz de alcanzar una entrega total.

 

Evangelio: Lucas 10,17-24

En aquel tiempo,

17 los setenta [y dos] volvieron llenos de alegría, diciendo: -Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.

18 Jesús les dijo: -He visto a Satanás cayendo del cielo como un rayo.

19 Os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para dominar toda potencia enemiga, y nada os podrá dañar.

20 Sin embargo, no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo.

21 En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien.

22 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, y quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

23 Volviéndose después a los discípulos, les dijo en privado: -Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis.

24 Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

 

       **• Los w. 17-20 p r e s e n t a n el regreso de los setenta y dos después de la misión. Se dirigen al Kyrios, título de la confesión pascual de la Iglesia, porque ven la difusión de la Palabra y retirarse ante ella el poder del mal, expulsado por el poder del Nombre de Jesús.

       El v. 18 es intrigante: en él afirma Jesús que, mientras sus enviados estaban en misión, él había visto caer a Satanás cayendo como un rayo del cielo. La comunidad, sabiendo que el poder de Satanás ha sido derrotado precisamente por la palabra de la predicación, no deberá dejarse desanimar por los obstáculos y las dificultades (v. 19). Sin embargo, deberá vigilarse a sí misma, a fin de no complacerse demasiado en sus propios éxitos y exaltarse por el poder que le ha sido dado; el verdadero entusiasmo brotará más bien de la conciencia de la gratuidad de la salvación {«alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo»: v. 20). Viene, a continuación, el himno de júbilo (w. 21ss) en el que Jesús reconoce la verdad de su propia vocación de Hijo incluso a través de la fe de los pequeños, o sea, de aquellos que -aun siendo los marginados, según la opinión de los hombres de religión- han acogido con gratitud y humildad la predicación de los setenta y dos discípulos.

       Jesús reconoce y celebra todo esto en la fuerza del Espíritu Santo. Exulta por el «conocimiento», o sea, por el amor que le profesa el Padre, y, a continuación, le alaba por el conocimiento que le ha sido dado del rostro y del corazón del Padre, en cuyos inefables secretos introduce a sus propios amigos, esto es, a los que aceptan el Evangelio (v. 22). En este conocimiento de Dios y en esta participación en su vida íntima consiste la verdadera bienaventuranza de los discípulos: éstos viven ahora en el tiempo de la plenitud, marcado por la presencia de la salvación que Israel había esperado durante siglos en la persona de los profetas y de los reyes justos (vv. 23ss).

 

MEDITATIO

       El himno de júbilo nos introduce en el misterio inefable de la vida divina de la que Jesús nos ha hecho partícipes. No es imposible reconocernos en los discípulos que regresan de una misión cuyos resultados son de difícil evaluación: por una parte, deben poner su fracaso en personas de las que hubieran podido esperar mucho; por otra, en cambio, pueden señalar la sorprendente acogida que brindan al Evangelio aquellos que parecían irremediablemente alejados. De ahí que sea necesario volver a escuchar a Jesús mientras da gracias al Padre y muestra su júbilo en el Espíritu por sus inescrutables designios, que revelan el misterio del Reino a los últimos, a los humildes, «a los sencillos», y lo cierran, sin embargo, «a los sabios», a los soberbios, a los que cuentan con su propia pretensión de justicia.

       El Padre se manifiesta precisamente a través de la fe de estos pequeños, de esos que, aun pareciendo desfavorecidos desde el punto de vista humano, acogen con gratitud y humildad la predicación de la Iglesia. Sólo ésos son introducidos por Jesús en su conocimiento del verdadero rostro de Dios, que brota de la íntima familiaridad que le une al Padre: «Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, y quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». No se trata de una familiaridad impuesta, sino de una familiaridad a la que invita a sus amigos, de modo persuasivo, con la promesa de una bienaventuranza incomparable. La comunidad cristiana asume también, a través de esta experiencia de la participación en la vida divina, un rostro familiar: el de una madre que colma de ternura a sus hijos e hijas y los educa con amorosa paciencia. «Valor, hijos míos, clamad a Dios, pues el mismo que os mandó esto se acordará de vosotros».

 

ORATIO

       Señor Jesús, me uno en el Espíritu a tu grito de júbilo, porque me llena de conmoción saber que tú me consideras amigo y confidente y me has hecho partícipe de tu diálogo de amor con el Padre. Tú me has hecho saber cuan precioso soy a los ojos del Padre y cómo ha pensado en mí desde la eternidad y me ha querido como hijo suyo, a imagen tuya, de ti, que eres el Hijo unigénito engendrado desde los siglos eternos.

       Reconozco, oh Señor, que sólo a través de la humildad y sencillez de corazón puedo entrar en este inmenso plan de amor. Te pido, por tanto, que me ayudes a vencer toda soberbia y presunción, que ofuscan la gratitud con la que estoy llamado a acoger tu Evangelio en mi vida, y a corregirme cuando me olvido de que sólo tu gracia me hace vivir. Amén.

 

CONTEMPLATIO

       La fe de los cristianos comprende lo que nos ha conferido la humildad de un modo tan sublime, pero está lejos de los corazones de los impíos, puesto que «Dios ha escondido estas cosas a los sabios y a los prudentes y se las ha revelado a los sencillos» (Mt 11,25). Que los humildes, por tanto, comprendan la humildad de Dios, a fin de que con tal instrumento, como un jumento en ayuda de su debilidad, lleguen a la altura de Dios.

       Los sabios y prudentes, mientras buscan las cosas elevadas de Dios y no creen las humildes, descuidando precisamente éstas no llegan tampoco a aquéllas; vacíos e inestables, hinchados y elevados, quedarán suspendidos en la zona del viento, entre el cielo y la tierra. Son, en efecto, sabios y prudentes, pero según este mundo, no según aquel por quien el mundo fue hecho (Agustín de tripona, Scnnoiii per i tempi liturgici, Milán 1994, p. 106).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Valor, hijos míos, clamad a Dios» (Bar 4,27).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Basta con la preocupación por el presente: no es preciso emplear fantasía y ansiedad en la construcción del futuro. El vicario de Cristo sabe lo que Cristo quiere de él; no es necesario que se ponga por delante o le imponga proyectos. La regla fundamental de la conducta del papa es ésta: contentarse siempre con su estado presente y no embarazarse con el futuro, esperándolo, en cambio, del Señor, sin hacer cuentas o disposiciones humanas sobre él, y absteniéndose incluso de hablar de él con seguridad y con facilidad a cualquiera.

       La experiencia de estos tres años de mi servicio pontificio, que, «tremens et timens» (1 Cor 2,3), acepté por pura obediencia a la voluntad del Señor que me fue expresada por la voz del sacro colegio cardenalicio en cónclave, es testimonio y motivo conmovedor y perenne de la fidelidad de mi espíritu a esta máxima: absoluto abandono en Dios, en cuanto al presente, y perfecta tranquilidad, sobre el futuro. De las distintas iniciativas de carácter pastoral que bordan este primer ensayo de pontificio compromiso de apostolado, todo ha venido por absoluta, quieta y amable -y diría incluso silenciosa- inspiración del Señor a este pobre siervo suyo, que sin mérito alguno por su parte, que no fuera el simplicísimo no discutir, sino limitarse a secundar y obedecer, ha podido conseguir no ser un inútil instrumento de amor a Jesús y de edificación para muchas almas.

       Los primeros contactos con los grandes y con los humildes; algunas visitas caritativas aquí y allá; mansedumbre y humildad de acercamientos, claridad de ideas y fervor de ánimo; las visitas cuaresmales a las nuevas parroquias; la celebración del sínodo diocesano, con éxito inesperado; el acercamiento al Padre de toda la cristiandad, en multiplicada creación de cardenales y de obispos de toda nación, de toda raza y color; y ahora el vastísimo  movimiento de proporciones imprevistas y más que imponentes del concilio ecuménico: todo confirma la bondad del principio de esperar y de expresar con fe, con modestia, con fervor confiado, las buenas inspiraciones de la gracia de Jesús, que preside el gobierno del mundo y lo conduce a las más altas finalidades de la creación, de la redención, de la glorificación final y eterna de las almas y de los pueblos (Juan XXIII, ll giornale del anima e altri scritti di piefá, Cinisello B. 1989, pp. 579ss [edición española: Diario del alma, Ediciones Cristiandad, Madrid 1964]).

 

 

Día 7

27° domingo del tiempo ordinario

 

         Nuestra Señora la Virgen del Rosario.- La liturgia de Nuestra Señora la Virgen del Rosario forma parte de las memorias que, celebradas originariamente por familias religiosas particulares, pueden ser consideradas verdaderamente eclesiales por la difusión que han alcanzado (Marialis cultus, 8). El rosario apareció y se difundió entre los siglos XV y XVI. La orden dominicana se erigió en paladina del mismo. La memoria -en un primer momento fiesta- entró en la liturgia por disposición del papa dominico Pío V en 1572, como acto de reconocimiento a Nuestra Señora, a cuya intervención se atribuyó la victoria de la flota cristiana sobre la turca, más poderosa, el 7 de octubre de 1571, denominada entonces «conmemoración de Nuestra Señora la Virgen de la Victoria».

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 2,18-24

18 Después, el Señor Dios pensó: No es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada.

19 Entonces el Señor Dios formó de la tierra toda clase de animales del campo y aves del cielo, y se los presentó al hombre para ver cómo los iba a llamar, porque todos los seres vivos llevarían el nombre que él les diera.

20 Y el hombre fue poniendo nombre a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las bestias salvajes, pero no encontró una ayuda adecuada para sí.

21 Entonces el Señor Dios hizo caer al hombre en un letargo y, mientras dormía, le sacó una costilla y llenó el hueco con carne.

22 Después, de la costilla que había sacado al hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.

23 Entonces éste exclamó: Ahora sí; esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne; por eso se llamará mujer, porque del varón ha sido sacada.

24 Por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo.

 

        *» El relato del capítulo 2 del libro del Génesis presenta al hombre, creado por Dios, en la soledad de los albores. Dios, que ha visto que era «bueno» todo lo que había creado (cf. Gn 1), vio que «no es bueno que el hombre esté solo» (v. 18). Los animales, con toda la variedad de sus especies, no están en condiciones de colmar el vacío existencial del hombre. Éste ejerce sobre ellos discernimiento y autoridad, determinando sus funciones en la tierra, pero no son «semejantes a él» (vv. 19ss). La creación de la mujer a partir de la parte del hombre considerada más noble -el tórax, sede del corazón- está presentada con elementos comunes a otras mitologías del Oriente medio. El sueño que cae sobre el hombre es extraordinario (v. 21; cf. Gn 15,12) y es preludio de la obra extraordinaria que YHWH va a realizar.

        Dios presenta la mujer creada al hombre (v. 22), del mismo modo que al comienzo le había presentado los animales (v. 19a), pero el resultado es muy distinto. El hombre reconoce en la mujer a una criatura igual a él en dignidad (v. 23). Está unido a ella con un vínculo más fuerte que con cualquier otro ser, para estrechar el cual hasta las relaciones con los padres se transforman (v. 24).

        El hombre y la mujer han sido creados para ser una sola cosa. El nombre de mujer, que el hombre da a la criatura plasmada a partir de su costilla, expresa la identidad de naturaleza entre los dos y la diversidad de sus tareas. De este modo es como manifiestan la imagen y la semejanza del Dios creador (cf. Gn l,26ss).

 

Segunda lectura: Hebreos 2,9-11

Hermanos:

9 a aquel que fue hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos coronado de gloria y honor por haber padecido y muerto. Así, por disposición divina, gustó él la muerte en beneficio de todos.

10 Pues era conveniente que Dios, que es origen y meta de todas las cosas y que quiere conducir a la gloria a muchos hijos, elevara por los sufrimientos al más alto grado de perfección al cabeza de fila que los iba a llevar a la salvación.

11 Porque, santificador y santificados, todos proceden de uno mismo. Por eso Jesús no se avergüenza de llamarlos hermanos.

 

        *•• La carta a los Hebreos presenta la persona de Jesús y su misión, sacando a la luz sus características únicas. Jesús es el Hijo (cf. Heb 1,1-4) y su dignidad no es comparable a la de ningún otro ser. El autor de la carta lo demuestra desarrollando en particular la comparación con los ángeles, a los que ciertos medios judíos reconocían un papel de mediación entre Dios y los hombres.

        Jesús, en cuanto hombre y tras haber renunciado a las prerrogativas divinas (cf. Flp 2,6-8), se encuentra en una condición inferior respecto a la de los ángeles (v. 9a); sin embargo, en virtud de la pasión y de la resurrección, vive ahora glorioso para siempre y se le tributa todo honor (v. 9b; cf. Flp 2,9-11). Precisamente por el sufrimiento y la muerte que ha padecido, obedeciendo al Padre, Jesús se ha convertido en fuente de salvación para todos (v. 9c). Él, por quien todo ha sido creado y en quien todo subsiste (v. 8; cf. Col 1,16c-17), ha compartido la condición histórica del hombre y, llevando a cumplimiento en sí mismo su vocación, se ha convertido en guía autorizado de la humanidad (v. 10) en el camino de retorno al Padre.

        Jesús cumple, por consiguiente, las condiciones de la mediación sacerdotal: autoridad ante Dios en virtud de su obediencia salvífica (v. 10); compartimiento de la naturaleza humana marcada por el límite y por el sufrimiento (v. 11; cf. Heb 2,14-17). Jesús, Hijo de Dios y hermano de los hombres, no pierde a ninguno de los que el Padre le ha dado, sino que es camino de salvación para todos.

 

Evangelio: Marcos 10,2-16

En aquel tiempo,

2 se acercaron a Jesús unos fariseos y, para ponerle a prueba, le preguntaron si era lícito al marido separarse de su mujer.

3 Jesús les respondió: -¿Qué os mandó Moisés?

4 Ellos contestaron: -Moisés permitió escribir un certificado de divorcio y separarse de ella.

5 Jesús les dijo: -Moisés os dejó escrito ese precepto por vuestra incapacidad para entender.

6 Pero desde el principio Dios los creó varón y hembra.

7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer

8 y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos, sino uno solo.

9 Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.

10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le preguntaron sobre esto.

11 Él les dijo: -Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera;

12 y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio.

13 Llevaron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.

14 Jesús, al verlo, se indignó y les dijo: -Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios.

15 Os aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.

16 Y tomándolos en brazos, los bendecía, imponiéndoles las manos.

 

        *• En su viaje hacia Jerusalén, Jesús se dedica especialmente a instruir al grupo de los discípulos. A éstos, en efecto, les dirige, también en este episodio, una enseñanza particular (vv. l0 ss). La ocasión se la brinda una pregunta de los fariseos, que, como también en otras ocasiones señalan los evangelistas, intentan tender una trampa a Jesús para demostrar su culpabilidad como violador de la ley. En el presente caso, le plantean la cuestión de la posibilidad del divorcio (v. 2). La contrapregunta de Jesús pone de manifiesto que las prescripciones de la Ley de Moisés no constituyen el principio absoluto, sino una derogación de la mucho más importante ley originaria de la creación, derogación motivada por la dureza del corazón de los hombres (vv. 3-5), reiteradamente desobedientes a los mandamientos divinos.

        Jesús, por tanto, no está contra la ley de Moisés. Con todo, en los puntos en que se distancia de ella lo hace para volver a poner en primer plano la voluntad de Dios tal como se manifestó en el acto creador. Esto es lo que da su sentido a las citas de Gn 1,27 y Gn 2,24: el hombre y la mujer han sido creados con una diferenciación sexual masculina-femenina, pero están llamados a la unidad en la complementariedad, en la unión inseparable, que tiene que ver con todo su ser personal.

        La enseñanza dispensada a los discípulos «cuando regresaron a la casa» (vv. lOss) acentúa la afirmación del carácter inescindible del vínculo matrimonial y, poniendo en el mismo plano de responsabilidad al hombre y a la mujer -de modo diferente a los preceptos judíos (cf. Dt 24,1)-, subraya la validez del mandamiento «no cometerás adulterio» (Ex 20,14), cuyo cumplimiento vino a proclamar Jesús (cf. Mt 5,17.27ss).

        El relato evangélico prosigue presentando un encuentro de Jesús con los niños. A la actitud intolerante y hostil de los discípulos se opone la actitud acogedora y cálida de Jesús (vv. 13.16). Los discípulos ven cómo Jesús les reprocha su dureza contra quienes ocupaban de modo decidido uno de los peldaños más bajos de la escala social de aquel tiempo (v. 14). Se capta la intención del evangelista, que no es otra que comunicar a la comunidad cristiana una enseñanza que Jesús repite constantemente: el que no tiene pretensiones, el que es considerado incapaz o indigno por su aparente poquedad, ése es quien está en mejores condiciones para acoger, mejor que los llamados poderosos, el Reino de Dios (v. 15).

 

MEDITATIO

        ¿Cómo escuchar y acoger la Palabra de Dios que habla de la unidad entre el hombre y la mujer y del carácter inseparable del vínculo matrimonial cuando, en nuestro tiempo, la fidelidad y la indisolubilidad de la pareja parecen algo utópico y, lo que es más, son consideradas un valor cultural del pasado? ¿Cómo no relegar entre los mitos fantásticos el relato del libro del Génesis, insertando también las palabras de Jesús como un complemento de la fábula?

        La Palabra de Dios, en su integridad, «es viva y eficaz»; es Palabra para este momento, para nosotros. La fatiga concreta que los hombres y las mujeres experimentan al vivir su unión de una manera estable, constructiva, fecunda, es iluminada y sostenida por la Palabra de Dios. Jesús sigue siendo siempre el hermano que ha experimentado el sufrimiento y la angustia del límite humano y de sus consecuencias; él, el Hijo de Dios. Y, vencedor del mal, acompaña a todos, a cada uno con su propia fatiga personal, al encuentro con el Padre, al abrazo de su misericordia.

        Dios lo ha creado todo para la vida. La suya es una ley de vida que promueve al hombre, no una ley que le oprime. La unión indisoluble entre el hombre y la mujer es una verdad inscrita en el ser humano, una verdad que libera y hace auténtica su capacidad y su necesidad de amar y de ser amado. Es la celebración de la dignidad suprema del hombre y de la mujer, «imagen y semejanza» de Dios.

 

ORATIO

        Te pido, Señor, por cada hombre y por cada mujer que, un día, se reconocieron hechos el uno para la otra y decidieron compartir toda la vida. Te doy gracias por su coraje, por su determinación, sobre todo por su decisión de convertir el amor en alimento de sus jornadas. Te doy gracias por el don que son recíprocamente: es algo que también a mí me habla de tu amor. Te doy gracias por su entrega, renovada día a día: algo que me habla también de tu fidelidad. Te doy gracias por su apertura a la vida: algo que me habla también de tu desbordante paternidad y maternidad.

        No les dejes solos y ayúdales a no dejarte nunca. Sé tú la fuerza de su unión. Y si han de vivir tiempos oscuros, en los que el amor parezca estancarse y cerrarse en los sacos del «dado por descontado» y de la falta de creatividad, haz que encuentren de nuevo aquella mirada transparente en la que se reconocieron entregados el uno a la otra y, atreviéndose a ser juntos don para los hermanos, den nuevo vigor a aquel amor que los hace una sola cosa, como tú, Dios, eres uno en la comunión trinitaria.

 

CONTEMPLATIO

        El matrimonio es un misterio y figura de una gran realidad. ¿De qué modo es un misterio? Convienen juntos y los dos se hacen uno solo. Llegan a convertirse en un solo cuerpo. Éste es el misterio del amor. Si los dos no se convirtieran en uno, no reproducirían a muchos mientras siguieran siendo dos, pero, cuando llegan a la unidad, entonces se reproducen.

        ¿Qué aprendemos de aquí? Que la fuerza de la unión es grande. ¿Has visto el misterio del matrimonio? De uno hizo uno y de nuevo, hechos estos dos uno, de este modo hace uno: de modo que también ahora el hombre nace de uno. En efecto, la mujer y el hombre no son dos seres, sino uno solo (Juan Crisóstomo, Sulla lettera ai Colossesi, en id., Vanitá. Educazione dei figli. Matrimonio, Roma 31997, pp. 123ss [edición española: Sobre la vanguardia, la educación de los hijos y el matrimonio, Ciudad Nueva, Madrid 1997]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú nos guías, Señor Jesús, por el camino de la salvación » (cf. Heb 2,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Una pareja de esposos tiene derecho a acoger y celebrar el día de su matrimonio viviéndolo como un triunfo incomparable. Si las dificultades, las resistencias, los obstáculos, las dudas y las vacilaciones no han sido simplemente orillados, sino lealmente afrontados y vencidos - y es ciertamente un bien que las cosas no discurran de una manera demasiado suave-, entonces ambos esposos habrán obtenido efectivamente el triunfo decisivo de su vida; con el «sí» que se han dicho recíprocamente han decidido con toda libertad dar una nueva orientación a toda su vida; ambos han desafiado con serena seguridad todos los problemas y las perplejidades que la vida hace nacer frente a cada vínculo duradero entre dos personas y han conquistado, mediante un acto de responsabilidad personal, una tierra nueva para su vida.

        El matrimonio es más que vuestro amor recíproco. Posee un valor y un poder mayores, porque es una institución santa de Dios, a través de la cual quiere conservar a la humanidad hasta el fin de los días. Desde la perspectiva de vuestro amor, os veis solos en el escenario del mundo; desde la perspectiva del matrimonio, sois un eslabón en la cadena de las generaciones que Dios hace nacer y morir para su gloria, llamándolas a su Reino.

        Desde la perspectiva de vuestro amor veis solo el cielo de vuestra alegría personal; el matrimonio os inserta de una manera responsable en el mundo y en la responsabilidad de los hombres; vuestro amor os pertenece a vosotros solos, es personal; el matrimonio es algo suprapersonal, es un estado, un ministerio. Dios hace vuestro matrimonio indisoluble, lo protege de todo peligro interior y exterior; Dios quiere ser el garante de su indisolubilidad.

        Ésta es una alegre certeza para cuantos saben que ninguna fuerza en el mundo, ninguna tentación, ninguna debilidad humana, puede desatar lo que Dios mantiene unido; más aún, quien sabe esto puede decir con confianza: «Lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre». Libres de todas las ansias que el amor lleva siempre consigo, podéis deciros, con seguridad y confianza total: no podremos perdernos nunca más, pues nos pertenecemos recíprocamente hasta la muerte por voluntad de Dios.

        Vivid juntos perdonándoos recíprocamente vuestros pecados, sin lo cual no puede subsistir ninguna comunidad humana, y mucho menos un matrimonio. No seáis autoritarios entre vosotros, no os juzguéis ni os condenéis, no os dominéis, no echéis la culpa el uno a la otra, sino acogeos por lo que sois y perdonaos recíprocamente cada día, de corazón. Desde el primero al último día de vuestro matrimonio, debe seguir siendo válida esta exhortación: acogeos... para la gloria de Dios. Habéis oído la palabra que Dios dice sobre vuestro matrimonio. Dadle gracias por ella, dadle gracias por haberos guiado hasta aquí y pedidle que funde, consolide, santifique y custodie vuestro matrimonio: de este modo seréis «algo para alabanza de su gloria» (D. Bonhoeffer, Resistenza e resa, Cinisello B. 21996 [edición española: Resistencia y sumisión, Ediciones Sígueme, Salamanca 1983]).

 

Día 8

Lunes de la 27ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 1,6-12

Hermanos:

6 No salgo de mi asombro al ver qué pronto habéis abandonado a quien os llamó mediante la gracia de Cristo y con qué rapidez habéis abrazado otro evangelio.

7 Pero no hay otro evangelio. Lo que pasa es que algunos están desconcertándoos e intentan manipular el evangelio de Cristo.

8 Pues sea maldito cualquiera -yo o incluso un ángel del cielo- que os anuncie un evangelio distinto del que yo os anuncié.

9 Ya os lo dije, y ahora os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡caiga sobre él la maldición!

10 Porque, vamos a ver: ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿Trato acaso de agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.

11 Quiero que sepáis, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es una invención de hombres,

12 pues no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno; Jesucristo es quien me lo ha revelado.

 

**• En su segundo viaje misionero había atravesado Pablo «Frigia y la región de Galacia» (Hch 16,6), a saber, la región que se extiende en torno a la actual Ankara, y había fundado allí comunidades cristianas que visitó después en su tercer viaje (Hch 18,23), en los años 53-57 d. C. Lo que propugnaba Pablo es que el creyente se salva en virtud de la fe en Jesucristo crucificado y resucitado, y no a causa de la sola observancia de la Ley. Ésta -dirá Pablo- es libertad. Los cristianos judaizantes, no obstante, pretendían adaptar la práctica del Evangelio a la religión judía y a algunas de sus prácticas (como la circuncisión y otras prescripciones). También la Iglesia que estaba en Galacia padeció esta «intrusión» por parte de los judaizantes. Pretendían éstos nada menos que ironizar sobre la autoridad y la doctrina de Pablo. La reacción del gran convertido de Damasco es vigorosa.

Pablo, dirigiéndose a los «¡gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado?» (Gal 3,1), expresa una indignación que no es tanto autodefensa como constatación de que corren el riesgo de abandonar el Evangelio de Cristo o de contaminarlo, subvertirlo. El tono de esta perícopa ya es encendido. Estas palabras encendidas persiguen sobre todo obtener que los gálatas se declaren a favor de Cristo y acojan de modo pleno la única certeza que cuenta: el Evangelio, tal como les ha sido predicado, el Evangelio del Señor Jesús. Precisamente porque está convencido hasta el fondo de que se trata de la única alegre noticia que cuenta, puede declarar Pablo con toda franqueza que con la predicación del Evangelio no busca agradar a los hombres, sino a Dios. Lo que él ha venido a anunciar es, en efecto, la Palabra de Dios, recibida por revelación de Jesús y no por enseñanza humana.

 

Evangelio: Lucas 10,25-37

En aquel tiempo,

25 se levantó un maestro de la Ley y le dijo para tenderle una trampa: -Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?

26 Jesús le contestó: -¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?

27 El maestro de la Ley respondió: -Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.

28 Jesús le dijo: -Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás.

29 Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: -¿Y quién es mi prójimo?

30 Jesús le respondió: -Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de desnudarlo y golpearlo sin piedad, se alejaron dejándolo medio muerto.

31 Un sacerdote bajaba casualmente por aquel camino y, al verlo, se desvió y pasó de largo.

32 Igualmente, un levita que pasó por aquel lugar, al verlo, se desvió y pasó de largo.

33 Pero un samaritano que iba de viaje, al llegar junto a él y verlo, sintió lástima.

34 Se acercó y le vendó las heridas, después de habérselas curado con aceite y vino; luego, lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él.

35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al mesonero, diciendo: «Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a mi vuelta».

36 ¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?

37 El otro contestó: -El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: -Vete y haz tú lo mismo.

 

       **• Tras el discurso sobre la misión, he aquí ahora algunos rasgos fundamentales del verdadero discípulo: ayudar al prójimo que se encuentra en dificultades (el buen samaritano), el primado de la escucha de la Palabra (Marta y María), la oración esencial (el padrenuestro). Éstas son las tres lecturas que el leccionario nos presenta para estos días.

       La parábola de hoy aclara el segundo mandamiento, «semejante al primero». Al escriba que le pregunta, en el plano teórico, quién es el prójimo, Jesús le responde dándole la vuelta (y dándole concreción) a la pregunta: ¿quién de nosotros es verdaderamente prójimo de los otros? El problema no consiste en saber quién es mi prójimo, a qué nacionalidad, raza, color, religión, partido, sindicato o formación pertenece; la cuestión versa sobre mi actitud respecto a él, como muestra el samaritano, que no le pidió el documento de identidad al malaventurado, sino que le socorrió inmediatamente.

       Esta parábola ha sido objeto de innumerables comentarios y glosas, que van desde la insuficiencia de una religión preponderantemente ritual, representada por el comportamiento del sacerdote y el levita, a la necesidad de una caridad sin límites con todos. La lección que procede de un extranjero, oficialmente poco recomendable, sacude la conciencia cristiana y nos sigue diciendo a ti y a mí: «Vete y haz tú lo mismo» (v. 37). Al mismo tiempo, se trata de una lección cristológica de importancia capital: el samaritano es icono transparente del misterio del Nazareno, que se hizo prójimo de cada hombre y de sus heridas cargando sobre sí sus miserias y preocupándose por sus debilidades.

 

MEDITATIO

       También yo, como Jonás, estoy llamado a anunciar la Palabra de Dios, porque ésa es la tarea de todo cristiano. Una tarea de la que intento sustraerme de una manera más o menos consciente, aduciendo los motivos y las dificultades más «actuales»: la indiferencia de la juventud, el desorbitado poder de los medios de comunicación, la secularización, el fenómeno de la globalización y otras muchas cuestiones que parecen muy alejadas de la lógica de Jesús.

       Sin embargo, esta Palabra me interroga hoy y sacude hasta sus raíces mi vocación cristiana. Me interroga asimismo porque Dios ha mostrado en la historia que también entre los paganos - a los que temo o trato con desdén- puede haber personas rectas, personas en condiciones de despertar mi conciencia. También el samaritano del evangelio era una persona que, oficialmente, debía ser evitada; sin embargo, hoy sacude mi despavorida existencia cristiana con su ejemplar prontitud y generosidad. Jonás duerme para estar lo más alejado posible del Señor, pero un marinero pagano le despierta del torpor y le llama al cumplimiento de su vocación.

       Como Jonás, es preciso que yo también me deje despertar y provocar por los otros, aunque no correspondan a mis expectativas, a mis gustos y a mis ideas, dado que el Señor me puede hablar a través de todos. A buen seguro, también puedo dejar de escucharle y huir hacia mi Tarsis, aunque es inútil, porque antes o después, como en el caso de Jonás, vendrá una tempestad, un pez, y me volveré a encontrar en la playa de partida. Si Dios me ha confiado una misión, no puedo huir: «¿A dónde podré ir  lejos de tu espíritu, a dónde escaparé de tu presencia? Si subo hasta los cielos, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro» (Sal 139,7ss).

 

ORATIO

       Oh Señor, sabes que soy una pobre persona y que no siempre sé decirte que sí; sabes que soy débil e infiel.

       Sin embargo, no quieres excluirme de tu plan de salvación; es más, quieres convertirme en un estrecho colaborador tuyo.

       Ayúdame, oh Dios mío, a no huir de ti, como hizo Jonás, sino a buscarte, porque sin ti no soy nada.

Haz que adecué mis acciones a tus deseos y no permitas que me aleje de ti buscando otras tierras y otros mares, como con frecuencia siento la tentación de hacer.

       Ayúdame a dejarme despertar por aquellos a quienes pones en mi camino, para que no caiga en el sueño de la indiferencia y de la resignación.

       Úngeme con tu Espíritu Santo, para que no desprecie a ninguna Nínive y salga de la Nínive que hay dentro de mí. Que, guiado por tu luz, trabaje yo en su conversión y en la mía.

 

CONTEMPLATIO

       El carácter profético de Jonás está confirmado por Cristo. No es preciso suponer que las expresiones de Jesús quieran enseñarnos la historicidad del acontecimiento.  Esas expresiones pretenden decir que este libro es figura y profecía de lo que se cumple en su persona.

       No hay, en efecto, otro libro que, desde esta perspectiva, sea más luminosamente profético respecto a Cristo. Y lo es precisamente porque el libro de Jonás resume, en cierto modo, toda la historia antigua, toda la historia de Israel, en clave profética. El destino de Israel, sus pruebas, su destrucción, todo esto tuvo lugar con la mirada puesta en una misión de salvación, una salvación que debería provocar después sus mismos celos, porque Israel habría de rechazar su elección, en vez de aceptar esta salvación ofrecida a todos. Dado que su misión no le convertía en el predilecto entre todos y no le otorgaba un puesto de privilegio en sus designios divinos y le ponía en plano de igualdad con todas las otras naciones, este pueblo habría de negarse a esta igualdad. En este breve libro, la vida civil, los comercios, el ordenamiento estatal, la ciudad..., todo pertenece a las naciones; a Israel no parece pertenecerle más que el profetismo, pero éste pertenece sólo a Israel. Toda la grandeza y la función de Israel consisten en la misión profética (D. Baisoltl, Meditazione sul libro di Giona, Brescia 31990, p. 21).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Sacaste mi vida de la fosa, Señor» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Hay mucho miedo en nosotros, miedo de la gente, de Dios, y mucha ansia pura y simple, indefinida, que escapa a nuestro control. Cuando entramos en la presencia de Dios y empezamos a sentir esta inmensa reserva de miedo en nosotros, quisiéramos escapar cediendo a las distracciones que nuestro ajetreado mundo nos ofrece de un modo tan abundante. Ahora bien, no debemos tener miedo de nuestros miedos. Podemos hacerles frente, traducirlos con palabras y llevarlos a la presencia de aquel que dice: «No temáis, soy yo» (Mt 14,27). Nos sentimos inclinados a mostrarnos al Señor sólo con los aspectos en los que nos sentimos cómodos, pero cuanto más nos atrevamos a revelarle ese yo nuestro tan medroso, tanto más seremos capaces de sentir que su amor, que es perfecto, expulsa nuestros miedos.

       Oh Señor, este mundo está lleno de miedos. Haz de mi miedo una oración por quien tiene miedo. Haz que esta oración alivie el corazón de los otros. Tal vez entonces mi oscuridad se vuelva luz para los otros y mi oración interior se convierta en una fuente de curación para los otros. También tú, Señor, conociste el miedo. Te sentiste profundamente turbado; tu sudor y tus lágrimas eran señal de tu miedo. Haz que mi miedo forme parte del tuyo, para que no me lleve a la oscuridad, sino a la luz, y me proporcione una nueva comprensión de la esperanza de tu cruz (H. J. M. Nouwen, Preghiere dal silenzio, Brescia 2000, pp. 11 ss y 17 [edición española: Oraciones desde la abadía, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1998]).

 

 

Día 9

Martes de la 27ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 1,13-24

Hermanos:

13 Habéis oído, sin duda, hablar de mi antigua conducta en el judaísmo: con qué furia perseguía yo a la Iglesia de Dios intentando destrozarla.

14 Incluso aventajaba dentro del judaísmo a muchos compatriotas de mi edad como fanático partidario de las tradiciones de mis antepasados.

15 Pero cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura benevolencia,

16 tuvo a bien revelarme a su Hijo y hacerme su mensajero entre los paganos, inmediatamente, sin consultar a hombre alguno

17 y sin subir a Jerusalén para ver a quienes eran apóstoles antes que yo, me dirigí a Arabia y, después, otra vez a Damasco.

18 Luego, al cabo de tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro y permanecí junto a él quince días.

19 No vi a ningún otro apóstol, fuera de Santiago, el hermano del Señor.

20 En esto que os escribo, Dios es testigo de que no miento.

21 Fui después a las regiones de Siria y Cilicia.

22 Por entonces las Iglesias cristianas de Judea no me conocían aún personalmente;

23 únicamente oían decir que el perseguidor de otro tiempo anunciaba ahora la fe que antes combatía.

24 Y daban gloria a Dios por mi causa.

 

*+• Tras haber declarado con una apretada argumentación que su evangelio es el de Jesucristo, Pablo presenta -por así decirlo- sus credenciales de apóstol. Se trata de una perícopa importante, de corte decididamente autobiográfico. El apóstol recuerda a los gálatas lo repentino y radical que fue su cambio. De tenaz defensor de la Ley (como vía de salvación) y furioso perseguidor de la Iglesia de Cristo, se convirtió en su audaz defensor.

El Evangelio que predica Pablo no encuentra en su pasado de judío unas raíces psicológicas y sociológicas razonables. No ha «florecido» de sus profundas convicciones ni de su práctica de fariseo más celoso que sus mismos correligionarios (v. 14), aferradísimos en su adhesión a la Ley. La revelación en el camino de Damasco (cf. Hch 9,1-19; 22,1-21; 26,9-18) da literalmente la vuelta a su pensamiento y a su acción. No ha habido en ello ninguna mediación, ninguna intervención humana: éste es el quid de la cuestión.

Pablo es consciente de que el Padre lo eligió y lo llamó, desde el seno de su madre, en vistas a un acontecimiento absolutamente gratuito: anunciar a los paganos la revelación de Jesús (cf. w. 15 y 16). La traducción literal dice: «... revelar a su Hijo en mí», y expresa mejor la revolución existencial que, a partir de su interioridad, experimenta Pablo, aunque sus ojos quedaron cegados por la luz de Jesucristo resucitado. La suya es, por tanto, una vocación profética (como la de Jeremías), a la que no opone resistencia. «Sin consultar a hombre alguno» (literalmente, el v. 16 dice «sin consultar carne y sangre»), salió Pablo para Arabia, dejándose comprometer de inmediato en la aventura de anunciar a Jesús.

La absoluta independencia del Evangelio de Pablo respecto a cualquier influencia judía o de la Iglesia de Jerusalén aparece destacada por el hecho de que sólo en un segundo momento sintió la necesidad de «conocer a Pedro», cuando fue a Jerusalén, donde sólo se quedó «quince días» (v. 18). Lo que dice Pablo tiene todo el sabor de la verdad profundamente acogida y toda la luz de un acontecimiento vivido en plenitud.

 

Evangelio: Lucas 10,38-42

En aquel tiempo,

38 según iban de camino, Jesús entró en una aldea, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa.

39 Tenía Marta una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

40 Marta, en cambio, estaba atareada con los muchos quehaceres del servicio. Entonces Marta se acercó a Jesús y le dijo: -Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea? Dile que me ayude.

41 Pero el Señor le contestó: -Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas,

42 cuando en realidad una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.

 

       **• En el plano exegético, este pasaje tiene que ser leído a contraluz con la parábola precedente. Como si dijera: a los que afirman que lo importante es ayudar a la gente o amar de manera concreta al prójimo (como ha hecho precisamente el buen samaritano), Lucas les presenta el fragmento de Marta y María donde se afirma la prioridad de la escucha de la Palabra.

       Podría decirse que el servicio al prójimo alcanza su autenticidad, su verdad, la perfección, cuando es fruto de la escucha de la Palabra, cuando no es sólo trabajo o servicio humano, sino participación en la compasión del mismo corazón de Dios, consecuencia de la frecuentación asidua de su Palabra. Sin contar con que el trabajo o el servicio, dejados a sí mismos, pueden convertirse en afán, engendrar estrés, incluso desviar del camino, alejar del camino del Señor. La «mejor parte» que no será quitada es esta inmersión en la voluntad de Dios, porque «quien hace la voluntad de Dios permanece para siempre». Si Marta se dejara iluminar por los deseos de Jesús, podría servirle mejor y no correría el riesgo de llevarle cosas que no le interesan o pudieran hacerle mal. La dimensión contemplativa está en la base de la también necesaria dimensión activa.

