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LECTIO DIVINA FEBRERO DE 2017

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-

Día 1

Miércoles 4ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 12,4-7.11-15

Hermanos:

4 No habéis llegado todavía a derramar la sangre en vuestro combate contra el pecado

5 y, además, habéis olvidado aquella exhortación que se os dirige como a hijos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor ni te desalientes cuando él te reprenda,

6 porque el Señor corrige a quien ama y castiga a aquel a quien recibe como hijo.

7 Dios os trata como a hijos y os hace soportar todo esto para que aprendáis. Pues ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija?

11 Es cierto que toda corrección, en el momento en que se recibe, es más un motivo de pena que de alegría, pero después aporta a los que la han sufrido frutos de paz y salvación.

12 Robusteced, pues, vuestras manos decaídas y vuestras rodillas vacilantes

13 y caminad por sendas llanas, a fin de que el pie cojo no vuelva a dislocarse, sino que, más bien, pueda curarse.

14 Fomentad la paz con todos y la santidad, sin la cual ninguno verá al Señor.

15 Cuidad que nadie quede privado de la gracia de Dios. Que ninguna planta venenosa crezca entre vosotros, os dañe y contamine a toda una multitud.

 

**• El autor de la carta no pierde de vista el fin que se había propuesto: animar a los destinatarios de su escrito. Ahora, tras haber ilustrado la dimensión teológica del problema del sufrimiento, pasa a tratarlo en su aspecto más inmediato, que es el pedagógico. Efectivamente, la prueba puede parecer dura, pesada, pero hay una clave que permite leerla de una manera positiva: sólo es fruto del amor. Si el Señor, en efecto, nos castiga, lo hace sólo para hacernos crecer en la dimensión filial.

Jesús ha venido expresamente a hablarnos del corazón de Dios, a revelarnos su rostro de Padre. Él no actúa nunca respecto a nosotros sino como Padre bueno; por eso, también la corrección no es otra cosa que una intervención educativa por su parte, signo de un amor particular que se inclina sobre quienes se muestran vacilantes para hacerlos firmes y fuertes. En efecto, sólo quien ama de verdad tiene el valor necesario para intervenir también haciendo sufrir con tal de alcanzar el verdadero bien del otro. El sufrimiento momentáneo es sólo preludio de una mayor alegría, por eso los cristianos deben proseguir, valerosamente, su vida de fe buscando la paz, la santificación. ¡Ay! si en la tierra buena arraiga alguna planta venenosa. Hay una única simiente que puede -más aún, debe- sepultarse en la tierra para no quedarse sola. El grano de trigo está llamado a convertirse en pan de vida para todos.

 

Evangelio: Marcos 6,1-6

En aquel tiempo, Jesús

1 salió de allí y fue a su pueblo, acompañado de sus discípulos.

2 Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga. La muchedumbre que lo escuchaba estaba admirada y decía: -¿De dónde le viene a éste todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por él?

3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí entre nosotros? Y los tenía escandalizados.

4 Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su tierra, entre sus parientes y en su casa.

5 Y no pudo hacer allí ningún milagro. Tan sólo curó a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.

6 Y estaba sorprendido de su falta de fe.

 

^ El fragmento se abre y se cierra con dos indicaciones de asombro en sentido opuesto (w. 2b.6a). Jesús, que ha vuelto a Nazaret -su patria- con sus discípulos, entra en la sinagoga que ya conocía y enseña en ella. Su figura, dotada de autoridad, y su sabiduría suscitan una escucha que se convierte pronto en abierta hostilidad.

Sus paisanos no consiguen explicarse el misterio que le rodea: «¿De dónde le viene a éste todo esto?» (y. 2). Hay algo que no cuadra con el esquema habitual de lo que conocían de él, «el carpintero», «el hijo de María», del que conocían -o creían conocer- todo. En verdad, este conocimiento según la carne no ayuda para nada (2 Cor 5,16). Así pues, en vez de abrirse a la novedad de que Jesús es portador se apodera de los habitantes de Nazaret una actitud de rechazo y de oposición.

Nadie es profeta en su tierra. ¡Quién sabría mejor que Jesús que su gente no le recibiría? Y, sin embargo, también él queda dolorosamente sorprendido y asombrado por la dureza de corazón que se cierra ante el don de Dios. Precisamente su carne -caro cardo salutis, como dice Tertuliano- es la revelación desconcertante de Dios, la expresión más grande y plena de aquel amor que le llevó a no avergonzarse de llamarse hermano nuestro (Heb 2,11).

 

MEDITATIO

Oímos con frecuencia que otros, o nosotros mismos, pasan por pruebas que consideramos incomprensibles y hasta absurdas. El misterio del sufrimiento llama entonces, inquietante, a la puerta de nuestro corazón. Hoy la Palabra de Dios nos ayuda a no sucumbir bajo el peso de la prueba. No nos ofrece una explicación de los casos particulares, sino que nos invita a recuperar esa actitud filial que nos permite reconocer también la mano de Dios, que es sobre todo padre, en el momento del dolor.

El hombre ha sido constituido tal por el misterio de su libertad. Dios no nos quita ya su don, sino que nos ayuda a nosotros, sus criaturas, a crecer en una actitud de confianza y de abandono en él, aun cuando esta rendición incondicionada pueda costamos sudar sangre.

Tampoco Jesús, el Hijo amado, santo e inocente fue dispensado. «Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó» (Is 53,5).

No hay prueba, por dolorosa que sea, que no nos permita fijar la mirada en él, a fin de encontrar en sus lágrimas de compasión la certeza de que el sufrimiento, el dolor y la prueba no son una maldición, sino el camino que el Amor mismo nos hace tomar para llevar a todos y todo hacia su abrazo sin fin. No se nos ha dado comprender.

Dios es Dios y frente a él, frente a sus vías misteriosas, sólo es posible el silencio de la adoración y de la fe, y es que el escándalo más grande para nuestro corazón consiste precisamente en constatar que el dolor no ha sido suprimido, sino que Dios mismo ha venido a nosotros pobre, insignificante, a derramar sus lágrimas humanas de Hijo.

 

ORATIO

Oh Dios, que no dispensas de la prueba a los que amas, concédenos humildad y fe frente a cuanto dispongas para nosotros. Haz que el sufrimiento no nos sirva de escándalo, sino que sepamos reconocer en él el medio con el que nos corriges como hijos y nos educas, misteriosamente, para un amor más grande. Abre los oídos de nuestro corazón a fin de que tampoco tu silencio nos sirva de motivo para dudar de tu proximidad, sino que aprendamos a oír en él la única Palabra que nos vienes diciendo desde siempre.

Enséñanos, sobre todo, a mantener fija la mirada en Jesús, tu Hijo amado, para que nuestra admiración por lo que ha hecho y dicho nos haga todavía más conscientes de que tú has amado tanto al mundo que le enviaste entre nosotros en su carne santa para asumir toda nuestra debilidad. Convierte nuestros corazones para que no seamos desagradecidos y rebeldes, sino hijos dóciles a los que puedas levantar hasta tu mejilla de Padre tiernísimo.

 

CONTEMPLATIO

Qué pocos son, oh Señor, los que quieren ir detrás de ti; sin embargo, cuántos son los que quieren llegar a ti. Todos desean reinar contigo, pero no sufrir contigo. El que procede guiado por el Espíritu Santo no permanece constantemente en el mismo estado ni progresa siempre con la misma facilidad. Me parece que, si prestáis atención, vuestra experiencia interior confirmará cuanto voy a decir.

Si te sientes presa de la angustia o del disgusto, no debes perder la confianza a pesar de ello; más bien, debes buscar la mano de Aquel que es tu ayuda. Implórale hasta el momento en que, atraído por la gracia, vuelvas a encontrar la rapidez y la alegría de tu carrera. Entonces podrás decir: «Corro por la vía de tus mandamientos, porque me has ensanchado el corazón» (Sal 118,32). Así pues, cuando esté presente la gracia, alégrate de ello, pero no como si estuvieras completamente seguro, como si no debieras perderla nunca. De lo contrario, sólo con que Dios aleje un poco su mano y te retire su don perderás el ánimo y caerás en una tristeza excesiva, más de la que puedes soportar.

Así, en el día en que te sientes fuerte, no te acomodes en un estado de seguridad, sino grita a Dios con el Profeta: «Cuando declinen mis fuerzas, no me abandones» (Sal 70,9). En el momento de la prueba, consuélate y repítete a ti mismo para recobrar el ánimo: «Atráeme en pos de ti, Señor; correremos al aroma de tus perfumes» (Cant 1,3). Así no disminuirá en ti la esperanza en el momento de la desventura, ni la prudencia en el día de la alegría. Bendecirás al Señor en todo tiempo y así encontrarás la paz en el centro de un mundo vacilante, una paz inquebrantable, por así decirlo; empezarás a renovarte y a reformarte a imagen y semejanza de un Dios cuya serenidad dura por toda la eternidad (Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los cantares, XXI).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios » (Sal 102,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Oh, si comprendiéramos de una vez lo que dice la Escritura; a saber, que «contra su deseo humilla y aflige a los hijos del hombre» (Lam 3,33), que, frente a la desventura de su pueblo, su corazón se conmueve por dentro y, en su interior, se estremece de compasión (cf. Os 11,8), entonces sería muy diferente nuestra reacción y exclamaríamos más bien: «Perdónanos, Padre, si con nuestro pecado te hemos obligado a tratar tan duramente a tu Hijo amado. Perdónanos si ahora te obligamos a afligirnos también a nosotros para poder salvarnos, mientras que tú sólo querías dar «cosas buenas» a tus hijos.

Cuando yo era un muchacho, desobedecí una vez a mi padre yendo, descalzo, a un lugar donde él me había recomendado no ir. Un grueso trozo de vidrio me hirió la planta del pie. Era durante la guerra y mi pobre padre tuvo que hacer frente a no pocos riesgos para llevarme al médico militar aliado más próximo. Mientras éste me extraía el vidrio y me curaba la herida, veía a mi padre retorcerse las manos y volver la cara hacia la pared para no ver. ¿Qué hijo hubiera sido yo si, al volver a casa, le hubiera echado en cara haberme dejado sufrir de aquel modo, sin hacer nada? Sin embargo, eso es lo que hacemos nosotros, la mayoría de las veces, con Dios.

La verdad es, por consiguiente, otra. Somos nosotros quienes hacemos sufrir a Dios, no él quien nos hace sufrir. Pero nosotros le hemos dado la vuelta a esta verdad, hasta el punto de preguntarnos, después de cada nueva calamidad: «¿Dónde está Dios? ¿Cómo puede permitir todo esto?». Es verdad, Dios podría salvarnos también sin la cruz, pero sería una cosa completamente diferente y él sabe que algún día nos avergonzaríamos de haber sido salvados de este modo, pasivamente, sin haber podido colaboraren nada a nuestra felicidad (R. Cantalamessa, llpotere della croce, Milán 1999, pp. 33ss [edición española: La fuerza de la cruz, Monte Carmelo, Burgos 2001 ]).

 

 

 

Día 2

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO Y PURIFICACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

        Esta celebración, a la que sería más propio llamar «fiesta del encuentro» (del griego Hypapánte), se desarrollaba ya en Jerusalén en el siglo IV. Con Justiniano, en el año 534, se volvió obligatoria en Constantinopla, y con el papa Sergio I, de origen oriental, también en Occidente, con una procesión a la basílica de Santa María la Mayor que se celebraba en Roma. La bendición de las candelas (de donde proviene la denominación de «candelaria») se remonta al siglo X. Celebra el episodio que narra san Lucas. Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, a los 40 días del parto, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor y así cumplir su santa Ley. En el templo les salió al encuentro el anciano Simeón, hombre justo y que esperaba la consolación de Israel. El anciano anunció a María su participación en la Pasión de su Hijo, y proclamó a éste "luz para alumbrar a las naciones". De ahí que los fieles, en la liturgia de hoy, salgan al encuentro del Señor con velas en sus manos y aclamándolo con alegría. Es una fiesta fundamentalmente del Señor, pero también celebra a María, vinculada al protagonismo de Jesús en este acontecimiento por el que es reconocido como Salvador y Mesías

 

LECTIO

Primera lectura: Malaquías 3,1-4

Así dice el Señor:

1 Mirad, yo envío mi mensajero a preparar el camino delante de mí, y de pronto vendrá a su templo el Señor, a quien vosotros buscáis; el ángel de la alianza, a quien tanto deseáis; he aquí que ya viene, dice el Señor todopoderoso.

2 ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se mantendrá en pie en su presencia? Será como fuego de fundidor y como lejía de lavandera.

3 Se pondrá a fundir y a refinar la plata. Reinará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata, para que presenten al Señor ofrendas legítimas.

4 Entonces agradarán al Señor las ofrendas de Judá y de Jerusalén, como en los tiempos pasados, como en los años remotos.

 

        **• Dos son los mensajeros presentados por el profeta, y el uno introduce al otro: el que prepara el camino al Señor que viene y el de la alianza, el Esperado. Ángel significa «mensajero» en griego: es interesante que la traducción se refiera al primero como mensajero y reserve el término «ángel», atribuido por lo general a una criatura celeste, al segundo. Con ello se pretende ayudar a distinguir entre el que es sólo precursor y el Mesías suspirado, de origen divino. A través de la sombra elocuente de la figura se pretende señalar, en perspectiva, al Bautista y a Cristo. Uno realizará la tarea del Redentor, el otro la de su Precursor. Uno entrará en el templo, el otro sólo le preparará el acceso. Y Aquel que entrará en el templo santificará en sí mismo los ministros y el culto mediante la ofrenda pura de la nueva alianza.

 

O bien: Hebreos 2,14-18

14 Y, puesto que los hijos tenían en común la carne y la sangre, también Jesús las compartió, para poder destruir con su muerte al que tenía poder para matar, es decir, al diablo,

15 y librar a aquellos a quienes el temor a la muerte tenía esclavizados de por vida.

16 Porque, ciertamente, no venía en auxilio de los ángeles, sino en auxilio de la raza de Abrahán.

17 Por eso tenía que hacerse en todo semejante a sus hermanos, para ser ante Dios sumo sacerdote misericordioso y digno de crédito, capaz de obtener el perdón de los pecados del pueblo.

18 Precisamente porque él mismo fue sometido al sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a los que están bajo la prueba.

 

        *» «Carne» y «sangre» fueron reducidos por el enemigo al poder de la «muerte». Carne y sangre vienen de Cristo, Dios hecho hombre, divinizados y liberados de tal esclavitud. La raza de Abrahán queda así restituida a la vida. Y no sólo eso, sino que, como alianza perenne del misterio de la fe, misterio de la redención y misterio de la resurrección de la carne para la vida eterna, he aquí que el divino Hijo unigénito se presenta no sólo como el primero entre muchos hermanos, sino que se hizo para ellos también sumo sacerdote, mediador en su ser humano-divino de la fidelidad de Dios, Padre de la vida. El sumo sacerdote es definido, en efecto, como «misericordioso», porque viene y lo hace «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación».

 

Evangelio: Lucas 2,22-40

22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la Ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

23 como prescribe la Ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.

24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones.

25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor.

27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley,

28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar que tu siervo muera en paz.

30 Mis ojos han visto a tu Salvador,

31 a quien has presentado ante todos los pueblos,

32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel.

33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven;

37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.

38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

40 El niño crecía y se fortalecía; estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios.

 

        **• Se presenta en el texto una secuencia interesante con el verbo «ver»: ver la muerte, ver al Mesías, ver la salvación. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, se convierte en testigo de que «todas las cosas se cumplieron» según la ley, para que surja el Evangelio.

        Un Niño «signo de contradicción», una Madre llamada a una maternidad mesiánica de dolor junto a su redentor, y un anciano temeroso de Dios son los protagonistas del resumen de todo el Evangelio. Antigua y nueva alianza, Navidad y Pascua: aquí se encuentran en figura todos los misterios de la salvación, aquí se recapitula la historia, se le da cumplimiento en el tiempo, respondiendo a la colaboración y a la expectativa de los justos de todos los tiempos: José y Ana.

 

MEDITATIO

        Podemos considerar la fiesta que hoy celebramos como un puente entre la Navidad y la Pascua. La Madre de Dios constituye el vínculo de unión entre dos acontecimientos de la salvación, tanto por las palabras de Simeón como por el gesto de ofrenda del Hijo, símbolo y profecía de su sacerdocio de amor y de dolor en el Gólgota. Esta fiesta mantiene en Oriente la riqueza bíblica del título «encuentro»: encuentro «histórico» entre el Niño divino y el anciano Simeón, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la profecía y la realidad y, en la primera presentación oficial, entre Dios y su pueblo.

        En un sentido simbólico y en una dimensión escatológica, «encuentro» significa asimismo el abrazo de Dios con la humanidad redimida y la Iglesia (Ana y Simeón) o la Jerusalén celestial (el templo). En efecto, el templo y la Jerusalén antigua ya han pasado cuando el Rey divino entra en su casa  llevado por María, verdadera puerta del cielo que introduce a Aquel que es el cielo, en el tiempo nuevo y espiritual de la humanidad redimida.

        A través de ella es como Simeón, experto y temeroso testigo de las divinas promesas y de las expectativas humanas, saluda en aquel Recién nacido la salvación de todos los pueblos y tiene entre sus brazos la «luz para iluminar a las naciones» y la «gloria de tu pueblo, Israel».

 

ORATIO

        ¿Por qué, oh Virgen, miras a este Niño? Este Niño, con el secreto poder de su divinidad, ha extendido el cielo como una piel y ha mantenido suspendida la tierra sobre la nada; ha creado el agua a fin de que hiciera de soporte al mundo. Este Niño, oh Virgen purísima, rige al sol, gobierna a la luna, es el tesorero de los vientos y tiene poder y dominio, oh Virgen, sobre todas las cosas. Pero tú, oh Virgen, que oyes hablar del poder de este Niño, no esperes la realización de una alegría terrena, sino una alegría espiritual (Timoteo de Jerusalén, siglo VI).

 

CONTEMPLATIO

        Añadimos también el esplendor de los cirios, bien para mostrar el divino esplendor de Aquel que viene, por el que resplandecen todas las cosas y, expulsadas las horrendas tinieblas, quedan iluminadas de manera abundante por la luz eterna; bien para manifestar en grado máximo el esplendor del alma, con el que es necesario que nosotros vayamos al encuentro de Cristo. En efecto, del mismo modo que la integérrima Virgen y Madre de Dios llevó encerrada con los pañales a la verdadera luz y la mostró a los que yacían en las tinieblas, así también nosotros, iluminados por el esplendor de estos cirios y teniendo entre las manos la luz que se muestra a todos, apresurémonos a salir al encuentro de Aquel que es la verdadera luz (Sofronio de Jerusalén, f 638).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra del Señor: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        ¿Cómo se comporta Simeón ante la grandiosa perspectiva que ve abrirse para su pueblo, en el despuntar de los nuevos tiempos mesiánicos? Con pocas palabras, nos enseña el desprendimiento, la libertad de espíritu y la pureza de corazón.

        Nos enseña cómo afrontar con serenidad ese momento delicado de la vida que es la jubilación. Simeón mira su muerte con serenidad. No le importa tener una parte y un nombre en la incipiente era mesiánica; está contento de que se realice la obra de Dios; con él o sin él, es asunto que carece de importancia.

        El Nunc dimittis no nos sirve sólo para la hora de nuestra muerte o de nuestra jubilación. Nos incita ahora a vivir y a trabajar con este espíritu, a liberar la casa que construimos, pequeña o grande, de modo que podamos dejarla con la serenidad y la paz de Simeón. A vivir con el espíritu de la pascua: con la cintura ceñida, el bastón en la mano, puestas las sandalias, preparados para abrir al mismo Señor cuando llame a la puerta.

        Para poder hacer esto, es necesario que también nosotros, como el anciano Simeón, «estrechemos al niño Jesús en nuestros brazos». Con él estrechado contra nuestro corazón, todo es más fácil. Simeón mira con tanta serenidad su propia muerte porque sabe que ahora también volverá a encontrar, más allá de la muerte, al mismo Señor y que será un estar todavía con él, de otro modo (R. Cantalamessa, / misten di Cristo nella vita della Chiesa, Milán 1992, pp. 75-78, passim [edición española: Los  misterios de Cristo en la vida de la Iglesia, Edicep, Valencia 1993]).

 

 

Día 3

Viernes 4ª semana del Tiempo ordinario o 3 de febrero, conmemoración de

San Blas

 

        San Blas fue obispo de Sebaste (Armenia, en la actual Turquía) en los comienzos del siglo IV. Aunque nos deja un tanto perplejos la incertidumbre histórica de lo que tiene que ver con su vida, nos habla de ella la fuerte densidad de la tradición relacionada con él. Su culto, en efecto, es popularísimo, y está ligado sobre todo a la tradicional bendición de la garganta.

        Se lee en su «pasión» que, mientras le conducían al martirio, salió una mujer entre la muchedumbre de los curiosos para poner a su hijito, que se estaba ahogando a causa de una espina de pescado que se le había clavado en la garganta, a los pies del obispo Blas. Éste oró poniendo sus manos en la garganta del niño, que, de inmediato, quedó curado.

        Por otra parte, han florecido otras amenas leyendas en torno a la figura del santo. Este, en efecto, tras haber encontrado refugio en una cueva antes de haber sido hecho prisionero y conducido al martirio, habría curado también la garganta de un león y de otros animales salvajes, expresando así esa benevolencia universal -incluso cósmica que brilla en el corazón de todo verdadero seguidor de Jesús.

       San Blas estaría incluido entre los mártires caídos bajo la  persecución de Licinio. La fecha de su decapitación, el año 316, oscila entre la historia y la leyenda. Estamos al final de la era de los mártires.

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 13,1-8

Hermanos:

1 Perseverad en el amor fraterno.

2 No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles.

3 Preocupaos de los presos, como si vosotros estuvierais encadenados con ellos; preocupaos de los que sufren, porque vosotros también tenéis un cuerpo.

4 Honrad mucho el matrimonio, y que vuestra vida conyugal sea limpia, porque Dios juzgará a los impuros y a los adúlteros.

5 No seáis avariciosos en vuestra vida; contentaos con lo que tenéis, porque Dios mismo ha dicho: No te desampararé ni te abandonaré,

6 de suerte que podemos decir con toda confianza: El Señor es mi ayuda, no tengo miedo; ¿qué podrá hacerme el hombre?

7 Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios; tened en cuenta cómo culminaron su vida e imitad su fe.

8 Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.

 

**• «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (v. 8). He aquí la afirmación capital que constituye el fundamento y la garantía de esta página -una de las conclusivas- de la carta a los Hebreos, donde se proponen actuaciones concretas para la vida cristiana.

Los ámbitos afectados son varios. Van desde la perseverancia en el amor fraterno a la hospitalidad, a la preocupación por los presos y por los que sufren, que forman con nosotros un solo cuerpo, hasta llegar al matrimonio vivido santamente. También el matrimonio nos da la oportunidad de poner en práctica la caridad, mientras que la fornicación y el adulterio nos alejan del único amor verdadero que estamos llamados a recibir e intercambiarnos recíprocamente. El cristiano no puede ni debe vivir envuelto por la codicia de acumular: su verdadera riqueza es Jesús, y el Padre sabe siempre de qué tienen necesidad sus hijos.

Por eso es importante mirar a los que nos han transmitido el Evangelio, la heroicidad de su testimonio, para imitar su fe. Es precisamente la fe en Jesús, muerto y resucitado por nosotros, lo que cambia nuestra vida y nuestras relaciones, dando sentido y plenitud a toda la historia humana. En Jesús saboreamos el «.hoy» en el que descansa nuestro corazón.

 

Evangelio: Marcos 6,14-29

En aquel tiempo,

14 la fama de Jesús se había extendido y el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían que era Juan el Bautista resucitado de entre los muertos y que por eso actuaban en él poderes milagrosos;

15 otros, por el contrario, sostenían que era Elias; y otros, que era un profeta como los antiguos profetas.

16 Herodes, al oírlo, decía: -Ha resucitado Juan, a quien yo mandé decapitar.

17 Y es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado.

18 Pues Juan le decía a Herodes: -No te es lícito tener la mujer de tu hermano.

19 Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía,

20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.

21 La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus magnates, a los tribunos y a la nobleza de Galilea.

22 Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven: -Pídeme lo que quieras y te lo daré.

23 Y le juró una y otra vez: -Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.

24 Ella salió y preguntó a su madre: -¿Qué le pido? Su madre le contestó: -La cabeza de Juan el Bautista.

25 Ella entró en seguida y a toda prisa adonde estaba el rey y le hizo esta petición: -Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales no quiso desairarla.

27 Sin más dilación envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue, le cortó la cabeza en la cárcel,

28 la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.

29 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

 

*+• Éste es el único pasaje del evangelio de Marcos cuyo protagonista directo no es Jesús. En realidad, tanto por la colocación como por el contenido, el relato del martirio de Juan -hombre «recto y santo» (v. 19)- no tiene otra finalidad que ser la prefiguración puntual de la suerte de Jesús, a quien los Hechos de los apóstoles refieren los mismos atributos (cf. 3,14; 7,52; etc.). Tanto el Bautista como el Mesías mueren por «voluntad» de poderosos perplejos e indecisos. Más aún, puede decirse que Herodes, infiel a Dios por haber tomado como esposa, contra la ley, a l a mujer de su hermano, es un rey adúltero: personificación del pecado de todo el pueblo que ha traicionado a su Señor y Esposo para ir detrás de los ídolos. Así pues, Juan muere como Jesús, el justo por los injustos, pero ésta será asimismo la suerte a la que están llamados los discípulos a quienes el Maestro envía a predicar la conversión. «La oportunidad se presentó » (cf. v. 21a). Paradójica coincidencia la de una extraña fiesta para una vida que, en realidad, es muerte y de una muerte que es un himno a la vida verdadera, una vida que va más allá de la dimensión temporal, porque es capaz de sacrificarse a sí misma por amor a la Verdad.

También el desenlace del banquete resulta grotesco, dado que acaba ofreciendo a los invitados –campeones en riqueza, orgullo, poder, lujuria y otras cosas así- una macabra bandeja con una cabeza cortada bajo la responsabilidad de una atractiva muchacha. Esto nos hace pensar en muchas de nuestras pasiones que nos parece imposible dejar de satisfacer... «Sus discípulos fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura» (v. 29); lo mismo ocurrirá con Jesús, sepultado como semilla en la tierra, de la que, no obstante, resucitará para convertirse en pan fragante ofrecido en la mesa de sus discípulos, pan para una vida que no muere

 

MEDITATIO

        En esta época nuestra en la que se idolatra el cuerpo  y se le hace objeto de una excesiva preocupación por su salud o es maltratado en el remolino de una vida superexcitada y de superempleo, la clara lección de san Blas traduce, en el orden concreto de los hechos, lo que dicen los dos fragmentos bíblicos. Sustancialmente, el espantajo, exorcizado continuamente de todas las maneras posibles en nuestros días, es la muerte. El mártir, por el contrario, no tiene miedo de esta ineludible «hermana nuestra muerte corporal», precisamente porque tiene en el corazón una «esperanza [...] llena de inmortalidad» y porque el «no temáis» de Jesús, unido a la persuasión de que «vosotros valéis más que todos los pájaros », les infunde una fuerza y una audacia que no son temerarias, sino serenas.

        San Blas, que se esconde en una cueva para escapar de las persecuciones, subraya el hecho de que el verdadero cristiano no está por el exhibicionismo heroico de la resistencia al dolor físico. El mártir no es alguien que desprecia el cuerpo y esta vida terrena. Ahora bien, ante a las decisiones en las que se trata de escoger entre Dios, con las alegres pero exigentes propuestas del Evangelio de Cristo, y las seductoras pero equívocas e ilusorias propuestas del que tiene poder para perder a todo el hombre en la Gehena, el mártir (¡testigo!) escoge a Dios.

        A un precio elevado, es cierto, pero sólo el alborear ya de un sol de ilimitada felicidad de amor para siempre, más allá del breve y fugaz padecimiento, puede decirnos cuánto vale la pena.

 

ORATIO

        Oh Señor, que nos has dado en el obispo san Blas no sólo un pastor, amigo de los hombres y ayuda benéfica incluso de los animales, sino un animoso testigo de la fe, ayúdame a vivir a lo largo de este día dando testimonio de tu amor. Hazme fuerte en las pruebas grandes y en las pequeñas, para que las afronte como este mártir, unido a Jesús, en virtud de su misterio pascual. Por la intercesión de san Blas, bendíceme y líbrame de todo mal.

 

CONTEMPLATIO

        El Señor ha dicho: «Seréis como corderos en medio de lobos». Respondió Pedro: «¿Y si los lobos devoran a los corderos?». Pero Jesús dijo a Pedro: «Los corderos, después de su muerte, ya no tienen nada que temer de los lobos. Tampoco vosotros, pues, debéis temer a los que os maten pero no puedan, a continuación, haceros ningún otro daño. Temed, por el contrario, al que, después de vuestra muerte, tiene poder para echar vuestra alma y vuestro cuerpo a la Gehena del fuego. Sabed también [...] que la promesa de Cristo es grande, tanto como la bienaventuranza del Reino (Evangelio apócrifo de Tomás).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra del Señor: «No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros» (Mt 10,31).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        En las Actas del martirio de san Justino se cuenta que el prefecto Rústico puso a Justino y a sus compañeros ante esta alternativa: hacer sacrificios a los dioses o ser torturados y decapitados. Justino fue el primero en negarse a hacer sacrificios. Lo mismo dijeron todos los demás mártires: «Haz lo que quieras; nosotros somos cristianos y no hacemos sacrificios a los ídolos». La condena fue la decapitación «con arreglo a la ley»

        La decisión de los mártires de morir antes que renegar de su fe y de su amor a Cristo es locura a los ojos de los hombres. Así la consideraba un hombre de gran envergadura moral, el emperador Marco Aurelio. Pero también puede hacer reflexionar sobre el valor de la fe, tan grande que a ella se sacrifica la vida.

        Escribe Blaise Pascal en sus Pensamientos: «Creo sólo en las historias cuyos testigos se dejarían degollar» (n. 593). Dicho con otras palabras, si la fe es para los cristianos un valor tan grande que por ella están dispuestos a morir, es algo que no puede no hacer reflexionar sobre la verdad del cristianismo. No sacrifica la vida por una ilusión o por una fábula cuando lo que lo hacen no son unos ¡lusos o unos fanáticos, sino personas normales, razonables, de alta envergadura moral y, a menudo, incluso de elevada cultura y de sano juicio.

        El 7 de mayo de 2000, Juan Pablo II, en una ceremonia  ecuménica desarrollada en el Coliseo, quiso que la Iglesia -no sólo la Iglesia católica, sino también las otras Iglesias y comuniones cristianas- recordara que el martirio es una realidad que forma parte de la naturaleza de la misma Iglesia y que el siglo XX ha sido, más que otras épocas, «el siglo de los mártires». De este modo, quiso dar un «signo» tanto a los cristianos como a los no cristianos y a los no creyentes, para invitarles a reflexionar no sólo sobre la trágica realidad del martirio -en lo que se refiere al siglo XX, se llegó a 12.692 mártires, de los que 2.351 eran laicos, 5.353 sacerdotes y seminaristas, 4.872 religiosos y religiosas y 126 obispos-, sino también sobre el significado que el martirio tiene para la vida de los cristianos e incluso para aquellos que no son cristianos pero dan culto a los valores que hacen la vida digna de ser vivida y, si fuere necesario, entregada (// senso del martirio cristiano, editorial de La Civiltá Cattolica del 15 de julio de 2000).

 

 

 

Día 4

Sábado 4ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 13,15-17.20ss

Hermanos:

15 Así pues, ofrezcamos a Dios sin cesar por medio de él un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que bendicen su nombre.

16 No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente, porque en tales sacrificios se complace Dios.

17 Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues tienen que cuidar de vosotros y rendir cuentas a Dios. Procurad que puedan cumplir este deber con alegría y no con lágrimas, ya que otra cosa nada os beneficiaría.

20 El Dios de la paz, que resucitó a aquel que por la sangre de la alianza eterna vino a ser el gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús,

21 os haga aptos para el cumplimiento de su voluntad con toda clase de obras buenas. Que él mismo realice en nosotros lo que le agrada, por medio de Jesucristo, a quien corresponde la gloria por siempre. Amén.

 

*• El autor de la carta a los Hebreos alterna, en la conclusión, la catequesis (w. 12-15) con la exhortación (w. 16ss) y la oración (w. 20ss). Sin embargo, el centro vivificador de estos versículos es uno solo: el misterio pascual de Cristo. Él es «el gran pastor de las ovejas» (v. 20); es el Mesías esperado que, en virtud de su propia sangre, se ha convertido en mediador de una alianza eterna de vida y de paz entre nosotros y Dios.

De aquí brota la novedad fundamental del culto cristiano, del que ha tratado la carta: por medio de Jesús, toda la vida del creyente puede llegar a ser ofrenda agradable a Dios. El sacrificio de alabanza se prolonga y se acredita a través del sacrificio cotidiano de la caridad activa y de la dócil sumisión a quien guía a la comunidad por los caminos del Señor. Esta existencia pascual es don que hemos de pedir y, al mismo tiempo, compromiso que hemos de asumir con responsabilidad; por eso, el autor confía al Padre a los destinatarios de su carta.

Sólo él, en efecto, puede disponer los corazones para acoger el don de manera conveniente, es decir, en colaboración laboriosa con la gracia. La alianza establecida en la muerte y resurrección de Cristo es premisa y garantía de que el Padre escuchará esta oración (w. 20ss).

 

Evangelio: Marcos 6,30-34

En aquel tiempo,

30 los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

31 Él les dijo: -Venid vosotros solos a un lugar solitario, para descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían que no tenían ni tiempo para comer.

32 Se fueron en la barca, ellos solos, a un lugar despoblado.

33 Pero los vieron marchar y muchos los reconocieron y corrieron allá, a pie, de todos los pueblos, llegando incluso antes que ellos.

34 Al desembarcar, vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

 

*•• En este fragmento se transparenta la ternura humana y divina de Jesús. Con ella envuelve a los apóstoles, que regresan entusiasmados de su primera misión: el Maestro comprende su alegría, pero intuye también la necesidad de revigorizar el cuerpo y el alma en la intimidad con él (v. 31a). Por eso les propone una pausa para reposar lejos de la gente, que les apremia constantemente. Sin embargo, también esa gente, que les sigue por todas partes con su propio fardo de penas y de esperanzas, suscita en Jesús una com-pasión todavía mayor (cf. v. 34). Detrás de aquella multitud de rostros y de historias hay una única necesidad: encontrar el camino de la Vida, el sentido y la meta de la existencia.

Las muchedumbres no tienen quien las guíe con seguridad por este camino. De ahí que Jesús -Camino, Verdad y Vida- tenga piedad de ellos: «Y se puso a enseñarles muchas cosas», saciando su hambre más profunda con la verdad de Dios, un Dios de ternura infinita.

 

MEDITATIO

La ternura de Jesús se dirige, hoy, a nosotros. Tal vez nos hayamos comprometido a dar testimonio del Evangelio en nuestro ambiente habitual y tenemos necesidad de reposar el espíritu en su Presencia, o tal vez nos reconozcamos en aquellas «ovejas sin pastor», sin meta ni seguridad. Ahora bien, Jesús es «el gran pastor de las ovejas», guía de los pastores y de las ovejas sin pastor: ha entregado su vida para abrir a cada uno - a mí también- un camino seguro al redil del Padre. Él mismo es «el Camino, la Verdad y la Vida».

No siempre resulta fácil caminar siguiendo su enseñanza, ni siempre resulta agradable que los responsables de la comunidad cristiana nos lo recuerden en las circunstancias concretas de la vida. Con todo, si acogemos con sincera disponibilidad las indicaciones del Señor, nuestra vida se convertirá en una pascua continua, esto es, en un paso desde la falta de significación del orden cotidiano a la plenitud de significado que éste adquiere cuando la caridad con los otros transfigura cualquier gesto.

Paso desde la inestabilidad de las vicisitudes humanas -pequeñas o grandes- al abandono confiado en Dios que se convierte en obediencia a quien nos guía en su nombre. Paso de una oración formal y bien delimitada a una vida que se transforma en incesante sacrificio de alabanza por medio de Cristo. ¿Es posible todo esto?

Sí, la resurrección de Jesús nos atesta la omnipotencia del Padre. ¿Es posible para mí? Sí, si se lo pido y si quiero corresponder sinceramente al don, Dios mismo lo realizará en mí. La ternura de Jesús se dirige, hoy, a nosotros...

 

ORATIO

Jesús, ternura infinita que nos descubres el rostro de amor del Padre, venimos a ti como ovejas sin pastor: guíanos tú con tu fuerza y tu dulzura a descubrir el camino de la vida a través de la ofrenda total de nosotros mismos a Dios. Transforma hoy nuestra jornada en un incesante sacrificio de alabanza a él y de caridad con los hermanos.

Haz que participemos en tu pascua, muriendo a todo egoísmo y presunción, para vivir en ti como hijos obedientes que cumplen en todo la voluntad del Padre.

A él, fuente de la misericordia, le confiamos por tu mediación nuestra miseria y nuestros deseos: oh Dios, haz de nosotros lo que te plazca, para gloria tuya y bien de todos los hermanos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El sacramento de la eucaristía purifica de los peca, dos. Por consiguiente, cuando te sientas manchado y cubierto de fango, frío e indolente, no te alejes de Jesucristo, no intentes abstenerte de este alimento saludable y lanza un grito hacia él, porque no puede dejar de moverse a piedad con los pobres que le invocan. Dile; «Señor, vengo a ti, porque soy un pobre pecador. Sana oh mi piísimo Salvador, mi alma». Este sacramento robustece el corazón del hombre para obrar grandes cosas, precisamente como el alimento terreno da fuerza para aguantar los trabajos fatigosos. Puesto que no eres nada sin Dios y tienes una extrema necesidad de su gracia, invítale a cenar no por ti, sino por él en favor tuyo.

Intenta estrechar una amistad y una verdadera familiaridad con él. Aprende a hablarle: cuéntale tus debilidades, aflicciones y oscuridades.

Intenta recuperar con este alimento divino las fuerzas del espíritu, la devoción, la fortaleza y las otras virtudes. En este sacramento se traslada al hombre del temor a la esperanza, de la condición de siervo a la de hijo, del torpor al amor, de la tristeza a la alegría. La eucaristía, a continuación, mitiga, es decir, comunica suavidad y dulzura espiritual a quien la recibe; caldea, es decir, enciende en nosotros la divina caridad. Este alimentó saludable une al alma con Dios. Así como el alimento terreno se transforma en la sustancia de quien lo recibe y se convierte en un solo cuerpo con él, así también, aunque de modo opuesto, el alimento eucarístico convierte en él a quien lo recibe, de modo que le hace deiforme. Nunca se admirará bastante la inefable condescendencia divina, que quiere darse a nosotros como alimento y sostener nuestro cuerpo con el suyo

El, dándose como alimento a nosotros, quiso procurar nuestra más estrecha unión con él. No podía encontrar un modo de acercar más al alma a sí mismo que este sacramento, en el que precisamente ésta no sólo se une con Dios, sino que llega a hacerse una misma cosa con él (Lanspergio, Sermo III, In solemnitate venerabili Sacramenti, en Opera omnia, t. III, pp. 433-436, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es mi pastor; su vara y su cayado me dan seguridad» (cf. Sal 22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«La pasión del Señor», escribió León Magno, «se prolonga hasta el fin del mundo». ¿Dónde «está agonizando» hoy Jesús? En muchísimos lugares y situaciones. Pero fijemos nuestra atención en una sola de ellas: la pobreza. Cristo está clavado en la cruz en los pobres. La primera cosa que hemos de hacer, por tanto, es echar fuera nuestras defensas y dejarnos invadir por una sana inquietud. Hacer que entren los pobres en nuestra carne. Darnos cuenta de ellos indica una imprevista apertura de los ojos, un sobresalto de la conciencia [...].

Con la venida de Jesucristo el problema de los pobres ha tomado una dimensión nueva. Aquel que pronunció sobre el pan las palabras: «Esto es mi cuerpo», las dijo también de los pobres cuando declaró solemnemente: «Conmigo lo hicisteis». Hay un nexo bastante estrecho entre la eucaristía y los pobres. Lo que debemos hacer concretamente por los pobres podemos resumirlo en tres palabras: evangelizarlos, amarlos, socorrerlos

Evangelizarlos: hoy también tienen derecho a oír la Buena Noticia: «Bienaventurados los pobres». Porque ante vosotros se abre una posibilidad inmensa, cerrada, o bastante difícil, a los ricos: el Reino. Amar a los pobres: significa antes que nada respetarlos y reconocer su dignidad. En ellos brilla –precisamente por la falta de otros títulos y distinciones- con una luz más viva la dignidad radical del ser humano. Los pobres no merecen sólo nuestra compasión; merecen también nuestra admiración. Por último, socorrer a los pobres: aunque hoy ya no basta con la simple limosna; haría falta una movilización coral de toda la cristiandad para liberar a los millones de personas que mueren de hambre, de enfermedades y de miseria. Esta sería una cruzada digna de tal nombre, es decir, de la cruz de Cristo (R. Cantalamessa, ll potere della croce, Milán 1999, pp. 181 -189 passim [edición española: La fuerza de la cruz, Monte Carmelo, Burgos 2001]).

