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LECTIO DIVINA MES DE FEBRERO DE 2013

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

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Día 1

Viernes 3ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 10,32-39

Hermanos:

32 Acordaos de los días primeros en los que, después de haber sido iluminados, sostuvisteis un combate tan grande y doloroso.

33 Algunos fuisteis públicamente escarnecidos y tuvisteis que sufrir tormentos; otros os hicisteis solidarios con los que tales cosas soportaban.

34 Tuvisteis, en efecto, compasión de los encarcelados, soportasteis con alegría que os despojaran de vuestros bienes, sabiendo que teníais riquezas mejores y más duraderas.

35 No perdáis, pues, esta confianza, que os proporcionará una gran recompensa.

36 Pues tenéis necesidad de perseverar, para que, cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa.

37 Porque, dentro de poco, de muy poco, el que ha de venir vendrá sin retraso;

38 y mi justo vivirá por la fe; mas, si se echa atrás cobardemente, ya no me agradará.

39 Pero nosotros no somos de los que se echan atrás cobardemente y terminan sucumbiendo, sino de los que buscan salvarse por medio de la fe.

 

*• Ya desde los orígenes se propagó en la Iglesia el peligro de la tibieza, un peligro que degeneró con frecuencia en abierta apostasía o en vida pecaminosa contraria a la fe. Son varios los pasajes de los escritos apostólicos que atestiguan esta situación (cf. Gal 3,2; 2 Cor 2; Ap 2-3).

Consciente del delicado momento que está atravesando la comunidad judeocristiana a la que se dirige, el autor de la carta a los Hebreos se enfrenta al mal en sus raíces. Revelándose como un profundo conocedor del corazón humano y repleto de discernimiento en la guía de las almas, nos ofrece una página que sigue siendo un precioso documento de sabiduría pastoral. Aunque denuncia el mal, no usa palabras de abierta condena ni de duro reproche, sino que sigue la vía de la exhortación.

«Acordaos»: un imperativo preciso que remite al tiempo del primitivo fervor y pretende crear una separación clara con el presente para volver a la frescura original. En dos breves versículos se representa al vivo ante nuestros ojos a una comunidad que ha dado pruebas de gran fortaleza y de gran caridad: una comunidad capaz de hacer frente a toda persecución y a las más graves humillaciones sin echarse atrás; pero eso no basta: ha mostrado asimismo ser solidaria con los que están sometidos a prueba. Una comunidad, por consiguiente, plenamente cristiana, animada por un auténtico amor fraterno.

¿Cuál fue la fuente de tal impulso? La fe firme en los bienes futuros. Pues bien, precisamente esa fe tiene que ser reavivada ahora. Y es la Palabra de Dios la que puede alimentarla. El autor de la carta, citando pasajes del Antiguo Testamento que han encontrado su pleno cumplimiento en Jesús, quiere sostener en los cristianos la esperanza y la tensión hacia los bienes futuros.

 

Evangelio: Marcos 4,26-34

En aquel tiempo,

26 decía Jesús a la gente: -Sucede con el Reino de Dios lo que con el grano que un hombre echa en la tierra.

27 Duerma o vele, de noche o de día, el grano germina y crece, sin que él sepa cómo.

28 La tierra da fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga.

29 Y cuando el fruto está a punto, en seguida se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

30 Proseguía diciendo: -¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos?

31 Sucede con él lo que con un grano de mostaza. Cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas.

32 Pero, una vez sembrada, crece, se hace mayor que cualquier hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra.

33 Con muchas parábolas como éstas Jesús les anunciaba el mensaje, acomodándose a su capacidad de entender.

34 No les decía nada sin parábolas. A sus propios discípulos, sin embargo, se lo explicaba todo en privado.

 

**• Con dos breves parábolas, tomadas del mundo agrícola, Jesús ilustra el proceso de crecimiento del Reino de Dios en el mundo. Éste es como una semilla que, sembrada en la tierra, necesita un largo período de maduración en medio del silencio y la paciencia. Tras la siembra, el labrador vuelve a sus ocupaciones habituales, sin tener que preocuparse de la semilla. Es la tierra la que espontáneamente, por su propia fuerza, lleva a cabo la transformación. El evangelista se detiene a describir, una a una, las fases de la germinación, para subrayar que cuanto desde fuera parece «tiempo muerto» -silencio de Dios- es, en realidad, un tiempo fecundo de gracia. Cuando haya llegado su hora -expresión que usará muchas veces Jesús refiriéndose a su destino-, la misma semilla, convertida ahora en fruto maduro, se entregará a la hoz para la siega. También aquí surge espontánea la referencia a Jesús, que libremente se ofreció a sí mismo por nuestra salvación.

La sorpresa del labrador, después de la larga espera, será grande, como muestra la segunda parábola. Se ha depositado en la tierra un grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas, algo no llamativo, pero al final se hace mayor que todas las hortalizas, se hace casi como un árbol a cuya sombra -imagen bíblica que indica la consumación del Reino de Dios icf. Jue 9,8-15; Ez 17,22-24; 31,4; Dn 4,10-12.17-23)- pueden reposar los pájaros. Toda la Sagrada Escritura atestigua que Dios escoge lo que es pequeño: los instrumentos más pobres parecen ser los más aptos para cooperar en su designio de salvación. Los caminos de Dios no son nuestros caminos; su Reino lleva en sí mismo un principio de desarrollo, una fuerza secreta que lo conducirá a su plena consumación más allá de lo que podría suponer cualquier humana imaginación. No queda más que esperarlo con firme esperanza y humilde colaboración.

 

MEDITATIO

Sólo haciendo nuestro el «deseo de Dios» expresado en tantas páginas del Antiguo Testamento, y de modo absolutamente particular en los salmos, es posible intuir qué grande debió de ser la alegría de los primeros judeocristianos cuando, iluminados por la gracia, reconocieron en Jesús al Mesías, al Esperado por todas las gentes, al Salvador prometido. Este descubrimiento suscitó un gran fervor; los nuevos cristianos se encaminaron con entusiasmo por el «camino nuevo y vivo».

Pero muy pronto se dieron cuenta de que el camino era largo y fatigoso; la exaltación inicial cedió el paso al desaliento. Es la hora de la prueba, en la que es preciso resistir con paciencia. El autor de la carta a los Hebreos exhorta, por tanto, a sus interlocutores a perseverar con buen ánimo. Aunque el paisaje parezca estar desolado, cada paso les aproxima a la meta. Hay períodos en la vida de cada persona en los que se vuelve necesario aferramos con todas nuestras fuerzas a la virtud de la esperanza. Ésta es, por así decirlo, el bastón del peregrino que se dirige hacia el Reino de los Cielos.

También las dos pequeñas parábolas del evangelio aluden a esta virtud. ¿No es acaso su presencia la que nos hace soportable el tiempo que discurre entre la siembra y la siega? Es preciso estar fuertemente motivados para perseverar cuando el desánimo, como un ladrón, viene a robarnos las pocas fuerzas de las que disponemos. Sólo la esperanza nos las puede restituir. Con todo, también ella debe tener un sólido fundamento. No basta con mantener fija la mirada en las realidades futuras, en el Reino que parece inalcanzable. Entonces, ¿en qué se puede apoyar la esperanza cristiana? En la experiencia de los peregrinos de Emaús, en la certeza de que aquel que nos llama a la meta es también nuestro silencioso compañero de viaje, y cuanto más duro se vuelve el camino, más presente se hace.

 

ORATIO

Señor Jesús, eterno Viviente, tú eres nuestra única esperanza. Por nosotros te escondiste como semilla en nuestra humana debilidad; experimentaste la persecución, el peso de la soledad y la aflicción de la pobreza; por nosotros aceptaste voluntariamente la muerte, por nosotros te hiciste Pan de vida que nos sostiene a lo largo del camino. Tú nos conoces en lo íntimo y ves nuestras tribulaciones y la fatiga que nos produce el compromiso de conservar la fe. Perdónanos si hemos dejado envejecer nuestro corazón, perdiendo el ardor y el entusiasmo de nuestro primer amor. Despierta en nosotros el hermoso recuerdo de nuestra enamorada juventud, para que nunca nada ni nadie pueda apartarnos de buscar tu rostro. Quédate con nosotros en la hora de la prueba y concédenos la fuerza de tu Espíritu para serte fieles hasta la muerte. Contigo ni siquiera nuestra pobreza nos espanta ya: al ofrecértela, se convierte en el pequeño signo de nuestro infinito deseo de colaborar en la realización de tu Reino.

 

CONTEMPLATIO

Nadie ama verdaderamente a otro con auténtico fuego de amor si no siente un intenso deseo de verle. Por esa razón, cuando el ser amado está lejos, aumenta el deseo, y el retraso del Amado, aunque sea breve, parece largo. Por eso, «¡ay de mí, que vivo como emigrante!» (cf. Sal 119,5) y «estoy enfermo de amor» (Cant 2,5).

Como huésped de paso en este mundo, suspiro por las moradas celestes. Pero ¿qué es lo que espero? ¿No es al Señor Jesús? ¿No está en él toda nuestra esperanza? Siento nostalgia de contemplar la vida invisible que moriría con alegría. Sin embargo, si la espero con serenidad de ánimo es porque interiormente se me inspira que sea paciente. Mi espíritu, embebido por completo del admirable don de Dios, me convence para que me santifique a diario en el amor. Por eso me comprometo a no seguir mi voluntad, sino que espero con alegría a que Dios me manifieste la suya. Que la sombra del Espíritu Santo me sirva aquí abajo de consuelo y que mi deseo de gozar de la felicidad futura haga desaparecer toda la basura de mis vicios.

No poseo ninguna morada en este mundo de miseria; golpeado por tantas adversidades, no voy en busca de vanos consuelos, pues no tengo más que un consuelo: el amor eterno. Los elegidos de Cristo, vayan donde vayan, no cesan de custodiar en su espíritu la alegría de los bienes celestiales. Sobre el infalible fundamento puesto, esto es, el Señor Jesús, construyen y se preparan para la recompensa eterna. Así, los trabajos que realizan en vistas al amor divino o la violencia que se hacen para custodiar la paz del corazón incrementan su mérito. Cuando el cuerpo está cansado, los ojos se elevan hacia la estancia celestial, hacia la mirada del Amigo omnipotente y nos sentimos protegidos por todas partes a la sombra de sus dones (R. Rolle, // canto d'amore IV, 1 lss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La esperanza no engaña, porque Dios ha derramado su amor en nuestros corazones» (Rom 5,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Por lo general, pensamos que la paciencia es una especie de resignación fatalista frente a lo que se nos opone y, por consiguiente, una confesión de derrota. Sin embargo, de hecho, la paciencia cristiana no es resignación, sumisión. Para comprender la actitud espiritual que llamamos paciencia es preciso mirar a Jesús paciente. Basta con leer el evangelio para ver que el Señor Jesús experimentó la incomodidad física, el cansancio, la monotonía del trabajo, la opresión de la muchedumbre. Le alcanzaron las contestaciones, el odio, la incredulidad. Experimentó el dolor físico más agudo y el sufrimiento del espíritu, la agonía, el abandono de los discípulos y hasta del Padre. Pero no fue un aplastado: se ofreció porque lo quiso. Llevó sobre sí todo con una paciencia que no es ni inercia ni pasividad, sino ofrenda de sí mismo a todo lo que quiere el Padre. El amor al Padre y a los hombres le impulsa a entregarse hasta el extremo. «Si el grano de trigo no muere, no da fruto», dice en el evangelio. Así, con su, sacrificio glorificó al Padre y llevó a cabo nuestra salvación. Ésta es la victoria del amor, de la paciencia. A partir del ejemplo vivo del Señor Jesús, comprendemos que la paciencia es la perfección de la caridad. Observa san Juan de la Cruz: «El amor ni cansa ni se cansa». Es la paciencia silenciosa, perseverante, que se vuelve don, como Cristo, pan partido por los hermanos. Ahora bien, esta disponibilidad de amor no puede ser sostenida más que por una fe viva y por una intensa esperanza. Muchas de nuestras impaciencias y muchos abatimientos proceden precisamente de una fe y de una esperanza demasiado débiles, que no nos orientan plenamente al amor (A. Ballestrero, Parlare di cose veríssime, Cásale Monf. - Roma 1990, pp. 103ss).

 

 

 

Día 2

Presentación del Señor (2 de febrero)

 

       Esta celebración, a la que sería más propio llamar «fiesta del encuentro» (del griego Hypapánte), se desarrollaba ya en Jerusalén en el siglo IV. Con Justiniano, en el año 534, se volvió obligatoria en Constantinopla, y con el papa Sergio I, de origen oriental, también en Occidente, con una procesión a la basílica de Santa María la Mayor que se celebraba en Roma. La bendición de las candelas (de donde proviene la denominación de «candelaria») se remonta al siglo X.

 

 

LECTIO

Primera lectura: Malaquías 3,1-4

Así dice el Señor:

1 Mirad, yo envío mi mensajero a preparar el camino delante de mí, y de pronto vendrá a su templo el Señor, a quien vosotros buscáis; el ángel de la alianza, a quien tanto deseáis; he aquí que ya viene, dice el Señor todopoderoso.

2 ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se mantendrá en pie en su presencia? Será como fuego de fundidor y como lejía de lavandera.

3 Se pondrá a fundir y a refinar la plata. Reinará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata, para que presenten al Señor ofrendas legítimas.

4 Entonces agradarán al Señor las ofrendas de Judá y de Jerusalén, como en los tiempos pasados, como en los años remotos.

 

       **• Dos son los mensajeros presentados por el profeta, y el uno introduce al otro: el que prepara el camino al Señor que viene y el de la alianza, el Esperado. Ángel significa «mensajero» en griego: es interesante que la traducción se refiera al primero como mensajero y reserve el término «ángel», atribuido por lo general a una criatura celeste, al segundo. Con ello se pretende ayudar a distinguir entre el que es sólo precursor y el Mesías suspirado, de origen divino. A través de la sombra elocuente de la figura se pretende señalar, en perspectiva, al Bautista y a Cristo. Uno realizará la tarea del Redentor, el otro la de su Precursor. Uno entrará en el templo, el otro sólo le preparará el acceso. Y Aquel que entrará en el templo santificará en sí mismo los ministros y el culto mediante la ofrenda pura de la nueva alianza.

 

Segunda lectura: Hebreos 2,14-18

14 Y, puesto que los hijos tenían en común la carne y la sangre, también Jesús las compartió, para poder destruir con su muerte al que tenía poder para matar, es decir, al diablo,

15 y librar a aquellos a quienes el temor a la muerte tenía esclavizados de por vida.

16 Porque, ciertamente, no venía en auxilio de los ángeles, sino en auxilio de la raza de Abrahán.

17 Por eso tenía que hacerse en todo semejante a sus hermanos, para ser ante Dios sumo sacerdote misericordioso y digno de crédito, capaz de obtener el perdón de los pecados del pueblo.

18 Precisamente porque él mismo fue sometido al sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a los que están bajo la prueba.

 

       «Carne» y «sangre» fueron reducidos por el enemigo al poder de la «muerte». Carne y sangre vienen de Cristo, Dios hecho hombre, divinizados y liberados de tal esclavitud. La raza de Abrahán queda así restituida a la vida. Y no sólo eso, sino que, como alianza perenne del misterio de la fe, misterio de la redención y misterio de la resurrección de la carne para la vida eterna, he aquí que el divino Hijo unigénito se presenta no sólo como el primero entre muchos hermanos, sino que se hizo para ellos también sumo sacerdote, mediador en su ser humano-divino de la fidelidad de Dios, Padre de la vida. El sumo sacerdote es definido, en efecto, como «misericordioso», porque viene y lo hace «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación».

 

Evangelio: Lucas 2,22-40

22 Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la Ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

23 como prescribe la Ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.

24 Ofrecieron también en sacrificio, como dice la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones.

25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor.

27 Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley,

28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar que tu siervo muera en paz.

30 Mis ojos han visto a tu Salvador,

31 a quien has presentado ante todos los pueblos,

32 como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel.

33 Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.

34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,

35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.

36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven;

37 después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones.

38 Se presentó en aquel momento y se puso a dar gloria a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

39 Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

40 El niño crecía y se fortalecía; estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios.

 

          **• Se presenta en el texto una secuencia interesante con el verbo «ver»: ver la muerte, ver al Mesías, ver la salvación. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, se convierte en testigo de que «todas las cosas se cumplieron» según la ley, para que surja el Evangelio.

          Un Niño «signo de contradicción», una Madre llamada a una maternidad mesiánica de dolor junto a su redentor, y un anciano temeroso de Dios son los protagonistas del resumen de todo el Evangelio. Antigua y nueva alianza, Navidad y Pascua: aquí se encuentran en figura todos los misterios de la salvación, aquí se recapitula la historia, se le da cumplimiento en el tiempo, respondiendo a la colaboración y a la expectativa de los justos de todos los tiempos: José y Ana.

 

MEDITATIO

          Podemos considerar la fiesta que hoy celebramos como un puente entre la Navidad y la Pascua. La Madre de Dios constituye el vínculo de unión entre dos acontecimientos de la salvación, tanto por las palabras de Simeón como por el gesto de ofrenda del Hijo, símbolo y profecía de su sacerdocio de amor y de dolor en el Gólgota. Esta fiesta mantiene en Oriente la riqueza bíblica del título «encuentro»: encuentro «histórico» entre el Niño divino y el anciano Simeón, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la profecía y la realidad y, en la primera presentación oficial, entre Dios y su pueblo.

          En un sentido simbólico y en una dimensión escatológica, «encuentro» significa asimismo el abrazo de Dios con la humanidad redimida y la Iglesia (Ana y Simeón) o la Jerusalén celestial (el templo). En efecto, el templo y la Jerusalén antigua ya han pasado cuando el Rey divino entra en su casa  llevado por María, verdadera puerta del cielo que introduce a Aquel que es el cielo, en el tiempo nuevo y espiritual de la humanidad redimida.

          A través de ella es como Simeón, experto y temeroso testigo de las divinas promesas y de las expectativas humanas, saluda en aquel Recién nacido la salvación de todos los pueblos y tiene entre sus brazos la «luz para iluminar a las naciones» y la «gloria de tu pueblo, Israel».

 

ORATIO

          ¿Por qué, oh Virgen, miras a este Niño? Este Niño, con el secreto poder de su divinidad, ha extendido el cielo como una piel y ha mantenido suspendida la tierra sobre la nada; ha creado el agua a fin de que hiciera de soporte al mundo. Este Niño, oh Virgen purísima, rige al sol, gobierna a la luna, es el tesorero de los vientos y tiene poder y dominio, oh Virgen, sobre todas las cosas. Pero tú, oh Virgen, que oyes hablar del poder de este Niño, no esperes la realización de una alegría terrena, sino una alegría espiritual (Timoteo de Jerusalén, siglo VI).

 

CONTEMPLATIO

          Añadimos también el esplendor de los cirios, bien para mostrar el divino esplendor de Aquel que viene, por el que resplandecen todas las cosas y, expulsadas las horrendas tinieblas, quedan iluminadas de manera abundante por la luz eterna; bien para manifestar en grado máximo el esplendor del alma, con el que es necesario que nosotros vayamos al encuentro de Cristo. En efecto, del mismo modo que la integérrima Virgen y Madre de Dios llevó encerrada con los pañales a la verdadera luz y la mostró a los que yacían en las tinieblas, así también nosotros, iluminados por el esplendor de estos cirios y teniendo entre las manos la luz que se muestra a todos, apresurémonos a salir al encuentro de Aquel que es la verdadera luz (Sofronio de Jerusalén, f 638).

 

ACTIO

          Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra del Señor: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

          ¿Cómo se comporta Simeón ante la grandiosa perspectiva que ve abrirse para su pueblo, en el despuntar de los nuevos tiempos mesiánicos? Con pocas palabras, nos enseña el desprendimiento, la libertad de espíritu y la pureza de corazón.

          Nos enseña cómo afrontar con serenidad ese momento delicado de la vida que es la jubilación. Simeón mira su muerte con serenidad. No le importa tener una parte y un nombre en la incipiente era mesiánica; está contento de que se realice la obra de Dios; con él o sin él, es asunto que carece de importancia.

          El Nunc dimittis no nos sirve sólo para la hora de nuestra muerte o de nuestra jubilación. Nos incita ahora a vivir y a trabajar con este espíritu, a liberar la casa que construimos, pequeña o grande, de modo que podamos dejarla con la serenidad y la paz de Simeón. A vivir con el espíritu de la pascua: con la cintura ceñida, el bastón en la mano, puestas las sandalias, preparados para abrir al mismo Señor cuando llame a la puerta.

          Para poder hacer esto, es necesario que también nosotros, como el anciano Simeón, «estrechemos al niño Jesús en nuestros brazos». Con él estrechado contra nuestro corazón, todo es más fácil. Simeón mira con tanta serenidad su propia muerte porque sabe que ahora también volverá a encontrar, más allá de la muerte, al mismo Señor y que será un estar todavía con él, de otro modo (R. Cantalamessa, / misten di Cristo nella vita della Chiesa, Milán 1992, pp. 75-78, passim [edición española: Los  misterios de Cristo en la vida de la Iglesia, Edicep, Valencia 1993]).

 

 

 

Día 3

San Blas (3 de febrero)

 

         San Blas fue obispo de Sebaste (Armenia, en la actual Turquía) en los comienzos del siglo IV. Aunque nos deja un tanto perplejos la incertidumbre histórica de lo que tiene que ver con su vida, nos habla de ella la fuerte densidad de la tradición relacionada con él. Su culto, en efecto, es popularísimo, y está ligado sobre todo a la tradicional bendición de la garganta.

         Se lee en su «pasión» que, mientras le conducían al martirio, salió una mujer entre la muchedumbre de los curiosos para poner a su hijito, que se estaba ahogando a causa de una espina de pescado que se le había clavado en la garganta, a los pies del obispo Blas. Éste oró poniendo sus manos en la garganta del niño, que, de inmediato, quedó curado.

         Por otra parte, han florecido otras amenas leyendas en torno a la figura del santo. Este, en efecto, tras haber encontrado refugio en una cueva antes de haber sido hecho prisionero y conducido al martirio, habría curado también la garganta de un león y de otros animales salvajes, expresando así esa benevolencia universal -incluso cósmica que brilla en el corazón de todo verdadero seguidor de Jesús.

         San Blas estaría incluido entre los mártires caídos bajo la  persecución de Licinio. La fecha de su decapitación, el año 316, oscila entre la historia y la leyenda. Estamos al final de la era de los mártires.

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 1,4-5.17-19

En los días del rey Josías,

4 el Señor me habló así

5 Antes de formarte en el vientre te conocí; antes de que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones.

17 Pero tú cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo te mande.

No les tengas miedo, no sea que yo te haga temblar ante ellos.

18 Yo te constituyo hoy en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce frente a todo el país: frente a los reyes de Judá y sus príncipes, frente a los sacerdotes y los terratenientes.

19 Ellos lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.

 

**• La vocación de Jeremías para ser profeta de Israel tuvo lugar en el momento trágico en que comenzaba la caída del reino de Judá. Tuvo la ingrata tarea de acusar al pueblo, que vivía sumido en la decadencia moral y religiosa, y de ahí que la vida del profeta fuera una continua lucha contra los poderosos de Israel. Los w. 4ss nos presentan al hombre Jeremías, elegido y destinado para una tarea bien precisa: ser «profeta de las naciones ». Ahora bien, si para esta misión Dios le pide al profeta valor (v. 17), también le garantiza a su elegido el apoyo y la certeza necesarios para resistir las mentiras y las pruebas dolorosas con la fuerza de su proximidad (v. 19). El Señor le exige a Jeremías que tenga una obediencia plena, así como disponibilidad y confianza en él; de lo contrario, el profeta se expondrá a la humillación y al miedo delante de sus enemigos.

La vocación del profeta Jeremías, a diferencia de la de Isaías y Ezequiel, tiene un elemento inconfundible y típico. Este elemento es el destino de la persona a una tarea grande desde el mismo momento de su concepción, aunque después no aflore en todas las circunstancias de su vida. Este destino comporta para el elegido una constante y progresiva intimidad con Dios, que implica en sí misma momentos trágicos de abandono y persecución por parte de los hombres. La fuerza de la vocación del profeta, a pesar del ambiente de hostilidad religiosa y de abandono social, residirá sólo en la promesa de Dios: «Yo estoy contigo para librarte» (v. 19).

 

Segunda lectura: 1 Corintios 12,31-13,13

Hermanos:

12.31 En todo caso, aspirad a los carísimas más valiosos. Pero aún os voy a mostrar un camino que los supera a todos.

13.1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe.

2 Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque mi fe fuese tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy.

3 Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, sí no tengo amor, de nada me sirve.

4 El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia.

5 No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal;

6 no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad.

7 Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.

8 El amor no pasa jamás. Desaparecerá el don de hablar en nombre de Dios, cesará el don de expresarse en un lenguaje misterioso y desaparecerá también el don del conocimiento profundo.

9 Porque ahora nuestro saber es imperfecto, como es imperfecta nuestra capacidad de hablar en nombre de Dios,

10 pero, cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto.

11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, razonaba como niño; al hacerme hombre, he dejado las cosas de niño.

12 Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente; entonces conoceré como Dios mismo me conoce.

13 Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor.

 

*»• La Iglesia de Corinto supuso para Pablo motivo de muchas preocupaciones. Sin embargo, el pensamiento con el que el apóstol educó a los miembros de la comunidad cristiana ante los muchos problemas de la vida a los que tuvo que hacer frente se puede resumir en pocas palabras: fue testigo del amor de Cristo por todos. Y a los corintios, que aspiran a los carismas más llamativos y visibles, Pablo les responde enseñándoles el camino mejor, el del gran carisma del agapé.

El elemento más vigoroso de este himno paulino al amor consiste, efectivamente, en el hecho de relativizar todo tipo estructural de ascetismo o de método espiritual, aunque sean válidos. Así, con este texto, nos conduce al corazón del mensaje cristiano, que es el mandamiento del amor a Dios y a los hermanos. Este camino es el único que puede conducir a la humanidad a la civilización del amor sin fronteras. El cristiano, que se siente llamado a esta misión y vive este amor, posee el carisma más elevado, el que conduce a la vida verdadera y a la experiencia del Dios-amor. Este amor es un don que supera a todos los otros dones o carismas. Y Pablo califica bien en el fragmento que hemos leído lo que entiende por amor: no es el eros, es decir, el amor posesivo, sino la caridad, esto es, el amor que se entrega y no se pertenece.

 

Evangelio: Lucas 4,21-30

En aquel tiempo, Jesús

21 comenzó a decirles: -Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar.

22 Todos asentían y se admiraban de las palabras que acababa de pronunciar. Comentaban: -¿No es éste el hijo de José?

23 Él les dijo: -Seguramente me recordaréis el proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún hazlo también aquí, en tu pueblo».

24 Y añadió: -La verdad es que ningún profeta es bien acogido en su tierra.

25 Os aseguro que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elias, cuando se cerró el cielo durante tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país;

26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elias, sino a una viuda de Sarepta, en la región de Sidón.

27 Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Elíseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio.

28 Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación;

29 se levantaron, le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que se asentaba su ciudad, con ánimo de despeñarlo.

30 Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó.

 

*»- Nos encontramos frente al discurso programático que pronuncia Jesús sobre la salvación siguiendo la estela de los grandes profetas de Israel: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 21). Sin embargo, cuando Jesús proclama que hoy se cumple la Escritura, lo que anuncia en realidad es que ha llegado el espíritu de la liberación definitiva, en el que él se revela como aquel en quien se cumplen todas las profecías siguiendo el plan de Dios. La Palabra de liberación revelada por Jesús no suscita entusiasmo, sino escepticismo y oposición por parte de sus conciudadanos. Éstos hubieran preferido no el anuncio de una liberación y la invitación a la conversión para una vida nueva, sino ver pruebas concretas de su poder a través de milagros y signos estrepitosos.

Jesús responde a los suyos, que lo reconocen como «el hijo de José», con el ejemplo de los antiguos profetas: del mismo modo que a Elias y Eliseo no se les concedió que sus paisanos vieran por medio de ellos grandes gestas, tampoco Jesús concede a los suyos ver grandes milagros y signos. La verdad que anuncia Jesús es otra: llevar la liberación a los prisioneros, a los pobres y a los oprimidos de este mundo, y llevar la «alegre noticia» que culmina con el don de su vida, entregada por amor a toda la humanidad. Jesús no busca su propio interés humano, como hacen a menudo los hombres, sino que lleva a cada hombre, con su misión, la verdadera libertad y el Espíritu de vida que tiene su fuente en Dios.

 

MEDITATIO

La primera lectura y el evangelio de hoy nos llevan a meditar sobre la función profética de Jesucristo y sobre la nuestra. Jesús, como atestiguan más de una vez los evangelios, fue considerado como un profeta por la muchedumbre (Mt 21,11-45; Le 7,16; 24,19; Jn 4,19; 6,14; 7,40; 9,17). Y lo fue verdaderamente en el sentido más cabal del término. Como los profetas del Antiguo Testamento, pero mucho más que ellos, llevó al mundo la Palabra de Dios. Más aún, él mismo era la Palabra de Dios en persona presente en el mundo (Jn 1,1-14). Por medio de él, a través de sus palabras y sus acciones, el Dios vivo y santo se dio a conocer a sí mismo y dio a conocer su magno designio de salvación en favor de la humanidad. Sobre todo, se dio a conocer como Amor (1 Jn 4,8.16), un amor sin límites, que poseía de una manera inimaginable todas las características descritas por Pablo en su himno de la primera Carta a los Corintios, que hemos leído.

El Concilio Vaticano II, que ha renovado de manera profunda la conciencia eclesial, ha querido poner de relieve insistentemente la participación de todos los miembros de la Iglesia, sin excepción, en la función profética de Jesús {Lumen gentium, 12 y 33). Por consiguiente, todos estamos llamados a comunicar la Palabra de Dios al mundo. Una Palabra que haga presente su Amor en medio de los hombres y de las mujeres de nuestro mundo, ya sea animándoles en su compromiso en favor del bien de los otros, ya sea haciéndoles tomar conciencia de sus desviaciones y de sus repliegues egoístas.

Sin embargo, no resulta fácil ser profeta. La experiencia de Jesús, transmitida también por el evangelio de hoy, nos lo hace tocar con la mano. La Palabra de Dios es «más cortante que una espada de doble filo» (Heb 4,12). En consecuencia, puede molestar a quien no esté dispuesto a acogerla. Las reacciones contrarias pueden hacerse notar e incluso hacerlo de modo violento. El profeta Jesús terminó, efectivamente, en la cruz. Sólo el amor, que debe llenar el corazón de todo verdadero profeta, puede superarlas, como Jesús las superó.

 

ORATIO

Nos has enviado, Padre, como profetas en medio del mundo, como enviaste a Jeremías y como enviaste a tu Hijo Jesús. A través de nosotros quieres hacer escuchar tu Palabra de amor a los hombres y a las mujeres, nuestros hermanos. Quieres que nosotros te demos a conocer a ellos, para que puedan saber que tú les amas con un amor sin límites, con un amor que «es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta» (1 Cor 13,4-7). Y quieres que demos a conocer también tu gran proyecto de amor en favor de todos y cada uno sin excepción.

La Palabra que pones en nuestro corazón y en nuestros labios es fuego que quema, pero también fuerza que edifica. Ayúdanos a acogerla con liberalidad y a darla con generosidad y coraje. Concédenos la gracia de no tenerla «guardada en un pañuelo» (cf. Le 19,20), sino de entregarla con prodigalidad a nuestros hermanos. Y si en algún momento nos parece pesada, ayúdanos tú mismo, como ayudaste a Jeremías y a Jesús, a no deshacernos de ella, porque va en ello el bien de nuestros hermanos y nuestro propio bien.

 

CONTEMPLATIO

Había un pan que alimentaba a los ángeles, pero que no nos alimentaba a nosotros, haciéndonos, por tanto, miserables, porque toda criatura dotada de razón se siente hundida en la miseria si no es alimentada por este pan. Nosotros, por nuestra parte, estábamos tan débiles que no podíamos gustar en modo alguno este pan en toda su pureza. Había en nosotros una doble levadura: la mortalidad y la iniquidad. El Verbo, bueno y misericordioso, vio que nosotros no podíamos subir a él y, entonces, vino él a nosotros. Tomó una parte de nuestra levadura, se adaptó a nuestra debilidad [...].

Quiso darnos ejemplo. Pensad en él, antes de su pasión. Entonces era como un pan fermentado: tuvo hambre y sed, lloró, durmió, estuvo cansado; a través de todo esto mostró la compasión y la caridad que tuvo con nosotros. Todas estas cosas son como medicinas que eran necesarias para nuestra debilidad. Y tal como nos convenía a nosotros, él, que no las tenía en sí, las tomó de nosotros. Observad, ahora, cómo nuestro Señor asumió una realidad que le era extraña para poder realizar su obra; a saber, la obra de su misericordia: el Pan tiene hambre, la Fuente tiene sed, la Fuerza se cansa, la Vida muere. Su hambre nos sacia, su sed nos embriaga, su cansancio nos reanima, su muerte nos da la vida. Esta saciedad espiritual nos pertenece, esta embriaguez espiritual nos pertenece, esta renovación espiritual nos pertenece, esta vivificación espiritual nos pertenece. Todo ello es obra de su misericordia (Elredo de Rievaulx, Sermone XII per la Pascua, 12.19ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Jesús sostiene todo con el poder de su Palabra» (cf. Heb 1,3a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Me parece urgente volver a tomar conciencia de la naturaleza profética de la Iglesia. Fue en Pentecostés cuando nació como pueblo profetice Pero esta vocación significa prestar una atención constante a la venida del Reino de Dios en la historia. Testimonio, palabra y sabiduría son las tres manifestaciones de la cualidad profética de la Iglesia. Ahora bien, en la raíz del testimonio de vida y de la palabra explícita está el «sentido de la fe». Hablar de «sentido de la fe» significa reconocer que cada cristiano, al esforzarse por ser fiel a Cristo y a la inspiración de su Espíritu, recibe una iluminación que le permite discernir lo que debe o no debe hacer. Puede encontrar, en una situación concreta, lo que requiere la fe. Con todo, debe verificar, evidentemente, con los otros eso que intuye.

El profetismo no es una predicción del futuro, sino una lectura honda del presente. A partir de esta lectura, podemos detectar qué palabra y qué acción son urgentes. En una Iglesia que ya no se encuentra en una posición de fuerza en la sociedad, el cristiano vuelve a disponer de la posibilidad de lanzar una propuesta más libre y un testimonio más convincente: dice lo que tiene que decir, expresa lo que considera que está obligado a expresar. Ser profeta hoy podría significar disponer de la libertad de ser una instancia crítica, considerando con desprendimiento las seducciones actuales: individualismo, comodidad, seguridad... La conciencia escatológica que habita en la vocación cristiana debe infundir el valor necesario para ir contracorriente en algunas cuestiones, como la familia y la esfera conyugal.

La respuesta cristiana echa sus raíces en una elevada concepción del ser humano y en la convicción de que no estamos atados a la repetición de lo que siempre es igual: de que es posible la novedad. El cristianismo debe manifestar hoy su capacidad de humanización del hombre, que es la vía de la verdadera divinización (B. Chenu, «La chiesa popólo di profeti», en Parola spiríto e vita 41 [2000], 238-239.246, passim).

 

 

 

Día 4

Lunes 4ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 11,32-40

Hermanos:

32 ¿Qué más diré? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas,

33 que por la fe sometieron reinos, administraron justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca de los leones,

34 apagaron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, superaron la enfermedad, fueron valientes en la guerra, pusieron en fuga a los ejércitos enemigos,

35 y hasta hubo mujeres que recobraron resucitados a sus difuntos. Unos perecieron bajo las torturas, rechazando la liberación con la esperanza de una resurrección mejor;

36 otros soportaron burlas y azotes, cadenas y prisiones;

37 fueron apedreados, torturados, aserrados, pasados a cuchillo; llevaron una vida errante, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, perseguidos, maltratados.

38 Aquellos hombres, de los que el mundo no era digno, andaban errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y cavernas de la tierra.

39 Y, sin embargo, todos ellos, tan acreditados por su fe, no alcanzaron la promesa,

40 porque Dios, con una providencia más misericordiosa para con nosotros, no quiso que llegasen sin nosotros a la perfección final.

 

*» El autor sagrado canta, como en una rapsodia, la fe de los padres de Israel y los propone como modelo a los  judíos cristianos que vacilan en la fidelidad a Cristo porque están siendo probados por l a persecución y asediados por la nostalgia de los r i t o s del templo. La fe les dio a sus padres la energía espiritual necesaria para realizar grandes empresas (w. 32-35a) y para soportar penosas tribulaciones (w. 35b-38), en particular el desprecio y la marginación, señal de q u e «el mundo no era digno» de ellos.

La ejemplar fortaleza de ánimo de los antiguos debe estimular a los destinatarios de l a carta, haciéndoles comprender que el ser extraños al mundo -cosa que padecen de una manera dolorosa— es la condición normal para quien quiere adherirse d e verdad a Dios. De la comparación con estos «gigantes en la fe» procede otro motivo de consuelo (w. 39ss): la gracia recibida por los creyentes en Cristo e s mayor, puesto que Jesús es el cumplimiento de las promesas de Dios. Los justos de la antigua alianza vivieron con la mirada puesta en un futuro que no pudieron ver, y el buen testimonio de su fe debe sostener ahora a cuantos –habiendo tenido el don de conocer a Cristo- están llamados a perseverar firmes en la espera de su día glorioso, cuando se consume el designio de su salvación universal.

 

Evangelio: Marcos 5,1-20

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos

1 llegaron a la otra orilla del lago, a la región de los gerasenos.

2 En cuanto saltó Jesús de la barca, le salió al encuentro de entre los sepulcros un hombre poseído por un espíritu inmundo.

