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LECTIO DIVINA SEPTIEMBRE DE 2018

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Sábado de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31

26 Hermanos, considerad quienes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.

27 Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes;

28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo.

29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios.

30 A él debéis vuestra existencia cristiana, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención.

31 De esta manera, como está escrito, el que quiera presumir que lo haga en el Señor.

 

**• Para ilustrar de modo concreto la sabiduría-necedad en el plano de Dios no hace falta ir muy lejos. En la misma comunidad de Corinto hay ejemplos elocuentes. Pablo invita ahora a los corintios a reflexionar con atención sobre su propia situación. La iglesia de Corinto, salvo algunas excepciones, está constituida por personas de humilde condición social y de bajo nivel cultural.

Aquí es donde Dios revela su extraño gusto: prefiere a los pobres y a los débiles antes que a los ricos y poderosos. Se trata de una lógica coherente con lo que ha llevado a cabo a través de su Hijo crucificado. Por eso nadie puede presumir ante Dios, nadie puede presentar méritos, títulos de pretensión ni privilegios.

El tema de la «jactancia» le resulta entrañable a Pablo. Éste no pretende exaltar la nulidad del hombre ante la totalidad de Dios, y menos aún presentar la imagen de un Dios que aplasta la dignidad humana, sino que reconoce, con sinceridad y gratitud, la grandeza del hombre en virtud de la obra del don de Dios en Cristo.

Pablo prosigue en la misma carta demostrando que en Cristo lo tenemos lodo (3,21-23) y que todo lo que poseemos lo hemos recibido de él (4,6). Por consiguiente, no dice que no haya que presumir en sentido absoluto, sino que «el que quiera presumir que lo haga en el Señor» (v. 31). Presumiendo en el Señor se da gloria a Dios.

 

Evangelio: Mateo 25,14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

14 Sucede también con el Reino de los Cielos lo que con aquel hombre que, al ausentarse, llamó a sus criados y les encomendó su hacienda.

15 A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno según su capacidad, y se ausentó.

16 El que había recibido cinco talentos fue a negociar en seguida con ellos y ganó otros cinco.

17 Asimismo, el que tenía dos ganó otros dos.

18 Pero el que había recibido uno solo fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

19 Después de mucho tiempo, volvió el amo y pidió cuentas a sus criados.

20 Se acercó el que había recibido cinco talentos, llevando otros cinco, y dijo: «Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado».

21 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

22 Llegó también el de los dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me entregaste, aquí tienes otros dos que he ganado».

23 Su amo le dijo: «Bien, criado bueno y fiel; como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu señor».

24 Se acercó finalmente el que sólo había recibido un talento y dijo: «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;

25 tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyo».

26 Su amo le respondió: «¡Criado malvado y perezoso! ¿No sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí?

27 Debías haber puesto mi dinero en el banco y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses.

28 Así que quitadle a él el talento y dádselo al que tiene diez.

29 Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá de sobra, pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.

30 Y a ese criado inútil arrojadlo fuera a las tinieblas. Allí llorará y le rechinarán los dientes».

 

**• La situación descrita presenta un cuadro bastante familiar en las costumbres domésticas del antiguo Próximo Oriente, a no ser por un detalle particular: la enormidad de las cantidades confiadas a los criados, lo que hace pensar en un Señor grande y confiere más peso al juicio final.

Era costumbre que el amo que salía para un largo viaje confiara sus riquezas a los más fieles de sus siervos. El dinero lo confiaba a los más despabilados, a los que pudieran hacer buenos negocios que beneficiaran al señor. No debe extrañarnos que se otorgara tanta confianza a unos simples esclavos: no era raro que éstos fueran personas de cierta cultura y capacidad, como atestigua la misma Biblia (pensemos, por ejemplo, en José en Egipto, que se convirtió en administrador de todos los bienes del faraón: cf. Gn 37ss). El hombre de la parábola distribuye, en efecto, su dinero en función de las capacidades que atribuye a sus criados (v. 15) y es obvio que en los tres casos espera que éstos lo hagan fructificar con los medios lícitos que tienen a su disposición (el más común: una especie de «depósito bancario»; cf. v. 27).

Mientras que la obra de los dos primeros criados no suscita ningún asombro particular (hacen lo que el amo esperaba de ellos), la obra del tercero aparece como algo insensato. ¿Qué significa el gesto de enterrar el talento? Según la legislación rabínica, si alguien robaba el dinero enterrado no tenía que ser restituido a su legítimo propietario, por lo que tal vez el criado pensaba ponerse así al abrigo de posibles sorpresas desagradables. Ciertamente, no parece tomarse a pecho la causa de su rico señor. De este siervo no sabemos nada, pero sí sabemos lo que no le interesa: hacer negocios para su Señor. El motivo del miedo (v. 25) parece más bien una excusa aducida para justificar la ineptitud de su comportamiento, pues lo que alega es también contradictorio (cf. v. 26: si el siervo hubiera tenido miedo de verdad, habría tenido un motivo más para despabilarse y desviar de él la ira de su amo). La sentencia final (w. 28-30) proyecta el relato sobre el fondo del juicio escatológico.

 

MEDITATIO

El evangelio de Mateo trata una vez más de la cuestión del tiempo que transcurre entre la pascua y el fin de los tiempos; en particular, del uso que hacemos del mismo. El tiempo de la ausencia del amo no puede ser un pretexto para vivir de manera ociosa, sin hacer nada.

No, se trata más bien de un ámbito útil para hacer fructificar los bienes que nos han sido entregados. Una vida entregada al servicio es una vida útil y rica de sentido. La santidad a la que está llamado el creyente consiste en poner en acto las propias capacidades, por pequeñas o grandes que sean, para beneficio de la comunidad. Comunidad de creyentes, antes que nada, donde cada uno está llamado a dar pruebas de la entrega de sí mismo para el bien del hermano. Pero también comunidad

civil, en la que el cristiano puede aportar unos valores que confieren sentido al vivir entre los hombres.

La historia es testigo de cómo han encarnado los cristianos, en las diferentes épocas, la exhortación bíblica a trabajar con nuestras propias manos. De este trabajo ha resultado la edificación de la sociedad, la impregnación de la cultura, en particular la occidental, de los valores cristianos. Todavía hoy se distinguen los cristianos en el mundo (pensemos en los países del Tercer Mundo) por su participación en el esfuerzo destinado a llevar una vida decorosa para ellos y para sus propios hijos. Todo eso demuestra que quien encarna el espíritu del Evangelio es una persona que se toma a pecho el bien de sus hermanos en la fe y el de todos los hombres, contribuyendo así a la venida del Reino de Dios a la tierra.

 

ORATIO

Oh Padre, te damos gracias por habernos llamado a construir tu Reino: a cada uno de nosotros le has confiado una tarea, según sus capacidades. Sólo nos pides una cosa, no permanecer inertes, no dejarnos vencer por el desánimo y por la desconfianza. «¿Para qué esforzarse tanto, si no sirve para nada?», parecen decir muchos cristianos de hoy, confundidos entre la masa de los que se dejan vivir y piden a los otros que se encarguen de la tarea de construir la sociedad.

Tú, en cambio, Señor, nos quieres activos, dispuestos a arriesgar en primera persona en tu lugar, por ti, como los siervos de la parábola que recibieron el mandato de su señor. Sí, porque tú has sido capaz, has querido arriesgar; te pusiste en juego cuando decidiste nacer del seno de una mujer y no te echaste atrás frente al desprecio y a la muerte: hiciste tu parte como hombre, en esta tierra, en tu tiempo. Ahora nos toca a nosotros, para que tu nombre sea glorificado para siempre entre los hombres.

 

CONTEMPLATIO

Si lo consideramos bien, hermanos, nuestro oficio [episcopal] es en verdad un comercio, y la función del ministerio sacerdotal es, en cierto sentido, la de un comercio espiritual [...]. Más aún, la tarea de todos los cristianos es una especie de negocio, y la función de los sacerdotes es un comercio precioso. Todos hemos recibido, en efecto, los dones del Señor, es decir, las palabras del Salvador, para distribuirlas a la gente. Y a estas palabras se refiere el Señor en el Evangelio cuando habla a aquel obstinado e incapaz negociante: «¡Criado malvado y perezoso! Debías haber puesto mi dinero en el banco y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses» {cf Mt 25,26ss). Se le reprocha haber custodiado callando los preceptos del Señor que le habían sido confiados, siendo que debía haberlos multiplicado con la predicación.

Se le reprocha -repito- no haber sembrado distribuyendo las enseñanzas para poder recoger en la cosecha. Dice, por tanto, el Señor: «Y, al volver, yo habría retirado mi dinero con los intereses». Comprende, pues, que se trata de un comercio, en el que se exige un interés a título de rédito. Pero no el interés mediante el cual se apacigua el ánimo de los avaros con la restitución lucrosa del dinero, en la que se salda la deuda al acreedor sin extinguirla nunca, sino que se exige el interés en el que se computa la calidad de la conducta, en el que se indaga sobre el «capital» de la salvación. Somos, en efecto, deudores, y estamos ligados a la deuda no por una letra de cambio escrita, sino por la de los pecados. De este [tipo de] deudor hace mención el Señor en el evangelio cuando dice que debe ser entregado al recaudador, echado en la cárcel y no ser liberado hasta que no pague el último céntimo {cf. Mt 5,25ss) (Máximo de Lyon, Sermoni XXVII, lss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bien, criado bueno y fiel: entra en el gozo de tu señor» (Mt 25,21.23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La espera no es una actitud muy popular. La espera no es algo en lo que la gente piensa con gran simpatía. En efecto, la mayoría de la gente considera la espera como una pérdida de tiempo. Para muchos, la espera es un desierto árido que se extiende entre el lugar en que se encuentran y aquel al que quieren ir. Y a la gente no le gusta demasiado un lugar así.

En realidad la espera es activa, La mayoría de nosotros piensa en la espera como algo muy pasivo, como un estado sin esperanza determinado por acontecimientos completamente fuera de nuestras manos. ¿Se retrasa el autobús? No podemos hacer nada, no nos queda más remedio que sentarnos y esperar. Sin embargo, no hay nada de esta pasividad cuando se nos habla en la Escritura de espera. Los que están a la espera están llamados a hacerlo de una manera activa. Espera significa estar plenamente presentes en el momento, con la convicción de que algo está sucediendo allí donde te encuentras y que quieres estar presente en ese momento. Una persona que está esperando es alguien que está presente en el momento, que cree que ese momento es el momento. Entonces la espera no es pasiva. Incluye alimentar ese momento, como una madre alimenta al niño que está creciendo en su seno. Es mantenerse vigilantes, atentos a la voz que dice al hablar: «¡No temáis! Va a suceder algo. Prestad atención».

Esperar en tiempo indeterminado es una actitud enormemente radical hacia la vida. Es tener confianza en que nos sucederá algo que está mucho más allá de nuestra imaginación. Es abandonar el control de nuestro futuro y dejar que sea Dios quien determine nuestra vida. La vida espiritual es una vida en la que esperamos, en la que estamos a la espera, activamente presentes en el momento, esperando que nos sucedan cosas nuevas, cosas nuevas que están mucho más allá de nuestra capacidad de previsión. Esta es la razón por la que Simone Weil, una escritora judía, ha dicho: «Esperar pacientemente con esperanza es el fundamento de la vida espiritual» (H. J. M. Nouwen, // sentiero dell'attesa, Brescia 21997, pp. 6-18, pass/m).

 

 

 

 

Día 2

22° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8

Moisés habló al pueblo y dijo:

1 Y ahora, Israel, escucha las leyes y los preceptos que os enseño a practicar para que viváis y entréis en posesión de la tierra que os da el Señor, Dios de vuestros antepasados.

2 No añadiréis nada a lo que yo os mando ni quitaréis nada, sino que guardaréis los mandamientos del Señor, vuestro Dios, que yo os prescribo.

6 Guardadlos y ponedlos en práctica; eso os hará sabios y sensatos ante los demás pueblos, que al oír todas estas leyes dirán: «Esta gran nación es ciertamente un pueblo sabio y sensato».

7 Y en efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella, como lo está el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?

8 Y ¿qué nación hay tan grande que tenga leyes y preceptos tan justos como esta ley que yo os promulgo hoy?

 

        **• El fragmento está tomado del libro del Deuteronomio, cuyos autores se encuentran entre los miembros de los círculos levíticos, atentos a la historia y perspicaces custodios de la tradición religiosa y cultural, próximos al profetismo y conscientes de los peligros que amenazan al pueblo, marcado por desequilibrios sociales y olvidado de los compromisos de la alianza. El libro se presenta como la colección de tres grandes discursos pronunciados por Moisés la víspera de su muerte y de la entrada de Israel en la tierra prometida. El propósito de los autores es recordar a sus contemporáneos la historia de la elección y de la alianza que le une a YHWH: si la fidelidad a ella es prenda de vida (cf. Dt 4,1), la infidelidad -en la que están viviendo- lo es de muerte.

        Nuestro pasaje se sitúa, en el libro, inmediatamente después de la reevocación de las etapas del viaje por el desierto. La primera palabra: «Escucha», es una palabra clave en todo el Deuteronomio y, en cierto sentido, en toda la piedad judía. «Escucha, Israel...» (Dt 6,4) recita el comienzo de la profesión de fe repetida a diario por el israelita piadoso. Israel ha sido llamado, en virtud de la elección divina, a escuchar la ley que YHWH le da y a ponerla en práctica, sin alterarla (v. 2). Como efecto de la obediencia, Israel vivirá y tendrá fama entre los otros pueblos. Se distinguirá de ellos y eso será motivo de gloria: será reconocido como «pueblo sabio y sensato» (v. 6), cuyas leyes y normas son justas (v. 8). Más todavía, la fidelidad a la alianza, manifestada en la observancia de la Ley, hará evidente la proximidad de Dios a su pueblo (v. 7): una realidad impensable para el hombre, fuente de estupor y de gratitud (cf. Sal 34,19; 46; 145,18).

 

Segunda lectura: Santiago 1,17-18.21b-22.27

Hermanos míos queridísimos:

17 Toda dádiva buena, todo don perfecto, viene de arriba, del Padre de las luces, en quien no hay cambios ni períodos de sombra.

18 Por su libre voluntad nos engendró, mediante la Palabra de la verdad, para que seamos los primeros frutos entre sus criaturas. Acoged con mansedumbre la Palabra que, injertada en vosotros, tiene poder para salvaros.

22 Poned, pues, en práctica la Palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos.

27 La religiosidad auténtica y sin tacha a los ojos de Dios Padre consiste en socorrer a huérfanos y viudas en su tribulación y en mantenerse incontaminado del mundo.

 

        **• Este domingo empezamos a leer algunos fragmentos de la carta de Santiago. La atribución de este texto inspirado es objeto de controversia. Los exégetas parecen estar de acuerdo en considerar que el autor puso el escrito bajo el nombre de Santiago, «hermano del Señor» y primer responsable de la comunidad de Jerusalén (cf. Hch 12,17; 15,13ss; Gal 1,19), para conferirle autoridad. Es posible que hubiera recogido en él palabras o contenidos que procedían efectivamente de Santiago.

        El pasaje que hemos leído se compone de diferentes versículos cuyo punto de convergencia es la «la Palabra de la verdad». Por medio de la Palabra, Dios Padre engendró a los cristianos (v. 18) no sólo en el acto creador, sino -tal como aquí se entiende- en el momento del renacimiento en el bautismo. Éste es por excelencia el don que nos ha otorgado el Padre, el cual no cambia, ni en sí mismo ni en su libre obrar (v. 17). Él ha hecho a los cristianos hijos suyos y ellos son los primeros entre todas las criaturas que experimentan ya esa vida nueva (v. 18b), que rebosará cuando se consume la bienaventuranza eterna.

        Santiago sabe que la Palabra de Dios, que revela la verdad sobre Dios y sobre el hombre, tiene una fuerza intrínseca, pero sólo da fruto en plenitud con la colaboración del creyente. Es menester que la Palabra encuentre sitio en el corazón del hombre, un corazón que esté disponible para escucharla y ponerla en práctica, exento de espíritu de polémica. Entonces se convierte en portadora de salvación; sin embargo, si la Palabra es escuchada pero no acogida, entonces se alimenta en el hombre una falsa relación con Dios que crea la ilusión de lo contrario (vv. 21b-22).

        Está muy claro -afirma el autor sagrado- en qué consiste la auténtica manifestación de la fe: en cuidar de todos los que están desamparados, indefensos, oprimidos, en no seguir la mentalidad mundana ni sus pseudovalores. Contra la tentación, que acecha al creyente de todos los tiempos, de separar el culto y el estilo de vida (cf. Is 1,11-15; Am 5,21-24), la carta de Santiago «traduce » con términos prácticos e inequívocos el perenne dicho del Señor: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca. [...] Sin embargo, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena» (Mt 7,24ss).

 

Evangelio: Marcos 7,1 -8a. 14-15.21-23

En aquel tiempo,

1 los fariseos y algunos maestros de la Ley procedentes de Jerusalén se acercaron a Jesús

2 y observaron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavárselas

3 -es de saber que los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente, aferrándose a la tradición de sus antepasados;

4 y al volver de la plaza, si no se lavan, no comen, y observan por tradición otras muchas costumbres, como la purificación de vasos, jarros y bandejas-.

5 Así que los fariseos y los maestros de la Ley le preguntaron: -¿Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?

6 Jesús les contestó: -Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito:

Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

 En vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos.

8 Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferrais a la tradición de los hombres.

14 Y llamando de nuevo a la gente, les dijo: -Escuchadme todos y entended esto:

15 Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo. Lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre.

21 Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios,

22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez.

23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre.

 

        **• El capítulo 7 del evangelio de Marcos recoge una enseñanza de importancia capital, una enseñanza que por sí misma constituye una de las cumbres de la historia religiosa de todos los tiempos. El pasaje que hemos leído toma como punto de partida la pregunta que le hacen a Jesús los fariseos y los maestros de la Ley –las personas calificadas del ambiente religioso y cultural de aquel tiempo- relacionada con el uso judío de las abluciones. A la ley mosaica sobre la pureza ritual (cf. vv. 3ss; Lv 11-15; Dt 14,3-21) habían ido añadiéndose cada vez más prescripciones, que, transmitidas oralmente, eran consideradas vinculantes, con la misma fuerza que la ley escrita y, como ésta, reveladas por YHWH. A Jesús se le interroga sobre la inobservancia de tales prescripciones («la tradición de los antepasados»: v. 5) por parte de sus discípulos. Jesús no responde directamente, sino que, citando Is 29,13, saca a la luz lo falso y vacío que es el modo de obrar de los fariseos: su culto es sólo formal, dado que a la exterioridad de los ritos y de la observancia de la Ley no le corresponden el sentimiento interior y la práctica de vida coherente. La tradición de los hombres acaba así por sobreponerse y cubrir el mandamiento de Dios (v. 8).

        En los vv. 14ss se afirma el criterio básico de la moral universal, introducido por la invitación: «Escuchadme todos». Todas las cosas creadas son buenas, según el proyecto del Creador (cf. Gn 1), y, por consiguiente, no pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que puede contaminar al hombre, haciéndole incapaz de vivir la relación con Dios, es su pecado, que radica en el corazón. El corazón del hombre, por tanto, es el centro vital y el centro de las decisiones de la persona humana, del que depende la bondad o la maldad de las acciones, palabras, decisiones. No corresponde a la voluntad de Dios ni se está en comunión con él multiplicando la observancia formal de leyes con una rigidez escrupulosa, sino purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de Dios, que es el amor.

 

MEDITATIO

        La Palabra que hemos escuchado hoy nos invita a mirar en nuestro corazón con sinceridad. ¿Qué es lo que lo ocupa? ¿Por qué se afana? Son preguntas que liquidamos con excesiva facilidad porque «tenemos muchas cosas que hacer».

        La Palabra de Dios pide ser escuchada con el corazón, pide un espacio, pide un poco de tiempo. Nuestro obrar, en verdad, no es especialmente cuestión de brazos o de mente, sino de corazón. Es el corazón el que anima lo que decimos, hacemos, decidimos. El corazón es la sede de la conversión, de la decisión fundamental de acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Y la Palabra de Dios, cuando habita en el corazón, lo cura, lo libera de los sentimientos egoístas, de la rivalidad, del desinterés por el otro: sentimientos que nos impiden experimentar la realidad más grande y determinante: el Señor está cerca. La Palabra de Dios, si le dejamos sitio en nuestro corazón, nos enseña a invocar al Señor y a ver al prójimo. Nos hace conscientes de que estamos bautizados y nos da la fuerza necesaria para vivir de manera coherente.

        Nos hace comprender cómo hemos de obedecer a la ley de Dios, la ley definitiva del amor, ese amor con el que Jesús fue el primero en amarnos.

 

ORATIO

        Venimos a ti, Señor, con el corazón que tenemos, repleto de sentimientos que nos esforzamos en reconocer y purificar a la luz de tu Palabra. No somos gente que te sea extraña: somos tus hijos, somos miembros del cuerpo de Cristo en virtud del bautismo que hemos recibido, formamos parte de tu Iglesia; sin embargo, cuántas veces estamos lejos de ti con el corazón y no nos damos cuenta de que tú estás siempre cerca de nosotros, tú, el único de quien tenemos una atormentadora necesidad.

        Repítenos una vez más que no te encontraremos multiplicando prácticas religiosas, sino abriendo el corazón a tu Palabra, orientando la vida según lo que te agrada, preocupándonos del hermano y de la hermana. Repítenos que el amor -y sólo el amor- nos hace puros. Y nosotros, acogiendo tu don, renovados en la mente y en el corazón, te diremos: «Tú eres nuestro Señor».

 

CONTEMPLATIO

        Es el corazón el que engendra tanto los pensamientos buenos como los que no lo son, pero no es porque produzca por su propia naturaleza conceptos que no son buenos, que provienen del recuerdo del mal cometido una sola vez a causa del primer engaño, un recuerdo que se ha convertido ahora casi en habitual. También parecen proceder del corazón los pensamientos que, de hecho, son sembrados en el alma por los demonios; por lo demás, los hacemos efectivamente nuestros cuando nos complacemos en ellos voluntariamente. Eso es lo que el Señor censura.

        La gracia esconde su presencia en los bautizados mientras espera que el alma una a ella su propósito. Es voluntad [de Dios] que nuestro libre albedrío no esté ligado por completo al vínculo de la gracia, ya sea porque el pecado no ha sido derrotado nunca, sino después de luchar, ya sea porque el hombre debe progresar siempre en la experiencia espiritual (Diadoco de Foticé, Cento considerazioni sulla fede, Roma 1978, pp. 92-95, passim [edición española: Obras completas, Ciudad Nueva, Madrid 1999; también existe edición catalana en Claret, Barcelona 1981]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú estás junto a nosotros, Señor, Dios nuestro, cada vez que te invocamos» (cf. Dt 4,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        La lucha espiritual es un movimiento esencial de la vida espiritual cristiana. Se trata de una lucha interior, no dirigida contra seres exteriores a uno mismo, sino contra las tentaciones, los pensamientos, las sugestiones y las dinámicas que llevan a la consumación del mal. Pablo, sirviéndose de imágenes bélicas y deportivas (la carrera, el boxeo), habla de la vida cristiana como de un esfuerzo, de una tensión interior por permanecer en la fidelidad a Cristo, que implica desenmascarar las dinámicas a través de las cuales se abre camino el pecado en el corazón del hombre, para poder combatirlo en el mismo momento en que surge. El lugar de esta batalla es, en efecto, el corazón. Vigilancia y atención son la «fatiga del corazón» (Barsanufio) que permite al creyente llevar a cabo su purificación: es del corazón, en efecto, de donde brotan las intenciones malvadas y es el corazón el que debe transformarse en morada de Cristo gracias a la fe.

        En este sentido, la «custodia del corazón» constituye la obra por excelencia del hombre espiritual, la única verdaderamente esencial. En esta lucha es menester ejercitarse: es preciso, en primer lugar, saber discernir nuestras propias tendencias pecaminosas, nuestras propias debilidades, las tendencias negativas que nos marcan de un modo particular; en consecuencia, Tiernos de llamarlas por su nombre, asumirlas y no removerlas y, por último, sumergirnos en la larga y fatigosa lucha dirigida a hacer reinar en nosotros la Palabra y la voluntad de Dios.

        El órgano de esta lucha es el corazón, entendido en sentido bíblico como órgano de la decisión y de la voluntad, no sólo de los sentimientos. La capacidad de lucha espiritual, el aprendizaje del arte de la lucha (Sal 144,1; 18,35), resulta esencial para la acogida de la Palabra de Dios en el corazón humano. Los expertos en la vida espiritual saben que esta lucha es más dura que todas las luchas externas, pero conocen asimismo el fruto de la pacificación, de la libertad, de la docilidad y de la caridad que produce (E. Bianchi, Le parole della spiritualitá, Milán 1999).

 

 

Día 3

 Lunes de la 22ª semana del Tiempo ordinario o día 3 de Septiembre, conmemoración de

San Gregorio Magno

San Gregorio Magno fue un hombre de acción, dotado de una rica personalidad y de un carácter amable. Nació en el año 540 en el seno de la familia senatorial de los Anicii. Fue primero prefecto de Roma, después monje benedictino, representante del papa en Constantinopla y, por último, papa en unos tiempos particularmente difíciles, a saber: durante las persecuciones de los bárbaros.

Desempeñó un gran papel en la Iglesia como organizador de la vida religiosa -en particular en el aspecto litúrgico- y también como escritor. Como buen administrador, estuvo atento tanto a los asuntos sociales y políticos como a las cuestiones internas de la vida de la Iglesia universal. Tienen una importancia particular sus homilías, sus obras exegéticas, las cartas y el famoso Libro de la regla pastoral. Es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia occidental, por haber prestado una particular atención al hablar y escribir sobre el misterio de la Palabra de Dios. Murió en Roma en el año 604.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 2,1-5

1 En lo que a mí toca, hermanos, cuando vine a vuestra ciudad para anunciaros el designio de Dios, no lo hice con alardes de elocuencia o de sabiduría.

2 Pues nunca entre vosotros me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado.

3 Me presenté ante vosotros débil, asustado y temblando de miedo.

4 Mi palabra y mi predicación no consistieron en sabios y persuasivos discursos; fue más bien una demostración del poder del Espíritu,

5 para que vuestra fe se fundara no en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios.

 

**• Frente a una comunidad que amenaza con profanar la pureza de la fe cristiana con algunos principios de la mentalidad grecopagana, Pablo siente el deber de tener que llamar la atención de todos sobre el acontecimiento central del cristianismo: el misterio pascual de Cristo, el Señor.  En sustancia, son tres los pensamientos que remacha:

«Sólo Jesucristo, y éste crucificado» (y. 2) constituye el acontecimiento histórico que hemos de creer para llegar a la salvación. La mediación histórica que hemos de acoger consiste en la predicación, y ésta se caracteriza por su debilidad humana («Me presenté ante vosotros débil, asustado y temblando de miedo»: v. 3) y no por la prepotente demagogia de ciertos predicadores de otros caminos de salvación. Por último, es la fe, como acogida de la Palabra de la cruz, la que revela el poder del Dios que salva. La vida cristiana no conoce otras características, y el apóstol interviene con todo el peso de su autoridad para reconducir a los cristianos de Corinto al camino recto, aunque esto entrañe fatiga a causa del deber de abandonar determinadas prácticas que son contrarias al carácter específico de la fe en Cristo.

Estos tres acontecimientos -Cristo crucificado, la predicación apostólica y la fe- mantienen entre sí un orden jerárquico: Pablo es muy consciente de ello, y lo experimentó personalmente en el camino de Damasco el día de su conversión. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, el mensaje de Cristo crucificado llega a los potenciales creyentes por medio de la predicación apostólica, que se concentra y se agota en la proposición del mensaje pascual de Cristo muerto y resucitado.

Es precisamente en este momento providencial cuando, según Pablo, se manifiesta y se vuelve eficaz la «demostración del poder del Espíritu» (v. 4), que invade tanto al que evangeliza como a los que son evangelizados.

 

Evangelio: Lucas 4,16-30

En aquel tiempo, Jesús

16 llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura.

17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito:

18 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos

19 y a proclamar un año de gracia del Señor.

20 Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él.

21 Y comenzó a decirles: -Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar.

22 Todos asentían y se admiraban de las palabras de gracia que acababa de pronunciar. Comentaban: -¿No es éste el hijo de José?

23 Él les dijo: -Seguramente me recordaréis el proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu pueblo».

24 Y añadió: -La verdad es que ningún profeta es bien acogido en su tierra.

25 Os aseguro que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país;

26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en la región de Sidón.

27 Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio.

28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación; 29 se levantaron, le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que se asentaba su ciudad, con ánimo de despeñarlo.

30 Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó.

 

*•• La predicación de Jesús en Nazaret empieza con un rito: entra en la sinagoga, se levanta a leer, le entregan el libro y al abrirlo encuentra el pasaje... (w. 16ss). El momento es muy solemne y Lucas lo subraya con vigor: es una característica que se puede detectar con bastante facilidad en todo el relato. La página profética es proclamada por el mismo Jesús, que no tarda en dar la interpretación de la misma: «.Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 11).

Jesús es verdadero profeta, incluso el profeta escatológico (cf. Le 16,16), porque la profecía que proclama se cumple en su predicación, en sus gestos, en su persona. Por eso su tiempo es un kairós -un tiempo providencial para cualquiera que se abra mediante la escucha a la acogida del mensaje que salva. Y es la presencia de Jesús en persona la que justifica el valor de este «hoy» (v. 21). Lucas registra también la reacción de los presentes: en parte, positivamente estupefactos por las cosas que decía y por el modo como las decía («palabras de gracia »: v. 22); en parte, negativamente impresionados y, por eso, críticos respecto al mismo Jesús (w. 28ss). Como siempre, la reacción a la propuesta de salvación es de signo doble y contrario.

Encontramos, a continuación, una larga sección polémica: Jesús intuye que el ánimo de los presentes está, por lo general, indispuesto respecto a su predicación y presenta dos proverbios -el del médico y el del profeta (w. 23.24)- que dejan entender con claridad lo que Jesús quiere decir. Las dos referencias bíblicas a las viudas de los tiempos de Elías y a los leprosos del tiempo de Eliseo (w. 25-27) tienen también el objetivo polémico de desmantelar las disposiciones interiores de los presentes. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que, al final, Jesús sea objeto de una reticencia común y del rechazo más ciego.

 

 

MEDITATIO

Hay un modo refinado de manipular las conciencias, un modo de hacer violencia camuflado de justificaciones religiosas. Jesús habla de él de una manera general en el sermón de la montaña: «Tened cuidado con los falsos profetas; vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces» (Mt 7,15). Y ahora repite la exhortación con una clara referencia a los maestros de la Ley y los fariseos hipócritas. Dios se fía de nosotros, frágiles seres humanos, y nos ha encargado a nosotros el anuncio de su Reino. Podemos entrar en él y facilitar la entrada a los otros, aunque, desgraciadamente, podemos hacer también lo contrario: negarnos a entrar nosotros y alejar a los otros, como hacen los hipócritas. Éstos tienden a transformar a los otros en «copias» de sí mismos, imponiéndoles su propia imagen y semejanza, su egoísmo y su falsedad. Se trata de una especie de «clonación espiritual» que conduce a la masificación de las personas. Por desgracia, a lo largo de toda la historia y todavía en nuestros tiempos hay por todas partes «guías ciegos» y ciegos que se dejan guiar, convirtiéndose en personas sin rostro, encuadrados, nivelados, homologados por las ideologías vigentes, sofocados por las etiquetas.

La evangelización está muy lejos del proselitismo opresor. El que anuncia el Evangelio tiene conciencia de ser un vaso de arcilla que contiene un tesoro (cf. 2 Cor 4,7), y el que lleva este tesoro al corazón de los otros es como Moisés ante la zarza que ardía. Ante él tiene un terreno sagrado: antes de acercarse, debe quitarse las sandalias, por temor a profanarlo.

 

ORATIO

Señor Dios, dicen que nadie va al cielo sin atraer a alguien, ni nadie va al infierno sin arrastrar a otros con él. ¿Es verdad? Nunca nos has dicho nada de manera explícita al respecto, pero nos hiciste comprender algo cuando te declaraste dispuesto a perdonar a la ciudad de Sodoma en consideración a los únicos diez justos (cf. Gn 18,16-33).

Ahora, en el evangelio, tu Hijo unigénito nos ha puesto ante los ojos la posibilidad de cerrar la puerta del Reino a los otros. Haz que esto no suceda nunca a los discípulos de Jesús. Es difícil pensar que entre nosotros los cristianos haya quien se empeñe de modo intencionado en sacar fuera a las ovejas de tu redil, aunque es posible pecar por omisión y faltar de mil pequeños modos.

Oh Cristo, haznos dignos testigos de ti y de tu Reino. Haz que estas palabras del profeta Zacarías puedan hacerse realidad para los cristianos de hoy: «En aquellos días, diez extranjeros agarrarán a un judío por el manto y le dirán: "Queremos ir con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros"» (Zac 8,23).

 

CONTEMPLATIO

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Porque ni vosotros entráis ni dejáis que entren los que querrían entrar. Ya es culpa no hacer bien a los demás. ¿Qué perdón tendrá, pues, el hacerles daño e impedirles el bien? Mas, ¿qué quiere decir a los que querrían entrar? A los que son aptos para ello. Porque cuando tenían que mandar a los otros, hacían las cargas insoportables, mas cuando se ti ataba tío cumplir ellos mismos su deber, era todo lo contrario. No sólo no hacían ellos nada, sino -lo que es maldad mucho mayor- corrompían a los demás. Tales son esos hombres llamados «pestes», que tienen por oficio la perdición de los demás, diametralmente opuestos a lo que es un maestro. Porque el oficio del maestro es salvar lo que pudiera perecer; el del hombre pestilencial, perder aun lo que debía salvarse [...]

De dos cosas les acusa aquí el Señor. La primera, de lo inútiles que son para la salvación de los otros, pues tantos sudores les cuesta atraerse a un solo prosélito. La segunda, cuan perezosos y negligentes son para guardar lo que han ganado; o, por mejor decir, no sólo negligentes, sino traidores, pues lo corrompen y hacen peor por la maldad de su vida. Y es así que cuando el discípulo ve que sus maestros son malos, él se hace peor, pues no se detiene en el límite de la maldad de sus maestros. Si el maestro es virtuoso, el discípulo le imita, pero, si es malo, el discípulo le sobrepasa en maldad por la facilidad misma del mal. Por lo demás, hijo de la gehenna llama el Señor al destinado a ella. Y díceles que el prosélito lo está doblemente que ellos, para infundir miedo al prosélito mismo y herirles a par más vivamente a los maestros, por serlo de maldad. Y no sólo son maestros de maldad, sino que ponen empeño en que sus discípulos sean peores que ellos, empujándolos a mayor maldad que la que ya de suyo tienen ellos. Obra propia y señalada de un alma corrompida (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 73, 1 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?» (Sal 26,1b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

A fin de que la libertad no se aplane en un pathos vacío, tiene que ser sometida al criterio del amor. El discípulo de Jesús debe dar pruebas de su liberación a través de su amor al hermano. De este modo, se inserta vivamente en la realidad.

En efecto, el amor al prójimo es ahora más importante que la adoración cultual a Dios (Mt 9,13; Me 3,1-6 y passim). Los criterios del juicio no son las prácticas devotas, sino las obras de amor. Y este amor debe ir más allá de todos los confines que los hombres acostumbran a poner a su amor. El discípulo de Jesús renuncia tanto a la venganza (Mt 5,39-42) como a los honores sociales (Le 11,43), y no cuenta con que su amor sea correspondido (Le 6,31 ss). Bendice a quien le maldice, ora por aquellos que le persiguen, puesto que sólo a través de este amor puede llegar a la comunión con aquel que hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5,44ss). El amor atraviesa las fronteras, puesto que en él se expresa de manera exuberante la gratitud por el don de la salvación, por la liberación del pecado, de la Ley y de las preocupaciones. El que quiere ser grato adopta criterios diferentes al que debe un tributo irremisible a una ley (A. Auer, «Die etische Relevanz der Botschaft Jesu», en id., Moralerziehung ¡m Religionsunterrícht, Friburgo 1975, p. 70).

 

 

 

 

Día 4

Martes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 2,10b-16

Hermanos: el Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios.

11 Pues ¿quién conoce lo íntimo del hombre a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios.

12 En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios gratuitamente nos ha dado.

13 Y de esto es de lo que hablamos no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, adaptando lo que es espiritual a quienes poseen el Espíritu de Dios.

14 El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas.

15 Por el contrario, quien posee el Espíritu lo discierne todo y no depende del juicio de nadie.

16 Porque ¿quién conoce el pensamiento del Señor para poder darle lecciones? Nosotros, sin embargo, poseemos el modo de pensar de Cristo.

 

**• Pablo, queriendo profundizar en su propio pensamiento, afirma que ninguna persona, contando sólo con sus propias fuerzas, puede conocer a Dios, ni tampoco el misterio de la salvación que quiere entregarnos a todos.

Todo es gracia, y sólo por gracia podemos participar nosotros en la salvación. Esto es posible porque tenemos la revelación del Padre; es más, por medio de Cristo podemos decir que conocemos en cierto modo hasta los secretos de Dios, y nuestro lenguaje, apoyado por el Espíritu Santo, consigue balbucear algo verdadero y auténtico de lo que se refiere a la vida de Dios. Ahora bien, nosotros hemos recibido también el Espíritu que viene de Dios, es decir, el don de Dios por excelencia, del que nos viene el don de la sabiduría. De este modo entramos en sintonía con el mensaje revelado; más aún, se establece una simpatía entre nosotros y todo lo que nos es comunicado. Quien no acoge este don no lo saborea a fondo y no puede comprender el misterio, los secretos de Dios, sino que queda escandalizado. Lo que debería ser sabiduría se convierte para ellos simplemente en locura.

Por último, nosotros poseemos también «el modo de pensar de Cristo» (v. 16), a saber, estamos iluminados por la luz del Evangelio sobre lo que complace a Dios simplemente porque es verdadero, justamente porque se ha realizado en Cristo Jesús: en su vida terrena y de modo señalado en su muerte y resurrección. Poseer el modo de pensar de Cristo es una expresión cargada de significado apocalíptico, es decir, revelador, y no debe ser entendida en una acepción básicamente ética.

 

Evangelio: Lucas 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús

31 desde allí se dirigió a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente,

32 que estaba admirada de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

33 Había en la sinagoga un hombre poseído por un demonio inmundo, que se puso a gritar con voz potente:

34 -¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios.

35 Jesús le increpó, diciéndole: -¡Cállate y sal de ese hombre! Y el demonio, después de tirarlo por tierra en medio de todos, salió de él sin hacerle daño.

36 Todos se llenaron de asombro y se decían unos a otros: -¡Qué palabra la de este hombre! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y éstos salen.

37 Y su fama se extendía por todos los lugares de la comarca.

 

*»• Da comienzo la «jornada de Cafarnaún», modelo para los discípulos de cómo usó el maestro el tiempo que le fue dado vivir en esta tierra. El día es un sábado, lo que añade un significado particular, como veremos en los próximos días.