 

 

 

Día 5

5° domingo del tiempo ordinario

         Santa Águeda nació en Catania alrededor del año 225. Su belleza atrajo la atención del cónsul pagano Quinciano, que la quiso como esposa. Águeda, prometida ya a Cristo, se negó. Entonces fue encarcelada y torturada: le cortaron los senos. Murió en torno al año 251. Un año después, durante una violenta erupción del Etna, los habitantes de Catania la invocaron para detener la lava exponiendo su velo. Su nombre figura en el canon romano.

LECTIO

Primera lectura: Isaías 58,7-10

Así dice el Señor

7 Comparte tu pan con el hambriento, da albergue a los pobres sin techo, proporciona vestido al desnudo y no te desentiendas de tus semejantes.

8 Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán en seguida, tu recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor

9 Entonces clamarás y te responderá el Señor, pedirás auxilio y te diré: <<Aquí estoy». Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias,

10 si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgiré tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volveré mediodía.

 

¤» El autor de los cc. 56-66 de Isaías, un profeta anónimo del siglo VI—V a. de C., dirigiéndose al pueblo que ha vuelto del exilio, profiere una serie de oráculos condenatorios y liberadores. El regreso a la tierra de Judá, después del entusiasmo inicial, alimentado por las expectativas de una inminente y definitiva liberación, ha conducido a Israel a un progresivo desaliento, causado, en buena medida, por una repatriación difícil y desilusionante.

Como mensaje central del Tercer Isaías brota un renovado anuncio de salvación (cc. 6o-62), enmarcado en un cuadro temático - al que pertenece también este texto - del que emergen tonos de denuncia áspera ante un culto falso e hipócrita. Como en un pleito apasionado, Dios acusa a Israel de practicar un ayuno exterior desprovisto de autenticidad (ayuno/ayunar, en el c. 58, son palabras claves y aparecen siete veces).

El pueblo esta convencido de que hasta con ayunar para ganarse la benevolencia divina y frente a la aparente lejanía de Dios (58,3), en lugar de poner en tela de juicio su ambigua actitud, le reprocha a Dios que no ve ni considera los sacrificios realizados. En este tipo de ayuno no tiene espacio lo auténticamente necesario: las obras de justicia y misericordia.

En la relación de gestos requeridos (vv. 7.1o) para reemplazar una practica formal con una adhesión coherente del corazón, Dios apunta hacia un <<denominador común»: la compasión. Solo quien sabe asumir el sufrimiento y las limitaciones del otro, quien sabe comprometerse luchando contra cualquier tipo de injusticia, sin hacer distinción de personas, descubrirá la verdadera luz de Dios y se convertirá en un manantial permanente. Las obras de misericordia que el creyente esta llamado a practicar implican dos opciones fundamentales: tienen que alcanzar a las victimas de las injusticias, sin distinguir entre paisanos y extranjeros (es la perspectiva universal de la obra del Tercer Isaías, y señalada aquí en el v. 7b), y tienen que comportar un empeño personal - compartir el pan (vv. 7 y 1o)- con quienes ayunan no por elección, sino porque estén hambrientos debido a las vejaciones de los ricos.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 2,1-5

1 En lo que a mi toca, hermanos, cuando vine a vuestra ciudad para anunciaros el designio de Dios, no lo hice con alardes de elocuencia o de sabiduría.

2 Pues nunca entre vosotros me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo, y a este crucificado.

3 Me presenté ante vosotros débil, asustado y temblando de miedo.

4 Mi palabra y mi predicación no consistieron en sabios y persuasivos discursos; fue más bien una demostración del poder del Espíritu,

5 para que vuestra fe se fundara no en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios.

 

*• La acción salvífica de Dios es totalmente gratuita; en Jesucristo, el Padre ha ofrecido la salvación a todos. La lógica escandalosa de la cruz modifica los criterios de mérito y privilegio e invierte el horizonte de la sabiduría humana. Desde un primer momento, Pablo evidencia esta perspectiva hablando de la fuerza de la locura de la cruz (1,18-25); a continuación, pone como ejemplo a la comunidad de Corinto (1,26-31) y, por último, propone su propio comportamiento misionero (2,1-5).

Pablo no se ha servido de raciocinios elocuentes o de hábiles argumentaciones (2,1): en el centro de su anuncio está únicamente Jesucristo, y éste crucificado. El apóstol funda y refuerza su proclamación en la fuerza del Espíritu. Sólo esta acción potente y el contenido del mensaje, despojado de cualquier estrategia persuasoria, conducen a una adhesión de fe auténtica, que no depende de las capacidades intelectivas y lógicas del predicador.

Según este principio, anunciar el Evangelio significa confiar por entero en la obra de Dios.

 

Evangelio: Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús:

13 Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.

15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.

16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que esta en los cielos.

 

¤» Mateo ensambla dos imágenes (en los otros dos evangelios sinópticos se encuentran separadas; cf Mc 9,49 y Lc 14,34ss para la <4sal»; Mc 4,21 y Lc 8,16; 11,33 para la <<luz») y las utiliza para crear, en el contexto del <<sermón de la montaña», una especie de engranaje entre el texto de las bienaventuranzas (5,1-12) y el de la Ley (5,17-46). Se quiere poner el acento en la tarea confiada a los discípulos, que deben vivir en referencia a tiempo-mundo, de modo no distinto y separado, sino como alternativa. El empleo del <<vosotros sois», al inicio del v. 13, resalta la unión entre las dos metáforas de nuestro texto y la ultima bienaventuranza precedente (5,1 1-12).

La primera imagen, la de la sal, sugiere los diferentes modos conocidos de utilizar este elemento natural e indispensable: sazona las comidas, conserva y preserva los alimentos y, en el terreno específicamente religioso, esta relacionada con los sacrificios de oblación (Lv 2,13; Ez 43,24). Si la sal se desvirtúa (eventualidad posible, puesto que la sal se obtenía con técnicas rudimentarias e imperfectas, y sin mayor control de calidad), no sirve para nada, <<para tirarla fuera y que la pisen». En estas dos ultimas expresiones, es evidente que la referencia al juicio de Dios, bien sea con <<echar>>/»tirar», que Mateo también usa en otros contextos (3,10; 7,19; 5,25; 5,29; etc.), o <<pisotear», término utilizado por Isaías para describir la suerte reservada a los impíos (10,6; 25,10; etc.), esta dirigida al discípulo que no realiza debidamente su vocación y se vuelve <<insípido>> (el verbo moraino del v. 13 expresa tanto la pérdida de sabor como el ser necio>>;   Mt 25,1-I3).

La segunda indicación dada a los discípulos a través de la imagen de la luz, y relacionada con la de la ciudad, se enlaza con la idea profética de la peregrinación de los pueblos, quienes de ahora en adelante serán atraídos no por Jerusalén (cf Is 2,2-5), sino por la luz de Cristo irradiada mediante los discípulos. El horizonte de esta <<difusión» se expande para que alcance a todos los pueblos; no se puede circunscribir igual que no se puede ocultar el resplandor difundido por una lámpara colocada en el centro de la casa. Un imperativo, <<brille» (v 16), cierra la perícopa e invita al oyente a depurar su adhesión personal al Evangelio conforme a la facultad de realizar <<buenas obras» (no mencionadas aquí, aunque si explicitadas en Mt 25,35ss), que den gloria al Padre celestial.

Sin esta praxis, el seguimiento resulta insípido, y el camino, incierto, envuelto en tinieblas.

 

MEDITATIO

Para las personas que buscan el sentido que anime su vida, la Palabra de Jesús abre perspectivas siempre inéditas, añade colores sorprendentes e impensables y proporciona el deseo de un proyecto de vida radicalmente diferente del que pueden ofrecer las realidades del <<mundo», Una vez degustado el <<sabor» nuevo de una existencia iluminada por Cristo, no hay mas posibilidad para aquello que a menudo, y de modo mediocre, satisface fugazmente nuestros deseos de felicidad, dejándonos insatisfechos y decepcionados. Cuando permitimos que se avive el anhelo de una vida plena y <<en abundancia» (cf Jn 10,10), que de sentido auténtico a nuestro ser y a nuestro obrar permitimos que una fuerza, la del Espíritu, que trasciende nuestra valía, se manifieste al mundo a través de nosotros. <<Sal» y <<luz», tesoro valioso que llevamos en vasijas de barro, son dones no para retenerlos, sino para verterlos en los lugares donde se ha perdido el gusto y la esperanza de una vida digna de ser vivida o cuando alguien ha apagado la confianza.

Ninguna ritualidad exterior puede reemplazar las implicaciones más que comprometedoras descritas por Isaías: los gestos de compartir, la opción en favor de quienes sufren la privación injusta y forzada de aquellos bienes necesarios para vivir y que hacen visible y creíble la fe. La misión, y con ella el discípulo del Evangelio, conoce los tiempos del mensaje gritado desde las azoteas y la difusión de la Palabra escandalosa de la cruz hasta los confines del mundo, y también sabe reconocer los momentos silenciosos, discretos, extraordinariamente potentes de una caridad solidaria de la que hablan las <<buenas obras» que dan gloria al Padre, que esta en los cielos. La comunidad cristiana no vive separada del mundo, sino inmersa en los acontecimientos de su tiempo, en los que esta llamada a obrar como la sal, que en si no es ninguna comida y solo unida, mezclada, deshecha en los alimentos, puede desarrollar su cometido de la misma forma, la Palabra que el creyente anuncia tiene que penetrar y vivificar desde dentro los ambientes en los que es sembrada. Es un quehacer fiel y constante que debe hacerse presente en un testimonio de vida sencillo y sobrio, a veces trémulo y <<débil», pero revestido de la fuerza de Dios, quien asegura su validez y eficacia.

 

ORATIO

Padre, fuente de misericordia y de justicia, que cuidas de todos tus hijos, escucha el grito de los pobres, sé refugio del afligido y desconsolado. También en nuestros días hay desposeídos de bienes, privados de dignidad, hambrientos de pan y de amor Y hartos y satisfechos, con almacenes repletos y casas vacías, envanecidos con sus rezos y ayunos, que huelen a incienso y no perfuman la vida.

En tu Hijo Jesús nos has revelado tu predilección por los pequeños, te has mostrado compasivo y misericordioso con quienes confían en ti. El, desnudo y crucificado, le indica a quien quiere seguirle un camino serio y arriesgado, una puerta estrecha por donde no se puede pasar si no nos liberamos de las ataduras que suponen el patrimonio, los bienes, la cultura, las estrategias pastorales.

Padre, no queremos poseer mayor honor ni tener mayor gloria que el nombre de tu Hijo crucificado y resucitado, mas preciado y valioso que el oro y la plata, para levantar y hacer andar a quien tiene necesidad de esperanza. Su Palabra es la luz que nos confías para reavivar los lugares aprisionados por las tinieblas; el Evangelio es la lámpara que no se consume, el sabor incorruptible para incorporar a la existencia. Entonces brillarán nuestras buenas obras como un sol sin ocaso, porque ha prendido tu resplandor

 

CONTEMPLATIO

No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín. ¿Qué beneficio se obtiene tapando la llama de la lámpara?.   En realidad, Dios se ha servido del celemín como símil apropiado para la sinagoga, pues ésta acumuló para si los frutos producidos y mantuvo fija la medida a observar. No obstante, ahora, con la llegada del Señor, se encuentra vacía, sin frutos e incapaz de ocultar la luz. Desde este momento, la lámpara de Cristo no puede ponerse debajo de ninguna vasija, ni ocultarse bajo la tapadera de la sinagoga; al contrario, suspendida del leño de la pasión, tiene que irradiar la luz eterna a todos los que habitan en la Iglesia. Los apóstoles son exhortados a brillar con una luz semejante para que, viendo sus obras, alaben a Dios, de modo que nuestras obras, aunque no les prestemos atención, resplandezcan entre quienes vivimos (Hilario de Poitiers, Comentario a Mateo IV, 13).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Encomienda al Señor tu camino, confía en él, que él actuará» (Sal 37,5ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Y lo que le sucede a la Iglesia nos sucede también a cada uno de nosotros en particular. Sus peligros son nuestros peligros. Sus combates son nuestros combates. Si la Iglesia fuera en cada uno de nosotros más fiel a su misión, ella sería, sin duda ninguna, lo mismo que su mismo Señor, mucho más amada y mucho más escuchada; pero también, sin duda alguna, sería, como él, más despreciada y más perseguida <<Yo les he dado Tu Palabra y el mundo los aborreció>> (Jn 17,iA; ci i5,10-2]   Si los corazones se manifestaran más claramente, el escándalo sería mucho más evidente, y este escándalo supondría un nuevo impulso para el cristianismo, porque <<adquiere un poder mayor cuando es aborrecido por el mundo>> (san Ignacio de Antioquía, Ad Ro- manos Ill, 3). El que el anticlericalismo esté <<en baja>>, cosa de lo que solemos felicitarnos, puede no ser siempre una señal feliz. Es verdad que este fenómeno puede ser debido o un cambio en la situación objetiva o a un mejoramiento tanto de una parte como de la otra, pero también podría significar que aquellos por quienes se conoce a la Iglesia, aun proponiendo todavía al mundo algunos valores dignos de estimación, se hubiesen acomodado a él, a sus ideales, a sus cláusulas y a sus costumbres.

En ese caso, dejarían de ser embarazosos. Que la sal se puede desazonar es cosa que nos repite el Evangelio. Y si vivimos —me refiero a la mayor parte de los hombres - relativamente tranquilos en medio del mundo, esto quizá sea debido a que somos tibios (H. de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Ediciones Encuentro, Madrid °1988, 162; traducción, Luis Zorita).

 

 

Día 6

Lunes 5ª semana del Tiempo ordinario o 6 de febrero, conmemoración se

Santos Pablo Miki y compañeros

 

        Pablo Miki, jesuita japonés, fue uno de los veintiséis mártires que, el 5 de febrero de 1597, murieron crucificados en la colina de Tateyama -llamada después «colina santa»-, cerca de Nagasaki, a causa de su fe católica. La evangelización de Japón había empezado con san Francisco Javier (1549-1551) y se había desarrollado gracias a la acción de sus hermanos de religión, hasta el punto de que, en 1587, los cristianos formaban ya una Iglesia numerosa de 250.000 miembros.

        Pocos años después empezaron graves dificultades, y el emperador, que al principio había favorecido a los misioneros, decretó la expulsión de los misioneros jesuitas, encarceló a seis franciscanos españoles -llegados entretanto- y a tres jesuitas japoneses. La represión fue dura.

        Pablo Miki era hijo de un oficial. Había sido educado en el colegio jesuita de Anziquaiama y en 1580 entró en la compañía de Jesús. Era conocido por la calidad de su vida y por su capacidad de comunicar el Evangelio. Todavía no era sacerdote. Murió crucificado junto a otros veinticinco cristianos: seis misioneros franciscanos españoles, un escolástico y un hermano ¡esuita japonés y diecisiete laicos también de esta nacionalidad. Fueron los primeros mártires del Extremo Oriente inscritos en el martirologio. Fueron canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 1,1-19

1 Al principio creó Dios el cielo y la tierra.

2 La tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas.

3 Y dijo Dios: -Que exista la luz. Y la luz existió.

4 Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas.

5 A la luz la llamó día y a las tinieblas noche. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.

6 Y dijo Dios: -Que haya una bóveda entre las aguas para separar unas aguas de otras. Y así fue.

7 Hizo Dios la bóveda y separó las aguas que hay debajo de las que hay encima de ella.

8 A la bóveda Dios la llamó cielo. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.

9 Y dijo Dios: -Que las aguas que están bajo los cielos se reúnan en un solo lugar y aparezca lo seco. Y así fue.

10 A lo seco lo llamó Dios tierra y al cúmulo de las aguas lo llamó mares. Y vio Dios que era bueno.

11 Y dijo Dios: -Produzca la tierra vegetación: plantas con semilla y árboles frutales que den en la tierra frutos con semillas de su especie. Y así fue.

12 Brotó de la tierra vegetación: plantas con semilla de su especie y árboles frutales que dan fruto con semillas de su especie. Y vio Dios que era bueno.

13 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.

14 Y dijo Dios: -Que haya lumbreras en la bóveda celeste para separar el día de la noche y sirvan de señales para distinguir las estaciones, los días y los años;

15 que luzcan en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra. Y así fue.

16 Hizo Dios dos lumbreras grandes, la mayor para regir el día y la menor para regir la noche, y también las estrellas;

17 y las puso en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra,

18 regir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno.

19 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.

 

**• Los relatos de la creación presentan un lenguaje que puede ser calificado de «mítico», puesto que describen una acción divina que no podemos situar en la historia, sino en un «principio» que nadie ha podido conocer. En efecto, ¿quién ha podido asistir al origen del mundo para poder contarlo? «¿Quién eres tú?», le recordará el Señor a Job: «¿Dónde estabas tú cuando afiancé la tierra?» (Job 38,4).

El primer relato de la creación nos ofrece por eso algunas indicaciones que no son controlables científicamente, pero que tienen una gran importancia teológica. Estas indicaciones son dos, sobre todo: la primera tiene que ver con el modo como Dios ha creado, es decir, mediante la palabra; la segunda está relacionada, en cambio, con la estructura narrativa, que es la de los siete días semanales. Por ahora nos limitaremos a este último aspecto.

El narrador de Gn 1 ha presentado toda la obra de la creación en un marco semanal. Se trata de un hecho claramente querido, tanto más porque las obras de la creación son más de siete, por lo menos diez: la luz, la bóveda (lámina) celeste, lo seco, la vegetación, las lámparas, los peces, los pájaros, el ganado, los reptiles, el hombre (varón y hembra). Ahora bien, la estructura semanal tiene un sentido concreto, una organización interna propia; a saber, la de seis días laborables más uno de descanso, el «día séptimo» hacia el que converge toda la obra semanal y en el que encuentra su consumación. ¿A qué pregunta responde, pues, el relato de Gn 1, con su organización semanal? ¿A una pregunta sobre el origen o sobre el fin? ¿Pretende decirnos cuándo fue creado el mundo o bien para qué fue creado? El esquema semanal nos permite responder sin demora que el mundo -mejor sería decir la creación- está organizado en vistas a un fin preciso, y este fin se resume en el sábado, que es el día del descanso del hombre y de la alabanza al Creador.

Al final de esta página, leemos la sorprendente afirmación de que «cuando llegó el día séptimo Dios había terminado su obra» (Gn 2,2). ¿Cómo podía haberla «terminado», si en el mismo día cesó toda actividad? Sin embargo, a la máquina del mundo le faltaba precisamente el elemento esencial, hasta que no conoció el tiempo y el espacio de la oración.

 

Evangelio: Marcos 6,53-56

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos,

53 terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret y atracaron.

54 Al desembarcar, lo reconocieron en seguida.

55 Se pusieron a recorrer toda aquella comarca y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían decir que se encontraba Jesús.

56 Cuando llegaba a una aldea, pueblo o caserío, colocaban en la plaza a los enfermos y le pedían que les dejase tocar siquiera la orla de su manto, y todos los que lo tocaban quedaban curados.

 

**• Jesús realizó muchas curaciones, mediante la palabra y también mediante gestos, tanto en días laborables como también y sobre todo en sábado. Estas curaciones son pequeños signos de re-creación, de restitución del hombre no tanto a su salud originaria, que tal vez no haya existido nunca, como a la integridad final a la que está destinado en el sabio designio creador de Dios.

En el compendio evangélico de hoy se habla de una «travesía» del lago de Galilea que, en realidad, no tuvo lugar. En efecto, Jesús y los discípulos se encuentran en Genesaret, en la misma orilla occidental desde la que habían partido. La intención de Jesús, al partir con los discípulos, era irse a un lugar aparte para descansar un poco {cf. Me 6,31). El proyecto no pudo llevarse a cabo, porque la gente le asediaba constantemente, llevándole a los enfermos «adonde oían decir que se encontraba Jesús». Éste no consigue tomar un poco de descanso, pero en compensación se lo da a manos llenas a la muchedumbre de menesterosos que recurre a él.

Así pues, Jesús actúa, no consigue descansar. Sin embargo, el elemento más importante de este breve compendio de curaciones es que Jesús permanece completamente inactivo. Cura, sí, pero sin hacer nada, sin decir ni una palabra, sin aludir al mínimo gesto. Diríase que cura con su descanso, con la más perfecta inactividad, como si fuera su descanso el que cura, como si la paz que irradia de él sanara los tormentos de los hombres. En efecto, Jesús no hace otra cosa que «dejarse tocar», dejarse alcanzar, contactar. Son los otros quienes tienen que ingeniárselas para tocarle «siquiera la orla de su manto». Este manto es el tallit que se usaba para la oración y que, según la Tora (Nm 15,38), debía estar provisto de mechones de lana azul en las cuatro puntas. Jesús es un hombre en oración, un hombre «hecho oración», y es este cuerpo  suyo en oración el que sana, el que cura, el que lleva a su consumación la creación.

 

MEDITATIO

Dios crea el mundo a través de su palabra. O, más exactamente, según el esquema de un mandato y de su ejecución: «Dios dijo: "Sea". Y así fue». Viene, a continuación, una valoración que aparece las siete veces (aunque no precisamente al final de cada día): «Y vio Dios que era bueno».

Esta valoración divina de las cosas creadas tiene una gran importancia. Dios aprecia las cosas que hace, las encuentra bellas, bien hechas, se complace en ellas. Pero no sólo esto: el estribillo que expresa la belleza de cada criatura es el mismo estribillo que acompaña a la oración de Israel, que se repite con mayor frecuencia en el libro de los Salmos: «Alabad al Señor, porque es bueno» (en hebreo se emplea exactamente las mismas palabras).

Así, la primera página de la Escritura presenta un desarrollo litúrgico, constituye una especie de doxología inaugural de toda la Biblia. La bondad de las criaturas corresponde a la bondad del Creador. Reconocer la bondad de las criaturas significa alabar a su Creador. Pero también es verdad la inversa; a saber, que la alabanza del Creador, la oración, es la condición para descubrir la bondad de la creación y, eventualmente, restituirla. ¡Qué significativo es todo esto para nosotros!

De hecho, nos mostramos muchas veces incapaces de captar la belleza-bondad de lo que existe, prisioneros de la mirada económica que plantea de inmediato esta pregunta: «¿Para qué me sirve?», «¿cuánto me renta?» El contacto con Dios, que ha venido entre nosotros, con Jesús, nos abre a cada uno el espacio de la curación que permite ver la verdad de lo creado y, en él, nuestra propia verdad.

 

ORATIO

        Padre, fuente de todo bien, con ánimo lleno de emoción nos dirigimos a ti por la belleza de nuestra vocación de hijos, por el atrevimiento y el amor de estos hermanos nuestros cuya vida es consuelo, sostén y luz gracias a la presencia operante del Espíritu, que transforma la debilidad humana en cátedra de amor y camino  que conduce a ti. El ánimo calla ante estos mártires crucificados como tu Hijo y por él. Pausa sedienta, en la larga peregrinación de la vida, a fin de alcanzar la fuente pura y proseguir el camino con valor, movidos por el amor y por la pasión por el Reino. Infunde en nosotros la sabiduría de la cruz que iluminó el corazón de estos hermanos nuestros y de los mártires de todos los tiempos. Ven en ayuda de nuestra debilidad para que podamos adherirnos plenamente a Cristo, tu Hijo, y cooperemos con él en la redención del mundo.

 

CONTEMPLATIO

        «He sido condenado a muerte por haber difundido la noble enseñanza de Jesucristo. No tengo pecado alguno excepto éste. No tengo miedo de decir que he difundido la enseñanza de Cristo. Doy gracias de corazón con inmensa alegría por poder morir crucificado por este motivo. Declaro la verdad ante la muerte: creedme, no hay ningún camino mejor de salvación que el seguido por los cristianos. Soy siervo de Cristo, y le sigo; por eso, imitando a Cristo, perdono a todos los que me han perseguido.  No odio a nadie. Dios tenga misericordia de todos.

Deseo que mi sangre se convierta en una lluvia de gracias que dé fruto abundante en todos vosotros». Así habló Pablo Miki desde la cruz.

        Juan Soán, al ver a su padre junto a la cruz en la que había sido atado, se dirigió a él con estas palabras: «Estás viendo, padre, que hemos de preferir la salvación del alma a todo lo demás. Lleva cuidado en no descuidar nada para asegurártela». Y su padre le respondió: «Hijo mío, te agradezco tu exhortación. Y soporta tú también ahora con alegría la muerte, porque la padeces por nuestra santa fe. En cuanto a mí y a tu madre, estamos dispuestos a morir por la misma causa». Juan le dio a su padre su rosario y, haciendo que le quitaran la faja que le cubría la frente, pidió que se la dieran a su madre. Tenía diecinueve años.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia con el corazón y con alegría a lo largo de la jornada: «Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto» (Jn 12, 24). Con estas palabras, Jesús, la víspera de su pasión, anuncia su glorificación a través de la muerte [...]. Cristo es el grano de trigo que muriendo ha dado frutos de vida inmortal. Y sobre las huellas del rey crucificado han caminado sus discípulos, convertidos a lo largo de los siglos en legiones innumerables «de toda lengua, raza, pueblo y nación»: apóstoles y confesores de la fe, vírgenes y mártires, audaces heraldos del Evangelio y silenciosos servidores del Reino [...].

        «Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt 5,11 -12). Qué bien se aplican estas palabras de Cristo a los innumerables testigos de la fe del siglo pasado, insultados y perseguidos, pero nunca vencidos por la fuerza del mal. Allí donde el odio parecía arruinar toda la vida, sin posibilidad de huir de su lógica, ellos manifestaron que «el amor es más fuerte que la muerte». Bajo terribles sistemas opresivos que desfiguraban al hombre, en los lugares de dolor, entre durísimas privaciones, a lo largo de marchas insensatas, expuestos al frío, al hambre, torturados, sufriendo de tantos modos, ellos manifestaron admirablemente su adhesión a Cristo muerto y resucitado [...].

        «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). Hemos escuchado hace poco estas palabras de Cristo. Se trata de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar y la propia supervivencia como valores mayores que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron una firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor.

        Queridos hermanos y hermanas, la preciosa herencia que estos valientes testigos nos han legado es un patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las comunidades eclesiales. Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente: indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI. Es la herencia de la cruz vivida a la luz de la Pascua: herencia que enriquece y sostiene a los cristianos mientras se dirigen al nuevo milenio [...].

        Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a lo largo del siglo y del milenio recién comenzados. Más aún, ¡que crezca! Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.

        Expreso este deseo con el espíritu lleno de íntima emoción.

        Elevo mi oración al Señor para que la nube de testigos que nos rodea nos ayude a todos nosotros, creyentes, a expresar con el mismo valor nuestro amor por Cristo, por Él, que está vivo siempre en su Iglesia: como ayer, así hoy, mañana y siempre (Juan Pablo II, Conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX, homilía del santo padre, tercer domingo de pascua, 7 de mayo de 2000, passim).

 

Día 7

Martes 5ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis l,20-2,4a

1.20 Y dijo Dios: -Rebosen las aguas de seres vivos y que las aves aleteen sobre la tierra a lo ancho de la bóveda celeste.

21 Y creó Dios por especies los cetáceos y todos los seres vivientes que se deslizan y pululan en las aguas; y creó también las aves por especies. Vio Dios que era bueno.

22 Y los bendijo diciendo: -Creced, multiplicaos y llenad las aguas del mar; y que también las aves se multipliquen en la tierra.

23 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.

24 Y dijo Dios: -Produzca la tierra seres vivientes por especies: ganados, reptiles y bestias salvajes por especies. Y así fue.

25 Hizo Dios las bestias salvajes, los ganados y los reptiles del campo según sus especies. Y vio Dios que era bueno.

26 Entonces dijo Dios: -Hagamos a los hombres a nuestra imagen, según nuestra semejanza, para que dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra.

27 Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó.

28 Y los bendijo Dios diciéndoles: -Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.

29 Y añadió: -Os entrego todas las plantas que existen sobre la tierra y tienen semilla para sembrar; y todos los árboles que producen fruto con semilla dentro os servirán de alimento;

30 y a todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los seres vivos que se mueven por la tierra les doy como alimento toda clase de hierba verde. Y así fue.

31 Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.

2.1 Así quedaron concluidos el cielo y la tierra con todo su ornato.

2.2 Cuando llegó el día séptimo Dios, había terminado su obra, y descansó el día séptimo de todo lo que había hecho.

2.3 Bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque en él había descansado de toda su obra creadora.

2.4 Ésta es la historia de la creación del cielo y de la tierra.

 

**• El hombre varón y hembra, el hombre-mujer, ha sido creado «a imagen de Dios». Pero ¿quién es ese hombre hecho «a imagen», según la cultura del tiempo en el que fue escrito el texto bíblico? No es cualquiera, sino un hombre que está por encima de cualquier otro, es decir, el rey. Un breve texto babilónico (Gn 1 fue escrito precisamente en Babilonia) es bastante elocuente: «La sombra de Dios es el hombre / y los hombres son la sombra del Hombre; / el Hombre es el Rey, igual a la imagen de la divinidad». Es cierto que el autor de Gn 1 ha democratizado esta idea real, extendiendo a todo hombre-mujer la prerrogativa real de ser la imagen de Dios. En efecto, el mandato de someter la tierra y dominar sobre todos los seres vivos fue dado a todos los hombres indistintamente. Ahora bien, volvemos a preguntarnos: ¿quién es el hombre que realiza plenamente esta misión real en el interior de lo creado? ¿Acaso podemos responder que la realizamos todos, sin importar en qué condiciones?

Los Padres, sobre todo los orientales, intentaron resolver este problema introduciendo una distinción entre la «imagen» y la «semejanza». A buen seguro, todos los hombres llevan en sí mismos la imagen divina, sea cual sea su condición histórica y su opción de vida. Ésta es indeleble en el hombre. Con todo, para reinar verdaderamente, tiene que conseguir asimismo una cierta semejanza con el verdadero rey del mundo, que es el Hijo, perfecta «imagen del Dios invisible» (Col 1,15): tiene que hacer suyas sus opciones, entrar en sus pensamientos.

Esta perspectiva patrística, desde el territorio interior bíblico, corresponde a la afirmación paulina: «Y así como llevamos la imagen del [hombre] terrestre, llevaremos también la imagen del celestial [el Cristo resucitado]» (1 Cor 15,49).

 

Evangelio: Marcos 7,1-13

En aquel tiempo,

1 los fariseos y algunos maestros de la Ley procedentes de Jerusalén se acercaron a Jesús

2 y observaron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavárselas

3 -es de saber que los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente, aferrándose a la tradición de sus antepasados;

4 y al volver de la plaza, si no se lavan, no comen; y observan por tradición otras muchas costumbres, como la purificación de vasos, jarros y bandejas-.

5 Así que los fariseos y los maestros de la Ley le preguntaron: -¿Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?

6 Jesús les contestó: -Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos.

8 Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferráis a la tradición de los hombres.

9 Y añadió: -¡Qué bien anuláis el mandamiento de Dios para conservar vuestra tradición!

10 Pues Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre será reo de muerte.

11 Vosotros, en cambio, afirmáis que si uno dice a su padre o a su madre: «Declaro corbán, es decir, ofrenda sagrada, los bienes con los que te podía ayudar»,

12 ya le permitís que deje de socorrer a su padre o a su madre,

13 anulando así el mandamiento de Dios con esa tradición vuestra que os habéis transmitido. Y hacéis otras muchas cosas semejantes a ésta.

 

*»• La disputa entre Jesús y los fariseos sobre el lavarse las manos antes de comer (estrechamente conectada con la siguiente, sobre la pureza de los alimentos) está situada en el centro de una sección del evangelio de Marcos que lleva como título «Sección de los panes » y que va desde 6,6b hasta 8,30. Está claro que el tema principal de esta sección es el del alimento, el del pan. Más exactamente, como vamos a ver, se trata del problema de la comunión de mesa entre hebreos y gentiles. Y es que los judíos siguen unas prescripciones tan minuciosas en el comer que tienen prohibido, de hecho, su participación en una mesa que no sea rigurosamente «pura» (kasher) desde el punto de vista alimentario.

Los problemas verdaderamente grandes son siempre muy concretos, nunca especulaciones abstractas. Para la Iglesia primitiva, compuesta de judíos y gentiles, el poder sentarse juntos a la misma mesa era un hecho de suma importancia, que no podía ser obstaculizado por ninguna otra consideración (recuérdese el episodio de Antioquía y la reprensión de Pablo dirigida a Pedro: Gal 2,1 lss). La polémica evangélica sobre el hecho de lavarse las manos se comprende adecuadamente sólo sobre este trasfondo. Que sea preciso lavarse las manos antes de las comidas no está escrito, en efecto, en ninguna parte de la Ley. Se trata de una tradición no escrita, de una «tora oral», como enseñan los fariseos. Ahora bien, eso no significa que Jesús sea contrario a este uso, que cuenta con óptimas razones higiénicas y que también nosotros practicamos normalmente.

Jesús se limita simplemente a afirmar que no se trata de la cosa más importante y establece una jerarquía, una escala de valores: lo primero es el hecho de comer juntos. De modo que el haberse lavado o no las manos no debe convertirse en un impedimento para la comunión de mesa con cuantos no observan esta tradición judía, y que pueden ser los mismos discípulos de Jesús.

 

MEDITATIO

A fin de que Israel correspondiera a la elección divina y realizara plenamente la «semejanza» con Dios, que más tarde será la santidad («Sed santos, como Yo soy santo»: Lv 19,2), Dios le dio su Ley, la Tora. Esta ley consiste, precisamente, en una serie de pequeñas intuiciones sagaces, casi de «estratagemas», destinadas a imitar la santidad de Dios en los más pequeños gestos de la vida cotidiana. Lavarse las manos antes de comer o comer siguiendo ciertas reglas de pureza alimentaria son pequeños «trucos» que le recuerdan a Israel que es el pueblo elegido de Dios, santificado precisamente a través de estos preceptos.

Jesús no ha venido a arramblar con todo esto. Contrariamente a una opinión muy difundida en el ámbito cristiano, Jesús no vino a «liberar» a Israel del yugo de los preceptos, no vino a abrogar la Tora (cf. Mt 5,17). Bien al contrario, la radicalizó aún más, la recondujo a sus intenciones originarias, al dato escrito que precede a toda reelaboración doctrinal posterior. Obrando así, nos recuerda a todos, judíos y cristianos, que la práctica de la Tora (para los primeros) y la obediencia a la Palabra escrita (para los segundos) es una imitatio Dei que restablece en el hombre, hecho a imagen de Dios, la plena semejanza con su Creador.

En ambos casos se ve claro que el honor que el hombre tributa a Dios consiste, esencialmente, en vivir su propia vocación originaria: ser «imagen y semejanza» del Creador. ¿Seremos capaces de recoger este desafío, de realizar una opción y vivir sus consecuencias?

 

ORATIO

Nos has querido a tu imagen, oh Dios, para poder alegrarte con nosotros. Cuando te apareciste a los discípulos en el lago les preguntaste si tenían hambre y les preparaste un banquete.

No mires si están sucias nuestras manos, tú que estás dispuesto a lavarnos también los pies. Todos tienen sitio en tu mesa: justos e injustos, judíos y gentiles.

Nos has querido a tu imagen, oh Dios, para convertirnos en tus comensales.

 

CONTEMPLATIO

Dios hizo al hombre, lo hizo a imagen de Dios. Es preciso que veamos cuál es esta imagen de Dios e investiguemos a semejanza de la imagen de quién fue hecho el hombre. En efecto, no ha dicho: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, sino lo hizo «a imagen de Dios». ¿Cuál es, pues, la otra imagen de Dios, a semejanza de la cual fue hecho el hombre, sino nuestro Salvador? Él es «el primogénito de toda la creación» (Col 1,15); de él se ha escrito que es «esplendor de la luz eterna y figura clara de la sustancia de Dios» (Heb 1,3),también él dice de sí mismo: «Yo estoy en el Padre y el Padre en mí» y «Quien me ha visto a mí ha visto también al Padre» (Jn 14,10.9). En consecuencia, el hombre ha sido hecho a semejanza de la imagen de él, y por eso nuestro Salvador, que es la imagen de Dios, movido de misericordia por el hombre, que había sido hecho a su semejanza, al ver que, tras haber depuesto su imagen, se había revestido de la imagen del Maligno, movido de misericordia, asumiendo la imagen del hombre, vino a él.

Así pues, todos los que acceden a él y se esfuerzan por convertirse en partícipes de la imagen espiritual, mediante su progreso, «se renuevan día a día, según el hombre interior» (2 Cor 4,16), a imagen de aquel que los hizo; de suerte que puedan llegar a ser «conformes al cuerpo de su esplendor» (Flp 3,21), pero cada uno a la medida de sus propias fuerzas. Por consiguiente, miremos siempre a esta imagen de Dios, para poder ser transformados a su semejanza (Orígenes, Otnelie sulla Genesi, Roma 21992, pp. 54ss [edición española: Homilías sobre el Génesis, Ciudad Nueva, Madrid 1999]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te cuides?» (Sal 8,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Al principio se confió a ambos (al hombre y a la mujer) la tarea de conservar su propia semejanza con Dios, dominar sobre la tierra y propagar el género humano. Ser todos de Dios, entregarse a él, a su servicio, por amor, ésa es la vocación no sólo de algunos elegidos, sino de todo cristiano; consagrado o no consagrado, hombre o mujer [...].

Cada uno está llamado a seguir a Cristo. Y cuanto más avance cada uno por esta vía, más semejante se hará a Cristo, puesto que Cristo personifica el ideal de la perfección humana libre de todo defecto y carácter unilateral, rica en rasgos característicos tanto masculinos como femeninos, libre de toda limitación terrena; sus seguidores fieles se ven cada vez más elevados por encima de los confines de la naturaleza. Por eso vemos en algunos hombres santos una bondad y una ternura femenina, un cuidado verdaderamente materno por las almas a ellos confiadas; y en algunas mujeres santas una audacia, una prontitud y una decisión verdaderamente masculinas. Así, el seguimiento de Cristo lleva a desarrollar en plenitud la originaria vocación humana: ser verdadera imagen de Dios; imagen del Señor de lo creado, conservando, protegiendo e incrementando a toda criatura que se encuentra en su propio ámbito, imagen del Padre, engendrando y educando -a través de una paternidad y una maternidad espirituales- hijos para el Reino de Dios.

La elevación por encima de los límites de la naturaleza, que es la obra más excelsa de la gracia, no puede ser alcanzada, ciertamente, por medio de una lucha individual contra la naturaleza o mediante la negación de nuestros propios límites, sino sólo mediante la humilde sujeción al nuevo orden entregado por Dios (E. Stein, La donna, Roma 71987, pp. 81.98ss [edición española: La mujer, Ediciones Palabra, Madrid 1998]).

 

Día 8

 

Miércoles 5ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 2,4b-9.15-17

4 Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo

5 no había todavía en la tierra arbusto alguno, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado aún la lluvia sobre la tierra, ni existía nadie que cultivase el suelo;

6 sin embargo, un manantial brotaba de la tierra y regaba la superficie del suelo.

7 Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente.

8 El Señor Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había formado.

9 El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos para comer, así como el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal..

15 Así que el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara.

16 Y dio al hombre este mandato: -Puedes comer de todos los árboles del huerto,

17 pero no comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque si comes de él morirás sin remedio.

 

*» ¿Qué había cuando todavía no existía nada? La pregunta es menos ingenua de lo que pudiera parecer, porque nosotros sólo podemos hablar de los orígenes del mundo mediante paradojas. El autor del segundo relato de la creación responde así en Gn 2: la tierra y el cielo ya existían, pero el hombre no trabajaba aún la tierra. Su relato, a diferencia del precedente, está centrado, efectivamente, por completo en la creación del hombre, de la mujer y de los animales, no en la creación del cosmos.

También la finalidad de la creación difiere de Gn 1: allí el hombre fue creado en vistas al servicio litúrgico, de la alabanza sabática (es, según se dice, un relato «sacerdotal»); aquí el hombre, sacado de la tierra, está destinado al trabajo agrícola, indispensable para la vida del mundo (la perspectiva es más «laica»). Ahora bien, es digno de señalar que, en hebreo, «servicio litúrgico» y «trabajo agrícola» se expresan ambos con el mismo término: no se trata de dos cosas opuestas, inconciliables.