3 Tenía su morada entre los sepulcros y ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo.

4 Muchas veces había sido atado con grilletes y cadenas, pero él había roto las cadenas y había hecho trizas los grilletes. Nadie podía dominarlo.

5 Continuamente, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras.

6 Al ver a Jesús desde lejos, echó a correr y se postró ante él,

7 gritando con todas sus fuerzas: -¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.

8 Es que Jesús le estaba diciendo: -Espíritu inmundo, sal de este hombre.

9 Entonces le preguntó: -¿Cómo te llamas? Él le respondió: -Legión es mi nombre, porque somos muchos.

10 Y le rogaba insistentemente que no los echara fuera de la región.

11 Había allí cerca una gran piara de cerdos, que estaban hozando al pie del monte,

12 y los demonios rogaron a Jesús: -Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.

13 Jesús se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron, entraron en los cerdos, y la piara se lanzó al lago desde lo alto del precipicio, y los cerdos, que eran unos dos mil, se ahogaron en el lago.

14 Los porquerizos huyeron y lo contaron por la ciudad y por los caseríos. La gente fue a ver lo que había sucedido.

15 Llegaron donde estaba Jesús y, al ver al endemoniado que había tenido la legión sentado, vestido y en su sano juicio, se llenaron de temor.

16 Los testigos les contaron lo ocurrido con el endemoniado y con los cerdos.

17 Entonces comenzaron a suplicarle que se alejara de su territorio.

18 Al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía que le dejase ir con él.

19 Pero no le dejó, sino que le dijo: -Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti.

20 El se fue y se puso a publicar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él, y todos se quedaban maravillados.

 

**• Jesús ha salido vencedor sobre las fuerzas del mal: este tema, que aparece a lo largo de todo el evangelio de Marcos, encuentra en este episodio acaecido en tierra pagana su manifestación más evidente.

La narración, vivaz y particularizada, presupone el relato de un testigo directo del acontecimiento, que suscitó una impresión imborrable. Jesús tiene el poder de liberar a un hombre habitado por una multitud de demonios, un hombre cuya dramática condición se vuelve absolutamente evidente cuando es transferida a una piara de cerdos (w. 3-5.13). Jesús es «el más fuerte » (3,23-27) y viene a reducir al Maligno a la impotencia. El demonio sabe que no tiene escapatoria; sin embargo, se siente atraído por Jesús, hasta el punto de conjurarle «por Dios» (w. 6ss). Es una potencia de muerte (w. 3a.5b.13) que se arraiga a la vida, casi para chuparla (w. 10-12). Ahora bien, Jesús es el Señor de la vida y el vencedor de la muerte: su exorcismo libera al poseso y le restituye la salud física, psíquica y espiritual (v. 15). Sin embargo, la gente del lugar hubiera preferido convivir con el demonio antes que perder en sus propios intereses (w. 16ss) y tener que vérselas con aquel que ha venido a dar la vida en plenitud. Ahora bien, quien ha encontrado la salvación en Jesús no desea otra cosa que permanecer con él y cumplir su voluntad: el hombre liberado se hace misionero de la misericordia de Dios, que obra con poder en Jesús de Nazaret.

El evangelista invita a los que escuchan el anuncio a tomar posición: cuanto más se manifiesta la absoluta singularidad de Jesús, tanto menos es posible la indiferencia. Como indica con claridad este pasaje, o reconocemos en Jesús al Salvador y deseamos seguir con él, poniéndonos al servicio del evangelio, o bien tenemos miedo de él. No queremos que su presencia nos incomode demasiado y preferimos alejarle de nuestro territorio, de nuestra vida cotidiana. ¡Que no lleguemos a rechazar la Vida!

 

MEDITATIO

Nos encontramos constantemente muy frágiles en la fe. Es posible que hayamos encontrado al Señor a través de una experiencia que un día cambió radicalmente nuestra vida, o tal vez le hayamos acogido tras haber reflexionado sobre acontecimientos concretos, tras una seria confrontación con él. A buen seguro, la fe nos pidió renuncias a las que, en un primer momento, correspondimos con impulso generoso. Sin embargo, no resulta fácil perseverar día tras día, dar testimonio de Cristo en un contexto neopagano o bien tradicionalista, ligado a costumbres ahora vacías de alma. Poco a poco, los entusiasmos iniciales se han ido amortiguando, las incomprensiones nos hieren, el aislamiento nos desanima. Corremos el riesgo de encontrarnos poco convencidos y nada convincentes...

La fe tiene que ser reanimada continuamente: es como una antorcha que ha de estar en contacto a menudo con el fuego del Espíritu para mantenerse ardiente y luminosa. Tomémonos el tiempo necesario para alcanzar la fuerza de lo alto. Aprendamos a hacer memoria de tantos hermanos nuestros que nos han dado un espléndido ejemplo de perseverancia y –como en una carrera de relevos- nos han entregado la antorcha de la fe para que llevemos adelante su misma carrera.

Volvamos con el corazón a las circunstancias de nuestro encuentro con Jesús y permanezcamos un poco en su presencia: el recuerdo de la gracia del pasado y la perspectiva del futuro que nos espera reanimarán nuestros pasos.

El Señor conoce nuestra debilidad; sin embargo, quiere que seamos misioneros suyos en el mundo. Él mismo nos sostendrá, para que podamos conseguir la promesa junto a los grandes testigos que nos han precedido y a los que vendrán después de nosotros, a los que nosotros mismos, si conseguimos perseverar, podremos entregar la vivida antorcha de la fe.

 

ORATIO

Por tu gracia, Señor, nos has llamado a la fe: renueva en nosotros la alegría de tu don, la fuerza para dar testimonio de él, la perseverancia para vivirlo en la hora de la incomprensión y de la prueba. Concédenos una mirada penetrante, que sea capaz de reconocer en el pasado a los gloriosos testigos de tu misericordia y escrutar en el futuro la meta de la historia. Haz que, habiendo recibido la antorcha de la fe de quienes nos han precedido, la entreguemos ardiente a las generaciones futuras, para que resplandezca tu luz a los ojos de todos.

 

CONTEMPLATIO

Nadie ha oído decir nunca de aquellos santos hombres que fueron nuestros Padres que la opción de vida por la que caminaban, así como el progreso o el altísimo grado de perfección que alcanzaron, fueran una conquista de su habilidad; decían, más bien, que lo habían recibido todo del Señor, al cual dirigían su oración en estos términos: «Guíame en tu verdad» (Sal 24,5), «Señor, allana delante de mí tus caminos» (Sal 5,9). Los apóstoles comprendieron muy bien que todo lo que tiene que ver con la salvación es don de Dios, por eso le pidieron también la fe al Señor: «Señor, auméntanos la fe» (Le 17,5). No pensaban que pudieran alcanzar por ellos solos la plenitud de esta virtud, sino que creían que sólo podían recibirla de la magnanimidad de Dios. Además, el mismo Autor de nuestra salvación nos enseña a reconocer la inconstancia, la debilidad, la insuficiencia absoluta de nuestra fe, cuando no es socorrida por la ayuda divina: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como al trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no decaiga» (Le 22,3 lss).

Otro personaje evangélico, prevenido por su experiencia personal, sentía que su propia fe era como empujada por las olas de la incredulidad hacia los escollos del naufragio, por eso oraba así, dirigiéndose al Señor:

«¡Creo, pero ayúdame en mi incredulidad!» (Me 9,24). Los apóstoles y los demás personajes que pueblan el evangelio habían comprendido perfectamente que ningún bien alcanza su perfección en nosotros sin la ayuda de Dios: estaban tan convencidos de que no podrían ni siquiera conservar la fe con sus solas fuerzas que le pedían al Señor que pusiera y conservara en ellos la fe (Juan Casiano, Conferenze III, 7.13-16, passim [edición española: Colaciones, Ediciones Rialp, Madrid 1961]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Creo, pero ayúdame en mi incredulidad!» (Me 9,24).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Todavía no hemos hablado del rasgo más fundamental de la fe cristiana: su carácter personal. La fe cristiana es mucho más que una opción en favor del fundamento espiritual del mundo.

Su fórmula central reza «creo en ti», no «creo en algo». Es encuentro con el hombre Jesús; en tal encuentro siente la inteligencia como persona. En su vivir mediante el Padre, en la inmediación y fuerza de su unión suplicante y contemplativa con el Padre, es Jesús el testigo de Dios, por quien lo intangible se hace tangible, por quien lo lejano se hace cercano. Más aún, no es puro testigo al que creemos lo que ha visto en una existencia en la que se realiza el paso de la limitación a lo aparente a la  profundidad de toda la verdad. No; él mismo es la presencia de lo eterno en este mundo. En su vida, en la entrega sin reservas de su ser a los hombres, la inteligencia del mundo se hace actualidad, se nos brinda como amor que ama y que hace la vida digna de vivirse mediante el don incomprensible de un amor que no está amenazado por el ofuscamiento egoísta. La inteligencia del mundo es el tú, ese tú que no es problema abierto, sino fundamento de todo, fundamento que no necesita a su vez ningún otro fundamento.

La fe es, pues, encontrar un tú que me sostiene y que en la imposibilidad de realizar un movimiento humano da la promesa de un amor indestructible que no sólo solicita la eternidad, sino que la otorga. La fe cristiana vive de esto: de que no existe la pura inteligencia, sino la inteligencia que me conoce y me ama, de que puedo confiarme a ella con la seguridad de un niño que en el tú de su madre ve resueltos todos sus problemas. Por eso la fe, la confianza y el amor son, a fin de cuentas, una misma cosa, y todos los contenidos alrededor de los que gira la fe no son sino concretizaciones del cambio radical, del «yo creo en ti», del descubrimiento de Dios en la faz de Jesús de Nazaret, hombre (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca 1970, pp. 57-58).

 

 

 

Día 5

Santa Águeda (5 de febrero)

 

          Águeda nació en Catania alrededor del año 225. Su belleza atrajo la atención del cónsul pagano Quinciano, que la quiso como esposa. Águeda, prometida ya a Cristo, se negó. Entonces fue encarcelada y torturada: le cortaron los senos. Murió en torno al año 251. Un año después, durante una violenta erupción del Etna, los habitantes de Catania la invocaron para detener la lava exponiendo su velo. Su nombre figura en el canon romano.

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 12,1-4

Hermanos:

1 También nosotros, ya que estamos rodeados de tal nube de testigos, liberémonos de todo impedimento y del pecado que continuamente nos asedia y corramos con constancia en la carrera que se abre ante nosotros,

2 fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, el cual, animado por el gozo que le esperaba, soportó sin acobardarse la cruz y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.

3 Pensad, pues, en aquel que soportó en su persona tal contradicción de parte de los pecadores, a fin de que no os dejéis abatir por el desaliento.

4 No habéis llegado todavía a derramar la sangre en vuestro combate contra el pecado.

 

*•• La exhortación a perseverar en la fe no está hecha a partir de conceptos, sino de modelos. El autor ha animado a los destinatarios de la carta con el ejemplo de los antiguos, de una verdadera «nube» de testigos (v. 1), y ahora les presenta a su contemplación al modelo supremo, a Jesús, que es el principio y el guía (archegós) de la fe y, al mismo tiempo, su cumplimiento (teleiotés), su perfeccionador (v. 2). Él nos precede en la «carrera» hacia Dios, que -como un certamen competitivo- tiene que ser afrontada en las debidas condiciones.

En primer lugar, es necesario prescindir de todo «estorbo» superfluo (a lo esencial hay que tender con lo esencial) y del obstáculo del pecado, que siempre acecha al cristiano e intenta enredarle; a continuación, es preciso tener muy presente la meta. Puesto que el mismo Jesús es la meta (v. 2), el camino y el que nos lo abre, debemos considerar atentamente su recorrido y seguir sus pasos con fidelidad. Y sus pasos pasan por la humillación, el sufrimiento, la sumisión al odio y a la maldad, para llevar su peso aplastante con amor redentor.

Éste es el itinerario que Jesús aceptó realizar para llegar a la alegría y a la gloria a la diestra del Padre (v. 2b). Quien le sigue por el camino o, mejor aún, en la carrera, no debe apartar nunca la mirada de él, para poder tener la fuerza de la perseverancia y de una fidelidad radical (w. 3b-4).

 

Evangelio: Marcos 5,21-43

En aquel tiempo,

21 al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.

22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies

23 y le suplicaba con insistencia, diciendo: -Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.

24 Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

25 Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía doce años

26 y que había sufrido mucho con los médicos y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más bien a peor,

27 oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto.

28 Pues se decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, quedaré curada».

29 Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y sintió que estaba curada del mal.

30 Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se volvió en medio de la gente y preguntó: -¿Quién ha tocado mi ropa?

31 Sus discípulos le replicaron: -Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién te ha tocado?

32 Pero él miraba alrededor para ver si descubría a la que lo había hecho.

33 La mujer, entonces, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le contó toda la verdad.

34 Jesús le dijo: -Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal.

35 Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga diciendo: -Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.

36 Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga: -No temas; basta con que tengas fe.

37 Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

38 Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos,

39 entró y les dijo: -¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.

40 Pero ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que lo acompañaban y entró donde estaba la niña.

41 La tomó de la mano y le dijo: -Talitha kum (que significa: «Niña, a ti te hablo, levántate»).

42 La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía doce años.

Ellos se quedaron atónitos.

43 Y él les insistió mucho en que nadie se enterase de aquello y les dijo que dieran de comer a la niña.

 

**• Jesús, que se ha revelado como Señor sobre las fuerzas de la naturaleza y sobre los demonios (4,35-41; 5,1-20), tiene asimismo poder sobre la enfermedad y sobre la muerte. Ese señorío se manifiesta plenamente cuando alguien se acerca a él con una fe abierta, como en los dos milagros narrados aquí. Jairo y la hemorroísa creen en el poder taumatúrgico de Jesús (w. 22-23.28), aunque esta fe deba madurar hasta llegar a un profundo conocimiento de él (Ef 1,17): Jesús supera toda expectativa,  es mucho más que un curandero.

La mujer, a quien su mal hace impura y portadora de impureza (Lv 15,25), sabe que no puede acercarse a Jesús para pedirle un milagro: según la ley, le contaminaría a la vista de todos. Sin embargo, creyendo que la persona del Maestro está íntimamente penetrada de poder, se atreve a esperar un milagro involuntario. Jesús percibe la intencionalidad de la fe de quien le ha tocado, aun en medio de una muchedumbre que se apiña alrededor; sin preocuparse por los tabúes de la ley, le pide a la hemorroísa que salga al descubierto (w. 30-32). La mujer, con mucho temor, confiesa la verdad y experimenta así que Jesús no sólo cura, sino que hace mucho más: salva (v. 34). Su fe ha recorrido un camino: desde una creencia casi supersticiosa (w. 15-28) al santo temor (v. 33), a la adhesión amorosa, cuando el poder del Rabí se revela como ternura, salvación y paz (v. 34).

También la fe de Jairo crece en la prueba. Él está convencido de que Jesús puede curar a su hija, que se encuentra agonizando (v. 23), pero también recibe una invitación a perseverar en la fe en un momento en el que, desde el punto de vista humano, todo está perdido. Y con un asombro inexpresable experimentará –junto con tres testigos privilegiados de entre los apóstoles que Jesús es el Señor de la vida, el vencedor de la muerte; no es casualidad que los dos verbos empleados en los w. 41b-42 sean los mismos que se emplean para la resurrección de Cristo.

Jesús se nos revela aquí como el Salvador, soberanamente libre de prejuicios y decisiones (w. 30.33-40) y poderoso sobre la enfermedad y sobre la muerte. Con todo, tiene necesidad de la fe del hombre para manifestarse plenamente; de ahí que esta fe conduzca siempre a nuevas superaciones.

 

MEDITATIO

Nuestra fe es siempre frágil y está encerrada constantemente dentro de los estrechos confines de nuestro temor a enfrentarnos con situaciones que nos superan. El Señor lo sabe, y precisamente por eso viene a «educarnos», es decir, a sacarnos fuera.

La confianza que hemos puesto en él es un comienzo, y él mismo es su «autor». Ahora bien, nos separa aún de la meta un largo trecho de camino que la Palabra nos invita a recorrer a la carrera: no podemos quedarnos en el punto de partida. Los acontecimientos personales y sociales nos interpelan, y alguien -tal vez mucha gente nos mira para orientarse. Partamos, pues, con impulso, confiándonos a Jesús, perfeccionador de la fe; también d e la nuestra, si lo queremos... Mantengamos fija la mirada del corazón en la espléndida carrera a través de la ignominia de la cruz, del sufrimiento, del humano fracaso.

Así aparece su camino a los ojos del mundo, aunque desemboca en la gloria y en la alegría sin fin, puesto que es el camino del Amor. Ésta es «la carrera que se abre ante nosotros» y que las situaciones concretas de cada d í a predisponen para nosotros. Sería absurdo pensar q u e podemos partir cargados con lo superfluo o atados, c o n lazos más o menos sutiles, al pecado. Jesús mismo, como un experto entrenador, nos despojará de todo eso, h a s t a de una fe casi supersticiosa, como la de la hemorroísa, o todavía excesivamente limitada, como la de Jairo. Estas dos personas probadas por la vida han sido hechas por Jesús «campeonas» en la fe y, una vez llegadas a la meta de su carrera, nos atestiguan a nosotros, hoy, que Jesús es el Salvador del hombre, el Señor de la vida. En consecuencia, vale la pena correr por su camino con una fe indefectible.

 

ORATIO

Jesús, Señor nuestro, manteniendo fija la mirada en ti nos atrevemos a partir para la carrera que se abre ante nosotros, pero ayúdanos tú a perseverar. Ven a liberarnos de la mentalidad del mundo, que nos haría pedir perspectivas seguras y recompensas atractivas.

Ven a soltarnos de los lazos multiformes del pecado, que quisieran retenernos a toda costa. Ven a sacarnos, cogiéndonos de la mano, porque vacilamos a la hora de seguir tus huellas por el camino de la humillación y del sufrimiento. Tú, que eres «el autor y el perfeccionador» de la fe, concédenos la fuerza del Espíritu para llegar a la meta superando el obstáculo de nuestra incredulidad que siempre se repite. Tú, que estás sentado ahora a la diestra del Padre, concédenos acoger toda situación como ocasión propicia para crecer en la fe. Esperando en ti, nunca nos veremos decepcionados, puesto que tú eres el Salvador del hombre, el Señor de la vida.

 

CONTEMPLATIO

La Escritura nos enseña que el temor de Dios dispone al alma a observar los mandamientos, y a través de los mandamientos se construye la casa del alma. Y voy a decir cómo. En primer lugar hay que echar los cimientos, que son la fe: sin fe es imposible agradar a Dios (Heb 11,6); sobre este cimiento se construye, a continuación, el edificio. ¿Aparece una ocasión de obedecer? Hemos de poner una piedra de obediencia. ¿Se irrita un hermano? Debemos poner una piedra de paciencia. Así debemos poner una piedra de cada una de las virtudes en la construcción, y ponerla encima poco a poco con una piedra de compasión, una piedra de renuncia a la propia voluntad, una piedra de mansedumbre, etc. En todo esto debemos llevar buen cuidado con la perseverancia y con el valor: éstos son los ángulos, y gracias a ellos se mantiene la casa bien unida.

En efecto, sin valor y perseverancia nos falta la energía para llevar a su perfección ninguna virtud: si carecemos del coraje del alma, no perseveramos, y si carecemos de la perseverancia, no podremos tener un éxito completo. Porque se ha dicho: «Si perseveráis, conseguiréis salvaros» (Le 21,19). Así también, quien construye debe poner cada piedra sobre argamasa, pues de otro modo se separan y se hunde la casa. La argamasa es la humildad, porque procede de la tierra y está bajo los pies de todos. Toda virtud que no vaya acompañada de la humildad no es virtud. El bien que hagamos hemos de hacerlo con humildad. El techo, a continuación, es el amor, que es la consumación de las virtudes, como el techo lo es de la casa. Más tarde, después del techo, viene el parapeto del edificio. ¿Qué es? Es la humildad. Es ella, en efecto, la que ciñe y custodia a todas las virtudes.

Y así como todas virtudes deben realizarse con humildad, así también para llevar a su perfección la virtud necesitamos la humildad; es lo mismo que os digo siempre: cuanto más se acerca alguien a Dios, tanto más pecador se ve (Doroteo de Gaza, Insegnamenti spirituali XIV, pp. 149-151, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Corramos con constancia en la carrera que se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús» (Heb 12,lb-2a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Vivir como cristianos significa creer que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre y crucificado por nuestros pecados. Aunque conoció la muerte, no fue retenido por sus lazos, sino que se levantó de entre los muertos y resucitó, y vive ahora para siempre de la vida del Dios vivo. Al ofrecer su vida al Padre por nosotros, recibió el poder de recuperarla. La cruz de Jesús se ha convertido así, por la omnipotencia del amor divino, en la cruz gloriosa, victoriosa y vivificante. Ella es ahora para nosotros la fuente de todo bien, de toda alegría y de toda curación. Es el camino de la libertad, así como el único secreto de la verdadera esperanza. Es para nosotros la fuente de la vida.

Sólo si dirigimos una mirada apaciguada y renovada a Jesús en la cruz empezaremos a aprender el amor de nuestro Dios. Sí, la cruz de Jesús nos revela la misericordia infinita de Dios: Jesús, dando su vida por nosotros, nos muestra que Dios es amor (cf. 1 J n 4,8b).

Mantener fija la mirada sobre Jesús en la cruz, con la sencillez de una oración contemplativa, significa estar en relación viva con el Hombre-Dios entregado por nosotros, por amor a nosotros. N o se trata de un problema para debatir: es el fuego del amor divino que quiere purificar, iluminar, incendiar nuestro corazón de creyentes. A este respecto, nada nos prueba la realidad de este amor ofrecido como la sangre derramada de Jesús.

Al derramar toda su sangre por nosotros, nos muestra Jesús que su muerte es verdaderamente la muerte de un hombre, una muerte que tuvo lugar al término de los sufrimientos que le infligió la violencia de los hombres y que fueron aceptados por él. Meditar sobre la sangre de Jesús significa descifrar la prueba de su amor, de su amor que se entregó libremente y sin resistencia alguna en manos de los pecadores (J.-P. van Schoote - J.-C. Sagne, Miseria e misericordia, Magnano 1992, pp. 46-48, pass/'m).

 

 

 

Día 6

San Pablo Miki y compañeros (6 de febrero)

 

       Pablo Miki, jesuita japonés, fue uno de los veintiséis mártires que, el 5 de febrero de 1597, murieron crucificados en la colina de Tateyama -llamada después «colina santa»-, cerca de Nagasaki, a causa de su fe católica. La evangelización de Japón había empezado con san Francisco Javier (1549-1551) y se había desarrollado gracias a la acción de sus hermanos de religión, hasta el punto de que, en 1587, los cristianos formaban ya una Iglesia numerosa de 250.000 miembros.

       Pocos años después empezaron graves dificultades, y el emperador, que al principio había favorecido a los misioneros, decretó la expulsión de los misioneros jesuitas, encarceló a seis franciscanos españoles -llegados entretanto- y a tres jesuitas japoneses. La represión fue dura.

       Pablo Miki era hijo de un oficial. Había sido educado en el colegio jesuita de Anziquaiama y en 1580 entró en la compañía de Jesús. Era conocido por la calidad de su vida y por su capacidad de comunicar el Evangelio. Todavía no era sacerdote.

       Murió crucificado ¡unto a otros veinticinco cristianos: seis misioneros franciscanos españoles, un escolástico y un hermano jesuita japonés y diecisiete laicos también de esta nacionalidad. Fueron los primeros mártires del Extremo Oriente inscritos en el martirologio. Fueron canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 12,4-7.11-15

Hermanos:

4 No habéis llegado todavía a derramar la sangre en vuestro combate contra el pecado

5 y, además, habéis olvidado aquella exhortación que se os dirige como a hijos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor ni te desalientes cuando él te reprenda,

6 porque el Señor corrige a quien ama y castiga a aquel a quien recibe como hijo.

7 Dios os trata como a hijos y os hace soportar todo esto para que aprendáis. Pues ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija?

11 Es cierto que toda corrección, en el momento en que se recibe, es más un motivo de pena que de alegría, pero después aporta a los que la han sufrido frutos de paz y salvación.

12 Robusteced, pues, vuestras manos decaídas y vuestras rodillas vacilantes

13 y caminad por sendas llanas, a fin de que el pie cojo no vuelva a dislocarse, sino que, más bien, pueda curarse.

14 Fomentad la paz con todos y la santidad, sin la cual ninguno verá al Señor.

15 Cuidad que nadie quede privado de la gracia de Dios. Que ninguna planta venenosa crezca entre vosotros, os dañe y contamine a toda una multitud.

 

**• El autor de la carta no pierde de vista el fin que se había propuesto: animar a los destinatarios de su escrito. Ahora, tras haber ilustrado la dimensión teológica del problema del sufrimiento, pasa a tratarlo en su aspecto más inmediato, que es el pedagógico. Efectivamente, la prueba puede parecer dura, pesada, pero hay una clave que permite leerla de una manera positiva: sólo es fruto del amor. Si el Señor, en efecto, nos castiga, lo hace sólo para hacernos crecer en la dimensión filial.

Jesús ha venido expresamente a hablarnos del corazón de Dios, a revelarnos su rostro de Padre. Él no actúa nunca respecto a nosotros sino como Padre bueno; por eso, también la corrección no es otra cosa que una intervención educativa por su parte, signo de un amor particular que se inclina sobre quienes se muestran vacilantes para hacerlos firmes y fuertes. En efecto, sólo quien ama de verdad tiene el valor necesario para intervenir también haciendo sufrir con tal de alcanzar el verdadero bien del otro. El sufrimiento momentáneo es sólo preludio de una mayor alegría, por eso los cristianos deben proseguir, valerosamente, su vida de fe buscando la paz, la santificación. ¡Ay! si en la tierra buena arraiga alguna planta venenosa. Hay una única simiente que puede -más aún, debe- sepultarse en la tierra para no quedarse sola. El grano de trigo está llamado a convertirse en pan de vida para todos.

 

Evangelio: Marcos 6,1-6

En aquel tiempo, Jesús

1 salió de allí y fue a su pueblo, acompañado de sus discípulos.

2 Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga. La muchedumbre que lo escuchaba estaba admirada y decía: -¿De dónde le viene a éste todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por él?

3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí entre nosotros? Y los tenía escandalizados.

4 Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su tierra, entre sus parientes y en su casa.

5 Y no pudo hacer allí ningún milagro. Tan sólo curó a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.

6 Y estaba sorprendido de su falta de fe.

 

^ El fragmento se abre y se cierra con dos indicaciones de asombro en sentido opuesto (w. 2b.6a). Jesús, que ha vuelto a Nazaret -su patria- con sus discípulos, entra en la sinagoga que ya conocía y enseña en ella. Su figura, dotada de autoridad, y su sabiduría suscitan una escucha que se convierte pronto en abierta hostilidad.

Sus paisanos no consiguen explicarse el misterio que le rodea: «¿De dónde le viene a éste todo esto?» (y. 2). Hay algo que no cuadra con el esquema habitual de lo que conocían de él, «el carpintero», «el hijo de María», del que conocían -o creían conocer- todo. En verdad, este conocimiento según la carne no ayuda para nada (2 Cor 5,16). Así pues, en vez de abrirse a la novedad de que Jesús es portador se apodera de los habitantes de Nazaret una actitud de rechazo y de oposición.

Nadie es profeta en su tierra. ¡Quién sabría mejor que Jesús que su gente no le recibiría? Y, sin embargo, también él queda dolorosamente sorprendido y asombrado por la dureza de corazón que se cierra ante el don de Dios. Precisamente su carne -caro cardo salutis, como dice Tertuliano- es la revelación desconcertante de Dios, la expresión más grande y plena de aquel amor que le llevó a no avergonzarse de llamarse hermano nuestro (Heb 2,11).

 

MEDITATIO

Oímos con frecuencia que otros, o nosotros mismos, pasan por pruebas que consideramos incomprensibles y hasta absurdas. El misterio del sufrimiento llama entonces, inquietante, a la puerta de nuestro corazón. Hoy la Palabra de Dios nos ayuda a no sucumbir bajo el peso de la prueba. No nos ofrece una explicación de los casos particulares, sino que nos invita a recuperar esa actitud filial que nos permite reconocer también la mano de Dios, que es sobre todo padre, en el momento del dolor.

El hombre ha sido constituido tal por el misterio de su libertad. Dios no nos quita ya su don, sino que nos ayuda a nosotros, sus criaturas, a crecer en una actitud de confianza y de abandono en él, aun cuando esta rendición incondicionada pueda costamos sudar sangre.

Tampoco Jesús, el Hijo amado, santo e inocente fue dispensado. «Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó» (Is 53,5).

No hay prueba, por dolorosa que sea, que no nos permita fijar la mirada en él, a fin de encontrar en sus lágrimas de compasión la certeza de que el sufrimiento, el dolor y la prueba no son una maldición, sino el camino que el Amor mismo nos hace tomar para llevar a todos y todo hacia su abrazo sin fin. No se nos ha dado comprender.

Dios es Dios y frente a él, frente a sus vías misteriosas, sólo es posible el silencio de la adoración y de la fe, y es que el escándalo más grande para nuestro corazón consiste precisamente en constatar que el dolor no ha sido suprimido, sino que Dios mismo ha venido a nosotros pobre, insignificante, a derramar sus lágrimas humanas de Hijo.

 

ORATIO

Oh Dios, que no dispensas de la prueba a los que amas, concédenos humildad y fe frente a cuanto dispongas para nosotros. Haz que el sufrimiento no nos sirva de escándalo, sino que sepamos reconocer en él el medio con el que nos corriges como hijos y nos educas, misteriosamente, para un amor más grande. Abre los oídos de nuestro corazón a fin de que tampoco tu silencio nos sirva de motivo para dudar de tu proximidad, sino que aprendamos a oír en él la única Palabra que nos vienes diciendo desde siempre.

Enséñanos, sobre todo, a mantener fija la mirada en Jesús, tu Hijo amado, para que nuestra admiración por lo que ha hecho y dicho nos haga todavía más conscientes de que tú has amado tanto al mundo que le enviaste entre nosotros en su carne santa para asumir toda nuestra debilidad. Convierte nuestros corazones para que no seamos desagradecidos y rebeldes, sino hijos dóciles a los que puedas levantar hasta tu mejilla de Padre tiernísimo.

 

CONTEMPLATIO

Qué pocos son, oh Señor, los que quieren ir detrás de ti; sin embargo, cuántos son los que quieren llegar a ti. Todos desean reinar contigo, pero no sufrir contigo. El que procede guiado por el Espíritu Santo no permanece constantemente en el mismo estado ni progresa siempre con la misma facilidad. Me parece que, si prestáis atención, vuestra experiencia interior confirmará cuanto voy a decir.

Si te sientes presa de la angustia o del disgusto, no debes perder la confianza a pesar de ello; más bien, debes buscar la mano de Aquel que es tu ayuda. Implórale hasta el momento en que, atraído por la gracia, vuelvas a encontrar la rapidez y la alegría de tu carrera. Entonces podrás decir: «Corro por la vía de tus mandamientos, porque me has ensanchado el corazón» (Sal 118,32). Así pues, cuando esté presente la gracia, alégrate de ello, pero no como si estuvieras completamente seguro, como si no debieras perderla nunca. De lo contrario, sólo con que Dios aleje un poco su mano y te retire su don perderás el ánimo y caerás en una tristeza excesiva, más de la que puedes soportar.

Así, en el día en que te sientes fuerte, no te acomodes en un estado de seguridad, sino grita a Dios con el Profeta: «Cuando declinen mis fuerzas, no me abandones» (Sal 70,9). En el momento de la prueba, consuélate y repítete a ti mismo para recobrar el ánimo: «Atráeme en pos de ti, Señor; correremos al aroma de tus perfumes» (Cant 1,3). Así no disminuirá en ti la esperanza en el momento de la desventura, ni la prudencia en el día de la alegría. Bendecirás al Señor en todo tiempo y así encontrarás la paz en el centro de un mundo vacilante, una paz inquebrantable, por así decirlo; empezarás a renovarte y a reformarte a imagen y semejanza de un Dios cuya serenidad dura por toda la eternidad (Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los cantares, XXI).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios » (Sal 102,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Oh, si comprendiéramos de una vez lo que dice la Escritura; a saber, que «contra su deseo humilla y aflige a los hijos del hombre» (Lam 3,33), que, frente a la desventura de su pueblo, su corazón se conmueve por dentro y, en su interior, se estremece de compasión (cf. Os 11,8), entonces sería muy diferente nuestra reacción y exclamaríamos más bien: «Perdónanos, Padre, si con nuestro pecado te hemos obligado a tratar tan duramente a tu Hijo amado. Perdónanos si ahora te obligamos a afligirnos también a nosotros para poder salvarnos, mientras que tú sólo querías dar «cosas buenas» a tus hijos.

Cuando yo era un muchacho, desobedecí una vez a mi padre yendo, descalzo, a un lugar donde él me había recomendado no ir. Un grueso trozo de vidrio me hirió la planta del pie. Era durante la guerra y mi pobre padre tuvo que hacer frente a no pocos riesgos para llevarme al médico militar aliado más próximo. Mientras éste me extraía el vidrio y me curaba la herida, veía a mi padre retorcerse las manos y volver la cara hacia la pared para no ver. ¿Qué hijo hubiera sido yo si, al volver a casa, le hubiera echado en cara haberme dejado sufrir de aquel modo, sin hacer nada? Sin embargo, eso es lo que hacemos nosotros, la mayoría de las veces, con Dios.

La verdad es, por consiguiente, otra. Somos nosotros quienes hacemos sufrir a Dios, no él quien nos hace sufrir. Pero nosotros le hemos dado la vuelta a esta verdad, hasta el punto de preguntarnos, después de cada nueva calamidad: «¿Dónde está Dios? ¿Cómo puede permitir todo esto?». Es verdad, Dios podría salvarnos también sin la cruz, pero sería una cosa completamente diferente y él sabe que algún día nos avergonzaríamos de haber sido salvados de este modo, pasivamente, sin haber podido colaboraren nada a nuestra felicidad (R. Cantalamessa, llpotere della croce, Milán 1999, pp. 33ss [edición española: La fuerza de la cruz, Monte Carmelo, Burgos 2001 ]).

 

Día 7

Jueves 4ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 12,18-19.21-24

Hermanos:

19 No os habéis acercado vosotros a algo tangible, ni a un fuego ardiente, ni a la oscura nube, ni a las tinieblas, ni a la tempestad,

20 ni a la trompeta vibrante, ni al resonar de aquellas palabras que oyeron los israelitas y pidieron que no se les hablara más.

21 El espectáculo era, en efecto, tan terrible que Moisés dijo: Estoy atemorizado y estremecido.

22 Vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, que es la Jerusalén celestial, al coro de millares de ángeles,

23 a la asamblea de los primogénitos que están inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a los espíritus de los que viviendo rectamente han alcanzado la meta,

24 a Jesús, el mediador de la nueva alianza, que nos ha rociado con una sangre que habla más elocuentemente que la de Abel.

 

*• La lectura de hoy nos propone, en unos cuantos versículos, una última comparación entre la antigua y la nueva alianza. Esta comparación se lleva a cabo mediante el acercamiento a dos lugares-símbolo, el monte Sinaí y el monte Sión, expresión de dos modos diferentes de acercarse a Dios.

La primera gran teofanía, acaecida en un escenario natural impresionante, se grabó profundamente en la memoria de Israel. Como pueblo acostumbrado a las tierras bajas de Egipto, se quedó ciertamente pasmado ante el lugar elegido por Dios para establecer la alianza.

Los granitos rojos de la montaña, las nubes tempestuosas, el estruendo de los rayos, el resplandor de los relámpagos y el fragor de los truenos (v. 19) tuvieron el efecto de llenar a todos, incluido Moisés, de miedo y de temblor. A estos acontecimientos se hace referencia aquí combinando, al mismo tiempo, pasajes del Deuteronomio (4,11 y 5,22 LXX) y del Éxodo (19,16; 20,18).

La experiencia espiritual de los cristianos es, sin embargo, muy diferente. Ellos se han acercado a otro monte, el monte Sión, alegría de toda la tierra (cf. Sal 48,2-4), a la Jerusalén santa (cf. Sal 122), a la que

desde siempre quería Dios conducir a su pueblo para llevar a cabo la comunión con él en la asamblea festiva de los ángeles y los santos. Este lugar es «celestial» y los cristianos pueden ser admitidos en él mediante la conversión y el bautismo, que se insertan en el misterio de muerte y resurrección del único «mediador de la nueva alianza»: Cristo Jesús. En efecto, su sangre inocente nos hace también a nosotros «perfectos», es decir, agradables al Padre a través de la obediencia y el amor.

 

Evangelio: Marcos 6,7-13

En aquel tiempo,

7 llamó Jesús a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos.

8 Les ordenó que no tomaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni zurrón, ni dinero en la faja.

9 Que calzaran sandalias, pero que no llevaran dos túnicas.

10 Les dijo además: -Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar.

11 Si en algún sitio no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudid el polvo de la planta de vuestros pies como testimonio contra ellos.

12 Ellos marcharon y predicaban la conversión.

13 Expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

 

^ Jesús había elegido a los Doce para que «estuvieran con él» (3,14), pero también para enviarles a predicar. Marcos nos muestra ahora que ha llegado el momento de la misión. Jesús les da indicaciones concretas al respecto. Irán juntos, como testigos del amor que les ha llamado, para vencer, con el poder que les ha sido conferido, a los espíritus inmundos. «Les ordenó...»: es la primera vez que Jesús manda explícitamente algo, y está relacionado con la pobreza. Quiere que los suyos evangelicen dando testimonio del rostro de quien les envía, el cual «de rico como era se hizo pobre por nosotros» (2 Cor 8,9) y demuestra que el Padre escoge siempre lo pequeño y lo impotente para obrar sus grandes maravillas. Por eso, no deben tomar nada consigo y tienen que apoyarse únicamente en la confianza en aquel que les envía. Aceptarán la hospitalidad y aceptarán también que los rechacen, separando, no obstante, su responsabilidad de quienes no acojan el don de la salvación. Los discípulos, por consiguiente, van a dar testimonio de que el Reino de Dios ha llegado y es la hora de convertirse; su anuncio va acompañado de la victoria sobre el antiguo adversario y de las curaciones que prosiguen la obra de Jesús, que pasó haciendo el bien. Con la humildad y la predicación queda abierto el acceso a la Jerusalén de arriba, que es nuestra madre.

