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LECTIO DIVINA MES DE AGOSTO DE 2012

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El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia situando a Dios como centro de nuestra vida durante todas las horas del día -Liturgia de las horas- y todos los días del año -Lectio Divina-.

 

DOMINGO LUNES MARTES MIÉRCOLES JUEVES VIERNES SÁBADO
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LECTIO DIVINA de los Santos

San Alfonso María de Ligorio (día 1 )

San Juan María Vianney (día 4)

Transfiguración del Señor (día 6)

Santo Domingo (día 8)

San Lorenzo (día 10)

Santa Clara de Asís (día 11)

San Maximiliano María Kolbe (día 14 )

San Juan Eudes (día 19 )

San Bernardo de Claraval (día 20)

San Pío X (día 21)

Santa María Virgen, Reina (día 22 )

Santa Rosa de Lima [día 23(30 en América)]

San Bartolomé (día 24)

San José de Calasanz (día 25)

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars (día 26)

Santa Mónica (día 27)

San Agustín de Hipona (día 28)

Martirio de san Juan Bautista (día 29)

 

Oraciones

Liturgia de las Horas

Lectio Divina

Devocionario

Adoración

Oficio de Lecturas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Día 1

San Alfonso María de Ligorio (1 de agosto)

 

Alfonso nació en Nápoles el año 1696 y murió en Nocera dei Pagani (Salerno) el 1 de agosto de 1787. Era abogado del foro de Nápoles, pero dejó la toga para abrazar la vida eclesiástica.

Fue obispo de S. Ágata dei Goti (entre 1762 y 1775) y fundador de los redentonstas (1732); atendió con gran celo a las misiones populares y se dedicó a los pobres y a los enfermos. Es maestro de las ciencias morales, a las que inspira criterios de prudencia pastoral, basada en la búsqueda sincera y objetiva de la verdad, aunque también se muestra sensible a las necesidades y a las situaciones de la conciencia. Compuso escritos ascéticos de gran resonancia. Como apóstol del culto a la eucaristía y a la Virgen, guió a los fieles a la meditación de los novísimos, a la oración y a la vida sacramental.

 

LECTIO

Primera lectura: Romanos 8,1-8

Hermanos:

1 Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús.

2 La ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte.

3 Pues lo que era imposible para la ley, a causa de la fragilidad humana, lo realizó Dios enviando a su propio Hijo con una naturaleza semejante a la del pecado. Es más, se hizo sacrificio de expiación por el pecado y dictó sentencia contra él a través de su propia naturaleza mortal,

4 para que, así, los que vivimos no según nuestros desordenados apetitos, sino según el Espíritu, cumplamos la ley en plenitud.

5 Los que viven según sus apetitos, a ellos subordinan su sentir, mas los que viven según el Espíritu sienten lo que es propio del Espíritu.

6 Ahora bien, sentir según los propios apetitos lleva a la muerte; sentir conforme al Espíritu conduce a la vida y a la paz.

7 Y es que nuestros desordenados apetitos están enfrentados a Dios, puesto que ni se someten a su ley ni pueden someterse.

8 Así pues, los que viven entregados a sus apetitos no pueden agradar a Dios.

 

**• La primera lectura expresa de una manera maravillosa lo que el fundador de los redentoristas podía sentir en su corazón mientras enviaba a sus hermanos, los misioneros populares, a los más abandonados de su mundo, con la convicción de que, junto al Señor, la redención se muestra verdaderamente abundante, sin restricciones (cf. Sal 130,7). El fragmento de la Carta a los Romanos, aparentemente concentrado en la Ley, anuncia una firme novedad: «Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús» (8,1).

Dos indicaciones radicales -una como causa, como efecto la otra- resumen, con una máxima sencillez y condensación teológica, el misterio pascual de Cristo y plantean una nueva y definitiva economía de las relaciones entre lo divino y lo humano.

La historia sagrada de la humanidad ya no tendrá en su centro una preocupación predominantemente ética (intentar justificarnos ante Dios a través de los méritos provenientes de las obras de la Ley), sino más bien el de hacer emerger de una manera progresiva, en el ser humano, el « Yo soy» del Señor Resucitado, como totalidad de su cuerpo místico que es la Iglesia, animada por el Espíritu y embellecida por sus frutos. Así pues, se acabaron las cuestiones de acusación o defensa, miedo o cálculo, condena o absolución; lo que hay ahora es un impulso vital y libre en la entrega de sí, propia del Espíritu que nos ha sido dado, hacia una plenitud transformadora del amor, encaminada a hacernos criaturas nuevas en Jesús.

 

Evangelio: Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

**• Juan, a su manera, repite el mismo discurso de la primera lectura. El autor del cuarto evangelio presenta igualmente el paulino «vivir en Cristo» como una nueva ontología bajo el ropaje simbólico del existir como sarmientos injertados en la vid. La nueva relación con el Padre a través de Jesús está formulada, sin embargo, en términos de amistad sin reservas, ratificada con la entrega total de la propia vida. El caminar en el Espíritu, evocado en Rom 8 como consecuencia de la inserción en Cristo, está expresado en Jn 15 como el permanecer en el amor de Jesús a través de una vida totalmente concentrada en su Palabra («mandamientos», es decir, todo lo que él había «oído del Padre» y, posteriormente, había dado a conocer a los discípulos-amigos). La nueva simbiosis de lo humano con lo divino -y esto es particularmente joáneo- encuentra su cumbre en la reciprocidad de la entrega de nosotros mismos, que brota del amor del Padre, realizada en la muerte de Jesús y difundida en las relaciones interhumanas como flujo de la vida nueva y resplandeciente de la fecundidad escatológica (frutos permanentes de caridad) del Dios-con-nosotros.

Por último, la nueva ley, identificada por Pablo con el Espíritu que da vida, recibe en Jn 15 su nombre definitivo: es la ley del amor que debe circular (de aquí el empleo del modo imperativo), como savia vital, en el cuerpo del hombre nuevo, que es Cristo con los suyos. De nuevo, el Doctor zdantissimus, que había encerrado en el amor y en la familiaridad de la relación con Dios todo su genio pastoral, encuentra en esta página del evangelio una credencial que corresponde de un modo particular a su carisma de copiosa redención comunicada posiblemente a todos los hijos de Dios.

 

MEDITATIO

La Palabra de Dios encontró una respuesta decidida en san Alfonso. Éste se sintió elegido, llamado, y siguió su vocación humana y cristiana con una disponibilidad plena y constante. Disponibilidad que expresaba con las frases típicas de su ascética: «Hacer la voluntad de Dios»; «Concordancia con la voluntad de Dios». La voluntad de Dios, «el mandamiento nuevo», es el amor al prójimo. Aquí se encuentra el secreto de todas las opciones de Alfonso: fue abogado para defender a los otros, se hizo sacerdote para salvar a las almas, fundó la Congregación de los Redentoristas para anunciar el Evangelio a los abandonados; como obispo, sintió la solicitud pastoral por su Iglesia local y por todas las Iglesias.

Hizo una amplia exposición del mandamiento nuevo en su mejor libro: Práctica del amor a Jesucristo. Del amor brotaba su alegría, una cualidad característica de Alfonso; es la alegría de sentirse amado por Dios, con lo que se vencen todas las adversidades. «Alegremente» es la palabra que se repite en su epistolario. Existe en Alfonso un humor a lo Tomás Moro, templado por el sentido común del napolitano. La alegría procede asimismo de la certeza de que no hay condena alguna para los que han sido salvados por Jesucristo. Aquí se pone de relieve el compromiso fundamental de Alfonso, teólogo y moralista: se sintió llamado a defender el amor misericordioso de Dios contra las nefastas teorías de los jansenistas y de los rigoristas, los cuales, negando la universalidad de la redención y acentuando las exigencias de la justicia de Dios, sumergían a los hombres en la angustia y la desesperación. A ellos opuso Ligorio el mensaje salvífico del Evangelio y la presencia activa del Espíritu Santo, que nos arranca de la esclavitud de la Ley y nos lleva a la libertad de los hijos de Dios.

 

ORATIO

Cristiano, levanta los ojos y mira a Jesús muerto sobre ese patíbulo, con el cuerpo lleno de llagas que todavía manan sangre. La fe te enseña que él es el Creador, tu salvador, tu vida, tu liberador. Es alguien que te ama más que nadie, es alguien que sólo puede hacerte feliz.

Sí, Jesús mío, lo creo: tú eres alguien que me ha amado desde la eternidad, sin ningún mérito por mi parte; es más, previendo mi ingratitud, sólo por tu bondad me diste el ser. Tú eres mi salvador, y con tu muerte me has liberado del infierno que tantas veces he merecido. Tú eres mi vida por la gracia que me has dado, sin la cual yo estaría muerto para siempre. Tú eres mi padre y mi padre amoroso; perdonándome con tanta misericordia las injurias que te he hecho. Tú eres mi tesoro y me enriqueces con muchas luces y favores en vez de los castigos que he merecido. Tú eres mi esperanza, pues fuera de ti no puedo esperar ningún bien de otros. Tú eres mi verdadero y único amador; basta con decir que has llegado a morir por mí. Tú, en suma, eres mi Dios, mi sumo bien, mi todo (Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la pasión).

 

CONTEMPLATIO

Ésta es, por tanto, la meta a la que deben tender nuestros deseos, nuestros suspiros, todos los pensamientos y todas nuestras esperanzas: ir a gozar de Dios en el paraíso para amarlo con todas las fuerzas y gozar del gozo de Dios. Gozan, a buen seguro, de su felicidad los bienaventurados en aquel Reino de delicias, mas su gozo principal, el que absorbe todos los otros defectos, será el de conocer la felicidad infinita de que goza su amado Señor, mientras ellos aman a Dios inmensamente más que a sí mismos. Todo bienaventurado, en virtud del amor que tiene a Dios, seguiría estando contento aunque perdiera todos sus goces, y padecería toda pena con tal de que no le faltara a Dios -si es que pudiera faltarle- una mínima parte de la felicidad de que goza. Por eso, en ver que Dios es infinitamente feliz y que esta felicidad nunca puede faltarle, en esto consiste su paraíso.

Así se entiende lo que dice el Señor a toda alma al darle posesión de la gloria: «Toma parte en la alegría de tu señor» (Mt 25,21).

No es ya el gozo el que entra en el bienaventurado, sino que éste entra en el gozo de Dios, mientras que el gozo de Dios es objeto del gozo del bienaventurado. De modo que el bien de Dios será el bien del bienaventurado, la riqueza de Dios será la riqueza del bienaventurado y la felicidad de Dios será la felicidad del bienaventurado (Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo).

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día este pensamiento de san Alfonso: «Quien ora se salva ciertamente, quien no ora ciertamente se condena».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Alfonso es un napolitano maravilloso, y tanto en su vida como en su ingenio aflora más de una vez, e incluso con gran frecuencia, su llaneza con una frescura y una jovialidad increíbles.

Quien le convierte en un santo pedante, petulante, aburrido, cruel, no le conoce ni de vista. Quien le convierte, en virtud de su moral, en una especie de casuista monomaniaco y sin aliento, no conoce a san Alfonso.

Fue músico, pintor, poeta, un hombre de espíritu y de garbo, capaz de resolver una cuestión con una salida y de enderezar un mundo invertido con una sonrisa; tuvo algo de la dolorida profundidad de Vico y algo de la vivacidad profunda de Galian¡.

En sus acciones y en sus obras aparece siempre superior a lo que hace y a lo que dice, dueño de sí y de lo que trata. Entre las muchas vías abiertas que se presentan a quien actúa y escribe, toma siempre la suya propia, una que se abre a él por vez primera. Despierto, despejado, resuelto y resolutivo, sigue su camino sin la mínima vacilación, y este camino se abre a muchos.

Por lo que respecta a la moral, sabido es que la Iglesia camina justamente por el camino abierto por san Alfonso. Por lo que respecta a la devoción, durante ciento cincuenta años cientos de miles de almas se han puesto a caminar por el camino trazado por Alfonso.

Esta agilidad, gracia y sencillez hacen de él alguien cordialísimo, alguien al que se trata con placer. Habría que verlo. Habría que saber verlo y hacerlo ver entre los recuerdos que de él nos quedan, entre sus libros, en su correspondencia: hallaríamos gestos bellísimos y originales, reflexiones agudas y divertidas, fragmentos cálidos y brillantes, salidas de una milagrosa bonhomía y profundidad, tomaduras de pelo caritativas pero tremendas, réplicas vivaces y repentinas, como se da una bofetada a un bribón.

 

 

Día 2

Jueves de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 18,1-6

1 El Señor dirigió esta palabra a Jeremías:

2 -Baja en seguida a casa del alfarero; allí te comunicaré mi palabra.

3 Bajé a casa del alfarero, y lo encontré trabajando en el torno.

4 Si se estropeaba la vasija que estaba haciendo mientras moldeaba la arcilla con sus manos, volvía a hacer otra a su gusto.

5 Entonces el Señor me dijo:

6 -¿Acaso no puedo yo hacer con vosotros, pueblo de Israel, igual que hace el alfarero? Oráculo del Señor. Como está la arcilla en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos, pueblo de Israel.

 

*•• La Palabra del Señor cita a Jeremías en casa del alfarero. La actividad cotidiana del artesano aparece como símbolo del modo de obrar de Dios. El profeta, instruido por la Palabra del Señor, comprende el mensaje que deberá anunciar al pueblo, verdadero destinatario de esta acción simbólica. Como el alfarero, al modelar los utensilios, deshace los que no salen bien y amasa de nuevo la arcilla para hacer otros, así YHWH, que es el Creador y Señor de todos los pueblos, puede eliminar al que no vive según su voluntad. Su juicio es inapelable y no se trata de un gesto autoritario, sino pedagógico: el castigo es una ayuda para comprender el propio error y convertirse. Como la arcilla está en manos del alfarero, así está Israel en manos de Dios. La imagen, además de evocar la idea de la potestad absoluta de Dios respecto al pueblo, sugiere la de su atento cuidado, a fin de que el pueblo viva con rectitud, de modo semejante al del artista, que, al modelar un objeto, pone todo su cuidado para que salga bien.

 

Evangelio: Mateo 13,47-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

47 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con una red que echan al mar y recoge toda clase de peces;

48 una vez llena, los pescadores la sacan a la playa, se sientan, seleccionan los buenos en cestos y tiran los malos.

49 Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos

50 y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes.

51 Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Habéis entendido todo esto? Ellos le contestaron: -Sí.

52 Y Jesús les dijo: -Todo maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas.

53 Cuando Jesús acabó de contar estas parábolas, se marchó de allí.

 

»» La parábola de la red que, echada al mar, recoge peces comestibles y no comestibles ahonda en el significado de la parábola de la cizaña. Así como en la red se encuentran peces buenos y malos, también en la comunidad de los discípulos de Jesús hay quien acoge y vive su Palabra, primicia del Reino, y quien la rechaza o se muestra indiferente. La distinción tendrá lugar al fin de los tiempos y corresponde a Dios realizarla (w. 47-50).

Es importante para los discípulos comprender el misterio del Reino que Jesús les ha revelado mediante las parábolas, o bien entender con la mente y con el corazón la Palabra y vivirla a través de la obediencia de la fe.

Es preciso el asentimiento personal del discípulo (v. 51), a fin de que siguiendo a Jesús y a ejemplo suyo pueda ser un comunicador y un testigo de toda la voluntad salvífica del Padre, tal como la manifestó en la antigua y en la nueva alianza (v. 52).

 

MEDITATIO

Dios es el Señor de nuestra existencia: ¿lo creemos de verdad? En ocasiones decimos: «Estamos en sus manos », y lo decimos, tal vez, con un tono de resignación, el de quien constata una evidencia a la que no se puede sustraer. Sin embargo, podríamos probar a dejarnos arrebatar el corazón y la mente por esta imagen: estamos en manos del Señor. Manos que calientan y protegen, manos que guardan y apoyan, manos que alientan y que están abiertas para acoger a toda hora. Manos -también- que dejan marcharse a quien no quiere quedarse y que, al final, juzgarán, respetando de todos modos la decisión que cada uno haya tomado. Manos que exhortan, las de Dios, que invitan y tranquilizan. Manos que entregan un tesoro del que extraer riquezas y que es su misma manifestación como amor que se entrega.

Dichosos nosotros si lo comprendemos, cada vez de una manera más profunda, a través de todas las circunstancias de la vida, las duras y las más fáciles. Eso es lo que Jesús intentó decirnos con las parábolas. ¿Lo hemos comprendido?

 

ORATIO

Gracias, Dios mío, por el cuidado que tienes conmigo: no dejas que rae falte nada para que pueda conocerte y responder a tu don de amor. Tú me has creado y me custodias en la vida, una vida que me dejas libre de orientar como quiero. Sin embargo, tú sabes cuál es mi verdadero bien y espías angustiado mis movimientos, sufriendo cuando me cierro al amor. Al final del tiempo mirarás conmigo mi vida, recorriendo sus momentos uno tras otro. Entonces tendrá lugar el juicio.

Gracias, Señor, por hacerme comprender hoy que con el presente preparo el futuro. Con mi presente, vivido en docilidad a ti, a tu don, a tu Palabra. Gracias, Señor, por tenerme en tus manos.

 

CONTEMPLATIO

Mientras estemos en esta vida -puesto que nuestra vasija, por así decirlo, es de arcilla recién salida del torno- estamos siendo fabricados a la manera de un alfarero, tanto en lo que toca a la maldad como en lo que corresponde a la virtud. Ahora bien, el alfarero nos fabrica de manera que podamos aceptar tanto el hecho de que se pueda romper nuestra maldad, para convertirnos en una nueva criatura mejor, como el hecho de que nuestro progreso, después que haya tenido lugar, sea reducido a una vasija de arcilla recién salida del torno.

Ahora bien, cuando hayamos llegado más allá de esta era presente, cuando hayamos llegado al final de la vida, entonces seremos aquello en lo que nos hayamos convertido, tras haber sido templados o bien con el fuego de las flechas incendiarias del Maligno (Ef 6,16) o bien con el fuego divino -puesto que nuestro Dios es también «un fuego devorador» (Heb 12,29)-. Si, digo yo, nos convertimos, bajo la acción de éste o de aquel fuego, en esto o en aquello, si nos rompen, no podremos ser rehechos ni nuestra condición podrá mejorar. Por eso, mientras estemos aquí, es como si estuviéramos en manos de un alfarero, quien, si la vasija se cae de sus manos, puede ponerle remedio y hacerla de nuevo. Vigílate, pues, a ti mismo, porque mientras estés en manos del alfarero y te encuentres todavía en el acto de ser modelado, no caigas por ti mismo fuera de sus manos. Es cierto que nadie puede cogerse de la mano de Dios; sin embargo, nosotros mismos, por negligencia, podemos caer de sus manos (Orígenes, Omelie su Geremia, Roma 1995, pp. 221ssy225ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:«Haznos comprender, Señor, tu Palabra» (cf. Mt 13,51).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Vino la Segunda Guerra Mundial, con todo el dolor que quedó grabado de manera indeleble en mi memoria. No quise tomar partido sino por el amor y contra el odio. En un país oprimido por la ocupación enemiga, sostuve que los cristianos están obligados a amar a sus enemigos y que defraudarlos sistemáticamente con las pruebas normales y las manifestaciones del amor fraterno es pecado grave. Tuve amigos entre los comunistas y en el Ejército alemán, entre los colaboracionistas, en la Resistencia y entre los voluntarios que combatían contra los rusos en el frente oriental. Eso me trajo a menudo dificultades.

Y es que casi todos los que se comprometían personalmente estaban convencidos de que la patria, Europa, Dios, el Orden Nuevo y todos los restantes ideales únicamente podían ser servidos de una sola manera: la que ellos mismos consideraban justa.

Después de la guerra, puse la misericordia por encima del derecho. Mendigué amor para el enemigo derrotado. Defendí a los inermes, a los prisioneros, a los expulsados de sus casas y de sus tierras, a los perseguidos, a los pobres y a los oprimidos.

Esto fue el comienzo de mi verdadera vocación. La esencia de mi vocación consiste en enjugar las lágrimas de Dios allí donde llore. Como es natural, Dios no llora en los cielos, donde mora en una luz inaccesible y goza eternamente de su felicidad infinita.

Sus lágrimas corren, sin interrupción, por el rostro divino de Jesús, que, aun siendo uno con el Padre celestial, aquí, en la tierra, sobrevive y sufre, está hambriento y es perseguido por los enemigos de los suyos. Las lágrimas de los pobres son las suyas, puesto que Jesús ha querido identificarse enteramente con ellos.

Y las lágrimas de Jesús son lágrimas de Dios (W. van Straaten, Dove Dio piange, Roma 1969 [edición española: Donde Dios llora, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1971 ]).

 

 

Día 3

Viernes de la 17ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 26,1-9

1 Al comienzo del reinado de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, el Señor me dirigió esta palabra:

2 «Así dice el Señor: Ponte en el atrio del templo del Señor y proclama, sin omitir nada, todo lo que yo te mando decir a los que vienen de las ciudades de Judá para dar culto en el templo.

3 Tal vez te hagan caso y se conviertan de su mala conducta. Si lo hacen, yo me arrepentiré del mal que pensaba hacerles para castigar sus malas acciones.

4 Les dirás: Así dice el Señor: Si no me obedecéis; si no cumplís la Ley que os he prescrito;

5 si no escucháis las palabras de mis siervos los profetas, a quienes yo os envío sin cesar y vosotros no hacéis caso,

6 trataré a este templo como al santuario de Silo, y todas las naciones citarán el nombre de esta ciudad en sus maldiciones.

7 Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías pronunciar estas palabras en el templo del Señor.

8 Y cuando Jeremías acabó de decir lo que el Señor le había mandado decir a todo el pueblo, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo le apresaron, diciendo: -Morirás por esto.

9 ¿Por qué profetizas en nombre del Señor diciendo que este templo correrá la suerte del santuario de Silo y que esta ciudad será devastada y despoblada? Entonces todo el pueblo se abalanzó sobre Jeremías en el templo del Señor.

 

*+• Este fragmento abre una nueva sección del libro

de Jeremías (capítulos 26-29), que se distingue de la precedente (capítulos 1-25). En la que ahora comienza, se narran en prosa las circunstancias relativas a los mensajes del profeta. Concretamente, el capítulo 26 presenta el contexto de las palabras pronunciadas por el profeta en la entrada del templo y recogidas en el capítulo 7. Durante el reinado del impío Joaquín, que había frustrado las esperanzas de reforma religiosa suscitadas por su padre, Josías, pronuncia Jeremías el duro discurso del que aquí se nos ofrece una síntesis. El Señor envía al profeta al templo, presumiblemente con ocasión de una fiesta religiosa que atrae a muchas personas a Jerusalén (v. 2), a proclamar unas palabras importantes, unas palabras que deberá pronunciar sin omitir nada: está en juego la conversión del pueblo o su castigo (v. 3). Jeremías llama a todos a la responsabilidad respecto a la Palabra del Señor, cuya escucha constituye el punto de partida para convertirse. Precisamente con este fin ha ido enviando Dios, a lo largo de toda la historia de Israel, a los profetas, hombres de la Palabra (v. 5).

Ahora bien, quien no sigue las advertencias de los profetas y no se comporta en conformidad con la Palabra del Señor no puede pretender encontrar la salvación sólo por el hecho de frecuentar el templo. La actitud asumida respecto a la Palabra es discriminadora: si escucharla y obedecerla es vivir, no escucharla y no obedecerla es morir. En este caso, el pueblo depositario de la bendición será maldito en virtud de su elección (v. 6).

 

Evangelio: Mateo 13,54-58

En aquel tiempo,

54 fue Jesús a su pueblo y se puso a enseñarles en su sinagoga. La gente, admirada, decía: -¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?

55 ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas? 56 ¿No están todas sus hermanas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?

57 Y los tenía desconcertados. Pero Jesús les dijo: -Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa.

58 Y no hizo allí muchos milagros por su falta de fe.

 

*•• Terminado el «sermón en parábolas», recoge Mateo otro material narrativo, cuyo variado contenido marca la progresiva separación entre Jesús e Israel y manifiesta la formación específica dada al grupo de los discípulos {cf. Mt 13,54-17,27).

El episodio que abre la sección, y que constituye el fragmento litúrgico de hoy, narra el rechazo que opusieron a Jesús sus paisanos. Del estupor inicial producido por su enseñanza (v. 54) se pasa a la pregunta fundamental sobre la identidad del Nazareno. Los fariseos habían respondido a ella declarándolo afiliado al bando del príncipe de los demonios, por cuya autoridad habría hecho los milagros {cf 12,24). Los habitantes de Nazaret, sin embargo, no dan respuesta alguna. El conocimiento que tienen de su paisano y de su familia se convierte en un obstáculo para creer que sea él el Mesías: no es posible que un hombre de la condición de Jesús tenga «esa sabiduría y esos poderes milagrosos» (v. 55ss).

Jesús constata a través de su propia experiencia la verdad del dicho proverbial que reza: «Nadie es profeta en su tierra» {cf v. 57). La suerte de su mensaje y de su misma persona no es diferente a la reservada a los profetas

del Antiguo Testamento y de todos los tiempos: rechazo, burla, desprecio, persecución; a menudo, también muerte violenta. Y dado que los milagros suponen la fe, que es lo único que permite comprender su verdadero significado, la incredulidad de los habitantes de Nazaret se convierte en un impedimento para que Jesús pueda hacerlos (v. 58).

 

MEDITATIO

La fe es acogida y adhesión total a la persona de Jesús. No es posible aceptar a Jesús en parte, sólo en aquellos aspectos que puedan parecemos más agradables y comprensibles. Si aceptar a Jesús y la Palabra del Padre que él nos comunica lanza por los aires nuestras ideas y proyectos, incluso religiosos, si descubrimos que Jesús es diferente de la imagen que nos habíamos hecho de él, entonces se nos presenta la ocasión de convertirnos, es decir, de abandonar nuestros puntos de vista y dirigir nuestra mirada sobre Jesús tal como es, disuadiéndonos de nuestros razonamientos. Si esto nos incomoda demasiado y nos mofamos de quien nos invita a no camuflar el rostro de Dios, difícilmente podremos ver los signos de su presencia vivificante entre nosotros.

La invitación a escuchar a los profetas va rebotando a lo largo de los siglos y llega hasta nosotros. En Jesús se ha pronunciado la Palabra de Dios de manera total, y desde hace dos mil años nunca han faltado en la Iglesia hombres y mujeres que con su vida, sus escritos y su predicación han reavivado entre sus contemporáneos la conciencia de la belleza y las exigencias del Evangelio. También hoy están presentes entre nosotros, pero ¿los escuchamos?

 

ORATIO

¡Haz Que te conozca, Señor! No quiero quedar encerrado en las angustias de mis ideas sobre ti, unas ideas tan mezquinas, tan limitadas... Haz que te conozca como eres, en tu belleza, en tu verdad, en tu sencillez.

Haz que te conozca. Y para ello, Señor, libérame de los sucedáneos de los que me rodeo, de las falsas certezas en las que me apoyo. Deseo, quiero declarar mi fe en ti,

Señor siempre sorprendente, que remueves mis certezas construidas a la medida de mi tranquilo vivir. Oh Dios, a quien tengo miedo de entregarme y cuya falta me consume; Dios de mi mediocridad y de mi nostalgia del absoluto; Dios que caminaste en Jesús entre nosotros y exaltaste nuestra vida, haz que te conozca, porque, oh Señor de mi vida, creo en ti.

 

CONTEMPLATIO

Bajó de los cielos a la tierra por causa de la humanidad que sufre; se revistió de nuestra humanidad en el seno de la Virgen y nació como hombre. Él fue quien nos sacó de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al Reino eterno.

Fue perseguido en David y deshonrado en los profetas. Fue él quien se encarnó en el seno de la Virgen, fue colgado en la cruz, sepultado en la tierra y, resucitado de entre los muertos, subió a las alturas de los cielos (Melitón de Sardes, «Homilía sobre la Pascua» 65-67, en SC 123,95-101).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que yo te escuche, Señor, y me convierta a ti» (cf. Jr 26,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Decir en veinte renglones quién es Jesucristo? Para los cristianos, Jesús es Dios. -Aunque no para todos: la divinidad de Cristo ha dividido desde siempre a la cristiandad. - Pocos dogmas como éste han sido defendidos o combatidos con tanta fogosidad. - La imagen de Cristo se refleja siempre en la conciencia de cada uno según sus propios conocimientos.

Para los judíos, durante los siglos de su exilio, el Crucificado ha sido también e¡ Crucificador. En nombre de Cristo se han promulgado leyes antisemitas, en nombre de Cristo ha sido discriminado, perseguido, expulsado, asesinado con excesiva frecuencia Israel a ruegos de muchas Inquisiciones. Jesús: un vínculo de unión entre Israel y los gentiles, que une y separa en igual medida. Justo, sabio, profeta: un «loco» entre los «locos» de Israel, en la medida en que toda verdadera profecía confina con la locura que condena nuestra sensatez. Un judío «central», decía Martin Buber. Un judío único, como todos y cada uno podemos constatar. Único por su esplendor y por la contradicción que ha introducido -como una levadura- en el corazón de las naciones. Un misterio -así prefieren definirlo los teólogos cristianos, a los que responden con el silencio los teólogos judíos-.

Pero veinte líneas son incluso demasiadas para hablar de un misterio. O bien, en ese caso, es que el que lo intenta no sabe de lo que está hablando (André Chouraqui, en A.-M. Carré [ed.], Per leí, chi é Gesü Cristo?, Roma 1973 [edición española: Para ti, quién es Jesucristo, Narcea, Madrid 1972]).

 

 

 

Día 4

San Juan María Vianney (4 de agosto)

 

Juan María Vianney nació cerca de Lyon (Francia) el 8 de mayo de 1786. Descubrió pronto su vocación para el sacerdocio, pero fue excluido del seminario por falta de aptitud para los estudios. Le ayudó el párroco de Ecully y, cuando ya estaba casi en los treinta años, fue ordenado sacerdote en Grenoble. En 1819 fue destinado a la parroquia de Ars, a la que transformó con su bondad, abnegación pastoral y santidad de vida. Murió el 4 de agosto de 1859. Es patrono de los párrocos desde 1929.

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 3,16-21

En aquellos días,

16 el Señor me dirigió esta palabra:

17 -Hijo de hombre, yo te he constituido centinela de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, los amonestarás de parte mía.

18 Porque si yo digo al malvado que una amenaza de muerte pesa sobre él y tú no lo amonestas ni le adviertes que debe abandonar su perversa conducta si quiere conservar la vida, él morirá por su maldad, pero yo te pediré cuentas a ti de su vida.

19 Ahora bien, si amonestas al malvado y él no se convierte de su maldad ni de su conducta perversa, morirá por su culpa, pero tú te habrás salvado.

20 Si un hombre recto se desvía de su rectitud y obra mal, yo le pondré una trampa y caerá. Cono tú no lo has amonestado, él morirá por su pecado y no serán tenidas en cuenta las obras buenas que había hecho, pero yo te pediré cuentas a ti de su vida.

21 Sin embargo, si tú amonestas al hombre recto para que no peque, y no peca, él vivirá porque fue amonestado y tú te habrás salvado.

 

**• El centinela es la persona que vigila, vela, protege y, llegado el caso, defiende. El Señor pone al profeta como centinela de su pueblo (v. 16b), infundiéndole la gracia de ese agudo discernimiento capaz de advertir del peligro mortal que se cierne sobre la conciencia de los otros y de lanzar la alarma. No puede influir en la libertad de los otros; su tarea consiste sólo en erigirse en voz del Señor, y de eso es de lo que se le pedirá cuentas.

El profeta que no tema amonestar se salvará por la ingrata tarea realizada. Sorprende que también el justo esté en peligro y pueda caer. Con mayor razón aún, el centinela deberá velar por él, porque a quien mucho se le dio más se le pedirá.

 

Evangelio: Mateo 9,35-10,1

En aquel tiempo,

35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.

36 Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor.

37 Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante, pero los obreros son pocos.

38 Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

10,1 Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.

 

* El evangelista nos presenta el relato del ministerio ordinario del Señor. La peregrinación de Jesús por pueblos y ciudades aparece repleta de milagros y parábolas.

Es el modelo de la obra misionera de la predicación del Reino, desarrollada primero en las sedes oficiales: las sinagogas. La acción pastoral del Señor tiene en cuenta al hombre completo: Jesús enseña y predica, pero también cura las enfermedades y dolencias de toda clase.

Ante sus ojos divinos pasa la imagen concreta de una humanidad cansada y extenuada, sin nadie a quien dirigirse.

Es el rostro que presenta la historia bajo la esclavitud del mal, el rostro de los oprimidos de todos los tiempos, por los que el amor divino experimenta aún compasión y viene en su ayuda con pastores según su corazón.

 

MEDITATIO

La particular solicitud por la salvación de los otros, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios, por la unidad espiritual de la Iglesia, que nos ha sido confiada por Cristo junto con la potestad sacerdotal, se explica de varias maneras [...].

Sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del buen pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo. En esto consiste el arte máxima a la que Jesucristo os ha llamado. «Arte de las artes es la guía de las almas», escribía san Gregorio Magno.

Os digo, por tanto, siguiendo sus palabras: esforzaos por ser los «maestros» de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos?

Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, san Vicente de Paúl, san Juan de Ávila, el santo cura de Ars, san Juan Bosco, el beato Maximiliano María Kolbe y tantos otros (Juan Pablo II, Carta a los obispos y a los sacerdotes, Jueves Santo de 1979, 6).

 

ORATIO

Te amo, oh mi Dios.

Mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida.

Te amo, oh infinitamente amoroso Dios, y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.

Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor.

Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir a cada instante que te amo, por lo menos quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro.

Ah, dame la gracia de sufrir mientras te amo y de amarte mientras sufro, y el día que me muera no sólo amarte, sino sentir también que te amo.

Te suplico que, mientras más cerca esté de mi hora final, aumentes y perfecciones mi amor por Ti. Amén.

 

CONTEMPLATIO

Algunos dichos del santo:

«La mayor de las tentaciones es no tener ninguna».

«Es nuestro orgullo lo que nos impide ser santos».

«Los santos se conocían a sí mismos mejor de lo que conocían a los otros: por esa razón eran humildes».

«El hombre tiene una hermosa tarea: orar y amar».

«La Santa Virgen es como una madre que tiene muchos hijos: está continuamente ocupada yendo de uno a otro».

«Los pecados que se esconden volverán a salir todos a flote».

«El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús».

«El hombre, creado por amor, no puede vivir sin amor: o ama a Dios, o ama al mundo».

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día esta enseñanza del santo: «El pecado es el verdugo del buen Dios y el asesino del alma».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Se dice que el sacramento de la penitencia está en crisis, pero ¿está en crisis porque los que deben ser perdonados no se preocupan y no se dan cuenta, o está en crisis porque los ministros ya no viven la pasión y la muerte del Señor que perdona?

Acudamos al ejemplo del santo cura de Ars. Éste era su  tormento: quería confesar, y una de las pruebas más grandes de su vida fue que, cuando fue enviado como párroco a Ars, se dio cuenta de que no se confesaba nadie. No dijo: «Peor para ellos», no hizo una estadística. No; se consumía ante el sacramento de día y de noche, porque quería que los pecadores se confesaran y tenía un sentido tan vivo del pecado de estas criaturas que no vivía en paz. El sufrimiento por el pecado significaba que era, en el fondo, la matriz de este carácter ministerial que se expresaba después con la asiduidad al sacramento del perdón. Al final de su vida estaba totalmente identificado con el confesionario, incluso con la materialidad del habitáculo, en el que estaba prisionero día y noche.

Poco antes de morir, confesó a dos personas intemperantes e insensatas que no se detuvieron ni siquiera ante un moribundo. Él no se negó: vivir no era importante, confesar era esencial (A. Ballestrero, Alia scuola del Curato d'Ars, Cásale Monf. 1995, pp. 50ss).

 

 

 

Día 5

18° domingo del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Éxodo 16,2-4.12-15

En aquellos días,

2 la comunidad de los israelitas comenzó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:

3 -¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan! Pero vosotros nos habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda esta muchedumbre.

4 El Señor dijo a Moisés: -Mira, voy a hacer llover del cielo pan para vosotros. El pueblo saldrá todos los días a recoger la ración diaria; así los pondré a prueba, a ver si actúan o no según mi ley.

12 -He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Por la tarde comeréis carne y, por la mañana, os hartaréis de pan, y así sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios.

13 Por la tarde, en efecto, cayeron tantas codornices que cubrieron el campamento, y por la mañana había en torno a él una capa de rocío.

14 Cuando se evaporó el rocío, observaron sobre la superficie del desierto una cosa menuda, granulada y fina, parecida a la escarcha.

15 Al verlo, se dijeron unos a otros: -¿Manhu? (es decir, ¿qué es esto?). Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: -Éste es el pan que os da el Señor como alimento.

 

*» El pueblo judío fue liberado de la esclavitud egipcia gracias a la intervención de Dios por medio de Moisés (Ex 13,17-15,21). Tras el paso del mar Rojo, empieza el camino por el desierto, que al principio se hizo difícil a causa de tres problemas: la falta de agua potable, la falta de alimento y la presencia de pueblos adversarios que salían a combatir contra Israel. Cuando llega la dificultad, el pueblo parece echar la culpa a

Moisés y a Aarón: sólo a causa de los frágiles sueños de libertad de estas dos personas habían abandonado la seguridad de la esclavitud egipcia y habían emprendido el peligroso camino de la liberación: «¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan!» (v. 3).

Parece una rebelión contra los jefes. Moisés comprende que, en realidad, «no van contra nosotros vuestras murmuraciones, sino contra el Señor» (v. 8). En el fondo, el verdadero problema no es la falta de alimento o de agua, sino la duda: «¿Está el Señor en medio de nosotros o no?» (Ex 17,7). A pesar de todo, Dios provee: con las fuentes de Elín (Ex 15,22-27) y con el agua que mana de la roca (Ex 17); llegan del cielo el maná y las codornices (Ex 16); los amalecitas son derrotados (Ex 17,8-16). En la relectura practicada por el salmista, el maná es un don del Dios fiel a «una generación rebelde y obstinada, una generación de corazón inconstante y espíritu infiel» (Sal 78,8).

El maná es una sustancia natural que tiene el aspecto de granos blancos dulces: se trata de la linfa que cae de la corteza de las ramas de una especie de tamarisco picadas por ciertos insectos que se alimentan de ella. El alimento del desierto «sabía como a torta de miel» (Ex 16,31). La dulzura de la que se habla aquí no es «culinaria », sino teológica, según el libro de la Sabiduría: «Aquel sustento manifestaba a tus hijos tu dulzura, ya que se acomodaba al gusto de quienes lo tomaban y se transformaba según los deseos de cada uno» (Sab 16,21).

 

Segunda lectura: Efesios 4,17.20-24

Hermanos:

17 Os digo, pues, y os recomiendo encarecidamente en el nombre del Señor, que no viváis como viven los no creyentes: vacíos de pensamiento. 20 ¡No es eso lo que vosotros habéis aprendido sobre Cristo!