Precisamente con el fin de cultivar la tierra, puso Dios al hombre en «un huerto», al que nosotros llamamos también «paraíso». En realidad, esta palabra de origen persa no indica otra cosa que una propiedad cercada, un parque, un huerto. El hombre puede disponer aquí a su gusto de los frutos de todos los árboles, salvo uno. Se trata de un árbol extraño, sin paralelos en las antiguas mitologías orientales, un árbol que proporciona el «conocimiento del bien y del mal». Y en este punto surge un grave problema: ¿por qué habría de prohibir Dios al hombre distinguir entre el bien y el mal? ¿Acaso no es precisamente él quien nos invita constantemente a abstenernos del mal y a hacer el bien?

Para eludir esta dificultad, se intenta hoy otra explicación exegética: el bien y el mal son dos opuestos. Es muy frecuente en el lenguaje bíblico emplear dos opuestos para indicar la totalidad: así, por ejemplo, «entrar y salir» significa vivir. Conocer el bien y el mal querría decir, más o menos, conocer todo lo que se puede conocer; mejor aún, pretender conocer todo, puesto que la omnisciencia es una prerrogativa divina y no humana.

Ahora bien, el hombre que aspira a la omnisciencia pretende reemplazar a Dios, por eso se le prohíbe comer de ese árbol.

 

Evangelio: Marcos 7,14-23

En aquel tiempo,

14 llamando Jesús de nuevo a la gente, les dijo: -Escuchadme todos y entended esto:

15 Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo. Lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre.

16 Quien tenga oídos para oír que oiga.

17 Cuando dejó a la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de la comparación.

18 Jesús les dijo: -¿De modo que tampoco vosotros entendéis? ¿No comprendéis que nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo,

19 puesto que no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a parar al estercolero? Así declaraba puros todos los alimentos.

20 Y añadió: -Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre.

21 Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios,

22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez.

23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre.

 

**• Es la continuación de la disputa sobre el lavado de las manos. El tema está ligado aún a la mesa: ¿es lícito tomar toda clase de alimentos o hay algunos que, al ser ingeridos por el hombre, pueden hacerle impuro? La disputa no es, después de todo, tan extravagante como parece, si la referimos a una cultura como la occidental de hoy, tan preocupada por la higiene, tan sensible a las preocupaciones dietéticas. Pero Jesús le da mayor profundidad al discurso, le da un giro radical: «Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo» (v. 15). El peligro está dentro, no fuera; está en la pureza del corazón, no en la cualidad del alimento. No sabemos si Jesús se inclina aquí a «declarar puros todos los alimentos», como pretendería el inciso de Me 7,19 (esta última sería más bien una conclusión extraída por el evangelista: los titubeos de Pedro en Hch 10,14 sobre el hecho de poder comer carne de animales impuros serían difícilmente comprensibles si el Maestro se hubiera declarado de un modo tan expreso precisamente en este punto).

De todos modos, tanto si abolió las normas de la pureza alimentaria como si las respetó, el Señor Jesús puso un principio inequívoco: «Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre» (v. 20). Tenemos que vérnoslas de nuevo con una prioridad. La preocupación principal del hombre debe ser su pureza interior, no la de los alimentos que come. Eso no excluye que alguien pueda abstenerse también de ciertos alimentos por razones completamente respetables, «de conciencia», como enseña Pablo en 1 Cor 8. Quien come de todo no se contamina; quien no come determinados alimentos merece respeto. Pero tanto el uno como el otro deben vigilar sobre todo lo que sale de su corazón.

 

MEDITATIO

Vivir y comer son, desde el punto de vista antropológico, dos realidades muy próximas. Lo mismo podemos decir del «conocer»: el hombre tiene hambre de alimento, así como hambre o sed de conocimiento. Ahora bien, debe ponerse un límite a este deseo omnívoro de conocimiento -nos enseña la primera lectura- para que no sea autodestructivo. Si probamos ahora a proyectar la enseñanza de Jesús sobre el texto del Génesis, hallaremos unos resultados muy sugestivos. El problema, en efecto, es éste: ¿cómo ponernos ese límite? La solución más obvia consiste en la autolimitación del alimento, en prohibirnos comer ciertos alimentos. Jesús nos ofrece una solución diferente, que consiste en limitar nuestra propia hambre, nuestros propios deseos excesivos, desmandados.

No son los alimentos los impuros, aunque cierta ascesis en los alimentos pueda ayudarnos, desde el punto de vista pedagógico, a moderar nuestros deseos; la fuente de estos deseos desmandados es el corazón humano.

Por otra parte, hablar de poner límites al conocimiento sigue sonando hoy a algo anacrónico y se presenta como un residuo oscurantista que es preciso liquidar con una sonrisa irónica de compasión. El dilema para la conciencia se vuelve aquí lancinante: tras haber sido llamado a custodiar el huerto de la existencia, ¿me abstendré de la tensión a la investigación y al progreso o me arriesgaré a contaminarlo con mis presuntuosos deseos de autosuficiencia y de dominio? El corazón del hombre, mi corazón, se revela una vez más como el lugar de la verdad, como el espacio donde el conocimiento que adquiero se convierte en causa de bien y de vida o, al contrario, de mal y de muerte.

 

ORATIO

Señor Jesús, danos tu hambre; no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la Palabra de Dios. Tú nos has dicho: «Todos los alimentos son puros si es puro nuestro corazón». El árbol prohibido no está allí afuera, en el huerto, está plantado dentro de cada uno de nosotros. Y nuestro corazón ya es el paraíso si escuchamos tu voz ligera.

Señor Jesús, danos tu hambre, hambre de hacer la voluntad del Padre.

 

CONTEMPLATIO

Es cierto, el hombre es la criatura visible más preciosa. A todas las otras criaturas las llevó al ser el Creador con una sola palabra: «Sea esto, y fue», y también: «Produzca la tierra esto, y fue»; y aún: «Produzcan las aguas», etc. (Gn 1,24.20). Al hombre, en cambio, lo plasmó y lo exaltó con sus propias manos (Gn 2,7); a todas las otras cosas les ordenó que estuvieran al servicio del hombre y atentas a su felicidad, mientras que al hombre lo hizo rey de todas las cosas y lo hizo gozar de las delicias del huerto. Y lo que es todavía más maravilloso es que, aunque después decayó por su propio pecado, de nuevo le volvió a llamar con la sangre de su Hijo unigénito, de modo que, de todas las cosas visibles, es el hombre la más preciosa. Y no sólo la más preciosa, sino también -como ha dicho el santo- «la más íntima» (Doroteo de Gaza, Insegnamenti spirituali, Roma 21993, p. 231).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú nos provees de alimento, nosotros lo recogemos; abre la mano y nos saciaremos de tus bienes» (cf Sal 103,28).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Durante la inundación he perdido la exagerada confianza que tenía en el poder del hombre, pero he descubierto que hay cosas buenas en él, y más de las que pensaba. No es omnipotente, no puede preverlo todo ni proveerse de todo, pero en el fondo es bueno. Si bien no ha podido contener la furia del agua, sí ha mitigado su violencia maléfica con su bondad. Las aguas, que parecían buenas, se han vuelto malvadas de improviso: los hombres, que me parecían malos, me los he encontrado ante mí con rostro de piedad. ¡Cuántas manos se han tendido para ayudarme! ¡Cuánta pena por nuestra pena! [...].

El muro de contención de tierra ha cedido: pero el corazón de los hombres ha hecho de dique contra las aguas que nos inundaban. En efecto, el mundo se ha conmovido y nos han llegado ayudas de todas partes. Más que nombres, tenemos rostros ante nosotros, muchos rostros transfigurados por la piedad.

Tal vez no volvamos a verlos nunca más, no volveremos a encontrarnos con estos desconocidos y queridos hermanos, pero nadie nos quitará la fe en la bondad. Estábamos mal en utensilios para el agua, el fango y los reventones, pero mirarlos nos daba ánimos. El miserable que también hay en toda criatura parecía desaparecido: ya no contaba nada, ni las opiniones, ni el carnet, si era natural del país o extranjero. Era un hombre que sentía piedad; por consiguiente, un compañero, un amigo, un hermano. Las aguas crecían: frente a ellas, crecía la fraternidad.

También la fraternidad sobrepasó en aquellos días el nivel de guardia. Sin quererlo, me pregunté de dónde podía venir un sentimiento que me parecía casi nuevo o al menos poco usado. No supe darme una respuesta: ni siquiera sé dármela hoy con exactitud. Pero lo que cuenta no es explicar; lo que cuenta es haber visto lo que en el fondo es el hombre, lo que cuenta es haber tocado una capacidad para el bien que puede remediar -si no la olvidamos y no tenemos miedo de usarla- las desgracias de aquí abajo y hacer soportables las que no puede eliminar.

No me disgusta que los hombres no sean omnipotentes: me disgustaría demasiado si nosotros, pobres hombres, no fuéramos capaces de amarnos. El hombre bueno vale infinitamente más que el hombre que cree saberlo todo y poder hacerlo todo. ¿Quién nos ha enseñado a ser buenos y a tener tanta sed de bondad?. Yo no vi al Señor caminar sobre las aguas, pero sí vi venir la Bondad sobre las aguas (P. Mazzolari, Cara Terra, Vincenza 1968, pp. 71-73).

 

Día 9

Jueves 5ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 2,18-25

18 Después el Señor Dios pensó: No es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada.

19 Entonces el Señor Dios formó de la tierra toda clase de animales del campo y aves del cielo y se los presentó al hombre para ver cómo los iba a llamar, porque todos los seres vivos llevarían el nombre que él les diera.

20 Y el hombre fue poniendo nombre a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las bestias salvajes, pero no encontró una ayuda adecuada para sí.

21 Entonces el Señor Dios hizo caer al hombre en un letargo y, mientras dormía, le sacó una costilla y llenó el hueco con carne.

22 Después, de la costilla que había sacado al hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.

23 Entonces éste exclamó: Ahora sí; esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne; por eso se llamará mujer, porque del varón ha sido sacada.

24 Por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo.

25 Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza el uno del otro.

 

*+• «No es bueno que el hombre esté solo» (v. 18): es como si Dios, después de haber creado a Adán, se diera cuenta de que no lo había hecho bien. El hombre, por sí solo, es una criatura no lograda, incompleta. En el relato de Gn 1, después de haber creado al hombre varón y hembra, «vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno». Aquí, en cambio, el hombre macho, por sí solo, «no es bueno». ¿Por qué es tan mala esta soledad de Adán? Precisamente porque el hombre no es Dios. El hombre es imagen de Dios, es «poco menos» que Dios (Sal 8), pero no es Dios. Sólo Dios es grande. La soledad va acompañada de una idea de grandeza, de autosuficiencia. El hombre, en cambio, es pequeño, debe crecer, debe multiplicarse. Debe recorrer un camino, no puede permanecer solo. El hombre, para tener una historia, necesita a alguien como él que le acompañe.

La mujer es «una ayuda adecuada» a él (w. 18-20), como traduce nuestra Biblia. Pero, dicho con mayor precisión, es una ayuda contra él, una ayuda que se le resiste, que se le opone, que rompe su soledad. Es una ayuda precisamente porque le limita en su deseo de omnipotencia o porque le fuerza a salir de su aislamiento.

Así pues, el autor del Génesis se muestra muy realista en el tema de la relación hombre y mujer, no proyecta sobre ella una mirada ideal. Esta relación puede llegar a ser conflictiva, como se dirá también a continuación (cf. 3,16). Sin embargo, está bendecida, precisamente porque sustrae al hombre, sustrae a la mujer, de la soledad. De ahí que el primer encuentro entre un hombre y una mujer tenga siempre algo de fascinante. Es la percepción de una pertenencia recíproca, de un destino común. La atracción ejercida por la mujer sobre el hombre, «hueso de mis huesos y carne de mi carne» (y. 23), es una fuerza misteriosa que le libera de una soledad que no es buena.

 

Evangelio: Marcos 7,24-30

En aquel tiempo, Jesús

24 salió de allí y se fue a la región de Tiro y Sidón. Entró en una casa y no quería que nadie lo supiera, pero no logró pasar inadvertido.

25 Una mujer, cuya hija estaba poseída por un espíritu inmundo, oyó hablar de él e inmediatamente vino y se postró a sus pies.

26 La mujer era pagana, sirofenicia de origen, y le suplicaba que expulsara de su hija al demonio.

27 Jesús le dijo: -Deja que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos.

28 Ella le replicó: -Es cierto, Señor, pero también los perrillos, debajo de la mesa, comen las migajas de los niños.

29 Entonces Jesús le contestó: -Por haber hablado así, vete, que el demonio ha salido de tu hija.

30 Al llegar a su casa, encontró a la niña echada en la cama, y el demonio había salido de ella.

 

**• Jesús salió pocas veces de los límites de Israel. Como confiesa en otro lugar (en el paralelo de este episodio evangélico en Mt 15,24), no se sentía enviado más que «a las ovejas perdidas» de su pueblo Israel.

Pero hizo algunas excepciones: fue a Fenicia, hizo una breve escapada «a la región de Tiro y Sidón» (v. 24). Aquí le salió al encuentro una mujer cuyo origen pagano subraya el evangelista: «Era pagana, sirofenicia de origen» (v. 26).

No hace falta decir que Jesús, para encontrar a gente no judía, no necesitaba salir de la tierra de Israel. En sus tiempos, aunque aún no se llamara Palestina, su tierra era ya una provincia romana. Y, como tal, tenía a la cabeza un gobernador con sede en Cesárea, Poncio Pilato.

Un poco por todas partes, iban surgiendo en el país centros ciudadanos con una fuerte presencia extranjera, sobre todo en Galilea, desde Tiberíades a Séforis. Para encontrarse con gentiles no era necesario, por tanto, que Jesús se aventurase en tierra extranjera; sin embargo, lo hace y, evidentemente, lo hace a propósito. Eso significa que su misión está destinada a atravesar las fronteras de su tierra, de su pueblo, de su nación. Sin embargo, no inmediatamente, no ahora.

Jesús mantiene inicialmente una actitud de extrema reserva (rente a la mujer sirofenicia. Antes que nada le recuerda que la distinción entre judíos y gentiles ha sido querida por Dios y, en cuanto tal, ha de ser respetada, al menos en lo que se refiere a la precedencia: en el banquete mesiánico tienen que saciarse primero los invitados, los que tienen derecho, después también los otros, con lo que quede. Para expresar esta distinción imposible de suprimir, emplea Jesús unos términos casi antipáticos: los judíos son los «hijos», los gentiles son sólo

«perrillos». No se puede poner en el mismo plano a los unos y a los otros: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos» (v. 27).

 

MEDITATIO

«No es bueno que el hombre esté solo». «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos». A estas dos situaciones de falta de bondad, a la soledad de Adán y a la exclusión de los gentiles del banquete mesiánico, les pone remedio la mujer.

Nótese que Jesús no habla, con desprecio, de «perros», sino de «perrillos», diminutivo cariñoso que expresa afecto, simpatía. Jesús conserva la distinción histórico- salvífica entre judíos y gentiles, pero al mismo tiempo la atenúa, porque sabe que está destinada a ser trascendida por la realidad definitiva del Reino de Dios. La mujer sirofenicia, con una gran intuición de lo que hay en el corazón de Jesús, de lo que piensa por dentro,  tiene el valor de ofrecerle resistencia, de contradecirle: reconoce que los perrillos no tienen el mismo derecho que los hijos a sentarse a la mesa. Pero está dispuesta a contentarse con las migajas que caen debajo de la mesa. Acepta la discriminación, pero está convencida de que, en la mesa del Reino, una sola migaja es más que suficiente. Y con estas palabras vence al corazón de Jesús, le obliga a atenuar su rigor inicial: la mujer sirofenicia rompe la soledad de Jesús -su alimentar pensamientos tan profundos que difícilmente encuentran comprensión en los otros- y hace posible el milagro.

 

ORATIO

Sí, Señor, somos pecadores, no somos dignos de ser llamados hijos tuyos. Trátanos también como perrillos que mueven el rabo bajo la mesa, pero no nos expulses de la sala del banquete.

El último sitio es bueno para nosotros, lo aceptamos con gratitud. ¿Qué otra cosa necesitamos sino un sorbo, una migaja? Señor, en la mesa del Reino una sola migaja puede bastar.

 

CONTEMPLATIO

Dios, desde el principio, no confió todo a los hombres, ni les concedió que todas las cosas referentes a la vida dependieran exclusivamente de ellos. De ser así, la mujer sería despreciable si, durante la vida, no proporcionara alguna contribución. Sin embargo, Dios,

que preveía esa discriminación, le asignó una tarea no  inferior y lo mostró desde el principio cuando dijo: «Voy a proporcionarle una ayuda adecuada» (Gn 2,18).

Y para evitar que el hombre, por haber sido creado en primer lugar y haber sido formadas las mujeres por medio de él, asumiera una actitud de superioridad respecto a ellas, Dios contuvo su presunción con estas palabras, demostrando que las cosas del mundo necesitan de la mujer no menos que del hombre (Juan Crisóstomo, L'unitá delle nozze, Roma 1984, p. 37).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que consigue una mujer tiene el comienzo de la fortuna; una ayuda semejante a él y columna de apoyo» (Eclo 36,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Me parece que es necesaria una nueva cultura en la que la dimensión litúrgica ocupe el puesto central y, tal vez, determine el principio ético. Si tuviera que dar un título general a este esfuerzo, una noción clave para lo que quiero expresar, ésta podría ser: «El hombre, sacerdote de lo creado».

Siento que nuestra cultura necesita revivificar el reconocimiento formal de que la superioridad de los seres humanos respecto al resto de las criaturas no consiste en la razón que poseen, sino en su capacidad de ponerse en relación de tal modo que creen acontecimientos de comunión, a partir de los cuales los seres individuales sean liberados de su estar centrados sobre sí mismos y, por consiguiente, de sus límites, y se vean referidos a algo más general que ellos mismos, a «otro». A Dios, si se quiere hacer uso de esta terminología tradicional.

Un hombre así puede obrar no como agente pensante, sino como persona. La noción de «sacerdocio» debe ser liberada de sus connotaciones peyorativas y debe ser pensada como portadora en sí de la característica del ofrecer, en el sentido de abrir seres particulares a una relación trascendente con el otro –una idea que corresponde más o menos a la de amor en su sentido más radical (I. Zizioulas, // creato come eucaristía, Magnano 1994, p. 9).

 

 

Día 10

Viernes 5ª semana del Tiempo ordinario o

Santa Escolástica (10 de febrero)

 

        Era hermana de san Benito, nació en Umbría a finales del siglo V y se consagró a Dios ya en la niñez. Su vida, envuelta de humildad y silencio, sería desconocida por completo si san Gregorio Magno no hubiera narrado en sus Diálogos el episodio que la hizo ser estimada por los místicos. Una vez al año iba al monasterio de Montecassino a visitar a su hermano y, en esta circunstancia, obtuvo con la fuerza de la oración prolongar el diálogo sobre las realidades celestiales durante toda la noche. Tres días después, Benito vio volar su alma al cielo desde su celda en forma de candida paloma y comprendió así que había entrado en la gloria eterna.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 3,1-8

1 La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que había hecho el Señor Dios. Fue y dijo a la mujer: -¿Así que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del huerto?

2 La mujer respondió a la serpiente: -¡No! Podemos comer del fruto de los árboles del huerto;

3 mas del fruto del árbol que está en medio del huerto ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, de otro modo moriréis.

4 Replicó la serpiente a la mujer: -¡No moriréis!

5 Lo que pasa es que Dios sabe que en el momento en que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal.

6 La mujer se dio cuenta entonces de que el árbol era bueno para comer, hermoso de ver y deseable para adquirir sabiduría. Así que tomó de su fruto y comió; se lo dio también a su marido, que estaba junto a ella, y él también comió.

7 Entonces se les abrieron los ojos, se dieron cuenta de que estaban desnudos, entrelazaron hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores.

8 Oyeron después los pasos del Señor Dios, que se paseaba por el huerto al fresco de la tarde, y el hombre y su mujer se escondieron de su vista entre los árboles del huerto.

 

*+• En este relato interviene, por vez primera, un personaje astuto, inquietante: la serpiente. Ésta, en la tradición posterior -tanto en la judía como en la cristiana-, se convertirá en una figura del diablo, del Maligno. Sin embargo, la serpiente era más bien, en el Antiguo Oriente, un símbolo de fertilidad sexual y de salud: todavía hoy sigue siendo el emblema de los farmacéuticos.

Hemos de señalar que, en el relato bíblico, se presenta a la serpiente como un «animal del campo» (v. 1), ni más ni menos que los otros: su figura está completamente desmitificada. La serpiente, en realidad, no puede hacer ni el bien ni el mal: los únicos responsables del pecado, si nos fijamos bien, los únicos que pueden cometerlo, son el hombre y la mujer, no la serpiente. De ahí que la presencia de la serpiente en el huerto no sirva para explicar el origen del mal en el mundo: es poco más que un recurso narrativo (el animal que habla) destinado a introducir la dinámica seductora que figura en el origen del pecado humano. Son el hombre y la mujer los que pecan, y eso es lo que interesa al narrador.

El animal que habla (en la Biblia, además de la serpiente, encontramos a la burra de Balaán) es un recurso conocido por todas las literaturas para describir lo que pasa en la mente de los protagonistas del relato. En la mente de la mujer adquiere la forma de un diálogo consigo misma sobre el alcance exacto de la prohibición divina y su verdadera motivación (w. 2ss). El autor bíblico, haciendo gala de una gran penetración psicológica, nos advierte que el pecado, antes aún de consumarse en un gesto, en un acto, tiene lugar en la conciencia, en una duda que se insinúa poco a poco y que versa, a fin de cuentas, sobre la bondad del Creador. Gn 3 no quiere explicar, por tanto, el origen del mal en el mundo, que sigue siendo un hecho misterioso, sino el origen y la dinámica del pecado humano como un proceso sutil y progresivo de desobediencia a la Palabra de Dios. A buen seguro, en este proceso pueden intervenir también factores externos, causas sobrehumanas, pero el acento del relato bíblico cae sobre la responsabilidad del hombre-mujer. Por eso hablamos de un «pecado original»: porque nos describe el origen de todo pecado.

 

Evangelio: Marcos 7,31-37

En aquel tiempo,

31 dejó el territorio de Tiro y marchó de nuevo, por Sidón, hacia el lago de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

32 Le llevaron un hombre que era sordo y apenas podía hablar y le suplicaban que le impusiera la mano.

33 Jesús lo apartó de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva.

34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: -Effatha (que significa «ábrete»).

35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

36 Él les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban.

37 Y en el colmo de la admiración decían: -Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

 

**• Jesús se encuentra de nuevo en una región pagana, «atravesando el territorio de la Decápolis» (v. 31b), es decir, sobre la ribera oriental del lago de Galilea. La travesía que no había conseguido hacer en barca la hace ahora a pie, en compañía de sus discípulos. Estamos en un territorio pagano: fundamentalmente, entre gente a la que no conoce y que no escucha la Palabra de Dios. Precisamente por eso es un territorio infestado de demonios.

Poco antes, en el capítulo 5 de Marcos, en la misma orilla oriental del lago, había encontrado Jesús a un hombre que se llamaba «Legión» por los muchos espíritus inmundos que habitaban en él. Jesús viene por nuestra orilla, por esta en la que habitamos los gentiles. No tiene miedo de los demonios de los que estamos infestados. Estos demonios no son gnomos o duendes que nos bailen alrededor: son seducciones, pensamientos desviados o retorcidos, presencias que nos van creciendo por dentro hasta trastornar la realidad. En pocas palabras, son trastornos graves en nuestra comunicación con Dios, en la escucha de su voz y en la obediencia a su Palabra.

No es casualidad que el enfermo que llevan a Jesús sea un sordomudo. Alguien que no escucha, y por eso tampoco puede hablar. Jesús le abre los oídos, restableciendo en él la escucha interrumpida de la voz divina que habla en él como en todos, y que había sido ensordecida por el alboroto de las voces demoníacas. Al abrirle los oídos, le suelta también la lengua: «Effatha» no es una palabra mágica, sino un recuerdo de nuestro bautismo.

 

MEDITATIO

        Escolástica es una figura en la que se pone de manifiesto al máximo el primado de la contemplación y del amor. Su hermano Benito la vio entrar en las alturas del cielo en forma de paloma, símbolo de inocencia y de sencillez. En este paso suyo deja en quien la contempla desde la tierra una estela para seguirla: la nostalgia del Cielo, que se alcanza únicamente con las alas del amor.

        En efecto, sólo quien ama conoce a Dios, porque el verdadero conocimiento es comunión. El amor que brota de Dios nos hace partícipes de su misma vida. Por nosotros mismos nunca hubiéramos sido capaces de conocerlo, pero el Padre, en su gran amor, envió a su Hijo, que, entregándose hasta el extremo, nos hizo capaces de entregarnos y de amar.

        Escolástica vivió completamente de cara al cielo, esperando el encuentro definitivo con su Señor. Todos los creyentes están llamados a hacer cada día este itinerario, separándose de las orillas del río del tiempo, para entrar en el día sin fin, en la comunión de los santos.

        Que su ejemplo nos ayude a creer que el amor lo puede todo, incluso lo que parece imposible.

 

ORATIO

        Oh santa Escolástica, resplandeces cual estupenda flor de gracia e inocencia; seguiste fielmente las huellas de tu santo hermano Benito: os unió en vida la comunión espiritual, os unen ahora el sepulcro y la gloria.

        Cristo estipuló contigo, desde la tierna infancia, una alianza eterna, seguro de que habrías de corresponder al don de tanta predilección.

        Herida en el corazón, ardes de celo por la vida monástica y brillas por un amor más ardiente. Paloma purísima, con rápido vuelo llegaste a las alturas del cielo, tú que con ánimo, mente y palabras anhelaste las eternas moradas. Obtennos también a nosotros llegar a la alegría de las bodas del Cordero y cantarle gloria. Amén.

 

CONTEMPLATIO

        Oh Dios amor, que me has creado, recréame en tu amor. Oh Dios amor, que me adquiriste para ti con la sangre de tu Hijo, santifícame en la verdad. Oh Dios amor, que me has adoptado como hija, haz que crezca según tu corazón. Oh Dios amor, que me has amado gratuitamente, concédeme amarte con todo el corazón, con toda el alma, con todas mis fuerzas. Oh Dios, amor infinitamente poderoso, confírmame en tu amor. Oh Amor sumamente sabio, concédeme amarte con sabiduría.

        Oh Amor infinitamente querido, concédeme vivir sólo para ti. Oh Amor eternamente fiel, consuélame en todas mis tribulaciones. Oh Amor siempre maravillosamente victorioso, concédeme perseverar en ti hasta el final.

En la hora de la muerte, acógeme, llámame a ti diciendo: «Hoy estarás conmigo; sal ahora del exilio para entrar en el solemne mañana de la eternidad; allí me encontrarás, verdadero hoy del divino esplendor» (Gertrudis de Helfta, Exertitia V, 363ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras referidas a santa Escolástica: «Obtuvo más de su amado Señor porque amó más» (del responsorio del oficio de lecturas).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        El rostro de santa Escolástica ha sido esculpido para siempre por estas últimas palabras del relato de san Gregorio: «Obtuvo más de su amado Señor, porque amó más». Amor, oración y deseo del Cielo constituyen el encanto espiritual de esta mujer.

        En el relato de los Diálogos, sorprende la personalidad de Escolástica. Es verdaderamente mujer, con todas las características de la feminidad: dulzura y afectividad, constancia y hasta audacia en el intento de obtener lo que desea. Pero presenta también una vena de simpática hilaridad, cuando del río de lágrimas pasa a la radiante sonrisa por el milagro acaecido. Dios, en efecto, obedece con prontitud a los que le han sometido totalmente su propia voluntad.

        Escolástica consumó su existencia en absoluta fidelidad a la vocación que le había brotado en el corazón desde la infancia. Ahora, llegada a la plena madurez, demuestra que ha conservado la misma fe sencilla y segura con un ánimo fresco como el manantial de agua de donde surgía. En ella se encarna espléndidamente la tensión escatológica que recorre toda la Regla benedictina. Decir Escolástica es sumergir la mirada en las misteriosas profundidades azules del cielo donde su alma, bajo la candida apariencia de paloma, ha penetrado, atraída por la fuerza del Amor eterno. La vida de Escolástica concluye con el «milagro» signo de la «perfecta caridad» alcanzada. Caridad con Dios, ardientemente deseado, y caridad con los hermanos, tiernamente amados. La oración -escuchada de inmediato por el Señor- aparece como el puro y eficaz lenguaje del Amor. ¿No es acaso éste el mensaje esencial que nos viene, todavía hoy, de la santa hermana del patriarca de los monjes de Occidente? (A. M. Cánopi, Monachesimo benedettino femminile, Seregno 1994, pp. 21-27, passim).

 

Día 11

Sábado 5ª semana del Tiempo ordinario o 11 de febrero, conmemoración de la

Bienaventurada Virgen María de Lourdes

 

        La memoria facultativa en el misal romano denominada Nuestra Señora de Lourdes forma parte de las celebraciones «ligadas a razones de culto local y que han adquirido un ámbito más extenso y un interés más vivo» [Maríalis cultus, 8).

        Es la única memoria incorporada al calendario universal que hace referencia a una «aparición» mariana, la que recibió, en 1858, Bernadette Soubirous (1844-1879), en la que oyó este mensaje: «Yo soy la Inmaculada Concepción». La memoria litúrgica fue extendida, en 1907, a toda la Iglesia latina. La introducción en la liturgia no equivale a una declaración magisterial que le comprometa sobre la verdad histórica de la aparición con la presencia real de la Inmaculada.

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 3,9-24

9 Pero el Señor Dios llamó al hombre diciendo: -¿Dónde estás? El hombre respondió:

10 -Oí tus pasos en el huerto, tuve miedo y me escondí, porque estaba desnudo.

11 El Señor Dios replicó: -¿Quién te hizo saber que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?

12 Respondió el hombre: -La mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol, y comí.

13 Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: -¿Qué es lo que has hecho? Y ella respondió: -La serpiente me engañó, y comí.

14 Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente: -Por haber hecho eso, serás maldita entre todos los animales y entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida.

15 Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, pero tú sólo herirás su talón.

16 A la mujer le dijo: -Multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás a tus hijos con dolor; desearás a tu marido y él te dominará.

17 Al hombre le dijo: -Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol prohibido, maldita sea la tierra por tu culpa. Con fatiga comerás sus frutos todos los días de tu vida.

18 Ella te dará espinas y cardos, y comerás la hierba de los campos.

19 Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, de la que fuiste formado, porque eres polvo y al polvo volverás.

20 El hombre puso a su mujer el nombre de Eva -es decir, Vitalidad-, porque ella sería madre de todos los vivientes.

21 El Señor Dios hizo para Adán y su mujer unas túnicas de piel y los vistió.

22 Después el Señor Dios pensó: «Ahora que el hombre es como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal, sólo le falta echar mano al árbol de la vida, comer su fruto y vivir para siempre».

23 Así que el Señor Dios lo expulsó del huerto de Edén, para que trabajase la tierra de la que había sido sacado.

24 Expulsó al hombre y, en la parte oriental del huerto de Edén, puso a los querubines y la espada de fuego para guardar el camino del árbol de la vida.

 

*• Así pues, Dios había dicho al hombre: «No comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque si comes de él morirás sin remedio» (Gn 2,17). Esto, a decir verdad, no es un mandamiento, y mucho menos una amenaza, sino una advertencia. Dios no quiere la muerte del pecador. Lo que hace más bien es ponerle en guardia: has de saber que si haces esto, te pasará esto y esto. Dios revela un nexo de causa-efecto: el pecado produce muerte (cf. Sant 1,15).

Sin embargo, la mujer, cuando le refiere a la serpiente las palabras de Dios, introduce en ellas algunas ligeras modificaciones que las trastornan: «Ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, a fin de que no muráis» (3,3). La conjunción final «a fin de que» no denota una simple relación causa-efecto, sino que revela el temor a un castigo. La Palabra de Dios no es ya la puesta en guardia paterna de que algo puede hacernos mal: se convierte en el castigo del amo que infunde temor en el siervo. Y este temor agiganta la puesta en guardia, y hasta tal punto es verdad que la mujer considera ese árbol nada menos que intocable, una especie de tabú.

Es bastante significativo que nosotros, intérpretes de hoy, llamemos «interrogatorio» al diálogo entre Dios y el hombre tras el pecado, como si se tratara de un acto judicial o intimatorio. De hecho, nos ponemos también nosotros en el lugar de Adán, que se esconde porque tiene miedo de un castigo. En realidad, se trata de un puro acto de misericordia. Dios busca al hombre («¿Dónde estás?») precisamente para salirle al encuentro, para decirle que no le ha abandonado, a pesar del pecado. Las mismas preguntas que Dios dirige al hombre y a la mujer no son en absoluto intimatorias, sino pedagógicas.

Dios se dirige a ellos como si él mismo no supiera nada; por consiguiente, sin hacer valer nada, sin poner en una situación embarazosa, sino ayudando a tomar conciencia de un pecado que nosotros siempre estamos tentados a remover, a esconder, a descargar sobre los otros.

A buen seguro, las consecuencias negativas del pecado no pueden dejar de manifestarse, aunque se ven atemperadas por una gran misericordia. Hemos de señalar, en primer lugar, que el hombre no muere como estaba previsto, no cae fulminado allí mismo. Su vida bajo el sol se volverá penosa, trabajosa, mortal, tal como la seguimos experimentando nosotros mismos, pero no se encuentra bajo el signo del castigo ni de la maldición: la serpiente sí es maldecida, pero el hombre y la mujer no.

 

Evangelio: Marcos 8,1-10

1 Por aquellos días se congregó de nuevo mucha gente y, como no tenían nada que comer, llamó Jesús a los discípulos y les dijo:

2 -Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen nada que comer.

3 Si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán por el camino, pues algunos han venido de lejos.

4 Sus discípulos le replicaron: -¿De dónde vamos a sacar pan para todos estos aquí en despoblado?

5 Jesús les preguntó: -¿Cuántos panes tenéis? Ellos respondieron: -Siete.

6 Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo. Tomó luego los siete panes, dio gracias, los partió y se los iba dando a sus discípulos para que los repartieran. Ellos los repartieron a la gente.

7 Tenían además unos pocos pececillos. Jesús los bendijo y mandó que los repartieran también.

8 Comieron hasta saciarse, y llenaron siete cestos con los trozos sobrantes.

9 Eran unos cuatro mil. Jesús los despidió,

10 subió en seguida a la barca con sus discípulos y se marchó hacia la región de Dalmanuta.

 

*• La segunda multiplicación de los panes realizada por Jesús en favor de la muchedumbre hambrienta está ambientada en la misma localidad del episodio precedente: en la Decápolis, territorio pagano. Ésta es la segunda multiplicación, porque ya hubo una antes (Me 6,30-44),  que se desarrolló, sin duda, al otro lado del lago; por tanto, en tierra de Israel. Ambos relatos son muy semejantes entre sí, si prescindimos de cierta diferencia de cifras respecto a los panes multiplicados, a los cestos con los trozos sobrantes y a las personas que comieron, sobre lo que ahora no vale la pena detenernos, aunque puedan constituir detalles significativos.

Lo que importa, por encima de todo, es que Jesús se preocupa -de manera sucesiva- tanto de su pueblo como de los extranjeros, prepara un banquete mesiánico tanto para Israel como para los gentiles. En este sentido, la diferencia más significativa entre los dos relatos es que en el primero son los mismos discípulos los que toman la iniciativa, los que se preocupan del hambre de la gente que les sigue, aunque después no sepan cómo saciarla y piensen simplemente en despedir a la muchedumbre para que se vaya a sus casas. En el presente relato, en cambio, que precisamente está relacionado con los no judíos, todo tiene su nacimiento en la compasión de Jesús. Mientras se trate de próximos, de gente cercana, son los discípulos, somos nosotros mismos quienes nos preocupamos de ellos, de sentir compasión. Pero cuando se trata de gente lejana, de pecadores, se requiere una compasión más grande, y sólo Jesús es capaz de revelar la misericordia del Padre.

 

MEDITATIO

En el relato genesíaco del pecado de Adán y Eva el asunto que está en juego, sobre todo, es el hecho de comer. «¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?», es la pregunta que dirige Dios al primer hombre. El árbol, en efecto, había parecido a la mujer «bueno para comer» (3,6). Comer, como alguien ha dicho, es un sinónimo de vivir. ¿Qué comemos? ¿De qué vivimos? ¿De nuestro conocimiento o de la misericordia de Dios? ¿De lo que nosotros mismos nos procuramos con nuestro esfuerzo, con el robo, o de lo que el Señor nos da gratuitamente?

El hombre y la mujer pueden comer de todos los árboles en el huerto del Edén: todo les ha sido dado. Sólo un árbol les está prohibido (lo que no representa nada con respecto al todo), pero la dinámica del pecado hace aparecer la única cosa secundaria y desdeñable como si fuera la principal, como si, a falta de ella, lo demás no fuera nada. Se olvida la misericordia de Dios en nombre de algo que queremos conquistar nosotros, que queremos procurarnos sólo nosotros, poco importa de qué se trate (el árbol prohibido tiene un nombre distinto para cada uno).

El problema que aparece en la sección evangélica de los panes es también el de comer, pero la perspectiva está invertida. No se trata de procurarse el pan, no se puede saciar el hambre en un desierto. Sólo es posible acoger un don, producto de la misericordia y la compasión, que se multiplica en partes iguales para todos. La situación del desierto, el estar desprovistos de todo, se convierte en la ocasión para volver a lo esencial, para comprender de qué vivimos verdaderamente. Tampoco Adán y Eva, expulsados del huerto, padecen una medida punitiva; simplemente, vuelven a darse cuenta de qué viven: de la misericordia.

A fin de cuentas, es Dios, y sólo él, quien «sacia el hambre de todo ser vivo» {cf Sal 145,16). Es maravilloso experimentar que es sólo Dios quien calma nuestra hambre, de una manera sorprendente. También lo es experimentar que ni siquiera teníamos el coraje de admitirlo y que eso lancinaba nuestro corazón. Por otra parte, el alimento que él nos da es sobreabundante; es puro don, es fruto de un gesto gratuito que expresa la gratuidad de su amor por nosotros. Nosotros sólo tenemos que aceptar y comer su alimento.

 

ORATIO

Que tu misericordia, Padre, nos acompañe siempre y en todas partes, en el huerto y en el desierto, porque sólo de ella tenemos necesidad.

Haz que nunca sintamos la tentación de pensar que algo es más importante que tu misericordia: ni nuestra necesidad de conocer, ni nuestro deseo de triunfar, ni nuestras ganas de sobresalir. En el huerto, cuando es posible todo sueño, nos resulta fácil dejarnos seducir. Llévanos al desierto, tierra sin refugio, para comprender de qué vive el hombre. Padre nuestro, precisamente en el pecado aprendemos tu compasión.

 

CONTEMPLATIO

Muévase nuestra razón a la búsqueda de Dios y la potencia concupiscible al deseo de él, y luche la potencia irascible para custodiarle. De este modo, si conforme a nuestros deseos vivimos esa ciudadanía, recibiremos, como pan supersustancial y vital para alimento de nuestras almas y para el mantenimiento del buen estado de los bienes que nos han sido otorgados, al Verbo mismo, que ha dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo y que da la vida al mundo» {cf. Jn 6,51-53).

Él se convierte así para nosotros en todo, en la medida en que, mediante la virtud y la sabiduría, nos nutrimos de él. Y, a través de cada uno de los que se salvan, él tomara cuerpo de modo diverso -él sabe cómo- mientras todavía vivimos en este siglo [...]. Y el alimento que es este pan de vida y de conocimiento vencerá la muerte del pecado: este pan del que el primer hombre no pudo ser partícipe a causa de la transgresión del mandamiento divino. En efecto, si se hubiera llenado de este alimento divino, no habría sido presa de la muerte, consecuencia del pecado (Máximo el Confesor, «Sul Padre nostro», en La Filocalia, Turín 1983, pp. 305ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (cf. Dt 8,3; Mt 4,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La comprensión de nuestro cuerpo como enfermo, pobre, débil, necesitado de ser inhabitado por el poder recreador del Espíritu, nos pone en la condición de la muchedumbre que seguía a Jesús por el desierto en torno a Betsaida. Y en el desierto de este mundo [...] prepara Jesús un banquete, adereza una mesa, nos sacia en ella. Aquel que en la última cena se entregará como alimento por las multitudes, acoge y reúne en el episodio de la multiplicación de los panes a una muchedumbre que no sabe adonde ir, y la transforma en la comunidad de los pobres saciados del verdadero pan de vida.