 

MEDITATIO

No resulta hoy fácil tener en cuenta que nosotros nos hemos acercado a la asamblea festiva, a la asamblea de los primogénitos y, sobre todo, al «mediador de la nueva alianza», a Cristo Jesús. Sin embargo, ¡cuánta falta nos hace repetirnos estas realidades santas y verdaderas que abren de par en par los auténticos horizontes para los que hemos sido hechos! Sentimos una especie de pudor y casi vergüenza de hablar del cielo, de la Jerusalén santa de la que somos ciudadanos con todos los títulos.

¿Será que tenemos miedo de ser considerados locos, gente que vive fuera de la realidad? ¿Seremos acaso los custodios retrasados de esa alienación que tiende a arrancar a la gente de la dureza del orden cotidiano para hacerla soñar?

Basta, a continuación, con reflexionar un momento sobre el pulular salvaje de todas las sectas más extrañas y sobre todo lo que, por ser verdaderamente alienante, estorba a la mente y a los corazones de nuestros hermanos, para preguntarnos si no habrá que volver a tomar más en serio la Palabra de Dios, sin omisiones ni cortes inoportunos, para convertirla en la trama y en la consistencia de nuestro vivir. ¿Por qué no abrimos el corazón a la alegría del mundo invisible que nos rodea y del que -por gracia- participamos mediante el bautismo y los sacramentos? ¿Acaso tenemos necesidad de que algún discípulo fervoroso venga a sacudirse delante de nuestra puerta el polvo de sus sandalias, para ir a llevar su anuncio de alegría, olvidado por nosotros, a quien sea más capaz de acogerlo?

 

ORATIO

Señor Jesucristo, tú eres el mismo ayer, hoy y siempre. Tú eres el único en quien podemos anclar nuestra vida con seguridad. Manteniendo fija nuestra mirada en ti, deseamos perseverar en la fe incluso en los períodos en los que abunden las tribulaciones; deseamos aprender de las mismas pruebas y fatigas una conducta que sea digna de quien -sólo por gracia- ha sido revestido, con el santo bautismo, de la alta dignidad de ser hijo de Dios y conciudadano de los santos... Oh Jesús, Señor nuestro, hacia ti convergen, en virtud de la fuerza de tu amor, los siglos pasados y los futuros; hacia ti nos sentimos atraídos también nosotros y también nos sentimos enviados por ti lejos, hacia los hombres y mujeres que aún no te conocen, a fin de que puedan encontrarte. QUe manteniendo fija la mirada en ti se nos conceda proceder con rostro radiante. Que sólo nos guíe tu Espíritu, a fin de que todo lo que hagamos o digamos nazca del amor y suscite amor. Que nuestra misma vida sea una auténtica profesión de fe y un claro testimonio de que somos tuyos y sólo queremos pertenecerte a ti.

 

CONTEMPLATIO

El Espíritu Santo dará la paz perfecta a los justos en la eternidad. Ahora bien, y a desde ahora les da una paz grandísima cuando enciende en sus corazones el fuego celestial de la caridad. La verdadera, o mejor, la única paz de las almas en esta tierra consiste en estar repletos del amor divino, y, animados por la esperanza del cielo, tanto da llegar a considerar poca cosa los éxitos o las desgracias de este mundo, renunciar a los placeres del mundo y alegrarse por las injurias y las persecuciones padecidas por Cristo.

Todos los que, tocados por el soplo del Espíritu Santo, han cargado sobre sí el yugo suavísimo del amor de Dios y, siguiendo su ejemplo, han aprendido a ser mansos y humildes de corazón gozan ya desde ahora de una paz que es imagen del descanso eterno. Separados, en lo profundo de su corazón, del frenesí de los hombres, tienen la alegría de reconocer por todas partes el rostro de su Creador y tienen sed de alcanzar su perfecta contemplación.

Si deseamos llegar a la recompensa de esta visión, debemos traer constantemente a nuestra memoria el santo Evangelio y mostrarnos insensibles a las seducciones mundanas. De este modo, llegaremos a ser dignos de recibir la gracia del Espíritu Santo, que el mundo no es capaz de acoger.

Amemos a Cristo y observemos con perseverancia sus mandamientos, que hemos empezado a seguir. Cuanto más le amemos, más mereceremos ser amados por el Padre y él mismo nos concederá la gracia de su amor inmenso en la eternidad. Ahora, nos concede creer y esperar; entonces, le veremos cara a cara y se mostrará a nosotros en la gloria que ya tenía junto al Padre antes de que existiera el mundo (Beda el Venerable, Homilías XII, en PL 94).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo es vuestro. Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Cor 3,22ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Jesús, por condición familiar y por estilo de vida, fue pobre. Con sus apóstoles -nos dice el evangelio- tenía que coger espigas por el camino, en algunas ocasiones, para poder comer.

Tal vez se piensa poco en esto: el Hijo de Dios dobla la espalda para recoger algunas espigas caídas a los segadores y calmar su hambre. En otra ocasión dice: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Alguien con fe pregunta: «Señor, ¿dónde habitas?». Y Jesús le responde: «Venid y veréis». Le acompañan y ¿qué es lo que ven? La felicidad de una humilde pobreza, no predicada sobre las azoteas, no ostentada en un programa preestablecido, sino vivida. Cuando el Señor habla de su pobreza, muestra de modo claro que no la lleva como un peso, no la padece como una desventura, no la considera una injusticia social. En efecto, afirma: «No os afanéis por vuestra vida... No acumuléis tesoros en esta tierra, donde la polilla y la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones socavan y roban. Acumulad mejor tesoros en el cielo». Éste es el mensaje que Jesús anuncia con dulzura, casi como si dijera: «Miradme y tomad mi vida como modelo». Pasa los días, uno tras otro, olvidado de sí mismo, alejado de las preocupaciones materiales, libre. Allí donde le conduce su peregrinación se encuentra como en su propia casa: el Padre está siempre al tanto para ofrecerle el pan. Pasa por las calles con nobleza y serenidad: es el Dueño de todas las cosas. Sin embargo, no hace sombra o competencia al Señor Dios de todas las cosas. Lo primero que deben hacer quienes deseen seguirle es abrazar la pobreza.

Su seguridad ha de estar puesta en él, el pobre de Dios. Pero ¿por qué vive Jesús como pobre? Porque necesita ser libre, estar disponible para las cosas de su Padre: Jesús se ocupa del Reino, por eso deja de lado todo lo demás. En esto consiste el misterio de la pobreza de Jesús (A. Ballestrero, Parlare di cose verissime, Cásale Monf. - Roma 1990, pp. 78ss).

 

Día 8

 

Viernes 4ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 13,1-8

Hermanos:

1 Perseverad en el amor fraterno.

2 No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles.

3 Preocupaos de los presos, como si vosotros estuvierais encadenados con ellos; preocupaos de los que sufren, porque vosotros también tenéis un cuerpo.

4 Honrad mucho el matrimonio, y que vuestra vida conyugal sea limpia, porque Dios juzgará a los impuros y a los adúlteros.

5 No seáis avariciosos en vuestra vida; contentaos con lo que tenéis, porque Dios mismo ha dicho: No te desampararé ni te abandonaré,

6 de suerte que podemos decir con toda confianza: El Señor es mi ayuda, no tengo miedo; ¿qué podrá hacerme el hombre?

7 Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios; tened en cuenta cómo culminaron su vida e imitad su fe.

8 Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.

 

**• «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (v. 8). He aquí la afirmación capital que constituye el fundamento y la garantía de esta página -una de las conclusivas- de la carta a los Hebreos, donde se proponen actuaciones concretas para la vida cristiana.

Los ámbitos afectados son varios. Van desde la perseverancia en el amor fraterno a la hospitalidad, a la preocupación por los presos y por los que sufren, que forman con nosotros un solo cuerpo, hasta llegar al matrimonio vivido santamente. También el matrimonio nos da la oportunidad de poner en práctica la caridad, mientras que la fornicación y el adulterio nos alejan del único amor verdadero que estamos llamados a recibir e intercambiarnos recíprocamente. El cristiano no puede ni debe vivir envuelto por la codicia de acumular: su verdadera riqueza es Jesús, y el Padre sabe siempre de qué tienen necesidad sus hijos.

Por eso es importante mirar a los que nos han transmitido el Evangelio, la heroicidad de su testimonio, para imitar su fe. Es precisamente la fe en Jesús, muerto y resucitado por nosotros, lo que cambia nuestra vida y nuestras relaciones, dando sentido y plenitud a toda la historia humana. En Jesús saboreamos el «.hoy» en el que descansa nuestro corazón.

 

Evangelio: Marcos 6,14-29

En aquel tiempo,

14 la fama de Jesús se había extendido y el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían que era Juan el Bautista resucitado de entre los muertos y que por eso actuaban en él poderes milagrosos;

15 otros, por el contrario, sostenían que era Elias; y otros, que era un profeta como los antiguos profetas.

16 Herodes, al oírlo, decía: -Ha resucitado Juan, a quien yo mandé decapitar.

17 Y es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado.

18 Pues Juan le decía a Herodes: -No te es lícito tener la mujer de tu hermano.

19 Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía,

20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.

21 La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus magnates, a los tribunos y a la nobleza de Galilea.

22 Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven: -Pídeme lo que quieras y te lo daré.

23 Y le juró una y otra vez: -Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.

24 Ella salió y preguntó a su madre: -¿Qué le pido? Su madre le contestó: -La cabeza de Juan el Bautista.

25 Ella entró en seguida y a toda prisa adonde estaba el rey y le hizo esta petición: -Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales no quiso desairarla.

27 Sin más dilación envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue, le cortó la cabeza en la cárcel,

28 la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.

29 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

 

*+• Éste es el único pasaje del evangelio de Marcos cuyo protagonista directo no es Jesús. En realidad, tanto por la colocación como por el contenido, el relato del martirio de Juan -hombre «recto y santo» (v. 19)- no tiene otra finalidad que ser la prefiguración puntual de la suerte de Jesús, a quien los Hechos de los apóstoles refieren los mismos atributos (cf. 3,14; 7,52; etc.). Tanto el Bautista como el Mesías mueren por «voluntad» de poderosos perplejos e indecisos. Más aún, puede decirse que Herodes, infiel a Dios por haber tomado como esposa, contra la ley, a l a mujer de su hermano, es un rey adúltero: personificación del pecado de todo el pueblo que ha traicionado a su Señor y Esposo para ir detrás de los ídolos. Así pues, Juan muere como Jesús, el justo por los injustos, pero ésta será asimismo la suerte a la que están llamados los discípulos a quienes el Maestro envía a predicar la conversión. «La oportunidad se presentó » (cf. v. 21a). Paradójica coincidencia la de una extraña fiesta para una vida que, en realidad, es muerte y de una muerte que es un himno a la vida verdadera, una vida que va más allá de la dimensión temporal, porque es capaz de sacrificarse a sí misma por amor a la Verdad.

También el desenlace del banquete resulta grotesco, dado que acaba ofreciendo a los invitados –campeones en riqueza, orgullo, poder, lujuria y otras cosas así- una macabra bandeja con una cabeza cortada bajo la responsabilidad de una atractiva muchacha. Esto nos hace pensar en muchas de nuestras pasiones que nos parece imposible dejar de satisfacer... «Sus discípulos fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura» (v. 29); lo mismo ocurrirá con Jesús, sepultado como semilla en la tierra, de la que, no obstante, resucitará para convertirse en pan fragante ofrecido en la mesa de sus discípulos, pan para una vida que no muere

 

MEDITATIO

«El Señor es mi ayuda, no tengo miedo; ¿qué podrá hacerme el hombre?» (Heb 13,6). La afirmación de la primera lectura parece ampliamente desmentida por el evangelio de hoy, en el que Marcos pone como centro de atención a Juan el Bautista y su cruel martirio. Sí, hay quien, por un capricho simple y trivial, con cualquier motivo fútil, hace callar con la violencia la voz que invita a la conversión o que anuncia el Reino. El discípulo, llamado a seguir a Jesús, a predicar a los hermanos en medio de la pobreza {cf. Me 6,7-13), no por ello queda exonerado de la prueba, sino al contrario. Todo el relato de Marcos nos presenta a Jesús trabajando para hacer comprender a los «suyos» el destino del Maestro, que sube a Jerusalén para padecer la pasión. Sin embargo, Jesús nos invita también a no tener miedo de los que pueden hacer mal al cuerpo. Hay algo peor que eso: vivir sin saber por qué y para quién se vive.

Todo hombre es mortal, pero tiene como destino la vida eterna; lo importante es entrar conscientemente en esa vida que es Jesús mismo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Constituye una gracia para quien es discípulo ser asimilado al Maestro hasta la entrega total de sí mismo en el martirio, y ésta es una situación que vive todavía hoy la Iglesia en muchos de sus miembros. Cada uno de nosotros está llamado a morir a sí mismo, al hombre viejo, al egoísmo, al orgullo que nos impide vivir, como el Bautista, afirmando: Es preciso que él crezca y que yo disminuya». Puesto que Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre, cuanto más nos perdamos en él, que es el Amor, tanto más saborearemos la verdadera Vida.

 

ORATIO

Señor Jesús, Salvador nuestro, nosotros queremos vivir contigo y en ti, dedicados por completo al designio de salvación que el Padre concibió para llevar a todos los hombres a la verdadera libertad de los hijos de Dios, no ya esclavos del pecado, sino capaces de amar. Por eso, no deseamos anteponer nada a ti; que no prevalezca ya en nuestro modo de pensar y de obrar el hombre viejo de carne, que se deja dominar por las pasiones.

Sólo tú eres nuestra vida, tú nuestra santificación y nuestra inexpresable alegría, y cuando nos consideres dignos de sufrir algo por la fe, haz que, siguiendo el ejemplo de los santos, no nos echemos atrás vilmente,  sino que seamos capaces de renunciar a todo, que seamos capaces de padecer y ofrecer todo, con tal de no traicionarte, con tal de no vivir como si nunca te hubiéramos conocido y como si nunca hubiéramos experimentado lo fuerte que es tu amor por nosotros.

 

CONTEMPLATIO

Existencia significa que yo soy sólo yo y no otro. Habito en mí, y en esta habitación estoy yo solo, y si alguien debe entrar, es necesario que yo le abra. En horas de intensa vida espiritual siento que yo soy señor de mí mismo. En esto hay algo grande: mi dignidad y mi libertad; al mismo tiempo, sin embargo, hay también peso y soledad [...]. También en el cristiano hay todo esto, aunque se ha transformado; en su dignidad y responsabilidad hay todavía algo de otro, de Otro: Cristo.

Cuando pediste la fe al recibir el bautismo, se llevó a cabo en ti algo fundamental. Al nacer, recibiste tu vida natural de la vida de tu madre. Aquí se esconde un nuevo misterio, un prodigio de la gracia: fuiste engendrado a la vida de los hijos de Dios. Con perfecta sencillez y vigor dice la carta a los Gálatas: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (2,20). La forma que hace cristiano al cristiano, esa que está destinada a penetrar en todas sus expresiones, a ser reconocida en todo, es Cristo en él.

En cada cristiano revive Cristo, por así decirlo, su vida; primero es niño, después va llegando gradualmente a la madurez, hasta que alcanza plenamente la mayoría de edad como cristiano. Crece en este sentido: crece su fe, se robustece su caridad, el cristiano se vuelve cada vez más consciente de su ser cristiano y vive su vida cristiana con una profundidad siempre creciente. Mi yo está encerrado en Cristo, y debo aprender a amarlo como a aquel en el que tengo mi propia consistencia. Es preciso que yo me busque en él a mí mismo, si quiero encontrar lo que me es propio. Si el cristiano renuncia a las solicitudes que le vienen de la fe, se envilece. Aquí hemos de buscar las tareas más importantes de la actividad espiritual cristiana: referir de nuevo la vida cristiana, tal cual es, a la conciencia, al sentimiento, a la voluntad (R. Guardini, II Signore, Milán 1981, pp. 559-565, passim [edición española: El Señor, Rialp, Madrid 1965, 2 vols.]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Para mí vivir es Cristo» (Flp 1,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ésta fue la tarea de Jesús como sumo sacerdote de la nueva alianza, mediador entre el Padre y la humanidad pecadora: en primer lugar, abrió el acceso al santo de los santos y lo recorrió él mismo. Allí es donde Jesús ora ahora, en este «ahora» sin límites de la eternidad que nuestro tiempo creado no puede fijar ni hacemos alcanzar, a no ser a través de la oración. Jesús es así, para siempre, el hombre de la oración, nuestro sumo sacerdote que intercede. Tal es y tal permanece así «ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). Allí arriba, en Jesús resucitado, se encuentra también la fuente perenne de nuestra oración de aquí abajo.

Gracias a la oración estamos cerca de él, rotos y sobrepasados los límites del tiempo, y respiramos en la eternidad, manteniéndonos en presencia del Padre, unidos a Jesús. Para llegar allí es necesario recorrer aquí abajo el mismo camino que el Salvador, no hay ningún otro: el de la cruz y el de la muerte. La misma carta a los Hebreos observa que Jesús padeció la muerte fuera de las puertas de la ciudad. En consecuencia, los cristianos también deben salir «a su encuentro fuera del campamento y carguemos también nosotros con su oprobio (Heb 13,13), es decir, la vergüenza de la cruz. Todo bautizado lleva en él el deseo de este éxodo hacia Cristo. «No tenemos aquí ciudad permanente, sino que aspiramos a la ciudad futura (Heb 13,14), allí donde está presente Jesús ahora.

También nosotros estamos ya allí, en la medida en que, mediante  la oración, habitamos ¡unto a él. «Así pues, ofrezcamos a Dios sin cesar por medio de él un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que bendicen su nombre» (Heb 13,15).

En efecto, el cristiano, que camina tras las huellas de Jesús, ofrece como él un sacrificio de oración. Confiesa e invoca constantemente su nombre. Y después, en el amor, comparte todo con sus hermanos (A. Louf, Lo Spirito prega in noi, Magnano 1995, pp. 39ss [edición española: El espíritu ora en nosotros, Narcea, Madrid 1985]).

 

Día 9

 

Sábado 4ª semana del Tiempo ordinario

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 13,15-17.20ss

Hermanos:

15 Así pues, ofrezcamos a Dios sin cesar por medio de él un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que bendicen su nombre.

16 No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente, porque en tales sacrificios se complace Dios.

17 Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues tienen que cuidar de vosotros y rendir cuentas a Dios. Procurad que puedan cumplir este deber con alegría y no con lágrimas, ya que otra cosa nada os beneficiaría.

20 El Dios de la paz, que resucitó a aquel que por la sangre de la alianza eterna vino a ser el gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús,

21 os haga aptos para el cumplimiento de su voluntad con toda clase de obras buenas. Que él mismo realice en nosotros lo que le agrada, por medio de Jesucristo, a quien corresponde la gloria por siempre. Amén.

 

*• El autor de la carta a los Hebreos alterna, en la conclusión, la catequesis (w. 12-15) con la exhortación (w. 16ss) y la oración (w. 20ss). Sin embargo, el centro vivificador de estos versículos es uno solo: el misterio pascual de Cristo. Él es «el gran pastor de las ovejas» (v. 20); es el Mesías esperado que, en virtud de su propia sangre, se ha convertido en mediador de una alianza eterna de vida y de paz entre nosotros y Dios.

De aquí brota la novedad fundamental del culto cristiano, del que ha tratado la carta: por medio de Jesús, toda la vida del creyente puede llegar a ser ofrenda agradable a Dios. El sacrificio de alabanza se prolonga y se acredita a través del sacrificio cotidiano de la caridad activa y de la dócil sumisión a quien guía a la comunidad por los caminos del Señor. Esta existencia pascual es don que hemos de pedir y, al mismo tiempo, compromiso que hemos de asumir con responsabilidad; por eso, el autor confía al Padre a los destinatarios de su carta.

Sólo él, en efecto, puede disponer los corazones para acoger el don de manera conveniente, es decir, en colaboración laboriosa con la gracia. La alianza establecida en la muerte y resurrección de Cristo es premisa y garantía de que el Padre escuchará esta oración (w. 20ss).

 

Evangelio: Marcos 6,30-34

En aquel tiempo,

30 los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

31 Él les dijo: -Venid vosotros solos a un lugar solitario, para descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían que no tenían ni tiempo para comer.

32 Se fueron en la barca, ellos solos, a un lugar despoblado.

33 Pero los vieron marchar y muchos los reconocieron y corrieron allá, a pie, de todos los pueblos, llegando incluso antes que ellos.

34 Al desembarcar, vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

 

*•• En este fragmento se transparenta la ternura humana y divina de Jesús. Con ella envuelve a los apóstoles, que regresan entusiasmados de su primera misión: el Maestro comprende su alegría, pero intuye también la necesidad de revigorizar el cuerpo y el alma en la intimidad con él (v. 31a). Por eso les propone una pausa para reposar lejos de la gente, que les apremia constantemente. Sin embargo, también esa gente, que les sigue por todas partes con su propio fardo de penas y de esperanzas, suscita en Jesús una com-pasión todavía mayor (cf. v. 34). Detrás de aquella multitud de rostros y de historias hay una única necesidad: encontrar el camino de la Vida, el sentido y la meta de la existencia.

Las muchedumbres no tienen quien las guíe con seguridad por este camino. De ahí que Jesús -Camino, Verdad y Vida- tenga piedad de ellos: «Y se puso a enseñarles muchas cosas», saciando su hambre más profunda con la verdad de Dios, un Dios de ternura infinita.

 

MEDITATIO

La ternura de Jesús se dirige, hoy, a nosotros. Tal vez nos hayamos comprometido a dar testimonio del Evangelio en nuestro ambiente habitual y tenemos necesidad de reposar el espíritu en su Presencia, o tal vez nos reconozcamos en aquellas «ovejas sin pastor», sin meta ni seguridad. Ahora bien, Jesús es «el gran pastor de las ovejas», guía de los pastores y de las ovejas sin pastor: ha entregado su vida para abrir a cada uno - a mí también- un camino seguro al redil del Padre. Él mismo es «el Camino, la Verdad y la Vida».

No siempre resulta fácil caminar siguiendo su enseñanza, ni siempre resulta agradable que los responsables de la comunidad cristiana nos lo recuerden en las circunstancias concretas de la vida. Con todo, si acogemos con sincera disponibilidad las indicaciones del Señor, nuestra vida se convertirá en una pascua continua, esto es, en un paso desde la falta de significación del orden cotidiano a la plenitud de significado que éste adquiere cuando la caridad con los otros transfigura cualquier gesto.

Paso desde la inestabilidad de las vicisitudes humanas -pequeñas o grandes- al abandono confiado en Dios que se convierte en obediencia a quien nos guía en su nombre. Paso de una oración formal y bien delimitada a una vida que se transforma en incesante sacrificio de alabanza por medio de Cristo. ¿Es posible todo esto?

Sí, la resurrección de Jesús nos atesta la omnipotencia del Padre. ¿Es posible para mí? Sí, si se lo pido y si quiero corresponder sinceramente al don, Dios mismo lo realizará en mí. La ternura de Jesús se dirige, hoy, a nosotros...

 

ORATIO

Jesús, ternura infinita que nos descubres el rostro de amor del Padre, venimos a ti como ovejas sin pastor: guíanos tú con tu fuerza y tu dulzura a descubrir el camino de la vida a través de la ofrenda total de nosotros mismos a Dios. Transforma hoy nuestra jornada en un incesante sacrificio de alabanza a él y de caridad con los hermanos.

Haz que participemos en tu pascua, muriendo a todo egoísmo y presunción, para vivir en ti como hijos obedientes que cumplen en todo la voluntad del Padre.

A él, fuente de la misericordia, le confiamos por tu mediación nuestra miseria y nuestros deseos: oh Dios, haz de nosotros lo que te plazca, para gloria tuya y bien de todos los hermanos. Amén.

 

CONTEMPLATIO

El sacramento de la eucaristía purifica de los peca, dos. Por consiguiente, cuando te sientas manchado y cubierto de fango, frío e indolente, no te alejes de Jesucristo, no intentes abstenerte de este alimento saludable y lanza un grito hacia él, porque no puede dejar de moverse a piedad con los pobres que le invocan. Dile; «Señor, vengo a ti, porque soy un pobre pecador. Sana oh mi piísimo Salvador, mi alma». Este sacramento robustece el corazón del hombre para obrar grandes cosas, precisamente como el alimento terreno da fuerza para aguantar los trabajos fatigosos. Puesto que no eres nada sin Dios y tienes una extrema necesidad de su gracia, invítale a cenar no por ti, sino por él en favor tuyo.

Intenta estrechar una amistad y una verdadera familiaridad con él. Aprende a hablarle: cuéntale tus debilidades, aflicciones y oscuridades.

Intenta recuperar con este alimento divino las fuerzas del espíritu, la devoción, la fortaleza y las otras virtudes. En este sacramento se traslada al hombre del temor a la esperanza, de la condición de siervo a la de hijo, del torpor al amor, de la tristeza a la alegría. La eucaristía, a continuación, mitiga, es decir, comunica suavidad y dulzura espiritual a quien la recibe; caldea, es decir, enciende en nosotros la divina caridad. Este alimentó saludable une al alma con Dios. Así como el alimento terreno se transforma en la sustancia de quien lo recibe y se convierte en un solo cuerpo con él, así también, aunque de modo opuesto, el alimento eucarístico convierte en él a quien lo recibe, de modo que le hace deiforme. Nunca se admirará bastante la inefable condescendencia divina, que quiere darse a nosotros como alimento y sostener nuestro cuerpo con el suyo

El, dándose como alimento a nosotros, quiso procurar nuestra más estrecha unión con él. No podía encontrar un modo de acercar más al alma a sí mismo que este sacramento, en el que precisamente ésta no sólo se une con Dios, sino que llega a hacerse una misma cosa con él (Lanspergio, Sermo III, In solemnitate venerabili Sacramenti, en Opera omnia, t. III, pp. 433-436, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es mi pastor; su vara y su cayado me dan seguridad» (cf. Sal 22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«La pasión del Señor», escribió León Magno, «se prolonga hasta el fin del mundo». ¿Dónde «está agonizando» hoy Jesús? En muchísimos lugares y situaciones. Pero fijemos nuestra atención en una sola de ellas: la pobreza. Cristo está clavado en la cruz en los pobres. La primera cosa que hemos de hacer, por tanto, es echar fuera nuestras defensas y dejarnos invadir por una sana inquietud. Hacer que entren los pobres en nuestra carne. Darnos cuenta de ellos indica una imprevista apertura de los ojos, un sobresalto de la conciencia [...].

Con la venida de Jesucristo el problema de los pobres ha tomado una dimensión nueva. Aquel que pronunció sobre el pan las palabras: «Esto es mi cuerpo», las dijo también de los pobres cuando declaró solemnemente: «Conmigo lo hicisteis». Hay un nexo bastante estrecho entre la eucaristía y los pobres. Lo que debemos hacer concretamente por los pobres podemos resumirlo en tres palabras: evangelizarlos, amarlos, socorrerlos

Evangelizarlos: hoy también tienen derecho a oír la Buena Noticia: «Bienaventurados los pobres». Porque ante vosotros se abre una posibilidad inmensa, cerrada, o bastante difícil, a los ricos: el Reino. Amar a los pobres: significa antes que nada respetarlos y reconocer su dignidad. En ellos brilla –precisamente por la falta de otros títulos y distinciones- con una luz más viva la dignidad radical del ser humano. Los pobres no merecen sólo nuestra compasión; merecen también nuestra admiración. Por último, socorrer a los pobres: aunque hoy ya no basta con la simple limosna; haría falta una movilización coral de toda la cristiandad para liberar a los millones de personas que mueren de hambre, de enfermedades y de miseria. Esta sería una cruzada digna de tal nombre, es decir, de la cruz de Cristo (R. Cantalamessa, ll potere della croce, Milán 1999, pp. 181 -189 passim [edición española: La fuerza de la cruz, Monte Carmelo, Burgos 2001]).

 

Día 10

Santa Escolástica (10 de febrero) 

5º domingo del tiempo ordinario

       Era hermana de san Benito, nació en Umbría a finales del siglo V y se consagró a Dios ya en la niñez. Su vida, envuelta de humildad y silencio, sería desconocida por completo si san Gregorio Magno no hubiera narrado en sus Diálogos el episodio que la hizo ser estimada por los místicos. Una vez al año iba al monasterio de Montecassino a visitar a su hermano y, en esta circunstancia, obtuvo con la fuerza de la oración prolongar el diálogo sobre las realidades celestiales durante toda la noche. Tres días después, Benito vio volar su alma al cielo desde su celda en forma de candida paloma y comprendió así que había entrado en la gloria eterna.

  

LECTIO

Primera lectura: Isaías 6,1-2a.3-8

1 El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono alto y excelso. La orla de su manto llenaba el templo.

2 De pie, junto a él, había serafines con seis alas cada uno.

3 Y se gritaban el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Señor todopoderoso, toda la tierra está llena de su gloria».

4 Los quicios y dinteles temblaban a su voz, y el templo estaba lleno de humo.

5 Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en un pueblo de labios impuros, he visto con mis propios ojos al Rey y Señor todopoderoso».

6 Uno de los serafines voló hacia mí, trayendo un ascua que había tomado del altar con las tenazas;

7 me lo aplicó en la boca y me dijo: «Al tocar esto tus labios, desaparece tu culpa y se perdona tu pecado».

8 Entonces oí la voz del Señor, que decía: «¿A quién enviaré?, ¿quién irá por nosotros?». Respondí: «Aquí estoy yo, envíame».

 

*•• El texto nos habla de la vocación de Isaías, ejemplo de la profunda experiencia religiosa del profeta. Fue escrito en torno al año 742 a. de C, que fue el de la muerte de Ozías, fin de un período de prosperidad y autonomía para Israel. El tema de fondo sigue siendo la santidad y la gloria de Dios, que trasciende toda grandeza y poder humanos. El escenario es el templo de Jerusalén, y la descripción nos presenta con rasgos antropomórficos al Señor en el trono, rodeado de serafines.

La primera parte (w. 1-4) nos presenta la teofanía de Dios y su trascendencia con diferentes términos simbólicos y litúrgicos: «Trono alto y excelso», «la orla de su manto llenaba el templo. De pie, junto a él, había serafines con seis alas cada uno. Y se gritaban el uno al otro: "Santo, santo, santo es el Señor todopoderoso"».

En la segunda parte (w. 5-8), la visión del profeta describe al hombre frente al trono de la divinidad. Ante la grandeza de Dios nace de improviso en el profeta la conciencia de su indignidad y de su propio pecado. En ese momento, interviene Dios: purifica al hombre y le infunde una nueva vida al tocar sus labios. El Señor se dirige después a la asamblea de los serafines y les consulta sobre el gobierno del mundo (v. 8a). Sin embargo, de una manera indirecta, la voz de Dios interpela y llama a Isaías para que, investido de la gloria y de la santidad de Dios, vaya a profetizar en su nombre. El profeta se declara dispuesto para su misión y responde a la petición que Dios le dirige: «Aquí estoy yo, envíame» (y. 8). Es la plena disponibilidad de quien se deja invadir por un Dios que salva.

 

Segunda lectura: 1 Corintios 15,1-11

1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado.

2 Es el Evangelio que os está salvando, si lo retenéis tal y como os lo anuncié; de no ser así, habríais creído en vano.

3 Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;

4 que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras;

5 que se apareció a Pedro y luego a los Doce.

6 Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto.

7 Luego se apareció a Santiago y, más tarde, a todos los apóstoles.

8 Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara.

9 Yo, que soy el menor de los apóstoles, indigno de llamarme apóstol por haber perseguido a la Iglesia de Dios.

10 Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Al contrario, he trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo.

11 En cualquier caso, tanto ellos como yo esto es lo que anunciamos y esto es lo que habéis creído.

 

**• El texto paulino está motivado por las objeciones de los corintios: la duda sobre la verdad de la resurrección de Cristo, en detrimento no sólo de la integridad de la fe, sino también de la unidad de la misma Iglesia. Pablo responde con argumentos de fe y con el «Credo» que él les ha transmitido. El acontecimiento de la resurrección de Cristo es objeto del testimonio apostólico: son muchos, y todos dignos de fe, los que constataron el sepulcro vacío y vieron resucitado al Señor. Entre ellos estoy también yo -afirma Pablo-, que «por la gracia de Dios soy lo que soy» (v. 10).

El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha entrado también en la predicación apostólica. A partir de ella, los apóstoles no sólo se adhirieron a la novedad de Cristo con todas sus fuerzas, sino que invistieron también con ella su tarea misionera. Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra predicación -afirma todavía Pablo- y nosotros habríamos trabajado en vano. El mismo acontecimiento de la resurrección de Cristo es objeto directo e inmediato de la fe de los primeros cristianos: si Cristo no hubiera resucitado, vana sería también vuestra fe -remacha el apóstol- y todos nosotros seríamos las personas más infelices del mundo. Infelices por haber sido engañadas y decepcionadas. Está claro, por consiguiente, que al servicio de este acontecimiento fundador del cristianismo está no sólo la tradición apostólica, sino también el testimonio de la comunidad creyente y de todo auténtico discípulo de Jesús.

 

Evangelio: Lucas 5,1-11

En aquel tiempo,

1 estaba Jesús junto al lago de Genesaret y la gente se agolpaba para oír la Palabra de Dios.

2 Vio entonces dos barcas a la orilla del lago; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

3 Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de tierra. Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca.

4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: -Remad lago adentro y echad vuestras redes para pescar.

5 Simón respondió: -Maestro, hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada, pero, puesto que tú lo dices, echaré las redes.

6 Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces. Como las redes se rompían,

7 hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

8 Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

9 Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado;

10 e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: -No temas; desde ahora serás pescador de hombres.

11 Y después de llevar las barcas a tierra, dejaron todo y lo siguieron.

 

**• El evangelista nos presenta la vocación de los discípulos con una simple nota final, después de la enseñanza a las muchedumbres (w. 1-3) y de una serie de milagros a través de los cuales Jesús manifiesta el poder de Dios en Cafarnaún (4,33-41). Lucas nos recuerda en la vocación de los primeros discípulos, como también hace Marcos, las estructuras esenciales del discipulado -la iniciativa de Cristo y la urgencia de la llamada-, pero subraya sobre todo el desprendimiento y el seguimiento.

El abandono debe ser radical por parte del discípulo: «Dejaron todo y lo siguieron» (v. 11), y el seguimiento es consecuencia de una toma de conciencia respecto a Jesús de una manera consciente y libre. Con todo, el tema principal del relato no es ni el desprendimiento ni el seguimiento, sino brindarnos unas palabras seguras del Maestro: «Desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10). Existe una estrecha relación entre el milagro de la pesca milagrosa y la vocación del discípulo, y esa relación está afirmada en el hecho de que la acción del hombre sin Cristo es estéril, mientras que con Cristo se vuelve fecunda. Es la Palabra de Jesús la que ha llenado las redes y es la misma Palabra la que hace eficaz el trabajo apostólico del discípulo. Éste se siente llamado así, como el apóstol Pedro, a abandonarse con confianza a la Palabra de Jesús, a reconocer su propia situación de pecador y a responder a su invitación obedeciendo incluso cuando un mandato pueda parecerle absurdo o inútil. La respuesta de la fe es así fruto de la acogida de una revelación y de un encuentro personal con el Señor.

 

MEDITATIO

Los dos relatos que nos han referido la primera lectura y el evangelio de hoy siguen el esquema bíblico clásico de las llamadas a colaborar con Dios en la salvación del pueblo. En ese esquema está previsto siempre un primer movimiento, «centrípeto», en el que Dios (o Jesús) atrae de una manera irresistible al llamado hacia él, haciéndole pasar por una intensa experiencia religiosa; y, después, viene un segundo movimiento, «centrífugo», en el que el llamado es vuelto a enviar a su pueblo, repleto de fuerza y de valor para obrar a favor del mismo: «¿A quién enviaré?, ¿quién irá por nosotros?» (...) «Vete a decir a este pueblo» (Is 6,8.9). «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (Le 5,10).

La llamada de Dios no se dirige a unos de manera exclusiva (sacerdotes, religiosos, religiosas), sino que, como ha confirmado en sus documentos el Concilio Vaticano II, se dirige a todos y cada uno de los bautizados. Cada uno de nosotros está invitado a «trabajar» por la salvación de los hermanos, según las hermosas palabras de Pablo que aparecen en el fragmento de la primera Carta a los Corintios que acabamos de leer: «La gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Al contrario, he trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Cor 15,10).

En consecuencia, deberemos preguntarnos si nuestro «trabajo» se encuadra en la visión evangélica de las cosas. Habremos de preguntarnos, entre otras cosas, si es consecuencia de habernos dejado fascinar, como los discípulos y Pedro, por Jesucristo y por su preocupación central. Porque ésa es la raíz de toda auténtica actividad eclesial. El resto puede ser activismo, mera búsqueda de nuestra propia satisfacción e incluso exhibicionismo: un «pescar hombres» no para aquella vida abundante que Jesús ha venido a traernos (Jn 10,10), sino para nosotros mismos, o sea, para la muerte. Sólo volviendo a reavivar con frecuencia el fuego en nuestro contacto con él podremos también nosotros ir a los otros, como Pablo, llevándoles el gran anuncio de la resurrección, que es victoria de la vida sobre la muerte.

