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LECTIO DIVINA OCTUBRE DE 2022

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Sábado XXVI semana del Tiempo ordinario o día 1 de octubre, conmemoración de

Santa Teresa del Niño Jesús

 

Santa Teresa del Niño Jesús, Teresa Martin, hija de Luis Martin y de Celia Guerin –ambos en canonizados-, nació en Alecon (Normandía), el 2 de enero de 1873. Entró a los 15 años en el Carmelo de Lisieux e hizo su profesión el 8 de septiembre de 1890. Murió el 30 de septiembre de 1897.

Teresa, que llevó una intensa vida espiritual, centrada toda ella en el descubrimiento de la sencillez y totalidad del Evangelio y en la ofrenda al Amor misericordioso, brilló en la Iglesia de su tiempo, y sigue brillando en la del nuestro, como una contemplativa, apóstol de los apóstoles, a través de una experiencia de vida evangélica en la que no faltaron ni las tinieblas de la noche oscura de la fe ni la luminosa comunión con todos y con todo, por ser el Amor en el corazón de la Iglesia.

Nos ha dejado, entre sus escritos, los Manuscritos autobiográficos, muchas Cartas, Poesías, Oraciones y Recreaciones piadosas llenas de sabiduría, que pregonan un mensaje nuevo y universal.

Fue canonizada por Pío XI el 17 de mayo de 1925 y proclamada patrono de las misiones el 14 de diciembre de 1927.

En virtud de la autoridad de su doctrina, llena de sabiduría evangélica, acogida de una manera unánime en la Iglesia, actual por sus mensajes, Juan Pablo II la declaró doctora de la Iglesia el 19 de octubre de 1997.

 

LECTIO

Primera lectura: Job 42,1-3.5-6.12-17

1 Job respondió al Señor y dijo:

2 Sé que todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance.

3 «¿Quién es ése que enturbia mi consejo con palabras sin sentido?»

4 Así he hablado yo, insensatamente, de maravillas que me superan y que ignoro.

5 Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.

6 Por eso me retracto, y me arrepiento cubierto de polvo y ceniza.

12 Y el Señor bendijo el final de la vida de Job más que su comienzo: llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas.

13 Tuvo además siete hijos y tres hijas.

14 A una le puso el nombre de «Paloma», a otra el de «Acacia» y a otra el de «Frasco de Perfumes».

15 No había en todo aquel país mujeres tan bellas como las hijas de Job. Y su padre les dio parte en la herencia junto con sus hermanos.

16 Después de todo esto, Job vivió todavía hasta la edad de ciento cuarenta años y vio a sus hijos y a sus nietos, hasta la cuarta generación.

17 Job murió anciano y colmado de días.

 

*+• Los últimos versículos del libro de Job constituyen un acto de confianza y de abandono en Dios. Ya ante el espectáculo de la creación y de sus maravillas, había hecho Job una primera confesión a Dios: «Hablé a la ligera, ¿qué puedo responderte? No diré una palabra más. Hablé una vez, pero no volveré a hacerlo; dos veces, pero no insistiré» (40,3-5). Ahora, en esta segunda confesión, Job no sólo reconoce el desorden de su mente, sino que confiesa la sabiduría y la omnipotencia de Dios. Retira todas las acusaciones que había movido antes contra Dios: «Sé que todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance» (42,2).

Job ha hecho un largo recorrido. Se ha adentrado, en situaciones de práctica desesperación, a través de la noche de los sentidos y del espíritu, en una experiencia que figura entre las más terribles de la vida. Ha comprendido que Dios se esconde para hacerse buscar y para que podamos encontrarle: este ingreso subraya su camino místico, el gran dinamismo de su vida espiritual. En consecuencia, puede afirmar Job: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). Te conozco, ahora he entrado en lo profundo de tu misterio.

El conocimiento de Dios que ahora ha madurado en Job ya no es «de oídas», sino un conocimiento de quien se ha acercado a él y ha buscado asemejarse al Hijo de Dios, que dio su vida por el hombre. Ahora comprendemos bien que el problema de Job es, sobre todo, un gran problema de amor. El amor de quien, aun sintiéndose rechazado, no desiste a pesar de todo de continuar buscando y gritando a Dios su propia fidelidad. Satán había apostado con Dios que no había ningún amor gratuito. Job ha conseguido probar que, cuando el amor del hombre es atraído por el de Dios, es capaz de alcanzar una entrega total.

 

Evangelio: Lucas 10,17-24

En aquel tiempo,

17 los setenta [y dos] volvieron llenos de alegría, diciendo: -Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.

18 Jesús les dijo: -He visto a Satanás cayendo del cielo como un rayo.

19 Os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones, y para dominar toda potencia enemiga, y nada os podrá dañar.

20 Sin embargo, no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo.

21 En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien.

22 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.

23 Volviéndose después a los discípulos, les dijo en privado: -Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis.

24 Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

 

 

*+• El evangelio nos pone hoy de manifiesto el significado de la misión de los «setenta y dos discípulos». Vuelven éstos «llenos de alegría» (v. 17) y Jesús les descubre el contenido profundo de lo que han realizado.

El tema está desarrollado en dos secciones ligeramente diferentes, aunque unitarias (w. 17-20 y w. 21-24). Éstas incluyen: a) en primer lugar, la misión, considerada como una victoria que consiguen los setenta y dos en la lucha contra Satanás (v. 18); b) en segundo lugar, la victoria sobre Satanás, que pone de manifiesto que los discípulos son capaces de vencer al mal que hay en el mundo; por eso se les considera en el evangelio «dichosos» (v. 23) y sus nombres están escritos en el Reino de los Cielos (cf. v. 20); c) en tercer lugar y prosiguiendo, el evangelio hace observar que los «sencillos» (v. 21) están abiertos al misterio y reciben la verdad de Jesús; d) por último, Jesús alaba al Padre por el don concedido a los «sencillos» y revela la unión de amor entre él y el Padre: «Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre...» (v. 22).

Puede afirmarse que la misión es concebida en el evangelio como irradiación del amor que une al Padre y al Hijo. Este amor revelado a los «sencillos» es la fuerza que destruye el mal. Los discípulos son considerados «dichosos» porque ven y gustan ya desde ahora el amor del Padre y del Hijo.

 

MEDITATIO

Hemos llegado al final del libro de Job. Al principio habíamos reflexionado sobre la apuesta lanzada por Satanás sobre el hombre. Según la opinión de Satanás, el hombre es incapaz de un amor gratuito. Sin embargo, hemos concluido que, si bien no sabemos si tenemos o no el amor gratuito por Dios, una cosa es segura: Dios nos ama y dilatará nuestro corazón probándolo con el fuego incandescente de su amor. Por lo demás, Dios espera de nosotros que nos entreguemos a él con confianza y perseverancia, como Job, poniéndonos por completo a su disposición. Si de verdad amamos a Dios, nuestro amor encontrará en sí mismo su riqueza. Este amor increíble y atrayente es el que nos comprometerá y nos llevará a saborear el don inaudito del amor trinitario. En el Cantar de los Cantares se lee que aquel a quien buscamos sin cansarnos existe y nos ama. Un día lo encontraremos, si hemos perseverado en esta búsqueda contemplativa, y nos colmará de alegría. Pero lo debemos buscar ya desde ahora sin desanimarnos. En el fondo, también Job puede decir al final: «Ahora te han visto mis ojos» (42,5). Sólo quien ama -dice H. U. von Balthasar- puede hablar del amor. No es posible hablar ni siquiera de los más pequeños problemas del mundo espiritual sin haber tenido una experiencia directa. Del mismo modo, tampoco un cristiano puede hacer apostolado a no ser anunciando, como hizo Pedro, lo que ha visto y oído (cf. 2 Pe 1,16-19). Todo lo que podamos atestiguar sobre Dios procede de la contemplación: la de Jesús, la de la Iglesia y la nuestra. Gracias a este amor, que le ha puesto en una auténtica relación con Dios, obtiene Job su bendición, mucho mayor que la primera.

Durante estos días hemos meditado sobre el misterio de la prueba y del amor. Ante María santísima pidamos poder penetrar con mayor profundidad en este misterio.

 

ORATIO

Oh Dios, tú eres nuestro Señor, eres tú quien se anticipó a nosotros y nos amó cuando todavía ni siquiera te conocíamos y no te podíamos pagar tu amor con el nuestro. Eres tú quien sigue amándonos y preparaste para nosotros bienes invisibles de los que no tenemos ninguna visión intuitiva. También nosotros te amamos y nos movemos hacia ti, precisamente en la dirección que tú nos has prefijado. Pero estamos sumergidos en un montón de cosas y de obstáculos que nos impiden buscarte; nos impulsan lejos de ti; nos impiden gozar de tu intimidad. Concédenos, oh Padre, la gracia de comprender el grito lacerante de nuestro corazón.

Ayúdanos a entender mejor el sentido de las pruebas que nos apremian por todas partes; de la noche de nuestros sentidos, de la noche del espíritu y de la noche honda de la fe, donde nos agitamos en un estado de casi desesperación. Infunde en nuestros corazones el afecto de tu amor. Infúndelo profundamente. Conviértete tú mismo para nosotros en una corriente que fluya, para que nuestro discurrir nos conduzca hasta ti.

Tú, oh Dios, nos has hecho comprender que nos es necesario entrar en los sufrimientos y en las pruebas de Jesucristo. Ayúdanos ahora, oh Padre, a meditar su pasión a fin de participar en sus sufrimientos y conocer así la fuerza de la resurrección.

 

CONTEMPLATIO

El amante no entra en el reino del amor con la alegría de haber encontrado por fin la culminación de todos sus propios deseos, sino en silencio y con humildad, porque el amor ha sobrepasado todas sus expectativas y a él mismo. Tiene que soportar lo insoportable: la presencia del amor. Sería poco dar a esta imposibilidad de soportar el nombre de bienaventuranza, de éxtasis de amor. En efecto, el amor es demasiado grande, y en este «demasiado» se incluye una especie de dolor, que sólo conoce quien ama, pero que es la flecha, la espina de toda felicidad espiritual. Sería asimismo poco describir este dolor como el límite de la propia respuesta, como desilusión respecto a la propia realidad, que incluso en el momento de la máxima entrega no ofrece nada verdaderamente digno del amor. En efecto, el amor demasiado grande no rebosa sólo en relación con el yo, a la persona a la que beneficia; ni siquiera un yo más grande, más digno, conseguiría contener este desbordamiento; tal prerrogativa, en efecto, está ínsita en el amor mismo, que, confrontado consigo mismo, resulta demasiado grande, y todo el que se vea herido por su maravilla y arrollado por sus olas debería caer en adoración frente a su extremo poder y a su victoria radiante (H. U. von Balthasar, Sorelle nello Spirito. Teresa di Lisieux  Elisabetta di Digione, Milán 1974, p. 310).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Conque no habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora?» (Mt 26,40).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

He aquí una de las páginas más bellas que escribió santo Tomás Moro en la cárcel antes de ser ejecutado: «Cristo sabía que muchos, por su misma debilidad física, se habrían dejado aterrorizar por la sola idea del suplicio... y quiso confortar su ánimo con el ejemplo de su dolor, de su tristeza, de su angustia, de su miedo. Y a quienes estuvieran constituidos físicamente de este modo, o sea, a los débiles y a los miedosos, les quiso decir casi hablándoles directamente: "Ten valor, tú que eres tan débil; aunque te sientas cansado, triste, temeroso e importunado por el terror de crueles tormentos, ten valor: porque también yo, ante el pensamiento de la acérrima y dolorosísima pasión que me apremiaba de cerca, me sentí todavía más cansado, triste, temeroso y sometido a una íntima angustia... Piensa que te bastará con caminar detrás de mí... Confíate a mí, si no puedes tener confianza en ti mismo. Mira: yo camino delante de ti por este sendero que te da tanto miedo; agárrate al borde de mi túnica y de él obtendrás la fuerza que impedirá que tu sangre se disperse en vanos temores y mantendrá firme tu ánimo con el pensamiento de que estás caminando detrás de mis huellas. Fiel a mis promesas, no permitiré que seas tentado por encima de tus fuerzas"» (A. Sicari, «San Tommaso Moro», en id., Ritratti di santi, Milán 1993, p. 46 [edición española: Retratos de santos, Encuentro Ediciones, Madrid 1995]).

 

 

Día 2

XXVII domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Habacuc l,2ss; 2,2-4

1.2 ¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches? ¿Hasta cuándo te gritaré: «¡No hay más que violencia!» sin que tú me salves?

2 ¿Por qué me haces sentir la maldad mientras tú contemplas impasible la opresión? Ante mí no hay más que rapiña, violencia, pleitos y contiendas.

2,2 Y el Señor me respondió: «Escribe la visión, grábala en tablillas, con caracteres bien legibles,

3 porque la visión tardará en cumplirse: tiende a su fin y no fallará; aunque parezca tardar, espérala, pues se cumplirá en su momento.

4 El malvado sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad».

 

*•• «¿Hasta cuándo, Señor?», «¿por qué...?» (l,2ss). Estas preguntas, que atormentan desde siempre el corazón del hombre, resuenan fuertes y claras en labios de un profeta que vivió, probablemente, hacia finales del siglo VII a. de C. ¿Por qué el desencadenamiento del mal en el mundo, por qué la violencia? ¿Por qué nuestra oración parece caer en un vacío temeroso sin que vuelva ningún eco como respuesta? Poco importa que en este caso se trate de los caldeos que invaden la tierra o de cuanto hoy vemos cada día en nuestras pantallas. La palabra del profeta se dirige segura al Dios «de los ojos tan puros» (1,13), a «su» Dios, a «su» Santo (cf. 1,12), gritándole el escándalo de esa paradójica indiferencia.

Más he aquí que el Señor sale de su silencio e invita al profeta a escribir la visión que le ofrece, a grabar claramente la respuesta en tablillas para que todos puedan conocerla. Es preciso esperar a que la Palabra de Dios (la visión), aquí personificada, se cumpla. Se cumplirá, ciertamente. Si se hace esperar, es preciso seguir aguardando, porque, a buen seguro, se cumplirá.

«El malvado sucumbirá» (2,4a). Ese malvado es el que, aun aceptando las prescripciones divinas, no las pone en práctica, y está abocado a la ruina; en cambio, «el justo vivirá por su fidelidad» (2,4a). Esta sentencia divina, clara, lapidaria, eficacísima, resume la teología de la alianza. En concreto, significa que los impíos opresores caldeos perecerán, como también los judíos inicuos, mientras que los judíos fieles sobrevivirán. Sin embargo, el significado de la afirmación va mucho más allá del momento histórico que la hizo surgir. No por nada ha pasado esta frase a Heb 10,36.39 y a san Pablo (Rom 1,17 y Gal 3,11), quien le confiere un sentido no ya sólo comunitario -es decir, referido a todo el pueblo-, sino que la aplica a la fe/fidelidad en Cristo Jesús, muerto y resucitado para dar plenitud de vida a todos los hombres que creen en él como salvador del mundo.

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 1,6-8.13ss

Querido hermano:

1 Te aconsejo que reavives el don de Dios que te fue conferido cuando te impuse las manos.

7 Porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de ponderación.

8 No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; antes bien, con la confianza puesta en el poder de Dios, sufre conmigo por el Evangelio.

13 Ten como norma, en la fe y el amor de Jesucristo, las palabras saludables que has recibido de mí.

14 Guarda esa hermosa tradición con la fuerza del Espíritu Santo, que habita en nosotros.

 

**• Pablo, «apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios», prisionero en Roma, dirige a su «amado hijo Timoteo» una segunda carta en la que le anima y exhorta a luchar con valor por el Evangelio. Quiere que también él sea capaz de sufrir como el apóstol en el ejercicio del ministerio al que ha sido llamado por gracia, a fin de custodiar y transmitir con fidelidad las enseñanzas recibidas -«esa hermosa tradición» (v. 14)- mediante la ayuda del Espíritu Santo, sin avergonzarse de las cadenas con que está atado Pablo. Eso podrá suceder si Timoteo «reaviva» (esto es, hace activo y eficaz) el don que le fue conferido mediante la imposición de las manos de Pablo, gesto con el que el apóstol le hizo -en el Espíritu idóneo para continuar su misión de anunciar a todos la salvación obrada en Cristo Jesús. Esto sólo tendrá lugar pagando el precio del sufrimiento, porque no es posible vivir auténticamente y transmitir la fe en Cristo Jesús, muerto y resucitado, si no se está dispuesto a morir como él, a sufrir por él, a dar testimonio de él hasta la sangre. Como también hoy se nos recuerda con mucha frecuencia, no hay mayor vida de fe digna de crédito que la que está dispuesta a pagar incluso con la entrega total de sí mismo, porque el justo, si vive de la fe, también debe ser capaz de morir por esta fe.

 

Evangelio: Lucas 17,5-10

En aquel tiempo,

5 los apóstoles dijeron al Señor: -Auméntanos la fe.

6 Y el Señor dijo: -Si tuvierais fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, diríais a esta morera: «Arráncate y trasplántate al mar», y os obedecería.

7 ¿Quién de vosotros, que tenga un criado arando o pastoreando, le dice cuando llega del campo: «Ven, siéntate a la mesa»?

8 ¿No le dirá más bien: «Prepárame la cena y sírveme mientras como y bebo, y luego comerás y beberás tú»?

9 ¿Tendrá quizás que agradecer al siervo que haya hecho lo que se le había mandado?

10 Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer».

 

**• Lucas recoge en el capítulo 17, del que forma parte el fragmento que nos propone hoy la liturgia, una serie de dichos de Jesús. El primero tiene que ver con la fe. Los discípulos, a lo largo de su vida con Jesús, habían oído muchas veces al Maestro exaltar la fe de los que le pedían curaciones (cf., por ejemplo, Le 7,9; Mt 15,22). Ahora que ellos han recibido la tarea de ir a anunciar el Evangelio, caen en la cuenta de la dolorosa desproporción que existe entre la misión recibida y la pequeñez de su fe. En consecuencia, les brota del corazón esta invocación:

La respuesta de Jesús produce desconcierto. No es una respuesta ajustada o consoladora, y hasta usa una hipérbole que parece cavar un nuevo y más profundo abismo ante los discípulos. Bastaría con un granito de fe, minúsculo como una semilla casi invisible, para hacer posible una acción dificilísima como la de arrancar -con una sola palabra- una morera, cuyas raíces, profundamente ramificadas, la arraigan firmemente al terreno. El segundo fragmento propuesto proyecta luz sobre esto, aunque a una primera lectura resulta igualmente desconcertante. El dueño no tiene obligaciones con el siervo que ha ejecutado sus órdenes con fidelidad. En este momento, efectivamente, Jesús no está haciendo un discurso de tipo social sobre la dialéctica amo-esclavo; se limita simplemente a usar una imagen tomada de la vida diaria. Lo que Jesús pide es precisamente una actitud de profunda humildad, de desprendimiento de uno mismo, de no tener pretensiones; sólo así podrá hacer espacio el discípulo a la omnipotencia del Señor.

Es preciso que el discípulo se acepte como pequeño, pobre, siempre insuficiente ante la gran tarea que Dios le confía. El Señor Jesús quiere que no nos creamos importantes o indispensables en el Reino. No cuentan las obras que nosotros podamos hacer, que acaban por volvernos, poco o mucho, orgullosos. No es ésta la lógica para la que el Señor nos quiere educar. Sólo él es, y nada le es imposible (Lc 1,37). Cuando hayamos hecho todo lo que estaba en nuestro poder, será una gracia que crezca en nosotros la conciencia de que «si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal 126,1), y seremos bienaventurados porque confiaremos en el Señor.

 

MEDITATIO

En la primera lectura y en el evangelio subyace un mismo movimiento de búsqueda por parte del hombre y de respuesta por parte de Dios. En ambos casos, nos deja perplejos lo que Dios responde. Podemos constatar una vez más la verdad de las palabras pronunciadas por Isaías en su nombre: «Vuestros pensamientos no son mis pensamientos, vuestros caminos no son mis caminos» (Is 55,8). De todos modos, al hombre se le pide una sola actitud: la fe, una fe plena, total, incondicionada, una fe que se fía de Dios porque Él ha salido de su silencio pronunciando la Palabra que se ha hecho carne, que ha venido a habitar en la región de nuestra pobreza, de nuestro sufrir.

El Verbo del Padre sigue colgado para siempre en el leño de la cruz, convertido en «espectáculo» para los ángeles y para los hombres; él es el Cordero inmolado puesto ante los ojos de nuestro corazón. No proclama resoluciones para los problemas planteados por nuestros rechazos al amor del Padre; se limita simplemente a mostrarnos con su vida, y todavía más con su muerte, cuál es el camino para encontrar el acceso al corazón del Padre, lejos del cual todo tiene sabor de exilio. Ese camino es el amor humilde, el servicio callado a los hermanos, el hacer todo lo posible por los otros sin sentirnos por ello benefactores de la humanidad, revestidos de esa humildad que enseña -como dicen los padres- a «estar como si no estuviéramos». Sólo así seremos capaces de transmitir a los que vengan detrás de nosotros, como pide Pablo a Timoteo, «esa hermosa tradición» de la fe. Seremos eslabones robustos de esa traditio que hace pasar de generación en generación la posibilidad de vivir una vida plenamente humana, rica, buena, porque habita en ella la fe en Cristo Jesús, que con su muerte y resurrección ha llenado de sentido nuestro vivir y nuestro morir.

 

ORATIO

Señor, eres un amigo difícil. Nos pides una fe plena, total, absoluta, en ti, en el misterio de tu persona, y después te escondes o nos llevas por caminos en los que parece imposible reconocer las huellas de tus pasos. El mal del mundo nos atormenta y nos inquieta; ese silencio tuyo tan frecuente nos resulta aún más pesado, pues no es fácil creer que un Dios bueno vela por nosotros.

Abre los ojos de nuestro corazón, para que te veamos presente en nuestra vida y en la historia de cada hombre. Concédenos, sobre todo, la capacidad de abandonarnos a ti como niños confiados que no te plantean preguntas, sino que se están quietos en su sitio, seguros de que tú sabes el porqué de nuestro dolor y no te diviertes sometiéndonos a pruebas, sino que, si nos induces a socorrernos, es a fin de prepararnos para una alegría mayor.

 

CONTEMPLATIO

El Señor nos invita a ir a la fiesta, cuyo tiempo –nos dice- está siempre dispuesto. ¿Cuál es esa fiesta? La fiesta más elevada, la más verdadera; es la fiesta de la vida eterna, es decir, la eterna bienaventuranza, donde se da de verdad ía presencia de Dios. Ésta no puede tener lugar aquí abajo, aunque la fiesta que podemos celebrar ya aquí es un anticipo de aquélla. Éste es el tiempo de buscar a Dios y tener su presencia como punto de mira en todas nuestras obras. Muchas personas quieren pregustar semejante gran fiesta y se lamentan de que no se les conceda. Y si no encuentran ninguna fiesta en su corazón cuando oran, ni sienten la presencia de Dios, eso les aflige, y lo hacen cada vez menos y de mala gana.

El hombre no debe proceder nunca así; no debemos descuidar nunca ninguna obra, porque Dios está presente, aunque no lo notemos: ha venido de manera secreta a la fiesta. Donde está Dios, está la fiesta de verdad; Dios no puede dejar de estar presente allí donde, con una intención pura, se busca sólo a él; aunque esté de una manera escondida, allí está siempre. El tiempo en el que quiera y deba revelarse y mostrarse de una manera abierta es un asunto que debemos dejar en sus manos. Pero no hay duda de que está presente allí donde le buscan; por consiguiente, no hemos de realizar ninguna acción buena de mala gana, porque Dios está ahí, aunque todavía esté escondido para ti.

Éste es el fundamento: amar a Dios con un corazón íntegro y puro y nada más, y amarnos con una caridad fraterna los unos a los otros como a nosotros mismos; tener un espíritu humilde y sometido a Dios y unas relaciones amables con los hermanos; despojarnos de nosotros mismos, de modo que Dios pueda poseer libremente nuestro corazón, en el que ha grabado su imagen divina, y morar en el lugar donde está toda su gloria (Taulero, // fondo deU'anima, Cásale Monf. 1997, pp. 120-123, passim [edición española: Obras, Fundación Universitaria Española 1988]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tener fe en Dios, en el Cristo-Dios, significa haber optado de manera definitiva por fiarse de Dios. Arquímedes buscaba el fulcro gracias al cual su palanca hubiera podido levantar el mundo. Ser creyentes es haber hecho de Dios el fulcro de nuestra propia vida, y el término «roca» que la Escritura aplica con tanta frecuencia a Dios -«Tú eres mi roca y mi baluarte»- se convierte en el fulcro que yo sé que no puede desaparecer. El Dios en quien confío no puede engañarnos ni puede decepcionarnos, pues no sería Dios; no puede dejar de amarnos, pues no nos habría creado. A todas las certezas que el Antiguo Testamento aducía para confirmar a Dios-nuestra-roca se añadía lo que Cristo había prometido al apóstol Pedro, al cambiar su nombre de Simón por Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Partiendo de esta idea de roca, la inteligencia no carece ni de argumentos ni de luz, porque la fe conduce a la luz. Jesucristo no es una invención de los hombres; los hombres no inventan cosas así o, más exactamente, si las inventan no duran mucho. Pensemos en los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Jesucristo, pensemos también en todas las mediocridades, debilidades, traiciones, que ha habido en la Iglesia... y veremos que habría debido desaparecer, como tantos otros imperios y organizaciones. Sin embargo, a través de algún santo, de algún acontecimiento o de alguna personalidad, la Iglesia vuelve a cobrar vida cada vez, se santifica de nuevo y el árbol que parecía muerto, a punto de ser cortado, vuelve a florecer con nueva vida (Jacques Loew, La felicita di essere uomo. Conversazione con Dominique Xardel, Milán 1992, pp. 22ss).

 

 

Día 3

  Lunes XXVII semana del Tiempo ordinario o 3 de octubre, conmemoración de

san Francisco de Borja

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 1,6-12

Hermanos:

6 No salgo de mi asombro al ver qué pronto habéis abandonado a quien os llamó mediante la gracia de Cristo y con qué rapidez habéis abrazado otro evangelio.

7 Pero no hay otro evangelio. Lo que pasa es que algunos están desconcertándoos e intentan manipular el evangelio de Cristo.

8 Pues sea maldito cualquiera -yo o incluso un ángel del cielo- que os anuncie un evangelio distinto del que yo os anuncié.

9 Ya os lo dije, y ahora os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡caiga sobre él la maldición!

10 Porque, vamos a ver: ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿Trato acaso de agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.

11 Quiero que sepáis, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es una invención de hombres,

12 pues no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno; Jesucristo es quien me lo ha revelado.

 

**• En su segundo viaje misionero había atravesado Pablo «Frigia y la región de Galacia» (Hch 16,6), a saber, la región que se extiende en torno a la actual Ankara, y había fundado allí comunidades cristianas que visitó después en su tercer viaje (Hch 18,23), en los años 53-57 d. C. Lo que propugnaba Pablo es que el creyente se salva en virtud de la fe en Jesucristo crucificado y resucitado, y no a causa de la sola observancia de la Ley. Ésta -dirá Pablo- es libertad. Los cristianos judaizantes, no obstante, pretendían adaptar la práctica del Evangelio a la religión judía y a algunas de sus prácticas (como la circuncisión y otras prescripciones). También la Iglesia que estaba en Galacia padeció esta «intrusión» por parte de los judaizantes. Pretendían éstos nada menos que ironizar sobre la autoridad y la doctrina de Pablo. La reacción del gran convertido de Damasco es vigorosa.

Pablo, dirigiéndose a los « ¡gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado?» (Gal 3,1), expresa una indignación que no es tanto autodefensa como constatación de que corren el riesgo de abandonar el Evangelio de Cristo o de contaminarlo, subvertirlo. El tono de esta perícopa ya es encendido. Estas palabras encendidas persiguen sobre todo obtener que los gálatas se declaren a favor de Cristo y acojan de modo pleno la única certeza que cuenta: el Evangelio, tal como les ha sido predicado, el Evangelio del Señor Jesús. Precisamente porque está convencido hasta el fondo de que se trata de la única alegre noticia que cuenta, puede declarar Pablo con toda franqueza que con la predicación del Evangelio no busca agradar a los hombres, sino a Dios. Lo que él ha venido a anunciar es, en efecto, la Palabra de Dios, recibida por revelación de Jesús y no por enseñanza humana.

 

Evangelio: Lucas 10,25-37

En aquel tiempo,

25 se levantó un maestro de la Ley y le dijo para tenderle una trampa: -Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?

26 Jesús le contestó: -¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?

27 El maestro de la Ley respondió: -Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.

28 Jesús le dijo: -Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás.

29 Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: -¿Y quién es mi prójimo?

30 Jesús le respondió: -Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de desnudarlo y golpearle sin piedad, se alejaron dejándolo medio muerto.

31 Un sacerdote bajaba casualmente por aquel camino y, al verlo, se desvió y pasó de largo.

32 Igualmente un levita que pasó por aquel lugar, al verlo, se desvió y pasó de largo.

33 Pero un samaritano que iba de viaje, al llegar junto a él y verlo, sintió lástima.

34 Se acercó y le vendó las heridas, después de habérselas curado con aceite y vino; luego lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él.

35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al mesonero, diciendo: «Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a mi vuelta».

36 ¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?

37 El otro contestó: -El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: -Vete y haz tú lo mismo.

 

*+• Jesús va de viaje hacia Jerusalén. Un judío, experto legista, durante una parada, se propone «atraparlo» con una pregunta de extrema importancia: ¿qué se debe hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús, siguiendo su estilo, responde con otra pregunta que remite al experto legista a la Ley misma de Moisés. ¿Qué está escrito en ella? El hombre responde recordando el precepto del amor total a Dios, tal como aparecía formulado en Dt 6,3 y había sido retomado en el shema («.Escucha, Israel»), recitado a diario por los israelitas. Une a este precepto el del amor al prójimo, tal como aparece en Lv 19,18.

Tras aprobar Jesús esta perfecta síntesis, el legista le plantea otra pregunta-trampa: «¿Y quién es mi prójimo?» (v. 29). Si pensamos que en el Antiguo Testamento sólo era «prójimo» el israelita y, más tarde, el emigrante inserto en la comunidad israelita (cf. Lv 19,33ss); si tenemos en cuenta que en la época de Jesús el concepto de «prójimo» prácticamente se refería al miembro de la propia secta (fariseos, celotas, etc.), percibiremos la agitadora fuerza innovadora expresada en el relato de Jesús. Su respuesta no es teórica, sino que se inserta en el orden concreto de la vida con la narración de una parábola que debía recordar a los oyentes hechos acaecidos en la vida diaria.

También es importante el escenario: el camino que lleva desde Jerusalén (740 metros) a Jericó (bajando a 350 metros bajo el nivel del mar) presenta un recorrido impracticable, con un desnivel de 1.000 metros, lleno de quebradas donde se escondían los salteadores. Así pues, la acción es animada y fuerte: al hombre agredido, lacerado y sangrante, lo encuentran casualmente un sacerdote y un levita (en aquella época volvían a casa cada semana después de su turno en el templo de Jerusalén); dos hombres, religiosos por excelencia, ven lo sucedido y pasan de largo; por último, el protagonista del relato, un samaritano mestizo, bastardo y hereje, ve la misma escena y se ocupa del herido. Jesús se complace en describir con vivas pinceladas todas las acciones de este hombre con tan mala fama entre los judíos. Éste no se contenta con ver, sino que -sintiendo compasión- se acerca al malaventurado: desinfecta las heridas con el vino, fuertemente alcoholizado, de Palestina, le alivia el dolor con el aceite, le lleva al mesón, donde paga de su propio bolsillo las atenciones que se dispensen a este pobrecillo.

Jesús plantea aún otra pregunta: «¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». ¡Ojo!: aquí se encuentra el núcleo del relato.

Cuando Jesús, aprobando la respuesta del maestro de la Ley, le dice: «Vete y haz tú lo mismo» (v. 37), desplaza totalmente el centro del problema. La cuestión no es saber quién es nuestro prójimo, puesto que todo hombre que comparta con nosotros la naturaleza humana lo es; se trata más bien de saber cómo se llega a ser prójimo para el otro. El que expresa su propia compasión en el orden concreto de su acción cotidiana es verdadero discípulo de Dios, porque «se hace prójimo» del hombre.

 

MEDITATIO

También yo estoy llamado a vigilar para que mi fidelidad al Evangelio sea total. No eran sólo los gálatas quienes corrían el riesgo de confundir la verdadera «alegre noticia» que es el Evangelio de Cristo. También hoy circulan ideas confusas y resbaladizas dentro de un falso irenismo, con barullos de actitudes que no tienen nada que ver con el ecumenismo, con el diálogo interreligioso y con el mundo: realidades sacrosantas todas ellas y que hemos de buscar. La palabra de Pablo me interpela en orden a mi anuncio personal de Jesús, que no puede ser «teleguiado» por modas culturales y espiritualistas. Si quiero agradar a Dios, es preciso que sea siervo alegre del evangelio y, precisamente por eso, libre de amar.

Ésta es mi verdadera libertad, una libertad que está en plena consonancia con el Evangelio. «El buen samaritano se hace prójimo a pesar de la distancia étnica, social y hasta religiosa. No pide contrapartidas» (C. M. Martini). No se protege en pseudoseguridades o miedos, ni en integrismos para lanzar flechas de juicios puntiagudos sobre quienes no piensan lo mismo.

Seguir el camino del Evangelio de Jesús supone una adhesión plena y, por consiguiente, no sólo mental, sino del corazón y de la vida. Es dentro de mi vida diaria donde Jesús -el buen samaritano por excelencia, que se hizo tan prójimo que me entregó su vida en la cruz- me pide que me convierta. Desde la indiferencia del sacerdote y del levita estoy llamado a «hacerme prójimo» con un corazón atento y cálido. Desde la intolerancia del legista que también anida en mí he de pasar a la mansedumbre, a la escucha, al diálogo. De su dureza de corazón he de convertirme «preocupándome» por quienes están a mi lado, especialmente por los que sufren.

Hacerme prójimo en la familia, en el trabajo, en la parroquia o en el movimiento eclesial significa en la práctica revestirme por dentro de paciencia, de benevolencia, de empatía y simpatía; significa hacer desaparecer las muy posibles sombras de envidia y de celos y deseos de conseguir aprobaciones. Hacerse prójimo significa anegar en el mar de la misericordia de Dios resentimientos, amarguras e intereses recónditos. Hacerme prójimo supone, a fin de cuentas, estar revestido por completo de su amor, que, en el orden concreto, se convierte en disponibilidad para ocuparse, para hacerse cargo del otro.

 

ORATIO

Señor Jesús, que has dicho: «Sin mí no podéis nada, pero conmigo daréis mucho fruto» (cf. Jn 15,5), te pido que me ayudes a «introducirme vivo» en tu Evangelio, a creer con plena adhesión de mente y de corazón. Concédeme, pues, hacer desaparecer, con la energía de tu Espíritu, toda la indiferencia, la comodidad y la intolerancia que tanto me hacen asemejarme a quienes, por el camino de Jericó, dejaron en tierra al hombre herido.

Crea en mí, Señor, un corazón nuevo, un corazón capaz de advertir el grito secreto de quien sufre, un corazón tan persuadido de tu amor y tan enamorado de ti que viva sólo para reconocerte, para amarte y «ocuparse» de todo prójimo.

 

CONTEMPLATIO

        La Iglesia tiene necesidad de su perenne pentecostés, necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser Templo del Espíritu Santo, de una pureza total y de vida interior [...].

        La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de la verdad y escuchar con inviolable silencio y con dócil disponibilidad la voz, el coloquio en el asentimiento contemplativo del Espíritu, que nos enseña toda verdad.

        Y necesita también la Iglesia volver a sentir fluir por todas sus humanas facultades la onda del amor que se llama caridad y que ha sido difundida en nuestros corazones «.por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Pablo VI, en D. Ange, La Pentecoste perenne, Milán, 1998, pp. 39ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Despierta, Jesús, mi corazón: hazlo capaz de amar».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia.» Si lleváis todos estos ingredientes a vuestra vida, todo lo que hagáis será eterno. Es algo a lo que merece que le dediquemos tiempo. Nadie puede hacerse santo durmiendo.

Hacen falta la oración, la meditación y tiempo; el perfeccionamiento tanto en el plano físico como en el espiritual exige preparación y cuidados. Desead esta única cosa a cualquier precio, cambiad este «yo» viejo que tenéis para hacer sitio a la «novedad» del amor, al don de vosotros mismos. Volviendo al pasado, por encima y más allá de los placeres efímeros de la vida, aparecen también momentos en los que habéis podido realizar actos de bondad en favor de aquellos que os rodean: cosas demasiado pequeñas como para que valga la pena hablar de ellas, pero que también os producen la sensación de haber entrado en la verdadera vida.

He visto casi todas las cosas maravillosas que Dios ha hecho, he probado casi todos los placeres que Dios ha proyectado para el hombre. Sin embargo, mirando hacia atrás, veo brotar de la vida ya transcurrida breves experiencias en las que el amor de Dios se reflejaba en una modesta imitación de él, en un pequeño acto de amor mío. Estas son las únicas cosas que sobreviven.

Todo lo demás es transitorio. Cualquier otro bien es fruto de la fantasía. Pero los actos de amor que todos ignoran -e ignorarán siempre- no fracasan nunca (E. Drummond, La cosa piú grande del mondo, Roma 1992, pp. 67ss).

 

 

Día 4

Martes de la XXVII semana o 4 de octubre, conmemoración de

San Francisco de Asís

 

Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís, nació en 1181 (o 1182). Disuadido de sus ideales de gloria caballeresca a raíz de las experiencias decisivas de su encuentro con los leprosos y de la oración ante el crucifijo en la iglesia de San Damián, Francisco abandonó su familia y comenzó una vida evangélica de penitencia. Con los numerosos compañeros que muy pronto se unieron a él, comprendió que estaba llamado a vivir el Evangelio sine glossa, como fraternidad de menores a ejemplo de Jesús y de sus discípulos. Al año siguiente a la aprobación de la Regla y vida de los hermanos menores en  1223 por el papa Honorio III, Francisco recibió los estigmas del Crucificado, sello de la conformidad con su único Señor y Maestro. Cuando murió, en 1226, Francisco era un hombre extenuado por la fatiga y por las enfermedades y, al mismo tiempo, un hombre reconciliado con el sufrimiento, consigo mismo y con toda criatura. Fue canonizado en 1228 y es patrono de Italia y de los ecologistas.

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 1,13-24

Hermanos:

13 Habéis oído, sin duda, hablar de mi antigua conducta en el judaísmo: con qué furia perseguía yo a la Iglesia de Dios intentando destrozarla.

14 Incluso aventajaba dentro del judaísmo a muchos compatriotas de mi edad como fanático partidario de las tradiciones de mis antepasados.

15 Pero cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura benevolencia,

16 tuvo a bien revelarme a su Hijo y hacerme su mensajero entre los paganos, inmediatamente, sin consultar a hombre alguno

17 y sin subir a Jerusalén para ver a quienes eran apóstoles antes que yo, me dirigí a Arabia y, después, otra vez a Damasco.

18 Luego, al cabo de tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro y permanecí junto a él quince días.

19 No vi a ningún otro apóstol, fuera de Santiago, el hermano del Señor.

20 En esto que os escribo, Dios es testigo de que no miento.

21 Fui después a las regiones de Siria y Cilicia.

22 Por entonces las Iglesias cristianas de Judea no me conocían aún personalmente;

23 únicamente oían decir que el perseguidor de otro tiempo anunciaba ahora la fe que antes combatía.

24 Y daban gloria a Dios por mi causa.

 

*+• Tras haber declarado con una apretada argumentación que su evangelio es el de Jesucristo, Pablo presenta -por así decirlo- sus credenciales de apóstol. Se trata de una perícopa importante, de corte decididamente autobiográfico. El apóstol recuerda a los gálatas lo repentino y radical que fue su cambio. De tenaz defensor de la Ley (como vía de salvación) y furioso perseguidor de la Iglesia de Cristo, se convirtió en su audaz defensor.

El Evangelio que predica Pablo no encuentra en su pasado de judío unas raíces psicológicas y sociológicas razonables. No ha «florecido» de sus profundas convicciones ni de su práctica de fariseo más celoso que sus mismos correligionarios (v. 14), aferradísimos en su adhesión a la Ley. La revelación en el camino de Damasco (cf. Hch 9,1-19; 22,1-21; 26,9-18) da literalmente la vuelta a su pensamiento y a su acción. No ha habido en ello ninguna mediación, ninguna intervención humana: éste es el quid de la cuestión.

Pablo es consciente de que el Padre lo eligió y lo llamó, desde el seno de su madre, en vistas a un acontecimiento absolutamente gratuito: anunciar a los paganos la revelación de Jesús (cf. w. 15 y 16). La traducción literal dice: «... revelar a su Hijo en mí», y expresa mejor la revolución existencial que, a partir de su interioridad, experimenta Pablo, aunque sus ojos quedaron cegados por la luz de Jesucristo resucitado. La suya es, por tanto, una vocación profética (como la de Jeremías), a la que no opone resistencia. «Sin consultar a hombre alguno» (literalmente, el v. 16 dice «sin consultar carne y sangre»), salió Pablo para Arabia, dejándose comprometer de inmediato en la aventura de anunciar a Jesús.

La absoluta independencia del Evangelio de Pablo respecto a cualquier influencia judía o de la Iglesia de Jerusalén aparece destacada por el hecho de que sólo en un segundo momento sintió la necesidad de «conocer a Pedro», cuando fue a Jerusalén, donde sólo se quedó «quince días» (v. 18). Lo que dice Pablo tiene todo el sabor de la verdad profundamente acogida y toda la luz de un acontecimiento vivido en plenitud.

 

Evangelio: Lucas 10,38-42

En aquel tiempo,

38 según iban de camino, Jesús entró en una aldea, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa.