La eucaristía es el pan del desierto, es el viático de los peregrinos, es la ofrenda, la entrega de un cuerpo [...]. El camino por el desierto es un viaje largo, impracticable, extenuativo a veces: a las fatigas del recorrido se añaden las heridas dejadas por quienes se han perdido en este camino. Pero también es verdad que el Señor no nos deja sin la eucaristía, el único pan que nos permite caminar hasta la visión del Señor, hasta el cara a cara con Dios. Debemos estar seguros de que si también nosotros llegamos a tocar el abismo de la desesperación como Elias, también veremos a un ángel que nos traerá el pan del desierto y nos dirá: «Come, y sigue caminando» [cf. 1 Re 19,1-8) (E. Bianchi, // mantello di E\ia, Magnano 1985/ p. 119 [edición catalana: El mantell d'Elies, Publicacions dé l'Abadia de Montserrat, Barcelona 1987]).

 

Día 12

6° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 15,15-21

15 Si quieres, guardarás los mandamientos; de ti depende el permanecer fiel.

16 Fuego y agua he puesto ante ti, alarga tu mano a lo que quieras.

17 Ante el hombre están vida y muerte; lo que él quiera se le dará.

18 Porque grande es la sabiduría del Señor, fuerte es su poder y lo ve todo.

19 Sus ojos miran a los que lo temen, él conoce las acciones de los hombres.

20 A ninguno obligo a ser impío, a ninguno ha dado permiso para pecar

 

¤> El autor escribe en Jerusalén alrededor del año 180 a. de C. Se siente heredero de la fecunda tradición teológica sapiencial y quiere ofrecer, como testigo, una actualización de la nueva y compleja situación. Su enseñanza sobre la sabiduría, sobre Dios y sobre el mundo hunde sus raíces en los surcos de la tradición patriarcal; el profeta se autodefine como un <<rebuscador tras los vendimiadores>> (33,16) y al mismo tiempo, se presenta como un <<conservador iluminado», abierto al desafío que suponen los influjos procedentes de los nuevos escenarios culturales de estilo helenístico. El presente texto pertenece a la primera colección del libro, los cc. 1-23. Los vv. 11 y 12 del c. 15 recogen dos críticas que Ben Sira utiliza para introducir su reflexión sobre la libertad del hombre: <<No digas: "El Señor me incitó a pecar”>>; <<no digas: “el Señor me ha extraviado"». La fuerza del mensaje del texto propuesto hoy por la liturgia de la Palabra gira en torno al tema de los dos caminos, el del pecado y el de la muerte, formulado en Dt 3o,15-2o; Jr 21,8 y, en ámbito sapiencial, Prov 2,8-9,12-2o. Según este sabio maestro, Dios no puede ser el origen del pecado, puesto que <<él no hace lo que detesta» (v. 1 1, ni quiere violentar la libertad del hombre. Solo desde la libertad es como el creyente puede afianzar su fidelidad a la Ley. Dios manifiesta su omnipotencia y su profunda sabiduría sin coaccionar la elección que el hombre realiza responsablemente.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 2,6-10

Hermanos:

6También nosotros tenemos una sabiduría para adultos en la fe, aunque no es una sabiduría de este mundo, ni de los poderes que gobiernan este mundo y estén abocados a la destrucción.

7 De lo que hablamos es de una sabiduría divina, misteriosa, escondida; una sabiduría que Dios destino para nuestra gloria antes de los siglos

8 y que ninguno de los poderosos de este mundo ha conocido, pues, de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria.

9 A nosotros, en cambio, como dice la Escritura: lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar que Dios podía tenerlo preparado para los que lo aman,

10 eso es lo que nos ha revelado Dios por medio de su Espíritu. El Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios.

 

El segundo capitulo de la primera Carta a los Corintios presenta una reflexión sobre el tema de la sabiduría articulada en dos panes, ofreciendo antitéticamente un cuadro doctrinal unitario, Si en la primera sección (vv 1-5) Pablo hablaba de la necedad de la cruz oponiéndola a la sabiduría autosuficiente del hombre, en la segunda (vv 6-16) traza los rasgos que caracterizan la verdadera sabiduría cristiana, ya sea por los destinatarios que están en actitud de acogerla o por el contenido especifico que encierra. Así, Pablo habla de cristianos <<perfectos», <<adultos en la fe» (cf 14,2o; Flp 3,15; Col 1,28), a quienes Dios les ha manifestado una sabiduría <<misteriosa>>, <<escondida» y eterna, como Dios que es, destinada <<para nuestra gloria antes de los siglos» y distinta de la sabiduría <<de este mundo», descrita por Pablo en un lenguaje de carácter apocalíptico (v. 7ss).

Por este motivo, frente a aquellos corintios que se tenían por <<Espirituales» porque poseían una gnosis o conocimiento superior los creyentes que han recibido el anuncio del apóstol no tienen que considerarse inferiores. Al revés, gozan de un don inmenso y gratuito: haber conocido en Cristo el plan de Dios para la salvación del mundo. Y quien anuncia esta sabiduría a los <<adultos en la fe» no entrega un don obtenido por méritos propios, sino que hace participe a otros de cuanto le ha sido revelado <<por medio del Espíritu» (v. 1o), lo que Dios <<tenía preparado para los que lo aman» (v. 9). La puerta de acceso que conduce a las <<profundidades de Dios» (v. 1o) no es un conocimiento—gnosis fundado en presuntas capacidades humanas, sino en el amor

 

Evangelio: Mateo 5,17-37

17 No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus ultimas consecuencias.

18 Porque os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, la más pequeña letra de la Ley estará vigente hasta que todo se cumpla.

19 Por eso, el que descuide uno de estos mandamientos mas pequeños y enseñe a hacer lo mismo a los demás será el mas pequeño en el Reino de los Cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.

20 Os digo que, si no sois mejores que los maestros de la Ley y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

21 Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: No matarás, y el que mate será llevado a juicio.

22 Pero yo os digo que todo el que se enfade con su hermano será llevado a juicio; el que le llame estúpido será llevado a juicio ante el sanedrín, y el que le llame impío será condenado al fuego eterno.

23 Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,

24 deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda.

25 Trata de ponerte a buenas con tu adversario mientras vas de camino con el, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.

26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.

27 Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio.

28 Pero yo os digo que todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

29 Por tanto, si tu ojo derecho es ocasión de pecado para ti, arráncatelo y arrójalo lejos de ti; te conviene mas perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno.

30 Y si tu mano derecha es ocasión de pecado para ti, córtatela y arrójala lejos de ti; te conviene mas perder uno de tus miembros que ser arrojado todo entero al fuego eterno.

31 También se dijo: El que se separe de su mujer que le dé un acta de divorcio.

32 Pero yo os digo que todo el que se separa de su mujer salvo en caso de unión ilegitima, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una separada comete adulterio.

33 También habéis oído que se dijo a nuestros antepasados <<No jurarás en falso, sino que cumplirás lo que prometiste al Señor con juramento

34 Pero yo os digo que no juréis en modo alguno; ni por el cielo, que es el trono de Dios;

35 ni por la tierra, que es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran rey

36 Ni siquiera jures por tu cabeza, porque ni un cabello puedes volver blanco o negro.

37 Que vuestra palabra Sea <<sí» cuando es Sí, y <<No>> cuando es No. Lo que pasa de ahí viene del maligno.

 

• El v. 17 introduce un nuevo argumento que será expuesto hasta la conclusión del c. 5. Tenemos la presentación del tema (vm 17-2o), o la relación de Jesús con la Ley y los profetas, y seis lógia (vv. 21-48) con el mismo esquema, donde Jesús es el intérprete de las prescripciones del Antiguo Testamento. Dos afirmaciones negativas abren el pasaje evangélico (v 17a) y acentúan el contenido del anuncio: Jesús ha venido a dar cumplimiento, a llevar hasta sus últimas consecuencias la Ley y la profecía bíblica, ya que nada ha sido abrogado (el verbo “plérosai” indica, aquí, dar cumplimiento a través de la enseñanza): su misión tiene como objetivo no abolir lo que ya ha sido revelado, sino promulgar definitivamente la voluntad de Dios.

La nueva justicia no se volverá a medir mas en términos <<cuantitativos», como observancia externa de unos preceptos; sera valorada en virtud de la adhesión del corazón a las exigencias del Reino. Jesús enumera seis ejemplos y los presenta de manera antitética (en este domingo leemos los cuatro primeros, vv. 21-37). Los dichos comienzan con la fórmula estereotipada <<Habéis oído que se dijo [a nuestros antepasados]», seguidos de una cita del Pentateuco, y concluyen con esta expresión de Jesús: <<Pero yo os digo... ». El procedimiento utilizado, por el estilo, es el de las escuelas rabínicas, que contraponían las distintas interpretaciones de la Ley.

La primera antítesis (vv. 21-26) se refiere al mandato de <<No matar», presente en el <<decálogo» (cf Ex 2o,13; Dt 5,17) y reinterpretado por Jesús: también la ira y el insulto manifiestan un conflicto y un juicio que amenazan y trastornan la vida de la comunidad. Las penas son presentadas gradualmente - tribunal, sanedrín y Geenna -, pasando de una perspectiva jurídica a una religioso-escatológica: la autenticidad del culto se verificara según la capacidad de vivir reconciliados (vv. 23ss).

El adulterio (vv. 26-3o) también es sometido a consideración: la unión con la mujer de otro hombre, incluso antes de quebrantar el derecho a la propiedad del marido, tiene su raíz <<en el corazón», sede de los sentimientos profundos y de la personalidad moral del individuo. Quien <<desea», en la acepción del verbo hebreo correspondiente (hamad), quiere adueñarse con violencia de lo que no le pertenece, y, para evitar un destino mortal, tiene que estar dispuesto a sacrificar una parte de si mismo (vv. 29ss).

La tercera antitesis es sobre el matrimonio (vv. 31ss) y nos remite al texto de Dt 24,1. Comete adulterio, según el dicho de Jesús, tanto quien se separa de su mujer como quien se casa con una separada. La excepción del v. 32, salvo en el caso de “poméia”, ha sido objeto de una pluralidad de interpretaciones: una solución apropiada es la que atribuye la cláusula de Mateo a los casos de uniones ilegitimas entre consanguíneos, algo no infrecuente dentro de su comunidad. La exclusión de cualquier tipo de juramento (vv 33-37), que volverá a aparecer en 23,16-22, pretende desenmascarar la costumbre de abusar de la autoridad de Dios: es una llamada a la verdad y a la sinceridad (véase la sentencia del v. 37) y un rechazo de cualquier forma de hipocresía.

 

MEDITATIO

<<Pondré mi Ley en su interior, la escribiré en su corazón» (Jr 31,33), Si escudriñamos qué esconde la profundidad de nuestro corazón, si nos empleamos a fondo para descifrar lo escrito por una mano sabia y discreta, descubrimos que <<lo que el ojo no vio», a veces misterioso hasta para nosotros, Dios lo ha preparado, lo ha diseñado, como un proyecto viable para nuestra vida; un proyecto que nos invita a vivir la única ley que nos hace libres, la del amor Guiados por el Espíritu vivimos en el mundo anunciando una <<Buena Noticia» que nos anima a vivir como cristianos adultos, a superar esas faltas de madurez que podrían llevarnos a una fe construida sobre una obediencia estéril y formal: <<Cuando yo era niño, hablaba como niño, razonaba como niño; al hacerme hambre, he dejado las cosas de niño>> (1 Cor 13,11). Para entrar en el Reino de los Cielos, Jesús pide una justicia superior a la observancia mecánica y desencarnada; solicita una adhesión capaz de interiorizar la norma y manifestar las verdaderas intenciones del corazón.

Esta nueva justicia transforma las dimensiones más profundas y personales de la relación con Dios en la cualidad de las relaciones que el discípulo establece con los hermanos. Dios <<conoce las acciones de los hombres» y sabe que en una ofensa también se puede ocultar la voluntad de destruir al otro, que en una mirada, a veces, esta latente el deseo de poseer, incluso con prepotencia, lo que no nos pertenece. Dios, que lo <<ve todo», no acepta que el hombre reemplace con prácticas cultuales la exigencia de construir caminos de reconciliación, porque la misericordia vale mas que los sacrificios.

Vivir según este estilo de vida nuevo, que Jesús ha inaugurado y que el Espíritu mantiene vivo, significa comprender la voluntad de Dios inmersos en la lógica del mundo, una lógica que parece sobrepasar la sabiduría oculta en nuestro interior. Entre el <<si» al camino evangélico y el <<no» pronunciado a los <<dominadores de este mundo», entre la vida y la muerte, pidamos que nuestra elección sea sin titubeos, inclinada al compromiso y no confusa o tibia.

 

ORATIO

Padre, Dios del cielo y de la tierra, te alabamos por el misterio escondido en tu Hijo, Jesús. El se ha hecho uno de nosotros, ha compartido nuestra vida, se ha mostrado atento a nuestras necesidades y ha cargado con nuestros pecados. Dios misericordioso, quieres que seamos un pueblo libre, libre para aman y por eso -en Cristo- nos entregas una nueva Ley escrita en el corazón del hombre. Tu lo ves todo, sondeas y conoces nuestros pensamientos y sabes leer nuestras mas secretas intenciones en los gestos que realizamos. No queremos sentirte como un huésped indeseado que viola nuestra intimidad, sino como el amigo que nos brinda la mano para llevarnos hasta la vida eterna con la libertad de los hijos de Dios zarparemos mar adentro y, guiados con tu Palabra y el Espíritu, marcaremos la ruta de la verdadera paz,

 

CONTEMPLATIO

Por todas partes, pues, resulta que, si Cristo no mantiene la antigua Ley, no es porque sea mala, sino porque había llegado el momento de preceptos superiores. El hecho de que sea más imperfecta que la nueva no prueba tampoco que sea de suyo mala, pues, en ese caso, lo mismo habría que decir de la nueva. El conocimiento que ésta nos procura, comparado con el de la otra vida, es también parcial e imperfecto y, venido el otro, desaparecerá. Porque <<cuando venga lo perfecto -dice el apóstol— desaparecerá lo imperfecto» (1 Cor 13,1o), lo mismo que sucedió con la antigua Ley al venir la nueva.

Mas no por eso despreciaremos la nueva Ley, aunque también haya de ceder el paso y retirarse cuando alcancemos el Reino de los Cielos. Porque entonces —dice— <<desaparecerá lo imperfecto». Y sin embargo, decimos que es grande. Ahora bien, como son mayores los premios que se nos prometen y mayor la gracia del Espíritu Santo, también se nos exigen combates mayores. Ya no se nos promete una tierra que mana leche y miel, ni pingue vejez, ni muchedumbre de hijos, ni trigo y vino, ni rebaños mayores y menores, sino el cielo y los bienes del cielo: la filiación divina y la hermandad con el Unigénito y tener parte en su herencia y ser juntamente con El glorificados y reinar a par suyo, y los infinitos galardones que allí nos esperan. Ahora que también gozamos de mayor ayuda, oye como lo dice Pablo; <<Ya no pesa, par tanto, condenación alguna sabre las que viven en Cristo Jesús. La ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte>> (Rom 8,1ss) (Juan Crisóstomo, <<Homilías sobre el evangelio de san Mateo», 16,5, en Obras de san Juan Crisóstomo, I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955, 3 19-32o).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hay la Palabra: <<El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Respecto a la totalidad que nos manifiesta la sabiduría, las formas provisionales necesariamente se encuentran ligadas al principio de la coacción, de la constricción, y la constricción no es la ley del corazón. Esta condición de la existencia es una condición dura y ha que vivirla con la esperanza de que un día pasará este mundo, anclado en el pecado. Tenemos que preparar aquel mundo y, dentro de lo posible, anticiparlo ahora entre nosotras, sabiendo que se trata de una breve lluvia benéfica, de un fugaz rayo solar, ya que la verdadera estación esta por llegar Debemos, de alguna manera insertar la levadura futuro dentro del presente. Esta es nuestra tarea, en lo pequeño y en lo grande. Estas son las nuevas formas propuestas clara y límpidamente, can la maravillosa y misteriosa música de las palabras evangélicas: <<Habéis oído que se dijo, pero yo os digo».

Nos encontramos en esta oscilación y es muy importante vivirla conscientemente, sin bandazos, sin fanatismos místicos que destruyen la antinomia de este mundo provisional, y sin mundanalidad —enorme en numerosos cristianos—, sino integrando las dos dimensiones y convirtiendo las palabras de la sabiduría en principio normativo de la saciedad, en regla de vida social.

Ninguna sociedad responderá jamás, hasta que salgamos de este mundo transitorio, a las esperas y esperanzas que brotan de lo profundo. La respuesta que nos viene del Espíritu es una respuesta que brilla en el futuro, y sólo llega a nuestros días el reflejo de la luz (E. Balducci, Gli ulfimi Iempi, Roma 1998, 1 15).

 

Día 13

Lunes 6º semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 4,1-15.25

1 El hombre se unió a su mujer, Eva; ella concibió y dio a luz a Caín, y dijo: -¡He tenido un hombre gracias al Señor!

2 Después tuvo a Abel, hermano de Caín. Abel se hizo pastor, y Caín agricultor.

3 Pasado algún tiempo, Caín presentó al Señor una ofrenda de los frutos de la tierra.

4 Abel le ofreció también los primogénitos de su rebaño y hasta su grasa. El Señor se fijó en Abel y su ofrenda,

5 más que en Caín y la suya. Entonces Caín se enfureció mucho y andaba cabizbajo.

6 El Señor le dijo: -¿Por qué te enfureces? ¿Por qué andas cabizbajo?

7 Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza; pero si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo.

8 Caín propuso a su hermano Abel que fueran al campo y, cuando estaban allí, se lanzó contra su hermano Abel y lo mató.

9 El Señor preguntó a Caín: -¿Dónde está tu hermano? Él respondió: -No lo sé; ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?

10 Entonces el Señor replicó: -¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra.

11 Por eso te maldice esa tierra, que ha abierto sus fauces para beber la sangre de tu hermano que acabas de derramar.

12 Cuando cultives el campo, no te dará ya sus frutos. Y serás un forajido que huye por la tierra.

13 Caín contestó al Señor: -Mi culpa es demasiado grande para soportarla.

14 Tú me echas de este suelo, y tengo que ocultarme de tu vista; seré un forajido que huye por la tierra y el que me encuentre me matará.

15 El Señor le dijo: -El que mate a Caín será castigado siete veces. Y el Señor puso una marca a Caín, para que no lo matara quien lo encontrase.

25 Adán volvió a unirse a su mujer, y ésta dio a luz un hijo a quien puso por nombre Set, pues se dijo: -Dios me ha dado otro vástago en lugar de Abel, a quien mató Caín.

 

**• «El Señor se fijó en Abel y su ofrenda, más que en Caín y la suya» (w. 4b-5). El texto no dice ni una palabra de los motivos de este fijarse o, mejor aún, de esta preferencia por la ofrenda de Abel con respecto a la de Caín.

Es cierto que podemos hacer suposiciones: Caín era el hermano mayor, Abel el menor, y la Escritura manifiesta casi siempre una preferencia por el hijo menor, más débil, menos aventajado (véase Isaac, Jacob, José, Benjamín). Otra: Caín, el agricultor, «presentó al Señor una ofrenda de los frutos de la tierra» (v. 3), mientras que Abel, el pastor, «ofreció también los primogénitos de su rebaño» (v. 4). Choque de culturas, conflicto entre pastores y agricultores: también esto es posible, aunque no se dice de un modo muy claro.

Lo que sí está claro, en cambio, es que Dios puede tener preferencias, es libre de escoger a uno en vez de a otro. El amor tiene preferencias que probablemente sea difícil motivar. El choque entre Caín y Abel, que conduce al primer homicidio de la historia, pretende explicar el odio fratricida precisamente como efecto de los celos, de la envidia por la predilección divina. ¿Por qué él sí y yo no? ¿Por qué él más que yo? También José será odiado y vendido por sus hermanos a causa de sus celos. Hasta Pilato se dará cuenta de que los jefes de los judíos le habían entregado a Jesús «por envidia» (Me 15,10).

En consecuencia, no nos es posible, excepto de un modo muy aproximativo, remontarnos a los motivos de la predilección divina. La elección de Dios es gratuita e incontrolable. A pesar de todo, es posible diagnosticar cuál es la causa, el resorte que hace estallar la aversión entre los hermanos, y esa causa es precisamente los celos por los dones del otro que no encontramos en nosotros y que consideramos una injusticia. La historia del primer fratricidio tiene, por consiguiente, un valor paradigmático.

Cada vez que sintamos crecer en nosotros la aversión hacia alguien deberemos repetirnos la pregunta del Señor a Caín: «¿Por qué te enfureces? ¿Por qué andas cabizbajo? Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza» (w. 6ss). Los dones del otro no están en contra de nosotros, sino que son para nosotros. Todo depende de la rectitud de nuestro corazón.

 

Evangelio: Marcos 8,11-13

En aquel tiempo,

11 se presentaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con la intención de tenderle una trampa.

12 Jesús, dando un profundo suspiro, dijo: -¿Por qué pide esta generación una señal? Os aseguro que a esta generación no se le dará señal alguna.

13 Y dejándolos, embarcó de nuevo y se dirigió a la otra orilla.

 

*» También los fariseos que discuten con Jesús están, en realidad, celosos de él. Le piden «una señal del cielo» (v. 11), una atestación divina, para demostrar que tampoco él es capaz de proporcionarla. Una señal del cielo: algo inequívoco, que atestigüe sin medias tintas la realidad de la elección de Jesús, de la predilección divina por él. ¿Eres o no el elegido de Dios? Danos la prueba irrefutable de ello con una señal procedente «del cielo», es decir, de Dios mismo.

Jesús no entra en este juego, no se deja coger en la trampa. Se niega a pedir al Padre una señal que ya le ha dado una vez, en el bautismo, y le volverá a dar aún en la transfiguración: «Tú eres mi Hijo amado». Jesús da un profundo suspiro, que es casi un gemido de su espíritu.

Este suspiro, este gemido, expresa todo el sufrimiento de Dios por la incomprensión a la que son sometidos sus caminos, infinitamente misericordiosos, en este mundo. «¿Por qué pide esta generación una señal?» (v. 12). Es una pregunta semejante a la dirigida a Caín: ¿por qué estás envidioso? Y no les dará la señal. Mejor aún: tienen la señal ante sus ojos. Jesús mismo es la señal del cielo, una señal dada a todas las generaciones humanas. Jesús mismo, a través de su gemido, a través del rechazo que ha debido padecer, a través de la muerte que tuvo que sufrir: aquí está la señal de la predilección divina por él, como ya ocurrió con Abel.

 

MEDITATIO

Abel significa en hebreo «soplo», «vapor», «vanidad». Es un nombre que expresa la precariedad, la fragilidad de la existencia humana, asumida también por Jesús: una existencia sometida a la muerte. Abel, en efecto, fue la primera víctima inocente de la historia: su sangre, que grita desde el suelo donde fue derramada, es la voz de la «sangre inocente», que clama venganza en presencia de Dios. ¿Cómo se puede expiar una sangre inocente, una vida humana violentamente cortada? Según la ley, hay una sola manera: con la sangre del homicida. «No profanaréis la tierra que habitáis, porque la sangre profana la tierra, y la tierra no puede ser purificada de la sangre vertida en ella más que con la sangre del que la ha derramado» (Nm 35,33).

También la de Jesús es una «sangre inocente» como la de Abel, víctima del odio de sus hermanos. Hasta Judas lo reconoció cuando, apretado por el remordimiento, confesó: «He entregado sangre inocente» (Mt 27,4). Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre Abel y Jesús, una diferencia bien puesta de relieve por la carta a los Hebreos. La voz de la sangre de Abel grita a Dios desde la tierra: clama venganza, hasta tal punto que Caín será expulsado de la tierra que bebió la sangre de su hermano. Abel, a buen seguro, no será vengado (¿por quién, además?); nadie matará a Caín; al contrario, recibirá una señal de protección, pero estará obligado a vivir fugitivo y errante durante toda su existencia.

Ahora bien, la carta a los Hebreos dice precisamente esto: la sangre de Jesús es «más elocuente que la de Abel» (Heb 12,24). ¿En qué sentido? La misma carta había sostenido, poco antes, que la sangre de Abel continúa gritando, pidiendo justicia: «Él, aunque muerto, sigue hablando aún» (Heb 11,4). Pero el hecho es que la sangre de Jesús no pide sólo justicia, no se limita a clamar venganza. La sangre de Jesús da a todos la salvación y el perdón: por eso es «más elocuente que la de Abel».

 

ORATIO

    No permitas que derramemos sangre, Dios de nuestra salvación.

    No permitas que caigamos en la trampa de la envidia y de los celos, del odio ciego y sin motivo que contradice tu gratuidad.

    Haznos respetar tus predilecciones, que son libres, pero misericordiosas.

    Y enséñanos a clamar justicia, pero de un modo aún más elocuente el perdón que nos viene de Jesús, el autor de nuestra salvación.

 

CONTEMPLATIO

El envidioso hace un mal uso de los bienes en cuanto que, una vez excluido de todos los valores que -desdichado- detesta, a su alma no le quedará más que atormentarse.

¿Y quién podrá socorrerle, desde el momento que la envidia le hace verdugo de sí mismo? ¿O dónde buscará su propia salvación, él, que -sirviéndose con desatino de los bienes- contrae la ruina de la fuente de la salvación? Sin embargo, también los envidiosos, inspirados por Dios como otros pecadores, podrían resurgir a la esperanza de volver a obtener la salvación y disgustarse de cómo son para complacer a Dios. Podrían abstenerse de imitar a Caín, el cual, tras haber matado a su hermano, cegado por la envidia loca que le dominaba, condenó también su alma, desconcertada por el fratricidio, a la pena de la muerte eterna, cuando le dice al Señor, desesperado de obtener el perdón: «Mi iniquidad es demasiado grande para merecer el perdón» (Gn4,13).

Éstos, pues, detestando el ejemplo de aquéllos, podrían alejarse de sí [mismos] y volver a su Dios, sin llegar a tocar el fondo del mal con la desesperación de obtener la salvación. Pues bien, en tal caso, ¿quién podría dudar; más aún, quién no creería firmemente que sus culpas precedentes pueden ser perdonadas? (G. Pomero, La vita contemplativa, Roma 1987, pp. 228ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Líbrame de la sangre, Dios, salvador mío, y cantará mi lengua tu justicia» (Sal 50,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

A vosotros, jóvenes de 115 países que, en número de tres millones, habéis respondido a mi llamada, a vosotros os dedico estos recuerdos, estos testimonios y estas consignas.

Sed vosotros los que digáis no al suicidio de la humanidad [...] Será preciso exigir ahora todos los días, sin tregua, la paz. Decid no, todos los días, a la guerra, al hambre, a la muerte. Aceptad esta herencia que es un deber. Con ella seréis, a buen seguro, más ricos que con todos los tesoros del mundo. Tres son las fuerzas que, hoy, escucha y respeta el mundo: el número, la fuerza y el dinero. Poner el número no al servicio de la fuerza ciega o del dinero corrompido, sino al servicio de un amor radiante: ésa es vuestra tarea humana. La única verdad es amarse. Por eso, no hay que contentarse con hacer el muerto, con aceptar, con aprovechar o con padecer. Hay que construir, defender, iluminar, elevar. Nadie tiene derecho a ser feliz él solo.

Así, no contentos con vivir de una manera pasiva, habréis merecido vivir. Durante los mejores veinte años de mi vida, ante el aterrador absurdo de los armamentos, contra la desconfianza obtusa y el odio delirante, he luchado para protegeros. A vosotros os corresponde ahora defenderos (R. Follereau, La sola verítá é amarsi Bolonia 51992, pp. 276ss [edición española: La única verdad es amarse, Editorial Mundo Negro, Madrid 1967]).

 

Día 14

Martes 6ª semana del Tiempo ordinario o 14 de febrero, conmemoración de

Santos Cirilo y Metodio

 

Los santos Cirilo y Metodio, patronos de Europa, eran de formación bizantina. Ambos nacieron en Salónica (Cirilo, en el año 827 o en el 828; Metodio, entre los años 812 y 820) y se convirtieron en los apóstoles de los pueblos eslavos. Fueron enviados por el emperador de Constantinopla Miguel III a Moravia. Allí llevaron a cabo un maravilloso trabajo apostólico, emprendiendo las traducciones de las Escrituras y de los libros litúrgicos a la lengua paleoeslava y formando discípulos. Llamados a Roma para justificarse por esta novedad, fueron recibidos con honor por el papa Adriano II, que aprobó su método misionero.

        Sin embargo, Cirilo, enfermo, falleció allí mismo el 14 de febrero del año 869 y fue sepultado en la iglesia de San Clemente. Metodio, ordenado arzobispo en Roma, volvió a Moravia, y allí murió el 6 de abril del año 885. Sus discípulos, expulsados de este país, se refugiaron en Bulgaria. Desde allí pasaron la liturgia y la literatura eslava al reino de Kiev, a Rusia y a todos los países eslavos de rito bizantino.

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos 13,46-49

46 Entonces dijeron con valentía Pablo y Bernabé: «Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles.

47 Pues así nos lo ordenó el Señor: " Te he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra.» "

48 Al oír esto los gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban destinados a una vida eterna.

49 Y la Palabra del Señor se difundía por toda la región.

          

            El evangelio de hoy rompe la lectura semicontinua que venimos haciendo a lo largo de la semana. La Buena Noticia de hoy nos habla de elección y de envío. Y de ir de dos en dos, en comunidad, nada de francotiradores. Nos habla de mies abundante: así que nada de perspectivas pesimistas (que si menos, que si mayores…); de pocos trabajadores y de confianza en que el dueño de la mies mandará obreros a sus campos. Nos habla de salir, con lo puesto, a los caminos llevando la buena noticia de la paz. Nos habla de anunciar que el Reino de Dios está cerca.

          Y se interrumpe la lectura porque celebramos la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, apóstoles de los pueblos eslavos y Patronos de Europa junto a san Benito Abad. En esta fiesta, recordamos 10 años después unas palabras de Juan Pablo II.

          Evangelizando las regiones centro-orientales del Continente, contribuyeron de forma determinante a que la Europa cristiana pudiera respirar con los dos pulmones: el de occidente y el de oriente. En efecto, así como es imposible pensar en la civilización europea sin la obra y la herencia benedictina, tampoco se puede prescindir de la acción evangelizadora y social de los dos santos hermanos de Salónica.

          El encuentro entre el Evangelio y las culturas ha hecho que Europa se convirtiera en un «laboratorio» donde, en el curso de los siglos, se han consolidado valores significativos y duraderos. Oremos para que, también en nuestros días, el mensaje universal de Cristo, confiado a la Iglesia, sea luz de verdad y fuente de justicia y de paz para los pueblos del Continente y del mundo entero. Lo pedimos por intercesión de María Virgen y de los Santos y Santas que son invocados como Patrones de Europa. Juan Pablo II

 

Evangelio: Lucas 10,1-9

En aquel tiempo,

1 el Señor designó a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar.

2 Y les dio estas instrucciones: -La mies es abundante, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

3 ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos.

4 No llevéis bolsa, ni alforjas ni sandalias, ni saludéis a nadie por el camino. 5 Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa.

6 Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros.

7 Quedaos en esa casa y comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa.

8 Si al entrar en un pueblo os reciben bien, comed lo que os pongan.

9 Curad a los enfermos que haya en él y decidles: Está llegando a vosotros el Reino de Dios.

 

**• El fragmento del evangelista Lucas comienza con Jesús enviando a los discípulos como el Padre le envió a él. Esta misión pone tal vez más de relieve, en todo caso más que la de los Doce, la universalidad de la evangelización.

Su destinatario no es sólo el pueblo israelita, sino todas las naciones del mundo, puesto que toda la humanidad es esa mies madura para recibir la salvación.

Por otra parte, en la vocación de estos primeros misioneros están representados todos los cristianos que, a lo largo de toda la historia de la Iglesia, han sido y son enviados por Cristo a ejercer el apostolado. El estilo debe ser el itinerante, basado en la pobreza y en la gratuidad.

El contenido esencial del anuncio es el Reino de Dios y su paz. La oración es la actitud del discípulo que reconoce la gratuidad y la iniciativa divinas. La perspectiva que se abre ante los misioneros no es demasiado alegre y reconfortante. No pueden contar con la fuerza, ni con el poder, ni con la violencia. Es la pobreza la que se convierte en fundamento y signo de su libertad y de su plena entrega a la única tarea.

El misionero está expuesto por completo, incluso por lo que se refiere a su sustento, a los riesgos de la misión: acogida o rechazo, éxito o fracaso; pero nada puede detener o impedir la prosecución de su mandato. Nuestro misión, hoy como ayer, es ser mensajeros de la paz y de la bendición de Cristo.

 

MEDITATIO

        San Cirilo eligió desde joven como esposa mística a la sabiduría divina, que se le apareció en sueños, y, como Salomón, la consideró más preciosa que los otros dones.

        Meditemos, pues, iluminados por las lecturas bíblicas y por el ejemplo vivo de estos santos, sobre quién puede ser considerado verdaderamente «sabio». Acostumbramos a llamar «docto» a quien conoce muchas cosas, consideramos «inteligente» al hombre que comprende lo que son las cosas; el sabio, sin embargo, es el que comprende el significado que las cosas y los acontecimientos deben tener para su vida.

        Ahora bien, las cosas y los acontecimientos pueden tener diferentes significados en la vida. Un comerciante adivina cuánto dinero puede ganar con ellas. Quien tiene como fin supremo su carrera busca cómo explotarlas para alcanzar el éxito en el trabajo. El sabio, por su parte, sabe aprovecharlo todo para ganar la amistad de Dios. «El comienzo de la sabiduría es el temor de Dios» (Sal 110,10).

        Todos observamos el mundo que nos rodea. Para un curioso, esto es ocasión de distracción, porque ve muchas cosas diferentes. El hombre de ciencia está obligado a elegir en su «campo visual» lo que tiene que ver con su especialización. El sabio consigue ver todo como la única imagen de la sabiduría de Dios, como un grandioso mosaico en el que cada piedrecita es preciosa, y, por consiguiente, todo lo que ve y aprende adquiere un valor inmenso y se vuelve fuente de alegría.

 

ORATIO

        Haz que resplandezca en nuestros corazones, oh Señor, que amas a los hombres, la luz incorruptible de tu sabiduría: te lo pedimos en nombre de los santos hermanos Cirilo y Metodio. Abre los ojos de nuestra mente para que podamos entender tus preceptos evangélicos. A fin de que, aplastados los deseos carnales, podamos llevar una vida espiritual, pensando y realizando todo lo que es de tu agrado, e invoquemos la fuerza de tu Espíritu de la sabiduría.

 

CONTEMPLATIO

        San Cirilo escogió como patrono especial de su vida a san Gregorio Nacianceno, llamado «el Teólogo», quien abandonó sus cargos en el mundo para dedicarse a escribir sermones y poesías, a fin de que Cristo, a través de él, pudiera «hablar en griego».Por eso recibió el sobrenombre de «Boca de Cristo». San Cirilo, que le imitó, decidió ofrecer al Salvador su conocimiento de las lenguas, a fin de que Dios, por medio de él, hablara en el idioma de los pueblos eslavos. Ambos santos se daban cuenta de que la capacidad de hablar constituye un gran privilegio humano. El hombre, que expresa su pensamiento con las palabras, es imagen de Dios Padre, el cual -precisamente por la Palabra, que es su Hijo- crea y gobierna el universo.

        En consecuencia, constituyen una gran responsabilidad para nosotros las palabras que salen de nuestra boca. Con ellas podemos hacer un enorme bien, pero, desgraciadamente, en ocasiones causan también mal. Crean las amistades o las destruyen. Con la palabra somos capaces de dirigirnos en la oración a Dios, el cual nos escucha y a menudo se digna acceder a lo que le pedimos. Por otra parte, también Dios se dirige a nosotros por medio de su Palabra, contenida en la Sagrada Escritura y en la predicación de la Iglesia. Escuchemos, pues, a Dios y Dios nos escuchará a nosotros.

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra de la Escritura: «Dame la sabiduría que comparte tu trono» (Sab 9,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Cuando el niño [Cirilo] tenía siete años, tuvo un sueño, que le contó a su padre y a su madre de este modo: «El alcalde de la ciudad, después de haber convocado a todas las muchachas de la ciudad, me dijo: "Elige entre ellas a la que quieres como esposa y como ayuda que te convenga" (Gn 2,18). Entonces, tras mirarlas bien a todas, ví una que era más bella que las demás: tenía un rostro luminoso y estaba toda ella adornada de collares de oro y de gemas, y revestida de toda belleza; se llamaba Sofía, es decir, Sabiduría. La elegí a ella». Tras oír estas palabras, dijeron los generosos padres: «Dice la Sagrada Escritura: "Di a la sabiduría: 'Tú eres mi hermana'" (Prov 7,4), y si la llevas junto a ti, para tenerla como esposa, por medio de ella serás liberado de muchos males».

        Le enviaron a la escuela y progresaba más que todos sus condiscípulos. Pero muy pronto tuvo el muchacho otra experiencia. Un buen día, según la costumbre de los hijos ricos de divertirse saliendo de caza, se fue con ellos al campo, llevando un halcón con él. Ya le había hecho emprender el vuelo cuando un viento levantado por la Providencia divina hizo que el halcón se perdiera por completo. Al muchacho le entró tal disgusto y tal tristeza que, durante dos días, no tocó alimento alguno. Pero después se arrepintió, diciendo: «¿Acaso no es esta vida de tal género que a la alegría le sucede la tristeza? Desde hoy en adelante, tomaré un camino mejor que éste». Se aplicó al estudio de las letras y aprendió de memoria los escritos de san Gregorio, el Teólogo. Y escribió sobre él la siguiente poesía: «Oh Gregorio, hombre en el cuerpo, te has mostrado ángel, porque tu boca glorifica a Dios como uno de los serafines e ilumina el mundo entero al explicar la fe. Acógeme también a mí, que a ti me acerco con amor y fe, y sé para mí maestro y fuente de luz» (de la Vida eslava de Constantino Cirilo).

 

Día 15

Miércoles 6ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 8,6-13.20-22

6 Cuarenta días después, abrió Noé la ventana que había hecho en el arca

7 y soltó un cuervo que estuvo volando de aquí para allá hasta que se secaron las aguas sobre la tierra.

8 Soltó luego una paloma para ver si habían menguado las aguas hasta el nivel de la tierra,

9 pero la paloma no encontró dónde posarse y volvió otra vez al arca, porque las aguas cubrían todavía la superficie de la tierra. Sacó Noé la mano, la recogió y la metió consigo en el arca.

10 Esperó siete días más y de nuevo soltó la paloma fuera del arca;

11 ella volvió por la tarde con una ramita de olivo en el pico. Así supo Noé que las aguas habían menguado hasta el nivel de la tierra.

12 Pero aún esperó siete días y volvió a soltar la paloma, que esta vez ya no volvió.

13 Era el año seiscientos uno de la vida de Noé, el día uno del primer mes, cuando se secaron las aguas sobre la tierra. Noé levantó la sobrecubierta del arca, miró y vio que la superficie del suelo estaba seca.

20 Noé levantó un altar al Señor y, tomando animales puros y aves puras de todas las especies, ofreció holocaustos sobre él.

21 El Señor aspiró el suave olor y se dijo: «No maldeciré más la tierra por causa del hombre, porque los proyectos del hombre son perversos desde su juventud; jamás volveré a castigar a los seres vivientes como lo he hecho.

22 Mientras dure la tierra habrá sementera y cosecha, frío y calor, verano e invierno, día y noche».

 

»*• Del mismo modo que hay dos relatos de la creación, también hay dos del diluvio. Ahora bien, mientras que los dos relatos de la creación son distintos, en Gn 1 y Gn 2, los dos relatos del diluvio están intercalados entre sí. Eso no nos impide reconocer que, en el primer relato, el diluvio dura cuarenta días, una cifra aproximada para un período de tiempo bastante largo, mientras que, en el segundo relato, el diluvio dura doce meses lunares más once días, lo que da exactamente un año solar de 365 días (cf. Gn 7,11; 8,13ss).

La duración del diluvio no carece de importancia: se trata de un tiempo relativamente largo, aunque limitado. Cuarenta días o un año solar constituyen un período con un término fijado. El diluvio no es para siempre: las aguas, vertidas sobre la tierra, están destinadas a retirarse poco a poco. Este dato contiene una enseñanza espiritual sobre el obrar de Dios. En él nos permitirá profundizar el fragmento evangélico que leeremos a continuación.

Otra diferencia entre los dos relatos es que, en el primero, los animales puros reunidos en el arca son siete (o siete parejas) de cada especie, mientras que en el segundo sólo son dos: un macho y una hembra. ¿Por qué precisamente siete, no bastaba con dos? El problema es que el diluvio, según este relato, concluye con un gran sacrificio de animales, lo cual no hubiera sido posible si los animales y las aves puros hubieran sido sólo dos de cada especie. Dios, al oler la suave fragancia de este sacrificio, se reconcilia con la creación y promete solemnemente no volver a maldecir la tierra a causa del hombre (cf. también Is 54,9).

La imagen de un Dios airado que se aplaca con una matanza de animales también podría hacernos sonreír: de todos modos es menos primitiva que su paralelo mesopotámico, donde los dioses, al suave olor, acuden como moscas. Más importancia tiene la motivación de la promesa divina: «No maldeciré más la tierra por causa del hombre, porque los proyectos del hombre son perversos desde su juventud» (v. 21).