21 Porque supongo que habéis oído hablar de él y que, en conformidad con la auténtica doctrina de Jesús, se os enseñó como cristianos

22 a renunciar a vuestra conducta anterior y al hombre viejo, corrompido por apetencias engañosas.

23 De este modo os renováis espiritualmente

24 y os revestís del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa.

 

*»• El apóstol prosigue su exhortación a vivir en la verdad, conservando la unidad del espíritu en el cuerpo de Cristo (Ef 4,1-6, cf. 17° domingo, ciclo B) y acogiendo la acción de la cabeza, que edifica su cuerpo, la Iglesia (Ef 4,7-16). El texto analiza la tarea del cristiano, contraponiendo la situación pagana con la cristiana (vv. 17-24): «Si un tiempo estabais muertos por vuestras culpas, sin esperanza, alejados, extranjeros, huéspedes, tiniebla [...], ahora sois luz en el Señor, cercanos, conciudadanos de los santos y familia de Dios (cf. Ef 2,1.12-13.19-22; 5,8).

Abandonar la vida pagana significa rechazar la propia autosuficiencia, la mala voluntad que mantiene prisionera la verdad, o sea, la vaciedad de pensamiento (cf. v. 17). Significa liberarse de todo lo que aleja la vida de la realidad humana, pensada y querida por el Creador; volver a encontrar como don un corazón sensible a todas las llamadas del bien, de la verdad, de la belleza (v. 18). De otro modo, el hombre queda consumido por una «avidez, insaciable» (v. 19), por la codicia de la posesión, con la que el hombre espera colmar su vacío. La vida cristiana, en cambio, consiste en «aprender sobre Cristo» (v. 20), poniendo su persona en el centro de la vida. Se trata de «aprender» y de ponerse en camino. No se trata de limitarse a los gestos materiales, sino de adoptar una conducta de vida conforme con el proyecto de Dios y con su voluntad (cf. Ef 1,10). Los cristianos ya han sido revestidos en el bautismo del «hombre nuevo» (v. 24). Ahora se trata de hacer aparecer, de una manera personal y concreta, este ser y esta vida, de un modo que corresponda a la realidad divina que han recibido: «Y eso no procede de vosotros, sino que es don de Dios» (Ef 2,8).

«Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado. Así que celebremos fiesta, pero no con levadura vieja, que es la de la maldad y la perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad» (1 Cor 5,7-8).

 

Evangelio: Juan 6,24-35

En aquel tiempo,

24 cuando se dieron cuenta de que ni

Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús.

25 Lo encontraron al otro lado y le dijeron: -Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?

26 Jesús les contestó: -Os aseguro que no me buscáis por los signos que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros.

27 Esforzaos no por conseguir el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna. Este alimento os lo dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, le ha acreditado con su sello.

28 Entonces ellos le preguntaron: -¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?

29 Jesús respondió: -Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que él ha enviado.

30 Ellos replicaron: -¿Qué señal puedes ofrecernos para que, al verla, te creamos? ¿Cuál es tu obra?

31 Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo.

32 Jesús les respondió: -Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo.

33 El pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo.

34 Entonces le dijeron: -Señor, danos siempre de ese pan.

35 Jesús les contestó: -Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.

 

*+• Tras la multiplicación de los panes, el evangelista Juan alude a la búsqueda de Jesús por parte de la muchedumbre. Lo encuentran junto a Cafarnaún y le dirigen esta pregunta: «Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?» (v. 25). Jesús no responde a lo que le preguntan, pero revela las verdaderas intenciones que han impulsado a la gente a buscarle, desenmascarando una mentalidad demasiado material (v. 26). Todos siguen a Jesús por el pan material, sin comprender la señal hecha por el profeta.

Buscan más las ventajas materiales y pasajeras que las ocasiones de adhesión y de amor. Ante esta ceguera espiritual, Jesús proclama la diversidad que existe entre el pan material y corruptible y ese otro «que da la vida eterna» (v. 27). Invita a la gente a superar el estrecho horizonte en el que vive, para pasar a la fe. Los interlocutores de Jesús le preguntan entonces: «¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?» (v. 28). Jesús exige una sola cosa: la adhesión al plan de Dios, es decir, «lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que él ha enviado» (v. 29).

La muchedumbre no está satisfecha (v. 30). El milagro de los panes no es suficiente; quieren un signo particular y más estrepitoso, el nuevo milagro del maná (cf. Sal 78,24), para reconocer al profeta de los tiempos mesiánicos.

Jesús, en realidad, da verdaderamente el nuevo maná, porque su alimento es muy superior al que comieron los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Pero sólo el que tiene fe puede recibir ese don.

El verdadero alimento no está en el don de Moisés ni en la ley, sino en el don del Hijo, que el Padre ofrece a los hombres, porque él es «el verdadero pan del cielo» (v. 33).

La muchedumbre parece haber comprendido: «Señor, danos siempre de ese pan» (v. 34). Pero, en realidad, no comprende el valor de lo que pide y anda lejos de la verdadera fe. Entonces Jesús, evitando todo equívoco, precisa: « Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre» (v. 35). Él es el don amoroso hecho por el Padre a cada hombre. Él es la Palabra que han de creer: quien se adhiere a él da un sentido a su propia vida y consigue su propia felicidad.

 

MEDITATIO

Es menester ponerse en el lugar de los interlocutores de Moisés, de Aarón y de Jesús y comprender sus dificultades, unas dificultades reales. Los israelitas estaban cargados de razones para murmurar: ¿qué vida es esta que nos hacéis llevar en el desierto? ¿Valía la pena? ¿No estábamos mejor cuando estábamos peor? ¿Quién podría decir que están equivocados? Se trata de una vida de miseria y sin perspectivas, de una vida que se desarrolla en una inseguridad total. Una vida en la que se juegan la supervivencia.

También los interlocutores de Jesús tenían más de un motivo para mostrarse perplejos, dado que un hombre, aunque fuera prestigioso, se autoproclama «el pan de la vida». ¿No es un poco demasiado? ¿No se está exaltando? ¿No está exagerando, visto el éxito del milagro? Es cierto que es capaz de dar pan para comer; ahora bien, para llegar a considerarse el «pan bajado del cielo», el pan definitivo, queda todavía mucho trecho. Es preciso reconocer que los que murmuraban o se mostraban perplejos tenían sus buenas razones para hacerlo.

Y debo reconocer que también yo, si me hubiera encontrado en las mismas circunstancias, habría tenido más o menos las mismas reacciones, precisamente porque pienso normalmente que es necesario ser concretos, mantenerse con los pies en el suelo, no dejarse fascinar ni arrastrar por fáciles entusiasmos que, después, se revelan ilusorios. Y conmigo, también la gente de hoy, quizás la gran mayoría, habría tenido las mismas  reacciones razonables, sensatas, casi obvias. Y tanto más por el hecho de que nuestra sociedad nos ha educado para prever, calcular, usar la razón.

Sin embargo...

 

ORATIO

Fíjate, Señor, cómo ciertos pasos resultan difíciles. Y tú lo sabes bien, porque has puesto en nosotros el instinto de conservación, que es una de las fuerzas más poderosas que rigen la vida. Hoy te pido que hagas más poderoso aún este instinto, a saber: que lo extiendas a la Vida, a la vida que tú prometes, a la vida que debe durar para siempre, de suerte que pueda sentir dentro de mí las razones del corazón, las razones de la Vida, la pregunta sobre el cómo alimentarla.

Te pido que me hagas percibir este instinto vital superior al menos con la misma fuerza que el natural, para que mis decisiones sean prudentes y sabias, no ligadas sólo al sentido común, y tampoco estén dictadas por la facilidad para creer cualquier propuesta milagrera.

Otra cosa te pido aún: concédeme el espíritu de discernimiento, para que sepa distinguir entre la verdadera fe y las ilusiones, el carácter razonable de mi modo de pensar y la apertura a tu posible acción en el mundo.

Haz, oh Señor, que no desista nunca de ser un hombre bien arraigado en la realidad y, al mismo tiempo, abierto también a tu Realidad, a ti, que puedes sorprenderme y venir a mi encuentro en cualquier momento; a ti, que puedes dar la vuelta en un instante a la marcha normal de las cosas, para plantearme la pregunta radical sobre en qué pongo mi confianza.

 

CONTEMPLATIO

«Descarga en el Señor tus inquietudes y él te sostendrá» (Sal 55,23). ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Por qué andas afligido? El que te ha hecho se ocupa de ti. El que ya cuidaba de ti antes de que existieras ¿no cuidará de ti ahora que eres lo que él quiso que fueras? ¿No cuidará de ti el que «hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45). ¿Se desentenderá, te abandonará, te dejará solo a ti, que eres justo y vives en la fe? Al contrario, te colma de beneficios, te ayuda, te da aquí lo que es necesario, te defiende de las adversidades.

Concediéndote dones te consuela para que perseveres, quitándotelos te corrige para que no perezcas. El Señor cuida de ti, puedes estar tranquilo; te sostiene aquel que te ha hecho: no caerás de la mano de tu Creador (Agustín, Comentarios sobre los salmos, 38,18).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, ¡ayúdame a creer!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cada día trae consigo una sorpresa, pero sólo podemos verla, oírla, sentirla cuando llega, si la esperamos. No debemos tener miedo de acoger la sorpresa de cada día, tanto si llega como un dolor o como una alegría. Ella abrirá un nuevo espacio en nuestro corazón, un lugar en el que podremos acoger nuevos amigos y celebrar de un modo más pleno nuestra humanidad compartida.

Con todo, el optimismo y la esperanza son dos actitudes radicalmente diferentes. El optimismo significa esperar que las cosas -el tiempo, las relaciones humanas, la economía, la situación política y otras cosas como éstas- mejoren. La esperanza es la verdadera confianza en que Dios cumplirá las promesas que nos ha hecho de conducirnos a la verdadera libertad. El optimista habla de cambios concretos en el futuro. La persona de esperanza vive en el momento presente sabiendo que en la vida todo está en buenas manos. Todos los grandes de la historia han sido personas de esperanza. Abrahán, Moisés, Rut, María, Jesús, Rumi, Gandhi..., todos ellos vivieron guardando en su corazón la promesa que les guiaba hacia el futuro, sin necesidad de saber exactamente cómo habría de ser (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, pp. 10.25 [edición española: Pan para el viaje: una guía de sabiduría y de fe para cada día del año, Ediciones Obelisco, Barcelona 2001]).

 

 

 

Día 6

Transfiguración del Señor (6 de agosto)

 

Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la Iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la Transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la Cruz. La fiesta de la Transfiguración ya aparece desde el siglo V en el calendario de la liturgia oriental para recordar la subida de Jesús al monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan, testigos privilegiados de su gloria. El episodio está atestiguado de manera concorde por los evangelios sinópticos. La fiesta se difundió rápidamente también en la Iglesia romana, pero no fue  introducida oficialmente hasta el año 1457, con ocasión de una victoria obtenida contra los turcos.

 

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss

9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente;

10 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas de miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

13 Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y ví venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él.

14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.

 

*•• Al profeta se le revela, en una visión nocturna, el designio de Dios sobre la historia. Ve la sucesión de los grandes imperios y de sus violentos dominadores (7,2-8), mas este espectáculo de la altivez humana se interrumpe: a Daniel se le ha concedido contemplar los acontecimientos desde el punto de vista del Señor de la historia. Él es el Juez omnipotente {cf. v. 10), que conoce y valorará definitivamente la obra de los hombres, pero es también alguien que interviene en el tiempo para rescatarlo: en efecto, a los reinos terrenos se contrapone el Reino que el «Anciano» confía a la obra de un misterioso «Hijo de hombre» que viene sobre las nubes (vv. 13ss). El autor sagrado indica así que este personaje es un hombre, aunque es de origen divino, celeste.

Ya no se trata del Mesías davídico esperado para restaurar con poder el Reino de Israel, sino de su transfiguración sobrenatural: el Hijo del hombre inaugurará un Reino que, aunque se inserta en el tiempo, «no es de este mundo» (Jn 18,36).

Éste triunfará al final sobre los imperialismos mundanos, llevando la historia a su cumplimiento escatológico. Entonces «los santos del Altísimo» participarán plenamente en la soberanía del Hijo del hombre y constituirán una sola cosa con él y en él (Dn 7,18.22.27). Con esta figura bíblica se identificará Jesús a menudo en su predicación y, en particular, en la hora decisiva del proceso ante el Sanedrín que le condenará a morir en la cruz.

 

Segunda lectura: 2 Pedro 1,16-19

Queridos:

16 Cuando os dimos a conocer la venida en poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos inspirados por fantásticas leyendas, sino porque fuimos testigos oculares de su grandeza.

17 Él recibió, en efecto, honor y gloria de Dios Padre cuando se escuchó sobre él aquella sublime voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco».

18 Y ésta es la voz, venida del cielo, que nosotros escuchamos cuando estábamos con él en el monte santo.

19 Tenemos también la palabra de los profetas, que es firmísima, y hacéis bien en dejaros iluminar por ella, pues es como una lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones.

 

**• Pedro y sus compañeros han contemplado la grandeza de Jesús, han oído la voz celestial que le proclamaba Hijo predilecto, por eso se reconocen portadores de una gracia mayor que la de los profetas. En efecto, pueden confirmar por experiencia personal la veracidad de las profecías a las que Jesús da cumplimiento. La palabra del Antiguo Testamento, sin embargo, no ha agotado su tarea de «lámpara que alumbra en la oscuridad» (v. 19): deberá seguir siempre alumbrando los pasos de los creyentes que avanzan en medio de las tinieblas de la historia hasta el día sin ocaso de la venida de Cristo en la gloria {cf. v. 19). En este camino, la visión radiante de Jesús transfigurado, que los apóstoles nos atestiguan, sostiene nuestra fe y enciende de deseo nuestra esperanza: el «lucero de la mañana» se alza ya en el corazón de quien vela expectante.

 

Evangelio (ciclo A): Mateo 17,1-9

En aquel tiempo,

1 tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó a un monte alto a solas.

2 Y se transfiguró ante ellos. Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

3 En esto, vieron a Moisés y a Elías que conversaban con Jesús.

4 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres hago tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

5 Aún estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y una voz desde la nube decía: -Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo.

6 Al oír esto, los discípulos cayeron de bruces, aterrados de miedo.

7 Jesús se acercó, los tocó y les dijo: -Levantaos, no tengáis miedo.

8 Al levantar la vista no vieron a nadie más que a Jesús.

9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: -No contéis a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.

 

*» Mateo conecta la transfiguración con la promesa que hace Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin ver al Hijo del hombre venir como rey» (16,28). La promesa se cumple, al menos como prenda, «seis días después» (17,1). La transfiguración viene a confirmar así la fe de los apóstoles expresada por Pedro en Cesárea de Filipo (16,16), y a superar su oposición a la perspectiva de la pasión predicha por Jesús. Éste pide a quien quiera seguirle la participación en sus sufrimientos (16,21-27). El desenlace del camino es, no obstante, glorioso, y este acontecimiento extraordinario lo prueba. Pedro, Santiago y Juan pueden ver con sus propios ojos que Jesús es verdaderamente el Hijo del hombre glorioso, que concluirá la historia inaugurando el Reino de Dios. Pueden constatar que, en Jesús, llegan a su cumplimiento las expectativas de Israel: junto a él aparecen Moisés y Elías, testigos privilegiados de Dios en el Sinaí, que han forjado y sostenido la fe del pueblo.

Mientras la nube luminosa de la presencia de YHWH envuelve a los presentes, una voz revela la identidad absolutamente única e incomparable de Jesús. La invitación a escucharle es así extraordinariamente comprometedora: la palabra del Hijo predilecto será más vinculante que las palabras de la Ley de Moisés, más penetrante que las palabras de los profetas que invitan a la conversión... En efecto, Mateo presenta aquí a Jesús como el nuevo Moisés que asciende al monte a encontrarse con Dios: Moisés recibe la llamada a entrar en la nube «tras seis días de espera» (Ex 24,15-18a) y, tras haber hablado con Dios, la piel del rostro se le vuelve radiante (Ex 34,28-35). Se comprende bien así el sagrado temor de los apóstoles frente a esta teofanía que manifiesta a Jesús como el Revelador de Dios (v. 5), y cuya palabra es la ley perfecta y definitiva: «No vieron a nadie más que a Jesús» (v. 8). Ahora bien, esta anticipación de la gloria del Maestro no debe hacer olvidar a los apóstoles el camino ya trazado: el Hijo del hombre atravesará las tinieblas de la muerte y será su

radiante vencedor (v. 9).

 

Evangelio (ciclo B): Marcos 9,2-10

En aquel tiempo,

2 Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos.

3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos.

4 Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.

5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Maestro, ¡que bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

6 Estaban tan asustados que no sabía lo que decía.

7 Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:

-Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

8 De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos.

9 Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos.

10 Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos.

 

*•• El relato de Marcos tiene una connotación particular de absolutidad que no admite matices de componendas. Absoluta es la exigencia de soledad, de separación del contexto habitual (v. 2b); absoluto es el contraste entre el aspecto de Jesús, contemplado por los tres apóstoles, y la experiencia común (v. 3). Las figuras de Moisés y Elías evocan asimismo una decisión neta y radical: en virtud de su excepcional experiencia en el Horeb/Sinaí y de la fe vivida integralmente, eran esperados, respectivamente, como el profeta (Moisés) que viene a introducir al Profeta definitivo, y como el precursor del Mesías (Elias, cf. v. 11).

El discípulo se da cuenta de su propia inadecuación. Las palabras de Pedro no son disparatadas: probablemente, el acontecimiento tuvo lugar el séptimo día de la fiesta de las Chozas, durante la cual vivía la gente en tiendas hechas con ramas; aunque, a buen seguro, la realidad de que es testigo la supera infinitamente. El Maestro aparece como el cumplimiento de las expectativas de Israel, y mucho más: es el Hijo amado, como declara la voz que sale de la nube de la Presencia de YHWH. Y la invitación que sigue no deja lugar a la duda: «Escuchadlo» (v. 7). La palabra de Jesús tenía, por consiguiente, el peso de la autoridad divina cuando, pocos días antes, había predicho de manera abierta su  crucifixión y la había propuesto a los discípulos como camino necesario (8,31.34-37). Ahora bien, si esta exigencia de adhesión absoluta a la palabra y a la misma persona de Jesús trae consigo la perdición de nosotros mismos, ofrece también la promesa de la vida verdadera en el Reino de Dios (8,35). La promesa de algo cuya realización se entrevé en el monte de la transfiguración y de lo que Pedro, Santiago y Juan pregustan el cumplimiento en la belleza que irradia del rostro de Jesús.

 

Evangelio (ciclo C): Lucas 9,28b-36

En aquel tiempo,

28 Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar.

29 Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente.

30 En esto aparecieron conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elías,  

31 que, resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén.

32 Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos que estaban con él.

33 Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús: -Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pedro no sabía lo que decía.

34 Mientras estaba hablando, vino una nube y los cubrió, y se asustaron al entrar en la nube.

35 De la nube salió una voz que decía: -Este es mi Hijo elegido; escuchadlo.

36 Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron a nadie por entonces nada de lo que habían visto.

 

**• El evangelista Lucas, al referir el acontecimiento de la transfiguración, señala que Jesús se retira a la soledad para orar, como sucederá en otro momento fundamental de su misión (en el Getsemaní). La transfiguración, en efecto, representa un preanuncio de la pasión, pero supone ya también el primer resplandor de la gloría divina del Hijo, llamado a ser el Siervo de YHWH para la salvación de los hombres.

Es en medio de la oración cuando Jesús se transfigura y deja aparecer su identidad sobrenatural; y la gloria que habita en él se vuelve espacio abierto para la comunicación con las figuras gloriosas de la historia sagrada de Israel (vv. 30ss). Moisés y Elías son los protagonistas de un éxodo muy diferente en las circunstancias, aunque idéntico en su motivación: la fidelidad absoluta a Dios. Ellos son los interlocutores más autorizados para hablar con Jesús «de su éxodo» (v. 31 al pie de la letra) que se habría de producir en Jerusalén. La luz que irradia de la transfiguración (v. 29) representa, por tanto, para Jesús una claridad interior sobre su camino terreno.

Esta luz cubre también finalmente a los apóstoles, espectadores atónitos del acontecimiento.

Mientras Moisés y Elías se separan de Jesús, y Pedro parece querer detener el tiempo (v. 33), la presencia de lo sobrenatural «cubrió» a los tres discípulos en forma de nube. Se trata de la nube traslúcida de la presencia de Dios, que oculta y despeja al mismo tiempo. Es el misterio que se revela permaneciendo incognoscible. Desde su inaprensible oscuridad, Pedro, Santiago y Juan reciben la luz más fúlgida: la voz divina proclama la identidad de Jesús, Hijo y Siervo de YHWH (el «elegido»: cf. Is 42,1).

Con la invitación a escucharle cesa la voz, desaparecen los extraordinarios interlocutores: se queda Jesús solo, Palabra salida del seno del Silencio. Y en absorto silencio, los apóstoles reemprenden con él el camino (v. 36).

 

MEDITATIO

Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el deseo de él.

Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye en amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastornados por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera.

La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar -en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el rostro de cada nombre- a Dios «todo en todos», eterna meta de nuestra peregrinación en el tiempo.

 

ORATIO

Jesús, tú eres Dios de Dios, luz de luz. Nosotros lo creemos, pero nuestros ojos son incapaces de reconocer tu belleza en las humildes apariencias de que te revistes.

Purifica, oh Señor, nuestros corazones, porque sólo a los limpios de corazón has prometido la visión de Dios.

Concédenos la pobreza interior que nos hace atentos a su Presencia en la vida diaria, capaces de percibir un rayo de tu luz hasta en los lugares donde todo aparece oscuro e incomprensible. Haznos silenciosos y orantes, porque tú eres la Palabra salida del silencio que el Padre nos pide que escuchemos. Ayúdanos a ser tus verdaderos discípulos, dispuestos a perder la vida cada día por ti, por el Evangelio; haz crecer tu amor en nosotros para ser contigo siervos de los hermanos y ver en cada hombre la luz de tu rostro.

 

CONTEMPLATIO

Antes de tu cruz preciosa, antes de tu pasión, tomando contigo a los que habías elegido entre tus sagrados discípulos, subiste al monte Tabor, oh Soberano, queriendo mostrarles tu gloria. Y ellos, al verte transfigurado y más resplandeciente que el sol, caídos rostro en tierra, se quedaron atónitos frente a la soberanía, y aclamaban: «Tú eres, oh Cristo, la luz sin tiempo y la irradiación del Padre, aunque, voluntariamente, te hagas ver en la carne, permaneciendo inmutable».

Tú, Dios Verbo, que existes antes de los siglos, tú que te revistes de luz como de un manto, transfigurándote delante de tus discípulos, oh Verbo, refulgiste más que el sol. Estaban junto a ti Moisés y Elías, para indicar que eres el Señor de vivos y de muertos y para dar gloria a tu economía inefable, a tu misericordia y a tu gran condescendencia, por la que salvaste al mundo, que se perdía por el pecado.

Nacido de nube virginal y hecho carne, transfigurado en el monte Tabor,  Señor, y envuelto por la nube luminosa, mientras estaban contigo tus discípulos, la voz del Padre te manifestó distintamente como Hijo amado, consustancial y reinante con él. De ahí que Pedro, lleno de estupor, exclamara: «¡Qué bien estamos aquí!», sin saber lo que decía, oh misericordiosísimo Benefactor (Anthologhion di tutto l'anno, Roma 2000, IV, pp. 871ss).

 

ACTIO

Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «A tu luz vemos la luz» (Sal 35,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.

La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.

Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.

Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.

El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo (J. Corbon, La gioia del Padre, Magnano 1997).

 

Día 7

Martes de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 30,1-2.12-15.18-22

1 El Señor dirigió esta palabra a Jeremías:

2 -Así dice el Señor, Dios de Israel: Escribe en un libro todas las palabras que yo te he dicho.

12 Pues así dice el Señor: Tu herida es incurable, no puede sanar tu llaga; n nadie se ocupa de ti, ni busca un remedio para tus úlceras.

14 Todos tus amantes te han olvidado, ya no se preocupan de ti; porque yo te he herido como si fueras un enemigo; el castigo ha sido cruel a causa de tu gran maldad y de tus muchos pecados.

15 ¿Por qué te quejas de tus heridas? Tu dolor es incurable. Te he castigado así a causa de tu gran maldad y de tus muchos pecados.

18 Así dice el Señor: Yo restauraré las tiendas de Jacob y tendré piedad de sus moradas. La ciudad será reconstruida en su colina y el palacio se asentará en el lugar que le corresponde.

19 Saldrán de ellos cantos de alabanza y gritos de alborozo. Multiplicaré a este pueblo y no menguarán, los ensalzaré y no serán humillados.

20 Sus hijos serán tan poderosos como antaño, su asamblea será estable ante mí y castigaré a todos sus opresores.

21 De entre ellos surgirá su jefe, de en medio de ellos saldrá su soberano. Le mandaré venir y se acercará a mí; pues ¿quién arriesgaría su vida acercándose a mí? Oráculo del Señor.

22 Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

 

*»• El pasaje está tomado del llamado «Libro de la consolación», compuesto por los capítulos 30-31 del libro de Jeremías. Se trata de una colección de oráculos que se remontan, probablemente, al primer período de la actividad del profeta y que, aunque al principio estuvo dirigida al Reino de Israel, se extendió también después al de Judá.

Jeremías muestra el valor educativo del sufrimiento que aflige al pueblo (w. 12-15), obligado al exilio y a la dominación extranjera desde hace ya un siglo. La aplicación de la ley del talión al pueblo infiel, según la doctrina de la retribución temporal, tendrá un efecto purificador: Israel comprenderá que no son las naciones extranjeras, cuyo favor busca (v. 14), sino YHWH quien cuida de él y le asegura la restauración. Esta última aparece descrita en los w. 18-21 como efecto de la compasión de Dios (v. 18a). Las imágenes a las que recurre el profeta evocan una ciudad en fiesta: los edificios, antes arrasados, son reconstruidos (v. 18b) y sus numerosos habitantes son honrados por Dios y temidos por los otros pueblos (w. 19ss). A la cabeza de la nación habrá un rey israelita adepto a YHWH (cf. Dt 17,15a). En este oráculo puede entreverse la esperanza de Jeremías en la reunificación del pueblo elegido y en su recuperación de la plena soberanía. La fórmula de alianza (v. 22) sella la recobrada libertad en la fidelidad a Dios auspiciada por el profeta.

 

Evangelio: Mateo 14,22-36

En aquel tiempo, después de haber saciado a la gente,

22 mandó a sus discípulos que subieran a la barca y que fueran delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.

23 Después de despedirla, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche estaba allí solo.

24 La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

25 Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago.

26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron y decían: -Es un fantasma. Y se pusieron a gritar de miedo.

27Pero Jesús les dijo en seguida: -¡Ánimo! Soy yo, no temáis.

28 Pedro le respondió: -Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.

29 Jesús le dijo: -Ven. Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús.

30 Pero al ver la violencia del viento se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: -¡Señor, sálvame!

31 Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo: -¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?

32 Subieron a la barca y el viento se calmó.

33 Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo: -Verdaderamente, eres Hijo de Dios.

34 Terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret.

35 Al reconocerlo los hombres del lugar, propagaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron todos los enfermos.

36 Le suplicaban que les dejara tocar siquiera la orla de su manto, y todos los que la tocaban quedaban sanos.

 

**• El relato de la tempestad calmada por Jesús ha sido colocado por Mateo en el contexto de unos episodios orientados específicamente a la formación del grupo de los discípulos (Mt 14,13-16,20), que preceden al magno «discurso sobre la vida de la comunidad cristiana» (capítulo 18). Esto confiere al texto un peculiar carácter eclesiológico.

El evangelista había narrado ya una tempestad (8,23-27) que sorprendió a los discípulos mientras dormía el Maestro. De aquel relato se había desprendido ya el carácter excepcional de la autoridad de Jesús, una autoridad que había suscitado la pregunta por su identidad; al mismo tiempo, Jesús había reafirmado la necesidad de la fe (cf. 8,10) para poder seguirle (cf 8,19ss). Aquí se desencadena la tempestad cuando la barca se encuentra en medio del lago y mientras Jesús, que previamente se había separado de los discípulos, ora en soledad (14,22ss). Su llegada milagrosa engendra en ellos turbación y miedo (v. 26). Sin embargo, sus palabras de ánimo les tranquilizan (v. 27). Y no sólo esto: también animan a Pedro a imitar a su Maestro caminando sobre las olas (w. 28ss). Pero se hace necesaria otra intervención de Jesús a fin de que la fe vacilante del discípulo pueda apoyarse totalmente en aquel que es el único que da la salvación (w. 30ss). Por la misma experiencia de salvación pasan todos aquellos que de algún modo entran en contacto con Jesús (w. 34-36); se trata de una experiencia que manifiesta la verdadera identidad del Salvador: «Verdaderamente, eres Hijo de Dios» (v. 32).

 

Día 8

 

Santo Domingo (8 de agosto)

 

Nació en Caleruega (Burgos), en España, en 1172. Hacia 1196 se convirtió en canónigo del capítulo de la catedral de El Burgo de Osma (Soria). Acompañó al obispo Diego en una importante misión por el norte de Europa. Al pasar por el sur de Francia, vio claramente el daño que la herejía cátara estaba haciendo entre los fieles y maduró el designio de reunir a algunas personas que se dedicaran a la evangelización a través de la predicación pobre, estable y organizada del Evangelio.

Este proyecto, aprobado por vez primera por Inocencio III, fue reconocido definitivamente por Honorio III el 22 de diciembre de 1216. Este último llamó «Hermanos Predicadores» a sus miembros. Domingo diseminó de inmediato a los hermanos que le siguieron por las regiones más remotas de Europa. Solía decir: «No es bueno que el grano se amontone y se pudra».

Precisó en dos congregaciones generales los fundamentos y los elementos arquitectónicos de su familia religiosa: vida en común pobre y obediente, la oración litúrgica, el estudio asiduo de la Verdad ordenado a la predicación, entendida como contemplación en voz alta, participación en la misión propia de la Iglesia, sobre todo en las tierras todavía no  evangelizadas.

Hombre genial, sabio, misericordioso, era «tierno como una madre y fuerte como el diamante» (Lacordaire). Murió en Bolonia el 6 de agosto de 1221. Gregorio IX lo canonizó el 3 de julio de 1234.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Timoteo 4,1-8

Querido:

1 Ante Dios y ante Jesucristo, que manifestándose como rey ha de venir a juzgar a vivos y muertos, te ruego encarecidamente:

2 Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, corrige, reprende y exhorta usando la paciencia y la doctrina.

3 Porque vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus propias concupiscencias, se rodearán de multitud de maestros que les dirán palabras halagadoras,

4 apartarán los oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.

5 Tú, sin embargo, procura ser prudente siempre, soporta el sufrimiento, predica el Evangelio y conságrate a tu ministerio.

6 Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente.

7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe.

8 Sólo me queda recibir la corona de salvación, que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa.

 

*+• La apremiante exhortación del apóstol está situada  en el marco del juicio que el Padre ha confiado a Cristo y en el horizonte de la manifestación de su gloria y de la venida del Reino. Y esta misma exhortación es la que, a lo largo de los siglos, ha orientado e inspirado el camino de todas las personas enviadas a continuar la misión del Verbo, a fin de anunciar la Palabra, a fin de hacer converger en esta misión todas las posibilidades y energías de la mente y del corazón y no escatimar nada, sobre todo cuando el anuncio sufre oposición y llevarlo adelante cuesta trabajo, exige vigilancia, fuerza y perseverancia para no sucumbir a las amenazas, las dificultades y los conflictos.

Su tenacidad está apoyada por la confianza en el Pastor supremo, que vela sobre el camino de sus misioneros y, mientras potencia su cumplimiento, prepara la corona de justicia reservada a todos aquellos que esperan con amor su manifestación.

El anuncio de la Palabra es testimonio de la resurrección, anticipa y prepara su disfrute: está inmerso en el horizonte de la venida del Reino, y los ministros del Evangelio aman con corazón magnánimo, piensan y transmiten, con riqueza doctrinal y con la energía de la convicción y del convencimiento, la verdad que hace viva y activa la memoria de la bienaventurada esperanza, y ardiente y sincera la imploración de la manifestación gloriosa de Cristo.

 

Evangelio: Mateo 28,16-20

En aquel tiempo,

16 los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado.

17 Al verlo, lo adoraron; ellos que habían dudado.

18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: -Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra.

19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

20 enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.

 

*• El texto revela las prerrogativas, el contenido y los caminos por los que el Evangelio penetra en los corazones humanos. La misión a la que Jesús resucitado, antes de subir al Padre, asocia a su Iglesia vivificada por el Espíritu, es la de ser sal y luz del mundo, la de volver sápida, sabrosa y resplandeciente la Verdad que es él y que revela el misterio del Padre.

Jesús es la verdadera luz que ilumina el camino humano, es vida y amor que une. El anuncio de su Evangelio se vuelve elocuente por las obras que él mismo vivifica y pide realizar. Las palabras remueven, los ejemplos atraen. Las obras buenas tienen un fuerte poder de implicación y glorificación del Padre. Por eso, los mensajeros del Evangelio deben ser luminosos, resplandecientes, y no por ostentación, sino por la caridad de la verdad que los inspira.

Están al servicio de la Palabra, no son ni los dueños ni los árbitros de la misma: son auténticos y fieles cuando viven el mensaje por completo y realizan las iniciativas oportunas para que sea conocido no de un modo sectorial o veleidoso, sino con un verdadero consentimiento, que es tanto más él cuanto menos fragmentario y selectivo sea.

 

MEDITATIO

Domingo, fiel a la consigna del Señor, exigía que la predicación de sus hermanos brotara de la comunión en la verdad y de la contemplación. Pedía realizar la verdad, configurarse a ella en la vida y en el anuncio, no como se acostumbra a hacerlo en un lugar o en otro, sino como lo exige la Palabra de Dios transmitida por la Iglesia. Quería que antepusieran la verdad a la oportunidad, de modo que la verdad amada, contemplada, celebrada, estudiada, anunciada, alabada, constituyera el marco de su vida.

La verdad tiene sus exigencias imprescindibles. Se abre camino por convencimiento, no por constricción, y por eso exige una profunda comunión de vida, celebración ferviente de su belleza, asiduo estudio de sus expectativas, vida ejemplar. La convicción es fruto de una inteligencia amorosa y desemboca en el obrar por el deseo de semejanza con el ser amado. No pasa de una persona a otra; se engendra en cada persona que llega a ella bajo el estímulo de la palabra y del ejemplo. Esto hace, ciertamente, que el mensajero del Evangelio sea un mendicante de verdad, con todo el rigor del término.

La verdad que anuncia no es suya, no puede hacer lo que quiera con ella; implora que le sea dada, la admira, la estudia, la contempla, hace todo para que sea amada, realizada. Ora e implora a fin de que los corazones humanos no se cierren a la escucha, aunque sabe que esto deriva preponderantemente del consentimiento de la persona a la gracia. Cuando lo ha hecho todo se siente un siervo inútil y, junto a la persona que cree, alaba al Dios de la misericordia y de la luz. Esta orientación de vida ha sido traicionada con frecuencia. Los resultados negativos de esta omisión agudizan la nostalgia de que el anuncio del Evangelio se inspire siempre en el ejemplo de los apóstoles vivificados por el Espíritu y vaya acompañado por la imploración del perdón y de la misericordia.

 

ORATIO

En tu Providencia, oh Dios, enviaste a la humanidad sedienta a santo Domingo, heraldo de tu verdad, tomada de la fuente del Salvador. Sostenido siempre por la Madre de tu Hijo y abrasado de celo por las almas, asumió para sí y para sus discípulos, recogidos por el Espíritu Santo, el ministerio del Verbo, llevando a Cristo con la doctrina y con el ejemplo a innumerables hermanos.

Atento a hablar contigo y de ti, creció en la sabiduría y, haciendo brotar el apostolado de la contemplación, se consagró totalmente a la renovación de la Iglesia...

Para el esplendor y la defensa de la misma, quisiste que restableciera la vida de los apóstoles. Él, siguiendo las huellas del Cristo pobre, con la predicación volvió a llamar a los errantes a la verdad evangélica y conquistó para Cristo a innumerables hermanos; reunió con sabiduría en torno a sí a otros discípulos, a fin de que sostenidos por la luz de la ciencia se consagraran a la salvación de la humanidad (de los dos Prefacios del rito dominicano, que celebran la gloria de santo Domingo).

 

CONTEMPLATIO

[Habla Dios Padre:] Y si miras la barquilla de tu padre Domingo, hijito mío amado, él la ordenó con un orden perfecto y quiso que atendiera sólo a mi honor y a la salvación de las almas con la luz de la ciencia. Sobre esta luz quiso constituir su principio, sin estar privada, no obstante, de la pobreza verdadera y voluntaria. Incluso la tuvo, y en señal de que la tenía y le disgustaba lo contrario, dejó en testamento a los suyos como herencia su maldición, si poseían o tomaban posesión alguna, en particular o en general, como señal de que había elegido como esposa a la reina de la pobreza.

Sin embargo, como su objeto más propio tomó la luz de la ciencia, a fin de extirpar los errores que se habían levantado en aquel tiempo. Tomó el ministerio de mi Hijito el Verbo unigénito. Aparecía directamente en el mundo un apóstol que con mucha verdad y luz sembraba mi palabra, levantando las tinieblas y dando la luz. Fue una luz que se puso en el mundo por medio de María, puesto en el cuerpo místico de la santa Iglesia como extirpador de las herejías. ¿Por qué dije «por medio de María»? Porque le dio el hábito, el ministerio de mi bondad encomendado a ella... Hizo que su barquilla estuviera atada con estas tres cuerdas: la obediencia, la continencia y la verdadera pobreza; la hizo completamente generosa, alegre, olorosa: un jardín repleto de todo deleite en sí mismo (Catalina de Siena, Diálogo, Siena 1995, pp. 539ss [edición española: El diálogo, Ediciones Rialp, Madrid 1956]).

 

ACTIO

Repite y medita a menudo durante el día esta expresión gemidora de santo Domingo: «Ten piedad, Señor, de tu pueblo; si no, ¿qué será de los pecadores?».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El primer modo de orar consistía en humillarse ante el altar como si Cristo, representado en él, estuviera allí real y personalmente, y no sólo a través del símbolo. Se comportaba así en conformidad al siguiente fragmento del libro de Judit: Te ha agradado siempre la oración de los mansos y humildes (Jdt 9,1 ó). Por la humildad obtuvo la cananea cuanto deseaba (Mt 15,21-28), y lo mismo el hijo pródigo (Le 15,11-32). También se inspiraba en estas palabras: Yo no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8,8); Señor, ante ti me he humillado siempre (Sal 146,61). Y así, nuestro Padre, manteniendo el cuerpo erguido, inclinaba la cabeza y, mirando humildemente a Cristo, le reverenciaba con todo su ser, considerando su condición de siervo y la excelencia de Cristo. Enseñaba a hacerlo así a los frailes cuando pasaban delante del crucifijo, para que Cristo, humillado por nosotros hasta el extremo, nos viera humillados ante su majestad.