39 Tenía Marta una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.

40 Marta, en cambio, estaba atareada con los muchos quehaceres del servicio. Entonces Marta se acercó a Jesús y le dijo: -Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea? Dile que me ayude.

41 Pero el Señor le contestó: -Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas,

42 cuando en realidad una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.

 

*• Esta perícopa ha suscitado gran interés a lo largo de los siglos. Es posible que el motivo de fondo sea haber «cristalizado» en Marta la figura-tipo de la vida activa y en María la de la vida contemplativa. Sin embargo, no se trata de dos estados de vida; la clave de lectura del texto se encuentra más bien en captar dos actitudes interiores.

Jesús va de viaje con los suyos hacia Jerusalén. El suyo es un caminar hacia el epílogo dramático de su propia misión, hacia el misterio pascual de nuestra salvación. El testo dice «según iban de camino» y, después, «entró».

        Cuando se encuentra en Betania, entra sólo en casa de Lázaro, donde Marta, la hermana de Lázaro y de María, le recibe. Hay audacia innovadora en este entrar de Jesús en una casa donde el hombre, si es que lo hay, ni siquiera es nombrado. Verdaderamente, para Jesús «no cuenta ya ser judío o griego, hombre o mujer»; cuenta la «nueva criatura» (cf. Gal 6,15) que se afirma en relación con él.

Marta recibe a Jesús; María se sienta a sus pies y escucha su Palabra. El tono descriptivo no se refiere aquí al Señor, que habla, sino a la «mujer-verdadera-discípula», que está acurrucada a sus pies con un olvido de todo lo que no sea él y su Palabra. Marta, en cambio, «estaba atareada con los muchos quehaceres del servicio» (v. 40). El verbo del texto original se emplea únicamente aquí; Lucas lo utiliza para expresar la gran tensión y agitación -digamos también la alienación- que hay en las cosas por hacer. Marta «se acercó» (v. 40, al pie de la letra en griego: «Se echó encima»), intervino con una cierta petulancia, molestando a la quietud contemplativa de las palabras de Jesús y de la escucha de María. El suyo es casi un reproche dirigido al Señor, que, según su restringido punto de vista, no se preocupa de su «ahogamiento» entre las muchas tareas de las que se ocupa.

Y es aquí donde Jesús aprovecha la oportunidad para censurar, no su útilísima entrega a la tarea, sino el afán y la preocupación que marcan de manera negativa su quehacer. ¿Acaso no había dicho ya Jesús en otro lugar: no os afanéis, no os preocupéis ni por el vestido ni por el alimento, no os afanéis por nada? (cf. Mt 6,25-34). En cambio, a propósito de María, afirma el Maestro que su elección tiene que ver con lo único que cuenta. Esta única cosa es la escucha de la Palabra (que en otro lugar es comparada con la semilla sofocada por las zarzas de las preocupaciones y de la avidez ansiosa). La parte mejor que nunca será quitada al que ama es el amor mismo: el Señor-Amor.

 

MEDITATIO

Los «pequeños» que acogen la invitación de Jesús a seguir su ejemplo de sencillez y humildad experimentan el amor divino. Se descubren amados por Jesús, que no ha dudado en dar su propia vida a fin de que todos los hombres pudieran vivir eternamente la amistad con él y con el Padre. El Espíritu Santo nos ha hecho en el bautismo criaturas nuevas y nos ha introducido en la familiaridad con Dios. Somos del Señor, estamos llamados a dejarnos animar por el mismo pálpito de amor por el que él se entregó totalmente a nosotros hasta el fin.

Francisco de Asís respondió a esta llamada: se hizo «pequeño», menor, humilde y pobre, satisfecho sólo con Dios. Descubrió que el Evangelio, vivido sin rebajas, nos hace criaturas nuevas, personas resucitadas, partícipes de la verdadera humanidad del Hijo de Dios y, por consiguiente, auténticos servidores de los hermanos, de todos los hermanos. En Francisco, esta humanidad redimida, forjada por las exigencias y por la ternura del amor a Dios y a los demás, se volvió visible en los signos de la crucifixión. Y el mismo Francisco se convirtió en la bendición viva del Padre, puesto que no se apropió de nada, sino que -como menor- todo se lo restituyó, reconociéndole como el Dador de todo bien.

 

ORATIO

¡Santísimo Padre nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro! Hágase tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra: para que te amemos con todo el corazón (cf. Lc 10,27), pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio, no de otra cosa, sino del amor a ti; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie (Francisco de Asís, «Paráfrasis del Padre nuestro», en Fuentes franciscanas, versión electrónica).

 

CONTEMPLATIO

Donde hay caridad y sabiduría, no hay temor ni ignorancia.

Donde hay paciencia y humildad, no hay ira ni desasosiego. Donde hay pobreza con alegría, no hay codicia ni avaricia. Donde hay quietud y meditación, no hay preocupación ni disipación. Donde hay temor de Dios que guarda la entrada {cf. Lc 11,21), no hay enemigo que tenga modo de entrar en la casa. Donde hay misericordia y discreción, no hay superfluidad ni endurecimiento (Francisco de Asís, «Admoniciones, en Fuentes franciscanas», versión electrónica).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día la invocación de san Francisco: «¿Qué eres tú, oh dulcísimo Dios mío? ¿Qué soy yo, vilísimo gusano e inútil siervo tuyo?»

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Su vida estuvo enteramente caracterizada -hasta el momento de la conversión- por la búsqueda de un modelo que pudiera educar y plasmar su natural propensión al canto.

Lo encontró de repente en el Señor Jesús, en la belleza de su vida narrada por el Evangelio y, en particular, en el luminoso canto nuevo de su muerte en la cruz.

Dejó que la pasión marcara cada uno de sus pasos y afinara de manera progresiva todas las fibras de su persona con la humanidad del Hijo de Dios, que se entregó por completo a sí mismo por nosotros.

Francisco oró así: «Te ruego, oh Señor, que la ardiente y dulce fuerza de tu amor arrebate mi mente de todas las cosas que hay bajo el cielo, para que muera yo de amor por tu amor, como tú te dignaste morir por amor a mi amor» (oración Absorbeat).

Su camino estuvo siempre acompañado por confirmaciones y consuelos. Su predicación y su ministerio tocaron el corazón de las personas y suscitaron decisiones de conversión y de reconciliación.

Su manera de seguir radicalmente al Señor se volvió, cada vez más, casa hospitalaria para otros muchos hermanos y hermanas, que encontraron en su itinerario personal una modalidad radical y actual de interpretar y vivir el Evangelio de la nueva estación histórica que avanzaba. Sin embargo, en el tiempo del monte Alverna, parece apagarse el canto fluente.

En esta estación encuentra Francisco la prueba más terrible: las fatigas originadas por un movimiento que se institucionaliza -que pierde en intensidad evangélica y llega incluso a dudar sobre la posibilidad de que sea integralmente practicable su estilo de vida- repercuten en su misma fe.

La pregunta sobre la verdad de sus intuiciones más profundas y la duda sobre el origen divino de su proyecto de vida resuenan en un silencio opresor en el que Dios no parece hablarle ya, a pesar de haberlo buscado con tanta tenacidad.

Francisco experimenta el abandono de Dios y se retira de los hermanos para no mostrar su semblante, que ha perdido la serenidad habitual. El canto nuevo, por consiguiente, no le fue dado en un momento de paz y consolación, sino en un momento en el que -como dice el salmista- «fallan los cimientos» (Sal 11,3) y todas las seguridades parecen hundidas (C. M. Martini - R. Cantalamessa, La cruz como raíz de la perfecta alegría, Verbo Divino, Estella 2002, pp. 15-16).

 

 

Día 5

Miércoles de la XXVII semana:

Témporas de Acción de Gracias y de Petición

         Días de acción de gracias y petición que la comunidad cristiana ofrece a Dios, terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas, al reemprender la actividad habitual. Son una ocasión que presenta la Iglesia para rogar a Dios por las necesidades de los hombres , principalmente por los frutos de la tierra y por los trabajos de los hombres, dando gracias a Dios públicamente

 

LECTIO

Primera Lectura: Deuteronomio 8, 7-18

7 Pues Yahveh tu Dios te conduce a una tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y hontanares que manan en los valles y en las montañas,

8 tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel,

9 tierra donde el pan que comas no te será racionado y donde no carecerás de nada; tierra donde las piedras tienen hierro y de cuyas montañas extraerás el bronce.

10 Comerás hasta hartarte, y bendecirás a Yahveh tu Dios en esa tierra buena que te ha dado.

11 Guárdate de olvidar a Yahveh tu Dios descuidando los mandamientos, normas y preceptos que yo te prescribo hoy;

12 no sea que cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en ellas,

13 cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes,

14 tu corazón se engría y olvides a Yahveh tu Dios que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre;

15 que te ha conducido a través de ese desierto grande y terrible entre serpientes abrasadoras y escorpiones: que en un lugar de sed, sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca más dura;

16 que te alimentó en el desierto con el maná, que no habían conocido tus padres, a fin de humillarte y ponerte a prueba para después hacerte feliz.

17 No digas en tu corazón: «Mi propia fuerza y el poder de mi mano me han creado esta prosperidad»,

18 sino acuérdate de Yahveh tu Dios, que es el que te da la fuerza para crear la prosperidad, cumpliendo así la alianza que bajo juramento prometió a tus padres, como lo hace hoy.

 

         *»La historia nos ofrece lecciones importantes.  Recordémoslas y apliquémonos más.  En tiempos de riqueza y de bienestar, los seres humanos tendemos a confiar en nosotros mismos.  Tendemos a volvernos independientes, y muchos hasta se vuelven arrogantes.  Esta actitud la vemos expresada en Dt. 8:17, lo cual implica olvidar a Dios.

         A cada persona Dios le otorga la habilidad para prosperar, ya sea un israelita de los tiempos del Antiguo Testamento, o un cristiano del Nuevo Testamento.  Ninguno debe olvidar que es Dios el que provee la capacidad para prosperar.  Jesús nos enseñó una hermosa actitud de dependencia diaria, cuando nos instruyó para que oráramos diciendo: “Danos hoy nuestro pan cotidiano”.  Como cristianos no podemos darnos el lujo de olvidar a Dios, de la misma forma que tampoco podía hacerlo el israelita en la vida diaria.  Esta actitud viene a identificarnos que pueblo suyo somos y ovejas de su parado

 

Segunda lectura: 2 Corintios 5,17-21

 

17 De modo que si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo.

18Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.

19 Porque era Dios el que reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y el que nos hacía depositarios del mensaje de la reconciliación.

20 Somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios.

21 A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado para que, por medio de él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios.

 

**• La perícopa comienza con la afirmación esencial del cristianismo: si la humanidad ha muerto y resucitado con Cristo, todo lo viejo (lo que está bajo la ley del pecado) ha desaparecido. Lo que cuenta es la criatura nueva. El hombre viejo ha sido sepultado en el bautismo.

Surge del agua el hombre nuevo. Esta transformación es pura gracia. El género humano, inmerso en el pecado, no podía volver a Dios con sus propios medios. En su amor sobreabundante (cf. Ef 2,4; Rom 5,8), Dios envió a su Unigénito para llevar a cabo la reconciliación con su inmolación. Estamos salvados "por Cristo" y "en Cristo". Ambas expresiones no son una repetición, sino una profundización; equivale a decir que, una vez reconciliados por los méritos de Cristo, hemos sido injertados en él y nos hemos convertido con él en cooperadores de la obra de salvación. De hecho, en el v. 20 se nos confía una misión específica: somos embajadores de Cristo; a través de nosotros, Dios quiere exhortar a todos a dejarse reconciliar. La misión exige adhesión plena y libre a su voluntad. Pablo propone un motivo altísimo para suscitar el asentimiento: el Justo se ha hecho pecado para que los pecadores llegasen a ser justicia. Él ha querido hacerse solidario de nosotros, ¿no nos haremos nosotros solidarios con él?

 

Evangelio: Mateo 7,7-12

Dijo Jesús:

7 Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis! llamad, y os abrirán.

8 Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren.

9 ¿Acaso si a alguno de vosotros su hijo le pide pan le da una piedra

10 o si le pide un pez ¿le da una serpiente?

11 Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!

12 Así pues, tratad a los domas como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consisten la Ley y los profetas.

 

**• Con una argumentación seria que, desde el punto de vista formal, se asemeja a la de los rabinos de su tiempo, Jesús enseña la necesidad de la oración de petición, declarando la certeza de ser escuchada. ¿Se da una contradicción con lo indicado poco antes (Mt 6,7s) Ciertamente, no; en la oración no es preciso ser palabrero, porque el Padre "conoce", pero es necesario asumir la actitud interior del mendigo, es decir, saber ubicarse en la verdad de la propia condición humana.

Dios mismo da al que pide y abre al que llama: de hecho, los verbos usados -"se os dará", "se os abrirá"- tienen la forma de lo que se llama "pasivo divino", expresión semántica para evocar el nombre de Dios -impronunciable- sin nombrarlo de modo explícito (vv. 7s). Si a un hijo que pide alimento su padre no le dará cualquier cosa que se le parezca en su aspecto externo pero que en sustancia sea muy diferente (vv. 9s), mucho más Dios, el único bueno, el padre más solícito, dará "cosas buenas" a todos los que le piden.

El Padre escucha siempre las súplicas de sus hijos y da lo que realmente es mejor al que lo invoca. El v. 12 recuerda un dicho rabínico: "Lo que es odioso para ti, no lo hagas a tu prójimo. En esto está toda la ley, el resto sólo es una explicación". Jesús lo relata en forma positiva, y esto es mucho más exigente: no se trata de un "no hacer", sino de algo concreto que nos exige estar siempre atentos por el bien de los demás; por esta razón, cambia completamente la vida del que lo toma en serio, le lleva a la verdadera conversión: descentrarse de nosotros mismos para que nuestro centro sean los demás.

 

MEDITATIO

Jesús nos enseña a orar con perseverancia confiada, revelándonos al mismo tiempo cómo es el corazón de Dios y cómo debe ser el corazón del orante. Se nos va conduciendo a la verdad más sencilla y más profunda: Dios es nuestro Padre y nos ama con amor eterno, sin arrepentirse, sin reservas. Quizás no creemos de veras en este amor, o tal vez estamos ya tan acostumbrados a decir y oír que Dios nos ama, que apenas prestamos atención a esta realidad desconcertante.

Jesús hoy nos invita a entrar en comunión viva con Dios Padre, y ésta es una experiencia que nos puede cambiar interiormente: pedid..., buscad..., llamad..., no quedaréis defraudados. El Padre, fuente inagotable de bondad, dará sólo cosas buenas a los que se las pidan. ¿Hemos orado ya de veras, dirigiéndonos a él o, tal vez, hemos manifestado nuestros deseos en voz alta, haciéndolos girar en torno a nosotros mismos? Además, ¿eran de verdad "cosas buenas" las que hemos pedido? La oración humilde y sencilla, la oración de un corazón amante, comienza con un acto de contemplación gratuita, teniendo fija la mirada interior en el rostro del Padre bueno. Olvidemos nuestras muchas peticiones y, poco a poco, sentiremos nacer en nosotros una única súplica que brota de una exigencia realmente necesaria.

Después de haber contemplado en la fe el rostro de Dios, ya no podremos dudar ni ignorar que somos hijos de Padre, impulsados por su amor a todo ser humano, nuestro hermano, para brindar esa bondad que sin cesar mana de la fuente y viene a saciar nuestra indigencia para que rebose hacia todos y llegue a cada uno.

 

ORATIO

Oh Padre, tú que eres el único bueno y das cosas buenas a los que te las piden, escucha nuestra oración. Antes de nada danos un corazón sencillo, humilde, confiado, que sepa abandonarse sin pretensiones y sin reservas a tu amor. Haznos pobres de espíritu y ven, tú que eres el Rey, a ensanchar en nosotros tu reino de paz. Ayúdanos a suplicarte incesantemente para que, siendo portavoces de toda criatura, podamos llevar a todos el auxilio de tu amor. Tú das al que pide: danos tu Espíritu bueno. Tú concedes que encuentre el que busca: que busquemos siempre tu rostro. Tú abres al que llama: ábrenos la puerta de tu corazón a nosotros y a todos los hombres. Estrechados en tu eterno abrazo, no pediremos más. Oh Padre, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

 

CONTEMPLATIO

El Evangelio nos asegura que son muchas las causas por las que somos escuchados. Una condición: que dos almas se unan en su oración; otra una fe firme; también la limosna, la enmienda de vida [...]. Convencido estoy de nuestras miserias, y quiero, incluso, admitir que estamos completamente desprovistos de las virtudes de las que hemos hablado antes. Y, sin embargo, el Señor promete concedernos los bienes celestiales y eternos; nos exhorta a una dulce violencia con nuestra insistencia. Nada más lejos de él que el desprecio de los importunos: los invita, los alaba, les promete concederles con gusto todo. Que nos anime la insistencia de los importunos. Sin exigir un gran mérito ni grandes fatigas, está en nuestra mano. No dudemos de la Palabra del Señor, que dice: "Todo lo que pidáis con fe lo obtendréis" (Juan Casiano, Colaciones, IX, 34, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él le escucha" (Sal 33,6s).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Antes de saber cómo hay que orar, importa mucho más saber cómo "no cansarse nunca", no desanimarse nunca, ni deponer las armas ante el silencio aparente de Dios: "Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer" (Le 18,1).

Que la intrepidez se adueñe de ti como de la viuda ante el juez. Vete a encontrar a Dios en plena noche, llama a la puerta, grita, suplica e intercede. Y si la puerta parece cerrada, vuelve a la cara, pide, pide hasta romperle los oídos. Será sensible a tu llamada desmesurada, pues ésta grita tu confianza total en él.

Déjate llevar por la fuerza de tu angustia y el asalto de tu impetuosidad. En algunos momentos, el Espíritu Santo formulará él mismo las peticiones en lo más íntimo de tu corazón con gemidos inefables. ¿Has oído gemir a un enfermo presa de un intenso sufrimiento? Nadie puede permanecer insensible a esta queja, a menos que tenga un corazón de piedra. En la oración, Dios espera que pongas esta nota de violencia, de vehemencia y de súplica para volcarse sobre ti, y escuchará tu petición. En el fondo, no haces más que dar alcance al amor infinito comprimido en su corazón, que espera tu oración para desencadenarse en respuesta de ternura y misericordia. Si supieses lo atento que está Dios al menor de tus clamores, no dejarías de suplicarle por tus hermanos y por ti. El se levantaría entonces y colmaría tu espera mucho más allá de tu Oración. Se puede esperar todo de una persona que ora sin cansarse y que ama a sus hermanos con la ternura misma de Dios (J, Lufrance, Ora a tu Padre, Madrid 1981, 173-174).

 

 

Día 6

 Jueves XXVII semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 3,1-5

1 ¡Gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado? ¿No os puse ante los ojos a Jesucristo clavado en una cruz?

2 Solamente quisiera saber esto de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por haber cumplido la Ley o por haber respondido con fe?

3 ¿Tan insensatos sois que, después de haber comenzado confiando en el Espíritu, acabáis ahora confiando en vuestras propias fuerzas?

4 ¿Habrán sido baldíos tantos dones? Porque, de hecho, serían baldíos.

5 ¿Acaso cuando Dios os comunica el Espíritu y realiza prodigios entre vosotros lo hace porque habéis cumplido la Ley, y no más bien porque habéis respondido con fe?

 

*» Para comprender la invectiva de Pablo, tan airado con los gálatas, es preciso recordar que este padre y maestro de su fe vive para comunicar su convicción fundamental: «Sabemos, sin embargo, que Dios salva al hombre no por el cumplimiento de la Ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la Ley. En efecto, por el cumplimiento de la Ley ningún hombre alcanzará la salvación» (2,16). Pablo interpela a los gálatas para que reflexionen sobre su insensatez: la de volver a ser deudores de la Ley como si no hubieran conocido «a Jesucristo clavado en una cruz» (3,1), fuente única de la salvación.

Pablo sabe que es posible vivir en este mundo, que es posible vivir en la carne (o sea, plenamente encarnados en la propia realidad física, psíquica y sociocultural), aunque viviendo al mismo tiempo «creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (2,20).  Y el horizonte cambia por completo. Es como pasar de una cámara en la que estamos obligados a accionar una manivela para poder respirar a un lugar abierto inundado por el sol y por el vivificante aire del mar.

Precisamente por eso el Dios que concede el Espíritu y obra maravillas (cf. 3,5) también entre los gálatas obra en orden a un creer que se vuelve operativo, a continuación, en la caridad, aunque nunca en virtud de un voluntarista «justificarse» por las obras prescritas por la Ley. Está claro que el hecho de que los gálatas crean en Cristo y en su Evangelio, anunciado por Pablo, no significa que deban omitir el cumplimiento de los mandamientos de la Ley (no robar, no levantar falso testimonio, no atentar contra nuestra propia vida ni contra la de los otros, etc.). Creer significa -como dice Pablo- ser crucificados en nuestra propia parte egoísta hasta poder decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (2,20).

Es evidente, por tanto, que, en virtud de él y con él, no sólo omitiremos hacer el mal, sino que intentaremos, con el amor del Espíritu, realizar todo el bien posible.

 

Evangelio: Lucas 11,5-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

5 -Imaginaos que uno de vosotros tiene un amigo y acude a él a media noche, diciendo: «Amigo, préstame tres panes,

6 porque ha venido a mi casa un amigo que pasaba de camino y no tengo nada que ofrecerle».

7 Imaginaos también que el otro responde desde dentro: «No molestes; la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos ya acostados; no puedo levantarme  a dártelos».

8 Os digo que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos para que no siga molestando se levantará y le dará cuanto necesite.

9 Pues yo os digo: Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán.

10 Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama le abren.

11 ¿Qué padre, entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le va a dar en vez del pescado una serpiente?

12 ¿O si le pide un huevo, le va a dar un escorpión?

13 Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

 

**• No es casualidad que Lucas inserte esta reflexión de Jesús sobre la oración inmediatamente después del Padre nuestro, la oración por excelencia del cristiano.

En efecto, ahora se trata de aprender cuál debe ser la actitud interior del que se dirige a un Dios que es Padre y profundamente amigo del hombre. La enseñanza está coloreada con dos pequeñas, aunque vivaces, parábolas: la primera es la del que va a media noche a casa de un amigo. La petición a esa hora, en condiciones incómodas para quien debe abrir la puerta de su casa, no puede ser atendida de inmediato. El acento del relato está puesto en la insistencia de quien sabe que llama al corazón (más que a la puerta) de un gran amigo con confianza, con la certeza confiada de obtener. El mensaje está aquí.

La segunda parábola profundiza en la categoría de la paternidad usando vivas imágenes de contraste: pan/piedra, pez/serpiente, huevo/escorpión. El pez, como el pan, es símbolo de Cristo; la serpiente evoca a la serpiente de Gn 3, el enemigo por excelencia del hombre. El huevo es símbolo de la vida; el escorpión, que lleva el veneno en la cola, evoca la muerte. La serie de verbos, fuertemente correlacionados entre sí, que aparecen después de la primera parábola -«Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán»- quiere persuadirnos a fondo de que la oración nunca es una pérdida de tiempo ni un desafío a un dios lejano y sordo. La oración tiene siempre una respuesta positiva.

Con todo, debe ser perseverante (cf. Le 18,1). La pregunta de Jesús que aparece después de la segunda parábola supone una interpelación a nuestra sensibilidad más profunda. Sabemos que no somos buenos por naturaleza; sin embargo, el vínculo de la paternidad es tal que un padre, por el hecho de serlo, no puede más que dar cosas buenas y positivas a su hijo. ¡Ojo! Lo más positivo, el bien por excelencia, es el don de los dones: el Espíritu Santo, que se concede siempre a quien ora.

Eso es lo que dice Lucas, a diferencia de Mateo, que habla, en cambio, de «cosas buenas» (Mt 7,11). Aunque la oración parezca no tener respuesta según nuestra lógica, siempre excesivamente «terrena», en realidad siempre es escuchada. Y el hecho de que Dios dé su Santo Espíritu a quien ora significa que el don incluye todo verdadero bien en orden a la salvación.

 

MEDITATIO

Un exasperado antropocentrismo y un secularismo que gesticula sin resultado alguno dentro de un afanoso «traficar» exclusivamente humano marcan en nuestros días un ambiente sociocultural en el que faltan puntos de referencia y los ejes estructurales del pensamiento y de la acción. Pablo la emprendería también con nosotros cuando, según las imposiciones de los medios de comunicación en que estamos sumergidos, creemos salvarnos a fuerza de correr para hacer esto o lo otro, proyectando y verificando por nosotros mismos, ciegos seguidores con excesiva frecuencia de un mundo tecnologizado, pero no iluminado, penetrado y sostenido por el Espíritu del Señor y por sus tiempos de oración.

Sin embargo, es posible -y urgente- renovar ahora este rancio y pernicioso abdicar de la autenticidad del propio Evangelio dilatando el corazón a una fe que sea un confiado y confidente gritar a Dios. Lo que nos hace falta para vivir esa novedad de vida, que se juega toda ella en el «no» a las perspectivas del egoísmo y en el «sí» a la verdadera expansión de nuestro «sí», que es el compromiso de amar, sólo lo obtendremos si nos mostramos decididos y serios a la hora de tener tiempos precisos de oración. Querer ser realistas y concretos constituye precisamente la aportación de lo que predica también, hoy, el mundo del materialismo más asfixiante. La realidad es creer que, si busco junto a Dios, encontraré ciertamente; si le pido a él, que es Padre, obtendré; si llamo a la puerta de su corazón, me abrirá y entraré en las perspectivas de su Espíritu, que consisten en creer de verdad que «él nos amó primero» (1 Jn 4,19), que me salvó con independencia de mi santidad y de mis fallos.

Cultivar la fe porque solamente de ella procede la salvación (cf. Gal 2,16), orando siempre, sin cansarse nunca (Le 18,1), es encontrar los ejes reales y concretos para innovar el hoy en Cristo y prever un mañana de autenticidad cristiana.

 

ORATIO

Señor, te ruego que aumentes mi fe. En un mundo, por una parte, ebrio de sus propios éxitos científicos y tecnológicos y, por otra, incierto, desesperado en sus propios egoísmos, concédeme fundamentar plenamente en ti mi pensamiento y mi acción.

Concédeme la lucidez de un pensamiento fuerte y verdadero por estar sostenido por la verdad de tu Espíritu Santo y, también, la audacia de un obrar honesto y bueno, todo él penetrado por la fuerza de la caridad, que sólo tu Espíritu puede derramar en mi corazón, si estoy libre del orgullo de creerme bueno.

 

CONTEMPLATIO

Ser como niño ante Dios es reconocer nuestra propia nada y esperarlo todo de él, como un niño que lo espera todo de su padre; es no inquietarse por nada, no querer ganar riquezas [...]. Ser pequeño significa también no atribuirse en absoluto las virtudes que practicamos, creyéndonos capaces de algo, sino reconocer que el buen Dios pone todo este tesoro en las manos de su hijo para que se sirva de él cuando tenga necesidad. Con todo, es siempre un tesoro del buen Dios.

Por último, no hay que desanimarse en absoluto por nuestras propias culpas, porque los niños caen a menudo, pero son excesivamente pequeños para hacerse demasiado mal (Teresa de Lisieux, Opere complete, Ciudad del Vaticano 1997, pp. 1060ss [edición española: Obras completas, Monte Carmelo 1990]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Jesús, me fío de ti. Obtenme del Padre el Espíritu Santo».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Llamar a Dios «Abbá, Padre» (cf. Rom 8,15; Gal 4,6) es algo diferente a darle a Dios un nombre familiar. Llamar a Dios Abbá significa entrar en la misma relación íntima, libre de miedo, confiada y rica, que Jesús mantenía con su Padre. Esa relación se llama Espíritu, y ese Espíritu nos ha sido dado por Jesús y nos hace capaces de gritar con él: «Abbá, Padre». Llamar a Dios

Padre «Abbá, Padre» es un grito del corazón, una plegaria que brota de lo más íntimo de nuestro ser. No tiene nada que ver con el hecho de darle un nombre a Dios, sino que es proclamar a Dios como fuente de nuestro ser. Esta declaración no procede de una intuición inesperada o de una convicción adquirida, sino que es la declaración de que el Espíritu de Jesús está en comunión con nuestro espíritu. Y... una declaración de amor.

El Espíritu, a continuación, no nos revela sólo que Dios es «Abbá, Padre», sino también que pertenecemos a Dios como hijos suyos amados. El Espíritu nos restablece así en la relación de la que todas las otras relaciones toman su significado. Abbá es una palabra muy íntima. Expresa confianza, seguridad, confidencia, pertenencia y el máximo de la intimidad. No tiene la connotación de autoridad, de poder y de dominio que evoca a menudo la palabra padre. Al contrario, Abbá implica un amor que nos envuelve y alimenta. Este amor incluye y trasciende infinitamente todo el amor que nos viene de nuestros padres, madres, hermanos, hermanas, esposos y seres amados. Es el don del Espíritu (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, pp. 178ss [edición española: Pan para el viaje: una guía de sabiduría y de fe para cada día del año, Ediciones Obelisco, Barcelona 2001]).

 

 

Día 7

Día 7 de octubre:

 Nuestra Señora la Virgen del Rosario

 

La liturgia de Nuestra Señora la Virgen del Rosario forma parte de las memorias que, celebradas originariamente por familias religiosas particulares, pueden ser consideradas verdaderamente eclesiales por la difusión que han alcanzado (Marialis cultus, 8). El rosario apareció y se difundió entre los siglos XV y XVI. La orden dominicana se erigió en paladina del mismo. La memoria -en un primer momento fiesta- entró en la liturgia por disposición del papa dominico Pío V en 1572, como acto de reconocimiento a Nuestra Señora, a cuya intervención se atribuyó la victoria de la flota cristiana sobre la turca, más poderosa, el 7 de octubre de 1571, denominada entonces «conmemoración de Nuestra Señora la Virgen de la Victoria».

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 3,7-14

Hermanos:

7 Entended, por tanto, que los que viven de la fe son la verdadera descendencia de Abrahán.

8 Ya la Escritura, previendo que Dios salvaría a los paganos por medio de la fe, predijo a Abrahán esta buena nueva: Por medio de ti serán bendecidas todas las naciones.

9 Así que los que viven de la fe reciben la bendición junto con Abrahán, el creyente.

10 En cambio, los que viven pendientes del cumplimiento de la Ley están sujetos a maldición, pues dice la Escritura: Maldito todo el que no persevere en el cumplimiento de cuanto está escrito en el libro de la Ley.

11 Que en virtud de la Ley nadie alcanza de Dios la salvación es manifiesto, pues: Quien alcance la salvación por la fe, ése vivirá.

12 Y la Ley no es fruto de la fe, sino que: El que cumpla los preceptos, por ellos vivirá.

13 Pero Cristo nos ha liberado de la maldición de la Ley haciéndose por nosotros maldición, pues dice la Escritura: Maldito todo el que cuelga de un madero.

14 De esta manera, la bendición de Abrahán alcanzará a los paganos por medio de Cristo Jesús, y nosotros, por medio de la fe, recibiremos el Espíritu prometido.

 

*•• Inmediatamente antes de las cosas que dice aquí, Pablo ha recordado a los gálatas que el hecho de haber creído en Dios, por parte de Abrahán, «le fue tenido en cuenta para alcanzar la salvación-» (3,6). Es el pasaje de Gn 13,6 el que, a modo de fundamento de la fe israelita, se recuerda tanto aquí como en Rom 4,3. En efecto, Abrahán es «padre en la fe» precisamente porque aceptó peregrinar con Dios fiándose por completo y exclusivamente de su palabra; de este modo, se convirtió en instrumento de la bendición de Dios no sólo para su pueblo, sino para todas las naciones (v. 8).

Está claro, por consiguiente, que todos aquellos que, como los gálatas, se llaman «hijos de Abrahán» (v. 7) deberían fundamentar como él su propia vida únicamente en la fe en Dios; por tanto, en su Palabra escuchada y vivida.

Con el rigor de quien conoce a fondo la Escritura, Pablo no tiene miedo de remachar que serán malditos aquellos que piensen salvarse comprometiéndose de una manera voluntarista en la observancia de la Ley (cf. Dt 27,26). Ahora bien, la maldición no tiene lugar a buen seguro por el hecho de querer hacer cosas positivas y santas, escritas en la Ley y queridas por Dios, sino solamente por buscar realizarlas de modo autónomo, como si el Señor estuviera al margen de nuestra existencia, como un frío espectador y juez remunerador.

De hecho, como dice Pablo en Rom 7,7ss, nos descubrimos incapaces por nosotros mismos de realizar el bien al advertir la profunda divergencia que media entre nuestras aspiraciones y nuestras insuficientes posibilidades para darles cumplimiento. Y no sólo en el sentido más pleno, el que leíamos ya en el profeta Habacuc (2,4), confirmado aquí y presentado por Pablo en Rom 1,17: el hombre justo vivirá en virtud de la fe (cf. v. 11), es decir, vivirá santamente sus días por haberse fiado plenamente de un Dios que es «autor y perfeccionados de su fe (Heb 12,2).

En los w. 13ss, Pablo profundiza ulteriormente en su argumentación, tocando la ardiente profundidad del misterio cristiano. Cristo nos ha liberado de la maldición que supone vivir el clima opresor de la sola Ley, tomando sobre sí, en la cruz, la maldición del pecado.

En otro lugar dirá Pablo que Jesús, la inocencia infinita, se hizo pecado por nosotros (cf. 2 Cor 5,21). Nos amó verdaderamente hasta ese punto, abriendo las puertas de par en par a todas las naciones a la antigua bendición de Abrahán y a la promesa del Espíritu.

 

Evangelio: Lucas 11,15-26

En aquel tiempo, después de que Jesús hubiera expulsado a un demonio,

15 algunos dijeron: -Expulsa a los demonios con el poder de Belzebú, príncipe de los demonios.

16 Otros, para tenderle una trampa, le pedían una señal del cielo.

17 Pero Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: -Todo reino dividido contra sí mismo queda devastado, y sus casas caen unas sobre otras.

18 Por tanto, si Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Pues eso es lo que vosotros decís: que yo expulso los demonios con el poder de Belzebú.

19 Ahora bien, si yo expulso los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos ¿con qué poder los expulsan? Por eso ellos mismos serán vuestros jueces.

20 Pero si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.

21 Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros.

22 Pero si viene otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte sus despojos.

23 El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.

24 Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, anda por lugares áridos buscando descanso y, al no encontrarlo, se dice: Volveré a mi casa, de donde salí.

25 Al llegar, la encuentra barrida y adornada. 26 Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, entran y se instalan allí; de modo que la situación final de este hombre es peor que la del principio.

 

*•• Lucas nos hace entrar aquí en el encarnizamiento contra Jesús no sólo por parte de sus enemigos, sino también del Adversario por excelencia: Satanás, llamado aquí con un término de origen sirofenicio, Belzebú (Beelzebul significa «el señor del monte», mientras que la acepción de Beelzebub significaría «rey de las moscas»). El hecho del que parte toda la argumentación es la expulsión del demonio llevada a cabo por Jesús. De modo malicioso, sus adversarios insinúan la idea de que Jesús habría obtenido el poder de curar del mismo jefe de los demonios. Otros, agudizando la fricción, pretenden que realice un milagro como «señal del cielo» (v. 16) para confirmar su pertenencia a Dios. Es la acostumbrada trampa-tentación en la que, totalmente ofuscados, quisieran coger a Jesús: al margen de todo itinerario de fe auténtica.

«Sabiendo lo que pensaban» (v. 17), Jesús los desbarata con una lógica inequívoca: ¿cómo podría permitirle Satanás combatir a los demonios a él sometidos? Sería como si quisiera el hundimiento de su mismo reino.

Además, si fuera verdadera esta acusación, iría también contra los exorcistas judíos, porque -dice Jesús con ironía- quizás expulsarían a los demonios con la ayuda de su propio jefe. Pero la apretada argumentación del Señor encuentra su baricentro cuando advierte a los interlocutores que, si él expulsa a los demonios con el poder de Dios («dedo» significa «poder»: cf. Sal 8,13), eso quiere decir que su presencia equivale a la presencia del Reino en medio de ellos (cf. 11, 17-26).

Viene a continuación la pequeña parábola del hombre fuerte y del otro más fuerte, donde se pone de manifiesto la victoria de Cristo sobre Satanás. Quien no le reconoce y se pone de su lado, se pone en contra. Y es que, respecto a Jesús, no hay sitio para la neutralidad. O estás con él y recoges para la vida eterna, o estás contra él y desparramas todos los verdaderos bienes.

Aparece, por último, una llamada a la vigilancia. Satanás no es alguien que encuentre reposo dándose por vencido, sino que allí donde ve la casa «barrida y adornada » (v. 24), esto es, a una persona decidida a seguir a Jesús, lanza un ataque total (expresado por el número siete: v. 26), porque, por envidia (cf Sab 2,24), le apremia la ruina del hombre.

 

MEDITATIO

La secuencia histórica de los acontecimientos referidos por Lucas, evangelista documentado, cronista digno de crédito, discípulo convencido, ofrecidos a la meditación del devoto de María en la memoria de Nuestra Señor del Rosario comienza por la perícopa del evangelio y pasa a la perícopa de los Hechos de los apóstoles.

Son dos estaciones a lo largo de la peregrinación de la devoción del rosario: la primera, que da comienzo a los cinco «misterios gozosos» y el segmento entre la segunda y la tercera estación en la meditación sobre los «misterios gloriosos». Tal colocación representa un mensaje y proporciona una metodología para la meditación.

Estos misterios se pueden circunscribir en el paso de la individualidad a la comunidad, de la contemplación a la acción. El anuncio constituye una personalísima experiencia de Dios para la Virgen María, una estación en la abismal contemplación de la Palabra de Dios junto a Dios mismo: es un acontecimiento gozado en la soledad. Esa soledad o experiencia individual no equivale a aislamiento; en efecto, la «anunciada» comparte las jornadas de la comunidad, la espera de la manifestación poderosa y gloriosa del Espíritu Santo. Pone en común su propia experiencia de Dios.

El anuncio constituye para María como una subida a las cimas de la contemplación de los misterios de Dios, un acercamiento guiado por la luz de la Palabra divina al conocimiento del proyecto que Dios pretende realizar mediante su disponibilidad. Esa contemplación sostiene su obediente conciencia. La «anunciada» no se queda inmóvil en su sitio con el libro entre las manos, no se queda pasiva y recogida en el reclinatorio imaginado por los pintores: obra en sí misma según la palabra recibida, meditada, contemplada y, a buen seguro, orada; también ella -como los otros discípulos de entonces y de siempre- actúa en la comunidad nacida del amor de Jesús y de la fe en el Cristo resucitado, de modo asiduo y en un clima de concordia, a través de la indispensable oración.

 

ORATIO

Santa María, íntegra en la fe, firme en la esperanza, sincera en la caridad, salve.

Virgen alegre en el fiel servicio a Jesús, tu hijo: sostén nuestra fe en los días de la desgana y en los días del deseo de multiplicar nuestra fe.

Madre dolorosa en la participación en la pasión de Cristo, benéfica para nosotros: obtén misericordia para la pequeñez de nuestra caridad y para todo aumento de dolores ajenos ocasionados por nuestros pecados.

Reina gloriosa en la participación en la vida nueva con el Señor del universo: conserva firme nuestra esperanza de unos cielos nuevos y una tierra nueva, hacia los cuales nos encamina esta existencia terrena.

Virgen de Nazaret, Mujer del Calvario, Señora de Pentecostés: acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

Después de habérsele prometido el hijo, preguntó cómo podía suceder eso, puesto que no conocía varón. En efecto, sólo conocía un modo de concebir y dar a luz; aunque personalmente no lo había experimentado, había aprendido de otras mujeres -la naturaleza es repetitiva- que el hombre nace del varón y de la mujer. El ángel le dio por respuesta: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nazca de ti será santo y será llamado Hijo de Dios. Tras estas palabras del ángel, ella, llena de fe y habiendo concebido a Cristo antes en su mente que en su seno, dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Cúmplase, dijo, el que una virgen conciba sin semen de varón; nazca del Espíritu Santo y de una mujer virgen aquel en quien renacerá del Espíritu Santo la Iglesia, virgen también. Llámese Hijo de Dios a aquel santo que ha de nacer de madre humana, pero sin padre humano, puesto que fue conveniente que se hiciese hijo del hombre el que de forma admirable nació de Dios Padre sin madre alguna; de esta forma, nacido en aquella carne, cuando era pequeño, salió de un seno cerrado, y en la misma carne, cuando era grande, ya resucitado, entró por puertas cerradas.

Estas cosas son maravillosas, porque son divinas; son inefables, porque son también inescrutables; la boca del hombre no es suficiente para explicarlas, porque tampoco lo es el corazón para investigarlas. Creyó María, y se cumplió en ella lo que creyó. Creamos también nosotros, para que pueda sernos provechoso lo que se cumplió (san Agustín, Sermón 215, 4).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «Dios te salve, María, llena de gracia: el Poderoso ha hecho grandes cosas en ti» (cf. Lc 1,28 y 1,49).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Surge de manera espontánea pasar de la oración del ángelus a la del rosario. Las avemarías forman su trama. El método de meditación de los misterios, evocados brevemente y que forman la base del rosario, está estrechamente ligado al modo con que las tres pequeñas frases del ángelus vuelven a evocar el misterio de la encarnación. Entre las oraciones y las devociones en honor de María, es ciertamente el rosario la más popular y, al mismo tiempo, una de las devociones en la que más se resalta el sentido de la Iglesia. El rezo del rosario orienta a Cristo por medio de María. La Virgen nos ayuda a penetrar y a vivir el misterio de Cristo tal como ella lo vivió [...].

