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LECTIO DIVINA ABRIL DE 2018

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Domingo de Pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43

En aquellos días tomó Pedro la palabra y dijo: - Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace distinción de personas.

37 Ya conocéis lo que ha ocurrido en el país de los judíos, comenzando por Galilea, después del bautismo predicado por Juan.

38 Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder. Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él.

39 Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. A él, a quien mataron colgándolo de un madero,

40 Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestase

41 no a todo el pueblo, sino a los testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos.

42 Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos.

43 De él dan testimonio todos los profetas, afirmando que todo el que cree en él recibe el perdón de los pecados por medio de su nombre.

 

»*• Pedro, lleno del Espíritu Santo, resume en un denso y escultural discurso todo el itinerario de Jesús de Nazaret. Por medio de Pedro, que ya ha dejado caer las barreras de la estricta observancia judía, llega por primera vez a los paganos el anuncio de la salvación –el -kerigma-. Muchos de estos paganos llegan a la fe porque su corazón está abierto a la escucha.

Al relatarnos este discurso nos transmite Lucas algunos fragmentos auténticos del ministerio de la «primera evangelización» de la Iglesia naciente. El tema de la predicación es único: la persona misma de Jesús de Nazaret, el Mesías consagrado por Dios en el Espíritu Santo (v. 28). Los apóstoles pueden atestiguar que Jesús, durante su vida terrena, hizo milagros, curó a enfermos, liberó del maligno a los que estaban bajo el poder de Satanás. Con todo, la fe, el impulso misionero y la incontenible alegría de sus discípulos proceden de la experiencia del misterio pascual, del encuentro con Cristo resucitado, al que creían muerto para siempre.

Y de eso mismo dan testimonio: aquel Jesús que, rechazado, murió crucificado, «Dios lo resucitó», ratificando así la verdad de su predicación. Es importante señalar que la resurrección está atribuida aquí a Dios y no al propio poder de Cristo; eso es lo que atestigua la antigüedad de este fragmento kerigmático.

Y Pedro insiste en su fogosidad: no se trata de fábulas o sugestiones, sino de una realidad tan concreta que puede ser descrita con dos términos muy cotidianos: «Comimos y bebimos con él». Jesús se ha manifestado a «a los testigos elegidos de antemano por Dios», pero esta elección está orientada a una apertura católica, universal.

Los apóstoles han recibido el encargo de anunciar, porque todos deben saber que Dios ha constituido juez de vivos y muertos (cf. Dn 7,13; Mt 26,64) al Crucificado- Resucitado, que, mediante su propio sacrificio, ha obtenido la remisión de los pecados para todo el que cree en él (vv. 42s).

 

Segunda lectura: Colosenses 3,1-4

Hermanos:

1 Así pues, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.

2 Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra.

3 Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios;

4 cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros aparecéis gloriosos con él.

 

**• En la Carta a los Colosenses -una de las llamadas «cartas de la cautividad»-, la reflexión de Pablo, que parte como siempre del acontecimiento pascual (cf. Col 1,12-14), llega a captar las dimensiones cósmicas del misterio de Cristo, denominado con algunos atributos fundamentales.

Es creador junto con el Padre (1,16), primogénito de la creación y nuevo Adán (1,15), cabeza del cuerpo que es la Iglesia y redentor del mundo (1,16-20). El cristiano, por medio del bautismo, que le hace partícipe de la muerte y resurrección del Señor, mediante una vida de fe que lleva a su pleno desarrollo el germen bautismal, se convierte en miembro vivo de Cristo. Esto trae consigo no sólo el compromiso de renunciar al pecado para caminar en una vida nueva, sino también una orientación resuelta a las realidades celestes, sostenida por la conciencia de nuestra propia identidad de hijos de Dios, peregrinos a la ciudad eterna, hacia la que, por una parte, tiende, mientras que, por otra -en Cristo resucitado-, se encuentra ya.

De ahí la necesidad de elegir bien y de buscar «las cosas de arriba», de acuerdo con una vida resucitada, celeste. De ahí procede asimismo la invitación a prescindir de todo lo que vuelve la vida demasiado exterior y vacua (3,3). El cristiano ha muerto «a las cosas de la tierra» y vive escondido en Aquel que vive. Cuando Cristo se manifieste en la gloria, entonces se revelará también, a los ojos de todos, la belleza espiritual de aquellos que, actuando por la fe en adhesión a Cristo en la vida diaria, han encontrado en él la unidad y la plenitud (3,4).

 

O bien:

 

Segunda lectura: 1 Corintios 5,6b-8

Hermanos: ¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?

7 Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado.

8 Así que celebremos fiesta, pero no con levadura vieja, que es la de la maldad y la perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad.

 

**• El encuentro con Cristo resucitado y vivo determina la conducta moral del cristiano, libre ahora de un sistema de normas más o menos severas o detalladas.

Por eso, Pablo, sin forzar las cosas en modo alguno, puede remitirse al misterio pascual cuando considera que debe intervenir con autoridad firme en ciertas situaciones lamentables que se dan en la comunidad de Corinto.

Pablo, refiriéndose al rito de la pascua judía, que Jesús llevó a cabo como memorial de su propia muerte salvífica, recuerda la costumbre de quemar antes de la fiesta toda la levadura vieja, en cuanto signo de corrupción que no debe contaminar la vida nueva (v. 7).

Vosotros mismos -dice a los corintios- debéis ser pan puro, nuevo, que Cristo consagra con la ofrenda de sí mismo. Él es la verdadera pascua, el cordero inmolado, cuya sangre nos protege del exterminador (Ex 12,12s).

El cristiano, consciente del alcance de ese sacrificio, está llamado a vivir en la novedad, eliminando de su corazón el fermento de las viejas costumbres, de los pequeños y de los grandes vicios con los que muestra connivencia, de suerte que pueda presentarse a Dios con autenticidad, como el pan nuevo de la pascua (v. 8).

 

Evangelio: Juan 20,1-9

20,1 El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada,

2 se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús tanto quería. Les dijo: - Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.

3 Pedro y el otro discípulo se fueron rápidamente al sepulcro.

4 Salieron corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo adelantó a Pedro y llegó antes que él.

5 Al asomarse al interior vio que las vendas de lino estaban allí, pero no entró.

6 Siguiéndole los pasos llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro

7 y comprobó que las vendas de lino estaban allí. Estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte.

8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó.

9 (Y es que, hasta entonces, los discípulos no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos.)

 

**• Los discípulos, antes de encontrar al Señor resucitado, pasan por la dolorosa experiencia de la tumba vacía: constatan la ausencia del cuerpo de Jesús. El cuarto evangelista subraya sobremanera este elemento, introduciendo una dialéctica de visión-fe-visión espiritual que recorre de manera creciente los capítulos 20-21, interpelando también al lector y a todos aquellos que creen sin haber visto (20,29). En esta perícopa se expresa esto mismo mediante el uso de tres verbos diferentes, traducidos en nuestro texto por «ver y comprobar», y que indican matices diferentes (vv. 1.5; v. 7; v. 8).

Los relatos de la resurrección se abren con dos precisiones cronológicas: «El domingo por la mañana» y «muy temprano, antes de salir el sol». El día inicial de una nueva semana se convertirá así en el comienzo de una creación nueva, en verdadero «día del Señor» (dies dominica), en el que la fe amorosa, no iluminada todavía por la luz del Resucitado, camina, a pesar de todo, en la oscuridad y va más allá de la muerte.

María Magdalena es el prototipo de esta fidelidad. Al llegar al sepulcro -probablemente no sola, como muestra el plural del v. 2b- «captó con la mirada» (blépei, v. 1) que la piedra que tapaba la entrada había sido rodada.

Como dominada por la realidad que ve, no se da cuenta de nada más, y corre enseguida a denunciar la ausencia del Señor a Pedro -cuya importancia en los acontecimientos pascuales es realzada por toda la tradición y «al otro discípulo a quien Jesús tanto quería», probablemente el mismo Juan a quien remonta la tradición del cuarto evangelio. Este último fue el primero en llegar al sepulcro, pero no entró enseguida; también él «captó con la mirada» (blépei, v. 5) primero las vendas mortuorias de lino. Llega Pedro, entra y «se detiene a contemplar» {theoréi, v. 6) las vendas «mortuorias» -lo que permite pensar que se habían quedado en su sitio, aflojadas por estar vacías del cuerpo que contenían- y el sudario que cubría el rostro, enrollado en un lugar aparte.

El evangelista nos suministra unas notas preciosas. Resulta significativa la diferencia entre estos detalles y los correspondientes a la resurrección de Lázaro (11,44). El lento examen a que somete la mirada de Pedro cada detalle particular dentro del sepulcro vacío crea un clima de gran silencio, de expectante interrogación... «Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó» (v. 8). El verbo usado aquí es éiden; para comprender su significado basta con pensar que de él procede nuestra palabra «idea». Ahora el discípulo, al ver, intuye lo que ha sucedido. Pasa de la realidad que tiene delante a otra más escondida, llega a la fe, aunque se trata aún de una fe oscura, como muestran el v. 9 y la continuación del relato. De éste se desprende que la fe no es, para el hombre, una posesión estable, sino el comienzo de un camino de comunión con el Señor, una comunión que ha de ser mantenida viva y en la que hemos de ahondar más y más, para que llegue a la plenitud de vida con él en el reino de la luz infinita.

 

O bien se pueden leer los evangelios de la vigilia pascual (véase vol. 3): Mateo 28,1-10; Lucas 24,13-35

.

MEDITATIO

«Mi alegría, Cristo, ha resucitado.» Con estas palabras solía saludar san Serafín de Sarov a quienes le visitaban.

Con ello se convertía en mensajero de la alegría pascual en todo tiempo. En el día de pascua, y a través del relato evangélico, el anuncio de la resurrección se dirige a todos los hombres por los mismos ángeles y, después de ellos, por las piadosas mujeres a la vuelta del sepulcro, por los apóstoles y por los cristianos de las generaciones pasadas, ahora vivas para siempre en El que vive. Sus palabras son una invitación, casi una provocación. Esas palabras hacen resurgir en el corazón de cada uno de nosotros la pregunta fundamental de la vida: ¿quién es Jesús para ti? Ahora bien, esta pregunta se quedaría para siempre como una herida dolorosamente abierta si no indicara al mismo tiempo el camino para encontrar la respuesta. No hemos de buscar entre los muertos al Autor de la vida. No encontraremos a Jesús en las páginas de los libros de historia o en las palabras de quienes lo describen como uno de tantos maestros de sabiduría de la humanidad. Él mismo, libre ya de las cadenas de la muerte, viene a nuestro encuentro; a lo largo del camino de la vida se nos concede encontrarnos con él, que no desdeña hacerse peregrino con el hombre peregrino, o mendigo, o simple hortelano.

Él, el Inaprensible, el totalmente Otro, se deja encontrar en su Iglesia, enviada a llevar la buena noticia de la resurrección hasta los confines de la tierra.

En consecuencia, sólo hay una cuestión importante de verdad: ponernos en camino al alba, no demorarnos más, encadenados como estamos por los prejuicios y los temores, sino vencer las tinieblas de la duda con la esperanza.

¿Por qué no habría de suceder todavía hoy que encontráramos al Señor vivo? Más aún, es cierto que puede suceder. El modo y el lugar serán diferentes, personalísimos para cada uno de nosotros. El resultado de este acontecimiento, en cambio, será único: la transformación radical de la persona. ¿Encuentras a un hermano que no siente vergüenza de saludarte diciendo: «Mi alegría, Cristo ha resucitado»? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo. ¿Encuentras a alguien entregado por completo a los hermanos y absolutamente dedicado a las cosas del cielo? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo...

Sigue sus pasos, espía su secreto y llegará también para ti esa hora tan deseada.

 

ORATIO

Haz, Señor, que también nosotros nos sintamos llamados, vistos, conocidos por ti, que eres el Presente, y podamos descubrir así el valor único de nuestra vida en medio de la inmensa multitud de las otras criaturas.

Danos un corazón humilde, abierto y disponible, para poder encontrarte y permitir que nos marques con tu sello divino, que es como una herida profunda, como un dolor y una alegría sin nombre: la certeza de estar hechos para ti, de pertenecerte y de no poder desear otra cosa que la comunión de vida contigo, nuestro único Señor.

A ti queremos acercarnos en esta mañana de pascua, con los pies desnudos de la esperanza, para tocarle con la mano vacía de la pobreza, para mirarte con los ojos puros del amor y escucharte con los oídos abiertos do la fe. Y mientras, angustiados, vamos hacia ti, invocamos tu nombre, que resuena como música y como canto en lo más íntimo de nuestro corazón, donde el Espíritu, con gemidos inefables, llora nuestro dolor y con dulzura y vigor nos envía por los caminos del amor.

 

CONTEMPLATIO

Estarás en condiciones de reconocer que tu espíritu ha resucitado plenamente en Cristo si puede decir con íntima convicción: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Estas palabras expresan de verdad una adhesión profunda y digna de los amigos de Jesús. Cuan puro es el afecto que puede decir: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Si él vive, vivo yo, porque mi alma está suspendida de él; más aún, él es mi vida y todo aquello de lo que tengo necesidad.

¿Qué puede faltarme, en efecto, si Jesús vive? Aun cuando me faltara todo, no me importa, con tal de que viva Jesús... Incluso si a él le complaciera que yo me faltara a mí mismo, me basta con que él viva, con tal que sea para él mismo. Sólo cuando el amor de Cristo absorba de este modo tan total el corazón del hombre, hasta el punto de que se abandone y se olvide de sí mismo y sólo se muestre sensible a Jesucristo y a todo lo relacionado con él, sólo entonces será perfecta en él la caridad (Guerrico de Igny, Serrno in Pascha, i, 5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba» (Col 3,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado!

Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!

Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia.

Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!».

Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero (P. Florenskij, // cuore cherubico, Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim). 

 

 

 

Día 2

Lunes de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14.22-32

2,14 El día de Pentecostés, Pedro, en pie con los once, levantó la voz y declaró solemnemente: - Judíos y habitantes todos de Jerusalén, fijaos bien en lo que pasa y prestad atención a mis palabras.

22 Israelitas, escuchad: Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios acreditó ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que realizó por medio de él entre vosotros, como bien sabéis.

23 Dios lo entregó conforme al plan que tenía previsto y determinado, pero vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis.

24 Dios, sin embargo, lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera en su poder,

25 ya que el mismo David dice de él: Tengo siempre presente al Señor, porque está a mi derecha para que yo no vacile.

26 Por eso se regocija mi corazón, se alegra mi lengua

27 y hasta mi carne descansa confiada; porque no me entregarás al abismo, ni permitirás que tu fiel vea la corrupción.

28 Me enseñaste los caminos de la vida, y me saciarás de gozo en tu presencia.

29 Hermanos, del patriarca David se os puede decir francamente que murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se conserva entre nosotros.

30 Pero, como era profeta y sabía que Dios le había jurado solemnemente sentar en su trono a un descendiente de sus entrañas,

31 vio anticipadamente la resurrección de Cristo y dijo que no sería entregado al abismo, ni su carne vería la corrupción.

32 A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros.

 

**• El discurso de Pedro en Pentecostés presenta el kerigma, el anuncio fundamental: Jesús, hombre acreditado por Dios en vida con milagros de todo tipo, fue rechazado por los hombres. Pero Dios ha confirmado la justedad de su causa y le ha expresado su aceptación exaltándolo con la resurrección. El sello de Dios sobre Jesús, tanto en vida como en su muerte, está completo.

Es más, todo estaba previsto en el plan de Dios, como se deduce del Sal 15, donde expresa David su esperanza de no verse abandonado a la corrupción de la muerte. Lo que no llegó a realizarse en David, se realiza ahora en Jesús de Nazaret, al que Dios resucitó de entre los muertos. «Y de ello somos testigos todos nosotros.» Pedro anuncia hechos reales, como la vida ejemplar de Jesús; su muerte como obra conjunta de los presentes y de los paganos; su resurrección; el testimonio de los apóstoles.

Todo ello forma parte del plan de Dios diseñado en las Escrituras. El pasaje ofrece, por tanto, un ejemplo de la primera predicación apostólica, centrada en Jesús de Nazaret, sobre su extraordinario acontecimiento humano, sobre la responsabilidad de quienes le rechazaron, sobre la absoluta presencia de Dios en su vida.

 

Evangelio: Mateo 28,8-15

28,8 En aquel tiempo, las mujeres salieron a toda prisa del sepulcro y, con temor pero con mucha alegría, corrieron a llevar la noticia a los discípulos.

9 Jesús salió a su encuentro y las saludó. Ellas se acercaron, se echaron a sus pies y lo adoran

10 Entonces Jesús les dijo: - No temáis; id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán.

11 Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los jefes de los sacerdotes todo lo ocurrido.

12 Éstos se reunieron con los ancianos y acordaron en consejo dar una buena suma de dinero a los soldados,

13 advirtiéndoles: - Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron su cuerpo mientras dormíais.

14 Y si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros le convenceremos y responderemos por vosotros.

15 Los soldados tomaron el dinero e hicieron lo que les habían dicho, y ésta es la versión que ha corrido entre los judíos hasta hoy.

 

*+• El pasaje bíblico narra dos encuentros diferentes: el primero, entre Jesús y las mujeres, cuando éstas iban de camino para llevar el mensaje de la resurrección a los discípulos (vv. 8-10); el segundo, entre los sumos sacerdotes y los guardianes del sepulcro, que se dirigen a los jefes del pueblo para informarles de las cosas que han pasado (vv. 11-15). El hecho central sigue siendo la tumba vacía, y, sobre ésta, Mateo nos ofrece dos posibles interpretaciones: o bien Jesús ha resucitado, o bien ha sido robado por sus discípulos. Al lector le corresponde la fácil elección, que no es, ciertamente, la de la mentira organizada por los sumos sacerdotes, sino la del testimonio dado por las mujeres. A ellas les dice Jesús: «Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán» (v. 10). El acontecimiento de la resurrección es un hecho sobrenatural, y sólo la fe puede penetrarlo, como es el caso de la fe de las mujeres, discípulas y mensajeras de Cristo resucitado.

No es difícil ver en el texto el trasfondo de una polémica entre los jefes del pueblo y los discípulos de Jesús en torno a la resurrección de Jesús. Mateo escribió su evangelio cuando todavía estaba vivo el contraste con la comunidad cristiana del siglo I, que con la resurrección del Señor ve inaugurados los tiempos del mundo nuevo e inaugurado el Reino de Dios basado en el amor, y las autoridades judías, que, una vez más, rechazan a Jesús como Mesías, esperando a otro salvador.

La resurrección será siempre un signo de contradicción para todos y cada uno de los hombres: para los que están abiertos a la fe y al amor, es fuente de vida y salvación; para los que la rechazan, se vuelve motivo de juicio y condena.

 

MEDITATIO

«Vosotros le matasteis, pero Dios le ha resucitado»: ésta es la primera predicación apostólica, y es y será la perenne predicación de la Iglesia basada en los apóstoles.

Pedro y la Iglesia existen para repetir a lo largo de los siglos este anuncio. Un anuncio sorprendente, aunque no de una idea, sino de un hecho inimaginable, imprevisible, que contiene toda la dimensión negativa de la historia y toda la dimensión positiva de la voluntad de Dios, que reasume todo el poder destructivo de la maldad humana y todo el poder de reconstrucción de la bondad ilimitada de Dios.

Soy apóstol en la medida en que anuncio esta realidad, me siento identificado con este anuncio, tengo el valor de descubrir y de repetir, en las mil formas diferentes de la vida diaria, que el mal ha sido vencido y que será vencido, que el amor ha sido y será más fuerte que el odio, que no hay tinieblas que no puedan ser vencidas por el poder de Dios, porque Cristo ha resucitado, «pues era imposible que la muerte lo retuviera en su poder». Soy apóstol si anuncio la resurrección de Cristo con mi boca, con una actitud positiva hacia la vida, con el optimismo de quien sabe que el Padre quiere liberarme también a mí, también a nosotros, «de las ataduras de la muerte», de la última y de las penúltimas; de quien sabe que ahora su amor está en acción para llevarlo lodo hacia la Vida.

Me pregunto hoy si soy apóstol y si lo soy como Pedro o bien a mi manera, como anunciador inconsciente de mensajes, ideas y pensamientos más bien periféricos respecto al hecho fundamental de la resurrección.

 

ORATIO

Al comienzo de este tiempo pascual, un tiempo apostólico, quiero rogarte, Señor, que, por la intercesión de María, hagas crecer en mí un corazón de apóstol. Haré mías aquellas hermosas palabras del padre Lelotte: «Señora nuestra, reina de los apóstoles, tú diste a Cristo al mundo. Fuiste apóstol de tu Hijo por primera vez llevándolo a Isabel y a Juan el Bautista, presentándolo a los pastores, a los magos, a Simeón. Tú reuniste a los apóstoles en el retiro del cenáculo, antes de su dispersión por el mundo, y les comunicaste tu ardor. Concédeme un alma vibrante y generosa, combativa y acogedora.

Un alma que me lleve a dar testimonio, en cada ocasión, de que Cristo, tu Hijo, es la luz del mundo, que sólo él tiene palabras de vida y que los hombres encontrarán la paz en la realización de su Reino».

 

CONTEMPLATIO

Nuestro Redentor aceptó morir para liberarnos del miedo a la muerte. Manifestó la resurrección para suscitar en nosotros la firme esperanza de que también nosotros  resurgiremos. Quiso que su muerte no durara más de tres días porque, si su resurrección se hubiera demorado, habríamos podido perder toda esperanza en lo que corresponde a la nuestra. De él dice bien el profeta: «Mientras va de camino, bebe del torrente, por eso levantará la cabeza» (Sal 110,7). En efecto, él se dignó beber del torrente de nuestro sufrimiento, pero no parándose, sino yendo de camino, pues conoció la muerte de paso, durante tres días, y no se quedó en esta muerte que conoció, como sí lo haremos, en cambio, nosotros hasta el fin del mundo. Resucitando al tercer día manifestó, pues, lo que está reservado a su Cuerpo, esto es, a la Iglesia. Con su ejemplo mostró, ciertamente, lo que nos tiene prometido como premio, a fin de que los fieles, al reconocer que él ha resucitado, cultiven en ellos mismos la esperanza de que al final del mundo serán premiados con la resurrección (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XIV, 68s).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi alma exulta en el Señor» (cf. 1 Sm 2,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús fue condenado a muerte por los hombres, pero fue resucitado por Dios [...]

Jesús, como ser humano que confiaba en Dios, se arriesgó hasta tal punto que no temía a la muerte, y empezó a vivir ya durante su vida. Quien ha comprendido este hecho, a saber: que la muerte ya no tiene ningún poder, que el miedo no es un argumento, que los aplazamientos no sirven, sino que está bien empezar a vivir hoy; quien ha comprendido todo esto verá lo que es una persona real y en qué está oculta la dignidad del Mesías Jesús. Aquí no existe ya la muerte, y la resurrección nos revelará que Dios está de parte de aquel que, en cuanto ser humano, se hace garante de la verdad de lo divino. En virtud de este Cristo-rey también nosotros nos despertamos como personas reales. Y Pedro, unos pocos capítulos más adelante, lo experimentará en su propia persona. Aquí ya no hay muros de cárceles que resistan. Aunque encerrado en una celda, encadenado, flanqueado por cuatro guardias, el ángel del Señor vendrá y lo despertará del sueño de \a muerte, le hará atravesar la cárcel y nada lo detendrá. Éstos son los milagros que Dios hace en el cielo y en la tierra. Nosotros somos personas maravillosas, llenas de gracia, y estamos llamados a descubrir y a realizar nuestro ser (E. Drewermann, Vita che nasce dalla morte, Brescia 1998, 458s). 

 

 

Día 3

Martes de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,36-41

2,36 El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos: - Así pues, que todos los israelitas tengan la certeza de que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis.

37 Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón, así que preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: - ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?

38 Pedro les respondió: - Arrepentíos y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo, para que queden perdonados vuestros pecados. Entonces recibiréis el don del Espíritu Santo.

39 Pues la promesa es para vosotros, para vuestros hijos e incluso para todos los de lejos a quienes llame el Señor nuestro Dios.

40 Y con otras muchas palabras los animaba y los exhortaba, diciendo: - Poneos a salvo de esta generación perversa.

41 Los que acogieron su palabra se bautizaron, y se les agregaron aquel día unas tres mil personas.

 

**• Pedro concluye su discurso con cierto énfasis: todos los israelitas deben tener la certeza de que Jesús es Señor y Mesías. La fe cristiana se fundamenta en el testimonio apostólico sobre la resurrección, que eleva a Jesús a la condición gloriosa de Señor y Mesías. Lucas usa aquí precisamente los dos títulos del anuncio de la buena noticia que llevaron los ángeles a los pastores (Lc 2,11), títulos plenamente realizados ahora. El testimonio de Pedro toca los corazones y se inicia la larga cadena de las conversiones. El apóstol pide el cambio de mentalidad y de comportamiento (ése es el sentido de metánoia), y el bautismo «en el nombre de Jesús», llamado simplemente «Cristo» (sin artículo): ahora ya es él el Enviado, el Mesías, el Salvador. El bautismo es signo de la conversión y apertura a la nueva vida, hecha de la destrucción del pasado de muerte y de la plenitud de vida que procede del Espíritu Santo. De este modo se cumplen las promesas tanto para los que están presentes como para los «de lejos», es decir, para los que están fuera del judaísmo.

Aparece, por último, la invitación a ponerse «a salvo de esta generación perversa», esto es, de aquellos que con su religiosidad legalista no han sido capaces de acoger la novedad revolucionaria del mensaje y de la realidad de Jesús, y lo hicieron condenar recurriendo a la mentira.

La primera pesca del «pescador de hombres» fue verdaderamente milagrosa: tres mil personas recibieron sus palabras y entraron en sus redes, unas redes que llevan a las aguas de la salvación.

 

Evangelio: Juan 20,11-18

En aquel tiempo, María se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro.

12 Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.

13 Los ángeles le preguntaron: - Mujer, ¿por qué lloras? Ella contestó: - Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

14 Dicho esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

15 Jesús le preguntó: - Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: - Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo.

16 Entonces Jesús la llamó por su nombre: - ¡María! Ella se acercó a él y exclamó en arameo: - ¡Rabboni! (que quiere decir «maestro»).

17 Jesús le dijo: - No me retengas más, porque todavía no he subido a mi Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios.

18 María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: - He visto al Señor. Y les contó lo que Jesús le había dicho.

 

**• La dinámica narrativa de Jn 20 está guiada por un ritmo creciente que muestra el nacimiento y la consolidación de la fe de los primeros discípulos en Jesús resucitado. Tras el descubrimiento de la tumba vacía (vv. 1-10), donde la fe inicial del discípulo amado constituye sólo un primer estadio de la plena fe pascual, el fragmento presenta el segundo estadio, el de la profundización de la fe en el Resucitado a través de la experiencia personal de la Magdalena: de los signos visibles de la ausencia de Jesús se pasa a su presencia viva. El discípulo queda invitado a entrar en la óptica de la fe en la persona del Señor.

El fragmento se compone de dos partes: a) la aparición de los ángeles a María (vv. 11-13); b) la aparición de Jesús a la mujer (vv. 14-18). María necesita ser liberada de una adhesión aún demasiado sensible al Jesús terreno. La superación de esta visión terrena permite al discípulo encontrar al Señor. María no llega a la fe en el Cristo resucitado a través de los ángeles, que sólo tienen una función de interlocutores: «¿Por qué lloras?» (v. 13), sino sólo cuando Jesús la llama por su nombre: «¡María!» (v. 16), inaugurando en ella una nueva vida.

María, una vez ha reconocido al «rabboni» (v. 16), es invitada por Jesús a anunciar a los otros discípulos el acontecimiento de la resurrección. Es ahora cuando se convierte en el símbolo de la fe plena, haciéndose en misionera y evangelizadora de la Palabra de Jesús: «Fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: "He visto al Señor"» (v. 18). El encuentro de Jesús con María Magdalena y el anuncio llevado por la mujer a los hermanos contiene un gran mensaje para los discípulos de todos los tiempos: el Señor está vivo, y cada uno de nosotros debe buscarlo a través de un camino de fe, con la seguridad de que, si hace lo que le corresponde, el Señor, a su vez, no tardará en salirle al encuentro y en hacerse reconocer.

 

MEDITATIO

La conversión de una gran muchedumbre es, en verdad, sorprendente y milagrosa. A decir verdad, el discurso de Pedro no tiene nada de extraordinario o, al menos, no parece irresistible. Pero estamos en Pentecostés, y el Espíritu no obra sólo en Pedro, sino también en los oyentes, cuyos corazones se sienten traspasados hasta el fondo de una manera irresistible. Se impone una conclusión clara: quien convierte es el Espíritu, que da fuerza a la Palabra y la convierte en una espada de doble filo capaz de penetrar incluso en los corazones más endurecidos.

Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, en especial los primeros capítulos, constituye la demostración de esta verdad elemental: el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo, que toca los corazones cuando y como quiere, según sus designios misteriosos.

En estos años se ha reflexionado mucho sobre el papel del Espíritu Santo en la evangelización, lo cual ha representado un progreso. Pero queda aún un enorme camino para considerarlo en su papel absolutamente prioritario en el orden de lo cotidiano. Para llegar lejos por este camino hace falta más oración y más paz, menos carreras y menos afanes. Toda palabra, también la Palabra, traspasa el corazón cuando es el Espíritu quien la lleva con su fuerza irresistible, con su poder a veces arrollador y a veces paciente, siempre misterioso, siempre más allá de nuestra comprensión, siempre digno de adoración.

 

ORATIO

Oh Espíritu Santo, qué poco te invoco y qué poco me confío a ti y a tu acción misteriosa. Por momentos lo arrollas todo, en otras ocasiones pareces ausente. Pero eres necesario para la evangelización, porque sin ti las palabras suenan vacías, mis esfuerzos son conatos estériles, mis compromisos se quedan vacíos. ¿Cómo puedo llevar la salvación si tú estás ausente? Hazme comprender interiormente tu absoluta necesidad, y la necesidad que tengo de ti, en mi acción de testigo y de evangelizados.

Hazme comprender que siempre estás presente, incluso cuando el Evangelio tiene dificultades para ser acogido, dándome paz y no quitándome el valor de sembrar sin tregua. Hazme ver claro que a mí me pides la siembra y te reservas para ti los frutos. Dame, sobre todo, la seguridad de que siempre estás conmigo en cada momento de mi trabajo apostólico, porque así estaré seguro de que nunca será inútil ninguna siembra, aun cuando la mayoría de las veces serán otros los que recojan. Y la seguridad de que, en el cielo, verán mis ojos ciertamente esos frutos tan esperados de mi trabajo y del tuyo.

 

CONTEMPLATIO

Debemos considerar la resurrección [de Cristo], que es modelo de nuestra resurrección, o sea, de nuestra suerte. Cristo, cabeza y modelo de nuestra resurrección, ha resucitado con este objeto, para asegurarnos a nosotros, sus miembros, nuestra propia resurrección; de otro modo sería una cosa monstruosa: resucitar la cabeza sin los miembros. Por esa razón argumentaba tan bien y con tanta eficacia el Apóstol contra aquellos que negaban la resurrección, diciendo: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado». Ahora bien, si es necesario que Cristo haya resucitado, porque lo que sucede ahora es imposible que no haya sucedido, es necesario, en consecuencia, que los muertos resuciten: «En efecto, es necesario que este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal, de inmortalidad ». Por consiguiente, para sembrar en los corazones de los fieles la fe en la resurrección y remover la ambigüedad de la desconfianza y de la desesperación, dice: «Si creemos, en efecto, que Jesús ha muerto y ha resucitado, también del mismo modo a aquellos que han muerto los reunirá Dios con él por medio de Jesús». Teniendo, pues, esta firme confianza, con el beato Job, no debemos entristecernos de la muerte de ningún buen cristiano, «como aquellos que no tienen esperanza» (Buenaventura, Sermones, 21,6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón» (Hch 2,37).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando seamos libres desde el punto de vista espiritual, no deberemos mostrarnos ansiosos sobre lo que hayamos de decir o hacer en situaciones inesperadas o difíciles. Cuando no nos preocupemos de lo que los otros piensan de nosotros o de lo que vamos a ganar con lo que hacemos, entonces brotarán las palabras y las acciones justas desde el centro de nuestro ser, porque el Espíritu de Dios, que hace de nosotros hijos de Dios y nos libera, hablará y obrará a través de nosotros.

Dice Jesús: «Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10,19-20).

        Continuemos confiando en el Espíritu de Dios, que vive en nosotros, a fin de que podamos vivir libremente en un mundo que sigue entregándonos a quien quiere valoramos o juzgamos (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, p. 121 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]). 

 

 

 

Día 4

Miércoles de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,1-10

3,1 En aquellos días, Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, hacia las tres de la tarde.

2 Había allí un hombre paralítico de nacimiento, a quien todos los días llevaban y colocaban junto a la puerta Hermosa del templo para pedir limosna a los que entraban.

3 Al ver que Pedro y Juan iban a entrar en el templo, les pidió limosna.

4 Pedro y Juan lo miraron fijamente y le dijeron: - Míranos.

5 Él los miró esperando recibir algo de ellos.

6 Pedro le dijo: - No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.

7 Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó. En el acto sus pies y sus tobillos se fortalecieron,

8 se puso en pie de un salto y comenzó a andar. Luego entró con ellos en el templo por su propio pie, saltando y alabando a Dios.

9 Todo el pueblo lo vio andar y alabar a Dios.

10 Al darse cuenta de que era el mismo que solía estar sentado junto a la puerta Hermosa para pedir limosna, se llenaron de admiración y pasmo por lo que le había sucedido.

 

*+• Pedro continúa la práctica liberadora de Jesús, no sólo con el anuncio, sino también con las obras milagrosas. Éstas manifiestan que ha llegado la salvación al mundo. Este milagro dará ocasión a un nuevo discurso de explicación y de anuncio. También Pedro, gracias al nombre de Jesús, aparece «acreditado por Dios mediante milagros, prodigios y signos» y, en consecuencia, autorizado a anunciar la novedad cristiana.

El relato es vivaz: el templo figura aún en el centro de la piedad de la primera comunidad cristiana, que todavía no ha roto con las costumbres judías. Pedro, ante una de las puertas más famosas del edificio, encuentra a un mendigo paralítico de nacimiento y, como no tiene «ni oro ni plata», le ordena que se levante y camine: «En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». Lo que sigue es un relato «de resurrección»: el paralítico entra finalmente en el templo -del que le había excluido su enfermedad- «saltando y alabando a Dios». Es un hombre «reconstruido» física y espiritualmente el que Pedro restituye a la vida. La resonancia que tuvo esta curación fue enorme: la gente, llena «de admiración y pasmo», acudió en gran cantidad junto al pórtico de Salomón, donde Jesús discutía con los judíos y donde se reunían los cristianos de Jerusalén para escuchar las enseñanzas de los apóstoles (Hch 5,12). Aquí se dispone Pedro a dar la explicación del acontecimiento.

 

Evangelio: Lucas 24,13-35

24,13 Aquel mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que dista de Jerusalén unos once kilómetros.

14 Iban hablando de todos estos sucesos.  

15 Mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos.

16 Pero sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocerlo.

17 Él les dijo: - ¿Qué conversación es la que lleváis por el camino? Ellos se detuvieron entristecidos,

18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: - ¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?

19 Él les preguntó: - ¿Qué ha pasado? Ellos contestaron: - Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo.

20 ¿No sabes que los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron?

21 Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto.

22 Bien es verdad que algunas de nuestras mujeres nos han sobresaltado, porque fueron temprano al sepulcro

23 y no encontraron su cuerpo. Hablaban incluso de que se les habían aparecido unos ángeles que decían que está vivo.

24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo hallaron todo como las mujeres decían, pero a él no lo vieron.

25 Entonces Jesús les dijo: - ¡Qué torpes sois para comprender y qué cerrados estáis para creer lo que dijeron los profetas!

26 ¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria?

27 Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras.

28 Al llegar a la aldea adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.

29 Pero ellos le insistieron diciendo: - Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo. Y entró para quedarse con ellos.

30 Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.

31 Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Jesús desapareció de su lado.

32 Y se dijeron uno a otro: - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

33 En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a todos los demás,

34 que les dijeron: - Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.

35 Y ellos contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

 

**• El episodio de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús presenta el camino de fe de la vida cristiana basado en el doble fundamento de la Palabra de Dios y de la eucaristía. Esta experiencia del Señor aparece descrita a lo largo de dos momentos decisivos: a) el alejamiento de los discípulos de Jerusalén, es decir, de la comunidad, de la fe en Jesús, para volver a su viejo mundo (vv. 13-29); b) la vuelta a Jerusalén con la recuperación de la alegría y la fe por parte de la comunidad de los discípulos (vv. 30-35). En el primer momento de desconcierto, Jesús, con el aspecto de un viajante, se acerca a los discípulos desalentados y tristes, y conversando con ellos les ayuda, por medio del recurso a la Escritura, a leer el plan de Dios y a recuperar la esperanza perdida: «Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras» (v. 27). Ahora que el corazón se les ha calentado de nuevo, quieren llevarse con ellos al peregrino a la mesa y, mientras parte el pan, reconocen al Señor: «Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (y. 31).

        La catequesis de Lucas es muy clara: cuando una comunidad se muestra disponible a la escucha de la Palabra de Dios, que está presente en las Escrituras, y pone la eucaristía en el centro de su propia vida, llega gradualmente a la fe y hace la experiencia del Señor resucitado.

La Palabra y la eucaristía constituyen la única gran mesa de la que se alimenta la Iglesia en su peregrinación hacia la casa del Padre. Los discípulos de Emaús, a través de la experiencia que tuvieron con Jesús, comprendieron que el Resucitado está allí donde se encuentran reunidos los hermanos en torno a Simón Pedro.

 

MEDITATIO

En nuestros días hay hambre y sed de milagros. La gente no sonríe ya con suficiencia, como hace algunos años, con respecto a los presuntos prodigios, sino que los busca y acude a los lugares donde tienen lugar. Los medios de comunicación social los hacen espectaculares y los «obradores de prodigios» corren el riesgo de ser idolatrados. Pero tanto Pedro y Juan como Pablo y Bernabé (Hch 14,14ss) corrigen al pueblo y dicen de manera clara que no debe concentrarse en torno a sus personas, sino en torno al poder del nombre de Jesús.

Quien tenga fe en este nombre, quien lo invoque, también podrá obtener hoy milagros.