Mandaba también a los frailes que se humillaran de este modo ante el misterio de la Santísima Trinidad, cuando se cantara el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. [...]

Después de esto, santo Domingo, ante el altar de la iglesia o en la sala capitular, se volvía hacia el crucifijo, lo miraba con suma atención y se arrodillaba una y otra vez; hacía muchas genuflexiones, a veces, tras el rezo de completas y hasta la media noche, ora se levantaba, ora se arrodillaba, como hacía el apóstol Santiago, o el leproso del evangelio que decía, hincado de rodillas: Señor, si quieres, puedes curarme (Mt 8,2); o como Esteban, que, arrodillado, clamaba con fuerte voz: No les tengas en cuenta este pecado (Hcfi7,60). El padre santo Domingo tenía una gran confianza en l a misericordia de Dios, en favor suyo,  en bien de todos los pecadores y en el amparo de los frailes jóvenes que enviaba a predicar. [...] Enseñaba a los frailes a orar de esta misma manera, más con el ejemplo que con las palabras (I. Taurisano, / nove mod¡ di pregare di san Dominico, ASOP 1922, pp. 9óss).

 

Día 9

Jueves de la 18ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 31,31-34

31 Vienen días, oráculo del Señor, en que yo sellaré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva.

32 No como la alianza que sellé con sus antepasados el día en que los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Entonces ellos violaron la alianza, a pesar de que yo era su dueño, oráculo del Señor.

33 Ésta será la alianza que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: Pondré mi Ley en su interior; la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

34 Para instruirse no necesitarán animarse unos a otros diciendo: «¡Conoced al Señor!», porque me conocerán todos, desde el más pequeño hasta el mayor, oráculo del Señor. Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados.

 

**• El retorno de todo Israel a su territorio y el restablecimiento de una vida libre y armoniosa alcanza su cima en la estipulación de la «alianza nueva» (v. 31). Este anuncio, punto culminante de la profecía de Jeremías y, tal vez, de toda la literatura profética, declara que la intervención de YHWH marca un cambio en el curso de la historia. Él es el Señor, que, inclinándose sobre Israel, lo ha llevado sobre sus alas (cf. Dt 32,11; Os 11,4) y, con la alianza del Sinaí lo ha constituido en propiedad suya (cf. Dt 32,9). Sin embargo, la infidelidad ha sido constante a lo largo de la vida del pueblo (v. 32): Israel se ha mostrado incapaz de observar los mandamientos -leyes de vida-, faltando al compromiso asumido (cf. Ex 24,3; Jos 24,24).

He aquí, pues, la novedad de la intervención de YHWH: la Ley no volverá a ser exterior al hombre, no volverá a estar escrita en tablas de piedra, sino que será interior, estará escrita «en su corazón» (v. 33). La fidelidad a esa Ley se lleva a cabo no tanto a través de observancias rituales formales como a través de la interiorización de valores, como la obediencia y el amor, y su actuación. Eso es algo que será posible para todo el mundo, sin distinción: YHWH crea la condición necesaria para ello perdonando el pecado. Se trata de una renovación radical de la persona, de suerte que cada uno se encuentre en condiciones de conocer la voluntad de Dios impresa en lo más íntimo de sí mismo y de ponerla en práctica (v. 34a): de este modo, se lleva a cabo la recíproca pertenencia entre Dios y el hombre (v. 33c), don de la infinita misericordia divina.

 

Evangelio: Mateo 16,13-23

En aquel tiempo,

13 de camino hacia la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14 Ellos le contestaron: -Unos que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.

15 Jesús les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

16 Simón Pedro respondió: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17 Jesús le dijo: -Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer.

19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría.

22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a recriminarle: -Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso.

23 Pero Jesús, volviéndose, dijo a Pedro: -¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres.

 

*» El evangelio de Mateo marca un giro decisivo a partir del episodio narrado en el fragmento de la liturgia de hoy, en el que Jesús comprueba la comprensión que tienen los discípulos de su identidad (v. 15). Si las obras y las palabras de Jesús de Nazaret habían manifestado su misión mesiánica de un modo comprensible a la gente, que reacciona creyendo en él (w. 13ss), a excepción de los habitantes de Nazaret (cf. 13,53-58), los discípulos, por boca de Pedro, reconocen asimismo su naturaleza divina (v. 16).

En esta escena cobra un gran relieve la persona de Pedro. Éste, a la profesión de fe en el Hijo de Dios, le opone, a renglón seguido, el rechazo al Siervo de YHWH (w. 21ss). Primero recibe de Jesús una autoridad plena respecto a la comunidad de los discípulos (w. 18ss; cf. los símbolos de las llaves y de las acciones de atar y desatar) y, poco después se le llama «Satanás», puesto  que su modo de ver resulta antitético con respecto al de

Dios y representa un obstáculo para Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre (v. 23).

Las contradicciones que marcan el discipulado de Pedro (cf. Me 14,26-31.66-72) otorgan un relieve particular a la obra de la gracia divina en la fragilidad humana: en eso consiste el misterio de la Iglesia, cuyo «jefe» es tal no por méritos personales, sino porque Dios le confía el servicio que lo constituye en punto de referencia para los hermanos. Es Dios quien garantiza la firmeza de la comunidad en la lucha que desarrollan el mal y la muerte contra el amor y la vida (v. 18). La confianza respecto a Pedro es plena: sus decisiones las hará suyas Dios (v. 19). Pero el mesianismo sufriente encarnado por Jesús ha sido elegido libremente y es imposible detenerlo: la salvación y la gloria pasan inequívocamente por la cruz (v. 21).

 

MEDITATIO

La alianza entre Dios y el hombre no se basa en las cualidades y en las actitudes vencedoras del hombre, sino en el don gratuito de Dios. La debilidad humana no representa un obstáculo; más aún, Dios hace comprender al apóstol Pablo que su poder divino se manifiesta precisamente en la debilidad. Tampoco es obstáculo el pecado: Dios es siempre el Padre misericordioso que perdona al pecador, que hasta le sale al encuentro y cancela toda su culpa. El obstáculo es la presunción de ponerse en el sitio de Dios, erigirse en competidor y rival suyo: es la antigua culpa del Génesis que llevó al hombre a hacerse como Dios.

No se nos pide más que acoger el don de la comunión que Dios nos ofrece: es ésta una verdad que debería colmarnos de alegría. Qué arduo resulta, en cambio, estar con las manos abiertas, sin cerrarlas para dominar lo que recibimos, apoderándonoslo y administrándolo como si fuera propiedad nuestra... La altivez satánica relega a la soledad, a la miseria interior, a la separación desesperante. La humildad rica de gratitud por el don inmenso recibido edifica la comunidad. Y nosotros, ¿dónde nos reconocemos?

Dejar aflorar la Palabra que el Espíritu Santo pronuncia en nosotros y nos revela la verdad de Dios y de nosotros mismos... Aprender a iluminar la conciencia, a escucharla y a seguir el soplo de Dios en nuestro corazón... Sintonizar nuestro modo de sentir y de pensar con los de Dios... Simplemente, ser cristianos.

 

ORATIO

Tú eres aquel que se me ha acercado y se ha interesado por mí.

Tú eres aquel que me quiere junto a sí y me ofrece su amistad.

Tú eres aquel que sabe distinguir entre lo que tiene valor eterno y lo que es fruto de la contingencia.

Tú eres aquel que ni se esconde ni se camufla, que se declara abiertamente y no se echa atrás.

Tú eres aquel que ama para siempre y que, para no renegar del amor, acepta sufrir y morir.

«Oh Dios, tú eres mi Dios»: que yo permanezca en tu amor.

 

CONTEMPLATIO

Cuando por don de tu gracia, Señor, te busco con todo mi corazón y me alegro de haber aprendido a conocer tu rostro -el único que desea mi rostro-, ¿qué supone, te lo suplico, el hecho de que vuelva a encontrarme de improviso apartado? ¿Acaso no me he convertido a ti, o bien tú estás todavía fuera de mí? Si no me he convertido, conviérteme, Dios de las potencias. Tú, que me has dado el querer, dame el poder, y que se cumpla, en mí y por mí, cualquier cosa que tú quieras. Quiero, oh Dios, hacer tu voluntad, y en los mandamientos abrazo tu Ley, en medio de mi corazón. Existe, no obstante, otra ley tuya, inmaculada, que convierte a las almas, pero no la conozco, Señor; ésta permanece en lo escondido de tu rostro, donde yo no merezco entrar. Si una sola vez me dejaras entrar allí para verla, como la pluma del «escriba que escribe veloz» -tu Espíritu Santo- la transcribiría en mi corazón dos o tres veces, para tenev a donde recurrir, y, comprendiendo tus, obras., caminaría en la sencillez y la confianza (Guillermo de Saint-Thierry, Dalla meditazione alia preghiera, Magnano 1987, pp.'87ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jr 31,33).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el texto de Marcos la pregunta no va de los auditores o discípulos a Jesús (como en Jn 1,39; o Mt 11,3), La interpelación viene del Señor mismo y se dirige a quienes le han acompañado un tiempo y han sido testigos de sus gestos y palabras. Pregunta hecha, entonces, no a gente que no lo conoce o que ha tenido poco contacto con él, sino a aquellos que tienen motivo para saber algo de él porque lo han seguido. Son sus discípulos. Es una demanda que invita a una profesión de fe, aunque tal vez no obtenga todavía como respuesta sino la expresión de una duda o de una perplejidad. El lenguaje es directo y no da lugar a escapatorias. Hay más; el interrogante no es hecho a una persona, sino al conjunto de discípulos: ustedes. Pregunta dirigida a un grupo, lo que obliga a una respuesta colectiva también. La profesión de fe será comunitaria, e igualmente la eventual duda o perplejidad.

La interpelación presenta una cierta cadencia. Ella se hace en dos pasos, la pregunta es doble en verdad. La primera cuestión es «¿quién dice la gente que soy yo?». La misión de Jesús ha sido pública, en el ambiente se puede tener y seguramente se tiene una opinión sobre él. Lo preguntado es entonces cómo los discípulos reciben y procesan esa opinión, cómo repercute en ellos lo que dice la gente. Esto es ya una pregunta sobre la fe de los discípulos mismos, porque un aspecto de nuestra propia fe es lo que otros descubren en ella. La opinión sobre Jesús, entonces como ahora, no descansa sólo en lo que las personas ven en él mismo, sino también en lo que perciben en quienes se proclaman sus seguidores. Y, precisamente, capítulos antes Marcos nos ha narrado el envío de los discípulos para cumplir una tarea evangelizadora (ó, 6-1 3). La cuestión es también, por eso, una manera de decir: ¿qué testimonio habéis dado vosotros de mí?

Este primer interrogante no es una preparación para llegar al segundo. Se trata de una auténtica pregunta sobre la fe de sus interlocutores directos, porque refiriendo lo que otros piensan ponemos siempre de lo nuestro, nos identificamos con esa opinión, tomamos distancia frente a ella o la rechazamos. Además, esto nos puede recordar que la respuesta a la cuestión sobre Jesús no es algo que nos pertenezca en forma privada. Tampoco atañe sólo a la Iglesia. Cristo está más allá de sus fronteras e interpela a toda la humanidad; el Concilio Vaticano II nos lo recordó con claridad. «¿Quién dice la gente que soy yo?» es una pregunta que, precisamente porque escapa a esos linderos, sigue vigente para la comunidad de discípulos de ayer y de hoy.

En efecto, es importante para la fe eclesial saber lo que los demás piensan de Jesús y de nuestro propio testimonio como discípulos. Saber escuchar nos llevará a una mejor y eficaz proclamación de nuestra fe en el Señor ante la faz del mundo.

La forma concreta de proclamar el amor gratuito de Dios y su Reino tiene inevitables consecuencias para el orden religioso, social y económico imperante en la época de Jesús. Así lo percibieron quienes buscaron y ordenaron su ejecución (cf. Me 3,1-6).

Las dificultades y la conflictividad que teme Pedro (¡y nosotros con él!) son provocadas fundamentalmente por la misión misma.

Esta hostilidad no viene de que el mensaje del Mesías sea político (lo que a todas luces no es, sobre todo en el sentido estricto del término), sino justamente porque es un anuncio religioso que toma la existencia humana entera.

Lo que provoca el rechazo de Pedro es su resistencia a aceptar las consecuencias del reconocimiento de Jesús como el Cristo.

Los v. 34 y 35 precisan las condiciones del seguimiento de Jesús. Eso es lo que Pedro recusa. No basta reconocer a Cristo en Jesús; es necesario aceptar lo que eso implica. Creer en Cristo es también asumir su práctica, porque una profesión de fe sin seguimiento es incompleta,; tal como se afirma en Mateo, «no todo el que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre» (7,21). La ortodoxia, la recta opinión exige una ortopraxis, es decir, un comportamiento acorde con la opinión expresada.

La práctica del seguimiento mostrará lo que está detrás del reconocimiento del Mesías (G. Gutiérrez, Beber en su propio pozo en el itinerario espiritual de un pueblo, Sígueme, Salamanca 21998, pp. 64-66.69-70).

 

Día 10

San Lorenzo (10 de agosto)

 

Lorenzo nació en Huesca (España). El papa Sixto II le recibió en Roma. Fue archidiácono al servicio de la Iglesia en tiempos de persecución. Cuando el 6 de agosto del año 258 fue llevado el papa al suplicio, le recomendó que distribuyera entre los pobres los bienes de la Iglesia y le profetizó el martirio, lo que tuvo lugar el 10 de agosto. El emperador Valeriano le condenó a morir en una parrilla. Sus reliquias se encuentran en San Lorenzo Extramuros.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 9,6-10

Hermanos:

6 Tened esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha.

7 Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría.

8 Dios, por su parte, puede colmaros de dones, de modo que teniendo siempre y en todas las cosas lo suficiente, os sobre incluso para hacer toda clase de obras buenas.

9 Así lo dice la Escritura: Distribuyó con largueza sus bienes a los pobres, su generosidad permanece para siempre.

10 El que proporciona simiente al que siembra y pan para que se alimente, os proporcionará y os multiplicará la simiente y hará crecer los frutos de vuestra generosidad.

 

*»• Son muchas las pobrezas humanas: espirituales, materiales, culturales, morales. Mas no hay ninguna a la que no pueda llegar y colmar la caridad. Dios mismo se muestra siempre espléndido, como fuente de su seno trinitario, en todo impulso dinámico y consiguiente fecundidad de frutos. La criatura se convierte en su instrumento.

Cuanto más da, más goza del amor divino, porque éste se trasvasará aún en mayor cantidad y se verterá en ella al encontrar una plena consonancia. Por eso recogerá con largueza: Dios mismo cultivará cuanto siembra y hará fructificar la obra del justo realizada con su amor.

 

Evangelio: Juan 12,24-26

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

24 Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.

25 Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferré excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.

26 Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.

 

**• Unirse al Hijo es entrar en la dinámica de amor que le hace una sola cosa con el Padre. «Servir» al Hijo significa «reinar» en él y con él en el corazón del Padre, y constituirá la complacencia de su paternidad divina.

Servir al Hijo es asociarse a él y a su obra redentora. Jesús no deja sobrentendidos a la exigencia de tal seguimiento: por amor al Padre y al hombre, el Hijo se entrega por completo, da su propia vida en una muerte destinada al misterio de una fecundidad que inserta la inmediatez histórica en un horizonte trascendente. También el discípulo se ve llamado así a perpetuar en el tiempo un acto de amor de valor eterno y divino.

 

MEDITATIO

Cuando el emperador le ordenó entregar las riquezas de la Iglesia, el diácono Lorenzo se presentó al juez con los pobres de Roma, declarando: «¡Aquí están los tesoros de la Iglesia!». De inmediato dio la orden de torturarle hasta la muerte. La Passio cuenta que, invitado aún a sacrificar a los dioses, respondió: «Me ofrezco a Dios como sacrificio de suave olor, porque un espíritu contrito es un sacrificio a Dios». El papa Dámaso (384) escribió en la inscripción que hizo poner en la basílica dedicada al mártir: «Sólo la fe de Lorenzo pudo vencer los azotes del verdugo, las llamas, los tormentos, las cadenas. Por la súplica de Dámaso, colma de dones estos altares, admirando el mérito del glorioso mártir».

El papa Juan Pablo II, en la memoria jubilar de los mártires del siglo XX, dijo en el Coliseo comentando el texto de Jn 12,25: «Se trata de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar, la propia supervivencia, como valores más grandes que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor» (Juan Pablo II, Homilía, 7 de mayo de 2000).

 

ORATIO

El Soberano y Señor te ha dado, oh mártir, como ayuda el carbón ardiente: quemado por él, dejaste pronto la tienda de barro y heredaste la vida y el Reino inmortales. Por eso celebramos nosotros, con gozo, tu fiesta, oh bienaventurado Lorenzo coronado.

Resplandeciendo por el Espíritu divino como carbón encendido, Lorenzo victorioso, archidiácono de Cristo, quemaste la espina del engaño: por eso fuiste ofrecido en holocausto como incienso racional a aquel que te exaltó, llegando a la perfección con el fuego. Protege, por tanto, de toda amenaza a cuantos te honran, oh hombre de mente divina {de un antiguo texto de la Iglesia bizantina).

 

CONTEMPLATIO

[San Lorenzo], como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia [la de Roma]. En ella administró la sangre sagrada de Cristo; en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. [...] Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.

También nosotros, hermanos, si amarnos de verdad a Cristo, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. [...]

Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. [...] Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar (Agustín de Hipona, Sermón 304).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El perfume agradable corresponde, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a la dimensión estrictamente constitutiva de la teología del sacrificio. En Pablo, es expresión de una vida que se ha vuelto pura, de la que no se desprende ya el mal olor de la mentira y de la corrupción, de la descomposición de la muerte, sino el soplo refrescante de la vida y del amor, la atmósfera que es conforme a Dios y sana a los hombres. La imagen del perfume agradable está unida también a la del hacerse pan: el mártir se ha vuelto como Cristo; su vida se ha convertido en don. De él no procede el veneno de la descomposición del ser vivo por el poder de la muerte; de él emana la fuerza de la vida: edifica vida, del mismo modo que el buen pan nos hace vivir. Su entrega en el cuerpo de Cristo ha vencido el poder de la muerte: el mártir vive y da vida precisamente con su muerte y, de este modo, entra él mismo en el misterio eucarístico. El mártir es fuente de fe.

La representación más popular de esta teología eucarística del martirio la encontramos en el relato de san Lorenzo sobre la parrilla, que ya desde tiempos remotos fue considerado como la imagen de la existencia cristiana: las angustias y las penas de la vida pueden convertirse en ese fuego purificador que lentamente nos va transformando, de suerte que nuestra vida llegue a ser don para Dios y para los hombres (J. Ratzinger, Conferenza per ¡I XXIII Congresso eucarístico nazionale, Bolonia 1997).

 

Día 11

Santa Clara de Asís (11 de agosto)

 

Clara nació en Asís el año 1193 (o 1194). Hija de noble familia, fue educada por su madre en la fe cristiana, pero al escuchar y ver a su conciudadano Francisco en la nueva vida evangélica que éste había emprendido  comprendió que quería llevar la misma forma de seguimiento de Jesús. Con su hermana, que la seguirá quince días después de su huida del palacio, vive en el monasterio de San Damián, situado fuera de los muros de Asís, «según la forma del santo Evangelio», obteniendo de los papas el singular «privilegio de la pobreza». Fueron muchas las compañeras que la imitaron. Juntas constituyeron la primera comunidad de «Hermanas pobres», para las cuales, y ya en sus últimos años, escribió Clara -primera mujer que lo hizo en la historia de la Iglesia- una Regla. Esta fue aprobada por Inocencio IV en 1254, pocos días antes de la muerte de Clara. Se conserva el Proceso de su canonización, que tuvo lugar en 1255. Es un documento de excepcional valor para conocer la experiencia de la «plantita de Francisco».

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31

Hermanos:

26 Considerad quiénes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.

27 Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio, para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil, para confundir a los fuertes;

28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo.

29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios.

30 A él debéis vuestra existencia cristiana, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención.

31 De esta manera, como está escrito, el que quiera presumir, que lo haga en el Señor.

 

*»• Pablo opone a los corintios, tentados de dar crédito a quien haga la mayor ostentación de capacidades intelectuales o de prestigio humano, el modo de proceder de Dios. Y lo hace con tres ejemplos: la cruz, elegida por Dios como medio de salvación (cf. vv. 18-25), la vocación recibida (cf. vv. 25-31) y el estilo de Pablo en la predicación del Evangelio (cf. 2,1-5). El fragmento litúrgico elegido para celebrar la fiesta de santa Clara presenta el segundo ejemplo.

Los corintios no fueron llamados a la fe en virtud de sus propias prerrogativas (v. 26), sino sólo gracias a la libre elección de Dios, que prefiere como instrumento de su obra en el mundo lo que parece inadecuado desde el punto de vista humano (vv. 27ss; cf. Jue 6,15; 1 Sm 16,7).

El motivo es evidente: que nadie pueda gloriarse más que en el Señor (vv. 29.31; cf. Jr 9,22ss). Dios es quien toma la iniciativa de llamar a la existencia en la comunión consigo en Cristo, el cual es fuente de la verdadera sabiduría, de la liberación del pecado, de la salvación (v. 30). Esto sí que es para el cristiano motivo de orgullo (v. 30).

 

Evangelio: Mateo 11,25-30

En aquel tiempo dijo Jesús:

25 Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos.

26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.

28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.

29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas.

30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

 

*•• La plegaria de bendición que dirige Jesús al Padre exalta la sabiduría divina, tan diferente a la humana.

Dios, en su libertad (que coincide con el amor: v. 26), ha manifestado en Jesús el misterio de su voluntad, es decir, la comunión trinitaria en la que desea hacer participar al hombre. Esta voluntad amorosa, conocida sólo por el Hijo, ha sido revelada ahora a quien opta por escuchar sus palabras (v. 27).

Jesús bendice al Padre, que no coarta la libertad del hombre, y constata que sólo «los pequeños» -esto es, los que están abiertos a recibir el don- lo acogen, mientras que «los sabios y los prudentes» se quedan encerrados en su presunción, autoexcluyéndose del conocimiento del amor divino (v. 25).

La obra de Jesús es conforme a la del Padre (cf. Jn 5,19). De hecho (vv. 28-30), se dirige a los «fatigados y agobiados» (v. 28) por los fardos de la Ley, interpretada de una manera rígida por las autoridades judías para aplicarla a la gente (cf. Mt 23,4), y les ofrece el «alivio» de la auténtica Ley («mi yugo»: v. 29) que él proclama, que es la consumación de la antigua (cf. Mt 5,17; 7,29).

Los sentimientos de quienes ponen en práctica la Ley -que, según las Escrituras, expresa la voluntad de Dios- no serán la presunción ni el atropello, sino la humildad y la mansedumbre, a ejemplo del mismo Jesús (v. 29b).

 

MEDITATIO

Le place a Dios confiar sus tesoros a quienes no se consideran con derecho a recibirlos y a quienes no parecen ser especialmente idóneos para la tarea. ¡Extraña lógica la de Dios! De hecho, a menudo no la comprendemos, y ahí están nuestras opciones para demostrarlo. Para nosotros, es absurdo no perseguir el poder, la riqueza, el prestigio, no intentar afirmarnos sobre los otros.

Dios ha recorrido un camino diferente, aun siendo omnipotente y omnisciente y origen de todas las cosas. De este modo, el Padre nos quiere hacer comprender que él no puede ser asido ni poseído por el hombre, sino recibido como don. Cuanto más llenos estemos de nosotros mismos, en peores condiciones de acogerlo nos encontraremos.

Mirando a Francisco de Asís, Clara comprendió la verdad de este modo de ser del Dios de Jesús, comprendió su belleza. Su vida pobre, defendida con pasión y humilde tenacidad, se nos ofrece ahora a nosotros como ejemplo. Clara escogió la pobreza porque es el medio que eligió primeramente el Señor Jesús para hacernos conocer su amor y el del Padre sin posibilidad de equívocos.

Este amor fue vivido por Clara con las hermanas que se le unieron, y lo irradiaba por encima de los muros del monasterio: «Clara callaba, mas su fama era un clamor. Se recataba en su celda, mientras su nombre y su vida se pronunciaban en las ciudades», escribía el papa en la bula de canonización. Pobre de bienes, débil por la larga enfermedad, Clara encontró reposo en el Señor vivo y presente, como ella misma dijo al final de su vida: «Desde que conocí la gracia de Dios por medio de su siervo Francisco, ninguna tribulación ha sido dura, ninguna fatiga...».

 

ORATIO

«Vete segura en paz, porque tendrás buena escolta: el que te creó, antes te santificó y, después de que te creó, puso en ti el Espíritu Santo, y siempre te ha mirado como la madre al hijo a quien ama». Y añadió: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!» («Proceso de canonización de santa Clara», 3,20, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.332).

 

CONTEMPLATIO

Oh reina nobilísima: Observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres (Sal 43,3), hecho por tu salvación el más vil de los varones: despreciado, golpeado, azotado de mil formas en todo su cuerpo, muriendo entre las atroces angustias de la cruz.

Porque, si sufres con él, reinarás con él (Rom 8,17); si con él lloras, con él gozarás; si mueres con él en la cruz de la tribulación, poseerás las moradas eternas en el esplendor de los santos, y tu nombre, inscrito en el libro de la vida, será glorioso entre los hombres (2 Tim 2,11-12).

Y así obtendrás para siempre, por los siglos de los siglos, la gloria del Reino celestial en lugar de los honores terrenos y transitorios, participarás de los bienes eternos a cambio de los perecederos y vivirás por los siglos de los siglos (Clara de Asís, «Segunda carta a Inés de Praga», 20-23, en Fuentes franciscanas, Padua 1982, 2.288).

 

ACTIO

Repite a menudo durante el día la oración de santa Clara: «¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Tanto para Clara como para Francisco, el primado se lo lleva el señorío de Dios sobre toda la vida y todas las cosas; la centralidad de toda la vida, la voluntad y la acción está constituida por Cristo; la dinámica de la vida de penitencia o de conversión sólo la da y sólo hemos de buscarla en el Espíritu Santo; pero esto es más que suficiente para definir la contemplación auténticamente cristiana [...].

Clara no hace coincidir nunca contemplación y clausura, la contemplación como conocimiento amoroso de Cristo y un hecho material como la clausura. Tanto para Clara como para Francisco (es cierto, no obstante, que los acentos de Clara son femeninos), la contemplación es asiduidad con la palabra leída en las sagradas Escrituras, aunque también escuchada y recibida por los hermanos como comida y alimento de la fe y del alma; la contemplación es oración continua atendiendo al Señor y a todas las criaturas.

Es propio y específico de Clara haber dado a la contemplación una dimensión propiamente evangélica: no era para ella una actividad extraordinaria, reservada a una élite, a los privilegiados de la cultura, sino una actitud cotidiana en el ámbito de la humilde realidad de las cosas, de las labores cotidianas. La contemplación, para Clara, es vida en Cristo, es sacrificio vivo y espiritual ofrecido al Señor. Es significativo que la única referencia que hace Clara a la página del encuentro de Jesús con María y Marta [cf. Lc 10,38-42), que se había convertido en su tiempo en un lugar clásico para afirmar el primado de la vida contemplativa sobre la activa, determina lo único necesario de este culto de la vida a Dios [cf. Rom 12,1) y no entrevé ninguna oposición entre acción y contemplación.

La contemplación, por tanto, para Clara y Francisco, no es sólo conocer a Dios, sino también ver a los hombres y a las criaturas como los ve Dios. Clara llama a Inés «alegría de los ángeles » [Carta tercera 3, 11) y registra de un modo nuevo las cosas de Dios, las criaturas de las que siempre ve brotar una alabanza, una acción de gracias al Dios altísimo y creador (E. Bianchi, La cont&nplazione ¡n Francesco e Chiara a'Asshi, Magnano 1995).

 

Día 12

19° domingo del tiempo ordinario

 

 

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 19,4-8

En aquel tiempo,

4 Elías se adentró por el desierto un día de camino, se sentó bajo una retama y, deseándose la muerte, decía: -¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor que mis antepasados.

5 Se tumbó y se quedó dormido, pero un ángel le tocó y le dijo: -Levántate y come.

6 Elías miró y vio a su cabecera una hogaza cocida, todavía caliente, y un vaso de agua. Comió, bebió y se volvió a dormir.

7 De nuevo, el ángel del Señor le tocó y le dijo: -Levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo.

8 Él se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento anduvo cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.

 

*» En tiempos de Elías reinaba Ajab en Israel: el soberano «ofendió con su conducta al Señor más que todos sus predecesores. No contento con imitar los pecados Jeroboán, hijo de Nabat, se casó con Jezabel, hija de Etbaal -un sacerdote de Astarté-, rey de los sidonios, y dio culto a Baal, adorándolo» (1 Re 16,30ss). A causa de la idolatría que se había extendido en el pueblo, Dios, por boca de Elías, anuncia y envía tres años de sequía.

La lluvia vuelve sólo después de que Elías haya avergonzado a los profetas de Baal, mostrando que hay realmente un solo Dios. Jezabel jura vengarse de Elías y le amenaza de muerte: «Elias se llenó de miedo y huyó para salvar su vida» (1 Re 19,3).

Como hiciera Moisés, tras la enésima lamentación del pueblo, se desahoga con el Señor: «¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué me has retirado tu confianza y echas sobre mí la carga de todo este pueblo? ¿Acaso lo he concebido yo [...]? Yo solo no puedo soportar a este pueblo; es demasiada carga para mí. Si me vas a tratar así, prefiero morir» (Nm 11,11-12.14-15). Elías acaba de comer y pide quedarse solo, alejado también de su criado (1 Re 19,3): no le queda otra cosa más que la invocación desesperada de la plegaria. Huye al desierto del sur para salvar su propia vida; sin embargo, una vez llegado allí, ora, paradójicamente, pidiendo la muerte: en su comportamiento se puede vislumbrar una particular ambivalencia.

La intervención del ángel produce un vuelco de la situación: el enviado de Dios no le habla de huida o de muerte, sino de «levantarse, comer y caminar» (vv. 5.7). Elias continúa huyendo (en efecto, Dios le preguntará: «¿Qué haces aquí, Elias?», deberías encontrarte en Israel), pero la hogaza que recibe es «pan del cielo» (Sal 104,40); el agua recuerda a la recibida como don por Israel cuando acababa de salir de Egipto (Ex 15; 17); los cuarenta días y las cuarenta noches recuerdan el tiempo transcurrido en el desierto antes del don de la tierra prometida; «el monte de Dios, el Horeb» (v. 8), hacia el que Elías se pone a caminar, es el lugar de las teofanías experimentadas por Moisés pero ahora ya no se trata de una fuga, sino de un éxodo que le conducirá al encuentro con Dios (1 Re 19,9-18).

 

Segunda lectura: Efesios 4,30-5,2

Hermanos:

30 no causéis tristeza al Espíritu Santo de Dios, que es como un sello impreso en vosotros para distinguiros el día de la liberación.

31 Que desaparezca de entre vosotros toda agresividad, rencor, ira, indignación, injurias y toda suerte de maldad.

32 Sed más bien bondadosos y compasivos los unos con los otros y perdonaos mutuamente, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.

5,1 Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos.

2 Y haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios.

 

*»• ¿Le es posible a un hombre «hacer del amor la norma de su vida» {cf v. 2)? Sí, gracias al hecho de haber recibido como don en el bautismo el sello del Espíritu Santo que había sido prometido (cf. Ef 1,13; 4,30): es ésta una «idea fija» de la carta a los Efesios. El Espíritu se hace presente de un modo tan personal y respetuoso de la libertad que las decisiones del cristiano pueden «causarle tristeza» (v. 30). En el orden concreto, las cosas que disgustan al Espíritu enumeradas en el pasaje son aspectos que podemos encontrar en otros pasajes del Nuevo Testamento (por ejemplo, en Rom 1,29-31; Gal 5,19-21) o incluso en las obras helenísticas de tema moral. La «maldad» es la raíz que provoca toda división y todo mal; vibra interiormente en la «agresividad, rencor, ira»; se precipita contra los hermanos con la «indignación » y las «injurias» (v. 31). En este contexto se refiere Pablo, de modo particular, a los vicios que resquebrajan la vida comunitaria.

El crecimiento de la caridad pasa de la «bondad» a la «compasión» y a la cumbre del «perdón mutuo» (v. 32).

Entre las quince características de la caridad citadas en el «Himno a la caridad» (1 Cor 13,4-7), hay ocho negativas (lo que no hace la caridad: «No tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia») y otras seis que tienen que ver con la caridad en acción: «Todo lo aguanta» («es paciente y bondadosa [...] Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta»).

¿Qué es lo específico del perdón cristiano, dónde está el límite ante el que podríamos pretender detenernos? «A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida [literalmente, el metro] del don de Cristo» (Ef 4,7); «Los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).

Y vosotros «sed misericordiosos como también es misericordioso vuestro Padre» (Le 6,36; cf. Mt 5,48). Así es para Juan (cf. 1 Jn 3,16), para Pablo (cf. Gal 2,20), para cada cristiano que quiera ser causa de alegría para el Espíritu Santo.

 

Evangelio: Juan 6,41-51

En aquel tiempo,

41 los judíos comenzaron a murmurar de él porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo».

42 Decían: -Éste es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?

43 Jesús replicó: -No sigáis murmurando.

44 Nadie puede aceptarme si el Padre, que me envió, no se lo concede, y yo lo resucitaré el último día.

45 Está escrito en los profetas: Y serán todos instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza me acepta a mí.

46 Esto no significa que alguien haya visto al Padre. Solamente aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre.

47 Os aseguro que el que cree tiene vida eterna.

48 Yo soy el pan de la vida.

49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron.

50 Éste es el pan del cielo, y ha bajado para que quien lo coma no muera.

51 Jesús añadió: -Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.

 

**• Las precedentes revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de vida» (v. 35) y «yo he bajado del cielo» (v. 38)- habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que empieza a murmurar y se muestra hostil. Es demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerle como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una discusión inútil con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre su dureza de corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.

La primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de Dios a la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios (v. 45a). Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es la escucha del Padre (v. 45b). Estamos frente a la enseñanza interior del Padre y a la de la vida de Jesús, que brota de la fe obediente del creyente a la Palabra del Padre y del Hijo.

Escuchar a Jesús significa ser instruidos por el mismo Padre. Con la venida de Jesús, la salvación está abierta a todos, pero la condición esencial que se requiere es la de dejarse atraer por él escuchando con docilidad su Palabra de vida. Aquí es donde precisa el evangelista la relación entre fe y vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «el que come» de Jesús-pan no muere. Es Jesús, pan de vida, el que dará la inmortalidad a quien se alimente de él, a quien interiorice su Palabra y asimile su vida en la fe.

 

MEDITATIO

No es raro oír la expresión: «¡Basta, no puedo más!». La vida, en determinados momentos, es verdaderamente dura. ¿Y quién la siente difícil, desagradable, insoportable durante años y años? La experiencia de Elías está presente como nunca en la condición humana, especialmente en los que se toman en serio la tarea a favor o en apoyo de los otros que les ha sido confiada: «¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor que mis antepasados».

Esta experiencia, típica de la condición humana, marcada por el límite y por la precariedad, por la vulnerabilidad y por la fragilidad, puede ser el comienzo de una invocación que se abre al misterio de Dios. Dios quiere que sus hijos tomen conciencia de que él está presente en sus vidas. Elías le mandó un ángel con un pan; a nosotros nos envía a su Hijo, que se hace pan de vida, pan para nuestra vida, pan para sostenernos en el camino, pan para no dejarnos solos en las misiones difíciles.

El pan que nos ofrece contiene todas las atenciones que tiene con nosotros. Es el punto de llegada de la acción creadora del Padre, de la obra de reconstrucción llevada a cabo por el Hijo; es pan siempre tierno por la obra del Espíritu. Ese pan es memorial de una historia infinita de amor: con él también nos sostiene, nos alienta, nos invita a reemprender el camino, con el mismo corazón y la misma audacia recordada y encerrada en el pan de vida.

 

ORATIO

Ilumina, Señor, mi mente para que pueda comprender que la eucaristía es «memorial de la muerte del Señor». En ese pan has puesto «todo deleite», porque en él has puesto toda tu historia de amor conmigo y con el mundo. Con ese pan quieres recordarme todo el amor que sientes por mí, un amor que ha llegado a su cumbre insuperable en la muerte y resurrección de tu Hijo, de suerte que yo no pueda dudar ya nunca.

Oh Señor, ese pan que recibo con tanta ligereza contiene verdaderamente todo tu amor por mí, contiene el recuerdo de tus maravillas y la cumbre de las maravillas de tu amor. Y contiene asimismo el recuerdo de que este amor tuyo te ha costado mucho y me sugiere que, si deseo amarte a ti y a mis hermanos, no debo reparar en costes.

Refuerza mi pequeño corazón, demasiado pequeño para comprender; ilumínale sobre los costes del amor, para que no se desanime, para que se reanime, reemprenda el camino, no se achique y esté seguro de que contigo y por ti vale la pena caminar y sudar aún un poco, especialmente cuando tenemos que desarrollar tareas delicadas. ¡Todavía un poco, que la meta no está lejos!

 

CONTEMPLATIO

Los que, cayendo en las insidias que les tienden, han tomado el veneno extinguen su poder mortífero con otro fármaco. Así también, del mismo modo que ha entrado en las vísceras del hombre el principio mortal, debe entrar asimismo en ellas el principio saludable, a fin de que se distribuya por todas las partes de su cuerpo la virtud salvífica. Dado que habíamos probado el alimento disgregador de nuestra naturaleza, tuvimos necesidad de otro alimento que reúna lo que está disgregado, para que, entrado en nosotros, obre este medicamento de salvación como antídoto contra la fuerza destructora presente en nuestro cuerpo. ¿Y qué es este alimento? Ninguna otra cosa que aquel cuerpo que se reveló más potente que la muerte y fue el comienzo de nuestra vida (Gregorio de Nisa, La gran catequesis, 37, passim).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo» (1 Re 19,7).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vida vivida eucarísticamente es siempre una vida de misión. Vivimos en un mundo que gime bajo el peso de sus pérdidas: las guerras despiadadas que destruyen pueblos y países, el hambre y la muerte de hambre que diezman poblaciones enteras, el crimen y la violencia que ponen en peligro la vida de millones de personas, el cáncer y el sida, el cólera y otras muchas enfermedades que devastan los cuerpos de incontables personas; terremotos, aluviones y desastres del tráfico... es la historia de la vida de cada día que llena los periódicos y las pantallas de los televisores [...]. Este es el mundo al que hemos sido enviados a vivir eucarísticamente, esto es, a vivir con el corazón ardiente y con los ojos y los oídos abiertos. Parece una tarea imposible.