 

ORATIO

Has querido asociarnos, Señor, a tu espléndida obra de salvación de la humanidad. Has puesto en nuestras manos la red para pescar hombres en el gran mar del mundo. Nos has elegido para la realización de tu ilimitado deseo de vida, de una vida abundante para tus hermanos y hermanas. Te estamos agradecidos por ello, Señor.

En tu generosidad nos has hecho un gran don, porque de este modo nos hemos convertido, en cierto modo, en las manos con las que sigues actuando hoy en el mundo. Quisiéramos ser fieles en la respuesta a tu llamada. Quisiéramos volver a dejarnos fascinar frecuentemente de nuevo por tu Palabra y por tu invitación, de tal modo que toda nuestra acción esté siempre llena de sentido evangélico. Toca nuestra boca con el carbón ardiente que purifica, como hizo aquel serafín con Isaías, y entonces sólo saldrán de ella palabras de vida para nuestros hermanos. Sostennos constantemente con tu gracia, del mismo modo que sostuviste a Pablo en medio de tantas dificultades. Si lo haces, podremos estar seguros de nuestra fidelidad y de nuestro valor indomable.

 

CONTEMPLATIO

Llamar amado al Verbo y proclamarlo «bello» significa atestiguar sin ficción y sin fraude que ama y que es amado, admirar su condescendencia y estar llenos de estupor frente a su gracia. Su belleza es, verdaderamente, su amor, y ese amor es tanto más grande en cuanto previene siempre [...].

¡Qué bello eres. Señor Jesús, en presencia de tus ángeles, en forma de Dios, en tu eternidad! ¡Qué bello eres para mí, Señor mío, en tu eternidad! ¡Qué bello eres para mí, Señor mío, en tu mismo despojarte de esta belleza tuya! En efecto, desde el momento en que te anonadaste, en que te despojaste -tú, luz perenne- de los rayos naturales, refulgió aún más tu piedad, resaltó aún más tu caridad, más espléndida irradió tu gracia.

¡Qué bella eres para mí en tu nacimiento, oh estrella de Jacob!, ¡qué espléndida brotas, flor, de la raíz de Jesé!; al nacer de lo alto, me visitaste como luz de alegría a mí, que yacía en las tinieblas. ¡Qué admirable y estupendo fuiste también por las eternas virtudes cuando fuiste concebido por obra del Espíritu Santo, cuando naciste de la Virgen, en la inocencia de tu vida! Y, después, en la riqueza de tu enseñanza, en el esplendor de los milagros, en la revelación de los misterios. ¡Qué espléndido resurgiste, después del ocaso, como Sol de justicia, del corazón de la tierra!

¡Qué bello, por último, en tu vestido, oh Rey de la gloria, te volviste a lo más alto de los cielos! Cómo no dirán mis huesos por todas estas cosas: «¿Quién como tú, Señor?» (Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los cantares 45, 8ss, passim)

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Poderoso ha hecho cosas grandes por mí, su nombre es santo» (Le 1,49).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El encuentro con Dios me hace entrever continuamente nuevos espacios de amor y no me hace pensar lo más mínimo en haber hecho bastante, porque el amor me impulsa y me hace entrar en la ecología de Dios, donde el sufrimiento del mundo se convierte en mi alforja de peregrino. En esta alforja hay un deseo continuo: «Señor, si quieres, envíame. Aquí estoy, dispuesto a liberar al hermano, a calmar su hambre, a socorrerle. Si quieres, envíame».

En un mundo tan poco humano, donde la gente llora por las guerras, por el hambre, el encuentro con Dios nos transforma, nos hace tener impresos en el rostro los rasgos de Dios, nos hace tener en el rostro el amor que hemos encontrado, junto con un poco de tristeza por no ver realizado este amor. Yo he encontrado al Señor, pero he encontrado asimismo nuestras miserias y, ante las más grandes injusticias - y muchas de ellas las he visto de manera directa-, nunca he podido ni he querido decir: «Dios, no eres Padre». Sólo me he visto obligado a decir justamente: «Hombre, hombre, no eres hermano». Y he vuelto a prometer a mi corazón el deseo de llegar a ser yo más fraterno, más hombre de Dios, más santo, a fin de propagar más el amor concreto que nos lleva a socorrer a los hambrientos, a las víctimas de la violencia, a los que no conocen ni siquiera sus derechos, a los que ya no se preguntan de dónde vienen ni a dónde se dirigen.

Es preciso vivir el carácter cotidiano del encuentro con él, cambiando nosotros mismos. He visto realizarse muchos sueños inesperados. Pero el acontecimiento más extraordinario, que todavía me sorprende, empezó cuando niños, jóvenes, personas de todas las edades, me eligieron como padre, como consejero y como cabeza de cordada. No me esperaba precisamente esto, y cada vez que un alma, un corazón, se confía a mí para que le aconseje, dentro de mí caigo de rodillas y me repito: «¿Quién soy yo, quién soy yo para ser digno de guiar a personas más buenas que yo? No, no soy digno, pero, Señor, por tu Palabra, también yo "me volveré red" para tu pesca milagrosa» (E. Olivero, Amare con ¡l cuore di Dio, Turín 1993, pp. 7-9).

 

Día 11

Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero)

 

        La memoria facultativa en el misal romano denominada Nuestra Señora de Lourdes forma parte de las celebraciones «ligadas a razones de culto local y que han adquirido un ámbito más extenso y un interés más vivo» [Maríalis cultus, 8).

        Es la única memoria incorporada al calendario universal que hace referencia a una «aparición» mariana, la que recibió, en 1858, Bernadette Soubirous (1844-1879), en la que oyó este mensaje: «Yo soy la Inmaculada Concepción». La memoria litúrgica fue extendida, en 1907, a toda la Iglesia latina.

        La introducción en la liturgia no equivale a una declaración magisterial que le comprometa sobre la verdad histórica de la aparición con la presencia real de la Inmaculada.

 LECTIO

Primera lectura: Génesis 1,1-19

1 Al principio creó Dios el cielo y la tierra.

2 La tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas.

3 Y dijo Dios: -Que exista la luz. Y la luz existió.

4 Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas.

5 A la luz la llamó día y a las tinieblas noche. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.

6 Y dijo Dios: -Que haya una bóveda entre las aguas para separar unas aguas de otras. Y así fue.

7 Hizo Dios la bóveda y separó las aguas que hay debajo de las que hay encima de ella.

8 A la bóveda Dios la llamó cielo. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.

9 Y dijo Dios: -Que las aguas que están bajo los cielos se reúnan en un solo lugar y aparezca lo seco. Y así fue.

10 A lo seco lo llamó Dios tierra y al cúmulo de las aguas lo llamó mares. Y vio Dios que era bueno.

11 Y dijo Dios: -Produzca la tierra vegetación: plantas con semilla y árboles frutales que den en la tierra frutos con semillas de su especie. Y así fue.

12 Brotó de la tierra vegetación: plantas con semilla de su especie y árboles frutales que dan fruto con semillas de su especie. Y vio Dios que era bueno.

13 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.

14 Y dijo Dios: -Que haya lumbreras en la bóveda celeste para separar el día de la noche y sirvan de señales para distinguir las estaciones, los días y los años;

15 que luzcan en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra. Y así fue.

16 Hizo Dios dos lumbreras grandes, la mayor para regir el día y la menor para regir la noche, y también las estrellas;

17 y las puso en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra,

18 regir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno.

19 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.

 

**• Los relatos de la creación presentan un lenguaje que puede ser calificado de «mítico», puesto que describen una acción divina que no podemos situar en la historia, sino en un «principio» que nadie ha podido conocer. En efecto, ¿quién ha podido asistir al origen del mundo para poder contarlo? «¿Quién eres tú?», le recordará el Señor a Job: «¿Dónde estabas tú cuando afiancé la tierra?» (Job 38,4).

El primer relato de la creación nos ofrece por eso algunas indicaciones que no son controlables científicamente, pero que tienen una gran importancia teológica. Estas indicaciones son dos, sobre todo: la primera tiene que ver con el modo como Dios ha creado, es decir, mediante la palabra; la segunda está relacionada, en cambio, con la estructura narrativa, que es la de los siete días semanales. Por ahora nos limitaremos a este último aspecto.

El narrador de Gn 1 ha presentado toda la obra de la creación en un marco semanal. Se trata de un hecho claramente querido, tanto más porque las obras de la creación son más de siete, por lo menos diez: la luz, la bóveda (lámina) celeste, lo seco, la vegetación, las lámparas, los peces, los pájaros, el ganado, los reptiles, el hombre (varón y hembra). Ahora bien, la estructura semanal tiene un sentido concreto, una organización interna propia; a saber, la de seis días laborables más uno de descanso, el «día séptimo» hacia el que converge toda la obra semanal y en el que encuentra su consumación. ¿A qué pregunta responde, pues, el relato de Gn 1, con su organización semanal? ¿A una pregunta sobre el origen o sobre el fin? ¿Pretende decirnos cuándo fue creado el mundo o bien para qué fue creado? El esquema semanal nos permite responder sin demora que el mundo -mejor sería decir la creación- está organizado en vistas a un fin preciso, y este fin se resume en el sábado, que es el día del descanso del hombre y de la alabanza al Creador.

Al final de esta página, leemos la sorprendente afirmación de que «cuando llegó el día séptimo Dios había terminado su obra» (Gn 2,2). ¿Cómo podía haberla «terminado», si en el mismo día cesó toda actividad? Sin embargo, a la máquina del mundo le faltaba precisamente el elemento esencial, hasta que no conoció el tiempo y el espacio de la oración.

 

Evangelio: Marcos 6,53-56

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos,

53 terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret y atracaron.

54 Al desembarcar, lo reconocieron en seguida.

55 Se pusieron a recorrer toda aquella comarca y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían decir que se encontraba Jesús.

56 Cuando llegaba a una aldea, pueblo o caserío, colocaban en la plaza a los enfermos y le pedían que les dejase tocar siquiera la orla de su manto, y todos los que lo tocaban quedaban curados.

 

**• Jesús realizó muchas curaciones, mediante la palabra y también mediante gestos, tanto en días laborables como también y sobre todo en sábado. Estas curaciones son pequeños signos de re-creación, de restitución del hombre no tanto a su salud originaria, que tal vez no haya existido nunca, como a la integridad final a la que está destinado en el sabio designio creador de Dios.

En el compendio evangélico de hoy se habla de una «travesía» del lago de Galilea que, en realidad, no tuvo lugar. En efecto, Jesús y los discípulos se encuentran en Genesaret, en la misma orilla occidental desde la que habían partido. La intención de Jesús, al partir con los discípulos, era irse a un lugar aparte para descansar un poco {cf. Me 6,31). El proyecto no pudo llevarse a cabo, porque la gente le asediaba constantemente, llevándole a los enfermos «adonde oían decir que se encontraba Jesús». Éste no consigue tomar un poco de descanso, pero en compensación se lo da a manos llenas a la muchedumbre de menesterosos que recurre a él.

Así pues, Jesús actúa, no consigue descansar. Sin embargo, el elemento más importante de este breve compendio de curaciones es que Jesús permanece completamente inactivo. Cura, sí, pero sin hacer nada, sin decir ni una palabra, sin aludir al mínimo gesto. Diríase que cura con su descanso, con la más perfecta inactividad, como si fuera su descanso el que cura, como si la paz que irradia de él sanara los tormentos de los hombres. En efecto, Jesús no hace otra cosa que «dejarse tocar», dejarse alcanzar, contactar. Son los otros quienes tienen que ingeniárselas para tocarle «siquiera la orla de su manto». Este manto es el tallit que se usaba para la oración y que, según la Tora (Nm 15,38), debía estar provisto de mechones de lana azul en las cuatro puntas. Jesús es un hombre en oración, un hombre «hecho oración», y es este cuerpo  suyo en oración el que sana, el que cura, el que lleva a su consumación la creación.

 

MEDITATIO

Dios crea el mundo a través de su palabra. O, más exactamente, según el esquema de un mandato y de su ejecución: «Dios dijo: "Sea". Y así fue». Viene, a continuación, una valoración que aparece las siete veces (aunque no precisamente al final de cada día): «Y vio Dios que era bueno».

Esta valoración divina de las cosas creadas tiene una gran importancia. Dios aprecia las cosas que hace, las encuentra bellas, bien hechas, se complace en ellas. Pero no sólo esto: el estribillo que expresa la belleza de cada criatura es el mismo estribillo que acompaña a la oración de Israel, que se repite con mayor frecuencia en el libro de los Salmos: «Alabad al Señor, porque es bueno» (en hebreo se emplea exactamente las mismas palabras).

Así, la primera página de la Escritura presenta un desarrollo litúrgico, constituye una especie de doxología inaugural de toda la Biblia. La bondad de las criaturas corresponde a la bondad del Creador. Reconocer la bondad de las criaturas significa alabar a su Creador. Pero también es verdad la inversa; a saber, que la alabanza del Creador, la oración, es la condición para descubrir la bondad de la creación y, eventualmente, restituirla. ¡Qué significativo es todo esto para nosotros!

De hecho, nos mostramos muchas veces incapaces de captar la belleza-bondad de lo que existe, prisioneros de la mirada económica que plantea de inmediato esta pregunta: «¿Para qué me sirve?», «¿cuánto me renta?» El contacto con Dios, que ha venido entre nosotros, con Jesús, nos abre a cada uno el espacio de la curación que permite ver la verdad de lo creado y, en él, nuestra propia verdad.

 

ORATIO

El mundo que tú has hecho, Señor, es un santuario para celebrar tu alabanza.

Has separado la tierra de las aguas, la has hecho fecunda en frutos para nosotros y de hierba para todos los seres vivos.

El sol y la luna, las estrellas luminosas, son lámparas encendidas, día y noche, que marcan los ritmos de nuestra plegaria.

Al alba y a la puesta del sol queremos alabarte, en el trabajo y en el descanso queremos recordarte, en la sonrisa y en el llanto queremos darte gracias.

El mundo que tú has hecho, Señor, es un santuario de tu belleza.

 

CONTEMPLATIO

Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor, tuyas son la alabanza, la gloria y el honor; tan sólo tú eres digno de toda bendición, y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.

Loado seas por toda criatura, mi Señor, y en especial loado por el hermano sol, que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor, y lleva por los cielos noticia de su autor.

Y por la hermana luna, de blanca luz menor, y las estrellas claras, que tu poder creó, tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son, y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!

Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor! Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol, y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor! Y por la hermana tierra, que es toda bendición, la hermana madre tierra, que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores de color, y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor! (Francisco de Asís, Cántico de las criaturas. Versión tomada de La liturgia de las horas, Vol. IV, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1998, pp. 1246-1247).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendice al Señor, alma mía, no te olvides de sus beneficios» (Sal 103,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En esta puesta de sol invernal, mientras se encienden las primeras luces claras, en una ¡ornada de sol y de viento que ha limpiado la atmósfera, tengo una hoja en la mano. La he cogido de un sempervirente, que conserva cuanto los troncos secos, los matorrales y las matas áridas ya no tienen. Tengo una hoja en la mano, viva y verde, mientras camino en el frío de la calle excavada, sin nadie. Tengo una hoja en la mano donde se encuentra la historia de la creación, el cuento de las gotas de escarcha, la aventura de las mariposas, la memoria de las espléndidas telas de araña. Si la tierra que me rodea enciende sus luces breves, esclarecedoras y centralizadoras de mil cosas diferentes (el bien y el mal, el tormento y la alegría, la desesperación y la esperanza, lo vano y lo no transitorio), mi hoja narra, intacta, la luz de los orígenes y la unidad de las cosas que Dios fue creando: «Y eran muy bellas», como dice la Biblia.

Y con el agua que todavía mantiene me hace pensar en los océanos y en los ríos; con su composición química me conecta con las estrellas, con las montañas, con la arena del mar. Tengo una hoja en la mano y veo las cosas grandes del cosmos. La miro, bajo la luz que todavía queda, en sus nervaduras múltiples y perfectas, en sus canales portadores de la savia vital y leo la pequeña y preciosa historia de las cosas humildes y de la humilde existencia de mis semejantes, que enriquecen la vida de la tierra. Tengo una hoja en la mano y me parece que tengo un libro sin fin y un cetro de felicidad, porque sobre su terciopelo se manifiesta la «gloria» de Dios.

Y en esta puesta de sol lúcida y fría no sigo la explosión del firmamento, que, de nuevo, se prepara para revelarse, ni del ancho horizonte, que recoge en el silencio montes, colinas y llanuras. Cultivo, en cambio, la implosión de mi ver contemplativo en la breve forma que tengo en mi mano, donde es posible intuir el universo y lo pequeño en el contorno familiar de su terciopelo verde. Tengo una hoja en la mano y, en el exterior de cada hoja, conozco la aguda certeza de un salmo omnicomprensivo de alabanza, mientras cae la noche, sobre la calle excavada y desierta, abrumada el alma con todas las presencias. Con la única e irrepetible presencia de Dios (G. Agresti, Le fragole sull'asfalto, Milán 1987, pp. 51 ss).

 

Día 12

Martes 5ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 1,20-2,4a

1.20 Y dijo Dios: -Rebosen las aguas de seres vivos y que las aves aleteen sobre la tierra a lo ancho de la bóveda celeste.

21 Y creó Dios por especies los cetáceos y todos los seres vivientes que se deslizan y pululan en las aguas; y creó también las aves por especies. Vio Dios que era bueno.

22 Y los bendijo diciendo: -Creced, multiplicaos y llenad las aguas del mar; y que también las aves se multipliquen en la tierra.

23 Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.

24 Y dijo Dios: -Produzca la tierra seres vivientes por especies: ganados, reptiles y bestias salvajes por especies. Y así fue.

25 Hizo Dios las bestias salvajes, los ganados y los reptiles del campo según sus especies. Y vio Dios que era bueno.

26 Entonces dijo Dios: -Hagamos a los hombres a nuestra imagen, según nuestra semejanza, para que dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra.

27 Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó.

28 Y los bendijo Dios diciéndoles: -Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.

29 Y añadió: -Os entrego todas las plantas que existen sobre la tierra y tienen semilla para sembrar; y todos los árboles que producen fruto con semilla dentro os servirán de alimento;

30 y a todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los seres vivos que se mueven por la tierra les doy como alimento toda clase de hierba verde. Y así fue.

31 Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.

2.1 Así quedaron concluidos el cielo y la tierra con todo su ornato.

2.2 Cuando llegó el día séptimo Dios, había terminado su obra, y descansó el día séptimo de todo lo que había hecho.

2.3 Bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque en él había descansado de toda su obra creadora.

2.4 Ésta es la historia de la creación del cielo y de la tierra.

 

**• El hombre varón y hembra, el hombre-mujer, ha sido creado «a imagen de Dios». Pero ¿quién es ese hombre hecho «a imagen», según la cultura del tiempo en el que fue escrito el texto bíblico? No es cualquiera, sino un hombre que está por encima de cualquier otro, es decir, el rey. Un breve texto babilónico (Gn 1 fue escrito precisamente en Babilonia) es bastante elocuente: «La sombra de Dios es el hombre / y los hombres son la sombra del Hombre; / el Hombre es el Rey, igual a la imagen de la divinidad». Es cierto que el autor de Gn 1 ha democratizado esta idea real, extendiendo a todo hombre-mujer la prerrogativa real de ser la imagen de Dios. En efecto, el mandato de someter la tierra y dominar sobre todos los seres vivos fue dado a todos los hombres indistintamente. Ahora bien, volvemos a preguntarnos: ¿quién es el hombre que realiza plenamente esta misión real en el interior de lo creado? ¿Acaso podemos responder que la realizamos todos, sin importar en qué condiciones?

Los Padres, sobre todo los orientales, intentaron resolver este problema introduciendo una distinción entre la «imagen» y la «semejanza». A buen seguro, todos los hombres llevan en sí mismos la imagen divina, sea cual sea su condición histórica y su opción de vida. Ésta es indeleble en el hombre. Con todo, para reinar verdaderamente, tiene que conseguir asimismo una cierta semejanza con el verdadero rey del mundo, que es el Hijo, perfecta «imagen del Dios invisible» (Col 1,15): tiene que hacer suyas sus opciones, entrar en sus pensamientos.

Esta perspectiva patrística, desde el territorio interior bíblico, corresponde a la afirmación paulina: «Y así como llevamos la imagen del [hombre] terrestre, llevaremos también la imagen del celestial [el Cristo resucitado]» (1 Cor 15,49).

 

Evangelio: Marcos 7,1-13

En aquel tiempo,

1 los fariseos y algunos maestros de la Ley procedentes de Jerusalén se acercaron a Jesús

2 y observaron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavárselas

3 -es de saber que los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente, aferrándose a la tradición de sus antepasados;

4 y al volver de la plaza, si no se lavan, no comen; y observan por tradición otras muchas costumbres, como la purificación de vasos, jarros y bandejas-.

5 Así que los fariseos y los maestros de la Ley le preguntaron: -¿Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?

6 Jesús les contestó: -Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos.

8 Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferráis a la tradición de los hombres.

9 Y añadió: -¡Qué bien anuláis el mandamiento de Dios para conservar vuestra tradición!

10 Pues Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre será reo de muerte.

11 Vosotros, en cambio, afirmáis que si uno dice a su padre o a su madre: «Declaro corbán, es decir, ofrenda sagrada, los bienes con los que te podía ayudar»,

12 ya le permitís que deje de socorrer a su padre o a su madre,

13 anulando así el mandamiento de Dios con esa tradición vuestra que os habéis transmitido. Y hacéis otras muchas cosas semejantes a ésta.

 

*»• La disputa entre Jesús y los fariseos sobre el lavarse las manos antes de comer (estrechamente conectada con la siguiente, sobre la pureza de los alimentos) está situada en el centro de una sección del evangelio de Marcos que lleva como título «Sección de los panes » y que va desde 6,6b hasta 8,30. Está claro que el tema principal de esta sección es el del alimento, el del pan. Más exactamente, como vamos a ver, se trata del problema de la comunión de mesa entre hebreos y gentiles. Y es que los judíos siguen unas prescripciones tan minuciosas en el comer que tienen prohibido, de hecho, su participación en una mesa que no sea rigurosamente «pura» (kasher) desde el punto de vista alimentario.

Los problemas verdaderamente grandes son siempre muy concretos, nunca especulaciones abstractas. Para la Iglesia primitiva, compuesta de judíos y gentiles, el poder sentarse juntos a la misma mesa era un hecho de suma importancia, que no podía ser obstaculizado por ninguna otra consideración (recuérdese el episodio de Antioquía y la reprensión de Pablo dirigida a Pedro: Gal 2,1 lss). La polémica evangélica sobre el hecho de lavarse las manos se comprende adecuadamente sólo sobre este trasfondo. Que sea preciso lavarse las manos antes de las comidas no está escrito, en efecto, en ninguna parte de la Ley. Se trata de una tradición no escrita, de una «tora oral», como enseñan los fariseos. Ahora bien, eso no significa que Jesús sea contrario a este uso, que cuenta con óptimas razones higiénicas y que también nosotros practicamos normalmente.

Jesús se limita simplemente a afirmar que no se trata de la cosa más importante y establece una jerarquía, una escala de valores: lo primero es el hecho de comer juntos. De modo que el haberse lavado o no las manos no debe convertirse en un impedimento para la comunión de mesa con cuantos no observan esta tradición judía, y que pueden ser los mismos discípulos de Jesús.

 

MEDITATIO

A fin de que Israel correspondiera a la elección divina y realizara plenamente la «semejanza» con Dios, que más tarde será la santidad («Sed santos, como Yo soy santo»: Lv 19,2), Dios le dio su Ley, la Tora. Esta ley consiste, precisamente, en una serie de pequeñas intuiciones sagaces, casi de «estratagemas», destinadas a imitar la santidad de Dios en los más pequeños gestos de la vida cotidiana. Lavarse las manos antes de comer o comer siguiendo ciertas reglas de pureza alimentaria son pequeños «trucos» que le recuerdan a Israel que es el pueblo elegido de Dios, santificado precisamente a través de estos preceptos.

Jesús no ha venido a arramblar con todo esto. Contrariamente a una opinión muy difundida en el ámbito cristiano, Jesús no vino a «liberar» a Israel del yugo de los preceptos, no vino a abrogar la Tora (cf. Mt 5,17). Bien al contrario, la radicalizó aún más, la recondujo a sus intenciones originarias, al dato escrito que precede a toda reelaboración doctrinal posterior. Obrando así, nos recuerda a todos, judíos y cristianos, que la práctica de la Tora (para los primeros) y la obediencia a la Palabra escrita (para los segundos) es una imitatio Dei que restablece en el hombre, hecho a imagen de Dios, la plena semejanza con su Creador.

En ambos casos se ve claro que el honor que el hombre tributa a Dios consiste, esencialmente, en vivir su propia vocación originaria: ser «imagen y semejanza» del Creador. ¿Seremos capaces de recoger este desafío, de realizar una opción y vivir sus consecuencias?

 

ORATIO

Nos has querido a tu imagen, oh Dios, para poder alegrarte con nosotros. Cuando te apareciste a los discípulos en el lago les preguntaste si tenían hambre y les preparaste un banquete.

No mires si están sucias nuestras manos, tú que estás dispuesto a lavarnos también los pies. Todos tienen sitio en tu mesa: justos e injustos, judíos y gentiles.

Nos has querido a tu imagen, oh Dios, para convertirnos en tus comensales.

 

CONTEMPLATIO

Dios hizo al hombre, lo hizo a imagen de Dios. Es preciso que veamos cuál es esta imagen de Dios e investiguemos a semejanza de la imagen de quién fue hecho el hombre. En efecto, no ha dicho: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, sino lo hizo «a imagen de Dios». ¿Cuál es, pues, la otra imagen de Dios, a semejanza de la cual fue hecho el hombre, sino nuestro Salvador? Él es «el primogénito de toda la creación» (Col 1,15); de él se ha escrito que es «esplendor de la luz eterna y figura clara de la sustancia de Dios» (Heb 1,3),también él dice de sí mismo: «Yo estoy en el Padre y el Padre en mí» y «Quien me ha visto a mí ha visto también al Padre» (Jn 14,10.9). En consecuencia, el hombre ha sido hecho a semejanza de la imagen de él, y por eso nuestro Salvador, que es la imagen de Dios, movido de misericordia por el hombre, que había sido hecho a su semejanza, al ver que, tras haber depuesto su imagen, se había revestido de la imagen del Maligno, movido de misericordia, asumiendo la imagen del hombre, vino a él.

Así pues, todos los que acceden a él y se esfuerzan por convertirse en partícipes de la imagen espiritual, mediante su progreso, «se renuevan día a día, según el hombre interior» (2 Cor 4,16), a imagen de aquel que los hizo; de suerte que puedan llegar a ser «conformes al cuerpo de su esplendor» (Flp 3,21), pero cada uno a la medida de sus propias fuerzas. Por consiguiente, miremos siempre a esta imagen de Dios, para poder ser transformados a su semejanza (Orígenes, Otnelie sulla Genesi, Roma 21992, pp. 54ss [edición española: Homilías sobre el Génesis, Ciudad Nueva, Madrid 1999]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te cuides?» (Sal 8,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Al principio se confió a ambos (al hombre y a la mujer) la tarea de conservar su propia semejanza con Dios, dominar sobre la tierra y propagar el género humano. Ser todos de Dios, entregarse a él, a su servicio, por amor, ésa es la vocación no sólo de algunos elegidos, sino de todo cristiano; consagrado o no consagrado, hombre o mujer [...].

Cada uno está llamado a seguir a Cristo. Y cuanto más avance cada uno por esta vía, más semejante se hará a Cristo, puesto que Cristo personifica el ideal de la perfección humana libre de todo defecto y carácter unilateral, rica en rasgos característicos tanto masculinos como femeninos, libre de toda limitación terrena; sus seguidores fieles se ven cada vez más elevados por encima de los confines de la naturaleza. Por eso vemos en algunos hombres santos una bondad y una ternura femenina, un cuidado verdaderamente materno por las almas a ellos confiadas; y en algunas mujeres santas una audacia, una prontitud y una decisión verdaderamente masculinas. Así, el seguimiento de Cristo lleva a desarrollar en plenitud la originaria vocación humana: ser verdadera imagen de Dios; imagen del Señor de lo creado, conservando, protegiendo e incrementando a toda criatura que se encuentra en su propio ámbito, imagen del Padre, engendrando y educando -a través de una paternidad y una maternidad espirituales- hijos para el Reino de Dios.

La elevación por encima de los límites de la naturaleza, que es la obra más excelsa de la gracia, no puede ser alcanzada, ciertamente, por medio de una lucha individual contra la naturaleza o mediante la negación de nuestros propios límites, sino sólo mediante la humilde sujeción al nuevo orden entregado por Dios (E. Stein, La donna, Roma 71987, pp. 81.98ss [edición española: La mujer, Ediciones Palabra, Madrid 1998]).

 

Día 13

Miércoles de ceniza

 

LECTIO

Primera lectura: Joel 2,12-18

Así dice el Señor:

12 Pero ahora, oráculo del Señor, volved a mí de todo corazón, con ayunos, lágrimas y llantos;

13 rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras, volved al Señor vuestro Dios. Él es clemente y misericordioso, lento a la ira, rico en amor y siempre dispuesto a perdonar.

14 ¡Quién sabe si no perdonará una vez más y os bendecirá de nuevo, permitiendo que presentéis ofrendas y libaciones al Señor vuestro Dios!

15 ¡Tocad la trompeta en Sión, promulgad un ayuno, convocad la asamblea,

16 reunid al pueblo, purificad la comunidad, congregad a los ancianos, reunid a los pequeños y a los niños de pecho! Deje el esposo su lecho y la esposa su alcoba.

17 Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, diciendo: "Perdona, Señor, a tu pueblo y no entregues tu heredad al oprobio, a la burla de las naciones. Por qué han de decir los paganos: "¿Dónde está su Dios?".

18 El Señor se apiadó de su tierra y perdonó a su pueblo.

 

*» El mensaje del profeta Joel se pronunció probablemente después del destierro, en el templo de Jerusalén: una plaga de langostas devastó los campos, ocasionando carestía y hambre (1,2-2,10); como consecuencia, cesó el culto sacrificial del templo (1,13-16). El profeta debe leer los signos de los tiempos; por eso anuncia la proximidad del "día del Señor" invitando a todo el pueblo al ayuno, a la oración, a la penitencia (2,12.15-17a).

La palabra clave de este fragmento, repetida tres veces en los primeros versículos, es volver (shüb en hebreo): verbo clásico de la conversión. En el v. 12 manifiesta la invitación al pueblo, indicando las modalidades de esta conversión, es decir, con el corazón y con los ritos litúrgicos, que serán auténticos y agradables a Dios si manifiestan la renovación interior. En el v. 13 la invitación a volver aparece de nuevo y la motivación es: porque el Señor siempre es misericordioso. En el v. 14 el mismo verbo se refiere a Dios abriendo una puerta a la esperanza: "perdonará una vez más".

Un amor sincero a Dios, una fe más sólida, una esperanza que se hace oración coral y penitente, a la que ninguno debe sustraerse: con estas promesas el profeta y los sacerdotes podrán pedir al Señor que se muestre "celoso" con su tierra, compasivo con su heredad (vv. 17s).

 

Segunda lectura: 2 Corintios 5,20-6,2

Hermanos,

5,20 somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios. - A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado para que, por medio de él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios.

6  Ya que somos sus colaboradores, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios.

2 Porque Dios mismo dice: En el tiempo favorable te escuché; en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación.

 

**• Pablo, como un embajador en nombre de Cristo, es portador de un mensaje de exhortación de parte de Dios (v. 20). Lo esencial del anuncio se centra en una palabra: reconciliación. Dicha palabra manifiesta la voluntad salvífica del Padre, la obra redentora del Hijo y el poder del Espíritu que mantiene la diakonía (servicio) de los apóstoles (vv. 18-20). El culmen del fragmento es el v. 21, en el que se proclama el juicio de Dios sobre el pecado y su inconmensurable amor por los pecadores, por los que no perdonó a su propio Hijo (cf. Rom 5,8; 8,32). Cristo ha asumido como propio el pecado del mundo, expiándolo en su propia carne para que nosotros pudiésemos apropiarnos de su justicia-santidad. El apóstol utiliza un lenguaje radical. La asunción del pecado por parte de Jesús para darnos su justicia no es para que el hombre pueda tener algo de lo que carecía, sino para convertirse en algo que no podría ser por naturaleza: el Inocente se ha hecho pecado, maldición (cf. Gal 3,13), para que nosotros lleguemos a ser justicia de Dios. Esta extraordinaria gracia de Dios, concedida al mundo (v. 19) mediante la kénosis de Cristo, no debe acogerse en vano. El anuncio apasionado de sus ministros os hace presente aquí, para nosotros, el tiempo favorable: dejémonos reconciliar (katallássein) con Dios.

Este verbo indica una transformación de la relación del hombre con Dios y, consiguientemente, de los hombres entre sí. Por iniciativa de Dios se brinda a la libertad de cada uno la posibilidad de llegar a ser criaturas nuevas en Cristo (5,18), a condición de rendirse a su amor, que nos impulsa a vivir no ya para nosotros mismos, sino para aquel que ha muerto y resucitado por nosotros (vv. 14s).

 

Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

1 Cuidad de no practicar vuestra "justicia" para que os vean los hombres, porque entonces vuestro Padre celestial no os recompensará.

2 Por eso, cuando des limosna, no vayas pregonándolo, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alaben los hombres. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

3 Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.

4 Así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

5 Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

6 Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

16 Cuando ayunéis, no andéis cariacontecidos como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que la gente vea que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su recompensa.

17 Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,

18 de modo que nadie note tu ayuno, excepto tu Padre, que ve en lo escondido. Y tu Padre, que ve hasta lo más escondido, te premiará.

 

*• "Cuidad de no practicar vuestra 'justicia'..." (así, literalmente, en el v. 1): Jesús pide a sus discípulos una justicia superior a la de los escribas y fariseos (cf. Mt 5,20) aun cuando las prácticas exteriores sean las mismas; reclama la vigilancia sobre las intenciones que nos mueven a actuar. Tras el enunciado introductorio siguen las tres típicas "obras buenas", en las que se indica, en concreto, en qué consiste la justicia nueva: la limosna (6,2-4), la oración (6,5-15) y el ayuno (6,16-18).

Dos elementos se repiten como un estribillo a lo largo de toda la perícopa: "recompensa" (o más literalmente salario: vv. 2.5.16) y "tu Padre que ve en lo escondido" (vv. 16.18). Nos enseñan que la piedad es una gran ganancia (cf. 1 Tim 6,6) si no se fija en el aplauso de los hombres ni busca satisfacer la vanidad, sino que busca la complacencia del Padre en una relación íntima y personal y si el salario esperado no es de este mundo ni del tiempo presente, sino para la comunión eterna con Dios, que será nuestra recompensa. De lo contrario, al practicar la justicia nos haríamos hypokritoí, que significa "comediantes" y, también, en el uso judaico del término "impíos" .

 

MEDITATIO

La liturgia de la Palabra de hoy nos lleva de la mano por el camino de la verdadera alegría, viniendo a buscarnos en los callejones sin salida donde nos metemos y donde no podemos avanzar. Penitencia y arrepentimiento no son sinónimos de abatimiento, tristeza o frustración; por el contrario, constituyen una modalidad de apertura a la luz que puede disipar las oscuridades interiores, hacernos conscientes de nosotros mismos en la verdad y hacernos gustar la experiencia de la misericordia de Dios. Él siempre ve y conoce nuestras mezquindades y suciedades interiores y, sin embargo, ¡qué diferente es su juicio del nuestro!

"En tu luz veremos la luz" (Sal 35,10b): admirados notamos que desde el momento en que nos ponemos en camino, él nos envuelve con un amor más grande, nos despoja de nuestro mal y nos reviste de una inocencia nueva. El Señor había asignado al profeta la misión de convocar al pueblo para suscitar nueva esperanza a través de un camino penitencial; a los apóstoles les confía el ministerio de la reconciliación; a la Iglesia hoy, le encarga proclamar que ¡ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación! Volvamos al camino del Señor con todo su pueblo, dejémonos reconciliar con Dios permitiendo a Cristo que asuma nuestro pecado: sólo él puede conocerlo y expiarlo plenamente. Renovados por el amor aprenderemos a vivir bajo la mirada del Padre, contentos de poder cumplir humildemente lo que le agrada y ayuda a nuestros hermanos. Su presencia en el secreto de nuestro corazón será la verdadera alegría, la única recompensa esperada y ya desde ahora pregustada.

 

ORATIO

Padre mío, tú que ves en lo escondido, sabes cómo rehuyo de lo escondido del corazón y cómo busco la admiración de los hombres, pobre recompensa al orgullo de mi "yo" que recita su papel en la comedia de la piedad humana.

Muy distinto, mucho más desconcertante, es el misterio de tu piedad, pero cómo lo ignoro todavía, vagando lejos... Hazme volver, te suplico, a la hondura de mi ser donde tú moras: en la luz nueva del arrepentimiento exultaré de gozo en tu presencia.

Padre nuestro, que estás en los cielos, tú conoces el mal del mundo y cómo yo lo aumento cada día. Ayúdame hoy a acoger el día de salvación; concédeme ahora el mirar a tu Hijo, tratado como pecador por nosotros, crucificado por nosotros, por mí. Reconciliado por el Amor infinito, viviré en el humilde amor que no busca otra recompensa fuera de ti.

 

CONTEMPLATIO

Conviértete y vuelve al temor de tu Dios: ayuna, ora, llora, invoca con insistencia [...]. Vuelve, alma, al Señor con la penitencia que te acerca a él, que es bueno [...].

Busca el amor de los pobres, porque para Dios es mejor que ofrecerle un sacrificio; aleja la molicie de tu cuerpo y, por el contrario, da satisfacción al alma; purifica tus manchas para conocer la dulzura del Señor, y su luz descenderá sobre ti y te librarás de las tentaciones del enemigo, porque el Señor ha prometido acoger a los que recurren a él concediéndoles su misericordia.