También hoy es posible realizar prodigios, pero es Dios el que los realiza a través de la oración y la fe. Hay, efectivamente, situaciones tan dolorosas y penosas que nos hacen invocar el milagro y nos impulsan a dirigirnos a personas consideradas particularmente próximas a Dios. Pero esas personas, la mayoría de las veces, no tienen «ni plata ni oro»: viven en medio de la humildad y de la oración. Nosotros, alejados tanto del escepticismo de quienes excluyen la posibilidad o la oportunidad de los milagros, como del fanatismo con los curanderos y el papanatismo más o menos supersticioso, nos confiamos a la oración y a la fe para obtener la intervención extraordinaria de Dios en casos extremos, dejándole a él, que lo sabe todo, la decisión final. Dios no abandona a su pueblo, y lo socorre también con intervenciones extraordinarias, especialmente a través de la oración de sus siervos, que, confiando sólo en él, no tienen necesidad ni de oro ni de plata.

 

ORATIO

Concédeme, Señor, la actitud justa respecto a tu acción en el mundo. Suprime en mí el papanatismo y la búsqueda de «signos y prodigios», como si tú tuvieras que demostrar que existes. Extirpa en mí el corazón cerrado a admitir que tú puedes intervenir, incluso de forma extraordinaria, cuando y como quieras. Concédeme el espíritu de discernimiento para que sepa reconocer tu presencia y la distinga del papanatismo y la superstición.

Concédeme, sobre todo, la fe sencilla de quien no se confía a los prodigios, aunque también la fe ardiente de quienes se atreven a pedírtelos, sin enojarse cuando no los concedes.

Hazme comprender asimismo que no debo poner mi confianza exclusivamente en los medios humanos para la implantación del Reino de Dios, sino que seré eficaz en la medida en que me mantenga alejado del oro y de la plata. Porque el milagro más grande que nos brindas os la existencia de personas que confían en ti de tal  modo que viven pobres y humildes. Es a ellas a quienes concedes, normalmente, la obtención de milagros para el alivio y la alegría de tu pueblo.

 

CONTEMPLATIO

A través del desprendimiento y la pobreza es como podremos volver a encontrar nuestro lugar en el corazón de los pueblos. Cuanto más pobres y desinteresados seamos, menos exigentes seremos, más amigos seremos del pueblo y más fácil nos resultará hacer el bien. La pobreza es hoy más necesaria que nunca para luchar contra el mundo, contra el lujo y contra el bienestar que crece por doquier. Si el cristiano hace como el mundo, ¿cómo podrá guiarlo e instruirlo? Cuanto más grande es el desprendimiento interior y exterior en un alma, más abunda la gracia en ella, más abundan la luz y el Espíritu de Dios en ella.

La conformidad exterior con nuestro Señor es un medio para llegar a la conformidad interior. A través de la pobreza, de la humildad y de la muerte es como Jesucristo engendró a su Iglesia, y de ese mismo modo es como la engendraremos nosotros. Toda obra de Dios debe llevar, por encima de todo, el sello de la pobreza y del sufrimiento (A. Chevrier).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No tengo plata ni oro, pero ¡en nombre de Jesús, echa a andar!» (cf. Hch 3,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Cómo podremos abrazar la pobreza como camino que lleva a Dios cuando todos a nuestro alrededor quieren hacerse ricos?

La pobreza tiene muchas modalidades. Debemos preguntarnos: «¿Cuál es mi pobreza?». ¿Es la falta de dinero, de estabilidad emotiva, de alguien que me ame? ¿Falta de garantías, de seguridad, de confianza en mí mismo? Cada persona tiene un ámbito de pobreza. ¡Ése es el lugar donde Dios quiere habitar! «Bienaventurados los pobres», dice Jesús (Mt 5,3). Eso significa que nuestra bendición está escondida en la pobreza.

Estamos tan inclinados a esconder nuestra pobreza y a ignorarla que perdemos a menudo la ocasión de descubrir a Dios. Él mora precisamente en ella. Debemos tener la audacia de ver nuestra pobreza como la tierra en la que está escondido nuestro tesoro (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1 997, p. 249 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]). 

 

 

 

Día 5

Jueves de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,11-26

3,11 En aquellos días, como el paralítico no se separaba de Pedro y de Juan, toda la gente, llena de asombro, se reunió alrededor de ellos junto al pórtico de Salomón.

12 Pedro, al ver esto, dijo al pueblo: - Israelitas, ¿por qué os admiráis de este suceso? ¿Por qué nos miráis como si nosotros lo hubiéramos hecho andar por nuestro propio poder o virtud?

13 El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha manifestado la gloria de su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, que pensaba ponerlo en libertad.

14 Vosotros rechazasteis al Santo y al Justo; pedisteis que se indultara a un asesino

15 y matasteis al autor de la vida. Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.

16 Pues bien, por creer en Jesús se le han fortalecido las piernas a este hombre a quien veis y conocéis; la fe en Jesús lo ha curado totalmente en presencia de todos vosotros.

17 Ya sé, hermanos, que lo hicisteis por ignorancia, igual que vuestros jefes.

18 Pero Dios cumplió así lo que había anunciado por los profetas: que su Mesías tenía que padecer.

19 Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados.

20 Llegarán así tiempos de consuelo de parte del Señor, que os enviará de nuevo a Jesús, el Mesías que os estaba destinado.

21 El cielo debe retenerlo hasta que lleguen los tiempos en que todo sea restaurado, como anunció Dios por boca de los santos profetas en el pasado.

22 Moisés, en efecto, dijo: El Señor Dios vuestro os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo; escuchad todo lo que os diga,

23 y el que no escuche a este profeta será excluido del pueblo.

24 Todos los profetas, de Samuel en adelante, anunciaron estos días.

25 Vosotros sois los descendientes de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros antepasados, diciendo a Abrahán: A través de tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra.

26 Por vosotros, en primer término, Dios ha suscitado a su siervo y os lo ha enviado como bendición, para que cada uno se convierta de sus maldades.

 

*•• Con este discurso, bastante articulado, pretende convencer Pedro de su error a los que rechazaron a Cristo, ofreciéndoles la posibilidad de arrepentirse. Pedro establece una distinción importante: antes de la resurrección era el tiempo de la ignorancia, el tiempo en que era posible cometer errores. Fue el tiempo que permitió a Dios dar cumplimiento a las profecías. Pero después del hecho clamoroso de la resurrección ya no se admite la ignorancia, porque aquel que fue crucificado por los hombres ha sido resucitado por Dios, y los que lo rechazan merecen ser excluidos del pueblo de Dios, como reincidentes. Por otra parte, el arrepentimiento y la aceptación de Jesús pueden apresurar los tiempos de las bendiciones mesiánicas, cuando Dios, al final del mundo, enviará a Jesús por segunda vez, a fin de que tanto sus enemigos como los incrédulos le reconozcan como Mesías. Ahora está en el cielo, desde su ascensión, hasta la restauración final.

Pedro habla también de Moisés, que había dicho: «El Señor Dios vuestro os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo». Lucas lee «suscitará» en el sentido de «volver a suscitar» un profeta como Moisés, es decir, Jesús. A éste hay que escuchar. Y el que no lo haga será excluido del pueblo santo. Podemos señalar que mientras Mateo considera a los cristianos como un pueblo nuevo que sustituye al antiguo Israel, Lucas subraya la continuidad del pueblo de Dios a través de los judíos que acogen a Jesús. Pedro afirma, por último, que sus oyentes forman parte del pacto a través del cual serán bendecidas todas las naciones en la descendencia de Abrahán. En suma, con su resurrección, Jesús trae la bendición a los judíos y la oportunidad de la conversión.

 

Evangelio: Lucas 24,35-48

24,35 En aquel tiempo, los discípulos [de Emaús] contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

36 Estaban hablando de ello, cuando el mismo Jesús se presentó en medio y les dijo: - La paz esté con vosotros.

37 Aterrados y llenos de miedo, creían ver un fantasma.

38 Pero él les dijo: - ¿De qué os asustáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?

39 Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme y convenceos de que un fantasma no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

40 Y dicho esto, les mostró las manos y los pies.

41 Pero como aún se resistían a creer, por la alegría y el asombro, les dijo: - ¿Tenéis algo de comer?

42 Ellos le dieron un trozo de pescado asado.

43 Él lo tomó y lo comió delante de ellos.

44 Después les dijo: - Cuando aún estaba entre vosotros ya os dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.

45 Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras

46 y les dijo: - Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día

47 y que en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados.

48 Vosotros sois testigos de estas cosas.

 

*»• El tema del fragmento evangélico, que completa el relato de la aparición a los dos discípulos de Emaús subraya las pruebas sobre la realidad de la resurrección de Jesús. También la primera comunidad cristiana pasó por dificultades para penetrar en el misterio del Señor resucitado, y las superó empleando una doble prueba.

La prueba real y material del contacto físico de los discípulos con Jesús, poniendo de relieve la corporalidad del Cristo pascual: «Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme y convenceos» (v. 39), así como la iniciativa del Señor de comer algo ante los suyos: «¿Tenéis algo de comer?» (v. 41). La otra prueba es la espiritual, basada en la comprensión de la Palabra en las Escrituras: «Estaba escrito» (vv. 46s).

Lucas precisa que la historia de Israel adquiere su sentido y se comprende sólo si culmina en el acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret muerto y resucitado.

Y, por otra parte, nos enseña que sólo cuando los hombres se abren a la conversión y experimentan el perdón de Dios pueden comprender del todo el triunfo de la pascua del Señor. La salvación está abierta a todos, y la Iglesia tiene la tarea de anunciar la realidad física de la pascua del Señor y su valor como nuevo inicio de la historia humana, a través de la acogida del perdón de Dios. La resurrección de Jesús es el dato cierto sobre el que se asienta la fe de los creyentes y la historia de los hombres.

 

MEDITATIO

Habla Pedro de la segunda venida de Jesús como Mesías, y la presenta como la que nos trae los «los tiempos de la consolación», «los tiempos de la restauración de todas las cosas». Propone una visión amplia y solemne de la historia de Israel, una historia que es un camino hacia los días de Jesús, el consolador de Israel y el restaurador de todas las cosas. Todo concurre a preparar este gran día de la bendición mesiánica sobre todas las cosas, a partir de Israel y hasta «todas las familias de la tierra», incluso a toda la creación. La respiración de la Iglesia ya es universal desde el comienzo, e incluye toda la realidad redimida por la cruz de Cristo.

Pedro extiende la mirada al futuro de Dios con el optimismo de quien sabe que la resurrección es el hecho decisivo, aunque también con la conciencia de que habrá un acto final, donde el misterio salvífico de la resurrección será revelado en plenitud y extendido a todos los pueblos y a toda la creación. Se enuncia ya aquí el ya y el todavía no de la historia cristiana: ésta se mueve entre el «ya» de la pascua y el «todavía no» de la reconstrucción definitiva de todas las cosas. Entre ambos límites se sitúa el tiempo oportuno para la conversión, para hacernos dignos de las bendiciones mesiánicas, las ya realizadas y las que vendrán.

 

ORATIO

¡Qué estrecha es, Señor, mi perspectiva! Mi problema de hoy me atosiga, me preocupa, parece que es todo. Sin embargo, me hace falta situar las cosas de cada día en el vasto horizonte de la historia de la salvación, especialmente entre el ya de la resurrección y el todavía no de la reconstrucción final. ¡Qué alivio tendrían con ello mis pequeñas acciones y mis pequeñas o grandes preocupaciones!

Ayúdame, Señor, a hacer cada día el encuadre de la situación, no tanto para relativizar mis cosas como para insertarlas en el plano general de la historia de la salvación.

Ilumíname y ayúdame no a disminuir el valor de lo cotidiano, sino a comprender su seriedad y su alcance dentro de esta historia. Ya no vivo en los tiempos de la ignorancia, sino en los de la conversión, en los de la espera laboriosa, en los de la confianza, en los del optimismo, en los de la aceleración de la venida de la consolación de Dios.

Oh Señor, hazme caminar hacia estos tiempos definitivos con paso ágil, con el corazón ardiente, con manos laboriosas, con optimismo, porque estás preparando la reconstrucción de todo lo que nosotros hemos deformado a lo largo de los milenios de nuestra historia.

 

CONTEMPLATIO

La santa Iglesia soporta la adversidad de esta vida con el fin de que la gracia divina la lleve a los premios eternos. Desprecia la muerte de la carne porque tiene fijada la mirada en la gloria de la resurrección. Los males que sufre son pasajeros; los bienes que espera, eternos.

No alberga la menor duda sobre estos bienes porque posee ya, como fiel testimonio, la gloria de su Redentor. Ve en espíritu su resurrección y refuerza vigorosamente su esperanza. Alimenta la segura esperanza de que lo que ve ya realizado en su cabeza se realizará también en su cuerpo. No debe dudar de su propia resurrección, porque posee ya en el cielo, como testigo fiel, a aquel que resucitó de entre los muertos. Por eso, cuando el pueblo creyente padece la adversidad, cuando pasa por la dura prueba de las tribulaciones, debe elevar el espíritu a la esperanza de la gloria futura y, confiando en la resurrección de su Redentor, debe decir: «Tengo en el cielo mi testigo, mi defensor habita en lo alto» (Jb 16,19) (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XIII, 27).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros sois testigos de estas cosas» (Lc.24,48).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Esperar la segunda venida de Cristo y esperar la resurrección son una sola y misma cosa. La segunda venida es la venida de Cristo resucitado, que resucita nuestros cuerpos mortales con él en la gloria de Dios. La resurrección de Jesús y la nuestra son fundamentales para nuestra fe. Nuestra resurrección está tan íntimamente ligada a la resurrección de Jesús como el hecho de ser predilectos de Dios está ligado al hecho de que Jesús es su amado. Pablo se muestra absolutamente claro en este punto.

Dice, en efecto: «Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe» (1 Cor 15,13$).

¿Esperamos de verdad que Cristo resucitado nos eleve con él a la vida eterna con Dios? De la perspectiva de resurrección de Jesús y de la nuestra toman su vida y la nuestra su pleno significado.

No hemos de ser compadecidos, porque, como seguidores de Jesús, podemos mirar mucho más allá de los límites de nuestra breve vida sobre la tierra y confiar en que nada de lo que vivamos hoy en nuestro cuerpo se perderá (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 351 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).

 

 

 

Día 6

Viernes de la octava de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,1-12

4,1 En aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban a la gente, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos.

2 Estaban molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban que la resurrección de los muertos se había realizado ya en Jesús.

3 Los prendieron y los encarcelaron hasta el día siguiente, pues era ya tarde.

4 Pero muchos de los que habían oído el discurso creyeron, y el número de hombres llegó a cinco mil.

5 Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la Ley:

6 Anas, sumo sacerdote, y Caifas, Juan, Alejandro y todos los que pertenecían al linaje sacerdotal.

7 Hicieron comparecer a Pedro y a Juan y les preguntaron: - ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho esto?

8 Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: - Jefes del pueblo y ancianos de Israel,

9 hoy ha sido curado un hombre enfermo, y nos preguntáis en nombre de quién se ha realizado esta curación;

10 pues sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que éste aparece ante vosotros sano en virtud del nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos.

11 Él es la piedra rechazada por vosotros, los constructores, que se ha convertido en piedra angular.

12 Nadie más que él puede salvarnos, pues sólo a través de él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra.

 

**• Dos son los temas principales de este fragmento: la reacción de los jefes de Israel ante el éxito de los apóstoles y las importantes afirmaciones del discurso de Pedro.

Primer tema: sorprendentemente, el «caso Jesús» no se cerró con la crucifixión. Sus seguidores hacen prosélitos. Más aún, predican en el templo, convirtiéndose en maestros del pueblo (tarea reservada a los doctores de la Ley), y anuncian la resurrección de los muertos (lo que parece particularmente inoportuno a los saduceos).

Los jefes del pueblo, sorprendidos y exasperados, se les echan encima y los meten en la cárcel. Ésta fue la primera persecución, a la que siguió un ulterior incremento numérico de discípulos. El Sanedrín, el mismo que pocas semanas antes había juzgado a Jesús, se reúne.

En él se concentran los diferentes poderes: el religioso, el económico, el teológico, el social y lo que queda del poder político. Unos poderes que se sentían amenazados por el mensaje subversivo de Jesús y que, ahora, deben ocuparse nuevamente de la cuestión.

El segundo tema es el breve y vigoroso discurso de Pedro. Éste, «lleno del Espíritu Santo», tal como había prometido Jesús, habla con una gran parresia, es decir, con una audacia y un coraje inauditos, plantando cara a los jefes del pueblo y poniéndoles en una situación seriamente embarazosa. Parte del hecho de la curación para anunciar la salvación, la curación radical. Las afirmaciones de Pedro son solemnes y claras: aquel a quien vosotros condenasteis a muerte ha sido resucitado por Dios; y la piedra que vosotros desechasteis Dios la ha convertido en la piedra fundamental del nuevo edificio que pretende construir. Jesús, a quien los jefes rechazaron y mataron, ha sido elegido por Dios para dar cumplimiento a sus promesas. El conjunto está dominado por el «nombre de Jesús»; en ningún otro nombre hay salvación.

 

Evangelio: Juan 21,1-14

21,1 Poco después, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberíades.

2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás «El Mellizo», Natanael el de Cana de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

3 En esto dijo Pedro: - Voy a pescar. Los otros dijeron: - Vamos contigo. Salieron juntos y subieron a una barca, pero aquella noche no lograron pescar nada.

4 Al clarear el día, se presentó Jesús en la orilla del lago, pero los discípulos no lo reconocieron.

5 Jesús les dijo: - Muchachos, ¿habéis pescado algo? Ellos contestaron: -No.

6 Él les dijo: - Echad la red al lado derecho de la barca y pescaréis. Ellos la echaron, y la red se llenó de tal cantidad de peces que no podían moverla.

7 Entonces, el discípulo a quien Jesús tanto quería le dijo a Pedro: - ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó un vestido, pues estaba desnudo, y se lanzó al agua.

8 Los otros discípulos llegaron a la orilla en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no era mucha la distancia que los separaba de tierra; tan sólo unos cien metros.

9 Al saltar a tierra, vieron unas brasas, con peces colocados sobre ellas, y pan.

10 Jesús les dijo: - Traed ahora algunos de los peces que habéis pescado.

11 Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.

12 Jesús les dijo: - Venid a comer. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntar: «¿Quién eres?», porque sabían muy bien que era el Señor.

13 Jesús se acercó, tomó el pan en sus manos y se lo repartió, y lo mismo hizo con los peces.

14 Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado de entre los muertos.

 

**• La «pesca milagrosa» presenta la tercera aparición del Resucitado a los discípulos-pescadores, reunidos junto a la orilla del lago Tiberíades. El encuentro de Jesús con los suyos, que habían vuelto a su trabajo, describe de manera simbólica la misión de la Iglesia primitiva y el retrato de cada comunidad. Éstas permanecen estériles cuando se quedan privadas de Cristo, pero se vuelven fecundas cuando obedecen a su Palabra y viven de su presencia. El texto se compone de dos fragmentos en el ámbito de la redacción: a) ambientación de la aparición en Galilea (vv. 1-5); b) la pesca milagrosa y el reconocimiento de Jesús (vv. 6-14).

El reducido grupo de los discípulos, con Pedro a la cabeza, representa a toda la Iglesia en misión. Pero sin Jesús en la barca, el fracaso de la «pesca» (= misión) es total y anda a tientas en la «noche» (v. 3). Frente a la conciencia de no triunfar por sí solos en la empresa, interviene Jesús -«al clarear el día» (v. 4 ) - con el don de su Palabra, premiando a la comunidad que ha perseverado unida en el trabajo apostólico: «Echad la red al lado derecho de la barca y pescaréis» (y. 6). La obediencia a la Palabra produce el resultado de una pesca abundante.

Los discípulos se fiaron de Jesús y experimentaron con el Señor la desconcertante novedad de su vida de fe. Jesús les invita después al banquete que él mismo ha preparado: «Venid a comer» (v. 12).

En el banquete, figura de la eucaristía, es el mismo Jesús quien da de comer, haciéndose presente de una manera misteriosa. Los discípulos son ahora presa del escalofrío que les produce el misterio divino. La conclusión del evangelista es una invitación a la comunidad eclesial de todos los tiempos para que vuelva a encontrar el sentido de su propia vocación y ponga a Jesús como Señor de la vida, de suerte que, a través de la escucha de la Palabra y de la eucaristía (= las dos mesas), la Iglesia haga fructuosos todos sus compromisos entre los hombres.

 

MEDITATIO

La seguridad de Pedro procede de la certeza interior de que Jesús es ahora el único Salvador. Toda la Iglesia de los orígenes vive de esta certeza, una certeza que la hace fuerte, intrépida, gozosa, misionera, irresistible.

Las grandes epopeyas misioneras se han nutrido siempre de esta conciencia. La Iglesia será siempre misionera mientras se interese por la salvación del prójimo, a la luz de Cristo salvador.

Nuestros tiempos no resultan demasiado fáciles a este respecto: es preciso justamente respetar las conciencias, está el diálogo interreligioso, es preciso promover la paz, existe la propagación de un cierto relativismo, está la desconfianza con respecto a todo tipo de integrismo. A pesar de todo ello, Cristo, ayer como hoy y como mañana, sigue siendo el único Salvador. De lo que se trata es de convertir esta certeza no en un arma contra nadie, sino en una propuesta paciente y firme, serena y motivada, testimoniada y hablada, orada y alegre, suave y valiente, dialogadora y confesante. En todo ambiente, en todo momento de la vida, aun cuando parezca tiempo perdido, incluso cuando parezca fuera de moda. De esta certeza nace una fuerza nueva: se liberan energías. Dejamos de tener miedo a los juicios de los hombres y nos convertimos en hombres y mujeres interior y exteriormente libres.

 

ORATIO

A menudo me siento, Señor, entre dos fuegos: el respeto a las opiniones de los otros y la necesidad de comunicar tu nombre y tu verdad. No quisiera ofender la sensibilidad de quien está a mi lado, pero al mismo tiempo siento la necesidad de comunicar tu nombre. No quisiera parecer un atrasado, pero siento que sin ti se retrocede. Debo confesarme y confesarte que estaba más seguro en el pasado: las muchas certezas apoyaban también esta certeza de tu unicidad. Pero debo admitir asimismo que ahora, en estos tiempos en que han venido a menos muchas certezas, siento que debo aferrarme cada vez más a ti y arriesgarme más a reconocerlo, tanto en público como en privado. Refuerza, Señor, mi pobre corazón, para que ponga y vuelva a poner su centro sólo en ti como Señor y Salvador.

Concédeme una experiencia vigorosa de esta realidad para que pueda yo decir que tú eres mi salvación y mi alegría. Concédeme una experiencia tan incisiva que suprima en mí toda inseguridad a la hora de anunciar tu nombre, tu nombre santo de Salvador de todos. Concédeme, Señor, la convicción de que la Buena Nueva reiniciará su carrera en el mundo cuando tú brilles en mi corazón y en el de tus discípulos como el Insustituible, como el Incomparable, como el Único necesario. Concédeme esta luz para que pueda yo iluminar este pequeño ángulo del mundo que me has confiado.

 

CONTEMPLATIO

¿Quién es Cristo? ¿Quién es para mí? Cuando reflexionamos sobre estas preguntas sencillas, aunque terribles, no nos damos cuenta de que nos sentimos tentados a deslizamos hacia un nominalismo cristiano y a eludir la lógica dramática del realismo cristiano. Si Cristo es aquél fuera del cual no hay solución a las cuestiones esenciales de nuestra existencia, si son verdaderas y actuales aquellas palabras de Pedro, «lleno del Espíritu Santo» (Hch 4,1 ls), entonces nos sentiremos agitados y quizás descompuestos. Ya no podremos considerar el nombre de Jesucristo como una pura y simple denominación que se ha insinuado en el lenguaje convencional de nuestra vida, sino que su presencia, su estatura -dotada de una infinita majestad- se levantará delante de nosotros. Él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin de todas las cosas, el centro del orden cósmico, que nos obliga a reconsiderar la dimensión de nuestra filosofía, de nuestra concepción del mundo, de nuestra historia personal. No hemos de sentirnos anonadados, como los apóstoles en la montaña de la transfiguración. La humildad del Dios hecho hombre nos confunde en la misma medida que su grandeza. Sin embargo, ésta no sólo hace posible el diálogo, sino que lo ofrece y lo impone (Pablo VI, Audiencia general del 3 de noviembre de 1976).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vida es imprevisible. Podemos ser felices un día y estar tristes al siguiente, estar sanos un día y enfermos un día después, ser ricos un día y pobres al siguiente. ¿A quién podremos, entonces, aferramos? ¿En quién podremos confiar para siempre? Sólo en Jesús, el Cristo. El es nuestro Señor, nuestro pastor, nuestra fortaleza, nuestro refugio, nuestro hermano, nuestro guía, nuestro amigo. Vino de Dios para estar con nosotros. Murió por nosotros y resucitó de entre los muertos para abrirnos el camino hacia Dios, y se ha sentado a la derecha de Dios y nos acogerá en su casa. Con Pablo, debemos estar seguros de que «ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38s) (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, p. 383 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]). 

 

Día 7

Sábado de la Octava de Pascua

 

        San Juan Bautista de la Salle.-Nació en Reims, en el seno de una familia burguesa, el año 1651. Emprendió pronto la carrera eclesiástica: a los dieciséis años era canónigo de la catedral, a los veintisiete fue ordenado sacerdote y a los veintiocho alcanzó el doctorado en Teología en París. Se vio llevado, en virtud de circunstancias imprevistas, a trabajar con maestros comprometidos en abrir escuelas populares para los niños pobres. Esto le llevó a crear el instituto laical de los «hermanos de las escuelas cristianas» y a escribir para ellos y para los alumnos obras originales de formación pedagógica y espiritual. Fue un hombre de vigorosa piedad y de fina intuición educativa.

        Ha sido uno de los máximos pioneros de la educación popular moderna. Murió en 1719. Fue canonizado en 1900 y proclamado «patrono universal de los educadores» por Pío XII en 1950.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,13-21.

4,13 En aquellos días, al ver la valentía con que se expresaban Pedro y Juan, no salían de su asombro, sabiendo que eran hombres del pueblo y sin cultura. Los reconocían como compañeros de Jesús;

14 pero, como veían con ellos en pie al hombre curado, nada podían responder.

15 Entonces les ordenaron salir del Sanedrín y se pusieron a deliberar entre ellos:

16 - ¿Qué haremos con estos hombres? El milagro que han hecho es notorio y lo saben todos los habitantes de Jerusalén; no podemos negarlo.

17 No obstante, para que no se divulgue más entre el pueblo, les intimidaremos con amenazas, para que no vuelvan a hablar a nadie en nombre de ése.

18 Así que los llamaron y les prohibieron terminantemente hablar y enseñar en el nombre de Jesús.

19 Pedro y Juan les respondieron: - ¿Os parece justo delante de Dios que os obedezcamos a vosotros antes que a él?

20 Por nuestra parte, no podemos dejar de proclamar lo que hemos visto y oído.

21 Ellos los despidieron con amenazas, sin encontrar el modo de castigarlos, a causa del pueblo, pues todos daban gloria a Dios por lo sucedido.

 

*» Pedro y Juan han recibido en verdad, según la promesa de Jesús, «una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios»: estos últimos se encuentran, evidentemente, con dificultades. El fragmento está dominado, por una parte, por la fuerza de los hechos que se imponen y, por otra, por la voluntad de ocultarlos. Los hechos son la curación constatada y clamorosa; son todo lo que Pedro y Juan han visto y oído. Por otra parte, está el poder que quiere defenderse de la irrupción de los hechos, con su poder de desestabilización. Los hechos están acreditados por «hombres del pueblo y sin cultura», que pasan de acusados a acusadores.

Frente a la idea de prohibir «enseñar en el nombre de Jesús» -y en esto se muestra perspicaz el sanedrín, porque el peligro procede de ese «nombre», la verdadera novedad-, la respuesta de Pedro y Juan es la apelación a la evidencia: no pueden callar lo que han visto y oído.

Se trata de la conciencia de que hablar de estas cosas era voluntad de Dios, un mandato divino frente al cual los preceptos humanos pierden su consistencia. No hay amenaza humana que pueda oponerse a la fuerza del testimonio de los apóstoles, porque está con ellos la fuerza irresistible de Dios.

 

Evangelio: Marcos 16,9-15

16,9 Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana y se apareció en primer lugar a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios.

10 Ésta fue a comunicárselo a los que le habían acompañado, que estaban tristes y seguían llorando.

11 Ellos, a pesar de oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. 12 Después de esto se apareció, con aspecto diferente, a dos de ellos que iban de camino hacia el campo.

13 También fueron a dar la noticia a los demás. Pero tampoco les creyeron.

14 Por último, se apareció a los once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y su terquedad, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado.

15 Y les dijo: -Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura.

 

**• El texto es un añadido que sirve de conclusión al evangelio de Marcos. Está redactado por otra mano, aunque pertenece a la época apostólica. Incluye la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena, que fue a anunciar a los discípulos incrédulos el acontecimiento de la resurrección (vv. 9-11); la aparición del Señor con aspecto de peregrino a los dos discípulos de Emaús, que se volvían a su pueblo (vv. 12s) y, por último, la aparición del Resucitado a los Once, reunidos en torno a la mesa, esto es, recogidos en la celebración eucarística, a quienes reprocha su incredulidad y su actitud refractaria ante el testimonio de algunos discípulos (vv. 14s).

Sólo la presencia directa de Jesús liberará a los apóstoles de su dureza de corazón y los transformará en verdaderos creyentes. Al subrayar la incredulidad de los discípulos, típica de todo el evangelio de Marcos, el evangelista pretende poner de relieve que la resurrección no es fruto de una imaginación ingenua o de alguna sugestión colectiva de los seguidores del Nazareno, sino don del Padre en favor de aquel que se había hecho obediente hasta la muerte para la salvación de toda la humanidad.

Como conclusión, el Resucitado envía a los discípulos al mundo para que prolonguen su misión y desarrollen la actividad evangelizadora junto con el Señor: «Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura» (y. 15).

 

MEDITATIO

Es mejor obedecer a Dios que a los hombres: se trata de un criterio que hemos de desenterrar frente a la prepotencia del mundo. Éste, a través de los medios de comunicación y de otros medios todopoderosos, pretende nivelar el modo de pensar y de valorar típico del cristianismo, tomando como rasero el nivel del consumo y de los horizontes exclusivamente intramundanos. La identidad cristiana está padeciendo una agresión cada vez más abierta, aunque la mayoría de las veces soft y solapada, que hace pasar por normal y obvio lo que con frecuencia no es más que un comportamiento detestable.

En nombre de la voluntad superior de Dios es preciso entablar un verdadero «combate cultural» destinado a desenmascarar el peligro de la homologación pagana.

Pero éste presupone un «combate espiritual» en nombre de una experiencia fuerte de Cristo. No se puede acallar la experiencia de la salvación, la experiencia de ser amados y acompañados en la vida por el amor de Dios. No se puede vivir como si este amor no existiera ni actuara en la historia. Hay aquí una invitación ulterior al testimonio abierto y valiente, que no quiere imponer nada, pero que tampoco quiere recibir imposiciones para ocultar lo más querido, lo más dulce, lo más importante que mueve nuestra vida.

 

ORATIO

Ilumina, Señor, mi mente y mi corazón, para que me dé cuenta de con cuánta frecuencia obedezco en realidad más a los hombres que a ti, de lo contaminado que estoy por la mentalidad de este mundo, de la gran cantidad de seducciones de que soy víctima, de la gran cantidad de sirenas que me fascinan. A veces me doy cuenta, casi de improviso, de que, de hecho, estoy pensando y juzgando según los criterios del mundo y no según los tuyos. Descubro que me inclino a los ídolos fáciles, ligeros, envolventes, omnipresentes.

Ilumina las profundidades de mi ser, los estratos más escondidos de mi personalidad, los puntos menos conscientes de mi sensibilidad, para que tenga el valor de proceder a una revisión, de revisar mi modo de situarme frente a la mentalidad corriente. Haz, Señor, que tu Palabra descienda a los subterráneos de mi psique, a las sinuosidades de mi corazón, para que piense siguiendo tus criterios, para que te obedezca, para que nunca –por inconsciencia o por temor, por homologación o debilidad- tenga yo que obedecer a los hombres más que a ti o en contra de ti.

 

CONTEMPLATIO

Podemos preguntarnos: ¿pienso acaso, en conciencia, como cristiano? ¿Se inspira mi estado de ánimo en la verdad que Cristo nos ha enseñado? ¿No estamos inclinados más bien a tomar como guía de nuestros pensamientos, de nuestros juicios, de nuestras acciones, nuestro estado de ánimo personal, con una autonomía que con mucha frecuencia no admite consejos ni comparaciones? ¿Podemos afirmar de verdad, siendo celosos como somos de nuestra independencia, de nuestra libertad, que tenemos el ánimo libre? ¿No deberíamos admitir más bien que hay una gran cantidad de otros elementos que se sobreponen a nuestro juicio consciente para forjar nuestra mentalidad? Ciertamente, no podemos escapar de su influencia, pero debemos permanecer con una actitud crítica frente a todo esto y preguntarnos con una vigorosa libertad interior: ¿es cristiano todo esto? ¿Pienso verdaderamente como cristiano? El cristiano es un ser nuevo, original, feliz, como afirma también Pascal: «Nadie es feliz como un verdadero cristiano, nadie es tan razonable, virtuoso, ama ble» {Pensamientos, 541) (Pablo VI, Audiencia general del 8 de enero de 1975, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres» (Sal 118,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nosotros, hombres de hoy, aunque nos consideremos en comunión con la religión cristiana -una comunión que muy a menudo se calla, se minimiza o se seculariza-, poseemos rara vez o de forma incompleta el sentido de la novedad de nuestro estilo de vida. A menudo nos mostramos conformistas.

El miedo al «qué dirán» nos impide presentarnos por lo que somos, esto es, como cristianos, como personas que libremente han optado por un determinado estilo de vida, austero ciertamente, aunque superior y lógico. La Iglesia nos dice entonces: «Cristiano, sé consciente, coherente, fiel, fuerte. En una palabra: sé cristiano». «Renovad el espíritu de vuestra mente» (Ef 4,23).

La palabra espiritual se refiere a la gracia, esto es, al Espíritu Santo. Por eso diremos con san Ignacio de Antioquía: «Aprendamos a vivir según el cristianismo» [Ad Magnesios, 10). En esto consiste la renovación del Concilio. «Quien tenga oídos para oír, que oiga» (Pablo VI, Audiencia general del 8 de enero de 1975, passim)

 

Día 8

 

Segundo domingo de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,32-35

4,32 El grupo de los creyentes pensaba y sentía lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas.

33 Por su parte, los apóstoles daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús, el Señor, y todos gozaban de gran estima.

34 No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido,

35 lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad.

 

**• El fragmento presenta el segundo «compendio» de la vida de la Iglesia naciente. Pone el acento en la «unidad fraterna». ¿Cómo es posible decir que «pensaba y sentía lo mismo» una multitud tan grande? El secreto se encuentra en la plena disponibilidad, hecha de caridad y pobreza evangélicas, que impulsa a los miembros a poner al servicio del bien común lo que antes poseían en privado.

El grupo de los apóstoles está unido y se muestra compacto en la «consignación» (así el v. 33, al pie de la letra) del primer verdadero tesoro de la Iglesia: el testimonio de la resurrección de Jesús. Los creyentes están unidos en la ayuda a las necesidades de los hermanos, y manifiestan también la plena comunión en el modo de llevar a cabo la beneficencia. En efecto, sin dividir los ánimos, depositan a los pies de los apóstoles todo lo que deciden dar espontáneamente. Se cumple así la promesa de Dt 15,4: «No habrá ningún necesitado entre vosotros», porque los creyentes obedecen el nuevo mandamiento de Jesús. Y crece la benevolencia de todos hacia la comunidad cristiana (v. 33b).

 

Segunda lectura: 1 Juan 5,1-6

5,1 Queridos míos: el que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios. Y todo el que ama al que da el ser debe amar también a quien lo recibe de él.

2 Por tanto, si amamos a los hijos de Dios, es señal de que amamos a Dios y de que cumplimos sus mandamientos.

3 Porque el amor consiste en guardar sus mandamientos, y sus mandamientos no son pesados.

4 Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo, y ésta es la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra fe.

5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

6 Éste es el que vino por agua y sangre, Jesucristo; no por agua únicamente, sino por agua y sangre; y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

 

**• Fe y caridad, amor a Dios y al prójimo son los elementos esenciales que caracterizan la vida del cristiano (cf. 3,23; 4,11-20). Juan no se cansa de repetir esta sencilla verdad, ahondando en ella de un modo siempre nuevo. En la conclusión de su primera carta recuerda el renacimiento bautismal y sus implicaciones (v. I): «Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios». La misma fe que nos hace hijos de Dios nos hace también hermanos entre nosotros: todos somos hijos del mismo Padre, y estamos unidos por el vínculo del amor. No se trata de «sentimiento», sino de adhesión a su voluntad, de cumplir sus mandamientos, que no son pesados, porque son «peso» de amor, sugerido por los delicados matices de la caridad hacia los hermanos (cf. vv. 2s). La vida filial-bautismal «vence al mundo» -en 2,13s había dicho Juan: «Habéis vencido al maligno »- cuando es vivida de manera consciente día tras día, puesto que participa de la victoria única y definitiva llevada a cabo por Cristo con su muerte y resurrección, a la que nos unimos en la fe (vv. 4s).

En efecto, Jesús no vino sólo con el agua del bautismo que lo manifestó a Israel en el Jordán, sino también con la sangre de la cruz, por medio de la cual atestiguó de modo cabal su amor al Padre y a la humanidad, llevando a cabo nuestra redención (v. 6). Y no ha dejado a su Iglesia sólo el agua bautismal, sino también el sacramento de su cuerpo inmolado y de su sangre derramada, para que, acercándonos a la gracia del bautismo y de la eucaristía, podamos crecer en la comunión con Dios y con los hermanos, mediante el don del Espíritu,que, tras descender sobre los apóstoles, guía a la Iglesia hacia la verdad completa (Jn 16,13-15), dando testimonio de las inconmensurables dimensiones de la salvación.

 

 

Evangelio: Juan 20,19-31

20,19 Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: - La paz esté con vosotros.

20 Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

21 Jesús les dijo de nuevo: - La paz esté con vosotros. Y añadió: - Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros.

22 Sopló sobre ellos y les dijo: - Recibid el Espíritu Santo.

23 A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá.

24 Tomás, uno del grupo de los doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús.

25 Le dijeron, pues, los demás discípulos: - Hemos visto al Señor. Tomás les contestó: - Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré.

26 Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: - La paz esté con vosotros.

27 Después dijo a Tomás: - Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y mótela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente.

28 Tomás contestó: - ¡Señor mío y Dios mío!

29 Jesús le dijo: - ¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto.

30 Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro.