¿Qué puede hacer este reducido grupo de personas que lo han encontrado por el camino [...] en un mundo tan oscuro y violento? El misterio del amor de Dios consiste en que nuestros corazones ardientes y nuestros oídos receptivos estarán en condiciones de descubrir que aquel a quien habíamos encontrado en la intimidad continúa revelándose a nosotros entre los pobres, los enfermos, los hambrientos, los prisioneros, los refugiados y entre todos los que viven en medio del peligro y del miedo (H. J. M. Nouwen, La forza delta sua presenza, Brescia 52000, pp. 82ss).

 

Día 13

Lunes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 1,2-5.24-28

2 Era el año quinto de la deportación del rey Joaquín.

3 Ezequiel, hijo del sacerdote Buzí, recibió la Palabra del Señor en el país de los caldeos, junto al río Quebar. Y allí lo invadió la fuerza del Señor.

4 Vi un viento huracanado que venía del norte, una gran nube rodeada de resplandores, un fuego resplandeciente y, en el centro del fuego, como el fulgor de un relámpago.

5 En medio del fuego vi la figura de cuatro seres animados, cuyo aspecto era humano.

24 Oí el ruido de sus alas; era como el de las aguas caudalosas, como la voz del Poderoso, como el estruendo tumultuoso de un ejército. Y cuando se paraban, replegaban sus alas.

25 En la plataforma que había sobre sus cabezas se produjo un gran estrépito.

26 Encima de la plataforma apareció una especie de zafiro en forma de trono, y sobre esta especie de trono apareció una figura de aspecto humano. 27 Desde lo que parecían sus caderas para arriba era semejante a un metal brillante, y desde sus caderas para abajo tenía aspecto de fuego.

28 El resplandor que rodeaba esta figura era semejante al arco iris que aparece en las nubes en un día de lluvia. Era la apariencia visible de la gloria del Señor. Cuando la vi, caí rostro en tierra

 

**• El libro de Ezequiel se abre con una «teofanía» (= manifestación de Dios): el incognoscible Dios se revela a sí mismo, su «gloria» (v. 28). Ezequiel, por medio de imágenes remotas a nuestro modo de decir y de pensar, nos comunica su experiencia de Dios. El profeta ve la «gloria» que se desplaza desde el templo al lugar donde se encuentran los deportados: Dios no es propiedad de ningún pueblo, no está atado para siempre ni al templo ni a la tierra prometida, como tal vez pensaba el pueblo de Israel. Dios se manifiesta como fuerza, como luz... Los «seres animados» (w. 5ss) que el profeta distingue en el centro de la nube rodeada de resplandores, que recuerda ciertas representaciones mesopotámicas, pretenden significar algunas prerrogativas divinas: la inteligencia, la fuerza, la potencia, la rapidez. Estos símbolos, recogidos en el Apocalipsis, serán identificados por la tradición cristiana medieval con los cuatro evangelistas (Ap 4,7ss).

Dios se manifiesta en el lugar de la deportación: es el que se revela allí donde el hombre se encuentra exiliado, allí donde el pueblo se encuentra sumergido en males. Se manifiesta «una figura de aspecto humano» (v. 26), como para significar que es cercano a los hombres; tiene un rostro, un corazón...

Si tuviéramos que resumir en pocas palabras el mensaje, podríamos decir que Ezequiel, a través de esta descripción, invita a «ver» la presencia y la acción de Dios en los acontecimientos de la historia: donde todo parece ruina, allí trabaja él para salvar, para liberar al hombre hasta el fondo. Ezequiel cae «rostro en tierra» (v. 28) cuando aparece la gloria de Dios: con este gesto da a entender el profeta que se encuentra en presencia de Dios. Un Dios cognoscible e incognoscible, trascendente y, sin embargo, cercano, comprometedor; unDios que hemos de adorar allí donde nos salga al encuentro.

 

Evangelio: Mateo 17,22-27

En aquel tiempo,

22 un día que estaban juntos en Galilea, les dijo Jesús:

-El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres,

23 y le darán muerte, pero al tercer día resucitará.

Y se entristecieron mucho.

24 Cuando llegaron a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto del templo y le dijeron: -¿No paga vuestro maestro el impuesto?

25 Pedro contestó: -Sí.

Al entrar en la casa, se anticipó Jesús a preguntarle: -¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra ¿a quiénes cobran los impuestos y contribuciones: a sus hijos o a los extraños?

26 Pedro contestó: -A los extraños.

Jesús le dijo -Por tanto, los hijos están exentos.

27 Con todo, para que no se escandalicen, vete al lago, echa el anzuelo y saca el primer pez que pique; ábrele la boca y encontrarás en ella una moneda de plata. Tómala y dásela por mí y por ti.

 

**• El fragmento evangélico que hemos leído se compone de dos partes. La primera (w. 22ss), que tiene su paralelo en Marcos y Lucas, es el segundo de los tres grandes anuncios de la pasión. Aquí aparece un solo verbo en voz activa e indica el obrar pecaminoso de los hombres: «Le darán muerte». Todo lo demás está en pasiva; con ello se significa que todo esto no es una «casualidad», sino que forma parte del proyecto amoroso y salvífico de Dios. «Va a ser entregado » remite a Is 53. Mateo lo emplea a menudo referido a Jesús (cf. 10,4; 26,15.16.23, etc.; 27,2), también lo hace Pablo (Rom 4,25; 8,32; 1 Cor 11,23; Gal 2,20; Kl S,2).

La primera predicción de la pasión habla de entregar a Jesús «en manos de los ancianos y de los sacerdotes» {cf. Mt 6,21), o sea, de las instituciones religiosas judías; aquí, sin embargo, es entregado «en manos de los hombres » en general. «Resucitará» (aunque tal vez fuera mejor traducir «será resucitado») expresa la esperanza de Jesús en la acción del Padre.

La enseñanza global de esta primera parte de la lectura de hoy es que Jesús sabe a dónde va. Lee que su destino está ya en las antiguas profecías. Habla de sí mismo como del «Hijo del hombre», el representante del pueblo de los santos que recibirán, después de la persecución, todo poder (Dn 7). El Jesús resucitado afirmará que ha recibido «autoridad plena sobre cielo y tierra» (Mt 28,18). La pasión, que es la historia de una «entrega» en manos de todos los hombres, se convierte en entrega en manos del Padre, en manifestación de su glorificación, en historia de salvación.

Los w. 24-27 -segunda parte de la perícopa de hoy son propios de Mateo. El problema de los impuestos que debían pagar los judíos a los ocupantes paganos era un problema que agitaba a los judíos de aquel tiempo {cf. 22,15-22) y había sido objeto de debate en el interior de la primitiva comunidad cristiana (cf. Rom 13,6ss). Aquí, sin embargo, lo que está en discusión es el impuesto del templo. Dado que Jesús es «más importante que el templo» (Mt 12,6) y, tal como ha dicho Pedro, «el Hijo de Dios vivo» (16,16), es lógico que no esté obligado a pagar el impuesto del templo. Si lo hace es para no escandalizar, para no irritar: su hora (la de reedificar el nuevo templo) no ha llegado todavía.

 

MEDITATIO

«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.» En el primer anuncio de la pasión, Jesús decía que «tenía que» suceder (16,21); ahora que «va a ser», empieza el camino hacia Jerusalén. El Hijo del hombre es entregado (por Judas, por los jefes, por el Padre): todos pueden recoger el don que el Señor hace de sí mismo.

«Ponerse en manos de otro es el acto de confianza y de amor más grande que alguien pueda realizar. El Hijo se entrega en manos de los hermanos con el mismo amor con el que se entrega en las del Padre. Esta entrega de sí mismo que nos hace a nosotros es nuestra salvación. Aunque nosotros lo rechacemos y le quitemos la vida, él la entrega por nosotros. El gran misterio de Dios es que él tiene fe en el hombre: se fía de él y se confía a él, hasta ponerse en sus manos, haga lo que haga» (san Fausto).

Jesús es consciente de lo que va a suceder y no se echa atrás. Él es el Hijo exento, pero acepta pagar el tributo del esclavo. Sabe que de este modo nos libera de nuestra «extranjería» respecto a Dios, nos hace hijos suyos, «exentos» también de «deber nada» a nadie, tanto si se trata de una autoridad religiosa como civil. La nueva situación de libertad en que venimos a encontrarnos como discípulos del Hijo del hombre no nos aparta de la vida ni de nuestras obligaciones con los otros. Si debemos sentirnos en cierto modo deudores es con los deberes de la caridad y en virtud de la misma, «para que no se escandalicen».

 

ORATIO

Oh Dios, tus juegos son infinitos; sólo quien posee la sutileza de tu Espíritu puede comprenderlos. Tú provees a tus hijos de lo que tienen necesidad, desbaratando todos los cálculos humanos. En el pez pescado en el mar, inesperadamente, hiciste encontrar la moneda, tributo con el que pagar al templo por tu Hijo y por Pedro, primicia de todo discípulo.

En tu Hijo, pescado del abismo de la muerte, nos has hecho encontrar el verdadero precio de nuestro rescate. En él, entregado en nuestras manos, encontramos nuestra verdadera libertad, nos convertimos en tus hijos y podemos gritarte: tú eres en verdad nuestro único Abbá.

Gracias, Padre, por el día del domingo, día en que entregas en nuestras manos a tu Hijo para que encontremos en él el precio de nuestro rescate: la Palabra que nos libera y el pan que nos fortifica en el camino.

 

CONTEMPLATIO

Jesús, Hijo del hombre, has usado tus manos sólo para hacer el bien, para ponerlas en los oídos del sordo y darle la capacidad de oír, en los labios del mudo para hacerle hablar, en los ojos del ciego para darle la vista, sobre el leproso para sanarlo de su enfermedad. Con tu mano volviste a levantar a quien había caído en los brazos de la muerte. Al hombre tullido le mandaste extender la mano para reemprender su trabajo. Cuando fuiste entregado en manos de los hombres, sin oponerte, extendiste tus manos en un gesto solemne de abrazo universal y te abandonaste en manos del Padre, el único que te acogió de verdad. Al resucitar, invitaste a ver y a tocar aquellas manos que llevaban impreso el sello de tu amor y atestiguaban que se había pagado el tributo por nuestra liberación.

Si miramos nuestras manos habremos de enrojecer. Deberíamos emplearlas para trabajar, para ayudar y sanar, levantarlas para bendecir y orar. Sin embargo, con excesiva frecuencia las usamos para golpear y para abatir, para aferrar con avidez y robar. Señor Jesús, haz de nosotros lo que quieras: sé tú quien nos entregue en manos de los hombres y en manos del Padre. Sólo de este modo nos convertiremos en el pez pescado que lleva el tributo del rescate por nosotros, por todos.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios nos ha llamado a compartir la pasión y la gloria del Señor Jesús» (cf. 2 Tes 2,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Del cuaderno de notas de un joven ¡efe scout, estudiante de agronomía, muerto de leucemia:«En ocasiones quisiera irme a vivir a un lugar solitario, silencioso, donde no haya confusión, distracción, donde pudiera dedicarle a Él, sólo a Él, mi tiempo, todo mi tiempo. Me doy cuenta de que todo lo que hay a mi alrededor me distrae, me lleva a donde no quiero ir: a la envidia, a la maldad, al pecado corporal. Debo prepararme para aquel momento, debo estar preparado para cuando me llame a Él. No puedo dejar pasar los días. Cada segundo es importante, esencial, indispensable, y no debo malgastar de este modo mi tiempo.

Cuando me preguntan sobre mi enfermedad, rara vez soy yo quien empieza a hablar de ella y, al oír lo que pienso y cómo hablo de ella, me dicen que soy pesimista. ¡No! Soy realista.

Sé lo que me sucederá, cómo moriré; he visto morir a otros, apagarse lentamente, día tras día. Sé de qué modo, en qué hospital y cómo. He visto llorar a un hombre. Me decía: "Tengo que morir... Moriré". Sé que esto también me sucederá a mí. Ahora bien, ¿cómo decirle a alguien: "Sí, tengo miedo, pero no veo la hora"? Tú me llamas, yo responderé: "Aquí estoy". No lo diré a nadie, lo sabes Tú, lo sabe Él.

Ni siquiera puedo extrañarme de todo lo que me rodea: deben ponerme las inyecciones, darme las pastillas. ¡Todo esto sirve! Sirve para prepararme mejor, para recuperar el tiempo que he perdido y que perderé. ¡Ayúdame, Dios! Ayúdame a no ser hipócrita, a confiar sólo en ti. ¿Continuaré fingiendo estudiar, actuando como si todo fuera normal, como si no hubiera pasado nada? Dios, indícame el camino. Es de noche, no veo a dónde quieres que vaya. ¡Ilumíname el camino! Está oscuro, sé luz para mí. No me siento mártir. Muy diferentes y más duros son los sufrimientos de quienes han muerto por ti, de quienes han elegido morir por ti, Señor. ¡Qué valor, qué fuerza! Todo esto me hace sentirme pequeño e inútil, pero, Señor, tengo mi esperanza en ti» (Michelle Chinellato).

 

Día 14

San Maximiliano María Kolbe (14 de agosto)

 

Nació en Polonia en 1894. A los 13 años entró en los menores conventuales. Una vez terminados sus estudios filosóficos y teológicos en Roma, instituyó en ella la «Milicia de la Inmaculada», en 1917. Tras ser ordenado sacerdote en 1927, fundó en su patria la «Ciudad de la Inmaculada», centro de vida espiritual y de actividad editorial. Ejerció como misionero en Japón y volvió a Polonia en 1936, donde prosiguió su intensa obra de apostolado. Durante la Segunda Guerra Mundial fue deportado al campo de concentración de Auschwitz, donde murió al ofrecer su vida por la de un compañero de prisión, el 14 de agosto de 1941. Fue beatificado por Pablo VI en 1971 y canonizado con el título de mártir por Juan Pablo II en 1 982.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 3,13-18

13 No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia.

14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.

15 Todo el que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida posee vida eterna.

16 En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.

17 Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?

18 Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad.

 

**• La primera carta de Juan ahonda en el tema del amor recíproco. Éste tiene su fuente en el amor de Dios y representa la característica distintiva del cristiano auténtico.

En este marco y en el pasaje que nos ocupa resulta significativa la doble contraposición muerte/vida y odio/amor (vv. 13-15). Quien odia a su prójimo es un homicida y permanece en la muerte. Sólo el que ama al hermano posee en sí mismo la vida eterna, esto es, la presencia de Dios, que por medio del Espíritu comunica su amor al creyente y le hace partícipe del misterio de la vida trinitaria.

Todo bautizado está llamado a imitar a su propio Maestro y Señor (v. 16ab), dando un testimonio concreto de su propia fe en la encarnación del Hijo de Dios y del consiguiente mandamiento nuevo del amor fraterno con opciones de vida coherentes y una caridad activa con el prójimo (vv. 16c-18).

 

Evangelio: Juan 15,12-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundarte y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

**• Como discípulos de Jesús, debemos amarnos los unos a los otros como él nos amó, hasta la entrega suprema de nosotros mismos, que constituye la cumbre del amor (vv. 12ss). Seremos amigos de Jesús y sus verdaderos seguidores si ponemos en práctica el mandamiento nuevo del amor; él nos ofrece a cambio su amistad.

No basta con acoger el don de la intimidad divina, sino que es preciso alimentarlo con un compromiso activo de vida. A los amigos se les revela el misterio del Padre; por eso, el Hijo es el mediador de la amistad entre el hombre y Dios (vv. 14ss). Jesús subraya que la vocación recibida por los apóstoles, a quienes les ha confiado el mandato de la misión, es iniciativa suya. El fruto del que habla Jesús es la difusión de la fe. Ahí reside también la importancia de la oración, que adquiere su eficacia cuando se dirige al Padre en nombre del Hijo (v. 16). El hecho de permanecer en el amor de Jesús debe fructificar en el amor mutuo (v. 17).

 

MEDITATIO

Dar la vida es manifestar la cumbre del amor, dijo Jesús. Eso es lo que hizo él, y a eso mismo nos llama a nosotros. Aparecen los vértigos, como si estuviéramos al borde de un abismo. Estamos así instintivamente aferrados a nuestra vida, una vida que sentimos muy breve y frágil... La retenemos de una manera tenaz entre nuestras manos. De la vida como posesión a la vida como don: ése es el gran desafío, que revela - a nosotros mismos antes que a los otros- «quiénes somos» y «quiénes queremos ser».

«Podríamos decir que el banco de prueba del valor y, por consiguiente, del significado de una persona es, para el hombre contemporáneo, la "cotidianidad". En el caso del padre Kolbe, ¿cuántos son capaces de pensar, frente a una experiencia tan extraordinaria, que ésta estuvo preparada por toda una vida llevada bajo la enseña de una "cotidianidad extraordinaria", que, tal vez, sea la única que está en condiciones de madurar para los grandes momentos?» (G. Barra). Dar la vida no es cuestión de un momento, sino una opción fundamental repetida cada día: la de decir «sí» a la oferta de amistad que Dios nos propone. No es cuestión de un impulso del corazón en algún momento especial, sino de gestos concretos ordinarios que saben de calor, de compartir con los demás, de entrega verdadera. Esto es posible para todos, para cada uno que acoja la llamada del Señor y le responda con el amor a los hermanos. Es «en el marco de una vida entregada y empleada realmente por un ideal tan arrollador donde puede madurar y donde se puede comprender el acto sublime que coronó la existencia del padre Maximiliano, la consumación cruenta de una oblación constante realizada a lo largo de toda una vida, el sello a una fidelidad indefectible a lo "terrible cotidiano"» (G. Barra).

 

ORATIO ( Algunas invocaciones de san Maximiliano María Kolbe )

 

 «Reina en mí, oh Dios mío, y permíteme difundir en todos tu Reino a través de la  Inmaculada».

«Oh María, concebida sin pecado, ora por nosotros, los que recurrimos a ti, y por cuantos no lo hacen; en particular, por los enemigos de la santa Iglesia y por aquellos que te han sido encomendados».

«¡Gloria a la Inmaculada por todo!»

«¡Oh Inmaculada, soy tuyo!»

«Virgen Inmaculada, Madre mía, María, te renuevo, hoy y para siempre, la consagración de toda mi persona, a fin de que dispongas de mí para el bien de las almas. Sólo te pido, oh Reina mía y Madre de la Iglesia, cooperar fielmente en tu misión para la venida de Jesús al mundo. Te ofrezco, por tanto, oh Corazón Inmaculado de María, las oraciones, las acciones y los sacrificios de este día» (Consagración cotidiana a María de la Milicia

de la Inmaculada).

 

CONTEMPLATIO (Algunos dichos de san Maximiliano María Kolbe:)

 

«Lo primero que tenemos que hacer es trabajar en nuestro propio perfeccionamiento».

«La humildad es lo más difícil de conquistar en el trabajo por nuestra propia santificación».

«La oración es una condición indispensable para la regeneración y para la vida de toda alma».

«Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza a través de la Inmaculada».

«Sin un espíritu de penitencia y de renuncia de nosotros mismos no se puede ser amor».

«Sin amor, no puede haber virtud alguna; con amor, todas».

«Busca sólo la gloria de Dios, con serenidad».

«El amor mutuo es lo principal».

«Trabaja, a través de la Inmaculada, por la salvación de las almas».

 

ACTIO

Repite con frecuencia y medita durante el día esta expresión típica de Maximiliano María Kolbe: «Sólo el amor crea».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En todos los continentes, o casi, es conocida y notoria la figura de san Maximiliano María Kolbe. Y quien ha recibido el don de acercarse a él, queda profundamente conquistado por el santo. Porque se quedará tan presente en su propia vida, que sentirá la necesidad de invocarlo, imitarlo y enamorarse de su poliédrica figura de hombre, sacerdote, religioso, apóstol y mártir.

«Sólo el amor crea», había repetido miles y miles de veces el padre Kolbe durante su vida. «Sólo el amor crea», cantaban las obras que iba ideando y concretando una tras otra, a fin de llevar la vida de la verdad a cada hombre con la imprenta; para llevar las ondas de la vida a cada casa por medio de la radio; para dar un signo de la vida eterna a través de las esculturas y las pinturas délos hermanos. Y en sus largos viajes no perdía la ocasión de acercarse al ateo, al masón, al judío, al incrédulo, al cristiano adormecido en su fe, para que el nuevo destello de la vida iluminara el camino que lleva a la salvación.

«Sólo el amor crea», ha ido repitiendo el papa «venido de lejos », cada vez que se detiene a hablar de este hombre: el hombre de nuestro tiempo, el hombre de la magna y profunda herencia.  La herencia espiritual de san Maximiliano María Kolbe no tiene límites. La consagración total a la Inmaculada con propósitos apostólicos, que él vivía y promovía, es y debe ser una verdadera espiritualidad. Indudablemente, es una herencia muy comprometedora, porque se trata de imitar a aquel que nos la ha dejado. A saber: se trata no de tener «algo» de él (posibles reliquias, algún autógrafo, su biografía, etc.), sino de poseer su espíritu, porque de los santos queda sobre todo lo que han hecho, actuando según la voluntad de Dios. Recoger su herencia significa permitir a Dios que obre en nosotros como obró en ellos. Como obró en san Maximiliano María Kolbe y en muchos de sus seguidores (L. Faccenda [ed.], «Un cuore donato. San Massimiliano María Kolbe», suplemento a Milizia Mariana 4 [1994] 11; 51ss; 75).

 

Día 15

Miércoles de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 9,1-7; 10,18-22

9 Después le oí gritar con voz potente:

-¡Que se acerquen los que van a castigar a la ciudad; cada uno con su arma destructora!

2 Y por la calle de la puerta alta que mira al norte llegaron seis hombres, cada uno con su arma destructora. En medio de ellos había un hombre vestido de lino, con la cartera de escribano a la cintura. Entraron y se pusieron junto al altar de bronce.

3 La gloria del Dios de Israel se había levantado encima de los querubines y se dirigía hacia el umbral del templo.

Entonces llamó al hombre vestido de lino que llevaba a la cintura la cartera de escribano,

4 y le dijo:

-Pasa por la ciudad, recorre Jerusalén y pon una señal en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen dentro de ella.

5 Y pude oír lo que dijo a los otros:

-Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. 6 Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos. Pero no os acerquéis a los que tengan la señal en la frente. Empezad por mi santuario. Y empezaron por los ancianos que estaban delante del templo.

7 Luego les dijo:

-Contaminad el templo y llenad de cadáveres los atrios.

Y salieron a matar por la ciudad.

10,18 La gloria del Señor salió levantándose del umbral del templo y se colocó sobre los querubines.

19 Los querubines desplegaron sus alas, se elevaron sobre la tierra ante mis ojos y remontaron el vuelo junto con las ruedas. Se pararon a la entrada de la puerta oriental del templo del Señor, y la gloria del Dios de Israel estaba sobre ellos.

20 Eran los mismos seres que yo había visto debajo del Dios de Israel junto al río Quebar, y reconocí que eran querubines.

21 Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas y, bajo las alas, una especie de manos de hombre.

22 Sus caras eran las mismas que yo había visto junto al río Quebar. Todos ellos caminaban de frente.

 

»*• La Palabra del Señor se dirige a los exiliados que no conseguían creer que el Señor pudiera aceptar la destrucción de Jerusalén y del templo en el que se había establecido. En una gran visión -que se extiende del capítulo 8 al 11-, el profeta es llamado, en un primer momento, como testigo de los crímenes y de las profanaciones que se cometen en el mismo templo y, a continuación, de la condena a que es sometida la ciudad y de la salvación de los que han permanecido fieles.

El castigo empieza con los siete seres misteriosos que recorren la ciudad para exterminar a todos los pecadores, empezando por los ancianos del templo. Las graves culpas (infidelidad a Dios, idolatría en el templo, violencias en la ciudad, desconfianza en Dios) atraen el tremendo castigo: «Pues yo tampoco los miraré con compasión ni tendré piedad, daré a cada uno su merecido».

Cada uno recibe el trato merecido por lo que es y por lo que hace («retribución personal»: cf. el capítulo 18). No es Dios quien castiga. Los acontecimientos humanos recaen sobre quienes los provocan, y éstos no obtienen la intervención salvífica de Dios por su propia infidelidad, maldad, desconfianza.

Dios salva a los que han permanecido fieles a la Ley (Tora), a los que gimen por la maldad, la violencia, la injusticia, la mentira, la infidelidad del mundo; están marcados por una «T» (tau), la primera letra de la palabra Tora, y han sido preservados de la desventura. El exterminio es tan completo que los cadáveres contaminan incluso el interior del templo y obligan a la gloria de Dios a retirarse de un lugar que se ha vuelto impuro. En esta escena, Dios se revela como el salvador de los que escuchan la Palabra y llevan impreso sobre sí mismos el sello de los hombres que escuchan: la «T» de la Tora.

 

Evangelio: Mateo 18,15-20

15 Por eso, si tu hermano comete una falta, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

16 Si no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos.

17 Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo un pagano o un publicano.

18 Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

19 También os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial.

20 Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

 

*•• Seguimos estando en el contexto de las relaciones que deben establecerse en el interior de la comunidad: con los hermanos -los pequeños, los pecadores, los colaboradores-.

El tema de hoy es éste: ¿qué actitud debe adoptar una comunidad cristiana ante el pecado y ante el escándalo (18,3-11)?, ¿qué actitud debe tomar ante el pecador? Tras haber invitado a la misericordia contando la parábola de la oveja extraviada (18,12-14), Mateo describe el itinerario que conduce al perdón: acercarse al pecador a solas (obsérvese que la fórmula «contra ti» no se encuentra en el texto original, que habla del pecador como tal: v. 13), reprenderle delante de dos o tres testigos (v. 16) y, por último, interpelarle en medio de la asamblea (v. 17). A fin de que se observe esta pedagogía, Cristo confiere a sus apóstoles un poder particular (v. 18).

La condena del hermano sólo es posible cuando persevera en el mal y rechaza toda corrección y todo perdón (w. 15-17). En este caso, Dios ratifica lo que lleva a cabo su Iglesia. Los w. 19ss. indican que el acto de la corrección fraterna debe realizarse en la unión y en la plegaria, que aseguran la presencia del Resucitado. Estas palabras, tomadas en su conjunto, quieren decirnos que todo debe desarrollarse en un clima de extrema delicadeza y fraternidad. Está la preocupación por no llamar «pecadores» a los otros. Jesús nos hace decir: «Si tu hermano comete una falta». No debemos movernos para condenar y alejar, sino para acercar, para sacar del mal, a fin de volver a ganar al hermano para la comunidad y para Dios. Y para él mismo. Sólo si persiste en su actitud, deberá tomar nota la comunidad de que se ha «alejado» de ella y no se comporta ya como hermano. En la comunidad cristiana existe una ilimitada capacidad de perdón: los términos atar y desatar empleados en el v. 18 son un hebraísmo e indican el inmenso poder de perdón otorgado por Jesús a la Iglesia.

Los w. 19ss, aparentemente desligados del contexto, con la mención de la oración y de la presencia de Cristo en la comunidad, hacen pensar en una disciplina eclesial ejercida de manera «cultual», en la oración y con conciencia de la presencia de Jesucristo en su propio desarrollo.

 

MEDITATIO

La venida del Reino está caracterizada por el perdón. El Señor ofrece al hombre la posibilidad de salir del pecado venciendo a su propio pecado e incluso triunfando con el perdón sobre el pecado del otro. La Iglesia es una comunidad de salvados que no puede tener otros fines más que la salvación del pecador. Si no obtiene el objetivo, es porque el pecador se endurece y se niega a aceptar el perdón que se le ofrece. Si vivimos la fraternidad cristiana debemos sentirnos profundamente unidos a todos los miembros de la comunidad, haciendo nuestros las preocupaciones, los dolores y el pecado mismo de todos.

Cada uno de nosotros es testigo de faltas en la comunidad y no puede permanecer inerte o ausente; no puede decir como Caín: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Debe moverse y hacer algo para acercarse al hermano y ayudarle a enmendarse. Debemos tener presente siempre estas palabras de Jesús: «Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,23-25).

Juan Crisóstomo escribía: «Estemos llenos de solicitud hacia nuestros hermanos. Ésta es la prueba más grande de la fe: "Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos" (Jn 13,35). El amor sincero se demuestra no corriendo francachelas juntos, no hablándose sin cumplidos, no alabándose de palabra, sino fijándose en lo que es útil al prójimo y preocupándose por ello, sosteniendo a quien ha caído, tendiendo la mano a quien yace indiferente a su propia salvación, y buscando el bien del prójimo más que el propio. La caridad no atiende a sus propios intereses, sino a los del prójimo antes que a los propios».

Si fallamos en nuestro intento se desprende de ahí un grave daño para todos: la comunidad pierde un hermano, y éste su propia salvación. Tengamos presente que nada de esto ha sido confiado a nuestra habilidad «diplomática». Jesús nos pone en guardia; es necesario que la reconciliación tenga lugar en un clima de fe y de oración: reunirse «en su nombre» de modo que él esté «presente», y «orar en su nombre» para ser escuchados.

 

ORATIO

Oh Jesús, que dijiste: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», permanece entre nosotros, que nos esforzamos por estar unidos en tu amor en esta comunidad. Ayúdanos a seguir siendo siempre «un solo corazón y una sola alma», compartiendo alegrías y dolores, teniendo un cuidado particular con los enfermos, los ancianos, los que están solos, los necesitados.

Haz que cada uno de nosotros se comprometa a ser un evangelio vivido en el que los alejados, los indiferentes, los pequeños, descubran el amor de Dios y la belleza de la vida cristiana.

Danos el coraje y la humildad para perdonar siempre y para salir al encuentro de los que quisieran alejarse de nosotros, y poner de relieve lo mucho que nos une y no lo poco que nos separa. Danos la vista necesaria para divisar tu rostro en toda persona a la que nos acerquemos y en cada cruz que encontremos. Danos un corazón fiel y abierto, que vibre cada vez que lo toque tu Palabra y tu gracia. Inspíranos siempre nueva confianza e impulso para no desanimarnos frente a los fracasos, las debilidades y la ingratitud de los hombres. Haz que nuestra parroquia sea verdaderamente una familia, en la que cada uno se esfuerce por comprender, perdonar, ayudar y compartir; donde la única ley, que nos una y nos haga ser tus verdaderos seguidores, sea el amor recíproco.

 

CONTEMPLATIO

«Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»: alabanza y honor a ti, Señor Jesús. Por tu gracia, cuando nos encontramos juntos según tu Palabra y movidos por tu Espíritu, tú estás en medio de nosotros: nuestra oración se vuelve concorde, sube de un solo corazón y una sola alma, y cualquier cosa que pidamos estamos seguros de que la obtendremos.

Cuando nos reunimos en tu nombre, tú estás en medio de nosotros, nos muestras los signos de tu pasión y nos comprometes a hacer de nuestra vida un servicio y una entrega total. Cuando nos encontramos unidos en tu nombre, vienes, nos enseñas a acercarnos como verdaderos hermanos a los otros, nos sugieres las palabras y los gestos que conducen a la reconciliación y nos confías la tarea de atar y desatar. Por tu presencia vienen a nosotros la fuerza de la oración, la capacidad de entregar la vida, la comunión fraterna, la remisión de nuestros pecados y la alegría de la vida eterna.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Cristo está entre el otro y yo... Dado que Cristo se encuentra entre el otro y yo, no debo desear una comunión inmediata con éste. Del mismo modo que sólo Cristo puede hablar conmigo de forma que me socorra realmente, así también el otro sólo puede ser ayudado por Cristo mismo. Ahora bien, eso significa que debo dejar libre al otro y no intentar determinar sus decisiones, obligarle o dominarle con mi amor. Por ser libre respecto a mí, el otro quiere ser amado tal como es verdaderamente, esto es, como un hombre para el que Cristo ha conquistado la remisión de los pecados y para el que ha preparado la vida eterna. Puesto que Cristo ya ha realizado desde hace tiempo su obra en mi hermano, mucho antes de que yo pudiera empezar mi obra en él, debo dejar libre a mi hermano por Cristo, debe encontrarme sólo en aquel hombre que él es ya por Cristo.

Eso es lo que significa que podamos encontrar al prójimo sólo a través de Jesucristo. El amor psíquico se crea su propia imagen del otro, de lo que es y de aquello en que debe convertirse.

Toma la vida del prójimo en sus propias manos. El amor espiritual reconoce la verdadera imagen del prójimo a través de Jesucristo; es la imagen que Jesucristo ha forjado y que quiere forjar.

Por eso el amor espiritual seguirá confiando constantemente, en todo lo que dice y en todo lo que hace, el prójimo a Cristo. No intentará suscitar emociones en su ánimo, tratando de influenciarle de una manera demasiado personal e inmediata, o interviniendo en su vida de una manera impura; no experimentará placer en la excitación de los sentimientos ni en el excesivo ardor religioso, sino que le saldrá al encuentro con la clara Palabra de Dios y estará dispuesto a dejarlo solo con esta Palabra durante un extenso período, a dejarlo de nuevo libre, para que Cristo pueda obrar en él. Respetará los límites que Cristo ha puesto entre el otro y yo, y encontrará la plena comunión con él en Cristo, que enlaza y une a todos.

Por eso hablará más con Cristo del hermano que no de Cristo al hermano. Sabe que el camino más corto que lleva al otro pasa a través de la oración dirigida a Cristo y que el amor por él está completamente unido a la verdad en Cristo. Respecto a este amor, dice el apóstol Juan: «Nada me produce tanta alegría como oír que mis hi¡os son fieles a la verdad» (3 Jn 4) (D. Bonhoeffer, La vita comune, Brescia 31997 [edición española: Vida en comunidad, Ediciones Sígueme, Salamanca 1 997]).

 

Día 16

Jueves de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 12,1-12

1 Recibí esta palabra del Señor:

2 -Hijo de hombre, tú vives en medio de un pueblo rebelde. Tienen ojos para ver, y no ven; oídos para oír, y no oyen; son un pueblo rebelde.

3 Y ahora, hijo de hombre, prepara tu equipaje para el destierro y ponte en marcha en pleno día a la vista de ellos; sal de donde vives y vete a otro sitio. Tal vez así comprendan que son un pueblo rebelde.

4 Sacarás tu equipaje de deportado en pleno día, a la vista de todos. Partirás por la tarde como si fueras un deportado.

5 Harás un boquete en la pared y saldrás por él.

6 Te cargarás ante ellos a la espalda tu equipaje, y partirás de noche con la cara cubierta para no ver la tierra, pues serás un símbolo para el pueblo de Israel.

7 Yo hice todo lo que se me había ordenado. Preparé mi equipaje de deportado en pleno día; por la tarde, hice un boquete en la pared con las manos y salí de noche con el equipaje a mis espaldas, a la vista de todos.

8 Por la mañana recibí esta palabra del Señor:

9 -Hijo de hombre, cuando el pueblo de Israel, ese pueblo rebelde, te pregunte qué es lo que haces,

10 contéstales: Así dice el Señor: Este oráculo se refiere al rey de Jerusalén y a todos los israelitas que viven en ella.

11 Diles: Yo soy un símbolo para vosotros; vosotros tendréis que hacer lo que yo he hecho. Seréis deportados, iréis al destierro.

12 Hasta el rey que los gobierna se cargará a las espaldas el equipaje de deportado, saldrá en la oscuridad por una brecha que abrirán en el muro para que salga, y se tapará la cara para no ver su tierra con sus propios ojos.

 

**• El profeta, por medio de una acción simbólica, anuncia de nuevo al pueblo el fin próximo de Jerusalén y la deportación a Mesopotamia. Realiza sus gestos «a la vista de ellos», pero éstos «tienen ojos para ver, y no ven oídos para oír, y no oyen» porque «son un pueblo rebelde» (v. 2). En ellos se cumple lo que dice el salmo de cuantos siguen a los dioses: «Los ídolos de los paganos son plata y oro y han sido fabricados por manos humanas. Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen, no hay vida en ellos. Sean como ellos quienes los fabrican, los que confían en ellos» (Sal 135,15-18).

El profeta se carga el equipaje de deportado y, en medio de la oscuridad, con el rostro cubierto hasta el punto de no poder ver nada, sale de la ciudad a través de un boquete hecho en la pared: es un mensaje destinado al rey y a sus conciudadanos. Los últimos versículos (w. 11ss, tal vez añadidos más tarde) aluden de un modo más claro a los hechos históricos. En tiempos del último asedio a Jerusalén, el rey Sedecías intentó una fuga de noche por un boquete de las murallas, junto con un grupo de combatientes, pero fue detenido y, tras haber asistido al exterminio de sus hijos, fue cegado, deportado a Babilonia y encarcelado allí (2 Re 25,4-7). El rey acabó prisionero y ciego. No se puede bajar más. A este final –repite el profeta- conducen la ceguera religiosa, la presunción frente a los mensajes de Dios, la rebelión contra su señorío. No queda espacio para ninguna esperanza ni para ninguna astucia humana. Lo que hace el pueblo de Dios ha sido denunciado sin remisión: la maldad conduce a un final vergonzoso.

Si tenemos en cuenta que se trata de palabras dirigidas a gente que se encuentra en el exilio, convencida de un próximo retorno a Jerusalén, cuando todavía reina Sedecías, es preciso reconocer que el profeta acaba con todas las ilusiones e invita a pasar de la confianza en los dioses hechos por manos humanas a la fe en el Dios vivo. «Yo (Ezequiel) soy un símbolo para vosotros» (cf. v. l i a ) . Quiere serlo a cualquier precio, trabajando y sufriendo. Ésa fue su vocación. En esto representa, para nosotros, un ideal y un programa.

 

Evangelio: Mateo 18,21-19,1

En aquel tiempo,

18,21 se acercó Pedro y le preguntó: -Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?

22 Jesús le respondió: -No te digo siete veces, sino setenta veces siete.

23 Porque con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos.

24 Al comenzar a ajustarías, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

25 Como no podía pagar, el señor mandó que le vendieran a él, a su mujer y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para pagar la deuda.

26 El siervo se echó a sus pies suplicando: «¡Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo!».

27 El señor tuvo compasión de aquel siervo, lo dejó libre y le perdonó la deuda.

28 Nada más salir, aquel siervo encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios; lo agarró y le apretó el cuello, diciendo: «¡Paga lo que debes!».

29 El compañero se echó a sus pies, suplicándole: «¡Ten paciencia conmigo y te pagaré!».

30 Pero él no accedió, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda.

31 Al verlo, sus compañeros se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo ocurrido.

32 Entonces el señor lo llamó y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné aquella deuda entera porque me lo suplicaste.

33 ¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?».

34 Entonces su señor, muy enfadado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagase toda la deuda.

35 Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros.

19,1 Cuando Jesús terminó este discurso, se marchó de Galilea y se dirigió a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán.

 

*» Jesús ha hablado ya de la actitud que debemos adoptar con los pecadores, de la necesidad de volver a ganar al hermano que ha pecado (Mt 18,15-22) y de la oración común (18,19ss); ahora pasa al problema de cómo debe comportarse quien ha sido ofendido personalmente.