Presta mucha atención: abandona las reuniones mundanas, el comer y beber en demasía, para no perder lo que el Señor ha prometido a los buenos y justos. Así, alma, construirás tu habitación con obras buenas, y tu lámpara lucirá en los cielos con el aceite de su misericordia. Acércate a su perdón y misericordia, y él hará resplandecer sobre ti su Espíritu. Lava con lágrimas tus pecados y descenderá sobre ti la bondad (Giovanni Mosco, Sentenze dei padri, "Paterikon" 196, en Corpus Scriptorum Christianorum Orientalium, Lovaina).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Venid, volvamos al Señor" (Os 6,1a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Arrepentimiento no equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia adelante esperanzado. Ni es mirar hacia abajo a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello que no hemos logrado ser, sino a lo que con la gracia divina podemos llegar a ser [...].

El arrepentimiento, o cambio de mentalidad, lleva a la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar presentes donde estamos, en este punto específico del espacio, en este particular momento de tiempo. Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferencia entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio corazón, cerrando la puerta a las tentaciones o provocaciones del enemigo. Un aspecto esencial de la guarda del corazón es la lucha contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel del alma, las pasiones se purifican con la oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura cotidiana de la Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos de servicio amoroso a los demás. A nivel corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la abstinencia.

La purificación de las pasiones lleva a su fin, por gracia de Dios, a la "ausencia de pasiones", un estado positivo de libertad espiritual en el que no cedemos a las tentaciones, en el que se pasa de una inmadurez de miedo y sospecha a una madurez de inocencia y confianza. Ausencia de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos incontrolados y que así llegamos a ser capaces de un verdadero amor (K. Ware, Diré Dio ogg'i. Il cammino del cristiano, Magnano 1998, 182-185 passim).

 

Día 14

Santos Cirilo y Metodio (14 de febrero)

 

       Los santos Cirilo y Metodio eran de formación bizantina. Ambos nacieron en Salónica (Cirilo, en el año 827 o en el 828; Metodio, entre los años 812 y 820) y se convirtieron en los apóstoles de los pueblos eslavos. Fueron enviados por el emperador de Constantinopla Miguel III a Moravia. Allí llevaron a cabo un maravilloso trabajo apostólico, emprendiendo las traducciones de las Escrituras y de los libros litúrgicos a la lengua paleoeslava y formando discípulos. Llamados a Roma para justificarse por esta novedad, fueron recibidos con honor por el papa Adriano II, que aprobó su método misionero.

       Sin embargo, Cirilo, enfermo, falleció allí mismo el 14 de febrero del año 869 y fue sepultado en la iglesia de San Clemente. Metodio, ordenado arzobispo en Roma, volvió a Moravia, y allí murió el 6 de abril del año 885. Sus discípulos, expulsados de este país, se refugiaron en Bulgaria. Desde allí pasaron la liturgia y la literatura eslava al reino de Kiev, a Rusia y a todos Tos países eslavos de rito bizantino.

LECTIO

Primera lectura: Hechos 13, 46-49

46 Entonces dijeron con valentía Pablo y Bernabé: «Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles.

47 Pues así nos lo ordenó el Señor: " Te he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra.» "

48 Al oír esto los gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban destinados a una vida eterna.

49 Y la Palabra del Señor se difundía por toda la región.

 

     *> Casi toda la ciudad de Antioquía se reunió para oír la Palabra de Dios (el Evangelio). Al ver la muchedumbre se llenaron de celos los judíos y comenzaron a hablar contra lo que Pablo decía. Hasta blasfemaron (no de Dios, sino de Pablo). Es decir: usaron un lenguaje abusivo contra él. Esto quiere decir que estaban temerosos de perder su influencia sobre aquellos gentiles que habían estado buscando sus enseñanzas. También podría significar que tenían un celo por el judaísmo en el que no había lugar de bendición para los gentiles que no se hicieran judíos primero.

    La reacción de Pablo y Bernabé fue hablar valiente y libremente, diciendo que era necesario (esto es, necesario para cumplir con el plan de Dios) que la Palabra de Dios les fuera hablada primero a "vosotros, judíos". Pero, ya que los judíos la habían desechado con burla (rechazado) y por tanto, se habían juzgado a ellos mismos indignos de vida eterna (con su conducta), "he aquí" que los dos apóstoles se volvían (en aquel momento) a los gentiles. ("He aquí" señala que esta vuelta hacia los gentiles era algo inesperado y sorprendente para los judíos.)

      La vuelta hacia los gentiles no era en realidad una idea original de los apóstoles. Era más bien un gesto obediente a la Palabra profética dada en Isaías 49:6; con respecto al Mesías, el siervo de Dios. (Vea también Isaías 42:6; Lucas 2:30-32. Cristo y su Cuerpo, la Iglesia, los creyentes, participan en la obra de llevar la luz del Evangelio al mundo.)

    Al oír esto, los gentiles se regocijaron y glorificaron la Palabra del Señor. "Y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna." Esto podría sonar como si la Biblia estuviera enseñando una predestinación arbitraria en este momento. No obstante, no se dice que fuera Dios quien los "ordenara". La palabra "ordenados" puede significar aquí "decididos". Esto es, aquellos gentiles aceptaron la verdad de vida eterna por medio de Jesús, y no permitieron que la contradicción de los judíos los apartara de ella. La consecuencia fue que la Palabra del Señor se difundió por toda aquella provincia.

 

Evangelio: Lucas 10,1-9

En aquel tiempo,

1 el Señor designó a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar.

2 Y les dio estas instrucciones: -La mies es abundante, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

3 ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos.

4 No llevéis bolsa, ni alforjas ni sandalias, ni saludéis a nadie por el camino. 5 Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa.

6 Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros.

7 Quedaos en esa casa y comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa.

8 Si al entrar en un pueblo os reciben bien, comed lo que os pongan.

9 Curad a los enfermos que haya en él y decidles: Está llegando a vosotros el Reino de Dios.

 

**• El fragmento del evangelista Lucas comienza con Jesús enviando a los discípulos como el Padre le envió a él. Esta misión pone tal vez más de relieve, en todo caso más que la de los Doce, la universalidad de la evangelización.

Su destinatario no es sólo el pueblo israelita, sino todas las naciones del mundo, puesto que toda la humanidad es esa mies madura para recibir la salvación.

Por otra parte, en la vocación de estos primeros misioneros están representados todos los cristianos que, a lo largo de toda la historia de la Iglesia, han sido y son enviados por Cristo a ejercer el apostolado. El estilo debe ser el itinerante, basado en la pobreza y en la gratuidad.

El contenido esencial del anuncio es el Reino de Dios y su paz. La oración es la actitud del discípulo que reconoce la gratuidad y la iniciativa divinas. La perspectiva que se abre ante los misioneros no es demasiado alegre y reconfortante. No pueden contar con la fuerza, ni con el poder, ni con la violencia. Es la pobreza la que se convierte en fundamento y signo de su libertad y de su plena entrega a la única tarea.

El misionero está expuesto por completo, incluso por lo que se refiere a su sustento, a los riesgos de la misión: acogida o rechazo, éxito o fracaso; pero nada puede detener o impedir la prosecución de su mandato. Nuestro misión, hoy como ayer, es ser mensajeros de la paz y de la bendición de Cristo.

MEDITATIO

       San Cirilo eligió desde joven como esposa mística a la sabiduría divina, que se le apareció en sueños, y, como Salomón, la consideró más preciosa que los otros dones.

       Meditemos, pues, iluminados por las lecturas bíblicas y por el ejemplo vivo de estos santos, sobre quién puede ser considerado verdaderamente «sabio». Acostumbramos a llamar «docto» a quien conoce muchas cosas, consideramos «inteligente» al hombre que comprende lo que son las cosas; el sabio, sin embargo, es el que comprende el significado que las cosas y los acontecimientos deben tener para su vida.

       Ahora bien, las cosas y los acontecimientos pueden tener diferentes significados en la vida. Un comerciante adivina cuánto dinero puede ganar con ellas. Quien tiene como fin supremo su carrera busca cómo explotarlas para alcanzar el éxito en el trabajo. El sabio, por su parte, sabe aprovecharlo todo para ganar la amistad de Dios. «El comienzo de la sabiduría es el temor de Dios» (Sal 110,10).

       Todos observamos el mundo que nos rodea. Para un curioso, esto es ocasión de distracción, porque ve muchas cosas diferentes. El hombre de ciencia está obligado a elegir en su «campo visual» lo que tiene que ver con su especialización. El sabio consigue ver todo como la única imagen de la sabiduría de Dios, como un grandioso mosaico en el que cada piedrecita es preciosa, y, por consiguiente, todo lo que ve y aprende adquiere un valor inmenso y se vuelve fuente de alegría.

 

ORATIO

       Haz que resplandezca en nuestros corazones, oh Señor, que amas a los hombres, la luz incorruptible de tu sabiduría: te lo pedimos en nombre de los santos hermanos Cirilo y Metodio. Abre los ojos de nuestra mente para que podamos entender tus preceptos evangélicos.

       A fin de que, aplastados los deseos carnales, podamos llevar una vida espiritual, pensando y realizando todo lo que es de tu agrado, e invoquemos la fuerza de tu Espíritu de la sabiduría.

 

CONTEMPLATIO

       San Cirilo escogió como patrono especial de su vida a san Gregorio Nacianceno, llamado «el Teólogo», quien abandonó sus cargos en el mundo para dedicarse a escribir sermones y poesías, a fin de que Cristo, a través de él, pudiera «hablar en griego».Por eso recibió el sobrenombre de «Boca de Cristo». San Cirilo, que le imitó, decidió ofrecer al Salvador su conocimiento de las lenguas, a fin de que Dios, por medio de él, hablara en el idioma de los pueblos eslavos. Ambos santos se daban cuenta de que la capacidad de hablar constituye un gran privilegio humano. El hombre, que expresa su pensamiento con las palabras, es imagen de Dios Padre, el cual -precisamente por la Palabra, que es su Hijo- crea y gobierna el universo.

       En consecuencia, constituyen una gran responsabilidad para nosotros las palabras que salen de nuestra boca. Con ellas podemos hacer un enorme bien, pero, desgraciadamente, en ocasiones causan también mal.

       Crean las amistades o las destruyen. Con la palabra somos capaces de dirigirnos en la oración a Dios, el cual nos escucha y a menudo se digna acceder a lo que le pedimos. Por otra parte, también Dios se dirige a nosotros por medio de su Palabra, contenida en la Sagrada Escritura y en la predicación de la Iglesia. Escuchemos, pues, a Dios y Dios nos escuchará a nosotros.

 

ACTIO

       Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra de la Escritura: «Dame la sabiduría que comparte tu trono» (Sab 9,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

       Cuando el niño [Cirilo] tenía siete años, tuvo un sueño, que le contó a su padre y a su madre de este modo: «El alcalde de la ciudad, después de haber convocado a todas las muchachas de la ciudad, me dijo: "Elige entre ellas a la que quieres como esposa y como ayuda que te convenga" (Gn 2,18). Entonces, tras mirarlas bien a todas, ví una que era más bella que las demás: tenía un rostro luminoso y estaba toda ella adornada de collares de oro y de gemas, y revestida de toda belleza; se llamaba Sofía, es decir, Sabiduría. La elegí a ella».

       Tras oír estas palabras, dijeron los generosos padres: «Dice la Sagrada Escritura: "Di a la sabiduría: 'Tú eres mi hermana'" (Prov 7,4), y si la llevas ¡unto a ti, para tenerla como esposa, por medio de ella serás liberado de muchos males».

       Le enviaron a la escuela y progresaba más que todos sus condiscípulos. Pero muy pronto tuvo el muchacho otra experiencia. Un buen día, según la costumbre de los hijos ricos de divertirse saliendo de caza, se fue con ellos al campo, llevando un halcón con él. Ya le había hecho emprender el vuelo cuando un viento levantado por la Providencia divina hizo que el halcón se perdiera por completo. Al muchacho le entró tal disgusto y tal tristeza que, durante dos días, no tocó alimento alguno. Pero después se arrepintió, diciendo: «¿Acaso no es esta vida de tal género que a la alegría le sucede la tristeza? Desde hoy en adelante, tomaré un camino mejor que éste». Se aplicó al estudio de las letras y aprendió de memoria los escritos de san Gregorio, el Teólogo.

       Y escribió sobre él la siguiente poesía: «Oh Gregorio, hombre en el cuerpo, te has mostrado ángel, porque tu boca glorifica a Dios como uno de los serafines e ilumina el mundo entero al explicar la fe. Acógeme también a mí, que a ti me acerco con amor y fe, y sé para mí maestro y fuente de luz» (de la Vida eslava de Constantino Cirilo).

 

Día 15

Viernes después de ceniza

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 58,1-9a

Así dice el Señor:

1 Grita a pleno pulmón, no te contengas, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus rebeldías, a la casa de Jacob sus pecados.

2 Me buscan a diario, desean conocer mi voluntad, como si fueran un pueblo que se comporta rectamente, que no quisiera apartarse de lo que Dios estima justo. Me piden sentencias justas, desean estar cerca de Dios.

3 Y, sin embargo, dicen: "¿Para qué ayunar, si tú no te das cuenta? ¿Para qué mortificarnos, si tú no te enteras?". En realidad utilizáis el día de ayuno para hacer lo que os viene en gana y explotar a vuestros obreros.

4 Ayunáis entre disputas y riñas golpeando criminalmente con el puño. No ayunéis de esa manera si queréis que vuestra voz se escuche en el cielo.

5 ¿Es acaso ése el ayuno que yo quiero cuando alguien decide mortificarse? Inclináis la cabeza como un junco y os acostáis sobre saco y ceniza. ¿A eso lo llamáis ayuno, día grato al Señor?

6 El ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las tiranías,

7 que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo, que proporciones vestido al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes.

8 Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán en seguida, tu recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor.

9 Entonces clamarás y te responderá el Señor, pedirás auxilio y te dirá: "Aquí estoy". Porque yo, el Señor, tu dios, soy misericordioso.

 

**• La presente predicación de Isaías pertenece, con toda probabilidad, a los primeros años de la vuelta de Israel del destierro y se desarrolla en tres movimientos: intervención del profeta para que el pueblo sea consciente de la falsa autenticidad en que vive (vv. l-3a); proclamación del verdadero ayuno (vv. 3b-7); consecuencias positivas para el que une ayuno con la práctica de la justicia (vv. 8-12).

El pueblo, vuelto a la patria, estaba lleno de entusiasmo y esperanza, pero la situación es deprimente. Las dificultades superan toda previsión. Y YHWH parece sordo e indiferente ante las plegarias y el culto de su pueblo. El profeta condena en realidad un ayuno falso, que esconde graves situaciones sociales. Ante Dios, es estéril un culto exterior sin solidaridad con los pobres y sin justicia. Las auténticas manifestaciones exteriores de la conversión se resumen en la caridad con el necesitado y en la misericordia con el oprimido, que conducen al cambio de corazón.

En el texto de Isaías, nos parece leer las palabras de Jesús en Mt 25,31-46: "Tuve hambre y me disteis de comer...". Afirmar que el ayuno y el verdadero culto están en la práctica de la caridad no significa negar la práctica del ayuno. Significa recordar que el ayuno y el culto tienen que tener como objetivo la caridad. Es decir, el ayuno debe ser una renuncia que se hace amor a Dios y al prójimo, y el verdadero culto es relación con Dios sin individualismos y falsedad.

 

Evangelio: Mateo 9,14-15

En aquel tiempo

14 se le acercaron entonces los discípulos de Juan y le preguntaron: - ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?

15 Jesús les contestó: -¿Es que pueden estar tristes los amigos del novio mientras él está con ellos? Llegará un día en que les quitarán al novio; entonces ayunarán.

 

**• Los discípulos de Juan acusan a los de Jesús de no ayunar. La respuesta de Cristo es muy significativa: él inaugura el tiempo mesiánico, el de las bodas, el tiempo escatológico anunciado por los profetas y el tiempo de alegría en el que no se ayuna por la presencia del esposo. Muchos no saben ver en Jesús al Mesías. No saben reconocer que el Reino de Dios es gozo, que es la perla por la que se está dispuesto a venderlo todo con alegría. Siempre hay quien piensa que la renuncia por Dios es un peso y siempre hay quien tiene miedo del rostro gozoso de Dios: como si el Reino fuese únicamente sufrimiento. El ayuno cristiano no se limita a abstenerse de alimentos, sino a desear el encuentro con Jesús que salva con su Palabra.

Para comprender esta breve lectura, es preciso ubicarla en el contexto de los versículos siguientes. Cristo se sirve de dos comparaciones: no se pone un trozo de tela nueva en un vestido viejo y no se echa vino nuevo en odres viejos. Ambas comparaciones aducen otro motivo a favor del comportamiento de los discípulos de Jesús. Ha llegado el Reino de Dios, y los discípulos que lo han comprendido se sienten libres de ayuno y de las prácticas judaicas. Los viejos esquemas ya no son la medida adecuada para juzgar la "nueva justicia". No hay que esperar que la novedad de Cristo se encierre en los límites de las viejas formas: el Reino desgarra el tejido viejo, revienta los viejos odres y renueva los cimientos.

 

MEDITATIO

Parece como si la Iglesia se divirtiera poniéndonos en aprieto: por una parte recomienda el ayuno; por otra, atendiendo a los dos textos que nos presenta hoy, lo redimensiona. Aunque más que redimensionarlo, lo explica, le da el verdadero sentido. Parece bastante oportuno, especialmente hoy, cuando se redescubre el ayuno por motivos dietéticos y estéticos: guardar la línea, vigilar el peso. Añadamos la difusión de las prácticas orientales, en las que el ayuno tiene su importancia, con vistas a descubrir el "yo" profundo. El ayuno no es, pues, extraño a nuestra civilización pluralista y abierta a todas las corrientes. Pero hoy la Iglesia subraya dos dimensiones esenciales del ayuno: su referencia cristológica y su dimensión de solidaridad.

La referencia a Cristo: se ayuna porque Cristo, el Esposo, todavía no está del todo presente en mí, en la sociedad en la que vivo. El Esposo está preparado, pero yo no: su amor no ocupa todo mi ser, su causa no se ha cogido verdaderamente por entero. ¿Ayuno para dejarle sitio en mi vida, para crear un vacío en mí, de suerte que él pueda acaparar toda mi existencia?

La referencia a la solidaridad: mi ayuno debe sensibilizarme con el que pasa hambre y sed, creando en mi el sentido de responsabilidad con los pobres y necesitados.

¿No has notado que hoy día, después del Concilio, la Iglesia ha redimensionado el ayuno exterior y ha movido a que los cristianos asuman "las angustias de los hombres de hoy, sobre todo de los pobres"? (Gaudium et spes 1). ¿Qué lugar ocupa en mi vida el ayuno cristiano?

 

ORATIO

Señor, apiádate de mí, que me preocupo más de la mentalidad corriente que de tu crecimiento en mí. Por la salud, si un médico me prescribe una dieta, aunque sea severa, estoy dispuesto a hacer grandes sacrificios, pero para hacer que crezcas en mí, para sentirte "íntimo" como Esposo muy ansiado, para eso no me entusiasmo mucho, ni me preocupo por sacrificarme en demasía.

Señor, apiádate de mí, porque me preocupo más del aspecto exterior que del interior, estoy más atento para agradar a los hombres que para agradarte a ti: con frecuencia soy materialista. "Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias, Señor". Y hoy me siento humillado y confundido por mi doblez de corazón y mis equívocos.

Acrecienta, Señor, el sentido esponsal de mi vida cristiana, que me aclara tantas cosas de la tradición de la santidad, que de otro modo resultarían inexplicables. Te pido, en este cuaresma, aprender a ayunar de lo que me distrae inútilmente de ti, de todo aquello que me aleja de la contemplación de tu Palabra, de lo que me arrastra a "otros amantes", a otros amores que, poco a poco, pueden llevarme a ser un adúltero e infiel.

 

CONTEMPLATIO

Señor, no me has dejado en tierra ensuciándome en el fango, sino que, con entrañas de misericordia, me has buscado, me has sacado de los bajos fondos [...]. Me has arrancado con fuer/a y me has alejado de allí hecho una lástima, con los ojos, orejas y boca obstruidos de fango. Tú estabas cerca, me lavaste en el agua, me inundaste y me sumergiste reiteradamente; cuando vi destellos de luz que brillaban en torno a mí y los rayos de tu rostro mezclados con las aguas, me llené de asombro, viéndome asperjado por un agua luminosa. Así tú te has dejado ver después de haber purificado totalmente mi inteligencia con la claridad, con la luz de tu Espíritu Santo (Simeón el nuevo teólogo).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Señor, suelta mis cadenas de iniquidad" (Is 58,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Un ayuno proporcionado a tus fuerzas favorecerá tu vigilancia espiritual. No se pueden meditar las cosas de Dios con el estómago lleno, dicen los maestros del espíritu. Cristo nos dio ejemplo con su prolongado ayuno; cuando triunfó sobre el demonio, había ayunado cuarenta días. Cuando el estómago está vacío, el corazón es humilde. El que ayuna ora con un corazón sobrio, mientras que el espíritu del intemperante se disipa en imaginaciones y pensamientos impuros. El ayuno es un modo de expresar nuestro amor y generosidad; se sacrifican los placeres terrenos para lograr los del cielo. Cuando ayunamos sentimos crecer en nosotros el reconocimiento de Dios, que ha dado al hombre el poder de ayunar. Todos los detalles de tu vida, todo lo que te sucede y lo que pasa a tu alrededor, se ilumina con nueva luz. El tiempo que discurre se utiliza de modo nuevo, rico y fecundo. A lo largo de las vigilias, la modorra y la confusión de pensamiento ceden su espacio a una gran lucidez de espíritu; en vez de irritarnos contra lo que nos fastidia, lo aceptamos tranquilamente, con humildad y acción de gracias [...].

La oración, el ayuno y las vigilias son el modo de llamar a la puerta que deseamos que se nos abra. Los santos padres reflexionaron sobre el ayuno considerándolo como una medida de capacidad.

Si se ayuna mucho es porque se ama mucho, y si se ama mucho es porque se ha perdonado mucho. El que mucho ayuna, mucho recibirá. Sin embargo, los santos Padres recomiendan ayunar con medida: no se debe imponer al cuerpo un cansancio excesivo, so pena de que el alma sufra detrimento. Eliminar algunos alimentos sería perjudicial: todo alimento es don de Dios (T. Colliander, // cammino dell'asceta. Iniziazione alia vita spirituale, Brescia 1987, 75s)

 

Día 16

Sábado después de ceniza

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 58,9b-14

Dice el Señor:

9 Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias,

10 si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía.

11 El Señor te guiará siempre, te saciará en el desierto y te fortalecerá.

Serás como un huerto regado, como un manantial inagotable;

12 reconstruirás viejas ruinas, edificarás sobre los antiguos cimientos; te llamarán "reparador de brechas" y "restaurador de viviendas en ruinas".

13 Si observas el descanso del sábado y no haces negocios en mi día santo; si consideras al sábado tu delicia y lo consagras a la gloria del Señor; si lo honras absteniéndote de viajes y evitas hacer negocios y contratos,

14 entonces el Señor será tu delicia. Te encumbraré en medio del país y  disfrutarás de la herencia de tu antepasado, Jacob. Es el Señor quien lo dice.

 

**• El texto de hoy es continuación del que escuchamos ayer: el Señor había pedido al profeta dirigir al pueblo una acusación, una denuncia "sin miramientos" (58,1); ahora el tono es más sereno y exhortativo. Cuatro son los puntos que se pueden resaltar en el texto: en los vv. 9-10a se indican ámbitos de conversión interior de lo que hoy llamaríamos caridad fraterna. Con estas condiciones sigue la promesa de comunión con el Señor y de restauración del país (vv. 10b-12). A continuación reaparece el tema del primer punto, pero el contexto es ahora el de los derechos de Dios, el respeto al sábado (v. 13), y el v. 14 indica la promesa consiguiente.

El Señor pide en primer lugar quitar de en medio lo que divide al pueblo (opresión, falsas acusaciones en los tribunales, difamación), para luego construir la comunión nivelando las diferencias sociales (el v. 10 dice: "Si das al hambriento tu alma/vida y sacias el alma/vida del oprimido"). Con estas condiciones Dios promete la comunión con él y la prosperidad: si sacias "de ti mismo" a tu hermano en dificultad, el Señor te saciará. Y, además, si reconstruyes con justicia la trama social, el Señor te concederá reconstruir viejas ruinas.

La añadidura respecto al sábado (vv. 13s) sigue de nuevo la estructura de los versículos precedentes (si... entonces...): si sabes refrenar la avidez de la eficiencia comprendiendo el sentido del reposo sabático, entonces el Señor te hará gustar su gozo y sus bienes, y te dará esa soberanía que buscas en vano con tus múltiples ocupaciones.

 

Evangelio: Lucas 5,27-32

27 Después de esto, salió Jesús y vio a un publicano, llamado Leví, que estaba sentado en su oficina de impuestos, y le dijo: - Sígueme.

28 Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

29 Leví le obsequió después con un gran banquete en su casa, al que también había invitado a muchos publicanos y a otras personas.

30 Los fariseos y sus maestros de la Ley murmuraban contra los discípulos de Jesús y decían: - ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?

31 Jesús les contestó: - No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.

32 Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan.

 

*» Jesús no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan: el versículo final de esta perícopa resume y constituye el culmen de lo que precede. La llamada de los primeros discípulos, gente ruda y sencilla; la curación del leproso, sin temer la impureza legal; el perdón de los pecados y la curación del paralítico: todo esto va revelando el rostro desconcertante del Maestro. Ahora invita a su seguimiento a un hombre doblemente despreciable por su oficio de recaudador y por ser colaboracionista con el odiado ocupante romano.

Jesús muestra la libertad soberana de sus elecciones, una libertad liberadora porque brota del amor, y por eso tiene poder de elegir del mundo del pecado a cuantos se dejen interpelar. En el brevísimo v. 28 aparecen tres verbos significativos: "dejándolo todo", toda atadura, toda cadena o peso, "se levantó" (Anástás: en griego es el mismo verbo usado para la resurrección de Jesús) "y lo siguió".

La liberación y la resurrección a una nueva vida se orientan a seguir a Jesús, a la misión. Leví no desaprovecha la ocasión del paso de la misericordia en su vida, en su casa, y quiere compartir con los demás la alegría de este encuentro desconcertante, para que se convierta en acontecimiento de gracia para muchos: por eso prepara "un gran banquete", reúne a una multitud (v. 29).

 

MEDITATIO

El hombre pecador es llamado por la Misericordia a la conversión para gustar la comunión con Dios. Enfermo en lo hondo del corazón, languidece buscando en el atolondramiento de los sentidos o de la superactividad el paliativo a la angustia que le devora interiormente, quizás sin saberlo.

Si no me reconozco a mí mismo en ese hombre pecador, herido, no es para mí la fiesta del perdón, la alegría de la curación. Continuaré sentándome en la mesa de la gente "de bien", sin contaminarme con la suciedad moral y material de los otros, sin dejar que me inquiete el Amor que va en busca de quien está llagado interiormente para sanarlo.

Por medio del profeta Isaías, Dios nos ha pedido compartir. En el Evangelio lo vemos encarnado: Jesús mismo ha compartido hasta el extremo, saciando con la propia vida al hambriento de justicia-santidad. La comunión que el Señor nos invita a construir entre nosotros tiene un precio elevado, que él ha pagado totalmente solo: asume todo el dolor del otro, aun el sufrimiento más desolador y que menos se nota, el del pecado. Si reconozco ser yo el pecador sanado de sus heridas, no buscaré más -tanto para mí como para los míos- que el abrazo infinitamente misericordioso de esas manos crucificadas.

 

ORATIO

Padre misericordioso, tú cuidas de todos los pequeños de la tierra y quieres que cada uno sea signo e instrumento de tu bondad con los demás. Tú brindas tu amor a todo hijo herido por el pecado y quieres unirnos a unos con otros con vínculos de fraternidad.

Perdóname, Señor, si he cerrado las manos y el corazón al indigente que vive a mi lado, pobre de bienes o privado del Bien. Todavía no he comprendido que tu Hijo ha venido a sentarse a la mesa de los pecadores; me he creído mejor que los demás. Por esta razón soy yo el pecador Haz que resuene tu voz en mi corazón, llámame ahora y siempre, oh Dios. Abandonando las falsas seguridades, quiero levantarme para seguir a Cristo en una vida nueva. Y será fiesta.

 

CONTEMPLATIO

En su infinita misericordia, el Señor se da a sí mismo y no recuerda nuestros pecados, como no recordó los del ladrón en la cruz. Grande es tu misericordia, Señor.

¿Quién podrá darte gracias como mereces por haber derramado en la tierra tu Espíritu Santo? Grande es tu justicia, Señor. Prometiste a los apóstoles: "No os dejaré huérfanos"' (Jn 14,18).

Ahora nosotros vivimos de esta misericordia y nuestra alma experimenta que el Señor nos ama. Quien no lo experimente, que se arrepienta: el Señor le concederá la gracia que guíe su alma. Pero si ves un pecador y no sientes compasión, la gracia te abandonará. Hemos recibido el mandamiento del amor, y el amor de Cristo se compadece de todos y el Espíritu Santo nos infunde la fuerza de hacer el bien. El Señor perdona los pecados de quien se compadece del hermano. El hombre misericordioso no recuerda el mal recibido: aunque le hayan maltratado y ofendido, su corazón no se turba, porque conoce la misericordia de Dios. Nadie puede apropiarse de la misericordia del Señor: es inviolable porque habita en lo alto de los cielos, con Dios (Silvano del Monte Athos, Non disperare, Magnano 1994, 9l-93passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Sus llagas nos han curado" (Is 53,5c).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La ascesis de los padres del desierto imponía un tiempo de ayuno agotador y privaciones rigurosas: hoy la lucha ataca otro frente. El hombre no necesita un suplemento dolorosísimo; cilicios, cadenas y flagelaciones correrían el riesgo de destrozarlo inútilmente.

La ascesis consistiría más bien en imponerse un reposo, la disciplina de la calma y el silencio, en la que el hombre encuentre su capacidad de concentrarse en la oración y contemplación, aun en medio de la barahúnda del mundo; y sobre todo, recobrar la capacidad de percibir la presencia de los demás, de saber acoger a los amigos siempre. La ascesis se convierte así en atención a la invitación del Evangelio, a las bienaventuranzas: búsqueda de la humildad y la pureza de corazón, para liberar al prójimo y devolverlo a Dios.

En un mundo cansado, asfixiado por las preocupaciones y ritmos de vida cada vez más agobiantes, el esfuerzo se dirigirá a encontrar y vivir "la infancia espiritual", la frescura y la espiritualidad evangélica del "caminito" que nos lleva a sentarnos a la mesa con los pecadores y a compartir el pan ¡untos. La ascesis no tiene nada que ver con el moralismo. Estamos llamados a ser activos, viriles, heroicos, pero estas "virtudes" son dones de los que el Espíritu puede privarnos en cualquier comento; nada es nuestro.

En las alturas de la santidad está la humildad, que consiste en vivir en una actitud constante del alma en presencia de Dios. La humildad nos impide sentirnos "salvados", pero suscita una alegría permanente y desinteresada, sencillamente porque Dios existe. El alma reconoce a Dios confesando su impotencia radical; renunciando a pertenecerse. La ofrenda, el don de sí, es la humildad en acción. El hombre desnudo sigue a Cristo desnudo; permanece vigilante en su espíritu y espera la venida del Señor. Pero su alma lleva el mundo de todos los hombres; al atardecer de su vida, el hombre será juzgado de su amor (P. Evdokimov, La novitá dello Spirito, Milán 1980, Ó4-Ó5.78s, passim).

 

Día 17

Primer domingo de cuaresma AñoC

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 26,4-10

Moisés habló al pueblo y dijo:

4 El sacerdote recibirá la cesta de tus manos y la pondrá delante del altar del Señor tu Dios.

5 Y tú dirás ante el Señor tu Dios: 'Mi padre era un arameo errante. Bajó a Egipto y se estableció allí como emigrante con un puñado de gente; allí se convirtió en una nación grande, fuerte y numerosa.

6 Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud.

7 Entontes clamamos al Señor Dios de nuestros antepasados, y el Señor escuchó nuestra voz y vio nuestra miseria, nuestra angustia y nuestra opresión.

8 El Señor nos sacó de Egipto con mano Inerte y brazo poderoso en medio de gran temor, señales y prodigios;

9 nos condujo a este lugar y nos dio esta tierra, que mana leche y miel.

10 Por eso traigo las primicias de esta tierra que el Señor me ha dado'. Dejarás los frutos delante del Señor tu Dios, te postrarás en su presencia".

 

*•• El presente fragmento, de los más importantes del Antiguo Testamento, contiene la profesión de fe que proclamaba todo israelita al acercarse al santuario con motivo de la celebración anual de la fiesta de la

recolección y ofrecimiento de las primicias de la tierra.

Pero hay que advertir que la presentación de ofrendas en los pueblos paganos iba acompañada de la recitación de un mito de fecundidad; el hebreo, por el contrario, recordaba, actualizándola, la historia de las intervenciones salvíficas del Dios de los Padres a favor de su pueblo.

El credo de Israel se desarrollaba en un movimiento alternativo de sufrimiento y salvación: el Arameo errante -es decir, en condición de abandono y peligro se ha convertido por gracia de Dios en una nación numerosa (v. 5) según la promesa hecha a Abrahán. Este pueblo grande y fuerte experimentó la opresión y la humillación, pero Dios vio, escuchó la oración e intervino con poder para sacar a Israel de Egipto y hacerle entrar en un país fértil y agradable "que mana leche y miel", es decir, abundante en pastos para los rebaños y flores para las abejas.

La palabra clave del texto pertenece a la raíz "entrar" o "llegar". La utilización frecuente del término quiere significar que la entrada histórica en la tierra prometida se actualiza año tras año con la "entrada" de la cosecha: por medio de la "cosecha" el hombre "entra" nuevamente en posesión de la tierra. En la liturgia se repite en un ámbito sacro el movimiento histórico: el pueblo entró en la tierra, ahora entra en el santuario. El hombre responde a Dios con la profesión de fe, con la ofrenda de una parte de lo que de él ha recibido, con la acción de gracias, la adoración, el culto y la obediencia manifestados en el gesto de la postración.

 

Segunda lectura: Romanos 10,8-13

8 En definitiva, ¿qué dice la Escritura? Que la Palabra está cerca de ti; en tu boca y en tu corazón. Pues bien, ésta es la palabra de fe que nosotros anunciamos.

9 Porque si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás.

10 En efecto, cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios, y cuando se proclama con la boca se alcanza la salvación.

11 Pues dice la Escritura: Quienquiera que ponga en él su confianza no quedará defraudado.

12 Y no hay distinción entre judío y no judío, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que lo invocan.

13 En una palabra, todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.

 

**• El hombre que busca sinceramente a Dios siente todo el peso y la limitación de la propia condición de pecador. La Ley dada por medio de Moisés afina la conciencia y ayuda a conformarse más con el designio divino, pero el cumplimiento escrupuloso de normas y preceptos no es suficiente para constituir al hombre justo, para hacerlo santo.

Se trata de una justicia que es tensión, esfuerzo del hombre que quiere acumular méritos ante Dios y corre el riesgo de ser orgulloso o de caer en la desesperación. Pero se da una justicia que es gracia, don de Dios a la humanidad por medio de Cristo: ésta se acoge por la fe (v. 4), fe que actúa por la caridad (Gal 5,4-6). La aceptación sincera de la predicación apostólica (kéiygma) y la acogida de la revelación llevan consigo un cambio de mentalidad, una conversión profunda, mantenida con la certeza de que "quienquiera que ponga en él su confianza no quedará defraudado": la salvación es para todo el que invoca el nombre del Señor, de cualquier nación que sea (vv. 11-13).

 

Evangelio: Lucas 4,1-13

1 Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu Santo. El Espíritu lo condujo al desierto,

2 donde el diablo le puso a prueba durante cuarenta días. En todos esos días no comió nada, y al final sintió hambre.

3 El diablo le dijo entonces: - Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.

4 Jesús le respondió: - Está escrito: No sólo de pan vive el hombre.

5 Lo llevó después el diablo a un lugar alto y le mostró en un instante todos los reinos de la tierra.

6 El diablo le dijo: - Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria, porque a mí me lo han dado y yo puedo dárselo a quien quiera.

7 Si te postras ante mí, todo será tuyo.

8 Jesús respondió: - Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios, y sólo a él le darás culto.

9 Entonces le llevó a .Jerusalén, le puso en el alero del templo y le dijo: - Si eres Hijo de Dios, tírale desde aquí;

10  porque está escrito: Dará órdenes a sus ángeles para que te guarden; 11 te llevarán en brazos y tu pie no tropezará en piedra alguna.

12 Jesús le respondió: - Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.

13 Cuando terminó de poner a prueba a Jesús, el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno.

 

**• La narración lucana de las tentaciones va precedida por la genealogía de Jesús, que asciende hasta Adán: se presenta, pues, a Jesús como el nuevo comienzo de la humanidad. Como el primer hombre, como todo hombre, es sometido a la tentación. Los cuarenta días transcurridos en el desierto son una cifra simbólica: recuerdan los cuarenta años del Éxodo y aluden además a los cuarenta días de ayuno de Moisés en el Sinaí y al camino de Elías al Horeb.