       La gran fortuna de la que ha gozado este episodio entre los autores espirituales de todos los tiempos indica que el peligro de dejarse enredar por las cosas urgentes, a costa de las cosas importantes, de lo único necesario, está constantemente al acecho. La tentación de subordinar las cosas de Dios a nuestras propias urgencias sólo se puede superar con la frecuentación fiel y constante de la Palabra, con una actitud de verdadero discípulo, a los pies de Jesús. El discípulo es el que se comporta con el prójimo como el buen samaritano, porque participa en la compasión misma de Dios, fruto de la escucha de la Palabra que viene de Dios.

 

MEDITATIO

       Para comprender la misericordia sin límites de Dios, para entrar en su compasión, es preciso frecuentar a Dios y su Palabra. Si Jonás hubiera escuchado más a Dios que al ambiente que le rodeaba, si se hubiera preocupado más de la voluntad de Dios que de las opiniones que estaba respirando, habría seguido el corazón de Dios, su voluntad de misericordia y de salvación, más que el deseo difuso de venganza y de destrucción. Pero

es preciso dejarse desestructurar hasta el fondo por la Palabra: un contacto superficial con la Palabra nos permite reestructurarla según nuestros gustos y nuestra mentalidad. Es menester un contacto de discípulo, un contacto desarmado y devoto, una disposición a rendirse a la Palabra más que a domesticarla.

       Del mismo modo que Jonás se «afana» por encontrar sus soluciones, también hay quien se afana por encontrar muchas soluciones cuando Jesús no es acogido como huésped y Señor de la propia interioridad. Se corre entonces el riesgo de colorear de espíritu cristiano las soluciones de la cultura o de la mentalidad dominante, con la convicción de que Jesús habita con nosotros. Se corre así el riesgo de convertir a Jesús en un instrumento, asignándole la tarea de refrendar las decisiones tomadas en su nombre, que en realidad están tomadas bajo el influjo de intereses, orientaciones y opciones de sello mundano.

       ¿Y si, en vez de mirar el espíritu del tiempo y sus gustos, perdiéramos un poco más de tiempo en escuchar de verdad al Señor? ¿Hasta qué punto, por ejemplo, goza de prioridad el mandamiento nuevo en mis decisiones? ¿Hasta dónde llega mi convicción de que uno de los medios más seguros de evangelización es la práctica del mandamiento nuevo con todos, en virtud del cual el amor gratuito y desinteresado representa el puente más seguro hacia el otro? Y eso no porque los frutos se muestren abundantes de inmediato, sino porque ésa es la voluntad del Señor...

 

ORATIO

       Oh Señor Jesús, haznos asiduos oyentes tuyos. Ayúdanos a dejarnos cambiar a fondo por tu Palabra, para que podamos ponernos a tu servicio y al de los hermanos. Tú que nos has hecho saborear la misericordia de Dios y no su cólera, haz que en nuestra vida cotidiana no nos mostremos fríos en el amor y en el perdón. Enséñanos a ver nuestra vida como un servicio a tu misericordia, de suerte que toda persona que encontremos en nuestro camino pueda vislumbrar en nosotros un reflejo del rostro misericordioso del Padre, que nos ama a todos con un amor infinito.

 

CONTEMPLATIO

       El libro de Jonás pretende enseñarnos la doctrina común del profetismo: es Dios quien conduce la historia, la cual responde a un designio divino de misericordia; Dios quiere la salvación de todos, y para esta salvación mueve a los hombres, elige a Israel. Israel no ha sido elegido para la destrucción, sino para su salvación.

       Todo el profetismo judío tiene un carácter universalista, pero su universalismo no es nunca tan pleno como en este libro. No sólo el Dios de Israel es el Dios de todas las naciones, sino que es un Dios que tiene piedad y misericordia de todas las naciones. En su amor no existe diferencia entre Israel y los otros pueblos. Existe una diferencia en la misión que cada pueblo debe tener y debe desarrollar en la historia humana, pero no puede haber diferencia definitiva frente al Señor en lo que se refiere al destino último de cada pueblo, porque el destino de todos es la salvación a la que llama a todos (D. Barsotti, Meditazione sul libro di Giona, Brescia 31990, p. 20).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará» (Lc 10,42).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Inmediatamente después de haber vuelto a poner a Jonás en su camino, Dios vuelve a confiarle su tarea. La reiteración atestigua la paciencia de Dios con su personaje indócil, así como el poder del perdón, que vuelve a dirigirse a él como si no hubiera pasado nada. La misión de Jonás no peca, a buen seguro, de prolijidad. Jonás no va a excavar en la maldad de Nínive, ni hace alarde de elocuencia para inducir a la gente a llevar una vida mejor. No presenta un cuadro apocalíptico del fin del mundo ni cita nunca el nombre de Dios. Con fría objetividad, afirma que la hora concedida a la metrópoli está a punto de sonar: el progreso por el camino del mal tiene unos límites bastante estrechos.

        Nunca como hoy resulta evidente que la maldad cava su propia fosa también y sobre todo cuando intenta afirmar del modo más absoluto su propio poder. También hoy es determinante que Jonás no calle para que Nínive pueda sobrevivir. Cualquiera que pruebe en su propia piel, como Jonás, que la rebelión frente al mandato de Dios no tiene posibilidad de éxito debe proclamar con sencillez que el tiempo para el uso indiscriminado de la violencia, para la búsqueda egoísta de la seguridad, para el despiadado deseo de venganza, está ahora para cumplirse. Estos pocos pasos, estas escasas expresiones de obediencia de Jonás, determinan nada menos que la conversión de Nínive, símbolo paradigmático de la grandeza y la maldad del mundo y de sus centros de poder. El autor pretende liberarnos de nuestra timidez respecto a estos centros de poder y maldad. Lanza una provocación a nuestra esperanza y describe la universalidad de la conversión en tres grandes direcciones: todos, grandes y pequeños (Jon 3,5). No sólo los niños o sólo los adultos, no sólo las personas cultas o sólo los ignorantes, no sólo la masa informe o sólo los individuos influyentes que poseen un juicio crítico, sino también el rey y sus ministros, y, entrando incluso en el plano fabuloso, hasta los animales (w. 7ss), están implicados en el movimiento penitencial, porque las decisiones del hombre, para el bien o para el mal, implican en la salvación o en la catástrofe a toda la creación. Toda forma de vida que haya sobre la tierra es solidaria y depende de lo que realizan las manos del hombre (H. W. Wolff, Studi sul libro di dona, Brescia 1982, pp. 131 -144, passim).

 

 

 

Día 10

 Miércoles 27ª semana del Tiempo ordinario o 10 de octubre, conmemoración de

Santo Tomás de Villanueva

 

Tomás, hijo de Tomás García y Lucía Martínez, naturales de Villanueva de los Infantes, nació en 1486 en Fuenllana, Ciudad Real, el primero de seis hermanos. Su vida estuvo marcada por el origen sencillo del pueblecito manchego donde nació y por su tiempo, caracterizado por una búsqueda de nuevos caminos en lo teológico, lo espiritual, lo social y eclesial: es la hora de las nuevas definiciones de lo antiguo y de abrir caminos al nuevo y apasionante mundo que emerge. A los 30 años, tras ocho de profesor, se le ofrece la cátedra en Filosofía en Salamanca. Allí se traslada, pero, al año siguiente, sin embargo, se siente llamado a la vida religiosa, y el 1 de noviembre toma el hábito de san Agustín en el convento del mismo nombre en Salamanca. Se ordena  sacerdote al año siguiente. El propio emperador que le promovió antes para arzobispo de Granada, cargo que Tomás pudo eludir, le obligó a aceptar el Arzobispado de Valencia, tras haber renunciado al primero. Era el año 1544. Llegó a dar su cama antes de morir y murió en el suelo el año 1555.

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 2,1-2.7-14

Hermanos:

1 Pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén junto con Bernabé, llevando también conmigo a Tito.

2 Subí impulsado por una revelación y, en conversación privada con los principales dirigentes, les di cuenta del Evangelio que anuncio a los paganos, no fuera que ahora y entonces me estuviera afanando inútilmente.

7 Al contrario, vieron que a mí se me había confiado la evangelización de los paganos, lo mismo que a Pedro la de los judíos,

8 ya que el mismo Dios que constituyó a Pedro apóstol de los judíos me constituyó a mí apóstol de los paganos.

9 Reconociendo, pues, la misión que se me había confiado, Santiago, Pedro y Juan, tenidos por columnas de la Iglesia, nos dieron la mano a Bernabé y a mí en señal de comunión: nosotros evangelizaríamos a los paganos, y ellos a los judíos.

10 Tan sólo nos pidieron que nos acordásemos de sus pobres, cosa que yo he procurado cumplir con gran solicitud.

11 Pero cuando Pedro llegó a Antioquía, tuve que enfrentarme, abiertamente con él a causa de su inadecuado proceder.

12 En efecto, antes de que vinieran algunos de los de Santiago, no tenía reparo en comer con los de origen pagano, pero, cuando vinieron, comenzó a retraerse y apartarse por miedo a los partidarios de la circuncisión.

13 Los demás judíos le imitaron en esta actitud, y hasta el mismo Bernabé se dejó arrastrar por ella.

14 Viendo, pues, que su proceder no se ajustaba a la verdad del Evangelio, dije a Pedro en presencia de todos: Si tú, que eres judío, vives como pagano y no como judío, ¿por qué obligas a los de origen pagano a comportarse como judíos?

 

**• En la perícopa de hoy continúa el tono autobiográfico. Pasados catorce años, Pablo se dirige a Jerusalén acompañado por un levita de Chipre llamado José, a quien los apóstoles le habían puesto el nombre de Bernabé (= hijo de la consolación). Éste acompañó después a Pablo durante todo el primer período de su actividad evangelizadora. Aquí el apóstol lleva consigo también a Tito, un griego cristiano que reconcilió a Pablo con la Iglesia de Corinto (cf. 2 Cor 3,13; 7,6.13ss) y que no estaba circuncidado.

La espinosa cuestión de la circuncisión -que Pablo decía que no había que imponer a los nuevos cristianos, mientras que en Jerusalén había quien sostenía lo contrario- encuentra en su persona su expresión fundadora: libertad en todo aquello que no forma parte de la primera enseñanza de Cristo. En consecuencia, Pablo expone a los jefes de Jerusalén su Evangelio. Lo expone porque no quiere «afanarse inútilmente» (v. 6). Es un grave momento el que vive la Iglesia de los orígenes a través de la venida de Pablo a Jerusalén. Es un momento de comunión. El texto lo expresa con el hecho de darles la mano Pedro, Santiago y Juan, llamados «las columnas» (styloi: v. 9) tal vez porque gobernaban colegiadamente la Iglesia-madre que estaba en Jerusalén.

Existe, por tanto, un pleno acuerdo en el reparto de las áreas de evangelización: para las «columnas», los circuncisos; para Pablo y sus compañeros, los paganos. Si existe una recomendación, es la relacionada con mostrarse atentos con los pobres, cosa que Pablo tuvo muy en cuenta (v. 10).

Viene ahora el acalorado enfado del convertido de Damasco. No puede aprobar que Pedro, llegado después a Antioquía, se deje dominar por el miedo a los cristianos judaizantes y empiece -dejándose casi esclavizar con ello- a no frecuentar la mesa de los cristianos convertidos del paganismo, que se consideraban justamente libres de tomar cualquier tipo de alimento. También aquí emergen dos realidades: la primera es la toma de posición de Pablo, tan franca y libre de toda simulación a la hora de decirle su verdad al mismo Pedro, el cual «cojea» en esta ocasión en cuanto a su práctica de creyente; la segunda es la espléndida realidad del mensaje de Cristo, que es siempre libertad respecto a todo formalismo, exterioridad, hipocresía y constricción.

 

Evangelio: Lucas 11,1-4

1 Un día, estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.

2 Jesús les dijo: -Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre; venga tu Reino;

3 danos cada día el pan que necesitamos;

4 perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende, y no nos dejes caer en la tentación.

 

        **• No basta con hacer y escuchar; también es menester orar, y orar de manera justa, a partir de la visión justa de Dios. Jesús, al enseñarnos a orar, nos enseña que el Dios al que nos dirigimos es un «papá» que da su Reino a quien se lo pide con confianza. El padrenuestro nos ha llegado en las dos versiones de Lucas y Mateo. La primera (Lc 11,1-4) es más breve, mientras que la segunda (Mt 6,6-15), más larga, es la que ha adoptado la Iglesia. Con todo, la inspiración es única, porque ambas invocan la glorificación del Padre a través de la venida de su Reino en la historia. También ambas piden el alimento suficiente para cada día y el perdón misericordioso de las culpas. Las peticiones son necesarias porque el hombre está expuesto a diario al peligro de la tentación, esto es, al peligro del fracaso definitivo o escatológico, al peligro de perder el gran e insustituible don del Reino.

        En la oración del Señor aparece el sentido de Dios y el sentido del hombre, de la bondad infinita del Padre y de la limitación de la criatura, menesterosa de todo, desde el alimento al perdón: aparece el don del Reino y la dificultad que supone aceptarlo en el orden concreto, el esplendor divino que se inclina sobre la pobre condición humana y las nieblas de la vida cotidiana. Aparece, en suma, todo el camino del hombre, don y tarea, grandeza y miseria, llamado a ser hijo y hermano de sus semejantes, pero, al mismo tiempo, tentado a responder de manera negativa. Con todo, nada puede cancelar el comienzo, sencillo, alentador, inolvidable, de la oración sin parangón posible: «Ábbá, papá».

 

MEDITATIO

No es lo esencial la funcionalidad, el servicio concreto de las ovejas. No hay pastores porque somos muchos los hombres y hay que cubrir muchas tareas. Lo esencial es ver y tocar a una persona que hace presente la palabra viviéndola, no sólo proclamándola. La condición del Evangelio frente a toda doctrina es su carácter de «entrañable»: lo es el afecto con el que Pablo habla a Timoteo, lo es el amor entrañable de Cristo cuando se define vinculándose vitalmente a los hombres.

No hablan desde el mensaje, sino desde la experiencia vivida. Pablo habla como quien ha vivido todo lo que dice; Cristo ha vivido, simplemente, como el Hijo. Lo que nos transmiten los evangelios es, sobre todo, la experiencia entrañable de haber gustado y palpado, visto y oído al buen Dios entre nosotros: al Hijo. Así nos trató Él, parecen decir los evangelios, como un buen pastor. La experiencia, luego, se hace palabra transmitida en el seno de la comunidad como oración, gozo y testimonio. Así hemos recibido a san Juan: desde la experiencia vivida; así se transformó el mundo pagano en cristiano por la locura de hombres y mujeres nuevos y disponibles.

Nuestro santo Tomás asumió la elección difícil de mantener la doctrina en la Iglesia, no crispándose en época de crisis, sino que la propuso convirtiéndose él mismo en modelo del mensaje: no es fácil olvidar un arzobispo casi harapiento repartiendo en la puerta de su casa limosna a los pobres; más difícil es sentarlos a su mesa y servirles: él lo hizo. Pero aún es más difícil organizar, antes, la misma Iglesia visible para que ese gesto sea posible siempre como el auténtico modo de ser pastor. Lo primero podría no pasar de ser un llamativo gesto de imagen; lo segundo es permanente: aún podemos encontrar a Cristo entre nosotros en los pastores.

 

ORATIO

Padre, pastor de mi vida, que me deje encontrar, conocer por ti. Tú acoges el movimiento de mi espíritu antes que mis obras, palabras, promesas y oraciones. Sabes, Señor, que mis deseos no son siempre de ti. Hay otros que me halagan con formas de estar «agresivas y eficaces» y casi siempre siento que en ellos encontraré más paz y armonía personal, que hay que estar con los tiempos y no desentonar.

Mi historia contigo es la de tus búsquedas de mí mismo, de tus curaciones. Hazme transmitir esta experiencia de ti: que aprenda a manifestarme como vulnerable poniéndome siempre más bajo que mis hermanos. Que les transmita tu doctrina, pero también lo bien que me has tratado cuando yo me he perdido. ¿Cómo, si no, se acercarán a ti las ovejas dispersas? Cuántos estragos he podido hacer por creerme alguien ante los demás, perfecto y seguro. Señor, buen pastor, si no soy distinto a los demás, al menos que pueda aportarles lo que vivo y Tú has hecho en mí.

 

CONTEMPLATIO

El pastor no debe disminuir su atención o lo interior por las ocupaciones exteriores, ni debe abandonar el cuidado de lo exterior por la solicitud de lo interior; de modo que no se derrumbe interiormente al entregarse a lo exterior, ni impida aquello que por fuera debe a sus prójimos ocupándose sólo de lo interior.

Pues, a menudo, algunos, olvidándose de que son prelados en la causa de sus hermanos, se entregan con todo el esfuerzo de su corazón a los cuidados seculares: cuando están presentes, se ensoberbecen realizándolos y, cuando faltan, los anhelan día y noche con la agitación de su mente desordenada. De modo que, cuando hallan un respiro, quizás porque haya desaparecido una oportunidad, se sienten más cansados por su misma quietud. Y así, consideran una satisfacción estar oprimidos por las ocupaciones y un infortunio el no trabajar en asuntos terrenales. Sucede entonces que mientras se alegran de estar agobiados por vanos esfuerzos mundanos, ignoran aquellos secretos interiores que deberían enseñar a otros.

A causa de esto, claro está, la vida de los fíeles se debilita, porque cuando pretenden progresar espiritualmente tropiezan en su camino con el obstáculo que es para ellos el ejemplo de su prelado. Y es que, languideciendo la cabeza, en vano crecen los miembros, e inútilmente avanza un ejército para explorar al enemigo si se equivoca el guía mismo del camino.

Ninguna exhortación eleva ya la mente de los fieles, ninguna amonestación castiga sus pecados. Porque cuando el pastor de las almas se dedica a ejercer el oficio de juez terreno, el cuidado pastoral por la custodia de la grey se debilita. Con ello, los fieles no desean ya alcanzar la luz de la Verdad, pues, al estar ocupada la mente del pastor en los afanes terrenos, el polvo provocado por el viento de la tentación ciega los ojos de la Iglesia (Gregorio Magno, La regla pastoral. Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1993, pp. 214-215).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Alumbre así vuestra luz a los hombres y den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

De amar propusimos, que no de disputar; amar, que no entender: por lo cual tornemos al propósito. Consideremos, pues, cómo nuestro Dios, grande, bueno y poderoso y lleno de riquezas, anda entre sus criaturas buscando algún amador, y no le halla; da muchas cosas y promete al que Te amare, y ninguno quiere ni aun mirarle; y así es que «determinaron los mortales e abajar sus ojos a la tierra». Míralo en los Cantares, cómo ruega a su criatura y la provoca e incita a su amor: «Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, inmaculada mía, ábreme»; y si no quiere abrir por mí, ábreme por ti; porque mi cabeza está llena de rocío; mi divinidad está llena de suavidad y dulzura; pues luego ábreme y cenaré contigo, y no a costa tuya, que yo haré todo el gasto y te pondré delante manjares suavísimos.

Y ella con todo esto responde de la cama con indignación grande diciendo: «Heme despojado de mi vestidura, y ¿téngole de tornar a vestir? Láveme mis pies, ¿cómo me los ensuciaré ahora?». ¡Olí ingrata, mísera y ciega!, ¿así respondes a tu amado,  así menosprecias a tu Creador? Abre, mísera, que no te ensuciarás, antes te lavarás; no trabajarás, sino descansarás. Ni la dejó el piadosísimo y gran amador suyo en su dureza, antes la tocó con su misericordiosa mano; y aquella que primero había despreciado la voz, se levanta con diligencia a abrir a su amado; más él ya se había desaparecido y pasado; y justamente por cierto, pues que así ella le había primero despreciado; y verla has a la infeliz y desventurada discurriendo por las calles y plazas voceando y llorando y conjurando a las hijas de Sión que, si hallaren a su amado, que le anuncien y digan su amor. Búscale y no le halla; llama y ninguno le abre; llama y no hay quien responda; por lo cual toda llorosa se derrite de amor. Así, Señor, así lo hacéis: tocáis para que seáis conocido y huís para que seáis buscado; llamáis y escondeisos; provocáis y vaisos, convidáis y partisos; no menos piadoso cuando os vais que cuando os venís... Mas no quieras cesar, quienquiera que eres; no desmayes cerca de la ciudad; conjura a las hijas de Jerusalén, solicita a los ciudadanos, pregunta a las guardas y éstas te saldrán al encuentro, ellos te harán dar priesa; y por más que ligeramente corras, te quitarán la vieja vestidura; y como los hubieres pasado un poco, hallarás al que tu ánima desea (Tomás de Villanueva, «Sermón segundo del Amor de Dios», Sermones de la Virgen María y Obras castellanas, BAC, Madrid 1952, pp. 609-610).

 

Día 11

Jueves 27ª semana del Tiempo ordinario o 11 de octubre, conmemoración de

Santa Soledad Torres Acosta

 

Nació el día 2 de diciembre de 1826 en Madrid y murió también en Madrid el 11 de octubre de 1887. Su nombre de pila fue Bibiana Antonia Manuela. A los 25 años oyó hablar de una idea alimentada por un sacerdote de la parroquia de Chamberí, don Miguel Martínez. Éste quiere reunir a unas cuantas mujeres para que cuiden y atiendan en sus propios domicilios a los enfermos desamparados y les dispongan a bien morir. Bibiana Antonia Manuela se ofrece voluntaria para este servicio. Su cuerpo pequeño y enclenque parecía desaconsejar tal empresa, pero ante su insistencia fue admitida, junto con otras seis compañeras.

Tomó el hábito del nuevo instituto el 15 de agosto de 1851, cambiando su nombre de pila por el de María Soledad. Ese día nació el Instituto de las Siervos de María, Ministras de los Enfermos. Fue beatificada por el papa Pío XII el día 5 de febrero de 1950 y canonizada por Pablo VI el 25 de enero de 1970.

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 3,1-5

1 ¡Gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado? ¿No os puse ante los ojos a Jesucristo clavado en una cruz?

2 Solamente quisiera saber esto de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por haber cumplido la Ley o por haber respondido con fe?

3 ¿Tan insensatos sois que, después de haber comenzado confiando en el Espíritu, acabáis ahora confiando en vuestras propias fuerzas?

4 ¿Habrán sido baldíos tantos dones? Porque, de hecho, serían baldíos.

5 ¿Acaso cuando Dios os comunica el Espíritu y realiza prodigios entre vosotros lo hace porque habéis cumplido la Ley, y no más bien porque habéis respondido con fe?

 

*» Para comprender la invectiva de Pablo, tan airado con los gálatas, es preciso recordar que este padre y maestro de su fe vive para comunicar su convicción fundamental: «Sabemos, sin embargo, que Dios salva al hombre no por el cumplimiento de la Ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la Ley. En efecto, por el cumplimiento de la Ley ningún hombre alcanzará la salvación» (2,16). Pablo interpela a los gálatas para que reflexionen sobre su insensatez: la de volver a ser deudores de la Ley como si no hubieran conocido «a Jesucristo clavado en una cruz» (3,1), fuente única de la salvación.

Pablo sabe que es posible vivir en este mundo, que es posible vivir en la carne (o sea, plenamente encarnados en la propia realidad física, psíquica y sociocultural), aunque viviendo al mismo tiempo «creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (2,20).  Y el horizonte cambia por completo. Es como pasar de una cámara en la que estamos obligados a accionar una manivela para poder respirar a un lugar abierto inundado por el sol y por el vivificante aire del mar.

Precisamente por eso el Dios que concede el Espíritu y obra maravillas (cf. 3,5) también entre los gálatas obra en orden a un creer que se vuelve operativo, a continuación, en la caridad, aunque nunca en virtud de un voluntarista «justificarse» por las obras prescritas por la Ley. Está claro que el hecho de que los gálatas crean en Cristo y en su Evangelio, anunciado por Pablo, no significa que deban omitir el cumplimiento de los mandamientos de la Ley (no robar, no levantar falso testimonio, no atentar contra nuestra propia vida ni contra la de los otros, etc.). Creer significa -como dice Pablo- ser crucificados en nuestra propia parte egoísta hasta poder decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (2,20).

Es evidente, por tanto, que, en virtud de él y con él, no sólo omitiremos hacer el mal, sino que intentaremos, con el amor del Espíritu, realizar todo el bien posible.

 

Evangelio: Lucas 11,5-13

En aquel tiempo,

5 dijo Jesús a sus discípulos: -Imaginaos que uno de vosotros tiene un amigo y acude a él a media noche diciendo: «Amigo, préstame tres panes,

6 porque ha venido a mi casa un amigo que pasaba de camino y no tengo nada que ofrecerle».

7 Imaginaos también que el otro responde desde dentro: «No molestes; la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos ya acostados; no puedo levantarme a dártelos».

8 Os digo que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos para que no siga molestando se levantará y le dará cuanto necesite.

9 Pues yo os digo: Pedid, y recibiréis; buscad, y encontraréis; llamad, y os abrirán.

10 Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama le abren.

11 ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le va a dar en vez del pescado una serpiente?

12 ¿O si le pide un huevo le va a dar un escorpión?

13 Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

 

        *»• El pasaje de hoy parece casi un comentario y una continuación del padrenuestro. Si creemos que Dios nos ama como Padre, tendremos confianza en él. Esa confianza se ejerce de manera concreta y se pone a prueba por la insistencia y la constancia en la oración, expresada en esta triple confesión: «Pedid, y recibiréis; buscad, y encontraréis; llamad, y os abrirán» (v. 9). Quien confía en la bondad del Padre pide con constancia y no se cansa, porque sabe que no pide en vano.

        La oración confiada e insistente resulta, por tanto, eficaz e infalible. Ahora bien, Lucas nos reserva una sorpresa: la oración confiada e insistente obtiene siempre al Espíritu Santo (v. 12). No obtiene necesariamente bienes útiles y deseados, siempre transitorios, sino más bien el don por excelencia, el don que introduce en el Reino, da la fuerza que permite vivir en y para el Reino, sostiene en la tentación, ayuda en el perdón de las ofensas y permite hacer la voluntad de Dios. Es el don que cumple las peticiones de la oración del Señor, implicando también como coprotagonista a aquel que ora. Los dones deseados por la naturaleza humana no han de ser despreciados, puesto que también pueden sernos concedidos. Con todo, la oración, sumergiendo al orante en el mundo de Dios, le otorga el don divino más precioso, para que pueda entrar en el mundo divino, o sea, en el Reino.

        La bondad del «papá que está en el cielo» es tal que usa nuestras necesidades para hacernos descubrir la necesidad de fondo, escondida en todas las otras necesidades: la de entrar a forma parte de su Reino; por eso, a quien pide con constancia se le dará el Espíritu Santo, la llave para entrar y para progresar en su designio de salvación universal.

 

MEDITATIO

Desde que el mundo es mundo y la fe en Dios ha entrado en nuestros corazones, hemos tenido la tentación de separar el amor a Dios y el amor al prójimo. Esta parábola del buen samaritano tan conocida y meditada, es fundamental para captar la experiencia religiosa que nos trae Jesús.

Recorriendo, como de puntillas, este relato descubriremos enseguida lo fundamental de su contenido:

- No podemos separar el amor a Dios y el amor al prójimo. Son las dos caras de la misma moneda. «Tuve hambre»... «Tuve sed»... «Estuve enfermo»... «Cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».

- Mi prójimo no es el que se acerca a mí, sino aquel a quien yo me acerco. ¿Quién de estos tres, pregunta Jesús, se hizo prójimo del herido? Soy yo quien debe aproximarse.

- ¿De quién tengo que hacerme prójimo, a quién tengo que acercarme? La parábola lo expresa con mucha claridad: a cualquiera que esté caído, marginado, atropellado en los caminos o en los juzgados, despojado de sus derechos...

- No nos andemos con rodeos... Los dos personajes, representantes oficiales del templo y el culto, que dieron un rodeo para cumplir con Dios, abandonando al prójimo, quedan descalificados en esta parábola.

- Otro punto clarísimo que descubrimos en este relato es la apertura a los extranjeros, a los que en aquel tiempo eran tenidos por herejes o de otra religión: los samaritanos. Al jurista le da grima pronunciar su nombre; sin embargo, Jesús le dice: «Anda y haz tú lo mismo».

Todo esto me hace pensar que Miguel Martínez, sacerdote de la parroquia de Chamberí, no dio un rodeo, sino que se rodeó de personas como Soledad Torres Acosta para aproximarse a las casas donde alguien sufría y moría en la más absoluta soledad. Se hicieron prójimos de los necesitados de su tiempo.

 

ORATIO

Señor, tú que concediste a santa Soledad Torres Acosta la gracia de servirte con amor generoso en los enfermos que visitaba, concédenos tu luz y tu gracia para descubrir tu presencia en los que sufren y merecer tu compañía en el cielo.

 

CONTEMPLATIO

María Soledad se inserta en un grupo de mujeres santas e intrépidas que en el siglo XIX hicieron brotar en la Iglesia ríos de santidad y laboriosidad; procesiones interminables de vírgenes consagradas al único y sumo amor de Cristo, y mirando todas ellas al servicio inteligente, incansable, desinteresado del prójimo.

Por eso, contaremos a las Siervas de los enfermos en el heroico ejército de las religiosas consagradas a la caridad corporal y espiritual; pero no debemos olvidar un rasgo específico, propio del genio cristiano de María Soledad, el de la forma característica de su caridad; es decir, la asistencia prestada a los enfermos en su domicilio familiar; forma ésta que ninguno, así nos parece, había ideado en forma sistemática antes de ella, y que nadie antes de ella había creído posible confiar a religiosas pertenecientes a institutos canónicamente organizados.

La fórmula existía, desde el mensaje evangélico, sencilla, lapidaria, digna de los labios del divino Maestro: «Estuve enfermo, y me visitasteis», dice Cristo místicamente personificado en la humanidad doliente. He aquí el descubrimiento de un campo nuevo para el ejercicio de la caridad; he aquí el programa de almas totalmente consagradas a la visita del prójimo que sufre. (De la homilía pronunciada por Pablo VI en la canonización de santa Soledad Torres Acosta.)

 

ACTIO

Visitar a un enfermo.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Las enormes dificultades que a otras hicieron desfallecer, revelaron el temple heroico de la madre Soledad, fundadora de las Siervas de María, y que sus virtudes estaban fundadas sobre la roca firme. Por su dedicación a los enfermos, a quienes servía como a Cristo, por su tesón y esperanza jamás desmentida, por sus relevantes virtudes, bien pronto fue reconocida como cabeza de todo el grupo la que en su propia humildad y según las apariencias externas era la más insignificante de todas.

Nombrada superiora a los cinco años de la fundación, cual experto piloto guiará con serenidad y pericia la frágil navecilla del reciente instituto en medio de las más espantosas borrascas.

En su gobierno demostró sus dotes de exquisita prudencia y de una caridad sin límites y, al mismo tiempo, una humildad y mansedumbre avasalladoras, con lo que supo captarse el amor sincero y la correspondencia voluntariosa de sus hijas. Dios le envió abundantes vocaciones y la santa se consagró a formarlas espiritualmente, infundiéndoles su ardiente caridad a Dios y al prójimo, y a darles una capacitación técnica como exigía su delicada tarea. Como otra santa Teresa, recorrió los caminos de España en circunstancias a veces dificilísimas, sufrió incomodidades sin cuento y emprendió grandes trabajos, siempre unida a Dios. A Él se lo ofrecía todo. Con Él contaba para todo. Su paso por este mundo se redujo a 61 años cargados de sencillez, de amor y de valentía frente al dolor, abandonada siempre en las manos de su Dios.

 

Día 12

Nuestra Señora del Pilar, patrona de España

 

El origen de la devoción a la Virgen del Pilar se remonta al siglo I. Desde Jerusalén, donde aún vivía la Virgen María, vino a España para confortar al apóstol Santiago el Mayor en las tareas de evangelización. La tradición afirma que lo visitó milagrosamente a las orillas del río Ebro, donde Santiago estaba reunido con los primeros hispanos convertidos al cristianismo. Como recuerdo de aquel acontecimiento se levantó más tarde en aquel lugar una capillita en honor de Nuestra Señora, venerando su imagen en un pilar. Documentos monacales del siglo IX dan testimonio del templo dedicado en la ciudad de Zaragoza a María siempre Virgen.

La advocación de nuestra Señora del Pilar ha sido objeto de un especial culto por parte de los españoles. En pocos templos de los pueblos de España falta la imagen de la Virgen del Pilar.

Su basílica, a las orillas del Ebro a su paso por Zaragoza, es un lugar privilegiado de oración, donde sopla con fuerza el Espíritu. Esta devoción a la Virgen del Pilar fue llevada también en las carabelas de Colón hasta los pueblos hermanos de América. Desde el año 1908, en el interior de la gran basílica que hoy existe en Zaragoza, junto al altar de la Virgen hacen guardia de honor a nuestra Señora las banderas de los países hispanoamericanos. El papa Inocencio XIII, en 1723, concedió oficio litúrgico propio de la Virgen del Pilar para el día 12 de octubre.

 

LECTIO

Primera lectura: Primer libro de las Crónicas

15,3-4.15-16; 16,1-2

3 David reunió en Jerusalén a todo Israel para trasladar el arca del Señor al lugar que le había preparado.

4 Reunió a los hijos de Aarón y a los levitas.

15 Los levitas transportaron el arca apoyando las barras sobre sus hombros, como lo había prescrito Moisés, por orden del Señor.

16 David ordenó a los jefes de los levitas que dispusieran a sus hermanos los cantores con todos los instrumentos musicales de acompañamiento, arpas, cítaras y címbalos, e hicieron resonar bellas melodías en señal de regocijo.

16,1 Metieron el arca de Dios y la colocaron en medio de la tienda que David había levantado para ella. Ofrecieron luego al Señor holocaustos y sacrificios de reconciliación.

2 Cuando David terminó de ofrecer los holocaustos y los sacrificios de reconciliación, bendijo al pueblo en nombre del Señor.

 

**• Estos versículos de los capítulo 15 y 16 del libro de las Crónicas, que presenta la liturgia en la fiesta de la Virgen del Pilar, hacen referencia a la gran fiesta que celebró David el día que trasladó el arca de Dios desde Baalá a Jerusalén. Dice el texto del libro de Samuel que en esa fiesta «David danzaba ante el Señor frenéticamente... entre gritos de júbilo y al son de trompetas» (2 Sm 6,14-15). Jerusalén se convierte, por la presencia del arca, en ciudad santa, ciudad bendecida por Dios. En aquella fiesta, David convocó a todo Israel: era una fiesta nacional de bombo y platillo.

En las letanías de nuestra Señora invocamos a María como Arca de la Nueva Alianza y Templo del Espíritu Santo. Aquel regocijo de David con todo su pueblo, las ofrendas y oraciones que hicieron y la bendición que recibieron eran imágenes de esta fiesta en la que el arca de la Nueva Alianza vino de Jerusalén a Zaragoza para bendecir a los nuevos cristianos y para asentar su trono en el gran templo de nuestros corazones.

 

Segunda lectura: Hechos de los apóstoles 1,12-14

12 Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, lo que se permitía andar en sábado.

13 Y así que entraron, subieron a la estancia de arriba, donde se alojaban habitualmente. Eran Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el Zelota y Judas el de Santiago.

14 Todos ellos hacían constantemente oración en común con las mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.

 

*•• Después de la ascensión de Jesús a los cielos, el libro de los Hechos de los apóstoles se centra en la constitución de la comunidad cristiana. Los que le habían seguido por el camino son convocados por el Espíritu para seguir con la misión de Jesús. En el grupo de los que acompañaban a Jesús en su vida pública estaban María, su madre, y otras mujeres. El evangelio de Lucas, en el capítulo 8, dice que junto con los Doce le seguían María Magdalena, Juana, Susana y otras muchas.  En estos versículos que leemos en la fiesta de la Virgen del Pilar, se resalta la presencia de María en esta primera comunidad pospascual. Ella, los apóstoles y algunas mujeres perseveraban en la oración común.

Esta oración entre hombres y mujeres da un tono peculiar a la primera comunidad cristiana, muy distinto a lo que se hacía en la sinagoga judía. Jesús había roto la separación, y la primera comunidad sigue acorde con el estilo de Jesús. Podemos pensar en la importancia de María en la formación de esa primera comunidad de Jerusalén y trasladar, sin esfuerzo, esa misma importancia en el apoyo a Santiago en la formación de la primera comunidad de España.

 

Evangelio: Lucas 11,27-28

27 Mientras decía esto, una mujer de entre la gente gritó: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron».

28 Pero él le dijo: «Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica».

 

**• Arrebatada por la emoción del momento, una mujer del pueblo, corazón en mano, alaba a Jesús y le dice cuan orgullosa tenía que estar su madre por haberlo llevado en su seno. Las palabras de la mujer son un cumplimiento de la profecía sobre María de Lc 1,28: «Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones».

Pero Jesús, humilde y sencillo como su madre, traslada la atención de él mismo y de su madre a una insistencia más central: realmente, es más dichoso el que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica. La grandeza personal de María está en haber escuchado a Dios y haber dado un «sí» incondicional.

María escuchó y puso en práctica la Palabra de Dios al responder en la anunciación: «He aquí la esclava del Señor». Es una actitud humilde, valiente, libre y auténtica.

María, que meditó en su corazón las palabras y los gestos de Jesús, hace pensar en aquellos que «escuchan la Palabra con un corazón noble y generoso» (Lc 8,15).

 

MEDITATIO

Del libro del Eclesiástico 24,3-15:

Yo salí de la boca del altísimo y cubrí la tierra como una niebla. Habité en las alturas, y mi trono fue columna de nube. Sola recorrí el círculo celeste, y por las profundidades del abismo me paseé. En las olas del mar, en toda la tierra, en todo el pueblo y nación yo imperé. En todos ellos busqué el reposo, y en qué territorio instalarme. Entonces me ordenó el creador de todas las cosas, mi hacedor fijó el lugar de mi habitación, y me dijo: «Pon tu tienda en Jacob, y en Israel ten tu heredad».

Desde el principio y antes de los siglos me creó, y existiré eternamente. En su santa tienda, en su presencia, ejercí el ministerio, y así en Sión me instalé. En la ciudad amada establecí mi residencia, y en Jerusalén tuve la sede de mi imperio. En el pueblo glorioso eché raíces, en la porción del Señor, en su heredad. Crecí como el cedro en el Líbano, como el ciprés en las montañas del Hermón. Crecí como palmera en Engadí, cual brote de rosa en Jericó; como magnífico olivo en la llanura, crecí como el plátano. Como el cinamomo y el espliego he dado mi aroma, como mirra escogida exhalé mi perfume; como gálbano, ónix y estacte, y como perfume de incienso en el tabernáculo. Yo extendí como terebinto mis ramas, y mis ramas están llenas de gracia y de majestad. Como vid eché hermosos sarmientos, y mis flores dan frutos de gloria y de riqueza. Venid a mí los que me deseáis, y saciaos de mis frutos.