El judaísmo conocía ya la obligación del perdón de las ofensas, pero había elaborado una especie de «tarifa» que variaba de una escuela a otra. Se comprende así que Pedro preguntara a Jesús cuál era su tarifa, preocupado por saber si era tan severa como la de la escuela que exigía el perdón del propio hermano hasta siete veces (18,21). Jesús responde a Pedro con una parábola que libera el perdón de toda tarifa, para convertirlo en el signo del perdón recibido de Dios, del Reino que se está instaurando en la tierra: «Porque con el Reino de los Cielos sucede lo que...» (18,23).

La parábola comienza con las figuras de un rey y de alguien que le debe diez mil talentos; de este modo, subraya la inconmensurable debilidad del pecador frente a Dios. La acentuación de algunos rasgos (presencia del rey, caer a los pies del rey, postrarse, tener piedad... 18,26) evoca la escena del juicio final. La desproporción entre los diez mil talentos y los cien denarios (semejante a la desproporción que existe entre la viga y la paja: cf. 7,1-5) permite comprender la diferencia radical entre las concepciones humanas y las divinas de la deuda y de la justicia. Por último, también el castigo infligido al siervo (una tortura que durará hasta que haya pagado toda la deuda: 18,34) hace pensar en un suplicio eterno.

La clave de lectura nos la proporciona el último versículo: «Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros» (18,35). El perdón de Dios, del que todos tenemos necesidad, se otorga con la condición de que nosotros también seamos capaces de perdonar. Sin embargo, si se lee con atención la parábola, se ve que el perdón que otorgamos a los otros no equivale ciertamente al perdón que Dios nos concede a nosotros. Nuestra misericordia es siempre limitada, aunque sea total; la de Dios es infinita. La nuestra, además, nace de la bondad infinita de Dios. Es un pálido esfuerzo destinado a intentar imitar al Padre (5,48).

 

MEDITATIO

Dios es alguien que perdona inmensamente. Con la venida de Jesús, el perdón se vuelve inmediatamente perceptible. Para el evangelista Mateo, toda la obra de Jesús está caracterizada por la remisión de los pecados: así en la curación del paralítico (9,2-7), así con su sangre, «que se derrama por todos para el perdón de los pecados» (26,28). Jesús intercede en la cruz por los que le están crucificando: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Le 23,34).

El perdón de Dios, otorgado con generosidad y misericordia, se vuelve normativo para las relaciones entre los discípulos: «¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?». La experiencia de haber sido perdonados por Dios debe llevarnos al perdón de los hermanos. Nuestra relación con el otro debe reflejar la de Dios con nosotros; lo que él ha hecho por nosotros es el paradigma de lo que nosotros debemos hacer a los otros. Hay, en la enseñanza de Jesús, algunos «como» sobre los que no reflexionamos bastante.

Cuando Jesús nos enseña el amor al prójimo, establece unos cuanto «como» que forman una progresión que no admite excusas: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,39; Gal 5,14), «como yo os he amado» (Jn 15,12)» «como yo amo al Padre» (Jn 14,31)... En el Padre nuestro nos hace decir Jesús: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Con este «como» no nos enseña Jesús que el precio para ser perdonados por Dios sea perdonar a nuestros hermanos. Ni nos enseña que lo único que debemos hacer para ser perdonados por él es perdonar; ni tampoco que si nosotros perdonamos imponemos al Dios omnipotente la obligación de perdonarnos. El perdón de Dios no es simplemente el eco de nuestro espíritu de perdón. Es más bien lo contrario: el pensamiento de la grandeza del perdón de Dios debería amonestarnos y ablandar nuestro corazón hasta el punto de hacernos desear también a nosotros perdonar a los otros.

 

ORATIO

Padre, míranos en tu inmensa bondad, mira a estos siervos de la parábola que deben una suma enorme a su patrón y ven perdonada toda su deuda. Pero, apenas recibido este favor, cogemos por la garganta a los que no nos deben casi nada para ordenarles que nos devuelvan todo y de inmediato.

Padre, nos olvidamos enseguida de que tú nos has perdonado todo. Somos deudores con memoria corta, que nos convertimos en un instante en acreedores despiadados, que exigen ser pagados hasta el último céntimo. Guárdanos, Padre, de semejante arrogancia y de un olvido como éste, porque tú nos has perdonado. Amén (G. Danneels, Padre nostro que sei nei cieli, Milán 1992).

 

CONTEMPLATIO

Tu perdón es total porque cuando perdonas, Padre, lo haces con todo el corazón; nos abres tus brazos, feliz de estrecharnos en tu inmenso amor.

Tu perdón es total: cuando te lo pedimos nos lo concedes de inmediato, sin espera alguna, sin hacernos reproches, sin guardar rencor, sin importarte lo que haya pasado.

Tu perdón es total: cancela la culpa en lo más profundo de nosotros, purifica el corazón haciéndonos pasar del estado de pecado al estado de inocencia.

Tu perdón es total: y restablece en nosotros la santidad perdida, nos da la fuerza necesaria para complacerte de nuevo, para vivir de acuerdo con tu voluntad.

Tu perdón es total: nos toma enteramente en la nueva alianza establecida en tu Hijo, nos concede la alegría de experimentar tu bondad, tu ternura (J. Galot).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Perdona, Señor, la infidelidad de tu pueblo» (de la liturgia).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La pregunta por la remisión de los pecados está ligada al perdón fraterno: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Jesús habla de perdonar «hasta setenta veces siete». ¿A quién hemos de perdonar? A todos aquellos de quienes pensamos haber recibido algún perjuicio, algún trato injusto. A todos aquellos que nos han decepcionado, que no nos han dado aquel amor, aquella atención, aquella escucha que esperábamos. Hay dentro de nosotros un montón de pequeñas heridas y amarguras: es necesario tratarlas con el aceite y el bálsamo de un continuo y sincero perdón.

Todo eso nos hará estar mejor, incluso de salud, y nos hará gustar hasta el fondo el perdón del Padre no sólo por todas nuestras culpas, sino también por nuestros comportamientos inadecuados, por todo lo que hemos negado a Dios y él podía esperar de nosotros en materia de confianza y de amor, por todos nuestros incalculables pecados de omisión (C. M. Martini, Ritorno al Padre de tutti, Milán 1998 [edición española: El retorno al Padre de todos, Verbo Divino, Estella 1999]).

 

Día 17

Viernes de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 16,1-15.60.63

1 Recibí esta palabra del Señor:

2 -Hijo de hombre, haz saber a Jerusalén sus abominaciones y di:

3 Esto dice el Señor a Jerusalén: Por tu origen y nacimiento eres cananea; tu padre fue un amorreo y tu madre una hitita.

4 El día en que naciste no te cortaron el cordón, no te lavaron con agua, no te hicieron las fricciones de sal ni te envolvieron en pañales.

5 Nadie se apiadó de ti ni hizo por compasión nada de esto, sino que te arrojaron al campo como un ser despreciable el día que naciste.

6 Yo pasé junto a ti, te vi revolviéndote en tu sangre y te dije: Sigue viviendo 7 y crece como la hierba de los campos. Y tú creciste, te hiciste mayor y llegaste a la flor de tu juventud; se formaron tus senos y te brotó el vello, pero seguías desnuda.

8 Yo pasé junto a ti y te vi; estabas ya en la edad del amor; extendí mi manto sobre ti y cubrí tu desnudez; me uní a ti con juramento, hice alianza contigo, oráculo del Señor, y fuiste mía.

9 Te lavé con agua, te limpié la sangre y te ungí con aceite;

10 te vestí con bordados, te puse zapatos de cuero fino, te ceñí de lino y te cubrí de seda;

11 te adorné con joyas, coloqué pulseras en tus brazos, un collar en tu cuello,

12 un anillo en tu nariz, pendientes en tus orejas y una magnífica corona en tu cabeza.

13 Estabas adornada de oro y plata, vestida de lino fino, de seda y bordado; comías flor de harina, miel y aceite. Te hiciste cada vez más hermosa y llegaste a ser como una reina.

14 La fama de tu belleza se difundió entre las naciones paganas, porque era perfecta la hermosura que yo te había dado. Oráculo del Señor.

15 Pero tú, confiada en tu belleza y valiéndote de tu fama, te prostituiste y te ofreciste a todo el que pasaba, entregándote a él.

60 Pero yo me acordaré de la alianza que hice contigo en los días de tu juventud y estableceré contigo una alianza eterna,

61 para que te acuerdes y te avergüences y no te atrevas a abrir más la boca, cuando te haya perdonado todo lo que has hecho.

 

*+• El profeta, a través de un procedimiento de tipo midrásico, nos ofrece una profunda y sintética meditación sobre la historia de Jerusalén y su visión de la instauración del Reino de Dios en el mundo. Para hacerlo recurre al simbolismo matrimonial, un simbolismo bastante difundido entre los profetas para expresar la relación entre Dios e Israel.

En su origen, Jerusalén fue como una niña abandonada por sus padres y privada de todo: estaba excluida de la confederación cananea (Melquisedec, rey de Salem, no tiene ni padre ni madre: Heb 7,3, y, bastante antes de la era judía, el rey Ponti-Hefer escribía al faraón para lamentarse de su aislamiento); pasa sin daño a través de la historia de Canaán (w. 3-5). Cuando los judíos ocupan la región, no se preocupan de Jerusalén: la dejan vivir por su cuenta. Sólo con David entró el Señor en relación con la ciudad, la convirtió en su esposa (w. 8-13) y la hizo beneficiaría de la gloria inaudita del reinado de Salomón: «Era perfecta la hermosura que yo te había dado. Oráculo del Señor» (v. 14).

Ahora bien, prendada de sí misma, Jerusalén rompe el pacto de amor con Dios y se convierte en una prostituta, ofreciendo sus favores «a todo el que pasaba», a todos los dioses de la región (v. 15). Su infidelidad fue particularmente grave. Las otras ciudades del Oriente condenadas por el Señor no habían conocido su amor con la misma intensidad, no habían sido tan adúlteras; por eso son claramente menos culpables que Jerusalén.

En consecuencia, cabe esperar que el Señor juzgue a Jerusalén y la condene como se hace con una joven adúltera, con un castigo mucho más duro que el padecido por Sodoma, por Samaría y por las otras ciudades paganas (w. 35-52, no recogidos por la liturgia). Con todo, el misterioso amor del Señor, gratuito y fiel, no disminuirá; Dios sigue amando a la esposa infiel y le prepara un futuro de conversión y de retorno a él. Los últimos versículos le anuncian el establecimiento de una alianza eterna con ella.

 

Evangelio: Mateo 19,3-12

En aquel tiempo,

3 se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron:

-¿Puede uno separarse de su mujer por cualquier motivo?

4 Jesús respondió:

-¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y hembra, 5 y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos uno sólo?

6 De manera que ya no son dos, sino uno sólo. Por tanto, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

7 Replicaron:

-Entonces, ¿por qué mandó Moisés que el marido diera un acta de divorcio a su mujer para separarse de ella?

8 Jesús les dijo:

-Moisés os permitió separaros de vuestras mujeres por vuestra incapacidad para entender, pero al principio no era así.

9 Ahora yo os digo: El que se separa de su mujer, excepto en caso de unión ilegítima, y se casa con otra comete adulterio.

10 Los discípulos le dijeron:

-Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse.

11 Él les dijo:

-No todos pueden comprender esto, sino sólo aquellos a quienes Dios se lo concede.

12 Algunos no se casan porque nacieron incapacitados para ello, otros porque los hombres los incapacitaron, y otros eligen no casarse por causa del Reino de los Cielos. Quien pueda comprender que lo haga.

 

**• El fragmento está constituido por dos partes. En la primera (w. 3-9) ocupan la escena Jesús y los fariseos.

Jesús no está de acuerdo con la sociedad permisiva de su tiempo y remite al designio original del Creador: Dios creó al hombre y a la mujer para un matrimonio indisoluble. La ley judía permitía al hombre repudiar a la esposa «por cualquier motivo». Las escuelas rabínicas no estaban muy de acuerdo en la interpretación de este pasaje. Los laxistas eran del parecer de que si un hombre encontraba una mujer más atractiva que la suya, podía disgustarse hasta tal punto con su propia mujer que llegara a repudiarla válidamente; los rigoristas, en cambio, veían en esto un adulterio o, al menos, la expresión de costumbres particularmente ligeras.

La cuestión planteada por los fariseos a Jesús es una trampa: quieren obligarle a tomar posición entre las dos corrientes. Pero Jesús evita la asechanza declarándose contrario al divorcio, sea cual sea el motivo, apoyándose en dos pasajes de la Escritura: Gn 1,27 y 2,24. Dios quiere que el marido y la mujer estén unidos como «uno sólo» (Mt 19,5ss). Lo que Dios ha unido no puede separarlo el hombre, aunque se trate del mismo Moisés (v. 6b). El matrimonio, en efecto, no es sólo un contrato entre dos personas humanas: en él está implicada también la voluntad de Dios, inscrita en la complementariedad de los sexos.

La voluntad de los esposos no basta para explicar el matrimonio: la voluntad de Dios forma parte inherente del mismo. El divorcio ignora el designio de una de las partes del matrimonio, el mismo Creador.

En la segunda parte de nuestro pasaje (w. 10-12), ocupan la escena Jesús y los discípulos: a éstos, que manifiestan su perplejidad y las dificultades que les plantea asumir una responsabilidad tan grave en el matrimonio, les responde Jesús poniéndolos en guardia: sólo una responsabilidad mayor, la urgencia de difundir el Reino de los Cielos, hace laudable la renuncia al matrimonio.

Lo que dice Jesús no lo comprenderán todos. Jesús no dice: «No todos pueden poner en práctica estas palabras», sino «No todos pueden comprender esto» (v. 11), «quien pueda comprender que lo haga» (v. 12); precisa que sólo pueden comprender «aquellos a quienes Dios se lo concede» (v. 11). Se trata de una inspiración interior concedida a los apóstoles y a aquellos que creen (Mt 11,25 y 16,17).

 

MEDITATIO

Dios tiene un proyecto respecto al hombre y la mujer, el proyecto del matrimonio: «¿No habéis leído que el Creador, desde el principio...?». «De manera que ya no son dos, sino uno sólo. Por tanto, lo que Dios ha unido...». No nos unimos en matrimonio por instinto, por una elección personal, sino obedeciendo a la voluntad de Dios. No somos nosotros quienes escogemos, quienes nos unimos, sino que es él quien escoge, nos llama, nos une; nosotros respondemos libremente a su llamada de amor. Es difícil explicar cómo sucede esto; Dios se sirve de muchos factores o causas: los del cuerpo, los de las pulsiones interiores, los de los acontecimientos cotidianos...

Así las cosas, tanto el matrimonio como el celibato han de ser comprendidos como realidades cristianas, y tanto el uno como el otro sólo pueden ser comprendidos por aquellos a quienes se les ha concedido. Es difícil comprender el celibato: «No todos pueden comprender esto, sino sólo aquellos a quienes Dios se lo concede... Quien pueda comprender que lo haga». Los discípulos no «comprenden» las palabras de Jesús sobre el matrimonio tal como él lo propone; ante la revelación de su proyecto -que es el proyecto original de Dios-, dicen: «Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse». En consecuencia, el matrimonio -y no sólo el celibato- es algo que hemos de «comprender », fruto de una búsqueda, de un abandono a la acción misteriosa del amor del Padre y del Hijo.

El hombre y la mujer, para llevar a cabo su vocación, deben «dejar» («Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre»: Gn 2,24), deben realizar un éxodo. Dejan su «soledad», tierra de su esclavitud («No es bueno que el hombre esté solo»: Gn 2,18). Y al final de su camino encuentran a aquel o aquella que Dios les ha dispuesto como «ayuda adecuada» (Gn 2,18), hecha para él. Ambos viven el misterio de la pascua y pasan de este mundo al Padre, entran en el amor trinitario. Ambos «dejan » y, de extraños como eran, de «solos» como estaban, son conducidos a formar una intimidad más grande que cualquier otro vínculo: «Se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo» (Gn 2,24). La unidad, la indisolubilidad, la fidelidad que sustancia esta unión, no son «ley», sino «Evangelio» de Jesús. Éste parte del matrimonio y llega al celibato. En este punto parece necesario intuir que Jesús quiere afirmar dos cosas. En primer lugar, que el matrimonio, como toda realidad, está al servicio del Reino. El Reino está tan por encima de todo, debe ser hasta tal punto la única preocupación, que para ponerse a su servicio es justo no sólo construir un matrimonio indisoluble, sino también abrazar el celibato.

 

ORATIO

Resultó difícil entonces, Señor, comprender lo que significaba casarse o vivir célibe; lo fue para aquellos que estaban familiarizados con la sagrada Escritura y para tus mismos discípulos; lo es para nosotros, que vivimos entre mil propuestas, bombardeados por tantos proyectos, apremiados por tantos expertos que pretenden tener la última palabra. Ahora, por fin, nos queda clara una cosa: todo está bajo el signo de tu gracia, tenemos necesidad de tu Espíritu.

Envíalo sobre nuestras soledades y nuestros aislamientos, sobre nuestras clausuras y nuestros arraigos, sobre nuestros egoísmos. Envíalo como Espíritu de unidad y de fidelidad para que el yo se abra al tú, y cada uno se encuentre con el otro hasta hospedarse y recrearse recíprocamente en el amor. Envíalo a nuestras confusiones y oscuridades, a nuestro andar a tientas y a nuestro errar. Envíalo como Espíritu de luz para que introduzca la claridad en nuestros corazones y en nuestros sentimientos, en nuestras mentes y en nuestras fantasías, en nuestros pequeños y en nuestros grandes proyectos. Envíalo sobre nuestras perezas y sobre nuestras debilidades, sobre nuestros titubeos y sobre nuestros cambios de opinión. Envíalo como Espíritu de fortaleza que nos invita a partir, a arriesgar, a fiarnos los unos de los otros, a creer firmemente que tú eres el único que puede llevar a puerto un proyecto que es tuyo antes de ser nuestro.

 

CONTEMPLATIO

Te alabamos y te damos gracias con todas nuestras fuerzas por haber creado al hombre y a la mujer con dones diferentes, por haber dispuesto que todos vivieran el pacto de amor contigo: algunos en el matrimonio, otros en el celibato. A cada uno le das una gracia según la medida del don de Cristo: casados o célibes, todos estamos dentro de un único y mismo amor, todos formamos una sola y misma humanidad, todos llevamos dones diferentes, todos estamos llamados a vivir en el amor y a dar testimonio del mismo.

Gracias a tu don de amor, y siguiendo tu voluntad, el hombre y la mujer se unen hasta formar un solo cuerpo y una sola alma, obedecen al precepto del amor y, viviendo en una fidelidad recíproca, dan testimonio del amor de Cristo por la Iglesia. De este modo, se convierten en Evangelio para el mundo y en colaboradores del crecimiento de tu Reino en nuestros días. Por tu don de amor y según tu voluntad, hombres y mujeres aceptan vivir en el celibato para ser testigos de que tú eres el único amor que invita a servir a los hermanos en las mil formas que sólo tú sabes inventar; a través de ellos anuncias que tu Reino viene ya y debe venir aún. Por tu don de amor y según tu voluntad, todos vivimos en la expectativa de la patria futura, cuando todos estaremos ante ti como ángeles del cielo.

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Estableceré contigo, esposa mía, una alianza eterna» (cf. Ez 16,60).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Oh esposos, que vuestra casa no sea nunca un apartamento, ese triste reino del egoísmo y de la soledad. Reino de lo mío y de lo tuyo, cuando no es trinchera de lo mío contra lo tuyo. Que sea, más bien, principio de una vida universal, de una fraternidad y de una amistad que se extiende por el mundo, comienzo de la misma Iglesia: «Saludad a la Iglesia que está en la casa de María, madre de Marco...».

Intentar, pues, ser juntos. Una vez más: como Dios. Repítase al infinito: no soy yo la imagen de Dios ni tampoco lo eres tú, sino que lo somos tú y yo juntos: si nos amamos. Es la pareja: ésa es la entidad nueva que se asoma sobre la creación. No el hombre o la mujer, sino el hombre / la mujer. En ellos es donde Dios, precisamente el amor, es la misma cópula de conjunción y de fusión. La palabra «juntos» es la palabra más religiosa del mundo. No el hombre que domina a la mujer, no la mujer que se contrapone al hombre, sino que funden juntos la armonía libre y necesaria para marcar el comienzo de un mundo armonioso y pacífico [...].

Amar procede sólo de Dios. Los hombres no conseguirán amarse nunca si Dios no se convierte en la fuente de su amor. Es Dios quien hace de los dos una sola vida. Por eso los esposos son los primeros siervos del amor, los mensajeros -por constitución- de la alegre noticia: la nueva de que dos personas se aman, en espera de que todos se amen. No es otra cosa el mismo Evangelio: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado».

«Quien permanece en el amor permanece en Dios». Por eso el amor es un milagro, un don que trasciende las mismas vidas.

Nada vale más que la vida, pero una vida, la vida de cualquier criatura, puede ser arriesgada, ofrecida, sacrificada, sólo por amor. Sólo el amor es más grande que la vida. Se puede morir sólo por amor (D. M. Turoldo, Amare, Cinisello B. I81995).

 

Día 18

Sábado de la 19ª semana del Tiempo ordinario

 

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 18,1-10.13.30-32

1 Recibí esta palabra del Señor:

2 -¿Por qué repetís este refrán en Israel: «Los padres comieron los agraces y los hijos sufren la dentera?».

3 Por mi vida, oráculo del Señor, que no diréis más este refrán en Israel.

4 Pues todas las vidas son mías: la vida del padre y la del hijo. El que peque, ése morirá.

5 Si un hombre es intachable y se comporta recta y honradamente,

6 si no participa en banquetes idolátricos ni acude a los ídolos de Israel, si no deshonra a la mujer de su prójimo ni se une a la mujer durante la menstruación,

7 si no oprime a nadie, devuelve la prenda al deudor, no roba, da su pan al hambriento y viste al desnudo,

8 si no presta a interés con usura, si evita hacer el mal y es justo cuando juzga,

9 si se comporta según mis preceptos y guarda mis leyes, actuando rectamente, ese hombre es intachable y vivirá, oráculo del Señor.

10 Pero si éste tiene un hijo violento y sanguinario, que hace alguna de estas cosas que él mismo no había hecho;

13 este hijo no vivirá, porque ha cometido todas estas abominaciones morirá

y será responsable de su propia muerte.

30 Pues bien, yo juzgaré a cada cual según su comportamiento, oráculo del Señor. Convertíos de todos vuestros pecados, y el pecado dejará de ser vuestra ruina.

31 Apartad de vosotros todos los pecados que habéis cometido contra mí, renovad vuestro corazón y vuestro espíritu. ¿Por qué habrás de morir, pueblo de Israel?

32 Yo no me complazco en la muerte de nadie. Oráculo del Señor. Convertíos y viviréis.

 

*»• Buscar excusas para nuestras propias culpas, achacar a los otros los males que sufrimos es algo instintivo.

En ambos casos intentamos desviar de nosotros mismos la responsabilidad del pasado, el compromiso con el presente y el futuro. También en tiempos de Ezequiel existía este juego de echarse las culpas unos a otros, apoyándose en textos de la Escritura (Dt 5,9; 29,18-21; Ex 20,5) y en proverbios como los citados y referidos por el mismo Ezequiel (por ejemplo, 18,2). La palabra del profeta representa un giro crucial en el pensamiento sobre la solidaridad y sobre la retribución: cada uno carga con la responsabilidad de sus propios actos, cada uno tendrá la retribución que merezca por ellos.

Aunque ya desde los comienzos se conocía una responsabilidad individual (Gn 18,25), había predominado el-concepto de responsabilidad colectiva (Jos 7). Ezequiel se convierte en el teorizador de la responsabilidad individual. El profeta llama a la conversión, pero choca contra la mentalidad fatalista de sus contemporáneos: ¿de qué les sirve convertirse, si están pagando las culpas de sus padres? Ante esta concepción popular, Ezequiel muestra que la Ley lanza una llamada a la responsabilidad personal. La salvación de un individuo no depende de sus antepasados, ni de sus parientes más próximos (Ez 18,10-18), ni siquiera de su pasado (w. 21-23). Lo que cuenta siempre de verdad es la disposición actual del corazón (w. 5-9). Según esta mentalidad, existe un remedio para un pasado de iniquidad: la conversión para obtener la vida (w. 30-32).

Esta llamada no ha perdido actualidad. Todavía hoy, con una mentalidad fatalista o gregaria, nos referimos al «destino» o a la «pertenencia» a un grupo para quitarnos de encima la responsabilidad de lo que hemos hecho o de lo que haremos, para no comprometernos propiamente. Ciertamente, constituye siempre un problema vivo mostrarse solidarios con la comunidad sin alienarnos de nosotros mismos, cargar con las propias responsabilidades sin aislarnos de ella. La conversión y las obras de justicia y de caridad deben ser personales sin ser individualistas.

 

Evangelio: Mateo 19,13-15

13 En aquel tiempo le presentaron unos niños para que les impusiera las manos y orase. Los discípulos les regañaban,

14 pero Jesús dijo:

-Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos.

15 Después de imponerles las manos, se marchó de allí.

 

*• La subida de Cristo a Jerusalén está salpicada por numerosos episodios en los que se encuentra con gente humilde y despreciada, con gran escándalo de aquellos que le acompañan. Diríase que, al descubrir su propia vocación de ser despreciado y doliente, Jesús se aproxima a aquellos que presentan el mismo rostro. Por eso, el cuadro de los niños que presentan a Jesús no tiene que ser confundido con el del martes pasado.

El punto clave es diferente. Allí se trataba de la conversión y ello exigía hacerse pequeños; aquí, en cambio se habla de Jesús. Este manifiesta su intención de no alejar a nadie de su Reino; cuando dice «como ellos» (v. 14b) no se refiere a la edad, sino que quiere poner de relieve que se trata de «los que se parecen a ellos». En la antigüedad, no se consideraba a los niños como gente importante en la sociedad; Jesús, sin embargo, los convierte en los privilegiados en el Reino de Dios, los admite de modo complacido en la vida de la comunidad cristiana. Y junto con ellos admite y prefiere a los marginados, a los ignorados, a los despreciados, a los excluidos de la convivencia humana.

La actitud de los discípulos, que impiden a los pequeños acercarse a él, significa la incomprensión del ministerio de Cristo. Jesús es alguien que acoge a los pequeños para darles el Reino. Ay de aquel que impida a otros acercarse a Jesús. La imposición de las manos sobre los niños y la oración son un gesto de bendición (w. 13.15) y constituyen, asimismo, un signo de que la salvación se entrega a todos: a los niños, aunque no en sentido cronológico, sino en el de los humildes, los pobres, los pacíficos... de las bienaventuranzas. A modo de inciso: la oración y el gesto de Jesús sobre los niños fueron interpretados por la Iglesia antigua como fundamento del bautismo de los niños.

 

MEDITATIO

Los niños fueron «presentados» a Jesús «para que les impusiera las manos y orase». Fueron «presentados» tal vez porque eran verdaderamente pequeños y no sabían caminar todavía solos. Ésa es la situación de todo hombre que busca la bendición de Dios y es incapaz de ir a él. Tenemos necesidad de «madres» que nos presenten a Jesús, que no tengan miedo a este Maestro. También tenemos necesidad de dejarnos presentar a Jesús, cosa que sólo es posible si tenemos el espíritu de los niños; si queremos hacerlo solos, tal vez no lleguemos.

Algunos querían impedírselo: llegamos a Dios, a conocerlo y a amarlo de verdad, sólo cuando nos encontramos en la madurez, cuando somos capaces de realizar gestos de adulto. Durante mucho tiempo se ha pensado -y todavía se piensa- que los niños no pueden ser santos. Jesús nos dice que precisamente «de los que son como ellos es el Reino de los Cielos». Nos vienen a la mente todos aquellos que fueron presentados a Jesús para que los curara: el paralítico, el ciego... Quizás nuestra única decisión, la única que tendrá éxito, es la de «dejarnos presentar». ¿Quién nos presentará? En el rostro de esas madres entrevemos al Espíritu del amor.

Podemos realizar aún una ulterior reflexión. Con el gesto de la imposición de las manos acompañado de la oración es posible que Jesús quiera darnos a entender que pretende confiar a los niños un poder, una misión en relación con el Reino: los niños no sólo forman parte del Reino, sino que tienen asimismo el poder de hacer entrar en él. Será verdadero discípulo y apóstol quien se haga niño.

 

ORATIO

Estamos un poco confusos y nos cuesta todavía comprender. Ni siquiera percibimos que sea justo y nos cuesta tener que creer que tu Reino es de los niños, de aquellos que no hacen nada para tenerlo, de los que nada prometen o juran, de los que no piensan tener que darte nada: sólo muestran su disponibilidad para acogerlo, sólo gozan con recibirlo.

Quisiéramos estar entre «ésos» de quienes tú aseguras que forman parte ya de tu Reino. Danos el Espíritu del niño que tiene una confianza absoluta en el amor de quien lo acoge, de quien no quiere estar nunca solo, de quien goza con la posibilidad de referirse a alguien, de quien goza y se maravilla con todo don.

 

CONTEMPLATIO

Tu Reino, oh Dios, es de los niños, de aquellos que no son para sí mismos, sino de los otros, de ti; no se pertenecen, sino que sienten que deben pertenecer sólo a ti y a aquellos a quienes tú les envíes.

Tu Reino, oh Dios, es de los niños, de aquellos que saben que cuanto tienen y son es don de otros, de ti; de aquellos que no pueden procurarse nada, sino que lo esperan todo; cada día dicen con confianza, sin preocuparse del mañana: danos el pan de hoy.

Tu Reino, oh Dios, es de los niños, de aquellos que son pobres sin saberlo e incluso creen ser ricos sólo porque se sienten amados, y esto les basta.

Tu Reino, oh Dios, es de los niños, de aquellos que no se enorgullecen, no levantan su mirada con soberbia sobre los otros, no van en busca de grandezas que superan su capacidad, sino que acallan y moderan sus deseos porque saben que tú eres su padre y su madre (cf. Sal 130).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, un corazón de niño».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Dios nos ha revelado lo más profundo de su ser, para decirnos que en él no hay sólo poder, soberanía, ciencia y majestad, sino también inocencia, infancia y ternura infinitas. Porque es Padre, infinitamente Padre. Los hombres no lo sabían antes: no podían saberlo; por eso era necesario que Dios nos revelara a su Hijo. Pero los hombres se apresuraron a olvidar, no saben qué hacer con la humanidad de Dios y con su ternura. No la comprenden, ni siquiera la ven, porque se imaginan que la grandeza consiste en el poder y en el dominio; no saben que consiste sólo en amor.

En efecto, desde que se nos presentó el Reino bajo las semblanzas de un niño, está siempre amenazado. Ya en la noche de Navidad, estaban trabajando los soldados de Herodes.

El Reino está amenazado fuera y dentro de nosotros, porque de continuo renace en nosotros el viejo instinto del animal de presa: la voluntad de dominar, de ser los más fuertes. Pero el ángel del Señor nos invita a no temer. Este Niño es el salvador del mundo. ¡Salvados! ¡Estamos salvados! Ya no estaremos nunca solos en nuestro deshonor, en la desesperación: nada puede separarnos ahora de la ternura del Padre (Eloi Leclerc, en M. Foscal - L. Boccalatte [eds.], Saper rítrovarse, Fossano 1979).

 

 

Día 19

San Juan Eudes (19 de agosto)

 

Juan Eudes nació en 1601 en Normandía. Fue ordenado sacerdote el día 20 de diciembre de 1625. Centrado en Cristo sacerdote, su deseo era «restaurar en su esplendor el orden sacerdotal ». Con algunos sacerdotes más fundó una congregación dedicada, además de a los ejercicios de las misiones, a la formación espiritual y doctrinal de los sacerdotes y de los candidatos al sacerdocio. Así comenzó la Congregación de Jesús y María. También fundó la orden de Nuestra Señora de la Caridad, para acoger y ayudar a las mujeres y a las jóvenes maltratadas por la vida. Hizo amar a Cristo y a la Virgen María, hablando sin cesar de su corazón. Murió el 19 de agosto de 1680. El papa Pío XI lo canonizó el 31 de mayo de 1925.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Timoteo 4,1-8

1 Yo te conjuro ante Dios y ante Jesucristo, que ha de venir como rey a juzgar a los vivos y a los muertos:

2 predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, corrige, exhorta con toda paciencia y con preparación doctrinal.

3 Pues vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus caprichos, buscarán maestros que les halaguen el oído;

4 se apartarán de la verdad y harán caso de los cuentos.

5 Pero tú estáte siempre alerta, soporta con paciencia los sufrimientos, predica el Evangelio, cumple bien con tu trabajo.

6 Yo estoy ya a punto de ser ofrecido en sacrificio; el momento de mi partida está muy cerca.

7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe;

8 sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida.

 

*•• En los versículos de esta carta pastoral se refleja la preocupación por el peligro de errores doctrinales en la comunidad de Timoteo. El tono es serio y solemne, y pone como testigos al mismo Dios y a Cristo, en cuanto juez de vivos y muertos, para rogar encarecidamente al presbítero Timoteo que no pierda ocasión para anunciar a todos y en todas partes el Evangelio de la salvación.

Como animador de la comunidad, debe sentirse responsable del anuncio de la doctrina correcta, cuidando de no caer en las fábulas de los falsos maestros. Incluso, debe esforzarse por corregirlos. A pesar de las dificultades, no debe rendirse, y siempre tiene que estar vigilante y ser capaz de soportar los contratiempos que le pueden venir por el anuncio del Evangelio.

Con la imagen del atleta queda patente la alegría de quien está llegando a la meta. Se ha esforzado en la carrera, ha mantenido la fe, ha sido fiel a su vocación. Ahora aguarda feliz la corona de justicia no como un premio debido, sino como respuesta amorosa prometida a todos los que esperan con amor la venida gloriosa de Cristo.

 

Evangelio: Mateo 23,1-12

1 Entonces Jesús dijo a la gente y a sus discípulos:

2 «Los maestros de la Ley y los fariseos se sientan en la cátedra de Moisés.

3 Haced y guardad lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen.

4 Atan cargas pesadas e insoportables y las echan a los hombros del pueblo, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas.

5 Hacen todas sus obras para que los vean los demás. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto.

6 Les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y en las  sinagogas,

7 ser saludados en las plazas y que les llamen ¡maestros!

8 Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.

9 A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno sólo es vuestro Padre, el celestial.

10 Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías.

11 El más grande de vosotros que sea vuestro servidor.

12 Pues el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».

 

**• Este texto del evangelio de Mateo está tomado de la sección en la que Jesús es rechazado por las autoridades religiosas de su tiempo. Lo que le ocurrió al Maestro les sucede más tarde a sus seguidores. La comunidad cristiana de Mateo está en duro conflicto con la sinagoga.

Lo que anota aquí el evangelista referido a los dirigentes del judaísmo lo está refiriendo indirectamente a la misma comunidad cristiana. La primera parte del discurso (vv. 2-7) es una dura crítica a los escribas y fariseos. A través de ella, les dice a los discípulos lo que no deben ser. La segunda parte (vv. 8-12) retrata el rostro del verdadero discípulo, de toda la comunidad cristiana y de la Iglesia. Dice en positivo lo que deben ser: hermanos en igualdad y serviciales como Cristo.

 

MEDITATIO

A san Juan Eudes le preocupaban la formación y la actitud de los presbíteros de su tiempo, como a Pablo en el suyo y como a Jesús en todos los tiempos. Dejándonos iluminar por el evangelio de Mateo que hemos leído, meditemos sobre él.

En la primera parte de este discurso, Jesús critica cuatro vicios en los que Dios quiera que nosotros no nos veamos implicados:

- La incoherencia: no hacen lo que dicen. No son las palabras lo que cuenta, sino los hechos: «Por sus frutos los conoceréis».

- La doble moral: cargan fardos insoportables sobre la gente y ellos no mueven un dedo para ayudarles. Se conforman con la moral externa y vacía de vitalidad. Pero a los demás les señalan con el dedo sí no cumplen.

- La hipocresía: usan distintivos para ser vistos y reconocidos. Más adelante, Jesús dirá que son sepulcros blanqueados.

- La vana ostentación: les gustan los primeros puestos y que les reverencien llamándoles maestros, padres, jefes... ¿Qué tipo de Iglesia y comunidad propone la segunda parte del texto?

- Igualitaria y fraternal: fuera honores mundanos, títulos y reverencias. «Todos vosotros sois hermanos». En la comunidad cristiana, todos tienen la misma talla. La auténtica jerarquía sólo destaca como servicio a la fraternidad.

- Cristocéntrica: el único maestro y señor es Jesús, el Mesías. Él es el centro, el jefe de la comunidad.

- Servicial: la grandeza de los ministerios está en eso, en servir.

Volver a los esquemas jerárquicos que sitúan a las personas en escalafones o niveles de más o menos prestigio es, en la perspectiva de Jesús, no haber entendido en qué consiste el Reino de Dios. No se rechaza la función específica de dirección; lo que Jesús propone y lo que él mismo vivió es que el que dirige sea el primero en el servicio...

 

ORATIO

Oración de misericordia a los Corazones de Jesús y María:

Corazón misericordioso de Jesús: Estampa en nuestros corazones una imagen perfecta de tu gran misericordia, para que podamos cumplir el mandamiento que nos diste: «Serás misericordioso como lo es tu Padre».

Madre de la misericordia: Vela sobre tanta desgracia, tantos pobres, tantos cautivos, tantos prisioneros, tantos hombres y mujeres que sufren persecución en manos de sus hermanos y hermanas, tanta gente indefensa, tantas almas afligidas, tantos corazones inquietos. Madre de la misericordia, abre los ojos de tu clemencia y contempla nuestra desolación. Abre los oídos de tu bondad y oye nuestra súplica. Amorosísima y poderosísima abogada, demuéstranos que eres la Madre de la Misericordia.

 

CONTEMPLATIO

El reflejo de una comunidad evangélica y evangelizadora:

Una comunidad dice mucho cuando es de Jesús.

Cuando habla de Jesús y no de sus reuniones.

Cuando anuncia a Jesús y no se anuncia a sí misma.

Cuando se gloría de Jesús y no de sus méritos.

Cuando se reúne en torno a Jesús y no entorno a sus problemas.

Cuando se extiende para Jesús y no para sí misma.

Cuando se apoya en Jesús y no en su propia fuerza.

Cuando vive de Jesús y no vive de sí misma.

Una comunidad dice poco cuando habla de sí misma.

Cuando comunica sus propios méritos.

Cuando da testimonio de su compromiso.

Cuando se gloría de sus valores.

Cuando se extiende en provecho propio.

Cuando vive para sí misma.

Cuando se apoya en sí misma.

Una comunidad no se tambalea por sus fallos, sino por la falta de fe.

No se debilita por los pecados, sino por la ausencia de Jesús.

No se rompe por las tensiones, sino por el olvido de Jesús.

No se ahoga por falta de aire fresco, sino por asfixia de Jesús.

(Patxi Loidi.)

 

ACTIO

Decir hoy de corazón: ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María, en vos confío!