En la práctica, se viene a decir que el motivo por el que Dios hizo cesar el diluvio es el mismo por el que lo provocó: la maldad del corazón humano. Dios provocó el diluvio como remedio a la maldad del hombre, pero se da cuenta de que ni siquiera este remedio es eficaz contra la dureza de su corazón y renuncia al castigo. Por eso podemos concluir que, en Dios, castigo y misericordia casi se identifican: tienen el mismo motivo.

 

Evangelio: Marcos 8,22-26

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos

22 llegaron a Betsaida y le presentaron un ciego, pidiéndole que lo tocara.

23 Jesús tomó de la mano al ciego, lo sacó de la aldea y, después de echar saliva en sus ojos, le impuso las manos y le preguntó: -¿Ves algo?

24 Él, abriendo los ojos, dijo: -Veo hombres; son como árboles que caminan.

25 Jesús volvió a poner las manos sobre sus ojos; entonces el ciego comenzó ya a ver con claridad y quedó curado, de suerte que hasta de lejos veía perfectamente todas las cosas.

26 Después le mandó a su casa, diciéndole: -No entres ni siquiera en la aldea.

 

*•• La lectura de este pasaje evangélico debe mantenerse todo lo que sea posible dentro del contexto narrativo. Jesús acaba de reprender a los discípulos por su dureza de corazón, porque aún no comprendían la señal del pan: «Tenéis ojos y no veis; tenéis oídos y no oís» (Me 8,17). Ahora cura Jesús a un ciego, o sea, cura a los discípulos, nos cura a nosotros, para que veamos. Esta curación marca un giro decisivo en el relato evangélico, entre la incomprensión de los discípulos y la confesión mesiánica de Pedro.

Lo que más impresiona en este relato de curación es su carácter gradual. Por lo general, las curaciones de Jesús son instantáneas, se cumplen de inmediato. Aquí no sucede así. Jesús no se inclina en ninguna otra ocasión como un médico sobre el enfermo, aplicándole remedios graduales hasta la perfecta curación. Diríase que, para salir al encuentro de nuestra enfermedad, Dios renuncia a su omnipotencia. En todo caso, lo que le apremia es nuestra curación, no la demostración de su poder. Hasta tal punto que le da, a continuación, al curado una orden extraña: lo manda a su casa sin pasar directamente por la aldea. Es como decirle: vuelve a escondidas, sin dejarte ver.

 

MEDITATIO

El final del diluvio, la retirada de las aguas, son acontecimientos graduales. Noé envía fuera del arca, primero, un cuervo, que va y vuelve; después, y por tres veces, una paloma, hasta que ésta no regresa. Cuando la paloma regresa al atardecer con una ramita de olivo en el pico, comprende Noé, y también el lector, que la misericordia divina ha prevalecido sobre el juicio, que la tierra se ha vuelto de nuevo habitable. Hasta tal punto que la paloma con la ramita de olivo se ha convertido en un signo de paz para todos los hombres.

También la curación de nuestra ceguera espiritual para discernir las señales de Dios es gradual. En el caso del ciego de Betsaida, Jesús empieza por ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos. Ya empieza a ver algo, aunque todavía de manera confusa: no distingue con claridad entre los hombres y los árboles, a no ser por el hecho de que se mueven. Entonces, y por segunda vez, Jesús le impone las manos sobre los ojos y su curación es total. Esto nos enseña que, para progresar en la vida espiritual, es preciso tener siempre mucha paciencia, que no hay que esperar nunca resultados inmediatos.

Y nos enseña también que nuestra comprensión de la misericordia de Dios va a la par con nuestra curación. Es él quien, con paciencia, lleva a cabo en nosotros la curación hasta que sea completa, hasta que el fluir de la vida esté asegurado. Dejémonos, pues, conducir a él, tocar por él, obedeciendo a su Palabra, aunque nos resulte sorprendente y hasta incomprensible.

 

ORATIO

    Oh Dios, la paloma de Noé salió tres veces del arca antes de anunciar al mundo la victoria de tu misericordia.

    Al ciego de Betsaida, Jesús le impuso dos veces las manos antes de que viera claramente los árboles y los hombres.

    Señor, cuántas veces permanecen endurecidos nuestros corazones y sellados nuestros ojos antes de comprender que lo que tú haces no es más que misericordia.

 

CONTEMPLATIO

La amable paloma que volvió al arca de Noé con una ramita de olivo en el pico [...] muestra la misericordia del Señor y el final del diluvio, pero también, de una manera mística y según el designio del Padre y del Espíritu, la benévola venida de Cristo, que se habría manifestado al final de los tiempos, por un amor verdaderamente misericordioso. Fue al atardecer cuando ésta, llevando la ramita, regresó proféticamente a Noé, segundo autor de la vida después del progenitor Adán, y preanunció la misericordia de Cristo Dios, que habría de venir a nosotros tarde en el tiempo (Sofronio de Jerusalén, Omelie, Roma 1991, p. 156).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos vosotros, porque ven vuestros ojos y porque oyen vuestros oídos» (Mt 13,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Con frecuencia, tenemos miedo de subrayar en exceso la bondad y la misericordia de Dios. Nos apresuramos de inmediato a recordar también su justicia, su severidad, como si tuviéramos miedo de que, si ponemos demasiado el acento en el amor de Dios, no sintiera el hombre la premura de una vida diferente, nueva, más recta, más decididamente moral. El Evangelio nos enseña, sin embargo, que el hombre cambia su vida, su mentalidad, se convierte al bien, no porque se le grite, se le reprenda, se le castigue, sino porque se descubre amado a pesar de ser un pecador. Se produce un momento de intenso amor cuando la persona ve en un instante todo su pecado, cuando el hombre se percibe a sí mismo como pecador, pero dentro del abrazo de alguien que le ama y le colma de entusiasmo [...].

Dios, a través del sacrificio de su Hijo, recapitula en sí a la humanidad, amando al hombre herido. Es el amor loco de Dios el que se consuma ante los ojos del hombre; más aún, en las manos del hombre pecador, en la intimidad de su corazón, allí donde le hace hombre nuevo, le restituye realmente la posibilidad de vivir la novedad (cf. Col 3,10). La persona, tocada de una manera tan viva e inmediata por el amor, consigue dejar la mentalidad del hombre viejo, consigue pensar como hombre nuevo, entrar en la creatividad de una inteligencia amorosa, libre. Es encontrarse en el abrazo que quema en el pecador la testarudez y su anclarse detrás de sus propias fijaciones (cf. Ef 4,22-24) (M. I. Rupnik, «Cli si qettó al eolio», Roma 1997, pp. 51-53 (edición española: Le abrazó y le besó, PPC, Madrid 1999]).

 

Día 16

Jueves 6ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 9,1-13

1 Dios bendijo a Noé y a sus hijos diciendo: -Creced, multiplicaos y llenad la tierra.

2 Todos los animales de la tierra os temerán y respetarán: las aves del cielo, los reptiles del suelo y los peces del mar están en vuestro poder.

3 Todo lo que tiene vida y se mueve en la tierra os servirá de alimento, lo mismo que los vegetales. Yo os lo entrego.

4 Tan sólo os abstendréis de comer carne que tenga aún dentro su vida, es decir, su sangre.

5 Yo pediré cuentas de vuestra sangre tanto a los animales como al hombre, y al hombre le pediré cuentas de la vida de sus semejantes.

6 Otro hombre derramará la sangre de quien derrame sangre humana, porque Dios hizo al hombre a su propia imagen.

7 Vosotros creced, multiplicaos, llenad la tierra y dominadla.

8 Siguió hablando Dios a Noé y a sus hijos:

9 -Voy a establecer mi alianza con vosotros, con vuestros descendientes 10 y con todos los seres vivos que os han acompañado: aves, ganados, bestias del campo; con todos los animales que han salido del arca con vosotros y que ahora pueblan la tierra.

11 Ésta es mi alianza con vosotros: ningún ser vivo volverá a ser exterminado por las aguas del diluvio, ni tendrá lugar otro diluvio que arrase la tierra.

12 Y añadió Dios: -Ésta es la señal de la alianza que establezco para siempre con vosotros y con todos los seres vivos que os han acompañado:

13 pondré mi arco en las nubes; ésa será la señal de mi alianza con la tierra.

 

*•• Éste es el pacto cerrado por Dios con Noé y con los suyos, es decir, con todos nosotros, la humanidad postdiluviana. Y no sólo con nosotros, hombres y mujeres, sino, mirando bien, con todos los seres vivos que están con nosotros: «Aves, ganados, bestias del campo; con todos los animales que han salido del arca con vosotros y que ahora pueblan la tierra» (v. 10).

Un pacto, o una alianza, es un compromiso recíproco, mutuo. Cada uno de los dos contrayentes se compromete a hacer algo en favor del otro. No se dice, a buen seguro, que deban comprometerse ambos a lo mismo.

Las obligaciones recíprocas pueden ser muy desiguales, pueden comprometer de manera muy diferente a cada una de las dos partes. Sin embargo, ambas deben comprometerse, pues de otro modo no hay pacto. En el pacto con Noé, Dios se compromete a no volver a destruir a los seres vivos con las aguas del diluvio. Dios pone su arco sobre las nubes (v. 13): con este gesto declara que ya no quiere mover guerra contra los hombres. Cuando veamos aparecer el arco iris sobre las nubes, después de la lluvia, deberemos recordar que ahora Dios ya no es para nosotros un Dios de guerra, sino un Dios de paz. Y viceversa, ¿a qué debemos comprometernos nosotros, los descendientes de Noé?

Fundamentalmente, estamos  obligados a una sola cosa: a respetar la vida en todas sus formas, humana y animal, y, en particular, al reconocimiento de su santidad. La realidad más santa es la sangre: de ahí que no se pueda derramar la sangre del hombre ni alimentarse con la sangre de un animal.

El decreto del primer concilio de la Iglesia, el de Jerusalén, descrito en Hch 15, menciona a este respecto dos veces algunas cosas «necesarias» también para los cristianos procedentes de los gentiles (y, por consiguiente, no obligados a la observancia de toda la ley mosaica). Estas cosas corresponden, poco más o menos, a las obligaciones impuestas a los descendientes de Noé; consisten, en efecto, en «que se abstengan de toda contaminación, de la idolatría, de matrimonios ilegales, de comer animales estrangulados y de la sangre».

 

Evangelio: Marcos 8,27-33

En aquel tiempo,

27 Jesús salió con sus discípulos hacia las aldeas de Cesárea de Filipo y por el camino les preguntó: -¿Quién dice la gente que soy yo?

28 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elias; y otros, que uno de los profetas.

29 Él siguió preguntándoles: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro le respondió: -Tú eres el Mesías.

30 Entonces Jesús les prohibió terminantemente que hablaran a nadie acerca de él.

31 Jesús empezó a enseñarles que el Hijo del hombre debía padecer mucho, que sería rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y a los tres días resucitaría.

32 Les hablaba con toda claridad. Entonces Pedro lo tomó aparte y se puso a increparle.

33 Pero Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro diciéndole: -¡Ponte detrás de mí, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.

 

**• ¿Quién es Jesús? Antes o después nos llega a todos el momento de plantearnos esta pregunta. Ahora bien, para responder a ella no es suficiente atenerse a generalidades, a lo que dicen los otros. Ciertamente, la gente dice cosas que tienen ya cierto valor. Dicen que es un profeta: o bien Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, como pensaba Herodes; o bien Elias, el gran profeta cuyo retorno se esperaba para preparar el camino al Mesías; o bien, por último, alguno de los antiguos profetas. Son las mismas respuestas que circulaban antes, en Me 6,14-16, lo que significa que ya eran conocidas, que estaban difundidas, propagadas. Es como si hoy, para responder a la pregunta «¿quién es Jesús?», nos basáramos en lo que dicen los periódicos, las películas, las revistas especializadas: en la práctica, es la respuesta de los medios de comunicación, de la investigación cultural y de la propaganda religiosa.

Todas estas respuestas, ya sean las de los tiempos de Jesús referidas por el evangelio, ya sean las de hoy, transmitidas por los periódicos, la radio, la televisión, se basan en un presupuesto, que es el de la posibilidad de la comparación. Jesús puede ser comparado a Juan el Bautista, a Elías o a cualquier otro profeta, antiguo o moderno. El establecimiento de comparaciones, de parangones entre realidades diferentes, entre identidades diversas, es un medio importante para conocer. Sin embargo, sigue siendo aún una respuesta genérica, impersonal, parcial, a partir de lo que se ha oído decir.

Una vez que sepamos lo que dice la gente sobre Jesús, y tenemos todo el derecho a saberlo, queda por decidir quién es Jesús para mí: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 29a). Aquí ya no nos basta la información de los medios de comunicación, no nos basta nuestra cultura, no nos basta con apropiarnos de la opinión de los otros.

Nos hace falta un acto de fe que es un salto en lo desconocido, que es un acto de «incomparabilidad». «Tú eres el Mesías», responde Pedro (v. 29b), y el Mesías es único, no hay otro, aunque fuera el más grande de los profetas. Pedro, con su respuesta, confiesa que, para él, Jesús es único, es incomparable. Ahora bien, ni él mismo sabe bien lo que dice. Aún no se da cuenta de lo que significa esto para Jesús, y la prueba de ello es que inmediatamente después quiere apartarle de su camino mesiánico.

 

MEDITATIO

La lógica del pacto es una lógica centrípeta, de progresiva concentración. La primera lectura nos recuerda la alianza más universal de todas: la establecida con Noé y con toda la humanidad posterior al diluvio. La señal de este pacto es el arco iris puesto entre las nubes.

En el interior de este primer círculo aparece un segundo círculo: entre todas las familias humanas, escoge Dios a la de los hijos de Abrahán, que no son sólo los israelitas, sino también los ismaelitas, los edomitas y otros. La señal del pacto de Abrahán es la circuncisión (cf. Gn 17). El círculo se restringe ulteriormente con el pacto del Sinaí, que es propio de Israel y cuya señal es el sábado {cf Ex 31). Todos estos pactos son progresivos y cada uno se sitúa dentro del otro, de modo que la etapa ulterior no invalida a la precedente.

Por último, el pacto se concentra en un solo hombre, en un hijo de Israel del que depende la fidelidad de Dios a todos los otros pactos: éste, que es el centro de todos los círculos concéntricos, es el pacto davídico-mesiánico.

En nuestra perspectiva cristiana, la señal de este pacto es la cruz de Jesús. Cuando decimos de Jesús: «Tú eres el Cristo», debemos caer en la cuenta de la extrema particularidad de la figura mesiánica y, al mismo tiempo, de su máxima universalidad, por el hecho de ser el punto de convergencia de la alianza de Dios tanto con Israel como con toda la humanidad. Gracias a la persona de Jesús, gracias al peso aplastante que él debió llevar, se mantiene y se renueva el pacto de Dios con todos los hombres. ¿Podemos permanecer indiferentes a este gran misterio de alianza en el amor? ¿Podemos desconocer el don de Dios, limitarnos a asumir de una manera pasiva respecto a él la posición de la opinión pública transmitida por los medios de comunicación? No, debemos reconocer absolutamente (y demostrar con nuestra vida) que, para nosotros, Jesús es el arco luminoso definitivo, tendido en la cruz, en la que el cielo, la tierra y todo lo que existe queda reconciliado.

 

ORATIO

Señor Jesús, he oído hablar de ti muchas veces y de maneras diversas, pero ¿quién eres tú para mí?

Oigo decir que eres un profeta, un maestro, pero no puedo explicarme por qué de todos los profetas y maestros precisamente a ti te ha tocado la cruz.

¿Por qué esta cruz, Jesús, si tú eres de verdad el Mesías? Señor Jesús, sólo quien te ama puede llevar la cruz detrás de ti y sólo quien lleva la cruz puede decir también quién eres.

 

CONTEMPLATIO

Oh Cristo, ¿eres tú?

¿Eres tú la Verdad?

¿Eres tú el Amor?

¿Estás aquí? ¿Estás con nosotros?

¿En este mundo tan evolucionado y tan confuso?

¿Tan corrupto y cruel cuando quiere estar contento de sí mismo y tan inocente y entrañable cuando es evangélicamente niño?

Jesucristo es el principio y el fin.

El alfa y la omega.

Él es el rey del mundo nuevo.

Él es el secreto de la historia.

Él es la clave de nuestros destinos.

Él es el mediador,

el puente entre la tierra y el cielo.

Él es por antonomasia el Hijo del hombre,

porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito.

(Preghiere di Paolo VI, Milán 21983, pp. 28ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Me 8,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En mi vida resultó determinante un concepto que hace años se clarificó en mí incitado por Romano Guardini: el cristianismo no es, en primer lugar, una doctrina, sino una Persona, Jesús, el Cristo. En él está comprendido y de él brota todo lo que es cristiano; en efecto, a Dios, al Padre, le complació «hacer habitar en él toda plenitud» (Col 1,19), y sólo «de su plenitud hemos recibido todos nosotros gracia por gracia» (Jn 1,16).

El nombre «Jesús» indica su humanidad, el título «Cristo», entendido al pie de la letra, indica, en cambio, su unción, en concreto su sacerdocio, su realeza y su divinidad. En él se cumplen las máximas expectativas de todos los tiempos y de todos los pueblos representados por los judíos y los paganos. El hombre de Nazaret nos plantea una pregunta: ¿por qué motivo es él capaz de ser el más humano de todos los hombres? ¿Qué clase de hombre es éste...? (Mt 8,27). En Cesárea de Filipo reconoce y profundiza Pedro en la identidad del Maestro: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». El Señor, confirmando lo que Pedro había dicho, declara dichoso a su apóstol por su particular don de gracia (Mt 16,16ss).

Llegando a Jesús como Mesías, como el prometido liberador de los hombres, como Hijo de Dios hecho hombre, llegamos a su más profundo misterio, del que depende todo el cristianismo.

Sólo quien choca con esta realidad encuentra verdaderamente a Cristo y puede ser llamado cristiano en el verdadero sentido de la palabra; sin embargo, esto sólo se vuelve posible por la gracia de Dios (J. B. Lotz, Conquistati da Lui. Incontri con Cristo, Roma 1983, pp. 7ss y 39-41).

 

Día 17

Viernes 6ª semana del Tiempo ordinario o

Siete santos fundadores de la orden de los Siervos de la Virgen María

 

        La orden de los hermanos Siervos de María nació en Florencia en 1233 y fue aprobada en 1304. Su comienzo fue singular: los fundadores fueron siete laicos florentinos, conocidos por los nombres de Bonfiglio (Monaldi), Bonagiunta (Manetti), Manetto (de ios Ante(ía), Amadio (de (os Amidei), Uguccione (de los Uguccioni), Sostegno (de los Sostegni) y Alessio (Falconieri). Su canonización tuvo lugar en 1888 -578 años después de la muerte del último de ellos- con la fórmula «a modo de uno solo», como ratificación del valor de la puesta en marcha y de la prosecución de un proyecto de vida en comunión fraterna. Su inspiración originaria fue el seguimiento penitencial del Evangelio, la fraternidad, el servicio y la consagración de cada uno y de la orden a santa María, la gloriosa Domina.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 11,1-9

1 Toda la tierra hablaba una misma lengua y usaba las mismas palabras.

2 Al emigrar los hombres desde oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí.

3 Y se dijeron unos a otros: -Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos al fuego. Emplearon ladrillos en lugar de piedras y alquitrán en lugar de argamasa.

4 Y dijeron: -Vamos a edificar una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo; así nos haremos famosos y no nos dispersaremos sobre la faz de la tierra.

5 Pero el Señor bajó para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban edificando

6 y se dijo: «Todos forman un solo pueblo y hablan una misma lengua, y éste es sólo el principio de sus empresas; nada de lo que se propongan les resultará imposible.

7 Voy a bajar a confundir su idioma, para que no se entiendan más los unos con los otros».

8 De este modo, el Señor los dispersó de allí por toda la tierra y dejaron de construir la ciudad.

9 Por eso se llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de todos los habitantes de la tierra y desde allí los dispersó por toda su superficie.

 

*+• La llamada «tabla de los pueblos», que se encuentra en el capítulo precedente del Génesis, ha descrito la dispersión étnica, lingüística, política y territorial como un designio preciso ordenado a la edificación del Reino de Dios en la historia. La diáspora de los pueblos sobre la faz de la tierra es necesaria, es querida por Dios.

El episodio de la construcción de la ciudad y de la torre en la tierra de Senaar representa, en cambio, la tentación humana, siempre repetida, de sustraerse a este designio originario, creacional. Los hombres tienen miedo a verse dispersados. En este sentido, la ciudad y la torre, el nombre y la fama, la unidad lingüística y también política (ya que tener «una misma lengua y [...] las mismas palabras» no tiene el valor de una unidad exclusivamente lingüística, sino también el de un proyecto político común), constituyen todos los ingredientes de un programa antidiáspora y, por tanto, intrínsecamente imperialista.

A la inversa, el acto con el que Dios «baja» para confundir su lengua (v. 7) no ha de ser entendido como un gesto punitivo, destinado a vengar una ofensa que le haya sido hecha. La diversidad de la gente en la tierra no es una condena. El Señor no hace otra cosa, con su intervención, que restablecer su designio originario: su bajada, en realidad, es un acto de pura condescendencia. Para citar a un escritor moderno, Erri de Luca: «Los hombres cultivan con obstinación residual el sueño de una única fábrica que llegue al origen de la infinita variedad. Dios demolió en Senaar la pretensión de aferrar, gracias a la técnica, a la ingeniería, el universo.

No hemos quedado persuadidos. La dispersión de las lenguas y de las creencias que allí tuvo lugar por parte de Dios constituye la prueba de una providencia que todavía no ha sido apreciada».

 

Evangelio: Marcos 8,34-9,1

En aquel tiempo,

8.34 Jesús reunió a la gente y a sus discípulos y les dijo: -Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga.

35 Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia la salvará.

36 Pues ¿de qué le sirve a uno ganar todo el mundo si pierde su vida?

37 ¿Qué puede dar uno a cambio de su vida?

38 Pues si uno se avergüenza de mí y de mi mensaje en medio de esta generación infiel y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.

9.1 Y añadió: -Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto antes que el Reino de Dios ha llegado ya con fuerza.

 

**• Pedro, como ya hemos visto, ha confesado el mesiazgo de Jesús, aunque sin saber muy bien lo que decía. La prueba es que inmediatamente después, cuando Jesús habla de la necesidad de que el Hijo del hombre sufra mucho, Pedro lo coge aparte y le reprueba, del mismo modo que se haría con un escolar (8,32).

Entonces Jesús considera que ha llegado el momento de decir con toda claridad a sus discípulos que su destino doloroso, el rechazo de los hombres, son realidades que ellos mismos deben asumir, realidades que deben llevar junto con él: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga» (8,34). Se trata de renunciar a sí mismo, a los propios puntos de vista, a la propia voluntad, a los propios sueños de grandeza. Más aún, Jesús lleva a cabo un cambio radical de perspectiva que nos recuerda este dicho isaiano: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, vuestros caminos no son mis caminos, oráculo del Señor» (Is 55,8). En la práctica, es siempre lo contrario lo que resulta verdadero: si nosotros pensamos una cosa, es que Dios piensa otra; si nosotros recorremos un camino, es que Dios nos pide que recorramos otros.

Hay un dicho de Jesús que aparece varias veces en los cuatro evangelios, un dicho que posiblemente presente más posibilidades que ningún otro de ser una ipsissima vox Jesu, un dicho históricamente auténtico de Jesús. Este dicho, que no tiene paralelos en toda la literatura rabínica, suena precisamente así: «El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia la salvará» (8,35). ¿Queremos salvar nuestra vida? En realidad, ya la hemos perdido. ¿Hemos perdido nuestra vida? En realidad, la hemos salvado.

 

MEDITATIO

        En el calendario litúrgico propio de la orden, la celebración de los siete santos fundadores se eleva a la categoría de solemnidad, y, por consiguiente, las lecturas, colocadas en dos series, son seis, todas ellas tendentes a interpretar las experiencias, los acontecimientos y las inspiraciones de los orígenes a la luz de la Palabra de Dios. La primera serie se dirige a los componentes de la orden -hermanos, monjas, hermanas, institutos seculares, laicos-, hermanados en una identidad de inspiración a través de la diversidad de la institución. A través de Si 44,1-2.10-15 se teje el elogio de los padres fundadores, hombres ilustres, sensatos y virtuosos, dignos de posteridad. Mediante Ef 4,1-6.15-16 se estimula a los seguidores de los siete santos fundadores a continuar las convicciones y la visibilidad de la unidad en la fe y en la caridad en el nombre de un único Señor, Jesucristo, y de un único Padre. En la perícopa de Jn 17,20-24, el proyecto de unión y de unidad se hace oración con las palabras de Jesús al Padre: el estar unidos es signo de que Cristo es el enviado y el testigo del amor paterno de Dios.

        En la segunda serie, más adaptada a las celebraciones fuera de los confines de la orden, se proponen otras tres lecturas, o sea, las dos que hemos comentado más arriba, a las que se añade Is 2,2-5: esta última es una perícopa que recuerda la ascensión de los siete santos al monte Senario, en torno a 1245, donde maduró su conciencia obediencial a la inspiración mariana de la prosecución de una comunidad dedicada al servicio del Señor y de la santísima Virgen María, Madre de Dios, y de donde bajaron y se hicieron también siervos de paz.

        La abundancia de lecturas bíblicas cubre el ámbito de una experiencia evangélica múltiple. Como un estribillo se manifiesta la centralidad de la unión y de la unidad, de la comunidad en la fraternidad y en el servicio a Dios y al prójimo: hasta tal punto que los siete santos fundadores figurarían óptimamente como protectores de toda empresa de unidad y de cuantos llevan a cabo juntos intentos de construir unidades benéficas en la Iglesia y en la ciudad secular.

 

ORATIO

        A vosotros acudimos, santos hermanos y padres antiguos, para aprender de vosotros, vivas imágenes de Cristo, cómo cantar juntos las alabanzas de Dios y romper el pan de vida, como hermanos reunidos en torno a la mesa del Padre; cómo se anuncia el Evangelio de la paz y cómo se vive, se sufre y se muere por la Iglesia.

        A vosotros acudimos para aprender cómo se ama a Dios por encima de todo y se da la vida por los hermanos; cómo el perdón vence a la ofensa y cómo se devuelve el bien por el mal; cómo se tiende la mano al necesitado, cómo se alivia la pena al afligido, cómo se abre el corazón al amigo.

        A vosotros acudimos para aprender cómo se sirve a Dios en la alegría, con manos inocentes y corazón puro, día y noche, con amor vigilante; cómo servir a Cristo es seguirle: subir con él a la cruz para reinar con él en la gloria; cómo es una ley para nosotros llevar los unos el peso de los otros y prestarnos recíprocamente un libre servicio; cómo se repite el gesto de la humilde Sierva: convertir la vida en un servicio de amor al Hijo de Dios y a todos los hermanos.

 

CONTEMPLATIO

        [Los siete fundadores], dado el temor que sentían por su imperfección, tomaron una sabia decisión: se fueron humildemente a los pies de la Reina del cielo, la gloriosísima Virgen María, con todo el amor de su corazón, para que ella, que es mediadora y abogada, les reconciliara y les recomendara a su Hijo y, supliendo con su generosísima caridad sus imperfecciones, obtuviera, piadosa, abundancia de méritos. Por eso, en honor de Dios, se pusieron al servicio de la Virgen, su Madre, y desde aquel momento quisieron llamarse Siervos de Santa María, con un estilo de vida sugerido por personas sabias (Legenda de origine Ordinis fratrum Servorum Virginis Mariae [año 1317], n. 18).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la palabra de la liturgia: «Concédenos, Señor, la caridad ardiente de los siete santos fundadores».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Bonfiglio te llamaron en la fuente bautismal, profetizando que te convertirías en el mejor de todos los hijos. Por eso te eligieron como primer guía de aquella familia religiosa de la que fuiste el primer siervo [...]. Vuestro programa era sencillo: «Ante todo y sobre todo, amar a Dios y, a continuación, al prójimo: éste es el mandamiento principal dado a cada uno». Primero Dios, porque Dios está dentro. Es él quien te lleva, el que te mantiene en pie, el que te hace caminar. A continuación, el prójimo, el otro, cada uno, que debe convertirse en otro «tú mismo». Pero se trata de un solo mandamiento, y tampoco en dos tiempos, sino en un solo tiempo [...].

Sencillo, pero sustancial, es vuestro mandamiento: «Id y predicad a todas las gentes la pasión de mi Hijo y mi dolor, de suerte que convirtáis al mundo». Era el mandamiento de la Madre que os había llamado, precisamente, en un día de viernes santo, el gran día en el que «se oscureció toda la tierra». Ésta era la razón de que os hubierais convertido en hermanos «Siervos de María»: el mandato de Cristo y la consigna de la Madre; a saber: el Evangelio (como ya lo fuera para Francisco) según la interpretación de la Madre; de ella, que había dado carne a la Palabra, convirtiéndose en imagen viva de la Iglesia. Evangelio y piedad: ésta es vuestra única regla. Como san Pablo, que no sabía más que de Cristo, «y éste crucificado» (D. M. Turoldo, Come i primi Trovadori, Liscate-Milán 1988, pp. 15 y 16ss).

 

Día 18

Sábado 6ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 11,1-7

Hermanos:

1 La fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve.

2 Por ella obtuvieron nuestros antepasados la aprobación de Dios.

3 La fe es la que nos hace comprender que el mundo ha sido formado por la Palabra de Dios, de modo que lo visible proviene de lo invisible.

4 Por la fe ofreció Abel a Dios un sacrificio más perfecto que el de Caín; ella lo acreditó como justo, atestiguando Dios mismo en favor de sus ofrendas, y por ella, aun muerto, habla todavía.

5 Por la fe fue Enoc arrebatado de la tierra sin pasar por la muerte, y nadie lo encontró, porque fue arrebatado por Dios.

6 Antes de ello, en efecto, se dice que había agradado a Dios. Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, porque para acercarse a Dios es preciso creer que existe y que no deja sin recompensa a los que lo buscan.

7 Por la fe, Noé, advertido de cosas que aún no veía, construyó obedientemente un arca para salvar a su familia; por la fe puso en evidencia al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que sólo por ella se consigue.

 

**• El capítulo 11 de la carta a los Hebreos es un resumen de toda la historia de la salvación a través de las principales figuras que han sido sus protagonistas. El resumen está hecho desde la perspectiva de la fe, citando a nuestros padres y a nuestras madres en la fe. La carta a los Hebreos, a partir de la historia de los orígenes, pasa revista a los patriarcas, a Moisés y, de un modo más sumario, a los profetas y a los reyes, y llega finalmente a Jesús, que es el «autor y perfeccionador de k fe» (Heb 12,2). «Autor y perfeccionador», como dicen de una manera todavía más elocuente los términos griegos, equivale a «principio y fin»: Jesús es el punto inicial y el punto terminal de esta historia, él es quien permite resumirla, recapitularla de un modo tan sintético y eficaz. Eso significa que la fe de Jesús, la fe que él ha puesto en acto y llevado a su plena realización, obraba ya en todos los personajes bíblicos que, desde el punto de vista histórico, le precedieron.

En el fragmento de hoy se menciona a los tres únicos «justos» que encontramos en la historia de los orígenes de la humanidad, antes de la vocación de Abrahán: Abel, Enoc y Noé. «Por la fe ofreció Abel a Dios un sacrificio más perfecto que el de Caín; ella lo acreditó como justo. Por la fe, Noé, advertido de cosas que aún no veía, construyó obedientemente un arca para salvar a su familia; por la fe puso en evidencia al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que sólo por ella se consigue» (w. 4.7).

¿En qué consiste la justicia en estos dos casos? La justicia es un comportamiento particular, diferente y contrario respecto al del mundo, un comportamiento que se inspira en algo que, de momento, permanece todavía invisible. La justicia del hombre se basa en la capacidad de ver más allá de lo visible.

La historia de los orígenes, narrada en Gn 1-11, persigue un proyecto, el de volver a trazar la génesis y los desarrollos del pecado humano, de una injusticia cada vez más propagada: desde Adán y Eva a Caín, a Lamec, a los «hijos de Dios», al diluvio, a Cam, a Babel. Sólo de quien sabe mirar, más allá del pecado humano, a la gracia de Dios que lo previene y lo perdona, sólo de quien no se deja seducir por el aparente señorío de las fuerzas del mal, sólo de una persona así se puede decir que es un hombre de fe y, por consiguiente, capaz de marcar su vida con la impronta de un comportamiento contrario respecto al del mundo: la justicia.

 

Evangelio: Marcos 9,2-13

En aquel tiempo,

2 Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos.

3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos.

4 Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.

5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elias.

6 Estaban tan asustados que no sabía lo que decía.

7 Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:

-Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

8 De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos.

9 Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos.

10 Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos.

11 Y le preguntaron: -¿Cómo es que dicen los maestros de la Ley que primero tiene que venir Elias?

12 Jesús les respondió: -Es cierto que Elías ha de venir primero y ha de restaurarlo todo, pero ¿no dicen las Escrituras que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? ,3 Os digo que Elías ha venido ya y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de él.

 

**• El relato de la transfiguración de Jesús que nos ofrece Marcos presenta una gran variedad de contenidos y de alusiones simbólicas: el monte alto, el rostro brillante, la conversación con Elías y con Moisés, las tiendas, la nube que hace sombra, la voz del cielo. Casi todos estos elementos remiten al Éxodo y a la experiencia mosaica. El «.monte alto» (v. 2), por ejemplo, alude al monte y a la teofanía del Sinaí.

Marcos, es cierto, no dice que su «rostro brillaba como el sol», como hace Mt 17,2, sino que se limita a decir que  «5tí5 vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador». Sin embargo, también él conviene en lo esencial; a saber, que Jesús «se transfiguró» (v. 2), cambió de aspecto, y esto puede ser puesto también en relación con la piel del rostro de Moisés, que se ponía radiante después de cada encuentro con Dios.

La conversación con Elías y Moisés nos remite, además de a los representantes de los profetas y de la Ley, a los dos únicos personajes bíblicos que tuvieron experiencia de una teofanía en el Horeb. Todas estas alusiones al Éxodo nos dan a entender que la experiencia de Jesús ha sido releída, reinterpretada, a la luz de las Escrituras, según el principio fijado por el mismo Jesús, que se muestra conversando con Elías y Moisés.

Con todo, no debemos perder de vista que la experiencia de Jesús es altamente personal: su transmisión, a buen seguro, ha tenido lugar a través del simbolismo de la teofanía sinaítica, pero la transfiguración, en cuanto acontecimiento histórico, sigue siendo un hecho único e irrepetible. En el momento preciso en que Jesús revela a los discípulos su destino de Mesías sufriente y crucificado, recibe de lo alto, del Padre, una confirmación singular de su vocación y de su misión. Justamente su obediencia a la voluntad de Dios es lo que transfigura su humanidad y la vuelve transparente al esplendor de la gloria.

 

MEDITATIO

El pasaje de la carta a los Hebreos que hace el elenco  de nuestros padres en la fe a lo largo de todo el Antiguo Testamento va precedido sobre todo de una definición extremadamente sintética y sugestiva de la fe: «La fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve». «Fundamento»: es decir, sustancia, puesta en  acto, anticipación de las cosas esperadas, casi como si, a través de la fe, las cosas esperadas fueran ya actuales, como si ya las poseyéramos, aunque todavía de una manera imperfecta, pues de otro modo dejarían de ser esperadas. «Prueba»: es decir, experiencia, carácter tangible, verificable de las cosas que aún no vemos, como si, a través de la fe, las cosas invisibles estuvieran ya presentes, ya fueran observables, aunque de una manera especulativa y enigmática, pues de otro modo ya no serían invisibles.

Esta doble definición de la fe que leemos en la carta a los Hebreos es muy importante también para comprender el misterio de la transfiguración de Jesús. En efecto, en la transfiguración de Jesús, la gloria futura, la gloria esperada, se presenta ya como poseída, en virtud de una singularísima anticipación. Y las realidades invisibles -la contemporaneidad de Moisés, Elías y Jesús en el Reino de los Cielos, por ejemplo- pueden ser experimentadas ya bajo nuestra mirada. Pero todo esto en la fe: la fe de Jesús, se entiende, aunque también la nuestra. En la vida de los discípulos, como ya ocurrió en la del Maestro, se pueden dar momentos de una anticipación real de la gloria a la que estamos destinados, de una experiencia real de las cosas invisibles. Depende de la gracia de Dios y depende de nuestra fe, esa fe de la que los patriarcas y los profetas nos dieron ejemplo, y cuyo «autor y perfeccionador» es Jesús. Tal vez en nuestra pobre experiencia de fe hayamos recogido sólo algunas pocas chispas capaces de iluminarnos sobre la verdadera identidad de Jesús. Tal vez descendamos del encuentro con él en el monte conservando todavía en el corazón algunas preguntas. Con todo, esas chispas, preciosas, pueden iluminar las dudas. Más aún, pueden ir esclareciendo, paso a paso, la marcha fatigosa de toda una vida, hasta el momento en que veamos las cosas que ahora no vemos y estemos ciertos de las que ahora esperamos.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú has llamado bienaventurados a aquellos que no te han visto y, sin embargo, han creído.

A los que te han precedido en la fe desde los días de Abel el justo y a nosotros, que te hemos seguido en la gracia de tu resurrección.

Concédenos, Señor, esa fe capaz de trasladar montañas, de superar cualquier impedimento; capaz de ver lo invisible y de dar fundamento a la esperanza.

En el Jordán, sobre el Tabor, sobre el Calvario, hemos visto también tu gloria, gloria de Hijo unigénito lleno de gracia y de verdad.

 

CONTEMPLATIO

Me alegro de que muestres prontitud para custodiar sin ningún vicio de perfidia la verdadera fe, sin la cual no sólo es absolutamente imposible que nos ayude la conversión, sino que ni siquiera puede existir. La autoridad del apóstol dice además que «sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb 11,6). La fe es el fundamento de todos los bienes. La fe es comienzo de la salvación del hombre. Sin ella, nadie puede pertenecer al número de los hijos de Dios, porque sin la fe ni en este mundo se consigue la gracia de la justificación, ni en el futuro se poseerá la vida eterna, y si alguien no camina aquí en la fe no llegará a la visión. Sin fe, todo trabajo del hombre está vacío. El que pretende agradar a Dios sin la verdadera fe, a través del desprecio del mundo, es como el que yendo hacia la patria en la que vivirá feliz deja el sendero recto del camino e, incauto, sigue el equivocado, con el que no llega a la ciudad bienaventurada, sino que cae en el precipicio; allí no se concede la alegría a quien llega, sino que se da la muerte a quién en él cae (Fulgencio de Ruspe, Le condizioni della penitenza. La Fede, Roma 1986, pp. l l l s s ).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todavía no habéis visto a Jesucristo, pero lo amáis  sin verlo, creéis en él y os alegráis con un gozo inefable y radiante» (1 Pe 1,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Todos los evangelios son una exhortación a creer. La gran pregunta que hace Jesús a través de los evangelios es ésta: «¿Creéis? ¿Crees?». El Credo con el que la Iglesia responde a esta pregunta es una realidad epocal, extraordinaria. Es la única respuesta adecuada [...] Es él, el unigénito del Padre, quien está ahora frente a los hombres y dice: «Rendíos, reconoced que yo soy Dios» (Sal 46,11). No les ruega, no mendiga ni la fe ni reconocimientos, como tantos pseudoprofetas y fundadores de religiones vacías. La suya es una palabra plena de divina autoridad. No dice: «Creedme, os lo ruego, escuchadme», sino que dice: «Sabed que yo soy Dios». Lo queráis o no, lo creáis o no, yo soy Dios [...].

Abramos el escriño de nuestro corazón y ofrezcamos a Jesús nuestra fe como don. «Corde creditur»: con el corazón se cree, el corazón está hecho para creer. Si nos parece que está vacío, pidamos al Padre que lo llene de fe. «Nadie puede venir a mí -dice Jesús- si no le atrae el Padre» (Jn 6,44). «¿No te sientes atraído aún? Ora para ser atraído» (san Agustín) [...]. La mejor fe es la que se obtiene de la oración, más que del estudio (R. Cantalamessa, Gesú ¡I santo di Dio, Cinisello B. 31991, pp. 71 ss. [edición española: Jesucristo, el Santo de Dios, Ediciones San Pablo, Madrid 1991]).

 

 

Día 19

7° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Levítico 19,1-2.17-18

1 El Señor dijo a Moisés:

2 Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.