31 Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna.

 

MEDITATIO

Jesús resucitado pasa a través de las puertas cerradas y les dirige este saludo: «La paz esté con vosotros». Como había sucedido antes con María Magdalena, no son las apariencias, sino la voz lo que le da a conocer. Lo que dice Jesús acaece, cada palabra suya se vuelve acontecimiento: en consecuencia, su paz se comunica a los apóstoles. Tal como lo había prometido, Jesús no deja huérfanos a sus discípulos, sino que les entrega el Espíritu Paráclito, gracias al cual podrán comprender todo lo que les había enseñado y proseguir su misión en el mundo, cooperando con él en la obra de la salvación.

Hasta Tomás, al oír la voz de Jesús, se abre para recibir el don de la fe, e, iluminado por el Espíritu, puede renunciar ahora a su exigencia de ver y tocar de manera sensible. Aferrado en lo íntimo por la voz del Maestro, se postra de inmediato en actitud de adoración y realiza una solemne proclamación de fe: «¡Señor mío y Dios mío!».

Jesús estará siempre junto a sus apóstoles, junto a la Iglesia, aunque de otro modo: a través de la acción del Espíritu Santo. Este nos ofrece como fruto excelente la paz, fruto maduro de la salvación y distintivo principal de los discípulos de Cristo. Por eso debemos abrirnos continuamente a este don, poniéndonos a disposición total de Dios. En cada situación deberemos preguntarnos: «¿Qué quiero realizar con estos pensamientos y estos sentimientos? ¿Qué busco de verdad?».

Si nos damos cuenta de que perseguimos fines egoístas, deberemos rectificar nuestra voluntad, confiándola a la acción del Espíritu Santo, para que nos haga capaces de creer y de amar con autenticidad. Estamos llamados, en efecto, a participar de la misma vida de Dios, es decir, a ser santos. La santidad consiste precisamente en dejar que el Espíritu Santo oriente y dirija totalmente hacia Dios nuestra voluntad. Eso es lo que realiza en nosotros el Espíritu Santo que el Resucitado nos ha dado. Por eso, vivir el misterio pascual es una aventura maravillosa.

 

ORATIO

Concede, Señor, a tus hijos la gracia de ser capaces de detenerse un momento para escuchar el sonido de tu voz. Apenas un instante para pensar y gustar qué sucedería si en cada familia, en cada comunidad, latieran siempre todos los corazones al unísono del ritmo de tu corazón.

¡Oh alegría, plenitud de la alegría! La humanidad, afligida y agotada, no desea, Señor, otra cosa más que esta paz, fruto del amor, fruto de tu Espíritu. Ábrenos para acogerla, Señor; porque moriste y resucitaste para que nosotros la experimentáramos ya desde ahora y fuéramos testigos de ella en medio de los hermanos.

 

CONTEMPLATIO

El Señor considera por encima de los que ven y creen a los que creen sin ver. En efecto, en aquel tiempo la fe. de los discípulos de Cristo era tan vacilante que, aun viéndolo ya resucitado, tuvieron que tocarlo también para creer en su resurrección. No les bastaba verlo con los ojos: tenían que acercar también las manos a sus miembros, tenían que tocar también las cicatrices de las heridas recientes; de este modo, el discípulo que dudaba, después de haber tocado y reconocido las cicatrices, exclamó de inmediato: «¡Señor mío y Dios mío!». Las cicatrices hacían manifiesto al que había curado las heridas de todos los otros.

¿Es posible que el Señor no pudiera resucitar sin cicatrices? Sí, pero conocía las heridas del corazón de los discípulos y, a fin de curarlas, conservo las cicatrices en su cuerpo.

¿Y qué le responde el Señor al discípulo que ahora declaraba y decía: «¡Señor mío y Dios mío!»? «Has creído - le dijo- porque has visto; bienaventurados aquellos que crean sin ver». ¿De quién hablaba, hermanos, sino de nosotros? Y no sólo de nosotros, sino también do los que vengan detrás de nosotros. En efecto, poco tiempo después de haberse alejado de los ojos mortales, para que se reforzara la fe en los corazones, todos los que han creído lo han hecho sin ver, y su fe ha tenido un gran mérito. Para tener esta fe se limitaron a acercar un corazón lleno de piedad a Dios, pero no la mano para tocar (Agustín, Sermón 88, 2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La paz esté con vosotros» (Jn 20,19).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El mundo tiene una ardiente sed de la paz de Dios, anhela ver resplandecer el arco iris de la divina gracia después de la tempestad, pero no consigue liberarse de la agitación y de la inquietud, puesto que es un mundo caído al que se le ha infligido el destino inexorable de no conocer la paz. Si se me preguntara en qué consiste esa paz, sólo podría sugerir la imagen de algo que sea transitorio para proporcionar la idea de lo que es imperecedero. Conocéis la paz de un niño adormecido, también sabéis algo de la paz que experimenta un hombre en sí mismo cuando encuentra a la mujer amada, algo de la paz que encuentra el amigo cuando mira a los ojos del amigo fiel; conocéis algo de la paz que experimenta un niño en brazos de su madre, de la paz que reposa en ciertos rostros maduros en la hora de la muerte; de la paz del sol vespertino, de la noche que lo cubre todo y de las estrellas perennes; conocéis algo de la paz de aquel que murió en la cruz. Pues bien, tomad todo eso como signo caduco, como símbolo pobre de lo que puede ser la paz de Dios. Estar en paz significa saberse seguro, saberse amado, saberse custodiado; significa poder estar tranquilo, tranquilo del todo; estar en paz con un hombre significa poder construir firmemente sobre la fidelidad, significa saberse una sola cosa con él, saberse perdonados por él. La paz de Dios es la fidelidad de Dios a pesar de nuestra infidelidad.

En la paz de Dios nos sentimos seguros, protegidos y amados. Es cierto que no nos quita del todo nuestras preocupaciones, nuestras responsabilidades, nuestras inquietudes; pero por detrás de todas nuestras agitaciones y de todas nuestras preocupaciones se ha levantado el arco iris de la paz divina: sabemos que es él quien lleva nuestra vida, que ésta forma unidad con la vida eterna de Dios.

Que Dios haga de nosotros hombres de su paz incomparable, hombres que reposen en él, aun en medio del trastorno de las cosas del mundo, que esta paz purifique y serene nuestras almas y que algo de la pureza y de la luminosidad de la paz que Dios pone en nuestros corazones irradie en otras almas sin paz; que nos convirtamos el uno para el otro, el amigo para el amigo, el esposo para la esposa, la madre para el hijo, en portadores de esta paz que viene de Dios (D. Bonhoeffer, Memoria e fedeltá, Magnano 1995, pp. 146-149, passim).

 

 

Día 9

Anunciación del Señor

 

Llegada la plenitud de los tiempos, el que desde antes de los siglos era el Unigénito de Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, por obra del Espíritu santo se encarnó en María, la Virgen, y se hizo hombre (elog. del Martirologio Romano).

  La catequesis ha hecho coincidir siempre anunciación y encarnación. Se puede deducir una primera colocación de la memoria de la encarnación en la liturgia de la edificación de una basílica constantiniana sobre la casa de María en Nazaret en el siglo IV. La reforma del calendario litúrgico romano de Pablo VI restableció la denominación de anunciación del Señor, «celebración que era y es fiesta conjunta de Cristo y de la Virgen: del Verbo que se hace Hijo de María y de la Virgen que se convierte en madre de Dios» (Marialis cultus, 6). Así celebramos hoy el “gran momento de la historia cuando cielos y tierra, la creación entera enmudeció esperando escuchar el «FIAT» de nuestra Señora”.-

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 7,10-14

En aquellos días,

10 el Señor volvió a hablar a Ajaz y le dijo:

11 -Pide al Señor, tu Dios, una señal en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.

12 Respondió Ajaz: -No la pido, pues no quiero poner a prueba al Señor.

13 Isaías dijo: -Escucha, heredero de David, ¿os parece poco cansar a los hombres, que queréis también cansar a mi Dios?

14 Pues el Señor mismo os dará una señal: Mirad, la joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Enmanuel.

 

**• Ajaz, joven rey de Jerusalén, débil, mundano y sin hijos, ve vacilar su trono a causa de la presencia de ejércitos enemigos que hacen presión en los confines de su reino. ¿Qué puede hacer? Establecer alianzas humanas.

Isaías, sin embargo, le propone resolver el angustioso problema confiándose por completo a Dios. Más aún, el profeta invita al rey a pedir una «señal» (v. 11), como confirmación concreta de la asistencia divina en esta delicada situación. Ajaz, sin embargo, rechaza la propuesta con motivaciones de falsa religiosidad: «No lapido, pues no quiero poner a prueba al Señor» (v. 12). Isaías denuncia la hipocresía del rey, pero añade que, pese al rechazo, Dios dará esa señal: «La joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Enmanuel» (v. 14).

En lo inmediato, las palabras del profeta se refieren a Ezequías, el hijo de Ajaz, que la reina va a dar a luz y cuyo nacimiento fue considerado, en aquel particular momento histórico, como presencia salvífica de Dios en favor del pueblo angustiado. Sin embargo, yendo más al fondo, las palabras de Isaías son el anuncio de un rey Salvador. En este oráculo de una «virgen que da a luz» la tradición cristiana ha visto desde siempre el anuncio profético del nacimiento de Jesús, hijo de María.

 

Segunda lectura: Hebreos 10,4-10

Hermanos:

4 es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.

5 Por eso, al entrar en este mundo, dice Cristo: No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo;

6 no has aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios.

7 Entonces yo dije Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. Así está escrito de mí en un capítulo del libro.

8 En primer lugar dice: No has querido ni te agradan los sacrificios, ofrendas, holocaustos ni víctimas por el pecado, que se ofrecen según la ley.

9 Después añade: Aquí vengo para hacer tu voluntad. De este modo anula la primera disposición y establece la segunda.

10 Por haber cumplido la voluntad de Dios, y gracias a la ofrenda que Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.

 

**• La perícopa está separada de su contexto. Éste intenta demostrar que el sacrificio de Cristo es superior a los sacrificios del Antiguo Testamento y convencer de ello. El autor de la carta relee ante todo el salmo 39 -empleado por la liturgia de hoy como salmo responsorial- como si fuera una declaración de intenciones del mismo Cristo al entrar en el mundo, o sea, cuando tomó carne y vino a habitar en medio de nosotros (cf. Jn 1,14), es decir, en el acontecimiento de la encarnación.

Y ésa es la actitud obediencial peculiar del pueblo de la antigua alianza y de todo piadoso cantor del salmo, a saber: la de un total «aquí vengo para hacer tu voluntad».

La encarnación como actitud obediencial se lleva a cabo el día de la anunciación del Señor a María. El día del anuncio empieza la peregrinación mesiánica finalizada con la donación del cuerpo de Cristo como sacrificio salvífico, nuevo e innovador, único e indispensable, que se completa en «el sacrificio de la cruz».

 

Evangelio: Lucas 1,26-38

En aquel tiempo,

26 al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,

27 a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María.

28 El ángel entró donde estaba María y le dijo: -Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo.

29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo.

30 El ángel le dijo: -No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor.

31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús.

32 Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

33 reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin.

34 María dijo al ángel: -¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?

35 El ángel le contestó: -El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que todos tenían por estéril;

37 porque para Dios nada hay imposible.

38 María dijo: -Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices.

Y el ángel la dejó.

 

 

*• La autobiografía constituye una clave de lectura de la perícopa: Lucas, cronista esmerado y atento oyente de los protagonistas, ha recibido probablemente confidencias de María y las ha traducido en mensaje evangélico. En el diálogo entre Dios -por medio del ángel Gabriel- y la muchacha de Nazaret resalta un rasgo esencial: la relación viva entre lo divino y lo humano.

Semejante relación se desarrolla como un recorrido en el que la propuesta de lo alto se va dilucidando poco a poco, porque el mensajero respeta -en una persona humana como la muchacha de Nazaret- el carácter gradual de la comprensión de un proyecto inesperado como fue la maternidad mesiánica, transversal a su proyecto o situación del momento, que era la virginidad. La persona humana -María, la virgen prometida como esposa a José- se asoma a este recorrido y entra progresivamente en él, en la conciencia del mensaje, que pretende secundar haciéndose disponible y adecuando a él su propio proyecto personal. La firma del acuerdo relacional entre María y Dios es el disponible «aquí está la esclava del Señor» (v. 38).

 

MEDITATIO

La perícopa lucana resuena en la inmensa mayoría de las liturgias marianas. Su puesto óptimo es precisamente la liturgia de la anunciación. Esta palabra parece un tanto desusada, y la liturgia la conserva tal vez para acentuar la aureola de solemnidad y misterio de un acontecimiento ciertamente único, irrepetible en su sustancia, insólito.

Concentremos nuestra atención en las dos últimas lecturas, que se aproximan en un estupendo paralelismo. En la Carta a los Hebreos, el hagiógrafo requiere o interpreta el anuncio de Cristo; en Lucas, el evangelista narra el anuncio a María. Cristo toma la iniciativa de declarar su propia intención; María recibe una palabra que viene de fuera de ella y está repleta de las peticiones de Otro. El paralelismo se transforma en coincidencia en la explicitación de la disponibilidad de ambos para cumplir la voluntad divina; disponibilidad separada por la calidad y la cantidad de conciencia, pero convergente en la finalidad de la obediencia total al proyecto de Dios.

La actitud obediencial aproxima ulteriormente a la madre y al hijo, María «anunciada» y Jesucristo «anunciado»: ambos pronuncian un «aquí estoy»; ambos se expresan con casi idénticas palabras: «Hágase según tu palabra», «vengo para hacer tu voluntad»; ambos entran en la fisonomía de «sierva» y de «siervo» del Señor, lista sintonía anima a todo discípulo a la disponibilidad en el servir a la Palabra de Dios, porque el Hijo mismo de Dios es siervo y porque la Madre de Dios es sierva, y ambos lo son de una Palabra que salva a quien la sirve y que produce salvación.

 

ORATIO

¡Salve, santa María, humilde sierva del Señor, gloriosa madre de Cristo!

Virgen fiel, seno sagrado del Verbo, enséñanos a ser dóciles a la voz del Espíritu; a vivir en la escucha de la Palabra, atentos a sus llamadas en lo secreto del corazón, vigilando sus manifestaciones en la vida de los hermanos, en los acontecimientos de la historia, en el gemido y en el júbilo de la creación.

Virgen de la escucha, criatura orante, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

La página evangélica del anuncio a María atestigua el estilo con el que Dios se hace adelante para proponer y pedir disponibilidad a la persona humana, o sea, al diálogo.

El diálogo evangélico se desarrolla en la forma del don. El don de la alegría («Alégrate, María»): la Palabra de Dios ofrece alegría. El don de la gracia {«llena de gracia »; «has hallado gracia»). El don del aliento {«no temas »): la delicadeza de Dios disuelve el miedo a él que revela un rostro misericordioso, el miedo a su comprometedora palabra. El don de la vitalidad {«concebirás y darás a luz un hijo»): el hijo es señal de vida y de futuro, exigencia de custodia y de servicio, responsabilidad con la vida. El don del Espíritu {«el Espíritu Santo descenderá sobre ti»): es el primer pentecostés de María, y el Espíritu le indica la intención de posesión y custodia de parte de Dios, la demanda de colaboración. El don de la fe («porque nada hay imposible para Dios»): palabra final, llave que abre la disponibilidad consciente.

 

ACTIO

Repite y dirige hoy a los hermanos y hermanas el saludo evangélico: «El Señor esté contigo» {cf. Le 1,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Al anuncio de que Dios salva, nosotros también podemos responder, como María, con el fíat, «hágase». Pero ¿hágase qué? Cúmplase en mí, pero ¿qué cosa? Cúmplase en mí la fe: que yo pueda creer. Creer que desde hace miles de años Dios está en busca del hombre [...]. Fe en que Cristo es carne de esta carne nuestra, destino de nuestro destino; que él es aquí, apacible

y poderosa energía; que él está más allá, horizonte y destino y flauta que nos llama a otro lugar, y que con esta fe también nosotros podemos ser, al menos por un momento, casa de Dios, llenos de gracia al menos por un momento; que también nosotros podamos oírte decir: yo estaré contigo por donde vayas. El ángel nos repetirá entonces a cada uno las tres palabras esenciales: alégrate, no temas, también en ti va a nacer una vida (E. M. Ronchi, Dietro i mormoríí dell'arpa, Sotto il Monte 1999, pp. 35ss).

 

 

Día 10

Martes de la segunda semana de pascua

 

 LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,32-37

32 El grupo de los creyentes pensaba y sentía lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas.

33 Por su parte, los apóstoles daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús, el Señor, y todos gozaban de gran estima.

34 No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido,

35 lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad.

36 Éste fue el caso de José, un levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa «el que trae consuelo».

37 Éste tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles.

 

**• Éste es el segundo «compendio», o cuadro recopilador, donde Lucas presenta el nuevo estilo de vida de la Iglesia, fruto del Espíritu. Se subraya aquí la comunión de bienes, descrita de un modo más bien detallado. Aparecen dos prácticas de comunión: la primera consiste en poner en común los propios bienes o comunión de uso. Cada uno es propietario de sus bienes, pero se considera sólo administrador de los mismos, poniendo el fruto de los mismos a disposición de todos. La segunda práctica consiste en la venta de los bienes, seguida de la distribución de lo recaudado. Esta distribución la hacen los apóstoles después de que se deposita a sus pies el importe de la venta. Estas dos prácticas de comunión no son las únicas: los Hechos de los Apóstoles presentan otras. Pablo habla del trabajo de sus propias manos para proveer a las necesidades de los suyos y de «los débiles» (20,34s).

Lo que le importa a Lucas sobre todo es mostrar que las distintas prácticas de comunión de bienes están arraigadas en una profunda comunión de espíritus y de corazones. Del conjunto se desprende que estamos en presencia de la comunidad mesiánica, heredera de las promesas hechas a los padres: «No habrá ningún pobre entre los tuyos, porque Yahvé te bendecirá abundantemente en la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia para que la poseas, pero sólo si escuchas de verdad la voz de Yahvé tu Dios» (Dt 15,4s).

 

Evangelio: Juan 3,7b-15

En aquel tiempo,

7 dijo Jesús a Nicodemo: «En verdad te digo: Tenéis que nacer de lo nuevo.

8 El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adonde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu».

9 Nicodemo replicó: - ¿Cómo puede ser esto?

10 Jesús le contestó: - ¿Tú eres maestro de Israel e ignoras estas cosas?

11 Yo te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto; pero vosotros rechazáis nuestro testimonio.

12 Si no me creéis cuando os hablo de las cosas terrenas, ¿cómo vais a creerme cuando os hable de las cosas del cielo?

13 Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.

14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto

15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

 

*» El diálogo de Jesús con Nicodemo se transforma aquí en un monólogo ininterrumpido que el evangelista pone en los labios de Jesús. Nos encontramos frente a palabras auténticas de Jesús y a testimonios pospascuales fundidos por el autor en un solo discurso. Se trata de una profesión de fe usada en el interior de la vida litúrgica de la Iglesia joanea. En ella se contiene, en síntesis, la historia de la salvación.

El tema desarrolla lo que vimos en el fragmento de ayer, centrado en el testimonio de Cristo, Hijo del hombre bajado del cielo, el único que está en condiciones de revelar el amor de Dios por los hombres a través de su propia muerte y resurrección (vv. 11-15). El evangelista insiste ahora en la importancia de la fe. Si ésta no crece con la revelación hecha por Jesús sobre su destino espiritual, ¿cómo podrá ser acogida la gran revelación relacionada con su éxodo pascual? Los hombres deben dar crédito a Cristo, aunque ninguno de ellos haya subido al cielo para captar los misterios celestiales, ya que sólo él, que ha bajado del cielo (v. 13), está en condiciones de anunciar la realidad del Espíritu, y es el verdadero puente entre el hombre y Dios. Sólo Jesús es el lugar ideal de la presencia de Dios. Y esta revelación tendrá su cumplimiento en la cruz, cuando Jesús sea ensalzado a la gloria, para que «todo el que crea en él tenga la vida eterna» (v. 15).

La humanidad podrá comprender el escandaloso y desconcertante acontecimiento de la salvación por medio de la cruz y curar de su mal, como los judíos curaron en el desierto de las picaduras de las serpientes mirando la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9). El simbolismo de la serpiente de Moisés afirma la verdad de que la salvación consiste en someternos a Dios y dirigir nuestra mirada al Crucificado, verdadero acto de fe que comunica la vida eterna (cf. Jn 19,37).

 

MEDITATIO

El texto de Hechos de los Apóstoles es uno de los más frecuentados por parte de la tradición espiritual de la Iglesia. A partir del primer monacato, en todos los momentos de crisis o de dificultades en la vida cristiana se ha hecho referencia a este texto como a un modelo fundador e insuperable de la vida de la Iglesia y, por consiguiente, como a una piedra sobre la que es posible construir formas auténticas de vida cristiana.

En este fragmento aparecen toda la fascinación y la nostalgia de la fraternidad; más aún: de una Iglesia fraterna.

En un momento en el que parecen desaparecer otras perspectivas, he aquí la posibilidad de retomar el camino del renacimiento a partir de la fraternidad, la fuente inagotable del estilo de vida cristiano. La novedad cristiana se expresa sobre todo en la fraternidad: a través de comunidades fraternas, a través de una Iglesia fraterna, a través de una mentalidad fraternal que busca por encima de todo crear relaciones fraternas, como signo de la venida del Reino de Dios.

¿Qué lugar ocupa la fraternidad en mis preocupaciones? ¿Qué importancia tiene la construcción de la fraternidad en mi vida espiritual? ¿Es acaso mi espiritualidad una espiritualidad individualista, de la que están prácticamente excluidos los hermanos y las hermanas?

 

ORATIO

Señor, muéstrate bondadoso conmigo, que, de hecho, considero poco importante la fraternidad. Estoy preocupado de que las cosas «funcionen» y, así, encuentro el pretexto para olvidarme de que los otros son mis hermanos, cuando no los convierto en meros instrumentos.

Estoy preocupado por mi salud y, así, me olvido de que los otros también tienen sus problemas, quizás mucho más graves que los míos. Estoy preocupado por el bien que debo hacer y, con frecuencia, no me pregunto si lo hago de una forma fraterna, si lo hago de hermano a hermanos.

Estoy preocupado por llevarte a los alejados y me olvido de los que tengo cerca.

Señor, concédeme unos ojos y un corazón fraternos.

¡Qué alejado ando de todo esto! Estoy alejado, y la mayoría de las veces ni siquiera me doy cuenta, porque no me tomo en serio la fraternidad: resulta demasiado poco gratificante, no me hace lucir, no enciende mi fantasía, no me hace sentirme un héroe.

      Señor, para hacer que yo quiera ser de verdad hermano y hermana de mi prójimo, debes iluminarme de continuo con tu palabra y tu Espíritu, como hiciste en los comienzos de tu Iglesia.

 

CONTEMPLATIO

Nuestro Creador y Señor dispone todas las cosas de tal modo que si alguien quisiera ensoberbecerse por el don que ha recibido, debe humillarse por las virtudes de que carece. El Señor dispone todas las cosas de tal modo que cuando eleva a uno mediante una gracia que ha recibido, mediante una gracia diferente lo somete a otro. Dios dispone todas las cosas de tal modo que mientras todas las cosas son de todos, en virtud de cierta exigencia de la caridad, todo se vuelve de cada uno, y cada uno posee en el otro lo que no ha recibido, de tal modo que cada uno ofrece como don al otro lo que ha recibido.

Es lo que dice Pedro: «Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1 Pe 4,10) (Magno, Comentario moral a Job, XXVIII, 22). Mulles 101

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Reina, Señor, glorioso en medio de nosotros».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

         El fin de una comunidad no puede ser sólo ofrecer a sus componentes un sentimiento de bienestar. Su objetivo y su significado son más bien hacer que todos los miembros puedan incitarse unos a otros, día a día, a recorrer juntos el camino de la confianza, con madurez, con lealtad y en medio de la afectividad; que puedan aclarar los malentendidos que se producen; que puedan resolver los conflictos y, sobre todo, que puedan arraigarse en Dios. Y es que, en una comunidad, sólo podremos vivir bien a la larga si dirigimos de continuo nuestra mirada a Dios como nuestra verdadera meta y causa última de nuestra vida (A. Grün, A onore del cielo, come segno per la tetra, Brescia 1999, p. 151).

 

Día 11

Miércoles de la segunda semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,17-26

17 En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los de su partido, es decir, el grupo de los saduceos, llenos de rabia

18 prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública.

19 Pero el ángel del Señor abrió por la noche la puerta de la cárcel, los sacó les dijo:

20 - Id y anunciad al pueblo en el templo todo lo referente a este estilo de vida.

21 Dóciles a este mandato, entraron de madrugada en el templo y se pusieron a enseñar. Entre tanto, el sumo sacerdote y los de su partido convocaron al Sanedrín y a todos los ancianos de Israel y mandaron a buscarlos a la cárcel.

22 Pero, al llegar allá los alguaciles, no los encontraron; así que se volvieron y les dieron este informe:

23 - Hemos encontrado la cárcel bien cerrada y a los guardias custodiando las puertas, pero al abrir no hemos hallado a nadie dentro.

24 Al oír esto, el prefecto del templo y los jefes de los sacerdotes se quedaron perplejos, pensando qué habría sido de ellos,

25 hasta que alguien llegó diciendo: - Los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo.

26 Entonces el prefecto fue con los alguaciles y trajo a los apóstoles, aunque sin violencia, pues temían que el pueblo los apedrease.

 

*•• La Palabra de Dios no puede estar aprisionada (cf. 2 Tim 2,9): este episodio constituye una demostración de la verdad de esta afirmación. La casta sacerdotal anda preocupada: no sólo está el furor teológico que produce a los saduceos ver anunciada la resurrección, en la que no creen, sino que a esto se añade también la envidia que sienten, es decir, el temor a perder la influencia sobre el pueblo. Los apóstoles, encarcelados, experimentan que «el ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8). Los salva para que puedan ir al templo y ponerse a predicar «todo lo referente a este estilo de vida».

Dios protege a los anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición humana resulta inútil y ridícula. En efecto, el resto del relato está repleto de humor: Dios se ríe de sus adversarios, según el Sal 2, citado en la plegaria comunitaria de los creyentes.

El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín está presente esta vez al completo, sólo sirve para verificar la mofa divina: los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en orden. Sin embargo, llega alguien a decir que están de nuevo enseñando al pueblo. La mofa es completa, y el engorro crece de manera desmesurada. En efecto, ¿quién puede resistir a Dios?

 

Evangelio: Juan 3,16-21

16 En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

18 El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él ya está condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios.

19 El motivo de esta condenación está en que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque hacían el mal.

20 Todo el que obra mal detesta la luz y la rehuye por miedo a que su conducta quede al descubierto.

21 Sin embargo, el que actúa conforme a la verdad se acerca a la luz para que se vea que todo lo que él hace está inspirado por Dios.

 

**• La revelación puesta en marcha antes continúa subiendo en este fragmento y llega hasta la fuente de la vida: es el amor del Padre el que entrega al Hijo para destruir el pecado y la muerte. Entrevemos aquí concadenadas dos categorías joaneas clásicas: el amor y el juicio.

Los vv. 16s expresan una idea muy entrañable para Juan: el carácter universal de la obra salvífica de Cristo, que tiene su origen en la iniciativa misteriosa del amor de Dios por los hombres. El envío y la misión del Hijo, fruto del amor del Padre por el mundo, son la manifestación más elevada de un Dios que «es amor» (cf. 1 Jn 4,8-10).

Ésta es la elección fundamental del hombre: aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. Sin embargo, este amor no juzga al mundo; es más, lo ilumina (v. 17).

Con todo, el amor que se revela entre los hombres, los juzga. Los hombres, situados frente a la propuesta de salvación, deben tomar posición manifestando sus libres opciones. Quien cree en la persona de Jesús no es condenado, pero quien lo rechaza y no cree en el nombre del Hijo de Dios hecho hombre ya está condenado (v. 18). Y la causa de la condena es una sola, a saber: la incredulidad, mantener el corazón cerrado y sordo a la Palabra de Jesús. Al final de esta revelación, a la que Jesús ha llevado a Nicodemo -y, con él, a todos los hombres-, al discípulo no le queda otra cosa que hacer suya la invitación a la conversión y al cambio radical de vida. La luz de Jesús es tan penetrante que derriba toda seguridad humana y todo orgullo, hasta el más escondido. Quien acepta a la persona de Jesús y deja sitio a un amor que lo trasciende encuentra lo que nadie Puede conseguir por sí mismo: poseer la verdadera vida.

 

MEDITATIO

¿Quién puede detener la Palabra? Dios está dispuesto a hacer prodigios en favor de los anunciadores de su Palabra porque es palabra de vida. Pero pensamos a veces: «¿Por qué no los hace también hoy? ¿No son necesarias también hoy las intervenciones milagrosas para hacer salir la Palabra del pequeño grupo, del gueto a veces, de los ya no tan numerosos fieles?». Sin embargo, será bueno señalar que el Señor no preserva de la cárcel a los anunciadores, sino que los libera, con mayor o menor rapidez, de ella. La impotencia de la Palabra dura una noche, en ocasiones años, a veces épocas, pero la Palabra avanza irresistible «hasta los confines de la tierra».

A los que gemían bajo la bola del comunismo les parecía que había terminado la época de la fe. En aquellas regiones sólo quedaban unos pocos viejos, los jóvenes parecían irremisiblemente perdidos para la fe y el futuro se presentaba oscuro. Después, de improviso, vino el hundimiento del régimen comunista. Ya ha sucedido innumerables veces a lo largo de la historia.

Constantino llegó después de la más violenta de todas las persecuciones. Una persecución que parecía poner en duda la misma existencia del cristianismo. Hay tantas formas de prisión como de liberación. El Señor va acompañando el camino de su palabra y, de diferentes modos, se hace presente a sus anunciadores, acampando junto a ellos y liberándolos de las presiones externas e internas.

 

ORATIO

Debo convencerme, Señor, de que, cuando tú quieres algo, eres irresistible. Pero no debo inquietarme ni tener miedo, ni deprimirme, ni rendirme. Cuando tu Palabra parece encadenada, cuando tus anunciadores parecen encarcelados en un gueto, no puedo perder la confianza en tu poder, aunque ésta sea quizás la tentación más peligrosa de hoy.

Concédeme la certeza interior de que tú estás con tus anunciadores y los asistes; la certeza interior de que yo debo anunciar; de que me pides el anuncio, no el éxito.

Y es que el éxito te lo reservas para ti mismo, cuando quieres abrir las puertas de los corazones, cuando quieres preparar un nuevo público y un nuevo pueblo, cuando decides que tu Palabra debe reemprender la carrera por el mundo, el mundo geográfico y el mundo de los corazones.

Concédeme, Señor, no dudar nunca de tu ilimitado poder, estar convencido de que debo sembrar siempre tu Palabra, sin «adaptarla» demasiado, para que quizás sea mejor aceptada y acogida. Hazme humilde, confiado, fiel dispensador de tu Palabra en todo momento y circunstancia, incluso cuando siembro encerrado en la cárcel de mi aislamiento.

 

CONTEMPLATIO

Las almas sencillas no necesitan medios complicados: dado que yo me encuentro entre ellas, una mañana, durante mi acción de gracias, el Señor Jesús me dio un medio sencillo para llevar a cabo mi misión. Me hizo comprender este pasaje del Cantar de los Cantares: «Atráenos, nosotros correremos al olor de tus perfumes».

Oh Jesús, no es preciso decir por tanto: «Atrayéndome, atrae a las almas que yo amo». Esta sencilla palabra, «atráeme», basta. Señor, ahora lo comprendo: cuando un alma se deja cautivar por el olor embriagador de tus perfumes, no puede correr sola, sino que todas las almas que ama son arrastradas tras ella. Y eso es algo que sucede sin presiones, sin esfuerzos. Es una consecuencia natural de su atracción hacia ti (Teresa del Niño Jesús).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Buena Noticia se convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que proclama el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un falso testigo.

Jesús es el salvador del mundo. Nosotros, no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que Dios ha hecho en favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio.

Cuanto más confiemos en el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el amor de Jesús sin condiciones internas ni externas (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, p. 239 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]). 

 

Día 12

Jueves de la 2ª Semana de Pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,27-33

27 En aquellos días, los guardias hicieron entrar a los apóstoles para que comparecieran ante el Sanedrín, y el sumo sacerdote les preguntó:

28 - ¿No os prohibimos terminantemente enseñar en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén con vuestras enseñanzas y queréis hacernos responsables de la muerte de ese hombre.

29 Pedro y los apóstoles respondieron: - Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

30 El Dios de nuestros antepasados ha resucitado a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero.

31 Dios lo ha exaltado a su derecha como Príncipe y Salvador para dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados.

32 Nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen somos testigos de todo esto.

33 Ellos, enfurecidos por tales palabras, querían matarlos.

 

*• Es el cuarto discurso de Pedro, también delante del Sanedrín. En él responde a la doble acusación de haber desobedecido la prohibición terminante de «enseñar en nombre de ése» y haber hecho a los notables del pueblo responsables de la muerte de Jesús. Es preciso señalar la alergia que sienten los miembros del Sanedrín hacia «el nombre de ése», nombre en torno al cual se está llevando a cabo el giro decisivo.

Las características de este breve discurso pueden ser resumidas de este modo: en primer lugar, Pedro reafirma el deber de someterse a Dios antes que a los hombres, porque sólo a quien se somete a Dios se le concede el Espíritu Santo (v. 32). En segundo lugar, a Jesús se le vuelve a llamar, una vez más, «Príncipe» (o autor o iniciador) y «Salvador». Jesús es el nuevo Moisés que guía al pueblo hacia la liberación y la salvación. En tercer lugar, la obra propia y originaria de este Príncipe y Salvador consiste en «dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados».

Se trata de una alusión a Jeremías: «Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (31,33). Gracias a Jesús, Príncipe y Salvador, han llegado los tiempos de este don sublime. Por último, el Espíritu Santo es el garante de la autenticidad del testimonio tanto en favor de la vida nueva como de la certeza y el valor que infunde y de los prodigios que realiza. La reacción, de rabia, es preocupante: tras la eliminación física del Nazareno, se piensa también en la de los apóstoles.

 

Evangelio: Juan 3,31-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

31 El que viene de lo alto está sobre todos. El que tiene su origen en la tierra es terreno y habla de las cosas de la tierra; el que viene del cielo

32 da testimonio de lo que ha visto y oído; sin embargo, nadie acepta su testimonio.

33 El que acepta su testimonio reconoce que Dios dice la verdad,

34 porque cuando habla aquel a quien Dios ha enviado, es Dios mismo quien habla, ya que Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu.

35 El Padre ama al Hijo y le ha confiado todo.

36 El que cree en el Hijo tiene la vida eterna, pero quien no lo acepta no tendrá esa vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

 

*» La perícopa con que concluye Jn 3 recoge en una síntesis la reflexión del evangelista, expresada con una sucesión de dichos de Jesús muy estimados por la Iglesia joanea. El tema central sigue siendo la figura de Jesús, único revelador del Padre y dador de vida eterna a través del Espíritu. El discípulo está invitado por la Palabra de Dios a comprobar su propia relación con Jesús. Esto se lleva a cabo a la luz del ejemplo del Bautista, que renunció a sí mismo y se abrió con alegría a Cristo.

Cristo es «el que viene de lo alto» (v. 31a): pertenece al mundo divino y es superior a todos los hombres. El hombre, sin embargo, aun cuando sea un gran profeta como el Bautista, «es terreno» (v. 31b) y sigue siendo un ser terreno y limitado. En consecuencia, sólo Jesús puede hablar de Dios al hombre por experiencia directa. Ahora bien, incluso ante estas palabras de vida eterna que revela Jesús, se niegan los hombres a creer. Con todo, existe un «resto» que vive de la fe: son los creyentes que confiesan «que Dios dice la verdad» (v. 33).

Su fe es la que confirma que el obrar de Jesús forma unidad con el del Padre. Ahora bien, Cristo no es sólo la revelación de la Palabra de Dios: es la Palabra misma, es «Espíritu y vida» (Jn 6,63). Esta realidad profunda del ser de Jesús hace que no sólo sea el que recibe todo del Padre, sino también el que transmite a su vez cuanto posee. Es el canal a través de cual se da el Espíritu.

¿Cómo comunica Jesús este don? A través de su Palabra, cuando se deja que ella penetre en el interior del hombre, es como se da el Espíritu de Dios de una manera sobreabundante. Las palabras de Jesús y el Espíritu de Dios están en perfecta correspondencia.

 

MEDITATIO

Todos los discursos de Pedro concluyen con la promesa de la remisión de los pecados para aquellos que se conviertan. La obra de Jesús se presenta aquí como la del iniciador y salvador destinado a dar a Israel la gracia de la conversión y de la remisión de los pecados.

Esto nos hace pensar: ¿por qué este tema está desapareciendo de la predicación y de la conciencia de no pocos cristianos? Presentar la salvación como perdón de los pecados está, por lo menos, fuera de moda. No se usa mucho. Sin embargo, para quien tiene el sentido de Dios, para quien se da cuenta de la importancia decisiva que tiene estar en comunión con él, para quien siente la experiencia de la tragedia que supone estar lejos de él, para quien se toma en serio el hecho de que, en definitiva, lo que cuenta es estar en amistad y en comunión con Dios, el perdón de los pecados se presenta como el hecho decisivo de la vida.

¿Quién no es pecador? ¿Quién no tiene necesidad de perdón? ¿Quién es más «salvador» que aquel que, al perdonar, restablece la amistad con Dios? Presentar la obra de Jesús como ligada al perdón de los pecados, significa presentarla como la de alguien que restablece la comunión filial, amistosa, tranquilizadora, beatificante, con Dios. Ése es el inicio de cualquier otro bien mesiánico.

¿Qué se puede construir sin este fundamento? Estar lejos de Dios, sentirnos no aceptados por él, sentirnos ajenos a nuestro origen y a nuestro fin: ¿se puede llamar a eso vida? Por eso anuncia Pedro a Jesús como alguien que ha sido exaltado por Dios con el poder de ofrecer el don del restablecimiento de la amistad entre el angustiado corazón del hombre y el-ardiente corazón del Padre.

 

ORATIO

Te doy gracias, Señor, por haber hecho que me encontrara hoy con esta Palabra que me recuerda el don del perdón de los pecados. Me olvido demasiado pronto de las veces que me has perdonado, de la alegría de sentirme reconciliado por ti y contigo. En el intento de «actualizar» la palabra salvación para hacerla comprensible y aceptable por los otros, por los hermanos que considero distraídos por las excesivas cosas de este mundo, corro el riesgo de olvidarme de que la salvación, si bien se refleja también en este mundo, consiste fundamentalmente en estar y en sentirse en comunión contigo. Para nosotros, pecadores, eso incluye y presupone que tú perdonas nuestros pecados.