La simplicidad [del rosario], su atmósfera de pura y auténtica contemplación, cuando se medita los misterios como partes de un solo todo, hacen del rosario una vía fácil para extender la contemplación litúrgica a toda la vida diaria y para conducir continuamente toda nuestra vida a su fuente celestial (V. Noé, «Le devozioni mariane in armonio con la liturgia», en AA. W., La Madonna nel culto della Chiesa, Brescia 1966, 288ss).

 

 

Día 8

   Sábado XXVII semana del Tiempo ordinario o 8 de octubre, conmemoración de

santa Faustina Kowalska

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 3,22-29

Hermanos:

22 La Escritura presenta todas las cosas bajo el dominio del pecado, para que la promesa hecha a los creyentes se cumpla por medio de la fe en Jesucristo.

23 Antes de que llegara la fe, éramos prisioneros de la Ley y esperábamos encarcelados que se nos revelara la fe.

24 La Ley nos sirvió de pedagogo para conducirnos a Cristo y alcanzar así la salvación por medio de la fe.

25 Pero, al llegar la fe, ya no necesitamos pedagogo.

26 Efectivamente, todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús,

27 pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo habéis sido revestidos.

28 Ya no hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.

29 Y si sois de Cristo, sois también descendencia de Abrahán, herederos según la promesa.

 

**• En su argumentación en favor de la economía del amor gratuito de Dios, al que se accede mediante la fe, Pablo intenta aclarar ulteriormente la función de la Ley.

Ésta sirve, en el plan de Dios, para sumergir al hombre en la plena conciencia de la imposibilidad en que se encuentra para practicarla por sí solo, de ahí el carácter inevitable del pecado (v. 23). En la Carta a los Romanos (7,7-25) prosigue Pablo esta tesis de una manera todavía más detallada.

La Ley -nos dice aquí- ha realizado la función del «pedagogo» (w. 24ss), a saber, la de aquel que, en la sociedad grecorromana, se encargaba de la custodia de los niños. Era alguien duro y severo, que desarrollaba su tarea a golpes de vara y reprimendas, sin el menor atisbo de amor. Si comprendemos bien esta imagen del pedagogo, estaremos en condiciones de comprender la fuerza liberadora de la fe. Pablo la exalta con un «pero» que separa la vieja y la nueva economía: «Pero al llegar la fe, ya no necesitamos pedagogo. Efectivamente, todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (w. 25-26).Y la belleza de este tiempo nuevo, mediante la irrupción de Dios en Cristo Jesús, que nos ha liberado en virtud del amor, está expresada con dos conceptos vigorosos.

El primero tiene que ver con el salto cualitativo de nuestro «ser» en el momento del bautismo, que es, de hecho, el poder participar en la vida de Cristo. Más aún, Pablo hace todavía más vivida esta afirmación mediante una metáfora: «Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo habéis sido revestidos» (v. 27). No se trata, a buen seguro, de un revestimiento exterior, sino de la unión profunda con él, de la que habla Pablo asimismo en Rom 6,5.

El segundo concepto tiene que ver con la novedad absoluta del ser en Cristo, que suprime -como consecuencia inmediata- toda discriminación: Ser «uno en Cristo Jesús» (v. 28) significa no sólo que los creyentes forman una sola persona en Cristo (es el concepto de la Iglesia como cuerpo místico), sino que, al formar uno solo con Cristo, la unidad no se realiza en la exterioridad de la Ley, sino en el mismo Cristo, en la fe en él, que, si es auténtica, cambia la vida. Se trata de percibirse, en efecto, como verdaderos descendientes de Abrahán, herederos de las bendiciones prometidas, revistiéndonos, a continuación, del compromiso de los sentimientos de misericordia, bondad, humildad, etc. (cf. Col 3,12).

 

Evangelio: Lucas 11,27 ss

En aquel tiempo,

27 cuando estaba diciendo esto, una mujer de entre la multitud dijo en voz alta:

-Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron.

28 Pero Jesús dijo:

-Más bien, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

 

**• Tras el austero discurso sobre la realidad del demonio, Lucas inserta esta breve, aunque intensa, perícopa sobre la bienaventuranza. Según la mujer que eleva la voz entre la multitud, es una «dicha» o «bienaventuranza» ser madre de un hijo como Jesús, dotado de la fuerza de una palabra que sorprende y te introduce en el misterio de las realidades espirituales. En cambio, según Jesús, la «dicha» o «bienaventuranza» (es decir, la alegría profunda del corazón) consiste en la disponibilidad para la escucha de la Palabra de Dios y ponerla en práctica.

La adversativa adverbial «más bien» parece contradecir lo que dice la mujer: es casi como querer relegar a la sombra a María, su madre. Ahora bien, si «ahondamos» en esta perícopa con la ayuda de otros pasajes de la Palabra de Dios, nos percataremos de lo contrario. Justamente la Madre de Jesús es proclamada «bienaventurada», en Le 1,42-45, por haber creído y obedecido a la Palabra (cf. 1,38). Ella misma, en el Magníficat, predijo que todas las generaciones la proclamarían bienaventurada (cf. 1,48) por su rendición plena a la Palabra que compromete su fe y su vida.

Por otro lado, ya había aprovechado Jesús otra ocasión en que habían venido su madre y sus hermanos a buscarlo para proclamar con vigor que su madre y sus hermanos son «los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Le 8,19-21). En consecuencia, ésta es la identidad profunda de María que se nos propone también a nosotros. El ser dichoso o bienaventurado es el secreto de este escuchar y practicar la Palabra de Jesús, que es el Verbo, la Palabra sustancial del Dios vivo.

 

MEDITATIO

Ser «dichoso» o «bienaventurado», es decir, vivir apaciguado y contento en el corazón, es posible; nos lo dicen estos textos. Pero no en la línea del papel que tenemos ni en orden a cosas que nos prefijamos realizar a fin de liberarnos de deberes coercitivos o para alcanzar ciertas prioridades.

Ser dichoso es dejar que nuestros días, aunque discurran al son de los compromisos y actividades más dispares, estén unificados por la escucha de la Palabra de Dios. Pero, cuidado, se trata de una escucha que tienda a convertirse en vida, en evangelio vivido a lo largo de los días. En efecto, Lucas nos recuerda en otro lugar que sólo la escucha transformada en vida cotidiana según Cristo da a la persona del creyente una firmeza como la de la casa construida sobre roca. En cambio, el que escucha y no pone en práctica lo que escucha es como el que construye la casa sobre arena y los vientos de las dificultades, junto con la tempestad de las tentaciones, la hunden (cf. Le 6,46-48). Lo que nos consuela es el hecho de nuestro bautismo: una realidad que actúa en nuestra existencia, una vida nueva, la vida misma de Cristo, que poco a poco va penetrando en nosotros y nos reviste interiormente, permitiéndonos «mudar de ropa» por dentro.

La prioridad de esta escucha nos impulsa. ¡Es importantísima! La ropa del hombre viejo que somos nos lleva (precisamente por una vieja costumbre) al egocentrismo, esto es, a preocuparnos más del parecer que del ser, más de lo que piensa la gente de nosotros que de la actitud de benevolencia, de comprensión, de paciencia, de humilde gratuidad en que se expresa nuestro ser y ser-amor y don para los otros. Verdaderamente, la novedad de un mundo cristiano -no sólo de nombre, sino de hecho- pasa a través de este primado de la escucha que haga de nosotros personas poderosamente revigorizadas en el hombre interior por estar «revestidos de Cristo»: de su mentalidad, de su estilo de amor (cf. Gal 3,25).

 

ORATIO

Señor, tú nos has creado para tu gloria, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ella. Ayúdame, pues, a poner el primado de la escucha de tu Palabra en mis jornadas. Permite a mi boca y a mi corazón el silencio necesario, para que comprenda, medite y acoja plenamente la Palabra. Concédeme las energías de tu Espíritu Santo, para que observe yo tu Palabra hasta transformarla en vida.

Y que de este modo sea tu vida, Señor Jesús, la que me revista por dentro, para que aprenda a amar como tú, sin discriminar a nadie. Que germine en mí la «nueva criatura» y promueva a mi alrededor criaturas nuevas. Que no sean el pobre o el rico, el palestino o el indio, el congoleño o el alemán, el hombre o la mujer, el objeto de mi interés, sino sólo el hombre -sea varón o hembra-, que sólo la criatura amada por ti sea objeto de mi interés invadido por tu modo de ser, que es amor.

 

CONTEMPLATIO

Dichoso el que camina contigo.

Dichoso el que dice: hoy es fiesta.

Dichoso el que espera el día y entona alabanzas.

Es alegre el ánimo del justo: entre los frutos del Espíritu es la alegría el primero.

Digamos «sí» a la Palabra, escuchemos el santo himno: que toda la mente se abra a la alegría (C. de Lagopesole, / / libro del pellegrino, Roma 1999, p. 254).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que yo sea feliz escuchándote y viviendo tu Palabra».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Fe, oración y contemplación atestiguan que reconocemos la presencia del Espíritu en todo, por todas partes y siempre. Fe y oración manifiestan el secreto convencimiento de que todo tiene su origen en el amor eterno del Padre, que todo se mantiene en el ser por la soberanía de Cristo Señor -por quien todo fue hecho (Jn 1,3) y en el que todo subsiste (Col 1,16)- y que en lo más íntimo de sí mismo todo es movido por el impulso del Espíritu.

La vida de cada hombre, y en especial la vida del cristiano, es oración y contemplación por la fe en la santa Presencia. Esta fe es la respiración del hombre interior. Su alma vive y respira en el Espíritu, del mismo modo que su cuerpo vive y respira en la atmósfera que le rodea. En cada una de sus acciones, físicas o mentales, inspira y espira -por así decirlo- el Espíritu que lo llena todo, dentro y fuera; lo recibe de continuo y siempre lo da.

En efecto, la vida del hombre es continua acogida del don de Dios y, asimismo, ofrenda constante de esta entrega a Dios y a los hombres (H. Le Saux, Risveglio a sé - Risveglio a Dio, Sotto ¡I Monte 1996, p. 42 [edición española: Despertar a sí mismo, despertar a Dios, Mensajero, Bilbao 1989]).

 

Día 9

 XXVIII domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 5,14-17

En aquellos días,

14 Naamán bajó al Jordán, se bañó siete veces, como había dicho el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño.

15 Acto seguido, regresó con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios y, de pie ante él, dijo: -Reconozco que no hay otro Dios en toda la tierra, fuera del Dios de Israel. Dígnate aceptar un regalo de tu siervo.

16 Eliseo le dijo: -¡Vive el Señor, a quien sirvo, que no tomaré nada! Y por más que insistió en que aceptara algo, lo rehusó.

17 Naamán le dijo: -De acuerdo, pero permite que me den la tierra que pueden cargar un par de mulas. Porque tu siervo no ofrecerá ya holocaustos y sacrificios a otros dioses fuera del Señor.

 

**• Naamán, jefe del ejército de Aram, enemigo de Israel, siguiendo las indicaciones de una joven hebrea, esclava suya, va a Samaría. Allí el profeta Eliseo le manda sumergirse siete veces en el río Jordán, si quiere curarse de la lepra. Aunque primero se muestra reticente, Naamán se pliega después a la reflexión de sus siervos y sigue la orden del hombre de Dios. De este modo, obtiene no sólo la desaparición de la enfermedad, sino que su piel queda como la de un niño. Entonces vuelve donde Eliseo y le dice: «Reconozco que no hay otro Dios en toda la tierra, fuera del Dios de Israel» (v. 15). Es el punto culminante del relato. El milagro tenía como fin obtener- esta con lesión de fe. El orgulloso adversario del ejército enemigo se ve obligado a reconocer que hay un único Dios y es el de Eliseo. El profeta no acepta ninguna recompensa, porque los dones de Dios son gratuitos y han de ser concedidos de manera gratuita. Sin embargo, da su consentimiento para que Naamán se lleve consigo un poco de tierra de Israel para continuar reconociendo, una vez que haya vuelto a su patria, al Dios de Israel como único Dios. En efecto, Naamán ya no quiere realizar holocaustos o sacrificios sobre una tierra en la que se practica un culto idolátrico: por eso se lleva con él tierra pura para honrar sobre ella al Dios verdadero, al que ha conocido en Israel y al que pretende ser fiel a partir de ahora.

El relato de la curación de Naamán puede ser leído fácilmente como figura del bautismo, que restituye al hombre la plena integridad después de la devastación producida por el pecado. En consecuencia, es importante que la gratitud hacia quien tiene el poder de hacernos nuevos por dentro se concrete, por nuestra parte, en el reconocimiento de que no hay otro Dios fuera de él a quien tengamos que amar con todo nuestro corazón y toda nuestra alma.

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 2,8-13

Querido hermano:

8 Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según el Evangelio que yo anuncio,

9 por el cual sufro hasta verme encadenado como malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada;

10 por eso todo lo soporto por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación de Jesucristo y la gloria eterna.

11 Es doctrina segura: Si con él morimos, viviremos con él;

12 si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará;

13 si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

 

* El apóstol Pablo se encuentra en Roma, «encadenado como malhechor» a causa del Evangelio. Escribe a su fiel discípulo Timoteo exhortándole a perseverar en la fe, sea cual sea el precio que deba pagar. Para llevarlo a cabo, debe ser más importante para Timoteo el recuerdo de Jesucristo, «del linaje de David», «resucitado de entre los muertos» (v. 8), que la comparación con el buen soldado, el atleta o el agricultor. La referencia a la casa de David indica la pertenencia de Jesús al pueblo elegido, pero aún más su pertenencia al género humano, premisa de su kenosis, es decir, de su vaciamiento de sí mismo. Afirmar que ha resucitado significa expresar su condición gloriosa y la manifestación de su divinidad.

Por el anuncio de este misterio de salvación, expresado aquí en una síntesis lapidaria, sufre Pablo, sin que por ello esté encadenada la Palabra. Sigue una cita, tomada probablemente de un antiguo himno cristiano, en la que se confirma, a través de un uso eficaz del paralelismo semítico, que Jesús «permanece fiel» (v. 13). Nuestra infidelidad, nuestra traición, se estrellan contra la fidelidad y el amor de Cristo, que nunca se cansa de perdonar y de ir en busca del pecador (cf. Le 15,4-6).

 

Evangelio: Lucas 17,11-19

11 De camino hacia Jerusalén, Jesús pasaba entre Samaría y Galilea.

12 Al entrar en una aldea, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia

13 y comenzaron a gritar: -Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros.

14 Él, al verlos, les dijo: -Id a preséntalos a los sacerdotes. Y mientras iban de camino quedaron limpios.

15 Uno de ellos, al verse curado, volvió alabando a Dios en alta voz

16 y se postró a los pies de Jesús dándole gracias. Era un samaritano.

17 Jesús preguntó: -¿No quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve?

18 ¿Tan sólo ha vuelto a dar gracias a Dios este extranjero?

19 Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

 

**• Este episodio sólo lo recoge Lucas, y lo sitúa durante el viaje de Jesús hacia Jerusalén. Le salen al encuentro diez leprosos, que se mantienen a distancia, tal como prescribe la ley, que los consideraba impuros, desde el punto de vista ritual, y excluidos de la comunidad civil. Hasta de Dios estaban alejados, puesto que su enfermedad era considerada un castigo.

Los leprosos, condenados por Dios y por los hombres a la marginación, se dirigen a Jesús, cuyo nombre significa «Dios salva», gritándole: «Ten piedad de nosotros» (v. 13). Se trata de la oración que el israelita piadoso dirige a YHWH para que se acuerde del pobre y del menesteroso. Su petición es audaz y está llena de confianza; al invocar al Maestro, invocan la vida. Apenas los ve Jesús, los envía al sacerdote, que, según la ley, una vez comprobada la desaparición de la enfermedad, puede iniciar los ritos de purificación que permiten su reingreso en el seno de la comunidad. Y he aquí que, yendo de camino, se curan. Por consiguiente, Jesús muestra que es el Mesías esperado, que habría de eliminar precisamente esta enfermedad. Pero sólo uno, un samaritano, «al verse curado, volvió alabando a Dios en alta voz» (v. 15) y le agradeció a Jesús la curación. El samaritano, el hereje, el no judío, reconoció el poder de Dios en el Maestro, y en Jesús al Mesías esperado, que habría de vencer también la lepra, la enfermedad impura por excelencia.

Aquí pone Lucas de relieve la decepción de Jesús, una decepción que se manifiesta en unas preguntas apremiantes que no tienen respuesta en el texto evangélico. Estas preguntas nos interpelan y, en consecuencia, piden nuestra respuesta. «¿No quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Tan sólo ha vuelto a dar gracias a Dios este extranjero?» (vv. 17ss). Jesús está decepcionado, porque el único que se muestra agradecido no es un judío; los otros dan la impresión de «pretender» la curación por ser miembros del pueblo elegido y, por consiguiente, no se abren a recibir el don del Dios, que, en Jesús, se acerca a cada hombre a fin de hacerle plenamente «vivo» para gloria de Dios. «Levántate, vete; tu fe te ha salvado» (v. 19), dice Jesús al leproso curado. «¡Levántate, resucita!», dice Jesús a todo el que se acerca a él con fe, reconociéndole como el Emmanuel, el Dios-con-nosotros.

 

MEDITATIO

Las lecturas que la liturgia nos propone hoy sugieren de inmediato el tema de la gratitud. Sin embargo, nos invitan a algo más que a una pura actitud de agradecimiento obligatorio. Si Dios realiza el milagro de curar a Naamán, el Sirio, un extranjero por tanto, si el evangelio nos muestra a un cismático samaritano que vuelve alabando «en alta voz» al Dios de Israel, tal vez nos encontremos frente a la advertencia de que los que nos sentimos en la Iglesia como en nuestra casa no debemos dar por descontado el conocimiento que tenemos de Dios. El Señor nos invita a redescubrir que él y sólo él es nuestro Dios. Él obra maravillas y nos hace pasar continuamente de la lepra del pecado a la vida nueva, pero nos lo recuerda sirviéndose de extranjeros que pasan por el camino de la humildad para llegar a una fe liberada de todo orgullo y capaz de mostrarse agradecida.

Vivimos en una época en la que reina un gran relativismo religioso, en el que, en nombre de una tolerancia mal entendida, se hace fácil para todos pensar –por dentro- que nuestro Dios no es, después de todo, tan único. Sin embargo, Dios quiere que reafirmemos con todas las libras de nuestro corazón nuestra profesión de fe en él. Pablo nos invita a «acordarnos» de Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros. No hay otro mediador entre Dios y los hombres. ¿Cómo tiene lugar, sin embargo, este agradecimiento? El modo serio de reconocer el señorío de Cristo es expulsar de nuestro corazón todo ídolo, el primero y el más funesto de los cuales es nuestro propio yo. Que el Señor nos haga capaces de convertir nuestra existencia en una pura y plena eucaristía, en una perenne acción de gracias.

 

ORATIO

Señor Dios nuestro, tú eres el único. Has educado a tu pueblo para reconocer que sólo tú eres de modo absoluto y que fuera de ti no hay posibilidad de vida. Haz que escuchemos tu voz y demos nuestro humilde consentimiento para hacer todo cuanto pueda ayudar a nuestro verdadero bien. Concédenos ojos para descubrir las maravillas que vas haciendo en nosotros para sanarnos de la enfermedad de nuestro pecado. Suscita en nosotros una viva y profunda gratitud por tu amor fuerte y bello, manifestado en Cristo Jesús. Que el recuerdo de tu Hijo, enviado a nosotros para que tengamos vida en abundancia, colme nuestro corazón de una indefectible esperanza que nunca pueda ser apagada por nada, hasta que nuestro himno de acción de gracias se disuelva para siempre en el esplendor de la vida eterna.

 

CONTEMPLATIO

Es fuerte la muerte, que puede privarnos del don de la vida. Es fuerte el amor, que puede restituirnos a una vida mejor.

Es fuerte la muerte, que tiene poder para desposeernos de los despojos de este cuerpo. Es fuerte el amor, que tiene poder para arrebatar a la muerte su presa y devolvérnosla.

Es fuerte la muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el amor, capaz de vencerla, de embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de confundir su victoria. Lo cual tendrá lugar cuando podamos apostrofarla, diciendo: ¿Dónde están tus pestes, muerte? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?

Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor de Cristo da muerte a la misma muerte. Por esto dice: Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón. También el amor con que nosotros amamos a Cristo es fuerte como la muerte, ya que viene a ser él mismo como una muerte, dado que es el aniquilamiento de la vida anterior, la abolición de las malas costumbres y el sepelio de las obras muertas.

Nuestro amor a Cristo es como un intercambio de dos cosas semejantes, aunque su amor hacia nosotros supera al nuestro. Porque él nos amó primero, y con el ejemplo de amor que nos dio se ha hecho para nosotros como un sello, mediante el cual nos hacemos conformes a su imagen, abandonando la imagen del hombre terreno y llevando la imagen del hombre celestial, por el hecho de amarlo como él nos ha amado. Porque en esto nos ha dejado un ejemplo para que sigamos sus huellas. Por esto dice: Grábame como un sello en tu corazón. Es como si dijera: «Ámame, como yo te amo. Tenme en tu pensamiento, en tu recuerdo, en tu deseo, en tus suspiros, en tus gemidos y sollozos. Acuérdate, hombre, qué tal te he hecho, cuan por encima te he puesto de las demás criaturas, con qué dignidad te he ennoblecido, cómo te he coronado de gloria y de honor, cómo te he hecho un poco inferior a los ángeles, cómo he puesto bajo tus pies todas las cosas. Acuérdate no sólo de qué grandes cosas he hecho para ti, sino también de qué duras y humillantes cosas he sufrido por ti, y dime si no obras perversamente cuando dejas de amarme. ¿Quién te ama como yo? ¿Quién te ha creado, sino yo? ¿Quién te ha redimido, sino yo?»

Quita de mí, Señor, este corazón de piedra, quita de mí este corazón endurecido, incircunciso. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por quien se consume mi corazón, nú lote perpetuo. Amén (Balduino de Cantorbery, Tratado 10, PL 204, cois. 513-516 passim)

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Daré gracias a tu nombre por tu misericordia y tu lealtad» (Sal 137,2a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Existo como un pequeño fragmento en la realidad ilimitada del mundo. Sin embargo, soy más grande que el mundo, porque mi pensamiento puede alcanzar y rebasar todas las cosas; más aún, es capaz de buscar lo que no se encuentra en el universo, a saber: el significado del universo. Me han sido dados unos pocos años de vida: he nacido y moriré. Sin embargo, mi pensamiento es capaz de atravesar estos estrechos límites y se plantea el problema de lo que había antes y de lo que habrá después. Estoy condicionado por mil instintos interiores y estoy manipulado por mil cosas exteriores que me solicitan. Sin embargo, puedo decidir libremente entre una acción y otra, entre una persona y otra, entre un destino y otro. En mi único ser hay, por tanto, algo que me hace pequeño, efímero, esclavo, y hay algo que me nace grande, duradero, libre.

Existo como alguien que pide ser salvado. Tengo sed de verdad sobre mi origen, sobre mi naturaleza, sobre mi suerte última, pero sé que el riesgo del error me acecha. Tengo sed de una alegría sin fin, pero sé que cada día que pasa me acerca al sufrimiento y a la muerte, y esta perspectiva me entristece ya desde ahora. Tengo sed de vivir en justicia, pero sé que soy, poco o mucho, repetidamente injusto. La salvación que necesito es, por consiguiente, salvación del error, de la muerte, de la culpa.

Esta salvación me ha sido dada por la bondad de Dios, que envió al mundo a mi Salvador: Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, que hoy está vivo y es Señor. El Señor Jesús me salva alcanzándome allí donde me encuentro, con una gratuidad y una misericordia inesperadas. Ahora bien, no me salva como un objeto inerte; al contrario, me concede aceptar libremente la iniciativa del Padre, a través del acto de fe; me concede configurarme libremente en mi conducta a su ley de amor; me permite entregarme libremente a la alabanza, a la acción de gracias, a la imploración a través de la oración (G. Biffi, lo credo, Milán 1980, 55ss).

 

 

Día 10

 Lunes XXVIII semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 4,22-24.26-27.31-5,1

Hermanos:

22 Porque está escrito que Abrahán tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de su esposa, que era libre.

23 El de la esclava nació conforme a las leyes naturales; el de la libre, en cambio, en virtud de la promesa.

24 Esto es una alegoría, pues las dos mujeres simbolizan las dos alianzas:

25 una proviene del monte Sinaí y engendra hombres para la esclavitud; es la simbolizada por Agar.

26 En cambio, la otra, la Jerusalén de arriba, es libre, y ésa es nuestra madre.

27 Pues dice la Escritura: Alégrate, estéril, tú que no das a luz; prorrumpe en gritos de júbilo, tú que no conoces los dolores de parto, porque son más los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido.

31 Así pues, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre.

5,1 Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo. Permaneced, pues, firmes y no os dejéis someter de nuevo al yugo de la esclavitud.

 

*» En la carta remitida por Pablo a las Iglesias de Galacia se anticipan los temas desarrollados con mayor extensión en la Carta a los Romanos. Tras la autopresentación en defensa del Evangelio, Pablo reprueba a los que siguen fácilmente la doctrina de los judaizantes, esto es, de los partidarios de la circuncisión y de la Ley mosaica. La justificación no viene de la Ley, sino de la gracia de Cristo.

A través de la alegoría de las dos mujeres que le engendran hijos a Abrahán se contrapone la economía de la Ley a la economía de la fe. Agar es esclava y su hijo es engendrado en la esclavitud de la carne: la antigua alianza del Sinaí, representada por Agar, es un yugo de esclavitud. Sara, la mujer libre, engendra a Isaac, el hijo de la promesa: nosotros, convertidos en hijos de Dios, en Cristo, hemos sido liberados porque en él ha llegado la promesa a su cumplimiento. La alegoría, sin insistir en su contraposición litigiosa tal como se describe en Gn 16 y Gn 21, dibuja sobre el fondo de las dos mujeres dos montañas, ambas también simbólicas. Detrás de la esclava se levanta el Sinaí, el monte en el que, entre truenos y relámpagos, recibió Moisés las tablas de los diez mandamientos. Es la Ley sobre la que se funda la antigua alianza entre Dios y su pueblo. Dios ha prometido su fidelidad de amor nupcial. Su pueblo ha prometido observar la Ley, pero de inmediato ha iniciado una historia de componendas y transgresiones. Detrás de Sara resplandece el monte Sión, la ciudad de Jerusalén que baja del cielo «ataviada como una novia que se adorna para su esposo» (Ap 21,2) para volver a llevar a Dios a los hijos de la nueva alianza. Exulte de alegría y alégrese la «Jerusalén de arriba» (Gal 4,26): muchos de sus hijos son regenerados para la vida nueva en Cristo.

 

Evangelio: Lucas 11,29-32

En aquel tiempo,

29 la gente se apiñaba en torno a Jesús y él se puso a decir: -Ésta es una generación malvada; pide una señal, pero no se le dará una señal distinta de la de Jonás.

30 Pues así como Jonás fue una señal para los ninivitas, así el Hijo del hombre lo será para esta generación.

31 La reina del sur se levantará en el juicio junto con los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino desde el extremo de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más importante que Salomón.

32 Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta generación y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia por la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más importante que Jonás.

 

** Lucas pone en labios de Cristo, que va de camino hacia el misterio pascual que se consumará en Jerusalén, una serie de enseñanzas, exhortaciones, respuestas y reproches. Ahora le toca el turno a un grupo de ese pueblo de «dura cerviz» que tiene dificultades para acoger la Palabra de Dios. ¿Qué señal ofrece este mesías para que le creamos? ¿Qué ofrece de seguro? Se trata de una muchedumbre no muy diferente a la de Nínive, que no sabía distinguir entre el bien y el mal (cf. Jon 4,11); no muy diferente de los paganos, recién llegados a la fe, a los que se dirige Lucas; tal vez no muy diferente a nosotros, que siempre andamos a la búsqueda de algo extraordinario y, al mismo tiempo, inmediato.

El tono de la respuesta de Jesús es drástico. Habla de juicio y condena. Sin embargo, por detrás de la referencia a Jonás, a quien toma Jesús como símbolo de su muerte y resurrección, está todo el peso de la misericordia salvífica de Dios. Ésta les había sido ofrecida a los ninivitas a cambio de una humilde conversión, a la reina del sur por su generosa búsqueda de la sabiduría.

La Palabra de salvación pide tanto a los judíos como a los griegos un espíritu abierto: «Más bien, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,28). Este anuncio de bienaventuranza contrasta todavía más con el juicio y la condena, que están reservados a quienes han recibido el tesoro de la Palabra revelada y, esclavos de una falsa fidelidad a la Ley, no saben reconocer las señales de la presencia del Salvador, y a quienes no son capaces de aceptar el duro lenguaje de la cruz ni se atreven a esperar en la resurrección.

 

MEDITATIO

Las dos lecturas de hoy nos obligan a considerar de nuevo episodios y figuras del Antiguo Testamento: Abrahán junto con Sara y Agar, Jonás junto con los ninivitas, la reina de Saba junto con Salomón. Parecen proponernos, por otra parte, problemas ahora un tanto distantes de nosotros, como la circuncisión o la ventaja que puede suponer ser griego en vez de judío. Con todo, el mensaje es extremadamente actual, porque siempre es actual la tentación de anclarnos en esquemas fijos sobre las propuestas de Dios y sobre las condiciones para justificarnos ante sus ojos.

El Señor no se desmiente. Quiere respuestas libres, una actitud confiada y filial. Si bien, prácticamente siempre, nos hace falta el ejercicio de la fe y el creer más allá de la evidencia, es sólo la persuasión de que el Señor nos ama y de que su amor supera infinitamente todas nuestras expectativas lo que abre nuestros estrechos horizontes, situados entre el legalismo y nuestro interés.

¡Qué triste es pensar que, pasados ya dos mil años desde que el Hijo del hombre, Jesucristo, nos ofreció un signo mucho más elocuente y eficaz que el signo de Jonás, todavía vayamos en busca de señales y confirmaciones en las absurdas respuestas de la astrología, de la magia (pagando un precio elevado) y de las abstrusas fantasías de sectas pseudorreligiosas! Tal vez sea demasiado sencillo creer en el amor o demasiado hermoso abandonarse como hijos en los brazos del Padre...

 

ORATIO

«Dichosa tú, que has creído», María. Primera hija de Abrahán no por ascendencia de la sangre, sino por la autenticidad de tu fe. Tú engendraste al verdadero Hijo de la promesa, al Hijo libre que hace libres a los que le siguen y creen en él.

Te pido, María, que apoyes mi débil fe y, sobre todo, que me ayudes a purificarla de tantas incrustaciones que la mantienen esclava. Enséñame a escuchar con sencillez la Palabra del Señor. Enséñame a acoger con asombro y entusiasmo la libertad que se me ofrece cuando me adhiero con amor a sus propuestas concretas, sin vanas discusiones ni resistencias. María, repite hoy por mí y conmigo tu maravilloso «sí».

 

CONTEMPLATIO

Si no se impone ninguna ley al justo, porque, previniendo la ley y sin necesidad de ser llamado al orden por ella, cumple la voluntad de Dios por el instinto de caridad que reina en su alma, ¿cuánto deberemos estimar a los bienaventurados del paraíso, libres y exentos de toda clase de mandamientos, dado que del goce de la suma belleza y bondad de Dios en que se encuentran fluye y deriva una dulcísima, aunque absoluta, necesidad en sus espíritus de amar eternamente a la santísima divinidad? En el cielo, Teótimo, amaremos a Dios no obligados o constreñidos por la ley, sino atraídos y arrebatados por la alegría que tal objeto, perfectamente amable, proporcionará a nuestros corazones; entonces cesará la fuerza del mandamiento, para hacer sitio a la alegría, que será el fruto y la cima de la observancia del mandamiento. Nosotros estamos destinados, por tanto, a la alegría que nos ha sido prometida en la vida inmortal, durante la cual, en verdad, estaremos obligados a observarlo con gran rigor, porque es la ley fundamental que Jesucristo nuestro rey ha dado a los ciudadanos de la Jerusalén militante, para hacerles merecer la plenitud y la alegría de la Jerusalén triunfante (Francisco de Sales, Teotimo, ossia Trattato dell'amor di Dios, X, 2 [edición española: Tratado del amor de Dios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1995]).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices» (Lc 1,38).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los judíos buscan en las Escrituras la vida eterna; por consiguiente, buscan en ellas a Dios y a su Hijo. Pero no buscan con la fe, sino con sus ¡deas prefabricadas [...]. Buscan la vida eterna en la prolongación de sus propios deseos e ideas y no comprenden que, para alcanzarla, deberían hacer exactamente lo contrario: plasmar su vida terrena según el plan de Dios o, mejor aún, dejarla plasmar por su amor. No comprenden que su actividad principal debería ser la contemplación y abrirse a Dios a través de ella para dejarle obrar solo y secundarlo después –lo bien o lo mal que puedan- en su acción. La obra de los judíos debería consistir en dejar obrar en ellos mismos, aunque no de una manera pasiva y sin participar, sino ofreciéndose sin hablar, entregándose callando [...]. En el fondo están llenos de sí mismos y, por eso, ciegos para las Escrituras de Dios.

La Escritura da testimonio del Señor. En la antigua alianza deja entrever su esencia y la predice [...]. Los judíos, siguiendo la orientación de la Escritura, deberían llegar a él. En él encontrarían la vida. Es el Señor, no el hombre mismo, quien provee a la vida eterna de los hombres. Por eso el Señor pide sólo la fe, no la acción humana ni la acción humana autónoma. El sentido de la vida humana no debe ser ya el sentido que ésta se da por sí sola, sino el sentido que le da el Señor. Todo esto es visible también en la antigua alianza (A. von Speyr, S. Giovanni. Esposizione contemplativa del suo vangelo, I: El Verbo s¡ fa carne, Milán 1985).

 

 

Día 11

 Martes XXVIII semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Gálatas 5,1-6

Hermanos:

1 Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo. Permaneced, pues, firmes y no os dejéis someter de nuevo al yugo de la esclavitud.

2 Soy yo, Pablo, el que os lo digo: Si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada.

3 De nuevo lo afirmo tajantemente: Todo aquel que se deja circuncidar queda obligado a cumplir enteramente la Ley.

4 Los que tratáis de alcanzar la salvación mediante la Ley os separáis de Cristo, perdéis la gracia.

5 Por nuestra parte, esperamos ardientemente alcanzar la salvación por medio de la fe, mediante la acción del Espíritu.

6 Porque, en cuanto seguidores de Cristo, lo mismo da estar circuncidados que no estarlo; lo que vale es la fe que actúa por medio del amor.

 

**• El tema principal de la perícopa de hoy es el de la libertad ofrecida por Cristo. Pablo, animado de celo apostólico, llama a los gálatas a la realidad, poniéndoles claramente en guardia contra el peligro en que incurren al querer volver bajo el pesado «yugo de la esclavitud» (v. 1) de la Ley. Pablo no pretende proponer la transgresión de la Ley o su abrogación. Jesús afirma en el evangelio  (cf. Le 16,17; Mt 5,17ss) que no abolió ni siquiera una pequeña letra de la Ley escrita naturalmente en el corazón del hombre y expresada en el decálogo y en la tradición mosaica. Se trata de no acartonarse en la observancia de unas prescripciones puramente exteriores y de no convertir en absolutos cosas que han sido establecidas en vistas y como preparación a las exigencias más vigorosas del Evangelio. «La Ley y los profetas llegan hasta Juan; esde entonces se anuncia la buena noticia del Reino de Dios, aunque todos se opongan violentamente» (Le 16,16).

La verdadera libertad consiste en seguir al Espíritu de Cristo y, a través de él, abrirse a una vida nueva, no sometida ya a los ritos judíos -como si de ellos pudiera derivar una justificación más firme-, a una vida fundamentada en la «fe que actúa por medio del amor» (Gal 5,6).

Sólo en Cristo, que «para que seamos libres nos ha liberado» (v. 1), encuentra la Ley su propio significado, y sólo la fe en él nos permite permanecer firmes y perseverar en la gracia. Volver a la circuncisión representa para los gálatas separarse del mismo Cristo y, con ello, decaer de su gracia y de su amor. El peligro para nosotros consiste en confiarnos a prácticas exteriores o en buscar vanas seguridades que nos desarraigan de la esperanza de la justificación que debemos y podemos esperar únicamente de la fe.

 

Evangelio: Lucas 11,37-41

En aquel tiempo,

37 al terminar de hablar, un fariseo le invitó a comer. Jesús entró y se puso a la mesa.

38 El fariseo se extrañó al ver que no se había lavado antes de comer.

39 Pero el Señor le dijo: -Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras que vuestro interior está lleno de rapiña y de maldad.

40 ¡Insensatos! El que hizo lo de fuera ¿no hizo también lo de dentro?

41 Pues dad limosna de vuestro interior, y todo lo tendréis limpio.

 

**• Jesús se aparta de la muchedumbre. Su discurso sobre la honestidad del pensamiento y sobre la pureza de las intenciones prosigue en un contexto que se vuelve plástico y más real por la escena convival en la casa de un fariseo. Jesús se comporta con una extrema libertad y parece provocar adrede la extrañeza y el desdén del fariseo. El Rabí, sin esperar su crítica por haber dejado de observar uno de los muchos preceptos fariseos y sin justificarse por ello, la emprende contra el formalismo y la vanidad de quien se considera justo porque cumple los ritos puntualmente. De la observación sobre la limpieza de la vajilla pasa Jesús directamente al corazón del hombre. La regla de la «higiene evangélica» exige la exclusión de la avidez y del egoísmo, que engendran la rapiña y la maldad (cf v. 39).

La actitud contraria, la que califica la «pureza del corazón » -ni que decir tiene-, es la caridad. De la caridad viene la generosidad que sabe dar como limosna cuanto reconoce haber recibido gratuitamente de Dios (v. 41).

En el pasaje paralelo de Marcos, los discípulos provocan una explicación sobre esta pureza del corazón: «Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo. Lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre. [...] Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre» (Me 7,15.21-23).

 

MEDITATIO

Los diez mandamientos, las leyes y las prescripciones -incluidas las de la Iglesia- tienen sentido y valor en la medida en que nos ponen en guardia contra las malas inclinaciones, contra los instintos frecuentemente perversos que se ocultan en nosotros. Sin embargo, no tienen que ser ellos los que determinen en cada uno de nosotros el grado de realización del ideal de pureza al que nos invita y desea para nosotros la santidad de Dios. La raíz originaria del pecado se desarrolla en lo íntimo de nuestro espíritu, en nuestro corazón, aunque Dios nos ha hecho bellos por dentro y por fuera, y así es como nos quiere.

No sirve, por tanto, de nada, e incluso es peligroso, confiarse a la ficción de un perfeccionismo exterior. Si ponemos en movimiento «la fe que obra por medio de la caridad», si damos limosna desde nuestro interior, quemando en la caridad todo lo que acabaría por pudrirse si lo dejamos fermentar en el egoísmo del corazón, entonces «todo estará limpio», entonces podremos esperar «de la fe la justificación que esperamos».

 

ORATIO

Abre, Padre, mi corazón a la luz de tu verdad. Que yo no tenga miedo de dejarla penetrar en mí para reconocer todo el bien que puedo poner a tu servicio y al del prójimo. Que la franqueza y la sinceridad marquen mi pensamiento y mi acción, a fin de que no caiga en la hipocresía disfrazándome de justicia y de perfección, hasta creerme, yo mismo, justo y santo.

Padre, concédenos a mí y a toda tu Iglesia tu Espíritu de verdad, a fin de que la fe produzca realmente obras de caridad y se realice sugestivamente ante el mundo aquella libertad que Cristo nos dio «para que permanezcamos libres».

 

CONTEMPLATIO

Debemos vigilar nuestra conciencia desde diferentes aspectos. Es preciso vigilarla, en efecto, en relación con Dios, en relación con el prójimo y en relación con las cosas. En relación con Dios, para no acabar despreciando sus mandamientos, ni siquiera en aquellas cosas que nadie ve y de las que nadie pide cuentas. No vigilamos la conciencia en lo secreto ante Dios cuando, por ejemplo, descuidamos la oración; tampoco nos mostramos vigilantes de la santidad de Dios cuando nos dejamos vencer por un pensamiento pasional que sube al corazón y consentimos en él, y cuando sospechamos y condenamos al prójimo sobre la base de apariencias al oírle decir o verle hacer algo. En suma, debemos vigilar todo lo que acontece en lo secreto y nadie ve, excepto Dios y nuestra conciencia. En esto consiste vigilar la conciencia en relación con Dios (Doroteo de Gaza, Insegnamenti spirituali).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tu Ley, Señor, es mi alegría» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La denuncia del mal constituye sólo el punto de partida, la conditio sine qua non. Lo que cuenta es el deseo ardiente de Dios, la confianza total e ¡ncondicionada en él y, sobre todo, el cambio del corazón. A propósito de este último, leemos en el Sal 119: «Te busco de corazón, no dejes que me desvíe de tus mandatos. Dentro del corazón guardo tu promesa» (w. 1 Oss). Y en el Sal 40,9: «Amo tu voluntad, Dios mío, llevo tu Ley en mi corazón».

Con buscar al Señor no basta. Lo importante es buscarlo en una atmósfera cargada, saturada, de amor. Lo mismo cumple decir en orden al cumplimiento de la Ley. La observancia puramente exterior de los preceptos sigue estando fuera de la «dinámica» de la conversión si no nos preocupamos con el mismo empeño de la calidad de las disposiciones interiores, si no tenemos el coraje de pasar de la fase de la mera «ejecución» a la fase de la «coparticipación». En este sentido, son claras y categóricas las palabras del salmista: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme» (Sal 51,12), «Instruyeme para que observe tu Ley y la guarde de todo corazón. Guíame por el camino de tus mandatos, que son mi delicia. Inclina mi corazón hacia tus preceptos, apártalo del lucro» (119,34-36).