En el desierto, Jesús es tentado por el diablo –el "divisor"-, que le presenta una sabiduría alternativa a la voluntad de Dios, incitándole a realizar su ministerio de acuerdo con las expectativas de la gente. La prueba de Jesús viene en un momento de debilidad humana (vv. 2b-3a): se le invita a demostrar la veracidad de la voz del cielo que se escuchó en el bautismo (3,22) haciendo un milagro que elimine, junto con el hambre, la pobreza de la propia condición corpórea como preludio de un mesianismo que brinde el saciarse y el bienestar de modo sobrenatural (v. 3). Jesús rechaza esta lógica citando Dt 8,3. La segunda tentación es la del poder: Satanás remeda la promesa que Dios hace al Mesías en el Sal 2. Pero Jesús no trata de someter, sino de estar sometido a Dios con un amor exclusivo (vv. 6-8). Finalmente, el diablo conduce a Jesús al pináculo del templo de Jerusalén y le incita a inaugurar el reino mesiánico con un signo espectacular: se trata de la tentación del éxito, que Satanás presenta camuflada con la Palabra de Dios. Jesús replica con otro texto de la Escritura (Dt 6,16), manifestando su total abandono a la disposición del Padre (vv. 9-12).

Estas tentaciones constituyen el paradigma de cualquier otra tentación, por eso el diablo, completadas todas las tentaciones, se aleja de Jesús "hasta el momento oportuno" (v. 13): será la hora de la pasión, del poder de las tinieblas, la hora de la última prueba decisiva.

 

MEDITATIO

La prueba, la salvación, la profesión de fe, son los temas que podemos entresacar de las lecturas de la liturgia de hoy, y nos interrogan sobre nuestra realidad de Iglesia, sobre nuestra vida de creyentes. ¡Cuántas veces hemos experimentado en la tribulación, en la tentación, que el Señor es nuestra fuerza, el único que puede librarnos! Recordar las maravillas de gracia que Dios ha hecho por nosotros no es sólo una exigencia del corazón, sino una tarea imprescindible, una misión, un testimonio que se ofrece a los hermanos para que también ellos conozcan la alegría de ser salvados invocando el nombre del Señor.

¡Tenemos todos tanta necesidad de ser protegidos de las insidias del diablo! El Evangelio hoy nos lo manifiesta mostrándonos a Jesús sometido a tentaciones que son la raíz de cualquier tentación y se revisten de nobles apariencias. El fin es encomiable y los medios propuestos se diría que son los más adecuados... Jesús ha experimentado la debilidad humana que tan fácilmente doblega la voluntad y ofusca nuestra capacidad de discernimiento. Pero precisamente en su debilidad ha vencido al Maligno, en el desierto y en la cruz, indicándonos el camino de la victoria. Como él, debemos retener la Palabra de Dios en el corazón, convirtiéndola en norma de nuestra vida, en lámpara de nuestros pasos. Si no tememos profesarla con franqueza, podremos experimentar que el Señor es nuestra fuerza, nuestro escudo salvador (Sal 17,3).

 

ORATIO

Señor, Dios de mi salvación, te doy gracias cantando con el corazón, que, libre, se abre a la vida y quiere devolverte la misma vida. Te amo, Señor, mi fortaleza, que has asumido mi debilidad para hacerme también a mí vencedor del mal. Escudo mío, mi baluarte, mi poderoso salvador, tú sabes cómo busco la gloria del mundo y temo el desprecio de los demás.

Sin embargo, no quiero ni puedo callar la fe que has encendido en mi corazón: todavía es una débil llamita, pero sé por experiencia que quien cree en ti no queda defraudado. Anunciaré tu nombre a mis hermanos, les llevaré tu Palabra: la fe se aumenta dándola. Luz de mis pasos, guarda mi corazón, que sea más vigilante contra toda insidia, de suerte que mi vida sea para todos un signo irradiante de ti.

 

CONTEMPLATIO

"A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos" (Sal 90,11). El diablo conoce bien esta promesa porque la supo utilizar en la hora más álgida de la tentación; sabe bien cuál es nuestra fuerza y nuestra

debilidad. Pero no tenemos nada que temer si permanecemos a la sombra del trono del Altísimo.

Mientras estemos cimentados en Cristo, participaremos de su seguridad; él ha hecho añicos el poder de Satanás [...] y de ahora en adelante los espíritus malignos, en vez de tener poder sobre nosotros, tiemblan y se espantan a la vista de un verdadero cristiano. Pues saben que poseen lo que les, hace vencedores; que pueden, si quieren, mofarse de ellos y ponerlos en fuga. Los espíritus malignos lo saben bien y lo tienen muy presente en lodos sus asaltos; sólo el pecado les da poder sobre ellos, y su gran empeño consiste en hacerles pecar, en sorprenderles en el pecado, sabiendo que no hay otro modo de vencerlos. Por eso, hermanos míos, no seamos ignorantes de sus planes, sino, conociéndolos bien, vigilemos, oremos, ayunemos, permanezcamos bajo las alas de Altísimo, que es nuestro escudo y auxilio (J. H. Newman, Sermoni liturgici, Fossano, s.f., 144).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Ésta es la victoria que vence- al mundo: nuestra fe" (I Jn 5,4b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Evangelio nos presenta este duelo entre Jesús y Satanás. Jesús

fue tentado. También él quiere conocer el combate entre el alma que desea permanecer fiel a Dios y el invasor que tratará de desviarla e inducirla al mal. Hay que recordar que cuanto se refiere a Jesús nos toca también a nosotros. La vida de Jesús configura la nuestra; lo que a él le acontece se refleja en nosotros.

¿Fue tentado Jesús? Tanto más podemos o debemos serlo nosotros.

Parece lógica la pregunta, puesto que vivimos en un mundo asediado y turbado por esa iniciativa oculta del que san Pablo llama "el príncipe de este mundo de tinieblas". Estamos rodeados de algo funesto, malo, perverso, que excita nuestras pasiones, se aprovecha de nuestras debilidades, se deja insinuar en nuestras costumbres, sigue nuestros pasos y nos sugiere el mal. La tentación consiste, pues, en el encuentro entre la buena conciencia y la atracción del mal, y esto del modo más insidioso que se pueda imaginar.

El mal, de hecho, no se nos presenta con su rostro real de enemigo, como algo horripilante y espantoso. Sucede precisamente lo contrario: la tentación es simulación del bien; es el engaño del mal disfrazado de bien, es la confusión entre bien y mal. Este equívoco, que se puede presentar siempre ante nosotros, tiende a hacernos retener como bien donde, por el contrario, está el mal (Pablo VI, 7 de marzo de 1965, en U. Gamba, [ed.], Pensieri di Paolo VI per ogni giorno dell'anno, Vigodarzere 1983, 279).

 

Día 18

Lunes de la primera semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Levítico 19,1-2.11-18

El Señor dijo a Moisés:

2 - Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.

11 No robaréis, no mentiréis, ni os engañaréis unos a otros.

12 No juréis en falso por mi nombre, pues sería profanar el nombre de tu Dios. Yo soy el Señor.

13 No oprimas ni explotes a tu prójimo; no retengas el sueldo del jornalero hasta la mañana siguiente.

14 No te burlarás del mudo ni pondrás tropiezo al ciego, sino que temerás a tu Dios. Yo soy el Señor.

15 No procederás injustamente en los juicios; ni favorecerás al pobre, ni tendrás miramientos con el poderoso, sino que juzgarás con Justicia a tu prójimo.

16 No andes calumniando a los de tu pueblo ni declares en falso contra la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor.

17 No odiarás a tu hermano, sino que lo corregirás para no hacerle culpable por su causa.

18 No tomarás venganza ni guardarás rencor a los hijos de mi pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

 

**• La perícopa de hoy pertenece al llamado "Código de santidad" (Lv 17-26), comienza con el mandato de la santidad dirigido a toda la comunidad de Israel y su motivación no es otra que la santidad misma de Dios (vv. ls). El es el totalmente otro, radicalmente diverso de lo que el hombre puede imaginar, "separado" (según la etimología del término "santo"). Y, sin embargo, desea que el pueblo elegido participe de su santidad en cualquier circunstancia, que la transparente en los detalles de la vida.

Las normas que signen regulan la ética personal y social. La inserción rítmica de la fórmula "Yo soy el Señor"  revela la interdependencia entre el respeto por la santidad de Dios y el respeto por el prójimo. El temor de

Dios debe inspirar de modo especial el comportamiento con los más débiles, los minusválidos (v. 14). A los preceptos en forma negativa ("No harás esto") se añaden exhortaciones dirigidas a construir en la sociedad humana relaciones de fraternidad (vv. 16b.17b), y culminan en el mandamiento del amor al prójimo (v. 18b).

Quien conoce la severa ley del talión se queda sorprendido por estos mandatos que limitan no sólo los actos referentes a la muelle del prójimo (vv. 16b.18a), sino también esos sentimientos que matan al prójimo

(vv. 17a. 18b). El amor al otro basado en el nombre de Dios edifica la comunidad humana en la santidad según la voluntad divina.

 

Evangelio: Mateo 25,31-46

31 Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria.

32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,

33 y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro.

34 Entonces el rey dirá a los de un lado: "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis;

36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme".

37 Entonces le responderán los justos: "Señor, ¿cuándo te vimos  hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber?,

38 ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos?

39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?".

40 Y el rey les responderá: "Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis".

41 Después dirá a los del otro lado: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles.

42 Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;

43 fui forastero, y no me alojasteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis".

44 Entonces responderán también éstos diciendo: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?".

45 Y él les responderá: "Os aseguro que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo".

46 E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.

 

>•*• Esta perícopa que Mateo pone como conclusión a su "discurso escatológico" está emparentada con la tradición apocalíptica bíblica (en particular con Daniel) y judaica: se trata de una revelación de los últimos acontecimientos, del juicio universal. En estas tradiciones aparece la figura del Hijo del hombre con rasgos a la vez humanos y celestes, con un papel fundamental en la instauración del Reino de Dios y en llevar a Dios a todos los elegidos. Jesús se identifica con este personaje glorioso. Vendrá a concluir la historia asumiendo de modo definitivo y manifiesto la realeza oculta en el tiempo a los hijos de todos.

Todas las naciones se reunirán delante de él (v. 32). Y como los pastores palestinos por la tarde dividían el rebaño según la especie, este Rey-Pastor (cf. Ez 34, 17.32s) separará unos de otros dictando así un juicio. El único criterio distintivo será la caridad (vv. 34-40 y 41-55: construidos simétricamente según la misericordia practicada o dejada de practicar). Jesús, que nos permite identificarlo con este Hijo del hombre, cumplimiento de las profecías, indica cómo esta figura regia quiere identificarse con cada uno de sus hermanos más pequeños. Nadie ha podido reconocerlo con los ojos carnales (vv. 37-39.44), y ni siquiera se habla de la luz de la fe, de la fidelidad a los preceptos de la Ley. Se trata sencillamente de amor con hechos, de honrar a los hombres en los encuentros de cada día: ahí es donde se juega nuestro destino eterno según la medida del amor.

 

MKD1TATIO

"Yo soy el Señor", repite Dios en el Antiguo Testamento como rúbrica a los preceptos sobre el amor práctico y cotidiano con el prójimo. Yo soy el Señor que ve vuestra conducta, que cuida de la vida de todos exigiendo que se respete y se socorra, de suerte que seáis santos con mi misma santidad.

"Conmigo lo hicisteis", repite Jesús en el Evangelio. Soy el Rey que no veis en cada uno de mis hermanos más pequeños, pero en ellos me podéis socorrer, servirme o quizás ignorarme. ¿Quién cómo el Señor, que yace como cualquier desvalido al borde del camino y se deja mirar con indiferencia o con misericordia (cf. Sal 112)?

El se sentará en el trono de su gloria y a su lado colocará a cada uno de sus hermanos más pequeños y a cuantos la actitud gratuita de compartir el pan, el agua y los bienes les haga sentirse importantes en su corazón y en el corazón de Dios. Hoy comienza mi vida eterna, si te amo como a mí mismo, hermano en Cristo, hermano Cristo.

 

ORATIO

Oh misericordioso, que lloras con nosotros desde las primeras lágrimas de Adán y Eva, rompe con tu mirada la dureza de nuestro corazón. Haznos capaces de recibir y dar tu divina compasión. No permitas que juzguemos a los demás con nuestra medida tacaña y falsa, sino con la tuya, tan longánima y abundante, hasta que nos sintamos deudores de todos, deudores de una caridad cada vez mayor, de una ternura sin límites.

Sí, oh Misericordioso, que lloras por nosotros y con nosotros, tú has venido a nuestra humanidad desnudo y humillado, pobre y enfermo, solo y rechazado. No permitas que pasemos a tu lado sin mirarte, no dejes que vivamos a tu lado sin reconocerte y amarte. Tú, oh Misericordioso, eres el que carga con nuestro pecado desde la primera caída que nos hizo miserables y desgraciados; tú enjugarás nuestras lágrimas, tiernamente, hasta la última lágrima, hasta cambiar en gozo de salvación el llanto de la humanidad entera.

 

CONTEMPLATIO

La misericordia es la imagen de Dios, y el hombre misericordioso es, de verdad, un Dios que vive en la tierra. Como Dios es misericordioso con todos, sin ninguna distinción, así el hombre misericordioso difunde sus actos de amor y generosidad con todos, con la misma medida.

La misericordia no merece alabarse teniendo en cuenta exclusivamente la cantidad de actos de bondad y generosidad, sino mucho más cuando procede de un pensar recto y misericordioso.

Los hay que dan y distribuyen mucho y no son misericordiosos ante Dios. Los hay también que no tienen nada, que no poseen nada, pero tienen un corazón piadoso con todos: pues bien, éstos son ante Dios unos perfectos misericordiosos y lo son de verdad. No digas, pues: "No tengo nada para dar a los pobres", no te aflijas en tu interior por no poder ser misericordioso de este modo.

Si tienes algo, da lo que tienes. Si no tienes nada, da también, aunque no sea más que un mendrugo de pan seco, con una intención misericordiosa: Dios lo considerará misericordia perfecta.

"Dios es amor" (1 Jn 4,8). El hombre que posee el amor es verdaderamente Dios en medio de los hombres (Youssel Bousnaya, cit. en P. Descule, L'Évangile au desoí, París 1965, 244-246, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Quien no ama al hermano al que ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los que se acercan al pobre lo hacen movidos por un deseo de generosidad, para ayudarle y socorrerle; se consideran salvadores y con frecuencia se ponen sobre un pedestal. Pero tocando al pobre, llegándose a él, estableciendo una relación de amor y confianza con él, es como se revela el misterio. Ellos descubren el sacramento del pobre y logran llegar al misterio de la compasión. El pobre parece romper la barrera del poder, de la riqueza, de la capacidad y del orgullo; quitan la cáscara con que se rodea el corazón humano para protegerse. El pobre revela a Jesucristo. Hace que el que ha venido para "ayudarle" descubra su propia pobreza y vulnerabilidad; le hace descubrir también su capacidad de amar, la potencia de amor de su corazón. El pobre tiene un poder misterioso; en su debilidad, es capaz de tocar los corazones endurecidos y de sacar a la luz las fuentes de agua viva ocultas en su interior. Es la manita del niño de la que no se tiene miedo pero que se desliza entre los barrotes de nuestra prisión de egoísmo. Y logra abrir la cerradura. El pobre libera. Y Dios se oculta en el niño. Los pobres evangelizan. Por eso son los tesoros de la Iglesia (J. Vanier, Comunidad, lugar de perdón y de fiesta, Madrid 1981, 115s).

 

Día 19

Martes de la primera semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 55,10-11

Así dice el Señor:

10 “Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar para que dé simiente al que siembra y pan al que come,

11 así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío".

Sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo.

 

*•• Is 55 concluye la serie de oráculos del Segundo Isaías (ce. 40-55) y recoge en síntesis los temas que contiene, como el perdón, la vuelta a la patria, la participación de la naturaleza en la salvación, el poder de la Palabra de Dios. Esta última es mediadora entre Dios y el hombre; permite encontrarlo en su "cercanía" (v. 6) y no sentirlo ausente en su aparente "lejanía", porque "sus caminos no son nuestros caminos" (v. 9), como recordaban los versículos inmediatamente precedentes. La Palabra no es letra muerta; es una realidad viva, enviada del cielo para revelar y llevar a cabo la salvación. Es, pues, "eficaz ', capaz de lograr su finalidad, como la lluvia y la nieve que riegan y fecundan la tierra. ¿Puede darse una imagen más alentadora para un pueblo desterrado, al que se le ha anunciado con certeza el retorno a la patria, pero que experimenta la propia fragilidad para mantener viva la esperanza? Lo profetizado encuentra en Cristo su cumplimiento. Él es la Palabra omnipotente hecha carne, enviada por el Padre de los cielos para que nuestra tierra dé su fruto. Él es el Verbo eterno venido a la tierra, muerto en cruz y resucitado, para abrirnos a nosotros, hijos rebeldes, el camino inesperado del retorno a la morada de Dios, su Padre y nuestro Padre.

 

Evangelio: Mateo 6,7-15

Dijo Jesús:

7 Y al orar, no os perdáis en palabras como hacen los paganos, creyendo que Dios los va a escuchar por hablar mucho.

8 No seáis como ellos, pues ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis.

10 Vosotros orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;

11 danos hay el pan que necesitamos;

12 perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

13 no nos dejes caer en tentación; y líbranos del mal.

14 Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial.

15 Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.

 

** En la versión mateana, la oración del Padre nuestro, insertada en el "Discurso de la montaña", va precedida por una especie de catequesis sobre el modo de orar. Mientras los paganos piensan que hay que multiplicar las palabras para atraer la atención de la divinidad y doblegarla a los propios fines (v. 7), Jesús revela que Dios es Padre, siempre presente para cada uno de sus hijos, que conoce bien sus necesidades reales (v. 8).

No sirven por eso largos discursos, sino más bien redescubrirse como hijos.

Jesús, que osa dirigirse al Altísimo llamándolo abba, "padre", quiere también introducir a los hombres en esa intimidad y profunda comunión. Por esta razón confía a sus discípulos el Pater, la oración por excelencia del cristiano. Ciertamente tiene una forma típicamente hebrea: siete peticiones divididas en dos grupos que recuerdan las dos tablas de la Lev. Las tres primeras peticiones se refieren a Dios y a su designio salvífico; las otras dirigen su atención a las verdaderas necesidades del hombre.

El nombre -es decir, la misma persona de Dios- ya es santo, pero quiere que se reconozca como tal, esto es, santificado por todos mediante una vida de adoración, alabanza y conformación con él. El Reino de Dios ya está presente, pero para que llegue a su plenitud es preciso que cada uno acepte el señorío de Dios en la propia vida. La voluntad de Dios se cumple ciertamente en el cielo y en la tierra, pero se pide que cada uno se adhiera a esta voluntad con amor, como Jesús. Se pide a continuación al Padre que nos provea lo necesario hoy, día tras día: siempre somos hijos pobres que todo lo recibimos de él. El alimento que nos ofrece no sacia únicamente el hambre corporal; es el "pan" de la vida futura, el mismo Jesús, Pan vivo (cf. Jn 6). Tenemos necesidad del perdón de Dios para entrar en el Reino, pero no podemos pedir que nos perdone si negamos el perdón a nuestros hermanos. El v. 13 ("No nos dejes caer en la tentación") hay que entenderlo así: "Haz que no entremos en la tentación", "Haz que, frente a las grandes pruebas de la vida, la fe no dude de tu bondad de Padre y no reniegue, cediendo a las insidias del diablo". La última petición de la oración pide ser librados del Maligno, causa e instigador de todo mal. Como conclusión, los vv. 14s vuelven y subrayan la necesidad del perdón recíproco enunciado en el v. 12: no podemos llamar a Dios "Padre" si no vivimos entre nosotros como hermanos, si no queremos conformar nuestro rostro al suyo, que es infinita misericordia.

 

MEDITATIO

Orar es hoy, para muchos cristianos, una empresa difícil. Hay quien la escamotea aduciendo que no sirve o que "trabajar es orar"; hay quienes la arrinconan excusándose por no encontrar tiempo para orar, y hay quienes reconocen la dificultad real pero no oran porque no saben qué decir. Tampoco faltan, entre los más devotos, los que "usan muchas palabras como los paganos", pidiendo sólo cosas buenas en apariencia. Para todos estos, Jesús desplaza la clave del problema: no se trata de orar para satisfacer determinadas necesidades, sino para descubrir que Dios es Padre y llama a todos los hombres a la comunión de amor con él y en él. Por consiguiente, orar no es una cuestión de decir cosas, sino una cuestión de amor, que puede expresarse con palabras, pero también en silencio, y que progresivamente va acaparando toda la vida convirtiéndola en una sola e incesante oración.

La Palabra eficaz que envía Dios a la atierra vuelve a el después de haber cumplido su designio; se ha hecho carne, es Jesús: cualquier palabra suya encierra un poder extraordinario. Es él quien nos dice: "Vosotros orad así: 'Padre nuestro'". Pidamos, pues, a Cristo que nos enseñe a repetir la oración con su mismo corazón, para que crezca en nosotros, día tras día, el amor filial y confiado con nuestro Padre celestial y con la oración crezca la caridad, que se traduce en perdón con los hermanos.

Entonces nuestra tierra fecundada con la Palabra producirá frutos de vida nueva, dará pan de misericordia para saciar el hambre de toda la humanidad.

 

ORATIO

Oh Dios, que en Jesús, tu Hijo amado, nos concedes el privilegio de poder llamarte "Padre", perdona si nuestro corazón no salta de júbilo cada vez que nos atrevemos a pronunciar tu dulcísimo nombre.

Perdona las veces que nos dirigimos a ti distraídamente, como si fuese la cosa más obvia, mientras millones de hombres viven atenazados por la angustia y el sinsentido sencillamente porque ninguno les ha dicho nunca que tú les amas con ternura de padre y de madre.

Concédenos a nosotros la pureza de corazón que permita a los rectos y a los "pequeños" quedarse atónitos y asombrados con el sólo recuerdo de tu nombre. No permitas que desperdiciemos tontamente el don tan grande de poder invocarte seguros de que nos escuchas porque somos tuyos y tú eres nuestro Padre.

 

CONTEMPLATIO

"Padre nuestro, que estás en los cielos": ésta es la frase de los íntimos de Dios como un hijo sobre el pecho de su padre. "Santificado sea tu nombre": es decir, que sea glorificado entre nosotros mediante el testimonio ante los hombres, que dirán: éstos son verdaderos siervos de Dios. "Venga tu reino": el Reino de Dios es el Espíritu Santo: oramos para que lo envíe a nosotros. "Hágase tu  Voluntad en la tierra como en el cielo": la voluntad de Dios es la salvación de todas las almas. Lo que ya es realidad en las potencias del cielo, lo pedimos que se realice en nosotros aquí en la tierra. "Nuestro pan del mañana" es la heredad de Dios. Oramos para que nos dé un anticipo ya hoy, es decir, para que sintamos su dulzura en el tiempo presente, avivando en nosotros una sed ardiente (Evagrio Pontico, Catene sui Vangeli, documenti copti, cit. en O. Clément, Alie fonti con i Padri, Roma 1987, 196).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "¡Abba, Padre! No se haga como yo quiero, sino como quieres tú" (Me 14,36).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

"Líbranos del mal..." El mundo yace en el mal, y mal no es sólo el caos, ausencia de ser: manifiesta una inteligencia perversa que, a fuerza de honores sistemáticamente absurdos, quiere hacernos dudar de Dios y su bondad. En realidad, se trata no de la simple "privación del bien", sino del Maligno, del Malvado; no la materia, ni el cuerpo, sino la más sublime inteligencia encerrada en su propia luz... Es necesario afirmar que Dios no ha creado el mal, y menos aún lo permite. "El rostro de Dios gotea sangre en la sombra", decía Léon Bloy. Dios siente el mal en su propio rostro, como Jesús recibió las bofetadas teniendo los ojos vendados. El grito de Job no deja de clamar, y Raquel sigue llorando sus hijos. Pero la respuesta a Job está ahi: es la cruz. Es Dios crucificado sobre todo el mal del mundo, pero capaz de hacer estallar en las tinieblas una inmensa fuerza de resurrección. Pascua es la transfiguración en el abismo.

Y "líbranos del mal" a nosotros, que nos avergonzamos de ser cristianos o, por el contrario, hacemos del cristianismo, de nuestra confesión, un estandarte de superioridad y de desprecio. Y "libranos del mal" a nosotros, que hablamos de la deificación y con frecuencia somos poco humanos. Y "líbranos del mal" a nosotros, que nos apresuramos a hablar de amor y ni siquiera sabemos respetarnos mutuamente. Y "líbrame del mal" a mí, hombre de angustia y tormento, tan a menudo dividido, tan poco seguro de existir, hombre que se atreve a hablar -junto a la Iglesia: es mi única excusa del Reino y de su gozo (O. Clément, // Padre nostro, en O. Clément y B. Stanaaert, Pregare ¡I Padre nostro, Magnano 1 988, 116-119, passim).

 

Día 20

Miércoles de la primera semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Jonás 3,1-10

En aquel tiempo,

1 por segunda vez el Señor se dirigió a Jonás y le dijo: -- Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama allí lo que yo te diré.

2 Jonás se levantó y partió para Nínive, según la orden del Señor. Nínive era una ciudad grandísima; se necesitaban tres días para recorrerla.

3 Jonás se fue adentrando en la ciudad y proclamó durante un día entero: 4 Dentro de cuarenta días Nínive será destruida.

5 Los ninivitas creyeron en Dios: promulgaron un ayuno y todos, grandes y pequeños, se vistieron de sayal.

6 También el rey de Nínive, al enterarse, se levantó de su trono, se quitó el manto, se vistió de sayal y se sentó en el suelo. Luego mandó pregonar en Nínive este bando:

7 Por orden del rey y sus ministros, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado, ni pasten ni beban agua.

8 Que se vistan de sayal, clamen a Dios con fuerza y que todos se conviertan de su mala conducta y de sus violentas acciones.

9 Quizás Dios se retracte, se arrepienta y se calme el ardor de su ira, de suerte que no perezcamos".

10 Al ver Dios lo que hacían y cómo se habían convertido, se arrepintió y no llevó a cabo el castigo con que los había amenazado.

 

**• El libro de Jonás es una especie de larga parábola cuyo mensaje central es la universalidad de la salvación: la misericordia de Dios no se limita al pueblo elegido, sino que se ensancha a todos los hombres. Por segunda vez, el profeta es enviado por el Señor a la capital del reino asirio, Nínive, proverbial por su grandeza, para anunciar la destrucción de la ciudad a causa de la perversión de sus habitantes (1,2).

A la primera llamada, Jonás respondió fugándose: ¿cómo puede un hombrecillo inerme profetizar la ruina de la "superpotencia" enemiga en su mismo territorio? Obligado a obedecer por las peripecias que experimentó (ce. 1-2), ahora comienza a cumplir la misión que se le confió.

Como profeta, Jonás anuncia un oráculo de amenaza y reprobación en nombre del Señor (v. 4), y su predicación llega al corazón de los ninivitas y de su mismo rey: ellos "creyeron en Dios" (utilizando el mismo verbo que en Gn 15,6 para indicar la fe de Abrahán) y se impusieron una durísima penitencia acompañada con una oración ferviente y una profunda conversión (v. 8).

Son muy importantes los versículos 9-10: el cambio de vida espera que los decretos de Dios no sean irrevocables, sino que al arrepentimiento sincero del hombre siga el "arrepentimiento" de Dios y el castigo anunciado se cambie en perdón. Un pueblo pagano demuestra así conocer el verdadero rostro del Dios de Israel, un Dios lento a la ira y rico en misericordia, un Dios que "no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva"

(Ez 33,11).

 

Evangelio: Lucas 11,29-32

29 La gente se apiñaba en torno a Jesús y él se puso a decir:

- Ésta es una generación malvada, pide una señal, pero no se le dará una señal distinta de la de Jonás.

30 Pues así como Jonás fue una señal para los ninivitas, así el Hijo del hombre lo será para esta generación.

31 La reina del sur se levantará en el juicio junto con los hombres de esta generación  y los condenará, porque ella vino desde el extremo de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más importante que Salomón.

32 Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta generación y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia por la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.

 

**• Mientras la gente se apiñaba en torno a Jesús, él responde a los que "para ponerle a prueba le pedían un signo del cielo" (v. 16). Rechaza un signo que sacie la curiosidad y la sed por lo maravilloso (v. 29) y en su respuesta Jesús deja entrever su propia identidad divina: "Aquí hay uno que es más que Jonás" (v. 32). En concreto, declara que él es el signo del cielo, el Mesías prometido y largamente deseado por Israel, pero ahora no es reconocido porque se presenta de modo muy diferente al esperado por la gente.

El Hijo del hombre es "para esta generación" una llamada viviente a la conversión, como lo fue Jonás para los ninivitas; y, como él, no busca medios espectaculares para afirmarse, sino que ofrece sencillamente la

Palabra y la misericordia de Dios. El recuerdo de los habitantes de Nínive y de la reina de Saba subraya la universalidad de la llamada a la salvación. Pero mientras algunos pueblos paganos supieron reconocer como "enviados" de Dios a hombres que proclamaban la conversión y escuchando su voz encontraron el camino de una conversión radical, la "generación malvada", ante la cual Jesús ejerce históricamente su ministerio, es ciega y dura de corazón. Por esa razón serán los mismos ninivitas y la reina de Saba quienes la condenen en el día del juicio (vv. 31s), porque, cegada por el orgullo, no ha reconocido, bajo las humildes apariencias humanas de Jesús, al Cristo.

 

MEDITATIO

En este tiempo litúrgico resuena constantemente la invitación a la conversión. ¿Cómo la acogemos? Puede ser una palabra que se pierde o encontrar en nosotros un corazón abierto que, herido e iluminado por la Palabra, reconoce el propio pacto con el pecado y decide un camino de vuelta a Dios. O puede que esta invitación nos deje indecisos: quisiéramos una gracia "barata", pero con "efectos espectaculares", y preferimos buscar confirmaciones convincentes, milagros y signos extraordinarios...

Jesús mismo es el "gran signo" del amor divino que no teme asumir el pecado para conceder la gracia al pecador. Signo del cielo es un Dios con las manos clavadas en la cruz, rendido impotente para otorgarnos la libertad. Mirarlo es el comienzo de la conversión.

Ante su rostro doliente, todos -los "paganos" como los ninivitas o "creyentes", como los contemporáneos de Jesús- están llamados a decidir si cierran el corazón o se abren a una nueva vida. Muchos vendrán de remotas lejanías -desde el pecado, desde otras mentalidades, desde otras culturas- para aprender sabiduría del crucificado: aquí hay alguien que es más que Salomón. Muchos se convertirán al anuncio, creyendo al Profeta hecho Siervo doliente por amor: aquí hay uno que es más que Jonás.

 

ORATIO

Padre justo y misericordioso, tú nunca te cansas de llamar a todos a la conversión, para que tus hijos gusten del gozo de la comunión contigo. Perdóname, Padre: he cerrado el corazón en la indiferencia egoísta y satisfecha y no me he abierto a tu invitación. Señor Jesús, tú manifestaste la llamada extrema del amor, ese amor que vence la muerte ofreciendo la vida. Perdóname, oh Cristo: he dudado confiar en ti y he preferido pedir signos espectaculares, garantías absurdas, a un Dios que ha perdido todo, en la cruz, para salvarme.

Espíritu Santo, fuego de amor, inflama mi corazón consumiendo toda la escoria de temor, mezquindad y dureza. Luz santísima, haz que experimente la medida ilimitada de la misericordia de Dios, la profundidad insondable de su sabiduría. Líbrame de la frialdad de mi endurecimiento, de la ceguera de mi lógica humana.

 

CONTEMPLATIO

El poder arrepentirse se concede a todos los que están enfermos del alma. Venga, apresurémonos a obtener fuerza para nuestras almas. En el arrepentimiento la pecadora encontró la salvación y Pedro anuló su traición; David canceló la pasión del corazón; los ninivitas encontraron la curación. Sin dudarlo un momento, levantémonos y mostremos nuestras heridas al Salvador, dejémonos curar. Él acoge nuestra conversión más allá de nuestros deseos.

Nada se debe al que Va a salvarte, porque nadie podría ofrecer una compensación adecuada a la curación, todos han encontrado en el arrepentimiento la salud como regalo y han pagado en cambio lo que podían dar: más que regalos, lágrimas, que constituyen para el salvador objetos preciosos de amor y esperanza. Tenemos de ello buenos testimonios: la pecadora, Pedro, David y los ninivitas: sólo ofrecen el don de sus gemidos, se arrojaron a los pies del Salvador, y él acogió su conversión (Romano il Melode, Himno IX, ls).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "El plazo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Creer en Jesús es escuchar su Palabra, que nos revela su amor infinito por nosotros pecadores. Ser creyentes significa estar seguros de que el amor existe y que tiene el rostro de la misericordia.

Creer en Jesús quiere decir adherirse a su amor absolutamente gratuito con los pobres como nosotros. Seguir a Jesús es entregarse totalmente a su misericordia y confiar únicamente en su misericordia.

Amar a Jesús es sencillo. Para lograrlo debemos ante todo creer que él nos ama de verdad, tal como somos, hoy. En este acto de fe es posible que rebose la alabanza de nuestro corazón y descansar en este amor infinito. La alabanza, la acción de gracias y la adoración abren nuestro corazón al don que Dios nos concede de su amor misericordioso.

El amor divino no se queda inactivo si encuentra en nosotros su espacio y su libertad. Pero para acoger la misericordia de Dios debemos tener misericordia con nuestros hermanos. Por la dulzura de su corazón compasivo, Jesús nos da un corazón misericordioso.

Nada más concreto, nada más práctico que el verdadero amor. Vivir del amor de Jesús es ponernos al servicio de nuestros hermanos más cercanos y nos hace mansos y humildes. Nada hay tan exigente como seguir a Jesús por este camino del amor, pues es el camino de la cruz. Pero no se trata de una carga demasiado pesada; basta con que no nos empeñemos en llevarla solos y con dejar que Jesús la lleve con nosotros. Para descubrir por lo menos un poco la misericordia infinita, único secreto del corazón de Jesús, hay un lugar preferido donde morar: delante de la cruz de Jesús, a sus pies (J.-P. van Schoote, // sacramento delta penitenza, en J.-P. van Schoote y J.-C. Sagne, Miseria e misericordia, Magnano 1992, 4ós).

 

Día 21

Jueves de la primera semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Ester 4,17j-17m-17p-17s

17j La reina Ester, angustiada porque la muerte se le echaba encima, recurrió al Señor [...]. Y oró así al Señor, Dios de Israel:

17k Señor mío, tú eres nuestro único rey; ayúdame, porque estoy sola, no tengo más protector que a ti y el peligro me amenaza.

17l Desde niña he oído en mi familia que tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones, y a nuestros padres entre todos sus antepasados, como heredad perpetua cumpliendo todas tus promesas.

17m Ahora nosotros hemos pecado contra ti, y nos has entregado a nuestros enemigos, porque hemos adorado a sus dioses. ¡Eres justo, Señor!

17p Acuérdate de nosotros, Señor, y hazte presente en medio de nuestra tribulación. Dame valor, Rey de los dioses y dominador de todo poder;

17q pon en mi boca palabras oportunas cuando tenga que hablar al león, cambia su corazón; haz que aborrezca a nuestro adversario, para que muera con sus cómplices.

17r Líbrame, Señor, con tu poder y ayúdame a mí, que estoy sola y no tengo a nadie más que a ti, Señor.

17s Tú lo sabes todo.

 

** Ester, joven hebrea, esposa del rey persa, llega a saber que, por intrigas palaciegas, se ha decretado el exterminio de todos los hebreos deportados en el reino de Persia. Entonces la reina decide exponerse al peligro y afrontar al esposo para interceder a favor de su pueblo. Antes de acudir a la presencia del rey, en su angustia suplica al Señor, acompañando la oración con la penitencia.

Firme en su fe, la reina reconoce que el verdadero Rey es Dios y profesa que él es el Único: sólo de él puede venir la salvación. Invocando su ayuda manifiesta la propia soledad (v. 17k). La inaccesible trascendencia de Dios parece mayor en contraste con la pequeñez y debilidad de una mujer. La realidad, sin embargo, es otra: el Solo es el único auxilio de quien está sola. De manera muy significativa, el texto griego utiliza el mismo adjetivo aplicado primero a Dios y luego a la reina (monos / móne). La lejanía se convierte en máxima cercanía.

En su súplica, Ester, por una parte, recuerda al Señor la elección de Israel, las promesas hechas a los padres y su cumplimiento (v. 17'); por otra parte, con Mesa el pecado del pueblo. Por el favor manifestado en el pasado y el arrepentimiento presente, la reina osa pedir al Señor, que lo sabe todo (v. 17s), la salvación para su pueblo, y para ella, valentía, sabiduría y auxilio para poder desempeñar eficazmente su misión de intercesora.

 

Evangelio: Mateo 7,7-12

Dijo Jesús:

7 Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis! llamad, y os abrirán.

8 Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren.

9 ¿Acaso si a alguno de vosotros su hijo le pide pan le da una piedra

10 o si le pide un pez ¿le da una serpiente?

11 Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!

12 Así pues, tratad a los domas como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consisten la Ley y los profetas.

 

**• Con una argumentación seria que, desde el punto de vista formal, se asemeja a la de los rabinos de su tiempo, Jesús enseña la necesidad de la oración de petición, declarando la certeza de ser escuchada. ¿Se da una contradicción con lo indicado poco antes (Mt 6,7s) Ciertamente, no; en la oración no es preciso ser palabrero, porque el Padre "conoce", pero es necesario asumir la actitud interior del mendigo, es decir, saber ubicarse en la verdad de la propia condición humana.

Dios mismo da al que pide y abre al que llama: de hecho, los verbos usados -"se os dará", "se os abrirá"- tienen la forma de lo que se llama "pasivo divino", expresión semántica para evocar el nombre de Dios -impronunciable- sin nombrarlo de modo explícito (vv. 7s). Si a un hijo que pide alimento su padre no le dará cualquier cosa que se le parezca en su aspecto externo pero que en sustancia sea muy diferente (vv. 9s), mucho más Dios, el único bueno, el padre más solícito, dará "cosas buenas" a todos los que le piden.