Jesús desarrolla su primera actividad en la sinagoga, en medio de los creyentes, de sus hermanos en la fe. Aquí «habla con autoridad», o sea, que su enseñanza no se limita a repetir las enseñanzas tradicionales, a repasar, como perlas de un collar, las sentencias de los maestros antiguos (según la costumbre rabínica). Jesús, al contrario, interpreta la Escritura siguiendo una nueva inspiración, revelando significados hasta ahora desconocidos; en vez de volver a recorrer el surco de la tradición, opta por inaugurar un nuevo camino, un camino capaz de interpelar las conciencias (la gente «estaba admirada de su enseñanza»: v. 32).

Los gestos de Jesús provocan asimismo la manifestación de la verdad. Su manera de proceder frente al endemoniado no se puede comparar con la de los exorcistas comunes judíos, obligados a recurrir a fórmulas y ritos destinados a alejar al Maligno. Aquí es el demonio mismo, voz del mal, el que toma la iniciativa, porque se siente amenazado en su propio ser por la simple presencia de Jesús, que es la presencia misma de la Santidad divina. El bien y el mal, la vida y la muerte, se enfrentan ya en duelo desde el comienzo de su ministerio y frente a él se descubren los secretos de los corazones: desde este momento se inaugura la «crisis», el «juicio» de Dios.

       

MEDITATIO

El lenguaje empleado por Pablo juega con una especie de equívoco entre los términos «dormir» y «estar despierto». En el lenguaje común de los cristianos, «los que duermen» eran los difuntos, aquellos que habían cerrado los ojos a la luz del día en espera de ser despertados por la resurrección. La muerte, como siempre, suscita espanto y angustia. Así era para los cristianos de Tesalónica, y lo mismo nos pasa a nosotros... Dado que debemos morir, ¿acaso no valdrá la pena disfrutar de la vida, aprovechar cada ocasión de placer, de los que «la moral» parece querer privarnos? Entonces, carpe diem, y no pensemos más. La idea de Pablo es que los que están convencidos de estar despiertos y de haberlo comprendido todo, en realidad «duermen», tienen ofuscados los ojos de la mente y viven en la oscuridad más total. Están más muertos que los muertos, más en la oscuridad que ellos; estos últimos, en efecto, pronto serán despertados para la vida eterna, mientras que aquéllos seguirán siendo siempre esclavos de las tinieblas.

Lo que marca la diferencia es la fe en el «Santo de Dios», cuya muerte tiene el poder de hacernos renacer para siempre a la vida, porque él ha vencido a la muerte y ha condenado al Maligno a la derrota. Al mismo tiempo, Cristo se pone como piedra de tropiezo para todos aquellos que se esconden en las tinieblas, obligándoles a salir a la luz, a declarar su propia identidad. Éste es el juicio de Dios que el Mesías ha inaugurado con su venida: acoger o rechazar a Jesús significa acoger o rechazar la vida, la salvación, acoger o rechazar a Dios.

 

ORATIO

Señor Jesús, tu presencia en medio de nosotros es piedra de tropiezo para nuestras conciencias; tu vida produce el escándalo o el asombro por el milagro, revelando el secreto de los corazones: ¿quién ha de perder con tu venida? Tú has venido a salvar a la humanidad.

Sin embargo, has venido trayendo la espada –la espada de la Palabra-, la espada de doble filo que penetra hasta el punto más profundo del alma, allí donde el hombre pronuncia su juicio: quien no está contigo está contra ti.

Como el Dios de la creación, has puesto un límite a las tinieblas que había en nosotros, has marcado para siempre su límite: quien pierde su vida para servirte, quien confía su propia vida a tu Palabra, quien renuncia a los honores del mundo para ir detrás de ti lleva en él tu misma luz, vive de tu misma vida. Por último, como juez divino, nos has enseñado a fijar nuestros ojos en la realidad eterna, a ver más allá de las apariencias, a no tener miedo de la muerte, para vivir ya desde ahora en la alegría de nuestra vida contigo.

 

CONTEMPLATIO

Ciertamente moriremos, pero no estaremos predestinados a la muerte como antes, cuando estábamos encadenados a la muerte por el pecado. Si es así, se puede decir con razón que no moriremos. En efecto, hay algunos que escaparán de la muerte, pero también serán transformados. Existe el dominio de la muerte, ese del que, una vez muertos, no seremos admitidos a volver a la vida. Pero dado que no moriremos y después de la muerte viviremos de nuevo -y con una vida mejor- está claro que este morir no es muerte, sino dormición.

Así pues, si el mismo Señor de la vida y de la muerte -vida de toda la creación, resurrección de los muertos, luz del mundo, que con su muerte ha aniquilado al que tiene el poder de la muerte-, obligado por su amor a los seres humanos, pensó que no debía pasar inmune ni siquiera por esta ley, y si, para hacerse semejante a nosotros en todo y mostrar que esta bajada a la tierra se había vuelto necesaria, él mismo asumió la misma obligación nuestra, ¿cómo no podría estar claro que las almas de todos están invitadas a ser trasladadas a aquellos lugares resplandecientes que convienen de modo claro a la sagrada condición de los santos (Andrés de Creta, Omelie mañane, Roma 1987, pp. 152ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por lo tanto, animaos mutuamente y confortaos unos a otros con estas palabras» (cf. 1 Tes 5,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ciertamente, también a nosotros, hombres de hoy, nos visitan el sufrimiento y el luto, la melancolía y el dolor por el inconsolable sufrimiento del pasado, por el sufrimiento de los muertos. Ahora bien, todavía son más fuertes -al parecer- nuestra reticencia a hablar de la muerte en general y nuestra insensibilidad hacia los muertos. ¿Acaso no son demasiado pocos los que mantienen, o intentan mantener, una relación de amistad o fraternidad con los muertos? ¿Quién se da cuenta de su insatisfacción, de su silenciosa protesta contra nuestra indiferencia, contra la rapidez con la que los olvidamos para ocuparnos de los asuntos cotidianos? Por lo general, no tenemos ninguna dificultad para rebatir éstos o análogos problemas, porque los rechazamos o denunciamos como situados «fuera de la realidad». Pero, entonces, ¿qué idea tenemos de la realidad? ¿Acaso sólo la fugacidad y el carácter amorfo de nuestra conciencia infeliz, la trivialidad de nuestras preocupaciones? [...].

Ahora bien, si nos quedamos demasiado tiempo como esclavos de la absurdidad y de la indiferencia hacia los muertos, al final no podremos hacer más que promesas triviales a los vivos [...]. En esta situación, nosotros, los cristianos, confesamos nuestra esperanza en la resurrección de los muertos no en virtud de una utopía bien construida, sino en virtud del testimonio de la resurrección de Cristo, que constituye desde el comienzo el núcleo de nuestra comunidad cristiana. Lo que los discípulos atestiguaron no era fruto de sus vanos deseos, sino que se trataba de una realidad que se impuso contra todas las dudas y les hizo proclamar: «Verdaderamente, ha resucitado el Señor» (Lc 24,34). El programa de la esperanza de la resurrección de los muertos, basado en el acontecimiento pascual, nos abre a todos un futuro, a los vivos y a los muertos (Sínodo alemán, en Facciamo l'uomo, Brescia 1991).

 

 

 

Día 5

Miércoles de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 3,1-9

1 Por mi parte, hermanos, no pude hablaros como a quienes poseen el Espíritu, sino como a gente inmadura, como a niños en Cristo.

2 Os di a beber leche y no alimento sólido porque aún no podíais asimilarlo. Tampoco ahora podéis,

3 pues seguís siendo inmaduros. Mientras haya entre vosotros envidias y discordias, ¿no es señal de inmadurez y de que actuáis con criterios puramente humanos?

4 Pues cuando uno dice: «Yo soy de Pablo», y otro: «Yo de Apolo», ¿no estáis procediendo demasiado a lo humano?

5 Porque, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Simples servidores por medio de los cuales llegasteis a la fe; cada uno, según el don que el Señor le concedió.

6 Yo planté y Apolo regó, pero el que hizo crecer fue Dios.

7 Ahora bien, ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta.

8 El que planta y el que riega forman un todo; cada uno, sin embargo, recibirá su recompensa conforme a su trabajo.

9 Nosotros somos colaboradores de Dios; vosotros, campo que Dios cultiva, casa que Dios edifica.

 

**• La lectura comienza con una clara distinción entre «gente inmadura» y hombres que «poseen el Espíritu» (v. 1). La primera expresión, según Pablo, se refiere a personas abandonadas a sus propias fuerzas y guiadas por criterios humanos: gentes que podrían ser calificadas de personas «subdesarrolladas» desde el punto de vista espiritual, tal vez también como personas que no han experimentado todavía la plenitud de la vida. Los hombres que poseen el Espíritu son aquellos que, de una manera libre y consciente, han entrado en una nueva mentalidad, en un modo de vida que comparte la novedad de Cristo.

¿Cómo se manifiesta la inmadurez de algunos cristianos? En que se deleitan en crear facciones, en sembrar discordias y en esparcir envidias. Procediendo así, en vez de contribuir a edificar la comunidad, tienden a destruirla, y no sólo con los. pensamientos, que alimentan, sino también y sobre todo con las actitudes que asumen. Sin embargo, prosigue el apóstol, a todos les es posible vivir y comportarse como hombres que ¿poseen el Espíritu», con la condición de que comprendamos bien qué es Pablo y qué es Apolo: ministros (esto es, siervos), simples colaboradores de Dios.

La iniciativa de la salvación corresponde sólo al Señor, sólo a él le pertenecen el mérito y el honor. Por consiguiente, es preciso saber y reconocer" que el protagonista -más aún, el único verdadero realizador de la salvación- es Dios. Él es quien hace crecer lo que los siervos se han limitado a plantar y a regar. Es él quien salva a todos los que, mediante la escucha de la predicación, se abren al diálogo que lleva al descubrimiento de la verdad.

También es preciso respetar el orden jerárquico entre los agentes que colaboran en la obra de la salvación: Dios está siempre en primer lugar; después, todos los demás. Por su parte, Pablo está sinceramente dispuesto a ponerse en el último lugar.

 

Evangelio: Lucas 4,38-44

En aquel tiempo, Jesús

38 salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le rogaron que la curase.

39 Entonces Jesús, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre y la calentura desapareció. La mujer se levantó inmediatamente y se puso a servirles.

40 Al ponerse el sol, llevaron ante Jesús enfermos de todo tipo, y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.

41 Salían también de muchos los demonios gritando: -Tú eres el Hijo de Dios. Pero él les increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

42 Al hacerse de día, salió hacia un lugar solitario. La gente le buscaba y, cuando le encontraron, trataban de retenerlo para que no se alejara de ellos.

43 Él les dijo: -También en las demás ciudades debo anunciar la Buena Noticia de Dios, porque para esto he sido enviado.

44 E iba predicando por las sinagogas de Judea.

 

*• Prosigue el relato de la «jornada de Cafarnaún». Jesús, tras haber visitado el lugar público donde se atiende a la religión, la sinagoga, se retira a una dimensión más íntima, a casa de uno de sus primeros discípulos. También entre sus propios amigos tiene que ejercer su autoridad sobre el mal. La fiebre era considerada en la antigüedad una representación de la obra del Maligno, porque volvía a la persona débil e inerte. Seguramente, se conserva aquí un recuerdo histórico: la suegra es, a buen seguro, una mujer anciana, una mujer que ha consumido su vida en torno al cuidado de la casa y de su familia. Ahora, una vez curada, empieza a servir al Señor y a los suyos. La vida de aquel que -joven o anciano- ha encontrado a Jesús está destinada, de manera inevitable, a cambiar, realizándose en relación con él.

La actividad taumatúrgica de Jesús alcanza su cima al ponerse el sol. «Al ponerse, el sol llevaron ante Jesús enfermos de todo tipo, y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba» (v. 40): con estas palabras se pretende indicar la plena manifestación del Reino de Dios precisamente cuando el tiempo gira a su término.

Por otra parte, la oscuridad y la noche funcionan como símbolos del imperio del mal, un imperio que envuelve al hombre en las tinieblas mientras no llega la luz verdadera, el enviado de Dios. Que aquí está presente el Reino de los Cielos lo confirman las confesiones de los demonios expulsados por Jesús: éstos le reconocen como «Hijo de Dios» y «Cristo».

La última escena se desarrolla en un lugar desierto, donde Jesús se retira al silencio, siguiendo la tradición de los profetas. Aquí declara a las muchedumbres que le buscan la necesidad de evangelizar «las demás ciudades», a causa del mandato que ha recibido del Padre: él, Jesús, es la luz de Dios enviada a todas las naciones (cf. Is 49,6), empezando por las «sinagogas de Judea» (v. 44), o sea, las más próximas entre las que esperan la salvación.

 

MEDITATIO

Por medio del Señor Jesús es como llegan los hombres a la plena verdad sobre Dios, sobre sí mismos y sobre el mundo. En él se realiza la vocación de Adán a la shalóm originaria. El anuncio de su Evangelio a las muchedumbres parece querer decir, en primer lugar, que existe en el espacio creado la posibilidad de vivir en armonía con nuestro propio cuerpo, con el espíritu que hay en nosotros, con los hermanos y, naturalmente, con Dios mismo. Ahora bien, este anuncio no tiene nada que ver con una especie de «gnosis» que pretenda revelar al hombre su potencial, sus posibilidades de autocuración.

Jesús es la presencia misericordiosa de un Padre que se inclina sobre las llagas de sus hijos perdidos, que sale en su busca, casi a «descubrir» el mal allí donde se esconda; mas para llevar esto a cabo muestra que tiene necesidad de la obra de los que le han reconocido como el Salvador. Escuadras innumerables de anunciadores de la verdad, algunos muy conocidos, otros perfectamente anónimos: son los que pidieron a Jesús por la suegra de Pedro (Lc 4,38), los que le llevaban a sus enfermos de todo tipo (v. 40), Epafras y sus colaboradores en el ministerio (Col 1,8). Todos éstos, y muchísimos otros, han profesado su fe en Jesucristo con gestos o palabras, y no sólo han encontrado en él el sentido de su propia existencia, sino que se han convertido en mediadores de salvación para algún pariente, vecino, amigo, conciudadano, menesteroso; en suma, para el prójimo.

 

ORATIO

Padre nuestro, te alabamos y te bendecimos por haberte inclinado sobre nuestras llagas de hombres y mujeres pecadores: la enfermedad, la edad avanzada, la opresión del espíritu, han debilitado a la humanidad desde el principio, marcando sobre ella la victoria del mal, hasta el día en que enviaste al Salvador.

Él vino, pobre entre los pobres, haciéndose próximo a cada uno para que todos pudiéramos contemplar tu rostro de amor al resplandor de su luz. Con todo, la humanidad caída lleva consigo el límite espacio-temporal al que también el Hijo hecho hombre se ha sometido, a fin de que la Buena Noticia del Reino tuviera necesidad de nosotros para llegar a cada ser humano.

Concédenos el Espíritu de tu Hijo, el Espíritu de amor, para que cure las enfermedades del hombre y de la mujer de hoy: la soledad, la indiferencia, el egoísmo, la desesperación... de cuantos todavía esperan escuchar tu Palabra que redime, contemplar la victoria del Reino de Dios en medio de nosotros.

 

CONTEMPLATIO

Procura creer al Verbo de Dios en lo que se ha dicho de él. Por ninguna otra razón podrás confesar mejor la divinidad de Dios que confesándola con la misma voz con la que te ha sido revelada la divinidad misma. En consecuencia, puedes estar convencido de que el Señor es verdaderamente Dios y de que es él quien nos ha revelado todos los caminos, de que es él quien se apareció sobre la tierra y vivió entre los hombres.

Él mismo trajo al mundo la luz de la fe, él mismo fue quien mostró la luz de la salvación: «El Señor es Dios, él nos ilumina» (Sal 117,27). Cree, por tanto, en él, ámale y confiésale. Y entonces tampoco tú, quieras o no, podrás negar que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre. Ésta es la perfección última de una cabal confesión de fe, a saber: confesar que Jesucristo, Dios y Señor, está siempre en la gloria de Dios Padre (Juan Casiano, L'incarnazione del Signóte, Roma 1991, p. 183, passim [edición española: Obras de Juan Casiano, Universitat de Valencia, Valencia 2000]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Te gustaría proclamar el Reino, hermano mío sacerdote. Entonces no tengas miedo de los signos y prodigios que nos dicen que este Reino está presente. ¿Acaso no constituyen la característica del apóstol? Deja, por consiguiente, que el Señor apoye tu palabra. No tengas miedo de orar sobre un enfermo, con tus manos ligeramente puestas sobre sus hombros, sobre su cabeza o sobre l a parte del cuerpo que le duele. No permitas a los charlatanes y a los curanderos usurpar este gesto tan sencillo y tan bello, que el Señor realizó con frecuencia. Pertenece por derecho a los obreros del Evangelio. No tengas miedo de asociar a algunos hermanos a esta oración, porque con ello la presencia de Jesús se hará sentir todavía más.

No tengas miedo de «parecer ridículo». Deja que la faz de Cristo se refleje en tu rostro. Un sacerdote constituye la imagen viva de Jesús. Éste oraba sobre los enfermos, y a ellos les gustaba ver a Jesús orando sobre ellos. Muéstrate confiado, ten e inspira confianza. Jesús curará, como sabe y como quiere, tal vez empezando por tu corazón y tu inteligencia. ¡Qué purificación no exige e incluye semejante oración! A buen seguro, necesitarías estar dispuesto a cargar sobre tus propios hombros la enfermedad del hermano sobre el que oras: «Si ése es tu deseo, Señor, acepto conocer la misma debilidad, la misma descomposición del cuerpo» (D. Ange, // sangue dell'Agnello guarisce ¡'universo, Milán 1983).

 

 

 

Día 6

Jueves de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 3,18-23

Hermanos:,

18 Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros piensa que es sabio según el mundo, hágase necio para llegar a ser sabio.

19 Porque la sabiduría del mundo es necedad a los ojos de Dios. Pues dice la Escritura: Dios es quien atrapa a los sabios en su astucia.

20 Y también: El Señor conoce los pensamientos de los sabios y sabe que son vanos.

21 Por tanto, que nadie presuma de quienes no pasan de ser hombres. Porque todo es vuestro:

22 Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo es vuestro.

23 Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios.

 

**• Pablo retoma la reflexión sobre el binomio «sabiduría »/«necedad» y la completa con dos referencias veterotestamentarias: su atención se había concentrado en la necedad de la predicación (l,18.21) y en la necedad de la cruz (1,23), así como en la necedad de la fe (2,5). Ahora se dilata el discurso y se aplica a la vida cristiana como tal. En efecto, el «vivir en Cristo», en su conjunto, incluye el compromiso de asumir la novedad de vida que Cristo ha predicado y que anuncia su cruz, aun cuando esta opción parezca paradójica y escandalosa al mundo en que vivimos. En un segundo momento, Pablo perfecciona el discurso sobre la escala de valores y lo hace con una expresión enormemente rica y elocuente:

- «Todo es vuestro» (v. 22b): hemos de señalar que aquí no se hace referencia a Pablo, Apolo o Cefas, sino a todo creyente y a la comunidad de los mismos. El pensamiento de Pablo es claro e inequívoco: los primeros y últimos destinatarios del mensaje salvífico no son los ministros, sino todos los que acogen el mensaje de la predicación.

- «Pero vosotros sois de Cristo» (v. 23a): todos, vosotros y nosotros, pertenecemos, dice el apóstol, a Cristo mediante la fe. Esta conciencia la tuvieron ya los primeros cristianos cuando, en Antioquía de Siria, recibieron el nombre de cristianos (cf. Hch 11,26), y es algo que pertenece al depósito de la fe cristiana. Ser de Cristo significa tener una relación especial con él, en virtud de la llamada recibida, de la Palabra escuchada, del don de la gracia acogida.

- «Y Cristo es de Dios» (v. 23b): aquí encontramos reafirmado de nuevo el primado de Dios Padre, origen y fin de todo y de todos. De este modo dibuja el apóstol ante nosotros un itinerario teológico persuasivo y cautivador.

 

Evangelio: Lucas 5,1 2-11

En aquel tiempo,

1 la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la Palabra de Dios.

2 Vio entonces dos barcas a la orilla del lago; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

3 Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de tierra. Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca. 4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: -Rema lago adentro y echad vuestras redes para pescar.

5 Simón respondió: -Maestro, hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada, pero puesto que tú lo dices, echaré las redes.

6 Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces. Como las redes se rompían,

7 hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarles. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

8 Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

9 Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado;

10 e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: -No temas, desde ahora serás pescador de hombres.

11 Y después de llevar las barcas a tierra, dejaron todo y le siguieron.

 

*•• El cuadro representado por Lucas tiene una extraordinaria eficacia narrativa y es expresión de una experiencia de fe común, la del encuentro con Cristo y su exigente propuesta que interpela nuestra vida. En el relato salen a escena diversos personajes, la misma comunidad, pero, al mismo tiempo, todo se concentra en la respuesta de uno solo: Pedro, la roca, el primero entre los hermanos, aunque también el modelo en el bien y en el mal, en los impulsos y en los miedos, typos para todo discípulo de Jesús.

El drama está basado en la contraposición entre la experiencia marinera del viejo pescador (viejo en experiencia) y la palabra del joven maestro que viene de las colinas de Galilea, una oposición aplastante a primera vista: experiencia y palabra, años de duro trabajo y visiones esperanzadoras. No hay que dar por descontado el desenlace del relato, a fin de captar este momento inicial con toda su fuerza de contradicción. No parece haber espacio en la vida de Pedro y sus compañeros para la palabra de un joven rabí, especialmente cuando se trata de cosas del mar. «Hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada» (v. 5), recuerda el peso de una larga noche de trabajo, la amargura de las redes vacías, años de alimento arrancado con fatigoso trabajo al mar.

De manera inesperada, se abre una brecha, surge el espacio de la duda en el corazón de Pedro: «¿...y si tuviera razón?». Y en este espacio se insinúa la fe que cambiará para siempre su vida. Contra toda previsión razonable, las redes se llenan, casi se rompen, las barcas se hunden bajo el peso de la pesca milagrosa, la alegría rebosa en los corazones. Reconocerse pecador significa admitir aquí los propios límites, poner en tela de juicio las propias certezas, restituir el primado a Dios, que se ha hecho próximo en la persona de Jesús. El relato concluye con el otorgamiento del encargo por parte del Señor y la respuesta de Simón y sus compañeros: una respuesta pronta, generosa, absoluta {«dejaron todo...»: v. 11), sin condiciones, como lo fue la acción salvífica de Dios en sus vidas.

 

MEDITATIO

Cuando el hombre vacila en sus convicciones más firmes, se crea la ocasión para la conversión. En el espacio que deja libre el hombre, en este silencio de su experiencia -limitada por lo demás-, puede actuar Dios, su señorío está en condiciones de manifestarse. En un momento cambia todo, y ya nada será como antes. Frente a la manifestación de la omnipotencia del Señor, Pedro reconoce su propia impotencia; la acción de Jesús va dirigida a colmar sus más profundas expectativas, toca la humanidad de Pedro en lo íntimo de su experiencia.

Arrodillándose ante Jesús, Pedro se rinde a la mirada de Dios, se quita la máscara, abandona sus propias certezas para dejar espacio a lo imprevisto de Dios, que invade su vida. «Desde ahora...» (Lc 5,10b) es la sentencia que decreta este nuevo comienzo: verdadera conversión, pequeño éxodo que llena de un nuevo significado las acciones habituales. «Pescadores de hombres»: Pedro y sus compañeros están llamados a partir otra vez exactamente desde donde han dejado abandonadas las redes, aunque solamente sea por un instante, desde su experiencia del mar, que a partir de ahora mirarán con unos ojos nuevos, los ojos iluminados por la fe en el Señor Jesús.

La noche de su pesca sin éxito, de su trabajo inútil, se ha transformado en el día de la abundancia de Dios, en el día en que saborean los bienes que Dios mismo ha preparado para nosotros desde la eternidad. Por otro lado, seguir siendo pescadores significa proseguir la propia experiencia en el espacio y en el tiempo, en la cultura y en la sociedad por las que estamos marcados y encarnar precisamente en este camino la Palabra que salva.

 

ORATIO

Dios, Padre nuestro, en un tiempo enviaste la columna de fuego para iluminar el camino de tu pueblo, que salía de la esclavitud del faraón. Hoy, aquí, para nosotros, hay mucho más que una nube luminosa. Para nosotros está tu Hijo, Jesús, revelación de tu sabiduría, manifestación de tu vida divina. Para nosotros, en cada línea del Evangelio, está su Palabra, que nos llama a conversión; en los sacramentos, su presencia eficaz; en el ministerio pastoral de la Iglesia, su sabia enseñanza. Todo esto es luz que nos arranca de la oscuridad de nuestras certezas, que nos permite ir más allá del fracaso de nuestra experiencia.

Hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada» es la evidencia de nuestra naturaleza mortal, de la que tú nos liberas: «Hazte a la mar... no te encierres en tu pequeño mundo, ve más allá de tu breve experiencia, que aunque fuera la de toda la humanidad no serviría para nada. Existe otra evidencia más clara, la única que necesitas, la de mi Palabra».

 

CONTEMPLATIO

A ti sólo amo, a ti sólo sigo, a ti sólo busco, y estoy dispuesto a estar sometido sólo a ti, puesto que sólo tu ejerces con justicia el dominio, y yo deseo ser según lo que tú dispones. Manda y ordena lo que quieras, te lo ruego, pero cura y abre mis oídos, a fin de que yo pueda oír tu voz. Cura y abre mis ojos, a fin de que yo pueda ver tus señas. Aleja de mí los impulsos irracionales, a fin de que pueda reconocerte. Dime hacia qué parte debo mirar, a fin de que te vea, y espero poder cumplir todo lo que me mandes [...].

Sólo pido a tu altísima clemencia que yo me vuelva por completo hacia ti, que no me surjan obstáculos mientras tiendo hacia ti y que se me conceda que yo, mientras todavía llevo y arrastro este cuerpo mío, sea sobrio y fuerte, justo y prudente, perfecto amador y digno de aprender tu sabiduría y de estar y habitar en tu bienaventurado Reino. Amén. Amén (Agustín de Hipona, Soliloquios).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Puesto que tú lo dices, echaré las redes» (Lc 5,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En primer lugar, el hombre se vuelve verdaderamente él mismo sólo porque es el interlocutor a quien Dios se dirige: como ha sido creado para esto, se adquiere, al convertirse en aquel que responde a Dios, plena y cabalmente en sí mismo. Él es el lenguaje del que Dios se sirve para dirigirle la palabra: ¿cómo podría jamás comprenderse a sí mismo de manera eminente?

Saliendo a la luz de Dios, entra en su propia luz, sin comprender (espiritualmente) su propia naturaleza o -por soberbia- su propia condición de criatura. Sólo la Redención puede salvar al hombre. El signo de Dios que se anula a sí mismo, haciéndose hombre y muriendo en medio del abandono más completo, explica la razón de que Dios haya aceptado bajar a este mundo, renunciando a sí mismo: respondía a su esencia y naturaleza absoluta manifestarse, en su infinita e incondicionada libertad, como el amor inconmensurable, que no es el bien absoluto puesto más allá del ser, sino que representa las dimensiones mismas del ser. Precisamente por eso el eterno prius de la Palabra divina de amor se esconde en una impotencia que concede el Prius a la criatura amada [...].

La Palabra de Dios engendra la respuesta del hombre, convirtiéndose ella misma en correspondencia de amor que deja la iniciativa al mundo. Círculo vicioso, sin solución, por Dios y sólo por él pensado y realizado, que permanece eternamente por encima del mundo y precisamente por eso vive en el corazón del mundo. En el corazón está el centro: por eso adoramos el corazón de Jesús; su cabeza la adoramos sólo cuando está cubierta de llagas y de sangre, a saber: como revelación de su corazón (H. U. von Balthasar, Solo l'amore é credibile, Roma 1 982 [edición española: Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca 1990]).

 

 

Día 7

Viernes de la 22ª semana del Tiempo ordinario

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 4,1-5

Hermanos:

1 Que se nos considere, por tanto, como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios.

2 Ahora bien, lo que se exige a los administradores es que sean fíeles.

3 En cuanto a mí, bien poco me importa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; ni siquiera yo mismo me juzgo.

4 De nada me remuerde la conciencia, mas no por eso me considero inocente, porque quien me juzga es el Señor.

5 Así pues, no juzguéis antes de tiempo. Dejad que venga el Señor, él iluminará lo que se esconde en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón. Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que merezca.

 

*»• En el seno de la comunidad cristiana de Corinto había algunos que empezaban a contestar la legitimidad y la autenticidad del ministerio que Pablo ejercía entre ellos y sobre ellos. En primer lugar -afirma Pablo-, somos «ministros de Cristo», esto es, servidores, siervos: nada más (v. la). Nos viene espontáneamente a la mente recordar aquellas palabras de Jesús a los apóstoles: «Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: "Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer"» (Le 17,10). Este primer rasgo prueba la identidad del apóstol y le define en relación con Cristo, que le ha llamado.

Somos también «administradores de los misterios de Dios» (y. Ib), esto es, «ecónomos», porque somos responsables de la oikonomía que ve obrando tanto a Dios, que dispensa sus misterios, como a los apóstoles, que han sido llamados a dar lo que han recibido. Este segundo rasgo caracteriza al ministerio apostólico con respecto a los fieles, que tienen derecho a recibir lo que Dios, por manos de sus ministros, dispensa a manos llenas. A los ministros-administradores se les pide que sean «fieles» (v. 2): el término griego empleado puede aludir a la fidelidad personal del apóstol respecto a su Señor, pero expresa, sobre todo, la fidelidad del siervo a su servicio o, mejor aún, a aquel que le ha llamado para este servicio. Por último, el apóstol se siente sometido sólo al juicio de Dios (w. 3ss): de aquí podemos colegir la extrema libertad de Pablo frente a todos, aunque no respecto a Dios, al que se ha rendido de una vez para siempre y al que ahora permanece sometido en todo y para todo. No es difícil reconocer en estos elementos característicos del ministerio apostólico una auténtica espiritualidad, de la que, por otra parte, Pablo da testimonio en todas sus cartas.

 

Evangelio: Lucas 5,33-39

En aquel tiempo, los maestros de la Ley y los fariseos

33 le preguntaron a Jesús: -Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, e igualmente los de los fariseos; en cambio, tus discípulos comen y beben.

34 Jesús les contestó: -¿Podéis hacer ayunar a los amigos del novio mientras el novio está con ellos?

35 Llegará un día en que el novio les será arrebatado; entonces ayunarán.

36 Les puso también este ejemplo: -Nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo, porque estropeará el nuevo y al viejo no le caerá bien la pieza del nuevo.

37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo reventará los odres, se derramará el vino y los odres se perderán.

38 El vino nuevo se echa en odres nuevos.

39 Y nadie habituado a beber vino añejo quiere el nuevo, porque dice: «El añejo es mejor».

 

**• El contexto del fragmento tomado del evangelio de Lucas nos lo proporciona la discusión a propósito del ayuno. Los puntos de vista implicados son tres: el de los discípulos de Juan, que se caracterizan -incluso en la época apostólica- precisamente por una severa ascesis en nombre de la matánoia (penitencia-conversión) que debe preceder a la venida del Mesías; el de los maestros de la Ley y los fariseos, que interpretan el ayuno y las frecuentes oraciones como signo de reconocimiento del carácter profético; el de los discípulos de Jesús, que se explica a través del uso de un dicho (sobre los invitados a las bodas) y de una parábola.

La pregunta que subyace a la crítica realizada por los adversarios de Jesús podemos expresarla de este modo: si tú eres de verdad un profeta, ¿por qué no haces penitencia y oraciones como los profetas de nuestros padres, en espera del Mesías? Respuesta de Jesús: porque yo no soy sólo un profeta, sino el Mesías que vosotros esperáis. Es a otros a quienes les corresponde la tarea de ayunar y hacer penitencia; a los discípulos de Jesús les corresponde la de gozar, porque la espera ha llegado por fin a su término: el esposo está con ellos. Los días en los que el esposo les sea arrebatado serán los de la espera de su segunda venida, un tiempo de prueba para la Iglesia comprometida en dar testimonio de Cristo.

La parábola tiene la finalidad de indicar cuáles son las condiciones que se requieren para el reconocimiento de Jesús como el Mesías: los dos momentos se caracterizan por la antítesis nuevo/viejo. Del mismo modo que el remiendo de tejido nuevo corre el riesgo de desgarrar el tejido viejo ya gastado (pensemos en los tejidos duros y bastos de la antigüedad), tampoco el vino joven estará seguro en odres viejos y poco dúctiles. El riesgo que se corre en ambos casos es el de una pérdida total (de tipo económico): tanto el vestido como el vino y los odres dejan de servir y hay que tirarlos. Aquí reside el rasgo decisivo de la Palabra: el que no recibe a Jesús como el Señor que viene no tendrá sitio en el Reino de Dios, no servirá para nada y será «echado fuera».

 

MEDITATIO

La invitación dirigida por Jesús a sus oyentes es la de renovar su propia mente, a fin de prepararse para acoger la novedad que viene de Dios, sin obstinarse en permanecer en los esquemas preestablecidos, aunque sean los ofrecidos por la misma religión. También los profetas habían previsto esta dificultad para reconocer a Dios en algo novedoso: «Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43,19).

Ninguna gnosis está en condiciones de anunciar el escandaloso mensaje de un Dios crucificado ni de acoger la absurda pretensión de que los muertos resuciten, a no ser la del Evangelio. ¿Cuál debe ser la actitud del hombre frente a la novedad detonante de un kerygma que viene a hacer saltar todas las previsiones? El profeta del Antiguo Testamento (cf. Is 5,lss) se compara a menudo con la maravillosa figura del «amigo del esposo», presente en las culturas tradicionales y cuya tarea consiste en hacer todo lo necesario para que las nupcias lleguen a buen fin; se ocupa asimismo de las negociaciones del «contrato matrimonial» hasta el momento de la celebración de la boda {cf. la figura del siervo de Abrahán en Gn 24), en el que la satisfacción por el éxito del matrimonio explota en la alegría de la fiesta.

Ésa es la alegría de los «amigos del novio» (personajes con los que el cuarto evangelio compara a la figura del Bautista: Jn 3,29) que nosotros, la Iglesia, estamos llamados a compartir. En la boda de Dios con la humanidad, en la que se restablece la paz entre el cielo y la tierra, nosotros somos los testigos, porque tenemos capacidad de expresar el amor de Dios.

 

ORATIO

Gracias, Señor, por habernos invitado a tu boda. Nosotros, tu Iglesia, somos los que conocemos el «precio» de esta fiesta, los que conocemos la historia de tu amor a la humanidad desde el principio. Tú eres el esposo y nosotros tus amigos. Mas, para el hombre que sufre en la lejanía de Dios, tú eres el esposo que cada día ofrece el vino nuevo de la alegría.

¿Cuál es, pues, la tarea que confías a tus amigos en este tiempo en el que experimentamos la espera de tu retorno entre nosotros? Sin duda, la de ir en busca de la esposa, la de hablarle de tu belleza, cantándole tus palabras de amor, para gozar por fin contigo en el día en que la amada te haya reconocido como el único capaz de darle la vida, de abrirle el camino hacia Dios.

De este modo nos llamas a vivir ya desde ahora en la novedad de tu Reino, reino de reconciliación y de paz, para ser «odres» capaces de contener y comunicar tu amor infinito a cada hombre.

 

CONTEMPLATIO

«La tierra está llena de tus criaturas»: de todos los árboles y matas, de todas las bestias y de todo el género humano... Pero debemos señalar mucho más a las criaturas de las que dice el apóstol: «Si alguien está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ha pasado, he aquí que lo hago todo nuevo» (2 Cor 5,17)... Vino el que renovó sus obras; vino el que fundió su plata para acuñar su moneda, y nosotros vemos la tierra llena de cristianos que creen en Dios, que abandonan su impureza y su idolatría, que rechazan las esperanzas pasadas por la esperanza de un mundo nuevo [...]. Aunque todavía somos peregrinos, observamos todo este mundo y vemos que de todas partes corren los hombres a la fe, temen el infierno, desprecian la muerte, aman la vida eterna y desdeñan la presente. Y ante este espectáculo, entusiasmados por la alegría, exclamamos: «La tierra está llena de tus criaturas» (Agustín de Hipona, Comentarios sobre los salmos).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El vino nuevo se echa en odres nuevos» (Lc 5,38).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La imagen de Jesús es ésta: «Os daré una nueva visión del mundo que vosotros gustaréis como un vino nuevo, pero esta novedad quedará completamente frustrada si no tenéis odres nuevos. Si no existen estructuras nuevas que reflejen la nueva actitud mental, entonces también se habrá perdido la actitud mental. Ambos deben ser renovados: el continente y el contenido; de otro modo, ambos se perderán».

Nosotros, tradicionalmente, hemos intentado predicar un Evangelio hecho en gran parte de palabras, de modos de pensar y de experiencias de salvación interiores. La gente dice que está salvada, que está «regenerada»; ahora bien, ¿cómo hacemos para saber si alguien está salvado? ¿Aman a los pobres? ¿Se han liberado de su yo? ¿Se muestran pacientes ante las persecuciones? Estos podrían ser los verdaderos indicadores [...].

Todos somos un poco iguales. Es más fácil hablar del vino sin nombrar los odres; hablar de la salvación de una manera teórica, sin instaurar un nuevo orden en el mundo. Honestamente, las naciones europeas que se definen como cristianas fundamentan su sociedad -tal como hacemos todos nosotros- enteramente sobre estructuras de dominio y de control: racismo, sexismo, clase social, poder y dinero. Se fundamentan en todas esas cosas en las que Jesús nos dijo que no fundamentáramos nuestra vida. Hay un poco de vino nuevo en algunos odres muy viejos (R. Rohr,  Il piano di Gesú per un mondo nuovo, Brescia 1 999).

 

 

Día 8

 

Sábado de la 22ª semana del Tiempo ordinario o día 8 de septiembre, festividad de la

Natividad de la Santísima Virgen María

 

La fiesta del nacimiento de María se remonta al siglo V, momento en el que se edificó una iglesia en Jerusalén, en el lugar donde los apócrifos imaginaban que había estado la casa de Joaquín y Ana, padres de la madre de Jesús.

Las razones de la elección del día 8 de septiembre no nos son conocidas (la fijación de la solemnidad de la Inmaculada Concepción nueve meses antes, en el calendario litúrgico, es tardía).

La Iglesia oriental solemniza la natividad de María como inicio del año litúrgico; las primeras celebraciones en Occidente (a partir de Roma) aparecen en el siglo VII.

 

LECTIO

Primera lectura: Miqueas 5, 1-4a

1 Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño.
2 Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel.
3 El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh, con la majestad del nombre de Yahveh su Dios. Se asentarán bien, porque entonces se hará él grande hasta los confines de la tierra.
4 El será la Paz. Si Asur invade nuestra tierra, y huella nuestro suelo, suscitaremos contra él siete pastores, y ocho príncipes de hombres.

 

          Miqueas predica en el Reino del sur, Judá, en torno al año 700 aC, y es contemporáneo de Oseas y de Isaías. Son los tiempos en que va a desaparecer el Reino del Norte, Israel, a manos de los asirios (721 aC), tiempos en que la predicación se hace muy radical, avisando a Judá de que su mal comportamiento le puede acarrear la misma suerte.

 

          En medio de las predicaciones de Miqueas aparece el texto que hoy leemos. Anuncia el nacimiento de un salvador, y su procedencia, la estirpe de David. Es una manifestación de la esperanza mesiánica del pueblo: nacerá un salvador de la estirpe de David. (lo que viene a significar, depurando el mensaje, "un nuevo David", un conductor del pueblo que lo conducirá por los caminos del Señor.)