Señor, ilumíname para que sepa hablar de tu salvación en términos comprensibles, pero, al mismo tiempo, no me olvide del núcleo insustituible de esta realidad que es estar unido contigo. Haz, sobre todo, que no pierda la esperanza de tenerte como amigo benévolo cuando, oprimido por mis culpas, me dirija tembloroso a ti: muéstrame entonces tu rostro benigno de salvador y dame tu Espíritu «para el perdón de los pecados».

 

CONTEMPLATIO

El vigor de la conversión es el ardor de la caridad derramada en nuestros corazones con la visita del Espíritu Santo. Está escrito de este mismo Espíritu que es el perdón de los pecados. En efecto, cuando se digna visitar el corazón de los justos, los purifica con gran poder de toda la impureza de sus pecados, porque, apenas se derrama en el alma, suscita en ella de manera inefable el odio a los pecados y el amor a las virtudes. Hace que el alma odie de inmediato lo que amaba, ame ardientemente aquello por lo que sentía horror y gima intensamente por lo uno y lo otro, porque se acuerda de haber amado -para su condena- el mal y odiado el bien que ama. En efecto, ¿quién se atreverá a decir que un hombre, aunque esté cargado con el peso de todo tipo de pecados, pueda perecer si es visitado por la gracia del Espíritu Santo? (Gregorio Magno, Comentario al libro primero de los reyes, II, 107).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bienaventurado el hombre que se refugia en el Señor» (cf. Sal 2,12c).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿De qué modo trabajamos para la reconciliación? En primer lugar y sobre todo, reivindicando para nosotros mismos el hecho de que Dios nos ha reconciliado consigo en Cristo. Pero no basta con creer esto con nuestra cabeza. Debemos dejar que la verdad de esta reconciliación penetre en todos los rincones de nuestro ser. Hasta que no estemos plena y absolutamente convencidos de que hemos sido reconciliados con Dios, de que estamos perdonados, de que hemos recibido un corazón nuevo, un espíritu nuevo, unos ojos nuevos para ver y unos nuevos oídos para oír, continuaremos creando divisiones entre la gente, porque esperaremos de ella un poder de curación que no posee.

Sólo cuando confiemos plenamente en el hecho de que pertenecemos a Dios y podemos encontrar en nuestra relación con Dios todo lo que necesitamos para nuestra mente, nuestro corazón, nuestra alma, podremos ser libres de verdad en este mundo y ser ministros de la reconciliación. Esto es algo que no resulta fácil; muy pronto volvemos a caer en la duda y en el rechazo de nosotros mismos. Necesitamos que se nos recuerde constantemente a través de la Palabra de Dios, de los sacramentos y del amor al prójimo que estamos reconciliados de verdad (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 385 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]). 

 

Día 13

Viernes de la segunda semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,34-42

En aquellos días,

34 un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley y respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera a los acusados unos momentos

35 y dijo: - Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con estos hombres.

36 Porque hace algún tiempo apareció un tal Teudas con la pretensión de ser alguien importante, y le siguieron unos cuatrocientos hombres, pero fue ejecutado y todos lo que lo seguían se dispersaron.

37 Después de éste, surgió Judas el Galileo en los días del empadronamiento, y arrastró detrás de sí al pueblo, pero también él pereció y todos sus secuaces se dispersaron.

38 En este caso mi consejo es que no os preocupéis de estos hombres y los dejéis en paz, porque, si su empresa y su obra son humanas, se desvanecerán,

39 pero si proceden de Dios no podréis destruirlas. No corráis el riesgo de luchar contra Dios.

40 Hicieron llamar a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron.

41 Ellos salieron de la presencia del Sanedrín gozosos de haber merecido tal ultraje por causa de aquel nombre.

 

*»• Lucas presenta siempre a los fariseos bajo una luz favorable. De Gamaliel dice que es fariseo, es decir, uno de los que, además de llevar una vida observante, creen en la resurrección. La intervención del doctor de la Ley se muestra prudente y resulta decisiva. A partir de dos ejemplos de rebeliones, citados asimismo por el historiador Flavio Josefo, que acabaron al poco de empezar, enuncia un principio de no intervención, en nombre de la constante intervención de Dios en favor de su pueblo. No se puede ir contra el obrar divino mediante una intervención humana.

Los apóstoles quedan en libertad después de –como Jesús- haber sido azotados. Es digna de señalar la alegría que sienten por haber merecido ese ultraje por amor al Nombre. Aparece aquí un eco de la realización de la bienaventuranza de los perseguidos: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre» (Lc 6,22). Pero hemos de señalar también que aquí se habla del Nombre en absoluto para indicar a Jesús. En el judaísmo se empleaba la expresión «el Nombre» para decir «Dios». Los Hechos de los Apóstoles llevan a cabo está atrevidísima sustitución para expresar que Dios obra en Jesús, que Dios se identifica con él.

Más aún: el hecho de que los apóstoles enseñen en el templo significa que, a pesar de las incomprensiones y los abusos de poder de las autoridades, la Iglesia de Jerusalén se consideraba aún en el ámbito del judaísmo.

Ahora diríamos: era aún una «corriente», una «secta» del judaísmo. Éste, en aquel período, se mostraba, teniendo en cuenta todos los elementos, más bien tolerante. Hasta que llegó el ciclón Esteban, que obligó a dar un decisivo y doloroso giro, aunque vital.

 

Evangelio: Juan 6,1-15

1 Algún tiempo después, Jesús pasó al otro lado del lago de Tiberíades.

2 Lo seguía mucha gente, porque veían los signos que hacía con los enfermos.

3 Jesús subió a un monte y se sentó allí con sus discípulos.

4 Estaba próxima la fiesta judía de la pascua.

5 Al ver aquella muchedumbre, Jesús dijo a Felipe: - ¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos éstos?

6 Dijo esto para ver su reacción, pues él ya sabía lo que iba a hacer.

7 Felipe le contestó: - Con doscientos denarios no compraríamos bastante para que a cada uno de ellos le alcanzase un poco.

8 Entonces intervino otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, diciendo:

9 - Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente?

10 Jesús mandó que se sentaran todos, pues había mucha hierba en aquel lugar. Eran unos cinco mil hombres.

11 Luego tomó los panes y, después de haber dado gracias a Dios, los distribuyó entre todos. Hizo lo mismo con los peces y les dio todo lo que quisieron.

12 Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: - Recoged lo que ha sobrado, para que no se pierda nada.

13 Lo hicieron así, y con lo que sobró de los cinco panes llenaron doce cestos.

14 Cuando la gente vio aquel signo, exclamó: - Este hombre tiene que ser el profeta que debía venir al mundo.

15 Jesús se dio cuenta de que pretendían proclamarlo rey. Entonces se retiró de nuevo al monte él solo.

 

**• El milagro de la multiplicación de los panes introduce, de manera simbólica, en el magno «discurso del pan de vida» y está situado en el centro de la actividad pública de Jesús. Se trata de un signo querido por el Maestro para revelarse a sí mismo. Sin embargo, Juan presenta el signo como el nuevo milagro del maná (cf. Ex 16), hecho por Jesús, nuevo Moisés, en un nuevo Éxodo, y como símbolo de la eucaristía, cuya institución durante la última cena, a diferencia de los sinópticos, no cuenta el cuarto evangelio.

El fragmento manifiesta un significado cristológico y sacramental preciso. Este sentido no es tanto saciar el hambre de la muchedumbre, como revelar la gloria de Dios en Jesús, Palabra hecha carne. El texto está dividido de este modo: a) introducción histórica (vv. 1-4); b) diálogo entre Jesús y los discípulos (vv. 5-10); c) descripción del signo-milagro (vv. 11-13); d) incomprensión de la muchedumbre y soledad de Jesús, que se retira a rezar en el monte (vv. 14s).

Para Juan, Jesús es aquel en quien se cumple el pasado y se realizan todas las esperanzas de Israel. En efecto, el pan que el Maestro va a dar al pueblo perfecciona -superándola- la pascua judía y pone el gran milagro bajo el signo del banquete eucarístico cristiano. Jesús habla, en primer lugar, a la gente que le sigue de la nueva alianza con Dios y de la vida eterna (a la que está destinada la humanidad). A continuación, toma la iniciativa y llama la atención del apóstol Felipe sobre la dificultad del momento. La solución humana no basta para saciar las necesidades del hombre (v. 7). Es Jesús quien va a satisfacer en plenitud todas las necesidades.

El alimento se multiplica en sus manos. Todos quedan alimentados hasta tal punto que, por indicación de Jesús, se recoge lo que ha sobrado en doce cestos «para que no se pierda nada» (vv. 12s). Con el signo del pan, Jesús se presenta como el Mesías esperado que sacia el hambre de su pueblo sin bajar a compromisos con el proyecto que el Padre ha trazado.

 

MEDITATIO

La intervención de Gamaliel resulta al final favorable a los apóstoles. Su principio de no intervención -si la novedad no es de Dios, no durará; y si es de Dios, es inútil oponerse a ella- se cita con frecuencia como ejemplo de consejo sabio y prudente. Aunque no siempre está dictado por la sabiduría, porque puede meterse por medio la pereza, cierto deseo de vivir tranquilo, de dejar correr las cosas -incluso se podría incurrir en fatalismo-, sin embargo, cuando está dictado por un espíritu de fe en el Dios que obra en la historia, es, a buen seguro, un hecho positivo.

Es preciso poner en circulación, al menos en circunstancias parecidas, el criterio sugerido por Gamaliel, especialmente en Occidente, donde todo parece depender de nosotros y donde, hasta en las cosas de Dios, es el principio de la eficiencia el que dicta la ley. Es necesario adquirir de nuevo el sentido de Dios, que obra de continuo, que puede obrar, que está presente tanto en los fenómenos grandes como en los pequeños. Es necesario que seamos más humildes frente a los problemas de la salvación. En ellos el protagonista es Dios; nosotros somos sólo pobres y pequeños colaboradores.

Lo que se nos pide es que no «arruinemos» los planes de Dios, que discernamos más bien, con humildad, su acción, para secundarla, no para ponernos por encima de ella.

 

ORATIO

¡Qué presuntuoso y ciego soy, Señor, con mis programas, mis planes, mis organigramas, mis proyectos, mis proyecciones, mi organización! Me ocurre a menudo, Señor, que intento administrar tu «empresa» de salvación como si me perteneciera y debiera obtener de ella la mayor utilidad posible. Cautivado del todo por mi afán de eficiencia, me olvido de preguntarme sobre lo que estás haciendo, me olvido de preguntar lo que estás llevando a cabo.

Y así, sin darme cuenta, quisiera que tú entraras en mis planes. Y, así, tus sorpresas -¡que son muchas!- me inquietan y me turban. Concédeme el espíritu de sabiduría y de discernimiento para que sea capaz de encontrar el justo camino entre lo que debo dejarte hacer a ti y lo que a mí me corresponde. Concédeme hoy, sobre todo, la humildad necesaria para aceptar lo que quieres y para secundar de corazón tus planes, misteriosos con frecuencia, pero siempre infalibles.

 

CONTEMPLATIO

Os suplico que os establezcáis totalmente en Dios para todos vuestros asuntos, sin fiaros de vuestro poder o saber, ni tampoco de la opinión humana. Con esta condición, os considero armados contra todas las grandes adversidades espirituales y corporales que os puedan sobrevenir.

En efecto, Dios sostiene y fortifica a los humildes, especialmente a aquellos que, en las cosas pequeñas y bajas, han visto sus debilidades como en un claro espejo y se han vencido. Cuando esos hombres se sienten presa de tribulaciones superiores a todas las que han conocido, nada puede derrumbarlos, porque tienen la seguridad, en virtud de la grandeza de su confianza en Dios, de que nada puede acontecerles sin su permiso y sin su consentimiento (Francisco Javier).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Espera en el Señor y sé fuerte» (Sal 26,14a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una lectura espiritual no significa sólo leer sobre personas o cosas espirituales. Es también leer espiritualmente, es decir, de manera espiritual, a saber: leer con el deseo de que Dios venga más cerca de nosotros.

La mayoría de nosotros lee para adquirir conocimiento o para satisfacer su propia curiosidad. El fin de la lectura espiritual, sin embargo, no es apoderarse del conocimiento o de la información, sino dejar que el Espíritu de Dios señoree sobre todos nosotros. Por muy extraño que pueda parecer, la lectura espiritual significa dejar que Dios nos lea. Podemos leer con curiosidad la historia de Jesús y preguntarnos: «¿Ha sucedido de verdad? ¿Quién ha compuesto esta historia y cómo lo ha hecho?». Pero también podemos leer la misma historia con atención espiritual y preguntarnos: «¿De qué modo me habla Dios aquí y me invita a un amor más generoso?». Podemos leer las noticias de cada día simplemente para tener algo de que hablar en nuestro trabajo. Pero también podemos leerlas para hacernos más conscientes de la realidad del mundo, que tiene necesidad de las palabras y de la acción salvífica de Dios. El problema no es tanto lo que leamos, sino cómo leamos. La lectura espiritual es una lectura que se hace prestando una atención interior al movimiento del Espíritu de Dios en nuestra vida exterior e interior. Esta atención permitirá que Dios nos lea y nos explique lo que verdaderamente estamos naciendo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, Brescia 1998", 64s). 

 

Día 14

Sábado de la segunda semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 6,1-7

6,1 En aquellos días, debido a que el grupo de los discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien atendidas en el suministro cotidiano.

2 Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: - No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas.

3 Por tanto, elegid de entre vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este servicio

4 para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra.

5 La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía.

6 Los presentaron ante los apóstoles, y ellos, después de orar, les impusieron las manos.

7 La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe.

 

** Los problemas cotidianos de la joven comunidad obligan a tomar nuevas decisiones. Se trata de una murmuración, de un descontento: los apóstoles se lo toman en serio y lo resuelven. Hay, en primer lugar, un problema económico: probablemente son las viudas de los hombres de la diáspora, que han venido a pasar los últimos años de su vida a Jerusalén y se han quedado ahora sin apoyo familiar. Se trata de una necesidad real, y tiene que ser afrontada con sano realismo. Pero debía de haber también un problema cultural: los helenistas hablan griego, leen la Biblia en la traducción griega de los Setenta, tienen una sensibilidad diferente. Es preciso disponer una estructura completa para ellos, dotada de asistencia espiritual y material.

El pasaje tiene en cuenta estos dos aspectos: los «Siete», en realidad, son destinados tanto al servicio de la Palabra como al de las mesas. Aparecen como una organización eclesiástica «sectorial», como una especie de «clero indígena» para aquellos que tienen una lengua, una cultura y una situación económica diferentes de los judeocristianos de Palestina.

 

Evangelio: Juan 6,16-21

16 A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago,

17 subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya de noche y Jesús no había llegado.

18 De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago.

19 Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo.

20 Jesús les dijo: - Soy yo. No tengáis miedo.

21 Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían.

 

*» Si el milagro de los panes tiene la finalidad de revelar a Jesús como Mesías y profeta escatológico, el signo del Señor caminando sobre las aguas, destinado sólo a los discípulos, tiene como finalidad hacerles comprender la divinidad de Jesús, prevenirles ante el escándalo de la muchedumbre e impedir su defección.

Los discípulos están en la barca, ya es de noche. Han remado fatigosamente y luchado contra las dificultades del momento, cuando ven a Jesús caminando sobre el lago, y les entra mucho miedo (v. 19). La confrontación con el Maestro constituye para ellos un examen de conciencia y una llamada a superar sus cortas miras y a confiar en el misterio del hombre-Jesús. Con las palabras «Soy yo. No tengáis miedo» (v. 20), Jesús los tranquiliza y se hace reconocer revelándose como el Señor en quien reside la presencia poderosa y salvífica de Dios; es decir, se autorrevela a sus discípulos no sólo como Mesías que sacia su hambre, sino como persona divina que, una vez más, va a su encuentro con amor. A continuación, en el momento en el que los discípulos acogen a Jesús y aceptan reconocer su identidad en un ámbito superior, llegan de inmediato a la orilla a la que se dirigían (v. 21). Jesús es el lugar de la presencia de Dios entre los hombres. Bajo el rostro humano de Jesús se ocultan su misterio y su identidad. Quien sabe leer en la persona del Nazareno la manifestación misma de un Dios que ama, se convierte en su discípulo y permanece unido al Profeta de Galilea, a pesar del halo inaccesible que envuelve a su persona.

 

MEDITATIO

El cuadro idílico de la comunidad «con un solo corazón y una sola alma», dibujado en las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, parece oscurecerse de improviso. Surgen las primeras tensiones. Pero el realismo de Lucas sale airoso del reto: los problemas existen; hasta en las comunidades más perfectas hay problemas. Las tensiones y los problemas han de sido afrontados de una manera creativa y comunitaria. Pero, sobre todo, no deben bloquear la comunidad con disputas perennes, no deben impedir la difusión del Evangelio.

Todo ha de ser considerado con una mirada positiva; hasta el descontento, que ha de ser tomado en serio porque oculta problemas serios.

Los apóstoles no consideran el descontento y la crítica como un gesto de rebelión, sino como el síntoma de un problema al que hay que hacer frente y resolverlo. Es un signo de sabiduría y de prudencia que no siempre se ha repetido en la historia de la Iglesia, con notables consecuencias.

Hace falta una gran libertad y un gran desprendimiento, además de clarividencia, por parte de quien posee la autoridad, para hacer frente a las dificultades con espíritu creativo. Es preciso tener el sentido de la fraternidad cristiana, capaz de escuchar, de dialogar, de buscar juntos soluciones más avanzadas, que correspondan mejor a las nuevas situaciones. Los apóstoles nos dan aquí un ejemplo de flexibilidad y de guía sabia de la comunidad.

 

ORATIO

¡Cuántos problemas surgen, Señor, cada día! ¡Cuántas tensiones! ¡Y qué difícil resulta solucionarlas! A menudo, cuando me siento víctima, tengo la tentación de agredir y de atacar a quien posee la autoridad, mientras que cuando soy yo quien cargo con ella siento la tentación de considerar a los que critican como eternos insatisfechos, como gente imposible de contentar, como gente sedienta de dinero y poder.

Concédeme, Señor, la sabiduría prudente de los Doce, que escuchan, implican a toda la comunidad y disponen. Haz que en nuestras comunidades circule la misma sabiduría, la misma capacidad de escucha y de participación. No dejes que nos falte la misma creatividad, capaz de hacer frente con serenidad y de resolver las dificultades normales. Aparta de mi corazón la  amargura y la agresividad que surgen cuando no me siento comprendido, y dame en cambio el tono justo de la crítica constructiva. Aparta de mi corazón la arrogancia del poder que cree saberlo todo y no presta oídos a lo que no estaba previsto.

Señor, veo que la fraternidad está construida a base de todo y de todos: desde la crítica a la escucha, por la inteligencia y por el deseo de que todo se resuelva con espíritu fraterno. Muéstrame, Pastor eterno, los caminos cotidianos y concretos de la construcción paciente y sabia de la vida fraterna, con los materiales de nuestros límites, de nuestras exigencias, de nuestro amor.

 

CONTEMPLATIO

El justo, que antes sólo prestaba atención a sus cosas y no estaba disponible para cargar con los pesos de los otros y, como tenía poca compasión de los otros, no estaba en condiciones de hacer frente a las adversidades, va progresando de grado en grado y se dispone a tolerar la debilidad del prójimo, llega a ser capaz de hacer frente a la adversidad. Y, así, acepta con tanto más valor las tribulaciones de esta vida por amor a la verdad, mientras que antes huía de las debilidades ajenas.

Bajándose se levanta, inclinándose se distiende y le fortalece la compasión. Dilatándose en el amor al prójimo, concentra las fuerzas para levantarse hacia su Creador. La caridad, que nos hace humildes y compasivos, nos levanta después a un grado más alto de contemplación. Y el alma, engrandecida, arde en deseos cada vez más grandes y anhela llegar ahora a la vida del Espíritu también a través de los sufrimientos corporales (Gregorio Magno, Comentario moral Job, VII, 18).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Concédeme, Señor, el don de la escucha y de la creatividad».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una comunidad donde se vive con otros puede representar para el individuo el espacio vital en el que se produce un intercambio vivaz y una experiencia que hace madurar, un lugar de confianza en el que cada uno puede crecer en el amor a sí mismo y al prójimo. Una comunidad de mujeres y de hombres maduros estimula continuamente al individuo para que haga frente a las tareas cotidianas y a los conflictos y, a través de éstos, madure como persona y como cristiano.

La crítica fraterna en un círculo de adultos constituye asimismo una fuerza creativa que sirve para mejorar en el conocimiento de nosotros mismos y en vistas a un proyecto propio de vida. Si la ejercemos con respeto y misericordia, nos ayuda a evitar o a protegernos de la tentación de escondernos en la casa de nuestro propio cuerpo. También los conflictos, inevitables en una comunidad espiritualmente viva, sea entre ancianos y jóvenes, o bien entre personalidades que chocan, podría convertirse en materia fértil para una provechosa cultura del conflicto, necesaria sobre todo en los conventos, donde conviven personas que no se han elegido y que no están unidas por vínculos de parentesco o de amistad. Añádase a esto que, en una comunidad de este tipo, el individuo puede y debe confrontarse también consigo mismo de un modo más radical del que lo haría si viviera solo (A. Grün, A onore del cielo, come segno per la térra, Brescia 1999, pp. 129ss., passim).

 

Día 15

Tercer domingo de pascua Ciclo B

  

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19

En aquellos días, dijo Pedro al pueblo:

13 El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha manifestado la gloria de su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, que pensaba ponerlo en libertad.

14 Vosotros rechazasteis al Santo y al Justo; pedisteis que se indultara a un asesino

15 y matasteis al autor de la vida. Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.

17 Ya sé, hermanos, que lo hicisteis por ignorancia, igual que vuestros jefes.

18 Pero Dios cumplió así lo que había anunciado por los profetas: que su Mesías tenía que padecer.

19 Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados.

 

*•• Pedro y Juan acaban de curar a un mendigo tullido de nacimiento -y, por eso, excluido del templo- con el poder del «nombre de Jesús». El episodio suscita un gran estupor entre la gente. En esas circunstancias, el primero de los apóstoles toma la palabra y explica con autoridad el significado del acontecimiento.

En la curación del tullido «el Dios de nuestros antepasados ha manifestado la gloria de su siervo Jesús». El apóstol Pedro, a la luz de las antiguas profecías (v. 18), en particular las del cuarto poema del Siervo de YHWH (Is 53), ayuda a la muchedumbre a reconocer en Jesús al Mesías no reconocido por su pueblo, rechazado y condenado a una muerte injusta. Cuando se desconoce el designio de Dios, se subvierten también los valores humanos: se indulta a un asesino y se condena a muerte al «Jefe de la vida» (vv. 14-15, al pie de la letra). Sin embargo, la muerte no es más fuerte que la vida; no son los hombres quienes conducen la historia, sino Dios, que con su poder ha resucitado de entre los muertos a su Siervo fiel. Los apóstoles -y, en consecuencia, todos los creyentes- son testigos de este hecho y participan de la vida divina que les ha comunicado el Resucitado. Pero nada de esto obedece a un poder que tengan por sí mismos; sólo en nombre de Jesús pueden realizar prodigios y, sobre todo, exhortar con autoridad al arrepentimiento y a la conversión para que sean borrados sus pecados.

 

Segunda lectura: 1 Juan 2,1 -5a

1 Hijos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo, el Justo.

2 Él ha muerto por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero.

3 Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos.

4 El que dice: «Yo lo conozco» pero no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él.

5 En cambio, el amor de Dios llega verdaderamente a su plenitud en aquel que guarda su Palabra.

 

**• Tras haber expresado, con el simbolismo de la luz y de las tinieblas, el contraste entre la justicia de Dios y de Cristo (1,5.9; 2,1), por una parte, y el pecado del hombre, por otra, Juan invita a los creyentes a considerar, con detenimiento, la orientación que deben dar a su propia vida. El apóstol, que ha visto con sus ojos y tocado con sus manos al Verbo de la vida, nos escribe a nosotros (2,1) con autoridad. Sus palabras son una exhortación a evitar el pecado y a reconocer la justicia divina, que es, ante todo, amor y misericordia. Si es verdad, en efecto, que no hay nadie que no tenga culpa –verdad enunciada ya en el Antiguo Testamento (Prov 20,9; 28,13; Eclo 7,20)-, también lo es -y en esto consiste la Buena Noticia del Nuevo Testamento- que Dios, fiel y justo, nos ofrece el perdón y la purificación por medio de la sangre de su Hijo (1,7.3).

El hombre, herido por el pecado, es «justificado» por medio del sacrificio de Jesucristo, el cual permanece para siempre como nuestro intercesor junto al Padre. En él se ha abierto de nuevo el camino del retorno a Dios y de la plena comunión con él. Ahora bien, no podemos hacernos la ilusión de amar a Dios -conocer en el lenguaje bíblico equivale precisamente a amar- si no guardamos sus mandamientos y no cumplimos su voluntad en las situaciones concretas de la vida. Humildad y obediencia son, por consiguiente, dos rasgos que deben caracterizar al cristiano. Ambas le hacen capaz de dar acogida al «amor perfecto» -o sea, al mismo Espíritu Santo-, que lo configura con Cristo, en total oblación y gratuidad (vv. 3-5).

 

Evangelio: Lucas 24,35-48

35 En aquel tiempo, los discípulos [de Emaús] contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

36 Estaban hablando de ello, cuando el mismo Jesús se presentó en medio y les dijo: - La paz esté con vosotros.

37 Aterrados y llenos de miedo, creían ver un fantasma.

38 Pero él les dijo: - ¿De qué os asustáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?

39 Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme y convenceos de que un fantasma no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

40 Y dicho esto, les mostró las manos y los pies.

41 Pero como aún se resistían a creer, por la alegría y el asombro, les dijo: - ¿Tenéis algo de comer?

42 Ellos le dieron un trozo de pescado asado.

43 Él lo tomó y lo comió delante de ellos.

44 Después les dijo: - Cuando aún estaba entre vosotros ya os dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.

45 Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras

46 y les dijo: - Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día

47 y que en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados.

48 Vosotros sois testigos de estas cosas.

 

*» Estamos en la noche del día de pascua. Los Once, reunidos en el cenáculo, esperan la puesta del sol y la caída de las tinieblas. Sin embargo, ahora, con la resurrección de Cristo, la barrera entre el tiempo y la eternidad -entre la muerte y la vida- ha sido derribada. De improviso, el Resucitado, que ya se ha hecho reconocer por los discípulos de Emaús, aparece en medio de ellos; mejor aún, «está» entre ellos: dicho de otro modo, «se manifiesta» como el que está presente y trae la paz como don, o sea, él mismo una vez más (v. 36). El evangelio subraya de nuevo la dificultad que les supone a los apóstoles creer, así como la benévola comprensión de Jesús, que no se cansa de ofrecer distintos modos de reconocimiento: los signos inconfundibles de su crucifixión y la familiaridad de una comida compartida (vv. 41-43).

Hasta aquí el evangelista se ha limitado a presentar, por así decirlo, la «crónica» de los acontecimientos; ahora (vv. 44-48) penetra en su significado bajo la guía de la Palabra de Dios. En efecto, este misterio de salvación es el cumplimiento de las Escrituras. De ellas se cita, en particular, algunos pasajes evocados también en el relato de la pasión. En este contexto, y por tercera vez, vuelve la afirmación de la necesidad de la muerte de Cristo (en griego déi: «era preciso», «era necesario» [v. 44]) para el cumplimiento del designio divino de salvación.

Y llegamos así al tercer pasaje del fragmento: la experiencia viva y la comprensión de fe del acontecimiento de la resurrección abre la misión ante los apóstoles.

Ellos son testigos directos y se les ha hecho capaces de dar razón de su fe y de anunciarla a todas las naciones (v. 47), predicando «en el nombre de Jesús» -o sea, con su autoridad- la conversión y el perdón de los pecados.

Jerusalén, que es, en Lucas, el centro y la cima de la misión de Cristo, se convierte ahora también en el punto de partida de la irradiación del Evangelio.

 

MEDITATIO

La alegría pascual crece y tendrá su plenitud en la vida eterna, en la resurrección futura. Por eso, nuestra alegría está motivada por la esperanza de llegar a ser herederos del Reino de los Cielos, por la esperanza de resurgir con Cristo también en cuerpo. Una alegría vivida, experimentada, pregustada en la tierra como peregrinos, aunque destinada a crecer hasta la meta de la eternidad bienaventurada.

Esta alegría de peregrinos -que va unida siempre a la fatiga y al sufrimiento del camino- requiere de nosotros ascesis, conversión del corazón y empeño en su custodia, porque puede verse, fácilmente, turbada y abrumada por el espanto, por el cansancio, por la angustia... En una palabra, por todos los peligros que nos acechan mientras vamos de viaje. De ahí que tengamos necesidad de una fuerza interior, divina: eso que nosotros no seríamos capaces de guardar por nosotros mismos es confiado al Espíritu, al Espíritu consolador.

¿Cómo es posible obtener un don tan precioso, gracias al cual podremos vivir como verdaderos testigos del Resucitado y alegrarnos siempre, vayan como vayan las cosas? Debemos desearlo con pureza de corazón y con humildad, pues así lo recibiremos, con gratitud, como don. Si existe esta disposición en nuestro interior, reside en nosotros verdaderamente la vida nueva: podemos ejecutar el testamento que el Señor Jesús nos ha dejado, ¡venga el canto nuevo, la alegría verdadera!

 

ORATIO

Por este camino por el que andamos siempre peregrinos -con el peso de la soledad en el corazón- vienes tú, el Viviente entre los muertos, a nuestro encuentro y partes el pan del amor. En este largo camino, donde, a la puesta del sol, se extienden nuestras sombras, enciende, oh Viajero envuelto de misterio, el vivido vivaque de tu Palabra y sabremos, por su fuego ardiente, que nuestra esperanza ha resucitado más viva, más fuerte.

Sí, abre nuestra mente para comprender la Palabra, porque sólo ella puede disipar las dudas que aún surgen en nuestro corazón. ¡Cuántas veces, incapaces de reconocerte, hemos renegado de ti también nosotros! Pero tú, el Justo, con manso padecer te has hecho víctima de expiación por nuestros pecados. No nos dejes ahora vacilantes y turbados: que tu presencia infunda en nosotros la paz, que tu espíritu despeje nuestra mirada y nos haga alegres testigos de tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Cuando «vino con las puertas cerradas y se plantó en medio de ellos, aterrados y llenos de miedo, creían ver mi fantasma» (cf. Jn 20,26; Lc 24,36s), pero él sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22s). Después les envió desde el cielo al mismo Espíritu, aunque como nuevo don. Estos dones fueron para ellos los testimonios y los argumentos de prueba de la resurrección y de la vida. En efecto, el Espíritu es la prueba que atestigua que «Cristo es la verdad» (1 Jn 5,6), la verdadera resurrección y la vida. Por eso los apóstoles, que habían permanecido también dudosos al principio, tras haber visto su cuerpo redivivo, «daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús» (Hch 4,33), después de haber gustado al Espíritu vivificador. De ahí que sea más provechoso concebir a Jesús en nuestro propio corazón que verlo con los ojos del cuerpo u oírle hablar; y de ahí también que la obra del Espíritu Santo sea mucho más poderosa sobre los sentidos del hombre interior que la impresión de los objetos corpóreos sobre los del hombre exterior.

Ahora bien, por eso mismo, hermanos míos [...], vuestro corazón se alegra dentro de vosotros y dice: «He recibido este anuncio: ¡Jesús, mi Dios, está vivo! Y, al recibir esta noticia, mi espíritu, ya sumido en la tristeza, languideciendo por la tibieza o dispuesto a sucumbir al desánimo, se reanima» (Guerrico d'Igny, Sermo in Pascha, I, 4).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos» (Hch 3,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La paz no es una situación; ni siquiera un estado de ánimo, ni tampoco es, ciertamente, sólo una situación política; la Paz es Alguien. La paz es un nombre de Dios. Es su «nombre, que se acerca» (Is 30,27) y trae con él la bendición que funda la comunidad, que toca personalmente y reconcilia. La paz es Alguien, el Traspasado, que aparece en medio de nosotros y nos muestra sus manos y su costado diciendo: «La paz esté con vosotros».

La paz es verle a él: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28) y aceptar asimismo la muerte como algo que no puede ser separado de su amor. «El es nuestra paz. Paz para los que están cerca y para los que están lejos» (Ef 2,17). En este pasaje encontramos la identificación más fuerte de la paz con el nombre de Jesús.

«El ha hecho de los dos pueblos uno solo» (Ef 2,14). A partir de toda dualidad, desorden y separación, a partir de toda división, ha hecho el «Uno», ha fundado el Uno y «ha anulado la enemistad en su propia carne» (Ef 2,14). Quien por medio de la oración busca la paz con todo su corazón, busca a aquel que es la paz, en el único lugar en que se entregan la reconciliación, el perdón de los pecados y la paz: el lugar del sacrificio, el Gólgota, el Moria eterno (B. Standaert, Pace e prighiera, en G. Alberigo - E. Bianchi - C. M. Martini, La pace: dono e profezia, Magnano 19912, pp. 129s).

 

 

Día 16

Lunes de la tercera semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 6,8-15

En aquellos días,

8 Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes signos y prodigios en medio del pueblo.

9 Algunos de la sinagoga llamada «de los libertos», a la que pertenecían cirenenses y alejandrinos, y algunos de Cilicia y de la provincia de Asia se pusieron a discutir con él,

10 pero al no poder resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba,

11 sobornaron a unos hombres para que dijeran: - Hemos oído a éste blasfemar contra Moisés y contra Dios.

12 De este modo, amotinaron al pueblo, a los ancianos y a los maestros de la Ley. Luego salieron a su encuentro, lo apresaron y lo llevaron al Sanedrín

13 y presentaron testigos falsos, que decían: - Este hombre no cesa de hablar contra el templo y contra la Ley.

14 Le hemos oído decir que ese Jesús Nazareno destruirá este lugar santo y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés.

15 Todos los que estaban en el Sanedrín fijaron sus ojos en él, y les pareció que su rostro era como el de un ángel.

 

**• Entra Esteban en escena. Se le presenta con las mismas características que los apóstoles: «Lleno de gracia y de poder, hacia grandes signos y prodigios». Las palabras de Esteban están unidas a la «sabiduría» y al Espíritu»: Esteban, como los apóstoles, está completamente inmerso en el plan de Dios, lo conoce, recibe la fuerza del Espíritu para atestiguarlo y anunciarlo. Posee una personalidad humana de gran relieve y de espesor «espiritual». Su predicación provoca de inmediato un conflicto y, paradójicamente, con los judíos más abiertos. Lucas alude a la sinagoga llamada «de los libertos», es decir, los descendientes de aquellos que, llevados a Roma como esclavos por Pompeyo (63 a. C), habían sido liberados y se habían instalado en un barrio de la ciudad. En torno a ellos se reunían, probablemente, judíos de diferente procedencia. Pues bien, también para ellos era la predicación de Esteban demasiado radical: Esteban ataca al templo y las tradiciones mosaicas.

En consecuencia, las acusaciones que se le dirigen no carecen de fundamento por completo. Los ojos que se fijan en él con hostilidad están obligados a vislumbrar en ellos, no obstante, un esplendor particular, el de un ángel que expresa la presencia de Dios, algo semejante al rostro de Moisés cuando bajó, resplandeciente, del Sinaí tras haber encontrado a Dios. Lucas presenta otro rasgo de Esteban: es un testigo escogido por Dios para dar a conocer su voluntad.

 

Evangelio: Juan 6,22-29

22 Al día siguiente, la gente continuaba al otro lado del lago. Se habían dado cuenta de que allí solamente había una barca y sabían que Jesús no había embarcado en ella con sus discípulos, sino que éstos habían partido solos.

23 Otras barcas llegaron de Tiberíades, y atracaron cerca del lugar donde la gente había comido el pan después que el Señor había dado gracias a Dios.

24 Cuando se dieron cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús.

25 Lo encontraron al otro lado y le dijeron: - Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?

26 Jesús les contestó: - Os aseguro que no me buscáis por los signos que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros.

27 Esforzaos no por conseguir el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna. Este alimento os lo dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, lo ha acreditado con su sello.

28 Entonces ellos le preguntaron: - ¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?

29 Jesús respondió: - Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que él ha enviado.

 

**• Tras la multiplicación de los panes, alude el evangelista a la búsqueda de Jesús por parte de la muchedumbre. Lo encuentran en Cafarnaún y le dirigen al Maestro una pregunta sólo para satisfacer su propia curiosidad: «Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?» (v. 25).

Jesús no responde la pregunta, sino que revela más bien a la muchedumbre las verdaderas intenciones que la han impulsado a buscarlo, y con ello desenmascara la mentalidad demasiado material de las personas (v. 26).

En realidad, toda esa gente sigue a Jesús por el pan material, sin comprender el signo realizado por el Profeta. Buscan más las ventajas materiales y pasajeras que las ocasiones de responder y de amar.

Ante esta ceguera espiritual, Jesús proclama la diferencia entre el pan material y corruptible y «el permanente, el que da la vida eterna» (v. 27). Jesús invita a la gente a superar el estrecho horizonte en que vive y a pasar al de la fe y al del Espíritu, al que sólo su persona (la de Jesús) les puede introducir. Él posee el sello de Dios, que es el Espíritu y el dinamismo divino del amor.

Los interlocutores de Jesús le preguntan ahora: «¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?» (v. 28).

Una nueva equivocación. La muchedumbre piensa que Dios exige la observación de nuevos preceptos y de otras obras. Pero lo que Jesús exige de ellos es una sola cosa: la adhesión al plan de Dios, a saber: «Que creáis en aquel que él ha enviado» (v. 29). Sólo tienen que cumplir una sola cosa: dejarse implicar por Dios y adherirse con fe a la persona de Jesús. Es la apertura a la fe lo que ofrece un pan inagotable y lo que da la vida para siempre al hombre que acepta ser liberado de las tinieblas.

 

MEDITATIO

Esteban es el primer apóstol de los helenistas. Suyo fue el primer intento de inculturación, constituido por un decidido distanciamiento respecto al judaísmo tradicional. Pero no consiguió su objetivo en algunos de los suyos. También hay conservadores entre los procedentes de la diáspora, quizás incluso más que entre los propios judíos palestinenses. Probablemente se debiera a la necesidad de defender su propia identidad. La primera aproximación al mundo judío de lengua y cultura griega es rechazada también por los notables.