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

San Juan Eudes nos dejó su manera de orar en cuatro movimientos:

Adorar, contemplar, maravillarse, admirar.

Dar gracias: reconocer los dones del Señor, decir ¡gracias!

Vivir el perdón: tomar conciencia de la distancia que existe entre ni propia vida y los maravillas del Amor de Dios.

Darse a Jesús: darse para ser testigo, darse para la misión.

Estos cuatro movimientos son cuatro actitudes interiores que tenemos que desarrollar y que suponen tomar el tiempo para acogerse a sí mismo, acoger al Otro, Dios, y recibirse de Dios.

Adoremos a Dios en el inmenso amor que tiene por todas sus criaturas y por cada uno de nosotros en particular. Bendigámosle, amémosle. Agradezcámosle los innumerables beneficios de su amor. Pidámosle perdón por nuestras ingratitudes hacia Él y por nuestras faltas de amor con el prójimo.

Démonos al amor de Dios, para que Él elimine todas nuestras resistencias y así reine perfectamente en nosotros.

 

Día 20

San Bernardo de Claraval (20 de agosto)

 

Bernardo, primer abad de Clairvaux (Claraval) y doctor de la Iglesia, nació el año 1090 en el seno de una familia noble de Borgoña. Inflamado por el Espíritu y enardecedor de almas desde su juventud, entró a los 20 años en el monasterio de Cíteaux, conquistando para el ideal monástico a muchos jóvenes nobles.

Tras ser nombrando en 1115 abad de Claraval, convirtió muy pronto su monasterio en un cenáculo de vida espiritual y en un auditorio del Espíritu Santo. Fue llamado por príncipes, obispos y papas, refutó herejías, defendió los derechos de la Iglesia y al papa legítimo. Como doctor de la unión mística con el Verbo y cantor sublime de la Virgen María, es autor de numerosos tratados, cartas y sermones. Murió en 1 153, llorado en Claraval por más de 700 monjes y siendo padre de más de 160 monasterios.

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 15,1-6

1 Así hace el que teme al Señor, y el que abraza la ley alcanza la sabiduría.

2 Ella le saldrá al encuentro como una madre y lo recibirá como una esposa virgen.

3 Lo alimentará con pan de prudencia, le dará a beber agua de sabiduría.

4 Si se apoya en ella no vacilará, si se abraza a ella no quedará avergonzado;

5 ella lo exaltará sobre sus compañeros y en medio de la asamblea lo llenará de elocuencia.

6 En ella encontrará dicha y corona de alegría, y recibirá en herencia un nombre eterno.

 

*»• Toda la literatura sapiencial afirma que el principio de la sabiduría es el temor de Dios: en el lenguaje de nuestros días podríamos traducir esta expresión por conciencia de sí y conciencia de Dios, o por reconocer nuestros propios límites, para que se conviertan como en un umbral abierto a la totalidad de la verdad.

El primer paso para adentrarse en el gusto por el bien ha sido descrito, por tanto, como una disposición de humilde apertura y escucha cordial, acogida y discipulado.

El encuentro con la sabiduría está descrito, a continuación, con la metáfora del enamoramiento, el descubrimiento del bien que fascina y colma las aspiraciones del espíritu. El sabio encuentra en la sabiduría a su propia esposa, la luz ideal que ilumina e inspira, y la escoge por eso como compañera de vida: la sabiduría es el valor sumo que anticipa algo de la eternidad y que nos sostiene en la peregrinación del tiempo.

Las imágenes de plenitud y de gloria que describen este encuentro con una metáfora nupcial fecunda en afirmación y éxito, tienen el mismo significado: el corazón del hombre está orientado estructuralmente por el encuentro y la comunión con el Espíritu de Dios, en quien se realiza plenamente a sí mismo y realiza su propio destino.

 

Evangelio: Juan 17,20-26

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: «Padre santo,

20 no te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.

21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.

22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros.

23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mí.

24 Padre, yo deseo que todos éstos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo.

25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo, en cambio, te conozco y todos estos han llegado a reconocer que tú me has enviado.

26 Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer, para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté en ellos».

 

**• La oración sacerdotal de Jesús abre un fragmento sobre la comunión entre el Padre y el Hijo y sobre el misterio insondable del amor trinitario. En esta profundidad abismal introduce Jesús a sus discípulos: a los apóstoles ayer y a nosotros hoy. La unidad que pide Jesús para su Iglesia es el reflejo de la comunión intratrinitaria: de ahí que no se trate de algo que es fruto, en primer lugar, de un esfuerzo moral o ascético, sino de la participación en la caridad eterna que une al Padre y al Hijo.

Esta página del evangelio es una de las revelaciones más elevadas del misterio del amor de Dios, en el que estamos llamados a vivir. Como el Padre está en Jesús y Jesús en el Padre, así Jesús está en nosotros y nosotros en él. La vida cristiana aparece aquí, esencialmente, como unión mística con Cristo y, en él, con el Padre. La sublimidad de la contemplación no es algo etéreo o abstracto, sino una realidad simple y ontológica: la unión con Dios en la unidad del Espíritu. El testimonio que debemos dar al mundo, a los hermanos, es, esencialmente, esta unidad existencial, vital: Jesús está en nosotros como él está en el Padre. «Para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mí» (cf. v. 23).

 

MEDITATIO

Bernardo eligió ser monje, es decir, discípulo de Cristo, y lo fue durante la mayor parte de su propia vida, durante más de cuarenta años. Su experiencia monástica -el deseo de Dios y de ser una sola cosa con él- nos suministra la clave para la interpretación de su vida y de su vastísima obra. Como dice el evangelio, buscando antes que nada el Reino de Dios, todo le fue dado por añadidura: una admirable sabiduría en las cosas divinas y humanas, una capacidad extraordinaria para fascinar a las almas y llevarlas a Cristo, una genialidad sorprendente y un discernimiento iluminado puesto al servicio de la Iglesia.

Bernardo, hombre dotado de dones de la naturaleza y de la gracia, escritor brillante de estilo fascinante e imperecedero, hombre de pensamiento reconocido y apreciado entre los más grandes del siglo, fue antes que nada un amante del silencio del claustro, un enamorado del Verbo, un lector asiduo de la Escritura: la palabra de la Biblia forja su predicación y sus escritos, el amor divino absorbe su contemplación y le hace doctor de la caridad. La largura, la anchura, la altura y la profundidad del misterio de Dios que vive Bernardo y al que conduce tienen un carácter eminentemente vital, místico, y, en este sentido concreto, es siempre actual.

El calor de su humanidad se vuelve transparencia, pedagogía, espejo donde se refleja la proximidad de Dios al camino del hombre, en la vía que conduce al encuentro con Él.

 

ORATIO

Señor Dios mío, ¿por qué no anulas mi pecado? ¿Por qué no eliminas mi iniquidad? Así, tras descargarme del grave peso de mi voluntad, podré respirar bajo el leve peso de la caridad e, impulsado por tu Espíritu, que es espíritu de libertad, recibiré de él el testimonio para mi espíritu de que también yo soy uno de tus hijos y existo sobre esta tierra como imitador tuyo (Bernardo de Claraval, Liber de diligendo Deo, 36).

Dichoso aquel que, en todo lugar, te toma como guía, Señor Jesús. Que nosotros, tu pueblo y ovejas de tu rebaño, te sigamos, por medio de ti y hacia ti, porque tú eres el camino, la verdad y la vida: el camino por el ejemplo que das, la verdad por la promesa que haces, la vida por la recompensa que concedes. Tú tienes, en efecto, las palabras de vida eterna; nosotros reconocemos y creemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, Dios por encima de todo, bendito por los siglos (Bernardo de Claraval, Sermoni dell'Ascensione 2, 6).

 

CONTEMPLATIO

Algunos dichos de san Bernardo:

«El motivo para amar a Dios es Dios mismo».

«A Dios le buscamos con el deseo».

«No buscarías a Dios si antes no hubieras sido buscado por él, ni amarías a Dios si antes no hubieras sido amado por él».

«Dios mismo infunde en el alma el deseo, que no es otra cosa más que una inspirada avidez de santo amor».

«Quien se adhiere a Dios forma un solo espíritu con él».

«La obediencia vuelve a abrir el ojo que la desobediencia había cegado».

«Ver a Dios no es otra cosa más que ser como él es».

«Ésta es la alegría perfecta: tener una sola voluntad con Dios».

 

ACTIO

Repite a menudo durante el día con san Bernardo: «La medida del amor es amar sin medida».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El fin del hombre es el reconocimiento de la verdad, que es Dios, lo que implica el conocimiento de la relación del hombre con Dios, que es una relación de indigencia. Como el obstáculo es el orgullo, el remedio es la humildad; la condición es la gracia, el encuentro con Dios en Cristo. El resultado es la estima del hombre por su dignidad recuperada de imagen de Dios: mientras que la ignorancia de sí y el orgullo disminuyen el valor del hombre, la humildad, reconocimiento de la necesidad de Dios, pero también de la capacidad de Dios que hay en el hombre, revela a éste lo que él mismo es. De este modo, «sale» de él mismo y se eleva, crece, «se extiende» a nuevas dimensiones, las del amor a Dios y al prójimo. El ser humilde se vuelve manso, misericordioso. Así, la fe vivida y, por así decirlo, transformada en humildad, en caridad, hace, según los modos de hablar de nuestro tiempo, salir al «mí mismo» del «yo»: despierta al yo a la libertad del «mí mismo», le hace convertirse en persona en presencia de Dios, en comunión de solidaridad con todos.

En Bernardo está siempre presente este mensaje de gloria, condicionado por su mensaje de humildad, este realismo extremo en la consideración de la miseria del hombre, y esta confianza indefectible en la gloria que está ya en él y no espera más que manifestar sus efectos. La función de la expresión literaria será hacer ver un poco de esta luz oculta que percibe la mirada de la fe. En Bernardo, como también en otros grandes espirituales que fueron escritores, la intensidad de la experiencia explica el carácter ferviente, apasionado de la expresión y, por consiguiente, la parte de exageración que ésta pueda tener: tanto si evoca las profundidades de nuestra bajeza o la sublimidad de las visitas del Verbo, parece ir a veces demasiado lejos, rebasar los límites de lo razonable y, en todo caso, de lo normal y de lo habitual. A decir verdad, se limita simplemente a revelar, a propósito de él mismo, lo que puede ser el caso de todos.

Sus escritos manifiestan un pensamiento a la vez contemplativo y tan comprometido como es posible. Cada uno de ellos empezó siendo un acto bien preciso, pero en cada uno de ellos alcanza Bernardo lo universal. Cuanto más lúcido es un ser sobre sí mismo, más ilumina a los otros sobre ellos mismos (J. Leclercq, Bernardo de Claraval, Edicep, Valencia 1991, pp. 212-213).

 

Día 21

San Pío X (21 de agosto)

 

Giuseppe Sarto nació el 2 de junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, en el seno de una familia campesina. Su madre, viuda con diez hijos, le hizo terminar los estudios en el seminario. Giuseppe fue ordenado sacerdote a los 23 años. En 1875 era canónigo en Treviso; en 1884, obispo de Mantua; en 1893, patriarca de Venecia, y, por último, el 4 de agosto de 1903, papa. Su lema fue «renovar todo en Cristo». Murió el 20 de agosto de 1914. Su Catecismo se hizo célebre.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Tesalonicenses 2,2b-8

2 Como sabéis, os anunciamos el Evangelio en medio de muchas dificultades, pero llenos de confianza en nuestro Dios.

3 Y es que nuestra exhortación no se inspiraba en el error, en turbias intenciones o en engaños.

4 Por el contrario, puesto que Dios nos ha juzgado dignos de confiarnos su Evangelio, hablamos no como quien busca agradar a los hombres, sino a Dios, que penetra hasta lo más profundo de nuestro ser.

5 Dios es testigo, y vosotros lo sabéis, de que nunca nos movieron la adulación o la avaricia;

6 tampoco hemos buscado glorias humanas, ni de vosotros ni de nadie.

7 Y aunque podríamos haber dejado sentir nuestra autoridad como apóstoles de Cristo, nos comportamos afablemente con vosotros, como una madre que cuida de sus hijos con amor.

8 Tanto os queríamos que ansiábamos entregaros no sólo el Evangelio de

Dios, sino también nuestras propias vidas. ¡A tal punto llegaba nuestro amor por vosotros!

 

**• Estas palabras de Pablo, más que las de un evangelizado parecen las de un padre espiritual; más aún, las de una madre espiritual, en cuanto que, al buscar imágenes y tonos profundos para expresar su tarea apostólica y los sentimientos que la han animado, la analogía se vuelve absolutamente femenina. En vez del rostro petrino de la Iglesia, parece emerger aquí el rostro «mariano» de la misma. Por otra parte, es la gratuidad del amor más gratuito que existe, el materno, el motor del ministerio del apóstol. En consideración al amor divino por esta comunidad, Pablo se ha identificado con la caridad del Padre, rico en misericordia, dedicando una atención «materna» a los hijos por los que habría dado también la vida.

 

Evangelio: Juan 21,15-17

Cuando se hubo manifestado a sus discípulos,

15 después de comer, Jesús preguntó a Pedro: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te amo.

Entonces Jesús le dijo: -Apacienta mis corderos.

16 Jesús volvió a preguntarle: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: -Cuida de mis ovejas.

17 Por tercera vez insistió Jesús: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si lo amaba, y le respondió: -Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo.

Entonces Jesús le dijo: -Apacienta mis ovejas.

 

**• La condición prioritaria de Pedro no ha sido dictada por requisitos humanos de inteligencia, cultura y capacidad, ni siquiera por requisitos espirituales como la santidad, la justicia o la piedad. Todo eso es importante, pero no es esencial si no proviene de lo único que el Señor nos pide incondicionalmente: el amor. Con la triple pregunta, el Señor induce a Pedro a mirarse por dentro con sinceridad, a despojarse de todo resto de orgullo, hasta hacer que se encuentre con la mirada de Dios en él. Entonces, el dolor del examen de conciencia, por fin auténtico, prueba la humildad que confiesa y acoge el don de Dios: el amor recuperado es el entregado por el Único que es fiel.

 

MEDITATIO

Pío X era un hombre de ánimo muy sencillo y dispuesto a ceder cuando la caridad de Cristo pedía un noble sacrificio. Su figura dulce y humilde, animada por una fuerza interior que se manifestaba con una irresistible fuerza interior, le hizo aparecer de inmediato como un santo, y a la santidad llamaba a todos sus hijos, especialmente a los sacerdotes. Toda su vida de sacerdote y de obispo había sido una aspiración continua a convertirse en el buen pastor de las almas. La vida de piedad, a la que el pontífice dio un grandísimo impulso, además de la incitación a la educación catequética, tomaron vigor gracias a los decretos que se refieren al sacramento de la eucaristía. Justamente, Pío X fue llamado el papa de la eucaristía.

La restauración cristiana querida por Pío X respondía a su inmenso deseo de hacer bien a todos. Había sido siempre el hombre de la inagotable caridad material y espiritual, y como pontífice brilló en él aún más viva y universal esta sublime virtud, que le convertía realmente en el «dulce Cristo en la tierra» (A. Saba, Storia della Chiesa, Turín 1945, IV, pp. 350-357, passim).

 

ORATIO

Oración al Sagrado Corazón de Jesús muy estimada por Pío X:

«Oh Corazón amoroso, en vos pongo toda mi confianza, pues de mi debilidad lo temo todo y lo espero todo de vuestra bondad».

 

CONTEMPLATIO

Nadie, por tanto, cuando piensa que sólo con ella, entre todos, estuvo unido Jesús durante treinta años con esas relaciones de intimidad familiar que unen siempre a un hijo con su madre, pondrá en duda que, especialmente por mediación de María, se nos ha abierto el mejor camino para conocer a Jesús. En efecto, los maravillosos misterios del nacimiento y de la niñez de Cristo, y sobre todo el de la Encarnación, que constituye el principio y el fundamento de nuestra fe, ¿a quién podían ser más manifiestos que a su Madre? Ésta no sólo «conservaba en su corazón» lo que había sucedido en Belén o en el templo de Jerusalén, sino que también fue partícipe de los pensamientos de Cristo y de sus deseos escondidos; de modo que puede decirse que ella había vivido la vida misma de su Hijo. Nadie, pues, conoció a Cristo tan íntimamente como ella; por consiguiente, no puede haber maestro o guía más apto que ella para el conocimiento de Cristo (Pío X, carta encíclica Ad diem illum laetissimum, en el 50° aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción, 2 de febrero de 1904).

 

ACTIO

Medita hoy sobre este deseo del papa Pío X: «Deseo que el pueblo rece en medio de la belleza».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La imagen evangélica de Jesús, buen pastor, le resulta entrañable a la tradición cristiana desde los tiempos de las catacumbas; la liturgia la proyecta gustosa sobre las figuras de los obispos que han seguido con fidelidad al Señor. Es la imagen que mejor le sienta a san Pío X, es la clave interpretativa más prometedora de su persona y de su obra. El pontificado de Pío X duró algo más de un decenio, pero se mostró riquísimo en iniciativas y «reformas», encaminadas a hacer más profunda la vida interior de la Iglesia y a un mejor empleo de sus energías apostólicas.

Tal empeño de reforma fue pensado y querido por Pío X como respuesta a su solicitud preponderantemente pastoral. Me complace señalar dos intervenciones particularmente representativas del compromiso apostólico del santo pontífice, ambas dirigidas -no por casualidad- al alimento de las almas: la renovación de la catequesis y las nuevas disposiciones alentaron un acceso más amplio a la eucaristía. Era una firme convicción de nuestro santo que sólo un profundo conocimiento de la verdad cristiana podía alimentar una piedad auténtica en la Iglesia y preservar la fe de hundirse en las erróneas concepciones filosóficas y teológicas de la época. Si bien la defensa del patrimonio auténtico de la fe puesta en práctica por Pío X no estuvo exenta de algunas exageraciones -sobre las que todavía hoy tanto se discute-, no se puede poner en absoluto en duda el ansia y el compromiso pastorales de uno de los más celosos y generosos pastores que ha tenido la Iglesia (M. Ce, «San Pió X, il buon Pastare», en Famiglia cristiana, 5 de junio de 1985, 8-10).

 

Día 22

Santa María Virgen, Reina (22 de agosto)

 

La inserción de una memoria de María Reina o de la realeza de María en la liturgia fue auspiciada por algunos congresos marianos a partir del celebrado en 1900. Tras la institución de la fiesta de Cristo Rey en 1925 por obra del papa Pío XI, como paralelo mariológico de ésta y en respuesta a múltiples iniciativas devotas, el papa Pío XII, como conclusión del centenario del dogma de la Inmaculada Concepción, el año 1954, anuncia la fiesta litúrgica de María Reina, situada el 31 de mayo como coronación del mes de María. La reforma del calendario romano ha fijado la memoria del 22 de agosto, en la octava de la Asunción.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 9,l-3.5ss

1 El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado.

2 Has multiplicado su alborozo, has acrecentado su alegría: se alegran ante ti con la alegría de la siega, como se regocijan al repartirse un botín.

3 Porque, como hiciste el día de Madián, has roto el yugo que pesaba sobre ellos, la vara que castigaba sus espaldas, el bastón opresor que los hería.

5 Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, y es su nombre: «Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz».

6 Dilatará su soberanía en medio de una paz sin límites, asentará y afianzará el trono y el reino de David sobre el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará.

 

** Hay algunas «rendijas» evangélicas -Lc l,14.32ss- 2,11; Jn 1,5 y otras- que permiten una hermenéutica cristológico-mariana del oráculo de Isaías, situado en un contexto de expectativa mesiánica.

El cántico de la esperanza de una liberación se remonta a los primeros años de la diaconía profética de Isaías, o sea, pasado ya el año 740 a. de C. El tono es muy festivo y alentador, aunque los acontecimientos inminentes para Israel se presentan nebulosos, si no sombríos.

El leccionario, prescindiendo del v. 4 relativo a ese atormentado futuro, concentra su atención en los anuncios disponibles a la lectura en una clave sugerida por la memoria de la realeza mariana. Ésta permanece siempre conectada y subordinada a la realeza del mesías o de Cristo el Señor. El liberador esperado es el niño que nos ha nacido (cf. v. 5): es soberano, príncipe de la paz, gran dominador, justo, heredero del trono de David. La aplicación de semejantes imágenes a la realeza de Cristo es alegórica: en efecto, su Reino no es de este mundo; la paz que él da es diferente a la del mundo; él es bondadoso y humilde de corazón. La realeza de María, la madre, es semejante.

 

Evangelio: Lucas 1,39-47

39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.

40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,

42 exclamó a grandes voces: -Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?

44 Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno.

45 ¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

46 Entonces María dijo:

47 Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.

 

**• La memoria de la realeza se centra en esta exclamación estupefacta de Isabel: «¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? (v. 43). La denominación de «bendita» es también un agujero para entrever un señorío o realeza: en efecto, es «bendito el que viene, el rey, en nombre del Señor» (así Le 19,37ss), es «¡bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc ll,9ss): éste es el «fruto bendito del vientre de María», Jesucristo.

Las palabras de Isabel son proféticas: brotan de la plenitud del Espíritu Santo más que de una conciencia e información personales. El vislumbre de conciencia de María remite al señorío del hijo concebido por obra del Espíritu Santo, más que a cualquier soberanía personal propia. La consecuencia es que su alma glorifica al Señor, su espíritu se regocija en Dios su salvador (vv. 46ss).

 

MEDITATIO

En la celebración de Santa María Virgen, reina, contemplamos a aquella que, sentada junto al rey de los siglos, brilla como reina e intercede como madre (cf. Marialis cultas, 6).

La figura de la reina madre permanece en muchísimas culturas populares como prototipo de solemnidad, señorío, cordialidad, benevolencia. El culto y la misma iconografía -el carácter visible de su meditación y contemplación- representan a María espontáneamente en la posición de una reina, cubierta de vestidos preciosos, con enorme frecuencia sentada en un trono y enjoyada con estrellas, siendo ella misma trono para su hijo, el Señor niño, al que tiene en brazos.

La liturgia remarca esta imagen de María como madre y reina. La liturgia lee la conexión de María sierva con el Señor Dios como participación en la realeza de Cristo: una realeza que es servicio, porque el Señor ha traído la salvación a la humanidad, y a ello ha colaborado la madre. El servicio de Jesús, hijo de María, ha costado el paso por la cruz, junto a la cual estuvo presente y en la que participó la madre. La realeza de Cristo se pagó a un precio elevado: la realeza configura a María también como reina afligida.

Las insistentes afirmaciones sobre la participación de María en la realeza de Cristo recuerdan la jaculatoria: «Reina de la paz». Ésta traduce en el orden de la devoción un rasgo de la identidad del personaje pronosticado en el oráculo isaiano como «príncipe de la paz»- Jesucristo es nuestra paz (cf. Ef 2,14). María es la madre del príncipe de la paz. El niño nacido por nosotros, el fruto bendito del seno de María es el Señor, fuente de paz sin fin. La paz es sueño y utopía. Ambos invitan a la acogida de este Señor de la paz, encarnado en Jesucristo, hijo de María, mujer pacificada y obradora de paz; invitan no sólo a creer en él, sino a hacer las obras de la paz, que son su testamento y don del Espíritu.

 

ORATIO

Santa María, generosa madre del Señor del universo, rey de paz y de justicia, salve. Mujer humilde, recibida más allá de nuestra tierra, en el cielo del altísimo amor del Padre, inspira nuestro servicio en la edificación del Reino de Cristo en comunidad de caridad evangélica.

Madre bienaventurada por haber creído, quédate cerca para guardar con nosotros encendida la lámpara de la fe, alimentada por la obediencia a la divina Palabra.

Virgen amiga del Espíritu, enséñanos a perseverar en las obras de bondad, de justicia, de paz. Reina del cielo que proteges nuestro camino cotidiano y el paso a la otra orilla de la vida de aquí abajo, acoge la oración de tus siervos.

 

CONTEMPLATIO

El ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.

Desde que lo supo María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.

        Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia; ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos. El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo (Ambrosio de Milán, Exposición sobre el evangelio según Lucas 2,19-22).

 

ACTIO

Sustituyamos hoy el saludo de costumbre por el deseo evangélico: «La paz del Señor sea contigo».

 

PARA. LA LECTURA ESPIRITUAL

Cada una [de las hermanas del instituto] ¡mita a María en su propio camino hacia Cristo: aprende de su fíat a recibir la Palabra de Dios, y de su vida con Jesús en Nazaret, el sentido de su propia inserción en la sociedad; por su participación en la misión redentora del Hijo se ve llevada a comprender, a elevar y a dar valor a los sufrimientos humanos. Se consagra a que la Virgen, ejemplo de confianza en el Señor, constituya para todos los hombres inseguros y divididos de nuestro tiempo un signo de esperanza y de unidad.

En ella, expresión de los más altos valores femeninos, se inspira para realizarse plenamente como mujer y para comprometerse en un servicio de amor que llega incluso al sacrificio. A ella se dirige siempre con devoción y confianza filial. Con ella se hace voz de alabanza a Dios por todos los hombres.

Inspírate en el servicio que María prestó y presta al mundo, y obra en medio de la paz, sin el ansia de quien cree sólo en su acción [Regola di vita dell'lstituto secolare «Regnum Maríae», 1994, arts. 7 y 47).

 

Día 23

Santa Rosa de Lima [23 de agosto (30 de agosto en América)]

 

Santa Rosa de Lima nació en la capital de Perú en 1586. Su nombre de pila es Isabel. Cuando el obispo Toribio de Moqrovejo la confirmó, le impuso el nombre de Rosa. Sus padres, además de ser pobres y humildes, sufrieron un revés de fortuna y Rosa colaboró con todas sus fuerzas al sostenimiento de la familia. Cuando sus padres le instaron a que se casase, ella se resistió. Quería vivir consagrada al Señor e hizo voto de virginidad. Cuando conoció la historia de santa Catalina de Siena, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo como ella. Esto le causó no pocas incomprensiones y burlas de sus parientes y conocidos, pero ella todo lo soportaba con benevolencia. Su propia salud se vio dañada por la austeridad con la que vivía. El 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad, murió en casa de un dignatario del gobierno, donde servía desde hacía tres años.

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Cor 5,14-17

14 Hermanos: el amor de Cristo nos apremia, pensando que si uno murió por todos, todos murieron con él;

15 y murió por todos, para que los que viven no vivan para sí, sino para quien murió y resucitó por ellos.

16 Así que en adelante a nadie valoramos con criterios humanos; y si un tiempo conocimos a Cristo a lo humano, ahora ya no lo conocemos así.

17 De modo que el que está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ya pasó y ha aparecido lo nuevo.

 

*• Estos cuatro versículos de la Carta a los Corintios reflejan la fe personal y profunda de Pablo en la muerte y resurrección de Cristo. Es lo que a él le ha llevado a entregarse a los demás y a anunciar el Evangelio. Las críticas y el desprestigio que otros están difundiendo en la comunidad de Corinto ya no le afectan. Hay dos afirmaciones que nos ayudan a comprender el sentido cristiano de esa entrega a los otros. La primera es la que dice «a nadie valoramos con criterios humanos», o sea, según la lógica y los intereses terrenos. Hay que cambiar de mirada y pasar de las relaciones instrumentales, guiadas por la consideración de los otros sólo como medios para nuestros fines, a unas relaciones basadas en el ser, en la acogida a los otros como valores, como personas que tienen una dignidad inalienable.

La otra afirmación impactante habla de «ser una criatura nueva». La fe en Cristo resucitado ha llevado a Pablo a cambiar personalmente y a comprometerse a cambiar el mundo. Pablo ha experimentado en su persona y en su misión lo que Jesús le pedía a Nicodemo. La acogida del Evangelio, que nos hace uno en Cristo, no nos aísla de los otros ni de los problemas cotidianos, sino que nos hace verlos de otra manera y nos da valor para luchar contra el mal que nos acecha.

 

Evangelio: Jn 15,4-11

4 Seguid unidos a mí, que yo lo seguiré estando con vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no estáis unidos a mí.

5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada.

6 Al que no está unido a mí se lo echa fuera, como a los sarmientos, que se amontonan, se secan y se les prende fuego para que se quemen.

7 Si estáis unidos a mí y mis enseñanzas permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y se os concederá».

8 «Mi Padre es glorificado si dais mucho fruto y sois mis discípulos.

9 Como el Padre me ama a mí, así os he amado yo; permaneced en mi amor.

10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa».

 

*» Estos versículos del evangelio de Juan que leemos en el día de Santa Rosa son el tema central del discurso de despedida de Jesús. El mensaje gira en torno a la expresión permanecer unidos a Jesús. Se pueden distinguirse dos partes, que subrayan algunas consecuencias de esta relación entre Jesús y sus discípulos: dar fruto, como el sarmiento que está unido a la vid, y vivir según el mandamiento del amor.

La exhortación a permanecer unidos a Jesús se ilustra con la alegoría de la vid. La vid es Jesús, los sarmientos son los discípulos, el viñador es el Padre, los frutos son las obras de amor, etc. La comparación trata de ilustrar una realidad más profunda y la expresa de una forma poética y muy usada en el Antiguo Testamento.

Jesús utiliza, pues, una imagen conocida, pero le da un sentido nuevo. Lo importante es estar unidos a él para tener una nueva vida y poder así dar frutos.

La primera consecuencia de permanecer unidos a Jesús son los frutos: las actitudes, las obras, el estilo de vida. Al final de estos versículos se explicitan otras dos consecuencias de la unión con Jesús: sus palabras permanecerán en quienes estén unidos a El y obtendrán lo que le pidan al Padre.

En la segunda parte (Jn 15,9-11), el amor no sólo es la savia que el sarmiento-discípulo recibe al estar unido a la vid-Cristo, sino también el fruto que dan los que viven en esta unión.

Tenemos en este pasaje un resumen de lo que significa ser discípulo de Jesús. Podríamos resumirlo en estos cuatro elementos: estar unidos a Jesús, conservar su enseñanza, orar al Padre y dar frutos (Jn 15,8).

 

MEDITATIO

Los textos bíblicos proclamados en este día de Santa Rosa de Lima han sido seleccionados porque marcaron para ella la dirección de su vida. Conocido Cristo, no quiso saber nada de otros esposos. Luchó contra el deseo de sus padres de que se casara e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor. Viendo lo que Cristo sufrió y el valor de la pasión, ella misma dijo: «Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos si conociera cuál es la balanza con la que los hombres han de ser medidos». Y ella misma se fijó con un alfiler al cuero cabelludo la corona de rosas que su madre le puso en la cabeza un día de fiesta familiar. La unión a Jesús, como el sarmiento a la vid, la llevó a vivir en plenitud el mandamiento del amor. Un día en que su madre le reprendió por atender en casa a pobres y enfermos, Rosa le contestó: «Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús».

Amante de la soledad, dedica gran parte del tiempo a la contemplación y desea introducir también a otros en los arcanos de la «oración secreta», divulgando para ello libros espirituales. Anima a los sacerdotes para que atraigan a todos al amor a la oración. Recluida frecuentemente en la pequeña ermita que se hizo en el huerto de sus padres, abrirá su alma a la obra misionera de la Iglesia con celo ardiente por la salvación de los pecadores y de los «indios». Por ellos desea dar su vida, y se entrega a duras penitencias para ganarlos a Cristo. Durante quince años soportará una gran aridez espiritual como crisol purificador. También destaca por sus obras de misericordia con los necesitados y oprimidos.

 

ORATIO

Señor, tú has querido que santa Rosa de Lima, encendida en tu amor, sin apartarse del mundo, se consagrara a ti en la penitencia; concédenos por su intercesión que, siguiendo en la tierra el camino de la verdadera vida, lleguemos a gozar en el cielo de la abundancia de los gozos eternos.

 

CONTEMPLATIO

«¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte si conociera las balanzas con que los hombres han de ser medidos» (de los escritos de santa Rosa de Lima).

 

ACTIO

Pide hoy la paz, la justicia y la salud para todos los peruanos y, con santa Rosa de Lima, repite con frecuencia: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El divino Salvador, con inmensa majestad, dijo: «Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan de que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas.

Guárdense las personas de pecar y de equivocarse. Que nadie se engañe: ésta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!».

Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: «Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo, y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma».

Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces para anunciar la grandeza, la hermosura y la riqueza de la gracia (de los escritos de santa Rosa de Lima al médico Castillo).

 

Día 24

San Bartolomé (24 de agosto)

 

A Bartolomé, de Cana de Galilea, uno de los Doce, se le identifica habitualmente con Natanael, el amigo del apóstol Felipe (Jn 1,43-51; 22,2). Carecemos de noticias históricas precisas sobre su actividad apostólica. Diversas tradiciones le sitúan en diferentes regiones del mundo y eso hace pensar que, efectivamente, su radio de acción fue muy amplio. Una tradición refiere que Bartolomé habría sido desollado vivo, según la costumbre penal de los persas, y que de este modo habría consumado su martirio. Recibe veneración en Roma, en la isla Tiberina.

 

LECTIO

Primera lectura: Apocalipsis 21,9b-14

El ángel se dirigió a mí y me dijo:

9 «¡Ven! Te mostraré la novia, la esposa del Cordero».

10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo enviada por Dios,

11 resplandeciente de gloria. Su esplendor era como el de una piedra preciosa deslumbrante, como una piedra de jaspe cristalino.

12 Tenía una muralla grande y elevada y doce puertas con doce ángeles custodiando las puertas, en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel.

13 Tres puertas daban al oriente y tres al septentrión; tres al mediodía y tres al poniente.

14 La muralla de la ciudad tenía doce pilares, en los que estaban grabados los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

 

*»• El libro del Apocalipsis define a la Iglesia como la ciudad santa, como don de Dios: en ella se recogen las doce tribus de Israel, esto es, el nuevo Israel de Dios.

Las murallas de esta ciudad se apoyan sobre el cimiento de los doce apóstoles. Según el mismo Juan, la Iglesia puede ser llamada también «la novia, la esposa del Cordero», para indicar el vínculo de amor único e irrepetible que une a Dios con la humanidad, a Cristo con la Iglesia.

El apóstol, todo apóstol, participa asimismo de este amor y se convierte en testigo de él con su ministerio apostólico, pero sobre todo con la entrega de su sangre.

Esa es la razón de que, al final de la lectura, se llame expresamente a los Doce «apóstoles del Cordero»: si la Iglesia es apostólica, lo es no sólo por el ministerio confiado por Jesús a los Doce, sino también y sobre todo por la participación de los Doce en el misterio pascual de Jesús.

 

Evangelio: Juan 1,45-51

En aquel tiempo,

45 Felipe se encontró con Natanael y le dijo: -Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la Ley, y del que hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.

46 Exclamó Natanael: -¿Nazaret? ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: -Ven y l o verás.

47 Cuando Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, comentó: -Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna.

48 Natanael le preguntó: -¿De qué me conoces? Jesús respondió: -Antes de que Felipe te llamara, te ví yo, cuando estabas debajo de la higuera.

49 Entonces Natanael exclamó: -Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

50 Jesús prosiguió: -¿Te basta para creer el haberte dicho que te ví debajo de la higuera? ¡Verás cosas mucho más grandes que ésa!

51 Y añadió Jesús: -Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.

 

*•• El elogio de Natanael formulado por Jesús es claro e inequívoco: «Éste es un verdadero israelita, en quien no hay doblez alguna» (v. 47). Del contexto inmediato se infiere el significado más amplio y más profundo que posee esta afirmación de Jesús. En Natanael no se excluye sólo la doblez, sino que se afirma sobre todo el amor a la verdad. De este modo, Jesús nos ofrece también a nosotros una rendija para comprender el fondo del alma de este apóstol.

Natanael se revela ante todo como un hombre que busca: se manifestará también así con ocasión de la primera aparición del Señor resucitado. De la búsqueda pasa Natanael enseguida al acto de fe. Su inteligencia se abre al misterio que se desvela; su ánimo se abre al descubrimiento de un bien mayor, un bien del que desde hace tiempo está sediento.

Natanael se convierte así en imagen viviente de todo verdadero creyente que, a la luz de la Palabra de Dios, aguza su capacidad visual interior y, por medio de la fe, reconoce en Jesús a su único Salvador.

 

MEDITATIO

También Natanael, como otros apóstoles antes que él, llega al descubrimiento de Jesús no sin una cierta fatiga.

En su caso, debe superar, en primer lugar, el handicap de su excesivo conocimiento veterotestamentario. Es justamente verdad -como leemos en el Eclesiastés- que el saber excesivo engendra dolor: sólo cuando haya alcanzado a la sencillez y a la transparencia del encuentro personal, podrá reconocer Natanael en Jesús al Hijo de Dios.

En segundo lugar, Natanael debe superar asimismo una especie de desconcierto, el que provocó en él su primer encuentro con Jesús, quien demuestra conocerle muy bien. Mas Natanael tiene necesidad de entablar un diálogo con aquel que le sorprende y, al mismo tiempo, le cautiva. Sólo el diálogo interpersonal es la vía segura para el conocimiento recíproco, el conocimiento que lleva a la experiencia y a la entrega de nosotros mismos en el amor.

Ahora bien, yo diría que Natanael debe superar también la mediación del amigo Felipe, respecto a la cual, de primeras, muestra cierto escepticismo. Sólo cuando haya tomado la decisión de ir al encuentro del Nazareno, le reconocerá por lo que Jesús es verdaderamente. La amistad puede ser, a buen seguro, una gran ayuda para el descubrimiento de la verdad, pero, cuando la verdad es Alguien, sólo el encuentro personal puede satisfacer la búsqueda.

 

ORATIO

Señor Jesús, tú naciste en Belén, «la más pequeña de las cabezas de partido de Judea». Allana ante mí el camino que conduce hasta ti, pequeño entre los pequeños, verdadero hombre entre los hombres, hijo de María y José.

Señor Jesús, te criaste en Nazaret, un pueblo del que nadie esperaba nada bueno. Enséñame también a mí, como revelaste a tus otros discípulos, el secreto de la espiritualidad de Nazaret, pueblo donde viviste durante treinta años, secreto del que se desprende el mensaje del silencio, del amor, del trabajo.

Señor Jesús, tú quisiste elegir Jerusalén como ciudad de tu martirio y de tu pascua: dame el valor de subir contigo y detrás de ti hasta la ciudad santa, en donde deben morir los verdaderos profetas, ciudad amada por todos tus discípulos.

Señor Jesús, tú recorriste los caminos de Palestina, país pequeño e insignificante a los ojos de los grandes, pero elegido, amado y privilegiado por ti. Enséñame a valorar las cosas según tus criterios, según tus proyectos.

 

CONTEMPLATIO

Ved ahí cómo, según los preceptos del Evangelio, debéis portaros con los apóstoles y profetas. Recibid en nombre del Señor a los apóstoles que os visitaren, en tanto permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta. Al profeta que hablare por el espíritu, no le juzgaréis, ni examinaréis [...], porque Dios es su juez: lo mismo hicieron los antiguos profetas.