 

ORATIO

Virgen santa del Pilar:

Desde este lugar sagrado

alienta a los mensajeros del Evangelio,

conforta a sus familiares

y acompaña maternalmente

nuestro camino hacia el Padre,

con Cristo, en el Espíritu Santo. Amén.

(Oración de Juan Pablo II ante el altar de la Pilanca.)

 

CONTEMPLATIO

La piedad de la Iglesia a la santísima Virgen María es un elemento intrínseco del culto cristiano. La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar -desde el saludo y la bendición de Isabel hasta las expresiones de alabanza y súplica en nuestro tiempo- constituye un sólido testimonio de que la lex orandi de la Iglesia es una invitación a reavivar en las conciencias su lex credendi. Y viceversa: la fe viva de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su oración fervorosa a la Madre de Cristo. Culto a la Virgen de raíces profundas en la palabra revelada y de sólidos fundamentos dogmáticos.

La misión maternal de la Virgen empuja al pueblo de Dios a dirigirse con filial confianza a aquella que está siempre dispuesta a acogerlo con afecto de madre y con eficaz ayuda de auxiliadora; por eso el pueblo de Dios la invoca como consoladora de los afligidos, salud de los enfermos, refugio de los pecadores, para obtener consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad, fuerza liberadora en el pecado; porque ella, la libre de todo pecado, conduce a sus hijos a esto: a vencer con enérgica determinación el pecado. Y -hay que afirmarlo nuevamente- dicha liberación del pecado es la condición necesaria para toda renovación de las costumbres cristianas.

La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar «los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos». Virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la Palabra de Dios (cf. Lc 1,26-38; 1,45; 11,27-28; Jn 2,5); la obediencia generosa (cf. Lc 1,38); la humildad sencilla (cf. Lc 1,48); la caridad solícita (cf. Lc 1,39-56); la sabiduría reflexiva (cf. Lc 1,29.34; 2,19.33.51); la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos (cf. Lc 2,21.22-40.41), agradecida por los bienes recibidos (Lc 1,46-49); la fortaleza en el destierro (cf. Mt 2,13-23), en el dolor (cf. Lc 2,34-35.49; Jn 19,25); la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor (cf. Lc 1,48; 2,24); el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz (cf. Lc 2,1-7; Jn 19,25-27); la delicadeza provisoria (cf. Jn 2,1-11); la pureza virginal (cf. Mt 1,18-25; Lc 1,26-38); el fuerte y casto amor esponsal.

De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en la propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen.

La piedad hacia la Madre del Señor se convierte para el fiel en ocasión de crecimiento en la gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral. Porque es imposible honrar a la «llena de gracia» (Le 1,28) sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios, la comunión en Él, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina alcanza a todo el hombre y lo hace conforme a la imagen del Hijo (cf. Rom 2,29; Col 1,18).

La Iglesia católica, basándose en su experiencia secular, reconoce en la devoción a la Virgen una poderosa ayuda para el hombre hacia la conquista de su plenitud. (De la exhortación del papa Pablo VI Marialis cultus.)

 

ACTIO

Reunirme hoy en oración con otros, como María con otras mujeres y los apóstoles, y pedir al Espíritu Santo fortaleza para los evangelizadores que están en tierra de misión.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El milagro de Calando

Como en otros santuarios marianos, los fieles han recibido en el de nuestra Señora del Pilar favores extraordinarios que han atribuido a su intercesión ante la omnipotencia divina. Desde el siglo XIII se habla en los documentos que conserva su archivo de «los mytos et innumerabiles miraglos que Nuestro Seynor Jesucristo feitos a et cada día facer non cesa en los ovientes devoción en la gloriosa et bienaventurada Virgen María suya Santa María del Pilar».

Un manuscrito del siglo XV recogió algunos de ellos. Y en 1680 el canónigo Félix de Amada dio a la imprenta una colección de milagros obrados por intercesión de la Virgen del Pilar. Entre ellos, es universalmente conocido el llamado milagro de Calando, por su evidente superación de las fuerzas de la naturaleza y por su innegable verdad histórica. Tuvo lugar entre las diez y las once de la noche del jueves 29 de marzo de 1640, en la villa aragonesa de Calanda y en la persona del ¡oven de 23 años Miguel Juan Pellicer, al cual, debido a un accidente, hubo que amputársele la pierna derecha en octubre de 1637 en el hospital de Gracia, de Zaragoza, por el cirujano Juan Estanca, siendo enterrada por el practicante Juan Lorenzo García.

Tras su convalecencia, durante dos años, fue mendigo en la puerta del templo de nuestra Señora del Pilar, de la que era muy devoto desde su niñez, por existir una ermita de esta advocación en Calando, y a la que se había encomendado antes y después de su operación, confesando y comulgando en su santuario.

Vuelto a la casa de sus padres en Calanda a primeros de marzo de 1640, el citado día 29 de ese mes, habiéndose acostado en la misma habitación de sus padres, por haber un soldado alojado en su casa, lo encontraron éstos dormido media hora más tarde con dos piernas, notándosele en la restituida las mismas señales de un grano y unas cicatrices que tenía la amputada.

A instancias del Ayuntamiento de Zaragoza, adonde acudió Miguel Juan tras su curación a dar gracias a la Virgen del Pilar, se incoó en el Arzobispado un proceso el 5 de junio de 1640, pronunciando sentencia afirmativa de calificación milagrosa el arzobispo Pedro Apaolaza, asesorado por nueve teólogos y canonistas, el 27 de abril de 1641. Se conserva íntegro el texto de este proceso con las declaraciones de los 25 testigos.

El milagro se divulgó rápidamente por todas partes. El mismo papa Urbano VIII fue informado personalmente por el jesuíta aragonés F. Franco en 1642. Entre los milagros, que por definición son todos excepciones de la naturaleza, el de Calanda es a su vez excepcional; por eso las relaciones coetáneas lo calificaron de «milagro inaudito en todos los tiempos». (Por Tomás Domingo Pérez, en el Libro de la Virgen, C.B.C.).

 

Día 13

Sábado de la 27ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 3,22-29

Hermanos:

22 La Escritura presenta todas las cosas bajo el dominio del pecado, para que la promesa hecha a los creyentes se cumpla por medio de la fe en Jesucristo.

23 Antes de que llegara la fe, éramos prisioneros de la Ley y esperábamos encarcelados que se nos revelara la fe.

24 La Ley nos sirvió de pedagogo para conducirnos a Cristo y alcanzar así la salvación por medio de la fe.

25 Pero, al llegar la fe, ya no necesitamos pedagogo.

26 Efectivamente, todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús,

27 pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo habéis sido revestidos.

28 Ya no hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.

29 Y si sois de Cristo, sois también descendencia de Abrahán, herederos según la promesa.

 

**• En su argumentación en favor de la economía del amor gratuito de Dios, al que se accede mediante la fe, Pablo intenta aclarar ulteriormente la función de la Ley.

Ésta sirve, en el plan de Dios, para sumergir al hombre en la plena conciencia de la imposibilidad en que se encuentra para practicarla por sí solo, de ahí el carácter inevitable del pecado (v. 23). En la Carta a los Romanos (7,7-25) prosigue Pablo esta tesis de una manera todavía más detallada.

La Ley -nos dice aquí- ha realizado la función del «pedagogo» (w. 24ss), a saber, la de aquel que, en la sociedad grecorromana, se encargaba de la custodia de los niños. Era alguien duro y severo, que desarrollaba su tarea a golpes de vara y reprimendas, sin el menor atisbo de amor. Si comprendemos bien esta imagen del pedagogo, estaremos en condiciones de comprender la fuerza liberadora de la fe. Pablo la exalta con un «pero» que separa la vieja y la nueva economía: «Pero al llegar la fe, ya no necesitamos pedagogo. Efectivamente, todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (w. 25-26).Y la belleza de este tiempo nuevo, mediante la irrupción de Dios en Cristo Jesús, que nos ha liberado en virtud del amor, está expresada con dos conceptos vigorosos.

El primero tiene que ver con el salto cualitativo de nuestro «ser» en el momento del bautismo, que es, de hecho, el poder participar en la vida de Cristo. Más aún, Pablo hace todavía más vivida esta afirmación mediante una metáfora: «Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo habéis sido revestidos» (v. 27). No se trata, a buen seguro, de un revestimiento exterior, sino de la unión profunda con él, de la que habla Pablo asimismo en Rom 6,5.

El segundo concepto tiene que ver con la novedad absoluta del ser en Cristo, que suprime -como consecuencia inmediata- toda discriminación: Ser «uno en Cristo Jesús» (v. 28) significa no sólo que los creyentes forman una sola persona en Cristo (es el concepto de la Iglesia como cuerpo místico), sino que, al formar uno solo con Cristo, la unidad no se realiza en la exterioridad de la Ley, sino en el mismo Cristo, en la fe en él, que, si es auténtica, cambia la vida. Se trata de percibirse, en efecto, como verdaderos descendientes de Abrahán, herederos de las bendiciones prometidas, revistiéndonos, a continuación, del compromiso de los sentimientos de misericordia, bondad, humildad, etc. (cf. Col 3,12).

 

Evangelio: Lucas 11,27 ss

En aquel tiempo,

27 cuando estaba diciendo esto, una mujer de entre la multitud dijo en voz alta: -Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron.

28 Pero Jesús dijo: -Más bien, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

 

        ** Es posible que en la base de esta perícopa esté, una vez más, el recuerdo de cierto contraste entre la familia de Jesús y los discípulos, miembros de la nueva familia de Jesús. Lucas pretende mostrar aquí que la madre de Jesús no pertenecía sólo a su familia natural, sino también a la formada por los discípulos. Por eso es dichosa, por haber sido la primera en escuchar la Palabra, adhiriéndose a ella (Lc 1,38), haciéndola fructificar al ciento por uno. María tenía conocimiento de su dicha («Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones»: 1,48), y perseveró con fidelidad en medio de las pruebas, convirtiéndose en la primera discípula y en el modelo de todo discípulo.

        El texto, típicamente lucano, es completamente «mariano»: de María se puede hablar tanto en el sentido de la mujer del pueblo como en el sentido que le da Jesús. La mujer del pueblo, admiradora de Jesús, se convierte en admiradora de su madre. ¡Y quién no habría querido tener un hijo como Jesús! Dichosa esa madre afortunada. Jesús acentúa la dicha de la escucha y, por consiguiente, si bien de una manera implícita, de la ulterior grandeza de su madre, dichosa sobre todo por escuchar la Palabra y acoger el misterio. Ambos motivos de dicha no se excluyen, pero el segundo es imitable: todos pueden alcanzarlo, y no sólo su madre, como ocurre con el primero.

 

MEDITATIO

        Los primeros siglos cristianos contemplaron sobre todo la primera bienaventuranza, la pronunciada por la mujer del pueblo, la bienaventuranza de la maternidad de María. La primera «definición» solemne de María tenía que ver con su divina maternidad, ser la theotókos, la engendradora de Dios. Esto no debe sorprendernos, porque la definición mira más a Cristo que a María, es más cristológica que mariológica, puesto que se trata de la encarnación de Dios, gracias a la cooperación de María. De aquí procede la comprensión de la gran dignidad de la Virgen, Madre de Dios: de la afirmación de la divinidad del Hijo, y de la contemplación de este gran misterio procede la afirmación de la sublime dignidad de María, una dignidad muy superior a la de cualquier madre, porque ella le dio un cuerpo al Hijo mismo de Dios. Los siglos posteriores y la Iglesia, sobre todo la oriental, se han mantenido en esta perspectiva.

        Nunca ha faltado, sin embargo, una corriente que ha recordado, junto a la primera, también la bienaventuranza pronunciada por Jesús en el evangelio de hoy, como premisa indispensable de la misma divina maternidad: María es bienaventurada porque ha creído en la Palabra, la ha meditado, la ha concebido en su seno, se  ha convertido en madre dando carne a la Palabra. El Concilio Vaticano II recuerda esta dimensión, a veces descuidada por una devoción intensa y sincera pero no suficientemente evangélica.

        La Palabra me interpela hoy: ¿es María para mí modelo de escucha de la Palabra? ¿Es la engendradora de Dios porque ha escuchado con fe esta Palabra? ¿Es digna de mi admiración antes que nada por haberse consagrado por completo a Cristo, perseverando en las pruebas, en la fe inquebrantable en su hijo tan maravilloso como misterioso? ¿También yo puedo «engendrar a Cristo» a través de la escucha perseverante de la Palabra?

 

ORATIO

        Dichosa tú, oh María, que fuiste digna de recibir la «paz» del Padre por medio de Gabriel. Dichosa tú, oh María, porque en ti habitó el Espíritu Santo del que cantó David. Dichosa tú, que fuiste como una carroza y le sostuvieron tus rodillas, le llevaron tus brazos, y como fuentes fueron para él, para el Hijo de Dios, tus senos, y abrazaste al que está vestido de llamas. Dichosa tú, María, que fuiste figura de la zarza vista por Moisés.

        Dichosa tú, oh María, porque todos los profetas te pintaron en sus libros. Dichosa tú, oh María, porque también te anunció Isaías en su profecía: «La Virgen concebirá, dará a luz un hijo cuyo nombre es Emmanueh. He aquí que todas las gentes exclaman: «Con nosotros está el que con su voluntad gobierna todo» (Efrén el Sirio, Himno a la Virgen María).

 

CONTEMPLATIO

        Preocupaos más, hermanos míos, preocupaos más, por favor, de lo que dijo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Ésta es mi madre y mis hermanos; y quien hiciere la voluntad de mi Padre, que me envió, es para mí un hermano, hermana y madre (Mt 12,49-50). ¿Acaso no hacía la voluntad del Padre la Virgen María, que en la fe creyó, en la fe concibió, elegida para que de ella nos naciera la salvación entre los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado?

        Hizo sin duda Santa María la voluntad del Padre; por eso es más para María ser discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta el haber sido discípula de Cristo que el haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, pues antes de dar a luz llevó en su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo. Mientras caminaba el Señor con las turbas que le seguían, haciendo divinos milagros, una mujer gritó: ¡Bienaventurado el vientre que te llevó! Más, para que no se buscase la felicidad en la carne, ¿qué replicó el Señor? Más bien, bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Lc 11,27-28).

        Por eso era bienaventurada María, porque oyó la Palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: es más lo que está en la mente que lo que es llevado en el vientre. Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero. Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros. El Señor es cabeza, y el Cristo total es cabeza y cuerpo. ¿ Qué diré? Tenemos una Cabeza divina, tenemos a Dios como cabeza» (Agustín, Sermón 72/A, 7).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones» (Lc 1,48).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Lucas nos ha hecho ver en su evangelio que María, la madre de Jesús, es un modelo de fe para los hombres. Ella, como mujer y como símbolo de todos los seres humanos, ha recibido el gran don de la presencia transformadora de Dios en la tierra (Lc 1,28). Esa presencia se concreta como «Espíritu creador» y se manifiesta en el nacimiento del Mesías. A través de la palabra de María, que se ofrece y colabora (1,38), se realiza el misterio primordial de nuestra historia: Dios hecho hombre. Exteriormente todo sigue como antes; sin embargo, en este campo inmensamente delicado e inmensamente abierto a la fe de una mujer ¡oven, que acepta la Palabra de Dios, empezó a gestarse la nueva vida de los hombres. María es el signo del nuevo estilo de vida. Como decían los Padres, María concibió con la fe antes de hacerlo con su seno. Su bienaventuranza no está limitada al regazo y al seno, sino que abarca toda su persona.

        María ha creído (1,38), y por eso recibe la justa alabanza. Es bienaventurada por su fe (11,39-45), y su vida se convierte en un fundamento de júbilo y de bendición para todos los que han creído como ella. Jesús la desconcierta (2,41-52), y el camino de la cruz está empedrado de espada y de dolor para la madre (2,33-35), pero Lucas sabe que María fue fiel hasta el final. En los estratos más profundos de su vida, ella creyó en la Palabra de Jesús y se convirtió en principio y fundamento de la Iglesia. En todos estos aspectos, la Madre de Jesús es el modelo de la mujer abierta al misterio de la vida y el modelo del creyente, que responde con confianza y generosidad a la palabra que Dios le ha dirigido (J. Pikaza, cit. en Commento alia Bibb'ia litúrgica, CiniselloB. 1986, 1212ss).

 

 

Día 14

28° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 7,7-11

7 Rogué, y me fue dada la prudencia; supliqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría.

8 La he preferido a los cetros y a los tronos, y a su lado en nada he tenido la riqueza.

9 Ni siquiera la he comparado a la piedra más preciosa, pues todo el oro ante ella es un poco de arena y, a su lado, la plata no pasa de ser lodo.

10 La he amado más que a la salud y a la belleza y la he preferido a la misma luz, porque su resplandor no tiene ocaso.

11 Todos los bienes me han venido con ella, tiene en sus manos riquezas innumerables.

 

        *»• Este fragmento está tomado de la parte central del libro de la Sabiduría. Su autor, que por medio de una ficción literaria se convierte en Salomón, el rey sabio, se presenta con autoridad como alguien que implora y obtiene el don de la sabiduría. Ésta, en efecto, no es fruto de la habilidad o de una adquisición humana; sólo puede ser recibida de lo alto. El texto relee la famosa plegaria de Salomón en Gabaón (cf. 1 Re 3,6-13), en donde el joven soberano pide un corazón «capaz de escuchar» (así al pie de la letra), es decir, capaz de discernir para gobernar con rectitud. Ahora bien, para obtener este don de la sabiduría es preciso tomar algunas decisiones.

        El autor dice que la ha antepuesto, progresivamente, a siete bienes: a los cetros, a los tronos, a las riquezas, a la piedra más preciosa, a la salud, a la belleza y a la luz. Se pasa, por tanto, de los bienes externos y materiales a los que tienen que ver con la vida física del hombre; sin embargo, tampoco éstos, incluida la luz de los ojos, resisten la comparación con la sabiduría, que ha de ser considerada, por consiguiente, el verdadero y único bien del hombre.

        Si esto podía ser ya verdadero para los judíos que vivían en la diáspora, en la ciudad de Alejandría, a fin de darles cohesión y unidad mientras estaban rodeados por una sólida cultura helenística, todavía lo es más para nosotros, a quienes nos ha sido revelado, en Jesús, el verdadero rostro de la sabiduría de la que habla la Escritura.

 

Segunda lectura: Hebreos 4,12ss

Hermanos:

12 la Palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

17 Así que no hay criatura que esté oculta a Dios. Todo está al desnudo y al descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.

 

        **• En el Antiguo Testamento se invocaba la sabiduría para aprender a discernir lo que es justo (cf. 1 Re 3,9); en el Nuevo Testamento es presentada como Palabra de Dios encarnada, dotada de un infalible poder de discriminación y de juicio. En efecto, el autor de la carta a los Hebreos nos ofrece, en unos pocos versículos, una teología sugestiva. Esa Palabra nos es presentada en línea con la sabiduría, una sabiduría de la que Israel se había alejado neciamente (cf. Bar 3,9-38; 4,1-4). Se la califica de «viva», en condiciones, por tanto, de dar vida, de revigorizar las opciones de fe del creyente; «eficaz», es decir, dotada de la dynamis Theú, que equivale a decir «poder de Dios» que hace felices a sus testigos (cf Hch 19,20; 1 Cor 1,18). Es considerada todavía «más cortante» que una espada de dos filos porque puede llegar a escrutar las interioridades del hombre en todos sus componentes psicológicos y espirituales.

        En el v. 13 se produce un brusco salto gramatical que nos muestra claramente cómo la Palabra coincide de hecho con Dios mismo, a cuyo juicio nadie puede sustraerse de ninguna manera. Sabemos, en efecto, que el Padre ha confiado este juicio a su Hijo amado y que ese juicio es justo, aunque también es misericordioso para quien tiene fe: «El que cree en él no será condenado » (Jn 3,18).

 

Evangelio: Marcos 10,17-30

En aquel tiempo,

17 cuando iba a ponerse en camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: -Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?

18 Jesús le contestó: -¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.

19 Ya conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.

20 El replicó: -Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven.

21 Jesús le miró fijamente con cariño y le dijo: -Una cosa te falla: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.

22 Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó todo triste, porque poseía muchos bienes.

23 Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: -¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!

24 Los discípulos se quedaron asombrados ante estas palabras. Pero Jesús insistió: -Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios!

25 Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

26 Ellos se asombraron todavía más y decían entre sí: -Entonces, ¿quién podrá salvarse?

27 Jesús les miró y les dijo: -Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible.

28 Pedro le dijo entonces: -Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

29 Jesús respondió: -Os aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la Buena Noticia,

30 recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna.

 

        **• El fragmento del evangelio de Marcos presenta a «uno» que se acerca a Jesús para preguntarle lo que debe hacer para heredar la vida eterna. Se trata de una pregunta sensata en la que oímos el eco de la voz de los anawim preguntando en los salmos: «Señor, ¿quién habitará en tu tienda? (Sal 15,1) y «¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién podrá estar en su recinto santo?» (Sal 24,3). Se preguntaban, por tanto, cómo «heredar» las promesas de Dios: sabían, en efecto, que en la «vida eterna» se encuentran condensados la benevolencia divina y el deseo de felicidad del hombre. Jesús, interpelado, rechaza para sí, en cuanto hombre, el atributo «bueno», y lo refiere explícitamente al único que es la Bondad absoluta, e invita a su interlocutor a observar los mandamientos -las diez palabras-, que son el don del Dios bueno destinado a entrar en comunión con él.

        Sobre ese «uno» que puede responder que ha observado los mandamientos desde su juventud se posa ahora la mirada admirada y amorosa de Jesús, que le dirige una invitación precisa y clara: «Vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y Sígueme». Pero hay algo que impide al interlocutor acoger el amor de predilección del Maestro: posee «muchos bienes», pero no consigue comprender cuál es el bien verdadero, el verdadero rostro de la sabiduría que se le quiere dar, y se aleja «todo triste».

        Jesús explica a los asombrados discípulos cómo precisamente esas riquezas, que en el Antiguo Testamento eran consideradas un signo de la benevolencia divina, pueden convertirse en el obstáculo más grande para acoger el Reino de los Cielos. Sólo quien sigue a Jesús encuentra con él y en él cien veces más aquí en la tierra -«junto con persecuciones», precisa Marcos (v. 30)- y la vida verdadera, la eterna, que sólo puede ser recibida por quien -como el comerciante avispado- vende todo para adquirirla.

 

MEDITATIO

        Hay en el hombre una ineludible necesidad de vida, de plenitud, de felicidad. El hombre sensato es el que encuentra la manera de responder a esta pregunta, que la mayor parte de las personas ni siquiera sabe plantear y a la que responde de hecho con una búsqueda frecuentemente obsesiva de placeres efímeros y siempre nuevos. La palabra de hoy nos invita a situarnos en la actitud justa para discernir, ante todo, cuál es la verdadera sabiduría, que nos indicará, a continuación, cómo recibirla; porque, en el fondo, es un don, el don de una Persona que nos ama infinitamente.

        En el Antiguo Testamento se había ido perfilando la sabiduría a través de un progresivo crescendo de realidades exteriores ajenas a los bienes espirituales. Más tarde, en los umbrales del Nuevo Testamento, fue personificada como alguien que su «alegría era estar con los hombres» (Prov 8,31), pero es en Jesús donde nos revela plenamente su rostro. Y Jesús llama a cada uno valorando el empeño que ha puesto en su búsqueda del bien. A nosotros nos corresponde no detenernos, no dejarnos engañar por las falsas riquezas, no echarnos atrás ante sus exigencias. Si nos pide con imperativos apremiantes dejarlo todo por él, debemos tener el valor de hacerlo y de renovar continuamente esta decisión, porque ya no podremos ser felices si hemos alejado nuestros pasos de Jesús.

        Ninguna de las falsas y presuntas riquezas podrán resistir nunca la comparación con su pobreza, ni saciar nuestra hambre de amor, de verdad, de belleza. Su mirada continuará siguiéndonos, de una manera silenciosa, con un respeto infinito a nuestra libertad y no conseguiremos la paz hasta que no hayamos encontrado en él nuestra paz.

 

ORATIO

        Soy yo, Señor, Maestro bueno, ese uno al que miras a los ojos con un amor intenso. Soy yo, lo sé, ese uno al que llamas a un desprendimiento total de sí mismo. Se trata de un desafío. Así es, también yo me encuentro cada día ante este drama: el de la posibilidad de rechazar el amor. Si en ocasiones me encuentro cansado y solo, ¿no será tal vez porque no sé darte lo que tú me pides?

        Si en ocasiones estoy triste, ¿no será tal vez porque tú no eres todo para mí, porque no eres verdaderamente mi único tesoro, mi gran amor? ¿Cuáles son las riquezas que me impiden seguirte y saborear contigo y en ti la verdadera sabiduría que da la paz al corazón?

        Tú me sales al encuentro cada día por el camino para mirarme a los ojos, para darme otra oportunidad de responderte de una manera radical y entrar en tu alegría.

        Si a mí me parece imposible dar este paso, concédeme la humilde certeza de creer que tu mano siempre me sostendrá y me guiará hacia allí, más allá de todo confín, más allá de toda medida, hacia allí donde tú me esperas para darme nada menos que a ti mismo, único Bien sumo.

 

CONTEMPLATIO

        «Si quieres ser perfecto». Así pues, el rico no ha llegado a la perfección. Aunque es libre de llegar o no a ella. La expresión «si quieres» muestra de un modo estupendo la libertad del hombre: la elección depende de él, la decisión a él le corresponde.

        Del otro lado está el Dios que da. Dios da a todos los que desean, que no escatiman sus fuerzas y que oran. Concede incluso que la salvación sea obra de ellos mismos. Dios, enemigo de la violencia, no obliga a nadie, sino que ofrece su gracia a quien la busca, la ofrece a quien la pide, abre a quien llama.

        Si queréis la perfección, si la queréis sinceramente, sin engañaros a vosotros mismos, debéis procuraros aquello que todavía os falta. Y os falta una sola cosa, esa que es la única que dura, que es superior a la ley, que la ley no puede dar ni quitar y que constituye la verdadera riqueza de los seres vivos.

        El hombre ha observado toda la ley desde su primera juventud, tanto que ahora hace grandes elogios de sí mismo; sin embargo, pese a todos sus méritos, no puede procurarse esta gracia única, de la que sólo el Salvador dispone, no puede alcanzar la eternidad que desea. Así, se va triste y desanimado, porque piensa que es demasiado alto el precio de la salvación que había venido a pedir. El hecho es que no quería la vida eterna con la intensidad que se imaginaba tener. Tal vez, en el fondo, quería una sola cosa: mostrar buena voluntad para hacer un poco de exhibicionismo. Aunque solícito y meticuloso en todo lo demás, ante el tesón necesario para alcanzar la vida eterna se siente débil, como paralizado, inerte (Clemente de Alejandría, «¿Cómo se puede salvar el rico?», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, pp. 24-25).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Concédenos, oh Dios, la sabiduría del corazón» (cf. Sal 89,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        El miedo a Dios consiste en saber que las exigencias del Dios vivo son mortales, que su beso es mortal y que quien encuentra verdaderamente a Dios se ve llevado a morir a su propia historia, a su propio pasado, para entrar en un mundo desconocido. Y esto resulta difícil.

        De ahí que la gran tentación sea defendernos del futuro de Dios, asegurarnos lo que ya somos, lo que ya poseemos. Usando una imagen bíblica, podríamos decir que la tentación del miedo se encuentra en la historia del joven rico, que experimenta angustia ante el futuro que el Señor le abre («vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres»), o sea, ante la posibilidad de que se libere de su propio pasado para ponerse de manera incondicional en manos del extraño que le invita, aunque Jesús le había mirado y amado. La primera gran escuela para aprender a orar es abrirse al coraje de la libertad, aceptando estar solos ante Dios, renunciando a toda coartada y a toda defensa. Es menester abrirse al coraje de la libertad en el amor (B. Forte, Nella memoria del Salvatore, Milán 1992, pp. 242ss, passim).

 

Día 15

Lunes 28ª semana del Tiempo ordinario o día 15 de Octubre, conmemoración de

Santa Teresa de Ávila

         Santa Teresa de Jesús nació en Ávila el 28 de marzo de 1515. Tras una infancia precozmente religiosa y una difícil adolescencia, atraída por la lectura del evangelio y por la oración entró en el Carmelo de la Encarnación en 1535. Después de un prolongado período de tibieza, comienza su «conversión» -acaecida en 1554-, una intensa vida mística en contacto con Cristo, que desemboca en un intenso deseo de servir a la Iglesia de su tiempo, lacerada por la Reforma protestante. A fin de contribuir a la renovación de la Iglesia con la oración y la vida perfecta, fundó en Ávila, el año 1562, el monasterio de San José, primera casa de la Reforma teresiana. En 1567 encuentra a Juan de la Cruz, que se convertirá en su colaborador y director espiritual. Hasta la víspera de su muerte funda diversos monasterios en Castilla y en Andalucía. Declarando en su lecho de muerte que era «hija de la Iglesia», entró en la gloria el 4 de octubre de 1582 en Alba de Tormes. Fue canonizada el 12 de marzo de 1623 por Gregorio XV y declarada por Pablo VI primera mujer doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 15, 1-6
1 Así hace el que teme al Señor, el que abraza la Ley logra sabiduría.
2 Como una madre le sale ella al encuentro, le acoge como una esposa virgen.
3 Le alimenta con pan de inteligencia, el agua de la sabiduría le da a beber.
4 Se apoya él en ella y no se dobla, a ella se adhiere y no queda confundido.
5 Ella le exalta por encima de sus prójimos, en medio de la asamblea le abre la boca.
6 Contento y corona de gloria encuentra él, nombre eterno en herencia recibe.

 

             El Libro del Eclesiástico, en la Primera Lectura, nos habla de la sabiduría, incluyendo en ella la que tuvo, vivió y practicó Santa Teresa. Quien la posee, busca, como Teresa, la armonía en su vida, la coincidencia de nuestra manera de pensar y sentir con la de Dios. Hoy celebramos la fiesta de Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del siglo XVI que ostenta el título de Doctora de la Iglesia. En su autobiografía, empieza diciendo, “yo, mujer boba y sin letras”, que es una confesión de humildad pero también la constatación de que, aunque considerada ahora como una gran maestra en teología mística, no se había dedicado al estudio (no tenía títulos). El Evangelio hace referencia a cómo Dios no revela sus misterios a los sabios de este mundo sino a los sencillos de corazón. Y el conocimiento del amor de Dios es lo que, verdaderamente nos hace sabios. Cuando varios siglos más tarde Edith Stein, leyó el Libro de la vida de Santa Teresa, confesó al acabarlo: “aquí está la verdad”. Parece que empezó sólo anochecer y no pudo dejar su lectura hasta la mañana siguiente. Entonces Edith era atea y, conocer a Santa Teresa supuso un encuentro decisivo para pedir su incorporación a la Iglesia. Ahora la veneramos como Santa Teresa Benedicta de la Cruz. La experiencia de Edith señala uno de los motivos por los que celebramos la memoria de los santos: en la vida de ellos se nos refleja el evangelio vivo. Un santo no es un héroe, ni siquiera una persona que ha realizado una gran obra a los ojos del mundo, aunque santa Teresa realizó una auténtica proeza reformando el Carmelo y fundando monasterios (diecisiete) por toda España. Un santo es alguien en quien la vida de Jesucristo se transparenta. Todo él está movido por esa misma vida que se le ha comunicado por la gracia.

 

Evangelio: Mateo 11, 25-30

25 En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.

26 Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.

27 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

28 «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.

29 Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; " y hallaréis descanso para vuestras almas. "

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»

Esta importante oración de Jesús contiene tres afirmaciones fundamentales: sólo el Hijo es capaz de revelar el verdadero rostro del Padre; la revelación del Padre se abre a los pequeños y se cierra a los sabios, todos los que están cansados y oprimidos pueden encontrar en Cristo alivio. La afirmación central es la primera; las otras dos le sirven de marco y expresan su contenido.

Dios ha decidido gratuitamente ("así te ha agradado") manifestar "estas cosas" a los "pequeñuelos". Es una revelación que sigue esquemas inesperados: oculta estas cosas a los prudentes y a los sabios y las revela a los pequeños. Para dar aún más relieve a la paradoja, Jesús no dice simplemente "Padre", sino que añade "Señor del cielo y de la tierra". Aquí está la maravilla: el Dios del cielo y de la tierra tiene preferencias por los humildes y los pequeños.

Mas en este punto las preguntas se hacen numerosas: ¿Quiénes son concretamente los pequeños a los que se manifiestan los secretos de Dios? ¿Quiénes son los sabios y prudentes a los que, en cambio, se les ocultan? ¿Qué se ha manifestado y se ha mantenido oculto? Jesús no dice exactamente qué ha revelado el Padre a los sencillos. Se limita a decir "estas cosas". Pero es fácil comprender que se trata del Evangelio en su totalidad, es decir, de aquella nueva comprensión de Dios y de su voluntad que se contiene en las palabras y en los hechos de Jesús.

Cuando Jesús hablaba y Mateo escribía, la expresión "los sabios y los prudentes" designaba concretamente a las élites religiosas de Israel, rabinos y fariseos, que permanecían ciegos ante la claridad de las palabras de Jesús y se irritaban por su predicación en favor de los pobres (se escandalizaban de ella). Por consiguiente, "pequeño" no se opone a adulto (y, por tanto, no designa a los niños), sino que se opone a sabio y prudente.

Pequeños son los hombres sin cultura (así se dice), sin competencia religiosa, sin habilidad dialéctica, sin facilidad de palabra. Concretamente, en tiempo de Jesús eran los llamados hombres de la tierra, los pobres aldeanos de Galilea, a quienes los doctores de la Ley y los fariseos despreciaban. Decían ellos: "Un ignorante no puede evitar el pecado y un hombre del campo no puede ser de Dios". Y en el contexto histórico de la época de Jesús, los cansados y los oprimidos eran los que penaban bajo las intolerables y complicadas prescripciones de la ley farisaica y se sentían perdidos ante la doctrina sutil y difícil de los rabinos. Jesús les invitaba a buscar en otra parte, a saber, en el evangelio y en su ejemplo, la verdadera voluntad de Dios; una voluntad sin duda exigente, pero rectilínea y simple y al alcance de todos. Para motivar su invitación y ofrecer su ejemplo, se define Jesús "manso y humilde de corazón". Humilde indica la actitud de Jesús, dócil en todo a la voluntad del Padre; una docilidad interior, libre y querida ("de corazón"). Manso indica la actitud de Jesús respecto a los hombres: una actitud rectilínea, valiente, no violenta; misericordioso, tolerante, pronto al perdón, pero también exigente.

 

MEDITATIO

Teresa de Jesús nos ha dejado el testimonio de su vida en sus escritos. En el libro de su Vida, como en una confesión hecha ante toda la Iglesia, nos hace recorrer las etapas de su existencia: una infancia precoz desde el punto de vista religioso, una juventud vivida en crisis, su recuperación vocacional a los 20 años, seguida de una experiencia de vida religiosa entre altos y bajos, hasta su «conversión» definitiva casi a los 40 años. Es el lento proceder de una historia de salvación que, desde el límite del pecado, se desarrolla en una conversión sincera y total, en una determinada determinación, en una opción total y definitiva por el Señor, que deja espacio a una experiencia mística en la que Dios obra maravillas en ella.

En efecto, Teresa es testigo del trabajo mismo que supone la transformación de la persona, del deseo de salvación, del efectivo cambio de vida, de la gracia del Espíritu que la penetra y la conduce a una intensa experiencia de las más grandes verdades del dogma cristiano; la gracia mística como iluminación interior y como experiencia de salvación y transformación: la presencia de Dios, la fuerza de la Palabra y de los sacramentos, la revelación de Cristo, el Resucitado, en su santa humanidad, la efusión del Espíritu Santo y de sus dones.

Todo ello coronado - a partir de la gracia del matrimonio espiritual, recibida en noviembre de 1572- por la experiencia de la inhabitación trinitaria, de la comunión total con Cristo esposo, destinada al servicio de la Iglesia, meta ideal de la santidad cristiana.

Todo ello en un itinerario en el que la oración interior, la divina amistad con Dios, constituye la clave de comprensión. Todo desemboca en una mística del servicio, en una vigorosa unidad de vida vivida y enseñada por la santa, en un gran amor por la Iglesia demostrado concretamente en la promoción de la santidad de vida y en el servicio a la vida contemplativa para la renovación de la Iglesia. Marta y María juntas a los pies de Cristo, el Señor, con la fuerza de la contemplación y la generosidad del servicio.

 

ORATIO

Acuérdome algunas veces de la queja de aquella santa mujer, Marta, que no sólo se quejaba de su hermana, antes tengo por cierto que su mayor sentimiento era pareciéndole no os dolíais Vos, Señor, del trabajo que ella pasaba, ni se os daba nada que ella estuviese con Vos.

Por ventura le pareció no era tanto el amor que la teníais como a su hermana; que esto le debía hacer mayor sentimiento que el servir a quien ella tenía tan gran amor, que éste hace tener por descanso el trabajo. Y parécese en no decir nada a su hermana, antes con toda su queja fue a Vos, Señor, que el amor la hizo atrever a decir que cómo no teníais cuidado. Y aun en la respuesta parece ser y proceder la demanda de lo que digo; que sólo amor es el que da valor a todas las cosas; y que sea tan grande que ninguna le estorbe a amar, es lo más necesario (Teresa de Ávila, Las exclamaciones, 5,2).

 

CONTEMPLATIO

De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced! [...] Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este Señor en viéndole, como con quien tenía conversación tan continua. Veía que, aunque era Dios, que era hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caídas por el primer pecado que Él había venido a reparar. Puedo tratar como con amigo, aunque es señor.

¡Oh Rey de gloria y Señor de todos los reyes! ¡Cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin! ¡Cómo no son menester terceros para Vos! Con mirar vuestra persona, se ve luego que es sólo el que merecéis que os llamen Señor, según la majestad mostráis.

No es menester gente de acompañamiento ni de guarda para que conozcan que sois Rey. Porque acá un rey solo mal se conocerá por sí. Aunque él más quiera ser conocido por rey, no le creerán, que no tiene más que los otros; es menester que se vea por qué lo creer, y así es razón tenga estas autoridades postizas, porque si no las tuviese no le tendrían en nada. Porque no sale de sí el parecer poderoso. De otros le ha de venir la autoridad.

¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois gran Emperador en Vos mismo, que espanta mirar esta majestad; mas más espanta, Señor mío, mirar con ella vuestra humildad y el amor que mostráis a una como yo. En todo se puede tratar y hablar con Vos como quisiéramos, perdido el primer espanto y temor de ver vuestra majestad, con quedar mayor para no ofenderos; mas no por miedo del castigo, Señor mío, porque éste no se tiene en nada en comparación de no perderos a Vos (Teresa de Ávila, Libro de su vida, XXXVII, 4-6, passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita hoy esta expresión de santa Teresa: «No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho» (Castillo interior, «Cuartas moradas», 1,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primado contemplativo no nace en Teresa de Jesús de las categorías aristotélicas o platónicas de la contemplación, sino que brota de una dimensión de apertura que tiene en ella. Es una criatura hecha para algo grande e infinito que pueda realizarla, completarla, colmaría. Esa actitud frente a Dios es fundamental en su vida; de ella brota el sentido del señorío de Dios: no sólo por una soberanía de amor al que se abandona, sino también porque el Señor la sobrepasa: él es el único dueño de toda su persona y de toda su vida. El primado de Dios en dimensión contemplativa, en una experiencia absolutamente femenina, caracteriza su actitud ante el Señor; Teresa está hecha para él. Por eso no se siente frente a Dios ni atemorizada ni incómoda, aunque sabe que es el Señor de la gloria. Trata con él con una gran libertad.

«¡Oh Creador mío», exclama Teresa, «cuando estabais en la tierra, lejos de sentir desprecio por las mujeres, hasta buscasteis favorecerlas con gran benevolencia...». Está segura de que Dios acoge y ama a las mujeres y de que Cristo les concede ampliamente ese amor. Para afirmarlo, pone el ejemplo de la Virgen María, a la que Dios eligió como Madre, el de las pecadoras a las que Jesús perdonó, el de la amistad que sentía hacia Marta y María. Éstos son los argumentos de los que se sirve para sentirse a sus anchas con el Señor (A. Ballestrero, «La donna in santa Teresa», en AA. W, Teresa d'Avila. Introduzione storico-teologica, Turín 1982, p. 63).

 

Día 16

Martes de la 28ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 5,1-6

Hermanos:

1 Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo. Permaneced, pues, firmes y no os dejéis someter de nuevo al yugo de la esclavitud.

2 Soy yo, Pablo, el que os lo digo: Si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada.

3 De nuevo lo afirmo tajantemente: Todo aquel que se deja circuncidar queda obligado a cumplir enteramente la Ley.

4 Los que tratáis de alcanzar la salvación mediante la Ley os separáis de Cristo, perdéis la gracia.

5 Por nuestra parte, esperamos ardientemente alcanzar la salvación por medio de la fe, mediante la acción del Espíritu.

6 Porque, en cuanto seguidores de Cristo, lo mismo da estar circuncidados que no estarlo; lo que vale es la fe que actúa por medio del amor.

 

**• El tema principal de la perícopa de hoy es el de la libertad ofrecida por Cristo. Pablo, animado de celo apostólico, llama a los gálatas a la realidad, poniéndoles claramente en guardia contra el peligro en que incurren al querer volver bajo el pesado «yugo de la esclavitud» (v. 1) de la Ley. Pablo no pretende proponer la transgresión de la Ley o su abrogación. Jesús afirma en el evangelio  (cf. Le 16,17; Mt 5,17ss) que no abolió ni siquiera una pequeña letra de la Ley escrita naturalmente en el corazón del hombre y expresada en el decálogo y en la tradición mosaica. Se trata de no acartonarse en la observancia de unas prescripciones puramente exteriores y de no convertir en absolutos cosas que han sido establecidas en vistas y como preparación a las exigencias más vigorosas del Evangelio. «La Ley y los profetas llegan hasta Juan; esde entonces se anuncia la buena noticia del Reino de Dios, aunque todos se opongan violentamente» (Le 16,16).

La verdadera libertad consiste en seguir al Espíritu de Cristo y, a través de él, abrirse a una vida nueva, no sometida ya a los ritos judíos -como si de ellos pudiera derivar una justificación más firme-, a una vida fundamentada en la «fe que actúa por medio del amor» (Gal 5,6).

Sólo en Cristo, que «para que seamos libres nos ha liberado» (v. 1), encuentra la Ley su propio significado, y sólo la fe en él nos permite permanecer firmes y perseverar en la gracia. Volver a la circuncisión representa para los gálatas separarse del mismo Cristo y, con ello, decaer de su gracia y de su amor. El peligro para nosotros consiste en confiarnos a prácticas exteriores o en buscar vanas seguridades que nos desarraigan de la esperanza de la justificación que debemos y podemos esperar únicamente de la fe.

 

Evangelio: Lucas 11,37-41

En aquel tiempo,

37 al terminar de hablar, un fariseo le invitó a comer. Jesús entró y se puso a la mesa.

38 El fariseo se extrañó al ver que no se había lavado antes de comer.

39 Pero el Señor le dijo: -Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras que vuestro interior está lleno de rapiña y de maldad.

40 ¡Insensatos! El que hizo lo de fuera ¿no hizo también lo de dentro?

41 Pues dad limosna de vuestro interior y todo lo tendréis limpio.

 

       *»• Esta página evangélica cuenta un hecho de vida que implicó a Jesús de una manera personal: se trata de la invitación a comer en casa de un fariseo. Viene, a continuación, una reacción de Jesús en tono bastante polémico, de la que se desprende una enseñanza clara y fuerte.

       La relación entre Jesús y los fariseos la conocemos también por otras páginas evangélicas; casi siempre aparece la inmensa distancia que separa la lógica evangélica de la práctica farisaica. También aquí, en el marco de una simple comida, aparece la actitud del fariseo anfitrión, que está más preocupado por la observancia de una norma legal que por el honor que debe reservar a su huésped excepcional. Es sabido que los judíos otorgaban una gran importancia a la práctica de las abluciones, sobre todo antes de las comidas {cf. También Mc 7,3ss); también sabemos que Jesús, con frecuencia y de manera voluntaria, se negaba a observar tales prácticas (tanto él como sus discípulos: cf. Mt 15,1-20). Queda plasmada, de un modo más que evidente, no sólo la distancia espiritual que existe entre Jesús y los fariseos, sino, en cierto modo, también la incompatibilidad de sus respectivos puntos de vista.

       En este marco histórico se insertan las palabras de Jesús con las que, en primer lugar, intenta describir y censurar el fuerte contraste que existe entre la exagerada atención a lo que está «fuera del hombre» y el olvido imperdonable de lo que está «dentro del hombre». Bastaría con este detalle para darse cuenta de lo indigno de la persona humana que es el código de comportamiento fariseo.

       Sin embargo, el Nazareno no se contenta con esto. Después de haber censurado su actitud, Jesús les llama «insensatos» (v. 40). ¿En qué sentido?, nos preguntamos. Esa insensatez consiste en el hecho de que los fariseos, mientras cultivan la religión de los ritos y de las observancias, acaban olvidando la religión del corazón. O mejor aún, refiriéndose a la acción creadora de Dios, Jesús nos invita a no separar lo que Dios ha unido: el interior y el exterior, el cuerpo y el corazón, la práctica y la intención. La invitación a la limosna constituye un ejemplo concreto de cómo puede expresar el discípulo de Jesús, de una manera unitaria, una espiritualidad, la evangélica, que se sintetiza perfectamente en la ley de la caridad.

 

MEDITATIO

       La Palabra de Dios ilumina las profundidades del corazón humano: saca a la luz su grandeza y descubre sus miserias. No es casualidad que, en la lista de las maldades que brotan de ese «abismo», Pablo hable también de la insensatez. A veces, en efecto, nos quedamos sorprendidos de nuestra torpeza. Al hombre de hoy, capaz de maravillosos descubrimientos científicos, se le ofrece una oportunidad desconocida hasta ahora: la de adentrarse en los secretos de la naturaleza que llevan inscritas -desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande- las cifras misteriosas de la inteligencia y del amor divino. Más he aquí que, en vez de embriagarse con tanta belleza y perderse en el éxtasis de una contemplación rica y fascinante, en las páginas de los periódicos se apiñan crónicas de hechos tan perversos y repugnantes que sólo pueden explicarse admitiendo una presencia demoníaca.

       El evangelio también nos habla de insensatez, de una religiosidad no iluminada: prestamos atención a un montón de cosas exteriores, pero no captamos la sustancia. Es el riesgo que corremos nosotros, los cristianos, que con mucha frecuencia nos fijamos en el detalle, en las formas, y perdemos de vista el amor a Dios y a los hermanos. Al leer la vida de los santos tenemos a menudo la impresión de que están dotados de una audacia y un anticonformismo desconcertantes. En realidad, se trata sólo de ese ojo penetrante, agudizado por la inteligencia de la fe, que sabe ir siempre más allá de cuanto está consolidado, fijado, aunque no para la búsqueda de lo cómodo o para liberar de la ley, sino para que sea el amor -y sólo el amor- el que trace el camino. En una sociedad obsesionada por las imágenes, por las apariencias, por lo exterior, sólo Jesús es capaz de llegar al corazón para convertirlo, de modo que, purificado, pueda dejar aparecer el buen tesoro que esconde.

 

ORATIO

       Tu Palabra, Señor, es «una espada de doble filo». Cuando pone al descubierto nuestra miopía, obnubilada por intereses egoístas, nos hace mal. Cuando encuentra una mente sedienta de verdad, cura nuestra ceguera. Cuando molesta a nuestra apatía disonante con tu plan de salvación, se siente incómoda. Cuando encuentra un oído abierto a la escucha, sana nuestra sordera. Cuando nos agita con el mensaje de la cruz, molesta y da miedo. Cuando encuentra un corazón capaz de aceptar la prueba como algo que forma parte constitutiva de la vida, entonces alivia nuestro sufrimiento.

       Haz, Señor, que tu Palabra, siempre dinámica y viva, encuentre en mí una respuesta de fe: sólo así producirá en mí una conversión verdadera y me salvará.

 

CONTEMPLATIO

       Nuestro Padre celestial nos ha llamado y nos ha elegido previamente desde la eternidad en su Hijo amado y, con su mano amorosa, ha escrito nuestros nombres en el libro vivo de la eterna Sabiduría: por consiguiente, nosotros debemos corresponder a su amor con todas nuestras fuerzas, con una reverencia y una veneración infinitas. Precisamente así empiezan todos los cantos de los ángeles y de los hombres, cantos que no tendrán nunca fin.

       La primera melodía del canto celestial es el amor a Dios y al prójimo. Dios Padre, para enseñárnosla, nos ha enviado a su Hijo. El que no conozca esta melodía no podrá entrar en el coro celestial, porque no sólo no la conoce, sino que no saborea su belleza: por consiguiente, será excluido para siempre de los ejércitos celestiales [...]. Todo lo más sublime y más gozoso que se puede cantar en el cielo y en la tierra es precisamente esto: amar a Dios, y amar al prójimo por Dios, a causa de Dios y en Dios. El arte y la ciencia de este canto nos los proporciona el Espíritu Santo.

       Cristo, que es nuestro cantor y maestro de coro, ha cantado desde el principio y entonará por nosotros eternamente el cántico de la fidelidad y del amor sin fin. Y también nosotros, con todas nuestras fuerzas, cantaremos después de él, tanto aquí abajo, en la tierra, como en el coro de la gloria de Dios. El canto común que todos debemos conocer para formar parte del coro de los ángeles y de los santos en el Reino de Dios es, por tanto, el amor verdadero y sin ficción. El amor es, en efecto, la raíz y la causa de todas las virtudes en la intimidad de nuestro corazón y es, en el exterior, la vestidura capaz de adornar todas nuestras buenas obras (Ruysbroek el Admirable, Les sept degrés de l'amour spirituel, XII).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Evangelio es fuerza de Dios» (Rom 1,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Recibir el mensaje evangélico en la vida significa dejar que nuestra vida llegue a ser, en el sentido más amplio y real de la palabra, una vida religiosa, una vida referida a Dios, en estrecha relación con él. La revelación esencial del Evangelio es la presencia dominante e invasora de Dios. Se trata de una invitación a encontrar a Dios, y a Dios no se le encuentra más que en la soledad. Esta soledad parece estar negada a aquellos que viven con los hombres. Sería como creer que nosotros podemos entrar en la soledad antes de que Dios nos llame. En realidad, es él quien nos espera. Encontrarle significa encontrar la soledad, porque la verdadera soledad es espíritu, y todas nuestras soledades humanas son sólo un modo de encaminarnos hacia la fe, que es la perfección de la soledad. La verdadera soledad no es la ausencia de los hombres, sino la presencia de Dios. Poner nuestra propia vida frente a Dios, dejar que la noción de Dios transforme nuestra propia vida, significa entrar en una región donde se nos da la soledad.

       Es la altura lo que procura la soledad de las montañas, no el lugar donde se apoyan sus bases. Si el manar de la presencia de Dios en nosotros acaba en el silencio y en la soledad, entonces nos deja en la paz, conscientes de estar profundamente unidos a todos los hombres, hechos de la tierra como nosotros... «Bienaventurado el que recibe la Palabra de Dios y la guarda» (Lc 11,28) (M. Delbrél, Nous autres, qens des rúes, París 1966, pp. 83-87, passim [edición española: Nosotros, gente de la calle, Estela, Barcelona 1971]).

 

 

Día 17

 Miércoles de la 28ª semana del Tiempo ordinario o 17 de octubre, conmemoración de

San Ignacio de Antioquía

 

En los albores del siglo II fue llevado el obispo Ignacio de Antioquía a Roma para ser devorado por las fieras. Fruto de este viaje hacia el martirio son las célebres siete cartas que el mártir apenas tuvo tiempo de redactar. Son cartas escritas con sangre, verdaderos trozos de existencia, que contienen el grito ardiente de un místico que anhela el martirio. A nadie se le escapa la importancia única de este impresionante diario del alma. Aunque recientemente algunas voces aisladas han intentado mellar su autenticidad, la inmensa mayoría de los estudiosos la han reafirmado con argumentos válidos. Las siete cartas de Ignacio nos han conservado, mejor que cualquier historiador, los rasgos vivos y luminosos de una de las personalidades más sobresalientes y vigorosas del cristianismo primitivo.

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 5,18-25

Hermanos:

18 Si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley.

19 En cuanto a las consecuencias de esos desordenados apetitos, son bien conocidas: fornicación, impureza, desenfreno,

20 idolatría, hechicería, enemistades, discordias, rivalidad, ira, egoísmo, disensiones, cismas,

21 envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes. Los que hacen tales cosas -os lo repito ahora, como os lo dije antes- no heredarán el Reino de Dios.

22 En cambio, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe,

23 mansedumbre y dominio de sí mismo. No hay ley frente a esto.

24 Ahora bien, los que son de Cristo Jesús han crucificado sus apetitos desordenados junto con sus pasiones y apetencias.

25 Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu.

 

*•• En el pasaje de hoy prosigue también Pablo su apasionada llamada dirigida a los gálatas para que arraiguen su vida en la verdadera libertad a la que han sido llamados.  Les exhorta a redescubrir su identidad de hijos, dejándose guiar por el Espíritu, caminando según sus deseos y siguiendo su camino, que está hecho de libertad y de amor.

El Espíritu Santo es, por consiguiente, el guía seguro para convertirse en nuevas criaturas, en hombres nuevos regenerados en Cristo, no sometidos ya a esa ley que no es capaz de impedir «las consecuencias de esos desordenados apetitos» (w. 19-21). A esta libertad estamos llamados también nosotros: «Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal [carne]. No os sometáis a sus apetitos. No tiene por qué dominaros el pecado, ya que no estáis bajo el yugo de la Ley, sino bajo la acción de la gracia» (Rom 6,12.14). La libertad del Espíritu es, por consiguiente, contraria al desenfreno de la «carne». Por eso se preocupa Pablo de hacer una lista de «los frutos del Espíritu» y los contrapone «a las consecuencias de esos desordenados apetitos» de la carne. Amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo (w. 22-23) son obras del Espíritu y, al mismo tiempo, el magnífico resultado de la libre adhesión del hombre que ha elegido como ley la caridad.

También Pedro, en su segunda Carta, presenta una lista semejante y su exhortación termina con una promesa formidable: «Si lo hacéis así, no fracasaréis» (2 Pe 1,10), una promesa tanto más estimulante cuanto menos extraordinarias sean las actitudes sugeridas en los «frutos del Espíritu», virtudes que corresponden a un casi trivial vivir cotidiano.

La Carta a los Gálatas toca a su fin. A Pablo ya no le queda más que sugerir diferentes avisos para traducir «la ley de Cristo» en servicio, en caridad «sobre todo para con los hermanos en la fe» (Gal 6,10).

 

Evangelio: Lucas 11,42-46

En aquel tiempo, dijo Jesús:

42 Pero ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las legumbres y descuidáis la justicia y el amor de Dios! Esto es lo que hay que hacer, aunque sin omitir aquello.

43 ¡Ay de vosotros, fariseos, que os gusta ocupar el primer puesto en las sinagogas y que os saluden en la plaza!

44 ¡Ay de vosotros, que sois como sepulcros que no se ven, sobre los que se pisa sin saberlo!

45 Entonces, uno de los doctores de la Ley tomó la palabra y le dijo: -Maestro, hablando así nos ofendes también a nosotros.

46 Jesús replicó: -¡Ay de vosotros también, doctores de la Ley, que imponéis a los hombres cargas insoportables y vosotros no las tocáis ni con un dedo.

 

       *>• La invitación a comer en casa de un fariseo, como vimos ayer, provocó una reacción fuerte y dolorosa en Jesús. En la lectura de hoy, Lucas refiere otras invectivas de Jesús contra los fariseos, además de contra los maestros de la Ley. De este modo expresa Jesús su actitud pedagógica respecto a algunos de sus contemporáneos que han demostrado no querer entrar en la lógica evangélica que suscita actitudes humanas consecuentes. Aunque sea a contraluz, estamos invitados a captar una espiritualidad que caracteriza a los discípulos de Jesús en cada momento de su vida.

       Como verdadero pedagogo, capaz incluso de recurrir a modales fuertes cuando es necesario, el Señor tiende a arrancar las máscaras del rostro de aquellos que se hacen ilusiones de poder esconder su verdadera identidad bajo semblantes aparentes e ilusorios. Ahora bien, lo que más cuenta es considerar los valores que están en juego: los que Jesús quiere afirmar más allá y por encima de toda hipocresía humana.

       En primer lugar, el valor de la justicia y del amor de Dios, que debe buscar el verdadero creyente con todas sus fuerzas, en vez de perderse en la mera observancia de normas particulares. En segundo lugar, el espíritu de servicio a los otros, que nos conduce a renunciar también a los primeros puestos con tal de ser útiles de cualquier modo. En tercer lugar, el valor de la transparencia interior y exterior contra la epidemia del mal que consiste en la hipocresía. Por último, el valor de la comprensión fraterna contra la actitud de los que se muestran intransigentes a la hora de aplicar la ley a los demás, mientras que se muestran permisivos a la hora de aplicársela a ellos mismos.

 

MEDITATIO

Algunos pensamientos de san Ignacio, a punto de padecer el martirio, pueden ayudamos:

- «¡Bello es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, trasponga en Dios, a fin de que en él yo amanezca!» (A los romanos, 2, 2).

- «Dejadme que sea entregado a las fieras, puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro. Antes, atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré un verdadero discípulo de Jesucristo (A los romanos, 4, 1).

- «Ahora empiezo a ser discípulo» (A los romanos, 5,3).

- «De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí, mejor es morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra. A Aquel quiero que murió por nosotros. A Aquel quiero que por nosotros resucitó. Y mi parto es ya inminente. Perdonadme, hermanos: no me impidáis vivir; no os empeñéis en que yo muera; no entreguéis al mundo a quien no anhela sino ser de Dios: no me tratéis de engañar con lo terreno. Dejadme contemplar la luz pura. Llegado allí, seré de verdad hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno lo tiene dentro de sí, que comprenda lo que yo quiero, y si sabe lo que a mí me apremia, que haya lástima de mí» (A los romanos, 6,1-3).

 

ORATIO

Algunas oraciones breves salidas del corazón de san Ignacio:

- «Orad incesantemente por todos los hombres» (A los efesios, 10, 1).

- «Permaneced en la concordia y en la oración recíproca» (A los tralianos, 12, 2).

- «Acordaos de la Iglesia en vuestra oración» (A los tralianos, 13, 1).

- «Orad para que yo sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho» (A los romanos, 3, 2).

- «Había en mí un agua viva y me dice por dentro: "Ven al Padre"» (A los romanos, 7, 3).

- «Mientras tengamos tiempo, convirtámonos a Dios» (A los esmirniotas, 9, 1),

- «Ruego para que se me dé la gracia perfecta de Dios, a fin de que c o n vuestra oración pueda alcanzar yo a Dios» (A los esmirniotas, 11, 1).

 

CONTEMPLATIO

Algunas elevaciones originales del santo mártir: «Vosotros sois piedras del templo del Padre, preparados para la construcción de Dios Padre, elevados hasta lo alto por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, sirviendo como soga el Espíritu Santo; vuestra fe os tira hacia lo alto y la caridad es el camino que os eleva hacia Dios» (A los efesios, 9, 1).

«Aquel que posee en verdad la Palabra de Jesús puede entender también su silencio, a fin de ser perfecto, a fin de obrar por su palabra y hacerse conocido por su silencio» (A los efesios, 15, 2).

«Si el Señor ha recibido una unción sobre su cabeza, es a fin de exhalar para su Iglesia un perfume de incorruptibilidad» (A los efesios, 17, 1).

«Rompiendo un mismo pan que es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir y alimento para vivir en Jesucristo por siempre» (A los efesios, 20, 2).

«Dejaos salar en Él, a fin de que nadie se corrompa entre vosotros, pues por vuestro olor seréis convictos» (A los magnesios, 10, 2).

«Por tu parte, mantente firme, como un yunque golpeado por el martillo. De grande atleta es ser desollado y, sin embargo, vencer» (A Policarpo, 3, 1).

 

ACTIO

Repite durante el día y vive la invitación de san Ignacio: «Ama la unidad, huye de las divisiones, sé imitador de Jesucristo» (A los filadelfios, 7, 2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Estas eran, y muchas más sobre éstas, las enseñanzas que Ignacio, de camino, daba con sus obras, bien así como un sol que se levanta de Oriente y corre a Poniente. Y aún puede ser tenido Ignacio por más brillante que el mismo sol, porque éste corría desde lo alto trayendo luz sensible, pero Ignacio brillaba desde abajo, infundiendo en las almas luz inteligible. Aquél, por otra parte, en llegando a las partes de Occidente, se esconde y nos trae al punto la noche; mas éste, llegado que hubo a las partes de Occidente, se levantó de allí más esplendoroso después de haber hecho los mayores beneficios a cuantos antes hallara en su camino. Y apenas entró en la ciudad de Roma, también a ésta enseñó una divina filosofía. Porque tal fue el fin por el que permitió Dios que allí terminara Ignacio su vida, a saber: para que su muerte fuera una escuela de religión para todos los que moraban en Roma (Juan Crisóstomo, «Panegírico en honor de san Ignacio», en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21968, p. 626).

 

Día 18

San Lucas (18 de octubre)

 

        De las cartas de Pablo se desprende que Lucas fue médico (Col 4,14) se desprende asimismo que Pablo le quería mucho, dado que le facilitó la actividad apostólica en calidad de colaborador suyo (Flm 24). También las llamadas «secciones-nosotros» de los Hechos de los apóstoles -ésas en las que Lucas emplea el pronombre de la primera persona del plural, con lo que deja entrever su presencia junto a Pablo en el ejercicio de su apostolado- dicen que Lucas es uno de los responsables de la acción misionera de los primeros tiempos cristianos.

Como es bien conocido, Lucas es el único de los evangelistas que sintió la necesidad de escribir, además de un evangelio, también los Hechos de los apóstoles, en una obra unitaria que deja aparecer la concepción teológica de la historia propia de Lucas: una historia que une, íntimamente, a Jesús con la Iglesia, y a la Iglesia con Jesús.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Timoteo 4,10-17

Querido hermano:

10 Dimas me ha abandonado por amor a las cosas de este mundo y se ha ido a Tesalónica; Crescente se ha ido a Galacia; Tito, a Dalmacia.

11 Solamente Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráetelo contigo, pues me es muy útil para el ministerio.

12 A Tíquico lo he mandado a Éfeso.

13 Cuando vengas, tráeme la capa que me dejé en Tróade, en casa de Carpo, y también los libros, sobre todo los pergaminos.

14 Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho mal. El Señor le pagará según su conducta.

15 Ten cuidado con él, pues se ha opuesto tenazmente a nuestra predicación.

16 En mi primera defensa nadie me asistió; todos me abandonaron. ¡Que Dios los perdone!

17 El Señor me asistió y me confortó, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos. Fui librado de la boca del león.

 

*•• Este fragmento nos presenta a Lucas junto a Pablo. Otros han abandonado al apóstol por cansancio o por miedo; Lucas, sin embargo, no, y esto infunde un gran consuelo en el corazón de Pablo. Con todo, el verdadero consuelo del apóstol no es tanto la presencia de una persona como, sobre todo, la de su Señor, que le renueva en el corazón su intrépido coraje en la predicación del Evangelio a los paganos, manteniéndole fiel a su vocación originaria.

Aunque consolado por la presencia de Lucas, Pablo no puede dejar de recordar el abandono en el que se encuentra, justo en el momento en que ha sido arrastrado al tribunal y ha tenido que preparar solo su defensa. A este respecto, contamos con numerosas y preciosas noticias en los últimos capítulos de los Hechos de los apóstoles, donde, cinco veces en cinco ocasiones diferentes (cf. Hch 22-26), tuvo que defender Pablo no a sí mismo, sino a Jesús y la fe que había abrazado, con intrépido valor, con un genial espíritu polémico, con una sorprendente capacidad apologética.

De este modo y con este estilo, Pablo tiene la alegría de poder afirmar que, por medio de él, se ha llevado a cabo la proclamación del Evangelio en beneficio sobre todo de los paganos. Lo que le había sido planteado en Damasco se cumple ahora felizmente. Lo que le había sido confiado en Damasco -la misión entre los paganos llega ahora a su cumplimiento.

 

Evangelio: Lucas 10,1-9

En aquel tiempo,

1 el Señor designó a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar.

2 Y les dio estas instrucciones: -La mies es abundante, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

3 ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos.

4 No llevéis bolsa, ni alforjas ni sandalias, ni saludéis a nadie por el camino.

5 Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa.

6 Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros.

7 Quedaos en esa casa y comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa.

8 Si al entrar en un pueblo os reciben bien, comed lo que os pongan.

9 Curad a los enfermos que haya en él y decidles: Está llegando a vosotros el Reino de Dios.

 

*» Después de haber enviado en misión a los Doce (Le 9,lss), Jesús envía a los setenta [y dos] discípulos a una misión que Lucas -y sólo él- nos ha hecho conocer.

Es el mismo evangelista que, también en el desarrollo del relato de los Hechos de los apóstoles, encontrará la manera de transmitir recuerdos relativos no sólo a la misión de Pedro y de Pablo, sino también de Esteban, de Felipe y de otros discípulos del Señor.

Jesús envía a sus discípulos después de haberles recomendado que rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a la misma (v. 2). De ahí que la oración no haya de ser entendida sólo como un apoyo a la misión, sino que es también y sobre todo parte integrante de la misma misión. Para un auténtico apóstol, la oración significa ya estar en misión, y la misión tiene su comienzo en la oración.

Al enviar a sus discípulos en misión, Jesús les señala una metodología muy concreta: la imagen de los «corderos en medio de lobos» (v. 3) no deja lugar a ningún equívoco. Del mismo modo que Jesús, pastor, se hizo cordero por amor a nosotros, también todo verdadero pastor de la comunidad debe estar dispuesto a hacerse cordero, dispuesto para el sacrificio, ofrecido por amor.

El mensaje esencial que el mismo Jesús pone en boca de sus discípulos suena así por tanto: «decidles: Está llegando a vosotros el Reino de Dios» (v. 9). Conocemos bien la gran densidad del significado de la expresión «Reino de Dios»: indica, en primer lugar, que los tiempos en los que resuena el alegre mensaje son escatológicos, es decir, están llenos de Dios y revelan la presencia del Dios que salva. Esta expresión señala sobre todo la presencia de Jesús en el mundo, porque a través de su persona y de su enseñanza es como Dios se hace presente en medio de nosotros con su voluntad salvífica universal.

 

MEDITATIO

Una mirada de conjunto a la obra lucana (evangelio y Hechos de los apóstoles) nos pone al tanto de algunas características fundamentales del tercer evangelista, sobre las que interesa centrar nuestra meditación.

Dante caracteriza a Lucas como «el escriba de la mansedumbre de Cristo». En efecto, toda su obra converge en torno a este mensaje, que puede ser considerado como el «Evangelio dentro de su evangelio». Ésa es la Buena Noticia, la única verdadera y la única buena, y Lucas siente el deber de transmitirla a toda la humanidad, y al servicio de la misma pone toda su minuciosidad de historiador, su arte literario, su fe de discípulo.

Pero Lucas se nos presenta también como el teólogo de la dimensión misionera: así como Jesús puede ser definido como el misionero del Padre (véase su evangelio), así la Iglesia es también esencialmente misionera, porque participa de la dimensión misionera de Jesús (véanse los Hechos de los apóstoles). El carácter unitario de la obra lucana puede deducirse asimismo de esta plena correspondencia entre la misión de Jesús y la misión de la Iglesia. Desde esta perspectiva, toda opción y toda actividad misionera debe ser concebida por nosotros como signo sacramental de la misión que Jesús recibió del Padre.

Por último, la presencia de Lucas al lado de Pablo nos lleva de nuevo a la necesidad de que todo verdadero cristiano sea no sólo receptor del consuelo que se desprende del Evangelio, sino también portador de ese don de la consolación que es fruto del Espíritu Santo, el consolador divino.

 

ORATIO

[...] Desde antiguo ardo en deseos de meditar tu ley y «confesarte en ella mi ciencia y mi impericia, las primicias de tu iluminación y las reliquias de mis tinieblas», hasta que la flaqueza sea devorada por la fortaleza. [...]

Tus Escrituras sean mis castas delicias: ni yo me engañe en ellas ni con ellas engañe a otros. Atiende, Señor, y ten compasión; Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles y luego luz de los que ven y fortaleza de los fuertes, atiende a mi alma, que clama desde lo profundo, y óyela. Porque si no estuvieren aún en lo profundo de tus oídos, ¿adonde iríamos, adonde clamaríamos? [...]

[...] Dame espacio para meditar en los entresijos de tu ley y no quieras cerrarla contra los que pulsan, pues no en vano quisiste que se escribiesen los oscuros secretos de tantas páginas. ¿O es que estos bosques no tienen sus ciervos, que en ellos se alberguen, y recojan, y paseen, y pasten, y descansen, y rumien? ¡Oh Señor!, perfeccióname y revélamelos. Ved que tu voz es mi gozo; tu voz sobre toda afluencia de deleites. Dame lo que amo, por que ya amo, y esto es don tuyo. No abandones tus dones ni desprecies a tu hierba sedienta (Agustín de Hipona, Confesiones, XI, 2,2ss).

 

CONTEMPLATIO

«Desde nuestra Patria, y para invitarnos al retorno, se nos han enviado cartas que cada día se leen a la gente» El núcleo de todo lo que debemos comprender es esto: la plenitud y el fin de la Ley y de todas las divinas Escrituras es el amor. Por consiguiente, si alguien cree haber comprendido las divinas Escrituras o cualquier parte de las mismas y mediante esa comprensión no consigue levantar el edificio de la doble caridad, a Dios y al prójimo, es que todavía no las ha comprendido (Agustín de Hipona, De doctrina christiana, I, 36.40).

 

ACTIO

        Repite y medita durante el día esta Palabra: «Señor, quédate con nosotros, porque cae la tarde» (Lc 24,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la Iglesia de Lucas se hablaba de Jesús no sólo al hilo de los relatos históricos, sino que también se le anunciaba con la finalidad de que su recuerdo suscitara en los oyentes la fe en él. Para responder a cada una de estas finalidades -la memoria histórica y el anuncio ordenado a la fe-, Lucas compuso un evangelio en el que figurar la parte de historia que sirve para conectar fe con el acontecimiento-Cristo y la parte de teología que capta en la historia el mensaje que suscita la fe.

A pesar de ciertas alusiones a la historia (1,5; 2,1 ss; 3,lss), Lucas no es propiamente un historiador; tampoco puede decirse que sea propiamente un teólogo. Lucas es más bien un «hombre de Iglesia» que, al final de los tiempos apostólicos, pretende asegurar a la Iglesia «la solidez» (1,4) de la tradición evangélica, que él recibe y al mismo tiempo transmite. Lucas es un recolector de recuerdos evangélicos; también es ordenador de los mismos, a fin de que éstos asuman todo su propio valor: el de ser fuentes v fundadores de la fe de la Iglesia. En un tiempo en el que, por la evaporación en las brumas del tiempo de las raíces de las tradiciones originarias presentes en las Iglesias judeocristianas y etnicocristianas, la realidad físico-histórica de Jesús empezaba a ser objeto de discusión por ciertas teologías ambiguas configuradas en la primera carta de Juan (4,1-6) y que conducirán, a comienzos del siglo II, al docetismo -cuyos defensores están marcados a fuego por san Ignacio de Antioquía (siglos l-ll) como «sepultureros» de Cristo (A los esmirniotas, 5,2)-, y cuando la realidad mistérica de Jesús empezaba a ser diluida por las especulaciones judeo-helenísticas-cristianas vigorosamente combatidas por las cartas a los Colosenses (2,8-23) y a los Efesios (3,4-12), Lucas fijó el carácter real de Jesús componiendo un evangelio que salía garante de la realidad histórica de la verdad teológica de Jesús para todas las Iglesias.

La intención que guiaba a Lucas en la redacción de sus escritos era dar consistencia al pasado de Jesús en el presente de la Iglesia. Para conseguirlo Lucas estableció una serie de conexiones en las que intervienen de manera sinérgica la historia, la fidelidad a la tradición, la experiencia de fe, el anuncio de Jesús llevado a cabo mediante la Palabra y su puesta por escrito (Mario Masini).

 

 

Día 19

 Viernes 28ª semana del Tiempo ordinario o día 19 de octubre, conmemoración de

San Pedro de Alcántara

 

Nació en Alcántara, villa de Cáceres, en 1499. Fue bautizado con el nombre de Juan. Después de las primeras letras aprendidas en su villa natal, estudió en Salamanca artes liberales, filosofía y derecho canónico. En 1515 ingresó en los franciscanos de la custodia del Santo Evangelio e hizo su noviciado en el convento de San Francisco de los Majarretes (Cáceres). Al profesar como fraile conventual cambió su nombre de Juan por el de Pedro. En 1524 es ordenado sacerdote. Del mismo tiempo y del mismo espíritu que santa Teresa, es contemplativo, viajero, fundador de conventos y renovador del franciscanismo. Los propios compañeros lo presentan como un hombre lleno de celo apostólico, tranquilo y prudente, pobre y generoso, disponible y obediente, humilde y magnánimo, penitente y acogedor. Murió en Arenas el 18 de octubre de 1562. Fue canonizado en 1669 por el papa Clemente IX, al mismo tiempo que la carmelita santa María Magdalena de Pazzis.

 

Primera lectura: Efesios 1,11-14

Hermanos:

11 En ese mismo Cristo también nosotros hemos sido elegidos y destinados de antemano, según el designio de quien todo lo hace conforme al deseo de su voluntad.

12 Así nosotros, los que tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, seremos un himno de alabanza a su gloria.

13 Y vosotros también, los que acogisteis la Palabra de la verdad, que es la Buena Noticia que os salva, al creer en Cristo habéis sido sellados por él con el Espíritu Santo prometido,

14 prenda de nuestra herencia, para la redención del pueblo de Dios y para ser un himno de alabanza a su gloria.

 

**• Estos versículos son la parte conclusiva del magno himno al plan de la salvación llevado a cabo por Dios mediante la sangre de Jesucristo (cf. Ef 1,1-10). El autor presenta aquí un concepto clave: el de predestinación («destinados de antemano»), que ha generado controversias dramáticas en la historia de la Iglesia.

Tal vez sea menos ambiguo el término si lo explicamos a partir del concepto «herencia». Estamos predestinados a la salvación en el sentido de que Dios nos ha redimido en Jesucristo, sin mérito alguno por nuestra parte, haciéndonos así herederos de su misma vida. En consecuencia, todos estamos salvados; ahora bien, puesto que somos libres, podemos rechazar esta herencia y sustraernos con ello a la salvación que se nos ha dado gratuitamente. Predestinados no significa, por tanto, necesariamente salvados. «Dios, que nos ha creado sin nosotros, no puede salvarnos sin nosotros» (Agustín de Hipona).

Sin embargo, la eficacia de la voluntad salvífica de Dios se manifiesta de todos modos con claridad cada vez que la fe está dispuesta a acogerla. Así, tanto judíos («nosotros, los que tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo»: v. 12) como paganos («vosotros también»: v. 13a), por haber escuchado «la Palabra de la verdad» (v. 13) y haber creído en el Evangelio, se han convertido en herederos, recibiendo, sin distinción, a través del bautismo, el anticipo de los bienes futuros: el Espíritu Santo, que hace posible ya en esta tierra la vida que viviremos en plenitud sólo después de la muerte. El himno concluye después con otro término-clave: la «gloria» de Dios, que tiene un significado muy preciso en la Biblia.

Se trata de la manifestación de su presencia y de lo que él es. Los cristianos están llamados a ser «un himno de alabanza a su gloria» (v. 14c), o sea, a dejar aparecer, a través de la santidad de su vida, la belleza de Dios: «Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia» (Jn 15,8a).

 

Evangelio: Lucas 12,1-7

En aquel tiempo,

1 la gente se aglomeraba por millares, hasta pisarse unos a otros. Entonces Jesús, dirigiéndose principalmente a sus discípulos, les dijo: -Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.

2 Pues nada hay oculto que no haya de manifestarse, nada secreto que no haya de saberse.

3 Por eso, todo lo que digáis en la oscuridad será oído a la luz, y lo que habléis al oído en una habitación será proclamado desde las azoteas.

4 A vosotros, amigos míos, os digo esto: No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden hacer nada más.

5 Yo os diré a quién debéis temer: Temed a aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar al fuego eterno. A ése es a quien debéis temer.

6 ¿No se venden cinco pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, Dios no se olvida ni de uno solo de ellos.

7 Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis: vosotros valéis más que todos los pájaros.

 

       **• Las palabras de Jesús recogidas en esta página están dirigidas a los discípulos; por consiguiente, para comprenderlas a fondo debemos meternos en la piel de los afortunados que pudieron seguir a Jesús y atesorar sus enseñanzas.

       Tras haber dirigido no pocos «¡ay de vosotros!» a los fariseos y a los maestros de la Ley, Jesús pone ahora en guardia a sus discípulos contra el persistente peligro de dejarse contaminar por su ejemplo. La imagen de la levadura («Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía»: v. 1) es bastante iluminadora. Según Jesús, existe el peligro de que el mal ejemplo de algunas levaduras llegue a contaminar también a la masa buena.