Esteban sigue así el destino de Jesús: es rechazado. Al parecer, el precio que hay que pagar para abrir nuevos caminos es ser incomprendido, malentendido, rechazado, calumniado y condenado. Sin embargo, también es verdad que del martirio de Esteban proceden frutos muy copiosos precisamente a partir de los griegos: y no sólo de los judíos de lengua griega, sino de toda la cultura griega.

Esteban es un provocador, y, por eso, se mete él mismo en el camino del martirio, como sucede en toda sociedad intolerante. Ahora bien, su provocación procede de una sabiduría superior, es fruto de una peculiar comprensión del plan de Dios. Este plan preveía que el Evangelio fuera anunciado no sólo en Jerusalén, sino «hasta los confines de la tierra». El Espíritu se sirve del carácter entusiasta y «belicoso» de Esteban para agitar el ambiente: Esteban pierde, pero la causa del Evangelio recorrerá el mundo.

 

ORATIO

Señor, tenemos necesidad de testigos animosos como Esteban. Tenemos necesidad de anunciadores «imprudentes» como él, que agitan a los adversarios y a los amigos, dentro y fuera de nuestros círculos. Tenemos necesidad de profetas «incómodos», como se decía hace algunos años, para difundir la Buena Nueva. Tenemos necesidad de hombres y mujeres que no tengan miedo de hacer frente a las incomprensiones y los malentendidos a causa de tu nombre. Tenemos necesidad de personas que sean capaces de recorrer nuevos caminos y no tengan miedo a no ser comprendidos por esos mismos por quienes se comprometen y se dejan la piel.

Señor, danos estos testigos fuertes y animosos. Señor, no permitas que nos ceguemos hasta el punto de no comprenderlos e incluso aislarlos, calumniarlos, contribuyendo con nuestra incomprensión a marginarlos y -¡no lo permitas, Señor!- a condenarlos.

 

CONTEMPLATIO

La Iglesia tiene a gala, y es mandamiento del Salvador, que no pensemos sólo en nosotros mismos, sino también en el prójimo. Considera la dignidad a la que se eleva el que se toma seriamente a pecho la salvación de su hermano. Este hombre, en la medida en que ello es posible al hombre, imita al mismo Dios. En efecto, escucha lo que nos dice por boca de su profeta: «Quien liana de un injusto un justo, será como mi boca». A saber: quien se aplica a salvar a su hermano caído en la negligencia e intenta arrancarlo del lazo del diablo, ni cuanto es posible al hombre, imita a Dios.

¿Existe acaso alguna acción que pueda compararse a ésta? Ésta es la más grande entre todas las obras buenas. Es la cumbre de toda virtud. Y es natural que así sea. Porque si Cristo derramó su sangre por nuestra salvación, ¿no es justo que cada uno de nosotros ofrezca, por lo menos, el aliento de su palabra y eche una mano a quien por negligencia ha caído en los lazos del diablo? (Juan Crisóstomo, Catequesis bautismal, VI, 18-20).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tus mandatos son mi delicia» (cf. Sal 118,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Debemos dar un tono de valentía a nuestra vida cristiana, tanto a la privada como a la pública, para no convertirnos en seres insignificantes en el plano espiritual e incluso en cómplices del hundimiento general. ¿Acaso no buscamos, de manera ilegítima, en nuestra libertad personal, un pretexto para dejarnos imponer por los otros el yugo de opiniones inaceptables?

        Sólo son libres los seres que se mueven por sí mismos, nos dice santo Tomás. Lo único que nos ata interiormente, de manera legítima, es la verdad. Esta hará de nosotros hombres libres (cf. Jn 8,32). La actual tendencia a suprimir todo esfuerzo moral y personal no presagia, por consiguiente, un auténtico progreso verdaderamente humano. La cruz se yergue siempre ante nosotros. Y nos llama al vigor moral, a la fuerza del espíritu, al sacrificio (cf. Jn 1 2,25) que nos hace semejantes a Cristo y puede salvarnos tanto a nosotros como al mundo (Pablo VI, Audiencia general del 21 de marzo de 1975).

 

 

Día 17

Martes de la tercera semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 7,51-8,1a

En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas:

51 Vosotros, hombres testarudos, obstinados y sordos, siempre os habéis resistido al Espíritu Santo. Eso hicieron vuestros antepasados, y lo mismo hacéis vosotros.

52 ¿A qué profeta no persiguieron vuestros antepasados? Ellos mataron a los que predijeron la venida del Justo, a quien vosotros acabáis de traicionar y asesinar.

53 Vosotros recibisteis la Ley por mediación de ángeles, pero no la habéis cumplido.

54 Al oír esto, se recomían de rabia en su corazón y rechinaban los dientes contra él.

55 Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, mirando fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios

56 y exclamó: - Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.

57 Ellos, dando grandes gritos, se taparon los oídos y se arrojaron a una sobre él.

58 Lo echaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo.

59 Mientras lo apedreaban, Esteban oraba así: - Señor Jesús, recibe mi espíritu.

60 Luego cayó de rodillas y gritó con voz fuerte: - Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y dicho esto, expiró.

61 Saulo estaba allí y aprobaba este asesinato.

 

**• Primer cuadro: recoge la parte conclusiva del discurso de Esteban, un discurso durísimo. En él lee la historia de Israel como la historia de un pueblo de dura cerviz, de corazón y de oídos incircuncisos, siempre opuestos al Espíritu Santo. Mientras Pedro intenta excusar de algún modo en sus discursos a sus interlocutores, casi maravillándose del error fatal de la condena a muerte de Jesús, Esteban afirma, en sustancia, que no podían dejar de condenar a Jesús, dado que siempre han perseguido a los profetas enviados por Dios. Se trata de una lectura extremadamente negativa de toda la historia de Israel. Una lectura que no podía dejar de suscitar una reacción violenta.

Segundo cuadro: el martirio de Esteban. Éste, frente al furor de la asamblea, que está fuera de sí, aparece ahora situado mucho más allá y muy por encima de todo y de todos, en un lugar donde contempla la gloria de Dios y a Jesús, resucitado, de pie a la derecha del Padre. El primer mártir se dirige sereno al encuentro con la muerte, gozando del fruto de la muerte solitaria de Jesús. Éste, ahora Señor glorioso, anima a sus testigos mostrando «los cielos abiertos», que se ofrecen como la meta gloriosa, ahora próxima.

Muere sereno y tranquilo, confiando su espíritu al Señor Jesús, del mismo modo que éste lo había confiado al Padre. La lapidación, que tenía lugar fuera de la ciudad, era la suerte reservada a los blasfemos: Esteban no tiene miedo de proclamar la divinidad de Jesús y, en este clima enardecido, debe morir. Saulo, el que habría de proseguir la obra innovadora de Esteban, extendiéndola a los paganos, resulta que está de acuerdo con este asesinato.

 

Evangelio: Juan 6,30-35

En aquel tiempo,

30 replicó a Jesús la muchedumbre: - ¿Qué señal puedes ofrecernos para que, al verla, te creamos? ¿Cuál es tu obra?

31 Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo.

32 Jesús les respondió: - Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo.

33 El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo.

34 Entonces le dijeron: - Señor, danos siempre de ese pan.

35 Jesús les contestó: - Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.

 

*• La muchedumbre, a pesar de las variadas pruebas dadas por Jesús en el fragmento anterior, no se muestra satisfecha aún ni con sus signos ni con sus palabras, y pide más garantías para poder creerle (v. 30). El milagro de los panes no es suficiente; quieren un signo particular y más estrepitoso que todos los que ha hecho ya. La muchedumbre y Jesús tienen una concepción diferente del «signo». El Maestro exige una fe sin condiciones en su obra; las muchedumbres, en cambio, fundamentan su fe en milagros extraordinarios que han de ver con sus propios ojos.

Nos encontramos aquí frente a un texto que manifiesta una viva controversia, surgida en tiempos del evangelista, entre la Sinagoga y la Iglesia en torno a la misión de Jesús. Éste no se dejó llevar por sueños humanos ni se hizo fuerte en los milagros, sino que buscó sólo la voluntad del Padre. La muchedumbre quiere el nuevo milagro del maná (cf. Sal 78,24) para reconocer al verdadero profeta escatológico de los tiempos mesiánicos. Pero Jesús, en realidad, les da el verdadero maná, porque su alimento es muy superior al que comieron los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Ahora bien, sólo quien tiene fe puede recibirla como don. El verdadero alimento no está en el don de Moisés ni en la Ley, como pensaban los interlocutores de Jesús, sino en el don del Hijo que el Padre regala a los hombres, porque él c. el verdadero «pan de Dios que viene del cielo» (v. 33).

En un determinado momento, la muchedumbre da la impresión de haber comprendido: «Señor, danos siempre de ese pan» (v. 34). Pero la verdad es que la gente no comprende el valor de lo que piden y anda lejos de la verdadera fe. Entonces Jesús, excluyendo cualquier equívoco, precisa: «Yo soy el pan de vida, el que viene a mí no volverá a tener hambre» (v. 35). Él es el don del amor, hecho por el Padre a cada hombre. Él es la Palabra que debemos creer. Quien se adhiere a él da sentido a su propia vida y alcanza su propia felicidad.

 

MEDITATIO

Esteban tiene el encanto del testimonio valiente e intrépido, un testimonio que desafía a los adversarios, que no les halaga, .que no intenta defenderse, sino que proclama con una lucidez impresionante su propia fe. Tampoco usa -y lo hace adrede- ni pizca de diplomacia.

Es posible que quiera despertar y agitar a la misma comunidad cristiana, que, atemorizada por las primeras persecuciones, corría el riesgo de convertirse en una secta judía por amor a la vida tranquila o, al menos, por la necesidad de sobrevivir. Esteban ve también el peligro que supone para la joven comunidad cristiana mirar más al pasado que al futuro, el peligro que supone una Iglesia más preocupada por la continuidad con la tradición que por la novedad cristiana.

El diácono aparece presentado como alguien que ha comprendido a fondo el alcance de la novedad cristiana, la ruptura que implicaba la fe en Cristo con respecto a cierta tradición fosilizada, la necesidad de no dejarse apresar por compromisos de ningún tipo. Por algo será Saulo su continuador en la afirmación de la «diversidad» cristiana, en la acentuación de las peculiaridades de la nueva fe, en el correr los riesgos que traía consigo la ruptura con el pasado. Esteban no está dispuesto a transigir ni a bajar a compromisos... Su sacudida ha resultado beneficiosa, incluso por encima de lo necesario.

No se vive sólo de mediaciones, sino que, especialmente en determinados momentos decisivos, se hacen necesarias las posiciones claras. Esteban es el prototipo de la parresía cristiana, siempre necesaria, incluso para evitar los riesgos del concordismo.

 

ORATIO

Señor mío, cuánto me turba hoy Esteban. ¿Cómo es que hoy me parece excesivo, exagerado, desmesurado?

¿No será que soy yo demasiado moderado, mesurado, equilibrado? Debo confesártelo: ya no estoy tan acostumbrado a ver tamaña seguridad y capacidad de desafío.

Por eso debo pedirte hoy que me concedas un suplemento de tu Espíritu, para que comprenda la figura de Esteban, para que también yo pueda tener al menos un poco de su valentía para proclamarte como mi Señor, para no tener miedo de decir, en voz alta, que mis opciones están apoyadas por los «cielos abiertos» y por el hecho de que te contemplo como el Resucitado, glorioso a la diestra del Padre. Para tener el atrevimiento de desafiar a los que querrían borrar las huellas de tu presencia, para tener la luz que necesita una lectura de la historia y de los acontecimientos humanos de un modo no convencional.

Señor, qué tímida es mi fe cuando la comparo con la de Esteban. Qué frágil es mi caminar. Cuántas veces siento la tentación de acusar de intransigencia cualquier actitud de firmeza. Ayúdame a no quedarme prisionero de mi vivir tranquilo. Ayúdame a discernir. Ayúdame a no desertar de la tarea de ser tu testigo.

 

CONTEMPLATIO

Son los cielos abiertos los que iluminan mi camino. Mirando estos cielos luminosos es como tengo valor para atravesar las tinieblas, para no dejarme atemorizar por el vocerío, para no dejarme intimidar por el altísimo griterío del mundo; para no dejar caer los brazos frente a quien «se tapa los oídos» para no escucharme; para no desistir cuando todos se precipitan en contra de mí. Esos cielos abiertos son mi meta y mi gozo. Sé que debo atravesar la aspereza y la oscuridad para llegar a ellos. Debo mantenerlos de manera constante ante mis ojos: cielos abiertos, cielos acogedores, cielos habitados, cielos patria del Resucitado y de los resucitados, mis cielos.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Veo los cielos abiertos» (Hch 7,56).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Edith Stein, enviada al campo de concentración, escribía en agosto de 1942: «Soy feliz por todo. Sólo podemos dar nuestra aquiescencia a la ciencia de la cruz experimentándola hasta el final. Repito en mi corazón: «Ave crux, spes única (Salve, oh cruz, única esperanza)».

Y leemos en su testamento: «Desde ahora acepto la muerte que Dios ha predispuesto para mí, en aceptación perfecta de su santísima voluntad, con alegría. Pido al Señor que acepte mi vida y mi muerte para su gloria y alabanza, por todas las necesidades de la Iglesia, para que el Señor sea aceptado por los suyos y para que venga su Reino con gloria, para la salvación de Alemania y por la paz del mundo. Y, por último, también por mis parientes, vivos y difuntos, y por todos aquellos que Dios me ha dado: que ninguno se pierda».

Edith estaba preparada: «Dios hacía pesar de nuevo su mano sobre su pueblo: el destino de mi pueblo era el mío». 

 

Día 18

Miércoles de la tercera semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 8,1b-8

1 Aquel día se desencadenó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén, y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría.

2 A Esteban lo enterraron unos hombres piadosos e hicieron gran duelo por él.

3 Saulo, por su parte, se ensañaba contra la Iglesia, entraba en las casas, apresaba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.

4 Los que se habían dispersado fueron por todas partes anunciando el mensaje.

5 Felipe bajó a la ciudad de Samaría y estuvo allí predicando a Cristo.

6 La gente escuchaba con aprobación las palabras de Felipe y contemplaba los prodigios que realizaba.

7 Pues de muchos poseídos salían los espíritus inmundos, dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados.

8 Y hubo gran alegría en aquella ciudad.

 

**• Nos encontramos aquí en presencia de otro giro decisivo en la historia de la frágil comunidad cristiana: su difusión fuera de los muros de Jerusalén. Se pasa de la persecución a la dispersión y de la dispersión a la difusión de la Palabra. Son los helenistas, los seguidores de Esteban, quienes reciben los golpes. Tienen que huir y dispersarse por las regiones de Judea y Samaría. Con ello inician la carrera de la Palabra por el mundo, «hasta los confines de la tierra».

Está también el contraste entre el «gran duelo» por la muerte de Esteban y la «gran alegría» por la acción de Felipe, otro de los Siete. Saulo «se ensañaba contra la Iglesia», pero ésta se expande precisamente entre los que están al margen del judaísmo: la salida de Jerusalén es un hecho no sólo geográfico, sino también cultural.

Cristo es predicado también a los samaritanos. El fragmento da la impresión de que se ha producido un nuevo Pentecostés, una nueva primavera de la Iglesia, después de la que tuvo lugar en Jerusalén y antes de la que se produjo entre los paganos. El conjunto va acompañado de poderosos gestos de liberación: es un mundo que se renueva al contacto con la difusión de la Palabra.

 

Evangelio: Juan 6,35-40

En aquel tiempo,

35 dijo Jesús a la muchedumbre: - Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.

36 Pero vosotros, como ya os he dicho, no creéis, a pesar de haber visto.

37 Todos los que me da el Padre vendrán a mí, y yo no rechazaré nunca al que venga a mí.

38 Porque yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.

39 Y su voluntad es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite en el último día.

40 Mi Padre quiere que todos los que vean al Hijo y crean en él tengan vida eterna, y yo los resucitaré en el último día.

 

**• La muchedumbre ha visto y escuchado la Palabra de Jesús en el fragmento precedente, pero no ha reconocido en él al Hijo de Dios bajado del cielo, como el maná del desierto. Entonces denuncia Jesús, con amargura, esta difundida incredulidad de los judíos (v. 36), a pesar de que la iniciativa amorosa del Padre se sirva de la obra del Hijo para darles la salvación y la vida (cf. Jn 3,14s; 4,14.50; 5,21.25s).

La Iglesia primitiva era consciente de este conflicto con la Sinagoga y, a través del evangelista, expresa su profundo vínculo con el Maestro, subrayando que el designio de Dios se realiza mediante la acogida que todo creyente reserva a Jesús. Él ha lomado carne humana no para hacer su propia voluntad, sino la de aquel que le ha enviado. El plan de Dios es un plan de salvación, y el Padre, confiándolo al Hijo, proclama que los hombres se salvan en Jesús, sin que se pierda ninguno. Más aún, aquellos que han sido confiados por el Padre al Hijo, quiere que los «resucite en el último día» (v. 39). La expresión «último día» tiene un significado preciso en Juan: es el día en que termina la creación del hombre y tiene lugar la muerte de Jesús, es el día del triunfo final del Hijo sobre la muerte; en él, todos podrán probar «el agua del Espíritu» que será entregada a la humanidad.

En ese día, Jesús dará cumplimiento a su misión mediante la resurrección y dará la vida definitiva. Esta última tiene su comienzo aquí en la fe, y su plena realización en la resurrección al final de los tiempos. Los que crean en Jesús, Hijo de Dios, no experimentarán la muerte, sino que disfrutarán de una vida inmortal.

 

MEDITATIO

El fragmento de los Hechos de los Apóstoles pone claramente de manifiesto que una de las causas de la difusión del Evangelio a través del mundo es la persecución.

Son objeto de la misma los irreductibles, los «extremistas» compañeros de Esteban, los que no aceptaban componendas con el judaísmo. Los apóstoles se libran por ahora, posiblemente porque todavía confían en encontrar una solución a los delicados problemas planteados con la tradición judía. La persecución le ha ayudado a la Iglesia a no dormirse y a encontrar o reencontrar sus propias raíces misioneras. Éstas han sido después el secreto de su perenne juventud. La Revolución francesa, por poner un solo ejemplo, supuso una fuerte prueba para la Iglesia, pero le hizo salir de la tormenta más delgada y más dispuesta a reemprender su itinerario misionero por el mundo.

Cuando existe el peligro de instalarnos cómodamente en un lugar, cuando existe la tentación de considerarnos integrados en un contexto social, cuando estamos demasiado tranquilos, entonces es cuando interviene el Espíritu para dar la alarma a través de diversas pruebas, la más terrible de las cuales -aunque quizás también la más eficaz- es la persecución. Esta última da frutos cuando la Iglesia está viva, como en el caso de la comunidad de Jerusalén. La Palabra se difunde para que los que están dispersos queden impregnados de la novedad cristiana, de la sorprendente realidad de la salvación en la que se sentían implicados y corresponsables. Por eso puede proceder del duelo la alegría, de la diáspora el crecimiento, de la muerte de Esteban la multiplicación de los apóstoles.

 

ORATIO

Esta Palabra, Señor, me turba una vez más, porque me parece que tú prefieres más bien los medios rápidos para alcanzar tus fines. Querías hacer salir el alegre mensaje de Jerusalén, y surge una violenta persecución.

Me siento turbado, lo confieso. Y es que me gusta evitar las desgracias y vivir en paz. En mi paz, que no es exactamente la tuya. Con mi paz no crece la alegría en el mundo; con tu dinamismo, producido de una manera frecuentemente desagradable para mí, crece, en cambio, la alegría en los que están fuera de mis intereses.

Señor, estoy turbado, sobre todo, porque esta Palabra tuya me dice que yo debería estar alegre en las persecuciones, que debería pedírtelas cuando me encuentro demasiado bien y cuando me siento satisfecho de lo que hago y de lo que me rodea. Pero te confieso que me falta valor. Con todo, hay algo que debo pedirte para no morir de vergüenza: que frente a las posibles persecuciones, puedan ver al menos mis ojos que éstas tienen un sentido para ti y para tu Iglesia. Y, por consiguiente, también para mí.

 

CONTEMPLATIO

Jesús invitaba [con sus palabras] a los judíos a que tuvieran fe, mientras ellos buscaban signos para creer.

Sabían que habían sido saciados con cinco panes, pero preferían el maná del cielo a aquel otro alimento. Sin embargo, el Señor decía que era muy superior a Moisés: éste no se había atrevido nunca a prometer el alimento «permanente, el que da la vida eterna» (cf. Jn 6,27). En consecuencia, Jesús prometía algo más que Moisés. Éste prometía llenar el estómago aquí en la tierra, aunque de un alimento que perece; Jesús prometía el «alimento permanente».

El verdadero pan es el que da la vida al mundo. El maná era símbolo de este alimento, y todas esas cosas -dice el Señor a los judíos- eran signos que hacían referencia a mí. Os habéis apegado a los signos que se referían a mí, y me rechazáis a mí, que soy aquel a quien se referían los signos. No fue, por tanto, Moisés el que dio el pan del cielo: es Dios quien lo da (cf. Jn 6,32). Ahora bien, ¿qué pan? ¿Acaso el maná? No, no el maná, sino el pan del que era signo el maná, o sea, el mismo Señor Jesús. Porque «el pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33) (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 25,12s, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Grandes son la obras del Señor» (Sal 110,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Existe una compenetración entre el sufrimiento -llamémoslo cruz, una palabra que lo resume y transfigura- y el compromiso apostólico, esto es, la construcción de la Iglesia. No es posible ser apóstol sin cargar con la cruz. Y si hoy se ofrece el deber y el honor del apostolado a todos los cristianos de manera indistinta, para que la vida cristiana se revele hoy tal cual es y debe ser, es señal de que ha sonado la hora para todo el pueblo de Dios: todos nosotros debemos ser apóstoles, todos nosotros debemos cargar con la cruz. Para construir la Iglesia es preciso esforzarse, es preciso sufrir.

        Esta conclusión desconcierta ciertas concepciones erróneas de la vida cristiana presentada bajo el aspecto de la facilidad, de la comodidad, del interés temporal y personal, cuando su rostro tiene que estar siempre marcado por el signo de la cruz, por el signo del sacrificio soportado y realizado por amor: amor a Cristo y a Dios, amor al prójimo, cercano o alejado. Y no es ésta una visión pesimista del cristianismo, sino una visión realista. La Iglesia debe ser un pueblo de fuertes, un pueblo de testigos animosos, un pueblo que sabe sufrir por su fe y por su difusión en el mundo, en silencio, de modo gratuito y con amor (Pablo VI, Audiencia general del 1 de septiembre de 1976). 

 

 

Día 19

Jueves de la tercera semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 8,26-40

En aquel tiempo,

26 el ángel del Señor dijo a Felipe: - Ponte en marcha hacia el sur por el camino que va desde Jerusalén a Gaza por el desierto.

27 Él se puso en marcha y se encontró con un etíope, hombre de confianza y ministro de Candace, reina de los etíopes, y encargado de todos sus tesoros. Había ido a Jerusalén a cumplir sus deberes religiosos

28 y regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías.

29 El Espíritu dijo a Felipe: - Adelántate y ponte junto a ese carro.

30 Felipe fue corriendo y, al oírle leer al profeta Isaías, le dijo: - ¿Entiendes lo que estás leyendo?

31 Él respondió: - ¿Cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica? Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él.

32 El pasaje que leía era éste:

Como oveja fue llevado al matadero;

como cordero, mudo ante el esquilador,

tampoco él abrió su boca.

33 Por ser humilde no se le hizo justicia.

Nadie hablará de su descendencia,

porque ha sido arrancado de la tierra.

34 El etíope preguntó a Felipe: - Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta, ¿de sí mismo o de algún otro?

35 Felipe tomó la palabra y, partiendo de este pasaje de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús.

36 Siguieron su camino y llegaron a un lugar donde había agua. Entonces el etíope dijo: - Aquí hay agua. ¿Hay algún impedimento para que me bautices?

38 Acto seguido, el etíope mandó detener el carro, ambos bajaron al agua y Felipe lo bautizó.

39 Después de subir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El etíope no lo volvió a ver, pero continuó alegre su camino.

40 Por su parte, Felipe fue a parar a Asdod y, partiendo de allí, fue anunciando la Buena Noticia en todas las ciudades por las que fue pasando hasta llegar a Cesárea.

 

*» Lucas prosigue su esmerada presentación de la difusión del Evangelio a grupos cada vez más alejados del judaísmo oficial. Tras los samaritanos nos encontramos con un representante de la diáspora, probablemente alguien que no era judío desde el punto de vista étnico y que, sin embargo, formaba parte de la comunidad judía en calidad de «prosélito». Se trata de un etíope; por consiguiente, viene de lejos y llevará lejos el Evangelio. Es un eunuco, alguien que, para el Deuteronomio, no puede ser admitido en la comunidad del Señor, aunque para Isaías ya no será excluido. Es un personaje influyente y rico, puesto que dispone de medios para realizar un largo viaje con todo su equipamiento y cuenta con la posibilidad de disponer de un costoso rollo manuscrito de la Biblia.

A este personaje le envía Dios a Felipe a través de su ángel, y por medio del Espíritu le guía hacia la obra que debe llevar a cabo. La ocasión se la brinda la Sagrada Escritura, mientras que la mediación es apostólica. A partir de la profecía de Isaías sobre el Siervo de YHWH lleva a cabo Felipe su misión salvífica de predicador del Evangelio, abriendo los ojos a la inteligencia plena de la Escritura.

El eunuco plantea con claridad la gran pregunta de siempre desde los orígenes: «Te ruego que me climas de quién dice esto el profeta, ¿de sí mismo o de algún otro?». Con la mediación eclesial y con la gracia de Dios es posible disipar la duda de quien, pensativa aunque sinceramente, va buscando la verdad. Al don de la fe le sigue el bautismo, y de ambos brota la salvación.

 

Evangelio: Juan 6,44-52

En aquel tiempo, dijo Jesús a las muchedumbres:

44 - Nadie puede venir a mí si el Padre, que me envió, no se lo concede; y yo lo resucitaré el último día.

45 Está escrito en los profetas: Y serán todos instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.

46 Esto no significa que alguien haya visto al Padre. Solamente aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre.

47 Os aseguro que el que cree tiene vida eterna.

48 Yo soy el pan de la vida.

49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. 50 Éste es el pan del cielo, y ha bajado para que quien lo coma no muera.

51 Jesús añadió: - Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.

 

**• Las anteriores revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de vida» (v. 35) y «Yo he bajado del cielo» (v. 38)- habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que murmura y se vuelve hostil. Resulta demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerlo como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una inútil discusión con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre la dureza de su corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.

La primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de Dios por la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios (v. 45a). Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es escuchar al Padre (v. 45b). De la enseñanza interior del Padre y de la vida de Jesús es de donde brota la fe obediente del creyente en la Palabra del Padre y del Hijo.

Escuchar a Jesús significa ser enseñados por el Padre mismo. Con la venida de Jesús queda abierta la salvación a todo el mundo; ahora bien, la condición esencial que se requiere es dejarse atraer por él, escuchando con docilidad la Palabra de vida. Aquí es donde el evangelista precisa la relación entre la fe y la vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «quien come» de Jesús-pan no muere. Jesús, pan de vida, dará la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien, en la fe, interioriza su Palabra y asimila su vida.

 

MEDITATIO

La evangelización es, por encima de todo, obra divina, misteriosa, prodigiosa, por sus inicios y por sus éxitos imprevisibles. En el fragmento de Hechos de los Apóstoles que hemos leído, por ejemplo, nos encontramos muy lejos de una acción humana planificada. Es Dios quien tiene su plan, un plan que nosotros hemos de secundar. Felipe recibe la orden de ir por un camino que cruza por el desierto, a pleno sol, precisamente hacia el sur. A decir verdad, no parece una buena premisa para la evangelización. Pero es aquí donde Dios ha predispuesto un encuentro importante. De él ha hecho partir la tradición la evangelización de África. Lo que parece decisivo aquí es la disponibilidad de Felipe, su impulso evangelizador que no deja perder ninguna ocasión; su capacidad para interpretar la Escritura. Con otras palabras: su convencida entrega a la causa del Evangelio y a su «preparación». El resto lo ha hecho el Espíritu, que hizo posible el encuentro y favoreció el acercamiento misionero.

Quizás nos preguntamos hoy, con excesiva frecuencia, por el futuro de la misión, cuando, en realidad, deberíamos preguntarnos por nuestra calidad de evangelizadores, por nuestra disponibilidad para ir a alguno de los muchos «desiertos» de la ciudad secular, precisamente a los sitios donde parece inútil ir, porque son áridos, lugares posiblemente desesperados. Sin embargo, es posible que sea en alguno de estos lugares desiertos donde puedan tener lugar encuentros decisivos. Depende del corazón ardiente del evangelizador, depende de su capacidad para intuir la pregunta religiosa, una pregunta que asume, a veces, una forma extraña. En cualquier lugar, incluso en el más improbable, es posible encontrar una pregunta y una inquietud a las que dar una respuesta, a veces rechazada, y en alguna ocasión acogida como liberadora.

 

ORATIO

Te pido, Señor, tener más confianza en tu Evangelio.

Recuerdo haber sido abucheado o ridiculizado o hecho callar demasiadas veces cuando hablaba de ti como respuesta a los problemas de nuestro tiempo: quizás por eso me he vuelto demasiado cauto, casi me he retirado y ya no me atrevo a hablar de un modo tan abierto de ti, a no ser en los lugares donde pienso que seré escuchado. Ciertamente, me he procurado óptimos motivos para obrar así: es necesario «respetar» los tiempos de maduración y las opciones de los otros, no debemos ser «fanáticos», no debemos «forzar» las cosas y los tiempos; pero el hecho cierto es que cada vez hablo menos  de ti. ¡Cuántas ocasiones he perdido para iluminar a corazones inquietos, cuántas situaciones potencialmente abiertas a tu Palabra se me han escapado!

Es posible que tú, Señor, me hayas llevado desde la excesiva seguridad a la desconcertante incertidumbre para traerme a este momento, en el que me siento un humilde servidor de la Palabra, consciente de que no soy yo quien decido las conversiones, sino de que eres tú el dueño de la mies, y de que yo debería estar, como Felipe, sólo dispuesto a introducir en la comprensión de tus caminos.

Gracias, Señor, por haberme indicado este camino.

 

CONTEMPLATIO

La vida de los predicadores resuena y arde. Resuena con la Palabra y arde con el deseo. Del bronce incandescente se desprenden chispas, porque de sus exhortaciones salen palabras encendidas que llegan a los oídos de quienes las escuchan. Las palabras de los predicadores reciben justamente el nombre de «chispas» porque encienden el corazón de aquellos con quienes tropiezan. Hemos de señalar que las chispas son muy sutiles y delicadas.

En efecto, cuando los predicadores hablan de la patria celestial, más que abrir los corazones con las palabras, los hacen arder de deseo. De sus lenguas llegan a nosotros algo así como chispas, puesto que a partir de su voz apenas se puede conocer levemente algo de la patria celestial, aunque ellos no la aman precisamente de una manera leve.

Sin embargo, la divina voluntad hace, ciertamente, que estas menudísimas chispas enciendan una llama en el corazón de quien escucha. Y es que hay algunos que con sólo escuchar unas pocas palabras se llenan de un gran deseo y les basta con las chispas muy tenues de algunas palabras para hacerlos arder con un purísimo amor a Dios (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, i, 3,5).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, dame un corazón de evangelizador».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si el siglo XXI se convierte, será a través de una mirada nueva, por medio de la mirada mística, que tiene la propiedad de ver las cosas, por primera vez, de una manera inédita.

Cuando el ser humano se dé cuenta de que está amenazado en su esencia por la cocina infernal de los aprendices de brujos; en su vida, por el peligro mortal de la polución, sin hablar de la polución moral que acabará por darle miedo, quizás experimente entonces la necesidad de ser salvado; y este instinto de salvación es posible que le lleve a buscar en otra parte, muy lejos de los discursos inoperantes de la política o del murmullo de una cultura exangüe, la razón primera de lo que es él. Ahora bien, no la encontrará más que a través del rejuvenecimiento integral de su inteligencia por medio de la contemplación, del silencio, de la atención más extrema y, para decirlo con una sola palabra, de la mística, que no es otra cosa que el conocimiento experimental de Dios (A. Frossard). 

 

Día 20

Viernes de la tercera semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 9,1-20

1 Entre tanto, Saulo, que seguía amenazando de muerte a los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote

2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar encadenados a Jerusalén a cuantos seguidores de este camino, hombres o mujeres, encontrara.

3 Cuando estaba ya cerca de Damasco, de repente lo envolvió un resplandor del cielo,

4 cayó a tierra y oyó una voz que decía: - Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?

5 Saulo preguntó: - ¿Quién eres, Señor? La voz respondió: - Yo soy, Jesús, a quien tú persigues.

6 Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que debes hacer.

7 Los hombres que lo acompañaban se detuvieron atónitos; oían la voz, pero no veían a nadie.

8 Saulo se levantó del suelo, pero, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; así que lo llevaron de la mano y lo introdujeron en Damasco,

9 donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber.

10 Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: ¡Ananías!. El respondió: Aquí me tienes, Señor.

11 Y el Señor le dijo: - Levántate, vete a la calle Recta y busca en la casa de Judas a un tal Saulo de Tarso. Está allí orando

12 y ha visto a un hombre llamado Ananías que entra y le impone las manos para devolverle la vista.

13 Ananías respondió: - Señor, he oído a muchos hablar del daño que ese hombre ha hecho en Jerusalén a los que creen en ti;

14 y aquí está con poderes de los jefes de los sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.

15 Pero el Señor le dijo: - Vete, porque éste es un instrumento elegido para llevar mi nombre a todas las naciones, a sus gobernantes y al pueblo de Israel.

16 Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre.

17 Ananías fue, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: - Saulo, hermano, Jesús, el Señor, el que se te ha aparecido cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo.

18 En el acto se le cayeron de los ojos una especie de escamas y recuperó la vista, y a continuación fue bautizado.

19 Después tomó alimento y recobró las fuerzas. - Después de pasar algunos días con los discípulos que había en Damasco,

20 Saulo empezó a predicar en las sinagogas, proclamando que Jesús es el Hijo de Dios.

 

*»• La que para Saulo era una secta se está difundiendo peligrosamente más allá de los confines de Judea y Samaría, hasta Siria. Saulo quiere extirpar la herejía que está cosechando tanto éxito y obtiene para ello un mandato especial. Sin embargo, en el camino hacia Damasco, le envolvió un resplandor que lo cegó, y oyó una voz que le preguntaba. Estamos ante un relato típico de vocación, con la aparición de un fenómeno extraordinario y una voz que interpela. La voz aquí es nada menos que la del perseguido. Saulo se queda ciego y permanece en ayunas durante tres días, es decir, debe morir a su ceguera interior para resurgir a la nueva comprensión de la realidad.

Al reacio Ananías, un discípulo que no debemos confundir con el desdichado protagonista de Hch 5, le ha sido revelado el «misterio» de Saulo, el alcance único de su misión universal, su futuro de misionero discutido, controvertido y perseguido. El destino de Saulo está ligado ahora al «nombre» de Jesús, nombre que deberá llevar y atestiguar ante los paganos y ante sus gobernantes, así como ante los hijos de Israel. No se podía expresar mejor el contenido de la misión y de la «pasión» de Saulo. Pasan sólo algunos días y vemos ya a Saulo manifestando su carácter de una pieza, pasando a la acción más sorprendente que quepa imaginar: proclamar «Hijo de Dios» al Jesús que, pocos días antes, le llenaba de indignación y rabia, hasta el punto de perseguir a sus seguidores.

 

Evangelio: Juan 6,52-59

En aquel tiempo,

52 se suscitó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban: - ¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?

53 Jesús les dijo: - Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.

54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día.

55 Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él.

57 El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también, el que me coma vivirá por mí.

58 Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos murieron, pero el que coma de este pan vivirá para siempre.

59 Todo esto lo expuso Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaún.

 

*+ Este fragmento, que sirve de conclusión al «Discurso del pan de vida», va unido a lo que el evangelista nos ha dicho antes. Sin embargo, el mensaje se vuelve aquí más profundo y se hace más sacrificial y eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona de Jesus en su dimensión eucarística. Él es el pan de vida, no sólo por lo que hace, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unión del creyente con Cristo. Jesús-pan se identifica con su Inmunidad, la misma que será sacrificada en la cruz para la salvación de los hombres. Jesús es el pan -como palabra de Dios y como víctima sacrificial- que se hace don por amor al hombre. La ulterior murmuración de los judíos «¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?» (v. 52), denuncia la mentalidad incrédula de los que no se dejan regenerar por el Espíritu y no tienen intención de adherirse a Jesús.

Este insiste con vigor, exhortando a consumir el pan eucarístico para participar de su vida: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (v. 53). Más aún, anuncia los frutos extraordinarios que recibirán los que participen en el banquete eucarístico: el que permanece en Cristo y toma parte en su misterio pascual permanece en él con una unión íntima y duradera. El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo, una vida que supera toda expectativa humana porque es resurrección e inmortalidad (vv. 39.54.58).

Ésta es la enseñanza profunda y autorizada de Jesús en Cafarnaún, cuyas características esenciales versan, más que sobre el sacramento en sí, sobre la revelación gradual de todo el misterio de la persona y de la vida de Jesús.

 

MEDITATIO

Dios escoge a sus discípulos como y cuando quiere y del modo más imprevisto. Es posible contar innumerables casos de hombres que han experimentado un cambio inesperado e impensable en la orientación de sus energías. Antes las dedicaban a otra cosa y después las han consagrado a la causa del evangelio.

La lista podrían encabezarla Saulo, Agustín y otros casos menos clamorosos, más o menos conocidos. Eso significa que la misión está en las manos de Dios, que sabe recoger a sus colaboradores donde le parece mejor. Esto mismo nos hace pensar en ciertas inquietudes vocacionales, en ciertas intemperancias misioneras, en ciertos catastrofismos apostólicos, más bien extendidos, que casi dan a entender algo así como si «el brazo de Dios se hubiera... acortado». Como si casi fuera imposible que se produjera hoy la sorpresa de grandes cambios decisivos en la misión.

El Dios que puede hacer surgir de las piedras hijos de Abrahán, el Dios que pudo transformar a un violento perseguidor en un misionero imparable, puede hacer surgir también hoy, precisamente en nuestro mundo secularizado y secularizador, nuevas personalidades capaces de «llevar su nombre a las naciones» y de «proclamar a Jesús Hijo de Dios».