La Ley adquiere el derecho de entrar en el espacio de la conversión cuando está en condiciones de dejarse esculpir no en la piedra, sino en lo íntimo del espíritu; cuando, dicho con otras palabras, es acogida por el hombre de manera libre y en un clima de incontenible alegría (V. Pasquetto, «Messaggio spirituale del vangeli», en Rivista di vita spirítuale [1978]).

 

 

Día 12

 Nuestra Señora del Pilar, patrona de España (12 de octubre)

 

El origen de la devoción a la Virgen del Pilar se remonta al siglo I. Desde Jerusalén, donde aún vivía la Virgen María, vino a España para confortar al apóstol Santiago el Mayor en las tareas de evangelización. La tradición afirma que lo visitó milagrosamente a las orillas del río Ebro, donde Santiago estaba reunido con los primeros hispanos convertidos al cristianismo. Como recuerdo de aquel acontecimiento se levantó más tarde en aquel lugar una capillita en honor de Nuestra Señora, venerando su imagen en un pilar. Documentos monacales del siglo IX dan testimonio del templo dedicado en la ciudad de Zaragoza a María siempre Virgen.

La advocación de nuestra Señora del Pilar ha sido objeto de un especial culto por parte de los españoles. En pocos templos de los pueblos de España falta la imagen de la Virgen del Pilar.

Su basílica, a las orillas del Ebro a su paso por Zaragoza, es un lugar privilegiado de oración, donde sopla con fuerza el Espíritu. Esta devoción a la Virgen del Pilar fue llevada también en las carabelas de Colón hasta los pueblos hermanos de América. Desde el año 1908, en el interior de la gran basílica que hoy existe en Zaragoza, junto al altar de la Virgen hacen guardia de honor a nuestra Señora las banderas de los países hispanoamericanos. El papa Inocencio XIII, en 1723, concedió oficio litúrgico propio de la Virgen del Pilar para el día 12 de octubre.

 

LECTIO

Primera lectura: Primer libro de las Crónicas

15,3-4.15-16; 16,1-2

3 David reunió en Jerusalén a todo Israel para trasladar el arca del Señor al lugar que le había preparado.

4 Reunió a los hijos de Aarón y a los levitas.

15 Los levitas transportaron el arca apoyando las barras sobre sus hombros, como lo había prescrito Moisés, por orden del Señor.

16 David ordenó a los jefes de los levitas que dispusieran a sus hermanos los cantores con todos los instrumentos musicales de acompañamiento, arpas, cítaras y címbalos, e hicieron resonar bellas melodías en señal de regocijo.

16,1 Metieron el arca de Dios y la colocaron en medio de la tienda que David había levantado para ella. Ofrecieron luego al Señor holocaustos y sacrificios de reconciliación.

2 Cuando David terminó de ofrecer los holocaustos y los sacrificios de reconciliación, bendijo al pueblo en nombre del Señor.

 

**• Estos versículos de los capítulo 15 y 16 del libro de las Crónicas, que presenta la liturgia en la fiesta de la Virgen del Pilar, hacen referencia a la gran fiesta que celebró David el día que trasladó el arca de Dios desde Baalá a Jerusalén. Dice el texto del libro de Samuel que en esa fiesta «David danzaba ante el Señor frenéticamente... entre gritos de júbilo y al son de trompetas» (2 Sm 6,14-15). Jerusalén se convierte, por la presencia del arca, en ciudad santa, ciudad bendecida por Dios. En aquella fiesta, David convocó a todo Israel: era una fiesta nacional de bombo y platillo.

En las letanías de nuestra Señora invocamos a María como Arca de la Nueva Alianza y Templo del Espíritu Santo. Aquel regocijo de David con todo su pueblo, las ofrendas y oraciones que hicieron y la bendición que recibieron eran imágenes de esta fiesta en la que el arca de la Nueva Alianza vino de Jerusalén a Zaragoza para bendecir a los nuevos cristianos y para asentar su trono en el gran templo de nuestros corazones.

 

O bien:

 

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 1,12-14

12 Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, lo que se permitía andar en sábado.

13 Y así que entraron, subieron a la estancia de arriba, donde se alojaban habitualmente. Eran Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el Zelota y Judas el de Santiago.

14 Todos ellos hacían constantemente oración en común con las mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.

 

*•• Después de la ascensión de Jesús a los cielos, el libro de los Hechos de los apóstoles se centra en la constitución de la comunidad cristiana. Los que le habían seguido por el camino son convocados por el Espíritu para seguir con la misión de Jesús. En el grupo de los que acompañaban a Jesús en su vida pública estaban María, su madre, y otras mujeres. El evangelio de Lucas, en el capítulo 8, dice que junto con los Doce le seguían María Magdalena, Juana, Susana y otras muchas.  En estos versículos que leemos en la fiesta de la Virgen del Pilar, se resalta la presencia de María en esta primera comunidad pospascual. Ella, los apóstoles y algunas mujeres perseveraban en la oración común.

Esta oración entre hombres y mujeres da un tono peculiar a la primera comunidad cristiana, muy distinto a lo que se hacía en la sinagoga judía. Jesús había roto la separación, y la primera comunidad sigue acorde con el estilo de Jesús. Podemos pensar en la importancia de María en la formación de esa primera comunidad de Jerusalén y trasladar, sin esfuerzo, esa misma importancia en el apoyo a Santiago en la formación de la primera comunidad de España.

 

Evangelio: Lucas 11,27-28

27 Mientras decía esto, una mujer de entre la gente gritó: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron».

28 Pero él le dijo: «Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica».

 

**• Arrebatada por la emoción del momento, una mujer del pueblo, corazón en mano, alaba a Jesús y le dice cuan orgullosa tenía que estar su madre por haberlo llevado en su seno. Las palabras de la mujer son un cumplimiento de la profecía sobre María de Lc 1,28: «Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones».

Pero Jesús, humilde y sencillo como su madre, traslada la atención de él mismo y de su madre a una insistencia más central: realmente, es más dichoso el que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica. La grandeza personal de María está en haber escuchado a Dios y haber dado un «sí» incondicional.

María escuchó y puso en práctica la Palabra de Dios al responder en la anunciación: «He aquí la esclava del Señor». Es una actitud humilde, valiente, libre y auténtica.

María, que meditó en su corazón las palabras y los gestos de Jesús, hace pensar en aquellos que «escuchan la Palabra con un corazón noble y generoso» (Lc 8,15).

 

MEDITATIO

Del libro del Eclesiástico 24,3-15:

Yo salí de la boca del altísimo y cubrí la tierra como una niebla. Habité en las alturas, y mi trono fue columna de nube. Sola recorrí el círculo celeste, y por las profundidades del abismo me paseé. En las olas del mar, en toda la tierra, en todo el pueblo y nación yo imperé. En todos ellos busqué el reposo, y en qué territorio instalarme. Entonces me ordenó el creador de todas las cosas, mi hacedor fijó el lugar de mi habitación, y me dijo: «Pon tu tienda en Jacob, y en Israel ten tu heredad».

Desde el principio y antes de los siglos me creó, y existiré eternamente. En su santa tienda, en su presencia, ejercí el ministerio, y así en Sión me instalé. En la ciudad amada establecí mi residencia, y en Jerusalén tuve la sede de mi imperio. En el pueblo glorioso eché raíces, en la porción del Señor, en su heredad. Crecí como el cedro en el Líbano, como el ciprés en las montañas del Hermón. Crecí como palmera en Engadí, cual brote de rosa en Jericó; como magnífico olivo en la llanura, crecí como el plátano. Como el cinamomo y el espliego he dado mi aroma, como mirra escogida exhalé mi perfume; como gálbano, ónix y estacte, y como perfume de incienso en el tabernáculo. Yo extendí como terebinto mis ramas, y mis ramas están llenas de gracia y de majestad. Como vid eché hermosos sarmientos, y mis flores dan frutos de gloria y de riqueza. Venid a mí los que me deseáis, y saciaos de mis frutos.

 

ORATIO

Virgen santa del Pilar:

Desde este lugar sagrado

alienta a los mensajeros del Evangelio,

conforta a sus familiares

y acompaña maternalmente

nuestro camino hacia el Padre,

con Cristo, en el Espíritu Santo. Amén.

(Oración de Juan Pablo II ante el altar de la Pilanca.)

 

CONTEMPLATIO

La piedad de la Iglesia a la santísima Virgen María es un elemento intrínseco del culto cristiano. La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar -desde el saludo y la bendición de Isabel hasta las expresiones de alabanza y súplica en nuestro tiempo- constituye un sólido testimonio de que la lex orandi de la Iglesia es una invitación a reavivar en las conciencias su lex credendi. Y viceversa: la fe viva de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su oración fervorosa a la Madre de Cristo. Culto a la Virgen de raíces profundas en la palabra revelada y de sólidos fundamentos dogmáticos.

La misión maternal de la Virgen empuja al pueblo de Dios a dirigirse con filial confianza a aquella que está siempre dispuesta a acogerlo con afecto de madre y con eficaz ayuda de auxiliadora; por eso el pueblo de Dios la invoca como consoladora de los afligidos, salud de los enfermos, refugio de los pecadores, para obtener consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad, fuerza liberadora en el pecado; porque ella, la libre de todo pecado, conduce a sus hijos a esto: a vencer con enérgica determinación el pecado. Y -hay que afirmarlo nuevamente- dicha liberación del pecado es la condición necesaria para toda renovación de las costumbres cristianas.

La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar «los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos». Virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la Palabra de Dios (cf. Lc 1,26-38; 1,45; 11,27-28; Jn 2,5); la obediencia generosa (cf. Lc 1,38); la humildad sencilla (cf. Lc 1,48); la caridad solícita (cf. Lc 1,39-56); la sabiduría reflexiva (cf. Lc 1,29.34; 2,19.33.51); la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos (cf. Lc 2,21.22-40.41), agradecida por los bienes recibidos (Lc 1,46-49); la fortaleza en el destierro (cf. Mt 2,13-23), en el dolor (cf. Lc 2,34-35.49; Jn 19,25); la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor (cf. Lc 1,48; 2,24); el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz (cf. Lc 2,1-7; Jn 19,25-27); la delicadeza provisoria (cf. Jn 2,1-11); la pureza virginal (cf. Mt 1,18-25; Lc 1,26-38); el fuerte y casto amor esponsal.

De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en la propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen.

La piedad hacia la Madre del Señor se convierte para el fiel en ocasión de crecimiento en la gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral. Porque es imposible honrar a la «llena de gracia» (Le 1,28) sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios, la comunión en Él, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina alcanza a todo el hombre y lo hace conforme a la imagen del Hijo (cf. Rom 2,29; Col 1,18).

La Iglesia católica, basándose en su experiencia secular, reconoce en la devoción a la Virgen una poderosa ayuda para el hombre hacia la conquista de su plenitud. (De la exhortación del papa Pablo VI Marialis cultus.)

 

ACTIO

Reunirme hoy en oración con otros, como María con otras mujeres y los apóstoles, y pedir al Espíritu Santo fortaleza para los evangelizadores que están en tierra de misión.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El milagro de Calando

Como en otros santuarios marianos, los fieles han recibido en el de nuestra Señora del Pilar favores extraordinarios que han atribuido a su intercesión ante la omnipotencia divina. Desde el siglo XIII se habla en los documentos que conserva su archivo de «los mytos et innumerabiles miraglos que Nuestro Seynor Jesucristo feitos a et cada día facer non cesa en los ovientes devoción en la gloriosa et bienaventurada Virgen María suya Santa María del Pilar».

Un manuscrito del siglo XV recogió algunos de ellos. Y en 1680 el canónigo Félix de Amada dio a la imprenta una colección de milagros obrados por intercesión de la Virgen del Pilar. Entre ellos, es universalmente conocido el llamado milagro de Calando, por su evidente superación de las fuerzas de la naturaleza y por su innegable verdad histórica. Tuvo lugar entre las diez y las once de la noche del jueves 29 de marzo de 1640, en la villa aragonesa de Calanda y en la persona del ¡oven de 23 años Miguel Juan Pellicer, al cual, debido a un accidente, hubo que amputársele la pierna derecha en octubre de 1637 en el hospital de Gracia, de Zaragoza, por el cirujano Juan Estanca, siendo enterrada por el practicante Juan Lorenzo García.

Tras su convalecencia, durante dos años, fue mendigo en la puerta del templo de nuestra Señora del Pilar, de la que era muy devoto desde su niñez, por existir una ermita de esta advocación en Calando, y a la que se había encomendado antes y después de su operación, confesando y comulgando en su santuario.

Vuelto a la casa de sus padres en Calanda a primeros de marzo de 1640, el citado día 29 de ese mes, habiéndose acostado en la misma habitación de sus padres, por haber un soldado alojado en su casa, lo encontraron éstos dormido media hora más tarde con dos piernas, notándosele en la restituida las mismas señales de un grano y unas cicatrices que tenía la amputada.

A instancias del Ayuntamiento de Zaragoza, adonde acudió Miguel Juan tras su curación a dar gracias a la Virgen del Pilar, se incoó en el Arzobispado un proceso el 5 de junio de 1640, pronunciando sentencia afirmativa de calificación milagrosa el arzobispo Pedro Apaolaza, asesorado por nueve teólogos y canonistas, el 27 de abril de 1641. Se conserva íntegro el texto de este proceso con las declaraciones de los 25 testigos.

El milagro se divulgó rápidamente por todas partes. El mismo papa Urbano VIII fue informado personalmente por el jesuíta aragonés F. Franco en 1642. Entre los milagros, que por definición son todos excepciones de la naturaleza, el de Calanda es a su vez excepcional; por eso las relaciones coetáneas lo calificaron de «milagro inaudito en todos los tiempos». (Por Tomás Domingo Pérez, en el Libro de la Virgen, C.B.C.)

 

 

Día 13

   Jueves XXVIII semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 1,1-10

1 Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, al pueblo de Dios que está en Efeso y cree en Cristo Jesús.

2 A vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor.

3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales.

4 Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia. Llevado de su amor,

5 él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo,

6 para que la gracia que derramó sobre nosotros, por medio de su Hijo querido, se convierta en himno de alabanza a su gloria.

7 Con su muerte, el Hijo nos ha obtenido la redención y el perdón de los pecados, en virtud de la riqueza de gracia

8 que Dios derramó abundantemente sobre nosotros en un alarde de sabiduría e inteligencia.

9 Él nos ha dado a conocer sus planes más secretos, los que había decidido realizar en Cristo,

10 llevando la historia a su plenitud al constituir a Cristo en cabeza de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra.

 

** La Carta a los Efesios, que nos presenta la liturgia a partir de hoy, nació probablemente como carta circular dirigida a las diferentes Iglesias de la provincia de Asia por el apóstol Pablo durante el período de su primera prisión en Roma (61-63 d. C), o bien por alguno de sus discípulos. El autor propone en ella su propia visión de la historia humana y cósmica: la historia es, inequívocamente, historia de salvación, un grandioso proyecto de amor del Padre, que, en su Hijo Jesucristo, redime a todos los hombres y vuelve a atraer hacia sí, de una manera irresistible, todo lo creado. En él obra ahora la fuerza invencible de la resurrección, que, tras haber derrotado al pecado y la muerte, engendra la nueva humanidad, la Iglesia; esta última, aprendiendo a reconciliar todas las divisiones, va creciendo progresivamente como único y armónico cuerpo cuya cabeza es Cristo.

Tras el acostumbrado saludo, prorrumpe el autor en un himno de alabanza donde bendice al Padre, que ha vuelto a colmar a los hombres con la sobreabundancia de sus bienes. El himno contempla previamente la increíble bondad de Dios, que, desde toda la eternidad, ha soñado y deseado hacer partícipes a todas sus criaturas de su misma vida divina (v. 4); contempla, a continuación, su inefable misericordia, que, sin rendirse frente

al pecado del hombre, le ha restablecido en la condición de hijo gracias a Cristo redentor, que nos ha obtenido con su sangre la remisión de los pecados (w. 5-7). Ahora bien, la redención es un misterio que se despliega a lo largo de la historia. Dios es creador y ama la multiplicidad de formas de lo creado, pero es también en sí mismo comunión de amor y ama la unidad: en Cristo va realizando esta voluntad suya de restaurar en todos los hombres la semejanza originaria con él y los va haciendo miembros de un único cuerpo -miembros con fisonomía diferente, pero profundamente unidos (v. 10)-. «Dios ha dado a Jesucristo como cabeza a todas las criaturas, a los ángeles y a los hombres. De este modo se va formando la unión perfecta, cuando todas las cosas estén bajo una cabeza y reciban de lo alto un vínculo indisoluble» (Juan Crisóstomo).

 

Evangelio: Lucas 11,47-54

En aquel tiempo, dijo el Señor:

47 ¡Ay de vosotros, que construís mausoleos a los profetas asesinados por vuestros propios antepasados!

48 De esta manera, vosotros mismos sois testigos de que estáis de acuerdo con lo que hicieron vuestros antepasados, porque ellos los asesinaron y vosotros les construís mausoleos.

49 Por eso dijo la sabiduría de Dios: «Les enviaré profetas y apóstoles; a unos los matarán, y a otros los perseguirán».

50 Pero Dios va a pedir cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas vertida desde la creación del mundo,

51 desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, a quien mataron entre el altar y el santuario. Os aseguro que se le pedirán cuentas a esta generación.

52 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia! No habéis entrado vosotros y a los que querían entrar se lo  habéis impedido.

53 Cuando Jesús salió de allí, los maestros de la Ley y los fariseos comenzaron a acosarlo terriblemente y a proponerle muchas cuestiones,

54 tendiéndole trampas con intención de sorprenderlo en alguna de sus palabras.

 

*•• Los doctores de la Ley de tiempos de Jesús no eran mejores que sus padres. Jesús, con una profunda ironía, desenmascara su falsedad. Por un lado, pone de manifiesto que su veneración por los profetas es hipócrita, porque en estos momentos muestran que no están dispuestos a escuchar las llamadas de Dios, exactamente igual que hicieron sus padres en el pasado. Del mismo modo que los profetas fueron rechazados y muertos por ser incómodos, así también es rechazado ahora Jesús, Palabra definitiva del Padre: es exactamente el mismo comportamiento. Los «sabios», que construyen mausoleos a los profetas, no por ello se convierten en seguidores de los mismos, como quieren dar a entender -y tal vez ellos mismos crean-, sino en cómplices de quienes los mataron. El Gólgota confirmará este análisis de Jesús, apoyado por la «sentencia del juicio profético (w. 49-51), que concibe la historia de Israel, incluido el período postexílico, como una historia de porfiada obstinación» (Josef Ernst), que ha producido constantemente sus víctimas, «desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías» (la primera y la última muerte relatadas en la Biblia hebrea).

A modo de inciso, notemos que la culpa evocada de nuevo permanece totalmente en el ámbito del Antiguo Testamento: da la impresión de que Lucas quiera sugerir que la misericordia del Padre no pretende pedir cuentas de la sangre de su Hijo, que también está a punto de ser derramada; en efecto, «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él» (Jn 3,17). Sin embargo, «Dios va a pedir cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas vertida desde la creación del mundo», porque «el que no cree en él ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios» (Jn 3,18).

Con el mismo vigor se lanza Jesús contra la arrogancia intelectual y religiosa de los doctores de la Ley, que, aun disponiendo de los instrumentos necesarios, no han seguido ni siquiera reconocido el camino que conduce a Dios, indicado por la Ley y por los profetas; al contrario, lo han hecho inaccesible también al pueblo, privando a los preceptos y las normas de su auténtico significado.

 

MEDITATIO

¡Qué contraste entre la conmovida contemplación del grandioso proyecto de salvación «ideado» y puesto pacientemente en práctica por la benevolencia de Dios y las violentas y dramáticas invectivas de Jesús contra los doctores de la Ley y sus padres, que opusieron siempre un firme rechazo a las llamadas divinas. La Iglesia, sometiendo a confrontación estas «obstinaciones», nos lanza por lo menos una doble llamada.

El plan de la salvación es maravilloso: contemplémoslo; con ello obtendremos un profundísimo consuelo y alegría, que serán nuestra fuerza para los inevitables momentos de dificultad y para los tiempos -a menudo largos- de crecimiento y maduración, que con facilidad someten a una dura prueba nuestra perseverancia, aunque son necesarios para que se realice en nosotros el plan de Dios; ahora bien, también hemos de estar vigilantes, porque muchos a quienes Dios lo confió antes que a nosotros, en vez de colaborar, le opusieron resistencia y perdieron de vista la meta. ¡Que no nos suceda lo mismo a los que escuchamos esta palabra!

La segunda llamada es: No somos responsables sólo de nosotros mismos. Dios nos ha revelado a los cristianos el misterio de su voluntad, a saber: que todos los hombres se salven en Cristo, para que nosotros manifestemos este misterio y todos puedan entrar en él. Eso significa, por una parte, vigilar para no escandalizar con nuestros comportamientos y respetar a los que son diferentes, sin pretender imponer nuestra fe o nuestras formas culturales, a fin de convertirnos para los otros en lugar de encuentro con Cristo, y, por otra, significa también no escondernos, sino tener el valor de mostrarnos y actuar claramente como cristianos, a fin de llegar a ser vehículos de su amor.

 

ORATIO

Bendito seas, Dios, que, en tu Hijo amado, nos has dado «la redención por medio de su sangre» y nos invitas a contemplar en ella tu gran amor de Padre. Nuestro corazón debería estar repleto de gratitud, pero no somos demasiado capaces de darte las gracias, sobre todo por un acontecimiento que parece tan alejado de nosotros y de nuestra vida. Tal vez nos sintamos también algo incómodos: ¿qué podemos darte nosotros a cambio?

Nuestro amor es débil: tenemos miedo hasta del menor sufrimiento, tenemos deseos de amarte, pero eso no basta. Sólo tenemos para ofrecerte nuestros pecados: acéptalos y ejerce sobre ellos tu misericordia.

 

CONTEMPLATIO

Dios ha sabido desde toda la eternidad que podía crear una cantidad sin número de seres a los que hubiera podido comunicarse a sí mismo; y considerando que entre todos los modos de comunicarse a sí mismo no había ninguno tan grande como el unirse a una naturaleza creada, de tal modo que la criatura fuera asumida e insertada en la divinidad para constituir con ella una sola persona, su infinita bondad, que en sí misma y por sí misma está inclinada a la comunicación, decidió actuar de este modo. Ahora bien, entre todas las criaturas que la suma omnipotencia podía producir, eligió a la humanidad, que por eso fue unida a la persona de Dios Hijo y a la que destinó el honor incomparable de la unión personal a su divina Majestad, a fin de que gozara para la eternidad, de un modo especial, de los tesoros de su gloria infinita. La suma providencia dispuso, a continuación, no limitar su bondad sólo a la persona de su amadísimo Hijo, sino dilatarla por medio de él a otras muchas criaturas para que le adoraran y alabaran toda la eternidad (Francisco de Sales, Teotimo, ossia Trattato dell'amor di Dios, I, 2 [edición española: Tratado del amor de Dios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1995]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El amor del Señor abarca el universo» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Qué significa «antes de la creación del mundo»? Significa que todavía no había nada: no existía el cielo, no existía la tierra y tampoco existía yo. Pero existía él, que pensaba ya en mí y me envolvía con su amor. Pensó en mí desde siempre y me amó desde siempre: el amor de Dios por mí es eterno. Es un pensamiento que da vértigo. No había todavía nada, pero existía ya, en el origen primigenio de las cosas, una ternura infinita que me envolvía: ahora se complace en mí, porque al verme ve a su Hijo y dice: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1,11). Al principio no había nada y él amó esta nada. Es esta nada la que fundamenta la gratuidad de su amor. El Señor me amó por nada, sin porqué. Lo ha dicho de una manera estupenda santo Tomás: «La raíz última del amor de Dios está en su gratuidad». Me ama por nada. Esto va unido a otro principio enunciado también por santo Tomás: «No me ama porque yo sea bueno, sino que me hace bueno al amarme». Es ésta una certeza que da a nuestro corazón una gran paz y una gran fuerza.

Si Dios me amara por algo, siempre podría pensar que, si este algo dejara de existir, dejaría de amarme. Sin embargo, los cielos y la tierra pueden hundirse, pero no así el amor de Dios, nunca. Es un amor que no se rinde nunca, ya que está fundado sobre la nada. El amor de Dios no supone nada en mí y me transforma. La santidad depende por completo del creer que somos amados de este modo y de nuestro abandono a este amor.

Yo soy una pobre y frágil criatura, soy nada, pero sobre esta nada se posa la mirada de Dios, se posa su amor. Y la nada florece ante él porque su amor realiza en mí maravillas. Es un amor omnipotente, que se derrama sobre el abismo de mi miseria y realiza grandes cosas (M. Magrassi, Amare con il cuore di Dios, Cinisello B. 1983).

 

 

Día 14

  Viernes XXVIII semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 1,11-14

Hermanos:

11 En ese mismo Cristo también nosotros hemos sido elegidos y destinados de antemano, según el designio de quien todo lo hace conforme al deseo de su voluntad.

12 Así nosotros, los que tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, seremos un himno de alabanza a su gloria.

13 Y vosotros también, los que acogisteis la Palabra de la verdad, que es la Buena Noticia que os salva, al creer en Cristo habéis sido sellados por él con el Espíritu Santo prometido,

14 prenda de nuestra herencia, para la redención del pueblo de Dios y para ser un himno de alabanza a su gloria.

 

**• Estos versículos son la parte conclusiva del magno himno al plan de la salvación llevado a cabo por Dios mediante la sangre de Jesucristo (cf. Ef 1,1-10). El autor presenta aquí un concepto clave: el de predestinación («destinados de antemano»), que ha generado controversias dramáticas en la historia de la Iglesia.

Tal vez sea menos ambiguo el término si lo explicamos a partir del concepto «herencia». Estamos predestinados a la salvación en el sentido de que Dios nos ha redimido en Jesucristo, sin mérito alguno por nuestra parte, haciéndonos así herederos de su misma vida. En consecuencia, todos estamos salvados; ahora bien, puesto que somos libres, podemos rechazar esta herencia y sustraernos con ello a la salvación que se nos ha dado gratuitamente. Predestinados no significa, por tanto, necesariamente salvados. «Dios, que nos ha creado sin nosotros, no puede salvarnos sin nosotros» (Agustín de Hipona).

Sin embargo, la eficacia de la voluntad salvífica de Dios se manifiesta de todos modos con claridad cada vez que la fe está dispuesta a acogerla. Así, tanto judíos («nosotros, los que tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo»: v. 12) como paganos («vosotros también»: v. 13a), por haber escuchado «la Palabra de la verdad» (v. 13) y haber creído en el Evangelio, se han convertido en herederos, recibiendo, sin distinción, a través del bautismo, el anticipo de los bienes futuros: el Espíritu Santo, que hace posible ya en esta tierra la vida que viviremos en plenitud sólo después de la muerte. El himno concluye después con otro término-clave: la «gloria» de Dios, que tiene un significado muy preciso en la Biblia.

Se trata de la manifestación de su presencia y de lo que él es. Los cristianos están llamados a ser «un himno de alabanza a su gloria» (v. 14c), o sea, a dejar aparecer, a través de la santidad de su vida, la belleza de Dios: «Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia» (Jn 15,8a).

 

Evangelio: Lucas 12,1-7

En aquel tiempo,

1 la gente se aglomeraba por millares, hasta pisarse unos a otros. Entonces Jesús, dirigiéndose principalmente a sus discípulos, les dijo:

-Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.

2 Pues nada hay oculto que no haya de manifestarse, nada secreto que no haya de saberse.

3 Por eso, todo lo que digáis en la oscuridad será oído a la luz, y lo que habléis al oído en una habitación será proclamado desde las azoteas.

4 A vosotros, amigos míos, os digo esto: No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden hacer nada más.

5 Yo os diré a quién debéis temer: Temed a aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar al fuego eterno. A ése es a quien debéis temer.

6 ¿No se venden cinco pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, Dios no se olvida ni de uno solo de ellos.

7 Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis: vosotros valéis más que todos los pájaros.

 

*•• El fragmento de hoy une, por comunidad temática, algunas sentencias que tienen un origen autónomo y pertenecen al género mashal, esto es, pequeñas parábolas que toman su significado del contexto en el que han sido insertadas. Los «ayes» dirigidos por Jesús a los fariseos y a los doctores de la Ley al final del capítulo 11 representan la ocasión para invitar a los discípulos a guardarse de la hipocresía farisea.

La intención de esta advertencia no es sólo de naturaleza moral. Lucas dirige su evangelio a comunidades que están viendo terminar el tiempo apostólico sin que se haya producido la parusía (la venida final de Jesús para instaurar el Reino de Dios) y que se ven amenazadas por las persecuciones y por la difusión de falsas doctrinas. En consecuencia, se plantea el problema de la perseverancia y de la fidelidad. Lucas hace frente a este problema pidiendo a los cristianos una actitud de autenticidad y claridad (w. 2ss) y ofreciéndoles una palabra de consuelo que se convierte en invitación a la confianza en Dios (w. 4-7).

Alienta a los cristianos a que no obren como los fariseos, cuyas palabras no corresponden a lo que tienen en el corazón y en la mente. Los cristianos deben, más bien, profesar abiertamente y sin temor su fe, cueste lo que cueste, porque, de todos modos, «nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto» (8,17). Cuando vuelva el Hijo del hombre, quedarán desenmascaradas las astucias y las mentiras y se revelarán vanas: serán causa de condena, antes que de salvación.

El riesgo real, el que corren los cristianos tentados de esconderse o incluso de renegar del Señor Jesucristo por miedo a las persecuciones, no es perder la vida corporal, sino perder la vida verdadera, que es eterna y depende del juicio de Dios. Como ya había recordado Lucas a los discípulos, al presentar las condiciones para seguir a Jesús, «el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí [por Jesús], ése la salvará» (9,24). Por otra parte, ¿cómo no abandonarse confiadamente a este Dios que se preocupa con amor hasta de sus criaturas más insignificantes (w. 6ss)?

 

MEDITATIO

Nos quedamos sin palabras cuando alcanzamos a tener alguna conciencia del inestimable valor y la incomparable belleza de lo que Dios nos ha dado al crearnos y recrearnos como hijos suyos en Jesucristo.

Nos quedamos espantados cuando pensamos que este bien lo pone Dios en nuestras manos y lo confía a nuestra libertad. Dios demuestra tener una confianza inmensa en nosotros, y, por haberse comprometido a no dejar que nos falte nada de lo que nos es necesario para corresponder a su don, nos inviste de una responsabilidad terrible: nos deja a nosotros determinar nuestra felicidad o infelicidad eterna. Dios, que envió a su Hijo a la tierra para salvarnos y quiso que tomara nuestra carne para compartir en todo la condición humana, al recordarnos nuestro destino eterno, no quiere sacarnos del mundo en que vivimos y debemos vivir, sino que nos declara su amor y nos sitúa ente una alternativa y nos pide que elijamos: «Te he amado con amor eterno y te he creado para que goces de mí para la eternidad. Tú no eres capaz de llegar a mí, pero yo me ocuparé completamente de ti y haré que puedas. Te pido sólo que te fíes de mí y correspondas a mi amor, testimoniándolo con sencillez y valor. Por ti mismo, solo, no puedes hacer nada: vencerán en ti el miedo, la lógica de la componenda, los instintos del egoísmo y las debilidades de tu naturaleza y me perderás para siempre. ¿Qué es lo que quieres? ¡Elige!».

 

ORATIO

Señor, tú me envuelves con tu amor. Todo mi ser está encerrado por tu amor: el comienzo de mi existir, el curso de mi vida sobre la tierra, mi destino eterno.

Gracias, Dios mío, por haberme soñado. Gracias por haberme vuelto a colmar de dones, por haber dispuesto previamente con cuidado todo aquello de lo que tengo necesidad. Gracias por estimarme. Gracias porque me has creado persona y me respetas, incluso cuando uso mal mi libertad. Gracias, sobre todo, porque no me quieres como un objeto pasivo de tu generosidad, sino que me pides que sea un «tú» que responde un «sí» libre de amor. Atráeme, para que yo pueda ser tu alegría.

 

CONTEMPLATIO

El Salvador usa una providencia especial y consagra una atención particular a aquellos que abandonan por completo hasta el cuidado de sí mismos para seguirle de un modo más perfecto: éstos tienen una capacidad mayor que los otros para entender bien la Palabra de Dios y también una capacidad mayor de ser atraídos por las dulzuras de sus atenciones. Mientras tengamos cuidado de nosotros mismos -me refiero a un cuidado lleno de inquietud-, nuestro Señor nos deja hacer, pero si le cedemos ese cuidado a él, lo asume enteramente y, según nuestra expoliación sea grande o pequeña, grande o pequeña será su providencia con nosotros. Qué felices son las almas que están muy enamoradas de nuestro Señor y siguen la norma de pensar en él con una ilimitada confianza en su suma bondad y en su providencia (Francisco de Sales, Esortazioni, LXI, 4ss [edición española: Pláticas espirituales, Balmes, Barcelona 1952]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No temas, pequeño rebaño: vuestro Padre ya sabe de qué tenéis necesidad» (cf. Le 12,30.32).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Debemos darnos cuenta de que nosotros «somos la gloria de Dios». Leemos en el libro del Génesis: «Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente» (Gn 2,7). Nosotros vivimos porque participamos de la respiración de Dios, de la vida de Dios, de la gloria de Dios. La cuestión no es tanto la de «cómo vivir para la gloria de Dios», como la de «cómo vivir lo que somos, cómo realizar nuestro ser más profundo».

Tú eres el lugar donde Dios ha elegido habitar, tú eres el topos tu theu (el «lugar de Dios»), y la vida espiritual no es otra cosa que permitir la existencia de ese espacio donde Dios pueda morar, crear el espacio donde pueda manifestarse su gloria.

Cuando medites, pregúntate a ti mismo: «¿Dónde está la gloria de Dios? Si la gloria de Dios no está aquí donde yo estoy, ¿en qué otra parte puede estar?». Naturalmente, todo esto es más que una intuición, más que una idea, más que un modo de ver las cosas y, por consiguiente, es más tema de meditación que de estudio. Pero apenas empieces a «darte cuenta», de un modo íntimo y personalísimo, de que eres verdaderamente la gloria de Dios, todo se volverá diferente y tu vida llegará a un viraje decisivo. Entonces, por ejemplo, esas pasiones que parecían tan reales, más reales que el mismo Dios, revelarán su naturaleza ilusoria y, en cierto sentido, se disiparán (H. J. M. Nouwen, Ho ascoltato ¡I silenzio, Brescia 01998).

 

 

Día 15

 Sábado XXVIII semana del Tiempo ordinario o día 15 de Octubre, conmemoración de

Santa Teresa de Ávila

         Santa Teresa de Jesús nació en Ávila el 28 de marzo de 1515. Tras una infancia precozmente religiosa y una difícil adolescencia, atraída por la lectura del evangelio y por la oración entró en el Carmelo de la Encarnación en 1535. Después de un prolongado período de tibieza, comienza su «conversión» -acaecida en 1554-, una intensa vida mística en contacto con Cristo, que desemboca en un intenso deseo de servir a la Iglesia de su tiempo, lacerada por la Reforma protestante. A fin de contribuir a la renovación de la Iglesia con la oración y la vida perfecta, fundó en Ávila, el año 1562, el monasterio de San José, primera casa de la Reforma teresiana. En 1567 encuentra a Juan de la Cruz, que se convertirá en su colaborador y director espiritual. Hasta la víspera de su muerte funda diversos monasterios en Castilla y en Andalucía. Declarando en su lecho de muerte que era «hija de la Iglesia», entró en la gloria el 4 de octubre de 1582 en Alba de Tormes. Fue canonizada el 12 de marzo de 1623 por Gregorio XV y declarada por Pablo VI primera mujer doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 15,1-6

1 Así hace el que teme al Señor, y el que abraza la ley alcanza la sabiduría.

2 Ella le saldrá al encuentro como una madre, y lo recibirá como una esposa virgen.

3 Lo alimentará con pan de prudencia, le dará a beber agua de sabiduría.

4 Si se apoya en ella no vacilará, si se abraza a ella no quedará avergonzado;

5 ella lo exaltará sobre sus compañeros, y en medio de la asamblea lo llenará de elocuencia.

6 En ella encontrará dicha y corona de alegría, y recibirá en herencia un nombre eterno.

 

**• El Sirácida se ocupa aquí del tema de la búsqueda y conquista de la sabiduría. La actitud que se requiere para obtenerla es el temor del Señor, concebido como fe, como fidelidad a la Tora (v. 1). Ésta, mucho más que una ley, es la misma revelación de Dios a su pueblo.

A la sabiduría se le aplican las categorías matrimoniales que usan los profetas para hablar de la relación entre Dios e Israel: además de «madre», es «esposa», compañera de vida (v. 2; cf. Sab 8,2.9). No traiciona nunca y sale continuamente al encuentro de los hombres (cf. Sab 6,16), aunque, en realidad, quien la desea no debe cesar de buscarla nunca (cf. 6,27). No le defraudará en sus expectativas y en su confianza, sino que será para él alimento (v. 3) y apoyo (v. 4), le dará autoridad y supremacía (v. 5; cf. Sab 8,10-12.14ss) y le permitirá gozar siempre de sus frutos: nombre eterno (cf. Sab 8,13), contento y alegría, sentimiento importante este último para Ben Sirá, que presenta una concepción serena y optimista de la vida (v. 6; cf. 1,10; 4,12; 6,28).

 

Evangelio: Mateo 11,25-30

En aquel tiempo dijo Jesús:

25 Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos.

26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

*•• La plegaria de bendición que dirige Jesús al Padre exalta la sabiduría divina, tan diferente a la humana.

Dios, en su libertad (que coincide con el amor: v. 26), ha manifestado en Jesús el misterio de su voluntad, es decir, la comunión trinitaria en la que desea hacer participar al hombre. Esta voluntad amorosa, conocida sólo por el Hijo, ha sido revelada ahora a quien opta por escuchar sus palabras (v. 27).

Jesús bendice al Padre, que no coarta la libertad del hombre, y constata que sólo «los pequeños» -esto es, los que están abiertos a recibir el don- lo acogen, mientras que «los sabios y los prudentes» se quedan encerrados en su presunción, autoexcluyéndose del conocimiento del amor divino (v. 25).

La obra de Jesús es conforme a la del Padre (cf. Jn 5,19). De hecho (vv. 28-30), se dirige a los «fatigados y agobiados» (v. 28) por los fardos de la Ley, interpretada de una manera rígida por las autoridades judías para aplicarla a la gente (cf. Mt 23,4), y les ofrece el «alivio» de la auténtica Ley («mi yugo»: v. 29) que él proclama, que es la consumación de la antigua (cf. Mt 5,17; 7,29).

Los sentimientos de quienes ponen en práctica la Ley -que, según las Escrituras, expresa la voluntad de Dios- no serán la presunción ni el atropello, sino la humildad y la mansedumbre, a ejemplo del mismo Jesús (v. 29b).

 

MEDITATIO

Teresa de Jesús nos ha dejado el testimonio de su vida en sus escritos. En el libro de su Vida, como en una confesión hecha ante toda la Iglesia, nos hace recorrer las etapas de su existencia: una infancia precoz desde el punto de vista religioso, una juventud vivida en crisis, su recuperación vocacional a los 20 años, seguida de una experiencia de vida religiosa entre altos y bajos, hasta su «conversión» definitiva casi a los 40 años. Es el lento proceder de una historia de salvación que, desde el límite del pecado, se desarrolla en una conversión sincera y total, en una determinada determinación, en una opción total y definitiva por el Señor, que deja espacio a una experiencia mística en la que Dios obra maravillas en ella.

En efecto, Teresa es testigo del trabajo mismo que supone la transformación de la persona, del deseo de salvación, del efectivo cambio de vida, de la gracia del Espíritu que la penetra y la conduce a una intensa experiencia de las más grandes verdades del dogma cristiano; la gracia mística como iluminación interior y como experiencia de salvación y transformación: la presencia de Dios, la fuerza de la Palabra y de los sacramentos, la revelación de Cristo, el Resucitado, en su santa humanidad, la efusión del Espíritu Santo y de sus dones.

Todo ello coronado - a partir de la gracia del matrimonio espiritual, recibida en noviembre de 1572- por la experiencia de la inhabitación trinitaria, de la comunión total con Cristo esposo, destinada al servicio de la Iglesia, meta ideal de la santidad cristiana.

Todo ello en un itinerario en el que la oración interior, la divina amistad con Dios, constituye la clave de comprensión. Todo desemboca en una mística del servicio, en una vigorosa unidad de vida vivida y enseñada por la santa, en un gran amor por la Iglesia demostrado concretamente en la promoción de la santidad de vida y en el servicio a la vida contemplativa para la renovación de la Iglesia. Marta y María juntas a los pies de Cristo, el Señor, con la fuerza de la contemplación y la generosidad del servicio.

 

ORATIO

Acuérdome algunas veces de la queja de aquella santa mujer, Marta, que no sólo se quejaba de su hermana, antes tengo por cierto que su mayor sentimiento era pareciéndole no os dolíais Vos, Señor, del trabajo que ella pasaba, ni se os daba nada que ella estuviese con Vos.

Por ventura le pareció no era tanto el amor que la teníais como a su hermana; que esto le debía hacer mayor sentimiento que el servir a quien ella tenía tan gran amor, que éste hace tener por descanso el trabajo. Y parécese en no decir nada a su hermana, antes con toda su queja fue a Vos, Señor, que el amor la hizo atrever a decir que cómo no teníais cuidado. Y aun en la respuesta parece ser y proceder la demanda de lo que digo; que sólo amor es el que da valor a todas las cosas; y que sea tan grande que ninguna le estorbe a amar, es lo más necesario (Teresa de Ávila, Las exclamaciones, 5,2).

 

CONTEMPLATIO

De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced! [...] Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este Señor en viéndole, como con quien tenía conversación tan continua. Veía que, aunque era Dios, que era hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caídas por el primer pecado que Él había venido a reparar. Puedo tratar como con amigo, aunque es señor.