       Mientras que Mt 16,12 dice que la levadura es «la doctrina de los fariseos y de los saduceos», Lucas, por su lado, insiste en centrar la divergencia entre sus obras y su vida. En eso consiste la hipocresía de los fariseos: una actitud que desentona no sólo en su vida, sino también en la de los discípulos de Jesús. Con un rasgo psicológico bastante delicado, Jesús reemprende el discurso dirigido a sus discípulos llamándoles «amigos» (y. 4): un rasgo que recuerda el lenguaje joáneo (cf. sobre todo Jn 13,13ss). Los verdaderos amigos de Jesús son sus discípulos, en cuanto comparten su misión, sus sufrimientos, su destino de muerte y resurrección. La invitación a no tener miedo es un rasgo muy alentador para los que deberán sostener una lucha abierta contra los enemigos que pueden procurarles la muerte. A lo sumo, deben tener miedo a Dios, el único que después de la muerte tiene poder para arrojarlos a la maldición eterna. El pasaje evangélico termina, por tanto, con una clara y vigorosa invitación al santo temor de Dios (cf. w. 4-7).

 

MEDITATIO

       A veces, damos por supuesto que, para asegurar la felicidad, tenemos que poseer cosas, dinero, comodidad, éxito, personas... Pero la experiencia nos dice que, en realidad, por ese camino encontramos exactamente lo que habíamos buscado: cosas, dinero, comodidad, personas, pero no necesariamente felicidad. El problema no se resuelve buscando nuevas fuentes de satisfacción.

Al contrario, cada vez que hacemos depender nuestra felicidad de más y más cosas, esa felicidad se hace todavía más problemática e insegura, pues cada vez hay más probabilidades de que algo nos falle y nos deje vacíos e insatisfechos. Entonces crecen en nosotros la tensión, el desasosiego y hasta el agobio.

 

ORATIO

Loado seas, mi Señor,

por los que perdonan y aguantan por tu amor

los males corporales y la tribulación:

¡felices los que sufren en paz con el dolor,

porque les llega el tiempo de la consolación!

Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!

Ningún viviente escapa de su persecución;

¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!

¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!

¡No probarán la muerte de la condenación!

Servidle con ternura y humilde corazón.

Agradeced sus dones, cantad su creación.

Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.

 

CONTEMPLATIO

La figura de san Pedro se agiganta y su misión reformadora se enriquece aún más si lo relacionamos con santa Teresa, presa de la misma inquietud reformadora y las mismas locuras de un afán: vivir el Evangelio en toda su radicalidad. Providencialmente, Dios le llevó a su encuentro, que tuvo lugar en Ávila. Ella le abrió su alma, y expuso su proyecto, y «vi ya desde el principio -dice la santa- que me comprendía..., y me dio luz en todo» (Vida, 30, 5-7). La cuestión era lanzarse por el camino de la pobreza absoluta, como estaba haciendo ya Pedro. Hasta ese momento todo eran obstáculos. La oposición de los superiores, incluido el obispo, fue vencida por la fe y la persuasiva mediación de san Pedro, que descubrió, clarísimo, el espíritu que animaba a Teresa y la voluntad de Dios sobre su proyecto.

La santa se siente agradecida y dice: «Pedro lo hizo todo, parece que lo había guardado su majestad hasta acabar este negocio» (Vida, 36, 2). Pocos meses antes de su muerte, concretamente el 14 de abril de 1562, le escribe el santo una carta en la que le asegura que debe seguir el camino emprendido, pues está seguro de que ésa es la voluntad de Dios. La santa recibe tal luz que escribe en su autobiografía: «Ya con este parecer [sobre la pobreza], determiné no andar buscando otros» (Vida, 35, 5). Y nació la primera fundación, el convento de San José, cuna de la reforma teresiana de la orden del Carmelo.

Pedro y Teresa, almas gemelas, ambos colosales en todo, nos dejaron sus huellas y sus recuerdos en dos monumentos inseparables e insuperables, pobres de materiales, pero ricos de espiritualidad: san José de Ávila, el “palomarcico” del Carmelo, y Nuestra Señora de la Concepción de El Palancar, que son dos hermanos gemelos, como en el espíritu lo fueron Teresa de Jesús y Pedro de Alcántara.

 

ACTIO

Repite hoy, con los franciscanos, el himno de san Francisco de Asís.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Este santo [Pedro de Alcántara] hombre de este tiempo era; estaba grueso el espíritu como en los otros tiempos, y ansí tenía el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. Y, ¡cuan grande le dio su Majestad a este santo que digo, para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben.

Paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sola hora y media entre noche y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios de vencer el sueño; y para eso estaba siempre o de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda -como se sabe- no era más larga de cuatro pies y medio.

En todos estos años, jamás se puso la capilla, por grandes soles y aguas que hiciese, ni cosa en los pies, ni vestido, sino un hábito de sayal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto como se podía sufrir, y un mantillo de lo mismo encima.

Decíame que en los grandes fríos se lo quitaba y dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda, para que, con ponerse después el manto y cerrar la puerta, contentase al cuerpo para que sosegase con más abrigo.

Comer al tercer día era muy ordinario, y díjome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo que le acaecía estar ocho días sin comer.

Debía ser estando en oración, porque tenía grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de que una vez yo fui testigo. Con toda eso santidad, era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle; en éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento. Como vio ya se acababa, dijo el salmo de Laetatus sum ¡n his quae dicta suntmihi, e, hincado de rodillas, murió.

Un año antes que muriese, me apareció estando ausente, y supe se había de morir y se lo avisé, estando algunas leguas de aquí. Cuando expiró, me apareció y dijo cómo se iba a descansar. Yo no lo creí y díjelo a algunas personas, y desde a ocho días vino la nueva cómo era muerto, o comenzado a vivir para siempre, por mejor decir. (Testimonio de santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, cap. 27.)

 

Día 20

Sábado de la 28ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 1,15-23

Hermanos:

15 También yo, al conocer vuestra fe en Jesús, el Señor, y vuestro amor para con todos los creyentes,

16 no ceso de dar gracias a Dios por vosotros, recordándoos en mis oraciones.

17 Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que os permita conocerlo plenamente.

18 Que ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados, cuál la inmensa gloria otorgada en herencia a su pueblo

19 y cuál la excelsa grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, manifestada a través de su fuerza poderosa.

20 Es la fuerza que Dios desplegó en Cristo al resucitarlo de entre los muertos y sentarlo a su derecha en los cielos,

21 por encima de todo principado, potestad, poder y señorío y por encima de cualquier otro título que se precie de tal no sólo en este mundo, sino también en el venidero.

22 Todo lo ha puesto Dios bajo los pies de Cristo, constituyéndolo cabeza suprema de la Iglesia,

23 que es su cuerpo, y, por lo mismo, plenitud del que llena totalmente el universo.

 

**• Tras haber contemplado el gran misterio de la voluntad redentora del Padre, Pablo se alegra porque, informado de la fe de los destinatarios de su carta, los ve como partícipes de la magnífica herencia adquirida por Cristo, una herencia que se hace visible ya ahora en la caridad activa de estas Iglesias.

Para que sigan firmes en la vida nueva pide Pablo incesantemente al Padre el don del «espíritu de sabiduría y una revelación» que les permita penetrar cada vez más en su misterio. «El Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios. [...] Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios» (1 Cor 2,10b.1 Ib). Ahora bien, el Espíritu Santo es amor: el amor engendra, por consiguiente, el conocimiento, y el conocimiento engendra el amor.

La cima de este conocimiento amoroso es el saberse amado: la experiencia de este amor hace que podamos percibir qué grandes son los bienes que esperamos («la esperanza a la que habéis sido llamados»: v. 18a), qué espléndida es la dignidad de la que Dios nos hace partícipes («la inmensa gloria otorgada en herencia a su pueblo»: v. 18b), qué poderosamente eficaz es la acción salvífica de Dios, que obra en nosotros lo que ya ha realizado en Cristo al resucitarlo y poner todo ser bajo su dominio (w. 20ss).

Sometida a Cristo, la cabeza, está la Iglesia, que recibe de su Señor la vida y todos los bienes y que, en cuanto cuerpo, aunque esté sometida a los límites de sus miembros, debe crecer para alcanzar «en plenitud la talla de Cristo» (4,13b).

 

Evangelio: Lucas 12,8-12

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

8 Os digo que si uno se declara a mi favor delante de los hombres, también el Hijo del hombre se declarará a favor suyo delante de los ángeles de Dios;

9 pero si uno me niega delante de los hombres, también yo lo negaré delante de los ángeles de Dios.

10 Quien hable mal del Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no será perdonado.

11 Si os llevan a las sinagogas, ante los magistrados y autoridades, no os preocupéis del modo de defenderos, ni de lo que vais a decir;

12 el Espíritu Santo os enseñará en ese mismo momento lo que debéis decir.

 

       *» Dirigiéndose aún a sus discípulos, Jesús traza ante sus ojos un programa de vida evangélica dotado de caracteres nuevos y atractivos. La vida de sus discípulos estará animada por el mismo Espíritu que ha orientado e iluminado la vida de Jesús.

       El discípulo de Jesús debe ser, de entrada, un testigo fiel y animoso, y eso no sólo durante el período de la vida pública de su maestro, sino también y sobre todo en una perspectiva escatológica. Desde esta perspectiva, resultan iluminadores los tiempos futuros que emplea Jesús: «Si uno se declara a mi favor delante de los hombres, también el Hijo del hombre se declarará...», «si uno me niega delante de los hombres, también yo lo negaré...» (w. 8-10). Al testigo le competen dos características: por una parte, la de caminar por el mismo camino que ha recorrido Jesús; por otra, la de recibir de su Señor el reconocimiento prometido a los mártires.

       En cuanto al «pecado contra el Espíritu Santo», es útil recordar la opinión de algunos Padres de la Iglesia según los cuales se trataría de la apostasía de los cristianos. Sin embargo, es asimismo útil señalar que Lucas, al distinguir entre el pecado contra el Hijo del hombre y el pecado contra el Espíritu Santo, pretende distinguir los tiempos de la misión terrena de Jesús y los tiempos de la misión apostólica, después de Pentecostés. No, ciertamente, para establecer una oposición entre dos momentos de la misma historia de la salvación, sino para indicar que la gravedad del pecado crece a medida que la luz, cada vez más brillante -en particular la luz pentecostal del Espíritu Santo-, que nos da el Señor. Del Espíritu Santo, además, nos habla también Jesús en otros términos, concretamente como de aquel que sugerirá a los discípulos, cuando sean puestos a prueba en unas circunstancias históricas extremadamente delicadas, las palabras adecuadas que deban decir en los tribunales para defender la verdad. Nos viene de manera espontánea a la mente la referencia a Jn 15,26ss: «Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí. Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio».

 

MEDITATIO

       Hay en el hombre una maravillosa dignidad y una grandeza que le vienen del hecho de ser interlocutor de Dios. Por eso no acabamos nunca de meditar sobre la figura de Abrahán, padre de todos nosotros. ¿Qué sentimientos habrían nacido en el corazón de aquel viejo caravanero acostumbrado a los grandes silencios del desierto, al silbido del viento, al mugir de los rebaños, cuando comprendió que Dios le hablaba? No reconoció la voz; la escuchó, se adhirió a ella y, de la esterilidad de su vejez, floreció una descendencia innumerable. En efecto, el que cree no es hecho justo sólo para sí mismo: el amor que toma el rostro de la fe es fecundo no sólo para quien se confía a Dios, sino también para otros que, de una manera misteriosa, son alcanzados por nuestro asentimiento.

       También nosotros, como Abrahán, estamos llamados a hacer depender nuestra vida de la escucha de la Palabra que cada día nos dirige Dios. En una sociedad que siembra la muerte, su Palabra es vida. En un tiempo de desesperación y de angustia, hay necesidad de quien sepa esperar contra toda esperanza. En unos días atormentados por un implacable utilitarismo y por la búsqueda del beneficio a toda costa, debe haber alguien que levante los ojos a las estrellas del cielo para contemplar gratuitamente la belleza de las huellas de quien es capaz de dar vida incluso a los muertos. Solamente de este modo puede ser el creyente, en medio de sus hermanos, verdadero portador del «Evangelio», de la Buena Nueva: nuestro corazón es lo suficientemente amplio para contener el Espíritu de amor que nos une, de una manera indisoluble, al Padre en el Hijo, dador de todo bien.

 

ORATIO

       Fe es creer que tu mano, oh Dios, lleva el volante de mi vida, es saber que ningún mal podrá hacerme daño, es certeza de tu amor: una fe que no me ayuda a despegar está muerta.

       Fe es dar calor a quien tiene hielo en el alma, es ofrecer un trozo de pan a quien sufre los calambres del hambre, es inventar una meta para quien no tiene dónde reposar: una fe sin obras está muerta.

       Fe es vivir tu designio inescrutable, oh Padre; es entrar en la perspectiva de tus invitaciones absurdas, es confianza en tu promesa todavía invisible: una fe que no se vuelve coraje está muerta.

       Fe es también duda, inseguridad: «Tú también me has abandonado»; es debilidad y miedo: «Si es posible, que pase de mí este cáliz»; es muerte que da vida: «No mi voluntad, sino la tuya»: una fe que no se mide con la prueba está muerta.

       Fe es un continuo proceso de aprender y reaprender qué significa amar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, es un devenir cotidiano hacia el bien, es viajar con él hacia la meta final: una fe que no engendra esperanza está muerta.

 

CONTEMPLATIO

       Como el soplo vital del hombre baja a través de la cabeza a vivificar los miembros, así el Espíritu Santo llega a los cristianos a través de Cristo. Cristo es la cabeza, el cristiano es el miembro. La cabeza es una, los miembros son muchos: cabeza y miembros forman un solo cuerpo, y en este único cuerpo hay un solo Espíritu.

       Espíritu que se encuentra en plenitud en la cabeza y es participado por los miembros. Así pues, si hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, quien no esté en el cuerpo no puede ser vivificado por el Espíritu, como dice la Escritura: «Quien no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece» (Rom 8,9). En efecto, quien no tiene el Espíritu de Cristo no es miembro de Cristo: en un cuerpo que es uno, el soplo vital es uno. En el cuerpo no puede haber un miembro muerto, y viceversa: fuera del cuerpo no hay miembros vivos. Nosotros nos convertimos en miembros con la fe, y con el amor somos vivificados.

       Con la fe recibimos la unidad, con la caridad recibimos la vida. Así ocurre en el sacramento: el bautismo nos une, el cuerpo y la sangre de Cristo nos vivifican. Con el bautismo nos convertimos en miembros del cuerpo; con el cuerpo de Cristo participamos en su vida.

       La Iglesia santa es el cuerpo de Cristo: un único Espíritu la vivifica, la une en una sola fe y la santifica. Los miembros de este cuerpo son cada uno de los fieles, y todos forman un solo cuerpo gracias al único Espíritu y a la única fe que hace de cemento entre ellos. Cada miembro tiene sus tareas propias en el cuerpo humano, unos diferentes a los otros; sin embargo, lo que hace un miembro por sí solo no lo hace sólo para él. Así, en el cuerpo de la santa Iglesia se dan diferentes gracias a cada individuo, pero nadie tiene nada únicamente para él, ni siquiera aquello que sólo él posee. Sólo los ojos ven; sin embargo, no ven sólo para ellos, sino para todo el cuerpo. Sólo los oídos pueden oír; sin embargo, no oyen sólo para ellos, sino para todo el cuerpo. Sólo los pies caminan; sin embargo, no caminan sólo para ellos, sino para todo el cuerpo. Del mismo modo, lo que cada uno posee por sí solo no lo posee únicamente para él, porque aquel que ha distribuido sus dones con tanta largueza y sabiduría ha establecido que todo sea de todos y todo de cada uno. Por consiguiente, si alguien ha conseguido recibir un don de la gracia de Dios, sepa que lo que posee no le pertenece sólo a él, aunque sólo él lo posea (Hugo de San Víctor, De Sacramentis Christianae Fidei, II, 2, en PL 176, cois. 415-417).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Contra toda esperanza creyó Abrahán» (Rom 4,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Juan XXIII ha dicho en un momento muy solemne, en la apertura del Concilio, que necesitaba anunciar al mundo de hoy la verdad de la que es depositaría la Iglesia con un lenguaje nuevo, es decir, el lenguaje de los hombres de hoy, el único que ellos comprenden. Y el santo padre daba la razón de ello: una cosa es la idea y otra su expresión concreta en palabras. Aun conservando fielmente la doctrina pura, es posible expresarla de un modo o de otro, según la mentalidad y el lenguaje de los hombres [...]. Preguntémonos ahora cuál es el mejor modo de evitar los escollos que amenazan el amor y la búsqueda de la verdad. El mejor modo es, sin duda, el auténtico amor al prójimo.

       Tomad, por ejemplo, el amor materno o el de un verdadero amigo. Fijaos cómo este amor aprende a meterse, efectivamente, «en la piel del otro», a considerar el punto de vista del otro, a intentar ver lo que piensa, lo que hay de verdad en lo que piensa; a esforzarse por comprender el pensamiento del otro o nacerse comprender, recurriendo siempre a nuevos términos, nuevas comparaciones, nuevas ideas. Fijaos cómo este amor sabe respetar con benevolencia a la persona amada y, por consiguiente, también sus opiniones [...].

       Por otra parte, debemos añadir en seguida una advertencia: cuidado con las insidias y las aberraciones. Qué fácil es, por ejemplo, que el amor materno llegue a ser imprudente, demasiado remisivo; qué fácil es que se transforme en una debilidad nociva que no es capaz de negar nada, arruinando así a la persona amada... ¿Por qué? Porque, entre otras cosas, no presta atención a la verdad de ciertos principios de la razón, del sentido común, etc., porque la caridad no está unida al amor efectivo a la verdad.

       Dos cosas, por tanto, son necesarias: el amor a la verdad y el amor a la persona, o sea, la caridad con el prójimo: uno y otro armoniosamente unidos, cada uno en su sitio y según su importancia. De este modo pueden unir efectivamente a Tos hombres y crear la armonía muy eficazmente (A. Bea, Alocución pronunciada en Roma el 13 de enero de 1963, en La documentaron catholique del 17 de febrero de 1963, cois. 272-274).

 

 

Día 21

29° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 53,2a.3a.l0ss

El Siervo del Señor

2 creció ante el Señor como un retoño, como raíz en tierra árida.

3 Despreciado, rechazado por los hombres, abrumado de dolores y familiarizado con el sufrimiento.

10 El Señor lo quebrantó con sufrimientos. Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá descendencia, prolongará sus días y, por medio de él, tendrán éxito los planes del Señor.

11 Después de una vida de aflicción comprenderá que no ha sufrido en vano. Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas.

 

        *+• Esta perícopa refiere en síntesis el mensaje teológico y espiritual del «cuarto canto del Siervo de YHWH». Este título tiene un sentido honorífico en la Biblia: se refiere a un hombre elegido previamente por el Señor para ser instrumento de su obra de salvación. Con todo, la acción del misterioso personaje, que da nombre a los cuatro cantos del Segundo Isaías, parece abocada desde el principio, no sólo al fracaso, sino también a la incomprensión y a la ignominia (cf. vv. 2a. 3a). Se le considera castigado por Dios precisamente mientras cumple la misión que le ha sido confiada (v. 1), una misión que consiste en cargar «sobre sí» las consecuencias del pecado de todos (v. 1 Ib), es decir, «el castigo que nos procura la salvación» (v. 5).

        Los vv. 10 ss, en particular, revelan que todo lo que se lleva a cabo mediante el sufrimiento aceptado con docilidad por el Siervo inocente (vv. 8a.9a) es voluntad de Dios, su proyecto amoroso: de este modo realiza el Señor la salvación. No se trata tanto de la liberación de los enemigos o de otras dificultades como de la «expiación de los pecados». En efecto, el Señor saca al hombre de la condición mortal causada por el pecado y lo introduce de nuevo en la comunión con él. La ofrenda de la vida del Siervo de YHWH se convierte en expiación; sin embargo, aquel que es Amor no dejará sin recompensa el sacrificio de quien amó hasta asumir «el pecado de muchos» (semitismo para indicar «todos»): a su sufrimiento se le promete una gran fecundidad («tendrá descendencia ») y -de un modo que el profeta todavía no es capaz de precisar- su muerte se transformará en vida, su «noche» en luz, su extrema soledad en conocimiento de amor, o sea, en comunión bienaventurada con Dios (vv. 10b. 11b).

 

Segunda lectura: Hebreos 4,14-16

Hermanos:

14 ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un sumo sacerdote eminente que ha penetrado en los cielos, mantengámonos firmes en la fe que profesamos.

15 Pues no es él un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino que las ha experimentado todas, excepto el pecado.

16 Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar la gracia de un socorro oportuno.

 

        **• El tema del sacerdocio de Cristo tiene una importancia central en la carta a los Hebreos; en este pasaje se pone de manifiesto el aspecto de la compasión, introducido precedentemente (2,17ss) y desarrollado después en el capítulo 5. El autor sagrado nos exhorta a mantener una fe firme y perseverante y una confianza plena en la misericordia divina, que va más allá de nuestras «flaquezas», más allá de las heridas causadas por el pecado. En efecto, Cristo realiza aquello que durante siglos había permanecido como un rito simbólico: el sumo sacerdote atravesaba, el gran «día de la expiación», el espeso velo que delimitaba el santo de los santos en el templo, para comparecer ante la presencia de Dios y ofrecerle el sacrificio expiatorio por los pecados del pueblo. Ahora, Cristo «ha penetrado» no en una tienda, sino «en los cielos», es decir, ha penetrado en la trascendencia de Dios con la ofrenda de su propia sangre como sacrificio perfecto (9,11-14) y se ha sentado en su «trono» (v. 16; cf. 10,12 y Ap 3,21). Estas afirmaciones atestiguan la divinidad de Cristo y, sin embargo, no lo alejan de nosotros, no lo hacen inaccesible, incapaz de comprender los sufrimientos y las tribulaciones de los hombres. El v. 15 nos revela su plena humanidad, puesto que «ha experimentado todas» las flaquezas como nosotros, aunque no tenía pecado. Precisamente por eso puede Cristo rescatarnos del pecado a nosotros, a quienes no se avergüenza de llamarnos hermanos (2,11), y puede darnos la alegría de acercarnos al trono de Dios con la certeza de que su señorío es omnipotencia de amor, gracia inagotable para socorrer a cuantos recurren a él en el momento de la prueba (v. 16).

 

Evangelio: Marcos 10,35-45

En aquel tiempo,

35 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron:

-Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.

36 Jesús les preguntó: -¿Qué queréis que haga por vosotros?

37 Ellos le contestaron: -Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

38 Jesús les replicó: -No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con el que yo voy a ser bautizado?

39 Ellos le respondieron: -Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: -Beberéis la copa que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con el que yo voy a ser bautizado.

40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

42 Jesús les llamó y les dijo: -Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen.

43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor;

44 y el que quiera ser el primero entre vosotros que sea esclavo de todos.

45 Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos.

 

        **• Jesús camina con paso decidido hacia Jerusalén (10,32), hacia la pasión, y no deja sitio a incertidumbres o componendas: revela una vez más a los suyos, que lo han dejado todo para seguirle (10,28), el final de aquel camino (vv. 33ss); sin embargo, tampoco los discípulos que le son más allegados comprenden, no son capaces de despojarse de las expectativas y las ambiciones de gloria exclusivamente humanas; creen que su Maestro es el Mesías esperado como triunfador y, atestiguándole su confianza, le piden tener una parte digna de consideración en el Reino que va a restablecer (v. 37). Jesús examina a estos aspirantes a «primeros ministros»; rectifica sus perspectivas, les indica con mayor claridad que su gloria pasa antes que nada por un camino de sufrimiento (ése es el sentido de las imágenes bíblicas de la «copa» y del «bautismo», a saber: sumergirse en las aguas entendidas como olas de muerte). La disponibilidad que declaran, con ingenuo atrevimiento, Santiago y Juan no basta aún para obtenerles la promesa de un sitio de honor, porque la participación en la gloria de Cristo es un don que sólo Dios puede otorgar gratuitamente (v. 40).

        ¿Y quién se hace digno de recibirlo? Jesús lo explica a los Doce, a quienes el deseo de ser los primeros pone en conflicto, y a nosotros, que también aspiramos siempre un poco al éxito y al poder: «No ha de ser así entre vosotros». Nos enseña que la realización hacia la que debemos tender no ha de tener como modelo el comportamiento de los «grandes» de este mundo, sino el de Cristo, siervo humilde glorificado por el Padre, que es, al mismo tiempo, el Hijo del hombre esperado para concluir la historia e inaugurar el Reino celestial. Éste es el modelo de grandeza que propone Jesús a los suyos: el humilde servicio recíproco, la entrega incondicionada de uno mismo para el bien de los hermanos (vv. 42-44).

 

MEDITATIO

        La Palabra nos sale al encuentro para «convertirnos», o sea, según la etimología griega, para «hacernos cambiar de mentalidad». Y hoy, en particular, nos ofrece una nueva orientación a nuestra instintiva sed de grandeza, al deseo más o menos inconsciente de ser importantes.

        También nosotros, como todo el mundo, nos sentimos atraídos por un prestigio vistoso, por una autoridad dotada de un amplio radio de influencia, pero Jesús nos advierte: «No ha de ser así entre vosotros». Y nos enseña a aspirar a un tipo de grandeza poco ambicionado: el del amor incondicionado que se hace humilde servicio al prójimo, hasta entregar la propia vida.

        Es una inversión completa de los valores que acostumbramos a preferir, pero nos proporciona la clave para comprender la misión de Cristo entre nosotros y nos pone ante una elección ineludible: él es el modelo cuya imagen y semejanza debemos reproducir en nosotros. ¿Debemos? ¿Acaso no es imposible? Como un eco nos responde el evangelio del domingo pasado: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios». Es el pecado, en efecto, lo que nos separa de Dios y desfigura en nosotros los rasgos de su rostro, pero el mismo Señor socorre nuestras flaquezas y expía todo el pecado humano, pidiendo a su Hijo inocente que cargue sobre sí las consecuencias.

        Si la revelación de la ilimitada misericordia divina nos hace guardar silencio, la contemplación de Jesús, asumiendo nuestras iniquidades para abrirnos el camino a la comunión con Dios, nos ayuda a salir de nuestros esquemas y a perseguir la grandeza verdadera.

        El Dios tres veces santo nos perdona por la sangre de su Hijo: venid, adoremos. El Señor se hace siervo: venid, caminemos por su sendero.

 

ORATIO

        Señor Jesús, como Santiago y Juan, también nosotros con frecuencia «queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte». No somos, en efecto, mejores que tus dos discípulos; sin embargo, también como ellos hemos escuchado tu enseñanza y querríamos recibir de ti la fuerza para llevarla a cabo, esa fuerza que condujo después a los hijos de Zebedeo a dar testimonio de ti con la vida...

        Jesús, ayúdanos a comprender el amor que te impulsó a beber la copa del sufrimiento por nosotros, a sumergirte en las olas del dolor y de la muerte para arrancarnos de la muerte eterna a los pecadores. Ayúdanos a contemplar en tu extrema humillación la humildad de Dios. Libéranos de la necia presunción de someter a los otros e infunde en nuestro corazón la caridad verdadera, que nos hará sentirnos alegres de servir a todo hermano con el don de nuestra vida.

        Dócil Siervo de YHWH, que con tu sacrificio expiatorio te has convertido en el verdadero sumo sacerdote misericordioso, tú conoces bien las flaquezas de nuestro espíritu y las pesadas cadenas de nuestros pecados: tú, que por nosotros derramaste tu sangre, purifícanos de toda culpa. Tú, que ahora estás sentado a la derecha del Padre, haznos siervos humildes de todos.

 

CONTEMPLATIO

        Ya está, aquellos dos discípulos de nuestro Señor, los santos y grandes hermanos Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, como hemos leído en el evangelio, desean del Señor, nuestro Dios, poder sentarse en el Reino uno a su derecha y el otro a su izquierda. Es una gran cosa lo que desean, y no se les reprocha por el deseo, sino que se les llama al orden. En ellos ve el Señor el deseo de las cosas grandes y aprovecha la ocasión para enseñar el camino de la humildad. Los hombres no quieren beber el cáliz de la pasión, el cáliz de la humillación. ¿Desean cosas sublimes? Que amen a los humildes. Para ascender a lo alto es preciso, en efecto, partir de lo bajo. Nadie puede construir un edificio elevado si antes no ha puesto abajo los cimientos.

        Considerad todas estas cosas, hermanos míos, y partid de aquí, construíos en la fe a partir de aquí, para tomar el camino por el que podréis llegar a donde deseáis [...]. Cuanto más altos son los árboles, más profundas son sus raíces, porque todo lo que es alto parte siempre de lo bajo. Tú, hombre, tienes miedo de tener que hacer frente al ultraje de la humillación; sin embargo, es útil para ti beber ese cáliz tan amargo de la pasión. «¿Podéis beber el cáliz de los ultrajes, el cáliz de la hiel, el cáliz del vinagre, el cáliz de las amarguras, el cáliz lleno de veneno, el cáliz de todos los sufrimientos?» Si les hubieras dicho eso, más que animarles les habrías espantado. Ahora bien, donde hay comunión hay consuelo. ¿Qué miedo tienes entonces, siervo? Ese cáliz lo bebe también el Señor  (Agustín, Sermón 20A, 5-8).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Os he dado ejemplo, para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros» (Jn 13,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        El pueblo, las naciones, los ciegos, los prisioneros, existen para nosotros, están presentes en nosotros, del mismo modo que existimos para nosotros mismos, como estamos presentes a nosotros mismos. Deben ser carne de nuestra carne, fibras de nuestro corazón. Deben ser acogidos sin descanso en nuestro pensamiento.

        Ellos y nosotros debemos ser, vitalmente, inseparables. Debemos poner en común su destino y nuestro destino, el destino que, para nosotros, es la consumación de la salvación. El cristiano animado por la pasión de Dios verá crecer en él la pasión por imitar la bondad paterna de Dios con una caridad fraterna cada vez más exigente y cada vez más verdadera. Ahora bien, este mismo cristiano, poseído cada vez más por el sentido de la alianza divina, querrá acercar a los hombres cada vez más a la salvación, obra suprema de la bondad de Dios por ellos. Y el cristiano, simultáneamente, se verá obligado a estar cada vez más al servicio de la felicidad de cada uno de sus hermanos, se verá obligado a estar cada vez más al servicio de su salvación. La felicidad y la salvación de los hombres coincidirán en lo más íntimo de cada uno; sin embargo, de esta coincidencia no saldrá ni confusión ni tensión estéril. El servicio a la felicidad humana que el cristiano perseguirá a semejanza de Dios, se ordenará, se jerarquizará, se encaminará asumiendo la gran perspectiva de la salvación (M. Delbrél, No¡ delle strade, Turín 1988, pp. 230ss [edición española: Nosotros, gente de la calle, Estela, Barcelona 1971 ]).

 

 

Día 22

Lunes de la 29ª semana del Tiempo ordinario o 22 de Octubre, conmemoración de

San Juan Pablo II

 

Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.

Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.

Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.

Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha.

Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.

En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.

Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años.

Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.

Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros.

Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud. En las 19 ediciones de la JMJ celebradas a lo largo de su pontificado se reunieron millones de jóvenes de todo el mundo. Además, su atención hacia la familia se puso de manifiesto con los encuentros mundiales de las familias, inaugurados por él en 1994.

Juan Pablo II promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándolos en varias ocasiones a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.

Bajo su guía, la Iglesia se acercó al tercer milenio y celebró el Gran Jubileo del año 2000, según las líneas indicadas por él en la carta apostólica Tertio millennio adveniente; y se asomó después a la nueva época, recibiendo sus indicaciones en la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que mostraba a los fieles el camino del tiempo futuro.

Con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia.

Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia.

Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno "in pectore", cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio.

Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999).

Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.

Promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, a la luz de la Revelación, autorizadamente interpretada por el Concilio Vaticano II. Reformó el Código de Derecho Canónico y el Código de Cánones de las Iglesias Orientales; y reorganizó la Curia Romana.

Publicó también cinco libros como doctor privado: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre de 1994);"Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal" (noviembre de 1996); "Tríptico romano - Meditaciones", libro de poesías (marzo de 2003); “¡Levantaos! ¡Vamos!” (mayo de 2004) y “Memoria e identidad” (febrero de 2005).

Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina.

Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.

El 28 de abril, el Santo Padre Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II. La causa la abrió oficialmente el cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, el 28 de junio de 2005.

El Papa Benedicto XVI lo beatificó el 1 de mayo de 2011.

El Santo Padre Francisco lo canonizó, junto a Juan XXIII, el 27 de abril del 2014.

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 2,1-10

Hermanos:

1 En cuanto a vosotros, estabais muertos a causa de vuestros delitos y pecados.

2 Eran tiempos en que seguíais las corrientes de este mundo, sometidos al príncipe de las potestades aéreas, ese espíritu que prosigue eficazmente su obra entre los rebeldes a Dios.

3 Y entre éstos estábamos también todos nosotros, los que en otro tiempo hemos vivido bajo el dominio de nuestras apetencias desordenadas, siguiendo los dictados de la carne y de nuestra imaginación pecadora y viniendo a ser, como los demás, destinatarios naturales de la ira divina.

4 Pero Dios, que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso amor,

5 aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos volvió a la vida junto con Cristo -¡Por pura gracia habéis sido salvados!-,

6 nos resucitó y nos sentó con él en el cielo.

7 De este modo quiso mostrar a los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia, hecha bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

8 Por la gracia, en efecto, habéis sido salvados mediante la fe, y esto no es algo que venga de vosotros, sino que es un don de Dios;

9 no viene de las obras, para que nadie pueda presumir.

10 Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para realizar las buenas obras que Dios nos señaló de antemano como norma de conducta.

 

**• Pablo ha concluido el capítulo 1 de su carta con la estupenda oración que termina con tonos descriptivos y admirados por la realidad de Cristo. Ahora, de una manera directa, se dirige a los cristianos de Efeso y les hace conscientes de haber vivido intrínsecamente en una realidad de muerte espiritual siguiendo a Satanás, llamado aquí «príncipe de las potestades aéreas» (v. 2) porque, según una creencia judía, se pensaba que esos espíritus malignos vivían en el aire, desde donde podían influir en la vida de los hombres. Inmediatamente, sin embargo, incluye Pablo entre los que seguían las corrientes de este mundo a él mismo y a todos los demás, que durante un tiempo fueron «rebeldes a Dios» por estar movidos por «nuestras apetencias desordenadas, siguiendo los dictados de la carne y de nuestra imaginación pecadora» (v. 3).

«Carne» es un término que aparece a menudo en el Nuevo Testamento, y debe ser comprendido bien. A veces significa la naturaleza humana en sus aspectos de gran fragilidad y debilidad. A veces significa las pasiones que más inclinan al hombre al mal. A veces alude a un estilo de vida completamente negativo y que conduce a la muerte espiritual. Con todo, hay que subrayar que, en el Nuevo Testamento, este término no alude nunca al «cuerpo» (o a la materia en general) como si se tratara de una realidad negativa en sí misma. Los «dictados de la carne» son, por tanto, actitudes negativas de todo el hombre, que emanan de un uso equivocado de voluntad libre. De ahí procede el hecho de que tanto los israelitas como los paganos («como los demás»: v. 3; cf. Rom 3,9) fueran «destinatarios naturales de la ira divina». No se alude a una pasión destructora en Dios, sino a su juicio de condena, dado que Dios nunca puede aprobar el mal.

En la argumentación de Pablo salta en este punto un «pero». Con él expresa el contraste entre seguir las corrientes de este mundo y la intervención de un «Dios que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso amor» (v. 4) y por ello nos ha trasladado de la muerte a la vida, en Cristo Jesús. Pablo subraya una vez más que todo el proceso de la salvación (ser perdonados, regenerados, tener una heredad en el cielo) tiene lugar en Cristo y por Cristo. Por la fe hemos sido salvados y vivimos como salvados, no por eventuales méritos nuestros.

Con todo, la fe no excluye las buenas obras; en efecto, Dios quiere que las realicemos, y nos da la posibilidad de hacerlas (v. 10).

 

Evangelio: Lucas 12,13-21

En aquel tiempo,

13 uno de entre la gente le dijo: -Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia.

14 Jesús le dijo: -Amigo, ¿quién me ha hecho juez o árbitro entre vosotros?

15 Y añadió: -Tened mucho cuidado con toda clase de avaricia, que aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas.

16 Les contó una parábola: -Había un hombre rico, cuyos campos dieron una gran cosecha.

17 Entonces empezó a pensar: «¿Qué puedo hacer? Porque no tengo dónde almacenar mi cosecha».

18 Y se dijo: «Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, almacenaré en ellos todas mis cosechas y mis bienes,

19 y me diré: Ahora ya tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y pásalo bien».

20 Pero Dios le dijo: «¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién va a ser todo lo que has acaparado?».

21 Así le sucede a quien atesora para sí, en lugar de hacerse rico ante Dios.

 

       *+• Tras haber invitado a mantener el ánimo, apoyado por el don del Espíritu Santo en el momento del testimonio, Jesús, solicitado por la petición de un anónimo, pone en guardia contra el peligro de la avaricia y confirma su enseñanza con una parábola sencilla e iluminadora al mismo tiempo.

       La petición del anónimo tiene que ver con un problema que nos afecta a todos de cerca y que, con frecuencia, provoca disensiones y disidencias entre hermanos: «Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia» (v. 13). Pero Jesús se niega a responder (v. 14), porque su misión tiene que ver con algo bien distinto: en efecto, no ha venido a resolver nuestros problemas sociales, sino a enseñarnos a vivir nuestras relaciones sociales para entrar en la vida eterna. La respuesta de Jesús, además de contener una negación implícita, expresa asimismo una enseñanza sapiencial, bien conocida en toda la Biblia, que pone en guardia contra la avaricia, contra todo tipo de avaricia: vicio capital que está siempre al acecho en la vida de toda persona. La enseñanza de Jesús recae, como es obvio, sobre la relación entre riqueza y pobreza o, mejor aún, sólo sobre la riqueza considerada como posible peligro para una vida humana y cristiana digna de este nombre: «Aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas» (v. 15).

       La parábola (w. 16-21) viene a ilustrar el mismo tema. Resulta bastante estimulante el soliloquio inicial en el que el hombre rico, protagonista de la parábola, se muestra necio en sus palabras y, por consiguiente, en sus opciones de vida. Propiamente hablando, aquí no se pone de relieve la pecaminosidad de su comportamiento, sino más bien la futilidad, la estupidez de su desvivirse y de poner su confianza sólo en lo que ha acumulado.

       Igualmente iluminadora es la intervención final de Dios (v. 20), entendida precisamente como respuesta inmediata y directa a la actitud insensata del hombre rico. Ahora bien, aquí hemos de poner de relieve un punto particular: la estupidez de ese hombre consiste de manera especial en el hecho de que no ha pensado en lo que le sucederá después de la muerte. Ha pensado en explotar sus riquezas sólo para la vida presente y no ha considerado la posibilidad de obtener beneficios de ellas también para la vida futura.