A nosotros quizás se nos pida, sobre todo en este momento, rezar y dar testimonio: rezar para que de nuestra constatada impotencia, pueda hacer brotar el Señor nuevos apóstoles, y dar testimonio para que -cual modestos Ananías- podamos servir de ayuda a los nuevos apóstoles que el poder del Señor quiera suscitar.

 

ORATIO

Señor, mi pecado más cotidiano es la poca esperanza.

Mis ojos ven sobre todo el mal que invade el mundo: el odio, las luchas fratricidas, la vulgaridad, la pornografía, la droga, las separaciones... y no sigo porque tú conoces bien mi lamento cotidiano. Y si bien estás contento de que te recuerde en la oración estas miserias, no sé si lo estás también cuando te digo, con sentido de desconfianza: «¿Hasta cuándo, Señor?».

Incluso cuando te rezo por las vocaciones, lo hago porque tú me lo has mandado, sin que esté convencido del todo de que tú me escuchas. Y es que te he rezado mucho, pero con tan escasos resultados, si es que no ha sido en vano. Hoy, no obstante, me animas presentándome tu acción poderosa en Saulo. Permíteme que te diga una sola cosa: renueva tus prodigios en medio de nosotros. Muestra una vez más tu poder y suscita grandes evangelizadores. Yo seguiré rezando en medio del silencio y en público, pero tú no me dejes decepcionado. Muestra tu poder, para bien del pueblo.

 

CONTEMPLATIO

El Arquímedes de Siracusa dijo: «Dame una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo». Lo que aquel sabio de la antigüedad no pudo obtener, porque su petición no se dirigía a Dios y porque sólo estaba hecha desde el punto de vista material, lo han obtenido los santos en plenitud. El Omnipotente les ha concedido un punto de apoyo: él mismo y sólo él. La palanca es la oración, que enciende todo con un fuego de amor.

Y así fue como ellos levantaron el mundo. Así es como los santos militantes lo levantan todavía y lo seguirán levantando hasta el fin del mundo (Teresa del Niño Jesús).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstranos, Señor, tu poder y suscita grandes evangelizadores».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ante las pruebas que agitan hoy a la Iglesia -el fenómeno de la secularización, que amenaza con disolver o marginar la fe, la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, las dificultades con las que se encuentran las familias para vivir un matrimonio cristiano-, hace falta recordar la necesidad de la oración.

La gracia de la renovación o de la conversión no se darán más que a una Iglesia en oración. Jesús oraba en Getsemaní para que su pasión correspondiera a la voluntad del Padre, a la salvación del mundo. Suplicaba a sus apóstoles que velaran y oraran para no entrar en tentación (cf. Mt 26,41). Habituemos a nuestro pueblo cristiano, personas y comunidades, a mantener una oración ardiente al Señor, con María (Juan Pablo II, Discurso o los obispos de Suiza, julio de 1984). 

 

Día 21

Sábado de la tercera semana de pascua o 21 de abril, conmemoración de

San Anselmo

 

Anselmo nació en Aosta en el año 1033-1034 y, siendo muy joven, sintió la llamada a la vida monástica, pero su padre se opuso claramente. Al quedarse huérfano de madre, huyó de casa y en su vagabundeo llegó a Normandía. El encuentro con Lanfranco, prior de la abadía de Notre Dame du Bec, despertó en él el deseo del claustro. Tras abandonar el mundo, entró en esta abadía, de la que se convirtió en abad el año 1078. Éste fue el período más fecundo para su actividad intelectual, que hizo de él uno de los más insignes representantes de la teología medieval. En 1093 fue consagrado arzobispo de Canterbury y primado de Inglaterra: pasó trece años de durísimos enfrentamientos con el poder político, culminados con dos exilios. Murió el 21 de abril de 1109.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 9,31-42

31 Entre tanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría; se consolidaba viviendo en el temor al Señor. Y se extendía impulsada por el Espíritu Santo.

32 Pedro, en su recorrido por toda aquella región, visitó también a los creyentes que residían en Lida.

33 Allí encontró a un hombre llamado Eneas, que llevaba ocho años postrado en cama porque era paralítico.

34 Y le dijo: - Eneas, Jesús, el Mesías, te cura; levántate y arregla tu lecho. Y al instante se levantó.

35 Todos los habitantes de Lida y de la región de Sarón lo vieron sano y se convirtieron al Señor.

36 Había en Jafa una discípula llamada Tabita, que significa «Gacela», la cual hacía muchas obras buenas y repartía muchas limosnas.

37 Por aquellos días se puso enferma y murió. Lavaron su cadáver y lo pusieron en la sala del piso superior.

38 Como Lida está cerca de Jafa, los discípulos, al oír que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres para pedirle que viniera inmediatamente a su ciudad.

39 Pedro se levantó y se fue con ellos. Al llegar, le llevaron a la sala del piso superior, donde lo rodearon todas las viudas llorando y mostrando las túnicas y mantos que les hacía Gacela cuando aún vivía.

40 Pedro echó a todos fuera, se arrodilló y oró. Vuelto después hacia el cadáver, dijo: - Tabita, levántate. Ella abrió los ojos, vio a Pedro y se incorporó.

41 Él la tomó de la mano y la levantó» Luego llamó a los discípulos y a las viudas y se la presentó viva.

42 Todos los habitantes de Jafa se enteraron de lo sucedido, y muchos creyeron en el Señor.

 

**• El fragmento empieza con una consideración sintética de la situación interna de la Iglesia. La comunidad cristiana «gozaba de paz», se mantenía en el santo temor de Dios y se extendía con el impulso del Espíritu Santo. Saulo ha sido llevado a Tarso, probablemente porque su presencia -discutida- creaba problemas a causa de su temperamento combativo, semejante al de Esteban.

A continuación, se presenta a Pedro no tanto como evangelizador, sino como jefe religioso que -durante sus visitas pastorales- sostiene, ayuda y anima a los discípulos: visita algunas comunidades ya evangelizadas (probablemente por Felipe) y, a su paso, se reproduce el clima primaveral, sorprendente, milagroso, del paso de Jesús. Pedro contribuye con dos prodigios a la difusión del Evangelio. El apóstol se ha convertido ahora en el pastor taumaturgo que representa en la joven Iglesia no sólo la Palabra, sino el poder de curación de Jesús. Lucas no pierde la ocasión de recordar que Jesús vive y continúa obrando en la Iglesia apostólica como cuando estaba vivo en medio de los suyos.

 

Evangelio: Juan 6,60-69

En aquel tiempo,

60 muchos de sus discípulos, al oír a Jesús, dijeron: - Esta doctrina es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla?

61 Jesús, sabiendo que sus discípulos criticaban su enseñanza, les preguntó: - ¿Os resulta difícil aceptar esto?

62 ¿Qué ocurriría si vieseis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?

63 El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida.

64 Pero algunos de vosotros no creéis. Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a entregar.

65 Y añadió: - Por eso os dije que nadie puede aceptarme si el Padre no se lo concede.

66 Desde entonces, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no iban con él.

67 Jesús preguntó a los Doce: - ¿También vosotros queréis marcharos?

68 Simón Pedro le respondió: - Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna.

69 Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

 

**• Tras la extensa revelación de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún, sus discípulos le comunican su malestar por las afirmaciones «irracionales» de su Maestro, unas afirmaciones que resultan difíciles de aceptar desde el punto de vista humano. Frente al escándalo y la murmuración de los discípulos, Jesús precisa que no se debe creer en él sólo después de la visión de una subida de él al cielo, como que Elias y Henoc, porque eso significaría la no aceptación de su origen divino. Es algo que no tendría sentido, dado que él, el «Preexistente», viene precisamente del cielo (cf. Jn 3,13-15).

La incredulidad de los discípulos con respecto a Jesús, sin embargo, se pone de manifiesto por el hecho de que «el Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (v. 63). Juan afirma que tan real como la carne de Jesús es la verdad eucarística. Ambas son un don con el mismo efecto: dar la vida al hombre. Con todo, muchos discípulos no quisieron creer y no dieron un paso adelante hacia una confianza en el Espíritu, con lo que no consiguieron liberarse de la esclavitud de la carne.

A Jesús no le coge por sorpresa esta actitud de abandono por parte de los que le siguen. Conoce a cada hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y a su mensaje en la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo el Padre lo da. El hombre, que tiene en sus manos su propio destino, es siempre libre de rechazar el don de Dios y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu, y no obra según la carne, comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. A través de la fe es como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.

 

MEDITATIO

Anselmo, nacido en Aosta, en un paisaje rodeado de relucientes montañas, llevó siempre en su corazón una profunda nostalgia de las alturas. Aunque fue elevado a los grados más altos de la jerarquía eclesiástica, siguió siendo inconfundiblemente monje, es decir, un pobre en busca del rostro de Dios, fascinado por ese misterio mayor que el cual no es posible pensar nada. Como pensador, filósofo y teólogo, estaba enamorado y sediento de la «Verdad», que, en Dios, coincide con la belleza y la bondad. Sabía bien que la única posibilidad de conocimiento se encuentra en el amor humilde. En sus páginas, nacidas de la costumbre de tratar con la Palabra sagrada y la oración, se revela su corazón marcado por el arrepentimiento y anhelando siempre una comunión de vida más intensa con el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Es precisamente el amor el que hace indagar a Anselmo en los misterios de la fe, que se convierten en su tormento y en su bienaventuranza. En esto ha sido y sigue siendo todavía hoy un verdadero maestro a quien debemos alcanzar y con el que podemos alimentar nuestro deseo de Dios.

 

ORATIO

Te ruego, Señor, que me hagas gustar a través del amor lo que gusto por medio del conocimiento; haz que sienta a través del afecto lo que siento por medio del intelecto [...]. Señor, atráeme por completo a tu amor. Mi corazón está ante ti, oh Señor; se esfuerza, pero no puede solo: te ruego que me suplas. Introdúceme en la celda de tu amor: te lo pido, te lo suplico, llamo a la puerta de tu corazón. Y tú, que me haces pedir, concédeme recibir. Tú, que me haces buscar, haz que te encuentre.

Tú, que me exhortas a llamar, abre a quien llame. ¿A quién darás, si no das a quien te pide? ¿Quién encontrará si quien busca, busca inútilmente? ¿A quién darás, si no escuchas a quien te ruega? Alma mía, mantente unida a Dios incluso de manera inoportuna, y tú, Señor misericordioso, no la rechaces. Ella se consuma de amor por ti: restaúrala, confórtala, sáciala con tu tierno amor; que tu amor me posea totalmente, porque, con el Padre y con el Espíritu Santo, eres el único Dios bendito por los siglos de los siglos («Meditazione III sull'umana ivdenzione», en Anselmo de Cantorbery, Orazioni e medilazioni, Milán 1977, pp. 491ss [edición española: Oraciones v meditaciones, Ediciones Rialp, Madrid 1966]).

 

CONTEMPLATIO

Dios mío y Señor mío, esperanza mía y alegría de mi corazón, di a mi alma si ésta es la alegría de la que tú mismo, por boca de tu Hijo, hablas: «Pedid y recibiréis, a fin de que vuestra alegría sea completa». Realmente he encontrado una alegría completa y más que completa.

Cuando esté lleno el corazón, llena la mente, llena el alma, lleno todo el hombre de esa alegría, de alegría avanzará aún sin medida. Así pues, no entrará toda esa alegría en los que la gozan, pero los que gozan entrarán todos ellos en la alegría.

Di, Señor, di a tu siervo en lo íntimo de su corazón si ésta es la alegría en la que entrarán tus siervos, los que entrarán en la «alegría de su Señor». Pero, ciertamente, «ni el ojo ha visto nunca, ni la oreja ha oído nunca, ni el corazón humano ha probado» nunca esa alegría de la que gozarán tus elegidos (Anselmo de Cantorbery, Proslogion XXVI, passim).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y ora hoy con san Anselmo: «Señor, instruye mi corazón, enséñale dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte» (Proslogion XIV, 16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La exigencia de la «pureza del corazón», de la «humilde obediencia frente a los testimonios de Dios», del «hacerse niños» y, sobre todo, de la práctica de una «fe sólida y de una virtud seria» es la antigua exigencia que Anselmo retoma. La experiencia de la vida se sitúa entre la fe y la confesión, y esta experiencia proporciona las únicas «alas espirituales» con las que «es posible sobrevolar las altísimas cuestiones de la fe», y sin las cuales sólo es posible «precipitarse en una gran cantidad de errores» [...].

Tras haber dado algunos pasos en el misterio, Anselmo se detiene: «La reflexión ha comprendido que Dios es incomprensible» [...]. Anselmo estaba próximo a desistir, desesperado, de su esfuerzo, cuando lo que buscaba «se presentó» de improviso. En consecuencia, también el deseo natural de Dios se resuelve en la actitud cristiana de fe, amor y esperanza. De ahí brota la alegría por «la altísima belleza de Dios».

Cuánta alegría brota siempre al cabo de la fatiga de un itinerario apoyado todo él en el esfuerzo ascético, sin distracciones ni pausas. Ahora bien, no en vano emerge, inesperada, esta alegría precisamente allí donde se había desesperado de poder encontrar lo que se buscaba. Sin embargo, la alegría comunicada por la gracia de Dios no sólo no guarda ninguna proporción con el esfuerzo humano, sino que tampoco guarda ninguna proporción con la alegría prometida de la eterna visión del rostro de Dios (H.-U. von Balthasar, Gloria, Milán 1978, II, pp. 191ss [edición española: Gloria, una estética teológica, 7 vols., Encuentro, Madrid]).

 

 

Día 22

Cuarto domingo de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,8-12

En aquellos días,

8 Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: - Jefes del pueblo y ancianos de Israel,

9 hoy ha sido curado un hombre enfermo, y nos preguntáis en nombre de quién se ha realizado esta curación;

10 pues sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que éste aparece ante vosotros sano en virtud del nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos.

11 Él es la piedra rechazada por vosotros, los constructores, que se ha convertido en piedra angular.

12 Nadie más que él puede salvarnos, pues sólo a través de él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra.

 

**• La curación del paralítico ha brindado a Pedro la ocasión para dirigir un discurso a la multitud reunida en el templo (3,12-26). Ésta, llena de estupor, se ha abierto a la fe en Jesús. Los jefes de la comunidad judía, tras haber sido informados de los acontecimientos, hacen arrestar a los apóstoles. Pedro responde ante el Sanedrín «lleno del Espíritu Santo» (según la promesa de Jesús: Le 12,1 ls).

Las afirmaciones fundamentales de su discurso van definiendo cada vez mejor, con un ritmo creciente, la figura del Mesías. En primer lugar, declara «en nombre de quién se ha realizado» el milagro (v. 7): no se trata de una obra humana, sino «en virtud del nombre de Jesucristo Nazareno». El prodigio se ha podido realizar –segunda afirmación- porque el Nazareno, crucificado por los jefes de los judíos, ha sido resucitado por Dios. La curación del paralítico atestigua su presencia siempre operante, la continuidad de su misión, que es precisamente la de salvar (ése es el significado etimológico del nombre «Jesús»). Y no sólo está aún vivo, sino que es –tercera afirmación- el único Salvador, como atestiguan las Escrituras.

Jesús, piedra rechazada por los constructores (Sal 118,22), piedra de tropiezo que discierne las intenciones de los corazones (Is 8,14), es el fundamento (Lc 20,17s) en el que todo se apoya (Is 28,16). Pedro les dice a los «constructores», es decir, a los jefes de la comunidad, que ningún hombre puede arrogarse el derecho de legislar sobre las personas, sino que tiene que limitarse a disponer con sabiduría las piedras particulares, de modo que el edificio se levante compacto: el fundamento, estable y probado a fondo por el sufrimiento de la pasión, ya está puesto. «Nadie más que él puede salvarnos.»

 

Segunda lectura: 1 Juan 3,1-2

Queridos:

1 Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios, y en verdad lo somos. El mundo no nos conoce porque no lo ha conocido a él.

2 Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es.

 

*• En dos versículos nos hace considerar Juan, con un estupor intacto, la realidad que sirve de fundamento a nuestra existencia cristiana: el amor que Dios, el Padre, nos ha dado en una medida sobreabundante, hasta el punto de enviar a su propio Hijo unigénito al mundo para que tengamos la vida por él (4,9). Mediante su sacrificio (2,2), el hombre ha sido no sólo rescatado del pecado, sino elevado a una dignidad mayor.

El bautismo, que es la inmersión sacramental en el misterio pascual de Cristo, le confiere, en efecto, la identidad de hijo de Dios.

Sin embargo, una realidad como ésta, tan grande e inaudita, no siempre es comprendida, y por eso es objeto de desprecio. Como el mismo Jesús había predicho a sus discípulos, el mundo «odia» a los que no le pertenecen. Y por «mundo» no hay que entender sólo una realidad externa, sino también una dimensión interior, la realidad del pecado, la tendencia al mal, que impulsa también a los que ya están bautizados a comportarse como enemigos del Evangelio.

Juan insiste, pues, en volver a llamar a los creyentes al «conocimiento de la fe», o sea, a mantener viva la conciencia de la gracia recibida mediante la adopción como hijos de Dios, llamados a la visión del mismo, a la vida de plena comunión con él en la gloria, cuando nos conoceremos de verdad a nosotros mismos en él.

Ahora bien, ver a Dios es la bienaventuranza prometida a los puros de corazón (cf. Mt 5,8): en consecuencia, nuestra realidad presente y nuestra condición futura incluyen un compromiso de continua conversión (v. 3), sostenido no tanto a partir de esfuerzos voluntaristas, sino alimentado por el deseo de contemplar a Dios y corresponder a su amor.

 

Evangelio: Juan 10,11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús:

11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas;

12 no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Éste, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa.

13 El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas.

14 Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí,

15 lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo le conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas.

16 Pero tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebaño único, bajo la guía de un solo pastor.

17 El Padre me ama porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo.

18 Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien la doy por mi propia voluntad. Yo tengo poder para darla y para recuperarla de nuevo. Ésta es la misión que debo cumplir por encargo de mi Padre.

 

**• En el «Discurso del buen pastor» prosigue y profundiza Jesús en la autorrevelación mesiánica: mientras, en la primera parte (vv. 1-10), se define como el pastor contrapuesto a los «ladrones y salteadores», en el fragmento de la liturgia de hoy se pone la atención en el adjetivo «buen» (lit., «bello»), que califica a Jesús como el pastor ideal, modelo de los pastores, es decir, de los guías espirituales y políticos del rebaño de Israel (cf. Sal 23 y 79). En este caso, la figura que se le contrapone es la del «asalariado» (v. 12).

El diferente modo de proceder de cada uno permite distinguir entre el verdadero pastor y el asalariado. El primero no huye cuando llega el peligro, no abandona el rebaño, mientras que el segundo -que actúa por su interés personal- sólo tiene en cuenta salvar su propia vida y sus intereses. Sin embargo, hemos de subrayar también otro aspecto: el buen pastor que es Jesús llega incluso a ofrecer su vida no sólo a través del trabajo diario, sino a través de la muerte aceptada por sus ovejas, en su lugar, demostrando así ponerlas por delante de sí mismo de manera absoluta. Eso no lo hace ningún pastor de ganado. Esta semejanza ilumina sobre todo el amor de Dios, cuya realidad, no obstante, sigue siendo inexpresable

El amor del buen pastor que aparece en los vv. 14s está expresado sobre todo en términos de «conocimiento», o sea, de comunión profunda entre Jesús y sus ovejas.  Éste es el reverbero transparente de la relación que existe entre el Padre y Jesús, una relación de entrega absoluta y desinteresada que se difunde y rebosa sobre los otros: «Lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo le conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas». Jesús no habla aquí de «sus» ovejas, sino de «las» (todas) ovejas, aludiendo así a su misión respecto a toda la humanidad, que ha venido a reunir para volver a llevarla al Padre, como esposa toda bella, sin arruga ni mancha.

 

MEDITATIO

El Señor se presenta a nosotros como el buen pastor, como aquel que defiende del peligro a sus ovejas y las lleva a los pastos de la vida, invitándolas a seguirle con confiada seguridad por el camino sobre el que las precede y las acompaña. ¿Es ésta una imagen demasiado obsoleta para hablar a los hombres de nuestro tiempo?

En realidad, las dos características que connotan a Jesús como el verdadero, como el buen pastor, nos ayudan a practicar un discernimiento entre las múltiples propuestas que la sociedad de hoy nos avanza, encontrándonos desprevenidos con frecuencia.

Jesús afirma, en primer lugar, que el buen pastor «da la vida por las ovejas» no sólo de palabra, sino con los hechos. Cuántas doctrinas, cuántos maestros de sabiduría o de ciencia se asoman al escenario y prometen llevarnos lejos, hacia una realización plena... Ahora bien, ¿quién puede liberar al hombre de la más pesada y desconocida esclavitud, de la que derivan todas las demás, y que es la esclavitud del pecado? Jesús ofrece su vida para despertarnos a una vida de horizontes infinitos, llena de esperanza y de belleza. Más aún, «conoce a sus ovejas», establece con ellas una relación que es como la que le une a él con el Padre, una relación de amor tan oblativo y total que personaliza al otro, que lo hace existir en su verdad y en su alteridad, que lo hace capaz de expresarse en plenitud a través de la entrega de sí mismo. Si recibimos la vida que el buen pastor ofrece por nosotros, si queremos dejarnos conducir por él a una relación de conocimiento-comunión de amor, podremos descubrir, ya desde ahora, la maravilla de ser realmente hijos del Padre, y nos encontraremos semejantes a él en la eternidad. No endurezcamos nuestro corazón, descartando la piedra angular que ha puesto Dios como fundamento de la nueva humanidad: Cristo es la única salvación verdadera del hombre; pongamos nuestros pasos en sus huellas seguras.

 

ORATIO

Jesús, huésped divino y mendigo de amor a la puerta del corazón humano, haz que nada nos resulte más dulce, nada más deseable, que caminar contigo y morar en ti. Ahora, en las estaciones de la trashumancia, en las inclementes estaciones de los acontecimientos humanos; después, durante los siglos eternos, en los soleados pastos del cielo. Haz todo esto por amor a tu nombre, para manifestar tu gloria en la alegría de nuestra salvación.

«La felicidad y la gracia nos acompañarán» a lo largo del viaje de la vida presente no para que ya nada penoso nos suceda, sino porque contigo todo será gracia, si lo vivimos con serenidad y paz.

 

CONTEMPLATIO

Tú, hombre, debes reconocer qué eras, dónde estabas y a quién estabas sometido; eras una oveja perdida, estabas en un lugar desierto y árido, te alimentabas de espinas y de maleza; estabas confiado a un asalariado, que, al llegar el lobo, no te protegía. Ahora, en cambio, has sido buscado por el verdadero pastor, que, por su amor, te ha cargado sobre sus hombros, te ha llevado al redil que es la casa del Señor, la Iglesia: aquí es Cristo tu pastor y aquí han sido reunidas las ovejas para morar juntas.

Este pastor no es como el asalariado bajo el que estabas cuando te afligía tu miseria y debías temer al lobo. La medida del cuidado que tiene de ti el buen pastor te la proporciona el hecho de que ha dado su vida por ti. Se ofreció él mismo al lobo que te amenazaba, dejándose matar por ti. Ahora, por consiguiente, el rebaño está seguro en el redil, sin necesidad de otros que cierren y abran la puerta del recinto. Cristo es el pastor y es la puerta, y es también el alimento y el que lo suministra.

Los pastos que el buen pastor ha preparado para ti y donde te ha puesto para apacentarte no son los prados de hierbas mezcladas, dulces y amargas, que ahora existen y mañana no, según las estaciones. Tu pasto es la Palabra de Dios, y sus mandamientos son los dulces campos donde te apacienta (Agustín, Sermón 366, 3).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No he de temer ningún mal, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando dice Jesús: «Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas», es preciso atribuir al término conocer todo cuanto hay de más profundo, de más amoroso en los labios del Señor Jesús. «Y mis ovejas me conocen», porque así debemos conocerle nosotros, por nuestra parte, con ese conocimiento vital que supera todo conocimiento.

Un día comprendí de modo existencial lo que es el «conocimiento» del buen pastor. Estaba sentado a la mesa, a mediodía.  Habíamos trabajado durante toda la mañana, un trabajo sucio, con sacos de azúcar que nos dejaban a todos embadurnados. Me encontraba en el lugar de presidencia de la mesa, y por eso, dada la disposición de los sitios, veía de frente a todos mis compañeros de trabajo. Me sorprendía el hecho de que sus rostros parecían cubiertos por una especie de máscara anónima, compuesta de polvo, suciedad, cansancio... Todos se parecían. Después de la comida, como nos quedaba un poco de tiempo libre, una media hora, antes de reemprender el trabajo, me fui con cinco o seis de ellos a un pequeño café, el bar Gaby, como se llamaba la dueña. Era una auténtica marsellesa, próspera, vivaz, alegre; y cada vez que iba al bar Gaby, pensaba yo en la frase de Jesús: «Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen». En efecto, la dueña del bar Gaby conocía a las ovejas que iban a su abrevadero; conocía el nombre, el apellido y el apodo de cada uno. Y hasta los nombres que podían resultar injuriosos en boca de otros, dichos por ella asumían un tono amistoso. Ella me conocía. Para ella, yo era unas veces Jackie; otras, el «Gafotas». Cada uno era cada uno. Entonces, en contacto con aquella mujer que conocía a sus ovejas y que sus ovejas la conocían, vi caer la máscara que tanto me había sorprendido hace un momento en el comedor: ante aquella mujer se habían vuelto hombres de nuevo, con su propio nombre y apellido. Y -de improviso surgía algo limpio y sencillo en sus miradas, que volvían a ser como la mirada de un niño (J. Loew, Gesú chiamato ¡I Cristo, Brescia 1971, pp. 182s, passim [trad. esp.: Ese Jesús al que se llama Cristo, Euramérica, Madrid 1973]).

 

 

Día 23

Lunes de la cuarta semana de pascua o 23 de abril, conmemoración de

San Jorge

 

Abundantes documentos arqueológicos y literarios atestiguan el culto antiquísimo y muy pronto difundido en todos los países de Oriente y de Occidente de san Jorge, a quien la tradición da el título de gran mártir (siglo IV). En Lydda, la actual Lod (Palestina), son visibles todavía los restos arqueológicos de la basílica del cementerio, probable construcción constantiniana. En todos los países cristianos han florecido relatos de la gesta del santo, elogios y celebraciones litúrgicas, panegíricos realizados a menudo por grandes nombres, como Andrés de Creta, Venancio Fortunato o Gregorio de Tours. La leyenda del soldado vencedor del dragón, símbolo de la superación de los sacrificios humanos, ha facilitado la difusión de su culto. La Passio Georgii fue clasificada entre las obras apócrifas por el Decretum Gelasianum del año 496.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 11,1-18

En aquellos días,

1 los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los paganos habían recibido la Palabra de Dios.

2 Y, cuando Pedro subió a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le echaban en cara

3 que hubiese entrado en casa de incircuncisos y hubiese comido con ellos.

4 Entonces Pedro comenzó a darles una explicación, punto por punto:

5 - Estaba yo en Jafa orando, cuando caí en éxtasis y tuve una visión. Una especie de lienzo grande, colgado por las cuatro puntas, descendía desde el cielo y llegó hasta mí.

6 Yo lo miraba fijamente y vi que estaba lleno de cuadrúpedos, bestias, reptiles y aves.

7 Entonces oí una voz que me decía: «Pedro, levántate, mata y come».

8 «De ninguna manera, Señor -respondí- jamás ha entrado en mi boca cosa profana o impura».

9 Pero la voz me habló por segunda vez desde el cielo y me dijo: «Lo que Dios ha hecho puro no lo consideres tú impuro».

10 Esto se repitió tres veces, y después todo fue subido de nuevo al cielo.

11 En ese mismo momento, se presentaron en la casa donde estábamos tres hombres que me habían enviado desde Cesárea.

12 Y el Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. Vinieron conmigo también estos seis hermanos y entramos en la casa de aquel hombre.

13 El nos contó cómo había visto un ángel que se presentó en su casa y le dijo «Manda que vayan a Jafa en busca de Simón, llamado Pedro

14 sus palabras te traerán la salvación a ti y a todos los de tu casa».

15 Apenas había comenzado yo a hablar, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos, lo mismo que sobre nosotros al principio.

16 Entonces recordé aquello que había dicho el Señor: «Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo».

17 Por tanto, si Dios les había dado a ellos el mismo don que a nosotros por creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?

18 Al oír esto, se callaron y alabaron a Dios diciendo: - ¡Así que también a los paganos les ha concedido Dios la conversión que lleva a la vida!

 

**• El pasaje presenta las dificultades que encontraban los ambientes judeocristianos respecto a la apertura a los paganos. Incluso Pedro, el guía autorizado, se ve obligado a dar cuentas, de manera detallada y paciente, para explicar cómo llegó a dar un paso tan atrevido. El  descontento nace por un motivo de tipo ritualista y alimenticio: nos vienen a la mente los reproches que dirigían los fariseos a Jesús porque se sentaba a la mesa con publícanos y pecadores (Le 5,30). Aunque también puede ser un pretexto destinado a esconder el verdadero reproche: ¿cómo ha podido atreverse Pedro a bautizar sin hacer aceptar primero toda la iniciación judía?

Éste es el verdadero objeto del contencioso: ¿se puede ser cristiano sin pasar por el judaísmo? Pedro comprende que los argumentos no habrían bastado para convencer, y por eso pasa a la narración de los hechos. De éstos se desprende que ha sido claramente Dios quien, a través de una cadena de acontecimientos, le ha «obligado» a tomar esta decisión.

El clima general del ambiente de la Iglesia de Jerusalén es de gran franqueza, pero también y sobre todo de verdadera fraternidad y apertura a la acción del Espíritu.

Los obstáculos todavía no han caído del todo, ya que sus convicciones están arraigadas y sus costumbres son inveteradas. Pero la conclusión muestra una satisfacción admirada: «¡Así que también a los paganos les ha concedido Dios la conversión que lleva a la vida!». La sucesión de los acontecimientos, guiados como es evidente por la mano de Dios, ha abierto ahora el camino de la predicación a los paganos. La autoridad de Pedro es la garantía más segura.

 

Evangelio: Juan 10,1-10 o bien Juan 10,11-18

(Para Juan 10,1-10 remitimos al evangelio del cuarto domingo de pascua, ciclo A, p. 197. Sin embargo, si esa lectura fue proclamada ayer, puede ser sustituida por Juan 10,11-18, o sea, por el evangelio del cuarto domingo de pascua, ciclo B, p. 205).

 

Evangelio: Juan 10,1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús:

1 Os aseguro que quien no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino por cualquier otra parte, es ladrón y salteador.

2 El pastor de las ovejas entra por la puerta.

3 A éste le abre el guarda para que entre, y las ovejas escuchan su voz; él llama a las suyas por su nombre y las saca fuera del redil.

4 Cuando han salido todas las suyas, se pone delante de ellas y las ovejas le siguen, pues conocen su voz.

5 En cambio, nunca siguen a un extraño, sino que huyen de él, porque su voz les resulta desconocida.

6 Jesús les puso esta comparación, pero ellos no comprendieron su significado.

7 Entonces Jesús se lo explicó: - Os aseguro que yo soy la puerta por la que deben entrar las ovejas.

8 Todos los que vinieron antes que yo eran ladrones y salteadores. Por eso, las ovejas no les hicieron caso.

9 Yo soy la puerta. Todo el que entre en el redil por esta puerta estará a salvo, y sus esfuerzos por buscar el sustento no serán en vano.

10 El ladrón va al rebaño únicamente para robar, matar y destruir. Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud.

 

Evangelio: Juan 10,11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús:

11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas;

12 no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Éste, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa.

13 El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas.

14 Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí,

15 lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo le conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas.

16 Pero tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebaño único, bajo la guía de un solo pastor.

17 El Padre me ama porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo.

18 Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien la doy por mi propia voluntad. Yo tengo poder para darla y para recuperarla de nuevo. Ésta es la misión que debo cumplir por encargo de mi Padre.

 

**• En el «Discurso del buen pastor» prosigue y profundiza Jesús en la autorrevelación mesiánica: mientras, en la primera parte (vv. 1-10), se define como el pastor contrapuesto a los «ladrones y salteadores», en el fragmento de la liturgia de hoy se pone la atención en el adjetivo «buen» (lit., «bello»), que califica a Jesús como el pastor ideal, modelo de los pastores, es decir, de los guías espirituales y políticos del rebaño de Israel (cf. Sal 23 y 79). En este caso, la figura que se le contrapone es la del «asalariado» (v. 12).

El diferente modo de proceder de cada uno permite distinguir entre el verdadero pastor y el asalariado. El primero no huye cuando llega el peligro, no abandona el rebaño, mientras que el segundo -que actúa por su interés personal- sólo tiene en cuenta salvar su propia vida y sus intereses. Sin embargo, hemos de subrayar también otro aspecto: el buen pastor que es Jesús llega incluso a ofrecer su vida no sólo a través del trabajo diario, sino a través de la muerte aceptada por sus ovejas, en su lugar, demostrando así ponerlas por delante de sí mismo de manera absoluta. Eso no lo hace ningún pastor de ganado. Esta semejanza ilumina sobre todo el amor de Dios, cuya realidad, no obstante, sigue siendo inexpresable

El amor del buen pastor que aparece en los vv. 14s está expresado sobre todo en términos de «conocimiento», o sea, de comunión profunda entre Jesús y sus ovejas.  Éste es el reverbero transparente de la relación que existe entre el Padre y Jesús, una relación de entrega absoluta y desinteresada que se difunde y rebosa sobre los otros: «Lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo le conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas». Jesús no habla aquí de «sus» ovejas, sino de «las» (todas) ovejas, aludiendo así a su misión respecto a toda la humanidad, que ha venido a reunir para volver a llevarla al Padre, como esposa toda bella, sin arruga ni mancha.

 

 

MEDITATIO

Jesús se presenta como el buen pastor, pero hoy son pocos los que desean asumir el papel de «oveja», y menos aún el de oveja dócil. Menos todavía pertenecer a un rebaño. Existe en nuestros días una alergia innata a formar parte de un rebaño conducido por otros. ¿Se deberá al sentido de la dignidad personal? ¿Será la conciencia de los derechos de la persona? ¿Será la cultura democrática la que nos impide aceptar de buen grado esta imagen -pastoral, es cierto, aunque también paternalista-?

Una imagen contaminada además por recuerdos o por relatos de abusos por parte de pastores que han «esquilado» al rebaño, en vez de apacentarlo con benevolencia y discreción, por el recuerdo de no lejanos guías políticos que engañaron a las masas con discursos fascinantes y trágicos.

Jesús, sin embargo, se presenta como el pastor de los pastos eternos que conoce senderos que ningún otro conoce, que muestra de un modo bastante eficaz que es un pastor diferente, que no se limita a decir, sino que «llega a entregar su vida» para avalar su petición de convertirse en guía verdadero y bueno hacia las metas definitivas. No hay por su parte ninguna pretensión de dominio, ninguna petición de sometimiento, ninguna condición de renuncia a nuestra propia dignidad. Sólo pide que nos fiemos de él, que nos confiemos a él, para llegar a la meta. Está tan desprendido de todo poder, tan entregado a su acción de guía manso y seguro, que da su propia vida por las ovejas.

Por mí, de un modo particular y eficaz desde ahora, en la medida en que deseo ser guiado por él hacia la vida eterna.

 

ORATIO

Padre de eterna vida, que sostienes próvido los destinos de la humanidad y acoges el sacrificio de quien es grande en el amor y fuerte en el testimonio, escucha mi oración que sube a ti en memoria del santo mártir san Jorge. Profeta de paz, de justicia y víctima en rescate de nuestro pecado, que haces pregustar tu celestial banquete a quien se ha hecho cordero sin mancha: a ejemplo del mártir san Jorge, hazme dispensador de tus dones e incansable apóstol de los pobres y de los indefensos.

Espíritu de justicia, que has suscitado entre nosotros mártires fieles a la cruz e intrépidos apóstoles de la reconciliación, haz nacer en nosotros el deseo de un corazón fiel para defender a los que esperan en tu gracia inmortal. Amén.

 

CONTEMPLATIO

La festividad de hoy, queridos hermanos, duplica la alegría de la gloria pascual y es como una piedra preciosa que da un nuevo esplendor al oro en el que se incrusta.

Jorge fue trasladado de una milicia a otra, pues dejó su cargo en el ejército cambiándolo por la profesión de la milicia cristiana, y, con la valentía propia de un soldado, repartió primero sus bienes entre los pobres, despreciando el fardo de los bienes del mundo, y así, libre y dispuesto, se puso la coraza de la fe y, cuando el combate se hallaba en todo su fragor, entró en él como un valeroso soldado de Cristo. Esta actitud nos enseña claramente que no se puede pelear por la fe con firmeza y decisión si no se han dejado primero los bienes terrenos.

San Jorge, encendido en el fuego del Espíritu Santo y protegiéndose inexpugnablemente con el estandarte de la cruz, peleó de tal modo con aquel rey inicuo que, al vencer a este delegado de Satanás, venció al príncipe de la iniquidad y dio ánimos a los soldados de Cristo para combatir con valentía.

Junto al mártir estaba el Arbitro invisible y supremo que, según sus designios, permitía a los impíos que le atormentaran. Si es verdad que entregaba su cuerpo en manos de los verdugos, guardaba su alma bajo su constante protección, escondiéndola en el baluarte inexpugnable de la fe.

Hermanos carísimos: no debemos limitamos a admirar a este combatiente de la milicia celeste, sino que debemos imitarle.

Que nuestro espíritu se eleve hacia el premio de la gloria celestial, de modo que, centrado nuestro corazón en su contemplación, no nos dejemos doblegar, tanto si el mundo seductor se burla de nosotros como si con sus amenazas quiere atemorizarnos.

Purifiquémonos, pues, de cualquier impureza de cuerpo o espíritu, siguiendo el mandato de Pablo, para poder entrar al fin en ese templo de la bienaventuranza al que se dirige ahora nuestra intención.

El que dentro de este templo que es la Iglesia quiere ofrecerse a Dios en sacrificio necesita, una vez que haya sido purificado por el bautismo, revestirse luego de las diversas virtudes, como está escrito: Que tus sacerdotes se vistan de justicia; en efecto, quien renace en Cristo como hombre nuevo por el bautismo no debe volver a ponerse la mortaja del hombre viejo, sino la vestidura del hombre nuevo, viviendo con una conducta renovada.