¡Oh Rey de gloria y Señor de todos los reyes! ¡Cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin! ¡Cómo no son menester terceros para Vos! Con mirar vuestra persona, se ve luego que es sólo el que merecéis que os llamen Señor, según la majestad mostráis.

No es menester gente de acompañamiento ni de guarda para que conozcan que sois Rey. Porque acá un rey solo mal se conocerá por sí. Aunque él más quiera ser conocido por rey, no le creerán, que no tiene más que los otros; es menester que se vea por qué lo creer, y así es razón tenga estas autoridades postizas, porque si no las tuviese no le tendrían en nada. Porque no sale de sí el parecer poderoso. De otros le ha de venir la autoridad.

¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois gran Emperador en Vos mismo, que espanta mirar esta majestad; mas más espanta, Señor mío, mirar con ella vuestra humildad y el amor que mostráis a una como yo. En todo se puede tratar y hablar con Vos como quisiéramos, perdido el primer espanto y temor de ver vuestra majestad, con quedar mayor para no ofenderos; mas no por miedo del castigo, Señor mío, porque éste no se tiene en nada en comparación de no perderos a Vos (Teresa de Ávila, Libro de su vida, XXXVII, 4-6, passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita hoy esta expresión de santa Teresa: «No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho» (Castillo interior, «Cuartas moradas», 1,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primado contemplativo no nace en Teresa de Jesús de las categorías aristotélicas o platónicas de la contemplación, sino que brota de una dimensión de apertura que tiene en ella. Es una criatura hecha para algo grande e infinito que pueda realizarla, completarla, colmaría. Esa actitud frente a Dios es fundamental en su vida; de ella brota el sentido del señorío de Dios: no sólo por una soberanía de amor al que se abandona, sino también porque el Señor la sobrepasa: él es el único dueño de toda su persona y de toda su vida. El primado de Dios en dimensión contemplativa, en una experiencia absolutamente femenina, caracteriza su actitud ante el Señor; Teresa está hecha para él. Por eso no se siente frente a Dios ni atemorizada ni incómoda, aunque sabe que es el Señor de la gloria. Trata con él con una gran libertad.

«¡Oh Creador mío», exclama Teresa, «cuando estabais en la tierra, lejos de sentir desprecio por las mujeres, hasta buscasteis favorecerlas con gran benevolencia...». Está segura de que Dios acoge y ama a las mujeres y de que Cristo les concede ampliamente ese amor. Para afirmarlo, pone el ejemplo de la Virgen María, a la que Dios eligió como Madre, el de las pecadoras a las que Jesús perdonó, el de la amistad que sentía hacia Marta y María. Éstos son los argumentos de los que se sirve para sentirse a sus anchas con el Señor (A. Ballestrero, «La donna in santa Teresa», en AA. W, Teresa d'Avila. Introduzione storico-teologica, Turín 1982, p. 63).

 

 

Día 16

 XXIX domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 17,8-13a

En aquellos días,

8 los amalecitas vinieron a atacar a los israelitas en Refidín.

9 Moisés dijo a Josué: -Elige hombres y sal a luchar contra los amalecitas. Yo estaré mañana en lo alto de la colina con el cayado de Dios en la mano.

10 Josué hizo lo que le había ordenado Moisés y salió a luchar contra los amalecitas. Moisés, Aarón y Jur subieron a lo alto de la colina.

11 Cuando Moisés tenía el brazo levantado prevalecía Israel, y cuando lo bajaba prevalecía Amalec.

12 Como se le cansaban los brazos a Moisés, tomaron una piedra y se la pusieron debajo; él se sentó, y Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. De este modo, los brazos de Moisés se sostuvieron en alto hasta la puesta del sol.

13 Y Josué derrotó a los amalecitas y a su ejército.

 

«Eras tú, rey mío y Dios mío, quien lograbas las victorias de Jacob; contigo abatíamos a nuestros adversarios» (Sal 43,5ss). Estas palabras del salmista comentan bien el significado del antiguo pasaje propuesto por la liturgia para confirmar la enseñanza evangélica sobre la necesidad de una oración persistente. Se trata de un texto tan accidentado, desde el punto de vista de su formación y exégesis histórica, como claro e inmediato para una comprensión espiritual.

El desenlace de la batalla contra Amalee -el gran enemigo del pueblo de Dios en el desierto- ilustra de manera adecuada, según la tradición, el poder de la oración y, para los cristianos, la victoria de la cruz. Moisés, en electo, mediador entre Dios y el pueblo, debe pedir ayuda continuamente, porque, si disminuye su intercesión, el enemigo prevalece. Notemos que esa tarea de intercesor es tan gravosa que Moisés necesita ser sostenido por otros: por Aarón y por Jur -según una sugestiva interpretación etimológica propuesta por Orígenes, por la «palabra» y por la «luz»-. Sólo así pudo vencer Josué -cuyo nombre hebreo equivale, a Jesús, «Dios salva»- al enemigo que impedía a su pueblo alcanzar La tierra prometida. Por otra parte, a quien ama a su Señor crucificado no le es posible dejar de captar la figura que se perfila en Moisés. Éste sube a lo alto de la colina para permanecer en ella con los brazos tendidos entre el cielo y la tierra, en un gesto elocuente de intercesión y de amor por el pueblo.

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 3,14-4,2

Querido hermano:

3,14 Tú, por tu parte, permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste, sabiendo de quién lo has aprendido

15 y que desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras, que te guiarán a la salvación por medio de la fe en Jesucristo.

16 Toda Escritura ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud,

17 a fin de que el hombre de Dios Sea perfecto y esté preparado para hacer el bien.

4,1 Ante Dios y ante Jesucristo, que manifestándose como rey ha de venir a juzgar a vivos y muertos, te ruego encarecidamente:

2 Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, corrige, reprende y exhorta usando la paciencia y la doctrina.

 

*•• En las cartas dirigidas a Timoteo, la custodia y la transmisión del depósito de la fe.-es decir, de la tradición recibida de los apóstoles- es una especie de contraseña. Ese testimonio de fe debe ser mantenido intacto para ser restituido y transmitido después a través de predicación y la vida de la Iglesia. El fundamento de esta tradición lo proporcionan las Sagradas Escrituras, de cuyo papel salvífico y eficaz se habla en los w. 14-16: afirmación fundamental, junto con 2 Pe 1,19-21, sobre el carácter inspirado de la Escritura. «Toda Escritura, por el hecho de haber sido inspirada por Dios...», otra posible traducción del v. 16a, es sumamente útil para la vida de} creyente, mientras que las charlatanerías de los «falsos doctores» son inútiles (cf. Tit 3,9); más aún, perjudiciales.

El capítulo 4 se abre con una exhortación acongojada e intensa («Ante Dios y ante Jesucristo, que manifestándose como rey ha de venir a juzgar a vivos y muertos, te ruego encarecidamente») que llega a convertirse en un auténtico testamento espiritual en los w. 6-8, en los que Pablo se siente cercano al martirio. El apóstol invita a su amado Timoteo a anunciar la Palabra de manera incansable (la fórmula usada tiene sabor proverbial y equivale a «siempre»). De su escucha y de su obediencia, en efecto, procede la salvación (cf. Rom 10,17).

 

Evangelio: Lucas 18,1-8

En aquel tiempo,

1 para mostrarles la necesidad de orar siempre sin desanimarse, Jesús les contó esta parábola:

2 -Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres.

3 Había también en aquella ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: «Hazme justicia frente a mi enemigo».

4 El juez se negó durante algún tiempo, pero después se dijo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie,

5 es tanto lo que esta viuda me importuna que le haré justicia para que deje de molestarme de una vez».

6 Y el Señor añadió: -Fijaos en lo que dice el juez inicuo.

7 ¿No hará, entonces, Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les hará esperar?

8 Yo os digo que les hará justicia inmediatamente. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?

 

**• El evangelista Lucas se muestra muy atento a subrayar en su evangelio los aspectos referentes a la oración, sus modalidades, sus características Y lo hace mostrando antes que nada a Jesús como el gran orante, pero revelándonos también a aquel a quien se dirige la oración de Cristo. La parábola que nos propone revela, en efecto, las disposiciones del corazón de Dios hacia «sus elegidos, que claman a él día y noche». La enseñanza de Jesús -expresada por medio de una parábola- es una invitación a perseverar en la oración sin detenerse, advertencia recogida también por Pablo y propuesta por .él repetidamente (Rom 12,12; 2 Tes 1,11; Col 1,3).

Dos son los personajes del relato. Un juez que no respeta a nadie y una viuda pobre e indefensa, figura típica de los marginados e indigentes en el mundo bíblico. El que debería administrar justicia es un ser inicuo, y es posible que espere obtener, demorando el asunto, algún regalo de la mujer. Si al final cede, es sólo para alejar a una importuna que se le vuelve insoportable. Paradójica enseñanza de Jesús: él, como los rabinos de su tiempo, usa adrede argumentos capaces de llamar la atención de sus oyentes. Esta vez se trata dé un razonamiento a fortiori. Si este juez inicuo atiende la causa de la viuda, mucho más escuchará Dios las oraciones de los fieles que se encuentran en necesidad. ¿Acaso no dice de él la Escritura que «las lágrimas de la viuda caen por  sus mejillas»? ¿No dice también que el Altísimo dará «satisfacción a los justos» restableciendo la equidad? (cf. Eclo 35,15.8). A diferencia del juez, que demora los asuntos, Dios interviene a buen seguro y de inmediato respecto a los que claman a él día y noche. Lo importante es que cada creyente esté preparado: nadie debe ser encontrado sin esa fe obstinada, que se convierte en oración e invocación incesante, cuando vuelva el Hijo del hombre. ¡Qué desventura sería no reconocerlo!

 

MEDITATIO

«Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18,8). Sabemos que a Jesús le gustaba llamarse «Hijo del hombre». Es él, por consiguiente, quien hoy nos interroga sobre nuestra fe en el momento de su venida. Es también él, en efecto, «el que era, el que es y el que viene» (cf. Ap 1,4). Debemos preguntarnos, pues, si, aquí y ahora, creemos en él.

Existe una comprobación que puede ayudarnos a medir si nuestra fe está viva o bien languidece: la oración. Ésta es, antes que nada, escucha de la Palabra y es también intercesión por los hermanos. Nadie que comprenda el don que ha recibido al acoger el depósito de la fe puede eximirse del deseo, que se vuelve a veces apremiante, de comunicarlo a todos los hombres. La oración es ese grito que pide al Padre, día y noche, que haga justicia a sus elegidos, es decir, que intervenga en la historia para liberar del mal a sus hijos y para hacer que todos reconozcan en Jesús, su Hijo, al Salvador del hombre. Para que este grito pueda llegar a ser eficaz y no cese nunca, cada uno de nosotros debe dar su consentimiento para llegar a ser -en una comunión conscientemente buscada y amada- una sola cosa con el Hijo inmolado, que extendió sus brazos en la cruz y sigue estando siempre vivo para interceder por nosotros ante el Padre. Esto tiene lugar sobre todo a través de la participación en el misterio eucarístico, que nos llama a configurarnos cada vez más íntimamente con nuestro Señor y Maestro.

 

ORATIO

Señor Jesús, en los días de tu vida mortal elevaste una oración con fuertes gritos y lágrimas. Conoces, por tanto, la profundidad de la que puede brotar el grito que sube de nosotros los hombres hacia el rostro del Padre. Enséñanos una oración perseverante, que no ceda a cansancios y desánimos, que no se turbe ante el aparente silencio de Dios, ante su inadmisible indiferencia. Haz que obtengamos de tu ofrenda la fuerza para perseverar y mantenernos en la petición; que el mal no sofoque la voz de nuestra oración, sino que la experiencia misma de tu cruz nos proporcione la certeza de que no hay noche sin alba de resurrección. Amén.

 

CONTEMPLATIO

No he dicho de manera suficiente hasta qué punto el alma que ora debe creer en el amor del Dios al que se dirige. Sí, la oración es como un cara a cara. El alma y Dios están en el mismo plano. Ocupan la misma estancia secreta. Es lúcida confidencia en Dios-Amor, en Dios que se entrega, que es irresistible. Pero esta confidencia va muy lejos. Ninguna prueba ni ningún retraso puede mellarla. Dios es amor. Ama y desea ser amado. Es la ley profunda de su ser. Conocerla resuelve todos los problemas. Un alma que tiende a él nunca puede importunarle; siempre le encanta, y debe saberlo. Dios es Padre, Dios es amigo, Dios es juez; pero un Padre cuya ternura no tiene límites y cuyo poder es igual a su amor; pero un amigo cuyo amor es inalterable y está a la completa disposición de todas nuestras necesidades; pero un juez siempre justo, al que siempre conmueven nuestras súplicas y que es solícito para responder a ellas. Quiere que le insistamos, impone estas llamadas, reclama estas peticiones, para estar seguro de nuestro amor, para saborear la dulzura de tener una prueba de él, aunque sea interesado (Augustin Guillerand, «Scritti spirituali», en Un itinerario di contemplazione. Antología di autori certosini, Cinisello B. 1986, pp. 56ss, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Desde lo hondo a ti grito, Señor» (Sal 129,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Toda oración nace de una situación de desconsuelo. Si ruego a alguien es porque tengo necesidad de él. Y si mi oración no es escuchada de inmediato, corre el riesgo de quedar humillada y puede hacer que me encierre en mí mismo, en un abismo aún más negro que aquel del que quisiera sustraerme: la desesperación. Toda oración que sea verdaderamente tal se sostiene, fatigosa y delicadamente, entre la desesperación y la esperanza.

Jesús nos sugiere que, cuando nos dirijamos a Dios, oremos siempre, sin cansarnos nunca. A largo plazo, por ser una oración verdadera, se confundirá con la espera humilde, paciente, vacilante, pero que no disminuye nunca, a no ser que quiera contentarme con una oración mágica, que haga saltar la respuesta de una manera automática, instantánea, barata.

Ahora bien, cuando se trata de oración verdadera, cuando se trata de la gran herida del mundo que se abre a la mirada de Dios, del fundamental desconsuelo del hombre que pide gracia, Dios desea que sea cara. Dios espera que el hombre luche con él, desea la confrontación entre la pobreza y la gracia, porque desea ardientemente dejarse vencer por la oración. Cuando un hombre grita su desconsuelo ante Dios - y no sólo el suyo propio, sino también la inmensa angustia del mundo-, se manifiesta y se realiza un gran misterio de amor. Dios escucha atenta, amorosamente, esta oración, como la respiración del universo.

Cuando la oración brota del corazón del hombre, es el mundo el que empieza a respirar. Dios se inclina y escucha esta oración convertida en el aliento secreto del mundo, que le da vida interior y que debe despertarlo a Dios. El mundo entero se encuentra, en toda oración, como un gran niño adormecido en los brazos de Dios y a punto de despertarse bajo su mirada, al rumor de su propia respiración (A. Louf, Solo l'amore v¡ bastera, Cásale Monf. 1985, pp. 192-194, passim).

 

 

Día 17

 Lunes XXIX semana del Tiempo ordinario o 17 de octubre, conmemoración de

San Ignacio de Antioquía

         En los albores del siglo II fue llevado el obispo Ignacio de Antioquía a Roma para ser devorado por las fieras. Fruto de este viaje hacia el martirio son las célebres siete cartas que el mártir apenas tuvo tiempo de redactar. Son cartas escritas con sangre, verdaderos trozos de existencia, que contienen el grito ardiente de un místico que anhela el martirio. A nadie se le escapa la importancia única de este impresionante diario del alma. Aunque recientemente algunas voces aisladas han intentado mellar su autenticidad, la inmensa mayoría de los estudiosos la han reafirmado con argumentos válidos. Las siete cartas de Ignacio nos han conservado, mejor que cualquier historiador, los rasgos vivos y luminosos de una de las personalidades más sobresalientes y vigorosas del cristianismo primitivo.

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 2,1-10

Hermanos:

1 En cuanto a vosotros, estabais muertos a causa de vuestros delitos y pecados.

2 Eran tiempos en que seguíais las corrientes de este mundo, sometidos al príncipe de las potestades aéreas, ese espíritu que prosigue eficazmente su obra entre los rebeldes a Dios.

3 Y entre éstos estábamos también todos nosotros, los que en otro tiempo hemos vivido bajo el dominio de nuestras apetencias desordenadas, siguiendo los dictados de la carne y de nuestra imaginación pecadora y viniendo a ser, como los demás, destinatarios naturales de la ira divina.

4 Pero Dios, que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso amor,

5 aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos volvió a la vida junto con Cristo -¡Por pura gracia habéis sido salvados!-,

6 nos resucitó y nos sentó con él en el cielo.

7 De este modo quiso mostrar a los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia, hecha bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

8 Por la gracia, en efecto, habéis sido salvados mediante la fe, y esto no es algo que venga de vosotros, sino que es un don de Dios;

9 no viene de las obras, para que nadie pueda presumir.

10 Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para realizar las buenas obras que Dios nos señaló de antemano como norma de conducta.

 

**• Pablo ha concluido el capítulo 1 de su carta con la estupenda oración que termina con tonos descriptivos y admirados por la realidad de Cristo. Ahora, de una manera directa, se dirige a los cristianos de Efeso y les hace conscientes de haber vivido intrínsecamente en una realidad de muerte espiritual siguiendo a Satanás, llamado aquí «príncipe de las potestades aéreas» (v. 2) porque, según una creencia judía, se pensaba que esos espíritus malignos vivían en el aire, desde donde podían influir en la vida de los hombres. Inmediatamente, sin embargo, incluye Pablo entre los que seguían las corrientes de este mundo a él mismo y a todos los demás, que durante un tiempo fueron «rebeldes a Dios» por estar movidos por «nuestras apetencias desordenadas, siguiendo los dictados de la carne y de nuestra imaginación pecadora» (v. 3).

«Carne» es un término que aparece a menudo en el Nuevo Testamento, y debe ser comprendido bien. A veces significa la naturaleza humana en sus aspectos de gran fragilidad y debilidad. A veces significa las pasiones que más inclinan al hombre al mal. A veces alude a un estilo de vida completamente negativo y que conduce a la muerte espiritual. Con todo, hay que subrayar que, en el Nuevo Testamento, este término no alude nunca al «cuerpo» (o a la materia en general) como si se tratara de una realidad negativa en sí misma. Los «dictados de la carne» son, por tanto, actitudes negativas de todo el hombre, que emanan de un uso equivocado de voluntad libre. De ahí procede el hecho de que tanto los israelitas como los paganos («como los demás»: v. 3; cf. Rom 3,9) fueran «destinatarios naturales de la ira divina». No se alude a una pasión destructora en Dios, sino a su juicio de condena, dado que Dios nunca puede aprobar el mal.

En la argumentación de Pablo salta en este punto un «pero». Con él expresa el contraste entre seguir las corrientes de este mundo y la intervención de un «Dios que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso amor» (v. 4) y por ello nos ha trasladado de la muerte a la vida, en Cristo Jesús. Pablo subraya una vez más que todo el proceso de la salvación (ser perdonados, regenerados, tener una heredad en el cielo) tiene lugar en Cristo y por Cristo. Por la fe hemos sido salvados y vivimos como salvados, no por eventuales méritos nuestros.

Con todo, la fe no excluye las buenas obras; en efecto, Dios quiere que las realicemos, y nos da la posibilidad de hacerlas (v. 10).

 

Evangelio: Lucas 12,13-21

En aquel tiempo,

13 uno de entre la gente le dijo: -Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia.

14 Jesús le dijo: -Amigo, ¿quién me ha hecho juez o árbitro entre vosotros?

15 Y añadió: -Tened mucho cuidado con toda clase de avaricia; que aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas.

16 Les dijo una parábola: -Había un hombre rico, cuyos campos dieron una gran cosecha.

17 Entonces empezó a pensar: «¿Qué puedo hacer? Porque no tengo donde almacenar mi cosecha».

18 Y se dijo: «Ya sé lo que voy a hacer; derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, almacenaré en ellos todas mis cosechas y mis bienes

19 y me diré: Ahora ya tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y pásalo bien».

20 Pero Dios le dijo: «¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién va a ser todo lo que has acaparado?».

21 Así le sucede a quien atesora para sí en lugar de hacerse rico ante Dios.

 

*•• El corazón de la perícopa está constituido por la parábola engastada entre un hecho narrativo y dos afirmaciones sapienciales: la primera al principio y la otra al final. El hecho narrativo consiste en la petición que se formula a Jesús para que intervenga a propósito de una herencia. Justamente para estos asuntos se requería también a menudo la intervención de los rabinos.

Jesús, aunque no se deja enredar en asuntos de este tipo, aprovecha la ocasión al vuelo para recordar la necesidad de mantener el corazón libre de la codicia de tener muchos bienes, porque no son ellos los que pueden garantizar la calidad y la prolongación de la vida. Y aquí viene la parábola. El protagonista es un rico que, tras haber obtenido una abundante cosecha, decide almacenarla en unos nuevos y grandiosos graneros, saboreando ya el placer tanto de poseer muchos bienes como de disponer de muchos años para gozarlos alegremente. Sin embargo, Dios le despierta de su estupidez haciéndole consciente de que no es él el dueño de su vida y de que, de un momento a otro (siempre muy pronto), será llamado a entregarla al Señor.

La afirmación sapiencial que cierra la perícopa es fuerte: quien piensa en acumular bienes para enriquecerse en vistas a un interés sólo personal es un necio, porque es ante Dios, realizando el precepto del amor, como se enriquece el hombre. En efecto, sólo dando es como nos enriquecemos del amor de Dios y de su premio eterno.

MEDITATIO

Algunos pensamientos de san Ignacio, a punto de padecer el martirio, pueden ayudamos:

- «¡Bello es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, trasponga en Dios, a fin de que en él yo amanezca!» (A los romanos, 2, 2).

- «Dejadme que sea entregado a las fieras, puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro. Antes, atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré un verdadero discípulo de Jesucristo (A los romanos, 4, 1).

- «Ahora empiezo a ser discípulo» (A los romanos, 5,3).

- «De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí, mejor es morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra. A Aquel quiero que murió por nosotros. A Aquel quiero que por nosotros resucitó. Y mi parto es ya inminente. Perdonadme, hermanos: no me impidáis vivir; no os empeñéis en que yo muera; no entreguéis al mundo a quien no anhela sino ser de Dios: no me tratéis de engañar con lo terreno. Dejadme contemplar la luz pura. Llegado allí, seré de verdad hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno lo tiene dentro de sí, que comprenda lo que yo quiero, y si sabe lo que a mí me apremia, que haya lástima de mí» (A los romanos, 6,1-3).

 

ORATIO

Algunas oraciones breves salidas del corazón de san Ignacio:

- «Orad incesantemente por todos los hombres» (A los efesios, 10, 1).

- «Permaneced en la concordia y en la oración recíproca» (A los tralianos, 12, 2).

- «Acordaos de la Iglesia en vuestra oración» (A los tralianos, 13, 1).

- «Orad para que yo sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho» (A los romanos, 3, 2).

- «Había en mí un agua viva y me dice por dentro: "Ven al Padre"» (A los romanos, 7, 3).

- «Mientras tengamos tiempo, convirtámonos a Dios» (A los esmirniotas, 9, 1),

- «Ruego para que se me dé la gracia perfecta de Dios, a fin de que c o n vuestra oración pueda alcanzar yo a Dios» (A los esmirniotas, 11, 1).

 

CONTEMPLATIO

Algunas elevaciones originales del santo mártir: «Vosotros sois piedras del templo del Padre, preparados para la construcción de Dios Padre, elevados hasta lo alto por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, sirviendo como soga el Espíritu Santo; vuestra fe os tira hacia lo alto y la caridad es el camino que os eleva hacia Dios» (A los efesios, 9, 1).

«Aquel que posee en verdad la Palabra de Jesús puede entender también su silencio, a fin de ser perfecto, a fin de obrar por su palabra y hacerse conocido por su silencio» (A los efesios, 15, 2).

«Si el Señor ha recibido una unción sobre su cabeza, es a fin de exhalar para su Iglesia un perfume de incorruptibilidad» (A los efesios, 17, 1).

«Rompiendo un mismo pan que es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir y alimento para vivir en Jesucristo por siempre» (A los efesios, 20, 2).

«Dejaos salar en Él, a fin de que nadie se corrompa entre vosotros, pues por vuestro olor seréis convictos» (A los magnesios, 10, 2).

«Por tu parte, mantente firme, como un yunque golpeado por el martillo. De grande atleta es ser desollado y, sin embargo, vencer» (A Policarpo, 3, 1).

 

ACTIO

Repite durante el día y vive la invitación de san Ignacio: «Ama la unidad, huye de las divisiones, sé imitador de Jesucristo» (A los filadelfios, 7, 2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Estas eran, y muchas más sobre éstas, las enseñanzas que Ignacio, de camino, daba con sus obras, bien así como un sol que se levanta de Oriente y corre a Poniente. Y aún puede ser tenido Ignacio por más brillante que el mismo sol, porque éste corría desde lo alto trayendo luz sensible, pero Ignacio brillaba desde abajo, infundiendo en las almas luz inteligible. Aquél, por otra parte, en llegando a las partes de Occidente, se esconde y nos trae al punto la noche; mas éste, llegado que hubo a las partes de Occidente, se levantó de allí más esplendoroso después de haber hecho los mayores beneficios a cuantos antes hallara en su camino. Y apenas entró en la ciudad de Roma, también a ésta enseñó una divina filosofía. Porque tal fue el fin por el que permitió Dios que allí terminara Ignacio su vida, a saber: para que su muerte fuera una escuela de religión para todos los que moraban en Roma (Juan Crisóstomo, «Panegírico en honor de san Ignacio», en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21968, p. 626).

 

 

Día 18

  Día 18 de octubre, festividad de

San Lucas

 

        De las cartas de Pablo se desprende que Lucas fue médico (Col 4,14) se desprende asimismo que Pablo le quería mucho, dado que le facilitó la actividad apostólica en calidad de colaborador suyo (Flm 24). También las llamadas «secciones-nosotros» de los Hechos de los apóstoles -ésas en las que Lucas emplea el pronombre de la primera persona del plural, con lo que deja entrever su presencia junto a Pablo en el ejercicio de su apostolado- dicen que Lucas es uno de los responsables de la acción misionera de los primeros tiempos cristianos.

Como es bien conocido, Lucas es el único de los evangelistas que sintió la necesidad de escribir, además de un evangelio, también los Hechos de los apóstoles, en una obra unitaria que deja aparecer la concepción teológica de la historia propia de Lucas: una historia que une, íntimamente, a Jesús con la Iglesia, y a la Iglesia con Jesús.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Timoteo 4,10-17

Querido hermano:

10 Dimas me ha abandonado por amor a las cosas de este mundo y se ha ido a Tesalónica; Crescente se ha ido a Galacia; Tito, a Dalmacia.

11 Solamente Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráetelo contigo, pues me es muy útil para el ministerio.

12 A Tíquico lo he mandado a Éfeso.

13 Cuando vengas, tráeme la capa que me dejé en Tróade, en casa de Carpo, y también los libros, sobre todo los pergaminos.

14 Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho mal. El Señor le pagará según su conducta.

15 Ten cuidado con él, pues se ha opuesto tenazmente a nuestra predicación.

16 En mi primera defensa nadie me asistió; todos me abandonaron. ¡Que Dios los perdone!

17 El Señor me asistió y me confortó, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos. Fui librado de la boca del león.

 

*•• Este fragmento nos presenta a Lucas junto a Pablo. Otros han abandonado al apóstol por cansancio o por miedo; Lucas, sin embargo, no, y esto infunde un gran consuelo en el corazón de Pablo. Con todo, el verdadero consuelo del apóstol no es tanto la presencia de una persona como, sobre todo, la de su Señor, que le renueva en el corazón su intrépido coraje en la predicación del Evangelio a los paganos, manteniéndole fiel a su vocación originaria.

Aunque consolado por la presencia de Lucas, Pablo no puede dejar de recordar el abandono en el que se encuentra, justo en el momento en que ha sido arrastrado al tribunal y ha tenido que preparar solo su defensa. A este respecto, contamos con numerosas y preciosas noticias en los últimos capítulos de los Hechos de los apóstoles, donde, cinco veces en cinco ocasiones diferentes (cf. Hch 22-26), tuvo que defender Pablo no a sí mismo, sino a Jesús y la fe que había abrazado, con intrépido valor, con un genial espíritu polémico, con una sorprendente capacidad apologética.

De este modo y con este estilo, Pablo tiene la alegría de poder afirmar que, por medio de él, se ha llevado a cabo la proclamación del Evangelio en beneficio sobre todo de los paganos. Lo que le había sido planteado en Damasco se cumple ahora felizmente. Lo que le había sido confiado en Damasco -la misión entre los paganos llega ahora a su cumplimiento.

 

Evangelio: Lucas 10,1-9

En aquel tiempo,

1 el Señor designó a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar.

2 Y les dio estas instrucciones: -La mies es abundante, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

3 ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos.

4 No llevéis bolsa, ni alforjas ni sandalias, ni saludéis a nadie por el camino.

5 Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa.

6 Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros.

7 Quedaos en esa casa y comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa.

8 Si al entrar en un pueblo os reciben bien, comed lo que os pongan.

9 Curad a los enfermos que haya en él y decidles: Está llegando a vosotros el Reino de Dios.

 

*» Después de haber enviado en misión a los Doce (Le 9,lss), Jesús envía a los setenta [y dos] discípulos a una misión que Lucas -y sólo él- nos ha hecho conocer.

Es el mismo evangelista que, también en el desarrollo del relato de los Hechos de los apóstoles, encontrará la manera de transmitir recuerdos relativos no sólo a la misión de Pedro y de Pablo, sino también de Esteban, de Felipe y de otros discípulos del Señor.

Jesús envía a sus discípulos después de haberles recomendado que rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a la misma (v. 2). De ahí que la oración no haya de ser entendida sólo como un apoyo a la misión, sino que es también y sobre todo parte integrante de la misma misión. Para un auténtico apóstol, la oración significa ya estar en misión, y la misión tiene su comienzo en la oración.

Al enviar a sus discípulos en misión, Jesús les señala una metodología muy concreta: la imagen de los «corderos en medio de lobos» (v. 3) no deja lugar a ningún equívoco. Del mismo modo que Jesús, pastor, se hizo cordero por amor a nosotros, también todo verdadero pastor de la comunidad debe estar dispuesto a hacerse cordero, dispuesto para el sacrificio, ofrecido por amor.

El mensaje esencial que el mismo Jesús pone en boca de sus discípulos suena así por tanto: «decidles: Está llegando a vosotros el Reino de Dios» (v. 9). Conocemos bien la gran densidad del significado de la expresión «Reino de Dios»: indica, en primer lugar, que los tiempos en los que resuena el alegre mensaje son escatológicos, es decir, están llenos de Dios y revelan la presencia del Dios que salva. Esta expresión señala sobre todo la presencia de Jesús en el mundo, porque a través de su persona y de su enseñanza es como Dios se hace presente en medio de nosotros con su voluntad salvífica universal.

 

MEDITATIO

Una mirada de conjunto a la obra lucana (evangelio y Hechos de los apóstoles) nos pone al tanto de algunas características fundamentales del tercer evangelista, sobre las que interesa centrar nuestra meditación.

Dante caracteriza a Lucas como «el escriba de la mansedumbre de Cristo». En efecto, toda su obra converge en torno a este mensaje, que puede ser considerado como el «Evangelio dentro de su evangelio». Ésa es la Buena Noticia, la única verdadera y la única buena, y Lucas siente el deber de transmitirla a toda la humanidad, y al servicio de la misma pone toda su minuciosidad de historiador, su arte literario, su fe de discípulo.

Pero Lucas se nos presenta también como el teólogo de la dimensión misionera: así como Jesús puede ser definido como el misionero del Padre (véase su evangelio), así la Iglesia es también esencialmente misionera, porque participa de la dimensión misionera de Jesús (véanse los Hechos de los apóstoles). El carácter unitario de la obra lucana puede deducirse asimismo de esta plena correspondencia entre la misión de Jesús y la misión de la Iglesia. Desde esta perspectiva, toda opción y toda actividad misionera debe ser concebida por nosotros como signo sacramental de la misión que Jesús recibió del Padre.

Por último, la presencia de Lucas al lado de Pablo nos lleva de nuevo a la necesidad de que todo verdadero cristiano sea no sólo receptor del consuelo que se desprende del Evangelio, sino también portador de ese don de la consolación que es fruto del Espíritu Santo, el consolador divino.

 

ORATIO

[...] Desde antiguo ardo en deseos de meditar tu ley y «confesarte en ella mi ciencia y mi impericia, las primicias de tu iluminación y las reliquias de mis tinieblas», hasta que la flaqueza sea devorada por la fortaleza. [...]

Tus Escrituras sean mis castas delicias: ni yo me engañe en ellas ni con ellas engañe a otros. Atiende, Señor, y ten compasión; Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles y luego luz de los que ven y fortaleza de los fuertes, atiende a mi alma, que clama desde lo profundo, y óyela. Porque si no estuvieren aún en lo profundo de tus oídos, ¿adonde iríamos, adonde clamaríamos? [...]

[...] Dame espacio para meditar en los entresijos de tu ley y no quieras cerrarla contra los que pulsan, pues no en vano quisiste que se escribiesen los oscuros secretos de tantas páginas. ¿O es que estos bosques no tienen sus ciervos, que en ellos se alberguen, y recojan, y paseen, y pasten, y descansen, y rumien? ¡Oh Señor!, perfeccióname y revélamelos. Ved que tu voz es mi gozo; tu voz sobre toda afluencia de deleites. Dame lo que amo, por que ya amo, y esto es don tuyo. No abandones tus dones ni desprecies a tu hierba sedienta (Agustín de Hipona, Confesiones, XI, 2,2ss).

 

CONTEMPLATIO

«Desde nuestra Patria, y para invitarnos al retorno, se nos han enviado cartas que cada día se leen a la gente» El núcleo de todo lo que debemos comprender es esto: la plenitud y el fin de la Ley y de todas las divinas Escrituras es el amor. Por consiguiente, si alguien cree haber comprendido las divinas Escrituras o cualquier parte de las mismas y mediante esa comprensión no consigue levantar el edificio de la doble caridad, a Dios y al prójimo, es que todavía no las ha comprendido (Agustín de Hipona, De doctrina christiana, I, 36.40).

 

ACTIO

        Repite y medita durante el día esta Palabra: «Señor, quédate con nosotros, porque cae la tarde» (Lc 24,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En la Iglesia de Lucas se hablaba de Jesús no sólo al hilo de los relatos históricos, sino que también se le anunciaba con la finalidad de que su recuerdo suscitara en los oyentes la fe en él. Para responder a cada una de estas finalidades -la memoria histórica y el anuncio ordenado a la fe-, Lucas compuso un evangelio en el que figurar la parte de historia que sirve para conectar fe con el acontecimiento-Cristo y la parte de teología que capta en la historia el mensaje que suscita la fe.

A pesar de ciertas alusiones a la historia (1,5; 2,1 ss; 3,lss), Lucas no es propiamente un historiador; tampoco puede decirse que sea propiamente un teólogo. Lucas es más bien un «hombre de Iglesia» que, al final de los tiempos apostólicos, pretende asegurar a la Iglesia «la solidez» (1,4) de la tradición evangélica, que él recibe y al mismo tiempo transmite. Lucas es un recolector de recuerdos evangélicos; también es ordenador de los mismos, a fin de que éstos asuman todo su propio valor: el de ser fuentes v fundadores de la fe de la Iglesia. En un tiempo en el que, por la evaporación en las brumas del tiempo de las raíces de las tradiciones originarias presentes en las Iglesias judeocristianas y etnicocristianas, la realidad físico-histórica de Jesús empezaba a ser objeto de discusión por ciertas teologías ambiguas configuradas en la primera carta de Juan (4,1-6) y que conducirán, a comienzos del siglo II, al docetismo -cuyos defensores están marcados a fuego por san Ignacio de Antioquía (siglos l-ll) como «sepultureros» de Cristo (A los esmirniotas, 5,2)-, y cuando la realidad mistérica de Jesús empezaba a ser diluida por las especulaciones judeo-helenísticas-cristianas vigorosamente combatidas por las cartas a los Colosenses (2,8-23) y a los Efesios (3,4-12), Lucas fijó el carácter real de Jesús componiendo un evangelio que salía garante de la realidad histórica de la verdad teológica de Jesús para todas las Iglesias.

La intención que guiaba a Lucas en la redacción de sus escritos era dar consistencia al pasado de Jesús en el presente de la Iglesia. Para conseguirlo Lucas estableció una serie de conexiones en las que intervienen de manera sinérgica la historia, la fidelidad a la tradición, la experiencia de fe, el anuncio de Jesús llevado a cabo mediante la Palabra y su puesta por escrito (Mario Masini).

 

 

Día 19

  Miércoles XXIX semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 3,2-12

Hermanos:

2 Os supongo enterados de la misión que Dios en su gracia me ha confiado con respecto a vosotros:

3 se trata del misterio que se me dio a conocer por revelación y sobre el que os he escrito brevemente más arriba.

4 Por su lectura podréis comprobar el conocimiento que yo tengo del misterio de Cristo,

5 un misterio que no fue dado a conocer a los hombres de otras generaciones y que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas;

6 un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del Evangelio,

7 del que la gracia y la fuerza poderosa de Dios me han constituido servidor.

8 A mí, el más insignificante de todos los creyentes, se me ha concedido este don de anunciar a las naciones la insondable riqueza de Cristo

9 y de mostrar a todos cómo se cumple este misterioso plan, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todas las cosas.

10 De esta manera, los principados y potestades que habitan en el cielo tienen ahora conocimiento, por medio de la Iglesia, de la múltiple sabiduría de Dios,

11 contenida en el plan que desde la eternidad proyectó realizar en Cristo Jesús, Señor nuestro.

12 Mediante la fe en él y gracias a él, nos atrevemos a acercarnos a Dios con plena confianza.

 

**• Antes de dejar que se convierta en oración la profunda meditación del capítulo precedente, se abre Pablo confidencialmente a sus destinatarios. Le concede una gran importancia a decir cuál es el ministerio que Dios le ha confiado: anunciar el misterio de Cristo a los paganos.

Pablo es consciente de la grandeza del designio de Dios, que sólo ahora, en Cristo, se ha manifestado del todo. Por eso anuncia a los efesios y celebra la eficacia de un poder que no viene de él, sino de la insondable riqueza de Cristo (v. 8). Los cristianos de Éfeso están llamados, precisamente como los judíos, a formar el mismo cuerpo místico de Jesús que es la Iglesia, a participar en las mismas promesas divinas, en la misma herencia, que es la vida eterna en la alegría. Sí, Pablo llama también a los paganos, a todos los hombres, por voluntad del Altísimo, a gozar de la magnanimidad de un Dios en el que, desde siglos, estaba escondido el misterio de la salvación total que ahora, precisamente a él, el más pequeño (= «ínfimo»: v. 8) entre los santos, o sea, entre los creyentes, le corresponde anunciar como pleno cumplimiento de las antiguas promesas de Dios.

        La inagotable riqueza del misterio de Cristo, expresado por su Iglesia, no corresponde, en efecto, sólo a los hombres; es mucho más amplio. Hasta las realidades angélicas (principados, potestades) están implicadas en orden a la múltiple sabiduría (v. 10) de un Dios que, justamente a través del misterio de su Hijo -encarnado, muerto y resucitado por nosotros-, guía la historia de la salvación. Precisamente esta realidad -concluye Pablo crea en nosotros el coraje de una fe auténtica que se convierte en plena confianza en el Señor.

 

Evangelio: Lucas 12,39-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

39 Tened presente que, si el amo de la casa supiera a qué hora iba a venir el ladrón, no le dejaría asaltar su casa.

40 Pues vosotros estad preparados, porque a la hora en que menos penséis vendrá el Hijo del hombre.

41 Pedro dijo entonces: -Señor, esta parábola ¿se refiere a nosotros o a todos?

42 Pero el Señor continuó: -¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el dueño puso al frente de su servidumbre para distribuir a su debido tiempo la ración de trigo?

43 ¡Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!

44 Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

45 Pero, si ese criado empieza a pensar: «Mi amo tarda en venir», y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a emborracharse,

46 su amo llegará el día en que menos lo espere y a la hora en que menos piense, le castigará con todo rigor y le tratará como merecen los que no son fieles.

47 El criado que conoce la voluntad de su dueño, pero no está preparado o no hace lo que él quiere, recibirá un castigo muy severo.

48 En cambio, el que sin conocer esa voluntad hace cosas reprobables, recibirá un castigo menor. A quien se le dio mucho se le podrá exigir mucho, y a quien se le confió mucho se le podrá pedir más.

 

*•• Con esta parábola nos pone en guardia Jesús contra el hecho de llevar una vida espiritualmente soñolienta, sin tener en ninguna consideración el hecho de que no se nos avisará de la hora en que el Señor nos llamará para que le demos cuenta de nuestra vida. El tema sigue siendo, por tanto, todavía el de la vigilancia. Pedro, a quien probablemente irrita la pequeña parábola donde aparece la figura del ladrón que asalta la casa de quien no ha estado vigilante, siente la tentación de acomodarse en una paz fingida. Y, en vez de dejarse provocar por la parábola de una manera positiva, le pregunta a Jesús si el relato va por los discípulos o por todos r es como si quisiera insinuar con su pregunta si los que han seguido a Jesús, o sea, los que viven como creyentes y practicantes, pueden estar tranquilos. ¿Por qué dirigirles a ellos, a los privilegiados, un discurso tan inquietante? Jesús, tal como hace con frecuencia, responde con otra pregunta: «¿Quién es el administrador fiel y prudente?» (v. 42).