       Desde esta perspectiva, resulta extremadamente importante y decisiva la conclusión de esta página evangélica, que tiende a aplicar a cada uno de nosotros la puesta en guardia de Jesús y el significado de la parábola. Hemos de señalar en particular que «hacerse rico ante Dios» (v. 21), según Lucas, no es otra cosa más que dar limosna (Lc 11,41) y hacerse un tesoro inagotable junto a Dios (Lc 12,33).

 

MEDITATIO

       El apóstol Pablo nos recuerda, en la primera lectura, que Abrahán no vaciló con incredulidad frente a la promesa divina, sino que «dio gloria a Dios». Sin embargo, el cumplimiento de esa promesa andaba muy lejos de la evidencia y el patriarca no tenía ninguna garantía visible de la herencia futura. También el cristiano está llamado a la le. Sin embargo, él sí ha visto en Cristo el cumplimiento de las promesas y puede repetir con el apóstol su profesión de fe: «Sé en quién he creído». Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación, nos invita cada día a la mesa de la Palabra, de su cuerpo y de su sangre. En ella podemos alcanzar de manera abundante la verdadera vida, la alegría, la paz. En efecto, participando en el misterio de su ofrenda es como el hombre se vuelve cada vez más capaz de amar y de dar y, así, de glorificar a Dios.

       Qué bello es pensar, con san Ireneo, que la gloria de Dios es el hombre vivo, o sea, nosotros, cuando, en un mundo aplastado por el odio y por la violencia, nos convertimos en dóciles testigos del amor; cuando, en un mundo asfixiado por el odio y por la violencia, nos convertimos en dóciles testigos del amor; cuando, en una sociedad asfixiada por la búsqueda exasperada del beneficio, tenemos el corazón «en otra parte», «en lo alto», y somos capaces de decir a los hermanos la palabra de esperanza de la que también su corazón tiene sed. Dado que somos habitantes de este mundo, es inevitable que estemos implicados en problemas de herencias o de intereses.

       Qué importante es, pues, sobre todo en esos casos, que el creyente se manifieste «distinto», libre de los criterios mundanos de quienes tienen como único horizonte los bienes de la tierra. Si Abrahán supo ya mirar más allá del presente, cuánto más nosotros, invadidos por el Espíritu del Resucitado, debemos tener el corazón desvinculado de lo que es caduco, habitado por la secreta dulzura que supone ser hijos amados por el Padre, para que el Señor no deba llamarnos «estúpidos» por habernos contentado con lo que no vale y haber olvidado que estamos destinados a la vida eterna.

 

ORATIO

       La caza del tesoro es el juego preferido, la epidemia más extendida, hoy. Loterías compradas como el pan de cada día. Juegos de azar que arruinan a muchas familias. Esposos que se separan para rescatar los miles de millones del divorcio. Padres que olvidan los afectos más entrañables para hacerse un patrimonio. ¿Hasta cuándo, Señor, seguirá atado el hombre a tanta falsedad? ¿Hasta cuándo se negará a comprender que la vida no está atada a los bienes? ¿Hasta cuándo se embriagará con las mentiras de los medios de comunicación, ignorando que quien acumula tesoros para sí no se enriquece ante Dios?

       Sólo quien busca encuentra, sólo quien da recibe, sólo quien rescata con sus propios bienes a un esclavo es libre, sólo quien renuncia a sus comodidades vence la miseria ajena, son quien se muestra solidario con los pobres tendrá cien veces más en esta tierra y, además, la vida eterna.

 

CONTEMPLATIO

       Son muchos los que, tras haber despreciado grandes bienes, sumas ingentes de oro y de plata, así como espléndidas propiedades, se turban a causa de un cortaplumas, de un estilo, de una aguja o de una pluma. Si se hubieran mantenido constantes en la contemplación y en la pureza del corazón, nunca habrían perdido este bien por cosas de nada, cuando habían preferido abandonar las cosas grandes y preciosas antes que incurrir en tal peligro.

       En efecto, hay quienes custodian manuscritos con tanto celo que no toleran que nadie les eche una ojeada o los toque apenas; de este modo, encuentran ocasiones de impaciencia y de ruina precisamente donde deberían aprender a adquirir los bienes de la paciencia y de la caridad.

       Han abandonado todas sus riquezas por amor a Cristo, y conservan, sin embargo, el primitivo apego del corazón a las cosas más triviales, dejándose vencer a menudo por la cólera a causa de ellas. No tienen en ellos la caridad de la que habla el apóstol, y se vuelven por eso estériles e infructuosos.

       Refiriéndose a hechos de este tipo, dice san Pablo: «Si distribuyera todas mis sustancias en alimento a los pobres, si entregara mi cuerpo al hambre y no tuviera caridad, de nada me ayuda» (1 Cor 13,3). De esto se desprende claramente que la perfección no se alcanza de golpe con la desnudez y la privación de todas las riquezas o con el desprecio de los honores, si después carecemos de la caridad, cuyas formas nos describe el apóstol y que consiste únicamente en la pureza del corazón [...].

       En consecuencia, las cosas secundarias, esto es, los ayunos, las vigilias, la soledad, la meditación de la Escritura, debemos referirlas al fin principal, es decir, al de la pureza de corazón que es la caridad; no es justo poner en peligro la virtud fundamental a causa de estas otras cosas.

       En efecto, si ésta permanece íntegra e intacta, nada podrá perjudicarnos, aunque nos veamos obligados a prescindir por necesidad de algo secundario: de nada nos serviría cumplir perfectamente todos los compromisos si nos privamos del bien más importante en vistas al cual debemos hacer todas las otras cosas (Juan Casiano, Conlatio prima, 6ss, París, 1955, pp. 83-85 [edición española: Colaciones, Ediciones Rialp, Madrid 1961]).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Jesús, nuestro Señor, entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación» (Rom 4,25).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       La postura del cristiano frente a la esperanza es compleja y operante. Nosotros no nos alienamos con las esperanzas terrenas y dirigimos nuestros ojos exclusivamente hacia la esperanza eterna, y ni siquiera nos zambullimos en el efímero olvido de la eternidad. No perdemos de vista el hecho de que el Creador ha confiado al hombre el derecho y el deber de dominar la naturaleza y completar la creación, pero tampoco olvidamos que nosotros somos sólo cocreadores y que nuestras esperanzas ahondan sus raíces en la grandeza y en la generosidad del Padre, que nos ha querido a su imagen y semejanza y nos ha hecho partícipes de su naturaleza divina.

       Nuestra esperanza no es ingenua ni tiene miedo de hacer frente a los obstáculos. Tiene el coraje suficiente para mirarlos de cerca y se esfuerza por superarlos contando con sus propias fuerzas, sin olvidar, no obstante, que el Hijo de Dios se hizo hombre y ha comenzado ya la obra de liberación del hombre, y que a nosotros nos corresponde completarla con la ayuda de Dios. ¿Es acaso una audacia excesiva, un sueño irrealizable, una esperanza vana, pensar en «la esperanza de una comunidad mundial»? Pues sí, ciertamente, es una audacia, es un sueño. Una audacia y un sueño que, sin embargo, según la decisión y el realismo con los que seamos capaces de afrontar los obstáculos que se levanten en el camino, podrán transformarse de esperanza en realidad [...].

       Cuando esperar nos parezca absurdo o ridículo, acordémonos de que, en la evolución creadora, el hombre brotó de un pensamiento de amor del Padre, ha costado la sangre del Hijo de Dios y es objeto permanente de la acción santificadora del Espíritu Santo (H. Cámara, Conferencia pronunciada en Winnipeg el 13 de enero de 1970, en La documentación catholique del 1 de marzo de 1970, pp. 221 ss y 224).

 

 

Día 23

Martes de la 29ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 2,12-22

Hermanos: recordad

12 que en otro tiempo estuvisteis sin Cristo, sin derecho a la ciudadanía de Israel, ajenos a la alianza y su promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.

13 Ahora, en cambio, por Cristo Jesús y gracias a su muerte, los que antes estabais lejos os habéis acercado.

14 Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba.

15 Él ha anulado en su propia carne la Ley, con sus preceptos y sus normas. Él ha creado en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad, restableciendo la paz.

16 Él ha reconciliado a los dos pueblos con Dios, uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad.

17 Su venida ha traído la buena noticia de la paz: paz para vosotros, los que estabais lejos, y paz también para los que estaban cerca;

18 porque gracias a él unos y otros, unidos en un solo Espíritu, tenemos acceso al Padre.

19 Por tanto, ya no sois extranjeros o advenedizos, sino conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios,

20 estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular,

21 en quien todo el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un templo consagrado al Señor,

22 y en quien también vosotros vais formando conjuntamente parte de la construcción, hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, morada de Dios.

 

        *»- El hecho de que los efesios fueran de origen pagano proporciona a Pablo la ocasión para subrayar su situación precedente de gran pobreza por la falta de Cristo. En efecto, no tenerle a él significa «estar lejos» de Dios; tenerle significa estar «cerca» gracias a la sangre que ha derramado por nosotros. Históricamente, pues, los paganos vivían una situación desfavorable respecto a los israelitas: como no pertenecían al pueblo de Dios, no podían participar, en consecuencia, de las promesas (v. 12). El punto focal de la perícopa es la afirmación de que «Cristo es nuestra paz» (v. lss). Es preciso captar el doble sentido de la palabra paz. Por una parte, se trata de la abolición de aquello que, en lo tocante a la Ley, separaba a judíos y paganos. Por otra, es la paz de todo hombre con Dios, entendida como una reconciliación que tiene lugar por el hecho de que ha sido eliminado el pecado.

Es Cristo -él solo- quien ha llevado a cabo tanto una como otra paz. Verdaderamente, la separación era una enemistad tan profunda que formaba como un «muro» que separaba al hombre de Dios y a los hombres entre ellos. La observancia de la Ley, caída en un ciego legalismo formalista, impedía la obediencia a Dios de una manera sustancial; esa obediencia es ahora posible por la pacificación que tiene lugar con la encarnación del Verbo y el rescate de su muerte en la cruz. En virtud de esta paz nuestra nace el «hombre nuevo» (v. 16). El camino, tanto para los que proceden del paganismo como para los que fueron israelitas, es ahora un sereno ir al Padre con la fuerza unificadora del Espíritu.

Pablo coloca, a continuación, la premisa de nuestra identidad como Iglesia. Ahora somos «conciudadanos dentro del pueblo de Dios; [...] familia de Dios» (v. 19), sólidamente «edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas» (v. 20). Nuestra piedra angular es Jesús. De él nos viene la posibilidad de evolucionar espiritualmente hasta llegar a ser, caminando con los hermanos, verdadero templo de Dios, su morada por intervención del Espíritu.

 

Evangelio: Lucas 12,35-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

35 Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas.

36 Sed como los criados que están esperando a que su amo vuelva de la boda, para abrirle en cuanto llegue y llame.

37 Dichosos los criados a quienes el amo encuentre vigilantes cuando llegue. Os aseguro que se ceñirá, los hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirlos.

38 Si viene a media noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.

 

       **• Esta página evangélica contiene una advertencia (w. 35ss), una bienaventuranza (w. 37a.38) y una promesa (v. 37b). No es difícil captar el mensaje correspondiente, a condición de mantener íntimamente unidas las tres partes de la enseñanza de Jesús.

       La advertencia tiene que ver con la vigilancia expectante, que conocerá ulteriores desarrollos en la liturgia de la Palabra de los próximos días. La doble imagen de la cintura ceñida y de las «lámparas encendidas» no es más que una invitación a asumir actitudes que estén de acuerdo con la vigilancia: un deber imperioso e ineludible para todos, puesto que el Señor está cerca, porque «el que viene» está a punto de llegar. Las parábolas contenidas en este capítulo y en el siguiente pueden ser caracterizadas como las «parábolas de la inminencia escatológica»: en ellas vibra, en efecto, un sentido de inmediatez y de espontaneidad que, lejos de crear incertidumbre, suscita más bien espera y confianza. El mensaje que de ahí se sigue es obvio: es preciso estar preparado, porque la hora escatológica está a punto de sonar.

       La bienaventuranza a la que se alude está íntimamente ligada al relato parabólico: es la bienaventuranza de quien, teniendo plena conciencia de su condición de criado, mantiene con fidelidad una actitud de vigilancia durante la espera. Esa bienaventuranza está confirmada cuando la parábola, al llegar a su término, describe el retorno del amo y su encuentro con los criados vigilantes.

       Así pues, es menester permanecer vigilantes por una primera razón, que consiste en el hecho de no conocer con exactitud la hora en la que volverá el amo. Pero la segunda razón es todavía más importante, y consiste en la gran promesa que formula Jesús a sus siervos buenos y fieles: «Os aseguro que se ceñirá, los hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirlos» (v. 37b). Es la promesa de la comunión plena y definitiva entre los siervos y su amo, entre Dios y aquellos que viven con la perspectiva del gran encuentro.

 

MEDITATIO

       «Cada hombre es Adán, cada hombre es Cristo.» Podemos recordar estas palabras de san Agustín mientras volvemos a saborear el célebre texto del apóstol Pablo, base y fundamento de la reflexión teológica sobre el pecado, del que hemos puesto de relieve sólo un aspecto particular, existencial, aunque no por ello menos importante.

       En cada uno de nosotros revive siempre el conflicto entre el hombre viejo y el hombre nuevo. Y no sólo esto, sino que se manifiesta también el desenlace de su contraposición, no circunscribible ya a la persona particular, sino que se refiere por necesidad a una multitud de hermanos. En este choque, es esencial dejar que Cristo more en nosotros realmente. Así, gracias a él, nuestro combate individual -ese que nadie puede librar por nosotros- puede obtener la victoria. Del mismo modo que el Hijo venció al pecado y a la muerte con su adhesión a la voluntad del Padre, así también nuestra relación de obediencia a Dios desprende salvación y gracia para los otros, los de cerca y los de lejos, conocidos y desconocidos.

       Es ésta una verdad que debemos tener presente con gozosa conciencia: la apuesta de nuestra vida es muy grande. De nuestra apertura al don de Dios dependen la paz, la alegría y la gracia de muchos hermanos. Ahora bien, ¿cómo hacer para mantener viva la conciencia del compromiso ligado a nuestra adhesión a Dios? El evangelio nos invita a la vigilancia, a mantenernos siempre despiertos. El aburrimiento y el torpor nacen del sentimiento de estar vacíos, de sentirnos inútiles.

       En la vida del creyente no hay ningún momento o situación en los que no pueda amar y dar al prójimo una mirada de bondad, la ofrenda de un sufrimiento. Y poniéndonos ante el Crucificado es como podemos alcanzar la fuerza y la audacia para entrar no en la rebelión del viejo Adán desobediente, sino en el movimiento de confiado abandono del Hijo obediente usque in finem, hasta el fin.

 

       ORATIO

Tú eres gracia cuando me eliges por lo que soy y no por lo que valgo: tu gracia, Señor, es siempre gratuita. Tú eres gracia cuando tomas la iniciativa de amarme y no esperas mis tímidos avances: tu gracia, Señor, me previene y me sorprende siempre. Tú eres gracia cuando te manifiestas históricamente en el espacio y en el tiempo a través de acontecimientos, personas, cosas: tu gracia, Señor, se muestra siempre perceptible, concreta.

       Tú eres gracia cuando te dejas entrever y saborear en el sentido de esplendor, de patriotismo y de alegría, de belleza, de gratuidad y de perdón: tu gracia, Señor, es siempre una experiencia gratificante.

       Tu gracia seduce, porque, con tu ternura y compasión, con tu lealtad y fidelidad, vences el pecado y mis debilidades. Tu gracia, Señor, es siempre un don, puro don.

 

CONTEMPLATIO

       «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón» (Sal 94,8). Este «hoy» se extiende a cada nuevo día, mientras que se diga «hoy». Es un hoy que, como nuestra capacidad de aprender, dura hasta la consumación final. Así, el verdadero hoy, el día sin fin de Dios, vendrá a coincidir con la eternidad. Obedezcamos, pues, siempre a la voz del Verbo de Dios, porque este hoy es imagen eterna de la eternidad; más aún, el día es símbolo de la luz, y la luz de los hombres es el Verbo, en el que nosotros vemos a Dios [...].

       El Señor, puesto que ama a todos los hombres, les invita «al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4), y es él mismo quien les envía el Paráclito. ¿En qué consiste este conocimiento? En la piedad, es decir, en vivir conscientemente la propia relación con Dios. «Y la piedad es útil para todo», según san Pablo, «porque posee la promesa de la vida presente y de la vida futura» (1 Tim 4,8) [...]. Para asemejar el hombre a Dios, en la medida en que ello es posible, esta piedad nos da un maestro adecuado: Dios, que es el único que puede imprimir en el hombre, según su mérito, la semejanza divina.

       El apóstol, que tiene la experiencia de esta obra divina de educación, escribe a Timoteo: «Desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras, que te guiarán a la salvación por medio de la fe en Jesucristo» (2 Tim 3,15). Y son verdaderamente sagrados estos textos que santifican y divinizan. Sus letras y sus sílabas sagradas forman las obras que el mismo apóstol, en el mismo pasaje, llama «inspiradas por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer el bien» (2 Tim 3,16ss). Las exhortaciones de los otros santos no podrían tener en absoluto la misma eficacia que las del Señor: él es verdaderamente quien ama al hombre, y su única obra es la salvación del mismo (Clemente de Alejandría, Protréptico, 9, París 1949, pp. 151-156 [edición española: Protréptico, Gredos, Madrid 1994]).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pero cuanto más se multiplicó el pecado, más abundó la gracia» (Rom 5,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       El pecado es fuente de esclavitud: «Todo el que comete pecado es esclavo del pecado» (Jn 8,34). La experiencia cotidiana del hombre constata desde siempre esta límpida y neta afirmación de Cristo. Empezamos a pecar por curiosidad (en ocasiones incluso por vanidad); continuamos por debilidad y por hábito; acabamos pecando por desesperación, porque ahora ya no conseguimos romper las cadenas. Llegados a este punto, nos persuadimos de que el pecado no existe; sólo hay tabúes que debemos derribar o, al menos, superar. De este modo, el hombre, creyendo afirmarse como libre señor de su propia vida, se vuelve el hazmerreír de las fuerzas del mal.

       Para el Evangelio, el único pecado del que debe ocuparse el hombre es el suyo; en cuanto al de los otros, Jesús nos recomienda que no lo juzguemos. Para el Evangelio, la fuente del mal es el corazón del hombre: del corazón, es decir, del misterio de nuestra personalidad interior y del uso injusto de nuestra libertad, proceden todas las iniquidades, toda avidez, las corrupciones y las locuras que convierten la tierra en un lugar donde casi no parece posible vivir. Diríase incluso que, para el hombre moderno, el pecado parece que ya no existe o que, en todo caso, lo considera un fenómeno irrelevante. Sin embargo, el Evangelio continúa llamando a las cosas por su nombre. El pecado, para el Evangelio, es una realidad triste y universal. Es una calamidad tal que, si no intervienen el arrepentimiento y el perdón, tiene como desenlace la condenación eterna. Es tanta su gravedad que el Hijo de Dios acabó en la cruz para liberarnos de él.

       El Señor me salva de mi pecado, concediéndome la gracia inesperada de empezar siempre de nuevo el intento de llevar una vida inocente. Ante nuestra fragilidad debemos redescubrir, por un lado, la plena y efectiva responsabilidad que nos viene de nuestra naturaleza de criaturas libres y dueñas de sus actos y, por otro, el poder de la gracia de Cristo, que es capaz de darnos la fuerza que nosotros no poseemos por nosotros mismos. Se trata, en suma, de reafirmar nuestra libertad, aunque como «libertad redimida» (G. Biffi, La meraviglia dell'evento cristiano, Cásale Monf. 1996, pp. 307-309 passim).

 

 

Día 24

Miércoles 29ª semana del Tiempo ordinario o día 24 de octubre, conmemoración de

San Antonio María Claret

 

Antonio María Claret nace el 23 de diciembre del 1807 en Sallent, Barcelona. Después de los estudios primarios en su pueblo natal, sus padres lo mandan a estudiar a la capital para que en el futuro perfeccionara y acrecentara la industria textil de la familia. Pero Tonet siente otras inquietudes. El mismo decía: «El continuo pensar en máquinas y talleres me tenía agobiado...  Cuando iba a misa, tenía más máquinas en la cabeza que santos en los altares». A los 21 años decide ingresar en el seminario de Vic y es ordenado sacerdote en 1835. Su inquietud misionera le lleva a Roma para ingresar en la Congregación de la Propagación de la Fe. Á causa de una repentina enfermedad, regresa a Barcelona. Comienza su labor pastoral en una parroquia, pero lo suyo es evangelizar toda la comarca, a ejemplo de Jesús. Se da cuenta de que no basta predicar con la palabra hablada y se dedica también a la palabra escrita. Tras predicar por Cataluña, Canarias, Cuba y en el palacio de la reina Isabel II, muere con fama de santidad en un monasterio cisterciense. Pío XII lo declaró santo el 7 de mayo de 1950.

 

  

LECTIO

Primera lectura: Efesios 3,2-12

Hermanos:

2 Os supongo enterados de la misión que Dios en su gracia me ha confiado con respecto a vosotros:

3 se trata del misterio que se me dio a conocer por revelación y sobre el que os he escrito brevemente más arriba.

4 Por su lectura podréis comprobar el conocimiento que yo tengo del misterio de Cristo,

5 un misterio que no fue dado a conocer a los hombres de otras generaciones y que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas;

6 un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del Evangelio,

7 del que la gracia y la fuerza poderosa de Dios me han constituido servidor.

8 A mí, el más insignificante de todos los creyentes, se me ha concedido este don de anunciar a las naciones la insondable riqueza de Cristo

9 y de mostrar a todos cómo se cumple este misterioso plan, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todas las cosas.

10 De esta manera, los principados y potestades que habitan en el cielo tienen ahora conocimiento, por medio de la Iglesia, de la múltiple sabiduría de Dios,

11 contenida en el plan que desde la eternidad proyectó realizar en Cristo Jesús, Señor nuestro.

12 Mediante la fe en él y gracias a él, nos atrevemos a acercarnos a Dios con plena confianza.

 

**• Antes de dejar que se convierta en oración la profunda meditación del capítulo precedente, se abre Pablo confidencialmente a sus destinatarios. Le concede una gran importancia a decir cuál es el ministerio que Dios le ha confiado: anunciar el misterio de Cristo a los paganos.

Pablo es consciente de la grandeza del designio de Dios, que sólo ahora, en Cristo, se ha manifestado del todo. Por eso anuncia a los efesios y celebra la eficacia de un poder que no viene de él, sino de la insondable riqueza de Cristo (v. 8). Los cristianos de Éfeso están llamados, precisamente como los judíos, a formar el mismo cuerpo místico de Jesús que es la Iglesia, a participar en las mismas promesas divinas, en la misma herencia, que es la vida eterna en la alegría. Sí, Pablo llama también a los paganos, a todos los hombres, por voluntad del Altísimo, a gozar de la magnanimidad de un Dios en el que, desde siglos, estaba escondido el misterio de la salvación total que ahora, precisamente a él, el más pequeño (= «ínfimo»: v. 8) entre los santos, o sea, entre los creyentes, le corresponde anunciar como pleno cumplimiento de las antiguas promesas de Dios.

        La inagotable riqueza del misterio de Cristo, expresado por su Iglesia, no corresponde, en efecto, sólo a los hombres; es mucho más amplio. Hasta las realidades angélicas (principados, potestades) están implicadas en orden a la múltiple sabiduría (v. 10) de un Dios que, justamente a través del misterio de su Hijo -encarnado, muerto y resucitado por nosotros-, guía la historia de la salvación. Precisamente esta realidad -concluye Pablo crea en nosotros el coraje de una fe auténtica que se convierte en plena confianza en el Señor.

 

Evangelio: Lucas 12,39-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

39 Tened presente que, si el amo de la casa supiera a qué hora iba a venir el ladrón, no le dejaría asaltar su casa.

40 Pues vosotros estad preparados, porque a la hora en que menos penséis vendrá el Hijo del hombre.

41 Pedro dijo entonces: -Señor, esta parábola ¿se refiere a nosotros o a todos?

42 Pero el Señor continuó: -Vosotros sed como el administrador fiel y prudente a quien el dueño puso al frente de su servidumbre para distribuir a su debido tiempo la ración de trigo.

43 ¡Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!

44 Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

45 Pero si ese criado empieza a pensar: «Mi amo tarda en venir», y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a emborracharse,

46 su amo llegará el día en que menos lo espere y a la hora en que menos piense, lo castigará con todo rigor y lo tratará como merecen los que no son fieles.

47 El criado que conoce la voluntad de su dueño pero no está preparado o no hace lo que él quiere, recibirá un castigo muy severo.

48 En cambio, el que sin conocer esa voluntad hace cosas reprobables, recibirá un castigo menor. A quien se le dio mucho, se le podrá exigir mucho; y a quien se le confió mucho, se le podrá pedir más.

 

       *•• Las exhortaciones de Jesús dirigidas ahora a sus discípulos sacan a la luz la responsabilidad de todo creyente frente a la novedad del Evangelio y a sus instancias prácticas. Según el Maestro, el verdadero discípulo no sólo debe vigilar mientras espera, sino que debe conservarse fiel a lo que ha prometido, hasta que el Señor vuelva. Dice en efecto: «Tened presente» (v. 39a). Se trata, pues, de un discernimiento que sólo es posible practicar si la fe, junto a la razón, se convierte en fuente de luz para nuestro camino. Saber no lo es todo, pero, a buen seguro, es una condición indispensable para estar dispuesto todo el tiempo que haga falta.

       En medio del fragmento aparece una extraña pregunta de Pedro (cf. v. 41), que sirve de introducción a la parábola del administrador fiel y prudente. También éste, sin embargo, en un determinado momento, contempla la posibilidad de un olvido y de una falta de atención. La fidelidad y la prudencia parecen ser las dos cualidades que Jesús quiere recomendar a todos, pero sobre todo a sus discípulos. Al mismo tiempo, deja claro de una manera inequívoca la seriedad y el dramatismo del seguimiento evangélico. De ahí que, por una parte, resuene una bienaventuranza consoladora: «¡Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!» (v. 43); con ella quiere exhortar el Señor a la fidelidad, pero, al mismo tiempo, enuncia la promesa de una comunión definitiva. Por otra parte, resuena la amenaza de un castigo severo para todo el que no se mantenga fiel y activo en la espera. Ésos serán contados entre «los que no son fieles» (v. 46).

       Los dos últimos versículos del fragmento evangélico son característicos de Lucas: en ellos se complace en acentuar la relación entre conocimiento y castigo (cf. asimismo 19,11-28) y aplica este juicio a los responsables de la comunidad.

 

MEDITATIO

       Atosigados como estamos por tantos problemas, por las mil urgencias que nos acosan en nuestra vida diaria, la Palabra de Dios nos llama a lo esencial, a fijar sobre nosotros mismos una mirada serenamente consciente de lo que Dios ha hecho por nosotros y de nosotros. San Pablo nos recuerda que somos «muertos que habéis vuelto a la vida», habitados por la fuerza y por el poder de Cristo resucitado, llamados a ofrecernos a nosotros mismos a Dios con alegría y gratitud en todo lo que llevemos a cabo, para que verdaderamente, tanto si comemos como si dormimos, seamos del Señor y nada sea extraño a este horizonte de pertenencia que enriquece y embellece nuestra existencia. Cuanto más hayamos experimentado en nosotros mismos y en los otros -tal vez en personas que nos son particularmente queridas o familiares- qué verdad es que el pecado somete y esclaviza al hombre hasta matarlo, tanto más se dilatará nuestro corazón en el servicio a Dios con alegría. Ay de nosotros si, como el siervo de la parábola, pensamos que el amo «tarda en venir». Nuestro amado Señor y Maestro está con nosotros para que vivamos con su gracia, de manera conforme a la vida nueva que él nos ha dado, y lleguemos a ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. El camino -es siempre san Pablo el que nos lo indica- es la obediencia de corazón a la enseñanza de Jesús. Es un camino que va desde la escucha de la Palabra a la fracción del pan de la caridad juntos, desde el reconocimiento de Cristo presente en los pequeños y en los pobres al servicio generoso a los hermanos del que todos somos personalmente responsables. Es seguro que se nos pedirá cuentas de lo mucho que hemos recibido, pero sabemos también que el que nos juzgará será aquel que murió por amor a nuestro amor.

 

ORATIO

Señor y Padre mío,

que te conozca y te haga conocer,

que te ame y te haga amar,

que te sirva y te haga servir,

que te alabe y te haga alabar

por todas las criaturas.

(Del padre Claret.)

 

CONTEMPLATIO

Inflamados por el fuego del Espíritu Santo, los misioneros apostólicos han llegado, llegan y llegarán hasta los confines del mundo, desde uno y otro polo, para anunciar la Palabra divina; de modo que pueden decirse con razón a sí mismos las palabras del apóstol san Pablo: nos apremia el amor de Cristo.

El amor de Cristo nos estimula y apremia a correr y volar con las alas del santo celo. El verdadero amante ama a Dios y a su prójimo; el verdadero celador es el mismo amante, pero en grado superior, según los grados de amor; de modo que, cuanto más amor tiene, por tanto mayor celo es compelido. Y si uno no tiene celo, es señal cierta de que tiene apagado en su corazón el fuego del amor, la caridad. Aquel que tiene celo desea y procura, por todos los medios posibles, que Dios sea siempre más conocido, amado y servido en esta vida y en la otra, puesto que este sagrado amor no tiene ningún límite.

Lo mismo practica con su prójimo, deseando y procurando que todos estén contentos en este mundo y sean felices y bienaventurados en el otro; que todos se salven, que ninguno se pierda eternamente, que nadie ofenda a Dios y que ninguno, finalmente, se encuentre un solo momento en pecado. Así como lo vemos en los santos apóstoles y en cualquiera que esté dotado de espíritu apostólico.

 

ACTIO

Imitando la devoción de los claretianos a la Virgen María, repetir con ellos: «Inmaculado Corazón de María, en vos confío».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Parábola del aprendiz de brujo Una meditación en tomo a la posmodernidad.

Cuenta esta historia que un ¡oven aprendiz, en ausencia de su sabio maestro, puso en funcionamiento el artefacto inventado. El funcionamiento fue perfecto. Aquella maquinaria prodigiosa, en justa exhibición del talento que la había creado, iba destrozando todo lo que encontraba a su alrededor. La angustia del joven aprendiz fue creciendo más y más por no saber desactivar los mecanismos que detuvieran el invento. Las consecuencias de aquella curiosidad imprudente y la moraleja de la historia son fáciles de sacar.

Algo parecido le sucede al joven posmoderno. Por un lado se considera heredero de un ingente legado de posibilidades que le posibilitan vivir con el menor esfuerzo. Ahora bien, el manual de instrucciones no se tiene ni se sabe interpretar o no se leen las contradicciones. Aquí está la danza maravillosa de la posmodernidad: los jóvenes disfrutan de todo lo que no se han esforzado en producir, pero también padecen sus más duras consecuencias. (De las fábulas del padre Claret.).

 

 

Día 25

Jueves de la 29ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 3,14-21

Hermanos:

14 Doblo mis rodillas ante el Padre,

15 de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra,

16 para que, conforme a la riqueza de su gloria, os robustezca con la fuerza de su Espíritu, de modo que crezcáis interiormente.

17 Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que viváis arraigados y fundamentados en el amor.

18 Así podréis comprender, junto con todos los creyentes, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad

19 del amor de Cristo, un amor que supera todo conocimiento y que os llena de la plenitud misma de Dios.

20 A Dios, que tiene poder sobre todas las cosas y que, en virtud de la fuerza con la que actúa en nosotros, es capaz de hacer mucho más de lo que nosotros pedimos o pensamos,

21 a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por siempre y para siempre. Amén.

 

**• Pablo nos anunciaba ayer las maravillas del misterio del amor de Dios que, escondido durante siglos, ha sido revelado en Cristo. Hoy, del asombro que ejercía sobre él este misterio brota una vibrante oración de amor. El apóstol cae de rodillas ante el Padre, origen de toda familia en el cielo y en la tierra (v. 15), y le pide que los cristianos de Efeso sean robustecidos con poder en su interior por el Espíritu Santo (v. 16). Pablo pide en sustancia que su fe sea auténtica y vigorosa, para que Cristo habite en sus corazones y, por esta razón, pueda crecer en ellos el elemento típico y fundador de la pertenencia a Dios en Cristo Jesús: la caridad.

Pablo sabe que sólo los que están «arraigados y fundamentados en el amor» (v. 17), en comunión con los otros creyentes, se encuentran en condiciones de comprender «la anchura, la longitud, la altura y la profundidad» del amor que supera con mucho toda medida y categoría humanas (v. 18). Y es que, efectivamente, es por Dios y con la energía de Dios como podemos llevar a cabo nuestra estupenda vocación: la de ser colmados «de la plenitud misma de Dios» (v. 19).

Siempre con el impulso de una profunda admiración, Pablo expresa su alabanza a un Dios que tiene el poder de obrar cosas mucho más grandes de lo que requieren nuestras peticiones y nuestras mismas aspiraciones.

Sentimos vibrar en toda la perícopa un conocimiento del misterio de Dios que no es fruto del esfuerzo intelectual, sino de un amor estupefacto, que brota de una actitud profundamente interior y contemplativa.

 

Evangelio: Lucas 12,49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

49 He venido a prender fuego a la tierra; y ¡cómo desearía que ya estuviese ardiendo!

50 Tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y estoy angustiado hasta que se cumpla.

51 ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división.

52 Porque de ahora en adelante estarán divididos los cinco miembros de una familia, tres contra dos, y dos contra tres.

53 El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra.

 

       **• La humanidad está obligada a elegir frente a Cristo. No es posible permanecer indiferente ante su Evangelio y sus «pretensiones» correspondientes. Esto depende sobre todo del radicalismo de la propuesta de salvación que ha venido a traer el Nazareno: una propuesta impregnada de amor, frente a la que es preciso reaccionar por amor.

       «He venido a prender fuego a la tierra» (v. 49): el tono del discurso es autobiográfico. Eso significa que para poder elegir qué hacer y cómo vivir es necesario, antes que nada, resolver el dilema sobre la identidad de Jesús: quien no le reconozca en su verdadera identidad no podrá llevar a cabo decisiones dignas del seguimiento de Jesús. «Un fuego... un bautismo...» (w. 49ss): no se trata del fuego del Espíritu Santo, ni siquiera del fuego del juicio, sino del vivo deseo que alimenta Jesús de pasar por el fuego purificador de su pasión y muerte. Igualmente, Jesús desea pasar a través de ese bautismo de sangre que será su sacrificio en la cruz. Desde esta perspectiva, las imágenes del fuego y del bautismo nos proyectan hacia el final de la vida terrena de Jesús y hacia la cima de su misterio, que culminará con la entrega total de sí mismo al Padre por amor a nosotros.

       Frente al amor que nos ha atestiguado Jesús, es menester reaccionar con amor, y es cosa sabida que el amor, el verdadero, es siempre muy exigente, en ocasiones desgarrador.

       Ésa es la razón de que responder a la llamada evangélica implique, por un lado, dejar y, por otro, tomar. Dejar todo lo que es contrario al Evangelio y a sus exigencias radicales para tomar la única cosa necesaria; es más, la única persona necesaria: Jesús, hijo de Dios y redentor nuestro. La instancia ascética claramente dibujada por este fragmento evangélico tiene que ser leída desde la perspectiva de una vocación propuesta por Jesús a sus discípulos, y vuelta a proponer ahora a todos nosotros.

 

MEDITATIO

       Del fragmento de san Pablo que hemos leído hoy se desprende una clara contraposición entre lo que los destinatarios de la carta eran en un tiempo, cuando eran esclavos del pecado, y lo que son ahora. Es posible que

para nosotros esta realidad no sea tan clara: no hay en nosotros un pasado de impureza y desorden absoluto y un hoy de santidad y justicia, sino un camino de conversión en acto para llegar a ser según el corazón de Dios. Necesitamos ponernos a mendigar a diario la gracia del poder de la cruz, a invocar el don del Espíritu. Si constatamos nuestra lentitud en el camino de conversión, nos tranquiliza la certeza de que Dios es paciente y quiere atarnos a él de un modo cada vez más estrecho, para que podamos saborear qué grande es la libertad que deriva de nuestra pertenencia a él.

       Sí, es paradójico, pero -como atestiguan los santos cuanto más somos poseídos por Dios, tanto más libres estamos de todo. No son éstas realidades comprensibles a la razón: sólo quien las vive las puede reconocer fácilmente. Jesús nos habla en el evangelio de hoy del deseo que le consume de llevar a cabo la misión que le ha dado el Padre, aunque sabe demasiado bien lo que comporta el paso cruento a través de la cruz. Las mismas disposiciones interiores, el mismo anhelo de seguir a Jesús, a cualquier precio, se encuentran en el cristiano que ha adquirido la verdadera libertad haciéndose, por propia voluntad, esclavo de un Dios que es Amor.

 

ORATIO

       Tu bautismo en el Jordán, Señor Jesús, me ha revelado el alcance de tu amor: Hijo de Dios, nacido por nosotros. Tu bautismo de sangre, Señor, me ha redimido por tu amor: fuego purificador de mis culpas. Tu resurrección, Señor, me ha mostrado el poder de tu amor: promesa consoladora de vida eterna. Tu ascensión, Señor, me ha asegurado la plenitud de tu amor: respiración vital y recreadora. Tu pentecostés, Señor, me inunda de tu amor: certeza perenne de luz y calor. Oh Señor, «renueva la faz de la tierra» y también mi vida.

 

CONTEMPLATIO

       El amor se basta a sí mismo, gusta por sí mismo y por su propia causa; es mérito y recompensa de sí mismo. No busca fuera de él ninguna causa ni ningún fruto: su fruto es precisamente amar. Amo porque amo, amo para amar. Es una gran cosa el amor, siempre que se remonte a su principio y, vuelto a su origen, reservado en su fuente, tome siempre de ella para poder fluir de manera perenne. De todos los movimientos del alma, entre todos los sentimientos y los afectos, es el amor el único con el que la criatura puede responder a su Creador, si no de igual a igual, sí al menos de semejante a semejante [...]. El amor del Esposo -o mejor, el Esposo que es amor- sólo pide reciprocidad de amor y fidelidad. En consecuencia, la amada debe amarle a su vez. ¿Cómo podría dejar de amar ella, que es esposa y esposa del Amor? ¿Cómo podría no ser amado el Amor?