Así es como, limpios de las manchas del antiguo pecado y resplandecientes por el brillo de la nueva conducta, celebramos dignamente el misterio pascual e imitamos realmente el ejemplo de los santos mártires (Pedro Damiani, «Sermón 3 sobre san Jorge», en Patrística latina, 144, cois. 567-571).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichoso el hombre que aguanta en la prueba» (Sant 1,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Puesto que todo hombre ha recibido una llamada, o sea, que Dios tiene un proyecto para cada hombre, es necesario pensar que el mundo está lleno de signos, llamadas, invitaciones susurradas por Dios en nuestro sueño, y lleno también de provisores, tal vez profetas inconscientes destinados a hacernos comprender los signos. Si esto es verdad (¿y cómo podría no serlo?), se comprende cuan errado sería creer que nuestra vocación depende de una serie de hechos o actos «religiosos» que se desarrollan dentro de una zona «religiosa» de la vida, y que fuera de ahí sólo está el uniforme e inmenso páramo de la moralidad convencional, donde Dios no se aventura y del que se ocupará, a lo sumo, en el día del juicio. Sin embargo, es precisamente «en el pueblo», como dice Bonhoeffer, y con el dialecto del pueblo como él nos sale al encuentro, y tal vez sea un hombre del pueblo (y ni siquiera el mejor) el que nos lo indique. Y entonces, inesperada aunque deseada, resuena para nosotros la Palabra de Dios en el dialecto familiar del pueblo, y a uno le dice: «Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre» (Gn 4,7), a otro dice: «Hoy debo detenerme en tu casa» (Le 19,5), y a otro aún: «Dame de beber» (Jn 4,7) o «¿Por qué lloras?» (Jn 20,15).

Escucharla es una aventura, a veces grande, a veces mínima, pero nunca es menos grande que la aventura de Samuel en el santuario o de Moisés en la zarza ardiente (P. de Benedetti, La chiamata di Samuel, Brescia 1976, pp. 60-63, passim).

 

 

Día 24

Martes de la cuarta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 11,19-26

En aquellos días,

19 los discípulos que se habían dispersado a causa de la persecución provocada por el caso de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, pero sin predicar la Palabra a nadie más que a los judíos.

20 Había, sin embargo, entre ellos algunos chipriotas y cirenenses, los cuales, al llegar a Antioquía, predicaban también a los no judíos, anunciándoles la Buena Noticia de Jesús, el Señor.

21 El poder del Señor estaba con ellos, y fue grande el número de los que creyeron y se convirtieron al Señor.

22 La noticia llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía.

23 Cuando éste llegó y vio lo que había realizado la gracia de Dios, se alegró y se puso a exhortar a todos para que se mantuvieran fieles al Señor,

24 pues era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se adhirió al Señor.

25 Después fue a Tarso a buscar a Saulo. –

26 Cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía, y estuvieron juntos un año entero en aquella iglesia, instruyendo a muchos. En Antioquía fue donde se empezó a llamar a los discípulos «cristianos».

 

*•»• Lo que Pedro realizó con Cornelio lo llevan a cabo también los discípulos perseguidos y dispersados y, además, a gran escala. Los helenistas, expulsados de Jerusalén, se transforman en misioneros y predican en Samaría, Fenicia, Chipre y Antioquía, dirigiéndose asimismo a los griegos, es decir, a los paganos. Antioquía, situada en la parte septentrional de Siria, junto al Mediterráneo, aparece como el lugar privilegiado de la misión a los paganos, como polo de difusión del «nuevo camino» entre los griegos. Es también el lugar donde percibe la gente la nueva realidad representada por los cristianos, su diferencia respecto a los judíos, su identidad específica y, por consiguiente, el nuevo nombre. Pero Jerusalén vigila: las mismas reservas que aparecieron respecto a la actuación de Pedro surgen ahora con respecto a la comunidad de Antioquía. Y se envía una «inspección». Afortunadamente, se escoge al hombre justo, Bernabé, que no por nada recibe el nombre de «hombre que infunde ánimo», el cual, por encontrarse «lleno del Espíritu Santo», estaba en condiciones de discernir la obra del mismo Espíritu y de comprender sus caminos. Y, por consiguiente, de animar a perseverar en el camino emprendido. Se presenta a Bernabé con gran simpatía: no sólo sabe ver la dirección de la historia de la salvación, sino comprender también que hacen falta hombres justos para secundar la acción del Espíritu. Por eso no se queda mano sobre mano, sino que se va a «repescar » a Pablo, olvidado en Tarso, pero ahora maduro para las grandes empresas misioneras, y lo introduce en el clima vivaz y dinámico de Antioquía.

 

Evangelio: Juan 10,22-30

Era invierno. Se celebraba en Jerusalén la fiesta que conmemoraba la dedicación del templo.

23 Jesús estaba en el templo, paseando por el pórtico de Salomón.

24 En esto, se le acercaron los judíos, se pusieron a su alrededor y le dijeron: - ¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si eres el Cristo, dínoslo claramente de una vez.

25 Jesús les respondió: - Os lo he dicho con toda claridad y no me habéis creído. Las obras que yo hago por la autoridad recibida de mi Padre dan testimonio de mí;

26 vosotros, sin embargo, no me creéis porque no pertenecéis a las ovejas de mi rebaño.

27 Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen.

28 Yo les doy vida eterna y no perecerán para siempre; nadie puede arrebatármelas.

29 Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de manos de mi Padre.

30 El Padre y yo somos uno.

 

**• Es la fiesta de la Dedicación, la que se celebra en Jerusalén durante el período invernal. Jesús pasea por el pórtico de Salomón por el lado oriental, que mira al valle del Cedrón. Se le acercan algunos y le plantean una pregunta sobre su identidad mesiánica (v. 24), una pregunta que tiene la apariencia de un interés sincero, aunque en realidad es insidiosa y provocativa. Jesús responde en dos momentos sucesivos: en primer lugar, sobre el mesiazgo (vv. 25-31) y, a continuación, sobre la divinidad (vv. 32-39).

Estamos ante la magna polémica que enfrentaba a Jesús con sus enemigos. Jesús ya había presentado antes de varios modos sus propias credenciales de Hijo de Dios y de enviado del Padre, especialmente a través de sus obras extraordinarias. Hubieran debido captar su mesiazgo y creer en su misión, pero lodo intento había resultado inútil (vv. 25s). Si muchos no aceptan su testimonio, la verdadera razón de ello consiste en el hecho de que no pertenecen a sn rebaño. En cambio, quien escucha da pruebas de pertenecer al nuevo pueblo de Dios (vv. 27s). Juan pone en boca de Jesús tres afirmaciones que señalan la identidad de las ovejas y sus características con respecto a Jesús: «Escuchan mi voz», «me siguen» y «no perecerán para siempre».

Los creyentes, que caminan en la verdad y en la luz, tendrán que sufrir, pero la vida de comunión con Cristo, vencedor de la muerte, les da la seguridad de la victoria. Su vida es asimismo para siempre comunión con el Padre, cuya mano, más poderosa que todo, los sostiene y los protege con la donación de su Hijo. La seguridad plena y definitiva que Jesús y el Padre garantizan a los creyentes se fundamenta en su profunda unidad y comunión: «El Padre y yo somos uno» (v. 30).

 

MEDITATIO

Nosotros pertenecemos a Jesús porque Jesús pertenece al Padre. Somos una sola cosa con Jesús porque Jesús es una sola cosa con el Padre. Creemos en las obras de Jesús porque Jesús realiza las obras del Padre.

Jesús quiere establecer conmigo la misma relación que él tiene con el Padre. Por eso escucho su voz, que es eco de la voluntad del Padre. Por eso le sigo, porque él me conduce al Padre. Por eso me aferró a él, para no perecer nunca, porque sé que me conduce al Padre.

Las afirmaciones de Jesús son imponentes, en especial para un judío: dice que es uno con el Padre, con Dios, con el Altísimo, con el creador del cielo y de la tierra, con el ser que está por encima de todos los otros seres. Éstas y otras afirmaciones, particularmente numerosas en el evangelio de Juan, sorprenden, aturden, dejan sin aliento, y así debió de ocurrirles a sus interlocutores.

También hoy le ocurre lo mismo a quien se queda perplejo frente a tamaña pretensión o presunción o luz deslumbrante. Pero Juan no atenúa nada, no hace descuentos; procede sobre la cresta de afirmaciones que dan vértigo, que requieren valor, pero que también permiten «no perecer para siempre». Precisamente porque toman su luminosidad de la luz misma de Dios.

 

ORATIO

Ilumina, Señor, mi corazón, tardo para comprender; abre mi mente a la comprensión de tu Palabra, tan grande que en ocasiones me desconcierta. También a mí me viene en algunos momentos la tentación de decirle: «Te escucharé en otra ocasión». En medio de la complejidad de nuestra sociedad, en medio de la presentación de tantas opiniones, incluso religiosas, frente al pulular de tantas divinidades, viejas  o nuevas, desde la incertidumbre que en ocasiones hace presa en mí, puedo comprender el desconcierto e incluso el escepticismo de muchos de mis hermanos. Éstos son «ovejas errantes sin pastor», porque es posible que tu voz haya resonado alguna vez en sus oídos, pero ha sido arrollada por demasiadas voces, por demasiadas opiniones, por demasiados maestros de vida o de muerte.

Te suplico, Señor, por mí, que me acerco a tu Palabra: confírmala en mi corazón con la evidencia que sólo tu Espíritu puede darle. Te suplico también, Señor, por mis hermanos, inseguros, perdidos, confusos: habíales al corazón, hazte oír no como un maestro entre tantos, sino como el Maestro, porque tú eres «uno con el Padre».

 

CONTEMPLATIO

He aquí, hermanos, un gran misterio que hace pensar. El sonido de nuestras palabras impacta en nuestros oídos, pero el verdadero Maestro está dentro de vosotros.

Que nadie piense que puede aprender algo de un hombre. La enseñanza exterior es sólo una ayuda, un reclamo. El que enseña a los corazones tiene su cátedra en el cielo. Que sea, pues, él quien hable dentro de vosotros, allí donde ningún hombre puede penetrar, puesto que, aunque alguien pueda estar a tu lado, nadie puede estar en tu corazón.

Y que no haya nadie en tu corazón: que en él esté Cristo, su unción, a fin de que tu corazón no permanezca sediento en el desierto, sin una fuente donde calmar su sed. En consecuencia, es interior el Maestro que enseña.

Es Cristo quien enseña con sus inspiraciones. Cuando nos faltan sus inspiraciones y su unción, en vano alborotan las palabras de fuera (Agustín, Comentario a la Primera carta de Juan, m,13).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Esculpe, Señor, la Palabra en mi corazón».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Leer significa a menudo recoger información, adquirir nuevas perspectivas y nuevos conocimientos y dominar un nuevo campo del saber. Puede conducirnos a una licenciatura, a un título, a un certificado. La lectura espiritual, sin embargo, es diferente. No significa simplemente leer cosas espirituales; significa también leer las cosas espirituales de modo espiritual. Esto requiere disponibilidad no sólo para leer, sino también para ser leídos; no sólo para dominar las palabras, sino para ser dominados.

Mientras leamos la Biblia o un libro espiritual simplemente para adquirir conocimiento, nuestra lectura no nos ayudará en nuestra vida espiritual. Podemos llegar a ser grandes expertos en cuestiones espirituales, sin llegar a ser de verdad personas espirituales. Al leer las cosas espirituales de modo espiritual, abrimos el corazón a la voz de Dios. Debemos estar dispuestos a dejar aparte el libro que estamos leyendo y escuchar simplemente lo que Dios nos dice a través de sus palabras (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, p. 118 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]). 

 

 

Día 25

San Marcos

 

Marcos era hijo de María de Jerusalén, en cuya casa se refugió Pedro cuando fue liberado de la cárcel (Hch 12,12). Colaboró con Pablo en su obra apostólica (Col 4,10) y también estuvo cerca de él en la cárcel de Roma (Flm 24). Según la tradición, Marcos fue un discípulo fiel de Pedro (1 Pe 5,13) y escribió el segundo evangelio, recogiendo la predicación del apóstol Pedro sobre los dichos y los hechos de Jesús. Su evangelio es reconocido, por lo general, como el más antiguo, y fue utilizado y completado por Mateo y Lucas. Al parecer, la predicación apostólica atestiguada por los grandes discursos de la primera parte de los Hechos de los apóstoles encuentra en el evangelio de Marcos -a partir de Mc 1,15- una continuación y sugestivos desarrollos narrativos.

 

LECTIO

Primera lectura:

 1 Pedro 5,5b-14

Queridos hermanos:

5 Sed humildes en vuestras relaciones mutuas, pues Dios resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes.

6 Así pues, humillaos bajo la poderosa mano de Dios, para que os encumbre en su momento.

7 Confiadle todas vuestras preocupaciones, puesto que él se preocupa de vosotros.

8 Vivid con sobriedad y estad alerta. El diablo, vuestro enemigo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar.

9 Enfrentaos a él con la firmeza de la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos sufrimientos.

10 Y el Dios de toda gracia, que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de un corto sufrimiento os restablecerá, os fortalecerá, os robustecerá y os consolidará.

11 Suyo es el poder por siempre. Amén.

12 Por medio de Silvano, hermano de vuestra confianza, según tengo entendido, os he escrito brevemente para exhortaros y aseguraros que ésta es la verdadera gracia de Dios. Permaneced firmes en ella.

13 Os saluda la iglesia de Babilonia, a la que Dios ha elegido lo mismo que a la vuestra; os saluda también Marcos, mi hijo.

14 Saludaos mutuamente con el beso de amor fraternal. Paz a todos vosotros, los que vivís unidos en Cristo.

 

*» El apóstol Pedro llama a Marcos en este fragmento «mi hijo» (v. 13): a partir de esta preciosa noticia, la tradición ha considerado que Marcos había recogido en su evangelio la predicación del primero de los apóstoles, cuyas exhortaciones están dirigidas a los que ejercen responsabilidades de guías y maestros en la Iglesia.

Un auténtico pastor, en primer lugar, debe estar revestido de humildad, consciente de que no posee nada como propio, sino que todo lo ha recibido de Dios. Humildad es verdad: esto vale para todo auténtico creyente y, con mayor razón, para quien está revestido de autoridad.

Quien haya sabido vivir en la humildad, recibirá a su tiempo el reconocimiento por parte de ese Dios que «resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes» (v. 5; cf. Prov 3,34).

Además de humildes, los pastores deben ser también sobrios y estar alerta. Se repiten aquí las recomendaciones que Jesús había dirigido a sus discípulos en el discurso escatológico {cf. Me 13,lss). La sobriedad y la vigilancia son buenas hermanas: ambas, juntas, pueden oponer una firme y segura resistencia -la resistencia de la fe- al enemigo número uno: el diablo, representado aquí con el aspecto de un león rugiente y devorador. A los pastores humildes y fieles, sobrios y vigilantes, el apóstol Pedro les dirige la promesa: el Dios que les ha llamado a la vida nueva en Cristo, tras un breve suHfp miento, les confirmará en la gracia y les coronará de gloria (v. 10).

 

Evangelio: Marcos 16,15-20

En aquel tiempo, apareciéndose a los Once,

15 les dijo: -Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura.

16 El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará.

17 A los que crean les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas,

18 agarrarán serpientes con las manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán.

19 Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.

20 Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba con ellos, confirmando la palabra con las señales que la acompañaban.

 

**• En la fiesta de san Marcos, la Iglesia nos propone para nuestra reflexión la última página del evangelio de Marcos, el llamado «final canónico» del segundo evangelio: no es auténtico, en el sentido de que no pertenece al evangelio originario, pero es inspirado, porque ha sido recibido por la Iglesia desde la antigüedad.

Encontramos, en primer lugar, el mandato misionero: Jesús envía a sus discípulos a llevar el Evangelio a todas las criaturas (vv. 15ss). El misionero del Padre tiene necesidad de otros misioneros; aquel que es la Palabra tiene necesidad de otros portavoces que divulguen su conocimiento; aquel que es el Evangelio hecho persona confía ahora el Evangelio a sus apóstoles: «Id... Proclamad».

El segundo elemento que encontramos en esta página evangélica describe, también en términos telegráficos, el hecho prodigioso de la ascensión de Jesús al cielo: «Y se sentó a la diestra de Dios» (v. 19). Una vez subido al cielo, Jesús entra en plena posesión de sus poderes de Mesías, Salvador, Dios.

He aquí, por último, la respuesta de los apóstoles a los mandatos que les ha dado Jesús: «Ellos salieron a predicar por todas partes» (v. 20). Se trata de una reacción no verbal, sino práctica; no abstracta, sino concreta, que se traduce en una decisión tan fuerte que da la vuelta por completo a la vida de los apóstoles e implica a muchas de las personas que les escuchan.

 

MEDITATIO

La figura del evangelista Marcos, cuya fiesta litúrgica celebramos hoy, nos invita a profundizar en el significado del término «evangelio», con el que el evangelista comienza su obra. Se trata de una profundización no puramente escolar o académica, sino existencial y vital.

El Evangelio es de Dios cf. Mc 1,14): contiene y expresa todo el proyecto salvífico que el Padre quiere realizar por medio de su Hijo en favor de toda la humanidad. Es del corazón de Dios de donde brota esta «Buena Noticia» capaz de colmar de alegría todos los corazones humanos disponibles al don de la salvación. El Evangelio es de Jesucristo (cf. Mc 1,1), teniendo en cuenta que este genitivo puede y deber ser entendido así: el Evangelio que es Jesucristo, Hijo de Dios. Es como decir que la «Buena Noticia» tiene como objeto único y exclusivo la persona, la enseñanza y el ministerio de Jesús, único Mesías y verdadero Hijo de Dios. Ahora bien, según Marcos, el Evangelio es también memorial de todo lo que acompañó al acontecimiento terreno de Jesús: por ejemplo, el gesto gratuito y sorprendente de la pecadora que, la víspera de la pasión y muerte de Jesús, bañó, perfumó y besó los pies del Salvador: «Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se anuncie la Buena Noticia será recordada esta mujer y lo que ha hecho» (Mc 14,9). En suma, de todo esto se deduce que, para Marcos, el Evangelio es todo, todo es Evangelio.

 

ORATIO

Abre, oh Señor, mis oídos para que se llenen del tesoro de tu Evangelio: sólo así mi vida, iluminada y confortada por tu Palabra, tendrá un significado pleno y duradero. Abre, oh Señor, mi corazón, a fin de que aprenda a acoger al Verbo de la verdad que está encerrado en tu Evangelio: sólo así me sentiré totalmente saciado, porque estaré colmado por completo de tu don.

Abre, oh Señor, mi boca, a fin de que, de la abundancia del corazón, acoja tu mensaje y lo proclame para tu gloria y para el bien de los hermanos. Abre, oh Señor, mi vida al encuentro contigo, que me sales al encuentro día tras día con la Palabra de la verdad que tu Evangelio encierra y entrega.

 

CONTEMPLATIO

Soy todavía imperfecto, pero vuestra oración en Dios me perfeccionará para alcanzar, misericordiosamente, la herencia, refugiándome en el Evangelio como en la carne de Jesús, y en los apóstoles como en el presbiterio de la Iglesia. Amemos a los profetas, porque también ellos anuncian el Evangelio [...]. Han recibido el testimonio de Jesucristo y han sido incluidos en el evangelio de la esperanza común [...]. El Evangelio tiene algo más especial, la venida del Salvador, nuestro Señor Jesucristo, su pasión y su resurrección. Los bienamados profetas la preanunciaron, pero el evangelio es la consumación de la incorruptibilidad (Ignacio de Antioquía, «Ai Filadelfiesi», en I padre apostolici, Roma 21998, pp. 129-131 [edición española: Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1993]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras del evangelista Marcos: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio-» (Me 1,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Marcos refleja a la perfección el estadio inicial de la cristología de la Iglesia primitiva, de la que nunca se podrá prescindir para comprender, por comparación, los desarrollos ulteriores de la reflexión teológica. Aunque el redactor no ha expresado con claridad y de manera orgánica su pensamiento, ha conseguido concentrar nuestra atención en la figura del siervo de YHWH, que nos redime a través del dolor y de la soledad. Su preocupación por eliminar el escándalo de la cruz es evidente, para lo cual demuestra que Jesús ha vencido a Satanás. En su debilidad actuaba la omnipotencia divina para la restauración del Reino y la derrota decisiva del poder diabólico sobre la humanidad [...].

Marcos traza la imagen de Jesús más próxima a su realidad humana. Mientras que los otros evangelistas, aun afirmando de manera categórica que Jesús fue un verdadero hombre, casi transfiguran su vida, compenetrando con la luz pascual su humanidad envuelta de miseria y fragilidad, Marcos, en cambio, reproduce de modo verista la experiencia de Cristo que tuvieron los apóstoles, y en particular Pedro, durante su actividad pública antes de su glorificación a la derecha del Padre. En consecuencia, no se preocupa por atenuar las manifestaciones de su sensibilidad, que revelan sus rasgos profundamente humanos.

Sólo Marcos habla de la cólera, de la amargura, del estupor de Jesús, el cual, por otra parte, dirige preguntas a los discípulos, gime y suspira, abraza con ternura a los niños y ama al joven rico aun cuando éste no corresponda a su invitación de seguirle en la renuncia. Pero no se piense que, con esto, ha subestimado la dignidad trascendente y divina de Cristo. Al contrario, ha puesto este título a su libro: Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Aunque Marcos no elabore una profunda cristología intentando sondear el misterio divino y humano de Jesús, nos documenta, no obstante, mejor que los otros evangelistas y con una probidad escrupulosa sobre la desconcertante realidad de la expoliación del Hijo de Dios, que se encarnó para llevar a cabo la salvación mediante el sufrimiento y la muerte (A. Poppi, Commento a Marco, Padua 1978).

 

 

Día 26

Jueves de la cuarta semana de pascua o 26 de abril, conmemoración de

San Isidoro de Sevilla

 

        Los padres de Isidoro, huyendo de Justiniano y de los invasores bizantinos, después de abandonar sus posesiones de Cartagena, llegaron a Sevilla, hacia la mitad del siglo VI. En esta ciudad y hacia el año 556, nació el hijo menor del matrimonio, Isidoro, que había de ser el hombre más docto de su tiempo. Fueron hermanos suyos otros tres santos: Leandro, Florentina y Fulgencio.

Bajo la dirección espiritual y el mecenazgo de Leandro, Isidoro se educó desde su infancia en el monasterio que aquél había fundado y del cual era abad.

Muy joven aún, se consagra Isidoro totalmente al Señor, lleno de santo entusiasmo, y recibe de manos de su propio hermano y obispo el hábito monacal, entregándose enseguida al estudio de todas las ciencias y resultando un lector infatigable de prodigiosa memoria.

Cuando estalla la última lucha entre el arrianismo y el catolicismo, al apoyar el rey Leovigildo la herejía y ser desterrado por éste el obispo Leandro, Isidoro empieza a distinguirse como defensor de la fe, por lo que pronto se le persigue y amenaza.

Muerto el rey (586), y decidida la victoria del catolicismo, al abjurar Recaredo de la herejía, regresan a Sevilla los dos hermanos: Leandro como obispo, e Isidoro, apenas cumplidos 30 años, para encargarse, por delegación de aquél, de la dirección del monasterio, como abad sucesor. A los 40 años sucede a su hermano en la sede episcopal de Sevilla.

Cumplidos los 80 años, Isidoro aún predicaba a su pueblo y aconsejaba a sus fieles, con amor y humildad, pero, agotado de tantos y tan continuados trabajos y esfuerzos, sucumbe a una maligna enfermedad y muere el día 4 de abril del año 636.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 2,1-10

1 En lo que a mi toca, hermanos, cuando vine a vuestra ciudad para anunciaros el designio de Dios, no lo hice con alardes de elocuencia o de sabiduría.

2 Pues nunca entre vosotros me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo, y a este crucificado.

3 Me presenté ante vosotros débil, asustado y temblando de miedo.

4 Mi palabra y mi predicación no consistieron en sabios y persuasivos discursos; fue más bien una demostración del poder del Espíritu,

5 para que vuestra fe se fundara no en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios.

6También nosotros tenemos una sabiduría para adultos en la fe, aunque no es una sabiduría de este mundo, ni de los poderes que gobiernan este mundo y estén abocados a la destrucción.

7 De lo que hablamos es de una sabiduría divina, misteriosa, escondida; una sabiduría que Dios destino para nuestra gloria antes de los siglos

8 y que ninguno de los poderosos de este mundo ha conocido, pues, de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria.

9 A nosotros, en cambio, como dice la Escritura: lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar que Dios podía tenerlo preparado para los que lo aman,

10 eso es lo que nos ha revelado Dios por medio de su Espíritu. El Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios.

 

 *• La acción salvífica de Dios es totalmente gratuita; en Jesucristo, el Padre ha ofrecido la salvación a todos. La lógica escandalosa de la cruz modifica los criterios de mérito y privilegio e invierte el horizonte de la sabiduría humana. Desde un primer momento, Pablo evidencia esta perspectiva hablando de la fuerza de la locura de la cruz (1,18-25); a continuación, pone como ejemplo a la comunidad de Corinto (1,26-31) y, por último, propone su propio comportamiento misionero (2,1-5).

Pablo no se ha servido de raciocinios elocuentes o de hábiles argumentaciones (2,1): en el centro de su anuncio está únicamente Jesucristo, y éste crucificado. El apóstol funda y refuerza su proclamación en la fuerza del Espíritu. Sólo esta acción potente y el contenido del mensaje, despojado de cualquier estrategia persuasoria, conducen a una adhesión de fe auténtica, que no depende de las capacidades intelectivas y lógicas del predicador. Según este principio, anunciar el Evangelio significa confiar por entero en la obra de Dios.

El segundo capitulo de la primera Carta a los Corintios presenta una reflexión sobre el tema de la sabiduría articulada en dos panes, ofreciendo antitéticamente un cuadro doctrinal unitario, Si en la primera sección (vv 1-5) Pablo hablaba de la necedad de la cruz oponiéndola a la sabiduría autosuficiente del hombre, en la segunda (vv 6-16) traza los rasgos que caracterizan la verdadera sabiduría cristiana, ya sea por los destinatarios que están en actitud de acogerla o por el contenido especifico que encierra. Así, Pablo habla de cristianos <<perfectos», <<adultos en la fe» (cf 14,2o; Flp 3,15; Col 1,28), a quienes Dios les ha manifestado una sabiduría <<misteriosa>>, <<escondida» y eterna, como Dios que es, destinada <<para nuestra gloria antes de los siglos» y distinta de la sabiduría <<de este mundo», descrita por Pablo en un lenguaje de carácter apocalíptico (v. 7ss).

Por este motivo, frente a aquellos corintios que se tenían por <<Espirituales» porque poseían una gnosis o conocimiento superior los creyentes que han recibido el anuncio del apóstol no tienen que considerarse inferiores. Al revés, gozan de un don inmenso y gratuito: haber conocido en Cristo el plan de Dios para la salvación del mundo. Y quien anuncia esta sabiduría a los <<adultos en la fe» no entrega un don obtenido por méritos propios, sino que hace participe a otros de cuanto le ha sido revelado <<por medio del Espíritu» (v. 1o), lo que Dios <<tenía preparado para los que lo aman» (v. 9). La puerta de acceso que conduce a las <<profundidades de Dios» (v. 1o) no es un conocimiento—gnosis fundado en presuntas capacidades humanas, sino en el amor

 

 

Evangelio: Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús:

13 Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.

15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.

16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que esta en los cielos.

 

¤» Mateo ensambla dos imágenes (en los otros dos evangelios sinópticos se encuentran separadas; cf Mc 9,49 y Lc 14,34ss para la <4sal»; Mc 4,21 y Lc 8,16; 11,33 para la <<luz») y las utiliza para crear, en el contexto del <<sermón de la montaña», una especie de engranaje entre el texto de las bienaventuranzas (5,1-12) y el de la Ley (5,17-46). Se quiere poner el acento en la tarea confiada a los discípulos, que deben vivir en referencia a tiempo-mundo, de modo no distinto y separado, sino como alternativa. El empleo del <<vosotros sois», al inicio del v. 13, resalta la unión entre las dos metáforas de nuestro texto y la ultima bienaventuranza precedente (5,1 1-12).

La primera imagen, la de la sal, sugiere los diferentes modos conocidos de utilizar este elemento natural e indispensable: sazona las comidas, conserva y preserva los alimentos y, en el terreno específicamente religioso, esta relacionada con los sacrificios de oblación (Lv 2,13; Ez 43,24). Si la sal se desvirtúa (eventualidad posible, puesto que la sal se obtenía con técnicas rudimentarias e imperfectas, y sin mayor control de calidad), no sirve para nada, <<para tirarla fuera y que la pisen». En estas dos ultimas expresiones, es evidente que la referencia al juicio de Dios, bien sea con <<echar>>/»tirar», que Mateo también usa en otros contextos (3,10; 7,19; 5,25; 5,29; etc.), o <<pisotear», término utilizado por Isaías para describir la suerte reservada a los impíos (10,6; 25,10; etc.), esta dirigida al discípulo que no realiza debidamente su vocación y se vuelve <<insípido>> (el verbo moraino del v. 13 expresa tanto la pérdida de sabor como el ser necio>>;   Mt 25,1-I3).

La segunda indicación dada a los discípulos a través de la imagen de la luz, y relacionada con la de la ciudad, se enlaza con la idea profética de la peregrinación de los pueblos, quienes de ahora en adelante serán atraídos no por Jerusalén (cf Is 2,2-5), sino por la luz de Cristo irradiada mediante los discípulos. El horizonte de esta <<difusión» se expande para que alcance a todos los pueblos; no se puede circunscribir igual que no se puede ocultar el resplandor difundido por una lámpara colocada en el centro de la casa. Un imperativo, <<brille» (v 16), cierra la perícopa e invita al oyente a depurar su adhesión personal al Evangelio conforme a la facultad de realizar <<buenas obras» (no mencionadas aquí, aunque si explicitadas en Mt 25,35ss), que den gloria al Padre celestial.

Sin esta praxis, el seguimiento resulta insípido, y el camino, incierto, envuelto en tinieblas.

 

MEDITATIO

Toda reflexión sobre la humildad tiene que subrayar su especificidad cristiana, esto es, tiene que hundir sus raíces en la persona de Jesús, misterio y recapitulación de la revelación de Dios.

Solemos llamar humildes a las personas de mezquina condición social, los insignificantes. Sólo en el latín eclesiástico toma este término un significado moral y religioso, resumiendo en sí mismo términos y conceptos bíblicos...

En el Antiguo Testamento, ani y anaw –ordinariamente en plural, anawim- derivan de la raíz hebrea anah («estar doblado, apretado»). Su significado original es el de hombre pobre, en la miseria, oprimido, y remite a la categoría de personas a las que protegen las leyes de la alianza (Ex 22,24; Lv 19,10; Dt 24,12) y cuya opresión denuncian tanto los profetas (Is 3,14ss; Am 8,41) como la literatura sapiencial (Job 24,49).

Con la primera predicación profética se añade al término una connotación religiosa: el valor del que se pone libremente en el estado de «ani» frente a Dios (Am 2,7; Sof 2,31). La predilección de Yahveh por sus pobres (Is 10,2; Sal 86,lss) se conjuga con su predilección por los humildes (Sal 34,19; 2 Cr 12,71); a ellos les da su gracia (Prov 3,34; Sal 25,9; Eclo 3,20) y su sabiduría (Prov 11,21).

Probablemente, Jesús dijo: «Yo soy anwana» al afirmar que es el «pobre de Yahveh», es decir, «manso y humilde de corazón». Jesús subraya la presencia escatológica del Reino en su misma persona. Tenemos aquí en síntesis toda la enseñanza y el comportamiento existencial de Jesús: la humildad con el Padre y la humildad con los hombres.

María fue la primera en asimilar la novedad evangélica de la humildad (Le 1,38) y, como verdadera «pobre de Yahveh» (Le 1,48), se puso en seguimiento del Hijo hasta la cruz (Jn 19,25). Ella es la primera entre los «pobres de espíritu» que Jesús proclama bienaventurados... (Y. Mauro, «Humildad», en Diccionario teológico digital).

 

ORATIO

Señor, Dios todopoderoso, tú que elegiste a san Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, para que fuese testimonio y fuente del humano saber, concédenos, por su intercesión, una búsqueda atenta y una aceptación generosa de tu eterna verdad.

 

CONTEMPLATIO

Tres facetas principales pueden considerarse en la vida de nuestro santo:

1. Padre y forjador de monjes

Al hacerse cargo de la dirección monacal, observó que, para «vida de perfección» monástica, era preciso instituir un código de leyes que regulara la vida en comunidad, los derechos y deberes de superiores y súbditos, señalando los elementos fundamentales de la vida conventual, resumidos así por Isidoro: «La renuncia completa de sí mismo, la estabilidad en el monasterio o perseverancia, la pobreza, la oración litúrgica, la lección y el trabajo».

2. Doctor universal y escritor fecundo

Aparte de su alta dirección espiritual en la formación y santidad de sus monjes, él siempre delante con el más sublime ejemplo, es también modelo de ellos en el trabajo intelectual, de una actividad y fecundidad asombrosas, hasta en el supuesto de que pudiéramos considerarlo trasladado a nuestra época.

3. Obispo de Sevilla y padre de obispos

En el año 600 sucede a su hermano Leandro en la sede hispalense, al igual que antes le sucediera en el gobierno monástico, pero también, como entonces, elevando y superando la actividad y perfección en el cargo.

«¡Ay, pobre de mí -exclama en el tercer libro de las Sentencias-, pues me veo atado por muchos lazos que es imposible romper! Si continúo al frente del gobierno eclesiástico, el recuerdo de mis pecados me aterra, y si me retiro de los negocios mundanos, tiemblo más todavía pensando en el crimen del que abandona la grey de Cristo.»

Estas palabras son el más claro testimonio de la intensa y mística vida espiritual que aquel sin par sabio y sabio gobernante llevaba.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia durante el día la frase: «El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Es preciso que el obispo sobresalga en el conocimiento de las sagradas Escrituras, porque, si solamente puede presentar una vida santa, para sí exclusivamente aprovecha, pero, si es eminente en ciencia y pedagogía, podrá enseñar a los demás y refutar a los contestatarios, quienes, si no se les va a la mano y se les desenmascara, fácilmente seducen a los incautos.

El lenguaje del obispo debe ser limpio, sencillo, abierto, lleno de gravedad y corrección, dulce y suave. Su principal deber es estudiar la santa Biblia, repasar los cánones, seguir el ejemplo de los santos, moderarse en el sueño, comer poco y orar mucho, mantener la paz con los hermanos, a nadie tener en menos, no condenar a ninguno si no estuviere convicto, no excomulgar sino a los incorregibles.

Sobresalga tanto en la humildad como en la autoridad, para que ni por apocamiento queden sin corregir los desmanes, ni por exceso de autoridad atemorice a los súbditos. Esfuércese en abundar en la caridad, sin la cual toda virtud es nada. Ocúpese con particular diligencia del cuidado de los pobres, alimente a los hambrientos, vista al desnudo, acoja al peregrino, redima al cautivo, sea amparo de viudas y huérfanos.

Debe dar tales pruebas de hospitalidad que a todo el mundo abra sus puertas con caridad y benignidad. Si todo fiel cristiano debe procurar que Cristo le diga: «Fui forastero y me hospedasteis», cuánto más el obispo, cuya residencia es la casa de todos. Un seglar cumple con el deber de hospitalidad abriendo su casa a algún que otro peregrino; el obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón» (del tratado de san Isidoro, obispo, sobre los oficios eclesiásticos, caps. 5, 1 -2: Patrología latina 83, 785).

 

Día 27

Viernes de la cuarta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 13,26-33

En aquellos días, llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga:

26 Hermanos, hijos de la estirpe de Abrahán, y los que, sin serlo, teméis a Dios, es a vosotros a quienes se dirige este mensaje de salvación.

27 Ciertamente, los habitantes de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús, y al condenarlo cumplieron las palabras de los profetas que se leen todos los sábados.

28 Sin haber hallado en él ningún delito que mereciera la muerte, pidieron a Pilato que lo matase.

29 Y después de cumplir todo lo que acerca de él estaba escrito, lo bajaron del madero y lo sepultaron.

30 Pero Dios lo resucitó de entre los muertos.

31 Durante muchos días se apareció a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén, los cuales son ahora sus testigos ante el pueblo.

32 Y nosotros os anunciamos la Buena Noticia: que la promesa hecha a nuestros antepasados

33 Dios nos la ha cumplido a nosotros, sus descendientes, resucitando a Jesús, como está escrito también en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.

 

*» En este discurso -su primer discurso programático,  Pablo desarrolla los mismos argumentos de fondo del primer discurso de Pedro en Pentecostés. Debía ser un esquema habitual en los que anunciaban la Buena Noticia en los ambientes judíos: las antiguas promesas se han cumplido ahora, a pesar del rechazo por parte de los habitantes de Jerusalén, que entregaron a Pilato a un inocente, al que Dios despertó de los muertos. Los matices del discurso son distintos, pero la sustancia es la misma: Jesús, injustamente condenado, ha sido reconocido justo por Dios mediante la resurrección. Y ésta es «la palabra de salvación», ésta es la «Buena Nueva», ésta es la realización de «la promesa hecha a nuestros antepasados»: Dios es lo suficientemente fuerte para vencer el mal, incluso el más horrible. Dios dará la salvación a los que crean en su poder, el mismo poderque se manifestó en el acontecimiento pascual de Jesús.

Hemos de señalar que Pablo fundamenta el anuncio de la resurrección en declaraciones de «testigos». Pablo tiene mucho cuidado en no introducirse en el número de estos, con lo que reconoce su papel insustituible.

Él es sólo un portavoz de «lo que ha recibido». Con todo, se apresura a añadir: «Ynosotros os anunciamos la Buena Noticia», introduciéndose en el grupo de los evangelizadores. Nos anuncia la Palabra de salvación a nosotros, que somos los verdaderos hijos de Abrahán (Mt 3,9), los herederos de las promesas (Gal 3,16-29), el verdadero Israel de Dios (Gal 6,16), hoy, en este contexto concreto que es el nuestro.

 

Evangelio: Juan 14,1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí.

2 En la casa de mi Padre hay lugar para todos; de no ser así, ya os lo habría dicho; ahora voy a prepararos ese lugar.

3 Una vez que me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde voy a estar yo.

4 Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy.

5 Tomás replicó: - Pero, Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?

6 Jesús le respondió: - Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre sino por mí.

 

**• Los apóstoles, reunidos en torno a Jesús en el cenáculo, después del anuncio de la traición de Judas, de las negaciones de Pedro y de la inminente partida del Maestro, han quedado profundamente afectados. El desconcierto y el miedo han inundado la comunidad. Jesús lee en el rostro de sus discípulos una fuerte turbación, un peligro para la fe, y por eso les anima a que tengan fe en el Padre y en él (v. 1).

Si el Maestro exhorta a sus discípulos a la confianza es porque él está a punto de irse a la casa del Padre a prepararles un lugar. No deben entristecerse por su partida, porque no los abandona; más aún, volverá para llevarlos con él (vv. 3s).