        Hay que insistir en que el texto aplicado a Jesús muestra la primera fe cristiano/judaica, en que Jesús es precisamente “el que esperaban”, “el que había de venir”, pero hay que añadir que los evangelios de la infancia muestran con insistencia en que no es como lo que esperaban, no se parece nada al Rey conquistador, y ése será precisamente el mensaje global de Marcos y muy especialmente el mensaje de los relatos de la Pasión.

 

Evangelio: Mateo 1,1-16.18-23

1 Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David, Hijo de Abrahán:

2 Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá y a sus hermanos.

3 Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zara; Farés engendró a Esrón; Esrón engendró a Aran;

4 Aran engendró a Aminadab; Aminadab engendró a Naasón; Naasón engendró a Salmón.

5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed;

Obed engendró a Jesé;

6 Jesé engendró al rey David. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón.

7 Salomón engendró a Roboán; Roboán engendró a Abías; Abías engendró a Asá;

8 Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Jorán; Jorán engendró a Ozías;

9 Ozías engendró a Joatán; Joatán engendró a Acaz; Acaz engendró a Ezequías;

10 Ezequías engendró a Manases; Manases engendró a Amón; Amón engendró a Josías.

11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la cautividad de Babilonia.

12 Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel;

Salatiel engendró a Zorobabel;

13 Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliaquín; Eliaquín engendró a Azor;

14 Azor engendró a Sadoc; Sadoc engendró a Ajín; Ajín engendró a Eliud;

15 Eliud engendró a Eleazar; Eleazar engendró a Matan; Matan engendró a Jacob.

16 Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías.

18 El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre, María, estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.

19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.

20 Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.

21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por el profeta:

23 La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel. (que significa: Dios con nosotros).

 

»*• El exordio del evangelio según Mateo representa una especie de consulta del registro civil sobre Jesús: es como una letanía de nacimientos. Más o menos, todos los antepasados han sido protagonistas en una etapa de la historia; en el nacimiento y en la vida de muchos de ellos resultó determinante la intervención del Señor.

Al final de la lista, el evangelista -discípulo de Cristo sumiso a la cultura judía- sitúa a José, esposo de María, «de la cual nació Jesús, llamado Mesías» (v. 16). José no tuvo ninguna presencia, sino sólo proximidad y contigüidad, en el acontecimiento de la encarnación, revelado como misterio matrimonial entre la Virgen y el Espíritu Santo. También José recibió este anuncio. También él fue madurando en la fe la comprensión del nacimiento de aquel que fue engendrado en María, su esposa, por el Espíritu Santo y estaba destinado a salvar al pueblo de sus pecados (v. 21). También él secundó la Palabra divina, obediente, silencioso, activo.

 

MEDITATIO

La meditación en la fiesta del nacimiento de María se enriquece de ideas. Sólo los apócrifos se basan en la narración del nacimiento de la Madre del Salvador, empalagados de fantasías emocionadas y de hechos inverosímiles utilizables, no obstante, en el ámbito de las simbologías y como interpretaciones. En las lecturas bíblicas no se concentra la atención directamente en María, dado que faltan las fuentes relativas a su nacimiento.

Por consiguiente, la meditación sobre su nacimiento tiene que pasar al menos por una afirmación central en ellas, a saber: la importancia del nacimiento.

Semejante observación podría parecer una obviedad; sin embargo, nos introduce en la búsqueda del sentido profundo, más allá de la crónica, de una existencia desde la perspectiva de la fe en Dios y desde la confianza en la nueva criatura entrada en el mundo humano.

El punto fuerte en el descubrimiento de la importancia de un nacimiento está en el descubrimiento de que Dios es el protagonista de ese nacimiento y del destino de esa persona. La presencia determinante e indispensable de Dios como protagonista se encuentra, en consecuencia y por analogía, también en el nacimiento y en la vida de María. El oráculo de Miqueas (el leccionario propone Miq 5,2-5 como primera lectura alternativa) se refiere a una maternidad, esto es, a la fuente de un nacimiento proyectado por Dios: la cita de éste en Mt 2,6 denota una convicción mesiánica, traducida por el evangelista en una convicción cristológica y contextualmente mariológica. La relectura de otro oráculo (Is 7,14) por parte del mismo evangelista señala en la virgen parturienta María a la madre designada por el mismo Dios y envuelta en el abismo místico de la comunión con el Espíritu Santo, el «Señor que da la vida». La importancia del nacimiento de María se deduce también a través de la prefiguración de ella en aquellos que fueron llamados por Dios según su designio, conocidos desde siempre, predestinados, justificados (la singular redención anticipada de la Inmaculada), glorificados.

 

ORATIO

Santa María, hija del Dios de la vida, criatura nacida en medio de la alegría, arca de la gracia plasmada por el Espíritu, salve. Madre del Viviente, canta aún por nosotros la alabanza al Todopoderoso y guía la gratitud por toda vida que nace y madura junto a nosotros.

Mujer destinada por adelantado a la existencia para abrir la vida al Hijo del hombre, el vencedor de la muerte con su resurrección, acompáñanos en el camino y en las pausas de la vida. Virgen solitaria, presencia amorosa y servicial en nuestra historia, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

¿De dónde, repito, te ha llegado tan gran bien? Eres virgen, eres santa, has hecho un voto; pero es muy grande lo que has merecido; mejor, lo que has recibido. ¿Cómo lo has merecido? Se forma en ti quien te hizo a ti; se hace en ti aquel por quien fuiste hecha tú; más aún, aquel por quien fueron hechos el cielo y la tierra, por quien fueron hechas todas las cosas; en ti la Palabra se hace carne recibiendo la carne, sin perder la divinidad.

Hasta la Palabra se junta y une con la carne, y tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio; vuelvo a repetirlo: tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio, es decir, de la unión de la Palabra y de la carne; de él sale el mismo esposo como de su lecho nupcial (Sal 18,6). Al ser concebido te encontró virgen, y, una vez nacido, te deja virgen. Te otorga la fecundidad, sin privarte de la integridad. ¿De dónde te ha venido? ¿Quizá parezca insolente interrogar así a una virgen y pulsar inoportunamente con estas mis palabras a sus castos oídos. Mas veo que ella, llena de rubor, me responde y me alecciona: ¿Me preguntas de dónde me ha venido todo esto?

Me ruborizo al responderte acerca de mi bien; escucha el saludo del ángel y reconoce en mí tu salvación. Cree a quien yo he creído. Me preguntas de dónde me ha venido eso. Que el ángel te dé la respuesta». Dime, ángel, ¿de dónde le ha venido eso a María? Ya lo dije cuando la saludé: Salve, llena de gracia (Le 1,28).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día esta antífona litúrgica: «María, virgen madre de Dios, bendita y digna de toda alabanza, nosotros celebramos tu nacimiento: ruega por nosotros al Señor».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Y he aquí que dos mensajeros llegaron a ella, diciéndole: Joaquín, tu marido, viene a ti con sus rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta él, diciéndole: Joaquín, Joaquín, el Señor ha oído y aceptado tu ruego. Sal de aquí, porque tu mujer, Ana, concebirá en su seno.

Y Joaquín salió y llamó a sus pastores, diciendo: Traedme diez corderos sin mácula, y serán para el Señor mi Dios; y doce terneros, y serán para los sacerdotes y para el consejo de los ancianos; y cien cabritos, y serán para los pobres del pueblo.

Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y Ana, que lo esperaba en la puerta de su casa, lo vio venir y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello, diciendo: Ahora conozco que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones, porque era viuda, y ya no lo soy; estaba sin hijo, y voy a concebir uno en mis entrañas. Y Joaquín guardó reposo en su hogar aquel primer día. [...]

Y los meses de Ana se cumplieron y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y,  transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña y la llamó María.

Y cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que torne cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el gran sacerdote recibió a la niña y, abrazándola, la bendijo y exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti/ hasta el último día, el Señor hará ver la redención por El concedida a los hijos de Israel (Protoevangelio de Santiago IV, 2-4; V, 2; Vil, 2)

 

Día 9

23° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 35,4-7a

4 Decid a los cobardes: «¡Animo, no temáis!; mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvaros».

5 Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán,

6 brincará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará. Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la estepa;

7 el páramo se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manantial.

 

        **• Al juicio de Dios sobre los pueblos enemigos de Israel (Is 34) le sirve de contrapaso la gloria del pueblo elegido (Is 35). La prosperidad y la fecundidad de Israel, fruto de la radical transformación llevada a cabo por la intervención divina, celebran la magnificencia y el poder de YHWH. Los que han sufrido las atrocidades de la opresión enemiga reciben el anuncio de una palabra de consuelo, una palabra que les invita a tener ánimo porque Dios intervendrá en su ayuda. La venida de Dios castiga a los culpables y premia a los inocentes, según la ley del talión.

        La salvación divina aparece descrita, sobre la base de la doctrina de la retribución temporal, como una curación completa de las enfermedades físicas: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos brincan, los mudos cantan (vv. 5-6a). También la naturaleza recibe una nueva vitalidad: el desierto y la estepa reciben un riego abundante, la tierra árida se vuelve rica en manantiales (vv. 6b-7a). Los profetas contemplan esa perspectiva ideal para expresar el cumplimiento de la expectativa mesiánica.

        El Mesías que ha de venir inaugurará unos tiempos en los que no habrá más sufrimiento y hasta la muerte será destruida {cf Is 25,7ss). Jesús asumirá los signos de la curación radical del hombre, para introducir a sus oyentes en la comprensión de la verdad de su persona y de su misión {cf Mt 11,2-6).

 

Segunda lectura: Santiago 2,1-5

1 Hermanos míos, no mezcléis con favoritismos la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo, Señor de la gloria.

2 Supongamos que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y espléndidamente vestido y entra también un pobre con traje raído.

3 Si os fijáis en el que va espléndidamente vestido y le decís: «Siéntate cómodamente aquí», y al pobre le decís: «Quédate ahí de pie o siéntate en el suelo, a mis pies»,

4 ¿no estáis actuando con parcialidad y os estáis convirtiendo en jueces que actúan con criterios perversos?

5 Escuchad, mis queridos hermanos, ¿no eligió Dios a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?

 

        ** Santiago pide a los cristianos que no contradigan la fe profesada con un comportamiento incoherente. Interpelando directamente a los destinatarios de la carta, les invita a no caer en la práctica de favoritismos basándose en la riqueza: atenciones con los ricos, ninguna consideración con los pobres (v. 3). Quien muestra semejante actitud demuestra no creer en Jesucristo, Señor de la gloria (v. 1); son otros sus «señores»: el primero de todos la riqueza. Ésta es la primera asechanza, contra la cual no se cansaron de lanzar invectivas los profetas {cf. Am 6,1-7; Is 5,8-12; Miq2,lss), sintetizadas por Jesús en esta advertencia categórica: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

        A Jesús se le llama aquí «Señor de la gloria» porque su cuerpo, después de la resurrección, es un cuerpo glorificado y también porque es la revelación de la gloria del Padre. La gloria, signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, se ha hecho carne en Jesús, se ha hecho visible {cf. Jn 1,14). Practicar discriminaciones significa no reconocer esta manifestación de Dios y no acoger la consiguiente revelación de que todos los hombres, criaturas suyas, son iguales. Esto es algo particularmente grave, dado que tiene lugar con ocasión de las celebraciones litúrgicas (v. 2), o sea, precisamente cuando más evidente tenía que ser la identidad cristiana de la comunidad, en su unidad con Dios y entre los miembros que la componen. Los cristianos que practican el favoritismo demuestran que siguen teniendo una mentalidad mundana, alejada de la que se configura con el modo de obrar de Dios, y por eso no es auténtico el culto que le tributan (cf Sant 1,27).

        Dios escoge a los pobres y le da la vuelta a su condición, enriqueciéndoles con la fe en este mundo y dándoles después la vida eterna (v. 5). A lo largo de toda la revelación, aparece de manera constante la preferencia de Dios por los pobres, o sea, por esos que, sin buscar la seguridad en el poder o en los bienes terrenos, cuentan sólo con él; por esos que, indefensos y despreciados, «le aman» (v. 5b), es decir, viven con él en un clima de confianza, de confidencia, de agradecimiento.

 

Evangelio: Marcos 7,31-37

En aquel tiempo,

31 dejó Jesús el territorio de Tiro y marchó de nuevo, por Sidón, hacia el lago de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

32 Le llevaron un hombre que era sordo y apenas podía hablar y le suplicaron que le impusiera la mano.

33 Jesús lo apartó de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva.

34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: -Eííalha (que significa: ábrete).

35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

36 Él les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban.

37 Y en el colmo de la admiración decían: -Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

 

        **• La sección del evangelio en la que se encuentra el fragmento litúrgico de hoy está atravesada por el tema de la incomprensión de que es objeto la persona de Jesús. El sordomudo que recobra el pleno uso de sus facultades sensoriales, que le permitirán escuchar la Palabra reveladora y comunicarla a su vez, se convierte en signo de aquel que se abre a la acogida del misterio de Jesús. El hombre que recibe el milagro es un pagano que ha sido llevado a Jesús mientras este último atravesaba el territorio de la Decápolis (v. 31), situado al este del lago de Tiberíades, hasta donde había llegado la fama del Maestro como taumaturgo.

        El relato de esta curación es propio del evangelio de Marcos. No se alude a la fe del que recibe el milagro ni del que le acompaña (v. 32): es la totalidad de la persona del hombre la que se abre a la fe y al reconocimiento de quien le cura. Jesús obra el milagro apartándolo de la gente (v. 33) y ordenando guardar silencio sobre lo ocurrido (v. 36): la consigna del «secreto mesiánico» recibe aquí un énfasis particular. El anuncio del Evangelio y la adhesión de fe deben ser los únicos «signos» inequívocos de la inauguración de los tiempos mesiánicos.

        El milagro va acompañado de una gran riqueza de gestos: la introducción de los dedos en los oídos, el contacto con la saliva (elemento considerado como medicamentoso en la antigüedad), el suspiro, la palabra transmitida por el evangelista en arameo (vv. 33ss). Algunos de estos gestos se han conservado en el rito del bautismo.

        En virtud de la enorme admiración provocada por el milagro (v. 37), la muchedumbre no guarda la consigna del silencio (v. 36). La admiración está expresada con una afirmación que recuerda los relatos de la creación y de la liberación de la esclavitud. «Todo lo ha hecho bien» (v. 37a) remite a la expresión del libro del Génesis según la cual Dios vio que eran buenas todas las cosas creadas (cf. Gn 1). «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (v. 37b) y, por consiguiente, cumple la promesa del rescate de la esclavitud de Babilonia y del retorno a la patria anunciado por el profeta Isaías (cf. Is 35,1-10). Jesús, por tanto, lleva a cabo una nueva creación y la salvación definitiva.

 

MEDITATIO

        La muchedumbre, que iba a Jesús con el peso de sus propias enfermedades y con la confianza en su curación, nos sirve de espejo. Nos vemos a nosotros mismos en estos rostros: nosotros, como ellos, estamos dispuestos a acudir allí donde se intuye como posible la solución práctica de nuestros problemas contingentes, y mejor si resulta barato... Nos escapa el sentido profundo de la curación que da Jesús. Tal vez porque no sentimos necesidad de ninguna otra cosa.

        La Palabra de Dios que hemos oído hoy nos brinda la ocasión de volver a descubrir la alegría de haber sido bautizados: el bautismo, mucho más que una curación total, es un nuevo nacimiento que nos abre una vida nueva.

        Ser bautizado comporta un estilo de vida radicalmente renovado, en el que nuestros mismos sentidos captan la realidad en su densidad profunda y en el que las acciones, consecuentemente, expresan una lógica diferente de la que supone el egocentrismo. El bautizado es la persona cuyos ojos se abren a la belleza de la creación, cuyos oídos se abren a la Palabra de la misericordia y de la salvación, cuyos brazos se abren para abrazar a todo hombre y a toda mujer, sin discriminaciones de ningún tipo, puesto que ha reconocido en Dios al creador y al salvador de todos.

 

ORATIO

        Gloria a ti, Señor, que haces todas las cosas buenas y hermosas. Gloria a ti, que cuidas de todo lo que has creado y das a cada ser la posibilidad de conocer tu belleza y tu bondad.

        Haz que nos sacudamos el torpor de la mediocridad y, prolongando los límites de nuestros deseos, exclusivamente terrenos y materiales, nos atrevamos a probar tu don: la salvación, que es tu misma presencia vivificante.

        Haz que descubramos cómo los bienes que nos das se multiplican al compartirlos, sobre todo con quienes se encuentran en condiciones de indigencia.

        Enséñanos que la gratuidad es la verdadera liberación, la verdadera curación de nuestros males. Concédenos el coraje de pasar por esta experiencia. Tal vez entonces comprenderemos mejor que tú eres el Salvador y que nosotros, los bautizados, vivimos la nueva vida que nos has dado.

 

CONTEMPLATIO

        El sordomudo que fue curado de manera admirable por el Señor simboliza a todos aquellos hombres que, por gracia divina, merecen ser liberados del pecado provocado por el engaño del diablo. En efecto, el hombre se volvió sordo a la escucha de la Palabra de vida después de que, hinchado de soberbia, escuchó las palabras mortales de la serpiente dirigidas contra Dios; se volvió mudo para el canto de las alabanzas del Creador desde que se preció de hablar con el seductor.

        Dado que el sordomudo no podía ni reconocer ni orar al Salvador, sus amigos le condujeron al Señor y le suplicaron por su salvación. Así debemos conducirnos en la curación espiritual: si alguien no puede ser convertido por la obra de los hombres para la escucha y la profesión de la verdad, que sea llevado ante la presencia de la piedad divina y se pida la ayuda de la mano divina para salvarle. No se retrasa la misericordia del médico celestial si no vacila ni disminuye la intensa súplica de los que oran (Beda el Venerable, Omelie sul vangelo, Roma 1990, pp. 316ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo lo has hecho bien, Señor Jesús» {cf. Me 7,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Para seguir a Jesús sería preciso abandonar las enseñanzas y actuar sólo como quisiéramos que obraran los otros. Sería menester reconocer, en verdad, que eso es precisamente lo que hace él. Tras haberle conocido de cerca, ahora sé que me ama, como ama a cualquiera de los 'am ha'aresh que le siguen, sea un árabe, un griego, un romano o qué se yo. Más aún, ama a un extraño del mismo modo que ama a su madre, a sus parientes, a sus discípulos. Y cuando digo del mismo modo entiendo por ello que ya no existe diferencia alguna entre los que están unidos por este amor suyo universal. Ningún amor verdaderamente grande implica una gradación de valores; pues bien, su amor no parece tener límites. No puedo imaginar que sea capaz de negar nada a nadie, sea quien sea. La gente le pide milagros del mismo modo que pediría un préstamo que sabe ya por anticipado que no tendrá que devolver: y él se los concede. Los hace exaltando la misericordia, la bondad del Altísimo, o sea, señalando que todas las curaciones que a diario y en gran número realiza son una demostración evidente de que Adonai no puede obrar de otro modo con aquellos que confían en él.

        Parece decir: «Mira cómo es misericordioso y lo que puedes esperar aún de él. Esto debe mostrarte que puedes tener fe en él» (J. Dobraczynski, Lettere di Nicodemo, Brescia 41981 [edición española: Cartas de Nicodemo, Editorial Herder, Barcelona 1977]).

 

 

 

Día 10

Lunes de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 5,1-8

Hermanos:

1 Es cosa pública entre vosotros un caso de lujuria de tal gravedad que ni siquiera entre los no cristianos suele darse, pues uno de vosotros vive con su madrastra como si fuera su mujer.

2 Y vosotros estáis tan orgullosos, cuando deberíais vestir luto y excluir de entre vosotros al que ha cometido tal acción.

3 Pues yo, por mi parte, aunque estoy corporalmente ausente, me siento presente en espíritu y, como tal, he juzgado ya al que así se comporta.

4 Reunido en espíritu con vosotros, en nombre y con el poder de nuestro Señor Jesucristo,

5 he decidido entregar ese individuo a Satanás, para ver si, destruida su condición pecadora, él se salva el día en que el Señor se manifieste.

6 La cosa no es como para presumir. ¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?

7 Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado.

8 Así que celebremos fiesta, pero no con levadura vieja, que es la de la maldad y la perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad.

 

La primera carta de Pablo a los cristianos de Corinto puede ser considerada como un conjunto de respuestas a otros tantos problemas presentados al apóstol por aquella comunidad. Más aún, todo bien considerado, la respuesta no es múltiple, sino única: Pablo, en efecto, se remonta espontáneamente desde las diferentes problemáticas de la vida eclesial de Corinto al centro de la fe cristiana: el misterio pascual de Jesús.

En el caso que nos ocupa aquí, se trata de un caso de inmoralidad que aflige a la comunidad de Corinto: el asunto es extremadamente grave y no puede ser silenciado. Pero lo que más sorprende es el hecho de que, en vez de acumular prohibiciones o recomendaciones más o menos paternalistas, Pablo se remite al acontecimiento pascual, que, así como ha caracterizado la vida de

Cristo, debe caracterizar también la vida de todo cristiano y la vida de cualquier comunidad cristiana auténtica: «Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva» (v. 7).

La imagen se deja interpretar más bien con facilidad: tenemos delante el binomio «viejo» / «nuevo», y con él pretende Pablo remover no sólo una especie de pereza espiritual, sino también y sobre todo una adhesión estática y nostálgica a lo que con la venida de Cristo ha sido definitivamente superado. La comunidad de Corinto está amenazada, pues, con permanecer asentada en las posiciones de siempre, perdiendo el ritmo de marcha inaugurado por la presencia de Jesús. «... pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado. Así que celebremos fiesta» (w. 7b-8): ésta es la motivación pascual ofrecida por Pablo a una comunidad que debe vivir su propia fe en términos de gloriosa novedad, a fin de celebrar la fiesta superando toda referencia pasiva y servil a un pasado que ha encontrado ahora su plena realización.

 

Evangelio: Lucas 6,6-11

6 Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía atrofiada su mano derecha.

7 Los maestros de la Ley y los fariseos lo espiaban para ver si curaba en sábado y tener así un motivo para acusarlo.

8 Jesús, que conocía sus pensamientos, dijo al hombre de la mano atrofiada: -Levántate y ponte ahí en medio. El hombre se puso de pie.

9 Jesús les dijo: -Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?

10 Y, mirándolos a todos, dijo al hombre: -Extiende tu mano. Él lo hizo, y su mano quedó restablecida.

11 Pero ellos, llenos de rabia, discutían qué podrían hacer contra Jesús.

 

**• El sábado era, y sigue siendo, una institución que forma parte de la identidad de Israel. Es comprensible la sacralización del sábado, su carácter intangible y el proceso que lo ha convertido en algo absoluto. Jesús respeta el sábado, pero respeta todavía más al hombre y su dignidad, al hombre y su sufrimiento.

Esta vez, su intervención tiene el sabor de una provocación, porque sabía que todos los ojos estaban puestos en él, dado que «los maestros de la Ley y los fariseos lo espiaban para ver si curaba en sábado y tener así un motivo para acusarlo» (v. 7). Por eso, ésta era una buena ocasión para afirmar un principio fundamental de su acción mesiánica y de sus criterios de evaluación: ¿es más importante observar el sábado o intervenir a favor del hombre necesitado? Hemos de señalar que, en la tradición judía, había ya una interpretación que decía: «La salvación de una persona elimina la observancia del sábado».

Jesús, con el gesto de la curación (v. 10), obtiene un doble efecto: por una parte, la irritación y la peligrosa aversión ulterior de los maestros de la Ley y de los fariseos y, por otra, la afirmación de un criterio claro de acción para sus discípulos. El servicio al prójimo que se encuentra en grave necesidad debe constituir una prioridad también para los discípulos.

 

MEDITATIO

La primera lectura presenta una fuerte referencia a la insustituible presencia del misterio de Cristo en la vida del cristiano, y de manera especial en la vida del apóstol. Es una invitación a que me pregunte qué puesto ocupa realmente Cristo en mi modo de pensar y en mis decisiones. ¿Constituye siempre mi Maestro el primer y último criterio de juicio y de elección? La pregunta no es ociosa si pensamos en la abundancia de maestros que se presentan como más actuales y hasta más «evolucionados».

Quizás por primera vez desde hace muchos siglos, la figura de Cristo ha dejado de ser intangible e indiscutible incluso entre los cristianos. Hay quienes quieren «ponerlo al día», quienes lo quieren «completar», quienes quieren «actualizarlo», quienes quieren «relativizarlo». Si bien reconozco que son dignos de alabanza los esfuerzos encaminados a hacerlo «contemporáneo», no puedo ciertamente ingresar en las filas de quienes quieren «completarlo». Puedo explicitar su mensaje, pero sin añadir nada, como si él se hubiera olvidado de algún detalle o, lo que es peor, como si el mensaje tuviera necesidad de retoques para hacerlo aceptable. Mi pasión ha de ser darlo a conocer tal como es. Mi sufrimiento ha de ser comprometerme a que no sea desfigurado y mal entendido. De este modo participaré, completándola, en su pasión, consecuencia de su fidelidad a la identidad única de Hijo unigénito del Padre.

 

ORATIO

Mantenme alejado, oh Señor, de la tentación de ponerte al día. Sé que debo ponerme al día, pero a partir de ti y en ti. Siguiendo tu modelo debo poner al día mis sentimientos y mis pensamientos. Siguiendo tu modelo debo poner al día cotidianamente mi mente y mi corazón. Y cuando estoy bien fijo en ti, entonces puedo ponerme al día con los demás, a los que debo tomar en serio, pero a los que no puedo alejar de ti.

Esto es lo que te pido con ansiedad, porque conozco lo difícil que resulta «serte fiel» y «ser fiel al mundo» al que me has enviado. Eres tú quien me pide que conozca tu creación, el corazón de tus hijos, las leyes que rigen nuestra sociedad. Ahora bien, todo eso con el fin de hacerte presente mejor, no para sustituir tu presencia.

Concédeme la verdadera ciencia, que es conocimiento del misterio y de los caminos para hacerlo entrar en el hombre y en la mujer, en la intrincada red de comunicaciones, mensajes e input de mi mundo y del tuyo. Concédeme tu fuerza para resistir a la tentación de «ayudarte» con algunas «novedades» para ser más actual.

 

CONTEMPLATIO

El Hijo de Dios asumió la naturaleza humana y en ella soportó todo lo que es humano. Es ésta una medicina tan eficaz para los hombres que no es posible pensar otra que lo sea más. En efecto, ¿qué soberbia puede curar, si no cura con la humildad del Hijo de Dios? ¿Qué avaricia puede curar, si no cura con la pobreza del Hijo de Dios? ¿Qué iracundia puede curar, si no cura con la paciencia del Hijo de Dios? ¿Qué impiedad puede curar, si no cura con la caridad del Hijo de Dios? Y, por último, ¿qué timidez puede curar, si no cura con la resurrección de Cristo Señor? ¿Quién no se liberará de toda perversión contemplando, amando e imitando las palabras y las obras de aquel hombre en el que se presentó a nosotros el Hijo de Dios como modelo de vida? (Agustín de Hipona, La lucha cristiana, XI, 12).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «De Dios vienen mi salvación y mi gloria» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Pocos sacerdotes o personas entregadas a los servicios ministeriales piensan de una manera teológica. Muchos de ellos han sido educados en un clima en el que las ciencias del comportamiento, como la psicología y la sociología, dominaban de tal modo el medio educacional que  han aprendido poca teología. La mayor parte de los líderes cristianos actuales se plantean problemas psicológicos o sociológicos, aunque los formulen en los términos de las Sagradas Escrituras.

El verdadero pensamiento teológico, que es pensar con la mente de Cristo, es difícil de encontrar en la práctica del hombre entregado al servicio ministerial. Sin una sólida reflexión teológica, los líderes del futuro serán un poco más que seudopsicólogos, seudosociólogos o seudotrabajadores sociales.

Pensarán que se han convertido en personas con ciertas capacidades, animadores, modelos de determinados roles, imágenes de padres o madres, hermanos o hermanas mayores, o algo parecido, y de esa forma se sentirán unidos a los incontables hombres y mujeres que se ganan la vida intentando ayudar al prójimo a desenvolverse en medio de las presiones y tensiones de su vida diaria.

Pero esto tiene poco que ver con el liderazgo cristiano, porque el líder cristiano piensa, habla y actúa en nombre de Jesús, que vino al mundo para librar a la humanidad del poder de la muerte y abrirle el camino de la vida eterna. Para ser un líder así, es esencial ser capaz de discernir en cada momento cómo actúa Dios en la historia humana y cómo los acontecimientos personales, los vividos en la pequeña comunidad, lo mismo que los que tienen lugar a nivel nacional e internacional, y que suceden a lo largo de nuestras vidas, nos pueden hacer más y más conscientes de los caminos a los que somos llevados, por la cruz y a través de la cruz, a la resurrección [...].

Es decir, tienen que decir «no» al mundo secular y proclamar en términos clarísimos que la encarnación de la Palabra de Dios, por medio de la cual todo ha sido hecho, ha convertido el más mínimo acontecimiento histórico en un «kairos», es decir, en una oportunidad de ser guiados a profundizar en el corazón de Cristo (H. J. M. Nouwen, En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana, PPC, Madrid 1994, pp. 69-71 passim).

 

 

Día 11

Martes de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 6,1-11

Hermanos:

1 Cuando alguno de vosotros tiene un litigio con otro hermano, ¿cómo se atreve a llevar el asunto a un tribunal no cristiano, en lugar de resolverlo entre creyentes?

2 ¿Acaso no sabéis que son los creyentes quienes juzgarán al mundo? Pues si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿no vais a ser competentes para juzgar causas más pequeñas?

3 ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¡Pues mucho más las cosas de esta vida!

4 Y, sin embargo, cuando tenéis que recurrir a los tribunales para las cosas de esta vida, elegís como jueces a quienes nada cuentan en la Iglesia.

5 Para vergüenza vuestra os lo digo. ¿Es que no hay entre vosotros algún entendido capaz de ser juez entre sus hermanos?

6 ¡Pleiteáis hermano contra hermano, y lo hacéis ante jueces no cristianos!

7 Ya es triste cosa para vosotros andar pleiteando unos contra otros. ¿No sería preferible soportar la injusticia y permitir ser despojados?

8 ¡Pero no! Sois vosotros los que injuriáis y despojáis, y para colmo, a los hermanos.

9 ¿O es que no sabéis que los malvados no tendrán parte en el Reino de Dios? No os engañéis: ni los lujuriosos, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales,

10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores tendrán parte en el Reino de Dios.

11 Y esto es lo que erais algunos de vosotros, pero habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios.

 

*+• De este fragmento se desprende otra situación de la vida comunitaria: algunos cristianos de Corinto, en su deseo de dirimir algunos litigios, apelan a tribunales paganos en vez de resolverlos entre ellos. El apóstol interviene, como siempre, con gran claridad y autoridad.

Pongamos de manifiesto los tonos típicos de su intervención. El discurso de Pablo es, en primer lugar, provocador (w. 1,1-3): emplea un tono bastante fuerte para suscitar una sacudida en la conciencia de sus interlocutores sobre la gravedad y el carácter delicado de algunas de sus actitudes, pero lo hace, sobre todo, para recordarles que el juicio entre hermanos de la misma fe debería obedecer a criterios que esa misma fe sugiere y es capaz de formular. En caso contrario, debería deducirse que la fe cristiana de esa comunidad es absolutamente incapaz de orientar la vida de los creyentes y de iluminar sus decisiones.

A continuación, el discurso de Pablo se vuelve irónico (w. 4-10): pretende nada menos que suscitar en los corintios un sentido de vergüenza por el simple hecho de que entre ellos no se encuentre ninguna persona entendida que pueda hacer de arbitro entre hermano y hermano. Se trata de una ironía mezclada de tristeza y tal vez también de rabia, actitudes que ya conocemos bien, porque Pablo las ha manifestado también en otros lugares de sus cartas.

Al final, el discurso se vuelve teológico (v. 11): en efecto, Pablo vuelve aquí al centro de su enseñanza y, refiriéndose al gran acontecimiento del bautismo, les recuerda a todos los cristianos de Corinto la novedad del don recibido: «Habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios». De la novedad del don depende, como es obvio, la novedad de la vida.

 

Evangelio: Lucas 6,12-19

12 Por aquellos días, Jesús se retiró al monte para orar y pasó la noche orando a Dios.

13 Al hacerse de día, reunió a sus discípulos y eligió de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles:

14 Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé,

15 Mateo, Tomás y Santiago, el hijo de Alfeo, Simón llamado Zelota,

16 Judas el hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

17 Bajando después con ellos, se detuvo en un llano donde estaban muchos de sus discípulos y un gran gentío, de toda Judea y Jerusalén, y de la región costera de Tiro y Sidón,

18 que habían venido para escucharlo y para que les curara de sus enfermedades. Los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados,

19 y toda la gente quería tocarle, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

 

**• Los adversarios de Jesús maquinan contra él, y él prepara su respuesta, pensando y proveyendo a los continuadores de su obra apenas iniciada. Hemos de señalar, en primer lugar, la oración antes de la elección. A continuación, la libertad y la discrecionalidad de la elección.

Está también el nombre de «apóstoles», es decir, «enviados»: primero los escoge para enviarlos después. Los llama a él para introducirlos en la masa: la vocación está dirigida a la misión. Unos son elegidos para todos. La separación de unos está destinada a la apertura a las multitudes.

Por último, después de estos preparativos, empieza Lucas aquí el «discurso de la llanura», el mismo que Mateo presenta como «discurso de la montaña». El gentío acude para escucharle y, también, para que los cure de sus enfermedades y los libere de «espíritus inmundos». La humanidad que sufre es la que se muestra más interesada en la acción del profeta de Nazaret. Jesús no es sólo un maestro, sino alguien que cura, un médico. Médico de todo el hombre, de su cuerpo atormentado y de su espíritu angustiado.

 

MEDITATIO

Las afirmaciones de Pablo son fuertes: sólo debemos poner nuestra confianza en Jesús, el Señor, que ha vencido y dominado a todas las fuerzas, más o menos reales, más o menos ocultas. Sin embargo, estas fuerzas parecen emerger de nuevo en la mentalidad corriente, bajo la forma de astrología, de búsqueda de magos, de remedios contra el mal de ojo y otras modalidades. Los misioneros están preocupados, en algunas iglesias jóvenes, por el renacer de la brujería, que reconquista antiguas posiciones que parecían ya abandonadas. Hasta en la conciencia de algunos creyentes existe la convicción de que en el mundo actúan fuerzas oscuras, misteriosas, sentidas a menudo como amenazadoras y peligrosas, que han de ser exorcizadas. Y se dirigen a personas dotadas de una «fuerza» especial para combatirlas.

¿No será que estas fuerzas vuelven a emerger coincidiendo con el debilitamiento de la fe en el Señor Jesús? Pablo nos invita a no perdernos en disquisiciones ilusorias y a vivir «enraizados y cimentados» en el Señor Jesús, permaneciendo «firmes en la fe». No hemos de temer el sobresalto de fuerzas ocultas, signo de un mundo ya vencido, aunque no sometido aún del todo.

Empieza tú, hoy, a someterte tú mismo a Cristo, a considerarlo realmente tu Señor en todo momento, para que puedas participar en su triunfo sobre las «potencias cósmicas» que todavía puedan vagar, turbar y hacer sufrir a algunos de tus hermanos y hermanas. ¿Acaso no han sido los santos los que han llevado la paz, los que han combatido los miedos, los que han mantenido alejado el mal, los que han afirmado el pacificador señorío del Señor Jesús sobre toda fuerza amenazadora?

 

ORATIO

¿Qué hacer, oh Señor, ante el desconcierto de tantas personas que corren detrás de tantas fábulas, que se entregan a nuevas religiones, que se toman en serio la new age, que tienen miedo del mal de ojo y de los «maleficios»? A veces me parece que estoy inmerso en un mundo cada vez menos luminoso, donde hay fuerzas del mal  que confunden las ideas, hacen sufrir, infunden temor y juegan con la credulidad de la gente.

Concédeme el don del discernimiento para distinguir la realidad de las ilusiones, para sembrar paz a través de un diagnóstico correcto, para liberar del miedo. Pero, sobre todo, concédeme una renovada y reforzada confianza en el poder de tu cruz. Concédeme experimentar este poder luminoso antes que nada en mí, a fin de que yo sea luz. Para ello, haz morir en mí todas las oscuridades, aunque tenga que costarme mucho. Porque sólo quien está enraizado en la cruz consigue iluminar. Concédeme, Señor, la facultad de ayudar a quien esté paralizado por estos miedos señalándole los caminos de la paz.

 

CONTEMPLATIO

¿Qué piensas de aquellos que recurren a encantamientos y amuletos? ¿No conoces las obras extraordinarias que ha producido la cruz? ¡Ha destruido la muerte, ha derrotado al pecado, ha vaciado el infierno, ha debilitado el poder del demonio!

Por eso os suplico que os abstengáis de semejantes falsedades, confiándoos a estas palabras: «Yo renuncio a ti, Satanás» como a un apoyo seguro. Y del mismo modo que ninguno de vosotros se atrevería a bajar a la plaza desnudo, tampoco debería hacerlo nunca sin haber pronunciado antes estas palabras en el momento en que está a punto de atravesar el umbral de su casa: «Yo renuncio a ti, Satanás, a tu vana ostentación y a tu culto, para adherirme únicamente a ti, oh Cristo». No debemos salir nunca sin haber enunciado antes este propósito: que será tu bastón, tu coraza, tu fortaleza inexpugnable. Y, junto con estas palabras, imprime también el sello de la cruz en tu frente (Juan Crisóstomo, Catequesis para neófitos 2,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es bueno con todos» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La misión de los futuros líderes cristianos no es contribuir humildemente a la solución de las penas y tribulaciones de su tiempo, sino identificar y anunciar los caminos por los que Jesús está guiando al pueblo de Dios, liberándolo de la esclavitud, a través del desierto hacia la nueva tierra de la libertad. Los líderes cristianos tienen la difícil tarea de responder a los conflictos personales y familiares, a las calamidades nacionales y a las tensiones internacionales con una fe articulada en la presencia real de Dios.

Tienen que decir «no» a toda forma de fatalismo, derrotismo, accidentalismo e incidentalismo, que hacen creer a las personas que las estadísticas nos dicen la verdad. Tienen que decir «no» a toda forma de desesperación en las que la vida humana es vista como una pura cuestión de buena o mala suerte. Tienen que decir «no» a todos los intentos sentimentales de hacer que las personas desarrollen un espíritu de resignación o de indiferencia estoica frente a lo ineludible del dolor, el sufrimiento y la muerte [...]. Los líderes cristianos del futuro tienen que ser teólogos, personas que conozcan el corazón de Dios y que estén preparadas, por medio de la oración, el estudio y un análisis cuidadoso, para manifestar la tarea salvadora de Dios en medio de los acontecimientos aparentemente fortuitos de nuestro tiempo.

La reflexión teológica consiste en meditar sobre las penosas y gozosas realidades de cada día con la mente de Jesús y, de ese modo, hacernos conscientes de que Dios nos guía con cariño. Es una disciplina dura, puesto que la presencia de Dios es una presencia escondida, que necesita ser descubierta. Los ruidos fuertes, tempestuosos, del mundo nos dejan sordos para escuchar la voz suave, amable y amorosa de Dios. El líder cristiano está llamado a escuchar esa voz y a ser animado y consolado por ella (H. J. M. Nouwen, En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana, PPC, Madrid 1 994, pp. 70-73 passim).