       Es justo entonces que, renunciando a todos los otros afectos, se entregue del todo a un único amor, pues a ella le toca corresponder al Amor mismo con amor. En efecto, aunque se derrame toda en amor, ¿qué proporción habrá en este amor suyo y el perenne manar de la fuente del mismo? No cabe la menor duda de que el flujo del amor no brota con la misma riqueza de quien ama y de aquel que es el Amor, del alma y del Verbo, de la esposa y del Esposo, del Creador y de la criatura: la abundancia de la fuente no es, a buen seguro, la del sediento.

       ¿Entonces? ¿Será, pues, vano, desaparecerá por completo el deseo de la que espera las nupcias? La aspiración de quien espera, el ardor del amante, la confianza de quien espera, ¿se verán decepcionados porque la esposa no pueda correr con el paso de un gigante, contender en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en candor con el lirio, en luminosidad con el sol, en amor con aquel que es Caridad? No. En efecto, aunque la criatura ame menos porque es más pequeña, puede amar a pesar de todo con todo lo que es, y donde está el todo, nada falta. Por eso, como he dicho, amar así es una verdadera unión nupcial (Bernardo de Claraval, Sermones super Cántica Canticorum, Sermo LXXXIII, Roma 1958, II, pp. 300-302).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ahora, en cambio, hemos sido liberados del pecado y convertidos en siervos de Dios» (cf. Rom 6,22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       «Cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8). Si el amor cristiano tiende a la imitación de Cristo, esta verdad primordial sobre la que se fundamenta todo el cristianismo no puede ser ignorada. El «prójimo», el más cercano a Cristo, es el más alejado. El Señor nos hace advertir, en el marco inequívoco que nos proporciona del juicio final (Mt 25), que detrás de este «alejado» que tiene hambre y sed, que está desnudo, enfermo, prisionero, es a él a quien encontramos, escondido a pesar de ser alcanzable, sin ser notado a pesar de ser experimentado en verdad. Ahora bien, cuando el Señor vino a buscar a los hombres, a amarlos, cuando dio la vida para volver a llevarlos a casa, el prójimo no era a buen seguro para él sólo un alma perdida, un hombre entre tantos. El amor no puede amar más que el amor. El amor de Dios, que invade todo el mundo y pasa por todos los extravíos, no puede amar más que a Dios. Cuando el Hijo pasa del Padre al mundo para ir a buscar a su enemigo y llevarle el amor del que éste carece, debe ver, a través de él, en él, a Dios: debe ver al Padre, que ha creado a este hombre, lo ha formado a su imagen y semejanza, le ha amado, llamado y marcado con una marca indeleble: la señal de la pertenencia al Hijo, al Verbo, a la redención y a la Iglesia [...].

       La exigencia de que el amor no se detenga en el hombre, aunque sea en el más miserable, el más necesitado de amor, es lo que distingue el amor cristiano de todo tipo de humanitarismo puramente terreno. Es un amor dirigido a Dios a través del hermano: Dios en sí mismo y Dios para nosotros en Cristo y en la Iglesia. Y no puede ser más que así, porque el amor divino, el amor que viene de Dios, es infinito, y por eso debe extenderse hasta el mismo Dios [...]. Al amor cristiano no se le pide ciertamente descubrir a Cristo, como en una especie de juego del escondite, «detrás» del hermano extranjero que «representaría» a Cristo, o incluso que ame a Cristo «en el puesto» del hermano, de modo que se instaure entre ambos un oscuro mecanismo de sustitución. Basta con que el cristiano ame a su hermano junto con Cristo: así lo amará con referencia al Padre (H. U. von Balthasar, Die Gottesfrage des heutigen Menschen, Viena 1956, pp. 208ss; 212-214 [edición española: El problema de Dios en el hombre actual, Ediciones Cristiandad, Madrid 1966]).

 

 

 

Día 26

Viernes de la 29ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,1-6

Hermanos:

1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados.

2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor.

3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu.

4 Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados;

5 un solo Señor, una fe, un bautismo;

6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.

 

**• Si hasta aquí el tono de la carta era el de un admirado asombro contemplativo, desde esta perícopa en adelante prevalece el tono de la exhortación. Pablo se presenta como «el prisionero por amor al Señor» (v. 1), cuya autoridad deriva no sólo de ser apóstol, sino de haber aceptado también las «cadenas» (6,20), obedeciendo lo que puede exigir la vocación cristiana.

Su invitación no obedece a situaciones particulares de los destinatarios, sino que va dirigida al cristiano en cuanto tal, sin que importe la condición sociopolítica y temporal a la que pertenezca. Responde, por consiguiente, también a nuestras condiciones y a las exigencias de nuestros días. Se trata, ante todo, de la invitación a dar una respuesta plena y coherente a la belleza y nobleza de la vocación que acaba de describir.

Es interesante señalar que las cualidades de una vida comprometida con la realización de esta vocación están ordenadas a la unidad. La humildad, la amabilidad, la paciencia, la aceptación recíproca y cordial (v. 2), son elementos absolutamente necesarios para hacer este camino que es, a renglón seguido, obra de unificación perseguida por el Espíritu, en cada uno y en todos, en todos los ámbitos: el personal, el comunitario y el eclesial.

El apóstol insiste en este fascinante tema del «uno», pero, a diferencia de los filósofos neoplatónicos, lo hace en clave trinitaria. Uno es «el cuerpo» místico (la Iglesia), una es «la esperanza» -horizonte de luz abierto en nosotros por la llamada-, uno es «el bautismo» y una «la fe»; uno es, a continuación, «el Señor» Jesús, uno es «el Espíritu» y uno solo «el Padre de todos», fuente de amor que obra en todos y por medio de todos. La unidad en la Trinidad es fundamento y exigencia de la unidad visible, práctica a la que deben tender los cristianos bajo todos los cielos y en cualquier época.

 

Evangelio: Lucas 12,54-59

En aquel tiempo,

54 Jesús se puso a decir a la gente: -Cuando veis levantarse una nube sobre el poniente decís en seguida: «Va a llover», y así es.

55 Y cuando sentís soplar el viento del sur, decís: «Va a hacer calor», y así sucede.

56 ¡Hipócritas! Si sabéis discernir el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis discernir el tiempo presente?

57 ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?

58 Cuando vayas con tu adversario para comparecer ante el magistrado, procura arreglarte con él por el camino, no sea que te arrastre hasta el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel.

59 Te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.

 

       *•• Jesús se dirige «a la gente»: a todos incumbe, en efecto, el deber de saber discernir «el tiempo presente» (v. 56), que es un tiempo providencial y dramático; a todos concierne saber juzgar «lo que es justo» (v. 57), o sea, lo que en su vida está de acuerdo o no con la voluntad de Dios. El presente discurso sobre «los signos de los tiempos» no hemos de considerarlo, por consiguiente, como abstracto o académico; al contrario, Jesús pretende llamar nuestra atención sobre la extrema seriedad de la vida que llevamos, de la historia que estamos viviendo. Se trata de una instancia evangélica que se repite, ésta: quien no la acepta y no se esfuerza en vivirla merece directamente de Jesús el calificativo de «hipócrita».

       No se trata, según Jesús, de una mera incapacidad para leer los «signos de los tiempos»: diríase que en ellos hay una evidencia inmediata que ni siquiera los ciegos pueden negar. Tampoco se trata, aquí, de la actitud pecaminosa de quienes viven como si no existiera Dios o, mejor, como si no hubiera venido Jesús a nosotros y, por consiguiente, como si la luz del Evangelio no iluminara a cada hombre que viene a este mundo. Se trata, más bien, de hipocresía: la actitud de quien ve los signos pero no quiere comprenderlos, esto es, no quiere aceptar su evidencia, ni siquiera quiere dejarse rozar por la luz que éstos desprenden. Los verbos que Jesús usa son «saber», «discernir», «juzgar», y este relieve hace aún más evidente el significado de las parábolas de Jesús. Como es obvio, se trata de los signos que se manifiestan en la vida de Jesús, y no es difícil comprender cuáles son. Ciertamente, los signos de las acciones milagrosas realizadas por él; ciertamente, los signos muy fuertes, en ocasiones, de sus palabras, de algunas de sus palabras; ciertamente, los signos anexos a toda su existencia terrena (vida oculta de Nazaret y vida pública en Palestina). Pero se trata, sobre todo, de ese «signo» que ha sido y sigue siendo todavía la vida de Jesús considerada en su totalidad. Como los profetas de cierto tiempo, también Jesús es una profecía viva, una persona hecha profecía.

 

MEDITATIO

       Pocas páginas como la que nos propone hoy san Pablo son capaces de expresar con un carácter más incisivo el drama que se consuma en el interior de cada creyente. Así es, porque la lucha entre el bien y el mal no se desarrolla sólo fuera de nosotros, sino que llega hasta el interior de cada uno. El hombre se presenta despedazado en lo profundo de su ser entre la atracción del bien, por el que se siente irresistiblemente fascinado como la verdadera patria de su corazón, y del mal que le asedia, le rodea y le seduce con mil apariencias atractivas.

       Pablo, intérprete capacitado de este trasiego, llega a exclamar: «¡Desdichado de mí!», y a sentir todavía con más fuerza el deseo de una paz que aplaque toda disidencia. Ahora bien, el apóstol no se detiene aquí. Va más allá y nos señala la verdadera originalidad del creyente: a él se le concede mirarse y examinarse no bajo un cielo vacío e implacable, sino bajo la mirada de Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Sería desesperante tomar conciencia sólo de nuestros propios desgarros. El hombre de fe advierte con mayor agudeza el drama de su estar dividido, desgarrado, pero sabe también que hay remedio para todo esto, porque ya no está solo. Jesús, nuestra paz, ha venido a ponerse en el corazón de nuestra aventura humana, para que hasta en el fondo del abismo podamos sentirnos como hijos amados. El cristiano, si bien experimenta de una manera muy dolorosa su ser pecador, sabe también que ésta no es la última palabra sobre su condición. En consecuencia, puede y debe dejar brotar de su corazón una plena acción de gracias, porque toda nuestra vida es ahora eucaristía al Padre por medio de Jesucristo.

 

ORATIO

       Piedad, Señor, por mi pereza a la hora de satisfacer las necesidades ajenas; por mi superficialidad, que no es capaz de percibir el llanto de los pobres; por mi tranquilo vivir frente a injusticias incómodas; por tantas palabras inútiles, que se han quedado como vocablos sin corazón.

       Piedad, Señor, por mi orgullo, incapaz de juicios imparciales; por mi intromisión, que ha arrebatado a otros su espacio vital; por haberme servido de las ideas de los otros para manifestar sus debilidades; por haber sido un censor rígido de los fallos ajenos y olvidar los míos de una manera culpable.

       Piedad, Señor, por mis infidelidades cotidianas, por mi ingratitud -que ha tomado por descontado todo bien-, por mi presunción intolerante frente a la desaprobación, por haber pasado junto a quien estaba solo sin hacerme su prójimo. Piedad pido a la humanidad, y a ti, Señor, la libertad.

 

CONTEMPLATIO

       Nadie como san Pablo ha mostrado lo que es el hombre, nadie como él ha puesto de relieve la grandeza de su naturaleza y las capacidades con las que está dotado.

       Cada día se entregaba por completo y hacía frente a los peligros que le asediaban con un coraje siempre renovado, como atestiguan sus mismas palabras: «Olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante» (Flp 3,13). Y frente a la perspectiva de la muerte, invita a los otros a compartir su alegría diciendo: «Alegraos también vosotros y regocijaos conmigo» (2,18). Exulta de nuevo en medio de los peligros, de las injurias y de las humillaciones, y escribe a los corintios: «Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias» (2 Cor 12,10).

       Para Pablo, sólo había que tener miedo y huir de una cosa: ofender a Dios; sólo había que desear una cosa: complacerle. Y no sólo no le atraían los bienes terrenos, sino ni siquiera los bienes eternos. De ahí se deduce qué ardiente era su amor a Cristo. Fascinado por él, no se dejó conquistar por la grandeza de los ángeles y de los arcángeles, ni por ninguna otra cosa. Tenía en sí mismo algo más grande que todo eso: el amor de Cristo. Con este amor se consideraba el más feliz de los hombres. Con este amor prefería estar entre los hombres; más aún, entre los despreciados, antes que estar sin él entre las personas de más autoridad y más honradas. Faltarle este amor habría sido para san Pablo la única verdadera pena, el infierno, el castigo, el mal infinito.

       Todas las cosas de aquí abajo que no le comunicaban este amor le parecían carentes de sentido -ni penosas ni agradables-. Despreciaba todas las realidades visibles, del mismo modo que se hace poco caso de una planta que se marchita. Los pueblos agitados y sus jefes le parecían grandes como insectos. La muerte, los suplicios, los tormentos, le parecían juegos de niños, con tal de sufrir por Cristo. Habría considerado como un premio salir de este mundo para estar con Cristo; permanecer en la carne significaba para él un combate continuo. Sin embargo, eligió precisamente esto, considerándolo necesario para él. Permanecer separado de Cristo representaba para él una lucha y un sufrimiento mucho más pesados que todo lo demás. Estar con él era el final de la lucha, el premio de la fatiga. Y Pablo eligió el combate por amor a Cristo (Juan Crisóstomo, Le lodi di san Paolo, homilía 2, en PG 50, cois. 447-481, passim).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, que es portador de muerte?» Rom 7,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       El cristiano parte de un núcleo inicial: Dios es Palabra, Verbo, Palabra personal del Padre, Palabra creadora, Palabra que es vida y luz para los hombres. Esta palabra se ha hecho carne, es decir, ha penetrado en la criatura humana; carne designa aquí a la criatura en su extrema debilidad, casi ¡unto a los confines de la nada. El sentido de es el hecho inicial es que tal condescendencia tuvo lugar para nuestra elevación, que este empobrecimiento tuvo lugar para enriquecernos, que esta humillación es nuestra más elevada promoción. Aquí se revela una línea constante del obrar de Dios: a él le gusta revestir las cosas más grandes con los vestidos más humildes y modestos. También la ciencia se ha dado cuenta de ello, y para penetrar en el fondo del misterio de la naturaleza ha pasado de la investigación sobre las cosas inmensas a la meditación sobre lo infinitamente pequeño: el átomo. ¡Qué formidable cantidad de energía se libera en pocos segundos del átomo! ¡Qué formidable cantidad de energía emana de la Palabra de Dios, que ha creado el átomo!

       La Palabra de Dios es como el átomo, como la semilla. Bajo su aparente simplicidad y pobreza esconde una complejidad máxima, una capacidad máxima de transformación del hombre y de la vida. La parábola que estamos comentando, tras haber trazado la procedencia, la riqueza, las intenciones de la palabra, presenta su drama: la semilla puede morir, la puede matar precisamente el ambiente que debería haberla hecho vivir. La Palabra de Dios puede ser aniquilada en cada uno de nosotros, orque Dios ofrece sus dones, pero no los impone, porque Dios, que nos ha dado la libertad, ni la retoma ni la pisotea. La libertad, sumo valor, se convierte así en algo que la hace más grande: riesgo, riesgo para el hombre y riesgo para Dios (G. Beviíacqua, La parola ai padre Giulio Beviíacqua, Brescia 1967, pp. 28ss).

 

 

Día 27

Sábado de la 29ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,7-16

Hermanos:

7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

8 Por eso dice la Escritura: Al subir a lo alto llevó consigo cautivos, repartió dones a los hombres.

9 Eso de «subió» ¿no quiere decir que también bajó a las regiones inferiores de la tierra?

10 Y el que bajó es el mismo que ha subido a lo alto de los cielos para llenarlo todo.

11 Y fue también él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas y a otros pastores y doctores.

12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo,

13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.

14 Así que no seamos niños caprichosos, que se dejan llevar por cualquier viento de doctrina, engañados por esos hombres astutos, que son maestros en el arte del error.

15 Por el contrario, viviendo con autenticidad el amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo.

16 A él se debe que todo el cuerpo, bien trabado y unido por medio de todos los ligamentos que lo nutren según la actividad propia de cada miembro, vaya creciendo y construyéndose a sí mismo en el amor.

 

*• Pablo acaba de hablar hace un momento de la belleza y la importancia que tiene sentirnos partícipes de un solo cuerpo, la Iglesia, y ha exaltado la dimensión de la unidad. Ahora, en cambio, despliega su argumentación en favor de la variedad y riqueza de los dones que, distribuidos por Cristo en su ascensión al cielo, quedan personalizados.

El apóstol ejemplifica diciendo que Jesús, después de haber subido por encima de todo para «llenar» -de vida y gracia sobreabundante, como es obvio- todas las cosas, ha llamado a algunos para entregarles el don de constituirles apóstoles, ha llamado a otros para constituirles profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y doctores. Cada uno tiene un don relacionado con su tarea específica, pero todos y todo está ordenado, a continuación, al crecimiento armónico del «cuerpo de Cristo» (v. 12), que es la Iglesia. Los individuos están dotados de su carisma para beneficio de toda la comunidad cristiana. En la medida en que cada uno los administre como es debido, obrando «con autenticidad el amor» (v. 15), todos y cada uno realizarán en «plenitud la talla de Cristo» (v. 13), que procede del tender constantemente a él, «que es la cabeza» (v. 15b).

Pablo subraya la belleza de la consecución de la plenitud de esta talla que procede de vivir de manera solidaria, en beneficio del crecimiento de todo el cuerpo presidido por la caridad. Lo contrario, que el apóstol denuncia y contra lo que pone en guardia, es el desordenado e infantil dejarse llevar por todas las olas y todos los vientos de pensamiento que estén de moda, arrastrados por hombres que obran el engaño con tal astucia que, casi sin que medie pensamiento alguno, lleva al error (v. 14).

También se puede ahondar en este tema de la tensión entre la diversidad y la unidad leyendo 1 Cor 12,4-21, donde Pablo habla de carismas más extraordinarios.

 

Evangelio: Lucas 13,1-9

En aquel tiempo,

1 llegaron unos a contarle lo de aquellos galileos, a quienes Pilato había hecho matar mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían.

2 Jesús les dijo: -¿Creéis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás?

3 Os digo que no; más aún, si no os convertís, también vosotros pereceréis del mismo modo.

4 Y aquellos dieciocho que murieron al desplomarse sobre ellos la torre de Siloé ¿creéis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?

5 Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis igualmente.

6 Jesús les propuso esta parábola: -Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero cuando fue a buscar fruto en la higuera no lo encontró.

7 Entonces dijo al viñador: Hace ya tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. ¡Córtala! ¿Por qué ha de ocupar terreno inútilmente?

8 El viñador le respondió: «Señor, déjala todavía este año; yo la cavaré y le echaré abono,

9 a ver si da fruto en lo sucesivo; si no lo da, entonces la cortarás».

 

       *•• Según un esquema frecuente en Lucas, después de una afirmación de Jesús sigue una ilustración por medio de una parábola. La enseñanza global es la siguiente: los signos de los tiempos deben ser leídos e interpretados no sólo en la vida de Jesús, sino también en nuestra historia, en nuestra vida personal. Sin embargo, es preciso estar en guardia contra el peligro de las pseudolecturas, dictadas más bien por nuestros preconceptos, del mismo modo que los contemporáneos de Jesús se dejaron desviar por una concepción de la retribución personal superada ahora, pretendiendo percibir en algunas calamidades un castigo de Dios dirigido contra los que las han sufrido.

       Se trataba en esta ocasión de la matanza ordenada por Pilato de unos que estaban ofreciendo sus sacrificios en el templo, además del accidente fortuito de «aquellos dieciocho» que murieron aplastados bajo la torre de Siloé. El razonamiento de algunas personas anónimas que fueron a contarle estos hechos a Jesús está totalmente superado ahora: no es que Dios sea justo y se manifieste como tal porque ha castigado a esas personas, demostrando así que eran pecadoras. Jesús rechaza esa interpretación tan mezquina y simplista (cf. asimismo Jn 9,2ss); es más, afirma que esos hombres no eran peores que los otros. La desgracia que se ha abatido sobre ellos es sólo la señal del juicio que incumbe a todos. Se trata, por tanto, de un aviso de Dios dirigido a todos, también a nosotros, para que sepamos interpretar correctamente no los hechos de una historia pasada, sino unos hechos que sirven de contrapunto a la historia presente.

       La invitación de Jesús es, por consiguiente, clara e ineludible: urge convertirse a partir de una lectura inteligente de los signos de los tiempos, de los tiempos en los que vivimos, reconociendo también en ellos la presencia discreta, pero eficaz, de Dios, la presencia escondida, pero real, del Señor resucitado, la presencia de sus testigos. Todas estas presencias son otras tantas luces que iluminan nuestro camino.

 

MEDITATIO

       No acabaremos nunca de leer el capítulo 8 de la Carta a los Romanos... En ella oímos resonar palabras verdaderas, capaces de dar razón del mal que hay en nosotros, pero, sobre todo, de abrirnos a la esperanza en virtud de la maravillosa realidad de nuestra liberación del pecado llevada a cabo por medio de Cristo Jesús. Nosotros estamos ahora bajo el señorío del Espíritu y se nos pide que vivamos según esta nueva modalidad. El Espíritu de Dios, en efecto, no permanece inactivo en nosotros. Somos nosotros quienes, distraídos y superficiales, nos dejamos distraer de la realidad de su presencia, fuente de paz, manantial de alegría, luz que proporciona una sensibilidad nueva para las palabras y los caminos de Dios.

       El Espíritu pone en marcha una fuerza irresistible y suave que nos guía a la verdad completa y nos libera de los vínculos de la «carne». Ponernos cada vez más bajo el suave yugo del Espíritu es el camino de conversión al que estamos llamados. Nos lo recuerda también el fragmento evangélico en el que Jesús nos invita a reflexionar sobre algunos acontecimientos dramáticos. Todo debería impulsarnos  a alcanzar la linfa buena del Espíritu que nos permita dar frutos buenos para nosotros y para los hermanos.

       Nadie, sin embargo, puede sustituirnos en la aceptación de las invitaciones que, continuamente, se nos dirigen para que nos adentremos en alta mar y nos dejemos conducir por el soplo del Espíritu en el gran mar de la libertad y del amor.

 

ORATIO

       «Si no os convertís, también vosotros pereceréis del mismo modo».

       Si la historia humana en su locura homicida que te mata ve sólo un pueblo, la historia divina ve en ese pueblo a todos nosotros. Oh Señor, haz que no pensemos nunca: «Yo soy mejor que los otros».

       Si la historia humana encuentra pocos responsables para el dolor del mundo, para las persecuciones de tantos inocentes, para las penurias de muchos hambrientos, para el horror del odio que reina en diferentes frentes de la tierra, la historia divina nos encuentra en esos pocos a todos nosotros. Oh Señor, haz que no digamos nunca: «Estamos en nuestro sitio».

       Si la historia humana considera que unos pocos malvados son causa de una sonrisa perdida y nunca vista, de una paz sólo soñada a causa de miedos infinitos, de una esperanza truncada por la droga mortífera, de niñas destruidas por la trata inhumana, de vidas radiantes marcadas por la muerte de guerras sin fin, la historia divina reconoce en esos malvados a todos nosotros. Oh Señor, haz que nos convirtamos, para ser testigos tuyos en un mundo que se siente fatigado de amar.

 

CONTEMPLATIO

       Al ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar con amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vinculárselo con su afecto.

       Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador y llamó a Noé padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo tiempo que le instruía piadosamente sobre el presente y le consolaba con su gracia, respecto al futuro. Y no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo de su colaboración encerró en el arca las criaturas de todo el mundo, de manera que el amor que surgía de esta colaboración acabase con el temor de la servidumbre y se conservara con el amor común lo que se había salvado con el común esfuerzo.

       Por eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles, engrandeció su nombre, lo hizo padre de la fe, lo acompañó en el camino, lo protegió entre los extraños, le otorgó riquezas, lo honró con triunfos, se le obligó con promesas, lo libró de injurias, se hizo su huésped bondadoso, lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba: todo ello para que, rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la caridad divina, aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor y no con temor.

       Por eso también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso le incitó a combatir y lo retuvo con el abrazo del luchador, para que amase al padre de aquel combate y no lo temiese.

       Y, asimismo, interpeló a Moisés en su lengua vernácula, le habló con paterna caridad y le invitó a ser el liberador de su pueblo.

       Pero así que la llama del amor divino prendió en los corazones humanos y toda la ebriedad del amor de Dios se derramó sobre los humanos sentidos, satisfecho el espíritu por todo lo que hemos recordado, los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios con sus ojos carnales.

       Pero la angosta mirada humana ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que no abarca todo el mundo creado? La exigencia del amor no atiende a lo que va a ser o a lo que debe o puede ser. El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. El amor no se aquieta ante lo imposible, no se remedia con la dificultad. El amor es capaz de matar al amante si no puede alcanzar lo deseado; va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.

       El amor engendra el deseo, se crece con el ardor y, por el ardor, tiende a lo inalcanzable. ¿Y qué más? El amor no puede quedarse sin ver lo que ama: por eso los santos tuvieron en poco todos sus merecimientos si no iban a poder ver a Dios. Moisés se atreve por ello a decir: Si he obtenido tu favor, enséñame tu gloria. Y otro dice también: Déjame ver tu figura. Incluso los mismos gentiles modelaron sus ídolos para poder contemplar con sus propios ojos lo que veneraban en medio de errores (Pedro Crisólogo, Sermón 147, PL 52, 594ss).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que no pertenece a Cristo» (Rom 8,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Este Espíritu de Cristo, al venir al creyente, a través de los sacramentos, la Palabra y todos los demás medios a su disposición, en la medida en que es acogido y secundado, es capaz de cambiar aquella situación interior que la ley no podía modificar.

       He aquí como sucede esto. Mientras el hombre vive «para sí mismo», o sea, en régimen de pecado, Dios se le muestra inevitablemente como un antagonista y como un obstáculo. Hay, entre él y Dios, una sorda enemistad que la ley no hace más que poner en evidencia. El hombre «ansia» con concupiscencia, quiere determinadas cosas, y Dios es el que, a través de sus mandamientos, le cierra el camino, oponiéndose a sus deseos con los propios: «Tú debes» y «Tú no debes».

       La tendencia a lo bajo significa rebeldía contra Dios, pues no se somete a la Ley de Dios (Rom 8, 7). El hombre viejo se revuelve contra su creador y, si pudiera, querría incluso que no existiera. Basta que - o por culpa nuestra, o por contraposición, o por simple permisión de Dios- nos falte a veces el sentimiento de la presencia de Dios, para descubrir inmediatamente que no sentimos en nosotros más que ira y rebelión y todo un frente de hostilidad contra Dios y contra los hermanos que surge de la antigua raíz de nuestro pecado, hasta ofuscar el espíritu y darnos miedo a nosotros mismos. Y esto hasta que no estemos establecidos para siempre en esa situación de completa paz, en la que -como dice Juliana de Norwich- se está «plenamente contento de Dios, de todas sus obras, de todos sus juicios, contentos y en paz con nosotros mismos, con todos los hombres y con todo lo que Dios ama» (capítulo 49). Cuando, en la situación unas veces de paz y otras de contraposición que caracteriza la vida presente, el Espíritu Santo viene y toma posesión del corazón, entonces tiene lugar un cambio. Si antes el hombre tenía clavado en el fondo del corazón «un sordo rencor contra Dios», ahora el Espíritu viene a él de parte de Dios, le atestigua que Dios le es verdaderamente favorable y benigno, que es su «aliado», no su enemigo; le pone ante sus ojos todo lo que Dios ha sido capaz de hacer por él y cómo no se ha reservado ni a su propio Hijo. El Espíritu lleva al corazón del hombre «el amor de Dios» (cf. Rom 5,5). De esta manera, suscita en él como otro hombre que ama a Dios y cumple a gusto lo que Dios le manda [cf. Lutero, Sermón de Pentecostés, ed. Weimar 12, p. 586ss). Por lo demás, Dios no se limita sólo a mandarle hacer o dejar de hacer, sino que él mismo hace con él y en él lo que manda. La ley nueva que es el Espíritu es mucho más que una «indicación» de voluntad; es una «acción», un principio vivo y activo. La ley nueva es la vida nueva. Por eso, mucho más a menudo que ley, se denomina gracia: ¡Ya no estáis en régimen de ley, sino en régimen de gracia! (Rom 6, 14) (R. Cantaíamessa, La vida en el señorío de Cristo, Edicep, Valencia 1988, pp. 162-163).

 

 

Día 28

30° domingo del tiempo ordinario

 

       San Simón y san Judas.- El evangelista Lucas califica al apóstol Simón de «zelota» (Lc 6,15), probablemente por el hecho de que formó parte del grupo antirromano de los zelotas. Mateo y Marcos, en cambio, le califican de «cananeo» (Mt 10,4; Mc 3,18). Mateo (10,3) y Marcos (3,18) llaman «Tadeo» al apóstol Judas, mientras que Lucas le llama «Judas el hijo de Santiago» (Le 6,16). Este Judas es el que dirigió a Jesús en la última cena estas palabras: «Señor, ¿cuál es la razón de manifestarte sólo a nosotros y no al mundo?» (Jn 14,22). Una carta, muy breve, del Nuevo Testamento lleva el nombre de este apóstol. La fiesta de los dos santos apóstoles aparece en el calendario de san Jerónimo, del siglo VI, y en Roma empezó a celebrarse a partir del siglo IX.

  

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 31,7-9

7 Así dice el Señor: ¡Gritad de alegría por Jacob! ¡Ensalzad a la capitana de las naciones! ¡Que se escuche vuestra alabanza! Decid: «El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel».

8 Yo los traeré del país del norte, los reuniré de los extremos de la tierra: entre ellos hay cojos, ciegos, mujeres embarazadas y a punto de dar a luz; retorna una gran multitud.

9 Vuelven entre llantos, agradecidos porque retornan; los conduciré a corrientes de agua por un camino llano en el que no tropezarán, porque soy un padre para Israel y Efraín es mi primogénito.

 

        *» Este oráculo de salvación se encuentra en el llamado «Libro de las consolaciones» (capítulos 30-33) de Jeremías, en el que el profeta da voz a la palabra de consuelo que el Señor dirige al pueblo, lacerado por la división en dos reinos y llagado por el sufrimiento del exilio. YHWH promete la curación, la restauración, un nuevo incremento y el envío de un príncipe que será verdadero mediador y garante de la alianza (30,17-22).

        El fragmento de hoy marca la cumbre de la promesa. La buena noticia de la repatriación de los exiliados prorrumpe como un himno de exultación al que están invitadas a unirse todas las naciones, puesto que el Señor quiere que todo el mundo conozca su obra de salvación en favor del pueblo elegido y participe en su alegría.

        Aparece aquí el tema del «resto de Israel», que en los profetas es, al mismo tiempo, signo de esperanza y advertencia: habrá siempre en el pueblo una parte que se mantendrá fiel al Señor o volverá a él por medio de la conversión, y por eso podrá superar todas las tormentas de la historia (cf. Is 7,3).

        Ahora viene el Señor a reunir a todo este «resto» de la tierra del exilio y de toda dispersión, para llevarlo de nuevo a su tierra. Su Palabra abre la mirada del corazón a la visión del retorno de una multitud de gente no apta para el camino (v. 8b): hay quien no tiene ojos para ver el camino y quien no tiene piernas válidas para recorrerlo, pero YHWH renovará los prodigios del éxodo (cf. Ex 17,1-7; Is 43,19) para que los suyos no padezcan la fe, la fatiga, las asperezas del camino. Su afectuosa presencia de apoyo y consuelo es el verdadero consuelo de cuantos «habían partido llorando», puesto que no cesa de rodear a Israel con amor de predilección.

        El pueblo de Dios, confiando en este afecto inmutable, no tropezará nunca en el camino de la vida, a pesar de sus flaquezas.

 

Segunda lectura: Hebreos 5,1-6

1 Todo sumo sacerdote, en efecto, es tomado de entre los hombres y puesto al servicio de Dios en favor de los hombres, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados.

2 Es capaz de ser misericordioso con los ignorantes y los extraviados, ya que él también está lleno de flaquezas,

3 y a causa de ellas debe ofrecer sacrificios por los pecados propios a la vez que por los del pueblo.

4 Nadie puede arrogarse esta dignidad, sino aquel a quien Dios llama, como ocurrió en el caso de Aarón.

5 Así también Cristo no se apropió la gloria de ser sumo sacerdote, sino que Dios mismo le había dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.

6 O como dice también en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec.

 

        **• Después de haber presentado a Cristo como sumo sacerdote misericordioso (4,14-16), el autor de la carta a los Hebreos aclara ahora el significado y la legitimidad de tal sacerdocio en el marco de las instituciones judías.

        El servicio sacerdotal es tributado a Dios, en efecto, por un hombre, «en favor de los hombres», es decir, para interceder por el perdón de los pecados mediante la ofrenda de «dones y sacrificios» (v. 1). Por otra parte, el sumo sacerdote debe ser misericordioso, pues la conciencia de sus propias flaquezas le enseña una justa compasión por la debilidad y la ceguera espiritual -«ignorancia» y «extravío»- de los que se equivocan (vv. 2ss).

        La importancia de esta función mediadora es de tal tipo que no puede ser fruto de una libre iniciativa personal: es respuesta a una llamada precisa de Dios (v. 4).

        Tras haber enumerado las condiciones requeridas para ser sacerdote, el autor sagrado muestra cómo responde Cristo perfectamente a estos requisitos. Ya ha hablado de su humanidad real (4,15 y la manifestará aún en los vv. 7ss): Jesús conoce bien nuestras flaquezas, puesto «que las ha experimentado todas, excepto el pecado ». Ahora bien, puesto que está libre de él, puede comprender toda su gravedad y ofrecerse a sí mismo para liberarnos a nosotros, pecadores (9,13ss). Más difícil es demostrar a los judíos la legitimidad del sacerdocio de Cristo, dado que no pertenecía a la estirpe de Aarón; sin embargo, las Escrituras atestiguan también otra modalidad diferente de servicio sacerdotal agradable a Dios, el llevado a cabo por Melquisedec, rey de Salen.

        Refiriéndose a este ejemplo, el autor de la carta cita el salmo 109,4, donde el Mesías prometido es declarado por Dios no sólo su hijo, sino también sacerdote para siempre, como lo fue el rey Melquisedec. Jesús es, por consiguiente, Rey-Mesías («Cristo» en griego) y al mismo tiempo sacerdote, y ejerce por eso con toda justicia la mediación entre Dios y los hombres que estas dos funciones implicaban. Como mediador de una nueva y eterna alianza (9,15), puede redimirnos de los pecados con la ofrenda de su propia sangre y conducirnos así a la salvación y a la gloria, según la voluntad del Padre (2,10).

 

Evangelio: Marcos 10,46-52

En aquel tiempo,

46 llegaron a Jericó. Más tarde, cuando Jesús salía de allí acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.

47 Cuando se enteró de que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: -¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!

48 Muchos le reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: -¡Hijo de David, ten compasión de mí!

49 Jesús se detuvo y dijo: -Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: -Ánimo, levántate, que te llama.

50 Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: -¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: -Maestro, que recobre la vista.

52 Jesús le dijo: -Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino.

 

        **• ¿Quién es Jesús? y, en consecuencia, ¿quién es el discípulo? Estas preguntas constituyen el eje del evangelio de Marcos; los diferentes episodios del camino hacia Jerusalén permiten intuir de un modo cada vez más claro la respuesta, y la perícopa de hoy -que precede al relato de la entrada de Jesús en la ciudad santa- nos ofrece importantes indicaciones. Bartimeo es un ciego que está sentado para mendigar en el camino, en los márgenes de la vida. La noticia del paso de Jesús hace renacer la esperanza en él, y grita para atraer la atención del rabí, invocándole con el título mesiánico de «hijo de David». De este modo profesa su creencia en que el Mesías está presente y puede salvarle. Se confía a él perdidamente, mendigando su misericordia: «¡Ten compasión de mí!». Los reproches que muchos le dirigen no sirven para hacerle callar: Bartimeo sabe que si deja pasar esta ocasión única no le quedará otra cosa que recaer en la oscuridad definitiva de una simple supervivencia.

        Entonces «Jesús se detuvo» (v. 49): él es alguien que puede comprender hasta lo más hondo el sufrimiento humano y la soledad que le acompaña; conoce el vislumbre de fe que alumbra ya el corazón de aquel ciego y viene a darle la luz plena. «Llamadlo». El entusiasmo del pobrecito es conmovedor: da un salto olvidándose de toda prudencia. También a él, como a los hijos de Zebedeo, se le dirige la misma pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?» (v. 51; cf. v. 36). Jesús puede colmar, en efecto, el deseo más profundo del corazón del hombre; el discípulo, en el diálogo que mantiene con él, debe tomar conciencia de lo que realmente quiere y asumir su responsabilidad. A la súplica del ciego le corresponde el milagro, puesto que Jesús le reconoce esa fe que constituye el ámbito en el que se manifiesta su poder divino. Y la fe lleva a la visión al que antes había creído sin ver, y después, una vez corroborado por la experiencia viva del encuentro con Jesús, se hace discípulo suyo y decide seguirle por el camino que le lleva hacia la pasión y la gloria (v. 52).

 

MEDITATIO

        ¡Cuántas veces nuestra historia personal o la consideración de las vicisitudes humanas nos produce la angustiosa impresión de un bamboleo de ciegos! Rodeados por una densa niebla de incertidumbres y contradicciones, incapaces de ver sentido alguno a lo que estamos viviendo, acabamos a menudo por desanimarnos y retirarnos a los márgenes de la vida para mendigar algunas migajas a los más afortunados, que parecen recorrer el camino sin obstáculos. Somos entonces nosotros esos pobres a quienes la Palabra viene a levantar de nuevo regalándoles la Buena Noticia: Jesús atraviesa los caminos del hombre, tiene compasión de nuestras flaquezas, comparte nuestra debilidad {cf. la segunda lectura). Dichosos nosotros si, tocados por el anuncio, somos capaces de gritar su nombre e invocar su misericordia. El amor no decepcionará nuestras expectativas.

        Jesús, sin embargo, nos interpela, nos pregunta qué es lo que queremos de verdad. Curar, «ver», es un compromiso, hemos de saberlo. Es un compromiso para nuestra fe, que debe crecer para abrirse al milagro, y una tarea para nuestro futuro. En efecto, el Señor es la luz de la vida y resplandece en nuestra oscuridad para hacer de nosotros seres vivos, para levantarnos del abatimiento, del estancamiento de quien se ha acostumbrado a unos límites estrechos. Jesús, que es el Camino, nos traza a nosotros, exiliados en la tierra extranjera de la infelicidad, el camino para volver a la patria de origen, a la comunión con el Padre: éste es el «camino recto » por el que no tropezará el que le sigue (cf. la primera lectura). Con todo, es menester pasar por la cruz, por la muerte a nosotros mismos. ¿Queremos ver de verdad y, una vez sanados, seguirle? Que el Señor ilumine los ojos de nuestro corazón «para que podamos comprender a qué esperanza nos ha llamado» y nos dé la alegría y la fuerza para recorrer, detrás de él, el camino que conduce a esa esperanza.