Los apóstoles no comprenden las palabras de Jesús. Tomás manifiesta su absoluta incomprensión: no sabe la meta hacia la que se dirige Jesús ni el camino para llegar a ella; y es que entiende las cosas en un sentido material. Jesús, en cambio, va al Padre y precisa el medio para entrar en contacto personal con Dios: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (v. 6).

Esta fórmula de revelación es una de las cumbres más elevadas del misterio de Cristo y de la vida trinitaria: el hombre-Jesús es el camino porque es la verdad y la vida. En consecuencia, la meta no es Jesús verdad, sino el Padre, y Jesús es el mediador hacia el Padre. La función mediadora del hombre-Jesús hacia el Padre está explicitada por la verdad y por la vida. El Señor se vuelve así, para todos los discípulos, el camino al Padre, por ser la verdad y la vida. Él es el revelador del Padre y conduce a Dios, porque el Padre está presente en él y habla en verdad. Él es el «lugar» donde se vuelve disponible la salvación para los hombres y éstos entran en comunión con Dios.

 

MEDITATIO

 Jesús también me dice a mí hoy: «No te inquietes». Tú sabías, Señor, que también había de llegar para mí el momento de la inquietud y la turbación. Para mí y para tantos otros como yo. ¿Cómo es posible que haya tantos odios y venganzas? ¿Tanta corrupción e indiferencia? ¿Tanta hambre de dinero y de poder? ¿Tanta violencia y tanta prepotencia? Fíjate cómo nuestras ciudades se han vuelto semejantes a Sodoma y Gomorra: ¿cómo es posible no sentirse inquieto?

Jesús responde a mi inquietud asegurándome que «también hay un lugar para mí» allí donde está él, un lugar preparado para quien, a pesar de la inquietud, persevera con él en las pruebas y en la tormenta. Y es que, en definitiva, también en el siglo XXI, sigue siendo él el camino, la verdad y la vida: con él es como podemos y debemos atravesar los ciclones de la avidez y de la sensualidad sin límites y los vientos gélidos de la injusticia y del cinismo.

Todas las fuerzas que nos desvían, todas las tendencias arrolladuras que nos exigen estar firmemente aferrados a él.

¿Quieren llevarte por otros caminos? Acuérdate de que él es el camino. ¿Quieren indicarte soluciones más adelantadas, más dignas del nuevo milenio? Acuérdate de que él es la verdad. ¿Quieren enseñarte cómo vivir de un modo más intenso y libre? Acuérdate de que él es la vida. Acuérdate de que con él puedes iniciar una reconstrucción no ilusoria, aunque no fácil.

 

ORATIO

Sostén, Señor, mi corazón vacilante; tú mismo ves lo difícil que es no quedar preso del asombro en este mundo que parece haber olvidado incluso que has venido a nosotros. Tú mismo estás viendo cómo estamos destruyendo, en unos pocos decenios, un patrimonio espiritual acumulado durante siglos mediante un tenaz trabajo misionero y pastoral. Tú mismo estás viendo cómo envejecen tus fieles, sin que lleguen demasiados refuerzos, cómo disminuye la práctica religiosa y el número de vocaciones, cómo se disgrega la familia, cómo son considerados tus fieles con cierta suficiencia.

Sostén, Señor, mi fe vacilante, porque no quiero abandonarte a ti, que eres todo para mí. Sostén esta débil esperanza mía, que quisiera ver el nuevo milenio iluminado por tu verdad. Sostén la cada vez menos vivida llama del amor por mis hermanos, a los que quisiera hacer el supremo regalo de dar testimonio de ti como el único que pone en contacto con el Dios vivo y verdadero.

Haz que las palabras que dijiste a Tomás venzan todo mi desánimo y triunfen sobre mi debilidad. Porque estoy seguro de que eres tú quien tiene la última palabra: «A ti, Señor, me acojo; no quede yo avergonzado para siempre» (cf. Sal 71,1).

 

CONTEMPLATIO

Mediante la continua invocación y el continuo recuerdo de nuestro Señor Jesucristo, se implanta en nuestra mente una especie de divina tranquilidad, siempre que no olvidemos la oración continua dirigida a él, la sobriedad sin tregua y la obra de la vigilancia. En verdad, intentamos realizar siempre del mismo modo y de una manera propia la invocación a Jesucristo nuestro Señor, gritando con un corazón ferviente, de modo que podamos tener parte y gustar el santo nombre de Jesús. La continuidad, en efecto, tanto para la virtud como para el vicio, es la madre de la costumbre, y la costumbre tiene, después, la misma fuerza que la naturaleza. La mente que llega a semejante tranquilidad persigue, a continuación, a los enemigos como el perro que caza las liebres en el bosquecillo. El perro, para devorarlas; la mente, para aniquilarlos (Hesiquio, Discurso sobre la sobriedad  y las virtudes unidas a la salvación del alma, 98).

 

ACTIO

          Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nadie escapa a la posibilidad de ser herido. Todos somos personas heridas, física, psicológica, mental, espiritualmente. La pregunta principal no es: «¿Cómo podemos esconder nuestras heridas?», a fin de que no nos resulten embarazosas, sino: «¿Cómo podemos poner nuestras heridas al servicio de los demás?».

Cuando las heridas dejan de ser una fuente de vergüenza y se vuelven fuente de curación, nos convertimos en curadores heridos. Jesús es el curador herido de Dios: por medio de sus heridas nos ha sanado de nuevo a nosotros. El sufrimiento y la muerte de Jesús han traído consigo alegría y vida; su humillación ha traído gloria; su rechazo ha traído una comunidad de amor. Como seguidores de Jesús, también nosotros podemos hacer que nuestras heridas traigan curación a los otros (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaagio, Brescia 1997, p. 207 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]). 

 

Día 28

Sábado de la cuarta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 13,44-52

44 El sábado siguiente casi toda la ciudad se congregó para escuchar la Palabra del Señor.

45 Los judíos, al ver la multitud, se llenaron de envidia y se pusieron a rebatir con insultos las palabras de Pablo.

46 Entonces, Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía: - A vosotros había que anunciaros antes que a nadie la Palabra de Dios, pero puesto que la rechazáis y vosotros mismos no os consideráis dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos.

47 Pues así nos lo mandó el Señor: Te he puesto como luz de las naciones para que lleves la salvación hasta los confines de la tierra.

48 Los paganos, al oír esto, se alegraban y recibían con alabanzas el mensaje del Señor. Y todos los que estaban destinados a la vida eterna creyeron.

49 La Palabra del Señor se difundió por toda aquella región.

50 Los judíos, sin embargo, sublevaron a las mujeres distinguidas que adoraban al verdadero Dios, y a los principales de la ciudad, promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de su territorio.

51 Ellos, en señal de protesta, se sacudieron el polvo de los pies y se fueron a

Iconio.

52 Los discípulos, por su parte, estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo.

 

**• Se presenta aquí una problemática muy sentida por la comunidad cristiana primitiva: el rechazo del Evangelio por parte de los judíos y la consiguiente predicación a los paganos. En nuestros días estamos menos interesados en este tipo de problemas relacionados con el derecho de precedencia de Israel a la salvación. Sin embargo, en aquella época estos problemas se consideraban con una gran seriedad y están presentados con una gran frecuencia en los Hechos de los Apóstoles (13,46s; 18,6;28,28) y en tres capítulos (9-11) de la Carta a los Romanos. Eran problemas que planteaban interrogantes y producían angustia en la conciencia de los discípulos: ¿como es posible que el pueblo de las promesas no las haya reconocido una vez cumplidas?

Aquí se subraya la alegría de los nuevos destinatarios, los efectos positivos de la persecución, el clima de optimismo que invadía a los discípulos -«estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo»- en medio de unos acontecimientos que no se presentaban ciertamente demasiado tranquilos.

La Palabra, rechazada por los judíos, es acogida con entusiasmo por los paganos. Los apóstoles, rechazados en un lugar, se sacuden el polvo de los pies y difunden la Palabra en otros lugares. La persecución les llena de la alegría que viene del Espíritu y da la seguridad de seguir los pasos de Cristo, el justo rechazado por los hombres y exaltado por Dios.

El libro de los Hechos de los Apóstoles rebosa de optimismo, de ese optimismo que no procede de la carne, sino del Espíritu. La alegría no brota de los éxitos, sino de las tribulaciones; no procede de las realizaciones humanas, sino de sentirse configurados con Cristo, de sentirse encauzados por el camino hacia Dios.

 

Evangelio: Juan 14,7-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

7 Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto.

8 Entonces Felipe le dijo: - Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta.

9 Jesús le contestó: - Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre?

10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra.

11 Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago.

12 Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre.

13 En efecto, cualquier cosa que pidáis en mi nombre os la concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

14 Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre.

 

*»• El tema fundamental del pasaje es la relación entre Jesús y el Padre. El evangelista, a la pregunta de por qué Jesús es el único mediador para llegar al Padre,  responde que sólo Cristo puede conducir a los hombres a la comunión con Dios. Jesús es el camino al Padre porque conduce a él a través de su persona: él está en el Padre y el Padre en él. A partir de esta mutua inmanencia entre Jesús y el Padre se hace comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al conocimiento del Padre (v. 7).

El lenguaje del Maestro resulta oscuro para los discípulos, y, por eso, Felipe pide ver la gloria del Padre. No ha comprendido que se trata de ir al Padre a través de la persona de Jesús. Los discípulos no han sabido reconocer en la presencia visible de su rabí las palabras y las obras del Padre (v. 9). Para ver al Padre en el Hijo es preciso creer en la unión recíproca entre el Padre y el Hijo.

 

Sólo mediante la fe es posible comprender la copresencia entre Jesús y el Padre. De ahí que lo único que pueda pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza ese don. El Señor, en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado en otras ocasiones al vivir con Jesús, y el testimonio de «las obras que hago» (v. 11).

La obra que Jesús ha inaugurado con su misión de revelador es sólo un comienzo. Los discípulos proseguirán su misión de salvación. Más aún: harán obras semejantes a las suyas e incluso mayores. Por último, el Maestro se ocupa de animar a los suyos y a todos los que crean en él a participar en la obra de la evangelización y en su misma misión.

 

MEDITATIO

Felipe quiere ver al Padre, pero no ha sabido verlo en Jesús. Ha visto con los ojos la realidad externa, pero no ha visto la realidad escondida con los ojos, mucho más penetrantes, de la fe. Juan usa de una manera típica el verbo «ver» para indicar dos tipos de realidades: la del signo visible y la de la gloria del Verbo o realidad sobrenatural.

¿Y tú qué ves cuando contemplas las obras de Dios? ¿Ves sólo la realidad sensible, el signo, o la acción de Dios, la realidad significada? Es bueno plantearse una pregunta como ésta, porque el secularismo invasor no se preocupa más que de la realidad visible, empírica, palpable. Aunque está dispuesto, a continuación, a correr detrás de «doctas fábulas» de tipo astrológico o mágico o pseudorreligioso. El discípulo de Jesús debe caminar entre el positivismo y la superstición, aceptando lo real de la realidad y aguzando la mirada de la fe, que nos permite ver la acción -o la «gloria»- de Dios en los acontecimientos humanos, a menudo intrincados, siempre misteriosos, nunca absurdos.

El Señor ha prometido a su Iglesia la posibilidad de hacer obras incluso mayores que las que él ha hecho: la grandeza ha de ser medida en el orden de los valores proclamados por él mismo, esto es, con el signo por excelencia que es la cruz. Se trata del signo del martirio, de la entrega, del amor que se da, de consumir nuestra propia vida por el prójimo: lo que exige ver y apreciar otro orden de valores distintos a los apreciados por el mundo, un orden de valores que, al final, atrae todos a él.

 

ORATIO

Me doy cuenta, Señor, de que soy un buen compañero de Felipe, es decir, que soy un poco miope para ver tu acción en el mundo. Ayer me lamentaba de la debilidad de tu Iglesia, y quizás no consiga vislumbrar tu posible mensaje. Me lamentaba asimismo, con acentos de nostalgia, del hundimiento de esta «cristiandad», sin lograr ver lo nuevo que estás haciendo brotar. Me lamento de verte ausente de la historia y no consigo verte allí donde antes no estabas presente y ahora, en cambio, lo estás.

Veo que no sé leer los «signos de los tiempos», dejándome ir unas veces hacia el pesimismo y otras hacia el optimismo, es decir, leyendo los acontecimientos humanos o bien mirando exclusivamente las debilidades de los hombres, o bien abandonándome a un providencialismo milagrero.

Enséñame tú el arte del discernimiento, concédeme el don de verte allí donde actúas y el modo en que lo haces. Purifica mi corazón para no sean mis estados de ánimo, sino tu luz la que me guíe para descubrirte y encontrarte allí donde actúas, para colaborar contigo, pero, sobre todo, para amarte como tú quieres.

 

CONTEMPLATIO

En medio de las tinieblas de la vida presente, la Escritura se ha vuelto la luz para nuestro camino. Por eso dice Pedro: «Hacéis bien en prestar[le] atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro» (2 Pe 1,19). Y, a su vez, dice el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 118,105).

Sabemos, sin embargo, que esta misma lámpara es oscura para nosotros si la Verdad no la hace brillar en nuestras almas. Por eso dice aún el salmista: «Tú, Señor, eres mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas» (Sal 18,29). ¿De qué sirve una luz que arde y no da luz? Pero la luz creada no brilla para nosotros si no es iluminada por la luz increada. Ahora bien, el Dios omnipotente, que ha creado las palabras de ambos Testamentos para nuestra salvación, él mismo es el intérprete (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, 1,7,17).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstrame, Señor, tus caminos» (Sal 24,4a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Te revelaste, Señor, como invisible; eres un Dios escondido e inefable. Pero te haces visible en cada ser: la criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada confiere el ser, Dios mío, tú te haces visible en la criatura.

Soy incapaz de darte un nombre, estás más allá del límite de toda definición humana. Socorre a los hijos de los hombres: ellos te veneran en figuras diferentes y eres para ellos causa de guerras religiosas. Sin embargo, ellos te desean, Bien único, oh Inefable y Sin Nombre.

No sigas oculto aún, manifiesta tu rostro: así seremos salvos. Responde a nuestra oración: desaparecerán la espada y el odio, encontraremos la unidad en la diversidad. Aplácate, Señor, tu justicia es misericordia: ten piedad de nosotros, frágiles criaturas (Nicolás de Cusa, cit. en G. Vannucci, 1/ libro della preghiera universale, Florencia, 1985, p. 367). 

 

Día 29

Quinto domingo de pascua

 

Santa Catalina de Siena fue canonizada por Pío II en el año 1461 y proclamada patrona de Italia, junto con san Francisco, por Pío XII en 1939. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia en 1970, y Juan Pablo II, copatrona de Europa en 1999.

Su vida duró sólo treinta y tres años: en 1347 nació en Siena y en 1380 murió en Roma. A los seis años tuvo la primera visión, a los siete hizo el voto de virginidad y a los dieciséis tuvo lugar su consagración en la tercera orden de santo Domingo. La vemos como misionera de la redención, capaz de componer bandos opuestos, de emprender largos viajes, de atraer ejércitos de discípulos, de escribir a una multitud de personas de Italia y de Europa, de hacer volver al Papa a Roma, de defender el pontificado en el gran cisma de Occidente, de adentrarse en los asuntos sagrados y políticos de la Iglesia de su tiempo, de ingeniárselas para la mejora de las costumbres y para la asistencia a enfermos y presos.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 9,26-31

En aquellos días,

26 cuando llegó Pablo a Jerusalén, intentaba unirse a los discípulos, pero todos le tenían miedo, pues no acababan de creerse que fuera discípulo de verdad.

27 Entonces Bernabé tomó consigo a Saulo y se lo presentó a los apóstoles. Les refirió cómo en el camino Saulo había visto al Señor, que le había hablado, y con qué convencimiento había predicado en Damasco el nombre de Jesús.

28 Desde entonces iba y venía libremente con los apóstoles en Jerusalén, predicando con valentía el nombre del Señor.

29 Hablaba y disputaba también con los judíos de procedencia helenista, pero éstos decidieron acabar con él.

30 Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesárea y de allí lo enviaron hacia Tarso.

31 Entre tanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría; se consolidaba viviendo en fidelidad al Señor. Y se extendía impulsada por el Espíritu Santo.

 

*» Ha tenido lugar un acontecimiento estrepitoso: Saulo, el celoso judío que perseguía con saña a la comunidad cristiana, vencido de improviso por el Espíritu, se ha adherido a Cristo. Pero nadie sabe nada todavía de su repentina y total conversión. Todos le temen e intentan evitarle. Un hermano se hace cargo de él. Bernabé, atento a la voz del Espíritu y dócil a su guía, toma consigo a Pablo, sale garante por él, crea un clima de estima y de favor en torno a su persona, para insertarlo del mejor modo posible en la comunidad de Jerusalén (vv. 27s). Y de inmediato se inflama Pablo por la predicación.

Sin embargo, precisamente la franqueza con que habla en el nombre del Señor le acarrea, como había sucedido en Damasco (vv. 22-25), un complot por parte de los judíos de lengua griega: la comunidad cristiana de Jerusalén decide entonces alejarlo (vv. 29s) para preservarle la vida, que la tenía seriamente amenazada (v. 26).

La atención al designio que el Espíritu va trazando en la historia de cada persona y el compromiso activo en favor de su desarrollo -en este caso la premura de Bernabé- consiguen éxitos de un alcance incalculable en la historia de la Iglesia: la distensión de los ánimos en medio de la recíproca benevolencia da frutos de paz, incrementa y hace progresar la comunidad, que, «impulsada por el Espíritu Santo», va ampliando cada vez más el círculo de su irradiación (v. 31).

 

Segunda lectura: 1 Juan 3,18-24

18 Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad.

19 En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos la conciencia tranquila ante Dios,

20 porque si ella nos condena, Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas.

21 Queridos míos, si nuestra conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con confianza,

22 y lo que le pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.

23 Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que él nos dio.

24 El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por eso sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.

 

**• El apóstol Juan, que ha «visto» y «tocado» al Verbo de la vida, parece que sólo tiene una palabra para comunicar a los hombres: el amor. La repite sin cansarse con mil matices diferentes, con acentos cada vez más fuertes, con una pasión que le viene de la experiencia del misterio pascual. En consecuencia, su exhortación es, antes que nada, una invitación a vivir en comunión con Cristo para pasar con él de la muerte a la vida (v. 16).

Frente a la pascua del Señor -su muerte y resurrección- no podemos contentarnos con discursos sobre el amor: es preciso emprender acciones concretas inspiradas en la verdad manifestada por Cristo (v. 18). «Cada árbol se conoce por sus frutos», había enseñado Jesús (Lc 6,44): de este modo, todo el mundo puede evaluarse exactamente sobre la base de sus propias obras, poniéndose bajo la mirada de Dios con una conciencia límpida, con la confianza de los hijos (1 Jn 3,19-21) en los que mora un germen divino (v. 9).

Juan no ignora que el mandamiento del amor es verdaderamente «divino», o sea, imposible para el hombre, sólo posible con la ayuda del Espíritu. De ahí procede el reconocimiento de la absoluta impotencia del hombre: «Sin mí, no podéis hacer nada». De ahí también -y en consecuencia- la total desesperación o la auténtica humildad sin límites: «Dios es más grande que nuestra conciencia» (v. 20). Y él, el Omnipotente, obedece a los que le obedecen y «guardan sus mandamientos» (v. 22). Quien ama así tiene una sola voluntad con Dios, y ama de verdad conforme a Cristo: ha restaurado plenamente en él la imagen divina a cuyo modelo fue creado. En el v. 23 los «mandamientos» se resumen en uno solo: el de la fe en Jesucristo y el del amor recíproco. De este modo, la conclusión del fragmento nos devuelve al inicio: se cierra un círculo que tiene como centro la vida en plenitud: el que, amando, «guarda sus mandamientos», conoce ya desde ahora la alegría inefable de la inhabitación divina.

 

Evangelio: Juan 15,1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.

2 El Padre corta todos los sarmientos unidos a mí que no dan fruto y poda los que dan fruto para que den más fruto.

3 Vosotros ya estáis limpios, gracias a las palabras que os he comunicado.

4 Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí.

5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada.

6 El que no permanece unido a mí es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados.

7 Si permanecéis unidos a mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo tendréis.

8 Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia y os manifestáis así como discípulos míos.

 

**• La frecuente repetición, en pocos versículos, del verbo «permanecer» hace comprender de inmediato que es la palabra clave del fragmento. Si en el capítulo 14 -comienzo del «discurso de despedida»- se pone el acento en la partida de Jesús y en la inquietud de los apóstoles, ahora aparece en la comunión profunda, real, indestructible que hay entre él y aquellos que creen en él.

Aunque va a enfrentarse con la muerte, Jesús sigue siendo para los suyos la fuente de la vida y de la santidad («producir fruto»: 15,6). Más aún, precisamente yendo al Padre pone la condición para poder «permanecer» para siempre en los suyos. Jesús, sirviéndose de una comparación, habla de sí mismo como de la vid verdadera: una imagen que ya habían usado a menudo los profetas para describir a Israel, la vid infecunda, recidiva a los amorosos cuidados de YHWH (cf. Is 5). Jesús se presenta como el verdadero pueblo elegido que corresponde plenamente a las atenciones de Dios. Por otra parte, se identifica con la Sabiduría, de la que se había escrito que como vid ha producido brotes, flores y frutos (Eclo 24,17).

Con esa imagen quiere explicar, por consiguiente, cómo es la extraordinaria realidad de la comunión vital con él que ofrece a los creyentes, qué compromiso incluye ésta y cuáles son las expectativas de Dios. Jesús es el primogénito de una humanidad nueva en virtud del sacrificio redentor en la cruz. Él es la cepa santa de la que corre a los sarmientos su misma linfa vital. Quien permanece unido a él puede dar al Padre el fruto del amor y dar gloria a su nombre (vv. 5.8). A continuación, para que este fruto sea copioso, el Padre-viñador realiza todos los cuidados, corta los sarmientos no fecundos y poda los fecundos. Esta obra de purificación se va realizando cuando la Palabra de Jesús es acogida en un corazón bueno (v. 3): entonces esta Palabra guía las acciones del hombre y lo hace amigo de Dios, cooperador en su designio de salvación, colaborador de su gloria (v. 7).

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios nos invita a detenernos con la mente y con el corazón en el tema de la vida como un caminar incesante al encuentro con Cristo, andando por el sendero de la luz y de la verdad, con corazón humilde, vigilante y confiado. Hoy es la fiesta de santa Catalina de Siena, y nos viene de manera espontánea «volver a escuchar» de ella, de toda la tensión de su vida, la Palabra de esta liturgia.

La vigilancia de santa Catalina nació de un corazón enamorado e iluminado, totalmente inclinado a la persona de Cristo. Esta tensión y atención proporcionan una mirada interior (como la descrita en Sab 7,22ss) capaz de leer e intervenir en el hoy de la historia bajo la guía de la Palabra de Dios. ¿Acaso no era así la sabia mirada de santa Catalina? Así reconocemos también en ella la obra de la vigilancia que nos hace resistentes y responsables, o sea, capaces de combatir contra las seducciones del mundo y solícitos en el ocuparnos de los otros.

La vigilancia, además, nos hace anclar nuestra propia fe en Cristo muerto y resucitado y, precisamente por eso, nos hace capaces de recibir e irradiar la luz.

Hoy nos complace detenernos ante santa Catalina, reconocer en ella a aquella «hija de la luz» de la que nos habla la Escritura y dejarnos irradiar por aquella luz suya a fin de que «al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16). Nos complace mirarla en su incansable ir al encuentro de la Iglesia y de Cristo, para dejarnos atrapar en este movimiento suyo. Al mirarla, parece repetirnos ella misma,

casi como una invitación y una consigna, las palabras de la liturgia: «¡Salgárnosle al encuentro!... ¡Vigilemos!».

 

ORATIO

¡Oh Deidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza divina diste tanto valor a la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que siempre queda hambrienta y sedienta de ti,

Trinidad eterna, con el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz.

Con la luz de la inteligencia gusté y vi en tu luz tu abismo, eterna Trinidad, y la hermosura de tu criatura, pues, revistiéndome yo misma de ti, vi que sería imagen tuya, ya que tú, Padre eterno, me haces partícipe de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo unigénito. Y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la voluntad que me hace capaz para el amor.

Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura.

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin consumir; tú eres el que consumes con tu calor los amores egoístas del alma. Tú eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu luz, en la que me has hecho conocer tu verdad.

En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría, pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.

Tú, el vestido que cubre mi desnudez; tú nos alimentas a nosotros, que estábamos hambrientos, con tu dulzura, tú, que eres la dulzura sin amargor, ¡oh Trinidad eterna! (Catalina de Siena, Diálogo sobre la divina providencia, cap. 167).

 

CONTEMPLATIO

Si quieres ser verdadera esposa de Cristo, te conviene tener la lámpara, el aceite y la luz [...]. Por la lámpara se entiende el corazón, que debe asemejarse a una lámpara.

Ves que la lámpara es ancha por arriba y estrecha por abajo: y así está hecho nuestro corazón, para significar que debemos tenerlo siempre ancho por arriba, mediante los santos pensamientos, las santas imaginaciones y la oración continua [...]. Así también nuestro corazón debe ser estrecho para estas cosas terrenas, no deseándolas ni amándolas de una manera desordenada, ni apeteciéndolas en mayor cantidad de la que Dios nos quiera dar; pero siempre debemos darle gracias, admirando cómo nos provee suavemente de ellas, de suerte que nunca nos falte nada [...].

Y, sin embargo, haz de modo que la lámpara se mantenga bien derecha; en efecto, cuando la mano del santo temor mantiene la lámpara del corazón derecha y bien llena de aceite, ésta se encuentra bien, pero cuando se encuentra en manos del temor servil, éste le da la vuelta de arriba abajo y la empuja a servir y a amar por el propio deleite y no por amor a Dios. Dándole la vuelta a la lámpara se ahoga la llama y se derrama el aceite, de suerte que el corazón se queda sin el aceite de la verdadera humildad [...]. Pero piensa [...] que no bastaría la lámpara si no tuviera aceite dentro. Y por el aceite se entiende esa dulce pequeña virtud de la profunda humildad.

Conviene, en efecto, que la esposa de Cristo sea humilde, mansa y paciente; y será tan humilde como paciente, y tan paciente como humilde. Ahora bien, no podremos llegar a esta virtud de la humildad sin un verdadero conocimiento de nosotros mismos, esto es, conociendo nuestra miseria y nuestra fragilidad [...].

Por último, es necesario que la lámpara esté encendida y arda en ella la llama: de otro modo, no bastaría para hacernos ver. Esta llama es la luz de la santísima fe. Me refiero a la fe viva, porque dicen los santos que la fe sin obras está muerta. Por eso es necesario que nos ejercitemos continuamente en las virtudes, abandonando nuestras niñerías y vanidades...; de este modo, tendremos la lámpara, el aceite y la llama (Catalina de Siena, «Lettere» 23, 79, passim, en V. Menconi, S. Caterina da Siena e i pastori della Chiesa, Roma 1987, pp. 146-148).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y ora hoy con santa Catalina: «Abierta la puerta, encontrarás al esposo eterno que te acogerá en sí mismo y participarás de su belleza y de su bondad» (Carta 360).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La parábola [de las vírgenes] nos enseña que no se puede obtener la santidad con ofrendas negativas: no comiendo, no bebiendo, no enriqueciéndose. No es suficiente esto para encontrar en la noche del mundo, en la noche de la historia humana, la Luz eterna, Cristo. Es preciso tener aceite: una caridad a toda prueba hacia todas las personas, en todo momento, con orden, sensatez, pero de manera absoluta. Y éste es el mensaje de Cristo, de la Iglesia, de la revelación, de los santos.

Carísimos, a la cristiandad no le faltan vírgenes con inmensas lámparas sin aceite. La Iglesia, sin embargo, camina con las lámparas de las vírgenes prudentes. En los momentos de tinieblas, de calamidades, de torpor general de la cristiandad y de la humanidad, las vírgenes como santa Catalina de Siena, con su ofrenda, con su sensatez, con su amor trascendente, iluminan también el camino a las otras vírgenes, dándoles ejemplo a fin de que compren el aceite mientras aún es de día [...].

Al meditar sobre santa Catalina, entramos en la realidad más profunda del cristianismo, que incluye tanto la palabra pronunciada como la vida escondida que se ofrece al Señor. El cristianismo implica actos sacramentales exteriores que tienen su valor, incluso cuando son realizados por almas que no tienen el deseo de ver el rostro del Señor, de arrodillarse y de llorar de alegría; pero el verdadero cristianismo es vivido por almas raras como santa Catalina, que amó con todo su ser (P. Theodosios [Maria della Croce], Le profonditá sacre della Parola di Dios, Roma 1996, pp. 188-191, passim).

 

Día 30

Lunes de la quinta semana de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 14,5-18

En aquellos días, en Iconio,

5 los paganos y los judíos con sus jefes tramaron un plan para maltratar e incluso apedrear a Pablo y Bernabé,

6 pero ellos se dieron cuenta y escaparon a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y a sus alrededores,

7 donde también anunciaron la Buena Noticia.

8 Había en Listra un paralítico, cojo de nacimiento, que nunca había podido andar.

9 Un día que estaba oyendo hablar a Pablo, éste se le quedó mirando fijamente y, viendo que tenía suficiente fe como para ser curado,

10 le dijo en alta voz: - Levántate y ponte derecho. Él se levantó de un salto y echó a andar.

11 La gente, entonces, al ver lo que había hecho Pablo, comenzó a gritar en dialecto licaonio: - ¡Son dioses que han tomado forma humana y han bajado hasta nosotros!

12 Y llamaban Zeus a Bernabé y Hermes a Pablo, porque era él quien hablaba.

13 Por su parte, el sacerdote de Zeus, cuyo templo estaba a la entrada de la ciudad, hizo traer ante las puertas toros adornados con guirnaldas y, junto con toda la gente, pretendía ofrecer un sacrificio.

14 Cuando los apóstoles Bernabé y Pablo se dieron cuenta de lo que pasaba, se rasgaron los vestidos e irrumpieron por medio de la gente gritando:

15 - Ciudadanos, ¿qué es lo que hacéis? Nosotros somos de la misma condición que vosotros. Somos hombres y os anunciamos la Buena Noticia para que, abandonando estos dioses vacíos, os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos.

16 En las pasadas generaciones, él permitió que cada nación siguiese su propio camino,

17 aunque no dejó de darse a conocer por sus beneficios, enviándoos desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, y llenando de alimento y alegría vuestros corazones.

18 Con estas palabras lograron convencer a la gente para que no les ofrecieran sacrificios, pero no les fue fácil.

 

*•• Estamos de nuevo ante un episodio de curación que continúa el paralelismo entre los hechos de Pedro y los de Pablo (la referencia a la curación del paralítico en la puerta «Hermosa» es evidente). Lucas usa aquí, como en otros lugares, el verbo «salvar» en el sentido de «curar», tal como recoge la traducción que presentamos.

La reacción del público, en cambio, es nueva. Mientras la reacción normal a un milagro entre los judíos era la de dar gloria a Dios (cf. 4,21), aquí, entre los paganos, se da gloria a los hombres. Había una antigua leyenda, ambientada en un pueblo no alejado de Listra, referente a Filemón y Baucis, dos agricultores que dieron hospitalidad a Zeus y a Hermes. Esta leyenda, recogida por Ovidio, debía de ser muy conocida por los habitantes de la región. Los honores tributados a los dos personajes estaban dictados también por la preocupación de no caer en el duro castigo que propinaron los dioses a los que no los acogieron. Hermes era venerado además como dios de la salud, y Pablo había curado al paralítico. Había, por tanto, más de un motivo para honrar como es debido a los dos extraordinarios personajes.

El discurso que sigue a continuación refleja una situación de emergencia y desconcierto. Pero es importante, porque se trata del primer discurso dirigido a los paganos. No se citan las Escrituras, pero sí aparece una invitación explícita a que abandonen los ídolos y se conviertan al Dios vivo y verdadero, creador de todas las cosas. Es probable que se trate de la argumentación típica empleada por los evangelizadores respecto a los paganos, una argumentación que ya había hecho muchos prosélitos entre ellos. Estamos ante un ejemplo de inculturación y de adaptación a la situación.

El hecho de que Bernabé y Pablo se rasgaran los vestidos y reaccionaran con espanto puede ser motivo de reflexión para los que no desdeñan los fáciles honores y los reconocimientos por méritos apostólicos.

 

Evangelio: Juan 14,21-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

21 El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama de verdad, y el que me ama será amado por mi Padre. También yo le amaré y me manifestaré a él.

22 Judas, no el Iscariote sino el otro, le preguntó: - Señor, ¿cuál es la razón de manifestarte sólo a nosotros, y no al mundo?

23 Jesús le contestó: - El que me ama se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él.

24 Por el contrario, el que no guarda mis palabras es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son mías, sino del Padre, que me envió.

25 Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros;

26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo.

 

**• El centro de interés del fragmento es la autorrevelación de Jesús, solicitada por una pregunta ulterior del apóstol Judas de Santiago. El Maestro había anunciado precedentemente a los discípulos que ya se había manifestado a ellos, aunque de un modo espiritual. Sin embargo, esas palabras no habían sido comprendidas por los suyos, que pensaban en una manifestación gloriosa y mesiánica delante de todos. Jesús se sirve de la pregunta del apóstol (v. 22) para plantear de nuevo el tema de la presencia de Dios en la vida del creyente (v. 23). Sólo quien ama está en condiciones de observar la Palabra de Jesús y de acoger su manifestación espiritual e interior.

Y quien observa esta Palabra (= los mandamientos) será amado por él y por el Padre. Más aún, quien muestre amor a Jesús recibirá en su propia intimidad la presencia del mismo: Jesús habitará en su corazón junto con el Padre y el Espíritu. Esta manifestación del Señor es espiritual. Se identifica con la presencia de Cristo en el alma de quien vive de manera conforme a su Palabra.

Esta presencia interior de Jesús constituye la «escatología realizada» entre Dios y los hombres. La inhabitación de la Trinidad en el creyente está, pues, condicionada no tanto por Dios como por nosotros mismos: amar a Jesús y observar su Palabra. En cambio, quien no ama ni practica los mandamientos no puede formar parte de esta vida de Dios (v. 24).

En este punto del coloquio, Jesús, lanzando una mirada retrospectiva a toda su misión de revelador, establece una distinción entre su enseñanza y la del Espíritu (vv. 25s): el tiempo de Cristo lleva en sí la verdad, porque Jesús es «la verdad» (14,6); el tiempo del Espíritu la ilumina y la hace penetrar en el corazón de los creyentes, porque «el Espíritu es la verdad» (1 Jn 5,6).

 

MEDITATIO

En tiempos no remotos, la inhabitación de la Trinidad era un tema bastante entrañable a los cristianos más atentos a las realidades de la fe. Hoy, al menos así lo parece, lo es un poco menos. Sin embargo, una vida «habitada por Dios» es muy distinta a una vida desierta, abandonada a sí misma, condenada a agotarse en los límites de la criatura.

Mi vida ha sido visitada por Dios. Él habita en mi interior más profundo. Él es el dulce huésped de mi alma: «Vendremos a él y viviremos en él». ¿Cómo es posible vivir una vida trivial teniendo como huésped a la Trinidad? ¿Cómo es posible no asombrarse por esta verdad, por esta extraordinaria realidad que nos arrebata de la soledad, ensalza la dignidad de la existencia, llena de estupor, da luz a la tonalidad grisácea de nuestra vida cotidiana, sumerge en el mundo divino, hace familiar la existencia con Dios, no cesa de asombrar y de maravillar, desplaza el centro de interés de toda la aventura terrena, colorea de sentido toda acción? ¿Cómo no quedar sobresaltado de alegría frente a este ser mío mortal hecho templo de la Trinidad inmortal, frente a este cuerpo mío corruptible hecho santo e incorruptible por la intimidad con su Creador?

 

ORATIO

Te bendigo y te doy gracias, Señor mío, porque hoy has abierto mis ojos a todo lo que quieres obrar en mí y conmigo. ¿Cómo es posible que, por lo general, viva yo como si estuvieras lejos? ¿Cómo es posible que te busque fuera de mí? ¿Cómo es posible que me olvide de que estás conmigo, dentro de mí?.

Señor, perdona mi ceguera y mi distracción. Perdona mi poco amor, que me impide buscarte allí donde tú quieres ser encontrado. Perdóname, porque lleno en ocasiones mi corazón de personas o cosas que no te dejan sitio a ti. Perdona todas las veces que me lamento por mi soledad, como si tú me hubieras dejado solo para recorrer los caminos del mundo.

Señor, hazte sentir tú también. Hazme volver, como tú sabes hacerlo, a la interioridad, a tu presencia dentro de mí. Ayúdame a alejar lo que ocupa el sitio que tú te has reservado en lo más íntimo de mí. Purifica mi corazón para que pueda verte presente en mi vida, operante, tranquilizador, indispensable. Refuerza, Señor, mi corazón, para que pueda verte y sentirte, para que pueda entablar contigo un diálogo de amor y vivir contigo una historia de amor destinada a no acabar nunca.

 

CONTEMPLATIO

Oh Dios mío, Trinidad a la que adoro, ayúdame a olvidarme de mí por completo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si ya mi alma estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de ti, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu misterio.

Pacifica mi alma, haz en ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo; que yo no te deje en ella nunca solo; que esté en ti enteramente, despierta del todo en mi fe, toda adoración, entregada por completo a tu acción creadora (Isabel de la Trinidad, cit. en A. Hamman, Compendio de la oración cristiana, Edicep, Valencia 1990, p. 204).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vendremos a él y viviremos en él» (Jn 14,23).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero convertirme totalmente en deseo de saber para aprender todo de ti; y después, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijarte siempre y permanecer bajo tu gran luz, oh mi Astro amado, fascíname para que ya no pueda salir de tu resplandor.

Oh Fuego que consume, Espíritu de amor, ven a mí, para que se produzca en mi alma como una encarnación del Verbo; que yo le sea una humanidad añadida en la que él renueve todo su misterio. Y tú, Padre, inclínate sobre tu pobre y pequeña criatura, cúbrela con tu sombra, no veas en ella más que al Bienamado en el que has puesto todas tus complacencias.

Oh mis «Tres», mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me entrego a ti como una presa, entiérrate en mí para que yo me entierre en ti, mientras espero ir a contemplar en tu luz el abismo de tu grandeza (Isabel de la Trinidad, cit. en A. Hamman, Compendio de la oración cristiana, Edicep, Valencia 1990, p. 204).