El Señor Jesús es un gran provocador. Ahora echa mano de otra pequeña parábola para expresar lo que agrada al dueño (= el Señor) que, al volver y encontrar al siervo en su puesto de trabajo cumpliendo honestamente su voluntad, le asciende y le nombra incluso administrador de todas sus riquezas (w. 43ss). En cambio, con el siervo que se aprovecha de su lejanía para entregarse al festín del egoísmo, dando rienda suelta a su violencia prevaricadora y a sus instintos desordenados, el dueño se mostrará a buen seguro severo (w. 45ss). Pero la mayor severidad recaerá sobre aquellos que, por estar en condiciones de conocer más al Señor y penetrar en el sentido de su voluntad, en vez de entregarse a un cumplimiento lleno de amor se han comportando como el siervo infiel (w. 47ss).

 

MEDITATIO

Ciertamente, en ambas lecturas, pero sobre todo en el evangelio, nos avisa el Señor de que el amor de Dios por nosotros es exigente y de que la vida no puede ser vivida bajo el lema de la falta de compromisos. Ahora bien, ¿cómo evitar ese cansancio, esa especie de soñolencia en la vida espiritual que penetra a veces en los pliegues de nuestra vida?

Ante todo, se trata de abrir bien los ojos del corazón a las maravillosas riquezas de la llamada que, arraigada en el misterio de Cristo, libera en nosotros una gran capacidad de asombro y de amor. «A mí, el más insignificante de todos los creyentes -dice Pablo- se me ha concedido este don» (v. 8a). El apóstol percibe la amplitud y la profundidad de este don, y vive su asombro hasta comunicarlo, hasta persuadirme de que el designio del Padre -realizado en Cristo por amor a nosotros- es tal que puedo acercarme a él con plena confianza (cf v. 12).

Eso es: lo que importa es no descuidar la dimensión contemplativa que, por gracia del Espíritu Santo en nosotros, abre los ojos de nuestro corazón a los ricos y maravillosos horizontes de nuestra fe.

Si mi mirada es una mirada rejuvenecida cada día por el asombro producido por «la insondable riqueza de Cristo», no llegaré a sobrecargarme de ocupaciones y preocupaciones, ni me ahogaré de una manera eufórica en el éxito ni con signos de depresión en el fracaso, ni perseguiré consensos e intereses personales. Si me dejo aferrar por el maravilloso misterio de Cristo, que día tras día me revela y me narra la Palabra, no seré como el siervo descuidado que se olvida del regreso del Señor, no me entregaré a las incitaciones del egoísmo y de sus delirios, sino a las de una laboriosidad confiada en la gran fuerza que Jesús me da para que viva la alegría de hacer brillar, también ante los ojos de los hermanos, las maravillas de su amor.

 

ORATIO

Oh Padre, concédeme tu Espíritu, para que me enseñe a descubrir cada día las inenarrables riquezas de Jesús, tu Hijo unigénito, mi hermano mayor y Señor. No permitas que mi vida espiritual se vuelva asfíctica y se anquilose en pequeños espacios de agitado activismo, sin apertura de horizontes a las maravillas de tu proyecto, que es salvación para mí y para todos, en Cristo Señor.

Concédeme querer a cualquier precio espacios contemplativos en mis días frecuentemente quemados por el demasiado «hacer» en el interior del aparato de las lógicas mundanas. Fascíname de tal modo que el asombro que me produzcas me permita vivir trabajando con solicitud en la entrega de mí mismo, pero sólo por ti y por tu Reino.

 

CONTEMPLATIO

Con la ascensión, el cuerpo de Cristo, entrelazado con nuestra carne y con toda la carne de la tierra, ha entrado en el ámbito trinitario. Ahora lo creado está en Dios; es «su zarza ardiente», como dice Máximo el Confesor.

Al mismo tiempo, sigue sepultado en la muerte, en la opacidad y en la separación a causa del odio, de la crueldad y de la inconsciencia de los hombres. Hacerse santo es desplazar estas pesadas cenizas y hacer aflorar la incandescencia secreta, permitir a la vida, en Cristo, absorber la muerte.

Dice, en efecto, san Ambrosio: «En Cristo lo tenemos todo. Si quieres curar tus heridas, él es médico. Si ardes de fiebre, él es fuente. Si temes a la muerte, él es vida. Si aborreces las tinieblas, él es luz. Dichoso el hombre que espera en él» (O. Clément, Alie fonti con i Padri, Roma 1999, pp. 54ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «.Que resplandezca en mis acciones, oh Señor, tu misterio de vida y salvación».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La educación progresiva de nuestro pensamiento cristiano y su correlativo obrar (en proporción al estado y a la llamada recibida por cada uno) con respecto a todos los grandes problemas de la vida y de la historia, tiene que ver con lo que podríamos llamar la «sabiduría de la praxis». Esta última consiste sobre todo en la adquisición de hábitos virtuosos: unos hábitos que son necesarios todos ellos no sólo para actuar, sino también y en primer lugar para pensar correcta y exhaustivamente sobre los juicios y las consiguientes acciones que puedan exigir los problemas de las vicisitudes de la vida individual, familiar, social, política e internacional que el hoy presenta a la conciencia de cada uno y de la comunidad cristiana.

Es preciso reconocer que los resultados poco brillantes de las experiencias de los cristianos en la vida social y política no se deben tanto a la malicia de los adversarios, ni tampoco únicamente a las propias deficiencias culturales, como sobre todo a deficiencias de los hábitos virtuosos adecuados, y no sólo en el sentido de carencias de las dotes sapienciales necesarias para ver las direcciones concretas de la acción social y política. Justamente, creo que la causa de muchos fracasos ha sido, en primer lugar, la falta de sabiduría de la praxis: esa sabiduría que -supuestas las esenciales premisas teologales de la fe, la esperanza y el amor cristiano- requiere además un delicadísimo equilibrio de probada prudencia y de fortaleza magnánima; de luminosa templanza y afinada justicia, tanto individual como política; de humildad sincera y de mansa, aunque real, independencia en el juicio; de sumisión y, al mismo tiempo, deseo veraz de unidad, aunque también de espíritu de iniciativa y sentido de la propia responsabilidad; de capacidad de resistencia y, al mismo tiempo, mansedumbre evangélica (G. Dossetti, La parola e ¡I silenzio, Bolonia 1997, p. 93).

 

 

Día 20

 Jueves XXIX semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 3,14-21

Hermanos:

14 Doblo mis rodillas ante el Padre,

15 de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra,

16 para que, conforme a la riqueza de su gloria, os robustezca con la fuerza de su Espíritu, de modo que crezcáis interiormente.

17 Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que viváis arraigados y fundamentados en el amor.

18 Así podréis comprender, junto con todos los creyentes, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad

19 del amor de Cristo, un amor que supera todo conocimiento y que os llena de la plenitud misma de Dios.

20 A Dios, que tiene poder sobre todas las cosas y que, en virtud de la fuerza con la que actúa en nosotros, es capaz de hacer mucho más de lo que nosotros pedimos o pensamos,

21 a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por siempre y para siempre. Amén.

 

**• Pablo nos anunciaba ayer las maravillas del misterio del amor de Dios que, escondido durante siglos, ha sido revelado en Cristo. Hoy, del asombro que ejercía sobre él este misterio brota una vibrante oración de amor. El apóstol cae de rodillas ante el Padre, origen de toda familia en el cielo y en la tierra (v. 15), y le pide que los cristianos de Efeso sean robustecidos con poder en su interior por el Espíritu Santo (v. 16). Pablo pide en sustancia que su fe sea auténtica y vigorosa, para que Cristo habite en sus corazones y, por esta razón, pueda crecer en ellos el elemento típico y fundador de la pertenencia a Dios en Cristo Jesús: la caridad.

Pablo sabe que sólo los que están «arraigados y fundamentados en el amor» (v. 17), en comunión con los otros creyentes, se encuentran en condiciones de comprender «la anchura, la longitud, la altura y la profundidad» del amor que supera con mucho toda medida y categoría humanas (v. 18). Y es que, efectivamente, es por Dios y con la energía de Dios como podemos llevar a cabo nuestra estupenda vocación: la de ser colmados «de la plenitud misma de Dios» (v. 19).

Siempre con el impulso de una profunda admiración, Pablo expresa su alabanza a un Dios que tiene el poder de obrar cosas mucho más grandes de lo que requieren nuestras peticiones y nuestras mismas aspiraciones.

Sentimos vibrar en toda la perícopa un conocimiento del misterio de Dios que no es fruto del esfuerzo intelectual, sino de un amor estupefacto, que brota de una actitud profundamente interior y contemplativa.

 

Evangelio: Lucas 12,49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

49 He venido a prender fuego a la tierra, y ¡cómo desearía que ya estuviese ardiendo!

50 Tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y estoy angustiado hasta que se cumpla.

51 ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división.

52 Porque de ahora en adelante estarán divididos los cinco miembros de una familia, tres contra dos, y dos contra tres.

53 El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra.

 

**• Por si acaso la oración de Pablo, leída en clave espiritualista, nos hubiera conducido por caminos aéreos no fundamentados en la realidad, la perícopa del evangelio de hoy está hecha adrede para hacernos caer de toda ilusión. No estamos dispuestos «naturalmente» a acoger toda «la plenitud misma de Dios»; la dilatación de nuestro corazón a las dimensiones de la vocación cristiana no es algo que tenga lugar por un proceso espontáneo. A esta plenitud no se llega sin el combate espiritual.

Jesús, que se declaró hasta tal punto por la paz que la convirtió en su saludo y en su don cada vez que se aparece como resucitado, está, sin embargo, decididamente en contra del pacifismo: contra ese pacifismo falso que es hijo de la equivocidad, de la confusión, de la cobardía, de la tristeza.

«¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división» (v. 51). ¿Cómo? ¿No es el mismo Maestro y Señor el que, en su última intercesión por los suyos, oró al Padre para que estuvieran tan unidos que formaran «un solo corazón y una sola alma» (cf. Jn 17)? No se trata de una contradicción, sino de una profundización destinada a obtener una mayor claridad.

Precisamente para abrir su corazón y el ambiente en que vive a la paz de Cristo, que supera todo entendimiento, el seguidor de Jesús debe separarse de cuantos pertenecen, en la mente y en el corazón, a ese mundo que «yace bajo el poder del maligno» (1 Jn 5,19). «No es posible servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24), dijo Jesús.

Pero aquí no se habla sólo del dinero, sino de cualquier otro ídolo que, hospedado a veces en la mente y en el corazón de sus mismos familiares, le impide al discípulo crecer en el Reino de Dios, fuente de la paz y del amor.

 

MEDITATIO

En una sociedad como la nuestra, en grave trance, donde reinan el alboroto y la superficialidad, es preciso que nos fortalezca el Espíritu en nuestra propia interioridad.

El riesgo que nos amenaza constantemente es el del aplanamiento, el de hacer oídos sordos a una llamada estupenda, como la que nos invita a colmarnos de toda la plenitud de Dios. Sin el asombro y la alegría que suponen el tomar conciencia de que estamos llamados a tan alta dignidad, sin el Espíritu, que -pedido en perseverante oración- viene a hacernos tomar conciencia en nuestro corazón de nuestras enormes riquezas, el ámbito de nuestra vida espiritual se convierte en un ámbito de esclavos.

Por otro lado, para que refulja en nosotros este tesoro adquirido y anunciado con la vida, es menester que la dimensión contemplativa de la Palabra respirada y vivida se haga concretamente posible a lo largo de nuestras jornadas. ¿Cómo? Con la espada de la que nos habla Jesús en el evangelio: nuestro libre y querido separarnos de la mentalidad corriente. Si la paz no equivale a pacifismo, tendré que hacer frente en ocasiones a la contradicción. En ciertos casos, deberé contradecir a los hombres para agradar a Dios. Allí donde se murmura de los ausentes, allí donde se hacen proyectos familiares o comunitarios «inclinados» a la mentalidad mundana dejando de lado la evangélica, allí donde se «roban» haberes sofocando al «ser» y privándole de tiempos y espacios para estar en silencio de adoración con Cristo..., en todos estos casos es preciso tener el coraje de la división.

Sin embargo, con mayor frecuencia tendremos que usar la espada sólo dentro de nosotros: contra el deseo de sobresalir, de ser el centro de afecto y de consensos, contra el desencadenamiento de las pasiones, que, si les damos rienda suelta, obnubilan la mente y el corazón, impidiendo la alegría de la contemplación, de la verdadera vida, que, en cierta medida, ya es bienaventuranza aquí abajo y remisión a aquel amor que ya no tendrá límites en la vida eterna.

 

ORATIO

Me arrodillo ante ti, oh Padre, de quien procede todo don en el cielo y en la tierra. Y te pido que derrames en mí tu Espíritu, para que me despierte a una fe viva que, por la gracia del Señor Jesús, inhabitando en lo más hondo de mi corazón, me permita comprender algo del amor de mi Dios, que supera toda posibilidad humana de conocer.

Concédeme, oh Padre, cada día el asombro y la veneración de este amor desmesurado. Concédeme la certeza de que tú, con el poder que ya obra en mí y en toda la Iglesia, recibes gloria: incluso a través de mi pequeñez, más allá y por encima de todas mis aspiraciones, si persevero en la lucha contra mi ego y sus mezquinas exigencias, sostenido por tu Espíritu que es Amor.

 

CONTEMPLATIO

Decía santa María Magdalena de Pazzi a sus hermanas: «¿No sabéis que mi Jesús no es otra cosa que amor; más aún, un loco de amor? Sí, un loco de amor en su entregarse en la cruz. Y siempre lo diré. Eres absolutamente amable, fuerte y alegre. Confortas, alimentas y unes.

Eres pena y refrigerio; fatiga y reposo; muerte y vida al mismo tiempo. Por último, ¿qué es lo que no hay en ti? Eres sabio y alegre, grande, inmenso, admirable, impensable, incomprensible, inexpresable. ¡Oh amor, amor!».

Y, dirigiéndose al cielo, decía: «Dame tanta voz, oh Señor mío, que, al llamarte, sea oída desde Oriente a Occidente, para que seas conocido y amado como el verdadero amor. Tú, que eres el único que penetras, traspasas y rompes, ligas, riges y gobiernas todas las cosas, tú eres cielo, tierra, fuego, aire, sangre y agua; tú, Dios y hombre» (M. Buber, Confessioni estatiche, Milán 1987, p. 74).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Aumenta mi fe, Señor: hazla operante en la caridad».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El poder de la fe suscitará un nuevo tipo de hombre capaz de dominar su propio poder. Para ello hace falta la fuerza desnuda del espíritu animado por el Espíritu; es necesario crear, siguiendo la estela de la fe y la contemplación, un auténtico estilo de humilde y fuerte soberanía. Una nueva santidad, una santidad hecha de ruptura ascética y transfiguración cósmica, nos permitirá, con el ejemplo y también con una misteriosa transfusión, un cambio progresivo de las mentalidades y la posibilidad de una cultura que sirva de mediación entre el Evangelio y la sociedad, entre el Evangelio y el orden político.

En el fondo, no se trata de negar la violencia, sino de canalizarla y transfigurarla, como hizo la Iglesia en la alta Edad Media al transformar al guerrero salvaje en caballero, al ¡efe cruel y despótico en «santo príncipe». Para esto se hacen necesarias la ascesis y la aventura, «la lucha interior más dura que una batalla entre hombres», el gusto por servir y crear, la exigencia de iluminar la vida con la belleza «que engendra toda comunión», como decía Dionisio el Areopagita (O. Clément, Il potere crocifisso, Magnano 1999, pp. 55ss).

 

 

Día 21

 Viernes XXIX semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,1-6

Hermanos:

1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados.

2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor.

3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu.

4 Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados;

5 un solo Señor, una fe, un bautismo;

6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.

 

**• Si hasta aquí el tono de la carta era el de un admirado asombro contemplativo, desde esta perícopa en adelante prevalece el tono de la exhortación. Pablo se presenta como «el prisionero por amor al Señor» (v. 1), cuya autoridad deriva no sólo de ser apóstol, sino de haber aceptado también las «cadenas» (6,20), obedeciendo lo que puede exigir la vocación cristiana.

Su invitación no obedece a situaciones particulares de los destinatarios, sino que va dirigida al cristiano en cuanto tal, sin que importe la condición sociopolítica y temporal a la que pertenezca. Responde, por consiguiente, también a nuestras condiciones y a las exigencias de nuestros días. Se trata, ante todo, de la invitación a dar una respuesta plena y coherente a la belleza y nobleza de la vocación que acaba de describir.

Es interesante señalar que las cualidades de una vida comprometida con la realización de esta vocación están ordenadas a la unidad. La humildad, la amabilidad, la paciencia, la aceptación recíproca y cordial (v. 2), son elementos absolutamente necesarios para hacer este camino que es, a renglón seguido, obra de unificación perseguida por el Espíritu, en cada uno y en todos, en todos los ámbitos: el personal, el comunitario y el eclesial.

El apóstol insiste en este fascinante tema del «uno», pero, a diferencia de los filósofos neoplatónicos, lo hace en clave trinitaria. Uno es «el cuerpo» místico (la Iglesia), una es «la esperanza» -horizonte de luz abierto en nosotros por la llamada-, uno es «el bautismo» y una «la fe»; uno es, a continuación, «el Señor» Jesús, uno es «el Espíritu» y uno solo «el Padre de todos», fuente de amor que obra en todos y por medio de todos. La unidad en la Trinidad es fundamento y exigencia de la unidad visible, práctica a la que deben tender los cristianos bajo todos los cielos y en cualquier época.

 

Evangelio: Lucas 12,54-59

En aquel tiempo,

54 se puso Jesús a decir a la gente: -Cuando veis levantarse una nube sobre el poniente decís en seguida: «Va a llover», y así es.

55 Y cuando sentís soplar el viento del sur, decís: «Va a hacer calor», y así sucede.

56 ¡Hipócritas! Si sabéis discernir el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis discernir el tiempo presente?

57 ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?

58 Cuando vayas con tu adversario para comparecer ante el magistrado, procura arreglarte con él por el camino, no sea que te arrastre hasta el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel.

59 Te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.

 

**• Jesús reprocha vigorosamente a la gente de su tiempo que sepa interpretar los signos meteorológicos anunciadores del buen tiempo y del malo, pero ande muy lejos de comprender el signo por excelencia de su tiempo, que es él mismo, el Unigénito enviado por el Padre para la salvación de todos.

Comprender el tiempo que se está viviendo significa comprender las intenciones de Dios, que, en cada tiempo, especialmente por el misterio de la Iglesia y de sus sacramentos, hace actual el misterio de Jesús con toda su eficacia de salvación.

Ser capaz de prever a partir de un determinado elemento meteorológico -por ejemplo, a partir del viento del sur- que hará calor comporta una atención específica e interesada. Ahora bien, si el corazón no presta atención a atisbar la importancia del tiempo como tiempo para ejercitar la justicia y la caridad dentro de las propias relaciones personales, se corre un gran riesgo. Es una invitación a reconciliarnos de inmediato y a fondo con aquellos con los que no estamos en paz, porque, si nos dejamos atrapar en el remolino de la falta de perdón, no saldremos indemnes. Es como si Jesús dijera que el signo del tiempo por excelencia, que es Jesús, es signo de salvación, pero sólo para quien se compromete con una vida reconciliada: de paz, de justicia y bondad.

 

MEDITATIO

Es importante comprender los signos de los tiempos, porque en el tiempo -y no fuera de él, en la ahistoricidad- es posible comprender las intenciones de Dios. Él, con su próvido amor, actúa en todo tiempo. Y me llama, en este tiempo que me ha sido dado, a leer los signos de salvación y también los de perdición, ambos típicos del «hoy». El signo por excelencia es siempre, evidentemente, Cristo, con su misterio pascual. Él me salva a medida que, leyendo los signos y confrontándolos con la Palabra, dejo que esta última dé fruto en mí y en mi tiempo, porque, al ponerla en práctica, permito al poder de Dios que obre más allá de mis expectativas.

A buen seguro, un gran signo positivo de nuestro tiempo es la globalización, el paso de un mundo dividido y fragmentado a ese otro al que M. McLuhan, gran teórico de la comunicación, ha llamado «aldea global». Pues bien, los mismos instrumentos de comunicación, cada día más poderosos, pueden facilitar enormemente la unificación y, por consiguiente, la paz del mundo.  Ahora bien, ¿con qué condiciones? Sólo con la condición de que la persona humana (en particular el creyente) intente salir de la fragmentación del individualismo y llegue a la unificación de su persona. Si mi vocación es la de ser consciente de que, por la fe, Cristo habita en mi corazón y así, arraigado y fundamentado en su caridad, puedo ser nuevamente colmado de toda la plenitud de Dios, es en él donde me voy unificando en el corazón y en todas las facultades y potencias, en toda mi persona. ¿Los medios? San Pablo nos los acaba de indicar: la humildad, la amabilidad, la paciencia, el soportarse los unos a los otros con amor.

Buscar todo lo que une y prescindir de lo que divide, como decía y practicaba el papa Juan XXIII, es la clave que tenemos al alcance de nuestra mano para entrar e ir realizando, día a día, un proyecto de unificación personal y comunitario, eclesial, social y... planetario.

De este modo, también mi tiempo, que se encuentra sustancialmente bajo el signo de Jesús, se convierte para mí en un tiempo de días claros, soleados por su salvación y por mi hacerme, en él y con él, instrumento de unidad y de paz.

 

ORATIO

Te pido, Señor, que me ayudes a prestar atención a los signos de mi tiempo. Sobre todo a través del Espíritu Santo, que, en la Santísima Trinidad, es vínculo de unión sustancial, haz que yo viva y obre apasionándome por la causa de la unidad como respuesta a ese signo de mi tiempo que es la aspiración a la unificación del mundo.

Para ello, sin embargo, te ruego que me concedas un corazón leal y animoso, a fin de que quiera convertir, mi ser, dividido y fragmentado con frecuencia, a la «única cosa necesaria»: amarte a ti, Señor, y amar a todos y a cada uno en ti y por ti. Haz que prescinda de todo lo que es causa de división y acoja y potencie todo lo que une en el signo de tu poder obrador de salvación: tu muerte y resurrección.

 

CONTEMPLATIO

Oh Trinidad, mi bien único, eres fuego que siempre arde y no se consume; fuego que quemas con tu calor todo amor propio del alma; fuego que hace desaparecer toda frialdad, fuego que ilumina. Con tu luz me has hecho conocer tu verdad: tú eres la luz superior a cualquier otra luz que ilumine el ojo del intelecto, con tanta abundancia y perfección que incrementas en claridad la luz de la fe. A través de esta fe veo que mi alma tiene vida, y, gracias a esta luz, te recibe a ti, fuente de la luz.

A la luz de la fe adquiero la sabiduría a través de la sabiduría del Verbo, tu Hijo; a la luz de la fe espero...

Esta luz es, verdaderamente, un mar, porque alimenta el alma en ti, mar de paz, Trinidad eterna. Tu agua es un espejo por medio del cual quieres que yo te conozca, ya que, mirando en este espejo, manteniéndolo con la mano del amor, ésta representa en ti a mí, que soy tu criatura, y representa a ti en mí por la unión que has hecho de la naturaleza divina con nuestra humanidad (Catalina de Siena, Dialogo della divina Provvidenza, Bolonia 1989, p. 468 [edición española: El diálogo, Ediciones Rialp, Madrid 1956]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Concédeme vivir unido contigo, conmigo y con todos con el vínculo de la paz».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos» (Jn 13,35). «Los unos a los otros», dice Cristo, no dice «a Dios». Nuestro amor a Dios sólo lo atestigua el amor fraterno. En efecto, «quien no ama a su hermano, al que ve, no puede amar a Dios, al que no ve» (1 Jn 4,20). Los buenos sentimientos de amor a Dios pueden producir ilusión, pero no así el amor fraterno. Por eso seremos juzgados por nuestro amor activo, por nuestro amor a todos los hombres indigentes que encontremos en nuestro camino [cf. Mt 25,31-46). Si de verdad nos hemos dejado reconciliar por Cristo Jesús con Dios, también debemos estar reconciliados entre nosotros; debemos recurrir a todo, a fin de que se recomponga también la unidad externa de la cristiandad, que internamente no hemos perdido nunca, dado que hemos sido redimidos en Cristo.

Esta unidad interna debe ser resorte vivo para la convivencia fraterna de todos los cristianos, y entonces el amor a Cristo nos liará recobrar también la unidad externa como testimonio y anticipación de aquella unidad en la que nosotros y todos los hombres de buena voluntad seremos asumidos de manera bienaventurada para toda la eternidad en la gloria del Padre («P. Seethaler», en F. W. Bautz [ed.], La parola della croce, Asís 1969).

 

 

Día 22

 Sábado XXIX semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,7-16

Hermanos:

7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

8 Por eso dice la Escritura: Al subir a lo alto llevó consigo cautivos, repartió dones a los hombres.

9 Eso de «subió» ¿no quiere decir que también bajó a las regiones inferiores de la tierra?

10 Y el que bajó es el mismo que ha subido a lo alto de los cielos para llenarlo todo.

11 Y fue también él quien constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas y a otros pastores y doctores.

12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo,

13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.

14 Así que no seamos niños caprichosos, que se dejan llevar por cualquier viento de doctrina, engañados por esos hombres astutos, que son maestros en el arte del error.

15 Por el contrario, viviendo con autenticidad el amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo.

16 A él se debe que todo el cuerpo, bien trabado y unido por medio de todos los ligamentos que lo nutren según la actividad propia de cada miembro, vaya creciendo y construyéndose a sí mismo en el amor.

 

*• Pablo acaba de hablar hace un momento de la belleza y la importancia que tiene sentirnos partícipes de un solo cuerpo, la Iglesia, y ha exaltado la dimensión de la unidad. Ahora, en cambio, despliega su argumentación en favor de la variedad y riqueza de los dones que, distribuidos por Cristo en su ascensión al cielo, quedan personalizados.

El apóstol ejemplifica diciendo que Jesús, después de haber subido por encima de todo para «llenar» -de vida y gracia sobreabundante, como es obvio- todas las cosas, ha llamado a algunos para entregarles el don de constituirles apóstoles, ha llamado a otros para constituirles profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y doctores. Cada uno tiene un don relacionado con su tarea específica, pero todos y todo está ordenado, a continuación, al crecimiento armónico del «cuerpo de Cristo» (v. 12), que es la Iglesia. Los individuos están dotados de su carisma para beneficio de toda la comunidad cristiana. En la medida en que cada uno los administre como es debido, obrando «con autenticidad el amor» (v. 15), todos y cada uno realizarán en «plenitud la talla de Cristo» (v. 13), que procede del tender constantemente a él, «que es la cabeza» (v. 15b).

Pablo subraya la belleza de la consecución de la plenitud de esta talla que procede de vivir de manera solidaria, en beneficio del crecimiento de todo el cuerpo presidido por la caridad. Lo contrario, que el apóstol denuncia y contra lo que pone en guardia, es el desordenado e infantil dejarse llevar por todas las olas y todos los vientos de pensamiento que estén de moda, arrastrados por hombres que obran el engaño con tal astucia que, casi sin que medie pensamiento alguno, lleva al error (v. 14).

También se puede ahondar en este tema de la tensión entre la diversidad y la unidad leyendo 1 Cor 12,4-21, donde Pablo habla de carismas más extraordinarios.

 

Evangelio: Lucas 13,1-9

En aquel tiempo,

1 llegaron unos a contarle lo de aquellos galileos a quienes Pilato había hecho matar, mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían.

2 Jesús les dijo: -¿Creéis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás?

3 Os digo que no; más aún, si no os convertís, también vosotros pereceréis del mismo modo.

4 Y aquellos dieciocho que murieron al desplomarse sobre ellos la torre de Siloé, ¿creéis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?

5 Os digo que no, y, si no os convertís, todos pereceréis igualmente.

6 Jesús les propuso esta parábola:

-Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero, cuando fue a buscar fruto en la higuera, no lo encontró.

7 Entonces dijo al viñador: Hace ya tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. ¡Córtala! ¿Por qué ha de ocupar terreno inútilmente?

8 El viñador le respondió: «Señor, déjala todavía este año; yo la cavaré y le echaré abono,

9 a ver si da fruto en lo sucesivo; si no lo da, entonces la cortarás».

 

*+• Jesús está muy atento a la vida, a la historia. En efecto, la ocasión de la enseñanza que ofrece aquí se la brinda una doble noticia de sucesos (w. 2.4). Pilato ha hecho matar a unos galileos mientras ofrecían sacrificios en el templo. Es probable que la causa que desencadenó esa orden fuera la oposición de los galileos a su disposición de usar los fondos del tesoro del templo para construir un acueducto.

De esta noticia y de la otra, referente a la muerte de dieciocho personas por el desplome de la torre de Siloé, extrae Jesús dos consideraciones importantes: en primer lugar, el hecho de que urge siempre, de todos modos, convertirse (w. 3.5). De lo contrario, el punto de llegada es la perdición. No hay escapatoria. La segunda consideración es que Dios no es un «castigador» que esté esperando un fallo nuestro para castigarnos. Sería, pues, necio por nuestra parte «interpretar» los hechos calamitosos de la existencia -la nuestra y la de los otros- en clave de castigo divino. El tiempo de la vida es el que es. No sabemos cuándo acabará el nuestro. En consecuencia, siempre es tiempo de «dar fruto» de buenas obras, precisamente mientras tengamos tiempo.

La otra pequeña parábola, la del hombre que busca frutos en la higuera que ha plantado en su viña, completa la enseñanza sobre la conversión, manifestando otro aspecto importantísimo: la paciencia de Dios, su inmensa misericordia y su voluntad de salvación. Ciertamente, la higuera alude a Israel, que se muestra infructuoso en su constante alejamiento de Dios (cf. Is 5,1-7; Jr 8,13). Pero la prolongación del plazo para cortarla y los amorosos cuidados («déjala todavía este año; yo la cavaré y le echaré abono»: v. 8) expresan la mediación salvífica llevada a cabo por Jesús y por su intercesión ante el Padre: no sólo por Israel, sino por todos nosotros.

 

MEDITATIO

Para que «dé fruto», es menester que el árbol haya llegado a su plena madurez. Ésta es la conexión entre el evangelio de hoy y la primera lectura, en la que Pablo presenta la enseñanza de la continua conversión al hilo de la adquisición de la plena madurez (a la talla de Cristo) abriéndose al misterio de Cristo. En un mundo que se ha vuelto opaco por tanto egoísmo y está encerrado en el cálculo más mezquino y en el individualismo, es importante que yo descubra los «dones» que Dios me ha dado.

Me sentiré amado y enriquecido por lo que es específico de mi persona, me sentiré amado y llamado. Lejos de seguir los caminos de la lógica mundana, que está a favor de la isla feliz del «hago lo que quiero y me place», actualizaré la invitación que me lanzan a que aproveche mis días y la misericordia de Dios para convertirme. ¿Convertirme a qué? Al misterio de Cristo como cuerpo místico del que yo soy miembro. Convertirme a vivir «con autenticidad el amor» (v. 15), pero en solidaridad con los otros miembros del cuerpo de Jesús, colaborando al bien de todos con la energía que me da el Espíritu Santo, potenciando mis dones naturales.

Hoy intentaré hacer balance. ¿Me demoro tal vez aún como un niño «traqueteado» por cualquier lógica mundana o me dejo «llenar» de gracia, identificando bien cuál es mi llamada personal, que, sin embargo, percibo cada vez mejor como un don destinado al desarrollo armónico de la totalidad del cuerpo: la Iglesia?

 

ORATIO

Señor Jesús, me considero un árbol granuja: tardo siempre mucho en dar frutos de conversión. Me asombra la belleza de tu misterio y me siento repleto de gratitud cuando pienso en mi vocación personal y en tus dones. Tú, no obstante, ayúdame a reconocerlos como tales y a vivirlos en el interior d e una dinámica de verdadera conversión.

Hazme, pues, respirar y obrar con autenticidad el amor. Siempre, en todas partes y con todos. Y hazme crecer en todo dirigido a ti, aprovechando la energía de tu Espíritu, para que pueda «romper» con las lógicas de este mundo y abrirme de par en par al espíritu de plena colaboración, solidario con c a d a hermano que busque el bien, a fin de que crezca tu Reino: levadura, sal y luz del mundo.

 

CONTEMPLATIO

Señor,

te lo suplico,

llámame a tu juicio.

Que tu juicio me libere,

que tu luz separe la luz de la noche,

que tu espada separe la vida de la muerte,

que tu Palabra me diga lo que eres

y lo que no eres,

que tu mirada aleje de mí lo que no eres tú.

Que tu fuego destruya, funda y queme

el mal entretejido en mí, que me martiriza;

el mal reprimido en mí en la raíz y en las fibras

de tu vida crucificada.

Que tu amor llame, suscite

mi rostro en el que puedo reconocer tu vida.

Señor, te lo suplico, libérame

(M. Emmanuelle, Seníieri ddl'Invisibile, Milán 1997, p. 95).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Hazme vivir, Señor, la autenticidad en la caridad».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Evangelio se difunde por contagio: uno que ha sido llamado llama a otro. Si he conocido a Jesús y su inmenso amor por mí, el cuidado que tiene de mi vida, intentaré vivir el «sermón de la montaña», el espíritu de las bienaventuranzas, el perdón, la gratuidad; y la gente que vive a mi alrededor, antes o después, me preguntará: ¿cómo es que vives así? Un estilo de vida que no excluye a nadie, que no rechaza a nadie, que es camino de seguimiento de Jesús, es el primer modo de contagiar a los otros.

Por eso depende de mí, de cada uno de vosotros, que la Iglesia sea cada vez más expresión de la incansable carrera que el Evangelio desarrolla en la historia. Depende de nuestro vivir el Evangelio como don interior que hace la vida bella y luminosa, que hace gustar la paz y la calma en el espíritu. Y es que, desde lo íntimo del corazón, el Evangelio se difunde a la totalidad de nuestra propia vida personal cual fuente de sentido y de valores para la vida cotidiana, y con ello las acciones de cada día se enriquecen de significado, los gestos que realizamos adquieren verdad y plenitud.

Las páginas de la Escritura iluminan los acontecimientos de la jornada, lá oración nos conforta y nos sostiene en el camino, los sacramentos nos hacen experimentar el gusto de estar en Jesús y en la Iglesia. Se abre aquí el espacio cíe una caridad que me impulsa a amar como Jesús me ha amado, y el espacio de la vida de la comunidad cristiana se convierte en lugar de significados y de valores que despejan el camino y de gestos que llenan la vida. Nace la posibilidad de entretejer relaciones auténticas, de crecer en la verdadera comunión y en la amistad (C. M. Martini, // Padre di tutti, Bolonia-Milán 1 999, p. 466).

 

 

Día 23

 XXX domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 35,12-14.16-18

12 El Señor es juez y no hace acepción de personas;

13 no favorece a nadie en perjuicio del pobre, sino que escucha el clamor del oprimido;

14 no desprecia la súplica del huérfano, ni las quejas que le expone la viuda.

16 Dios escucha al que sirve de buen grado, su plegaria llega hasta las nubes.

17 La oración del humilde atraviesa las nubes y no para hasta alcanzar su destino.

18 No desiste hasta que el Altísimo la escucha, juzga a los justos y les hace justicia.

 

**• El autor de este fragmento sapiencial -que se remonta al siglo II a. de C - propone una enseñanza que tiene que ver, al mismo tiempo, con Dios y con el orante. Presenta al Señor como juez sumamente justo que no hace acepción de personas y se inclina benévolo hacia los pobres, como atestigua de manera repetida el Antiguo Testamento en las llamadas leyes humanitarias. Dios mismo es vengador del huérfano y de la viuda (Ex 22,21 ss). Afirma también, por boca del profeta Isaías, que se inclina hacia quien teme su nombre y se confía a él con humildad: «El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. Yo me fijo en el humilde y abatido que tiembla ante mi palabra» (Is 66,1.2b).

Si Dios se pliega hacia el humilde, la Escritura muestra que la oración del pobre sube hasta él. Y así, a través de este movimiento de búsqueda recíproca entre Dios y el hombre, nos parece vislumbrar -entre el cielo y la tierra- la cruz en la que Jesús, el verdadero humilde y pequeño, se eleva, como oración perfecta, hacia el rostro del Padre, que espera hacer uso de su misericordia.

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 4,6-8.16-18

Querido hermano:

6 Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación, y ha llegado el momento de desplegar las velas.

7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe.

8 Sólo me queda recibir la corona de salvación que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa.

16 En mi primera defensa nadie me asistió; todos me abandonaron. ¡Que Dios los perdone!

17 El Señor me asistió y me confortó para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos. Fui librado de la boca del león.

18 El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

**• Este fragmento de la segunda carta de Pablo a Timoteo se muestra rico y denso de inspiración. El apóstol expresa el presentimiento de su muerte inminente con dos imágenes. Una de ellas está tomada del culto; la otra, de la navegación. La primera es la «libación», es decir, el acto de verter aceite, vino o agua sobre la víctima antes de ser inmolada (cf. Ex 29,40; Nm 28,7), a fin de conferirle un claro valor sacrificial. La segunda es el acto de «desplegar las velas»: la nave, por fin dispuesta para zarpar, se abandona al mar abierto. Las imágenes que vienen a continuación, tomadas de los usos deportivos y militares, acentúan la vida cristiana como lucha.

Pablo repasa en particular su propia experiencia apostólica como un combate «bueno» (literalmente, kalós, «bello»): noble, victorioso, desarrollado correctamente. «He concluido mi carrera, he guardado la fe», dice aún el texto, ofreciendo a través del paralelismo una asociación en la que vibra una nota de poesía en el texto griego. Por último, el Señor le dará a él, que ha guardado con fidelidad la «tradición» que le había sido confiada, la «corona de salvación» reservada «a todos los que han amado [así debe traducirse al pie de la letra egapekosi] con amor su venida gloriosa» (v. 8). Por último, en los w. 16-18 Pablo se refiere a la primera audiencia del proceso en el que, compareciendo como un «malhechor», fue abandonado por todos. El apóstol revive la experiencia de Jesús y, como él, perdona sin tener en cuenta el mal recibido. Sin embargo, el Señor no ha abandonado a su fiel ministro, pues todo ha concurrido al anuncio del Evangelio y al bien de los elegidos.

 

Evangelio: Lucas 18,9-14

En aquel tiempo,

9 a unos que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los demás les dijo esta parábola:

10 -Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano.

11 El fariseo, erguido, hacía interiormente esta oración: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano.

12 Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo».

13 Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador».

14 Os digo que éste bajó a su casa reconciliado con Dios, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

*» Este fragmento del evangelio de Lucas es conocido como la parábola del fariseo y el publicano, aunque sería mejor hablar, en este caso, más que de «parábola» de un «relato ejemplar». En él se nos ofrece una enseñanza sobre las condiciones interiores de la oración.

El fariseo pertenece a la secta de los «separados», de los «puros», de aquellos que se habían arrogado la tarea de representar, con la observancia estricta de los mandamientos y la multiplicación de las obras, al verdadero Israel, a la comunidad del tiempo de la salvación. Todo lo que dice el fariseo de sí mismo es verdadero, pero precisamente esta «justicia» es lo que le vuelve impuro ante Dios, porque se considera autorizado a juzgar a los otros y a sentirse superior a ellos.

El publicano -el odiado recaudador de los impuestos para el Imperio romano- se encuentra verdaderamente en una situación de pecado. Lo manifiesta asimismo en su actitud exterior. No se atreve a avanzar en el templo ni a levantar los ojos al cielo. Se golpea, en cambio, el pecho en un gesto que manifiesta su conciencia del mal que se esconde en el corazón humano.

La oración de cada uno de los dos hombres expresa su vida: la autosuficiencia de una pretendida justicia que hace al que así reza superior a los otros y se expresa a través de un extenso elenco de méritos; el pecado que nos hace pequeños ante Dios y los hermanos y que no tiene más palabras que la invocación: «Piedad». Sabemos quién fue grato a Dios y quién es entrañable a su corazón...

 

MEDITATIO

Nos sentimos siempre un tanto incómodos ante el pasaje evangélico del fariseo y del publicano. Nos desagrada un poco que haya sólo dos protagonistas. Nosotros, en efecto, no nos sentimos identificados con el fariseo, tan antipático en su actitud de persona de bien que mira a todos los otros de arriba abajo -incluso a Dios, si fuera posible-; sin embargo, tampoco nos identificamos con el publicano, porque es difícil reconocerse tan odiosamente pecadores, aunque al final quisiéramos ser «justificados» como él.

A decir verdad, hay un tercer personaje, presente en el relato, aunque invisible: somos nosotros. Soy yo, el que ahora lee la parábola. En mi corazón no está ni sólo el fariseo ni sólo el publicano, sino sucesivamente uno y otro, o bien ambos al mismo tiempo. Está el deseo de ser una persona agradable a Dios, una persona que de vez en cuando se cree superior a los otros; vienen, a continuación, momentos en los que, por gracia, se me concede advertir qué lejos ando de los sentimientos de Cristo, y, entonces, ya ni siquiera me atrevo a levantar los ojos al cielo. La vida cristiana es, por tanto -como dice san Pablo-, una lucha, un combate, una carrera para conseguir, con una imploración incesante, llegar a ser dóciles y humildes, llegar a tener en nosotros «los mismos sentimientos de Cristo Jesús», el cual no vino a aplastarnos con su superioridad, sino a hacerse pobre, pequeño, incluso pecado y maldito, para que nosotros pudiéramos ser justificados.

 

ORATIO

Señor Jesús, tu mandamiento de amarnos como tú mismo nos amaste nos hiere el corazón y nos haces des cubrir con dolor qué lejos andamos de habernos revestido de tus sentimientos de misericordia y de humildad. Estamos hechos de tal modo que conseguimos pecar incluso cuando nos dirigimos a tu Padre en oración. Ten piedad de nosotros. Danos tu Espíritu bueno. Enséñanos a ponernos a la escucha de su grito inexpresable, que es el único que puede llamar al Padre y obtener la salvación y la paz para nosotros.