Velad por vuestra vida; [...] los que perseveren en la fe serán salvos de esta maldición. Entonces aparecerán las señales de la verdad. Primeramente será desplegada la señal en el cielo, después la de la trompeta y, en tercer lugar, la resurrección de los muertos, según se ha dicho: «El Señor vendrá con todos sus santos». ¡Entonces el mundo verá al Señor viniendo en las nubes del cielo! (Didaché,  según la versión de E. Backhouse y C. Tylor, Historia de la Iglesia primitiva, Editorial Clie, www.clie.es).

 

ACTIO

Repite y medita durante el día esta Palabra: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1,49).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El cristiano cree, gracias a la Palabra de Dios, que el hombre es inmortal, que toda la humanidad está destinada a la eternidad.

El cristiano cree en la resurrección de todos los muertos de la humanidad, de todos los cuerpos. Cree en la humanidad inmortal. Pero cree en virtud de la Palabra de Dios, no de una especie de prestidigitación mágica... y grotesca. Cree en la prolongación de los misterios de la vida más allá de la muerte, en la consumación de la vida mediante la muerte; cree que la misma muerte tiene una razón de ser; cree que la muerte sigue siendo atroz, pero no que sea absurda.

Como todo hombre razonable, el cristiano ve su propia vida, desde el nacimiento a la muerte, como un devenir continuo acompañado de una destrucción continua. Sin embargo, el cristiano cree que en este y por este devenir se consuma la germinación, el desarrollo del hombre inmortal que hay en él, pero que se va haciendo en él cada día y que permanecerá tal como haya llegado a ser, en la eternidad, para la eternidad.

Este hombre inmortal se hace en cada uno a través de sus opciones. Aquello por lo que opta es lo que fija al hombre inmortal en su pleno vigor o en lo peor de la miseria humana. En la hora de su muerte, el hombre se habrá convertido en alguien que vivirá con Dios para siempre o en alguien que existirá lejos de Dios para siempre (Madeleine Delbréf).

 

Día 25

San José de Calasanz (25 de agosto)

 

San José de Calasanz nació en Huesca en el año 1557. Era tal su devoción a la Virgen que él quería llamarse José de la Madre de Dios. Sus padres pudieron y le dieron una esmerada educación y formación. Se doctoró en Teología en la Universidad de Lérida y fue ordenado sacerdote. En el año 1592, se fue a Roma persiguiendo un puesto honorífico y se encontró con la miseria infantil en los barrios de la ciudad. Dejó de perseguir honores y fundó las Escuelas Pías (escuelas gratuitas). Con la enseñanza del catón y del ábaco introducía también el catecismo y la oración de la corona de doce estrellas pidiendo la protección de la Virgen.

El 25 de agosto del año 1648, a la edad de 92 años, este gran apóstol pasó a la eternidad. Pío XII le declaró celestial patrono ante Dios de todas las escuelas populares cristianas del mundo.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 61,1-3

1 El espíritu del Señor Dios está en mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a llevar la Buena Nueva a los pobres, a curar los corazones oprimidos, a anunciar la libertad a los cautivos, la liberación a los presos;

2 a proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza para nuestro Dios. A consolar a todos los afligidos,

3 a dar a todos los afligidos de Sión una diadema en lugar de ceniza, perfume de alegría en lugar del vestido de luto, alabanza en lugar de espíritu abatido. Se les llamará encinas de justicia, plantación del Señor para su gloria.

*•• Este pasaje del libro del tercer Isaías presenta la vocación y misión del heraldo de Dios. El profeta se siente llamado y enviado por el espíritu del Señor. La misión que se le encarga a este ungido va en dos direcciones: anunciar la liberación y curar, restaurar, consolar. Lucas tomará este mismo texto para el programa misionero de Jesús, con una pequeña pero muy significativa variante.

 

- La salvación va dirigida a la parte de la humanidad más desvalida y necesitada: los pobres, los oprimidos, los prisioneros, los ciegos...

- La liberación alcanza a toda la persona, y no sólo a lo espiritual...

- Es una Buena Noticia: se anuncia un año de gracia.

Y aquí está la variante de Jesús en el evangelio de Lucas: no habla de venganza, sino que se queda en la gracia. - Es una Buena Noticia para todos. El pueblo elegido será el mundo entero: hasta los confines del mundo.

 

Evangelio: Marcos 9,33-37

33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: «¿Qué discutíais por el camino?».

34 Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido sobre quién entre ellos sería el más grande.

35 Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».

36 Tomó en sus brazos a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo:

37 «El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre me acoge a mí, y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado a mí».

 

*»• Estos versículos del evangelio de Marcos, elegidos para la fiesta de San José de Calasanz, se refieren a la enseñanza que Jesús dio a sus discípulos. Estas instrucciones posiblemente sean un retrato de las comunidades del tiempo del evangelista, que ya empezaban a preocuparse, peligrosamente, por el rango de sus miembros, el prestigio, el poder y la posesión de la verdad...

El texto da a entender que los discípulos enrojecieron de vergüenza cuando Jesús les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Su silencio los delata. Él, para que entiendan mejor qué significa eso de que el primero tiene que ponerse el último, les pone la imagen del niño.

No es ésa la lógica social ni la tendencia humana, pero sí la norma de conducta para quien quiera seguir a Jesús en la construcción de Reino. En la comunidad de Jesús tendrá prestigio y será el primero el que haga sitio al insignificante y a quien necesite ayuda. Lo que hace ser primeros en la comunidad es el servicio a los considerados últimos.

 

MEDITATIO

Acoger al que no cuenta es acoger a Jesús y a Dios. Es la opción prioritaria por los pobres y marginados. La comunidad alternativa que Jesús trae trastoca los esquemas de la sociedad, siempre inclinada a la  competitividad: aplaudir al primero y abuchear al último. Él lo vivió de tal manera que fue una de las acusaciones públicas: «Se junta con pecadores, prostitutas y gente de la calle». Afirmó también que no había venido a ser servido, sino a servir. Y ésta es la norma que inculca a sus seguidores. Siguiendo su ejemplo, el cristiano, igual que la Iglesia, tiene una misión de servicio, de entrega y amor, de vivir para los demás.

En nuestra sociedad encontramos con frecuencia lemas comerciales como éstos: «Estamos a su servicio», «Es un placer poder servirle», «Servirle es nuestra especialidad...», pero después pasan factura. No es esa servicialidad la que propone Jesús a sus discípulos, sino un servicio sin factura. Podíamos decir que la frase de Jesús no es «su seguro servidor», sino «su humilde servidor».

 

ORATIO

Señor, Dios nuestro, que enriqueciste a san José de Calasanz con la caridad y la paciencia, para que pudiera entregarse sin descanso a la formación humana y cristiana de los niños, concédenos, te rogamos, imitar en su servicio a la verdad al que veneramos hoy como maestro de sabiduría

 

CONTEMPLATIO

Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.

Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.

Donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.

Sé el que apartó del camino la piedra, el odio de los corazones y las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser sano y justo, pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo si todo él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender...

No caigas en el error de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos.

Hay pequeños servicios que nos hacen grandes: poner una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña...

El servir no es una faena de seres inferiores. Dios, que es el fruto y la luz, sirve. Y me pregunta cada día: ¿Serviste hoy?

{Gloria Fuertes.)

 

ACTIO

Fíjate hoy con atención contemplativa en los niños que veas.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Algunos pensamientos de san José de Calasanz:

Es mejor ser pocos y buenos que muchos e imperfectos.

Hay que tener mucha paciencia y caridad con los niños, para enderezarlos por el buen camino.

Cuando los alumnos ven amor de padre en el maestro e interés de su aprovechamiento, van con gusto a la escuela.

Es necesario que recurramos al auxilio de Dios y a la intercesión de la Santísima Virgen, bajo cuya protección se fundó la obra.

Hagan todas las tardes alguna devoción a la Santísima Virgen, para que con su intercesión nos libre a todos de las adversidades.

Estimo mucho el honor de la religión y de las personas particulares que a ella pertenecen, más que ninguna otra cosa.

Si a su tierna edad los niños son imbuidos con amor en la piedad y en las letras, puede esperarse un curso feliz de toda su vida.

Ayudar en la edad más tierna a los pobres con la cultura unida al santo temor de Dios es un servicio tan útil como necesario.

El provecho es indudable. Se toca con las manos.

Sé por experiencia que quienes, desde la primera edad, fueron educados con la doctrina cristiana y bebieron desde niños juntamente la piedad y las letras, terminaron por ser perfectos.

El servicio de la enseñanza es el más razonable para tener ciudadanos hábiles para santificarse y engrandecerse en el cielo, pero igualmente capaces de ilustrarse y ennoblecerse a sí propios como también a sus patrias, con sus gobiernos y dignidades de la tierra.

Hemos de castigar con mucha piedad, que así lo requieren el nombre y la caridad que profesamos.

En cuanto a recibir alumnos pobres, obra usted santamente admitiendo a cuantos vienen. Porque para ellos se fundó nuestro instituto. Y lo que se hace por ellos se hace por Cristo. No se dice otro tanto de los ricos.

Procure atraer a los niños con toda caridad a la frecuencia de los sacramentos de la confesión y comunión, y conozca que procura su bien como verdadero padre.

El Señor proveerá cuanto sea necesario, con tal que nosotros procuremos atender con toda diligencia a los niños.

Si tiene amor, no digo al instituto, sino a Dios y a sí mismo, se ingeniará para aprender lo que no sabe, a fin de hacer bien a los pobres o para hallar mejor a Cristo en los pobres.

No dejen de ayudarse con la oración de personas devotas, y especialmente de los alumnos pequeños. Con la esperanza de que Dios mandará su ayuda cuando le parezca tiempo oportuno.

 

Día 26

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars (26 de agosto)

 

Teresa Jornet e Ibars nació en Aytona (Lérida), en el año 1843, en el seno de una familia de labradores de recia fe cristiana. Siendo aún adolescente, se sintió llamada a ayudar a la sociedad de su tiempo, cuyo ambiente racionalista y anticlerical tuvo que padecer. La ciudad aragonesa de Fraga fue clave en su formación: en ella cursó los estudios de Magisterio, que empezó a ejercer en Argensola, pueblecito de la diócesis de Vich Barcelona). Ingresó en las Clarisas de Briviesca  (Burgos). Una f¡gura clave en su vocación fue la del padre Saturnino López Novoa: él concibió el proyecto que llevó a cabo la fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados junto con un grupo de jóvenes en Barbastro (Huesca) el 1 1 de octubre de 1872. A su muerte, acaecida en Liria (Valencia) en 1897, la orden ya contaba con 103 asilos en España y América. La «sembradora de amor» fue beatificada por Pío XII en 1958 y canonizada por Pablo VI en 1974. Ha sido declarada patrono de la ancianidad.

 

LECTIO

Primera lectura: Isaías 58,6-11

6 El ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las tiranías,

7 que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo, que proporciones vestido al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes.

8 Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán enseguida, tu recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor.

9 Entonces clamarás y te responderá el Señor, pedirás auxilio y te dirá: «Aquí estoy». Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias,

10 si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía.

11 El Señor te guiará siempre, te saciará en el desierto y te fortalecerá.

Serás como un huerto regado, como un manantial inagotable.

 

*•• La tragedia del pueblo de Israel fue olvidar el destierro y organizar la vida a su antojo en la tierra prometida. Un aviso en esta lectura para siempre: el pobre liberado puede convertirse en el peor opresor. Cunden los males en la Tierra: la mentira y la injusticia. No vale vivir «desde fuera» el ayuno y las prácticas religiosas Dios quiere otro ayuno, que tiene que ver con los que Dios aína: los oprimidos injustamente, los pobres, los sin techo, los desnudos. Ellos son «tu propia carne». En Isaías agradecemos a Dios esta relación del ayuno con el prójimo. El hombre reacciona si se le denuncian sus rebeldías.

Dios nos cura y hace brotar la carne sana cuando el hombre trata al prójimo como prolongación de Dios mismo. Nos suele interesar el prójimo si coincide con la idea que nos hacemos de él. Si es molesto o nos desestabiliza las seguridades personales, ni escuchamos a Dios ni al prójimo. Así Dios no escucha.

La mentira puede llegar a hacernos confundir la tranquilidad subjetiva con la verdad. Pero al fin sale la luz: la verdad del amor es el prójimo «servido». Hacen falta personas -los profetas y los santos- que nos ayuden a ver encarnada la verdad no sólo con las palabras, sino con un modo de vida. Así podemos acceder a Dios en su Verdad. El pobre, que en definitiva es la verdad de Dios, nos devuelve la capacidad de ser luz que brilla en las tinieblas. ¿No es eso lo que nos cuestiona y aplica la Iglesia en esta memoria de santa Teresa Jornet? Ante la frustración de la falta de éxito en nuestros trabajos, por el amor «serás un huerto bien regado».

 

Segunda lectura: 1 Jn 3,11-18

11 Porque el mensaje que habéis oído desde el principio es que debemos amarnos los unos a los otros.

12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. Y ¿por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas.

13 No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia.

14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte.

15 Todo el que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida posee vida eterna.

16 En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.

17 Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?

18 Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad.

 

*» Lo que se anuncia en Isaías se convierte en definitivo en la Nueva Alianza: «Éste es el mensaje desde el principio». Pero el amor hasta dar la vida por los hermanos es propio de Cristo. Caín quita la vida a su hermano porque se siente acusado por sus buenas obras. El cristiano, cuando ama, debe llegar a tal radicalidad que su testimonio creará en torno animadversión. Es escandaloso para el mundo un amor así («no os sorprenda que el mundo os odie»): amar sin límites, a todos, siempre, a los enemigos. El verdadero enemigo, nos advierte Juan, es el odio que llega a matar, es decir, a convertir al prójimo en indiferente. Eso lo hace «el mundo».

Pero al matar al creyente por su testimonio, paradójicamente, se le permite la vida verdadera {«hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos»).

El amor salva y redime a quien lo da y a quien lo recibe. Por eso, en la máxima entrega del Hijo se ha producido la máxima salvación: así hemos conocido el amor y lo podemos comunicar. Amor sin consagración a Dios es amor débil, que llega a cansar. Aquí tenemos la clave y al mismo tiempo el gran servicio a la Iglesia de los grandes fundadores de órdenes religiosas: nos enseñan a conocer el amor dando la vida por quien es el Amor.

Todo el que ama desde Cristo cuestiona: ¿serás tú capaz de amar de esta manera? La radicalidad no está en las formas, sino en la calidad del amor.

 

Evangelio: Mt 25,31-40

31 Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria.

32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,

33 y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro.

34 Entonces el rey dirá a los de un lado: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis;

36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme».

37 Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber?

38 ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos?

39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?».

40 Y el rey les responderá: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».

 

**• Las lecturas de hoy ofrecen un crescendo: del amor liberador, al amor de identificación, y de éste, en Mateo, al amor de unión o ágape. Amor en el que Cristo mismo se ha identificado con «mis humildes hermanos». Es la máxima verdad de la experiencia religiosa, hasta el punto de que este amor lo discierne todo en el creyente: «él separará unos de otros» no es sólo una acción del Hijo del hombre en su venida al final de los tiempos, sino el presente del amor que cada ser humano decide tener o dar. Es un presente escatológico en el que se decide todo: en el amor que doy hoy se define mi vida. En el Nuevo Testamento, Cristo sufre hambre y enfermedad y sed; su desnudez es la nuestra, y visitar a Cristo puede ser también ir a la cárcel a visitar a un preso. El Rey dirá por experiencia propia todas esas cosas: me visitasteis, me acogisteis, me vestisteis. Nunca ha estado Dios tan cercano, nunca el hombre tiene más motivos para decidirse por Él. Si el cristiano consagrado a Dios quiere unirse a

Cristo, nunca el camino ha estado más claro. Nunca ser un consagrado ha estado más lejos del platonismo y la evasión infantil. El Amor concreto lo verifica todo. El amor me define ahora ya para el juicio final.

 

MEDITATIO

Es necesario volver a redefinir de vez en cuando en nuestra mente y alma lo que el desgaste del lenguaje va reduciendo a pasajeros o acalorados sentimientos ante necesidades puntuales del prójimo. Éste es el caso del «amor» que nos evocan las lecturas de hoy. Meditar en el Amor, más que en mi necesidad de amar, ha de ser una constante en la vida cristiana. Es volver al Amor de la fuente, del origen. Hasta el amor, que parece que nos nace, hemos de aprender a recibirlo. Si nos nace, no es divino, porque amar no es grato en principio; el amor a lo divino es otra cosa. El amor en el hombre es fruto de una transformación y un arrobamiento previos que Dios mismo produce cuando se da a conocer a una persona.

Hay que retorcer el propio modo de ser, dejarse cambiar, sufrir -si es preciso- antes de estar preparado para amar como Dios ama. Así fue en los profetas y santos y en el mismo Hijo.

La experiencia cristiana enseña que lo que le cuesta al hombre conseguir es cosa que Dios ha de dar. Y por lo mismo, lo que Dios regala por su inmensa misericordia es lo que al hombre más le cuesta acoger. Vivir en el amor no es «sentirme realizado»; es abrir en mí caminos del Espíritu por los que el prójimo transite con la dignidad que Dios le ha otorgado. Y al tiempo, con el prójimo me llega Dios mismo. Este amor supone un nuevo giro en mis «sentimientos» espontáneos. La vida de las hermanitas fundadas por Teresa Jornet tiene esta esencial razón de ser: nace y se da como un camino entre la asistencia (estar presente para lo que falta) a Dios y la religión (re-ligarse con alguien) con el hermano. En la vida de Teresa Jornet se entrecruzan con diáfana claridad el Amor con que se siente amada por Dios y la necesidad de corresponderle, pero ¿cómo?: haciendo nacer lo mismo en los ancianos. No es una asistencia social: es amar al anciano abandonado con el mismo Amor con el que Dios le ama para que él mismo lo acoja. Por eso funda una familia de consagradas a

Dios, «por» llamada de Dios, en el servicio a los más abandonados en su momento. No «para» resolver una concreta necesidad social del siglo XLX, que hoy quedaría más o menos resuelta por los servicios sociales. Motivo de más para definir bien la vocación de Hermanita de Ancianos Desamparados cuando los diversos grupos e iniciativas sociales asumen sus deberes con los mayores y ancianos. Su vocación es consagrarse a Dios, y eso permanecerá aunque un día (¡ojalá!) todos los ancianos estén debidamente atendidos por la sociedad civil.

 

ORATIO

Que la eucaristía sea el centro de vuestra vida y de toda vuestra actividad; que la presencia de Jesús sacramentado sea vuestro imán de atracción íntima y renovadora; que la participación en su santo sacrificio, como actualización de su misterio pascual de pasión, muerte y resurrección constituya el momento culminante y renovador de vuestra vida; que la comunión eucarística condicione y transforme toda vuestra personalidad en la mayor semejanza con Cristo (de los sermones del padre López Novoa).

 

CONTEMPLATIO

Hoy más que nunca, en esta época de gigantescos progresos, estamos asistiendo al drama humano, a veces desolador, de tantas personas llegadas al umbral de la tercera edad que ven aparecer a su alrededor las densas nieblas de la pobreza material o de la indiferencia, del abandono, de la soledad. Nadie mejor que vosotras, amadísimas hijas, Hermanitas de los Ancianos Desamparados, conoce lo que ocultan los pliegues recónditos de tan triste realidad. Vosotras habéis sido y sois las confidentes de esa especie de vacío interior q u e no pueden llenar, ni siquiera con la abundancia de recursos materiales, quienes están desprovistos y necesitados de afecto humano, de calor familiar. Vosotras habéis devuelto al rostro angustiado de personas venerables por su ancianidad la serenidad y la alegría de experimentar de nuevo los beneficios de un hogar. Vosotras habéis sido elegidas por Dios para reiterar ante el mundo la dimensión sagrada de la vida, para repetir a la sociedad con vuestro trabajo, inspirado en el espíritu del Evangelio y no en meros cálculos de eficiencia o comodidad humanas, que el hombre nunca puede considerarse bajo el prisma exclusivo de un instrumento rentable o de un árido utilitarismo, sino que es entitativamente sagrado por ser hijo de Dios y merece siempre todos los desvelos por estar predestinado a un destino eterno.

¡Oh! Si pudiéramos penetrar en vuestras comunidades y residencias, allí sorprenderíamos a tantas hijas de la nueva santa que, como ella, están difundiendo caridad: caridad encerrada en un gesto de bondad, en una palabra de consuelo, en la compañía comprensiva, en el servicio incondicional, en la solidaridad que solicita de otros una ayuda para el más necesitado (Pablo VI, homilía de la canonización de santa Teresa Jornet e

Ibars)

 

ACTIO

Repite y medita durante el día estas palabras de la primera carta de san Juan: «El mensaje que habéis oído desde el principio es que debemos amarnos los unos a los otros» (1 Jn 3,11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Sí, la espiritualidad de la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados es cristocéntrica. Toda la existencia de Teresa Jornet gravitó en torno a Jesucristo y la misión que el Espíritu confió a la joven de Aytona. Jesús fue su amor preferente.

Creyó y amó a Jesús como mediador y revelador del amor misericordioso. Ella ha decidido ser su mediadora ¡unto a los ancianos. La espiritualidad de Teresa es verdaderamente cristocéntrica.

«Hay que vivir cada día y hacerse fuertes en el amor de Dios». La santa fundadora vivía en armonía con la Iglesia: «Podemos decir que la vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en la que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio a la Iglesia» (Juan Pablo II, exhortación apostólica Vita Consecrata, n. 93c).

Es indudable que Teresa y su congregación, guiadas por el  Espíritu, sirven con amor a Cristo y a l a «Iglesia de los pobres». La santa catalana alimentaba su espiritualidad escuchando, conociendo y amando a Jesucristo, Palabra de Dios y revelación de su Amor universal. Ya en su tiempo vivía lo que nos recuerda la Iglesia: «Estar a la escucha de la Palabra de Dios, que es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana, sobre todo de los evangelios, que son el corazón de todas las Escrituras» [ibíd. n. 94). Este encuentro con Jesucristo consolidaba su espiritualidad y le hacía ponerse en contacto directo con «la humanidad doliente»: los ancianos. Junto a ellos se curtía y templaba y se mostraba la verdad de la espiritualidad de la santa fundadora: «Cuiden con esmero a los ancianos y háganlo con el recto fin de agradar a Dios. No hagan las cosas por respeto humano».

No lo dudemos, la vida de Teresa, su espiritualidad, su «biografía personal», es una historia de amor a Jesucristo y de compasión misericordiosa hacia los ancianos. Ése fue el fruto de su espiritualidad auténtica. Para entretejer y escribir esa «biografía», Teresa se entregó ella misma. Su salud, su tiempo, su cultura, su trabajo, sus «talentos»... fueron los hilos de su bordado de amor en beneficio de los ancianos. Así rubricó ella su verdadero amor a Jesucristo. Esa misma actitud de entrega generosa es lo que pide y espera de sus hijas: «Una cosa les encargo, y es que amen y quieran mucho a nuestro amadísimo Jesús, que tanto sufrió Él por nosotras». Y en las Constituciones leemos: «Recuerden las hermanitas que nuestro Señor Jesucristo, Maestro y Modelo divino de perfección, predicó la santidad...» (Const. n. 3) (T. de Bustos, o. p., Hermanitas de los ancianos desamparados: «Su carísma y su espiritualidad», Palencia 2003, pp. 42-43).

 

Día 27

Santa Mónica (27 de agosto)

 

Mónica nació en Tagaste, la actual Souk Aliarás (Argelia), el año 331 o 332, en el seno de una familia cristiana y de buena condición social. Siendo aún adolescente, fue entregada como esposa a Patricio, que todavía no era cristiano. Tenía éste un modesto patrimonio y era miembro del consejo municipal de Tagaste.

Mónica era una mujer africana del bajo imperio romano, madre de uno de los más grandes padres de la Iglesia, san Agustín. Era, podríamos decir, una mujer paleocristiana, muy alejada de nosotros en el tiempo y, sin embargo, enormemente actual. «Con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana» [Confesiones IX, 4,8), se ganó a su marido para Cristo y obtuvo también la conversión del «hijo de tantas lágrimas».

Estuvo presente en el bautismo de Agustín en Milán y participó de una manera activa en su primera experiencia monástica en Cassiciaco. Mientras regresaba a África con su hijo y los amigos de éste, murió en Ostia Tiberina, cerca de Roma, antes del 13 de noviembre de 387. Dos semanas antes de que esto se produjera, madre e hijo tuvieron el dulce éxtasis de Ostia»: «Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella [la Sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu» (/feícUX, 10,24).

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 26,1-4.13-16

1 Dichoso el marido de una mujer buena: el número de sus días se duplicará.

2 Una mujer perfecta es la alegría del marido, que pasará en paz los años de su vida.

3 Una mujer buena es una herencia preciosa, concedida a los que temen al Señor:

4 sean ricos o pobres, su corazón está contento, y tienen siempre rostro alegre.

13 El encanto de la mujer deleita a su marido, su saber lo robustece.

14 Don del Señor es la mujer callada, no tiene precio la bien educada.

15 La mujer honesta multiplica su encanto, es incalculable el valor de la que se sabe dominar.

16 Como sol que sale por montes empinados es la belleza de la mujer buena en su casa ordenada.

 

**• El texto de la primera lectura se centra en la especificidad femenina, expresada por la «mujer», de cuya «bondad- virtud» depende la «dicha» del hombre. Podríamos decir que la mujer representa aquí la «vocación a la felicidad» del hombre. En el ámbito familiar -«la casa», lugar donde se desarrolla la relación matrimonial, el tú a tú que liga al hombre y la mujer-, la figura femenina es llamada y atracción, mediadora y encarnación de la suprema belleza de Dios. Una belleza y una bondad que el hombre no sólo puede contemplar en la alegría de su corazón, sino que incluso puede desposarse con ella.

La «felicidad», la «alegría», la «serenidad», la «buena suerte», la «paz», la «larga vida», el «vigor» y la «gracia» del hombre están como transmitidos por ese tipo de mujer que encarna en sí misma todos los atributos de la virtud. En efecto, todas las categorías que exaltan su feminidad, esas que constituyen las cualidades positivas y espirituales que hacen al hombre plena y verdaderamente humano, giran en torno al campo semántico de la «virtud». Ahora se hace claro quién es esta mujer virtuosa del Eclesiástico o la «mujer perfecta» de los Proverbios (31,10):'la metáfora femenina, en los escritos sapienciales, encarna y expresa a la Sabiduría.

 

Evangelio: Lucas 7,11-17

En aquel tiempo,

11 Jesús se marchó a un pueblo llamado Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.

12 Cerca ya de la entrada del pueblo, se encontraron con que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda. La acompañaba mucha gente del pueblo. 13 El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: -No llores.

14 Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon. Entonces dijo: -Muchacho, a ti te digo: levántate.

15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

16 El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: -Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.

17 La noticia se propagó por toda la región de los judíos y por toda aquella comarca.

 

*+• El núcleo del relato de Lucas, que no se encuentra en los otros dos evangelistas, es el encuentro entre Jesús y esta mujer, una viuda, sola, sin amor, lejos de su esposo, madre del hijo a quien había dado la vida y que ahora no puede sustraer a la muerte. De una manera difuminada se perfilan los rasgos particulares de la pasión y resurrección de Cristo: el encuentro que tiene lugar «cerca ya de la entrada del pueblo», fuera de Naín, por tanto, y su crucifixión fuera de la puerta de Jerusalén; el «ataúd» y su «sepulcro»; el «levantarse-incorporarse» del joven y su «resurrección».

Lucas revela aquí la identidad de Jesús: el Resucitado, el Vencedor de la muerte, es también Señor de misericordia. Lleva en él los mismos sentimientos maternos de la mujer: todo su ánimo está implicado en un «con-moverse » profundo, visceral, como el de las «entrañas maternas», que se abren para recibir a una nueva criatura en el acto de dejar sitio, de con-sentir (alegría y dolor) con este otro que hay en ellas (cf. también Le 15,20).

Jesús plantea a la mujer una petición paradójica: «No llores». Estas palabras conllevan asimismo toda la fuerza y la ternura de una promesa de felicidad: Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido» (Ap 21,4)- que atraviesa y va más allá de la muerte. Aquí reside todo el sentido de la encarnación, expresado de una manera sintética por el gesto de Jesús, que «tocó» el féretro y pronunció, allí donde el hombre se encuentra en el fin, la palabra que le hace recomenzar: «Muchacho, a ti te digo: levántate».

Gracias al contacto con Jesús y con su Palabra, el hijo muerto vuelve a la vida. De la oscuridad de la falta de sentido y de aislamiento se le restituye a la relación vital con los otros y con el mundo, tras haber recuperado la capacidad de hablar y de entrar en comunicación. Y Jesús, en un gesto de extrema delicadeza, lo devuelve a los brazos de su madre.

 

MEDITATIO

Mónica es una «santa»; por tanto, una «mujer» verdadera.

En ella convergen y se encarnan la belleza virginal de la «mujer virtuosa» del libro del Eclesiástico y la materna compasión de la «viuda» del Nuevo Testamento, que convierte su vida en una intercesión por la vida de su hijo. La santidad de Mónica nos lleva al corazón de la vocación y de la misión de la mujer (léase Mulieris dignitatem VIII, 30). Esta misión de «guardián del hombre» la realizó Mónica a fondp. Hizo frente con una gran dignidad e inteligencia, con esa «genialidad absolutamente femenina», a las dificultades de una convivencia matrimonial con un hombre «pagano» dotado de un carácter muy difícil, «al que -dice de manera cruda Agustín- «fue entregada» (Confesiones IX, 9,19). Sin perder nunca el gusto por el bien, incluso en las adversidades (un arte más que difícil), «se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus ojos» (ibíd.).

Desplegando «las grandes energías del espíritu femenino», sostuvo, con las lágrimas y la oración de una vida totalmente consagrada a Dios, una verdadera y propia lucha por la fe de su hijo Agustín. La lucha que es «la lucha a favor del hombre, de su verdadero bien, de su salvación [...], la lucha por su fundamental "sí" o "no" a Dios y a su designio eterno sobre el hombre» {Mulieris dignitatem VIII, 30).

El mismo Agustín, que también fue su mayor biógrafo, dirá más tarde de ella: «Creo sin la menor incertidumbre que por tus oraciones, madre, Dios me concedió no querer, no pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad» {De Ordine II, 50,52). Mónica es la madre, por tanto, de una «doble maternidad»: «Me engendró en la carne, para que naciera a la luz temporal, y en su corazón, para que naciera a la luz eterna» {Confesiones VIII, 17).

Si, en la relación hombre-mujer, la mujer representa el punto de encuentro de la humanidad con Dios, precisamente por la humanidad de que es portadora, en Mónica, en su ser madre en plenitud, la paternidad de Dios ha podido actuar con una maravillosa alianza.

 

ORATIO

Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz.

¡Oh casa luminosa y bella!, amado de tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor, tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha creado en ti. [...] Acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi corazón, de Jerusalén la patria mía, de Jerusalén la de mi madre, y de ti, su Rey sobre ella, su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes delicias, su sólida alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todos; porque tú eres el único, el sumo y verdadero bien. Que no me aparte más de ti hasta que, recogiéndome, cuanto soy, de esta dispersión y deformidad, me conformes, y confirmes eternamente, ¡oh Dios mío, misericordia mía! {Confesiones X, 27,38; XII, 16, 21.23).

 

CONTEMPLATIO

Estando ya inminente el día en que había de salir de esta vida -que tú, Señor, conocías y nosotros ignorábamos-, sucedió a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus modos ocultos, que nos hallásemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación.

Allí solos conversábamos dulcísimamente, y olvidando las cosas pasadas, ocupados en lo por venir, nos preguntábamos los dos, delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió.

Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente -de la fuente de vida que está en ti- para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo una idea de algo tan grande. Y como llegara nuestro discurso a la conclusión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, sino ni siquiera de ser mencionado, levantándonos con un afecto más ardiente hacia el que es siempre el mismo, recorrimos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra.

Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos hasta nuestras almas y las sobrepasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia  que no se agota, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y la vida es la Sabiduría, por quien todas las cosas existen, tanto las ya creadas como las que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como fue antes y como será siempre, o más bien, sin que haya en ella fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que ha sido o será no es eterno. Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu, regresamos al estrépito de nuestra boca, donde el verbo humano tiene principio y fin, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin envejecer, y renueva todas las cosas (Agustín de Hipona, Confesiones IX, 10,23-24,passim).

 

ACTIO

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de Agustín: «Quien es feliz tiene a Dios» {De vita beata II, 11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Entre finales de octubre y primeros de noviembre del año 386 se retiró Agustín con su madre, Mónica, su hermano Navigio, su hijo Adeodato, su amigo Alipio [...] a la villa de su amigo Verecundo en Cassiciaco. En la paz campestre de Brianza, entre el susurrar de las hojas y de los arroyos, con los Alpes como paisaje, se preparó Agustín para el bautismo. La comitiva africana vivía en un clima de intensa espiritualidad, ocupando gran parte de su tiempo en disputas de filosofía, de una filosofía sometida ahora a la fe y deseosa de conocer su contenido.

En esta comitiva, Mónica hacía un poco de madre de todos, hacía unas veces de solícita y enérgica ama de casa, otras de maestra sabía y experta. Cuando los que discutían se olvidaban de comer, Mónica les invitaba a hacerlo y, si era necesario, les impulsaba con tanta fogosidad que les obligaba a interrumpir la discusión. Cuando la invitaban a tomar parte en la misma discusión, daba respuestas tan discretas que suscitaba la admiración de todos. Como cuando declaró que la verdad es el alimento del alma; o, sin saberlo, definió la felicidad con las mismas palabras de Cicerón; o sostuvo que sin sabiduría nadie puede ser feliz; o recordó, por último, que sólo la fe, la esperanza y la caridad pueden conducirnos a la vida bienaventurada.

Agustín, que estaba alegremente sorprendido de tanta sabiduría, afirma que su madre ha «alcanzado la cumbre de la filosofía» y se declara discípulo suyo. La «filosofía» de Mónica es la sabiduría del Evangelio, una sabiduría que no ha conquistado con el estudio, sino con la virtud, la oración, la docilidad al Espíritu. La posee ahora en un grado eminente. Es intrépida. No teme ni la desventura ni la muerte. A saber: ha llegado a una disposición interior dificilísima, aunque importantísima, que constituye -por consenso unánime- la cima de la sabiduría. Rica de amor a Dios y al prójimo, que es el fundamento de la sabiduría evangélica, puede prescindir de la ciencia de los filósofos y recoger sus frutos. Por eso Agustín se declara discípulo suyo y confía a las oraciones de ella la consecución del ideal de sabiduría al que aspira (A. Trape, S. Agostino. Mia madre).

 

Día 28

San Agustín de Hipona (28 de agosto)

 

Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Fue educado siguiendo los hábitos cristianos de su madre, Mónica, y, como se reveló enseguida como un ¡oven de prometedoras cualidades, fue encaminado a la carrera de retórica. Ya desde los tiempos de estudio en Cartago estuvo marcado por una incomodidad interior que le llevaría lejos. La primera respuesta a esta sed de totalidad fue una vida mundana tejida por varios vínculos, más o menos límpidos. Ahora bien, la inquietud es también sed y búsqueda de la verdad: se apasiona con la lectura del Ortensio de Cicerón, lee la Sagrada Escritura, pero no se entusiasma con ella y acaba por adherirse al racionalismo y al materialismo de la secta de los maniqueos. Tras haber enseñado en Tagaste y en Cartago, se traslada primero a Roma (383) y después a Milán (384). Aauí su viaje espiritual da un viraje decisivo: conoce y escucha al obispo Ambrosio, revisa sus posiciones sobre la Iglesia católica, vuelve a leer la Sagrada Escritura y, en medio de la lucha entre sus antiguos hábitos de vida y los nuevos impulsos interiores, al final se abre a la luz y a la riqueza de Cristo.

Fue bautizado el año 387 por Ambrosio. Decidido a volver a África, se establece en Tagaste y funda allí su primera comunidad monástica, siguiendo el modelo de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 391 fue ordenado sacerdote por el obispo Valerio, a quien en el 395 le sucede en la guía de la diócesis de Hipona. Desde entonces se dedicó por completo a la vida de la Iglesia -ministerio de la Palabra, defensa de la fe-, aunque prosigue con la experiencia de vida común con un grupo de hermanos monjes, a los que traslada al episcopio. Escribió más de doscientos libros y casi un millar de documentos, entre sermones y cartas. Murió el 28 de agosto del año 430. Hasta tal punto fue hijo de la Iglesia que se convirtió en padre... y doctor.

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Juan 4,7-14

7 Queridos míos, arriémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

8 Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.

9 Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él.

10 El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados.

11 Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

12 Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección.

13 En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu.

14 nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo.

 

*• No sé cómo hubiera podido hacernos Juan el elogio de la caridad con palabras más sublimes que éstas: «Dios es amor». Una frase breve, de un solo período, pero, si la sopesamos, ¡cuántas cosas contiene!

Dios es invisible: no debemos, pues, buscarle con los ojos, sino con el corazón. Del mismo modo que, para ver nuestro sol, liberamos de cualquier imperfección los ojos del cuerpo, con los que podemos ver la luz, así, si queremos ver a Dios, debemos purificar el ojo con el que podemos ver a Dios. ¿Dónde se encuentra ese ojo? Escucha el evangelio: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios» (Mt 5,8) [...].

Si quieres ver a Dios, tienes a tu disposición la idea justa: «Dios es amor». ¿Qué rostro tiene el amor? ¿Qué forma, qué estatura, qué pies, qué manos? Nadie lo puede decir. Sin embargo, tiene pies que conducen a la Iglesia, tiene manos que dan a los pobres, tiene ojos con los que se llega a ver a los que están en necesidad.

Me preguntas: «¿En qué campo debo ejercitar este amor?». En el de la caridad fraterna. Podrías decirme, en efecto: «Nunca he visto a Dios», pero nunca podrás decirme: «Nunca he visto a un hombre». Ama, pues, al hermano. Si amas al hermano al que ves, podrás ver al mismo tiempo a Dios, puesto que verás a la caridad misma, y Dios habita en la caridad (Agustín de Hipona, Comentario a la primera carta de Juan IX, 1; VII, 10; V, 7).

 

Evangelio: Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

11 Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

12 Mi mandamiento es éste: amaos los unos a los otros, como yo os he amado.

13 Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

15 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre.

16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.

17 Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

 

**• ¿Es el amor lo que nos pone en condiciones de observar los mandamientos o bien es la observancia de los mandamientos lo que nos permite amar? ¿Quién puede dudar de que el amor precede a la observancia? En efecto, quien no ama no tiene fundamento alguno para la observancia de los mandamientos. Por consiguiente, el Señor nos muestra aquí no la causa engendradora del amor, sino el modo como éste se manifiesta [...].

Cuando dice después: «Mi mandamiento es éste», parece indicar justamente que no nos da otros. ¿Deberemos entender, entonces, en este sentido sus palabras, a saber: que sólo nos da el mandamiento del amor, por el que debemos amarnos los unos a los otros? ¿Acaso no hay un mandamiento mayor, el mandamiento de amar a Dios? O bien ¿deberemos concluir que Dios nos ha ordenado sólo amarnos mutuamente, liberándonos de cualquier otro deber?