 

 

Día 12

Miércoles de la 23ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 7,25-31

Hermanos:

25 Acerca de las personas solteras, no tengo precepto del Señor. Doy, no obstante, mi consejo como quien, por la misericordia del Señor, es digno de crédito.

26 Sigo creyendo, en efecto, que, debido al momento excepcional que vivimos, es bueno que el hombre permanezca como está.

27 ¿Estás casado? No busques la separación. ¿Eres soltero? No busques mujer.

28 Aunque si te casas, no pecas, y tampoco peca la doncella si se casa. Quisiera, sin embargo, ahorraros las tribulaciones temporales que éstos sufrirán.

29 Os digo, pues, hermanos, que el tiempo se acaba. En lo que resta, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran;

30 los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran;

31 los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo está a punto de acabar.

 

**• Pablo recuerda a las personas solteras una verdad fundamental y les dirige algunas exhortaciones. La verdad es ésta: «el tiempo se acaba» (y. 29). La expresión griega deberíamos traducirla así al pie de la letra: «El tiempo ha plegado las velas», una imagen bastante expresiva y que alude al arte náutico. El pensamiento del apóstol parece ser este: sea cual sea el lapso de tiempo que discurra entre hoy y la parusía, es decir, el retorno glorioso del Señor, el mundo futuro está ya presente en cualquier caso, en medio de nosotros gracias al poder del Señor; mediante la muerte y resurrección de Jesús, Dios ha inaugurado ya en nosotros y entre nosotros la novedad de su Reino. A esta luz, la vida célibe, elegida libre y alegremente por el Reino (cf. Mt 19,12), lejos de ser un desprecio por el matrimonio, constituye un signo escatológico que tiende a orientar nuestra espera y la ajena hacia la alegría última. Las exhortaciones son la consecuencia lógica de la verdad anunciada.

En primer lugar, es preciso vivir la espiritualidad del «como si» (w. 29-31): la linealidad del pensamiento paulino no necesita ulteriores comentarios. Viene, a continuación, la lógica de «lo que es mejor» (cf. 7,9: «Es  mejor casarse que abrasarse»; 7,38.40: «El que da a su hija en matrimonio hace bien, y el que no la da hará todavía mejor»). Está claro que Pablo pretende proponer a nuestra libertad aquello que, por su experiencia personal y por el amor que le une indisolublemente a Cristo, está convencido de que es lo mejor para desear y para llevar a cabo.

En segundo lugar -aunque sólo se trata de un consejo personal y no de un mandato recibido del Señor-, aconseja Pablo que cuando alguien acceda a la fe en Cristo continúe viviendo, como casado o como célibe virgen, en la situación en la que se encontraba antes. Pero lo que más cuenta -y en esto se basa la enseñanza de Pablo tanto para los casados como para los célibes- vírgenes- es la conciencia de que todos hemos «sido comprados a buen precio» (7,23), como es obvio, por Cristo Jesús, mediante su muerte y resurrección. Es siempre el misterio pascual el que proyecta luz sobre nuestra vida.

 

 

Evangelio: Lucas 6,20-26

En aquel tiempo,

20 Jesús, mirando a sus discípulos, se puso a decir: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.

21 Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

22 Dichosos seréis cuando los hombres os odien, y cuando os excluyan, os injurien y maldigan vuestro nombre a causa del Hijo del hombre.

23 Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que lo mismo hacían sus antepasados con los profetas.

24 En cambio, ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

25 ¡Ay de los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!

26 ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, que lo mismo hacían sus antepasados con los falsos profetas!

 

*»• Lucas da una versión diferente de las bienaventuranzas. Las espiritualiza menos que Mateo. El Cristo de Lucas expresa su preferencia por los cristianos pobres, cuyo tipo está representado por Lázaro. Pero no sólo esto: los ricos deben ser compadecidos, pues están engañados y cegados por las riquezas y, además de llevar con frecuencia una vida moralmente discutible y carecer de piedad, son prisioneros de sus preocupaciones, sin perspectivas sobre el objetivo esencial de su vida, sin prestar atención a sus hermanos. El dinero es su ídolo, pero todo se les va de las manos: «Necio, esta noche morirás».

Y aquí se produce la inversión de las posiciones. El rico Epulón padece hambre y Lázaro lo tiene todo. La felicidad y la infelicidad han invertido sus posiciones. Se trata de una invitación enérgica al desprendimiento de todo lo que pasa, para apostar por el Todo que no pasa, por el Reino, por el Futuro de Dios, por la eternidad. Todo el que goce de los bienes de la tierra y de la abundancia debe preguntarse hasta qué punto no es prisionero de esos bienes. Quien esté absorbido por los bienes que pasan debe preguntarse qué será de él si no piensa también en «acumular» los bienes que no pasan.

 

MEDITATIO

Pablo habla de una triple transformación: la de Cristo, que ha pasado de la muerte a la vida; la del cristiano, que debe pasar de las cosas que perecen -las de la tierra- a las que permanecen -las cosas de allá arriba-, y la de las relaciones sociales, que deben estar marcadas por la igualdad y el derrumbamiento de las barreras.

Aquí se encuentra el fundamento de la ética cristiana, del obrar del cristiano. Este último no ha de sentirse impulsado por cualquier deseo, sino sólo por los deseos que le renuevan. Es una invitación a vigilar nuestros deseos, que no son todos buenos, todos nobles, todos constructivos, y no siempre hacen pasar del hombre viejo al hombre nuevo. Hemos de vigilar nuestros deseos, hemos de seleccionarlos, a fin de hacer morir los que son expresión del hombre viejo, los malos, y hacer emerger los que son expresión del hombre nuevo, a saber: los que ayudan a nuestra transformación.

El cristiano no vive, por consiguiente, simplemente «según la naturaleza», sino según la «naturaleza renovada», transformada por Cristo. La lenta, paciente y cotidiana transformación está apoyada por la fuerza que nos viene del acontecimiento ejemplar de Cristo, y ha influido en las transformación de la sociedad. Ésta, si bien tiene necesidad de continuas reformas, precisa también hombres y mujeres renovados, reformados, decididos a hacer presente con su propia vida y sus propios ideales el poder transformador de Cristo, incluso en las relaciones sociales.

 

ORATIO

Tú, oh Señor, me hablas hoy de mortificación. Se trata de una palabra que no está de moda, que decididamente no es popular. ¿Quién tiene aún el valor de pronunciarla? Sin embargo, si no hago morir las fuerzas destructivas que hay en mí, seré un potencial destructor de los otros, además de destruir mi propia realización.

Hazme comprender hoy, Maestro, dos cosas. La primera: que toda renovación empieza por mí, porque son las personas nuevas las que contribuyen a hacer nuevo el mundo. No me dejes persuadirme de que son los otros los que deben cambiar, sin que yo esté implicado en el no fácil cambio, en primera persona. La segunda: que es imposible que me pueda renovar, que me pueda transformar, hacer crecer en mí el hombre inmortal, sin dejarme comprometer en tu transformación, sin morir a los «deseos malos», sin sumergirme en tu misterio pascual, sin contar con el poder superior de tu Espíritu.

Sé pedirte cosas obvias para quien ha comprendido qué es el cristiano, pero sé también que la masa de los cristianos parece muy alejada de estas sencillas convicciones. Sálvame, Señor, de esta ceguera y sumérgeme en tu misterio de muerte y de vida, para que intente construir algo que permanezca en mí, en torno a mí, algo que eleve, que sea capaz de habitar «allí arriba» contigo, donde te encuentre «sentado a la derecha de Dios».

 

CONTEMPLATIO

Los bienes de aquí abajo son fugaces: como en el juego de los dados, pasan con facilidad de una mano a otra. No hay ni uno cuya posesión sea segura: el que la envidia del prójimo no nos quita, lo coge el tiempo. Los otros bienes, en cambio, son inmutables y eternos: nada puede estropearlos o destruirlos, nada puede defraudar la esperanza que ponéis en ellos.  En la perfidia e inconstancia de los bienes terrenos creo entrever la intención de ese gran artista que es el Verbo.

Dios, en su sabiduría que supera todo entendimiento, nos pide que no demos importancia a bienes tan volubles que se dejan trasladar por todas partes y desaparecen en el mismo momento en que nos hacemos la ilusión de tenerlos atados. El descubrimiento de su carácter engañoso e inestable nos induce a preocuparnos exclusivamente de la vida eterna.

¿A qué excesos llegaríamos nosotros, que, a pesar de la precariedad de la prosperidad de aquí abajo, nos aferramos a ella con tanta codicia; nosotros, que cedemos a la seducción de estas alegrías engañosas; nosotros, que no logramos imaginar nada más grande que los bienes materiales, si la prosperidad de aquí abajo fuera definitiva? Sin embargo, pensamos y nos oímos decir que hemos sido creados a imagen de un Dios que busca hacernos llegar hasta su misma grandeza.

Debemos alejarnos de las riquezas terrenas y perseguir las riquezas eternas. Debemos comprender que los bienes presentes son caducos y que los bienes en los que hemos depositado nuestra esperanza son duraderos. Debemos ver qué es la realidad y qué la apariencia, para adherirnos a la una despreciando la otra. Debemos saber distinguir la ficción de la verdad, la tienda terrena de la celestial, el exilio de la patria, las tinieblas de la luz, el barro del suelo de la Tierra prometida, la carne del espíritu, Dios del Príncipe de este mundo, la sombra de la muerte de la vida imperecedera. Debemos permutar el presente por el futuro que no tiene fin, lo mortal por lo inmortal, lo visible por lo invisible

(Gregorio de Nacianzo, «Saber distinguir entre el barro y el suelo de la tierra prometida», en Servir a los pobres con alegría, Desclée De Brouwer, Bilbao 1995, pp. 115-116).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es bueno con todos» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si hay un aspecto del ministerio contemporáneo que debamos subrayar hoy, éste es la pobreza voluntaria. En un tiempo en el que nos hemos vuelto tan conscientes de los pecados del capitalismo y oímos hablar cada día de millones ele personas que sufren por falta de alimento, de refugio y de los cuidados más fundamentales, no podemos considerarnos testigos de la Presencia de Dios si nuestra propia vida está obstruida por los bienes materiales, si nuestro propio estómago está lleno y nuestra propia mente está cogida por las preocupaciones de lo que tenemos que hacer con lo que poseemos. En nuestro tiempo, optar por la pobreza es, probablemente, la forma más necesaria en nuestro vaciarnos por Dios [...].

En todas partes donde la Iglesia se muestra vital es pobre. Eso es verdad, por ejemplo, aquí en Roma: pensemos en el trabajo de las misioneras de la Caridad, de las Hermanitas y de los Hermanitos [...]. Allí donde la Iglesia se renueva, abraza la pobreza voluntaria como respuesta espontánea a la situación de este mundo, una respuesta que expresa la crítica a la creciente riqueza de unos pocos, y la solidaridad con la creciente miseria de muchos. Lo que significa, a continuación, esta pobreza en la vida de cada uno es difícil decirlo, porque eso ha de ser descubierto en la vida individual de cada uno (H. J. M. Nouwen, / clown di Dio, Brescia 2000, pp. 85ss).

 

 

Día 13

 Jueves 23ª semana del Tiempo ordinario o 13 de septiembre, conmemoración de

San Juan Crisóstomo

 

Juan Crisóstomo nació en Antioquía hacia el año 349. Ordenado sacerdote, se entregó con gran celo a la predicación. En el año 397 fue llamado a la sede episcopal de Constantinopla, donde se puso enteramente al servicio del rebaño que le había sido confiado. Su palabra ciara e incisiva -hasta el punto de merecerle el sobre nombre de «Crisóstomo» («boca de oro»)- no perdonó la corrupción de la corte imperial. Así fue como, al incurrir en el odio de los poderosos, fue enviado al exilio. Primero a Bitinia, de donde fue llamado muy pronto por la reacción del pueblo; pero un segundo y más duro exilio en Armenia fue fatal para su salud. Murió el 14 de septiembre del año 407 en Comana Poética, en la actual Turquía.

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 8,1b-7.11-13

Hermanos: El saber envanece; sólo el amor es de veras provechoso.

2 Si alguno cree que sabe algo, es que todavía ignora cómo hay que saber,

3 pero si ama a Dios, entonces Dios está unido a él.

4 En cuanto a comer carnes sacrificadas a los ídolos, sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y que no hay más que un Dios.

5 Existen, en verdad, quienes reciben el nombre de dioses, tanto en el cielo como en la tierra -y ciertamente son muchos esos dioses y señores-;

6 sin embargo, para nosotros no hay más que un Dios: el Padre de quien proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos; y un Señor, Jesucristo, por quien han sido creadas todas las cosas y por quien también nosotros existimos.

7 Pero no todos tienen este conocimiento. Algunos, por estar acostumbrados hasta ahora a la idolatría, comen carne sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que está poco formada, se hace culpable.

11 Y así, porque tú te las das de sabio, puede perderse ese que tiene la conciencia poco formada, ese que es un hermano por quien Cristo murió.

12 Por eso, pecando contra los hermanos y haciendo daño a su conciencia mal formada, pecáis contra Cristo.

13 Por tanto, si tomar un alimento pone a mi hermano en ocasión de pecar, jamás tomaré ese alimento, para no ponerle en peligro de pecar.

 

*• La situación vital que considera Pablo en este fragmento de su primera carta a los cristianos de Corinto nos permite alcanzar la centralidad del misterio pascual de Cristo a través de otro camino: el de la caridad cristiana )

Vivían en Corinto algunos cristianos que, en virtud de su seguridad, ostentada más que arraigada en su corazón, se exponían con excesiva facilidad a provocar escándalos en otros creyentes, sobre todo en los menos firmes en la fe. Hacían gala de comer carne sacrificada a los ídolos, cosa que para los otros, si no estaba completamente prohibida, era al menos muy inconveniente. Y de esta guisa se contraponían en aquella comunidad los fuertes y los débiles, en un combate que, en vez de suscitar emulación por la pureza de la vida cristiana, sembraba escándalo y ruina espiritual.

A todos -a los fuertes y a los débiles- les recuerda Pablo dos verdades fundamentales: los ídolos son dioses falsos y embusteros, celosos de nuestra libertad y déspotas con respecto a nosotros, mientras que «para nosotros no hay más que un Dios: el Padre de quien proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos» (v. 6). No nos encontramos ante un monoteísmo filosófico, fruto de una investigación puramente humana, sino ante la revelación de Dios como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, del que nos viene no sólo el mandamiento del amor, sino también la posibilidad de cumplirlo.

La segunda verdad es, una vez más, la del misterio pascual de Cristo: «Y así, porque tú te las das de sabio puede perderse ese que tiene la conciencia poco formada, ese que es un hermano por quien Cristo murió» (v. 11).

En este caso el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús aparece en pleno contraste con la actitud de quienes, en el seno de la comunidad y mediante el escándalo, provocan la muerte, aunque sólo sea espiritual, de un hermano en la fe, tal vez sin esperanza de resurrección.

 

Evangelio: Lucas 6,27-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

27 Pero a vosotros, que me escucháis, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian,

28 bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.

29 Al que te hiera en una mejilla, ofrécele también la otra, y a quien te quite el manto no le niegues la túnica.

30 Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames.

31 Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros.

32 Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a quienes los aman.

33 Si hacéis el bien a quien os lo hace a vosotros, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.

34 Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores se prestan entre ellos para recibir lo equivalente.

35 Vosotros amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperar nada a cambio: así vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo. Porque él es bueno para los ingratos y malos.

36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

37 No juzguéis, y Dios no os juzgará; no condenéis, y Dios no os condenará; perdonad, y Dios os perdonará.

38 Dad, y Dios os dará. Os verterán una buena medida, apretada, rellena, rebosante, porque con la medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros.

 

*•• Tras el desprendimiento de los bienes, he aquí el desprendimiento de uno mismo para estar en condiciones de hacer mejor este mundo. Jesús lo propone del modo menos propagandístico posible: eres tú quien debe cambiar, tú y tus sentimientos, tú y tus actitudes, tú y tu modo de situarte frente a los otros. Tú y no tu enemigo, tú y tu corazón, que debe ser libre de amar a todos.

El texto parece haber sido redactado en tres estrofas, para ser bien memorizado. La primera (w. 27b-31) orienta a hacer el bien, a bendecir, incluso a orar por los que hacen lo contrario. La segunda estrofa muestra que es preciso superar el principio de reciprocidad (w. 32-35): debo hacer el bien aunque los otros no hagan lo mismo conmigo. La tercera estrofa (w. 37ss) nos proyecta hacia la recompensa eterna.

El conjunto es difícilmente aceptable por el simple sentido común y por la mentalidad de la persona comprometida en la lucha por la vida, porque parece que desarma, parece que invita a combatir desarmado. Ahora bien, el presupuesto de todo el discurso es que puede amar aquel que se siente amado. Y puede amar de una manera decididamente extraordinaria aquel que se siente amado por Dios de un modo extraordinario. Y está también la certeza de que del mismo modo que tratemos a los otros seremos tratados nosotros por el Padre en el Reino. Se nos vuelve a llevar siempre al principio de lodo y al final de todo.

 

 

MEDITATIO

Las palabras que hemos escuchado describen bien la  figura y la vida de san Juan Crisóstomo. Como profundo conocedor del misterio de Cristo y brillante predicador, se negó a un fácil éxito al precio de componendas.

Sin embargo, mostró a lo vivo las exigencias de la vocación cristiana, censurando valientemente la inmoralidad de la corte imperial; y por eso padeció la persecución y el exilio, mostrándose «humilde, amable y paciente» (cf. Ef 4,2). Como pastor bueno y solícito con las necesidades del pueblo, supo sacrificar su \ida para defender la integridad de la fe del rebaño que le había sido confiado.

Su luminosa doctrina, su extensa obra homilética y la liturgia que de él toma nombre son un vínculo de unidad entre las Iglesias.

 

ORATIO

Santo Dios, Tú habitas entre tus santos. Tú eres alabado por los serafines con el himno que te proclama tres veces santo y glorificado por los querubines y adorado por todos los poderes celestiales. Tú has creado todo de la nada. Tú creaste al hombre y a la mujer a tu imagen y semejanza y los adornaste con todos los dones de tu gracia. Tú das sabiduría y entendimiento al suplicante y no te olvidas del pecador, sino que has establecido el arrepentimiento como camino de la salvación.

Has permitido que nosotros, tus indignos siervos, estemos ahora delante de la gloria de tu santo altar y te ofrezcamos adoración y alabanza. Maestro, acepta este himno que te proclama tres veces santo también de los labios de nosotros, pecadores, y asístenos con tu bondad. Perdona nuestras transgresiones voluntarias e involuntarias, santifica nuestras almas y nuestros cuerpos y concédenos poder adorarte y servirte en santidad todos los días de nuestra vida, por la intercesión de la santa

Madre de Dios y de todos los santos en quienes te has complacido a través de todos los tiempos (Juan Crisóstomo, Trisagion).

 

CONTEMPLATIO

Mira, deseo aliviar una vez más las llagas de tu tristeza.

¿Qué es lo que turba tu alma? No tienes que abatirte; sólo hay una cosa a la que debes temer, oh Olimpíade, una única prueba: el pecado y nada más, no he cesado nunca de repetírtelo; todo lo demás son fábulas, ya se trate de insidias o de odios o calumnias o insultos o acusaciones o confiscaciones o exilios o espadas afiladas o alta mar u hostilidades de todo el mundo. Sea cual sea la naturaleza de estos males, son efímeros y caducos, porque golpean a un cuerpo mortal, sin traer consigo ningún daño al alma vigilante. Nada de cuanto sucede te debe turbar: ora sin cesar al Dios al que adoras, que haga un signo sólo y todo se disolverá en un instante.

Mas si, a pesar de tus oraciones, no se ha disuelto nada, es porque Dios actúa así a menudo: no disuelve las desventuras desde el comienzo, repito, sino cuando han llegado a su cumbre; entonces, de un trazo lo transforma todo en bonanza y dirige la situación hacia desenlaces inesperados. En efecto, Dios puede concedernos no sólo los beneficios que esperamos y deseamos, sino muchos más e infinitamente más grandes.

No te turbes, pues; mantente, más bien, siempre llena de gratitud y de alabanza a Dios, por todo; invócale, ruégale, suplícale. El Señor no se deja sorprender por las situaciones difíciles, aunque todo se haya precipitado a una ruina extrema (Juan Crisóstomo, Lettere dall'esilio, Milán 1975, pp. 73ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y medita durante el día la Palabra: «Para mí, la vida es Cristo, y morir significa una ganancia» (Flp 1,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La crisis de valores que estamos viviendo y la quiebra actual de los ideales nos invitan a hacer nuestra la experiencia de los antiguos Padres de la fe, comprometiéndonos a reconstruir con ellos una humanidad más justa y más pura, y a liberarnos a nosotros y a los demás de la alienación y de la agresividad. Por eso es actual la compunción -que para Juan Crisóstomo es la revuelta interior contra el mal-. Modelo de conversión radical es este mismo santo, que ya de joven abrazó la aspereza de la soledad contra el ambiente corrupto y corruptor. El Evangelio -repetirá con frecuencia- proclama bienaventurados no a los opresores, ni a los poderosos, sino a los que tienen hambre de justicia y a los que saben comprenderlos; no a los lujuriosos, sino a los limpios de corazón capaces de mirar las cosas de aquí abajo a la luz de Dios; no a los violentos, sino a los portadores de paz. Nunca se cansó de recordar estos principios a sus fieles.

El amor, para los cristianos, es caridad divina que une a los hermanos. En las cartas del exilio, es impresionante la vuelta de Juan Crisóstomo al tema del amor a Dios y al prójimo, de la caridad sentida como pasión viva y casi loca, fuente de verdadera alegría, cima de la pureza. Es hombre, en el sentido cabal del término, quien vive la unión entre los hermanos recordando a Dios en cada uno de ellos. Es capaz de comprender este amor

-añade- sólo quien está en sintonía con el corazón de Cristo (C. Riggi, «Introduzione», en Juan Crisóstomo, La vera conversione, Roma 1984, pp. 7-9 [edición española: La verdadera conversión, Ciudad Nueva, Madrid 1997]).

 

Día 14

Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre)

 

La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nació en Jerusalén y se extendió después por todo el Oriente, donde aún se celebra como la de la Pascua. El 13 de septiembre del año 335 fue consagrada la basílica de la Resurrección mandada construir por Elena y Constantino y al día siguiente se recordó al pueblo el significado profundo de la iglesia, mostrando lo que quedaba de la cruz del Salvador. En Roma se conocía ya a comienzos del siglo VI la existencia de una fiesta de la Santa Cruz como recuerdo de la recuperación de la reliquia, pero sólo hacia mediados del siglo VII se empezó a mostrar -el 14 de septiembre- el lignum crucis a la veneración del pueblo, como signo e instrumento de salvación.

 

LECTIO

Primera lectura: Número 21,4b-9

En aquellos días, el pueblo comenzó a impacientarse

5 y a murmurar contra el Señor y contra Moisés, diciendo: -¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de este pan tan liviano.

6 El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes muy venenosas que los mordían. Murió mucha gente de Israel,

7 y el pueblo fue a decir a Moisés: -Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes.

8 Moisés intercedió por el pueblo y el Señor le respondió: -Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados.

9 Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

 

**• El autor del libro de los Números narra en los capítulos 20-21 las últimas peripecias de los judíos en el desierto, antes de su entrada en la tierra prometida. El pueblo murmura porque no tiene lo que desea; se rebela, no soporta el cansancio del camino (v. 2) a causa del hambre {«estamos ya hartos de este pan tan liviano») y de la sed (v. 5). Cegado por tales molestias, no consigue reconocer el poder de Dios, ya no tiene fe en el Señor; más aún, le consideran como alguien que envenena la vida. Dios manifiesta su juicio de castigo respecto al pueblo enviando serpientes venenosas (v. 6). Frente a la experiencia de la muerte, los judíos reconocen el pecado cometido alejándose de Dios y piden perdón. Y como la serpiente con su mordedura resultaba letal, así ahora su imagen de bronce puesta encima de un asta se vuelve motivo de salvación física para todo el que hubiera sido mordido.

El evangelio de Juan reconocerá en la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto la prefiguración profética del levantamiento del Hijo del hombre crucificado.

 

Evangelio: Juan 3,13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

13 Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.

14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto,

15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

16 Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

 

**- Los vv. 13-17 del evangelio de Juan forman parte del extenso discurso que responde a la pregunta de Nicodemo y en el que pone de manifiesto la necesidad de la fe para tener la vida eterna y escapar del juicio de condena. Jesús, el Hijo del hombre (v. 13), procede del seno del Padre; es el que «vino de allí» (v. 13), el único que ha visto a Dios y puede comunicar su proyecto de amor, cuya realización se encuentra en el don del Hijo unigénito. Jesús se compara con la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9), afirmando que el pleno cumplimiento de cuanto pasó en el desierto tendrá lugar cuando él sea levantado en alto, es decir, en la cruz (v. 14), para la salvación del mundo (v. 17). Todo el que le mire con fe, es decir, todo el que crea que el Cristo crucificado es el Hijo de Dios, el salvador, tendrá la vida eterna.

El hombre, al acoger en él el don del amor del Padre, pasa de la muerte del pecado a la vida eterna. Sobre el fondo de este texto aparece el cuarto canto del «Siervo de YHWH» (cf. Is 52,13ss), donde volvemos a encontrar unidos los verbos «levantar» y «glorificar». Se comprende, por tanto, que Juan quiere presentar la cruz, punto extremo de la ignominia, como cumbre de la gloria.

 

MEDITATIO

Cada vez que leemos la Palabra de Dios crece en nosotros la certeza de que Jesús da pleno cumplimiento a la historia del pueblo hebreo y a nuestra historia: en efecto, no vino a abolir, sino a dar cumplimiento. Jesús es aquel que ha bajado del cielo, aquel que conoce al Padre, que está en íntima unión con él («El Padre y yo somos uno»: Jn 10,30), y ha sido enviado por el Padre para revelar el misterio salvífico, el misterio de amor que se realizará con su muerte en la cruz. Jesús crucificado es la manifestación máxima de la gloria de Dios. Por eso, la cruz se convierte en símbolo de victoria, de don, de salvación, de amor.

Todo lo que podamos entender con la palabra «cruz» - a saber: el dolor, la injusticia, la persecución, la muerte - es incomprensible si lo miramos con ojos humanos.

Sin embargo, a los ojos de la fe y del amor aparece como medio de configuración con aquel que nos amó primero. Así las cosas, ya no vivimos el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino que se convierte en participación en el misterio de Dios, camino que nos conduce a la salvación.

Sólo si creemos en Cristo crucificado, es decir, si nos abrimos a la acogida del misterio de Dios que se encarna y da la vida por toda criatura; sólo si nos situamos frente a la existencia con humildad, libres de dejarnos amar para ser a nuestra vez don para los hermanos, seremos capaces de recibir la salvación: participaremos en la vida divina de amor.

Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada con Dios.

 

ORATIO

Oh cruz, inefable amor de Dios y gloria del cielo.

Cruz, salvación eterna; cruz, miedo de los réprobos.

Oh cruz, apoyo de los justos, luz de los cristianos,

por ti Dios encarnado se hizo esclavo en la tierra;

por medio de ti ha sido hecho en Dios rey en el cielo;

por ti ha salido la verdadera luz,

la noche maldita ha sido vencida.

Tú hiciste hundirse para los creyentes

el panteón de las naciones;

eres tú el alma de la paz

que une a los hombres en Cristo mediador.

Eres la escalera por la que el hombre sube al cielo.

Sé siempre para nosotros, tus fieles, columna y ancla;

rige nuestra morada.

Que en la cruz se consolide nuestra fe,

que en ella se prepare nuestra corona.

(Paulino de Ñola.)

 

CONTEMPLATIO

Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en aquel que a causa de su extremada caridad quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vió bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.

Ante tal aparición, quedó lleno de estupor el santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.

Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín.

Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.

Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne («Leyenda mayor», en Fuentes franciscanas, versión electrónica).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día: «El Hijo del hombre tiene que ser levantado en la cruz, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (cf.Jn 3,14-15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad.

Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto.

El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.

La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.

Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada - y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado (G. di S. M. Maddalena, Infinita divina, Roma 1980, pp. 342ss).

 

Día 15

Nuestra Señora la Virgen de los Dolores (15 de septiembre)

 

La devoción a la Virgen de los Dolores se remonta a los primeros años del segundo milenio, como desarrollo de la «compasión» con María ¡uxta crucem Jesu. Esta devoción fue formulada litúrgicamente en tierras germanas, concretamente en Colonia, el año 1423. Sixto IV insertó en el misal romano la memoria de Nuestra Señora de la Piedad. La atención hacia María «dolorosa» se fue desarrollando gradualmente en la forma de los Siete Dolores, representados en las siete espadas que traspasan el corazón de la madre de Cristo. La extensión a la Iglesia latina en 1727 fue favorecida por los Siervos de María, que la celebraban desde 1668. La colocación en el 15 de septiembre se remonta a Pío X (1903-1914). En el calendario litúrgico de 1969 se la denomina memoria de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores.

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 10,14-22a

14 Por lo cual, queridos míos, huid de la idolatría.

15 Os hablo como a personas prudentes capaces de valorar lo que os digo.

16 El cáliz de bendición que bendecimos ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo?

17 Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo.

18 Considerad el ejemplo del pueblo israelita: los que comen las víctimas sacrificadas ¿no quedan vinculados al altar?

19 Con esto no pretendo deciros que la carne sacrificada a los ídolos tenga algún valor especial o que los ídolos sean algo.

20 Lo que quiero deciros es que esas víctimas se sacrifican a los demonios y no a Dios, y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios.

21 No podéis beber el cáliz del Señor y el de los demonios, no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios.

22 ¿O es que pretendemos provocar la ira del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?

 

**• En este punto de su carta, Pablo considera la vida sacramental de la comunidad cristiana de Corinto, porque, como es obvio, algunas de sus prácticas dejaban  bastante que desear. Del mismo modo que en los w. 1-13 considera la práctica del bautismo y no se olvida de recordar el carácter fundamental de este sacramento, reflexiona ahora sobre la celebración eucarística, a la que alude de modo claro con «el cáliz de bendición que bendecimos » y con el «pan que partimos» (v. 16).

Pablo recuerda las notas características de la eucaristía: en primer lugar, es un sacrificio agradable a Dios, mediante el cual el que lo ofrece entra en comunión con aquel al que se eleva la ofrenda. Pablo da una gran importancia a esta primera y fundamental experiencia mística, sin la que cualquier celebración sacramental se agota en pura exterioridad y crea divisiones. En segundo lugar, la eucaristía es para Pablo sacramento de la unidad: por su propia naturaleza, tiende a edificar la Iglesia como cuerpo místico de Cristo. Un solo cáliz y un «único pan»: por consiguiente, una sola Iglesia.

Esta dimensión eclesiológica -también sacramental se encuentra en estrecha conexión con la precedente: se entra a formar parte de la Iglesia porque se pertenece a Dios, porque se está arraigado en el cuerpo de Cristo.

La eucaristía es asimismo para Pablo signo distintivo de la comunidad creyente: por ella se distinguen los cristianos de cualquier otra comunidad o congregación y se distinguen como comunidad sui géneris. La eucaristía se convierte en el signo distintivo de los verdaderos discípulos de Cristo.

 

 

Evangelio: Lucas 2,33-35

En aquel tiempo,

33 su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

 

**• Esta minúscula perícopa de Lucas está situada en el centro de la «presentación de Jesús en el templo», donde sus padres cumplían las normas de la ley relativa a los recién nacidos. La palabra clave aquí es «espada» (v. 35b). La exégesis, consolidada por siglos de repetidas e idénticas referencias mariológicas, sondea todos los matices que se refractan de la imagen de la «espada de dolor». Siempre han sido llamadas «profecías de Simeón» las palabras de este hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel.

Indudablemente, la imagen de la espada que traspasa el alma se plasma en un corazón traspasado; algunos acontecimientos evangélicos confirman una especie de preanuncio de sufrimientos y dolores que habrían hecho sufrir al corazón de la madre. Sin embargo, el sustantivo «espada» que traspasa remite a Heb 4,12: allí la espada representa la Palabra de Dios. También la palabra fatigosa, pero obedecida por Jesucristo, hijo de Dios y de María, es igualmente obedecida por su Madre, convertida asimismo por esa fatigosa obediencia en la Dolorosa.

 

MEDITATIO

Algún leccionario propone también como primera lectura para esta memoria de la Virgen de los Dolores el texto de Jdt 13,17b-20a: es el canto de bendición a Dios y a la mujer fuerte por la liberación del pueblo, que sufre y está atemorizado por la presencia de un peligroso enemigo; éste se convierte en cántico de bendición a María, «mediadora» de la salvación también a través de sus dolores.

Se propone también como lectura Col 1,18-24, que es el repetido buen anuncio -«Evangelio»- de la reconciliación mediante la muerte de Cristo, al que puede asociarse todo discípulo completando en su propia carne lo que falta a su pasión: María es la primera que, sufriendo con su hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo absolutamente especial en la obra del salvador (cf. Lumen gentium 61).

Se propone, por último, el texto de Jn 19,25-27, fuente esencial para el desarrollo del recuerdo del dolor de María, confiada también como «dolorosa» al discípulo amado (no sólo el autobiógrafo Juan, sino todo el que sigue con un amor fiel a Cristo a todas partes), el cual «la tomó consigo», o sea, acogió la belleza de su estilo de discipulado y proximidad no exentos de encrucijadas de dolor.

El soporte para la meditación es generoso: una generosidad que no es extraña a la convicción o al menos a la sensación de la importancia de un tema y una realidad tan sensiblemente humana como es el dolor. El mensaje abierto por la Palabra bíblica confirma la subsistencia del dolor en la historia individual y colectiva de la humanidad, pero anuncia que el dolor habita también en el mundo divino, asumido en la encarnación por el mismo Hijo de Dios, Jesucristo, y compartido por su madre, una mujer en parte común y en parte singular como María. Mediante su experiencia de dolor, el dolor humano puede ser sustraído a la maldición y convertirse en mediación de vida salvada y servicio de amor.

 

ORATIO

Santa María, mujer del dolor, madre de los vivientes, salve. Nueva Eva, Virgen junto a la cruz, donde se consuma el amor y brota la vida.

Madre de los discípulos, sé tú la imagen conductora en nuestro compromiso de servicio; enséñanos a permanecer contigo junto a las infinitas cruces donde todavía sigue siendo crucificado tu Hijo; enséñanos a vivir y a atestiguar el amor cristiano, acogiendo en cada hombre a un hermano; enséñanos a renunciar al opaco egoísmo para seguir a Cristo, única luz del hombre. Virgen de la pascua, gloria del Espíritu, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

A Santa María, tanto en la tradición de la Iglesia como en la devoción popular, se la denomina y reconoce como la Dolorosa. La Dolorosa no es dogma de fe, o sea, una verdad revelada por Dios. El dolor de María fue una realidad de su vida terrena. Inmaculada, siempre virgen, madre de Dios y asunta configuran la verdad de la inmodificable identidad personal de María. El dolor fue una experiencia suya terrena: María fue y ya no es dolorosa. Sus dolores cesaron al final de su existencia terrena, como sucede con toda persona humana. Pero ella sigue estando junto a los que sufren: la Dolorosa continúa siendo madre de los que sufren. En esta función ejerce ella un magisterio. Los dolores padecidos en la tierra constituyen una compleción de la pasión de Cristo en beneficio de la Iglesia. La participación de María en la pasión del Señor se ha convertido en su modo de cooperar a la obra de la salvación llevada a cabo por él: también como dolorosa es María corredentora, es decir, «ha cooperado de un modo absolutamente especial en la obra del Salvador».

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo"» (Jn 19,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La meditación sobre los siete dolores de la bienaventurada Virgen podrá expresarse fácilmente en términos actuales, en cuanto los comparemos con los múltiples sufrimientos por los que está marcada la vida hoy...

Principalmente en virtud de nuestra identidad cristiana, aceptaremos ser nosotros mismos una existencia atravesada por la espada del dolor. Siguiendo a Jesús, tomaremos cada día nuestra cruz (Le 9,23; cf. Mc 8,34; Mt 16,24). Sensibles al drama de innumerables personas y grupos obligados a emigrar desde países pobres nada naciones más ricas, en busca de pan o de libertad, pondremos a salvo la vida de todo tipo de persecución y ofreceremos nuestra contribución activa a la acogida de los emigrantes [...].

En presencia de cuantos, en medio de la incertidumbre del vivir, añoran el rostro del Señor o se encuentran angustiados por haberlo perdido, nuestras comunidades han de ser lugares que apoyen su trabajosa búsqueda. Han de convertirse en santuarios de consuelo para tantos padres y madres que, desolados, lloran la pérdida física o moral de sus hijos. Como copartícipes de un mismo itinerario de fe, acompañaremos a nuestros hermanos y hermanas por la vía de su calvario: con gestos de delicadeza, como Verónica, o llevando su peso, como el Cirineo (H. M. Moons, Con Mana accanto alia croce, Roma 1992, 19ss).

 

Día 16

 24° domingo del tiempo ordinario

 

San Cornelio, nacido en Roma, fue elegido papa el año 251, después de quince meses de sede vacante por la persecución de Dedo. El emperador Cayo Vibio Treboniano Galo le desterró a Civitavecchia, donde murió el 14 de septiembre. Fue sepultado en las catacumbas de S. Calixto.

San Cipriano, en cambio, había nacido en Cartago en torno al año 200, de padres paganos. Fue bautizado el año 248, poco después recibió las órdenes sagradas y fue elegido obispo de su ciudad. Sufrió el martirio bajo Valeriano el 14 de septiembre del año 258. Escribió varios tratados y cartas.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 50,5-9a

5 El Señor me ha abierto el oído y yo no me he resistido ni me he echado atrás.

6 Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos.

7 El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

8 Mi defensor está cerca, ¿quién me quiere denunciar? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién me va a acusar? ¡Qué venga a decírmelo!

9 Sabed que me ayuda el Señor: ¿Quién me condenará?

 

        **• Este fragmento forma parte del llamado «Tercer canto del Siervo de YHWH» (IS 50,4-11). La misteriosa figura del «siervo» (¿un profeta?, ¿el pueblo de Israel?) está presentada como la de un discípulo fiel. El Señor le ha hecho capaz de escuchar la Palabra (v. 5) que le dirige a diario a fin de que la transmita a los hombres de su tiempo, en los cuales han disminuido la fuerza y la confianza (v. 4). La fidelidad del discípulo a la misión recibida encuentra la oposición de aquellos a quienes ha sido enviado. Latigazos, ultrajes (mesar la barba), insultos y salivazos: la persecución se ensaña con la persona del anónimo siervo, pero él no se echa atrás (v. 6), fortalecido con la certeza de que YHWH está cerca de él.

        No verá decepcionada su confianza: por eso puede hacer frente a sus enemigos de manera resuelta (v. 7) e incluso desafiarles llamándoles a juicio (v. 8). El Señor le ayuda (v. 9a) y le hace justicia (v. 8a). Todo intento perverso de acusar y condenar al siervo resultará vano (vv. 8b.9a), porque Dios es testigo y garante de su justicia e inocencia.

 

Segunda lectura: Santiago 2,14-18

14 ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarle la fe?

15 Si un hermano o una hermana están desnudos y faltos del alimento cotidiano,

16 y uno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y saciaos», pero no les da lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve?