El Padre escucha siempre las súplicas de sus hijos y da lo que realmente es mejor al que lo invoca. El v. 12 recuerda un dicho rabínico: "Lo que es odioso para ti, no lo hagas a tu prójimo. En esto está toda la ley, el resto sólo es una explicación". Jesús lo relata en forma positiva, y esto es mucho más exigente: no se trata de un "no hacer", sino de algo concreto que nos exige estar siempre atentos por el bien de los demás; por esta razón, cambia completamente la vida del que lo toma en serio, le lleva a la verdadera conversión: descentrarse de nosotros mismos para que nuestro centro sean los demás.

 

MEDITATIO

Jesús nos enseña a orar con perseverancia confiada, revelándonos al mismo tiempo cómo es el corazón de Dios y cómo debe ser el corazón del orante. Se nos va conduciendo a la verdad más sencilla y más profunda: Dios es nuestro Padre y nos ama con amor eterno, sin arrepentirse, sin reservas. Quizás no creemos de veras en este amor, o tal vez estamos ya tan acostumbrados a decir y oír que Dios nos ama, que apenas prestamos atención a esta realidad desconcertante.

Jesús hoy nos invita a entrar en comunión viva con Dios Padre, y ésta es una experiencia que nos puede cambiar interiormente: pedid..., buscad..., llamad..., no quedaréis defraudados. El Padre, fuente inagotable de bondad, dará sólo cosas buenas a los que se las pidan. ¿Hemos orado ya de veras, dirigiéndonos a él o, tal vez, hemos manifestado nuestros deseos en voz alta, haciéndolos girar en torno a nosotros mismos? Además, ¿eran de verdad "cosas buenas" las que hemos pedido? La oración humilde y sencilla, la oración de un corazón amante, comienza con un acto de contemplación gratuita, teniendo fija la mirada interior en el rostro del Padre bueno. Olvidemos nuestras muchas peticiones y, poco a poco, sentiremos nacer en nosotros una única súplica que brota de una exigencia realmente necesaria.

Después de haber contemplado en la fe el rostro de Dios, ya no podremos dudar ni ignorar que somos hijos de Padre, impulsados por su amor a todo ser humano, nuestro hermano, para brindar esa bondad que sin cesar mana de la fuente y viene a saciar nuestra indigencia para que rebose hacia todos y llegue a cada uno.

 

ORATIO

Oh Padre, tú que eres el único bueno y das cosas buenas a los que te las piden, escucha nuestra oración. Antes de nada danos un corazón sencillo, humilde, confiado, que sepa abandonarse sin pretensiones y sin reservas a tu amor. Haznos pobres de espíritu y ven, tú que eres el Rey, a ensanchar en nosotros tu reino de paz. Ayúdanos a suplicarte incesantemente para que, siendo portavoces de toda criatura, podamos llevar a todos el auxilio de tu amor. Tú das al que pide: danos tu Espíritu bueno. Tú concedes que encuentre el que busca: que busquemos siempre tu rostro. Tú abres al que llama: ábrenos la puerta de tu corazón a nosotros y a todos los hombres. Estrechados en tu eterno abrazo, no pediremos más. Oh Padre, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

 

CONTEMPLATIO

El Evangelio nos asegura que son muchas las causas por las que somos escuchados. Una condición: que dos almas se unan en su oración; otra una fe firme; también la limosna, la enmienda de vida [...]. Convencido estoy de nuestras miserias, y quiero, incluso, admitir que estamos completamente desprovistos de las virtudes de las que hemos hablado antes. Y, sin embargo, el Señor promete concedernos los bienes celestiales y eternos; nos exhorta a una dulce violencia con nuestra insistencia. Nada más lejos de él que el desprecio de los importunos: los invita, los alaba, les promete concederles con gusto todo. Que nos anime la insistencia de los importunos. Sin exigir un gran mérito ni grandes fatigas, está en nuestra mano. No dudemos de la Palabra del Señor, que dice: "Todo lo que pidáis con fe lo obtendréis" (Juan Casiano, Colaciones, IX, 34, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él le escucha" (Sal 33,6s).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Antes de saber cómo hay que orar, importa mucho más saber cómo "no cansarse nunca", no desanimarse nunca, ni deponer las armas ante el silencio aparente de Dios: "Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer" (Le 18,1).

Que la intrepidez se adueñe de ti como de la viuda ante el juez. Vete a encontrar a Dios en plena noche, llama a la puerta, grita, suplica e intercede. Y si la puerta parece cerrada, vuelve a la cara, pide, pide hasta romperle los oídos. Será sensible a tu llamada desmesurada, pues ésta grita tu confianza total en él.

Déjate llevar por la fuerza de tu angustia y el asalto de tu impetuosidad. En algunos momentos, el Espíritu Santo formulará él mismo las peticiones en lo más íntimo de tu corazón con gemidos inefables. ¿Has oído gemir a un enfermo presa de un intenso sufrimiento? Nadie puede permanecer insensible a esta queja, a menos que tenga un corazón de piedra. En la oración, Dios espera que pongas esta nota de violencia, de vehemencia y de súplica para volcarse sobre ti, y escuchará tu petición. En el fondo, no haces más que dar alcance al amor infinito comprimido en su corazón, que espera tu oración para desencadenarse en respuesta de ternura y misericordia. Si supieses lo atento que está Dios al menor de tus clamores, no dejarías de suplicarle por tus hermanos y por ti. El se levantaría entonces y colmaría tu espera mucho más allá de tu Oración. Se puede esperar todo de una persona que ora sin cansarse y que ama a sus hermanos con la ternura misma de Dios (J, Lufrance, Ora a tu Padre, Madrid 1981, 173-174).

 

Día 22

Cátedra de san Pedro (22 de febrero)

 

        Un antiquísimo martirologio sitúa el nacimiento de la cátedra de Pedro exactamente el 22 de febrero. Esta fiesta litúrgica ha sido señalada por la Iglesia como una maravillosa oportunidad para hacer una memoria viva y actualizadora del primero entre los apóstoles, Simón Pedro.

        Simón, natural de Cafarnaún y pescador de oficio, se encontró con Jesús en el ejercicio de su profesión: lo abandonó todo, casa y padres, para seguir al Maestro de por vida. Su personalidad, tan sencilla como simpática, emerge de manera espontánea y clara en todo el relato evangélico. Jesús lo eligió, más allá de sus méritos, ¡unto con los Doce, y entre éstos lo eligió como el primero.

        La celebración de hoy, con el símbolo de la cátedra, da un gran relieve a la misión de maestro y pastor que Cristo confirió a Pedro: sobre él, como sobre una piedra, fundó Cristo su Iglesia.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 5,1-4

Queridos hermanos:

1 Para vuestros responsables, yo, que comparto con ellos ese mismo ministerio y soy testigo de los padecimientos de Cristo y partícipe ya de la gloria que está » punto de revelarse, ésta es mi exhortación:

2 Apacentad el rebaño que Dios os ha confiado no a la fuerza, sino de buen grado, como Dios quiere, y no por los beneficios que pueda reportaros, sino con ánimo generoso;

3 no como déspotas con quienes os han sido confiados, sino como modelos del rebaño.

4 Así, cuando aparezca el supremo pastor, recibiréis la corona de la gloría que no se marchita.

 

        *» El carácter autobiográfico de esta primera lectura es evidente: el apóstol habla en primera persona y se presenta como «responsable», «testigo de los padecimientos de Cristo», «partícipe ya de la gloria que está a punto de revelarse» (v. 1). De esta autopresentación podemos deducir la plena y perfecta identidad del discípulo-apóstol.

        Vienen, a continuación, algunas recomendaciones, con las que Pedro desea compartir con los responsables a los que dirige la palabra el peso y el honor de las responsabilidades que Jesús ha puesto sobre sus hombros.

        Las invitaciones a apacentar, a vigilar y a ser modelos para el rebaño (vv. 2ss) se suceden con machacona insistencia: señal de que el apóstol no transmite algo de su propia cosecha, sino una misión que le ha sido confiada para ser compartida y participada.

        No es el interés, sino el amor, lo que debe animar y sostener a los «responsables», es decir, a los que han sido llamados en la Iglesia a ejercer un ministerio de guía. Su espiritualidad es la del servicio total, la plena entrega y la fidelidad incondicionada. Las últimas palabras de esta lectura contienen una promesa: a los que permanezcan fieles hasta el final se les asegura «la corona de la gloria» (v. 4), y será el Pastor supremo quien corone a los pastores de la Iglesia.

 

Evangelio: Mateo 16,13-19

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

        **• Esta página evangélica se subdivide en dos partes: en primer lugar, es Jesús quien quiere saber lo que la gente dice de él, y se lo pregunta a los discípulos (vv. 13ss).

        Conocemos bien las diferentes respuestas que le dan: todas ellas son válidas en parte, pero ninguna es exacta. De este modo, Jesús ha abierto el paso a una pregunta ulterior (v. 15), pero esta vez la respuesta viene personalmente de Pedro (v. 16). La de Pedro es una profesión de fe plena, completa, que tiene todo el sabor de una fe pascual. Al mismo tiempo que define quién es Jesús, Pedro manifiesta plenamente también su propia identidad de creyente, y en esto nos representa a todos.

        La segunda parte de esta página evangélica contiene una serie de enunciados con los que Jesús define su relación personal con Pedro y el ministerio de Pedro respecto a la Iglesia (vv. 17-19). La bienaventuranza de

        Pedro, solemnemente pronunciada por Jesús, está motivada por el hecho de que Pedro ha hablado bajo la inspiración de Dios: la profesión de fe de Pedro corresponde a una plena revelación divina. El nuevo nombre que Jesús da a Simón ya no es Simón, sino «piedra», firme y sólida, sobre la que el mismo Cristo pretende edificar su Iglesia, la comunidad de los salvados. Por último, Jesús dirige a Pedro una promesa absolutamente especial: a él se le entregarán las llaves del Reino de los Cielos, las llaves que sólo Cristo puede usar y con las que él mismo abre y cierra, ata y desata, entra y sale. Con Pedro y por medio de Pedro, es Cristo mismo el que lleva a cabo la salvación para todos.

 

MEDITATIO

        El apóstol Pedro, desde el primer gran discurso que pronunció el día de Pentecostés (Hch 2,14-41), se presenta en el escenario de la historia como testigo, intérprete y exhortador. Así es como ejerce su ministerio de guía de la primitiva comunidad cristiana.

        Ante todo, es testigo del gran acontecimiento pentecostal, en el que el Padre, por medio del Hijo, envió el don del Espíritu Santo sobre los primeros creyentes. Pedro tiene el derecho-deber de presentarse como testigo ocular de este acontecimiento, precisamente porque él, junto con otros, fue enriquecido con este don. El testimonio cristiano brota siempre de la abundancia del don recibido y se manifiesta como correspondencia generosa al mismo don.

        Pedro, en su predicación, se presenta también como intérprete del acontecimiento histórico de Jesús de Nazaret, especialmente de lo que Jesús hizo durante su ministerio público y de los grandes acontecimientos pascuales que consumaron su misión. A la luz de la Pascua-Pentecostés, Pedro se encarga de interpretar el valor salvífico de la Pascua de Jesús, explicitando para sus oyentes el significado actual, que no permite fugas ni evasiones.

 

        La tercera tarea de la que se encarga el apóstol es la de exhortar a todos los que le escuchan, a fin de que cada uno se dé cuenta de la necesidad de responder el mensaje revelado y de corresponder a él con la vida. De este modo, el apóstol Pedro se presenta a nosotros como el «evangelista ideal», con una predicación completa y paradigmática, a la que todos estamos llamados a configurarnos.

ORATIO

Señor, aléjate de mí, que soy un pecador,

pero por tu palabra echaré las redes;

porque sólo tú, Jesús, eres el Hijo del Dios vivo;

sólo tú, Jesús, tienes palabras de vida eterna;

sólo tú, Jesús, eres la roca y yo sólo la piedra;

sólo tú, Jesús, eres el Señor y el Maestro.

Soy débil, Jesús, mas por tu gracia daré mi vida

por ti, porque tú lo sabes todo, tú sabes que te amo.

 

CONTEMPLATIO

        En Pedro vemos la piedra elegida [...]. En Pedro hemos de reconocer a la Iglesia. En efecto, Cristo edificó la Iglesia no sobre un hombre, sino sobre la confesión de Pedro. ¿Cuál fue la confesión de Pedro? «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Ésta es la piedra, éste es el fundamento, y es aquí donde fue edificada la Iglesia, a la que no vencerán las puertas del infierno (Mt 16,18) [...]. He aquí aquel Pedro negador y amante negador por debilidad humana, amante por gracia divina

        [...]. Fue interrogado sobre el amor y le fueron confiadas las ovejas de Cristo [...]. Cuando el Señor confiaba sus ovejas a Pedro, nos confiaba a nosotros. Cuando confiaba a Pedro, confiaba a la Iglesia sus miembros.

        Señor, encomienda, pues, tu Iglesia a tu Iglesia y tu Iglesia se encomienda a ti (Agustín de Hipona, Sermoni per i tempi liturgici, Milán 1994, pp. 371ss).

ACTIO

        Repite con frecuencia y vive hoy estas palabras del apóstol Pedro: «Dad gloria a Cristo, el Señor, y estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones» (1 Pe 3,15).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

        Viene con facilidad a la mente de todos esta pregunta: ¿Quién era san Pedro? A esta fácil pregunta no resulta fácil darle una pronta y completa respuesta. La respuesta que parece dispuesta -era el discípulo, el primero que fue llamado «apóstol» con los otros once- se complica con el recuerdo de las imágenes, las figuras y las metáforas de las que se sirvió el Señor para hacernos comprender quién debía ser y llegar a ser este elegido suyo.

        ¡Fijaos! La imagen más obvia es la de la piedra, la de la roca: el nombre de Pedro la proclama. ¿Y qué significa este término aplicado a un hombre sencillo y sensible, voluble y débil?, podríamos decir. La piedra es dura, es estable, es duradera; se encuentra en la base del edificio, lo sostiene todo, y el edificio se llama Iglesia: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Pero hay otras imágenes referidas a san Pedro, que merecen explicaciones y meditaciones: imágenes usadas por el mismo Cristo, llenas de un profundo significado. Las llaves, por ejemplo - o sea, los poderes-, dadas únicamente a Pedro entre todos los apóstoles, para significar una plenitud de facultades que se ejercen no sólo en la tierra, sino también en el cielo. ¿Y la red, la red de Pedro, lanzada dos veces en el evangelio para una pesca milagrosa?

        «Te haré pescador de hombres», dice el evangelio de Lucas (5,10). También aquí la humilde imagen de la pesca asume el inmenso y majestuoso significado de la misión histórica y universal confiada a aquel sencillo pescador del lago de Genesaret. ¿Y la figura del pastor? «Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas» (Jn 21,1 óss), dijo Jesús a san Pedro, para hacernos pensar a nosotros que el designio de nuestra salvación implica una relación necesaria entre nosotros y él, el sumo Pastor. Y así otras.

        Aunque -mirando mejor en las páginas de la Escritura- encontraremos otras imágenes significativas, como la de la moneda (Mt 17,25) [...], como la d é la barca de Pedro (Le 5,3), como la del lienzo bajado del cielo (Hch 10,3), y la de las cadenas que caen de las manos de Pedro (Hch 12,7), y la del canto del gallo para recordarle a Pedro su humana fragilidad (Me 14,72), y la de la cintura que un día -el último, para significar el martirio del apóstol- ceñirá a Pedro (Jn 21,18).

        Todas las imágenes, características del lenguaje bíblico y del evangélico, esconden significados grandes y precisos. Bajo el símbolo hay una verdad, hay una realidad que nuestra mente puede explorar y puede ver inmensa y próxima (Pablo VI).

 

Día 23

Sábado de la primera semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Deuteronomio 26,16-19

Moisés habló al pueblo y dijo:

16 Hoy te manda el Señor tu Dios poner en práctica estas leyes y preceptos. Guárdalos y ponlos en práctica con todo tu corazón y toda tu alma.

17 Hoy has aceptado lo que el Señor te propone: que él será tu Dios y que tú seguirás sus caminos, cumplirás sus leyes, sus mandamientos y sus preceptos, y escucharás su voz.

18 Y el Señor ha aceptado lo que tú le propones: que tú serás el pueblo de su propiedad, como te ha prometido, y que cumplirás todos sus mandamientos.

19 Él te encumbrará por encima de todas las naciones que él ha creado, dándote gloria, fama y honor, para que seas un pueblo consagrado al Señor tu Dios, como te ha prometido".

 

*» En el contexto del Deuteronomio, el presente fragmento revela su carácter jurídico: es una fórmula de tratado, una ratificación formal de la alianza. Por eso es significativa su ubicación después del cuerpo legislativo

(ce. 11-26) y las bendiciones y maldiciones consiguientes a la observancia o transgresión de los decretos del Señor. En el plano jurídico, en el antiguo Israel, el pacto representa la forma más radical para construir una comunión entre personas; consiste en crear una situación en la que los contrayentes se intercambian lo que tienen de más personal y propio (cf. 1 Sam 18,3; 20,8; 23,18). Con presencia de testigos -y con un documento público- cada una de las partes propone y acepta un doble compromiso recíproco. El fragmento que nos propone hoy la liturgia presenta un particularísimo tipo de "pacto": no se trata de un pacto entre dos hombres, sino entre un Dios y un pueblo, entre el Dios fiel e Israel. Es un pacto "teológico" en el que los contrayentes están en distinto plano.

En su sencillez, la perícopa tiene un claro significado didáctico, y manifiesta la experiencia que Israel tiene de Dios: Dios no es un ser absoluto, lejano, inaccesible; Dios es comunión, es voluntad de salvación para el pueblo que él ha elegido. Es él quien toma la iniciativa de la elección por puro amor gratuito con el pueblo (cf. Dt 4,37).

El es quien da a Israel leyes y mandatos que constituyen un camino de vida y un modelo de sabiduría para los individuos (cf. Bar 4,1-4). Acoger la gracia y corresponder por medio de la obediencia a la voz del Señor es la respuesta fiel que Dios pide a Israel.

 

Evangelio: Mateo 5,43-48

Jesús dijo:

43 Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.

44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen.

45 De este modo seréis dignos hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos.

46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa merecéis?

¿No hacen también eso los publicanos?

47 Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen lo mismo los paganos?

48 Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

 

**• Nos encontramos ante la última antítesis en la que Jesús, con su enseñanza de la Ley, indica su cumplimiento. El libro del Levítico manda el amor al prójimo y prohíbe la venganza y el rencor "contra los hijos de tu pueblo" (Lv 19,18): por "prójimo" probablemente hay que entender aquel con el que se vive y pertenece a la misma etnia. Lo añadido, "odiarás a tu enemigo", no proviene del Antiguo Testamento ni de las enseñanzas rabínicas, pero expresa en concreto el modo con que el hombre de a pie recibía el mándalo: incluso los esenios y los zelotas contemporáneos a Jesús aceptaban esta interpretación.

Jesús, por el contrario, pide una calidad sin restricciones, una oración que abarque a lodos, también a los que nos hacen sufrir. ¿Cómo puede exigir tanto? El fundamento es el amor gratuito e incondicionado que nosotros recibimos de un Dios que es Padre y nos quiere hijos semejantes a él en el obrar el bien y en procurar el gozo a los demás (vv. 44s). Todos los demás: no se trata de una universalidad ideal, sino muy concreta; propone amar a aquel que no nos ama, saludar al que nos niega el saludo... Es lo que distingue al discípulo de Cristo de los paganos y pecadores (vv. 46s); y superando la tendencia humana natural y limitada, nos hace tender a la perfección con la misma medida inconmesurable del Padre, que es amor (v. 48).

Llegados a este punto, carece de sentido pedir una recompensa a Dios por la observancia tan minuciosa y estricta de las normas de justicia: la gratuidad del amor se convierte en ley reguladora de las relaciones con Dios y con los hombres. En esto consiste la "justicia superior" que Jesús pone como condición para entrar en el Reino de los Cielos (5,20).

 

MEDITATIO

Dios ha sellado con su pueblo un pacto de alianza recíproca, pidiéndole observar sus leyes y normas con todo el corazón. Jesús nos muestra la meta de esta obediencia: llegar a ser hijos semejantes al Padre, perfectos como él es perfecto. Pero la perfección de Dios no es una inalterable serenidad, una pureza aséptica.

Cristo nos revela que es misericordia con todos, gratuidad universal, bondad que supera cualquier medida humana. Por consiguiente, tender a la perfección significa conformar nuestro corazón con el del Padre, que derrama bienes sobre todos, sin hacer distinción entre buenos y malos, justos e injustos, agradecidos e ingratos.

Jesús nos manifiesta un amor similar con todos, pero no de una manera genérica, como una benevolencia seráfica con la humanidad. Nos dice: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen"; actuar con caridad con el que nos está haciendo el mal. Esto es amar de modo perfecto, ofreciendo el don más grande, el perdón. Así nos ha amado Cristo desde la cruz, dejándonos no sólo ejemplo, sino también la gracia necesaria para conformarnos a él. No nos limitemos a lo que nos es connatural, siendo benevolentes con los que nos manifiestan benevolencia: esto lo hacen también de modo natural quienes todavía no conocen el rostro del Padre. A nosotros se nos ha manifestado; se nos ha concedido una gracia sobreabundante: no nos quedemos en cuestiones de mérito, no busquemos recompensas. El amor de Dios derramado sobre nuestros corazones es la más espléndida e inmerecida recompensa.

 

ORATIO

Jesús, Hijo de Dios vivo, tú nos has mostrado en tu rostro el rostro del Padre: haz que mirándote a ti, que no te avergüenzas de llamarnos "hermanos", aprendamos a vivir como verdaderos hijos, obedientes a la voluntad de Dios.

Señor, tú nos has revelado que el Padre derrama su amor a todos: haz que llegando a la fuente de toda bondad podamos llevar al inundo el agua viva del Espíritu, que todo lo renueva.

Oh Cristo, que pediste desde la cruz perdón para todos nosotros: ha/ que acogiendo la gracia divina aprendamos a amar ton a ¡razón gratuito a todos los hombres, y más que a nadie al hermano que nos ha hecho mal. Entonces, al mirarnos, el Padre nos podrá reconocer verdaderamente como hijos suyos.

Sea este nuestro único deseo: tender a la comunión plena, tener un solo corazón y una sola alma.

 

CONTEMPLATIO

Quien ama a todos se salvará, sin duda. Quien es amado por todos no se salvará por eso. "Dios es amor." Quien se relaciona con alguien sin amor, vende a Dios, vende su felicidad. Sólo se da felicidad amando. ¿Cuál es la belleza natural del alma? Amar a Dios. ¿Y cuánto? "Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas" (Le 10,27).

En el mismo orden de belleza hay que poner el amor al prójimo. ¿Cuánto? Hasta la muerte. Si no lo haces, ¿quién sufrirá el daño? No Dios, sino quizás un poco el prójimo, pero tú serás quien sufra un daño enorme. De hecho, el ser privado de una belleza o perfección natural no es igualmente dañino a las criaturas. Si la rosa deja de tener su color natural o la azucena su aroma, el daño que yo recibiría sería de menor importancia aunque me gusten estas sensaciones; mas para la rosa y la azucena sería un daño terrible, porque se ven privadas de su propia y natural belleza (Guigo I., Meditationes, II, 23,89,465).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Seas bendito, oh eterno Dios. Que cesen toda venganza, la incitación al castigo o a la recompensa. Los delitos han superado toda medida, todo entendimiento. Ya hay demasiados mártires. No peses sus sufrimientos en la balanza de tu justicia, Señor, y no dejes que estos carniceros se ceben con nosotros. Que se venguen de otro modo.

Da a los verdugos, a los delatores, a los traidores y a todos los hombres malvados el valor, la fuerza espiritual de los otros, su humildad, su dignidad, su continua lucha interior y su esperanza invencible, la sonrisa capaz de borrar las lágrimas, su amor, sus corazones destrozados pero firmes y confiados ante la muerte, sí, hasta el momento de la más extrema debilidad [...].

Que todo esto se deposite ante ti, Señor, para el perdón de los pecados como rescate para que triunfe la justicia; que se lleve cuenta del bien y no del mal. Que permanezcamos en el recuerdo de nuestros enemigos no como sus víctimas, ni como una pesadilla, ni como espectros que siguen sus pasos, sino como apoyo en su lucha por destruir el furor de sus pasiones criminales. No les pediremos nada más. Y cuando todo esto acabe, concédenos vivir como hombres entre los hombres y que la paz reine sobre nuestra pobre tierra. Paz para los hombres de buena voluntad y para todos los demás (Oración anónima, escrita en yiddish, encontrada en Auschwitz-Birkenau, cit. en B. Ducruet, Con la pace nel cuore, Milán 1998, 42s).

 

Día 24

Segundo domingo de cuaresma Año C

 

LECTIO

Primera lectura: Génesis 15,5-12.17s

5 Dios sacó afuera a Abrahán y le dijo: - Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Y añadió: - Así será tu descendencia.

6 Creyó Abrahán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber.

7 Después le dijo el Señor: - Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los caldeos para darte esta tierra en posesión.

8 Abrahán le preguntó: - Señor, Señor, ¿cómo sabré que voy a poseerla?

9 El Señor le respondió: - Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.

10 Trajo él todos estos animales, los partió por la mitad y puso una mitad frente a la otra, pero las aves no las partió.

11 Las aves rapaces empezaron a lanzarse sobre los cadáveres, pero Abrahán las espantaba.

12 Cuando el sol iba a ponerse, cayó un sueño pesado sobre Abrahán y un gran terror se apoderó de él.

17 Cuando se puso el sol, cayeron densas tinieblas, y entre los animales partidos pasó un horno humeante y una antorcha de fuego.

18 Aquel día hizo el Señor una alianza con Abrahán en estos términos: - A tu descendencia le daré esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eúfrates.

 

**• La espera del cumplimiento de los tiempos de Dios se prolonga poniendo a prueba a Abrahán. Pero el Señor te conforta prometiéndole que su recompensa será muy grande (v. 1): su descendencia será tan numerosa como las estrellas y poseerá la tierra donde ahora vive como extranjero. Abrahán renueva su fe: "creyó al Señor" (v. 6a). A cada intervención del Señor responde con un "Amén" total, asintiendo plenamente: toda su vida está anclada en la roca firme de la Palabra del Señor.

Dios acoge como sacrificio perfecto esta fe obediente: y "se lo anotó en su haber ", o sea, pronuncia el juicio con el que los sacerdotes atestiguaban la perfección de la víctima a sacrificar. Se nos viene a decir: con su comportamiento, Abrahán se ha ubicado en la justa relación con el Señor. Y el Señor entonces se manifiesta como quien toma en sus manos las riendas de la historia de Abrahán, porque tiene un proyecto para el futuro (v. 7).

Se utilizan dos verbos claves de la historia del Éxodo: "sacar" o hacer salir y "dar". La promesa del Señor no se reduce a meras palabras. Como respuesta a la petición de garantía, él propone un rito de juramento que para nosotros resulta desconcertante: pasar entre animales descuartizados significaba que los dos contrayentes de un pacto conjuraban sobre sí mismos como maldición la suerte de los cadáveres en caso de no mantener fidelidad a lo acordado. Es de notar que Dios manda a Abrahán preparar el rito, pero sólo él pasa como resplandor y oscuridad a la vez. Mientras tanto, Dios hace que Abrahán caiga en un sopor (tardemah) que lo insensibiliza; él mismo es quien -paradójicamente- atrae sobre sí la automaldición. Dios se vincula así a la historia de Abrahán y su descendencia para siempre con un juramento solemne e irrevocable, con una fidelidad indefectible, sin exigir contrapartida al hombre.

Verdaderamente, el Señor puede decir a Abrahán y a todos: "No temas. Yo soy tu escudo" (v. 1), ofreciendo un futuro infinitamente mayor que cualquier esperanza humana (vv. 5.18-21).

 

Segunda lectura: Filipenses 3,17-4,1

3.17 Imitad mi ejemplo, hermanos, y fijaos en quienes me han tomado como norma de conducta.

18 Pues, como ya os advertí muchas veces, y ahora tengo que recordároslo con lágrimas en los ojos, muchos de los que están entre vosotros son enemigos de la cruz de Cristo.

19 Su paradero es la perdición; su dios, el vientre; se enorgullecen de lo que debería avergonzarlos y sólo piensan en las cosas de la tierra.

20 Nosotros, en cambio, tenemos nuestra ciudadanía en los cielos, de donde esperamos como salvador a Jesucristo, el Señor.

21 Él transformará nuestro mísero cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para someter todas las cosas.

41 Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, vosotros que sois mi gozo y mi corona, manteneos firmes en el Señor, queridos.

 

*•• A los cristianos de Filipos, Pablo les repite la invitación a desconfiar de los que intentan introducir las prácticas judaizantes: son los que se vanaglorian y confían en la observancia de usos que son "carne", es decir, puramente humanos (3,1-4). Con esta finalidad, el apóstol pone como ejemplo su propia historia y explica sus opciones (vv. 5-14).

De hecho, son muchos los que quisieran desviarle de la fe en Cristo crucificado para sustituirla por la circuncisión y prácticas puramente externas vinculadas en particular con el uso de ciertos alimentos: cosas que, en definitiva, ponen en el vientre su centro de atención y deberían, por consiguiente, ser objeto de vergüenza más que de vanagloria. Desenmascarando los escrúpulos de una religiosidad tan terrena (v. 19), Pablo exhorta a levantar a lo alto los ojos de la fe, a tensar la espera del corazón: la tierra no es nuestra patria, sino el cielo, donde mora Dios, nuestro Padre; de allí esperamos la venida gloriosa del Salvador.

En el comienzo de su carta, Pablo había comparado la vida cristiana con los participantes en una carrera (2,16; 3,12-14). Esta carrera se va configurando como espera y deseo ardiente de conseguir la meta. Recordando el himno cristológico del capítulo 2, el apóstol abre una nueva perspectiva contemplativa de las realidades últimas: Jesucristo es el Señor y todo se le somete. Tal es el horizonte de la vida cristiana: vale la pena mantenerse firmes en el Señor. La fidelidad de la comunidad es para Pablo la corona, el signo de haber concluido victoriosamente la carrera.

 

Evangelio: Lucas 9,28b-36

28 Unos ocho días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar.

29 Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente.

30 En esto aparecieron conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elías,

31 que, resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén.

32 Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos que estaban con él.

33 Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús: - Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pedro no sabía lo que decía.

34 Mientras estaba hablando, vino una nube y los cubrió; y se asustaron al entrar en la nube.

35 De la nube salió una voz que decía: - Éste es mi Hijo elegido; escuchadle.

36 Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron a nadie por entonces nada de lo que habían visto.

 

*»• Como en los otros evangelios sinópticos, también en el de Lucas la trasfiguración está en relación con los acontecimientos precedentes (vv. 18-27). Son los mismos hechos, pero se relatan con una perspectiva particular que ayuda a profundizar en su significado. Jesús sube al monte con los tres discípulos privilegiados "para orar" (v. 28). También los acontecimientos precedentes estaban enmarcados en la oración de Jesús "aparte" con los suyos. Después de orar, el Maestro había preguntado a los discípulos para saber hasta qué punto habían comprendido su identidad y enseñarles lo referente a ello. Ahora en la oración ofrece la confirmación extraordinaria a su palabra: el coloquio orante con el Padre transfigura a Jesús y su aspecto es "otro". Su resplandor hace que lo reconozcamos como el Hijo del hombre profetizado y esperado.

Moisés y Elías, la Ley y los Profetas son los testimonios de la veracidad del evento. Hablan con Jesús de su éxodo: como los dos grandes reveladores de Dios, también Jesús está llamado a "salir", a pasar decididamente unos límites. Para él será el límite extremo, el de la vida terrena. Un sopor se apodera de los discípulos, como sucederá en Getsemaní: el hombre no puede soportar el peso de lo divino en sus manifestaciones, sean de gloria o de sufrimiento.

La nube que cubre con su sombra a los presentes indica que Jesús es el cumplimiento de la historia y los ritos de Israel: ahora es él la tienda del encuentro de Dios con el hombre. La voz divina desde la nube lo proclama Hijo elegido: es el título del Siervo de YHWH en Is 42,1, título atribuido al Hijo del hombre en la apocalíptica judía contemporánea a Jesús. Así es como el Padre testimonia la identidad y misión de Cristo, mandando que lo escuchemos. Cuando se desvanece la visión, Jesús se queda solo con los suyos. De nuevo el camino de la fe, una fe que nace de la escucha-obediencia (Rom 10,17) y se lleva a la práctica en la fidelidad del seguimiento.

 

MEDITATIO

La Palabra del Señor hace que tengamos fija la mirada en la meta de nuestra peregrinación humana: nuestra verdadera patria está en el cielo; hacia allí debemos orientar el corazón y dirigir resueltamente los pasos de nuestro camino empedrado con las opciones cotidianas.

Cada día el Señor nos saca de nuestras falsas seguridades, en las que en vano buscamos tranquilidad y satisfacción; como a Abrahán, como a Israel, también a nosotros nos dice: "Te he sacado para darte...". Y él promete a nuestra fe una recompensa inmensa si aceptamos vivir en un éxodo constante, una aventura nunca acabada aquí abajo, que nos exige siempre nuevas separaciones y desapegos para seguir la llamada del Señor a gustar desde ahora lo que nos promete. Cristo viene a abrirnos el camino y hoy nos deja entrever lo que será el cumplimiento en su faz transfigurada por la oración. Hechos hijos de Dios en la sangre del Hijo amado, debemos llegar a ser día tras día lo que ya somos, escuchando su Palabra, obedeciendo su voz, prolongando la oración para entrar en comunión vital con él. En su luz veremos la luz; fiémonos con corazón sencillo de su guía. Él conoce el camino que nos llevará a la vida y no nos dejará desfallecer en el camino hasta que, de éxodo en éxodo, lleguemos a la Jerusalén eterna, patria de todos, y seamos admitidos, por pura gracia, a la comunión del amor trinitario.

 

ORATIO

Oh Cristo, icono de la majestuosa gloria del Padre, belleza incandescente por la llama del Espíritu Santo, luz de luz, rostro del amor, dígnate hacernos subir a tu presencia en el monte santo de la oración. Fascinados por tu fulgor, desearíamos que nos tuvieses siempre a tu lado en el monte de la gloria, pero el corazón se turba con el pensamiento de que para llegar a la plenitud de la luz es preciso atravesar el bautismo de sangre, por medio del sacrifico, el don total de nosotros mismos.

El monte de la oración, de hecho, es difícil de escalar: sólo se corona su cima pasando antes por la altura del Calvario. No nos sentimos capaces de tanto y quisiéramos retirarnos; pero tú, por un instante fugaz, multiplicas tus seducciones para que también la cruz se transfigure y ya no nos infunda pavor.

 

CONTEMPLATIO

Tu transfiguración, Cristo, proyecta una luz fascinante sobre nuestra vida cotidiana y nos impulsa a dirigir nuestro espíritu hacia el destino inmortal que aquel acontecimiento encierra.

Sobre la cima del Tabor tú, Cristo, descubres durante algunos momentos el esplendor de tu divinidad y le manifiestas a los testigos escogidos de antemano tal como realmente eres, el Hijo de Dios, "la irradiación de la gloria del Padre y la imagen de su sustancia"; pero dejas ver también el destino trascendente de nuestra naturaleza humana, que has asumido para salvarnos, destinada también, por haber sido redimida por tu sacrificio de amor irrevocable, a participar de la plenitud de la vida, de la "herencia de los santos en el reino de la luz".

Ese cuerpo que se transfigura ante los ojos atónitos de los apóstoles es tu cuerpo, oh Cristo, hermano nuestro, pero es también nuestro cuerpo llamado a la gloria, porque somos "partícipes de la naturaleza divina". Una dicha incomparable nos espera si hacemos honor a nuestra vida cristiana (Pablo VI, Discurso para el ángelus, 6 agosto 1978, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "El Señor es mi luz y mi salvación" (Sal 26,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Evangelio nos dice que su rostro apareció totalmente transfigurado. Sabes muy bien que el rostro revela el corazón, revela la interioridad de un ser. Con los ojos de tu corazón contempla ese rostro, pero a través del rostro encuentra el corazón de Cristo. El rostro de Cristo expresa y revela la ternura infinita de su corazón. Cuando sientes una gran alegría, tu rostro se ilumina y refleja tu felicidad.

Es un poco lo que le ha pasado a Jesús en la transfiguración. Si escrutas el corazón de Cristo en la oración, descubrirás que la vida divina, en fuego de la zarza ardiente, estaba escondido en el fondo del mismo ser de Jesús. Por su encarnación, ha "humanizado" la vida divina para comunicártela sin que te destruya, pues nadie puede ver a Dios sin morir. En la transfiguración, esta vida resplandece con plena claridad de una manera fugaz e irradia el rostro y los vestidos de Jesús. Sobre el rostro de Cristo contemplas la gloria de Dios.

En la transfiguración, todo el peso de la gloria del Señor -es decir, la intensidad de su vida- irradia de Jesús. Las figuras de Moisés y Elías convergen hacia él. No hay que engañarse en esto: el ser mismo de Cristo hace presente al Dios tres veces santo de la zarza ardiente y al Dios íntimo y cercano del Horeb. Sin embargo, hay que aprehender toda la dimensión de la gloria de Jesús, que brilla de una manera misteriosa en su éxodo a Jerusalén, es decir, en su Pasión. En el centro mismo de su muerte gloriosa es donde Jesús libera esta intensidad de vida divina escondida en él.

La contemplación de la transfiguración te hace penetrar en el corazón del misterio trinitario, del cual la nube es el símbolo más brillante. Si aceptas en Jesús el entregar tu vida al Padre por amor, participas del beso de amor que ef Padre da al Hijo (J. Lafrance, Ora a tu Padre, Maérid 1 981, 104-105).

 

 

Día 25

Lunes de la segunda semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 9,4b-10

4 Rogué al Señor, mi Dios, le hice esta confesión:

- Señor, Dios grande y terrible, que mantienes la alianza y eres fiel con aquellos que te aman y cumplen tus mandamientos.