17 No odiarás a tu hermano, sino que lo corregirás para no hacerte culpable por su causa

18 No tomarás venganza ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor

 

¤• A partir del c. 17, después de una primera parte de tipo cultual, el libro del Levítico reúne una colección de leyes (Lv 17-26) conocida comúnmente con el nombre de <<Ley de santidad.» En esta sección, sobre todo en el c. 19, reaparece repetitivamente la declaración en la que Dios fundamenta su petición: <<Yo soy el Señor [vuestro Dios]». Tal afirmación demuestra como la Ley no se basa en si misma, sino que presupone la revelación de un Dios que ama y libera. Junto a esta llamada del Dios liberador se le añade una segunda muletilla, referida al Dios santo (cf 19,2; 2o,3; 2o,26; 21,8; 22,2; 22,32) y extensiva, esa misma santidad, a toda la comunidad de Israel. La santidad de Dios es su absoluta y radical diversidad, no contenida, sino comunicada en virtud de una elección gratuita. Por este motivo, el don otorgado al pueblo le exige una respuesta, no le asegura privilegio alguno ante los demás pueblos: la santidad pertenece de modo exclusivo a Dios, e Israel ha de vivir conforme a la vocación recibida. Hay actitudes irreconciliables con esta llamada, entre otras, el odio y la venganza, mencionadas en los vv 17ss, que resaltan aún mas la invitación conclusiva -<<Amarás a tu prójimo como a ti mismo»- y que Jesús citará junto a Dt 6,5. La solidaridad con los miembros del mismo pueblo y la corrección fraterna, que sana de raíz cualquier conflicto, tendrán cabida mas tarde, cuando, en el L 34, se aluda al inmigrante que el israelita tiene que acoger.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 3,16-23

Hermanos:

16 ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?

17 Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros.

18 Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros piensa que es sabio según el mundo, hágase necio para llegar a ser sabio.

19 Porque la sabiduría del mundo es necedad a los ojos de Dios. Pues dice la Escritura: Dios es quien atrapa a los sabios en su astucia.

20 Y también: El Señor conoce los pensamientos de los sabios y sabe que son vanos.

21 Por tanto, que nadie presuma de quienes no pasan de ser hombres. Porque todo es vuestro

22 Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo es vuestro,

22 Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios.

 

» Pablo quiere recalcar a los corintios que algunas actitudes obstaculizan la acción del Espíritu. El orgullo, las divisiones, minan el edificio de Dios, que es la comunidad (3,4-17); profanan la obra que Dios quiere realizar y de la cual se muestra celoso: quien ose atentar contra la propiedad de Dios se acarreará su propia destrucción. Si sobre la iglesia, templo de Dios, no prevalecerá ninguna fuerza (cf Mt 16,18), es igualmente verdad que cualquier comunidad, cualquier iglesia local, tiene que estar atenta a las vicisitudes que amenacen su integridad. Después de esta advertencia, Pablo concluye su reflexión sobre la sabiduría (vv 18-23) recordando que sólo quien acoge con humildad la locura de la cruz podrá ser realmente sabio. Por delante, todo un camino a recorrer: de la sabiduría autosuficiente del hombre viejo, a aquella otra, la de los pequeños, a quienes Dios revela su misterio (Mt 11,25).

        El Señor conoce los pensamientos de los sabios (v 2o): són,como fácilmente puede deducirse, los complots que determinan los conflictos entre los grupos, las camarillas guiadas por cabecillas que se apropian de honores indebidos, El discípulo vinculado a Cristo y dedicado a su causa puede considerarse sabiamente dueño de todo. <<Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios » (v 23): se trata de una pertenencia exclusiva que abole y demuele cualquier soberanía pretendida por los hombres y que no le permite a nadie en el seno de la comunidad mandonear en la vida de los otros (cf 2 Cor 1,24).

 

Evangelio: Mateo 5,38-48

Jesús dijo a sus discípulos:

38 Habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente.

39 Pero yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra;

40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto;

41 y al que te exija ir cargado mil pasos, ve con él dos mil.

42 Da a quien te pida y no vuelvas la espalda al que te pide prestado.

43 Habéis oído que se dijo: <<Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo».

44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.

45 De este modo, seréis dignos hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos.

46 Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿no hacen también eso los publicanos?

47 Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de mas? ¿no hacen lo mismo los paganos?

48 Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

 

Nos encontramos ante las dos últimas antítesis presentes en Mt 5,21-48. La alusión veterotestamentaria apunta a la llamada <<ley del talión», referencia normativa para otros pueblos del antiguo Oriente. Se basa fundamentalmente en el principio de la proporcionalidad, en la práctica del resarcimiento conforme al bien lesionado. El camino indicado por Jesús para quien sufra algún mal no prevé ningún método violento, sino el rechazo a la <<contraposición» (cf el verbo “anthístemi” del v. 38) basada en la venganza. Los casos señalados (vv. 38b-42) reflejan situaciones emblemáticas del ambiente palestino, desde el humillante <<revés» hasta el préstamo al indigente, y tienen en común la rotura con la lógica que consiente la utilización de las mismas artimañas que el agresor.

El objetivo no es tanto indicar un comportamiento pasivo y no violento como sugerir actitudes y estilos que permitan salir de modo activo y positivo, de la espiral de revanchas y represalias. Sólo así podrá ser recuperado el adversario, De este modo, llegamos a la última antítesis, a la cumbre de esta sección.

Para ser <<mejores» que los escribas y los fariseos (v. 20), es necesario extender el amor al prójimo, incluso a los enemigos. Este es el modo más auténtico de imitar a Dios, su santidad y su perfección (v. 48). No hay excusas que valgan: en el corazón del discípulo, en la médula de las bienaventuranzas, la oración por los perseguidores es la primera respuesta para crear nuevas relaciones con quien se muestra hostil. A la oración le deben acompañar gestos que expresen la relación filial con el Padre, gestos que permitan reconocer y experimentar el rostro paterno de Dios.

Igual que en 5,9, Mateo habla de los <<hijos de Dios», y en ambos casos conecta esta expresión con quienes saben establecer lazos de paz y amor La <<perfección>> (como indica el término teléios, que volverá a aparecer de nuevo en 19,21 en el encuentro de Jesús con el joven rico) es el resultado del amor incondicional y universal que anima este proceso, y no podrá ser nunca el resultado matemático de una obediencia legalista. Es esencialmente don y empeño que el discípulo ve constantemente manifestado en su encuentro con Jesucristo.

 

MEDITATIO

Da la impresión que el evangelio de hoy nos propone algo imposible de practicar. Esta deducción nos parece lógica o, al menos, impregnada de sentido común, pues experimentamos, incluso superficialmente, lo que sucede dentro y fuera de nosotros. Y algo desencantados y quizá, resignados nos preguntamos: ¿el Dios de Jesucristo qué idea tiene del hombre para proponerle semejante osadía»? Inmediatamente podemos invertir la cuestión: ¿qué imagen nos hemos hecho de Dios para considerar utópico el horizonte que nos despliega Jesús?. Destruida la tablilla con el listado de penas calculadas sobre la base de la ofensa cometida y desenmascarados por Dios, nos mostramos titubeantes ante su modo de comportarse: <<¿No puedo hacer lo que quiero con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque soy bueno?» (Mt 20,15).

Esta es la santidad de Dios, su radical diversidad respecto a la sabiduría del mundo, Sin embargo, corremos el riesgo de extraviarnos cuando, fascinados y atraídos por su perfección, caminamos fijándonos solo en aquello que estimamos con sano realismo pero que apaga el interés de ese <<sue1io» de Dios, ver las espadas transformadas en arados.

No es posible vivir odiando, en enemistad profunda e irreversible. El daño interior provocado por una relación rota corroe nuestras mejores energías, nos sumerge en la convicción de que, antes o después, el otro pagará por cuanto ha hecho. El templo de Dios en nosotros se deteriora, y sentimientos de revancha lo saquean, lo deforman, lentamente, a veces sin que nos enteremos de ello hasta el momento en que, si no hemos apaciguado constantemente nuestras palabras y nuestros gestos, sentimos desencadenarse en nuestro interior una violencia devastadora. El perdón es el testamento escrito por Jesús en la cruz, la herencia y la bendición otorgadas desde el costado traspasado por donde pasa el odio esparcido a lo largo de las estaciones de la historia humana y de las páginas menores de nuestra historia.

Dios nos cura con su perdón, que desciende como lluvia sobre justos e injustos para devolverles la viveza a nuestras asperezas; un don a imploran procedente de lo alto, que podemos compartir con los otros.

 

ORATIO

Si fuésemos como nos quieres, Señor;

la tierra seria diferente:

estaríamos gozosos de existir

comprender darnos y perdernos.

¡Igual que el Padre, que hace brillar el sol

sobre los campos de buenos y malos:

estaríamos radiantes al vencer por amor

y poner fin a una historia de muerte!

¡Así es, solo así: de otro modo

no podéis salvaros, hombres!

Si matéis a Caín

siete veces os aniquilaré la muerte.

Señor te pedimos

que todos se libren del insidioso deseo de vengarse,

del instinto justiciero a la medida,

de devolver golpe por golpe: éste es el cáncer que nos devora;

que tus creyentes, al menos, extirpen del corazón

la idea del enemigo. Amén

(D, M. Turoldo).

 

CONTEMPLATIO

Dios quiere que seamos perfectos en todos los órdenes y en todas partes. Antiguamente, en la Ley, se decía: <<Amarás al amigo y odiarás al enemigo»; tal precepto fue dado por necesidad, y con carácter provisional, a un pueblo terreno y carnal, por ello se explica este dicho: <<Ojo par ojo, diente por diente». Ahora, a un pueblo evangélico le han sido entregados mandamientos de una doctrina celeste y de una justicia próxima a la perfección; se nos ordena amar a los enemigos, amar a quien nos odia, orar por quienes nos calumnian y persiguen; sólo de este modo mereceremos ser dignos hijos de Dios, quien -bueno como es- al repartir sus dones no hace distinción entre buenos y malos, justos e injustos: se trata de bienes que se gozan aquí abajo, frutos de un don celeste del Padre. El Espíritu Santo, por boca de Isaías, nos espolea a custodiar celosamente tales normas evangélicas cuando proclama: <<Escuchad la Palabra del Señor los que tembláis ante su Palabra. Vuestros hermanos, que os detestan y os rechazan por mi causa, dicen: "Que el Señor muestre su gloria para que veamos vuestra alegría". Pues quedarán confundidos. También David, y con rectitud, lo corrobora en un salmo: <<Señor; mi Dios: si he hecho eso, si he devuelto mal por mal, que quede desamparado frente a mis enemigos» [.,,].

El Señor nos da a entender que es imposible alcanzar un amor perfecto si solo amamos a quienes estamos seguros de conseguir a cambio un amor igual, pues —y no es ningún secreto— un amor parecido lo podemos ver entre los paganos y los pecadores. El Señor quiere que superemos la ley del amor humano mediante la ley del amor evangélico (Cromacio de Aquilea, Comentario al evangelio de Mateo, tratado 26, I,1-II,l).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: <<La caridad todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta» (1 Cor 13,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Deberíamos realizar un progresivo desarme intelectual, moral y religioso. No justificar lo injustificable. Creer en lo fuerza del amor Sacar de la eucaristía la certeza de curar nuestras heridas profundas. Quisiera detenerme en esta última idea; la fuerza terapéutica de la eucaristía como memoria. Cada vez que hacemos memoria de la muerte y resurrección de Cristo, el mismo Señor nos introduce, por el Espíritu, en la plenitud de su existencia pascual, donde se ha transformado por siempre en don ofrecido y alabanza perenne, incluido su humanidad. La memoria es un gran regalo del Creador y Redentor; nos permite recordar con gratitud el pasado, rememorar las grandes obras realizadas por Dios en favor nuestro, reanimar con atención y discernimiento el momento presente, insertarnos con vigor, esperanza y responsabilidad en lo historia de la salvación.

Durante la misa, cuando el sacerdote extiende las manos sobre el pan y sobre el vino, invoca al Espíritu Santo no sólo para que estos elementos se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino también para que nosotros, unidos con Cristo, nos transformemos en ofrenda agradable, capaces de comprometernos en la historia de la salvación por el reino de amor y de paz. En la eucaristía, el Espíritu actúa en nosotros para que nuestra memoria se cure de cualquier tipo de rencor resentimiento y se colme de recuerdos agradecidos. Uno de los frutos más preciosos es el vivir el presente can la máxima solicitud y caminar hacia el futuro con viva esperanza y fiel empeño como constructores de paz. En una memoria agradecida, moldeada por la espiritualidad eucarística, no cabe el rencor el odio, la venganza, la violencia. Conscientes de nuestra total dependencia de la gracia, pedimos <<vivir en constante oración y súplica, guiados por el Espíritu>> (Et 6,l8). Así crece en nosotros la <<conformidad con la voluntad de Dios>>, aceptamos las cosas como desafío y kairés, como don e invitación para corresponder desde la Fe a nuestro empeño de ser testigos de la paz. La memoria agradecida de lo que Cristo ha hecho por nosotros se convierte en un medio formidable para transformar nuestras eucaristías en una ocasión donde nos revestimos con las armas de la paz, verdad y justicia (B. Haring - V. Salvolcli, Nón violenza. Per osare la pace, Padua 1992, 26ss).

 

Día 20

Lunes 7ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 1,1-10

1 Toda sabiduría viene del Señor, y está con él por siempre.

2 ¿Quién puede contar la arena de los mares, las gotas de la lluvia y los días de la eternidad?

3 ¿Quién puede medir la altura de los cielos, la anchura de la tierra, el abismo y la sabiduría?

4 Antes de todo fue creada la sabiduría, la inteligente prudencia, desde la eternidad.

6 ¿A quién fue revelada la raíz de la sabiduría? ¿Quién conoce sus posibilidades?

8 Sólo hay uno sabio y muy temible: el Señor que se sienta en su trono,

9 él fue quien creó la sabiduría, la vio, la midió y la derramó sobre todas sus obras,

10 sobre todos los vivientes como don suyo; fue él quien se la brindó a los que lo aman.

 

**• El Eclesiástico o Sirácida figura entre los así llamados libros sapienciales, unos libros que tienen como característica común su destacado interés por la sabiduría: un camino humano y espiritual que, partiendo de una dimensión humana, llega a las cumbres de una experiencia divina. Nuestra lectura recoge el comienzo del Eclesiástico o Sirácida. Este segundo nombre deriva del autor, llamado Jesús, hijo de Sira y, por consiguiente, «Sirácida» (siglo II a. C). La situación histórico-religiosa explica el contenido del texto: el autor, ante la injerencia de la civilización griega en el mundo judío, exhorta a sus discípulos a permanecer fíeles a la enseñanza germina de la religión de sus padres.

El íncipit de la lectura de hoy es la brújula que orienta de inmediato hacia una correcta y completa comprensión de la sabiduría. Se hace saber de inmediato al lector que la sabiduría viene de Dios, es una propiedad suya. Por eso, es un bien primordial, creado antes de todas las cosas, no sujeto a valoración humana, dado que supera con mucho todas las posibilidades de comprensión por parte de los hombres.

Una segunda y poderosa afirmación nos revela que ese bien divino ha sido derramado sobre toda la creación. En ella encontramos los signos de la sabiduría divina. Pablo lo recuerda en su carta a los Romanos: «.Y e es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas» (Rom 1,20). Ante la inmensidad del mar o ante el centelleo de una noche estrellada o ante el esplendor de un atardecer encendido, no es difícil ascender al Creador y apreciar su divina belleza.

La tercera gran afirmación cierra el fragmento y queda depositada como una semilla fructífera en la mente del lector: el lugar privilegiado en que está depositada es el corazón de aquellos que aman a Dios. Ya desde el comienzo se pone al lector en condiciones de crear un útil paralelismo entre sabiduría y amor. Quienes aman a Dios son los verdaderos sabios. En ellos mora la sabiduría, un atributo de Dios; más aún, Dios mismo. Ya se respira el aire oxigenado del Nuevo Testamento celebrando a Cristo como «sabiduría de Dios» (1 Cor 1,24).

 

Evangelio: Marcos 9,14-29

En aquel tiempo, subió Jesús al monte y,

14 cuando llegó donde estaban los otros discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos maestros de la Ley discutiendo con ellos.

15 Toda la gente, al verlo, quedó sorprendida y corrió a saludarlo.

16 Jesús les preguntó: -¿De qué estáis discutiendo con ellos?

17 Uno de entre la gente le contestó: -Maestro, te he traído a mi hijo, pues tiene un espíritu que lo ha dejado mudo.

18 Cada vez que se apodera de él, lo tira por tierra y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes hasta quedarse rígido. He pedido a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

19 Jesús les replicó: -¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo.

20 Se lo llevaron y, en cuanto el espíritu vio a Jesús, sacudió violentamente al muchacho, que cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos.

21 Entonces Jesús preguntó al padre: -¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? El padre contestó: -Desde pequeño.

22 Y muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos.

23 Jesús le dijo: -Dices que si puedo. Todo es posible para el que tiene fe.

24 El padre del niño gritó al instante: -¡Creo, pero ayúdame a tener más fe!

25 Jesús, viendo que se aglomeraba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: -Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él.

26 Y el espíritu salió entre gritos y violentas convulsiones. El niño quedó como muerto, de forma que muchos decían que había muerto. " Pero Jesús, cogiéndolo de la mano, lo levantó y él se puso en pie.

28 Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: -¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?

29 Les contestó: -Esta clase de demonios no puede ser expulsada sino con la oración.

 

**• Un caso doloroso y difícil podría ser el título provisional del fragmento. «Doloroso» porque todas las personas implicadas son víctimas del sufrimiento: un joven gravemente enfermo (de epilepsia, con toda probabilidad), un padre angustiado por su hijo, los discípulos que no son capaces de poner remedio a pesar de su intervención, Jesús que se lamenta de la falta de fe. También, un caso «difícil» porque los discípulos «no han podido» (v. 18; literalmente, el verbo griego hace referencia a la fuerza y, en consecuencia, podría ser traducido por «no han tenido fuerza para ello»). Probablemente chocan con «el hombre fuerte» del que habla Mc 3,27 y se ven obligados a constatar, con amargura, el fracaso de su intento. De manera implícita, declaran la existencia de una fuerza maligna que ellos no son capaces de superar. Han sido driblados por el mal.

En esta situación tenebrosa brillan dos luces, una un tanto débil y la otra muy luminosa: son el padre del enfermo y Jesús. El padre demuestra todo su afecto paterno porque no deja nada por intentar. No se resigna, tras el fracaso de los discípulos, a ver a su hijo presa de las convulsiones, rígido como un tronco, echando espumarajos y caído en el suelo. Recurre directamente al Maestro. Esta decisión denota la confianza que pone en Jesús: le acredita un poder superior al de los discípulos. Con ello ya deja irradiar un primer y tenue rayo de luz que procede de su fe. De sus palabras brota un segundo rayo, más intenso. Se presenta con la humildad del que pide algo («Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos»: v. 22) y con la conciencia de su propio límite {«¡Creo, pero ayúdame a tener más fe!»: v. 24). En sus palabras no hay resentimiento contra los discípulos, que se han mostrado incapaces, sino sólo la amarga constatación de que su fuerza no iguala ni mucho menos es superior a la de los ocultos adversarios.

Jesús acepta la súplica y transforma aquel pábilo de esperanza en el fuego de una certeza: «Todo es posible para el que tiene fe» (v. 23). La fe es un abandono en Dios, aceptar estar en sus manos de Padre. Si estamos con él, entonces nos volvemos fuertes, hasta el punto de poder superar al hombre fuerte, al demonio. Llegaremos a ser los más fuertes, porque compartiremos el mismo poder de Dios, el que Jesús activa en favor del muchacho enfermo cuando se dirige de una manera

imperiosa al espíritu del mal («increpó»): «Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él» (v. 25).

De la severidad con el Maligno a la ternura con el ex enfermo: Jesús le cogió de la mano y le hizo ponerse en pie (en griego se usa el mismo verbo para expresar la resurrección). Ahora es un joven resucitado a una nueva vida, gracias a la acción de Jesús y a la plegaria de intercesión y rica en fe de su padre. Llegados aquí, podemos modificar el título provisional; ya no hablaremos de Un caso doloroso y difícil, sino de El poder de la oración confiada. Hemos aprendido que mientras haya oración hay vida.

 

MEDITATIO

Las lecturas nos invitan a ser más «sapienciales», o sea, a partir de la realidad no para detenernos en ella, sino para ascender hasta las cumbres de Dios. A él se sube por medio de la oración, que es, según Ch. de Foucauld, un pensar en Dios, amándole. El punto de partida varía según las circunstancias. Puede ser un aspecto  de la naturaleza que nos hace apreciar la sabiduría del Creador, que lo ha dispuesto todo con orden y belleza. Galileo sostenía, por ejemplo, que existen dos grandes

libros, el de la revelación (la Biblia) y otro siempre abierto: el de la creación.

Es más difícil ser sapienciales cuando el punto de partida es doloroso, como una enfermedad que nos clava a una cama, una crisis que hace tambalearse nuestro equilibrio espiritual o psíquico, la traición de un amigo, un fracaso profesional... El padre del muchacho que hemos encontrado en el evangelio nos sirve de maestro. Antes que nada, es preciso dirigirse a Jesús, sea cual sea nuestro problema. El creyente, sin dejar de lado el recurso a los medios humanos, llama siempre a la puerta

del cielo. A continuación, debemos hacer la oración con humildad y confianza.El cielo no es una caja fuerte cuya combinación conozcamos y podamos abrir cuando nos venga en gana. Es el encuentro con el Padre que Jesús nos ha hecho conocer y en cuyas manos nos ponemos enteramente: «Hágase tu voluntad». Esto se encuentra en la base de toda oración de petición y, por consiguiente, oramos sabiendo que es posible que Dios no acceda a lo que le pedimos.

Dios sabe mejor que nosotros qué es el verdadero bien. De todos modos, es preciso orar también para alabar, agradecer, pedir perdón... De este modo seremos más sapienciales.

La oración puede obtener lo imposible, como en el caso del evangelio. Incluso aunque no obtengamos lo que pidamos, la oración nos procura la sintonía con Dios, es expresión de nuestra filiación, de la comunión con el Espíritu en la intercesión perenne de Cristo. Orar es, sobre todo, encontrar el acceso y la conexión entre la tierra y el cielo. Todo esto es tan grande y hermoso que relativiza el que sea atendida o no nuestra petición.

 

ORATIO

Señor Jesús, te suplicamos que permanezcas sordo a nuestra oración lloricona, quejica, oscurantista, velada de pesimismo, incapaz de mirar hacia adelante, porque no es oración, sino la proyección de nuestras dudas, de nuestras inseguridades y miopías espirituales. Ayúdanos a construir una oración que comience así: «Creo, ayúdame en mi incredulidad». Una oración que, partiendo de la conciencia de nuestros límites, como publicanos en el templo, sea capaz de abrirse en estrella para englobar todo y a todos, coloreada con los tonos del arco iris, bellos por su diversidad.

Señor, ábrenos el corazón para percibir y saborear la grandeza del Padre, el amor del Espíritu. Y una vez sumergidos en el dinamismo trinitario seremos capaces de apreciar la sabiduría que regula el mundo: el de los astros, el de los vegetales, el de los animales. Sobre todo, estaremos en condiciones de descubrir constantemente la imagen divina que hay en cada hombre, incluso en el indiferente, malvado y depravado.

Señálanos las fuentes genuinas de la oración. Antes que nada la bíblica, Palabra sugerida por ti para que podamos decirte cosas que te agradan; a continuación, la litúrgica, la florecida en la boca y el corazón de tus santos. Concédenos una oración festiva, coloreada, optimista, para que, entreteniéndonos contigo, nos veamos a nosotros mismos y al mundo con tus ojos y con la serena certeza de que a ti todo te es posible.

 

CONTEMPLATIO

Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el oficio divino.

De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia» y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano VIII como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo, y, porque se dignó alabarse, por eso el hombre halló el modo de alabarlo».

Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros». Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan». San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: «¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia, que resonaban dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien».

En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por lo que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»)? (Pío X, constitución apostólica Divino Afflatu, en AAS [1911], pp. 633-635).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: « Todo es posible para el que tiene fe. Creo, pero ayúdame a tener más fe» (cf. Me 9,23.24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Prestad mucha atención, hijitos míos: el tesoro del cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por consiguiente, nuestro pensamiento debe dirigirse a donde está nuestro tesoro. Esa es la hermosa tarea del hombre: orar y amar. Si oráis y amáis, ya tenéis la felicidad del hombre sobre la tierra. La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Cuando alguien tiene el corazón puro y unido a Dios, es presa de una suavidad y dulzura que embriaga, es purificado por una luz que se difunde a su alrededor de una manera misteriosa. En esta unión íntima, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos entre sí y que nadie puede ya separar. ¡Cuan bella es esta unión de Dios con su pequeña criatura! Es ésta una felicidad que no podemos comprender. Nosotros nos habíamos vuelto indignos de orar; sin embargo, Dios, en su bondad, nos ha permitido hablar con él.

Nuestra oración es el incienso que más le agrada. Hijitos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración nos hace pregustar el cielo como algo que desciende hasta nosotros del paraíso. No nos deja nunca sin dulzura. En efecto, es miel que destila en el alma y nace que todo sea dulce. Los dolores se derriten como nieve al sol en la oración bien hecha. Y también nos da la oración esto otro: que el tiempo discurra con tanta velocidad y tanta felicidad que el hombre no advierte ya su duración [...]. Pienso siempre que, al adorar al Señor, obtendríamos todo lo que pidiéramos si orásemos con una fe viva y con un corazón totalmente puro (Juan María Vianney, Catéchisme sur la príére, París 1899, pp. 87-89).

 

Día 21

Martes 7ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 2,1-11

1 Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la tentación;

2 orienta bien tu corazón, mantente firme y, en tiempo de infortunio, no te turbes.

3 Pégate a él y no te alejes, para que al final te veas enaltecido.

4 Acepta lo que te venga y sé paciente en dolores y humillaciones.

5 Porque en el fuego se prueba el oro y los que agradan a Dios en el horno de la humillación.

6 Pon en él tu confianza, que él vendrá en tu ayuda, procede con rectitud y espera en él.

7 Los que teméis al Señor, poned en su amor vuestra esperanza, no os desviéis, no sea que caigáis.

8 Los que teméis al Señor tened confianza en él y no quedaréis sin recompensa.

9 Los que teméis al Señor, esperad sus bienes, la alegría eterna y el amor.

10 Pensad en las generaciones pasadas y ved: ¿Quién confió en el Señor y quedó confundido? ¿Quién perseveró en su temor y fue desamparado?

¿Quién lo invocó y no fue escuchado?

11 Porque el Señor es compasivo y misericordioso, él perdona los pecados y salva en tiempo de angustia.

 

**• El texto recoge una serie de máximas sobre un tema clásico que vuelve en otras ocasiones en el Antiguo Testamento, especialmente en los salmos. Se trata del tema de la tentación. El término evoca de inmediato el espectro del pecado, porque la experiencia nos ha mostrado muchas veces -tal vez demasiadas- que la tentación es la antesala del pecado. Retomemos y revisemos esta idea a la luz del fragmento que se nos propone.

La frase inicial: «Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la tentación» (v. 1), nos permite comprender enseguida que «tentación» equivale aquí a «test», «prueba». A continuación, se nos suministra un pequeño manual del comportamiento para superar la prueba: «Orienta bien tu corazón, mantente firme y, en tiempo de infortunio, no te turbes. Pégate a él y no te alejes, para que al final te veas enaltecido. Acepta lo que te venga...» (w. 2-4). El sabio maestro no agita el espantajo del miedo, ni se limita a hacer una exhortación genérica, sino que propone medios concretos y accesibles para hacer frente y superar la prueba. Ésta es fatigosa, pero tiene la función de verificar la autenticidad del compromiso, del mismo modo que el oro se prueba en el fuego (cf v. 5).

Más adelante cambia el registro y «temor/temer» se convierte en el léxico recurrente. También éste es un punto sobresaliente de la literatura sapiencial. El maestro prosigue su exhortación recomendando temer a Dios. También este término necesita ser purificado del significado lúgubre de «miedo». Indica más bien el estado de abandono confiado, la serena conciencia de estar sostenidos por manos seguras, como dice el v. 6 con un lenguaje claro y esencial: «Pon en él tu confianza, que él vendrá en tu ayuda, procede con rectitud y espera en él».

El abandono en Dios, el santo temor, es un modo excelente de superar la prueba. Al final del itinerario de verificación se encuentra esta consoladora afirmación: «Porque el Señor es compasivo y misericordioso, él perdona los pecados y salva en tiempo de angustia» (v. 11). Es como reconocer que superamos la prueba por medio de un pellizco de nuestro compromiso y una cantidad desmesurada de amor divino.

 

Evangelio: Marcos 9,30-37

En aquel tiempo,

30 se fueron de allí y atravesaron Galilea. Jesús no quería que nadie lo supiera,

31 porque estaba dedicado a instruir a sus discípulos. Les decía: -El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, le darán muerte y, después de morir, a los tres días, resucitará.

32 Ellos no entendían lo que quería decir, pero les daba miedo preguntarle.

33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: -¿De qué discutíais por el camino?

34 Ellos callaban, pues por el camino habían discutido sobre quién era el más importante.

35 Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.

36 Luego tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

37 -El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado.

 

*•• El camino a Jerusalén implica una plena conciencia por parte de Jesús y una irresponsabilidad total por parte de los Doce. Son las dos partes que componen el fragmento de hoy. Jesús es consciente de lo que significa para él Jerusalén. Se prepara y prepara a los suyos. Anuncia tres veces lo que va a suceder en Jerusalén: padecerá la pasión, morirá y resucitará. El suyo es un anuncio pascual, es decir, un anuncio completo de muerte y resurrección (y no «anuncio de la pasión», como se dice con frecuencia). En 8,31 ya había hecho el primer anuncio y ahora añade el segundo (cf. el tercero en 10,33ss). Con esas palabras expresa Jesús la conciencia que tiene de lo que le espera, pero también el deseo de consumar la entrega de su vida como expresión de amor. El anuncio de Jesús no es información: es catequesis y formación. El hecho de que anuncie también la resurrección significa que será el bien, la vida, el que triunfe, aunque antes sea preciso atravesar el túnel estrecho y oscuro del sufrimiento y de la muerte. Instruye a sus discípulos para que sepan leer su vida como misterio pascual. Mientras los prepara para el choque con la «hora de las tinieblas», les pide que orienten también su propia vida en esta dirección pascual. Jesús es el Maestro que se aventura el primero por el camino que, después, deberán seguir todos los discípulos; él es el primogénito de muchos hermanos.

A la conciencia y seriedad con que Jesús se dirige hacia Jerusalén les corresponde, en igual medida y sentido contrario, la irresponsabilidad de los discípulos. Cada vez que Jesús anuncia el misterio pascual, ellos están «distraídos» con otras cosas, como si Jesús se limitara a suministrar una simple información. No le piden aclaraciones al Maestro, no se esfuerzan en profundizar en el sentido, bastante enigmático, de sus palabras, porque todos ellos están pendientes de sus intereses. Mientras Jesús presenta su vida como un «ser entregado en manos de los hombres» (v. 31), ellos andan preocupados por establecer quién es el más importante entre ellos (v. 34).

Chirría mucho el contraste entre la entrega de la vida por parte de Jesús y la búsqueda de la supremacía (y del poder) por parte de los Doce. Jesús no les reprende por su incomprensión; tiene paciencia porque todavía están «verdes» para la comprensión del misterio pascual. Les prepara señalándoles el camino justo que deben seguir, el del servicio humilde y desinteresado: «El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos» (v. 35). Con esta actitud podemos prepararnos para hacer frente a la pasión y a sus consecuencias.

Jesús, para hacer más expresiva su catequesis, acompaña sus palabras, como los antiguos profetas, con un gesto. Pone a un niño en el centro y le abraza. La colocación en el centro es un primer mensaje de atención dirigida al niño, que, por lo general, no tenía ningún valor (como las mujeres, los niños tampoco entraban en el cómputo cuando se calculaba la población: cf. Me 6,44).

El tierno gesto de abrazarle revela con claridad hasta qué punto los niños fueron objeto del amor de Jesús. Por eso, las palabras completan y aclaran el mensaje: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado» (v. 37). Estar bien dispuestos hacia un niño, signo de quien no cuenta, significa dejar sitio en nuestra propia vida a Jesús y, a través de él, al Padre.

No hemos de buscar, por consiguiente, la supremacía con la idea implícita de hacernos servir, de ser reverenciados, sino con la disponibilidad de ponernos al servicio de todos, de mostrarnos acogedores con todos, incluso con los últimos. Éste es el modo correcto y fructífero de ir a Jerusalén para compartir el misterio pascual con Jesús.

 

MEDITATIO

El verbo que emplea la Biblia para expresar el viaje hacia Jerusalén es «subir». Su significado obvio es el geográfico: la ciudad se encuentra a 750 metros de altitud, que se convierten en más de 1.000 si la comparamos con Jericó, asentada en la depresión del mar Muerto. Pero está también el significado espiritual: se «sube» a Jerusalén porque se va al encuentro de Dios, que tiene su trono en el templo. Los peregrinos judíos, para prepararse dignamente, subían a Jerusalén cantando unos salmos (desde el 120 al 134) llamados precisamente «canto de subidas» o «cantos de peregrinación». A Jerusalén no se va de turista, sino como

peregrinos.

También Jesús se prepara para subir a Jerusalén y prepara asimismo a sus discípulos. No quiere que sean simples espectadores de cuanto él se prepara a vivir con una fuerte intensidad. Consciente de la dificultad, los va educando de una manera progresiva en diferentes valores: la elección del último lugar, la renuncia a puntos de mira demagógicos, la acogida de los que no cuentan, como los niños. Les está ayudando a no rehuir la cruz, entendida sólo en negativo, uniéndola siempre a la resurrección. Sólo de la combinación pasión-muerte-resurrección nace el misterio pascual.

Les está sensibilizando con el misterio pascual, aun cuando su humanidad rebelde tiende a mostrarse recalcitrante ante un discurso comprometedor. Es mejor escabullirse y quedarse en el campo restringido del interés personal, instintivamente comprensible y gozable de inmediato: «¿Quién es el más importante?». La verdadera grandeza se mide con los parámetros de Dios, no con los de los hombres, que son medidas inestables y fluctuantes.

Siempre anda al acecho la tentación de detenerse antes de llegar a Jerusalén, de cambiar de camino, de buscar atajos o caminos anchos... Aquí está la gran prueba de los discípulos y de todos los creyentes. Hagamos resonar tanto para los discípulos como para nosotros mismos la sugerencia del libro del Eclesiástico: «Pon en él tu confianza, que él vendrá en tu ayuda». Así es, Jesús nos ayudará a superar la prueba y a «subir» con él a Jerusalén para celebrar su pascua y la nuestra.

 

ORATIO

Señor Jesús, ¡qué bien comprendo la falta de comprensión de tus apóstoles! Me siento en gran medida uno de ellos en lo referente a la lejanía de la cruz y el rechazo instintivo de todo lo que lleva el amargo sabor del sufrimiento. Me parece más fácil oír hablar de la cruz, y mejor aún si el discurso es elegante o soy yo mismo quien habla de ella. Sin embargo, el discurso se queda en la periferia de la vida: hablo de ella como si se tratara de un objeto de estudio. O bien me gusta ver la cruz, y tanto mejor si es artística o, al menos, de una factura apreciable. Hay muchas, de todas las dimensiones, de todos los colores, de todos los materiales y de todos los precios. Sí, porque las cruces también se pueden comprar. Sin embargo, por muy preciosas que sean, no valen gran cosa. A lo máximo, consigo llevar la cruz... en el cuello o colgada en la solapa de la chaqueta. Ahora bien, la cruz no está hecha para ponerla en un collar ni para colgarla en la solapa de una chaqueta, sino para llevarla en el corazón. La cruz debe estar dentro, clavada en el corazón y en el cerebro. Esto me resulta difícil, e incomprensible desde el punto de vista racional. Figurémonos, además, tener que llevar la cruz de los demás. Muchas veces ni siquiera la veo y, cuando la descubro, me parece más cómodo escabullirme, fingir que no la he visto. En algunas ocasiones consigo decir una palabra de circunstancias, pero llevar «los unos los pesos de los otros» me parece tan poco común que me alineo fácilmente y de buena gana con la mayoría. Simplemente, me oculto como un forajido. Señor, perdona esta huida mía de la cruz, y recuérdame siempre que, sin las tinieblas del Viernes santo, no surgirá nunca la mañana del Domingo de resurrección.

 

CONTEMPLATIO

Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en el que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.

Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo representan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.

La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante del que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Y también: Padre, glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: "Lo he glorificado y volveré a glorificarlo"», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz (Andrés de Creta, Sermón X sobre la exaltación de la santa cruz, en PG 97, cois. 1022ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos» (Me 9,35).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ellas, las seis pobrecitas [las hermanas infectadas por el virus ébola], se contentaban con entregarse a la crónica cotidiana del Reino, recitada -más que escrita- en voz baja, toda con letras minúsculas. Satisfechas por tener sus nombres escritos en el cielo (Le 10,20) y no en las páginas de los periódicos. Satisfechas por el hecho de pertenecer a la categoría de los pequeños, de los «nadie», privilegiada por el Evangelio, y, por consiguiente, inmunizadas contra la necesidad de mendigar popularidad, consensos, notoriedad.

¿Queremos desempolvar de nuevo, en su caso, una palabra, una virtud que hoy está frecuentemente confinada entre las antiguallas? Pues entonces hablaríamos también de la humildad [...]. Son seis hermanas normales, que no forman parte de la categoría de lo excepcional. Normales en el servicio, normales en la fidelidad, normales en el «perder la vida», normales en el olvido de sí mismas. Normales en el valor, aunque también en el miedo. Normales en los impulsos, aunque también en sus debilidades. Normales en un amor «sin medida». Su vida era la suma de muchas cosas normales, de muchas ocupaciones ordinarias, muchas labores comunes, muchas tareas en absoluto exaltadoras. Hoy, el escenario está totalmente ocupado por protagonistas, primeros actores, que se abren paso a codazos para estar en primer plano. Ya no es posible reclutar a individuos dispuestos a recitar la parte modesta -aunque siempre exaltadora- de hombres sencillos, de cristianos y religiosos «normales» [...]. Ellas eran criaturas normales [...]. El amor era su norma. Y también el sacrificio, la renuncia, la fidelidad más costosa, la caridad sonriente, el servicio gozoso como norma (A. Pronzato, Un'esagoruz. iont> di amore, Milán 1997, pp. 154-158).

 

Día 22

Miércoles. CÁTEDRA DE SAN PEDRO

 

        Un antiquísimo martirologio sitúa el nacimiento de la cátedra de Pedro exactamente el 22 de febrero. Esta fiesta litúrgica ha sido señalada por la Iglesia como una maravillosa oportunidad para hacer una memoria viva y actualizadora del primero entre los apóstoles, Simón Pedro.

        Simón, natural de Cafarnaún y pescador de oficio, se encontró con Jesús en el ejercicio de su profesión: lo abandonó todo, casa y padres, para seguir al Maestro de por vida. Su personalidad, tan sencilla como simpática, emerge de manera espontánea y clara en todo el relato evangélico. Jesús lo eligió, más allá de sus méritos, junto con los Doce, y entre éstos lo eligió como el primero.

        La celebración de hoy, con el símbolo de la cátedra, da un gran relieve a la misión de maestro y pastor que Cristo confirió a Pedro: sobre él, como sobre una piedra, fundó Cristo su Iglesia.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 5,1-4

Queridos hermanos:

1 Para vuestros responsables, yo, que comparto con ellos ese mismo ministerio y soy testigo de los padecimientos de Cristo y partícipe ya de la gloria que está » punto de revelarse, ésta es mi exhortación:

2 Apacentad el rebaño que Dios os ha confiado no a la fuerza, sino de buen grado, como Dios quiere, y no por los beneficios que pueda reportaros, sino con ánimo generoso;

3 no como déspotas con quienes os han sido confiados, sino como modelos del rebaño.

4 Así, cuando aparezca el supremo pastor, recibiréis la corona de la gloría que no se marchita.

 

        *» El carácter autobiográfico de esta primera lectura es evidente: el apóstol habla en primera persona y se presenta como «responsable», «testigo de los padecimientos de Cristo», «partícipe ya de la gloria que está a punto de revelarse» (v. 1). De esta autopresentación podemos deducir la plena y perfecta identidad del discípulo-apóstol.

        Vienen, a continuación, algunas recomendaciones, con las que Pedro desea compartir con los responsables a los que dirige la palabra el peso y el honor de las responsabilidades que Jesús ha puesto sobre sus hombros. Las invitaciones a apacentar, a vigilar y a ser modelos para el rebaño (vv. 2ss) se suceden con machacona insistencia: señal de que el apóstol no transmite algo de su propia cosecha, sino una misión que le ha sido confiada para ser compartida y participada.