17 Así también la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma.

18 También se puede decir: «Tú tienes fe, yo tengo obras; muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe».

 

        *•• Existe una preocupación central en la carta de Santiago: la fractura que opone, por una parte, a la Palabra  de Dios escuchada y la fe proclamada y, por otra, la vida cotidiana. Se trata de una fractura que no sólo impide conseguir la salvación (v. 14), sino que procura la muerte produciendo la ilusión de lo contrario.

        Este pasaje ha sido leído por algunos como antítesis a la teología paulina de la salvación por mediación exclusiva de la fe. En realidad, es más correcto leer las vigorosas afirmaciones de Santiago como una llamada lanzada a los que, radicalizando las palabras de Pablo, las tergiversan, como si la relación con Dios se agotara en una adhesión interior a él. La fe auténtica, por el contrario, no puede dejar de manifestarse en gestos de amor, que obedecen a la Palabra del Señor. De otro modo, la fe resulta ineficaz, falsa: una ilusión (v. 17). Igualmente, sería inexistente -si no sarcástico- un amor afirmado de palabra que no prestara ayuda concreta a la persona amada (vv. 15ss).

        Santiago se sitúa aquí en la misma línea que la parábola del juicio narrada por el evangelista Mateo (cf. Mt 25,31-46): reconoce como seguidores de Jesús a los que, aun sin tener una fe explícita en su presencia, han socorrido a los necesitados, a los desamparados, a los despreciados... en sus necesidades. El apóstol Juan dice de una manera sintética en su primera carta: «Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad» (1 Jn 3,18). La fe o se traduce en vida de amor o simplemente no existe. Mientras que las obras revelan la fe de quien las realiza -sea consciente o inconsciente de lo que hace-, no es verdad lo recíproco (v. 18).

        La salvación, por tanto, es don de Dios que ha de ser acogido creyendo en él, y las obras constituyen la respuesta positiva del hombre a ese don. «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21).

 

Evangelio: Marcos 8,27-35

En aquel tiempo,

27 Jesús salió con sus discípulos hacia las aldeas de Cesárea de Filipo y por el camino les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo?

28 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que uno de los profetas.

29 El siguió preguntándoles: -¿Y vosotros quién decís que soy yo? Pedro le respondió: -Tú eres el Mesías.

30 Entonces Jesús les prohibió terminantemente que hablaran a nadie acerca de él.

31 Jesús empezó a enseñarles que el Hijo del hombre debía padecer mucho, que sería rechazado por los ancianos, Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y, a los tres días, resucitaría.

32 Les hablaba con toda claridad. Entonces Pedro lo tomó aparte y se puso a increparle.

33 Pero Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: -¡Ponte detrás de mí, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.

34 Después, Jesús reunió a la gente y a sus discípulos y les dijo: -Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga.

35 Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia la salvará.

 

        *• Con este pasaje llega a un punto de atraque el itinerario que el evangelio de Marcos ha propuesto hasta aquí. Mediante el relato de las acciones de Jesús y las palabras con que las acompaña, el evangelista ha intentado hacer emerger la respuesta a la pregunta fundamental sobre la identidad de Jesús, cuyo nombre se había hecho famoso (cf. Me 6,14). Ahora es el mismo Jesús quien explicita la pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (v. 27). El grupo de los discípulos, erigiéndose en portavoz de las expectativas mesiánicas de Israel, refiere que Jesús es considerado como Juan el Bautista, o bien Elías -cuyo retorno debía preceder a la venida del Mesías (cf. Mal 3,1)- o algún profeta, cuya falta ya se advertía desde hacía mucho tiempo.

        Y cuando Jesús plantea la pregunta directa: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 29), Pedro, prototipo del discípulo, profesa su propia fe en Jesús reconociéndolo como Cristo, es decir, «mesías», «salvador». Los gestos que Jesús ha realizado, y que Marcos ha narrado en los ocho primeros capítulos de su evangelio, manifiestan el cumplimiento de las profecías mesiánicas. De este modo encuentra su explicación el primer atributo con el que el evangelista calificó a Jesús en el comienzo de su libro (cf. Me 1,1b).

        De ahora en adelante, su relato empieza a dar razón del segundo atributo: «Hijo de Dios» (Mc 1,1c). Esta segunda parte del evangelio, que será ratificada con otra profesión de fe, la de un pagano (el centurión: cf. 15,39), se abre con la autopresentación de Jesús, que esboza el modo como entiende y vive su propio mesiazgo: no como triunfo o éxito, sino como humillación y sufrimiento (v. 31). Con su reacción (v. 32), Pedro se muestra ahora como prototipo de quien sigue una lógica diferente respecto a la de Dios, a la que se opone como Satanás. Jesús se muestra resuelto cuando recuerda a Pedro su lugar, que es detrás de él, único Maestro (v. 33), y cuando precisa a todos las condiciones necesarias para ser discípulo suyo. Es menester dar la vuelta al propio modo de pensar de cada uno, a la imagen de Dios que se ha construido, a los objetivos que se había fijado. Es preciso seguir los pasos de Jesús. Hace falta proyectar nuestra - existencia no como posesión egoísta y autosatisfactoria, sino como entrega (vv. 34ss).

 

MEDITATIO

        ¿Quién es para mí Jesús? La pregunta nos viene dirigida directamente. Nosotros somos hoy los discípulos que, habiendo vivido con Jesús, están invitados a pronunciarse sobre él. Puede resultar sencillo repetir una fórmula aprendida en el catecismo o asumir una posición aceptable por la mayoría sin una excesiva implicación personal: Jesús es el Señor, Jesús es un gran hombre, Jesús es el protector de los débiles... ¿Quién es para mí Jesús? Toda respuesta suena vacía si no afecta a mi vida, si no expresa mi compromiso con él. Sí, Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el que nos ha revelado el amor del Padre por todos y en particular por los indefensos. Reconocerle y aceptarle como tal, invocarle como Señor, adquiere su significado pleno si, en consecuencia, le sigo en su camino. El amor que Jesús nos da y nos hace conocer es el amor de quien da la vida por los otros y paga cualquier precio con tal de permanecer fiel a ese amor. Jesús es verdaderamente nuestro Señor, si nosotros, dejando de lado nuestros proyectos mezquinos, asumimos el suyo, sin dejarnos condicionar por la mentalidad corriente, absolutamente centrada en el beneficio y en el culto a nosotros mismos.

        Nuestras obras expresan la verdad de nuestra decisión, de nuestra respuesta a la pregunta sobre la identidad de Jesús.

 

ORATIO

        Perdóname, Señor Jesús: también hoy he tenido miedo del rechazo y de la burla. No he conseguido seguirte en tu camino y me he rebajado a pactos con los criterios que, en este mundo, permiten estar de la parte de los vencedores. Tú elegiste el amor y fuiste escarnecido, no te creyeron y, por último, te mataron. Nunca dejaste de amar ni de demostrar amor: lo que decías lo ponías en práctica. Fuiste un derrotado para las crónicas mundanas, pero en el silencio de una aurora de primavera, resucitaste de la muerte. El amor, nos dijiste, es la única salvación, y creer en ti derrota todo abuso, todo egoísmo tiránico.

    Perdóname, Señor Jesús, cuando expreso mi fe sólo de palabra, cuando me refugio en el escondite del «así hacen todos», en vez de saborear los espacios abiertos de tus caminos, a lo largo de los cuales se experimenta la alegría de dar la vida por los hermanos.

 

CONTEMPLATIO

        Quien se libera del hombre viejo y de sus obras reniega de sí mismo y puede decir: « Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí»; toma, en efecto, su cruz y es un crucificado para el mundo. Y el que ha crucificado en sí mismo el mundo, ése sigue al Señor crucificado. Pedro, que se escandalizó con el anuncio de la muerte del Señor, fue regañado severamente por el mismo Jesús: de este modo, los discípulos se vieron invitados a renegar de sí mismos, a tomar su cruz y a seguir al Maestro con el ánimo de quien se encuentra siempre en peligro de muerte.

        A las palabras amargas les siguen las alegres, y el Señor anuncia: «El Hijo del hombre vendrá en la gloria del Padre con sus ángeles». Si temes la muerte, escucha la gloria del que triunfa. Si te espanta la cruz, escucha el homenaje que le rinden los ángeles. «Y entonces», añade el Señor, «dará a cada uno según sus obras». No hay distinción entre judíos y paganos, entre hombres y mujeres, entre pobres y ricos, porque no son las personas, sino las obras las que serán sometidas a juicio (Jerónimo, Commento alvangelo di Matteo, Roma 1969, pp. 167ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que yo muestre, Señor, con mis obras mi fe en ti».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        ¿Quién es Jesucristo para Ignacio Silone? Es la expresión más elevada, más pura, más fecunda de la humanidad. En él se encarnan y se sintetizan esos valores que constituyen la base de toda civilización y que determinan la verdad -es decir, la autenticidad y la grandeza- de todo hombre.

        No elaboró un sistema filosófico o teológico, ni siquiera fundó una religión; no estableció pactos con el poder, no lisonjeó los bajos instintos del hombre, no vaciló en proponer una doctrina moral fuera de todos los esquemas, incluso «escandalosa», no tuvo miedo de ir contracorriente ni de introducir el desorden. Encarnando su mensaje en su persona, proclamó algunas verdades «locas», aunque sublimes y fecundas. En L'aventura d'un povero cristiano, Pier Celestino dirige a Bonifacio VIII estas palabras: «Pero si se despoja al cristianismo de sus llamadas cosas absurdas para hacerlo agradable al mundo, tal como es, y apto para el ejercicio del poder, ¿qué queda de él? Sabéis que la racionabilidad, el sentido común, las virtudes naturales existían, ya antes de Cristo, y se encuentran también ahora en muchos que no son cristianos. ¿Qué es lo que Cristo nos ha traído de más? Precisamente, algunas cosas absurdas en apariencia. Nos ha dicho: amad la pobreza, amad a los humillados y a los ofendidos, amad a vuestros enemigos, no os preocupéis por el poder, por la carrera, por los honores; son cosas efímeras, indignas de almas inmortales...» (p. 244).

        A causa de sus «absurdos», Jesús se ve o bien rechazado, o bien domesticado, o bien escarnecido. [El] prefirió el patíbulo de la cruz después de haber proclamado que quien quiera seguirle debe renegar de sí mismo y tomar su cruz. Pero los detentadores del sentido común y, sobre todo, los sacerdotes «cuentan con una experiencia secular en el arte de hacer la cruz inocua» (// seme sotto la nevé, p. 159). Aliándose con el poder, han reducido el cristianismo a instrumento de estabilidad social, pese a que aquél se fundamenta en la injusticia. Todo eso es traicionar a Cristo. Sustituyendo la imagen de Jesús crucificado y agonizante por la del Jesús «clerical, resucitado y triunfante», ha traicionado la Iglesia a su Señor. Afortunadamente para nosotros, no puede impedir «que, de vez en cuando, algunos cristianos sencillos tomen la cruz en serio y actúen como locos» (// seme sotto la nevé, p.159), ofreciéndose, a cuantos quieran verlo, como auténticos testigos de Jesús (F. Castelli, Volti ai Gesú nella letteratura moderna, Cinisello B. 1987). 

 

Día 17

Lunes de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 11,17-26

Hermanos: no puedo alabar el que vuestras reuniones os perjudiquen en lugar de aprovecharos.

18 En primer lugar, ha llegado a mis oídos que, cuando os reunís en asamblea, hay entre vosotros divisiones. Y en parte lo creo,

19 pues hasta es conveniente que haya disensiones entre vosotros, para que salgan a la luz los auténticos cristianos.

20 El caso es que, cuando os reunís en asamblea, ya no es para comer la cena del Señor,

21 pues cada cual empieza comiendo su propia cena, y así resulta que mientras uno pasa hambre, otro se emborracha.

22 Pero ¿es que no tenéis vuestras casas para comer y beber? ¿En tan poco tenéis la Iglesia de Dios, que no os importa avergonzar a los que no tienen nada? ¿Qué voy a deciros? ¿Esperáis que os felicite? ¡Pues no es como para felicitaros!

23 Por lo que a mí toca, del Señor recibí la tradición que os he transmitido, a saber, que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros; haced esto en memoria mía».

25 Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía».

26 Así pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga.

 

*+- La institución de la eucaristía es una enseñanza recibida de la tradición apostólica que se remonta a Jesús (v. 23), y Pablo tiene el deber de transmitirla a las distintas comunidades. Sobre el valor histórico de estos dos verbos («recibir»-«transmitir») meditaremos más adelante; aquí vamos a considerar el valor que, según Pablo, tiene la celebración eucarística para la vida de la comunidad cristiana de Corinto.

La eucaristía es, en primer lugar una llamada, una vocación divina: no puede ni debe ser reducida a una mera convergencia de diferentes sujetos, aunque sea con intenciones respetables y dignas de alabanza. Al contrario, cada vez que la comunidad se reúne para celebrar la eucaristía, obedece a una invitación-mandato del Señor Jesús. Dicho aún con mayor precisión, la eucaristía es un hacer memoria del Señor muerto y resucitado: no puede ni debe ser alterada su fuerza sobrenatural, que nos pone en comunión personal con aquel de quien hacemos memoria.

La fórmula «Haced esto en memoria mía» (w. 24ss), que Pablo comparte con Lucas (22,19), no deja lugar a ninguna duda. Los exégetas señalan que Jesús no pretende dejar aquí a sus discípulos un testamento cualquiera, sino un auténtico memorial (según la terminología técnica hebrea: zíkkarón).

Hoy, con una terminología exquisitamente más teológica, diríamos «memoria eficaz y actualizadora», capaz de producir lo que significa. La eucaristía es también comer la cena del Señor: no puede ni debe ser alterada esta dimensión convival de la eucaristía. Éste es el signo elegido por Jesús, un signo que la tradición apostólica respeta de manera escrupulosa; a falta de este signo, no tendríamos el fruto de la presencia sacramental de Jesús y de la eficacia salvífica de su muerte y resurrección.

 

Evangelio: Lucas 7,1-10

En aquel tiempo,

1 cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Cafarnaún.

2 Había allí un centurión que tenía un criado a quien quería mucho y que estaba muy enfermo, a punto de morir.

3 Oyó hablar de Jesús y le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniese a curar a su criado.

4 Los enviados, acercándose a Jesús, le suplicaban con insistencia: -Merece que se lo concedas,

5 porque ama a nuestro pueblo y ha sido él quien nos ha edificado la sinagoga.

6 Jesús los acompañó. Estaban ya cerca de la casa cuando el centurión envió unos amigos a que le dijeran: -Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa,

7 por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti, pero basta una palabra tuya para que mi criado quede curado.

8 Porque yo, que no soy más que un subalterno, tengo soldados a mis órdenes y digo a uno: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace.

9 Al oír esto Jesús, quedó admirado y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: -Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.

10 Y al volver a la casa, los enviados encontraron sano al criado.

 

**• El tercer evangelio presenta al centurión como alguien «temeroso de Dios», semejante al centurión de Hch 10,2. En la versión de Mateo parece mejor conseguida la espontaneidad del encuentro (es el centurión mismo quien habla a Jesús), mientras que en Lucas se comunica a través de intermediarios. La versión lucana subraya más la humildad del centurión que su fe. Según Mateo, el siervo era paralítico (cf. 8,6). Lucas, por su parte, no recuerda este particular y dice que está a punto de morir (cf. 7,2). Por otra parte, es un dato esencial para la historia sinóptica que el centurión no fuera judío, aunque como un prosélito había contribuido económicamente a la construcción de la sinagoga. De todos modos, se declara indigno de recibir a Jesús bajo su techo y, al mismo tiempo, manifiesta una gran fe en el poder de Jesús, un poder que considera absoluto y sin límites.

A propósito del v. 9: mientras los judíos alaban las buenas obras del centurión, Jesús alaba su fe. Lucas ha colocado este relato inmediatamente después del discurso dirigido por Jesús a los discípulos porque el Maestro quiere revelar ahora la eficacia de su Palabra para quien la acoge con confianza y humildad. Toda la atención del pasaje está concentrada en el diálogo entre Jesús y los enviados del oficial pagano, y culmina con la proclamación de Jesús en el v. 9. En las palabras de los amigos, más allá del riesgo de impureza legal en que hubiera podido incurrir Jesús, se exalta la autoridad y la eficacia de la Palabra del Maestro.

Por consiguiente, con la pequeña comparación tomada de la jerarquía y la disciplina militar, se muestra la confianza en la fuerza y la eficacia de la palabra de alguien que puede mandar a la enfermedad, incluso sin estar presente.

 

MEDITATIO

La liturgia de la Palabra nos enseña hoy, en primer lugar, la importancia de la oración litúrgica, oración de la Iglesia por «.lodos los hombres», en particular por aquellos que ejercen el poder, a fin de que estén al servicio de la tranquilidad social. Dios Padre «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». La salvación es conocimiento de la verdad (cf. 2 Tim 2,25; 3,7). Cristo, testigo del Padre con su vida, lo fue en grado supremo con su muerte. El siervo del centurión -señala Lucas- estaba enfermo y a punto de morir. Jesús, con la autoridad que le viene de la obediencia al Padre hasta la muerte en la cruz, le libera de la muerte, le cura (cf. 7,10). La fe humilde del centurión se encuentra con la Palabra autorizada de Jesús, su conciencia de pobreza con la Palabra eficaz del Maestro. Y la confianza del oficial pagano media en la curación de su criado.

La oración litúrgica, recomendada en la primera lectura, intercede, dondequiera que se encuentre la Iglesia, junto al mediador Jesucristo y cura de las iras y de las contiendas, para «que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna». El conocimiento de la verdad se convierte entonces en salvación integral de la persona, que en su vida diaria da testimonio de una vida colmada de piedad y transparente de dignidad humana, una dignidad madurada por su conciencia cristiana.

 

ORATIO

Oh Padre, liberador poderoso y guía seguro de nuestra historia, concédenos a través del hombre Jesucristo, muerto y resucitado en rescate por todos, reconocer los signos de tu Palabra incluso en las condiciones a veces paganas de nuestra vida cotidiana y social. Haznos capaces de recibir tu visita, de experimentar y dar testimonio de la eficacia curadora de la Palabra de nuestro único Maestro y Señor. Haznos comprender que la eficacia de la Palabra de Cristo se debe a su obediencia a tu voluntad, porque tú y él sois «una sola cosa». Y que, curados cada día por la Palabra tuya y suya, podamos ser testigos gratos y alegres de aquella fe que hace «levantar al cielo manos limpias».

 

CONTEMPLATIO

La naturaleza ha engendrado iguales a los hombres; sin embargo, en virtud de la diversidad de méritos y de tareas, un oculto designio ha sometido unos a otros. Ahora bien, esta diversidad, que fue añadida a causa de la culpa, ha sido sabiamente ordenada por el juicio divino a hacer que, por no estar todos en condiciones de recorrer de modo justo el camino de la vida, unos pudieran ser guiados por otros. Sin embargo, los santos, cuando están puestos en lo alto, no miran a la potestad jerárquica que hay en ellos, sino a la igualdad de la condición humana, y no les gusta presidir, sino ayudar a los hombres [...]

Cuando no tienen que corregir ninguna culpa, no se complacen en estar arriba en el poder, sino en ser iguales en la condición humana; y no sólo huyen de ser temidos, sino hasta de ser honrados más de lo debido. Y, en efecto, consideran que padecen un daño no leve en su humildad si se dan cuenta de que son estimados en más a causa del puesto que ocupan. Ésa fue la razón por la que el primer pastor de la Iglesia, al ver que se le rendía un honor excesivo cuando Cornelio se echó a sus pies para adorarlo, apeló de inmediato a la paridad de la condición y dijo: «¡Levántate, que también yo soy un hombre!» (Hch 10,26). ¿Quién no sabe, en efecto, que el hombre debe postrarse ante su Creador y no ante hombre alguno? (Gregorio Magno, cit. en Crescere nella fede, Magnano 1966, p. 99).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo no soy digno de que entres en mi casa; pero basta una palabra tuya, para que mi criado quede curado» (Lc 7,6b.7b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La fe absoluta nace de la experiencia de nuestra propia incapacidad para alcanzar la plenitud del ser sin la ayuda de la Palabra de Jesús. Esta constatación da ánimos a nuestro corazón para ir más allá de las obras posibles a nuestras capacidades humanas, más allá de los límites de nuestra confianza humana, más allá de los datos de nuestra razón natural y de nuestra experiencia normal, para echarnos, con un acto de confianza ilimitada, en los brazos de Jesús. «Yo no soy digno de que entres en mi casa, por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti, pero basta una palabra tuya para que mi criado quede curado» (Lc 7,6ss). La apertura total a la Palabra de Jesús debe renovar todo en la vida cristiana: la vida privada y la pública, el trabajo y los negocios, las amistades y las hostilidades, el pensamiento y la acción. Todo debe ser reevaluado en virtud de la Palabra y por la Palabra de Jesús. Y es que la dimensión cristiana no es el hombre más una serie de ideas procedentes del cristianismo, sino que es el hombre nuevo, el hombre nacido de Dios que, al liberarse de todo lo que nace de la carne, de la voluntad, de los deseos humanos, pasa de la dimensión humana a la de los hijos de Dios.

El episodio del centurión nos dice que, si queremos alcanzar la fe absoluta, debemos estar ante Jesús como la tierra de labor, aue se ofrece toda ella al sol y al cielo para que los gérmenes de vida que guarda puedan dar su fruto (G. Vannucci, La vita senza fine, Cemusco s.N. 1991, pp. 143ss).

 

 

Día 18

Martes de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 12,12-14.27-31a

Hermanos:

12 del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo.

13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido también del mismo Espíritu.

14 Por su parte, el cuerpo no está compuesto de un solo miembro, sino de muchos.

27 Ahora bien, vosotros formáis el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro.

28 Y Dios ha asignado a cada uno un puesto en la Iglesia: primero están los apóstoles, después los que hablan en nombre de Dios, a continuación los encargados de enseñar, luego vienen los que tienen el don de hacer milagros, de curar enfermedades, de asistir a los necesitados, de dirigir la comunidad, de hablar un lenguaje misterioso.

29 ¿Son todos apóstoles? ¿Hablan todos en nombre de Dios? ¿Enseñan todos? ¿Tienen todos el poder de hacer milagros

30 o el don de curar enfermedades? ¿Hablan todos un lenguaje misterioso o pueden todos interpretar ese lenguaje?

31 En todo caso, aspirad a los carismas más valiosos.

 

**• Tras haber tratado sobre los sacramentos del bautismo y de la eucaristía como acontecimientos centrales en la vida de los primeros cristianos de Corinto, Pablo dedica tres capítulos de esta carta suya a la problemática de las relaciones entre los carismas y los ministerios en el interior de la misma comunidad.

Al comienzo del capítulo 12, Pablo afirma que la autenticidad de los carismas depende de la pureza de la profesión de fe: «Nadie que hable movido por el Espíritu de Dios puede decir: "Maldito sea Jesús". Como tampoco nadie puede decir: "Jesús es Señor", si no está movido por el Espíritu Santo» (v. 3). Existe, por tanto, una pluralidad de carismas, pero su fuente es una sola: la divina Trinidad (w. 4-6). Inmediatamente después, afirma el apóstol que la manifestación del Espíritu Santo a través de los diversos carismas ha sido dada a cada uno para la utilidad común, o sea, para el bien de toda la comunidad.

En este punto se inserta el discurso más exquisitamente teológico: Pablo quiere hacer comprender que los dones que recibimos y los servicios que estamos llamados a prestar tienen su fundamento en la gracia que recibimos por medio de los sacramentos, en virtud de los cuales formamos un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Todos, en efecto, «hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo» y «todos hemos bebido también del mismo Espíritu» para formar un solo cuerpo (v. 13).

La unidad no suprime la diversidad de los miembros, de los dones y de los ministerios; al contrario, la garantiza y la exalta reconduciéndola a su fuente divina (dicho con mayor precisión, trinitaria) y la orienta a su destino comunitario (dicho de modo más exacto, eclesial).

 

Evangelio: Lucas 7,11-17

11 Algún tiempo después, Jesús se marchó a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.

12 Cerca ya de la entrada del pueblo, se encontraron con que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. La acompañaba mucha gente del pueblo.

13 El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: -No llores.

14 Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon. Entonces dijo: -Muchacho, a ti te digo: levántate.

15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.

17 La noticia se propagó por toda la región de los judíos y por toda aquella comarca.

 

**• Se trata de otro gesto de misericordia, simétrico al del criado del centurión. Tal vez Lucas introduce este texto «suyo» para explicar la afirmación posterior del v. 22: «Las muertos resucitan». El evangelista le ha dado, de manera consciente, una forma particular a su relato, a lin de sugerir que Jesús es un nuevo Elías. En efecto, «el profeta» de Le 7,16 remite, más que Jn 6,14, a alguno de los grandes profetas de Israel, como Elías en el pensamiento popular. Detengámonos en algunos detalles particulares.

Si el Naín del Nuevo Testamento estaba situado en el lugar donde se encuentra el pueblo árabe de Neín, junto a Afula, el milagro tuvo lugar en las proximidades de Sunem, donde Eliseo disponía de una habitación (cf. 2 Re 4,8-10) y donde resucitó al hijo de la sunamita (4,35). Las semejanzas entre el relato de Naín y la historia sinóptica de la hija de Jairo (cf. Le 8,40-42.49-56) pueden ser fortuitas y normales. La atención recae, en ambos casos, sobre los padres, sometidos a la prueba de la pérdida de un hijo querido. Otro aspecto que merece atención es que del mismo modo que ocurre en el caso de la curación de la mano atrofiada (6,6-11), Jesús no realiza el milagro en respuesta a una petición explícita, ni ninguno de los interesados expresa una fe explícita. Por lo demás, la viuda no podía saber que Jesús tenía el poder excepcional de resucitar a los muertos. Los discípulos y la muchedumbre tampoco intervienen en el episodio, excepto al final. Es Jesús el personaje central.

Cuando tocó el féretro, se detuvieron los que lo llevaban, sorprendidos de que no tuviera miedo de incurrir en una impureza legal (Nm 19,16). Por otra parte, contrariamente a lo que hacían los profetas del Antiguo Testamento, que oraban a Dios para que volviera a dar vida a los muertos, Jesús pronuncia por su propia autoridad -en cuanto Señor- la orden dirigida directamente al muerto (cf. v. 14). El v. 15 deja entender que el féretro estaba abierto, justo lo contrario de las costumbres griegas.

          Como ocurre en los relatos de la infancia y en otros de su evangelio y de Hechos, a Lucas le gusta señalar también aquí (v. 16) la alabanza coral a Dios por parte del pueblo, cautivo de un sentimiento religioso de respeto unido al «temor».

 

MEDITATIO

En la orden de que no llore, aparentemente paradójica, que da Jesús a la viuda, Lucas hace intuir desde el comienzo del texto el desenlace de este encuentro, dado que llama a Jesús con un título cargado de significado: «el Señor» (7,13b). Basta con la orden de Jesús para que el curso de los acontecimientos se invierta: Jesús restituye al joven vivo a su madre.

La reacción religiosa de la gente: «Alababan a Dios», introduce la exclamación: «Un gran profeta...», que ofrece la clave interpretativa de todo el episodio. Y Jesús, el gran profeta, Elías redivivo, a diferencia de éste, es el Señor.

Es Dios mismo el que interviene ahora de una manera eficaz para la salvación de su pueblo. Ésta es la «visita» por excelencia y definitiva de Dios: la resurrección de los muertos es un «signo» decisivo para quien sabe acogerlo. Jesús no sólo es el profeta que consuela curando enfermedades y aplazando la muerte, sino que –como Señor- es el vencedor de la muerte, el que inaugura el tiempo nuevo de la esperanza para todos los creyentes.

Ahora, frente a la lista de las cualidades requeridas para el «ministerio» de la autoridad en la Iglesia, según la primera lectura, vemos que la autoridad del Señor indica la cualidad esencial que los «ministerios» del obispo y de los diáconos deben presentar. Esta cualidad es la fidelidad en el testimonio y en el servicio. Una fidelidad basada en la obediencia a la Palabra, como demuestra toda misión profética del Antiguo y del Nuevo Testamento, y por excelencia la del profeta Jesús de Nazaret. No puede haber autoridad cristiana sin obediencia de los «ministros» a la Palabra de Dios, de suerte que les sea posible gobernar y guiar a la Iglesia no siguiendo criterios mundanos, sino siguiendo las exigencias de la misma Palabra. La búsqueda de la voluntad de Dios por parte de los pastores y del rebaño –aunque con papeles diferentes- ha de ser unívoca y concorde (cf. Hch 2,42). El poder sobre la muerte y sobre todo mal se comunica, a través de la línea de la obediencia y de la profecía, por el Profeta y Testigo fiel, a los apóstoles y a los diáconos, para el servicio a la comunión y a la vida en la Iglesia.

La alabanza a Dios: «Un gran profeta...» (v. 16), es la primera resurrección de los muertos en el corazón humano. Viene, después, el agradecimiento por las visitas y las grandes obras de Dios. Y, en consecuencia, la intercesión abre la conciencia de la persona a la estructura permanente de vida que es la conversión del corazón y la oración continua. Conversión y oración son, simultáneamente, dones del Espíritu y compromiso de la persona indispensables para obedecer y mandar en la Iglesia, para empezar a vivir como resucitados en el tiempo presente, como anticipo de la definitiva resurrección de los muertos.

 

ORATIO

Oh Padre, tú eres compasión infinita. En tu Hijo, Jesús, Señor de la historia, consolaste a la madre viuda con la resurrección de su hijo, antes incluso de que tuviera la fe y la voz para pedírtelo. Concédenos una confianza tal en tu Palabra que nos enseñe a prevenir las peticiones de los dolores más grandes de la vida; para que nuestras respuestas de vida, en vez de pertenecer sólo al orden de las palabras, se muestren eficaces en la solución de los problemas más graves de los hermanos. Y que sean portadoras de liberación evangélica de las opresiones y de las violencias de muerte.

Concédenos comprender y comunicar a todos que la Palabra, si es asimilada en la vida del discípulo, le da posibilidades de liberar de todo mal, así como capacidad para «dominar» toda la fuerza del Divisor, el «diablo». Y a través del camino de unidad interior, será capaz de vivir como resucitado y comunicar a los otros las posibilidades que encuentra cada día.

 

CONTEMPLATIO

Luego, ¿vamos a tener por cosa grande y de maravillar que el Artífice del universo haya de resucitar a cuantos le sirvieron santamente en confianza de fe buena, cuando hasta por medio de un ave nos manifiesta lo magnífico de su promesa? Dice, efectivamente, en alguna parte: Tú me resucitarás y yo te confesaré (Sal 27,7). Y: Me dormí y me tomó el sueño, pero me levanté, porque tú estás conmigo (Sal 3,6). Y Job igualmente dice: Y resucitarás esta carne mía, que ha sufrido todas estas cosas (Job 19,26).

Así pues, apoyados en esta esperanza, únanse nuestras almas a Aquel que es fiel en sus promesas y justo en sus juicios. El que nos mandó no mentir, mucho menos mentirá Él mismo, pues nada hay imposible para Dios fuera del mentir. Reavivemos, pues, en nosotros su fe y démonos cuenta de que todo esta cerca de Él. Con una palabra de su magnificencia lo estableció todo y con una palabra puede trastornarlo todo. ¿Quién le dirá: Qué has hecho? ¿O quién contrastará la fuerza de su poder? (Sab 12,12).

Todo lo hará cuando quiera y como quiera, y no hay peligro que deje de cumplirse nada de cuanto Él ha decretado. Todas las cosas están delante de Él y nada escapa a su designio. Comoquiera que los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. El día se lo dice al día y la noche se lo cuenta a la noche, y no hay discursos ni hablas en que no se oigan sus voces (Sal 18,2-4). Ahora, pues, como sea cierto que todo es por Él visto y oído, temámosle y demos de mano a los execrables deseos de malas obras, a fin de ser protegidos por su misericordia e los juicios venideros. Porque ¿dónde podrá nadie de nosotros huir de su poderosa mano? ¿Qué mundo acogerá a los desertores de Dios? Dice, en efecto, en algún paso la Escritura: ¿Adonde me escaparé y a dónde me esconderé de tu faz? Si me subiere al cielo, allí estás tú; si me alejare hasta los confines de la tierra, allí está tu diestra; si me acostare en los abismos, allí tu soplo (Sal 138,7-10). ¿Adonde, por ende, puede nadie retirarse o adonde escapar de Aquel que lo envuelve todo? Por lo tanto, acerquémonos a Él en santidad de alma, levantando hacia Él nuestras manos puras e incontaminadas, amando al que es Padre nuestro clemente y misericordioso, que hizo de nosotros porción suya escogida (Clemente de Roma, «Carta primera», XXVI-XXIX, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 202-204).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quién puede presumir de tener suficientes fuerzas para llegar a la ilimitada luz, a la perfecta floración humana a la que Cristo nos llama? ¿Quién nos ayudará a conseguir liberar nuestro ser interior de todas las durezas, de todos los miedos, de todos los condicionamientos de las instituciones humanas? ¿Quién dará a nuestra navecilla la fuerza para ir cada vez más hacia alta mar, lejos de todos los puertos construidos por el hombre?

El episodio de Lc 7,11-17 da la respuesta a estas preguntas que nacen de la constatación de nuestra insuficiencia. Sólo Jesús puede pronunciar las palabras salvadoras: «¡Levántate y recobra la vida!» (Lc 7,14). Ahora bien, ante su palabra debemos dejar de lado toda oposición, toda resistencia, como el cadáver del joven de Naín. Jesús es la Palabra de Dios que ha tomado la carne viva del hombre; su descenso a la humanidad concreta no ha concluido en la realidad del Hombre-Dios, sino que va asumiendo lentamente todo el hombre, aunque a través de la distinción de las naturalezas.

La redención significa para el hombre su ascenso a Cristo, su liberación de las fuerzas demoníacas que le deforman, llevada a cabo por la mano santa de Cristo. En el hombre redimido, ya no es el yo caído y dividido el que vive, sino Cristo (G. Vannucci, La vita senza fine, Cernusco s.N. 1991, p. 137).

 

 

 

Día 19

Miércoles de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 12,31-13,13

Hermanos:

12,31 en todo caso, aspirad a los carismas más valiosos. Pero aún, os voy a mostrar un camino que supera a todos.

13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe.

2 Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque mi fe fuese tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy.

3 Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.

4 El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia.

5 No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal;

6 no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad.

7 Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.

8 El amor no pasa jamás. Desaparecerá el don de hablar en nombre de Dios, cesará el don de expresarse en un lenguaje misterioso, y desaparecerá también el don del conocimiento profundo.

9 Porque ahora nuestro saber es imperfecto, como es imperfecta nuestra capacidad de hablar en nombre de Dios;

10 pero cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto.

11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, razonaba como niño; al hacerme hombre, he dejado las cosas de niño.

12 Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conoceré como Dios mismo me conoce.

13 Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor.

 

*• En el centro de los capítulos dedicados a la relación entre carismas y ministerios, Pablo pone el llamado «Himno al amor», una de las páginas más bellas de sus cartas y, tal vez, también de todo el Nuevo Testamento.

El apóstol, en primer lugar, lleva buen cuidado en presentar el amor como el carisma más grande, como el camino mejor, como el que supera a todos. Por consiguiente, está claro que el «Himno al amor» no es para Pablo un puro desahogo espiritual y evasivo, sino que quiere que sea considerado en lo concreto de una vida cristiana, individual y comunitaria, que necesita un centro, además de un fundamento. Pablo recomienda a los primeros cristianos que aprendan a amar como Dios ama: por los mismos motivos, con la misma intensidad, de un modo lineal e incondicionado, con una carga afectiva inagotable. En segundo lugar, el apóstol deja entender que los cristianos deben amar como Cristo ama: con la disponibilidad total de sí mismos, con una plena apertura a los otros, con el deseo de caminar juntos. Por último, Pablo demuestra que, por su propia naturaleza, el amor cristiano -cuyo nombre es más exactamente «caridad»- está ligado indisolublemente a la fe y ala esperanza (con ellas forma una tríada de fundamental importancia: las llamadas «virtudes teologales»), pero, comparada con ellas, la caridad es netamente superior, precisamente por su origen divino, por su participación cristológica y por su destino comunitario.

 

 

Evangelio: Lucas 7,31-35

En aquel tiempo, dijo el Señor:

31 ¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?

32 Se parecen a esos muchachos que se sientan en la plaza y, unos a otros, cantan esta copla: «Os hemos tocado la flauta y no habéis danzado; os hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado».

33 Porque vino Juan el Bautista, que no comía ni bebía, y dijisteis: «Está endemoniado».

34 Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores».

35 Pero la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios.

 

*•*• Este pasaje evangélico exalta la figura de Juan el Bautista y la asocia a la de Jesús, frente a la generación de entonces, que rechazaba a ambos. La parábola de los muchachos caprichosos no hace más que ilustrar la actitud descrita en los w. 20-30. Aquí se presenta, por una parte, al pueblo y a los publicanos, que reconocieron el valor del bautismo de Juan, y, por otra, a los fariseos y a los maestros de la Ley, que rechazaron este bautismo y no entraron en el designio de Dios. Con todo, la actitud negativa de la generación de Juan y de Jesús no impedirá la realización del plan de Dios (cf. v. 30), porque «la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios». Esta «sabiduría» parece ser precisamente el sabio designio de Dios. Los sabios que lo justifican son aquellos que entran en este designio, reconociendo a Juan y a Jesús como enviados de Dios, venidos a anunciar un nuevo plan de salvación para el mundo.

Lo que los otros desatienden y desdeñan no es propiamente la vía ascética del Bautista o la vía «festiva» y magnánima de Jesús, sino fundamentalmente el proyecto de Dios.

 

MEDITATIO

A quien tiene miedo de verse implicado en el plan de Dios, todo gesto y comportamiento le parece ambiguo. En cambio, los «pequeños», los pobres, los pecadores y los excluidos, que no tienen que defender ni prejuicios ni esquemas, intuyen la lógica del obrar de Dios en la historia humana. Son los sabios de la comunidad cristiana, que, a lo largo de los siglos, continúan reconociendo en Jesús la revelación y la realización de un plan histórico de amor fiel, es decir, de la sabiduría divina.

La solidez de «la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo», de la primera lectura está alimentada por la fe de estos «pequeños», de los verdaderos discípulos del Señor. Éste, «misterio de nuestra religión», es tan grande y tan negado por los falsos maestros que alteran su Evangelio. Estos mismos son objeto de atención, en la continuación de la carta, por parte del apóstol, a fin de poner ampliamente en guardia a Timoteo.

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre, reconocer en los «testigos» de nuestros días las huellas de vida de tu Hijo, acoger el don de tu fuerza, para que, como piedras vivas de tu «casa», podamos dar testimonio de la firmeza de su Palabra.

Y haz que, fundamentados en la roca que es Cristo, Hijo tuyo y hermano nuestro, podamos sostener el asalto y el peso de la incredulidad y de la indiferencia de nuestra humanidad. Te pedimos además que, adorando tu presencia en la historia de nuestros días, podamos ser instrumentos dóciles y eficaces de tu proyecto de amor para la salvación de todos los hombres.

 

CONTEMPLATIO

Preguntemos ahora a los judíos: ¿es la austeridad una cosa buena? ¿Alabáis el ayuno? Entonces hubierais debido quedar persuadidos por Juan, hubierais debido aceptarle, creer en sus palabras, y esas palabras hubieran debido conduciros a Cristo. Y si responden que el ayuno es una práctica perjudicial e insoportable, entonces les diremos que hubieran debido dejarse convencer por Cristo y creer en él, que siguió un camino diferente del emprendido por Juan. Con uno u otro de estos dos diferentes modos de vivir hubieran entrado en el Reino de los Cielos.