 

CONTEMPLATIO

Es una cosa buena aprender la humildad según Cristo. Es posible extenuar nuestro propio cuerpo en poco tiempo con ayunos, pero no es fácil ni se puede conseguir en poco tiempo humillar el alma de modo que permanezca siempre humilde. Tenemos el corazón completamente endurecido y ya no percibimos qué son la humildad y el amor de Cristo. Ciertamente, esta humildad y este amor sólo es posible llegar a conocerlos con la gracia del Espíritu Santo, pero no nos damos cuenta de que es posible atraerlos a nosotros. ¡Oh, cómo debemos invocar al Señor para que dé a nuestra alma el Santo Espíritu de humildad. El alma humilde tiene una gran paz, mientras que el alma soberbia se atormenta por sí misma.

El orgulloso no conoce el amor de Dios y se encuentra alejado de Él. Se ensoberbece porque es rico, sabio o famoso, pero ignora la profundidad de su pobreza y de su ruina, porque no ha conocido a Dios. En cambio, el Señor viene en ayuda de quien combate contra la soberbia, a fin de que triunfe sobre esta pasión. Para que puedas ser salvado, es necesario que te vuelvas humilde, puesto que, aunque se trasladara por la fuerza un hombre soberbio al paraíso, tampoco allí encontraría paz ni se sentiría satisfecho, y diría: «¿Por qué no estoy en el primer puesto?». Sin embargo, el alma humilde está llena de amor y no busca los primeros puestos, sino que desea el bien para todos y se contenta con cualquier condición. En virtud del amor, el alma desea para cada hombre un bien mayor que para sí misma, y goza cuando ve que los otros son más afortunados que ella, y se aflige cuando ve que se encuentran en el sufrimiento. El alma del hombre humilde es como el mar. Echa una piedra en el mar: apenas perturbará la superficie y de inmediato se hundirá. Así se hunden las aflicciones en el corazón del hombre humilde, porque el poder del Señor está con él (Archimandrita Sofronio, Silvano del Monte Athos, Turín 1973, pp. 274-281, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador» (Lc 18,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El rostro de cada verdadero discípulo debe ser como el del Verbo encarnado, que se despojó él mismo de la gloria divina para asumir la condición de siervo, humillándose hasta la muerte de cruz [cf. Flp 2,6-8). La verdadera humildad es rara de encontrar, porque pocos miran directamente a la cara a Jesucristo. El hombre humilde no es n¡ será nunca un hombre prestigioso, alguien que se ha hecho siguiendo los criterios humanos, porque la humildad no puede ser consecuencia de una habilidad, fruto de una conquista. El hombre verdaderamente humilde no sabe que lo es; invadido por completo del santo temor de Dios -consciente de su propia nada-, está como un pobre que sólo se siente en deuda con su Señor; es como un pobrecito al que no le bastan nunca ni las palabras ni las fuerzas para excusarse de lo que es y para dar gracias por lo que recibe.

El secreto que conduce a la humildad consiste en dejar de vivir para nosotros mismos y vivir para el Señor y en el Señor. Consiste en ser capaces de negarnos verdaderamente a nosotros mismos, sin ostentación ni retórica, sin afectación ni convencionalismos, sino con naturalidad y sencillez. La vida concreta de todos los días constituye el banco de prueba. En efecto, si no nos quedamos en el ideal abstracto, sino que vamos a las situaciones reales de la vida, nos daremos cuenta de que no hay un solo aspecto de nuestra propia vida cotidiana que no deba ser puesto en el crisol de la purificación a través de la aceptación de lo que nos redimensiona y nos pone en nuestro justo lugar, en la humildad.

Al hombre humilde le gusta rodearse de silencio. Calla sobre sí mismo para darle todo el sitio a Dios. Es consciente de la nada que es y se siente deseoso de conocer lo que está llamado a convertirse en Cristo. Por lo demás, no hay nadie que pueda considerarse, razonablemente, mejor que los otros y en posesión de buenos títulos de mérito prescindiendo de la experiencia de la misericordia de Dios. Toda dignidad tiene su raíz en el sacrificio redentor de Cristo (A. M. Cánopi, Nel mistero delta gratuita, Milán 1998, pp. 62-67, passim).

 

 

Día 24

  Lunes XXX semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,32-5,8

Hermanos:

32 Sed más bien bondadosos y compasivos los unos con los otros y perdonaos mutuamente, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.

5,1 Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos.

2 Y haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios.

3 En cuanto a la lujuria o cualquier clase de impureza o avaricia, que ni siquiera se nombren entre vosotros, pues así corresponde a creyentes.

4 Y lo mismo hay que decir de las palabras torpes y las conversaciones estúpidas o indecentes que están fuera de lugar. Ocupaos más bien de dar gracias a Dios.

5 Porque habéis de saber que ningún lujurioso o avaro -que es como si fuera idólatra- tendrá parte en la herencia del Reino de Cristo y de Dios.

6 Que nadie os seduzca con razonamientos vanos; son precisamente estas cosas las que encienden la ira de Dios contra los hombres rebeldes.

7 No os hagáis, pues, cómplices suyos.

8 En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Portaos como hijos de la luz.

 

*• El bautizado vive en Cristo (cf. Ef 2,10), es morada del Espíritu (cf. 2,22); sus acciones deben estar en armonía con la verdad y la caridad (cf. 4,15) y deben corroborar la unidad de la comunidad (cf. 4,16). La benevolencia, la misericordia, el perdón recíproco, son las actitudes que califican las relaciones entre cristianos.

Éstos son conscientes de haber recibido gratuitamente el amor de Dios en Cristo (4,32). Pablo exhorta a los creyentes a actuar como actúa Dios. Nos vienen a la mente aquellas palabras de Jesús: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Le 6,36). Los cristianos, convertidos en hijos adoptivos de Dios, han de vivir ese amor del que Jesús dio ejemplo con su entrega total (Ef 5,2; cf. Jn 15,13).

Dicho de manera negativa, la auténtica vida nueva en Cristo comporta el abandono de las costumbres y tendencias que no se corresponden con el amor. Pablo enumera aquí una serie de acciones que, por manifestar una relación desordenada con la sexualidad y con los bienes, ignoran el único señorío de Jesucristo y del Padre (w. 3-5). El placer y el tener, convertidos en ídolos, las palabras torpes y las conversaciones estúpidas que llevan a la vulgaridad: todo eso no puede ser más que objeto de condena por parte de Dios y motivo de exclusión de su Reino. De ahí la invitación apremiante del apóstol, a fin de que los efesios que se han hecho cristianos no sigan a los que intentan asociarlos a su propia rebelión contra Dios y volver a llevarlos al primitivo estado prebautismal en el que antes se encontraban (w. 6ss). Tras haber sido iluminados por la gracia del sacramento, ya no han de vivir en las «tinieblas» de la lejanía de Dios, sino en la «luz» de la comunión con él, de quien ahora son hijos (v. 8; cf. Jn 8,12).

 

Evangelio: Lucas 13,10-17

En aquel tiempo,

10 estaba Jesús enseñando en una sinagoga un sábado

11 y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años estaba poseída por un espíritu que le producía una enfermedad; estaba encorvada y no podía enderezarse del todo.

-Mujer, quedas libre de tu enfermedad.

13 Le impuso las manos y, en el acto, se enderezó y se puso a alabar a Dios.

14 El jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús curaba en sábado, empezó a decir a la gente: -Hay seis días en que se puede trabajar. Venid a curaros en esos días y no en sábado.

15 El Señor le respondió: -¡Hipócritas! ¿No suelta cada uno de vosotros su buey o su asno del pesebre en sábado para llevarlo a beber?

16 Y a ésta, que es una hija de Abrahán a la que Satanás tenía atada hace dieciocho años, ¿no se la podía soltar de su atadura en sábado?

17 Al hablar así, quedaban confusos todos sus adversarios, pero toda la gente se alegraba por los milagros que hacía.

 

*•• Jesús está en marcha hacia Jerusalén (cf Le 9,51), lugar donde tuvo comienzo su manifestación (cf. 2,22ss; 2,4 lss) y donde se consumará su misión salvífica (cf. 13,33; 19,28ss). Lucas sitúa en el interior de este gran viaje las enseñanzas de Jesús a sus discípulos. Éstos están llamados a recorrer de nuevo su mismo camino, volviendo a partir de Jerusalén (cf. 24,47; Hch 1,8).

El milagro de la curación de la mujer encorvada sólo lo narra Lucas. La curación realizada en sábado presenta la ocasión de afirmar el aspecto central del mensaje evangélico: el amor de Dios revelado por Jesús libera al hombre de las estrecheces de una ley que, entregada para asegurar la libertad, había terminado por hacerlo esclavo. Se trata de un amor gratuito, como la curación de esta mujer, que no la había pedido (v. 12).

La ley del sábado, convertida durante el período postexílico en el fulcro de la religiosidad judía, había perdido la motivación originaria del tiempo sagrado por la comunión con Dios. La casuística rabínica había asimilado ciertas acciones, como las de llevar a cabo curaciones, a la prohibición de realizar cualquier trabajo, una prohibición sólo derogable en caso de peligro para la supervivencia. Jesús, con su gesto gratuito, afirma que el sábado está al servicio de la vida: para quien ama a Dios, no hacer el bien equivale a hacer el mal. Y, efectivamente, es un «mal» el desdén del jefe de la sinagoga (v. 14), así como los pensamientos rencorosos, fácilmente adivinables, de los adversarios de Jesús, para quienes el anuncio del Reino de Dios se resuelve en vergüenza y confusión (v. 17a).

Jesús, cuya palabra realiza lo que dice y cuyos gestos son sencillos (v. 13) en comparación con los de los taumaturgos orientales, se presenta como el liberador del espíritu maligno -considerado como origen del mal- que deforma la imagen divina del hombre (cf. Gn l,26ss) haciéndolo esclavo, incapaz de levantar la mirada a su Creador (cf. Sal 121,1; 123,1). El hombre, restituido a la dignidad de la relación vital con Dios, está nuevamente colmado de alegría y, viviendo en plenitud su existencia, da gloria a su Señor y Salvador, exaltando su maravilloso obrar (w. 13b. 17b).

 

MEDITATIO

Los cristianos son personas liberadas de la opresión del carácter finito de las criaturas: éste ya no es obstáculo que impida la relación personal con Dios, porque Dios mismo la ha hecho posible y la ha manifestado en el Señor Jesús. Los cristianos han sido liberados de todo vínculo que dificulte la convivencia humana: el único vínculo es el amor, que promueve la vida de todos, porque anima a cada uno a hacer el bien. ¿Cómo atestiguar este don de libertad?

Hay una elección precisa que, en cuanto cristiano, debo llevar a cabo en la vida de cada día: la de comportarme como se comportó Jesús. Misericordia, perdón, benevolencia: ésos son los atributos de Dios que estoy llamado a hacer visibles en mi ambiente. Con todo, me doy cuenta a menudo de que, siendo misericordioso, teniendo un corazón benévolo, intentando perdonar..., me pongo a contracorriente respecto a la mayoría y me encuentro solo. Parece paradójico: ¿es que acaso vivir en comunión con Dios me aleja de los otros?

Es así, porque la propuesta de un amor que se da por completo a sí mismo parece incómoda, mientras que la riqueza y el sexo fáciles parecen seductores. Yo, cristiano de hoy, ¿de qué parte me encuentro?

 

ORATIO

Cuántas veces ni siquiera te pido que me ayudes a mirar hacia arriba, Señor, y finjo estar satisfecho con mi mirada a ras de tierra... Cuántas veces me digo que, después de todo, no es tan malo escarbar en la superficialidad y camuflo el vacío que experimento con ebriedades epidérmicas...

¡Señor, toma tú una vez más la iniciativa! Despierta en mí la conciencia de ser como tú me has hecho con el bautismo: hijo libre de amar, capaz de gestos que son chispas de luz en las tinieblas de la mezquindad y del egoísmo. Señor, salvador de mi vida.

 

CONTEMPLATIO

La perfección de la vida cristiana consiste en unirnos con el alma, con las palabras y con los hechos de la vida misma a todos los términos que explican el nombre de Cristo. Alguien podría objetar que este bien es difícilmente realizable, puesto que sólo el Señor de lo creado es inmutable, mientras que la naturaleza humana es mutable y está inclinada a los cambios. El hombre no es mutable sólo en relación con el mal. La más bella manifestación de la mutabilidad está representada por el crecimiento en el bien: el ascenso a una condición mejor convierte en un ser más divino a quien se transforma en sentido bueno. Lo que nos parece temible (hablo de la mutabilidad de nuestra naturaleza) es, en realidad, un ala adaptada al vuelo hacia las cosas más excelsas.

La verdadera perfección consiste, en efecto, precisamente en esto, en no detenerse nunca en el propio crecimiento y en no circunscribirlo dentro de un límite (Gregorio de Nisa, Fine, professione e perfezione del cristiano, Roma 21996, pp. 113-115, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo me ha amado y se ha entregado a sí mismo por mí» (cf. Ef 5,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Existe una vida escondida en el hombre que sostiene su esperanza. ¿Serás capaz de prestarle atención? Sin esa esperanza, arraigada en el centro de tu corazón, sin ese ir más allá de tu persona, pierdes el gusto de avanzar. No se trata de una esperanza que es pura proyección de tus deseos, sino de esa que conduce a vivir lo inesperado, incluso en situaciones sin vía e salida. Esta esperanza engendra un impulso de creatividad: este impulso destruye los determinismos de la injusticia, del odio, de la opresión. En íntimo coloquio, se trata de una esperanza que procede de Otro y que puede reinventar el mundo.

Cuando pones el centro del universo en ti mismo, te hundes en el egocentrismo y se dispersan las energías de la creatividad y del amor. Para trasladar a otro lugar ese centro y para que en él se encienda el amor, dispones del mismo fuego que cualquier otro hombre posee en la tierra: el Espíritu que está dentro de ti.

Deja que sus impulsos, su espontaneidad, sus inspiraciones, se despierten y verás que tu vida se vuelve fuerte y densa. Una vez situado en las vanguardias de la Iglesia, ¿serás portador de agua viva? ¿Apagarás la sed del que busca la fuente?

No basta con el deseo de ser servidor de la paz y de la justicia para llegar a serlo. Es preciso subir a la fuente y reconciliar en nosotros mismos lucha y contemplación. ¿Quién podría aceptar ser un conformista de la oración, de la justicia o de la paz? ¿Quién podría soportar que se dijera de él: dice, pero no hace? Dice «Señor, Señor», pero no hace su voluntad; dice «Justicia, justicia», pero no la practica; dice «Paz, paz», pero dentro de él está la guerra (R. Schutz, Vivere l'inesperato, Brescia 21978, pp. 7-9, passim).

 

 

Día 25

 Martes XXX semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 5,21-33

Hermanos:

21 Guardaos mutuamente respeto en atención a Cristo.

22 Que las mujeres respeten a sus maridos como si se tratase del Señor;

23 pues el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza y al mismo tiempo salvador del cuerpo, que es la Iglesia.

24 Y como la Iglesia es dócil a Cristo, así también deben serlo plenamente las mujeres a sus maridos.

25 Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella

26 para consagrarla a Dios, purificándola por medio del agua y la Palabra.

27 Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada.

28 Igualmente, los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama,

29 pues nadie odia a su propio cuerpo; antes bien, lo alimenta y lo cuida como hace Cristo con su Iglesia,

30 que es su cuerpo, del cual nosotros somos miembros.

31 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y llegarán a ser los dos uno solo.

32 Gran misterio éste, que yo relaciono con la unión de Cristo y de la Iglesia.

33 En resumen, que cada uno ame a su mujer como se ama a sí mismo y que la mujer respete al marido.

 

*•• Después de haber hablado de una manera difusa sobre la vida nueva de los bautizados (cf. Ef 4,17-5,20), Pablo concentra ahora su propia atención sobre las relaciones en el interior de la familia (5,21-6,9). El v. 21 nos ofrece la clave de lectura de toda la sección: el cristiano, unido a Cristo por el bautismo, imprime el servicio y la obediencia a todas sus relaciones con los demás.

Nuestro pasaje considera la relación marido-mujer. Pablo desarrolla una doble comparación: como Cristo ama a la Iglesia, se entrega a sí mismo por ella y le dispensa todas las atenciones, así ha de hacer el marido con su mujer (v. 25); como la Iglesia responde al amor de Cristo con la obediencia y la sumisión, así la mujer respecto al marido (w. 22-24). El amor de Cristo a la Iglesia ha de ser, por tanto, el modelo de la unión conyugal: éste es el gran misterio que anuncia el apóstol (v. 32).

Las alusiones bautismales (v. 26: consagración, purificación, palabra) motivan e iluminan las exhortaciones. En el bautismo ha mostrado Cristo su amor a la Iglesia haciéndola pura, espléndida, digna de ser su esposa. Nada puede ocultar su belleza o servir de pretexto para el repudio: él lo garantiza (w. 26a.27). La exhortación a amar a la esposa dirigida al marido está reforzada con el ejemplo del cuerpo (v. 28): la mujer es parte del cuerpo del hombre, dado que el vínculo matrimonial hace de dos una sola carne, así como la Iglesia forma parte del único cuerpo de Cristo. «Alimentar» y «cuidar» expresan las acciones propias del amor que tutela la vida (w. 29-31).

La insistencia en la sumisión recomendada a la mujer (w. 22.24.33) tiene que ser comprendida en el contexto de la sociedad patriarcal, en la que la supremacía masculina estaba fuera de discusión y la mujer era considerada propiedad del marido (cf Ex 20,17b). Con la fuerte acentuación del paralelismo entre la relación marido- mujer y la relación Cristo-Iglesia, la concepción patriarcal de las relaciones conyugales asume tonos absolutamente nuevos: la sumisión al marido, a quien se exhorta repetidamente a que ame a su mujer, parece asumir el significado de una respuesta al amor ofrecido, más que el de una pasiva sumisión a una autoridad reconocida como de derecho natural.

 

Evangelio: Lucas 13,18-21

En aquel tiempo,

18 Jesús añadió: -¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué lo compararé?

19 Es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto; creció, se convirtió en árbol y las aves del cielo anidaron en sus ramas.

20 De nuevo les dijo: -¿Con qué compararé el Reino de Dios?

21 Es como la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.

 

•*• Jesús, al curar en sábado a la mujer encorvada (cf. Le 13,10-17), se manifestó como Señor del tiempo: él es el «hoy» de la salvación que se lleva a cabo en el amor. El Reino de Dios está presente entre los hombres (cf. 17,21). Las parábolas que siguen -las que componen el fragmento litúrgico de hoy- ilustran dos características peculiares del Reino de Dios: su gran expansión y su fuerza transformadora.

Entre los numerosos relatos parabólicos que, en la construcción lucana, cubren el viaje de Jesús hacia Jerusalén, sólo las dos parábolas que acabamos de leer se refieren directamente al Reino de Dios. Ponen de manifiesto su gran expansión en el mundo, fruto de la obra evangelizadora délos discípulos, obedientes al mandato recibido del Maestro (cf. 24,45-49; Hch 1,8). Los modestos comienzos que caracterizan el ministerio de Jesús tienen, pues, un gran desarrollo: la difusión de la Palabra de Dios, que resuena en todo el mundo y de la que todos reciben vida, es comparable al árbol cósmico de Dn 4,7a-9, cuya imagen recuerda el crecimiento del arbusto de la mostaza (w. 18ss).

La otra característica del Reino de Dios es su fuerza intrínseca, que obra un desarrollo cualitativo del mundo. Como la levadura, escondida en la masa inerte de harina, provoca su crecimiento, así el Reino de Dios, mediante la evangelización animada por el poder del Espíritu Santo, transforma todo el mundo, sin ninguna discriminación.

 

MEDITATIO

El amor entre el hombre y la mujer, recuperación de la imagen y semejanza plena del ser humano con Dios, constituye la expresión más elevada y significativa de la existencia humana. Sin embargo, ha sido enormemente envilecido, incluso entre los cristianos, reduciéndolo a necesidad de placer, a exigencia psicobiológica.

Dios, al hacerse hombre, ha dado un valor «divino» a las realidades humanas. Comprender y experimentar la libertad y la plenitud de vida que brotan del vivir la relación entre los esposos, considerando la que hay entre

Cristo y la Iglesia, que somos todos nosotros, como un ejemplo y un punto de atracción, es dilatar el Reino de Dios en este mundo. ¿Nos daremos cuenta alguna vez suficientemente de que no hay «asuntos privados» en los que cada chispa de amor no sea convertida por el Espíritu de Dios en alimento para tantos «hambrientos» de bien, de afecto y de calor humano? Dios continúa obrando a lo grande a través de nuestra pequeñez; continúa revelando su misterio infinito a través de nuestro limitado orden cotidiano. ¿Aceptaremos, por fin, tomarnos en serio nuestra vida humana?

 

ORATIO

¡Oh Dios, qué grande es tu misterio! Cuando me encierro en mí mismo, digo que se me escapa. Cuando me abro a ti de manera confiada, me estremezco de estupor.

Tú manifiestas tu verdad -amor personal ofrecido a todos los hombres- por medio de mi vida, por muy pequeña que me parezca. Y buscas su expresión más fuerte y totalizadora, como es la unión de vida entre el hombre y la mujer, para hacerme intuir lo intensamente que estás comprometido conmigo y quieres comprometerme contigo. Que tu voluntad ardiente, que ni disminuye ni disminuirá nunca, haga fermentar, a través de la obra de tus amigos, la vida de nuestro mundo.

 

CONTEMPLATIO

El hombre del cual leemos: «Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre» (Jn 3,13), ese hombre dejó padre y madre, es decir, dejó a Dios, de quien había nacido, y dejó Jerusalén, que es madre de todos nosotros, y se unió a la carne del hombre como a su esposa. En consecuencia, se unió a su mujer, ya que, así como el hombre y la mujer forman un solo cuerpo, así también la gloria de la divinidad y la carne del hombre se unen y se configuran, las dos, o sea, Dios y el alma, en una sola carne. Éste es el gran misterio, a cuyo conocimiento nos llama la admiración del apóstol y nos invita la exhortación de Dios, un misterio que, a no dudar, no es extraño a cuanto debe entenderse referido a Cristo y a la Iglesia. De modo que la carne de la Iglesia es la carne de Cristo, y en la carne de Cristo está Dios y el alma, y así en Cristo está la misma realidad que hay en la Iglesia, puesto que el misterio que creemos presente en la carne de Cristo está igualmente contenido, por la fe, en la Iglesia (Juan Casiano, L'incarnazione del Signore, Roma 1991, pp. 207ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Guardaos mutuamente respeto en atención a Cristo» (Ef 5,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El matrimonio es una realidad espiritual, o, lo que es lo mismo, un hombre y una mujer se ponen a vivir juntos para toda la vida no sólo porque experimentan un profundo amor el uno por la otra, sino porque creen que Dios les ha dado el uno a la otra para ser testigos vivos de ese amor. Amar significa encarnar el amor infinito de Dios en una comunión fiel con el otro ser humano.

Todas las relaciones humanas, ya sean entre padres e hijos, entre maridos y mujeres, entre amantes y entre amigos o entre miembros de una comunidad, han de ser entendidas como signos del amor de Dios por la humanidad en su conjunto y por cada uno en particular. Se trata de un punto de vista bastante poco común, pero es el punto de vista de Jesús. Éste nos revela que hemos sido llamados por Dios a ser testigos vivos de su amor, y llegarnos a serlo siguiendo a Jesús y amándonos los unos a los otros como él nos ama. El matrimonio es una manera de ser un testimonio vivo del amor fiel de Dios. Cuando dos personas se comprometen a vivir juntas su vida, viene a la existencia una nueva realidad. «Se convierten en una sola carne», dice Jesús. Eso significa que su unidad crea un nuevo lugar sagrado. Muchas relaciones son como dedos entrelazados: dos personas se aferran la una a la otra como dos manos entrelazadas por el miedo. Dios llama al hombre y a la mujer a una relación diferente. Se trata de una relación que se asemeja a dos manos unidas en el acto de la oración. Las puntas de los dedos se tocan, pero las manos pueden crear un espacio parecido a una pequeña tienda. Ese espacio es un espacio creado por el amor, no por el miedo. El matrimonio crea un nuevo espacio abierto, donde se puede manifestar el amor de Dios al «extranjero»: al niño, al amigo, al que nos visita. Este matrimonio se convierte en un testimonio del deseo que tiene Dios de estar entre nosotros como un amigo fiel (H. J. M. Nouwen, Vivere nelh Spirito, Brescia 41998, pp. 124ss y 127-129).

 

 

Día 26

 Miércoles XXX semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 6,1-9

1 Hijos, obedeced a vuestros padres como es justo que lo hagan los creyentes.

2 Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento, que lleva consigo una promesa, a saber:

3 para que seas feliz y goces de larga vida en la tierra.

4 Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino educadlos, corregidlos y enseñadles tal como lo haría el Señor.

5 Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se tratara.

6 No con una sujeción aparente que busca sólo agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios.

7 Prestad vuestro servicio de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres,

8 sabiendo que el Señor dará a cada uno, sea libre o esclavo, según el bien que haya hecho.

9 Y vosotros, amos, comportaos de la misma manera con ellos; absteneos de amenazas y tened presente que vuestro Señor y el suyo está en los cielos y que en él no hay favoritismos.

 

**• Después de haber exhortado a los cónyuges a vivir su relación matrimonial en conformidad con su identidad cristiana icf. Ef 5,22-33), el apóstol se dirige a los hijos y a los padres. También a ellos les dirige la invitación al mutuo respeto en la común obediencia a Cristo icf. 5,21).

A los hijos les recuerda el mandamiento mosaico: «Honra a tu padre y a tu madre» (Ex 20,12a). La obediencia a los padres tiene que ver con la relación con Dios, el cual liga a esta relación su bendición, expresada en términos de fecundidad, según la doctrina de la retribución temporal (v. 3; cf. Ex 20,12b).

A los padres les ha sido confiada la tarea de educar a los hijos, y la deben llevar a cabo con mansedumbre y premura, no siguiendo sus propios intereses, sino como servidores de la obra de Dios (v. 4): en él debe inspirarse y orientarse la acción educadora. La relación con el Señor y la obediencia a su voluntad califican, pues, las relaciones entre padres e hijos, iluminando y corroborando la paciente y suave firmeza de unos y el respeto de los otros.

También las relaciones entre esclavos y amos reciben nueva luz del anuncio cristiano. Se trata de relaciones entre personas sometidas todas ellas al mismo «Señor» (v. 9b), que, sin favoritismo alguno, reconoce y aprecia el bien realizado por cada uno, no la situación social que tiene (v. 8). Tanto para los esclavos como para los amos vale la misma Palabra de Jesús: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Por eso, el esclavo, cuando obedece a su amo, obedece a Cristo: su servicio, realizado con sencillez y generosidad, asume un valor religioso que excluye todo tipo de servilismo y la búsqueda de ambiguas complacencias (w. 5-7). El amo, por su parte, debe tratar al esclavo del mismo modo que trataría a Cristo, con un corazón animado por la caridad, exento de arrogancia y autoritarismo (v. 9a).

 

Evangelio: Lucas 13,22-30

En aquel tiempo,

22 mientras iba de camino hacia Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por los que pasaba.

23 Uno le preguntó: -Señor, ¿son pocos los que se salvan?. Jesús le respondió:

24 -Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

25 Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, vosotros os quedaréis fuera y, aunque empecéis a aporrear la puerta gritando: «¡Señor, ábrenos!», os responderá: «¡No sé de dónde sois!».

26 Entonces os pondréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas».

27 Pero él os dirá: «¡No sé de dónde sois! ¡Apartaos de mí, malvados!».

28 Entonces lloraréis y os rechinarán los dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera.

29 Pues vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, a sentarse a la mesa en el Reino de Dios.

30 Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.

 

*•• Comienza una nueva etapa en el viaje hacia Jerusalén, marcada por la anotación-sumario del paso de Jesús por pueblos y aldeas y su incesante enseñanza (v. 22). La pregunta que abre la nueva sección tiene que ver con los que formarán parte del Reino de Dios (v. 23).

Jesús no da una respuesta directa sobre el número de los que se salvarán, sino que exhorta a estar preparados y a mostrarse solícitos en la acogida del Reino que viene. Se trata de la urgencia ineludible de comprometernos con todo nuestro ser, de concentrar todas nuestras fuerzas, como haríamos si tuviéramos que pasar por una puerta estrecha (v. 24). «Hoy» es el momento oportuno para este compromiso, un compromiso que no hemos de aplazar: la salvación es el don de Dios al que nos adherimos haciendo el bien, no simplemente reivindicando vínculos de familiaridad con Jesús (w. 25ss).

La imagen del banquete escatológico, en el que participan todos los pueblos de la tierra (v. 29), manifiesta la salvación ofrecida a todos los hombres y acogida por muchos paganos. Así éstos, los «últimos» en recibir el anuncio del Evangelio, serán los «primeros» en entrar en el Reino de Dios, mientras que Israel, primero en escuchar el anuncio, se verá excluido si no lo acoge (v. 30). La salvación no es cuestión de pertenencia étnica, sino de fe en Jesús. No es el ser hijo de Abrahán lo que asegura la participación en el Reino (v. 28), sino la realización de las obras de Abrahán (cf. Jn 8,39), el cual, con la esperanza de la redención futura (cf. 8,56), tuvo fe y por esa fe fue reconocido como justo (cf. Sant 2,23).

 

MEDITATIO

Nuestra comunión con el Señor tiene su comienzo ahora, en esta tierra, y durará más allá de la muerte, durante un tiempo sin fin. Se trata de un comienzo muy concreto: se lleva a cabo haciendo el bien y no el mal.

Este modo de proceder se convierte en el signo distintivo que nos hace ser reconocidos como personas que pertenecen a Jesucristo. La fe en él no puede dejar de convertirse en amor que penetra las relaciones con los otros.

No tenemos que mirar muy lejos: la familia es el primer «lugar» donde podemos convertir la fe en Jesús en comportamientos consecuentes. Si invoco el nombre del Señor, ¿acaso puedo pretender apelar a ciertas jerarquías de poder para regular sobre ellas las relaciones con los que viven junto a mí? La salvación toma forma en la entrega, en el respeto, en la delicadeza con que vivo mi rol-servicio familiar y mi rol social. No tiene ninguna salida positiva buscar otros caminos.

 

ORATIO

Señor, me resulta muy fácil demorarme en razonamientos a propósito de tu mensaje de salvación sin comprometerme. Perdóname: me parece «estrecha» la puerta del amor a los que viven más cerca de mí, el único amor en el que verdaderamente estoy dispuesto a poner en juego la verdad de mi fe en ti. Prefiero la puerta «abierta de par en par» de las grandes afirmaciones verbales, que no me exigen un compromiso, de una familiaridad formal con las «cosas de la Iglesia», a las que no me preocupo de dar respuesta en la vida. Dime que la mía es una ilusión y que sólo si amo en serio no a los que están lejos, sino a los que viven junto a mí, a aquellos a los que primero y sobre todo me has confiado, entonces y sólo entonces viviré la salvación que eres tú.

 

CONTEMPLATIO

Acuérdate, hijo mío, de lo que dice la Escritura: « Una buena palabra vale a menudo más que un rico don»...

Acuérdate de que, puesto que soy yo quien recibe todo lo que das, dices o haces a los otros, no basta con decir, hacer o dar cosas buenas; es preciso hacerlas también con suavidad, de una manera tan grata como las harías si yo, Jesús, estuviera delante de tus ojos... Es menester que todas las relaciones con el prójimo, por pequeñas que sean, rebosen de amor (Ch. de Foucauld, La vita nascosta. Ritiri IX/1, Roma 1974, p. 130).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú eres el Señor de todos» (cf. Ef 6,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra misión es una misión de amor. Es una misión de bondad, sobre todo hoy, en que hay tanta hambre de Dios. Noto que, con el tiempo, cada uno de nosotros se transformará en mensajero del amor de Dios. Para obtener esto, debemos ahondar en nuestra vida de amor, de oración, de sacrificio. Es muy difícil dar a Jesús a los otros si no lo tenemos en nuestros corazones.

Si esto no nos interesa, estamos perdiendo el tiempo, porque limitarse a trabajar no es un motivo suficiente: sí lo es, en cambio, llevar la paz, el amor y la bondad al mundo de hoy, y para eso no tenemos necesidad ni de ametralladoras, ni de bombas. Necesitamos un amor profundo y una profunda unión con Cristo para ser capaces de dar a Cristo a los otros. Ahora bien, antes de poder vivir esta vida con el exterior, debemos vivirla en nuestras familias. El amor empieza en casa, y debemos ser capaces de mirar a nuestro alrededor y decir: «Sí, el amor empieza en la familia». Por eso nuestro primer esfuerzo debe ir encaminado a hacer de nuestras familias otros tantos Nazarets donde reinen el amor y la paz. Esto sólo se consigue cuando la familia se mantiene unida y reza unida.

A todos vosotros os ofrece una magnífica oportunidad la aran misión de vivir esta vida de amor, de paz, de unidad. Y, naciendo esto, proclamaréis a los cuatro vientos que Cristo está vivo (Madre Teresa de Calcuta, La gioia di darsi agli altrí, Roma 31981, pp. 82-84, passim [edición española: La alegría de darse a los demás, Ediciones San Pablo, Madrid 1997]).

 

 

Día 27

  Jueves XXX semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 6,10-20

Hermanos:

10 termino pidiendo que el Señor os conforte con su fuerza poderosa.

11 Revestíos de las armas que os ofrece Dios para que podáis resistir a las asechanzas del diablo.

12 Porque nuestra lucha no es contra adversarios de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los que dominan este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que tienen su morada en un mundo supraterreno.

13 Por eso debéis empuñar las armas que Dios os ofrece, para que podáis resistir en los momentos adversos y superar todas las dificultades sin ceder terreno.

14 Estad, pues, en pie, ceñida vuestra cintura con la verdad, protegidos con la coraza de la rectitud,

15 bien calzados vuestros pies para anunciar el Evangelio de la paz.

16 Tened embrazado en todo momento el escudo de la fe con el que podáis apagar las flechas incendiarias del maligno;

17 usad el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.

18 Vivid en constante oración y súplica guiados por el Espíritu. Y renunciando incluso al sueño para ello, orad con la mayor insistencia por todos los creyentes

19 y también por mí, a fin de que Dios ponga en mis labios la palabra oportuna para dar a conocer con audacia el misterio del Evangelio,

20 del que soy embajador entre cadenas. Que Dios me conceda anunciarlo con la entereza que debo.

 

**• La vida del cristiano es una lucha contra las fuerzas adversas a Dios, unas fuerzas que se oponen a su señorío en el mundo e intentan separar al hombre del Creador (v. 11b). Se trata de unas fuerzas oscuras, no identificables con facilidad, superiores al hombre (v. 12).

Sin embargo, el cristiano que vive en comunión con su Señor recibe de él la fuerza necesaria para el combate (v. 10), para ese combate que se desarrolla en la situación real en que vive. Pablo, empleando imágenes militares, en continuidad con aquellas que presentaban, en el Antiguo Testamento, a YHWH como un guerrero (cf. Is 42,13; Sab 18,15; Sal 35,1-3), exhorta al cristiano, despojado del hombre viejo en el bautismo (cf. Ef 4,22; Col 3,9), a revestirse de las armas para la lucha (w. 1 la-13a). La cintura, la coraza, las sandalias, el escudo, el yelmo, la espada de estas armas espirituales son la verdad, la justicia, la paz, la fe, la salvación, la Palabra de Dios (w. 14-17). Se trata de los dones que Dios distribuye a los bautizados y que éstos están llamados a acoger y poner en práctica para vivir la libertad de los hijos del Padre celestial, liberados de su miedo y de las insidias del maligno, fuertes y perseverantes en las pruebas hasta la consumación de los tiempos escatológicos (v. 13).

La oración es el medio indispensable para poder recibir los dones de Dios y llevar la batalla a buen fin, esto es, para obrar de modo cristiano: una oración incesante, guiada por el Espíritu Santo (v. 18a). Pablo llama la atención a fin de que el cansancio y el desánimo no lleven las de ganar en la difícil lucha: es necesario perseverar (v. 181). A tal fin, recomienda Pablo la oración de los unos por los otros y, en particular, por él mismo, enviado por Dios a anunciar el Evangelio, para que pueda cumplir su mandato con audacia y entereza (w. 18c-20).

 

Evangelio: Lucas 13,31-35

Aquel día,

31 se acercaron unos fariseos y le dijeron: -Sal, márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.

32 Jesús les dijo: -Id a decir a ese zorro que expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y que al tercer día acabaré.

33 Por lo demás, hoy, mañana y pasado tengo que continuar mi viaje, porque es impensable que un profeta pueda morir fuera de Jerusalén.

34 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos debajo de las alas y no habéis querido.

35 Pues bien, vuestra casa se os quedará desierta. Y os digo que ya no me veréis hasta que llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.

 

*+• La iniquidad más grande (cf. Le 13,27), compendio de todas las otras, será la muerte de Jesús. Éste resulta incómodo a Herodes (v. 31), pero también y sobre todo a los jefes religiosos de Israel. Sea cual sea la motivación -simpatía o bien hostilidad- por la que algunos fariseos le aconsejan que se aleje del territorio gobernado por Herodes, esto le permite a Jesús afirmar su fidelidad al mandato recibido del Padre: anunciar el tiempo de la salvación definitiva (cf. 2 Cor 6,2), de la que son signos la expulsión de demonios y las curaciones (v. 32). No hay perfidia humana que pueda cambiar el designio del amor de Dios.

El evangelista señala que Jesús es consciente de ir al encuentro de una muerte cruenta (cf. Le 9,22; 9,44; 17,25; 18,31-33), una suerte que no es diferente de la que siguieron los profetas (w. 33-34a; cf. 6,22ss). Eso sucederá precisamente en la ciudad santa de Jerusalén, la cual, en contradicción con su propio nombre -«Ciudad de la paz»-, ha sido el lugar de la masacre de los enviados de Dios. Es un acto deliberado ese con el que Jerusalén, símbolo de los israelitas incrédulos, no ha acogido la Palabra que Jesús le ha anunciado en más ocasiones, manifestando el deseo del Padre de convertirla en centro de unidad de su pueblo elegido (v. 34b).

Jesús predice su ruina (v. 35a), que es, a un tiempo, material (la ciudad será sometida todavía más duramente a los romanos y el templo será destruido) y espiritual. De hecho, Israel, al rechazar a Jesús, no recibe el cumplimiento de la promesa.

Sin embargo, puesto que «los dones y la llamada de Dios son irrevocables» (Rom 11,29), el evangelista entrevé, en el signo de la aclamación triunfal del mesías al final de su viaje (v. 35b; cf. Le 19,28-39), la acogida de Jesús por parte de todo Israel, al final de los tiempos, cuando judíos y paganos, convertidos todos en cristianos, bendecirán juntos el nombre del Señor.

 

MEDITATIO

Hay que sostener una lucha para ser auténticamente cristianos, una lucha entre las muchas sugerencias y persuasivos reclamos que frenan el impulso de adhesión al Señor e intentan marchitar el vigor de la obediencia a su Palabra. El Señor mismo nos sostiene, asegurándonos su presencia poderosa en los signos sacramentales.

Con el don de la fe, de la Palabra, de la capacidad de discernir lo que está bien de lo que está mal, nos atrae hacia él a fin de que, en comunión con él, demos a conocer en el mundo su presencia, que es fuente de vida para todos, sin distinciones entre judíos y griegos.

        Pero tal vez hoy sea más difícil que nunca hacer callar al que se opone a todo esto y nos separa del Señor y délos otros. Quizás la causa resida en que no nos dejamos abrazar por su deseo de recogernos en la unidad -nosotros, seres tan doloridos por las dispersiones interiores, tan fragmentados en nuestras relaciones vitales-.

La oración nos ayuda a volver y a permanecer en el centro de nosotros mismos, en ese lugar donde el Espíritu Santo no cesa de recordarnos el amor del Padre y la ternura del Hijo.

 

ORATIO

Señor, te pedimos, siguiendo la invitación de tu apóstol, que los hermanos y hermanas que viven situaciones de prueba sean capaces de resistir a la tentación del desánimo.

Haz que escuchen tus llamadas y no abandonen la Palabra que han escuchado, la verdad en la que han creído, la justicia que han acogido. Te pedimos en particular, Señor, por los anunciadores del Evangelio: que, siguiendo tu ejemplo, perseveren contra todo opositor, visible o invisible; que sean fieles a tu voluntad, testigos de la verdad que ellos han sido los primeros en recibir como don; que su única preocupación sea que tú seas conocido y amado, alabado y agradecido.

 

CONTEMPLATIO

Dios nos ha otorgado tanta gracia que es nuestro ayudador y nos ha dado buenas armas. Y puesto que él quedó muerto y vencedor en el campo de batalla (muerto fue y, al morir en el leño de la santísima cruz, salió vencedor, y con su muerte nos ha dado la vida), y ha vuelto a la ciudad del Padre eterno con la victoria de su esposa, o sea, de nuestra alma, sigamos, pues, sus vestigios, expulsando el vicio con la virtud; la soberbia con la humildad; la impaciencia con la perfecta humildad y la continencia; la vanagloria con la gloria y el honor de Dios. Que lo que hagamos e ingeniemos sea para gloria, alabanza y honor del nombre de nuestro Jesús.

Hágase una dulce y santa guerra contra estos vicios: y cuanto más miremos al dulce Señor, tanto más animada se verá el alma a emprender mayor guerra (Catalina de Siena, Le lettere, Milán 41987, pp. 439ss [edición española: Obras de santa Catalina de Siena, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1996]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que el Señor nos conforte con su fuerza poderosa» (cf Ef 6,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra presencia es motivo de discordia: algunos la contestan hasta el punto de organizar atentados contra nosotros. Pero los ataques contra nuestra comunidad hacen nuestra presencia todavía más manifiesta. Lo hemos visto claramente después del rapto de los monjes y, más aún, después de su inmolación. La mayor parte de los musulmanes argelinos se ha unido a nosotros en la oración a Dios para que preservase su vida y plegara el corazón de los raptores. Más tarde, tras el anuncio de su muerte, han vuelto a vivir aún con nosotros la consternación, la condena y la vergüenza que semejante crimen ha suscitado. Las pruebas por las que pasamos, vividas sin espíritu de venganza y abiertos al perdón evangélico, asumen un papel en las obras de la reconciliación y de la paz. «... Hemos tenido que permanecer firmes en nuestro rechazo a dejarnos identificar con uno u otro campo, permanecer libres para contestar de manera pacífica a las armas y los medios de la violencia y de la exclusión.