        No es el interés, sino el amor, lo que debe animar y sostener a los «responsables», es decir, a los que han sido llamados en la Iglesia a ejercer un ministerio de guía. Su espiritualidad es la del servicio total, la plena entrega y la fidelidad incondicionada. Las últimas palabras de esta lectura contienen una promesa: a los que permanezcan fieles hasta el final se les asegura «la corona de la gloria» (v. 4), y será el Pastor supremo quien corone a los pastores de la Iglesia.

 

Evangelio: Mateo 16,13-19

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

        **• Esta página evangélica se subdivide en dos partes: en primer lugar, es Jesús quien quiere saber lo que la gente dice de él, y se lo pregunta a los discípulos (vv. 13ss).

        Conocemos bien las diferentes respuestas que le dan: todas ellas son válidas en parte, pero ninguna es exacta. De este modo, Jesús ha abierto el paso a una pregunta ulterior (v. 15), pero esta vez la respuesta viene personalmente de Pedro (v. 16). La de Pedro es una profesión de fe plena, completa, que tiene todo el sabor de una fe pascual. Al mismo tiempo que define quién es Jesús, Pedro manifiesta plenamente también su propia identidad de creyente, y en esto nos representa a todos.

        La segunda parte de esta página evangélica contiene una serie de enunciados con los que Jesús define su relación personal con Pedro y el ministerio de Pedro respecto a la Iglesia (vv. 17-19). La bienaventuranza de Pedro, solemnemente pronunciada por Jesús, está motivada por el hecho de que Pedro ha hablado bajo la inspiración de Dios: la profesión de fe de Pedro corresponde a una plena revelación divina. El nuevo nombre que Jesús da a Simón ya no es Simón, sino «piedra», firme y sólida, sobre la que el mismo Cristo pretende edificar su Iglesia, la comunidad de los salvados. Por último, Jesús dirige a Pedro una promesa absolutamente especial: a él se le entregarán las llaves del Reino de los Cielos, las llaves que sólo Cristo puede usar y con las que él mismo abre y cierra, ata y desata, entra y sale. Con Pedro y por medio de Pedro, es Cristo mismo el que lleva a cabo la salvación para todos.

 

MEDITATIO

        El apóstol Pedro, desde el primer gran discurso que pronunció el día de Pentecostés (Hch 2,14-41), se presenta en el escenario de la historia como testigo, intérprete y exhortador. Así es como ejerce su ministerio de guía de la primitiva comunidad cristiana.

        Ante todo, es testigo del gran acontecimiento pentecostal, en el que el Padre, por medio del Hijo, envió el don del Espíritu Santo sobre los primeros creyentes. Pedro tiene el derecho-deber de presentarse como testigo ocular de este acontecimiento, precisamente porque él, junto con otros, fue enriquecido con este don. El testimonio cristiano brota siempre de la abundancia del don recibido y se manifiesta como correspondencia generosa al mismo don.

        Pedro, en su predicación, se presenta también como intérprete del acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret, especialmente de lo que Jesús hizo durante su ministerio público y de los grandes acontecimientos pascuales que consumaron su misión. A la luz de la Pascua-Pentecostés, Pedro se encarga de interpretar el valor salvífico de la Pascua de Jesús, explicitando para sus oyentes el significado actual, que no permite fugas ni evasiones.

         La tercera tarea de la que se encarga el apóstol es la de exhortar a todos los que le escuchan, a fin de que cada uno se dé cuenta de la necesidad de responder el mensaje revelado y de corresponder a él con la vida. De este modo, el apóstol Pedro se presenta a nosotros como el «evangelista ideal», con una predicación completa y paradigmática, a la que todos estamos llamados a configurarnos.

 

ORATIO

Señor, aléjate de mí, que soy un pecador,

pero por tu palabra echaré las redes;

porque sólo tú, Jesús, eres el Hijo del Dios vivo;

sólo tú, Jesús, tienes palabras de vida eterna;

sólo tú, Jesús, eres la roca y yo sólo la piedra;

sólo tú, Jesús, eres el Señor y el Maestro.

Soy débil, Jesús, mas por tu gracia daré mi vida

por ti, porque tú lo sabes todo, tú sabes que te amo.

 

CONTEMPLATIO

        En Pedro vemos la piedra elegida [...]. En Pedro hemos de reconocer a la Iglesia. En efecto, Cristo edificó la Iglesia no sobre un hombre, sino sobre la confesión de Pedro. ¿Cuál fue la confesión de Pedro? «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Ésta es la piedra, éste es el fundamento, y es aquí donde fue edificada la Iglesia, a la que no vencerán las puertas del infierno (Mt 16,18) [...]. He aquí aquel Pedro negador y amante negador por debilidad humana, amante por gracia divina [...]. Fue interrogado sobre el amor y le fueron confiadas las ovejas de Cristo [...]. Cuando el Señor confiaba sus ovejas a Pedro, nos confiaba a nosotros. Cuando confiaba a Pedro, confiaba a la Iglesia sus miembros.

        Señor, encomienda, pues, tu Iglesia a tu Iglesia y tu Iglesia se encomienda a ti (Agustín de Hipona, Sermoni per i tempi liturgici, Milán 1994, pp. 371ss).

 

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras del apóstol Pedro: «Dad gloria a Cristo, el Señor, y estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones» (1 Pe 3,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Viene con facilidad a la mente de todos esta pregunta: ¿Quién era san Pedro? A esta fácil pregunta no resulta fácil darle una pronta y completa respuesta. La respuesta que parece dispuesta -era el discípulo, el primero que fue llamado «apóstol» con los otros once- se complica con el recuerdo de las imágenes, las figuras y las metáforas de las que se sirvió el Señor para hacernos comprender quién debía ser y llegar a ser este elegido suyo.

        ¡Fijaos! La imagen más obvia es la de la piedra, la de la roca: el nombre de Pedro la proclama. ¿Y qué significa este término aplicado a un hombre sencillo y sensible, voluble y débil?, podríamos decir. La piedra es dura, es estable, es duradera; se encuentra en la base del edificio, lo sostiene todo, y el edificio se llama Iglesia: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Pero hay otras imágenes referidas a san Pedro, que merecen explicaciones y meditaciones: imágenes usadas por el mismo Cristo, llenas de un profundo significado. Las llaves, por ejemplo - o sea, los poderes-, dadas únicamente a Pedro entre todos los apóstoles, para significar una plenitud de facultades que se ejercen no sólo en la tierra, sino también en el cielo. ¿Y la red, la red de Pedro, lanzada dos veces en el evangelio para una pesca milagrosa?

        «Te haré pescador de hombres», dice el evangelio de Lucas (5,10). También aquí la humilde imagen de la pesca asume el inmenso y majestuoso significado de la misión histórica y universal confiada a aquel sencillo pescador del lago de Genesaret. ¿Y la figura del pastor? «Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas» (Jn 21,1 óss), dijo Jesús a san Pedro, para hacernos pensar a nosotros que el designio de nuestra salvación implica una relación necesaria entre nosotros y él, el sumo Pastor. Y así otras.

        Aunque -mirando mejor en las páginas de la Escritura- encontraremos otras imágenes significativas, como la de la moneda (Mt 17,25) [...], como la d é la barca de Pedro (Le 5,3), como la del lienzo bajado del cielo (Hch 10,3), y la de las cadenas que caen de las manos de Pedro (Hch 12,7), y la del canto del gallo para recordarle a Pedro su humana fragilidad (Me 14,72), y la de la cintura que un día -el último, para significar el martirio del apóstol- ceñirá a Pedro (Jn 21,18).

        Todas las imágenes, características del lenguaje bíblico y del evangélico, esconden significados grandes y precisos. Bajo el símbolo hay una verdad, hay una realidad que nuestra mente puede explorar y puede ver inmensa y próxima (Pablo VI).

 

Día 23

Jueves 7ª semana del Tiempo ordinario o 23 de febrero, conmemoración de

San Policarpo

   Policarpo, discípulo de Juan evangelista, fue elegido por los apóstoles obispo de Esmirna. Recibió en su Iglesia a san Ignacio, que se dirigía a Roma para el martirio. Fue precisamente Ignacio quien le definió como «buen pastor de fe inquebrantable» y como «buen atleta de la causa de Cristo».

        Este juicio tuvo una plena confirmación en el año 155, cuando, a los 86 años, el intrépido obispo afrontó con valor el martirio en el estadio de Esmirna y, con su muerte, se volvió -como su nombre indica- portador de «mucho fruto».

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 5,1-8

1 No pongas la confianza en tus riquezas, ni digas: «Con esto me basta».

2 No dejes que tus instintos y tu fuerza vayan tras las pasiones de tu corazón.

3 No digas: «¿Quién puede dominarme?», porque el Señor no dejará de castigarte.

4 No digas: «Pequé, y ¿qué me ha sucedido?», porque el Señor sabe esperar.

5 No vivas tan seguro del perdón mientras pecas sin cesar.

6 No digas: «Grande es su misericordia, él perdonará mis muchos pecados», porque tiene piedad, pero también ira, y descarga su furor sobre los pecadores.

7 No tardes en convertirte al Señor, no lo dejes de un día para otro, porque la ira del Señor estalla de repente y en el día del castigo serás aniquilado.

8 No te fíes de riquezas mal ganadas, de nada te servirán en el día de la desgracia.

 

*+• El hombre sabio, rico en experiencia, ha detectado muchas actitudes ilusorias que minan la vida y contaminan la existencia. Lanza su mensaje de peligro para ayudar a los ingenuos a no caer en trampas mortales. Alguno hasta se atreve a jactarse de decisiones que, a la larga, se convierten en una autocondena. Es mejor estar informados, seriamente avisados antes de que sea demasiado tarde. Aquí tenemos, pues, un «decálogo en forma negativa»: son diez «noes» que pretenden cerrar el paso a decisiones ruinosas. No son leyes para imponer, sino señales de peligros graves enviadas al oyente/lector. A él corresponde, a continuación, apropiarse del mensaje y orientar con él su vida. Obrando de este modo se vuelve sabio; de lo contrario, sigue siendo un estúpido.

Las prohibiciones pueden ser reagrupadas temáticamente en torno a los temas de la riqueza, la fuerza y la presunción ante Dios. El esquema se repite: la primera parte se abre con el «no» y el comportamiento errado (en forma de prohibición; por ejemplo, «no te fíes»); la segunda recuerda la intervención de Dios, que no deja sin castigo una decisión equivocada. El castigo es un modo de hacer triunfar la sabiduría, a fin de reintroducir el orden necesario.

La primera y la última prohibiciones forman una especie de marco de todo el decálogo y tratan de la riqueza. El peligro está en darle excesivo valor, como si fuera la única cosa indispensable {«Con esto me basta»: v. 1), o en hacerse la ilusión de que una riqueza deshonesta puede garantizar el mañana (cf. v. 8). Los w. 2ss tienen que ver con la fuerza o el poder del que muchas veces se jacta la gente. El ejercicio de esa fuerza, con frecuencia pura prepotencia, está bloqueado por el amenazador «el Señor no dejará de castigarte» (v. 3b). El punto álgido de la desfachatez se alcanza en los w. 4-7, donde el hombre peca y con desvergonzada arrogancia se pregunta: «Pequé, y ¿qué me ha sucedido?», o bien se apoya de un modo desconsiderado en el perdón de Dios como si fuera un derecho, olvidándose del deber del arrepentimiento y de la conversión.

Son éstas actitudes de ruinosa presunción, contra las que el sabio hace resonar su decálogo. Urge que nos demos cuenta de la gravedad de la situación y corramos a los refugios. Las sugerencias del sabio y la misericordia de Dios son unos instrumentos preciosos para renovar la existencia.

 

Evangelio: Marcos 9,41-50

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

41 Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua en mi nombre porque sois del Mesías no quedará sin recompensa.

42 Al que sea ocasión de escándalo para uno de estos pequeños que creen en mí más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar.

43 Y si tu mano es ocasión de escándalo para ti, córtatela.

44 Más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue.

45 Y si tu pie es ocasión de escándalo para ti, córtatelo.

46 Más te vale entrar cojo en la vida que ser arrojado con los dos pies a la Gehenna.

47 Y si tu ojo es ocasión de escándalo para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos a la Gehenna,

48 donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.

49 Todos van a ser salados con fuego.

50 Buena es la sal. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué le daréis sabor? Tened sal entre vosotros y convivid en paz.

 

*• Se abre este fragmento, cargado de advertencias amenazadoras, con una sentencia positiva. El v. 41 refiere un gesto de bondad motivado, es decir, no simplemente instintivo o automático. Se trata de una acción modesta, como el ofrecimiento de un vaso de agua, pero se agiganta si pensamos que estamos en zonas desérticas, donde el agua es un bien precioso. Lo que cuenta sobre todo es la motivación, exquisitamente teológica: el agua se da «en mi nombre porque sois del Mesías» (v. 41). Quien así obra piensa en Jesús y ve en el otro a un hermano. Con esta condición, la acción no será olvidada y obtendrá su recompensa. Con ello no se pretende excluir el valor de una bondad natural: el bien siempre es el bien. Lo que aquí se quiere sugerir es el gran valor que lleva anexo una acción rica en motivación interior.

Sigue una serie amenazadora de dichos, catalizados en torno a la expresión «ser ocasión de escándalo» (que se repite cuatro veces). El discurso se vuelve duro y sin posibilidad de apelación. Esta severidad explica la gravedad de la situación, que el lector debe percibir con toda su urgencia. El «escándalo» era, originariamente, una piedra de tropiezo que bloqueaba el normal proceder hacia la meta. Más tarde pasó a indicar un obstáculo puesto voluntariamente para impedir el camino del crecimiento y de la fe. El ámbito religioso del escándalo se comprende mediante el añadido «pequeños que creen en mí» o bien por el hecho de que la meta es «entrar en la vida» (la eterna, como es obvio). Son los miembros de la comunidad, llamados precisamente «pequeños», los afectados por el escándalo. ¿Quiénes son los pequeños? Son las personas sencillas, dotadas de un corazón libre, que han llevado a cabo una opción de fe. En consecuencia, la amenaza se dirige en particular a aquellos que bloquean la actividad espiritual de cuantos quieren ponerse a seguir a Cristo. La gravedad del escándalo se deja ver en la pena que le espera al culpable, una pena muy grave, pero que debe preferirse a pesar de todo («sería mejor»). La pena consiste en colgarle al cuello una piedra de molino (literalmente, «de asno», porque era grande y la hacía girar este animal) y ser echado al mar.

A continuación, se ponen tres ejemplos -mano, pie y ojo- simétricos, porque están construidos del mismo modo y llevan una misma idea. Se parte de la hipótesis ele un miembro o de un órgano humano que causa escándalo, después se sugiere privarse de él voluntariamente con una extirpación radical. Por último, se presenta el hecho de que es mejor gozar de la vida, la eterna, privados de ese órgano que poseerlo e ir a la perdición. Esta última se concretiza en la Gehenna (w. 45.47), un pequeño valle situado al sur de Jerusalén, imagen popular del infierno a causa de las basuras que ardían allí continuamente. Era una especie de vertedero de basura de la ciudad, donde el fuego incineraba todos los desechos.

En este punto es lícito preguntarse por el significado de las palabras de Jesús. ¿Pide verdaderamente una mutilación cuando una parte del cuerpo es causa de escándalo? Para responder a la pregunta hemos de tener en cuenta tanto el género literario como el comportamiento de Jesús. Como en otros casos, las palabras son fuertes y despiadadas, a fin de indicar la gravedad de la situación. Estamos ante expresiones hiperbólicas, paradójicas, que han de ser comprendidas en su significado y no aceptadas en su sentido literal, porque llevarían a un contrasentido. La petición de Jesús está relacionada con la conversión, y ésta «infecta» toda la vida. La mano o el pie o el ojo que pecan están dirigidos por un cerebro y por una voluntad enfermos. De nada serviría privarse de un miembro sin intervenir sobre las causas. La conversión tiene que ver con todo el hombre y no con una de sus partes. Marcos recuerda que la maldad viene del interior del hombre y no del exterior (cf. 7,20-23).

La conducta de Jesús durante su vida pública refuerza esta interpretación. Jesús nunca le pidió a un pecador que se privara de alguna parte del cuerpo que hubiera sido ocasión de pecado. En definitiva, nos encontramos frente a unas palabras fuertes que deben ser comprendidas y acogidas con toda su severidad, sin someterse a una interpretación literal que estaría en contradicción tanto como el texto como con el comportamiento de Jesús.

 

MEDITATIO

        La espléndida figura de Policarpo manifiesta un aspecto particular del martirio: la dimensión eucarística.

        Vivió en acción de gracias por el don de la fe y de la llamada al ministerio sacerdotal, como se deduce de su respuesta al tribunal pagano: «Hace ochenta años que sirvo a Cristo y no me ha hecho nunca mal alguno: ¿por qué tendría que renegar de él ahora?». Una existencia vivida en fidelidad y gratitud irradia alegría y se atrae benevolencia: el santo obispo estaba rodeado de tanta veneración y atención que nunca consiguió quitarse personalmente los zapatos, porque los fieles rivalizaban para ayudarle. La eucaristía que celebraba en el altar le configuraba enteramente en la vida y en la muerte: condenado a la hoguera, convirtió su martirio en una celebración litúrgica. Como sacerdote y víctima, pronunció una gran plegaria de bendición y acción de gracias al Padre, por medio de Cristo en el Espíritu, ofreciéndose él mismo en holocausto. Entonces, tal como cuentan los presentes, la llama le envolvió de modo extraordinario, como para glorificar su persona, y su cuerpo, al arder, emanaba el olor del pan... Verdaderamente, Policarpo fue «grano de trigo» que, al morir, dio mucho fruto para la mies de la Iglesia, y su ofrenda sacrificial es perenne pan de caridad para la vida del mundo.

 

ORATIO

        Señor Dios omnipotente: Padre de tu amado y bendecido Siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de ti, Dios de los ángeles y de las potestades, de toda la creación y de toda la casta de los justos, que viven en presencia tuya: Yo te bendigo, porque me tuviste por digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus mártires, en el cáliz de Cristo para la resurrección de la eterna vida, en alma y cuerpo, en la incorrupción del Espíritu Santo.

        Sea yo con ellos recibido hoy en tu presencia, en sacrificio pingüe y aceptable, conforme de antemano me lo preparaste y me lo revelaste y ahora lo has cumplido, tú, el infalible y verdadero Dios.

        Por lo tanto, yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico por mediación del eterno y celeste Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu siervo amado, por el cual sea gloria a Ti con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos por venir. Amén («Martirio de san Policarpo, XIV», en Padres apostólicos, ed. Daniel Ruiz Bueno, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 682-683).

 

CONTEMPLATIO

        Por eso, abandonemos los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas y volvamos a la enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio.

        Permaneciendo sobrios para la oración (cf. 1 Pe 4,7), constantes en los ayunos, suplicando en nuestras oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca en la tentación (Mt 6,13), pues el Señor ha dicho: «El espíritu esta dispuesto, pero la carne es débil» (Mt 26,41) [...].

        Que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo pontífice eterno, el Hijo de Dios, Jesucristo (cf. Heb 6,20; 7,13), os edifiquen en la fe y en la verdad, en toda mansedumbre, sin cólera, en paciencia y en magnanimidad, en tolerancia y en castidad. Y os den parte en la herencia de sus santos (Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses, 7,2 y 12,2).

 

ACTIO

        Durante la jornada de hoy, repite a menudo con san Policarpo: «Señor, Dios omnipotente, te alabo, te bendigo y te glorifico por todos tus beneficios».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Antes de morir, Policarpo eleva a Dios una oración: en este momento se constituye en «ofrenda agradable». El verdadero protagonista en el acontecimiento-martirio es, para el mártir y confesor de la fe, ante todo y una vez más Dios. El Omnipotente, «Dios de los ángeles y de las potencias», es aquel por quien Policarpo ha sido elegido, privilegiado, y no sólo por lo que pudo realizar en vida, sino sobre todo por la muerte con la que pudo coronar su «testimonio». Frente a Dios, Policarpo, a punto de morir, se limita a bendecir y a dar gracias, puesto que se siente elegido por Dios gratuitamente. Policarpo, obediente, como Cristo, hasta la muerte, quiere ser, también en estos últimos momentos de su vida, sólo bendición, alimentado por la esperanza de que sea agradable a Dios el holocausto que se va a consumar.

        Como Jesucristo, también Policarpo está ofreciendo su propio sacrificio. No se trata de una liturgia expresada a través de una dimensión cultual y ritual exterior, sino de una liturgia nacida del corazón y celebrada con el don de la vida y, por consiguiente, con el más auténtico significado sacrificial. Policarpo, por medio de Jesucristo, recibió el «conocimiento» de Dios Padre y ahora, tal como hizo el Hijo, le entrega su vida, pero antes aún está su acción de gracias bendecidora, su alabanza, su gloria, su fe sin reservas, solemnemente proclamada y estigmatizada por el amén final, última palabra pronunciada por el mártir como perenne confirmación de su credo, de su absoluta pertenencia a Dios y sólo a Dios (C. Burini, «La preghiera di Policarpo, celebrazione del suo martirio», en Parole Spirito e Vita 25/] [1992], pp. 193-198, poss/m).

 

Día 24

Viernes 7ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 6,5-17

5 Una palabra dulce multiplica los amigos, la lengua afable multiplica los saludos.

6 Puedes relacionarte con muchos, pero amigo de verdad, uno entre mil.

7 Si te echas un amigo, hazlo con tiento y no tengas prisa en confiarte a él.

8 Porque hay amigos de conveniencias, que te abandonan cuando llega la adversidad.

9 Hay amigos que se vuelven enemigos y para avergonzarte revelarán vuestra disputa.

10 Hay amigos que se sientan a tu mesa y te abandonan cuando llega la adversidad.

11 Mientras van bien las cosas, estarán unidos a ti y se mostrarán afables con los de tu casa.

12 Pero si eres humillado, se volverán contra ti y evitarán hasta mirarte.

13 Aléjate de tus enemigos y sé precavido con tus amigos.

14 Un amigo fiel es apoyo seguro, el que lo encuentra, encuentra un tesoro.

15 Un amigo fiel no tiene precio, no se puede ponderar su valor.

16 Un amigo fiel es bálsamo de vida, los que temen al Señor lo encontrarán.

17 El que honra al Señor cuida su amistad, porque su amigo será como sea él.

 

*+• El sabio continúa su enseñanza tocando ahora un tema electrizante, el de la amistad. Puesto que «nadie es una isla» (Th. Merton), necesitamos relacionarnos con los otros. La amistad expresa un vínculo agradable y constructivo con los otros. El autor recurre una vez más al rico depósito de la experiencia humana y nos ofrece preciosas sugerencias, algunas de las cuales han llegado a convertirse en proverbios populares, como el que dice «quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro» (cf. v. 14). Al final concluye con un arranque teológico, confirmando que lo que persigue la literatura sapiencial bíblica es un «encuentro reconciliado» con Dios.

La primera sugerencia nos invita a hablar bien para conseguir amigos: todos sabemos que una persona irascible, huraña, criticona, no dispondrá de un amplio círculo de amigos. Viene, a continuación, una extensa recomendación sobre el modo de seleccionar a los amigos y sobre el justo discernimiento que debemos practicar para reconocer quién es verdaderamente digno de ese nombre. «Amigotes» hay muchos («Puedes relacionarte con muchos»: v. 6a), pero a los verdaderos amigos hemos de seleccionarlos («pero amigo de verdad, uno entre mil»: (v. 6b) y comprobarlos («Si te echas un amigo, hazlo con tiento y no tengas prisa en confiarte a él»: v. 7). Tras el principio general, vienen una serie de minuciosas sugerencias, una especie de test selectivo.

Quien sólo es amigo de nombre estará a tu lado en las ocasiones que a él le convengan, como la de sentarse a tu mesa, o en situaciones de tranquila normalidad. En cuanto cambia el viento y estalla un litigio entre vosotros dos, o tú tienes un problema, enseguida vuelve la cara, te deja plantado o, peor aún, se transforma en enemigo. Por consiguiente, hay que tener cuidado a la hora de elegir y definir a alguien como «amigo»: hay que probarlo sobre todo en la fidelidad, que es la capacidad de permanecer al lado de alguien, siempre y de cualquier modo. Una vez que has encontrado al verdadero amigo, entonces posees de verdad un tesoro, y «no se puede ponderar su valor» (v. 15).

Al final, la experiencia humana conecta con la religiosa: la persona amiga de Dios («El que honra al Señor») también «cuida su amistad» con su amigo (v. 17); por consiguiente, podemos concluir diciendo: ama a Dios y busca a tus amigos entre aquellos que también le aman.

 

Evangelio: Marcos 10,1-12

En aquel tiempo,

1 Jesús partió de aquel lugar y se fue a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán. De nuevo la gente se fue congregando a su alrededor, y él, como tenía por costumbre, se puso también entonces a enseñarles.

2 Se acercaron unos fariseos y, para ponerle a prueba, le preguntaron si era lícito al marido separarse de su mujer.

3 Jesús les respondió: -¿Qué os mandó Moisés?

4 Ellos contestaron: -Moisés permitió escribir un certificado de divorcio y separarse de ella.

5 Jesús les dijo: -Moisés os dejó escrito ese precepto por vuestra incapacidad para entender.

6 Pero desde el principio Dios los creó varón y hembra.

7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer

8 y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos, sino uno solo.

9 Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.

10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le preguntaron sobre esto.

11 Él les dijo: -Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera,

12 y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio.

 

*» La muchedumbre está deseosa de escuchar la Palabra  de Jesús y él «calma su hambre» con un discurso que llega al centro de la verdad y de la voluntad de Dios. No todos le siguen con el corazón libre y sediento de verdad. Hay quien le provoca con preguntas capciosas: «Le preguntaron si era lícito al marido separarse de su mujer» (v. 2). Se le hace una pregunta que no es positiva y, además, de sentido único: el comportamiento del hombre con la mujer, y no viceversa. El problema existe y, por consiguiente, es preciso afrontarlo.

Ahora bien, todo problema tiene que ser iluminado a la luz de la Palabra, elemento primordial y fuente para conocer la voluntad de Dios y, en consecuencia, el plan de vida. Jesús se erige en intérprete autorizado de esa voluntad. Acepta la provocación y responde con una contrapregunta: «¿Qué os mandó Moisés?», el mediador de la voluntad divina (v. 3). Jesús pregunta sobre algo que también ellos consideran obligatorio. La respuesta se aparta de la pregunta porque los fariseos declaran lo que Moisés «permitió» (v. 4). Están desencaminados, no están respondiendo de manera correcta. Jesús explica la razón de la concesión de Moisés, la sklérokardía de los hombres, es decir, la «dureza de corazón» o «incapacidad para entender», que es la falta de elasticidad a la hora de acoger la voluntad de Dios. El corazón es el centro de la persona, el conjunto armónico formado por la inteligencia, la voluntad y la afectividad. La máquina se ha atascado. La de Moisés fue una norma dada por la dureza de corazón. Por consiguiente, es una norma condicionada, ligada al tiempo y dependiente de una situación particular. No se trata de lo que es obligatorio, sino de lo que está permitido.

Es preciso remontarse a los orígenes, a la pureza primitiva, a la auténtica voluntad divina. Ésta había establecido una distinción entre varón y hembra, en vistas a una comunión plena entre ambos. El v. 8 {«De manera que ya no son dos, sino uno solo») recoge la cita de Gn 1,27 (cf. v. 7) y confirma que estamos en presencia de una nueva realidad, única e irrepetible. Una vez establecido esto, se desprende como consecuencia el v. 9: si tal unidad es expresión de la voluntad divina, nadie está autorizado a deshacerla. Llega perentorio el mandamiento, sin añadidos: «Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre».

La explicación de Jesús, lógica y esencial, no les parece fácil de comprender ni siquiera a los discípulos, que piden explicaciones en privado, una vez en casa. La dificultad se encuentra en el hecho de que es preciso cambiar de mentalidad, invertir la tendencia machista y posibilista alimentada por la praxis. Jesús no hace descuentos, no suaviza para nadie las severas exigencias de un amor verdadero. Confirma y clarifica, en los w. 1 lss, su pensamiento. La ruptura de aquella unidad querida por Dios es adulterio. El verbo griego moicháomai no deja lugar ni siquiera a la más tenue duda: es adulterio, ruptura grave de una relación nacida para permanecer inoxidable en el tiempo. Jesús, al añadir que el compromiso de fidelidad vale para ambos, hombre y mujer, introduce una paridad de derechos y deberes desconocida en el mundo judío. El verdadero feminismo está dando sus primeros y sustanciales pasos.

 

MEDITATIO

Un fresco estupendo sobre la amistad, podría ser un título para las lecturas de hoy. La primera nos proporciona consejos prácticos al recordar que los verdaderos amigos no son tantos. Es preciso echar mano a un sano discernimiento para detectarlos. Son muchos los que se presentan y camuflan como tales, tejen relaciones, unas relaciones que en muchos casos son superficiales: amigos de viaje, amigos de mesa, amigos de juego, amigos de deporte... El verdadero amigo se manifiesta en las situaciones difíciles, cuando estás en crisis, cuando tienes una dificultad, cuando te sientes solo y abandonado, cuando no dispones de medios económicos ni de peso social. Cuando alguien se mantiene junto a ti incluso en esas situaciones en las que, hablando desde el punto de vista humano, no puede sacar ninguna ventaja, entonces merece el nombre de amigo. Puedes fiarte de él, puedes apoyarte en su persona.

Debemos achacar la fragilidad de muchas amistades al hecho de que no están construidas sobre bases sólidas, sino que están confiadas al carácter improvisado de un sentimiento o a la gracia de un momento. Otro criterio de verificación y de estabilidad lo tenemos en la dimensión de la fe. Una persona que ama a Dios se esfuerza en alimentar su vida con valores contrastados por la voluntad divina; por consiguiente, es de presumir que sea capaz de custodiar y cultivar también el valor de la amistad. Podemos interpretar aquí el dato de la experiencia de muchas amistades nacidas «a la sombra del campanario» o en el marco de grupos eclesiales. Sin llegar a realizar un discurso de «gueto», es verdad de todos modos que un sentimiento religioso común ayuda también a cimentar, construir y defender el valor de la amistad.

El evangelio nos ofrece en un primer momento una imagen de «enemigos»: son los que se acercan a Jesús para plantearle una pregunta envenenada, a fin de enredarle. A continuación, Jesús, al hablar del matrimonio indisoluble, nos proporciona una hermosa idea de la amistad, aunque específicamente en el marco matrimonial. El marido y la mujer constituyen un bello ejemplo de amigos: al unir sus inteligencias, voluntades y cuerpos, tienden a construir una unidad de vida. Contra el intento disgregador de construir una amistad matrimonial ad tempus («mientras dura, dura»), como hoy sostienen algunos, Jesús reacciona indicando la precisa e inequívoca voluntad divina. Él la proclama y la vive. Jesús es alguien que «llama amigos» a sus discípulos (cf. Jn 15,15). Es el Esposo que está dispuesto a dar la vida por su Esposa (cf. Ef 5,25). Un amigo verdadero, un amigo para siempre.

 

ORATIO

La verdadera amistad con los hombres y las mujeres se funda en el terreno del amor de Dios: concédenos, oh Señor, ser leales contigo, para que yo sea sincero y desinteresado también con mis semejantes. La amistad, oh Señor, condimenta con su suavidad todas las virtudes, sepulta los vicios con su fuerza, suaviza las adversidades, modera la prosperidad, de suerte que sin un amigo casi nada entre las criaturas humanas puede ser fuente de alegría»: haz que mis relaciones de amistad lleven la impronta de la caridad, como camino que tiende a tu perfección.

Concede, por último, Señor, a la amistad aspirar a la compleción de la entrega de sí mismo, que encuentra una imagen incomparable en el amor matrimonial: «El Amigo es el esposo de tu alma, y tú unes tu espíritu al suyo, comprometiéndote hasta el punto de tener que llegar a ser con él una sola cosa; te confías a él como a ti mismo, nada le ocultas ni nada tienes que temer de él. Si consideras que alguien es idóneo para todo esto, primero debes escogerle, después ponerle a prueba y, por último, acogerle. La amistad, en efecto, debe ser estable, casi una imagen de la eternidad, y permanecer constante en laentrega del afecto» (Aelredo de Rievaulx).

 

CONTEMPLATIO

Nos habíamos encontrado en Atenas como la corriente de un mismo río que, desde el manantial patrio, nos había dispersado por las diversas regiones, arrastrados por el afán de aprender, y de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, volvió a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios. En aquellas circunstancias, yo no me contentaba sólo con venerar y seguir a mi gran amigo Basilio, al advertir en él la gravedad de sus costumbres y la madurez y seriedad de sus palabras, sino que trataba de persuadir a los demás, que aún no le conocían, para que le tuviesen esta misma admiración. En seguida empezó a ser tenido en gran estima por quienes conocían su fama y le habían oído.

En consecuencia, ¿qué sucedió? Que fue casi el único, entre todos los estudiantes que se encontraban en Atenas, que sobrepasaba el nivel común, y el único que había conseguido un honor mayor que el que parece corresponder a un principiante. Éste fue el preludio de nuestra amistad; ésta la chispa de nuestra intimidad, así fue como el mutuo amor prendió en nosotros.

Con el paso del tiempo, nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones y que nuestro más profundo deseo era alcanzar la filosofía, y, ya para entonces, éramos el uno para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, de acuerdo siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más ferviente y más íntimamente nuestro recíproco deseo.

Nos movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y, sin embargo, carecíamos de envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la emulación. Contendíamos entre nosotros no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como propia.

Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y si no hay que dar crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro y junto al otro. Una sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida, pudiese decirse que habíamos emigrado ya de ella. Ése fue el ideal que nos propusimos, y así tratábamos de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos mutuamente en el empeño por la virtud. Y aunque decir esto vaya a parecer arrogante en exceso, éramos el uno para el otro la norma y regla con la que se discierne lo recto de lo torcido.

Y así como otros tienen sobrenombres, recibidos de sus padres o bien suyos propios, o sea, adquiridos con los esfuerzos y la orientación de su misma vida, para nosotros era maravilloso ser cristianos y glorioso recibir este nombre (Gregorio Nacianceno, Sermón 43, 15-21 passim, en PG 36, cois. 514-523).

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Quien encuentra un amigo encuentra un tesoro» (cf. Eclo6,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando amor te llama, sigue la señal, aunque suba empinado el sendero. Y cuando sus alas te envuelvan, abandónate, aunque entre las plumas te hiera una cuchilla. Y cuando el amor te hable, no tardes en creerle, aunque su voz turbe tus sueños como el viento del norte barre el jardín.

Porque el amor corona y el amor clava en una cruz [...]. Con sus manos te trabaja hasta tu extrema ternura, después te expone a su sagrada llama, para que seas pan sagrado en la sagrada fiesta de Dios.

Todo eso hará para que puedas conocer los secretos de tu corazón y, así iluminado, llegues a ser un fragmento del corazón de la vida. Mas si tienes miedo y buscas sólo paz y placer en el amor, será mejor para ti que te cubras y te vayas de la era al mundo desolado de las estaciones: allí reirás, aunque no con toda tu risa; allí llorarás, aunque no la última lágrima.

El amor no da otra cosa que a sí mismo, y sólo de sí mismo toma. El amor no posee ni quiere dejarse poseer: porque al amor sólo le basta el amor (K. Gibran, L'amore, Cinisello B. 1997).

 

 

Día 25

Sábado 7ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 17,1-15

1 Formó el Señor al hombre de la tierra, y allá lo hará volver de nuevo.

2 Asignó a los hombres días y tiempo limitados; puso en sus manos todo cuanto existe en la tierra;

3 los revistió de una fuerza como la suya y los creó a su imagen.

4 Hizo que todo ser viviente los temiese, para que dominaran sobre bestias y aves.

6 Les formó lengua, ojos y oídos y les dio un corazón para pensar;

7 de ciencia e inteligencia los llenó, y les dio a conocer el bien y el mal;

8 les infundió su propia luz para mostrarles la grandeza de sus obras.

10 Así alabarán su nombre santo, proclamando la grandeza de sus obras.

11 Les concedió además conocimiento, y en herencia les dio la ley de vida;

12 estableció con ellos una alianza eterna y les manifestó sus decretos.

13 Vieron con sus ojos la grandeza de su gloria, con sus oídos oyeron su voz majestuosa.

14 El les dijo: «Guardaos de todo mal» y les dio mandamientos con relación al prójimo. Misericordia y justicia.

15 Ante Dios está siempre la conducta del hombre, y nada se oculta a sus ojos.

 

**• El texto es una asombrosa contemplación del hombre, cima de la creación. El autor recopila una corona de datos que toma, en buena parte, de la fuente de la tradición bíblica, a partir de los primeros capítulos del Génesis.

La primera afirmación establece la diferencia sustancial que existe entre Dios y el hombre: el primero es el Creador, el segundo la criatura. De este modo, queda bloqueada en su mismo nacimiento cualquier tentación de autonomía o de autosuficiencia por parte del hombre. Es como decir que, sin Dios, el hombre no es más que tierra, de donde fue tomado y a la que está destinado. La mayor parte de los verbos tienen como sujeto a Dios y enumeran dones y prerrogativas que hacen grandes y nobles a los hombres (en plural a partir del v. 2). A ellos les confió Dios el cuidado («puso en sus manos») de la creación y los hizo así sus plenipotenciarios.

En la cima de los dones conferidos está la afirmación más singular y también más original de la antropología bíblica: «Y los creó a su imagen» (v. 3b). En consecuencia, los hombres son «familiares» de Dios, llevan impreso algo de él. Es sugestivo el v. 8: «Les infundió su propia luz para mostrarles la grandeza de sus obras»; es como si dijera que Dios les «prestó sus ojos» para que lo creado pudiera ser contemplado con el mismo asombro que Dios.

Entre los dones excelentes encontramos la conciencia («y les dio a conocer el bien y el mal»: v. 7b), la ley, la alianza, la elección de Israel, el amor al prójimo. Son dones que garantizan la grandeza del hombre, su nobleza en relación con el resto de la creación. De los dones enumerados se desprende que el autor piensa en primer lugar en los judíos.

Tantos y tantos beneficios reclaman una respuesta. Los hombres reaccionan con la alabanza que celebra a Dios en sus obras: «Así alabarán su nombre santo, proclamando la grandeza de sus obras» (v. 10). Lo creado se convierte en el gran escenario donde se despliega la magnificencia de Dios, admirada y celebrada por el hombre, eco inteligente y amoroso del universo.

 

Evangelio: Marcos 10,13-16

En aquel tiempo,

13 llevaron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.

14 Jesús, al verlo, se indignó y les dijo: -Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios.

15 Os aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.

16 Y tomándolos en brazos, los bendecía, imponiéndoles las manos.

 

**• Marcos nos regala escenas inolvidables, ricas en ternura humana, como ésta de los niños. La presencia de niños escuchando a Jesús es un hecho conocido. Con ocasión de la multiplicación de los panes se menciona también la presencia de niños que le seguían desde hacía tiempo, hasta que llega la noche (cf. Me 6,33-35). Cabe pensar que son niños que acompañan a sus padres, dado que la escucha de la Palabra de Jesús es un hecho que corresponde, eminentemente, a los adultos.

Probablemente son los mismos padres los que intentan acercar sus hijos a Jesús «para que los tocara» (v. 13). Su intento queda frustrado por los discípulos, que, al menos así lo pensamos, actúan de buena fe, llevados por el deseo de garantizar al Maestro un poco de tranquilidad, pues los niños, como es sabe, son alborotadores y crean confusión. La reacción de Jesús es fuerte, indignada (v. 14). Por un lado, es una manera vigorosa de desaprobar y, por otro, una invitación a reconsiderar la figura del niño. La sensibilidad judía había producido ya el salmo 131, donde el niño es imagen de aquel que confía y se abandona a Dios. Sin embargo, llegar a establecer el valor del niño colocándolo en el centro del interés o incluso como modelo es un dato que trasciende la mentalidad de la época, que no reconocía al niño personalidad jurídica y lo consideraba como propiedad de la familia y, sobre todo, del padre.

Jesús da un vuelco a valores consolidados, rompe esquemas atávicos y acoge a los niños. Este hecho, de una gran riqueza desde el punto de vista humano, se colorea teológicamente con la motivación «porque de los que son como ellos es el Reino de Dios» (v. 14b). Jesús los eleva a modelo de vida. ¿Por qué? Porque el niño adolece de la arrogancia que caracteriza al adulto, no pretende actuar por sí solo, dado que siente como urgente e indispensable la presencia de alguien que esté cerca de él y le dé seguridad. Le falta también la aspiración a la preeminencia y a los honores (cf. Mt 23,9-12).

El niño es la personificación del «pobre», a quien está reservada la primera bienaventuranza y a quien se garantiza la posesión del Reino de Dios. El v. 15 recoge una afirmación solemne, dado que está introducida por la fórmula «os aseguro que»: Jesús declara que es preciso estar dotado del ánimo de los niños para tener acceso al Reino de Dios.