Sin embargo, en vez de servirse de este doble medio que se les había ofrecido para salvarse, prefirieron echarse como fieras enfurecidas tanto sobre Juan como sobre Jesús. Por consiguiente, no debemos acusar de nada a los que no fueron creídos: toda la culpa recae sobre aquellos que no quisieron creer. Ningún hombre razonable alaba y vitupera al mismo tiempo dos cosas contrarias entre sí. Por ejemplo, a quien le gusta el hombre alegre y de buen humor no le gusta el de temperamento serio y severo [...].

Yo y Juan, dice Jesús en sustancia, tenemos el mismo pensamiento: nos hemos comportado, es cierto, de manera diferente, pero esta aparente diferencia no nos ha impedido tener el mismo fin. Más aún, precisamente nuestra perfecta unión, que apuntaba a un idéntico fin, nos impulsó a comportarnos de manera diferente: pues bien, ¿qué excusa os queda ahora? Por eso añade el Señor: «La sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son hijos suyos». Es como si dijera: «Aunque vosotros no habéis querido creerme, no tenéis de todos modos ningún motivo para reprocharme» (Juan Crisóstomo, Commento al vangelo secondo Matteo, Roma 1966, p. 177 [edición española: San Juan Crisóstomo: Obras, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios» (Lc 7,35).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Quién entra en el Reino? Todo el que se abre a la inmensidad de Dios. Todo lo que hay en el hombre religioso es preciso que se haga inmenso: conocimiento, corazón, amor, libertad, vida, las fuerzas físicas que pueden descubrir y vivir la comunión con todos los seres en la inmensidad en que vive la conciencia.

Por eso es necesaria la osadía, la energía más intensa, superar todos los pequeños miedos que paralizan la voluntad de seguir a Cristo, que nos invita a ir siempre más allá. Hace falta una voluntad pura, que busque únicamente la vida que es Cristo.

Derramemos a manos llenas la vida, la alegría, el perdón, la belleza, el canto: entraremos en el Reino. No las dudas morales, sino el aliento a toda expresión de bien, de servicio, de entrega de sí: ésa es la puerta del Reino. Esta alegre apertura a Cristo- Vida nos prepara para la unión con él. No se trata de una flor que nos ofrece su belleza, no es el canto de un pajarillo que nos hace soñar, no es un amanecer o un ocaso, ni es una mirada de amor que se queden mudos a la hora de dar las gracias. Cuando entremos en el Reino, cuando a través de nuestra danza gozosa entremos en consciente armonía con el universo, más viva será la fuerza de entrega y de ofrenda en nosotros. Vivirá en nosotros Dios, la energía que concede al hombre llegar a ser Cristo IM„C

 

 

Día 20

 Jueves 24ª semana del Tiempo ordinario o día 20 de septiembre, conmemoración de los

Santos Andrés Kim, Pablo Chong y compañeros mártires

 

A principios del siglo XVII, el cristianismo entró en Corea y el Evangelio se fue extendiendo por las familias con el testimonio de los laicos. Según los datos que se tienen, en el año 1836 entraron en Corea los primeros sacerdotes europeos. A partir de esas fechas, las autoridades coreanas comenzaron a perseguir a los cristianos. En esas persecuciones murieron estos dos santos ¡unto con otro centenar de mártires. Andrés Kim fue el primer sacerdote coreano, y Pablo Chong, un insigne misionero laico.

El día 19 de junio de 1988, Juan Pablo II los proclamó santos junto con otros 115 compañeros que derramaron su sangre por la fe en Cristo en el siglo XIX.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,1-11

1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado.

2 Es el Evangelio que os está salvando, si lo retenéis tal y como os lo anuncié; de no ser así, habríais creído en vano.

3 Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;

4 que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras;

5 que se apareció a Pedro y luego a los Doce.

6 Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto.

7 Luego se apareció a Santiago y, más tarde, a todos los apóstoles.

8 Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara.

9 Yo, que soy el menor de los apóstoles, indigno de llamarme apóstol por haber perseguido a la Iglesia de Dios.

10 Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Al contrario, he trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo.

11 En cualquier caso, tanto ellos como yo esto es lo que anunciamos y esto es lo que habéis creído.

 

**• Parece ser que entre los cristianos de Corinto se propagaba la duda sobre la verdad de la resurrección de Cristo, con perjuicio no sólo para la integridad de la fe cristiana, sino también para la unidad de la iglesia de Corinto. Pablo no puede eludir la cuestión e interviene más o menos así.

El acontecimiento de la resurrección de Cristo es objeto del testimonio apostólico: son muchos, y todos ellos dignos de fe, los que vieron el sepulcro vacío y vieron resucitado al Señor. Entre ellos estoy también yo –afirma Pablo-, que «por la gracia de Dios soy lo que soy» (v. 10). El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha entrado también en la predicación apostólica. A partir de ella los apóstoles no sólo se adhirieron a la novedad de Cristo con todas sus fuerzas, sino que fueron investidos también para su tarea misionera. Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra predicación sería vana -afirma Pablo - y nosotros habríamos trabajado en vano. El mismo acontecimiento de la resurrección de Cristo es objeto directo e inmediato de la fe de los primeros cristianos: si Cristo no hubiera resucitado, vana sería también vuestra fe - remacha el apóstol-, y nosotros seríamos las personas más infelices del mundo: infelices porque habríamos vivido engañados y nos sentiríamos decepcionados. Está claro, por tanto, que al servicio de este acontecimiento fundador del cristianismo está no sólo la tradición apostólica, sino también el testimonio de la comunidad creyente y de todo auténtico discípulo de Jesús.

 

Evangelio: Lucas 7,36-50

En aquel tiempo,

36 un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró, pues, Jesús en casa del fariseo y se sentó a la mesa.

37 En esto, una mujer, una pecadora pública, al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume,

38 se puso detrás de Jesús junto a sus pies y, llorando, comenzó a bañar con sus lágrimas los pies de Jesús y a enjugárselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los besaba y se los ungía con el perfume.

39 Al ver esto el fariseo que lo había invitado, pensó para sus adentros: «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que le está tocando, pues en realidad es una pecadora».

40 Entonces Jesús tomó la palabra y le dijo: -Simón, tengo que decirte una cosa. Él replicó: -Di, Maestro.

41 Jesús prosiguió: -Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta.

42 Pero como no tenían para pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?

43 Simón respondió: -Supongo que aquél a quien le perdonó más. Jesús le dijo: -Así es.

44 Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos.

45 No me diste el beso de la paz, pero ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.

46 No ungiste con aceite mi cabeza, pero ésta ha ungido mis pies con perfume.

47 Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará poco amor.

48 Entonces dijo a la mujer: -Tus pecados quedan perdonados.

49 Los comensales se pusieron a pensar para sus adentros: «¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?».

50 Pero Jesús dijo a la mujer: -Tu fe te ha salvado; vete en paz.

 

*+• Ya habían acusado antes a Jesús de comer con los pecadores (cf. v. 34). Ahora se muestra como el Mesías misericordioso, que recibe el homenaje de una pecadora desconocida. La acción tiene lugar mientras Jesús está sentado a la mesa en casa de un fariseo que le había invitado, cosa que ya había sucedido en otras ocasiones análogas. Por lo general, los comensales comían tendidos en sus divanes. Eso explica la facilidad con la que la pecadora se pudo acercar a los pies de Jesús, llorando sobre ellos y secándolos con sus cabellos.

Su gesto y las palabras de Jesús hacen suponer que esta mujer le conocía ya y que ya había recibido su perdón. Las lágrimas derramadas antes de la unción serían, pues, más de alegría que de arrepentimiento. El perfume era algo de uso común en Palestina; con todo, era más bien inusual ungir los pies y no la cabeza (como sucede en Me 14,3). Es posible que la pecadora arrepentida deseara honrar a Jesús con una unción, pero las circunstancias sólo le permitieron ungirle los pies.

El fariseo deja suponer en su reflexión que no considera a Jesús profeta; sin embargo, el Maestro manifiesta el don de clarividencia respondiendo a su objeción antes incluso de que el fariseo la manifieste. La respuesta de Jesús toma la forma de una parábola que explica, en esencia, que amará más al prestamista el deudor al que se le perdonó una mayor cantidad. Esta mujer ha mostrado mucho amor, porque, tal vez antes, se le había perdonado mucho. Según el v. 50 fue su fe la que la salvó. Esto se refiere claramente al perdón que ha recibido.

 

CONTEMPLATIO

Hermanos y amigos muy queridos: caed en la cuenta de que Dios, al principio de los tiempos, creó el cielo y la tierra y todo lo que existe. Meditad también por qué y para qué creó al hombre a su imagen y semejanza.

Si en este valle de lágrimas no reconociéramos al Señor como creador, de nada nos serviría haber nacido ni seguir viviendo. Por la gracia de Dios hemos venido a este mundo y también por su gracia hemos recibido el bautismo y hemos entrado a formar parte de la Iglesia.

Convertidos así en discípulos del Señor, llevamos un nombre glorioso. Pero ¿de qué nos serviría un nombre tan excelso si no correspondiera a la realidad? Si así fuera, no tendría sentido haber venido a este mundo y formar parte de la Iglesia; peor aún, esto equivaldría a traicionar al Señor y su gracia. Mejor sería no haber nacido que recibir la gracia del Señor y pecar contra él (de la última exhortación de san Andrés Kim).

 

ACTIO

Recuerda el día de tu bautismo. Busca la fecha o alguna foto, si existe. Después, respóndete a esta pregunta: ¿Qué he hecho yo de mi bautismo?

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Jesús, nuestro Señor, al bajar a este mundo, soportó innumerables padecimientos; con su pasión fundó la Iglesia y la hace crecer con los sufrimientos de los fieles. Por más que los poderes del mundo la opriman y la ataquen, nunca podrán derrotarla.

Después de la ascensión de Jesús, desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy, la Iglesia santa va creciendo por todas las partes en medio de tribulaciones.

También ahora, durante cincuenta o sesenta años, desde que la santa Iglesia penetró en nuestra Corea, los fieles han sufrido persecución, y aún hoy mismo la persecución se recrudece, de tal manera que muchos compañeros en la fe -entre ellos yo mismo- están encarcelados, como también vosotros os halláis en plena tribulación. Si todos formamos un solo cuerpo, ¿cómo no sentiremos una profunda tristeza? ¿Cómo dejaremos de experimentar el dolor, tan humano, de la separación? No obstante, como dice la Escritura, Dios se preocupa del más pequeño cabello de nuestra cabeza y, con su omnisciencia, lo cuida.

¿Cómo, por tanto, esta gran persecución podría ser considerada de otro modo que como una decisión del Señor o como un premio o castigo suyo?

Buscad, pues, la voluntad de Dios y luchad de todo corazón por Jesús, el jefe celestial, y venced al demonio de este mundo, que ha sido ya vencido por Cristo.

No olvidéis el amor fraterno, sino ayudaos mutuamente... Aquí estamos veinte... Si alguno es ejecutado, os ruego que no os olvidéis de su familia...

Está ya cerca el combate definitivo. Os ruego que os mantengáis en la fidelidad, para que, finalmente, nos congratulemos juntos en el cielo. Recibid el beso de mi amor».

(Extracto de la carta de despedida de Andrés Kim.)

 

Día 21

San Mateo (21 de septiembre)

 

Es él mismo quien nos cuenta su conversión empleando unos términos extremadamente sencillos (Mt 9,1-9). Por su parte, Lucas se complace en poner de relieve que, en aquella circunstancia, el banquete era signo del amor misericordioso de Jesús a todos los pecadores.

Mateo escribió un evangelio para la comunidad judeocristiana: esto se deduce de la estructura del mismo evangelio, que presenta a Jesús como el nuevo Moisés, como aquel que trae la ley del amor al nuevo pueblo de Dios. A continuación, Mateo pone una particular atención a la Iglesia, convocada, salvada e instituida por Jesús. Sólo él entre los evangelistas sinópticos conoce el término «Iglesia», exactamente en dos lugares: 16,18 y 18,17.

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,1-7.11-13

Hermanos:

1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados.

2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor.

3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu.

4 Uno sólo es el cuerpo y uno sólo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados;

5 un solo Señor, una fe, un bautismo;

6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.

7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

11 Y fue también él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores.

12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo,

13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.

 

**• Pablo, al presentarse directamente como prisionero por el nombre del Señor, confiere una particular autoridad a su exhortación a vivir «con dignidad» la vocación cristiana. En virtud de esa vocación, todos los creyentes forman «un solo cuerpo» en Cristo Jesús, y eso exige un nuevo modo de vida, más allá del alejamiento de todo sentimiento de animosidad y discordia, para no romper «la unidad» llevada a cabo por el Espíritu Santo.

Es, efectivamente, el Espíritu Santo el que compagina el cuerpo místico de Cristo. Ahora bien, si los miembros se oponen entre ellos, ¿cómo podrá organizarse el cuerpo? La primera ley de vida es, pues, la armonía, la «paz», que es el indispensable cemento de la unidad. Se imponen, por consiguiente, motivos teológicos que impongan al cristiano la unidad espiritual con los hermanos: todo en su vida ha de tener un carácter de sociabilidad y una dimensión comunitaria. Es único el cuerpo de la Iglesia, y está animado por un único «Espíritu»; única es la «esperanza» de la salvación eterna a la que nos llama la fe en Cristo; único es el «Señor» Jesús, que ha roto el muro de la división y de la enemistad {cf. 2,14) y ha proporcionado a todos los mismos medios de salvación; la fe y el bautismo. Sin embargo, el motivo fundamental de esta unidad reside en la universal paternidad de Dios, que está presente en todo redimido con su acción y con su inhabitación mediante la gracia.

La clara profesión de fe trinitaria, contenida en nuestro pasaje, fundamenta el valor de los «carismas» aquí enumerados. De ellos se describe también el fin hacia el cual deben converger en la economía del cuerpo místico de Cristo: un fin eminentemente social, a saber: la edificación completa de este cuerpo, que se obtendrá cuando todos hayamos alcanzado la «perfecta unidad» de fe y de «conocimiento» amoroso de Cristo.

De este modo, la perfección personal y colectiva expresará la medida en «que alcancemos en plenitud la talla de Cristo» (v. 13).

 

Evangelio: Mateo 9,9-13

En aquel tiempo,

9 cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió.

10 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publícanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.

11 Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con los publícanos y los pecadores?

12 Lo oyó Jesús y les dijo: -No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.

13 Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

 

        *+• Cafarnaún estaba situada en los confines del territorio de Herodes Antipa con el de su hermano Filipo, sobre la arteria comercial que conducía desde Damasco al Mediterráneo. Esto explica la presencia de numerosos encargados del cobro de las tasas, la odiada clase de los publicanos, en aquella zona.

Toda la atención del texto está centrada en la prontitud de la respuesta de Mateo, presentado como «Leví, hijo de Alfeo» en Marcos y Lucas, respecto a la llamada de Jesús, y también en el tipo de gente que asiste al banquete, tal vez de despedida, que Mateo ofrece a sus ex colegas a fin de subrayar la seriedad de su opción. El hecho de ver a muchos publícanos y pecadores comiendo con Jesús y con sus discípulos escandaliza a los fariseos, porque en Oriente comer juntos significaba comunidad de vida y de sentimientos. Al conversar con los publicanos y los pecadores, Jesús muestra que está en la línea de la «misericordia» y reprocha a los fariseos su legalismo, que los hace insensibles a las auténticas necesidades del Espíritu, además de incapaces de comprender las auténticas necesidades del prójimo.

 

MEDITATIO

El problema de las comidas tomadas en común por cristianos de procedencia pagana y los de origen judío fue muy importante en la primera generación cristiana. Mateo, ya evangelista, quiere presentar una enseñanza de Cristo a su Iglesia. El Maestro, tanto de palabra como con el ejemplo, les ofrece una lección: Dios exige de nosotros sobre todo gestos de misericordia, más que actos cultuales.

Jesús, al llamar a Mateo y sentarse a la mesa con los pecadores, aparece como aquel que ha realizado la voluntad de Dios. Y toda su misión de llamada misericordiosa a los pecadores a la salvación ha sido el cumplimiento de la Palabra de Dios expresada en las Escrituras.

Frente al Dios discriminador presentado por el culto de los judíos de estricta observancia, el Dios revelado por la palabra y por la acción de Jesús es un Dios de misericordia, un Dios que acoge a los perdidos y les ofrece una nueva posibilidad de rehacerse; hasta alcanzar, mediante su gracia, la «perfecta unidad» interior, que en la primera lectura es «hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo» (v. 13).

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre y Dios de misericordia, reconocer en nuestra historia personal la llamada fundamental de la vida que tu Hijo y Señor nuestro nos dirige con amor.

Concédenos, oh Padre y Dios de bondad, responderte afirmativamente con prontitud y generosidad, incluso a través de las grandes y pequeñas ocasiones de nuestro vivir cotidiano, a fin de que podamos realizar con fidelidad la obra que, de una manera personal y comunitaria, nos has dado para realizar en la Iglesia.

Y que el mundo, frente al testimonio de unidad del cristiano y de la Iglesia, pueda convertirse y creer en tu amor misericordioso, un amor que hemos visto y contemplamos en el rostro y en la acción de Jesucristo en la tierra.

 

CONTEMPLATIO

Gracias, Señor, por la compasión tan grande que te has dignado dispensar por nuestra redención, y te ruego: haz que podamos ser en verdad partícipes eternamente de esta redención y de la salvación eterna que hay en ti. ¿Quién al oír decir al apóstol: «Esta palabra es verdadera: Jesucristo ha venido a este mundo para salvar a los pecadores», no pronunciará al mismo tiempo una alabanza y una oración ni dirá: «A ti, Señor, la alabanza, a ti la acción de gracias, porque en tu gran misericordia buscas la vida y no la muerte del pecador. Dígnate, Señor, concedernos tu justificación por nuestros pecados y salvarnos con la salvación eterna»?

Cuando oímos, pues, las palabras de Cristo con las que se nos refieren o prometen sus beneficios, debemos abundar, como nos enseña el apóstol, en acciones de gracias a él. Ahora bien, el ánimo de aquel que ama y está repleto de deseo, una vez realizada la acción de gracias, debe añadir la oración para ser hecho digno de sus promesas (Juan el Cartujo).

 

ACTIO

        Repite a menudo y medita durante el día esta Palabra: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Las palabras «quiero misericordia, no sacrificios» (Mt 9,13) marcan un importante paso hacia adelante de la conciencia humana, pero, por desgracia, después de dos mil años, son muy pocos los que se han dado cuenta de esto: el paso de la religión del Padre a la del Hijo. El Padre experimentado como Soberano absoluto, como el Juez inapelable, que premia a los buenos y castiga a los pecadores; la conciencia necesitada de sacrificios expiatorios, de machos cabríos sobre los que depositar los pecados propios y los comunitarios. Por otra parte, la conciencia solar, creadora y portadora de vida. El árbol frutal da con arrebato sus frutos, y su alegría aumenta con el crecimiento de la abundancia de los frutos; no castiga a los animales y a los hombres que los comen; su tarea es sustentar a las criaturas que tienen necesidad de sus dones. Del mismo modo, el seguidor de la religión del Hijo vive para distribuir la misericordia, no para levantar altares sobre los que inmolar víctimas.

La experiencia cristiana se encuentra en el fatigoso y laborioso camino que va de la religión del Padre, del Rigor y del Juicio irreformable, a la religión del Hijo, que no juzga, no condena, no culpa a ninguna criatura, sino que con mano generosa distribuye amor y misericordia, no apaga el pábilo vacilante, no quiebra la caña cascada. Moisés había declarado que el hombre es la imagen de Dios en la creación; Cristo nos dice que el Hijo y los hijos del hombre están llamados a despojarse del temor y del temblor de los siervos, y a abrirse a la alegría vital de sentirse hijos de Dios (G. Vannucci).

 

Día 22

Sábado de la 24ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 15,35-37.42-49

Hermanos:

35 alguno preguntará: ¿cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo volverán a la vida?

36 ¡Insensato! Lo que tú siembras no germina si antes no muere.

37 Y lo que siembras no es la planta entera que ha de nacer, sino un simple grano de trigo, por ejemplo, o de alguna otra semilla.

42 Así sucederá también con la resurrección de los muertos.

43 Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra algo mísero, resucita glorioso; se siembra algo débil, resucita pleno de vigor;

44 se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, hay también un cuerpo espiritual,

45 como dice la Escritura: Adán, el primer hombre, fue creado como un ser con vida. El nuevo Adán, en cambio, es espíritu que da vida.

46 Y no apareció primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual.

47 El primer hombre procede de la tierra y es terrestre; el segundo procede del cielo.

48 El terrestre es prototipo de los terrestres; el celestial, de los celestiales.

49 Y así como llevamos la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celestial.

 

*"•• Llevando hasta el final su enseñanza sobre la resurrección de Jesús y la nuestra, Pablo se plantea una pregunta: «¿cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo volverán a la vida?» (v. 35). Se intuye el tono triste y desconsolado del apóstol al constatar que los cristianos de aquella comunidad fueran secuaces de una mentalidad materialista, que tiende a disociar el cuerpo del espíritu. Tal insensatez no le parece soportable, sobre todo, porque no tiene presente ni cuenta con el misterio pascual de la muerte y la resurrección. Los cristianos no pueden renunciar a esta verdad.

La resurrección, para Pablo, inaugura una novedad absoluta en la vida de Cristo y en la de los cristianos: el paso de un cuerpo animal a un cuerpo espiritual está inscrito en el designio salvífico de Dios. Por eso no es posible proyectar sobre el cuerpo espiritual nuestras experiencias relativas al cuerpo animal. La relación entre el primer hombre, Adán, y Cristo, el último Adán, es también bastante iluminadora: Pablo establece una clara relación entre la economía de la creación y la de la redención, para afirmar que la novedad de Cristo no consiste en tener la vida, sino en dar la vida nueva a todos. Será un don integral, en el sentido de que tendrá que ver con todo el hombre -cuerpo, alma y espíritu- para una experiencia de vida nueva y eterna, de suerte que, tras haber sido hermanos del primer hombre, Adán, y habiendo llevado la imagen del hombre de tierra, seremos asimismo hermanos del último Adán, Cristo, llevando la imagen del hombre celestial.

 

Evangelio: Lucas 8,4-15

En aquel tiempo,

4 reunió mucha gente venida de todas las ciudades y Jesús les dijo esta parábola:

5 -Salió el sembrador a sembrar su semilla. Mientras iba sembrando, parte de la semilla cayó al borde del camino, fue pisoteada y las aves del cielo se la comieron.

6 Otra parte cayó en terreno pedregoso y, nada más brotar, se secó, porque no tenía humedad.

7 Otra cayó entre cardos y, al crecer junto con los cardos, éstos la sofocaron.

8 Otra parte cayó en tierra buena, brotó y dio como fruto el ciento por uno. Y exclamó: -Quien tenga oídos para oír que oiga.

9 Sus discípulos le preguntaron qué significaba esa parábola.

10 Él les dijo: -A vosotros se os ha concedido comprender los secretos del Reino de Dios; a los demás todo les resulta enigmático, de manera que miran pero no ven, y oyen pero no entienden.

11 La parábola significa lo siguiente: la semilla es el mensaje de Dios.

12 La semilla que cayó al borde del camino se refiere a los que oyen el mensaje pero luego viene el diablo y se lo arrebata de sus corazones, para que no crean ni se salven.

13 La semilla que cayó en terreno pedregoso se refiere a los que al oír el mensaje lo aceptan con alegría, pero no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero cuando llega la hora de la prueba se echan atrás.

14 La semilla que cayó entre cardos se refiere a los que escuchan el mensaje pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez.

15 La semilla que cayó en tierra buena se refiere a los que, después de escuchar el mensaje con corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto por su constancia.

 

*• Es el mismo Jesús quien propone el nombre de la parábola narrada {cf. Mt 13,18). Esta indicación le presenta a él como «el sembrador», pero -según la teología de Lucas- todo predicador puede ser considerado como sembrador. La interpretación que sigue en el texto insiste más bien en los oyentes de la Palabra. El acento, por lo que se refiere a la parábola, recae en la suerte que corre la semilla. El contraste se da entre la semilla que perece y la que da fruto, entre la Palabra del Maestro proclamada a los judíos, que la rechazaron, y la misma Palabra proclamada a los discípulos, que se convirtieron en oyentes creyentes.

La parábola comienza de la misma manera en los tres sinópticos (cf. Me 4,3; Mt 13,3), pero, al añadir «su semilla» en el v. 5, es probable que Lucas haya querido recordar que la semilla es el verdadero tema de la parábola, o sea, la Palabra de Dios, que tiene una importancia capital en la teología de Lucas. Éste habla de semilla «pisoteada», tal vez para sugerir que algunos judíos o paganos sólo sentían desprecio hacia el Evangelio. Por otra parte, según Lucas, Jesús «exclamó» (v. 8), lo que resulta más enfático y profético que el simple «dijo» de Me 4,9.

A la pregunta de los discípulos sobre el significado del discurso parabólico, que tiene una notable concordancia entre Mateo y Lucas, Jesús responde: «A vosotros se os ha concedido comprender los secretos del Reino de Dios». La expresión remite a Dn 2,28ss, donde Dios aparece como el Revelador de los misterios, e indica la comprensión tanto de los «designios divinos» de salvación del mundo como el modo de llevarlos a cabo. «A los demás», prosigue Jesús en Lucas, estos misterios les resultan enigmáticos.

El evangelista concentra, pues, la atención en la diferente acogida reservada a la Palabra de Dios, tal como aparece significada por los diferentes terrenos. Según el v. 13, no son tanto las tribulaciones o las persecuciones como la tentación lo que conduce a la defección. Esta formulación debe ser atribuida a la mayor atención otorgada por Lucas a la conducta moral cotidiana (cf. 9,23).

La parábola, dirigida a la muchedumbre, invita a esta última a escuchar la Palabra de Dios. La explicación, destinada a los discípulos, subraya más bien los diferentes resultados de la predicación de la Palabra. Ahora bien, la sustancia de la enseñanza es la misma.

 

MEDITATIO

Es importante que el anuncio de la Palabra, tema entrañable para Lucas, llegue a todos y de la forma más sencilla. La propuesta está hecha con una gran esperanza y un gran optimismo. La escucha de la Palabra de Dios, esto es, de la revelación de su proyecto histórico, es acogida y adhesión interior. Pero eso es don de Dios, como la misma Palabra. Los discípulos han recibido ese don porque el amor libre y gratuito de Dios ha tomado la iniciativa (cf. 10,23; 12,32). Ese don no es una posesión privada que debamos defender, sino una tarea que fundamenta la responsabilidad del anuncio público y universal (cf. Le 8,16-18).

Por eso el tercer evangelista amortigua la oposición con los otros y reduce la cita de Isaías (Is 6,9: «Miran pero no ven, y oyen pero no entienden») a la mitad. Con ello deja a Israel, y a los otros en general, todavía una posibilidad de escucha y de conversión. Para Lucas y su comunidad cristiana, el tiempo que viven es tiempo de anuncio, no de discriminaciones apocalípticas. Frente a los interrogantes de una comunidad ya sacudida por los fracasos de la misión, por las defecciones y los retrasos de los creyentes, subsiste siempre y para todos la responsabilidad de la escucha de la Palabra.

Además de las grandes pruebas, están las pequeñas dificultades, las ilusiones y las pequeñas preocupaciones de cada día, que ponen en crisis la fidelidad de los discípulos. Además de las «riquezas» que ahogan la Palabra, están los bienes materiales y el afán de posesión, así como las distintas perezas, los infantilismos y los fastidios que hacen presa a la persona hasta el punto de impedirle su camino de maduración cristiana.

 

ORATIO

Concédenos, oh Padre y Dios de la vida, mantenernos disponibles a tu plan de salvación y amor. Concédenos acoger tu Palabra de verdad y de paz, tras haberla reconocido en los acontecimientos y en las personas que encontramos en nuestra vida diaria. Y haz que, custodiándola en el corazón, siguiendo el ejemplo de la Virgen, nuestra Madre (cf. Le 2,19), podamos dar frutos que se asimilen a los «pensamientos y sentimientos de Cristo» y, por consiguiente, de caridad con el prójimo de cada día.

 

CONTEMPLATIO

¿Por qué somos tan perezosos y lentos que no nos apresuramos, una vez abandonada por fin toda malicia, con sencillez y pureza de corazón, a recibir los oráculos de Dios y a recibir de ellos el sentido de Cristo, desde el momento en que oímos que se encuentra en ellos el Reino de Dios? A buen seguro, cada uno ha de captar según sus propias fuerzas los oráculos de Dios que pueda y, si es idóneo para un alimento sólido, recibir los oráculos de Dios que constituyen aquella sabiduría de la que habla el apóstol entre los perfectos (1 Cor 2,6). En cambio, quien no sea aún idóneo para ella, que reciba los oráculos de Dios donde no ha de reconocer otra cosa sino a Cristo Jesús, y éste crucificado (1 Cor 2,2). Quien ni siquiera pueda esto, que reciba los oráculos de Dios de modo que se sirva de leche y no de alimento sólido (Heb 5,12). Si todavía es débil en la fe, coja los oráculos de Dios en las hortalizas (Rom 14,29). Es suficiente que todos sepamos igualmente que los oráculos de Dios son «oráculos castos» y «.plata probada con el fuego puro de la tierra, purificada siete veces» (Sal 11,7); o sea, que conservemos los oráculos divinos en la castidad y en la santidad del corazón y del cuerpo (Orígenes, cit. en La lectio divina nella vita religiosa, Magnano 1994, p. 39).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19)

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Para poder ser transfigurados a semejanza del Hijo amado es preciso, en primer lugar, escucharle. De la Palabra de Dios es de donde brota en nosotros su luz (cf. 2 Cor 4,4). Esto aparece ya en nuestras relaciones humanas: si pasamos los unos junto a los otros sin decirnos nada: es un infierno. Pero si desde el corazón dirigimos una palabra a otro ser que ha sido creado a su vez a imagen de Dios, entonces se convierte en luz, es una palabra que pone en comunión [...].

Procedamos, por consiguiente, de una manera resuelta hacia aquel que nos confía su Palabra y quiere transfigurarnos a su luz. Pidámosle un corazón noble, que tenga la misma nobleza que el corazón de Dios: un corazón dilatado, grande, ancho, a la medida de su amor, en vez de permanecer en nuestras mezquindades y en nuestras pequeñeces. Pidámosle un corazón generoso como el del Padre, rebosante de vida para nosotros y ofrecido por completo a los hombres.

Por último - y tal vez ésta sea la cosa más difícil para nosotros, aunque le es posible a Dios-, pidámosle la constancia, la fuerza para resistir: la fuerza del Espíritu. Sin ella no podemos nada, absolutamente nada, pero con la fuerza del Espíritu, sea cual sea el abismo de nuestra debilidad, podremos mantenernos firmes. Arraigados en ese Amor que es nuestro Dios, podremos dar el fruto verdaderamente único del Espíritu: el fruto del amor (J. Corbon, La gioia del Padre, Magnano 1997, pp. 46ss).

 

 

Día 23

25° domingo del tiempo ordinario

 

Primera lectura: Sabiduría 2,12.17-20

Dijeron los impíos:

12 «Acechemos al justo, porque nos resulta insoportable y se opone a nuestra forma de actuar, nos echa en cara que no hemos cumplido la ley y nos reprocha las faltas contra la educación recibida.

17 Veamos si es verdad lo que dice, comprobemos cómo le va al final.

18 Porque si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de las manos de sus adversarios.

19 Probémoslo con ultrajes y tortura: así veremos hasta dónde llega su paciencia y comprobaremos su resistencia.

20 Condenémoslo a muerte ignominiosa, pues, según dice, Dios lo librará».

 

        **• En el capítulo 2 del libro de la Sabiduría, los impíos -esto es, los que desconocen a Dios, o han renegado de él de algún modo, abandonando la observancia de la Ley- declaran su concepción de la existencia. La vida, completamente circunscrita dentro del horizonte terreno, efímera y transeúnte, es para gozarla sin escrúpulos (vv. 6-12a).

        El «justo», es decir, cualquiera que sea fiel a YHWH y a sus mandamientos, sigue unos criterios de vida diametralmente opuestos a los del impío y, por consiguiente, siente como un reproche el comportamiento del justo, su misma presencia (vv. 12b. 14). De ahí su decisión de ensañarse con él, diciendo, en plan sarcástico, que quiere verificar la autenticidad de la fe que profesa (vv. 17-20). Aparece un crescendo en las persecuciones que se le infligen, hasta llegar a la sentencia de muerte (v. 20a).

        Los impíos esperan probar de este modo la consistencia de la paciencia y de la resistencia demostradas por el justo (v. 19), así como la consistencia de la seguridad que ha declarado en el apoyo que le da Dios, su salvador y liberador (vv. 18.20b). El sarcástico desafío lanzado por los impíos, repetido contra los justos de todos los tiempos, vivirá su último acto en el Gólgota, donde el justo ve atendida su petición de salvación resucitando (cf. Heb 5,7).

 

Segunda lectura: Santiago 3,16-4,3

Carísimos:

3,16 Porque donde hay envidia y ambición, allí reina el desorden y toda clase de maldad.

17 En cambio, la sabiduría de arriba es en primer lugar intachable, pero además es pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera.

18 En resumen, los que promueven la paz van sembrando en paz el fruto que conduce a la salvación.

4,1 ¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esas pasiones que os han convertido en un campo de batalla?

2 Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis, pero no podéis conseguir nada; os enzarzáis en guerras y contiendas, pero no obtenéis porque no pedís;

3 pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.

 

        **• La fe auténtica se manifiesta en las obras, del mismo modo que la verdadera sabiduría se reconoce por sus frutos {cf. Sant 3,13). El autor de la carta de Santiago pone en guardia contra los falsos maestros, es decir, contra aquellos cuyas palabras no edifican la comunidad en la concordia, sino que fomentan las divisiones internas. Quien sólo se preocupa de sí mismo y se encierra de manera egoísta en la búsqueda de su propia gratificación, se comporta de tal modo que crea desorden y turbación en los otros (3,16). Por el contrario, quien acoge la sabiduría, don que Dios concede a quien se lo pide {cf. Sab 8,21), vive de una manera límpida, sincera, recta.

        El elenco de adjetivos calificativos de «la sabiduría de arriba» (3,17) está compuesto, probablemente, teniendo en cuenta la situación concreta de los destinatarios de la carta y pone de relieve las virtudes que más necesitan.

        De ese elenco se desprenden los rasgos de una comunidad minada por las divisiones, los personalismos, las rivalidades. Santiago la exhorta a compararse con el don de Dios y con la urgencia de encarnarlo en un estilo de vida tolerante, propio de quien acoge a los otros sin discriminaciones, preocupado no por aparentar, sino por ser. Ése es el estilo de vida de quien construye la «paz», que es el bien supremo, compendio de cualquier otro (3,18).

        Los cristianos están invitados a descubrir de modo decidido las raíces de las discordias y de las divisiones que laceran la comunidad (4,1a). Santiago los identifica con el deseo desordenado de poseer, que engendra conflictos, primero en el mismo interior de la persona (4,1b) y, en consecuencia, después con los otros (4,2). Y no sólo esto, sino que provoca asimismo la ruptura de la relación con Dios, de suerte que la oración queda vaciada de sentido y reducida a una apariencia hipócrita.

        Y es que no se puede orar a Dios con un corazón alejado de él (4,3; c £ l s 29,13).

 

Evangelio: Marcos 9,30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos

30 se fueron de allí y atravesaron Galilea. Jesús no quería que nadie lo supiera,

31 porque estaba dedicado a instruir a sus discípulos. Les decía: -El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, le darán muerte y, después de morir, a los tres días resucitará.

32 Ellos no entendían lo que quería decir, pero les daba miedo preguntarle.

33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: -¿De qué discutíais por el camino?

34 Ellos callaban, pues por el camino habían discutido sobre quién era el más importante.

35 Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.

36 Luego tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

37 - El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge, y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado.

 

        ** El evangelista recoge en este fragmento otro dicho de Jesús referente al desenlace de su misión: va a ser entregado en manos de los hombres y le darán muerte (v. 3lab). El verbo «entregar», conjugado en pasiva y sin complemento, sugiere que es Dios quien realiza la acción. La pasión y la muerte de Jesús no son «padecidas» por Dios, que es incluso el protagonista: es él quien, a través del recorrido doloroso de su Hijo, reconciliará consigo al mundo. El signo eficaz de esto será la resurrección de Jesús (v. 31c).

        Marcos subraya una vez más que los discípulos no comprenden y, para resaltar la distancia que media entre la palabra del Maestro y su mentalidad -en última instancia, la mentalidad de la comunidad cristiana-, pone, a renglón seguido, otros dos dichos de Jesús. En el primero se afirma que la jerarquía entre los discípulos está estructurada siguiendo el criterio del servicio y del ponerse en el último lugar: en esto se fundamenta la verdadera grandeza (vv. 34ss). El segundo dicho une la acogida a Jesús -y por eso al Padre que le envía- a la de un niño (v. 37). El niño, cuya escasa consideración positiva en el mundo antiguo resulta muy conocida, es imagen de todos los que no son considerados dignos de atención y de estima; sin embargo, son precisamente ellos quienes reciben el don del amor de Jesús -cosa que significa mediante el abrazo (v. 36)- y se convierten en sacramento del mismo Jesús, como él es sacramento del Padre.

 

MEDITATIO

        La «sabiduría» absolutamente terrena alaba el éxito personal y lo persigue a toda costa. Para el protagonismo que se autoalaba, cualquier persona a la que considere impedimento para su propia supremacía puede ser eliminada sin escrúpulos. En todos los tiempos, también en el nuestro, aparece la formación de círculos de poder que atraen a su alrededor grupos de seguidores acríticos, en los que instilan el sentido de la lucha contra los otros partidos.

        Este mecanismo, ínsito en el hombre en el estadio instintivo, ha sido alcanzado por el anuncio de la pascua de Jesús, que propone su superación. Se trata del don de Dios que se ofrece a todos: quien lo acoge se convierte en obrero de la paz y no de la división. Es el puesto del criado, ocupado por Jesús en primer lugar, el que garantiza el primado en el amor. Es el niño, el débil, el «sin voz», el que se revela como puente lanzado sobre las aguas cenagosas del egoísmo humano, donde nos sorprende el abrazo del Padre.

 

ORATIO

        A veces, Señor, la pequeñez de mi ser criatura me parece inadecuada e insuficiente para contener mis grandes deseos. Y hago de todo para acabar con aquellos a quienes advierto como límites a mi necesidad de expandirme, de «sentirme grande»: ser más que los otros, recibir más que los otros, contar más que los otros.

        Tú sales al encuentro de esta prepotente necesidad de sobresalir y me propones ponerla al servicio del amor, haciéndome el último de todos, el siervo de todos, el más pacífico, el más dócil, el más misericordioso, acogedor con todos...

        Envía de lo alto tu Espíritu de sabiduría, para que haga de mi vida una obra de paz.

 

CONTEMPLATIO

        Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión de la cruz.

        Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello recibieron del Señor la vida sempiterna. Por eso es grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor.

        Dichoso el que soporta a su prójimo en su fragilidad como querría que se le soportara a él si estuviese en caso semejante.