Reflexionemos sobre lo que dice el apóstol: «El amor es la plenitud de la ley» (Rom 13,10). Así pues, donde hay caridad, ¿qué puede faltarnos? Mientras que donde no hay caridad, ¿qué puede ayudarnos? El mismo diablo cree, pero no ama, mientras que no puede dejar de creer quien ama. El que no ama puede esperar también –aunque inútilmente- que será perdonado, pero ciertamente no puede desesperar el que ama. En consecuencia, allí donde hay amor, hay necesariamente fe y esperanza; y donde hay amor al prójimo, necesariamente hay amor a Dios. ¿Cómo puede, en efecto, amar al prójimo como a sí mismo quien no ama a Dios, si -al no amar a Dios- ni siquiera se ama a sí mismo?

Se entiende, claro está, que este amor debe ser distinto del que los hombres alimentan mutuamente como hombres, y para hacer esta distinción añade el Señor: «Como yo os he amado». ¿Y de qué modo nos ha amado Cristo, sino con el objetivo de hacernos reinar con él en el cielo?

Con este mismo objetivo debemos amarnos mutuamente: a fin de que Dios sea todo en todos (Agustín de Hipona, Comentario al evangelio de Juan LXXX, 2, 3; LXXXIII, 2).

 

MEDITATIO

Las palabras de Agustín son palabras de un amor apasionado. Una inquietud del corazón, una nostalgia y un deseo que se traducen en una búsqueda incansable, posible y fecunda sólo en el interior de una oración interminable, que es su misma existencia.

De la nostalgia del corazón asoman los rasgos de la belleza interior: un deseo de verdad y de amor que Agustín comprende como «suspiro de identidad»; es la divina semejanza. Y Agustín abre a Dios todo su ser: el pasado, el presente, el futuro, consciente de que sólo Dios puede vencer sus resistencias, sus miedos, todas sus debilidades de hombre, y satisfacer su sed. «Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti» (Agustín de Hipona, Confesiones I, 1). A la luz de la verdad encontrada, Agustín ve con mayor claridad su pecado y la necesidad de la gracia, de la intervención divina, y comprende toda la orgullosa pretensión de su yo. Pero eso es lo que tiene lugar ahora en el corazón de su ininterrumpido diálogo con Dios, el Padre de su despertar. El Padre le ama, y nada puede apartar a Agustín de la confiada certeza de que la gracia de Cristo vencerá sobre el pecado; se restaurará en él «el orden del amor» y, con él, la bienaventuranza de la paz y de la libertad.

 

ORATIO

A ti te invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben.

Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien son bienaventurados cuantos hay bienaventurados.

Dios, Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, Luz inteligible, en ti, de ti y por ti luce inteligiblemente todo cuanto inteligiblemente luce. Dios, cuyo Reino es todo el mundo, que no alcanzan los sentidos. Dios, la ley de cuyo Reino también en estos reinos se describe. Dios, de quien separarse es caer, a quien volver es levantarse, permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, volver a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca sino avisado, a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es perderse, seguirte a ti es amar, verte es poseerte.

Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios que nos exhortas para que vigilemos.

Dios, por quien discernimos los bienes de los males. Dios, por quien evitamos el mal y seguimos el bien. Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades.

Dios, a quien se debe nuestra buena obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro y nuestro lo que creímos ajeno. Dios, gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas pequeñas no nos empequeñecen. Dios, por quien lo mejor de nosotros no está sujeto a lo peor. Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria. Dios, que nos conviertes.

Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, que nos haces dignos de ser oídos. Dios, que nos defiendes. Dios, que nos guías a toda verdad.

Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena. Dios, que nos vuelves al camino. Dios, que nos llevas hasta la puerta. Dios, que haces que sea abierta a los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la vida. Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y juicio. Dios, por quien no nos arrastran los que no creen. Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de ti. Dios, por quien no somos esclavos de los serviles y pobres elementos. Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda (Agustín de Hipona, Soliloquios I, 3).

 

CONTEMPLATIO

No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables.

Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.

Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manas ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios (Confesiones X, 6,8).

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante el día esta expresión de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras» {Comentario a la primera carta de Juan VII, 8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En Agustín no vivió un solo hombre: vivió en él la criatura de carne y hueso, de nervios y sangre, con su desarrollo misterioso, múltiple; vivió el escritor, conjuntamente sumo escritor, sumo filósofo, sumo teólogo, y sobre cualquier otra cosa poeta sumo de los afectos y de las verdades; vivió el cristiano y el monje, el sacerdote y el obispo, el santo. Recibió de Dios toaos los clones más altos: una juventud tempestuosa, la palabra creadora, el silencio inenarrable de la oración, la fuerza necesaria para gobernar su ánimo en la navegación ultraterrena y en el aura de lo divino. Experiencia de hijo y de padre, de pecador desbandado y de obispo muy rígido, de escolar y profesor y, por tanto, de maestro de su pueblo y de todo el Occidente; de mundano y de monje, de escritor y de filósofo, de polemista y de amigo, de pensador y de contradictor y orador.

En todos esos pasajes no perdáis nada de su riquísima y potentísima humanidad: todo lo llevó consigo y lo fundió en el ardor y en la luz única de su santidad doloroso y extática. Amó, y de su experiencia de amor surgirá un amor a Dios, tal vez el más elevado que jamás haya salido de corazón humano [...].

Cuando moría Agustín en su ciudad asediada, no moría nada: nacía, para él, en los cielos amados sin paz y deseados sin tregua; nacía, para nosotros, en nuestra historia y en nuestra alma. Desde aquel día hay algo de agustiniano tanto en la historia de todos los hombres como en la historia de cada uno de ellos (G. de Luca, Sant'Agostino. Scrítti d'occasione e traduzioni).

 

Día 29

Martirio de san Juan Bautista (29 de agosto)

 

El «más grande de entre los nacidos de mujer» murió mártir, víctima de la fe y de la misión que había desarrollado. Su decapitación tuvo lugar en la fortaleza de Maqueronte, en el mar Muerto, lugar de vacaciones del vicioso rey Herodes. La sangre de Juan el Bautista selló su testimonio en favor de Jesús: con su misma muerte completó su misión de precursor. La fecha de hoy recuerda tal vez la dedicación de la antigua basílica erigida en Sebaste (Samaría) en honor del precursor del Mesías.

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 1,17-19

En aquellos días, me fue dirigida la palabra del Señor para decirme:

17 Pero tú, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo te mande.

No les tengas miedo, no sea que yo te haga temblar ante ellos.

18 Yo te constituyo hoy en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce frente a todo el país: frente a los reyes de Judá y sus príncipes, frente a los sacerdotes y los terratenientes.

19 Ellos lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.

 

**• Si la figura de Juan el Bautista nos ayuda a comprender la misión de Jesús, el acontecimiento histórico del profeta Jeremías nos ayuda, indudablemente, a comprender la misión de Juan el Bautista. En este punto sería preciso recordar toda la peripecia histórica de Jeremías: sólo entonces podríamos comprender el valor de estas dos «vidas paralelas». Pero esta primera lectura de la liturgia nos presenta algunas peculiaridades que hemos de poner particularmente de relieve: la parresía, o bien el «coraje» de decir todo; la fortaleza para resistir a la prepotencia de los jefes; la fe, es decir, la certeza de poder vencer en el nombre del Señor.

La parresía es característica típica de todo auténtico profeta: no puede callar lo que le ha sido revelado con el propósito de darlo a conocer a otros. Y será precisamente este coraje de decirlo todo lo que abrirá al profeta el camino del martirio. La actitud de oponer resistencia a los prepotentes, tanto en el caso de Jeremías como en el de Juan el Bautista, e s señal de un coraje inexplicable desde el punto de vista humano: es una franqueza que sólo Dios puede dar a quien se le somete y acepta la misión que le da. En última instancia, la certeza de la victoria la deduce el profeta de u n a revelación que está al comienzo de su misión: «Yo estoy contigo para librarte», una certeza que no le abandonará nunca más.

 

Evangelio: Marcos 6,17-29

En aquel tiempo,

17 Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado.

18 Pues Juan le decía a Herodes: -No te es lícito tener la mujer de tu hermano.

19 Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía,

20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.

21 La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus magnates, a los tribunos y a la nobleza de Galilea.

22 Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven: -Pídeme lo que quieras y te lo daré.

23 Y le juró una y otra vez: -Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.

24 Ella salió y preguntó a su madre: -¿Qué le pido? Su madre le contestó:

-La cabeza de Juan el Bautista.

25 Ella entró enseguida y a toda prisa donde estaba el rey y le hizo esta petición: -Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales no quiso desairarla.

27 Sin más dilación envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue, le cortó la cabeza en la cárcel,

28 la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.

29 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

 

**• El relato evangélico del martirio de Juan el Bautista está situado en el camino de Jesús hacia Jerusalén como una etapa fundamental. Con él no sólo se concluye el ciclo de la vida del Bautista, sino que también es preludio del martirio de Jesús.

No debemos dejarnos impresionar sólo por los detalles narrativos, muy sugestivos p o r otra parte, que nos presenta esta página de Marcos. Al evangelista no le interesa poner de manifiesto ni el vicio de Herodes ni la malicia de Herodías, ni siquiera la ligereza de su hija.

Su intención es proporcionar el debido relieve a la figura de Juan el Bautista, el «mentor» -podríamos decir del Nazareno, y mostrar cómo este gran profeta pone término a su vida del mismo modo y por los mismos motivos que morirá Jesús.

Éste es el pequeño «misterio pascual» de Juan el Bautista, el cual, tras haber conocido la adversidad de los enemigos del Evangelio, conoce ahora el silencio del sepulcro en espera de la resurrección.

 

MEDITATIO

Los recuerdos bíblicos relativos a Juan el Bautista nos invitan a meditar sobre el don de la profecía, en particular sobre la figura del profeta. ¿Cuál es exactamente su función en el pueblo de Dios? ¿Cuáles son las opciones que le califican claramente como profeta? ¿De qué modo se sitúa ante sus contemporáneos como signo de una presencia superior, como portavoz de una Palabra divina?

El profeta se manifiesta como tal por su modo de hablar, por el estilo que caracteriza su predicación. La palabra no lo es todo, pero ya es capaz de manifestar el sentido de una presencia, incómoda pero ineludible, con la que todos deben contar. El profeta se manifiesta como tal, también y sobre todo, con las opciones de vida que lleva a cabo. De este modo demuestra que ha percibido que el tiempo en el que vive es precisamente aquel en el que Dios le llama a ser-para-los-otros. No se puede sustraer a esta llamada (deberíamos leer, a este respecto, el c. 17 de Jeremías), so pena de ser infiel a su misión. Por último, el profeta manifiesta la autenticidad de su misión con el valer de dar la vida por aquel que le ha llamado y por aquellos a quienes ha sido enviado. O se es profeta con la vida, con la vida entregada por amor, o no se es profeta en absoluto.

 

ORATIO

«Levántate y les dirás todo lo que te ordene».

«No tengas miedo: he aquí que te pongo como ciudad fortificada».

«Yo estoy contigo para salvarte».

«Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».

«No te es lícito tener la mujer de tu hermano».

«¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente?».

«Dad frutos que prueben vuestra conversión».

«El amigo del esposo exulta de alegría a la voz del esposo».

«Ahora mi alegría es completa».

«Él debe crecer; yo, en cambio, disminuir».

 

CONTEMPLATIO

Todo lo que [Juan] dijo dio testimonio de la verdad o  sirvió de reproche a los que se le oponían; sus obras de justicia las respetaban incluso los que no le amaban.

¿Acaso el respeto del modo de vida de los hombres le hizo desviarse, ni siquiera un poco, a él, que llevó una vida solitaria desde niño, de la vía de la virtud? Y, sin embargo, ese hombre acabó su vida derramando su sangre, tras pasar un largo tormento de cárcel.

Predicaba la libertad de la patria celestial y fue encarcelado por los impíos; había venido a dar testimonio de la luz, había merecido que le llamaran lámpara ardiente y resplandeciente precisamente de la luz que es

Cristo, y fue encerrado en la oscuridad de la cárcel; nadie entre los nacidos de mujer había sido más grande que él, y fue decapitado a petición de unas mujeres sumamente perversas, y fue bautizado con su propia sangre aquel a quien se le había dado bautizar al Redentor del mundo, escuchar la voz del Padre sobre él, ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él (Beda el Venerable, Omelie sulvangelo, Roma 1990, pp. 492ss).

 

ACTIO

Repite y medita con frecuencia durante el día estas consoladoras palabras: «Yo estoy contigo para salvarte» (Jr 1,19).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Vos estáis obligado -añadió el arzobispo de Canterbury- a deponer la duda de vuestra insegura conciencia que recusa el juramento, y a tomar el partido seguro de obedecer a vuestro príncipe, y jurar».

Entonces, aunque yo era de la opinión de que este argumento no podía adaptarse a mi caso, se me presentó, no obstante, de improviso tan sutil y, sobre todo, sostenido por tanta autoridad, al venir de la boca de un tan noble prelado, que no pude replicar nada, a no ser que estaba íntimamente seguro de que así no habría obrado bien, porque en mi conciencia era éste uno de esos casos en que mi deber era no obedecer a mi príncipe, sea cual fuere la opinión de los otros (cuya conciencia y doctrina no habría condenado ni habría aceptado juzgar) a este respecto: en mi conciencia la verdad se me presentaba diferente.

Entonces el abad de Westminster me dijo que de cualquier modo que la cuestión apareciera en mi mente, tenía motivos para temer que precisamente mi mente estuviera en el error, con sólo que considerara que el Parlamento del reino se pronunciaba en sentido opuesto, y que, por consiguiente, debía cambiar la posición de mi conciencia. A esto respondí que si sólo fuera yo el que sostenía mi tesis y todo el Parlamento sostuviera la otra, verdaderamente tendría miedo de apoyarme en mi parecer, yo solo contra tantos. Mas, por otra parte, sucede que para algunos de los motivos por los que me niego a jurar tengo yo de mi parte -como confío tener- un consejo igualmente grande, e incluso más, y entonces no estoy ya obligado a cambiar mi conciencia y conformarla al consejo de un reino, contra el consejo general de la cristiandad (Tomás Moro).

 

Día 30

Jueves de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,1-9

1 Pablo, llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y el hermano Sóstenes,

2 a la iglesia de Dios que está en Corinto. A vosotros, que, consagrados por Cristo Jesús, habéis sido llamados a ser pueblo de Dios en unión con todos los que invocan en cualquier lugar el nombre de Jesucristo, que es Señor suyo y nuestro,

3 gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.

4 Doy gracias a Dios continuamente por vosotros, pues os ha concedido su gracia mediante Cristo Jesús,

5 en quien habéis sido enriquecidos sobremanera con toda palabra y con todo conocimiento.

6 Y es tal la solidez que ha alcanzado el testimonio de Cristo entre vosotros, 7 que no os falta ningún don, mientras esperáis que nuestro Señor Jesucristo se manifieste.

8 Él también os mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo.

9 Fiel es Dios, que os ha llamado a vivir en unión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

 

**• Pablo ha estado año y medio en Corinto, ha vivido allí un período de intensa actividad evangelizadora, conoce bien las luces y las sombras, los recursos y los problemas de esta comunidad, a la que está ligado por un afecto profundo. El fragmento que hemos leído hoy es el comienzo de la primera carta que dirigió a la comunidad, provocada por ciertas noticias preocupantes y por ciertas preguntas que le habían sometido a su juicio.

Siguiendo el esquema epistolar usual, se ponen de relieve en el preámbulo las relaciones que existen entre el remitente y el destinatario. Aquí se presenta Pablo a sí mismo como «apóstol», es decir, «enviado» (v. 1), con el subrayado de que esta identidad suya le viene de Dios a través de una llamada expresa. Esta autoconciencia de Pablo es firme y segura, y la manifiesta en casi todas sus cartas. Densos de sentido teológico son asimismo los títulos de la comunidad. «La iglesia de Dios que está en Corinto» (v. 2) indica que toda comunidad local, aunque tenga unos fundadores humanos, es obra divina. Los miembros de las comunidades locales, en comunión con la Iglesia universal, presente en todo el mundo, han sido santificados por Jesús y están en una continua tensión hacia la santidad plena, que se puede llevar a cabo a través de diferentes formas de vida.

En la acción de gracias, común en sus cartas, Pablo deja aparecer un claro entusiasmo por la riqueza de los dones otorgados a los corintios (w. 4ss). De estos dones hablará, después, de una manera explícita en los capítulos 12-14. Menciona, en particular, los dones de la «Palabra» y del «conocimiento», que eran los más estimados y buscados por los corintios. Sin embargo, a pesar de haber sido bendecidos con tanta gracia divina, los corintios no deben considerar que ya han llegado a la meta y son perfectos, sino que se deben considerar como gente en camino hacia la manifestación plena de la gloria del Señor. De ahí la recomendación de permanecer firmes en la fe, fiándose de la fidelidad de Dios.

 

Evangelio: Mateo 24,42-51

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

42 Así que velad, porque no sabéis qué día llegará vuestro Señor.

43 Tened presente que si el amo de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no le dejaría asaltar su casa.

44 Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora en que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre.

45 Portaos como el criado fiel y sensato, a quien el amo pone al frente de su servidumbre para que les dé de comer a su debido tiempo.

46 Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe.

47 Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

48 Sin embargo, si ese criado es malo y piensa: «Mi amo tarda»,

49 y se pone a golpear a sus compañeros y a comer y a beber con los borrachos,

50 cuando su amo llegue, el día en que menos lo espera y a la hora en que menos piensa,

51 le castigará con todo rigor y le tratará como se merecen los hipócritas.

Entonces llorará y le rechinarán los dientes.

 

**• Este pasaje se encuentra situado, en el marco redaccional de Mateo, en el último gran discurso de Jesús: el «Discurso escatológico» (capítulos 24 y 25), dominado por la descripción de las tribulaciones de Jerusalén y de las persecuciones por las que pasa la Iglesia, por el anuncio de la crisis cósmica que precederá al final y por la consecuente necesidad de vigilancia. El objetivo del discurso no es meter miedo; al contrario, pretende animar. La historia no tiene sólo un final, sino una consumación; el mundo no camina hacia las catástrofes, aunque las habrá, sino que se abre a una nueva belleza.

Pablo dirá que la vida humana es toda ella un trabajo de parto para alumbrar la nueva creación (cf. Rom 8,19ss). Desde esta perspectiva, Jesús exhorta a la vigilancia en la espera e ilustra este tema con cuatro parábolas, la primera de las cuales es la que hemos leído. «Velad», «estad preparados»: éstas son las palabras claves. En efecto, si bien es cierta la venida del Señor, el momento no lo es. La imagen del «ladrón» (v. 43) da viveza al sentido de imprevisto: era una imagen muy conocida en la Iglesia primitiva y aparece también en el pensamiento de Pablo (cf. 1 Tes 5,2-4). No es sólo el amo el que debe velar la casa; también han de hacerlo los criados que aman al amo y a la casa. El siervo «fiel y sensato» (v. 45) hace las veces del amo, se muestra amoroso con los compañeros y responsable en las tareas que le han sido confiadas. Hace lo contrario que el criado malo, que, al ver que no llega el amo, se aprovecha para dar rienda suelta a sus placeres desenfrenados, se pone a hacer de amo derrochando los bienes y maltratando a sus compañeros.

Es de esperar que el l mal de estos dos criados sea muy diferente.

 

MEDITATIO

Pablo tranquiliza a los cristianos de Corinto: Dios es fiel, él «os mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo ». Jesús nos explica en el evangelio con esta parábola lo que significa que nadie tenga de qué acusarlos hasta el final. El Señor nos pone ante dos certezas: nuestra vida tendrá un final, deberemos dar cuenta de nuestra vida al final.

Somos «seres temporales». La Biblia, para hablar de esto, no emplea ni conceptos racionales, ni argumentaciones sistemáticas, sino que asume un lenguaje poético y evocador; introduce símbolos concretos, tomados de la vida diaria: hierba, flores, sombra, soplo, polvo, el tejido cortado por la urdimbre, la lanzadera que corre veloz, las hojas del árbol que caen dejando sitio a otras nuevas, etc. Todos estos símbolos hablan de fragilidad y de caducidad.

La muerte es la realidad más cierta de la vida, y es de tontos no tenerla presente. El sabio Ben Sirá enseña: «Como hojas verdes en árbol frondoso, que unas caen y otras brotan, así las generaciones de carne y sangre unas mueren y otras nacen. Toda obra corruptible perece, y su autor se va tras ella» (Eclo 14,18-19). «En todo lo que hagas ten presente tu final» (Ecl 7,36). Quien olvida el pensamiento de su propio final no llega nunca a la madurez de la vida y permanece en la superficie de la misma. Por largo o corto que sea nuestro vivir en la tierra, no somos amos absolutos de nuestra vida; somos más bien sus administradores. La rendición de cuentas final es necesaria, y no es posible huir ni jugar con astucia. La responsabilidad del siervo de la parábola es múltiple: el amo le ha confiado a sus criados y le ha confiado el cuidado de sus propios bienes. Esa responsabilidad es también la nuestra. Deberemos presentarnos irreprensibles ante el Señor, amo de nuestra vida, ante los otros siervos compañeros de camino, ante la casa que es nuestro mundo y nuestra historia.

 

ORATIO

Oremos con palabras inspiradas por el salterio:

«Señor, dame a conocer mi fin, y cuántos van a ser mis  días; que me dé cuenta de lo frágil que soy. Me diste sólo un puñado de días, mi vida no es nada ante ti; el hombre es como un soplo fugaz, como una sombra que pasa; se afana por cosas fugaces, atesora, sin saber para quién será» (Sal 39,5-7).

«Tú haces que el hombre vuelva al polvo, diciendo: "¡Retornad, hijos de Adán!". Porque mil años son para ti como un día, un ayer que ya pasó, una vigilia de la noche... Enséñanos a calcular nuestros días, para que adquiramos un corazón sabio» (Sal 90,3-4.12).

«Mis días son como sombra que pasa, y yo me voy secando como el heno. Pero tú, Señor, reinas por siempre, tu fama dura por todas las edades» (Sal 102,12ss).

«El Señor es clemente y compasivo, paciente y lleno de amor; no nos trata como merecen nuestros pecados  ni nos paga de acuerdo con nuestras culpas. Él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos polvo. Los días del hombre son como la hierba: florecen como la flor del campo, pero cuando la roza el viento deja de existir, nadie la vuelve a ver en su sitio. Pero el amor del Señor a sus fieles dura eternamente, y su salvación alcanza a hijos y nietos (Sal 103,8.10.14-17).

 

CONTEMPLATIO

Luego, otra vez, por que no le preguntaran, añadió: Vigilad, pues, porque no sabéis en qué momento ha de llegar vuestro Señor. No dijo: «Porque no sé», sino: Porque no sabéis. Cuando ya casi los había llevado a la hora misma y puesto tocando a ella, nuevamente los aparta de toda pregunta, pues quiere que estén en todo momento alerta. De ahí que les diga: Vigilad, dándoles a entender que por eso no les había dicho el día. Por eso les dice: Comprended que, si el amo de casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera dejado que le perforaran la casa. Por eso, estad también vosotros preparados, pues en el momento que no pensáis vendrá el Hijo del hombre. Si les dice, pues, que vigilen y estén preparados es porque, a la hora que menos lo piensen, se presentará él. Así quiere que estén siempre dispuestos al combate y que en todo momento practiquen la virtud. Es como si dijera: si el vulgo de las gentes supieran cuándo habían de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor.

Así pues, por que no limitaran su fervor a ese día, el Señor no revela ni el común ni el propio de cada uno, pues quiere que le estén siempre esperando y sean siempre fervorosos. De ahí que también dejó en la incertidumbre el fin de cada uno. Luego, sin velo alguno, se llama a sí mismo Señor, cosa que nunca dijo con tanta claridad. Mas aquí paréceme a mí que intenta también confundir a los perezosos, pues no ponen por su propia alma tanto empeño como ponen por sus riquezas los que temen el asalto de los ladrones. Porque, cuando éstos se esperan, la gente está despierta y no consiente que se lleven nada de lo que hay en casa. Vosotros, empero, les dice, no obstante saber que vuestro Señor ha de venir infaliblemente, no vigiláis ni estáis preparados, a fin de que no se os lleven desapercibidos de este mundo. Por eso aquel día vendrá para ruina de los que duermen. Porque así como el amo, de haber sabido la venida del ladrón, lo hubiera evitado, así vosotros, si estáis preparados, lo evitaréis igualmente (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 11, 2ss [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nuestros ojos pendientes del Señor, nuestro Dios, esperando que se apiade de nosotros» (Sal 122,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Si la trascendencia divina trasciende y abarca desde dentro el presente, el pasado y el futuro del hombre, en cuanto el hombre haya reconocido el primado del futuro en nuestra temporalidad, el fiel lo pondrá antes que nada, y con razón, en relación con la trascendencia de Dios. Por eso pondrá a Dios en relación con el futuro del hombre y en última instancia, puesto que el hombre es persona en una comunidad de hombres, con el futuro de toda la humanidad. Éste es un terreno particularmente fértil para una nueva imagen de Dios en nuestra cultura; naturalmente, con el presupuesto de una auténtica fe en la realidad invisible de Dios, verdadera y propia fuente que, partiendo del mundo, estimula la formación de un «concepto» de Dios.

En semejante contexto cultural de vida, el Dios de los fieles se manifiesta a nosotros mismos como «el que viene», como el Dios que es nuestro futuro. Surge aquí entonces un cambio profundo: aquel a quien nosotros, en tiempos pasados, guiados por una imagen del hombre un tanto anticuada y por una concepción vieja del mundo, llamábamos el «totalmente otro» se presenta ahora como el «totalmente nuevo», como alguien que es nuestro futuro y crea un nuevo futuro humano. Se muestra como el Dios que, en Jesucristo, nos proporciona la posibilidad de crear el futuro, esto es, de hacerlo todo nuevo y de superar la historia pecaminosa de nosotros mismos y de todos los demás. Esta nueva cultura hará ciertamente que, de una manera maravillosa, redescubramos el alegre anuncio del Antiguo y del Nuevo Testamento, a saber: que el Dios de la promesa nos da la tarea de ponernos en camino hacia la tierra prometida, hacia una tierra que nosotros, como en un tiempo Israel y siempre con la confianza de la promesa, debemos transformar y hacer fértil (E. Schillebeeckx, Erfahrung aus Glauben, Friburgo 1984, p. 87).

 

Día 31

Viernes de la 21ª semana del Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,17-25

Hermanos:

17 Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a evangelizar, y esto sin hacer ostentación de elocuencia, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo.

18 La Palabra de la cruz, en efecto, es locura para los que se pierden, mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios.

19 Como está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y haré fracasar la inteligencia de los inteligentes.

20 ¡A ver! ¿Es que hay alguien que sea sabio, erudito o entendido en las cosas de este mundo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?

21 Sí, y puesto que la sabiduría del mundo no ha sido capaz de reconocer a Dios a través de la sabiduría divina, Dios ha querido salvar a los creyentes por la locura del mensaje que predicamos.

22 Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría,

23 nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos.

24 Mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

25 Pues lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres; y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres.

 

*+• Pablo no ha sido enviado a bautizar, sino a evangelizar (v. 17). Al decir esto, no pretende infravalorar el bautismo; sólo insiste en que su vocación -lo que realiza su identidad en el proyecto divino- es la predicación del Evangelio. Bautizar en el nombre de Jesús sin dárselo a conocer al bautizado es un absurdo. Por otra parte, en el orden cronológico y de la gracia, la predicación precede a la fe y, por consiguiente, al bautismo (Rom 10,14ss). Ahora bien, ¿cómo predicar a Jesús?

Pablo no lo hace con discursos de elocuente y penetrante sabiduría. Es posible que Pablo escriba aquí bajo la impresión del reciente «fracaso» de su predicación en el areópago de Atenas. La experiencia ha reforzado su convicción: predicar significa anunciar a Cristo crucificado, el único que nos da la salvación. La Palabra de Dios, sobre todo «la Palabra de la cruz», es en sí misma viva y eficaz (cf. Heb 4,12), no tiene necesidad de apoyo humano; es más, la sabiduría humana corre el riesgo de oscurecerla, de amortiguar su fuerza cortante. Pablo, citando el Antiguo Testamento y usando su arte retórica, insiste en lo que para él tiene una importancia decisiva. Cristo crucificado es «escándalo» para los judíos, por el hecho de que, por haber sido colgado del madero, era alguien sobre el que recaía la maldición de la Ley (Dt 21,23), y «locura» para los paganos, en cuanto que a éstos les repugnaba una divinidad que se hubiera dejado crucificar. Ahora bien, precisamente a través de la cruz es como Dios manifiesta su poder. Los cristianos, procedentes tanto del judaísmo como del paganismo, en cuanto «llamados» por Dios a la fe, deben sintonizar con la lógica divina y vivir según la sabiduría de la cruz que según la humana.

 

Evangelio: Mateo 25,1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

1 Sucede con el Reino de los Cielos lo que con aquellas diez jóvenes que salieron con sus lámparas al encuentro del esposo.

2 Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas.

3 Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite,

4 mientras que las sensatas llevaron aceite en las alcuzas, junto con las lámparas.

5 Como el esposo tardaba, les entró sueño y se durmieron.

6 A medianoche se oyó un grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro».

7 Todas las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

8 Las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan».

9 Las sensatas respondieron: «Como no vamos a tener bastante para nosotras y vosotras, será mejor que vayáis a los vendedores y os lo compréis».

10 Mientras iban a comprarlo, vino el esposo. Las que estaban preparadas entraron con él a la boda y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron también las otras jóvenes diciendo: «Señor, señor, ábrenos».

12 Pero él respondió: «Os aseguro que no os conozco».

13 Así pues, vigilad, porque no sabéis el día ni la hora.

 

*»• Esta parábola pone de relieve los mismos temas tratados en la anterior: el momento desconocido del retorno del Señor y la necesidad de vigilar y estar preparados.

Con todo, el tejido narrativo y el contexto son diferentes: en vez del amo se espera aquí al esposo; en lugar del siervo fiel y del siervo malvado se habla aquí de cinco vírgenes sensatas y cinco necias. El lector de esta parábola, que no tiene paralelos en los otros sinópticos, puede tropezar con una serie de elementos de no inmediata comprensión: la reacción extremadamente severa y desproporcionada del esposo, la actitud poco caritativa de las vírgenes sensatas, etc. Sin embargo, el significado global es claro, sobre todo si leemos esta parábola en el contexto de la comunidad primitiva en la que vivía Mateo.

Toda la Iglesia espera expectante la venida del Señor, invocando con insistencia: «Maraña tha: ven, Señor», pero es de necios no tener en cuenta que éste puede «retrasarse». Cuando en el corazón de la noche se alza el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuclillo» (v. 6), los cristianos tienen que encontrarse propinados, no con las manos vacías, sino con la lámpara alimentada con el aceite de las buenas obras realizadas con amor día tras día.

No basta con estar preparado físicamente, no basta con el simple hecho de ser creyentes para salvarse. «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Cuando las vírgenes necias llamen a la puerta y griten: «Señor, señor, ábrenos» (v. 11), recibirán la terrible respuesta: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12). El esposo esperado puede revelarse un juez severo para quien tenga su amor apagado.

 

MEDITATIO

«Los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría» Pablo describe muy bien las motivaciones religiosas de su tiempo. ¿Cómo se presenta la situación en nuestros días? A nuestro alrededor pululan nuevas expresiones de religiosidad, algunas de tipo sincretista, otras siguen la fascinación de lo exótico, otras aún apelan al sentimiento. La dificultad que representa predicar un Evangelio que se basa en la «locura de la cruz» no es menor que las dificultades encontradas en la comunidad de Corinto.

¿Qué le «piden» o qué «buscan» en él los discípulos de Jesús? Durante su vida terrena aparece ya Jesús como «el gran buscado». Lo buscan, en efecto, muchas personas, de modo particular o en grupo, con motivaciones variadas e intensidades diversas. En su nacimiento fue buscado por unos magos venidos de lejos para adorarle, por los pastores invitados por el mensajero celestial, y por Herodes, que quería matarle. Siendo adolescente en Jerusalén, lo buscan con ansia sus padres, al creerlo perdido. Durante su ministerio público es buscado por unos discípulos fascinados, por enfermos deseosos de ayuda y por adversarios dispuestos a cogerle en algún fallo. Hacia el final de su vida fue buscado por los sacerdotes y por los maestros de la Ley para eliminarlo, por Judas para traicionarle y por los soldados para capturarlo. Tras su muerte, lo buscaban también tanto amigos como enemigos en su sepulcro. ¿Y se deja encontrar Jesús? No siempre. Ante quien lo busca con la pretensión de encontrarle a su propia manera Jesús reacciona sistemáticamente con un rechazo claro. En Cafarnaún, cuando le dicen los discípulos: «Todos te buscan», Jesús responde de modo irónico: «Vamos a otra parte» (Me l,37ss). Muchos de los que hoy buscan a Jesús podrían recibir de él la misma respuesta, o peor aún, la que el esposo dio a las vírgenes necias: «Os aseguro que no os conozco».

 

ORATIO

Señor, tú nos has prometido: «Pedid, y recibiréis; buscad, y encontraréis; llamad, y os abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren» (Mt 7,7), ayúdame a saber buscarte. A buscar no tus milagros, no tus dones, sino a ti, Hijo de Dios, que por amor moriste en la cruz para salvarme a mí y a todos. Haz que no deje nunca de buscarte, sino que «al buscarte te encuentre; y al encontrarte te busque aún más» (san Agustín). Haz que yo sienta también la invitación que dirigiste a tus primeros discípulos que te buscaban: « Venid y ved» (Jn 1,39).

Y si, por motivos que sólo tú conoces, no quisieras que te encontrara enseguida, o debiera demorarse tu venida, haz que sepa velar pacientemente con las lámparas llenas de aceite. Cuando llames a mi puerta, haz que corra con solicitud a tu encuentro (cf. Ap 3,20) y, cuando llame a tu puerta, ábreme.

 

CONTEMPLATIO

Esta parábola de las vírgenes y la siguiente de los talentos se asemejan a la anterior del criado fiel y del otro ingrato y consumidor de los bienes de su señor. En conjunto, son cuatro las comparaciones que, en términos diferentes, nos dirigen la misma recomendación, es decir, el fervor con que hemos de dar limosna y ayudar al prójimo en todo cuanto podamos, comoquiera que de otro modo no es posible salvarse. Pero en la parábola de los criados se habla, de modo más general, de todo género de ayuda que hemos de prestar a nuestro prójimo; en ésta de las vírgenes nos encarece el Señor particularmente la limosna, y de modo más enérgico que en la parábola pasada. Porque en ésta castiga al mal siervo, aquel que golpea a sus compañeros y se emborracha y dilapida los bienes de su señor; en esta otra, al que no aprovecha ni da generosamente de lo suyo a los necesitados. Porque las vírgenes fatuas llevaban, sin duda, aceite, pero no abundante, y por eso son castigadas. Mas ¿por qué motivo nos presenta el Señor esta parábola en la persona de unas vírgenes y no supuso otra cualquiera? Grandes excelencias había dicho sobre la virginidad: Hay eunucos que se castraron a sí mismos por amor del Reino de los Cielos. Y: El que pueda comprender que comprenda. Por otra parte, sabe el Señor que la mayoría de los hombres tienen una alta idea sobre la misma virginidad. Y a la verdad, cosa es por naturaleza grande, como se ve claro por el hecho de que en el Antiguo Testamento no fue practicada por aquellos santos y grandes varones y en el Nuevo no llegó a imponerse por necesidad de Ley. En efecto, no la mandó el Señor, sino que dejó a la libre voluntad de sus oyentes practicarla o no. De ahí que diga también Pablo: Acerca de las vírgenes, no tengo mandamiento del Señor.

Alabo ciertamente a quien la guarde, pero no obligo al que no quiera ni hago de ella un mandato. Ahora bien, puesto que tan grande cosa es la virginidad y de tanta gloria goza entre los hombres, por que nadie al practicarla se imaginara haberlo ya hecho todo y anduviera tibio y descuidado en las demás virtudes, pone el Señor esta parábola, que basta para persuadirnos de que la virginidad, y aun todos los otros bienes, sin el bien de la limosna, es arrojada entre los fornicadores, y entre éstos pone el Señor al hombre cruel y sin misericordia.

Y ello con mucha razón, pues el uno se dejó vencer del amor de la carne, y el otro del amor del dinero. Y no es igual el amor de la carne que el dinero. El de la carne es más ardiente y más tiránico. De ahí que cuanto el adversario es más débil, menos perdón merecen los derrotados. De ahí también que llame el Señor fatuas a aquellas vírgenes, pues, habiendo pasado el trabajo mayor, lo perdieron todo por el menor. Por lo demás, lámparas llama aquí al carisma mismo de la virginidad, a la pureza de la castidad, y aceite, a la misericordia, a la limosna, a la ayuda de los necesitados (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 78, 1 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Oh Señor, mi destino está en tus manos» (Sal 16,5).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En primer lugar, la vida en sí misma es el don más grande que se pueda ofrecer -cosa que nosotros olvidamos constantemente-. Cuando pensamos en nuestra entrega a los demás, lo que nos viene de inmediato a la mente son nuestros talentos únicos: nuestras capacidades para hacer cosas especiales particularmente bien [...]. Sin embargo, cuando hablamos de talento tendemos a olvidar que nuestro verdadero don no es lo que podemos hacer, sino quiénes somos. La verdadera pregunta no es: «¿Qué podemos ofrecernos el uno al otro?», sino: «¿Quiénes podemos ser para los otros?» Es a buen seguro una cosa estupenda que podamos repararle algo al vecino, ofrecerle consejos útiles a un amigo, sabios pareceres a un colega, volver a dar la salud a un enfermo o anunciar una buena noticia a un feligrés.

Pero hay un don que es el mayor de todos. Se trata del don de nuestra vida, que orilla en todo lo que hacemos. Al envejecer, descubro cada vez más que el don más grande que tengo para ofrecer es mi alegría de vivir, mi paz interior, mi silencio y mi soledad, mi sentido del bienestar. Cuando me pregunto: «¿Quién me es de más ayuda?», debo responder: «Aquel o aquella que esté dispuesto a compartir conmigo su vida».

Es útil practicar una distinción entre talentos y dones. Nuestros dones son más importantes que nuestros talentos. Podemos tener sólo pocos talentos, pero tenemos muchos dones. Nuestros dones son los muchos modos a través de los que expresamos nuestra humanidad. Forman parte de lo que somos: amistad, bondad, paciencia, alegría, paz, perdón, amabilidad, amor, esperanza, confianza, etc. Estos son los verdaderos dones que hemos de ofrecer a los otros (H. J. M. Nouwen, Sentirsi amati, Brescia u 1999, p. 91 [edición española: Tú eres m¡ amado, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).