El fragmento se cierra con otro gesto de ternura por parte de Jesús: el de abrazar a los niños, porque reconoce y aprecia un valor que los apóstoles difícilmente consiguen percibir aún.

 

MEDITATIO

Las lecturas celebran el valor del hombre. Podríamos decir que, en línea de principios, concuerda con ellas nuestra sociedad moderna, que redacta cartas de derechos del hombre, proclama su dignidad y defiende su libertad.

Cuando se trata de dar cuerpo al principio es cuando empiezan las dificultades. La dignidad del hombre está siendo conculcada todavía en demasiados países del mundo, y los derechos fundamentales o no son reconocidos o están limitados. Una lectura meditada de la página bíblica nos será útil. Lo que le interesa presentar al autor sagrado no es al hombre en general, sino al hombre en su relación con Dios. Hemos señalado que el sujeto de casi todos los verbos es Dios. Como sostiene también el Sal 8 (véase más abajo), es Dios quien confiere su nobleza al hombre y lo sitúa en la cima de la creación. La suya es una nobleza conferida, no una nobleza conquistada. Se encuentra en esa posición de relieve porque Dios lo ha hecho a su imagen y le ha confiado la responsabilidad sobre la creación. Lo ha habilitado asimismo con una serie de innumerables cualidades: desde la inteligencia a la ley, a la alianza. Visto al revés, si prescindimos de Dios, el hombre queda reducido a polvo, a «muestra sin valor». La antropología bíblica es, por consiguiente, una reflexión sobre el hombre en su relación con Dios/Cristo.

La reacción de los discípulos respecto a los niños posee una ardiente actualidad. Nuestra sociedad los margina con frecuencia y no les reserva la atención que merecen (casas no construidas a la medida del niño, falta de espacio y de zonas verdes, la plaga del trabajo infantil en muchos países...) o incluso se muestra feroz con ellos (abortos, violencias de todo tipo).

La estima y el afecto mostrados por Jesús proceden asimismo en este caso de consideraciones teológicas. Jesús vislumbra en ellos a los sencillos, a los pequeños, para quienes ha sido preparado el Reino, en donde son los verdaderos protagonistas. También a nosotros se nos ponen como ejemplo: debemos llegar a ser como ellos despojándonos de nuestras presuntuosas seguridades, de nuestra hiperracionalidad, que quiere verificar y controlar todo, hasta el mundo divino. Debemos volver a depositar más confianza en aquel Padre que está en el cielo y se preocupa de todos sus hijos. En considerarnos y llegar a ser como niños consiste nuestra grandeza, la realización de nuestra vida, y es el mejor camino de acceso al Reino de Dios, es decir, a Dios mismo.

 

ORATIO

¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Tu majestad se alza por encima de los cielos. De los labios de los niños de pecho, levantas una fortaleza frente a tus adversarios, para hacer callar al enemigo y al rebelde. Al ver el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para que de él te cuides? Lo hiciste inferior a un dios, coronándolo de gloria y esplendor; le diste el dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies: rebaños y vacadas, todos juntos, y aun las bestias salvajes, las aves del cielo, los peces del mar y todo cuanto surca las sendas de las aguas. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! (Salmo 8).

 

CONTEMPLATIO

En nosotros y en todos los seres hay una imagen creada de la sabiduría eterna. Por ello, no sin razón, el que es la verdadera Sabiduría de quien todo procede, contemplando en las criaturas como una imagen de su propio ser, exclama: «El Señor me estableció al comienzo de sus obras». En efecto, el Señor considera toda la sabiduría que hay y se manifiesta en nosotros como algo que pertenece a su propio ser.

Pero esto no porque el Creador de todas las cosas sea él mismo creado, sino porque él contempla en sus criaturas como una imagen creada de su propio ser. Ésta es la razón por la que afirmó también el Señor: «El que os recibe a vosotros me recibe a mí», pues, aunque él no forma parte de la creación, sin embargo, en las obras de sus manos hay como una impronta y una imagen de su mismo ser, y por ello, como si se tratara de sí mismo, afirma: «El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras».

Por esta razón precisamente, la impronta de la sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la creación: para que el mundo, reconociendo en esta sabiduría al Verbo, su Creador, llegue por él al conocimiento del Padre. Es esto lo que enseña el apóstol san Pablo: «Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha puesto delante. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles son visibles para la mente que penetra en sus obras». Por esto, el Verbo, en cuanto tal, de ninguna manera es criatura, sino el arquetipo de aquella sabiduría de la cual se afirma que existe y que está realmente en nosotros.

Los que no quieren admitir lo que decimos deben responder a esta pregunta: ¿existe o no alguna clase de sabiduría en las criaturas? Si nos dicen que no existe, ¿por qué arguye san Pablo diciendo que «en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría?». Y si no existe ninguna sabiduría en las criaturas, ¿cómo es que la Escritura alude a tan gran número de sabios? Pues en ella se afirma: «El sabio es cauto y se aparta del mal y con sabiduría se construye una casa». Y dice también el Eclesiastés: «La sabiduría serena el rostro del hombre», y el mismo autor increpa a los temerarios con estas palabras: «No preguntes: "¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora?". Eso no lo pregunta un sabio».

Que exista la sabiduría en las cosas creadas queda patente también por las palabras del hijo de Sira: «La derramó sobre todas sus obras, la repartió entre los vivientes, según su generosidad se la regaló a los que le temen». Pero esta efusión de sabiduría no se refiere, en manera alguna, al que es la misma Sabiduría por naturaleza, el cual existe en sí mismo y es el Unigénito, sino más bien a aquella sabiduría que aparece como su reflejo en las obras de la creación. ¿Por qué, pues, vamos a pensar que es imposible que la misma Sabiduría creadora, cuyos reflejos constituyen la sabiduría y la ciencia derramadas en la creación, diga de sí misma: «El Señor me estableció al comienzo de sus obras?».

No hay que decir, sin embargo, que la sabiduría que hay en el mundo sea creadora; ella, por el contrario, ha sido creada, según aquello del salmo: «El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos» (Atanasio, Sermón 2 contra los arríanos, 78ss enPG26, cois. 311.314).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nuestros ojos contemplan la grandeza de tu gloria» Uí- Eclo 17,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La tierra es, en un primer momento, dura e incomprensible. Sin embargo, hay en ella cosas divinas muy escondidas. Con todo, no están tan escondidas que quien ama no las pueda descubrir; y a quien la ama la naturaleza se le manifiesta como una púdica doncella lentamente atraída por un hombre que la adora de lejos, y a quien es el primero en conceder levantarse el velo, una mirada elocuente, una tímida sonrisa; y después viene el coloquio y la unión de la vida con la vida. De este modo obtiene el enamorado de la tierra su propia recompensa, es poco a poco como el velo se levanta sobre una inagotable y majestuosa belleza.

Este puede encontrarse sumergido en una especie de comunión espiritual, o puede sentir su propio ser revuelto en el ser de los elementos, o darse cuenta de que éstos están insuflando su vida en la suya. O bien la tierra puede llegar a ser para él, de improviso, un lugar hechizado, donde resuena en el suelo y en el aire la música de su invisible pueblo. O bien los árboles y las rocas pueden ondear ante sus ojos y volverse transparentes, revelándole las criaturas que estaban escondidas por aquel telón [...]. O bien la tierra puede resplandecer, súbitamente, a su alrededor con luz sobrenatural, en algún lugar solitario entre las colinas [...]. Así, de una manera gradual, el enamorado de la tierra va comprendiendo que el mundo dorado se muestra todo él a su alrededor en un imperecedera belleza, y él puede ascender desde la visión a la más profunda beldad del ser y aprehender que en él y a su alrededor hay un amor eterno impulsándole y sosteniendo con infinita ternura su cuerpo, su alma y su espíritu [...].

En la orquídea silvestre que tus pies

destruirán en el próximo paso,

menuda, apasionada y suave,

ha puesto el Señor Omnipotente su alegría.

¿Qué importa que las joyas rotas

se vuelvan opacas y desteñidas?

El Artista no interrumpe su trabajo,

y de las ruinas hará brotar

una obra maestra más adorable.

(G. W. Russel, The Candle of Vision, Londres 1920).

 

 

Día 26

8° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 49,14-15

14 Sión decía: <<Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado».

15 ¿Acaso olvida una madre a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

 

•» En esta breve lectura, en seguida se advierte un marcado contraste, sobre todo si se tiene en cuenta el contexto anterior (Is 49,1-13), donde el regreso del pueblo elegido es presentado como un acto exclusivo de Dios, fiel y misericordioso.

Comienza con una ruda provocación, un vituperio lanzado por Israel contra Dios. En multitud de ocasiones, Dios ha manifestado claramente que es un Dios exigente e indulgente, un Dios que cuando mejor expresa toda su omnipotencia es cuando puede perdonar y socorrer a los pobres. Sin embargo, la ingratitud del pueblo elegido sobresale en todas las etapas de la historia de la salvación. El Señor no se deja sorprender; rápidamente reacciona y corrige: <<¿Acaso olvida una madre a su hijo?» (v. 15). Sin dejar lugar a ninguna duda, Dios recurre al amor materno, el más fuerte e indiscutible amor que pueda pensarse, aun más fuerte que el amor nupcial.

La imagen propuesta debe ser bien entendida. El len-guaje adoptado por el profeta es inequívoco: no se trata de una mera semejanza, sino de un argumento a Fortiori empleado para decir que el amor de Dios por su pueblo es infinitamente superior al de una madre por su hijo. Así lo expresa, a las claras y abiertamente, el profeta Oseas: <<No dejaré correr el ardor de mi ira, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, no un hombre» (11,9).

 

Segunda lectura: 1 Corintios 4,1-5

Hermanos:

1 Que se nos considere, por tanto, como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios.

2 Ahora bien, lo que se exige a los administradores es que sean fieles. 3 En cuanto a mi, bien poco me importa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; ni siquiera yo mismo me juzgo.

4 De nada me remuerde la conciencia, mas no por eso me considero inocente, porque quien me juzga es el Señor

5 Así, pues, no juzguéis antes de tiempo. Dejad que venga el Señor. El iluminará lo que se esconde en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón. Entonces, cada uno recibirá de Dios la alabanza que merezca.

 

•» Las relaciones de Pablo con la comunidad de Corinto han sido algo problemáticas. Aquellos cristianos, entre otros, le acusaban de no ser apóstol como los Doce, sin llegar a juzgar la altura de la misión que desarrolló.

Pablo, después de dejar claro la centralidad de Cristo, único fundamento puesto por Dios para la construcción de la Iglesia (1 Cor 3,1o-15), y de haber dicho que por encima de cualquier apóstol esta la Iglesia, casa y templo de Dios (3,16-21), define con total nitidez la identidad del auténtico apóstol: ser un colaborador (un <<ministro»: v. 1a) de Cristo y, al mismo tiempo, un ecónomo (<<administrador>>) de los <<misterios de Dios>>.

En esta ocasión, los complementos -<<de Cristo», <<de Dios »— tienen mayor valor que los sustantivos (colaborador y ecónomo). Esto le da al apóstol una gran libertad interior y exterior; ni esta preocupado por el qué dirán los otros (cf también Gal 1,1o: <<Porque, vamos a ver: ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿trato acaso de agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo») ni se para a emitir juicios sobre si mismo; tan solo espera y esta atento al juicio de Dios.

Los cristianos de Corinto deben aprenderse la lección y no juzgar, al menos por ahora. Juzgar es competencia de Dios. Es digno de notar la contraposición entre <<día humano» (del v. 3, traducido aquí por <<tribunal humano>>)y <<el tiempo» (del v 5, en griego kairés) de la venida del Señor.

 

Evangelio: Mateo 6,24-34

Dijo Jesús a sus discípulos:

24 Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero.

25 Por eso os digo: No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con que vestido vais a cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido?

26 Fijaos en las aves del cielo: ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?

27 ¿Quién de vosotros, por mas que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida?

28 Y del vestido, ¿por qué os preocupáis? Fijaos como crecen los lirios del campo: no se afanan ni hilan,

29 y, sin embargo, os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos,

30 Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe?

31 Así que no os inquietéis diciendo: ¿Que comeremos? ¿qué beberemos? ¿Cón que nos vestiremos?

32 Esas son las cosas por las que se preocupan los paganos. Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis.

33 Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás.

34 No andéis preocupados por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán.

 

En el contexto del <<sermón de la montaña», esta pagina encaja perfectamente. Muy bien puede ser el desarrollo de la primera bienaventuranza —<<Dichosos los pobres en el espíritu»: Mt 5,3- o la aplicación de la invocación del padrenuestro: <<Danos hoy el pan que necesitamos» (6,11). Será bueno tener presente esta unidad, literaria y temática, pues nos ayudara a adentrarnos en una de las enseñanzas mas características de Jesús.

Hay que notar algunos elementos de la estructura, de por si instructiva. Al comienzo se encuentra una afirmación esencial (<<Nadie puede servir a dos amos», v. 24) acompañada de algunas exhortaciones de Jesús (<<Por eso os digo... ») relativas a la comida (cón referencia a los <<pájaros del cielo») y al vestido (cón referencia a los <<lirios del campo»), que ocupan los vv 25-32. Y, al final, otra afirmación fundamental: <<Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia...» (wz 33).

Como se puede apreciar, también aquí, como en la profecía de Isaías, nos topamos con un argumento a fortiori: <<Si a la hierba que hoy está en el campo... Dios la viste así ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fé?». Las exhortaciones de Jesús se fundamentan en la fidelidad de Dios creador a su amor por nosotros. En la misma línea interpretativa hay que entender <<su justicia» (lo que es propio de Dios, no del Reino); no como un Dios verdugo o justiciero, sino como el Dios, Padre de Jesús y Padre nuestro, que se manifiesta justo, fiel, compasivo y misericordioso.

 

MEDITATIO

No hay ninguna duda: el término mammona es el dinero personificado. Dicha personificación hace pensar que, según Jesús, el dinero es como una potencia capaz de someter el mundo entero y, con él, a las personas. Por este motivo, Lc 16,13 lo califica como <<mammona de iniquidad», traducido en algunas ocasiones como <<la inicua riqueza» o <<el mezquino dinero».

Detengamos por un momento nuestra mirada en el principio de la pagina evangélica para subrayar su gran actualidad. Lo enunciado por Jesús de manera concluyente y decisiva nos impresiona y nos encausa. Habla de <<amos» y de <<servir», de <<odio» y de <<amor», de <<preferencia» y de “desprecio». El lenguaje no puede ser más elocuente y claro.

Por último, hay que añadir que <<servir» tiene en la Biblia, y con bastante frecuencia, un sentido cultual. Ante Dios, mammona es considerado por lo que es, un falso dios: un ídolo, un anti-dios. No olvidemos que el verbo griego duleuein no hace referencia exactamente a la actitud del siervo, sino a la del esclavo. La situación del que se encomienda a mammom se agudiza: renuncia a su libertad y se vende a su amo.

 

ORATIO

Aquí estoy Señor, soy criatura tuya, débil y fuerte al mismo tiempo, pobre y rico, inseguro y crédulo. Haz que sepa perfeccionar en mi tu <<imagen y semejanza» para vivir en la santidad de mi vocación y en la libertad de los hijos de Dios.

Aquí estoy, Señor soy un pobre pecador, consciente de mi miseria espiritual y de tu infinita misericordia. Ayúdame, no permitas que me abata la fuerza del Malvado; ayúdame a buscar con ahínco la docilidad a tus mandamientos, el abandono a tu providencia entrañable.

Aquí estoy, Señor, soy hijo tuyo, hijo en el Hijo Jesús y hermano de todos. Concédeme estar siempre abierto al dialogo, ser sensible a las necesidades de los demás, mantenerme siempre disponible para el servicio desinteresado y generoso con los mas necesitados.

 

CONTEMPLATIO

        Ved, hermanos míos, ved, hijos míos; considerad lo que os digo. Luchad contra vuestro corazón cuanto podáis. Si vierais que vuestra ira se levanta contra vosotros, rogad a Dios contra ella. Hágate Dios vencedor de ti mismo; hágate Dios vencedor no de un enemigo exterior a ti, sino de tu ánimo interior a ti. El se hará presente y lo realizará. Quiere que le pidamos esto antes que la lluvia. Veis, en efecto, amadísimos, cuantas peticiones nos enserio el Señor; y, entre todas, solo una habla del pan de cada día, para que en cuantas cosas pensemos vayan dirigidas a la vida futura. ¿Por qué vamos a temer que no nos lo dé quien lo prometió al decir: <<Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y Dios os dará lo demás>>?. Pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis» (cf Mt 6,8.32ss)

Muchos, en efecto, fuerón sometidos a la tentación del hambre y, hallados ser oro puro, Dios no los abandonó. Hubieran perecido de hambre si nuestro pan interior de cada día hubiese faltado a su corazón. Anhelemos sobre todo ese pan. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Puede él contemplar con ojos misericordiosos nuestra debilidad y vernos según aquello. Acuérdate de que somos polvo. Quien hizo al hombre del polvo y le dio vida, entregó a la muerte al Hijo único por este barro. ¿Quién puede explicar o al menos pensar dignamente, cuán grande es su amor? (Agustín de Hipona, <<Sermón» 57,13, en Obras completas de san Agustín, X, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1983, 143-144).

 

ACTIO

Repite can frecuencia y vive hoy la Palabra: <<Buscad primero el Reina de Dios» (Mt 6,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Puesto que hemos encontrado el sentido de la vida en nuestro corazón y hemos aceptado nuestra solicitud no como un destino, sino como una vocación, podemos ofrecerles libertad a los demás [...]. Si logramos ser pobres, podremos practicar bien la hospitalidad. La paradoja de la hospitalidad esta en que la pobreza nos hace ser hospitalarios. La pobreza es la disposición interior que nos permite rebajarnos y convertir a los enemigos en amigos. Solo veremos a un extraño como enemigo si tenemos algo que defender, pero en cuanto digamos: <<Entra. Mi casa es tu casa, mi alegría es tu alegría, mi tristeza es tu tristeza y mi vida es tu vida», no tenemos nada que proteger, porque no tenemos nada que perder, sino todo es dar. ¿Quién nos va a robar nada sabiendo que todo aquello que quiere quitarnos es algo que nosotros le ofrecemos como un regalo? ¿Quién puede mentirnos, si sólo vale la verdad, incluso para él? ¿Quién va a entrar por la puerta trasera, furtivamente, si nuestra puerta principal se encuentra abierta? La pobreza es instrumento de hospitalidad.

Todo esto nos puede ayudar para entender la importancia de una <<educación>> en la hospitalidad, en el servicio, igual que educar en la pobreza voluntaria. Una verdadera educación para el servicio requiere un proceso de autodesprendimiento difícil y, a menudo, doloroso. Enseñar no a enriquecerse, sino a hacerse pobres voluntariamente; no a satisfacerse, sino o vaciarse; no a dominar a Dios, sino a entregarse a su poder salvador. Todo esto, en un mundo que habla de la importancia del poder y lo autoridad, se puede conseguir con empeño y no sin fatigas. Sin embargo, es importante que en este mundo todavía haya voces dispuestas a gritar que la realización personal consiste en vaciarse, en convertir lo útil en inútil, en pasar del poder a perder el poder.

Este es el aspecto más importante y más difícil de la vida espiritual: nuestra relación con él., que es quien da: (H. J. M. Nouwen, Waggio spiriruu/e per l’uomo contemporaneo, Brescia 1999, 92ss y 97ss),

 

Día 27

Lunes 8ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 17,24-32

24 A los que se arrepienten les permite volver y conforta a los que han perdido la constancia.

25 Conviértete al Señor y abandona el pecado, ora en su presencia y deja de ofenderlo.

26 Vuelve al Altísimo y apártate de la maldad, detesta la iniquidad con toda tu alma.

27 Pues ¿quién alabará al Altísimo en el abismo si los vivos no le rinden homenaje?

28 El muerto, como quien ya no existe, ignora la alabanza; sólo el vivo y el sano glorifican al Señor.

29 ¡Qué grande es la misericordia del Señor, y su perdón para los que se convierten a él!

30 El hombre no puede abarcarlo todo, pues el ser humano no es inmortal.

31 ¿Hay algo más brillante que el sol? Pues también se eclipsa. Lo que es carne y sangre sólo concibe maldad.

32 Dios pasa revista al ejército del cielo; los hombres sólo son polvo y ceniza.

 

*• Nuestro maestro, el Sirácida, prosigue su instrucción tocando hoy otro punto de vital importancia: el arrepentimiento y el perdón. Se trata de palabras que nos ponen con frecuencia en una situación incómoda, porque nuestra exigencia nos sugiere que son difíciles de vivir.

Sin embargo, constituyen términos clave de nuestro vocabulario teológico, elementos irrenunciables para una armónica y auténtica relación con Dios. La vida del sabio florece gracias a una colaboración entre Dios y el hombre. Este último expresa su arrepentimiento naturalmente porque hay algo incorrecto en su modo de obrar o de pensar. Se da por descontado que el hombre es pecador. Una vez que el pecado está presente y empieza su obra corrosiva, ¿qué se puede hacer? El mandato es inequívoco: «Vuelve al Altísimo y apártate de la maldad» (v. 26). Lo primero es apartarse del pecado. En consecuencia, es preciso comenzar el movimiento de retorno que se llama conversión. En hebreo, en efecto, la conversión es precisamente un volver (shüb), en el sentido de apartarse del camino errado por el que nos habíamos metido, a fin de encaminarnos hacia Dios. El pecador es como un muerto, incapaz de alabar al Señor.

Según la concepción antigua, en los infiernos se llevaba una vida larvaria; los que allí se encontraban eran como sombras y, sobre todo, no les era posible alabar a Dios. Era una «vida» que no merecía ese nombre, puesto que el fin de la existencia consiste en la alabanza a Dios. De ahí que el salmista pida a Dios que le libre de la muerte para que, continuando en la vida, mantenga la oportunidad de alabar al Señor (cf. Sal 88,11-13).

Dios concede su perdón al pecador arrepentido. Ahora bien, esto no es un derecho del hombre, sino un acto de amor del Señor: «¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que se convierten a él!» (v. 29). No puede haber, por tanto, ninguna pretensión. El hombre conserva su lúcida conciencia de ser «polvo y ceniza» (v. 27). Su grandeza consiste en la humilde esperanza de que el Señor continúe otorgándole los beneficios de su amor.

 

Evangelio: Marcos 10,17-27

En aquel tiempo,

17 cuando iba a ponerse en camino se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: -Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?

18 Jesús le contestó: -¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.

19 Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.

20 Él replicó: -Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven.

21 Jesús le miró fijamente con cariño y le dijo: -Una cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme.

22 Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó todo triste, porque poseía muchos bienes.

23 Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: -¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!

24 Los discípulos se quedaron asombrados ante estas palabras. Pero Jesús insistió: -Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios!

25 Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

26 Ellos se asombraron todavía más y decían entre sí: -Entonces, ¿quién podrá salvarse?

27 Jesús les miró y les dijo: -Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible.

 

*»• El fragmento evangélico de hoy se compone de dos partes: una vocación fallida por el apego a la riqueza (w. 17-22) y algunas consideraciones sobre la peligrosidad de la riqueza (w. 23-27).

El punto de partida es exaltador: un hombre busca el camino para la vida eterna. El hecho de que se dirija a Jesús habla en favor de la confianza que inspiraba el Maestro de Nazaret. Eran muchos los maestros que podían responder con sabiduría a esa pregunta. Es posible que aquel hombre se esperara algo diferente, algo nuevo. Jesús le orienta hacia Dios y hacia algunos de los preceptos del Decálogo, sobre todo a los relacionados con los deberes hacia el prójimo. El Decálogo, expresión de la voluntad divina, sigue siendo, en efecto, el código de referencia esencial, capaz de encaminar hacia la vida eterna. De este modo queda ratificado el valor del Antiguo Testamento.

Sin embargo, aquel hombre tiene sed de otra cosa. El Decálogo, que ya observa puntualmente desde su juventud, no le basta. Necesita un impulso novedoso: «Ven y sígueme» (v. 21) es la novedad del mensaje. Es la persona de Jesús, el hecho de seguirle, lo que marca la diferencia. Jesús se pone en la línea del Decálogo como expresión de la voluntad de Dios y, al mismo tiempo, como punto de superación. Jesús es ese «algo más» buscado. La observancia de una ley queda sustituida por la comunión con una persona. Esta persona «pretende», justamente, ser el nuevo acceso hacia Dios.

Sin embargo, para seguir a Jesús es preciso abandonar el lastre y los diferentes impedimentos. Jesús había conocido a fondo a aquel hombre, gracias a la mirada cargada de amor que proyectó sobre él. El seguimiento exige una libertad interior que no tenemos mientras el dinero esté presente en nuestra vida como señor. Pero el dinero es aún más que señor; es tirano y, en efecto, aferra al hombre que no consigue liberarse de él. Su deseo es como una cáscara vacía. Se va triste y afligido. Ha preferido sus magras seguridades a la exaltadora propuesta de Jesús. Su riqueza le ha hecho perder una ocasión única para su vida, le ha empobrecido. Le queda la «riqueza» de su remordimiento.

Llegados aquí, Jesús lanza una dura consideración sobre la riqueza, cuando se convierte, como en el caso que ahora nos ocupa, en impedimento para realizar la vida en plenitud. Jesús conoce y denuncia la fuerza seductora del dinero. Los ricos tienen dificultades para acceder a Dios porque están atados a las cosas, hechizados por ellas. El hecho de poder comprar todo lo que quieren les confiere un sentido de casi omnipotencia.

La dificultad de su posición la expresa Jesús con la imagen del camello y el ojo de una aguja (v. 25). Estamos frente a una hipérbole, una exageración buscada adrede para subrayar mejor el concepto. «¿Quién podrá salvarse?» (v. 26), es la reacción de pasmo de los discípulos, acostumbrados a pensar que la riqueza era una bendición divina. Jesús responde que la salvación es don de Dios. Y éste es capaz de llevar a cabo lo imposible (v. 27). Ese don no exonera del esfuerzo por liberarse y mantenerse lo más libres posible.

 

MEDITATIO

Podríamos decir que el denominador común de ambas lecturas es una invitación a liberarse. La primera nos invita a liberarnos del pecado, la segunda de la riqueza.

En ambos casos se trata de un impedimento para acceder a los valores superiores; más aún, vitales. «Pecar es humano, perseverar es diabólico», dice una conocida máxima. A buen seguro, es preciso que nos comprometamos antes que nada a evitar el pecado, pero, siendo realistas, no podemos olvidar nuestra crónica fragilidad. En consecuencia, será oportuno tener presente que somos débiles, incapaces de mantener siempre el rumbo adecuado, a pesar de las muchas ayudas que recibimos.

La humilde conciencia de nuestra pobreza espiritual nos llevará a renovar la petición de perdón al Señor, a pedir su misericordia y a recomenzar con confianza. La autosuficiencia del hombre moderno le impide arrodillarse ante su Creador para pedir perdón. El hombre se convierte en medida de sí mismo, está bien lo que él juzga que está bien, no busca ningún punto de referencia fuera de él. De este modo, le queda bloqueado el camino espiritual. Es preciso ayudarle a liberarse de su autosuficiencia, a que vuelva al Señor con la conciencia del joven de la parábola: «Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo"» (Le 15,18).

El segundo camino de liberación nos lo propone el evangelio. Jesús, con una divina intuición, comprende qué es lo que atenaza a este hombre y le propone liberarse de sus riquezas. No le aconseja tirarlas o destruirlas, sino que le sugiere que las haga fructificar dándoselas a los pobres. Este hombre, privado de sus riquezas, empezaría a tener un capital en el cielo: «Tendrás un tesoro en el cielo». La liberación no es el fin, sino la condición para realizar plenamente nuestra vida. Ésta encuentra su máxima floración en el «ven y sígueme» que corresponde a la vocación específica de aquel hombre. No supo liberarse de su riqueza, pensando que tal vez eran un bien que le garantizaba el mañana. Perdió la ocasión más bella de su vida, desaprovechó la invitación que procedía de un acto sublime de amor: «Jesús le miró fijamente con cariño». Con su riqueza, y precisamente a causa de ella, se volvió terriblemente pobre. Su caso nos enseña que es posible permanecer apresados por las cosas, a pesar de las llamadas de Jesús a una vida plenamente realizada. Por fortuna, la historia de los discípulos nos enseña que también es posible tomar el camino adecuado.

 

ORATIO

Señor, libérame de la presunción de sentirme «tranquilo» por una valoración mínima de mi pecado («¿Qué tiene de malo?», «Lo hacen todos»), de remitir al infinito la conciencia y la denuncia de mi culpa, porque esto me bloquea el acceso a tu misericordia, me hace perder un tiempo precioso, me mantiene encadenado a mi orgullosa presunción.

Señor, ayúdame a cultivar la espiritualidad sencilla y esencial del publicano en el templo: «¡Oh Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador!», a conservar la viva confianza de que el Padre, en los cielos, está dispuesto a perdonar, puesto que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 18,23). Y una vez perdonado, ayúdame a perdonar a los otros, a imitación del Padre que me perdona, para que yo quede libre del rencor y del espíritu de venganza y permita a los otros liberarse de su pasado.

Señor, libérame de las cosas entendidas como posesión que esclaviza; concédeme la sabiduría de un uso prudente, considerándolas como medios de tu Providencia destinados a alcanzar el fin, a entrar en la vida que eres tú, que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos.

 

CONTEMPLATIO

No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados con esta humildad y que usan de tal modo sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos.

El don de esta pobreza se da, pues, en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor a los bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.

Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo de esta magnánima pobreza, pues, al oír la voz del divino Maestro, dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a pescadores de hombres y lograron, además, que muchos otros, imitando su fe, siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la Iglesia, al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos y encontraron su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo.

Por eso, el bienaventurado apóstol Pedro, cuando al subir al templo se encontró con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar» (León Magno, Sermón sobre las bienaventuranzas 95, 2ss, en PL 54, col. 462).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que se convierten a él!» (Eclo 17,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Podemos representar el perdón como un prisma con muchas caras, de cada una de las cuales se desprende una luz. El perdón renueva por completo a la persona humana: no sólo la arranca de la condición de pecado, sino que le abre el camino para ser «el hombre nuevo creado por Dios, "el hombre nuevo creado según Dios en la justicia y en la santidad verdadera" (Ef 2,4)»(R. Bultmann) [...].

Pedir la remisión de las deudas es, a buen seguro, pedir la cancelación de una cuenta con números rojos, aunque es también mucho más. Recibir el perdón es entrar en una relación nueva con aquel que nos ha condonado la deuda. Cuando le pedimos al Padre su perdón, le pedimos que vuelva a admitirnos en el círculo de su amor, del que nos habíamos salido al pecar.

Pedimos ser reconciliados con el Padre, volver a entrar en comunión con él; más aún, ser nuevamente acogidos dentro de su amor. El amor del Padre: ésa es la meta a la que se dirige la petición de perdón [...]. El perdón de Dios es el modelo de la medida del perdón cristiano [...]. A través de la inmolación de su propio Hijo, Dios ha roto el equilibrio exigido por la justicia y lo ha sustituido por el equilibrio del amor misericordioso y perdonador.

        El perdón cancela la paridad entre el debe y el haber de los honorarios, la nivelación como ideal ético al que ha permanecido atado el judaísmo y lo sigue estando todavía nuestra cultura. Del Crucificado que muere perdonando -más aún, excusando y buscando atenuantes para la acción de quienes le crucifican (Le 23,34)- han aprendido los cristianos a renunciar al cobro de la deuda según la justicia, desactivando así la mecha que yace bajo toda exigencia de justicia (M. Masini, // Vangelo del perdono, Milán 2000, pp. 24.119.123).

 

Día 28

Martes 8ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 35,1-12

1 Quien observa la ley multiplica las ofrendas; quien sigue los mandamientos ofrece sacrificio de comunión.

2 Quien devuelve un favor hace una ofrenda de flor de harina, y quien da limosna ofrece sacrificio de alabanza.

3 Apartarse del mal agrada al Señor, huir de la injusticia es sacrificio expiatorio.

4 No te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues en esto consisten los mandamientos.

5 La ofrenda del justo dignifica el altar, su suave olor se eleva hasta el Altísimo.

6 El sacrificio del justo es aceptable, su memoria no quedará en el olvido.

7 Glorifica al Señor con generosidad y no escatimes las primicias que ofreces.

8 Siempre que ofrezcas algo, hazlo con semblante alegre, y paga los diezmos de buena gana.

9 Da al Altísimo según te dio él a ti, con generosidad, según tus posibilidades.

10 Porque el Señor sabe retribuir y te devolverá siete veces más.

11 No trates de sobornar al Señor, pues no lo aceptaría, ni te apoyes en sacrificio injusto,

12 porque el Señor es juez y no hace acepción de personas.

 

*•• En este fragmento manifiesta el autor que es, al mismo tiempo, ritualista y moralista, o sea, que se siente apegado tanto al culto como a la ley divina en todas sus facetas. Hace concluir aquí ambas tendencias, considerando que la misma práctica de la ley es culto. Lo captamos ya desde el principio, cuando establece un repetido paralelismo entre la observancia de la ley -o una de sus manifestaciones- y un acto de culto (observancia de la ley-ofrendas; cumplimiento de los mandamientos- sacrificio de comunión; devolver un favor-flor de harina; practicar la limosna-sacrificios de alabanza; abstenerse de la injusticia-sacrificio expiatorio). Acredita un profundo conocimiento de los diferentes actos de culto con que se honraba a Dios.

Su mensaje gira en torno a dos ideas. De ellas, la primera es más teológica, y la otra más ritual. El magno principio: «La ofrenda del justo dignifica el altar... El sacrificio del justo es aceptable» (w. 5ss), al poner en relación el compromiso o santidad de vida («justo») con la acción de la ofrenda en el templo, anticipa y satisface la exigencia de unidad-comunión de la persona que Mateo exigirá de una manera categórica: «Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mt 5,23ss).

La otra idea recuerda la generosidad que hay que mostrar en la ofrenda al Señor. El pensamiento recoge el precepto de Ex 23,15 («Nadie se presentará ante mí con las manos vacías»), enriqueciéndola con una motivación sapiencial: «Porque el Señor sabe retribuir, y te devolverá siete veces más» (v. 10). En términos populares y simplificados, es como decir que con el Señor no se lleva nunca las de perder.

 

Evangelio: Marcos 10,28-31

En aquel tiempo,

28 Pedro le dijo a Jesús: -Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

29 Jesús respondió: -Os aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la Buena Noticia,

30 recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna.

31 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.

 

*»• Se ha desarrollado una situación ante los ojos de Jesús y de sus discípulos: un explosivo deseo de seguimiento ha naufragado miserablemente entre las dificultades de una riqueza que ha enredado hasta el impulso más noble. El resultado ha sido el fracaso: caídos los ideales, han quedado los trozos de la amargura. Jesús ha aprovechado la ocasión para poner en guardia contra los peligros de una riqueza que esclaviza. Éste es el antecedente del pasaje que hemos leído hoy.

Pedro, como en otros casos, toma la palabra. No plantea una verdadera pregunta, pero su consideración equivale a una pregunta dirigida a Jesús. Pedro y los demás del grupo lo han dejado todo y se han adherido a la propuesta de Jesús. Se han comportado de una manera diametralmente opuesta al rico de más arriba. De una manera implícita, aflora la pregunta: si aquél se ha ido triste, en estado de quiebra, ¿qué será de nosotros? Jesús no hace esperar la respuesta clarificadora. Habla de una recompensa que se distribuye entre el hoy del tiempo («el tiempo presente») y el mañana de la eternidad («el mundo futuro»). A quienes lo han dejado todo –explicitado con siete realidades que abarcan el mundo del bienestar, de los afectos y de la profesión (casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos)- se les promete cien veces más.

No se trata de una operación simplemente matemática ni rigurosamente bancaria. Si bien el seguimiento ha traído consigo rupturas con el programa de vida que teníamos (propiedades, familia, profesión), también es verdad que no ha creado gente inadaptada o personas sin referencias. Aquí podemos ver una alusión a la vida eclesial de la primera comunidad, donde era fuerte el sentido de pertenencia y los miembros se llamaban «hermanos» entre sí. El añadido «junto con persecuciones » (v. 30) recuerda que en el tiempo presente no se puede alejar la sombra de la cruz. Se goza, se obtiene, pero de un modo condicionado. El premio definitivo es «en el mundo futuro» y consiste en la «vida eterna». Esa expresión no tiene necesidad de explicaciones o de complementos.

Es la vida con Dios, una vida exuberante, que no conoce ocaso. El v. 31 es una sentencia de carácter sapiencial que prevé el vuelco de la situación. Es un aviso para que nadie se considere nunca de los que ya han llegado, y a la vigilancia, porque el seguimiento es siempre un compromiso de vida.

 

MEDITATIO

Una lectura apresurada y superficial de los textos de hoy podría hacer surgir la idea de que nuestra relación con el Señor es semejante a la que mantenemos con un banco: depositamos una suma de dinero y, después de cierto tiempo, la retiramos con los intereses. La diferencia sería sólo cuantitativa: la tasa del interés dado por el Señor sería extremadamente generosa: el séptuplo para la primera lectura y hasta el céntuplo para el evangelio. Obviamente, no hemos tomado el camino adecuado.

Antes que nada, hemos de señalar que es preciso construir una relación interior, profunda y global. El libro del Eclesiástico pedía la observancia de la ley, y los apóstoles se han adherido al seguimiento de Jesús: en ambos casos se trata de entrar en comunión con Alguien.

Lo que más vale es la ofrenda de nuestra vida en forma de fidelidad a la voluntad divina, de generosidad en el seguimiento de su enseñanza o sugerencias. La ofrenda de cualquier don es sólo manifestación o prolongación de la ofrenda de nuestra persona. Y también a nivel personal se sitúa la recompensa. Esto se comprende mejor en el pasaje evangélico. La perspectiva final y gloriosa de la recompensa es «la vida eterna», que -dicho con otras palabras- es la visio Dei, la comunión plena y definitiva con la Trinidad. Seguir a Cristo significa entrar, con él, en él y por él, en el misterio trinitario. Éste es el verdadero céntuplo. El interés bancario tiene aquí poco que ver.

 

ORATIO

Perdónanos, Señor, nuestra mentalidad comercial. Estamos acostumbrados a cuantificar y a «monetizar» todo. «¿Cuánto es eso en dinero?», es una frase que aparece a menudo en nuestros labios. Esta mentalidad de contables invade y contamina asimismo nuestra relación contigo. Nosotros te damos y tú nos das..., sólo que muchas veces las cuentas no salen. Comienzan nuestras crisis. Tú nos pareces lejano, insensible a nuestros problemas...

Perdónanos, Señor, si te hemos reducido a un buen «supercontable», a administrador delegado del Reino de los Cielos. Ayúdanos a calcular en términos de gracia que es gratuidad, potencia de amor, desinterés. Ayúdanos a dar y a darnos sin calcular, alegres de gastarnos para que tú seas conocido y amado. Sabemos, ciertamente, que en materia de generosidad no hay quien te gane. Si después quieres echarnos una mano para que abramos nuestra cartera, la caja fuerte de nuestro tiempo y de nuestra disponibilidad para compartir con los otros, tanto mejor. Nos sentiremos de verdad hijos de aquel Padre que es pródigo en amor con todos.

Ayúdanos a desear ese premio que eres tú mismo, presente ya hoy en nuestra vida, con la esperanza de que nosotros podamos reposar un día, definitivamente, en la tuya.

 

CONTEMPLATIO

¿Acaso no prometes además un premio a los que guardan tus mandamientos, más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha prometido a los que le aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al profeta Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman.

En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz.

Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado.

Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte, son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles (Roberto Belarmino, «Sobre la elevación de la mente hacia Dios», grado 1, en Opera omnia 6, edición de 1862, 214).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Da al Altísimo según te dio él a ti, con generosidad, según tus posibilidades» (Eclo 35,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Iba yo paseando por el camino. Un mendigo, un viejo harapiento, me detuvo. Tenía los ojos inflamados, llenos de lágrimas, los labios de color violeta, la ropa a jirones y mostraba unas llagas repugnantes. ¡Oh, cómo había maltratado la miseria a aquel ser infeliz! Me tendió una mano roja, hinchada, sucia. Con un gesto me pidió que le socorriera. Me hurgué en todos los bolsillos. No llevaba ni el monedero, ni el reloj, ni siquiera el pañuelo, no llevaba justamente nada encima.

El mendigo seguía allí, esperando. Tendía la mano y le sacudía un leve temblor. Turbado, confuso, cogí vigorosamente aquella mano sucia y temblorosa: «Tenga paciencia, hermano, no llevo nada». El mendigo me miró con sus ojos inflamados; sus labios de color violeta se entreabrieron y sonrieron, y me estrechó a su vez los helados dedos. «¡No tiene importancia, hermano!», murmuró, «gracias de todos modos. También esto es una limosna». Comprendí que también yo había recibido una limosna de aquel hermano (I. Turgheniev, Le poesie in prosa, Lanciano 1923).