        Dichoso el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y enaltecido por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más. ¡Ay de aquel religioso que ha sido colocado en lo alto por los otros y no quiere abajarse por su voluntad! Y dichoso aquel siervo que no es colocado en lo alto por su voluntad y desea estar siempre a los pies de otros (Francisco de Asís, Admoniciones, 6.18.19, en Fuentes Franciscanas, edición electrónica, versión de Patricio Grandón, OFM).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        «Surgió entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante» (Lc 9,46). Sabemos bien quién es el que siembra esta discusión entre las comunidades cristianas. Pero tal vez no tengamos bastante presente que no puede formarse ninguna comunidad cristiana sin que, antes o después, nazca esta discusión en ella. En cuanto se reúnen los hombres, ya empiezan a observarse unos a otros, a juzgarse, a clasificarse según un orden determinado. Y con ello ya empieza, en el mismo nacimiento de la comunidad, una terrible, invisible y a menudo inconsciente lucha a vida o muerte.

        Lo importante es que cada comunidad cristiana sepa que, ciertamente, en algún pequeño rincón «surgirá entre sus componentes la discusión sobre quién es el más importante». Es la lucha del hombre natural por su autojustificación. Ese hombre se encuentra a sí mismo sólo en la confrontación con los otros, en el juicio, en la crítica al prójimo. La autojustificación y la crítica van siempre de la mano, lo mismo que la justificación por la gracia y el servicio van siempre unidos. Como es cierto que el espíritu de autojustificación sólo puede ser superado por el espíritu de la gracia, los pensamientos particulares dispuestos a criticar quedan limitados y sofocados si no les concedemos nunca el derecho a abrirse camino, excepto en la confesión del pecado.

        Una regla fundamental de toda vida comunitaria será prohibir al individuo hablar del hermano cuando esté ausente. No está permitido hablar a la espalda, incluso cuando nuestras palabras puedan tener el aspecto de benevolencia y de ayuda, porque, disfrazadas así, siempre se infiltrará de nuevo el espíritu de odio al hermano con la intención de hacer el mal. Allí donde se mantenga desde el comienzo esta disciplina de la lengua, cada uno de los miembros llevará a cabo un descubrimiento incomparable: dejará de observar continuamente al otro, de juzgarle, de condenarle, de asignarle el puesto preciso donde se le pueda dominar y hacerle así violencia. La mirada se le ensanchará y al mirar a los hermanos, plenamente maravillado, reconocerá por vez primera la gloria y la grandeza del Dios creador. Dios crea al otro a imagen y semejanza de su Hijo, del Crucificado: también a mí me pareció extraña esta imagen, indigna de Dios, antes de que la hubiera comprendido (D. Bonhoeffer, La vita comune, Brescia '1981 [edición española: Vida en comunidad, Ediciones Sígueme, Salamanca 1997]).

 

Día 24

Lunes de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 3,27-35

Hijo mío:

27 no niegues un favor a quien tenga derecho si está en tus manos concedérselo.

28 Si tienes, no digas a tu prójimo: «Vuelve otro día, mañana te daré».

29 No maquines contra tu prójimo mientras vive a tu lado confiado.

30 No pleitees con un hombre sin motivo, si no te ha hecho ningún mal.

31 No envidies al hombre violento, ni imites su conducta,

32 pues el Señor aborrece al perverso y da a los rectos su confianza.

33 El Señor maldice la casa del malvado y bendice la morada de los justos;

34 puede burlarse de los arrogantes, pero concede su favor a los humildes.

35 La herencia de los sabios es el honor, pero los necios acumulan deshonra.

 

**• El libro de los Proverbios es un libro humilde, aunque sólo en apariencia. La convicción de la que parte es que toda la sabiduría presente en el mundo, tanto en las cosas como en el hombre, es una huella de la sabiduría divina. Hasta la sabiduría que se expresa en las formas más humildes y cotidianas -la sabiduría del sentido común, de la razón, de la experiencia- viene de Dios. Seguirla es obedecer a Dios; ignorarla significa traicionar el designio de Dios. Bajo esta luz, profundamente religiosa, es como debemos comprender todas las máximas del libro de los Proverbios, reconociendo un valor de imperativo moral no sólo a la palabra de los profetas y a la Ley, sino también al significado de las cosas y a la fuerza de la experiencia.

El pasaje que nos presenta hoy la liturgia insiste en las relaciones con el prójimo: no hay que negar un favor, no se debe decir: «Vuelve otro día, mañana te daré» (v. 28), no hay que maquinar engaños, ni pleitear, ni envidiar, ni imitar la conducta del malvado (w. 29-32). En el interior de estos mandatos, y casi de improviso, hace su aparición una afirmación muy bella: «Y da a los rectos su confianza» (v. 32b). Así queda ya perfilada la figura del sabio en sus coordenadas fundamentales: la corrección y la benevolencia en las relaciones con el prójimo, la convicción de que la confianza en Dios vale más que cualquier otra cosa.

 

Evangelio: Lucas 8,16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre:

16 Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz.

17 Porque nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto.

18 Prestad atención a cómo escucháis: al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener.

 

*» Tenemos aquí tres dichos recogidos por Lucas en una sección que tiene, como hilo conductor, la Palabra de Dios. El primer dicho (v. 16) es una advertencia a los discípulos, a fin de que no teman ni mantengan «prisionera» la Palabra por miedo. Es lo que da a entender la paradoja de una lámpara encendida cubierta y puesta en un sitio donde no alumbra. El discípulo tendrá que asumir la responsabilidad de esta Palabra, que es pública y debe ser visible para todos. El segundo dicho (v. 17) está conectado con el primero y en él aparece de nuevo una advertencia a los discípulos de Jesús que, por alguna razón, mantienen la Palabra encerrada en su corazón o bien la comunican sólo a unos pocos iniciados: el resultado es que el anuncio queda desatendido.

El tercer dicho (v. 18) aclara los dos precedentes. El anuncio de la Palabra, el hacerla visible, depende antes que nada de la importancia dada por el discípulo a la escucha, a la actitud interior con la que escucha: «Prestad atención a cómo escucháis». Es preciso que la escucha sea adecuada, que corresponda a la importancia de la Palabra de Dios comunicada al discípulo. Se puede escuchar, pero escuchar mal, y, en este caso, más que ser ocasión de crecimiento, se convierte en ocasión de juicio: «Al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener». En consecuencia, es decisivo escuchar bien, porque sólo así se enriquece el corazón. Si se escucha mal -o no se escucha- se pierde una importante oportunidad: no se crece, sino que más bien se va hacia la perdición de uno mismo.

 

MEDITATIO

Hay una condición previa para poder entrar en un diálogo profundo con Dios y acoger su plan de amor sobre nosotros, en especial cuando su voluntad nos pide que salgamos de nosotros mismos, de nuestras certezas, y nos pongamos otra vez en camino hacia nuevas metas.

Esta condición es la escucha sincera de su Palabra. Contando con la fuerza y con el apoyo del Espíritu que acompaña a la escucha dócil de la misma, podemos hacer frente a situaciones difíciles y emprender nuevos recorridos, precisamente como el Señor pidió a los exiliados judíos que, sostenidos por la gracia de Dios, dejaron sus prósperos intereses consolidados en la región de Babilonia, para volver a Jerusalén y empezar con generosidad la empresa de la reconstrucción del pueblo de Dios y de su ciudad.

Es preciso estar dispuestos a la pronta obediencia a Dios, porque sólo a quien se pone «en religiosa escucha» lo emplea el Señor para sus planes en beneficio de la humanidad. Esta escucha requiere que no pongamos restricciones de ningún tipo. El Señor y su Palabra son, en efecto, la única causa digna a la que podemos dedicar todo lo que somos: porque «al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener». Si escuchamos la Palabra con las disposiciones requeridas (escucha integral, constante y obediente, anclada en la existencia), experimentaremos la luz del Evangelio y llegaremos a ser sus testigos eficaces, convincentes, porque éste no es una doctrina iniciática, sino la noticia del amor de Dios, que llega fácilmente a los otros sólo cuando nosotros lo hemos experimentado en primera persona.

 

ORATIO

Señor, concédenos tu Santo Espíritu para que podamos entrar en un verdadero diálogo contigo y acoger con generosidad tu plan de amor sobre cada uno de nosotros.

Haznos solícitos a tu Palabra, para que, mientras estemos a la escucha atenta y dócil de la misma, tú, Señor, suscites en cada uno de nosotros el deseo ardiente de volver a ponernos en camino contigo, abandonando el exilio de nuestras ilusorias seguridades. Ayúdanos a redescubrir, como hiciste con los exiliados vueltos de Babilonia a la tierra de tu promesa, la alegría de emprender de nuevo contigo el trabajo de la edificación de tu pueblo, la fatiga fecunda de ser Iglesia.

Entonces experimentaremos también la liberación del miedo y seremos verdaderos y creíbles testigos, conscientes de tu llamada para ser colocados en el lucernario que da luz a todos los que están en la casa. Sólo así podremos convertirnos en un signo luminoso de esperanza para este mundo nuestro.

 

CONTEMPLATIO

«[Estamos] muy confiados en Dios, nuestro Señor, que ha de manifestar su nombre en la China. Vuestra santa caridad lleve un cuidado especial en encomendarnos a todos a Dios: tanto a los que se quedan en Japón como a nosotros, que vamos a la China [...]. Por la experiencia que tengo del Japón, hacen falta algunas cosas a los padres que han de ir a fructificar en las almas y principalmente a los que deben ir a las universidades.

La primera es que hayan sido muy probados y perseguidos en el mundo, y que tengan mucha experiencia y gran conocimiento interior de sí mismos, porque en el Japón han de ser perseguidos bastante más de lo que por ventura lo fueron nunca en Europa. Es una tierra fría y de poco vestuario; no duermen en camas porque no las hay; es estéril de mantenimiento; desprecian a los extranjeros, de modo principal a los que van a predicar la ley de Dios -eso hasta que llegan a gustar a Dios-. Los padres del Japón siempre serán perseguidos, y los que van a las universidades me parece que no podrán llevar consigo las cosas necesarias para decir misa, a causa de los muchos ladrones que hay en las tierras por las que deben pasar [...].

Nuestras ideas sobre Dios y la salvación de las almas son tan opuestas a las suyas que no debemos maravillarnos de que nos persigan, y no sólo con palabras... Nosotros no buscamos, a buen seguro, litigios, pero el miedo no nos impedirá hablar de la gloria de Dios y de la salvación de las almas... (J. Brodrick, San Francesco Saverio, Parma 1961, pp. 362.416, passim [edición española: San Francisco Javier, Espasa-Calpe, Madrid]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (del salmo responsorial).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Un antiguo alumno mío, que se ha vuelto agnóstico, me repite a menudo: «La Iglesia ha llegado a la agonía, es inútil que usted se agote en poner dentro de la misma cesta los trozos que quedan». Pues bien, no [...]. Mi vida dominicana me permite grandes espacios de silencio y de recogimiento. Son los momentos en que se deposita la memoria de las heridas, de los fracasos, de los arañazos, de los celos (el gran mal eclesiástico), de las inquietudes por el futuro, y en los que se hace más profunda la conciencia de la gracia de Dios. Siento entonces subir a mi espíritu algunos versículos de salmos, de relatos evangélicos, de la literatura joánea, de las cartas apostólicas, en particular de la carta a los Efesios.

Este flujo de versículos que pueblan mi memoria creyente se conecta con las palabras que el evangelio de Juan pone en labios de Pedro: «Señor, ¿a quién ¡remos?». Desde hace dos mil años, hombres y mujeres de «toda pobreza», volviendo sobre esta confesión de fe, la han releído a la luz de su experiencia y de su deseo. La han considerado capaz de dar un sentido a su vida [...]. Pedro da razón de su adhesión radical a Cristo: «Sólo tú tienes palabras de vida eterna». La respuesta de Pedro aparece de inmediato como el hilo conductor del destino de todos los grandes santos, heridos también ellos por la vida, atormentados también ellos por la vida [...]. Por eso afirmo que mientras haya hombres y mujeres que buscan el sentido de su vida y otros que pronuncian el nombre de Cristo, sabiendo lo que significa, habrá cristianos [...].

La Iglesia de Dios es, al mismo tiempo, revelación y actualización de su ternura, capaz de abrazar el destino humano en lo concreto de aquellas cosas que le hacen feliz, pero también - y tal vez sobre todo- en aquellas cosas que le hunden en la desesperación.

Dios no quiere que la humanidad carezca de esperanza, y la humanidad tampoco quiere estar sin ella. No sé qué es lo que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, está llamada a ser en los siglos futuros. Ahora bien, en mi fe, creo que en el día del Señor ella será sierva de la misericordia-fidelidad (J.-M. R. Tillard, «Ragioni per sperare», en Testimoni del 30 de noviembre de 2000).

 

 

 

Día 25

Martes de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 21,1-6.10-13

1 El corazón del rey es acequia en manos del Señor, él lo inclina hacia donde le place.

2 El hombre considera rectos sus caminos, pero es el Señor quien pesa los corazones.

3 Practicar la justicia y el derecho agrada al Señor más que los sacrificios.

4 Ojos altaneros, corazón engreído y luz del malvado, todo pecado.

5 Los proyectos del diligente traen ganancia, y los del alocado, indigencia.

6 Hacer fortuna con lengua mentirosa, vanidad efímera y trampa mortal.

10 El malvado en su deseo alienta el mal y nunca se apiada de su prójimo.

11 Cuando se castiga al arrogante se hace cauto el imprudente, cuando se instruye al sabio, aumenta su saber.

12 El justo observa la casa del malvado y ve cómo se precipita a la ruina.

13 Quien cierra su oído a la súplica del pobre no será escuchado cuando clame.

 

*»• El libro de los Proverbios está constituido por una amplia colección de máximas y sentencias, en las que se ha ido sedimentando la sabiduría de todas las generaciones de Israel. Su propósito es convertir a todo israelita en un verdadero hombre: fuerte, dueño de sí, interiormente libre, trabajador, hábil, leal. No se trata aún del retrato del discípulo del Evangelio, pero sí de la premisa indispensable para poder serlo. No es posible ser discípulo si no se es hombre. Me parece que éste es el valor global de todo el libro. Pues, a decir verdad, muchos proverbios podrían resultar decepcionantes la primera vez que se leen. ¿Siguen teniendo valor? A buen seguro, los proverbios dotados de sentido común perfectamente actuales son numerosos. Pero lo importante, sobre todo, es su valor global. Sugieren comportamientos que están más allá de la alianza y de su moral. Pero se trata de un sano humanismo que tiene precisamente como finalidad crear un  hombre apto para las opciones morales y para los compromisos de la alianza.

Las virtudes que nos sugiere el fragmento litúrgico que hemos leído hoy son las habituales, presentadas sin un orden preciso: no presumir de uno mismo ni de su propia rectitud; practicar la justicia, la humildad y la diligencia; no ser mentirosos ni violentos en los negocios; no cerrar el oído a la súplica del pobre. La súplica o el grito del pobre van siempre dirigidos en la Biblia al Señor antes que al hombre. Escucharlos significa responder en nombre del Señor.

 

Evangelio: Lucas 8,19-21

En aquel tiempo,

19 se presentaron su madre y sus hermanos, pero no pudieron llegar hasta Jesús a causa del gentío.

20 Entonces le pasaron aviso: -Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.

21 Él les respondió: -Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

 

**• Lucas propone en su evangelio un ejemplo de escucha de la Palabra que se convierte en «práctica» de la misma Palabra. Así, al recordar un episodio en el que su madre y sus hermanos van a ver a Jesús, Lucas suprime toda referencia a lo que pudiera hacer suponer la existencia de una tensión entre Jesús y su familia de origen, porque para el evangelista lo decididamente importante es concentrarse en la figura espiritual de la madre de Jesús: «Se presentaron su madre y sus hermanos, pero no pudieron llegar hasta Jesús a causa del gentío» (v. 19). La venida de sus familiares proporciona a Jesús la ocasión para brindar una enseñanza decisiva sobre el verdadero parentesco con él, un parentesco no creado por vínculos de sangre, sino por la escucha obediente y activa de la Palabra.

Como es obvio, sus parientes carnales no están excluidos de esta posibilidad. Todos están incluidos, empezando por su madre. Lucas quiere confirmar la importancia de la nueva familia que se reúne en torno a Jesús, una familia engendrada por la Palabra. Por otra parte, está clara la intención del texto, a saber: afirmar el primado absoluto de la Palabra de Dios. Es la Palabra lo que nos pone en comunión con Jesús; es la Palabra la

que forma su comunidad.

Esta última experimenta, de manera paradójica, un engendramiento de Cristo en su propio interior, un acogerle en la fe que hace nacer a la vida nueva. Entre los distintos miembros se experimenta, por consiguiente, una relación de fraternidad, comprensible a la luz del hecho de que éstos se reconocen como «hermanos en Cristo» e «hijos del mismo Padre». Lucas recuerda después que esta Palabra no se puede quedar en una escucha superficial y no activa: requiere, efectivamente, una escucha atenta y activa, exige su traducción a la práctica moral de la existencia (v. 21).

 

MEDITATIO

Una de las problemáticas más candentes de la sociedad actual es la de la familia. En ella emergen graves dificultades debidas a la falta de valores y a la disgregación de las relaciones. Ahora bien, tal vez para poder superar la incómoda situación actual no basten las consultas psicosociológicas y las intervenciones legislativas y sea preciso volver al mensaje evangélico sobre la familia.

Descubrimos así que Jesús, aun reconociendo el altísimo valor de la familia en cuanto arraigada en la intención originaria del Creador, relativiza su importancia. El fragmento evangélico que hemos leído hoy nos recuerda que el valor de la familia es inferior y está subordinado al de la nueva familia del Reino. Esta exigencia de radicalismo a la hora de reconocer la urgencia de la llamada a la conversión y a la acogida del Reino es lo que explica ciertas exigencias de Jesús que, de otro modo, estarían en contradicción con sus enseñanzas sobre el valor de la familia. Jesús nos pide que, por encima de todo, obre en nosotros la pasión por el Reino: en definitiva, una acogida activa, generosa, de las exigencias señaladas por su Palabra, que nos incita a colaborar en la edificación del pueblo de Dios.

Volvemos a encontrar así el ideal que los profetas Ageo y Zacarías intentaban infundir en el pueblo de los exiliados vueltos a Jerusalén y un tanto incómodos por las dificultades de la empresa. Ser creyentes, escuchar como María la Palabra y ponerla en práctica como ella vivir su consiguiente bienaventuranza..., no significa entrar en una esfera de enrarecidos goces intimistas sino convertirse en colaboradores activos del sueño de Dios: hacerse una familia de hijos e hijas tan grande como toda la humanidad.

 

ORATIO

Reconozco ante ti, Señor, la belleza de la llamada a formar parte de la familia del Reino, a experimentar en ella la ternura y la fuerza del amor del Padre que me quiere como hijo suyo, a convertirme cada vez más en tu hermano y amigo.

Con la ayuda de tu gracia, quisiera llegar a ser cada vez más semejante a María, tu madre y nuestra madre modelo de obediencia inteligente y activa a tu Palabra.

Deseo entrar como ella en una escucha silenciosa y adoradora de la Palabra de Dios, único camino para comprender el proyecto divino sobre mí. El silencio interior tan necesario en mi vida, me separará de mí mismo, de mi pequeño mundo cerrado, para llevarme al firmamento de tu Espíritu. Entonces me sentiré verdaderamente «uno» con mis hermanos y hermanas en Cristo.

 

CONTEMPLATIO

Todos los miembros, pastores, laicos y religiosos, participan, cada uno a su manera, de la naturaleza sacramental de la Iglesia; igualmente, cada uno desde su propio puesto debe ser signo e instrumento tanto de la unión con Dios cuanto de la salvación del mundo. Para todos, en efecto, existe el doble aspecto de la vocación:

a) a la santidad: en la Iglesia todos, pertenezcan a la jerarquía o sean guiados por ella, son llamados a la santidad (LG 39);

b) al apostolado: la Iglesia entera es impulsada por el Espíritu Santo a cooperar en la realización del plan divino (LG 17; cf. AA 2; AG 1, 2, 3, 4, 5).

Por consiguiente, antes de considerar la diversidad de los dones, oficios y ministerios, es preciso admitir como fundamento la común vocación a la unión con Dios para la salvación del mundo. Ahora bien, esta vocación requiere en todos, como criterio de participación en la comunión eclesial, el primado de la vida en el Espíritu; en virtud del mismo ocupan el primer lugar la escucha de la Palabra, la oración interior, la conciencia de ser miembro de todo el Cuerpo, junto con la preocupación por la unidad, el fiel cumplimiento de la propia misión, el don de sí en el servicio y la humildad de la penitencia (nota directiva Mutuae relationes, 4, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Me doy prisa para guardar tus mandatos sin tardanza» (Sal 118,60).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cierto: en el estado definitivo no viviremos aislados, sino en festiva y gratificante comunión. Una comunión extraordinaria y singular, ante todo con el Padre, el Hijo y el Espíritu, y después con la multitud de los santos y santas, con la comunidad de los salvados, con la gratificante compañía de la humanidad de todos los tiempos.

Es fácil que el «grado de complacencia» y «gratificación» en esa gozosa comunión dependa del grado de «propensión fraterna» que hayamos cultivado y promovido aquí, en esta tierra. La comunidad escatológica, con sus promesas de felicidad, sostiene el empeño por la realización, aquí abajo, de la vida fraterna, con sus fatigas y desilusiones.

Por su parte, una fraternidad que crece en la cotidiana oscuridad se convierte en rayo de luz que preanuncia la luz solar de la fraternidad definitiva, gozosa y fuente de felicidad. Con su constancia en la fatiga de la construcción preanuncia la grandeza del premio y la fuerza de atracción de la meta. Con su característico «¡qué bello es que los hermanos vivan unidos!» preanuncia la bienaventurada y beatificante fraternidad definitiva.

Con su gozo habitual, con su «habitat» que permite a las personas florecer, crecer, expandirse y dar fruto, con su clima sereno y fraternal, está indicando la línea de llegada final, donde viviremos todo eso en plenitud y sin sombra alguna (P. G. Cabra, Para una vida fraterna. Breve guía práctica, Sal Terrae, Santander 1999, p. 158).

 

 

 

Día 26

 Miércoles 25ª semana del Tiempo ordinario o día 26 de septiembre, conmemoración de los

Santos Cosme y Damián

 

 

La leyenda y la devoción popular de los santos Cosme y Damián sobrepasan con mucho los documentos históricos de sus vidas y milagros. Estos santos están tan lejanos de nosotros en la historia (siglo III) que los ríos que han salido de aquellas fuentes de información han llegado hasta nosotros por cauces de leyenda.

Según una tradición muy antigua, estos santos tienen su tumba en Ciro (Siria). Son presentados como hermanos y gemelos. Se dice también que eran médicos de profesión. Convertidos al cristianismo, dieron testimonio de su fe hasta la muerte, la cual les sobrevino en la persecución de Diocleciano.

Lo que san Pablo cuenta de sí mismo (2 Cor 11,16-33) lo aplican los devotos al martirio de los santos Cosme y Damián: fueron arrojados a la cárcel encadenados, pasaron por agua y por fuego, fueron crucificados, asaeteados y, finalmente, decapitados. Este martirio ocurrió por el año 300. Pronto corrió su fama desde Oriente hasta Occidente.

Son muchos los templos y parroquias en todo el mundo que están dedicados a estos dos santos. Igualmente, también desde muy antiguo los han tomado por patronos protectores los médicos y boticarios.

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 30,5-9

5 Todas las palabras de Dios se cumplen, es un escudo para quienes se acogen a él.

6 No añadas nada a sus palabras, no sea que te replique y quedes como mentiroso.

7 Dos cosas te he pedido, no me las niegues antes de que muera:

8 aleja de mí falsedad y mentira; no me des ni pobreza ni riqueza, dame sólo el alimento necesario.

9 No sea que, saciado, reniegue de ti y diga: «¿Quién es el Señor?» o que, siendo pobre, me dé al robo y profane el nombre de mi Dios.

 

**• El libro de los Proverbios reflexiona con una gran atención sobre la pobreza y sobre la riqueza. La oración que concluye el pasaje litúrgico de hoy constituye a este respecto un espléndido ejemplo. El ideal de la sabiduría no es la pobreza, sino el bienestar, que es una bendición de Dios. Procurárselo es un deber. Los Proverbios condenan con dureza la pereza y la holgazanería. Pero si bien es verdad que el bienestar es una bendición, eso no significa que el pobre sea un maldito o alguien castigado. Las recomendaciones en su favor son numerosas, y están diseminadas por todas las secciones del libro. Ayudar a los pobres es uno de los deberes principales. Sin olvidar, a renglón seguido, que la felicidad no está sólo en la riqueza, sino en una riqueza acompañada del temor de Dios, de la justicia y de la concordia: «Más vale poco con temor del Señor que un gran tesoro con preocupación» (15,16).

Por último, la sabiduría de los Proverbios advierte que el excesivo bienestar no está exento de grandes peligros morales, como el de creerse autosuficiente, sin sentir necesidad de Dios (v. 9). La riqueza material se transforma fácilmente en riqueza de espíritu. La posición del sabio es, por eso, la que se lee precisamente en la conclusión de nuestro pasaje: ni la miseria que conduce a la rebelión contra el Señor, ni la excesiva riqueza que conduce a olvidarlo.

 

Evangelio: Lucas 9,1-6

En aquel tiempo,

1 Jesús convocó a los Doce y les dio poder para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades.

2 Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.

3 Y les dijo: -No llevéis para el camino ni bastón ni alforjas, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas.

4 Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar.

5 Y donde no os reciban, marchaos y sacudid el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos.

6 Ellos se marcharon y fueron recorriendo las aldeas, anunciando el Evangelio y curando por todas partes.

 

**• La misión de los Doce hunde sus raíces en el proyecto de Jesús de reunir al pueblo de Israel en torno al anuncio de la salvación; por eso implica también, en la tarea de mensajeros del Reino, a los Doce (más adelante también a los setenta y dos discípulos: cf. Le 10,lss), enviándoles por toda Galilea. El discurso de Jesús a sus enviados se refiere, más que a los contenidos de su predicación, a las indicaciones sobre el estilo que deberá tener el apóstol: desde el equipaje que debe llevar al comportamiento que tiene que seguir en el lugar en donde le den hospedaje.

Lucas presenta la misión de los Doce como la prolongación del mismo ministerio de Jesús. Así, los «convoca» como ya había hecho cuando les llamó en el monte para constituir el grupo de los Doce (cf. 6,12ss). Su tarea, para la que están autorizados y habilitados por el poder y por la autoridad que les confiere Jesús, consistirá en liberar a las personas de las fuerzas que intentan mantenerlas esclavas (enfermedades y demonios) y en anunciarles la proximidad del Reino de Dios.

Jesús imparte instrucciones concretas a los enviados. Estas instrucciones insisten en la necesidad de adaptarse a las situaciones e imponen pobreza de medios, para que éstos no se vuelvan más importantes que el fin y para que los apóstoles puedan proceder de manera veloz y ligera sirviendo al proyecto del que los ha enviado: «No llevéis para el camino ni bastón ni alforjas, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas» (y. 3). Más aún, precisamente a través de la pobreza de medios experimentarán los Doce la asistencia divina, mostrarán su disponibilidad generosa y la voluntad de confiarse únicamente a la defensa que les asegura la fuerza de la Palabra anunciada.

«Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar» (v. 4). La palabra de la predicación suscita, en quien la acoge, disponibilidad y apertura y crea un clima de auténtica fraternidad que el misionero será el primero en gozar. Quedarse en una casa y no ir de casa en casa indica, según algunos intérpretes, la desautorización de una obsesión proselitista; para otros sería, más bien, una invitación ulterior a la pobreza: deben contentarse con lo que puede ofrecer una casa, sin malgastar tiempo y fuerzas en la búsqueda de sitios más confortables.

Según Lucas, no les faltarán, como ya le había pasado a Jesús, los rechazos y las oposiciones. Mas para los que no aceptan el mensaje del Reino estas palabras suponen, más que una condena, una puesta en guardia. Al apóstol se le pide que les hagan comprender la grave situación en la que corren el riesgo de caer cuando se cierran a la alegre noticia (v. 5).

 

MEDITATIO

El Evangelio es el anuncio del eterno plan de Dios, manifestado en Jesucristo, de convocar a un pueblo para que experimente su proximidad, la fuerza de un amor que transforma todas las situaciones e «ilumina nuestros ojos», porque, como a los exiliados de Babilonia, Dios nos libera de la esclavitud de nuestro pecado, del desierto de nuestra desesperación. El Evangelio sigue siendo en nuestros días curación y liberación. Sin embargo, no puede ser anunciado sin que haya alguien que esté dispuesto a ponerse a su servicio, que acepte salir de los estrechos límites de sus intereses y sueños privados, individualistas, para ir hacia los otros. Nuestra misión, para ser como la de los Doce, para ser auténtica de verdad, deberá caracterizarse por algunos sin y por algunos con.

A buen seguro, sin la tentación del poder y la eficiencia, sino con una dedicación plena y con humildad: precisamente a través de nuestras limitaciones y las de los medios de que disponemos experimentaremos la fuerza de la Palabra que anunciamos, una Palabra que nos trasciende y nos custodia. La misión nos pide, sin embargo, disponibilidad para participar no sólo en el poder de Cristo, sino también en su destino de ser rechazado y perseguido.

Deberemos ser capaces también de reconocer los signos de la nueva humanidad plasmada por el Evangelio, signos que serán las diferentes formas de acogida, de solidaridad, de fraternidad. Si predicar y curar es la misma actividad de Jesús, nuestra acción apostólica de discípulos y discípulas debe convertirse también al final en comunión con el destino de nuestro Maestro.

 

ORATIO

Te doy gracias, oh Señor, por haberme hecho encontrar la alegre noticia de tu amor a la humanidad, que ha hecho brillar mi rostro y llenado mi corazón de alegría. En tu Evangelio he encontrado refugio, consuelo, curación, liberación y fuerza.

Te pido que me colmes de tu Santo Espíritu, para que no haya nada más querido a mi corazón que la causa del Evangelio y para que pueda anunciarlo a los hermanos y hermanas con firmeza de fe y con generosidad de obras.

Te pido la gracia de vivir esta tarea de evangelización de modo alegre, libre de preocupaciones enredadoras, solícito al bien de mis hermanos y hermanas, sin fiarme demasiado de mí mismo, sino confiando más bien en el poder de tu nombre. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El propósito de ajustar su vida a una regla (proposito regolare) por parte de los predicadores de Tolosa no era una novedad: seguían en la línea de la Predicación de Narbona. Es fácil ver en ello la voluntad concreta de Domingo y de los suyos de proseguir aquella «imitación de los apóstoles» cuya norma y ejemplo les había dado Diego: «Ir a predicar a pie la palabra de la verdad evangélica» y practicar la pobreza de tipo «evangélico». Si hubiera dudas sobre la interpretación de esta última frase, la práctica constante de Domingo, a partir de 1206, bastaría para disiparlas.

La pobreza evangélica de la que habla el documento de 1215 introduce, como es obvio, el rechazo de toda cabalgadura, prohíbe llevar dinero consigo, exige que los predicadores se adapten al alojamiento y al alimento que les ofrezcan sus anfitriones casuales, implica la mendicidad de puerta en puerta y todos los otros puntos de la regula apostólica. Con mayor razón, excluye toda propiedad reditual. Giordano lo confirma, precisando el motivo: «...a fin de que la preocupación por los bienes temporales no fuera obstáculo para el ministerio de la predicación». Reconocemos en ello el espíritu de Domingo: vivir de limosna no era sólo imitar al Salvador y a los apóstoles, sino también una liberación espiritual; el santo lo había experimentado durante la misión de Narbona (H. Vicaire, Storia di san Domenico, Roma 1983, p. 324 [edición española: Historia de santo Domingo, Editorial Científico-Médica, Barcelona 1964]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Exaltad con vuestra vida al Rey de los siglos» (Tob 13,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El apóstol es un pobre. Siempre lo ha sido si es un verdadero apóstol. Pero hoy especialmente se siente inmerso en una gran pobreza en sus relaciones con un mundo mucho más fuerte y atrevido, frente al que se siente muchas veces desarmado, inferior, sin argumentos incisivos, sin asideros o puntos de contacto, sin medios eficaces [...].

Sucede que, a pesar de todo, a pesar de toda buena voluntad, a pesar de todos los medios usados, podrás sentirte perdidamente pobre. Has trabajado toda una jornada, te has roto la cabeza con un montón de obstáculos, te has lanzado a fondo perdido, has agotado tus recursos, te has empleado como mejor podías, te habías preparado meticulosamente para todo lo que tenías que hacer, no habías dejado pasar nada por alto, y te parece que llegas a tu habitación con las manos vacías. Y surge en ti la duda: ¿habré conseguido algo? ¿Habrá sido inútil todo este trabajo? ¿Cómo saber si está bien o mal lo que he hecho? ¡Parecían todos tan lejos de mis y de tus preocupaciones, Señor! jSi tuviese siquiera a alguien con quien intercambiar en dos palabras esta impresión, en quien confiar esta sensación de vacío! ¿No será tal vez inútil todo mi trabajar? ¡La gente marcha por caminos tan distintos! Me aceptan hasta un cierto punto, mientras no pretendo que den el salto a la fe. Veo entonces dibujarse una valoración; me siento entonces solo con mi secreto y mi pasión no comprendida; me siento entonces mirado incluso como algo extraño y anacrónico. ¡Lástima, parecen decir, que una persona tan moderna y capaz se obstine todavía e insista en ciertas cosas que no son necesarias!

¡Qué cansancio continuar en este camino de razonamientos e intentos tan distintos! ¿Es que no va a haber una vía de salida?

¿No se está haciendo este mundo cada vez más selvático?

¿Vale tal vez la pena seguir dándome, dándome, dándome, para unos frutos que desde hace años estoy esperando en vano?

¡Siervo trabajador, y siervo inútil: eso es lo que te sientes en esos momentos! Sin embargo, es ahora cuando te estás jugando tu mañana: si te paras aquí a saborear tu propia amargura - y es fácil, porque el vacío flama al vacío, el abismo llama al abismo-, caerás en la amargura y el desconsuelo. Percibirás sólo el límite de tus fuerzas, gustarás únicamente la insignificancia de tu pobreza.

Pero si vuelves la mirada a tu riqueza, si ese gris y lejano vacío lo llenas pronto con Aquel en cuyo nombre has trabajado y sudado y aceptado un resultado incierto, sellarás en ese momento, con la potencia del amor, ese día comenzado por amor, vivido en el amor, aceptado en todo con amor.

Y estarás llenando tu pobreza con tu tesoro, y así en adelante lo sentirás más tuyo todavía, cercano a ti como nunca, como nunca, tu fuerza superabundante (P. G. Cabra, Amarás con todas tus fuerzas (Pobreza), Sal Terrae, Santander 31982, pp. 59.61-62).

 

Día 27

Jueves 25ª semana del Tiempo ordinario o día 27 de septiembre, conmemoración de

San Vicente de Paúl

 

Vicente de Paúl nació en Pouy, en las Landas (sudoeste de Francia), el año 1581, en el seno de una familia modesta, que le orientó al estado eclesiástico. Tras ser ordenado sacerdote en 1600, estuvo buscándose a sí mismo durante un decenio. El fracaso de los diferentes progresos de vida le hizo redescubrir el sacerdocio como servicio a los pobres y como compromiso de vida. Reunió grupos de laicos comprometidos con los pobres (la Caridad, hoy Voluntariado vicenciano: 1617), y sacerdotes y hermanos para la evangelización de los pobres (Congregación de la Misión: 1625). En una época que marginaba a la mujer, fundó la congregación de las Hijas de la Caridad (1633), con lo que permitió a muchachas de toda condición asumir un compromiso de dedicación a los últimos. Influyó en las opciones estratégicas del Estado francés y, sobre todo, con ocasión de graves calamidades (guerras y devastaciones), fue el organizador y el animador de la caridad para la sociedad de su tiempo. Murió en París el 27 de septiembre de 1660.

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiastés 1,2-11

2 Vanidad de vanidades, dice Qohélet, vanidad de vanidades; todo es vanidad. 3 ¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?

4 Una generación pasa, otra generación viene, y la tierra permanece siempre.

5 Sale el sol, se pone el sol y corre hacia el lugar de donde volverá a salir.

6 Sopla al sur y sopla al norte y, gira que te gira, el viento reanuda su carrera.

7 Todos los ríos van al mar, pero el mar nunca se llena, y, sin embargo, los ríos van siempre al mismo lugar.

8 Todas las cosas cansan, y nadie es capaz de explicarlo; ni el ojo se sacia de ver, ni el oído de oír.

9 Lo que fue, eso será; lo que se hizo, se hará: nada hay nuevo bajo el sol.

10 Y si de algo se dice: «Esto es nuevo», eso ya existió en los siglos que nos precedieron.

11 No queda recuerdo de los antepasados, y de los que vendrán detrás tampoco quedará recuerdo entre sus sucesores.

 

*•• «Todo es vanidad» (v. 2), responde el libro del Eclesiastés al preguntarse por el sentido de la vida. «Vanidad», en hebreo hevel, es una palabra que puede significar muchas cosas, pero todas relacionadas con la imagen del soplo, de la niebla, del humo, de algo, en suma, inconsistente: tal vez de lejos te encanta, pero cuando lo tienes entre las manos te decepciona. Así es la vida del hombre: una realidad engañosa, caduca y absurda. Qohélet se muestra verdaderamente drástico y provocador.

¿Cuáles son las razones de una afirmación tan negativa? Por ejemplo, el estridente contraste entre la precariedad del hombre y el permanecer de la naturaleza: «Una generación pasa, otra generación viene, y la tierra permanece siempre» (v. 4).

Todos dicen que el hombre es más importante que las cosas; sin embargo, el hombre desaparece, mientras que las cosas permanecen. Y, además, si miras más allá de las apariencias, te das cuenta de que el hombre está como dentro de un círculo en el que se debate impotente sin comprender la razón. Todo se mueve, pero, en realidad, todo sigue igual. Todo vuelve al punto de partida, como el movimiento del sol, del viento y del agua de los ríos.

También el afán del hombre («Todos sus días son sufrimiento, disgusto sus fatigas, y ni de noche descansa»: 1,23) es un dar vueltas sobre sí mismo, un hacer y un deshacer, sin llegar nunca a un atracadero definitivo. El mundo nuevo que el hombre se esfuerza en construir huye continuamente de sus manos, y así cada generación comienza desde el principio. Quizás Qohélet esté pensando sin más en la esperanza mesiánica de los profetas y la contesta. Se trata de una esperanza religiosa, aunque siempre terrestre.

Pero, entonces, ¿cómo se puede hablar verdaderamente de novedad? Siempre estará el límite de la muerte, el ojo del hombre continuará sin saciarse de ver y el oído sin cansarse de oír, y siempre se le escapará al hombre el sentido del conjunto. Así pues, ¿todo es vanidad? El Nuevo Testamento nos brindará una precisión esencial: todo es vanidad, pero no la caridad.

 

 

Evangelio: Lucas 9,7-9

En aquel tiempo,

7 el tetrarca Herodes oyó todo lo que estaba sucediendo y no sabía qué pensar, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos,

8 otros que Elías había aparecido, otros que uno de los antiguos profetas había resucitado.

9 Herodes dijo: -Yo mandé decapitar a Juan. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo decir tales cosas? Y buscaba una ocasión para conocerlo.