5 Nosotros hemos pecado, somos reos de incontables delitos, hemos sido perversos y rebeldes y nos hemos apartado de tus mandatos y preceptos.

6 No hemos hecho caso a tus siervos los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros antepasados y a todo nuestro pueblo.

7 Tú, Señor, eres justo; nosotros, en cambio, hombres de Judá y habitantes de Jerusalén nos sentimos  hoy avergonzados; así como todos los israelitas, tanto los que están cerca como los que están lejos en los países a los que tú los arrojaste por haberse rebelado contra ti.

8 Nos sentimos, Señor, avergonzados, lo mismo que nuestros reyes, príncipes y antepasados, porque hemos pecado contra ti.

9 Pero el Señor, nuestro Dios, es misericordioso y clemente, aunque nos hayamos rebelado contra él

10 y no hayamos escuchado su voz ni seguido las leyes que nos dio por medio de sus siervos los profetas.

 

**• Redactada en un cuidadoso hebreo, la oración de Daniel aparece en el c. 9 como explicación de un oráculo de Jeremías sobre la duración del destierro de Babilonia y sobre la restauración de Jerusalén (cf. Jr 25,1 ls; 29,10).

Los setenta años anunciados por Jeremías se interpretan -según recientes cálculos exegéticos- como un período de setenta semanas de años (490 años), una larga "cuaresma" entre el comienzo del destierro y la nueva consagración del templo de Jerusalén después de la profanación por parte de Antíoco IV.

En la prueba, Daniel se dirige a Dios haciendo una lectura de la historia a la luz de la tradición deuteronomista: a la infidelidad del pueblo sigue indefectiblemente el castigo (vv. 5-7). ¿Pero hasta cuándo se verá obligado el Señor a corregir tan duramente a Israel?

Sólo Dios puede responder, y ésta es la razón de la pregunta del profeta (v. 3), casi como una provocación. Por su parte, como individuo y como portavoz de todo el pueblo, Daniel confiesa a Dios grande y terrible (v. 4), con sincero arrepentimiento, que los sufrimientos son bien merecidos (cf. por ejemplo Neh 1,5 y Dt 7,9.21). Sin embargo, la confesión no se cierra en desesperación, sino en una espera confiada en el perdón divino (v. 9): pues el Dios de Israel es fiel y benévolo (v. 4), lento a la ira y rico en amor.

 

Evangelio: Lucas 6,36-38

Dijo Jesús:

36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

37 No juzguéis, y se os dará; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.

38 Dad, y Dios os dará. Os verterán una medida generosa, apretada, rellena, rebosante; porque con la medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros.

 

*•*• Después de la proclamación de las Bienaventuranzas, casi como su desarrollo concreto, el evangelista Lucas pone en labios de Jesús el mandamiento del amor universal y de la misericordia (cf. 6,27-38). Redacta un pequeño poema didáctico en tres estrofas: enunciado del mandamiento (vv. 27-31); sus motivaciones (vv. 32-35) y su práctica (vv. 36-38). La analogía con el "discurso de la montaña" de Mateo es evidente. Pero se da una peculiaridad en el fragmento de Lucas: habla de la imitación del Padre en términos de misericordia donde Mateo usa la palabra "perfección". ¿Cómo hay que practicar en concreto esta misericordia? Éste es el tema de los versículos que leemos hoy.

Cinco verbos pasivos nos indican que el verdadero protagonista es el Padre: "No seréis juzgados..., no seréis condenados..., seréis perdonados..., se os dará..., os verterán una medida generosa" (vv. 37s). Es un crescendo en bondad, un don en superlativo {per-dón): así es la misericordia que usa el Padre con nosotros, y la usará plenamente.

 

MEDITATIO

La vida cristiana nos presenta a menudo, por no decir siempre, la dolorosa condición de comprobar nuestras carencias y las trágicas situaciones de muerte y odio que dominan en el mundo. Si nos quedamos sólo en la crónica corremos el riesgo de ahogar la confianza y la esperanza. ¿Qué hacer? Es preciso tener la valentía de mirar con ojos nuevos, purificados por un sincero arrepentimiento y por la oración. En la oración es donde podremos encontrar a Dios, conocerlo, hablar con Él y, sobre todo, escuchar su voz.

Entonces se manifestará a nuestros ojos en su misteriosa y paradójica trascendencia: tan grandioso y, sin embargo, tan cercano, benévolo, paciente. Nuestro corazón se abrirá a su propia verdad y a la de los demás: en presencia de Dios todo juicio de condena se transforma en humilde petición de perdón para todos, porque todos somos corresponsables de tanto mal.

En este encuentro continuamente repetido cambia el modo de ver la historia personal y universal: en la oración aprendemos a descubrir las huellas de la presencia de Dios, las semillas de bien, ocultas pero reales, de las que esperamos con fe y paciencia que germinen y florezcan.

 

ORATIO

Cuando la mezquindad de mis horizontes pretende juzgar los infinitos espacios de tu misericordia, Señor, escucha; Señor, perdona. La impaciencia hace que coseche sólo en la vida fatigas, sufrimientos, promesas vacías o pruebas inútiles. Dilata mi pobre corazón para no contristar al Espíritu que todo lo sostiene y lo renueva todo. Enséñame, oh Dios, el arte de elegir lo mejor en todo y en cada uno, ayúdame a mirar al mundo con tu amor de Padre.

Concédeme una mirada sincera y serena de mí mismo: reconociéndome, mirado con benevolencia, esperado, perdonado, aprenda así a perdonar, a esperar, a callar.

Sugiéreme el tiempo y modo más oportunos para ofrecer a cada uno la ayuda que necesite sin excluir a nadie en mi interior.

Cuando el temor me asalte y vacile mi esperanza, Señor, hazte cargo de todo; que me limite a gritar: "¿Hasta cuándo, Señor?". No con orgullo o amargura, sino con las lágrimas de un niño que sabe hablar a su Padre.

 

CONTEMPLATIO

Cuanto más nos engolfamos en la inmensidad de la bondad divina, tanto más vamos adquiriendo conocimiento de nosotros mismos. Comienzan a abrirse las fuentes de la gracia y a abrirse las flores magníficas de las virtudes. La primera, la mayor, es el amor de Dios y del prójimo. ¿Cómo puede encenderse ese amor sino en la llama de la humildad? Porque sólo el alma que ve su propia nada se enciende de amor total y se transforma en Dios. Y transformada en Dios por amor, ¿cómo podría dejar de amar a toda criatura por igual? La transformación de amor hace amar a toda criatura con el amor con que Dios creador ama a todo lo por él creado. Y es que hace ver en toda criatura la medida desmesurada del amor de Dios.

Transformarse en Dios quiere decir amar lo que Dios ama. Quiere decir alegrarse y gozarse de los bienes del prójimo. Quiere decir sufrir y contristarse por sus males.

Y como el alma abierta a estos sentimientos está abierta al bien y sólo al bien, no se enorgullece al ver las culpas de los hombres, ni juzga, ni desprecia. Estos sentimientos le impiden el orgullo que nos lleva a juzgar. Y le lleva a ver no sólo los males morales de su prójimo sufriéndolos y haciéndolos suyos, sino también los males corporales que afligen a la humanidad, y por el amor que la transforma totalmente, los reputa como males propios (Angela de Foligno, Instrucciones, Salamanca 1991).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Atiende, respóndeme, Señor Dios mío" (Sal 12,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cuando gustamos desde dentro la misericordia de Dios, cuando experimentamos interiormente la suavidad del amor de Dios, algo pasa dentro de nosotros. Se disuelven hasta las peñas. Nos convertimos en criaturas que penetran de tal modo los misterios del Señor y de una comunión fraterna tal que se puede comprobar cuan verdadera es la bienaventuranza del Señor, que nos dice: "Dichosos los misericordiosos". Cuando la misericordia es solamente fruto del cansancio, no digo que no tenga valor, pero manifiesta que todavía no me identifico con la misericordia que practico. Se reduce a un instrumento operativo, a un método de comportamiento. Pero cuando la misericordia recobra esa dimensión con la que me identifico, entonces soy dichoso. Entonces vivo el gozo de practicar la misericordia.

Y ésta es la razón por la que Dios es dichoso en su misericordia: no cansa ser misericordioso, depende de la perfección de su amor, de la plenitud de su amor. Estoy llamado a configurarme con mi Señor de tal modo que mi vida sea un testimonio de la misericordia divina en la vida de los hermanos. Quizás hemos encontrado en nuestra vida personas que son de verdad signo de la misericordia de Dios. Hay personas que defienden siempre a todos, a todos juzgan buenos. He conocido varias en mi vida, y las recuerdo con gran gozo. Por ejemplo, un hermano. Aunque le pincharas para hacerle decir algo carente de misericordia, perderías el tiempo.

Cuando una persona se identifica con la misericordia del Señor, todo es posible, y se es capaz de verdadera comunión con los otros. A primera vista parece que tiene que ser uno al que todo le resbala: no acusa a nadie, ni agravia a nadie, se deja coger todas las cosas por cualquiera. Pero Tos demás no pueden negarle nada. Tiene tal fascinación, que uno se convierte en una presencia incisiva en su vida. La serenidad interior de estas criaturas es admirable. Y la confianza en la bondad del Señor es absoluta en su vida espiritual.

También nosotros estamos llamados a identificarnos con el misterio de la misericordia del Señor, a vivirla con total serenidad, a ser en el mundo su continuación y sacramento (A. Ballestrero, Le beatitudini, Leumann 1986, 132-134, passim).

 

 

Día 26

Martes de la segunda semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 1,10.16-20

10 Escuchad la Palabra del Señor, jefes de Sodoma, atiende a la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra:

16 Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal,

17 aprended a hacer el bien. Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda.

18 Luego venid, discutamos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, blanquearán como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, quedarán como la lana.

19 Si obedecéis y hacéis el bien, comeréis los frutos de la tierra;

20 Si os resistís y sois rebeldes, os devorará la espada. Lo ha dicho el Señor.

 

**• Como una especie de introducción a todo el libro de Isaías, el capítulo 1 anticipa la temática fundamental que aparecerá y se desarrollará después: al amor fiel de Dios el pueblo responde con infidelidad (vv. 2-9), atrayendo el castigo divino. Pero no hay culpa, por muy grave que sea, que no la venza la misericordia de Dios: se salvará un pequeño resto, raíz de vida nueva.

La perícopa que nos presenta la liturgia de hoy es una enseñanza profética contra el ritualismo, enmarcada en el esquema literario de una disputa jurídica típica de la tradición deuteronomista (vv. 10.19s). La referencia a Sodoma y Gomorra hace de gancho con el oráculo precedente (vv. 4-9): por la infidelidad de sus jefes, el "pueblo de Judá y Jerusalén" -términos que no hay que tomar en sentido geográfico, sino como referencia a todo el pueblo elegido- está en situación de atraer sobre sí un castigo similar al de las dos ciudades tristemente famosas (cf. Gn 19; Dt 29,22; 32,32).

Cuando no se hay una adhesión a la Ley divina, la oración es ineficaz y el culto inútil, incluso hasta perverso (vv. 11-15); viene a ser como ofrenda de incienso a los ídolos (cf. Dt 7,25s). Israel, aunque infiel, será siempre el destinatario de la Palabra de vida, y los dones de Dios son irrevocables: los dos imperativos que aparecen en sólo dos versículos (vv. 16s) indican la urgencia de un cambio para acoger el perdón que ofrece el Señor. Todavía puede el pueblo optar por la bendición (v. 19) o por la maldición (v. 20).

 

Evangelio: Mateo 23,1-12

23,1  Entonces Jesús, dirigiéndose a la gente y a sus discípulos, les dijo:

2- En la Cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la Ley y los fariseos.

3 Obedecedles y haced lo que os digan; pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen.

4 Atan cargas pesadas e insoportables, y las ponen a las espaldas de los hombres; pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas.

5 Todo lo hacen para que los vea la gente: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto;

6 Les gusta el primer puesto en los convites y los primeros asientos en las sinagogas;

7 que los saluden por la calle y los llamen maestros.

8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "maestro", porque uno es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.

9 Ni llaméis a nadie "padre" vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo.

10 Ni os dejéis llamar "preceptores", porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías.

11 El mayor de vosotros será el que sirva a los demás. – Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

 

*» El fragmento aparece después de los debates de Jesús en el Templo y constituye el primer cuadro del tríptico que el evangelista Mateo dedica a denunciar a escribas y fariseos (c. 23). Jesús se dirige "a la gente y a sus discípulos" con una doble enseñanza (vv. 1-12).

Por una parte desenmascara la incoherencia (vv. 2-4), la ostentación y la vanagloria (vv. 5-7) de escribas y fariseos, contra los que lanzará sus siete "aves" (vv. 13-36). Por otra, pone en guardia a los discípulos contra el detestable vicio de la ambición (vv. 8-10), verdadero cáncer de la comunidad -evidentemente- también en tiempos de la redacción del Evangelio. Cualquier actitud de puras formas externas o de búsqueda de prestigio personal desvirtúa la misma religiosidad y la convierte en idolátrica.

Entonces, ¿qué hay que hacer? ¿No escuchar la Palabra de la que los jefes son intérpretes incoherentes? Jesús invita al discernimiento, a hacer lo que dicen y no lo que hacen. El evangelista Mateo, implícitamente, nos invita a mirar a Jesús, el verdadero Maestro, fiel intérprete del Padre.

 

MEDITATIO

Dejemos que nos hieran las palabras que hoy la madre Iglesia hace resonar en nuestros oídos. No demos nada por descontado, pensando en nuestro interior: "Estas palabras le van bien a fulano o a mengano...". Dios nos lo dice a nosotros.

Y es una gracia inestimable que todavía nos las diga: en su paciencia quiere brindarnos una posibilidad de evitar un merecido castigo, aunque sólo fuese por nuestra ingratitud y superficialidad o quizás por la malicia de nuestra falta de generosidad. Cuando dormimos seguros sobre los laureles de los preceptos que observamos (así nos parece), recibimos gloria unos de otros, en vez de dar gloria al Señor.

¿Y Él? Él vuelve la mirada a otra parte: a sus ojos somos como los fariseos que ostentan sus filacterias y alargan las franjas del manto. Además, Isaías nos dice que todavía no hemos aprendido lo que es amor: respuesta agradecida, generosa y total a un Dios fiel que ha salido a nuestro encuentro y se ha unido a nosotros con vínculos nupciales. Sacrificios y ofrendas no valen nada si nuestros oídos y el corazón, seducidos por el pecado, se endurecen en las relaciones. ¿Quién circuncidará nuestro corazón y lavará nuestras manos? Será precisamente la Palabra de Dios, escuchada con oído atento, interiorizada en el corazón, guardada con amor, practicada con sencillez.

 

ORATIO

¡Cuántas veces, Señor, hemos hecho ostentación de obras y méritos para "dejarnos ver"..., y no precisamente por tus ojos, que ven el corazón, sino para ser admirados por los hombres; cuántas veces hemos buscado la estima y la gloria! Ten piedad de nosotros, Señor, por todas las veces que la Palabra de vida de la que nos mostramos maestros deja insensible nuestra conducta.

Tú, único Maestro del hombre, nos das el ejemplo más preclaro, haciéndote siervo. Tú, Hijo unigénito de Dios, nos invitas a buscar la mirada del Padre celestial, quien por tu extrema humillación te ha exaltado a su derecha. Lávanos en la sangre de tu sacrificio, purifícanos de toda malicia y vanidad; haznos discípulos dóciles, abiertos a la escucha, prontos en el buen obrar, humildes y transparentes en la vida de cada día.

 

CONTEMPLATIO

Abre tu corazón a todos los que son discípulos de Dios, sin mirar con sospechas su aspecto, sin mirar con desconfianza su edad. Y si alguno te parece pobre o andrajoso o feo o perdido, que no se turbe tu espíritu ni retrocedas.

El aspecto visible engaña a la muerte y al diablo porque la riqueza interior es invisible para ellos. Y mientras insisten en lo material y lo desprecian porque saben que es débil, están ciegos para las riquezas interiores e ignoran "el tesoro" que llevan "en vasijas de barro", que defiende el poder de Dios Padre, la sangre de Dios hijo y el rocío del Espíritu Santo. Pero no te dejes engañar tú, que has gustado la verdad y has sido considerado digno del gran rescate; y al contrario de lo que hacen otros hombres, opta por un ejército desarmado, pacífico, incruento, sereno, incontaminado: ancianos honrados, huérfanos piadosos, viudas rebosantes de mansedumbre, hombres adornados por la caridad (Clemente de Alejandría, Ce salvezza per el ñeco? XXXIIIs, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ser plenamente sinceros significa hacer todo preocupándose únicamente de lo que Dios piensa de nuestras acciones. Significa, por consiguiente, no adoptar actitudes diversas según el ambiente, no pensar de un modo cuando estamos solos y de otro cuando se está con alguien, sino hablar y actuar bajo la mirada de Dios, que lee los corazones. La sinceridad consiste en esforzarse para que nuestro porte externo coincida cada vez más con nuestro interior. Y, naturalmente, sin provocación, sino sencillamente siendo lo que somos, sin falsear la verdad por temor a desagradar a los demás.

Esta sinceridad exige pureza de intención, es decir, preocuparnos en nuestro actuar del juicio de Dios, no de los juicios humanos; actuar preocupándonos más de lo que agrada o desagrada a Dios que de lo que agrada o desagrada a los hombres. Este es uno de los puntos esenciales de la vida espiritual.

Habitualmente -no nos hagamos ilusiones- nos domina la preocupación de agradar o desagradar a los hombres, interesándonos de mejorar la imagen que los otros pueden tener de nosotros. Y, sin embargo, nos preocupamos poco de lo que somos a los ojos de Dios; y por esta razón nos saltamos con frecuencia lo que sólo Dios ve: la oración oculta, las obras de caridad secretas. Y ponemos mayor empeño en lo que, aunque lo hagamos por Dios, lo ven también los hombres y va implicada nuestra reputación. Llegar a una total sinceridad -esto es, a obrar bien lo mismo si no nos ven que si nos ven- significa llegar a una perfección altísima (J. Daniélou, Saggio sul mistero della storia, Brescia 1963, 334s, passim).

 

Día 27

Miércoles de la segunda semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 18,18-20

18 Los enemigos del profeta dijeron: "Vamos a urdir un plan contra Jeremías, porque no nos faltará la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio ni la palabra del profeta. Hablemos mal de él; no prestemos atención a ninguna de sus palabras".

19 ¡Hazme caso tú, Señor, escucha lo que dicen mis adversarios!

20 ¿Acaso se devuelve mal por bien? Pues ellos han cavado una fosa para mí. Recuerda cómo estuve ante ti, intercediendo en su favor, para alejar de ellos tu ira.

 

**• El versículo introductorio (v. 18) enmarca históricamente el presente fragmento: de nuevo Jeremías es amenazado de muerte (cf. Jr 1 l,18s). El complot es ahora más grave que el precedente, porque lo han urdido los mismos guías espirituales del pueblo que pretenden acallar al profeta que les resulta incómodo. Esta situación aclara la dura invocación de venganza -según la ley veterotestamentaria del talión- que brota de los labios del profeta, aunque la liturgia de hoy omite estos versículos.

La perícopa presente pretende llevar la atención del lector en otra dirección con vistas a preparar el relato evangélico. El profeta es del Siervo doliente (cf. Is 53,8-10) y padece persecución por la fidelidad a su vocación, por el amor a su pueblo, a favor del cual él -nuevo Moisés- se ha atrevido a interceder a pesar de la prohibición del Señor (cf. 11,14; 14,11; 15,1). Su confesión es un abandonarse confiadamente en Dios, del único que espera la salvación. Lo que Jeremías ha hecho "en favor" del pueblo elegido y lo que formula en su oración se realizará plenamente en el verdadero Siervo doliente, en Jesús.

Los jefes lo ejecutarán efectivamente. Y en ese momento Jesús no sólo no pedirá venganza, sino que impetrará el perdón, ofreciendo libremente la vida "en favor" de los que le crucificaron.

 

Evangelio: Mateo 20,17-28

17 Cuando Jesús subía a Jerusalén, tomó consigo a los doce discípulos aparte y les dijo por el camino:

18 - Mirad, estamos subiendo a Jerusalén. Allí el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y maestros de la Ley, que lo condenarán a muerte

19 y lo entregarán a los paganos, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará.

20 Entonces, la madre de los Zebedeos se acercó a Jesús con sus hijos y se arrodilló para pedirle un favor.

21 Él le preguntó: - ¿Qué quieres? Ella contestó: - Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando tú reines.

22 Jesús respondió: - No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? Ellos dijeron: - Sí, podemos.

23 Jesús les respondió: - Beberéis mi copa, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo ha reservado mi Padre.

24 Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

25 Pero Jesús los llamó y les dijo:- Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente  que los magnates las oprimen.

26 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor,

27 y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo,

28 de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.

 

**• Jesús, de peregrinación a Jerusalén, sube a la ciudad santa perfectamente consciente del final de su camino humano y por tercer vez predice a sus discípulos la pasión. Y lo hace del modo más explícito y desconcertante para la mentalidad de los contemporáneos: no sólo se identifica con el Hijo del hombre, figura celeste y gloriosa esperada para inaugurar el Reino escatológico de Dios, sino que, con audacia y autoridad, funde este personaje con otra figura bíblica de signo aparentemente opuesto, la del Siervo doliente (vv. 18-19.28).

Los discípulos no estaban preparados para comprenderlo. Prefieren abrigar -para el Maestro y para sí mismos- perspectivas de éxito y poder (vv. 20-23). Y Jesús les explica el sentido de su misión y del seguimiento: ha venido a "beber la copa" (v. 22), término que en el lenguaje profético indica el castigo divino reservado a los pecadores. Quien desee los puestos más importantes en el Reino debe, como él, estar dispuesto a expiar el pecado del mundo. Éste es el único "privilegio" que él puede conceder. No le incumbe establecer quién debe sentarse a su derecha o a su izquierda (v. 23). Él es el Hijo de Dios, pero no ha venido a dominar, sino a servir, como Siervo de YHWH, ofreciendo la vida como rescate (ilytron), para que todos los hombres esclavos del pecado y sometidos a la muerte sean liberados.

 

MEDITATIO

En la Palabra de Dios que hemos escuchado aparecen dos mentalidades opuestas y que suscitan una pregunta fundamental: ¿qué sentido tiene la vida? ¿Vale la pena vivirla?

El mundo nos sugiere: adquiere fama, busca alcanzar el poder, usa tu capacidad para demostrar que eres...

Por el contrario, el profeta, hombre de Dios, y Jesús, el Hijo predilecto del Padre, nos brindan el ejemplo de una existencia gastada en el servicio, por amor. Este servicio logra su plenitud cuando se convierte en ofrenda total de la vida: el otro se convierte de este modo en algo más importante que nosotros mismos, tiene la primacía. En el fondo, se requiere una actitud de humildad, virtud que autentifica cualquier gesto de amor y lo libera de equívocos o de buscar segundas intenciones.

Éste es el camino emprendido por el profeta. Pero sólo recorriéndolo es como ha aprendido a conocer lo que realmente significa. De ahí su grito de lamentación al Señor: "¿Por qué, después de haber hecho el bien, me pagan con males?"

La tentación de desconfianza se clava en lo íntimo del corazón. Sólo Jesús puede dar fuerza para hacer el bien incondicionalmente: "El Hijo del hombre va a ser entregado... para que se burlen de él, lo azoten v lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará" (Mi 20,18s). El bien no cae en el vacío, sino que dará fruto a su debido tiempo, un tiempo que es vida eterna, gozo sin fin para todos.

 

ORATTO

Gracias, Señor Jesús, por la dulce firmeza con que nos llevas de la mano por el camino de la cruz. Gracias por la paciente benevolencia en repetirnos hasta la saciedad que la verdadera realeza se obtiene sirviendo, dando la vida por amigos y enemigos. Gracias, Señor Jesús: tú, el más bello de los hijos de los hombres, has permitido ser desfigurado hasta no tener apariencia ni belleza que atrajese nuestras miradas desagradecidas.

Gracias, Señor Jesús, por la humilde fortaleza de tu silencio cuando todos provocamos tu condena a muerte con nuestras indiferencias, rebeliones y pecados.

Gracias por tu perdón espléndido, que brotó precisamente en el leño de tu atroz suplicio. Gracias, Señor Jesús, porque siempre estás con nosotros con tu preciosa sangre.

 

CONTEMPLATIO

Hijo, habla así en cualquier cosa: Señor, si te agradare, hágase esto así. Señor, si es honra tuya, hágase esto en tu nombre.

Señor, si vieres que me conviene y hallares serme provechoso, concédemelo, para que use de ello a honra tuya. Mas si conocieres que me sería dañoso y nada provechoso a la salvación de mi alma, desvía de mí tal deseo.

Porque no todo deseo procede del Espíritu Santo, aunque parezca justo y bueno al hombre.

Dificultoso es juzgar si te incita buen espíritu o malo a desear esto o aquello, o si te mueve tu propio espíritu.

Muchos que al principio parecían ser movidos por buen espíritu se hallan engañados al fin

Por eso, sin verdadero temor de Dios y humildad de corazón, no debes desear pedir cosa que al pensamiento se te ofreciere digna de desear, y especialmente con entera renunciación lo remites todo a mí y me puedes decir: ¡Oh Señor! ¡Tú sabes lo mejor, haz que se haga esto o aquello como te agradare!

Dame lo que quisieres, y cuanto quisieres y cuando quisieres. Haz conmigo como sabes, y como más te pluguiere, y fuere mayor honra tuya (Imitación de Cristo, III, 15,1-2).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "En tus manos encomiendo mi espíritu" (Sal 30,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La ley de Cristo sólo puede vivirse por corazones mansos y humildes. Cualquiera que sean sus dones personales y su puesto en la sociedad, sus funciones o sus bienes, su clase o su raza, los cristianos permanecen como personas humildes: pequeños.

Pequeños ante Dios, porque son creados por él y de él dependen. Cualquiera que sea el camino de la vida o de sus bienes, Dios está en el origen y fin de toda cosa. Mansos como niños y débiles y amantes, cercanos al Padre fuerte y amante. Pequeños porque están ante Dios, porque saben pocas cosas, porque son limitados en conocimiento y amor, porque son capaces de muy poco. No discuten la voluntad de Dios en los acontecimientos que suceden ni lo que Cristo ha mandado hacer: en tales acontecimientos, sólo cumplen la voluntad de Dios.

Pequeños ante los hombres. Pequeños, no importantes, no superhombres: sin privilegios, sin derechos, sin posesiones, sin superioridad. Mansos, porque son tiernamente respetuosos con lo creado por Dios y está maltratado o lesionado por la violencia. Mansos, porque ellos mismos son víctimas del mal y están contaminados por el mal. Todos tienen la vocación de perdonados, no de inocentes. El cristiano es lanzado a la lucha. No tiene privilegios. No tiene derechos. Tiene el deber de luchar contra la desdicha, consecuencia del mal. Por esta razón, sólo dispone de un arma: su fe. Fe que debe proclamar, fe que transforma el mal en bien, si sabe acoger el sufrimiento como energía de salvación para el mundo; si morir para él es dar la vida; si hace suyo el dolor de los demás. En el tiempo, por su palabra y sus acciones, a través de su sufrimiento y su muerte, trabaja como Cristo, con Cristo, por Cristo (M. Delbrél, La alegría de creer, Santander 1997).

 

Día 28

Jueves de la segunda semana de cuaresma

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 17,5-10

5 Así dice el Señor: ¡Maldito quien confía en el hombre y se apoya en los mortales, apartando su corazón del Señor!

6 Será como un cardo en la estepa, que no ve venir la lluvia, pues habita en un desierto abrasado, en tierra salobre y despoblada.

7 Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza.

8 Será como un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente su raíces; nada teme cuando llega el calor; su follaje se conserva verde; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto.

9 Nada más traidor y perverso que el corazón del hombre: ¿Quién llegará a conocerlo?

10 Yo, el Señor, sondeo el corazón, examino la conciencia, para dar a cada cual según su conducta, según lo que merecen sus acciones.

 

*•• El profeta Jeremías nos ofrece dos sentencias sapienciales: en la primera (vv. 5-8), contraponiendo los extremos, con un típico estilo semítico, nos indica claramente dónde se encuentra la maldición del hombre cuyo final es la muerte y dónde la bendición portadora de vida.

Al impío no se le caracteriza directamente como el que obra mal, sino como el hombre que confía sólo en lo humano ("carne") y se aleja interiormente del Señor: de esta actitud del corazón sólo pueden venir acciones malvadas. Aquello en lo que el hombre confía se asemeja al terreno del que succiona sus nutrientes un árbol.

Por eso, al impío se le compara con un cardo arraigado en tierra salobre e inhóspita (v. 6): no dará fruto, ni durará mucho.

También al hombre piadoso se le describe partiendo del interior: confía en el Señor y se asemeja a un árbol plantado al borde de la acequia (cf. Sal 1) que no teme el estío ni las circunstancias adversas: prosperará y dará fruto (vv. 7s).

La segunda sentencia (vv. 9s) insiste más explícitamente en la importancia del "corazón", centro de las decisiones y de los afectos del hombre. Sólo Dios puede conocerlo de verdad y sanarlo, sopesarlo y valorar con equidad la conducta y el fruto de las obras de cada uno.

 

Evangelio: Lucas 16,19-31

19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y todos los días celebraba espléndidos banquetes.

20 Y había también un pobre, llamado Lázaro, tendido en el portal y cubierto de úlceras,

21 que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico. Hasta los perros venían a lamer sus úlceras.

22 Un día, el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue sepultado.

23 Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno.

24 Y gritó: "Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresqué mi lengua, porque no soporto estas llamas".

25 Abrahán respondió: "Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado.

26 Pero, además, entre vosotros y nosotros se abre un gran abismo, de suerte que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan, ni tampoco puedan venir de ahí a nosotros".

27 Replicó el rico: "Entonces te ruego, padre, que lo envíes a mi casa paterna,

28 para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormento".

29 Pero Abrahán le respondió: "Ya tienen a Moisés y a los profetas, ¡que los escuchen!".

30 El insistió: "No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán".

31 Entonces Abrahán le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco harán caso aunque resucite un muerto".

 

*+• Lucas recoge en el capítulo 16 de su evangelio la catequesis de Jesús sobre el uso de las riquezas. La conocida parábola que nos propone hoy la liturgia nos enseña en particular a considerar la presente condición a la luz de la eterna, que dará un vuelco total. Se sacan a continuación las consecuencias prácticas (v. 25). El hombre rico que nos presenta Jesús no tiene nombre.

Pero como en el centro de sus intereses está el opíparo banquete cotidiano, tradicionalmente se le da el apelativo de Epulón ("banqueteador", "comilón"). Jesús, por el contrario, saca del anonimato al pobre. Su mismo nombre es significativo, ya que significa "Dios ayuda". El hambre y la enfermedad le hacen yacer a la puerta del rico, en espera (v. 21) de lo que cae descuidadamente de la mesa puesta. Hasta los perros le muestran piedad, pero pasa desapercibido para el rico.

Pero la vida humana acaba. Y Jesús levanta el telón del tiempo para mostrarnos otro banquete, el eterno predicho por los profetas. Los ángeles llevan a este banquete a Lázaro hasta el puesto de honor: recostado cerca del patrón de la casa, con la cabeza vuelta hacia su pecho

(v. 22), goza de los bienes de la salvación.

La suerte del rico es precisamente la contraria, y solamente ahora, entre los tormentos infernales, "ve" a Lázaro y osa pedir por su mediación un mínimo alivio al ardor que devora su paladar (v. 24). Sin embargo, las opciones de la vida presente hacen definitiva e inmutable la condición eterna (v. 26). Ni siquiera un milagro como la resurrección de un muerto -dice Jesús aludiéndose a sí mismo- podría ablandar la dureza de corazón que hace oídos sordos a lo que el Señor dice incesantemente por medio de las Escrituras (vv. 27-31).

 

MEDITATIO

La Palabra de hoy presenta a nuestros ojos un cuadro de imágenes sencillísimas, de vivos colores, sin matices. El mismo estilo es ya una enseñanza: nos lleva a buscar sinceramente lo esencial. Emerge un tema fundamental: el hombre decide en el tiempo su destino eterno -vida o muerte-, sin que exista otra posibilidad. Quien confía en sí mismo y en una felicidad egoísta, obra de sus manos, penetra en las tinieblas y está ciego hasta el punto de no ver a un mendigo sentado a la puerta de su casa. Quien confía en Dios, reconociéndose criatura dependiente de él y amado por él, lleva en el corazón un germen de eternidad que florecerá en felicidad y paz eterna. ¿Cómo aprender a no confiar en nosotros mismos?

Ni Jeremías ni Jesús lo explican con teorías. Utilizan imágenes: un árbol, un mendigo. Fijemos la mirada en Lázaro. El silencio parece ser el rasgo principal de su rostro. Probado duramente a lo largo de la vida, olvidado por los que esperaba ayuda, él calla. Ni una palabra contra Dios, ni contra los hombres. Ni rebelión, ni envidia, ni crítica. La muerte libertadora, quizás largamente esperada, llega como amiga. Y la escena cambia. Él, el despreciado, es acogido por los ángeles y santos en el seno de Abrahán. En aquella luz, él sigue envuelto de silencio. Una belleza sobrenatural emana de su rostro. Su rostro deja transparentar otro Rostro. Jesús es el pobre Lázaro: él no consideró un tesoro celoso ser igual a Dios, sino que se despojó de su rango; se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. Su amor humilde le ha permitido subir y atravesar ese insondable abismo que separa la tierra del cielo. Y ahora, cada día, se sienta a la puerta de nuestro corazón y llama...

 

ORATIO

Señor Jesús, tú nos conoces hasta el fondo y sabes dónde ponemos nuestra confianza: líbranos de los proyectos mezquinos que nos proporcionan falsas seguridades y ábrenos a horizontes de vida eterna.

Tú ves nuestro corazón y sabes con qué cosas se sacia y de qué tiene hambre. Quítanos todo lo que nos estorba, lo que nos encierra en el palacio de nuestro egoísmo, de nuestro orgullo, de nuestra vanidad de tener o de saber. Quítanos toda aquello que nos hace insensibles a tantos hermanos sentados fuera y privados de lo que realmente necesitan: privados de casa, de pan, de instrucción, de salud, de cuidados; privados de amor, de esperanza. Haznos capaces de compartir todo lo que recibimos de tus manos, pan espiritual y pan material, para encontrarnos allí donde tú has querido venir a vivir en medio de nosotros; tú, el verdadero pobre, porque siendo rico te has hecho pobre para enriquecernos por medio de tu santa y gozosa pobreza.

 

CONTEMPLATIO

Extiende tus manos, padre Abrahán. Una vez más, oh Padre, extiende tus manos para acoger al pobre. Ensancha tu seno para que quepa un número cada vez mayor.

Estaremos con los que descansan en el Reino de Dios junto con Abrahán, Isaac y Jacob, que invitados a la cena no buscaron excusas.

Iremos allí donde se encuentra el paraíso de las delicias, donde Adán, que tropezó con los ladrones, no tiene ya motivo para llorar por sus heridas. Allí donde el mismo ladrón se alegra por haber entrado a formar parte del Reino de los Cielos. Allí donde no existen ni huracanes, ni tinieblas, ni tarde, donde ni el verano ni el invierno cambiarán el curso de las estaciones. Allí donde no hace frío, ni cae granizo o lluvia, ni necesitaremos este sol o esta luna, ni brillarán las estrellas, porque sólo lucirá el fulgor de la gracia de Dios, puesto que el Señor será la luz de todos, y la luz verdadera que alumbra a todo hombre resplandecerá sobre todos. Iremos allí donde el Señor Jesús ha preparado moradas para sus siervos (san Ambrosio, El bien de la muerte, XII, 53).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Dichosos los invitados a la mesa del Señor" (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Quien sabe olvidarse y perderse en la ofrenda de sí mismo, quien puede sacrificar "gratuitamente" su corazón, es un hombre perfecto. En el lenguaje bíblico, poderse dar, poder entregarse, poder llegar a ser "pobre", significa estar cerca de Dios, encontrar la propia vida escondida en Dios; en una palabra, esto es el cielo.

Girar sólo alrededor de uno mismo, atrincherarse y hacerse fuerte significa, por el contrario, condenación, infierno. El hombre puede encontrarse a sí mismo y llegar a ser verdaderamente hombre solamente atravesando el dintel de la pobreza de un corazón sacrificado.

Este sacrificio no es un vago misticismo que hace perder consistencia al mundo y al hombre, sino, al contrario, es una toma de consideración del hombre y del mundo. Dios mismo se ha acercado a nosotros como hermano, como prójimo; en resumen, como otro hombre cualquiera [...].

El amor al prójimo no es algo distinto del amor a Dios, sino, por así decir, su dimensión que nos toca, su aspecto terreno: ambas realidades son esencialmente una sola. Así queda garantizado nuestro espíritu de pobreza, nuestra disposición a la donación y al sacrificio desinteresado, por el que actualizamos nuestro ser humanos, siempre y necesariamente en relación con el hermano, con el prójimo. Dichoso el hombre que se ha puesto al servicio del hermano, que hace suyas las necesidades de los demás. Y desdichado el hombre que con su rechazo egoísta del hermano se ha cavado un abismo tenebroso que lo separa de la luz, del amor y de la comunión; el hombre que solamente ha deseado ser "rico" y "fuerte", de suerte que los demás sólo constituyan para él una tentación, el enemigo, condición y componente de su infierno. En el sacrificio que se olvida totalmente de sí, en la donación total al otro es donde se abre y se revela la profundidad del misterio infinito; en el otro, el hombre llega contemporáneamente y realmente a Dios (J. B. Metz, Povertá nello spirito. Meditazioni teologiche, Brescia 1968, 42-45, passim).