 

ORATIO

        Oh Cristo, nosotros te confesamos «Dios de Dios, luz de luz»: ven a alumbrar nuestras tinieblas. «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación», tú, Hijo eterno de Dios, bajaste a la tierra del exilio de nuestro pecado: ven aún a abrirnos el camino recto del retorno a la comunión con el Padre. Has asumido la frágil carne del hombre para poder compadecerte de nuestras flaquezas y ofrecerlas a Dios en tu sacrificio de amor: ayúdanos a acoger la misericordia que salva. Sabes que nosotros preferimos con frecuencia permanecer sentados mendigando cosas de poca monta, antes que esperar una vida en plenitud y hacer frente cada día al compromiso de gastarla en tu seguimiento.

        Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros. Queremos sanar de verdad, «ver» y caminar contigo, aceptando la cruz y anhelando la casa del Padre, a donde tú nos conduces con vigor y suavidad.

 

CONTEMPLATIO

        Amad al Señor. Amad, digo, esta luz tal como la amaba con un amor inmenso aquel que hizo llegar a Jesús su grito: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». El ciego gritaba así mientras pasaba Jesús. Tenía miedo de que pasara Jesús y no le devolviera la vista. ¿Con qué ardor gritaba? Con un ardor tal que, mientras la gente le hacía callar, él continuaba gritando. Su voz triunfó sobre la de quienes se le oponían y retenían al Salvador. Mientras la muchedumbre producía estrépito y quería impedirle hablar, Jesús se detuvo.

        Amad a Cristo. Desead esa luz que es Cristo. Si aquel ciego deseó la luz física, mucho más debéis desear vosotros la luz del corazón. Elevemos a él nuestro grito no tanto con la voz física como con un recto comportamiento. Intentemos vivir santamente, redimensionemos las cosas del mundo. Que lo efímero sea como nada para nosotros. Cuando nos comportemos así, los hombres mundanos nos lo reprocharán como si nos amaran. Nos criticarán a buen seguro y, al vernos despreciar estas cosas naturales, estas cosas terrenas, nos dirán: «¿Por qué quieres sufrir privaciones? ¿Estás loco?». Ésos son aquella muchedumbre que se oponía al ciego cuando éste quería hacer oír su llamada. Existen cristianos así, pero nosotros intentamos triunfar sobre ellos, y nuestra misma vida ha de ser como un grito lanzado en pos de Cristo.

        Él se detendrá, porque, en efecto, está, inmutable. Para que la carne de Cristo fuera honrada, «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14a). Gritemos, pues, y vivamos rectamente (Agustín, Sermón 349, 5).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que ilumine los ojos de vuestro corazón» (Ef 1,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        En este episodio sobresale de modo evidente la lógica del amor. Cristo llega y manda llamar a Bartimeo. El ciego, que todavía lo era, abandona su manto - o sea, todo lo que tenía- y dando «un salto» se dirige hacia el «hijo de Davia». El ciego, que cuando gritaba antes era reprendido por los discípulos y por las personas que rodeaban al Señor para que callara, cuando le dicen que Cristo le llama, se confía del todo a esta llamada.

        Podía ser muy bien una tomadura de pelo, un momento de insana diversión por parte de la gente, como probablemente había vivido ya Bartimeo. Pero esta alusión al salto que dio hacia Jesús indica un clima festivo. Es una muestra de la certeza interior del ciego de que aquel que está pasando ¡unto a él es el Mesías, el rey de la justicia, que puede tomarle consigo en su camino hacia Jerusalén. Y la pregunta que le hace Jesús es desconcertante: «¿Qué quieres que haga por ti?». Existe una auténtica angustia en el hombre cuando piensa que, si conoce a Dios, deberá servirle, dejará de ser libre. Pero cuando el ciego -expresión de toda la pobreza del hombre- está frente a Cristo, reconocido como hijo de David, es él, el Mesías, el que pronuncia la frase típica de todo siervo cuando le llama su señor: «¿Qué quieres que haga por ti?». Dios desciende y sale al encuentro del hombre que grita, presentándose a este hombre como humilde siervo (M. I. Rupnik, Diré l'uomo, Roma 1996, pp. 155ss [edición española: Decir el hombre, icono del creador, revelación del amor, PPC, Madrid 2000]).

 

Día 29

Lunes de la 30ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,32-5,8

Hermanos:

32 Sed más bien bondadosos y compasivos los unos con los otros y perdonaos mutuamente, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.

5,1 Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos.

2 Y haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios.

3 En cuanto a la lujuria o cualquier clase de impureza o avaricia, que ni siquiera se nombren entre vosotros, pues así corresponde a creyentes.

4 Y lo mismo hay que decir de las palabras torpes y las conversaciones estúpidas o indecentes que están fuera de lugar. Ocupaos más bien de dar gracias a Dios.

5 Porque habéis de saber que ningún lujurioso o avaro -que es como si fuera idólatra- tendrá parte en la herencia del Reino de Cristo y de Dios.

6 Que nadie os seduzca con razonamientos vanos; son precisamente estas cosas las que encienden la ira de Dios contra los hombres rebeldes.

7 No os hagáis, pues, cómplices suyos.

8 En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Portaos como hijos de la luz.

 

*• El bautizado vive en Cristo (cf. Ef 2,10), es morada del Espíritu (cf. 2,22); sus acciones deben estar en armonía con la verdad y la caridad (cf. 4,15) y deben corroborar la unidad de la comunidad (cf. 4,16). La benevolencia, la misericordia, el perdón recíproco, son las actitudes que califican las relaciones entre cristianos.

Éstos son conscientes de haber recibido gratuitamente el amor de Dios en Cristo (4,32). Pablo exhorta a los creyentes a actuar como actúa Dios. Nos vienen a la mente aquellas palabras de Jesús: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Le 6,36). Los cristianos, convertidos en hijos adoptivos de Dios, han de vivir ese amor del que Jesús dio ejemplo con su entrega total (Ef 5,2; cf. Jn 15,13).

Dicho de manera negativa, la auténtica vida nueva en Cristo comporta el abandono de las costumbres y tendencias que no se corresponden con el amor. Pablo enumera aquí una serie de acciones que, por manifestar una relación desordenada con la sexualidad y con los bienes, ignoran el único señorío de Jesucristo y del Padre (w. 3-5). El placer y el tener, convertidos en ídolos, las palabras torpes y las conversaciones estúpidas que llevan a la vulgaridad: todo eso no puede ser más que objeto de condena por parte de Dios y motivo de exclusión de su Reino. De ahí la invitación apremiante del apóstol, a fin de que los efesios que se han hecho cristianos no sigan a los que intentan asociarlos a su propia rebelión contra Dios y volver a llevarlos al primitivo estado prebautismal en el que antes se encontraban (w. 6ss). Tras haber sido iluminados por la gracia del sacramento, ya no han de vivir en las «tinieblas» de la lejanía de Dios, sino en la «luz» de la comunión con él, de quien ahora son hijos (v. 8; cf. Jn 8,12).

 

Evangelio: Lucas 13,10-17

10 Un sábado, estaba Jesús enseñando en una sinagoga,

11 y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años estaba poseída por un espíritu que le producía una enfermedad; estaba encorvada y no podía enderezarse del todo.

12 Jesús, al verla, la llamó y le dijo: -Mujer, quedas libre de tu enfermedad.

13 Le impuso las manos y, en el acto, se enderezó y se puso a alabar a Dios. 14 El jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús curaba en sábado, empezó a decir a la gente: -Hay seis días en los que se puede trabajar. Venid a curaros en esos días y no en sábado.

15 El Señor le respondió: -¡Hipócritas! ¿No suelta cada uno de vosotros su buey o su asno del pesebre en sábado para llevarlo a beber?

16 Y a ésta, que es una hija de Abrahán, a la que Satanás tenía atada hace dieciocho años, ¿no se la podía soltar de su atadura en sábado?

17 Al hablar así, quedaban confusos todos sus adversarios, pero toda la gente se alegraba por los milagros que hacía.

 

       *•• El evangelista Lucas nos propone el relato de un milagro, uno de los muchos que hizo Jesús y, sin embargo, un milagro singular, en virtud de una circunstancia cronológica que lo vuelve problemático, casi inaceptable para algunos contemporáneos suyos. Este milagro desencadena, en efecto, la famosa polémica en torno al sábado, una polémica que ya conocemos por otras páginas evangélicas (cf. Le 6,6-11 y 14,1-6).

       La beneficiaria es una mujer a la que un espíritu maligno mantenía enferma desde hacía dieciocho años (cf. v. 11). Lucas se complace en acentuar esta especial atención de Jesús con un miembro de una categoría débil de la sociedad de aquella época, precisamente las mujeres. Jesús no sólo la cura de su enfermedad, sino que la defiende frente a los ataques de sus adversarios. Jesús es, en efecto, el Mesías de los pobres, de los últimos, de los marginados y, en cuanto tal, a Lucas le gusta presentarle también en esta página. El jefe de la sinagoga se indigna -dice el relato de Lucas-, y esta indignación desencadena la polémica entre él y Jesús. Pero, como siempre, la polémica conduce a una clarificación, una clarificación que también necesitamos en nuestros días.

       La cuestión es siempre la misma: ¿qué criterios deben inspirar los hechos, los compromisos y las opciones en el día del Señor? Frente a un legalismo miope y mezquino, Jesús remacha que es preciso vivir según el espíritu de la ley y no dejarse embaucar sólo por la letra. Hasta los mandatos más nobles de una ley como la de Moisés, que también es de origen divino, si no pasan por la criba de un espíritu nuevo -el espíritu evangélico-, corren el riesgo de esconder intenciones mezquinas y triviales hipocresías para el cristiano, para el discípulo de Jesús. Por eso llama Jesús «hipócritas» a sus interlocutores, pretendiendo desmantelar su intransigencia a la hora de aplicar la ley a los otros, mientras que se muestran hábiles para encontrar excepciones cuando se trata de aplicarse la ley a ellos mismos. Jesús no puede callar frente a tamaña hipocresía.

 

MEDITATIO

       Podemos entrever cierta analogía entre las dos lecturas sobre las que estamos meditando. Por un lado, Pablo nos invita a vivir según el Espíritu, a superar el espíritu de esclavos, a vivir en la libertad que nos ha dado el Espíritu, a gritar: «¡Abba!», cuando hablemos con Dios.

       En efecto, nos consideramos -«y lo somos realmente»— hijos de Dios (cf. 1 Jn 3,1). Por otro lado, Jesús nos da ejemplo de cómo vivir como hijos, de cómo manifestar nuestra verdadera libertad, de cómo tender a una curación perfecta confiando totalmente en la ayuda de Dios. Comparando esta doble, aunque unitaria, enseñanza con nuestra vida, con la experiencia de todos los días, no podemos dejar de sentirnos provocados a realizar un examen de conciencia, una confrontación entre el ideal y la realidad de nuestra vida, entre la nueva ley del Espíritu que da la vida y las opciones diarias que a menudo dejan bastante que desear. Esa confrontación si, por una parte, nos conduce a constatar la gran distancia que media entre nuestro ser libres con la libertad de los hijos de Dios y nuestro hacernos esclavos de algunos «amos» que consiguen ejercer derechos sobre nosotros, por otra no puede dejar de desembocar en un sentimiento de gratitud y de estupor, por el simple hecho de que frente a nuestra debilidad y nuestra impotencia para vivir como verdaderos hijos de Dios se yergue siempre el amor misericordioso de aquel que es nuestro Padre y desea ser invocado por nosotros como «papá». Al querer actualizar este discurso, acude de una manera espontánea a nuestra mente advertir que el mundo en el que hoy vivimos espera con impaciencia, sobre todo de los cristianos, un testimonio vigoroso sobre la verdadera libertad, que marca a toda persona humana consciente de su dignidad, antes aún de caracterizar a cada cristiano.

 

ORATIO

Padre, tú eres mi creador, porque, en la plenitud de tu amor, has pensado en mí desde siempre y me has engendrado en el tiempo. Tú eres mi guía, porque con tus intervenciones evidentes o inescrutables me conduces a través del discernimiento a optar por el bien. Tú eres mi fuerza, porque con tu firmeza y delicadeza me impulsas hacia la realización de mi ser personal y original.

       Tú eres mi refugio, porque con tu compasión infinita soportas mis errores. Tú eres mi pedagogo, porque, a través de la experiencia dolorosa de mis carencias, me llevas como «sobre alas de águila». Tú eres mi providencia, porque te has hecho y te haces presente en todas mis necesidades y crisis.

       Tú eres mi faro, porque mis pasos, frecuentemente inseguros y lentos, siempre encuentran encendida la lámpara de tu Palabra. Tú eres mi autoridad, porque con la autoridad de tus preceptos me enseñas los valores y los ideales que dan sentido a la vida. Tú eres mi Padre: ¡te pareces mucho a mi papá!

 

CONTEMPLATIO

       Y, como el bienaventurado apóstol nos enseña, «en cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios gratuitamente nos ha dado» (1 Cor 2,12); y el mismo Dios sólo acepta como culto piadoso el ofrecimiento de lo que él nos ha concedido. ¿Y qué podremos encontrar en el tesoro de la divina largueza tan adecuado al honor de la presente festividad como la paz, lo primero que los ángeles pregonaron en el nacimiento del Señor? La paz es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad, es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad.

       El fin propio de la paz y su fruto específico consiste en que se unan a Dios los que el mismo Señor separa del mundo. El apóstol nos invita a buscar esta paz cuando dice: «Así pues, quienes mediante la fe hemos sido redimidos, estamos en paz con Dios» (Rom 5,1). Esta frase, en su brevedad, resume aquello a lo que tienden casi todos los mandamientos, porque allí donde está la verdadera paz no puede faltar ninguna virtud.

       En efecto, carísimos, estar en paz con Dios significa querer lo que él ordena y no querer lo que él prohíbe. Si la amistad humana exige afinidad de sentimientos y armonía de voluntad, y si la diversidad de los modos de ser no puede conducir nunca a una concordia estable, ¿cómo podremos ser partícipes de la paz de Dios buscando nuestro placer en las cosas que sabemos que le ofenden? No es ése el espíritu de los hijos de Dios [...].

       Es grande el misterio del amor de Dios. Se trata de un don que supera a todos los dones. Dios llama al hombre hijo suyo, y el hombre se dirige a Dios llamándole Padre [...]. Por eso, «los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios» (Jn 1,13), ofrezcan al Padre sus corazones de hijos unidos en la paz; todos los hombres convertidos en hijos adoptivos se reúnen en aquel que es el primogénito en esta nueva creación (León Magno, Sexto sermón para Navidad, 3ss y 5; París 1947, pp. 128-136).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios» (Rom 8,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       El Concilio Vaticano II ha hablado de libertad, refiriéndola a muchas cosas. Libertad es una palabra mágica. Debe ser estudiada con seria y serena diligencia, si no queremos apagar la luz y convertirla en un término de confusión equívoca y peligrosa [...].

       Simplificando bastante la inmensa y compleja materia relativa a la libertad, podemos observar, en primer lugar, que el Concilio no ha descubierto en absoluto o inventado la libertad. Ha reivindicado para la conciencia personal sus derechos inalienables, los ha sufragado con la magnífica teología del Nuevo Testamento, los ha proclamado para todos en el ámbito de la sociedad civil. O sea, que ha sostenido, además de la existencia, el ejercicio de la libertad en dos direcciones principales: la dirección personal, admitiendo un alto grado de autonomía para todo hombre, reconociendo su dominio a la conciencia, regla próxima e indeclinable de la acción moral, por ello tanto más necesitada de ser iluminada por la verdad y sostenida por la gracia, cuanto más tiende a determinarse por sí sola; y la dirección social, exigiendo una verdadera y pública libertad religiosa, en un clima, no obstante, de respeto de los derechos del otro y del orden público, y sosteniendo el «principio de subsidiaridad», el cual, en una sociedad bien organizada, apunta a dejar la más amplia libertad posible a las personas y a los entes subalternos, y a hacer obligatorio sólo lo que es necesario para un bien importante, que no se puede alcanzar de otro modo, y, en general, para el bien común.

       La mentalidad favorecida por las enseñanzas del Concilio lleva el juego de la libertad [...] al fuero interno de la conciencia; por tanto, tiende a templar la injerencia de la ley exterior, pero tiende a incrementar la de la ley interior, la de la responsabilidad personal, la de la reflexión sobre los deberes supremos del hombre [...]. Ahora bien, deberemos ser conscientes al mismo tiempo de que nuestra libertad cristiana no nos sustrae a la ley de Dios, en sus exigencias supremas de humana sensatez, de seguimiento evangélico, de ascetismo penitencial y de obediencia al orden comunitario propio de la sociedad eclesial. La libertad cristiana no es carismática, en el sentido arbitrario que hoy se arrogan algunos: «Sois libres, pero no utilicéis la libertad como pretexto para el mal, sino para servir a Dios» (1 Pe 2,1 ó) (Pablo VI, Discorsi del mercoledi, de 9 luglio 7 969, en L'Osservatore Romano del 10 de julio de 1969).

 

 

Día 30

Martes de la 30ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 5,21-33

Hermanos:

21 Guardaos mutuamente respeto en atención a Cristo.

22 Que las mujeres respeten a sus maridos como si se tratase del Señor;

23 pues el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza y al mismo tiempo salvador del cuerpo, que es la Iglesia.

24 Y como la Iglesia es dócil a Cristo, así también deben serlo plenamente las mujeres a sus maridos.

25 Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella

26 para consagrarla a Dios, purificándola por medio del agua y la Palabra.

27 Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada.

28 Igualmente, los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama,

29 pues nadie odia a su propio cuerpo; antes bien, lo alimenta y lo cuida como hace Cristo con su Iglesia,

30 que es su cuerpo, del cual nosotros somos miembros.

31 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y llegarán a ser los dos uno solo.

32 Gran misterio éste, que yo relaciono con la unión de Cristo y de la Iglesia.

33 En resumen, que cada uno ame a su mujer como se ama a sí mismo y que la mujer respete al marido.

 

*•• Después de haber hablado de una manera difusa sobre la vida nueva de los bautizados (cf. Ef 4,17-5,20), Pablo concentra ahora su propia atención sobre las relaciones en el interior de la familia (5,21-6,9). El v. 21 nos ofrece la clave de lectura de toda la sección: el cristiano, unido a Cristo por el bautismo, imprime el servicio y la obediencia a todas sus relaciones con los demás.

Nuestro pasaje considera la relación marido-mujer. Pablo desarrolla una doble comparación: como Cristo ama a la Iglesia, se entrega a sí mismo por ella y le dispensa todas las atenciones, así ha de hacer el marido con su mujer (v. 25); como la Iglesia responde al amor de Cristo con la obediencia y la sumisión, así la mujer respecto al marido (w. 22-24). El amor de Cristo a la Iglesia ha de ser, por tanto, el modelo de la unión conyugal: éste es el gran misterio que anuncia el apóstol (v. 32).

Las alusiones bautismales (v. 26: consagración, purificación, palabra) motivan e iluminan las exhortaciones. En el bautismo ha mostrado Cristo su amor a la Iglesia haciéndola pura, espléndida, digna de ser su esposa. Nada puede ocultar su belleza o servir de pretexto para el repudio: él lo garantiza (w. 26a.27). La exhortación a amar a la esposa dirigida al marido está reforzada con el ejemplo del cuerpo (v. 28): la mujer es parte del cuerpo del hombre, dado que el vínculo matrimonial hace de dos una sola carne, así como la Iglesia forma parte del único cuerpo de Cristo. «Alimentar» y «cuidar» expresan las acciones propias del amor que tutela la vida (w. 29-31).

La insistencia en la sumisión recomendada a la mujer (w. 22.24.33) tiene que ser comprendida en el contexto de la sociedad patriarcal, en la que la supremacía masculina estaba fuera de discusión y la mujer era considerada propiedad del marido (cf Ex 20,17b). Con la fuerte acentuación del paralelismo entre la relación marido- mujer y la relación Cristo-Iglesia, la concepción patriarcal de las relaciones conyugales asume tonos absolutamente nuevos: la sumisión al marido, a quien se exhorta repetidamente a que ame a su mujer, parece asumir el significado de una respuesta al amor ofrecido, más que el de una pasiva sumisión a una autoridad reconocida como de derecho natural.

 

Evangelio: Lucas 13,18-21

En aquel tiempo,

18 Jesús añadió: -¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué lo compararé?

19  Es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto; creció, se convirtió en árbol y las aves del cielo anidaron en sus ramas.

20 De nuevo les dijo: -¿Con qué compararé el Reino de Dios?

21 Es como la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.

 

       *»• Según algunos exégetas, las parábolas del grano de mostaza y de la levadura expresan el mismo mensaje: el que se desprende del contraste entre el punto de partida, pequeño e insignificante, y el punto de llegada, grande e imponente. Alguno advierte también que el contraste puede ser considerado desde dos puntos de vista diferentes: o bien desde el lado de lo que es pequeño, la semilla (éste sería el punto de vista del Jesús histórico, y en este caso se derivaría una invitación a la confianza, al valor y a la esperanza), o bien desde el lado de lo que es grande, el árbol (y éste sería el punto de vista del evangelista, que cuenta la parábola actualizándola para sus destinatarios, o sea, para una comunidad de fieles que ya está un tanto extendida).

       Sin embargo, tal vez nos quede aún algo por descubrir. En efecto, Lucas, en su relato, no insiste propiamente en el contraste entre la semilla pequeña y la planta grande -como parecen hacer Marco y Mateo-, sino más bien en la idea del crecimiento. Éste demuestra para Lucas la realización de una profecía, y esta afirmación de Jesús, en la pluma del evangelista, se convierte en el anuncio de un cumplimiento mesiánico. En perspectiva podría corresponder a la expansión del Evangelio entre los paganos y esto constituiría un maravilloso puente lanzado por Lucas entre las dos partes de su obra (el tercer evangelio y los Hechos de los apóstoles). En efecto, con el don del Espíritu Santo y con el don de la predicación apostólica, la Palabra de Dios se difundirá por el mundo y se propagará entre los hombres la única fe en el Señor Jesús.

       Es de utilidad subrayar que a través de la parábola, como a través de un espejo, es posible entrever el paso de la situación del ministerio público de Jesús, marcado por unos comienzos sencillos y pobres, a la situación de la Iglesia primitiva, en la cual, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, la pequeña semilla lanzada por Jesús ha empezado a crecer extendiéndose por el mundo y arraigando en el corazón de los hombres.

 

MEDITATIO

       También entre las dos lecturas de la liturgia de la Palabra de hoy parece que podemos entrever una no débil analogía. En efecto, por una parte, Pablo abre la vida cristiana a la perspectiva de un futuro que será la plena manifestación del don de Dios: a esto nos sentimos llamados y orientados por el don de la esperanza que nos sostiene a lo largo del camino, aunque esta perspectiva no elimina el dolor de la peregrinación terrena. Por otra parte, con las parábolas del grano de mostaza y de la levadura, Jesús nos deja entrever que el Reino de Dios anunciado e inaugurado por él tendrá un crecimiento y unos desarrollos inauditos, humanamente imprevisibles, pero, a buen seguro, realizables.

       Nos parece entrever una gran lección de vida en este horizonte, un horizonte abierto a todo creyente por la fe en Cristo. Es la lección que se desprende de esa pequeña aunque selecta semilla que es la esperanza, «la más pequeña pero la más preciosa de todas las virtudes», que diría Charles Péguy. La segunda virtud teologal, que está estrechamente emparentada con la fe y es preludio de la caridad, es capaz, en efecto, de lanzar puentes invisibles, pero reales, entre este presente histórico y el futuro escatológico, entre la experiencia que consumamos «en este valle de lágrimas» y el don que nos está asegurado en la patria celestial, entre las luchas que debemos sostener aquí abajo y la «corona de gloria» que nos espera allá arriba.

       Desde esta perspectiva, debemos reflexionar también sobre el significado exacto de la expresión «Reino de Dios», con la que son introducidas las dos parábolas evangélicas. Ese Reino ha sido inaugurado por la presencia, por la palabra y por las acciones de Jesús, pero se realizará plenamente cuando el mismo Hijo entregue todo y a todos a Dios, su Padre. Por consiguiente, la indicada con la expresión «Reino de Dios» es una realidad escatológica. Sólo Jesús puede decir que es un anticipo auténtico y una realización personal de la misma. Todo lo demás es sólo indicio y figura. Lo dice también con claridad el Concilio Vaticano II cuando afirma, en la constitución dogmática sobre la Iglesia, que «la Iglesia es germen e inicio del Reino de Dios» {Lumen gentium 5).

 

ORATIO

       Oh Señor, sembrar -y esto es algo que nos enseña la experiencia- requiere atención para que el terreno sea fértil, vigilancia para que las malas hierbas no ahoguen la semilla, paciencia porque el desenlace no es seguro hasta la cosecha. Hacer fermentar la masa también es un trabajo comprometedor, pleno de delicadeza y de cuidados para que, por medio del calor propicio y el tiempo necesario, aumente el volumen de la masa y no quede sin fermentar. Lo mismo supone trabajar por ti y por las almas.

       Ahora bien, tu mandato, oh Señor, es mucho más radical: es preciso que nos convirtamos en semilla y en levadura. Y esto es algo que me hace temblar, porque debo hacer la parte que me corresponde, pero requiere, sobre todo, entrega total, transformación profunda y muerte para dar comienzo a nuevas vidas.

       Oh Señor, dame coraje para no desertar, dame fuerza para perseverar, dame celo para hacer florecer tu amor en esa parte del mundo en la que no ha fermentado la levadura. Señor, dame esperanza para entrever tu gloria junto con mis hermanos y hermanas.

 

CONTEMPLATIO

       Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

       Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar que tú me has concedido es el de servirte predicándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

       Y aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: «Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá».

       Somos pobres, y por eso pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios, pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

       Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos frenados por la pereza y la torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad, pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

       Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en el que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

       Nos disponemos a hablar de lo que ellos anunciaron de un modo velado: que tú, el Dios eterno, eres el Padre del Dios eterno unigénito, que tú eres el único no engendrado y que el Señor Jesucristo es el único engendrado por ti desde toda la eternidad, sin negar, por esto, la unicidad divina ni dejar de proclamar que el Hijo ha sido engendrado por ti, que eres un solo Dios, confesando, al mismo tiempo, que el que ha nacido de ti, Padre, Dios verdadero, es también Dios verdadero como tú.

       Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti (Hilario de Poitiers, De Trinitate I, 37ss, en PL 10,48ss).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará» (Rom 8,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       La condición humana es siempre una condición situada en un espacio: en un espacio y en un tiempo, en un límite más allá del cual se advierte la ausencia y lo desconocido. La tensión que mueve o que «espera» el futuro está, por tanto, al menos en cierto sentido, fuera de su alcance. «Lo que es esperado, en sentido estricto, está sustraído al poder de aquel que espera. Nadie dice que espera lo que él mismo puede hacer o provocar». Precisamente a este respecto, santo Tomás decía que el objeto de la esperanza es siempre algo «arduo».

       Por otra parte, no se puede decir que el objeto de la esperanza esté infundado del todo; en tal caso, deberíamos hablar de mera ilusión y, en última instancia, de desesperación. «La esperanza -decía Descartes- es una disposición del alma que la persuade de que vendrá lo que desea.» ¿En qué se basa esta persuasión? ¿En la simple probabilidad del objeto o en la magnanimidad de aquel que nos lo puede dar? Ahora bien, en ese caso, deberemos hablar más propiamente de deseo y de carencia: el deseo, como nos hace ver su derivación de sidus, es un «esperar desde las estrellas» y, al mismo tiempo, «una pérdida de la constelación que nos guiaba por el mar», un «dejar de ver», un «sentir y echar de menos la carencia» y un no ser capaz de «orientarse». La esperanza, en cambio, está sostenida  en el fondo por la confianza: puede esperar también lo que parece, que tal vez es imposible, pero, mientras espera, apunta a una determinada certeza, a una confianza que ya es comunión con lo que ha de venir.

       Esperando -como ha señalado G. Marcel- contribuyo a «preparar», dispongo el camino a lo que ha de venir y, en cierto modo, participo ya de ello. «No es que, hablando con propiedad, atribuya yo una eficacia causal al hecho de esperar o desesperar. La verdad es más bien que, al esperar, tengo conciencia de reforzar, y desesperando o simplemente dudando tengo conciencia de soltar, de aflojar, cierto vínculo que me une a lo que está en causa» (V. Melchiorre, Sulla speranza, Brescia 2000, pp. 15-17).

 

 

Día 31

 

Miércoles de la 30ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 6,1-9

1 Hijos, obedeced a vuestros padres como es justo que lo hagan los creyentes.

2 Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento, que lleva consigo una promesa, a saber:

3 para que seas feliz y goces de larga vida en la tierra.

4 Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino educadlos, corregidlos y enseñadles tal como lo haría el Señor.

5 Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se tratara.

6 No con una sujeción aparente que busca sólo agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios.

7 Prestad vuestro servicio de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres,

8 sabiendo que el Señor dará a cada uno, sea libre o esclavo, según el bien que haya hecho.

9 Y vosotros, amos, comportaos de la misma manera con ellos; absteneos de amenazas y tened presente que vuestro Señor y el suyo está en los cielos y que en él no hay favoritismos.

 

**• Después de haber exhortado a los cónyuges a vivir su relación matrimonial en conformidad con su identidad cristiana icf. Ef 5,22-33), el apóstol se dirige a los hijos y a los padres. También a ellos les dirige la invitación al mutuo respeto en la común obediencia a Cristo icf. 5,21).

A los hijos les recuerda el mandamiento mosaico: «Honra a tu padre y a tu madre» (Ex 20,12a). La obediencia a los padres tiene que ver con la relación con Dios, el cual liga a esta relación su bendición, expresada en términos de fecundidad, según la doctrina de la retribución temporal (v. 3; cf. Ex 20,12b).

A los padres les ha sido confiada la tarea de educar a los hijos, y la deben llevar a cabo con mansedumbre y premura, no siguiendo sus propios intereses, sino como servidores de la obra de Dios (v. 4): en él debe inspirarse y orientarse la acción educadora. La relación con el Señor y la obediencia a su voluntad califican, pues, las relaciones entre padres e hijos, iluminando y corroborando la paciente y suave firmeza de unos y el respeto de los otros.

También las relaciones entre esclavos y amos reciben nueva luz del anuncio cristiano. Se trata de relaciones entre personas sometidas todas ellas al mismo «Señor» (v. 9b), que, sin favoritismo alguno, reconoce y aprecia el bien realizado por cada uno, no la situación social que tiene (v. 8). Tanto para los esclavos como para los amos vale la misma Palabra de Jesús: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Por eso, el esclavo, cuando obedece a su amo, obedece a Cristo: su servicio, realizado con sencillez y generosidad, asume un valor religioso que excluye todo tipo de servilismo y la búsqueda de ambiguas complacencias (w. 5-7). El amo, por su parte, debe tratar al esclavo del mismo modo que trataría a Cristo, con un corazón animado por la caridad, exento de arrogancia y autoritarismo (v. 9a).

 

Evangelio: Lucas 13,22-30

En aquel tiempo,

22 mientras iba de camino hacia Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por los que pasaba.

23 Uno le preguntó: -Señor, ¿son pocos los que se salvan? Jesús le respondió:

24 -Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

25 Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, vosotros os quedaréis fuera y, aunque empecéis a aporrear la puerta gritando: «¡Señor, ábrenos!», os responderá: «¡No sé de dónde sois!».

26 Entonces os pondréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas».

27 Pero él os dirá: «¡No sé de dónde sois! ¡Apartaos de mí, malvados!».

28 Entonces lloraréis y os rechinarán los dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera.

29 Pues vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, a sentarse a la mesa en el Reino de Dios.

30 Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.

 

       **• Otro personaje anónimo se cruza en el camino de Jesús mientras se dirige hacia Jerusalén. Le plantea una pregunta a primera vista ociosa que, sin embargo, hará de hilo conductor en los episodios evangélicos narrados en esta sección de Lucas: «¿Quién acoge el anuncio del Reino de Dios? ¿Quién se abre verdaderamente a su novedad? ¿Quién está dispuesto a conjugar su vida con la propuesta de salvación que trae Jesús a la humanidad?

       La respuesta, en apretada síntesis, suena así: «Sucederá lo contrario de lo que pensáis: muchos de los que creéis que serán los primeros serán los últimos». El discurso de Jesús comienza con una afirmación clara y distinta: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha» (v. 24). Como podemos ver, no ofrece una respuesta directa a la pregunta que le han planteado, sino que invita a una asunción plena de responsabilidades, al compromiso total, a la lucha abierta (icf. Asimismo Lc 16,16). De una manera casi insensible, el discurso pasa del género literario exhortativo-parenético al género literario parabólico. En consecuencia, se nos invita, como siempre, a interpretar la parábola para comprender plenamente el sentido de la exhortación.

       Es fácil percibir el hecho de que Jesús se refiere aquí a los judíos de su tiempo: nótese en particular el cambio de sujeto: «vosotros os quedaréis fuera y, aunque empecéis a aporrear la puerta...» (w. 25ss). Para Mt 7,22, los que están fuera son los malos cristianos; para Lucas, sin embargo, son los judíos del tiempo de Jesús, que han desatendido su invitación a la conversión y opusieron una clara negativa a su propuesta de salvación. En esta parábola de Jesús podemos ver también una profecía, extremadamente importante para una interpretación teológica de la historia, relacionada no sólo con la exclusión de los judíos -parcial, temporal y providencial del Reino, sino también con la conversión de los paganos. De este modo, encuentran un decidido mentís y se da la vuelta a todas las opiniones que corrían entre los judíos del tiempo de Jesús.

 

MEDITATIO

       La oración es un don del Espíritu Santo que ora en nosotros siempre, que ora en todo el cosmos. De esta realidad sólo puede convencerse quien, liberándose del embarazoso fardo de los razonamientos complicados, se abandona a la aventura del Espíritu, acepta rebasar los confines de lo sensible, de lo que se puede experimentar, y entra en la tierra de lo inexpresable y de lo inaprensible.

Se trata de una realidad que sólo puede ser comprendida, incluso vivida, por los pobres de espíritu. Lo indispensable para orar es, por tanto, tener un alma de pobre. Así pues, si con excesiva frecuencia nos encontramos en dificultades con la oración, es probable que la causa se encuentre en la inconsistencia de la fe, en la superficialidad de nuestra vida, en nuestra desmemoria crónica: no somos conscientes de que hemos sido hechos capaces -como hijos de Dios- de orar en el Espíritu del Hijo unigénito. El cristiano recibe, en efecto, del Espíritu la capacidad de expresarse a sí mismo. Entonces la oración se le vuelve algo connatural y no tiene miedo de que su voz vaya a chocar contra una barrera de silencio, puesto que no duda del amor del Padre, ni siquiera cuando le parece callar. El silencio de Dios es también, en efecto, una respuesta. Cuando nosotros deseemos y pidamos cosas equivocadas, el Padre nos escuchará dándonos no lo que pedimos, sino lo que es verdaderamente un bien para nosotros.

       Los rasgos particulares del hombre que vive según el Espíritu son la humildad y la oración incesante, la fuerza y la dulzura de la caridad, la paz y la alegría; con todo, esta fisonomía no se adquiere de una vez para siempre: está en continuo perfeccionamiento. El grito de la oración -cargado con toda la angustia y la esperanza humana- es la más alta profesión de fe en aquellos en quienes no está contristado el Espíritu. Y el hombre de hoy tiene más necesidad que nunca de que haya alguien a quien pueda llamar «Padre», para darse cuenta de que no es simplemente el resultado de un largo proceso biológico, sino el fruto del amor de un Dios que le ha amado y querido personalmente desde siempre y para siempre.

 

ORATIO

       Oh Señor, les has invitado a seguirte por el camino de la cruz, pero temieron por sus hombros de cristal. Les exhortaste a convertirse según el radicalismo evangélico, pero la promesa estaba desproporcionada respecto a la renuncia. Les señalaste un sendero estrecho y difícil, pero les sedujo la autopista amplia y cómoda. Y ahora llaman tus ovejas, pero tu puerta permanece cerrada.

       Oh Señor, he visto venir a miserables desde todas partes de tu Reino: sucios, harapientos, gente cargada con pesados fardos; he visto a gente de toda edad, lengua y color con fardos de hambre, duras injusticias, persecuciones y guerras. Tus «bienaventurados» han llamado y tu puerta se ha entornado.

       Oh Señor, son muchos los que todavía se están acercando: llevan banderas diferentes, profesan religiones nunca oídas, se consideran paganos, indiferentes, no creyentes, y los lleva arrastrados la corriente tortuosa del mundo. Sedientos de verdad, buscadores de sentido, llaman a la puerta y tu puerta se abre.

       Oh Señor, no se salvan los que se consideran elegidos, sino aquellos que te buscan con corazón sincero y hacen tu voluntad.

 

CONTEMPLATIO

       El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él, y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

       Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota si le dedicamos mucho tiempo.

       La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.

       Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el apóstol: «Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables».

       El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.

       Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, para preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma (Juan Crisóstomo, Homilía sexta, sobre la oración, en PG 64, cois. 461-465).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Asimismo, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza» (Rom 8,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Los escritos evangélicos nos dicen que Cristo oró como oraba un judío creyente y fiel a la ley. Desde la infancia, con sus padres, y más tarde, con sus discípulos, acostumbraba ir en peregrinación a Jerusalén en los tiempos prescritos, para participar en las grandes solemnidades que se celebraban en el templo. Es seguro que cantó con fervor, ¡unto con los suyos, himnos de júbilo en los que empezaba a manifestarse la alegría de los peregrinos: «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor» (Sal 121,1). Recitó las antiguas plegarias de bendición sobre el pan, el vino y los frutos de la tierra, como todavía hacemos hoy. Esto lo sabemos por el relato de su última cena con los discípulos, una ceremonia destinada precisamente a cumplir uno de los deberes religiosos más santos: la solemnidad de la cena de pascua, memorial de la liberación de la esclavitud en Egipto. Y tal vez esta última reunión de Jesús con los suyos es precisamente la que nos proporciona la visión más profunda de la oración de Cristo y la que constituye la clave que nos introduce en la oración de la Iglesia.

       La bendición y la distribución del pan y del vino formaban parte del rito de la cena pascual. Pero ahora tanto una como otra asumen un sentido completamente nuevo. Aquí tuvo su comienzo la vida de la Iglesia. Esta aparecerá, ciertamente, como comunidad espiritual y visible sólo en pentecostés. Sin embargo, aquí, en la cena de pascua, se lleva a cabo el injerto del sarmiento en la vid que hará posible la efusión del Espíritu. Las antiguas oraciones de bendición se vuelven, en los labios de Cristo, palabras creadoras de vida (E. Stein, Das Gebet der Kirche, Colonia 1965, pp. 7-9).