Seguir siendo lo que somos en este contexto significa anunciar de modo concreto un evangelio de amor a todos, un evangelio que implica el respeto a la diferencia. ¡Ésta es una auténtica buena noticia! El incremento de la proximidad de nuestros vecinos) su aceptación de lo que somos hacen que acojamos, ciertamente, su propio mensaje. ¡Una felicidad hecha para crecer!» (Hermano Christian, prior de la Trapa de Tibhrine, en H. Teissier, Accanto o un amico, Magnano 1998, pp. 155ss [edición española: Cartas de Argelia, Encuentro, Madrid 2000]).

 

 

Día 28

  Día 28 de octubre, festividad de

san Simón y san Judas

 

El evangelista Lucas califica al apóstol Simón de «zelota» (Lc 6,15), probablemente por el hecho de que formó parte del grupo antirromano de los zelotas. Mateo y Marcos, en cambio, le califican de «cananeo» (Mt 10,4; Mc 3,18). Mateo (10,3) y Marcos (3,18) llaman «Tadeo» al apóstol Judas, mientras que Lucas le llama «Judas el hijo de Santiago» (Le 6,16). Este Judas es el que dirigió a Jesús en la última cena estas palabras: «Señor, ¿cuál es la razón de manifestarte sólo a nosotros y no al mundo?» (Jn 14,22). Una carta, muy breve, del Nuevo Testamento lleva el nombre de este apóstol. La fiesta de los dos santos apóstoles aparece en el calendario de san Jerónimo, del siglo VI, y en Roma empezó a celebrarse a partir del siglo IX.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 2,19-22

Hermanos:

19 ya no sois extranjeros o advenedizos, sino conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios,

20 estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular

21 en quien todo el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un templo consagrado al Señor,

22 y en quien también vosotros vais formando conjuntamente parte de la construcción, hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, morada de Dios.

 

**• Para el apóstol Pablo, el misterio de Cristo y el misterio de la Iglesia están íntimamente conectados.

Cristo es nuestra paz: en él todos, tanto los alejados (los paganos) como los cercanos (los judíos), encuentran el camino de la reconciliación y de la unidad. Ya no hay dos pueblos, sino uno sólo, ya no hay separación entre diferentes, sino unidad entre semejantes. Todo esto es don de Dios Padre, por medio de Cristo el Señor, en el Espíritu Santo.

En este contexto, el apóstol imagina a la Iglesia como un gran edificio, como un templo santo, como la morada de Dios. Los fundamentos de ese edificio, en el que todos habitan y viven como «conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios» (v. 19), son los apóstoles y los profetas. La «piedra angular», sin embargo, es «el mismo Cristo Jesús» (v. 20): él es la clave de bóveda que consolida el conjunto, en él encuentra todo el edificio su compactibilidad y puede crecer de una manera ordenada.

Desde esta perspectiva cristológica, la doctrina eclesiológica de Pablo asume una claridad absolutamente particular. En ella la presencia, el papel y el ministerio de los apóstoles asume toda su importancia. La Iglesia de Cristo, por consiguiente, es una, santa, católica y apostólica: en el sentido de que en ella los apóstoles, por voluntad de Dios y por una opción histórica de Jesús, constituyen el fundamento de la comunidad de los creyentes.

 

Evangelio: Lucas 6,12-16

Sucedió que,

12 por aquellos días, Jesús se retiró al monte para orar y pasó la noche orando a Dios.

13 Al hacerse de día, reunió a sus discípulos, eligió de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles:

14 Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé,

15 A Mateo, Tomás y Santiago, el hijo de Alfeo, Simón llamado Zelota,

16 Judas el hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

 

**• Jesús manifiesta una atención absolutamente particular respecto a los Doce, sus discípulos: primero los elige, después los instituye como colegio (Mc 3,13-19) y, más tarde, los envía en misión (Mt 10,1-15). Así pues, dentro del grupo de sus discípulos, Jesús reserva a los Doce un trato absolutamente especial: a buen seguro en vistas a su misión, que es también especial. Para proceder a esta elección decisiva de su ministerio público, Jesús se prepara -y Lucas lo subraya- pasando toda una noche orando en el monte. Por eso, en la tradición de la Iglesia toda gran decisión se prepara con una intensa y prolongada oración.

Antes de elegirlos, Jesús llama a sus discípulos: la vocación figura siempre en el origen de toda institución o ministerio eclesial. Después de haberlos llamado, Jesús les impone el nombre de «apóstoles». Aunque este título les parece tener color y origen pascual a los especialistas, aquí Lucas lo atribuye ante litteram a los Doce con la intención evidente de expresar la importancia que tiene este colegio en el seno de la Iglesia que Jesús va a fundar.

 

MEDITATIO

La liturgia de hoy nos pone ante la relación entre oración y misión. En primer lugar, es Jesús el que aparece como modelo insustituible. Su ejemplaridad está explicitada por el evangelista Lucas de un modo totalmente evidente, y no sólo en ésta, sino también en muchas otras circunstancias. Permanecer en oración antes de decidir, orar para discernir según el plan de Dios, orar en vistas a las grandes decisiones de la vida, tanto en el ámbito personal como en el comunitario: desde esta perspectiva, no hemos de considerar la oración como un momento separado de la vida, sino como una actitud previa que nos introduce en la experiencia personal y eclesial.

Emprender la misión después de que la comunidad y su responsable se hayan recogido en una prolongada oración significa confiar la misión y su desenlace a aquel que es su primer responsable: el dueño de la viña, el pastor del rebaño, el Señor de su pueblo. Cuando se dice que la oración es vida y que la vida puede ser oración no se hace otra cosa más que confirmar la certeza de que, en una visión de fe, todo sucede por voluntad divina, por la voluntad de Aquel a quien nos confiamos precisamente mediante la oración.

 

ORATIO

El mundo tiene necesidad de ti, Señor: envía a tus apóstoles para que lleguen a los últimos confines de la tierra y proclamen en tu nombre la Buena Noticia de Jesús muerto y resucitado.

El mundo tiene necesidad de ti, Señor: elige también hoy entre nosotros a personas capaces de representarte y de hablar en tu nombre con un extremo valor en cualquier situación de vida.

El mundo tiene necesidad de ti. Señor: no sólo la parte de la humanidad que no te conoce todavía, sino también la que, aun conociéndote, no te reconoce como único Señor y maestro.

El mundo tiene necesidad de ti, Señor: te pedimos con todo el impulso de nuestro corazón que tu Iglesia, de una manera valerosa y humilde, se haga portavoz tuyo y te proclame ante toda la humanidad como el único Señor y Salvador.

 

CONTEMPLATIO

Sí, la esperanza. Si esta virtud no nos sostiene, no es cierta nuestra perseverancia y podremos perdernos por el camino, lo que, por desgracia, hoy es muy fácil. Es fácil renunciar a los ideales de la vida cristiana: primero, porque son difíciles y lejanos; segundo, porque la psicología del hombre moderno está dirigida a la consecución, más aún, al goce de bienes fáciles e inmediatos, de bienes exteriores y sensibles, más que a los interiores y morales; tercero, porque el oportunismo está de moda. El éxito cercano y propio ocupa el sitio de los ideales, obligados a duras resistencia y a antipáticas posiciones. El entusiasmo de la resistencia, del coraje, del sacrificio, es sustituido por el cálculo de la utilidad, la aceptación de la moda, la confianza en la mayoría, la molestia de sostener la parte de una precisa, fuerte e incómoda impopularidad; posiciones psicológicas y otras semejantes que no saben vivir la esperanza.

La esperanza es la conciencia que tiene el cristiano de estar inserto ya desde ahora, mediante la gracia del Espíritu Santo, en un gran plan de salvación, para el que su propia suerte está envuelta por una promesa no ilusoria (Pablo VI).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día esta Palabra: «Jesús eligió entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles» (Le 6,13).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nos desvivimos con frecuencia por disponer dirigentes con la convicción de que es esto sobre todo lo que hace falta para que la cosa funcione, y la cosa sería la Iglesia. Y lo que deberíamos  hacer antes que nada es ser y hacer progresar auténticos «gestos espirituales», como el encuentro con Dios, la conversión al Evangelio, el arrepentimiento, la acción apostólica de cara al prójimo, etc. De bien poco sirve pulir la estructura de un programa o de un trabajo: lo que cuenta es obtener una oración pública o privada que sea una verdadera oración, una metanoia que sea verdaderamente un movimiento de penitencia y de conversión, una comunión que sea una verdadera intimidad, una fe que sea una convicción decisiva.

Sin embargo, son demasiados los que se desviven detrás de una pastoral de las cosas, donde los hombres, valgan mucho o poco, sirven sólo para llenar la casilla que se les ha predispuesto, como si su tarea fuera sólo la de mantener en pie un sistema ajustado de cosas y, si es posible, hacerlo prosperar. Así, dentro de ciertos programas óptimamente pulidos de «religión» falta precisamente lo que es el acto religioso, el gesto espiritual. Es evidente que, en un ambiente semejante, los cristianos deben encontrar muchas dificultades para nacer. Por tanto, en primer lugar, se debe buscar y suscitar el «movimiento espiritual» del hombre, un acto que sea propio de alguien, que se comprometa con toda su espiritualidad y tal que el Espíritu Santo pueda colaborar en él (Yves-Marie Congar).

 

 

Día 29

 Sábado XXX semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Filipenses 1,18b-26

Hermanos: Al fin y al cabo, hipócrita o sinceramente, Cristo es anunciado, y esto me llena de alegría. Y continuaré alegrándome,

19 porque sé que gracias a vuestras oraciones y a la asistencia del Espíritu de Jesucristo, esto contribuirá a mi salvación.

20 Así lo espero ardientemente con la certeza de que no he de quedar en modo alguno defraudado, sino que con toda seguridad, ahora como siempre, tanto si vivo como si muero, Cristo manifestará en mi cuerpo su gloria.

21 Porque para mí la vida es Cristo y morir significa una ganancia.

22 Pero si continuar viviendo en este mundo va a suponer un trabajo provechoso, no sabría qué elegir.

23 Me siento como forzado por ambas partes: por una, deseo la muerte para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor;

24 por otra, seguir viviendo en este mundo es más necesario para vosotros.

25 Persuadido de esto último, presiento que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para provecho y alegría de vuestra fe.

26 Así, cuando vaya a veros otra vez, vuestro orgullo .de ser cristianos será mayor gracias a mí.

 

*+• Pablo es informado en la cárcel de que muchos cristianos anuncian la Palabra de Dios (cf. Flp 1,14ss).

Algunos lo hacen por envidia y desacreditando al apóstol (w. 15a. 17), pero esto le duele menos que lo que le alegra la predicación del Evangelio, que es lo que cuenta de verdad (v. 18b). El Espíritu del Señor y la oración de los fieles de Filipos le sostienen y le confirman en la viva esperanza de que esas situaciones dolorosas no serán para él ocasión de decepción, sino de salvación (w. 19-20a), ya que cree firmemente que Cristo recibirá gloria tanto en el caso de que él siga vivo y continúe la evangelización como si muere (v. 20b).

Por otra parte, Pablo considera la muerte como la ganancia suprema, porque le introduce en la plena comunión con Cristo, que ya desde ahora es su vida (v. 21; cf. Jn 14). De ahí que el apóstol se sienta como tenso entre dos realidades que le atraen y motivan profundamente: el deseo de la unión total con Cristo, sólo posible después de la muerte, y la constatada necesidad de su presencia y de su palabra en las comunidades cristianas (w. 22-24). Si bien Pablo, por su parte, optaría por la primera posibilidad (v. 23b), considera, sin embargo, más probable que se realice la segunda. La fe de los filipenses recibirá así un nuevo impulso y crecerá su alegría gracias a la presencia del amado apóstol, cuya visita será para los filipenses un motivo para gloriarse de la comunión que les ha sido dada en Cristo (w. 25ss).

 

Evangelio: Lucas 14,1-7-11

1 Un sábado entró Jesús a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos y la gente le observaba.

7 Al observar cómo los invitados escogían los mejores puestos, les hizo esta recomendación:

8 -Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el lugar de preferencia, no sea que haya otro invitado más importante que tú

9 y venga el que te invitó a ti y al otro y te diga: «Cédele a éste tu sitio», y entonces tengas que ir todo avergonzado a ocupar el último lugar.

10 Más bien, cuando te inviten, ponte en el lugar menos importante; así, cuando venga quien te invitó, te dirá: «Amigo, sube más arriba», lo cual será un honor para ti ante todos los demás invitados.

11 Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

*+• Jesús toma pie en la vida cotidiana, con las ocupaciones que la caracterizan y con los acontecimientos que marcan su curso, para hacer comprender unas verdades que abren, a quienes las acogen, los horizontes de la «vida nueva» de los hijos de Dios. Así ocurre cuando, habiendo sido invitado a casa de un jefe fariseo (cf. Le 14,1), nota el afán que anima a los invitados por ocupar los primeros puestos (v. 7).

El relato-parábola propuesto por Jesús (w. 8-10) es una enseñanza de buena educación, de respeto de las precedencias según la escala social. Quien ocupa un puesto que no le corresponde se expone al ridículo y a la vergüenza (w. 8ss): la ambición, alterando el justo concepto de sí mismo, es un obstáculo para las relaciones con los otros. En cambio, el que no presume de ser digno de honores particulares puede encontrarse con la sorpresa feliz de recibir atenciones imprevistas por parte del señor de la casa (v. 10). El don de Dios es gratuito y no consecuencia matemática de méritos humanos, y Jesús advierte que deben recordarlo los que ambicionan recibir reconocimientos y gratificaciones. La humildad, es decir, la confianza total puesta en Dios y en su amor, es la condición que permite recibir la gloria y el honor que concede el mismo Dios (cf. 1,46-48.52; Sal 21,6-8), que consisten en estar unidos a él en la obra de salvación (cf. Le 22,28-30; Me 10,35-40).

 

MEDITATIO

La Palabra del Señor nos invita hoy a llegar a ser conscientes de nosotros mismos, a formarnos una conciencia realista, que nos haga ver el puesto que ocupamos, la responsabilidad que se nos ha confiado, la tarea que, congruentemente, estamos llamados a desarrollar.

El presuntuoso, que suele mirarse en un espejo que dilata las proporciones, viene a situarse con facilidad «fuera de su sitio», en situaciones desagradables, cuando no deletéreas, para él mismo y para los que están cerca.

¡Qué provechoso, en cambio, es estar en el sitio que nos corresponde! Fuera de las lógicas de los que aspiran a hacer carrera, lejos de los delirios de protagonismo -tan en boga en nuestros días-, se experimenta que la humildad auténtica no es una mal soportada reducción de nuestras propias cualidades, sino, más bien, un ponerlas al servicio de los otros con generosidad, sin autoexaltaciones.

Hoy siento que se me dirige una pregunta: ¿Qué es lo que estás buscando? Si busco un puesto bien vistoso, si busco el predominio sobre los otros, corro el riesgo de verme catapultado al final de la fila: construyo mi historia sobre la nada. Si busco el crecimiento del bien y la promoción de los demás, entonces -como Pablo- aprendo a celebrar todo aquello que pueda ayudarles, aunque suponga un sacrificio para mí. ¿Qué es lo que estoy buscando?

 

ORATIO

¿Cuál es hoy mi sitio, Señor? ¿Cómo puedo orientarme en las decisiones importantes, esas que expresan de modo claro mi identidad de hombre o mujer creyente?

El mundo me sacude a derecha e izquierda: con mil enseñas brillantes me atrae a sus redes, imponiéndome torrar posición. Cada una compite para hacerse con mi atención, con mi tiempo, con mi consentimiento, con mi inteligencia, con mis brazos, con mis votos y, sobre todo, con un pedazo de mi cartera... Con sonrisas amistosas, la vida de hoy me invita con los brazos abiertos a que me acomode en su banquete, hasta tal punto que es casi imposible sustraerse, hacer valer lo que más cuenta: el bien último, mi salvación y la de mis hermanos. Es más fácil desvincularse de la presa y buscar soluciones de pequeño cabotaje, volar bajo, buscar el compromiso, contentarse con vivir al día. O, incluso, tomar partido de una vez por todas: es mejor un beneficio egoísta inmediato que esperar hasta quién sabe cuándo, que ilusionarse con que un día alguien salga afuera y me diga: «¡Amigo, pasa más adelante! ¡Tú mereces más: eres una persona valiosa!».

¡Pero tu Palabra no deja escapatoria! Me inquieta, me ilumina, me infunde ánimo. Me impone vigorosamente confrontarme con la verdad de mí mismo -y con la Verdad que eres tú, oh Señor-. Me llama a la humildad (que no es autodenigración), me presenta la promoción de los hermanos, me ensancha los horizontes hasta los confines escatológicos. Gracias, Señor, por esta luz que no disminuye. Permanece siempre cerca y llévame de la mano a ocupar mi sitio.

 

CONTEMPLATIO

No es lícito ni es conforme con una inteligencia racional que aquellos que aman a Dios prefieran los males a los bienes. Ahora bien, si algunos de ellos se han visto arrastrados allí a la fuerza con el pueblo, nosotros consideramos que lo han sido no por su propia deliberación, sino inducidos por las circunstancias, para la salvación de aquellos que tenían necesidad de ser llevados de la mano: por eso han dejado la Palabra más elevada del conocimiento y han llegado a la enseñanza relacionada con las pasiones. Por ese motivo juzgaba el gran apóstol que era más útil permaneciendo en la carne, esto es, en la enseñanza moral, en favor de los discípulos, aunque deseaba plenamente liberarse de la enseñanza moral y estar con Dios, mediante la contemplación simple y ultraterrena del intelecto (Máximo el Confesor, «Duecento Capitoli, II Centuria, 49», en La filocalia, Turín 1983, II, 149 [edición catalana: Centúries sobre l'amor, Proa, Barcelona 2000]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

A los ojos del judaísmo, toda alma humana es un elemento al servicio de la creación de Dios llamada a ser, en virtud de la acción del hombre, Reino de Dios; de ahí que a ningún alma le haya sido fijado un fin interno a sí misma, en su propia salvación individual. Es cierto que cada uno debe conocerse, purificarse, llegar a la plenitud, pero no en beneficio de sí mismo, no en beneficio de su felicidad terrena o de su bienaventuranza celestial, sino en vistas a la obra que debe realizar sobre el mundo de Dios. Es preciso olvidarse de uno mismo y pensar en el mundo. El rabí Bunam vio en cierto sentido la historia del género humano en camino hacia la liberación como un acontecimiento que se desarrolla entre estos dos tipos de hombres: el orgulloso, que, tal vez bajo la apariencia más noble, piensa en sí mismo, y el humilde, que en todas las cosas piensa en el mundo.

Sólo cuando cede a la humildad es redimido el orgulloso, y sólo cuando éste es redimido puede ser redimido, a su vez, el mundo. Y el mayor de los discípulos del rabí Bunam, ese que, entre todoilos zaddik, fue el personaje trágico por excelencia, el rabí Mendel de Kozk, dijo una vez a la comunidad reunida: «¿Qué es lo que os pido a cada uno? Sólo tres cosas: no mirar de reojo fuera de uno mismo, no mirar de reojo dentro de los otros, no pensar en uno mismo». Lo que significa: primero, que cada uno debe vigilar y santificar su propia alma en el mundo y en el lugar que le es propio, sin envidiar el modo ni el lugar de los otros; segundo, que cada uno debe respetar el misterio del alma de su semejante y abstenerse de penetrar en él con una indiscreción desvergonzada y con la intención de utilizarlo para sus propios fines; tercero, que cada uno debe abstenerse, en la vida consigo mismo y en la vida con los otros, de tomarse a sí mismo como fin (M. Buber, // cammino dell'uomo, Magnano 1990, pp. 53-56, passim).

 

 

Día 30

 XXXI domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Sabiduría 11,22-12,2

Señor,

11,22 el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra.

23 Tú tienes compasión de todos, porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.

24 Porque amas todo cuanto existe y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado.

25 ¿Cómo subsistiría algo si tú no lo quisieras? ¿Cómo permanecería si tú no lo hubieras creado?

26 Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque todas son tuyas, Señor, amigo de la vida.

12,1 Pues tu soplo incorruptible está en todas las cosas.

2 Por eso corriges poco a poco a los que caen, los amonestas y les recuerdas su pecado, para que se aparten del mal y crean en ti, Señor.

 

**• En el interior del primer díptico, que representa el Éxodo como historia de la salvación e historia de condena simultáneamente, el autor del libro de la Sabiduría encuentra un espacio para esbozar el rostro de Dios, «amigo de la vida» (11,26). Resulta sorprendente que este particular no haya sido insertado en la tabla del díptico que habla de la salvación de Israel, sino en la que representa la condena de los egipcios. Si éstos adoraban a los animales como dioses, YHWH, casi respetando la ley del contrapaso, ha enviado contra ellos pequeños bichos para que les piquen y les molesten (11,15ss; cf Ex 8,1-2.13-14.20 y 10,12-15). El autor se pregunta la razón de que envíe estos pequeños animalitos y no leones, osos o dragones, que los hubieran devorado de un solo bocado (11,17-19). ¿Por qué Dios no ha acabado de inmediato la partida con Egipto? La respuesta es que a Dios le gusta perder tiempo con el pecador, ronda a su alrededor con su pedagogía, le hace sentir el escozor y la molestia del pecado, en vistas a engendrar en él el arrepentimiento y el deseo de emprender una vida más bella.

Para el sabio israelita, el hecho de que haya también otras naciones que siguen los pasos del pueblo elegido es síntoma de la bondad infinita de Dios. Hubiera podido barrerlas como granos de arena, pero Dios, «el señor de la fuerza, juzga con mansedumbre y gobierna con indulgencia» (12,18). Su verdadera justicia consiste en encontrar una estrategia que le permita al pecador seguir en vida, mientras sea posible. Por consiguiente, si los enemigos de Israel todavía subsisten, es porque Dios es demasiado bueno y tiene también compasión de ellos. La reflexión sapiencial sobre los hechos del Éxodo le permite a Israel salir de su particularismo y darse cuenta de que el amor de Dios se extiende a todas las criaturas. ¿Se puede criticar esta justicia divina?

 

Segunda lectura: 2 Tesalonicenses 1,11-2,2

Hermanos:

11 Por eso oramos sin cesar por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de su llamada y con su poder lleve a término todo buen propósito o acción inspirados por la fe.

12 Así, el nombre de nuestro Señor Jesucristo será glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y de Jesucristo, el Señor.

21 Sobre la venida de nuestro Señor Jesucristo y el momento de nuestra reunión con él,

22 os rogamos, hermanos, que no os alarméis por revelaciones, rumores o supuestas cartas nuestras en las que se diga que el día del Señor es inminente.

 

**• El fragmento contiene una oración (1,11 ss) y un ruego dirigido a los tesalonicenses (2,lss). La primera concluye la parte de la acción de gracias; la segunda abre la explicación del apóstol, contenida en la parte central de la carta.

Pablo ora para que, también en las fatigas y en las tribulaciones, pueda responder la Iglesia de Tesalónica a la llamada que le ha sido dirigida por medio de un apóstol y que Dios le renueva día a día. La comunidad está invitada a vivir en el orden concreto su pertenencia al señorío de Jesucristo y a traducir su fe en gestos animosos. Ya desde las primeras líneas de su carta, Pablo invita a los tesalonicenses a no huir de las fatigas del presente, por angosto y difícil que sea, y a no dejarse vencer por la tentación de evadirse fuera del tiempo, reclamando como inminente la venida del día del Señor.

El nombre del Señor Jesús, que en el presente les procura molestias y penalizaciones, será glorificado sólo si el cristiano lo acepta como propio. La «glorificación del nombre» pasa por la cruz de la prueba y por tomar opciones de vida que cuestan. En la oración pide que sea Dios el que favorezca la plena asimilación entre Cristo y el cristiano. Gracias a la complacencia de Dios, el deseo de bien que nace en el corazón del hombre produce frutos buenos, también gracias a Dios se traduce la fe en testimonio del Evangelio. El apóstol sabe bien que, sin la gracia de Dios, el camino de la comunidad de Tesalónica no llegará lejos.

Una comunidad tan joven, en la que Pablo sólo pudo pasar un breve tiempo, está expuesta además a la persecución y a las falsas doctrinas sobre el inminente retorno del Señor. La fuer/a y la fascinación que ciertos discursos ejercen sobre los miembros de la comunidad son tan grandes que les hacen perder la cordura. Los instrumentos de persuasión son también múltiples: inspiración, discursos y cartas atribuidas falsamente a la autoridad del apóstol. Respecto a la parusía y a la reunión con Jesucristo, Pablo se ve obligado a repetir la enseñanza de la primera carta que envió a los cristianos de Tesalónica y a completarla a lo largo de esta segunda misiva.

 

Evangelio: Lucas 19,1-10

En aquel tiempo,

1 Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.

2 Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico,

3 que quería conocer a Jesús. Pero, como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío.

4 Así que echó a correr hacia adelante y se subió a una higuera para verlo, porque iba a pasar por allí.

5 Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo: -Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

6 Él bajó a toda prisa y lo recibió muy contento.

7 Al ver esto, todos murmuraban y decían: -Se ha alojado en casa de un pecador.

8 Pero Zaqueo se puso en pie ante el Señor y le dijo: -Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más.

9 Jesús le dijo; -Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán.

10 Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

 

**• El Salvador, llegado al final de su éxodo, obtiene la más sensacional de las victorias en la ciudad de Jericó, que es, desde siempre, símbolo de conquista prodigiosa» de victoria, puerta de acceso a la tierra prometida (cf- Jos 6,1-21). Si Josué asistió a la caída de los muros de aquella ciudad, Jesús nos habla de lo difícil que resulta la entrada de un rico en el Reino: «Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios» (Lc 18,25). Esta página le sirve a Lucas para declarar ahora la derrota del imperio de Mammón (16,13), contra el cual lucha Jesús a lo largo de todo su evangelio, y de modo particular en la llamada «gran inclusión» (9,51-19,28). La victoria ha obtenido la salvación de un rico, le ha hecho hijo de Abrahán en nombre de la gratuidad, de la hospitalidad y de la acogida, que recuerdan las prerrogativas del patriarca {cf. Gn 18,1-15)- En Jesús, Dios restituye al hombre la pureza del corazón (Zaqueo significa «puro»), cambia el corazón de piedra por un corazón de carne, hace surgir hijos de Abrahán hasta de las piedras (Lc 3,8).

Gracias a que ha visto a Jesús, el mal considerado Zaqueo verá también a todo Lázaro que esté tumbado en su puerta porque tiene hambre y sed (cf. 16,19-31); verá, a fin de cuentas, el camino concreto para restablecer la justicia (19,8). El jefe de los recaudadores de impuestos, acostumbrado a extorsionar hasta el último céntimo, ha sido rescatado por Jesús y, además, sin pagar nada por haber sido liberado de tantas desgracias (6,24ss). La gratuidad, la amistad, la comunión con el Salvador, le hacen feliz, alegre, abierto, como las puertas de su casa, a la fiesta del perdón. Sin embargo, Lucas repite una vez más el gran interrogante: ¿entrarán los otros, los justos, a celebrar la fiesta con Zaqueo? ¿Aceptarán comer con él los hermanos mayores, querrán estrecharle la mano para congratularse (cf. 15,28)? Si Jesús se sienta a la mesa con publicanos y pecadores, Lucas pide a sus lectores que hagan caer los muros de separación entre los que se consideran justos y los pecadores, entre judíos y paganos, para que se reconozca la universalidad de la salvación en el hoy del encuentro personal con Jesús.

 

MEDITATIO

Acogida. Ésta podría ser la palabra clave de la liturgia de este domingo. Zaqueo es su intérprete. Acoger a Jesús significa para él recibir la salvación de Dios, su amistad y su perdón. Junto con Zaqueo también son artífices de la acogida los tesalonicenses, que han dejado espacio y tiempo al anuncio del Evangelio y que están llamados a preparar el momento de su encuentro con Jesús a través de la fidelidad y la disponibilidad a realizar lo que está bien a los ojos de Dios en un tiempo difícil, en un tiempo en el que sería más conveniente no exponerse con el nombre de cristiano.

Acogida significa, para el libro de la Sabiduría, buscar los caminos para abrirse al diálogo con hombres de diferente origen y cultura, que forman parte de la creación y se encuentran bajo la mirada compasiva de Dios. Su existencia bajo el mismo cielo, querida por el Creador del universo, cancela la distinción entre puro e impuro, entre seres de primera y de segunda categoría, y trae consigo el reconocimiento de una fraternidad universal.

Acogida significa, para nosotros, anular las distancias que nos separan todavía de Jesús. Es demasiado fácil ser espectadores, sentados y sin ser molestados, ante el paso de Jesús. Es mejor bajar y permitir que Jesús nos conozca mejor, entre las paredes de nuestra casa, en las estancias del corazón. Es allí donde nace una relación de amistad y de amor con él, es allí donde nos encontraremos en condiciones de hablarle de nuestra vida. La acogida no es un adorno ni una cuestión de formalidad: es esencial para que nazca una relación cualitativamente diferente con Jesús y con las personas que encontremos. La familiaridad con Jesús nos permite, además, desprendernos de la sed del beneficio, del deseo de riquezas y de las preocupaciones que éstas suscitan (cf. Le 8,14; 10,38-42): «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (12,34). Si estamos en condiciones de acoger a Jesús en nuestra vida cotidiana, con opciones concretas de conversión, podremos salirle al encuentro en la gloria, en el momento de su vuelta como Señor y Juez del universo.

 

ORATIO

Concédenos, Señor Jesús, la misma gloria que experimentó Zaqueo cuando te recibió en su casa.

Concédenos la alegría de tu perdón y de tu amistad.

Concédenos poder dar con alegría nuestras riquezas a los pobres, ser amigos suyos en el cielo y en la tierra.

Concédenos la alegría de acogerte en el pobre, en el extranjero, en el enfermo, en las personas que no conseguimos soportar.

Concédenos un corazón libre y puro, capaz de amar.

Concédenos el tesoro de estar contigo en el Reino del Padre.

 

CONTEMPLATIO

Es cierto que cada uno de nosotros hace bien a su propia alma cada vez que socorre con misericordia las necesidades de los otros. Nuestra beneficencia, por tanto, queridos hermanos, debe ser pronta y fácil, si creemos que cada uno de nosotros se da a sí mismo lo que otorga a los necesitados. Oculta su tesoro en el cielo el que alimenta a Cristo en el pobre. Reconoce en ello la benignidad y la economía de la divina piedad: ha querido que tú estés en la abundancia a fin de que por ti no esté el otro en necesidad y de que por el servicio de tu buena obra liberes al pobre de las necesidades y a ti mismo de la multitud de tus pecados. ¡Oh admirable providencia y bondad del Creador, que ha querido poner en un solo acto la ayuda para dos!

El domingo que viene, por tanto, tendrá lugar la colecta. Exhorto y amonesto a vuestra santidad que os acordéis todos de los pobres y de vosotros mismos y, según las posibilidades de vuestras fuerzas, veáis a Cristo en los necesitados; a Cristo, que tanto nos ha recomendado a los pobres, que nos ha dicho que en ellos vestimos, acogemos y le alimentamos a él mismo (León Magno, Sermones, 6).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (19,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hoy os hablaré de la pobreza. Debemos permanecer fieles, de manera simultánea, al pensamiento mismo de Cristo y a la solicitud concreta de nuestro amor por los que sufren las injusticias y la miseria. Por consiguiente, es a la luz de una comprensión cada vez más profunda del Evangelio, que debemos redescubrir cada día, como debe ir formándose poco a poco en el fondo de nuestro corazón, en nuestros reflejos, en nuestros juicios -en una palabra, en todo nuestro comportamiento-, el verdadero pobrecito de Jesús, tal como él lo desea, tal como él lo quiere. Una pobreza así está llena de alegría y de amor, y debemos esmerarnos en evitar oponer a esta pobreza, que es cosa delicada y divina, una falsificación humana que tal vez tuviera su apariencia, que tal vez pudiera hasta parecer a algunos más «materialmente» auténtica, pero correría el riesgo de resolverse en dureza, en juicios sumarios, en condenas, en desunión, en rupturas de la caridad. Seremos pobres porque el espíritu de Jesús estará en nosotros, porque sabemos que Dios es infinitamente sencillo y pobre de toda posesión y, sobre todo, porque queremos amar como él a los pobres y compartir su condición [….]

Recordad siempre que el amor consuma todo en Dios, que el amor condujo a Cristo a la tierra y que los hombres siempre tienen sed de amor. Si vuestra pobreza no es simplemente un rostro de amor, no es auténticamente divina. Las exigencias de la pobreza no pueden estar por encima de las exigencias de la caridad: desconfiad de las falsificaciones demasiado humanas de la pobreza. La tentación del pobre son la envidia, los celos, la aspereza del deseo, la condena de todos los que poseen más que él (R. Voillaume, Come loro, Cinisello B. 1987, pp. 412ss).

 

 

 

Día 31

 Lunes XXXI semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Filipenses 2,1-4

Hermanos:

1 Si de algo vale una advertencia hecha en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si vivimos unidos en el Espíritu, si tenéis un corazón compasivo,

2 dadme la alegría de tener los mismos sentimientos, compartiendo un mismo amor, viviendo en armonía y sintiendo lo mismo.

3 No hagáis nada por rivalidad o vanagloria; sed, por el contrario, humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos.

4 Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás.

 

*•• Pablo acaba de exhortar a los cristianos de Filipos a comportarse de una manera digna del Evangelio; al mismo tiempo, se ha ofrecido a sí mismo como modelo de resistencia y de lucha contra los adversarios del Evangelio. Ahora, la exhortación apostólica se vertebra de un modo claro e iluminador. El comienzo (v. 1) y el final (v. 4) de esta pequeña unidad literaria se reclaman y se completan mutuamente: en primer lugar aparece una concentración cristológica y, a continuación, una dilatación antropológica. En el centro (w. 2ss), expresa Pablo el derecho a recibir una gratificación personal en calidad de apóstol: «Dadme la alegría de tener los mismos sentimientos, compartiendo un mismo amor, viviendo en armonía y sintiendo lo mismo».

La primera parte de esta lectura (w. lss) se caracteriza por una serie de «si» que, en realidad, expresan no una hipótesis, sino una certeza. Este relieve, de naturaleza literaria, es importante para comprender el pensamiento de Pablo por el hecho de que en su concepción teológica todo lo que es bueno, bello y santo deriva de Cristo y de su misterio pascual, que se dilata, como es obvio, en la mente, en el corazón y en las relaciones interpersonales de los creyentes. La segunda parte de la lectura (v. 3ss) presenta una formulación negativa orientada a otra positiva. El apóstol exhorta a extirpar del tejido conectivo de la comunidad creyente toda «rivalidad o vanagloria», y recomienda: «Sed, por el contrario, humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos. Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás».

 

Evangelio: Lucas 14,12-14

En aquel tiempo,

12 dijo Jesús al jefe de los fariseos que le había invitado: -Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te inviten a ti y con ello quedes ya pagado.

13 Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados y a los ciegos.

14 ¡Dichoso tú si no pueden pagarte! Recibirás tu recompensa cuando los justos resuciten.

 

*•• En el marco de una invitación a comer, después de haber curado a un hidrópico en sábado y de haber propuesto una parábola, Jesús dirige ahora una serie de advertencias al jefe de los fariseos que le había invitado.

Se trata de una de esas afirmaciones de Jesús que nacen de la experiencia, de la vivencia inmediata, observada con extrema atención, interpretada de manera simbólica y trasladada al ámbito religioso. Las dos partes de este breve texto evangélico se corresponden perfectamente: el paralelismo antitético facilita su comprensión («Cuando des una comida... Más bien, cuando des un banquete...»: w. 12.13).

La enseñanza de Jesús está muy clara y, para que pueda incidir en la sensibilidad de sus destinatarios, la confía en dos «situaciones de vida» que, para un jefe de los fariseos, debían ser habituales. Por un lado, Jesús pone en guardia contra actitudes sólo aparentemente generosas, aunque, en realidad, son interesadas, egoístas y productivas. Este modo de proceder, según Jesús, no sólo traiciona un ánimo mezquino, sino que termina por comprometer también las relaciones interpersonales.

La situación contraria que presenta Jesús se presta, en cambio, a una invitación exquisitamente evangélica, que nos conduce al corazón de la enseñanza de Jesús: la opción de privilegiar a los pobres, a los lisiados, a los cojos y ciegos, exactamente a ésos a quienes el Señor ama más que a cualquier otro y entre los que difunde su benevolencia. Se trata del mensaje de las bienaventuranzas (Le 6,20-26), que todos conocemos bien. La bienaventuranza y la promesa del v. 14 completan de modo admirable la enseñanza de Jesús.

 

MEDITATIO

Hasta en el gesto, aparentemente magnánimo, de quien distribuye a los invitados para la comida o la cena se puede esconder un sentimiento de egoísmo, a saber: cuando la elección de los invitados está sugerida sólo por motivos de obligación, de conveniencia social, de mera simpatía o de interés. Es obvio que el tema sugerido por la lectura evangélica -que encuentra también cierta resonancia en el final de la primera lectura- es el de la gratuidad, acompañado y reforzado por la «opción preferencial por los pobres», que no es un descubrimiento de los cristianos de hoy, sino la quintaesencia del Evangelio. Con todo, es menester liberar este término de un significado puramente material, como quizás estemos inclinados a hacer hoy, dada nuestra sensibilidad al valor económico de nuestras acciones y nuestros gestos: todo lo que hacemos, todo lo que producimos, no puede dejar de tener -incluso debe tener- un valor económico. Sin embargo, Jesús quiere educarnos para que procedamos a una evaluación también espiritual, es decir, integral y más completa, de nuestras acciones y de nuestras opciones.

Así, gratuidad significa e implica prestar más atención a los otros que a nosotros mismos, reconocer en los otros un valor objetivo, porque cada uno lleva en su propio ser la imagen y la semejanza de Dios, de ahí que sea, por sí mismo, digno de atención, de estima y de amor.

Comprendemos así el sentido de la bienaventuranza que proclama Jesús al final de este texto evangélico y, sobre todo, la promesa de una recompensa que, según la lógica de Dios, nos será asegurada «cuando los justos resuciten».

 

ORATIO

Oh Señor Jesús, tú buscaste a los pobres y a los hambrientos y me dices: «Comparte con ellos tu abundancia, y ellos creerán que yo soy el Pan de la vida».

Oh Señor Jesús, tú invitaste a tu mesa a los oprimidos y a los perseguidos y me dices: «Lucha por su libertad, y ellos creerán que yo soy la Luz del mundo».

Oh Señor Jesús, tú has llamado a las víctimas de muchas y diferentes violencias y me dices: «Denuncia con valor todo mal, y ellos creerán que yo soy la Verdad».

Oh Señor Jesús, tú acogiste en tu redil a las ovejas que estaban dispersas y me dices: «Abandona tu aspecto perfeccionista, y ellos creerán que yo soy el buen Pastor».

Así serás pobre, apacible, misericordioso, limpio de corazón, obrador de la paz, amante de la justicia. En una palabra, ¡serás bienaventurado!

 

CONTEMPLATIO

Está también el reproche del Señor a los escribas. Les reprocha su dureza cuando les dice: «Entended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios"» (Mt 9,13).

Tanto los escribas como los fariseos estaban persuadidos de que podían quitarse los pecados de encima con los sacrificios prescritos por la Ley. Por eso el Señor da preferencia a la misericordia sobre el sacrificio: para demostrar con claridad que los delitos de todo tipo de pecado pueden ser cancelados no en virtud de los sacrificios de la Ley, sino en virtud de las obras de misericordia. Análoga es la invitación que el Señor dirige a los fariseos en otro pasaje, cuando los apostrofa con estas palabras: «Pues dad limosna de vuestro interior, y todo lo tendréis limpio» (Le 11,41). Éste es, por consiguiente, el sentido de la expresión «misericordia quiero y no sacrificios». Tanto es así que continúa: «En efecto, no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Cromacio de Aquileya).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás» (Flp 2,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Uno de los encuentros más interesantes de la madre Teresa de Calcuta fue el que mantuvo con el emperador etíope Hailé Selassié pocos meses antes del golpe de Estado que acabaría por deponerle. La pequeña hermana estaba avisada de que no debía hacerse demasiadas ilusiones, dado que ya eran muchas las organizaciones religiosas y sociales que habían intentado inútilmente trabajar en Etiopía, y no tardó mucho en comprender que la decisión correspondía al emperador y sólo a él. La audiencia estuvo precedida por una conversación con el chambelán de palacio, que se desarrolló en estos términos: «¿Qué es lo que espera de nuestro gobierno?» «Nada -respondió la madre Teresa-; he venido sólo a ofrecer a mis hermanas para que trabajen entre los pobres y los que sufren.» «¿Qué harán las hermanas?» «Nos entregaremos con todo lo que somos a servir a los más pobres entre los pobres.» «¿De qué títulos disponen?» «Intentamos entregar amor y compasión a aquellos que no son amados ni deseados.» «Veo que su enfoque es completamente distinto. Usted predica a la gente, ¿intenta acaso convertirla?» «Nuestros actos de amor hablan al pobre que sufre del amor que Dios siente por él».

Cuando, finalmente, la madre Teresa fue conducida a la presencia del emperador, le esperaba una sorpresa. Selassié pronunció unas pocas palabras: «He oído hablar de su trabajo. Me hace muy feliz que esté aquí. Sí, que sus hermanas vengan también a Etiopía».