 

**• Jesús, al constituir el grupo de los Doce y enviarles en misión, muestra su voluntad de reunir al pueblo de Israel para el tiempo de la salvación (cf. 9,lss). ¿Cómo reacciona ante este hecho el mundo del poder? Lucas nos refiere la perplejidad de Herodes Antipas, que no consigue situar al Nazareno en ninguno de sus esquemas. Frente al torbellino de opiniones que circulan sobre Jesús, Herodes no sabe qué pensar de él. El evangelista se hace eco de que la gente capta algo de la grandeza de Jesús, puesto que lo compara con un profeta, con Elías e incluso con Juan redivivo, pero, a pesar de todo, es incapaz de captar la novedad presente en Jesús.

«Ybuscaba una ocasión para conocerlo» (v. 9). Querer enterarse personalmente de quién era realmente Jesús sería una cosa positiva si ese deseo estuviera movido por intenciones serias, como ocurrirá con Zaqueo {cf Lc 19,3). Sin embargo, no es éste el caso de Herodes. El hecho de que se confiese cínicamente a sí mismo, sin remordimientos, que hizo decapitar al Bautista y de haber hecho callar de este modo una voz que le era hostil –tal vez más incómoda para su imagen pública que inquietante para su corrupta conciencia- muestra que la suya es sólo una curiosidad superficial y veleidosa. Todo esto quedará claro en el relato de la pasión (Lc 23,8-10). Heredes representa al hombre curioso que no quiere convertirse en discípulo de Jesús, pero al que le gustaría ver fenómenos religiosos extraordinarios, incluso algún signo obrado por Jesús; representa ese «prurito de oír cosas nuevas» contra el que también nos hablará san Pablo y que constituye una forma degenerada del sentimiento religioso.

 

MEDITATIO

San Vicente de Paúl fue durante diez años un sacerdote que se buscaba a sí mismo y que buscaba una sistematización que le conviniera. Los pobres habían estado siempre ante sus ojos, pero nunca se había fijado en ellos. Distribuía limosnas, sobre todo durante el tiempo que estuvo junto a la reina Margot, entre 1608 y 1610, pero no practicaba la caridad. Más tarde, una serie de ardientes acontecimientos le cambiaron por dentro. Le dio la vuelta a la pirámide de sus prioridades. Cuando se dio cuenta del hambre doble de las masas - a saber: el hambre de la Palabra y el hambre de Pan se sintió comprometido personalmente. Comprendió que debía dejar de buscarse y buscar. Más eso sin ningún frenesí activista. No fue nunca un protagonista de la caridad. No hacía, sino que hacía hacer. Indicó a la Iglesia de su tiempo cómo hacerse Iglesia de los pobres. Repetía: «No me basta con amar yo a Dios si mi prójimo no le ama». En un momento en el que triunfaba el misticismo, invitó a amar a Dios, pero «a expensas de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente». No quería que los suyos se sintieran privilegiados: «Nosotros vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de la pobre gente». Y ofreció un criterio ineludible para el servicio: «Los pobres son nuestros amos y señores... En el paraíso son grande señores y les corresponde a ellos abrirnos la puerta a nosotros». Por eso «no podemos garantizarnos mejor la felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio a los pobres, en brazos de la Providencia».

 

ORATIO

Apresúrate, María, Entre los olivos de plata acariciados por una brisa. En tu correr se hacen misioneros todos los pobres, se levantan los cojos, gritan los mudos, y los ciegos despiertan el arpa y la cítara. Alegraos, misioneras de la portería y de la enfermería; ella lleva vuestra voz y vuestro deseo secreto. Ella se hace voz por vosotras, mujeres de cincuenta años, llamada a estar con los locos. Ella corre por los sin nombre, los cualquiera, las viudas grises y un poco tristes condenadas a la pensión.

No te guía un fuego y una nube porque tú eres antorcha que ilumina las fortalezas negras como tus ojos.

Eres la nube blanca que indica el puerto a los desterrados, perdidos y confusos. Mujer de ayer y de mañana, haz que la Iglesia renazca, mujer encorvada, ya sin voz. Nuestras lámparas se apagan; vierte tú el aceite que no hemos podido comprar a tiempo. Vuelve a dar canto y pureza a nuestros jóvenes. Querernos vivir el Evangelio, ser también nosotros Palabra de Dios. Apresúrate contra el tiempo, llega antes de la noche, para que en nuestras iglesias reine la alegría y la alegría se vista de cantos de púrpura.

¿No ves cómo también el cielo se ha enamorado de ti y la tierra abre un camino llano?

El desierto grita de exultación y con tus exiliados pasos se siente recompensado de la soledad desesperada. Mujer soñada antes del tiempo, mujer sin edad, inmaculada y reina, hasta las estrellas brillan de alegría y te sirven de diadema y de festivo cortejo. No has tenido amoríos, esbelta niña de piel ambarina, sino mujeres de arrugas y de pensamiento, que han respirado olores de viejos y han subido las escalas de tétricas soledades.

La naturaleza se queda sin palabras, porque jamás de los jamases habría imaginado mujeres así.

(Luigi Mezzadri.)

 

CONTEMPLATIO

Algunos dichos del san Vicente de Paúl:

«La perfección no consiste en los éxtasis, sino en cumplir bien la voluntad de Dios».

«Ocupémonos de los asuntos de Dios y él se ocupará de los nuestros».

«La Providencia de Dios no nos faltará nunca mientras nosotros no faltemos a su servicio».

«No hay mejor manera de garantizarnos la felicidad eterna que viviendo y muriendo al servicio de los pobres, en brazos de la Providencia».

«Toda nuestra vida no es más que un instante, que huye y se disipa pronto. Los setenta y seis años de vida que he pasado no me parecen ahora más que un sueño y un instante. Y ya no me queda nada, excepto el pesar de este momento».

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de san Vicente de Paúl: «Sin decir una palabra, si estáis llenos de Dios, tocaréis los corazones con vuestra sola presencia».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Decir san Vicente de Paúl es decir caridad. Los pobres son al santo como el santo a los pobres. No olvidemos que, en el momento en que Vicente se asomó a la vida, la Iglesia de Francia salía de una de las páginas más oscuras de su historia: las guerras de religión. Se combatía en nombre de Dios. En aquellos momentos, la Iglesia católica sufría una continua hemorragia.

Fueron muchos los que se marcharon de ella. Cuando acabó el combate físico quedaron las ruinas. Había que reconstruir las iglesias, pero había que rehacer la Iglesia. Un grupo de sacerdotes se comprometió en la tarea: Bérulle, Duval, Bourgoing, Condren y Vicente. No pidieron la intervención del Estado. Estos sacerdotes, antes de cambiar el mundo, se cambiaron a sí mismos.

Decía el santo en uno de sus textos: «Está escrito que busquemos el Reino de Dios. No es más que una frase, pero me parece que encierra muchas cosas. Nos enseña a aspirar siempre a eso que se nos recomienda, a fatigarnos de continuo por el Reino de Dios y a no permanecer en un estado de inercia e indolencia, a reflexionar en nuestra propia vida íntima a fin de regularla bien y no en las cosas externas para encontrar placer en ellas. Buscar significa preocuparse, significa acción. Buscad a Dios en vosotros, porque san Agustín confiesa que mientras lo buscó fuera de él no lo encontró; buscadlo en vuestra alma, la morada que le es agradable: éste es el lugar donde sus siervos que procuran poner en práctica todas las virtudes, las establecen.

Es necesaria la vida interior, y en ella deben converger todos nuestros esfuerzos: si faltamos en esto, faltamos a todo, y los que ya han faltado deben humillarse, implorar la misericordia de Dios y enmendarse. Si hay algún hombre en el mundo que tiene necesidad de ello, es este miserable que os habla: yo caigo, recaigo, salgo a menudo fuera de mí y entro en mí rara vez; acumulo culpas sobre culpas; ésta es la miserable vida que llevo y el mal ejemplo que doy».

 

Día 28

Viernes de la 25ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiastés 3,1-11

1 Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo:

2 Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de arrancar y tiempo de plantar,

3 tiempo de matar y tiempo de curar, tiempo de destruir y tiempo de construir,

4 tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar,

5 tiempo de tirar piedras y de recogerlas, tiempo de abrazarse y de separarse,

6 tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de guardar y tiempo de tirar,

7 tiempo de rasgar y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar,

8 tiempo de amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz.

9 ¿Qué provecho saca el que se afana de sus fatigas?

10 He observado la tarea que Dios impone a los hombres para que se ocupen de ella.

11 Todo lo hizo hermoso a su tiempo, e hizo reflexionar al hombre sobre la eternidad, pero el hombre no llegará a desentrañar totalmente la obra de Dios.

 

*» Qohélet está particularmente impresionado por el misterio del tiempo. Cada cosa tiene su duración y todo tiene su momento; todo sucede en el tiempo fijado, para cada cosa hay un momento oportuno. ¿Pero cómo conocer estos tiempos oportunos y cómo garantizárnoslos?

Parece ser que el hombre no puede intervenir en el engranaje del tiempo. Este último tiene sus ritmos. En el fondo, la vida es sencilla, está hecha de unas cuantas actitudes básicas que continuamente se repiten: nacer y morir, amar y odiar, sufrir y gozar, unirse y separarse, callar y hablar, salvar y destruir, y otras así. El hombre, con todos sus afanes y sus deseos, está encerrado dentro de estos elementos, combinados de diferentes modos. La vida humana está como dentro de un círculo que el hombre no consigue romper.

Ciertamente, habrá un sentido («Todo lo hizo hermoso a su tiempo»), pero el hombre no lo comprende. Dios ha puesto en el hombre la exigencia del conjunto y la necesidad de interrogarse sobre la existencia más allá de cada momento particular. Sin embargo, es una necesidad que queda insatisfecha. El hombre -apenas sale de cada momento- advierte la contradicción. El presente no siempre corresponde al pasado. En efecto, a un pasado de justicia puede sucederle un presente de fracaso, y viceversa. El hombre anticipa el futuro, lo sueña y desearía alcanzarlo, pero le huye. Saliendo de él de vez en cuando y conectando el presente con el pasado, el hombre descubre que las cuentas no salen. ¿La conclusión?

No nos queda más que fiarnos de Dios (en esto consiste el temor de Dios, según Qohélet), aunque es una medida de prudente sabiduría no perder el presente, el único tiempo que posee el hombre.

 

Evangelio: Lucas 9,18-22

18 Un día que estaba Jesús orando a solas, sus discípulos se le acercaron. Jesús les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo?

19 Respondieron: -Según unos, Juan el Bautista; según otros, Elías; según otros, uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.

20 Él les dijo: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro respondió: -El Mesías de Dios.

21 Pero Jesús les prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie.

22 Luego añadió: -Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley, que lo maten y que resucite al tercer día.

 

**• La confesión de Pedro, reconocimiento humano del mesiazgo de Jesús, corresponde perfectamente a la confesión de la filiación divina de Jesús por parte del Padre (Lc 9,28-36). Lucas omite toda indicación topográfica, mientras que, siguiendo la preocupación que le caracteriza, señala que Jesús se encontraba en un lugar apartado orando. El tercer evangelista conecta siempre los momentos importantes de la vida de Jesús con la oración, para animar también a su comunidad a permanecer en una constante actitud de oración. Por otra parte, hace comprender que los discípulos sólo pueden entrar en los misterios del Reino gracias a la intercesión orante de Jesús.

La pregunta de Jesús a los discípulos quiere conducirles a una comprensión más plena de su identidad, más allá de las opiniones inadecuadas de la gente, referidas aquí únicamente para preparar el momento culminante de la respuesta de Pedro. Este capta la verdadera identidad de Jesús y no le identifica ya con un profeta del pasado, sino que indica su novedad mesiánica de una manera decidida. Lucas, como los otros dos sinópticos, recuerda que Jesús impone silencio a los discípulos no, a buen seguro, para desmentir a Pedro, sino para disipar todo posible equívoco sobre la propia identidad mesiánica. Jesús, para evitar cualquier posible malentendido, precisa que el Cristo de Dios coincide con el Hijo del hombre, que debe ser rechazado, sufrir y morir (v. 22). La realeza de Dios, que el Mesías deberá realizar en la tierra, es una realeza que pasa por la experiencia de la pasión y de la muerte. Nótese que el «es necesario que...» (Lc 13,33; 17,25; 24,46) indica que el plan de Dios, revelado a Israel en las Escrituras, prevé también el rechazo de Cristo por parte de los hombres.

A los tres primeros verbos que expresan la obra del hombre se asocia un cuarto verbo, «resucitar» -atestiguado aquí en griego en la forma de la pasiva teológica-, para indicar la poderosa acción de Dios en Jesús, que se manifiesta precisamente en la resurrección.

 

MEDITATIO

La primera pregunta dirigida por Jesús a los Doce puede resultarnos bastante neutra también a nosotros: «¿Quién dice la gente que soy yo?», mientras que la segunda es fuertemente comprometedora: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Como los apóstoles, es posible que también nosotros nos planteemos sobre Jesús preguntas semejantes a las suyas, aunque sin dirigirnos a él en la oración. Nuestra mente está enloquecida por un montón de opiniones, críticas y rumores de los medios de comunicación, que, con excesiva frecuencia, ponen todo en el mismo plano, desde la publicidad a la moral, desde la fe a la magia.

Sin embargo, la respuesta a la pregunta sobre quién es verdaderamente Jesucristo para nosotros es un asunto serio, que implica el sentido de nuestra persona y de nuestro vivir comunitario, si de verdad seguimos a Jesús.

Ésa es la razón de que, si bien es cómodo referir las opiniones ajenas sobre Jesús -que reflejan criterios y modos de pensar triviales, no comprometidos-, es mucho más arduo y decisivo, pero no por ello menos absolutamente necesario, formular nuestra convicción personal sobre él.

Y, como a los Doce, también a cada uno de nosotros nos impone Jesús ese silencio que se vuelve contemplación, a fin de ayudarnos a vencer la natural resistencia al misterio de una salvación atravesada por el dolor y la impotencia. En efecto, nadie podrá anunciar la fe de una manera auténtica si no afronta previamente una purificación de los modos personales de pensar el mundo de Dios, modos influenciados por lógicas y expectativas mundanas, carnales, incapaces de vislumbrar la voluntad de Dios y de comprender los caminos misteriosos con los que él realiza su plan de salvación.

 

ORATIO

Hoy quiero confesar, Señor, mi fe en ti.

Tú eres el Hijo eterno del Padre,

y por tu amor a nosotros

decidiste compartir nuestra vida

y vivir nuestra muerte.

Tú eres el Esperado de tu pueblo,

el heredero de la promesa hecha a David,

el preanunciado por los profetas,

la esperanza de los justos.

Tú eres el Redentor, y con tu sangre

nos has obtenido el perdón de nuestros pecados.

Tú eres el camino que nos conduce al Padre.

Tú eres la verdad que nos revela

el misterio del amor de Dios.

Tú eres la vida del mundo,

porque sólo en ti hay salvación.

En ti creo y en ti espero.

Amén.

 

CONTEMPLATIO

Esta palabra parece dura a muchos: «Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sigue a Jesús» (Lc 9,23) [...].

¿Por qué, pues, temes tomar la cruz por la cual se va al Reino?

En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad.

No está la salud del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la cruz.

Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior y merecer perpetua corona.

Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea.

Si contra tu voluntad la llevas, cargaste y aséstela más pesada, y, sin embargo, conviene que la sufras.

Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave.

¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo librarse?

¿Quién de los santos estuvo en el mundo sin cruz y tribulación?

Nuestro Señor Jesucristo, por cierto, en cuanto vivió en este mundo no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque «convenía -dice- que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos, y así entrase en su gloria» (Lc 24,26). Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real que es la vía de la santa cruz?

No es según la inclinación humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo, ponerlo en servidumbre; huir las honras, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo y desear ser despreciado; sufrir todo lo adverso y dañoso, y no desear cosa de prosperidad en este mundo.

Si te miras a ti mismo, no podrás por ti solo cosa alguna de estas; mas si confías en Dios, Él te enviará fortaleza del cielo y hará que te estén sujetos el mundo y la carne [...].

Disponte, pues, como bueno y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la cruz de tu Señor, crucificado por tu amor.

Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida, porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres, y de verdad que lo hallarás en cualquier parte que te escondas.

Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del dolor y de la tribulación de los males sino sufrir. Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si quieres ser su amigo y tener parte con Él [...]. Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo. Pues manifiestamente exhorta a sus discípulos y a todos los que desean seguirle a que lleven la cruz, y dice: «Si alguno quisiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24; Le 9,23) (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, San Pablo, Madrid 1997, II, 12, pp. 118-124 passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú eres el Dios de mi defensa, el Dios de mi alegría» (Sal 42,2.4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El mundo no reconoce la luz que brilla en la oscuridad. No lo ha hecho nunca. Pero tanto hoy como en el pasado hay personas que, en medio de este mundo, viven con la conciencia de que Jesús está vivo y mora dentro de nosotros, que ha superado el poder de la muerte y ha abierto el camino hacia la gloria. Saben que quien odió a Jesús también les puede odiar a ellos, y quien le mató también les puede matar a ellos. Sin embargo, no tienen miedo de dar testimonio de él, aun sabiendo que su testimonio no será sólo de palabras, sino también de sangre. No tienen miedo del martirio porque el Resucitado, presente en su ser íntimo, les ha llenado de un amor más fuerte que la muerte. Son los protagonistas del gran mandato de Jesús: «Id y anunciad».

Deben anunciar a todos los hermanos y hermanas que están dispuestos a recibir a Jesús lo que han visto y oído. Deben ir sin demora, sin esperar, sin vacilar, poniéndose en camino y volviendo a los lugares de donde han venido y hacer saber a los que han dejado en sus escondites que no hay nada de lo que tener miedo, porque Cristo está verdaderamente vivo (P. G. Cabra, Come te stesso, Brescia 31994 [edición española: Y al prójimo como a ti mismo: La misión, Sal Terrae, Santander 1987]).

 

 

Día 29

Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael (29 de septiembre)

 

El 29 de septiembre se celebraba en Roma, en el siglo V, el aniversario de la Dedicación de una iglesia en honor al arcángel san Miguel. La iglesia estaba situada en la calle Salaria. A esa fecha se pensó añadir el recuerdo de los otros arcángeles y de «todas las potencias incorpóreas» recordadas en días diferentes.

Miguel, nombre que en hebreo significa «¿quién como Dios?», es el arcángel defensor contra Satanás y sus satélites (Ap 12,7), el protector de los amigos de Dios (Dn 10,13.21), el que vigila sobre el pueblo (Dn 12,1).

De Gabriel -«fuerza de Dios», al pie de la letra- dice la Escritura que está «en la presencia de Dios» (Le 1,19). Es el ángel enviado a llevar los anuncios alegres: el nacimiento del Bautista (Le 1,1 1 -20) y el de Jesús (Le 1,26-38); por otra parte, en el Antiguo Testamento, había revelado ya a Daniel los secretos del plan de Dios respecto a la historia (Dn 8,16; 9,21 ss).

Rafael -que significa «Dios ha curado»- figura también entre los siete ángeles que están ante el trono de Dios (Tob 12,15; cf. Ap 8,2). Tiene una función de asistencia; acompañó a Tobías en su viaje y curó a su padre de la ceguera.

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss

9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente;

10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y vi venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.

14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.

 

**• A Daniel se le concede la visión de acontecimientos futuros (vv. 1-8) y, de un modo más profundo, se le hace partícipe del juicio de Dios sobre ellos y sobre toda la historia (vv. 9ss). Más allá de las apariencias, los poderosos de este mundo no son nada; el Señor es el verdadero y único Rey (v. 9c). Una corte inmensa de ángeles le sirve y le asiste en la realización de su designio. La contemplación del profeta se vuelve después todavía más penetrante: se le concede vislumbrar cuál es ese designio.

Ve, en efecto, aparecer un «hijo de hombre» de origen divino (viene, de hecho, sobre las nubes), a quien Dios confía la soberanía universal, un poder eterno y su mismo Reino, que las fuerzas del mal nunca podrán destruir (v. 14). El «Hijo de hombre» es, por consiguiente, el centro y el fin del proyecto de Dios sobre la historia, pero su cumplimiento -anticipado ahora en la profecía- tendrá lugar en el tiempo establecido y los ángeles colaborarán en ello.

 

Evangelio: Juan 1,47-51

En aquel tiempo,

47 Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, y comentó: -Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.

48 Natanael le preguntó: -¿De qué me conoces? Jesús respondió:

-Antes de que Felipe te llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera.

49 Entonces Natanael exclamó: -Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

50 Jesús prosiguió: -¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!

51 Y añadió Jesús: -Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.

 

**• Se trata de una visión de la realidad que va más allá de la percepción inmediata; esta perícopa la revela. «Ven y verás», había sido la invitación de Felipe a Natanael. Y Jesús, al ver a Natanael que venía a su encuentro, exclama: «Ve [así al pie de la letra] un israelita...».

Su ver es un «conocer», que llega al mismo tiempo al corazón y a los acontecimientos que vive el hombre (v. 48).De este sentirse vistos/conocidos en todos los aspectos de la propia vida nace la apertura a la fe y la disponibilidad al seguimiento (v. 49). Entonces es cuando Jesús puede prometer al discípulo la entrada en una visión de la realidad semejante a la que tiene él mismo: «¡Verás cosas mucho más grandes que ésa! [...] veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (vv. 50ss), es decir, que el discípulo comprenderá la inmensa profundidad del misterio de Cristo, que abarca el cosmos y da sentido a la historia, y en cuyo servicio cooperan miríadas de ángeles.

El mundo trascendente de Dios -el cielo- está ahora abierto: en Jesús, Hijo del hombre, Dios desciende entre los hombres, y los hombres pueden subir en él a Dios. Y los ángeles son ministros de este maravilloso intercambio, de esta inesperada comunión.

 

MEDITATIO

Formamos parte de un designio de contornos ilimitados, cuyo artífice es Dios. Inmersos en un cosmos animado por presencias invisibles que participan con nosotros en el proyecto de Dios, somos constructores de una historia que tiene en Cristo su centro y su término.

El camino prosigue en la lucha, en un conflicto implacable con las fuerzas del mal, las cuales, sin embargo, no podrán destruir nunca el Reino que Dios ha confiado al Hijo del hombre. El combate durará hasta el final de los tiempos, llevado adelante en primera línea por los santos ángeles de Dios: los arcángeles, guiados por Miguel, y todas las criaturas espirituales fieles al Señor.

Esta realidad que nuestros ojos no pueden ver nos ha sido revelada a fin de que, con la fe, la esperanza y la caridad abundante en la vida diaria, combatamos el buen combate y apresuremos así la consumación del Reino de Dios. Si ofrecemos humildemente nuestra contribución, se nos concederá una límpida mirada interior: contemplaremos entonces la Misericordia que ha abierto los cielos y ha venido a morar entre nosotros para abrirnos el acceso al Padre, a fin de que con los ángeles podamos subir hasta su intimidad. Él ha desvelado para nosotros el misterio del hombre, para que con los ángeles aprendamos a descender junto a cada hermano. Nos ha introducido en su Reino a fin de que, convertidos en voz de toda criatura, cantemos eternamente con el coro angélico la gloria de Dios.

 

ORATIO

Con un ánimo repleto de esperanza y de confianza, de gratitud y de alegría, corremos a ti, oh Padre, para darte gracias... El camino del hombre a lo largo de los senderos del tiempo es un viaje arriesgado, pero tú has puesto a nuestro lado compañeros atentos que nos sirven con intelecto de amor. Te damos gracias por el arcángel Miguel, que nos ayuda a combatir el buen combate de la fe. Te damos gracias por el arcángel Gabriel, que viene a nosotros envuelto de misterio y deposita en nuestro corazón tu Palabra, para que ésta se vuelva en nosotros, como en María, obediencia y vida.

Te damos gracias por el arcángel Rafael, que, en la hora de nuestros miedos y enfermedades, nos coge de la mano y nos conduce por el recto camino para que no nos desviemos del camino de la salvación.

Te damos gracias, oh Padre, que de mil modos te haces presente a nosotros, nos guardas como a la niña de tus ojos, nos proteges a la sombra de tus alas, nos haces gustar ya desde ahora la dulzura de la íntima comunión contigo.

 

CONTEMPLATIO

No debemos creer que se confíe un determinado encargo a un ángel por casualidad: por ejemplo, a Rafael el encargo de curar y medicar; a Gabriel, el de apoyar en el combate contra las pasiones; a Miguel, el de ocuparse de las oraciones y de las súplicas de los mortales. Cada uno de ellos ha recibido estas tareas por los méritos, las inclinaciones, y las capacidades de las que dio pruebas antes de la creación de este mundo. Entonces se asignó a cada uno este o aquel ministerio; otros merecieron ser asignados al orden de los ángeles y actuar bajo este o aquel arcángel, este o aquel guía de su orden. Todo esto fue ordenado por el apropiado y justo juicio de Dios y dispuesto por aquel que ha juzgado y analizado los méritos de cada uno: así, a uno le ha sido confiada la Iglesia de los efesios, y a otro, la de los esmirniotas (cf. Ap 2,1.8); éste es el ángel de Pedro, aquél el de Pablo (cf. Hch 12,7; 27,23). A cada uno de los más pequeños de la Iglesia se le ha asignado este o aquel ángel, que contempla cada día el rostro de Dios (cf. Mt 18,10), y se señala al ángel que se disponga en torno a los que temen a Dios.

No debemos pensar que todo esto sucede así de manera accidental o por casualidad, ni siquiera porque hayan sido creados tales por naturaleza, para evitar que también a este respecto se acuse al Creador de parcialidad.

Creamos, más bien, que todo fue asignado por Dios, absolutamente justo y rector imparcial del universo, según los méritos, las capacidades, la energía y el ingenio de cada uno (Orígenes, I principi, 1, 8, 1, Turín [existe edición catalana en Alpha, Barcelona 1998]).

 

ACTIO

Repite el nombre del arcángel Miguel, que significa: «¿Quién como Dios?».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Según los Padres, los ángeles personifican las potencias celestes y han sido puestos por Dios junto a los pueblos como guías. Los ángeles toman una parte muy activa en la existencia histórica del mundo: llevan a cabo, bajo la guía del arcángel Miguel, una batalla contra los demonios, potencias de la nada y remedos de los ángeles, y salvaguardan el orden cósmico. Según san Basilio, los ángeles del Juicio «pesan» las almas. Ellos, que asisten a toda acción divina, están presentes de un modo particular en el martirio. La escala de Jacob los muestra como mensajeros de Dios. Están como «adheridos» a la Palabra y a la voluntad de Dios y las personifican. Cuando Dios decide curar, su voluntad toma la figura del ángel Rafael.

Cada vez que un ángel aparece es para transmitir y realizar algo de parte de Dios. Los ángeles muestran el «cielo», puesto que existen y actúan en un sentido que va de Dios hacia los hombres. Aunque mantiene su poder de revelación directa, Dios se revela la mayoría de las veces por medio de los ángeles, que son como los portadores de sus energías, de su luz y de su revelación.

Hasta el punto de que los tres ángeles que se aparecieron a Abrahán en el encinar de Mambré son considerados, sobre todo en la tradición iconográfica, como las figuras de las tres Personas divinas, el icono de la Trinidad. El ángel es un lugar teofánico, manifestación viviente de Dios: el nombre de Dios está en él y con el nombre su presencia (P. Evdokimov, La santitá nella traaizione della Chiesa ortodossa, Fossano 1977, pp. 126ss).

 

Día 30

26° domingo del tiempo ordinario

 

     San Jerónimo.- Nacido en Estridón el año 340, recibió una excelente instrucción en Roma, que completó con una serie de viajes por Oriente y Occidente, entablando amistad con los más famosos y cultos Padres orientales. Era un hombre tenaz, fuerte, austero y de gran erudición. Fue secretario del papa Dámaso, que le encargó una traducción de los textos originales de la Biblia al latín. Se marchó a Belén, donde llevó a cabo experiencias de vida monástica, de penitencia y de estudio. Se dedicó especialmente a la traducción y al comentario de los libros de la Sagrada Escritura. Le debemos numerosos comentarios y tratados exegéticos; su producción literaria y su competencia bíblica le sitúan entre los mayores doctores de la Iglesia latina, y es también el patrón de los biblistas.

Además de los susodichos libros, dejó muchos tratados polémicos, una colección de Cartas muy interesantes, así como la traducción de las obras de Orígenes. Tras una vida dispensada en el amor a Cristo y a la Iglesia, murió en Belén en el año 420.

 

LECTIO

Primera lectura: Números 11,25-29

En aquellos días,

25 el Señor bajó en la nube y habló a Moisés; tomó parte del espíritu que había en él y se lo pasó a los setenta ancianos. Cuando el espíritu de Moisés se posó sobre ellos, comenzaron a profetizar, pero esto no volvió a repetirse.

26 Dos de ellos se habían quedado en el campamento, uno se llamaba Eldad y otro Medad. Aunque estaban entre los elegidos, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu vino también sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento.

27 Un muchacho corrió a decir a Moisés: -Eldad y Medad están profetizando en el campamento.

28 Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino diciendo: -¡Señor mío, Moisés, prohíbeselo!

29 Moisés replicó: -¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!

 

        ** El relato del libro de los Números presenta la organización del pueblo de Israel en su viaje hacia la tierra prometida. Israel, presentado como una comunidad santa -cuyos errores, debilidades y rebeldías no se callan, a pesar de todo-, es guiado por YHWH, que habita en medio del pueblo y, acompañándolo, lo engendra con su poder y manifiesta su señorío incluso sobre los pueblos limítrofes. Nuestro fragmento pone de relieve la estructuración del gobierno de la comunidad.

        Moisés es el mediador por excelencia entre Dios y el pueblo. El Señor le habla directamente y ha recibido en plenitud el espíritu (v. 25a). Junto a él aparecen setenta ancianos (v. 25b) que participan de la autoridad carismática de Moisés.

        El texto prosigue comunicando una verdad que marca un avance importante en el camino del hombre religioso: el don de Dios no está ligado rígidamente a un lugar, sino que alcanza a la persona allí donde se encuentre. Éste es el caso de los dos hombres que, aun habiendo sido convocados entre los setenta ancianos, no habían ido al lugar fijado. También sobre ellos vino el espíritu (v. 26), suscitando la contrariedad de Josué (v. 28). La afirmación de la libertad soberana de Dios en su obrar (v. 29) es el elevadísimo mensaje que interpela al creyente de todos los tiempos, siempre acechado por la tentación de encerrar a Dios en los angostos espacios de una «justicia» que se arroga la tarea de salvaguardar los presuntos derechos de Dios pisoteando los de las personas humanas.

 

Segunda lectura: Santiago 5,1-6

1 Y vosotros los ricos gemid y llorad ante las desgracias que se os avecinan.

2 Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos son pasto de la polilla.

3 Vuestro oro y vuestra plata están oxidados y este óxido será un testimonio contra vosotros y corroerá vuestras carnes como fuego. ¿Para qué amontonar riquezas si estamos en los últimos días?

4 Mirad, el jornal de los obreros que segaron vuestros campos y ha sido retenido por vosotros, está clamando y los gritos de los segadores están llegando a oídos del Señor todopoderoso.

5 En la tierra habéis vivido lujosamente y os habéis entregado al placer; con ello habéis engordado para el día de la matanza.

6 Habéis condenado, habéis asesinado al inocente y ya no os ofrece resistencia.

 

        **• El fragmento se presenta como un duro apóstrofe contra los ricos. Estos, sintiéndose fuertes por los bienes de los que disponen, limitan su horizonte existencial a la tierra y se encierran en él constituyéndose a sí mismos centro de su propio mundo (cf. Le 12,16-19). Parecen vivir en una condición envidiable; sin embargo, Santiago saca a la luz el drama del que son protagonistas.

        La cantidad de bienes que tienen acumulados es tan grande que se deterioran: mientras que muchedumbres de pobres están privadas del mínimo que se les debe, una ingente cantidad de riqueza está malgastada, no sirve para nada (v. 3a); sin embargo, puesto que se trata de bienes que los ricos han acaparado de una manera inicua, pisoteando los justos derechos de los obreros (v. 4) y cometiendo abusos, hasta el punto de no dudar en matar a quienes hubieran sido un obstáculo para sus intereses (v. 6), los mismos ricos serán víctimas de sus ingentes capitales (v. 3b). En efecto, el día del juicio de Dios los bienes constituirán la prueba acusatoria de su conducta perversa. La vida frívola y disoluta que llevan los ricos no sirve para otra cosa más que para hacerles llegar gordos, del mismo modo que los animales para el día de la matanza (v. 5).

        Frente a la situación grotesca y paradójica de los ricos egoístas y carentes de escrúpulos, está la de los justos, defraudados en lo que les corresponde por derecho (v. 4a), víctimas silenciosas de vejaciones a las que no pueden oponerse (v. 6), pero cuyo grito llega a los oídos del Señor (v. 4b). Él se encargará de su defensa y cambiará su suerte. En la figura del «justo» del v. 6 podemos entrever la del «Siervo de YHWH», cuya confianza está puesta enteramente en el Señor, que vela sobre su condición humillada y oprimida, «escucha su grito y lo salva» (cf. Sal 37,39ss; Is 50,6ss).

 

Evangelio: Marcos 9,38-43.45.47ss

En aquel tiempo,

38 Juan le dijo a Jesús: -Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.

39 Jesús replicó: -No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí.

40 Pues el que no está contra nosotros está a favor de nosotros.

41 Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa.

42 Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y le echaran al mar.

43 Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue.

45 Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno.

47 Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno,

48 donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.

 

        *•• La intervención de Juan refiere la oposición de los discípulos a un exorcista que, aunque no pertenecía a su grupo, obraba en nombre de Jesús (v. 38). Esto le permite al Maestro proporcionar una enseñanza importante para la vida de la comunidad cristiana. No están en comunión con Jesús sólo los que son, oficialmente, de los suyos (v. 39); el que invoca su nombre obrando el bien es, a buen seguro, un simpatizante suyo, puesto que es correcto pensar que no ultrajará, en un segundo momento, a aquel cuyo poder había invocado antes.

        Jesús, que ha venido para salvar a todos {cf. Jn 12,32; Hch 10,34ss), no es propiedad de nadie y, con mayor razón aún, no puede pretender poseerlo en exclusiva su comunidad, que, más bien, está llamada a continuar su misión universal. Hay personas que, aunque no se consideran discípulos de Jesús, no son, de hecho, contrarias a él y llevan a cabo gestos de atención respecto a los cristianos: estos tienen asegurada su recompensa (vv. 40ss).

        Enlazando con los precedentes dichos de Jesús dirigidos a los pequeños (cf. vv. 37.41), refiere el evangelista algunas sentencias contra los que son motivo de escándalo o de tropiezo y, por consiguiente, de caída. Es preferible morir antes que atentar con nuestro propio comportamiento contra la debilidad del hermano, en particular si se sobreentiende la debilidad en la fe (v. 42).

        Esta idea aparece articulada en los versículos siguientes con tres afirmaciones extremas: es mejor amputarse un miembro del propio cuerpo que sea ocasión de caída que conservar la integridad del cuerpo y perder la comunión con Dios. El carácter trágico de esta última condición está reforzada con la cita del Is 66,24, que evoca la destrucción provocada por la putrefacción y por la combustión: un tormento sin tregua (v. 48).

 

MEDITATIO

        En Dios, la libertad se conjuga con el amor infinito, ese en virtud del cual no se negó Jesús a dar la vida por nosotros. La libertad de Dios es demasiado grande para el hombre. Es algo que produce vértigo y resulta inconcebible para los espíritus ligados a la ley de la justicia distributiva. Así, siempre hay alguien dispuesto a dar consejos a Dios para enseñarle -o al menos recordarle- cómo tiene que tutelar y hacer respetar sus propios derechos. Dios, en cambio, parece ver las cosas desde otro punto de vista. Para él, todos los hombres son hijos suyos y se pone contento cuando alguno de ellos, aunque sea de una manera no «canónicamente» correcta, acoge su don y lo vive; sin embargo, le entristece ver que sus hijos no hacen circular entre ellos el amor que reciben de él; que, en vez de ayudarse unos a otros, se obstaculizan recíprocamente; que intentan explotarse, en vez de compartir los bienes de que disponen...

        Jesús pone en guardia a la comunidad de sus discípulos: no hay que volver a levantar, en nombre de una presunta pureza religiosa, las barreras que él ha venido a derribar.

 

ORATIO

        Tú eres el Señor, el único Señor.

        Eres el Señor del bien y lo difundes a manos llenas sobre todas tus criaturas, sin dejar que nadie ignore lo que es tu bondad.

        Eres el Señor de la abundancia, que no te dejas encerrar en las angosturas de los partidismos y de los derechos adquiridos. Sólo conoces un derecho: el de amar, en primer lugar y siempre. Y este derecho nadie te lo puede quitar.

        Eres el Señor de la riqueza, una riqueza que no quieres que sea confundida con las escaladas al control de los centros económicos ni con el acaparamiento indiscriminado.

        La riqueza, la verdadera, la que tiene el corazón como caja de caudales y aumenta cuanto más se comparte, es la capacidad de recibir y dar amor, atención, ternura. Es latir con tus mismos sentimientos, es respirar tu libertad soberana.

        Esto es lo que nos ofreces, Señor, sumo bien.

 

CONTEMPLATIO

        El Espíritu Santo, que con la vocación [de los gentiles] los santifica y los hace agradables a Dios, es la sustancia de los dones de Dios. Y quien lo posee plenamente realiza todas las cosas según razón: enseña rectamente, vive de manera irreprensible, confirma realmente y de modo perfecto con signos y prodigios cuanto cree. En efecto, tiene en sí mismo la fuerza del Espíritu Santo, que le da un tesoro y el motivo de la plenitud de todos los bienes.

        Se ha dicho que este Espíritu ha sido derramado por Dios sobre todos los hombres para que quienes lo reciban puedan profetizar y tener visiones. La Efusión del Espíritu es la causa del profetizar y del conocer el sentido y la belleza de la verdad (Dídimo el Ciego, Lo Spirito Santo, Roma 1990, pp. 76ss [edición española: Tratado sobre el Espíritu Santo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1997]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Envía, Señor, tu Espíritu Santo sobre nosotros».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Habla H. Cox de dos concepciones de la personalidad. Una concéntrica, la otra excéntrica. La concepción excéntrica no hemos de entenderla en el sentido de extraña o extravagante, sino como algo que tiene su centro fuera de sí. Es la persona que acoge lo nuevo, lo inesperado, lo que llega de «otra parte». Es la persona abierta al Espíritu, disponible a su «juego», capaz de aceptar los riesgos que comporta. Con la concepción concéntrica, tenemos un mundo encerrado en sí mismo, que no reserva sorpresas, que no va más allá de sus propias posibilidades, caracterizado por la rigidez y por la esclerosis. En la concepción excéntrica tenemos un mundo tocado por la gracia, caracterizado por lo imprevisible y por la llegada de lo imprevisto, con personas todas diferentes, siempre «fuera de los esquemas».

        El error más trágico y más común. Todo lo que no está recogido en los códigos queda descalificado. Todo lo que no pertenece al campo de lo «ya visto» y representa una amenaza para la seguridad, para la regularidad, tiene que ser declarado ilegítimo.

        Todo lo que es diferente ha de ser declarado abusivo. Es una operación que, por desgracia, siempre está de moda. Todo lo que se mueve se vuelve automáticamente sospechoso. Es preciso que mantengamos presente esta terrible posibilidad, a través de la cual buscamos al Espíritu como sospechoso y peligroso y tendemos a meterlo en una ¡aula (A. Pronzato, Vangeli scomodi, Turín 151983 [edición española: Evangelios molestos, Ediciones Sígueme, Salamanca 1997]).